Antología 34

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 35

1

Piedra de Praga Nada se ha movido.


En la calle,
Rubén Vargas el tranvía da vuelta la esquina.
Poeta boliviano
I IV
A ti, Atado al mástil
al último súbdito, quiso entregarse
al miserable, al encanto de las sirenas
a la ínfima sombra a sus voces
del más remoto que prometen
crepúsculo del Imperio, el origen del canto.
a ti,
el Emperador Pero,
te ha enviado un mensaje nadie terrible que el canto
desde su cámara de muerte. Más terrible que el canto
el silencio de las sirenas.
Sentado junto a la ventana,
en la calle de los Alquimistas, V
escribes Noches y días
cuando llega la noche. escribiendo una carta
adivinando tu propio rostro,
II preguntando
Deseo de ser jinete: por el acontecer del gesto,
Partir siempre, interrogando cada línea
salir de aquí, de un dibujo imposible.
alcanzar la meta.
¿Cuál es la meta? Y no sabías,
Salir de aquí. no sabías:
en algún lugar
III un espejo ya velado
Escribes remedaba
para medir las distancias, en la espera
para no perder de vista su trama de agua y plata
al mensajero sólo para ti.
cuando
traspone la primera puerta, VI
el pasillo ajedrezado, Alguien conjetura
las terrazas que miran al poniente que la muralla levantada
o el último de los jardines por generaciones
que es también el primero. de constructores del Imperio
no tiene propósito.
Levantas la vista.
2
Alguien conjetura en el compás que transporta
que su propósito existe la luz de la mañana
pero que nadie puede saberlo. al crepúsculo del atardecer
para anular el cosmos.
Otro,
acodado en la mesa de su cuarto, La puerta se ha cerrado.
que es la dispersa caligrafía
de las ruinas de una torre Ahora dime,
infinita. querido Franz,
¿no es cierto
VII que en el último instante
Basta que un hecho se repita el rostro de los condenados
una sola vez se ilumina de inaudita belleza?

3
Poema 20

Pablo Neruda
Poeta chileno

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.


Escribir, por ejemplo: "La noche esta estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como esta la tuve entre mis brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

4
ESTE POEMA PUEDE SER LEÍDO POR DOS ESTUDIANTES

Alta marea

Enrique Molina
Poeta argentino

Cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan


se yergue como una cobra de oro el canto ardiente del orgullo
la errónea maravilla de sus noches de amor
las constelaciones pasionales
los arrebatos de su indómito viaje sus risas a través de las piedras
sus plegarias y cóleras
sus dramas de secretas injurias enterradas
sus maquinaciones perversas las cacerías y disputas
el oscuro relámpago humano que aprisionó un instante el furor
de sus cuerpos con el lazo fulmíneo de las antípodas
los lechos a la deriva en el oleaje de gasa de los sueños
la mirada de pulpo de la memoria
los estremecimientos de una vieja leyenda cubierta de pronto
con la palidez de la tristeza y todos los gestos del abandono
dos o tres libros y una camisa en una maleta
llueve y el tren desliza un espejo frenético por los rieles de
la tormenta
el hotel da al mar
tanto sitio ilusorio tanto lugar de no llegar nunca
tanto trajín de gentes circulando con objetos inútiles o
enfundadas en ropas polvorientas
pasan cementerios de pájaros
cabezas actitudes montañas alcoholes y contrabandos informes
cada noche cuando te desvestías
la sombra de tu cuerpo desnudo crecía sobre los muros hasta el techo
los enormes roperos crujían en las habitaciones inundadas
puertas desconocidas rostros vírgenes
los desastres imprecisos los deslumbramientos de la aventura
siempre a punto de partir
siempre esperando el desenlace
la cabeza sobre el tajo
el corazón hechizado por la amenaza tantálica del mundo

Y ese reguero de sangre


un continente sumergido en cuya boca aún hierve la espuma de los
días indefensos bajo el soplo del sol
el nudo de los cuerpos constelados por un fulgor de lentejuelas
insaciables
esos labios besados en otro país en otra raza en otro planeta en otro
cielo en otro infierno
regresaba en un barco
5
una ciudad se aproximaba a la borda con su peso de sal como un
enorme galápago
todavía las alucinaciones del puente y el sufrimiento del trabajo
marítimo con el desplomado trono de las olas y el árbol
de la hélice que pasaba justamente bajo mi cucheta
éste es el mundo desmedido el mundo sin reemplazo el mundo
desesperado como una fiesta en su huracán de estrellas
pero no hay piedad para mí
ni el sol ni el mar ni la loca pocilga de los puertos
ni la sabiduría de la noche a la que oigo cantar por la boca de las
aguas y de los campos con las violencias de este planeta
que nos pertenece y se nos escapa
entonces tú estabas al final
esperando en el muelle mientras el viento me devolvía a tus brazos
como un pájaro
en la proa lanzaron el cordel con la bola de plomo en la punta y el
cabo de Manila fue recogido
todo termina
los viajes y el amor
nada termina
ni viajes ni amor ni olvido ni avidez
todo despierta nuevamente con la tensión mortal de la bestia que
acecha en el sol de su instinto
todo vuelve a su crimen como un alma encadenada a su dicha y
a sus muertos
todo fulgura como un guijarro de Dios sobre la playa
unos labios lavados por el diluvio y queda atrás
el halo de la lámpara el dormitorio arrasado por la vehemencia
del verano y el remolino de las hojas sobre las sábanas vacías
y una vez más una zarpa de fuego se apoya en el corazón de su presa
en este Nuevo Mundo confuso abierto en todas direcciones
donde la furia y la pasión se mezclan al polen del Paraíso
y otra vez la tierra despliega sus alas y arde de sed intacta y sin raíces
cuando un hombre y una mujer que se han amado se separan.

