A Twist of The Blade

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El libro que ahora tienen en sus manos, es el resultado del trabajo final de varias

personas que, sin ningún motivo de lucro, han dedicado su tiempo a traducir y
corregir los capítulos del libro.

El motivo por el cual hacemos esto es porque queremos que todos tengan la
oportunidad de leer esta maravillosa historia lo más pronto posible, sin que el
idioma sea una barrera.

Como ya se ha mencionado, hemos realizado la traducción sin ningún motivo de


lucro, es por eso que se podrá descargar de forma gratuita y sin problemas.

También les invitamos a que en cuanto este libro salga a la venta en sus países, lo
compren. Recuerden que esto ayuda a la escritora a seguir publicando más libros
para nuestro deleite.

¡No subas la historia a Wattpad, ni pantallazos del libro a las redes sociales! Los
autores y editoriales también están allí. No sólo nos veremos afectados nosotros,
sino también tú.

¡Disfruten la lectura!
Creditos
Traducciones Independientes
Team Fairies
Moderación

Reshi

Hada Carlin
Giselle
Traductores
Ash A
Dayana
Izabel
Irais A

L. Herondale
Corrección
Lucia V.
Tory
Tory

-M
Portada
Z. Luna
Wes
Jazmin

Steph M
Diseño
Achilles

Ana B. Niktos

Eridan

Mel

Viv_J
Sinopsis
Mercenaria. Sobreviviente. Reina

¿Quién es Casia Greythorne?

Todavía afectada por una pérdida impensable y la revelación de una identidad


que no está segura de querer aceptar, Casia tiene un plan: Intentar controlar algo.
Algo como la extraña magia que se desata en su interior. Dominar esa magia la
llevará a ella y a sus amigos en una búsqueda a través de tierras malditas, en las
moradas de antiguos dioses y en lo más profundo de un imperio del sur lleno de
enemigos mortales y aliados inesperados.

Mientras tanto, los cimientos del Imperio de Kethran sigue desmoronándose.


El Rey- Emperador se aferra a su corona con las manos cada vez más manchadas
de sangre. Tanto los monstruos como los soldados acechan cada paso de Casia,
decididos a no dejarla regresar para reclamar un trono que le pertenece por derecho.
Sin embargo, la mayor amenaza para su posible gobierno puede no estar en el Rey-
Emperador, sino en un antiguo capitán de su ejército, un hombre del que estuvo a
punto de enamorarse.

Elander Revenmar creía saber quién era. Tenía una misión, un plan, un dios
al que se conformaba con servir. Entonces llegó Casia. Una chica tan misteriosa
como peligrosa. Una chica de la que debió haberse alejado y cuya vida nunca debió
haber salvado.

Porque la salvación siempre tiene un costo.


El Blandir de
la Espada
Capítulo 1

Traducido por Dayana

Corregido por Tory

ALGO ESTABA MURIENDO EN LOS ALREDEDORES.

Si él hubiera podido apartar la sensación de muerte en su mente, lo haría.


Pero aún en su forma de caída, él estaba muy consciente del flujo y reflujo de la
energía de la vida, de la naturaleza fugaz de su existencia en este mundo. El viejo
cliché que utilizaban los humanos tenía algo de verdad: realmente muchas vidas
penden de un hilo. Un hilo sinuoso, fino que se deshilacha fácilmente y se rompe.

Ellos son hilos que, alguna vez, habían estado muy íntimamente conectados.

Pero ya no.

Porque él ya no era el Dios de la muerte.

Él ya no era Kerse. Había sido un largo tiempo desde que él no se llamaba así,
no le parecía ni siquiera bien pensar en eso. Ese nombre había sido otorgado por
los humanos que le adoraban; de todas formas, su verdadero nombre era mucho
más antiguo y complicado que eso, solo hizo que su verdadera identidad se sintiera
mucho más lejos de él.
En realidad, ¿quién era él?

El más reciente apodo que él había recibido era el de un humano: Elander.


Ahora, él había estado respondiendo a él por décadas. Supuso que era tan bueno
como cualquiera. Nombres por sí mismos no significan nada para él. Le han estado
dando docenas de ellos durante su existencia…

Y su existencia continuaba.

Por supuesto, era un largo —sí— que se cernía sobre él mientras caminaba
por los bordes del dominio que ocasionalmente él había llamado hogar.

Oblivion; así llamaban los humanos a este dominio. Otro cuestionable nombre.
Una sola palabra, un intento de dar un significado a este oscuro y mágico lugar que
desafía la lógica. Estaban obsesionados con otorgar palabras a cosas peligrosas y
difíciles, se había dado cuenta. Un humano hubiera llamado espigas blancas que
se alzaban a su alrededor a los árboles. Hubiera llamado retorcidos macizos grises
de espinas a los arbustos. Hubiera pasado por alto la manera en que estas cosas no
tenían raíces, y el hecho de que realmente no crecían.

¿Cómo podrían crecer?

Aquí en el suelo no había nutrientes. No había agua. La luz del sol no penetra
el espeso dosel de nubes venenosas sobre él.

Vio a la criatura moribunda que había percibido acurrucada junto a un


grupo de esas espinas grises. Un conejo. Fue raro ver una criatura viva en las
profundidades de la oscuridad del Oblivion, normalmente los aires de este lugar
traían la aniquilación en cuestión de minutos a cualquier cosa que no sirviera al
Dios de la Muerte.

Esta pequeña y temblorosa bola de pelo era aparentemente más fuerte de lo


que parecía.

—Impresionantemente testarudo —reflexionó Elander.

Pero al final no importaba.

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Porque al final la muerte siempre ganaba.

Una vez, la magia de la muerte que controlaba Elander había sido inigualable,
incluso para la magia de otros semidioses. No se había inclinado ante nadie ni ante
nada, aparte de los tres dioses superiores que habían creado el mismo mundo en
el que ahora se encontraba. E incluso entonces, era sólo uno de esos tres al que se
sometió sistemáticamente, el Dios Rook. Los humanos lo llamaban Anga; aunque
su verdadero nombre era Malaphar.

Fue Malaphar quien eligió a Elander como su sirviente. Malaphar quien le


había dado esa magia de la muerte. Y fue Malaphar quien ahora había tomado
todas las partes del poder de Elander; excepto las más rudimentarias y quien había
amenazado con tomar mucho más.

Y ese alto poder, Elander se dio cuenta, estaba aquí.

Sintió la presencia de Malaphar como un respiro tembloroso sobre él, una


brisa fría que causó comezón a lo largo de la parte superior de la piel de su cuello.
Una respuesta muy humana; esos crecientes baches y odiaba este recordatorio del
cuerpo débil al que había sido relegado.

Se apartó del conejo muerto. Esperó. Vio moverse a Malaphar como una
sombra entre el sombrío paisaje.

Ese Dios superior no se materializó del todo. Podría haber tomado una forma
sólida aquí si lo hubiera deseado, el Imperio de Kethran que bordeaba el Oblivion
estaba creciendo devastadoramente de las energías mágicas que sostenían a los
seres divinos; pero el propio Oblivion seguía estando lleno de esa energía.

Específicamente con la energía que desprende la magia de la muerte, también


conocida como la magia de los huesos. Un refugio de dioses, los humanos eruditos
lo llaman el Oblivion. Y así es. En este refugio, Elander es más fuerte que quizás en
cualquier otro lugar del reino mortal. Quedándose aquí estos últimos días casi le
hizo sentir inmortal otra vez.

Casi.

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Malaphar se mantuvo en las sombras. No necesitaba tomar una forma sólida.
Las sombras retorcidas de él eran suficientemente poderosas para moverlo a través
del aire, acercándose en espiral a Elander y haciendo el mundo más oscuro y pesado
mientras llegaba. Como si descendiera plenamente sobre su siervo; todo, todo se
volvió oscuridad en vacío y entonces una voz se deslizó sobre la mente de Elander.

¿Por qué ella sigue viva?

Elander se sacudió el frío que le invadió y estabilizó su voz. —Porque los aires
venenosos del Oblivion no le afectan por alguna razón.

¿Tú espada tampoco le afecta, siervo?

No hubo una respuesta segura a esto. Pero el silencio era peligroso. Así que
Elander rápidamente y con calma recitó el plan que solo a medias había terminado
de formar: —Ella puede ser la llave para matar a su hermano. Yo creo que su magia
lo protege y ella puede ser la única que puede deshacer la magia. Así que la he
perdonado por el momento y seguiré haciéndolo hasta que ya no me sea útil. Para
nosotros.

¿Has olvidado el costo de la última vida que perdonaste?

La oscuridad, de alguna manera, logró profundizarse aún más con la


irritación de Malaphar. El aire temblaba con esa misma irritación y el frío se volvió
insoportable; aun así, para un Dios caído que una vez había sido capaz de convocar
tal frío.

—No lo he olvidado —dice Elander.

Silencio.

Luego, poco a poco, la negrura comenzó a aclararse. El frío disminuyó. Las


formas resurgieron de la oscuridad, los árboles de puntas afiladas, el suelo agrietado,
el pequeño conejo cuya respiración se había ralentizado tanto que apenas movía
sus lados hundidos.

El Dios Rook había resucitado en la forma de un hombre fantasma; aunque

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era más alto que cualquier otro humano que alguna vez hubiera caminado algún
imperio y solo tenía orbes brillantes de color rojo donde sus ojos deberían haber
estado.

Su voz estalló más fuerte en la cabeza de Elander.

Ella no lo perdonará al final.

Elander comenzó a estar de acuerdo. Él debería haber estado de acuerdo.

Y todavía lo estaba.

Y todavía había algo que le impedía estarlo. Un pensamiento que no pudo


desprenderse. Era peligroso. Tonto. Pero no pudo evitar decir: —Ella no es igual a su
hermano. Ella tiene magia divina. Ella podría resultar ser una aliada.

Ella no es mi aliada. Y por eso no es tu aliada.

¿Cómo podría estar seguro?

Elander frunció el ceño. Pero al mismo tiempo mantuvo la lengua cerrada;


aun cuando tuvo la sensación, como tantas veces lo hizo cuando en presencia de
este Dios al que estaba obligado de que no estaba recibiendo toda la historia.

Silencio. Más terrible silencio. Pareciera que iba a durar para siempre, hasta
que el Dios superior dijo:

Ambos morirán. Primero Varen. Luego la reina que tomará su lugar.

La reina. Palabra que aun hacía sentir escalofríos en la piel de Elander. Esa
mujer —esa molesta y desastre de mujer que tomó la decisión de salvar y llevar
dentro al Oblivion por alguna estúpida razón—, fue la reina real de Melech, el único
reino que aún seguía en pie en lo que alguna vez fue el devastador y poderoso
imperio de Kethran. Ella era la última miembro superviviente de la línea de sangre
Solasen. Su familia hizo un trato con el Dios superior que se encontraba ante él
décadas atrás. A cambio de poder, ellos restaurarían la magia divina en Kethra, creció
a niveles no antes vistos en siglos y así agregó energía de la que se alimentaban los

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dioses. Debió haber sido una asociación mutuamente poderosa. Pero una vez que
el Rey de Solasen recibió la bendición, protección y poder del Dios Rook, hizo lo
contrario de lo que juró hacer.

Y el Dios Rook no era el tipo de los que perdona a los que rompen tratos.

Lo que significaba que esa mujer con sangre Solasen tenía que morir. Su
hermano tenía que morir. Su reino y el imperio sobre el que gobernaba tenían que
morir como castigo y como advertencia para otros.

Y esas muertes necesitaban estar parcialmente bajo las manos de Elander,


si es que él quería tener esperanza de ganar algún favor de Malaphar. Ese favor
restauraría la magia de Elander, su inmortalidad, su estatus divino y todo lo que
venía con ello. La alternativa sería una de dos cosas: Una rápida aniquilación, o una
eternidad vagando por el mundo mortal totalmente despojado de sus poderes solo
con los recuerdos de sus errores y sin forma de expiarlos.

No estaba seguro de que sería peor.

Te elegí porque eres el único que se adapta a mis necesidades. Le recuerda


Malaphar.

Elander no necesitaba ese recordatorio. Conocía los detalles del trato


que hizo su maestro y la particular parte del trato que había demostrado ser la
perdición del Dios Rook: Que el rey Solasen y cualquiera de su sangre tendría una
vida anormalmente larga, una vida que los mismos dioses no podrían tocar.

Elander ya no era un Dios. Y no era tan poderoso como lo había sido antes,
pero había sido lo suficientemente poderoso como para matar a ese rey. Así que
ahora sólo permanecían sus hijos protegidos por el misterioso poder que la hermana
mayor de los Solasen poseía.

Pero soy ingenioso continuó el Dios Rook. Puedo encontrar otra bestia que haga
mi mandato si es necesario. ¿Me hago entender?

—Sí.

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He tenido la gracia de permitirte esta oportunidad, incluso después de que me
traicionaste y me decepcionaste, ¿no es así?

—Sí.

Podría haberte destruido después de esa traición. Eres prescindible.

No era una pregunta, pero el Dios Rook seguía inclinando su cabeza fantasma
hacia un lado y parpadeaba lentamente su mirada ardiente, claramente esperando
una respuesta.

Elander reflexionó. Era peligroso hacerlo; pero por un momento rebelde de


fracción, no le importó.

Pero el momento pasó pronto y la palabra rodó densamente de su boca:

—Sí.

El mundo parpadeaba, la luz de la luna brillaba un instante; oscuro como una


cueva profunda al siguiente y, luego, vuelve a brillar. Se levantó una brisa con un
aullido, se asienta y el Dios Rook se va tan repentinamente como había llegado.

Elander extende una mano hacia el pequeño conejo. El conejo lo mira con
ojos marrones y vidriosos que lentamente se cierran. Con un giro de su muñeca, su
magia puso a la criatura fuera de su sufrimiento.

CUANDO ELANDER DOBLA la esquina y entra en la gran sala circular situada en la


base de la torre oriental, una voz ronca le saluda. —Tu encantadora invitada está
actuando de nuevo. —Elander inclina la cabeza hacia el hombre sentado junto al
fuego en el centro de la sala.

Pero no, hombre no era la palabra adecuada, ¿cierto? Como el mismo Elander,
este ser no era humano. La piel que brilla a la luz de las llamas tiene un tinte ceniciento

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y sus ojos son salvajes; rodeados de un tono rojo dorado que no pertenecía a este
mundo mortal.

No era un semidios caído como Elander, sino un espíritu menor. El espíritu


de sangre Talos, para ser más específicos; aunque Caden era el nombre humano que
había elegido usar durante esta desventura de décadas en la que se encontraban.

—¿Qué pasa? —pregunta Elander. Asumió que Caden se lo iba a decir de


cualquier manera, más le valía terminar la conversación.

—Hice lo que me pediste. La revisé. Le traje agua.

—¿Y?

—Y me tiró toda la jarra a la cabeza. Y no, no me quedé a limpiar el desastre.

Elander lucha contra una sonrisa irónica. No luchando lo suficientemente


bien, al parecer, a juzgar por el ceño fruncido que se apodera de la cara de Caden.

—Ella es una amenaza. —Le informa Caden.

—Sí. —Está de acuerdo con más afecto de lo que pretendía, lo cual no hace
nada para borrar la irritación de la cara de Caden.

—¿Por qué sigue viva?

—Aparentemente, es la pregunta del día.

Caden le da una mirada curiosa.

—Porque todos lo están preguntando. —Aclara Elander, acomodándose en


una silla delante del fuego.

No era más un fuego apropiado que Caden siendo un humano apropiado;


muy poca luz y las pálidas llamas nunca se apagan por sí solas.

Esas llamas podrían ser recogidas en la piedra negra de la que se habían


originado y, luego, ser transportadas y reavivadas por medio de un simple hechizo.

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Pero era un hechizo para la vista, no para la luz o el calor; porque este pozo de fuego
portátil había sido un regalo para Elander de la semidiosa de las estrellas.

Cepheid, la llamaban los humanos; se había encariñado tanto con el nombre


que había dejado de usar el verdadero.

Esa Diosa de las Estrellas tenía el don de la adivinación, al igual que las
personas y las cosas bendecidas por su magia.

Pero este particular regalo bendecido por la Estrella no estaba dirigido a los
ojos de los mortales, por lo que las llamas habían mantenido sus secretos a Elander
durante décadas desde que cayó de su estado divino.

Él aún recordaba vívidamente la última visión que había visto en Fuego de


Cefeo: Un pájaro negro descendiendo en picada desde un tormentoso cielo púrpura,
con las garras extendidas hacia una espada clavada en el suelo. El pájaro parecía
ajeno a la tormenta que había sobre él. Y a un sol abrasador más allá de las nubes
que pronto se replegó sobre sí mismo y dejó el mundo en la oscuridad.

A Elander no le gustaba pensar en estas imágenes.

Y, sin embargo, no pudo evitar que el hechizo ardiera. La luz gris parpadeante
no revelaba ninguna visión; pero seguía siendo un pequeño consuelo mientras
danzaba por su cuerpo, iluminando los patrones oscuros que surgían en su piel
cada vez que llegaba al Oblivion. El fuego era una especie de faro, un vínculo con
esa existencia divina a la que intentaba encontrar el camino de vuelta.

Cuando por fin aparta la mirada de aquellas retorcidas llamas, ve que la


comprensión había aparecido; oscura y angustiada en el rostro de Caden.

—Estaba cerca ¿no? —pregunta Caden.

Elander no responde de inmediato. Se inclina hacia delante con los codos


sobre las rodillas y la barbilla apoyada en las manos.

—Creí sentirlo. —Era comprensible la tensión en la voz de Caden; su destino


estaba ligado al de Elander. Malaphar sostenía las cadenas de los semidioses que

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había elegido para servirle, al igual que Elander sostenía las cadenas de los espíritus
menores que le servían. Tal era la jerarquía de lo divino en este mundo. No había
manera de cambiarla; aunque pasaran juntos siglos de tiempo había convertido a
Caden en algo parecido a un amigo, más que un simple sirviente.

Era una amistad que había sido puesta a prueba por los acontecimientos de
las últimas décadas. Y, sin embargo, se mantuvo como un árbol con raíces profundas
doblándose con la tormenta y, finalmente, esa tensa irritación en la expresión de
Caden dio paso a la preocupación.

—Supongo que no estaba fascinado contigo.

—Hace tiempo que no lo está. —Respondió Elander.

—Pero esa mujer…

—Es potencialmente el golpe final, sin duda.

No debería haberla salvado del ejército de Varen. Ambos lo sabían. Pero para
su crédito, Caden no se molestó en decir esto en voz alta. No esta vez. Sólo asinte
y se aleja lejos del fuego, hacia las puertas selladas que se alinean la pared del
fondo. Seis puertas en total. Cada una con la forma y el diseño con la magia que les
permitía viajar desde el Oblivion a los respectivos cielos de otras deidades.

Caden golpea cada puerta al pasar por ella, tocando los símbolos que les
indicaban a dónde conduce cada uno de esos pasillos. Finalmente, se detiene frente
a una marca que parece colmillos dentados hechos de hielo brillante. El símbolo de
la semidiosa del invierno.

—Ella es una amenaza. —Repite Caden más tranquilo ahora—. De cualquier


manera, no va a durar mucho tiempo en el Oblivion. Tenía un aspecto terrible.
Sea lo que sea, sea cual sea el poder que posee, no la protege lo suficiente como
para hacerla completamente inmune a la magia aquí, creo. Ella no puede sobrevivir
indefinidamente, especialmente si sigue obstinadamente negándose a comer o
beber cualquier cosa que le ofrezcamos.

Elander deja que su mirada vuelva a dirigirse al fuego. Esperaba que la tenue

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luz que desprende se reflejara con la suficiente intensidad como para ocultar
cualquier rastro de preocupación que pudiera esconderse en sus ojos.

No debería estar preocupado por esa mujer. Debería estar preocupado por
sí mismo. Por los leales que le servían. Por apaciguar al Dios Rook al que todos
servían en última instancia. No podía borrar lo que había hecho, pero todavía había
una oportunidad de recuperar sus poderes completos. Y entonces, tal vez, podría
encontrar lo que había perdido...

—Podríamos dejarla encerrada —sugiere Caden con poco entusiasmo—.


Dejémosla allí hasta que se consuma, ya que parece decidida a hacerlo.

—¿Ignorarla?

—Sí.

—Cobarde.

Caden se encoge de hombros.

Elander se hunde en la silla, inclina la cabeza hacia el cavernoso techo y cierra


los ojos.

—Además, algo me dice que si la dejamos a su suerte, a la larga, ella acabaría


encontrando una forma de escapar. Y haría un lío de las cosas en su camino.

Caden no tiene ningún argumento en contra. Un silencio solemne e incómodo


se extiende entre ellos, hasta que finalmente Caden comenta:

—Tara aún no ha vuelto.

Su otra sirvienta. Como Caden, ella había sido una vez un espíritu menor,
el espíritu de la Sombra, Eshma; y Elander se tomó un momento para recordar su
verdadera identidad, su verdadero poder. Era casi aterrador, la forma en que tuvo
que detenerse y encontrar esas cosas. La forma en la que había conocido durante
siglos podría acabar tan fácilmente distorsionadas o perdidas por completo dentro
de su mente demasiado frágil, demasiado humana.

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—¿Tampoco hay mensajes? —pegunta Elander.

—No. Y dudo que el silencio sea una buena señal. Ha pasado demasiado
tiempo; tal vez la Diosa del Hielo no fue tan acogedora como esperábamos que lo
fuera.

—No podía ser menos acogedora que Moto.

Caden chasquea la lengua, pero no dice nada. Su intento de llegar al Dios del
Fuego y la Forja y reclutarlo para su causa había sido inútil. Desastroso en realidad.
Aunque esto no había sido una completa sorpresa; Moto nunca había ayudado a
menos que hubiera una clara recompensa para él.

¿Y qué podría ganar esa ardiente deidad de un dios caído y sus siervos
igualmente limitados?

Taiga, en cambio, siempre había sido una amiga. Ella y Elander respondían
al mismo dios superior y, durante siglos, se habían aconsejado e informado
mutuamente. Y cuando sus poderes divinos se desvanecieron, Elander había ido
primero a Winterhaven, y había sido acogido en ese lugar que la Diosa del hielo
llamaba hogar dentro del mundo mortal. Ella le había regalado armas y otras cosas
para protegerse.

Pero eso había sido al principio de todo esto.

Y ahora las cosas estaban cambiando, supuso. Se estaban volviendo más


complicadas. Los dioses no eran inmunes a los impulsos y emociones que llevaban
al tipo de guerras y juegos que los humanos jugaban a menudo.

Más bien al contrario, los dioses eran más dramáticos.

No había duda de que los otros semidioses habían estado visitando


Winterhaven e intentando influir en su antes amigo. Imaginó que su situación
proporcionaba un interesante e interminable tema de conversación.

Pensar en la política de todo esto hace que lidiar con su revoltosa invitada le
parezca la tarea más fácil en comparación; así que Elander deja a Caden y sube la

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escalera de caracol hasta la habitación que alberga a su prisionera.

Las sombras se acumulan y caen a su alrededor a medida que avanza, la magia


del Oblivion sigue respondiendo a su maestro, incluso en su estado de debilidad.
Al acercarse a la puerta sellada de la prisión improvisada, extiende una mano hacia
la vaga silueta de una calavera en su centro. A su orden, las sombras a su alrededor
se reunen y tejen su camino a lo largo la calavera. La pálida luz azul pronto se hace
presente en los bordes de la puerta. Hay un clic, un desbloqueo, y luego el chirrido
de las bisagras cuando la puerta se abre.

Pasa dentro.

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Capítulo 2

Traducido por Dayana

Corregido por Tory

ELLA SE ENCONTRÓ EN EL OTRO EXTREMO de la habitación con los brazos


cruzados sobre su pecho y el hombro apoyado en la pared junto a la ventana. Su
mirada estaba fija en algo fuera de esa ventana. La abertura era demasiado pequeña
para salir por ella, de todas formas, estaban demasiado altos para un intento de
escape.

Sin embargo, Elander no tenía duda de que ella había intentado esa huida.

Y una parte extraña de él deseaba que ella hubiera conseguido escaparse.

—Espina.

Al oír su voz, ella inclinó la cabeza en su dirección; pero no se volvió del todo
hacia él.

Espina no era su verdadero nombre, por supuesto, sólo un apodo que él le


había otorgado; aunque ninguno de los títulos que ella le había dado tampoco
resultó real. Su verdadero nombre era Valori de Solasen. Durante años sus amigos
la conocían como Casia Greythorne y por lo menos media docena de otros alias
antes de eso. Y para él, ella probablemente siempre sería esa espina en su costado.

No se había quejado de que la llamara burlonamente porque los nombres


tampoco significaban nada para ella.

Tenían eso en común.

—¿Qué quieres? —murmuró ella con la mirada puesta una vez más en la
oscuridad afuera de la ventana de la torre.

Se adentró en la habitación observando los fragmentos rotos de la jarra de


cerámica y el charco de agua derramado que brilla en el suelo de piedra. De nuevo
se encontró luchando contra otra sonrisa tonta. Sacudió un poco la cabeza. Se
maldijo a sí mismo por la forma en que su guardia parecía tan ansiosa de resbalar,
sus planes cuidadosamente construidos, cada vez que entraba en el mismo espacio
que esa mujer.

Maldita sea esta mujer.

—No lamento nada de eso —le informó ella.

—Sospechaba que no lo hacías. —Se arrodilló y casualmente comienzó a


apilar las piezas rotas. Al oír el sonido de esas cerámicas rozando entre sí, Espina
finalmente se giró y dejó que sus ojos se fijaran en él.

Ella no hablaba. Sólo lo observaba. Su mirada siguió las sombras que se


extendían alrededor de su cuerpo, luego, recorrió los patrones oscuros de sus
antebrazos y cuello antes de posarse finalmente en sus ojos azul plateado.

No estaba en su forma completa de Dios —ya no podía adoptar esa forma,


incluso aquí en el Oblivion—; pero estaba lo suficientemente cerca de ella como
para sostener su mirada a pesar de lo que parecían ser repetidos intentos de apartar
la vista.

El poder que le otorgaba este refugio había aumentado sus sentidos más allá de
los de un humano normal. Así que podía oír los latidos de su corazón acelerándose.

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Su respiración se volvía cada vez más superficial mientras se forzaba a entrar en sus
pulmones. La tensión que envolvía su cuerpo parecía saltar el espacio entre ellos y
asentarse, tensa y ondulante contra su propia piel.

Volvió a ponerse a su altura, imponente.

Su barbilla permaneció desafiantemente levantada, temerosa; pero decidida


a no mostrarlo.

Una mujer menor se habría encogido en una esquina al verle en esa forma.
Pero menor no era una palabra que se le hubiera pasado por la cabeza al mirarla.

Impresionantemente testaruda, pensó por segunda vez aquella mañana.

Pero de nuevo, no le importó.

La muerte siempre gana al final.

—¿Al menos lo golpeaste? —preguntó.

—Yo… ¿Qué?

—Caden dijo que le tiraste eso. —Señaló con la cabeza los trozos rotos que
había apilado.

Ella desvió la mirada.

—Si vas a romper cosas, entonces por lo menos haz que valga la pena el
desorden, ¿eh?

Tras un momento de duda, se apartó de la ventana y se acercó. Se arrodilló y


recogió un pedazo de cerámica rota.

—No. No le he pegado.

—Qué pena.

—Tienes razón. —Ella cerró sus dedos alrededor del fragmento en lugar de
apilarlo con los que había recogido.

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—Tal vez debería practicar más. Quédate quieto y déjame apuntar a tu gran
cabeza tonta, ¿quieres?

Y así como así, estaba luchando de nuevo tratando de no reírse de esta mujer
imposiblemente frustrante que tenía delante.

Apretó con más fuerza el fragmento en su mano.

Perdió la batalla para mantener una expresión serena; sus labios se curvaron
en una esquina y una risa silenciosa y oscura retumbó en su pecho.

Miró su cara sonriente, pero siguió sin atacar.

Alcanzó la mano que sostuvo el fragmento roto.

Envolvió sus dedos alrededor de su muñeca y la apretó lo suficiente para


mantenerla quieta.

—La violencia no siempre es la respuesta, lo sabes.

—Lo dice el que es esencialmente un dios de ello.

—Te equivocas.

—¿Lo estoy?

—La muerte no tiene por qué ser violenta. —Sus dedos encontraron espacios
entre los de ella, empujando su agarre lejos de esa potencial arma que sostiene.
Luego llevó su otra mano para apartar completamente el fragmento roto, dejando
que el filo cayera ruidosamente al suelo entre ellos. —Puede ser una liberación
agradable.

Se quedó mirando el arma caída durante un momento antes de mirarlo por


debajo de sus largas pestañas.

—Entonces, ¿por qué no me liberas, Muerte?

No inmediatamente, pensó él.

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Pero ella se movió antes de que él pudiera hablar. Se acercó más a él y apoyó
su frente en su pecho, varias cosas a la vez se desplegaron dentro de él —odio, furia
y deseo— todo ello mezclado en un desastre ardiente que recorrió violentamente a
través de sus venas.

Mantuvo la cara pegada a él, como si estuviera demasiado agotada para


levantar la cabeza ahora que la había bajado.

Inspiró y espiró lentamente.

No, se acordó de sí mismo.

Aun así, no lo dijo en voz alta. En cambio, sus manos se movieron por sí solas,
trazando su camino por sus brazos a lo largo de la piel que es demasiado pálida,
demasiado fría y se extiendió demasiado delgada sobre su cuerpo. Delgada. Todo en
ella era delgado, desgarrado, jadeando por el calor. Por la vida.

Caden tenía razón. Ella se estaba marchitando a un ritmo antinatural. Por muy
fuerte que fuera, este reino pronto la añadiría a su lista de víctimas, eventualmente
y al igual que a todo lo que no sirviera al Dios de la Muerte.

Y habría sido más fácil encerrarla en esta habitación y dejar que el Oblivion
la reclamara de esta manera.

La dejó ir y se dio la vuelta antes de que ella pudiera ver cualquier rastro de
incomodidad que pudiera estar resplandeciente en esa frustrante y débil mirada
humana.

—¿Y a dónde irás si te suelto? ¿Qué harás?

—Desaparecería.

—Soy un experto en ello. —Ella dio un paso detrás él, y él descubrió


que su cuerpo se inclinaba hacia ella. Era automático. Cada respiración, cada
desplazamiento, era una llamada al movimiento que era cada vez más difícil de
ignorar.

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Razón de más para necesitar que se fuera, y necesitaba que se fuera pronto.

—Ya tengo elegido un nuevo nombre y todo —ella le informó.

Él consideró sus palabras por un momento, deseando que pudiera ser tan
fácil como eso.

Pero no podía serlo.

—¿Le darías la espalda a un imperio que podrías gobernar? —preguntó.

—No quiero gobernar.

—¿Y si la gente de ese imperio necesita que gobiernes?

No hubo respuesta.

—¿Los dejarías a su suerte, sea lo que sea que acabe siendo?

Otra pausa, pero luego hubo un silencioso:

—Sí.

Sacudió la cabeza.

—Mentirosa.

Ella lo miró fijamente con la barbilla levantada una vez más con los ojos
brillantes. Pero no estaba en desacuerdo con él.

—Te conozco mejor que eso —dice, aunque deseaba que no fuera cierto.

—¿Qué sabes, precisamente? —le desafió ella.

Él contuvo un suspiro. Habría sido mucho más fácil si no la conociera tan


bien. ¿Cuándo había llegado a conocerla tan bien?

¿Cómo había dejado que eso sucediera?

—Sé que no le darás la espalda a la gente que necesita tu ayuda —le dijo—.

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Y sé que tú sabes que Varen es inestable. Está furioso por lo que cree que es tu
traición, paranoico de que pretendes robar su corona. ¿Y quién crees que soportará
el peso de su ira y su miedo, si no son sus inocentes súbditos?

Se abrazó a sí misma una vez más. La irritación le hizo fruncir las cejas, pero
no respondió a su pregunta.

—Ya no confía en nadie con la magia divina —continuó Elander—, el tipo de


magia que ambos hemos utilizado muy abiertamente contra él ahora. Así que los
marcados divinamente serán atacados con más saña que nunca y pronto la poca
estabilidad que existía en Kethra será destruida.

—Entonces deberías alegrarte, ¿no? A ti se te encargó destruir ese imperio.


Así que, felicidades, parece que estás en camino de conseguir precisamente lo que
querías.

Sus dientes se apretaron en una sonrisa.

—¿De verdad quieres que crea que no tienes intención de luchar contra esa
destrucción?

—No hay nada que pueda hacer. Entonces, ¿qué importa? El Dios Rook quiere
que el imperio se arruine, ¿no es así? No puedo enfrentarme a él.

—Ya estabas preparada para hacerlo una vez —le recordó.

—Sólo para proteger a mis amigos y salvar a Asra —espetó ella—. Y acabé sin
hacer ninguna de las dos cosas. Así que claramente no estoy hecha para el papel de
salvadora o reina o lo que sea que te preocupe que pueda llegar a ser.

Abrió la boca para responder, pero la cerró con la misma rapidez. Esto era...
extraño.

Estaba preparado para luchar con ella. Para intercambiar golpes hasta que
se sintiera justificado en su decisión de destruirla junto con el resto de su familia.
Nunca se le había ocurrido que ella no estuviera dispuesta a luchar.

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¿Era algún tipo de truco?

—Solo quiero desaparecer —repitió. Y no era un truco, o si lo era, era una


actuación muy convincente. El fuego de sus palabras se había apagado. Todo lo que
él escuchaba en su voz era... dolor.

Y odiaba el sonido.

De repente, quiso disculparse.

Pero cualquier disculpa que hubiera podido pronunciar habría sonado hueca
contra los inciertos muros que se alzaban, que se cernían sobre su futuro, y él no
tenía la costumbre de hablar con palabras huecas.

De cualquier manera, no importaba.

No importaba lo que había pasado entre ellos en el pasado.

No importaba si ella quería pelear con él ahora.

—El Imperio Kethran va a caer y la Casa de Solasen con ella —le dijo—. Pero tú
eres un pilar que podría sostenerlo todo. Lo que significa que no tengo otra opción
que tratar contigo, ya sea que tú quieras reclamar neutralidad o no.

Ella lo miró fijamente con una expresión vacía de cualquier emoción que él
pudiera haber leído. Luego se arrodilló, recogió el trozo de cerámica caído y se lo
ofreció.

—Entonces mátame ahora mismo —susurró—. Acaba con esto.

Sus miradas se cruzaron de nuevo. La furia endurecida contra la suave


determinación; el azul oscuro y acerado de sus ojos reflejándose claramente
contra el tono gris más pálido de los de ella. Deliberadamente, Elander respiró
profundamente. Sintió como si el suelo bajo él se hubiera movido y apenas había
conseguido mantener el equilibrio.

—Adelante —dijo.

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Esta mujer.

Maldita sea esta mujer.

—No necesito eso para matarte —gruñó apartando su mano a un lado.


La violencia del movimiento hizo que se le escapara un pequeño grito. La daga
improvisada temblaba en su mano, ahora bajada a su lado, pero manteniendo su
posición.

Ella no se movió cuando él cerró el espacio entre ellos.

Ella no se movió cuando él buscó la mano que había apartado, o cuando cerró
la suya; mucho más grande, sobre ella y la sostuvo hasta que ella dejó de temblar.

No se movió cuando él acercó su cara a la de ella y le recordó en voz baja:

—Podría matarte con una palabra. Con un pensamiento.

—Entonces, hazlo.

—Aún no —murmuró—. Primero, necesito que me ayudes en algo.

—No te ayudaré. Te lo dije. No volveré a cooperar contigo.

Resopló con fuerza.

—Honestamente, ¿alguna vez has cooperado conmigo?

La mano de ella volvió a temblar en su agarre. Ese temblor corrió por su brazo
y por el otro y pronto todo su cuerpo se estremeció contra él y se balanceó un poco;
su agotamiento hizo que su cabeza cayera brevemente, con fuerza, sobre su pecho.
Él pudo sentirla luchando contra el movimiento. Intentando reunir las fuerzas para
alejarse de él.

Debería haber usado su propia fuerza para apartarla.

No debería haberla dejado derrumbarse más contra él, porque le hizo pensar
en la forma en que hace días su cuerpo se había moldeado tan perfectamente

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contra el suyo y en todas las formas inesperadas en que habían encajado... eran
pensamientos que le hacen débil y tonto, que hacían que fuera más suave de lo
que debería haber sido mientras deslizaba una mano contra el costado de ella y la
estabilizaba.

Sus ojos no eran suaves cuando finalmente los levantó para encontrarse con
los suyos; una vez más estaban llenos de fuego. La misma combinación de odio y
furia que había corrido antes por sus venas...

Y el mismo deseo.

No tenía sentido. Pero sólo tenía que bajar su boca hacia la de ella un
centímetro —quizá menos— para que ese deseo imprudente se presionara en el
resto de los caminos juntos, trayendo los labios de ella para que se encontraran
con los suyos. El fragmento de cerámica cayó al suelo mientras ella apretó la parte
delantera de su camisa y se acercó más a él.

Mientras ella tiró, él empujó. Su boca aplastó con más fuerza contra la suya,
con la lengua metiéndose entre sus labios, mordiendo los dientes contra cualquier
resistencia que ella mostrara hasta que se derrumbó contra él y lo dejó entrar. No
era como ningún otro beso que habían compartido antes.

Era violento.

Impulsado por la furiosa hambre y nada más.

Ella se apartó primero con tanto asco y tanta fuerza que estuvo a punto de
tropezar. Él la agarró por el brazo estabilizándola. Los ojos de ella siguieron en sus
labios y él no pudo evitar el tinte de suficiencia en su voz cuando dijo:

—Por un momento, eso se sintió como un poco de cooperación.

—Suéltame —ella gruñó.

Empezó a hacerlo. Tuvo la intención de hacerlo. Pero en lugar de eso, terminó


dudando, como siempre parecía dudar cada vez que pensaba en dejarla ir y la
irritación brilló en su mirada una vez más.

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Y entonces esa irritación se incendió y envió chispas brillantes y crepitantes
en el espacio entre ellos.

La magia del tipo Tormenta.

Ya lo había usado antes, pero sus ojos se abrieron de par en par con sorpresa
cuando se liberó de su agarre y se abrazó a sí misma tratando de reprimir esa magia.

Pero era demasiado tarde.

Ella era demasiado poderosa y más de su poder explotó en el siguiente instante:


las chispas danzantes se convirtieron en rayos de energía que los rodearon a ambos.
Y mientras sus brazos se levantaban a los lados tratando de equilibrarla, esos rayos
se dirigieron hacia arriba con el movimiento. Ella bajó los brazos lentamente y la
magia cayó lentamente también.

Era un control más matizado que cualquier cosa que Elander recordó en el
pasado, lo cual era... alarmante.

La magia de la tormenta se agitó a ambos lados de ella, subiendo y cayendo


en su dirección. Sus ojos se entrecerraron y en ese instante Elander se dio cuenta de
que había sido un idiota al pensar que ella podría haber terminado de luchar con él.

Ella sólo esperaba que él bajara la guardia.

Más electricidad se incendió en el aire, una bola chispeante por cada dedo
que doblaba hacia sí misma, como si le hiciera señas hacia adelante.

—No seas tonta. —Apretó sus propios dedos, preparándose para invocar su
propia magia, aunque no quería hacerlo. No quería luchar de esta manera contra
ella. Abrió la boca, empezó a decirle exactamente eso...

Con un movimiento de su muñeca, una de las líneas de magia se desprendió


de su lado y golpeó hacia su pecho.

Él evitó el ataque. Pero sólo había sido una distracción; un instante después
ella corrió alrededor de él lanzándose hacia la puerta no asegurada, todavía rodeada

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por un escudo de energía eléctrica.

Con una maldición, él levantó una mano hacia el lado derecho de ese escudo
y dirigió su propio poder hacia las corrientes de este.

Drenar la energía de la magia era más complicado que drenar la energía de


un ser vivo; pero este era su reino y su magia era inexperta, así que lo consiguió con
bastante facilidad.

