Dime Que Te Casaras Conmigo

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Victoria Vílchez

Dime que te casarás conmigo

A mis lectores, por su apoyo, su cariño,

y por convertir mis sueños en realidad. Gracias.

Solo imagina lo precioso que puede ser arriesgarse y que todo salga bien.

Mario Benedetti
1: LUCAS

—Es una jodida broma, ¿no?

Levanté la cabeza y fulminé a Jota con la mirada.

—No sé por qué lo dices —tercié—. Lo raro es que no lo hayas hecho tú, teniendo en
cuenta que te mueres por atar a Becca a ti de todas las formas posibles.

Mi amigo soltó una carcajada.

—Becca se queda conmigo porque quiere quedarse y, créeme, sigo sin comprender la razón
por la que no me ha dejado aún.

No pude evitar sonreír. Había vivido de cerca el difícil inicio de su historia, pero sabía de
sobra que Becca adoraba a Jota y que este haría cualquier cosa por ella. No importaba las
veces que se pelearan. Estaban hechos el uno para el otro.

—¿Crees que aceptará? —lo interrogué porque, de repente, de lo que si dudaba era de que
Ari quisiera casarme conmigo.

«Mi esposa», pensé para mí, imaginando a una Ari dulce y sonriente a mi lado, dándome el
sí, quiero.

—¿Has estado bebiendo? —se rio Jota, que estaba disfrutando más de lo debido de la
situación.

Cerré la cajita que albergaba un anillo de oro blanco y me la guardé en el bolsillo, no sin
antes exhalar un largo suspiro.

—No sé por qué te lo he contado.

En realidad, sí que lo sabía. A pesar de todo, de su carácter hosco y gruñón, Jota era un
amigo excepcional, uno de esos que cuesta encontrar y que merece la pena conservar. Por
algo había decidido que fuera mi padrino de boda. Dado que el padre de Ari había muerto
ya hace años, estaba seguro de que esta estaría de acuerdo en que no habría nadie mejor
para llevarla al altar.

Algo muy distinto sería encontrar el momento adecuado para decírselo a Jota y que él
aceptara. Confiaba en que Becca ejerciera su magia y me ayudara a convencerlo.
—Porque estás acojonado —se burló, columpiándose hacia atrás en la silla en la que estaba
sentado.

Tal vez llevará razón. En realidad, estaba muerto de miedo.

—¿Se puede saber de dónde has sacado la idea de… casarte? —insistió, y yo sonreí.

Eso sí que lo tenía claro.

—David.

—¿Eh? ¿De qué hablas?

—El camarero del Level —le expliqué—, ya sabes… Ese tío impuntual y contestón que
trabaja con nosotros…

La expresión de Jota continuó siendo de total desconcierto.

—Sé quién es David —señaló—. Pero me quieres explicar ¿qué demonios tiene él que ver
con esto?

Aquel chico, sin saberlo, había puesto en su momento el germen de algo que no comprendí
hasta días más tarde. Una noche de poco trabajo me comentaba lo que había hecho durante
sus días libres: ir a una fiesta, ligarse a una italiana de infarto de la que no recordaba ni su
nombre, volver a salir de fiesta… Me vi reflejado en él. Hacía no tanto tiempo yo había
estado dónde estaba él, en ese momento de mi vida en el que todo lo que me preocupaba
era cerrar bares para regresar a casa, a poder ser con alguna tía colgada del brazo.

No voy a decir que no lo disfrutara, pero una vez apareció Ari, nada volvió a ser lo mismo.
Desde que iniciamos nuestra “amistad” hasta que más tarde se convirtió en algo que ni
nosotros mismos sabíamos cómo manejar, mis rutinas dejaron de hacerme feliz, de
parecerme suficiente. No quería volver a mi apartamento con nadie que no fuera ella,
porque Ari era el único lugar en el que quería estar. Ella era mi hogar.

—Quiero que Ari entienda lo que significa para mí —comenté, a riesgo de ganarme nuevas
burlas por su parte—. Quiero que sepa que, por muy mal que se pongan las cosas, siempre
estaré a su lado.

—En lo bueno y en lo malo —murmuró Jota, y yo asentí—. Aun así sigue pareciéndome
una locura. Este año acabáis la carrera, os tocará buscar curro o lo que quiera que vayáis a
hacer, porque dado el panorama no os va a resultar fácil. Y ni siquiera vivís juntos —
prosiguió a pesar de que mi expresión no debía ser demasiado amistosa.

—Tío, has vuelto de lo más optimista de Londres.


Reprimí las ganas de acompañar mi comentario de una colleja al pasar por su lado de
camino a la cocina. Se me estaba secando la garganta, no sé si debido a los nervios o a la
actitud negativa de Jota. Puede que fuera por ambos.

Me hice con un refresco y regresé sobre mis pasos. Jota seguía balanceándose en la silla y
mirando a algún punto entre la pared y el techo. A saber qué le estaba pasando por la
cabeza.

—Y si no vivimos juntos es porque sé que Ari no quiere dejar tirada a Alba con el piso —
repliqué, sentándome a la mesa—. Igualmente, dormimos siempre o en su casa o en la mía
y… ¿por qué demonios te estoy dando tantas explicaciones?

Jota apartó la mirada del techo y me dedicó una sonrisa maliciosa.

—Repito: porque estás acojonado.

Esta vez no me reprimí pero, en vez de una colleja, estiré la pierna y le di una patada a su
silla. Jota cayó hacia atrás y fue a dar con los huesos contra el suelo.

Estallé en carcajadas al ver sus piernas pasar volando por delante de mi cara. Se lo tenía
merecido.

—Eso ha estado fuera de lugar —señaló, desde el suelo, mientras se frotaba la cabeza en el
punto en que esta había golpeado contra las baldosas—, y que sepas que no quita para que
siga pensando exactamente lo mismo: estás cagadito de miedo.

2: ARIADNA

—¿Que Lucas qué? —exclamó Becca, sorprendida. Permanecí en silencio un instante,


sopesando si no me estaba imaginando cosas—. Lucas te adora, besa el suelo por el que
pisas —prosiguió, al ver que no contestaba.

—Está de lo más raro últimamente —argumenté—. Hay momentos en los que parece que
va a contarme algo pero luego se queda callado o dice cualquier tontería.

Expresar en voz alta mis dudas me hizo sentir ridícula, como una niña insegura que no
hubiera pensado que fuera.
Lucía apareció por el pasillo negando efusivamente con la cabeza.

—Por el amor de Dios, todas conocemos el pasado de Lucas, su fama de mujeriego le


precede. Ya sabemos que no repetía chica y que era un ligón declarado —declaró, sin
pararse a respirar.

—No estás ayudando, Lu —la cortó Becca.

Lucía se detuvo tan solo un segundo para empezar a hablar de nuevo inmediatamente.

—Lo que quiero decir, si me dejáis acabar —se quejó—, es que todo eso es cosa del
pasado. Lucas no ha puesto los ojos en otra mujer desde que está Ari. Tus dudas son
infundadas —sentenció con una sonrisa.

En realidad, Lucía y Becca tenían razón. Lucas se desvivía por mí, era dulce y atento y, ni
que decir tiene, que la pasión entre nosotros seguía manteniéndose como el primer día.

El recuerdo de la primera vez que habíamos hecho el amor, aquella noche en Tenerife, me
hizo sonreír. A la mañana siguiente todo había sido un desastre: yo había huido sin siquiera
despedirme; pero nada podía estropear la magia de ese primer instante juntos.

—Te has puesto roja —señaló Becca, y esbozó una sonrisa acusadora.

Suspiré, abochornada, y retomé el motivo de la discusión.

—Sé cuánto me quiere Lucas pero… no sé, tal vez me lo esté imaginando todo.

—Tal vez, no —replicó Lucía—. Te lo estás imaginando.

Traté de convencerme de que así era, de que el cambio que se había operado en el
comportamiento de Lucas no debía preocuparme. Puede que solo estuviera nervioso por el
regreso a las clases o por el trabajo en el bar. Desde que era el encargado, sus atribuciones
en el Level no habían hecho más que aumentar.

—¿Quieres que le pregunté a Jota? —se ofreció Becca, al ver que no parecía convencida
del todo—. Quizás él sepa algo.

Lucía se echó a reír.

—No veo a mi primo cotilleando sobre la vida de Lucas, o de nadie, ya puestos.

Tuve que darle la razón. Además, Jota era una tumba. Podía ser borde a veces o demasiado
impulsivo, pero jamás hablaba sobre nada de lo que le contaran sus amigos. Y si Lucas
tenía algo que esconder, no sería Jota el que lo revelara, ni siquiera a Becca.
Mi amiga se encogió de hombros y asintió.

—Puedo intentarlo —insistió, pero yo negué con la cabeza.

Lo más probable es que no hubiera nada que descubrir. Y si lo había, esperaba que Lucas
me lo contara, fuera lo que fuera. No quería seguir dándole rienda suelta a mi imaginación
o terminaría obsesionándome con el tema, y bien sabía que cuando se me metía algo en la
cabeza no había manera de sacármelo.

—Es una tontería, olvídalo —terció, aunque las dudas continuaban ancladas en un rincón
de mi mente—. Y ni una palabra de esto a Lucas.

Sabía de sobra que podía confiar en las dos, pero Lucía a veces decía cosas sin pararse a
pensar dos veces, más por despiste que por maldad, y no quería que Lucas se enterara de
nada. Ambas asintieron en silencio.

Las dejé charlando en el salón y me fui a mi dormitorio para terminar de prepararme. Becca
libraba hoy, pero Lucía trabajaba y Lucas también estaría en el Level, así como Jota. De
igual forma, todos pasaban más tiempo allí que en cualquier otro sitio, tuvieran turno o no.
El local se había convertido en su refugio por diversos motivos, el grupo tenía un montón
de recuerdos y vivencias almacenados en aquel sitio. Era consciente de que por muchos
años que pasaran, ese bar era ya parte de nuestra historia.

Una hora más tarde, nos reunimos todos allí. Busqué a Lucas con la mirada en cuanto
atravesé la entrada y una sonrisa se fue extendiendo por mi rostro sin que pudiera hacer
nada por evitarlo. Estaba tan guapo como siempre. Llevaba puesta una camiseta verde, a
juego con sus ojos, y unos vaqueros, además del pelo alborotado en todas direcciones. En
cuanto me vio, correspondió mi sonrisa con una de las suyas, de esas que borraban no solo
cualquier duda que pudiera albergar, sino prácticamente todos mis pensamientos. Ni
siquiera entonces, tras tanto tiempo juntos, podía evitar que el corazón se me desbocara
cada vez que me miraba.