6
Celos

Cesare Pavese
Poeta italiano

1
Uno se sienta de frente y se vacían los primeros vasos
lentamente, contemplando fijamente al rival con adversa
mirada.
Después se espera el borboteo del vino. Se mira al vacío,
bromeando. Si tiemblan todavía los músculos,
también le tiemblan al rival. Hay que esforzarse
para no beber de un trago y embriagarse de golpe.
Allende el bosque, se oye el bailable y se ven faroles
bamboleantes -sólo han quedado mujeres
en el entarimado. El bofetón asestado a la rubia
congregó a todo el mundo para regodearse con el lance.
Los rivales notaban en la boca un gusto de rabia
y de sangre; ahora notan el gusto del vino.
Para liarse a golpes, es preciso estar solos,
como para hacer el amor, pero siempre está la noche.
En el entarimado, los faroles de papel y las mujeres
no están quietos con el aire fresco. La rubia, nerviosa,
se sienta e intenta reír, pero se imagina un prado
en que los dos contienden y se desangran.
Les ha oído vocear más allá de la vegetación.
Melancólica, sobre el entarimado, una pareja de mujeres
pasea en círculo; alguna que otra rodea a la rubia
y se informan acerca de si en verdad le duele la cara.
Para liarse a golpes es preciso estar solos.
Entre los compañeros siempre hay alguno que charla
y es objeto de bromas. La porfía del vino
ni siquiera es un desahogo: uno nota la rabia
borboteando en el eructo y quemando el gaznate.
El rival, más sosegado, ase el vaso
y lo apura sin interrupción. Ha trasegado un litro
y acomete el segundo. El calor de la sangre,
al igual que una estufa, seca pronto los vasos.
Los compañeros en derredor tienen rostros lívidos
y oscilantes, las voces apenas se oyen.
Se busca el vaso y no está. Por esta noche
-incluso venciendo- la rubia regresa sola a casa.

7
Celos

Cesare Pavese
Poeta italiano

2
El viejo tiene la tierra durante el día y, de noche,
tiene una mujer que es suya -que hasta ayer fue suya.
Le gustaba desnudarla, como quien abre la tierra,
y mirarla largo tiempo, boca arriba en la sombra,
esperando. La mujer sonreía con sus ojos cerrados.
Se ha sentado el viejo esta noche al borde
de su campo desnudo, pero no escruta la mancha
del seto lejano, no extiende su mano
para arrancar la hierba. Contempla entre los surcos
un pensamiento candente. La tierra revela
si alguien ha colocado sus manos sobre ella y la ha violado:
lo revela incluso en la oscuridad. Mas no hay mujer viviente
que conserve el vestigio del abrazo del hombre.
El viejo ha advertido que la mujer sonríe
únicamente con los ojos cerrados, esperando supina,
y comprende de pronto que sobre su joven cuerpo
pasa, en sueños, el abrazo de otro recuerdo.
El viejo ya no contempla el campo en la sombra.
Se ha arrodillado, estrechando la tierra
como si fuese una mujer que supiera hablar.
Pero la mujer, tendida en la sombra, no habla.
Allí donde está tendida, con los ojos cerrados, la mujer no habla
ni sonríe, esta noche, desde la boca torcida
al hombro lívido. Revela en su cuerpo,
finalmente, el abrazo de un hombre: el único
que podría dejarle huella y que le ha borrado la sonrisa.

8
Epigrama

Pedro Shimose
Poeta beniano, Bolivia

Después de impresionar a las muchachas con nuestro


ingenio;
después de quemar lirios, enterrar nubes e incendiar
templos; después de degollar vacas sagradas y asesinar dioses;
después de escribir sin mayúsculas y sin signos de
puntuación;

después de dinamitar museos y bailar en los cementerios;


después de perseguir la gloria y soñar que nos acostamos
con ella;
después de pelear con dragones, imperios y quimeras;
de gemir porque publiquen nuestro nombre en los
periódicos
y de reunirnos por la madrugada para derribar pirámides,
¿qué nos queda?

un sillón en la academia
y una chequera.