La habitación se enfrió y se obscureció, la neutralizada magia de la tormenta


se disipó en un remolino de humo negro. Apuntó al otro lado de su escudo y se
deshizo de él con la misma rapidez.

Espina tropezó con la repentina fluctuación de poder.

Al instante, él estuvo frente a ella bloqueando su camino hacia la puerta.

Ella recuperó el equilibrio e inmediatamente levantó la palma de la mano


hacia él, con la determinación brillando en sus ojos mientras otro crujido de
electricidad se desprendió y entró en su control.

Lo destruyó tan rápidamente como había destruido las últimas cintas de su


magia.

Ella siguió invocando.

Tenía que detenerla, no sólo su magia y esto él lo sabía; pero la vacilación


todavía se apoderaba de él ante la idea.

Porque sea cual fuera el destino que les esperaba, no quería herirla en ese
momento. Ella ya estaba debilitada, e incluso un indicio controlado de su poder
podría resultar peligroso para ella.

Pero tenía que hacer algo para detenerla antes de que se hiciera daño a sí
misma.

Pareció que se tambaleaba más y más cerca del colapso con cada pedazo de
electricidad que invocaba. Claramente su magia la estaba agotando. Y entonces se

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le ocurrió una posibilidad. ¿Esa era la verdadera razón por la que pareció tan débil?
Tal vez no fueron los aires del Oblivion en absoluto. ¿Había estado secretamente
practicando magia todo este tiempo?

Por supuesto que es eso lo que estaba haciendo.

Su labio se curvó al pensar en ello —esta vez con partes iguales de diversión
e irritación— y la irritación alimentó sus siguientes movimientos. Intentó un dardo
de nuevo, pero él le cortó el paso una vez más y esta vez no dudó en dirigir su magia
hacia su pecho.

Se quedó rígida, con el cuerpo suspendido extrañamente en el aire durante


un momento antes de desplomarse. Él se movió lo suficientemente rápido como
para atraparla antes de que cayera al suelo. Se quedó completamente débil en sus
brazos y su piel se volvió más fría y pálida mientras sus párpados se cerraron.

Tan pronto como tuvo un agarre seguro sobre ella, liberó el hechizo que había
lanzado en su cuerpo. Su piel se calentó casi inmediatamente; pero su respiración
siguió siendo alarmantemente superficial, los latidos de su corazón eran demasiado
lentos y un breve pánico revoloteó mientras la abraza con más fuerza y esperaba a
que se recuperara por completo.

Finalmente, sus ojos parpadearon y se centraron en los de él.

—¡Suéltame!

—Deja de invocar la magia antes de que te mates —le gruñó.

Ella respondió dándole un manotazo en la cara. Chispas frescas salieron de


las yemas de sus dedos. Él agarró su mano y luego la otra empujándolas contra el
frío suelo. Era posible convocar la magia sin moverse, sin ni siquiera hablar; pero
con un poco de suerte, ella no había descubierto aún cómo hacerlo.

Ella luchó contra su agarre. Él apretó más las manos de ella firmemente contra
el suelo, inclinándose hacia ella inmovilizándola por completo bajo su fuerza.

—Para —le advirtió de nuevo.

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Dejó de mover al menos las manos. Pero entonces su cabeza golpeó la de él
y, mientras él estaba ocupado retrocediendo ante eso, la rodilla de ella se sacudió
hacia arriba y chocó con su estómago.

Probablemente debería haberlo visto venir, teniendo en cuenta que ella


había sobrevivido en gran medida sin magia durante más de veinte años antes de
conocerse. Determinada. Esa era la palabra que Tara había usado para ella.

Eso era poco decir, pensó.

Cuando él rodeó su estómago con un brazo, ella se sacudió debajo de él y


salió disparada por la habitación como algo medio salvaje, tropezando y corriendo
hacia la pila de dagas de cerámica rotas. Cogió una y recuperó el equilibrio antes
de volverse hacia él.

Él estba allí para recibirla. Su mano se disparó hacia la de ella tratando de


arrebatar la daga improvisada. Ella se apartó de su alcance en el último segundo y
en el mismo movimiento fluido rodó hacia atrás y golpeó su cuello. Falló su objetivo,
pero el filo conectó con la mandíbula de Elander mientras él trató de evadirla.

Le hizo un corte profundo. La sangre calentó un camino sobre su piel y


el calor le nubló la vista. La agarró por el brazo cuando ella intentó bailar lejos
de él y cayeron juntos, sólo para rebotar y separarse en el instante en el que se
desplomaban al suelo.

Ella se puso en cuclillas frente a él con la daga todavía en su mano.

Pero había terminado con este juego en particular. Y así, mientras su sangre
goteaba hacia abajo, su poder se elevaba, esas sombras del Oblivion respondiendo
a su silenciosa orden de reunirse.

Las sombras no la tocaban. Sólo los espacios a su alrededor se oscurecieron.


Fríos. Aplastantes. Su poder absorbió toda la luz y la vida de la habitación. Toda
la esperanza. Esta oscuridad era normalmente suficiente para hacer que cualquier
humano se desesperara y le rogara que se detuviera.

Luchó durante más tiempo que la mayoría.

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A medida que las sombras se acercaban, se estremeció e intentó en vano
alejarse de ellas. Pero no hubo ningún lugar al que puiera ir. Él vio el momento en
el que ella se dio cuenta de esto; la mirada derrotada, la mirada de agonía que cruzó
su rostro. Ella arrojó la daga ensangrentada en la oscuridad y se dejó caer sobre las
manos, se arrodilló y se llevó la cabeza al pecho.

Rendición.

La muerte gana de nuevo, pensó.

Al menos por el momento.

—Saldré de este lugar —su cabeza siguió agachada, su voz tiemblaba de


rabia—. No he terminado, y tú no puedes retenerme aquí.

Elander cambió su peso a una rodilla. Apoyó las manos contra el suelo y miró
las gotas de sangre que aún resbalan del corte que ella le dejó en la mandíbula.
Sangre que era demasiado roja. Sangre humana.

La realidad de su situación amenazaba con abrumarle una vez más y hacer


que su voz tranquila fuera más fría de lo que nunca había sido con ella.

—Cuando Tara regrese, la enviaré con más comida y agua. Comerás. Beberás.
Te comportarás. No más magia. Y una vez que hayas recuperado tu fuerza y decidas
dejar de ser terca, podremos discutir cómo vas a ayudarme a matar a tu hermano.

—O, alternativamente, tú y todos tus secuaces pueden ir a arder en el más


profundo de los infiernos y yo me asomaré fuera de la puerta principal una vez que
te hayas ido.

Se puso de nuevo en pie. Las sombras que había convocado comenzaron a


dispersarse y a diluirse con el movimiento.

—No puedes desaparecer, Espina. Nada tan brillante y poderoso como tú


simplemente se desvanece sin dejar una marca. No puede ser tan simple.

Ella levantó su mirada lentamente hacia la de él. El fuego casi había

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desaparecido de su expresión y fue reemplazado, una vez más, por el dolor. Él
pensó que esa expresión de dolor en ella pudo ser un truco, pero el hecho de verla
de nuevo movió cosas dentro de él que no quería que se movieran.

—Lo siento —dijo y una parte de él lo sintió de verdad. Ella se quedó callada
un momento, sus ojos se desviaron hacia la ventana. Luego tres palabras suaves,
pero perfectamente claras salieron de ella—: Te odio.

Se estremeció. Se alegró de que ella no lo estuviera mirándolo.

—Bueno, esta ha sido una visita agradable. Pronto te veré de nuevo, estoy
seguro.

Se separaron sin una palabra ni una mirada más. Un instante después de que
salió, el sonido de algo golpeando la puerta y haciéndose añicos llegó a sus oídos.

Una vez que la puerta estuvo asegurada, se apoyó en ella y finalmente se


permitió dar un profundo suspiro.

A pesar de sus anteriores amenazas, no estaba seguro de poder matarla;


aunque quisiera. Su magia... no parecía seguir las reglas de cualquier magia que él
hubiera visto. Cada humano con inclinación mágica que había encontrado había
sido bendecido solo por uno de los dioses o espíritus, lo divino; incluyéndose a
sí mismo, nunca fueron más generosos que eso. Así que ¿por qué parecía tener
múltiples tipos de magia? ¿Y por qué sobrevivió a las cosas que tenía?

¿Qué era ella?

¿Y cómo iba a tratar con ella, de verdad?

DESPUÉS DE SALIR DE LA HABITACIÓN DE LA TORRE, discretamente, Elander se


dirigió camino a sus propias habitaciones privadas para pensar.

Pasaron horas antes de que regresara al lugar donde había dejado a Caden. Y
cuando entró en esa habitación circular alineada con varias puertas a otros cielos,

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encontró que Caden seguía allí, pero no estaba solo; una mujer de pelo rojo brillante
y ojos verdes más brillantes estaba a su lado.

Tara.

La expresión sombría en los rostros de sus dos sirvientes no sugirió que


tuvieran buenas noticias para él.

—Has vuelto —comentó inexpresivamente Elander.

Tara agachó la cabeza en cuanto lo vio.

Él deseó que no lo hiciera. Parecía casi una burla que le mostrara el respeto
que se le debía a un semidios, cuando a cada hora sentía que se alejaba más de esa
identidad.

—La Diosa del Hielo no quería verme, señor. —No respondió. Apenas registró
las palabras; su mente estaba todavía demasiado ocupada dando vueltas a la pelea
que había tenido con Espina.

—Lo siento —dijo Tara más fuerte.

Sacudió la cabeza y forzó un tono tranquilo.

—No importa —le dijo—. Esa Diosa volverá en sí con el tiempo.

Tara asintió; aunque se mordió el labio con inseguridad mientras miraba la


fila de puertas que conducían a los otros cielos.

—¿A quién más podríamos recurrir mientras tanto? —preguntó Caden.

Una pregunta válida. Una en la que Elander probablemente debería estar


centrándose, en lugar de repetir el encuentro anterior con Espina. Pero cada vez
que lograba dejar de pensar por un momento en esa frustrante mujer, lo único que
se le ocurría en su mente eran pensamientos de agotamiento y lo que significaba
ese agotamiento; no se sentía cansado a menudo, pero sentirlo seguía siendo
desconcertante para él.

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Los dioses no se cansaban.

Al menos no así.

Luchó todo lo que pudo, escuchando en silencio a Caden y Tara discutiendo


los planes y opciones que podían intentar a continuación. Esas opciones eran
limitadas; era una corta conversación.

El Dios Rook quería que el Imperio de Kethran fuera destruido. Y no era solo
porque uno de los gobernantes de ese imperio le perjudicó; todo se remontaba a
la razón por la que Malaphar intentó llegar a un acuerdo con un rey humano en
primer lugar: porque ese imperio y sus líderes se alejaron de los antiguos dioses y
su magia, buscaron cada vez más independencia de sus creadores con el paso del
tiempo, un precedente potencialmente peligroso.

Si la magia se desvanecía en Kethra, también podría desvanecerse en otros


imperios. Y sin estos poderes circulando en el mundo, los propios seres divinos se
desvanecerían de él; esa era la razón por la que algunos humanos fueron elegidos y
bendecidos con la magia divina para mantener esa magia fluyendo más libremente,
alimentando continuamente una corriente de poder que florecía mejor cuando no
estaba atado, latente y pudriéndose dentro de los dioses. Los dioses dotaban a la
magia y, una vez que ese don se manifiestaba, se alimentaban de él. Una y otra vez,
era el ciclo natural de las cosas y siempre lo fue.

Pero entonces algunos humanos se rebelaron pensando que podían hacer su


mundo mejor sin esa magia.

Y lo que hicieron fue un desastre.

No significaba el fin de lo divino si Kethra fuera el único imperio que se


rebelaba de esta manera. Pero si otras tierras seguían este ejemplo...

Cuando la conversación de Caden y Tara se interrumpió, Elander se dirigió


a la silla tipo trono que había en la esquina de la habitación y se hundió en sus
cojines. Apoyó los pies en la otomana que tenía delante, inclinó la cabeza hacia
atrás y cerró los ojos.

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—No entiendo por qué la Diosa del Hielo no nos ayuda.

Tara suspiró tras un momento de silencio, haciéndose eco de los propios


pensamientos de Elander.

—Su existencia también está en juego en última instancia.

—Al igual que la existencia de cualquier otro dios o espíritu que la haya
convencido para que se vuelva contra nosotros —añadió Caden.

Elander asintió con la cabeza, pero guardó silencio; aunque una explicación
había atravesado la niebla del cansancio en su mente; era algo que notó que era
cierto tanto para los dioses como para los humanos: demasiados de ellos ignoraban
una espada hasta que la apretaban contra su propio cuello.

Y a pesar de lo que le había dicho a Tara, no estaba seguro de que la Diosa del
Hielo entraría en razón hasta que fuera demasiado tarde.

Entonces, ¿quién es el siguiente?

Llegar a ese bruto Dios del Fuego, Moto, había sido un desastre. Con el rechazo
de la Diosa del Hielo, sólo quedaba la Diosa de la Serpiente, la que los humanos
llamaban Mairu; como una de las cuatro semi deidades que servían a Malaphar
junto a Elander. Estos eran los semidioses que una vez pertenecieron a la misma
corte divina que él y, alguna vez, todos ellos fueron sus aliados más cercanos. Pero
la Diosa Serpiente era extraña, y no era aliada de nadie en estos días; él ni siquiera
estaba seguro de poder encontrarla.

Una vez él también fue cercano a esa Diosa de las Estrellas. Y a la Diosa del
Roble, una deidad de la vida y la curación. Pero a ninguna de estas diosas le gustaba
entrometerse en los asuntos del mundo mortal si podían evitarlo. Dudaba de que
respondieran si las llamaba. Los rostros de sus compañeros dioses, junto con el
débil recuerdo de aquellos lugares divinos por los que una vez había caminado,
siguieron revoloteando por su mente mientras se sumió en algo parecido al sueño.

Minutos después se despiertó por los ruidos apagados de la madera que se


resquebrajaban y estallaban, seguidos pronto por el sonido de un golpe y luego el

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inquietante ruido de lo que muy probablemente era un cuerpo golpeando la pared
de piedra en algún lugar por encima de ellos.

—¿Qué es eso? —preguntó Tara.

—Me preguntaba cuánto tiempo le llevaría hacer esto —dijo Elander, más
para sí mismo que para los demás.

Sintió que Caden se acercaba a él, sintió su mirada; pero Elander no abrió los
ojos ni se movió de su posición reclinado.

—¿Cuánto tiempo le llevaría hacer qué, precisamente? —preguntó Caden.

—Te dije que iba a hacer un caos al salir, ¿no?

—¿Al salir? —Tara repitió débilmente.

—No podemos dejarla ir —advirtió Caden—. El castigo de Malaphar será


inmediato. ¿No estábamos hablando sobre cómo esa mujer podría ser el golpe final
para nosotros? ¿Cómo puedes siquiera pensar en dejarla ir?

Elander abrió lentamente los ojos.

No debía pensar en dejarla ir.

Sin embargo, aquí estaba pensando en ello.

La muerte siempre gana al final, reflexionó para sí mismo una vez más. Este
pensamiento fue constante a lo largo de su existencia; una certeza que le había
empujado había que reconocerlo, hacia un peligroso nivel de arrogancia.

Pero ahora había cambiado el juego.

Y él tenía que ser más inteligente para jugarlo si quería ganar.

—Ha estado practicando su magia cada que no estamos —informó a sus


sirvientes.

Tara se dirigió a las escaleras de la torre disculpándose frenéticamente a

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medida que avanzaba.

—Lo siento, deberíamos haber tenido más cuidado con...

—Espera.

Tara se detuvo inmediatamente, Elander se puso de pie.

—Ella ya ha logrado un impresionante nivel de control sobre esa magia. Si la


dejamos ir, me imagino que lo primero que hará (después de encontrar a sus amigos)
será intentar averiguar más sobre esa magia. Y, francamente, a mí también me
gustaría saber más. Es ese mismo poder que protege a Varen. Puede que tengamos
que descubrir, o dejar que ella descubra, su funcionamiento si queremos utilizarla
para nuestra causa.

Caden se quedó mirando a Tara con los ojos perdidos en sus pensamientos,
un músculo trabajando furiosamente en su mandíbula.

—Sólo quieres dejarla escapar.

Elander no respondió.

Tara apartó la mirada de él, que era lo más cerca que había llegado a estar en
desacuerdo con sus decisiones. Pero a él no le importaba si estaban de acuerdo con
él o no; tenía un plan formado en su mente e iba a seguir con ello.

—Ustedes dos quédense aquí —ordenó partiendo hacia la torre—. Yo mismo


iré tras ella.

Se movió rápidamente, sin dar tiempo a más protestas. Al final de la escalera,


encontró lo que esperaba: la puerta de la prisión destruida. Los tablones de madera
que una vez formaron su centro estaban carbonizados y astillados, el montón
implosionado de ellos yacía en una pila en el suelo. Algunos todavía crepitaban con
la energía de tipo Tormenta.

Ella había logrado una magia lo suficientemente poderosa como para deshacer
tanto la cerradura y el hechizo drenante que dejó en esa puerta.

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Su corazón latió un poco más rápido al pensarlo.

Retrocedió hasta llegar al rellano que conducía a un corto pasillo y luego a


sus propias habitaciones. Era el único camino que podía tomar. El único camino
que no llevaba más allá de la habitación en la que él había estado abajo.

Un guardia —un humano que llevaba la marca divina de la Muerte— estaba


desplomado inconsciente contra la puerta de esas cámaras.

También debería haber otro guardia, pero no estaba a la vista.

No había muchos de estos guardias; no tenía mucho sentido mantenerlos aquí.


No mantenía prisioneros a menudo y esta ubicación y la magia natural del Oblivion
era suficiente para mantener a raya la mayoría de los problemas potenciales. Los
campos de Oblivion se extendían por kilómetros y kilómetros en el exterior de este
pequeño palacio, por lo que, aunque un prisionero podría lograr una fuga inicial,
la posibilidad de llegar al borde del Oblivion y encontrar el camino de vuelta a los
reinos mortales era escasa.

Aunque si alguien pudiera lograrlo, probablemente sería esa diabla testaruda


de mujer.

Estaba un balcón en el lado izquierdo de su amplia habitación. Unas cortinas


blancas rodeaban la salida que conducía a uno de los muchos adornos humanos
que Tara insistió. Esas cortinas se agitaban con el susurro de energía inestable que
siempre flotaba en el aire de Oblivion.

Espina ni siquiera se molestó en cerrar la puerta al salir.

Los escalones condujeron desde el balcón al bajo mundo gris. Elander se


detuvo y se agarró la barandilla del balcón, miró por un momento aquellos campos
desolados.

No había rastro de ella.

Se imaginó que ella no dudó una vez que se decidió a escapar; ya podría estar
a una milla de distancia.

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Se apartó de la barandilla y se dirigió lentamente por las escaleras. Su poder
se desangraba a medida que avanzaba convocando a esas sombras familiares a su
lado.

Y entonces se convirtió en parte de esas sombras.

Se arremolinó sobre su reino durante varias decenas de metros, una caótica


masa de magia oscura que acabó finalmente tomando la forma de una bestia que
se onduló y desgarró en dientes, músculos y ondas de pelaje negro. En largas patas
y garras que tocaron el suelo e inmediatamente se movieron en una zancada fluida
ininterrumpida, incluso cuando dejó atrás por completo su forma humana.

Ya no era un hombre sino un lobo, y con un gruñido rugiendo en su pecho


se arrastró en la oscuridad y acechó a su prisionera fugada.

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Capítulo 3

Traducido por Irais A.

Corregido por Tory

CASIA NO PODÍA VER EL CAMINO MÁS ALLÁ DE UNOS PIES POR DEBAJO DE ELLA,
pero se negó a dejar que eso la detuviera.

Ya había recorrido varios kilómetros. Varias millas de tierra agrietada y muerta


de polvo gris y arremolinado de la magia de la Muerte presionando, sofocando
sus pulmones y pegándose como el aire salado del océano a su piel. Todo parecía
interminable.

Pero ella siguió caminando.

Casi podía oír la voz de Asra, su mentora, en su cabeza empujándola como


siempre lo había hecho durante todos los entrenamientos y misiones difíciles que
habían pasado juntas: la única salida es atravesar.

Ella iba a salir de esto.

Y Cas estaba convencida de que esa era la dirección en la que caminaba. En


realidad, no podía explicarlo, pero dentro del grupo que consideraba su familia, ella
siempre había sido la que tenía el sentido de la dirección, la capacidad de elegir el
camino correcto hacia cualquier destino al que quisieran llegar.

Su mano alcanza distraídamente la cicatriz en forma de luna creciente a lo


largo de la línea de la mandíbula. No era una verdadera marca divina, a pesar de sus
aparentes habilidades mágicas emergentes, ella no tenía esa marca; pero cuando
era niña siempre había fingido que era real, porque los tipo Luna tenían magia que
les permitía ver verdades, encontrar caminos y desbloquear cosas, era un tipo de
poder que siempre había anhelado.

Por el momento, ni siquiera podía ver la luna real por la bruma de magia
oscura y polvo que la envolvía. Pero tal vez...

Trató de levantar la mano, apuntándola hacia la oscuridad. E instantáneamente


se sintió como una tonta. ¿Qué pensó realmente que iba a pasar? ¿Qué rayos de luna
podrían salir disparados de sus dedos y abrir un camino obvio a seguir?

Eso hubiera sido bueno, murmuró en respuesta a sus propias cavilaciones.

Pero claramente eso no iba a suceder.

No importaba; ella haría esto sin magia. Ella podría hacer esto sin magia.
Apretó los puños, los bajó a los costados y siguió adelante.

—Un pie delante del otro —se susurró a sí misma y contó cada vez que su pie
golpeó la tierra seca, apoyándose una y otra vez con cada paso numerado—. Uno.
Dos. Tres. Cuatro... La única salida es atravesar.

Incluso si hubiera poseído magia de tipo lunar, dudaba que pudiera encontrar
la fuerza para convocarla. Ya había usado demasiada magia para escapar de la prisión
en la que había estado encerrada. La magia de la Tormenta que había convocado
antes había astillado la puerta y había roto el hechizo que la rodeaba con bastante
facilidad, pero todavía no entendía sus poderes. Lo que los hacía peligrosos y
difíciles de medir.

¿Cuánta magia estaba enterrada dentro de ella, de verdad?

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¿Cuánto podría sacar con seguridad?

Se sentía como si se hubiera acercado peligrosamente a su límite esta vez.

El agotamiento tiró de sus extremidades. Le rogó que se detuviera. Incluso


por dormir, que era un deseo que rara vez tenía. Pero tenía miedo de que, si se
detenía, nunca podría volver a empezar de nuevo.

Entonces ella siguió adelante.

Muévete, muévete, muévete.

No importaban los pensamientos ansiosos que intentaban presionar


tratando de decirle que era inútil seguir adelante. Esos pensamientos eran ruidosos.
Desagradable. Y con cada minuto que pasaba, su cuerpo se esforzaba más por
separarse de esos pensamientos y tenía que volver a contar sus pasos en voz alta y
recordarse a sí misma que debía resistir.

Resistir, resistir, resistir.

Ella se resistiría hasta que esos pensamientos la abandonaran.

Resistiría y seguiría caminando hasta que encontrara el camino hacia el otro


lado de esto. Hasta que ella y sus amigos encontraran el camino de regreso el uno
al otro como siempre. Zev, Laurent, Nessa, Rhea... Imaginó cada uno de sus rostros
por turno y eso aceleró su paso por lo menos una milla más, al menos hasta que los
recuerdos de lo que había sucedido en el palacio de Varen comenzaron a deslizarse
en su mente.

Sus amigos habían estado residiendo en ese palacio junto a ella, todos
ellos invitados del Rey-Emperador Varen debido a la decisión de Cas de ayudar
a ese gobernante. Invitados de honor, además, con todas las comodidades que
lo acompañan; así como una hermosa recompensa que se les prometió una vez
terminados sus servicios.

Pero eso fue antes de que el rey-emperador se diera cuenta de quién era
realmente Cas: su hermana. La reina perdida, la heredera más antigua y la verdadera

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gobernante del Reino de Melech, todo lo cual técnicamente la convirtió en la
mujer más poderosa del imperio Kethran. Fue antes de que Elander se la llevara
en una tormenta de magia oscura y revelara sus habilidades de cambio de forma,
las habilidades de un Dios frente a los mismos soldados reales que una vez había
comandado. Fue antes de que la gente comenzara a hablar de Cas y a acusarla de
conspirar para reclamar la corona.

Ella no había estado tratando de derrocar a Varen en absoluto. Ella no tenía ni


idea de su propia identidad y la de Elander hasta hace unos días y se lo había dicho
a Varen.

No le había creído, por supuesto.

Debido a esto; una de sus amigas, su mentora, Asra; ya estaba muerta,


asesinada por orden del rey emperador. Y Cas no tenía forma de saber si sus
otros amigos habían logrado escapar de este mismo destino. Le había pedido a
Tara, posiblemente la más amable y complaciente de sus captores, que regresara
a ese palacio y lo averiguara. Le suplicó, de verdad. Pero Tara se había negado
rotundamente a ayudar; le habían ordenado que no se acercara a ese palacio y no
era del tipo que desobedeciera las órdenes.

—No hay tiempo para preocuparse por todo eso —se reprendió. No servía de
nada preocuparse por nada de eso hasta que ella saliera viva de este lugar.

Con una oleada de determinación renovada, aceleró el paso una vez más.
Entrecerró los ojos en la distancia mientras caminaba, tratando de detectar
cualquier cosa que se pareciera a un camino más despejado, o incluso una señal de
que la luz podría estar penetrando las nubes en algún lugar a la distancia.

Pero no había nada más que polvo sin marcas y una terrible oscuridad.

Cien millas en todas direcciones. Le habían dicho que Oblivion se extendía al


menos tan lejos de su prisión; Tara y los demás le habían recalcado esto varias
veces. Intentar escapar sería un suicidio.

Y, sin embargo, aquí estaba Cas intentándolo.

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Bueno, había hecho cosas más estúpidas.

Probablemente.

Caminó aún más rápido, como si pudiera dejar atrás esta última y estúpida
decisión y pronto se echó a correr…

Solo para casi chocar con una pared que estaba allí de repente.

Ella patinó hasta detenerse. Parpadeó varias veces para tratar de darle sentido
a lo que estaba viendo. Su estómago se hundió horriblemente mientras miraba
hacia arriba, hacia arriba y más hacia arriba a la barrera de enredaderas retorcidas
y espinosas que tenía ante ella. No podía ver la parte superior y se extendía tanto
como podía ver a izquierda y derecha.

Detenerse fue un error como esperaba. Con su impulso de avance detenido, sus
músculos comenzaron a protestar en pequeñas contracciones y latidos dolorosos.
Su equilibrio se tambaleó. Maldiciendo, se dejó caer sobre una rodilla y giró la bolsa
sobre su espalda para equilibrarla en su pierna.

Había sacado esa bolsa de la habitación de Elander cuando salía de la prisión.


Dentro, había un vaso de agua que ella había cubierto con un trozo de tela y atado
para evitar que se derramara, una manta hecha de una especie de piel blanca,
un puñado de fruta de aspecto extraño que no pensaba comer a menos que se
desesperara por completo y, por último, un pequeño cuchillo con el símbolo del
Dios de la Muerte grabado en su empuñadura.

El símbolo de Elander.

Sacudió ese último pensamiento de su cabeza mientras consideraba el


cuchillo y la pared frente a ella. No quería darse la vuelta y arriesgarse a perder
la noción de dónde había estado; mejor seguir avanzando, incluso si significaba
cortar directamente a través de las zarzas que tenía delante.

Sacó el cuchillo de su funda de color hueso y se puso a trabajar; cortando y


tirando, pateando, pisoteando y abriendo un camino poco a poco. Cada vez que la
hoja tocaba una sección de una enredadera, esa sección palidecía y se marchitaba

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como si el cuchillo estuviera drenando la energía que aún se aferraba a la planta.
Hizo que esas plantas espinosas fueran más frágiles y propensas a romperse por su
corte; pero permanecieron duras, enredadas y gruesas, tan difíciles de cortar que le
dieron ganas de llorar de frustración.

Después de solo unos minutos de esto, quería renunciar.

Pero ella no pudo.

Varios minutos más y las lágrimas mancharon sus mejillas, e innumerables


espinas rebeldes habían tallado senderos sangrientos sobre su piel; pero había
abierto un camino de al menos diez pies de profundidad en la pared de zarzas.

Ella todavía no podía ver el otro lado.

Había hecho una pausa para recuperar el aliento y estabilizar sus manos
temblorosas cuando de repente sintió a alguien detrás de ella. Ella se dio la vuelta.
Una espina se enganchó en su cabello y tuvo que tragarse una maldición y enjugarse
las lágrimas frescas antes de poder mirar correctamente en la oscuridad detrás de
ella.

No había nadie allí.

Se desenredó el pelo y salió del túnel que había hecho buscando. Ella todavía
no veía a nadie. Esperó, conteniendo la respiración…

Movimiento a su derecha. Sus dedos apretaron el mango de su cuchillo con


más fuerza mientras inclinaba su rostro hacia ese movimiento.

Y finalmente los vio: dos grandes ojos de animales en la oscuridad, brillantes


como estrellas que parpadearon hasta desaparecer cuando la criatura a la que
pertenecían volteo la cabeza lejos de ella.

No escuchó pasos. No había sonidos de sus patas al caminar sobre el polvo.


Pero podía oír el chasquido y el crujido de un cuerpo grande empujando a través
de las cosas secas y muertas que cubrían la superficie de Oblivion. Podía ver las
sombras arremolinándose alrededor de ese cuerpo, los fragmentos de ellos incluso

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más oscuros que la neblina turbia que se cernía sobre este reino.

—Sé que estás ahí. —Mantuvo la voz baja. Un poco más alto y podría haber
traicionado ese temblor que todavía sentía en sus piernas, en sus brazos, en lo más
profundo de su alma.

Ella no tuvo que hablar más allá de eso; un momento después, salió de la
neblina distante y se acercó a unos metros de ella el gran lobo negro que una vez
la había perseguido en sus pesadillas. Él se elevó sobre ella. No podía mirar nada
más; se sentía como si el reino se hubiera derrumbado, aplastado cada vez con más
fuerza hacia ellos hasta que no existía nada fuera de ellos dos.

Ella levantó el cuchillo mientras él se acercaba. No era una gran amenaza,


algo le decía que no le haría mucho daño, considerando que llevaba su símbolo y su
magia, pero aún tenía toda la intención de deslizarlo si él daba un paso más cerca.

Se movió demasiado rápido.

En un instante la rodeó barriendo un anillo de sombras alrededor de su


cuerpo a medida que avanzaba. Las sombras se acercaron más y, de repente, sintió
que se levantaba, balanceándose unos metros sobre el suelo. Apretó el cuchillo con
más fuerza, decidida a no perderlo. Sus ojos se cerraron y su estómago se revolvió
y su respiración la dejó en un suspiro.

Y luego ella estaba volando, no, más como lanzada por el aire, como si
hubiera sido lanzada desde una catapulta. Se detuvo con la misma violencia y cayó
torpemente por el aire unos pocos pies antes de caer y aterrizar con un ruido sordo.

Su mejilla estaba apoyada contra la tierra fría y sólida una vez más. Incluso
sin mirar, supo instantáneamente que no era el mismo terreno en el que acababa
de estar parada; Elander la había llevado a otro lugar.

Era el mismo truco que había utilizado para alejarla del palacio de Varen.

Sus ojos parpadearon y se abrieron, pero al principio solo se encontraron con


más oscuridad. Cuando las sombras se asentaron y se alejaron de ella revelando
una vez más la forma de Elander, se puso de pie y tropezó tan lejos de él como pudo.

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Ella se negó a mirar hacia atrás. Porque no fue tan tonta como para apartar los
ojos de un lobo, y porque ese lobo la había llevado de regreso a su oscuro palacio,
lo sabía, y la vista de ese palacio en ese momento podría haber marchitado la poca
resolución que le quedaba.

Así que miró a la bestia frente a ella en cambio, sin pestañear, mientras el
aire a su alrededor brillaba y temblaba con su transformación. Elander salió de su
forma bestial con la misma facilidad con que uno entra por una puerta abierta. En
segundos, él era esa versión más alta, extraña y aterradora del hombre que había
conocido hacía tantas semanas en este mismo reino.

No habló de inmediato. Parecía como si hubiera querido hablar, y tal vez


ella también lo había hecho, pero cuando sus ojos se encontraron, se convirtió en
una batalla, como sucedía tan a menudo con ellos. Un desafío silencioso para ver
quién podía ser más terco. Y Cas se encontró perdida por las palabras que podría
haber dicho, de todos modos. Había sido impresionante como ese lobo era aún más
impresionante como este ser humanoide que estaba frente a ella, y ella lo odiaba
aún más por eso.

Ella no quería estar asombrada por él.

No quería pensar en lo que él podía hacer, lo que había visto, lo que había
sido. Un Dios. Un dios caído ahora. Pero ¿qué significaba eso? Ella todavía no podía
encajar todas estas diferentes piezas de él en una imagen que tuviera algún sentido.

Quería volver a correr, huir de la confusión, de las verdades a medias, de ese


inmenso y desconcertante poder que irradiaba.

Y quería quedarse, hacerle mil preguntas sobre todo.

Sus ojos se posaron en el cuchillo que todavía tenía en la mano y habló antes
de que ella pudiera decidir qué hacer, las palabras resonando extrañamente en el
aire sofocante de Oblivion: —Primero asaltas a mis sirvientes ¿y ahora también
robas? ¿Tu rudeza no conoce límites?

—Solo lo estaba tomando prestado. —Empujó la bolsa que colgaba de su

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espalda—. Junto con el resto de estas cosas.

—¿Tenías la intención de devolver algo?

—No.

—Entonces... es robo.

Ella reposicionó esa bolsa contra su espalda una vez más, su mirada cortando
hacia él con la misma agudeza que la hoja que sostenía y se encogió de hombros.
—Semántica.

—Bueno, sigue adelante y quédatelo. —Él ignoró su mirada, se centró en


cambio en las yemas de sus dedos que brillaban con una luz azul plateada—. Es
posible que aún necesites esa espada en particular dada la cantidad de soldados
reales que se han estado acercando a la orilla de mi reino últimamente.

Abrió la boca para repetir que tenía la intención de quedarse con todo, pero
luego registró la segunda parte de sus palabras. —¿A la orilla?

Él respondió a su mirada burlona levantando la mano y señalando a su


derecha. La luz plateada se estiró y se retorció lejos de él, abriéndose camino a
través de la oscuridad, absorbiendo las sombras nebulosas de Oblivion a medida
que avanzaba.

Cas dio un paso hacia ese camino recién despejado, brevemente hipnotizado
por él. Miró hacia arriba, vislumbró una media luna contra un cielo azul medianoche
y luego bajó la mirada al final del camino que había hecho Elander a una puerta
curva que reflejaba los rayos de la luna. Reconoció el hueso retorcido y el hierro
de esa barrera. El símbolo en su centro. Las paredes negras se extienden a ambos
lados. Esa puerta...

Elander la había sacado casi hasta el final de Oblivion. Esto tuvo que haber
sido un truco.

Ella giró la cabeza hacia él. Trató y falló de leer la expresión en blanco en su
rostro. Las palabras salieron de su boca como una acusación: —Esa es la puerta del

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Olvido.

—Sí —respondió con calma.

—No entiendo. ¿Me estás ayudando a escapar?

—La alternativa, al parecer, era verte consumirte obstinadamente en esa


torre. Y a pesar de todas las formas en que me molestas, en realidad no tenía ningún
deseo de presenciar algo así. —Ella se mantuvo perfectamente quieta.

—Tienes que irte —dijo— antes de que los demás se den cuenta de lo que
estoy haciendo.

Perfecta quietud por otro momento, pero luego dio un paso hacia atrás hacia
la puerta. Otro. Y otro. Finalmente, ella comenzó a apartarse de él con la intención
de correr, pero su corazón dio un vuelco y la detuvo con la misma rapidez. —Espera
un minuto.

Él la miró exasperado.

Ella lo ignoró como solía hacer y continuó con su pregunta: —¿Qué te pasa si
me dejas ir?

La pregunta pareció tomarlo por sorpresa, como si no hubiera esperado que


a ella le importara de una forma u otra en este momento.

A ella no debería haberle importado.

—No importa —dijo en voz baja—. Me imagino que nos volveremos a


encontrar pronto, de todos modos.

—Dudo que lo hagamos.

Arqueó una ceja.

—Te dije que planeo desaparecer por completo.

—Puedes intentarlo.

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Ella marchó unos pasos hacia él antes de que pudiera detenerse. —Puedo
tener éxito. No tienes idea de lo que soy capaz.

—Tengo una idea —dijo inexpresivo. Ella lo fulminó con la mirada y un lado
de sus labios se arqueó hacia arriba cuando cerró el espacio entre ellos por última
vez—. Pero confía en mí en esto. —Se interrumpió. Levantó la trenza desordenada
que cubría su hombro, movió la punta entre sus dedos y pareció estudiar el pálido
mechón de cabello por un momento antes de que su mirada de otro mundo volviera
a la de ella.

Sus pulmones ardieron de repente, de alguna manera se había olvidado de


respirar.

—No hay ningún lugar al que puedas ir donde no pueda encontrarte —le dijo.

Por un momento, solo un momento, ella quería que esto fuera cierto.

Encuéntrame de nuevo, pensó, porque incluso después de todo lo que había


hecho, después de todo lo que le había ocultado, su cuerpo aún reaccionaba a
su toque, a su voz, de una manera que no podía evitar. Su mirada todavía veía
demasiado de ella. Era inquietante y no estaba convencida de que no fuera más de
su magia en acción.

—Y cuando sea el momento adecuado —dijo—, te encontraré de nuevo.

—Eso todavía no responde a mi pregunta de antes —dijo, apartando la mirada


de sus ojos antes de que el hechizo pudiera agarrarla con más fuerza—. ¿Qué pasa
con ese Dios superior al que respondes? ¿Qué pasa si lo haces enojar?

Él se rio en voz baja, aunque por el rabillo de su visión ella pensó que lo
vio retroceder visiblemente ante la pregunta. Pero cuando ella lo presionó, él solo
suspiró y dijo: —Mujer ridículamente obstinada; ¿Podrías darte prisa y marcharte
antes de que cambie de opinión?

Ella no se movió.

—Bien, entonces me iré —dijo secamente—. Confío en que puedas encontrar

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el camino desde aquí.

Ella asintió. Una vez. Apenas. Pero fue suficiente para terminar la conversación,
lo suficiente para que se volviera y se alejara de ella. Solo había dado unos pasos
antes de que ella lo llamara: —Espera.

Esperó, aunque era obvio que no quería. —¿Qué pasa ahora?

Su agarre en su cuchillo robado se apretó y soltó una y otra vez mientras


trataba de obligarse a hablar.

¿Por qué le había pedido que esperara?

¿Por qué fue tan difícil alejarse de él? Debería haber corrido hacia esa pared
y saltar por encima de ella, al igual que lo había hecho la primera noche que se
conocieron en este horrible lugar.

Pero en lugar de eso, seguía mirando fijamente a este hombre que había
conocido, este dios, o lo que fuera y de repente se escuchó a sí misma preguntar
en voz baja: —No todo fueron mentiras, ¿verdad? ¿Todo lo que pasó entre nosotros?

Él la miró fijamente. Dudó tanto que la espera le provocó un verdadero dolor


físico en el pecho. Luego finalmente dijo: —No, Espina. No lo fue.

Ella asintió de nuevo. Sus ojos cayeron al suelo. Bloqueado en él. Su mente
corría, corría y corría como solía hacerlo, siempre demasiado cerca de perder el
control. Pero luego, de alguna manera, encontró la fuerza para levantar la mirada,
más preguntas listas para salir de ella...

