Sobre La Exposición en El Acontecimiento Artístico
Sobre La Exposición en El Acontecimiento Artístico
Sobre La Exposición en El Acontecimiento Artístico
Las artes escénicas son arena de exposición de uno o más cuerpos. Tratándose
de arte, es claro que lo que se expone es una construcción poética de ellos, es decir, se
trabaja en la construcción de cuerpos expuestos como arena de la poesía, cuerpos que
habitan el espacio y se abren al mismo tiempo como espacios de habitabilidad, donde la
poesía encuentra lugares de producción.
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El concepto de teatralidad es de raíz antropológica. Desde una antropología del
Teatro, la teatralidad es una condición de lo humano que consiste en la
capacidad del hombre de organizar la mirada del otro, de producir una óptica o
una política de la mirada. El mundo humano se sostiene en una red de mirada.
Una red de mirada (de lo que debe y no debe verse, de lo que puede y no puede
verse) genera acción social y sostiene el poder, el mercado, la totalidad de las
prácticas sociales. (Dubatti, 2016, p.9)
¿Qué muestra un/a artista cuando se expone en escena? ¿Cómo desea hacerlo?
¿Está en su poder la administración de cuánto y qué desea mostrar? ¿Es consciente de
aquello que de él/ella se percibe? ¿Entiende realmente qué contenidos moviliza y qué
lecturas habilita en esa exposición? ¿Lo que se percibe de él/ella acuerda con su deseo?
¿Puede construir y hacer efectivo en el cuerpo lo que desde el deseo proyecta?
Es claro que el cuerpo no sólo se da a la visión, sino a una percepción global que
excede a la mirada. En este sistema de percepciones la escucha adquiere un valor
también preponderante y por ende, la producción sonora como “resonancia melódica”
de los cuerpos expuestos. (Baiocchi, 2011, p.21)
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Podríamos afirmar que la voz sonoriza al cuerpo dando a escuchar sus estados.
También, podríamos decir que la voz es cuerpo en su dimensión sonora y posee la
capacidad de extenderse y extenderlo, otorgando una posibilidad expresiva diversa
desde otra materia que no es menos cuerpo que los órganos físicos que la producen. En
algunas prácticas artísticas, como por ejemplo en los planteos del Roy Hart Center, 1 es
común escuchar el uso de la categoría cuerpo-voz para dar cuenta de esta complejidad
en la constitución de toda presencia.2
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Si bien en las escuelas de teatro, el cuerpo-voz sigue escindido en su programa curricular, debido a la
existencia de materias dedicadas a la formación corporal por un lado y a la formación vocal por otro, es
común que las materias “vocales” enfoquen la enseñanza desde esta configuración corporal-vocal a la que
aludimos como característica sine qua non de la construcción de presencia para la escena. El problema
suele ser todavía mayor en la formación vocal de las escuelas de danza, donde el objeto de estudio suele
ser directamente omitido.
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por otro, manifestaciones acústicas, sino una sola manifestación acústico-visual que deja
expuesto al cuerpo en sus modos de habitabilidad.
En esta lógica del devenir, las artes escénicas habilitan un espacio lúdico en el
que el cuerpo desborda como territorio de otredades donde la alteridad encuentra
espacios de posibilidad. El espacio escénico se abre como lugar para mostrase a otros,
pero al mismo tiempo, como espacio para desenvolver el sí mismo como otro o para
mostrar la otredad que habita toda mismidad.
En todos los casos, las artes escénicas se presentan como hacer artístico en el
que el “con-vivio” (Dubatti, 2016, p.9) perdura como requisito: cuerpo del/la artista y
cuerpo del/la espectador/a, al menos dos que no entregan su co-presencia a la
requisitoria de la virtualidad, ante el hábito cada vez más instaurado de un “tecno-vivio”
(Dubatti, 2016, p.11) como modo de relación humana.
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La exposición del/la artista escénico/a como acto de arrojo
Las palabras de Nancy (2010), “el cuerpo expone la fractura de sentido que la
existencia constituye, sencilla y absolutamente” (p.22), nos invitan a pensar al/la artista
escénico/a como cuerpo que no soporta la perpetuación de un sentido que lo organiza y
lo mantiene funcional a sí, sino que arroja su presencia a la captura de sentidos
inmanentes a ser-alguien-arrojado, cuerpo expuesto y abierto. Podríamos pensar que es
en el espacio escénico donde esa exposición se manifiesta artísticamente de forma
expresa y más contundente.
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¿A la reducción del cuerpo a un mero portador de signos, como “sujeto a”? ¿Al
tratamiento del cuerpo como una superficie de referencias compuesto por un plan de
organización que lo delimita? ¿A su dependencia de una organicidad dramatúrgica a la
que soporta, es decir, funciona como soporte? Si el cuerpo es soporte no lo es de signos,
sino de lo real que acontece en su multiplicidad atomizadora, donde el signo tal vez sólo
funcione como el grafismo facilitador de una posible lectura, una lectura que el arte
viene intentando cada vez más abierta.
En ello insiste Nancy (2014), diciendo que: “El arte está ahí cada vez para abrir
un mundo, para abrir el mundo a sí mismo, a su posibilidad de mundo, a su posibilidad
entonces de abrir sentido, mientras que el sentido ya dado está cerrado” (p.25), y
sostiene que: “El sentido del que hablo es el sentido que el arte forma, el sentido que
permite una circulación de reconocimientos, de identificaciones, de sentimientos, pero
sin fijarlos en una significación terminal.” (p.24)
Desde esa posición abierta, el arte construye un cuerpo ahí donde el cuerpo ya
existe, pero abriendo sus sentidos y abriendo el cuerpo a sus posibilidades como
cuerpo.
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significados/sentidos compartidos”: el teatro más bien estimula, incita, provoca,
implica la donación de un objeto y el gesto de compartir, de compañía. (p.29)
Es importante tener en cuenta estos dos usos del término, sobre todo para no
quedar atrapados en la idea de exposición únicamente como acto de darse a la
percepción del otro y, en ese sentido, reducir la actuación a la mera elección de cómo
ser percibidos/as en un acontecer de la presencia. Es necesario profundizar en la otra
acepción, más compleja, en la que el/la artista necesita pensarse entre otros entes con los
que conforma la escena y articular su presencia en relación con lo que el acontecimiento
presenta como producción inmanente a la que su cuerpo está expuesto y del que –a la
vez– es parte constitutiva.