9
Junto al río de ayer

Augusto Roa Bastos


Escritos paraguayo

Te llamo y no respondes.
¿Dónde tus pies desnudos hiere la alegoría
de una fuga de rosas?

La aldea de tu nombre con sus claras campanas


sueña bajo las algas. Los cristales opacos
de una selva de arena lloran junto a la orilla.
En mis hombros el río con su luna de antaño
muerde mis ateridos helechos de silencio.

¿Dónde estás, prometida de los tallos del trino,


lumbre de mariposas, llama de lejanías?
¿Dónde tu voz derrumba sus majadas de tibio
color de golondrinas? ¿Dónde? ^Dónde...?

La escarcha
arma sus campamentos en un campo de olvido.

Te sueño en las volandas del milagro de ayer.


Pero el musgo del mundo me agoniza en los labios
y tuerce su ceniza oscura sobre mis ojos.
Panoramas de azúcar para la abeja muerta.
Y esqueletos de flores sobre la teogonía
de mi dolor antiguo, mi juventud trizada
en estrellas de lágrimas y en magnolias de nube.

Muchachita de orquídea,
te busco aun por el alto río de nuestra infancia
bajo un sol de verano con naranjas de amor.

Una blancura, antípoda de tu rubor, intenta


amortajar el aire de tu faz que no quiere
morirse en las heridas del beso que no he dado.

Muchachita de orquídea que en las ramas del río


guiabas con tu brújula celeste mi canoa.
Vieja madera. Brazos. Verde luz. Corazón.

Un ciervo iba bajando laderas de jazmín


con la frente quemada por la luz del crepúsculo.
Pero tú no mirabas, muchachita de orquídea.

Le duele a mi costilla de sueño aún la estría


de tu cintura leve de morena canción.
Aún muerdo tus cabellos y tu voz de caliente
perfume. ¡Eras tan linda! Pero luego, a lo lejos,
te perdí por suaves etapas de calendario.

Por último, a lo lejos, tu faz llena de besos


buscó el nivel remoto de la tarde dormida.

10
Voces para una nota sin paz

Julia de Burgos
Poetisa puertorriqueña

Será presente en ti tu manantial.


Estarás en las ramas del universo entero.
Déjame que te cante como cuando eras mía
en la llovizna fresca del primer aguacero.

Tu mano en semi-luna, en semi-sol y en todo


se refugiaba núbil, sobre la mano mía.
Porque yo te cuidaba, hermanita silvestre
y sabes que lloraba en tus claras mejillas.

Será presente en ti tu manantial sin sombras.


Estarás en las ramas del universo entero.
Pero ¿dónde dejaste tu paz? « En cada herida»
me contestan tus ojos anegados por dentro.

Déjame que te cante como cuando eras mía,


hermanita silvestre, como cuando trepamos
el astro que salía a dormir soledades
entre nuestras pupilas destiladas de amor.

Déjame que te cante como cuando eras mía,


y era paz el silencio de mi profunda ola,
y era paz la distancia de tu nombre y mi nombre
y era paz el sollozo de la muerte que espera.

Será presente en ti tu manantial sin sombras...


Estarás en las ramas del universo mío
y todas las estrellas se bajarán cantando
la canción del espacio refugiada en un río.

11
¿Vuelo o caída?

Silvia Elena Regalado


Poetisa salvadoreña

I
Te desprendés y sos lo que siempre te dijeron que no eras.
Sos lo que no sabías ser.
Sos lo más auténtico de vos
y ahí no hay límites.
Volás y ya no sos ese vos que te construiste.
Ahí rompés los cálculos.
Vos en un latido del universo.
Materia y partícula de un ala.
Color que nos incendia.
El vuelo es ese azul orgásmico del cielo.

II
La gravedad te vence
y el único sentido de pelearse con la vida
es demasiada muerte.
Grave como la gravedad.
Fruto que se basta sin su árbol.
La caída es el anverso del paraíso:
Ventana donde nadie te ve
y vos devorás la intimidad
de todo lo visto.

12
Canción al amor que pasa

José Ángel Buesa


Poeta cubano

Yo soy como un viajero que no duerme


más de una vez en la misma casa.
Dame un beso y olvídame. No intentes retenerme:
Soy el amor que pasa...

Yo soy como una nube que da sombra un instante;


soy como una hoguera efímera que no deja una brasa.
Yo soy el buen amor y el mal amante.
Dime adiós y sonríeme. Soy el amor que pasa...

Soy el amor que olvida, pero que nunca miente,


que muere sonriendo porque nace feliz.
Yo paso como un ala, fugazmente;
y, aunque se siembre un ala, nunca tendrá raíz.

No intentes retenerme: déjame que me vaya


como el agua de un río, que no vuelve a pasar...
Yo soy como una ola en una playa,
pues las olas se acercan, pero vuelven al mar...

