Inolvidable - Laura Sanz
Inolvidable - Laura Sanz
Inolvidable - Laura Sanz
Laura Sanz
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I’ll never forget you
They said we’d never make it
My sweet joy
Always remember me.
(Nunca te olvidaré
Dijeron que no lo conseguiríamos
Mi dulce felicidad
Recuérdame siempre).
Never Forget You - Noisettes
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Epílogo
Lista de canciones
Agradecimientos
Sobre la autora
Otras novelas de la autora:
Capítulo 1
Septiembre
Juls
—¡Es la canción!
El grito que salió de su garganta habría dejado sordo a cualquiera, solo que el volumen de la
música estaba tan alto que su voz pasó desapercibida para todo el mundo, excepto para su mejor
amiga, a la que le aulló cerca del oído.
—¡Vamos, vamos! —gritó esta última, dejándose arrastrar.
Los altavoces escupieron la voz de Raphael anunciando que ese era un día especial y que iba a
salir por la noche, y el clamor de muchos de los presentes en el pub se mezcló con la primera estrofa
de la canción.
Juls y Mariu repitieron las palabras del cantante de un modo superexagerado al tiempo que se
contorsionaban en una suerte de alocado baile. Cuando llegó el estribillo, ambas se habían colocado
una frente a la otra y lo cantaban a gritos, entusiasmadas.
No eran las únicas que se hallaban en pleno paroxismo. Aparentemente, la mayoría de los allí
presentes eran grandes fans de Raphael. Eso o que el alcohol había alcanzado ya niveles elevados en
el ambiente. A fin de cuentas, eran las dos de la madrugada y la noche ya no era tan joven.
—¡Y al despertar ya mi vida sabrá algo que no conoce! —berreó Juls, alzando los brazos y
agitando la cabeza como una posesa.
Estaba eufórica. Habían llegado ese mismo día a la ciudad costera y tenían ante ellas dos semanas
de vacaciones en la playa.
—¡Ilailarararara! —coreó Mariu.
En un descanso, Juls dio un trago a su cerveza y luego utilizó la botella de micrófono. Notaba los
empujones de otras personas contra su espalda y su costado y ella empujó también con ímpetu sin
dejarse amilanar.
Había poco sitio y los cuerpos se restregaban unos contra otros en la pequeña e improvisada
pista. El local no era una discoteca, solo era un coqueto pub y no estaba acondicionado para bailar,
no obstante, eso parecía importarles poco a las decenas de personas que se movían como si la vida
les fuera en ello. El establecimiento constaba de dos plantas, la de abajo era más amplia y podía
albergar a más gente; la de arriba, a la que se accedía por una escalera de madera, era más pequeña y
tenía el techo abuhardillado y un balcón al que uno podía asomarse y ver la planta inferior. En
ambas había barras y mesas altas con taburetes contra las paredes.
Ellas estaban en la planta superior. Llevaban un par de horas allí y hasta el momento el ambiente
era fantástico; aunque cada vez iba llegando más gente y el lugar estaba abarrotado.
Era la primera vez que Juls estaba de vacaciones en Benidorm, pero Mariu solía ir todos los años
con sus padres y sabía cuáles eran los mejores lugares a los que podían acudir dos chicas españolas
de veinticinco años para pasar una gran noche, como decía Raphael. La Sal, se llamaba ese local, y
fue un acierto acabar allí. El público se encontraba en la veintena y principios de la treintena y la
música era, en su mayoría, española.
El lugar ideal.
—¡Muerooo! —gritó Mariu al escuchar los acordes de la siguiente canción—. ¡Es la Carrà!
Juls fingió que se echaba la melena hacia atrás —tenía el pelo rubio y corto, al estilo pixie—, y
configuró un mohín sensual mientras se contoneaba al ritmo de la melodía setentera. Mariu la imitó,
presumiendo de pelo largo. La melena castaña le llegaba hasta la parte baja de la espalda.
—¡Para hacer bien el amor hay que venir al sur! —se desgañitaron ambas.
En realidad, el estruendo era tan grande que sus voces no podían escucharse, pero el movimiento
de sus labios parecía acompasarse a la letra con corrección.
Un tipo con aspecto de intelectual, muy delgado, con camisa blanca y gafas de pasta, se acercó a
ellas con dificultad, sonrisa en ristre. Se pegó al costado de Mariu y trató de iniciar una conversación.
Juls soltó una risa al ver su infructuoso esfuerzo por tratar de ser escuchado. ¿No veía que Mariu
estaba bailando y pegando alaridos como una loca? Observó la escena con diversión, aguardando a
que su amiga se percatara del ligón en ciernes. Pero esta, totalmente ajena a su alrededor, giró la
cabeza con energía e hizo un golpe de melena, abofeteando con ella en la cara al pobre chaval. La
risa sacudió a Juls al ver la expresión anonadada en el masculino rostro. Solo dos segundos después,
se alejaba con el rabo entre las piernas.
—Todos dicen que el amor es amigo de la locura —cantó Mariu.
—Pero a mí que ya estoy loca, es lo único que me cura —le dio la réplica Juls, todavía riéndose
por lo sucedido.
—¿Por qué te ríes? —Su amiga se acercó y le habló al oído.
—Porque acabas de rechazar a un tío que ha venido a tirarte la caña.
—¡¿Cómo?! ¿Era guapo? ¡Joder! No me he enterado.
—Le has azotado con tu melenaza —dijo y volvió a reírse al recordar la escena—. El pobre casi
llora.
—¿Quién es? Dime dónde está. Si está bueno, te juro que voy tras él. Demasiado tiempo sin
novio; me estoy volviendo virgen otra vez.
Juls le buscó con la mirada. Le pareció ver la camisa blanca a unos metros de distancia, cerca de la
escalera.
—Creo que es ese que va a bajar a la planta inferior. Mírale.
Ambas se dirigieron al balcón de madera, abriéndose paso a codazos.
El muchacho descendía los escalones con parsimonia, pegado a la pared.
—Puff, tiene barba de chivo —exclamó Mariu al verle—. Y pinta de ratón de biblioteca. Me
gustan más altos y musculosos. Nada, otra noche que me quedo sin pareja. Te lo cedo.
—¡Ja! Tú flipas. Prefiero masturbarme toda la vida antes que acabar con tus sobras —repuso,
dejando su cerveza vacía en una de las mesas
Mariu liberó una risotada.
—¿Quieres otra cerveza, señorita masturbadora? ¿La última antes de irnos?
Juls asintió. Había decidido no beber nada más fuerte esa noche porque al día siguiente tenía que
madrugar y escribir dos artículos para la revista en la que trabajaba. La editora los estaba esperando
desde hacía unos días y ella no había escrito ni una sola coma.
—Tía, me encanta este sitio —dijo mientras se acercaban a la barra.
—Está genial —asintió Mariu—. Menos mal que estamos en septiembre porque en agosto no
hay quien entre. Está todavía más petado que ahora.
Ese año, Mariu no había podido coger sus vacaciones en el mes de agosto, como acostumbraba,
porque acababa de incorporarse a una empresa de trabajo temporal y, como era la recién llegada, no
pudo elegir. A Juls le daba igual el mes; ella podía trabajar desde cualquier sitio. Se había animado a
acompañar a su amiga por tres motivos: en primer lugar, porque era un viaje barato; en segundo,
porque su compañera de piso había comenzado a salir con un chico y estaban todos los días
practicando el sano deporte del sexo en la habitación de al lado, y Juls estaba hasta las narices de
tener que soportarlos; y en tercer lugar, para olvidarse de Sergio, con el que acababa de romper.
Así que, cuando Mariu le preguntó si le apetecía pasar unos días en Benidorm, se lanzó de cabeza.
Después de aguardar un rato, por fin un camarero se aproximó a ellas. No tardaron en tener sus
consumiciones. Coronita para Juls y Beefeeter con limón para Mariu.
—¿Bajamos? Aquí ya no hay quién esté.
Juls asintió.
Con dificultad, descendieron la escalera mientras se cruzaban con gente que se empeñaba en
subir, a pesar de que la planta de arriba estaba hasta los topes. Cuando llegaron abajo se dieron
cuenta de que esa planta no estaba mucho más vacía.
—¿Quieres que salgamos? —propuso Mariu, hablándole por encima del hombro.
Juls volvió a asentir. Un poco de aire fresco no les vendría nada mal.
Pero todavía no habían alcanzado la puerta cuando los primeros acordes de una archiconocida
canción llenaron el ambiente.
Juls se detuvo de golpe y sujetó a Mariu del brazo. La expresión de su cara era de puro éxtasis y
sus ojos llameaban de un modo casi imposible en la penumbra del local.
—¡Espera! Esto ya es desfase total. ¿Camilo Sesto? Yo lo flipo. ¡Me encantaaa! ¡Siempre me
traiciona la razón y me domina el corazóóón! —cantó a voz en grito.
Mariu no necesitó mucho acicate para unirse. Había bebido bastante y se le notaba en la risa floja
y en la pesadez de los párpados.
Chocaron sus consumiciones y se dedicaron a saltar y chillar mientras el DJ elevaba el volumen
de la música a propósito hasta unos decibelios cercanos a la rotura de tímpano.
—¡Y ya no puedo más! ¡Y ya no puedo más! ¡Siempre se repite esta misma historia!
El establecimiento al completo cantó como si de una sola voz se tratase.
Juls elevó la mirada al techo, a los focos que destacaban entre las vigas de oscura madera e
iluminaban el lugar someramente. Le dolía la garganta y la sentía rasposa de tanto gritar. Sabía que al
día siguiente estaría afónica, pero no pensaba callarse. Estaba teniendo una de las mejores noches de
los últimos tiempos. Y la había necesitado de verdad, la ruptura con Sergio no fue bonita.
Mierda, Sergio otra vez.
Meneó la cabeza con brío para ahuyentarle de su mente y cantó con fervor. Iba a disfrutar de esa
noche hasta el final. Una sensación de efervescente regocijo se expandió por su pecho.
—¡Vivir así es morir de amor! ¡Por amor tengo el alma heridaaa…!
Capítulo 2
Jorge
Juls
Jorge
—Venga va, la siguiente ronda la pago yo. Pero es la última, que mañana tengo una clase con niños a
las once y no quiero aparecer resacoso. Si habéis acabado voy a buscar más cerveza —dijo Jorge.
Ambos le tendieron sus botellas vacías y él se alejó camino de la entrada con ellas en la mano.
Echó un rápido vistazo a Campanilla —ella le daba la espalda—, antes de saludar al portero que le
abrió la puerta.
Sonaba una canción pachanguera a la que no supo ponerle nombre. La gente ya había comenzado
a marcharse camino de la playa haciendo la ruta habitual y el establecimiento no estaba tan lleno
como de costumbre.
Mientras se acodaba en la barra, por el rabillo del ojo, divisó a su hermana Erika que bailaba con
su amiga Bea. Trató de camuflarse detrás de una pareja.
—¿Me invitas a dos?
La pregunta llegó desde su derecha. No le hizo falta girarse para saber quién era el gorrón: su
hermano pequeño, Lukas.
—¿Dos?
—Una para Eva y otra para mí —dijo este con una sonrisa de oreja a oreja.
Eva era la novia de Lukas. Estaba justo a su lado. La saludó con un gesto al que ella respondió
con una risita.
—Tenéis un morro —comentó, pero cuando el camarero se acercó alzó la mano y pidió cinco
cervezas.
—Eres el mejor hermano mayor que tengo.
—Si te oye Diego va a pasar de dejarte su moto, adulador.
—Diego es el mejor hermano mayor en otras ocasiones —repuso, echándose hacia delante sobre
la barra.
—¿Cuántas llevas?
—Pocas. Todavía controlo.
Jorge resopló con incredulidad. Lukas tenía veinte años y era el benjamín consentido de la familia.
—¿Cuántas lleva? —se dirigió a Eva.
—Cuatro. Esta va a ser la quinta —contestó ella con sinceridad.
—¿Ya no tienes pasta? ¿Puedes pagarte un taxi a casa?
—El dinero del taxi va aparte, ese ni lo toco.
—Buen chico —le dijo, pasándole una mano por el pelo.
—Joder, no hagas eso, tío —dijo, apartándose molesto, mientras miraba a su alrededor.
El camarero llegó con los cinco tercios. Jorge pagó y luego le tendió dos a su hermano.
—¿Vais a bajar a la playa?
—Creo que sí. Pasaremos un rato por el Richard2.
—Joder, ya son ganas de ir al sitio ese —murmuró, cogiendo las otras tres botellas de la barra.
—¡No te metas con el templo de Benidorm!
—Sí, sí. Eso, eso. El templo de Benidorm —soltó con tono jocoso.
Ni la música ni la clientela de la discoteca eran de su estilo. La gente era demasiado joven y la
música era una mezcla de bachata, reguetón y house. Nada para él, aunque comprendía que para un
crío de veinte años como Lukas tuviera su encanto.
—Gracias, Jorge —le dijo Eva y alzó su botella en el aire.
—Sí, eso, gracias —se le unió Lukas—. El domingo nos vemos.
Se despidió de ellos y, cuando iba a salir del establecimiento, descubrió que su hermana le hacía
señas con los brazos.
«¿Esta también quiere que le pague algo? Joder, vaya familia».
Pero no, ella se limitó a tirarle un beso aéreo y a seguir bailando.
Bea le daba la espalda y no le había visto y él escurrió el bulto a toda prisa antes de que se
percatase de su presencia. El portero le abrió la puerta y él se lo agradeció con una inclinación de
cabeza.
La temperatura en el exterior era muy agradable en comparación con el calor sofocante que hacía
en el interior. Aspiró una bocanada de aire y se acercó a sus amigos, que le cogieron sus cervezas.
—Mi hermano me ha sableado dos tercios —comentó.
—Qué listo es —se rio Dani—. Se parece a ti. Tú le has sableado a Rafa su coche.
—De sablazo nada, además, mi trabajo me costó. Voy a estar toda la vida agradecido a ese Full
House3. Y, por cierto, ¿la comida para cuándo? ¿Os parece bien mañana?
La noche en que jugaron al póker, Rafa no había tenido la suerte de su lado. No solo perdió su
coche, también una comida en el Barranco, uno de los mejores restaurantes de arroces de Benidorm.
Este comenzó a cabecear con un gesto de derrota.
—Por mí, sí. ¿Tú puedes, Dani?
—Mañana tengo turno de noche, así que estoy libre.
Dani era recepcionista de un hotel en la playa de Levante.
—Perfecto, mañana a las dos y media en el Barranco, entonces. Yo reservo la mesa.
Después de un rato de silencio, Dani comenzó a hablar de la Subida Vertical al Gran Hotel Bali4.
Ese año había participado en la categoría de amateur y había conseguido llegar hasta el mirador en
siete minutos cincuenta segundos. Al año siguiente pensaba superar su marca. La carrera consistía en
subir las cincuenta y dos plantas del edificio por las escaleras. Eran novecientos veinticuatro
escalones y todo un desafío físico. Especialistas en carreras de rascacielos de todo el mundo acudían
a participar cada año. Dani sabía que no podía ganar, pero le gustaba retarse a sí mismo.
Mientras le escuchaba hablar, Jorge no pudo evitar buscar a la chica de pelo corto. Quizá porque
sus amigos habían insistido tanto o quizá porque aquella mujer sí era su tipo, se dedicó a mirarla
durante un buen rato.
Era delgada, pero no en exceso, y tampoco era tan bajita como las palabras de Rafa le habían
hecho creer. Tenía el pelo rubio muy cortito por detrás, aunque el resto le caía con gracia sobre las
orejas y la ceja derecha.
Se giró brevemente y él pudo atisbar unos ojos oscuros muy expresivos, y una nariz recta con la
punta algo levantada. Tenía la piel tan tersa como la de un melocotón maduro, al menos eso parecía
desde la distancia. Y unos labios rosados y carnosos, pero sin ser exagerados.
Era guapa. No iba a negarlo.
Muy guapa.
«Campanilla», se dijo mentalmente, saboreando la palabra en su cabeza.
Sí, aquel apodo iba con su persona. Había algo en ella que la asemejaba al famoso personaje de
Peter Pan. A lo mejor, su forma de gesticular o el modo en el que sus ojos chispeaban revoltosos
mientras hablaba con su amiga.
—Te dije que era tu tipo. —Rafa le dio un codazo que le devolvió a la realidad.
—Es una monada —intervino Dani—, aunque a mí me gusta más la otra.
—A ti te gustan todas —se chanceó Rafa de nuevo.
Jorge ignoró a ambos mientras seguía observándola de manera sesgada.
—Reconozco que es preciosa —admitió unos segundos después.
—¡Lo sabía! —se rio Dani.
En ese instante, ella se giró y se le quedó mirando con el mismo interés que él mostraba. Jorge le
regaló una sonrisa descarada al tiempo que elevaba su cerveza en el aire. Ella le siguió el rollo.
«Interesante».
Rafa soltó una risa.
—¿Te atreverías a ir a hablar con ella?
—¿Por qué no? —preguntó—. No he sido tímido en mi vida.
Y la chica era realmente de su estilo, añadió para sus adentros. Además, estaba soltero desde hacía
mucho tiempo.
—¿Crees que podrías interesarle?
—Si no tiene pareja, fijo que sí —soltó con seguridad.
—¡Qué chulito eres, Jordi Alba!
Jorge meneó la cabeza mientras le daba un trago a su cerveza. Echó un vistazo a la chica a través
de las pestañas. Ella estaba de lado y solo podía ver su perfil. Un perfil de lo más atractivo. La
recorrió con la vista, de nuevo. Su blusa blanca de tirantes dejaba sus torneados brazos al
descubierto y los pantalones cortos, sus piernas delgadas pero fibrosas. No estaba muy morena,
señal de que hacía poco tiempo que habría llegado a la playa.
Cuanto más la miraba, más le gustaba.
—Voy a ir —anunció. Y se puso en movimiento.
Campanilla y su amiga estaban a solo unos quince metros de distancia. Se pintó en la boca una
sonrisa de las suyas, de esas que solían atraer toda la atención femenina. A su espalda, pudo escuchar
las voces de sus amigos soltando comentarios provocadores. Los ignoró y avanzó hasta que solo un
paso le separó de ellas.
—Hola.
Capítulo 4
Juls
Se giró en cuanto escuchó su voz. Una voz cargada de matices, ronca y muy sexi. Quizá era así
siempre o quizá la noche y el alcohol la habían transformado. No lo sabía, pero le resultó
tremendamente atractiva.
Y el físico acompañaba.
Era bastante más alto que ella, por lo menos unos quince o veinte centímetros. Ancho de
espaldas. Y guapo. Mentira; decir guapo era quedarse corta. Era un tío bueno, eso no lo podía negar.
Tenía la piel muy bronceada y su pelo corto era castaño claro. Sus ojos, debajo de unas cejas bien
delineadas sin ser demasiado estilizadas, presentaban una tonalidad similar a su cabello, una mezcla
de miel y almendra. Tenía la nariz recta y una boca generosa. Y la sombra de una barba de tres días
oscurecía su mentón.
Sin detenerse a pensar si estaba siendo demasiado descarada, sus ojos escrutadores descendieron
por su torso.
Llevaba unos amplios pantalones blancos de lino y una camisa gris con los últimos botones
desabrochados por los que asomaba su pecho musculoso carente de vello, sobre el que reposaba un
colgante plateado.
Sí, era todo un espécimen del sexo masculino.
Muy apetitoso.
Y no se parecía en nada a Sergio.
Mejor.
Ahora solo faltaba que abriera la boca y dijera algo inteligente y no balbucease como solía ocurrir
con muchos de los guaperas con los que se encontraba.
«Por favor, no balbucees», suplicó en silencio.
—¿Has acabado ya con el examen? ¿Me subo la camisa? —dijo él con tono desafiante.
Vale, no era un balbuceo.
—¿Te la subirías? —le retó.
—Depende de lo que pudiera ganar con ello. —Fingió mostrarse pensativo.
—¿Una palmadita en la espalda?
—Si la palmadita fuera en otro sitio…
—¿En qué sitio? Podemos discutirlo…
—¿Aquí?
Pronunció aquellas dos sílabas con un ronroneo. Un ronroneo que le entró a Juls por los oídos y
le bajó hasta la parte baja del estómago, provocándole un vuelco en él. ¡Joder!
—De momento, aquí. Quizá más adelante podamos discutirlo en otro sitio —le desafió. Ella
también sabía jugar a ese juego.
—Estoy deseando que llegue ese más adelante…
—Perdonad, pero yo también estoy aquí —se inmiscuyó Mariu.
Juls giró la cara y la miró con sorpresa. Casi se había olvidado de ella. El sex appeal de aquel chico
era tremendo.
—Perdona —murmuró él, y aunque se dirigía a su amiga, seguía mirándola a ella—. Me llamo
Jorge.
—Yo soy Juls y ella es Mariu.
—¿Juls?
—Bueno, me llamo Julia, pero todo el mundo me llama Juls.
Intercambiaron besos. Fueron rápidos y sin atisbo de coqueteo.
—Estos son Rafa y Dani —presentó a sus dos amigos que se habían acercado sin que ella se
diese cuenta.
Hubo más besos y saludos.
—¿De dónde sois? —inquirió el tal Dani, situándose al lado de Mariu.
Era delgado y alto. Tenía el pelo rubio y los ojos pardos y no estaba nada mal.
—De Madrid —repuso esta.
—Yo voy mucho por Madrid —continuó—. Tengo familia allí. ¿De qué parte?
—Yo vivo en Aluche y Juls vive cerca de Atocha.
—Yo estuve por Atocha hace unos meses en un curso —intervino Rafa—. Me hospedé en un
hotel que hay allí. Hotel Rafael.
—Sí, lo conozco. Está cerca de mi casa —contestó Juls.
—¿Estáis de vacaciones? —preguntó Dani.
—Sí, hemos llegado esta mañana —respondió Mariu.
—¿Estáis en algún hotel?
—No. Mis padres tienen un apartamento en Poniente.
—La mejor playa. Mucho mejor que la de Levante —dijo el tal Rafa con una sonrisa.
Era más bajito que los otros dos y un poco más fornido, además de padecer una prematura
alopecia. Y no era muy agraciado. Tenía la nariz excesivamente larga y los ojos demasiado juntos.
—Sí. Yo llevo viniendo aquí desde que era pequeña. Es la primera vez para Juls.
—¿Es tu primera vez?
La pregunta la efectuó Jorge, que había permanecido silencioso. Su tono de voz sonaba muy
normal, pero Juls, que estaba muy pendiente de él, creyó reconocer un ápice de picardía.
Se dio la vuelta para encararle y se encontró con sus taladrantes ojos almendrados rodeados de
pestañas oscuras.
Que estaba interesado en ella era evidente.
—Sí. Es mi primera vez… —dejó caer con un tono similar al de él—, en Benidorm —añadió con
una sonrisa irónica.
Vale, puede que ella también sintiera algo de interés.
Él se llevó la cerveza a la boca y la estudió sin pudor alguno de arriba abajo.
Ella le examinó con el mismo desparpajo. Llevaba una pulsera de cuero y acero y un grueso anillo
de plata en el dedo corazón. Se fijó también en el colgante que asomaba por los bordes de su camisa.
Era una plaquita redonda que parecía tener algo grabado en ella. Normalmente, no le agradaban
mucho las joyas en los hombres, pero Juls tenía que reconocer que todos esos complementos que
lucía acentuaban su masculinidad.
Vale, era guapo, interesante y sexi. Y no balbuceaba.
—¿Y qué te parece? —le preguntó él.
—¿Qué me parece?
De pronto, la mente se le había quedado en blanco y no tenía ni idea de qué estaba hablando.
—Benidorm.
—Ah, claro, eh, Benidorm. —Se sintió como una tonta al notar que se sonrojaba. Aquello no
solía pasarle—. Pues lo que he visto hasta ahora me gusta, aunque solo hemos estado en la playa y
aquí.
—Necesitas un guía que te enseñe la zona.
—¿Vosotros sois de aquí?
—Sí. Bueno, Dani ha nacido en Alicante, pero ha vivido aquí toda la vida.
Después de eso no se dijeron nada, se limitaron a lanzarse un par de miradas de reojo. Los demás
parecían muy entretenidos hablando de todo un poco.
—¿Dónde tienen tus padres el apartamento? —preguntaba el alopécico—. Quizá lo conozca.
—En el edificio Rocamarina. Está frente al centro de salud.
—Ah, sí. Ya sé dónde es. Trabajo muy cerca de allí.
—¿A qué te dedicas?
—Soy agente inmobiliario. ¿Y tú?
—Soy psicóloga.
—Yo soy recepcionista en un hotel de Levante —intervino el tal Dani con avidez. Se notaba a las
claras que quería tirarle la caña a Mariu.
—¿En Levante? Recuerdo que cuando era pequeña mis padres me llevaban a un parque de
atracciones pequeño que había por allí —dijo ella.
—¡Festilandia! —exclamó él—. Nosotros también íbamos cuando éramos unos críos. Es un
clásico. Seguro que hemos coincidido —añadió con zalamería—. Aunque no creo, a una chica tan
guapa la recordaría.
Juls resopló para sus adentros. ¿Se podía ser más torpe? Sin embargo, Mariu parecía encantada.
Aleteaba con las pestañas y solo le faltaba elevar un pie en el aire y mecerse a un lado y al otro.
—Creo que tu amiga y mi amigo están hechos el uno para el otro —le dijo Jorge, inclinándose
para que nadie más pudiera escucharle.
—¿Tú crees? —preguntó. Se llevó la cerveza a la boca y la vació de un último trago.
—Es indudable. ¿Quieres otra?
—No. He alcanzado mi límite. Mañana tengo que madrugar para trabajar.
—¿Trabajar? —cuestionó él sorprendido—. Pensé que estabais de vacaciones.
—Bueno, algo así. Soy periodista y tengo que entregar unos artículos. En la práctica, puedo
trabajar desde cualquier lado.
—Mi hermano pequeño está estudiando periodismo. Este año empieza segundo.
—Pues dile que se prepare porque las oportunidades laborales son bastante escasas.
No quería ser desagradable, pero las cosas no pintaban demasiado bien para los nuevos
graduados.
—¿Tú no trabajas como periodista?
—Lo hago, pero no exactamente donde habría deseado.
Él no dijo nada. Se limitó a darle un trago a su tercio. Luego, dejó la botella en el alféizar de la
ventana, junto a la de ella.
Pese a que solo eran cinco, se habían creado dos grupos. De algún modo, Jorge y ella mantenían
su conversación en voz baja, algo apartados de los otros tres, que seguían hablando de lugares
comunes que habían visitado. El tal Rafa se limitaba a observar cómo su amigo le tiraba los tejos a
Mariu.
—¿Tu amiga está soltera? —le preguntó Jorge ahora.
—Sí.
—¿Y tú?
—¿Necesitas saberlo por algún motivo especial? —le lanzó con tono provocador.
—Es obvio, ¿no?
—¿Y tú? ¿Tienes pareja?
—No la tengo. Pero no me has contestado.
Juls le sonrió. Sí, estaba soltera, pero hacía tan poco tiempo que todavía no se había
acostumbrado a admitirlo en voz alta.
Iba a hacerlo, cuando se escuchó una voz chillona.
—¡Jorge!
Jorge
Juls
El aloe vera tiene un gran poder hidratante, ya que el noventa y nueve por ciento de su composición es agua, a la vez
que contiene mucopolisacáridos que retienen humedad en la piel.
Se quedó un buen rato mirando el cursor parpadeante detrás de la palabra piel.
—Es una mierda —murmuró al cabo de un rato.
Sin pensárselo dos veces, borró el párrafo que había escrito. El único párrafo en la última media
hora. Una vez eliminado y con el folio en blanco de nuevo, echó una ojeada a la hora en la parte baja
de la pantalla. Las once y media. Tenía media hora para enviar los dos artículos a su editora. Al
menos, el otro ya lo había terminado.
Hizo crujir sus nudillos y volvió a posar las manos sobre el teclado con determinación.
El aloe vera, una planta repleta de enzimas, aminoácidos y antioxidantes.
No.
Así tampoco.
Seleccionó la frase y la eliminó.
Volvió a colocar los dedos.
Se cree que formó parte de los rituales de belleza de reinas como Cleopatra o Nefertiti.
—Esto podría valer para empezar, ¿no?
Tenía la barra inferior llena de pestañas de todo tipo, donde había estado consultando datos
sobre el aloe vera. Tampoco era tan difícil coger algo de información de allí y de allá y hacer un
amasijo de palabras recauchutadas de otras revistas que podrían servirle como artículo. De hecho,
era eso lo que le pedía su editora: cantidad y no calidad. Tenía que enviarle una media de treinta
artículos al mes sobre los temas más diversos.
Pero ella quería ser original. No deseaba copiar. Quería escribir algo diferente.
«Cuando trabajes para una revista seria podrás explorar tu imaginación y tu creatividad, ahora
concéntrate y vomita un artículo de mil palabras sobre el puñetero aloe vera antes de que se te haga
tarde, boba», le dijo su conciencia como un eco.
La alarma de su móvil comenzó a sonar. Era el recordatorio que ella misma se había puesto que
le avisaba de que solo le quedaban treinta minutos para la hora definitiva.
Gimió.
—Venga, Juls, escribe algo ya y deja de ser tan quisquillosa.
Las propiedades del aloe vera para mejorar nuestra salud.
Comenzó con brío aquella primera frase. Lo demás fue saliendo solo mientras echaba ojeadas a
otras publicaciones. Iba transcribiendo la información con sus palabras, tratando de hacerlo con su
propia voz, un poco irónica, para que el artículo no fuera más de lo mismo.
Eran las doce menos diez cuando puso punto final al texto. Mil treinta y dos palabras. Perfecto.
Se apresuró a releerlo y a guardarlo. Poco después, había enviado los dos artículos a Nuria, su
editora en la revista Life is Beautiful5.
Se echó hacia atrás y estiró los brazos hacia el techo, bostezando con exageración. Luego, le dio
un trago a su café. Sacó la lengua asqueada al darse cuenta de que se le había quedado helado.
Estaba sentada en la terraza del apartamento que habitaban desde hacía dos días. Se encontraba
muy cerca de la playa de Poniente —apenas a diez minutos a pie—, solo que sus vistas no eran las
mejores; el balcón daba a las plazas de aparcamiento del edificio y a los tres rascacielos que había al
otro lado de la calle. Los padres de Mariu compraron el piso de segunda mano hacía quince años y lo
utilizaban todos los veranos. El resto del tiempo estaba vacío.
Ella llevaba dos años sin poder permitirse unas vacaciones en condiciones, desde que acabó la
carrera y se independizó de sus padres. Si bien ellos tenían dinero suficiente, lo último que quería era
depender de su ayuda. Era ella la que se costeaba el piso que compartía con Sonsoles, primero lo
hizo trabajando en la recepción de un gimnasio y, después, con el curro en la revista, si bien le
pagaban una miseria. Imposible poder irse de vacaciones a la playa con su sueldo por lo que la oferta
de Mariu fue como un regalo de los cielos. Ambas se conocían desde el instituto, pero en los últimos
tiempos no se veían demasiado, la vida en la gran ciudad las mantenía a distancia. Por eso, su
llamada telefónica hacía una semana la pilló tan de sorpresa. ¿Quince días en Benidorm? Sin dudarlo.
Además, apartarse de Madrid le iba a venir muy bien. Hacía solo un mes que había roto con
Sergio y todo le recordaba a él: los parques, los restaurantes y bares cerca de su piso y hasta su
propio apartamento donde habían pasado tantas noches juntos. El distanciamiento de todos aquellos
lugares comunes era exactamente lo que necesitaba.
Como de costumbre, cuando Sergio acudía a su cabeza, se preguntó dónde estaría y si, por fin
habría encontrado eso que andaba buscando y que no había podido hallar junto a ella. Era fotógrafo
de naturaleza y era incapaz de echar raíces en ningún sitio. Solía viajar constantemente y no paraba
de indagar, como si nada fuera lo suficientemente interesante. Siempre quería otra cosa. Juls, de
algún modo, desde el principio de su relación, que duró cerca de dos años, siempre sintió que no era
bastante para él.
Lo mejor para los dos fue que se separaran.
—Mierda —dijo en voz alta al darse cuenta de que los ojos se le llenaban de lágrimas.
Furiosa consigo misma, se los frotó y decidió no volver a perder ni un segundo más pensando en
su ex.
Era mucho mejor dedicarse al chico de la noche anterior, se dijo.
Jorge era sexi, atractivo y muy seguro de sí mismo; tenía carisma, era divertido, y parecía
interesado en tener algo con ella. Exactamente lo mismo que ella deseaba: una aventura superficial
con un tío bueno.
Esperaba encontrarle en la playa y seguir adelante con el coqueteo.
Se levantó y se dirigió a la cocina con sigilo para no despertar a su amiga, que seguía durmiendo
su resaca. Tiró el café viejo por la pila y se preparó uno nuevo. Lo paladeó con placer mientras se
asomaba por la ventana. La cocina daba a la parte trasera de la urbanización, a la piscina. No había
mucha gente a esa hora a pesar de ser sábado —solo una madre con sus dos niños y una pareja
joven—; se notaba que estaban a finales de septiembre y que el grueso de los turistas se había
marchado ya a sus ciudades de origen, devolviendo Benidorm a sus habitantes habituales.
Se abanicó con una mano. El sol brillaba alto en el firmamento y hacía mucho calor, además de la
pesada humedad que flotaba en el ambiente. Las ganas de ponerse un bikini y bajar a la playa a darse
un chapuzón la desbordaron.
Vació la taza de un trago y la dejó en el fregadero. Luego, con cierta indecisión, se dirigió al
dormitorio de Mariu. ¿Debería despertarla antes de irse?
Asomó la cabeza por la puerta y la vio tendida bocabajo, con la cara cuasi aplastada por la
almohada y roncando ligeramente.
Mejor no molestarla. Le dejaría una nota diciéndole que se marchaba.
Regresó a la cocina, se preparó un par de sándwiches y cogió una botella de agua. Metió la
comida, la crema de protección solar, una toalla y algo de dinero en una bolsa. Decidió no llevarse el
móvil.
Luego, se puso el bikini y una corta camisa blanca playera. Cogió unas gafas de sol y un sombrero
de ala ancha, y así pertrechada, abandonó el apartamento.
El camino se le hizo pesado debido al potente sol que ardía sobre su coronilla. Por la cuesta que
bajaba a la playa, se cruzó con una familia que la subía —el padre, la madre y tres niños pequeños—;
iban cargados como arrieros con sombrilla, sillas, colchoneta, flotadores, tabla de surf infantil, toallas
y bolsas y Juls dio gracias al cielo por no tener que arrastrar con ella tanto artilugio.
Acomodó su toalla junto a la orilla y sonrió contenta. La brisa marina soplaba con suavidad
haciendo la estancia más soportable. Se giró hacia el mar y suspiró con deleite. Este parecía un
espejo bruñido, sin oleaje. No tardó en embadurnarse de crema y en irse directa al agua, que estaba
espectacular; ni demasiado fría ni demasiado caliente. Braceó durante unos minutos, disfrutando de
la tranquilidad que se respiraba allí antes de regresar a la toalla. Se tiró sobre ella, echó un vistazo a
su alrededor y comprobó que no había mucha gente. La noche anterior, Mariu les dijo a los chicos
que bajarían a la playa sobre las cuatro y, según sus cálculos, serían las dos del mediodía, así que tenía
por lo menos dos horas antes de que ellos llegaran, si es que se presentaban. También era posible
que no hicieran acto de presencia. Le fastidiaría porque el tal Jorge le pareció de lo más interesante,
pero no iba a llevarse un disgusto si no volvía a verle.
Mientras observaba a las pocas personas que tomaban el sol o se bañaban, se comió los
sándwiches y se bebió la botella de agua. Después, se tumbó y se tapó la cara con su enorme
sombrero. ¡Qué delicia!, pensó al sentir los rayos sobre la piel. Cerró los ojos y dejó la mente en
blanco, limitándose a sentir.
Debía de haberse quedado dormida porque soñó con el tipo de la noche anterior, al menos con
su voz, cálida y ronca. Pestañeó unas cuantas veces para ahuyentar la somnolencia, pero la voz no
desapareció, por el contrario, parecía muy real y cercana. Terminó por levantarse el ala del sombrero
y echar un vistazo sesgado a su derecha.
A unos tres metros de distancia, había un grupo de personas, tres chicos y tres chicas. A Juls no le
costó demasiado reconocerlos a casi todos. Los chicos eran los de la noche anterior: Jorge, Dani y
Rafa. Una de las chicas era la hermana de Jorge, otra, la tal Bea, y la tercera, una desconocida,
pelirroja y muy alta. Ellos estaban sentados sobre sus toallas y ellas permanecían de pie a su lado.
Algo sorprendida, observó al grupito durante un rato mientras escuchaba su conversación. Ni
siquiera tuvo que aguzar el oído porque el viento traía las palabras hasta ella sin problema.
—Vamos a alquilar un pedal —decía la acosadora.
—Pues pasadlo bien —repuso Jorge con sequedad.
—¿Por qué no vienes?
—Porque no me apetece.
—¿Es que tienes algo mejor que hacer?
—Sí.
—¿Qué?
—Estoy esperando a alguien.
—¿A quién?
Juls puso los ojos en blanco al escuchar el tono de la chica. Era realmente cargante. Lo
sorprendente era que Jorge tuviese tanta paciencia.
—Venga, Bea, vámonos —intervino la hermana de Jorge, que había estado hablando con Rafa.
—Espera.
—Es que se hace tarde y luego no hay pedales.
—¡Espera un momento!
Juls consiguió echar un rápido vistazo a la cara de Jorge y vio que tenía la mandíbula apretada y el
ceño fruncido. Semejaba estar a punto de perder la compostura. Se había levantado de su toalla y se
encaraba con la chica, con los brazos cruzados sobre el torso.
—¿Con quién habéis quedado? —inquirió la acosadora.
—Con su novia y su amiga —respondió Dani.
—¿Con tu novia? ¿La chica de anoche?
—Sí —repuso Jorge con dureza—. Esa es mi novia, exactamente.
—Es que ayer no me quedó claro. ¿Lleváis mucho tiempo saliendo?
—¡Qué pesada eres, tía! —arrojó Erika—. Vámonos, Laura —le dijo a la pelirroja—. Y esta que
venga cuando quiera.
Jorge masculló algo y su hermana le lanzó una mirada de disculpa.
—¿La relación a distancia funciona?
Juls estuvo a punto de soltar una risita. ¡Joder con la insistencia!
—Funciona perfectamente. Nos va muy bien. Como nos vemos poco, cuando nos encontramos
lo hacemos con más ganas.
La acosadora puso cara de haber chupado un limón al escuchar aquello.
—¿Desde cuándo?
—¡Bea, joder! —llamó la hermana.
Juls tomó una decisión. No sabía por qué, pero le resultó muy lamentable ver a Jorge con los
puños cerrados y la tensión deformando su atractivo semblante.
Una sonrisa maliciosa apareció en su boca cuando una idea comenzó a tomar forma dentro de
ella. Tuvo que morderse los labios para no soltar una carcajada al imaginarse la cara de la tal Bea.
Sí, ya sabía lo que iba a hacer.
Se quitó el sombrero y se incorporó. Casi todos en el grupito estaban muy pendientes de la
conversación, pero Rafa estaba mirando en su dirección y la reconoció. Antes de que pudiera decir
algo y delatar su presencia, Juls se llevó el dedo índice a los labios y le conminó a guardar silencio. Él
la obedeció.
Aguantando la risa que quería escapar de su boca, se puso en movimiento y se acercó a ellos.
—¡Cariño! —exclamó, lanzándose sobre Jorge—. Ya estoy aquí.
Él la recibió con un ademán sorprendido que pronto se convirtió en uno de alivio. Había tardado
apenas dos segundos en reconocerla y su reacción fue rápida. La abrazó por el talle y la subió en
volandas.
—¡Juls! —dijo y su voz estaba cargada de gozo, fingido o real, ella no supo cómo interpretarlo.
Su cuerpo estaba caliente y tenía músculos por todas partes. Músculos que se acoplaron a sus
formas a la perfección. La diferencia de estaturas era notoria y casi de forma natural, las piernas de
ella se enroscaron en torno a la cintura de él. Mientras se agarraba a sus hombros, pudo sentir sus
ásperas manos posándose sobre sus muslos y un pequeño escalofrío de placer la recorrió de arriba
abajo.
Se miraron, ignorando a todos los demás. Los ojos de él estaban moteados de puntitos verdes,
algo que se le había escapado la noche anterior y que el sol ponía de manifiesto. Como si se hubieran
puesto de acuerdo, de improviso, la cabeza de él se elevó y la de ella se inclinó y sus labios se
encontraron.
Fue un beso breve y desordenado, pero suficiente para poner en su sitio a la tal Bea, en
apariencia.
Se escuchó un siseo indignado y, luego, las voces de despedida de las chicas.
—Ey… —murmuró él, apartando la cara unos centímetros, pero sin soltarla.
—Ey… —respondió ella con una sonrisa—. Ahora me debes dos.
Jorge se rio y la depositó en la arena, por fin. Lo hizo lentamente de modo que sus cuerpos se
deslizaron con sensualidad uno contra otro. El roce fue delicioso y Juls tuvo que fingir neutralidad,
cuando en realidad hubiera deseado soltar un gemido placentero.
—¿Dónde estabas? —inquirió él con curiosidad.
—Justo aquí al lado, tomando el sol. —Señaló su toalla—. Bueno, la verdad es que me había
quedado dormida y vuestras voces me han despertado.
—¿Estás sola? —preguntó Dani, irguiéndose y mirando en todas direcciones.
Llevaba un bañador rojo y una camiseta blanca. Era evidente que bajaba poco a la playa si se tenía
en cuenta lo poco bronceado que estaba.
—Sí. He bajado sola. Mariu estaba durmiendo cuando me he ido.
—¿Y no va a bajar?
Juls aguantó una sonrisa. La timidez del tal Dani era encantadora.
—Sí, supongo que sí bajará. ¿Qué hora es?
—Las cuatro menos diez —respondió Rafa después de echar una ojeada a su móvil.
Llevaba un bañador azul y él sí estaba morenito, aunque no tanto como su guapo amigo, que
parecía vivir en la orilla del mar. Su oscura piel dorada por el sol destacaba de un modo considerable.
—Pues tiene que estar al llegar.
Jorge permanecía silencioso, observándola con interés.
Juls alzó la barbilla. No se avergonzaba en absoluto de su cuerpo en bikini. Quizá le faltaba altura,
pero lo compensaba con sus curvas bien proporcionadas.
—¿Has pasado muchas horas al sol? —preguntó él, señalando la marca que había dejado el
tirante de su bikini—. Tienes que tener cuidado.
—Me he echado crema. Aunque creo que ya he tenido suficiente sol por hoy.
—¿Me dejas que pague parte de mi deuda contigo? —expuso él con la voz risueña—. Te invito a
un mojito ahí.
Señaló el bar que había al fondo del arenal, al otro lado de la carretera. Massai, ponía en el toldo
blanco con letras negras.
Juls ladeó la cara y le miró de soslayo. Tenía el pelo alborotado y su sonrisa era resplandeciente.
¿Le salía un hoyuelo en la mejilla derecha? ¿O era una sombra? No. Era hoyuelo.
¡Joder, era guapo de verdad!
Y divertido.
Y tenía un cuerpazo, pensó mientras le recorría con la vista de arriba abajo.
Solo llevaba un bañador negro con una raya blanca en el bajo y su musculoso torso quedaba al
descubierto. Un tatuaje destacaba en su costado izquierdo, en blanco y negro, un buzo en un paisaje
marino que iba desde sus costillas hasta su abdomen. Sexi.
Él se agachó para recoger sus chanclas y su camiseta, dando por sentado que ella iba a aceptar la
invitación.
¿Un mojito, había dicho?
—Vale.
Capítulo 6
Jorge
A pesar de que ella no se había quitado las gafas de sol, sabía que le estaba observando. Era evidente
en su postura y la inclinación de su cabeza.
Él no tenía gafas detrás de las que ocultarse, así que la examinó sin disimulo. A fin de cuentas,
después de todo lo que había pasado entre ellos, cualquier tipo de reserva sobraba. Todavía le
entraban ganas de romper a reír al recordar la escenita de hacía unos minutos. ¡Qué oportuna!
Ella tenía el pelo despeinado y aplastado en el flequillo, sin duda, debido a que había llevado
puesto ese sombrero de paja, que ahora descansaba sobre su bolsa en la silla de al lado. Su boca era
tal cual la recordaba de la noche anterior, algo curvada en los extremos, de sonrisa fácil y de labios
suaves —el beso intercambiado se lo había confirmado—; y la punta de su nariz estaba enrojecida
por el sol. No había mucho más de ella que pudiera ver con esas enormes gafas negras.
—¿Qué os pongo, chicos? —les preguntó la camarera.
—¿Dos mojitos? —inquirió él, mirándola con una ceja arqueada. A lo mejor deseaba tomarse
otra cosa.
Ella asintió.
La camarera se marchó, dejándolos solos de nuevo, si bien decir solos era ser muy optimista. El
sitio estaba lleno de gente, algo muy habitual a aquella hora de la tarde. Habían podido hacerse con
una de las pocas mesas libres a la sombra, en la terraza.
Corría una ligera brisa y las vistas al mar azulado eran muy relajantes.
Siguieron analizándose en silencio durante un buen rato. Tanto, que le dio tiempo a la camarera a
traer los mojitos y dejarlos frente a ellos.
Ella se bajó las gafas y le contempló por encima de la montura, aunque contemplar era un verbo
que se quedaba corto para el minucioso examen del que fue objeto.
—Buah —dejó escapar él sin cortarse, maravillado.
—¿Buah?
—Tienes unos ojos espectaculares —explicó.
Ella volvió a resoplar y dirigió esos ojos espectaculares al techo al tiempo que se quitaba las gafas
y las dejaba sobre la mesa.
—¿Estás intentando ligar conmigo?
—Sí. ¿Estoy teniendo éxito?
Las comisuras de los femeninos labios se izaron.
—Bueno, pues si no lo admites, se acabó el espectáculo —murmuró él con retintín, poniéndose
la camiseta.
Ella soltó una risa jovial que a Jorge le provocó un aleteo en el estómago.
¡Joder, sí que era guapa!
A su mente acudió el episodio que habían protagonizado en la playa. Su abrazo y el modo en que
ella se había subido a su talle, aferrándose a él con las piernas. Y sintió el calor recorriéndole el
cuerpo.
«Cuidado, Jorge, que te embalas», se amonestó.
En ese momento, una sombra se cernió sobre ellos.
—¡Hola!
La voz cantarina y agradable resonó potente. Era la amiga de Juls. Llevaba un bikini rojo, un
pareo de color negro y gris y una bolsa de playa de mimbre. Tenía el cabello recogido en una larga
trenza que le caía sobre un hombro y sus gafas de sol eran bastante similares a las de Juls.
—Os he visto desde allí. —Señaló un punto indeterminado de la acera—. Te he traído tu móvil
—le dijo a Juls. Y se lo tendió.
Esta lo cogió y lo dejó encima de la mesa.
—¿Has dormido bastante?
—Como una muerta. Anoche bebí demasiado —gimió—. ¿Has bajado hace mucho?
—Hace un par de horas. He comido en la playa.
—¿Quieres sentarte con nosotros? —ofreció Jorge, aunque, a decir verdad, le hubiera gustado
seguir a solas con Juls, pero la educación se imponía.
—No —rechazó ella—. Quiero darme un buen chapuzón para despejarme. ¿Están tus amigos en
la playa?
—Sí. Mira hacia allá. ¿Ves las barras de hacer ejercicio? Pues sigue en línea recta y junto a la orilla
están ellos. Las toallas son azules.
—Genial. Pues me voy a acercar.
Jorge sonrió. En parte porque se volvía a quedar solo con Juls y en parte porque pensó en lo feliz
que iba a estar Dani de que Mariu hubiera bajado a la playa.
—¿Vas a volver? —le preguntó Mariu a Juls señalando la arena.
—No creo. Ya he tenido suficiente sol por hoy. Me quedo aquí a la sombrita.
—Vale, en un rato vendremos a molestaros —dijo su amiga bajándose las gafas y haciéndole un
guiño que no pasó desapercibido para nadie.
—Anda, vete —resopló Juls—. ¡Borracha!
Mariu se rio y se alejó, agitando la mano.
Juls meneó la cabeza con diversión.
—¿Os conocéis desde hace mucho?
—Desde el instituto, pero llevábamos un tiempo distanciadas y estas vacaciones nos están
sentando muy bien. ¿Y tú y tus amigos?
—Desde el colegio.
—¿Y tu acosadora? Ayer mencionó algo de que os conocéis de siempre.
Él gimió al tiempo que cerraba los ojos.
—Es así. Mi hermana y ella son amigas desde crías. Bea es hija de padres separados y siempre
estaba por mi casa. Se puede decir que la he visto crecer.
—¿Nunca habéis salido? Parece estar bastante interesada en ti.
—¡Qué forma más sutil de decirlo! Está obsesionada conmigo, que no es lo mismo. Desde que
cumplió los catorce años y se me ocurrió dedicarle una canción.
—Oh, entonces fuiste tú el que inició vuestra relación —se burló.
—Pfff, calla. Solo hice lo que mi hermana me pidió. Me estuvo persiguiendo hasta que le prometí
que lo haría. Si llego a saber lo que iba a pasar después…
Recordaba el episodio como si hubiera sucedido el día anterior. Era Navidad y Erika se había
puesto muy pesada insistiendo en que llamara a la radio y le dedicara la puñetera Last Christmas a Bea.
Era su cumpleaños y aquella era su canción favorita. Además, le confesó, su amiga estaba
supercolada por él. Por aquel entonces, él tenía dieciséis años y era bastante creído y que una de las
amigas de su hermana estuviera pillada por él le pareció fantástico.
—¿Lleva obsesionada contigo desde los catorce años? —inquirió con curiosidad.
—Intermitentemente. A veces, cuando tiene novio, se olvida de mí. Soy el hogar al que regresar
cuando está soltera. Ahora lo está —farfulló. Luego le dio un trago a su mojito.
—Pobre Jorge —murmuró Juls sin un ápice de pena en la voz.
—Sí, pobre de mí —suspiró—. Tengo mucha paciencia. Por cierto, no te he dado las gracias por
lo de antes. Has estado sublime. Pensé que eras periodista, pero esa actuación…
—Lo del teatro es por afición —dijo ella.
—Pues el mundo de la interpretación ha perdido mucho dejándote escapar.
Ella rompió a reír.
Jorge no pudo evitar recordar el beso que habían intercambiado. Ligero, breve y del todo
innecesario y, sin embargo, sucedió. Entornó los párpados fijándose con interés en sus labios.
Quería repetir.
—Tu hermana y tú no os parecéis en nada —dijo ella, sacándole de su ensimismamiento.
—Yo me parezco a mi padre —repuso con un carraspeo—. Ella ha salido a mi madre. Tiene el
mismo pelo rubio y sus ojos azules. Es alemana —aclaró.
—Oh, ¿entonces hablas alemán?
—Jawohl!6.
—Venga va —protestó ella con el ceño fruncido.
—Sí, hablo alemán —dijo y continuó explicándole—: Aunque mi madre lleva viviendo en
España muchos años, su español es bastante deficiente. Solemos hablar en alemán con ella.
Anna Schwarz había criado a sus hijos en un ambiente bilingüe para que conocieran ambos
idiomas. Hablaba español, pero prefería utilizar su lengua materna con ellos. Había llegado a
Benidorm con unas amigas en los ochenta, para pasar unos días de vacaciones. Las vacaciones se
convirtieron en algo más cuando conoció a Tony Alba, en uno de los restaurantes de la playa. Él era
de Madrid, pero estaba trabajando ese verano allí de camarero. El flechazo entre ambos fue
instantáneo. Solo cuatro meses después, se alquilaban un piso juntos en Benidorm, y dos meses más
tarde, ella se quedaba embarazada de su hermano Diego.
—¿Cómo sobrevive en España sin hablar español?
—Habla lo suficiente. Y no te creas, Benidorm es como un mundo aparte. Además de tener un
microclima especial, somos un paraíso para los extranjeros y no solo para los ingleses. También te
puedes encontrar tiendas y negocios alemanes, rusos y eslavos. Y noruegos. A solo unos kilómetros
de aquí, en Alfaz del Pi, está una de las colonias noruegas más grandes del mundo. Yo vivo muy
cerca.
—¿No vives en Benidorm?
—Vivo en la playa del Albir, a siete kilómetros de aquí.
Ella asintió pensativa y alargó la mano para coger su vaso. Sorbió por la pajita.
—¡Este mojito está de lujo! —exclamó y volvió a beber.
Él zambulló la vista sobre sus labios, que se fruncían en torno a la cañita negra. En realidad, no
mostraban sensualidad alguna. Eran labios que bebían, nada más, pero Jorge los contempló con
avidez.
—¿Estás observando cómo chupo la pajita? ¿Como un pervertido? —le cuestionó ella con los
ojos entrecerrados.
—Para nada —rechazó con un gesto vago de la mano y se concentró en su mojito—. ¿Has
trabajado hoy, entonces, como comentaste ayer? —Cambió de tema.
—Sí. Me he levantado temprano para escribir unos artículos que tenía pendientes de entregar.
Ahora puedo relajarme un par de días. ¿Y tú, libras los fines de semana?
—No siempre, suelo trabajar. Esta mañana he currado.
—¿Sí? Pues no lo parece. Tienes pinta de turista.
—¿Y eso?
—Bronceado y con cara relajada como si solo te dedicaras a estar en la playa. ¿Qué haces para
ganarte la vida aparte de pasar las horas muertas al sol?
Él se rio.
—Trabajo al aire libre. Soy instructor de buceo y también doy clases de windsurf.
—¿Sí? Suena genial.
Jorge asintió. No le desagradaba lo que hacía, si bien no era su trabajo soñado. Había estudiado
Ciencias del Mar y solo hacía un mes que había hecho una entrevista en el Oceanográfico de
Valencia para trabajar en el departamento de Gestión de actividades de ocio y turismo relacionadas
con el ambiente marino. Se hallaba a la espera de que le dieran una respuesta. Ese sí que sería un
trabajo al que le gustaría dedicarse.
—Nunca he buceado —confesó ella al cabo de unos segundos.
—Cuando quieras probamos —repuso él—. Tengo siempre el equipo conmigo en mi coche.
—Señaló hacia el lugar donde solía aparcar su Nissan Patrol, al lado del aparcamiento para motos,
pero fue el Porsche plateado de Rafa el que le saludó—. Bueno, hoy no…
—¿Ese es tu coche? —Había asombro en la pregunta.
—Una pasada, ¿verdad? —lo dijo sonriendo de medio lado.
Ella miró al coche y a él alternativamente.
—No te pega —dijo al fin.
—¿No?
—Te imagino más con un coche más grande, un monovolumen o un todoterreno.
—Tienes toda la razón del mundo, soy un chico de 4x4. Este no es mío. Lo he ganado en una
apuesta.
Ella le miró con la mandíbula desencajada.
—¿Quién es el gilipollas que se apostó un coche así?
—A ver, me he ganado conducirlo durante una semana, nada más —explicó—. Luego se lo
tengo que devolver a su dueño que es mi amigo Rafa.
—Ah, vale… ¿Y qué tal va?
—¿Entiendes de coches?
—Entiendo que han de tener un volante y asientos. ¿Este cumple con los requisitos?
Él se rio. Juls era graciosilla.
—Cumple con creces, si bien los asientos podrían ser más amplios. Pero va genial, aunque lo he
conducido poco. Mañana tengo que ir al aeropuerto de Alicante y lo probaré por la autovía.
Al día siguiente regresaba su madre de Berlín donde había estado las últimas semanas visitando a
su familia y él se había ofrecido para ir a buscarla y así poder sacarle rendimiento al Porsche.
Conducir por la ciudad a cuarenta kilómetros por hora era bastante aburrido.
Ella tardó en replicar mientras jugueteaba con la pajita, removiendo el hielo picado de su mojito.
—Lo mínimo que puedes hacer, en pago por todas las deudas que tienes conmigo es darme una
vuelta, ¿no? Creo que me lo merezco —repuso con voz suave y sugerente.
—¿Ahora? —inquirió él con sorpresa.
—Ahora estoy llena de arena y sería una lástima que estropease la tapicería. En otro momento,
quizá.
Jorge no iba a dejar escapar esa oportunidad.
—Esta noche, cuando vaya a recogerte para ir a cenar, ¿te parece?
Ella vaciló durante unos instantes al tiempo que le escrutaba a través de las pestañas.
—Espera.
Trasteó con su móvil, moviendo los dedos a toda velocidad. Solo unos segundos después, sonó
un pitido. Debía de ser un wasap que ella leyó con una mueca divertida.
—Me parece genial —dijo al fin, levantando la vista y mirándole de frente.
Los labios de Jorge se distendieron en una sonrisa traviesa mientras la observaba taxativamente.
Juls coqueteaba con él; era descarada, resuelta y muy muy directa. Sin pelos en la lengua. Tal y como
le gustaban las mujeres.
Y no era fea precisamente.
—¿Le has pedido permiso a tu amiga?
—¿Cómo lo sabes?
—Es obvio —dijo él, encogiéndose de hombros—. ¿Te lo ha dado?
—Sí. Nos ha dado su bendición —dijo con teatralidad.
—¿No le importa?
—Para nada. Somos ambas bastante independientes.
Él asintió. Se la quedó mirando durante un rato, calibrando su expresión. ¿Quería ella lo mismo
que él? Él estaba siendo muy franco. No le gustaban los rodeos.
—¿Te parece bien si te voy a buscar a las nueve y media?
—Me parece fantástico —aceptó ella al tiempo que se humedecía el labio inferior con coquetería.
Sí, quería lo mismo que él. Era innegable.
Capítulo 7
Juls
Cerró el ojo derecho y se aplicó una pequeña cantidad de sombra plateada sobre el párpado. Luego
repitió la misma operación con el izquierdo y se la difuminó hasta que apenas quedó un trazo de ella.
No le agradaba el maquillaje demasiado exagerado.
Después, dio un paso atrás y se observó en el espejo con ojo crítico.
El vestido verde de tirantes no era demasiado corto y tampoco muy largo. La falda le llegaba
justo un par de dedos por encima de las rodillas y el corpiño ajustado se amoldaba a la curva de sus
senos a la perfección.
Completaban el modelito unos pendientes largos y una gargantilla de plata.
Y no llevaba nada de colorete. Solo la sombra de ojos y brillo transparente en los labios.
Ah, y sus mechones rubios alborotados.
Lista.
A su espalda, escuchó que Mariu tarareaba la canción que salía del móvil que llevaba en la mano.
—Ayyy, ponla desde el principio —gritó al reconocerla—. ¡Me encanta!
Mariu la obedeció. Se acercó a ella y ambas comenzaron a ondular las caderas al ritmo de la
música.
—Querría sujetarte las mañanas. Hacer malabarismos con tu voz y con mi voz… —cantaron al
unísono.
Juls disfrutó con El Kanka y su Querría mientras se balanceaba con los brazos elevados. Mariu
seguía la letra con la misma pasión que ella.
Era una puñetera maravilla.
—Si yo pudiera… —murmuró.
—Si me dejaras… —la secundó Mariu.
Se miraron brevemente a los ojos y se sonrieron.
De pronto, Juls se dio cuenta del atuendo de su amiga y se interrumpió, echándose hacia atrás.
—¿Y esto?
—¿Esto? ¿Qué?
—¡Vas vestida para matar!
—Y tú también.
—¡Pero yo he quedado con Jorge!
—Yo también he quedado —repuso Mariu muy digna, ahuecándose la larga melena.
Llevaba un vestido negro ajustado y un largo collar negro y plateado.
—¡¿Con quién?!
—Con Rafa.
—¿Rafa? —exclamó Juls con sorpresa—. Pensé que te gustaba Dani.
—Y me gusta, pero esta noche trabaja y yo paso de quedarme aquí en casa mientras tú te vas por
ahí de cachondeo, así que le dije a Rafa que saliéramos y aceptó.
—Ahora me siento mal por haber quedado con Jorge —suspiró.
—¡No, mujer! Antes de salir de Madrid acordamos que si alguna pillaba cacho la otra se retiraría
educadamente.
—Ya, pero…
—Pero nada. Con sinceridad, si Dani hubiese estado libre te habría dejado tirada yo a ti —dijo
con un encogimiento de hombros.
Juls soltó una risita. Adoraba a Mariu y su refrescante sinceridad.
—Lo tendré en cuenta. Por cierto, ¿qué tal estoy? —Hizo un giro de trescientos sesenta grados.
—Espectacular. ¿Y yo?
—Cañón.
Se sonrieron de un modo tontorrón.
—Pon la canción otra vez —dijo Juls—, que nos la estamos perdiendo.
—Vale.
Pero no pudo hacerlo porque el móvil de Juls comenzó a sonar dentro de su bolso, que estaba
sobre la repisa del lavabo. Lo sacó con rapidez y su cara se ensombreció al ver el nombre que
aparecía en pantalla.
—¿Qué pasa? —inquirió Mariu con el ceño fruncido.
—Es Sergio.
No le gustó nada de nada cómo se escuchó su voz, sin aliento y algo herida.
Rechazó la llamada.
—¿Es la primera vez que te llama desde que cortasteis?
Tragó saliva mientras se quedaba absorta mirando el móvil.
—Sí, es la primera vez.
—Quizá sea algo importante…
A Juls se le escapó una risa amarga mientras guardaba el teléfono.
—Importante para él en todo caso. —Se detuvo y agitó la cabeza, tratando de sacar a su ex de su
mente—. Jamás se preocupó mucho por mí, la verdad. En el mundo de Sergio solo existe una
persona: Sergio. No creo que eso haya cambiado en las últimas cuatro semanas. Es mejor que no
tengamos ningún tipo de contacto. —Hizo una pausa y suspiró con fatiga—. No sabes las cosas tan
desagradables que nos dijimos cuando rompimos. No quiero saber nada de él.
Mariu guardó silencio. Finalmente, apoyó una mano sobre el hombro desnudo de Juls y se lo
presionó.
—¿Estás segura de que no quieres saber nada de él? Aunque nunca lo hablamos, pareces muy
dolida y tengo la impresión de que no le has olvidado.
Si era franca consigo misma, Mariu tenía razón. Tan solo hacía un mes que Sergio y ella habían
roto y todavía no le había borrado de su memoria. Eso era cierto. Pero también era verdad que no
pensaba desperdiciar sus primeras vacaciones en mucho tiempo hostigada por su recuerdo. De
ninguna manera.
—Sergio es agua pasada —dijo al fin con determinación, sin saber si quería convencer a su amiga
o a sí misma. Terminó por clavar sus ojos en los de Mariu que la miraba con atención—. Estamos de
vacaciones y he quedado con un tío impresionante que va a venir a buscarme en un coche deportivo.
¿Qué más se le puede pedir a la vida?
Los labios de Mariu se curvaron hacia arriba hasta que su bonito rostro se iluminó con una
enorme sonrisa.
—¿Una amiga que te preste sus oídos cuando quieras poner verde a tu ex? —propuso.
Juls le devolvió la sonrisa.
—No sé cómo hemos podido estar tanto tiempo distanciadas. Te echaba de menos.
—Y yo a ti.
En ese instante, el estridente sonido del timbre del portero automático las sobresaltó.
—¿Ya? —Mariu miró la hora en la pantalla de su móvil—. Tiene que ser el tuyo, porque yo he
quedado en media hora.
Juls atravesó el pasillo y se dirigió al telefonillo con paso firme.
—¿Sí?
—Soy Jorge. —La voz llegó hasta ella algo distorsionada.
—Ya bajo.
Colgó el aparato en su soporte y se dio la vuelta para mirarse al espejo que había en la entrada.
Una expresión aprobadora apareció en su semblante. Después, regresó al baño a buscar su bolso.
—No hagas nada que yo no haría —le dijo su amiga con picardía.
Juls le guiñó un ojo.
—¿Llevas condones?
La pregunta llegó de un modo inesperado, aunque no la pilló del todo de sorpresa. Mariu era así.
Juls agitó su bolso en el aire. Sí, llevaba preservativos. Siempre lo hacía. Era bastante previsora y no
dejaba nada al azar ni en manos de otra persona. No tenía pensado acostarse con Jorge esa noche;
solo tenía ganas de una cena interesante, una buena conversación y algo de coqueteo, nada más, pero
quién sabía dónde podía desembocar todo aquello. A pesar de que el sexo no entraba en sus planes,
Jorge era muy atractivo y quizá le hiciera cambiar de idea.
«Y así te olvidas de Sergio por completo», se dijo.
—Pasadlo bien —exclamó Mariu cuando estaba a punto de abandonar la vivienda.
—Vosotros también —repuso.
Bajó los escalones de las dos plantas que la separaban del portal con agilidad. Llevaba unas
sandalias planas, y aunque eso le robaba la ventaja de la altura —ya se había percatado de que Jorge
alcanzaba el metro ochenta y cinco con facilidad—, se sentía más cómoda con ese calzado.
Él la estaba esperando junto a la puerta. Había estacionado el fabuloso coche frente a la entrada
del garaje de la urbanización y puesto las luces de emergencia. Llevaba un desgastado pantalón
vaquero, una camisa de lino tostada y zapatillas deportivas blancas. Y no se había molestado en
afeitarse esa sombra que le oscurecía el mentón.
A Juls le gustó lo que vio.
A él también debió de agradarle su aspecto porque frunció los labios y silbó con admiración
cuando ella se plantó a su lado.
—Estás guapa. ¿Lo has hecho por mí? —inquirió con tono provocador.
—En realidad lo he hecho por el coche. Se lo merece.
—Mujeres… —protestó guasón—. Qué volubles sois. Yo sí me he arreglado por ti.
—No estás mal.
—¡Qué poco entusiasmo! —La contempló con una ceja arqueada mientras le abría la puerta del
pasajero—. Me voy a ofender.
Ella se rio. Se sentía a gusto con su desenfado.
Aunque el Porsche era bastante bajo, como todos los deportivos, y le costó entrar debido a la
estrechez de su falda, una vez que se hubo acomodado en el asiento de cuero negro, se dio cuenta de
lo confortable que resultaba.
Observó a través del parabrisas cómo Jorge daba la vuelta al vehículo para dirigirse a la puerta del
conductor y no pudo evitar examinarle con interés. Aquella ropa informal le sentaba bien, y con el
pelo alborotado y esa barbita de tres días que le cubría la parte inferior de la cara resultaba un
maravilloso espectáculo. Si seguía siendo tan encantador como hasta ese momento quizá sí
necesitara hacer uso de los preservativos, se dijo cuando una ola ardiente la recorrió de arriba abajo.
—He reservado mesa en un restaurante que hay aquí cerca, pero todavía tenemos media hora así
que voy a aprovechar y a llevarte a dar esa vuelta que querías —dijo él, ajustándose el cinturón.
Casi había anochecido del todo y la luz del ocaso teñía el ambiente de rojizas sombras tenues. Los
faros se encendieron en cuanto Jorge arrancó.
Juls sintió cómo la adrenalina viajaba por sus venas cuando escuchó el sonido del potente motor
y sintió las vibraciones por todo su cuerpo.
—¿Preparada? —preguntó él, pisando el acelerador con una sonrisa desvergonzada.
—¿Vas a ir en plan Fernando Alonso por la ciudad? —soltó con alarma.
—No vamos a ir por la ciudad. Vamos a la carretera. Y yo estoy más morenito. Me parezco más a
Lewis Hamilton, nena —le lanzó con un guiño exagerado.
El coche se alejó de la acera y, pronto, abandonaron la calle en la que se encontraba el edificio y
se internaron en otra no tan estrecha. No había mucha gente. Solo se cruzaron con unos cuantos
chicos jóvenes que caminaban por la acera, sin duda camino de la playa.
A pesar de que él conducía con velocidad moderada, Juls estaba excitada. Lo notaba en el
encogimiento de su estómago y la humedad de las palmas de sus manos. No sabía muy bien si era
porque estaba a solas con un extraño camino de lo desconocido en un coche espectacular o porque
ese extraño le interesaba. Lo averiguaría a lo largo de la noche, se dijo.
Solo unos minutos después, alcanzaron una rotonda y el coche se detuvo delante de una señal de
ceda el paso.
—Aquí estamos —Señaló él la amplia carretera que se abría al otro lado de la circunvalación—.
Este es un vial que hicieron hace unos años que une algunos pueblos que hay por aquí: Finestrat y
La Nucía. También lleva a Terra Mítica. ¿Has oído hablar de Terra Mítica?
—¿El parque de atracciones?
—Sí. Está a un par de kilómetros.
—¿Y qué tiene de especial esta carretera?
—Que apenas hay tráfico, que los carriles son anchos y que lleva a la autopista. Allí podemos
probar el Porsche —dijo al tiempo que la contemplaba con los ojos brillantes y una sonrisa ladeada.
El corazón de Juls dio un vuelco en su pecho. Jorge era realmente atractivo. Mucho. Ahora solo
esperaba que no fuera un loco del volante.
El coche arrancó con un suave tirón y, después de rodear la rotonda, se internó en la bien
iluminada carretera que ascendía en pendiente y que, como él había dicho, estaba desierta. Altas
palmeras se erguían en la mediana que separaba los carriles.
—¿Música? —preguntó él de pronto mientras abría las ventanillas y dejaba que la brisa vespertina
entrara en el coche.
—Claro.
Él encendió la radio. El visor señalizó que tenía sintonizada Kiss FM. Sonaba un antiguo tema de
Madonna del cual ella no recordaba el título.
—¿La dejo? —inquirió él.
—Por mí, perfecto. Me gusta.
—Genial. Yo también soy muy ochenter.
Juls no tuvo tiempo de replicar porque él aceleró y el viento le arremolinó el cabello,
sorprendiéndola e impidiéndole hablar.
Casi por instinto, se agarró con las dos manos al borde del asiento. El cuero le resultó cálido bajo
la palma de las manos. Le observó de reojo. Su perfil mostraba a las claras que se estaba divirtiendo y
disfrutaba de la conducción.
No tardaron en alcanzar otra rotonda y él frenó para atravesarla, pero volvió a acelerar en cuanto
la dejaron atrás. La operación volvió a repetirse unos kilómetros más adelante. Aparentemente, esa
carretera estaba llena de amplias glorietas. De vez en cuando, se cruzaban con algún que otro
vehículo que circulaba en dirección contraria, pero apenas había tráfico. La oscuridad se cernía sobre
el paisaje cubriéndolo de negro, negrura que los potentes faros del Porsche se empeñaban en hacer
desaparecer.
Llegaron a una nueva rotonda —la cuarta si Juls no había contado mal—, adornada con un
círculo blanco semejante a un platillo volante sostenido por unas altas barras de hierro. Jorge, en
lugar de atravesarla, la rodeó y puso el intermitente, dirigiéndose hacia la rampa que conducía a la
autopista. Solo unos segundos más tarde se encontraban frente al peaje. Detuvo el coche junto a una
de las máquinas y cogió un ticket.
—Pensaba que teníamos una reserva para dentro de media hora —murmuró ella.
—Y llegaremos a tiempo, no te preocupes. Vamos a dejar que el coche vuele.
Ella le lanzó una rápida mirada agitada, pero no dijo nada.
La canción cambió y los altavoces escupieron Message in a bottle de Police. Juls comenzó a
tararearla, quizá para rebajar algo los nervios que se apoderaron de ella después de la última frase que
él había pronunciado.
—¿Te gusta Police? —le preguntó él.
—Sí —asintió.
Félix, su hermano mayor, era el que había educado su gusto musical. Dado que le sacaba diez
años, Juls se había criado escuchando canciones de lo más variopinto.
Jorge subió el volumen y la voz de Sting llenó el interior de la cabina, envolviéndolos. Después,
tomó la desviación hacia Valencia. Y entonces, una vez que hubieron alcanzado la autopista, el
coche sí que pareció volar sobre el asfalto. Jorge se situó en el carril izquierdo y adelantó a todos los
demás vehículos que circulaban por la carretera.
—¿Vas bien? —le preguntó, alzando la voz para hacerse oír por encima de la música. Su
entusiasmo resonó potente en aquellos dos monosílabos.
—Sí —repuso ella casi sin aliento.
Él emitió una risa ronca mientras cambiaba de marcha con un gesto vibrante y seguro.
Juls miró el cuentakilómetros con nerviosismo y se percató de que acababan de alcanzar los
ciento cuarenta kilómetros por hora, no obstante, la velocidad parecía ser muy superior debido al
viento que entraba a través de las ventanillas.
—No estoy loco —exclamó él de repente.
—¿Cómo?
—Es cierto que estoy sobrepasando el límite de velocidad, pero no demasiado. No te preocupes,
que no voy a pisarle más.
—Estoy bien —le aseguró.
Echó un vistazo a su derecha. Los arbustos que había plantados en el arcén pasaban raudos
frente a sus ojos. Las sombras de la noche impedían ver el mar, pero las luces de los altos rascacielos
de Benidorm eran plenamente visibles a lo lejos.
No había mentido al decir que estaba bien. Lo estaba. La emoción de la conducción le recorría las
venas y hacía que una delirante exaltación se le concentrase en el pecho. Nunca se había tenido por
una fanática de la velocidad, pero debía de serlo.
Bruce Springsteen llegó para sustituir a Sting y Jorge dejó escapar una exclamación mientras
golpeaba el volante con entusiasmo con la mano izquierda antes de comenzar a cantar.
Juls volvió a estudiarle, fascinada por su mímica y su forma de comportarse. Todo en él parecía
gritar libertad y espontaneidad. Irradiaba una especie de caos contenido que le resultaba muy
atrayente.
Él ladeó la cara, como si se hubiese percatado de que ella le estudiaba, y le dirigió una sonrisa
inmensa.
Una sonrisa preciosa.
—Voy a coger la siguiente salida. Ha sido corto pero intenso, ¿no?
Ella asintió, devolviéndole la sonrisa casi sin ser consciente de que lo hacía.
No tardaron en abandonar la autopista, tal y como él había dicho. Unos segundos después, el
Porsche se detuvo junto a las máquinas del peaje y Jorge pagó con su tarjeta de crédito.
A una velocidad mucho más moderada, se incorporaron al tráfico que rodaba por la carretera
—que era bastante fluido—, hasta que alcanzaron una rotonda en la que destacaban las oscuras
letras de BENIDORM justo delante de una fuente iluminada. Al fondo, los altos edificios de la
ciudad se recortaban contra el cielo oscuro.
A Juls se le quedó grabada esa curiosa imagen en las retinas. Había viajado con frecuencia por
España y estado en muchos sitios, pero Benidorm tenía algo diferente, era cosmopolita y muy
moderno. Parecía irreal, como un oasis en medio del desierto con sus edificios excesivamente altos a
la orilla del mar.
El vehículo se adentró en las calles de la ciudad, muy concurridas a esa hora. La zona que
atravesaban tenía un aspecto muy diferente a la zona donde se encontraba el apartamento de los
padres de Mariu. Había más locales, más comercios abiertos —incluso a esa hora de la noche— y
muchos restaurantes. Bullía de actividad.
—Vamos a llegar justo a tiempo —murmuró él.
Ella miró el reloj en el salpicadero y vio que eran las diez menos diez. Apenas llevaban veinte
minutos montados en el coche, sin embargo, la experiencia había resultado tan vívida que parecía
que llevasen juntos unas cuantas horas. Se giró en el asiento y se encontró con la mirada directa de él
que, en lugar de estar pendiente de la carretera, la miraba a ella con diversión.
—¿Y bien? ¿Ha merecido la pena ponerse tan guapa para este coche estupendo? —continuó.
—Sí —respondió jocosa—. El chaval se ha portado. Y tú tampoco lo has hecho del todo mal.
—Tienes razón, todo el mérito es del coche —resopló—. Yo solo he sujetado el volante,
cambiado de marchas, controlado el embrague, el freno y el acelerador y he puesto los intermitentes
en el momento adecuado… Nimiedades.
—Tú lo has dicho. Nimiedades. Me has leído el pensamiento.
Él se rio.
Ella volvió la vista de nuevo hacia el exterior, fijándola sobre las luces de los locales que iban
dejando atrás.
—¿Te gusta Benidorm? —le preguntó él.
—Me parece fascinante. Creo que nunca había visto una ciudad como esta. No parece real.
—La llaman la Manhattan del Mediterráneo. Es evidente por qué.
Ella alzó la vista hacia los edificios que bordeaban la carretera por la que circulaban. Apenas
podía distinguir sus contornos contra el negro cielo, pero sus ventanas iluminadas daban fe de sus
impactantes alturas.
—Sí. No me extraña.
Hubo un silencio solo interrumpido por una nueva canción que a ella no le sonaba.
Sorprendentemente, Jorge también la tarareó. Parecía conocerlas todas.
—Hemos llegado al restaurante —dijo él al cabo de un minuto—. Es ese de ahí. —Señaló una
construcción de una planta iluminada en tonalidades azules, parcialmente oculta por unos setos, a
unos cincuenta metros de distancia.
Juls recorrió el lugar con la vista. Le sorprendió que el ambiente pareciese tan romántico.
La suerte los sonreía porque había un hueco en la acera justo frente a la entrada y Jorge estacionó
el coche sin tener que hacer demasiadas maniobras.
—Espero que te guste —continuo él—. No está en primera línea y las vistas no son gran cosa,
pero el sitio es muy agradable y se come muy bien. Si quieres, después de cenar, podemos dar un
paseo por la playa. Como veas.
Juls asintió. A pesar de que su tono de voz era práctico y no mostraba ni un ápice de flirteo, a ella
le sorprendió el ofrecimiento.
¿Un restaurante coqueto y un paseo nocturno por la playa?
Aquella velada estaba resultando ser más íntima de lo que había esperado.
Jorge
La cena estaba siendo un éxito. Era algo con lo que había contado. Había estado varias veces en La
Falúa y sabía que el ambiente era excelente y que la comida estaría a la altura. Con lo que no había
contado, aunque sí esperado, era con que la conversación y la compañía fuesen tan perfectas.
Juls era encantadora y divertida. Y, a pesar de su menudo aspecto, comía con apetito y
entusiasmo, disfrutando de los platos que habían decidido compartir. Ya habían dado buena cuenta
de un tartar de atún rojo y un carpaccio de solomillo y ahora estaban saboreando unas gambas rojas y
una ensalada de perdiz en escabeche, platos que acompañaban con sendas copas de vino tinto.
Estaban sentados en la terraza exterior, aislados de la calle gracias al jardín que rodeaba el
restaurante y a los setos que lo separaban de la acera. Corría una agradable brisa que traía hasta ellos
el perfume de las flores que decoraban el pequeño vergel.
Hasta el momento, la conversación había versado sobre temas muy generales. Hablaron de
películas que habían visto y de lugares comunes que habían visitado. Él le contó cómo había
conocido a Rafa y a Dani, mientras que ella le habló de su amistad con Mariu. Ambos se rieron
cuando salió el tema de que aquella noche Mariu y Rafa habían salido juntos.
—Si te soy sincero, pensaba que a tu amiga le iba más mi amigo Dani.
—Y es así, pero tu amigo hoy tenía el turno de noche, por lo que he podido entender, y Mariu
quería salir.
—Ahhh, con que eso es lo que ha pasado —dijo con soniquete—. Rafa no me ha contado esa
versión. Más o menos me ha dado a entender que tenía una cita.
—Pues espero que no se ilusione demasiado porque el interés de Mariu está en otro sitio.
—Ya son mayorcitos, que lo resuelvan ellos.
Ella asintió mientras pinchaba unos cuantos canónigos. Se quedó callada con el tenedor
suspendido en el aire mientras le estudiaba con atención.
—Dilo —instó él—¿Qué se te está pasando por la cabeza?
Ella se llevó el tenedor a la boca, masticó y tragó antes de contestar.
—Te conoces todo el repertorio de Kiss FM —dijo al fin con las cejas arqueadas—. No
aparentas más de veintiséis o veintisiete años, pero debo de estar equivocada.
Él se rio.
—Has acertado. Tengo veintiséis. La verdad es que la culpa de que me guste la música de los
ochenta es de mis padres —repuso con una sonrisa de oreja a oreja—. Desde pequeño he tenido que
escuchar esas canciones. Cuando éramos unos críos, mi padre construyó una especie de escenario de
madera en el jardín para que hiciésemos actuaciones. Se suponía que era solo para mí y mis
hermanos, pero al final era él el que más lo usaba, con absoluto entusiasmo —le contó, poniendo los
ojos en blanco—. Y sigue igual. Los domingos solemos hacer unas fiestecitas bastante intensas en su
casa.
—¿En serio?
—Sí. Es un friki. Mi padre es de Madrid y vivió toda la movida madrileña de los ochenta. Sigue
anclado en ella, al menos musicalmente hablando.
—¿Y cómo es que terminó en Benidorm? —inquirió ella con curiosidad.
—Se vino un verano a trabajar de camarero y conoció a mi madre que estaba de vacaciones. Y
surgió algo entre ellos. Una cosa llevó a la otra y ninguno volvió a su casa. Se quedaron aquí y se
fueron a vivir juntos. El amor es lo que tiene —resumió burlón.
—Qué romántico —murmuró ella con una sonrisa.
—Sí, eso y que mi madre se quedó embarazada de mi hermano mayor —se rio con sorna—. Eso
los unió todavía más.
—¿Tienes muchos hermanos?