Me dirigí a la esquina de la barra, que él rodeó para llegar hasta mí. Sus dedos acariciaron
mi mejilla unos segundos antes de que sus labios se posaran sobre los míos.

—Dime que bailarás conmigo —murmuró, y la calidez de su aliento consiguió que me


estremeciera.

—Antes de que digas adiós —repliqué, sonriendo.

Sus manos ascendieron por mi espalda, atrayéndome hacia su cuerpo, al tiempo que
profundizaba más en el beso.
—Lucas…

—Mmmm… —Fue toda su respuesta.

Se me escapó una carcajada que nos obligó a separarnos.

—Deberías volver al trabajo.

Me hizo caso y regresó tras la barra, no sin antes regalarme un último beso. Me quedé
observándolo mientras atendía a un cliente y, como si percibiera mi mirada sobre él, alzó la
vista, me miró y esbozó una sonrisa cargada de tantas emociones que no hizo falta que
dijera nada. Mi Lucas, aquel chico dulce y maravilloso del que me había enamorado, seguía
allí conmigo.

3: LUCAS

Dos semanas más tarde, el anillo de compromiso continuaba guardado en mi bolsillo.

—Tío, te recuerdo que en unos días Becca y yo regresamos a Londres —señaló Jota—, y
no me gustaría perderme la pedida de mano por nada del mundo —añadió con malicia.

Estuve tentado de propinarle un codazo, pero me contenté con inspirar profundamente para
reprimir el impulso.

—¿Vas a pedírselo o ya te has acojonado del todo? —insistió.

Seguía sin tener muy claro si mi amigo quería que me casara con Ari o no.

—¿Qué pasa? ¿Ahora te ha entrado prisa? —repliqué, mientras colocaba los vasos limpios
en su sitio—. Pensaba que no estabas de acuerdo con esto de la boda.

Jota se puso serio y resopló antes de contestar.

—Lucas, te conozco desde hace mucho y te he visto en tus mejores y en tus peores
momentos —comentó, mirándome fijamente—. Y, aunque negaré haber dicho esta
cursilada, Ari es y será siempre tu mejor momento.

Enarqué las cejas ante su inesperada demostración de romanticismo y reprimí una


carcajada. A pesar de que estaba acostumbrado a ver a Jota comportarse con Becca como
un quinceañero enamorado, no era común que nos mostrara al resto esa parte de su carácter.
Sin embargo, tenía razón.

—¿Qué día os vais Becca y tú a Londres? —inquirí, cambiando de tema.

Ya tenía una ligera idea de cómo pedirle a Ari que se casara conmigo, y esperaba que sus
amigos le ayudaran. Además, ya había puesto sobre aviso a Lola, que también estaría
presente, así como Lucía y Alba.

—En principio pensábamos marcharnos el lunes, pero puedo retrasarlo un par de semanas.
El tutor del proyecto está de viaje y no regresará hasta el mes que viene —comentó,
encogiéndose de hombros.

Becca y él habían pasado una semana en la capital inglesa, buscando alojamiento para su
estancia durante el siguiente curso y visitando a los padres de Lucía, que también había
viajado para verlos.

—Bien —asentí—. Este sábado es nuestro aniversario y he pensado que es el día perfecto
para pedírselo.

Le había estado dando vueltas y más vueltas a la manera en que le propondría matrimonio a
Ari. Al final, la solución resultó más sencilla de lo que creía. No solo iba a declararme el
mismo día en el que habíamos empezado a salir, sino que pensaba recrear la actuación que
Ari había llevado a cabo en el Level dos años atrás.

—Te necesitaré para el tema de la música.

Jota frunció el ceño y se quedó mirándome, esperando que le explicara qué demonios iba
hacer. Segundos después debió caer en la cuenta de lo que estaba pensando porque empezó
a reírse a carcajadas.

—¡Por Dios, Lucas, no me digas que piensas cantar! —se burló. Se apoyó en uno de los
frigoríficos que albergaban las bebidas y miró alrededor.

El Level estaba vacío en ese momento, ni siquiera habíamos abierto aún al público.
Aquellas cuatro paredes habían visto de todo en lo que a mi grupo de amigos se refiere y, lo
más importante, era allí donde había bailado por primera vez con Ari y donde ella se había
subido a la barra y me había cantado para confesar que estaba enamorada de mí. ¿Qué
mejor lugar que aquel?

Jota chasqueó los dedos frente a mi ojos para atraer mi atención.

—Vas a cantar, ¿no? —insistió, más serio en esa ocasión.


Asentí.

—Dame, de Revólver —confesé, algo avergonzado, aunque mi amigo había vivido en


persona todo lo sucedido—. Quiero recrear lo que pasó aquella noche.

Jota permaneció unos segundos en silencio. Me dio la sensación de que le estaba dando
vueltas a algo, aunque no tenía ni idea de qué podía tratarse. Esperé pacientemente. Mi
amigo tenía sus propios demonios y no sería yo quién interrumpiera sus cavilaciones.

—Es bonito —murmuró, cuando su mente volvió de donde quiera que estuviera—. Le va a
encantar.

Me alegré de que pensara así. Viniendo de Jota aquello resultaba todo un halago. Esperaba
que estuviera en lo cierto y que a Ari le gustara y, sobre todo, que dijera que sí a mi
proposición.

Como si detectara mis dudas, Jota me palmeó la espalda y, antes de dirigirse a la esquina
desde donde pinchaba la música, comentó:

—Aceptará. Está loca por ti.

Resultaba irónico que dos años atrás no fuera capaz de tener una segunda cita con ninguna
mujer y ahora estuviera allí, planeando la forma de que una aceptara casarse conmigo.

—Eso espero —repliqué, y tragué saliva.

Jota levantó la vista del portátil y supe que iba a decir alguna gilipollez en cuanto sonrió.

—Pienso grabarlo todo y si te dice que no frente a todos los clientes del bar, te juro que lo
subo a YouTube.

Metí la mano en la cubitera y le lancé un trozo de hielo que le dio en plena coronilla,
aunque eso no le borró la sonrisa burlona de la cara.

—Eres un encanto, Jota.

—Lo sé —respondió, pagado de sí mismo, y se concentró de nuevo en el ordenador.

Aunque se comportara como un imbécil iba a echarle de menos cuando se fuera a Londres.
A él y a Becca, y sabía que a Ari le pasaría lo mismo. Esa era una de las razones por las que
quería compartir con mis amigos un momento tan especial, y por el mismo motivo había
contactado con Lola. Solo esperaba que la mejor amiga de Ari fuera capaz de mantener la
boca cerrada hasta entonces.
4: ARIADNA

—¿Y Lucía? —le pregunté a Becca.

—En su habitación —replicó, torciendo el gesto.

La prima de Jota no estaba en su mejor momento, aunque se esforzara por mostrarse ante
los demás con su habitual buen humor y su carácter risueño. La historia con Míster Culo
Perfecto no había ido demasiado bien. A pesar de que Daniel era no solo guapo sino
también encantador, adolecía de una seria alergia al compromiso.

—Iré a ver qué tal está.

Dejé a Becca en el salón y me dirigí a los dormitorios. Las dos compartían piso con Jota,
aunque durante este curso Lucía tendría que vivir sola dado que la pareja se mudaba a
Londres. No estaba segura de cómo iba a afectar aquello al ya de por sí melancólico estado
de mi amiga.

La puerta estaba entreabierta. A través de ella pude atisbar las piernas de Lucía sobre la
cama, lo cual me preocupó más aún dado que por norma general no podía estarse quieta
más de dos minutos. Empujé la puerta y entré en la habitación. Ni siquiera se dio cuenta de
mi presencia hasta que tosí para aclararme la garganta.

—¡Hola, Ari!

El saludo resultó algo forzado pero de igual forma le sonreí, sabía que no tenía nada que ver
conmigo.

—¿Puedo? —inquirí, señalando el hueco a su lado.

Ella sintió y me tumbé sobre el colchón. Ambas nos quedamos mirando el techo en
silencio. Tras varios minutos me decidí a preguntar:

—¿Cómo estás?

Al escuchar mi pregunta se le escapó un suspiro. Se giró para quedar apoyada sobre un


costado y yo la imité. Tenía una mirada muy triste, impropia de ella, y me dolió verla así.
Estaba tan habituada a sus sonrisas y a su actitud charlatana que no pude evitar maldecir en
voz baja a Daniel por arrebatárselos.

—Bien, supongo —contestó, sin ganas.

Que tuviera tan poco que decir era señal suficiente de lo mal que se sentía.

—Lamento que no funcionara —le dije, porque no sabía muy bien cómo animarla.

Ella respondió con una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora, pero que no le llegó a los
ojos, y recostó de nuevo la espalda sobre el colchón.

Ni siquiera tras lo que le pasó con Nico la había visto tan desilusionada. Odiaba que
precisamente ella, que era una mujer increíble, divertida e inteligente, no encontrara a un
hombre que estuviera a su altura.

—¿Crees en las segundas oportunidades? —me interrogó, después de un rato, sin apartar la
vista del techo.

No pude evitar fruncir el ceño, aunque no se percatara del gesto. No sabía qué pensar al
respecto. ¿Le había pedido Daniel intentarlo de nuevo? ¿Nico, quizás? Al margen de lo que
le estuviera pasando la mente, merecía una respuesta sincera, y no sería yo la que negara
que, en ocasiones, las segundas oportunidades sí eran necesarias.

—Creo en luchar por lo que quieres y hacer todo lo posible por conseguirlo —confesé, sin
poder evitar pensar en Lucas—. Creo que a veces las cosas no salen rodadas pero eso no
implica que no puedan salir bien.

—Mmm… —Fue su única respuesta.

Le di un apretón cariñoso en la brazo para hacerle saber que podía contar conmigo para lo
que fuera.

—¿Sabes? Londres no está mal —señaló, y el cambio de tema me descolocó. No obstante,


me desconcertó aún más el hecho de que se le escapó una pequeña sonrisa.

Aquel detalle espoleó mi curiosidad.

—No me has contado qué tal la visita a tus padres. —A Lucía no hacía falta tirarle
demasiado de la lengua para que contara algo, pero en esa ocasión pareció dudar antes de
contestar.

—Bien, están muy contentos de haber regresado a la casa familiar —comentó, y cerró los
ojos con cierta actitud soñadora.
—Fue allí dónde te criaste, ¿no?