Él ya se había ido.

El camino que le había revelado a esa puerta se estaba oscureciendo una


vez más en su ausencia, amenazando con desaparecer y ella perdería el rumbo si
intentaba seguirlo ahora.

Apretó su mano contra su pecho, presionó un puño contra su corazón inquieto


y palpitante como si eso pudiera presionarlo para someterlo y obligarlo a disminuir

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la velocidad. Se acabó, Elander se había ido, estaban terminados. No tenía sentido
hacer una escena al respecto. Tenía cosas más importantes que hacer.

Así que respiró hondo y luego se dio la vuelta y corrió hacia el borde de
Oblivion.

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Capítulo 4

Traducido por Irais A.

Corregido por Tory

A la mañana siguiente amaneció frío y gris, y con su respiración entrecortada y sus


piernas exhaustas protestando a cada paso, Cas se tambaleó hacia el pequeño claro
del bosque donde ella y sus amigos habían establecido su escondite más reciente.

Era lo único que podía haberla hecho seguir adelante en ese momento: la
idea de volver a casa. De ver esa casa con sus contraventanas y tejas desparejas.
De respirar su aire familiar que olía a maderoso y delicioso, una combinación del
incienso que Rhea siempre estaba quemando y los restos azucarados y salados de
los experimentos de cocina de Nessa.

Entonces el viento cambió, y el olor a humo se dirigió hacia Cas en su lugar.

Ese olor era débil, una especie de hedor persistente, pero inconfundible.

El terror apretó su corazón.

Minutos después, corrió hacia el claro y su miedo se confirmó: ese escondite


al que ella y sus amigos habían llamado a casa durante los últimos años se había...
ido.

Se había reducido a un marco de madera carbonizada que parecía


peligrosamente a punto de derrumbarse. Trozos de ceniza revoloteaban y se
arremolinaban con la brisa. La mayoría de las cosas que no se habían convertido
en cenizas parecían estar retorcidas y derretidas más allá del reconocimiento. Unas
pocas pilas más grandes de escombros continuaron ardiendo y chisporroteando
mientras las gotas de lluvia caían del cielo de acero.

Cas sintió como si alguien le estuviera agarrando la garganta. Sus rodillas se


doblaron. Casi perdió el equilibrio. Se recuperó y logró un solo paso. Y luego otro.
Un pie tras otro una vez más, y una vez más este método la llevó adelante a pesar
de su ansiedad, a pesar de las advertencias disparándose a través de su cabeza.

No era seguro estar aquí.

Se las había arreglado para esquivar a los soldados que merodeaban por la
Puerta de Oblivion con bastante facilidad; solo había algunos de ellos. Y el camino
que se alejaba de esa entrada y atravesaba el bosque de Valshade no era muy
transitado; este claro había sido elegido para su escondite y les había servido bien,
en parte por esta misma razón.

Qué suerte tenemos de tener este lugar, les recordaba a menudo Rhea. Pero su
suerte, al parecer, se había acabado.

Los hechizos que una vez protegieron este lugar claramente se habían roto.
Quien fuera el responsable de romperlos, de causar esta destrucción ardiente, aún
podría estar cerca. Sabiendo esto, Cas aceleró su paso una vez más mientras se
acercaba al armazón quemado de la casa.

Las ramitas se partieron en el bosque distante.

Se quedó paralizada, su bota se equilibró sobre el umbral carbonizado de la


puerta principal.

Solo un animal de algún tipo, se dijo a sí misma, incluso mientras seguía


escaneando los espacios entre los árboles, buscando movimiento.

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Lentamente apartó los ojos de los árboles y continuó saltando por encima
de lo que quedaba de la puerta, que descansaba en una pila astillada y deformada
sobre el suelo cubierto de ceniza.

No se permitió concentrarse en ninguna de las otras pilas por las que tenía
que navegar; tenía miedo de lo que pudiera ver. Los recordatorios de todo lo
que había perdido se arremolinaron en esas cenizas a su alrededor, tratando de
presionar. Su garganta todavía estaba apretada. Las lágrimas seguían amenazando
con acumularse en las esquinas de sus ojos y seguía frotándolas con rabia. Esas
lágrimas tendrían que caer más tarde una vez que estuviera en un lugar más seguro.

Se dirigió hacia el acogedor loft que una vez le había servido de dormitorio.
La estrecha escalera que conducía a ella estaba parcialmente quemada; a la mitad
superior le faltaban la mayoría de los peldaños. Movió lo que quedaba de ella,
lo colocó contra la pared adyacente y luego trepó lo más alto que pudo antes de
empujar esa pared y saltar hacia el piso del desván.

Sus manos agarraron el borde de ese loft, apenas. Las vigas chamuscadas
crujieron y gruñeron cuando ella se incorporó y rodó hacia su dormitorio. Se quedó
sobre manos y rodillas y se arrastró hacia su cama y el cofre a su lado, avanzando
con cuidado por el suelo dañado que parecía que iba a ceder en cualquier momento.

Ese cofre escondido en la esquina había sobrevivido el fuego con poco daño.
Pero cuando lo abrió, estaba vacío. Sus libros se habían ido. Sus cuchillos, sus
venenos, sus cristales mágicos, todo había desaparecido. Revisó debajo de la tabla
del piso suelta bajo ese cofre, escaneó el compartimiento oculto que una vez había
tenido preciosas cartas y cartas...

Vacío.

Pero quedaba una cosa: un pequeño trozo de papel descansando sobre el


esqueleto ennegrecido de su cama, de alguna manera sin quemar, su color de un
blanco extrañamente brillante entre las cenizas.

Una tarjeta de visita.

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Tenía una muy buena suposición de a quién pertenecía; sólo podía pensar en
un tipo de Fuego que se habría alegrado de firmar con su nombre esta destrucción
de su hogar: Savian Mano Negra.

Y ella tenía razón; reconoció su firma de inmediato cuando extendió la mano


y tomó la delgada tarjeta entre sus dedos. Dio la vuelta a esa tarjeta y leyó:

En nombre de su majestad,

el rey-emperador Varen,

el único gobernante verdadero de Kethra.

Ella comenzó a arrugar la nota en su puño. Se detuvo y luego se lo metió en el


bolsillo para mostrárselo a sus amigos si los encontraba de nuevo.

No, no si.

Cuándo.

Buscó entre los escombros de su dormitorio por última vez. Salió con las
manos vacías por última vez y luego soltó una maldición antes de regresar al borde
del desván.

Debería haber anticipado esa carta y esta destrucción, supuso. Porque


ahora ella era oficialmente una amenaza para el trono. Todavía no había pasado
por ninguna ciudad adecuada desde que dejó Oblivion, pero tenía la sensación
de que las fotos de su rostro junto con una oferta de recompensa por su captura
probablemente estaban esparcidas por esas ciudades en este punto.

Mano Negra no sería la única que perseguiría una recompensa a costa de su


vida.

Razón de más por la que necesitaba un disfraz si iba a recorrer el imperio y


encontrar a sus amigos. Esa era la razón por la que se había arriesgado a regresar
aquí, por supuesto; porque había esperado que fuera la forma más rápida y barata
de conseguir los cristales de tipo Mimic que le permitirían cambiar más a fondo su

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apariencia. No eran baratos ni fáciles de conseguir, pero se las había arreglado para
acumular un pequeño alijo y los había usado en innumerables misiones antes de
hoy.

Pero ahora ese alijo se había ido.

La lluvia caía más rápidamente ahora. Golpeó contra lo que quedaba del techo
y enviando corrientes de agua a través de los lugares donde el fuego había devorado.
Una sección del techo quemado, goteando e hinchado, se hundía peligrosamente
entre Cas y el borde del desván. Como si sus ojos fijos en él lo hubieran indicado,
un trozo se soltó cuando pasó por debajo. Se hizo a un lado, evitando por poco un
diluvio de polvo y rayos humeantes y astillados. Casi se cae por el borde del desván
en el proceso, pero se agarró a sí misma con una mano y logró bajar su cuerpo hasta
la mitad del piso antes de caer a un aterrizaje discordante.

Se enderezó, se limpió el polvo y la ceniza de las rodillas y miró a su alrededor.

Incluso con los sonidos de la lluvia y el viento y el estallido de la madera


humeante, parecía tan... silencioso.

Tan extraño.

Si era honesta consigo misma, una parte de ella también había esperado
tener suerte al regresar aquí. Que sus amigos de alguna manera la habrían estado
esperando en los escalones de la entrada de su casa y, al verla, se habrían levantado
de un salto y corrido a abrazarla. Habrían discutido y la habrían ridiculizado por las
cosas que había hecho, los errores que había cometido; pero luego todo se habría
convertido en risas, lágrimas y algo... más fuerte. Algo más cálido. Algo familiar.

Una esperanza tonta, lo sabía.

Pero cuando se le dio la opción entre ser una pesimista y ser una tonta, Cas
generalmente eligía lo último, una de las muchas cosas por las que Zev disfrutaba
burlándose de ella.

Luego fue a su habitación. O lo que quedaba de ella, al menos. Tuvo que


volver a comprobar para asegurarse de que estaba en el lugar correcto, porque no

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se parecía en nada a lo que debería haber sido; el techo faltaba casi por completo, la
pared exterior se había derrumbado hacia adentro y todos sus muebles; el escritorio
y la cama con su cabecera en el que había pasado horas y horas tallando diseños, no
eran más que trozos de madera ennegrecida.

Pero debajo del lugar donde una vez estuvo esa cama había una tabla suelta
como la que ella había creado en su propio dormitorio. El compartimento debajo
era más profundo que el de su habitación y contenía una pequeña caja de metal.

Sabía dónde encontrar esta caja, porque él le había dicho que estaba allí
hace unos meses. Había sido un momento de desesperación durante un trabajo
para el que habían sido contratados; habían estado rastreando algunos animales
desaparecidos en nombre de un cliente y, sin saberlo, se habían encontrado
atrapados en el escondite de los Bloodhands, uno de los gremios más notorios del
imperio.

Si ella hubiera sobrevivido y él no, Zev le había ordenado que le diera el


contenido de esa caja a su hermana, Rhea. Cas no había preguntado qué había
en la caja, no había habido tiempo. Pero si hubiera estado almacenando cristales
mágicos ilegales en algún lugar, supuso que habría estado allí.

Desafortunadamente, un poco de excavación y cambio reveló que los tesoros


ocultos de Zev, fueran lo que fueran, también se habían ido.

—Maldita sea. —Cas se balanceó sobre sus talones con un suspiro.

Cada lugar vacío que había encontrado solo se había sumado al vacío que
crecía en la boca de su estómago. Sintió ese vacío expandiéndose dentro de ella,
haciéndola sentir entumecida y tan liviana como el humo persistente a su alrededor,
como si pudiera cerrar los ojos y alejarse flotando de todo esto si tan solo cediera a
ese sentimiento.

Quédate, se recordó a sí misma, dando golpecitos con los dedos en la ceniza


junto a su bota.

Ella se puso de pie. Luego se metió en la habitación de Laurent y luego en

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la de Rhea y Nessa. Dentro de estas habitaciones finalmente tuvo un poco de
suerte; encontró una bolsa de cuero más grande y resistente que la que le había
robado a Elander y descubrió un puñado de cosas útiles para poner en ella: botes
de ungüentos curativos, algunas prendas de ropa que solo habían sufrido daños
menores por el humo, un cuchillo extra y un cristal solitario que brillaba con magia
de hielo. Incluso descubrió uno de los viejos arcos de Zev aplastado debajo de una
losa de pared caída. Tendría que conseguir flechas en algún lugar; pero el arco corto
estaba en buenas condiciones, al menos.

Regresó a la sala principal y continuó abriéndose camino entre las cenizas y


los escombros, buscando más cosas que pudiera salvar; aunque sabía que era una
pérdida de tiempo.

Una peligrosa pérdida de tiempo.

Sus amigos claramente no estaban aquí, ni había más cristales mágicos.


Había encontrado algunas cosas útiles para llevar. Todo lo que quedaba eran objetos
sentimentales derretidos y quemados que ella realmente no tenía los medios para
cargar, y ¿no les había enseñado Asra siempre a no apegarse a los objetos materiales,
de todos modos? Era un buen consejo que Cas siempre se había esforzado en seguir.

Pero había una última cosa que necesitaba encontrar antes de poder seguir
adelante.

Se dirigió al largo pasillo en la parte trasera de la casa. Conducía a lo que una


vez había sido la habitación de Asra, y los recuerdos de esa mujer se apoderaron
de Cas tan pronto como vio lo que una vez había sido la enorme ventana detrás de
la cama de Asra. El marco alrededor de esa ventana se había quemado y se había
doblado. Su vaso ahora yacía en pedazos en el suelo. Arruinados, como tantas otras
cosas. Y la cama en sí, las paredes, las cortinas... desaparecieron.

Ido, ido, ido.

Cas había estado protegiendo su mente contra esa palabra durante días. Cada
vez que intentaba colarse, hundir sus garras en ella, se distraía concentrándose en
invocar magia. Momentos después de que Elander y sus secuaces la encerraran en

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esa torre de Oblivion, había tomado esta decisión: convertiría su dolor en poder. No
pensaría en el rey emperador, ni en la espada en las manos de su soldado, ni en la
sangre, ni en el último y doloroso suspiro que Asra había logrado.

No pensaría en lo que había perdido.

Solo se concentraría en aprender a usar esa magia que dormía dentro de


ella para poder proteger lo que le quedaba. Había demostrado ser terapéutico; sus
poderes emergentes requerían tanto de ella que dejaba poca energía para que los
pensamientos ansiosos y los miedos se alimentaran.

Pero cuando trató de invocar esa magia ahora, su cuerpo le recordó, de nuevo,
que había alcanzado el límite físico de ese poder; su intento de invocar chispas de
magia de tormenta en sus manos solo resultó en hacerla sentir tan mareada que
casi perdió el equilibrio.

Esos recuerdos del asesinato de Asra se sentían como una bestia tangible
apiñándose en el espacio detrás de ella, respirando por la parte posterior de su
cuello mientras se movía hacia la ventana rota. Luchó contra un escalofrío. Cayó
sobre manos y rodillas. Apretó los dientes y comenzó a buscar a través de las
cenizas y los trozos de vidrio, a través de los restos rotos y derretidos de la colección
de campanillas de viento que una vez había colgado fuera de la ventana de Asra.
Estaba buscando una parte de una campana en particular, una campana que se
había hecho ella misma como regalo de cumpleaños años atrás.

Mientras buscaba, se preparó para otro espacio vacío. Pero para su sorpresa,
después de un momento encontró lo que estaba buscando, perfectamente intacto
y brillando entre los escombros: un pequeño amuleto de color azul plateado con
cuatro joyas blancas en su cara. Esas joyas siempre le habían hecho pensar a Cas en
las últimas estrellas que colgaban cuando llegaba el amanecer y el cielo comenzaba
a aclararse.

No tenía ningún valor monetario real; sus joyas eran falsas, Zev había insistido
en que las probaran años atrás, pero sujetarlas en su mano siempre hacía que Cas
se sintiera segura. Había dormido con él debajo de la almohada cuando era más

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joven, y luego se lo dio a Asra con la esperanza de que también pudiera mantener a
salvo a su mentora enferma.

Así que ahora también le hizo pensar en Asra.

Lo desenganchó del cilindro de metal en el que lo había colgado. Salió con


bastante facilidad; sus habilidades de artesanía cuando tenía diez años habían sido
cuestionables en el mejor de los casos; aunque si le hubieras preguntado a Asra
sobre el asunto, ella habría dicho que Cas era un artista para todas las edades.

Cas empujó el amuleto profundamente en el bolsillo de su abrigo. El peso


de ella contra su costado la aterrizó y le dio el valor para comenzar a moverse de
nuevo.

Casi había regresado a la sala de estar cuando el crujido de la madera la hizo


detenerse.

Esta vez no fueron los árboles distantes; claramente venía del interior de la
casa.

Cas silenciosamente colocó su moño y su bolso recién adquiridos en el suelo,


y luego sacó el cuchillo que Elander le había dicho que guardara. Silenciosamente,
se arrastró de un segmento en ruinas de la pared al siguiente mirando a través de
los espacios quemados y estirando el cuello para ver alrededor de vigas apenas en
pie, hasta que...

Allí estaban, reunidos sobre las ruinas de la puerta principal.

Cuatro de ellos. Tres hombres, una mujer; todos ellos con uniformes que
llevaban alguna forma del escudo de la familia real, el de un tigre que se cría sobre
sus patas traseras, con las fauces abiertas de par en par. Cas se enfermó al verlo.
Pensar en el hecho de que ella podría haber usado el mismo emblema cuando era
niña.

Los soldados se reían silenciosamente. Pateando los escombros sin una pizca
de remordimiento o empatía entre ellos.

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—Parece que tenía razón sobre esta contratación en particular —dijo el más
alto de los tres hombres—. Este poco de trabajo sucio se resolvió con una rapidez
impresionante.

—Por suerte para nosotros —respondió otro.

—Barre los terrenos cercanos junto con la casa. —La voz de la mujer estaba
cortada. No parecía tan divertida por la destrucción como sus compañeros
soldados—. Asegúrense de que no haya señales de nuestro objetivo. Y apresúrense:
Su Majestad querrá nuestro informe completo esta tarde y también Fallenbridge; es
probable que necesiten nuestra ayuda allí antes de que termine el día.

La diversión se desvaneció de las expresiones de los hombres ante la mención


de Fallenbridge.

¿Qué estaba pasando ahí?

Toda la conversación hizo que Cas se sintiera incómoda. Se arrodilló y se


acercó más al trozo de pared detrás del cual se escondía, trazando mentalmente
posibles rutas de salida mientras continuaba mirando al grupo por el rabillo de su
visión. Guardianes de la paz. Ese fue el nombre que se les dio a estos soldados que
se ocupaban de asuntos civiles. Lo que, aparentemente, ahora incluía asegurarse
de que las casas de los enemigos del rey emperador hubieran sido debidamente
incendiadas.

¿Qué más había quemado Varen desde la última vez que lo vio?

Cas no había olvidado rápidamente la terrible furia que había ardido en los
ojos de Varen cuando se dio cuenta de quién era ella. Era el tipo de furia que temía
que pudiera incendiar todo el imperio, y ahora las palabras de Elander susurraron a
través de sus pensamientos: ¿Quién crees que soportará la peor parte de su ira y miedo,
si no sus súbditos inocentes?

Él tenía razón, sospechaba, y por los dioses cómo odiaba admitir eso.

Pero ese era otro lío complicado que tendría que solucionar una vez que
estuviera en un lugar más seguro. Escapar era el asunto más urgente en ese

71
momento, especialmente ahora que el fuerte ruido de las botas se estaba haciendo
más fuerte, cada vez más cerca.

Cas apretó el cuchillo en su mano con más fuerza.

Ella quería pelear. Para hacer que estos cretinos pagaran por su cruel
indiferencia, por la forma en que habían estado pateando tan descuidadamente las
cenizas de su antigua vida.

Pero fue lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que


probablemente había más soldados acechando cerca. Y ella era superada en número
de cualquier manera. Trató de convocar una chispa de magia, con la esperanza
de poder igualar las probabilidades... pero no, todavía no convocó nada excepto
mareos.

Tan pronto como su visión se estabilizó de nuevo, se arrastró hacia atrás


para agarrar su bolso. Metió el lazo corto en él, lo fijó todo firmemente contra su
espalda y corrió por el pasillo que conducía a la habitación de Asra. Esta vez se
obligó a no mirar el cristal roto e ignoró el tintineo y el timbre de las campanillas
rotas y derretidas cuando sus botas las golpearon. Después de un cambio precario
a través de los escombros, saltó y luego salió por la ventana rota y corrió a través de
la hierba resbaladiza por la lluvia.

Un hombre se lanzó frente a ella.

Cas no dudó; no podía darle tiempo para pedir refuerzos. Ella se retorció fuera
de su alcance mientras él desenvainaba su espada.

Él se encrespó tras ella.

Pero ella era más pequeña, más ágil incluso con la pesada bolsa a la espalda,
y se las arregló para rodearlo por detrás y golpear con el cuchillo sus omóplatos.

Él se dejó caer mientras ella se balanceaba, por lo que ella solo logró un golpe
superficial, lo suficiente para cortar su grueso jubón de cuero y su camisa y cortar
la piel debajo.

72
Pero cuando la hoja tocó la piel de ese hombre, el poder irradió del arma.

Fue una oleada de magia tan enorme que Cas dejó caer el cuchillo. Lo atrapó
mientras caía y lo sostuvo con más fuerza esta vez, sus ojos se agrandaron mientras
veía cómo su poder se filtraba en el lugar que había cortado a través de la espalda
del soldado. Un corte tan pequeño, pero que ahora drenaba, la magia de la Muerte
se estaba apoderando del cuerpo del hombre, convirtiendo su piel a un espantoso
tono blanco.

Segundos después, se desplomó sobre la tierra húmeda.

Otro soldado salió del bosque y se precipitó hacia ella. Su mirada se fijó en
el rostro pálido del soldado caído e inmóvil en el suelo. Luego parpadeó hacia ese
cuchillo en la mano de Cas, que ahora estaba envuelto en hebras de luz blanca y
humeante que lo hacía parecer casi como si la hoja hubiera atrapado el alma del
hombre caído y la hubiera sacado.

Ese segundo soldado tropezó y se detuvo.

Cas se recuperó más rápidamente. Levantó el cuchillo de la Muerte hacia él


y, cuando él retrocedió por reflejo, recorrió un ancho camino a su alrededor y luego
se lanzó hacia los árboles.

Corrió hasta que ya no pudo ver con claridad. Hasta que cada una de sus
respiraciones cortó un camino ardiente por su garganta y sus piernas amenazaron
con colapsar y luego un solo paso descarriado y tambaleante la envió a toda
velocidad hacia un gran tronco. El impacto estuvo a punto de arrancarle el cuchillo
de su agarre una vez más, pero de alguna manera se mantuvo firme. Apoyó la frente
contra la áspera corteza y trató en vano de recuperar el aliento.

Con el corazón todavía latiendo con fuerza, levantó la cabeza y giró esa hoja
salpicada de sangre una y otra vez en sus manos. Su magia era increíblemente
poderosa claramente... pero Elander la había dejado quedársela, como si realmente
quisiera que ella tuviera los medios para protegerse.

¿Por qué le importaría si ella estaba protegida, si finalmente planeaba matarla

73
junto con el resto de su línea de sangre real?

Otro lío más que necesitaba desenredarse.

Gritos en la distancia. Haciendo una mueca, Cas se apartó del árbol y siguió
avanzando, tambaleándose. Ella conocía estos bosques mejor que esos soldados,
sin duda. Conocía la curva exacta del Briarfell Creek que brillaba justo delante,
con sus racimos de lirios blancos y rocas cubiertas de musgo. Conocía el grupo
de colinas que se elevaban un poco más allá. Y, lo que es más importante, sabía
que había una pequeña cueva escondida al otro lado de una de esas colinas, casi
imposible de encontrar a menos que la estuvieras buscando: un posible escondite.

Los gritos detrás de ella se hicieron más fuertes. Saltó el estrecho arroyo y
corrió hasta la cima de la primera colina. La lluvia había cesado, pero el suelo seguía
traicioneramente resbaladizo. La niebla había entrado y se había asentado en las
pendientes de la tierra debajo de ella; por lo que, por segunda vez ese día, no podía
ver lo que había delante; pero no podía soportar la idea de darse la vuelta.

Siguió avanzando y llegó al pie de la tercera colina, donde el suelo se volvió


más rocoso; guijarros sueltos mezclados con duros ríos de piedra caliza que brillaban
a la lúgubre luz del día. Siguió ese terreno rocoso, tratando de obtener una imagen
mental clara del escondite hacia el que corría. Casi había llegado ... Una fila de
soldados emergió de la niebla ante ella.

Varios más entraron desde la izquierda y la derecha. El clamor de botas y


voces en la distancia se hizo aún más fuerte. Más cerca. No había vuelta atrás ahora.

Ella estaba atrapada.

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Capítulo 5

Traducido por L. Herondale

Corregidor por Tory

HABÍA SOLO CINCO SOLDADOS FRENTE A ELLA, los que pudo ver ya que los
contornos borrosos de los cuerpos a su izquierda y derecha eran demasiados para
contar.

Entonces Cas cargó hacia adelante, el cuchillo de Elander se aferró con fuerza
en su mano.

El soldado más cercano a ella se enfrentó a su ataque sin vacilar, sus dedos se
enroscaron alrededor del mango de su propia arma. Mientras se movía para sacar
su espada, Cas se apresuró.

Parecía sorprendido por la imprudente velocidad con la que ella se movía.

Pero Cas podría darse el lujo de ser imprudente, porque solo obtuvo un
rasguño de ese cuchillo de la Muerte para desatar su magia.

Sus ojos se fijaron en los dedos del soldado. Ella apuntó a la piel expuesta de
allí, pasando el cuchillo por sus nudillos antes de girar. Y, aunque esta vez se había
preparado para eso, se sorprendió de nuevo por la velocidad en la que la magia de
la Muerte dejó su cuchillo y se apoderó de su objetivo.

Hebras vaporosas de aquella magia teñida de gris y blanco se tejieron desde


el borde de la hoja y se zambulleron en el corte. El corte absorbió la magia y en un
instante la mano del hombre se había convertido en la de un enfermo con un matiz
pálido, y en el siguiente instante la enfermedad se había apoderado de su brazo, su
cuello y su rostro.

Se convulsionó breve y violentamente antes de desplomarse en el suelo.

Cas hizo su mejor esfuerzo para no mostrarse inquieta por esto. Mantuvo una
compostura casual mientras el cuchillo permanecía levantado a su lado girando
con la promesa de su magia y claramente preparado para atacar de nuevo.

La mayoría de los otros soldados habían disminuido la velocidad ante la


espantosa vista de su primer ataque, salvo uno, un hombre bruto, alto con cabello
rojo flameante y una espada negra como una noche sin estrellas.

—¡Baja el arma! —exigió el pelirrojo dirigiéndose hacia ella con esa espada
negra desenvainada y lista.

Cas tranquilamente hizo más espacio entre ella y el cuerpo drenado. Su mirada
recorrió las filas de soldados que se encontraban a cada lado de ella y entonces se
limitó al pelirrojo.

—¿Por qué? —preguntó ella—. Las probabilidades ya son terriblemente


injustas; debería al menos usar un arma, ¿no?

Su tono descarado atrajo una combinación de incredulidad y miradas


enfurecidas.

El pelirrojo aceleró el paso teniendo un agarre más dominante con las dos
manos en su espada mientras se apresuraba hacia ella.

Cas esquivó su golpe. Ella intentó contrarrestar con una estancada propia,
pero él era demasiado rápido; ella apuntó a su estómago impactando sólo aire. Su

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equilibrio fue desbalanceado. Solo por un momento, pero eso era todo lo que el
pelirrojo necesitaba.

Se lanzó detrás de ella y su bota aterrizó en la parte baja de su espalda.

Ella se echó hacia adelante, protegiéndose a sí misma justo antes de que


su cara se estrellara contra el borde áspero de una roca. Su muñeca y la rodilla
derecha se llevaron la peor parte de la caída. Esa rodilla de inmediato se contrajo en
resistencia mientras trataba de retrocederla y enfrentar a su atacante. Inhaló con
fuerza cuando el dolor se disparó a través de su pierna.

El pelirrojo se encontraba frente a ella en el siguiente respiro, acechándola


con su espada desenvainada una vez más.

Ella levantó su mano vacía hacia él deseando que algún tipo de su propia
magia, cualquier tipo de ella, despertara y la protegiera. Esa magia no llegó.

Pero el golpe de la espada del pelirrojo tampoco lo hizo, porque el cuerpo


del hombre dio una sacudida repentina y antinatural. Dejó caer su arma y cayó de
rodillas. Desplomándose hacia adelante. Asfixiado y se quedándose sin aliento.

Después de una breve lucha para mantenerse erguido, él perdió cayendo


de bruces al suelo y Cas finalmente fue capaz de ver el por qué había caído para
empezar: dos flechas las cuales sobresalían de la parte posterior de su cuello.

Una de esas flechas se desprendió cuando golpeó el suelo. Una fuente de


sangre brotó de la herida. La fuga escarlata atrajo la mirada de Cas, la sostuvo
durante un segundo demasiado largo y, al momento siguiente, otro soldado estaba
sobre ella, su espada extendiéndose hacia abajo en un arco vicioso.

Aún con una mueca por el dolor en su rodilla, Cas se hizo a un lado y luego
se puso de pie de un salto. La espada precipitada golpeó el suelo rocoso con un
terrible rasguño metálico, atascándose en el barro de guijarros el tiempo suficiente
para darle a Cas una oportunidad de tambalearse más lejos.

El soldado desprendió su arma y se movió para seguirla.

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Pero Cas había logrado encontrar el equilibrio para este punto, por lo que
estaba preparada, su cuerpo inclinado para lanzar una puñalada precisa en el muslo
del hombre cuando se abalanzó sobre ella.

Esta vez no vio cómo funcionaba la magia de la Muerte. En el instante en el


que sintió que la hoja perforó a través de la ropa y alcanzó la piel, se dio la vuelta y
empezó a avanzar de nuevo. Las flechas de alguien habían derribado a dos soldados
más en la línea que se encontraba delante de ella.

Ella todavía era superada en número, pero ahora esa línea estaba
dispersándose, los soldados trataban frenéticamente de determinar quién más
los estaba agrediendo y de dónde. Algunos juraron que la mayor parte de las
flechas procedían de la izquierda. Otros buscaban a su derecha y se separaron lo
suficientemente lejos del grupo de la izquierda creando un camino ancho entre
ellos.

Cas vio esa apertura entre esos grupos y corrió.

Ella no pensó más allá de esto. Ella ni siquiera se detuvo a considerar por sí
misma de dónde podrían haber venido aquellas flechas, lanzadas desde... no hasta
que captó un destello de verde pálido ojos en el bosque delante de ella.

Otra flecha se elevó desde algún lugar justo por encima de aquellos ojos,
golpeando a una mujer que había comenzado a perseguir a Cas.

Aquellos orbes de color verde pálido parpadearon y luego desaparecieron.

Ojos de zorro, Cas se dio cuenta de que era la criatura a la que pertenecían. Se
dio la vuelta, saltó hacia los árboles y vislumbró una cola tupida con puntas negras
a medida que avanzaba.

Silverfoot.
Su corazón se hinchó y las lágrimas brotaron de sus ojos una vez más.

Pero esta vez eran lágrimas de felicidad y alivio. Porque si Silver estaba aquí,
entonces significaba que Rhea seguramente también lo estaba. El zorro y su magia
proporcionaron vista a su vieja amiga, vista que era lo suficientemente nítida y

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precisa para ayudar a Rhea a disparar una flecha tras otra a aquella multitud de
soldados que perseguía a Cas.

Cas se apartó del camino que sospechaba que la habría llevado a la percha
de tiro con arco de Rea; ella no querría liderar a ningún soldado en aquel lugar. Las
flechas continuaron disparando desde esa dirección, pero claramente venían de la
otra dirección también.

Entonces Rhea no estaba haciendo este caos sola.

Cas sonrió ante el pensamiento. Sus amigos eran expertos en crear caos.

Era una habilidad que había demostrado ser útil una y otra vez, y este caso
no fue diferente; pronto, Cas se había alejado demasiado de los soldados distraídos.
Los sonidos de sus intentos dispersos de encontrar a los arqueros ocultos se
desvanecieron en el fondo.

Quería desesperadamente volver para encontrar a esos arqueros ella misma,


para asegurarse de que sus amigos estuvieran realmente bien, pero ella sabía que
era mejor no actuar según sus miedos; ellos sabían lo que estaban haciendo. Sus
amigos, sin duda, tenían una ruta de escape planeada, siempre tenían una ruta de
escape planeada para cada misión y, si Cas interfiriera, ella solo sería un factor extra
que Rhea y los demás no habían tomado en cuenta. Y eso podría llevar al desastre.

Silver la había visto, Cas estaba casi segura de eso. Rhea sabía que ella estaba
allí. Es mejor seguir corriendo y reunirse con ellos después de que todos se hayan
separado de esos soldados.

Con los pensamientos de su reencuentro en mente, Cas se apresuró haciendo


todo lo posible para ignorar el dolor punzante en su rodilla. Ese dolor provocaba
ocasionalmente pasos tambaleantes; pero ella apretó los dientes y presionó a través
de él, pronto los árboles a su alrededor comenzaron a disminuir. Delante de ella
estaba el gran camino del sur; ella escuchó el traqueteo de los carros y el repiqueteo
de cascos cada vez más fuerte mientras que detrás de ella había silencio.

Finalmente disminuyó el paso y se arriesgó a echar un vistazo sobre su

79
hombro.

Y ella fue golpeada inmediatamente desde el costado. Alguien la sujetó por la


cintura y la estrelló en el suelo del bosque. Rodaron a través de hojas y ramas y Cas
terminó de espaldas. Ella había levantado el cuchillo de Elander hacia la cabeza de
su agresor en un instante.

Era una mujer la que la había atacado; cortinas de brillante cabello negro
enmarcaban unos ojos verde oscuro que brillaban con picardía y labios rojos que
se curvaban en una sonrisa astuta. Esos ojos color jade se abrieron un poco al
vislumbrar el cuchillo que sostenía Cas.

—¡Espera! ¡No!

Cas reconoció la voz melosa y ella se dio cuenta entonces de que la mujer que
la inmovilizaba estaba disfrazada con magia.

—Nessa.

—¡Sorpresa! —Nessa soltó una risita a pesar de la cuchilla peligrosa que


todavía flaqueaba en el aire a solo unos centímetros de distancia de su cabeza.

Cas rápidamente dejó caer el cuchillo, su estómago se retorcía ante la idea de


lo que casi había hecho.

—Dios, a veces olvido lo rápida y silenciosa que puedes ser.

—Es una habilidad —dijo Nessa sonriendo ampliamente mientras agarraba


algunos mechones sueltos del cabello de Cas.

Cas casi le devolvió la sonrisa, era contagiosa a pesar de su disfraz, era la


sonrisa de Nessa, pero el sonido de los soldados que se acercaban las alcanzó
primero.

—Deprisa —susurró Nessa levantando a Cas de un tirón antes de meter algo


en su mano, un cristal Mimic.

Cas no perdió tiempo en susurrar el hechizo para activarlo.

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Ella ya estaba corriendo cuando la magia comenzó a funcionar, así que para
cuando ella y Nessa salieron corriendo de los árboles y se encontraba en una andana
polvorienta de esa gran carretera del sur, Cas no era más una joven alta de cabello
gris y ojos pálidos. En cambio, su piel era de un tono castaño leonado y su cabello
de un tono profundo de castaño rojizo.

—¡Encantador! Los ojos azules y las pecas te quedan bien —dijo Nessa
mirando el rostro recién disfrazado de Cas antes de enganchar su brazo y darle un
pequeño apretón.

Entonces tuvieron un poco de buena suerte; una caravana de comerciantes


ambulantes pasó por allí y las dos fueron capaces de incorporarse a esta empresa
sin mucha atención.

Un grupo de soldados reales emergió del bosque y confrontó esta caravana


minutos después, pero para entonces Cas y Nessa habían ocultado sus armas y la
magia todavía disfrazaba por completo sus verdaderas identidades. Los soldados
iban a través de varias rondas de interrogatorios con la diversa gente de la caravana.
Cas y Nessa evitaron hacer contacto visual. Mantuvieron sus respuestas breves,
pero no agresivas y los soldados finalmente siguieron adelante. El corazón de Cas
siguió latiendo con fuerza durante varios minutos después, hasta que Nessa se
acercó y le enganchó el brazo una vez más.

Magia cálida y relajante inundó el espacio entre ellas. Cas miró las manos
enguantadas de Nessa; ella apenas podía distinguir el indicio de una marca brillante
debajo del tejido negro de aquellos guantes.

Cas no dejó que sus ojos se detuvieran. Era peligroso fijar la atención a ese
símbolo en forma de pluma en la mano de Nessa. Eso marcaba a su amiga como
alguien que naturalmente llevaba magia divina, aunque fuera sólo la magia del
espíritu de la Pluma, un espíritu menor débil asociado con la comodidad y la
claridad. Cas le habría insistido a Nessa que detuviera su magia de inmediato si no
hubiera estado tan desesperada por ambas cosas.

Después de aproximadamente una milla de camino, desaceleraron el paso

81
y secretamente se separaron del resto de la caravana. Nessa se deslizó fuera de la
carretera un momento después haciendo señas a Cas para que la siguiera. Condujo a
Cas a una tranquila arboleda de pinos altísimos, donde vieron una criatura familiar
atada a un árbol caído: Rose, uno de los caballos que también habían convocado a
su antiguo escondite casa.

—¿Ves? Volvimos. —Nessa le dijo a la yegua a modo de saludo. Rose relinchó


feliz cuando Nessa se estiró para rascarle entre las orejas.

Mientras las miraba, Cas logró por primera vez respirar tranquila, se había
tomado lo que parecía una eternidad.

Todo esto parecía sacado de un sueño.

Ella estaba viva. Nessa estaba viva. La lluvia había cesado. El sol emergente
brillaba con luz y calor a través de la humedad de los árboles y tal vez era la magia
de Nessa todavía en acción, pero la oscuridad de la pesadilla del Oblivion y todo lo
demás fue olvidado por un momento.

—Estoy tan alegre de que estés bien, por cierto. —Nessa fue hacia Cas y la
envolvió en un abrazo adecuado apretándola tan firmemente que Cas sintió como
si todo lo que había perdido estuviera siendo presionado de nuevo en su lugar—.
Todos tenemos recompensas en nuestras cabezas en este punto, pero la cruzada de
Varen contra ti ha sido algo aterrador de presenciar; pensé que eras mujer muerta.

—No esta vez. —Cas la sostuvo con fuerza por otro momento, deseando que
ese sentimiento pudiera durar antes de que ella finalmente a regañadientes la
soltara, se hizo hacia atrás para poder ver el rostro de Nessa—. Pero ¿qué hay de los
demás?

—El punto de encuentro está en Fallenbridge, al sur de la plaza, cerca de lo


que solía ser el Templo de Leyak. Rhea nos verá allí. No está lejos; Rose debería ser
capaz de llevarnos a ambas.

—¿Y Zev y Laurent?

—Ya se encuentran allí. —Nessa seguía sonriendo, pero sus ojos estaban

82
nublados de lo que parecía ser preocupación mientras se alejaba de Cas y comenzó
a atender a Rose y su rumbo.

Cas pensó en la conversación que había escuchado por casualidad en su


escondite en las ruinas.

—¿Está sucediendo algo malo en Fallenbridge? —Nessa terminó de ajustar


el casco de Rose y distraídamente pasó los dedos por el cabestro de cuero por un
momento antes de que ella respondiera.

—Más manifestaciones, me temo.

—¿Manifestaciones?

—Oh, cierto. Supongo que no lo sabrías. —Hizo una pausa y visiblemente se


armó de valor antes de continuar—. Um, hace dos días, Varen envió un pequeño
ejército de guardianes de la paz a Herrath. Acorralaron a docenas de personas
marcadas divinamente y se las llevaron a alguna parte. No estamos seguros a
dónde. Solo que no los hicieron volver y que hizo anuncios a la gente de Herrath
asegurándoles que estas personas eran tomadas porque representaban una
amenaza para los no identificados.

—¿Una amenaza?

—Los marcados divinamente están planeando una revolución, según Varen.


Ha anunciado que eran responsables de la enfermedad que se desvanece todo el
tiempo, y le ha dicho a todas las personas que tú y el capitán Elander estaban
trabajando con el mismísimo Dios de la Muerte para orquestar cosas. Para robar la
corona de Varen, incluso, porque según Varen, también afirmas ser la hija perdida
de Cerin y Anric de Solasen. Lo que es una tontería, ¿verdad?

Sí, quería gritar Cas. Es una tontería absoluta. Todo aquello. Pero no parecía
poder abrir la boca para hablar. Su silencio hizo que los ojos de Nessa se agrandaran.