Soy el amor de amar, que nadie odia lo inerme,


que se lleva el perfume, pero deja la flor...
Dime adiós, y no intentes retenerme:
Soy el amor que pasa... pero soy el amor!

13
EL ESTUDIANTE PUEDE LEER AMBOS POEMAS

Erótico

Marguerite Yourcenar
Escritora francesa nacionalizada estadounidense

Tú la avispa y yo la rosa;
Tú el mar, yo la escollera;
En la creciente radiosa
Tú el Fénix, yo la hoguera.
Tú el Narciso y yo la fuente,
En mis ojos tú brillando;
Tú el río y yo el puente;
Yo la onda en mí nadando.
Y tú el sol y la sal
Y en los labios el caudal
Del rumor meciendo el juego.
Yo el pájaro y el cielo
Azul cruzando su vuelo,
Como el alma atiza el fuego.

Versión de Silvia Barón-Supervielle

Tu voz

Alejandra Pizarnik
Poetisa argentina

Emboscado en mi escritura
cantas en mi poema.
Rehén de tu dulce voz
petrificada en mi memoria.
Pájaro asido a su fuga.
Aire tatuado por un ausente.
Reloj que late conmigo
para que nunca despierte.

14
Ame ni mo Makezu

Kenji Miyazawa
Poeta japonés

poder resistirse a la lluvia


poder resistirse al viento
poder resistirse tanto a la nieve como al calor del verano
con un tal cuerpo fuerte
sin ansias
nunca dejarse llevar por el temperamento
con una alegría tranquila
comer cada día cuatro tazas de arroz integral
miso y un poco de vegetales
en todo
pensar primero en los otros
ver, escuchar y entender
además, nunca olvidar
a la sombra de los pinos en los prados
estar en una pequeña choza con techo de paja
si hay un niño enfermo al este
asistirlo
si hay una madre exhausta al oeste
ponerse al hombro sus fajos de arroz
si hay un hombre moribundo al sur
decirle que no hay que temer
si hay una disputa o conflicto al norte
decir que no pierda su tiempo por una insignificancias
cuando hay sequía, derramar lágrimas
cuando el verano es frío, merodear perplejo
ser llamado inútil por todos
no ser alabado
no ser culpado
quisiera convertirme
en un ser vivo así

15
Escribir escribir el dolor
Fragmento para proyectarlo
para actuar sobre él con la palabra
Chantal Maillard
Escritora española […]
nacida en Bélgica
escribir para curar
escribir escribir para guarecerse
escribir como si cerrase los ojos
para curar para no cerrarlos
en la carne abierta para mover la mano y seguir su curso
en el dolor de todos para sentirse viva
en esa muerte que mana AÚN
en mí y es la de todos para aplazar la angustia
como simulación
escribir para guiar la mente y que no se
desboque
para ahuyentar la angustia que describe para controlar lo controlable
sus círculos de cóndor
sobre la presa escribir

aunque en el alma no como quien deja la luz encendida


y duerme de pie sobre sí mismo
en el alma para saldar las cuentas con el miedo
la estimación del tiempo que concluye
y es arriba escribir
algo más que un silencio para reorganizar
con ojos semiabiertos
escribir
escribir sin hacer concesiones

como condescendencia y como rebeldía escribir


sin elección como quien des-espera
sin pausa para cauterizar
porque se va la luz, las fuerzas para tomarle las medidas al miedo
se le acaban para conjurar
y el ser se va de vuelo para morder de nuevo el anzuelo de la
en las garras de un ave vida
carroñera para no claudicar

escribir escribir
para apuntar al blanco
para decir el grito
para arrancarlo escribir
para convertirlo con palabras pequeñas
para transformarlo palabras cotidianas
para desmenuzarlo palabras muy concretas
para eliminarlo palabrasojo
16
palabras animales y algo se me atraganta
palabrasbocadegato tal vez un alarido
ásperas por dentro y por fuera largo como las once horas de esta noche
suaves como "tal vez" o tal vez la conciencia
palabraslatigazo que duerme encendida
como "demasiado" y "tarde" como una lumbre la conciencia
de todos los que mueren
escribir como una fogata
un espantoso incendio
para no mentir que prende en las ventanas
para dejar de mentir de la ciudad y en el mar no se apaga
con palabras abstractas una conciencia absurda
para poder decir tan sólo lo que cuenta una antorchahorizonte
la conciencia de todos los que saben
decir que a las once que se están acabando
de la noche de hoy en sus huesos de antorcha
mientras la luz calienta hoy, mañana, siempre
el lado izquierdo de mi almohada
y la sábana verde se desdobla escribir
en el espejo del armario todas las muertes son mi muerte
estoy en mí mi grito es el de todos
en el lugar en que acostumbro y no hay consentimiento
a encontrarme escribir
en este aquí hecho de extraña
duración en lo mismo ¿para consentir?
repitiéndome ¡escribir para rebelarse!
la carne dolorida no hay lugar para plegarias
los huesos lastimados no hay lugar para el sosiego
los nervios, la piel el ajuste de las almas
tirante, amoratada se hace en rebeldía
el pelo encanecido
el grito sólo postergado Estamos solas
y hoy a las once y nos pertenecemos.
de la noche de hoy En nosotras está el poder
mientras la luz calienta Somos un pueblo de almas
el lado izquierdo de mi almohada en rebeldía
¡Despertad!
muere un niño Lo que escribo aquí
o dos o no sé cuántos se traza en el aire
mueren y una anciana dice el dolor es la senda
sus últimas palabras el dolor es el medio
o no las dice y muere por el dolor la fuerza
y es otra la que habla que combate el dolor
pero no habla, dice y lo transforma
apenas dice y muere por el dolor deshago
sin decir mi dolor en lo ajeno
apenas y el ajeno en el mío
nada
17
escribir
escribir
para des-esperar
por todos los que están […]
por todos
los que fueron
los desaparecidos ¿y no hacer literatura?
escribir para cuidar ...
sus des ¡y qué más da!:

apariciones hay demasiado dolor


para alimentarlas en el pozo de este cuerpo
para que no se enturbien para que me resulte importante
no tan pronto una cuestión de este tipo.
no tan siempre Escribo
pronto
para que el agua envenenada
[…] pueda beberse.

18
El rostro

Amparo Amorós
Poetisa española

Los años han dejado este paisaje


a la medida exacta de mis dedos
y amor es recorrer sus calles hondas
que anegara una noche la llovizna tenaz
del corazon, cuando el viento trizó en nubes
los sueños encapotando el alma.
Transeúntes las yemas con su savia de cera
por el muro salobre de la mejilla
o el desconchado alero de las cejas.
Yo conozco la voz de esas ventanas
y ese bosque interior que me desvela
el postigo entornado de los párpados,
la hospitalaria luz de esa mirada
que siembra la caída de la tarde
con la espesura umbría que manan las caricias
y hoy quisiera dentrarme sobre las hojas húmedas
por el largo paseo de los tilos
que se aventura despacio en las pupilas
y abandonarme por su pensamiento
como se entrega la fresca habitación
a la penumbra cuando declina el día.
Eso es amar ahora, y es dulce este viaje
de mi mano en el óvalo
¡oh tibia empalizada del encuentro!
La cita y los cristales empañados
con el tímido vaho de la complicidad.

19
EL ESTUDIANTE PUEDE LEER AMBOS POEMAS

Semillas amazónicas

Nicomedes Suárez Araúz


Poeta beniano, Bolivia

Quizás un día,
hacia el fin de lo tangible,
hablemos con nuestras bocas
soldadas en las semillas
de una fuente de sol.

Y nos iremos disecando


hasta ser solo semillas,
esperando bajo tierra
el nuevo fulgor del verde
en nuestro centro.

Ojo del tiempo

Paul Celán
Poeta alemán

Este es el ojo del tiempo:


mira sesgado
bajo la ceja de siete colores.
Su párpado lavado por las llamas,
su lágrima es vapor.

Se acerca a él volando la estrella ciega


y se funde en la pestaña más ardiente:
hace calor en el mundo,
y los muertos
brotan y florecen.

20
Quiero vivir…

Yehuda Amijái
Poeta israelí

Quiero vivir hasta que las palabras en mi boca no sean más que movimientos y
consonantes, tal vez sólo movimientos, sonidos suaves. El alma que llevo adentro es
ahora la última lengua extranjera que estudio. Y quiero vivir hasta que todos los números
sean sagrados, no sólo el uno, no sólo el siete ni solamente el doce o el tres, sino todos
los números, veintitrés los caídos en la batalla de Huleikahat, diecisiete kilómetros hasta el
lugar encantado, treinta y cuatro noches, ciento veintinueve días de gracia, mil trescientos
años de velocidad de la luz, cuarenta y tres momentos de felicidad (y el número de años
de mi vida sigue siendo X). Una historia de cuatro mil años en los cuarenta y cinco minutos
del examen final de la escuela. Y no hay número para las noches y los días —pero habrán
de tenerlo. Y hasta el infinito será sagrado y entonces descansaré un reposo eterno.

Traducción: Claudia Kerik.

