Antología 34
Antología 34
Antología 34
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Poema 20
Pablo Neruda
Poeta chileno
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ESTE POEMA PUEDE SER LEÍDO POR DOS ESTUDIANTES
Alta marea
Enrique Molina
Poeta argentino
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Celos
Cesare Pavese
Poeta italiano
1
Uno se sienta de frente y se vacían los primeros vasos
lentamente, contemplando fijamente al rival con adversa
mirada.
Después se espera el borboteo del vino. Se mira al vacío,
bromeando. Si tiemblan todavía los músculos,
también le tiemblan al rival. Hay que esforzarse
para no beber de un trago y embriagarse de golpe.
Allende el bosque, se oye el bailable y se ven faroles
bamboleantes -sólo han quedado mujeres
en el entarimado. El bofetón asestado a la rubia
congregó a todo el mundo para regodearse con el lance.
Los rivales notaban en la boca un gusto de rabia
y de sangre; ahora notan el gusto del vino.
Para liarse a golpes, es preciso estar solos,
como para hacer el amor, pero siempre está la noche.
En el entarimado, los faroles de papel y las mujeres
no están quietos con el aire fresco. La rubia, nerviosa,
se sienta e intenta reír, pero se imagina un prado
en que los dos contienden y se desangran.
Les ha oído vocear más allá de la vegetación.
Melancólica, sobre el entarimado, una pareja de mujeres
pasea en círculo; alguna que otra rodea a la rubia
y se informan acerca de si en verdad le duele la cara.
Para liarse a golpes es preciso estar solos.
Entre los compañeros siempre hay alguno que charla
y es objeto de bromas. La porfía del vino
ni siquiera es un desahogo: uno nota la rabia
borboteando en el eructo y quemando el gaznate.
El rival, más sosegado, ase el vaso
y lo apura sin interrupción. Ha trasegado un litro
y acomete el segundo. El calor de la sangre,
al igual que una estufa, seca pronto los vasos.
Los compañeros en derredor tienen rostros lívidos
y oscilantes, las voces apenas se oyen.
Se busca el vaso y no está. Por esta noche
-incluso venciendo- la rubia regresa sola a casa.
7
Celos
Cesare Pavese
Poeta italiano
2
El viejo tiene la tierra durante el día y, de noche,
tiene una mujer que es suya -que hasta ayer fue suya.
Le gustaba desnudarla, como quien abre la tierra,
y mirarla largo tiempo, boca arriba en la sombra,
esperando. La mujer sonreía con sus ojos cerrados.
Se ha sentado el viejo esta noche al borde
de su campo desnudo, pero no escruta la mancha
del seto lejano, no extiende su mano
para arrancar la hierba. Contempla entre los surcos
un pensamiento candente. La tierra revela
si alguien ha colocado sus manos sobre ella y la ha violado:
lo revela incluso en la oscuridad. Mas no hay mujer viviente
que conserve el vestigio del abrazo del hombre.
El viejo ha advertido que la mujer sonríe
únicamente con los ojos cerrados, esperando supina,
y comprende de pronto que sobre su joven cuerpo
pasa, en sueños, el abrazo de otro recuerdo.
El viejo ya no contempla el campo en la sombra.
Se ha arrodillado, estrechando la tierra
como si fuese una mujer que supiera hablar.
Pero la mujer, tendida en la sombra, no habla.
Allí donde está tendida, con los ojos cerrados, la mujer no habla
ni sonríe, esta noche, desde la boca torcida
al hombro lívido. Revela en su cuerpo,
finalmente, el abrazo de un hombre: el único
que podría dejarle huella y que le ha borrado la sonrisa.
8
Epigrama
Pedro Shimose
Poeta beniano, Bolivia
un sillón en la academia
y una chequera.
9
Junto al río de ayer
Te llamo y no respondes.
¿Dónde tus pies desnudos hiere la alegoría
de una fuga de rosas?
La escarcha
arma sus campamentos en un campo de olvido.