—Esa última parte no es... no es cierto, ¿verdad?

83
—No sé. Está en mi lista de cosas por resolver. Pero yo ciertamente no estaba
clamando ni planeando derrocar alguien. —Sus oídos ardieron ante la acusación—.
Varen es simplemente paranoico, creo. Y está tratando de hacerme ver como una
villana.

—Lo pensamos mucho, por eso decidimos investigar estas demostraciones


más a fondo...

Cas podía decir que había más cosas que Nessa no quería decir.
Afortunadamente, por lo general, no se necesita mucho más que una mirada severa
para hacer que esta mujer Feather se rompa, así que Cas fijo en ella ese tipo de
mirada.

—Es solo, bueno, hay mucha gente susurrando que es verdad. —Nessa
continuó, de mala gana—. Y algunos están diciendo que el Dios de la Muerte antes
mencionado apareció y que luchó junto a ti y Elander la noche en que Asra murió...

Cas exhaló un suspiro lento y tembloroso.

—Eso no es exactamente lo que sucedió.

—Entonces, ¿qué pasó esa noche? ¿Y en dónde está el capitán Elander? ¿Él
está bien?

—Él… —Trató de pensar en una palabra adecuada para usar, pero nada podría
haber resumido todas las formas de que él no estaba bien—. Él también está en mi
lista de cosas por descubrir.

—Parece que tenemos una gran lista por resolver.

—Sí. Es toda una larga historia y preferiría contarla solo por un tiempo, una
vez que estemos todos juntos de nuevo, tal vez.

Nessa parecía decepcionada, pero después de una pausa, intentó otra sonrisa.

—Bien. Y todos volveremos juntos en el Fallenbridge.

—Exactamente. —Cass le devolvió la sonrisa, aunque duró poco—. ¿Han

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intentado rastrear a los marcados divinamente que fueron detenidos en Herrath?

—Lo intentamos, pero no llegamos a ninguna parte. Laurent cree que han
sido asesinados. Yo... lo escuché hablar con Rhea respecto a eso.

Cas tragó saliva. ¿Cómo podía ser posible que todo se haya vuelto tan horrible,
tan rápido?

La magia que cubría los ojos de Nessa pareció parpadear durante un momento
y Cas vislumbró una mirada más familiar debajo. Conocía bien esa mirada amplia e
inquisitiva; Nessa quería que dijera que Laurent estaba equivocado. Que no había
manera de que Varen habría ordenado tales ejecuciones.

Porque era una locura, ¿no?

Y Varen no era su padre ni su abuelo. Él se había alejado de las formas bárbaras


de aquellos antiguos gobernantes. Era más inteligente, más racional. Demasiado
racional para reiniciar un guerra sangrienta contra los marcados.

Cas había comenzado a creer todo esto durante el corto tiempo que había
pasado con ese rey-emperador; pero, por alguna razón, ahora no se atrevía a decir
estas cosas.

Ya no sabía qué creer.

—De todos modos... —Nessa continuó una vez que quedó claro que Cas
no podía encontrar las palabras—. Esa es la otra parte del por qué decidimos
venir a Fallenbridge, esperábamos de que pudiéramos encabezar las próximas
manifestaciones antes de que reclamaran cualquier vida. No es un concierto de
pago ni nada por el estilo esta vez; pero me sentí obligada después de todo lo que
pasó, ¿sabes?

—Sí, me siento igual.

—Así que nos unimos a algunos otros y condujimos a algunos soldados fuera
de la ciudad anoche. Pero las palabras en el viento dicen que hoy será peor. Dicen
que el mismo Varen hará acto de presencia. No estamos seguros de lo que está

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planeando, pero…

A Cas le picaba la piel como si de repente se hubiera vuelto demasiado


pequeña para su cuerpo. Necesitaba seguir moviéndose. Vio dos alforjas a poca
distancia escondidas debajo de la misma saliente de roca que había mantenido
seca parte de la tachuela de Rose.

Fue a recogerlas y luego se puso a asegurarlas en el caballo.

—No te preocupes —le dijo a Nessa a pesar de que la preocupación estaba


excavando su camino profundamente en su propio cuerpo y mente—. Iremos a
Fallenbridge y veremos qué está sucediendo por nosotras mismas. Resolveremos
las cosas.

Nessa logró asentir.

—¿Cuántos días han pasado desde que dejé el palacio, por cierto? —preguntó
Cas dándose cuenta entonces de que ella realmente no lo sabía. Entre la confusa
atmósfera de Oblivion y sus propios pensamientos confusos, había perdido la pista.

—Seis —dijo Nessa en voz baja, pero sin dudarlo—. Todos los han estado
contando. Zev se aseguró alrededor del día cuatro aproximadamente que te habías
ido para siempre.

—Tan poca fe en mí —dijo Cas con un bufido.

—Se alegrará cuando se dé cuenta que está equivocado por una vez —dijo
Nessa con una pequeña sonrisa.

—Bueno, apresurémonos y demostremos que está equivocado, ¿de acuerdo?

Nessa le dio a su caballo otra frotación en la nariz. Una máscara de una


determinación sombría se apoderó de sus rasgos mágicos.

—Sí, vamos.

86
Capítulo 6

Traducido por L. Herondale

Corregidor por Tory

CABALGARON POR LAS CALLES DE COBBLESTONE DE FALLENBRIDGE una hora


después, dejaron a Rose con el mozo a una cuadra de una posada en el borde de
la ciudad junto con las más incomodas de sus armas y suministros, luego las dos
continuaron a pie hacia la plaza central.

La niebla flotaba junto a ellas esparcida contra los edificios, oscureciendo


a los grupos de personas que se dirigían fuera de las tiendas. Era difícil contar
los cuerpos entre aquella niebla; pero Cas sintió como si no hubiera tantos como
debería haber, considerando la hora tardía de la mañana.

—Nos hemos quedado allí las últimas dos noches —explicó Nessa señalando
con la cabeza hacia la posada que casi había sido tragada por la niebla.

Solo las dos linternas junto a la puerta sostenida por estatuas regordetas de
Leyak, el espíritu menor asociado con la prosperidad y la riqueza, todavía estaban
claramente visibles. Cas no se sorprendió por las palabras de Nessa; Cederic, el
propietario, era un viejo amigo de Rhea. Él los había ayudado a esconderse en el
pasado cuando las misiones habían ido mal.
—Probablemente necesitaremos seguir adelante después de esta noche. —
Pensó en voz alta—. Dos noches seguidas son lo suficientemente arriesgadas para
Cederic. Terminará con una recompensa por su cabeza también.

—Estoy de acuerdo —Nessa bajó la voz—. Ya nos habríamos ido si Varen no


estuviera programando hacer una presentación.

La piel de Cas se erizó de nuevo ante la mención del rey-emperador y tuvo


que cerrar brevemente los ojos contra el pánico que trató de subírsele por el pecho
y cerrarle garganta cada vez que se imaginaba su rostro.

Estaban por llegar a su destino cuando un alboroto repentino frente a ellas


las hizo congelarse; los gritos vinieron primero y luego una mujer dio vuelta en la
esquina y corría directo hacia ellas.

Cas agarró el brazo de Nessa y la apartó de la calle a un callejón lleno de


pilas de materiales de construcción que parecían haber sido reunidas para la tienda
parcialmente renovada de la esquina. Se agacharon detrás de una pila de madera
y vieron como la mujer corría por la calle adyacente, sus ojos se agrandaron con
horror mientras lanzaba varias miradas sobre su hombro.

Segundos después, un grupo de soldados la siguió.

Cas contuvo la respiración hasta que escuchó el sonido de una colisión: las
furiosas órdenes de uno de esos soldados, los gritos desesperados de la mujer, las
silenciosas y nerviosas charlas de los espectadores, luego se asomó con cautela
para ver a la mujer ser derribada al suelo por un par de soldados.

Cristales mágicos de hielo parpadearon en el aire alrededor del combate de


lucha libre de los soldados.

Dos soldados más estaban sobre ella en el siguiente instante, presionando su


cara en la tierra y asegurando sus manos detrás su espalda con un par de grilletes,
grilletes que reprimían magia a juzgar por la velocidad en la que el hielo en el aire
brilló a lo lejos.

Nessa miró alrededor del hombro de Cas, jadeó, y luego inmediatamente se

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dirigió hacia aquella mujer amable de Hielo.

—Espera —siseó Cas a pesar de que ella misma hace solo un instante quiso
lanzarse a aquella calle.

Forzó varias respiraciones profundas para calmarse y señaló a la mirada


angustiada de Nessa la docena de soldados extra que trotaban tras la mujer.

Todas las manos de los soldados descansaban sobre sus espadas, preparados
para retirarlas como si hubiera una necesidad real de hacerlo, como si esa mujer no
estuviera ya sujeta y horriblemente superada en número.

Nessa se hundió de nuevo en su escondite mordiéndose el labio.

—Demasiados para pelear.

—Parte de ganar la guerra significa elegir las batallas correctas —murmuró


Cas.

Otra cosa inteligente que Asra solía decir y Nessa asintió a regañadientes
ante el recordatorio. Caminó cautelosamente de nuevo, lo suficientemente lejos
para mirar de forma encubierta.

Cas observó con ella, no parecía hacer que sus ojos dejarán de fisgonear.
Parecía importante dar testimonio de lo que estaba sucediendo, incluso si se sentía
impotente para hacer algo al respecto en este momento.

La mujer intentó levantarse. El intento le ganó un golpe en la cara. La mujer


maldijo y escupió, incluso desde la distancia, Cas vio lo que parecían salpicaduras
de sangre volando contra la calle gris.

Su estómago le dio un vuelco repentino. Sus manos temblaban. Las apretó en


puños y las empujó hacia abajo contra el suelo roto y arenoso debajo de ella.

Abajo, abajo, abajo.

Pero aún estaba subiendo, como el suelo sacudido violentamente por un


terremoto: el recuerdo de su propio encuentro con los soldados reales en una calle

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concurrida no muy diferente a la anterior de la de ella ahora.

El mordisco de los látigos con punta de metal. Las motas de su sangre


manchando la piedra. El sentimiento de impotencia...

Cerró los ojos. Levantó su tembloroso puño para tocar la cicatriz en forma
de medialuna contra su mandíbula. Trazado los bordes de esa cicatriz para que
tuviera algo físico en lo que concentrarse, algo para abrumarla y mantenerla en
tierra. Sintió la presión contra su mejilla. La calidez se apoderó de su rostro en un
instante, como si acabara de salir de las sombras a la luz del sol. Pero ella no se
había movido. Ella no podía moverse. Apenas podía respirar, no hasta que aquel
calor impregnó su piel y llenó su pecho, sus pulmones, sus huesos. Cortó sus fríos
y terriblemente pesados recuerdos
​​ de una manera que parecía… mágica.

Como magia tipo Pluma.

Sus ojos se abrieron y encontró la frente de Nessa presionada contra la de


ella.

—Quédate conmigo, ¿eh?

Cas asintió. Consiguió una respiración profunda y luego otra. Oyeron pasos
y ambas se apoyaron contra la pared y se mantuvieron perfectamente quietas
mientras los soldados reales desfilaban por su escondite una vez más, esta vez
arrastrando a la mujer de hielo detrás de ellos.

—Sigámoslos —dijo Cas apartando la mirada de la sangre que goteaba por la


barbilla de esa mujer.

—De cualquier manera, algo me dice que se dirigen hacia Varen.

Esperaron hasta que los soldados hubieron doblado la esquina y desaparecieran


de la vista, luego dejaron su escondite y disimuladamente los persiguieron.

Pronto se demostró que el instinto de Cas era correcto: los soldados llevaron a
aquella mujer tipo Hielo al centro de la ciudad, donde una multitud estaba reunida
y esperando, presumiblemente, el discurso del rey emperador.

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Se había erigido una plataforma frente a la fuente que estaba en la plaza
central. El mismo Varen no estaba por ningún lugar a la vista, todavía no; pero Cas
sospechaba que se había instalado en la gran casa blanca adyacente a la plataforma;
guardias flanqueaban en la entrada a esta gran morada. Dos banderas con el escudo
de la familia Solasen colgaban sobre esa entrada a cada lado de la puerta, pesadas
y húmedas; pero aun ondulaban ocasionalmente en la brisa.

—Que amable de su parte, por señalarnos el objetivo él mismo —murmuró


Nessa.

—Él cree que no tiene nada que temer —Cas susurró de vuelta—. O está
fingiendo que no tiene miedo, al menos.

Yo también puedo fingir que no tengo miedo, pensó. He tenido mucha práctica
de ello.

Vieron como los soldados de la calle hacía marchar a su prisionera tipo Hielo
a la parte de atrás de la casa blanca. Ahora, aquella mujer estaba sometida, sus
movimientos eran tambaleantes y antinaturales. ¿La habían drogado de alguna
manera?

Cas comenzó a seguirlos para descubrirlo, hasta que Nessa le recordó que
tenían otros planes, otras personas por encontrar.

—Tienen que estar por aquí en alguna parte —le dijo Nessa—. Aunque lo más
probable es que todavía no luzcan como ellos mismos.

Entraban y salían de la multitud reunida, Nessa murmuró para sí misma y


trató de recordar cómo los cristales de Mimic habían transformado las apariencias
de sus amigos.

—Creo que por allá está Rhea...

La voz de Nessa se apagó cuando hubo un movimiento por la casa blanca;


los soldados que custodiaban la entrada habían levantado sus espadas. Las
mantuvieron en alto, sus rostros permanecieron severos, hasta que el silencio cayó
sobre la multitud.

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Entonces la puerta se abrió.

Las nubes se movieron en lo alto en ese mismo instante cubriendo aún más
la débil luz del sol haciendo que la cara de Varen fuera difícil de encontrar entre las
sombras.

Pero Cas no necesitaba verlo.

La había cazado con tanta frecuencia que podía imaginarla claramente:


Sus ojos fríos color tierra, la siempre curiosa inclinación de su cabeza, la sonrisa
demasiado inteligente, las ondas de cabello que eran más ligeras que las de ella
habían sido cuando era niña; pero aun sosteniendo los mismos matices de rojo.

Se dirigió al centro de la plataforma temporal. Ajustó su corona negra


plateada pasando sus dedos alrededor de los bordes que se curvaban como garras
de tigre hasta su punto central. Dio una breve y discreta señal a los guardias que se
encontraban al pie de la plataforma.

Y luego simplemente se quedó allí por un momento, su sonrisa leve como


si le diera a la multitud frente a él la oportunidad de obtener una mirada clara de
admiración.

Nessa le dio un suave empujón.

—¿Estás bien?

Cas asintió. Era mentira y probablemente Nessa lo sabía; Cas no estaba bien,
pero estaba preparada. Implacablemente, había ensayado este momento una y
otra vez en su mente. Ella lo había sabido, solo sería cuestión de tiempo antes de
que ella tuviera que verlo de nuevo.

Y aquí estaba él, aunque mucho más rápido de lo que a ella le habría gustado:
el otro hombre que había traicionado su confianza de manera imperdonable,
devastadora. El único responsable del asesinato de Asra. El que había puesto
recompensas en las cabezas de sus amigos y en la de ella. El rey-emperador del
imperio Kethran. Su enemigo.

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Su hermano.

—¡Buena gente de Fallenbridge! —su voz era extrañamente suave para


alguien dando un discurso.

Pero, de nuevo, rara vez lo había visto levantarla mucho más fuerte que eso.

—Les hemos pedido que se reunieran aquí hoy para que podamos poner fin a
algunos de los disturbios que nuestras ciudades justas han estado experimentando
últimamente.

La multitud aumentó aún más mientras Varen continuaba hablando,


colectando a los aldeanos que pasaban como pájaros carroñeros hasta la carroña.

—Probablemente hayan escuchado los rumores de que los marcados


divinamente entre nosotros pretenden reavivar una guerra que terminó décadas
atrás —dijo Varen—. Una guerra que, no necesito recordarles, devastó nuestro
imperio y destrozó a nuestros amados cuatro reinos en piezas. Piezas que mi familia
recogió humildemente y, para este día, hemos hecho lo mejor para mantenernos
unidos.

—Bueno, esa es una interesante simplificación excesiva de historia —


murmuró Nessa.

—No sabes ni la mitad —respondió Cas más para sí misma que para Nessa.
Nessa la miró con curiosidad. Pero esa era otra conversación que tendría que esperar
para un lugar más seguro y un mejor momento.

Una vez que pudo recuperar el aliento, Cas pensó que ella podría contarles
a todos sus amigos la verdad que había aprendido mientras estaba en Oblivion:
que el padre de Varen, Anric de Solasen, había asociado un trato con uno de los
tres Moraki, el Dios de Anga, Rook. Ese Dios superior había usado sus poderes
para ayudar a Anric a derrocar los otros reinos, efectivamente haciendo a Anric
y después a su hijo un rey emperador. A cambio, Anric había jurado detener la
opresión de las personas marcadas que su propio padre había comenzado y para
crear un imperio donde la magia divina fuera celebrada en lugar de denigrada. Pero

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el rey-emperador no había mantenido su parte del trato.

El resultado fue un dios superior furioso y un imperio maldito con una


enfermedad que había estado devastando a la población de los no mágicos durante
décadas.

Un desastre, en otras palabras.

Y el hombre que se encontraba en lo alto de esa plataforma estaba continuando


con el trabajo de su padre, tomando ventaja de aquel desastre.

Por supuesto la multitud que la rodeaba no tenía forma de saber todo esto;
la corte de Solasen había trabajado duro para hacer girar la historia de una manera
que los hizo parecer los salvadores en lugar de los instigadores. Por eso, demasiados
miembros de aquella multitud asintieron con entusiasmo junto con lo que decía su
gobernante. Era irritante, pero Cas no se atrevía a enfadarse con ellos. Ellos estaban
asustados.

Y el miedo hacía que la gente se aferrara incluso a verdades cuestionables,


supuso.

Un silencio cayó sobre esas personas una vez más y Varen continuo:

—Incluso se ha hablado de que los propios dioses caminan entre nuestro


reino mortal una vez más, atacando a mi soldados y a nuestras ciudades y dejando
la enfermedad en sus estelas.

Esto generó la respuesta más entusiasta hasta el momento; cada rostro


entre la multitud, incluso los que parecían escépticos volvieron su atención hacia
adelante y esperaban con la respiración contenida las siguientes palabras de Varen.

—Lamentablemente, estos rumores son ciertos.

Los jadeos llenaron el aire, seguidos de una pánica y chismosa charla. Varen
levantó una mano y el silencio cayó una vez más, como un interruptor.

Los tenía bajo su completo control.

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—Por eso estoy aquí para tranquilizarlos hoy. Como su rey y emperador,
quiero que sepan que estamos haciendo todo lo que esté a nuestro alcance para
protegerlos de la amenaza provocada por la magia divina. Magia que ha dividido
nuestras tierras, que ha oprimido a personas anónimas como yo, como tú, y eso
ha traído la enfermedad desvanecida en nuestros hogares. Magia peligrosa que mi
familia ya ha buscado noblemente erradicar en el pasado. La lucha continúa contra
eso. Y la erradicación será completada esta vez.

La furia saltó a través de su sangre, y Cas tomó varios pasos hacia él antes
de darse cuenta de lo que estaba haciendo. Podría haber marchado todo el camino
hasta esa plataforma y abordar a Varen incluso con la multitud mirando, pero Nessa
se paró frente a ella y le bloqueó el camino.

—Zev y Laurent están por allí —susurró Nessa señalando—. Y parece que sus
disfraces están casi agotados.

Cas frunció el ceño; si su magia se gastaba, entonces era posible que no


pudieran quedarse para la conclusión del discurso de Varen. Lo que probablemente
era lo mejor.

Si tenía que escuchar sus mentiras por mucho más tiempo, habría una gran
probabilidad de que haría algo tonto.

—Espera aquí y no pierdas de vista a Rhea —dijo ella alejándose decididamente


de Varen y centrándose en abrirse paso discretamente entre la multitud.

Vio primero a Zev. Era más alto que la mayoría y, junto con esto, su cabello
oscuro como un cuervo, un tono que rara vez se ve en esta región lo hizo fácil de
distinguir. En realidad, demasiado fácil de distinguir. Su estómago se retorció ante
el pensamiento. ¿No se dio cuenta de que su hechizo casi se había desvanecido?

Rápidamente se acercó sigilosamente hacia él, su mirada todavía miraba


hacia el frente como el resto de la multitud.

—Un gusto encontrarte aquí.

Zev inclinó la cabeza hacia ella, sus labios se separaron en un silencio curioso.

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—Soy yo.

Sus ojos normales, de algunos tonos color verde avellana, se agrandaron


lentamente ante el entendimiento.

La abrazó brevemente, luego la sostuvo con el brazo extendido y echó un


buen vistazo a su apariencia disfrazada de magia antes de que él dijera:

—Te ves horrible de pelirroja.

—Al menos es temporal —ella susurró de vuelta—. Mientras que tu cara, me


temo, siempre se verá terrible una vez que la magia se haya agotado.

Él embozo una sonrisa tonta, pero por otra parte no respondió; ya se


encontraba ocupado tratando de llamar la atención de un hombre de cabello largo
y dorado. El hombre finalmente miró a su dirección, y Cas se dio cuenta de que era
Laurent. El hechizo Mimic se estaba desvaneciendo, ella podía distinguirlo; aunque
había aumentado el tono marrón natural de su cabello, suavizó las duras líneas de
su rostro, oscureció sus ojos en lugar de aclararlos y redondeó las puntas de las
orejas de tal manera de que se vieran completamente humanas.

Laurent esperó hasta que hubo una pausa en el discurso de Varen una vez
más enviando a la multitud a una discusión frenética y, luego, se acercó lentamente
dándole a Zev una mirada de enfado mientras se acercaba.

—¿Sabes lo que significa la palabra discreto, por casualidad?

—Tengo a alguien aquí que quiere conocerte —dijo Zev todavía sonriendo.

—Hola, Laurent. —Cas trató de mantener la voz baja y tranquila para no


llamar más la atención sobre ellos de la que Zev ya había obtenido. Pero fue difícil;
estaba llena de la misma sensación surrealista de alivio la cual había sentido en ese
claro del bosque con Nessa.

Todos estaban vivos.

Los ojos del semi elfo se suavizaron un poco cuando tomó sus manos entre

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las suyas y las apretó.

—Es bueno escuchar tu voz.

Lanzó otra mirada hacia Zev, que ahora estaba ocupado buscando algo en la
pequeña bolsa de cuero que estaba sujeta a su cinturón.

—Por un momento pensé que Zev estaba por aquí abrazando mujeres
extrañas de nuevo.

—Ella es extraña a su manera —respondió Zev brevemente mirando detrás


de ellos antes de que comenzara a tejer su camino hasta al borde de la multitud. Lo
siguieron, y los tres se detuvieron junto a un árbol con grandes ramas colgantes. La
cortina de ramas los ocultaba casi por completo desde la vista de la plataforma de
Varen: Cas tenía que inclinarse, ya que el viento hacía oscilar las ramas haciéndole
difícil mantener su mirada en el rey-emperador.

Pero ella todavía podía escuchar sus mentiras perfectamente bien, incluso
cuando el viento se levantaba, sacudía los árboles y crujía los carteles colgantes
de las tiendas cercanas. Y cuando las hojas se separaron, aún podía distinguir su
rostro; todavía podía ver su sonrisa engreída y triunfante que lo cruzaba como una
alegría ondulada a través de la multitud.

Y tomó su decisión en el instante en el que se oyeron los vítores: Ella no


podía dejarlo escapar después de esto, indiscutido y descontrolado.

Después de todo, iba a tener que hacer algo tonto.

—¿Cuáles son las posibilidades de que consiga una reunión privada con
Varen? —dijo en voz baja.

Laurent frunció el ceño.

—Estábamos a punto de hacer nuestra salida.

—No puedo huir sin al menos intentar hablar con él.

—No vinimos aquí para una audiencia con el rey emperador —le dijo Zev en

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un susurro.

—Vinimos aquí porque ha estado acorralando a personas con marcas divinas.


Un pequeño ejército alcanzó a Herrath la otra noche y...

—Lo sé, Nessa me lo dijo.

—Y logramos detener de que sucediera lo mismo aquí, lo cual era nuestro


objetivo —le informó Laurent en voz más baja que la de Zev—. Él conoce a la gente
que le están prestando atención ahora y sabe que hay quienes están dispuestos a
desafiarlo. Eso es lo único que realmente importa hoy.

Cas se mordió el labio inferior

—Sé que tienes asuntos pendientes con Varen, todos los tenemos; pero los
que nos ayudaron anoche han retrocedido por el momento, los números ya no
están a nuestro favor esta tarde.

—Eso nunca nos ha detenido antes, ¿verdad?

El ceño de Laurent se profundizó.

—Escoger las batallas adecuadas, gana...

—La guerra. —Cas apretó los dientes—. Lo sé, lo sé. Pero esto es diferente a
cualquier tipo de guerra que hayamos librado en el pasado, ¿no es así? Esta no es
una misión aleatoria.

Laurent abrió la boca varias veces para hablar, pero solo la cerraba y la apretaba
cada vez más. Por un momento pensó que él podría empezar a cuestionarla en ese
mismo momento sobre todas las formas en que las cosas eran diferentes.

Sobre cómo ella era diferente.

—Es una guerra diferente ahora —dijo ella respondiendo a su propia pregunta
mientras evitaba la mirada que él había fijado en ella—. Y Varen necesita saber que
no tengo la intención de darme la vuelta y dejar que haga lo que le plazca.

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Zev se acercó a ellos. Él estaba sonriendo de nuevo, ella no estaba segura de
que si él se hubiera detenido alguna vez.

—Oh, cuánto he echado de menos tu imprudencia.

—No se trata de ser imprudente —susurró Cas—. Es… —Hizo una pausa
tratando de pensar de nuevo una manera de resumir todo lo que necesitaba
contarles a sus amigos. Todas las cosas sobre su verdadera identidad, sobre el Dios
Rook y su trato con el ex rey-emperador...

Pero se encontró sin palabras, al igual que había estado con Nessa más
temprano.

No era una explicación fácil y rápida.

—¿Es qué? —insistió Laurent.

—Es complicado. —Hizo una mueca ante la insuficiencia de la palabra—.


Pero créeme, si hay alguna posibilidad de que pueda hablar y razonar con Varen
sobre todo esto, entonces esta es la batalla que necesito elegir.

—No creo que haya muchas posibilidades de que eso suceda —dijo Zev con
un encogimiento de hombros.

Laurent asintió con la cabeza. Pero él usualmente estaba a favor de la razón


ante la lucha, así que Cas fijó sus ojos en él hasta que finalmente dijo con cautela:

—Sigámoslo vigilando y escuchando por el momento. Pero deberíamos


separarnos y mezclarnos de nuevo.

Cas y Zev estuvieron de acuerdo y los tres se fueron por caminos separados.
Cas se acercó más que los otros dos, su disfraz estaba más intacto y estudió la
plataforma en donde Varen estaba parado, contó a los guardias que lo rodeaban,
buscó posibles calles y estructuras que pudiera utilizar para su ventaja.

¿Cómo podría verlo a solas?

Ella no lo sabía, pero cada palabra venenosa que goteaba de su boca la hacía

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asegurarse de que necesitaba encontrar una manera de hacerlo.

—Sin duda, no todos los marcados divinamente son malos —él estaba
diciendo—. No deseo ponerlos en contra de sus vecinos. Solo deseo decirles
que tengan cuidado con quienes se están relacionando. Digan la verdad si son
interrogados, estamos patrullando por su seguridad. Y recuerden: eviten la chusma
rebelde que intente llevar a sus juegos peligrosos. Porque la verdad es que sin
importar si eres marcado o sin marcar, si no haces daño, no tendríamos causa de
hacerte daño. Estén seguros de que no tenemos la intención de erradicar a los
marcados que voluntariamente denuncian los males de la magia.

—Patrañas —murmuró Zev de repente justo al lado de Cas una vez más—.
Como si no estuvieran buscando cualquier razón para hacer daño a los portadores
de magia.

—Es un típico discurso político —agregó Laurent, también justo al lado de


ella de repente.

—Se supone que debemos estar separados —les recordó Cas.

Zev y Laurent intercambiaron una mirada; ambos se vieron sorprendidos de


lo rápido que habían regresado a su lado.

—Ustedes dos realmente me extrañaron, ¿eh?

Zev se burló, mientras Laurent se aclaró la garganta y se movió para volver


a poner espacio entre ellos. A pesar de sus miedos de llamar la atención sobre sus
compañeros mal disfrazados, Cas sintió el calor florecer a través de ella.

Es tan bueno estar junto a ellos de nuevo, pensó.

El cálido momento fue interrumpido por el repentino sonido de un lamento,


era aquella mujer de Hielo, todavía encadenada y siendo arrastrada. Después de
ese único y escalofriante lamento, lo que sea que los soldados habían usado para
someterla parecía que la había atrapado de nuevo; sus piernas se arrugaron cuando
los soldados la levantaron de las escaleras y cruzaban la plataforma antes de dejarla
arrodillada ante los pies de Varen.

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Cas sintió a Zev tensarse a su lado.

—Esa es una de las mujeres que nos ayudó contra los soldados de Varen.

—Esta mujer asesinó a dos miembros del ejército real que envié anoche para
proteger esta ciudad —dijo Varen a la multitud, su tono era tan escalofriantemente
tranquilo como siempre—. Durante la confrontación, su magia también golpeó a un
espectador inocente. Un niño. Y esto… —Hizo una pausa lo suficientemente larga
para dejar que las palabras penetraran y adhirieran a la multitud completamente—
...es un crimen que no puede impugnarse. Así que miren bien su cara. Dense cuenta
de que algunos de estos peligrosos rebeldes se parecen a sus vecinos. —Hizo una
pausa de nuevo, esta vez para chasquear los dedos a los guardias que se encontraban
de pie en ambos lados de la plataforma.

Los guardias dirigieron su atención a la mujer de Hielo.

—Y, en el caso de que algunos de ustedes lo hayan olvidado, esto es lo que les
sucede a los rebeldes.

Los guardias llevaban arcos, que echaron hacia atrás en un unísono metódico
perfecto.

Y de repente Cas entendió por qué Varen había vuelto a construir una
plataforma, para levantarse a sí mismo y a su cautivo hasta donde todos pudieran
verlos tan fácilmente.

—Esta es una ejecución pública —dijo ella.

Zev dio un paso adelante.

—Mierda, tienes razón…

Terminó antes de que pudieran susurrar otra palabra entre ellos.

Ambas flechas fueron lanzadas. Ambas dieron en el blanco en cada lado de


la garganta de la mujer de hielo. Varen sacó su propia espada. Hundiéndola en la
espalda de la mujer. Esperó hasta que la multitud detuvo sus jadeos y susurros de

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sorpresa, luego presionó una bota contra la espalda de la mujer empujándola hacia
adelante y sin ceremonias desalojó su espada de su carne.

El cuerpo sin vida de la mujer cayó hacia adelante rodando por el borde de la
plataforma y ​cayó al suelo con un repugnante golpe.

Cas estaba demasiado aturdida para moverse. Zev había comenzado a avanzar
de nuevo, pero esta vez Laurent lo sostuvo del brazo y lo retuvo.

—No podemos.

Zev se liberó del agarre de Laurent. Dio algunos pasos más hacia la plataforma
antes de que se contuviera y se diera la vuelta, sacudiendo la cabeza.

—Nos hemos quedado sin cristales Mimic —dijo Laurent calmadamente—,


y nuestros disfraces se están acabando. Ni siquiera deberíamos estar más en esta
multitud. Si alguien nos reconoce...

Las manos de Cas estaban temblando. Todo en lo que podía pensar era en la
última noche con Asra. En la espada hundiéndose en el pecho de Asra. La sangre.
En el extraño silencio cuando parecía que todos deberían haber estado gritando.
Todo era demasiado similar. La mujer de hielo estrujada contra el suelo...

Tal vez ella había sido como Asra cuando estaba viva. Una amiga insustituible.
Una mentora. Una madre.

De repente, Cas sintió como si se estuviera hundiendo en la familiar sensación


del pánico, envolviendo sus brazos y piernas e intentaba arrastrarla hacia abajo.

Tienes que moverte.

—Yo todavía estoy disfrazada —señaló ella—. Puedo acercarme.

Varen caminaba hacia la casa de la que había salido, una mirada de satisfacción
escalofriante en su rostro real.

—Me voy a acercar. Seré yo la que le limpie esa sonrisa de su rostro. —Su
voz salió con más crueldad de la que pretendía, Laurent y Zev intercambiaron

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una mirada de preocupación. Esto ya no se trataba solo de rebelarse contra el rey-
emperador y su política.

Ella estaba pensando en venganza y los tres lo sabían. Pero Cas no se


disculparía por ello.

—¿Ven el balcón en el segundo piso de aquella casa blanca? —continuó


rápidamente—. ¿Y la puerta que conduce dentro de ella? Hay cortinas cerradas a
su alrededor y en la ventana de su lado, pero no en ninguna otra puerta o ventana.
Así que apuesto a que la habitación adjunta a ese balcón es donde Varen se está
alojando. Apuesto a que ahí es en donde se ocultaba más temprano.

—Y si tienes razón y te las arreglas para entrar, ¿entonces qué? —preguntó


Laurent.

Cas sabía lo que realmente estaba preguntando… ¿Honestamente crees que


puedes vengarte por lo que pasó? ¿Aquí? ¿Ahora?

Su mano se deslizó por debajo de su abrigo y encontró el cuchillo atado a su


cadera. Cuando agarró su mango, juró que podía sentirlo pulsando, la magia de la
Muerte en su interior estaba ansiosa por escapar. Para consumir. Para matar.

Pero ella no pudo matar a Varen, su último ataque contra él había sido
desviado por algún tipo de magia que aún no comprendía. Y Elander había pasado
años tratando de matarlo sin éxito; no había razón para creer que el cuchillo que el
dios caído le había dado tendría más éxito hoy.

—Todavía estoy planeando... hablar con él —le dijo a Laurent—. Por ahora.

—¿Qué dirás?

—No lo sé.

—Estás inventando esto sobre la marcha, en otras palabras.

—¿Estás sorprendido?

Zev se rio entre dientes suavemente. Dudó en unirse a la conversación por un

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momento, pero pronto miró a Laurent y dijo:

—Podemos crear una distracción sin que nos vean, ¿o no? Esa plataforma
luce muy inflamable.

Laurent suspiró.

—Solo quieres prender fuego a algo.

—Culpable —dijo Zev con un guiño rápido a Cas.

El semi elfo lanzó una mirada de preocupación sobre la inquieta multitud,


a los soldados junto a la puerta de la casa blanca, aquél balcón que Cas planeaba
escalar. Finalmente, su mirada se fijó en el lugar en donde la mujer de hielo había
caído de la plataforma.

Él asintió con un gesto resignado. Todavía no miraba a Cas cuando dijo:

—Bien. Ve tras él si es necesario. Podemos comprarte cinco, tal vez diez


minutos.

No sería suficiente tiempo para todo lo que necesitaba decir, pero Cas estuvo
de acuerdo con este plan. Ella haría lo mejor que pudiera.

—Toma esto —dijo Zev escarbando una vez más en aquel pequeño bolsillo
atado a su cinturón y sacando un cristal de magia—. Las palabras son sephia tallis;
esto debería crear barreras temporales y darles a los dos algo de privacidad.

—¿Magia del cielo? —preguntó, mirando su reflejo en la brillante superficie


turquesa del cristal.

El asintió.

Se guardó el hechizo de un solo uso en el bolsillo.

—Varen está adentro ahora; necesito moverme. Creen su caos y luego dense
prisa y salgan de la multitud antes de que alguien importante los vea.

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Ni Zev ni Laurent se movieron. Cas respiró hondo.

—Estaré bien. Los veré en el otro lado de la misión, igual que siempre, ¿cierto?

Nunca habían dudado en separarse en el pasado, siempre había sido una


simple separación de caminos, un entendimiento de que se volverían a ver pronto
una vez que su parte individual de la tarea que tenían entre manos terminara.

Ahora el final parecía menos seguro; ¿qué nuevo horror les esperaría en ese
otro lado?

Es una guerra diferente ahora.

Pero no hubo tiempo para cuestionar más las cosas, así que Zev y Laurent
asintieron con la cabeza y la dejaron ir.

Cas se metió entre la multitud sin mirar atrás. Se abrió paso a través de la
masa de gente teniendo cuidado de no empujar o hacer contacto visual con alguien.
Ella no se veía como ella misma, pero todavía no quería testigos ayudando a los
soldados reales una vez que escapara de su encuentro con Varen.

Se deslizó por el costado de la casa, escaló la pequeña valla decorativa


alrededor del patio y luego se detuvo justo dentro de la sombra proyectada por el
balcón. Mientras esperaba que Zev y Laurent hicieran su movimiento, examinó
todas las posibles formas en las que podría ascender a su objetivo.

Decidió que el enrejado adyacente al balcón era la ruta prometedora. La


pondría lo suficientemente alto para llegar a los soportes de abajo y desde allí
podría acurrucarse contra la pared y agarrarse a la barandilla del balcón.

El olor a humo le hizo cosquillas en la nariz de repente. Un momento después,


gritos llenaron el aire. Cas vio como la multitud se dispersaba y los soldados
intentaban mantener el orden. Las llamas alcanzaron el cielo gris. El humo oscuro
se arremolinaba. Imágenes de su propia casa quemada y derrumbada empujaban
hacia su mente, pero las rechazó.

Un fuego por un fuego.

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Los de ellos estarían más controlados, al menos. Nadie miraba en su dirección;
eso era todo lo que importaba ahora. Comenzó a escalar el enrejado como estaba
planeado. Perdió el agarre y el equilibrio contra las correas metálicas húmedas
varias veces, pero finalmente lo logró lo suficientemente alto para alcanzar el balcón
y trepar hasta él.

Una vez allí, hizo una pausa por un momento mirando la puerta acortinada
por las sombras de las personas en el interior. La tela era gruesa, pero contó tres
cuerpos moviéndose.

Una contra tres.

Sin duda, se había enfrentado a probabilidades peores. Una de las sombras


era Varen, con suerte, lo que significaba que sólo tenía que lidiar con dos guardias.
Aquella crueldad de antes todavía ardía en su corazón, rogándole que lo dejara arder
y tomara su venganza. Ella podría matar a esos guardias. Fácilmente. Su fuerza se
había recuperado un poco durante su viaje a la ciudad y entre el cuchillo a su lado
y la magia en su sangre, ella podría hacer un trabajo rápido con cualquiera que
estuviera en forma.

Pero dejar un rastro de cadáveres detrás de ella no la haría mucho mejor que
Varen y le daría más prueba de que los rebeldes que se le oponían eran violentos y
peligrosos criminales.

Tomó el cristal que Zev le había dado. Lo apretó firmemente entre sus dedos.
Mientras tuviera su magia, ella no tendría que matar a esos guardias, solo tenía que
ganar su separación.

Se movió silenciosamente hacia la puerta y probó el picaporte.

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Capítulo 7

Traducido por Lucia V.

Corregido por Tory

Bloqueada.

Por supuesto que tenía que estarlo.

Pero las puertas bajo llave raramente la habían detenido en el pasado, ahora
sus posibilidades para detenerla eran inexistentes. Puso su mano sobre el cálido
panel de cristal, cerró sus ojos y llamó a la magia que fluye en su interior, los hilos
de energía de Tormenta, ya que era la energía más fácil y natural de alcanzar y
convertir en algo útil.

En cuestión de segundos, la punta de sus dedos hormigueó con ese poder de


tormenta. Una red de electricidad atravesó la puerta y se filtró en el cristal. Era el
mismo truco que había hecho en la puerta de su prisión de Oblivion y era incluso
más eficaz aquí; al flexionar los dedos, la magia se expandió y rompió el cristal.

Entró por la abertura irregular y apartó las cortinas de su camino.

