Por Un Noviazgo Cristiano - HDF

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Amaos unos a otros 12.

Familia católica

En las anteriores Hojitas de Fe sobre el noviazgo encaramos todos los as-


pectos importantes que deben ser tema de consideración y estudio en esta etapa
tan importante para quienes se preparan a formar una familia y un hogar cristia-
no. En ellas tuvimos la ocasión de ver los problemas que plantea el encuentro de
dos seres tan distintos como el hombre y la mujer, y las condiciones para que la
vida conyugal entre ambos tenga posibilidades de acierto y de éxito.
Faltaría tan sólo cerrar todo lo dicho anteriormente con algunas pautas más
prácticas que permitan un manejo prudente y provechoso del noviazgo. Las redu-
cimos a tres: la consulta y guía de un sacerdote experimentado, el ajuste de los
propios criterios entre los novios, y una buena vida espiritual por parte de ambos.

1º Consulta y guía de un sacerdote experimentado.


El matrimonio, además de ser un contrato de la naturaleza, ha sido elevado
por Nuestro Señor Jesucristo al rango de sacramento, esto es, de signo transmisor
de la gracia. En cuanto tal, tiene sus principios, sus fines, sus leyes morales, sus
derechos y obligaciones, que los novios deben aplicarse a conocer concienzuda-
mente. Para ello, nada más conveniente que los futuros cónyuges se hagan ex-
plicar por un sacerdote, si lo tienen a mano, toda la enseñanza de la Iglesia y de
la teología sobre estos variados temas.
En particular, tres son los puntos que los novios deben hacerse explicar con deteni-
miento, y que ya han sido ilustrados por el Magisterio:
1º El primero es la doctrina del concilio de Trento sobre el sacramento de Matrimo-
nio, magistralmente expuesta en el Catecismo romano de Trento. En ella hallarán los
novios las ideas exactas de lo que es el matrimonio en las miras de Dios, que lo
instituyó a la vez como contrato natural y como sacramento.
2º El segundo es la encíclica Casti connubii, del papa Pío XI, sobre el matrimonio
cristiano. Este texto del Magisterio es un maravilloso compendio de la doctrina de la
Iglesia sobre el matrimonio, cotejada con los errores modernos sobre el mismo. Cons-
ta de tres partes: • una exposición clarísima de los tres bienes del matrimonio, a saber,
la prole, la fidelidad y el sacramento; • una denuncia de los ataques modernos contra
estos tres bienes, y en definitiva contra la noción católica del matrimonio; • y las nor-
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mas para una restauración cristiana del matrimonio, en orden a la formación de mu-
chas y sanas familias, que sean el sostén de una sociedad verdaderamente católica.
3º El tercero es la encíclica Divini illius Magistri, del mismo papa Pío XI, sobre la
educación cristiana de la juventud, en la que los novios han de aprender los princi-
pios con que la Iglesia establece que se proceda al gran deber de la educación, se-
ñalando: • a quién le incumbe la misión de educar; • cuál es el sujeto de la educación,
el hombre caído; • cuáles son las circunstancias necesarias del ambiente; • y cuál
es el fin y la forma propia de la educación cristiana, según el orden establecido por
Dios en la economía de su Providencia.
Este mismo sacerdote, al mismo tiempo que instruye a los novios sobre estos
puntos, podrá constituirse como guía o referente en la manera de llevar adelante
el noviazgo. Por su experiencia en el mundo de las almas, enseñará a los novios a
sortear los peligros que les acechan en el delicado tiempo de su noviazgo, los pre-
caverá contra las ilusiones, trampas y deformaciones que siembra el mundo mo-
derno, y les brindará los consejos más apropiados para que su noviazgo sea real-
mente cristiano.
Sucede con frecuencia que los futuros cónyuges, además de ignorar muchas cosas o
no saberlas bien, están mal formados. Desde entonces, no sólo necesitan aprender y
proveerse de la más aguda lucidez, sino también corregirse y reformarse, redescu-
briendo el verdadero sentido del amor, de la felicidad, de la familia, del hogar. Añá-
dense a esto, en nuestra época, los múltiples obstáculos acumulados por una civili-
zación alucinada contra ciertos valores espirituales e interiores exigidos por el amor
y el matrimonio.
Es ahí donde se hacen valiosos el consejo y la guía del sacerdote. El sacerdote, en
su función de aconsejar y guiar a los novios, cree firmemente en el magnífico valor
del amor humano, y en la felicidad que de él puede provenir. Para nada pretende
desalentar ni ser un profeta de desdichas; pero su entusiasmo va unido a la pruden-
cia, y su fe en el amor no tolera cegueras. Es, en cierto modo, el defensor de la lucidez.
Por ello, los novios encontrarán en sus consejos la clarividencia que será para su
unión lo que la luz es para la noche.