Muchachita de orquídea,
te busco aun por el alto río de nuestra infancia
bajo un sol de verano con naranjas de amor.
10
Voces para una nota sin paz
Julia de Burgos
Poetisa puertorriqueña
11
¿Vuelo o caída?
I
Te desprendés y sos lo que siempre te dijeron que no eras.
Sos lo que no sabías ser.
Sos lo más auténtico de vos
y ahí no hay límites.
Volás y ya no sos ese vos que te construiste.
Ahí rompés los cálculos.
Vos en un latido del universo.
Materia y partícula de un ala.
Color que nos incendia.
El vuelo es ese azul orgásmico del cielo.
II
La gravedad te vence
y el único sentido de pelearse con la vida
es demasiada muerte.
Grave como la gravedad.
Fruto que se basta sin su árbol.
La caída es el anverso del paraíso:
Ventana donde nadie te ve
y vos devorás la intimidad
de todo lo visto.
12
Canción al amor que pasa
13
EL ESTUDIANTE PUEDE LEER AMBOS POEMAS
Erótico
Marguerite Yourcenar
Escritora francesa nacionalizada estadounidense
Tú la avispa y yo la rosa;
Tú el mar, yo la escollera;
En la creciente radiosa
Tú el Fénix, yo la hoguera.
Tú el Narciso y yo la fuente,
En mis ojos tú brillando;
Tú el río y yo el puente;
Yo la onda en mí nadando.
Y tú el sol y la sal
Y en los labios el caudal
Del rumor meciendo el juego.
Yo el pájaro y el cielo
Azul cruzando su vuelo,
Como el alma atiza el fuego.
Tu voz
Alejandra Pizarnik
Poetisa argentina
Emboscado en mi escritura
cantas en mi poema.
Rehén de tu dulce voz
petrificada en mi memoria.
Pájaro asido a su fuga.
Aire tatuado por un ausente.
Reloj que late conmigo
para que nunca despierte.
14
Ame ni mo Makezu
Kenji Miyazawa
Poeta japonés
15
Escribir escribir el dolor
Fragmento para proyectarlo
para actuar sobre él con la palabra
Chantal Maillard
Escritora española […]
nacida en Bélgica
escribir para curar
escribir escribir para guarecerse
escribir como si cerrase los ojos
para curar para no cerrarlos
en la carne abierta para mover la mano y seguir su curso
en el dolor de todos para sentirse viva
en esa muerte que mana AÚN
en mí y es la de todos para aplazar la angustia
como simulación
escribir para guiar la mente y que no se
desboque
para ahuyentar la angustia que describe para controlar lo controlable
sus círculos de cóndor
sobre la presa escribir
escribir escribir
para apuntar al blanco
para decir el grito
para arrancarlo escribir
para convertirlo con palabras pequeñas
para transformarlo palabras cotidianas
para desmenuzarlo palabras muy concretas
para eliminarlo palabrasojo
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palabras animales y algo se me atraganta
palabrasbocadegato tal vez un alarido
ásperas por dentro y por fuera largo como las once horas de esta noche
suaves como "tal vez" o tal vez la conciencia
palabraslatigazo que duerme encendida
como "demasiado" y "tarde" como una lumbre la conciencia
de todos los que mueren
escribir como una fogata
un espantoso incendio
para no mentir que prende en las ventanas
para dejar de mentir de la ciudad y en el mar no se apaga
con palabras abstractas una conciencia absurda
para poder decir tan sólo lo que cuenta una antorchahorizonte
la conciencia de todos los que saben
decir que a las once que se están acabando
de la noche de hoy en sus huesos de antorcha
mientras la luz calienta hoy, mañana, siempre
el lado izquierdo de mi almohada
y la sábana verde se desdobla escribir
en el espejo del armario todas las muertes son mi muerte
estoy en mí mi grito es el de todos
en el lugar en que acostumbro y no hay consentimiento
a encontrarme escribir
en este aquí hecho de extraña
duración en lo mismo ¿para consentir?
repitiéndome ¡escribir para rebelarse!