El otro lado fue como se imaginaba: dos guardias y un rey emperador se


volvieron para recibirla. La luz del sol entraba a raudales junto con ella golpeando
su espalda, cegando y confundiendo momentáneamente a sus objetivos y dándole
un instante para recuperar el aliento.

El espacio ante ella era relativamente pequeño; una sala de estar con solo
una mesa circular, cuatro sillas delgadas y filas de gabinetes blancos a lo largo de
la pared trasera.

Los guardias corrieron hacia ella y con solo unas pocas zancadas ya estaban
casi a una distancia sorprendente. Ella saltó de regreso a través de la boca abierta
de vidrio irregular y, correteando hacia atrás, cruzó el balcón sin apartar la mirada
esos guardias.

Los guardias la seguían mientras ella giraba y se movía lejos de ellos,


manteniéndose justo fuera de su alcance hasta que los alejó lo más posible de la
puerta. Con un último giro rompió su balance y corrió hacia atrás con Varen sacando
el cristal de la magia del Cielo de su bolsillo a medida que avanzaba.

Gritó las palabras que Zed le había dicho y el cristal se activó con una luz
verde azulada. En el lapso de un suspiro, su magia alcanzó cada puerta y ventana y
erigió una barrera brillante a través de cada una de las entradas potenciales.

Cas no sabía cuánto duraría, no había dos cristales iguales en términos de


potencia y nunca es segura la calidad de los distribuidores; así que tendría que ser
rápida. El cuchillo que Elander le había dado ya estaba nuevamente en su mano
y ella ya estaba corriendo de nuevo alrededor de la mesa en dirección a donde se
encontraba Varen.

Un extraño y repentino escalofrío la recorrió y la hizo tropezar antes de


alcanzarlo.

Ella miró hacia atrás a la magia que brillaba sobre la puerta; los guardias
estaban cortando salvajemente esta barrera. Resistió contra sus ataques; pero aún
sentía cada uno de esos ataques a medida que golpeaban, como una chispa de
su propia magia sacudiendo brevemente su cuerpo antes de desvanecerse con la
misma rapidez.

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Extraño, pensó.

Pero no tenía tiempo de concentrarse en eso; Varen sostuvo su espada todavía


manchada con la sangre de esa mujer con magia de Hielo y ahora avanzaba hacia
ella.

La vista de esa sangre congelada brillando a la luz del sol hizo que Cas se
olvidara de todo lo demás.

Él se balanceó.

Ella lo esquivó y se lanzó detrás de él; ella era más ágil que él, especialmente
mientras sostenía esa arma más engorrosa. Pero el reducido espacio dificultaba
maniobrar a toda velocidad. No pudo encontrar los ángulos adecuados para tomar,
ni acercarse lo suficiente para atacar con su cuchillo corto.

Intentó una táctica diferente, una vez más extrayendo de ese tormentoso
pozo de magia dentro de ella formando una pequeña bola de electricidad en la
punta de sus dedos y apuntó a su pecho. Liberado. Lo golpeó y rebotó en él al igual
que lo había hecho durante su última batalla.

Había esperado tanto; pero lo había intentado de todos modos, ingenuamente


con la esperanza de haber estado recordando mal lo absolutamente inútil que había
sido su magia contra él.

Al observar cómo esa bola de magia se rompía y se dispersaba, entrecerró los


ojos. Así que al menos le había llamado la atención. Cas aprovechó esto y se lanzó
hacia adelante. Su mirada se posó en ella en el último segundo y levantó su espada
a una posición de guardia obligándola a moverse más lejos.

Estaba demasiado cerca de la pared de gabinetes, su cadera golpeó el gabinete


inferior y la ralentizó lo suficiente como para que Varen pusiera espacio entre ellos
una vez más. Cas avanza detrás de él; pero Varen pasó un brazo por la parte superior
de esos gabinetes, golpeando una lámpara y varios otros objetos en su camino.
Tropezó con la lámpara, pero se agarró a sí misma y recuperó el equilibrio de nuevo.
Apretó el mango de su cuchillo más firme. La magia dentro del objeto era más

109
fuerte que la suya. Ella todavía no creía que pudiera lastimar realmente a Varen,
pero esperaba que drene lo suficiente de su vida como para que él se viera obligado
a quedarse quieto y no lastimarla.

Se aventuró fuera del estrecho rincón en el que estaba y retrocedió más cerca
de la mesa en el centro de la habitación. Esperó a que Varen la persiguiera y luego
agarró una de las sillas de la mesa y la arrojó en su camino. Mientras él estaba
preocupado por no tropezar con esa silla, ella agarró una segunda silla y la tiró.
Ella misma estaba sobre él en el siguiente instante envolviendo el brazo atado a su
espada y arrojando todo su peso contra ella.

Tropezaron juntos.

Cuando Varen cayó al suelo, Cas logró girar su mano y guiar su cuchillo por su
antebrazo. La magia palpitaba en el espacio entre ellos, y por un momento pensó
que podía vislumbrar la piel pálida debajo de su manga cortada.

Pero luego su color volvió y cualquier cosquilleo de magia de la Muerte que


había sentido se había ido. Ella apartó el cuchillo de su piel. Su magia puede que no
haya funcionado, pero aun así le hizo sangrar. Varen dejó escapar un siseo de dolor
y una maldición, su agarre en su espada se debilitó lo suficiente como para que Cas
pudiera dejarla libre el resto del camino. Cayó entre ellos.

Cas puso su pie en el mango de la espada y la envió girando fuera de su


alcance. Su mano libre salió disparada y enganchó el cuello de Varen. Ella lo puso en
pie de un tirón, lo apretó contra su pecho y presionó el cuchillo contra su garganta.
El cuchillo volvió a latir con magia, pero nuevamente ese poder se desvaneció y no
se llevó nada de la fuerza vital de Varen.

—No puedes matarme. —Varen se rio entre dientes extendiendo su brazo.


Había sangre; pero el corte debajo de la camisa rasgada parecía poco profundo,
como si hubiera intentado cortar piedra en lugar de carne.

—Tal vez no. —Ella apretó su agarre en su cuello, presionó el cuchillo más
completamente contra su piel. Ya no sentía magia, pero la hoja aún latía contra
las venas palpitantes del cuello de Varen con cada respiración que tomaba—. Pero

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puedo hacerte sangrar más.

Trató de inclinar la cabeza hacia ella; lo tiró con más fuerza contra ella, lo que
solo lo hizo reír de nuevo.

—Ah... supongo que puedes hacerme sangrar, ¿no? Porque lo has hecho antes,
después de todo.

Él había reconocido su voz. Ella no respondió excepto para presionar ese


cuchillo aún más firmemente contra esas venas palpitantes.

—Hola, querida hermana.

Ella se estremeció ante esa última palabra. Por la manera suave y casual que
lo manejó como si no fuera consciente de todos sus significados potencialmente
filosos y peligrosos. Ella lo empujó lejos, haciéndolo girar para que estuvieran uno
frente al otro una vez que encontró el equilibrio. Su mirada cayó al símbolo de la
Muerte en su cuchillo.

—Veo que todavía estás dando vueltas con ese repugnante mago.

—Es complicado. —Dioses, ella estaba usando un montón esa palabra, ¿no?

—Estoy seguro de que lo es. —Sus ojos parpadearon hacia su espada caída—.
Y, sin embargo, tenía la sensación de que ustedes dos volverían. Imaginaba que
tú regresarías primero, una vez que te enteraras de lo que les estaba sucediendo a
tus compañeros usuarios de la magia. No puedes soportar no estar en el centro del
caos, ¿verdad?

Se le ocurrió una posibilidad repugnante. —¿Estabas tratando de sacarme?

—No fue el único motivo de las manifestaciones en Herrath y esta ciudad.


Pero esperaba poder atraerte como una especie de bono adicional. Y obviamente
fue una buena idea, ¿no?

—¿Una buena idea? ¿Cuántas personas mataste?

—¿Me estás sermoneando por matar gente? ¿De verdad? ¿Después de ponerme

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un cuchillo en la garganta? Que lógica interesante.

Ella mantuvo su mirada en él mientras envainaba el cuchillo de la Muerte.


—No quiero matarte.

¿Sabía que ella estaba mintiendo? ¿Podía ver la forma en que le temblaba
la mano mientras luchaba contra el impulso de retirar ese mismo cuchillo que
acababa de guardar?

—Solo estaba tratando de asegurarme de tener tu atención —le dijo


obligándose a dar un paso atrás.

—Ya veo. Bueno, ciertamente la tienes. Entonces, ¿por qué estás aquí si no es
para intentar matarme?

—Porque quería hacerte entrar en razón.

Varen empezó a reír de nuevo. Estaba empezando a odiar esa risa.

Cerró el espacio entre ellos una vez más gesticulando furiosamente hacia la
puerta por la que había entrado. Todavía se podían escuchar los sonidos sordos de
la multitud. Solo uno de los guardias permaneció en la puerta, mientras que el otro
no estaba a la vista, ¿había bajado y había ido en busca de ayuda? ¿Cuánto tiempo
más aguantaría el hechizo Cielo?

Avanzó otro paso. —Puedes parar toda esta locura antes de que sea demasiado
tarde. —Varen arqueó una ceja.

—¿Puedo?

Sin decir otra palabra, se movió hacia la espada que había pateado al piso y
ella le bloqueó el paso, cuchillo listo en mano.

Levantó las palmas hacia ella y asintió con la cabeza hacia la mesa. La vaina
de la espada descansaba sobre ella junto con un paño y varias botellas de aceite. —
Solo quería limpiar la sangre de mi espada —dijo—, que es lo que estaba haciendo
antes de que me interrumpieran tan groseramente. Puedo hacer eso y… hablar al

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mismo tiempo, ¿no?

Ella no se movió.

—Quieres hablar con calma, como iguales, ¿no es así? Dejemos atrás esa
tontería.

—Nada me gustaría más. Pero no puedo evitar ser algo escéptica, considerando
cómo, al final de nuestro último rescate, enviaste a todo un ejército tras de mí. Un
ejército con órdenes de arrestarme, encerrarme en el calabozo, torturarme para
obtener información mía...

—Oh, todavía quiero mucho que hagan eso. Todo de eso.

Su pecho se apretó.

—Ellos harán eso. Tú y tus amigos serán llevados bajo custodia hoy, mañana...
es solo cuestión de tiempo. Si quieres seguir causando problemas como este. —
Señaló a la puerta rota—. Mientras tanto, sé mi bienvenida; sólo me hará lucir
mucho mejor una vez que finalmente te ejecute por tus crímenes. Porque seré
un héroe por matarte, la mujer que estaba jugando con la peligrosa magia de la
Muerte animando a los dioses a maldecir nuestras tierras con la enfermedad. Tú,
la vagabunda desvaída que sobrevivió a esa devastadora enfermedad a través de
circunstancias cuestionables. Tú, la reina separada que quería arrancar la corona de
las manos más dignas de su amable y benevolente hermano menor... eso resume lo
que los últimos rumores dicen sobre ti, ¿creo?

—Mentiras? —siseó.

—¿Crees que eso le importa a la mayoría de la gente?

Apretó los puños, pero no respondió.

—Solo quieren ver a alguien castigado —continuó Varen—. Solo quieren que
las cosas aterradoras desaparezcan. Y, ciertamente, las asustas, hermana, con tu
apariencia extraña y enfermiza, tu pasado extraño, tu magia extraña.

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—Así que me convertirás en un chivo expiatorio y luego continuarás tu
gobierno con mentiras y miedo.

—Claramente no tienes idea de lo que significa gobernar —le respondió.

—Yo podría ayudarte a gobernar. Podría ayudarte a arreglar las cosas. No


tienes idea de qué tipo de lío estás causando realmente...

—¿Oh? ¿Y tú lo haces? —Su sonrisa se volvió cruel—. ¿Y tal vez piensas que
debería responderte simplemente porque naciste primero? ¿O es porque lo divino
eligió bendecirte a ti en lugar de a mí por alguna razón indiscernible? —Se detuvo
justo a punto de poner los ojos en blanco.

—No quiero tu corona, idiota —gritó—. Y no tiene por qué ser tan blanco y
negro. Es una locura asumir que tiene que ser así.

Varen se encogió de hombros. —Entonces supongo que estoy loco.

Cas comenzó a responder, pero una punzada aguda en su estómago la hizo


callar. Miró por encima del hombro y vio que el segundo guardia estaba de vuelta
en la puerta y esta vez sus intentos de abrirse paso estaban teniendo cierto éxito; la
punta de su espada penetró la barrera y Cas estaba segura de eso ahora, de alguna
manera sintió que la magia se rompía. Era débil, pero no debería haber estado allí
en absoluto. Usar cristales era diferente a usar la magia natural de uno; esto fue
solo una reunión aleatoria de energía del Cielo, y ella no debería haber tenido tal
conexión con ella.

Entonces, ¿por qué lo hizo ella?

Varen no pareció notar nada de esto; sus ojos estaban en el techo, perdidos
en sus pensamientos. —Padre dijo que eras malvada, ¿sabes? Por eso tuvo que
deshacerse de ti.

—Yo no soy la malvada en esta habitación. —Su voz temblaba con la


frustración reprimida.

—Ciertamente luchas contra la maldad —concedió—, lo cual es admirable.

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Luchó contra el impulso de retorcerse donde estaba; ella no quería sus
cumplidos huecos.

—Pero todavía se escapa de vez en cuando, ¿no es así? —él preguntó—.


Pierdes el control. Tú prendiste fuego, por eso tuve que hacer que alguien queme
tu casa, por supuesto. Mi gente sigue hablando solo de la casa que quemaste, ¿qué
fue? ¿Hace una semana? La mayor parte de la ciudad sabe sobre ese pobre niño y su
familia ahora.

A Cas le dio un vuelco el estómago al recordar a ese chico. Lo había sacado


de su casa en llamas, una casa que su magia descarriada había incendiado; pero
no a tiempo para evitar que su diminuto cuerpo fuera quemado de forma casi
irreconocible.

—Eso fue un accidente.

—Sí, bueno, perdona a un gobernante preocupado por querer librar a su


imperio de tales accidentes. —Varen la rodeó y continuó hacia la mesa—. La gente
quería que se hiciera justicia, no tuve más remedio que actuar en tu contra. Para
seguir actuando, como dije antes.

—Tú siempre tienes una opción. —Cas lo fulminó con la mirada, pero ella
parecía no poder moverse o detenerlo cuando él se arrodilló para tomar su espada.

—No es todo culpa tuya, por supuesto —continuó Varen aparentemente sin
darle ninguna consideración a sus palabras—. La maldad es inherente, creo; los
usuarios de magia no tienen más remedio que serlo. Haces gracia al mundo con tu
magia y a veces haces cosas maravillosas con ella, ciertamente; pero la gracia tiene
un costo a pesar de lo que algunos afirman. Siempre un costo. La magia siempre se
vuelve más fuerte que el hombre, y el hombre eventualmente responde a ella, en
lugar de al revés.

—Yo sólo respondo a mí misma —espetó.

Ajustó el agarre de su espada, pero ya no parecía interesado en blandirlo


contra ella. La llevó y se puso a limpiarla como había dicho que haría y le habló

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más a ese acero sucio que a ella cuando dijo:

—Tú misma, quién me mataría ahora mismo si pudieras lograrlo.

No pudo negar la acusación.

—Pero no puedes, y ni siquiera sabes por qué. —Su tono era casi alegre
mientras continuaba limpiando, como si se acercaran al final de un juego que sabía
que iba a ganar.

Era un cebo que no debería haber mordido, pero no pudo detener las palabras
que gruñeron de sus labios: — Confía en mí cuando digo que lo descubriré.

Levantó la mirada lentamente hacia ella. Un atisbo de sonrisa curvó las


comisuras de sus labios. —Espero impacientemente ese día.

Ella vio sus manos moviéndose sobre esa hoja con movimientos metódicos,
borrando la evidencia de lo que había hecho.

—¿Y cuántos morirán mientras tanto? —exigió.

—Supongo que veremos.

Todo su cuerpo se enrojeció. Quería que hoy fuera el día en que descubriera
cómo derrotarlo. Cómo detenerlo.

Sin mucha concentración, su magia Tormenta estaba aumentando de nuevo,


pequeñas chispas bailando sobre su piel.

Varen desvió la mirada. Notó que la corriente eléctrica subía y bajaba a su


alrededor. Pero luego volvió a su trabajo, indiferente.

¿Por qué estaría preocupado?

Dioses, esto era frustrante.

Aceitó un paño, lo pasó a lo largo del filo de la hoja y dijo: —Dime una cosa.
Teníamos razón, ¿no? Acerca del origen de la Enfermedad que se Desvanece. Era de

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origen divino.

Cómo deseaba poder decir que se habían equivocado.

—Había escuchado las historias sobre el trato de mi padre con cierto ser
divino —continuó—. No de él, fíjate, sino de una de las solteronas que no sabía cómo
mantener su tonta boca cerrada. —Empujó la espada a un lado y tomó su vaina en
su lugar, pasando sus dedos por los elaborados diseños que la cubrían—. Así que
en realidad tengo una pregunta más y es esta: ¿Soy realmente el más malvado? No
maldije a mi población con la Enfermedad que se Desvanece. ¿Y realmente puedes
culparme por querer purgar este imperio de cualquier cosa relacionada con esos
divinos que nos han maldecido?

Otra pregunta para la que no tenía respuesta.

No parecía esperar una respuesta. Y odiaba lo confiado que parecía en todo


esto, casi tanto como odiaba su risa. Estaba tratando de hacerla sentir como una
tonta, como si las respuestas fueran todas obvias y ella simplemente las hubiera
pasado por alto de alguna manera. Ésta fue una de las formas en que ejerció poder
sobre las personas; ella se había dado cuenta de eso durante su breve estancia en
su palacio.

Así que trató de reflejar esa confianza, tirando sus hombros hacia atrás y
levantando la barbilla mientras decía: —Si los dioses son malvados o no, no es la
cuestión.

—¿No es toda la cuestión?

—No. El caso es que no tienes ninguna posibilidad de ganarles. Solo estás


empeorando las cosas al apuntar a las personas que llevan sus regalos. ¿Qué
puedes ganar enfureciendo a los dioses?

Esto era lo que había querido decir desde el principio, la sensación que había
esperado transmitirle. Había esperado, por tonto que fuera, que los dos pudieran
encontrar una manera de luchar juntos contra esos dioses.

Porque a pesar de lo furiosa que estaba con él, una parte profundamente

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enterrada de ella no estaba convencida de que él fuera una causa completamente
perdida. Aún no. Su línea de trabajo la había acercado mucho a su parte de causas
perdidas, y había desarrollado el hábito de tenderles la mano. Era otra cosa que
había aprendido viendo a Asra, para bien o para mal.

Porque te sorprendería saber cuántos volverán, solía decir su mentor.

Varen simplemente tenía que regresar.

Pero las advertencias de Cas solo lo hicieron sonreír de nuevo. —Deja que los
dioses se enfurezcan —dijo—. No me asustan.

Su corazón dio un vuelco y su respiración se entrecortó ante las


escalofriantemente tranquilas palabras. Y aparentemente él lo notó, porque inclinó
la cabeza hacia ella y la burla goteó de sus labios mientras susurraba: —¿Acaso te
asustan a ti, querida hermana?

Dio un paso atrás, sacudiendo la cabeza. No estaba segura de sí temía a los


dioses o no, pero estaba empezando a creer que podría tener miedo del hombre
que estaba frente a ella.

Porque de repente solo pudo pensar en la historia que Tara le había contado
cuando había despertado a un prisionero en Oblivion, la historia completa del
antiguo rey-emperador y su trato. De cómo el Dios de la Torre que había hecho ese
trato con él había subestimado la naturaleza obstinada y corrupta del hombre.

No importa cuántos de los suyos murieran, Anric de Solasen todavía no se inclinaría


ante los dioses, y no detuvo su brutal cruzada para librar a Kethra de la magia.

Esa misma ambición imprudente y obstinada brilló en los ojos de este hombre
ante ella. La misma corrupción torció sus labios. Por mucho que quisiera mirar más
allá de eso, sería una tonta si no reconociera su existencia.

Y algo le dijo que Varen se aferraría a esa corona en su cabeza hasta el amargo
final, sin importar cuán ensangrentadas se pusieran sus manos.

¿Cómo podía detenerlo?

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La magia de la Tormenta todavía parpadeaba a su alrededor. Tragó saliva en
busca de palabras. —No eres tu padre. No tienes que convertirte en él. ¡No tienes
que seguir ensangrentando tus manos para fastidiar a los dioses!

—Planeo hacer más que fastidiarlos.

Otra comprensión la golpeó trayendo consigo una nueva oleada de


escalofríos: —Esperabas que la Enfermedad que se desvanece fuera de origen
divino, ¿no es así?

Otra sonrisa.

—Querías una excusa para continuar donde lo dejó tu padre, asesinando a


cualquiera que poseyera magia divina...

—Nuestro padre —dijo con ese mismo tono empapado de burla como antes—.
Y su padre antes que él. Ambos tenían razón al rechazar la idea de que los marcados
divinamente deberían poder correr desenfrenadamente por todo el mundo. El
tiempo de los dioses podría haber terminado hace siglos, si esos marcados se
hubieran terminado. Debería haber terminado, porque ¿qué ha creado, dejándolos
vivir? Se han librado guerras interminables en todos los imperios debido a esas
marcas malditas que crean jerarquías que no hacen más que dividirnos y llevarnos
a la guerra, una y otra vez. Y esas guerras se han cobrado muchas más vidas de las
que reclamaré con solo borrar a los marcados, de una vez por todas.

—La gente no puede evitar aquello en lo que nació. ¡Ellos no deberían ser
asesinados solo porque algún ser divino decidió darles una marca!

—Una limpieza necesaria para el mejoramiento a largo plazo de la humanidad.


—Agitó una mano desdeñosa.

Una mano despreocupada y despectiva que sería responsable de la muerte


de innumerables personas si no encontraba la manera de detenerlo.

—Estás loco —dijo de nuevo.

Varen recogió su espada. Lo retorció de un lado a otro, tal vez buscando alguna

119
gota de rojo que pudiera haber pasado por alto. Su mirada destelló hacia la puerta
rota justo cuando uno de los guardias lograba clavar su espada por completo a
través del muro de magia. Otra sacudida extraña y aguda atravesó el cuerpo de Cas.

—Parece que nos estamos quedando sin tiempo para nuestra charla —dijo
Varen—. Una pena.

Cuando las palabras lo dejaron, se escuchó un grito repentino desde el exterior,


ya no movido por la magia, sino fuerte y claro que lo confirmó: esas barreras del
Cielo casi habían desaparecido.

—¿Es hoy el día en que vienes tranquilamente? —preguntó Varen—. ¿O vas a


ser difícil y alargar esto?

Apretó los puños y la magia de la Tormenta que centelleaba a su alrededor


brilló más intensamente.

—Difícil. —Él suspiró—. Por supuesto.

Cuando los guardias terminaron de cortar a través de la barrera que se disipaba,


el propio Varen dio un paso adelante, como para mantenerla en su lugar hasta que
esos guardias pudieran arrestarla. No se molestó en traer su espada consigo; la
curva todavía arrogante de sus labios sugería que no creía que la necesitara.

Su magia se rebeló contra la visión de esa sonrisa, rugió en algo más poderoso
de lo que nunca había sentido antes, y luego desafió su control y saltó el espacio
entre ellos.

Y esta vez, no rebotó inofensivamente sobre Varen, chocó con la fuerza


suficiente para derribarlo varios pies.

Una extraña luz verde azulada surgió del lugar donde había golpeado su
magia. Cas lo vio brillar.

El escudo de la magia que lo hace invencible.

Lo sintió brillar, se dio cuenta; como una extensión de sí misma, tal como

120
había sentido las paredes de magia protegiendo esta habitación de la intrusión...

¿Era otra forma de magia celestial?

Parecía posible. Y, sin embargo, no podía entenderlo más allá de eso. No podía
doblegarlo a su voluntad. No se pudo romper.

Su magia de Tormenta pronto fue absorbida por ese escudo, y esa protección
se desvaneció de la vista mientras el hombre debajo permanecía intacto. Sin un
rasguño.

Ella no podía razonar con él.

Ella no podía hacerle daño.

Y estaba tan furiosa por todo eso que convocó más magia antes de darse
cuenta de lo que estaba haciendo. Era una masa caótica de relámpagos vivientes
cuando se volvió y encontró a esos guardias casi encima de ella.

La electricidad saltó de su cuerpo y enganchó sus espadas. Giró hacia arriba


en cada hoja y luego se abrió camino alrededor de sus brazos, sus gargantas. Sacudió
el aliento de sus pulmones y el latido de sus corazones con tal fuerza que fueron
levantados, suspendidos en el aire durante varios segundos antes de colapsar de
nuevo al suelo y convertirse en un montón carbonizado e inmóvil.

Muertos.

Justo así.

Su pecho se elevó y se hundió una y otra vez, cada esfuerzo por respirar era
más doloroso que el anterior. Escuchó pasos e inclinó el rostro para ver a Varen
caminando hacia ella. Todavía sin espada. Todavía sonriendo.

—Todavía. Tan. Malvada —dijo pasando por encima de los guardias caídos
sin apartar la mirada de ella—. Justo como dijo Padre.

Se tambaleó hacia el balcón, sacudiendo la cabeza.

121
—¿Estás haciendo un seguimiento de los que has matado?

—Estoy bastante seguro de que todavía estás por delante —espetó.

—Dale tiempo. Veremos dónde terminamos.

La puerta interior de la habitación se abrió de golpe, la barrera mágica a su


alrededor se dispersó en un centenar de perlas de luz turquesa translúcida, y no
menos de una docena de guardias entraron por la abertura.

Cas se dio la vuelta y corrió hacia la barandilla del balcón, se tiró a sí misma
sobre ella y cayó al suelo sin vacilación. Fue un aterrizaje pobre y mal calculado,
con cada paso que daba para alejarse de la casa, sus rodillas intentaban con más
fuerza doblarse por el dolor.

El dolor en su corazón era igual de potente.

El agotamiento que había causado su magia era peor que todo combinado.

Se las arregló para suprimir esa magia antes de que nadie la viera, antes de
que se agotara hasta un punto sin retorno. Pero; aunque los signos externos se
calmaron, no pudo calmar la tormenta interna de su magia sin importar cuánto lo
intentara.

Afuera, el sol brillaba más que antes, elevándose por encima de las colinas
en la distancia. Por dentro, Cas se sentía como si estuviera parada en medio de un
huracán; el viento gritaba en sus oídos, la oscuridad la rodeaba, la lluvia punzante
le clavaba la piel.

Y fue todo lo que pudo hacer para tambalearse hacia la luz y tratar de
encontrar a sus amigos.

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Capítulo 8

Traducido por Lucía V. y Tory.

Corregido por Tory

—ENTONCES, ¿ADÓNDE VAMOS? —PREGUNTÓ ZEV MIRÁNDOLOS uno por uno


con su rostro oscuro medio oculto por su tercera jarra de cerveza.

La pregunta fue recibida con suspiros cansados y ojos bajos.

—¿A la cama? —sugirió Nessa con un bostezo.

Cas estuvo tentada a acceder. Había sido un día largo, comenzando con esa
horrible mañana en Fallenbridge y ahora terminando cuando los cinco encontraron
refugio en un rincón oscuro de la pequeña ciudad de Edgekeep.

La conversación que habían tenido después de instalarse en esta última


posada en ruinas se había sentido aún más larga en comparación.

Habían pasado alrededor de las últimas dos horas en la taberna casi vacía
adjunta a esa posada, donde Cas les había estado contando todo lo que podía
recordar sobre su escape del palacio de Varen, el último lugar en el que habían
estado todos juntos.
En susurros silenciosos junto a un fuego moribundo, les había contado lo que
había presenciado en su tiempo separados, lo que había aprendido en Oblivion y
todas las cosas que había hecho Elander. Los secretos que había guardado sobre su
verdadera identidad, su verdadera misión, su magia. Magia que había usado para
salvar su vida, solo para encarcelarla en Oblivion… solo para liberarla nuevamente.

¿Por qué la había dejado ir?

Ninguno de los presentes pudo encontrarle sentido a todo eso tampoco.

Deseó poder dejar de pensar en eso.

Deseó poder dejar de pensar en él. Él la había llamado una espina en su


costado, pero él era igual de malo, en realidad, la forma en que de alguna manera se
había metido debajo de su piel, se había hundido en su corazón y había hecho un
hogar allí. Cada rostro que pasaba tenía algún parecido con él. Cada ráfaga de aire
frío que entraba con la puerta de la taberna que se abría la hacía pensar en el olor
helado del invierno que siempre parecía adherirse a él.

Cada escalofrío que recorría su piel le hacía pensar en la forma en que él


había provocado una reacción similar simplemente al acercarse a ella.

Y aunque no dijo esta parte en voz alta, quería saber qué había sido de él
desde que se separaron en Oblivion.

¿Estaba él a salvo?

¿Por qué le importaba a ella?

Nada de esto tenía sentido.

Se quedó sin palabras, sin explicaciones, y ahora solo quería estar sola. Era
un sentimiento extraño en presencia de su actual compañía. Pero ella no se sentía
como ella misma. Se sentía como una impostora engañando a todas estas personas
que le importaban tanto, y solo quería esconderse hasta que la verdadera ella
resurgiera una vez más.

124
Nessa bostezó de nuevo. —En serio, me voy a ir a dormir.

—Necesitamos un plan antes de dormir —dijo Rhea, su tono amoroso pero


severo.

Hubo un renuente murmullo de acuerdo en la mesa.

Cas parpadeó varias veces, obligándose a permanecer en la conversación.

Quédate, quédate, quédate.

—Bueno, no podemos ir a casa. —Retiró la nota arrugada de Mano Oscura y


la arrojó sobre la mesa entre ellos—. Y dondequiera que vayamos, es casi seguro
que nos seguirán.

Ninguno de sus amigos pareció sorprendido por esa nota entre ellos.

Cuando Cas preguntó por qué, fue Rhea quien explicó: —Sabíamos que él
fue quien prendió el fuego. Sabíamos que venía mucho antes de que sucediera, de
hecho. Resulta que todavía teníamos viejos amigos cuidándonos, incluso con las
recompensas adjuntas a nuestras cabezas.

Zev pateó la pequeña bolsa a sus pies, una de las pocas que habían agarrado
de Cederic’s Inn durante su huida lejos de Fallenbridge. El resto estaba metido a
salvo en los dos dormitorios que habían asegurado para pasar la noche. —Así es
como sacamos algunos de nuestros suministros, la mayoría de nuestro alijo de
cristal y demás, antes de que llegara Mano Oscura.

—Habíamos planeado regresar y hurgar después de que la lluvia apagara los


incendios —explicó Rhea—, por eso Nessa y yo estábamos cerca cuando regresaste.
Eso es una suerte.

—Nada de esto se siente particularmente afortunado —murmuró Nessa


antes de tomar un largo sorbo de su bebida y luego enterrar rápidamente su cara
contra la mesa de madera, presionándola cerca de una mancha que se parecía
sospechosamente a sangre.

125
Su voz era tan inusualmente melancólica que el resto del grupo se quedó en
silencio durante un largo momento, intercambiando miradas inseguras.

—Te voy a cortar, ligera —dijo finalmente Laurent levantando suavemente


los dedos de Nessa del asa de la taza de peltre.

Silverfoot salió de su habitual nido debajo de la mesa y se arrastró hasta el


regazo de Nessa. Metió el hocico en el hueco de su cuello, sonriendo y lamiendo
hasta que ella finalmente cedió y le rascó las orejas a regañadientes y sin levantar
la cabeza.

—No podemos quedarnos aquí por más tiempo que esta noche —señaló
Rhea estirando la mano para reconfortar a Nessa con un brazo mientras redirigía la
conversación hacia los asuntos de negocios.

—No sé si podemos quedarnos en este imperio —agregó Laurent—. Casia


podría estar más segura de Varen si cruzamos la frontera hacia Sundolia por un
tiempo.

—También podemos encontrar aliados más útiles en ese imperio del sur —
asintió Rhea lentamente—. Y vamos a necesitar todos los aliados que podamos
encontrar si vamos a intentar arrastrar a Varen de su trono.

—¿Quién en su sano juicio va a aliarse conmigo? —Cas se recostó en su asiento


incapaz de mantener a raya los oscuros pensamientos desesperados a raya por más
tiempo—. ¿Una reina sin una corona o un reino, y con una magia que ni siquiera
sabe cómo usarla?

—Nos estamos aliando contigo —señaló Laurent.

—Sí, pero tampoco estoy convencida de que ninguno de ustedes esté en su


sano juicio —dijo Cas masajeando el espacio entre sus ojos—. Sin ofender.

La mirada de Zev se movía de un lado a otro entre Nessa y Cas.

—Los dos optimistas de nuestro grupo han perdido la esperanza. Así que
estamos oficialmente condenados, ¿eh? —No esperó ninguna confirmación antes

126
de cruzar la sala y pedir otra bebida del bar. Laurent le lanzó una mirada cruzada
cuando volvió, pero Zev sólo se encogió de hombros—. Estamos condenados —
repitió—. Así que más vale que beba hasta morir.

Rhea y Laurent siguieron discutiendo posibles planes.

Zev siguió bebiendo.

Nessa mantuvo la cabeza baja, moviéndose ocasionalmente solo apartar los


intentos cada vez más agresivos de Silverfoot de acariciarle la cara.

Y Cas cerró los ojos y se hundió más en su silla; pero esos pensamientos
no la dejaban, y pronto Cas cayó en su viejo y reconfortante ritual de golpear con
los dedos todas las superficies sólidas que encontraba, contando a medida que
avanzaba, anclándose con cada número y tratando de sopesar esos pensamientos
para poder detener su incesante carrera.

La hora avanzaba. Finalmente, sus amigos guardaron silencio y el ambiente


en su mesa se volvió de alguna manera aún más sombría. Uno a uno miró hacia
el pasillo, hacia las habitaciones que habían pagado. Nessa ya estaba dormida, al
igual que el zorro en su regazo, a juzgar por los suaves ronquidos de su dirección.

Cas respiró profundamente.

—Tengo un plan —dijo cerrando los dedos en un puño para para detener su
golpeteo—. Bueno, más o menos, al menos.

Rhea y Laurent desviaron su mirada hacia ella.

—Escapé de esa torre de Oblivion usando la magia de la Tormenta —dijo


Cas—, y logré algo parecido al control, todo se sintió más poderoso que cualquier
magia que haya usado. Pero no suficientemente poderosa. Me agotó. E incluso una
vez que me recuperé, apenas podía atacar a Varen con ella. Pero, lo que es más, es
que cuando usé ese poco de magia de la Tormenta contra el rey-emperador, como
que... iluminó el hechizo que lo protege. Sentí ese hechizo de una manera que es
difícil de explicar. Se sintió similar a la energía del Cielo en ese hechizo que me dio
Zev, con el que estaba extrañamente conectada también.

127
Zev finalmente dejó su bebida a un lado y dio a la conversación toda su
atención.

Laurent contó con los dedos mientras hablaba. —Así que la magia de la
Tormenta, la magia del Cielo y...?

—Otros, posiblemente —dijo Cas—. Pero no tengo un control sobre ninguna


de ellas. No entiendo nada de eso. —Ellos habían sido los únicos clientes en esta parte
de la taberna durante más de una hora, pero Cas seguía comprobando su entorno
y bajaba la voz antes de decir—: Mi magia no es normal, y tengo que averiguar por
qué, encontrar una manera de desbloquear y controlarla. Para mí, eso es casi tan
importante como reunir aliados.

—Pero ¿cómo lo harás? —preguntó Rhea.

—¿Recuerdas lo que te dije sobre los cielos? ¿Lo que Varen y yo discutimos hace
semanas? Los doce Dioses intermedios (los Marr) pasaron una vez mucho tiempo
en nuestro mundo recorriendo los tres imperios. Y tenían lugares que frecuentaban
mientras estaban aquí. En el mapa que Varen me mostró, el Oblivion era la más
cercana de estas moradas; pero también había otra que estaba relativamente cerca:
El refugio de la Diosa de la Tormenta. Recuerdo que su símbolo estaba sobre un
punto en el extremo norte de Sundolia.

—Las Dunas del Rayo. Así es como los lugareños llaman a ese lugar —comenzó
Zev con una mirada a su hermana—. Ese tiene que ser el lugar, ¿verdad? Está cerca
de nuestro pueblo.

—En el desierto de Cobos, ¿verdad? —recordó Laurent.

Zev y Rhea asintieron.

—Pero nunca hemos estado en esas dunas, la gente dice que el templo está
en medio de ellas —dijo Rhea—, y no conozco a nadie que lo haya hecho, no en
las últimas décadas, al menos. Porque ahora hay tormentas sobre esas arenas que
nunca cesan, y enjambres de bestias hechas de dientes, garras y relámpagos... o eso
dicen las historias.

128
Tormentas que no cesan.

Sonaba como un infierno diseñado personalmente para Cas.

Había habido una tormenta la noche en que murieron sus padres adoptivos
—a los que había considerado sus verdaderos y amorosos padres— incluso después
de que conociera a Asra y la acogiera. Ahora, el sonido de los truenos junto con el
destello de los relámpagos casi siempre provocaba que el pánico se desatara en
su interior. Todos los que estaban sentados a la mesa lo sabían. Y ella sabía que
ninguno de ellos la habría juzgado por esos ataques con los que luchaba.

Pero seguía decidida a no mencionarlos ahora.

—Voy a llegar a ese templo. —Se sintió un poco mareada con esta declaración,
pero siguió adelante—: La magia de clase Tormenta es la que tengo más controlada,
creo; así que parece que el destino próximo es Stormhaven, ¿no es así?

Sin embargo, nadie habló de inmediato. La única entre ellos que solía apostar
por el destino era Nessa, que estaba despierta y escuchando ahora; pero sólo
contribuyendo a la conversación con un hipo de borrachera.

Finalmente, Laurent dijo: —Bueno, primero tenemos que llegar a Sundolia.


—Su ceño se frunció en pensamiento por un momento antes de mirar a Rhea y
Zev—. Ustedes dos son de ese imperio del sur; ¿cómo se las arreglaron para cruzar
el Intermedio.

Rhea negó con la cabeza. —No lo hicimos. Cuando llegamos a Kethra, nos
montamos en un barco comercial que salía del puerto en Alderstone.

Por supuesto.

La mayor parte del escaso comercio que aún existía entre Sundolia y Kethra
se realizaba por mar; sería una locura tratar de transportar mercancías a través de
ese espacio salvaje entre los dos imperios.

—Pero nos llevaría una semana más, por lo menos, llegar a la costa y encontrar
un barco que nos lleve —señaló Cas—. Y luego tendríamos que volver a cruzar el

129
imperio para llegar a Stormhaven.

—Tiene razón —dijo Rhea frunciendo el ceño.

—Y el tiempo no está de nuestro lado, con lo imprudente que es Varen, está


actuando.

—Así que a través del Intermedio será —concluyó Laurent—. Parece que
tenemos una semana divertida por delante —dijo Zev tomando otro sorbo de su
bebida.

Cas agarró el asa de su propia bebida con ambas manos mirando su reflejo en
el estaño esmerilado mientras decía: —No tienen que venir todos, saben. De hecho,
preferiría si no lo hicieran. Si algo le pasara a alguno de ustedes, yo... no estoy
segura de lo que haría.

La respuesta fue rápida, casi simultánea.

—Calla —dijo Rhea.

—No seas idiota —expresó Zev.

—Se nos ocurrirá algún tipo de plan detallado —insistió Laurent.

Incluso Nessa levantó la cabeza lo suficiente como para lanzarle a Cas una
mirada incrédula. Y entonces los cuatro amigos procedieron a discutir lo que venía
a continuación, incluso sin la participación de Cas, sin querer dar a su protesta un
segundo pensamiento. Cas los observó con una mezcla de calidez y temor en su
vientre.

Minutos más tarde, Laurent se volvió hacia ella y le dijo: —Si estás segura
de que quieres hacer esto, encontraremos una guía que nos lleve a través del
Intermedio a primera hora de la mañana.