21
Poema de Ítaca

Constantino Cavafis
Poeta griego

Cuando te encuentres de camino a Ítaca,


desea que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de conocimientos.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al enojado Poseidón no temas,
tales en tu camino nunca encontrarás,
si mantienes tu pensamiento elevado, y selecta
emoción tu espíritu y tu cuerpo tienta.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al fiero Poseidón no encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si tu alma no los coloca ante ti.
Desea que sea largo el camino.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que con qué alegría, con qué gozo
arribes a puertos nunca antes vistos,
detente en los emporios fenicios,
y adquiere mercancías preciosas,
nácares y corales, ámbar y ébano,
y perfumes sensuales de todo tipo,
cuántos más perfumes sensuales puedas,
ve a ciudades de Egipto, a muchas,
aprende y aprende de los instruidos.
Ten siempre en tu mente a Ítaca.
La llegada allí es tu destino.
Pero no apresures tu viaje en absoluto.
Mejor que dure muchos años,
y ya anciano recales en la isla,
rico con cuanto ganaste en el camino,
sin esperar que te dé riquezas Ítaca.
Ítaca te dio el bello viaje.
Sin ella no habrías emprendido el camino.
Pero no tiene más que darte.
Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó.
Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia,
comprenderás ya qué significan las Ítacas.

22
De las coincidencias

Silvia Long-Ohni
Poetisa argentina

Quisiera que tengamos


aquella coincidencia del árbol y la hiedra,
del sol y la amapola,
del mar, la ruta y las estrellas.

Porque la vida misma


se nutre del encuentro
de un pájaro y un cielo,
de tu intención de ser
un poco lo que soy.

No sin razón
coinciden las mareas
con tantas otras cosas,
y el río y el misterio
con el adiós y el vuelvo
y el silencio.

23
A veces hago un viaje

Aurora Reyes
Poetisa mexicana

Ciego pie de tiniebla, vacilante,


avanza en el desierto de mi pecho.
Seguramente es el infierno.

Aquí dentro, convulso,


desbordando metales por mis ojos
abiertos,
levantando mareas de veneno,
girando mariposas de cal y de ceniza;
frías caricias lentas estrellando mis
huesos.

No sé si será el grito anudado al origen más allá de la sed y del sueño.


que ha crecido gigante y le ha Me protege un paisaje de pájaros
trascendido, inmóviles.
no sé si aquella niña en asombro que Si supiera tu nombre... ¡te llamaría
llevo silencio!
o una fotografía de lo que nunca he sido.
Cruzan desnudos ríos inconcretos,
El ángel de la ausencia preside la agonía. pasos de arena fina, sal quebrada.
Me protege una cifra solitaria y
Tal vez sean los árboles que viven en mi geométrica
sangre, Si mirara tu rostro... ¡te llamaría distancia!
o colores inéditos,
o voces que no quieren apagarse Seguramente esto es el infierno:
conmigo. en muda dimensión desconocida
una sombra cayendo en pozo negro.
Si hubiera luz, ascendería.
Si pudiera decir palabra limpia
Mano de sombra danza por mi frente de amor o de miseria, de olvido o de
recuerdo.
Si pudiera sentir sobre mis párpados
mirada pura, voz indudable, firme
transparencia,
sobre mi sien amarga...

¡Qué ala tendería!

Y pronunciar tu nombre impronunciable,


circundar tu inasible firmamento.
Imagen desolada del abismo,
sólo soy una forma sin espejo.

24
De Los cantos de Maldoror

Isidore Lucien Ducasse


Conde de Lautréamont (1846-1870)
Escritor francés

Quisiera que la majestad humana fuera por lo menos la encarnación del reflejo de la tuya.
Pido demasiado, y este deseo sincero te glorifica. Tu grandeza moral, imagen del infinito,
es inmensa como la reflexión del filósofo, como el amor de la mujer, como la belleza divina
del ave, como la meditación del poeta. Eres más bello que la noche. Contéstame, océano:
¿quieres ser mi hermano? Muévete impetuosamente… más… todavía más, si aspiras a
que te compare con la venganza de Dios; alarga tus garras lívidas fraguándote un camino
en tu propio seno… está bien. Haz rodar tus olas espantosas, océano horrible que sólo yo
comprendo, y ante el cual caigo prosternado. La majestad del hombre es prestada; no se
me impone; tú, sí. Oh, cuando avanzas con la cresta alta y terrible, rodeado por tus
repliegues tortuosos como por un séquito, magnético y salvaje, haciendo rodar tus ondas
unas sobre otras, con la conciencia de lo que eres, en tanto que lanzas desde las
profundidades de tu pecho, como abrumado por un intenso remordimiento que no puedo
descubrir, ese sordo bramido perpetuo que tanto atemoriza a los hombres, hasta cuando
te contemplan trémulos desde la seguridad de la costa; entonces comprendo que no
poseo el insigne derecho de proclamarme tu igual. Por eso, frente a tu superioridad, te
entregaría todo mi amor (y nadie conoce la cantidad de amor contenida en mis
aspiraciones hacia lo bello) si no me recordaras dolorosamente a mis semejantes, que
forman contigo el más irónico contraste, la antítesis más grotesca que jamás se haya visto
en la creación: no puedo amarte, te aborrezco. ¿Por qué entonces vuelvo a ti, por
milésima vez, hacia tus manos amigas que se disponen a acariciar mi frente ardorosa,
cuya fiebre desaparece a tu contacto? No conozco tu destino secreto, todo lo que te
concierne me interesa. Dime, entonces, si eres la morada del príncipe de las tinieblas.
Dímelo… dímelo, océano (solamente a mí para no entristecer a aquellos que hasta ahora
sólo han conocido ilusiones), y si el soplo de Satán crea las tempestades que levantan tus
aguas saladas hasta las nubes. Es preciso que me lo digas porque me alegraría saber que
el infierno está tan cerca del hombre. Quiero que ésta sea la última estrofa de mi
invocación. Por lo tanto, quiero saludarte una vez más y presentarte mi adiós. Viejo
océano de ondas de cristal… abundantes lágrimas humedecen mis ojos, y me faltan
fuerzas para proseguir, pues siento que ha llegado el momento de retornar con los
hombres de aspecto brutal; pero… ¡ánimo! Hagamos un gran esfuerzo y cumplamos, con
el sentimiento del deber, nuestro destino sobre esta tierra. ¡Te saludo, viejo océano!