Asintió con la cabeza y su sonrisa se amplió. Decidí insistir en el tema al ver cómo
mejoraba su humor.

—Supongo que volver allí te ha traído mucho recuerdos.

—Siempre me gustó esa casa y… —Abrió los ojos y se incorporó hasta quedar sentada en
la cama—. Allí me enamoré por primera vez. Asher era mi vecino, un chico bastante
callado y vergonzoso con el resto, pero conmigo todo era diferente. Sigue viviendo en la
casa de al lado.

Enarqué las cejas y me senté para quedar a su lado. Así que era eso: se había reencontrado
con su primer amor. No conocía la historia ni había oído nunca a Lucía hablar de aquel
chico, pero por cómo le brillaba los ojos, me imaginé que debía guardar un recuerdo
agradable de él.

—¿Y bien? ¿Pasó algo entre vosotros?

No debía esperarse la pregunta porque se puso en pie de repente, con tanta rapidez que
tropezó con la alfombra y cayó de nuevo sobre la cama. No pude evitar reírme. Allí había
gato encerrado.

—No, no —se apresuró a contestar, poniéndose en pie nuevamente—. Solo éramos dos
críos cuando estuvimos juntos.

Hizo un gesto con la mano para restarle importancia y abrió el armario.

—Pero ahora sois adultos —señalé, mientras se dedicada a buscar algo entre su ropa.

—Y estamos a kilómetros el uno del otro.

La observé ir y venir por la habitación, sacando y metiendo prendas de los cajones sin
orden ni concierto.

—¿Irás en Navidad? —pregunté al fin, mareada por su repentino ataque de hiperactividad.

Se quedó inmóvil unos instantes en medio de la habitación, pensativa, para luego girarse en
mi dirección. Estaba sonriendo. Me encantaba verla así.

—Iré —afirmó, y yo le devolví la sonrisa.


5: LUCAS

En cuanto atravesé la puerta del piso que compartían Ari y Alba me fui directo al sillón. Me
dejé caer, exhausto, y esperé a que alguna de las dos me hubiera oído llegar e hiciera su
aparición en la sala.

Había pasado las últimas cuarenta y ocho horas removiendo cielo y tierra para conseguir
que Lola no se perdiera la pedida de mano, y que todo estuviera preparado para ese
momento. Lo mejor había sido ir contando uno a uno a mis amigos lo que tenía planeado;
ver sus caras al ponerlos al tanto de la inminente propuesta de matrimonio no había tenido
precio. Todos se habían alegrado en mayor o menor medida, y su eufórica reacción me
había dejado agotado. Contesté a sus preguntas mientras les hacía jurar, bajo pena de
muerte, que no le dirían nada a Ari.

A los amigos menos allegados los había invitado al Level con la excusa de una fiesta de
inicio de curso. Las clases ya habían empezado y estaban encantados de quemar el estrés
que suponía el regreso a la facultad con una buena juerga.

Lo de Lola había sido muy diferente. Al principio, había querido mantenerla al margen y no
decirle nada sobre la boda, pero la amiga de Ari era como un perro con un hueso e insistió
hasta conseguir sacarme de quicio y que terminara por relatarle hasta el sitio en el que
deseaba que se celebrara la unión, algo que ni siquiera Jota sabía.

Una vez al corriente de mis planes, el problema fue conseguir un vuelo para ella, cambiar
los pasajes que ya tenía comprobados para regresar a la universidad en Londres y conseguir
que estuviera a tiempo en el Level la noche del sábado. Teniendo en cuenta que apenas
quedaban un par de días, le había salido un ojo de la cara solucionarlo. Pero bien merecía la
pena solo por contemplar la cara de Ari cuando viera por fin a Lola después de tantos
meses sin poder encontrarse con ella.

Ni que decir tiene que a la mejor amiga de mi novia, lo de casarse tan jóvenes le parecía un
auténtico disparate. Durante la llamada de teléfono que habían mantenido se había dedicado
a enumerar todas las razones por las que lo consideraba así. Al final tuve que zanjar la
discusión citando a Jota.

—Ari es mi mejor momento, lo único sin lo que no podría vivir, y me voy a casar con
ella… te guste o no —le dije, y por toda respuesta la línea quedó en silencio.

Llegué a pensar que se había cortado la llamada hasta que Lola contestó con un sentido:

—¡Joder, Lucas!
Desde ese instante, la cosa mejoró bastante y Lola dejó de poner trabas y empezó a
colaborar. Estaría allí el sábado a media tarde, aunque Becca se encargaría de recogerla
para que Ari no la viera hasta por la noche en el Level.

Cerré los ojos a pesar de que escuché pasos por el pasillo. Esperaba que fuera Ari porque
no tenía ánimo para lidiar con otra de sus amigas por ahora.

Percibí a alguien detenerse frente a mí y, segundos más tarde, el conocido aroma del gel de
ducha de Ari flotó a mi alrededor. El roce de unos labios sobre los míos me hizo levantar
los párpados para encontrarme con dos grandes ojos color avellana.

—Me da a mí que hoy no vas a bailar conmigo —se rio Ari.

Atrapé su cara entre mis manos y la atraje más hacia a mí.

—Siempre —murmuré, sobre su boca—, siempre bailaré contigo.

Tiré un poco más hasta hacerla caer sobre mi regazo. No importaba lo cansado que
estuviera ni que me pesaran los ojos o estuviera deseando meterme en la cama, ver a Ari
siempre tenía el mismo efecto sobre mí. Eso no había cambiado.

Se acurrucó contra mi pecho y yo la rodeé con los brazos, acunándola. Su cuerpo estaba
cubierto tan solo por una toalla y el pelo aún húmedo comenzó a empaparme la camiseta a
la altura del hombro, donde su cabeza reposaba. No me importó en absoluto.

—¿Qué tal ha ido tu día? —preguntó, y su voz también sonó cansada.

—Agotador —repliqué, mientras le acariciaba la nuca con la yema de los dedos.

Me imaginé que habría cerrado los ojos y, si se lo permitía, acabaría por dormirse encima
de mí. Sabía que había tenido clases por la mañana y una sesión de prácticas en el
laboratorio por la tarde. En Biología no había tregua posible, ni siquiera al comienzo del
curso.

—¿Quieres que te prepare algo de cena? —me ofrecí, aunque yo no tenía demasiada
hambre.

—Solo me apetece meterme en la cama.

—¿Y dormir? —tercié, deslizando la mano por su muslo hasta que se perdió bajo la toalla.

Una melodiosa sonrisa me llenó los oídos.

—Como si eso fuera posible contigo en mi cama.


—Si no salieras a recibirme ligerita de ropa… —me defendí, mucho más animado que
minutos antes.

De alguna forma, Ari siempre conseguía ponerme de buen humor, no solo en cuanto al sexo
sino en todos los sentidos. Incluso entonces, me sorprendió darme cuenta de lo jodidamente
enamorado que estaba de aquella mujer.

—Podría haberme puesto un pijama de franela y estarías metiéndome mano —señaló ella,
revolviéndose sobre mí cuando mis dedos ascendieron un poco más.

—Eso es verdad.

Volvió a reírse, pero me dejó hacer. Cuando se le escapó un sensual gemido tuve que
contenerme para no arrancarle la toalla y tumbarla sobre el sillón. Si Alba aparecía y nos
encontraba en plena faena, aunque no sería la primera vez que nos pillara en un arranque de
romanticismo, iba a darle algo.

Hice acopio de toda mi fuerza de voluntad y me puse en pie cargando con Ari. Tuve que
acelerar el paso cuando comenzó a darme besos y pequeños mordisco en el cuello.
Agotados o no, esa noche iba a hacerle el amor a mi futura esposa.

6: ARIADNA

Eran las dos de la madrugada y me encontraba en la cocina. Lucas me había arrastrado


hasta allí cuando, en mitad de la noche, mis tripas habían empezado a rugir sin descanso y
yo a dar vueltas en la cama. Parecía que al final, meternos en la cama sin probar bocado, no
había sido buena idea.

Bostecé por enésima vez mientras Lucas continuaba rebuscando en el frigorífico y los
armarios.

—¿Qué tal una pizza? —sugirió, alzando una caja en la mano.

—Me vale —acepté.

Cualquier cosa me valía, ya puestos. Una vez que recibió mi aprobación, la sacó del
envoltorio y puso a precalentar el horno. Ladeé la cabeza para ver como el bóxer que
llevaba puesto se ajustaba a su trasero al agacharse. Si algo tenía Lucas, era un buen culo.
Me pilló mirándolo cuando se dio la vuelta y una sonrisa traviesa apareció en sus labios.

—¿Te has quedado con ganas de más?

Vino hasta mí y me acarició la cara externa de los muslos en actitud provocadora.

—A no ser que quieras escuchar las quejas de mi estómago mientras hacemos el amor,
mejor será que no sigas tocándome —señalé, y lo empujé de forma juguetona para que se
hiciera atrás.

Mis tripas rugir una vez más en ese momento, dándome la razón.

Lucas volvió a acercarse y me besó con suavidad, recreándose, pero con una dulzura
maravillosa. Si bien en los últimos días su actitud había continuado siendo un poco
distraída, yo casi había olvidado las dudas respecto a nuestra relación.

Lo observé moverse por la estancia colocando los platos y las bebidas en la mesa, a fin de
tenerlo todo preparado para cuando la pizza estuviera lista. Me habría contentado con una
servilleta y comer sentada donde estaba, pero Lucas siempre había sido un hombre de
detalles; algo que me encantaba.

Sonreí sin dejar de mirarlo.

—¿Qué? —dijo, cuando se percató de la atención que le prestaba y de mi más que probable
expresión atontada.

—Nada, nada. —Hice un gesto con la mano para animarle a continuar. No obstante,
formulé una de las preguntas que me había estado rondado la mente sin casi pararme a
pensarlo—. ¿Sigues creyendo en lo nuestro tanto como el primer día?

Se quedó inmóvil junto a la mesa, con un vaso en una mano y un brick de zumo en la otra,
ambos suspendidos en el aire. Acto seguido, levantó la vista lentamente hasta que sus ojos
se encontraron con los míos y permaneció unas segundos sin decir una palabra. En cierta
medida, su silencio me puso nerviosa. No sabía si su desconcierto se debía a que
consideraba la pregunta descabellada o a que no estaba preparado para contestarla.

—Estás bromeando, ¿no? —me interrogó, cuando por fin fue capaz de hablar.