2º Ajuste de los propios criterios entre los novios.


La primera condición para un matrimonio serio es un noviazgo serio. Por eso
es sumamente importante no dilapidar en liviandades ese tiempo que debe estar
dedicado a preparar una vida entera. La influencia del noviazgo, la manera de
vivirlo, puede resultar decisiva para los primeros años de vida conyugal. Es ne-
cesario, pues, descubrir el sentido preciso de ese compromiso, para sacar a la luz
las obligaciones que suscita. El noviazgo es, en efecto, un contrato inicial. Este
contrato implica obligaciones concretas y graves, aun no siendo tan absoluto co-
mo el «sí» del casamiento. Entre otras, la de prepararse seriamente para el ma-
trimonio. Y dentro de esta preparación, uno de los elementos primordiales es
que los novios verifiquen por sí mismos que tienen entre sí una perfecta confor-
midad de criterios en los puntos esenciales del matrimonio. Una vez que se ha
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recibido del sacerdote la enseñanza de la Iglesia en lo que mira al matrimonio y a
la familia cristiana, los novios deben verificar que comparten por completo estas
directivas de la Iglesia.
En el noviazgo no hay que dejar nada por supuesto o sobreentendido, ni esconder o
silenciar ningún tema, ni siquiera bajo el pretexto de que se tiene plena confianza en
el otro. Para algunos, tratar de ciertos temas parecería poner en duda la honestidad
y rectas intenciones del otro. Pero aquí esos puntos no deben ser tratados porque se
dude. Cuando se quiere lanzar un vehículo a la producción, se ha tenido el previo cui-
dado de ponerlo a prueba a fondo, para verificar que todos los sistemas y adelantos
tecnológicos funcionan a las mil maravillas. Pero más importante que lanzar un
vehículo a la producción es preparar un matrimonio, en el que se pone en juego la
eternidad de los cónyuges y de los hijos. Así pues, no es que la novia dude del novio, ni
el novio de la novia, sino que ambos quieren y deben verificar que realmente piensan
lo mismo en los principios fundamentales del hogar que pretenden fundar en común.
Durante el noviazgo, por lo tanto, se abordarán los diferentes temas que se
han planteado a lo largo de esta serie de Hojitas de Fe, sin escabullirse de los
mismos ni desviar la conversación hacia otros temas. En ese sentido los novios
analizarán:
1º El concepto de amor y felicidad. A cada momento en conversaciones, libros, can-
ciones, se conjuga el verbo amar, sin saber lo que es eso. Decimos que amamos algo
o a alguien, pero ¿sabemos lo que se oculta detrás de esta breve palabra? ¿Se la ve
como sinónimo de desinterés, de sacrificio, de don de sí al otro?
2º La psicología masculina y femenina. Para vivir juntas dos personas, el amor solo
no basta; es preciso, además, entenderse, lo cual no siempre es tan fácil como parece
a primera vista. Para compartir la vida entera, según lo exige la comunidad conyu-
gal, hay que aprender a comprenderse. La novia ha de saber penetrar en el mundo
interior del hombre, y el novio ha de saber conocer el extraño y delicado mecanismo
que explica las reacciones de su novia. El fruto de la comprensión entre marido y
mujer será un hogar en el que reine la paz.
3º El matrimonio con respecto a Dios. Los novios deben situarse ante Dios, compren-
diendo cómo el matrimonio se sitúa en el plan de Dios. El hombre y la mujer no se
unen por obra del azar, sino a instigación de un amor nacido de Dios, marcado por
El con la gracia y orientado totalmente hacia El. Hay, pues, en el matrimonio un valor
de eternidad que debe hacer conscientes a los novios de la enorme responsabilidad
que asumen. ¿Cómo santificarnos en el matrimonio? ¿Cómo conformarnos a la vo-
luntad de Dios? Ante Dios los esposos tendrán que rendir cuentas de lo que hicieron
de su amor, de su hogar, de sus hijos; y cuando uno de ellos sea arrebatado, el otro
se sentirá feliz de haber colaborado a su santificación y salvación eterna.
4º Los hijos. La responsabilidad de los futuros cónyuges no se limita a ellos solos,
pues pronto aparecerán los hijos, para monopolizar el resto de su vida en común.
¿Cómo no prepararse entonces para enfrentarse con las pesadas cargas de la pa-
ternidad y de la maternidad? También en ese terreno, tal vez más que en ningún
otro, tienen que eliminar la improvisación. Así como no se improvisa el papel de
marido y mujer, no puede improvisarse el de padre y madre. Ambos tienen que adap-
tarse a su cónyuge y a los hijos. ¿Cómo realizar esta adaptación? ¿Cómo conseguir
Hojitas de Fe nº 361 –4– FAMILIA CATÓLICA
este equilibrio que traerá la felicidad al hogar? Los hijos pueden ser una carga pe-
sada y sofocante si la pareja no los integra pronto en el centro de su vida y de su
amor; pero, una vez realizada esta integración, se convierte en una alegría sin pre-
cio, que acrecentará el amor mismo que une a la pareja. El noviazgo debe ayudar a
los novios a desarrollar este amor por la paternidad y maternidad, que los ayude a
no sentirse defraudados ni sorprendidos cuando se haga una realidad.
Al terminar un análisis minucioso y serio sobre estos temas, los novios se en-
contrarán frente a frente, siéndoles prácticamente imposible eludir la conversa-
ción sobre los mismos. Así es como lograrán conocer la perspectiva del otro so-
bre todo cuanto respecta a la vida conyugal, y a descubrir algunas de las dificul-
tades con que habrán de enfrentarse, aprendiendo a auxiliar al otro en sus luchas,
en sus tristezas y en sus temores.

