La Improvisación en Danza J El Terreno de Lo Inesperado

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La improvisación en

danza, el terreno de lo
inesperado
Por: Sebastián Iral Múnera

La danza se asocia comúnmente con la coreografía, para ello el bailarín o


intérprete se prepara y especializa hasta alcanzar un nivel considerado que le
asegure la apropiación del contenido coreografiado, sin embargo, en la
improvisación toda esta formación o incluso otro tipo de preparaciones tanto
físicas como teóricas disponen al participante para encontrarse con otros (espacio,
luz, cuerpos) y establecer interacciones que den lugar a la creación de forma
instantánea. Es un momento en el que las experiencias aparecen fugaces, de
forma no consciente, como una combinación de colores que matizan el
movimiento.

Improvisar requiere una disposición especial, implica salirse de sí y soltar todos los
anclajes que la coreografía nos aporta para sentir seguridad y lanzarse a un
abismo repleto de lugares no conocidos que sorprenden tanto al espectador cómo
al ejecutante. Sin embargo, no se va en caída libre, siempre nos sostiene la
experiencia previa, los encuentros con la técnica y con lo otro que posibilitan
transitar rutas conocidas que pueden ser desbordadas y retomadas
continuamente.

Si bien en la danza es posible encontrar lugares comunes y cuerpos con


similitudes, en la improvisación siempre la experiencia establecerá una brecha que
posibilita todo tipo de encuentros. Las vivencias nos marcan (las texturas del
suelo, las destrezas y lesiones obtenidas, la temperatura del aire) haciendo que la
diferencia sea un factor crucial al compartir con otros, generando un devenir
constante y exigiendo un nuevo acercamiento cada vez. El choque, la caricia, el
deslizar son respuestas a esas subjetividades que se acercan y dialogan.
Cuándo se habita el espacio de la improvisación el tiempo que se asume deja de
ser lineal, se convierte en un presente constante que requiere una presencia total
en el ahora. Tener que afrontar lo inesperado implica un estado de alerta y
atención respecto a todo lo que sucede dentro y fuera del bailarín, la razón se
torna instantánea y sensitiva, hacer elaboraciones mentales fácilmente entorpece
el acontecimiento por lo tanto el cuerpo adopta un estado que le da una cierta
infinidad al presente; es necesario ser consciente de todo en el instante exacto en
que sucede, momento en el que a su vez todo se está alterando. Los cuerpos
entienden que sólo hay un momento que puede ser decisivo para generar
relaciones y conexiones y que al próximo las posibilidades han cambiado.

Finalmente, el acto escénico de improvisar genera una pregunta por lo que se


construye, lo que se crea, desde dónde se parte y el rastro que genera en la
persona que presencia y participa. A diferencia de la coreografía donde hay algo
preestablecido, en este caso el azar conmociona y resalta la capacidad de imaginar
y crear, nadie sabe qué sucederá por lo tanto los juicios pierden relevancia y si
aparecen no son parte de la improvisación sino de la elaboración estética de quién
los genera, a este momento sólo cada uno puede dar fe de lo sentido y el gusto
queda supeditado al lugar del espectador. Sin embargo, se pueden establecer unas
pautas que permita darle ruta a la acción, detonantes que sobrevuelen
constantemente la improvisación y generen puentes entre la creación particular de
cada actante; un color, una textura, una indicación cómo sólo utilizar el tren
superior o la columna para moverse pueden solidificar el trabajo.

Es común al momento de improvisar que no se encuentre fácilmente un punto de


partida en el mar de posibilidades que podríamos investigar, para ello la pauta o
detonante previo se convierte en un aliciente, luego se puede salir y entrar de ella,
replantearla, reinterpretarla, reducirla, en fin, modificarla de tantas formas cómo
nuestra creatividad sienta necesario.

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