Negué de manera tímida con la cabeza y mis nervios continuaron su ascenso imparable. Me
deslicé por el borde de la encimera y puse los pies en el suelo. Como él no se movió, me vi
obligada a decir cualquier cosa.

—Llevamos ya casi dos años juntos.


Lucas se liberó de lo que tenía en las manos, dejándolo sobre la mesa, y vino hasta mí. Pasó
un dedo bajo mi barbilla y empujó hacia arriba hasta que consiguió que lo mirase.

—Dos años maravillosos, Ari, dos años únicos… —afirmó, con extremada vehemencia—.
Y los que te quedan.

Se inclinó para darme un beso en la frente, tomándome del cuello y dejando que sus dedos
se enredaran en mi melena, para después añadir:

—Pero ¿a qué viene esto? Estamos bien, ¿no?

Ahora el turno para arrugar el ceño con preocupación fue de él. Me permití unos segundos
en los que enlacé mis manos con las suyas para disfrutar del contacto cálido de su piel.

—Más que bien —afirmé, dedicándole una sonrisa—. Solo es que te he notado algo
distraído estás últimas semanas, como si tuvieses la cabeza en otra parte. Sé que el Level te
da mucho trabajo —me apresuré a añadir porque volvía a sentirme ridícula expresando mis
dudas en voz alta—. No me hagas mucho caso….

Lucas, sin embargo, no pareció tomarse a la ligera mis comentarios. Me estrechó contra su
pecho y repartió pequeños besos por mi rostro.

—¿Cómo no hacértelo? —inquirió, entre beso y beso—. Eres lo más importante para mí,
Ari, todo lo demás es secundario.

Definitivamente, era una estúpida por dudar de Lucas. Supuse que, aunque no lo quisiera, a
veces aún recordaba quién era antes de empezar conmigo. Si bien, desde que nos habíamos
conocido siempre había estado ahí para mí, incluso cuando yo me negué a ver que estaba
totalmente enamorada de él.

—¿Qué te parece si este sábado vienes al Level? Puedo dejar a Jota al cargo y escaparme a
mitad de noche para irnos por ahí y celebrar nuestro aniversario.

—Me parece una idea estupenda —indiqué, con la sonrisa ya bailando en mis labios.

Había preparado un regalo para ese día, un álbum de fotos con un montón de instantáneas
de aquellos dos años, momentos pasados los dos solos, con los amigos, recuerdos de la
escapada del aniversario pasado a Tenerife… Era un resumen bastante completo de nuestra
relación, y en los márgenes había notas y anécdotas sobre los momentos inmortalizados.
Esperaba que le gustase tanto como a mí.

Lucas me soltó tan de repente que no me fui al suelo de milagro.

—¡La pizza! —gritó, y se precipitó sobre el horno.


Me eché a reír.

—Veo que tú tienes tanta hambre como yo.

—Yo siempre tengo hambre —señaló, lanzándome una mirada hambrienta, pero no
precisamente de comida—. Tal vez luego te lo demuestre.

Volví a reír. Lucas podía ser el hombre más dulce del mundo y al segundo siguiente
convertirse en un pervertido adorable. Dios, cómo le quería.

7: LUCAS

¿Qué hace uno el día en el que tiene planeado pedirle matrimonio a la chica a la que ama?
Pues estar jodidamente nervioso, entre otras cosas. La mañana del sábado se convirtió en un
infierno. Apenas dormí la noche anterior. Ari no se había quedado en casa, ya que tenía su
habitual noche de amigas y Becca, Lucía, Alba y ella habían salido a cenar y a tomar algo.

Poco antes de que amaneciera, yo ya estaba preparado para salir a correr un rato e intentar
distraerme un poco. Ni que decir tiene que no sirvió de mucho. A pesar de que creía que la
respuesta de Ari a mi proposición iba a ser afirmativa, las dudas que me había planteado
dos días antes no contribuyeron a mantener la escasa serenidad de la gozaba en aquellos
días. ¿Estaría Ari segura acerca de lo nuestro?

Apreté el paso y, más que trotar por el parque, parecía que estaba corriendo los cien metros
lisos. Aun así, mi mente continuó dándole vueltas y más vueltas al asunto. El resultado fue
que acabé acudiendo a casa Jota para ver si este me daba algo de tranquilidad.

—Vaya cara que tienes —soltó nada más abrirme la puerta. Se frotó los ojos y se hizo a un
lado para dejarme entrar.

—¿Becca y Lucía?

—Durmiendo —respondió, sin reprimir un bostezo—. Que es lo que estaría haciendo yo si


no me hubieras despertado. No te estarás arrepintiendo, ¿no?

En realidad, echarme atrás no era algo que me hubiera pasado por la cabeza en ningún
momento. Si algo tenía claro, era que valía la pena intentar cualquier cosa que me uniera
más Ari. Y aunque sabía que un matrimonio no garantizaba la felicidad, yo era consciente
de que quería estar en la bueno y en lo malo para ella. Lo de hasta que la muerte nos separe
siempre me había sonado algo tétrico. Antes de eso, nos quedaban muchas experiencias por
vivir, lugares que visitar… tal vez tener un niño o dos…

«Un momento, ¿por qué estoy pensando en tener hijos?», me planteé, al darme cuenta del
rumbo que tomaban mis pensamientos.

—Te has puesto pálido, tío —señaló Jota. Estaba seguro de que se lo estaba pasando de
miedo con todo este lío.

—Tráeme un vaso de agua.

Jota miró alrededor, como si no supiera que hablaba con él. Puse los ojos en blanco.

—¿Me ves pinta de camarero? Mueve el culo y sírvete tú mismo.

Opté por no discutir con él y me dirigí a la cocina.

—No sé cómo Becca te aguanta y, por cierto, eres camarero —comenté, solo para
fastidiarle.

—Yo tampoco. Por cierto —recalcó—, tú también lo eres.

Tuve que reírme. Él acabó acompañándome, y eso era algo que antes no hacía a menudo.
Estar con Becca era, desde luego, el mejor momento de Jota.

—Me aguanta por la misma razón que Ari va a decirte que sí —comentó cuando nuestras
risas se apagaron—. No voy a ponerme en plan cursi, así que lárgate a tu casa a prepararlo
todo para que yo pueda meterme en la cama con mi chica, que es un plan mucho más
agradable que estar aquí contigo.

No me moví del sitio.

—Yo también te quiero, Jota.

—Ah, lo sé, lo sé —se jactó, sonriendo—, todos lo hacen.

Aproveché que estaba aún medio dormido y que parecía de tan buen humor para soltar la
bomba:

—Por eso vas a llevar a Ari hasta el altar.

La afirmación lo hizo despertarse de golpe. Se me escapó una carcajada al ver la expresión


horrorizada de su rostro.
«Dónde las dan, las toman», pensé para mí.

—¿Que yo qué?

Suspiré, armándome de paciencia.

—Ari no tiene quién ejerza de padrino. Tú eres mi mejor amigo y sé que Ari te adora —
Jota alzó una ceja—. Te adora —insistí—, y lo sabes.

—Teniendo en cuenta que es probable que se case contigo, no creo que su criterio sea el
más acertado —se burló.

Tomé una silla y la coloqué frente a él, que se había acomodado en el sillón.

—Hablo en serio, Jota, necesito que hagas esto por mí.

Permaneció en silencio, mirándome, con el rostro inexpresivo. Era consciente de que sus
reticencias no eran debidas a que no nos apreciara a Ari y a mí. Odiaba la excesiva atención
sobre su persona, incluso cuando le tocaba bailar en el Level, cumplía porque no le quedaba
más remedio. No disfrutaba con el grupito de chicas que babeaba por él y le ponía ojitos
desde el otro lado de la barra.

Dudó unos instantes.

—Lo pensaré, pero no creas ni por un segundo que voy a ponerme un esmoquin o un
chaqué.

Hice un esfuerzo para no reírme al imaginarme a mi amigo vestido de pingüino. No es que


no tuviera planta para ello, era que no le pegaba en absoluto.

—No será necesario. Si Ari acepta lo que tengo pensado, la boda no se celebrará en una
iglesia —confesé, con la esperanza de que eso ayudara a convencerlo.

Se frotó una vez más los ojos y decidí que sería mejor no presionarlo y dejarlo regresar a la
cama. Estaba seguro de que, en cuanto Becca estuviera al tanto, me echaría una mano.

—Vete a dormir, anda.

Me puse en pie y me dirigí a la puerta. Jota me imitó.

—Por cierto, hueles de puta pena —señaló, mientras la atravesaba y salía al descansillo—.
Asegúrate de darte una buena ducha antes de proponerle nada a Ari o dudo mucho que
considere el acercarse a ti siquiera.
Sonreí y le di una palmada amistosa en el hombro. Ese era mi siguiente destino: la ducha.
Luego solo me restaría esperar a que las horas pasaran lo más rápido posible y llegara el
momento de preguntarle a mi novia si quería convertirse en mi esposa.

8: ARIADNA

—¡Sorpresa! —gritó alguien a mi espalda.

Me giré y casi me voy de culo al ver de quién se trataba.

—¡Lola! —exclamé, sin moverme del sitio—. ¡Lola! —repetí, antes de echar a correr y
lanzarme a sus brazos.

Mi euforia fue tanta que a punto estuvimos de caernos las dos al suelo.

—¿Qué haces aquí? Creía que ya estabas en Londres.

Mi amiga soltó una carcajada mientras me seguía abrazando. Me sonó a música celestial. El
verano anterior no nos había sido imposible coincidir y llevábamos meses sin vernos. Para
nosotras, esa separación era casi un drama.

—No pensarías que iba a perdérmelo —murmuró, separándose de mí.

Se apartó un mechón de pelo de la frente y me dedicó una sonrisa al más puro estilo Joker.
Resultó inquietante.

—¿Perderte el qué? —inquirí, sin comprender.

No es que me importaran demasiado los motivos que la habían traído hasta a mí, pero no
lograba entender a qué se refería.

Se encogió de hombros y me rodeó para dirigirse a la barra. La seguí, intrigada.

—Ey, Jota, será mejor que le sirvas a esta chiquilla un cubata o algo. Le va a hacer falta —
se rio.

El aludido no puso ningún tipo de objeción al respecto y se dedicó a preparar la bebida sin
decir ni una palabra. Que Jota pensara que me hacía falta una copa resultaba preocupante.
Me empecé a poner nerviosa.
—¿Y bien? —insistí—. ¿Qué es lo que no quieres perderte?

Lola se limitó a sonreír.