—Somos cuatro. Mi hermano Diego es el mayor. Me saca un año. Luego estoy yo, después viene
Erika, que tiene dos años menos que yo, y por último está Lukas, el pequeño, que tiene veinte.
—Yo tengo dos hermanos más mayores. Rodrigo, que me saca quince años. Y Félix, que me saca
diez.
—¿Qué fuiste? ¿Un accidente?
—Mis padres dicen que fueron a buscarme porque querían una niña a toda costa, pero en alguna
ocasión se le ha escapado a mi padre que fui un simple error de cálculo —dijo con un encogimiento
de hombros—. Lo tengo asumido.
—Igual que mi hermano Lukas —repuso él—. Nosotros nos burlamos de él siempre y le
llamamos el indeseado.
—¡Qué crueles!
—Lo soporta con filosofía. Ya nos conoce. Él nos llama cosas peores, no sientas lástima.
Siguieron hablando un rato sobre sus respectivas familias, haciéndose reír mutuamente con
anécdotas de lo más estrafalarias. Jorge le habló del día en que, con tres años, tiró todos los relojes
de la familia al retrete. La historia provocó que los ojos de Juls se abriesen como platos y soltara una
exclamación divertida. También le habló del día en que decidió que su hermana estaría mucho más
guapa con el pelo corto, como el de él, y se lo cortó.
—¿Cuántos años tenías? —inquirió ella con una risa.
—Siete. No me lo tengas en cuenta —respondió—. Me gustaban las chicas con el pelo corto, ya
ves. Bueno, por aquel entonces, y ahora —añadió con tono provocador clavando la mirada en su
corte estilo pixie.
Ella resopló con ironía. Sin embargo, su actitud desapasionada quedó desmentida por el rubor
que cubrió sus mejillas.
A Jorge le gustó saber que podía despertar aquella reacción en ella.
—¿Y qué hicieron tus padres cuando lo descubrieron? —continuó ella tras unos segundos.
—Mi madre me rapó la cabeza —confesó—. Por aquel entonces yo estaba muy orgulloso de mi
pelo ondulado y sufrí mucho —exageró.
—¡Que fuerte! ¡Joder con tu madre!
—Es alemana —dijo como si aquello lo explicase todo.
Y lo hacía, de hecho. Anna Schwarz, a pesar de su aspecto dulce y su silenciosa personalidad, era
una mujer de armas tomar con un carácter teutónico y cuadriculado. Su padre decía muchas veces
que tenía dos veces más cojones que él.
Juls no tardó en compensarle relatándole cómo su hermano Rodrigo descubrió que no se podía
echar detergente de fregar los platos al lavavajillas. La espuma estuvo a punto de inundar la casa
entera. También le habló del día en que su hermano Félix estrelló el coche nuevo de su padre contra
un árbol después de haberlo cogido sin permiso. A pesar de la diferencia de edad con sus hermanos,
hablaba de ellos con un gran afecto, como si estuviesen muy unidos.
—Tú eras una niña buena, entonces. ¿Solo tus hermanos hacían travesuras?
—La verdad es que sí. Era muy buena y no hacía nada malo. Ni una sola trastada —dijo con
fingida inocencia.
—¿Por qué será que no te creo? Tienes pinta de diablillo.
En realidad, era más bien pinta de duendecillo. Campanilla. Se mordió los labios para no decirlo
en voz alta.
En ese instante, el camarero se acercó para retirarles los platos y preguntarles si iban a querer algo
de postre.
Juls frunció el ceño, indecisa.
—¿Compartimos algo? —le preguntó él—. El tiramisú está de vicio.
—Vale —aceptó ella tras apenas unos segundos de vacilación.
Jorge alzó su copa de vino en el aire. Seguía siendo la primera de la noche y ahí se terminaba su
aventura con el alcohol. Tenía que conducir y cuando manejaba un vehículo no bebía demasiado.
—No hemos brindado ni una sola vez —dijo.
—¿Por qué quieres brindar?
—Por nosotros. Por el comienzo de una… hermosa amistad. —La pausa que hizo fue notoria.
—Muy bien. Por nuestra… amistad —repuso ella, alzando su copa también.
—O por lo que surja —añadió él, vaciando la copa de un trago.
Ella le miró con los ojos entornados, pero terminó por darle un trago a su vino. Después apartó
la mirada y la llevó hasta el jardín.
Jorge dejó la copa sobre la mesa y se entretuvo en contemplar su perfil. Ella, ajena a su escrutinio,
sonreía mientras sus ojos se posaban sobre una mariposa que revoloteaba entre las flores. La
iluminación provenía de los focos que había encastrados en el suelo y de los faroles que adornaban
el parterre. Esa tenue luz dibujaba curiosas sombras sobre el rostro de ella que a él le pareció todavía
más atractivo que la noche anterior.
Con ese vestido verde, el cabello corto y los pendientes plateados que reflejaban la luz parecía
verdaderamente un ser etéreo, casi de cuento de hadas. Aunque no había ninguna duda de que era
una mujer, pensó mientras sus ojos recorrían sus hombros desnudos y la curva de pecho.
Una mujer muy hermosa.
Había sido muy franco al hacer el brindis. Era probable que pudiera surgir una amistad entre
ellos, pero si algo tenía claro después de aquella agradable cena, era que él quería algo más. La
atracción que sentía por ella había ido en aumento desde que fue a recogerla a su casa con el
Porsche. Y, si no se equivocaba, ella también se sentía atraída por él.
El camarero colocó el postre en el centro de la mesa y depositó dos cucharas sobre el borde del
plato.
Jorge no perdió el tiempo. Cogió una porción del tiramisú y se la ofreció. Era un gesto íntimo y
cargado de significado que le iba a servir para tantear las aguas.
Ella se inclinó hacia delante y aceptó el dulce, abriendo la boca y dejando que él la alimentara
como si fueran una pareja convencional y no dos extraños que apenas se habían conocido la noche
anterior.
Jorge sintió un pequeño tirón en la entrepierna al ver cómo ella engullía la cuchara con sus labios
carnosos.
—Vale —murmuró.
—¿Vale?
—Cosas mías.
—¿Puede ser que esta situación te ponga? —inquirió ella con deliberada suavidad.
Él le lanzó una ojeada desafiante.
—¿Eres adivina?
—No. Es que eres muy transparente.
—¿Tanto se nota?
—¿El qué? ¿Que te gustaría ser esa cuchara? —preguntó con tono incitante—. Pues sí.
El rompió a reír.
—Me has pillado.
—¿De verdad tienes tantas ganas de besarme? —susurró. Lo hizo al tiempo que cogía su propia
cuchara y tomaba un trocito de tiramisú que se introdujo en la boca con exasperante lentitud.
Los ojos de Jorge siguieron aquel movimiento mientras aguantaba la respiración.
—Sí —admitió.
Después de aquello ninguno de los dos dijo ni una palabra. Permanecieron en silencio, comiendo
pequeñas porciones de aquel delicioso postre mientras se retaban con la mirada y la tensión sexual
iba aumentando.
Al final fue ella la que rompió aquel mutismo en el que ambos se hallaban inmersos.
—¿Y si nos vamos a otro sitio? ¿No has dicho antes algo de dar un paseo por la playa? —Su voz
sonaba aterciopelada.
Jorge sintió cómo una chispa explotaba en su estómago.
—Me parece perfecto. Voy a pedir la cuenta.
Ni siquiera había tenido tiempo de levantar la mano para llamar la atención del camarero cuando
su móvil comenzó a vibrar en el bolsillo de su pantalón. Lo sacó y echó un rápido vistazo a la
pantalla.
Erika.
¡Qué oportuna!
—Dime —respondió con algo de exasperación.
—Jorge, ¿puedes venir a buscarme? —Su hermana sonaba muy agitada y la preocupación hizo
presa en él.
—¿Ha pasado algo? ¿Dónde estás?
—Estoy en Altea. He discutido con Alberto y me ha dejado tirada aquí en medio de la carretera.
Y se ha llevado mi bolso. Solo tengo el móvil.
Jorge cerró los ojos. No era la primera vez que su hermana y su novio discutían y este la dejaba
tirada. Era un imbécil como la copa de un pino.
—Sé que ibas a salir con una chica —continuó ella con voz lastimera—. Y no quiero molestar,
pero he intentado llamar a Diego y lo tiene apagado. Y Bea está en Valencia en casa de su prima.
Solo me quedas tú con coche. Y paso de llamar un taxi; no tengo dinero y tendría que despertar a
papá y darle explicaciones y ya sabes cómo se pone de pesado. Por favor… —gimoteó.
Jorge miró a Juls que aguardaba con tibia curiosidad a que él terminase la conversación. Maldijo
para sus adentros.
—Exactamente, ¿dónde estás? —claudicó.
—Frente a la estación de trenes.
—Vale —suspiró—. En veinte minutos estoy ahí.
—Jo, Jorge, lo siento muchísimo. Sabes que no te habría llamado si hubiera podido evitarlo, pero
es que… —Su tono de voz se ensombreció y llegó entrecortado—. Alberto es un gilipollas… y yo
más por seguir con él… — Un pequeño sollozo interrumpió la última sílaba.
—¿Has bebido?
Su hermana no solía derramar ni una lágrima, si estaba tan alterada era obvio que algo de alcohol
corría por sus venas.
—Un poquito —confesó.
No podía dejar a su hermana tirada en esas circunstancias. Erika le necesitaba.
Su velada se iba a la mierda.
—Venga, no llores. No tardo nada.
—Vale —dijo ella con vocecita antes de cortar la comunicación.
Jorge dejó el móvil sobre la mesa y miró a Juls con un rictus de disculpa.
—Creo que nuestro paseo por la playa va a tener que esperar. —Mientras decía eso, le hizo una
señal al camarero para que les trajera la cuenta.
—¿Ha pasado algo? —inquirió ella con preocupación.
—El gilipollas del novio de mi hermana la ha dejado tirada. Lamento mucho tener que
interrumpir nuestra noche tan bruscamente.
—No pasa nada —rechazó con un ademán.
Él chasqueó la lengua, contrariado.
—Sí pasa. Lo último que deseaba era que tuviéramos que despedirnos así.
Antes de que ella hubiera podido decir nada más, el camarero se acercó con la cuenta. Jorge se
sacó la cartera del bolsillo.
—Creo que deberíamos pagar a medias —ofreció ella, hurgando en su bolso.
—Para nada —rechazó contundente—. Hoy pago yo y la próxima vez pagas tú.
—¿Va a haber una próxima vez?
Él depositó un par de billetes sobre el plato de porcelana antes de responderle.
—Lo prometo —dijo en voz baja con tono persuasivo.
Después se incorporó y esperó a que Juls también lo hiciera. Apoyó una de sus manos sobre su
espalda y la guio hacia la salida. En solo unos segundos alcanzaban el coche y él le abría la puerta del
pasajero. Después de que se hubiera acomodado en el asiento, rodeó el Porsche y accedió a su
interior.
—¿Haces algo mañana por la tarde? —le preguntó mientras se ponía el cinturón de seguridad.
—Nada especial. Supongo que bajar a la playa.
A la tenue luz del salpicadero vio cómo ella se humedecía el labio inferior con la punta de la
lengua y volvió a maldecir la situación para sus adentros. ¡Mierda! ¿Por qué se había ido todo al
carajo? De nuevo, las ganas de besarla le apresaron.
—Ven a mi casa, entonces.
—¿A tu casa? —inquirió con estupefacción.
—A la casa de mis padres —aclaró—. Tú y tu amiga. A una de esas fiestecitas de las que te he
hablado antes.
—Pero tus padres no nos conocen.
—No importa. Siempre vienen todos nuestros amigos. La verdad es que la casa se llena de gente.
Por favor —añadió con aire persuasivo—. Venid. Os lo pasaréis bien. Yo os recojo. Mis amigos
también estarán allí. Lo digo por tu amiga y Dani… Seguro que tienen ganas de verse… —Le guiñó
un ojo.
No hacía falta que añadiera que era él quien tenía ganas de verla a ella.
Juls pareció vacilar unos segundos, pero finalmente asintió con ligereza.
—¡Genial! —exclamó él con júbilo.
Quizá la velada se había ido a la mierda, pero todavía tenía el día siguiente para ver hasta dónde
los llevaba ese coqueteo.
Nuevamente de buen humor, arrancó, bajó las ventanillas y volvió a encender la radio. Sonaba
Love is all around de Wet Wet Wet.
—¿Esta también te la sabes? —le cuestionó ella.
—¡Por supuesto! —exclamó y asintió con vigor—. You gave your promise to me and I gave mine to you.
I need someone beside me in everything I do. Oh, yes I do7—cantó.
Ella se rio y él se unió a su risa mientras la miraba a hurtadillas.
Capítulo 8
Jorge
Pasaban las dos del mediodía cuando Jorge aparcaba el Porsche frente al muro de color beige que
rodeaba la casa de sus padres. Se bajó del coche y sacó el equipaje de su madre del maletero.
—¿Qué te ha parecido el paseo, mamá? —le preguntó mientras ella abandonaba el vehículo—.
No está mal el cochecito, ¿eh? —añadió.
—Ingeniería alemana —repuso Anna Schwarz con un fuerte acento teutónico. La
condescendencia era inequívoca en su tono, como si no pudiera ser de otra manera.
Jorge se rio y meneó la cabeza. Su madre era una snob. Para ella, todo lo germano era perfecto.
La había recogido en el aeropuerto hacía apenas una hora y, después, había dejado que el coche
hiciese su magia. Ella, acostumbrada a las autopistas alemanas en las que no había límite de
velocidad, disfrutó tanto como él del viaje. Incluso se permitió lanzarle alguna que otra sonrisa
cómplice, algo que solía encajar poco con su carácter frío y serio.
La puerta metálica marrón se abrió con ímpetu y su padre apareció en el hueco. Se dirigió como
una exhalación hacia su mujer, la elevó en el aire y depositó un apretado beso sobre su boca al que
ella correspondió con menos fogosidad.
Jorge puso los ojos en blanco, sin embargo, no pudo evitar sonreír para sus adentros. Sus padres,
pese a que llevaban juntos más de veinticinco años, seguían comportándose como una joven parejita
adolescente.
—Te he echado de menos. —Escuchó que decía su progenitor.
—Ich Dich auch8 —respondió su madre.
Quienes no los conocían siempre pensaban que su forma de interactuar era estrafalaria. Su padre
le hablaba en español, pero ella solía alternar ambos idiomas. A veces hablaba en alemán y otras
empleaba el español.
—Perdonad, pero esto pesa —se inmiscuyó, empujándolos a un lado para que dejaran libre el
acceso que conducía al jardín delantero.
—¡Envidioso! —le tiró Tony Alba.
Jorge le ignoró. Cargado con las dos bolsas de viaje de su madre, atravesó el camino de adoquines
grises y no tardó en acceder al interior de la vivienda. Su padre, en su prisa por ir a buscar a su madre
se había dejado abierta la puerta de la casa.
Era una edificación de una sola planta de estilo moderno, que alternaba en su fachada el color
blanco y los ladrillos caravista. Altos ventanales decoraban toda la parte derecha de la vivienda y en
el tejado había un solárium acristalado con una barandilla de metal.
Jorge y sus hermanos se habían criado en otra urbanización más cercana a la ciudad, pero después
de que Diego se mudara, hacía ya unos años, sus padres decidieron vender la casa y comprar esa algo
más pequeña. Ahora, solo Lukas y Erika vivían allí con ellos.
—¿Qué tal el coche en la carretera? —le preguntó Erika desde la cocina abierta integrada al salón.
No se mostraba triste o afectada. El disgusto de la noche anterior y la discusión con su novio no
parecían haberle pasado factura.
—De lujo —le respondió sin detenerse, camino del dormitorio de sus padres. Su hermana le
siguió—. Lo he puesto a ciento setenta y no veas cómo coge las curvas.
—Esta tarde cuando venga Rafa voy a llorarle un poquito a ver si me lo deja —repuso ella con
cierto tono de envidia.
Su hermana era mecánica y aunque su especialidad eran las embarcaciones, no le hacía ascos
tampoco a los coches. Ya la noche anterior, cuando él la recogió con el Porsche, se pasó medio
trayecto admirando sus formidables cualidades y hablando de cilindrada y potencia, algo que a él no
le importaba demasiado.
—Pues mucha suerte, ya sabes cómo es —le lanzó él, dejando las bolsas sobre la cama.
—¡La barbacoa está casi lista! —Se escuchó la voz de Lukas desde el exterior.
—¿Qué habéis comprado? —le preguntó Jorge a Erika.
—Presa, secreto, pinchos morunos y hamburguesas. Y pollo para mamá.
Salieron ambos al jardín por la puerta corredera del salón. A su derecha, se hallaba la piscina cuya
superficie relucía al sol e invitaba a sumergirse. A su izquierda, junto a la barbacoa, estaban Diego y
Lukas. El primero, luciendo un bañador negro y una camiseta blanca, dándole la vuelta a la carne
con unas pinzas. Lukas, con un bañador de rayas verdes, colocaba los platos sobre la mesa, que se
hallaba bajo un cenador blanco.
—¿Necesitáis ayuda? —les preguntó Jorge.
Los dos negaron.
—Me voy a dar un baño rápido, entonces.
Se despojó a toda velocidad de la camiseta y los pantalones, debajo de los cuales llevaba un
bañador, se quitó las zapatillas y se encaminó hacia el borde. No tardó en sumergirse en las azules
profundidades de la piscina. La temperatura del agua era ideal, ni demasiado fría ni demasiado
caliente. Atrás habían quedado los sofocantes días de verano que convertían el líquido elemento en
un caldo desagradable.
Hizo unos largos buceando. La piscina no era muy grande y no tuvo necesidad de sacar la cabeza
fuera del agua. Finalmente, emergió y nadó de espaldas, sin esforzarse demasiado, hasta que alcanzó
uno de los bordes y se acodó en él, dejando que sus piernas bambolearan dentro del agua. El sol le
calentó con rapidez.
Contempló a su familia desde la distancia. Su padre se había unido a sus hermanos y le había
arrebatado las pinzas a Diego, ocupando su lugar frente a la barbacoa. Lucía unas bermudas negras y
una camiseta roja y su pelo castaño, tan similar al de Jorge, le caía rebelde sobre la frente. Su cara
apenas presentaba arrugas y sus ojos fulguraban divertidos. No aparentaba los cincuenta y dos años
que tenía.
Diego tomó asiento en una de las tumbonas cercanas al borde de la piscina. Jorge le echó una
ojeada, pero su hermano permanecía absorto con la vista perdida en algún punto indefinido del
horizonte.
Lukas se había aproximado al equipo de música que tenían en un extremo del jardín, junto a la
plataforma que servía de escenario, la cual su padre se había empeñado en trasladar desde la otra
casa. Había cogido uno de los CD y lo introducía en el reproductor.
—No la pongas muy alta —le advirtió Erika, que pululaba en torno a la mesa—. Que es la hora
de la siesta de las hijas de Cas.
Cas Landvik era su vecino y también el hermano de Till, el jefe de Jorge. Tenían muy buena
relación con él y con su mujer, Elisa. En especial, su madre, que se llevaba muy bien con toda la
familia Landvik. Pese a que los padres de Cas eran noruegos, habían vivido muchos años en
Alemania y Anna Schwarz los veía como compatriotas con los que podía hablar en alemán.
—Cas y Eli no están este fin de semana —respondió Lukas—. Están fuera, así que hoy podemos
desmadrar y poner la música a todo trapo.
Y no lo dijo en vano. Los altavoces no tardaron en escupir una canción a todo volumen.
Reguetón en estado puro.
—¡Sacrilegio! —gritó su padre desde la barbacoa, agitando las pinzas en el aire—. Esa música está
prohibida en esta casa.
—Eh, que yo también vivo aquí y tengo mis derechos —exclamó Lukas mientras comenzaba a
bailotear. Encontró a Erika en su camino y le rodeó la cintura con los brazos, invitándola a seguir
sus movimientos, pero ella se desasió y continuó husmeando en los platos que había en la mesa.
—¡Para nada! Independízate y podrás escuchar eso —dijo el cabeza de familia, arrugando la nariz
con desdén.
Los ojos azules de Diego se cruzaron brevemente con los de Jorge e intercambiaron una sonrisa.
Lukas y su padre siempre estaban peleándose. Quizá porque eran demasiado semejantes
—Venga, papá. Te tienes que modernizar. No puedes estar siempre escuchando esa música
viejuna —dijo el más joven de los Alba.
—Esa música viejuna es puro arte —protestó su padre. Después, colgó las pinzas en el gancho
metálico de la barbacoa y, dando grandes zancadas, se acercó al equipo de música. Solo un instante
después, se hacía el silencio.
—Joder, papá…
—Joder, hijo. Si quieres ser el DJ hoy, tienes que seguir las normas.
Lukas miró al cielo como pidiendo paciencia, pero terminó por asentir.
—¿Qué tal anoche? —le preguntó Diego a Jorge en esos momentos.
—Pues no muy bien, gracias a ti —repuso con un aspaviento exagerado.
—¿A mí? —inquirió con mucha sorpresa.
—¿Por qué tenías el móvil desconectado? Erika te estuvo llamando.
—¿Me llamaste anoche? —Diego se dirigió a su hermana, perplejo.
Erika se acercó al borde de la piscina.
—¿Todavía no has encendido el móvil? —le cuestionó.
—Pues no —repuso Diego—. ¿Pasó algo?
—Alberto me dejó tirada en Altea y tuve que llamaros para que vinierais a rescatarme. Menos mal
que Jorge sí estaba disponible.
—Lo dicho —dijo este—, que si no hubieras tenido el móvil apagado no me habríais jodido la
cita.
—¿Otra vez has discutido con Alberto? —le preguntó Diego a Erika haciendo caso omiso a la
última recriminación.
—Creo que voy a romper con él —asintió pensativa—. No somos compatibles.
—Eso te lo podía haber dicho yo hace cuatro meses, cuando empezasteis a salir —dijo su
hermano mayor—. Es un imbécil.
—Vale —admitió ella—. Tienes razón.
—¿Por qué discutisteis?
—Porque es bastante machista —intervino Jorge desde el agua.
Su hermana ya le había puesto en antecedentes del motivo de la discusión la noche anterior. Al
novio de Erika no le gustaba demasiado que ella saliera sola con sus amigas. Pobre desgraciado.
Tenía las de perder, desde luego
—Algo así —dijo Erika con menosprecio, pero no continuó—. Y a ti ya te he pedido perdón
quinientas veces por joderte la cita. Deja de recordármelo. Además, ¿no la has invitado a venir hoy?
—¿La vamos a conocer? —preguntó Diego con una sonrisa.
—Vienen luego, ella y su amiga —asintió Jorge, echándose el pelo hacia atrás que casi se le había
secado ya—. Las trae Dani.
Pese a que él mismo se comprometió a ir a buscarlas, había hablado aquella mañana con su amigo
y este se ofreció a recogerlas a las cuatro y media.
—¿Es guapa?
Jorge no tuvo tiempo de responder. Erika se le adelantó.
—Es una monada. Delgadita y con el pelo corto. Tipo duendecillo como le gustan a Jorge.
—¿Tú también? —se lamentó.
—Yo también, ¿qué?
—Nada.
En cuanto dijo aquello, se impulsó con las piernas en la pared de la piscina y se alejó de sus
hermanos. Hundió la cabeza debajo del agua y se quedó un buen rato allí, disfrutando del vacío
silencioso que le rodeaba.
Sus pensamientos fueron hasta Juls. Tenía ganas de volverla a ver. La cena de la noche anterior se
le había quedado corta, muy corta. Quería pasar más tiempo con ella y conocerla un poco más. Tenía
la sensación de que ambos eran bastante compatibles.
Los sofocados acordes de una canción distorsionados por el agua llegaron hasta sus oídos. Sacó la
cabeza y escuchó la voz de Loquillo cantando su Rock & Roll star.
Por supuesto, su padre se había salido con la suya.
Tony Alba se hallaba de pie frente a la barbacoa y canturreaba con una expresión complacida en
el semblante. Lukas, con cara sufridora, estaba a su lado mientras sostenía una fuente en la que su
padre iba poniendo la carne que ya estaba hecha.
Su madre salió de la casa con una ensaladera y Erika hizo sitio en el centro de la mesa para que
pudiera ponerla.
—Nochmal9 Loquillo? —preguntó Anna a su hija en voz alta con fingida exasperación.
—Ya ves —repuso esta con un encogimiento de hombros y una risita.
—Que levante la mano el que prefiera mi música al reguetón de Lukas —dijo su padre.
Diego y Erika levantaron la mano con rapidez. Incluso Jorge, desde el agua, lo hizo.
Lukas soltó un exabrupto.
—Sois unos anticuados. ¿Qué he hecho yo para merecer una familia así?
—Somos tope guay —dijo Tony Alba con una risa.
—Joder, papá, ya nadie habla así. Estás pasado de moda.
—De eso nada, monada. Somos chachi.
Lukas resopló y se alejó seguido por la risa de su padre.
Jorge, que había contemplado el intercambio con una expresión risueña, nadó hasta la escalerilla y
abandonó la piscina. Diego se acercó a él con una toalla y se la tendió.
—¿Te vas a quedar hoy o te vas a ir casa? —le preguntó Jorge.
Los dos últimos fines de semana, Diego se había ido a su apartamento después de comer y no se
había quedado con la familia a pasar la tarde.
—Me quedo.
—¿Ya no estás con el chico ese? —inquirió con curiosidad.
Diego meneó la cabeza, sin entrar en detalles. Al contrario que Jorge, Erika o Lukas era bastante
retraído y más serio que sus hermanos —era quizá el que más se parecía a su madre en carácter—, y
no le gustaba demasiado hablar de su vida privada. Jorge era su máximo confidente, pero incluso él
se enteró de que estaba saliendo con un chico por pura casualidad, solo porque los vio juntos en la
playa una tarde de hacía unos meses.
—¡Vamos! —llamó su padre—. La comida se enfría.
Tomaron asiento alrededor de la mesa, a la sombra del cenador, y comenzaron a servirse la carne
y la ensalada.
—¿Qué tal en Berlín, mamá? —le preguntó Erika.
—Pues mal, sin mí —respondió su padre.
—¡Papá!
Su madre hizo caso omiso y comenzó a hablarles de los días que había pasado en Alemania con
su familia. Solía ir a visitar a sus padres una vez al año, siempre por las mismas fechas.
—¿Has traído la cerveza esa especial? —le preguntó Lukas.
Siempre que iba a su país solía hacerlo.
—Está en la nevera —contestó su padre—. No está fría.
Siguieron comiendo en amigable silencio con la música de fondo. Una canción de Gabinete
Caligari dio paso a otra de La Unión. Todas muy ochenteras.
—¿No sabes nada del Oceanográfico? —le preguntó su madre a Jorge en español.
—Todavía no. Aunque me han comentado que siguen con el proceso de selección. Quizá el mes
que viene me digan algo.
—¿Qué vas a hacer si te cogen? ¿Te vas a mudar a Valencia? —inquirió Lukas.
—Ni idea. Todavía no lo he pensado.
—Si te mudas, yo podría quedarme con tu piso —intervino Erika.
—¡Ya era hora! —exclamó su padre flemático—. Pensábamos que nunca te ibas a independizar.
Cariño —añadió, mirando a su mujer—, ya solo nos queda librarnos del pequeño y por fin solos.
Todos rieron, menos Erika que arrugó la nariz.
—Seguro que cuando me vaya me vais a echar de menos —dijo, fingiéndose ofendida.
—No te creas —añadió su padre.
—Para nada —dijo su madre otra vez en español.
La risa fue generalizada. Jorge le dio un codazo a Erika que se vengó pegándole una patada por
debajo de la mesa.
—¿No te viene mejor alquilarte algo en Altea? —preguntó Diego.
El taller de reparaciones donde ella trabajaba estaba en el Puerto de Campomanes, a solo tres
kilómetros de esa pintoresca villa.
—He mirado y todo lo que hay disponible no me gusta demasiado. O es muy caro o no me
convence la situación. El apartamento de Jorge es ideal. Y el Albir está solo un par de kilómetros
más lejos. No me viene nada mal.
—Si me sale lo del Oceanográfico y decido mudarme a Valencia ya te diré. Y si no, puedo mirar a
ver si hay pisos disponibles en mi urbanización. Dado que papá y mamá tienen tantas ganas de
librarse de ti —se burló Jorge.
—Lukas, ¿tú cuando piensas marcharte de casa? —preguntó el cabeza de familia mientras
engullía un trozo de hamburguesa.
—Yo me voy a quedar a vivir aquí para siempre con vosotros —repuso este socarrón—. Para
cuidaros en la vejez.
Tony Alba resopló.
—Por cierto —se inmiscuyó Erika—. Voy a dejar a Alberto.
—¿Alberto? ¿Ese es nuevo? ¿No se llamaba Bruno? —preguntó su padre confundido.
—No —rechazó su madre, alzando los hombros—. Ese era el de antes y rompió con él hace ya
tiempo.
—Ah, vale. ¿Y por qué quieres cortar con este?
—Porque es un machista.
—Entonces haces bien en dejarle —dijo su padre—. No queremos hombres machistas en la
familia. Conmigo ya tenemos de sobra.
—¿Machista tú? —intervino Jorge con una risa—. Pero si mamá hace contigo lo que quiere.
—Es ist wahr, Tony10 —corroboró esta.
—Pero solo porque yo se lo consiento. Que soy muy macho —repuso, inflando el pecho con
exageración.
Sus cuatro hijos le miraron con diferentes grados de escepticismo.
—Yo también tengo una noticia que daros —dijo Lukas. Sus ojos, tan azules como los de su
madre, Diego y Erika, se ensombrecieron—. Eva está embarazada.
Todas las miradas fueron hacia él. Nadie parecía demasiado sorprendido.
—Pues a ver con qué sueldo mantienes al niño —dijo el patriarca con una sonrisa mientras se
llevaba su vaso de cerveza a la boca. Le dio un trago y paladeó la bebida con ganas.
—¿Por qué nunca puedo colárosla? —refunfuñó Lukas.
Erika le tiró una servilleta que él atrapó al vuelo.
—Si la hubieras dejado embarazada, habrías venido llorando —intervino Jorge y le lanzó un
trozo de pan que le impactó en el pecho.
Lukas le sacó la lengua.
—No hagas nada sin protección —dijo Anna Schwartz, impertérrita.
—La clase de salud sexual ya la tuvimos hace unos añitos. Esperemos que no se os haya olvidado
nada. No me hagáis sacar el plátano y los condones para poneros a practicar —dijo su marido con
ironía—. ¿Alguien más tiene algo que comunicar? ¿Embarazos? ¿Hijos secretos? ¿Nuevas relaciones?
—Jorge ha conocido a una chica —se chivó Erika—. Y la va a traer esta tarde.
El aludido resopló y dejó caer la cabeza hacia atrás.
—¿Es algo serio? No me hagas encariñarme con ella y luego para nada —repuso su padre.
—La conocí hace dos días. Está aquí de vacaciones —explicó, encogiéndose de hombros.
—Bueno, mira tu madre y yo. Empezó como vacaciones y ya tenemos cuatro hijos.
—Wie ist ihr Name?11 —intervino esta.
—Julia, pero la llaman Juls.
—Julia… —Anna Schwarz lo pronunció al estilo alemán, arrastrando la jota con suavidad,
mientras asentía con aprobación.
—¿Cómo es? —preguntó su padre.
—Es muy mona. —Se adelantó su hermana veloz—. Pelo corto y rubio, ojos oscuros grandes y
nariz respingona. Muy del estilo de Jorge. Y es simpática. Mucho. Fingió ser su novia para salvarle de
Bea. Dos veces.
—¿Cómo es eso? —se interesó Tony.
Jorge les contó lo que había sucedido el viernes por la noche en La Sal y el día anterior en la
playa, y relató cómo Juls se había convertido en su salvadora. No pudo evitar que sus labios se
distendieran en una sonrisa al hablar de ella.
—Parece encantadora —dijo su madre.
—Joder con Bea —murmuró el padre—. Lleva tantos años loca por ti, la pobre. Last Christmas, I
gave you my heart…12 —tarareó con guasa.
—No me recuerdes eso —suspiró Jorge.
—¿Va a estar esta tarde también? Es por ir preparando las palomitas.
—Tienes suerte —intervino Erika, mirando a su hermano—. Está con su prima en Valencia y no
vuelve hasta esta noche. Pero que sepas que me ha preguntado si iba a venir tu novia a la piscina esta
tarde y cuando le he dicho que sí ha gruñido.
—¿De verdad que no conocéis a ningún chico que pueda servirle como pareja? —dijo Jorge con
exasperación.
—A mí no me mires —repuso Lukas—. Mis amigos son todos muy jóvenes y además me caen
bien. No querría que cargaran con esa cruz.
—¡Qué malo eres! ¿Por qué no le das una oportunidad? —dijo su padre con un mohín burlón.
—¿En serio la querrías de nuera?
—Bea es una buena chica —continuó su progenitor con tono inocente.
—Es buena chica, pero si tú te comprometes con Bea, yo me divorcio de tu padre —intervino su
madre.
Tony Alba frunció el ceño y cerró la boca con fingida exageración.
—La matriarca ha hablado —dijo Lukas con una risita a la que se unieron los demás.
Siguieron comiendo hasta que vaciaron la fuente de carne y la ensaladera. La música seguía
sonando de fondo. Diego se llevó los platos sucios a la cocina y volvió con una sandía. Su madre y
Erika le siguieron y regresaron con una cafetera humeante y tazas. Mientras Tony Alba partía la
sandía, comenzó a hacer más preguntas.
—Entonces, ¿quién va a venir esta tarde? ¿Vais a llenarnos otra vez la casa de gente como todos
los domingos?
A pesar del tono seco de la pregunta, todos sus hijos sabían que le encantaba recibir a sus amigos.
Cuantos más mejor, decía siempre.
—Por mi parte, viene solo Laura —contestó Erika, cogiendo una raja de sandía que le tendía su
padre.
—Iván y Eva —añadió Lukas, en referencia a su mejor amigo y a su novia.
—Dani, Rafa, Juls y su amiga —dijo Jorge, sirviéndose una taza de café solo.
Diego hizo una señal de negación con la mano. También se sirvió un café.
—¿Y tú por qué no invitas a nadie, Diego? Algún noviete tendrás —dijo su padre.
Diego había salido del armario delante de sus padres con quince años. Y en todo ese tiempo no
había llevado nunca ningún chico a su casa, pese a la insistencia de estos.
—No tengo ningún noviete, como tú dices —respondió muy serio.
—¿Cuándo nos vas a presentar a alguien? En un par de meses cumples veintiocho ya. Eres casi
un anciano —insistió.
—No tengo prisa. —Se encogió de hombros.
No pudieron seguir hablando, porque en ese instante se escuchó el timbre de la puerta.
—Deben de ser Iván y Eva —dijo Lukas, irguiéndose—. Quedamos a las cuatro y ya son.
Jorge vació su café de un trago y comenzó a recoger la mesa. Diego se unió a él. Entre los dos
llevaron las fuentes y el resto de los platos sucios a la cocina y comenzaron a meterlo todo en el
lavavajillas.
Sus ojos terminaron por posarse sobre el perfil de Diego. Este se mantenía muy silencioso
mientras enjuagaba los platos en el fregadero.
—¿Estás bien, Diego? —le preguntó.
—Claro que estoy bien —repuso este, sin dirigirle la mirada.
—No has dicho casi nada durante la comida.
—Bueno, no soy tan hablador como vosotros.
Jorge suspiró y se quedó mirando a su hermano con el ceño fruncido. A veces, resultaba
sumamente complicado hablar con él, era demasiado hermético.
—El chico ese con el que estabas… —se detuvo, sin saber cómo continuar—. Habéis roto de
mutuo acuerdo o ha sido él…
—No era importante —le interrumpió mientras se inclinaba a meter una fuente en el lavaplatos
—. No te preocupes por eso. Era un rollo de verano y nada más. Nada serio.
En cuanto dijo aquello, se irguió y se encaró con él. Le contempló con franqueza y una sonrisa
apenas perceptible. La expresión de su rostro era tranquilizadora, aunque quizá había algo que
subyacía en las profundidades de sus iris, algo semejante a la tristeza.
Jorge le estudió. Su hermano era un hombre atractivo, decidió, con el pelo castaño ondulado y
sus ojos celestes. No era la primera vez que se percataba de ello y tampoco era la primera vez que se
preguntaba por qué Diego no tenía suerte con sus relaciones. Nunca había tenido una pareja estable.
Quizá su condición sexual le limitaba, aunque jamás le había oído expresar nada al respecto.
—Sabes que puedes contarme cualquier cosa —le dijo en voz baja.
La sonrisa de Diego se hizo más amplia y se llenó de afecto.
—Lo sé. Y tú a mí también.
—Yo lo hago, Diego. El que siempre se calla eres tú.
—No, es solo que no tengo nada especial que contar.
Jorge entornó los ojos con escepticismo, pero no quiso seguir insistiendo.
Erika apareció frente a ellos. Traía las tazas sucias del café que dejó en el fregadero antes de
encaramarse a la encimera.
—Tu chica tiene que estar al caer —le dijo a Jorge, distrayéndole de todo lo demás.
—Tengo ganas de conocerla —anunció su hermano mayor.
Jorge sonrió cuando sus pensamientos volaron hacia Juls.
Él también tenía ganas de que ella pasara la tarde con su ruidosa familia.
Capítulo 9
Juls
No sabía muy bien lo que las esperaba al otro lado de aquella puerta metálica y eso la ponía un tanto
nerviosa. Hasta sus oídos llegó el sonido de una canción que le resultó familiar, aunque no era capaz
de ponerle título. Se giró y le echó una ojeada a Dani que había abierto la puerta del pasajero de su
Volkswagen Golf para que Mariu pudiera bajarse.
—¿Seguro que no hay ningún problema en que nos presentemos así? —le preguntó por enésima
vez.
—Seguro —respondió él—. Los padres de Jorge son la caña. Ya veréis.
Juls volvió a mirar hacia el alto muro de color beige con escepticismo. Sus propios padres eran
serios y muy conservadores y nunca habían hecho buenas migas con los amigos de sus hijos, y
mucho menos habrían deseado estar presentes en una reunión organizada por ellos. Quizá por eso
aquella situación le resultaba tan extraña.
En ese momento, un viejo todoterreno blanco con rayas naranjas en los laterales se aproximó a la
acera donde acababan de estacionar y aparcó justo delante del coche de Dani. Rafa salió de su
interior y cerró la portezuela con fuerza. Llevaba unas bermudas blancas, una camiseta gris y una
mochila a la espalda.
Juls se quedó mirando el vehículo con una sonrisa. Viejo, abollado y descolorido. Al menos tenía
veinte años. Así que ese era el coche de Jorge. Indudablemente, iba mucho más con él que el
Porsche.
—Hola —los saludó Rafa, elevando una mano.
—Hola —respondieron casi al unísono.
Mariu le había relatado su cita con Rafa de la noche anterior. Después de cierta incomodidad
inicial se lo había pasado en grande con él. Le describió como un tipo simpático y extrovertido,
aunque sus esperanzas seguían estando puestas en Dani. Era evidente en su forma de mirarle y de
hacer caídas de pestañas de modo exagerado, aunque a él aquello parecía gustarle, si se tenía en
cuenta la mueca tontorrona que se dibujaba en su cara en ese instante.
—¿Habéis llamado? —inquirió Rafa.
Ante su negativa, se acercó a la puerta y pulsó el timbre que había en un lateral. Pronto, se
escucharon unas pisadas y la hoja metálica se abrió con brío.
Un joven con el pelo oscuro y los ojos claros se paró frente a ellos con una sonrisa de oreja a
oreja.
—¡Hola! Soy Lukas, el hermano de Jorge —dijo y se dirigió a ella directamente.
Antes de que pudiera prepararse, Juls se encontró entre los brazos del muchacho mientras este le
plantaba dos sonoros besos en las mejillas. Algo aturdida por la afectuosa bienvenida, dio un paso
atrás y le estudió con interés mientras él abrazaba a Mariu.
No se parecía en absoluto a Jorge.
—Sois los últimos en llegar. Ya estamos todos. Pasad. Rafa, dice mi hermana que quiere hablar
contigo.
—Si es para pedirme el Porsche la respuesta es no.
Lukas soltó una carcajada.
Atravesaron un camino empedrado bordeado por pequeñas palmeritas. En la entrada, a la
derecha, había aparcada una moto negra de estilo vintage que dejaron atrás para internarse en la casa.
Un recibidor que desembocaba en una cocina integrada a un amplio salón comedor se abrió ante
ellos. Todos los muebles eran blancos y grises y proporcionaban un ambiente fresco y limpio a la
vivienda. Un gran ventanal que daba al jardín se encontraba justo enfrente y a través de él se podía
ver una piscina cuyas aguas refulgían bajo el sol. Varias personas en bañador deambulaban por allí.
Alguien se separó de uno de los grupos y accedió al salón por el ventanal.
Jorge.
Juls no pudo evitar escanearle de arriba abajo, deteniéndose en su pecho desnudo, que estaba
húmedo, como si se hubiera dado un chapuzón, y en el tatuaje que adornaba su costado. Al notar
cómo el calor subía a sus mejillas, carraspeó con suavidad y dio un paso a un lado.
Jorge se dirigió a ella con una sonrisa encantadora después de haber saludado a sus amigos con
palmadas en la espalda y de haber besado a Mariu.
—Hola, Juls —le dijo, tendiéndole una mano, que ella tomó sin vacilar.
—¿Qué tal tu hermana ayer? —inquirió ella en voz baja.
—Todo bien. No fue para tanto —dijo. Se inclinó para que nadie más pudiera escucharle y
añadió—: Estás muy guapa. ¿Es por mí o de nuevo lo haces por el coche?
—Siempre por el coche, ya sabes. Bueno, o por la moto que he visto aparcada en la puerta
—repuso con fingida inocencia.
Él chasqueó la lengua con pretendida desilusión.
—Qué mala eres y qué superficial. La moto es de mi hermano, pero se la puedo pedir prestada,
no te preocupes.
No la dejó responder porque tiró de ella hacia el exterior y comenzó a presentársela a todo el
mundo. Lo hizo tan deprisa que Juls apenas tuvo tiempo de inspeccionar el entorno.
—A mi hermana ya la conoces —dijo, acercándose a la rubia—. Esta es su amiga Laura.
Juls asintió. Había visto a la pelirroja el día anterior en la playa.
Jorge también presentó a Mariu que los había seguido junto con Dani y Rafa.
—Y este tío tan atractivo es mi hermano mayor, Diego.
Se plantó frente a un hombre con aspecto sereno que estaba sentado en una de las tumbonas de
la piscina y que se incorporó en cuanto se acercaron. Era un par de centímetros más alto que Jorge,
con el pelo castaño y los ojos profundamente azules, que la saludó con una sonrisa. A Juls le pareció
muy atractivo, como el propio Jorge acababa de mencionar.
—Estos son Iván, el amigo de mi hermano Lukas, y Eva, su novia.
Los dos jóvenes que tenían sendos vasos en las manos, se dieron la vuelta y nuevos besos fueron
intercambiados.
—Y esos de allí son mi padre y mi madre. —Jorge señaló con el dedo a una pareja que bailaba
muy pegada al otro lado del jardín, al ritmo de la canción lenta que salía de los altavoces—. En
cuanto se separen, cosa que puede que no suceda en años —añadió con ironía—, os los presento.
Juls los contempló maravillada. ¿Aquellos eran los padres de Jorge? Curioso. No parecían ser
mucho mayores que sus propios hijos. El hombre era como un calco del propio Jorge, con la piel
muy morena, y la mujer, rubia, alta y delgada se parecía muchísimo a Erika. Incluso desde la distancia
se podía apreciar que era toda una belleza.
—Tu madre es preciosa —le susurró.
—Lo es. La gente dice que se parece mucho a Claudia Schiffer.
Juls volvió a observarla. Era cierto. Sí que se daba un aire a la top model de los noventa.
—¿Qué queréis beber? ¿Cerveza? ¿Café? ¿Zumo? ¿Un refresco? —ofreció Jorge y señaló la mesa
sobre la que había unas cuantas botellas, una cafetera y unos vasos—. Si queréis algo más fuerte
también os lo puedo traer.
Tanto Mariu como Juls se decantaron por un zumo. Rafa y Dani se sirvieron unas cervezas.
La canción terminó y se hizo un silencio en el jardín, solo interrumpido por las animadas
conversaciones de los allí presentes. Por fin, los padres de Jorge se separaron y acudieron a
presentarse.
El cabeza de familia palmeó a Rafa y a Dani en los hombros e intercambió unas risas con ellos,
mientras su mujer se quedaba en un discreto segundo plano. Después, se dirigió a ellas.
—Soy Tony y ella es mi mujer, Anna. Bienvenidas.
—Ellas son Juls y Mariu. —Jorge hizo la introducción.
—Un placer. Si mi hijo se porta mal con vosotras, venid a decírmelo y le pondré en su sitio
—dijo con un simpático guiño.
Como Juls ya había podido comprobar hacía un rato en la distancia, Jorge era clavado a él. Tenía
una mirada abierta y socarrona y parecía un hombre muy agradable. La madre, por el contrario, se
mostraba un poco más distante, aunque su sonrisa era genuina. No aparentaba en absoluto su edad.
Podía pasar perfectamente por hermana de sus hijos.
—Eso es, Georg, pórtate bien —le dijo a su hijo con un fuerte acento. Pronunció el nombre con
una G suave, de un modo muy diferente a como se decía en español—. Un placer conoceros
—añadió antes de alejarse.
Jorge maniobró a Juls hacia la tumbona más alejada, dejando algo apartados a los demás. Tomó
asiento y tiró de la mano de ella para que también lo hiciera.
—¿Georg? —le interrogó Juls con curiosidad.
—Solo mi madre me llama así —admitió él—. Le resulta complicado pronunciar mi nombre en
español.
—¿Y por qué te pusieron ese nombre? —indagó, dándole un trago a su zumo.
—La culpa es de mi padre. Yo debía de haberme llamado David, pero camino del Registro
cambió de idea. Mi madre estuvo a punto de matarle cuando regresó.
Juls se rio mientras sus ojos paseaban por el jardín. Mariu, Dani y Rafa se habían acercado a la
mesa. Erika y su amiga se estaban dando un baño y Diego se había unido a ellas. Los demás,
incluyendo a los padres de Jorge, se arremolinaban en torno al equipo de música, buscando algún
otro CD que poner, sin ninguna duda.
—Puedes quitarte la ropa y darte un baño, si quieres —le propuso Jorge, echándose hacia atrás y
apoyando las manos en el borde de la tumbona.
En esa postura, su tatuaje era todavía más visible y Juls admiró la perfección del dibujo.
—¿Ya me pides que me desnude? —le dijo con tono burlón—. Un poco pronto, ¿no?
—Llámame descarado. Soy un mal chico, ya ves.
Ella se rio.
—Mal chico o buen chico, tienes razón. Hace mucho calor para estar con la ropa puesta y un
chapuzón suena muy tentador.
Se despojó de la camiseta y del pantalón corto y los guardó en la bolsa de playa que había dejado
en el suelo. Se quedó en bikini. Fue muy consciente de la mirada que él le lanzó.
—Hombre, aprovecha que no soy una mujer muy tímida y mírame de frente —le sugirió con
entonación procaz—. ¿Te gusta el bikini?
—Me encanta. Te cubre… lo justo —dijo él.
Ella volvió a reírse al ver cómo a él se le velaban los ojos. Le gustaba ver el efecto que su
semidesnudez tenía sobre él. Técnicamente, el bikini no era en exceso provocativo, era más bien
normalito. Blanco con flores negras.
Por fin, el grupito frente al equipo musical parecía haberse puesto de acuerdo y una melodía que
Juls reconoció llenó el silencio.
—Es Escuela de calor —dijo, asintiendo apreciativamente con la cabeza—. De Radio Futura.
—¿Los conoces?
—A mi hermano Félix le encantan.
—Mi padre es un puñetero friki de la música ochentera, así que no esperes oír otra cosa en toda
la tarde. Lukas ha intentado poner reguetón antes y casi le deshereda.
—Es que eso es algo muy desheredable —repuso con una mueca.
—Estamos de acuerdo —se rio él y luego le dio un trago a su lata de Aquarius—. En breve va a
comenzar el espectáculo —murmuró después.
—¿Espectáculo?
—Te dije lo de hacer playback y actuar, ¿no? Pues el momento se aproxima.
Señaló al otro lado del jardín, a la plataforma de madera. Su padre se había encaramado a ella y
cantaba, utilizando una botella de agua como micrófono.
—Eso no es playback, desde luego —dijo Juls con una risa divertida al escuchar la estentórea voz
del padre de Jorge, que lo daba todo en el escenario.
Lukas, su novia y el amigo de este le jaleaban con entusiasmo. Su mujer había tomado asiento
junto a la mesa y le aplaudía, pero con más moderación.
Juls miró a Jorge de reojo. Este tenía la mirada fija sobre el escenario y una sonrisa cargada de
afecto transformaba su cara. Era palpable el cariño que sentía por su progenitor.
Detrás de ellos, desde el agua, Erika y su amiga Laura también cantaban a voz en grito.
—¡Hace falta valor! Hace falta valor. ¡Ven a la escuela de calor!
Juls no pudo evitar dejar escapar una risa alegre. El ambiente era alucinante y de lo más
pintoresco. Se sentía fabulosa. Sus ojos se posaron sobre Diego que acababa de abandonar la piscina
por el otro lado y se mantenía de pie en el borde, frotándose el pelo con una toalla; observaba la
escena con aprobación.
—Tu hermano mayor es… —se interrumpió sin saber cómo continuar.
—Mi hermano mayor es… ¿qué? ¿Tengo que ponerme celoso? —bromeó él.
—¿Celoso? —Soltó una risa—. Me refiero a que es bastante más calmado que todos los demás.
No sé. Parece tan sereno. Impone un poco.
—Es el que más se parece a mi madre. ¿La ves? La calma y la flema en persona, como mi
hermano. Alemanes de pura cepa. Aunque dicen que la procesión va por dentro, pero si te digo la
verdad nunca he visto a Diego perder los nervios. Cuando se enfada se convierte en un hombre de
hielo, ni siquiera alza la voz. Todo lo contrario a mi padre o a mi hermano pequeño. Míralos.
Españoles al cien por cien.
Juls no pudo evitar darle la razón. Tanto su padre como su hermano Lukas, que se había subido
al escenario con él, cantaban a voz en grito.
—¿Y tú? ¿Cómo eres?
—Yo soy una mezcla. Setenta y cinco por ciento español, veinticinco por ciento alemán.
—Ese veinticinco por ciento ¿a qué corresponde? —inquirió con curiosidad.
—A que adoro la cerveza —respondió él con un guiño—. Y que soy del Bayer de Múnich.
Ella se rio con ganas.
—¿Cuándo te toca a ti? —le preguntó al cabo de un rato, señalando el escenario.
Él giró la cara y la miró. Le brillaban los ojos y su sonrisa era enorme.
—¿Te apetece verme haciendo el ridículo?
—Me apetece reírme.
—Eres malvada.
— Naaa —rechazó—. Me reiría contigo, nunca de ti.
—A mí me gustaría hacer otra cosa además de reírme contigo.
Nada más decir aquello, se aproximó un poco más, de modo que sus brazos se rozaron. El sol
había calentado la piel de ambos por igual, no obstante, Juls sintió como si la de él estuviese
ardiendo contra la suya. No era una sensación desagradable y no intentó apartarse, recreándose en
ella mientras se humedecía los labios con lentitud.
—No hagas eso. —Le escuchó decir.
—¿Eso?
—Sí. No te mojes los labios con la lengua si no quieres que me convierta en un salvaje y me
abalance sobre ti.
—¡Cuanta agresividad! —le lanzó, mirándole a hurtadillas.
A él le refulgían los ojos y no era porque el sol se reflejase en ellos.
—Puedo ser rudo o puedo ser muy suave. Depende.
—¿De qué depende?
—Del momento.
—Y en un momento como este, ¿qué harías? Estamos en casa de tus padres, rodeados de gente.
—Me encantaría llevarte al agua, abrazarte y robarte un beso —dijo con la voz ronca—. Aunque
no sería un beso robado, porque tú querrías dármelo.
—¿Estás seguro?
Él se inclinó y enterró la cara en el hueco de su cuello.
—Sí —le dijo en un susurro, bañando el lóbulo de su oreja con su aliento.
Ella guardó silencio. Su abdomen había comenzado a trepidar. El coqueteo comenzaba a írsele de
las manos y a convertirse en puro deseo. Ladeó la cara y le contempló. Él estaba tan cerca de ella que
pudo verse reflejada en sus pupilas. Su mirada decía que le hubiera gustado hacer algo más que solo
acariciarla con el brazo.
De pronto, hacía mucho calor y Juls solo deseó meterse en el agua.
Me encantaría llevarte al agua, abrazarte y robarte un beso.
A ella también le gustaría, para qué negarlo.
—¡Jorge! ¡Ven!
La voz del padre de él, llamándole a gritos, la sacó de su abstracción. Carraspeó con fuerza y se
dio cuenta del lugar en el que se encontraban. Casi lo había olvidado.
—Creo que vas a tener la oportunidad de verme hacer el ridículo. —Él se apartó y elevó los ojos
al cielo.
—¡Vamos! —gritó su progenitor con un brioso gesto.
Lukas, su amigo y una empapada Erika se habían unido a él en el escenario. Escuchaban la
melodía que salía de los altavoces con intensidad, aguardando a que el cantante comenzara a entonar
la letra.
—Tengo que ir —exclamó Jorge—. Es como el himno familiar. No me puedo escapar.
Se irguió y le dirigió una disculpa muda antes de ir hacia la plataforma. Ágilmente, se encaramó a
ella y se situó al lado de su padre, cuando la primera estrofa salía al aire.
—¡Y creo que he bebido más de cuarenta cervezas hoy! ¡Y creo que tendré que expulsarlas fuera
de mí!
Juls los escuchó cantar con sorpresa. No conocía el tema, pero según iba siguiendo la letra, una
risa burbujeante se iba formando en su pecho. ¿Himno familiar? ¡La canción era una pura
gamberrada!
Paseó la mirada por el jardín y vio que todo el mundo parecía estar participando de aquella
insensatez de algún modo. La amiga de Erika, la novia de Lukas, Dani, Rafa y hasta la propia Mariu
se habían reunido delante del improvisado escenario y bailaban y saltaban sin mucho ritmo. La
madre de Jorge y su hermano Diego permanecían sentados en torno a la mesa, pero incluso ellos
tarareaban y movían la cabeza al ritmo de la música.
—¡Mi agüita amarilla! ¡Mi agüita amarilla! —cantaba el padre de Jorge en voz muy alta,
desafinando a propósito. Se contorsionaba como si le estuviera dando un ataque y Juls le contempló
fascinada. En las pausas, acercaba la botella que utilizaba como micrófono al entregado público,
animándolos a participar, como si fuera el cantante de un grupo famoso.
Jorge cantaba desaforadamente y se movía con abandono, igual que todos los demás. Juls le
estudió maravillada. Parecía como si todo le importase un carajo, como si no le preocupara lo más
mínimo hacer el ridículo o lo que los demás pensaran.
Le encantó su actitud.
Sus miradas se cruzaron y él le lanzó una sonrisa canalla. Ella no pudo más que corresponderle
con otra semejante.
Él había comenzó a sudar y su piel tostada brillaba. Además, sus movimientos ponían de
manifiesto la perfecta musculatura de sus hombros y espalda, convirtiéndole en un regalo para los
ojos, al menos, para los de Juls.
De pronto, todos comenzaron a hacer el loco, a saltar y a berrear el estribillo, ahogando la música
en los gritos. La plataforma no era demasiado grande y apenas podía contener a las cinco personas
que había sobre ella, pero eso no los impidió cruzarse y chocarse mientras las risas se mezclaban con
los aullidos.
Era una auténtica locura.
A Juls la situación le pareció surrealista. Sin embargo, no podía negar que estaba disfrutando cada
momento de ella.
Jorge estaba grandioso, ahí, entregado y vibrante.
Ella comenzó a sentir un hormigueo en la punta de los dedos y las ganas de unirse al sarao y darlo
todo, como hacían los demás, la acuciaron. Pero, antes de que hubiera podido tomar una decisión, la
canción había acabado. Los silbidos y los aplausos se sucedieron y en un par de segundos, un agitado
Jorge se encaminaba hacia ella. Traía una expresión satisfecha en la cara y una sonrisa de oreja a
oreja.
—Ahora sí que necesito un baño —exclamó, dejándose caer junto a ella—. ¿Qué? ¿Qué te ha
parecido? ¿He hecho el ridículo?
—Para nada. Has estado fantástico. ¿Es una canción sobre el pis?
Él se carcajeó con fuerza.
—Sí. Es Mi agüita amarilla de Los Toreros Muertos.
—No la conocía y al grupo tampoco. Es pintoresca. ¿Y cómo es que un tema sobre el pis es
vuestro himno familiar? —inquirió con ironía.
Él tenía un aspecto tan atrayente y seductor, que las ganas de inclinarse sobre él y devorarle se le
alojaron en el pecho haciendo que el corazón le palpitara a toda velocidad. Apartó la vista a toda
prisa, huyendo de la tentación.
—Mi padre. Ya te he dicho que es un friki —dijo él con una risa.
—¿Y tu madre qué opina?
—Mi madre es igual de friki, solo que necesita unas copas para lanzarse. Si se bebe unos cuantos
chupitos, en breve estará disputándose con mi padre la hegemonía sobre el equipo de música. Ella
también es una fanática de la música ochentera. En Alemania también hubo un movimiento musical
similar a la movida de aquí. Se llamó Neue Deutsche Welle13 y tuvo lugar a principios de los ochenta.
Cuando mi madre escucha su música se convierte en una fiera.
Juls miró a Anna Schwarz que hablaba con tranquilidad con su hijo Diego. Le resultaba increíble
que esa mujer tan elegante y seria pudiera convertirse en aquello que describía Jorge.
—¿Y tu hermano?
—Diego es Diego —dijo él, alzando los hombros, como si aquello lo explicase todo—. Él sí que
tiene que estar muy borracho para participar. Me voy a dar un baño —añadió, cambiando de tema y
poniéndose en pie—. ¿Te vienes?
Juls no vaciló. Se incorporó y clavó los ojos en la invitadora piscina.
—Sí, claro.
Un pequeño temblor recorrió sus extremidades al recordar lo que él había dicho de robarle un
beso en el agua.
Jorge
Sacó la cabeza del agua hasta que esta solo le cubrió la parte baja de la barbilla y escaneó la superficie
para encontrarla.
Juls estaba en la zona que menos cubría de la piscina, junto a la escalera que llevaba al exterior. Se
sacudía con energía y las gotas que se desprendían de su pelo corto volaban en todas direcciones,
atrapando la luz del sol.
La imagen se incrustó en las retinas de Jorge y entornó los ojos al sentir el calor recorriéndole la
parte baja de la espalda.
Con mucha parsimonia, nadó hasta donde ella se encontraba y se detuvo a dos pasos de distancia.
—¿Bien? —le preguntó.
Ella elevó los párpados y una sonrisa apareció en su boca al verle tan cerca.
—Fantástico. El agua está deliciosa.
—¿Quieres salir ya? —lo preguntó con desgana. Acababan de sumergirse y no había nadie más
con ellos en la piscina. Todos se hallaban fuera, disfrutando del sol y de la música.
—No —contestó ella—. Todavía no me apetece salir.
Él se irguió en toda su estatura y avanzó otro paso. Uno más y sus cuerpos entrarían en contacto.
El agua le cubría por las caderas.
Ella alzó el rostro y le miró, expectante, mientras se echaba el pelo hacia atrás. Parecía querer que
él diera ese paso que los separaba.
Transcurrieron unos segundos silenciosos en los que ambos se estudiaron mutuamente. Había
una fuerte conexión entre ellos, era indiscutible. Cada vez que sus mirabas chocaban saltaban
chispas. Jorge no era ajeno a nada de eso y sabía que ella tampoco.
—¿Qué te parece mi familia? —le preguntó.
—Creo que estáis todos locos y me encanta —contestó ella en voz muy baja—. Y también tengo
un poco de envidia. Mis padres son muy… estirados. Nunca harían nada semejante.
—¿Te llevas bien con ellos?
—Tengo una buena relación, aunque algo distante.
—¿Y con tus hermanos?
—Me llevo muy bien, sobre todo con Félix, pero la diferencia de edad se nota. Se marcharon
pronto de casa y me he criado como si fuera hija única.
—Vaya. Yo no sé qué haría sin mis hermanos —repuso él, dirigiendo los ojos hacia donde ella
miraba.
Diego y Lukas hablaban con sus padres. Erika bromeaba con Rafa y Laura. Y los demás habían
tomado asiento en las tumbonas y conversaban.
—Me imagino —dijo ella—. Se nota que estáis muy unidos.
—Hace calor —dijo él repentinamente—. ¿Vamos hacia allí?
El sol se había ido desplazando poco a poco y una parte de la piscina, la que estaba en el otro
extremo, algo más alejada de la gente, se hallaba a la sombra. Ese era el lugar que él señalaba con el
dedo.
—Sí —aceptó ella. Se puso en movimiento, desplazándose por el agua con lentitud, dando
brazadas.
La siguió.
La zona en sombra era la más profunda. Él hacía pie, pero ella hubo de sujetarse al borde.
—Puedes agarrarte a mí —ofreció él.
—Lo has hecho a propósito, ¿verdad?
—Sí. Quería tenerte solo para mí, necesitada de ayuda —bisbiseó.
—No estamos en medio del océano —dijo ella con sarcasmo.
Él apoyó las manos en el borde, enjaulándola con sus brazos. Ella no intentó apartarle. Se limitó a
mirarle con los ojos semicerrados, provocadores.
—Creo que el momento del beso robado se acerca —murmuró él.
Ella escrutó el jardín por encima de su hombro.
—Eres un exhibicionista —le dijo.
—No nos ve nadie. Te tapo con mi cuerpo.
Ella chasqueó la lengua.
—Como si no supiesen lo que estamos haciendo.
—¿Te da vergüenza?
Se acercó tanto al hacer esa pregunta que su torso rozó sus senos. Bajó la mirada y vio que, a
través de la tela elástica del bikini, se apreciaban sus pezones endurecidos. No sabía si la causa era
por el agua fría o por su cercanía, aunque esperaba que fuera por lo segundo.
—No soy tímida, pero la situación no es la ideal.
—¿Y si nos sumergimos? —propuso con una sonrisa traviesa—. Debajo del agua no nos verá
nadie.
—¿Es en serio? —exclamó con incredulidad—. Eso me recuerda a cuando tenía trece años y me
besé por primera vez con Mario, el chico que me gustaba, en la piscina de una urbanización a la que
íbamos en verano.
—Pues no es mala idea. Así recuerdas los viejos tiempos.
Le miró con el ceño fruncido.
Él la sujetó por el talle. Su piel era muy suave. Notó cómo ella se estremecía bajo las palmas de
sus manos.
—Estás loco.
—Un poco. ¿No me has visto antes en el escenario? —Le guiñó un ojo—. Venga, te espero
abajo. No tardes.
Cogió aire por la boca y se sumergió. Esperaba que ella se uniera pronto a él, aunque no tenía
mucha prisa, era capaz de aguantar más de cuatro minutos en apnea. Abrió los ojos y los apuntaló en
el cuerpo que se agitaba frente a él. La luz que provenía del exterior jugaba con su piel, creando
curiosos claroscuros sinuosos sobre ella, cuya tonalidad aparentaba ser más clara que en la superficie.
No había pasado mucho tiempo, quizá veinte segundos, cuando Juls también se sumergió. Tenía
una expresión de extraña desconfianza en su rostro distorsionado por el agua.
Jorge alzó las manos y le acunó la cara con ellas, luego, acercó la boca a la suya y presionó sus
labios sobre los suyos mientras Juls se mantenía inmóvil y le dejaba llevar la voz cantante en aquella
absurda situación. Se separó con parsimonia, sin quitarle la vista de encima y sin soltarle la cara. Ella
parecía realmente sorprendida, como si no le hubiese creído capaz de hacer algo semejante.
Él le sonrió burlón.
Ella liberó el aire por la nariz y multitud de burbujas ocultaron su semblante. Después de eso, le
empujó del pecho y emergió con rapidez.
La siguió.
—Es tan ridículo e infantil. —Escuchó que decía mientras se echaba el pelo hacia atrás.
La miró de frente y se encontró con sus pestañas oscuras empapadas, goteando.
—Es infantil —admitió—. Pero reconoce que tiene su gracia. Seguro que nunca te han dado un
beso así en años. ¿Soy mejor que Mario?
Ella se rio con ganas.
—Mil veces mejor. Sin ninguna duda —dijo con una mueca.
Él no perdió el tiempo y volvió a arrinconarla contra el borde. De nuevo, se pegó a ella hasta que
lo único que separaba sus cuerpos era la tela de sus respectivos trajes de baño. Su respiración se
había acelerado y la de ella también.
—¿Y si ahora nos damos un beso de verdad? —dijo y bajó la cara hasta que su nariz le rozó la
mejilla. Aspiró hondo. Debajo del cloro, olía a mandarina.
No la dejó responder, aunque tampoco parecía muy inclinada a hacerlo. Tenía la mirada nublada
y la boca entreabierta, como esperando a que él la apresara con la suya. Y Jorge no se hizo de rogar.
Deslizó los labios por su piel, fresca y húmeda, hasta que conectaron con los suyos. Y por fin
intercambiaron ese beso del que llevaban hablando un buen rato.
Él disfrutó de su suavidad y tersura, recreándose en cada pequeño detalle, en cada movimiento y
sonido. Las puntas de sus lenguas chocaron y ambos dejaron escapar suspiros similares, cargados de
anhelo. Sus lenguas terminaron por enredarse del todo y danzaron frenéticas y sin control. Y sus
cuerpos imitaron a sus labios, acoplándose; las piernas de ella ascendieron hasta rodearle el talle,
mientras él utilizaba las manos para sujetarle los muslos, pegándola todavía más a su cuerpo. No
tardó en notar cómo su bañador se tensaba bajo la presión de una pesada erección y gruñó, gruñido
que fue a parar al interior de la boca de ella, que inclinó un poco la cabeza con abandono para que él
pudiera profundizar todavía más en el beso.
Beso que se prorrogó como si todo lo que había a su alrededor hubiese desaparecido y dejase de
importar. No había gente. No había música. No había nada. Solo ellos dos rodeados por el agua,
inmersos en el gozo de sus bocas unidas.
Fue él quien recuperó la cordura primero.
A duras penas y con los ojos empañados por la pasión, alzó la cara y la miró. Ella tenía las pupilas
dilatadas y respiraba con dificultad.
—Vaya —murmuró Jorge con voz casi inaudible. Se había quedado sin palabras. El beso había
sido mucho más de lo que había esperado.
—Sí —repuso ella—. Vaya.
Como si de repente fuera consciente de su situación, bajó las piernas de su cintura y se apartó de
él todo lo que pudo, que apenas fueron unos centímetros. Jorge no trató de detenerla. En realidad, lo
que necesitaba en ese momento era distancia, si quería que su miembro dejase de palpitar con brío
dentro de su bañador. Quizá no era el lugar más adecuado para tener una erección de ese tamaño, se
dijo con ironía.
Juls era puro fuego.
—Ha sido… —comenzó ella, pero se detuvo. Se mostraba mucho más tímida que hacía un
minuto.
—¿Apoteósico? ¿Superior? ¿Indescriptible? —dijo él con tono engreído.
—Tampoco es para tanto —rechazó con un ademán—. No ha estado mal.
La miró con fingido reproche y ella se ruborizó.
—Bueno, ha sido bastante mejor que eso —admitió al fin en voz baja.
—Y con público.
—¿Crees que alguien nos ha visto? —Su voz sonaba desesperanzada.
Él echó un vistazo por encima de su hombro. Su mirada se cruzó con la de Rafa que le guiñó un
ojo y luego con la de Erika que le mostró el pulgar de la mano derecha elevado.
—Seguro que no —mintió.
Ella bufó.
—Mentiroso.
Él soltó una carcajada.
—Y si nos han visto tampoco pasa nada. Así aprenden lo que es un beso de verdad.
Nada más decir aquello, bajó la cara y posó su frente sobre la de ella, pero no intentó acercar su
cuerpo. Su erección comenzaba a disminuir y no quería despertarla de nuevo.
—Quiero repetir —susurró.
Ella le apartó, empujándole del pecho.
—Será en otra ocasión, con algo menos de público —le dijo.
—Perfecto. Pero ¿me prometes que va a haber más veces?
Ella se zafó de sus brazos y se alejó, nadando a braza sin darle ninguna respuesta, aunque su
sonrisa juguetona lo decía todo.
Jorge la siguió hasta las escaleras. Y no pudo evitar que sus ojos la escanearan de arriba abajo
cuando abandonó la piscina y se dirigió hacia donde había dejado su bolsa. Aunque fue algo más que
un simple escaneo, fue un examen concienzudo. Su estrecha espalda que desembocaba en su firme
trasero y su sugerente movimiento de caderas. Sexi. Casi lamentó que se envolviera en la toalla y le
privase del placer de contemplar su cuerpo. La vio sacudir la cabeza, salpicando pequeñas gotas de
agua a su alrededor.
Él tardó en ir tras ella. Se quedó en el agua haciendo tiempo hasta que su miembro adquirió su
tamaño normal en reposo. Un rato después se sentaba en la tumbona, a su lado, prescindiendo de
toalla mientras el sol le secaba la humedad y le calentaba la piel.
No hubo ni un solo acercamiento más en toda la tarde, pese a que permanecieron uno al lado del
otro. Tampoco estuvieron solos en ningún momento. Dani, Rafa, Mariu y su hermano Diego se
acercaron a ellos y pronto comenzaron a hablar de música, de series y de cine. Algo más tarde, sus
padres abandonaron sus ganas de bailar y también se unieron al grupo. Los temas de conversación se
sucedieron.
Jorge, en contra de su costumbre, no habló demasiado. Estaba distraído. No podía quitarse de la
cabeza lo que había sucedido en la piscina. El beso había sido más que perfecto. Hacía mucho
tiempo que nadie le excitaba así, con un único y simple roce. Le había dejado con ganas de más. De
mucho más.
Mientras Juls se mimetizaba con el ambiente y hacía preguntas y respondía a otras que le
formulaban, la contempló a hurtadillas, cuestionándose en silencio si a ella le habría gustado tanto
como a él ese instante que habían compartido.
En un momento dado, aprovechando su distracción, acercó la mano que tenía apoyada sobre el
borde de la tumbona a la de ella, hasta que sus dedos meñiques se rozaron subrepticiamente. Había
algo muy íntimo en aquel gesto, teniendo en cuenta la gran cantidad de terminaciones nerviosas que
había en las manos y en especial en los dedos y la de millares de sensaciones que se podían
experimentar con ellos. Ella no se apartó y él sintió un agradable hormigueo en la mano que le llevó
a combar los labios en una sonrisa satisfecha.
Los demás hablaban, bebían y se reían.
A su espalda, Lukas y Erika chapoteaban en el agua con sus amigos.
En el equipo de música sonaba La chica de ayer de Nacha Pop.
Y él y Juls permanecían con los dedos unidos, sin moverse.
Y estuvieron así un buen rato, hasta que ella se retiró para tomar un vaso de zumo que alguien le
ofrecía. Jorge echó de menos la caricia de inmediato.
El crepúsculo cayó sobre el jardín mucho antes de lo esperado y lo bañó en sombras. Eso supuso
el fin de la reunión y la gente comenzó a despedirse. Primero fueron Iván y Eva y, poco después,
Erika y Laura anunciaron que iban a bajar a Benidorm a ver a unos amigos. Diego apareció vestido
con sus pantalones de cuero y dijo que había quedado con alguien.
Juls y Mariu también se pusieron la ropa.
Tony Alba y Anna Schwarz se despidieron de ellas efusivamente, conminándolas a volver cuando
quisieran.
Dani se ofreció a llevarlas a casa, pero Jorge le hizo una señal y la invitación de Dani tornó del
plural al singular con rapidez y se dirigió solo a Mariu. Juls miró a Jorge con sorpresa y él puso cara
de inocente.
—Lo único es que no te puedo invitar a ir en moto porque mi hermano se la acaba de llevar —le
dijo, después de ponerse una camiseta y unas zapatillas.
—Vaya, entonces no sé si es mejor irme con Dani —se burló ella.
—Eh, te olvidas de que tengo un Porsche en el que solo suena Kiss FM. Estoy seguro de que eso
no lo supera Dani. Además —añadió en voz muy baja—, soy el que mejor besa bajo el agua.
—Me has impresionado, cierto —repuso con soniquete, dándole un ligero golpe en el brazo—.
No me queda más remedio que irme contigo.
La condujo al garaje donde tenía el coche de Rafa, aparcado al lado del monovolumen de su
padre. Le abrió la puerta del pasajero, con un ademán exagerado, muy caballeroso y educado y ella
accedió al interior y tomó asiento.
Solo unos minutos después estaban en la carretera. Jorge sintonizó la radio a un volumen muy
moderado y bajó las ventanillas al tiempo que lamentaba que el trayecto fuera tan corto. El edificio
donde ellas vivían estaba a menos de diez minutos de allí. Le hubiera gustado tener a Juls un ratito
más para él, después de haberla compartido con todos los demás las últimas horas.
—¿Te lo has pasado bien? —le preguntó, echándole una ojeada furtiva.
—Sí. El ambiente era estupendo. —La sonrisa de ella era genuina.
—El domingo que viene nos volvemos a juntar —comentó—. Estáis invitadas.
—¿Lo hacéis todos los domingos? —lo preguntó al tiempo que se giraba en el asiento para
encararle de frente.
—Casi todos. A mis padres les encanta tener gente en casa.
—Son geniales. Me han caído muy bien. Toda tu familia me gusta. Tus hermanos también.
—¿Incluso Diego? Sé que puede ser abrumador. Es muy serio.
—Me ha parecido muy agradable.
—¿Y yo? ¿Qué te he parecido yo?
Pudo ver como ella se mordía el labio a la tenue luz del salpicadero.
—Has estado a la altura —dijo al cabo de un rato con ironía.
Él se rio. Le agradaba que fuera capaz de seguirle el rollo y no le tomase muy en serio.
El Porsche se deslizaba con suavidad por el asfalto. No tardaron en alcanzar la Rotonda del
Fuego, llamada así porque en su centro había un monolito con una pieza de hierro rojo imitando a
una llama. No había ni un solo vehículo en la carretera. Pronto, llegaron a otra rotonda con una
fuente en el centro y él puso el intermitente para tomar la primera desviación. Las palmeras se
alternaban con otros árboles más convencionales en la mediana y en el arcén, y al fondo, a lo lejos,
se podían ver los altos edificios de Benidorm.
—¿Te voy a volver a ver antes del domingo?
Ella, que miraba absorta por la ventana, dio un respingo al escuchar la impaciente pregunta.
—Estamos de vacaciones. Yo tengo todo el tiempo del mundo.
—¿Eso es un sí?
—Es un sí.
Él se sacó el móvil del bolsillo del pantalón y se lo tendió.
—Llámate.
Ella no vaciló en hacerlo. Una tenue melodía que no duró demasiado salió desde el fondo de su
bolsa. Después, le devolvió el teléfono.
—Voy a estar bastante ocupado mañana y pasado, pero a partir del miércoles estaré más
tranquilo. ¿Te llamo y quedamos? Podemos ir a tomar algo o lo que surja…
Dejó la última frase en el aire para que ella la completara como quisiera. Sabía que había
empleado un tono provocador, pero a Juls no pareció desagradarle lo más mínimo
—Me parece bien —aceptó con la respiración entrecortada.
A Jorge, la respuesta le repercutió en el bajo vientre. Cogió aire con lentitud y lo expulsó con más
lentitud todavía, llamándose al orden.
Después de eso, ambos guardaron silencio.
—Estamos pasando por el mismo sitio que ayer —comentó ella al cabo de unos segundos.
Cierto, estaban atravesando la rotonda del platillo volante.
—Sí. Por aquí se llega a la autopista. ¿Recuerdas que te dije que este vial unía unos pueblos,
Finestrat y La Nucía? La casa de mis padres está en una urbanización de Finestrat. Como ves, está
muy cerca de Benidorm.
«Demasiado cerca», refunfuñó para sus adentros.
No le apetecía nada separarse de ella todavía. No obstante, al día siguiente iba a madrugar mucho
porque tenía una inmersión a las nueve de la mañana con un grupo de ocho personas. Y era lo
suficientemente responsable como para no presentarse a trabajar después de haber trasnochado,
lleno de cansancio.
Atravesaron la última rotonda y poco después, él detenía el coche frente al edificio donde ella se
hospedaba. Aparcó frente al garaje y puso las luces de emergencia, tal y como había hecho el día
anterior.
—Bueno —murmuró ella. Si bien lo dijo con voz firme, no parecía tan segura de sí misma como
en otras ocasiones.
—Bueno —la imitó él, girándose en el asiento. No pudo evitar que sus ojos traidores se posaran
sobre sus labios, que en la penumbra se adivinaban carnosos y sonrosados.
Ella se deshizo del cinturón de seguridad, pero no hizo amago de abandonar el coche.
Él aguardó a que fuera ella la que diese el primer paso mientras una sonrisa despuntaba en su
boca.
—No vas a decir ni a hacer nada, ¿verdad? —dijo ella al fin con un suspiro exasperado. Tenía la
vista fija sobre el salpicadero.
—¿Yo? ¿Qué podría yo querer decir o hacer? —dijo con socarronería.
Ella terminó por mirarle de frente. También sonreía.
—Vale —admitió—. Pero acércate tú también que no me quiero clavar la palanca de cambios en
la cadera.
—No entiendo a qué te refieres —murmuró él, elevando las manos en el aire.
—Anda, cállate y déjame que te bese.
Él rio sucintamente antes de inclinarse hacia ella y sujetarle la nuca con una de sus manos. Ella se
desplazó hacia delante y le echó los brazos al cuello.
Se miraron antes de que sus bocas se encontraran.
No fue un beso largo como el que habían intercambiado en la piscina, fue mucho más breve,
pero la intensidad estaba ahí. El choque de labios y lenguas hizo que las chispas saltaran entre ellos.
—Joder, Juls, me dejas sin palabras —le dijo, apartando su boca apenas un milímetro. Se sentía
arder por dentro.
—Y tú me dejas sin aliento, Jorge. No sé qué será peor. Sin palabras se puede vivir, sin aliento no
—musitó ella con dificultad, alejándose y retornando a su asiento.
Volvieron a fundir sus ojos el uno en el otro.
Finalmente, ella agarró la manija de la puerta, la abrió y se bajó del vehículo, cerrándola tras de sí.
Luego se agachó para asomarse por la ventanilla.
Jorge la contempló con un gesto a caballo entre la diversión y la excitación. Ella tenía el pelo
corto muy revuelto y le brillaban los labios debido al beso que acababan de intercambiar.
—Ha sido una tarde genial —dijo ella.
—Para mí también. Te llamo esta semana.
—Hazlo.
Parecía reacia a marcharse, aunque al cabo de unos interminables segundos, se incorporó y echó a
andar hacia el acceso al edificio.
La siguió con la mirada, recorriendo con avidez su figura menuda. Cuando ella estaba a punto de
desaparecer dentro del portal, la llamó una última vez.
—Eh, Juls.
Se giró, aferrando su bolsa de playa con las dos manos. Se mostraba curiosa y llena de
expectativas.
—Nada. Solo quería que me miraras una última vez —le dijo.
Ella agitó la cabeza riéndose. Luego se despidió con la mano y desapareció.
Los labios de Jorge se distendieron en una sonrisa que terminó convirtiéndose en una carcajada
que le brotó del pecho.
Mientras quitaba el freno de mano y pisaba el acelerador, paladeó su nombre con placer.
—Juls…
Capítulo 10
Juls
Estaba tomándose un café en la terraza frente a su ordenador mientras intentaba encontrar alguna
frase original para el artículo que debía entregar en unas horas —mil palabras sobre los diferentes
tipos de edulcorantes naturales—, cuando su móvil emitió un pitido.
No sabía muy bien por qué, pero no sintió sorpresa alguna al ver su nombre en la pantalla, pese a
que apenas habían pasado quince horas desde que se despidieron en la puerta del edificio.
Jorge: Estás pensando en mí?
Se le escapó una risita al leer el arrogante texto. Jorge iba a por todas.
Ella también.
Juls: Por supuesto. No hago otra cosa, tanto por la noche como por el día.
La respuesta fue un emoji con sonrisa de medio lado. Poco después entraba otro texto.
Jorge: Qué haces?
Juls: Estoy escribiendo un artículo sobre edulcorantes (y pensando en ti, claro). Y tú?
Jorge: Acabo de terminar un bautismo con un grupo de holandeses. Uno de ellos era un chaval impertinente que me
cuestionaba todo el rato y me ha sacado de quicio. Dime algo bonito para que pueda reponerme (aparte de lo de pensar
en mí todo el rato).
¿Bautismo? La imagen de un bebé lloroso sobre una pila bautismal acudió a ella y la llevó a
fruncir el ceño.
Juls: Bautismo? Creía que estabas trabajando.
Recibió unos cuantos emojis partiéndose de risa.
Jorge: Perdona. Bautismo es como llamamos a la primera inmersión de alguien en buceo. Te animarías a
sumergirte conmigo algún día?