Cas vaciló.

¿Estaba ella segura?

130
Ella le había ofrecido su mano. Varen no se había vuelto atrás. No era la forma
en que ella quería que las cosas fueran; pero era la forma en que pasaron, y ahora
tenía que tomar una decisión.

Así que sí, se concentraría en las cosas que podía controlar.

Como su magia, con suerte.

Y luego usaría esa magia para detener a su hermano, tenía que hacerlo de
cualquier forma.

—Varen ha dejado bastante claro con sus acciones que no planea dejarnos ir,
¿verdad? —pensó en voz alta.

—Y el precio de no pelear con él son vidas inocentes. No quiero ser reina. Pero
todavía tendré que encontrar una manera de enfrentarme a él, porque claramente
quiere ir a la guerra conmigo. Esa es la elección que ha hecho.

Zev levantó su bebida. —Entonces hagamos que se arrepienta de esa elección,


¿de acuerdo?

Cas también levantó su propia taza y, luego uno por uno, los demás chocaron
sus bebidas juntos en solidaridad. Cada golpe hueco hizo que Cas pensara en el
batir de los tambores de guerra, llevándola hacia la batalla.

Uno contra el que tenía la intención de luchar, aunque no estaba segura de


poder ganarlo.

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Capítulo 9

Traducido por -M

Corregido por Tory

El dolor, tal como lo recordaba, era peor de lo que alguna vez había sido. Cuando
cerró la puerta de su habitación, el ardor en su brazo derecho se volvió tan intenso
que Elander de inmediato se arrancó su camisa y la arrojó lejos, esperando ver la
piel destruida debajo.

Pero no había sangre.

Ni ampollas.

Ni moretones.

Tan sólo las marcas que siempre habían estado ahí cuando regresó de Oblivion,
éstas brillaban lentamente en reacción a la magia de este reino. Una arremolinada
huella por cada lugar en que la magia del Dios Rook le había tocado durante los
siglos. Marcas que le habían dado poder por el costo de cadenas y servidumbre.

Las marcas lo conectaban a ese dios sobre él incluso ahora —una conexión
de la cual el Dios Rook tomaba ventaja cada vez más y más frecuentemente—,
mientras que su paciencia enflaquecía.

Elander se tambaleó hacia la cama, el dolor le robaba el aliento y le hacía


sentir mareado. Se sostuvo contra el estribo, justo como un golpe particular le había
atravesado de manera brutal. Se bajó a sí mismo con cuidado, su espalda resbaló
contra la pulida columna de la cama. Sostuvo la alfombra debajo de él en un puño,
tomó una esquina de la sábana en la otra y empujó la ropa dentro de su boca; la
mordió fuerte para evitar quejarse.

Este cuerpo y mente en el que había sido atrapado no estaba hecho para
soportar esta clase de tortura.

Pero no tenía otra opción más que soportarlo.

Porque la alternativa era rendirse, admitir que era demasiado débil, que no
podría hacer lo que le habían ordenado, no podría expiar los errores que había
cometido y probarse a sí mismo una vez más merecedor de su estatus divino, un
estatus que lo llevaría más cerca de quien había perdido.

Algunos días, se sentía como si el Dios Rook quisiera que se rindiera. Como si
ya tuviera otro recipiente esperando y listo para servir como el nuevo medio Dios
de La Muerte y la Destrucción.

Pero Elander no había terminado esta pelea.

Durante varios minutos agonizantes permaneció desplomado contra la cama,


sus ojos cerrados apretados contra el ardiente dolor cortando a través de él.

Finalmente cambió a una adormecida y punzante quemadura.

Giró, clavó sus dedos en el colchón y se izó. Aseguró sus temblorosos


brazos contra ese colchón durante un momento, su cabeza colgaba bajo mientras
recuperaba el aliento. Sus músculos permanecieron tensos, anticipando más olas
de dolor.

Cuando pareció seguro asumir que este particular sesión de tortura había
realmente terminado, Elander se empujó lejos de la cama y una vez más estudió

133
sus brazos desnudos, sus manos, su abdomen. Aún se sentía como si le hubieran
destrozado más allá del reconocimiento, vaciado, golpeado... algo.

Pero una vez más, no había evidencia externa del abuso.

Elander levantó la cabeza y miró su reflejo en la oscura ventana al otro lado


de la habitación; las desaliñadas ondas de su cabello, el brillo del sudor sobre su
piel, el cuerpo que aún se balanceaba inestable sobre sus pies.

—Tonto —murmuró.

Porque era la absoluta verdad, era el más grande tonto que alguna vez había
visto. Él sabía que este dolor vendría. Lo había pedido al dejar que su prisionero
escapara y ahora apenas podía negar la respuesta.

El castigo de Malaphar será inmediato, Caden le había advertido.

Y así había sido.

En el segundo en el que Espina había ido más allá de la frontera de Oblivion,


había comenzado. El Dios Rook había dejado claro su descontento, al principio con
pequeños flashes de poder; como el ligero toque contra la espalda de Elander, un
recordatorio de que no estaba solo.

Excepto que se sentía como si el Dios Rook lo pinchara con cuchillos.

La presión y el dolor aumentó mientras las horas pasaron y se convirtieron en


días. Hace ya tres días desde que Elander y Thor habían separado sus caminos, y éste
último castigo se había convertido en el más intenso de todos hasta el momento.

¿Cuán horribles podrían llegar a ser esos castigos?

¿Y si ese dios superior simplemente se cansaba de jugar el juego y eliminaba


a su sirviente sin advertencia?

Era posible, la confianza de Malaphar en Elander se evaporaba. Su necesidad


por Elander también, ahora que el último miembro de la familia Solasen había sido
encontrado y el misterio detrás de la supervivencia de Varen había comenzado a

134
desenredarse.

¿Qué había dicho el Dios Rook durante su última reunión?

Tengo muchos recursos, puedo encontrar otra bestia que haga mi voluntad si así
lo requiero.

Y con cada cuestionable paso que Elander daba, había estado probando
la paciencia de aquel dios superior un poco cada vez. Era un juego peligroso. Un
estrecho, traicionero sendero que caminaba solo.

¿Por qué si quiera lo cruzaba?

Muy en lo profundo, sabía cómo había terminado. Aún intentaba seguir


cada paso de sus planes para arruinar a la familia Solasen y el imperio que habían
corrompido, era en lo único en lo que había pensado durante dos décadas ya. Lo
único en lo que había trabajado y estaba demasiado cerca del final como para
detenerse.

Pero hasta que aquel final llegara, ahora también estaba determinado en
darle a Espina tanto aire en este mundo como pudiera. Incluso si el precio era tanto
dolor que su propio aire era robado de sus pulmones. Sí, la necesitaba para que le
ayudase a matar a su hermano, necesitaba que descubriera su propia magia para
que pudieran matar a Varen…

Pero esa no era la razón por la cual la había dejado ir el otro día.

Ni siquiera él estaba seguro de porqué había hecho eso.

Tal vez lo había hecho porque era el más grande tonto existente.

Hubo un golpe contra la puerta. Sintió la magia de Caden antes de que


escuchara la voz del sirviente por el otro lado, informando que él y Tara habían
regresado de las tareas a las que habían sido enviados antes.

—Iré abajo en un momento —Elander anunció.

En realidad, le tomó varios momentos terminar de recomponerse, empujar

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todos esos pensamientos sobre aquella enloquecedora mujer de cabello blanco
fuera de su mente, vestirse y por demás limpiar su apariencia. Se las arregló y
pronto dejó su habitación y descendió por las escaleras frente a él.

Presintió a Caden y Tara esperándolo en el cuarto que servía como una especie
de estudio, entró al recuadro sin ventanas con el mismo poderoso y confiado andar
de siempre.

De negocios como era usual, a pesar del tenue dolor aun adormeciendo su
piel.

En realidad, el acto no fue tan convincente como lo había esperado, en el


momento en que Tara lo vio, de inmediato fue hacia la repisa en la esquina, tomó
una de las jarras de cristal dentro y le sirvió un vaso con el ambarino líquido.

El alcohol nunca había sido un vicio que deseara como dios —y la mayoría
no tenía el mismo efecto en lo divino como lo hacía con los mortales—, pero en
su tiempo invertido en su actual cuerpo había desarrollado cierto gusto por aquel
espíritu que los humanos llamaban brandy. Tara lo había hecho también y se había
tomado el tiempo en averiguar quiénes eran los maestros en el arte de destilarlo.

También se había vuelto excepcionalmente buena en decir cuándo Elander


necesitaba una de esas bebidas.

Tomó el vaso que ella le ofrecía, le agradeció y luego miró a Caden.

—Reporta.

—Varen planea montar demostraciones en Greyedge y Malgraves después.


La población marcada de Malgraves es particularmente alta, escuché que espera
cortarlos a la mitad. Les han prometido a los soldados recompensas dependiendo
de cuántos detengan o asesinen personalmente.

Tara hizo una mueca.

Elander permaneció serio al asunto, aunque sí pensó que parecía


excepcionalmente... imprudente para un rey-emperador quien, hasta ahora, no

136
había mostrado la misma clase de naturaleza violenta de su padre.

Pero Elander no dudaba del reporte de Caden. Después de todo, era el espíritu
inferior de La Sangre y su magia le permitía leer mentes como otros leían libros.

Era un poder que Elander también había poseído antes de que cayera. Había
sido él quien le había otorgado dicho poder a Caden, pero era el Dios Rook quien
originalmente se lo había dado a Elander.

Y ahora esa magia, como todo el resto de ella, había sido perdida y distribuida
por el castigo de ese dios superior; aún podía ver las vidas de los recién fallecidos
pasar frente a sus ojos con un simple toque, pero las mentes de los vivos no eran
ningún misterio para él.

Había sido increíblemente frustrante después de siglos de poder leer a las


personas a voluntad. Pero al menos su sirviente había retenido una diluida forma
de su poder, las personas comunes no podían mantener sus secretos de Caden.

—¿Tenemos gente bajo nuestra influencia en Malgraves? —Elander preguntó.

—Sí, ya he estado ahí personalmente colocándolos en posición. Puedo


arreglar más y puedo hacer lo mismo en Greyedge; aunque la población ahí es
significativamente menor, tenemos los recursos.

Elander tomó un sorbo de su bebida, reflexionó sobre todo. Sus años invertidos
como un impostor entre la armada real les habían dado estos recursos. Algunas
personas naturalmente habían caído ante su influencia mientras ascendió rangos
y se convirtió en capitán, otros habían sido atraídos por Caden y su misteriosa
habilidad para siempre saber en qué pensaban; algunos otros habían sido
persuadidos por Tara y su magia Sombra —magia que causaba alucinaciones— y
le permitía manipular las mentes con la misma facilidad con la que Caden las leía.
Habían sido sutiles pero intencionales con sus métodos, con cuidado de plantar las
semillas de la insubordinación justo debajo de las narices de Varen.

Y ahora usaban su influencia sobre las insubordinadas personas y ralentizar


los planes de Varen.

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La verdad no era sobre salvar vidas tanto como para salvar magia. Esa había
sido otra tarea que le había dado Malaphar —asegurarse de que suficiente magia
permaneciera en Kethra para proveer al dios cuando llegara el momento de que
descendiera sobre el imperio y lo terminara— era imperativo que siguieran con la
tarea, que exitosamente —protegieran— a estas marcadas personas y la mágica
energía que llevaban afortunadamente le ganarían a Elander un poco más de
paciencia a ese dios al que servía... y le ganaran el tiempo que necesitaba para
averiguar el resto.

—Nos enfocaremos en Malgraves —Elander le ordenó a Caden antes de


dirigirse a Tara—. ¿Qué hay de ti?

Mientras que Caden había sido asignado a Varen, él la había enviado a rastrear
a la otra hija Solasen.

—Se ha reunido con sus amigos —Tara le informó—. Le causaron problemas


a Varen en Fallenbridge y ahora se dirigen al sur. —Ella tomó un trago de su
propio vaso de licor que se sirvió después de haberle servido el suyo, sus ojos se
entrecerraron mientras trataba de recordar detalles—. El espía que manipulé me
informó que planean cruzar El Medio y dirigirse a Sundolia, aunque fue incapaz de
averiguar su destino exacto.

Elander tomó su vaso con más fuerza.

—¿El Medio?

—Tienen un guía, pero…

—Pero ¿qué clase de guía podría con la inestable magia en ese lugar? —
murmuró.

—Precisamente.

Además, no había forma de saber cómo esta supuesta magia de Espina


reaccionaría con tal inestabilidad. Su poder era extraño, Elander no confiaba en
que ella podría mantenerla bajo control entre las mágicas energías de ese lugar
silvestre. No creía que podría salir de ahí viva.

138
Y le preocupaba por varias razones.

—Estás preocupado por ella —la voz de Tara era seca con la insinuación.

No pudo hacerse decir que no estaba preocupado, así que decidió no decir
nada en absoluto y en su lugar tomó un largo trago de su bebida.

—Sólo para reiterar: ella es nuestra enemiga ahora —dijo Caden.

—Ella había sido siempre nuestra enemiga, sin importar lo que haya sucedido
entre ustedes antes de que descubriéramos la verdad sobre su identidad—. Elander
drenó el resto de su bebida. Debió de haber ordenado silencio, pero no tenía la
energía para eso.

—Tal vez se dirige al sur por el momento, pero no tengo la menor duda de que
regresará a pelear por la gente de este imperio, marcados o no —Caden presionó—.
Pelear contra el Dios Rook y sus sirvientes. Es decir, contra nosotros.

—Ya sé. —Elander cruzó la habitación y se sirvió otro vaso de brandy. Bebió
lentamente pensativo.

Caden lo miró sin decir nada con un brillo violento en sus ojos.

Pero normalmente siempre había un brillo violento en los ojos de Caden, así
que Elander no le prestó atención.

Se tomó su tiempo para pensar y se dirigió al techo en lugar de a sus sirvientes


cuando finalmente continuó.

—La necesito viva para ayudarnos a lidiar con su hermano. Ya hemos hablado
de esto.

—Sí, pero seguramente podemos pensar en otra forma de matar a Varen —


dijo Caden.

Elander bajó la mirada y buscó, no a Caden, pero a Tara y su ya esperada


calmada mirada.

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Pero Tara negó con su cabeza hacia él también.

—Pienso que ha causado más problemas de lo que podría valer. Y es propensa


a causar más. Además, una muerte es mejor que ninguna si tratamos de ganarnos
tiempo y suerte; y parece ser la más fácil de matar entre los dos. Ha mostrado más
debilidad.

Elander frunció el ceño, pero la expresión de Tara permaneció rendida. Eso


no era ninguna sorpresa, era tan predecible como la violencia en los ojos de Caden.

No muy seguido Tara se atrevía a estar en desacuerdo con Elander; pero


cuando lo hacía siempre era con una calmada e inamovible mirada, como la que
le daba justo ahora. Casi siempre se interponía como la voz de la razón entre los
violentos argumentos de Caden, ambos espíritus se mantenían uno a otro en
equilibrio, por eso siempre los había mantenido a ambos cerca de él.

Mientras que Tara permaneció con una estoica mirada, Caden se lanzó con
otro argumento:

—¿Se te ha ocurrido que, si esa magia que protege a Varen está conectada a su
magia de alguna forma, tal vez podamos destruir sus protecciones destruyéndola
a ella?

Elander frunció el entrecejo. Porque por supuesto que se la había ocurrido.


Lo recordaba en los momentos en los que se daba cuenta de quién era realmente
Espina.

Y luego se deshacía de la posibilidad igual de rápido, por razones que no


quería admitir.

—De todas formas, tendremos que matarla eventualmente —dijo Tara en su


particular forma de mostrar los hechos.

Elander contuvo un suspiro.

—Sí, eventualmente.

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—Sé que tenías un plan, al dejarla ir el otro día, pero… —Elander levantó una
mano y Tara se mantuvo en silencio un momentos antes de delicadamente decir—.
Perdóname, sólo…

—No hay nada que perdonar —le dijo yendo a las repisas que contenían las
variadas botellas con su tentador y destilado veneno. Consideró rellenar su vaso
de nuevo, pero en su lugar alcanzó uno de los libros de las repisas de abajo—. Son
buenos puntos. Los de ambos.

Habló sinceramente, y aun así la tensión en el aire permaneció palpable,


percibió su frustración. Su miedo.

No era que no lo merecía, no era él mismo esta noche, no había sido él mismo
durante muchas noches, justo ahora, y no era un buen presagio para el futuro de
ninguno si continuaba así.

Su usualmente confiable e incuestionable control se le estaba resbalando y


tenía que volver a tomarlo.

Volvió su atención hacia Caden y esta vez no habló, sino que comandó:

—Te quiero en Malgraves en la mañana. Quédate ahí hasta que la batalla


termine. No queremos que Varen elimine más magia exitosamente de este maldito
imperio. —Su voz se había endurecido a tal punto que Caden no se atrevió a discutir
con él.

Se fue con una ligera reverencia, pero Tara permaneció aun mirándolo en
silencio.

Ordénale que se vaya también, se dijo.

—Tienes algo que quieres decir —le dijo en su lugar.

Ella asintió. Pausó un momento y luego dijo:

—¿Puedo hacer una pregunta?

Llevó consigo aquel libro, junto con lo que quedaba de su segunda bebida, a

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su escritorio en el fondo de la habitación.

—Habla.

—¿Por qué la salvaste aquella noche en el palacio? ¿Y por qué la dejaste ir?

—Ya he respondido a eso. —Se estableció sobre la silla detrás del escritorio,
abrió el libro que estaba lleno de mapas detallados de los tres imperios Marrland y
distraídamente recorrió las páginas—. Quiero darle la oportunidad de que averigüe
sobre su magia porque quiero que me ayude contra su hermano.

Tara no respondió enseguida, no hasta que juntó su mirada con la suya.


Entonces ella tomó un profundo respiro, tal vez reuniendo coraje para preguntar:

—¿Fue esa la única razón?

Elander evitó su mirada y terminó el resto de su bebida.

—No lo creo —dijo Tara tranquilamente—. Tampoco lo hizo el Dios Rook,


juzgando por los castigos que ha estado dejando caer sobre ti.

Elander cuidadosamente posó las puntas de sus dedos sobre su abdomen


bajo, donde el ardor aún no se había calmado.

—¿Es tan obvio?

—Lo es para mí. —Tara dio un paso al frente, recogió su vaso vacío—. Caden
probablemente también lo notaría si dejara de comportarse como un niño y prestara
más atención.

Elander rio con su comentario.

—Tal vez puedas responder tu propia pregunta por mí. Entonces, como se ve
que has prestado mucha atención, ¿cuál es la razón?

Otra pausa y luego:

—Sí tengo una idea.

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Su cuerpo se tensó al darse cuenta de que en realidad no quería oír esta idea.
Pero una vez más, le había preguntado, ¿o no?

Y no podía evitar sentir curiosidad por su respuesta.

Tara giró el vaso vacío en sus manos mientras dijo:

—Creo que te recuerda... a ella.

Volvió su atención de vuelta al libro frente a él.

—Nada me recuerda a ella más.

—No creo que esa sea la verdad.

—Para —le advirtió.

Tara se detuvo. Por un minuto, al menos. Entonces dijo:

—¿Además? Es la naturaleza humana querer proteger las cosas que son


cercanas a ti. Te acercaste a esa mujer Solasen, lo vi suceder.

—Ah, pero no soy totalmente humano y tampoco lo eres tú.

—No, pero lo soy lo suficiente. Algunos días me siento más como una humana
que como un espíritu. —Ella cruzó sus brazos sobre su pecho y se recargó sobre el
escritorio—. Lo que no es tan malo, en realidad.

Eso produjo otra risa ligera de parte de Elander.

—¿Preferirías ser humana?

—No dije eso. —Las puntas de sus dedos golpetearon varias veces en el vaso
de cristal que sostenía—. Pero es difícil no pensar en eso después de todo este
tiempo, ¿verdad?

—Sólo han sido unas décadas —le recordó. Algunas veces se sentía como
mucho más tiempo, pero lo que habían pasado esas desterradas formas era sólo un
parpadeo comparado con su existencia entera.

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Tara continuó como si no lo hubiera escuchado.

—Los humanos son terriblemente frágiles, pero hay algo sobre esa fragilidad
que es, no lo sé... cautivador. Lo fugaz de su existencia y todo eso. Viven más
fervientemente, pienso que es porque todo terminará. Todo parece más audaz. El
amor, el odio, la tragedia… —Comenzó a mirar en su dirección, pero se detuvo.

Elander odiaba esa palabra: tragedia.

Era exactamente el tipo de palabra que algún cursi escritor usaría para
describir ciertas partes de su pasado y no estaba interesado en complacer esa
particular narrativa.

—No soy humano —dijo firme—, y tú tampoco lo eres. ¿O te arrepientes de


ascender todos esos siglos atrás?

Ella dejó de golpear con sus dedos el vaso y lo tomó más firmemente entre
sus manos.

—No, por supuesto que no.

La conversación cayó en un silencio que se asemejaba al eco, como aquella


quietud que se asentaba sobre los lugares antiguos. Lugares que, como los mismos
Elander y Tara, habían visto más vidas que la mayoría.

Elander no pensaba en ello con regularidad, pero sí: había sido humano, una
vez. Todos los dioses medios habían sido humanos una vez, hasta que uno de los
tres dioses verdaderos —los dioses superiores, Los Moraki— los elegían como sus
sirvientes. Recipientes otorgados con magia para que así tal vez le dieran forma al
ya formado mundo. Entonces esos dioses medios seguían el ejemplo, la mayoría
eventualmente escogía recipientes propios, ya fueran humanos o bestias, y luego
ellos concedían sombras de cualquier magia que tuvieran para ofrecer.

Tara había sido el primer recipiente que Elander había escogido. La primera
humana que no había retrocedido al encontrarse con un joven Dios de la Muerte
con un cuestionable control sobre sus propios nuevos poderes. Ella de buena gana
había aceptado ascender, recibir divinidad a cambio de jurar una alianza con él y

144
luego le había ayudado en su tarea de controlar sus poderes y de completar lo que
fuere que el Dios Rook le dijera que hiciera.

En algunas maneras, Tara era más que un sirviente, sino lo más cercano a
tener una familia, eso suponía. No era el caso con el resto del Marr, algunos de sus
compañeros dioses medios trataban a los espíritus inferiores que le servían como
algo más que sirvientes. Ellos nunca habrían permitido que uno de esos espíritus
les cuestionara de la forma en la que Caden y Tara lo habían hecho. Creían en el
poder absoluto y el control por sobre asesoramiento y compañerismo.

Algunos días, Elander entendía el porqué.

Pues al menos, habría hecho las cosas menos complicadas.

—Tienes razón —decía Tara—. Por supuesto. Sólo divagaba. Estamos hechos
para ser divinos, y muy pronto encontraremos una manera de volver a serlo.

Elander volvió a sentarse sobre su silla, llevándose el libro consigo.

—Me alegro que ya esté resuelto.

Podía adivinar por su expresión que no creía que nada sobre el asunto estaba
resuelto, pero Elander volvió a su libro y no dio paso a una futura conversación.

Pasó las páginas de aquel tomo de mapas y gráficas, sin prestar real atención
a ninguna de las ilustraciones.

Tara se mantuvo ocupada reorganizando las estanterías en la habitación,


murmurando una tranquila melodía mientras trabajaba.

Debería haberle dicho que siguiera los pasos de Caden y se fuera. Pero algo lo
detuvo. Tal vez era la memoria del dolor que había atravesado antes, pues Malaphar
tendía a esperar a que Elander estuviera solo para atacar. Si Tara se quedaba cerca,
entonces tal vez postergaba la próxima visita de aquel dios superior.

Que cobarde me he convertido, pensó con una punzada de autodesprecio.

Los minutos pasaron y Tara terminó de almacenar libros y giró de improviso

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hacia él como si ya no fuera capaz de mantenerse en silencio.

—Esperas encontrarla cuando volvamos, ¿verdad?

Otra vez.

—Debería ser posible —dijo Tara con su voz de por-todos-los-hechos—. Una


vez que ascendamos, ¿qué te detendría de atravesar los cielos e infiernos para
encontrarla? Alguna vez te moviste con libertad entre esos dos reinos. Al igual que
Caden. —Una melancólica sonrisa tiró de sus labios—. Aunque definitivamente se
quejaría durante todo el trayecto.

—Se ha ido, Tara —cerró el libro en su regazo sólo para volverlo a abrir—. No
la vuelvas a mencionar.

Tara lo estudió sin decir nada, su ceño fruncido.

Elander suspiró. Nunca sabía qué hacer en momentos así, cuando la línea
entre sirviente y amigo preocupado se volvía tan fina.

—Para que quede claro, sí —dijo luego de varios momentos de aquel incierto
silencio—. He pensado en buscarla.

¿Cómo podría no haber pensado en ella?

La mujer a la que Tara se refería era parte de la razón por la cual había caído.
Porque había tratado de ayudarla y había pagado caro por eso. Todos los involucrados
habían pagado las consecuencias, incluyéndola a ella.

—Pero sabes tan bien como yo que Malaphar probablemente hizo todo en su
poder para asegurarse de que nunca la volviera a ver.

Tara finalmente pareció quedarse sin palabras, y quizá mal por traer el tema
a colación en primer lugar.

Bien.

—De todos modos, no tenemos que preocuparnos por tales cosas ahora —

146
continuó—. Primero tenemos que preocuparnos por nuestros problemas en este
reino ahora.

Ella asintió.

—Así que, la próxima a ser reina se dirige al sur —incitó.

Tara inhaló profundo y a su cabeza hizo una ligera sacudida, como si


reacomodara sus pensamientos antes de hablar.

—Así es, y entiendo por qué no podemos dejar que muera ahora, no sabemos
los suficiente sobre el hechizo que hizo para proteger a Varen. Está la posibilidad
de que sea la única capaz de disolver el conjuro. Y sí, matarla podría romperlo, pero
también podría hacerlo permanente.

—He visto magia funcionar en ambas formas. —Elander comentó—. Así


como tú.

—Sí.

—Aún no sabemos con qué clase de magia lidiamos —señaló.

—¿Pero crees que ella será capaz de descubrir con qué clase de magia está
lidiando?

—Podemos; aunque sea dejarla intentarlo mientras nos enfocamos en


restringir la nueva sed de sangre de Varen. —Le dio un vistazo al libro en sus manos,
abierto en un diagrama detallado con rutas históricas entre los imperios de Kethran
y Sundolian. Muy pocas de esas rutas cruzaban El Salvaje Medio que Espina y sus
amigos aparentemente trataban de atravesar.

—¿Por qué se arriesgaría en tal viaje?

¿A dónde se dirigía y por qué?

—¿Tú te concentraras en Varen? —Tara preguntó.

Elander no respondió.

147
—Yo debería ir tras su hermana, no tú. —Tara insistió—. Puedo protegerla
desde la distancia, o más que eso incluso.

—¿Más? ¿A qué te refieres?

—Sólo... estaba pensando en que podría pasar tiempo con ella, comenzar a
usar mi magia sobre ella de forma casual. Prepararla para el día en que estemos
listos para usarla en contra de Varen.

Elander casi se encontró asintiendo en aprobación con el plan, porque sabía


que sería lo más sabio en dejar que Tara lo maneje. Su magia ya había funcionado
con tantos otros soldados reales del ejército de Varen... bien podrían usarlo a su
favor en esto también.

Y sólo tendría que ordenarle a Tara hacerlo y tendrían la ventaja.

Pero no podía dejarse ordenar tal cosa. No le gustaba la idea de la magia de


Sombras tomando el control sobre la mente de Espina.

—¿Señor?

—Nadie necesita protegerla —dijo—. Por ahora podrá sobrevivir por su


cuenta y preferiría que usaras tu magia para ayudar a Caden.

Los ojos de Tara delataron su decepción, pero mantuvo sus labios presionados
juntos.

—No necesito decirte sobre lo que pretendo hacer —Elander añadió—. Pero
me aseguraré de que Valori de Solasen no se aleje mucho de nosotros.

Los labios de Tara se separaron, su argumento finalmente comenzando a


escapar, pero él la interrumpió…

—Dejemos esto bien claro: te estoy ordenando que sigas a Caden a Malgravez
y te ocupes del resto. Yo me haré cargo.

Su pecho se expandió y se hundió con un profundo respiro al bajar su mirada.

148
—Por supuesto, señor.

Aquel incómodo silencio vacío se extendió entre ellos una vez más.

Elander usualmente no le ordenaba de esa manera, especialmente no le


agradaba hacerlo y tal vez por estas cosas se vio obligado a agregar:

—No pretendo ser visto, sólo para observar. No arriesgaré más de lo necesario,
así que no te preocupes.

Sólo era su propio destino el que estaba en riesgo y no se había olvidado de


ello. Tara y Caden habían elegido permanecer con él, caer con él, servirlo incluso
cuando estaba atascado en ese miserable y adolorido cuerpo.

No podía dejar que su lealtad fuera en vano.

Tara levantó sus ojos a los suyos y le dio un solo pero lento asentimiento.

—Ve y ten cuidado —le dijo—. Además, te doy la completa autoridad de


ordenarle a Caden tanto como necesites. Me pondré en contacto contigo pronto.

Tara hizo una reverencia y se dirigió a la puerta. Elander esperó hasta que
estuvo fuera de la habitación cuando no fue capaz de sentir su energía, antes de
permitirse exhalar un largo y cansado suspiro. Elander miró por última vez al libro,
recorrió las página y su mirada recorrió a través del espacio entre los dos imperios.

Aquí Habrá Monstruos, declararon las palabras entrelazadas sobre aquella


extensión gris.

Una declaración, en realidad.

Había colocado una puerta mágica en la ciudad de Edgekeep algún tiempo


atrás. Podría viajar fácilmente y entonces estaría a millas de la frontera. No
habría sido difícil rastrearle después de eso; tantas personas en El Salvaje Medio...
destacaría. Habría testigos. Y, aunque él no tenía el poder de leer las mentes como
Caden o magia manipuladora como Tara, podía hacerlo hablar igual de bien.

A decir verdad: no había lugar al que ella pudiera ir sin que él la encontrara.

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Ahora sólo tenía que decidir qué haría cuando la alcanzara.

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Capítulo 10

Traducido por Z. Luna.

Corregido por Tory

—¿ESTÁS SEGURO DE QUE ESTE HOMBRE ES DE CONFIANZA? —preguntó Nessa


una vez más.

Ella sostuvo las riendas de uno de los caballos, mientras Cas sostenía la
otra. Dejarían los caballos al cuidado de unos conocidos de Rhea y tendrían que
encontrar otros del otro lado del Salvaje Medio; Rose y Faus eran excelentes jinetes,
pero los únicos caballos que atravesaban esas tierras salvajes eran aquellos que
habían sido específicamente entrenados para hacerlos, y ese tipo de criaturas eran
excepcionalmente caras y difíciles de encontrar. Por lo tanto, estarían haciendo su
primera caminata en su viaje a Stormhaven a pie.

—¿Hay alguien quien frecuente a los Salvajes confiables? —respondió Zev—.


La magia que emana de ese lugar es lo suficientemente mala para lidiar sea una vez
en tu vida. Imagínate lo que ocasionaría exponerse a ella una vez por semana.

—Ese es exactamente mi punto —dijo Nessa frunciendo el ceño—. ¿qué clase


de persona elige dedicarse a esto?
—No sé por qué eligió dedicarse a guiar personas a través de este infierno;
pero por lo que tengo entendido, este sujeto es raro mas no malo. Además, no hizo
preguntas sobre por qué queríamos dejar el imperio ni nada por el estilo; solo le
importa el dinero. Y nunca ha perdido un cliente el cual le haya pagado.

—Esa última parte es la más importante ¿verdad? —interrumpió Cas,


ofreciéndole a Nessa una mirada alentadora.

—Precisamente —dijo Zev en acuerdo, sintiéndose un poco sorprendido de


que Cas hubiera esto de su lado en lugar de cuestionarlo.

Pero Cas ya estaba cansada de preguntas; ella solo quería empezar el viaje.
Nessa aún no estaba convencida.

—Si las cosas salen mal —añadió Laurent uniéndose a ellos después de una
prolongada conversación con los futuros guardianes de sus caballos—, sacrificamos
a Zev a los monstruos del Salvaje y huimos.

—Sería una muerte lo suficientemente noble supongo —dijo Zev encogiéndose


de hombros.

—Nadie va a morirse en esta expedición —dijo Rhea quien venía detrás de


Laurent—. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —respondieron todos al unisón.

Los guardianes de los caballos vinieron y se llevaron a Rose y Faus lejos.


Después, solo era cuestión de redistribuir sus pertenencias de las alforjas a las
mochilas que planeaban llevarse y luego empezaron su camino hacia la encrucijada
a las afueras de la ciudad donde su guía debería haber estado esperando. Pero no
había nadie para recibirlos.

—Retardado. Este no es una buena manera de empezar una aventura, ¿o sí?


—dijo Laurent cambiando el peso de un pie al otro claramente incomodo; él nunca
estaba tarde para nada. Una vez le contó a Cas que los elfos de Moreth (ese frio
reino del norte de donde procedía) eran extremadamente puntuales, hasta el punto
de vetar amigos y familiares que se atrevían a llegar tarde al tiempo acordado así

152
fuera solo unos minutos de diferencia.

Cas se cubrió sus ojos del sol de mediodía y se dirigió a Zev.

—Tú siempre me estás molestando sobre cómo es un contrato correcto ¿acaso


no hiciste que este hombre firmara nada antes de que le pagaras?

—Por supuesto que lo hice. Habría sido estúpido el no hacerlo, considerando


especialmente la cantidad que le pagué.

—¿Cuánto fue?

—Una cantidad ridícula, para ser honesto.

Cas se mordió el labio. La cantidad exacta de monedas gastadas se sentía


como una pregunta insignificante en relación con algunas cosas, ella suponía. Pero,
por otra parte, hablar sobre la situación hacía que esto se sintiera como cualquier
otra misión en la cual estaban embarcando juntos, lo que ayudaba a calmar algo de
la ansiedad producida en su estómago.

—¿Y de dónde sacaste el dinero para pagar esa cantidad ridícula?

—Me alegra que preguntes —respondió Zev sonriendo.

—Aquí vamos otra vez —dijo Nessa volteando los ojos—. Este hombre no ha
dejado de presumir su robo a Varen desde que escapamos del palacio la otra noche.

—No, y no dejaré de hacerlo, porque ¿cuántas personas pueden decir que


robaron el palacio de manera exitosa?

—Con todo lo que estaba pasando esa noche, ¿eso era en lo que estabas
enfocando? —Cas le dio una mirada de desprecio.

—Él ya tenía sus mochilas repletas de baratijas entre otras cosas mucho antes
de esa noche —dijo Laurent sin levantar la mirada del mapa que había comenzado
a estudiar.

—¿Incluso antes de que descubriéramos que Varen era en realidad nuestro

153
enemigo?

—Tenía una corazonada que las cosas no saldrían bien con ese cliente en
particular —dijo Zev—. Se le dice estar preparado. Y tenía razón, ¿o no?

—Habrías robado todas esas cosas, incluso si hubieras estado equivocado —


dijo Nessa.

—Por supuesto que lo habría hecho. Simplemente me habría sentido un


poquito culpable sobre el hecho.

Cas arqueó una ceja.

—Un poquitito.

Nessa bufó.

—No soy el malo aquí —insistió Zev—. ¿Quién necesita tantas cosas inútiles
de oro como las que tiene el rey emperador?

—En eso tiene razón —añadió Laurent poniendo parcial atención a la


conversación.

—¿Pero en verdad la tiene? —preguntó Rhea.

—Sigo votando que lo abandonemos primero si algo en el Salvaje empieza a


perseguirnos —dijo Nessa.

—De acuerdo —añadieron Rhea y Cas al mismo tiempo.

—Buena suerte financiando este tipo de expediciones sin mi billetera —dijo


Zev con una cara burlona.

—Te saquearemos antes de sacrificarte, obviamente —le informó Cas.

Zev estaba a punto de responder, pero en ese momento fueron interrumpidos


por la llegada de su guía contratado. Y este sujeto lucía como el tipo de persona que
elegiría dedicarse a guiar gente a través de lugares infernales.

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De hecho, se veía como algo que había nacido del mismo Salvaje; con
brazos y piernas tan masivas como abultados troncos de árboles, piel enfermiza
y pálida que contenía más cicatrices que piel misma, y ojos disparejos —uno era
sorprendentemente más verde que el otro—. Estaba vestido de pies a cabeza con
diferentes tipos de pieles y en cuello una pequeña flauta que colgaba de una cuerda
deshilachada y parecía hecha de un hueso.

Cabalgaba un negro y musculoso pony de melena blanca y múltiples cicatrices


en sus costados. Los ojos del pony también se veían muy brillantes, un impactante
tono de azul, y Cas se preguntó si el aire del Salvaje lo había causado.

El hombre, cuyo nombre era Osric, refunfuñó sus saludos. Su acento era
similar al de Rhea y Zev; ¿sería originario de la parte norte de Sundolia también? Tal
vez lo era, pero no contó nada sobre sus antecedentes, ni tampoco parecía el tipo
de persona que estaría entusiasmado de responder dichas preguntas.

Su mirada dispareja analizó brevemente al grupo frente a él. Se mantuvo


vacilante por un largo tiempo en el cabello gris de Cas y luego en sus ojos, los
cuales también habían perdido pigmentación. Pero no dijo nada sobre su marcado y
desvaneciente aspecto; solo tomó la mochila que ella estaba sujetando y la aseguró
en el lomo del pony utilizando cinturones desgastados. Cas inhaló en señal de alivio
mientras Osric se alejaba de ella y sintió más confianza en la elección de guías de
Zev, porque este sujeto claramente no era el tipo de persona que haría preguntas
mientras se le pagara.

Perfecto.

Él cargo las demás bolsas al pony en silencio y luego gruñó una simple orden
a sus clientes y también al pony.

—Adelante.

El viaje por las orillas del Medio Salvaje era como una milla a lo mucho. Pero a
pie y, cargando todo lo que no podía llevar el pony, hacía que se sintiera más largo.
El aire se espesaba mientras caminaban y oscurecía cosas incluso en la distancia
cercana, no como la ondeante ilusión que se apodera de las cosas distantes en un día

155
caluroso, excepto que hacía frio, y el frio aumentaba con cada paso que tomaban.

A medida que se acercaban a su destino, el inquietante aire parecía enredarse


alrededor de sus cuerpos. Cas se encogió de hombros y se cubrió con su capucha
con más firmeza, pero acurrucarse a ella no surtía ningún efecto; la rara energía ya
había penetrado su piel. Hacía que cada paso que tomaba se sintiera más pesado,
levantando y agitando la magia en su sangre. Cas sentía un entumecido hormigueo
recorrer desde su espalda hasta las puntas de los dedos.

Una imagen llegó a su mente de manera instantánea: esos guardias de ayer,


asesinados brutalmente por la tormenta de magia de la cual ella había perdido
el control. Cas se preguntó qué es lo que haría esa magia de ella una vez que se
encontraran en el centro del Medio Salvaje.

¿Será que esta rareza en el aire iba a agravarla?

¿Se pondría peor mientras más se adentraran?

Un pie delante del otro, se dijo a sí misma, metiendo la barbilla hacia el cuello
y enfocándose en contar los pasos de Nessa quien se encontraba enfrente de ella.

Cuando encontró la valentía de mirar para arriba, vio que las Torres Brightwood
se podían ver alzándose por el lanudo aire como una docena de espadas negras
destrozadas apuntando hacia los cielos.

Las leyendas decían que esas torres habían sido erigidas por el príncipe
elfo, Erroll Brightwood, quien había servido a Jonn de Solasen, el tatarabuelo del
gobernador actual del Imperio Kethran. Ellos habían sido hechizados con magia
derivada de la tierra, como lo era toda la magia de elfos. Su propósito había sido
crear una pared que era parte del gran objetivo del antiguo rey y consistía en
canalizar toda la magia divina fuera de Kethra y no dejarla entrar.