—Estás muy guapa —comentó, sin responder a mi pregunta—. ¿Algún plan especial para
esta noche?

Estuve a punto de cogerla por las hombros y empezar a zarandearla para arrancarle una
confesión. A Lola le encantaba mantenerme en ascuas, creo que aún me estaba haciendo
pagar lo de haberle ocultado durante meses a Lucas. Siempre me decía que no haberle
hablado antes de mi particular dios griego era algo que no me iba a perdonar nunca, y eso
que al principio, después de lo sucedido en Tenerife, Lola no había tenido una opinión muy
agradable de él.

—Lola, que nos conocemos —continué insistiendo.

Le dio un sorbo a su bebida antes de mirarme y contestar:

—Esta te la tenía guardada.

Al final, todo lo que pude arrancarle fue un sugerente movimiento de cejas y que me
enseñara la lengua en actitud infantil. También lo intenté con Jota, Lucía y Becca, y hasta
con David, cuando lo vi pasar camino del almacén. Pero o nadie sabía nada o no querían
contarme qué se suponía que iba a ocurrir esa noche.

De Lucas no había rastro. Era extraño que no hubiera llegado ya, dado que solía ser él el
que abría el Level, pero por más mensajes y llamadas a su móvil que había realizado, no
conseguí hablar con él en toda la tarde. Y, dado que había quedado aquí conmigo, no
entendía dónde se había metido. Si se había olvidado de la promesa que me había hecho de
celebrar nuestro aniversario, iba a matarlo.

—¿Qué tal con Tomás? —interrogué a Lola, tratando de distraerme ya que a todo el mundo
parecía habérsele comido la lengua el gato—.Hace tiempo que no me cuentas nada de él.

Mi amiga enarcó una ceja y luego la otra. Me preparé para lo peor.

—El mismo que hace que no salimos juntos —terció ella, aunque no parecía demasiado
afectada. Lo de Lola con los hombres era un caso perdido.

—¿Ya lo has mandado a paseo? Pensaba que te gustaba…

Le dio un pequeño sorbo a su bebida y sonrió, una de sus clásicas sonrisas de sí, yo también
lo creía.
—Creo que no ha nacido aún el tío que consiga entenderme y hacerme feliz al mismo
tiempo.

—Pues vas con retraso —comenté—, porque a este paso acabarás como Madonna o Demi
Moore.

Su sonrisa se amplió.

—No me importaría terminar con Ashton Kutcher —afirmó, dándome un codazo—. Tú ya


me entiendes.

Se me escapó una carcajada porque la creía muy capaz de casarse dentro de quince años
con un yogurín. Y pensar que había sido ella la causante del lío de Tenerife hace dos
veranos, o al menos lo era en parte.

—Tal vez sea yo esta vez la que me dedique a buscarte novio. ¿Qué tal David? —señalé al
camarero, que atendía a una clienta desde detrás de la barra.

Lola lo escaneó de arriba abajo como si tuviera rayos X en los ojos. Su mirada fue tan
insistente que David levantó la vista de la copa que estaba sirviendo y miró alrededor. Al
darse cuenta de que lo observábamos, esbozó una sonrisa ladeada e hizo un gesto con la
cabeza a modo de saludo.

—No está nada mal —murmuró mi amiga.

—Pues está soltero… Aunque es un ligón empedernido.

—También lo era Lucas —señaló, sin dejar de contemplar los movimientos de su presa.

«Sí», pensé para mí. También Lucas había sido un mujeriego antes de estar conmigo.

Alcé la vista en dirección a la entrada del local, esperando que en cualquier momento Lucas
la atravesara. Empezaba a ponerme muy nerviosa su desaparición.

9: LUCAS

—Voy de camino —informé a Jota, al otro lado de la línea.


Llegaba tarde, muy tarde. Después de pasar el día de un lado a otro, de asegurarme que
Becca recogía a Lola y la llevaba al Level, todo lo que restaba era darme otra ducha,
cambiarme y coger el anillo antes de salir de casa. Lo último se me había olvidado por
completo, tan nervioso como estaba, y había tenido que regresar a casa cuando me
encontraba ya a pocas calles del bar.

«Menudo fiasco si me declaro sin anillo», pensé para mí.

—Ari está que se sube por las paredes —comentó mi amigo—. Ha interrogado a todo el
mundo porque a Lola se le ha ocurrido decir que esta noche iba a pasar algo.

Maldije para mis adentros. Yo que había desconfiado de la pobre Lucía para mantener el
secreto y resulta que era Lola la primera en meter la pata.

—Pero ¿sabe lo de la pedida? —inquirí, y apreté el paso, a punto ya de echarme a correr.

—Nada concreto, pero yo que tú me daría prisa.

Colgué y corrí, corrí como si me fuera la vida en ello. No quería que Ari llegase a imaginar
siquiera que estaba a punto de pedirle que se casara conmigo. Conocía de primera mano el
efecto que causaba una sorpresa como aquella, y aún sonreía al recordar a Ari bajando las
escaleras del Level, cantando y con la mirada fija en mí. Quería que todo fuese perfecto, tan
perfecto como ella.

Cuando enfilé la calle en la que estaba el Level me detuve en seco. Me ardían los pulmones
y me costaba respirar. Desde donde estaba, contemplé el cartel del bar, con sus letras
destacadas en blanco sobre un fondo negro, y no pude evitar sonreír. Casi podía percibir la
presencia de Ari en su interior. Me pregunté si no habría personas destinadas a encontrarse
fuera cuáles fueran las decisiones que tomasen, si esa leyenda que hablaba de un hilo rojo
que conecta a dos almas gemelas no sería verdad. Resultara una realidad o no, estaba
seguro de que Ari y yo teníamos un alentador futuro por delante, y la boda —siempre que
Ari dijese que sí— sería un paso más en él, de los muchos que aún les quedaban por dar el
uno junto al otro.

Eché a andar despacio, repleto de nervios pero saboreando la sensación de lo que estaba por
suceder. Tony me saludó desde la puerta.

—Tu futura esposa ha preguntado por ti —señaló, reprimiendo la risa—. Pensé que te
habías echado atrás.

—¿Y tú cómo demonios te has enterado? —repliqué, y me asomé a la entrada con cuidado
de no ser visto desde dentro—. ¿Ha sido Jota? ¿Y por qué todos creéis que no voy a tener
valor?
El portero del Level negó con la cabeza.

—Da igual. No quiero saberlo.

A estas alturas ya no me importaba nada. Lo único en lo que podía pensar era en entrar en
el bar, arrodillarme frente a Ari y proponerle que pasara el resto de sus días a mi lado.

—¿Vas a entrar o no? —preguntó Tony al ver que no me movía.

Estiró la mano que había mantenido a la espalda hasta entonces y me tendió el micrófono
que le había pedido a Jota para llevar a cabo aquella locura.

Asentí, tomándolo de entre sus manos, inspiré hondo y atravesé la puerta con decisión.
Apenas unos segundos más tarde de tomar posición en lo alto de la escalera, las luces del
local se fueron atenuando de forma paulatina. Busqué con ansia el rostro de Ari, temiendo
no localizarla antes de que Jota dejara a oscuras todo el bar. Por suerte, Lola la había
mantenido cerca de la barra, tal y como habíamos acordado. La vi parpadear confusa y
decirle algo a su amiga, que se limitó a sonreír.

—Hace dos años que una chica se subió a la barra de este bar y se declaró a uno de los
camareros —se oyó decir a Jota por los altavoces—. Todos conocéis la historia… Bien,
pues hoy es él el que tiene algo que decirle. Lucas, todo tuyo.

Los primeros acordes de Dame comenzaron a sonar. Y solo entonces Ari debió aceptar que
todo aquello tenía de verdad algo que ver con nosotros, porque se llevó la mano a la boca y
su mirada voló de forma apresurada hasta la entrada. Era nuestra canción, nuestro particular
himno, y ella lo sabía tan bien como yo.

Había llegado el momento…

Sonreí. Sonreí como nunca y me dispuse a cantarle a la chica de mis sueños. Y en cuanto
crucé mi mirada con la de Ari supe que el mundo podía irse al infierno y aun así yo jamás
me separaría de ella.

Mientras cantaba bajé los escalones uno a uno, sin dejar de mirarla, sin querer perderme ni
una sola de sus reacciones. Observé sus ojos abiertos por la sorpresa, la gran sonrisa que
fue apareciendo su rostro, que se había vuelto de color carmesí. Contemplé como se tapaba
la cara, avergonzada, pero de inmediato retiraba las manos para seguir mis movimientos
entre los clientes del bar. Sabía lo que estaba sintiendo, o creía saberlo, porque yo había
ocupado una vez su lugar. Aunque estaba vez sería otra la pregunta que necesitaba
respuesta.
Me encaramé a la barra y fui hasta donde estaba ella. Se rio a carcajadas, seguramente
porque ella también estaba recordando su actuación. Le tendí la mano y esperé a que la
tomara para izarla y colocarla frente a mí. Casi pierdo el hilo de la letra cuando me di
cuenta de que llevaba puesto exactamente el mismo vestido que dos años atrás, uno de un
azul eléctrico precioso, como ella. Pero me rehíce y no fue hasta llegar a la frase final de la
canción que hinqué una rodilla sobre la madera y me dispuse a cumplir con nuestro
particular ritual, pero en esa ocasión la frase variaría ligeramente.

10: ARIADNA

Me temblaban las piernas, las manos, los brazos… toda yo. En el momento en que había
localizado a Lucas en la parte superior de las escaleras, mi cuerpo se había convertido en
una masa temblorosa, repleta de nervios y excitación a partes iguales. La escena era muy
similar a la que yo misma había protagonizado tiempo atrás, y entendí por fin lo que él
debía haber sentido aquel día. La emoción de saber que estaba haciendo eso por mí fue más
de lo que podía soportar.

Me apoyé en la barra, esperando que no me fallaran las piernas, y seguí el descenso de


Lucas escalón tras escalón. No cantaba nada mal, su voz grave y algo rasgada, recordaba
incluso a la del vocalista de Revólver; pero aunque hubiera desafinado en cada nota no creo
que se lo hubiera tenido en cuenta.

Las dudas sobre lo que Lucas sentía por mí quedaron desechadas de un plumazo en cuanto
se encaramó a la barra sin importarle que el bar estuviera con el aforo completo, incluyendo
—por alguna extraña casualidad, que tal no fuera tal— a la gran mayoría de nuestros
amigos y compañeros de facultad. Lucas era, sin duda, el hombre de mi vida. Y no solo por
estar allí cantando nuestra canción, sino por los dos años en los que había sido el mejor
amante, amigo y novio que pudiera desear.