la carne dolorida no hay lugar para plegarias
los huesos lastimados no hay lugar para el sosiego
los nervios, la piel el ajuste de las almas
tirante, amoratada se hace en rebeldía
el pelo encanecido
el grito sólo postergado Estamos solas
y hoy a las once y nos pertenecemos.
de la noche de hoy En nosotras está el poder
mientras la luz calienta Somos un pueblo de almas
el lado izquierdo de mi almohada en rebeldía
¡Despertad!
muere un niño Lo que escribo aquí
o dos o no sé cuántos se traza en el aire
mueren y una anciana dice el dolor es la senda
sus últimas palabras el dolor es el medio
o no las dice y muere por el dolor la fuerza
y es otra la que habla que combate el dolor
pero no habla, dice y lo transforma
apenas dice y muere por el dolor deshago
sin decir mi dolor en lo ajeno
apenas y el ajeno en el mío
nada
17
escribir
escribir
para des-esperar
por todos los que están […]
por todos
los que fueron
los desaparecidos ¿y no hacer literatura?
escribir para cuidar ...
sus des ¡y qué más da!:
18
El rostro
Amparo Amorós
Poetisa española
19
EL ESTUDIANTE PUEDE LEER AMBOS POEMAS
Semillas amazónicas
Quizás un día,
hacia el fin de lo tangible,
hablemos con nuestras bocas
soldadas en las semillas
de una fuente de sol.
Paul Celán
Poeta alemán
20
Quiero vivir…
Yehuda Amijái
Poeta israelí
Quiero vivir hasta que las palabras en mi boca no sean más que movimientos y
consonantes, tal vez sólo movimientos, sonidos suaves. El alma que llevo adentro es
ahora la última lengua extranjera que estudio. Y quiero vivir hasta que todos los números
sean sagrados, no sólo el uno, no sólo el siete ni solamente el doce o el tres, sino todos
los números, veintitrés los caídos en la batalla de Huleikahat, diecisiete kilómetros hasta el
lugar encantado, treinta y cuatro noches, ciento veintinueve días de gracia, mil trescientos
años de velocidad de la luz, cuarenta y tres momentos de felicidad (y el número de años
de mi vida sigue siendo X). Una historia de cuatro mil años en los cuarenta y cinco minutos
del examen final de la escuela. Y no hay número para las noches y los días —pero habrán
de tenerlo. Y hasta el infinito será sagrado y entonces descansaré un reposo eterno.
21
Poema de Ítaca
Constantino Cavafis
Poeta griego
22
De las coincidencias
Silvia Long-Ohni
Poetisa argentina
No sin razón
coinciden las mareas
con tantas otras cosas,
y el río y el misterio
con el adiós y el vuelvo
y el silencio.
23
A veces hago un viaje
Aurora Reyes
Poetisa mexicana
24
De Los cantos de Maldoror
Quisiera que la majestad humana fuera por lo menos la encarnación del reflejo de la tuya.
Pido demasiado, y este deseo sincero te glorifica. Tu grandeza moral, imagen del infinito,
es inmensa como la reflexión del filósofo, como el amor de la mujer, como la belleza divina
del ave, como la meditación del poeta. Eres más bello que la noche. Contéstame, océano:
¿quieres ser mi hermano? Muévete impetuosamente… más… todavía más, si aspiras a
que te compare con la venganza de Dios; alarga tus garras lívidas fraguándote un camino
en tu propio seno… está bien. Haz rodar tus olas espantosas, océano horrible que sólo yo
comprendo, y ante el cual caigo prosternado. La majestad del hombre es prestada; no se
me impone; tú, sí. Oh, cuando avanzas con la cresta alta y terrible, rodeado por tus
repliegues tortuosos como por un séquito, magnético y salvaje, haciendo rodar tus ondas
unas sobre otras, con la conciencia de lo que eres, en tanto que lanzas desde las
profundidades de tu pecho, como abrumado por un intenso remordimiento que no puedo
descubrir, ese sordo bramido perpetuo que tanto atemoriza a los hombres, hasta cuando
te contemplan trémulos desde la seguridad de la costa; entonces comprendo que no
poseo el insigne derecho de proclamarme tu igual. Por eso, frente a tu superioridad, te
entregaría todo mi amor (y nadie conoce la cantidad de amor contenida en mis
aspiraciones hacia lo bello) si no me recordaras dolorosamente a mis semejantes, que
forman contigo el más irónico contraste, la antítesis más grotesca que jamás se haya visto
en la creación: no puedo amarte, te aborrezco. ¿Por qué entonces vuelvo a ti, por
milésima vez, hacia tus manos amigas que se disponen a acariciar mi frente ardorosa,
cuya fiebre desaparece a tu contacto? No conozco tu destino secreto, todo lo que te
concierne me interesa. Dime, entonces, si eres la morada del príncipe de las tinieblas.