Se echó hacia atrás en la silla y asentó los ojos en el techo gris de la terraza mientras se daba
golpecitos en el mentón con el móvil. No sabía si bucear era algo que le atrajese o no. Jamás se lo
había planteado.
Juls: Me lo pensaré.
Jorge: Hazlo. Y ahora dime algo bonito. No me hagas suplicar.
Los labios de Juls se curvaron en una sonrisa. Se los acarició con el dedo índice, recordando el
beso del día anterior. Luego, tecleó con rapidez.
Juls: No besas mal.
Jorge: En serio? Eso es todo?
Al texto le siguió un emoji llorando.
La sonrisa de Juls se hizo más amplia. Permaneció un buen rato sin replicar con los ojos fijos
sobre la pantalla hasta que, finalmente, la picardía se mostró en su cara.
Juls: Necesito una repetición para poder constatar si eres bueno de verdad o si lo de ayer fue pura suerte.
Solo cinco segundos más tarde, tenía una contestación.
Jorge: Creo que nos vamos entendiendo. Déjate el miércoles por la tarde libre para mí y tendrás todas las
repeticiones que quieras.
Un breve tremor le recorrió el abdomen.
Juls: Hecho.
Jorge: El miércoles te llamo y quedamos. Intenta no pensar demasiado en mí y concéntrate en los edulcorantes
(aunque seguro que no son tan dulces como yo).
Ella resopló al tiempo que meneaba la cabeza, divertida a su pesar, al leer la presuntuosa
respuesta. Envió un emoji con corazones en los ojos y dejó el móvil a un lado, dispuesta a seguir
escribiendo. Releyó lo que tenía hasta el momento:
Numerosos estudios sobre el azúcar y sus efectos sobre la salud han propiciado la búsqueda de nuevas formas de
endulzar nuestra dieta sin recurrir al azúcar blanco. Las opciones son muchas más de las que pensamos y sus
beneficios están fuera de toda duda.
Como comienzo no estaba mal, ¿no? Asintió con convicción y se sumergió en el apasionante
mundo de los edulcorantes naturales mientras ansiaba que llegara el miércoles…
De hecho, no tuvo que esperar tanto para volver a saber de Jorge. Al día siguiente, a las cinco de
la tarde, Mariu y ella se tostaban al sol en la playa, cuando recibió un nuevo wasap de él.
Era un meme de un gato con lágrimas en los ojos. Debajo, en letras blancas, se leía: Si vas a estar
todo el día dando vueltas por mi cabeza, al menos vístete.
Intentó controlar una risa. Él era ingenioso y parecía estar siempre dispuesto a bromear. Le
gustaba.
Le echó una ojeada a Mariu, pero esta tenía los auriculares puestos y no se había enterado de
nada.
Se incorporó y se sentó sobre la toalla. Mientras daba golpecitos con el dedo índice sobre la
pantalla, sus ojos se perdieron un instante en el infinito, allá donde el agua del mar se encontraba con
el límpido cielo azul. A unos cuantos kilómetros de la costa, la pequeña Isla de Benidorm se
recortaba contra el horizonte.
Que Jorge estaba interesado en ella era una obviedad. Y que ella sentía lo mismo estaba también
bastante claro. Tenía ganas de volver a verle. De volver a besarle y sentir su cuerpo musculoso
contra el suyo. De ver su sonrisa y de bromear con él. De escucharle cantar desafinadamente todo su
repertorio de canciones de Kiss FM.
Vaciló antes de enviar una respuesta. Podía ser bastante descarada. No. Quería serlo.
Juls: Sinceramente, tú también estás en mi cabeza y te prefiero sin ropa.
A ese texto le añadió el dibujo de una llama y le dio a enviar. Se quedó mirando el teléfono con
un hormigueo en el vientre, aguardando su respuesta.
Jorge: Eres una chica mala mala. Has provocado que se me caiga el móvil el suelo y los niños a los que estoy dando
clase se han burlado de mí.
Juls: Estás en la playa?
Jorge: Sí. No estoy lejos de donde estuvimos el sábado. Voy a salir ahora al mar con los niños y las velas. Y tú
dónde estás?
Al leer que él estaba cerca de la zona en la que ellas se encontraban, comenzó a girar la cabeza en
todas direcciones con inusitado brío.
Juls: En la playa también, donde el otro día.
Jorge: Quizá puedas verme. Mira a tu izquierda y verás las velas de windsurf. Vamos a salir ya al agua. Admira
mi cuerpo bronceado, si puedes. Tengo que dejarte ahora. Mañana te llamo.
Juls llevó la vista hacia el lugar que él le había indicado, utilizando su mano como visera. No
había mucha gente y su campo de visión estaba despejado. A unos doscientos metros de distancia,
no tardó en aparecer un grupo de cinco niños que se internaron en el agua hasta que esta cubrió sus
rodillas, después, se encaramaron sobre sus tablas de windsurf y trataron de enderezar las velas.
Entre ellos, destacaba una figura más alta que no tuvo ningún problema a la hora de maniobrar con
su propia vela. Se había levantado viento hacía un buen rato y este había creado un suave
movimiento en el mar, facilitando la práctica de aquel deporte.
Juls se mantuvo expectante para no perderse la escena y vio que dos de los niños tenían
problemas para levantar las velas. El instructor, que se deslizaba veloz y con gracia por las olas,
como si hubiera nacido entre ellas, hizo un giro sobre sí mismo y regresó para ayudar a sus alumnos.
Finalmente, todos parecieron conseguir su propósito y, minutos después, las velas de colores se
adentraban en el mar y se deslizaban en paralelo a la costa, impulsadas por el viento.
Ahora que ya sabía que aquel era Jorge, le resultó fácilmente reconocible, incluso desde la
distancia. Su pelo, su cuerpo musculoso debajo del chaleco negro y sus piernas morenas y fuertes.
Manejaba su vela en tonalidades azules con pericia y ligereza como si fuera la cosa más fácil del
mundo. A Juls, esos movimientos sinuosos le parecieron casi hipnóticos.
—¿Nos subimos ya? Llevamos aquí mucho rato y tengo un calor que te mueres.
La voz de Mariu la sobresaltó. Había estado tan ensimismada que se había olvidado de que no
estaba sola.
—Mira —dijo y señaló al grupo de windsurfistas—. Ese es Jorge.
—¿Cúal?
—El de la vela azul.
—¿Cómo lo sabes? —lo preguntó mientras se guarecía del sol con la mano sobre la frente.
—Nos hemos mensajeado y me lo ha dicho.
—Mola —dijo Mariu al cabo de un rato de silencio—. ¿Y los otros?
—Son sus alumnos.
—Quédate si quieres, pero yo me subo a casa. Me estoy derritiendo —dijo Mariu, poniéndose de
pie.
—No. Me voy contigo. Son demasiadas horas de sol.
Se sacudieron la arena, recogieron sus cosas y echaron a andar hacia el camino de tablas que
conducía fuera del arenal. Alcanzaron el lavapiés y, mientras aguardaban su turno, Juls no pudo
evitar que sus ojos fueran una y otra vez hacia las velas y que siguiesen la azul con interés
desmedido. La distancia era muy grande para distinguir gran cosa, no obstante, se embebió en la
imagen de Jorge que se deslizaba veloz y elegante por el agua que reflejaba la luz del sol con
intensidad.
—¿Te apetece tomar algo o nos lo tomamos en casa? —preguntó Mariu.
—Mejor en casa —repuso Juls. Estaba cansada de playa y tenía ganas de darse una ducha.
Esperó a que dos niños pequeños terminaran de lavarse los pies y luego ocupó su lugar. Presionó
el botón metálico y dejó que el agua fría cayera sobre sus piernas y se llevase los granos de arena.
Antes de alejarse, se permitió el lujo de voltear la cara una última vez para echarle un vistazo a Jorge
y a su grupo de alumnos. Habían virado y se dirigían en dirección contraria, pero siempre en paralelo
a la playa.
Era absurdo, pero una parte de ella se hubiese quedado allí, siguiendo los vaivenes de su vela y de
su ocupante.
«Estás tonta», se reprochó en silencio con una suave sacudida de cabeza.
Terminó por alejarse y fue tras Mariu, que se había adelantado.
Para llegar hasta el apartamento había que subir una empinada cuesta a pleno sol, sin sombras
bajo las que cobijarse, y no tardaron en detenerse a medio camino. Ambas jadeaban trabajosamente.
—Estoy asfixiada. —Mariu se levantó la larga trenza y se abanicó con la mano.
—Es que llevas una manta incorporada a la nuca. Si tuvieras el pelo como yo.
—Yo tengo la cara ahuevada —dijo con un encogimiento de hombros—. El pelo corto me sienta
fatal.
—Venga, vamos, cara huevo —se burló Juls, dándole un empujón.
Siguieron andando mientras se lanzaban tontos epítetos la una a la otra y soltaban risas
tontorronas. La conversación terminó por recaer sobre Jorge y Dani.
—Creo que mañana por la noche no voy a dormir en casa —dijo Mariu con una risita.
—¿Y eso? ¡Menudo pendón!
—Dani libra y me ha invitado a su casa.
Juls sonrió con fingida severidad.
—Usad protección, niños.
—Sí, mamá —dijo con retintín—. ¿Y tú y Jorge? —Cambió de tema con rapidez, preguntándolo
en voz baja.
Se habían detenido frente al semáforo que atravesaba la ancha avenida que había antes de llegar a
su calle y estaban rodeadas por otras personas.
—Jorge y yo, pues por ahora nada, aunque no creo que tardemos mucho si las cosas siguen así.
—Hay tensión sexual no resuelta en el ambiente —constató Mariu lo evidente.
—Ufff, mucha —dijo y un suave aleteo se instaló en la boca de su estómago al recordar los besos
del fin de semana—. Mucha… —volvió a repetir con voz entrecortada.
El semáforo se puso en verde y Mariu le dio un ligero codazo para animarla a ponerse en marcha.
Gracias a que había dos baños en el piso y la caldera funcionaba muy bien, pudieron ducharse las
dos al mismo tiempo. Juls terminó la primera y fue a la cocina a buscar una botella de agua de la
nevera. Con ella en la mano, se encaminó a la terraza y tomó asiento en una de las butacas mientras
la brisa le agitaba el corto cabello. Encendió el portátil y comenzó a revisar sus emails.
No habían transcurrido más de diez minutos cuando su móvil comenzó a sonar. El corazón le
dio un saltito en el pecho pensando que era Jorge, pero al coger el teléfono vio el nombre de su ex y
su excitación se enfrió.
Cortó la comunicación con brusquedad, esperando que eso le dejara claro a Sergio que no quería
saber nada de él.
Solo veinte segundos después, recibía un wasap.
Sergio: Tengo que hablar contigo. No puedes ignorarme siempre.
«Ya verás como sí».
No se dignó a contestarle. Sergio estaba muerto y enterrado para ella.
No eres lo que estoy buscando, Juls. A tu lado no encuentro emociones. Quiero marcharme y buscar otra cosa.
Esta relación ha sido un error desde el principio. Nunca me has dado lo que yo quería. Eres una tía genial para otro
tipo de hombre, pero para mí no eres la adecuada. Necesito mi espacio y tú estás siempre ahí, en todas partes. Y ya no
lo aguanto. Estoy agobiado.
Todas aquellas frases hirientes que él le dijo cuando rompieron volvieron a acudir a su cabeza,
lacerándola por dentro. Ella tampoco fue demasiado amable con él y terminó por echarle mil cosas
en cara, solo que a él no pareció afectarle demasiado. A ella, por el contrario, esa última discusión
que tuvieron le hizo muchísimo daño.
Cerró los ojos y trato de borrarle de su mente y centrarse en otra cosa.
Un pitido le anunció la llegada de un nuevo texto. Frustrada, volvió a coger el móvil dispuesta a
apagarlo si era necesario, pero no era Sergio.
Jorge: Me has visto? Qué te ha parecido? Soy espectacular sobre la tabla, no lo niegues.
Sonrió con ganas.
Bendito Jorge que venía a sacarla de sus cavilaciones.
Juls: Pero cuál eras tú? El de la vela roja? Ese al que se le caía todo el tiempo?
Jorge: Graciosilla la niña… Pórtate bien si quieres que mañana te lleve a un sitio especial.
Juls: Soy un angelito.
Jorge: Angelito? No me hagas reír. Cómo llevas lo de montar en moto?
Hacía un siglo que no lo hacía, desde que su hermano Félix vendió la que tenía.
Juls: Conducirlas no es lo mío, pero de paquete soy la mejor.
Jorge: Perfecto, te conseguiré un casco. Mañana te llamo y concretamos la hora. No te pongas falda o corremos el
riesgo de que no me pueda concentrar en la carretera.
Se quedó mirando la pantalla con los ojos brillantes.
Juls: No te preocupes, llevaré pantalones… pero muy cortos.
Jorge: Me matas.
Juls dejó el aparato sobre la mesa y se echó hacia atrás en la silla. Se le había formado un pequeño
nudo de expectación en la garganta. ¿Qué tenía aquel chico que hacía que se sintiera tan bien? No lo
sabía, pero lo estaba disfrutando.
Sergio quedó olvidado por completo.
Capítulo 11
Jorge
Jorge
Juls
En cinco minutos Jorge estaría allí y todavía no sabía qué camisa ponerse. Tampoco tenía mucha
elección. Sopló exasperada mientras miraba las tres prendas que había extendido sobre la cama,
tratando de encontrar la más adecuada. Una camiseta blanca con la palabra love estampada sobre el
pecho. Una floreada con un volante en el escote. Y otra negra de tirantes, lisa.
Terminó por decantarse por la de tirantes negra. No quedaba nada mal con los vaqueros azules y
las Converse blancas. Llevaría también su cazadora vaquera. Después del frío que pasó la noche del
miércoles, no quería arriesgarse de nuevo, aunque no sabía si él iría a buscarla en la moto.
Le sorprendió muchísimo que Jorge la llamara esa mañana para proponerle lo del concierto, pero
no se lo pensó dos veces y rápidamente le dijo que sí. Ni siquiera se lo consultó a Mariu que, desde
el día anterior estaba tirada en el sofá viendo la tele, con un tonto catarro de verano.
Se inspeccionó en el espejo del baño, contenta con su aspecto. Los tirantes de la camiseta eran
finos y no podían ocultar los del sujetador negro de encaje que llevaba debajo, a juego con las
braguitas. Su respiración se aceleró parcialmente al admitir frente a su reflejo que había decidido
ponerse ese conjunto sexi de lencería porque esperaba que esa noche pasara algo más entre Jorge y
ella. Las cosas habían llegado al punto de no retorno. Habían intercambiado ya muchos besos y el
camino que se abría ante ellos solo conducía a un lugar: la cama.
Juls lo sabía y estaba segura de que Jorge lo sabía también.
No se había acostado con nadie desde Sergio, y de eso hacía un tiempo. El final de su relación
había sido bastante miserable y el sexo había brillado por su ausencia, así que, aunque solo hacía un
mes que habían terminado, su vida sexual llevaba casi seis meses de sequía.
Y quería acostarse con Jorge.
Lo deseaba.
Pensar en su cuerpo musculoso y desnudo pegado al de ella mientras se besaban y se acariciaban
sin restricciones hacía que gimiera de impaciencia.
Jorge le gustaba mucho y la complicidad que había entre ellos era considerable.
Ahora solo faltaba ver si eran igual de compatibles en la cama.
—Mándame un wasap si no vas a venir a dormir —gritó Mariu desde el salón. Un ataque de tos
siguió a sus palabras.
Juls abandonó el baño y fue a buscarla.
—Me siento culpable por dejarte sola —murmuró.
—Eso es una gilipollez. Solo es un catarro y ni siquiera tengo fiebre. Y ya no tengo once años,
mamá —dijo su amiga al tiempo que se sonaba la nariz—. Puedes salir a divertirte. Yo voy a ver una
peli ñoña. Ah, y si tengo hambre me pediré una pizza. Como ves, no te necesito para nada.
—¿Te traigo agua o algo antes de irme?
Mariu puso los ojos en blanco.
—¡Que te vayas ya! Y no vuelvas hasta mañana, pero mándame un wasap, eh.
—Lo har…
Aún no había terminado de hablar cuando sonó el timbre, originándole un leve respingo.
—Pues sí que es puntual —murmuró su amiga.
Juls se dirigió al telefonillo y lo descolgó, hablando directamente por el interfono.
—Ya bajo.
—¿Cómo sabes que soy yo? —Se escuchó la voz de él.
—Por tu forma de llamar, enérgica y varonil —dijo con ironía.
—Tienes razón, soy enérgico y varonil.
Juls aguantó una risa. Con él era todo tan fácil.
Regresó al salón y cogió su pequeña mochila azul de una silla.
—No te beso que me lo pegas —le dijo a Mariu y elevó la mano en el aire para despedirse de ella.
—¡Pasadlo bien!
—Lo intentaremos —dijo con un guiño antes de abandonar el piso.
Bajó las escaleras de dos en dos con las expectativas por las nubes y en un minuto estaba en la
calle. Jorge había dejado su vehículo en la puerta del garaje, como siempre. Esa vez no había traído
ni el Porsche ni la moto, sino su viejo todoterreno. Se apoyaba en el capó de este, con los brazos
cruzados sobre el pecho y una sonrisa en la cara.
Juls estuvo a punto de emitir un gemido anhelante al verle ahí, de pie, con esos vaqueros
ajustados y esa camisa negra que lucía arremangada, mostrando sus antebrazos desnudos y morenos.
Llevaba los dos últimos botones desabrochados y se podía ver el comienzo de sus pectorales.
Sexi.
Mucho.
—No vale meterse con mi coche —dijo él, acudiendo a su encuentro.
—No iba a decir ni una palabra sobre el co…
No pudo seguir hablando porque la abrazó por la cintura y le estampó un beso en la boca, uno
breve y algo crudo, pero que la dejó con las rodillas temblorosas porque no se lo esperaba y porque
sus labios eran perfectos.
Cuando él dio un paso atrás, estuvo a punto de colgarse de su cuello y suplicarle que siguiera
besándola.
«¡Estás salida! Frena un poquito», se llamó al orden en silencio.
—Este es mi chico, Turbo. Turbo esta es Juls.
—¿Hablas con tu coche y le pones nombre?
—Es que lleva muchos años con nosotros, es como de la familia —explicó y abrió la puerta del
pasajero para ella—. Fue el primer coche de mi padre. Pero no tengas miedo, ha pasado la ITV y va
de maravilla.
Juls se encaramó al alto asiento y echó un vistazo al anticuado salpicadero de color marrón. Lo
único moderno era el equipo de música que destacaba en su consola central. Giró la cabeza y
comprobó que no había más asientos en la parte trasera, solo un espacio vacío.
—Le he quitado los asientos traseros porque ahí suelo transportar mi material de buceo
—explicó—. Por cierto, te va a encantar cuando cojamos algún bache. La suspensión es mortal,
como montar en una montaña rusa —añadió, y sonrió de medio lado al tiempo que se colocaba
frente al volante—. La radio también sintoniza Kiss FM, no te preocupes.
Ella se rio.
—¿Cómo es que Dani te ha dejado tirado esta noche?
Tenía curiosidad. Esa mañana cuando él la llamó para preguntarle si quería ir con él al concierto,
solo le dijo que Dani no podía acompañarle.
—Está enfermo. Un catarro, creo.
Juls resopló con los ojos muy abiertos.
—Ahora lo entiendo todo.
—¿El qué entiendes? —inquirió él, poniendo el coche en marcha. El sonido del motor resultó
atronador.
—Mariu también está enferma.
—Vaaale —sonrió él—. Ay, esos intercambios de fluidos…
—Exacto.
—No los critico, que conste. Me viene genial que estén los dos pachuchos así te tengo para mí
solo.
Cogieron el mismo vial que el miércoles anterior, el que llevaba al centro de la ciudad. Jorge pisó
el acelerador con ganas y el vehículo adquirió velocidad. Era muy diferente ir en ese coche a ir en
moto o en el Porsche, aunque no menos interesante, desde luego, y Juls pudo comprobarlo de
primera mano cuando pasaron por encima de los baches de velocidad que había en la calzada. Su
cuerpo rebotó sobre el asiento.
—Te lo advertí —dijo él con un tono de voz en el que se podía escuchar su diversión—. Estar
conmigo es como vivir una aventura constante.
—Desde luego ya no hace falta que vayamos a ningún parque de atracciones —repuso con sorna.
—¿Te gusta Ara Malikian? —Cambió él de tema, de pronto—. He dado por hecho que sí cuando
has aceptado venir.
—Sinceramente, le he escuchado en televisión un par de veces, pero jamás le he visto actuar.
—Pues creo que el espectáculo te va a encantar. Yo ya estuve en un concierto suyo que dio hace
unos años en Zaragoza y me pareció una pasada.
—Seguro que sí.
No añadió que era del todo imposible que no le gustara. El simple hecho de ir a un concierto con
Jorge ya merecía la pena. Le daba un poco igual a quién fueran a ver.
Desvió la mirada hacia el exterior y contempló las calles por las que circulaban. El cielo se iba
oscureciendo por momentos y la penumbra le había robado ya todo el protagonismo a la claridad.
La zona en la que se encontraban no presentaba los colosales rascacielos de la playa de Levante o de
Poniente que convertían la ciudad en ese lugar tan inusual; el centro del pueblo se asemejaba más al
centro de cualquier localidad medianamente grande.
Unos diez minutos después, Jorge puso el intermitente y se internaron en una calle de un único
sentido. Apenas habían avanzado cien metros cuando él señaló hacia su derecha.
—Mira, ese es el auditorio al que vamos.
Juls estiró el cuello y, a través de la valla metálica, pudo ver una especie de anfiteatro romano con
un escenario y múltiples sillas ordenadas en semicírculo. Ya había muchas personas deambulando
por allí.
—Este es el parque de l’Aigüera. Lo diseñó Bofill14 a finales de los ochenta, creo. Es uno de los
pocos parques que tenemos en la ciudad. El parking al que vamos está justo debajo —explicó él.
—¿Ninguna leyenda asociada con el parque? —le preguntó de buen humor.
—Sí, bueno, cuenta la leyenda que hace unos años, unos chicos vinieron aquí una noche a hacer
un botellón y uno de ellos, bastante borracho, se hizo pis en los pantalones. Luego te enseño el sitio
exacto —dijo él con tono burlón.
—Esa sí que es una buena leyenda. ¿Aparece en los libros de Historia de Benidorm? —le
cuestionó.
—La experimenté en mis propias carnes —confesó él sin vergüenza.
—Me avergüenzo de ti profundamente. Mearte en los pantalones. Pfff…
—Ahora soy más mayor y soy capaz de encontrar un aseo a tiempo. No me lo tengas en cuenta,
tenía quince años.
Habían llegado al final de la calle, y los ojos de Juls se posaron sobre el edificio de cristal con
forma de puente bajo el que se encontraba la entrada del garaje subterráneo.
—¿Qué es esto?
—El Ayuntamiento.
Mientras avanzaban, ella se quedó mirando la enorme estructura de vidrio y acero. En
contraposición a todo lo que simbolizaba la ciudad de Benidorm con su crecimiento en vertical, esa
edificación recuperaba la horizontal forma del mar. Parecía un rascacielos tumbado sobre pilares de
hormigón blanco.
Llamativo y original.
—No lo vas a creer, pero en las lamas de cristal que componen la fachada están serigrafiados los
nombres de los ciudadanos de Benidorm.
—¿Cómo? —inquirió con estupefacción.
—Lo que oyes. Los que aparecían en el padrón en la época en la que se construyó, claro.
—Esta ciudad no deja de sorprenderme —masculló ella en voz baja.
Habían llegado al acceso al parking y Jorge se detuvo frente a la máquina expendedora de tickets
para coger uno. Después, avanzó lentamente buscando un hueco donde poder aparcar. No había
muchos sitios libres, pero encontraron uno en la planta inferior. No eran los únicos que circulaban
por las instalaciones, había bastantes coches dando vueltas.
—Hemos llegado justo a tiempo —comentó él cuando se bajaba del vehículo. Se miró el reloj—.
El concierto no empieza hasta dentro de tres cuartos de hora. ¿Te parece que pillemos unos
bocadillos y algo de beber y busquemos nuestros sitios?
Ella asintió mientras le seguía. De forma natural, tal y como había sucedido el miércoles en el
mirador, se tomaron de la mano y avanzaron uno junto a otro hasta salir al exterior. Él la condujo
hasta una calle ancha que rodeaba el recinto y caminaron por ella hasta llegar a la entrada. Por el
camino se cruzaron con mucha gente que entorpecía el paso y Jorge aferró la mano de Juls con
firmeza, lanzándole una sonrisa tranquilizadora.
Había una cola bastante larga frente al acceso, pero avanzaba con mucha fluidez y pronto se
encontraron dentro del auditorio. Se detuvieron brevemente en las taquillas y compraron tickets para
las consumiciones, y luego fueron hasta la caseta donde se servía comida y bebida. Se decantaron por
unos bocadillos de jamón y dos latas de cerveza.
Mientras bajaban por la escalera que los conducía hasta sus asientos, Juls paseaba la mirada por el
lugar. Había gente de todas las edades, desde niños acompañados por sus padres hasta jubilados que
parecían haber acudido en grupo. Y también de todas las nacionalidades. Se cruzaron con alemanes,
holandeses, ingleses y rusos, si el oído no la engañaba.
—¡Está lleno!
—Sí —contestó él—. Se agotaron las entradas hace un mes por lo menos.
Tomaron asiento en las sillas blancas de plástico que había en la parte delantera, muy cerca del
escenario, y Juls se puso la cazadora vaquera ya que se había levantado una pequeña brisa que
refrescaba el ambiente.
—¿Tienes frío? —le preguntó él.
—Un poco —admitió.
—Dame las manos.
Le miró con extrañeza, pero se las tendió. Él las cogió entre las suyas y se las frotó con vigor,
aunque no tardó en desacelerar el ritmo de sus movimientos y los convirtió en un roce más suave,
pasando los dedos por la parte interna de sus muñecas. Tenía las manos muy calientes y un tanto
ásperas, pero no de un modo desagradable. A Juls aquella caricia le encantó. Mucho. Se permitió el
lujo de mirarle a los ojos y se encontró con que él la observaba con rotundidad. El calor la recorrió
de arriba abajo al pensar en lo mucho que disfrutaba cuando él la tocaba.
—Sé lo que se te está pasando por la cabeza ahora mismo —dijo él, inclinándose sobre ella para
hacerse oír.
—¿Estás seguro? —cuestionó con tono sugerente.
—Sí, lo estoy.
Ella le animó a continuar alzando la barbilla.
—En lo mucho que te gusta que te toque —repuso con voz ronca.
—¿Eres adivino? —resopló.
Él dejó escapar una carcajada.
—No, es que es lo mismo en lo que estoy pensando yo —admitió y bajó sus ojos hambrientos
hasta sus labios.
Juls recuperó sus manos y comenzó a abanicarse la cara con ellas. De repente, lo último que
sentía era frío.
—¿Se te ha pasado el frío? —inquirió él con dulzura exagerada.
—Parece que sí —convino con un carraspeo—. Ehhh…, y ese concierto, ¿cuándo empieza?
Solo recibió una risa por respuesta.
Capítulo 13
Juls
Jorge
Estaba muy excitado, no iba a negarlo. Llevaba días imaginándose ese encuentro con Juls y ahora
que por fin había llegado, quería que ambos lo disfrutaran al límite.
Durante unos instantes, en el coche, pensó que las cosas no iban a salir bien y que ella le iba a
pedir que la llevara a casa, pero fue solo un momento extraño que se pasó a toda velocidad.
Ahora ya no había incomodidad alguna y la tenía solo para él, en su casa, en su dormitorio, a solo
un paso de su cama…
Le costó soltarla para poder encender una luz y quitarse la camisa. Ella se le quedó mirando con
los párpados pesados y la cabeza inclinada a un lado como si estuviera estudiándole y poniéndole
nota.
—¿Qué? —la desafió en voz baja—. ¿Te gusta?
Ella alzó una mano y le recorrió los pectorales con los dedos. El roce era fugaz y muy lento y a
Jorge se le puso la carne de gallina.
—Me gusta —respondió al tiempo que bajaba la mano y delineaba los bordes de su tatuaje con la
punta de su dedo índice. Siguió descendiendo hasta que ese mismo dedo se introdujo en la cinturilla
de sus pantalones.
La escrutó con fijeza. Su rostro enrojecido por el ardor, los labios entreabiertos, los ojos
brillantes, y su pecho que subía y bajaba notoriamente. Debajo de la tela de la camiseta se podía
apreciar cómo sus pezones se habían endurecido.
—Creo que no estamos en igualdad de condiciones. —Él señaló la prenda.
Ella no vaciló. Alzando la barbilla con actitud un tanto rebelde, se quitó la camiseta y la arrojó al
suelo, dejando al descubierto un sujetador negro de encaje por el que se podía entrever la piel
lechosa de sus pechos y las areolas más oscuras.
Jorge extendió una mano, ansioso por tocarla, pero ella le detuvo con un gesto.
—Igualdad de condiciones, ¿no? —susurró ella. Y con rapidez, se llevó las manos a la espalda y
se quitó la prenda, que siguió el mismo camino que la anterior.
La devoró con los ojos. Tenía unos senos no muy grandes con forma de lágrima y de un color
pálido muy atractivo, sobre los que destacaban sus pezones rosados que sobresalían de las areolas de
un modo muy llamativo.
—Vale, igualdad de condiciones —murmuró e hizo exactamente lo que ella había hecho con él.
Alargó los dedos y delineó la curva de su seno izquierdo con infinita delicadeza, dejando que la
punta de su dedo índice jugueteara con su pezón. Cuando la escuchó aspirar con nerviosismo, bajó
la mano hasta que llegó a la cinturilla de sus pantalones y tiró sin excesiva fuerza, hasta que su pelvis
se pegó a la suya.
Ella se humedeció los labios. El rubor que antes estaba solo en su cara se había extendido
también hasta su torso.
Él no pudo reprimir una sonrisa cargada de profunda satisfacción.
—¿Quién es el siguiente? —la provocó con voz gutural.
—Tú —repuso ella sin dudar—. Quiero verte sin pantalones.
La sonrisa de Jorge se hizo enorme.
Se agachó para quitarse las zapatillas y los calcetines y, después, con un movimiento de lo más
lujurioso, se desabrochó el pantalón y se despojó de él. Sus bóxers azules quedaron al descubierto.
Cuando se erguía, la travesura le apresó y no pudo evitar posar la nariz sobre el abdomen de ella y
aspirar hondo. La notó temblar bajo aquella sutil caricia.
—¿Te gusta lo que ves? —le preguntó con entonación irónica. No esperó a que ella contestara y
continuo—: Te toca a ti.
Ella le lanzó una mirada turbulenta antes de imitarle y quitarse las zapatillas y los vaqueros. Al
descubierto quedaron sus braguitas también de encaje negro, casi transparentes.
—¿Te gusta lo que ves? —le imitó.
—Joder que si me gusta —admitió él con un jadeo.
Alargó las manos para abrazarla, pero ella dio un paso atrás.
—No. Te quiero desnudo del todo.
Él soltó una carcajada. Aquella chica le gustaba más cada segundo que pasaba.
No se hizo de rogar y se quitó la ropa interior, quedando completamente desnudo ante ella. Los
ojos de Juls fueron hasta su miembro y aquello le excitó sobremanera. Casi sin ser consciente de ello
se llevó una mano a su erección, que palpitaba convulsa, y se la rodeó con ella. Estaba
completamente erguido y muy sensible.
No tuvo que animarla a que siguiera su ejemplo y se despojarse del último trozo de tejido que
todavía mantenía su cuerpo oculto. Solo unos segundos después, las braguitas cayeron al suelo de
tarima de su dormitorio.
La contempló con lujuria mal contenida. Estaba delgada, pero no en exceso. Sus caderas, a pesar
de no ser muy prominentes, eran ideales para hundir los dedos en ellas. Una sucinta cantidad de
vello más oscuro que el de su cabeza cubría su sexo y las ganas de arrodillarse frente a ella y hundir la
cara en su vientre se apoderaron de él.
«¿A qué esperas?», le dijo una voz interior cargada de deseo.
Hincó las rodillas en el suelo y enterró la cara en la suavidad de su piel mientras ella gemía y
enredaba los dedos en su cabello.
No encontró resistencia alguna cuando la obligó a abrir los muslos y sus dedos recorrieron la
parte interna de estos hasta detenerse a la entrada de su sexo, donde encontró caliente humedad.
—Joder, Juls…
—Jorge… —La escuchó gemir.
El frenesí le invadió y se puso de pie. Con un movimiento precipitado la alzó en volandas y se
acercó a la cama mientras ella se aferraba a su cuello y repartía besos mojados sobre su garganta. La
depositó sobre el colchón, cubierto por un edredón blanco, y la miró con hambre mal contenida
antes de tenderse sobre ella.
—Voy a serte sincero, me he pasado toda la semana fantaseando con esto —le dijo entre beso y
beso.
—Yo también voy a serte sincera. Desde que me llevaste al mirador el miércoles no he podido
quitarme de la cabeza cómo sería acostarme contigo —admitió jadeante.
—¿Y cómo está siendo?
—Vamos bien. Muy bien. —Su voz rota por la pasión le llegó muy adentro y le pareció lo más
erótico del mundo.
Se apretó contra ella y la acalló con su boca mientras sus piernas y sus brazos se fundían.
—¡Ay! —exclamó ella de improviso—. Me estás clavando el codo.
—Lo siento. Mi intención es clavarte otra cosa.
Ella se echó a reír con ganas y le rodeó el talle con las piernas, contoneándose de manera sinuosa
y aprisionando su erección.
—Eres una mala chica.
—Me apetece ser mala contigo esta noche.
—¡Qué suerte tienes de que me gustes así!
Juls era menuda y se agitaba bajo sus manos de un modo delirante. Su piel estaba dorada por el
sol menos en aquellos lugares que el bikini había cubierto. Y era preciosa; no había otra palabra para
describirla.
Rodaron por la cama, disputándose el honor de estar encima. Él se rindió con facilidad y la dejó
ganar. Ella se sentó a horcajadas sobre sus caderas y él cerró los ojos un instante cuando sintió el
calor del femenino sexo pulsando contra su miembro. Cuando ella comenzó a deslizar la boca por su
cuerpo, bajando desde su cuello hasta su pecho y luego su estómago, él no hizo ni un solo
movimiento y aguardó con la respiración contenida hasta que ella llegó a su destino y le acogió en su
boca. Gimió al sentir toda aquella calidez y humedad rodeándole. Controló el impulso de bombear
con las caderas mientras dejaba que ella adquiriese su propio ritmo. Sus labios le succionaron de
veinte mil formas posibles y su lengua jugueteó con él, arrancándole gruñidos de gozo. Terminó por
alzar los brazos por encima de la cabeza y disfrutar del momento.
—Sí, sí… —gimió una y otra vez mientras el calor le inundaba.
Quizá habían pasado veinte segundos o quizá veinte minutos —el tiempo había dejado de tener
significado—, cuando comenzó a notar una sensación pulsante en la parte baja de su miembro.
No quería que su primera vez terminara así y se apresuró a apartarla. La contempló a través de las
pestañas. Ella tenía las mejillas encendidas y los labios empapados. Aquella imagen le resultó erótica
y muy excitante. Tiró de ella hasta que la tuvo firmemente sujeta entre sus brazos y sus bocas
distaban la una de la otra solo unos pocos centímetros.
—¡Joder, Juls! Eres increíble —le dijo. Y la besó.
—Es solo el principio —farfulló ella.
Jorge aguantó la carcajada arrebatada que quería salirle del pecho y la obligó a rodar sobre la cama
hasta que se alzó con el premio de estar encima. Era su turno.
—Quid pro quo15—le dijo.
—¿Me hablas en latín? —ronroneó ella—. Eso me pone.
—Te puedo hablar en alemán, si quieres —propuso, besándole el cuello.
—Hazlo —gimió.
—Ich werde Dich überall küssen. Die ganze Nacht lang16 —comenzó con voz ronca mientras descendía
hasta sus senos.
—¡Sigue! —balbuceó ella.
—Ich werde Dich streicheln bis du es nicht mehr aushalten kannst17 —continuó él, lamiendo sus pezones
con infinita lentitud.
Ella expelió un gimoteo ahogado.
Él continuó su viaje exploratorio descendente hasta que llegó a su trepidante vientre. Allí se
entretuvo apenas unos segundos, rozándolo con la punta de la lengua. Fue una parada técnica y muy
corta, ya que su objetivo era otro y se hallaba enterrado en esa cuna de breves rizos rubios.
—Und danach, werde Ich Liebe mit dir machen bis zu Tagesanbruch18 —le dijo justo antes de hundir la
lengua en su interior.
Su ardor le explotó en la boca. Era evidente que ella se hallaba muy excitada, y esa excitación le
sirvió a él de acicate. Sabía que no iba a poder aguantar mucho tiempo, al menos no la primera vez.
Repetirían, se dijo al tiempo que recorría los pliegues empapados con su lengua y succionaba su
abultado clítoris con complacencia, recreándose en su sabor y su textura.
Juls comenzó a agitarse presa de la ansiedad, dejando escapar gemidos ahogados. Sus sacudidas se
hicieron más violentas y él le sujetó las caderas con firmeza, pegándola al colchón mientras seguía
devorándola con avaricia.
—Jorge —llegó su voz entrecortada—. Voy a… ¡Me voy a correr!
—Córrete —la animó.
Apenas acababa de decir eso, cuando la sintió ponerse rígida debajo de él y los espasmos
recorrieron su cuerpo. El pujante orgasmo llegó con energía y la boca se le llenó de su potente sabor
almizcleño. Gruñó satisfecho, llenándose de ella y disfrutando de su clímax como si fuera el propio.
Juls le hundió los dedos en la carne de los hombros y él se entretuvo en darle ágiles besos en la
parte interna de los muslos mientras ella se iba calmando poco a poco.
—Te necesito dentro de mí… —La escuchó susurrar.
Excitado y ansioso por cumplir con sus deseos, reptó por la cama hasta que estuvo a su altura. La
besó, a sabiendas de que su boca estaba llena de su esencia. A ella no pareció molestarle, por el
contrario, le echó los brazos al cuello y profundizó el beso mientras dejaba escapar un gemido
contento.
—Espera.
Se apartó y se inclinó hacia su mesilla donde guardaba los preservativos. Sacó uno del cajón y sin
apartar la vista de su rostro exaltado y atrayente, rasgó el envoltorio y se lo puso, ajustando el látex a
lo largo de su extrema rigidez.
Ella, quizá inconscientemente, le lanzó una ojeada lasciva a través de las pestañas mientras se
acaricia los pechos con abandono y él no pudo resistirse a esa imagen. Soltando un estrangulado
gemido, se tumbó sobre su cuerpo. Su miembro pareció saber dónde tenía que ir y se acopló a las
mil maravillas al hueco que quedaba entre sus muslos, que ella abrió invitadoramente. Solo unos
segundos después, estaba en su interior y el aire se escapaba de sus pulmones en una suerte de
pasional detonación cuando sintió el fuego que desprendían las paredes de su sexo que le engullían y
le aprisionaban.
—¡Dios mío! Esto es una pasada. ¡Joder, cómo me pones!
Ella no dijo ni una sola palabra, se limitó a oscilar las caderas, alentándole a moverse. Y Jorge lo
hizo. Comenzó a envestirla, en un principio con parsimonia, pero en cuanto se percató de que ella
balbucía algo con impaciencia, aumentó el ritmo y proporcionó vigor a sus envites.
Los besos llegaron para acompañarlos. Besos húmedos y pasionales. Besos que callaban bocas,
pero que también se entretenían en las barbillas, en los pómulos, en las mejillas y que se mezclaban
con los jadeos febriles que emergían de sus gargantas.
—¡Sí, Jorge! ¡Sí, sí!
Animado por sus gemidos, condujo la mano hasta su pulsante clítoris, ansiando que ella alcanzara
un nuevo orgasmo junto a él; lo pellizcó con suavidad, sonriendo con vehemencia cuando escuchó
su respiración arrebatada.
En cuestión de segundos, un calor abrasador y todopoderoso se formó dentro de él y comenzó a
notar la presión en su cuerpo y el zumbido mental que precedía al orgasmo. Su vientre se contrajo
virulentamente y, entonces, se derramó dentro de ella, con un fiero rugido.
Solo un segundo después, ella le acompañaba, sollozando de placer.
Se mantuvieron unos cuantos segundos inmóviles, respirando trabajosamente. Él aguantó su peso
sobre los antebrazos mientras hundía la cara en su sudoroso cuello y aspiraba su aroma. Terminó
por alzar la cabeza y contemplarla. Ella le miraba con sus bellos ojos. Cuando se excitaba los
entrecerraba de un modo muy erótico; sus extremos se alzaban hacia arriba creando unas curvas
perfectas y llenas de sensualidad.
—¿Sabes una cosa? Eres hermosa. Quizá la mujer más preciosa que he visto en mucho tiempo
—le dijo al tiempo que le apartaba un mechón húmedo de la frente con afectuoso cuidado.
Y no exageraba.
—Supongo que es la emoción postcoital la que habla por ti —se burló ella, acariciándole la
mejilla.
—No. Estoy siendo sincero. Creo que eres una belleza.
—Entonces tengo suerte de haber aterrizado en tu cama, ¿no? —siguió bromeando ella.
—¡Por supuesto! Dos orgasmos en menos de veinte minutos —dijo él con arrogancia fingida,
dándole un beso en la nariz—. Si eso no es tener suerte.
—Creído.
Él se rio. Luego agachó la cara y le mordisqueó juguetonamente la clavícula.
—¡Me haces cosquillas! —protestó con una carcajada.
La ignoró y siguió besuqueándola una y otra vez.
Le sucedía algo inusual con Juls, algo que no solía ocurrirle con otras mujeres, y era la enorme
complicidad que sentía estando con ella. Quizá era la primera vez que compartían la cama, pero la
sensación era curiosa, como si se conocieran a fondo desde hacía mucho tiempo.
Se apartó a regañadientes y abandonó la cama para deshacerse del preservativo. No pudo evitar
escrutarla de arriba abajo. Ella no parecía avergonzada por su desnudez en absoluto. Se había
tendido de lado con la cabeza apoyada en una de sus manos y le observaba con los ojos cargados de
una emoción que a él no le resultó nada difícil de interpretar. A fin de cuentas, era la misma que él
estaba experimentando.
Deseo.
—No se te ocurra moverte ni un milímetro —le advirtió, alejándose hacia el baño.
Escuchó su risa sexi a su espalda.
Capítulo 14
Juls
En un primer momento, cuando abrió los ojos, no supo muy bien dónde se encontraba, pero el peso
de un brazo sobre sus costillas no tardó en ponerla en antecedentes con rapidez.
Estaba en el piso de Jorge, en su dormitorio, y había pasado la noche con él.
Las sensuales imágenes de la noche anterior acudieron a ella y notó cómo el ardor se expandía
por todo su cuerpo y una suave humedad le bañaba su sexo. Sí, solo el hecho de recordar todo lo
que habían hecho la excitaba.
«¡Qué noche más grandiosa!», pensó risueña.
Se giró y se encontró con la cabeza de él al lado de la suya sobre la almohada. A la luz del
amanecer que entraba por la ventana Jorge era verdaderamente hermoso. Decir que era atractivo era
quedarse muy corto. El pelo alborotado, los ojos cerrados con sus pestañas castañas en forma de
media luna, el mentón cubierto por la sombra de una barba, y sus labios hinchados como si se
hubiera pasado la noche haciendo uso de ellos.
Juls sonrió tontamente mientras se acariciaba sus propios labios con el dedo. Los de ella también
estaban muy sensibles.
Tantos besos…
Y tantas otras cosas…
Volvió a girarse y su mirada terminó sobre la mesilla donde descansaba el paquete de
preservativos y los dos envoltorios rotos. Rememoró con euforia todos y cada uno de los momentos
de las últimas horas y un gemido salió de su boca mientras se retorcía sobre el colchón.
De pronto, sintió cómo el brazo que estaba sobre su torso comenzaba a moverse y le presionaba
el estómago.
—¿Ya estás despierta?
Escuchó la voz somnolienta a su espalda. No respondió, se limitó a acurrucarse contra el fornido
torso, dejando que sus cuerpos se acoplaran el uno al otro.
—Pero es muy pronto —le susurro él justo debajo de la oreja.
Ella se estremeció al sentir su aliento en esa zona tan delicada y sensible.
—No podía dormir más —confesó en voz baja.
—¿Te molesta la luz? —inquirió él.
—No.
—Entonces…
—Entonces es que quizá me apetece retozar un poquito entre las sábanas antes de que tengamos
que levantarnos —murmuró con coquetería.
Él la estrechó con firmeza entre sus poderosos brazos y Juls no tardó en notar que cierta parte de
la anatomía masculina había despertado.
—No sabes cómo me gusta despertarme así —dijo él. Y comenzó a depositar besos ligeros sobre
su hombro y su omóplato mientras su pelvis empujaba hacia delante enterrándose en sus glúteos.
Juls gimoteó excitada.
Hacía un siglo que no amanecía con nadie en la cama y desperezarse con Jorge de aquel modo le
resultaba muy apetecible. La sangre había comenzado a correr rauda por sus venas y el calor a
esparcirse por todo su cuerpo. Con mucha lentitud, se giró entre sus brazos hasta que consiguió
enfrentarle. Su boca tenía un rictus desvergonzado que le puso la carne de gallina.
Intercambiaron un beso lánguido.
—Buenos días —le dijo él.
—Buenos días.
Fue ella la que tomó la iniciativa. Fue ella la que alargó el brazo hasta la mesilla y cogió uno de los
condones. Fue ella también la que rasgó el envoltorio y, sin apartar la vista del rostro de Jorge, que la
observaba expectante, se lo puso a tientas y lo extendió por su erección con cuidado.
Él jadeó.
No hubo preliminares, apenas unos roces y unas mutuas caricias. Poco después, ella se había
colocado encima y dejaba que él se deslizara en su interior.
Sus gemidos se mezclaron en el silencioso dormitorio.
Se abrazaron mientras comenzaban a moverse de un modo indolente, como faltos de energía,
frotando sus cuerpos uno contra el otro en una suerte de delicioso abandono. Aquel acto no se
parecía en nada a los que habían compartido la noche anterior, llenos de fogosidad y prisas. No. Esa
comunión tranquila y pausada era otra cosa. Diferente.
La mente de Juls se desconectó de su cuerpo y se convirtió en gelatina mientras Jorge la sujetaba
por las nalgas y se movía con parsimonia. Ella le cabalgaba con exquisita pereza, como si tuvieran
todo el tiempo del mundo en sus manos, moviéndose hacia delante y hacia atrás.
El paraíso.
—Si se me permite expresar un deseo —comenzó él en un susurro—, quiero esto para desayunar
con frecuencia.
El trazo de una vaga sonrisa apareció en los labios de ella al escucharle.
—¿Mejor que un café?
—Mejor que todos los cafés del universo.
Después de eso guardaron silencio y continuaron meciéndose y oscilando. Las pieles de ambos
deslizándose una contra otra.
Los jadeos se elevaron en intensidad.
—Me voy a correr, Juls —dijo él con voz entrecortada al cabo de unos segundos. La expresión de
su rostro era de puro éxtasis.
—¡Espérame! —le pidió acalorada.
Estaba muy excitada y se encontraba a punto del clímax, pero todavía le faltaba un poco para
llegar al final. Se acarició con rapidez, extendiendo la humedad con los dedos por su clítoris,
jugueteando con él para acelerar el proceso y que ambos pudieran recorrer ese camino juntos. No
tardó en sentir el calor concentrándose en la parte baja de su abdomen y las paredes de su sexo
estrechándose en torno al miembro de Jorge.
Él expelió un estertor gutural.
—Joder… Ya no puedo más —gruñó.
Y Juls sintió cómo él se contraía y una convulsión le recorría de arriba abajo. Ella aceleró su
propia caricia y, en solo unos segundos, su propio orgasmo la llevó a sacudirse con violencia. Se dejó
caer sobre él, exhausta y con la mente bastante turbia.
Las respiraciones trabajosas de ambos tiñeron el ambiente durante un buen rato. Los sonidos se
fueron amortiguando poco a poco, mientras intercambiaban unas cuantas caricias lánguidas.
Fue él el primero en recuperar el aliento y reaccionar. Le alzó la cara con los nudillos y la
contempló con una sonrisa en la boca.
—Ahora sí que quiero un café.
—Creí que ibas a prescindir del café de ahora en adelante —dijo ella.
—Era el sexo el que hablaba por mi boca. No puedo vivir sin café.
—Hombre inconstante —le regañó con el ceño fruncido.
Él se rio. Luego la empujó a un lado y comenzó a besarle la línea de la mandíbula.
—Quédate en la cama mientras yo preparo el desayuno —le dijo.
—¿Eres un hombrecito de su casa? ¿Cocinas?
—Me defiendo. Pero no esperes mucho de mi desayuno. Café y tostadas con aceite, eso es lo
máximo que te puedo ofrecer.
—Me has convencido.
—Me doy una ducha rápida y hago el café.
Salió de la cama y se inclinó para darle un ligero mordisco en la cadera que ella recibió con agrado
y un ronroneo.
Le vio alejarse hacia el aseo, caminando con suma seguridad. Su maravilloso y musculoso trasero
era una delicia. Cuando escuchó el agua de la ducha, hundió la cara en las sábanas y pataleó llena de
euforia mal contenida. Aspiró hondo como una imbécil y el olor a Jorge —un peculiar y delicioso
olor a mar— y a sexo le entró por las fosas nasales. ¡Dios! ¡Qué pasada! La noche había sido genial,
pero esa mañana… Esa mañana había sido increíble.
Jorge era perfecto.
No pudo recrearse mucho tiempo en sus ensoñaciones porque el agua de la ducha no tardó en
enmudecer y él regresó al dormitorio; solo llevaba una toalla anudada a la cadera, pero la dejó caer
sobre el borde de la cama cuando se acercó al armario a coger unos bóxers limpios.
Ella no se molestó en apartar la vista de su glorioso cuerpo desnudo, disfrutando con cada giro y
movimiento.
—Se acabó el espectáculo —le dijo él cuando se subió los calzoncillos—. Mañana más.
—¿Lo prometes? —inquirió con tono provocador.
—Joder, no me mires así que prescindimos del café.
Juls se echó a reír y se dio media vuelta, tendiéndose boca abajo y mostrándole su culo desnudo.
Luego le miró por encima del hombro y se contoneó.
—Qué cabrona —dijo él, cogiendo aire con fuerza. Se acercó a la cama y le dio una palmadita
sobre uno de los glúteos—. Tenemos tiempo de sobra. Es temprano. Tengo una clase, pero no
comienza hasta dentro de dos horas, así que tómate tu tiempo en la ducha.
Una vez dicho eso, abandonó el dormitorio y la dejo sola.
Juls no perdió el tiempo remoloneando entre las sábanas. Estaba demasiado agitada y tenía
mucha energía que quemar. Se duchó a una velocidad digna de una campeona y se secó con prisas.
En su mochila llevaba un recambio de ropa interior. Lo había cogido el día anterior a sabiendas de
que esa noche iba a ser la definitiva con Jorge. Sacó el conjunto blanco y se lo puso, luego se vistió
con la camiseta, pero prescindió de los vaqueros y las zapatillas. Se enjuagó la boca con agua y pasta
de dientes y abandonó el baño.
Jorge estaba de pie frente a la encimera de su cocina americana. Un ligero y delicioso aroma a
café sobrevolaba el ambiente. Los ojos de Juls pasearon hasta la mesa de comedor. Sobre ella había
un plato con unas tostadas, una aceitera, platos individuales y servilletas.
—¡Qué bien huele! —murmuró.
Él se dio la vuelta y, al verla allí de pie, se acercó y le dio un beso en la punta de la nariz.
—Tú sí que hueles bien. ¿Café solo o con leche? ¿Con azúcar?
—Solo con azúcar.
Volvió a la cocina y cogió una cafetera y dos tazas, encaminándose hacia la mesa. Con un gesto, le
indicó que se sentara. Ella le obedeció.
El café estaba realmente bueno y el primer trago le resultó reconfortante y perfecto.
En realidad, ¿acaso había algo que no fuera perfecto? Le miró y estudió su perfil mientras él
preparaba una tostada con aceite y sal.
—¿Me estás analizando? —le preguntó antes de tenderle el pan.
—Sí —admitió con franqueza—. Me cuesta creer que estoy aquí contigo y que es como si te
conociera de toda la vida, cuando nos vimos por primera vez hace poco más de una semana.
Él se llevó la taza a la boca y la observó por encima del borde sin decir nada.
—Yo me siento igual —reconoció al cabo de un corto lapso de tiempo.
—No sé nada de ti.
—¿Qué quieres saber?
Ella alzó la vista y se encogió de hombros.
—No sé. ¿Todo?
Él se rio.
—¿Todo? Eso es mucho, pero lo intentaré. A ver, me gusta bucear y hacer windsurf, pero eso ya
lo sabes. Me gustan los polos de limón y no soporto los helados de vainilla. Mi color favorito es el
azul. No me gustan las coles de Bruselas, sin embargo, me chifla el repollo crudo. Me caí de una
bicicleta cuando era pequeño y tengo una cicatriz en forma de medialuna en la rodilla. Mi película
favorita es Black Hawk Derribado. Y no soporto a Tom Cruise. No obstante, me encantan las pelis de
Misión Imposible. Me gusta mucho ir al cine y a conciertos. Ya sabes que me gusta Ara Malikian y la
música de los ochenta y los noventa. Soy un friki de Kiss FM. —Sonrió de oreja a oreja al decir
aquello—. Adoro mi coche y hablo con él, pero solo cuando estamos a solas. Prefiero la cerveza a
otro tipo de bebida alcohólica. Me encantaría trabajar en el Oceanográfico en Valencia gestionando
actividades de ocio y turismo, aunque estoy bastante contento trabajando como instructor de buceo.
Me gustan las medusas y los pulpos. Soy Piscis y tengo un cajón lleno de bóxers azules —ya te he
dicho que es mi color—, y prefiero lo salado a lo dulce. Ah, y me gustan las chicas como tú —se
interrumpió—. Miento. No me gustan las chicas como tú. Me gustas tú en especial.
Juls se había quedado con la tostada suspendida en el aire mientras le escuchaba. Su semblante se
había ido animando con diversión mientras él avanzaba. Cuando llegó al final y expresó aquella
declaración, su sonrisa era enorme.
—Bueno, entonces ya lo sé todo de ti. Al menos lo primordial —dijo al tiempo que cabeceaba.
—Lo del cajón con los bóxers es lo más importante. Tenía que confesártelo —dijo él con un
encogimiento de hombros.
—Sin duda.
—Deberías corresponderme y contarme algo sobre ti.
Juls dejó la tostada en el plato y le dio un trago a su café.
—A ver, déjame que piense. A mí sí me gustan los helados de vainilla y mi color favorito es el
verde. Tampoco me gustan las coles de Bruselas, pero es que el repollo no lo soporto —se detuvo y
frunció la nariz—. Parece que cada vez tenemos menos cosas en común.
—No sé si voy a poder soportar a alguien que odia el repollo.
—Pues las cosas se complican porque a mí sí me gusta Tom Cruise. Me parece que está muy
bueno.
—¿Más que yo? —preguntó él con presunción.
Ella fingió examinarle con interés. El atractivo de Jorge era simplemente impactante, incluso
recién levantado y con el pelo sin arreglar, colgándole sobre la frente.
—A ver, es que es Tom Cruise.
Él emitió un bufido muy gracioso.
—Mi película favorita es De óxido y hueso —continuó ella—, y adoro el cine de Clint Eastwood.
Respecto a la música, me gusta el mismo tipo que a ti. Tengo carnet, pero no suelo conducir y mi
bebida favorita es el zumo de melocotón. Y me gustan los gatos, aunque nunca he tenido uno. Soy
Acuario y no tengo ningún cajón lleno de ropa azul. Ah, y sí, me gustan los chicos como tú,
arrogantes y engreídos. Quizá tú un poco más que los demás.
—¿Arrogante y engreído?
—Bueno, tú ya sabes —dijo con una risa traviesa.
Él se incorporó e inclinándose sobre la mesa, le dio un beso en la boca. Era un beso son sabor a
café.
—¿Y esto? —le preguntó cuando él se apartó.
—Esto es porque se me había olvidado decirte que anoche fue una noche increíble. Y que quiero
repetir —susurró él.
A Juls se le encogió el estómago.
—¿Qué fue lo que me dijiste en alemán?
—Ah, así que sientes curiosidad… —Él se golpeó el mentón con un dedo.
—Un poco —admitió.
—Pues te dije tonterías como que mi familia lleva la ropa a la lavandería o que se me había
olvidado comprar detergente. Ah, y lo más importante: que tenía que limpiar la placa vitrocerámica
—concluyó con un destello inocente en los ojos.
Ella cogió su servilleta y se la arrojó, dándole de lleno en la cara.
Él se rio.
—Te prometo que en algún momento te diré la traducción correcta.
Ella quiso protestar, pero no tuvo tiempo de decir absolutamente nada porque Jorge comenzó a
hablar de nuevo.
—Esta tarde, Lukas y Erika han organizado una especie de reunión en el chalet para ver una peli.
Mis padres no están. Iremos los de siempre, los del domingo pasado. Y me gustaría que vinieras
conmigo.
Juls pestañeó un par de veces, dejando que el timbre cálido con el que él acababa de pronunciar la
última frase le penetrase hasta las entrañas.
—Claro —aceptó sin reservas.
Todo el tiempo que pudiese pasar al lado de Jorge era un tiempo precioso.
Jorge
Jorge
Juls
La semana pasó demasiado deprisa y el sábado amaneció soleado con un cielo azul maravilloso,
símbolo de buenos presagios.
Aunque al final no pudieron verse todos los días porque a él se le complicaron las cosas en el
trabajo y ella decidió pasar más tiempo con Mariu, intercambiaron wasaps a diario y se llamaron por
teléfono con frecuencia. Juls nunca había experimentado una conexión así con nadie. Su pasada
relación había sido muy diferente. Sergio podía pasarse semanas fuera sin acordarse de contactar con
ella —y así fue desde el principio—, algo a lo que Juls también llegó a habituarse.
Sin embargo, las cosas con Jorge eran muy diferentes, mucho más reales e íntimas. No podía
pasar ni un solo día sin saber de él, sin escuchar su voz o sin desearle buenos días en un simple
mensaje de texto.
Y él era igual que ella.
El jueves por la tarde, fue a recogerla y la llevó a su apartamento. Juls todavía se estremecía al
recordarlo. No hubo cena con velitas para dos, a cambio, se besaron y acariciaron durante horas
frente a la ventana de su dormitorio mientras el sol se ponía lentamente. Después pidieron una pizza
y terminaron de nuevo en la cama con los cuerpos enredados.
Una noche mágica.
Los indicios ya estaban ahí mucho antes, pero fue el viernes, después de que él la hubiera dejado
en su apartamento por la mañana, cuando se dio cuenta de que se había colado por Jorge
irremediablemente. Le vio marcharse en su todoterreno y le siguió con la mirada, melancólica.
Cuarenta y ocho horas y no volvería a verle.
No quería irse.
No quería dejar a medias eso que había comenzado a arder entre ellos.
Su relación era fantástica, pero se basaba únicamente en el sexo, ¿no? Al menos así fue al
principio. Una atracción sexual brutal que los llevó a la cama. Eran muy compatibles dentro de ella.
No obstante, también encajaban muy bien fuera de las sábanas.
Ella quería más que sexo. Mucho más.
Pero ¿y él?
Hecha un lío, se levantó y se dirigió a la ventana. Eran las ocho de la mañana y Jorge había
quedado en ir a recogerla a las nueve para ir a bucear. Y no podía evitar estar ansiosa. Era su
bautismo de buceo. Quizá por eso se había despertado tan temprano. O quizá porque sabía que al
día siguiente iban a tener que despedirse.
El piso estaba muy silencioso. Mariu había pasado la noche fuera, todavía no había regresado y
tampoco pensaba hacerlo a lo largo del día. Ya le había dicho que quería pasar sus últimas horas en
Benidorm con Dani e iba a aprovechar que él tenía el día libre para hacerlo.
Cuando su amiga acudió a su cabeza, una sensación de suave envidia la embargó. Mariu tenía las
cosas muy claras y no sentía pena alguna por marcharse y despedirse de Dani. Era un simple rollo, le
había dicho, y no tenía la más mínima intención de seguir manteniendo el contacto con él una vez
que regresara a Madrid.
A Juls le habría gustado ser un poco más como Mariu y no haberse pillado por Jorge de ese
modo. Las cosas habrían sido más fáciles, desde luego. Se sentía como cuando tenía quince años y se
enamoró por primera vez. Solo quería pensar en él y estar con él. Rememorar cada instante que
pasaban juntos, repasar sus conversaciones y analizar cada gesto. Si cerraba los ojos, le veía con esa
sonrisa pícara que él solía lucir. Si iba a la cocina y se servía un vaso de agua, pensaba en él. Si se
sentaba frente a la televisión a ver cualquier programa, él aparecía en sus pensamientos y se
preguntaba dónde estaría y qué estaría haciendo. Le imaginaba trabajando en la escuela de buceo o
en la playa, haciendo windsurf con sus alumnos y pensaba en la suerte que tenía la gente de estar a su
lado y compartir su tiempo. Cuando hablaba con Mariu de cualquier cosa, él pululaba por su mente y
se le ocurrían mil cosas que quería contarle cuando le viera, cosas tontas y sin sentido. Se imaginaba
hablando con él de temas profundos y de otros mucho más superficiales. Y cuando se acostaba y
apagaba la luz de la mesilla, ahí estaba él también, dentro de su cabeza.
Jorge por todas partes.
Era frustrante.
Se tomó un café para espabilarse y se dio una ducha rápida. Después, remoloneó unos minutos y
se probó diferentes prendas de ropa, aunque sabía que aquello era una tontería, a fin de cuentas, iban
a bucear.
Mucho antes de que fueran las nueve, ella ya estaba lista y le aguardaba en la calle, frente al portal.
A pesar de encontrarse ya en octubre, la temperatura era ideal. Si bien los días de verano habían
quedado atrás, el clima todavía permitía ir en pantalón corto y camiseta.
Escuchó el todoterreno incluso antes de que este girase en la esquina y pudiera verlo. Su potente
sonido era inconfundible.
Las mariposas en su abdomen comenzaron a aletear revolucionadas.
Jorge detuvo el vehículo frente a ella y descendió de él. Apoyó la mano sobre el techo,
recorriéndola de arriba abajo con los ojos llenos de entusiasmo. Llevaba unos vaqueros cortos y una
camiseta blanca.
—Buenos días —la saludó—. ¿Dispuesta a ser mi sirena?
Ella se rio y se dirigió al asiento del pasajero, pero él la interceptó por el camino y, sujetándola
por la cintura, la detuvo en medio de la acera y se apoderó de sus labios con vehemencia.
—Estos sí que son unos buenos días —murmuró, soltándola.
Juls hubo de darle la razón internamente.
—Vamos a Calpe —le informó mientras se ajustaba el cinturón de seguridad y ponía el coche en
movimiento—. Es una localidad que está cerca de aquí, a veinte kilómetros. Hay una cala
maravillosa para bucear a la que solemos acudir con los grupos para hacer inmersiones. ¿Conoces el
Peñón de Ifach?
—He oído hablar de él.
—La cala a la que vamos está justo debajo, en la cara occidental. Se llama El Racó. Te va a gustar.
Tiene una playita de cantos rodados de unos ciento cincuenta metros. En esta época del año apenas
hay gente.
En cuanto se pusieron en marcha, Juls desconectó mentalmente. Estaba demasiado agitada
pensando en su próxima aventura para fijarse demasiado en el trayecto. Bucear era una actividad que
nunca le había interesado demasiado y ahora que estaba a punto de experimentarla, la desazón la
carcomía. No sabía si era la anticipación por lo que iba a suceder en breve o el temor de sumergirse
en terreno desconocido.
Una vez que abandonaron la autopista, se internaron en una carretera llena de curvas que rodeaba
una ladera y que iba en paralelo a la costa. El azul Mediterráneo refulgía a su derecha.
—Mira hacia abajo —le dijo él en un momento dado—. ¿Ves ese puerto? Es Campomanes. Ahí
es donde trabaja Erika.
Juls dirigió la mirada hacia donde él indicaba. De refilón, entre los matorrales que bordeaban la
carretera, pudo ver unos cuantos barcos anclados allí; al menos dos de ellos semejaban ser
grandísimos.
—Es un puerto deportivo muy exclusivo —siguió él.
—¿Qué hace tu hermana? —inquirió con curiosidad.
—Es mecánica de embarcaciones.
Aquello la sorprendió. Sabía que estaba siendo prejuiciosa, pero la guapa y rubia Erika no
encajaba con la imagen que tenía ella de un mecánico en su mente.
Solo unos minutos más tarde, después de muchos recodos y un par de túneles excavados en las
montañas, el pueblo al que se dirigían apareció frente a ellos. Una roca gigantesca que se internaba
en el mar lo presidía.
Impresionante. Y bello.
—Eso es Calpe —comentó él—. Vamos justo ahí, debajo del peñón.
En silencio, ella se dejó seducir por el paisaje, por la curiosa roca, por la multitud de casitas
blancas que adornaban las laderas de los cerros y por el mar azul que resplandecía a la luz del sol
mientras se acercaban a la localidad. Accedieron a ella por una rotonda que desembocaba en una
amplia avenida. Era temprano y no había mucha gente por la calle. Atravesaron el dormido pueblo
con rapidez y terminaron en el puerto. Los mástiles de numerosos barcos asomaban entre las
palmeras.
El Peñón de Ifach destacaba imponente frente a ellos.
Jorge detuvo el Nissan a pocos metros del acceso a la playa y Juls descendió del vehículo sin
poder quitar la vista de la enorme piedra que proporcionaba sombra a gran parte de la zona. Era
gigantesca.
—Marea mirar hacia arriba —dijo.
—Un poco —admitió él—. Mide más de trescientos metros y hay un sendero que lleva hasta su
cima. Pero esa excursión la dejamos para la próxima vez.
Tal y como él le había dicho, la cala era pequeña, de cantos blancos y solo estaba ocupada por
una mujer que jugueteaba con un perro cerca de la orilla. Había una caseta blanca al comienzo de la
playa —un puesto de socorrismo que permanecía cerrado— y a la derecha, un largo dique de
cemento que se adentraba en el mar. A lo lejos, en el horizonte, se podían vislumbrar los altos
edificios de Benidorm que se recortaban contra el cielo azul lavanda.
Jorge se dirigió a la parte trasera del todoterreno y abrió la puerta. Por el rabillo del ojo, Juls pudo
ver las bombonas de buceo, los trajes, las aletas y otros utensilios que no supo identificar. El
nerviosismo hizo presa en ella de nuevo. Cuanto más se acercaba el momento de sumergirse, menos
segura estaba de que aquello fuera una buena idea, pero trató de respirar hondo y calmar su
inseguridad.
Le ayudó a sacar el material del Patrol y le siguió hasta el muro de piedra que corría en paralelo a
la playa donde depositaron todo el equipo. Levantó una de las botellas de oxígeno e hizo una mueca
al comprobar lo pesada que era.
—El equipo completo pesa unos treinta kilos —le dijo él—. Pero en el agua no se nota, no te
preocupes.
Comenzó a quitarse la ropa y ella le inspeccionó con curiosidad al ver que debajo de los
pantalones llevaba un bañador muy ajustado como los que solían usar los nadadores.
—¿Te gusta mi trasero apretadito por la licra? —le lanzó él.
—Ni me he fijado —rechazó con exageración.
Él liberó una risa antes de tenderle un neopreno y unos escarpines y animarla a que se los pusiera.
Lo hizo. Se desnudó, quedándose en bikini, y se ajustó el traje de goma con cierta dificultad y el
calzado. La sensación del frío material sobre su cuerpo era extraña. Alzó la cara cuando escuchó un
potente graznido. Por encima de su cabeza, unas cuantas gaviotas sobrevolaban la playa.
—El peñón está lleno de nidos de gaviotas y de pardelas —le explicó él, viendo hacia donde
dirigía la mirada—. También hay cormoranes moñudos. Mira allí y verás algunos tomando el sol.
Ella siguió sus señales. Había tres aves oscuras con curiosos tupés en la cabeza sobre una gran
roca.
—No tienes problemas cardiacos ni respiratorios, ¿verdad?
La pregunta la llevó a girarse con brusquedad. El nudo que tenía en su estómago se hizo más
grande todavía.
—Hasta esta mañana no los tenía —dijo con pretendida sorna—. Ahora ya no estoy tan segura.
Mi corazón va a mil por hora.
—Lo vas a hacer genial —le dijo él con una expresión tranquilizadora en el semblante—. Estoy
seguro. Solo tienes que saber hacer tres cosas. La primera, no dejar de respirar. La segunda,
compensar cuando sientas presión en los oídos. Al descender lo haremos cada medio metro
aproximadamente. Y la tercera, vaciar la máscara bajo el agua. Ahora te enseño cómo. Y ya está. De
lo demás me encargo yo, ¿vale?
—Vale —respondió. Aunque trató de imprimir firmeza a su voz, no lo consiguió.
Jorge se adelantó un paso y le cogió las manos, oprimiéndoselas con firmeza. Había un brillo
alentador en sus ojos. Estaba muy sexi embutido en su traje negro de neopreno.
—Estás a tiempo de decir que no quieres hacerlo. Quiero que esta sea una experiencia genial para
ti. Si tienes dudas podemos irnos o simplemente disfrutar de la playa y darnos un baño, Juls. Sin
presiones.
Le hubiera gustado decirle que sus palabras la serenaban, pero no era cierto.
—¿Vamos a profundizar mucho?
—No. Unos siete metros. Es lo usual para los principiantes.
Siete metros. ¿Eso era mucho o era poco? ¿Todavía podría ver la superficie? ¿Podría subir si se
agobiaba? Había visto películas en las que los buzos no podían ascender deprisa y tenían que hacer
pausas para no tener problemas. Y si ella no podía…
—Deja de pensar —le pidió él con voz suave e inclinó la cabeza hasta que sus frentes se rozaron
—. Te voy a explicar cómo funciona todo y nos metemos en el agua. Una vez ahí, si decides que no
quieres seguir, nos salimos. Sin problema.
Se sintió como una tonta. ¿Desde cuándo tenía ella miedo a probar experiencias nuevas? Era
verdad que el agua le daba respeto, pero sabía que Jorge iba a estar a su lado.
—Quiero hacerlo —dijo. Y aquella aseveración sonó firme en el silencio de la playa solo
interrumpido por las voces de las escandalosas gaviotas.
Él la besó con ligereza.
Luego se apartó de ella y comenzó a revelarle para qué servían todas y cada una de las piezas del
equipo. Juls siguió sus explicaciones con avidez mientras él le hablaba de la bombona de oxígeno de
doce litros y doscientos bares de presión. Aprendió cómo ponerse el chaleco hidrostático y cómo
manejarlo para ascender y descender en el agua, y vio el funcionamiento de las distintas etapas que
permitían llevar el oxígeno a alta presión de la botella hasta el regulador por el que se respiraba a
presión ambiente. Después de eso, él le mostró cómo debía de compensar. También le enseñó las
diferentes señales de comunicación bajo el agua que a ella le parecieron bastante simples, no
obstante, las repitieron varias veces hasta que él estuvo seguro de que no iba a olvidarlas. Luego
comenzó a explicarle algo referente al cinturón de lastre, mencionando que los plomos dependían
del peso de la botella, del grosor de su traje de neopreno y del propio peso y volumen de ella. A Juls
todos aquellos cálculos le sonaron a chino y cuando terminó su aclaración y le dijo que probarían
con un cinturón de cinco kilos, se limitó a asentir.
—No te has enterado de nada —dijo él con una sonrisa juguetona.
Ella se mordió el labio inferior. Se sentía rara con el neopreno, los escarpines y el pesado chaleco.
—De lo último no —admitió—. Las matemáticas y yo no nos llevamos bien. Pero confío en ti. Y
si dices que cinco kilos son correctos, te creo. Tengo fe en que no quieres que me hunda como si
fuera un ancla.
Él se rio.
—Sé que estás nerviosa, es lo normal, no pienses que eres la única. Mucha gente reacciona como
tú antes de la inmersión. Pero creo que la experiencia te va a encantar. De verdad. Cuando te
sumerges dejas atrás todas tus preocupaciones y problemas. La sensación de silencio e ingravidez es
como volar.
—Si tú lo dices —dijo con escepticismo.
—Venga, vamos. El resto te lo explico dentro.
No tardaron en encaminarse hacia el agua con las bombonas y las aletas en la mano. La sangre iba
rauda por las venas de Juls y su corazón había empezado a acelerarse. La mujer que jugaba con su
perrito les hizo un gesto con la mano y Juls le sonrió con los labios trémulos.
Se detuvieron en la orilla y se ajustaron las bombonas. El peso estuvo a punto de tirarla hacia
atrás, pero se balanceó hacia delante y compensó con rapidez. Jorge la tomó de la mano y ella le
siguió. Una vez dentro del agua, él la ayudó a calzarse las aletas, después de haberse puesto las suyas.
El tiempo era espectacular y la superficie del mar se mantenía en calma. Apenas un suave
movimiento mecía las aguas azules. Según se fueron adentrando en ellas, el equipo perdió su pesadez
y se tornó liviano. Juls llevaba el chaleco medio hinchado lo que facilitaba su flotación. Pronto, dejó
de sentir el lecho de arena bajo sus pies y pudo aletear con libertad. Era la primera vez que se ponía
unas aletas y una extraña y torpe sensación se adueñó de sus piernas, poco acostumbradas a ese tipo
de calzado. Él, por el contrario, fluía grácil en el agua como el mismo Poseidón.
Jorge se detuvo y ella le imitó.
—Ahora un par de conceptos más, ¿vale? Ante todo, no te pongas nerviosa.
¿Que no se pusiera nerviosa? ¿Estaba de broma? Se tragó una imprecación y siguió sus
explicaciones mientras él le mostraba cómo vaciar la máscara debajo del agua.
No era un proceso fácil y tuvo que probar muchas veces. La frustración la embargó al ver que no
era capaz de conseguirlo. Pero Jorge tenía muchísima paciencia, como demostró una y otra vez,
hablándole con calma. Juls estaba a punto de tirar la toalla cuando lo consiguió por fin. Él la obligó a
hacerlo unas cuantas veces más hasta que estuvo seguro de que era capaz.
—Vamos a hacer ahora el chequeo de flotabilidad. A ver, deshincha el chaleco, quédate quieta y
llena los pulmones. ¿Cómo lo ves? ¿Te hundes?
—No.
—Vale, vacía ahora los pulmones del todo. Si empiezas a hundirte despacio es que tienes el lastre
correcto.
Juls vació los pulmones y esperó. Poco a poco comenzó a notar como si una fuerza invisible
tirase de su cuerpo hacia abajo.
—¡Genial! —Jorge le tendió una mano y le sujetó el brazo mientras una sonrisa se dibujaba en su
boca—. Creo que soy un instructor maravilloso. Tienes los plomos que te corresponden. Y a la
primera.
Ella le sonrió insegura. Jorge parecía eufórico.
—¿Preparada?
«¡No!».
—Sí —murmuró.
—¿Recuerdas las señales?
Asintió.
—No te voy a soltar la mano, Juls. No te preocupes. Podemos ascender en cualquier momento.
Lo haremos despacio, eso sí. ¿Todo correcto?
—Está bien.
Después de ponerse las máscaras, aguardaron un rato más sobre el agua hasta que ella se
acostumbró a respirar a través del regulador. Por fin, él le hizo una señal indicándole que iban a
descender y ella asintió. Bajó los párpados unos segundos y dejó que él tirase de ella.
El agua la engulló.
Cuando se quiso dar cuenta, ya se habían sumergido y Jorge le sujetaba la mano con firmeza.
Aquello la tranquilizó. Le vio hacer el símbolo de Ok juntando el índice y el pulgar y le correspondió
de la misma manera. Una inmensidad azul se abría ante sus ojos y solo podía escuchar un opresivo
silencio y el sonido de su aparatosa respiración. La presión comenzó a acaparar sus oídos como si
quisiera robárselos y se apretó la nariz con ambos dedos y espiró, tal y como él le había dicho,
compensando. Volvió a hacerlo un par de veces más, cada vez que la presión le taponaba los oídos
según descendían.
Con lentitud, se fueron internando en las profundidades. Echó un último vistazo hacia arriba y
vio la superficie muy por encima de su cabeza, quizá a cinco o seis metros.
Notó el corazón palpitando furioso en su pecho.
«Ya no hay marcha atrás», se dijo con ansiedad.
Giró la cara y se encontró con la mirada de Jorge distorsionada por el cristal de las gafas
submarinas. Quizá se lo imaginó, pero le pareció que él le hacía un guiño.
La pesadez que sentía en el estómago disminuyó un poco.
La sensación de ingravidez era indescriptible.
Era como estar suspendida en el aire.
Como volar.
Capítulo 16
Jorge
Juls
Un mercadillo de antigüedades era el último lugar al que había esperado que él la llevara.
Dejaron el coche en el parking de tierra que había junto al recinto y rodearon el terreno vallado
que los llevaba al acceso principal.
Antigüedades El Cisne, anunciaban varios cartelones a lo largo de toda la valla que conducía a la
entrada. Todos ellos adornados con la imagen de esa ave en tonos blancos o azules.
—No es el típico mercadillo —anunció él como si le hubiera leído la mente.
—¿Es como El Rastro de Madrid?
—Nunca he estado allí, pero espera a ver este y luego me dices si se parecen.
Había mucha gente, pero no tanta como en El Rastro. Sobre todo, abundaban los turistas, era
palmario en su forma de vestir y en los retazos de conversaciones que llegaban hasta ellos.
—Está dividido en tres partes —anunció Jorge y la tomó de la mano para que avanzara—. Pero
las tres zonas interactúan y ni te vas a dar cuenta si pasamos de una a otra. Está la tienda de
antigüedades, ahí en esa construcción. —Señaló la edificación de una planta que tenían delante—.
Luego está el mercadillo que tiene casi un centenar de puestos, rodeándola, y también están las
cafeterías y restaurantes. Están intercalados por todo el rastro. Ya lo verás. Hay, desde un bar con
karaoke, hasta una terraza genial con música de jazz en vivo.
Juls le escuchaba maravillada. Todo eso que él le contaba sonaba muy bien.
—¿Entramos?
Asintió con energía. No era que las antigüedades le interesasen demasiado, pero explorar cosas
nuevas con Jorge se le antojaba una actividad muy atrayente.
Accedieron al interior de la tienda y comenzaron a andar por el pasillo que se curvaba
suavemente como si transcurriese en un amplio círculo. Apenas había sitio para caminar ya que no
solo las paredes y el techo se hallaban abarrotados de cosas diversas y pintorescas, también el suelo
estaba lleno de objetos de todo tipo: alacenas del siglo pasado, vajillas inglesas sobre mesas vintage,
jarrones descomunales, escritorios exóticos y sillas de todas las formas y colores, entre otras mil
cosas. Entremezclados con los muebles aparecían efectos militares del ejército alemán y uniformes,
máscaras de gas de la Gran Guerra e incluso reproducciones de distintas armas. De las paredes
colgaban cuadros tanto realistas como abstractos y espejos de diferentes épocas con marcos dorados
o montados sobre estructuras de metal. Y del techo, entre las vigas de madera oscura, pendían
multitud de lámparas, algunas muy estrambóticas, otra más clásicas, todas ellas encendidas,
iluminando el local de un modo casi cegador.
Juls se detuvo frente a un flamenco rosa de madera de aproximadamente dos metros de altura y
lo miró con estupor. ¿Habría alguien que comprase algo semejante para ponerlo en su salón?
—¿Te gusta? —inquirió él a su lado—. ¿Crees que quedaría bien en mi piso?
—Esto no puede quedar bien en ningún sitio. Seguro que es atrezzo.
—Yo no hablaría muy alto —repuso él en voz baja. Acto seguido le giró la cara hacia la izquierda
—. Mira —le susurró al oído.
A solo unos metros de distancia, un hombre de mediana edad cargaba con el que parecía ser el
gemelo de ese flamenco.
—¿En serio? —La mandíbula de Juls se aflojó por la sorpresa.
—Ya sabes lo que dicen, siempre hay un roto para un descosido. Vamos, ayúdame a elegir algo
para mi piso.
—¿Aquí?
—No seas tan negativa.
Tiró de ella y la forzó a seguir andando entre las antigüedades, pasando por debajo de un arco de
piedra y entrando en otra zona del establecimiento. No había demasiada gente allí y pudieron
continuar husmeando por la tienda a su antojo, deteniéndose frente a estanterías con
condecoraciones militares, baúles llenos de libros antiguos, candelabros y viejos percheros.
Iban comentando todo lo que veían y, de vez en cuando, Jorge hacía alguna sugerencia con mofa
sobre dónde colocar las diferentes piezas en su piso. Ella respondía chasqueando la lengua con
rechazo y conminándole a buscar otra cosa. En realidad, no creía que él fuera a encontrar algo allí
para su moderno apartamento producto de Ikea.
Mientras él inspeccionaba una réplica de un barco de madera, Juls se hizo con una máscara algo
tétrica del carnaval de Venecia y se la puso. Luego se situó a su espalda y aguardó a que él se diese la
vuelta. Cuando lo hizo, un jadeo ahogado brotó de su garganta.