25
EL ESTUDIANTE PUEDE LEER AMBOS POEMAS

Albañil

Alfonso Gumucio Dagron


Poeta boliviano

Al que madruga
no lo ayuda nadie. Solo,
con su pan bajo el brazo
con su manzana brillante en el bolsillo
con las rodillas que le suenan
llena la calle vacía,
a las seis de la mañana
ladrillo sobre ladrillo asegura
con las manos partidas cementosas
la manzana madura de mañana.

Un santo de tu devoción

Humberto Quino
Poeta boliviano

Aún espero la noche


Con una marca de sangre en la frente
Y cuando la hora más ardiente llegue hasta mi nuca
Y aun cuando yo muerto entre las ratas
Alabo tu hermosura / Reina de espadas
Para que me ilumine tu belleza
En este juego de amar y morir
En la nada.

26
Monumento al mar (primera parte)

Vicente Huidobro
Poeta chileno

Paz sobre la contelación cantante de las aguas


Entrechocadas como los hombros de la multitud
Paz en el mar a las olas de buena voluntad
Paz sobre la lápida de los naufragios
Paz sobre los tambores del orgullo y las pupilas tenebrosas
Y si yo soy el traductor de las olas
Paz también sobre mí.
He aquí el molde lleno de trizaduras del destino
El molde de la venganza
Con sus frases iracundas despegándose de los labios
He aquí el molde lleno de gracia
Cuando eres dulce y estás allí hipnotizado por las estrellas
He aquí la muerte inagotable desde el principio del mundo
Porque un día nadie se paseará por el tiempo
Nadie a lo largo del tiempo empedrado de planetas difuntos
Este es el mar
El mar con sus olas propias
Con sus propios sentidos
El mar tratando de romper sus cadenas
Queriendo imitar la eternidad
Queriendo ser pulmón o neblina de pájaros en pena
O el jardín de los astros que pesan en el cielo
Sobre las tinieblas que arrastramos
O que acaso nos arrastran
Cuando vuelan de repente todas las palomas de la luna
Y se hace más oscuro que las encrucijadas de la muerte
El mar entra en la carroza de la noche
Y se aleja hacia el misterio de sus parajes profundos
Se oye apenas el ruido de las ruedas
Y el ala de los astros que penan en el cielo
Este es el mar
Saludando allá lejos la eternidad
Saludando a los astros olvidados
Y a las estrellas conocidas.

27
Monumento al mar (segunda parte)

Vicente Huidobro
Poeta chileno

Este es el mar que se despierta como el llanto de un niño


El mar abriendo los ojos y buscando el sol con sus pequeñas
/manos temblorosas
El mar empujando las olas
Sus olas que barajan los destinos
Levántate y saluda el amor de los hombres
Escucha nuestras risas y también nuestro llanto
Escucha los pasos de millones de esclavos
Escucha la protesta interminable
De esa angustia que se llama hombre
Escucha el dolor milenario de los pechos de carne
Y la esperanza que renace de sus propias cenizas cada día.
También nosotros te escuchamos
Rumiando tantos astros atrapados en tus redes
Rumiando eternamente los siglos naufragados
También nosotros te escuchamos
Cuando te revuelcas en tu lecho de dolor
Cuando tus gladiadores se baten entre sí
Cuando tu cólera hace estallar los meridianos
O bien cuando te agitas como un gran mercado en fiesta
O bien cuando maldices a los hombres
O te haces el dormido
Tembloroso en tu gran telaraña esperando la presa.
Lloras sin saber por qué lloras
Y nosotros lloramos creyendo saber por qué lloramos
Sufres sufres como sufren los hombres
Que oiga rechinar tus dientes en la noche
Y te revuelques en tu lecho
Que el insomnio no te deje calmar tus sufrimientos
Que los niños apedreen tus ventanas
Que te arranquen el pelo
Tose tose revienta en sangre tus pulmones
Que tus resortes enmohezcan
Y te veas pisoteado como césped de tumba
Pero soy vagabundo y tengo miedo que me oigas
Tengo miedo de tus venganzas
Olvida mis maldiciones y cantemos juntos esta noche
Hazte hombre te digo como yo a veces me hago mar
Olvida los presagios funestos
Olvida la explosión de mis praderas
Yo te tiendo las manos como flores
Hagamos las paces te digo
Tú eres el más poderoso
28
Que yo estreche tus manos en las mías
Y sea la paz entre nosotros
Junto a mi corazón te siento
Cuando oigo el gemir de tus violines
Cuando estás ahí tendido como el llanto de un niño
Cuando estás pensativo frente al cielo
Cuando estás dolorido en tus almohadas
Cuando te siento llorar detrás de mi ventana
Cuando lloramos sin razón como tú lloras