Veintisiete torres en total y ninguna había durado más que unas pocas
semanas antes de que empezaran a suceder cosas extrañas. Desde gente lanzándose
desde los niveles más altos sin advertencia, pedazos de la inmaculada estructura
quebrándose y gente notable parada debajo. Sonidos extraños, acompañados por

156
luces extrañas, ambas sin procedencia ni manera de ser rastreadas.

Las torres rápidamente se convirtieron imposibles de proteger por las manos


del hombre, imposible de detener la desintegración. Después de solo un año, varias
colapsaron en su totalidad.

Pero para este punto, el daño ya había sido hecho; las divinas energías
mágicas que se habían estancado en el lado sur de las torres ya habían comenzado
a convertir la fauna y flora en esa área, mutando ese amplio tramo de tierra que se
convertiría en el Medio Salvaje.

Al paso de los años, las mutaciones no pararon, llevando a la gente a creer


que el mismo aire y tierra estaban contaminados de manera irreversible. Se había
convertido en uno de los gritos de guerra que aquellos en contra de la magia divina
tomaba. ¿Ves lo que ocurre cuando demasiada magia divina se conecta en un solo lugar?
¿Queremos ciudades enteras en nuestro amado imperio terminen como el Intermedio?

Como si la magia fuera la única culpable, en lugar de la idiotez del rey y su


intento de contener y controlarla.

Se decía que las doce torres que se encontraban de vista al momento se


encontraban en el peor estado en comparación a las otras que aún estaban erigidas.
Sus fachadas estaban quebradas y cayéndose a pedazos, el interior estaba hecho
ruinas y la protección que en algún momento había protegido a Kethra quedó en
el olvido.

La falta de protección era el motivo por el cual el aire se sentía incómodo,


pero también significaba que ese amplio tramo de tierra del otro lado tenía una
concentración baja e inestable comparada las otras secciones donde las torres se
encontraban intactas, lo que hacía de esta área más pasadera. Aunque no había
caminos a través del Medio Salvaje, este era el punto en el cual la mayoría cruzaba,
después de pasar por debajo de la puerta del Salvaje.

Mientras la puerta se materializaba en la distancia, también lo hicieron varias


calles con carpas andrajosas de colores opacos.

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Este era el infame mercado Salvaje, uno de tantos lugares cerca de la frontera
que comerciaba cosas cosechadas del Medio. De acuerdo con los que hacían
negocios en esta ubicación, uno se podía dar cuenta de la potencia de un producto
enfusido en magia si esos productos aun estuvieran técnicamente expuestos al aire
del Salvaje. Por lo tanto, y aunque era un riesgo instalarse cerca del Salvaje, los
mercaderes lo hacían para poder poner su mercancía a un precio alto.

Había demasiado silencio para ser un mercado, pero no había necesidad de


pregonar mercancías aquí; si alguien se atrevía a venir al Salvaje, era usualmente
por un propósito en específico.

El guía se movía con ese tipo de propósito, y Cas y compañía siguieron su


ejemplo tan bien que ninguno de los mercaderes chismosos les prestó atención.

Mientras caminaban hacia la puerta, Silverfoot pegó un salto de su posadero


hacia el hombro de Rhea y procedió a olfatear, mientras pasaban algunos de los
más sospechosos estantes; fue ignorado lo suficiente a excepción de algunos
mercaderes quienes observaron descaradamente sus brillantes ojos. La mayoría de
los que observaron, notó Cas, tenían jaulas en la parte trasera de los estantes; jaulas
que ella asumía contenían creaturas las cuales, como Silverfoot, habían mutado de
alguna manera que podía beneficiar a los futuros compradores.

Ella no miró a detalle a ninguna de las jaulas.

Con un chasquido de lengua, Rhea convocó a Silver devuelta a ella. El zorro


saltó obedientemente a sus brazos y colgó de ellos, la punta de su larga cola
arrastraba por el suelo mientras caminaban y su cabeza inclinada de un lado al
otro mientras observaban el lugar.

Osric finalmente detuvo su determinada marcha en el último estante de la


calle. Llevó a cabo un intercambio de palabras con el vendedor en un lenguaje que
Cas no reconoció, y después el vendedor asintió agachándose por debajo de las
mesas, sacando una bolsa con mascarillas protectoras.

Osric las distribuyó a cada uno de sus clientes, diciéndoles que esperaran
y prosiguió a continuar comprando en distintos estantes, coleccionando más

158
paquetes abultados llenos de suministros.

—Es organizado por lo menos —comentó Cas.

—¿Entonces estás diciendo que contraté al sujeto correcto? —preguntó Zev

—Lo único que estoy diciendo es que pudo ser peor.

—Tomaré eso como un gracias por haber hecho un buen trabajo. Y de nada.

—Te agradeceré cuando nos haya llevado de manera exitosa hacia el otro
lado —susurró Nessa.

Osric regresó, hábilmente aseguró los últimos suministros al pony, y luego


comenzó a dirigirse hacia la puerta del Salvaje. Mantuvo sus ojos al frente mientras
caminaba, pero Cas no podía mantenerse, su cabeza automáticamente decaía para
atrás al tratar de mantener la puerta entera.

Tan grande como una casa de dos pisos, estaba hecha de lo que parecía ser
plata y pedazos de madera retorcida, pero mientras más se acercaba, vio que en
realidad era piedra con muescas similares a esas de una corteza. La puerta estaba
alineada con ambas torres a los lados, y Cas podía escuchar —y a menor cantidad—
el murmullo de lo que ella asumía ser antigua magia élfica con la cual las torres
estaban encantadas.

El espacio entre las torres y la puerta estaban abiertas, pero se encontraban


cubiertas con un extraño velo de luz verdosa. Imaginó que habría habido paredes
más sólidas, llenas de poder en esos lugares donde las torres se encontraban en
completa potencia. Pero ahora ella podía ver a través de la magia declinante y podía
inventar un vago boceto del otro lado, de los árboles enredados y los descuidados
caminos que los esperaban.

El aire debajo de la puerta estaba cubierto en un tono grisáceo oscuro;


parecía la entrada de una caverna sin fondo. La oscuridad hizo vacilar a Cas. Aun se
encontraba a tres metros de la puerta y, cuando se detuvo, sus amigos se detuvieron
con ella.

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Osric no se había detenido con ellos; pero cuando se dio cuenta que nadie lo
estaba siguiendo, se paró y miró hacia atrás.

—Asustadizos —dijo. No en forma de pregunta; una afirmación. Se rio


después de hacerla, una profunda y vocifera carcajada que agitó todo su cuerpo.
Luego continuó el camino sin esperar a que encontraran la valentía.

Los cinco vacilaron, hasta que Nessa respiró profundamente y caminó detrás
de él.

—¿Asustadizos? —murmuró mientras marchaba—. ¿Quién está asustado?

Zev levantó su mano.

—Baja la mano, idiota —dijo Laurent.

—¿Qué? Ella preguntó.

Cas temía lo que les esperaba también, pero temía más dejar a Nessa marchar
sola en la oscuridad. Así que se armó de valor y la siguió.

Los otros hicieron lo mismo y alcanzaron a Nessa mientras ella señalaba una
pausa con la mano sobre el arco del refugio para tomar otro profundo respiro.

—Para el otro lado ¿verdad? —dijo Cas imitando su conducta.

A travesaron la puerta juntos.

Instantáneamente, el aire cambió. El frio era abrasador por unos segundos.


Intolerablemente caliente en otros. Y luego una extraña ventisca —una que
parecía venir de distintas direcciones al mismo tiempo— estalló alrededor de ellos,
increíblemente fuerte pero agradable en temperatura.

La turbidez del aire se había marchado. Cas podía ver un gran campo de
hierba extendiéndose ante ellos, bailando salvajemente en el extraño viento con
una claridad surrealista. Las espadas eran de una docena de colores diferentes,
algunas de un verde normal, pero ocasionalmente ondulantes agujas de purpura,
negro y azul. Más allá del campo, afilados picos de montañas que eran imposibles;

160
eran tan altas y oscuras que Cas no pudo comprender cómo se mantenían invisibles
del otro lado de la puerta que acababan de cruzar, a pesar del turbio aire y nubes de
antigua magia oscureciéndolos.

Mientras más las observaban, más apretados se ponían los nudos formados
en su estómago.

La ponía terriblemente ansiosa el pensar en que otra cosa había oculta entre
tanta turbulencia y magia.

Cercas de donde se encontraba, había un montón de cosas extraordinarias


para observar. Había enormes filas de árboles de los cuales no podía ver la cima
por ningún lado, mientras que, a sus pies, vetas de cristal esparcidos por la tierra,
el tipo de vetas con cristales cincelados con magia.

Las vetas que podía ver habían sido completamente saqueadas y prácticamente
agotadas, probablemente porque estaban muy cerca de la entrada. Aun así, era
tentador ver si aún se podría sacar algo de provecho. Los cristales pueden que sean
menos poderosos que la magia que poseía Cas, pero estaba más familiarizada con
ellos que con su magia interna. Mucho menos familiarizada… inquieta.

Extraños sonidos hacían eco al aire al alejarse de la puerta. El agudo piar, el


irregular palpitar y el ocasional croar. Atrajeron la atención de Cas del brillante suelo
y ocasionaron que caminara lento una vez más. Su magia crecía impacientemente,
revoloteando dentro de ella como un pájaro atrapado en sus costillas.

—Apresúrense —dijo el guía sonando divertido en su titubeo, como si aún no


pensara que estaba justificado. Él volteó hacia un camino estrecho entre los árboles
a su derecha.

Mientras se apresuraban detrás de él, Cas se estiró distraídamente para


tomar la navaja de su cadera, parecía ser un hábito en desarrollo. Ella esperaba que
estuviera pulsando con esa ya familiar magia muerta, pero seguía quieta, silenciosa
y normal como el arco colgado en su hombro, o cualquier otra arma que el resto del
grupo llevara consigo.

161
Al menos la magia de alguien está tranquila aquí, ella pensó.

Cas apretó su puño contra la descarga eléctrica que había saltado de la palma
de su mano. Metió su mano convulsionante en el bolsillo de su abrigo, donde había
puesto anteriormente el dije que había tomado del carrillón de Asra, y luego recorrió
con su pulgar la muesca de la joya de plata.

Recuerdos de la reconfortante voz su mentora, inundaron la memoria de Cas


mientras trataba de mantener calmada su respiración.

Justo adelante, el camino se separaba. Osric se detuvo en la intersección y


estudio las posibles rutas. Olfateó el aire. Movió la tierra de cada camino y estudió
las rocas que había encontrado. Parecía que se encontraba consultando con el
pony por un momento. Sacó un cristal de magia tan blanco como la leche, susurró
un hechizo y observó como la mágica luz trazó diversas líneas sobre la tierra.
Finalmente, Osric llegó a una conclusión. Hacia la derecha.

—No toquen nada —dijo señalando mientras caminaban.

—¿No tocar qué exactamente? —preguntó Laurent, de manera dudosa observó


a la multitud de plantas cuestionables en el camino.

—Nada de nada —respondió Osric. La risa y cualquier expresión que había


tenido en su rostro desapareció. Esperaron a que él les diera más detalles, pero no
lo hizo.

—Eh, buen punto, supongo.

—Mascarillas —dijo Osric, golpeteando a la que tenía colgando en su cuello


antes de ponérsela. Siguieron su ejemplo, cubrieron sus caras y caminaron hacia
adelante.

Cas no estaba segura de que tanto tendrían que caminar; este lugar la hacía
pensar en el Oblivion, la manera en que la luz nunca parecía cambiar y, por lo tanto,
hacía imposible mantener la noción de cuantos minutos y millas habían recorrido.

Después de lo que parecieron horas, el camino comenzó a ensancharse y

162
pronto ese camino se abrió en un claro que estaba vacío excepto por una pequeña
y destartalada casita.

—¿Una casa? —dijo Cas—. ¿Aquí?

—Gran ubicación para alguien que realmente odia a la gente —bromeó Zev.

Osric no se rio, sólo llevó a su poni a un abrevadero al lado de la casa. Cas


y los demás lo observaron sin hablar por un momento, hasta que finalmente se
señaló a sí mismo como para responder a la confusión que se extendía lentamente
por cada uno de sus rostros.

—¿Vives aquí? —adivinó Nessa.

Él asintió. —Pero hoy no hay descanso. —Su mirada rodeó los bordes del
claro. Se estrechó en un parche de flores blancas a lo largo de ese borde, observó por
un momento como algo hacía esas flores se agitaran. Pero no se acercó a investigar,
se limitó a entregar las riendas de su poni a Nessa, se giró y les indicó que siguieran
avanzando sin decir nada más.

El camino que encontraron al otro lado del claro era más estrecho que el
anterior, obligándoles a formar una sola fila. Navegar por él era un proceso lento,
aún más lento por la necesidad de detenerse y cortar las secciones cubiertas de
maleza de esta ruta.

Osric no parecía desanimado por la maleza. Por el contrario, parecía


esperarlo; las provisiones que había recogido en el mercado resultaron ser sobre
todo herramientas para para abrirse paso, lo que hizo con tenaz determinación
inquebrantable, incluso cuando las plantas parecían luchar activamente contra su
destrucción.

Cas quería creer que estaba imaginando esa última parte. Pero seguía viendo
miembros enredados alrededor de las hojas de Osric en formas que parecían
demasiado intencionadas, demasiado antinaturales. Y seguía oyendo susurros de
movimiento detrás de ellos, como si un viento constante estuviera agitando los
árboles. Pero ya no había ninguna brisa, el aire estaba inmóvil, pesado y espeso con

163
el empalagoso olor de la fruta podrida y madera en descomposición.

Los sonidos del movimiento detrás de ellos se hicieron más fuertes. Más
furiosos. El camino que tenían por delante se hizo más estrecho. Más oscuro.

Osric susurró en voz baja lo que parecía una serie de maldiciones.

—Tiene que haber una manera más fácil de hacer esto —murmuró Zev dando
un paso adelante para ayudar. Levantó la mano, y con un poco de concentración
convocó un pequeño fuego en su palma.

Rhea estuvo de acuerdo y se adelantó también, levantando el equipo que


había estado utilizando para ayudar a sentir su camino a lo largo del enmarañado y
desigual suelo. Esa estaca era su arma preferida, y contenía la misma magia que su
hermano; al fin y al cabo, él fue el que había hecho esta arma para ella.

Las llamas saltaron a su punta enroscada con la misma facilidad con la que
habían saltado en la palma de Zev, y los dos hermanos se pusieron espalda con
espalda, preparándose para abrir un camino a través de la implacable naturaleza.

Osric giró antes de que pudieran prender fuego a un solo miembro, sus ojos
brillaban con más emoción de la que había mostrado hasta el momento. —¡Nada
de magia! —siseó.

Zev abrió la boca para responder, pero el sonido de las ramas rotas lo cortó.

Rhea bajó su equipo.

La llama en la palma de Zev se convirtió en humo.

Silverfoot gruñó.

Se rompieron más ramas.

El poni se encabritó y trató de zafarse del agarre de Nessa. Ella casi logró
calmarlo.

Y entonces una especie de criatura explotó de los árboles y en el camino

164
detrás de ellos. Sus grandes ojos y su afilada boca en forma de pico hicieron pensar
a Cas en un ave de presa, así como la cascada de plumas negras y aceitosas que
ocultaban el verdadero tamaño y forma de su cuerpo. Pero las extremidades que
sobresalían por debajo de esas plumas no eran como las de un pájaro. Parecían
las de un humano desgarbado, sólo que con oscuras garras oscuras que rasgaban
la tierra con cada zancada. Abrió su boca mostrando múltiples filas de dientes
diminutos y dentados.

Se lanzó hacia ellos.

Osric se movió más rápido, blandiendo su espada ganchuda mientras cargaba


hacia adelante. Golpeó a la criatura en el pecho. La sangre oscura roció el suelo
mientras la criatura caía hacia atrás. Se agitó espantosamente batiendo las alas
salvajemente, hasta que finalmente se las arregló para rodar en posición vertical y
alejarse.

El movimiento entre los árboles sugería que había muchos más esperando
cerca.

Osric levantó la flauta de hueso que llevaba al cuello y se la llevó a los labios. Sus
ojos escudriñaron aquellos árboles, observando, mientras su otra mano mantenía
la espada ensangrentada lista para ser blandida. Sopló en la flauta de hueso una,
dos, tres veces, y las señales de movimiento se volvieron más frenéticos, pero ahora
se estaban alejando del camino en el que estaban Cas y los demás.

—El sonido —dijo Osric dándole a ese tosco instrumento un pequeño


movimiento—. No les gusta.

—¿Qué demonios era esa cosa? —Cas apenas pudo ahogar las palabras. Su
cuerpo estaba temblando, las puntas de sus dedos hormiguearon con la magia que
casi había convocado sin darse cuenta de que lo estaba haciendo.

Osric esperó hasta que el sonido de las hojas temblorosas y el aleteo de las
alas se desvanecieran en la distancia antes de decir: —Keplin.

—¿Keplin?

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—Carroñero —aclaró—. Comedor de magia. —Levantó una mano a la boca e
hizo un ruido de succión contra ella.

—La magia, desaparecida así. La vida con ella. —Miró el camino que la
criatura había abierto entre los árboles por un momento, y luego volvió a mirar
a sus clientes. Su mirada parpadeó sobre cada uno de ellos antes de posarse en
Cas—. El enjambre de hoy... perciben la magia profunda entre nosotros. Lo que les
hace hambrientos. Así que no hay descanso para nosotros. Y no más magia. —Se
dio la vuelta y volvió a hackear.

Cas apretó un puño a su corazón palpitante, y trató de nuevo asentar esa


magia de la Tormenta que se agitaba en su interior.

—Creo que he oído hablar de ellos, ahora que lo menciona —dijo Rhea
después de un momento, rompiendo el incómodo silencio que había comenzado a
establecerse—. Hay una leyenda que dice que estas criaturas… son lo que todas las
personas y animales que comen las plantas o beben el agua de aquí se convierten
finalmente. Cuanto más ingieren, más monstruosos se vuelven, pero una vez que
han probado el alimento contaminado, no pueden dejar de buscar más.

Osric no aclaró ni negó esto; sólo hizo una pausa lo suficiente para decir:
—Keplin sólo conoce el hambre. —Y entonces arrancó una liana especialmente
gruesa y la arrojó a un lado.

—Así que no comas ninguna de las bayas que crecen en esos arbustos de allí,
en otras palabras —dijo Laurent con una mirada en la dirección de Zev.

—¿Por qué todos ustedes siempre asumen que voy a ser el que hace algo
estúpido? —susurró Zev—. Cas es de lejos la más temeraria entre nosotros.

—Discutible —respondió Cas.

—¿Recuerdas aquella vez que me desafiaste a comer ese cuestionable guiso


en aquella taberna de Shadowmere? —Zev le preguntó—. Todavía no estoy del todo
seguro de lo que había en eso, o de que todo fuera sustancias legales.

—Oh, dioses. —A Cas se le revolvió el estómago al recordarlo.

166
—¿Ves? Mi punto está probado.

—Estaba muy borracha esa noche —le recordó ella.

—Por las interminables jarras de cerveza en las que insististe, según recuerdo.

—Los dos son alarmantemente imprudentes —intervino Rhea.

—La secundo —dijo Laurent.

—Tercera —añadió Nessa.

Osric hizo un ruido silencioso e irritable, en el fondo de su garganta. Sin


embargo, Zev y Cas mantuvieron el debate durante varios minutos intercalados
con ocasionales ataques de silencio y risas nerviosas mientras seguían su camino,
hasta que, de repente, Osric se detuvo.

Desenredó el último lío de maleza de su hoja curva. Agarró la hoz con más
fuerza. Cerró los ojos. Escuchó.

Los otros siguieron su ejemplo, apenas respirando mientras eran rodeados


por el sonido de las ramas que se rompían y las hojas que se agitaban.

El poni pisó los cascos y sacudió la cabeza, y esta vez consiguió zafarse del
agarre de Nessa. Se tronó de vuelta en la dirección que habían cortado, bolsas
rebotando salvajemente contra sus flancos.

Con un grito, Nessa comenzó a perseguirlo.

Pero mientras la perseguía, algo empezó a perseguirla.

Otro keplin.

Y luego otro, otro, otro...

Consiguió esquivar a la primera bestia que saltó hacia ella. Para desenfundar
su espada corta y clavarla en el pecho del segundo.

Pero las garras y los dientes estaban alrededor del hombro de Nessa en el

167
instante siguiente, hundiéndose y agarrando antes de que la criatura la arrastrara,
pateando y gritando, hacia los árboles.

168
Capítulo 11

Traducido por Tory

Corregido por Tory

LA ESPADA DE LAURENT ESTABA EN SU MANO EN UN INSTANTE, Y SE LANZÓ


tras el monstruo en retirada.

Cas y los demás le siguieron.

Pero el keplin era espantosamente ágil incluso con su presa en sus garras,
retorciéndose y girando a través de los árboles, pasando a través de aberturas que
resultaron ser demasiado pequeñas para sus perseguidores.

Laurent llegó casi inmediatamente a lo que parecía ser un callejón sin salida.
Se detuvo tan bruscamente que Cas casi chocó con él.

Zev tiró a Laurent a un lado, y luego reanudó su invocación de fuego de antes.


Rhea se adelantó para ayudarle.

Los dos abrieron un rápido camino a través de los apretados y retorcidos


árboles y, cuando otros tres keplin surgieron para dirigirlos fuera, cada una de
esas bestias se encontró con un muro de fuego que los envió corriendo en todas
direcciones.

Entonces llegó otro grito de Nessa. Ya estaba aterradoramente lejos en la


distancia, pero fue fuerte y claro.

Nessa seguía viva. Seguía luchando.

La alcanzarían, de una forma u otra.

Rhea susurró un hechizo, las palabras se hicieron más frenéticas por los
continuos gritos de Nessa, y el más brillante despliegue de magia de fuego explotó
desde el extremo de su establo. Fue una quema controlada, que cortó limpiamente
a través de la selva y extinguiéndose en el momento en que se creó un camino claro
para ellos.

Rhea y Zev lideraron el camino con más de estas rápidas, ráfagas de fuego
controladas. Laurent los seguía de cerca, con su espada lista, golpeando a cualquier
keplin que evitara las llamas e intentaba frenarlas.

Cas se movió inmediatamente para ayudar a golpear a las criaturas, pero


Osric la agarró por el brazo y la mantuvo en su sitio. Rugió una orden para que
corrieran de vuelta al claro, para no perseguir a esos monstruos devoradores de
magia, no sea que todos terminen arrastrados a la muerte.

—Se fue —rugió—. No volverá.

Las palabras se clavaron en el cerebro de Cas, pero se negó a dejar que se


tallaran y se instalaran demasiado profundamente.

Nessa no se había ido.

No podía haberse ido.

Cas se liberó del agarre de Osric y corrió, sacando el cuchillo de la muerte de su


funda mientras iba. Llegó a la mitad del camino que Zev y Rhea habían hecho antes
de ser golpeada por el costado por otro de los keplin. Ella y la bestia se precipitaron
fuera del camino, rodando sobre rocas afiladas y palos punzantes.

170
Intentó envolverla con sus alas aceitosas. Trató de envolverla en un agarre
despiadado mientras acercaba su cara a la de ella y mostró sus amarillentas hileras
de dientes. Le mordisqueó la garganta. Ella se retorció, evitando por poco una
mordida. El keplin arqueó su largo cuello, preparándose para otro mordisco. Su
boca de pico hacía ruidos hambrientos y de succión. La saliva se acumulaba y
goteaba de las comisuras de la boca, con un extraño olor a podredumbre y a pino
que salía con ella.

Cas luchó contra las ganas de vomitar cuando una gota de esa saliva aterrizó
en su mejilla.

Golpeó con su rodilla el estómago del keplin y luego extendió su pierna,


empujando a la bestia lo suficientemente lejos para poder blandir adecuadamente
su cuchillo en un arco ascendente.

Atravesó el pecho emplumado de la criatura.

El keplin se convulsionó y cayó hacia atrás, y ella logró liberarse completamente


de él mientras la magia de la Muerte se arremolinaba de su espada y se apoderó de
ella.

Se puso en pie, se apartó de la cáscara arrugada del monstruo moribundo, y


luego giró hacia el sonido del movimiento detrás de ella.

Otro keplin la había visto. Saltó inmediatamente.

Las llamas lo envolvieron en el aire.

Cayó al suelo, retorciéndose de dolor.

Detrás de él estaba Rhea, con su establo aún levantado y humeante.

Silverfoot estaba en su lugar habitual sobre su hombro, sus garras se aferraban


a la armadura de cuero especial que ella había hecho precisamente con el propósito
de darle al zorro una forma de equilibrarse allí. Los ojos de Silver brillaban mientras
escudriñaba los alrededores en busca de su compañero. Sus orejas se movieron, y
con un ladrido agudo alertó a Rhea y a Cas de dos keplines más justo antes de que

171
Cas los oyera.

Los monstruos cayeron de los árboles esta vez, sus alas extendidas, con los
cuerpos arqueados y los dientes brillando.

Rhea derribó uno con un golpe de su estaca y un torbellino de fuego.

Cas atrapó al segundo por una de esas alas huesudas, y ella le clavó su cuchillo
en el cuello antes de arrojarlo al suelo junto al primero. Se movió en círculo, con los
ojos buscando en las copas de los árboles en busca de más movimiento.

Cuando estuvo convencida de que no había más keplin acechando, agarró a


Rhea del brazo y la hizo correr.

Volvieron corriendo hacia Laurent y Zev y encontraron a los dos hombres


acabando con un par de monstruos. Laurent terminó el suyo con una vil puñalada
hacia abajo, y Zev quemó su último objetivo tan a fondo que pronto no era más que
una cáscara carbonizada que él eliminó con una furiosa patada.

—Hay demasiados de estos bastardos —comentó Rhea jadeando


ligeramente—. Nunca vamos a atrapar a Nessa a este ritmo.

Su punto fue probado un momento después, cuando una bandada de


no menos de diez criaturas se abalanzó sobre los árboles más cercanos a ellos,
aleteando y arañando salvajemente. Ellos se aferraron a las ramas y se colgaron
de ellas. Mirando hacia abajo, como si desafiaran a Cas y a su grupo a intentar
pasar por debajo de esos árboles. Varios cayeron al suelo y dieron unos cuantos
pasos amenazantes hacia adelante abriendo sus picos, mostrando sus dientes y
bloqueando aún más el camino que el secuestrador de Nessa se había colado entre
los árboles.

Cas recordó de repente las palabras de Osric, la razón que había dado para
esas bestias enjambre-

Sienten la magia profunda entre nosotros. Les da hambre...

Sintió otro salto de energía eléctrica a través de su palma, y esta vez no trató

172
de presionarla. En su lugar, ella levantó la mano y la concentró en una bola que
giraba en la punta de sus yemas de los dedos.

Observó cómo casi todos los pares de ojos amplios y salvajes parpadeaban
hacia esa bola.

—Podemos distraerlos con la magia —dijo arrebatando a Zev y arrastrándolo


lejos de los demás. Mantuvo esa esfera de magia rodando entre sus dedos,
observando cómo los keplin la seguían con la mirada mientras se dirigía a Rhea
y Laurent—: Ustedes dos céntrense en llegar a Nessa. Encuentren otro camino si
pueden; uno que requiera menos magia para atravesarlo.

No esperó a que nadie estuviera de acuerdo con este plan, ella sólo envainó
su cuchillo y llevó su otra mano hacia el orbe de magia. Se concentró inhalando
lentamente e imaginó que ese orbe se expandía con cada respiración.

Por lo menos, brillaba más.

Y los keplin la siguieron con algo más que sus ojos; ahora, acechaban hacia
ese brillo, haciendo más de esos horribles e inquietantes ruidos de succión a medida
que se acercaban.

Cas se volvió y corrió. Ráfagas de energía apenas controlada salieron detrás


de ella. Oyó el sonido satisfactorio de las criaturas que la perseguían. La habría
hecho sonreír si hubiera tenido alguna idea de lo que iba a hacer a continuación.

Cuando sintió que había alejado a esas criaturas lo suficiente lejos, dio la
vuelta para enfrentarse a ellas. Una rápida mirada reveló que Rhea y Laurent no
estaban a la vista. No tuvo tiempo de mirar más de cerca y asegurarse de ello; el
primer keplin estaba sobre ella casi al instante.

Empujó el orbe de magia hacia la bestia. Su equilibrio se fue con él, como si
hubiera estado empujando una gigantesca roca que acababa de tomar impulso con
alarmante rapidez.

Cas observó desde sus manos y rodillas como su magia rodaba sobre ese
keplin, envolviéndolo en una red crepitante de poder.

173
El monstruo se derrumbó. Las chispas de la magia de la Tormenta se desviaron
mientras se agitaba, y esas chispas golpearon a otras dos bestias de carga y los
envió al suelo.

Entonces cinco más de esos monstruos salieron de la maleza y acecharon a


los miembros caídos de su manada, sus ojos se estrecharon hacia Cas.

Cas murmuró una maldición y se puso de pie. No dudó, no esperó a encontrar


el equilibrio, a recuperar el aliento. En lo único que podía pensar era en Rhea y
Laurent. Necesitaba seguir avanzando, seguir alejando a esas bestias y ganar tiempo
para sus amigos.

Pero su siguiente intento de invocar la magia se encontró con una resistencia;


su cuerpo parecía agarrotarse, como si la misma la magia que intentaba controlar
se hubiera vuelto contra ella.

La paralizó. Podía sentir el poco control que tenía mientras sus músculos se
volvían rígidos y sus huesos de repente se sintieron extrañamente pesados.

No puedo haber llegado aún al final de mi poder, pensó desesperadamente.

Oyó crujidos en el espacio boscoso de su izquierda.

Otro grupo de keplin surgió y se unió al primero. Su visión era borrosa y la


cabeza le latía con fuerza, así que no se molestó en contar el número total de ellos.

Sólo sabía que eran demasiados.

Entonces Zev la alcanzó. Ató a tres de los keplin con cuerdas de fuego y,
mientras ardían, retrocedió su camino hacia el lado de Cas. Sin dejar de mirar a los
monstruos que tenían delante, le ofreció un brazo para que se apoyara en él.

Ella lo tomó. Sus dedos se clavaron en su piel. El contacto la hizo sentirse


segura y logró librarse de la parálisis, tomar el control de sí misma y de su magia
una vez más.

Podía hacerlo.

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Al menos una vez más, podía hacerlo.

Era como siempre había sido con Zev, se dijo a sí misma; los dos entrenando
juntos, empujándose el uno al otro hasta sus límites. No podía dejar que su poder
superara al de ella sin luchar. Él la desafiaba, la hacía mejorar, y ella hacía lo mismo
con él.

Sólo otra sesión de entrenamiento, se dijo a sí misma una y otra vez, excepto que
ahora es con magia en lugar de con espadas y arcos.

Su compañero de entrenamiento se adelantó. Ella imitó sus movimientos.


Fue un cegador despliegue de magia durante unos breves segundos, el fuego y el
rayo se arremolinaron en un vórtice mortal que incineró a un monstruo tras otro
hasta que sólo quedaron una docena de esos keplin restantes.

Los keplin restantes consiguieron rodearlos, pero la incertidumbre parecía


haberse apoderado del círculo; la mayoría de las bestias retrocedían hacia las
sombras, hacia los arbustos moviendo ansiosamente la cabeza y chasqueando las
mandíbulas.

Temiendo que todos se volvieran y huyeran, tal vez intentaran perseguir a


Rhea y Laurent en su lugar, Cas se movió para detenerlos.

Su magia latía violentamente en sus venas, el peso de la misma creciendo


y creciendo, amenazando con sobrepasarla y paralizarla de nuevo. Tenía que
expulsarla.

Y así lo hizo.

Rayos de magia chispearon salvajemente por el aire, golpeando bestias y


árboles y todo lo demás. Rompió el suelo donde Zev acababa de estar de pie. El
casi-desastre sacudió a Cas lejos de un borde peligroso, y ella trató de retroceder
más allá de ese borde y de la destrucción total que había más allá.

Seis keplin ya estaban muertos a sus pies.

Cas siguió luchando, tratando de evitar que su poder la abrumara.

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Zev se había refugiado detrás de un gran árbol, protegiendo sus ojos contra
la luz brillante y furiosa en la que se había convertido.

Incluso cuando esa luz comenzó a desvanecerse, parecía demasiado aturdido


por el enorme despliegue de poder como para moverse.

Cas finalmente logró apagar esa luz.

Cuando su magia se desvaneció, su equilibrio la abandonó de forma brusca.


Fue como si hubiera calculado mal el número de escaleras que estaba bajando;
había salido con confianza, pero no había nada que la atrapara y ahora estaba
cayendo. Alcanzando salvajemente una barandilla que no podía encontrar.

Zev, por fin, había conseguido moverse; la agarró por el brazo.

Ella quería liberarse de su agarre. Para encontrar su equilibrio y seguir


luchando. Pero su poder no aparecía, por mucho que intentara invocarlo; era como
si toda su magia se hubiera convertido en plomo dentro de ella, y ahora no hiciera
nada excepto pesar sobre ella.

Todavía quedaban varios keplin. Pero entonces gritos repentinos en la


distancia atrajeron la atención de este pequeño grupo y uno por uno se despegó y
comenzó a correr hacia ese ruido lejano.

Cas se soltó del agarre de Zev y tropezó tras ellos.

—Necesitamos más magia —jadeó—, ¡ahora!

Zev asintió e hizo lo que ella dijo, pero el fuego que invocó no trajo de vuelta
a los monstruos.

Aquellas criaturas se habían dispersado por completo, y esta vez más vinieron
a ocupar su lugar. La magia los había atraído, como Cas había esperado que lo
hiciera; pero aparentemente eran lo suficientemente inteligentes para darse cuenta
de que la magia de Cas no valía la pena el riesgo, sin importar que les diera hambre.

Esa magia aún se sentía pesada e inútil dentro de ella, mientras su cuerpo

176
zumbaba y temblaba visiblemente con ella. El aire alrededor todavía crepitaba
ocasionalmente con los restos de su despliegue de poder.

Zev la observó con atención durante un momento, todavía con aspecto un


poco aturdido y sin saber qué decir.

Finalmente, preguntó: —¿Cómo es posible que no supieras que poder estaba


dentro de ti?

—No lo sé. —Hizo una mueca de dolor y se arrodilló cuando otra fuerte oleada
de ese poder la atravesó—. Esa es parte de la razón por la que tengo que llegar al
refugio de la Diosa de la tormenta lo antes posible. Espero que los guardianes de ese
refugio, o incluso la propia Diosa, puedan tener respuestas para mí. Y que, si no hay
nada más, sean capaces de ayudarme a controlar un poco mejor esta tormenta que
llevo dentro. —Pasó un buen tiempo hasta que Cas volvió a estudiar su entorno, y
pronto se le ocurrió que el Salvaje se había vuelto demasiado silencioso.

El silencio...

¿Por qué había silencio?

—Nessa es lo suficientemente inteligente como para seguir haciendo ruido


para que sea más fácil rastrearla —pensó Cas en voz alta.

Si hubiera podido hacer ruido, lo habría hecho.

—Entonces, ¿por qué no oigo más gritos? —Zev frunció el ceño.

Se arrodilló junto a Cas y empezó a ayudarla a levantarse, pero ésta negó con
la cabeza.

—Ve a buscar a los demás —dijo—. Algo ha pasado. Algo ha ido mal, puedo
sentirlo.

—Pero tú...

—Estoy bien. Serás más rápido sin mí, sin embargo; sólo necesito recuperar
el aliento. —Ella le dio la sonrisa más tranquilizadora que pudo lograr—. Lo de la

177
magia es todavía demasiado nuevo, yo…

—Te has pasado.

—Puede que lo haya hecho. —Ciertamente lo hizo. Y al hacerlo ella se había


convertido en una agotada, medio muerta potencial responsabilidad.

Estúpido, estúpido, estúpido.

— No puedo creer que hayas admitido eso en voz alta.

El ceño de Zev se arrugó mientras su mirada se centraba en la dirección en la


que se habían originado los últimos gritos.

—Ve. —Cas sacó el arco de su espalda y ensartó una flecha, tratando de


tranquilizarlo aún más—. Todavía puedo luchar de otras formas si lo necesito. Nada
me va a tocar. Te alcanzaré pronto.

Dudó.

—Tienes tres segundos para salir, ir a buscar a los otros y ayudarlos, o te


dispararé con esta flecha.

—Bien. —Levantó las palmas en señal de rendición—. Enseguida volveré.


Pero deberías dirigirte a ese claro que pasamos antes. —Su expresión se volvió
gravemente seria (siempre una mirada extraña en su rostro) cuando añadió—: Y no
más magia; ya pareces medio muerto por ella.

Ella asintió, haciéndole un gesto de impaciencia para que se fuera. —Te veré
en el otro lado de las cosas.

Él le sostuvo la mirada un momento más antes de aceptar finalmente y darse


la vuelta para irse.

Cas esperó a que se perdiera de vista antes de ponerse en pie con dificultad.
Había estado pensando en ese claro incluso antes de que él lo mencionara; la zona
abierta contenía mejores puntos de vista para disparar y menos oportunidades
para que los monstruos se acercaran a ella.

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Se tambaleó hacia él y llegó allí sin recuerdo del viaje. Las cosas entraban y
salían de su mente con alarmantemente importancia. Pero todavía podía imaginar
la cara de Nessa claramente, y todavía podía pensar en las ganas que tenía de ir a
buscarla ella misma.

¿Debería haber dejado que Zev fuera solo? Ella había odiado dejarlo ir por un
camino separado, pero odiaba la idea de retrasarlo aún más. Y ella era lenta en este
momento.

Dioses, se movía muy lentamente.

Ella miró con cansancio alrededor del claro con la esperanza de que podría
encontrar una manera de ayudar a sus amigos desde la distancia. Vio una plataforma
desvencijada que descansaba en el hueco de un gran árbol. Una robusta escalera
que conducía a ella; parecía un puesto que Osric podría haber usado para cazar
criaturas que tropezaban demasiado cerca de su casa.

Perfecto.

La escaló con una considerable cantidad de fuerza, todavía aturdida, se dirigió


al borde y se apoyó contra la barandilla. Recuperó el aliento. Parpadeó hasta que
su visión se aclaró un poco, y entonces su mirada se fijó en la naturaleza que la
rodeaba.

Todavía podía ver movimientos ocasionales en los árboles.

¿Sus amigos?

¿Los comedores mágicos?

¿Otras bestias terribles?

Cerró los ojos y escuchó atentamente, pronto oyó lo que parecía ser Laurent,
gritando frenéticamente por Nessa. Seguía sin oír la respuesta de Nessa.

Se agarró con más fuerza a la barandilla y se obligó a mantener los ojos


abiertos.

179
Y entonces lo vio: Un grupo de no menos de veinte keplin a lo lejos, elevándose
sobre las copas de los árboles.

Como buitres rodeando una presa.

¿Qué estaban rodeando?

¿Qué veían abajo?

—Vengan detrás de mí, no de ellos —se oyó susurrar Cas.

No más magia, había insistido Zev, y era un buen consejo.

Pero estaba tan desesperada por ayudar que no podía detenerse.

Sus párpados se agitaron. Se apartó de la barandilla y se hundió en sí misma,


buscando cualquier remanente de poder al que pudiera agarrarse.

Después de un minuto, ese poder tormentoso se elevó hacia la superficie,


enviando un terrible y agudo dolor que le atravesaba el pecho al llegar. Sentía como
si fuera a partirse en dos.

Como si ella no fuera más que un frasco de vidrio que no estaba destinado a
contener un poder tan feroz y mortífero.

Una lluvia salvaje de chispas salió disparada de su cuerpo.

Varios de los keplin que se elevaban las percibieron. Ellos chillaron. Giraron
bruscamente en el aire. Se dirigieron hacia ella, volando y aleteando y ocasionalmente
cayendo a las copas de los árboles y corriendo a través de ellos, aumentando la
velocidad antes de lanzarse al aire una vez más, buscando desesperadamente la
magia.