—¡Joder, pareces un espectro!
—Tenías que haber visto tu cara —se rio ella, dejando la máscara sobre una mesa taraceada.
—Me debes una —la regañó, alzando el dedo índice en el aire. Luego se aproximó y le dio un
beso en la frente, antes de apartarse y continuar caminando.
Juls se quedó rezagada. El modo de comportarse de Jorge con ella era natural, como si fueran una
pareja que llevasen juntos mucho tiempo juntos y no un simple rollo esporádico con fecha de
caducidad. Pensativa, le siguió más despacio, tratando de poner en orden sus ideas. En silencio, se
preguntó qué pensaría él de eso que estaba ocurriendo entre ellos. Solo quedaban tres horas para la
despedida y no habían hablado de lo que iba a ser de ellos después de su regreso a Madrid.
¿Querría él seguir adelante con esa historia?
Ella sí lo deseaba. Solo que no sabía cómo podían hacer que funcionara. Sin embargo, quería
intentarlo. En el corto espacio de tiempo desde que Jorge había llegado a su vida se había convertido
en alguien esencial para ella.
Le gustaba mucho.
—¿Vienes? —la llamó él.
Se apresuró a seguirle.
Finalmente, no compraron nada en la tienda y se internaron en la zona de los puestos de
mercadillo. Los había de todo tipo, de ropa de segunda mano, de joyas, de figuras religiosas, de
vinilos y de aparatos electrónicos. Algunos eran meras mesas plegables de camping con cuatro
tonterías sobre ellas, otros eran grandes tiendas con techos de lona y probadores. Había también
pequeños puestos donde se servían platos de paella y refrescos. Y el sonido de la música en directo
llegaba hasta ellos algo amortiguado. La gente deambulaba de un lado otro y Jorge entrelazó los
dedos con los suyos para que no se despistara.
Le gustaba aquello, el sentir la mano de él agarrando la suya mientras paseaban sin un rumbo
claro. Quizá él no era consciente de lo que hacía, pero su dedo pulgar le acariciaba con suavidad la
muñeca con movimientos circulares.
La sensación premonitoria de que cada vez les quedaba menos tiempo para poder estar juntos se
afianzó de nuevo en el interior de Juls y le provocó un desagradable sabor de boca.
Jorge, ajeno a sus pensamientos tan poco placenteros, se detuvo frente a un puesto de sombreros
y se probó uno blanco de anchas alas, que en otro hombre podría haber resultado ridículo, pero que
no le restaba ni un ápice de atractivo.
—¿Cómo estoy? ¿Me lo llevo? —bromeó, guiñando un ojo.
Estaba espectacular con sus vaqueros y su camiseta negra ajustada. Las ganas de abalanzarse
sobre él y plantarle un beso en la boca se multiplicaron en su cabeza. Algo debió de verse reflejado
en su expresión porque él la observó con los ojos vivaces.
—Joder, Juls, parece que te gusto con sombrero. Me estás desnudando con la mirada —dijo en
un susurro.
Antes de que ella pudiese decir nada, tiró de su muñeca hasta que sus cuerpos se encontraron y le
dio un beso.
Hubiera podido ser un simple beso rápido y sin demasiada sustancia, pero ella profundizó la
caricia con pasión, colgándose de su cuello, hasta que ambos se quedaron sin aliento. Cuando se
separaron, jadeaban.
—No me hagas esto aquí —murmuró él—. Me cuesta tener las manos alejadas de ti y si haces
esto no me lo pones fácil.
—No te lo quiero poner fácil.
—Qué cabrona —musitó contra su boca.
Se apartó unos pasos y se colocó el pantalón con disimulo. El gesto pasó inadvertido para la
gente que había alrededor, al fin y al cabo, el bullicio era grande, pero no para Juls, que le miró con
lascivia mientras se humedecía el labio inferior.
Él gimió y se dio la vuelta, huyendo de la provocación. Cogió un sombrero de una de las
estanterías y se lo puso a ella. Era una gorra rastafari de colores que tenía las rastas incorporadas.
—Joder —masculló al tiempo que la contemplaba—. Ni caracterizada de Bob Marley dejas de
gustarme.
Ella se echó a reír y se acercó a uno de los espejos que colgaban de la pared de lona para ver qué
aspecto tenía. Estaba ridícula.
—Espera, no te lo quites —dijo él a su espalda. Se había sacado el móvil del bolsillo y trasteaba
con él.
Pese a sus tibias protestas, terminaron posando para hacerse unos selfis absurdos. Intercambiaron
sombreros unas cuantas veces más hasta que el dueño de la tienda comenzó a mirarlos con cara de
pocos amigos. Terminaron marchándose con una risa tonta bailando en sus bocas. Y sin haber
comprado nada.
—¡Mira! —exclamó él cuando se habían alejado unos cuantos metros, señalando una zona de
mesas y sillas—. Ese es el sitio del que te he hablado antes, donde tocan música de jazz en directo.
Vamos a buscar una mesa.
Al fondo, tras un muro de piedra caliza, había una plataforma sobre la que conversaban cuatro
músicos, que en ese momento parecían estar descansando. Ellos se dirigieron hacia el otro extremo y
se apresuraron a instalarse en una de las pocas mesas que todavía quedaban libres, algo alejadas del
escenario. El lugar estaba muy concurrido, los clientes reían y conversaban animadamente mientras
aguardaban a que el cuarteto empezara a tocar de nuevo. Una camarera se acercó y les tomó nota de
sus bebidas. Ambos se decantaron por un refresco.
—¿Qué te parece el sitio? —le preguntó él, acercando la silla a la suya para poder hablar con más
comodidad.
—Es mucho más pequeño que El Rastro de Madrid, claro, pero me parece muy original.
—La verdad es que vengo poco, está más enfocado a los turistas, pero creo que merece la pena
echar un vistazo.
—A mí me ha gustado mucho. Es diferente.
Él apoyó el brazo sobre sus hombros casi con abandono y acercó la boca a su oreja.
—No sabes lo que me alegra oírte decir eso. Quería que nuestras últimas horas fueran especiales.
Era la primera vez que se refería tan claramente a su despedida y a ella se le encogió la garganta.
¿Había algo de tristeza en sus palabras? Volteó la cara y trató de leer su expresión, pero él miraba a la
camarera que estaba poniendo las bebidas sobre la mesa. Tardó unos cuantos segundos en volver a
encararse con ella.
Se sostuvieron la mirada con rotundidad.
A Juls no se le daba muy bien interpretar a las personas, pero era evidente que a él le afectaba la
situación, ¿no? Al menos, mostraba un anhelo y un pesar semejantes a los que estaba
experimentando ella.
Cuando parecía que ya había pasado una eternidad, él abrió la boca para decir algo, pero no tuvo
oportunidad de hacerlo.
—¡Jorge! —Se escuchó una voz a pocos metros de distancia.
Juls desvió la vista hacia la persona que acababa de llamar su atención y se encontró con tres
hombres que se erguían a pocos metros de la mesa. Al ser consciente de su aspecto, el estupor la
invadió. Eran los tres muy altos, rubios, con los ojos azules y de un atractivo apabullante. Sin duda
alguna no eran españoles. Aunque no se parecían demasiado físicamente, emanaba de ellos un aura
de complicidad enorme y, de algún modo, Juls supo de inmediato que eran hermanos.
—¡Hola! —repuso Jorge, levantándose.
—¡Qué jodida casualidad! —exclamó uno de ellos, el que tenía el pelo largo y una tupida barba.
Intercambiaron saludos afectuosos de palmaditas en la espalda.
—¿Qué hacéis aquí sin vuestras mujeres? —preguntó Jorge con una amplia sonrisa, prueba
tangible de que aquellos hombres le caían bien.
—Hemos huido —confesó el de pelo corto con una mueca. Tenía ambos brazos tatuados—.
Necesitábamos un respiro de mujeres. Un día de hacer cosas de hombres, ya sabes.
El que se había quedado más rezagado, que tenía la musculatura más impresionante de los tres y
llevaba gafas con montura de pasta, se echó a reír y le dio un codazo al que acababa de hablar.
—Vamos, Cas, confiesa la verdad. Eli está decorando la casa y ha visto unos candelabros por
internet de los que se ha enamorado y tú te estás volviendo loco para encontrarlos. Y por eso
estamos aquí. Till y yo hemos venido a darle apoyo moral.
El tal Cas le arrojó una mirada torva.
—¿Los habéis encontrado? —inquirió Jorge con curiosidad.
—No. No ha habido suerte —suspiró—. Seguiré buscando.
—Perdonad —dijo de pronto Jorge como si se hubiera dado cuenta de que no la había
presentado—. Esta es Juls. Juls, estos son Till, Cas y Jan.
Ella se incorporó para darles los besos de rigor y rápidamente se percató no solo de lo altos que
eran, sino del formidable sex appeal que desprendían. Jorge era un tío guapo, guapo, pero aquellos
tres parecían de otro planeta.
—Till es el propietario de la escuela de buceo donde trabajo —continuó él—. Y estos son Cas y
Jan —añadió—. Son hermanos, aunque como ves, no se parecen en nada.
—Yo soy el más guapo de los tres —intervino Cas—. Es evidente, ¿no?
El que Jorge había presentado como su jefe resopló.
—Así que para esto te has cogido el día libre —dijo con tono de chanza cambiando de tema—.
Para venir aquí.
Jorge no se amilanó ante el comentario.
—Hay cosas por las que merece la pena dejarlo todo, ¿no? —repuso con desenfado, lanzándole
una mirada a Juls.
Ella no pudo evitar que las mariposas que vivían en su estómago echaran a volar al escucharle
decir aquello. ¿Era él consciente de lo que sus palabras despertaban en ella?
—¿Te gustó la experiencia ayer buceando? —Till la estudió con interés.
—Oh, sí, me encantó. Aunque al principio estaba muy nerviosa. Estuve a punto de echarme atrás
—confesó.
—Es lógico. El agua da mucho respeto. Pero con Jorge estás en buenas manos. No es tan bueno
como yo, pero es suficiente —bromeó.
Jorge le dio un codazo.
—Yo no me atrevo ni a meter la cabeza debajo del agua dentro de la bañera —intervino Cas con
un guiño.
Ella se rio.
—¿Cómo está Oksana? —le preguntó Jorge a Jan—. Su mujer está a punto de dar a luz —le
explicó a Juls.
—Enhorabuena.
—Gracias. Está bien, pero los nervios siempre están ahí, a pesar de ser la segunda.
—¿Queréis sentaros con nosotros? —ofreció Jorge.
—Venga, tío, y ¿joderte la cita? —respondió Cas, arqueando las cejas—. Perdónale, es un poco
torpe —le dijo a Juls con fingida conmiseración y una sonrisa deslumbrante.
Ella no pudo evitar devolvérsela. Era obvio que aquel tipo poseía un gran carisma.
—La verdad es que lo he ofrecido con la boca pequeña porque sabía no ibais a aceptar —admitió
Jorge, llevándose una mano a la nuca como si estuviese avergonzado, aunque su gesto revoltoso
decía lo contrario.
—Joder, qué listillo —se rio Cas—. Te mereces que nos quedemos.
En ese momento, los músicos comenzaron a tocar de nuevo.
—Nos vamos. Estaremos por allí. —Till señaló un lugar indefinido al otro extremo de la terraza
—. Si no nos vemos luego, encantado de haberte conocido, Juls.
—Igualmente —repuso ella.
Se despidieron y se alejaron.
Jorge y ella volvieron a sentarse. Durante unos segundos, ambos guardaron silencio y se limitaron
a disfrutar de la pieza de jazz.
Los ojos de Juls se desviaron hacia donde se encontraban los tres hermanos. Habían ocupado una
mesa al otro lado de la terraza y hablaban con la camarera.
—¿Así que te gustan rubios? ¿Me tengo que poner celoso?
Había suficiente ironía en el tono de él como para que ella no le tomara en serio.
—Tienes que reconocer que son espectaculares. Parecen modelos, sobre todo tu jefe. Es muy
guapo.
—Nunca me han atraído mucho los tíos, la verdad —repuso mientras se acariciaba el mentón—.
Le preguntaré a Diego —continuó como hablando consigo mismo.
—¿A Diego?
—Mi hermano es gay. Aunque creo que le van más los morenos.
Ella asimiló la información con neutralidad sin decir nada al respecto. Su propio hermano era
bisexual y estaba acostumbrada tanto a sus novios como a sus novias.
—El de los brazos tatuados, Cas, restaura motos —explicó él—. Es quien le consiguió la moto a
Diego. Y vive justo al lado de mis padres. Y el otro, Jan, es tatuador. Me hizo el tatuaje que llevo en
el costado. Son unos tíos geniales, la verdad.
Juls no lo dudaba; el encontronazo había sido breve, pero era incuestionable que los tres eran
simpáticos y agradables.
Inesperadamente, Jorge se acercó hasta que su respiración le bañó la mandíbula.
—Y dime, Juls, ¿te gusta el ambiente?
—No está mal —dijo, echando la cabeza a un lado casi imperceptiblemente para que pudiera
besarle el cuello si así lo deseaba.
Él no tardó en cumplir sus deseos y depositó un pequeño beso sobre el lateral de su garganta.
Ella se estremeció.
Pese a que estaban rodeados por gente ruidosa y parlanchina y apenas había distancia entre una
mesa y otra, Juls cerró los ojos y se imaginó que no había nadie más a su alrededor. Solo ellos dos,
envueltos por la música de jazz. Sintió la mano de Jorge sobre su mejilla, girándole la cara. Estaba
claro lo que pretendía: que sus bocas se encontraran. Decidió ponérselo fácil e ir a su encuentro.
El beso fue corto. Apenas unos segundos de pasión contenida.
—¿Sabes lo mucho que me gusta besarte? —murmuró él.
—He oído rumores.
—No me sorprende, se lo he dicho a todo el mundo que conozco —dijo burlón.
—Me siento halagada.
—No lo estés. Tampoco conozco a tanta gente.
Juls se rio con ganas.
—Eso no es verdad. Estoy segura de que haces amigos allá por donde pasas.
—Tampoco es para tanto —rechazó, separándose de ella para alcanzar su vaso y darle un par de
tragos a su refresco. Después de eso, se quedó absorto contemplando a los músicos.
Ella aprovechó el instante para estudiarle con atención. Su pelo algo ondulado en la parte
delantera, su nariz recta, su firme mentón, su sensual boca y la protuberancia de su nuez que subía y
bajaba de un modo muy sensual cada vez que tragaba. A duras penas controló un suspiro. A
hurtadillas, sacó el móvil del bolso y le echó un vistazo a la pantalla. Ya era la una y cinco. No les
quedaba mucho tiempo. Intranquila, desvió la vista y recorrió las mesas mientras su mente bullía con
todo tipo de pensamientos.
¿Había llegado el momento de decir algo respecto a su partida? ¿Se estaba montando una película
en la cabeza y era la única que quería seguir adelante con esa historia? ¿O Jorge también lo deseaba?
¡Qué frustrante ese tonto silencio!
Estaba a punto de poner todas sus cartas sobre la mesa y abrir la boca cuando un pitido la alertó
de la entrada de un wasap. Seguro que era Mariu, se dijo.
Pero no era su amiga.
Jorge: Quiero que sepas que han sido unos días fantásticos a tu lado.
Sorprendida, ladeó la cara y buscó su mirada, pero él parecía ensimismado en su teléfono
mientras que una sonrisa pintaba sus labios. Ella no pudo evitar que los suyos también se curvaran.
Aceptó el guante que él le arrojaba y se concentró en su propio teléfono.
Juls: Para mí también. Creo que eres una persona muy especial.
La contestación no tardó en llegar. Una contestación que la obligó a coger aire con fuerza.
Jorge: Tú también lo eres. Ha sido muy poco tiempo, pero te has convertido en alguien muy importante para mí.
Juls: Pienso exactamente lo mismo. Ojalá tuviéramos más días.
Jorge: Podemos tenerlos. No quiero que esto se acabe. No quiero estar sin ti.
Pestañeó y releyó aquellas palabras unas cuantas veces antes de mirarle de soslayo. Él se mostraba
aparentemente impasible; contemplaba la pantalla de su móvil como si la vida le fuera en ello.
Juls: Yo tampoco quiero.
No le resultó demasiado difícil admitirlo.
Jorge: Tengo unos días libres en noviembre. Creo que puedo pasarlos en Madrid.
Ella tragó saliva, emocionada por el desarrollo de la situación.
Juls: Eso sería perfecto.
La música y la algarabía a su alrededor eran muy ruidosas y la falta de privacidad, flagrante, sin
embargo, Juls sentía que había una gran intimidad en aquel intercambio silencioso de mensajes.
Nada más importaba, solo los textos que iban revelando poco a poco lo que ambos deseaban y
sentían.
Jorge: Dicen que las relaciones a distancia son muy complicadas, pero no me asustan los retos.
¿Relación a distancia? Esas eran palabras mayores, ¿no? No obstante, eran las mismas que habían
resonado en su cabeza desde hacía unos días. ¿A quién pretendía engañar?
Juls: A mí tampoco.
Jorge: Y creo que el sexo telefónico tampoco está nada mal. Además, tengo tarifa plana.
¡Cómo le gustaba esa parte desenfadada de él! La volvía loca. Evitó mirarle antes de responder.
Juls: Estoy deseando comprobarlo.
Jorge: Esta noche te llamo y lo probamos? Así salimos de dudas.
Se mordió los labios para ahogar una nueva carcajada. Notó también cómo sus mejillas
comenzaban a arder y su cuerpo se cargaba de electricidad. Las ganas de guardar el teléfono y
lanzarse a sus brazos eran abrumadoras.
Juls: Qué te parece si ahora dejo el móvil y te beso de verdad?
Jorge: Aquí? En medio de la gente? Qué vergüenza.
Juls: Prometo ser delicada y no propasarme mucho. Será solo un besito.
Jorge: Vaaaale, pero sin lengua que te conozco y sé que eres muy efusiva.
Juls: Confiesa que te gusta.
—Me encanta —dijo él de pronto en voz alta, sorprendiéndola.
Se volvió a mirarle. La calidez que desprendían sus ojos y su sonrisa radiante la descolocaron. Se
quedó paralizada, tratando de no hiperventilar.
—¿Y mi beso? —reclamó él antes de que hubiera podido reaccionar.
Fue mutuo e instintivo. Ambos acortaron distancias al mismo tiempo hasta que sus bocas se
unieron con fogosidad. Y no fue un besito como había aseverado ella, fue mucho más. Y sí, hubo
lengua, tanto de uno como de otro.
Olvidadas quedaron la música y la gente. También los vítores y las palmas de los comensales de la
mesa de al lado, que los animaron a seguir besándose.
Jorge
Abandonaron la terraza cogidos de la mano y seguidos por las felicitaciones de algunos de los
clientes que habían sido testigos del ardiente beso. Hasta los hermanos Landvik hicieron un gesto de
victoria desde su mesa.
Jorge se rio al verlo y se despidió de ellos agitando el brazo.
Estaba eufórico.
Quizá era absurdo sentirse así sabiendo que solo tenía media hora más para estar con ella, sin
embargo, una delirante sensación de felicidad se había alojado en su estómago.
Podía sentir la mano de Juls pequeña y suave que se aferraba a la suya, y su presencia cautivadora
a solo unos centímetros de distancia. No le hacía falta mirarla para saber que sonreía. Algo especial
había sucedido entre ellos durante el intercambio de mensajes que habían sellado después con ese
beso de película. Algo que ni siquiera su partida inminente podía ensombrecer.
Atravesaron todo el recinto, esquivando a la gente, hasta que se hallaron en el exterior y él se
detuvo. No pudo evitar girarse y estrecharla entre sus brazos de improviso. Ella debía de haber
estado esperando una señal similar porque en lugar de asombrarse, se dejó abrazar y se acurrucó
contra su pecho.
Se mantuvieron así por espacio de unos segundos, pegados el uno al otro, sin decirse nada en
absoluto.
No era quizá el lugar más bonito e inspirador del mundo, allí, junto a una carretera comarcal por
la que no paraban de pasar coches y rodeados por los turistas que accedían al mercadillo, pero a
Jorge aquel momento se le antojó mágico.
«¿Cómo es posible que en un espacio tan corto de tiempo sienta tanto por ella?», se cuestionó
mientras aspiraba su aroma, ese aroma al que se había acostumbrado en los últimos días.
La iba a extrañar.
—Será mejor que nos vayamos de aquí —murmuró.
—Sí.
Ella se apartó un paso, pero él la sujetó por los hombros impidiéndoselo.
—¿Ven a esta mujer? —comenzó con una mueca traviesa—. He pasado algunas de las mejores
noches de mi vida con ella estas semanas y no me puedo ni imaginar que me vaya a interesar otra
persona como me interesa ella.
Pese a que lo dijo mirando a su alrededor, dirigiéndose a un público imaginario, su tono de voz
no era excesivamente alto, era solo para los dos.
—Jorge, creo que no te han entendido, son alemanes —dijo ella y señaló a un grupo de turistas
que se encontraban a escasos metros de ellos.
—¿Alemanes? Espera, entonces. Pondré las cosas claras. Sehen Sie diese Frau?...20
Ella rompió a reír y le puso ambas manos sobre la boca, silenciándole.
Él se dejó acallar y aprovechó para depositar un beso sobre la palma de su mano. Le brillaban los
ojos de diversión y algo más profundo para lo que no tenía nombre… todavía.
Con la risa flotando a su alrededor, echaron a andar hacía el parking de tierra. Había mucho
movimiento de coches que entraban y salían, pero no tardaron en alcanzar el Nissan Patrol. Cuando
se acomodaron en el interior y Jorge encendió el motor, la radio emitió los acordes de una de las
canciones que había sonado la noche en que él fue a recogerla con el Porsche de su amigo, una de
Police.
—¿Tienes sobornados a los de Kiss FM y siempre ponen tus canciones favoritas? —inquirió ella
con guasa.
—Si los tuviera sobornados ahora estaría sonando Up where we belong —repuso—. Sería mucho
más adecuada.
—Creo que esa no la conozco.
—¡No puede ser! La cantan Joe Cocker y Jennifer Warnes. Tienes que haberla escuchado. Es de
la banda sonora de Oficial y caballero.
—¿También te van las pelis románticas de los ochenta? Eres muy sentimental —dijo con un
guiño—. ¿Cómo es la canción?
—Love lift us up where we belong, where the eagles cry on a mountain high…21
Comenzó a cantar el estribillo con entusiasmo. Era una balada que le gustaba mucho. Desafinaba,
pero le dio igual. No tenía un sentido del ridículo muy desarrollado. Y ella le miraba fascinada, de
todos modos.
—¡Ah, sí, ya sé cuál es! —le interrumpió, dando una palmada—. Me parece preciosa. No
obstante, no te imaginaba tan tierno —añadió con un tibio sarcasmo.
—Ya ves. No te dejes engañar por mi duro aspecto de chico malo. En el fondo soy un romántico
empedernido. —Alargó la mano y cogió la de ella, se la llevó a los labios y depositó un ligero beso
sobe sus nudillos.
—No sé lo que eres, pero me gusta. Sin lugar a dudas, me gusta —murmuró con voz queda.
Se incorporaron a la carretera y los siguientes kilómetros los hicieron en silencio, hasta que el
cartel que anunciaba el desvío de la playa de Poniente apareció ante sus ojos.
—Ya estamos llegando —dijo él.
—Eh, sí.
—¿Te está esperando Mariu?
—Sí. Le mandé un wasap antes y estaba en el piso.
—¿Queréis que os lleve a la estación de autobuses?
Ella tardó en contestar.
—Es mejor que no. Odio las despedidas.
Después de eso no se dijeron nada más y Jorge se concentró en la conducción. Agarraba el
volante con excesiva fuerza, prueba inequívoca de que no se encontraba tan sereno como deseaba
aparentar. Finalmente, detuvo el todoterreno frente al alto edificio y puso las luces de emergencia.
Apagó el motor y descendió del vehículo. Por el rabillo del ojo vio que ella también se bajaba y que
cerraba la puerta con suavidad. Ambos rodearon el coche y se encontraron justo frente al capó.
—Bueno…
—Bien…
Comenzaron a hablar al unísono.
Se miraron y se sonrieron.
Como siempre le sucedía, la sonrisa de ella le caló muy hondo.
—Pues aquí nos decimos adiós —comenzó Juls.
Él tiró de su muñeca hasta que ella se dejó caer contra su cuerpo. Luego le acunó la cara entre las
manos y le dio un beso en los labios.
—Esto no es una despedida.
—Por supuesto que no lo es —jadeó ella contra su boca.
—¿A qué hora llegas esta noche a Madrid?
—A las diez y cuarto.
—Llámame cuando estés en casa.
—¿Videollamada? —sugirió con una mueca.
—Sí —respondió justo antes de apoderarse de su boca una última vez.
Tardaron en separarse y lo hicieron con reticencia. Ella dio unos pasos en dirección al portal y él
la observó alejarse con nostalgia contenida. El pantalón vaquero y la camiseta que ella llevaba eran
muy sencillos, nada del otro mundo, pero para él estaba simplemente preciosa. Una vocecita interna
llegó para decirle que estaba tan pillado que no era nada objetivo. Y era cierto. Juls siempre le parecía
hermosa.
Ella se dio la vuelta y le lanzó una sonrisa algo más trémula de lo habitual.
—Te veo en un mes.
—Para nada —negó él, sacándose el móvil del bolsillo y señalándolo—. Nos vemos esta noche.
—Es verdad —admitió risueña. Después de decir aquello se quedó parada frente a la puerta.
—Vete —la conminó, haciendo una seña con la barbilla.
—Ya voy.
Pero no se movió del sitio.
Sus ojos castaños se fundieron con los de él. Había muchas emociones contenidas en ellos y eso
hizo que Jorge dejase escapar un gemido derrotado. Solo tardó dos segundos en capitular y ponerse
en movimiento. De dos zancadas, llegó hasta ella y la alzó en el aire por el talle, como si fuera una
pluma. Se la quedó mirando con embeleso.
—¿Qué cojones has hecho conmigo para que me comporte así, Juls? ¡Dímelo! —La voz le salió
estrangulada, teñida por el ardor que sentía.
—Lo mismo podría preguntarte yo.
—¡Joder! —exclamó—. Si apenas nos conocemos y no puedo dejar de pensar en ti. Estás en
todas partes.
Ella suspiró bajito y pegó la frente a la suya mientras le acariciaba la nuca con la punta de los
dedos.
—Te voy a echar mucho de menos, Jorge.
A él se le encogió el pecho al escuchar todo el sentimiento que había encerrado en esa frase.
—Y yo a ti. Pero un mes pasa rápido.
Juls asintió.
Lentamente, la depositó en el suelo. Le costó hacerlo, no iba a negarlo. Luego dio un paso atrás y
se pasó la mano por el mentón con un ademán nervioso muy poco propio de él.
—Vete —le pidió.
—Sí. Me voy.
Y esa vez sí se fue de verdad. Se dio la vuelta y abrió la puerta. Sin volver a mirarle, accedió al
interior del portal con mucha prisa y desapareció.
Jorge se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y contempló el acceso al edificio con la
vista extraviada durante unos segundos. Se sentía algo vacío, pero su optimismo innato ganó la
partida y se convenció a sí mismo de que aquello no era un adiós, era un simple hasta luego y que esa
misma noche iba a volver a verla en la pantalla de su móvil.
Sonrió.
Aquello no era un final. Era un principio.
Capítulo 17
Juls
Las relaciones a distancia no eran sencillas, por el contrario, había ganas de muchas cosas que había
que reprimir e infinitos momentos de echar de menos. Pero Jorge y ella estaban consiguiendo que la
suya funcionara.
El mes de octubre no pasó deprisa como él había vaticinado. Lo hizo con lentitud, a una
velocidad desesperante. Los minutos parecían convertirse en horas, y las horas en días.
Pese a que no estaba ociosa —escribía artículo tras artículo, todo ellos absurdos y vacíos de
contenido—, se pasaba la mayor parte del día y de la noche ocupando su cabeza con Jorge.
Extrañándole.
Intercambiaban vídeos y mensajes constantemente, a veces breves, un simple emoji o un meme
divertido, otras, dialogaban e imaginaban lo que iban a hacer cuando estuviesen juntos, o se decían
mil tonterías sin sentido. Y por las noches, se hacían videollamadas. Videollamadas que se habían
convertido en algo imprescindible y sin las cuales ella ya no podía ni quería estar. El verle, aunque
solo fuera a través de la pantalla del móvil o del ordenador era como una bocanada de aire fresco,
una recarga de energía.
Y sí, también habían disfrutado un par de veces de sexo telefónico.
Y resultó ser interesante. Mucho.
Bueno, interesante no era la palabra más adecuada. Alucinante, extraordinario, sublime…
perfecto. Sí, eso encajaba más en la descripción de cómo fue.
Todo era perfecto con Jorge.
Todo menos la distancia.
Juls tenía el calendario abierto en la pantalla de su portátil y, por enésima vez esa mañana, volvió
a mirarlo y a contar los días que faltaban para su reencuentro.
Cinco días.
Solo cinco días, pero que se le antojaban como una eternidad.
Suspiró y trató de concentrarse en la hoja que tenía frente a ella y en la que apenas había logrado
juntar tres párrafos.
Sonsoles se había marchado a pasar el fin de semana con su familia, dejándole el piso para ella
sola. Sonsoles era encantadora, pero demasiado ruidosa y no se cortaba un pelo a la hora de invitar a
gente a casa, así que su ausencia era como un regalo para Juls que, aprovechando la quietud del piso,
había pasado todo el sábado trabajando, intentando adelantar los artículos que tenía que entregar
durante las próximas semanas para poder estar libre y tener tiempo con Jorge cuando él llegase. Y lo
mismo estaba haciendo esa mañana de domingo: escribir y escribir.
El sonido de un wasap entrante la llevó a sonreír con amplitud.
Seguro que era él para darle los buenos días.
Alargó la mano, cogió el móvil y lo desbloqueó con ansiedad.
Félix: Buenos día, tonta. Te he despertado?
Bueno, no era Jorge, pero la sonrisa no se borró de su boca. El remitente de aquel texto era una
de las personas a las que más quería en el mundo.
Juls: Hola, imbécil. Has tenido suerte. Llevo un rato ya levantada. Estoy currando.
Félix: Currando en domingo y tan temprano? Estás enferma?
Juls: No todos somos tan afortunados como tú. Yo no tengo empleados que me solucionen la vida.
Su hermano y sus dos socios habían montado hacía años un bar de copas en el centro de Madrid.
El éxito del local los había llevado a abrir dos más en otras zonas de la ciudad y les iba muy bien.
Ahora, Félix podía permitirse el lujo de hacer meras labores de supervisor y ya no necesitaba trabajar
de sol a sol como había hecho con anterioridad.
Félix: Tu teoría hace aguas por todas partes. Si fuera rico no estaría levantado a estas horas y tendría un
mayordomo sirviéndome un café en la cama. Sin embargo, estoy en la calle. Te invito a desayunar.
Echó un rápido vistazo a su ordenador y a su maldito artículo a medio escribir, deliberando
consigo misma si podía permitirse el lujo de desayunar con él.
Claudicó con rapidez.
Juls: Acepto.
Félix: En quince minutos estoy ahí.
Dejó el móvil en la mesa y se incorporó con celeridad para irse a la ducha. Abandonado quedó el
café que se había preparado hacía un rato. No veía a su hermano desde hacía dos meses y tenía ganas
de pasar un rato con él. A pesar de la diferencia de edad, había mucha complicidad entre ellos.
Iba camino del baño cuando le entró un nuevo wasap.
Ese sí que debía de ser Jorge.
Pero no.
Sergio: Estoy en la puerta de tu casa. Necesito hablar contigo.
¡Mierda! Su mano se cerró como una garra sobre el aparato mientras sus ojos se estrechaban
enojados.
Hacía dos semanas, después de que él la hubiera llamado con insistencia durante toda una tarde,
le envió un largo mensaje en el que le decía que no quería saber nada más de él. Dado que no volvió
a contactar con ella, pensó que había dejado las cosas claras entre ellos, pero, aparentemente, no era
así. ¿Ahora se presentaba en su casa?
Tenía que ponerle fin a eso.
Juls: Dame cinco minutos y bajo.
Se dio una de las duchas más rápidas de su vida mientras mascullaba improperios.
—¿Por qué no te vas de mi vida? ¿Acaso no nos hemos hecho ya mucho daño? ¿Qué narices
quieres de mí?
Con movimientos agitados, se vistió con unos tejanos y un polo de manga larga de color negro.
Se calzo unos botines y cogió una cazadora del armario. Ni siquiera se molestó en secarse el pelo.
Luego abandonó el piso y bajó las escaleras a toda velocidad.
Cuando alcanzó el portal, pudo ver a Sergio en la acera, a escasos dos metros de la puerta. Le
daba la espalda. Se detuvo en el último escalón para observarle de arriba abajo. Llevaba unos
vaqueros azules, una cazadora de cuero marrón y una bolsa negra en bandolera, y se había cortado el
pelo desde la última vez que le vio. Se giró y las partes más agraciadas de su perfil quedaron al
descubierto: su nariz recta y la perfecta curvatura de sus labios. Estaba muy atractivo.
Mentira. El verbo correcto no era ese. Era muy atractivo.
Juls hurgó en su interior, buscando algún resquicio de todo aquello que había sentido por él en el
pasado y no halló absolutamente nada.
Su cuerpo tampoco reaccionó.
Ni una punzada en el pecho, ni un vuelco en el estómago
Nada.
Decidida a enfrentarse a él cuanto antes, abrió la puerta con brío.
Él se dio la vuelta y la miró de frente.
—Hola —la saludó con una sonrisa cauta.
Ella no se la devolvió. Pese a que ya no sentía una animadversión especial hacia él, todavía
recordaba cómo había sido su abrupta ruptura y las cosas horribles que se habían dicho.
—¿Qué quieres, Sergio? —le increpó con dureza.
Él tardó en contestar. Parecía estar calibrando cuál era su estado de ánimo.
—¿Podemos tomarnos un café? —Señaló la cafetería que había al otro lado de la calle—. No
quiero hablar aquí en medio.
—No tengo mucho tiempo, la verdad —suspiró con fatiga—. He quedado con mi hermano.
—Seré breve.
Aceptó resignada y echó a andar hacia la calzada sin esperar a ver si él la seguía.
Era temprano y en la cafetería no había mucha gente, casi todas las mesas estaban libres. Juls se
dirigió hacia una de las del fondo, tomó asiento y lo primero que hizo fue mandarle un mensaje a
Félix para informarle de dónde estaba.
Sergio se sentó frente a ella y colgó su bolsa en el respaldo de la silla. Tenía una expresión difícil
de interpretar en la cara.
La camarera llegó para tomarles nota y ambos pidieron lo mismo: café solo.
—¿De qué quieres hablar conmigo? —le preguntó sin rodeos en cuanto la chica se alejó.
—De nosotros.
—¿De nosotros? No hay un nosotros —rechazó con displicencia. Su enfado había amainado y se
había convertido en una simple irritación.
—Podría haberlo.
Ella meneó la cabeza con incredulidad. Pese a que aquello no la pillaba completamente por
sorpresa —la insistencia de él durante las últimas semanas había dejado claro que algo quería—, no
terminaba de creerse que Sergio, el tío independiente y despegado que siempre le echaba en cara que
era demasiado absorbente, estuviera frente a ella para proponerle una reconciliación.
—¿Te olvidas de cómo terminamos? Porque yo no.
Él vaciló antes de responder. Frunció el ceño y apoyó las manos sobre la mesa como si no
supiera qué hacer con ellas. Juls no pudo evitar que su mirada se dirigiese hacia sus dedos; eran
largos y delgados. En su momento, creyó que no encontraría jamás a un hombre que la acariciase
como él lo hacía.
Y, sin embargo, lo había hecho. Lo había encontrado.
Las caricias de Jorge habían borrado las de Sergio, escribiendo sobre ellas hasta hacerlas
desaparecer.
—Sé que nos dijimos cosas muy feas —admitió él con un suspiro—. Me he pasado estos meses
pensando en ello y créeme que me arrepiento de mucho de lo que te dije. Quiero pedirte perdón…
La última palabra quedó en el aire, interrumpida por la llegada de la camarera, que depositó los
dos cafés frente a ellos.
Juls aprovechó el instante para meditar sobre lo que él acababa de decir. Apenas podía creerse
que Sergio estuviera pidiéndole perdón. No era muy propio de él.
—Dijiste que a mi lado no encontrabas emociones y que nunca te di lo que andabas buscando
—expresó sin acritud, constatando un hecho.
—Me equivoqué.
Le vio echarse el sobrecito de azúcar en el café y removerlo con la cucharilla. Después, sus bellos
ojos verdes se hundieron en los de ella.
«Hubo un tiempo en el que me habría perdido en esa mirada».
Ya no.
—También dijiste que te agobiaba y que no era la mujer adecuada para ti. Me hiciste sentir como
una mierda.
Él bajó los párpados. Parecía avergonzado.
—Dije muchas gilipolleces —reconoció.
—No —le rebatió tajante—. Dijiste exactamente lo que pensabas. Era tu verdad.
Después de esa frase solo hubo silencio.
Juls le dio un sorbo a su café y se arrepintió en el acto; estaba demasiado caliente. Dejó la taza
sobre el platito y se quedó unos segundos absorta, recolocando sus pensamientos.
¡Cómo habían cambiado las cosas! Si alguien le hubiese dicho solo hacía tres meses que iba a
sentir tanta indiferencia frente a Sergio no lo habría creído jamás.
—La relación duró dos años —continuó en vista de que él no decía nada—, pero apenas
pasábamos tiempo juntos. Siempre tenías otras cosas que hacer que eran mucho más importantes
que yo. Pese a que fuiste tú el que decidió que todo se acabase, yo ya estaba cansada de esperarte.
—No me porté bien. Eso lo tengo claro.
—Tampoco te portaste mal. —Se encogió de hombros—. Tú eras así. Y yo no quise verlo y
esperé demasiado de ti. Esperé cosas que no podías darme.
—Juls, no es así. Tú esperaste lo que espera cualquier persona de una relación. Fui yo el que
metió la pata.
Le miró un largo rato, perpleja por lo que él estaba admitiendo. Había una ligera sombra de pesar
en sus facciones que le resultó nueva y desconocida. Sergio no era así.
—Bueno, ya es demasiado tarde…
—No tiene por qué serlo. Podemos intentarlo de nuevo.
Ella comenzó a negar, pero no tuvo tiempo de decir nada porque su móvil emitió un pitido. No
necesitaba mirar la pantalla para saber de quién se trataba en esa ocasión. Lo presentía.
Se sacó el aparato del bolsillo y lo desbloqueó.
Jorge: Buenos días, preciosa. Anoche soñé contigo y esta mañana me he despertado pensado en ti. Qué puñetera
casualidad, no crees? ;)
Sonrió tontamente. Cómo no hacerlo. Ese era el efecto que Jorge tenía en ella.
Le lanzó un vistazo oblicuo a Sergio que no ocultaba que estaba molesto porque le estaba dando
prioridad al mensaje y él se había convertido en algo secundario.
—Si es algo urgente, atiéndelo —murmuró con desgana, llevándose la taza de café a la boca.
Quizá no era urgente, pero para Juls era mucho más importante que aquella incómoda reunión.
Sin vacilar, envió su respuesta.
Juls: Seguro que se lo dices a todas.
Jorge: Ups… perdona, me he equivocado, el wasap no era para ti.
Juls: Demasiado tarde. He hecho un pantallazo y me lo he guardado.
Jorge: Las mujeres sois tan astutas. He caído en tus redes, de nuevo.
Juls: Me río de tu inocencia, jajaja.
Jorge: Mira lo que hago los domingos por la mañana. A que soy dulce?
Había una imagen que acompañaba a ese último texto y Juls pinchó sobre ella para ampliarla. Era
una foto de un plato blanco. Sobre él, escrito con mermelada de fresa —si se guiaba por el color—
aparecía el texto J y J .
La sonrisa que se dibujó en su cara fue inmensa.
Jorge no podía evitarlo, era un romántico empedernido. No era la primera vez que le regalaba
detalles semejantes que hacían que su corazón se acelerase.
—Has conocido a alguien.
La repentina frase, pronunciada con sequedad, la llevó a elevar la cara. Se encontró con el
semblante sombrío de Sergio. También su entrecejo mostraba una arruga de preocupación.
—Sí. He conocido a alguien —confesó.
—¿Es algo serio?
«No es asunto tuyo». Fue lo primero que le acudió a la cabeza, pero se contuvo en el último
segundo. Él estaba siendo muy cortés y ella tampoco iba a perder los papeles, aunque estaba en su
derecho de no contestar a esa pregunta.
¿Era algo serio lo que tenía con Jorge? Solo se conocían desde hacía mes y medio y apenas se
habían visto unas cuantas veces. Y, sin embargo, ella estaba muy comprometida con esa relación.
—Quiero pensar que sí.
—Vaya, y solo hace tres meses que rompimos —dijo él malhumorado.
—A veces no hace falta mucho tiempo para darse cuenta de lo que uno quiere.
—¿A él también le dices que es el hombre de tu vida? —El sarcasmo rebosó en todas y cada una
de las sílabas.
Juls cerró los ojos mortificada. Era verdad que le había dicho eso a Sergio en incontables
ocasiones, sobre todo durante el primer año de relación, cuando estaba loca por él. Luego las cosas
cambiaron y se enfriaron.
—No creo que tenga que responderte.
Él la estudió con los labios apretados y ella le sostuvo la mirada.
—No voy a ir de bueno y a decirte que me alegro, cuando no es cierto. Hubiese preferido mil
veces que no estuvieras con nadie.
—¿Y eso nos habría acercado? Aunque no estuviera con él, tampoco querría volver contigo,
Sergio. Lo nuestro fue un desastre.
La puerta del establecimiento se abrió y ella desvió la vista hacia allí, ansiando que el recién
llegado fuera su hermano para que la rescatara de aquella fastidiosa situación. Pero no. Eran dos
chicas de su edad que se dirigieron a la barra.
—Te echo de menos, ¿sabes?
No había ya ni rastro de ironía en su tono, solo una especie de entumecida melancolía que,
inexplicablemente, la removió. Tragó saliva cuando sintió en el pecho una suave punzada cargada de
reminiscencias del pasado. No supo cómo reaccionar. Se limitó a contemplarle. Él tenía una
expresión desencantada en el rostro. Sus ojos, que mantenía extraviados en algún lugar por encima
del hombro de ella, se mostraban velados
—Me he dado cuenta de lo importante que eras para mí —continuó—. Sí, ya sé que he tardado
en reaccionar, pero al final lo he hecho —suspiró—. Aunque ahora es demasiado tarde.
—Creo que…
—No digas nada —la interrumpió—. Prefiero que no me digas eso de que podemos ser amigos o
de que todo va a ir bien o chorradas por el estilo. No es eso lo que necesito escuchar.
Le miró con perplejidad. Jamás le había visto tan afectado por algo.
De pronto, él se incorporó y se sacó la cartera del bolsillo, extrajo un billete y lo depositó sobre la
mesa.
—Te invito yo al café. Es mejor que me vaya. Saluda a tu hermano de mi parte.
—Sergio…
Él hizo un gesto con la mano, deteniéndola de nuevo.
—Espero que te vaya bien, Juls. No prometo no volver a llamarte. Es posible que lo haga.
No esperó a que ella se despidiese o dijera algo más. Cogió su bolsa, se dio media vuelta y se alejó
camino de la puerta. Solo unos segundos después ya no estaba allí.
Juls se llevó ambas manos a la cara, llena de confusión. No podía decir que la situación la hubiese
sorprendido, pero sí la actitud de él. Jamás, en sus dos años de relación, había visto a ese Sergio tan
vulnerable. Pensativa, fijó la vista en su café.
—¿Con quién estabas?
La voz grave de su hermano la sobresaltó. No le había visto entrar. Elevó la cara y se encontró
con los iris oscuros de Félix.
Era un hombre apabullante y llamativo, una fuerza de la naturaleza. Metro ochenta y cinco de
puro músculo, pelo castaño muy corto, casi rapado, y una barba bien recortada que cubría su
mentón. A aquello se le sumaba el pantalón de vestir y el chaleco gris marengo que lucía sobre una
inmaculada camisa blanca que llevaba arremangada, dejando al descubierto sus poderosos brazos
llenos de tatuajes.
Las cabezas solían volverse a su paso.
El corazón de Juls se llenó de orgullo y afecto.
Se puso de pie y le abrazó con ganas; siempre se había sentido reconfortada entre los fornidos
brazos de su hermano. Él la besó y le alborotó el cabello cariñosamente como si fuera una cría.
—Estaba con Sergio.
—¿Con Sergio? —inquirió él sorprendido. Dejó su chaqueta en el respaldo de la silla y tomó
asiento frente a ella—. Pensaba que ya no estabais juntos.
—Y no lo estamos. Ha venido a buscarme para pedirme que le dé otra oportunidad.
—¿Pero no fue él quien quiso terminar?
—Dice que se ha dado cuenta de lo mucho que me echa de menos.
—Si es que mi hermanita es irresistible —soltó él con una sonrisa ladeada—. Por tu cara,
deduzco que le has rechazado.
—Sí. Lo nuestro está muerto y enterrado —declaró con seguridad—. Además, he conocido a
otra persona.
—Eso me lo tienes que contar con todo detalle —le dijo él en voz baja antes de darse la vuelta
para saludar a la camarera que acababa de acercarse a su mesa y le miraba con mucho interés y algo
de rubor en las mejillas.
Sí, ese era el efecto que su hermano tenía en las personas.
Ella se decantó por otro café solo y un muffin, mientras que Félix pidió un desayuno completo:
café con leche, tostada doble con aceite y un zumo de naranja.
—¿Qué haces tú por esta zona un domingo?
—Había quedado por aquí cerca para ver un local, pero cuando ya estaba llegando el propietario
me ha escrito para retrasar la cita una hora debido a un problema que ha tenido.
—¿Otro local? ¿Vais a abrir otro bar?
—Siempre estamos buscando sitios, por si acaso merece la pena, pero no tenemos nada claro
—repuso él con cierta indiferencia.
—Me alegro mucho de que os vaya tan bien.
—No podemos quejarnos. Hemos tenido suerte. —Se encogió de hombros.
Juls sabía que la suerte no tenía nada que ver en el éxito de su hermano. Eran el trabajo duro y la
constancia.
Félix había sido un adolescente de lo más problemático que les había dado muchos quebraderos
de cabeza a sus padres —al menos así lo contaban ellos—, ella era demasiado pequeña para
acordarse. No acabó el instituto y se juntó con gente que no le convenía; terminó metido en
multitud de embrollos y situaciones difíciles, llegando incluso a ser detenido en dos ocasiones.
Gracias al cielo, poco después de cumplir los veinticinco, despertó de su letargo y comenzó a
tomarse la vida en serio. Le había costado resurgir de sus cenizas, pero lo había conseguido a fuerza
de tesón y voluntad.
—¿Has estado en casa de papá y mamá? —le preguntó él—. Yo hace un siglo que no voy.
—Sí, el fin de semana pasado fui a comer.
Comenzaron a hablar de sus padres y de lo felices que eran desde que se habían jubilado y podían
hacer viajes. Después de eso, terminaron hablando de Rodrigo y sus sobrinos a los que hacía casi un
año que no veían. Estaba previsto que este y su familia subieran a Madrid en Navidad.
—Venga, cuéntame eso de que has conocido a alguien, peque —dijo él, una vez que hubo dado
cuenta de su copioso desayuno.
Pese a que no le gustaba demasiado que su hermano la llamara peque —aquello solía hacer que se
sintiera como una niña desdentada y con coletas—, Juls sintió cómo su cara se iluminaba. Estaba
ardiendo en deseos de contarle cómo había conocido a Jorge y, durante la siguiente media hora, se
explayó hablando de los días que había pasado en Benidorm y de su recién nacida relación a
distancia.
—No profundices en lo del sexo telefónico —le dijo él, alzando una mano con tono de guasa—.
Me cuesta aceptar que mi hermana pequeña no sea virgen, no necesito saber los detalles.
—No pensaba contártelos, idiota.
Él le tiró una miga de pan que ella esquivó con rapidez.
—¿Él está igual de colado que tú?
—¿Crees que estoy muy colada? —le preguntó, apoyando los codos sobre la mesa y echándose
hacia delante.
—¿El cielo es azul?
Ella arrugó la nariz.
Sí, lo admitía. Estaba completamente loca por él.
Pero Jorge también estaba igual de loco por ella, ¿no?
—¿Va a venir a verte, entonces?
—La semana que viene.
«¡Cinco días!», gritó una voz eufórica en su cabeza. En cinco días podría verle de nuevo.
—Tendrá que pasar mi filtro.
Juls arqueó ambas cejas con exageración.
—¿Tu filtro? ¿Acaso tú me consultas cuando conoces a alguien?
—Es diferente. Yo soy el mayor. Y el más sabio.
Juls resopló con fingida indignación. Cogió su servilleta, hizo una bola y se la arrojó. Él la atrapó
al vuelo.
—Sinceramente —dijo ella—. No me fío de tu buen juicio. Si tuvieras criterio tendrías pareja y
sé, de buena tinta, que estás muy soltero.
—Y pretendo seguir así. Todavía no ha nacido ni el hombre ni la mujer que consigan que yo
desee comprometerme y tener algo serio.
—¡Qué arrogante eres! Ya verás cuando te enamores, vas a caer en picado.
Él dejó escapar una risa cargada de cinismo.
—Nunca —sentenció con firmeza, aunque sus ojos refulgían con humor—. Y dime, ¿no tienes
ninguna foto de esa maravilla de hombre que te hace suspirar? —Cambió de tema.
Juls se apresuró a desbloquear el móvil y buscar las fotos que se había hecho junto a Jorge. Había
muchas. Se detuvo en una en la que estaba él solo, mirando a la cámara y sonriendo de ese modo
que a ella tanto le gustaba. Le tendió el móvil a su hermano y aguardó con la respiración contenida.
Félix puso cara de póker y en un primer momento no dijo ni una palabra.
—¿Qué? —exclamó ella—. ¡Di algo!
—Bueno, pues, no sé…
—¿Cómo? ¿Eso es todo?
Él se rio estentóreamente.
—¡Qué tontita eres! Reconozco que no está mal.
—¡¿Que no está mal?! —Le arrebató el teléfono—. ¡Está muy bueno! Mírale. Es guapísimo.
—No es mi tipo. Me van más los rubios, ya sabes —dijo con un guiño.
Ella elevó los ojos al techo y no le hizo caso. Se concentró en la foto y suspiró. Jorge estaba muy
atractivo en ella. Mucho. La amplió y se centró en sus labios tan eróticos.
«Ayyy…».
De pronto, se dio cuenta de que no había respondido a su mensaje de antes. ¡Mierda! Accedió a la
aplicación y leyó el texto de nuevo: Mira lo que hago los domingos por la mañana. A que soy dulce? Y la foto
con el corazón de mermelada de fresa.
—Me tengo que ir.
La voz de su hermano la sorprendió. Le miró distraída.
—Oh, vale.
—Pago yo, que sé que eres pobre —dijo con un matiz burlón.
No replicó. Félix siempre era muy generoso con ella. Le vio dejar un billete sobre la mesa y
ponerse de pie.
—¿Te quedas?
—No, no —murmuró, y se levantó también—. Pero espera un momento.
Cogió una servilleta del servilletero e introdujo la cucharilla en los restos de su taza de café y, con
la humedad que se desprendía de ella, dibujó sobre la superficie de papel dos jotas unidas por un
corazón. Acto seguido, sacó él móvil y le hizo una foto. Se apresuró a redactar un texto al que
adjuntó la imagen.
Juls: Sí, eres muy dulce. Perdona por la demora.
—¿Qué haces? —le preguntó él con tono extrañado.
—Pagando una deuda —le respondió.
—¡Por favor! —exclamó él, cogiendo la servilleta y girándola para ver lo que había escrito—.
Esto es lo más cursi que he visto en mi vida.
Quizá sí era cursi. O una tontería. O un gesto sin sentido.
Pero cuando solo unos segundos después llegó la respuesta le dio igual lo que fuera o lo que
pareciese.
Se le escapó una risa feliz.
Jorge: Yo te espero siempre, preciosa.
Capítulo 18
Jorge
—En serio, cuando le enseñé tu foto a mi hermano me dijo que no estabas mal, aunque prefiere los
rubios. Félix es muy exigente, así que supongo que has pasado su filtro.
Jorge se rio entre dientes.
—Es bueno saberlo. No querría enfrentarme a él jamás.
Ella le había enviado una foto de su hermano que él tenía abierta en otra pestaña y debía de
reconocer que su aspecto fiero imponía.
—Es un trozo de pan —continuó Juls al otro lado de la pantalla—. No te dejes guiar por las
apariencias. Bueno, es cierto que si me haces daño te arrancará el corazón y lo arrojará a un
vertedero. Pero de buen rollo.
Volvió a reírse. No por lo que ella decía sino por cómo lo hacía, con la nariz arrugada y la boca
combada en una amplia sonrisa.
—Qué suerte tienes de tener un hermano así. Si tú te portases mal conmigo, los míos
probablemente se pondrían de tu parte.
—No lo creo. Diego tiene pinta de ser el típico hermano mayor muy protector.
No tuvo tiempo de contestar. Una presencia a su espalda se lo impidió.
—¡Hola, Juls!
Era Erika, que se abalanzó sobre el respaldo del sofá en el que estaba sentado y apoyó la barbilla
sobre su hombro.
—Hola Erika —la saludó Juls.
—¿Te has enterado ya de que ahora eres mi única cuñada?
Jorge puso los ojos en blanco.
—Tenemos cosas más importantes de qué hablar, ¿sabes?
—Lukas y Eva han cortado —siguió hablando Erika sin hacerle caso—. Tenemos drama familiar.
—Oh, lo siento —dijo Juls—. Llevaban mucho tiempo juntos, ¿no?
—Dos años. Lukas está hecho polvo.
—No me extraña.
—Aunque ha sido de mutuo acuerdo.
—Oye, si queréis os dejo solas —intervino Jorge.
—Por mí, vale. ¡Un momento! —exclamó Erika repentinamente. Rodeó el sofá y se dejó caer al
lado de Jorge. Señalaba con apremio la parte derecha de la pantalla—. ¿Quién es ese?
—El hermano de Juls.
—Muero —murmuró—. ¿Puedes ampliarla?
Jorge lo hizo con un gesto exasperado mientras la miraba de reojo. Contemplaba la foto con la
mandíbula desencajada.
—Creo que Erika acaba de sufrir un ataque o algo al ver a tu hermano —le dijo a Juls, cuya
imagen se mostraba en una ventanita pequeña en la parte inferior de la pantalla.
—Necesito que me lo presentes. Es absolutamente necesario e imprescindible —pidió la rubia—.
¿Está soltero?
Juls se rio con ganas.
—Está soltero y creo que pretende estarlo hasta el fin de los días.
—Yo puedo hacer que cambie de opinión —aseveró Erika con mucha seguridad—. Este hombre
es para mí. Lo presiento.
—Creía que estabas saliendo con alguien.
—Ya no. Rompí con él hace semanas Estoy soltera. Pásale mi número de teléfono a tu hermano.
¿Cómo se llama?
—Félix.
—Oh, Félix y Erika. Suena genial.
—Es un poco mayor para ti.
Ella alzó una ceja en actitud interrogadora.
—Tiene treinta y cinco —continuó Juls.
—Ideal. Me ponen los hombres mayores.
—Eso no necesito saberlo, de verdad —se inmiscuyó Jorge con un suspiro. Luego le dio un
codazo—. Márchate ya, anda, y déjame tener una conversación con Juls.
—Estás en el salón. Es zona común. Yo puedo estar aquí —protestó.
Jorge se incorporó con rapidez. Cargando con el portátil, se encaminó a la que durante unos años
fue su habitación y que ahora se usaba como despacho.
—¡Pídele el teléfono de su hermano a Juls! —La escuchó gritar antes de encerrarse en el cuarto.
Echó el cerrojo, por si acaso.
—No sabía lo de Lukas. Qué putada —comentó Juls.
Él tomó asiento en el sofá cama que había bajo la ventana y se colocó el ordenador sobre las
rodillas. Luego hizo desaparecer la foto de Félix para que fuera el rostro de Juls el que llenase la
pantalla.
—Está jodido, pero se le pasará —suspiró—. Todos hemos pasado por algo así alguna vez y
hemos sobrevivido. Y nos tiene a nosotros. Por eso estoy en casa de mis padres. Hemos venido a
cenar para subirle el ánimo un poco y de paso celebramos el cumple de Diego.
—Y luego dices que si yo me portase mal contigo tus hermanos se pondrían de mi parte.
Mentiroso —resopló.
—A ver, es que tú eres encantadora. Mucho más que yo. Yo no tengo esa nariz respingona y esa
carita de ángel —dijo con voz de falsete.
—Pfff… Eres un adulador.
—Quizá es que te mereces que te adulen.
—¿Tú crees?
—Pienso que sí —lo dijo con los ojos entrecerrados.
—Si pones esa cara no sé si eres un adulador o un pervertido.
—Si fuera un pervertido, te diría que te quitases la camiseta ahora mismo.
—¡Pero si ya lo has hecho en otras ocasiones! —Una risa cantarina brotó de su garganta.
—¿En serio soy así de vicioso?
—Sí.
—Vaya.
—Que conste que me gusta cómo eres.
—¿Aunque te pida que te quites la camiseta?
Ella asintió.
—Aunque me pidas que me quite la camiseta…
Jorge se humedeció el labio inferior con deliberada parsimonia, regodeándose en la expresión
excitada del rostro de Juls.
—Anda, Jorge —ronroneó ella y se acercó más a la cámara—, quítate tú la camiseta…
—Hablando de pervertidos…
No pudo continuar porque unos fuertes golpes en la puerta se lo impidieron.
—¡Joder! ¿Quién eres y qué narices quieres? —gritó.
—¡Te estamos esperando en el salón para echar una de Trivial! —Se escuchó la voz amortiguada
de su hermano pequeño a través de la hoja de madera.
Jorge se llevó las manos a la cara y se la cubrió con ellas al tiempo que emitía un gemido cargado
de frustración. De fondo, pudo oír la risa de Juls.
—Creo que esta noche no es nuestra noche —dijo ella.
—Creo que no —suspiró.
—Anda, desconecta y cumple tu labor como hermano mayor. Y felicita a Diego de mi parte.
—Lo haré, pero quiero que sepas que mientras me esté jugando un quesito solo voy a poder
pensar en ti sin camiseta.
Ella se rio.
—Espera que te doy un adelanto.
Nada más decir aquello, se subió la camisa a toda velocidad y le mostró los pechos, pero antes de
que él hubiera podido reaccionar se la había vuelto a bajar, cubriéndose.
—¿En serio… no llevas sujetador? —gruñó él
—Claro que no. Pensaba que esta noche tocaba sexo telefónico.
—¡Mierda! ¡Puta vida!
Juls volvió a reírse.
Él hizo un gesto exagerado, colocándose el pantalón.
—¿Tenías una erección? —se burló ella.
—Completa no, pero iba por buen camino.
—Pásalo bien jugando al Trivial.
—¡Qué cabrona eres!
Después de eso ambos guardaron silencio y la risa que habían compartido fue suavizándose hasta
que se convirtió en sonrisa.
—No me apetece nada despedirme de ti —admitió él, apoyando la espalda en el sofá y estirando
las piernas.
—Solo quedan dos días.
—Quiero que sea viernes ya.
Su autobús llegaba a Madrid el viernes a las cuatro y media de la tarde. Después de hablarlo,
habían convenido que él dejara su coche en Benidorm porque los problemas de aparcamiento en la
capital eran un engorro. Y pensaba quedarse hasta el miércoles.
Cinco días con ella.
Se le encogía el estómago de anticipación cada vez que pensaba en ello.
—Yo también.
—Creo que lo primero que voy a hacer cuando te vea es enterrar la cara en tu cuello y aspirarte
hasta que desaparezcas dentro de mí. Echo de menos tu olor. Te echo de menos a ti.
A veces, cuando imaginaba que la tenía entre sus brazos, ese sutil aroma a mandarina que ya había
olido otras veces en ella le explotaba en el cerebro. Hacía unos días había pasado por una perfumería
y había buscado el gel que sabía que usaba —ella le había mencionado la marca cuando él le dijo que
le gustaba su olor— y lo había olisqueado. Pese a que el aroma era similar, faltaba algo en la
ecuación.
Faltaba su piel.
—Yo también te echo de menos, Jorge —musitó ella con la voz quebrada—. Mucho.
El calor le invadió al escucharla.
Aquello era una completa locura. En toda su vida se habría podido imaginar estar tan colgado por
una mujer.
Había algo muy especial entre ellos. Y el hecho de que pudiera utilizar la palabra especial cuando se
refería a ambos era muy significativo. Respecto a la otra palabra, esa que empezaba por A y que
nunca había usado con ninguna de sus parejas anteriores porque jamás había sentido una conexión
semejante, ahí estaba también, tremenda y poderosa, aunque todavía no se atrevía a completar las
cuatro letras que la componían en voz alta. ¿No era demasiado pronto? Solo se conocían desde hacía
mes y medio y, en realidad, apenas se habían visto durante un par de semanas.
Amor.
Ahí estaba.
Cada vez que miraba a Juls y cada vez que ella le miraba a él a través de esa pantalla que se había
convertido en todo su mundo, Jorge podía sentirlo.
Amor.
Intenso y avasallador.
Carraspeó y se centró de nuevo en Juls que parecía igual de ensimismada que él mismo.
—Tengo una canción —le dijo para romper el extraño estado de ánimo en el que habían caído
los dos.
Ella aclaró la vista y le miró con curiosidad.
—¿Cuál?
—Espera. Te va a encantar.
Era algo que solían hacer: intercambiar canciones. Hacía días que esa le rondaba por la cabeza y
quería compartirla con ella. Buscó el enlace en YouTube y se lo envió.
Era Nothing’s gonna stop us now de Starship. Una balada ochentera, cuya letra era de lo más
romántico.
Una sonrisa tonta se dibujó en sus labios mientras observaba cómo ella la reproducía y bajaba los
párpados, moviéndose al ritmo de la melodía. Él mismo la fue tarareando en susurros. Juls alzó la
cara y le dirigió una sonrisa inmensa al escucharle cantar.
—No puedes evitarlo. Te encantan todas estas pasteladas, eh…
Él soltó una risita entre dientes.
—Es muy nosotros, ¿no?
—Sí, sobre todo cuando dice eso de Want so much to give you this love in my heart that I’m feeling for
you…22
Se encogió de hombros y fingió desenfado. Quizá no se atrevía a decir en voz alta lo que sentía
por ella, pero sus intenciones quedaban claras con esa canción, ¿no?
—Confiesa que a ti también te gustan estas chorradas.
—Lo confieso —admitió ella. Un suave rubor había cubierto sus mejillas—. Voy a contar las
horas hasta el viernes a las cuatro y media —añadió.
—¿Quién es la ñoña ahora? —inquirió él con tono afectuoso.
—Y voy a ponerme esta canción como tono de llamada en el móvil.
—Me parece muy buena idea.
Alguien llamó a la puerta con insistencia, interrumpiéndolos.
—¡Jorge! ¿Sales ya? —Era Lukas, de nuevo.
—¡Joder! —exclamó—. ¡Ya voy! —gritó—. Me tengo que ir, Juls, pero mañana hablamos.
—Sin problema. Dale un beso a tu hermano de mi parte. Bueno, a todos.
—Lo haré. Sueña conmigo, preciosa.
—Lo intentaré —dijo con una risa sugerente.
—Capulla —murmuró antes de desconectarse.
Cerró la tapa del portátil y lo dejó a su lado sobre el sofá. Luego se puso de pie y se acercó a la
ventana. A lo lejos, en la oscuridad de la noche, destacaban los pequeños y numerosos puntos
luminosos contra el cielo.
Las luces de la ciudad.
Las ignoró y se centró en su imagen, que se reflejaba en el negro cristal. Sus ojos parecían
ansiosos y una expresión febril se mostraba en su semblante. ¡Dios! Tenía muchísimas ganas de
volver a verla; la espera le estaba resultando agónica.
Se sacó el móvil del bolsillo y buscó el tema de Starship. No tardó en encontrarlo. Lo descargó, lo
estableció como tono de llamada y volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo.
—Ya está —dijo con tono risueño—. Ya eres el tío más cursi del universo.
Una sonrisa de oreja a oreja iluminó su cara.
Capítulo 19
Juls
Cuando el autobús proveniente de Benidorm entró en la dársena, Juls, incapaz de mantenerse quieta,
se acercó al cristal que separaba la sala de espera del área de llegadas y trató de encontrar a Jorge
entre las personas que descendían del vehículo. El corazón se le disparó cuando vio a un hombre
alto y musculoso de espaldas. Llevaba una cazadora de cuero negro y tenía el cabello castaño claro.
Pero cuando el individuo se dio la vuelta se dio cuenta de que no era él.
Fue paseando la vista por todos los pasajeros que accedían al interior de la estación cargados con
maletas; muchos de ellos eran recibidos con abrazos y besos afectuosos y alguna que otra
exclamación sorprendida.
Sonrió. Saber que ella misma estaba a punto de poder abrazarle y besarle la llenaba de
entusiasmo.
Pronto, el flujo de viajeros que se reunían con su familiares o amigos se hizo escaso y, solo unos
minutos después, nadie más atravesó las puertas de acceso. Juls, algo inquieta, se abrió paso entre la
gente y volvió al cristal para escudriñar el exterior. No había más personas junto al autobús, solo el
conductor que hablaba con un guardia de seguridad.
¿Se habría equivocado de hora?
Imposible.
Se sacó el teléfono del bolsillo y revisó sus wasaps. En uno de ellos, Jorge le confirmaba la hora
de llegada. Las cuatro y media de ese viernes.
A lo mejor había algún otro autobús.
Vio que el conductor se encaminaba al interior de la sala y se acercó a él deprisa.
—Disculpe, ¿hay más autobuses que lleguen desde Benidorm hoy?
—Sí, seis más. El siguiente, a las nueve menos diez.
—No, me refiero a las cuatro y media.
—No. Este es el único.
—Ah, pues muchas gracias.
Con perplejidad, se alejó y tomó asiento en una de las sillas. Frunció el ceño. Quizá Jorge se había
demorado y había perdido el autobús, se dijo. Pero, entonces, ¿por qué no la había avisado? No
entendía nada.
Desbloqueó el móvil y le llamó.
El móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura en este momento.
Quizá se había quedado sin batería.
Accedió a la aplicación de mensajes y comprobó que su última conexión era de esa misma
mañana, cuando intercambiaron un par de textos dándose los buenos días.
Tecleó con rapidez.
Has perdido el bus?
El bullicio de la gente a su alrededor le resultaba molesto, así que se puso de pie y se alejó camino
de las escaleras mecánicas que conducían a la planta superior.
Volvió a llamarle con el mismo resultado que antes.
No sabía qué hacer.
¿Quedarse en la estación y seguir esperando hasta el siguiente autobús que llegaba a las nueve
menos diez?
Aquello no tenía mucho sentido.
Salió a la calle y unas cuantas gotas de lluvia golpearon su cara. Maldijo en silencio. Había
olvidado que estaba lloviendo. Sacó el paraguas plegable de su bolso y lo abrió, resguardándose
debajo. Con la mirada extraviada en el fluido tráfico que circulaba por la avenida, le llamó de nuevo.
Nada.
Y el wasap que acababa de enviarle tampoco mostraba la doble notificación en azul. Él ni siquiera
lo había visto.
No obstante, le envió otro más.
Estoy un poco preocupada. Llámame cuando puedas.
Comenzó a pasear arriba y abajo por la empapada acera. Estúpidamente, no se atrevía a alejarse
demasiado de la estación de autobuses por si acaso él…
¿Qué?
¿Aparecía por arte de magia delante de ella?
Era obvio que no había cogido el autobús de las cuatro y media. Y no había otro hasta dentro de
cuatro horas. Y tampoco tenía garantías de que Jorge fuera en él.
Marcó su número de nuevo.
La tonta locución volvió a penetrarle en los oídos.
—¡Mierda!
Estaba desconcertada.
Quizá le había pasado algo…
«No seas tan dramática. Quizá ha perdido el bus y se ha quedado sin batería en el móvil y no ha
podido avisarte. Es probable que llegue en el siguiente».
Sí, debía de ser eso.
No iba a ponerse histérica ni a hacer cábalas.
Lo mejor sería alejarse de la lluvia y esperarle dentro. No ganaba nada quedándose allí en medio
de la calle, expuesta a los elementos. Retornó al interior y se encaminó a la zona de restauración.
Uno de los locales era una cafetería con autoservicio en la que había varias mesas libres. Se hizo con
un capuchino y tomó asiento en una de ellas, una que estaba frente al ventanal que daba a la calle.
No había mucha gente en el exterior, pese a que era pronto. Quizá debido a la lluvia.
Trató de distraerse contestando unos cuantos correos electrónicos y navegando por sus redes
sociales. En un fútil intento de averiguar algo más sobre Jorge, accedió también a las de él, pero no
halló nada. La última publicación de su cuenta de Instagram era de hacía días, una foto de un grupo
de alumnos antes de una inmersión en el mar.
Volvió a llamarle unas cuantas veces más.
De nuevo la locución.
Jamás una tarde había pasado tan despacio. Las manillas del reloj que había colgado de la pared
detrás de la barra parecían suspendidas en el tiempo, como si estuvieran hechizadas y avanzasen a
una velocidad infinitamente inferior a la habitual. Las personas llegaban, ocupaban las mesas durante
un rato y luego se marchaban, cediendo su espacio a otras. El ocaso convirtió el cielo en un lienzo
azul marino carente de estrellas y cubierto de nubes informes que no dejaban de arrojar litros y litros
de agua. Su capuchino se convirtió en dos más y la batería de su móvil comenzó a peligrar ya que lo
desbloqueaba frecuentemente para ver si él había leído sus wasaps.
No lo había hecho.
Su ansiedad fue creciendo exponencialmente.
No era fácil mantener la calma cuando toda la incertidumbre del mundo se manifestaba dentro de
ella.
De repente, recordó que quizá Mariu tuviera el número de teléfono de Dani, pero cuando
consiguió contactar con ella, esta le dijo que no lo tenía, que lo había eliminado cuando llegó a
Madrid. No quiso darle demasiadas explicaciones y cortó la comunicación, prometiendo llamarla al
día siguiente.
Su imaginación no tardó en comenzar a jugarle malas pasadas y a poner todo tipo de ideas en su
cabeza. Quizá Jorge había decidido hacerle ghosting porque estaba harto de ella. Aunque aquello no
tenía mucho sentido, ¿no? Desde el mismo instante en que abandonó Benidorm y regresó a Madrid,
cada vez que hablaban o se enviaban mensajes, el entusiasmo de él era flagrante. Juls hubiera podido
jurar que estaba tan comprometido con esa relación como ella.
Tenía que haber pasado algo grande para que él se comportase así.
No podía ser de otra manera, se dijo con convicción.
Sus ojos volvieron a centrarse en el reloj de la pared. Eran las ocho y media.
Lentamente, recogió sus cosas y abandonó la cafetería. Esquivó a un grupo de viajeros que
parecían un poco perdidos y se encaminó a las escaleras mecánicas. En la planta baja, se aproximó a
uno de los paneles que mostraban los horarios de llegadas y salidas y comprobó el número de
dársena por la que iba a llegar el siguiente autobús con origen Benidorm.
Inquieta, paseó de un extremo al otro de la larga construcción sin fijarse apenas en las personas
con las que se cruzaba. Miraba la hora en la pantalla de su móvil cada cinco minutos.
A las nueve menos cuarto se apostó frente a las puertas de cristal y aguardó con los nervios a flor
de piel.
El autobús no tardó en llegar y aparcar en el mismo lugar en el que lo había hecho el de las cuatro
y media. Y al igual que hacía unas horas, los pasajeros descendieron y se aproximaron a la trampilla
lateral para recoger su equipaje. La mirada de Juls voló de uno a otro, tratando de encontrar su figura
alta entre todos ellos.
Jorge tenía que estar en ese autobús.
Tenía que estar.
Apenas se dio cuenta de que se estaba clavando las uñas en las palmas de las manos debido a la
ansiedad.
Pronto, todos los viajeros, cargados con bolsas y maletas, habían atravesado las puertas,
accediendo al interior.
Jorge no estaba entre ellos.
Juls bajó los párpados y comenzó a menear la cabeza.
No entendía nada.
Volvió a llamarle.
El móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura en este momento.
¡Mierda!
Pero ¿qué narices estaba pasando?
Quizá en el siguiente autobús…
«¡No! Deja de decirte gilipolleces a ti misma. No va a llegar en el próximo autobús. O ha pasado
de ti o le ha sucedido algo. Sé realista».
Echó a andar casi por inercia y subió al piso superior. Sus pasos la llevaron hasta la salida. Seguía
cayendo agua del cielo, aunque la lluvia había rebajado su intensidad. Abrió el paraguas y se alejó
unos pasos de la edificación.
¿Cómo podía averiguar qué estaba ocurriendo? No tenía el teléfono de ninguno de sus hermanos
o amigos, aunque a lo mejor podía localizarlos a través de las redes sociales, ¿no?
En ese instante, su móvil comenzó a sonar.
«¡Es él!»
Presa de la agitación y con dedos temblorosos, se sacó el aparato del bolsillo.
El nombre de su hermano destacaba en la pantalla.
Ahogó el gemido frustrado que estuvo a punto de abandonar su boca y aceptó la llamada.
—Hola, Félix —respondió.
—Juls, ¿dónde estás?
El tono serio de su voz la llevó a detenerse en medio de la acera.
—¿Pasa algo?
Félix tardó unos segundos en responder.
—Es papá… Ha sufrido un infarto.
El estómago le dio un potente vuelco.
—¿Có… cómo?
—Me acaba de llamar mamá. Le han llevado a La Paz. ¿Estás en casa? Voy a buscarte.
—Pero…, pero… ¿está bien? —tartamudeó.
—No sé mucho, Juls. Mamá apenas podía hablar. Voy de camino hacia tu casa. Llegaré en quince
minutos.
—Vale, vale. Te… te espero en la puerta.
La comunicación se cortó.
Juls cerró los ojos. Se le había instalado un sonoro zumbido en los oídos y sentía una enorme
opresión en el pecho.
¿Su padre había tenido un infarto?
¡¿Cómo era posible?! ¡Pero si había estado con él solo hacía cinco días y estaba estupendo! ¡No
podía ser cierto! Su padre tenía mucha vitalidad y se cuidaba muchísimo. No fumaba, no bebía y
hacía deporte. Era el epítome de la vida sana…
¿Y su madre? ¿Cómo estaría su madre?
Muy nerviosa, echó a andar deprisa, esquivando charcos y a otros transeúntes que se cruzaron
con ella. Su piso quedaba cerca de la estación de autobuses.
Por el momento, se olvidó de Jorge.
Capítulo 20
Jorge
Pese a que sentía los párpados pesados, abrió los ojos, pero la luz proveniente de la ventana que
tenía a su izquierda le resultó muy molesta y volvió a cerrarlos.
Le dolía mucho la cabeza. Era como si un tamborilero se hubiera establecido dentro de su
cerebro y estuviera practicando su solo de tambor con potencia y entusiasmo. También tenía la boca
pastosa y la lengua pegada al paladar. Necesitaba beber algo. Y su vejiga estaba a reventar. Quería ir
al baño.
Un olor a desinfectante, antiséptico, alcohol y algo más indefinido le entró por la nariz. Era un
olor que no le resultaba del todo desconocido, aunque tardó en asociarlo con nada.
Olía a hospital.
¿Estaba en un hospital?
Trató de abrir los ojos de nuevo, pero el esfuerzo fue demasiado grande y desistió.
A través de la niebla que cubría sus sentidos, escuchó una voz grave.
—¿Cómo estás?
Pestañeó unas cuantas veces y trató de enfocar. Era curioso, pero ahora la habitación estaba
sumida en penumbra y solo una suave luz proveniente de la cabecera de su ortopédica cama
iluminaba el cuarto. Miró por la ventana. Era de noche. Extraño. Solo hacía unos minutos la luz del
día había entrado por ese cristal. ¿O habían pasado horas?
—¿Cómo te encuentras?
La pregunta llegó de nuevo. Provenía de un hombre de mediana edad con el pelo gris y gafas con
montura metálica. Llevaba un pijama azul y una bata blanca. Se erguía a los pies de la cama.
Un médico.
—Me… duele mucho… la cabeza —articuló—. Como si me fuera a estallar.
—Es normal. Ahora viene la enfermera y te administra algo para eso. Soy el doctor Quesada.
Tragó saliva con dificultad. De alguna manera le molestaba el tono paternalista que estaba
empleando el médico para hablar con él, pero se sentía demasiado débil para protestar.
—Jorge.
Una figura alta emergió de la oscuridad y se plantó a su lado.
Clavó los ojos en el rostro de su padre. La ansiedad le borraba la expresión afable que siempre
llevaba en el semblante. Nunca le había visto tan preocupado.
—Hola, papá… —murmuró.
Tony Alba suspiró y una trémula sonrisa acudió a sus labios.
—¿Estoy… en un hospital? ¿Por qué?
—¿Recuerdas el accidente? —Era la voz del doctor.
¿Accidente? ¿Qué accidente?
Frunció el ceño e intentó traer a su memoria aquel recuerdo, pero ante él solo se mostraba un
vacío negro y desolador. Cerró los ojos y se forzó a pensar, pero una sensación de angustia se le
concentró en el estómago.
—¿Accidente…? No… lo recuerdo. ¿Qué… ha pasado?
—No pasa nada. No te preocupes —le aseguró el médico—. ¿Recuerdas la conversación que
hemos tenido esta mañana?
—Eh… ¿esta mañana? —La confusión le invadió.
—Esta mañana te hemos despertado y hemos intercambiado unas frases, pero no pasa nada si no
lo recuerdas. Estabas muy desorientado.
—¿Despertado?
Cuanto más hablaba el doctor Quesada más desconcertado se hallaba. ¿Despertado? ¿Cómo que
despertado? ¿Cuántos días llevaba allí?
En ese instante, una enfermera accedió a la habitación y el médico se giró y le dijo algo que Jorge
no logró entender. Ella abandonó el cuarto.
—Tuviste un accidente de tráfico —continuó el galeno, dirigiéndose a él—. Sufriste una lesión en
el cráneo. Te hemos mantenido en coma inducido unos días para darle tiempo a tu cerebro a que se
cure mientras la inflamación disminuye.
Jorge se había perdido en la explicación. Solo las primeras palabras resonaban en su cabeza:
Accidente de tráfico. ¿Qué había sucedido?
La enfermera regresó y se acercó al gotero. Inyectó algo en él mientras hablaba en voz baja con el
médico.
—Estamos muy contentos de que te hayas recuperado, Jorge —intervino su padre—. Estamos
todos aquí. Los demás están fuera, esperando. Tienen muchas ganas de verte.
—Eh… vale. ¿Todos?
—Mamá y tus hermanos.
—¿Y Claudia?
Su padre le miró de un modo extraño.
—¿Claudia?
—¿Está bien ella?
—Eh… supongo que sí.
—¿No iba ella conmigo en el coche cuando el accidente?
—No. Tú no conducías. Te atropelló un coche… —El tono de voz de su padre era crudo. Le
lanzó una peculiar mirada al doctor que Jorge no se detuvo a analizar.
¿Un atropello? No recordaba nada en absoluto.
—¿Claudia no ha… venido a… visitarme?
No sabía qué era lo que le había puesto la enfermera en el suero, pero su dolor de cabeza iba
disminuyendo y comenzaba a encontrarse muy somnoliento.
—Jorge, ¿qué es lo último que recuerdas? —La cara del doctor apareció en su campo de visión.
Tenía la frente arrugada como si estuviera preocupado.
—Eh… Que volvía de Londres con mis amigos. Claudia, mi novia —aclaró—, me estaba
esperando en el aeropuerto y fuimos al parking a buscar el coche… Después de eso nada más.
Una exclamación ahogada brotó de la boca de Tony Alba.
—Doctor, usted dijo que todo iba muy bien. Ese viaje a Londres del que habla ocurrió hace
tiempo. —El apremio fue claramente apreciable en su voz.
—Una lesión cerebral no es como un hueso roto, señor Alba. El cerebro es menos previsible. A
veces, según como el tejido inflamado presione contra el cráneo puede provocar cierta discapacidad.
—¿Discapacidad?
Jorge podía escuchar las palabras con claridad, pero sentía como si todo aquello no fuera con él,
como si la escena estuviera transcurriendo en paralelo y él fuese un mero espectador. No se veía
capacitado para seguir aquella conversación. Estaba exhausto.
—Aunque está despierto, la inflamación puede originar confusión, pérdida de memoria y cambios
de humor erráticos, pero es normal —prosiguió el médico.
—¿Normal?
Jorge cerró los ojos.
Lo más importante era que Claudia estaba bien.
Capítulo 21
Juls
Salió al pasillo y cruzó la mirada con la mujer que se apoyaba en la pared al lado de la puerta. Se
llamaba Andrea y era la hermana de la paciente que se encontraba ingresada en la habitación
contigua a la de su padre. Habían hablado en unas cuantas ocasiones.