Habíamos tenido peleas, como todas las parejas, más teniendo en cuenta que era algo
posesivo y demasiado protector conmigo, pero mirando atrás me di cuenta de que al final
siempre permitía que yo tomara mis propias decisiones, que fuera yo misma. Y antes de
eso, cuando intentábamos no ser otra cosa que amigos, había estado para mí cuando lo
había necesitado. Que recreara mi declaración de amor en el mismo lugar y de la misma
forma, solo venía a confirmar lo mucho que me quería y cuanto significaba lo nuestro para
él.
Su mano apareció frente a mi rostro, invitándome a acompañarle. La tomé sin asomo de
duda. Ya ni siquiera pensaba en la gente que nos rodeaba, solo le veía a él, con esa sonrisa
espectacular en los labios y los ojos brillando de emoción. Le permití que me alzara y, una
vez arriba, se colocó frente a mí para desglosar las últimas frases de la canción. Me dolía la
cara de sonreír y el corazón me latía descontrolado, pero mantuve la vista fija en él.

Cuando se arrodilló, esperé la consabida frase, aquella sencilla petición de un baile que se
había convertido en una especie de santo y seña entre los dos. Lucas se llevó la mano al
bolsillo y extrajo algo de él, acto seguido me mostró la palma y su contenido: una cajita de
terciopelo que abrió segundos más tarde. Al ver el anillo que albergaba se me descolgó la
mandíbula y tuve que redoblar los esfuerzos para mantenerme en pie. ¿Significaba aquello
lo que yo creía que significaba?

Los aplausos, silbidos y gritos de ánimo que habían inundado el local hasta entonces
cesaron de forma paulatina, hasta que un silencio —anormal para tratarse de un bar— reinó
en la abarrotada sala.

—Ari… —masculló, Lucas, con la voz ronca, no sé si por los nervios o la emoción—.
Dime… dime que te casarás conmigo.

Sus palabras aflojaron del todo mis rodillas y, si no llega a ser porque Lucas reaccionó con
rapidez y me sujetó, me hubiera caído desde la barra de cabeza al suelo. ¡Acababa de
cambiar la frase! ¡Me estaba pidiendo matrimonio! ¡Boda, anillo! ¡Casarnos! Todo eso, y
más, fue lo que pasó por mi mente en décimas de segundos. Pero tras el shock inicial
aparecieron imágenes, multitud de imágenes de nuestra vida en común, de sus besos, de sus
abrazos, de las noches que habíamos pasado juntos, de nuestros viajes, de cada palabra de
aliento, de las veces que habíamos hecho el amor y de las que nos habíamos quedado
dormidos el uno junto al otro, abrazados… Supuse que era algo así como lo que dicen que
ocurre cuando estás a punto de morir y tu vida pasa ante tus ojos en tan solo un instante.

Parpadeé al percibir los dedos de Lucas acariciarme la mejilla. Me mantenía contra su


pecho, con el otro brazo en torno a mi cintura. El anillo había desaparecido de mi vista y
pensé que me lo había imaginado. Al girar la cabeza en busca de la mano que me sujetaba,
se me escapó una risita nerviosa al comprobar que sostenía la cajita. No, no había sido un
sueño.

—¿No vas a contestar? —me urgió, claramente nervioso aunque sin dejar de sonreír.

Abrí la boca, pero las palabras se resistieron a abandonarla. Tuve que aclararme la garganta
dos o tres veces antes de conseguir decir algo:

—¡Madre mía! —Fue cuanto atiné a responder.


Lo más probable era que no fuera lo más adecuado, pero mi mente aún estaba
recuperándose de la proposición que acaba de hacerme.

Lucas enarcó una ceja, se inclinó sobre mí y me dio un beso. La calidez de su contacto, la
dulzura con la que sus labios se apropiaron de los míos y su lengua acarició mi boca, no
hizo otra cosa que contribuir al caos que reinaba en mi cabeza. Al separarse de mí y ver que
continuaba sin decir nada, fue él el que tomó la palabra:

—Te amo, Ari. Te amo, te quiero y te necesito en mi vida —afirmó, rodeando mi rostro
con sus manos y empleando el pulgar para acariciar mis mejillas—. Te amo desde el primer
instante en que te vi, y quiero seguir amándote mientras viva. Te quiero a mi lado cada día
y cada noche. Lo único que deseo es que bailes siempre conmigo.

Sin esperar mi respuesta, volvió a arrodillarse y a mostrarme el anillo, no sin antes


asegurarse de que podía mantenerme en pie por mis propios medios; algo que conseguí a
duras penas.

—Dime que te casarás conmigo —repitió. Sus maravillosos ojos verdes permanecieron
fijos en mí, contemplándome con adoración.

No había dudado ni por un momento de cuál sería mi respuesta, pero la devoción que
mostraban sus palabras consiguió que se me llenaran los ojos de lágrimas. Aun así, esa vez,
no dejé de contestarle. Me arrodillé frente a él para hacerlo.

—Te amo, Lucas, y bailaré contigo y… me casaré contigo—murmuré—. Y haré cualquier


cosa contigo… —añadí, riendo y llorando a la vez.

Los silbidos y aplausos de los clientes se desataron en cuanto finalicé la frase. Ni siquiera
recordaba que teníamos público, todo lo que veía en ese momento era a Lucas deslizando el
anillo en mi dedo con una sonrisa enorme en la cara y los ojos brillantes y húmedos. Me
lancé sobre él, con bastante poco decoro, y lo cubrí de besos mientras él no dejaba de
susurrar mi nombre.

11: LUCAS

—No, la boda será en Tenerife —expliqué a mis amigos, sabiendo lo que se me venía
encima—. Ari y yo ya lo hemos hablado. Nos casaremos en la playa.
Mi futura esposa asintió. Estaba sentada sobre mi regazo. Apenas si habíamos podido
separar las manos el uno del otro desde mi petición de mi matrimonio, aunque eso no era
algo del todo anormal.

Becca, Lucía y Jota pusieron exactamente la misma cara de perplejidad que Ari cuando le
informé de lo que había pensado. Lola ya estaba al tanto, así que se limitó a sonreír.

—¿En la playa? —repitió Lucía.

—¿En Tenerife? —terció Jota, supuse que preocupado por su papel de padrino.

Ari y yo asentimos a la vez.

—Fue allí donde por fin nos decidimos a dar el primer paso hacia… algo más que una
amistad —les explicó Ari, armándose de paciencia.

En realidad, esa era la versión abreviaba de una explicación mucho más larga. Al principio
Ari tampoco había comprendido por qué quería celebrar la boda en Tenerife, mucho menos
cuando concreté el sitio: la playa de El Médano, el mismo pueblo en el que se había
celebrado la fiesta en casa de Eric dos años atrás.

—Pero ¿por qué allí? No es que guardemos demasiados buenos recuerdos de ese lugar —
me había interrogado, con el ceño fruncido.

—Esa noche descubrí que no sería capaz de vivir sin ti —le confesé, sin temor alguno.

Puede que la lógica que me había llevado a decidir que quería tomarla como esposa
precisamente allí no fuera comprendida por la mayoría de la gente, pero yo sabía que ese
momento había marcado un antes y un después en la forma en la que veía a Ari. Había
creído morir al pensar que Eric podría haberle hecho daño, y descubrí que me daba igual lo
que ella quisiera de mí, yo ansiaba dárselo, aunque solo fuera una casta amistad. Quería
estar a su lado para cuidarla y protegerla, para asegurarme de que vivía feliz. Y esa seguía
siendo mi máxima a día de hoy: su felicidad.

—De Tenerife siempre guardaré buenos recuerdos —proseguí, totalmente convencido—,


no importa cómo llegamos hasta el punto que llegamos. Lo único que sé es que finalmente
acepté que te quería, que hice el amor contigo y que encontrarnos en esa isla fue el
detonante de todo lo que vino después.

—Estás loco —me dijo, pero sonreía, y supe que la había convencido.

No tenía demasiado claro si mis amigos entenderían o no la razón de nuestra decisión, pero
era lo que deseábamos, y queríamos que ellos nos acompañaran.
—Os podíais haber ido un poco más lejos —se quejó Jota, a pesar de que estaba seguro de
que viajar a Canarias le resultaba de lo más atrayente.

—¡Venga ya! Decidme que no os gusta la idea —repliqué—: sol, playa, buen tiempo… Os
recuerdo que en enero en Madrid no hace precisamente calor, y en Londres ya ni os cuento.

Habíamos decidido que no íbamos a esperar demasiado para casarnos. Nada de


interminables preparativos de boda y una larga espera para convertirnos en marido y mujer.
Queríamos algo relativamente sencillo, solo con los más allegados. Pero eso sí, en Tenerife
y en la playa.

—A mí me parece perfecto —aceptó Becca, y le dio un pequeño empujoncito con el


hombro a Jota, que estaba sentado a su lado en el sillón—, y muy, muy romántico.

—A mí también —suspiró Lucía—. Siempre que esperéis a que regrese de Londres de las
vacaciones de Navidad.

—Podéis volver juntos. —Miré a Jota y Becca, ellos iban a estar viviendo allí para
entonces—. ¿Podréis escaparos?

Becca hizo un gesto afirmativo con la cabeza, pero mi amigo parecía reacio.

—¿Jota? —lo presionó su novia.

Durante un momento se miraron sin decirse nada. No obstante, yo sabía que los dos habían
aprendido hacía mucho tiempo a hablarse sin tener que emplear palabra alguna. Instante
más tarde, Jota volvió la vista en nuestra dirección.

—Por favor, por favor, por favor —le rogó Ari. Estuve a punto de soltar una carcajada al
ver la expresión de pena que le dedicaba, la misma que solía emplear conmigo cuando
quería salirse con la suya.

Jota se incorporó ligeramente en el asiento antes de decir:

—Sin esmoquin ni chorradas.

Ari sonrió de oreja a oreja y yo no pude evitar imitarla.

—Tenéis que vestir de blanco —admití, viendo que aquella batalla estaba ganada.

Jota resopló pero no puso ninguna objeción al respecto. Tampoco es que hubiera podido
porque Becca le estaba dando un beso bastante apasionado. Muy típico de ellos.

Estreché a Ari contra mi pecho y aspiré el aroma de pelo con más entusiasmo del debido.
—Buscaos un hotel —protestó Lucía, poniéndose en pie—. ¡Los cuatro! —añadió, ya
desde el pasillo, probablemente de camino a su habitación.