Dímelo… dímelo, océano (solamente a mí para no entristecer a aquellos que hasta ahora
sólo han conocido ilusiones), y si el soplo de Satán crea las tempestades que levantan tus
aguas saladas hasta las nubes. Es preciso que me lo digas porque me alegraría saber que
el infierno está tan cerca del hombre. Quiero que ésta sea la última estrofa de mi
invocación. Por lo tanto, quiero saludarte una vez más y presentarte mi adiós. Viejo
océano de ondas de cristal… abundantes lágrimas humedecen mis ojos, y me faltan
fuerzas para proseguir, pues siento que ha llegado el momento de retornar con los
hombres de aspecto brutal; pero… ¡ánimo! Hagamos un gran esfuerzo y cumplamos, con
el sentimiento del deber, nuestro destino sobre esta tierra. ¡Te saludo, viejo océano!
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EL ESTUDIANTE PUEDE LEER AMBOS POEMAS
Albañil
Al que madruga
no lo ayuda nadie. Solo,
con su pan bajo el brazo
con su manzana brillante en el bolsillo
con las rodillas que le suenan
llena la calle vacía,
a las seis de la mañana
ladrillo sobre ladrillo asegura
con las manos partidas cementosas
la manzana madura de mañana.
Un santo de tu devoción
Humberto Quino
Poeta boliviano
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Monumento al mar (primera parte)
Vicente Huidobro
Poeta chileno
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Monumento al mar (segunda parte)
Vicente Huidobro
Poeta chileno
29
Monumento al mar (segunda parte)
Vicente Huidobro
Poeta chileno
He aquí el mar
El mar donde viene a estrellarse el olor de las ciudades
Con su regazo lleno de barcas y peces y otras cosas alegres
Esas barcas que pescan a la orilla del cielo
Esos peces que escuchan cada rayo de luz
Esas algas con sueños seculares
Y esa ola que canta mejor que las otras
He aquí el mar
El mar que se estira y se aferra a sus orillas
El mar que envuelve las estrellas en sus olas
El mar con su piel martirizada
Y los sobresaltos de sus venas
Con sus días de paz y sus noches de histeria
Y al otro lado qué hay al otro lado
Qué escondes mar al otro lado
El comienzo de la vida largo como una serpiente
O el comienzo de la muerte más honda que tú mismo
Y más alta que todos los montes
Qué hay al otro lado
La milenaria voluntad de hacer una forma y un ritmo
O el torbellino eterno de pétalos tronchados
He ahí el mar
El mar abierto de par en par
He ahí el mar quebrado de repente
Para que el ojo vea el comienzo del mundo
He ahí el mar
De una ola a la otra hay el tiempo de la vida
De sus olas a mis ojos hay la distancia de la muerte
30
Amanecer
31
Francesca
Ezra Pound
Poeta estadounidense
Saliste de la noche
Con flores en las manos.
Vas a salir ahora del tumulto del mundo,
De la babel de lenguas que te nombra.
32
Presentimiento
Edth Södergran
Poetisa finlandesa
33
Huellas
34
Propósito
Gilberto Owen
Poeta mexicano
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