—¿Hoy le dan el alta a tu padre?
—Pues no lo sabemos. Le han hecho nuevas pruebas esta mañana y estamos esperando los
resultados. Ojalá —suspiró—. Ya estamos cansados de estar aquí. Y Silvia, ¿cómo está?
—Pues parece que bien. No muestra rechazo.
Silvia era la hermana gemela de Andrea. Le habían trasplantado un nuevo corazón.
—Me alegro mucho. Es fantástico. Seguro que dentro de poco os mandan para casa. —Señaló
hacia el fondo—. Voy a la máquina a por una botella de agua. ¿Te traigo algo?
—No. No. Muchas gracias.
Juls se despidió y se encaminó hacia la sala de espera que había al final del corredor, donde se
encontraba la máquina expendedora. Avanzó por el pasillo bordeado por numerosas habitaciones,
sin dirigir la mirada a ninguna en especial. Conocía la mayoría de las historias que se gestaban detrás
de aquellas puertas. Llevaba ya demasiado tiempo en esa planta del hospital.
Veinticuatro días.
Hacía tres semanas que le habían practicado una cirugía de bypass de la arteria coronaria a su
padre y llevaba desde entonces en observación debido a unas pequeñas complicaciones. No
obstante, según les había confirmado su cardiólogo el día anterior, era cuestión de pocos días que le
dieran el alta. Quizá, con suerte, en unas horas.
Sacó una botella de agua de la máquina y tomó asiento en una de las sillas. La abrió y bebió de
ella con avidez. Le rugieron las tripas y volvió a dar unos tragos de agua para engañar al hambre.
Hacía unas horas que había bajado a la cafetería a desayunar, pero no había comido, solo tomó un
café. Ahora se arrepentía de no haber ingerido nada sólido.
La sala estaba vacía, algo habitual a esa hora de la mañana ya que todavía no había comenzado el
horario de visitas. Las paredes estaban pintadas en un discreto color beige y los suelos eran de
linóleo azul. Los fluorescentes del techo emitían una desagradable luz mortecina y no había ventanas
que diesen a la calle.
Miró la pantalla de su móvil y comprobó que ya eran las diez. Su madre no tardaría en llegar.
Durante los primeros días, había insistido en estar las veinticuatro horas junto a su marido en el
hospital, pero Félix y ella habían logrado convencerla para hacer turnos. Ellos dos se encargaron de
las noches, dejando que ella se quedara por el día. Su hermano Rodrigo también había subido desde
Sevilla, pero solo había podido quedarse unos días. Cuando se aseguró de que su padre estaba fuera
de peligro, regresó a su trabajo.
Juls se estiró e hizo girar la cabeza a un lado y al otro, desentumeciendo los músculos de los
hombros y la espalda. Dormir en un hospital público como acompañante era una de las peores cosas
que podían pasarle a alguien. Solo había un duro sillón reclinable junto a la cama del enfermo. Uno
podía intentar dormitar un par de horas, pero la postura era tan incómoda que no se descansaba ni
un ápice.
Cruzó los dedos y rogó por que le diesen el alta a su padre.
Volteó el móvil entre sus manos, pensativa, antes de acceder a su cuenta de Instagram con
ansiedad.
No era la primera vez que lo hacía ese día. De hecho, lo hacía cientos de veces todos los días,
desde que localizó la cuenta de Erika y le dejó un mensaje.
Resopló frustrada al ver que todavía no lo había leído.
Pese a que el estado de salud de su padre no dejaba espacio para estar pendiente de muchas más
cosas, la ausencia de información de Jorge seguía siendo su otra principal preocupación. Después de
tantos días sin que él hubiera dado señales de vida, estaba plenamente convencida de que algo malo
había tenido que sucederle. Ni por un segundo creía que estuviera ignorándola a propósito. Aquel no
era su estilo.
Dejó caer la cabeza hacia atrás y la apoyó contra la pared al tiempo que cerraba los ojos. Sentía un
dolor sordo en el pecho que se hacía cada vez más profundo cuanto más pensaba en él.
El móvil comenzó a sonar, sobresaltándola. Era la canción que Jorge había elegido para ella:
Nothing’s gonna stop us now, y una ola de profunda melancolía la embargó.
Le echó un rápido vistazo a la pantalla y vio el nombre de su amiga Mariu.
—Hola, Mariu.
—Hola bonita. ¿Cómo está tu padre?
—Bien. Es probable que le den el alta hoy.
—Me alegro un montón. ¿Y de Jorge sabes algo?
Juls se llevó la mano a la frente y se la frotó ligeramente.
—Nada. Y su hermana ni siquiera ha visto el mensaje —suspiró.
—Joder, es que no se me ocurre cómo averiguar algo más. No recuerdo el nombre del hotel
donde trabaja Dani ni cómo se llama la agencia inmobiliaria de Rafa.
Había mucha impotencia en la voz de su amiga. La misma que sentía ella.
—Ya. Yo tampoco. Erika es mi única oportunidad. No he conseguido averiguar nada más de sus
otros hermanos. Deben de tener las cuentas privadas. Y tampoco sé cómo se llama la imprenta de su
familia —dijo desilusionada—. Me estoy temiendo lo peor. Son muchos días ya… —se le rompió la
voz.
—Joder, Juls, es que no sé qué decirte. La cosa no pinta bien.
—No. No pinta bien.
Notó cómo se le estrechaba la garganta y se le humedecían los ojos.
—Vaya incertidumbre —murmuró Mariu.
Eso era lo peor de todo: el no saber qué había pasado.
En ese instante, las puertas de uno de los ascensores que había frente a ella se abrieron, dejando
vislumbrar la figura de su madre.
Carraspeó con fuerza y se enjugó los ojos a toda velocidad. Lo último que necesitaba su
progenitora era verla en ese estado, así que se tragó su pena.
—Mariu, te tengo que dejar. Mi madre acaba de llegar —cuchicheó.
—Ya me dices, ¿vale?
—Claro. Un beso.
Cortó la comunicación y se puso de pie.
Araceli Arrieta no aparentaba más de sesenta años, pese a que había cumplido ya los setenta y
dos. Quizá fuera por su aspecto esbelto o porque su cabello no mostraba apenas canas. Iba vestida
con un pantalón negro, un abrigo de paño de color gris y un chal floreado que se enroscaba en su
cuello. Se encaminó hacia su hija y la estrechó entre sus brazos.
—¿Qué tal noche ha pasado? —Fue la primera pregunta que salió de su boca.
Juls la puso al día con rapidez
—Le he dejado discutiendo con Hipólito —concluyó.
Hipólito era el compañero de habitación de su padre. Llevaban ya dos semanas juntos y sus ideas
políticas eran algo contradictorias. Gracias al cielo, ninguno de los dos era demasiado cabezón ni se
exaltaba con facilidad.
—Voy a poner paz —dijo su madre con una sonrisa condescendiente—. Tienes cara de cansada
—añadió, acariciándole la mejilla con suavidad—. ¿Por qué no te vas? Ya estoy yo aquí.
—Prefiero quedarme hasta que pase el médico, por si acaso le dan el alta.
—Pues baja a la cafetería y distráete un poco.
—Sí. Sí. Voy a hacerlo —aceptó.
Su madre se despidió de ella y se internó en el pasillo camino de la habitación de su marido.
Juls se quedó quieta durante unos segundos sin saber muy bien qué hacer. Todavía sentía esa
pesadez que le provocaba la angustia de pensar en Jorge. Quizá no era una buena idea ir a la cafetería
y estar rodeada de personas ruidosas. Aunque permanecer en esa solitaria y tristona sala de espera
tampoco le apetecía demasiado.
La decisión le fue arrebatada de improviso cuando su móvil comenzó a sonar de nuevo.
¡Mierda! De nuevo esa canción. Tenía que haberla cambiado para no morirse de tristeza cada vez
que alguien la llamaba.
Aceptó la llamada a toda velocidad sin detenerse a mirar el nombre en la pantalla.
—¿Qué tal noche ha pasado? —preguntó su hermano antes de que hubiera podido decir nada. Su
voz cargada de energía y determinación le resultó reconfortante.
—Genial. Se durmió pronto y se ha despertado pronto también y de buen humor. Dice que tiene
una corazonada y que sabe que hoy le van a dar el alta. Han venido a buscarle temprano para hacerle
un electro y unos análisis y ahora estamos esperando a que pase el médico y nos diga.
—¿Está mamá?
—Acaba de llegar.
—¿Estás en la habitación?
—No. Estoy en la sala de espera. Iba a bajar ahora a la cafetería.
—Se te escucha desanimada, peque.
Suspiró. Su hermano siempre tan perspicaz.
—Estoy agotada. He dormido poco, la verdad. Estuve trabajando hasta la una de la mañana. Y
cuando conseguí conciliar el sueño a eso de las dos o así, papá se puso a roncar en plan locomotora
y me despertó. Solo he podido pegar ojo a ratitos.
Hubo un silencio al otro lado de la línea.
—¿Solo es eso? ¿Cansancio? ¿Sigues sin saber nada de ese chico?
Juls agarró el móvil con rigidez. Hacía días que había hablado con Félix del tema y había tratado
de hacerlo sin dramatismos, sin mostrar lo preocupada que estaba, pero parecía que su hermano no
se había tragado su fingida indiferencia.
—Sigo sin saber nada —admitió en un susurro.
—Joder, Juls, ¿por qué no hablas conmigo? Estoy aquí siempre.
—Lo sé —reconoció con un hilo de voz.
De pronto, solo tenía ganas de llorar. Llevaba demasiado tiempo haciéndose la fuerte para no
resultar una carga para su familia en un momento tan delicado, y ya no podía más.
—Espérame abajo en la cafetería —dijo su hermano cortante—. Voy para allá.
—Pero Félix, tu trabajo…
—Puede sobrevivir unas horas sin mí —la interrumpió—. En treinta minutos estoy ahí.
La comunicación se cortó, pero Juls permaneció unos instantes más con el teléfono pegado a la
oreja. Se encontraba dividida, una parte de ella deseaba el apoyo de Félix; necesitaba hablar con él y
confesarle lo angustiada que estaba. Por otro lado, se sentía culpable por no haber sido capaz de
controlar sus sentimientos y haber provocado que su hermano se preocupase por ella mientras que
la situación familiar era tan compleja.
Las puertas del ascensor de la derecha se abrieron con un sonido chirriante y un celador con una
silla de ruedas vacía salió de él. La saludó con una leve inclinación de cabeza a la que ella
correspondió de igual modo.
Estaba a punto de guardarse el móvil en el bolso cuando un pitido le advirtió de una notificación.
Casi con desidia, lo desbloqueó y echó un vistazo a la pantalla. En la parte superior aparecía el
símbolo de Instagram. Accedió a la aplicación.
Era un mensaje privado de @ErikaAS.
Hola Juls.
Y debajo de ese simple saludo aparecía intermitente la palabra Escribiendo.
Las piernas le flojearon. Se dejó caer en una de las sillas con pesadez mientras sus ojos se
adherían a la pantalla con intensidad.
Era probable que no hubieran pasado más de unos minutos hasta que llegó el resto del mensaje,
pero a ella le pareció que pasaban horas.
Perdona que no te haya contestado antes, pero acabo de ver tu mensaje. La verdad es que los últimos días han sido
complicados para mi familia. Hace unas semanas Jorge tuvo un accidente de tráfico y está en el hospital. Ha estado en
coma, pero ya ha despertado. No te preocupes porque está bien.
Juls se llevó una mano al corazón que latía desbocado en su pecho. Estaba horrorizada. ¿Un
accidente? ¿En coma? El mal presentimiento que había tenido a lo largo de las semanas se convertía
en realidad.
La palabra Escribiendo volvió a aparecer.
Pásame tu número de teléfono y te llamo ahora y te cuento con más detalle.
Se apresuró a mandárselo. Estaba tan nerviosa que se equivocó en dos dígitos y tuvo que
rectificar.
Aguardó unos segundos más, pero, aunque Erika había visto su último texto, ya no volvió a
escribir.
Agitada, se puso de pie y comenzó a pasear por la vacía sala de espera, tratando de asimilar la
información que acababa de recibir. Le temblaban las manos y un poco también las piernas y sus
oídos albergaban un potente zumbido.
¡Jorge había tenido un accidente de tráfico y había estado en coma!
¡Dios Santo! ¿Cómo habría sucedido? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cuánto tiempo había estado en coma
exactamente? ¿Había sufrido alguna secuela? Y si ya había despertado, como decía Erika,
¿contactaría con ella? ¿Tenía que quedarse mucho tiempo más en el hospital?
Su cabeza era un batiburrillo de preguntas sin respuesta.
—¿Juls?
Se giró y vio a su progenitora que la observaba con semblante preocupado.
—¿Estás bien, hija? Pareces al borde de un ataque de ansiedad.
Pestañeó un par de veces y trató de controlarse. Su madre no sabía nada de Jorge ni de sus cuitas
y quería que eso siguiera así.
—Estoy bien, mamá. Es solo que… acabo de hablar con mi editora y me ha reclamado unos
artículos que todavía no he escrito… —mintió.
—Qué ganas tengo de que encuentres otro trabajo. Siempre estás agobiada —suspiró con
pesadumbre—. Creía que ibas a bajar a la cafetería —añadió.
—Sí. Ya me voy. Félix viene para acá. Estaremos abajo. Avísanos cuando pase el médico.
—Sí, yo os aviso —repuso al tiempo que se encaminaba hacia el aseo que se hallaba en una
esquina de la sala.
Juls se acercó a los ascensores y pulsó el botón. Sabía que su madre no había entrado al baño y
que la estaba observando; podía sentir sus ojos sobre su espalda. Se mantuvo erguida y con una
postura de fingido desenfado. En cuanto la puerta se abrió, se apresuró a acceder al interior de la
cabina y a pulsar el botón de la planta baja. Se pintó una sonrisa en la boca en beneficio de su
progenitora que la estudiaba pensativa.
En cuanto las puertas se cerraron, la sonrisa impostada desapareció de su rostro y se derrumbó
contra la pared metálica. Tenía un nudo enorme en la garganta y una vena había comenzado a latirle
con violencia en la sien.
Jorge…
Su imagen se presentó claramente ante ella, con esa mueca canalla que solía componer y esos ojos
suyos almendrados que siempre la descolocaban. Las ganas de escuchar su voz y de sentirle cerca le
robaron el aliento.
Se llevó la mano a la boca tratando de controlar un sollozo.
«Por favor, que esté bien, que solo haya sido un susto… Por favor…».
Aferraba el móvil entre los dedos, como si la vida le fuera en ello. No quería guardárselo en el
bolsillo del abrigo por si no lo escuchaba sonar.
Te llamo ahora…
Eso había dicho Erika.
Pero ¿cuándo era ahora?
Capítulo 22
Jorge
Aparentemente, la memoria era el todo y la nada al mismo tiempo. No tenía sustancia ni forma ni
peso ni color. En términos científicos se la describía como un depósito de proteínas que había
dentro de las células del cerebro. Sin embargo, esas palabras eran tan incomprensibles como la
propia metáfora que se empleaba para entender su concepto: la memoria como un almacén. Un almacén
al que iban todas las experiencias vividas, donde eran clasificadas y etiquetadas. Pero los recuerdos
no eran algo estático, no eran simples hechos que se hubieran experimentado, ya que cada vez que se
evocaba uno de ellos sufría transformaciones.
En definitiva, la memoria era la suma de uno mismo, en constante cambio y evolución. Si se
fragmentaba y una parte se perdía, como era su caso, aparecían el desequilibrio y la confusión.
Pero él se sentía bien, no tenía la sensación de estar enfermo. Exceptuando algunos dolores de
cabeza que el médico le había asegurado que pasarían, ciertos episodios de visión borrosa y otros de
ansiedad, estaba fuerte y en forma.
Podía recordar su infancia, su adolescencia, sus años en la universidad, los nombres de sus
amigos, de sus compañeros de trabajo, los viajes que había hecho, los lugares que había visitado, a su
familia, la ropa que le gustaba, su comida favorita…
Se acordaba de absolutamente todo.
El tipo de amnesia que padeces es el menos frecuente. Es amnesia retrógrada pura y se debe a una lesión en el
tálamo, una estructura altamente relacionada con la recuperación de información ya establecida en la corteza cerebral a
partir de su conexión con estructuras relacionadas con la memoria. No presentas deterioro cognitivo y tu memoria a
largo plazo está intacta. Solo que no eres capaz de acceder a los recuerdos anteriores a tu accidente.
Las palabras del neurólogo danzaron por su cabeza mientras apoyaba la frente sobre el cristal. Las
vibraciones del vehículo en marcha se colaron por su cuerpo y le sacudieron con suavidad.
Había perdido veintidós meses de recuerdos.
Casi dos años.
Tus recuerdos pueden regresar con el tiempo. A veces, las personas suelen recobrarlos a partir de la recuperación
natural de la lesión. Y los resultados de tu último TAC son excelentes. Es cuestión de tiempo. Lo mejor es que
retornes a tu vida habitual cuanto antes, a tus rutinas.
Volvió a elevar los párpados y se concentró en la carretera. Estaban llegando al peaje de la
autopista. Conocía muy bien aquella zona porque él mismo la había recorrido cientos de veces en su
vida.
—¿Cómo vas?
Sus ojos se encontraron con los de su hermano Diego, que se había girado y le contemplaba
desde el asiento delantero del coche.
—¿Sinceramente? Me siento genial.
Se escuchó la risa de su padre, que era el que conducía.
—Está claro que eres mi hijo. Ni una lesión cerebral puede contigo.
—¿Te duele la cabeza? —preguntó Diego.
—No. Ya te digo que me encuentro bien. Tengo hambre.
—En nada llegamos.
Jorge asintió y volvió a mirar por la ventanilla.
Los primeros días después de despertar del coma inducido fueron muy confusos y habían estado
salpicados por dolores de cabeza continuos y problemas de visión, pero se recuperó con relativa
rapidez. El neurólogo le había comentado que era posible que sufriera cambios de humor y tuviese
comportamientos irascibles, pero exceptuando una leve zozobra que le acosaba de vez en cuando no
había notado nada.
Un neuropsicólogo se reunió con él para hacerle una valoración neurológica, pruebas cognitivas y
una entrevista de memoria autobiográfica y así poder diseñar un programa de rehabilitación
específico para su caso. Dado que no tenía problemas motores ni cognitivos ni del lenguaje, había
decidido que su terapia fuera solo psicológica. En unos días tenía una cita con una terapeuta.
Después de llevar más de una semana despierto en aquella habitación de hospital, la estancia allí
comenzó a resultarle de lo más tediosa. Así que, aquella mañana, cuando el doctor Quesada pasó a
verle para comunicarle que iban a darle el alta, estuvo a punto de besarle. No le importó demasiado
la larga lista de recomendaciones y/o prohibiciones que tenía que seguir, solo quería largarse del
hospital. Durante las próximas semanas no podía conducir ni ejercitarse de manera
desproporcionada, tampoco podía incorporarse al trabajo, dado que el buceo era una de sus
actividades principales y la presión que el cráneo experimentaba en una inmersión no era aconsejable
en una lesión como la suya.
El coche se detuvo junto al peaje y su padre abonó el trayecto antes de volver a ponerse en
marcha. Conducía de un modo muy pausado, algo poco habitual en él, y Jorge sonrió de medio lado.
Era enternecedor, aunque un poco exasperante, ver cómo su familia le trataba como si fuera de
mantequilla.
El amplio vial que llevaba al chalet familiar no tardó en aparecer frente a ellos.
Le habían dicho que hacía un tiempo que se había independizado y que residía en un apartamento
en el Albir, algo que él no recordaba en absoluto, pero habían decidido —tanto él como su familia—
que, por el momento, se instalara en casa de sus padres.
A juzgar por las conversaciones que había mantenido, sobre todo con su hermano Diego, su vida
no había sufrido grandes transformaciones en los últimos veintidós meses. Seguía trabajando en el
mismo sitio, en la escuela de buceo de Till Landvik, y sus amigos eran los mismos de siempre; solo
su domicilio y su relación sentimental habían cambiado.
Suspiro al acordarse de Claudia.
Según parecía, habían roto solo unos días después de que él volviese de ese viaje de Londres, que
seguía permaneciendo en su cabeza como su último recuerdo. No le sorprendió demasiado cuando
su padre le comunicó que ya no estaban juntos. Recordaba bien que, en los últimos tiempos, Claudia
y él discutían con frecuencia y hablaban de separarse. Su relación no estaba en su mejor momento.
Sin embargo, saber que ella ya había rehecho su vida con otra persona con la que pensaba casarse
—eso le dijo Diego—, cuando para él solo habían pasado unos días desde su ruptura, le resultó de lo
más extraño. Todavía estaba haciéndose a la idea.
—Mamá ha preparado Sauerbraten23 —dijo su padre, sacándole de sus pensamientos.
—¿Estamos celebrando algo? —preguntó con una risa.
Su madre no era una gran cocinera y que se hubiera pasado varias horas en la cocina preparando
ese complicado plato daba fe de lo preocupada que estaba su familia por él.
—El regreso del hijo pródigo —dijo Tony Alba en tono jocoso.
—Creía que el hijo pródigo era yo —intervino Diego.
—Envidioso —le lanzó Jorge.
Los ojos de ambos se encontraron en el espejo retrovisor. Había un atisbo de profundo afecto en
la mirada azul de su hermano que provocó que a Jorge se le estrechara la garganta. Diego era grande.
Cálido y maravilloso. El hermano mayor perfecto.
Intercambiaron una sonrisa.
Su hermana Erika y su hermano Lukas estaban esperando frente a la puerta del chalet, en medio
de la calle. Habían extendido una vieja sábana blanca en la que se podía leer en letras negras:
Bienvenido a casa, imbécil. Comenzaron a agitarla al ver aproximarse el coche a la acera.
Jorge no pudo evitar soltar una carcajada.
—Les dije que no pusieran lo de imbécil —dijo su padre mientras aparcaba.
—Yo les dije que pusieran idiota que suena más potente. Ni caso me han hecho —dijo Diego. La
risa vibraba en su voz.
Jorge apenas pudo bajarse del coche porque su hermano Lukas se aferró a su cuello como si fuera
un pequeño mono trepador en cuanto abrió la puerta y salió del vehículo.
—Joder, tío… Tío… joder, tío…
Su agitación era inequívoca. Incluso sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—¿Sabes decir algo más o en el tiempo que he estado fuera has vuelto a la infancia? —bromeó,
abrazándole con fuerza.
Había visto a Lukas cuando este fue a verle al hospital hacía unos días, no obstante, seguía
maravillándole cómo había cambiado. El Lukas de su recuerdo era un adolescente de dieciocho
años, imberbe y desgarbado. Sin embargo, el joven que tenía delante era ya un adulto. La emoción se
apoderó de él al darse cuenta de que se había perdido el proceso de madurez de su hermano
pequeño.
Tener amnesia era una mierda.
Erika no le dejó descansar ni un segundo. En cuanto Lukas se hizo a un lado fue ella la que
enroscó los brazos en torno a su talle y comenzó a darle numerosos besos en las mejillas.
—Te hemos echado de menos —exclamó entre beso y beso.
—¿Se te ha ocurrido a ti lo de la pancarta?
—Claro, ¿a quién si no?
—¿Lo de imbécil también?
—¡Por supuesto!
La alzó en el aire y dio una vuelta mientras ella se reía con fuerza y los mechones rubios de su
pelo se le arremolinaban frente a la cara.
Erika estaba exactamente igual. Tan loca y divertida como siempre. No había cambiado ni un
ápice.
Eso le resultó reconfortante.
Cuando entraron al chalet, su madre salió a recibirle. Mucho más comedida que sus hijos
pequeños, pero con los ojos brillantes de felicidad, le cogió la cara entre las manos y le contempló un
largo rato. Estaba pálida y parecía cansada, aunque nada podía opacar su belleza teutónica. A Jorge le
resultó insólito verla tan emocionada. Anna Schwarz jamás perdía la compostura.
—Willkommen zu Hause, mein lieber Junge24 —le dijo al fin en voz queda.
Hacía siglos que su madre no se refería a él en aquellos términos y se sintió conmovido.
Carraspeó al darse cuenta de que los ojos se le llenaban de lágrimas.
¡Dios, sí que estaba sensible!
—Ich bin auch sehr froh, hier zu sein, Mama25 —murmuró.
—¡Tenemos hambre! —intervino su padre.
Jorge le agradeció la interrupción con un gesto silencioso.
Mientras los demás se dirigían al salón, él se encaminó al baño. De reojo, se percató de que
algunas cosas habían cambiado en la casa. El sofá era otro diferente al que él recordaba y la
televisión tampoco era la misma. También había una foto en la pared del pasillo que le resultó
desconocida. Se detuvo y la escrutó con el ceño fruncido.
Era una foto familiar. De los seis. Estaba tomada en el jardín y parecía ser invierno porque todos
llevaban chaquetas. Su padre y su madre iban vestidos con elegancia. A su lado, había dos globos de
color dorado, uno con la forma de un dos y otro de un ocho. El veintiocho. ¿Veintiocho qué?
La incomodidad se apoderó de él. Era inusual verse a sí mismo y no tener conciencia de ese
momento. Era como observar a un extraño.
—Es del aniversario de papá y mamá —le dijo Erika que se había situado a su lado sin que se
diera cuenta.
—Ah… el aniversario…
—Del invierno pasado… —Hizo una pequeña pausa antes de continuar—: Seguro que pronto lo
recuerdas todo, Jorge.
—Claro —repuso con una rápida sonrisa.
Intentando ignorar la mirada preocupada de su hermana, se encerró en el baño y se aproximó al
lavabo. Abrió el grifo y se lavó las manos y la cara con agua fría.
El espejo le devolvió su imagen. Todavía no terminaba de acostumbrarse a su propio reflejo y no
porque hubiese cambiado demasiado —su aspecto físico era similar al de hacía dos años, solo
llevaba el cabello más largo—, pero había algo diferente en él que no era capaz de entender. Quizá
había visto y vivido experiencias que le habían marcado de algún modo durante ese tiempo que se
escapaba a sus recuerdos.
Bajó los párpados y respiró hondo. La opresión que comenzaba a sentir en el pecho era un
indicador de que la ansiedad se despertaba en él.
Las palabras que le había dicho el neurólogo antes de abandonar el hospital acudieron a su mente.
Intenta llenar los agujeros. Tienes que estar abierto a poder recordar. No te cierres a ello.
No era tarea fácil. Cuando se forzaba a hacerlo, la sensación que le acometía le suscitaba un
hondo malestar. Era como cuando uno tenía una palabra en la punta de la lengua, pero era incapaz
de recordarla correctamente, solo que multiplicado por mil. Era angustioso.
—¿Estás bien, Jorge?
La voz de Erika al otro lado de la puerta le hizo alzar la cabeza. Estaba claro que durante los
siguientes días iba a tener que ser muy paciente con su sobreprotectora familia.
—Sí. Estoy bien. Ya salgo.
Respiró un par de veces hasta serenarse lo suficiente para abrir la puerta. Se encontró con la
expresión ansiosa en la cara de su hermana.
—¿Pensabas que me habían vuelto todos los recuerdos de golpe y había sufrido un ataque o algo?
—se chanceó.
Ella liberó una risilla nerviosa.
—Qué va, hombre.
Le hizo un gesto con la mano conminándole a moverse, pero ella se quedó atrás.
—¿No vienes?
—Tengo que hacer una llamada primero. Ahora voy.
Jorge se encogió de hombros antes de darse la vuelta y dirigirse al ruidoso salón. Su padre se
había vuelto loco como de costumbre y había asaltado el equipo de música. Sonaba una canción de
los Bee Gees a toda pastilla.
Aquello le dibujó una sonrisa.
Gracias a Dios algunas cosas no cambiaban jamás.
Juls
El ahora del que Erika había hablado se había convertido en varias horas, así que cuando sonó el
teléfono y el número desconocido apareció en la pantalla le temblaban las manos de la impaciencia.
Tenía que ser Erika. Solo podía ser ella.
—¿Sí? —respondió con el corazón queriendo salírsele por la boca.
—Hola, Juls. Soy Erika.
En cuanto escuchó su voz, le fallaron las piernas y tuvo que dejarse caer sobre el sofá del salón de
su piso, al que hacía solo una media hora que había llegado.
—¿Está bien Jorge? —preguntó con tono inquisitivo.
—Está bien. De verdad. Está muy bien.
—¿Qué es lo que ha pasado? ¿Puedo hablar con él?
Hubo una larga pausa al otro lado de la línea. Pausa que no le gustó demasiado. Algo no iba bien.
—La mañana en la que Jorge iba a ir a Madrid, tuvo un accidente —explicó Erika—. Fue un
atropello y fuga en un paso de peatones. Todavía no han encontrado al responsable. Por lo que
dicen los testigos, el coche apenas le rozó, pero tuvo la mala suerte de golpearse la cabeza contra el
bordillo al caer.
—¿La cabeza? —balbuceó.
—Sí. Sufrió una lesión, bueno, lo que los médicos llaman traumatismo craneoencefálico. Por eso
le indujeron el coma. Es normal hacerlo, nos dijeron, para que su cerebro tenga tiempo de curarse
mientras la inflamación va disminuyendo o algo así —explicó—. No se rompió ningún hueso ni
nada. Solo lo de la cabeza y algunas magulladuras sin importancia.
—¿Pero ya está bien?
—Sí. Le despertaron hace más de una semana y hoy le han dado el alta.
Juls dejó escapar un suspiro aliviado.
Jorge estaba bien. Eso era lo único que importaba.
—No había visto tu mensaje antes porque hemos estado desconectados y centrados en Jorge
—continuó Erika—. Hemos pasado más tiempo en el hospital que en casa.
Juls asintió en silencio. Sabía muy bien de lo que hablaba. Ella lo había estado experimentado en
sus propias carnes durante las últimas semanas.
—Sospechaba que algo había tenido que ocurrir cuando Jorge no contactó conmigo. No leía los
mensajes ni contestaba el teléfono. Estaba muy preocupada, la verdad.
—Jorge está bien.
Pese a que la frase resonó categórica, había algo en la voz de Erika que resultaba poco
convincente y Juls frunció el ceño con suspicacia. ¿Qué no le estaba contando?
—¿Puedo hablar con él? —insistió.
La respuesta fue un silencio largo y pesado.
—Hay algo más que tengo que decirte —dijo Erika al fin.
—¿Algo más? —Todas las alarmas se dispararon en su cabeza.
—Mira, Juls, es una mierda tener que hablar de esto por teléfono, pero creo que necesitas saberlo.
—¿Saber el qué? —Un tono histérico se deslizó en sus palabras.
Erika tardó en contestar y cuando lo hizo fue en un mero susurro.
—Jorge… ha perdido la memoria.
Juls frunció el ceño, perpleja.
—¿Quieres decir que no se acuerda del accidente?
—No solo del accidente…
—¿A qué te refieres?
—Bueno… Nos han dicho que padece amnesia retrógrada. Es un tipo de amnesia en la que se
pierde la memoria reciente.
—¿Reciente? ¿No recuerda los últimos días?
Incluso a través del auricular Juls pudo escuchar con nitidez el profundo suspiro que brotó de la
garganta de la rubia.
—No solo los últimos días. Ha perdido los recuerdos de los últimos… veintidós meses.
Se irguió en el sofá al escuchar aquello y todo su cuerpo se tensó.
—¿Veintidós meses? —repitió.
—Sí. Eso puede pasar cuando la lesión es en el hipocampo. Eso nos han dicho los médicos.
—Pero es algo pasajero, ¿no?
—Puede ser… —La vacilación era casi palpable en su tono—. Hay algunos casos de gente que
no los recupera, pero somos optimistas.
—Ya… —No sabía muy bien qué decir. Estaba desbordada por la situación—. ¿Es… es seguro?
¿Le han hecho… pruebas?
—Sí. Le han visto un neurólogo y un neuropsicólogo en el hospital. Como te digo, somos muy
optimistas. Y él está bien —se apresuró a añadir—. Es consciente de su situación y lo lleva bien.
—Pero, pero… os recuerda, ¿no? Me refiero a su familia y a sus amigos.
—Sí. Sí. Lo recuerda todo. Sabe dónde trabaja y nos conoce a todos, no ha perdido ninguna
habilidad ni tiene trastornos físicos, es solo que su último recuerdo es de hace dos años
aproximadamente.
—Vale —dijo en voz queda. Luego trago saliva con fuerza antes de hacer la pregunta que
sobrevolaba por su cabeza como un pájaro negro de mal agüero—. A mí no me recuerda, ¿verdad?
Erika guardó silencio. Un silencio que expresaba mucho más que mil palabras.
—No. No te recuerda —repuso al fin.
La mano que sujetaba el móvil empezaba a temblarle. Tuvo que ayudarse de la otra para que el
aparato no se deslizara al suelo.
Jorge se había olvidado de ella.
Cerró los ojos con fuerza hasta que se hizo daño y trató de coger aire con lentitud para no
hiperventilar.
«Vale. No te desmorones. Seguro que es momentáneo. Todo va a salir bien».
—Los médicos le han aconsejado que vuelva a sus rutinas y que trate de vivir su vida con
normalidad —continuó Erika con suavidad—. De momento está de baja, pero le han dicho que se
podrá incorporar al trabajo en cosa de un mes si todo va bien.
—Bien, bien… entonces, todo está bien…
Estaba tartamudeando. No se sentía capaz de hilar dos frases seguidas. Una tormenta de
tremendas proporciones rugía en su interior y le impedía pensar con claridad.
—Juls… Lo siento muchísimo…
—Quiero verle —articuló con un hilo de voz.
Erika soltó un suspiro ahogado.
—Mira, te entiendo perfectamente. Sé que lo que teníais era muy especial. Mi hermano estaba
muy ilusionado contigo y sé que tú también lo estabas. Era evidente. Él no paraba de hablar de ti…
¡Mierda! —exclamó—. Es una verdadera putada lo que ha pasado.
Lo era. Era una putada.
—Tenemos una cita con una psicóloga el viernes —continuó Erika—. Ha insistido en que la
familia también participe en esas reuniones para que ayudemos a Jorge con su nueva situación. Te
prometo que le preguntaré si es bueno que os veáis… o si es contraproducente. El viernes por la
noche te llamo y te cuento. ¿Te parece?
Juls gimió. ¿Tenía que esperar hasta el viernes? Era lunes y la semana se le iba a hacer eterna. No
obstante, era lo único que tenía, así que se agarró a aquella propuesta con desesperación.
—Perfecto. Me… me parece bien.
—Si quieres saber algo más o preguntarme lo que quieras, llámame. De verdad.
—Claro. Claro…
Apenas fue consciente de que Erika se despedía de ella y la comunicación se interrumpía. Estaba
demasiado confundida. Tenía tantas ganas de llorar que el simple hecho de contener las lágrimas le
ocasionaba un gran dolor en el pecho.
Se puso de pie, abandonando el móvil sobre el sofá, y anduvo hasta el balcón. Apoyó la frente
sobre el cristal templado por el sol y bajó los párpados.
Amnesia.
¿Cómo podía haber sucedido algo así? Era impensable que una cosa semejante tuviera lugar fuera
de la ficción.
¿No había una película con Channing Tatum que trataba de eso?
Era la historia de una pareja de recién casados que tenía un accidente en el que la mujer perdía la
memoria y se olvidaba de su marido. Y estaba basada en hechos reales.
¿Cómo acababa?
Ella no recuperaba los recuerdos, ¿no?
Se abrazó a sí misma al notar cómo un escalofrío le recorría la espalda. No hacía frío en su piso,
pero ella estaba helada.
Su mirada se posó sobre la postal que Jorge le había enviado poco después de que ella
abandonase Benidorm. La había sujetado con una pinza a un extremo de la larga estantería que
ocupaba la pared principal del salón. Mostraba el curioso skyline de la ciudad y justo debajo de la
foto, en color blanco, la leyenda decía: Benidorm te espera.
No le hacía falta cogerla y darle la vuelta para saber lo que ponía detrás. Había leído la frase
escrita por Jorge con trazos firmes en innumerables ocasiones.
Pasa de lo que ponga en el frontal, el que te espera en Benidorm soy yo, preciosa.
Recordó la ilusión que le hizo recibirla.
Gimió y cerró los ojos con fuerza.
¿Y si Jorge nunca recuperaba la memoria? ¿Y si jamás volvía a recordarla?
«No seas tan negativa», se amonestó. «Erika te ha dicho que podría ser pasajero».
Eso era. Tenía que mantener la esperanza. Quizá en unos pocos días todo se arreglase. Quizá,
incluso antes del viernes, Jorge recuperara sus recuerdos y contactase con ella.
Su móvil comenzó a sonar de nuevo.
¡Erika!
En su prisa por ir a buscarlo, se giró con tanta brusquedad que estuvo a punto de tropezar con
sus propios pies.
El nombre de su hermano se mostró en la pantalla.
Sabía por qué la llamaba. Su conversación en la cafetería del hospital había quedado inconclusa y
era consciente de que él estaba preocupado por ella. No habían podido hablar mucho porque su
madre fue a buscarlos para informarles de que su padre había recibido el alta y de que podían
marcharse a casa.
Terminó por cortar la comunicación con una leve sensación de culpabilidad. No obstante, se
apresuró a mandarle un wasap.
Estoy ocupada. Ahora te llamo.
En cualquier otro momento hubiera ansiado hablar con él y contarle todo lo que estaba
sucediendo, pero no en ese instante. Se sentía descentrada y tenía la cabeza llena de pensamientos
caóticos. Necesitaba ordenarlos antes de poder expresar en voz alta lo que sentía.
Volvió a dejar el móvil sobre el sofá y se quedó cabizbaja e inmóvil en medio del salón sin saber
muy bien qué hacer.
Jorge no la recordaba.
Y ella sentía que estaba más enamorada de él que nunca.
Capítulo 23
Juls
Se paseó por el piso muy inquieta, mirando el reloj de vez en cuando y soltando suspiros
impacientes. Había deshecho el equipaje y se había cambiado de ropa veinte veces, insegura con su
aspecto. ¿Pantalones o falda? ¿Camisa de flores o lisa? ¿Chaqueta de paño o cazadora vaquera? Al
final se decidió por unos tejanos negros, sus Converse blancas, una camiseta de cuello alto de color
rojo y una cazadora vaquera con adornos plateados.
Erika había quedado en ir a recogerla a las cuatro y ya eran menos cinco.
El viernes por la noche, después de pasarse toda la semana angustiada, recibió la ansiada llamada.
La psicóloga había dado el visto bueno a un encuentro entre ella y Jorge. Solo les pidió que no
forzasen la situación y que dejaran fluir los acontecimientos, pero les aseguró que era bueno que
Jorge se viera confrontado con sus vivencias del pasado; eso podía ayudar a que sus recuerdos
volviesen a él.
Apenas veinticuatro horas después de haber recibido la noticia, Juls ya había preparado su viaje
relámpago a Benidorm. Envió a su editora unos artículos que tenía pendientes, habló con Mariu y le
pidió las llaves del piso de sus padres, que esta le dio encantada, y se lo contó también a su hermano,
que le ofreció su coche para que no tuviera que ir en autobús.
Había llegado a la costa hacía unas horas y la espera se le estaba haciendo eterna.
Iba a ver a Jorge.
Casi no podía creerlo.
Era domingo y, como todos los domingos, los Alba se reunían en la casa familiar. Erika había
pensado que era una buena idea que Juls también estuviera presente. Si Jorge no era capaz de
recordarla, la presentaría como una amiga suya.
Juls estaba histérica.
No se había atrevido a decírselo a nadie para no crearse falsas expectativas, pero, en secreto, tenía
la esperanza de que él la viera y la recordase de inmediato. Una historia de amor tan bonita como la
suya no podía haber desaparecido del todo. Aunque él no se acordase de la persona, tenía que sentir
algo en su interior al encontrarse con ella. Los sentimientos tenían que seguir ahí, ¿no?
Ese era su gran anhelo.
Pero una vocecita interior se empeñaba en machacarla constantemente. ¿Y si no la recordaba? ¿Y
si la miraba con indiferencia?
Probablemente, si eso sucedía, se echaría a llorar.
El sonido del timbre del portero automático la sobresaltó.
Con las piernas gelatinosas, se acercó al aparato.
—¿Sí?
—Soy Erika. ¿Bajas?
—Sí.
Cogió la mochila de la mesita que había en la entrada y respiró hondo.
La suerte estaba echada.
Bajó los escalones con rapidez, casi sin darse cuenta de que iba conteniendo la respiración.
Cuando llegó al portal, se detuvo y trató de insuflarse ánimos. A través del cristal de la puerta pudo
vislumbrar la silueta de Erika. Estaba de espaldas y llevaba unos vaqueros y una cazadora de cuero
negro. Su melena dorada reposaba suelta sobre sus hombros.
—Hola —la saludó con inseguridad nada más abrir la hoja metálica.
Erika se dio la vuelta y la miró con sus preciosos ojos azules tan diferentes a los de su hermano.
—Juls —repuso con una mezcla de simpatía y ternura. Acto seguido, la abrazó con fuerza.
Juls no lo esperaba y quizá por eso se le formó un nudo en la garganta al sentir los brazos de la
otra estrechándola. Eran ambas de la misma estatura y complexión, pero ella se sintió pequeñita e
indefensa en ese abrazo.
—Joder, cuánto lo siento…
No pudo pronunciar palabra. Sabía que si lo hacía rompería a llorar. Se apartó a duras penas. Los
ojos de Erika también se habían llenado de lágrimas, como los suyos.
—¿Qué tal el viaje? —le preguntó al tiempo que daba un paso atrás.
—Bien. El coche de mi hermano es maravilloso.
Era un BMW X5. A ella no le gustaba demasiado conducir y no solía hacerlo, pero con un coche
así incluso el viaje más largo resultaba cómodo.
—¿Estás nerviosa?
—Sí.
Erika le cogió la mano y se la apretó ligeramente, gesto que Juls agradeció.
—¿Có… cómo está? —le preguntó con un hilo de voz.
—Está muy bien. Quitando algún dolor de cabeza que otro, está bien. Empezó la terapia el
viernes y parece muy animado.
—¿Sigue sin recordar nada…?
—Sí —contestó Erika.
Juls tragó saliva y asintió. Lo había esperado.
—Como ya te dije por teléfono, la psicóloga dice que debemos tener paciencia y seguir su ritmo.
—¿Jorge sabe que habéis hablado de mí con su psicóloga?
—No. Él no estaba presente cuando reunió a la familia para explicarnos cómo debíamos
comportarnos.
—A lo mejor no es una buena idea que yo haya venido —susurró.
—O sí. Vamos a verlo —la animó Erika, agarrándola del brazo—. He aparcado en la calle de al
lado. Ven, vamos.
Se pusieron en movimiento una al lado de la otra, acompasando sus andares.
Cuando giraron la esquina y Juls vio el vehículo que había junto a la acera, se le aceleró el
corazón. Era inconfundible.
El Nissan Patrol de Jorge.
Una maldición ahogada brotó de su boca cuando cientos de imágenes de momentos compartidos
en aquel coche ocuparon su cabeza.
—¡Mierda! —balbuceó al darse cuenta de que sus ojos volvían a humedecerse.
—¿Estás bien?
Clavó la mirada en la de la rubia y simuló neutralidad. No podía desplomarse cada cinco minutos,
se dijo. Tenía que ser fuerte.
—Sí. Estoy bien —articuló.
—Como Jorge no puede conducir, me he adueñado de Turbo. He pensado que sería mejor que
venir a buscarte en mi moto.
Escuchó la explicación con la cara acartonada por una fingida sonrisa, sin decir nada.
—¿Tus padres saben que voy? —inquirió una vez que se acomodaron en el interior.
—Sí. Y mis hermanos también.
—¿Quién más está?
—Solo la familia e Iván, el amigo de Lukas. Creo que Dani y Rafa iban a pasarse más tarde. Nadie
más.
Juls se sintió aliviada. Lo último que deseaba era que la amiga de Erika, la tal Bea, también
estuviese presente. Cuantas menos personas fueran testigos de aquel encuentro, mucho mejor.
—¿Qué es lo que sabe Jorge?
—Le he dicho que iba a buscar a una amiga. Y nada más.
Erika conducía de un modo similar al de su hermano. Lo hacía deprisa y con fluidez, cambiando
de marchas con mucha seguridad. Se notaba que disfrutaba de la conducción y no tardaron
demasiado en llegar a la urbanización en la que se encontraba el chalet de los Alba. El trayecto le
resultó muy corto a Juls que tenía la mente en otro sitio. No paraba de imaginarse cómo sería el
reencuentro. Cuanto menos tiempo faltaba para que Jorge y ella se vieran las caras, más agitada se
sentía.
Una vez que el coche se detuvo frente al portón metálico y Juls descendió de él, se percató del
calor que hacía. El tiempo era espléndido para encontrarse casi a mediados de diciembre. Se despojó
de la cazadora y se la ató a la cintura con movimientos bruscos.
Erika le dio un rápido abrazo que pretendía ser tranquilizador, al que Juls no se vio capaz de
corresponder porque estaba paralizada.
«Cálmate», le dijo una voz interior llena de sabiduría.
Imposible.
Se obligó a poner un pie delante del otro y a seguir a Erika al interior de la casa. Mientras
cruzaban el caminito de grava, pudo escuchar la música y las conversaciones que provenían del
jardín.
La sangre comenzó a fluir a toda velocidad por sus venas.
Estaba a punto de verle.
Atravesaron el salón y salieron al exterior.
Una conocida canción de Bon Jovi sonaba en el equipo de música.
Había dos grupos de personas. En uno de ellos, cerca de la plataforma de madera, se encontraba
la madre de Jorge con Lukas y su amigo. En el otro, más cerca de la piscina, estaban Tony Alba,
Diego y el propio Jorge. Este último tenía la espalda girada hacia la casa y no se percató de su
llegada.
Anna Schwarz fue la primera en darse cuenta de que habían llegado y les hizo un gesto. Juls
apenas si fue consciente de la sonrisa alentadora que le dirigió. Solo tenía ojos para Jorge.
Su amplia espalda estaba cubierta por un polo de color gris oscuro y sus piernas, enfundadas en
unos vaqueros azules. Se mantenía erguido y se reía de algo que su hermano acababa de contarle.
Su risa…
Juls sintió una dolorosa punzada en el centro del pecho.
La mano de Erika se enroscó en torno a su muñeca y tiró de ella. Con el abdomen acalambrado,
se dejó conducir hasta él.
Podía sentir los ojos de todos los allí presentes sobre su persona. Las conversaciones murieron y
el silencio se impuso, solo interrumpido por los últimos acordes del tema que terminaba.
Todo parecía transcurrir a cámara lenta. Hasta la brisa semejaba haberse detenido. Solo el
corazón de Juls bombeaba sangre a más velocidad de lo habitual. Bum bum bum resonaba como un
eco ensordecedor en sus oídos.
Jorge, como si se hubiera dado cuenta del cambio en el ambiente, se dio la vuelta. Una sonrisa
agradable rizaba sus labios.
Un hormigueo recorrió el cuerpo de Juls y la respiración se le atascó en la garganta.
—Jorge, esta es Juls —la presentó Erika con un suave carraspeo.
Él la miró. Su expresión no se alteró ni un milímetro.
—Encantado.
Era su voz cálida y ronca…
Era su voz… indiferente.
Las piernas de Juls se convirtieron en gelatina y su rostro empalideció.
El mundo se derrumbó sobre sus hombros.
No la había reconocido.
Jorge
Tenía un incipiente dolor de cabeza y solo quería largarse a su habitación, tumbarse en la cama y
cerrar los ojos, pero no deseaba hacerle un feo a su familia que tanto se esforzaba por que se sintiese
a gusto, así que se armó de paciencia, se tomó un potente analgésico y le pidió a su padre que bajara
la música a un volumen apto para humanos. Esperaba que aquello fuera suficiente y que el dolor no
derivase en una de las fuertes migrañas que padecía últimamente.
Aprovechó un momento en el que todo el mundo parecía distraído para buscar solaz en una de
las tumbonas más alejadas. Tomó asiento y le dio un largo trago a la botella de agua que llevaba en la
mano mientras su mirada paseaba por el jardín.
Sonrió condescendiente al contemplar a su familia.
Hacía casi una semana desde que le habían dado el alta y todavía seguían tratándole como si fuera
de cristal y pudiera romperse. No dejaban que se esforzara de ninguna manera. Sabía que lo hacían
con buena intención y lo aceptaba, pese a que le resultaba irritante. Todos estaban pendientes de su
bienestar; le preparaban el desayuno, la comida y la cena y ni siquiera le dejaban acercarse a la cocina
a ayudar. Si tenía ganas de pasear, alguno de ellos siempre estaba a su lado. Si quería hacer deporte o
salir a correr, siempre llevaba a Lukas detrás. El día anterior, quiso bajar a Benidorm a comprar algo
de ropa y, rápidamente, Diego —que odiaba ir de compras— se apuntó a acompañarle. Era como si
se turnaran para que no estuviera solo jamás.
Y todavía le quedaba un mes más de aguantar esa sobreprotección.
Anhelaba que pasara el tiempo deprisa y que los médicos le levantasen la prohibición de conducir
o ir a trabajar. Necesitaba su independencia. Sobre todo, porque —exceptuando cierta confusión—
se sentía bien. Deseaba recuperar sus rutinas.
Hacía dos días había acudido a la consulta de la psicóloga por primera vez. La doctora Carmena
resultó ser una mujer joven y de carácter enérgico. Lo primero que hizo, después de presentarse,
revisar sus informes médicos y plantearle unas cuantas preguntas de carácter personal, fue ponerle
sobre aviso de que ella no podía devolverle la memoria, pero sí podía ayudarle a gestionar sus
cambios de humor y a aceptar y entender su nueva situación, ya recuperase los recuerdos o no.
Le recomendó que hablase con su familia y amigos sobre las experiencias vividas junto a ellos en
el periodo de tiempo que había olvidado, o que viera fotos. Algo que quizá podría servirle como
terapia de choque. No le prometía que nada de eso fuera a devolverle los recuerdos, pero podría
actuar como detonante para despertar su adormecida memoria.
No obstante, también le aconsejó que no se centrase solo en el pasado, ya que podría suponerle
un estancamiento, y que se enfocase en el presente y en el futuro. Que hiciera planes, de cualquier
índole. Que viviera.
Jorge salió de la sesión con una actitud muy positiva, decidido a que su pérdida de memoria no le
condicionara y a llevar una vida normal, si bien era cierto que ya se había visto obligado a hacer
algunas concesiones. A veces, cuando se forzaba a recordar, una sensación de vacío se instalaba en
su interior y le provocaba ansiedad. Por recomendación del médico, había comenzado a tomar
ansiolíticos, aunque lo hacía a regañadientes. No quería depender demasiado de las pastillas.
Desde el otro lado del jardín, su hermana le saludó con la mano. Él respondió alzando la botella
de agua. Después, sus ojos se posaron sobre su amiga. Juls, había dicho Erika que se llamaba.
Suponía que aquel sería un diminutivo de otro nombre, quizá Julia. Era una chica no muy alta y de
complexión esbelta. Con el cabello rubio cortito y cara algo traviesa en la que predominaban unos
bonitos ojos castaños y unos labios gruesos curvados hacia arriba. Muy sugerentes.
Era guapa.
Le recordó a Campanilla, el hada de Peter Pan.
La contempló durante unos segundos más con el ceño fruncido, aprovechando que le daba la
espalda mientras conversaba con su hermano Diego.
Había algo raro en ella.
Mejor dicho, él se sentía extraño en su presencia.
Era quizá por la forma en que le miró cuando los presentaron, con enorme intensidad, como si
estuviese esperando algo de él. O el modo en que parecía rehuirle cada vez que sus ojos se cruzaban.
Llevaba toda la tarde esquivándole. Hablaba con todos los miembros de su familia con afecto y estos
parecían corresponderle de igual manera. A él, por el contrario, le ignoraba flagrantemente.
¿Desde cuándo era amiga de Erika? Tenía que serlo desde hacía tiempo para que toda su familia
estuviera tan volcada con ella. Hasta el frío e inalterable Diego la trataba con suma simpatía.
Al menos, su presencia no era tan molesta como la de Bea. Se alegraba de que Erika no la hubiera
invitado aquella tarde. De haberlo hecho, él no habría podido estar tan tranquilo; Bea era demasiado
irritante y pesada.
Volvió a beber un trago de agua y compuso un gesto. Lo que daría por una buena cerveza
alemana. Pero le habían prohibido probar el alcohol hasta nueva orden.
Lukas se acercó a él y se dejó caer a su lado en la tumbona. Luego le pasó un brazo por encima
de los hombros de modo paternalista.
—¿Estás bien?
Jorge puso los ojos en blanco. Incluso el benjamín de la familia le trataba como si fuera un
enfermo.
—Estoy genial. Por favor, como sigáis así me voy a largar de aquí.
—No sé por qué dices eso.
Le miró con una ceja arqueada y Lukas tuvo la decencia de sonrojarse avergonzado.
—Tío, entiende que estemos preocupados —masculló, apartando el brazo.
—Lo entiendo, pero no soy un anciano con alzhéimer ni un bebé que no pueda expresarse si se
encuentra mal.
—Ya…
Hubo un silencio entre ambos antes de que Jorge decidiese cambiar de tema.
—Esa chica, ¿desde cuándo son amigas Erika y ella? —preguntó al tiempo que su mirada volvía
hacia la joven de pelo corto.
Lukas se puso de pie con precipitación, sorprendiéndole.
—Eh, desde hace un tiempo… —respondió con vaguedad.
—Pero ya ha estado más veces aquí, ¿no? Lo digo porque parece que se lleva bien con papá y
mamá. Bueno, con todos, en realidad.
—Sí. Ha estado más veces aquí… ¿Quieres más agua? ¿Te traigo otra botella?
Jorge le ojeó curioso. De repente parecía muy nervioso.
—No quiero más agua, gracias.
En ese instante sonó el timbre de la puerta y Lukas se alejó a toda velocidad. Desapareció en el
interior de la vivienda, pero solo tardó unos segundos en regresar, acompañado por Dani y Rafa.
Jorge se incorporó sonriendo. Ya había visto a sus amigos hacía unos días, no obstante, su
presencia era más que bienvenida. Ellos no le trataban como si estuviera convaleciente. Los vio
saludar a su familia y se sorprendió cuando ambos se acercaron a Juls y le dieron un caluroso abrazo.
—¿Qué pasa, Jordi Alba? Tienes buen aspecto. —Rafa se aproximó y le palmeó en la espalda con
entusiasmo.
—Mejor que el tuyo seguro —repuso.
—No me hables, que anoche salí con compañeros del trabajo y terminamos a las tantas —bufó.
—Estás mayor, Nadal —se burló.
—Eso le he dicho yo —intervino Dani—. Ya no vale para trasnochar.
—Calla, capullo —le cortó Rafa ofendido—. Es que mezclé bebidas.
—Excusitas de señor mayor. Mi abuelo siempre se queja de lo mismo.
Rafa cogió a Dani por el cuello y le pellizcó la nariz. Dani se vengó dándole una colleja. Jorge
soltó una breve risa al contemplarlos haciendo el imbécil. Algunas cosas no cambiaban en absoluto.
—Oye, ¿vosotros también conocéis a la amiga de mi hermana?
Rafa se le quedó mirando con mucha seriedad, pero no dijo nada. Solo le lanzó una mirada
oblicua a Dani.
—Claro. Hemos salido unas cuantas veces… con ellas —repuso este último con la voz
entrecortada.
—Es una tía muy maja —intervino Rafa con una sonrisa a todas luces falsa.
Jorge entornó los ojos. ¿Por qué reaccionaban ambos de esa manera tan singular?
No tuvo tiempo de preguntar nada más, porque pronto se enfrascaron en una conversación sobre
un problema que había tenido Rafa con unos clientes. Luego, Dani puso también su granito de arena
y les habló de su trabajo y de lo cansado que estaba de hacer noches. Jorge solo los escuchaba a
medias, su vista se había desviado hacia el otro extremo del jardín. Sus padres habían comenzado a
bailar agarrados. Lukas y su amigo Iván los jaleaban y silbaban entusiasmados.
La escena le generó una sonrisa.
De pronto, un móvil comenzó a sonar a su espalda y una conocida melodía llegó hasta él. Aguzó
el oído con curiosidad.
¡Era Nothing’s gonna stop us now de Starship! Una balada ochentera que le encantaba.
Se dio la vuelta, buscando al poseedor del teléfono y la estupefacción le invadió al percatarse de
que se trataba de Juls, que aceptó la llamada y se alejó unos pasos mientras se llevaba el aparato a la
oreja.
¿Qué probabilidades había de que una persona a la que acababa de conocer llevara una de sus
canciones favoritas como tono de llamada en el móvil? Una canción que poca gente de su edad
conocía. No era muy común encontrarla en esos tiempos.
Era insólito.
—Eh, te estoy hablando. —La insistente voz de Dani le hizo retornar a la realidad.
—Perdona, ¿qué has dicho? —Trató de concentrarse en su amigo.
—Que el fin de semana que viene vamos a organizar una comida de Navidad. Que si te apuntas.
—Claro —repuso distraído.
—Se lo podemos decir también a Óscar y a Iker.
—Como veáis.
Dani empezó a hablar de posibles restaurantes a los que ir y Jorge desconectó de nuevo. Seguía
pendiente de los movimientos de Juls, que había vuelto a guardarse el móvil y se acercaba a Erika y a
Diego para continuar hablando con ellos.
Esa chica le intrigaba.
El tiempo transcurrió muy deprisa y el crepúsculo no tardó en convertir el cielo en naranja y
violeta. El ambiente de la reunión se fue ralentizando y, poco a poco, todos buscaron asiento en las
tumbonas o en el banco que había junto a la puerta del salón mientras conversaban con tranquilidad.
Quizá fue la casualidad o quizá fue él mismo el que provocó que, poco antes de que la oscuridad
se cerniese del todo sobre el jardín, Juls y él se encontrasen a solas. Ella se acercó a la mesa para
coger una botellita de agua y él se situó a su lado, percatándose en el acto de lo menuda que era.
—Siento no acordarme de ti —le dijo en voz baja.
Ella se giró con brusquedad y, al encontrarle tan cerca, la botella estuvo a punto de deslizarse de
entre sus dedos. La rescató en el último segundo.
—Oh… no pasa… nada —logro articular.
De cerca era mucho más guapa que de lejos, constató él.
Las ganas de involucrarla en una conversación le sobrepasaron.
—¿Mi hermana y tú sois amigas desde hace mucho tiempo?
—Unos meses —murmuró.
La observó a hurtadillas. Era obvio que lo último que deseaba era quedarse allí, hablando con él.
Su incomodidad era palpable. No entendía por qué parecía tan amigable con todo el mundo y a él le
trataba con esa hostilidad.
—¿Hemos tenido algún problema tú y yo? —le preguntó de repente con el ceño fruncido.
—¡No! —exclamó ella con rapidez. Con demasiada rapidez. Y dio un paso atrás.
—¿Seguro? —continuó con escepticismo.
—Seguro.
Hubo una pausa después de eso, que él aprovechó para coger una lata de refresco y abrirla.
—Es un poco frustrante no acordarse de las cosas, ¿sabes? —admitió antes de beber un trago.
La música que sonaba de fondo se mezclaba con las conversaciones y Jorge tuvo la sensación de
que todo el mundo estaba pendiente de ellos.
Ella tardó en reaccionar. Seguía mirando en otra dirección. Desde que él se había acercado, había
evitado que sus ojos se cruzasen.
—¿Lo… llevas mal? —le preguntó al fin.
—No lo llevo muy mal, aunque a veces se me hace un poco cuesta arriba, como hoy, cuando me
presentan a gente que se supone que yo debería conocer. No sé muy bien cómo reaccionar. —Se
encogió de hombros con indiferencia—. Lo cierto es que mi vida no ha cambiado mucho en estos
últimos dos años, así que no tengo la sensación de haberme perdido muchas cosas —concluyó.
Ella bajó los párpados y acarició la botella distraídamente con la punta del dedo índice.
—¿Te… gustaría recuperar tus recuerdos?
—Por supuesto que me gustaría. Es como tener un puzle en la cabeza al que le falta una pieza.
¿Quién no querría completar el puzle? —se rio—. Pero si no sucede y la pieza nunca aparece, tendré
que seguir viviendo sin ella. Me acostumbraré.
Quizá, si no hubiese estado tan atento a sus reacciones, habría pasado por alto su repentina
palidez, pero como la observaba con fijeza se percató al instante. Perplejo, se preguntó de nuevo si
habría dicho algo ofensivo. No entendía a esa mujer. Era demasiado enigmática. Quizá fuera solo
timidez, aunque con los demás no parecía demostrarla.
—Por cierto —dijo, cambiando de tema—. Tu tono de llamada es una de mis canciones
favoritas. Soy muy fan de la música ochentera.
—Eh, sí… —balbuceó.
—Qué casualidad que nos guste la misma canción, ¿no? Es poco común.
Una mueca cargada de tristeza se reflejó entonces en las facciones de ella.
¿Por qué reaccionaba de ese modo tan peculiar?
—Sí, qué casualidad —murmuró.
Después de eso solo hubo silencio. Y Jorge se devanó la cabeza sin saber qué decir para romper
el momento embarazoso. Tenía la sensación de que, dijera lo que dijera, ella seguiría mostrándose a
disgusto.
A lo mejor nunca le había caído bien, se dijo. No solía sucederle, desde luego. Se tenía por un
tipo afable que hacía amistades con facilidad. Pero siempre había una primera vez para todo, ¿no?
—Es tarde. Me tengo que ir —dijo ella de pronto.
—Espero que volvamos a coincidir.
—Claro.
Aquellas dos últimas sílabas llegaron acompañadas de la sonrisa más falsa que hubiera visto en su
vida. Luego, ella dejó la botella sobre la mesa —que ni siquiera había abierto— y se apresuró a
alejarse.
Eso solo podía calificarse como una huida en toda regla.
«Vale. No le caes bien y punto. Acéptalo».
Era una lástima porque esa chica tenía algo que le resultaba de lo más interesante.
Le dio un trago a su refresco y se alejó hacia la tumbona donde estaban Rafa y Dani.
Capítulo 24
Juls
Creía que la tarde no se iba a acabar nunca. Aquellas cuatro horas que había pasado en el chalet se le
habían hecho interminables. Le dolía todo el cuerpo de la tensión a la que había estado sometida.
Estaba exhausta.
Hacía solo diez minutos que Erika la había dejado frente a la puerta de su edificio. Habían hecho
el trayecto desde la casa de sus padres hasta su piso en absoluto silencio, un silencio espeso y
cargado de desánimo que la hermana de Jorge trató de romper en un par de ocasiones para
trasladarle su apoyo, pero Juls no podía ni quería hablar de lo sucedido. Se despidieron con un fuerte
abrazo, unos besos y la promesa de Erika de llamarla al día siguiente para hablar.
Juls se miró al espejo que había sobre el lavabo en el baño y apenas si se reconoció. Estaba pálida
y sus ojos se mostraban opacos y sin vida.
Cuando la primera lágrima rodó por su mejilla no le pilló por sorpresa. Había estado conteniendo
el llanto desde que Jorge se plantó frente a ella y la miró como si fuera una desconocida.
Se le rompió el corazón.
Hasta el último segundo había tenido la fútil esperanza de que él la viera y la reconociese. Se
había aferrado a ese pequeño resquicio de ilusión con todas sus fuerzas.
Para nada.
Otra lágrima siguió a la primera. Y detrás de esa, otra y otra más hasta que un fuerte sollozo
sacudió su cuerpo. Sus piernas flojearon y tuvo que tomar asiento en el borde de la bañera para no
caerse al suelo desmadejada por la pena.
Todo lo que habían vivido juntos había desaparecido. Cada beso, cada caricia, cada conversación,
cada sonrisa y cada sentimiento, eclipsados.
Quizá para siempre.
Se abrazó a sí misma mientras gemía.
Fue tan extraño mirarle y ver a un desconocido.
Era Jorge y al mismo tiempo no lo era.
Su tez morena, su atractivo rostro con esos ojos color avellana, las cejas bien delineadas, la nariz
recta, su boca generosa y el mentón cubierto por una leve sombra oscura…
Todo tal cual lo recordaba.
Pero no era su Jorge.
Ni el brillo de sus iris ni el calor de su sonrisa eran los mismos.
Lo cierto es que mi vida no ha cambiado mucho en estos últimos dos años, así que no tengo la sensación de
haberme perdido muchas cosas.
Cuando sus palabras le acudieron a la memoria, se tapó la cara con las manos y los sollozos se
hicieron más fuertes.
¡Sí que había perdido algo muy importante! ¡La había perdido a ella!
El dolor en el pecho se hizo insoportable.
Se dejó llevar por la tristeza. Encorvada sobre sí misma, apoyó las manos sobre sus rodillas y fijó
la vista en el suelo de baldosas marrones. Las lágrimas cayeron sobre la tela vaquera de sus
pantalones, convirtiéndose en manchurrones oscuros que según tocaban el tejido se agrandaban y
adquirían el doble de su tamaño.
El móvil comenzó a sonar de fondo. Y hasta ella llegó sofocada la primera estrofa de su tono de
llamada.
Lookin’ in your eyes I see a paradise. This world that I found is too good to be true. Standin’ here beside you want
so much to give you this love in my heart that I’m feelin’ for you.26
¡Esa canción era de los dos! ¡Era su canción!
Pasó de cogerlo.
Alzó la cara y se golpeó el muslo con un puño, a caballo entre la desesperación y la impotencia.
Gracias a Dios, el estúpido teléfono guardó silencio por fin. Un silencio que, de pronto, le resultó
terriblemente incómodo.
Con mucha lentitud, como si arrastrase el peso del mundo sobre sus hombros, se puso de pie y se
enjugó las mejillas con la manga de su cazadora, que todavía conservaba puesta. Se dirigió al salón y,
de camino, cogió la mochila que había dejado en el suelo en el pasillo. Sacó el móvil y lo ojeó con
desidia.
Dos llamadas perdidas de su hermano.
¿Dos? ¿Tan ensimismada estaba que no se había dado cuenta de su insistencia? Suspiró. No podía
ignorarle. Tenía que devolverle la llamada. Sabía que, si no lo hacía, él se preocuparía mucho.
Respiró hondo al tiempo que se quitaba la chaqueta y tomaba asiento en el sofá. No se molestó en
encender ninguna lámpara. La luz del baño, que llegaba hasta allí difuminada por la distancia, era la
única fuente de iluminación. Suficiente.
Carraspeó, aclarándose la garganta, y llamó a Félix.
—¿Estás bien?
Pese a que su tono era sereno y firme, pudo detectar una inflexión de preocupación en su voz.
—Estoy bien.
—Vale, y ahora la verdad.
¿La verdad? Se hundió en el sofá y se hizo pequeñita.
—No me ha reconocido… —gimoteó.
Se escuchó un exabrupto ahogado al otro lado de la línea.
—Cuéntamelo todo —dijo al cabo de unos segundos.
—Ha sido muy extraño —suspiró—. Su hermana ha venido a buscarme y hemos ido a la casa de
sus padres. Estaba toda la familia y se han portado todos muy bien conmigo… —se detuvo y cogió
aire antes de continuar—. Te juro que me temblaba todo el cuerpo cuando nos hemos acercado a
saludarle. Casi no podía respirar… —se le quebró la voz—. Creo que no voy a olvidar ese momento
jamás. Se ha girado y me ha mirado y… me ha sonreído… y me ha dicho: encantado. Y se notaba que
no sabía quién era yo. Y yo… me estaba muriendo por dentro, Félix. —Emitió un sollozo, pero
trató de apagarlo, llevándose el puño a boca—. Te prometo que nunca me había sentido más sola en
mi vida…
—Joder, peque…
—Me he pasado toda la tarde rehuyéndole porque no sabía cómo enfrentarme a él. Estaba segura
de que, si me acercaba, rompería a llorar. Ha sido al final, cuando hemos intercambiado unas
palabras —continuó—. Me ha dicho que si no recupera sus recuerdos no pasa nada, que no se va a
comer la cabeza y que va a seguir viviendo. La verdad es que cada frase que salía de su boca me
partía el corazón. —Hizo una pausa—. Y ha habido un episodio horrible en que me ha sonado el
móvil porque me ha llamado Mariu y… y él se me ha acercado y me ha dicho que le parecía insólito
que yo tuviera esa melodía como tono de llamada, que era un tema que le encantaba… —balbuceó
entre lágrimas—. Joder, Félix, es que es nuestra canción… ¿sabes? Es la canción que él eligió para
los dos…
—Juls…
—Y está… tan guapo como siempre —le interrumpió—. Y parece feliz… Y no se acuerda de mí.
He… he desaparecido de su memoria… y de su vida… —Se rompió del todo y un llanto silencioso
la sacudió.
—Joder, Juls, no me gusta nada escucharte así. ¿Estás sola ahora? —preguntó él.
—Sí.
—Dame la dirección y voy para allá —habló con determinación.
—¡No! —protestó, irguiéndose.
No era la primera vez que él insistía en estar a su lado. Cuando le contó que iba a ir a Benidorm,
él se ofreció a ir con ella, pero lo rechazó categóricamente. Félix ya tenía bastante con ocuparse de
su negocio.
—Puedo con esto —prosiguió, tragándose las lágrimas—. De verdad. Solo necesitaba contárselo
a alguien. Desahogarme. Pero… puedo con ello.
—No quiero que estés sola, Juls.
—Confía en mí —dijo e hizo de tripas corazón, imprimiendo serenidad a su voz—. Además, sé
lo atareado que estás. Me sentiría horrible si ahora lo dejases todo y vinieras. En realidad, creo que
mañana volveré a Madrid. Aquí no pinto nada.
Le dolía admitirlo, pero era la verdad.
—Es una putada lo que te está pasando, peque. No tengo palabras. ¿Qué dicen los médicos?
¿Sabes algo?
—No sé más que lo que ya te conté. Lo que me dijo Erika.
—Me parece tan descabellado. Cosas así solo pasan en las películas.
Eso mismo había pensado ella. Algo así era inimaginable en la vida real. Sin embargo, estaba
sucediendo. Le estaba pasando a ella.
Cerró los ojos, cercenada por la tristeza, pero tragó saliva y se forzó a guardar la compostura. No
quería que su hermano se preocupara todavía más por ella.
—Mañana te llamo y te cuento lo que decida. Ahora estoy agotada y solo me apetece irme a la
cama.
—Está bien —repuso él con reticencia—. Sabes que puedes llamarme siempre, peque. Da igual la
hora. Hazlo.
Prometiendo hacerlo, se despidió y cortó la comunicación. Luego, dejó el móvil en la mesita que
había frente al sofá. Le había prometido a Mariu que la llamaría, pero no tenía ganas.
Su hermano era maravilloso. Se sentía muy afortunada de poder contar con él. Siempre estaba ahí
cuando lo necesitaba. Sabía que solo tenía que haber dicho sí y él se habría presentado en Benidorm
en unas horas. Félix era así. No obstante, pese a que hablar con él le había resultado reconfortante,
deseaba estar sola. Lo necesitaba para poder ordenar sus pensamientos y tomar una decisión.
Se tumbó, apoyando la cabeza sobre uno de los cojines de flores, y fijó la vista en el oscuro techo,
barajando sus posibilidades.
Podía quedarse unos días más e intentar ver a Jorge otra vez. Quizá un nuevo encuentro se
desarrollase de otra manera. Algún recuerdo podía acudir a él cuando se viesen. Todo era posible,
¿no?
«Vuelves a hacerte ilusiones estúpidas», le dijo una vocecita muy lógica.
Suspiró.
También podía regresar a Madrid y aguardar los acontecimientos. Quizá él recuperase sus
recuerdos en unos días o en unas semanas. Y cuando lo hiciera, contactaría con ella, sin dudarlo.
«¿Y si no lo hace? ¿Y si no recobra la memoria?», volvió a manifestarse la misma voz.
¡No podía pensar eso!
Tenía que creer que él sí volvería a recordarla. Quizá llevara algo más de tiempo, pero la
recordaría, se dijo. Jorge se acordaría de su historia. ¡Una historia tan especial no podía desaparecer
sin dejar rastro!
—Ah, Jorge…
El nombre abandonó su boca con un gemido ahogado.
Se acurrucó en el sofá, sintiéndose la persona más diminuta del planeta, y se cubrió la cara con las
manos. Le ardían los ojos y sabía que iba a comenzar a llorar de nuevo. Hacía un siglo que no lloraba
tanto. No solía hacerlo.
Pero se sentía tan miserable…
Pronto, las lágrimas corrieron sin control por sus mejillas.
Jorge
Hacía tiempo que todos se habían marchado y solo Diego y él seguían sentados en una de las
tumbonas del jardín. Su hermano se acababa de abrir una cerveza y él continuaba con otro de los
aburridos refrescos.
La noche había caído y el cielo se mostraba oscuro y libre de nubes. Multitud de estrellas titilaban
en él. Pese a que el mes de diciembre se hallaba en su ecuador no hacía demasiado frío para esa
época del año y ambos se encontraban en mangas de camisa.
Hacía al menos diez minutos que ninguno de los dos pronunciaba palabra. El silencio solo se veía
interrumpido por el apagado sonido de la televisión que llegaba desde dentro de la casa.
Jorge observó a su hermano de reojo. Diego tenía una expresión meditabunda en el semblante y
semejaba estar muy lejos de allí en ese momento. Se preguntó qué estaría barruntando. Solía ser
bastante hermético, si bien con él tenía mucha confianza. Al menos así había sido antes. ¿Habrían
cambiado las cosas entre ellos?
Era una mierda no poder recordar.
—Oye, Diego —comenzó—. Nosotros siempre hemos tenido una buena relación… —se detuvo
porque no tenía ni idea de cómo continuar.
Su hermano le miró con el ceño fruncido.
—Claro —asintió. Su perplejidad era notoria.
Jorge resopló. A veces le resultaba muy complicado trasladar a palabras lo que tenía en la mente.
Era quizá porque no terminaba de comprender ese vacío que había en su cerebro. De algún modo,
todos habían avanzado menos él. Y era muy consciente de ello, sobre todo en días como ese en el
que la familia y los amigos se reunían y hablaban de sucesos que le eran ajenos, aunque había estado
presente. Aquello le causaba una inseguridad que no le gustaba ni un ápice.
—¿Estás bien? —La voz de Diego llegó hasta él.
—Joder, no empieces tú también —protestó, alzando una mano con exasperación—. Estoy bien.
Es solo que todo esto es un poco confuso.
—¿Cuándo tienes otra cita con la psicóloga?
—El jueves.
—Coméntaselo.
Asintió y volvió a llevarse la lata de refresco a la boca. Dio un buen sorbo.
—Lo haré —terminó por decir.
Pasaron un par de minutos en los que ninguno dijo nada. La conocida música de un anuncio de
perfume que provenía de la tele llegó hasta ellos.
—¿Por qué has dicho eso de que si teníamos una buena relación? —preguntó Diego al cabo de
un lapso de tiempo.
—Es una tontería. —Se encogió de hombros—. Pero el tener este puñetero agujero en la
memoria me hace sentir extraño. Te estaba mirando y te he visto muy serio y pensativo y me he
preguntado si todavía seguiríamos teniendo la misma confianza el uno en el otro. —Hizo una breve
pausa—. No me hagas mucho caso. Sé que si las cosas hubieran cambiado mucho entre nosotros me
lo habrías dicho.
Aunque intentó pronunciar la última frase con firmeza, esta abandonó su boca con una
entonación dubitativa que no le gustó mucho. Demasiada vulnerabilidad.
—Nada ha cambiado entre nosotros, Jorge —le tranquilizó Diego—. Seguimos igual de unidos y
seguimos contándonos nuestras cosas. Bueno, tú hablas bastante más que yo. Ya sabes que a mí
siempre me ha costado más abrirme, aunque si lo hago, es contigo. Eres mi persona de confianza.
Lo sigues siendo.
Jorge le lanzó una fugaz sonrisa aliviada.
—¿Por qué estabas tan callado? Parecías preocupado por algo.
Diego bajó la barbilla y se concentró en el césped. Suspiró fatigado.
—Poco antes de tu accidente me preguntaste lo mismo y yo te esquivé, ¿sabes? —reconoció sin
alzar la vista—. Te dije que tenía un problema sentimental, pero no profundicé.
—¿Y vas a profundizar ahora?
—Creo que no —dijo con una sonrisa displicente.
—Capullo —comentó Jorge y le pegó un suave puñetazo en el hombro.
—La verdad es que me he enamorado de la persona equivocada y no sé muy bien qué va a salir
de todo esto —admitió, justo antes de llevarse la cerveza a la boca.
Jorge le miró con insistencia, tratando de extraer más información de su rostro, sin éxito.
—¿Puede ser que te hayas enamorado de un hetero? —tanteó.
—Puede ser.
—Joder…
—Exacto. Joder.
—¿Quieres contarme algo más?
—No.
Jorge no insistió. Sabía que era inútil. Si Diego quería desahogarse con él, lo haría a su debido
tiempo.
Desvió la vista hacia el interior del chalet. Desde donde estaban sentados no podían ver gran cosa
del salón, que estaba en penumbra, solo el reflejo azulado de la televisión. Sus padres se habían ido a
la cama hacía un rato. Solo Erika y Lukas permanecían levantados, viendo una serie de Netflix.
—Jorge.
La voz de Diego le llevó a girar la cabeza.
—¿Sí?
—Espero que recuperes tus recuerdos.
—A mí también me gustaría, pero si no es así, no voy a agobiarme. Ya lo he hablado con la
psicóloga y me ha dicho que cabe la posibilidad de que no vuelvan nunca —dijo al tiempo que
chasqueaba la lengua—. Tengo que aprender a vivir con lo que me ha tocado. Si vuelven,
bienvenidos sean. Si no…, pues no… ¿De verdad me he perdido tantas cosas interesantes?
—preguntó con sorna.
Diego no reaccionó como él había esperado. En lugar de devolverle el gesto, bajó la mirada hacia
su botella. De repente, se mostraba tenso.
Jorge estudió el perfil de su hermano con suspicacia.
—¿Hay algo que no me hayáis contado? —inquirió.
Diego volvió a darle un trago a su cerveza. Evitaba mirarle.
—Vale —masculló Jorge—. Está claro que sí. ¿Qué es? ¿Algo muy duro?
—No. No vayas por ahí —negó—. Es… que estabas saliendo con una chica…
Jorge arrugó la frente y se pasó la mano por el mentón. Aquello sí que le acababa de descolocar.
—¿Estaba saliendo con una chica? —repitió en voz baja. Todavía no terminaba de asimilar esa
información.
—Sí.
—Bueno… Me sorprende que no me hayáis dicho nada antes.
—La doctora Carmena pensó que era mejor no presionarte con demasiada información de
primeras. Nos dijo que a lo mejor lo recordabas por ti mismo. Que te diéramos tiempo.
—Tiempo. Solo escucho eso últimamente —suspiró—. Es un poco raro todo esto.
—Lo es —le dio la razón Diego.
Jorge carraspeó y vació la lata de un último trago antes de arrugarla y dejarla sobre la tumbona, a
su lado. Se frotó las sienes con los dedos mientras trataba de ordenar sus pensamientos, pero no
pudo. Tenía la mente en blanco.
—Ni siquiera puedo decir que sea una putada haberla olvidado. A fin de cuentas, no recuerdo
nada de nada. ¿Íbamos en serio?
—Creo que sí. No hacía mucho tiempo que os conocíais, pero estabas muy entusiasmado.
Hablabas de ella todo el rato.
—¿Tú la conocías?
—Sí.
—¿Y? ¿Qué te parecía?
—Me caía bien —admitió. Se miraron durante unos segundos—. Te hacía feliz.
¡Joder!
El último recuerdo romántico que pululaba por su cabeza estaba protagonizado por Claudia el día
que fue a recogerle al aeropuerto. Se habían besado en el parking. Todavía podía recordar el beso
con nitidez, pese a que hacía casi dos años de aquello.
Para él solo hacía unos días.
¡Qué grotesco era todo!
Apartó la vista y la paseó por el jardín sin detenerla en ningún lugar en particular. Cerró los ojos
con fuerza y se agarró con las manos al borde de la tumbona mientras trataba de hacer memoria y de
concentrarse. Quizá, en algún lugar de su cerebro hubiese una mirada o una caricia especial, una risa,
alguna conversación o algo importante que le devolviera la imagen de esa chica de la que hablaba su
hermano…
Nada. No había absolutamente nada.
Podía notar cómo una fina película de transpiración cubría su frente. Su respiración se aceleró y
un nudo de grandes proporciones se formó en su estómago y fue subiendo hacia su pecho.
—¿Jorge? —Su hermano posó la mano sobre su antebrazo, provocándole un respingo.
—Estoy bien —farfulló—. Es que me he agobiado. Es la jodida ansiedad.
Se puso de pie con precipitación y se pasó las manos por el pelo, echándoselo hacia atrás. Inhaló
y exhaló, tratando de no hiperventilar.
—Joder, no quería desestabilizarte. No tenía que haberte dicho nada —musitó Diego a su lado,
incorporándose también.
—No. Has hecho lo correcto —jadeó—. Soy yo el que necesita tiempo para procesarlo. Creo que
me voy a ir a la cama, pero antes voy al baño.
—¿Te acompaño?
No quería preocupar a su hermano por lo que fingió una sonrisa que le acartonó la cara.
—Claro, y me la sujetas, también —se burló.