En el rostro de Ari apareció de repente una expresión desolada.

—¿Qué pasa? ¿Hemos dicho algo malo?

Ari negó, pero me percaté de que algo la preocupaba y que seguía con la vista en el lugar
por el que Lucía se había marchado. Supuse que me lo contaría más tarde.

—Solo tenemos unos meses para prepararlo todo —señaló, recostándose para apoyar la
cabeza sobre mi hombro.

No pude hacer otra cosa que sonreír. Le había pedido a Ari que se casara conmigo y ella
había aceptado. Si por mí fuera, la hubiera cargado sobre mí hombro en ese mismo
momento y me la hubiera llevado a cualquier sitio en el que nos declararan marido y mujer.

—Habrá que ir practicando —le dije—: puede usted besar a la novia —añadí fingiendo una
voz seria y muy grave. Y acto seguido la besé.

12: ARIADNA

En los siguientes meses, Lucas y yo nos dedicamos, además de a atender nuestras


respectivas obligaciones, a organizar la boda. Fue un verdadero caos. Tuvimos que pedir un
permiso para oficiar la ceremonia en un espacio público, reservar habitaciones para los
invitados y, no menos importante, darle la noticia a la familia.

Tras la sorpresa inicial, todo el mundo se alegró por nosotros. Supuse que el amor que
sentíamos el uno por el otro era tan obvio a los ojos de los demás que no resultaba tan raro
que hubiéramos tomado la decisión de formalizarlo. La verdad era que Lucas y yo no
necesitábamos firmar ningún papel que le diera validez a lo nuestro. Si bien, de algún
modo, a los dos no parecía que casarnos era un recuerdo que no queríamos perdernos.

—Haría cualquier cosa —me había asegurado—, siempre que fuera contigo.

El agobio de nuestro enlace exprés trajo consigo algunas discusiones, tiras y aflojas que
fuimos solucionando sobre la marcha y que solían terminar con apasionadas
reconciliaciones. No obstante, me maravillaba ver que la forma de mirarme de Lucas jamás
variaba. A veces, en mitad de una pelea, lo pillaba observándome con una mezcla de
devoción y fascinación, y no podía evitar preguntarme si el amor que yo sentía por él
también se traslucía en mi mirada con tanta claridad.

La tensión, como ambos ya sabíamos, no pudo con nosotros. Ninguno de los dos expresó
duda alguna, ni creo siquiera que llegáramos a pensarlo.

Tras varias gestiones, conseguimos alojamiento en el hotel de al lado de la playa para todos
los invitados, y también allí celebraríamos la cena. Lucas me había hecho prometer que nos
daríamos un baño en el mar antes de irnos a la cama esa noche. No es que yo estuviera muy
convencida de meterme en el mar en pleno enero, pero había accedido llevada por sus
promesas de que ese primer baño como marido y mujer sería memorable.

—Si cojo una pulmonía en nuestra noche de bodas, vete preparando para ejercer de
abnegado enfermero —le dije.

—Es Canarias —trató de convencerme—, el agua no puede estar tan fría.

Enarqué las cejas.

—Es el océano Atlántico —repliqué, aunque ya me había resignado.

—No importa. Haré de enfermero si hace falta.

Me guiñó un ojo y sonrió con picardía. Me hice una idea bastante exacta de lo que él
entendía por ejercer de enfermero.

Al llegar las vacaciones de Navidad ya lo teníamos todo listo. ¡Hasta Jota hablaba de su
papel en la boda sin gruñir! Por mucho que le hubiera costado, tanto Lucas como yo
sabíamos que aquello le hacía cierta ilusión, y yo en particular estaba encantada con la idea
de que fuera él el que me entregara a Lucas.

Nunca me hubiera imaginado casándome tan joven, y tampoco era algo en lo que hubiera
pensado demasiado. Si bien, teniendo la celebración tan próxima, estaba ansiosa por
pronunciar mis votos y enlazar mi destino al del hombre al que amaba.

—Quiero mi para siempre contigo —confesé una noche en la que ambos nos
acurrucábamos bajo las sábanas de mi cama.

Lucas había sonreído y me había dado un beso largo y profundo, hasta conseguir que mi
pulso se disparara.

—Nunca, nunca voy a decirte adiós —replicó él, y volvió a besarme—. Tendrás tu para
siempre.
LA BODA

Llegados a este punto, me vais a permitir que me tome la licencia de contaros yo misma
cómo se desarrolló la boda de Ari y Lucas. No quiero que os perdáis nada y tengo la firme
intención de que lo sepáis todo de todos. Porque, como en tantas historias, esta tiene más de
dos protagonistas.

En enero, poco después de las vacaciones de Navidad, en la playa de El Médano estaba


todo preparado para la boda. El clima acompañaba con una temperatura agradable para el
época en la que nos encontrábamos y una ausencia casi total de viento. Mientras el sol caía
lentamente en busca del horizonte, los invitados se reunían junto al mar para asistir a la
ceremonia.

Lucas enterró los pies en la arena, y el calor que esta había acumulado durante el día calmó
en parte sus nervios. No es que tuviera dudas acerca de lo que allí iba a acontecer, era más
bien que resultaba plenamente consciente de que su vida iba a dar un cambio radical a partir
de ese momento, y al mismo tiempo no iba a hacerlo en absoluto.

Ari era, con muchísima diferencia, lo mejor que le había ocurrido. Sabía que era la mujer,
la única mujer, a la que quería encontrar cada mañana en su cama, esa alma gemela que
muchos buscaban sin descanso y pocos llegaban a encontrar. Encajaban, así de simple,
como dos mitades de un mismo corazón. Y ver a Ari despertar a su lado, abrir los ojos y
sonreír, le producía tal cantidad de emociones que jamás podría prescindir de la magia de
ese momento.

Levantó la vista y se topó con los ojos de Lucía. La prima de Jota se hallaba sentada al lado
de un chico de pelo castaño y enigmática mirada, que la observaba con cierta curiosidad.
En realidad, eran dos viejos conocidos redescubriéndose, buscando en los ojos del otro
algún indicio de la persona a la que conocieron en el pasado. Asher, que así era como se
llamaba aquel chico, le susurraba palabras con marcado acento inglés; solo ellos sabían qué
le estaba diciendo. Había sido para Lucía alguien importante tiempo atrás, un amor fugaz
pero de esos que ahondan de una forma vertiginosa en el corazón, y cuyo abrupto final —
aunque previsible— no resultó menos doloroso.

Puede que la sonrisa nerviosa de Lucía fuera idéntica a la que mostraba Lucas en el rostro
al ver a Ari aquella primera noche en el Level, tal vez el inicio de algo más. Solo el tiempo,
y el caprichoso destino, lo decidiría.
Pero regresemos al novio, o mejor, veámosle a través de los ojos de otra de las invitadas.
Becca estaba sentada a la izquierda, en una de las sillas que el diligente organizador de la
boda había elegido para la ceremonia. No dejaba de mirar hacia atrás, esperando ver
aparecer en cualquier momento a la novia y a Jota. Se sentía tremendamente feliz por su
amiga, sabía que recordaría ese día para siempre, al fin y al cabo, estaba gritándole al
mundo que amaba a Lucas y que quería pasar el resto de su existencia con él.

Sonrió al encontrarse con la mirada esmeralda del novio, tan inquieto y expectante como
ella. No podía pensar en nadie mejor para Ari, en nadie que la amara de una forma más
sincera y entregada.

Lucas le devolvió la sonrisa a su amiga y le agradeció en silencio el haber contribuido a su


felicidad. Convencer a Jota para ejercer de padrino, que no le gustaba recibir ningún tipo de
atención, había resultado ser una misión complicada. Pero finalmente, el irritable e
imprevisible chico, había accedido solo para contentar al amor de su vida y, por qué no, a
sus amigos. Becca era para él la mejor razón para seguir adelante, el motor de su existencia
y a la vez su muro de contención. Pero sobre todo era el motivo que lo impulsaba a ser
mejor persona; ese hombre por el que mereciera la pena luchar y permanecer a su lado.

Había más invitados, pocos y bien escogidos. Lucas y Ari deseaban sellar su amor frente a
los más allegados, todos importantes y ninguno por mero compromiso. Entre ellos Celeste,
la madre de Ari, Lola y Alba, David, los padres de Lucas, Carlos… Ninguno había dudado
en viajar a Tenerife y formar parte de ese pequeño pero importante capítulo en la historia de
los novios.

El grupo, repleto de buenos deseos, permanecía a la espera de la llegada de Ari, deseosos


de poner sus ojos sobre la novia. Y cuando por fin apareció del brazo de Jota, el murmullo
generalizado no sofocó el sonido del jadeo que se le escapó a Lucas de los labios.

El vestido de Ari era sencillo, con un solo tirante y un hombro al descubierto, ceñido al
pecho y de un tejido vaporoso de cintura para abajo que se ondulaba con la brisa procedente
del mar. Iba descalza, al igual que el novio, y una pulsera con motivos marinos rodeaba su
tobillo izquierdo. Ninguna otra joya adornaba su cuerpo.

«No la necesita», pensó Lucas, sonriendo embobado.

Ari se sujetó al brazo de Jota y, antes de avanzar hacia el arco de flores y guirnaldas donde
se encontraba Lucas, paseó la vista por el rostro de los presentes. Adoraba a todas y cada
una de aquellas personas.

«Voy a casarme», reflexionó, con las lágrimas llenándole los ojos. No por la boda en sí,
sino por el hecho de que la vida hubiera puesto en su camino a alguien como Lucas, que le
hubiera dado la oportunidad de amarlo y ser amada por él, de vivir cuanto había vivido a su
lado.

«Y lo que me queda por delante», se maravilló, y comenzó a andar, más decidida que
nunca.

Y así fue como Ari y Lucas se prometieron un amor eterno que ya se habían jurado mucho
antes; con toda probabilidad, aquel día en el que ella llegó tarde a la clase de Estadística y
Lucas puso sus ojos sobre ella por primera vez.

EPÍLOGO: JOTA

Abracé primero a Ari, para luego repetir con Lucas. Su amplia sonrisa terminó por
contagiarse y reflejarse en mi propio rostro. En aquel momento, eran la felicidad
personificada, y no pude hacer otra cosa que alegrarme por dos de mis mejores amigos.