29
Monumento al mar (segunda parte)

Vicente Huidobro
Poeta chileno

He aquí el mar
El mar donde viene a estrellarse el olor de las ciudades
Con su regazo lleno de barcas y peces y otras cosas alegres
Esas barcas que pescan a la orilla del cielo
Esos peces que escuchan cada rayo de luz
Esas algas con sueños seculares
Y esa ola que canta mejor que las otras
He aquí el mar
El mar que se estira y se aferra a sus orillas
El mar que envuelve las estrellas en sus olas
El mar con su piel martirizada
Y los sobresaltos de sus venas
Con sus días de paz y sus noches de histeria
Y al otro lado qué hay al otro lado
Qué escondes mar al otro lado
El comienzo de la vida largo como una serpiente
O el comienzo de la muerte más honda que tú mismo
Y más alta que todos los montes
Qué hay al otro lado
La milenaria voluntad de hacer una forma y un ritmo
O el torbellino eterno de pétalos tronchados
He ahí el mar
El mar abierto de par en par
He ahí el mar quebrado de repente
Para que el ojo vea el comienzo del mundo
He ahí el mar
De una ola a la otra hay el tiempo de la vida
De sus olas a mis ojos hay la distancia de la muerte

30
Amanecer

Álvaro Diez Astete


Poeta boliviano

Con su cuerpo de tierras vírgenes


Y ojos comidos por los pájaros
Va desapareciendo en el verano
Murmura una música de agua
De hoja húmeda de altos
Arboles fragantes
Hace tanto tiempo
Entre flores de vértigo
Siente el silbido
De las hormigas rojas en su sangre
Y el rumor de los muertos que lo acompañan
En el monte infinito
Se extiende sobre el amanecer del río
Vivo
En los fuegos que lo consumen
Hacia Dios

31
Francesca

Ezra Pound
Poeta estadounidense

Saliste de la noche
Con flores en las manos.
Vas a salir ahora del tumulto del mundo,
De la babel de lenguas que te nombra.

Yo que te vi rodeada de hechos primordiales,


Monté en cólera cuando te mencionaron
En oscuros callejones.
¡Cómo me gustaría que una ola fresca cubriera mi mente
Que el mundo se trocara en hoja seca,
O en un vilano al viento,
Para que yo pudiera encontrarte de nuevo
Sola!

32
Presentimiento

Edth Södergran
Poetisa finlandesa

Oh tú, cuerpo mío, el más glorioso entre los gloriosos,


¿cómo sabes tú que tienes poderío?
Este brazo es lo que el siglo necesita.
El rayo está sentado en mi mano y un día habrá de fulminar,
el hombre verá su luz azul y comprenderá.
Sólo soy una más entre tantos y los otros
son más fuertes que yo,
pero yo soy el escudo que la gente ha de ver,
yo soy la esencia y el eslabón que vincula.

Versión de Renato Sandoval e Irma Sítanen

33
Huellas

Rubén Bareiro Saguier


Poeta paraguayo

Bajo las plantillas gastadas


de mis viejos zapatos
van pasando las calles
torrentosas del mundo: caras
voces extrañas,
manos, copas amigas.
Ausencia.

El frío del camino


se me sube a los huesos
por los hoyos del cuero
que calca en cada suela
la forma exacta
de mi patria.

34
Propósito

Gilberto Owen
Poeta mexicano

Todavía mis ojos, por tus ojos,


en tu alma, como el día del encuentro;
que el amor, como siempre, nos presida,
pero ya nunca lo nombraremos.

Mejor la insensatez de nuestra efímera


voz sonando en lo eterno,
puestos en entredicho tus románticos,
dueña, la Geometría, del sendero.

Luego la noche, que nos gane, hondos,


humillados al fin, para el silencio;
y luego la sal, mía, de tus lágrimas,
y mi frente, servil, sobre tu seno.

Para no separarnos, detener


el ritmo universal en nuestro aliento;
y ¡qué prisión!, después, sabernos solos,
pero tan frágiles y tan pequeños.

Y para no olvidarnos —y el olvido


míralo, en ti y en mí, mujer— ¿qué haremos?

35

También podría gustarte