Diego bufó, pero no dijo nada.
Echaron a andar y abandonaron el jardín para internarse en el interior del chalet. La mortecina
luz del televisor les mostró que tanto Erika como Lukas se habían quedado dormidos en el sofá.
Jorge pudo notar los inquisitivos ojos de Diego sobre su espalda mientras se encaminaba al aseo
que había junto a la cocina. Se encerró en la pequeña estancia y apoyó la espalda contra la puerta,
cogiendo una ruda bocanada de aire y expulsándola a trompicones. No se molestó en encender la
luz; permaneció allí en penumbra e intentó hacerse dueño de su caos mental.
Recordando algunas técnicas de relajación, frunció los labios como si fuera a apagar una vela y
trató de regular su respiración, al tiempo que visualizaba una escena relajante: una playa tropical con
arena blanca y un límpido cielo azul. La brisa agitaba las copas de las palmeras y unas gaviotas
surcaban el cielo… El sol se reflejaba sobre el mar, arrancándole destellos dorados…
Inspiró y espiró profundamente unas cuantas veces.
Con mucha lentitud, empezó a notar cómo los latidos de su corazón se ralentizaban y cómo sus
pulmones tenían menos dificultad para retener el aire.
El momento crítico había pasado.
No sabía cuánto tiempo llevaba allí dentro cuando escuchó unos golpes en la puerta seguidos por
la alterada voz de su hermano.
—¿Jorge?
—Ya salgo. No te preocupes. Vete a la cama, si quieres —respondió y le sorprendió que sus
palabras se escucharan tan firmes.
Solo unos instantes después, escuchó los pasos que se alejaban. Desde que le dieran el alta, Diego
había tomado por costumbre pasar casi todas las noches en el chalet familiar y no regresar a su piso.
Abrió el grifo, introdujo las manos debajo del chorro de agua y se humedeció la cara con ellas,
agradeciendo el frescor del transparente líquido sobre su acalorada piel.
Estabas saliendo con una chica. Te hacía feliz.
¿De verdad había estado enamorado? ¿Quién era ella? ¿Cómo se habían conocido? ¿Cuánto
tiempo habían estado juntos? Y lo más importante, ¿dónde estaba ahora? ¿Por qué no había
contactado con él?
Nada tenía sentido.
Dejando escapar un suspiro frustrado, abandonó el aseo y se dirigió a su habitación. Lukas y
Erika seguían en el sofá y Diego no estaba por ninguna parte. Supuso que le habría hecho caso y se
habría ido a dormir. A fin de cuentas, al día siguiente era lunes y tenía que madrugar.
Se encerró en su cuarto, tomó asiento en el borde de la cama y trató de digerir la información que
le había caído encima de improviso. Intentó hacerse a la idea de que, supuestamente, quería a una
mujer. Una mujer de la que no se acordaba.
Aquello era una puta locura.
Se incorporó y comenzó a dar paseos por el dormitorio. No había mucho espacio, ya que sus
padres, cuando él se independizó, lo habían convertido en una especie de despacho/habitación
multiusos. Ahora, además del sofá cama, había un escritorio y diversas estanterías llenas de
archivadores y carpetas.
La curiosidad por saber algo más de esa chica hizo presa en él y estuvo tentado de ir en busca de
su hermano para interrogarle, pero se reprimió. Podía extraer información de otro sitio.
Su vista se posó sobre la mesilla. Allí, conectado al cargador, estaba su móvil.
Bueno, en realidad no era el suyo. Ese había quedado dañado en el accidente. Mientras lo
reparaban —lo habían enviado a la fábrica porque todavía estaba en garantía— estaba utilizando uno
antiguo de Lukas. Ni siquiera se había molestado en sincronizar los contactos ni en bajarse ninguna
aplicación porque era algo provisional.
Se acercó al dispositivo y lo desconectó del cable. Echó un vistazo a la galería de imágenes que,
por supuesto, estaba vacía. Después de eso, se descargó la aplicación de mensajes y espero hasta que
estuvo instalada. El teléfono le preguntó si deseaba sincronizar la cuenta y pulsó Aceptar.
Quizá tenía que haberlo hecho antes, pero demasiadas cosas ocupaban su cabeza.
El móvil comenzó a emitir pitidos según las notificaciones iban entrando. Se fueron acumulando
una tras otra hasta alcanzar la cifra de doscientas diez. Aquello le hizo suspirar. Sin embargo, no se
amilanó y empezó a cribar los textos con rapidez, ignorando los de sus amigos y compañeros de
trabajo, con los que ya había hablado. Pronto, llegó a un contacto que tenía como foto de perfil una
puesta de sol. Estaba guardado como J .
Estaba claro que era ella, solo podía ser ella.
¿J? ¿Cómo se llamaría? ¿Jimena, Julia, Jennifer, Judith…? Recordaba que en el instituto tuvo una
compañera cuyo nombre era Jessica…
Se le secó la boca y pestañeó con agitación antes de acceder a sus wasaps. Los dos últimos tenían
la fecha del día de su atropello.
Has perdido el bus?
Estoy un poco preocupada. Llámame cuando puedas.
¿El bus? ¿Qué bus?
Con la frente arrugada por la incomprensión, deslizó el dedo por la pantalla y fue leyendo los
textos. Aparentemente, ella vivía en Madrid y él había planeado ir a verla. Un viaje que quedó
truncado por su accidente.
Había muchas conversaciones entre ellos. Algunas eran cortas, apenas un par de frases que no
desvelaban demasiado de ninguno de los dos, pero otras eran extensas y llenas de comentarios
divertidos e irónicos.
Jorge se tumbó bocabajo sobre la cama y continuó indagando mientras se empapaba de la lectura,
fascinado. Era raro. Era como adentrarse en una relación de dos desconocidos. Si bien podía
reconocerse en el estilo de algunas frases que esa persona —que era él— le había dedicado a esa
chica, otras le resultaban completamente ajenas.
Buenos días, preciosa. Anoche soñé contigo y esta mañana me he despertado pensado en ti.
¿Desde cuándo era tan sentimental?
Ninguno de los dos, en ningún momento, pronunciaba la palabra amor. No se decían que se
querían. Sin embargo, muchos de los mensajes rebosaban cariño y una gran dosis de sentimiento y
pasión. Era evidente que aquellas dos personas estaban enamoradas.
Te has convertido en alguien muy importante para mí. No quiero que esto se acabe. No quiero estar sin ti.
¡Eso lo había escrito él!
Una sensación de ahogo se le formó en el pecho y tuvo que dejar el aparato a un lado mientras
cogía aire y volvía a expulsarlo con lentitud. Por más que intentaba ponerle cara a esa mujer, a esa J a
la que, indudablemente, había amado, era del todo imposible.
¡Mierda!
Irritado, se levantó y se llevó las manos a las sienes mientras sus ojos seguían clavados sobre el
teléfono.
Unos golpes en la puerta le hicieron girarse con brusquedad. Vaciló unos instantes. No quería
hablar con nadie. Necesitaba estar solo para asimilar su descubrimiento.
Los golpes se repitieron.
De dos zancadas, se acercó a la hoja de madera y la abrió.
La cara preocupada de Diego se mostró en el umbral.
—¿Todo bien?
No. No estaba bien. Estaba confundido y alterado.
—Sí —mintió—. Solo estoy algo cansado.
El escepticismo se dibujó en las facciones de su hermano.
—¿Seguro? Si quieres que hablemos de eso que hemos comentado en el jardín…
—¡No! Solo quiero acostarme, de verdad.
—Si necesitas algo…
—Lo sé —rechazó con un gesto y una sonrisa distraída—. No te preocupes y vete a la cama que
mañana tienes que madrugar.
—Vale, pero…
—Que sí. Que si te necesito, te llamaré. Hasta mañana.
Cerró la puerta y apoyó la espalda en ella. Se sentía raro. Como si su piel hubiera encogido y fuese
demasiado pequeña para contenerle. Todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo estaban activas
y electrificadas.
Jamás había experimentado algo así.
No sabía por qué le había ocultado a Diego su descubrimiento sobre J. Con toda seguridad, su
hermano sabría mucho más sobre ella y podría haberle preguntado. Pero cuando le tuvo delante, una
sensación de rechazo le embargó y le llevó a guardar silencio sobre lo que acababa de encontrar. No
quería hablar de ella con nadie, al menos por el momento. J era solo suya y no deseaba compartirla.
Quería descubrirla él solo.
Se frotó los ojos, tratando de comprender por qué estaba reaccionando de esa manera tan poco
propia de él, pero no halló respuesta. Tendría que consultárselo a la psicóloga en su próxima cita.
Ansioso, se acercó a la cama y cogió el teléfono de nuevo, centrándose en los textos con avidez y
analizando cada palabra. J era divertida, sin duda. Tenía ingenio y muy buen humor. Se burlaba de él
constantemente y le provocaba. Y él se comportaba del mismo modo. Al llegar a un intercambio de
wasaps que se habían escrito en forma de rima, soltó una risa excitada. Los dos eran
encantadoramente absurdos y parecían estar muy compenetrados.
Le gustaba aquella desconocida.
Descubrió que la relación, si bien intensa, fue muy breve. Habían estado juntos unas seis
semanas, de las cuales solo se vieron quince días. Resultaba curioso que hubieran profundizado tanto
y estuviesen tan locos el uno por el otro en un espacio tan corto de tiempo.
Lamentablemente no había ninguna imagen de ella. Encontró un par de archivos, pero cuando
intentó abrirlos, no pudo. Debían de estar almacenados en su otro móvil, pero hasta dentro de unos
días no podría recuperarlo.
Se tiró sobre el colchón y trató de imaginársela. ¿Qué aspecto tendría? ¿Sería rubia o morena?
¿Delgada o rellenita? ¿Alta o baja? ¿De qué color tendría los ojos?
La opresiva muralla de oscuridad que se alzaba ante él cada vez que intentaba arañar su memoria
en busca de algún recuerdo perdido le impidió ver nada.
Era insoportable y muy exasperante.
Mientras aferraba el teléfono con fuerza contra su pecho, elevó los párpados y extravió la mirada
en algún lugar de la pared.
Había una cosa de la que sí estaba convencido.
J tenía que sonreír con frecuencia.
Estaba seguro.
«Ahora tienes su número. Puedes comprobarlo contactando con ella. Llámala».
El corazón comenzó a latirle con fuerza cuando aquel pensamiento acudió a su mente.
¿Contactar con ella? Pero ¿qué podía decirle?
Hola, soy Jorge, el hombre con el que tienes una relación. Sí, ya sé que nos amábamos, pero me he olvidado de ti.
Resopló. Aquello no tenía ni pies ni cabeza.
¿Y si la veía y no sentía nada? O… peor todavía, ¿y si se encontraba con ella y descubría que no le
gustaba en absoluto?
¡Joder! ¡Qué complicado era todo!
Se irguió en la cama y se echó hacia atrás para apoyar la espalda contra el cabecero. Luego volvió
a abrir la aplicación y releyó una de las conversaciones de nuevo, una que habían mantenido cuando
ella estaba ya en Madrid.
Jorge: Tengo ganas de besarte. Lo echo de menos.
J: Y yo. Tus besos son… ufff, no tengo palabras.
Jorge: Tan bueno soy?
J: Eres el mejor.
Jorge: Lo sabía.
J: Jajaja, qué creído.
Jorge: Creído no, realista, nena.
J: En este caso tengo que darte la razón. Besas de muerte.
Jorge: Qué es lo que más te gusta?
J: Que me mordisquees los labios.
Jorge: Es que es inevitable. Tus labios son impresionantes, los labios más apetecibles del universo. Mándame una
foto.
J: De mis labios?
Jorge: Sí. Bueno, no, espera y te hago una videollamada.
J: Genial.
Dejó caer el móvil sobre el colchón y terminó por llevarse el dedo índice a la boca. Se acarició los
labios con abandono.
Los labios más apetecibles del universo.
¿Cómo serían sus besos?
Capítulo 25
Juls
A pesar de que regresar a Madrid habría sido lo más sencillo, se quedó en Benidorm. Tomó la
decisión después de asegurarse de que su padre estaba bien y ni él ni su madre la necesitaban. Trató
de convencerse a sí misma de que era lo más acertado, al menos hasta que tuviese una nueva
oportunidad de volver a ver a Jorge. Sus esperanzas eran ínfimas, mas no podía rendirse con tanta
facilidad. Tenía que intentarlo otra vez.
Desde el domingo no había vuelto a dormir en condiciones. Se acostaba temprano, pero solo
podía agitarse en la cama de un lado a otro, rompiéndose la cabeza sobre cuál debía de ser su
proceder en todo ese asunto. El amanecer solía encontrarla despierta y agotada, sin haber llegado a
ninguna conclusión definitiva.
Y ya era jueves.
La hora de ver a Jorge estaba a solo diez minutos de distancia.
Fue idea de Erika el propiciar un encuentro entre ella y su hermano en esa cafetería, a la que Juls
hacía rato que había llegado. Incapaz de esperar en el apartamento, se presentó allí con una hora de
antelación, con todos los nervios del mundo alojados en su interior.
Una hora que se le había hecho eterna.
Frente a ella, sobre la mesa blanca, se podía ver una taza vacía —la del tercer café— y los restos
de una servilleta de papel, que había destrozado y convertido en cachitos. Tomar tanta cafeína fue
una idea pésima que resultó ser poco conveniente para su ya maltrecho estado de ánimo. Notaba la
respiración acelerada y su pierna derecha se movía convulsivamente.
Hizo una señal a la camarera y le pidió una botella de agua.
Sus ojos se posaron sobre el reloj que había colgado sobre la barra. ¿Solo había pasado un minuto
desde la última vez que había mirado?
Nueve minutos para las siete y media.
Durante esos cuatro de días de crispada espera, no había hecho gran cosa, limitándose a
permanecer en el piso y a indagar online sobre la pérdida de memoria. Había leído cientos de
entradas sobre la amnesia retrógrada y muchos casos de pacientes reales. Algunos habían recuperado
sus recuerdos a los pocos días o a las pocas semanas de haber sufrido un traumatismo
craneoencefálico. Aunque también se había topado con algunos artículos que hablaban de personas
que nunca habían recobrado la memoria.
Se negaba a creer que Jorge pudiera encontrarse entre esos últimos.
Habló también con Mariu, buscando información más profesional, pero su amiga resultó ser de
poca ayuda. No se había especializado en psicología clínica y no dominaba el tema. No obstante, le
proporcionó varias direcciones donde poder recabar más información. Sin embargo, después de
haberse pasado horas investigando, seguía igual de perdida que al principio. Cada caso era diferente y
tanto la evolución de una amnesia como su resolución eran algo imprevisible.
En apariencia, era una cuestión de fe.
Ella nunca había sido una mujer de fe.
La chica que atendía las mesas le trajo la botella de agua y un vaso. Juls se lo agradeció con un
gesto antes de volver a mirar la hora.
Faltaban seis minutos.
Su móvil comenzó a sonar, sobresaltándola. Echó un rápido vistazo y vio que se trataba de
Sergio. No había vuelto a saber nada de él desde aquel día en que fue a buscarla a su piso, y de eso
hacía más de un mes. Frunció el ceño, irritada, antes de desviar la llamada al buzón de voz. No tenía
ganas de hablar con su ex por mucho que hubieran hecho las paces.
Con agitación, se retocó el pelo, pasándose los dedos por el flequillo. Se había mirado al espejo
veinte veces antes de salir del piso y sabía que tenía buen aspecto. Llevaba unos vaqueros negros
muy ajustados y un jersey marrón con el cuello de pico que hacía juego con sus botas de ante. No se
había molestado en peinarse y había dejado que los cortos mechones le cayeran descuidados sobre la
frente. También se había maquillado con mucho cuidado, poniendo especial atención a la sombra de
ojos, de un sutil tono tostado que hacía que su mirada pareciese misteriosa. Al menos eso pensaba
ella.
Quería estar perfecta.
El local estaba decorado acorde a las fechas en las que se encontraban: un alto árbol de Navidad
cargado de bolas doradas adornaba el fondo y tiras de lucecitas blancas parpadeantes colgaban del
techo por todas partes. Casi todas las mesas estaban ocupadas y reinaba un agradable bullicio. Se
notaba que el establecimiento era popular, aunque no era sorprendente; sus amplios ventanales
daban directamente a la playa y se podían ver las olas rompiendo sobre la costa a unos cien metros
de distancia.
Pese a que hacía ya tiempo que había anochecido y la temperatura había descendido varios
grados, todavía había bastante gente paseando por la acera, junto al arenal. Desde donde estaba
sentada, en uno de los cómodos sofás que había en un lateral, podía atisbar toda la calle, por lo que
cuando Erika y Jorge se acercaran al local, los vería inmediatamente.
Hacía dos días que Erika le había hablado de su plan y ella estaba lo suficientemente desesperada
como para no poner ni una sola pega y aceptar participar en él. El jueves era el día en que Jorge tenía
que acudir a terapia a Alicante y su hermana, la encargada de llevarle. A la vuelta, se pasarían por la
cafetería donde los estaría esperando Juls. No tenía ni idea de qué excusa habría puesto Erika, eso lo
dejaba en sus manos.
Ella bastante tenía con respirar.
Cuatro minutos.
Erika había tratado de convencerla de que le revelase su verdadera identidad a Jorge, pero ella se
había negado con rotundidad. Lo último que deseaba era ponerle en un compromiso o
desestabilizarle. Quizá más adelante.
Desprecintó la botella de agua y vertió algo de su contenido en el vaso.
Por el rabillo del ojo distinguió un movimiento en el exterior. Era el inconfundible todoterreno
de Jorge —Turbo— que se había detenido frente a la cafetería y que daba marcha atrás para aparcar
en uno de los huecos que había al otro lado de la calzada.
Dejó la botella sobre la mesa, temiendo que el agua se le derramara, y tragó saliva con fuerza.
El momento había llegado.
Se echó hacia atrás en el sofá y terminó medio tumbada. La postura le resultó ridícula así que
volvió a erguirse al tiempo que se retorcía las manos en el regazo.
Erika era una excelente conductora y consiguió estacionar a la primera, sin hacer muchas
maniobras. La vio emerger del vehículo con sus cabellos dorados libres sobre los hombros, pero Juls
solo tenía ojos para la puerta del copiloto, que quedaba justo al otro lado. La cabeza de Jorge no
tardó en asomar por encima del techo del Patrol. Tenía el pelo algo alborotado como si se hubiera
pasado los dedos por él. Pronto, todo su cuerpo se mostró en su campo de visión.
Juls se bebió su imagen y se detuvo en su amplia sonrisa. Su hermana debía de haberle dicho algo
divertido porque la sonrisa se convirtió en una fugaz carcajada.
El calor se le concentró en el abdomen.
La risa de Jorge era simplemente maravillosa.
Vestía informalmente con vaqueros azules muy desgastados, deportivas y una cazadora marrón
de cuero con la cremallera a medio bajar por la que asomaba lo que parecía ser un polo blanco.
¿Se podía estar más guapo?
No. No se podía.
Jorge Alba era un regalo para la vista.
Los vio cruzar la calle y acercarse a la cafetería. Por primera vez, se fijó también en Erika, su
aliada, que se estaba recogiendo el pelo en una coleta mientras le daba un codazo a su hermano, que
este devolvió de modo juguetón.
Juls se preguntó qué le habría dicho para convencerle de que la acompañara hasta allí.
Cogió aire por la nariz y lo soltó por la boca.
Lo iba a averiguar en solo unos segundos.
Jorge
Juls
Cerró la puerta del piso a su espalda y dejó que la bolsa de viaje resbalara de su hombro y cayera al
suelo. Por un instante, se quedó quieta y aguzó el oído. No se oía nada. Ni un solo sonido salía del
cuarto de Sonsoles —algo insólito ya que su compañera siempre tenía la tele encendida—, por lo
que supuso que tendría turno de mañana en el trabajo.
Mejor. No quería hablar con nadie.
Arrastrando los pies, atravesó el pasillo hasta llegar al salón. Se quitó las zapatillas de un puntapié
y se tiró en el sofá con pesadez. El viaje de cinco horas en coche desde Benidorm la había dejado
exhausta. Odiaba conducir. Y mucho más hacerlo de noche. Se contorsionó para poder sacarse el
teléfono del bolsillo trasero del pantalón y redactó un wasap para su hermano.
Ya he llegado. Puedes recoger tu coche cuando quieras. Voy a estar en casa.
La respuesta apenas tardó unos segundos en llegar.
Me paso luego y como contigo.
Envió un emoji con el pulgar levantado.
Sus ojos se posaron sobre el reloj de la parte superior de la pantalla. Eran las nueve y cuarto de la
mañana. Solo hacía catorce horas que se había enfrentado a Jorge en la cafetería y, sin embargo,
parecía que hubiera transcurrido una eternidad. ¡Dios! Era agotador tener que fingir todo el rato y
mantenerse neutral cuando lo que deseaba era lanzarse a sus brazos y besarle sin mesura; tenerle tan
cerca y no poder hacerlo había sido frustrante. Ni siquiera recordaba demasiado bien qué le había
dicho, ya que estaba demasiado concentrada en leer sus expresiones y en tratar de interpretar el brillo
de sus ojos. Había respondido a sus preguntas como una autómata.
Se había hecho cachitos por dentro como si fuera de cristal cuando él habló del Mirador de la
Cruz y le recomendó que fuera a visitarlo. Las imágenes de ambos besándose justo debajo de la Cruz
acudieron raudas a ella y tuvo que tragar saliva con fuerza para no echarse a llorar. Cada frase que
salía de la boca de Jorge era una tortura: cuando hablaba de música, cuando se burlaba
preguntándole si le había visto desnudo, cuando decía que tenía la sensación de que ellos dos se
llevaban bien.
Pero nada tan aterrador como escucharle decir que tenía a otra persona en la cabeza. ¿Quién
sería? Sabía que no podía ser alguien nuevo porque Erika le dijo que apenas salía de casa. ¿Sería una
mujer de su pasado? ¿Esa ex de la que guardaba su último recuerdo? ¿Claudia?
Insoportable.
Devastada, solo le quedó huir.
Sabía que su hermana había propiciado aquel encuentro para que ellos dos pudieran hablar y se lo
agradecía de corazón, pero no pudo aguantarlo. Era demasiado triste estar junto a la persona que
uno amaba y tener que pretender que no había absolutamente nada entre ellos.
Tenía un par de wasaps de Erika en el móvil, de la noche anterior, pero se había negado a leerlos
porque su mente estaba demasiado confundida y tenía que tomar una decisión sin que los textos
pudieran influenciarla. La sensatez y su instinto de supervivencia la habían llevado a regresar a
Madrid. No había nada más que pudiera hacer en Benidorm. Nada. Forzar otra situación con Jorge
era absurdo. Él no tenía ni la menor idea de quién era y ella no podía estar a su lado simulando ser
solo una amiga porque eso la rompía en pedazos.
Se sentía impotente y muy desdichada.
Los días que habían pasado juntos se habían perdido. Habían desaparecido.
Quizá para siempre.
Ahora se arrepentía de no haberlos vivido con más intensidad.
Aovillada en el sofá, dejó que la melancolía la invadiera.
Tenía que haber reído más y con más fuerza. Haberle abrazado con más ímpetu y acariciado
durante horas, llenándose de su piel. Y, por supuesto, haberle besado con más pasión, poniendo
todo su empeño en cada roce de lenguas. Tenía que haber gritado que le amaba y que la vida sin él
no tenía sentido y haber dejado que le hiciera el amor con frenesí. Tenía que haberse hundido dentro
de él y haber dejado que él se hundiera dentro de ella… Tenía que haberse entregado más, dado más,
saboreado más. Tenía que haberle aspirado con ansia como si él fuera su oxígeno y lo necesitara para
sobrevivir.
Sí. Tenía que haber hecho más, mucho más.
Pero ya era tarde para todo eso.
Demasiado tarde.
Sollozó sin mesura con la cara enterrada en uno de los cojines. Lo hizo durante mucho tiempo,
amparada por la soledad del piso, hasta que tuvo la sensación de que no le quedaban más lágrimas
que derramar.
Se sentía vacía.
Los primeros acordes de Nothing’s gonna stop us now resonaron con fuerza en el silencioso salón.
Alzó la cara y contempló el móvil con destemplanza. Mientras alargaba la mano para coger el
aparato, se prometió en silencio que cambaría el tono de llamada.
Era Sergio.
Estuvo tentada de desviar la llamada al buzón de voz, pero en un impulso acabó por aceptarla.
—Dime, Sergio —respondió con fatiga.
—Hola, Juls.
—¿Qué quieres?
Hubo una larga pausa al otro lado de la línea.
—Puedo escuchar que no estás bien. ¿Necesitas algo?
Le entró la risa, una risa cínica y amarga.
—¿Por qué me llamas?
—Necesitaba oír tu voz. La última vez que nos vimos ya te dije que era probable que volviese a
llamarte.
—Pues ya me has llamado y me has escuchado —repuso con sequedad.
—Creo que necesitas un amigo. ¿Quieres que nos tomemos algo y me cuentas lo que te pasa?
—Tú y yo no somos amigos —rechazó.
—Tampoco somos enemigos.
—No creo que sea una buena idea quedar contigo.
—¿Por qué no? Es solo para hablar. Puedes desahogarte conmigo.
—¿Desahogarme contigo? Jamás has sido el paño de lágrimas de nadie. Creo que tienes segundas
intenciones —murmuró y se incorporó en el sofá.
—Las tengo. No lo voy a ocultar.
—No quiero nada contigo —dijo con agotamiento.
—Lo sé. Me lo dejaste muy claro. No obstante, quizá cambies de opinión en un futuro —hablaba
en tono persuasivo.
—No lo haré.
—Bueno, no pasa nada. —Hubo una breve pausa—. Estoy cerca de tu piso. Podemos vernos en
la cafetería de la última vez. Creo que te vendría bien para despejarte.
Juls se pasó una mano por la frente, titubeante. Estaba segura de que era una pésima idea
encontrarse con Sergio, pero admitía que estar sola en su piso llorando tampoco era lo mejor. Al
menos, tomarse un café con su ex le serviría de distracción.
—Vale —terminó por responder al cabo de unos segundos—. En diez minutos estoy abajo.
Cortó la comunicación y dejó el móvil sobre la mesa, pero volvió a cogerlo con celeridad y buscó
los wasaps de Erika.
Cómo ha ido todo con Jorge? Habéis podido hablar?
Llámame cuando puedas y me lo cuentas.
Decidida a ignorar el primero, se limitó a responder solo al segundo.
He regresado a Madrid. Te llamo esta tarde y hablamos.
Después de eso, accedió a las melodías y buscó en ellas hasta que encontró la que llevaba antes de
cambiarla por la de Starship. Era una antigua canción de Meat Loaf. La seleccionó y la estableció
como tono de llamada con decisión.
De ese modo, cada vez que sonara su teléfono no se hundiría en la nostalgia.
Jorge
Había madrugado y había convencido a su madre para que le acercara al centro de Benidorm.
Mientras ella se iba a hacer unas compras, él se plantó frente a la puerta del establecimiento donde
Diego llevó su móvil a reparar y aguardaba con impaciencia a que este abriese sus puertas.
Paseó la vista por la zona. Había algo de incongruente en la decoración navideña que adornaba la
mayoría de las tiendas y el caluroso tiempo que obligaba a la gente a ir de manga corta. Él mismo
solo lucía un polo; había dejado la cazadora vaquera en el coche de su madre.
Se miró el reloj por enésima vez. Eran las diez en punto.
Una joven bajita y delgada con el pelo recogido en una coleta se detuvo a su lado. Le saludó con
un gesto al tiempo que introducía la llave en la cerradura y procedía a abrir la puerta.
—Un momento mientras enciendo las luces y el ordenador —le dijo, invitándole a pasar.
Él asintió. Se dirigió hacia el escaparate y contempló los móviles allí expuestos. Le hizo gracia ver
los modernos modelos. Su mente seguía anclada en el pasado y le sorprendió la nomenclatura de
muchos de los teléfonos. La tecnología avanzaba a pasos agigantados.
—¿En qué puedo ayudarte? —le preguntó la chica.
Se acercó al mostrador.
—Me llamasteis para decirme que ya había llegado mi móvil del servicio técnico y que podía
pasar a recogerlo.
—¿Tienes el resguardo?
Se sacó del bolsillo el papel doblado en cuatro que le había dado su hermano y se lo tendió. Ella
lo ojeó antes de darse la vuelta y desaparecer en la trastienda. No tardó en regresar con una bolsa de
plástico de la que extrajo un móvil que le resultó desconocido.
—Tengo que cambiar la tarjeta, ¿no? —preguntó, mostrando el teléfono que Lukas le había
prestado.
—Lo puedo hacer por ti, si quieres.
—Sí, por favor.
Mientras la chica trasteaba con los dos aparatos, él dirigió la vista hacia la calle y hundió las
manos en los bolsillos del pantalón. Estaba nervioso.
—Ya está.
—Muchas gracias. ¿Tengo que abonar algo?
—No. El seguro que tenías cubre la reparación.
Se despidió de ella y abandonó el establecimiento con los dos teléfonos en la mano. Su vista se
posó sobre un banco de madera que había a unos metros de distancia, frente al Mercado Municipal.
Estaba libre.
Se dirigió hacia allí.
Había bastante gente por los alrededores, una mezcla de turistas extranjeros y vecinos de la
ciudad que habían acudido a hacer la compra. La calle era peatonal y estaba bordeada por comercios
y cafeterías.
Ignorando el ruido ambiental, Jorge tomó asiento, se guardó en el bolsillo el viejo móvil de Lukas
y aferró el otro con fuerza. Estaba ansioso por ponerle cara a J. Esa noche apenas había podido
dormir sabiendo que iba a descubrir más cosas de ella.
Cogió aire y encendió el aparato. Lo primero que vio fue su fondo de pantalla. Era una foto de
una servilleta de papel sobre la que había escritas —aparentemente con restos de café— dos jotas
unidas por un corazón.
—Vale —susurró—. Está claro que estaba loco por ella.
Ahora solo tenía que acceder a la galería de imágenes y buscar fotos o vídeos o lo que fuera. Se
percató de que la mano había comenzado a temblarle y la cerró en un puño antes de abrirla y pulsar
el icono correcto.
Había muchas fotos.
Una de las últimas era de Juls.
¿Juls?
Con el ceño fruncido por la perplejidad, la abrió y la amplió. Ella miraba a la cámara con una
expresión de felicidad indescriptible, con los ojos fulgurantes y una amplia sonrisa. Estaba realmente
guapa.
Los dedos comenzaron a hormiguearle cuando una sensación premonitoria encontró abrigo en su
interior.
¿Juls era J?
¡No podía ser porque sus hermanos se lo habrían dicho…!
Repasó las siguientes fotos con afán mientras los latidos de su corazón se disparaban.
Juls por todas partes.
En algunas estaba sola, en otras, acompañada por él.
Había imágenes tomadas en El Cisne —conocía bien el entorno porque había estado allí varias
veces— en las que ambos llevaban ridículos sombreros y se reían. En uno de los selfis, él lucía uno
de cowboy blanco y ella una gorra rastafari de colores y se estaban besando.
Se estaban besando.
Se llevó la mano al cuello, donde había comenzado a latirle una vena con fuerza, y trató de
asimilar toda esa información mientras seguía pasando imágenes hasta que se topó con otras de
ambos en un concierto. Era de noche y al aire libre. Pellizcó la pantalla para ver quién era el
cantante… ¡Ara Malikian!
¡Joder! ¡Ese era el concierto del que ella había hablado la tarde anterior!
Habían ido juntos.
Cerró los ojos y respiró hondo. Estaba hecho un lío.
Juls y él.
Juls era su chica. La chica de los mensajes que le tenían encandilado.
No entendía nada. ¿Por qué se lo habían ocultado? Estaba claro que toda su familia la conocía,
por eso las muestras de afecto hacia ella. ¿Y Juls? ¿Por qué ella no le había dicho nada? ¿Por qué
había fingido ser casi una desconocida para él?
Continuó pasando fotos, deteniéndose en las que aparecía ella sola y ampliándolas. Su sonrisa era
preciosa y sus ojos castaños, sumamente elocuentes.
También había unos cuantos selfis de ambos con una puesta de sol a sus espaldas. No tardó ni un
segundo en reconocer el lugar en el que se encontraban. El Mirador de la Cruz. La mortificación le
invadió al recordar cómo, la tarde anterior, le había recomendado que subiera a visitarlo y cómo ella
le dijo que ya había estado allí. Dejó escapar un gemido cargado de frustración y se echó hacia atrás
en el banco, elevando la vista al cielo azul preñado de nubes blancas.
Ahora entendía el porqué de su actitud cada vez que estaba con él.
Solo hacía unas horas había estado sentado a su lado…
¡Joder! Aquello era una locura.
No permaneció demasiado tiempo alejado de las fotos. Retornó a ellas al cabo de unos segundos
y siguió inspeccionándolas con ansia. El Jorge que aparecía junto a Juls era un Jorge diferente al que
él veía en el espejo cada mañana. El de las fotos se mostraba lleno de entusiasmo, como si fuera la
persona más feliz del mundo.
Probablemente lo era.
En realidad, ambos parecían dichosos.
Juls no se parecía en nada a la esquiva mujer con la que había coincidido el domingo y la tarde
anterior. La chica de las fotos, esa que le besaba con ímpetu y le contemplaba con admiración, estaba
colada por el chico de expresión soñadora de las imágenes.
Extravió la vista en algún punto al otro lado de la calzada. Sus pensamientos formaban una
particular mezcolanza de ideas enmarañadas.
El móvil comenzó a emitir una conocida melodía y sus ojos se abrieron desmesuradamente
mientras los posaba sobre la pantalla. Era su madre. Pero eso no era lo sorprendente, sino la
canción. ¡Era Nothing’s gonna stop us now!
—¡Joder! —masculló.
Desvió la llamada al buzón de voz y le envió un wasap a su madre para decirle que todavía no
había terminado y que la llamaría cuando acabase. No tardó en recibir un Ok por respuesta.
Así que ambos compartían el mismo tono de llamada.
Debía de ser una canción especial para ellos.
Tenía que haberlo sospechado antes. Todas las pistas estaban ahí. La melodía, la inicial de su
nombre, el que Erika se comportase de esa manera inusual cada vez que hablaba de su amiga, las
extrañas reacciones de ella, y ese olor a mandarina de su cabello que le había traído el vago vestigio
de un recuerdo…
—Juls… —pronunció el nombre en voz alta para ver si el sonido despertaba algún sentimiento
en él, pero no. Todo seguía en la oscuridad.
Completamente confundido, jugueteó con el móvil, girándolo entre sus manos. Terminó por
desbloquearlo y entrar de nuevo a la galería. No solo había fotos, constató, también había unos
cuantos vídeos. No tenía auriculares, así que bajó el volumen y pulsó sobre uno de ellos. Era un
vídeo breve en el que Juls hablaba a la cámara solo unos segundos. Lo contempló con atención,
siguiendo el movimiento de sus labios, ansioso por saber qué estaría diciendo. Finalmente, se llevó el
aparato a la oreja y volvió a reproducirlo.
Puede que seas el hombre de mi vida. No tengo pruebas, pero tampoco dudas…
Y después de esas palabras había una risa juguetona.
Jorge se incorporó con rapidez y se guardó el móvil en el bolsillo. Tenía las emociones a flor de
piel y necesitaba estar solo y no rodeado de gente que iba a la compra y hablaba en voz alta.
Echó a andar hacia el Parque de Elche, que quedaba solo a doscientos metros de donde se
encontraba, justo al lado del puerto. No tardó en alcanzar su destino. A esa hora de la mañana solo
había jubilados que daban de comer a las palomas sentados a la sombra de las numerosas palmeras.
Tomó asiento en una de las jardineras que estaban orientadas hacia la playa, pero las vistas no le
interesaban demasiado. Apoyó los codos en las rodillas y echó el peso del cuerpo hacia delante,
enterrando la cara en las manos.
Sus pensamientos volaron hacia Juls. Apenas se podía imaginar cómo tenía que haberle afectado
toda esa historia. Seguro que estaba destrozada. Las ganas de llamar a su hermana y preguntarle por
ella le desbordaron, mas se reprimió. Era mejor hablarlo en persona. Esa tarde, cuando Erika
volviera a casa, la confrontaría con lo que había averiguado. Y lo mismo haría con Diego. Necesitaba
saber más.
Pese a que su mente era un puro caos, había algo que sí tenía claro.
Necesitaba desesperadamente volver a verla.
Tenían que hablar.
Capítulo 27
Jorge
Juls
Había transcurrido una semana desde su regreso a Madrid. Una semana llena de altibajos constantes,
de momentos relativamente buenos y de otros muy malos. Había intentado llenar su tiempo
trabajando, manteniendo largas conversaciones con Félix y con Mariu, saliendo de compras con
Sonsoles y hasta quedando con Sergio para tomar café.
Nada le había servido. Su cabeza seguía llena de Jorge.
Todas las tardes contactaba con Erika para que esta le informara de sus progresos, pero la
respuesta era siempre la misma: Jorge está bien, pero todavía no recuerda nada. Y cada vez que escuchaba
esas palabras, su corazón volvía a hacerse pedacitos de nuevo. No obstante, debía de tener una vena
masoquista en su interior porque seguía llamando.
Suspiró bajito.
Hacía un rato que había intentado contactar con Erika y esta no le había cogido el teléfono.
Seguro que en breve le devolvería la llamada.
Miró la hora en la pantalla del portátil y se dio cuenta de que ya eran las siete. En solo una hora,
Félix pasaría a buscarla para ir a cenar a casa de sus padres. Era Nochebuena y Rodri y su familia
también iban a estar presentes.
Se incorporó, estirando los brazos en el aire para estimular los músculos de la espalda.
Demasiadas horas frente al ordenador escribiendo. Había mucho silencio en el ambiente y eso le
había permitido concentrarse y adelantar trabajo. Sonsoles se había ido a pasar esos días con su
familia y Juls tenía el piso para ella sola.
Se encaminó al baño para darse una ducha. Reguló el agua y cuando esta estuvo a la temperatura
deseada se introdujo en la cabina y dejó que el potente chorro se llevara el cansancio y la melancolía
en la que parecía estar inmersa desde hacía semanas. Sabía que era un alivio momentáneo y que
todos sus problemas retornarían con fuerza en cuanto abandonase esa ducha, no obstante, trató de
relajarse y de olvidarse de todo, aunque solo fuese por unos instantes.
No tuvo mucho éxito.
Ese año las navidades la habían pillado por sorpresa. Solía disfrutar de esos días con entusiasmo
como cuando era una cría. Le encantaba ir de compras y salir por el centro de la ciudad para admirar
las luces, pero la situación en la que se encontraba había hecho imposible que se divirtiese. No tenía
ganas de celebraciones ni de encuentros festivos, pero no podía fallarle a su familia, así que esa
noche se pintaría una sonrisa falsa y trataría de que nadie notara que estaba triste. Solo su hermano
Félix era conocedor de su historia.
Se enjabonó el cuerpo y se lavó el pelo con energía. Después, apoyó la frente sobre la pared de
azulejos y dejó que el agua arrastrara los restos de espuma.
Cerró los ojos con fuerza cuando un vívido recuerdo de una conversación que tuvo con Jorge
acudió a ella. Habían acordado pasar el fin de año juntos. En Benidorm, en el Hotel Madeira Centro,
que, según le contó él, disponía de una terraza panorámica con restaurante en la planta veinte. Desde
allí verían la puesta de sol y cenarían algo suave para después irse a una suite a celebrar la entrada del
nuevo año fundidos el uno en el otro.
Sí, esos habían sido sus planes.
Ya nada de eso iba a suceder.
A pesar de que el agua caliente le caía encima de los hombros y el vapor había convertido la
ducha en una sauna, se le puso la carne de gallina.
«No pienses en él. No lo hagas».
Estaba tan ensimismada que apenas se percató de que su móvil sonaba en la habitación contigua.
Se apresuró a cerrar el grifo y a salir de la cabina. Se secó someramente y, envuelta en la toalla, corrió
hacia el salón, pero cuando llegó ya era tarde, el teléfono no emitía sonido alguno.
Seguro que era Erika devolviéndole la llamada.
Cogió el aparato y lo desbloqueó.
El nombre que aparecía en la pantalla no era el de la rubia.
Era el de Jorge.
Le fallaron las piernas y se dejó caer en el sofá, desmadejada. ¿Jorge la había llamado? ¿Significaba
eso que había recuperado la memoria? ¿La recordaba?
Apenas se había formulado todas esas preguntas a sí misma cuando el teléfono comenzó a sonar
de nuevo y estuvo a punto de dejarlo caer al suelo por la agitación. Jorge. Se quedó mirando aquellas
cinco letras con la boca entreabierta y la respiración acelerada. En el par de segundos que tardó en
aceptar la llamada, miles de ideas se manifestaron en su interior, todas ellas teñidas de un vestigio
esperanzador.
—¿Sí? —respondió casi sin aliento.
—Hola, Juls.
¡Dios! ¡Su voz!
—¿Hola?
—¿Sabes quién soy?
¿Cómo no iba a saberlo? Incluso si no hubiera tenido su número guardado, le habría reconocido
en cualquier parte. Nadie hablaba como él. Nadie conseguía que se agitara por dentro de ese modo.
—Claro. Eres Jorge. —No le gustó demasiado la vulnerabilidad que destilaba su tono.
—Eh, sí.
—¿Estás… bien? —preguntó titubeante.
—Estoy bien.
Hablaba con una ligera impronta de timidez como si no estuviese seguro de qué decir a
continuación. Juls dejó que el silencio se expandiera entre ellos. El conato de esperanza que había
sentido hacía unos segundos se diluía lentamente.
Ese no era su Jorge.
—No sé muy bien cómo decirte esto —continuó él al cabo de unos segundos—. No me andaré
por las ramas. Sigo sin recordar nada, pero sé quién eres —suspiró—. Sé que eras… mi chica.
Juls enterró la mano entre sus muslos. Sabía que estaba a punto de echarse a llorar. Su chica.
¿Cómo lo habría averiguado? ¿Se lo habrían dicho sus hermanos? No pudo seguir con sus
elucubraciones porque él continuó hablando:
—He visto las fotos que nos hicimos juntos y también he leído los mensajes que intercambiamos.
No lo había hecho antes porque no tenía mi móvil. Te he llamado en cuanto me he enterado… —Se
detuvo y emitió un áspero soplido—. No. Es mentira. Lo averigüé hace días, pero me ha costado dar
el paso de contactar contigo. No estaba seguro…
¿Su móvil? ¡Claro! Tenía sentido. Ni siquiera sabía por qué no se le había ocurrido pensar en ello
antes. Casi toda su relación estaba plasmada en fotos, vídeos y mensajes.
—Oh…
Quería decir algo más que ese tonto monosílabo que escapó de su boca. Quería decir muchas
cosas, pero tenía la sensación de que, en cuanto comenzara a hablar, sería incapaz de contener el
llanto.
—Sé que esto es difícil para ti, Juls. No puedo ni imaginarme lo que tiene que ser experimentar
algo así. Yo… yo lo siento mucho…
—No te disculpes —le interrumpió—. No es culpa tuya.
—Lo sé, lo sé —murmuró.
Hubo una larga pausa bastante embarazosa y Juls se vio en la obligación de romperla. Hasta el
momento, era él quien había hablado todo el tiempo y ella se había limitado a escuchar. No se sentía
preparada para profundizar en ese asunto y se escudó en otro tema menos escabroso.
—¿Cómo… llevas la terapia?
Él emitió un ligero carraspeo. Quizá se sentía igual de turbado que ella y el cambio de tema le
convenía.
—Bien. Me gusta la psicóloga. Me está ayudando mucho a… aceptar mi situación.
—Eso es genial.
—La semana que viene me van a hacer otro TAC. Si los resultados son positivos, me podré
incorporar al trabajo. Estoy agobiado de estar todo el día en casa.
—Me lo imagino. ¿Y vas a volver a tu piso o te vas a quedar con tus padres?
—No me lo he planteado por ahora, pero supongo que volveré a mi piso. Echo de menos ser un
poco más independiente. Toda mi familia está encima de mí ahora mismo.
—Están preocupados.
—Lo sé.
De nuevo hubo un silencio preñado de incomodidad.
Era casi irreal tenerle al otro lado de la línea y hablar con él de ese modo tan banal, como si ella
no se estuviera muriendo por dentro.
—Eh… Juls…
Bajó los párpados al escucharle pronunciar su nombre. ¡Qué bien sonaba saliendo de su boca!
—Dime.
—Soy consciente de que no tengo que disculparme, pero quiero hacerlo.
—No es necesario.
—La última vez que nos vimos en el Nevada, sé que fue un momento bastante duro para ti. Mi
torpeza hablándote…
—Torpeza ninguna —rechazó con contundencia—. Fuiste encantador.
Él liberó una risa que a ella le llegó al alma. Sintió cómo el calor se le concentraba en las mejillas.
—¿Encantador? Vaya, me alegro de que pienses así de mí —dijo y después se detuvo. Incluso a
través del teléfono era palpable que deseaba decir algo más y que estaba buscando las palabras
adecuadas—. ¿Sabes una cosa? —continuó al fin tras un lapso de tiempo—. Durante unas semanas
he estado utilizando un viejo móvil de mi hermano por eso no podía acceder a las fotos, pero sí
pude descargarme la aplicación de mensajes. Te tenía guardada con la letra jota seguida por un
corazón, por eso, en un primer momento, aunque leí todos los textos que nos enviamos, no los
asocié contigo.
—Ah…
¿Una jota seguida por un corazón? Juls no pudo evitar sonreír con tibieza. Jorge siempre fue un
romántico.
—Esas conversaciones me revelaron la gran complicidad que había entre los dos. Confieso que
me divertí mucho leyéndolas. Parecíamos muy cercanos y estaba impaciente por saber quién era J. La
verdad es que empecé a pensar en ella todo el tiempo… —Hizo una pausa—. Cuando por fin pude
recoger mi móvil y vi las fotos fue todo un shock, puedes creerme… —murmuró y terminó en voz
queda—: Pero me alegro de que seas tú.
A Juls se le quedó el aire atascado en la garganta. ¿Qué significaba aquello? Entonces, ¿era ella
misma la chica a la que se había referido en la cafetería cuando decía que había otra persona que le
interesaba? No se atrevió a preguntárselo por miedo a escuchar una respuesta poco satisfactoria.
—Bueno…
—¿Sigues teniendo a Starship como tono de llamada? —la interrumpió, cambiando de tema.
—No —admitió.
—Vaya… Yo sí.
Su corazón se saltó un par de latidos al escucharle decir eso.
—Era nuestra canción, ¿verdad? —continuó él.
—Era una canción que te gustaba —suspiró—. Decías que te recordaba a nosotros.
—¿Y por qué ya no la tienes?
—Después de todo lo que ha pasado, me provocaba dolor cada vez que sonaba mi móvil —se
sinceró.
—Entiendo —repuso él.
De nuevo el silencio se adueñó de la conversación. Juls se echó hacia atrás en el sofá, sin
importarle demasiado que la toalla se deslizara y dejara gran parte de su cuerpo al descubierto.
¿Qué se le estaría pasando por la cabeza a él? Pagaría una fortuna por saberlo. Siempre fueron tan
francos el uno con el otro y, ahora, ambos parecían medir cada frase que salía de sus bocas. Era
como andar sobre una cuerda floja con mucho cuidado para no perder el equilibrio.
—Hay tantas cosas que me he perdido —dijo él en voz queda—. No sé si volveré a recordarlas,
pero me gustaría que me las contaras… Joder, ni siquiera sé si esto que te estoy pidiendo es
demasiado para ti.
Le dolió escucharle así de confundido.
—Puedo contártelas —aceptó—. Y no es demasiado para mí. No te dejes guiar por mi aspecto
frágil, soy una mujer de armas tomar. —Se permitió el lujo de bromear.
—No lo dudo —repuso con jovialidad. Y después de una pequeña pausa, añadió—: ¿Vas a
volver a Benidorm?
La indecisión la apresó. Si era sincera consigo misma, deseaba regresar y volver a verle, pero no
sabía si eso sería lo más adecuado.
—Creo que no.
—Vaya… Qué pena. Sería genial que lo hicieras.
Cerró los ojos y tragó saliva con fuerza al escuchar la desilusión en su voz.
El timbre del portero automático sonó con estridencia, sobresaltándola. ¿Ya eran las ocho? Se le
había pasado el tiempo volando.
—No quiero molestarte más —dijo Jorge al otro lado de la línea. Era obvio que él también lo
había escuchado.
—No me molestas. Es mi hermano que ha venido a buscarme. Vamos a cenar a casa de mis
padres. Espera.
Se acercó a la entrada y descolgó el telefonillo.
—¿Sí?
—Soy yo. ¿Bajas? —resonó la potente voz de Félix.
—Voy a tardar un poco. ¿Quieres subir?
—No, que he aparcado en una zona de carga y descarga. Te espero aquí abajo.
—Vale. Dame quince minutos.
Colgó y volvió a la conversación con Jorge.
—Ya estoy aquí.
—Sé que te tienes que ir, pero no quiero despedirme sin antes haberte pedido un favor… Me
gustaría que mantuviésemos el contacto.
¿El contacto? ¿De qué manera? ¿Como amigos?
No era suficiente. No lo era. Ella quería más, mucho más. Quería a su Jorge, a ese chico que la
había conquistado con su sonrisa fácil y sus frases ingeniosas. A ese chico que parecía conocerse
todo el repertorio de Kiss FM y que no se avergonzaba de cantar con voz de falsete para arrancarle
una sonrisa. A ese chico que ponía su mundo del revés con cada beso y cada caricia. A ese chico que
cada vez que la miraba le arrebataba el suelo de debajo de los pies.
Al chico maravilloso del que estaba enamorada.
Notó cómo su labio inferior comenzaba a temblar y se lo mordió para evitar soltar un sollozo.
No quería que él se diera cuenta de su tristeza.
—Juls —pronunció su nombre con apremio.
—¿Sí?
—No dices nada. ¿Puedo volver a llamarte?
No podía negarse, ¿verdad? Y tampoco podía exigirle nada.
—Claro.
—Si no quieres…
—Sí quiero.
—Vale —dijo con alivio—. Pues… te llamo.
—Hazlo.
—Eh… Adiós.
¿Sonaba reacio a terminar la conversación o eran imaginaciones suyas?
—Sí, adiós…
Cortó la comunicación y cogió aire profundamente.
Jorge la había llamado.
¡La había llamado!
Bajó los párpados abrumada por la miríada de sensaciones que se agolpaban en su interior.
Apenas había tenido tiempo de asimilarlo cuando el teléfono comenzó a sonar de nuevo en su
mano. Miró la pantalla con aprensión.
Era él.
¿Otra vez? ¿Habría olvidado algo?
—¿Sí? —respondió.
—Hola. Como me has dicho que podía volver a llamarte —susurró él y había travesura en su
tono.
Compuso una sonrisa tonta. ¿Estaba flirteando con ella?
—No pensé que lo harías tan pronto.
Él se rio.
—Ya ves, soy un hombre impredecible. No, en serio, solo quería desearte una Feliz Navidad.
Se derritió por dentro.
—Oh, sí. Feliz Navidad para ti también.
—Estamos en contacto.
—Sí, claro.
Esa vez, cuando finalizó la llamada, se quedó quieta en medio del pasillo, sosteniendo el móvil
contra su pecho.
No quería hacerse ilusiones.
No podía olvidar que Jorge no la recordaba ni recordaba lo que sentía por ella.
Pero el corazón le daba saltos en el pecho.
Capítulo 29
Jorge
Las fiestas de fin de año en casa de los Alba eran legendarias. Desde que Jorge tenía uso de razón,
sus padres siempre habían organizado alguna. Invitaban a sus amigos y animaban a que sus hijos
hicieran lo mismo. La tradición consistía en que la familia se adentraba en el nuevo año comiendo las
uvas en solitario, pero luego, las puertas de la casa se abrían para todo el mundo. Solo en muy
contadas ocasiones alguno de los Alba había faltado un treinta y uno de diciembre.
Ese año estaban todos presentes. Acababan de ver las campanadas en televisión y estaban
brindando mientras se abrazaban unos a otros.
—¡Qué cabrón eres! —le gritó Lukas a su padre—. ¡No me he podido comer las doce uvas por tu
culpa!
Tony Alba le sacó la lengua al tiempo que alzaba su copa en el aire. Después, se acercó a su
mujer, la cogió en volandas y le estampó un beso en la boca que ella le devolvió con fervor.
—¡Feliz Año! —dijo Erika colgándose del cuello de Jorge. Sonreía con los ojos, bien debido al
alcohol que llevaba bebiendo desde antes de la cena o al entusiasmo. Imposible precisarlo.
—Feliz Año —respondió él, estrechándola con fuerza entre sus brazos.
Diego se acercó a ellos y apoyó sus manos en los hombros de ambos. Lukas no tardó en unirse y
los cuatro formaron una piña.
—El vestido de la Pedroche este año, una pasada —dijo Erika, refiriéndose a la presentadora del
evento.
—¿Eso era un vestido? —bromeó Lukas—. ¿No era un bañador? Hay más tela en mis
calzoncillos.
—¡No compares tus apestosos calzoncillos con su traje! ¿Verdad, Diego?
—A mí no me metas. Yo solo tenía ojos para el presentador —se chanceó este.
Jorge se descubrió tragando saliva y tratando de contener la emoción. Quizá porque últimamente
habían pasado demasiadas cosas, pero estaba más sensible que de costumbre. Adoraba a sus
hermanos y verlos así, juntos e intercambiando chascarrillos le removía por dentro.
—¿Habéis conseguido comeros las uvas? —preguntó Lukas dando un paso atrás.
—Por supuesto —repuso Diego.
—Joder, papá me ha empujado y se me han caído dos al suelo.
—Pues ya sabes, este año vas a tener mala suerte —se burló Erika.
El patriarca de la familia abrió los ventanales que daban al jardín para trasladar la reunión al
exterior y se dirigió al equipo de música. Hacía un tiempo espléndido; apenas se necesitaba una fina
chaqueta para aguantar la temperatura. Los altavoces no tardaron en escupir una antigua canción de
David Bowie y el ambiente se llenó con sus acordes.
La familia al completo comenzó a hacer viajes desde la cocina, trasladando botellas, vasos, hielo y
algo de picoteo al jardín. Los invitados llegarían de un momento a otro.
—¿Vas a llamarla? —le preguntó Diego a Jorge cuando se quedaron solos al lado de las
tumbonas, que habían cubierto con unas mantas floreadas.
—Sí —respondió.
—Felicítale el año de nuestra parte.
—Claro. —Una gran sonrisa se mostró en sus labios al pensar en Juls.
—¿Y esa sonrisa de felicidad? —inquirió Diego, dándole un codazo.
—No sé. Quizá porque es fin de año. —Se encogió de hombros con displicencia.
—Pfff —resopló su hermano y elevó la vista al cielo—. A otro con ese cuento. Es evidente que
ha sido porque la he mencionado.
—Vale, me pillaste —reconoció Jorge con un ademán—. Es por ella. Pensar que por fin vamos a
hablar me hace sentir bien.
—¿No habéis hablado desde Nochebuena?
—No.
Habían mantenido el contacto, pero solo a través de wasaps. Todos ellos breves y superficiales
que a Jorge le resultaron insuficientes. Él deseaba llamarla por teléfono, escuchar su voz y hacerle
infinidad de preguntas, pero iba con pies de plomo porque era muy consciente de que Juls se
mostraba reticente.
Sus escuetas respuestas a los textos que él le enviaba lo probaban.
Y mientras ella le mantenía a distancia, él comenzaba a obsesionarse. Había descubierto la revista
en la que trabajaba y se había dedicado a leer los artículos que llevaban su firma. Incluso hablando de
cosas tan prosaicas como la fruta más adecuada para perder peso o los diez mejores consejos para
triunfar en una salida de chicas tenía gracia y era muy incisiva. Su carisma escribiendo era
incuestionable. Era la chica de los mensajes en estado puro.
Estaba simplemente cautivado.
Erika se acercó a ellos en ese instante.
—Juls me acaba de felicitar el año, que lo sepas. —Agitó el móvil en el aire.
—¿Qué te ha dicho? —preguntó, intentando disimular su ansiedad y fracasando
estrepitosamente.
—Nada especial. Feliz Año y que espera que podamos vernos pronto.
Jorge se llevó la mano al bolsillo trasero de los vaqueros donde solía estar su móvil, pero lo
encontró vacío. Claro, lo había dejado cargando en su habitación.
—¿Qué hacéis ahí? —El grito de su padre desde el otro extremo del jardín los interrumpió—.
¡Venid a ayudar!
—Anda, id vosotros. Yo me voy a escaquear para llamarla.
—Suerte —le deseó Diego con una palmadita en la espalda.
Se despidió de sus hermanos y se dirigió a su habitación, buscando privacidad. Cerró la puerta,
pero incluso así la música y las conversaciones de su familia llegaron claras hasta él. Se acercó a la
mesilla y desenchufó el móvil del cargador. Echó un rápido vistazo a sus wasaps. Tenía unas cuantas
felicitaciones de sus amigos y compañeros de trabajo.
Ninguna de ella.
¡Joder! ¿Le enviaba un mensaje a Erika y a él nada?
Se sentó en el borde de la cama y trasteó unos segundos con el teléfono, titubeante. Terminó por
entrar a la agenda y buscar su nombre. Había sustituido la J por Juls, pero el corazón lo había
conservado. Eliminarlo no le parecía bien. Sí, así de embobado estaba…
Podía enviarle un meme o algo.
No. Demasiado impersonal.
Apretó los labios con determinación y la llamó antes de poder arrepentirse.
El teléfono sonó y sonó hasta que saltó el buzón de voz.
Se quedó mirando el aparato con la frente arrugada, muy decepcionado.
«¿Qué pensabas? ¿Que ella iba a estar sentada con el teléfono en la mano, esperando tu llamada?».
Pues sí. En realidad, había esperado más interés por su parte. A fin de cuentas, Juls seguía
queriéndole, ¿no?
Sin embargo, era él quien iniciaba siempre el acercamiento.
¿Cómo era posible que las cosas hubieran dado ese giro de ciento ochenta grados?
Una risa seca brotó de su garganta. Se estaba volviendo loco. No tenía sentido que estuviera
perdiendo la cabeza por una chica a la que apenas conocía, solo porque había descubierto sus
conversaciones del pasado, que le tenían fascinado.
¿Y si volvía a intentarlo?
No. No quería agobiarla. Ella ya vería su llamada perdida.
Se puso de pie, dispuesto a regresar al jardín con su familia, pero antes incluso de poder dar un
paso hacia la puerta su teléfono sonó. No le hizo falta mirar la pantalla para saber de quién se
trataba.
Sus labios se distendieron en una sonrisa.
—Hola —respondió.
—Hola, Jorge. No he oído tu llamada —Su voz se perdía en el estruendoso ruido de fondo: una
mezcla de música y conversaciones.
—Si te pillo mal…
—¡No! Espera que me voy de aquí.
Jorge se mantuvo con el teléfono pegado a la oreja mientras escuchaba cómo los sonidos se iban
alejando al otro lado de la línea hasta que al final solo llegaron amortiguados hasta él.
—Ya —dijo ella—. Es que hay mucho jaleo, pero me he encerrado en el baño.
—Supongo que estarás en alguna fiesta.
—Sí. Unos amigos han alquilado una casa en la sierra para pasar la Nochevieja.
—Solo quería desearte un feliz Año Nuevo.
—Lo mismo digo.
¿Iba a quedar como un tonto si le preguntaba por qué había felicitado a Erika y a él no? Quizá,
pero le daba igual. No era su estilo guardarse nada.
—Erika me ha dicho que le habías mandado un wasap. La verdad es que he ido a mirar mi
teléfono para ver si me habías felicitado a mí también.
—Mira, Jorge… —comenzó ella.
—¿Podemos hacer una videollamada? —la interrumpió. Las ganas de verle la cara mientras
hablaban le superaron.
—Eh… sí, supongo.
Se apresuró a cortar la comunicación y llamarla por vídeo. Ella respondió al segundo tono.
Su rostro llenó la pantalla del móvil. Se había hecho algo diferente en el cabello, peinándoselo
hacia arriba con gel o gomina. Llevaba una gargantilla plateada que le daba dos vueltas al cuello y su
rostro brillaba como si se hubiera echado purpurina.
Jorge absorbió su exótica imagen con voracidad. Estaba increíblemente guapa.
—Mira, no te he escrito porque… porque no sabía qué decirte —confesó ella casi al instante.
—¿Feliz Año? —propuso con una mueca—. Es simple.
—No quería ser simple —musitó y desvió la mirada.
«Vale, parece que el momento de las confesiones ha llegado».
Se quitó los zapatos y se acomodó en la cama, apoyando la espalda en el cabecero.
—Pues no seas simple. Soy todo oídos —le dijo al tiempo que le regalaba una sonrisa.
—No me resulta fácil hablar contigo —confesó.
—¿Por?
—Con franqueza, no sé dónde me encuentro. Eres la misma persona que… con la que… —se
calló y suspiró—. Eres el mismo Jorge de siempre, pero no.
La entendía perfectamente. No debía de ser nada fácil para ella.
—¿Cómo me hablarías si no tuviera amnesia? No. Espera. No hace falta que contestes, he leído
todos nuestros mensajes. Sé cómo lo hacías.
—Tenía mucha confianza con él… digo contigo… —Gimió y agitó la cabeza llena de confusión.
—Es raro, ¿verdad?
—Mucho.
Pasaron unos cuantos segundos de incómodo silencio.
—¿Y esa fiesta en la que estás? ¿Lo estás pasando bien? —preguntó él para rebajar la tensión que
se había creado entre ellos.
—Bueno, es soportable —repuso, echándose hacia atrás.
Debía de haber apoyado el móvil en algún lugar porque su imagen cambió. Ahora podía verla de
cintura para arriba. Llevaba un vestido negro con un escote bastante pronunciado.
—Puedo oír el reguetón desde aquí.
Ella se rio.
—Sí, es terrible.
—Donde esté una buena balada ochentera… —ofreció él con un guiño.
—Pues sí. La verdad es que preferiría estar en otro sitio —dijo con pesar.
Una idea acudió a él de repente como un fogonazo.
—¿Habíamos hecho planes para esta noche? —preguntó con tono indagador.
Ella extravió la vista y tardó en contestar y esa tardanza le dijo a Jorge exactamente lo que quería
saber.
—Sí. Habíamos hecho planes —contestó al fin volviendo a mirar a la cámara con los ojos
opacos.
—¿Te puedo preguntar cuáles?
Ella no parecía sentirse a gusto en su piel en ese momento.
—Íbamos a ir a un hotel de Benidorm, Madeira, creo que se llama. Íbamos a ver el atardecer
desde la terraza y a cenar allí. Después, íbamos a… pasar la noche en una suite.
—Vaya. Qué plan más fantástico —murmuró él.
Las vistas desde el bar Planta20, situado en ese piso del hotel eran espectaculares. Había estado
allí en un par de ocasiones con sus amigos y le había maravillado. Recordaba haberse prometido a sí
mismo regresar con su chica. Curioso que jamás se le hubiera pasado por la cabeza llevar a Claudia.
Sin embargo, sí se lo había propuesto a Juls.
Después de eso ambos guardaron silencio y Jorge se dedicó a estudiarla, deteniéndose en su sutil
sombra de ojos color musgo, en su nariz pequeña y en la curva de sus labios que todavía tenían un
resto de carmín rosado.
Era realmente preciosa.
Las ganas de decírselo le invadieron.
«Pues díselo. ¿Qué te lo impide?».
—Estás preciosa.
Ella no reaccionó como él esperaba.
—¡Joder, Jorge, no me digas eso! —exclamó con un tinte desesperado al tiempo que se tapaba la
cara con las manos.
—Es lo que pienso —repuso con mucha seriedad.
—Vale, pero quizá para ti no signifique lo mismo que para mí —balbuceó—. Y eso me duele.
¡Mierda! No había pretendido herirla.
—Juls…
—Mira, voy a hablarte como si fueras un completo desconocido. Y te voy a explicar lo que siento
con sinceridad. Si hay algo que había entre Jorge y yo era la franqueza. —Hizo una pausa y bajó los
párpados, como intentando aclarar sus ideas—. Yo estaba enamorada de Jorge. Y él lo estaba de mí.
Quizá todo pasó muy rápido, porque solo estuvimos juntos unos días, pero nos queríamos, ¿sabes?
Jamás nos dijimos un te quiero ni nada por el estilo, pero era obvio. Podía sentirlo aquí. —Se llevó
una mano al pecho—. Todo era mágico con él. Los besos, los abrazos, cada palabra que
intercambiábamos. Su risa. Todo… —terminó y la última sílaba se le quedó atascada en la garganta.
Él la miró sin mover ni un solo músculo, como si todo aquello que ella decía no le estuviera
afectando, pero la realidad era bien distinta.
Un horrible pinchazo de celos le removió por dentro.
¿Cómo podía estar celoso? ¿De sí mismo?
Aquello era una jodida locura.
Sin embargo, era real.
¿Cómo podía explicar que odiaba que esa otra persona —esa otra versión de él de la que ni
siquiera se acordaba— hubiera besado y abrazado a Juls y le hubiese dicho palabras tiernas al oído?
Tenía ganas de golpear a ese otro Jorge y hacerle desaparecer.
—¿Por qué hablas en pasado? —logró articular al fin en un susurro.
Ella apuntaló los ojos en los de él con intensidad.
—Porque él ya no está —musitó.
—Estoy aquí —repuso con brusquedad.
—¿Sí? ¿Seguro? —Había fatiga en su tono—. ¿Qué sientes por mí, Jorge? ¿Estás enamorado de
mí?
Él rechinó los dientes.
—Podría ser.
En respuesta recibió una risa amarga.
—No te engañes. Apenas me conoces.
—Tengo cientos de wasaps, de fotos y de vídeos tuyos —murmuró, sin añadir que todo eso le
tenía completamente cautivado—. Creo que algo sí te conozco. Además, dicen que solo hacen falta
unos segundos para enamorarse de alguien.
—Eso no tiene sentido —le contradijo.
Jorge se pasó la mano por el mentón y frunció el ceño.
—Creo que deberíamos vernos —prosiguió, resuelto—. Si no vienes tú a Benidorm, iré yo a
Madrid.
Juls elevó la cara con precipitación.
—¿Cómo dices?
—Me has entendido perfectamente. Esta conversación deberíamos tenerla en persona. Es
demasiado importante para tenerla por teléfono. Yo no me incorporo al trabajo hasta dentro de
unos días. Puedo ir a Madrid.
Ella tardó en reaccionar. Su rostro reflejó un gran número de expresiones, desde la perplejidad
más flagrante, pasando por el rechazo, hasta llegar a una especie de serena aceptación.
—No. Prefiero ir yo a Benidorm —dijo al fin.
—¿Cuándo? —La impaciencia se deslizó en su voz.
—En unos días.
—¿No puedes ser más concreta?
Ella meneó la cabeza con lentitud.
—Vas a por todas, ¿no?
—¿Acaso no me conoces? Puede que pienses que no soy el mismo Jorge de antes, pero sí lo soy.
Una sonrisa fugaz se pintó en los labios de ella.
—¡Has sonreído! —exclamó él.
—Para nada.
—Lo has hecho. ¡Ya te tengo medio conquistada! —constató con un deje triunfalista.
—Ay, Jorge… —murmuró ella con emoción al cabo de unos instantes—. Estoy muerta de
miedo.
Era la primera vez que ella desnudaba su alma frente a él. Hasta el momento, su forma de
expresarse había sido contenida. Era innegable que no quería exponerse demasiado, pero ese estoy
muerta de miedo había llegado desde lo más profundo de su ser.
—¿De qué tienes miedo? —le preguntó con suavidad.
—De ti, de mí, de que lo nuestro no funcione… De que me rompas el corazón —confesó con
voz trémula.
Había tanta angustia en sus palabras que él mismo sintió que se le estrechaba la garganta. Fijó los
ojos en la pantalla con solidez y trató de hacerle llegar lo mucho que le importaba lo que pudiese
suceder entre ambos.
—Juls, ten un poco de fe en mí —le pidió en voz queda.
Ella no respondió. Tragó saliva visiblemente y giró la cara un lado antes de añadir:
—Creo que es mejor que nos despidamos ahora.
Era lo último que él quería hacer. Hubiera seguido hablando con ella durante horas, pero era
bastante evidente que Juls necesitaba acabar esa conversación.
—Mañana te llamo.
Tras asentir, ella alargó la mano hacia su teléfono e interrumpió la comunicación.
Jorge arrojó el móvil sobre la cama y se deslizó hacia abajo, hasta que su cabeza encontró la
almohada. Extravió la vista en el techo, pensativo, mientras el estribillo de una canción de los
Burning llegaba amortiguado desde el jardín.
Dicen que solo hacen falta unos segundos para enamorarse de alguien.
¿De verdad estaba enamorándose de ella de nuevo?
No estaba seguro, pero si se guiaba por cómo reaccionaba cada vez que pensaba en ella era más
que probable que la respuesta a esa pregunta fuera un sí.
Un SÍ en mayúsculas.
Juls
No abandonó el baño. Se quedó allí un buen rato con la mirada perdida en el suelo de baldosas
grises, pasando revista a la peculiar conversación que habían mantenido.
No sabía qué pensar.
Dicen que solo hacen falta unos segundos para enamorarse de alguien.
Se retorció las manos en el regazo muy agitada.
¿Cómo podía creerle?
Pero ¿cómo no hacerlo?
El Jorge que ella conocía era franco y muy directo. Jamás jugaba al despiste con sus declaraciones.
Se llevó una mano al pecho donde su corazón latía a una velocidad superior a la normal. Sí,
estaba nerviosa y descentrada. Aquella conversación la había sacado de su zona de confort. Un
pequeño espacio ficticio que se había inventado para no pensar en él y evitarse así un dolor que la
paralizaba. Un espacio que se había ido trabajando desde la noche del veinticuatro, blindándolo con
una gruesa coraza protectora de indiferencia. ¡Y una simple llamada había conseguido derribar ese
muro y la había devuelto a la casilla de salida!
Sentía el alma en carne viva.
Otra vez.
Unos golpes en la puerta del aseo la sobresaltaron y la devolvieron a la realidad.
—Está ocupado —exclamó. Todavía no estaba preparada para salir de allí.
Se contempló en el espejo que había sobre el lavabo y se dio cuenta de las imperfecciones que
adornaban su rostro. El carmín de sus labios estaba desgastado y se le había corrido el rímel del ojo
derecho.
¡Y él le había dicho que estaba preciosa!
Tomó asiento en el borde de la bañera y se tapó la cara con las manos, meneando la cabeza, a
caballo entre el deleite y la incredulidad al recordarlo. Había sonado tan sincero. Tan parecido a su
Jorge de antes.
Pese a que quizá fuera algo absurdo, le resultaba complicado pensar en él como una única
persona. En su mente, eran dos Jorges distintos. El de antes, divertido, irónico y pasional; ese que
estaba enamorado de ella. Y el de ahora, más serio e inseguro, ese que estaba confuso y que la
miraba sin reconocerla.
Ella estaba colada por el antiguo.
Era descabellado e inverosímil.
Resopló bajito llena de desazón.
Era el nuevo Jorge quien había propuesto ir a Madrid a reunirse con ella.
Quería verla.
—Tú también quieres —dijo en voz alta.
Por supuesto que quería. Incluso a sabiendas de que ese encuentro podía ser terriblemente
doloroso, deseaba volver a verle.
Unos nuevos golpes en la puerta, bastante enérgicos, le provocaron un respingo.
—¡Ocupado! —gritó con impaciencia.
—¿Juls? ¿Estás bien?
Era Sergio.
El culpable de que hubiera acudido a esa tediosa fiesta.
Si unos meses atrás alguien le hubiese dicho que Sergio se iba a convertir en su persona de
confianza se habría echado a reír. Después de que su relación terminara de ese modo tan feo, jamás
habría esperado reconciliarse con su ex. Y, sin embargo, ahí estaba, en una fiesta de Nochevieja con
él.
Desde su encuentro la semana anterior a la Navidad, se habían visto dos veces más y habían
hablado por teléfono con frecuencia. Sergio parecía muy decidido a hacerse un hueco en su vida y
Juls tenía la piel tan fina y estaba tan sensible que se lo estaba permitiendo. Incluso le había hablado
de Jorge y de lo que había sucedido. No obstante, le había dejado muy claro que lo único que podía
ofrecerle era una amistad y él había aceptado. Aparentemente.
Abrió la puerta del baño y se encaró con él.
—Estoy bien.
La miró con escepticismo, pero no le llevó la contraria. Se limitó a tender la mano y ofrecérsela.
Ella titubeó, pero finalmente la aceptó y, juntos, se dirigieron al abarrotado salón.
—Has desaparecido un buen rato, creía que había pasado algo —le dijo él, inclinándose y
hablándole al oído para hacerse oír por encima de la música y el bullicio.
—Estaba hablando por teléfono.
—¿Con él?
Juls le dirigió una mirada esquiva. Nada se mostraba en su impenetrable rostro.
—Sí.
—Ven, vamos fuera y me lo cuentas.
De camino al jardín, se detuvieron en la barra metálica que había en un extremo de la sala y se
hicieron con dos ginebras con limón.
El aire fresco de la noche los recibió y Juls se estremeció. El vestido que llevaba era una
preciosidad, pero no abrigaba nada. No obstante, antes de que pudiera sugerir volver al interior,
Sergio se había quitado la chaqueta y se la pasaba por encima de los hombros.
—¿Quién eres y qué has hecho con Sergio? —inquirió con estupor. Él no solía tener esos
detalles.
—Me pintas como si fuera un egocéntrico egoísta.
—Siempre lo has sido. Bueno, al menos un poco.
—La gente cambia.
—No. Cambia el tiempo y los intereses bancarios, la gente no —se burló.
Él emitió risa mordaz que despertó un montón de recuerdos en ella. El hombre que tenía delante
y que la contemplaba con los ojos vivaces era el Sergio del que estuvo enamorada.
En pasado.
Su mente, ahora, solo estaba llena de Jorge.
Para bien y para mal.
—Venga, habla —le dijo él, apoyando la espalda en el grueso tronco de un árbol.
No había mucha gente en el jardín y la música tampoco era demasiado estridente, lo que
favorecía el ambiente de confidencias.
—Tengo poco que decir —repuso antes de llevarse el vaso a los labios. Hizo un gesto asqueado
cuando el líquido se deslizó por su garganta. El porcentaje de ginebra era bastante superior al del
limón. Debía tener cuidado porque era su tercer cubata de la noche.
—¿No? ¿Y por eso has estado encerrada en el baño media hora? —la interrogó con escepticismo.
—¿Me creerías si te dijera que me estaba empolvando la nariz?
—Pfff… Claro y yo soy Steve McCurry.
—¿Quién es ese?
—Es un fotógrafo muy famoso.
—Sabes que tu humor inteligente y pedante a mí no me llega —repuso con sarcasmo.
—Casi lo había olvidado —se rio él.
Ella terminó por resoplar y huyó de su inquisitiva mirada, bajando los párpados y fijando la vista
en el oscuro césped a sus pies. No tenía ganas de contarle a Sergio cómo había transcurrido su
conversación con Jorge. Por otro lado, ¿con quién podía hablar de ello? Ni Mariu ni Sonsoles ni
Félix estaban disponibles.
—Voy a ir a Benidorm a verle —dijo al fin tras meditarlo un rato.
—¿Él quiere que vayas?
—Sí.
—Pero ¿ya ha recuperado la memoria?
—No.
Tras aquel monosílabo pronunciado con un tinte desolador, ninguno de los dos dijo nada más. El
tiempo transcurrió despacio mientras ambos se limitaban a beber en silencio, cada uno sumido en
sus propios pensamientos.
Juls estaba triste, no podía evitarlo. Cerró los ojos y cogió aire, expulsándolo después con
lentitud, tratando de insuflarse ánimo. Solo unos instantes después, sintió el calor de la palma de una
mano sobre su mejilla. Era una mano suave y blanda, muy diferente a las manos de Jorge, ásperas y
duras. No se apartó porque la caricia le resultó reconfortante.
—Juls, sabes que estoy aquí y que voy a apoyarte en lo que necesites —dijo él.
Por un momento, deseó volver a estar con Sergio y olvidarse del drama en el que se había
convertido su vida. A Sergio le conocía, sabía cuáles eran sus virtudes y sus defectos. Estar en una
relación con él sería como ir sobre seguro, no habría sobresaltos ni incertidumbres.
En cambio, con Jorge…
Apenas había podido acostumbrarse al roce de su mano cuando los masculinos labios se posaron
sobre los suyos en un beso ligero y no muy demandante. No estaba sorprendida. No podía decir que
no lo hubiera esperado. En realidad, sí lo había hecho.
Mientras la boca de él se movía con delicadeza sobre la suya, evocó el pasado. Imágenes de otros
besos más pasionales que había compartido con él acudieron a ella. Caricias, abrazos, palabras
susurradas al oído, suspiros y gemidos…
De pronto, dio un paso atrás, tambaleante, interrumpiendo el beso. Se llevó ambas manos a la
boca y se la cubrió con ellas.
¡Había besado a un hombre que no era Jorge!
Sergio respiraba con dificultad y la estudiaba con los ojos entrecerrados. Parecía querer decirle
algo.
—¿Volvemos… a la fiesta? —propuso sin siquiera mirarle.
«Cobarde. Estás huyendo».
—Claro.
Le devolvió la chaqueta y echó a andar hacia la casa sin preocuparse de si él la seguía o no.
No quería analizar lo que acababa de suceder.
Capítulo 30
Jorge
Hacía dos días que se había incorporado al trabajo y estaba encantado con el ambiente que se
respiraba en la escuela. Solo había dos personas de las que no se acordaba: Gema y Edu, que habían
empezado a trabajar allí el año anterior. No obstante, la situación no resultó demasiado forzada ni
desagradable porque ambos le cayeron bien desde el principio. Los demás compañeros también se
esforzaron por adecuarse a su amnesia, explicándole ciertas cosas con paciencia de las que seguro
habrían hablado en multitud de ocasiones.
—¿Cómo vas?
La pregunta se la hizo Till, su jefe, que se dejó caer sobre el sofá que había en un lateral de la
oficina.
Jorge estaba sentado frente al ordenador, intentando coordinar el calendario de clases de la
semana.
—Bastante bien —respondió y alzó la cara para encontrarse con los ojos de Till—. Todo
perfecto. No te preocupes.
Le lanzó una sonrisa tranquilizadora. Pese a que había recibido el alta médica y su neurólogo le
había dado vía libre para incorporarse al trabajo, todavía no podía practicar ninguna inmersión de
buceo hasta nueva orden; no hasta que sus dolores de cabeza desaparecieran del todo. Al menos le
había permitido conducir.
—Si tienes algún problema, dímelo.
—No voy a tener problemas —le aseguró—. El TAC que me hicieron la semana pasada estaba
limpio. Estoy sano.
—Vale, no obstante, me lo dices —insistió.
Jorge asintió y volvió a concentrarse en la pantalla del ordenador.
—Sé que me estáis concediendo… privilegios —dijo al cabo de unos instantes.
—No sé a qué te refieres —dijo Till con inocencia, poniéndose de pie y estirándose. La gran
envergadura de su cuerpo —medía cerca de metro noventa y era muy musculoso— pareció llenar la
pequeña estancia.
—A que casi todo el trabajo está hecho y yo solo tengo que archivar facturas y dar clases teóricas.
—Será casualidad.
—¿Casualidad? Claro —masculló con ironía.
—Venga, hombre, encima que te mimamos un poquito, no te quejes. Ya te daremos por el culo
en unas semanas y luego llorarás.
Jorge soltó una risa cargada de resignación. Si había creído que se iba a librar de los exagerados
cuidados familiares incorporándose al trabajo había estado muy equivocado.
—A llorar a la llorería, ¿no? —preguntó con guasa.
—Exacto —le respondió Till con una carcajada—. Y, por cierto, te noto diferente. Nunca te
arreglas tanto un día de diario. Te has echado hasta colonia —terminó, olfateando el aire
exageradamente.
—No te pases que no es para tanto —rechazó.
Pero sí que había puesto especial atención a su ropa. Llevaba unos vaqueros azules ajustados y un
polo gris de manga larga y de cuello alto. Combinaba el atuendo con su cazadora negra de cuero y
sus botas de cordones. También le había dado forma a su pelo con algo de cera para el cabello.
—Venga, confiesa —insistió Till—. ¿Quién es la afortunada?
Jorge suspiró.
—Se llama Juls. Llega hoy desde Madrid y voy a ir ahora a recogerla a la estación de autobuses.
¿La conoces?
Till se acercó a la mesa y apoyó la cadera en el borde. Se había puesto serio.
—La conozco. Me la presentaste hace un tiempo en El Cisne.
Jorge guardó silencio.
—Vaya —dijo al fin con un carraspeo—. ¿Y qué te pareció?
Siempre se había llevado muy bien con Till y entre ellos había la confianza suficiente como para
hacerle ese tipo de pregunta.
—Apenas la vi unos minutos, pero me pareció una chica guapa y simpática —respondió con
vaguedad y se encogió de hombros—. Lo que sí te puedo asegurar es que estabas colado. Te pasabas
el día con una sonrisa tonta en la cara, intercambiando mensajes con ella y no parabas de
mencionarla.