3º Buena vida espiritual de los novios.


Al comienzo de esta serie de Hojitas de Fe sobre el noviazgo, comparamos
el mismo noviazgo con un noviciado, y no sin razón, ya que durante este tiempo
sagrado e importante, los novios deben hacer provisión de todos aquellos bienes
espirituales que quieren transmitir como herencia cristiana a los hijos que Dios se
digne concederles. Pero, para ello, se requiere en primer lugar que ellos mismos
los adquieran, mantengan y cultiven, según el adagio: «Nadie da lo que no tiene».
En particular, es deber suyo:
1º Dedicar un tiempo regular y habitual a la oración, y frecuentar los sacramentos,
especialmente los de confesión y comunión, apoyándose en ellos para recabar de
Dios las gracias preciosas del matrimonio cristiano. En ese sentido, ¿por qué no co-
menzar todos sus encuentros con una oración piadosa, un Rosario o al menos un mis-
terio del mismo? Esa oración, una vez asentada en la vida espiritual de los padres,
será transmitida a los hijos como connaturalmente.
2º Instruirse en todos los conocimientos de fe y obligaciones morales que implica el
hogar que desean formar. La fe y la observancia de la ley de Dios es lo que hace al
hombre cabal, y lo que ese mismo hombre cabal quiere transmitir a sus hijos, para
que sean «a su imagen y semejanza», como él lo es de Dios.
3º Darse a la práctica de las virtudes y buenas costumbres, requeridas ya en todo
cristiano, pero mucho más cuando pasa a ser colaborador de Dios en la difusión de
la vida, natural y sobrenatural, a otros seres que les deberán la existencia, la santi-
ficación y la salvación eterna.
Así es como podrá realizarse en los futuros cónyuges la bendición divina se-
ñalada por el profeta Isaías, cuando dice que «no se habrán fatigado en vano, ni
habrán tenido hijos para sobresalto, sino que serán raza bendita del Señor,
tanto ellos como sus retoños» (Is. 65 23). 1

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