Dejé paso a otros invitados que querían felicitarles y barrí la arena con la mirada en busca
de Becca. No pensaba en otra cosa que no fuera tomarla por la cintura y darle un beso largo
y profundo, de los que normalmente, y en un ambiente más privado, terminaría en algo más
que un simple beso. Aunque tal vez eso tuviera que esperar.

Esquivé a Lucía, que andaba tonteando con un inglés al que ni siquiera conocía. Ya me
encargaría luego de saber quién era exactamente y cómo había acabado acudiendo a la boda
con mi prima.

Becca no me vio llegar. La rodeé con los brazos y la apreté contra mi pecho con algo más
de fuerza de lo debido. Por primera vez en mi vida estaba nervioso. No sabía cómo se iba a
tomar lo que tenía que decirle, aunque normalmente tampoco era que supiera prever sus
reacciones.

—Estás aquí —le susurré al oído. Dejé que mi aliento le acariciara la piel del cuello y noté
cómo se estremecía.

Me encantaba saber que, aun con el paso del tiempo, conseguía ejercer sobre ella tanta
influencia. Lo que Becca puede que no supiera era que su influencia sobre mí resultaba aún
más acusada que en los inicios. Si Ari era perfecta para Lucas, Becca lo era a su vez para
mí. No tenía muy claro si yo resultaba suficiente, pero me esforzaba a diario por que así
fuera.
—Te estaba buscando —añadí, depositando pequeños besos en el hueco detrás de su oreja,
algo que solía excitarla de inmediato.

Me importaba poco si al resto de invitados le parecía fuera de lugar la demostración, una


vez que hube puesto mis manos en torno a su cintura, el mundo podría haber estallado en
llamas y me hubiera dado igual.

—Tú siempre me estás buscando, Jota —replicó, sonriendo y ladeando el rostro para
besarme.

La liberé solo para permitir que se diera la vuelta y poder mirarla a los ojos. Estaba
preciosa. Para asistir al enlace había elegido un vestido corto de lino en color blanco, como
todos, y sus ondas se apretaban en un recogido, dejando los hombros al descubierto. Paseé
los labios a lo largo de su clavícula y, cuando protestó, tiré de ella para llevarla junto a la
orilla.

—¿Se puede saber qué mosca te ha picado? —se quejó.

No contesté hasta que el agua de las olas nos acarició los pies. Volví a atrapar su cuerpo
entre mis brazos, ese siempre sería mi lugar preferido, un refugio, quizás más para mí que
para ella. De cualquier modo, tenerla cerca se había convertido en algo necesario para
mantener mi cordura.

Durante los meses anteriores, había observado los preparativos para la boda de nuestros
amigos con morbosa curiosidad. Habíamos viajado con asiduidad desde Londres a Madrid,
y en esos viajes contemplé a Lucas y Ari organizar lo que sucedería ese día, las peleas, los
acuerdos a los que llegaban, la tensión… pero también la forma en que a mi amiga se le
iluminó el rostro al ver su vestido de novia, las ansias con las que ambos esperaban que
llegara la fecha, las risas de madrugada decidiendo a dónde irían de luna de miel. Y de
alguna manera, terminé comprendiendo el por qué Lucas le había propuesto matrimonio a
Ari, no solo por la celebración, no solo por firmar un papel que los convirtiera en marido y
mujer, sino también por el hecho de hacer partícipes a los demás de cuánto significaban el
uno para el otro.

Y en algún momento, durante esos días, empecé a soñar con ver a Becca desfilar hacia mí
para convertirse en mi esposa por el resto de mis días. Si me lo hubieran dicho, no lo
hubiera creído. Y dado que me había reído durante semanas de Lucas, no le conté a nadie lo
que me traía entre manos. El día antes de viajar a Tenerife había ido a una joyería en busca
de algo especial, tan especial como la chica a la que iba a pedir en matrimonio en ese
mismo instante.

—¿Jota? ¿Qué pasa? —insistió Becca, al ver que permanecía plantado frente a ella sin decir
nada.
El sol rozaba ya el horizonte y, en el cielo, las nubes se habían teñido de tonos rosas. Puede
que me hubiera contagiado del ambiente cursi que me rodeaba, porque allí, en aquella
playa, todo me pareció perfecto para realizar la consabida pregunta. Todo menos una cosa.
Necesitaba una canción, la canción. Esa melodía que acompañara a la petición y que, junto
con el resto, se sumara a la banda sonora de mi historia con Becca.

Busqué con la mirada a David, al que había dado instrucciones precisas sin contarle nada de
lo que pensaba hacer, y le hice un gesto con la cabeza. Haciendo uso del equipo de música
empleado para la marcha nupcial, cumplió con su cometido con diligencia.

All of me

, de John Legend, comenzó a sonar por los altavoces, atrayendo la atención de los invitados
sobre el improvisado pinchadiscos.

Yo, por el contrario, me concentré en Becca, que me miraba confundida, sin comprender
qué era exactamente lo que estaba pasando. Tuve que reprimir una carcajada; verla
desconcertada resultaba siempre estimulante para mí. Solo esperaba que no empezara a
gritarme cuando viera lo que me proponía.

Hinqué la rodilla en la arena en cuanto el cantante pronunció la frase que le daba título a la
canción. Ya le había entregado todo de mí hacía mucho tiempo, incluso llevaba su nombre
grabado en la piel junto al tatuaje que me recordaba que siempre sería parte de Annie, mi
hermana. Por lo que en realidad, para mí, Becca y yo ya estábamos comprometidos el uno
con el otro.

Esta vez, cuando la expresión de Becca se transformó en una de sorpresa absoluta, sí que no
pude evitar sonreír. Y cuando sus labios se curvaron hacia arriba, pensé que era lo más
jodidamente hermoso que había contemplado en toda mi vida.

—¿Becca? —murmuré.

Pero, hasta que el vocalista no cantó

You’re my end and my beginning

, no pronuncié el resto de la frase. Eso era ella para mí, mi principio y mi fin.
—¿Te casarás conmigo? —De repente aquella proposición me pareció insuficiente, así que
continué hablando sin esperar una respuesta—. Lucas me dijo hace poco que me moría de
ganas de atarte a mí de todas las maneras posibles, y es cierto. Pero porque no quiero pasar
ni un solo día sin verte sonreír, sin decirte que te quiero, sin escuchar tu respiración
mientras duermes… No quiero vivir sin besarte, ni sin la sensación que tus besos provocan
en mí; o sin hacerte el amor y escuchar como gimes bajo mi cuerpo —añadí,
atropelladamente—. No quiero estar sin ti.

Saqué del bolsillo la pequeña caja que albergaba el símbolo de nuestro compromiso y se la
tendí. Becca la tomó de mis manos sin dejar de mirarme. No sabía si aquello estaba
marchando demasiado bien, ¿no debería haber dicho ya que sí?

Permaneció contemplando el regalo durante una eternidad. Era consciente de que


seguramente no era lo que se esperaba de una pedida de mano, pero me había vuelto loco a
la hora de elegir una sortija. Becca no usaba nunca anillos, decía que le molestaban, y
cuando puse mis ojos sobre aquella delicada nota musical que pendía de una fina cadena de
oro, supe que era eso lo que quería. La música era parte de nuestra historia, y quería que
supiera que ella sería siempre mi melodía favorita.

—Es… —Becca titubeó, y yo inspiré profundamente a la espera de que dijera algo más.

Al ver que los ojos se le llenaban de lágrimas al tiempo que una enorme sonrisa se extendía
por su cara, no pude reprimirme más.

—No has contestado.

Desvió la mirada de la joya y la fijo en mí.

—Nunca estarás sin mí, Jota —declaró finalmente. Acogió mi rostro entre sus manos, y el
collar se balanceó entre nosotros—. Sí, sí quiero. En realidad, aceptaría cualquier cosa que
me propusieras, no importa lo descabellado que fuese —se rio, rozando mi boca con sus
labios.

Desde ese mismo instante, perdí el control. La apreté contra mí y repartí besos por toda su
cara y su cuello, murmuré su nombre entremezclado con más de un te quiero y,
mentalmente, no pude dejar de darle gracias al destino por haberme regalado a Becca, y con
ella, la posibilidad de volver a sentir de nuevo.

No fue hasta casi una hora más tarde que nos reunimos de nuevo con los novios, ambos con
un colgante idéntico pendiendo del cuello y una sonrisa de los labios.
—De una boda sale otra boda, ¿no? —comentó Lucas, satisfecho.

Lo miré confundido, sin comprender cómo se había dado cuenta de lo sucedido.

—Tío, te has arrodillado y has puesto una cara de cordero degollado que no te había visto
en la vida —se burló, al ver mi expresión—. No hay que ser muy listo para atar cabos. Por
cierto, esto sí que se va directo a YouTube.

Lo fulminé con la mirada y Becca me agarró del brazo temiendo que Lucas y yo
termináramos revolcándonos por la arena delante de todos los invitados.

—No os fugaréis a Las Vegas para casaros o algo por estilo, ¿no? —terció Ari.

Supuse que mi carácter impulsivo era más que conocido por todos, y sabiendo lo poco que
me gustaban las bodas…

Ladeé la cabeza para mirar a Becca y sonreí. De inmediato, ella comenzó a negar. Lo que
solo podía significar una cosa: aquello terminaría en pelea. No obstante, yo solo podía
pensar en la posterior reconciliación y en que, fuera donde fuera, la mujer a la que amaba
iba a convertirse en mi mujer.

FIN

AGRADECIMIENTOS

En esta ocasión no quiero extenderme demasiado. Solo quiero que sepáis lo agradecida que
estoy y estaré siempre por tener los lectores que tengo, por todos aquellos que os
enamorasteis de Lucas y Ari desde las primeras líneas de su historia de amor… Me
pedisteis más, y este es mi pequeño homenaje para vosotros. Su amor sigue vivo, su
relación continúa y ahora ya son marido y mujer. Les deseo una felicidad eterna… y tal vez
uno o dos pequeños Lucas que correteen a su alrededor.

Y para las fanáticas de Jota, también he querido que él tenga su hueco en este relato. Él es y
será siempre mi motero favorito.

Gracias por seguirme, por leerme, por el cariño, por estar ahí día a día. Sois maravillosos y,
sin vosotros, mis historias no tendrían sentido.
Hay una persona a la que tengo mencionar ya que fue ella la que bautizó a ese misterioso
chico inglés que acompaña a Lucía a la boda de Ari y Lucas, y que parece que podría
convertirse en… ¿una nueva historia? Quién sabe… Gracias, Verónica Villar, por poner
nombre a Asher Monroe.

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