—Todo el mundo me dice lo mismo —murmuró pensativo.
—¿Cómo lo llevas? Me refiero a estar con ella sin que tu memoria haya vuelto. Tiene que ser
complicado, ¿no?
—Mucho. Pero casi más para Juls que para mí —admitió—. La que mantiene las distancia es ella.
Soy yo el que lo está dando todo para que volvamos a intentarlo.
Till reaccionó sorprendido.
—No me pidas que te lo explique porque yo tampoco lo entiendo demasiado bien —prosiguió
con un suspiro—. Bueno, es mentira —admitió cortante—. De hecho, es muy simple. Ella me
interesa.
No pudo seguir hablando porque el móvil de Till comenzó a sonar con estridencia.
—Es mi chica —dijo este después de echarle un vistazo a la pantalla—. Tengo que cogerlo. Nos
vemos. —Hizo un gesto de despedida y salió de la oficina.
Jorge miró la hora en la parte inferior de la pantalla del ordenador. Las tres y cinco. Tenía que irse
ya si no quería llegar tarde a recoger a Juls. Guardó los cambios que había hecho en la hoja de Excel
y la cerró. Después, cogió su cazadora del respaldo de la silla y se la puso. Abandonó la estancia
dando largas zancadas y le dijo adiós a Pablo que estaba en la parte delantera del local colgando unos
neoprenos en uno de los percheros.
Había dejado a Turbo aparcado en la calle de al lado y, en solo un minuto, estaba dentro del
vehículo. Veloz, mientras se abrochaba el cinturón de seguridad sobre la marcha, arrancó y tomó el
camino hacia la estación de autobuses.
No iba a negar que estaba un tanto nervioso. Pese a que había hablado con Juls por teléfono, el
encontrarse cara a cara con ella era una situación muy diferente.
No había mucho tráfico a esas horas y no tardó en llegar a su destino. Dejó el coche en el parking
descubierto que había delante de la moderna edificación gris y se apresuró a acceder al interior. El
panel digital de llegadas y salidas le mostró que eran las tres y veinte. Justo a tiempo.
Su móvil comenzó a sonar dentro del bolsillo de su cazadora.
Era Erika.
—Dime, pero no te enrolles que estoy ocupado. Al grano.
—¿A qué hora llega Juls?
—A las tres y veinte. Estoy en la estación de autobuses ahora mismo.
—¿Cuántos días va a quedarse?
—No lo sé.
—Vete preparando algo para que nos veamos. Una cenita. Sé que Diego quiere apuntarse. Y,
probablemente, Lukas también.
—No me jodáis. Paso —farfulló.
Quería a Juls para él solo. No quería compartirla con toda su familia.
—Mañana por la noche nos viene genial a todos —continuó ella, ignorando su protesta—. Y no
puedes negarte porque si lo haces la llamo directamente y lo organizo.
—Chantajista.
—Exacto, ese es mi segundo nombre —admitió impertérrita.
—Lo hablo con ella, entonces —se rindió con un suspiro.
—Dale un beso de mi parte.
Se despidieron y volvió a guardarse el móvil en el bolsillo. Luego, se encaminó a las escaleras
mecánicas que llevaban a la planta baja, pero ni siquiera tuvo la oportunidad de utilizarlas porque la
figura de Juls, que arrastraba tras de sí una pequeña maleta rodante, se mostró ante sus ojos a unos
veinte metros de distancia. Se detuvo en seco y aprovechó que una columna le cubría parcialmente
para estudiarla con sumo interés sin que ella fuera consciente de su presencia.
Juls desvió la cabeza a un lado y al otro, buscándole, con toda seguridad. Habían hablado la tarde
anterior y él se ofreció a ir a recogerla. Pese a que trató de rechazarle, él fue muy persistente hasta
que logró salirse con la suya.
Quizá fuera la casualidad o quizá el destino, pero lucía una ropa parecida a la que llevaba él,
vaqueros, jersey gris y cazadora negra de cuero.
Una sonrisa perezosa despuntó en sus labios al percatarse de ello.
Qué coincidencia, ¿no?
Se recreó observándola. Su rostro mostraba un rictus serio y tenía el ceño fruncido, pero eso no
le restaba puntos a su belleza natural. Era hermosa. Una sensación de bienestar se esparció por su
interior. Quizá su mente fuese incapaz de recordarla, pero su cuerpo reaccionaba a ella como si la
conociera de siempre, como si supiera que aquella mujer era su chica.
Su chica…
Cabeceó, haciéndose a la idea.
Una idea que sonaba muy bien. Extremadamente bien.
Finalmente, dio un paso a un lado, haciéndose visible. No había mucha gente a aquella hora de la
tarde y sus miradas no tardaron en chocar. En los femeninos ojos se mostró sorpresa y un fogonazo
eufórico que se apagó con rapidez dejando paso a la cautela.
Jorge suspiró un poco decepcionado, pero se tragó la desilusión y sonrió.
Echaron a andar al unísono hasta que se encontraron uno frente al otro. La incomodidad era
palpable en ella; sus hombros estaban tensos y apretaba la mandíbula.
Jorge tenía ganas de estrecharla entre sus brazos con fuerza, pero se conformó con darle dos
besos superficiales al tiempo que posaba las manos sobre sus caderas. No pudo evitar, sin embargo,
aprovechar el instante de contacto físico para llenarse de su aroma, inspirando en profundidad.
—Bienvenida, Juls —le dijo, y añadió—: Me encanta como hueles.
Era obvio que ella no había esperado un comentario semejante porque sus mejillas enrojecieron y
su boca se entreabrió por la perplejidad.
—Eh… Hola —tartamudeó cuando recuperó su compostura.
—¿El viaje, bien?
—Sí. No se me ha hecho muy pesado.
—Has llegado muy puntual.
—Sí. Hace pocos minutos.
—Ah, pues genial.
Después de ese torpe intercambio de información, callaron los dos.
Jorge carraspeó, devanándose los sesos para encontrar algo interesante que decir.
¿Cómo era posible estar tan ansioso? Era ridículo.
—Déjame que te lleve la maleta —dijo y extendió la mano.
—No hace falta —rechazó ella con un ademán.
De nuevo, un silencio embarazoso.
—Parece que nos hemos puesto de acuerdo —soltó él.
Ella le miró con la frente arrugada, sin comprender.
—La ropa —aclaró—. El destino es un bromista, ¿no crees?
—¡Oh! Eso parece —repuso ella, escrutándole de arriba abajo y deteniéndose más tiempo del
necesario en su torso.
Él vaciló antes de hacerle la siguiente pregunta, pero su espíritu insolente ganó la partida.
—¿Te gusta lo que ves?
Ella alzó la barbilla con precipitación y se mordisqueó el labio inferior. Parecía estar meditando
cómo responder.
A Jorge, ese gesto —en apariencia inocente— le despertó un suave aleteo en la boca del
estómago. Aguardó con avidez a que llegase su contestación. ¿Recogería el guante que él le había
arrojado?
—Me gusta —admitió ella, imprimiendo firmeza a su voz.
«¡Perfecto!».
Sin poder evitar que una nueva sonrisa se dibujara en su boca, hizo una señal indicando el camino
hacia la salida y echó a andar, poniéndole una mano en la curva de la espalda.
—¿Cuántos días te vas a quedar?
—Hasta el lunes que viene.
¿Cinco días? No eran muchos. Tendría que aprovecharlos al máximo.
—Trabajo por las mañanas, pero tengo las tardes libres y el fin de semana también.
Ella se detuvo justo frente a la puerta de cristal.
—Tampoco hace falta que nos veamos todos los días…
—¿Cómo que no? —la interrumpió—. Todos los huecos de mi agenda llevan tu nombre. Que lo
sepas.
Ella resopló con ironía y él correspondió con una risa.
Tenía muchos planes. Planes que incluían llevarla a comer o a cenar por ahí y visitar algunas
zonas interesantes de la ciudad que ella, seguramente, no conocería. Les quedaban muchos lugares
por descubrir.
Juntos.
—¿Quieres que te lleve a tu apartamento? —le sugirió mientras empujaba la puerta y le cedía el
paso—. ¿O prefieres ir a comer algo primero?
En ese preciso instante, el estómago de ella emitió un rugido bastante audible.
—¿Contesta eso tu pregunta? —Giró la cabeza con una mueca avergonzada.
Él volvió a reírse.
—Has sido transparente como un cristal. Pues vamos primero a comer algo. Luego quiero
llevarte a un sitio precioso.
—¿Dónde? —Le lanzó una mirada cargada de curiosidad.
—Es una sorpresa.
Ella abrió la boca como si fuera a protestar, pero tras unos segundos volvió a cerrarla y se
encogió de hombros.
Alcanzaron el Patrol y dejaron la maleta en la parte trasera antes de acomodarse en los asientos.
—¿Preparada para la brutal suspensión de mi coche? Es como montar en una montaña rusa.
Ella emitió un gemido cargado de desconcierto y se cubrió los ojos con la mano.
La miró con sorpresa. Sin embargo, su expresión cambió cuando una vaga idea del porqué de su
extraña reacción acudió a él repentinamente.
—Es algo que ya te he dicho con anterioridad, ¿verdad?
—Sí —contestó ella en un murmullo con la vista fija en el parabrisas—. Es lo mismo que me
dijiste la primera vez que monté contigo en este coche.
—Vaya, qué poco original soy. Pues no puedo prometerte que no vuelva a suceder. Ya sabes,
amnesia y eso…
—No pasa nada —dijo en un hilo de voz.
Su intento por quitarle hierro al asunto no había servido de nada ya que las palabras de ella
rezumaban tristeza. Aquello no le gustó demasiado.
Metió la llave en el contacto y arrancó. La radio —sintonizada en Kiss FM como de costumbre—
escupió el estribillo de Take on me de A-ha. La tarareó mientras abandonaban el parking. Podía sentir
los ojos de ella sobre su persona, pero fingió no darse cuenta y continuó cantando.
Juls
Comieron en un restaurante cercano al parking donde habían dejado el coche. Aitona se llamaba.
Era un lugar sencillo, sin grandes pretensiones que servía típicos platos mediterráneos. Según le
explicó Jorge, Diego vivía cerca e iba mucho por allí por lo que el dueño los trató con mucha
deferencia y se acercó a su mesa un par de veces para comprobar que todo fuera de su gusto.
No tocaron temas demasiado profundos mientras comían. Como si se hubieran puesto de
acuerdo, solo hablaron de asuntos neutrales, de sus respectivos trabajos y de sus familias. Jorge le
contó también que hacía dos días que había vuelto a su apartamento del Albir y que estaba
acostumbrándose a su recién adquirida independencia.
Después de comer, él la guio a través de unas calles peatonales flanqueadas por comercios de
todo tipo y llenas de turistas, pero no tardaron en sumergirse en otras callejuelas mucho más
estrechas y sin tanta afluencia de gente. Juls le preguntó en varias ocasiones por su destino, pero él
reaccionó de manera misteriosa y no quiso desvelarle nada.
Finalmente, llegaron hasta una coqueta iglesia junto a la que había un pasadizo que se abría a una
plaza con suelo de baldosas ajedrezadas y rodeada por una balaustrada blanca que daba al mar. En
un extremo había un ancla gigantesca de bronce. Juls no tuvo tiempo de detenerse a contemplarla
porque él la sujetó por la muñeca y tiró de ella. Parecía tan entusiasmado como un niño el día de los
Reyes Magos. Agitada por el contacto de su mano sobre la piel de su brazo, se dejó arrastrar hasta el
otro extremo de la plaza. Allí, junto al monumento de cuatro cañones también de bronce, había una
escalinata custodiada por dos columnas blancas con filigranas azules muy típicas de la arquitectura
mediterránea. La subieron y, de pronto, se encontraron en un lugar precioso, como sacado de un
cuento.
Juls no pudo evitar que se le abriera la boca por la sorpresa.
El suelo continuaba imitando a un ajedrez de dos tonos de gris y los arcos y columnas encalados
en blanco y salpicados por azulejos azules se alternaban con árboles y algún banquito de madera. Al
frente, había un pozo que presumía de los mismos colores de toda la zona, de cuya alzada superior
de hierro forjado colgaban unos cuantos candados. Jorge se apresuró a explicarle que se había puesto
de moda entre las parejas depositarlos allí como un símbolo de su amor.
Juls se dejó conducir hasta otras dos columnas similares a las anteriores de las que partía una
escalera con balaustrada blanca que semejaba llevar hasta el mismo mar. Si antes se había sentido
sorprendida, ahora estaba completamente fascinada por las vistas que se abrían ante sus ojos. Jorge
no la había soltado en ningún momento y comenzó a descender los escalones delante de ella, tirando
de su brazo. No tardaron en alcanzar una terraza con forma de pentágono que parecía suspendida
sobre el océano, en cuyo centro se erguía una farola blanca de cinco luces.
No había apenas gente; solo dos parejas sacándose fotos en un extremo.
—Pues ya estamos aquí —anunció él y abrió los brazos con grandilocuencia.
—Me encanta —susurró ella, maravillada por el ambiente. Un lugar así no terminaba de encajar
con el Benidorm que ella conocía.
—Es el Balcón del Mediterráneo, también llamado Mirador del Castillo. Ese nombre le viene
porque durante varios siglos aquí hubo una fortaleza desde donde la ciudad se defendía de los
continuos ataques de piratas —explicó Jorge—. En el siglo diecinueve, los franceses asaltaron el
castillo y se apropiaron de él porque desde aquí podían vigilar los barcos ingleses que llegaban tanto
por Levante como por Poniente. Pero la flota inglesa acabó derrumbando las instalaciones a
cañonazos desde sus barcos. Cuando acabó la contienda, el castillo fue abandonado y hoy sólo
quedan algunos vestigios de sus murallas sepultados bajo las rocas.
Juls le escuchó llena de interés. Cuando Jorge relataba alguna historia que conocía se le
iluminaban el rostro entero. Le miró, analizando todos y cada uno de sus gestos. Era como el Jorge
de entonces cuando le habló del origen de la Isla de Benidorm.
—Soy aburrido, ¿no? —preguntó él al tiempo que se acariciaba la nuca.
—De ningún modo. —Negó con energía—. Siempre me ha gustado escucharte.
—¿Siempre? ¿Te contaba muchas historias? —indagó con curiosidad.
—Algunas —repuso ella—. Me hablaste de la leyenda del gigante Roldán.
—¿En serio? ¿Así fue cómo te conquisté? —dijo en tono de broma.
—Puede —admitió.
Después de reconocer aquello, se batió en retirada, apartándose unos pasos. Su cercanía le
impedía concentrarse en otra cosa que no fuera él. El paisaje marino que le rodeaba era el encuadre
perfecto para su masculina figura. Jorge y el mar, imposible imaginar al uno sin el otro. Ni siquiera
era capaz de disfrutar de la belleza que la rodeaba porque su presencia era intoxicante.
Se acodó en la balaustrada y aspiró hondo. Un ligero olor salobre le penetró por las fosas nasales
mientras se centraba en la inmensidad del mar azul turquesa que parecía extenderse hasta el infinito y
confundirse con el cielo. Las vistas desde allí eran espectaculares. Podía ver ambas bahías, la de
Levante y la de Poniente, y el skyline de la ciudad. La singular terraza había sido construida entre las
dos playas, sobre una península rocosa contra la que rompían las olas lanzando espuma blanca al
aire.
Giró la cabeza para localizar a Jorge. Se había alejado de la barandilla y permanecía con las manos
hundidas en los bolsillos justo al lado de la alta farola. El sol le bañaba en tonos dorados. Tenía la
mirada extraviada en algún punto del lejano horizonte. Parecía pensativo.
Juls frunció el ceño. No tenía ni idea de cómo comportarse con él. Si se hubiera tratado del Jorge
de antes habría bromeado y le habría provocado con algún comentario irónico, pero ese hombre
atractivo que se erguía a escasos metros de ella con el pelo revuelto por la brisa era un desconocido.
El intercambio de palabras que tuvieron la noche de fin de año acudió a ella de repente.
¿Qué sientes por mí, Jorge? ¿Estás enamorado de mí?
Podría ser.
Suspiró internamente.
¿Qué probabilidades había de que una persona se enamorase de otra dos veces? Se suponía que
muchas. A fin de cuentas, era lógico que se sintiera atraída por los mismos atributos y
comportamiento de la otra persona, al igual que antes, ¿no?
No.
No era tan sencillo.
En teoría, sonaba bastante bien, pero en la práctica era muy diferente.
El nuevo Jorge era distinto al antiguo. Carecía de dos años de vivencias que le habían hecho ser
quién era. En ese tiempo que se había borrado de su memoria, él había tenido multitud de
experiencias y pensamientos que le habían moldeado y convertido en su Jorge. Pero ese Jorge que
miraba al mar con ojos soñadores no era el mismo hombre que se había enamorado de ella la
primera vez y tampoco era el mismo del que ella se había enamorado. Había una gran diferencia
entre los dos, incluso siendo la misma persona.
¿Cuál era la conclusión de todo aquello, entonces? ¿Había dejado de quererle? La atracción que
sentía por él seguía estando ahí, omnipresente y poderosa. Pero ¿y lo demás? ¿Dónde estaban el
afecto y el cariño? ¿Se habían perdido?
Le observó llena de confusión y se recreó en su atractivo perfil. Imposible negar que era
terriblemente cautivador.
Él giró la cabeza y le regaló una sonrisa.
Una sonrisa que le transformó el rostro lentamente. Era algo digno de ver. Empezó en sus ojos
que chispearon con rapidez, iluminándose y desprendiendo destellos de color miel. Después se
desplazó hasta la parte inferior de su cara hasta aterrizar sobre sus labios que se abrieron con
suavidad dejando al descubierto una constelación blanca como la nieve.
Cada vez que él sonreía de aquel modo era como ver fuegos artificiales contra el cielo oscuro de
medianoche.
El corazón de Juls se detuvo un instante para, después, desbocarse como un loco.
Llena de agitación, apartó la mirada y volvió a dirigirla hacia el océano.
—¿Qué es eso? —preguntó, intentando disimular su zozobra y señalando con el dedo una
especie de estructura metálica que emergía de las azules aguas a unos metros de distancia.
—¿Eso? —Él se aproximó y se acodó en la balaustrada, a su lado—. Eso era el géiser. Hace
tiempo que no funciona, pero cuando lo hacía era digno de ver. La altura del agua llegaba a los cien
metros de altura. Era una pasada.
—¿Por qué ya no funciona?
—El agua que salía disparada erosionaba las rocas del acantilado y dañaba el medio ambiente.
Además, el mecanismo se estropeaba con frecuencia. Al final, lo dejaron por imposible.
Juls asintió distraída. Él estaba demasiado cerca, de nuevo. Solo dos o tres centímetros separaban
sus codos y podía oler la fragancia que desprendía su piel perfectamente. Era un aroma muy viril y
personal, una mezcla de esencias marinas y de Jorge. Por el rabillo del ojo se dio cuenta de que él la
observaba con insistencia. Respiró hondo.
—¿Por qué me miras tanto? ¿Te gusta lo que ves? —le preguntó con fingido aplomo,
devolviéndole las mismas palabras que había empleado él en la estación de autobuses.
—Sí. Me encanta. Eres preciosa —respondió con mucha seguridad—. Me gusta tu nariz
respingona y tus labios gruesos. Tus pómulos marcados, tus ojos tan bellos y la curva de tu frente. Y
tu cuello estilizado…
El estómago de Juls se contrajo.
—¿Ahora eres poeta?
Él se echó a reír.
—Soy lo que tú quieras que sea.
Un nuevo espasmo agitó su abdomen.
—¿Coqueteas conmigo?
—Sí. ¿Qué tal voy? —La provocación era palmaria.
—Demasiado bien —reconoció en un susurro—. Eso que me has comentado antes de una cena
con tus hermanos, ¿dónde vamos a ir? —Cambió de tema a toda velocidad.
—Cobarde —la recriminó él.
Ella no tuvo opción de decir ni una sola palabra porque él dio un paso atrás, situándose a su
espalda, y posó ambas manos sobre sus hombros. Incluso a través de la gruesa tela de su cazadora,
Juls pudo sentir su calor y un involuntario escalofrío la recorrió de arriba abajo.
—Todavía no lo sé —siguió hablando él—. Será Erika la que se encargue de todo, como siempre.
Es una organizadora nata. —Hizo una breve pausa antes de continuar con voz rasposa—: ¿Dónde
nos besamos por primera vez?
Ella se puso tensa. Tenía los nervios a flor de piel. Y no ayudaba nada que él se hubiera inclinado
y le hablara casi al oído.
—Hubo dos primeros besos —repuso al fin—. El de mentira y el de verdad.
—¿También intercambiamos besos falsos? —La sorpresa se reflejó en su tono.
Juls le habló de la noche en la que se conocieron y también del día en la playa en el que fingió ser
su chica para librarle del acoso de Bea. Él dejó escapar una risa ronca al escucharla y las sacudidas de
su torso encontraron eco en el cuerpo de ella, que tuvo que morderse los labios para no emitir un
ahogado suspiro.
—Gracias por librarme de Bea. Es mi torturadora particular.
—Lo sé.
—¿Y el beso de verdad? —insistió él.
—Ese fue un día después. En la piscina, en casa de tus padres… —vaciló—. Te comportaste
como un crío y me retaste a besarte debajo del agua.
—Y lo hiciste.
—Es que te pusiste muy pesado.
Intentó mantener el tono desenfadado para no delatarse a sí misma y mostrar lo insegura que se
sentía hablando de ese tema.
—Ya. Claro —dijo él con ironía.
Juls rememoró aquel beso. Un beso robado lo había llamado él. Aunque comenzó como una torpe
caricia debajo del agua, terminó siendo apasionado y ardiente. Un gran beso.
—¿Y te gustó? —inquirió él.
—Para nada —rechazó con exageración—. Fue bastante regular.
—¡Ja! Seguro que mientes y beso como un dios.
Lo hacía. Besaba como un dios. Incluso el beso más torpe de Jorge era mejor que el beso más
apasionado de cualquier hombre. Todos empalidecían al lado de los suyos. Por su cabeza revoloteó
el beso que Sergio le dio la noche de fin de año. Casi lo había olvidado ya que no significó nada para
ella, y a Sergio debió de quedarle también bastante claro porque no había mencionado el tema y
tampoco había vuelto a llamarla.
En ese preciso momento, la canción I’d do anything for love de Meat Loaf rasgó el ambiente y se
mezcló con el sonido de las olas del mar.
—Tu móvil —murmuró él, apartándose de ella.
¿Había sonado decepcionado?
Se sacó el teléfono del bolsillo del pantalón y miró la pantalla.
Era Félix.
La culpa la embargó al ser consciente de que no había avisado a su hermano de su llegada a
Benidorm, aunque se lo había prometido. Solo les había enviado un mensaje a sus padres.
—Lo siento. —Fue lo primero que dijo nada más aceptar la llamada.
—Vale, te perdono —repuso él.
—Es que me he liado y se me ha olvidado llamarte.
—Me supongo cómo te has liado —soltó con sarcasmo.
—Bueno, eh… Esta noche te llamo y hablamos más, ahora estoy ocupada —dijo mientras le
echaba un vistazo a Jorge, que se había alejado al otro extremo de la terraza.
—Vale, peque. Sé cuidadosa.
Cortó la comunicación y echó a andar hacia donde él se encontraba.
—Era mi hermano —le dijo.
Jorge asintió sin mirarla.
De pronto, todo el buen humor que él había mostrado hacía solo unos minutos se había
esfumado y Juls arrugó la frente con confusión. ¿Por qué parecía tan distante?
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí, claro —respondió él y le sonrió. Pero era una sonrisa tibia que no alcanzó sus ojos—.
¿Quieres que nos vayamos? Se está levantando un poco de fresco, ¿no crees? —continuó,
introduciéndose las manos en los bolsillos de la cazadora.
Tenía razón. El viento había comenzado a soplar con más fuerza. Las otras parejas hacía ya un
rato que se habían marchado.
—Vale —aceptó.
Antes de seguirle hacia la escalera, miró una última vez a su alrededor, grabando el escenario en
su memoria. Era un lugar muy especial.
Pese a todas sus dudas e inquietudes, estaba feliz de haberlo compartido con él.
Capítulo 31
Jorge
Sabía que su actitud el día anterior había sido bastante infantil, pero ya no había marcha atrás. Y
todo porque ella no llevaba la canción de Starship en el móvil como tono de llamada. Al escuchar la
famosa melodía de Meat Loaf se sintió herido y decepcionado.
¿Se podía ser más cretino?
Después de abandonar el mirador, fueron a una cafetería cercana a tomar algo, pero él no estaba
de humor y ella pareció retraerse también. Al final, la reunión resultó un pequeño fracaso.
Demasiados silencios y demasiados momentos incómodos. Así que, cuando Juls le preguntó si podía
llevarla a su apartamento, él se apresuró a hacerlo.
Regresó a su piso en el Albir, al que todavía no se había acostumbrado del todo, y escribió en su
diario durante unas horas, volcando sobre las hojas en blanco todos sus sentimientos, algunos muy
claros, otros un poco más difusos. Los párrafos que fueron llenando las cuartillas se alternaban en
una mezcla de fluidez y tachones. Y las líneas eran caóticas y desordenadas, reflejando a la
perfección cuál era el estado de sus pensamientos.
Cuando le mostrara sus escritos a la doctora Carmena en su próxima sesión, con toda seguridad,
ella no podría descifrar aquel galimatías.
Terminó por irse a la cama con los cascos colocados en sus orejas y se puso a escuchar una lista
de sus temas favoritos en Spotify, preguntándose si habría compartido con Juls alguna de esas
canciones, al mismo tiempo que abría la aplicación de mensajes en su móvil y releía los que habían
intercambiado en el pasado.
La Juls de aquella tarde poco se parecía a la mujer cuyas palabras estaban plasmadas en aquellos
textos. Y el anhelo de que ella se mostrara tal y como era antes le acometió con fuerza.
Quería a esa Juls de regreso.
«Tú tampoco eres el mismo Jorge de antes. Que no se te olvide. Quizá ella desea lo mismo que
tú», le recordó una voz cargada de lógica.
La situación era frustrante.
Terminó por quedarse dormido, pero no fue un sueño pacífico ni reparador. Se despertó en
incontables ocasiones durante la noche, por lo que, al día siguiente, se pasó toda la mañana
bostezando y tratando de concentrarse en sus tediosas tareas de ordenador en la escuela. Cosa harto
difícil cuando sus pensamientos recaían una y otra vez sobre esa chica de pelo corto y cara traviesa
que se empeñaba en robarle el noventa por ciento de su tiempo.
Ahora, cuando solo faltaba un cuarto de hora para volver a verla, se recriminaba el haber sido tan
pueril la tarde anterior y haber actuado de ese modo tan absurdo. Se prometió a sí mismo que
aquello no volvería a suceder y que mantendría la compostura, pasara lo que pasara.
La calle donde estaba su edificio era una calle estrecha en la que no se podía aparcar, así que
estacionó el Patrol en el acceso al garaje y puso las luces de emergencia. Apagó el motor, pero dejó la
radio puesta. Disfrutó un rato de la música mientras se sacaba el móvil del bolsillo y jugueteaba con
él. Vaciló antes de enviarle un wasap, pero la impaciencia pudo con él y terminó haciéndolo.
Ya estoy aquí abajo, pero no tengas prisa, puedo esperar.
No recibió respuesta, pese a que la doble marca azul le reveló que ella lo había leído.
De pronto, en el espejo retrovisor, la vio aparecer saliendo del portal.
Pese a que el sol se había ocultado hacía rato, todavía quedaban unos vestigios de luz en el cielo y
pudo estudiar su figura con suficiente claridad. Llevaba los mismos vaqueros del día anterior, pero se
había puesto una camisa de rayas naranjas y amarillas debajo de la cazadora y esos colores parecían
iluminarle el rostro. También se había peinado hacia atrás, dejando su frente y sus cejas al
descubierto.
¿Estaba más guapa que de costumbre o era que él había dejado de ser objetivo?
«Lo segundo, sin duda».
Se le aceleró el pulso.
—Hola —le saludó ella al abrir la puerta del pasajero—. No te he contestado porque ya estaba
saliendo por la puerta.
Según parecía, estaba igual de impaciente que él porque todavía faltaban quince minutos para la
hora en la que convinieron encontrarse. Habían quedado con Erika, Diego y Lukas a las ocho y
media en el Portus. Iba a ser una cena temprana ya que todos —menos Juls— tenían que madrugar
al día siguiente.
—¿Qué tal has pasado el día? —le preguntó, circunspecto, aguantándose las ganas de darle un
abrazo.
—Bien. He escrito algunos artículos para la revista —respondió mientras se abrochaba el
cinturón.
Él bajó el volumen de la radio.
—¿Sobre qué?
—Uno sobre los mejores hoteles de España para ir a celebrar San Valentín. Y otro sobre la dieta
que sigue Jennifer Aniston.
—Suena muy interesante.
Ella se rio con jocosidad.
—Mentiroso. Suena terriblemente aburrido. ¿Y tú qué has hecho?
—Nada tan glamuroso como tú —bromeó—. Organizar un par de bautismos de buceo para mis
compañeros y dar un curso teórico de un Open Water de Iniciación. El bautismo es para los que…
—No hace falta que me lo expliques —le cortó—. Ya lo hiciste. He buceado contigo.
Ladeó la cara para mirarla y se encontró con su perfil. ¡Joder, la curva de su mandíbula era
perfecta!
—¿Te gustó? —le preguntó después de aclararse la garganta.
—Sí —admitió con una sonrisa veloz—. Aunque al principio estaba muy nerviosa, la experiencia
fue una maravilla. Fuiste un gran profesor.
Un cosquilleo de vano orgullo se instaló en él al recibir el cumplido.
—¿Qué más cosas hemos hecho? —indagó mientras arrancaba el coche y abandonaba el
estacionamiento—. Sé que estuvimos en el Mirador de la Cruz y en el rastro El Cisne. Y en el
concierto de Malikian. He visto las fotos y los vídeos.
—En realidad, no hicimos mucho más. No estuvimos juntos mucho tiempo, Jorge. Apenas dos
semanas —murmuró ella con un leve encogimiento de hombros.
Dicho así sonaba a poco, pero él sabía que su relación había sido mucho más que solo unos
pocos días compartidos. El grado de intimidad que habían alcanzado era gigante. Estuvo tentado de
decírselo, pero guardó silencio y se centró en la conducción.
—¿Dónde vamos? —preguntó ella al cabo de un rato—. Este camino me resulta conocido.
—Vamos al Portus. Está en primera línea de playa. Quizá hayas estado antes. La planta baja se
llama Massai —le explicó.
—Ah, sí. Sí que he estado. Nos tomamos un mojito allí el día que coincidimos en la playa, cuando
te salvé de Bea.
Él se rio bajito. Le habría encantado recordar ese momento y, sobre todo, recordar la cara de Bea.
—¿Vienen todos tus hermanos? —continuó ella.
—Sí, los tres. Incluso Lukas, que normalmente pasa la semana en Elche.
—Vaya, pues sí que soy interesante.
—Lo eres.
Ignoró el resoplido incrédulo que emitió ella porque acababan de llegar al cruce de la playa. En
verano no hubiera encontrado ni un solo hueco para aparcar en aquella zona, pero era enero y los
turistas brillaban por su ausencia por lo que pudo estacionar a solo unos metros del restaurante. Las
altas farolas que bordeaban el paseo iluminaban el arenal, las palmeras y, algo más lejos, también las
crestas blancas de las olas que rompían contra la orilla.
Apagó el motor y se quitó el cinturón de seguridad, pero en lugar de bajarse del vehículo, se giró
en su asiento para contemplarla. Antes no se había dado cuenta, pero ahora que la miraba fijamente
se percató de que se había maquillado con esmero. Llevaba los ojos perfilados con un eyeliner negro,
sus párpados estaban sutilmente teñidos de sombra color tierra y el tono coral de su carmín realzaba
el grosor de sus labios. No pudo evitar que su mirada se posara sobre su generosa boca. La loca idea
de inclinarse y besarla explotó en él como un relámpago.
—Sí que lo eres —le dijo en voz baja.
—¿Que soy el qué? —indagó ella.
—Interesante.
—Oh…
—A mí me interesas —le confesó.
Era la pura verdad.
Ella desvió la vista y se mordisqueó el labio inferior con agitación. Él estuvo a punto de soltar un
gemido y pedirle que no siguiera haciéndolo porque su cuerpo había comenzado a reaccionar en
consecuencia. Se le había acelerado el pulso y una ola cálida se empeñaba en bañarle el abdomen.
La atracción que sentía por ella era incuestionable.
El comienzo de batería de Nothing’s gonna stop us now rompió la quietud que se respiraba dentro del
Patrol.
Con exasperación, se llevó la mano al bolsillo para sacar su móvil, pero la pantalla estaba oscura.
Perplejo, alzó la cara al darse cuenta de que el que sonaba era el teléfono de Juls.
—Eh… Perdona —murmuró ella con la voz entrecortada y un tinte sonrojado en las mejillas—.
Tengo que atender esta llamada. —Y se bajó del coche, cerrando la puerta con cuidado.
Jorge apoyó las manos en el volante y la siguió con la mirada.
Una sonrisa satisfecha combó sus labios mientras una bandada de pájaros echaba a volar dentro
de su estómago.
«Sí».
Juls
La cena estaba resultando genial y no porque ella estuviera participando demasiado en las
conversaciones. A decir verdad, el peso de todas ellas recaía en Erika y en Lukas. Ambos charlaban
por los codos, mientras que Diego se mantenía callado y sonriente y Jorge se limitaba a intervenir
solo de vez en cuando.
El Portus era muy pintoresco. Se habían decidido por cenar en el exterior por lo que no habían
podido prescindir de las chaquetas, pero había merecido la pena ya que el ambiente era ideal. Plantas
tropicales de colores lilas y moradas en forma de enredadera adornaban las paredes, y unas cuantas
palmeras enanas se alternaban entre las mesas. Un techado de paja los resguardaba de la suave brisa.
Y las vistas a la playa eran espectaculares.
Habían pedido dos ensaladas de frutos secos y tres pizzas para compartir.
Juls había tomado asiento en el banco de madera que había pegado a la pared, junto a Erika. Los
chicos se sentaban en sillas de mimbre, frente a ellas.
—Cuando Jorge era pequeño tenía un oso de peluche con el que dormía y ni siquiera dejaba que
nuestra madre lo metiera en la lavadora. Estaba pringoso y sucio —soltó Lukas con la boca llena de
pizza—. Ese es el tipo de hombre que es mi hermano.
—Traga primero, ¿no? —le reprendió Diego.
—No era un oso, era un perro —rectificó Jorge con paciencia—. Y tú ni siquiera habías nacido.
No era la primera historieta de la infancia de Jorge que salía a relucir. Él aguantaba estoicamente y
solo ponía los ojos en blanco cada vez que uno de sus hermanos contaba alguno de sus más íntimos
y vergonzosos secretos.
Juls aguantó una risa. Erika y Lukas eran unos capullos encantadores. Era indiscutible el buen
rollo que había entre todos ellos. Le recordó un poco a la relación que ella misma mantenía con
Félix.
—¿Te ha contado que una vez se hizo pis en los pantalones? —intervino Erika.
—¿Es necesario? —inquirió Jorge, llevándose una mano a la frente.
—Esa historia me la sé —repuso Juls—. Fue en un botellón en el parque de l’Aigüera, ¿no?
Sintió los ojos de él sobre su persona, pero los ignoró mientras cogía un trozo de pizza. Lo cierto
era que había sentido su mirada recorriéndola de arriba abajo gran parte de la noche y no terminaba
de acostumbrarse.
—Doy fe —dijo Diego—. Yo también estaba allí.
—Yo no estaba, pero recuerdo cuando llegaron a casa. Era de madrugada —dijo Erika con una
sonrisa—. Hicieron un montón de ruido y me despertaron, y no solo a mí, también a mis padres.
Pensaba que mi padre los iba a regañar por llegar borrachos, pero para nada. Cuando vio los
pantalones empapados de Jorge le entró un ataque de risa y se cayó sobre el sofá y tiró la mesita del
salón —continuó, riéndose abiertamente—. Nunca le había visto reírse tanto. Y la cara de Jorge era
una pasada. Estaba rojo como un tomate.
Lukas y Diego la acompañaron en su risa. Jorge emitió un fingido suspiro lastimero.
—¿No podéis contarle algo bueno de mí?
—¡No! —exclamaron al unísono Erika y Lukas.
Juls se rio con ganas. Pese a que había estado un poco nerviosa pensando en esa reunión, debía
de reconocer que se estaba divirtiendo mucho. Los Alba eran muy agradables.
Su mirada se cruzó con la de Jorge y él le sonrió. Automáticamente, le devolvió la sonrisa. Era
imposible no hacerlo. El ambiente lo propiciaba y el buen humor era contagioso.
Le estudió a hurtadillas. Era muy distinto del Jorge de la tarde anterior. Cuando abandonaron el
mirador y fueron a tomar café, él se mostró taciturno y monosilábico. La ligera sospecha que ella
tenía del porqué de su actitud se había confirmado solo hacía una hora, cuando recibió la llamada de
Mariu en el coche. No hacía falta ser muy avispada para saber que su tono de llamada tenía algo que
ver con su comportamiento.
Esa misma mañana, lo había cambiado en un impulso tonto.
¿Tan importante era para él que ella usara la canción de Starship?
Aparentemente, sí.
—Voy al baño —dijo Erika, sacándola de su ensimismamiento—. Vente conmigo.
La rubia tiró de su mano, haciendo del todo imposible que pudiera negarse. En cuanto
accedieron a la pequeña estancia, decorada de modo tropical con mucho mimbre y plantas
artificiales, Erika cerró la puerta y apoyó la espalda en ella.
Era evidente que no necesitaba acudir al aseo.
—¿Cómo vas? —le preguntó.
—Muy bien. El sitio está genial —repuso con vaguedad.
—Pfff… No. Me refiero con Jorge.
—Pues tú misma puedes verlo. Vamos… bien. —Hizo un gesto con la mano en el aire al tiempo
que arrugaba la frente.
—¿Puedes especificar más?
Juls la miró con la cabeza inclinada, tratando de leer en su rostro hasta dónde podía llegar con sus
confidencias. Se había convertido en una persona muy querida para ella, pero no podía olvidar que
se trataba de la hermana de Jorge.
—¿Cuánto de lo que te cuente se va a quedar entre nosotras? —preguntó al fin.
Erika pareció pensar detenidamente en su respuesta.
—Si lo que me digas puede ayudar a que mi hermano y tú volváis a estar juntos…, creo que solo
el cincuenta por ciento.
Juls no pudo evitar reírse.
—Vale. Me queda claro.
—Tengo la impresión de que él se está esforzando por volver a… conocerte.
—Es un hombre estupendo…
—¿Pero?
—Pero es diferente al Jorge del que me enamoré —suspiró.
Erika abrió la boca sorprendida, como si fuera a decir algo más, pero terminó por cerrarla y
entornó los ojos.
—No es fácil de explicar —continuó Juls—. Ni yo misma lo entiendo muy bien. Cuando estoy
con él es como si estuviera con otra persona. No es el mismo Jorge del pasado…
—Ya. ¿Y te gusta este nuevo Jorge? —inquirió la otra con tono preocupado.
Juls bajó los párpados un instante, pero los elevó con prontitud.
—Sí. Me gusta. Es imposible que no me guste; es solo que echo de menos al otro… —balbuceó
—. Suena loco, ¿verdad?
—En realidad, no. Tiene su lógica.
—Supongo que solo necesitamos tiempo para saber qué es lo que queremos y aclarar nuestros
sentimientos. Ya se verá si seguimos juntos o si nos separamos.
Erika alargó una mano para posarla sobre su antebrazo.
—No quiero que os separéis.
Juls sonrió con melancolía, pero no dijo nada más.
Regresaron a la mesa para encontrarse con que los tres chicos se habían enzarzado en una
discusión sobre The Walking Dead y cuál era el mejor personaje de toda la serie. Lukas apostaba por
Glenn, Diego por Rick y Jorge lo daba todo exponiendo las cualidades de Michonne. Erika y Juls se
sumaron a la contienda verbal defendiendo a Carol y a Daryl respectivamente.
Después pasaron a hablar de música. El gusto musical de los hermanos Alba se había quedado
varado en la década de los noventa y no iba más allá —exceptuando a Lukas que parecía más abierto
en su repertorio—, culpa de sus padres. Juls dio las gracias en silencio a su hermano Félix por
haberla educado musicalmente, por lo que no se sintió como un bicho raro y los grupos que los
otros mencionaban no le sonaron del todo desconocidos.
—En junio viene Aerosmith a Madrid y queremos ir a verlos —dijo Erika, dirigiéndose a ella—.
Vamos a ir todos, mis padres también. Y mi amiga Laura e Iván, el amigo de Lukas. Podrías venirte
con nosotros.
Juls le echó un vistazo rápido a Jorge, pero él estaba distraído, intentando atraer la atención de la
camarera.
—No sé…
—Anda, vente. Tenemos que sacar las entradas en tres semanas. Jorge, convéncela.
Él la miró de frente. En un primer momento no dijo nada, solo la escrutó y Juls notó cómo su
corazón se aceleraba sin remedio.
—Déjala, Erika. Que haga lo que quiera —murmuró con firmeza—. Me encantaría que te
apuntases —añadió en voz baja—, pero como tú quieras.
Juls tragó saliva. No era que no quisiese ir a un concierto con los Alba, era que no sabía en qué
punto estaría su relación con Jorge en junio. Podían pasar muchas cosas en esos meses.
La camarera se acercó para llevarse los platos y no tardó en regresar con los brownies que habían
pedido. Los puso en el centro de la mesa para compartir.
Juls cogió un pedazo con su cuchara y el delicioso sabor a chocolate le explotó en el paladar.
¡Estaba de muerte!
—Creo que voy a salir de aquí rodando —se quejó Lukas después de haber engullido él solo uno
entero.
—Es probable que cuando me levante a alguno le dispare en el ojo con el botón de mis vaqueros
—añadió Jorge, palmeándose el abdomen.
Siguieron bromeando sobre la ingesta de calorías, pero al cabo de cinco minutos no quedaba ni
un resto del postre en el plato.
—Es hora de que nos vayamos, chicos —dijo Diego, echando una ojeada a su reloj—. Mañana
madrugamos. Sobre todo, tú, Lukas, que te tienes que ir a Elche temprano.
—Sí —dijo este con un cabeceo—. Pide la cuenta.
Diego subió el brazo y llamó a la camarera.
—¿La dividimos entre cinco? —propuso Erika.
—Yo pago la parte de Juls —dijo Jorge.
—¡No! —protestó ella con energía—. La dividimos, como ha dicho Erika.
Jorge no insistió.
Después de pagar, bajaron la escalera de piedra y se detuvieron frente a la puerta del restaurante.
Diego había llegado en su moto y Erika y Lukas lo habían hecho en el coche de este último, un Seat
Ibiza blanco que estaba aparcado en dirección contraria al lugar donde habían dejado a Turbo.
—Te vemos el domingo, ¿no? —le preguntó Erika a Juls mientras la abrazaba.
—¿El domingo?
—En casa de mis padres. La reunión semanal. Pásate, aunque sea solo un rato.
—Ya sabes que eres bienvenida —intervino Diego.
Juls miró de reojo a Jorge. No le había comentado nada.
—Sois unos pesados —farfulló él—. Es tu decisión —dijo, dirigiéndose a ella—. Haremos lo que
te apetezca. No quiero agobiarte.
—No, no. Por mí está bien.
Terminaron de despedirse y ellos dos se dirigieron hacia el Patrol. Juls se percató de que le
costaba un poco mantener la línea recta. Las tres copas de vino que había tomado se le habían
subido un poco a la cabeza.
Hicieron el trayecto hasta su apartamento en un agradable silencio. En la radio sonaba Moonlight
shadow de Mike Oldfield y ella miró a Jorge un par de veces. Era raro verle tan callado.
—¿Estás esperando a que me ponga a cantar? —preguntó él de pronto como si le hubiera leído
los pensamientos.
—Es que siempre lo haces —confesó con un suspiro relajado.
Él no dijo ni una palabra, pero poco después comenzaba a canturrear la canción con voz
aflautada.
Ella bajó los párpados y no pudo evitar que una risa efervescente emergiera de su garganta. Sí, el
vino estaba haciendo de las suyas.
De pronto, el coche se detuvo. Abrió los ojos y se dio cuenta de que ya habían llegado a su
destino; estaban en la puerta de su edificio.
—Mañana por la tarde tengo una cita con mi psicóloga en Alicante, pero podemos vernos
después —dijo él. Se había girado en el asiento y la miraba.
—No te preocupes, yo tengo que trabajar. Nos vemos el sábado.
A él se le oscurecieron los ojos con desilusión, pero no replicó pese a que se notaba que quería
hacerlo.
—Bueno —comenzó ella y se quitó el cinturón de seguridad—. Pues me voy…
—Claro.
Los nervios encontraron vivienda en su interior y vaciló un buen rato sin bajarse del coche.
Finalmente, con una torpeza que rayaba en la más absoluta ineptitud, se acercó a él para darle dos
besos, pero calculó mal la distancia y estuvo a punto de pegarle un cabezazo épico. Menos mal que
Jorge parecía conservar todo su aplomo y la detuvo en el último momento poniéndole una mano en
el hombro.
—Mañana te llamo —murmuró y le regaló una sonrisa torcida antes de darle dos besos.
—Eh, sí —musitó mientras su aroma se le colaba por la nariz y le erizaba el vello de la nuca—.
Eh… Hasta mañana.
Descendió del vehículo y cerró la puerta a su espalda. No quiso mirar atrás mientras abría la
puerta del edificio. Bastante complicado era poner un pie detrás de otro sin perder el equilibrio. Y
ese vértigo que notaba no se debía al alcohol, sino a su cercanía.
Que se sentía atraída por él era muy obvio.
Entonces, ¿por qué no había querido verle al día siguiente?
Necesitaba tiempo para poner en su sitio todas esas ideas confusas que anidaban en ella. Dos días
seguidos con Jorge habían sido como una sobredosis. Un día lejos de él sería una cura de
desintoxicación que le urgía tener para pensar con claridad.
Había una lámpara encendida en el salón que había olvidado apagar antes de marcharse. Ahora lo
agradeció porque así el piso no parecía tan solitario. Qué suerte tener una amiga como Mariu que le
dejaba el apartamento en cualquier ocasión. Si hubiera tenido que pagarse un hotel con sus exiguos
ahorros no habría podido permitirse ir a Benidorm con tanta frecuencia.
Apenas había tenido tiempo de desmaquillarse, lavarse los dientes y ponerse el pijama cuando
llegó el wasap. Incluso antes de mirarlo ya sabía que era de él. Podía intuirlo.
Jorge: Qué tal la cena? Todo bien? Te ha gustado?
Se tumbó en la cama, poniéndose cómoda, y aferró el teléfono con ambas manos.
Juls: Todo perfecto, gracias. Tus hermanos son encantadores.
Jorge: Espero estar incluido en esa descripción.
Compuso una sonrisa.
Juls: Claro.
Jorge: Solo hay una cosa que me ha descuadrado.
Frunció el ceño, perpleja. ¿A qué se refería?
Juls: Qué?
Jorge: Tu preferencia por Daryl.
Juls: En serio? A mí me sorprende que defiendas a Michonne.
Jorge: Por qué? Es una mujer poderosa y es increíble con su katana.
Juls: Daryl sí que es increíble con su ballesta.
Jorge: Daryl no ha visto un peine en su vida.
Juls: Y Michonne sí? Te olvidas de sus rastas.
Jorge: No sé si seguir hablando contigo sabiendo que él es tu favorito.
Juls: Lo cierto es que el mejor personaje de todos es Negan.
Jorge: Pues ahí te doy la razón. Es brutal.
Juls: Somos amigos otra vez?
Jorge: Jajaja, sí.
Después de aquel no llegaron más textos y ella tampoco supo cómo continuar la conversación.
Releyó los mensajes con una mueca divertida hasta que se dio cuenta de que en la parte superior de
la pantalla aparecía la palabra Escribiendo…
Aguardó con la respiración contenida.
Jorge: Me encanta compartir momentos contigo. Mañana va a ser un día muy largo. Ya tengo ganas de que sea
sábado.
Se mordió los labios al tiempo que su corazón se saltaba un par de latidos. Sus dedos trémulos
comenzaron a escribir una respuesta, pero se detuvieron. Volvió a empezar de nuevo, mas otra vez
se detuvo.
Arrugó la frente, pensativa.
Sin verle era más fácil imaginarse que la persona al otro lado de la línea era el antiguo Jorge.
¿Cómo le habría respondido la antigua Juls?
Juls: Eres supercursi, pero reconozco que me gusta tu cursilería. Sigue así. Vas por buen camino.
Y añadió un emoji guiñando un ojo.
Jorge: Tengo muchas frases cursis en la reserva. No me tientes o prometo usarlas todas.
Juls: Venga, va, regálame alguna. Me apetece reírme.
Tuvo que esperar al menos un minuto hasta que llegó la contestación. Era un gatito llorando
debajo del cual se podía leer: Yo cuando no me respondes a los dos segundos.
No pudo evitar que le entrara la risa.
Acto seguido, llegó una nueva foto. Esa vez era un perrito con carita soñadora y la leyenda decía:
No es piña ni es mora, es tu carita la que me enamora.
Su carcajada fue estridente y rebotó en las paredes del dormitorio. ¡Qué ridículo!
Juls: Por favor, para y no me tortures más!
Jorge: Te lo advertí. Mañana te mando alguna más. Buenas noches.
Juls: Buenas noches.
Después de aquello, se deslizó hasta que su cabeza se apoyó en la almohada y cerró los ojos.
Estaba algo mareada por el alcohol, pero lo suficientemente despejada para ser consciente de que
Jorge y ella se acercaban poco a poco.
Ella también ansiaba que llegara el sábado.
Capítulo 32
Jorge
Había hecho grandes planes para ese día, pero al mirar el cielo encapotado, comenzó a temer que
todos ellos se fueran al carajo.
Acababan de dejar el coche en el parking que el Ayuntamiento había habilitado en la ruta del faro
del Albir. Para ser un sábado, no había demasiados vehículos allí estacionados. Claro que, mucha
gente habría desistido de hacer aquella excursión al ver las nubes grises que cubrían el cielo. Ellos
eran la excepción. Unos valientes, se dijo Jorge con una media sonrisa.
—Parece que va a llover y la ruta hasta el faro es de dos kilómetros de subida y otros dos de
bajada. ¿Te atreves?
Juls le miró con las cejas fruncidas.
—¿Me estás retando?
—Un poco —admitió con desvergüenza.
—Mientras el camino no sea de tierra y se convierta en un lodazal.
—No. Está asfaltado.
—Por mí, perfecto. Mira lo que tengo —dijo, al tiempo que extraía un pequeño paraguas plegable
de su mochila.
—¿Ahí cabemos los dos?
—¿Quién ha dicho que sea para ambos?
Jorge emitió una suave risa.
La Juls de esa mañana se asemejaba mucho más a la Juls de los mensajes. Parecía haber perdido
su timidez. Quizá haber pasado un día separados le había venido bien para aclarar sus ideas.
—Pues vamos, entonces.
Ella se puso en marcha, situándose a su lado. Llevaba vaqueros y deportivas, tal y como él le
había pedido la noche anterior, cuando la llamó por teléfono.
Lo primero que encontraron al empezar la ruta fue un merendero, pero lo dejaron atrás y
continuaron caminando a paso moderado. El camino estaba bordeado por hitos de piedra caliza y
una amplia pinada se extendía debajo de ellos.
—El actual camino se trazó en mil novecientos sesenta y uno, antiguamente era una estrecha
senda muy peligrosa que iba paralela al mar y terminaba en el faro, que se construyó en mil
ochocientos sesenta y tres.
—Dime la verdad —le pidió ella, deteniéndose—. ¿Lo sabías de antes o lo has mirado en el
Google esta mañana?
—Google, esta mañana —admitió con la boca torcida.
—Al menos eres sincero —repuso mientras echaba a andar de nuevo.
—Quería impresionarte. ¿Estás impresionada?
—¿Por dos fechas? No.
Él volvió a reírse.
—Es una putada que esté nublado porque los días de sol las vistas son fantásticas, pero tenemos
que aprovechar lo que tenemos, ¿no?
Siguieron caminando y disfrutando del paisaje. El mar en tonos grisáceos se abría ante sus ojos
con el Peñón de Ifach al fondo, imponente y llamativo.
—Ese es el lugar donde fuimos a bucear —dijo ella, señalando la gran roca.
—Seguro que te llevé a la cala El Racó.
—¡Sí! Ese era el nombre.
—Cualquier día de estos repetimos.
Juls le lanzó una mirada soslayada que él no supo interpretar, aunque creyó leer algo de
inseguridad en ella. Decidido a no romper la armonía que parecía haber entre ambos, cambió de
tema.
—Bueno, déjame que siga intentando impresionarte con mis conocimientos. Vamos a tomar la
ruta que baja a las minas de ocre. Está un poco más adelante.
Y eso hicieron. Bajaron hasta la mina, con cuidado de no resbalarse en el suelo rocoso e irregular;
era rojizo debido al ocre. Una vez abajo, Jorge volvió a hacer gala de su recién adquirida sabiduría vía
internet —gracias a la pequeña chuleta que se había anotado con boli en la muñeca— y le habló del
origen de la mina y de que el ocre se utilizaba como colorante para pinturas.
Juls parecía pendiente de todas y cada una de sus palabras y él no pudo evitar sentirse un poco
halagado por su interés.
Justo al lado de la mina, había una cala a la que se asomaron con prudencia, por lo escarpado del
terreno. Él le contó que en verano la gente iba hasta allí para bañarse en sus cristalinas aguas.
Después de regresar al camino principal, avanzaron unos metros hasta alcanzar otra de las rutas
secundarias, la que llevaba a la Boca de la Ballena. Descendieron por la senda que se abría paso entre
la espesa vegetación y las rocas húmedas por el rocío hasta alcanzar una cueva de amplias
dimensiones. Se entretuvieron un buen rato admirando las estalactitas y estalagmitas y las formas
peculiares de las paredes rocosas.
—Qué pena. —Ella señaló unos grafitis en tonos rojos y blancos que afeaban una de las
columnas de piedra.
—Sí, aquí viene toda clase de gente y les preocupa una mierda hacer destrozos —suspiró él—.
Eso y el guano de las gaviotas van estropeando todas las formaciones.
Le dio la mano para ayudarla a subir un montículo, pero en el mismo instante en que alcanzaron
terreno llano, se soltó. La contempló de reojo, lamentando que el contacto hubiera sido tan breve.
Abandonaron la cueva y regresaron al camino. El color del cielo había pasado de ser gris plomizo
a convertirse en una mezcla de gris y negro, y el retumbar de un trueno llegó con claridad hasta ellos.
—Si queremos llegar al faro, tenemos que darnos prisa —comentó él.
Aceleró el paso y ella adecuó sus pisadas a las suyas.
Volvió a mirarla. El viento que soplaba generoso había puesto color en sus mejillas y le
alborotaba el cabello.
Estaba guapa.
¿Y si tiraba de ella como si quisiera que se diese prisa? Era la excusa perfecta para cogerla de la
mano, ¿no?
¡Dios! Se rio de sí mismo en silencio. ¿Cómo era posible que fuese tan absurdo?
No había tenido tiempo de encontrar una respuesta cuando el faro apareció ante ellos. Pese a que
el cielo apagado deslucía algo la imagen, la edificación blanca y azul sobre la que se levantaba
deslumbraba por su limpieza. Era evidente que hacía poco que había sido repintado.
Juls dejó escapar un gritito repleto de deleite.
—¡Oh, me encanta!
Él se descubrió sonriendo, encantado por su entusiasmo.
—Está situado a ciento doce metros sobre el mar, y en la actualidad es un Centro de
Interpretación —explicó, mirando disimuladamente la chuleta.
—¿En serio lo llevas escrito? —preguntó ella con incredulidad.
—¡Joder! Me has pillado —se rio.
—Alucino contigo —se carcajeó con suavidad.
—Tenía que fanfarronear un poco. —Se encogió de hombros—. ¿Quieres entrar?
—No. Prefiero exponerme a los elementos.
Se acodaron en la balaustrada negra que daba al acantilado. Desde allí las vistas eran
impresionantes. Se podía ver la bahía de Altea, la piscifactoría, los cortados de Sierra Helada con la
antena en su punto más alto y el mar embravecido con las olas cada vez más altas.
Lástima de temporal que lo sombreaba todo y robaba los colores.
—Ven al Catadelfines. —Señaló él el telescopio.
—¿Catadelfines?
—No me digas que no sabes lo qué es. Cuánta incultura… —Chasqueó la lengua de modo teatral
—. Es, obviamente, un catalejo para ver delfines.
Ella puso los ojos en blanco, pero no dudó en acercarse y mirar por el telescopio.
—Es una pena que haga tan mal tiempo —suspiró él, situándose tras ella.
Sus ojos se clavaron en su nuca. Siempre pensó que le gustaban las mujeres con el pelo largo, una
sedosa cabellera donde hundir los dedos le resultaba de lo más atrayente. Sin embargo, el corte de
pelo de Juls le parecía terriblemente sexi. Reprimió las ganas de alargar la mano y deslizar los dedos
por sus guedejas.
—¡Puedo ver un montón de aves!
Su exclamación le hizo regresar a la realidad.
—Gaviotas y cormoranes, seguro. Son muy abundantes en esta zona —repuso.
Otro trueno se mezcló con el sonido del viento ululante.
—Tenemos dos opciones. Entrar al faro o largarnos de aquí a toda velocidad. El camino de
regreso nos va a llevar por lo menos quince o veinte minutos. —Echó un vistazo a las nubes que
amenazaban con derramarse sobre ellos de un momento a otro—. Si nos quedamos, es probable que
no podamos bajar hasta dentro de unas horas.
—Pues vámonos.
—Solo un segundo. Tengo una última información de Google y necesito sacarla de mi interior,
por favor, o me va a estallar la cabeza —exageró, alzándose la manga de la cazadora para leer la
última frase que llevaba escrita en el brazo.
—Venga, vale. Dilo —se rio ella.
—¿Ves ese montículo de piedra? Son los restos de la Torre Bombarda —recitó como un
autómata—. Una antigua torre vigía del siglo diecisiete, construida para defenderse de los piratas
berberiscos y destruida durante la guerra de la independencia. ¡Ya! —terminó y volvió a bajarse la
manga—. Y, ahora, ¡vámonos!
Se dio media vuelta y echó a andar deprisa hacia el camino por el que habían llegado. La risa
cantarina de ella le siguió. Se giró y vio que una sonrisa flotaba en los femeninos labios. Se felicitó en
silencio por la excursión y por haberse sentado aquella mañana delante del ordenador a buscar
información. Incluso pese al mal tiempo, había conseguido crear un recuerdo memorable.
Habían recorrido algo más de medio kilómetro cuando una ráfaga de viento los azotó con fuerza
y algunas gruesas gotas cayeron sobre sus cabezas. Ella se apresuró a sacar el diminuto paraguas de
su mochila y abrirlo. Lo puso sobre ambos, pero no había contado con que el viento iba a soplar de
lado. Poco después, comenzó a llover con ganas, y el ridículo paraguas se dio la vuelta y no sirvió de
mucho. Los dos terminaron calados.
—¿Y si corremos? —propuso él casi a gritos.
Juls no le dejó terminar; echó a correr dejando escapar una exclamación desenfrenada. Él se unió
a ella, cabeceando por lo grotesco de la escena.
De algún modo y sin planearlo, se tomaron de la mano mientras avanzaban a toda velocidad por
el camino asfaltado. Eran las dos únicas personas que parecía haber sobre la faz de la tierra,
expuestas al vendaval. Nadie más estaba tan loco como para andar por allí.
—¿Aguantas? —le gritó.
—¿Y tú? ¿Aguantas tú? —respondió ella con otra pregunta.
Ambos rompieron a reír.
El viento se llevó sus risas.
Jorge se sentía pletórico.
Había tenido sus dudas el día anterior, cuando acudió a la consulta de la doctora Carmena y le
enseñó su diario y compartió sus pensamientos con ella. Tenía la sensación de que se estaba
embarcando en una relación en la que él estaba dispuesto a invertir mucho más que ella, que no
hacía otra cosa que mostrar reticencia, si bien los wasaps que intercambiaron la noche del jueves le
habían proporcionado algo de optimismo.
La psicóloga le aconsejó que se dejara llevar y que no se cerrase a experimentar ninguna emoción,
ya fuera buena o menos buena. Las emociones malas no existían en su vocabulario.
Y eso estaba haciendo.
Experimentar emociones.
Buenas.
Junto a Juls.
Cuando alcanzaron el parking donde estaba su coche, la ropa de los dos chorreaba.
Se apresuraron a subir al vehículo.
—Recuérdame que no volvamos a salir cuando amenace lluvia —dijo él con un suspiro mientras
se acomodaba en el interior de Turbo.
—¿Estás seguro de que no lo he hecho ya? Lo digo por lo de tu amnesia y tal… —repuso ella.
Estaba tiritando.
—Estás graciosilla hoy.
—Graciosilla, no sé. Calada, seguro. —Sus dientes comenzaron a castañear.
Las ganas de abrazarla y traspasarle algo de su calor corporal —que no era mucho— le
sobrepasaron. No obstante, mantuvo la cabeza fría y se limitó a introducir la llave en el contacto y
poner la calefacción a toda potencia.
La miró durante unos segundos. Las gotas resbalaban de su pelo que el agua había oscurecido y
rodaban por su cara pálida. Su cazadora de cuero había conseguido repeler la humedad, pero sus
vaqueros estaban empapados.
—Vamos a mi apartamento. —Tomó una decisión—. Está aquí al lado. Te puedes duchar y
entrar en calor mientras tu ropa se seca.
Sacó un paquete de pañuelos de papel de la guantera y se lo tendió para que se secara. Ella lo
cogió y le dio la gracias de un modo casi inaudible.
Él arrancó y accionó el limpiaparabrisas que se puso en marcha con un gemido lastimero. El calor
que emergía de los conductos de ventilación pronto caldeó el interior del vehículo. Se pusieron en
marcha en dirección a la costa y los neumáticos del todoterreno levantaron cortinas de agua al
internarse en los profundos charcos. Apenas había gente por la calle; era indudable que todo el
mundo había buscado refugio en algún lugar. Las tormentas invernales en la zona no solían ser muy
comunes y duraban poco. Con toda seguridad, en un par de horas, el cielo estaría despejado.
Tal y como había pronosticado, llegaron al garaje de su edificio en pocos minutos.
Estacionó el vehículo en su plaza y lo rodeó para abrirle la puerta a ella, que, si bien se había
secado la cara con los clínex, todavía tenía un aspecto miserable con el cabello pegado a la cabeza y
las mejillas lívidas. Él mismo notaba el tejido húmedo de su cazadora vaquera pegado al cuerpo y era
una sensación bastante desagradable.
Mientras subían en el ascensor se dedicó a estudiarla. Ella no había dicho ni una sola palabra en
los últimos minutos y todo el buen humor que había mostrado en el camino del faro parecía haber
desaparecido.
Se bajaron en la quinta planta y él señaló la vivienda de la derecha.
—Este es mi apartamento —dijo. Abrió la puerta y le cedió el paso—. No es muy grande, pero
para una persona sola está bien. Todavía me estoy aclimatando al sitio. Solo hace unos días que me
he mudado. Tenía ganas de tener un poco más de independencia y tranquilidad, ya sabes cómo es mi
familia, todos muy ruidosos y caóticos.
Se dio cuenta de que estaba balbuceando una frase tras otra, intentando llenar el incómodo
mutismo que parecía haberlos envuelto.
—Ya lo conocía —susurró ella. Había un tinte melancólico en sus palabras.
¡Claro! Se llamó imbécil para sus adentros. ¿Cómo no había caído? Quizá ese era el motivo por el
que estaba tan callada. ¿Recuerdos gratos o ingratos?
¡Puñetera amnesia!
Se quitó la chaqueta y la arrojó sobre el sofá. Luego, se dirigió al dormitorio y entró al baño.
Cogió una toalla de la estantería y regresó a la alcoba para sacar un pantalón de chándal y una
camiseta del cajón de su cómoda antes de volver junto a ella.
—Toma. Date una ducha para entrar en calor. Y ponte esto. —Le tendió las prendas—. Deja la
ropa en el suelo junto a la puerta y yo me encargo de meterla en la secadora.
—¿Puedo beber un vaso de agua primero?
—Pues claro.
Ni siquiera tuvo tiempo de ir a buscarlo. Ella estaba más cerca que él de la cocina y se dirigió
directamente al armario donde guardaba los vasos. Cogió uno y sacó una botella de agua mineral de
la nevera. Todos sus movimientos eran precisos y seguros.
Sí. Era indudable que ya había estado en el piso con anterioridad.
Verla desenvolverse con tanta familiaridad por su casa le causó un agradable cosquilleo en las
tripas. Siguió observándola a través de las pestañas mientras volvía a guardar la botella en la nevera y
bebía del vaso a pequeños sorbos. La suave ondulación de su garganta mientras tragaba le pareció
sumamente sensual.
De pronto, se preguntó qué cosas habrían hecho en ese apartamento.
Imágenes de ambos retozando en su sofá y revolcándose en su cama se agolparon en su cabeza
con repentina fuerza. Fueron tan vívidas que, durante un instante, pensó que eran un recuerdo real,
pero rápidamente se dio cuenta de que no era así. No eran reminiscencias de sucesos pasados, eran
algo diferente.
Quizá un anhelo de deseos insatisfechos.
Un vehemente ardor se apoderó de él y le despertó una erección.
Avergonzado, trató de disimular su inesperada reacción física y se dio la vuelta, encarando el
amplio ventanal que daba al exterior. A través de la cortina de agua que caía del cielo pudo ver los
blancos cantos rodados empapados en la playa y el tormentoso mar de color pardo.
Tan tormentoso como sus propios pensamientos.
Permaneció inmóvil, con los puños cerrados, intentando que su cuerpo se serenase. Por fin
escuchó los pasos de ella a su espalda y el sonido de la puerta del dormitorio, cerrándose. Expulsó el
aire que había mantenido preso en los pulmones y pegó la frente al frío cristal. Un hondo suspiro
emergió de su boca.
¿Acababa de empalmarse?
¡Qué patético!
«No seas tan dramático», se dijo. A fin de cuentas, tampoco era la primera vez. Hacía unos días
que eso le había sucedido mientras veía los provocadores vídeos que ella le había enviado en el
pasado.
Había uno en el que ella estaba solo con ropa interior.
¡Joder! Lo último que necesitaba en ese momento era pensar en esos vídeos.
Se dio la vuelta y se dirigió a su cuarto. Tal y como él le había pedido, ella había dejado la ropa
mojada en el suelo: sus vaqueros, su suéter verde, sus deportivas y sus calcetines. Estos eran rojos
con margaritas diminutas. Los alzó en el aire y se maravilló de lo pequeños que eran.
Se desnudó con rapidez, se puso un chándal y una camiseta y, con las prendas húmedas de ambos
en la mano, se dirigió a la cocina para meterlas en la secadora. Después, regresó al ventanal y echó
una ojeada al exterior. La lluvia parecía estar amainando.
Desde hacía unos minutos, una vena latía con fuerza cerca de su cuero cabelludo y un incipiente
dolor de cabeza comenzaba a manifestarse detrás de sus cuencas oculares, pero lo había ignorado. Se
frotó la sien con cuidado y sus ojos se posaron sobre las palabras escritas en azul en su antebrazo
izquierdo. Se habían emborronado un poco con la humedad, pero todavía se podía leer en la parte
más alejada de su mano: Juls .
Era consciente de haberse garabateado su nombre en el brazo esa mañana cuando estaba
anotando las fechas, pero no recordaba haber dibujado el corazón.
Su subconsciente parecía traicionarle.
Juls
La melancolía había hecho presa en ella en cuanto entraron por la puerta del apartamento.
Demasiadas experiencias compartidas entre aquellas paredes. Ya en el ascensor comenzó a sentirse
extraña recordando la primera vez que estuvo allí. En aquel entonces, se habían devorado a besos en
la estrecha cabina metálica.
Y, después, al ver el sofá en el que habían pasado largos ratos besándose, y la cocina, donde
desayunaron e intercambiaron confidencias después de una larga noche de pasión, se le había
encogido el estómago.
Pero nada comparado a lo que sintió cuando entró al dormitorio y sus ojos se deslizaron por la
cama. Los recuerdos de todo lo sucedido entre esas sábanas la golpearon con fuerza y estuvo a
punto de soltar un sollozo ahogado. Toda la complicidad, los besos, las caricias, el modo en que él le
había susurrado al oído palabras en alemán, las miradas, las bromas y las risas… Todo olvidado.
Después de dejar la ropa en el suelo, junto a la puerta, se encerró en el baño a toda prisa,
intentando ignorar que también habían hecho el amor en esa ducha mientras protestaban riéndose
por el pequeño tamaño de la cabina acristalada. Dejó que el agua arrastrara las lágrimas que se
empeñaron en brotar de sus ojos mientras se llamaba tonta en silencio por dejarse llevar de esa
manera.
No quería demorarse mucho tiempo en el baño porque sabía que Jorge también necesitaba
usarlo, pero la sensación del agua caliente sobre su entumecido cuerpo era demasiado maravillosa
para apresurarse. Apoyó la cabeza sobre la pared de azulejos y emitió un sollozo, decidida a que
fuera el último.
No podía seguir lamentándose.
Sí, era verdad que él no la recordaba y que había olvidado las experiencias maravillosas que
habían vivido juntos.
Pero estaban construyendo otras nuevas.
Como la excursión al faro.
Pese a que la tormenta los había sorprendido, las últimas horas junto a él habían sido fantásticas y
no se iban a borrar de su memoria jamás.
Cuando la imagen de Jorge leyendo las chuletas de su brazo acudió a ella no pudo evitar soltar
una risa, cuyo eco se mezcló con el sonido del agua que caía sobre las paredes de cristal.
Era tan absurdo y tan tierno al mismo tiempo.
Era algo que el Jorge del pasado habría hecho.
Pensó en lo largo que se le había hecho el día anterior, sin verle. Ni siquiera pudo concentrarse en
trabajar porque su mente estaba demasiado ocupada haciéndose preguntas ridículas.
¿Qué estaría haciendo él? ¿Dónde estaría? ¿Estaría pensando en ella?
Y otras mucho más serias.
¿Podía confiar en él? ¿De verdad se estaba enamorando de ella?
Y la peor de todas.
Si no era así, ¿podría resistirlo su corazón?
Vivía en un mar de dudas. Lo único que sabía con seguridad era que se había equivocado al
pensar que, manteniendo las distancias, la atracción que sentía por él disminuiría de algún modo y
sería capaz de ver las cosas en perspectiva. Fue al contrario. Le echó de menos a rabiar.
Por eso esa mañana había estado tan receptiva. Tenía la necesidad de ser Juls, la de antes y de que
él fuera Jorge, también el de antes.
Y lo fueron.
Casi a regañadientes, abandonó la ducha y se secó. Después se vistió con la ropa que él le había
dado, que le quedaba enorme. Ni siquiera se miró al espejo. ¿Para qué? Seguro que estaba ridícula,
pero no le importó demasiado.
Jorge estaba de pie frente al ventanal, pero se dio la vuelta al escuchar sus pasos.
—¿Qué tal la ducha? —le preguntó.
—Grandiosa. Me habría quedado allí a vivir —repuso con un guiño.
Él le regaló una sonrisa que no terminó de alcanzar sus ojos al tiempo que se frotaba la frente.
Estaba un poco pálido y tenía el ceño arrugado.
Aquello la llenó de sorpresa.
—Te queda bien mi ropa —bromeó. A todas luces, se notaba que su tono era forzado.
—Si te gustan los payasos…
—En serio. —Seguía sonriendo, pero era una sonrisa artificial.
No pudo preguntarle porque él se encaminó al dormitorio. Justo antes de cerrar la puerta, asomó
la cabeza por ella.
—No tardo mucho, pero si quieres un café…
—No te preocupes —le interrumpió—. Yo me encargo.
Él desapareció y ella se quedó inmóvil y perpleja con la vista fija sobre la hoja de madera. Su
cambio de actitud era muy patente. ¿Habría pasado algo?
Pensativa, preparó café y lo sirvió en dos tazas, sin leche, recordando que a él también le gustaba
así. Después, con su taza en la mano, se dirigió al ventanal que dominaba toda la pared y que daba al
balcón. Había dejado de llover. Solo de vez en cuando alguna gota golpeaba la barandilla de metal,
pero era probable que no cayeran del cielo sino del piso superior.
Se abstrajo contemplando el mar revuelto. Las crestas blancas de las olas, que se habían comido
media playa, contrastaban con el color plomizo del agua. La línea del horizonte parecía marcada con
un cincel, tal era el contraste entre la oscuridad del océano y el gris apagado del cielo.
Unos pasos a su espalda la sobresaltaron. Se giró y le vio junto al sofá. El cabello húmedo le caía
sobre la frente y tenía los ojos entrecerrados de un modo poco natural.
—¿Ya? ¡Qué rapidez! —murmuró ella—. Te he preparado un café. —Señaló la encimera.
Él asintió con un rictus inusual en su boca.
De nuevo, Juls tuvo la sensación de que algo no marchaba bien.
—¿Estás bien? ¿Ha pasado algo?
—Me duele la cabeza —admitió él al tiempo que se llevaba los dedos a las sienes y bajaba los
párpados—. Mucho —añadió con sutil reticencia.
—Oh… ¿Tienes algo para el dolor? —inquirió preocupada.
—Acabo de tomarme una pastilla, pero es probable que tarde en hacer efecto. —Hizo una pausa
y bebió un trago de su taza—. Mira, ya sé que te voy a joder el día, pero creo que voy a tener que
encerrarme en el dormitorio con las persianas bajadas. No es la primera vez que me pasa esto. Voy a
llamar a Erika para que venga a buscarte.
—¿Tiene esto algo que ver con tu accidente?
Él suspiro.
—Puede. Antes nunca había tenido este tipo de dolor de cabeza… No lo sé.
—No hace falta que llames a Erika y menos con las carreteras empapadas como están. Tú vete al
dormitorio y yo me quedo aquí por si necesitas algo.
—Pero…
—Sin peros —le cortó con decisión.
Él guardó silencio unos instantes.
—Me sabe fatal que tu sábado se estropee.
—Vale. No digas nada más —volvió a callarle, alzando una mano con energía—. Vete a la cama
que yo me apaño aquí. He visto que tienes comida en el frigorífico. Me prepararé algo y veré la tele.
—Juls…
—Jorge…
Por un segundo, la cara de él se aclaró y una sonrisa genuina asomó a sus labios.
—Vale, acepto mi derrota. No sabía que eras tan mandona.
—Sí lo sabías, pero se te había olvidado —le contradijo—. Te lo voy a ir recordando.
Él la miró indeciso, pero terminó por darse media vuelta y, con el café en la mano, se dirigió al
dormitorio.
—Si necesitas cualquier cosa…
—Llamaré a la policía —bromeó ella.
Él se rio suavemente antes de entrar a la habitación y cerrar la puerta.
Juls dejó caer los hombros hacia delante en cuanto él no estuvo presente para poder verla. Si bien
había utilizado su sentido del humor, estaba preocupada. No sabía hasta qué extremo un dolor de
cabeza, en el caso de Jorge, entraba dentro de la normalidad. ¿Y si le pasaba algo?
Se apresuró a coger su móvil y, tomando asiento en el sofá, fue a Google e hizo una búsqueda
sobre jaquecas en pacientes con amnesia. Al cabo de diez minutos, estaba más perdida que antes y
no había sacado nada en claro. Lanzando miradas fugaces a la puerta del dormitorio, terminó
llamando a Erika.
—Hola —dijo en voz queda cuando esta aceptó la llamada.
—Hola, Juls. Creía que estabas con Jorge.
—Y estoy, pero quería preguntarte una cosa.
—Dispara.
—Estamos en su piso. Le duele la cabeza y se ha acostado… —titubeó—. Estoy un poco
preocupada, la verdad.
—Ah… Vaya, qué putada… —Erika chasqueó la lengua—. Le pasa de vez en cuando, no con
mucha frecuencia, gracias al cielo. El último TAC que le hicieron es de hace dos semanas y estaba
todo perfecto, así que no te preocupes. Solo necesita descansar y estar tranquilo. Seguro que en unas
horas está bien.
Juls dejó escapar un suspiro aliviado.
—Vale.
—¿Quieres que vaya a buscarte?
—No. No —rechazó—. Prefiero quedarme. Muchas gracias.
—Oye, Juls… —dijo Erika con un carraspeo.
—¿Sí?
—Ayer en el aseo del Portus te dije que no quería que mi hermano y tú os separarais y tú no
dijiste nada.
Juls cerró los ojos y tragó saliva.
—Me encantaría poder decirte que eso no va a suceder jamás, pero no lo sé, Erika. Soy
consciente de que él está poniendo todo de su parte para volver a enamorarse de mí. Lo noto. Pero
¿y si eso no pasa? ¿Y si de pronto se da cuenta de que no quiere estar conmigo?
—A ver, Juls. Conozco a mi hermano. Le gustas.
—No digo que no —repuso—. Pero gustar se queda corto.
—¿Acaso lo habéis hablado?
—No.
—¿A qué estáis esperando, entonces? —Sonaba impaciente.
—Tienes razón. Tenemos que hablar.
—No tomes ninguna decisión precipitada.
—No lo haré.
Hubo un largo silencio después de aquella frase.
—Mañana nos vemos en el chalet, ¿no? —preguntó Erika.
—Sí, claro.
—Genial. Si necesitas cualquier cosa, llámame.
Se despidieron y Juls se quedó un rato sentada en el sofá, abstraída. Las palabras que le había
dicho Erika le daban vueltas por la cabeza.
Conozco a mi hermano. Le gustas.
Ella ya lo sabía. No era tonta. Jorge se lo demostraba constantemente.
¿Pero gustar era suficiente? ¿Y si el sentimiento se quedaba solo en eso y Jorge nunca pasaba de
ahí?
Se levantó y cogió la manta de cuadros que había en el respaldo del sofá. Se envolvió en ella y se
dirigió a la terraza. Abrió la puerta corrediza y un aroma mezcla a salitre y petricor entró en la
estancia. Aspiró hondo y se llenó de él. Era una maravilla. Tomó asiento en una de las sillas de
plástico que se había librado de la lluvia y dejó la taza en la mesa. Casi por inercia, sus dedos
accedieron al listado de llamadas y pulsó sobre el nombre de la persona con la que contactaba
siempre que se sentía mal.
—Hola, peque.
La sonora y varonil voz de Félix le dibujó una sonrisa. Cuando hablaba con él podía dejar de
pretender ser fuerte y adulta. Era como regresar al pasado. Volvía a ser una niña que confiaba en su
hermano mayor para que se encargase de resolver todos sus problemas.
—Hola.
—¿Qué tal en la playa? ¿Te has bañado?
—Claro, con el agua a catorce grados y una tormenta…
—Qué cobarde —se burló.
Juls le dio un trago a su café que comenzaba a quedarse frío y rebuscó en su interior las palabras
más adecuadas para hablarle de sus sentimientos.
—Vale. Ese silencio tuyo lo dice todo. ¿Sigues confusa?
Habían hablado el día anterior y ella ya le había contado cómo se sentía.
—Un poco.
—Espera, que salgo a la calle, que estoy en el local y no te oigo bien.
—Si estás ocupado…
—Yo siempre estoy ocupado, pero siempre tengo tiempo para ti. —Hubo un ruido de puertas
que se abrían y cerraban—. A ver, ya estoy. Dime.
—Hoy he pasado una mañana genial con Jorge —comenzó.
—Eso es fantástico.
—Ya…
—Ya, ¿qué?
—Tengo pánico de dejarme llevar —admitió.
—¿Por qué?
—Le gusto.
—Pero eso es positivo, ¿no?
—Debería serlo. Pero ¿y si después de que me conozca más se da cuenta de que no le gusto?
—Eso es imposible. Eres adorable.
—¿Y si no le gusta como beso? —prosiguió como si él no hubiera dicho nada—. O peor todavía,
¿y si cuando nos acostemos piensa que no soy como lo ha imaginado?
—No necesito que me des detalles —refunfuñó él—. No es plato de buen gusto imaginarte con
nadie en la cama. Para mí sigues siendo Julia, mi hermanita pequeña, la de las trenzas.
—En serio, Félix. No te burles. Mi vida no es fácil en este momento.
—Eres muy joven para estar así. Solo tienes veintiséis años.
—Veinticinco todavía —protestó.
—Solo te falta un mes —señaló él con un chasquido de lengua—. Hay muchos peces en el mar y
tú has tenido la mala suerte de encontrarte con el más complicado.
—¡No es su culpa! —saltó ella veloz.
—Ya sé que no lo es, que han sido las circunstancias. —Hizo una pausa—. ¿Estás segura de que
tiene que ser él?
No vaciló al responder con apasionamiento.
—¡Al cien por cien! Tiene que ser él. Nadie más.
Él suspiró al otro lado de la línea.
—Si tan segura estás, ¿por qué me llamas y me planteas mil dudas?
—Jo, Félix…
—Ahora sí que suenas como una niña de veinticinco —bromeó él.
Ella no pudo evitar reírse, pero recuperó la sobriedad con rapidez.
—A ver, ¿qué hago?
—¡Pero si ya lo sabes!
—No lo sé.
—¿Vas a parar? ¿Vas a dejar de verle?
—¡No!
—Pues entonces ya lo sabes. Vas a seguir adelante. Y si todo sale bien, serás una mujer feliz con
una pareja estupenda. Y si todo sale mal, pues te lamerás las heridas y yo estaré aquí para ayudarte a
superarlo. Es muy sencillo, Juls.
—Cuando tú lo dices suena muy simple —suspiró.
—Es que lo es. Solo tú lo estás haciendo difícil. ¿Por qué?
—Tengo miedo de que me rompa el corazón —admitió.
—El corazón no se rompe. Se magulla un poquito, pero se recupera. Y tú eres una mujer muy
fuerte. Podrás con todo.
Dejó que esas palabras calaran dentro de ella.
—Y, sobre todo, deja de comerte la cabeza pensando que hay dos Jorges —prosiguió él—. Es la
misma persona. Y por todo lo que me dices, él siente algo por ti. Quizá sea diferente a lo que había
entre vosotros en el pasado, pero es algo. Vívelo —pronunció, recalcando mucho las tres sílabas—.
Mi hermana Juls se lanzaría con valor a la aventura. No sé quién es esta chica indecisa y llena de
ambigüedad que no deja de decir tonterías.
Ella arrugó la nariz, avergonzada, ya que en su fuero interno sabía que tenía razón.
—¿Sabes que te quiero un montón?
—Es normal. Soy perfecto.
Ella rompió a reír.
—Es verdad. Lo que no entiendo es por qué no tienes pareja.
—Si tuviera pareja ya no sería tan perfecto —replicó con sarcasmo—. ¿Dónde estás ahora?
—Estoy en su piso. Él se ha acostado porque le duele la cabeza.
—Pero ¿está bien? —preguntó con inquietud.
—Sí. Su hermana me ha dicho que le pasa a veces, pero que no es preocupante —dijo y luego se
detuvo un instante—. Eh, Félix…
—Si me vas a dar las gracias, ahórratelo.
—¡Qué gilipollas eres!
—Hace cinco segundos me has dicho que me querías.
—No es incompatible. Se puede querer mucho a un gilipollas.
Ambos se rieron.
—Te dejo, que veo a uno de mis socios con cara de pocos amigos viniendo hacia mí. Si necesitas
algo más, me llamas.
—Vale. Un beso.
Cortó la comunicación sintiéndose ligera. Hablar con su hermano siempre le hacía bien.
Se había levantado una brisa fresquita que se colaba por los huecos de la manta y la estaba
dejando congelada, así que regresó al interior del apartamento. Dejó la taza sobre la encimera de la
cocina y encaminó sus pasos hacia el dormitorio. Pegó la oreja a la puerta y trato de escuchar algo,
pero solo había silencio. Con sigilo, bajó el picaporte y empujó la hoja de madera.
La habitación estaba casi en penumbra. Jorge había bajado la persiana y solo una rendija dejaba
pasar algo de luz y dibujaba la silueta masculina sobre la cama. Estaba tendido bocarriba con una
mano sobre el pecho y la otra extendida a lo largo de su cuerpo. No se había desvestido y solo se
había arropado las piernas.
Juls vaciló solo unos segundos antes de adentrarse en el cuarto de puntillas y detenerse junto a la
cama. Solo podía vislumbrar sus rasgos tenuemente, pero era evidente que dormía. Giró sobre sus
talones, decidida a marcharse.
—Juls…
Su voz la sorprendió camino de la puerta.
—No pretendía despertarte —murmuró, acercándose a él de nuevo.
—No lo has hecho. No estaba durmiendo —repuso en voz queda.
—¿Cómo estás?
—Más o menos.
—¿Puedo hacer algo por ti?
—¿Tienes las manos frías?
—Eh, un poco… Es que he estado fuera…
—¿Puedes ponerme una en la frente? —la interrumpió.
Ella no dudó ni un segundo. Tomó asiento en el borde de la cama y posó la mano sobre su
frente. Tenía la piel caliente y suave.
—¡Dios! —dijo con un suspiro—. ¡Qué bueno! ¿Te importaría mucho quedarte un rato?
—Claro que no.
—Genial.
Después de eso no pronunció ni una palabra más.
Juls tragó saliva. Notaba una extraña calma en su interior. Quizá fuera estúpido, pero saber que el
roce de su mano le provocaba alivio hizo que se sintiera bien y una oleada de afecto la embargó.
Transcurrió un buen rato en un mutismo absoluto. Solo se escuchaba el sonido de sus
respiraciones, la de ella agitada y la de él más serena y profunda.
Era obvio que se había dormido.
Pobre Jorge…
Le estudió con interés durante una eternidad, recreándose en sus relajadas facciones, en su nariz
recta, en el ángulo de su mandíbula cubierta por una sombra oscura y en su viril cuello.
¡Cómo echaba de menos tocarle!
Terminó por retirar la mano de su frente y la acercó a sus labios. Sin llegar a rozarlos, se los
delineó dejando un espacio de milímetros entre su piel y la punta de sus dedos mientras ahogaba un
suspiro. El anhelo de besarle y comprobar que su boca era igual de firme y sensual que en el pasado
la sobrepasó, pero no lo hizo. Quería que, cuando intercambiaran su primer beso —al menos para él
lo sería—, ambos estuvieran despiertos y fueran muy conscientes de la situación.
Y, por supuesto, que no se quedase solo en un beso. Quería más, mucho más.
Las palabras de su hermano resonaron en su cabeza.
Él siente algo por ti. Quizá sea diferente a lo que había entre vosotros en el pasado, pero es algo.
Vívelo.
Sí. Lo haría. Lo viviría.
Capítulo 33
Jorge
Abrió los ojos y pestañeó, tratando de despejarse. Los posó sobre el rayo de luz que se colaba a
través de la rendija de la persiana y que impactaba contra el edredón color canela. Tenía el cerebro
algo entumecido, pero ni rastro del dolor de cabeza que le había atormentado hacía horas. ¿Solo
horas? Volvió a parpadear para situarse y se dio cuenta de que era probable que hubieran pasado
más que unas cuantas horas. Era evidente que esa luz que entraba por la ventana era la luz de un
nuevo día.
Alargó el brazo para coger el móvil de la mesilla y vio que ya eran las nueve de la mañana. ¡Había
dormido más de dieciocho horas! Eso no le pasaba desde que era adolescente y llegaba borracho a
casa. Aunque tampoco era de extrañar, cuando tenía una de sus migrañas se quedaba hecho polvo.
Se estiró para desentumecer los músculos de la espalda y un bostezo escapó de su boca. Hacía
tiempo que no dormía tan bien. Además, había soñado con Juls. No recordaba demasiado, solo que
ambos estaban en la playa y se tostaban al sol. Y ella le sonreía. Un sueño muy agradable.
Giró la cabeza y se encontró con la cara de ella a solo unos centímetros de la suya. Dormía
plácidamente con las manos juntas y encogidas bajo la barbilla.
Juls estaba en su cama.
La imagen penetró en sus retinas con total naturalidad, como si encontrarla allí fuese lo más
normal del mundo. Como una continuación de su sueño.
Se revolvió hasta quedar de lado y se dedicó a contemplarla a su antojo. Así, dormida y serena, sí
que parecía Campanilla, con el pelo encrespado, la nariz pequeña y la punta de sus blancos dientes
asomando por su boca entreabierta.
Era preciosa y hacía que se le acelerase el corazón.
Un recuerdo de la tarde anterior acudió a él, llenándole de calor. Ella le había perfilado los labios.
A pesar de que ni siquiera le había rozado y lo había hecho en el aire, él había sido muy consciente
de la cercanía de sus dedos. Fingió dormir, ansiando que se atreviera a acariciarle de verdad.
Mas no lo hizo.
La ternura de ese gesto la delató y le dijo mucho de ella y de lo que sentía por él, por más que se
empeñase en mantener las distancias.
Sabía que se había quedado en su cuarto durante bastante tiempo. Pese a que el dolor le obligó a
tener los ojos cerrados, pudo sentir su presencia irradiando calidez a su lado y aquello le resultó muy
reconfortante.
Poquito a poquito —o quizá no tan lentamente— aquella chica se le había ido metiendo bajo la
piel, llegando a hacerse la dueña de casi todos sus pensamientos. Se pasaba la mayor parte del día
rondando por su cabeza y también deambulaba por sus sueños. Estaba en todas partes.
Y no podía decir que no le agradase. Estaba encantado.
No sabía cuánto tiempo había tardado en enamorarse de Juls la primera vez, pero estaba seguro
de que iba a batir su propio récord.
Dicen que solo hacen falta unos segundos para enamorarse de alguien.
Segundos…
Volvió a girarse para encarar el techo, pensativo.
¿Qué probabilidad había de que una persona se enamorase de otra dos veces?
¿Ninguna, pocas, muchas?
O quizá nunca se hubiera desenamorado de ella y esos sentimientos que florecían en él con tanta
fuerza fueran la continuación de los de antes. A lo mejor, su subconsciente no la había olvidado y
por eso volvía a sentir tanto por ella.
Quizá su amor por Juls fuese inolvidable.
El viernes se lo había contado a la doctora Carmena. Le dijo que sentía una conexión especial con
ella y que nunca antes se había sentido así. Que cada vez que estaban cerca reaccionaba como si la
conociera de siempre, como si estar juntos fuera lo correcto. Como si hubiera encontrado la pieza de
puzle que faltaba en su cabeza y todo encajara de repente. Desde que tuvo el accidente, la sensación
de estar incompleto se había ido solidificando dentro de él y se notaba un poco perdido. Pero
cuando estaba con Juls, aquella sensación desaparecía del todo y su equilibrio regresaba. El mundo
volvía a estar del derecho.
¿Tenía sentido?
La psicóloga le habló de las complejidades del cerebro humano —lo llamó la estructura más
enigmática del universo— y de lo poco que todavía sabían de él. Y le animó encarecidamente a
explorar sus sentimientos y a ser sincero consigo mismo y con Juls.
Estaba dispuesto a serlo.
Volvió a mirarla y se preguntó en silencio cómo reaccionaría si le dijera que estaba enamorado de
ella, y que lo estaba incluso desde mucho antes de saber que J y Juls eran la misma persona. En
realidad, desde el día en que descubrió los mensajes en su móvil.
¿Le creería?
Suspiró bajito. Ni él mismo era capaz de encontrarle la lógica a esa declaración.
Quizá debía de pasar a la acción y dejarse de explicaciones. Ella parecía mucho más receptiva a
los hechos —tal y como había demostrado el día anterior en el faro—, que a las palabras. Debería
mostrarle lo que sentía más que decírselo. Ser más directo. Abrazarla o besarla, incluso. ¿Por qué no?
En ese instante, los párpados de ella trepidaron. No tardó en elevarlos. Sus ojos todavía nublados
por el sueño se posaron sobre los de él.
—Buenos días.
—Buenos días —respondió ella en voz apenas audible.
—No esperaba encontrarte aquí.
—Tienes que disculparme —murmuró un poco avergonzada—, pero tu sofá es incómodo.
—¿Me has escuchado quejarme? —le preguntó con un guiño.
—¿Estás mejor? ¿Ya no tienes dolor de cabeza?
—Estoy muy bien. Muchas gracias, de verdad. Vaya mierda de anfitrión que soy. Te invito a mi
casa y te dejo tirada.
—Bah, por eso no te preocupes. Lo importante es que tú estés bien.
—Lo estoy. No suelo tener episodios como ese con frecuencia, pero cuando vienen son jodidos.
¿Qué hiciste tú todo el día?
—Ver series en Netflix.
—Vaya un planazo, ¿no?
Ella se rio.
Jorge la contempló en silencio a través de las pestañas. Había algo muy íntimo en esa escena. Los
dos en la cama, apenas separados por unos centímetros, manteniendo una conversación. Y todavía
no había ocurrido nada entre ellos.
«Hechos y no palabras», se recordó a sí mismo.
Era el último día de Juls en Benidorm y el tiempo se les acababa.
¿Y si se acercaba y la besaba?
En cuanto aquella idea se materializó en su mente, no titubeó ni un solo segundo.
Se incorporó y apoyó el peso de su cuerpo sobre el antebrazo izquierdo, después, se deslizó hacia
ella, hasta que sus torsos casi se rozaron. Todos sus movimientos eran pausados, como a cámara
lenta, dándole a ella todo el tiempo del mundo para apartarse, si así lo deseaba. Pero no lo hizo. Se
limitó a mirarle con los ojos muy abiertos y la respiración entrecortada. Jorge se inclinó con lentitud,
aspirando para llenarse de su sempiterno olor cítrico, hasta que sus labios quedaron a escasos
milímetros de los de ella.
—¿Puedo besarte? —susurró.
Ni siquiera dejó que reaccionara. Había tenido tiempo para alejarse y no lo había hecho. Ya era
tarde.
Acortó la distancia que los separaba y la besó. Cerró los ojos mientras lo hacía y se perdió en la
calidez y blandura de su receptiva boca durante los dos segundos que duró la caricia. Apenas fue un
roce, demasiado corto para llamarlo beso, pero mágico al mismo tiempo. Electrizante como un
relámpago y tan dulce como una cucharada de mermelada.
Cuando se apartó, la estudió con intensidad y ella le dirigió una sonrisa que fue como un disparo
directo al centro de su pecho. No pudo evitar soltar una carcajada.
—Bien —dijo y volvió a repetirlo dos veces más—: Bien, bien…
—¿Bien?
—Muy bien, en realidad.
De nuevo, otra carcajada algo más potente le sacudió el cuerpo. De repente, se sentía eufórico.
Agitando las piernas en el aire, se desembarazó del edredón y se puso de pie mientras la miraba. Ella
también se reía, sorprendida por su entusiasmo.
—Quiero hacer muchas cosas contigo hoy, Juls. Demasiadas cosas y tan pocas horas —dijo
como para sí mismo.
Acto seguido, levantó la persiana y abrió la ventana. Un sol espléndido se alzaba en el luminoso
cielo azul y el aire que entró del exterior olía a humedad y a limpio. Solo la ligera brisa algo fresca
recordaba que se encontraban en enero.
Lleno de energía, como si ese breve beso le hubiera recargado, cogió su móvil de la mesilla.
Navegó por sus listas de Spotify hasta que encontró la que buscaba y le dio al play. El teclado
electrónico con el que comenzaba Sweet dreams de Eurythmics resonó en el dormitorio y, solo unos
segundos después, la voz de Annie Lennox se unía a la música.
Él empezó a cantar y a mover las caderas. Estaba de muy buen humor. De un humor fantástico.
—Date prisa y levántate —la instó en medio del estribillo. Ella no se había movido; se limitaba a
contemplarle con una sonrisa—. Me ducho en dos minutos, luego preparo un cafecito rápido y nos
ponemos en marcha. ¿Te hace?
Ella afirmó con presteza justo antes de humedecerse los labios con la punta de la lengua.
Sin dejar de bailar y de canturrear, observó el gesto con los ojos hambrientos. Terminó por bajar
los párpados para contener las ganas que tenía de reunirse con ella en la cama de nuevo y comérsela
a besos. Se dio la vuelta veloz para que no viera cómo sus pantalones se deformaban en la zona de
su entrepierna y huyó al baño, pero dejó la puerta entreabierta para poder seguir escuchando la
canción. Apenas tardó unos segundos en despojarse de la ropa y en regular la temperatura del agua.
Tenía previsto darse la ducha más rápida de su vida, pero su miembro endurecido tenía otros planes
para él.
Con la mente llena de imágenes de Juls, dejó que el sonido del agua sobre la mampara ahogara
sus gemidos mientras empuñaba su erección y empezaba a bombear con energía para buscar alivio.
Tenía algo de morboso saber que ella estaba en la habitación contigua, esperándole, y eso le excitó
tanto que solo unos segundos después notaba el caliente hormigueo que precedía al orgasmo. Apoyó
la espalda contra la pared alicatada y dejó que el clímax le sacudiera. Con el cuello y la mandíbula
tensos, ahogó un estertor estrangulado mientras su eyaculación se mezclaba con el agua caliente.
Necesitó unos cuantos segundos para recuperar el aliento. Cuando lo hubo hecho, procedió a
enjabonarse con perezosa satisfacción. La cara de Juls seguía bailoteando por su cabeza. No tenía ni
idea de qué era lo que había sucedido con ella, pero su actitud hacia él había cambiado. Estaba
mucho más receptiva.
Se llevó una mano a los labios, donde todavía palpitaba el beso que habían intercambiado, y
sonrió gozoso.
Cuando por fin abandonó el baño, vestido con unos vaqueros y un polo rojo, ella estaba en el
salón, con la camiseta que él le prestó el día anterior, dando pequeños sorbos a una taza de café.
—¿Has hecho café? —Se dirigió a la encimera de la cocina, donde reposaba otra humeante taza y
se hizo con ella—. Eres perfecta, lo sabías, ¿no? —le dijo.
—Me lo dicen siempre —sonrió—. Voy a la ducha. Y espero no tardar tanto como tú —añadió,
echándole una mirada de lo más esclarecedora.
La estudió, arqueando una ceja. Se preguntó si ella sabría lo que había estado haciendo en el
baño. La vio asentir con la boca torcida. Él contuvo una sonrisa sin mucho éxito que terminó por
convertirse en una risa ronca. No se sentía demasiado avergonzado, la verdad.
—Es que tenías la puerta abierta —le informó—. Y las paredes de azulejo suelen producir eco.
—No afirmo ni desmiento —murmuró y le echó una ojeada por encima del borde del recipiente.
Ella chasqueó la lengua y se puso en movimiento, camino del baño. Cuando pasó por su lado,
Jorge alargó el brazo lo suficiente para que sus nudillos acariciaran la piel de su muñeca. Fue solo un
roce, pero cargado de intimidad.
Tal y como le había prometido, Juls tardó apenas diez minutos en ducharse, secarse y vestirse. Él
apenas había tenido tiempo de acabarse el café cuando ella regresó al salón. La recorrió de arriba
abajo con la mirada. Pese a que llevaba la misma ropa del día anterior y no se había peinado ni
maquillado, estaba preciosa. El color verde de su suéter le sentaba realmente bien.
—Me gustas —le dijo con sencillez. No se refería a ese momento en particular y ella también
pareció entenderlo así por su forma de asentir con parsimonia.
—Tú a mí también —repuso en el mismo tono mientras acariciaba con ligereza el borde de la
mesa del comedor. Sin mirarle.
Quizá para otras personas aquello no fuera muy trascendental, pero sí lo era para ellos. Acababan
de confesarse algo importante. Era su comienzo.
Un amigable silencio reinó entre los dos después de eso. Mientras lavaban las tazas y recogían sus
cosas, sus ojos se cruzaron un par de veces, pero ninguno vio la necesidad de decir nada más.
Poco después, abandonaron el apartamento.
Hacía un día espléndido, ideal para pasear y disfrutar de la brisa marina y del sol sobre sus
cabezas. Y, de pronto, todas esas cosas que Jorge había querido hacer con ella se difuminaron y lo
único en lo que podía pensar era en estar a su lado y deleitarse con su cercanía.
Terminaron sentados en una terraza cercana a su edificio, desayunando y holgazaneando mientras
conversaban de todo y de nada al mismo tiempo. Ella le habló mucho de su familia, sobre todo de
su hermano Félix con el que parecía tener una relación muy estrecha. Era muy probable que ya le
hubiese contado todas aquellas cosas con anterioridad, pero no parecía molesta por tener que
hacerlo de nuevo. Él la escuchaba con atención, asintiendo y dejando caer comentarios ingeniosos
que ella aceptaba con agrado.
Su segundo café se convirtió en un tercero y ellos se negaron a marcharse, mientras de vez en
cuando, sus manos se encontraban por encima de la mesa o sus piernas por debajo. No eran caricias
demasiado sugerentes, solo roces sutiles, pero suficientes para alimentar sus ganas, al menos las de él,
que apenas si podía mantener las manos quietas. De por sí, el deseo de tocarla era inmenso, pero
desde hacía unas horas, se había multiplicado por mil.
Cuando abandonaron la cafetería y echaron a andar por la pasarela peatonal que iba en paralelo a
la playa, entrelazó sus dedos con los de ella. Su mano, pequeña y frágil, pareció perderse en la suya y
la sensación le resultó maravillosa. La miró de soslayo y la vio sonriendo. El entusiasmo se le
concentró en el pecho. Y, de nuevo, le envolvió esa sensación de plenitud, de estar completo y
entero.
Durante las siguientes horas no hicieron absolutamente nada —al menos eso podría parecerle a
cualquier espectador fortuito—, sin embargo, lo que estaban experimentando era sumamente
significativo. Pasearon, vieron volar una cometa y miraron el mar. Se hablaron con miradas y gestos
mientras sus manos se buscaban constantemente y jugueteaban la una con la otra. Si se soltaban,
aunque solo fuera por un breve lapso de tiempo, sus dedos parecían vacíos y tenían la necesidad de
encontrarse con rapidez. Si por una casualidad ella se detenía porque el viento le agitaba el cabello y
necesitaba apartárselo de la cara, él la esperaba con la mano extendida hasta que ella volvía a tomarla.
Hubo incluso un momento en que Jorge tuvo la audacia de darle un beso en los nudillos, al que ella
le respondió de igual modo.
Más de treinta veces intentó decirle lo que sentía por ella y más de treinta veces se echó atrás en
el último instante.
«Hechos y no palabras», se recordó.
Se descubrió echando ojeadas nerviosas a su reloj y queriendo parar el tiempo, pero las horas se
sucedían insolentes a demasiada velocidad. Se encontraba tan a gusto a su lado que no deseaba que
aquel día terminara jamás.
Comieron en la terraza de un restaurante especializado en arroces, rodeados por turistas
extranjeros, la mayoría ingleses y rusos. Una alta estufa de gas proporcionaba calor a las mesas, pero
casi resultaba innecesaria en un día tan caluroso. El ambiente era realmente pintoresco, la comida
estaba deliciosa y la compañía no podía ser más perfecta.
Volvieron a hablar solo de nimiedades y cosas banales, como si mencionar el futuro o su relación
o algo más profundo les produjera desazón. Sí, habían progresado y todo parecía indicar que ambos
deseaban lo mismo, así lo probaban sus miradas o su forma de sonreírse, no obstante, ninguno de
los dos se atrevió a sacar el tema más importante.
A partir del día siguiente, ¿qué?
Jorge ahuyentó el pensamiento de su mente, dispuesto a exprimir las horas que les quedaban
juntos hasta el límite.
Después de comer, fueron al apartamento de Juls para que pudiera cambiarse de ropa. Él la
esperó en el coche mientras hacía planes para que aquel día siguiera siendo especial. Las siguientes
horas iban a pasarlas en compañía de su familia, pero tampoco era necesario que se quedaran toda la
tarde allí, ¿no? Podían marcharse pronto y bajar a la playa a tomar una copa, ¿no? O ir al casco
antiguo y pasar por la zona de los vascos27 a picar algo…
«¿A quién pretendía engañar?», se dijo con desdén. Lo que más deseaba era que el día terminara
igual que había empezado: con Juls en su cama.
La vio abandonar el edificio por el espejo retrovisor y se irguió en el asiento. Ese era el efecto que
tenía sobre él. Le hacía ser consciente de todos los músculos de su cuerpo, de cada nervio y cada
centímetro cuadrado de su piel.
Había sido realmente rápida. Llevaba unos vaqueros distintos, más claros, y una blusa roja debajo
de su cazadora de cuero, pero seguía despeinada y sin maquillar, como si se encontrase a gusto
siendo natural con él.
—¿He tardado? —preguntó nada más abrir la puerta y subir al coche.
—Solo tres canciones. Eso no es nada.
Su móvil pitó con insistencia. Él ni siquiera se molestó en mirarlo. Sabía que era su hermana. Ya
le había escrito dos veces para saber cuándo iban a llegar.
—Es Erika —suspiró—. Es pesadísima.
—¿Pasa algo? ¿Llegamos tarde? —preguntó ella y echó un vistazo al reloj del salpicadero.
—No llegamos tarde. Habíamos quedado a las cuatro y son y diez. Por cierto, el rojo te queda
bien —añadió mientras arrancaba.
—Era para estar en igualdad de condiciones, a ti también te queda bien el rojo —le respondió ella
con un guiño—. Es tu color.
—No es así. Mi color…
—Es el azul, lo sé —le interrumpió—. Apuesto a que tus bóxers son azules.
—Eh, sí —se rio.
Era evidente que ya le había visto desnudo y que conocía su tonta manía con la ropa interior. Las
ganas de girar el volante y regresar a su apartamento para poder estar a solas con ella le poseyeron,
pero las reprimió.
«Tampoco estás tan desesperado, ¿no? Bueno, un poco sí», admitió para sus adentros con
sarcasmo.
Subió la radio. Sonaba la famosa canción de Cyndi Lauper, Girls just wanna have fun, y Juls se puso
a tararearla. Tenía una voz hermosa, mucho más cantarina que la suya. Le gustó escucharla. Se
preguntó cómo era posible que hubiese encontrado a una chica con un gusto musical tan similar al
suyo. Había tenido suerte. O quizá el destino haciendo de las suyas.
A las cuatro y veintidós aparcaba a Turbo delante del chalet de sus padres. La música que salía de
la propiedad llegaba amortiguada hasta la calle. Una de dos, o Cas y su familia no estaban en casa o
se habían unido a la fiesta. A veces lo hacían.
—¿Preparada para el caos?
Ella asintió sonriente.
Erika abrió el portón y salió a recibirlos, abalanzándose sobre Juls.
—Llegáis tarde. Llevo esperándoos mucho rato. Ah, para que no os pille por sorpresa, Lukas ha
vuelto con Eva. Y ha venido Bea —dijo mientras le dirigía una mirada de disculpa a Jorge.
Este resopló con exasperación.
—Está claro que tienes que estar pegada a mí todo el tiempo —se dirigió a Juls, que se rio con
ganas y le miró con los ojos brillantes.
Erika los estudió a los dos alternativamente con la frente arrugada. Terminó por situarse entre
ellos y enhebrar el brazo derecho en el de su hermano y el izquierdo en el de ella.
—¿Ha pasado algo guay? —murmuró, haciendo aspavientos exagerados con las cejas.
—¿Me lo preguntas a mí o a él? —inquirió Juls.
—Al que primero me conteste.
—Nos hemos besado —repuso Jorge con una expresión triunfal.
Su hermana soltó un gritito emocionado.
—Sin lengua —añadió Juls.
Erika maldijo disgustada.
Ellos dos se miraron por encima del cogote de la rubia. La sonrisa de Juls era tan provocadora
que Jorge no pudo hacer otra cosa más que lanzarle una mirada desafiante que llevaba implícito un
Espera y verás. La reacción de ella fue increíblemente adulta: le sacó la lengua.
El jardín de los Alba, como de costumbre, parecía una pequeña pista de baile y la temperatura no
demasiado fría favorecía el encuentro. Su padre lo daba todo en la plataforma acompañado por
Lukas e Iván, que le hacían los coros. Su madre estaba sentada en una de las tumbonas en animada
conversación con Eva. Bea y Laura, las dos amigas de Erika, bailaban con Rafa y Dani y otro amigo
de Lukas cuyo nombre no quería acudirle a la cabeza.
Ambos fueron recibidos con entusiasmo; besos y abrazos fueron intercambiados y, pronto, pese
a que él le había pedido a Juls que se mantuviera a su lado para poder estar a salvo de Bea, Erika se la
llevó hacia la mesa de las bebidas. Rafa y Dani no tardaron en alejarle de ella y envolverle en una
conversación. Intentó mantenerse interesado, pero sus ojos la seguían allá donde iba por el jardín,
acompañada por su hermana. Dani dijo algo sobre ir a una fiesta que estaban organizando sus
compañeros de trabajo y Jorge giró la cabeza para escucharle con más atención. En ese momento,
por el rabillo del ojo se percató de que Bea se dirigía hacia él. ¡Joder! Murmurando una disculpa, se
escabulló deprisa y buscó a su padre, que acababa de bajarse del escenario.
Se dieron un caluroso abrazo.
—Está claro que ya te tiene en el bote otra vez —se burló Tony Alba—. No dejas de mirarla.
Para ser hijo mío eres más flojo…
—Mira quién fue a hablar. El que no tiene ojos para otra mujer que no sea mamá —se rio Jorge.
—Yo tenía puestas todas mis esperanzas en ti. —Chasqueó la lengua—. Tendré que fijarme en
algún otro hijo. Lukas está ocupado otra vez, ¿te has enterado? —Señaló a Eva con la barbilla—. Y
Diego, últimamente, está más taciturno que de costumbre. Seguro que está enamorado. Así que me
centraré en Erika. Necesito que alguno de mis hijos se quede soltero para que pueda cuidarnos en la
vejez.
—No sé yo si apostaría por Erika. Está loca. Quizá se quede soltera, pero ¿seguro que quieres
que os cuide ella?
—Tienes razón. Tendré que ir buscando plaza en una residencia.
Ambos se rieron, pero su padre se puso serio de repente.
—¿Estás bien? Sé que ayer tuviste una migraña de las fuertes.
—¿Cómo lo sabes? —inquirió con sorpresa.
—Tu novia llamó a Erika, preocupada.
Jorge giró la cara hacia Juls, que hablaba con Diego a cierta distancia.
—Estoy bien. De verdad.
—¿Y con ella?
—Progresando —dijo con una sonrisa ladeada.
Tony Alba se volteó y también observó a Juls.
—Me gusta para ti —dijo al cabo de un rato.
—A mí también me gusta para mí —admitió.
—¿Quieres hacer algo romántico? ¿Dedicarle un tema? Te pongo el que quieras.
—Venga, papá —protestó con una risa.
—No me extraña que los jóvenes de ahora no tengáis éxito con las mujeres. No sabéis
conquistarlas —rezongó. Y dio unos pasos, alejándose de él—. Voy a ponerle una canción. Haz el
favor de mover el culo y hacer algo. No sé, súbete al escenario y cántasela o ve a su lado y abrázala
en plan meloso…
El patriarca de los Alba se detuvo junto a su mujer y le habló al oído, después, le dio un beso
largo y apasionado. Cuando levantó la cara le hizo un gesto de suficiencia a su hijo y Jorge no pudo
evitar emitir un exabrupto divertido.
En cuanto los primeros acordes llenaron el ambiente, reconoció el tema que había elegido su
padre al instante: Got my mind set on you28 de George Harrison.
Meneó la cabeza con una risa incrédula. No obstante, miró a Juls y la vio canturreando con ganas.
Quizá no era tan descabellado acercarse y susurrarle la letra al oído, a fin de cuentas, el título de la
canción encajaba perfectamente con sus pensamientos.
Apenas había dado dos pasos en su dirección, muy decidido, cuando vio cómo Erika la cogía de
la mano y la arrastraba hasta la plataforma. Juls se dejó llevar, riendo.
Jorge se carcajeó cuando las vio hacer el tonto mientras cantaban, mirándose la una a la otra. Era
obvio que Juls solo conocía el estribillo porque cuando llegaron las estrofas se limitó a bailar.
Bailaba bien. Muy bien.
—Se te está cayendo la baba —le dijo Diego, que se había situado a su lado—. ¿Te traigo un
pañuelo?
Jorge se rio y se encogió de hombros, sin apartar la mirada de su cimbreante cuerpo.
—No me digas que no es preciosa.
—Vale, no te lo digo.
Esa vez, cuando el estribillo resonó potente en el jardín, ella se dio la vuelta y le buscó con los
ojos. Al encontrarle, le señaló con el dedo índice de la mano derecha mientras utilizaba la botella de
cerveza que llevaba en la otra mano como micrófono y cantó para él.
Solo para él.
Una explosión de emociones estalló en el estómago de Jorge.
Juls estaba espectacular y deslumbrante.
Estaba seguro de que todo lo que sentía por ella se reflejaba en su cara. Su hermano le dijo algo,
pero ni siquiera le escuchó. Solo tenía ojos para ella.
Su padre se acercó y le dio un codazo.
—Tiene más huevos que tú, chaval.
Se limitó a asentir. No se dio cuenta de que tanto Diego como su progenitor se alejaban. Solo
quería que terminara la canción para poder ir a buscarla. Las ganas de besarla le sobrepasaron y sus
pies le llevaron hasta la plataforma. Estaba tan cerca que casi podía tocarla. Ella tenía las mejillas
enrojecidas por el esfuerzo, por la vergüenza o por la emoción. Difícil precisarlo. Le miró fijamente
mientras el volumen de la música descendía y el último Set On You salía de su boca.
Jorge ignoró que estaban rodeados de gente y alargó la mano para cogerla por la muñeca, pero
Erika fue más rápida que él y tiró de ella hacia el equipo de música.
Maldijo a su hermana entre dientes.
La risa de Lukas le hizo girarse.
—Tenías que verte la cara. Es como si le hubiesen quitado su juguete favorito a un niño.
No le hizo caso. Su intención era ir tras las dos chicas, pero vio que su madre le llamaba alzando
la mano. Echó un último vistazo a Juls antes de suspirar lastimeramente y dirigirse hacia las
tumbonas seguido por la risotada de su hermano pequeño.
El tiempo pasó a una velocidad de tortuga mientras Juls y él se miraban desde la distancia. La
mala suerte no quería que estuvieran juntos. Cuando iba a acercarse a ella, Dani, Rafa o su padre le
detenían porque querían preguntarle algo. Y cuando era Juls la que trataba de zafarse de alguna
conversación para ir a buscarle, Erika o Lukas la cogían de la mano para bailar o cantar con ella. Ya
había empezado a pensar que lo hacían a propósito.
Era desesperante.
Cuando el cielo se teñía de los colores violetas y anaranjados del crepúsculo, Diego pareció darse
cuenta de su dilema y los ayudó a encontrarse. Tomó a Juls de la mano, sin importarle que Erika
protestara y la llevó hasta donde estaba Jorge, que dejó a su amigo Rafa con la palabra en la boca.
Su hermano, una vez cumplida su misión, se esfumó y los dejó solos.
Se encontraron en medio del jardín. Una canción de Héroes del Silencio sonaba de fondo y las
conversaciones y las risas eran bastante estridentes.
Nada de eso era importante.
Sus miradas se anclaron y fue Jorge el primero en extender las manos, que ella tomó sin dilación.
Parecía como si una fuerza invisible los uniese y los atrajese irremediablemente, como si fueran un
solo ser, algo sólido y casi palpable. Solo quedaba entre ellos un espacio de unos centímetros, pero
no era un simple hueco vacío, sino que estaba lleno de calidez, deseo, cariño, necesidad y, sí, ¿por
qué no?, también de amor. Todo junto al mismo tiempo.
—Hola —dijo él con ternura.
—Hola —respondió ella en el mismo tono.
—Así que Got my mind set on you…
—Ya ves.
—Esa canción pensaba dedicártela yo.
—Vaya, qué casualidad. Pensé que la había elegido tu padre.
—Ya sabes cómo es. Hace siempre lo que le digo —expuso con grandilocuencia.
Ella se rio con suavidad.
—Claro, claro. Pues me he adelantado.
No se dijeron nada más, pero era obvio que estaban hablando sin palabras.
Jorge solo quería largarse de allí, y era lo mismo que le transmitía ella con la mirada, así que no
tardó nada en proponerlo.
—¿Nos vamos?
Ella asintió con solemnidad.
—¿A mi piso?
Volvió a asentir al tiempo que sus ojos despedían un atisbo de emoción.
No se despidieron de nadie. Solo Diego los vio marchar y les hizo un gesto con la mano.
Jorge estaba nervioso, tenía que admitirlo. Quizá por primera vez en su vida, cuando se subió al
coche y arrancó, apagó la radio. Necesitaba calma para encarar la situación. Condujo silencioso,
hilvanando ideas sobre lo que iba a suceder a continuación. La tensión sexual entre ambos era
palpable. Pero no era solo eso. Había muchos otros sentimientos que pugnaban por salir a la
superficie.
La miró de reojo. También estaba muy callada.
—¿Estás bien?
—Tengo un poco de miedo… —admitió ella con reticencia.
—Puedo llevarte a tu piso —le ofreció.
—¡No! —protestó con fiereza.
Él dejó escapar el aire que había contenido en los pulmones con alivio. Si la respuesta hubiera
sido afirmativa se habría sentido muy decepcionado, pero habría cumplido sus deseos, por supuesto.
—Si te sirve de consuelo, yo también tengo miedo —confesó.
Se jugaba demasiado.
A lo mejor era tonto pensar así, pero tenía la sensación de estar compitiendo consigo mismo,
como si tuviera que superar al Jorge del pasado, a ese que la había conquistado y del que ella estaba
enamorada. Necesitaba desesperadamente que los sentimientos de Juls fueran para él. No para el
otro.
Una puta locura.
Ella alargó la mano y la posó sobre su muslo, apretando ligeramente. Él no tardó en apoyar la
suya encima y entrelazar sus dedos con los suyos. Transcurrieron unos cuantos segundos hasta que
los dos eligieron el mismo momento para hablar.
—Todo va a ir bien… —dijo él.
—Sé que va a salir bien… —dijo ella.
Las risas de ambos se entremezclaron.
Capítulo 34
Juls
La puerta del apartamento se cerró tras ellos y, solo un instante después, Jorge la empujaba contra la
pared y pegaba su cuerpo al suyo. Le acunó la cara con las manos mientras sus ojos se incrustaban
en los de ella con una vulnerabilidad totalmente inesperada.
—Quizá no sea igual —murmuró y su aliento le acarició la mejilla—. Quizá te bese y no sea
como antes. Quizá eches de menos… algo.
Juls bajó los párpados y huyó de su mirada. Eran las mismas dudas e inseguridades que ella tenía.
Quizá eran los dos unos idiotas.
Vívelo, vívelo, vívelo.
La palabra se repitió como una letanía en su cabeza
Elevó la cara, decidida, y hundió sus pupilas en las de él. La belleza de sus ojos le suscitó un
pinchazo en el pecho.
—Quizá no sea como antes —admitió en un susurro—. Quizá sea mejor.
Una sonrisa fugaz apareció en la boca de él. Sin perder ni un solo segundo más, se inclinó y la
besó.
Juls gimió. Llevaba semanas soñando con aquel beso. Dulce y pasional al mismo tiempo. Suave y
ardiente. Afectuoso e íntimo.
—No pares… —le suplicó cuando él se apartó unos milímetros.
La obedeció. Totalmente enfocado y sin mostrar ni un ápice de esa incertidumbre que se había
deslizado en su tono hacía unos segundos, la besó como si no hubiese dejado de hacerlo en meses,
como si no fuera su primer beso, como si la recordase perfectamente y supiera lo que anhelaba. Con
ganas y mucho deseo.
La besó como si la amara.
La nublada mente de Juls solo tenía una cosa clara: el hombre que estaba devorándola era el Jorge
del pasado, ese del que se había enamorado, pero también era el del presente, con el que acababa de
pasar un día maravilloso.
Era ambos.
Y juntos formaban una unidad perfecta.
Sus lenguas se encontraron y fue como si hubiera recibido una descarga eléctrica en el abdomen.
Él le mordisqueó el labio inferior y ella se derritió por dentro.
¡Dios! ¿Cómo se podía besar tan bien?
Era igual que antes y diferente al mismo tiempo o quizá su memoria le estaba jugando una mala
pasada.
El beso estaba superando todas sus expectativas.
Se separaron jadeantes después de una eternidad y Jorge la miró con los ojos empañados por la
pasión.
—Ya sé que para ti no es nuestro primer beso —le dijo con la voz entrecortada—, pero…
—¿Buscas escuchar algún cumplido? —le interrumpió ella casi sin aliento.
—Sí —reconoció con una sonrisa tímida, poco habitual en él.
Ella posó la mano sobre su áspero mentón en una caricia ligera.
—Ha sido impresionante.
Él emitió un ligero gruñido satisfecho y sus manos se colaron dentro de su blusa. Ella, al sentir
sus callosos dedos acariciando sus costados, echó la cabeza hacia atrás y gimió. Él aprovechó para
apoderarse de su cuello, depositando una senda de húmedos besos sobre su garganta.
Quizá porque habían pasado muchos días ansiando entregarse el uno al otro y se habían
reprimido, o quizá porque los múltiples besos los habían encendido, pero una fiera fogosidad se
desató en ambos. Él tiró de su mano impetuosamente y la condujo hasta el otro extremo del
apartamento, hacia su dormitorio, sin separar sus labios de los de ella ni un instante. Cuando
alcanzaron la cama apenas llevaban ropa, se habían ido deshaciendo de ella por el camino con cierta
violencia, regando el suelo del piso con las prendas. Cayeron sobre el colchón, mientras sus piernas y
sus brazos se enredaban.
—Voy a hacer que pierdas la cabeza —dijo él contra su boca—. Para que ni siquiera puedas
respirar sin pensar en mí.
No hacía falta que se esforzase mucho más, se dijo Juls. Hacía tiempo que lo único que ocupaba
todos sus pensamientos era él.
Pronto, tanto su sujetador como sus bragas habían desaparecido y los ojos de Jorge absorbían su
desnudez con un brillo depredador.
—Joder, Juls. Eres tan preciosa —murmuró mientras le delineaba los senos con reverencia—. Te
he imaginado así muchas veces, pero esto es más de lo que podía esperar.
Ella no contestó. Con la respiración entrecortada por la excitación se limitó a abrazarle y a besar
el ángulo de su mandíbula con ansia. Necesitaba sentirle, tener su cuerpo pegado al suyo. Le había
echado de menos de un modo intenso y arrebatador. Enroscó las piernas en torno a su talle y sintió
la dureza de su miembro contra su piel. De alguna forma, él se había quitado los bóxers sin que ella
fuera consciente de ello. El calor bañó su sexo.
—¡Sí…! —El monosílabo escapó de su boca sin contención.
Él se apartó y la miró, tomándose su tiempo. Después, con exasperante lentitud, comenzó a
recorrer el hueco que había bajo el lóbulo de su oreja con los labios. Sus movimientos se habían
ralentizado y sus caricias eran mucho más ligeras y relajadas.
Juls suprimió una protesta. No quería dulzura. No era eso lo que necesitaba en ese momento. Al
Jorge de antes se lo habría dicho sin dilación ni vergüenza, con franqueza. Con este todavía tenía sus
reservas.
«Díselo», le instó una vocecita.
Él debió de percatarse de su inesperado cambio de actitud porque alzó la cara e izó ambas cejas.
La miró con intensidad durante unos segundos.
—Dilo —le pidió, como si pudiera leerle la mente. Se le habían enturbiado los ojos, robándole un
poco de aplomo.
—No quiero que seas suave —dijo ella, decidida, tras solo una breve vacilación—. Lo quiero
todo. Ahora. La suavidad la podemos dejar para después.
Una sonrisa lobuna apareció en la masculina boca.
—Perfecto.
Sin preámbulos ni titubeos, se irguió para ajustar su postura y fue trazando con su lengua una
línea mojada que abarcó desde la base de su cuello hasta el comienzo de su pubis. Juls dejó escapar
un potente jadeo, pero no tuvo tiempo de nada más porque él aferró sus muslos con ambas manos y
la obligó a abrirlos mientras se posicionaba entre ellos y comenzaba a descender.
No estaba preparada para lo que llegó a continuación. Su boca cálida y húmeda se hundió en su
sexo con avidez.
—¡Jorge! —gritó.
No era la primera vez que tenían sexo oral, sin embargo, todo parecía diferente, mucho más
intenso. Él la devoró con ansiedad, de un modo febril. Su lengua jugueteó con su clítoris una y otra
vez, provocándole agudas sacudidas en el vientre. Apenas un par de minutos después un cosquilleo
la avisó de que un potente orgasmo se acercaba. Con la mente entumecida por la intensa sensación,
clavó los talones en la sábana, arqueó la espalda y liberó un grito estrangulado mientras cabalgaba en
las olas de su clímax.
Fue una eternidad más tarde cuando, exhausta y satisfecha, consiguió elevar la cabeza y buscarle
con la mirada.
Jorge se erguía sobre ella con una expresión vanidosa. Era evidente que su ego acababa de crecer
hasta límites insospechados. Juls no pudo ni sonreír porque él dejó escapar un suspiro y pegó su
boca a la suya.
—¿Suficientemente rápido? —murmuró.
—Sí… —afirmó jadeante.
La besó con languidez mientras sus manos, que parecían fuego, recorrían su cuerpo, dejando
huellas ardientes en cada centímetro de piel que acariciaban. Podía sentir su miembro hambriento y
duro que presionaba contra su vientre, buscando fricción, y las ganas de sentirle en su interior la
invadieron.
Él, como si estuviera dentro de su cabeza, se apartó para alargar un brazo y coger un condón de
la mesilla. Con un par de hábiles movimientos, rasgó el envoltorio y se lo puso.
El cuerpo de Juls comenzó a vibrar ansioso. Le abrazó con delirio y le hizo sitio entre sus piernas
de nuevo.
—¿La suavidad la podemos dejar para después? —gruñó él, empleando sus mismas palabras.
No le contestó porque un calambre de excitación la recorrió de arriba abajo. Se limitó a gemir y a
apretar sus musculosos glúteos con las manos, hundiendo los dedos en ellos.
La invitación era más que obvia.
Y así debió de entenderlo él, porque respiró hondo, elevó la pelvis unos centímetros y luego la
dejó caer. Entró en ella sin prisas, paulatinamente, hasta que estuvo enterrado por completo en su
interior.
Ambos gimieron.
—Prepárate para el polvo más corto de tu vida —jadeó él con una mueca mezcla de puro deseo y
disculpa.
Esa frase eran tan Jorge que el pecho de Juls se llenó de calor.
Le acarició los musculosos pectorales con desordenado ímpetu y se arqueó para que su cuerpo
estuviera más cerca del suyo. Era grandioso poder sentirle así, dentro de ella y aprisionándola contra
el colchón.
Los movimientos de él se aceleraron y se volvieron más erráticos.
—Juls, Juls… —gruñó.
Y una última embestida le llevó a su final.
Ella se fijó en su cara. En su frente perlada de sudor. En sus párpados fuertemente cerrados con
multitud de arrugas en sus extremos. En su nariz fruncida con las aletas dilatadas. En sus labios
distendidos en un rictus algo salvaje que mostraba sus dientes superiores. En su mandíbula
endurecida. En las protuberantes venas de su tenso y humedecido cuello…
Una fantasía.
Le abrazó con fuerza mientras él se dejaba caer sobre su cuerpo respirando casi sin resuello.
—¡Dios! —murmuró unos segundos después—. Eyaculación precoz me llaman… —Su tono de
voz era sarcástico.
Juls notó una risa burbujeante gestándose en su pecho, pero la reprimió. Sin embargo, la
sensación de felicidad más absoluta se quedó con ella. Alzó una mano y le acarició la áspera mejilla
hasta que él elevó la cabeza. Sus ojos color miel estaban cargados de veinte mil emociones
diferentes: afecto, cariño, ternura, devoción… y amor.
Él le dio un beso en los labios antes de apartarse y salir de ella con sumo cuidado para poder
deshacerse del condón. Sus movimientos eran algo torpes como si estuviese agotado.
Se tumbaron uno al lado del otro, mirándose fijamente. Sus sonrisas eran idénticas, perezosas y
llenas de sentimiento.
—No voy a preguntarte nada. —Él alzó una mano y le retiró un mechón de pelo de la frente.
—Mejor. No tengo palabras. Ha sido perfecto.
–¿Perfecto? —El escepticismo rebotó en las tres sílabas. No obstante, no tardó en ponerse serio
—. ¿Ya no tienes miedo?
—Ninguno —admitió—. ¿Y tú?
—Tampoco —repuso y le delineó el perfil con la punta de los dedos.
Repentinamente, las ganas de sollozar se apoderaron de ella. Había pasado los últimos meses en
la inestabilidad más absoluta, pensando que jamás iba a recuperarle. Y ahora se daba cuenta de que,
de algún modo, nunca le había perdido. Jorge siempre había estado ahí.
Él, tan intuitivo como siempre y sabiendo lo que necesitaba en cada instante, se aproximó y la
abrazó con fuerza. Enterró la cara en su cabello y aspiró hondo.
—Siempre hueles a mandarina. Te parecerá tonto, pero creo que es el único recuerdo del pasado
que tengo. Ese olor. Me fascina. ¿Recuerdas esa tarde en el Nevada cuando yo todavía no sabía
quién eras?
—Sí —musitó. Había sido una tarde horrible.
—Cuando nos despedimos, te abracé y ese aroma tuyo me resultó familiar, como si lo hubiese
olido antes. —Se detuvo y suspiró bajito—. Y así era.
Ella no dijo nada porque no creía que pudiera hablar sin romper a llorar. Se sentía frágil y
vulnerable y no sabía muy bien por qué.
Se cobijó en sus brazos, buscando su calor. Después de la pasión que acababan de compartir,
ahora necesitaba ternura y afecto.
Y él le dio ambos.
Se recrearon el uno en el otro, fundiendo sus pieles, intercambiando caricias suaves y besos
sensuales y lentos. Jorge se convirtió en el Jorge de antes y la llevó al cielo, tocándola exactamente en
los lugares de su cuerpo que pedían a gritos ser tocados. Como si recordase cada recoveco y
montículo de su figura, deslizó los dedos por las partes más sensibles de ella, como si fuera un violín
y él un virtuoso de ese instrumento que supiera arrancar los más bellos acordes de sus cuerdas. Juls
aceptó cada caricia, retorciéndose entre sus brazos, y le devolvió todas y cada una de ellas,
generosamente, arrastrando las palmas de las manos por sus firmes músculos, haciéndole vibrar y
provocándole gemidos guturales que resonaron con fuerza en el silencio del dormitorio.
Alcanzaron casi a la vez un clímax ardiente.
Todopoderoso.
Lleno de promesas.
Sus jadeos se mezclaron y él emitió una carcajada suave llena de felicidad que fue como música
para los oídos de Juls.
Todo era perfecto.
Ese fue el último pensamiento coherente que tuvo antes de dormirse mientras los fuertes brazos
de Jorge se cernían en torno a ella.
Perfecto…
Capítulo 35
Juls
Apenas eran las siete menos cuarto de la mañana y hacía frío. Tomó prestado un forro polar de
Jorge que encontró en su armario de la entrada y se lo puso sobre la cazadora. Quizá era una locura
bajar a la calle a esas horas, pero estaba decidida a ver amanecer desde la playa.
Le dejó una nota manuscrita sobre la almohada, diciéndole que estaba abajo y que no tardaría en
regresar. Le contempló unos instantes con el pecho henchido por la felicidad. Él dormía con la cara
enterrada en el edredón. Solo su brazo derecho y su musculoso hombro aparecían al descubierto. Ni
siquiera reaccionó cuando ella se inclinó para darle un beso en el omóplato.
¡Qué bien olía!
A mar.
Ni siquiera importaba que se hubiera duchado el día anterior o que hubiese sudado durante la
noche, un ligero aroma a sal siempre le impregnaba, como si formara parte del océano.
Jorge y el mar. Intrínsecamente unidos.
En realidad, apenas habían dormido un par de horas. Era lógico que él estuviera cansado. Ella
debería haberlo estado también, pero no era así; aparentemente, sus niveles de oxitocina estaban por
las nubes después de aquella noche de puro y ansiado sexo.
La calle estaba desierta y corría un vientecillo helador. Aspiró hondo y se llenó los pulmones de
aire con aroma a salitre. No había ni un alma en el paseo y tampoco las cafeterías de la zona estaban
abiertas. Las primeras luces anaranjadas del alba comenzaban a asomar por encima del horizonte,
pero todavía eran demasiado tenues para eliminar la oscuridad. Los cantos rodados del arenal no
parecían demasiado cómodos por lo que tomó asiento en el borde del paseo. Notó el frío mármol
bajo sus muslos, pero lo ignoró. Se sacó el móvil del bolsillo, conectó los auriculares que había
cogido de la mesilla de Jorge y seleccionó una de sus listas de Spotify, una de baladas. Con la música
resonando en sus oídos, fijó la mirada en el incipiente amanecer. El mar estaba tranquilo. Las olas
rompían con una suavidad exasperante sobre la orilla, empapando las blancas piedras que
comenzaban a relucir a la luz del naciente día.
Mientras los colores del cielo iban cambiando y el sol ascendía muy poco a poco, su mente la
llevó hasta el apartamento que acababa de abandonar y al hombre que había dejado en la cama. Un
hormigueo de delicioso bienestar la invadió.
Habían hecho el amor tres veces.
Y las tres veces habían sido terriblemente imperfectas.
Una pequeña carcajada feliz emergió de su garganta al recordarlo. Hundió la cara en el cuello del
forro polar para ahogarla. Casi resultaba un sacrilegio romper la magia que se respiraba en esos
momentos en la solitaria playa con una risa.
La primera ni siquiera merecía la etiqueta de hacer el amor, aunque las etiquetas eran tan feas y entre
ellos había tantos sentimientos bonitos… Fue rápida y casi desesperada, los besos brillaron por su
torpeza y las caricias fueron rudas y desordenadas. No obstante, volvería a repetir esa experiencia
cien mil veces.
La segunda fue lenta, agónica y dulce. De apacibles roces y vaivenes. De susurros al oído.
Lánguida y mansa. Pausada y casi dolorosa por su rotundidad.
Y la tercera, en medio de la noche, después de haberse levantado para comer algo porque estaban
muertos de hambre. Esa fue íntima pero divertida, salpicada por comentarios jocosos. Ni veloz ni
serena sino todo lo contrario, y llena de risas ahogadas.
Las tres, maravillosas.
No podía evitar hacer comparaciones con el pasado. Los antiguos Jorge y Juls habían sido
diferentes, menos intensos, ¿no?
A lo mejor se equivocaba y sus recuerdos se hallaban emborronados. Estaba tan llena de todo lo
que había sucedido y sus nervios tan agudizados que quizá todo era exactamente igual y estaba
simplemente sobrepasada.
Solo sabía que amaba a Jorge. El del pasado, el del presente… Y el del futuro.
Porque eso era lo que deseaba, que estuviera en su futuro.
Las imágenes de los últimos días pasaron raudas por su cabeza: la tarde en el mirador, la cena en
el Portus, los wasaps que habían intercambiado, la visita al faro, su jaqueca y cómo ella se había
quedado a su lado durante horas, amanecer a su lado y pasar un día maravilloso caminando sin
rumbo mientras sus manos eran incapaces de separarse, la fiesta en casa de los Alba y esa canción
que le había dedicado mientras él se la comía con los ojos. Y, por supuesto, la noche anterior…
Todos y cada uno de esos momentos eran especiales.
Únicos.
Ella quería seguir creando ese tipo de momentos con él.
Las primeras notas de Eternal flame de Bangles le generaron un suspiro.
Dejó caer la frente hacia adelante, tentada de apagar la música. Aquella canción, aunque preciosa,
siempre le producía melancolía. No obstante, dejó que los acordes penetraran en sus oídos y se
esparcieran por todo su cuerpo mientras los tenues rayos de sol teñían el cielo de naranja, amarillo y
ocre y la esfera solar se reflejaba en el mar convirtiéndolo en un espejo dorado.
Rodeada de tanta belleza, sintió cómo su corazón se encogía y se hacía pequeño.
Inesperadamente, un abrazo firme la abarcó por completo, sobresaltándola. Se quitó los
auriculares con un gesto enérgico y se giró.
—¿En serio pensabas ver amanecer sin mí? —Los brillantes iris almendrados la contemplaron
inquisitivos.
—Jorge… —balbuceó agitada.
—El mismo.
Tenía el pelo alborotado por un lado y aplastado por el otro, como si acabara de levantarse y no
se hubiera molestado en peinarse. Llevaba un pantalón de chándal oscuro y un grueso jersey de lana.
Sus ojos entrecerrados mostraban a las claras que todavía estaba somnoliento, pero su sonrisa
impresionante le iluminaba el rostro entero.
Juls no pudo reprimirse y le dio un beso en la mejilla. Era evidente que necesitaba un afeitado.
—No quería despertarte.
—Lo hubiera preferido —murmuró él, enterrando la nariz en su cuello y aspirando hondo.
Todo el frío que ella había sentido segundos antes desapareció por completo. No solo porque él
se hubiera sentado a su espalda y la envolviese con su cuerpo, sino porque había bajado una manta
de cuadros con la que los cubría a ambos.
—¿En serio has traído una manta? —preguntó incrédula.
—Es que hay que estar muy loco para bajar a la playa a estas horas. Estamos a doce grados,
¿sabes? Podrías haber visto amanecer desde mi balcón.
—No es lo mismo.
—Claro que no es lo mismo. Allí estarías calentita, tomándote un café —dijo con sorna—. Pero
si lo que la señora quiere es ver amanecer desde la playa, pues deseo concedido. Como un
superhéroe aquí aparezco yo con mi capa.
Se apretó más a ella y sus muslos poderosos se pegaron a los suyos mientras sus brazos se cernían
en torno a su cintura.
—Me has robado un forro polar y los auriculares. Qué chica más mala. ¿Qué escuchabas?
—Eternal Flame —respondió—, pero ya habrá terminado.
—¿Estás romanticona esta mañana? ¿Por qué será? —indagó juguetón.
No lo negó. Cogió los auriculares que bamboleaban de su cuello y le tendió uno mientras ella se
ponía el otro. Sonaba I wanna know what love is de Foreigner. Jorge pegó la cara a la suya y ambos
disfrutaron un rato de la balada romanticona, como él decía, mientras la dorada luz del sol iba bañando
el mar y la playa cada vez con más intensidad.
El momento era perfecto, incluso con la brisa fría acariciando sus caras sin delicadeza alguna.
Dentro de la manta la temperatura era cálida y abrigada.
—I wanna know what love is. I want you to show me. I wanna feel what love is. I know you can show me…29
—tarareó él.
Juls no pudo reprimirse y se rio. Era adorable.
—¿Te ríes de mí? —inquirió él, depositando un beso sobre su pómulo.
—Me río porque te sabes todas las canciones. Nunca antes había conocido a alguien así.
—Es mi único don.
—No es verdad. Tienes tantos que da vértigo.
—¿En serio? Dime qué tengo que me hace tan especial, vamos. —Apoyó el mentón sobre su
coronilla.
—A ver… Cantas fatal con voz de falsete —enumeró ella muy concentrada—. Hablas con tu
coche como si fuera a responderte. Toda tu ropa interior es de color azul. Tus rimas son
catastróficas. Y, a veces, tienes… eyaculación precoz —añadió con tono de travesura.
—Un golpe bajo detrás de otro —susurró él, bajando la cabeza para mordisquearle el lóbulo de la
oreja.
Ella se retorció, tratando de huir de sus provocadores dientes y, de algún modo, él terminó
izándola en el aire y sentándola sobre su regazo. Los auriculares se escurrieron de los oídos de
ambos y la voz del cantante se amortiguó hasta quedar silenciada del todo. Sus sonrisas se
mezclaron.
—Confiesa que te gusta que te cante —dijo él.
—Lo confieso —admitió—. Y todo lo demás también.
—¿Incluso la eyaculación precoz?
—Incluso eso. No olvides que yo acabé antes que tú.
Él se rio entre dientes.
—Es verdad —repuso y, después, se quedó un buen rato en silencio con la vista extraviada en el
horizonte. Cuando volvió a hablar lo hizo con seriedad y en voz muy baja, sin mirarla—: ¿Y qué vas
a hacer ahora, Juls? ¿Me vas a enseñar lo que es el amor? —preguntó, utilizando la letra de la canción
que acababan de escuchar.
Un pinchazo de anhelo le atravesó el pecho. Se giró para ser testigo de la luz del amanecer, como
hacía él.
—Creo que no hace falta que te lo enseñe —musitó—. El amor es así. O lo hay o no lo hay.
Nadie puede forzar nada en otra persona.
—¿Forzar? —resopló—. Forzar es lo que hago cuando me obligo a comer coles de Bruselas
porque no las soporto. Pero quererte a ti… —suspiró—. Quererte a ti es tan fácil… Tan natural
como respirar.
Juls dejó escapar un gemido emocionado y todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo se
electrificaron.
—No sé si estás preparada para creerme —continuó él sin dilación. El tono de su voz era ronco
—. Sé que ha sido todo muy rápido. La primera vez apenas estuvimos juntos quince días y aun así
me enamoré de ti como un loco, Juls. No me hace falta recordarlo porque tengo todas las pruebas
en mi teléfono. Lo que tú y yo tuvimos era algo muy especial. Los dos lo sabemos. —Hizo una larga
pausa en la que pareció estar buscando la mejor forma de seguir con aquella declaración y ella
aguardó silenciosa con la respiración contenida—. Esta vez ni siquiera ha transcurrido una semana y,
sin embargo, sé que esto que siento por ti es inmenso. Brutal. Me llenas el corazón de un modo que
temo que se desborde y me explote en el pecho.
Ella cerró los ojos al notar que se le llenaban de lágrimas. No quería llorar porque no era el
momento, pero sentía el alma en carne viva. Se cubrió la boca con una mano para acallar un díscolo
sollozo.
Él soltó su talle y posó una de sus manos con delicadeza sobre su mejilla, obligándola a girar la
cara y a mirarle de frente. La expresión de su rostro era indescifrable, pero sus ojos desprendían un
afecto infinito.
—Escúchame bien lo que te voy a decir. Creo que, aunque me olvidé de ti, jamás olvidé mis
sentimientos. Estaban aquí. —Se llevó la otra mano al pecho y se lo golpeó con suavidad—. Y solo
tuve que volver a verte para que despertaran de nuevo. Juls, mi Juls…
Acercó su boca a la de ella y le dio un beso, dos, tres, cuatro, cien, mil… a los que ella
correspondió con fervor.
—Estoy enamorado de ti. ¿No lo ves?
Ella asintió. Lo veía. Lo veía claramente. Las palabras se le habían quedado trabadas en la lengua.
Demasiadas emociones luchando por salir y solo una boca para poder expresarlas. Estaba abrumada.
—Sé que vas a decir que no nos conocemos…
—No voy a decir eso —consiguió articular, interrumpiéndole.
Él guardó silencio y se limitó a mirarla. El sol aclaraba sus ojos y los convertía en ámbar líquido.
—¿Qué vas a decir entonces? —la retó, acariciándole el labio inferior con el pulgar.
—¿Recuerdas la conversación que tuvimos la noche de fin de año por teléfono? —No esperó a
que él dijese nada y prosiguió—: Te dije que Jorge y yo estábamos enamorados. Y que, a pesar de
que nunca nos habíamos dicho te quiero ni nada por el estilo, era incuestionable que nos queríamos.
—Odio cuando hablas de mí en tercera persona —masculló, apartando la vista—. Sigo siendo yo.
Asintió contrita.
—Es verdad. Jorge eres tú. Me ha costado admitirlo, no sé por qué. Tú eres el del pasado y el del
presente. Es tan obvio. —Compuso una mueca—. Todo es mágico contigo. Los besos, los abrazos,
cada palabra que intercambiamos. Tu sonrisa… —Acercó los dedos a sus labios y se los delineó—.
Sí, yo también estoy enamorada de ti. Nunca he dejado de estarlo.
Él la miró con los ojos encendidos.
—Joder, Juls…
—Jorge…
No la dejó terminar. La sujetó con firmeza por el cuello, la acercó a él y sus bocas se fundieron en
un beso interminable.
Ella emitió un gemido y se derritió. ¿Cómo era posible que él pudiese hacer que se sintiese tan
hermosa solo con un beso?
Jorge
Jorge
Los colores del crepúsculo se reflejaban en las pupilas de Juls, que se había puesto de pie y se había
acercado a la gran cristalera para disfrutar del espectáculo. Al otro lado de la bahía, el sol descendía
lentamente tiñendo el horizonte de naranja, dorado y rosa.
La belleza del momento era indescriptible.
Pero Jorge permanecía ajeno al entorno. La observaba a ella, fascinado, sin querer perderse ni una
sola de sus expresiones.
Un año después de habérselo prometido, estaban celebrando el fin de año en el Bar Planta20, en
el último piso del Hotel Madeira Centro, la joya escondida de Benidorm.
—Estoy alucinando —susurró ella casi sin voz—. Las vistas son increíbles.
—Te lo dije —murmuró él, situándose tras ella y apoyando las manos sobre sus caderas—. Para
que luego digas que no cumplo mis promesas. Incluso las que no recuerdo haber hecho —bromeó.
Ella se recostó contra su pecho, su cuerpo sacudido por la risa, pero no dijo nada y se limitó a
recrearse en la puesta de sol.
Habían pasado algo más de once meses desde aquel amanecer en la playa del Albir que se
convirtió en su nuevo comienzo. Once meses de viajes en autobús, de trayectos en coche y de
escapadas imprevistas para poder verse, exprimiendo hasta el límite todo el tiempo que podían estar
juntos.
Once meses de relación a distancia.
Sin distancias.
Se veían cada fin de semana, cada puente y en vacaciones. O bien era Juls la que cogía el bus y se
presentaba en Benidorm, o era él quien se montaba en Turbo y en cuestión de unas horas se
plantaba en su portal en Madrid. Y cuando no podían desplazarse, se hacían videollamadas,
intercambiaban mensajes y correos electrónicos.
Había parejas que vivían en la misma ciudad y tenían menos contacto que ellos.
Sus migrañas habían ido disminuyendo hasta desaparecer del todo y su último TAC había salido
limpio. Todavía acudía a sus citas con la doctora Carmena, pero solo lo hacía cada dos meses, para
sesiones de mantenimiento. No había recuperado la memoria y, según transcurría el tiempo, era
bastante improbable que lo hiciera algún día, al menos eso le había dicho su neurólogo.
Pero si era sincero consigo mismo, no le importaba demasiado. Tenía todo lo que quería y había
ido llenando sus lagunas mentales con nuevos recuerdos. La gran mayoría con Juls como
protagonista. En el móvil llevaba las pruebas de ello en forma de textos y de imágenes. Paseos,
excursiones, comidas y cenas, tardes en la playa, mañanas en la cama y noches sin dormir… Una
sucesión de experiencias maravillosas compartidas.
Y lo mejor de todo estaba por llegar.
Justo después de Navidad, Juls había hecho las maletas definitivamente y se había mudado a su
apartamento.
Una sonrisa tontorrona le rizó los labios al pasar revista a los últimos cinco días.
Juls y él viviendo juntos.
Un puto paraíso.
Se acabaron las despedidas, los besos melancólicos en las estaciones, el contenerse a duras penas
para que el otro no se diera cuenta de la tristeza del adiós, las últimas miradas en el espejo retrovisor
del coche y el echarse de menos.
Fin a todo aquello.
Ahora comenzaban los amaneceres pegados el uno al otro, el compartir armario y cajones, el
pelearse por el lavabo en la mañana y en la noche y el llegar a casa para encontrarse con las luces
encendidas y el sofá ocupado.
Bienvenida, nueva vida.
Estaba delirante de felicidad y sabía que a Juls le sucedía lo mismo.
Ella seguía conservando su trabajo en la revista digital y solo tenía que viajar a Madrid una vez al
mes para las reuniones editoriales. Todavía no había empezado a buscar un trabajo mejor en la costa,
pero era su intención hacerlo. Él continuaba en la escuela de buceo, aunque había vuelto a
interesarse por el Oceanográfico. Quizá el futuro los llevase a Valencia o a otro lugar. No lo sabían y
no les importaba demasiado. Estaban abiertos a todo. Solo había una cosa que tenían clara: querían
seguir juntos en aquella aventura.
La melodía que ambos compartían en el móvil comenzó a sonar e interrumpió el hilo de sus
pensamientos.
—¡Joder! —masculló—. ¡Qué oportunos! ¿Es el tuyo o es el mío?
—El tuyo —repuso ella—. El mío lo tengo en mi bolso. —Señaló la mesa en la que estaban sus
cosas a unos metros de distancia.
—Paso de responder —dijo él después de echar un vistazo a la pantalla.
—¿Es tu hermana?
—¡Bingo!
—Qué cruel eres —se rio—. Anda, cógelo.
Refunfuñando con exageración, lo hizo.
—Tiene que ser algo muy grave para que nos molestes en esta cita increíblemente romántica de la
que te informé hace días y te pedí por favor que nos dejases en paz.
—Es urgente —respondió Erika. Su tono de voz delataba que mentía cono una bellaca.
—¿Cuál es la urgencia?
—Que sin vosotros las uvas no van a ser lo mismo.
—Pfff… Entiendo lo de la urgencia. Voy a colgar.
—¡No! ¡Espera! ¿Por qué no venís a casa después de ver la puesta de sol esa que realmente
podíais haber visto cualquier otro día?
Jorge le pasó un brazo por encima de los hombros a Juls que seguía absorta en los cambiantes
colores del cielo.
—Es más romántico hoy. Además, que paso, que tenemos una suite maravillosa para pasar la
noche los dos solos.
—¡Pero es que os echamos de menos! Incluso Diego lo está diciendo, ¿verdad?
—Déjalos en paz y que hagan lo que quieran. Cuelga. —Se escuchó la voz profunda de su
hermano por detrás.
Jorge se carcajeó.
—No cuela, Erika.
—Pero mañana coméis con nosotros.
—Ya veremos.
En realidad, ya lo había acordado con sus padres y habían quedado en encontrarse para celebrar
el Año Nuevo.
—Jo, Jorge —protestó ella como si fuera una niña pequeña.
—¡Nos atacan los extraterrestres! ¡Tengo que dejarte! ¡Adiós!
Cortó la comunicación.
—¿Extraterrestres? —se rio Juls.
—¿No ha sonado creíble? —preguntó con ironía. Volvió a abrazarla y le dio un beso en la punta
de la nariz.
—No. Se ha notado que mentías.
—Vaya. Pondré más empeño la próxima vez.
—Si hubieras dicho que había un tiburón blanco en la playa habría sido más convincente.
—Recuérdame que no te pida ayuda cuando necesite inventarme una excusa para lo que sea.
—¡La mía es mejor que la tuya! Por lo menos estamos junto al mar y siempre cabe la posibilidad
de que aparezca algún escualo.
—Naturalmente. Un tiburón blanco en el Mediterráneo… Se nota que eres una periodista
concienzuda.
Apenas había terminado de hablar cuando la melodía comenzó a sonar de nuevo. Esa vez llegaba
desde la mesa.
—Te toca —murmuró él.
Juls se desasió de su abrazo y se acercó a su bolso.
—Creo que nuestras familias se han puesto de acuerdo —le dijo, mostrándole la pantalla. Era una
videollamada de Félix.
—Son igual de pesados tanto mi hermana como tu hermano. Deberíamos juntarlos.
—Eso es lo que quiere Erika. Ya me ha pedido el número de Félix en veinte mil ocasiones. Es
demasiado peligroso. Mi hermano se la zamparía de dos bocados.
—Yo apuesto por ella. Está muy loca.
Juls aceptó la llamada y situó el móvil frente a ellos. La cara de su hermano mostraba una mueca
festiva.
—¡Hola a los dos! Os llamamos ahora que luego las líneas están ocupadas. ¡Feliz Año!
—Feliz Año —respondió Jorge con una sonrisa de oreja a oreja.
—¿Estáis todos ahí? —preguntó Juls.
—Sí. Espera.
Félix fue desplazando el móvil por la estancia y los padres de Juls, su hermano Rodrigo, su mujer
y sus hijos aparecieron en la pantalla. Todos iban saludando con entusiasmo y agitando los brazos.
—¡Feliz Año! —exclamó Juls con deleite, lanzando besos.
—El año que viene os toca aquí —dijo su madre.
Ambos asintieron con energía.
A Jorge le gustaba la familia de Juls. Había estado en varias ocasiones en su casa y, pese a que
eran bastante más formales y serios que sus padres, le habían hecho sentir muy a gusto.
—Que sepáis que os echamos de menos —intervino Félix, volviendo la cámara hacia su cara de
nuevo—. Pero que entendemos perfectamente lo del romanticismo y la puesta de sol —se guaseó.
Jorge se rio. Sin duda, Juls le había puesto al corriente de todo.
—¿Hoy no trabajas? —le preguntó esta.
—Sí. Vamos a cenar temprano y me voy —repuso y luego añadió, dirigiéndose a Jorge—: Cuídala
mucho que, aunque parezca poquita cosa, la queremos. Es nuestra niña pequeña.
—Lo intentaré —respondió él con una risa.
—¡Cabrón! —le dijo ella.
—¡Esas palabrotas! —Se escuchó a su madre por detrás.
—Pasadlo bien esta noche y mañana hablamos —dijo Félix.
Giró el teléfono hacia los demás de nuevo, que se despidieron con exclamaciones, besos al aire y
brazos agitados, a los que Juls y Jorge correspondieron de igual manera.
Una sonrisa flotaba en los labios de ella cuando cortó la llamada.
—¿Los echas de menos?
—No demasiado. Estuve con ellos hace solo unos días. Además, estoy exactamente donde quiero
estar.
Se acercó a él y le abrazó por el talle, alzando la cara para poder mirarle a los ojos.
Jorge la contempló con codicia.
Quizá su rostro fuese demasiado aniñado. Quizá su nariz muy pequeña o su boca un poco grande
para sus facciones delicadas. Quizá sus pómulos fueran demasiado altos.
Quizá, pero para él era preciosa.
Quizá fuera demasiado indecisa y algo cabezota. O poco madura y nada práctica. A veces era muy
bromista e irónica y otras veces se tomaba la vida demasiado en serio. Quizá fuese frágil en exceso y
demasiado soñadora. O dura como el acero cuando decidía algo. Contradictoria.
Indudablemente, era la mujer perfecta para él.
Y no se cansaba de repetírselo.
No había muchas personas en la terraza del Planta20. Era demasiado pronto para que la gente se
hubiera puesto en marcha esa Nochevieja, apenas las seis de la tarde. Y Jorge se aprovechó de la
ausencia de público para sellar los labios de ella con los suyos en un beso pasional que los dejó a
ambos sin aliento.
—Creo que ya te lo he dicho como cuatrocientas mil veces, pero te lo vuelvo a repetir: eres la
mujer de mi vida. Así tal y como eres, pequeña y poquita cosa…
Ella resopló con burla, pero se puso seria con rapidez.
—Y creo que yo también te lo he dicho unas cuantas veces, Jorge. Mil gracias por no olvidarte de
nuestro imperfecto amor.
—Eso es imposible. Creo que, aunque volviese a perder la memoria de nuevo, seguiría
recordándote aquí. —Cogió una de las manos de ella y la llevó a su corazón, que latía firme y fuerte.
—¿Sabes que te quiero? —Fue la respuesta de Juls.
Asintió y la besó de nuevo, esa vez con dulzura.
Ella se separó de él con algo de reticencia.
—Voy a ir al aseo.
La vio alejarse con embeleso. Lucía un vestido rojo cuya corta falda de vuelo se agitaba con cada
paso que daba y le acariciaba las caderas. Subió su hambrienta mirada hasta su nuca y las ganas de
lamerle y mordisquearle ese trozo de piel sexi le acometieron.
¡Mierda!
Se había empalmado.
Se giró con disimulo y se colocó el pantalón. Acto seguido le dio un largo trago a su cerveza,
paladeándola.
Sus ojos se anclaron en el cielo que se iba oscureciendo por momentos mientras sonreía.
Dichoso.
Juls
Cerró la puerta del aseo a su espalda y acudió a uno de los reservados. Minutos después lo
abandonaba y se acercaba a los lavabos. El enorme espejo que había sobre ellos le regaló la imagen
de una mujer sofocada. Todavía tenía las mejillas enrojecidas.
Los besos de Jorge tenían ese efecto en ella. Incluso después de tantos meses.
Sacó el carmín de su bolso y se retocó los labios, aunque sabía que era absurdo. Él no iba a dejar
de besarla. Algo que ella tampoco quería que sucediera.
Sonrió con satisfacción.
Estaba pletórica.
No solo estaban celebrando la Nochevieja tal y como habían planeado hacía un año, sino que su
vida en común había comenzado. Desde hacía cinco días se despertaba a su lado y sabía que aquello
iba a ser su constante.
Una fantasía.
—¡Sí, sí, sí! —dejó escapar con euforia después de comprobar que no había nadie más en la
estancia.
¿Se podía morir de felicidad?
Un pitido la alertó de un wasap entrante. Sacó el móvil del bolso y le echó un vistazo.
Jorge: Hace una eternidad que te fuiste. Como no regreses tendré que irme con la camarera.
No pudo evitar reírse. La camarera era un señor de unos cincuenta años con un frondoso bigote.
Juls: Te refieres al del mostacho? Con eso no puedo competir. Paga antes de marcharte por favor.
Jorge: Tan poco te intereso que dejas que me vaya con cualquiera?
Juls: Con cualquiera no. Es que lo del bigote tiene morbo. Me alegro de que te guste probar cosas nuevas.
Jorge: Hablando de cosas nuevas, qué te parece si nos vamos ya a la suite?
Juls: Sin cenar?
Jorge: Que nos lleven la cena a la habitación…
Juls: Creo que tienes segundas intenciones.
Jorge: Y terceras y cuartas… Ya sabes cómo soy.
Juls: La paciencia es una virtud.
Jorge: Una virtud es ser tan comedido como yo durante toda la tarde con ese vestidito que te has puesto.
Juls: Y eso que todavía no sabes que no llevo ropa interior.
La respuesta llegó poco después. Era un gato con los ojos desorbitados y la leyenda: Ay Dios mío.
No puedo creerlo!
Juls: Jajajaja. Tú y tus memes.
Jorge: No te reirías tanto si supieras lo que está pasando dentro de mis pantalones ahora mismo.
Alzó la cara y vio sus ojos reflejados en la bruñida superficie. Resplandecían de diversión.
Juls: Tienda de campaña?
Jorge: Para doce personas. Como no salgas, no respondo.
Juls: Jajaja, qué exagerado. Has pagado ya?
Jorge: He pagado y estoy en la puerta del aseo, esperándote ansioso y desesperado.
Ella volvió a reírse.
Jorge era tan genial.
Se echó una última ojeada en el espejo y se alisó el vestido. Luego, se dirigió a la puerta. La abrió
y allí estaba él con una mueca pícara y una sonrisa gigante.
—¿Creías que era mentira? —Se señaló la entrepierna con un gesto exagerado.
Ella reprimió el deseo de devorarle allí mismo cuando se percató de que, en efecto, no había
mentido.
—¿Y el señor del bigote no nos acompaña? —repuso, mostrando sorpresa.
—Podemos venir a buscarle después.
Le tendió una mano que ella tomó. Sus dedos se entrelazaron.
—¿Nos vamos?
Su voz ronca le reverberó hasta lo más profundo del abdomen.
—Claro.
Él echó a andar y ella le siguió.
Le seguiría hasta el fin del mundo.
Fin
Lista de canciones
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Agradecimientos
Pues parece que hemos llegado al final del libro y creedme si os digo que esta parte es siempre la que
más me cuesta escribir, quizá porque quiero decir demasiadas cosas y termino por decir poquitas y
liarme un poco.
Creo que ya os habéis dado cuenta de que esta novela es un pequeño homenaje a la ciudad de
Benidorm, ciudad que me acogió hace unos años y en la que pasé una parte muy importante de mi
vida. Benidorm es así, te adopta, seas de donde seas, y te hace sentir parte de ella. Y después, cuando
la dejas atrás, la llevas siempre en el corazón.
Quiero dar la gracias a las personas que me han ayudado a llegar hasta aquí y han conseguido que
esta historia fuera posible.
En primer lugar y como siempre quiero agradecerle a Nere su trabajo de maquetación y a Nune
su trabajo en el diseño de la portada. Tengo suerte de poder contar con grandes profesionales en el
ámbito técnico. Gracias, chicas. ¡Hasta el infinito y más allá!
Gracias a mi hermana Fely y a mi sobrina Angy, son siempre las primeras en leerse mis novelas y
en animarme a seguir adelante.
Gracias también a Paco, mi mayor crítico (debo confesar que siempre discuto con él porque no
me gusta que me diga cosas negativas, aunque luego le hago caso y acepto sus comentarios sin
rechistar). Te quiero, amore.
Gracias a mis lectoras cero, Mayte, que está a mi lado desde el principio apoyándome sin
condiciones, Maribel que siempre me critica hasta lo inimaginable y Josephine, con la que me tiro las
horas muertas hablando por teléfono de mil y una cosas. Se ha convertido en una persona muy
importante para mí.
También, por supuesto, quiero dar las gracias a todas esas personas bonitas que me leen y
disfrutan con mis historias porque sin ellas nada de esto sería posible. Es un sueño que estén ahí,
conmigo. Gracias a los que estáis ahí desde el principio y a los que vais llegando. Gracias de corazón.
Espero haber cumplido vuestras expectativas y haber conseguido que os enamoraseis un poquito
de los personajes, creo que se lo merecen.
Y, sin más, me despido de todos vosotros y os deseo una vida llena de lecturas y aventuras por
vivir. Mil besos y mil gracias.
Esto no es un adiós, es un hasta la próxima historia
Sobre la autora
Laura Sanz aprendió a leer antes que a hablar y a escribir antes que a andar. Así que después de
largos años de no saber qué hacer con su vida, además de irse al extranjero y aprender idiomas,
trabajar en sitios diversos y escribir compulsivamente en servilletas de bar... decidió publicar.
Todos sus libros tienen #happyending garantizado.
Actualmente vive en Madrid con su marido y sus gatos.
Le encanta recibir mensajes de sus admiradores y detractores. Por favor, contactad con ella en:
[email protected]
Probablemente conteste :)
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