Cas apenas se aferraba a esa magia; no creía que pudiera controlarla lo


suficientemente bien como para manejarla como un arma eficiente. Así que hizo lo
mejor que pudo para dejarlo de lado, tomó su arco y se concentró en controlarlo.

Cuando el keplin se acercó a ella, disparó las flechas tan rápido como podía

180
apuntarlas. Su puntería fue certera una vez, dos, cinco veces, incluso a través de su
agotamiento y la magia que ruge. Era el viejo arco de Asra el que tenía en sus manos,
uno que Zev se había asegurado de tomar de su casa antes de que se quemara; y
Cas había practicado con este arco tan a menudo que ella podría haberlo usado
mientras dormía.

Pero las flechas sólo podían viajar hasta cierto punto, y ella no había atraído
a todos los keplin hacia ella.

Observó a los que estaban en la distancia continuar dando vueltas. Contempló


horrorizada cómo se sumergían en los árboles donde supuso que Nessa y los demás
estaban. Ella se esforzó por respirar. Apretó y aflojó sus manos, tratando de evitar
que el entumecimiento aterrorizado se apoderara de ella.

Y luego estaba volando por la escalera, corriendo hacia el borde del claro,
tratando de convocar más magia mientras tropezaba y avanzaba a trompicones.

—Ven aquí —suplicó observando cómo el último de los keplin se perdía de


vista—. Ven aquí.

Pero su magia no se elevó esta vez, y así los monstruos en la distancia no le


hicieron caso.

No puedo ayudar a mis amigos. El pensamiento cayó con una pesadez que la
hizo caer sobre las manos y las rodillas; una vez allí, la hierba le pareció demasiado
hermosa para dejarla atrás. Se desplomó contra ella y rodó sobre su espalda.

Las nubes giraban sobre ella.

Todo volvía a estar en silencio.

Un silencio terrible y desgarrador.

Entonces oyó que alguien se acercaba, abriéndose paso a través de los árboles
en el borde de la selva.

Sus instintos le dijeron que se levantara. Que se preparara para luchar. Cuando

181
trató de obedecer, se encontró con el dolor y el mareo. Demasiado rápido. El mundo
giraba demasiado rápido, y ella quería rodar y vomitar. Pero se tragó la bilis en el
fondo de su garganta y levantó la mirada para encontrarse con la figura sombría
que se acercaba a ella.

Era Osric.

Sólo Osric.

—Los otros —dijo jadeando—. ¿Viste a alguien más, ¿has...?

Él pasó junto a ella y se dirigió rápidamente hacia su casa, a un grupo de


cofres en la puerta trasera, que rápidamente comenzó a ordenar.

Cas se puso de pie y lo alcanzó mientras él sacaba un arma extraña con una
hoja curva en ambos extremos. Empezó a agarrarle el brazo, pero él la rodeó y le
dirigió una mirada salvaje.

—Quédate —le ordenó.

—¿” Quédate”?

La miró brevemente. Su labio se curvó y la señaló. —Demasiado débil.

Ella se erizó, pero ésa era la única objeción para la que aún tenía energía.

—Voy a buscar amigos. —Esta vez se señaló su propio pecho y luego se dio la
vuelta y se alejó.

Caminaba como si supiera a dónde iba, pensó Cas.

Como si supiera dónde estaba Nessa.

Ella lo vio irse, debatiendo su próximo movimiento. Quedarse podría haber


sido lo más inteligente, pero era imposible obligarse a hacerlo; si él podía llevarla
a Nessa, ella iba a ir con él. Tenía su arco. Tenía el cuchillo en la cadera. Sólo que
no usaría la magia. No importaba su mareo, su dolor, sus pulmones doloridos; ella
podría empujar a través de todo ello. Tenía que seguir empujando.

182
Se mantuvo alejada de Osric, para que no se diera cuenta y le gritara que no
se moviera.

El borde del claro estaba casi fuera de la vista cuando ella oyó otro par de
pasos detrás de ella. Estaba siguiendo a Osric... pero también la seguía alguien.

Miró por encima del hombro.

No había nadie.

Empezó a correr. Pero todavía estaba mareada, agotada y la repentina


explosión de velocidad lo empeoró; su primer tropiezo fue rápido y luego un brazo
la rodeó por la cintura atrapándola.

En el siguiente suspiro, el frío acero se posó en su garganta.

183
Capítulo 12

Traducido por Tory

Corregido por Tory

—¿VAS A ALGUNA PARTE?

Esa voz.

Reconoció esa voz profunda y ardiente.

Dioses, el día de hoy sólo se pone peor.

Fue lanzada contra un árbol cercano. Mientras apretaba los dientes contra el
dolor, su cuerpo fue girado bruscamente y la puso cara a cara con su atacante.

Savian Mano Negra, como ella esperaba.

Reconoció su voz con facilidad, ya que tenían una historia bastante larga y
colorida de encuentros como este. Sus caminos se habían cruzado por primera vez
durante algunos de los trabajos más cuestionables que ella había aceptado. Más
recientemente, él había sido el proveedor de una sustancia mágica ilegal que Cas
había estado usando para tratar la enfermedad de Asra. Pero su ayuda siempre
tenía un alto precio, y sus últimos encuentros cara a cara habían terminado con
notas agrias y violentas, lo que supuso que era al menos una parte la razón por la
que había quemado el lugar que ella llamaba hogar.

Y dudaba que la hubiera buscado simplemente para disculparse por ese


infierno.

Dos hombres la sujetaron contra el árbol mientras Mano Negra se acercaba,


haciendo girar despreocupadamente el cuchillo en su mano mientras se acercaba.

Otro hombre enmascarado lo flanqueaba a ambos lados y, de repente, Cas se


dio cuenta de lo mucho que se había extendido. De lo mareada que estaba. De lo
débil que era.

Demasiado débil para dominar a cinco hombres a la vez, probablemente.

Las cicatrices de las quemaduras en el rostro de Mano Negra se retorcían de


una manera espantosa mientras la saludaba con una sonrisa. Una sonrisa siniestra
y burlona que le decía que era muy consciente que las probabilidades estaban a su
favor.

—Hola, amor —la saludó.

Ella, de alguna manera, resistió el impulso de escupirle a la cara cuando él la


acercaba incómodamente a la suya. —No soy tu amor.

—¿Cómo debo llamarte, entonces? —Él ladeó la cabeza—. ¿Seguimos siendo


Casia? ¿O hemos abrazado lo que he oído que es tu verdadera identidad ahora?

Ella desvió la mirada y se concentró en tratar de estabilizar su respiración.


La ansiedad se enroscaba en su vientre como una serpiente lista para atacar su
corazón, sus pulmones, su mente.

Pero no quería, no podía dejar que la invadiera ahora.

—¿O se te ha ocurrido otra cosa por la que guiarte, ¿tal vez? —Insistió Mano
Negra—. Siempre es divertido escuchar tu último alias; me encanta la forma en que
me mantienes adivinando.

185
Su mirada captó un destello de movimiento entre los árboles. Ella pensó en el
movimiento que había visto desde la plataforma de caza, de los keplin bajando en
picado, los gritos, el silencio....

Necesitaba estar rastreando a sus amigos, no lidiando con este bastardo


delante de ella.

Mano Negra siguió su mirada. Frunció el ceño. Se puso delante para


bloquearle la vista. —Ha pasado demasiado tiempo desde que jugamos ese juego
de adivinanzas, ¿no es así?

No lo suficiente, pensó ella.

—Especialmente después de que la última reunión que tuvimos terminara de


una manera tan... decepcionantemente abrupta.

Ella miró más allá de su cuerpo, por encima de él, en cualquier lugar excepto
él.

La estaba irritando; se dio cuenta por la forma en que su voz había adquirido
un ligero tono, lo que le hizo pensar que era una de las cosas más importantes de
su vida. Se había vuelto un poco más tensa, y se agudizaba a medida que él dijo: —
Deberías hablar cuando te hablan.

Ella no respondió.

—Qué malos modales; no es muy apropiado para alguien que es supuestamente


de la realeza.

Lentamente, ella volvió a mirar hacia él. —Vete al infierno, Savian.

Él sonrió.

Y luego le dio una fuerte bofetada en la boca.

Cas probó la sangre. La escupió a los pies de Mano Negra y luego dirigió su
mirada furiosa a los hombres que la sujetaban.

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—Suéltenme —gruñó.

La sujetaron con más fuerza.

Escupió más sangre. —Bastardos.

Mano Negra se rio. —Vaya, estás de mal humor esta tarde, ¿no es así?

—No estoy de humor para tus juegos —dijo ella—. Mis amigos están...

¿Qué estaban?

Imágenes terribles pasaron por su mente. Posibilidades horribles. Y de


repente no pudo hablar. Apenas podía respirar.

Apretó su espalda más firmemente contra el árbol detrás de ella y concentró


toda su energía en luchar contra la ansiedad que intentaba desplegarse aún más a
través de ella.

Mantendría la calma. No dejaría que su pánico dictara lo que sucediera a


continuación.

Pero Savian ya parecía demasiado consciente de ese creciente pánico, y


eso sólo hizo que su sonrisa se iluminara. —Tus amigos se han ido. Y el Maestro
Osric está ahí fuera para asegurarse de que no volverán pronto, lo que hace que la
siguiente parte sea mucho más fácil para mí.

Le tomó un momento comprender el significado de sus palabras en su


aturdido cerebro. —Osric está trabajando para ti.

Por supuesto.

Por eso le había dicho que se quedara atrás.

—Ahí está mi chica lista.

Exhaló una maldición. —Después de todo lo que le pagamos...

—Yo le pagué más —le informó Darkhand— Sólo lo puse en la cuenta del rey-

187
emperador, por supuesto. Y sus métodos eran un poco desordenados para mi gusto,
y su control sobre esas pequeñas bestias keplin es... cuestionable. Pero supongo
que terminaste aislada de tus amigos igualmente, así que no puedo quejarme, ¿o sí?

Control. Cas pensó en ese extraño instrumento de hueso, y los terribles y


agudos sonidos que había emitido.

¿Realmente había estado controlando a esos monstruos?

—¿Por qué esa cara de preocupación? —preguntó Mano Negra—. Deberías


agradecerme que no me molesté con esos amigos en el momento, de verdad. Tal
vez tengan suerte y sean devorados por algo mientras nosotros nos ocupamos de
ti. Una muerte rápida de los monstruos que acechan en estas tierras salvajes será
mucho mejor que la agonizante tortura y ejecución pública que creo que Varen
tiene planeado para ti.

—¿Desde cuándo sirves al rey-emperador?

—Sirvo a su dinero.

—Un amo enfermo —murmuró ella.

—Pero uno consistente. Uno de los pocos que nunca me decepciona. Y ahora,
no pretendamos que no tienes un precio también.

—Tal vez, pero te aseguro que mi precio es mucho más alto que el tuyo.

Mano Negra arqueó una ceja. —No sabes cuánto me paga Varen.

Las palabras calaron más hondo de lo que debían, y Cas se sintió de nuevo
tonta por haber pensado que podía razonar con su hermano.

—Sinceramente, no sé por qué te ve como una amenaza —dijo Mano Negra—.


Yo mismo no te imagino como una reina.

—Si me convirtiera en reina, ten por seguro que lo primero que haría sería
encerrarte y tirar la llave.

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—Entonces supongo que es bueno que no vayas a vivir lo suficiente como
para llevar a cabo ese plan.

—Vas a matarme, ¿verdad? —Ella trató de igualar el tono divertido y poco


elegante de su voz—. ¿Después de todo lo que hemos pasado juntos?

—Una idea tentadora —le dijo él, con los ojos puestos en el cuchillo que
había vuelto a girar en su mano—. Varen dijo que te prefería viva, pero los clientes
no siempre saben lo que es mejor, ¿verdad? —Levantó la mirada hacia ella—. Pero
no, amor, yo no voy a matarte. Dejaré que Varen se encargue de esa parte. Pero
mientras te tengo aquí, ¿qué tal si vemos si podemos engordar mi recompensa? Hay
cosas que Varen quiere, además de a ti.

—¿Cómo por ejemplo?

—Varen te quiere a ti, pero también está tras cierto traidor a la corona que te
ayudó. ¿Sabes de quién hablo?

Cas no respondió.

—El hombre que una vez fue capitán de su ejército.

Podía sentir la mirada expectante de Mano Negra sobre ella. Y era algo
peligroso no cumplir con las expectativas de este hombre.

Ella lo sabía. Aun así, negó con la cabeza y dijo: —No sé nada de él.

—¿De verdad? Los rumores sugieren que los dos son bastante cercanos.

—Los rumores son algo pobre para dirigir un negocio. Y yo que pensaba que
eras un profesional.

—Es cierto. —Continuó jugando con la hoja en su mano, sin apartar su aguda
mirada del rostro de Cas—. Pero confío en las fuentes de este caso. Fuentes que me
informaron que varios de los soldados que recientemente encontraron su fin en tu
antiguo hogar lo hicieron por medio de la magia de la Muerte. Y no era magia de la
Muerte ordinaria. Era un equipo excepcionalmente poderoso, parece.

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Ese cuchillo enfundado en la cadera de Cas se sintió más pesado, de repente.

—Así que te está ayudando. Admite eso, al menos.

—Ayuda es una palabra fuerte.

—Varen quiere saber a dónde fue y cómo es que los dos han ganado
aparentemente el favor del Dios de la Muerte en persona, a juzgar por la visita de
ese dios a la ciudad real la semana pasada. Ha pasado mucho tiempo desde que
uno de los Marr agraciaba este imperio con su presencia. Entonces, ¿qué han hecho
ustedes dos para cambiar eso?

No se da cuenta de que Elander y ese Dios son uno en el mismo. ¿Aún no se ha


dado cuenta Varen tampoco?

El pensamiento hizo que Cas quisiera reírse, pero el sonido murió en su


garganta cuando Mano Negra dio un paso más hacia ella.

—Veo que vuelves a estar callada. —Sacudió la cabeza hacia ella—.


Protegiéndolo Qué interesante.

Las palabras la llenaron de indignación. Ella no estaba protegiéndolo. No


quería tener nada que ver con él después todo lo que había pasado. Pero Mano
Negra parecía haber tomado una decisión sobre su relación, así que ella no gastó su
aliento en tratar de convencerlo de lo contrario.

Una parte de ella también disfrutaba de la forma en que su negativa afectara


claramente a Mano Negra; era la última pizca de control a la que se aferraba. No
podía obligarla a decir nada.

La miró fijamente, esperando su respuesta.

Ella le devolvió la mirada, hasta que finalmente sus labios se curvaron en una
fría sonrisa.

—Tráiganla —ordenó a sus hombres dándose la vuelta—. Vamos a ver si


podemos encontrar una manera de hacerla más cómoda, y quizás entonces esté

190
más dispuesta a hablar.

Los dos hombres que la sujetaban de los brazos la pusieron en movimiento.


Un tercero estaba detrás de ella en el siguiente momento, presionando la punta de
una espada en su espalda. La llevaron a la casa en el claro. La despojaron de su arco,
su carcaj, el cuchillo de caza en su tobillo. Una de sus manos rozó el cuchillo mágico
en su cadera. La hoja destelló al tocarla, y apartó la mano. La magia de la hoja se
asentó casi inmediatamente, pero aun así la dejó en su sitio. Los otros se negaron
a tocarla también.

Cas pensó en su propia magia. En lo fácil que podría haber dominado a los
hombres que la rodeaban si hubiera sido capaz de controlarla mejor. Pero parecía
haberse adormecido en su interior dentro de ella, y temía presionarse demasiado
para recuperarla; había estado peligrosamente cerca de desmayarse cuando lo
había hecho antes. Y no le gustaba la idea de estar inconsciente en presencia de
esos hombres.

Había sobrevivido a los crueles juegos de Mano Negra sin magia innumerables
veces en el pasado. Simplemente tendría que sobrevivir sin magia esta vez, también.
Él no iba a matarla; sólo tenía que soportarlo hasta que encontrara una manera de
escapar.

No puede obligarme a hablar. No puede obligarme a mostrar miedo.

Mano Negra dio un paso adelante y le quitó el cuchillo de la muerte,


sujetándolo con cuidado por la punta del mango.

Ella se sintió extrañamente desbalanceada sin su peso a su lado, como si él


hubiera extraído un pedazo de ella junto con él.

—Interesante —comentó dejándolo caer sobre la mesa cercana. La hizo


girar y la estudió más de cerca mientras sus hombres siguieron buscando en Cas
cualquier arma adicional.

Una vez que se cercioraron de que estaba desarmada, la empujaron hacia


la mesa y las sillas desvencijadas del otro lado de la habitación, obligándola a

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sentarse en una de esas sillas. Se resistió, su cuerpo se agitó reflexivamente como
pudo, con los brazos inmovilizados dolorosamente detrás de ella, y uno respondió
presionando un trapo húmedo sobre su boca.

El trapo apestaba a algo picante y terroso. Ella conocía ese olor. Era raíz de
pavlis, y sus efectos eran casi inmediatos: El suelo parecía levantarse debajo de ella,
y su cuerpo se sentía como si estuviera cayendo a su encuentro, y todo lo que no se
elevaba o caía comenzó a girar sin piedad a su alrededor.

No la dejó completamente inconsciente, pero la debilitó lo suficiente como


para que no pudiera oponer mucha resistencia cuando se movieron para asegurarla
a la silla con gruesas cuerdas.

Así que ésta era su idea de hacerla más cómoda.

Cerró los ojos contra las sacudidas y los giros por un momento y, cuando
los abrió de nuevo, descubrió que Mano Negra había abandonado su estudio del
cuchillo y había vuelto su atención a ella.

—Otro rumor del que me gustaría que respondieras: se habla de que Lady
Soryn se ha acercado a ti.

Cas había planeado permanecer en silencio, pero el nombre le sonaba


vagamente familiar, y la curiosidad la hizo responder: —¿Lady Soryn?

—La aspirante a reina de Sadira, si ese reino oriental todavía fuera... bueno,
un reino.

Así que por eso el nombre le resultaba familiar. Excepto que Soryn Peregrine
había sido una princesa de la corona, lo último que había oído.

¿Qué había sido del antiguo rey y la reina?

—Se dice que sus mensajeros han sido vistos en el área de Valshade
recientemente. Buscándote a ti, presumiblemente. Noticias de que la reina perdida
de Melech todavía vive ha viajado rápidamente, parece.

192
Cas negó con la cabeza. Al instante se arrepintió del movimiento; hizo que
el suelo se moviera bajo ella. Se mantuvo perfectamente quieta, esperando que el
zumbido en su cráneo se detuviera, y una vez que lo hizo, balbuceó una respuesta:
—No sé nada de Soryn ni de ese reino.

—Ya veo.

Hizo una señal, y uno de sus hombres se puso inmediatamente a su lado,


agarrando lo que parecía ser un atizador de metal largo y curvo de metal tomado de
la chimenea. Mano Negra apuntó con un dedo a esa varilla de metal. Susurró unas
cuantas palabras de tipo fuego en voz baja. El metal se calentó rápidamente hasta
alcanzar un aterrador tono rojo.

A Cas se le subió el corazón a la garganta. Tragó. Con fuerza.

Escogió una mancha en el suelo —una marca rayada en la madera oscura— y


la miró fijamente.

—Algunos han sugerido que te pusiste en contacto con Lady Soryn primero
—continuó Mano Negra—. Que ella estuvo involucrada en la intriga que te hizo
entrar en el palacio.

—No hubo ninguna maquinación; acabé allí por accidente. Y nunca he


hablado con Lady Soryn en mi vida. —Cas apretó los dientes. Debería haberlos
mantenido, pero la irritación por esos rumores falsos le hizo abrir la boca una vez
más y las palabras se escaparon antes de que pudiera retenerlas—: Pero incluso si
lo hubiera hecho, no te diría ningún detalle de nuestras conversaciones.

Mano Negra suspiró. —Tan terriblemente testaruda.

Volvió a hacer una señal —esta vez un giro casual de sus dedos— y se produjo
un movimiento detrás de ella. Entonces uno de los hombres estaba tocando sus
brazos atados, empujando las mangas de su abrigo, dejando la piel al descubierto.

Cas miró fijamente la marca de la varilla una vez más mientras el metal
caliente golpeaba contra sus muñecas. Así era como Asra le había enseñado a
sobrevivir, a luchar contra el dolor: concentrándose en otra cosa. Contando hasta

193
cinco. Uno podía sobrevivir a cualquier cosa durante cinco segundos. Y entonces,
una vez que habías sobrevivido a esos cinco segundos, simplemente pasabas al
siguiente y empezabas de nuevo.

Todo el dolor termina, de una manera u otra, solía decir. O se cura, o se cicatriza
y te hace lo suficientemente fuerte como para no notarlo más.

—Intentemos una pregunta más. —Mano Negra indicó una vez más a los
hombres detrás de ella, y el calor se alejó de su piel. Esperó a que Cas recuperara
el aliento y levantara su mirada cautelosa hacia la suya antes de continuar—: Las
fuerzas rebeldes en Fallenbridge y Herrath eran mucho más numerosas de lo que
Varen esperaba. Y tengo mis sospechas sobre quiénes son algunos de los rebeldes,
pero es probable que tú los conozcas mejor que yo. Tienes muchos nombres que
podrías dar, estoy seguro.

Ella lo hizo. Pero ella no daría ninguno de esos nombres. Esos rebeldes
merecían vivir. Y cualquiera que estuviera dispuesto a enfrentarse a su hermano
ahora era un aliado potencial que podría necesitar antes del final, también.

Así que no, no se dejaría atrapar.

No importaba lo brillante que fuera el metal que ardía en la esquina de su


visión, prometiéndole más dolor si no cumplía.

Sus ojos volvieron a la marca del metal.

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.

El metal empujó contra sus muñecas una vez más. Más duro esta vez,
marcando más profundamente en su piel. Las lágrimas se formaron en las rendijas
de sus ojos, pero parpadeó y los mantuvo en el suelo.

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco.

La voz de Mano Negra flotó a través de la bruma de dolor que la envolvía: —


Sabes, odio cómo siempre se convierte en violencia entre nosotros.

194
—Mentiroso —dijo ella—. Te deleitas en ello, cabrón...

La varilla caliente se enganchó alrededor del lado de su cuello esta vez y un


grito primitivo se le escapó antes de que pudiera siquiera pensar en contar.

La agonía la cegó. Un segundo grito comenzó a salir de su garganta, pero se lo


tragó, se atragantó con él y comenzó un ataque de tos que no pudo detener.

El metal ardiente permanecía en su garganta.

Cada una de sus toses sacudía el dispositivo de tortura, desplazando el fuego


a una nueva sección de la piel y comenzando el ardor todo de nuevo.

—Dime que cooperarás y les diré que se detengan.

Mano Negra la miraba fijamente sin un ápice de arrepentimiento en sus ojos.


No había nada en esos ojos.

Ella lo había interpretado mal.

Iba a matarla.

Dime que cooperarás…

Ella no podía cooperar con este hombre. Pero también no podía morir. Tenía
que luchar. Si su magia la mataba, entonces que así fuera; prefería morir por su
propio poder que por el de alguien más.

Apretó los labios con fuerza, sellando otra tos y provocando un ardor dentro
de su garganta. Todo, todo estaba ardiente y así era como iba a salir, parecía, en un
torbellino de fuego y angustia, esa magia salvaje suya que se elevaba, con chispas
que se encendían bajo su piel...

Una extraña sombra se movió por las ventanas de la cabaña.

Un escalofrío recorrió su columna vertebral, ahuyentando el fuego.

El dolor, las vueltas y el ardor cesaron lo suficiente como para poder

195
concentrarse en su entorno, y vio que Mano Negra y sus hombres se habían detenido
y dirigido su atención hacia las ventanas.

Ellos también habían percibido algo.

Era imposible no sentirlo, realmente, y estaba claro tras unos segundos más
de atención: Era magia.

Su mirada se dirigió hacia el cuchillo de la mesa. A la hoja que ahora brillaba


con una pálida luz blanca, reaccionando a esa magia. A su... maestro.

Oh.

—Ahí está la respuesta a tu pregunta anterior —susurró casi más para sí


misma que para Mano Negra.

Él le dirigió una breve y curiosa mirada.

—Querías saber qué había sido de ese antiguo capitán del ejército del rey —
aclaró ella.

La curiosidad en su expresión se convirtió en algo mucho más peligroso.

—Está aquí —murmuró ella y cada parte de su cuerpo reaccionó a este hecho,
aunque ella no lo quisiera. Su piel se erizó. Su estómago se agitó. Su pulso volvió a
saltar en algo salvaje y desigual.

Era cierto que su mente —la parte sana y racional de ella— no quería tener
nada que ver con Elander.

Pero otras partes de ella aparentemente no habían recibido el mensaje.

Un grito aterrorizado llegó desde el exterior. Y luego otro.

Hubo sonidos de una breve lucha. Luego la luz exterior cambió de nuevo,
como si la casa y sus alrededores se hubieran visto envueltos en una espesa nube
de niebla, y el frío que siguió fue peor esta vez, ese frío profundo y amargo que
hacía que el calor pareciera un mito lejano.

196
—Parece que también está de mal humor. —Cas no pudo evitar el toque de
suficiencia en su voz, incluso cuando su corazón latía con tanta fuerza que apenas
podía pronunciar sus siguientes palabras—: Lo cual es una terrible noticia para ti,
supongo.

Su antiguo némesis la miró por un momento antes de que la habitual sonrisa


arrogante se apoderara de sus facciones. —¿Debo correr para esconderme?

Cas lo fulminó con la mirada. —Tal vez.

—¿Crees que tengo miedo de tu amiguito?

—No. Sé que no tienes miedo. Porque eres un tonto arrogante que no es lo


suficientemente inteligente como para saber cuándo está a punto de perder el
estúpido juego que empezó.

Se puso delante de ella. Levantó su barbilla para poder ver mejor la mirada
que le dirigía. Pasó un dedo por la piel tierna y quemada de su garganta.

Era un tipo de agonía fresca y diferente, ese toque ligero como una pluma
como un centenar de pequeñas agujas que la pinchaban. Le picaba. Hizo que sus
palabras salieran como un gruñido: —Si no tienes miedo, ¿por qué no vas a saludarle
de mi parte?

Él retiró la mano de su garganta. Pareció considerar sus palabras por un


momento. Intercambió una mirada y un asentimiento con los hombres que le
servían.

Y luego dio una patada a las patas de la silla a la que Cas estaba atada,
desequilibrándola y haciéndola caer al suelo. Cas trató de retorcerse en una
posición menos castigada, pero las cuerdas que la ataban se mantuvieron firmes.
El lado de su cabeza golpeó un clavo que sobresalía de las tablas del suelo. La bota
de Mano Negra presionó contra el otro lado de su cara un momento empujándola
hacia abajo y clavando el clavo en su piel.

—Volveré para terminar nuestra pequeña charla después de ocuparme de


cualquier tontería que esté sucediendo afuera.

197
Los puntos blancos danzaron en su visión. Quería liberarse de las cuerdas que
la sujetaban. Seguirle fuera. Pero todo era demasiado, de repente, el agotamiento
de su magia, el dolor de los tortuosos últimos minutos, los trozos persistentes de
raíz de pavlis que había inhalado, la hicieron rendirse.

Sus ojos se cerraron y, por mucho que luchara, no volvieron a abrirse.

198
Capítulo 13

Traducido por Jazmin

Corregidor por Tory

Cas despertó con un punzante dolor de cabeza.

Retumbaba tan fuerte en sus oídos que le tomó un momento darse cuenta
de que todo lo demás estaba tranquilo. Extrañamente tranquilo. Y ella estaba sola.

Excepto por los dos hombres muertos en la puerta.

El cuchillo permanecía en la mesa, así como permanecían sus ataduras;


aparentemente su salvador había estado muy ocupado matando personas como
para desatarla.

No importaba. Ella podría manejar esta última parte por sí sola. Ella no sabía
por cuanto tiempo había permanecido inconsciente, pero fue lo suficiente como
para que su pulso se hubiera calmado a un ritmo normal. Sus latidos eran firmes
una vez más, y ella pudo pensar claramente a pesar de los ligeros pinchazos de
dolor que acompañaban cada uno de esos latidos.

Tomó una respiración profunda y se armó de valor, determinada a continuar


pensando claramente.

Su tormenta mágica despertó ansiosa de nuevo a la vida. No pareció


importarle sus constantes dolores o su cansancio; tiró de ella sin resistencia, como
un poderoso perro que no sabe cómo caminar correctamente con correa. Ella hizo
su mejor esfuerzo para concentrarla hacia sus brazos, estrechándola en los lugares
donde sus ataduras presionaban.

Chispas brotaron de su piel a las ataduras, y después de varios minutos


intentando, finalmente el aire se llenó del aroma a cuerda quemada. Ella sintió
restos de esa rasposa cuerda resbalándose de sus muñecas, soltándose lo suficiente
para que ella pudiera liberare al fin.

Se llevó una mano a la cabeza. Hizo una mueca, tanto por el dolor de mover
su muñeca quemada como por la herida sangrienta que sintió en su sien. Se
levantó despacio. Esperó que el ligero mareo se fuera y alcanzó el cuchillo de la
mesa mientras se encaminaba hacia la puerta.

Afuera, la vista de más cuerpos la saludaron. Los otros dos hombres que habían
participado en su tortura habían pagado con su vida. Largas y sangrientas pisadas
salpicaban el suelo alrededor de ellos, alejándose de la masacre y acercándose a los
límites de lo Salvaje. Ella empezó a seguir ese camino con pasos vacilantes, pero se
detuvo en cuanto percibió movimientos a su espalda.

—Había un monstruo —susurró una voz.

Cas se dio la vuelta y vio que uno de los hombres que pensó que estaba
muerto estaba de hecho aun aferrándose a la vida. Él había levantado su cabeza del
suelo, estaba intentando y fallando en enfocar sus ojos en ella.

—¿Un lobo? —Cas preguntó.

—Más grande —contestó él con un jadeo.

Ella lo miró, el entumecimiento apoderándose de ella. Por un instante cruzó


por su mente ofrecerle ayuda; aunque ella simultáneamente detestaba la idea de
ayudar a uno de los secuaces de Mano Negra, pero decidió que era inútil cuando la

200
cabeza del hombre golpeó el suelo y sus ojos se desenfocaron una vez más; había
muy poco que ella podría hacer por él, él evidentemente no iba a estar por mucho
tiempo más en este mundo.

Cas retrocedió cuando una respiración jadeante estremeció el cuerpo, envainó


su cuchillo y dándose la vuelta continuó siguiendo el rastro de sangre.

El sendero la llevó todo el camino hacia el límite del claro, donde encontró a
Mano Negra acostado de espaldas bajo un árbol, empalado en el suelo por medio
de una espada que ella reconoció como propiedad de él. Esa espada había sido
usada para amenazarla incontables veces en el pasado. Ahora sobresalía del hueco
de la garganta de su viejo enemigo como una bandera que alguien había plantado
brutalmente ahí.

Un estremecimiento recorrió la espalda de Cas una vez más, acompañado de


un escalofrío que ella no se pudo sacudir.

Ella había visto a Elander usar su magia en cosas anteriormente, lo había


observado drenar la vida de creaturas con poco más que una mirada. Pero siempre
había sido frío y rápido, siempre sin sangre. El no necesitaba esa espada para
asesinar a Mano Negra. Él no necesitaba garras o colmillos para arrancar la vida
tampoco. No había necesidad de dejar ese mórbido sendero que Cas había seguido
hasta ese lugar. La muerte no tenía que ser violenta; él se había dicho a sí mismo.

Aparentemente eso no significaba que él no pudiera ser violento.

Pasos detrás de ella.

Cas se giró y él estaba ahí. Humano otra vez. O lo más cercano a humano que
puede ser. Ésta era la misma versión de él que ella había visto la primera noche que
se conocieron. El mismo cabello café oscuro, los mismos insondables ojos azules
que habían visto cada centímetro de ella, los mismos labios que habían recorrido
casi cada uno de esos centímetros.

Pero él no es el mismo, se recordó ferozmente a sí misma. Él es una mentira.

Ella había visto su verdadero ser en Oblivion, y ahora no había manera de

201
olvidarlo. Y el mismo torbellino de sentimientos que ella había sentido en ese
oscuro paraíso se desplegó ante ella; quería huir, porque él era peligroso. Quería
quedarse, porque era injustamente cautivador, extremadamente confuso, y ella
necesitaba saber por qué.

Sus ojos recorrieron la quemada piel de su cuello. La sangre seca en su cara.


Su voz estaba calmada, pero una pizca de violencia se asomó cuando él le preguntó:
—¿Estás bien?

Cas apretó sus brazos contra su pecho y señaló con la cabeza el cuerpo a sus
pies. —¿Qué pasó? —Era una pregunta estúpida, la respuesta era suficientemente
obvia. Pero ella no sabía qué más decir.

—Trató de huir de mí. No llegó muy lejos.

—¿Tú hiciste esto? —Otra pregunta tonta.

Un músculo en la mandíbula de Elander se contrajo. —Sí, porque vi lo que te


habían hecho. Y no era la primera vez que te hacía algo parecido, ¿o sí?

Ella no se molestó en contestar esa pregunta, los dos conocían la respuesta.


Porque además ésta no era la primera vez que Elander se había topado con una
de sus reuniones; aunque la primera vez, él técnicamente no había estado ahí para
salvarla… y él la había arrestado inmediatamente después.

La mirada de Cas se deslizó hacia atrás, mirando al cadáver. —Tú realmente


lo mataste.

Ella no estaba segura porqué su voz sonó tan queda, pero eso al parecer liberó
la violencia que Elander estaba conteniendo; el aire se estremeció con su poder una
vez más, y pasó un largo rato antes de que él se calmara de nuevo.

—Sí, realmente lo hice. —Él se acercó más a ella—. Y sería un placer hacer todo
de nuevo, excepto que esta vez lo haría lo más doloroso posible para él. Romper
sus huesos lentamente, uno por uno, un hueso diferente por cada vez que él puso
uno de sus asquerosos dedos sobre ti.

202
Ella abrió su boca para responder, pero nada salió.

—¿De verdad estás lamentando la pérdida de este hombre?

—No es eso —le dijo Cas—. Es…

Fue todo. La gravedad de toda la situación. No era la perdida de ese retorcido


hombre a sus pies, era la conciencia de todo lo que ella había perdido, cómo la habían
traicionado, le habían mentido, y lo frustrantemente poco que ella realmente sabía
acerca de todo lo que había pasado.

Lo que ella sabía es que tenía a un trastornado emperador cazándola. Que


un dios caído estaba asesinando personas en su nombre. Que su magia se sentía
inquieta y enferma dentro de ella, y que eso había estado cerca de matarla. Y,
probablemente lo peor de todo, ella estaba separada de sus amigos, de nuevo.

¿Cuánto tiempo había estado inconsciente?

¿Qué había pasado con Nessa y los demás mientras tanto?

Elander estaba aún mirándola incrédulamente, y de repente eso hizo de la


confusión y frustración de Cas explotara en algo peor. —¿Qué quieres que te diga?
—Ella le preguntó—: ¿Gracias?

—Podrías empezar por eso.

—Tú me acechaste, mataste a un montón de personas como favor para mí, ¿y


ahora qué? ¿Quieres que seamos compañeros de nuevo? ¿Debería olvidarme de todo
acerca de que mentiste también, mientras estoy en eso?

Él estrechó sus ojos, pero no respondió.

—¿Por qué te preocupa si Mano Negra y sus hombres me estaban torturando?

Él consideró la pregunta por un momento. Alejó su irritada mirada de ella,


mirando hacia la casa, y después le dijo: —Te lo dije antes: te necesito viva para
ayudarme a tratar con tu hermano.

203
—Pudiste fácilmente liberarme y dejarme escapar por mi cuenta. No tenías
que matar violentamente a todos en un radio de una milla.

—Bueno, probablemente estar cerca de ti por cualquier cantidad de tiempo


me hace querer asesinar cosas —él sugirió graciosamente.

—Eso no es gracioso.

—Sólo estaba bromeando, parcialmente.

Ella frunció sus labios. Trató de mantener su temperamento bajo control. No


tenía tiempo para una discusión a toda regla con él, y se sentía como que este no
era ni el momento ni el lugar para sacar a relucir todos los agravios. Pero no pudo
evitar preguntar: —¿Es por eso que asesinaste a mis verdaderos padres?

Esa sonrisilla desapareció rápidamente. En su lugar no había nada que


ella pudiera leer; sus labios se convirtieron en una inexpresiva línea, sus ojos se
endurecieron, círculos azules acerados sin expresión alguna cuando la miraron,
sacudiendo su cabeza. —No sabes la historia completa. Y si pudiera explicarte…

—¿Cómo podrías explicar eso? Eso, y el hecho de que me habrías asesinado


junto con mi hermano si hubieras podido.

—Espina…

—No me llames así, mi nombre es Casia. Elegí mi propio nombre, mi propia


identidad, porque la verdadera me fue robada. Y esa identidad no es Espina, no
es Valori de Solasen, no es, no es… oh, ¡dios! —Ella estaba de repente demasiado
furiosa para forzar las palabras fuera de su boca, así que concentró su energía y se
alejó tan rápido como pudo.

Ella podía sentirlo mirándola, pero estaba determinada a no mirar atrás.

—Casia. —Su tono era una advertencia de que él no tenía ninguna razón que
darle, pero al menos había usado el nombre que ella eligió. —Casia, espera.

Ella siguió caminando. —No tengo tiempo para esto, necesito encontrar a

204
mis amigos. Nessa está en problemas.

Casia lo sintió llegar tan pronto como dijo esas palabras: Pánico.

Pánico, pánico, pánico.

Nessa está en problemas. Nessa podría estar muerta. Todos tus amigos podrían
estar muertos.

Las probabilidades de eso eran pocas, argumentó la parte racional de su


mente. Pero su ansiedad no quería nada que ver con esos pensamientos racionales.
Nunca lo hizo. No importaban los hechos, no importaban los cientos de veces que
ella y sus amigos habían estado en problemas, pero habían sobrevivido de todas
formas.

Te veo del otro lado. Le había dicho a Zev.

Y siempre lo hicieron.

Él era listo. Capaz. Fuerte. Como Nessa. Todos ellos lo eran.

Pero no importó cuantas veces Casia se recordaba a sí misma esas cosas, eso
no ayudó. Ella se siguió hundiendo profundamente en ese mar de pensamientos
de pánico. Tan profundo como ella iba, sus pensamientos y sus respiraciones se
apretaron cada vez más hasta que ella tuvo que detenerse y sostenerse del árbol
más cercano. Presionó su frente contra el árbol. Sus uñas se clavaron en él, una por
una, y ella contó cada rasguño que hizo en la suave corteza.

No hay tiempo para esto. Ella pensó, lo que por supuesto, sólo la hizo sentir
peor.

Abajo, abajo y mucho más abajo.

En el pasado, no había habido nada en esas profundidades que pudiera


sobrepasar este sentimiento. No había salida a la superficie. Sólo estaba la espera.
Convertirse en piedra y esperar que las olas retrocedan.

Esta vez era… diferente.

205
Ahora había magia. Magia que rugía y se resistía a dejarla tener, aunque sea
un momento de impotencia. Pero, a diferencia del dios caído detrás de ella, su
magia no era un verdadero salvador. Era peligrosa.

Muy, muy peligrosa.

Ella sabía que esto podría terminar mal, sabía que estaba físicamente
exhausta, pero esa magia aún la llamaba. Trataba de abrirla a la fuerza y escapar.
Y ella la dejaba salir, porque eso era una droga que la vaciaba de todo lo demás,
que nublaba su cabeza y la hacía olvidar todo excepto esas chispas fugitivas de
tormentoso poder.

Casia escuchó a alguien gritar su nombre. Ellos sonaban muy lejanos. Pero
eran persistentes. Tan persistentes que ella eventualmente levantó su cabeza y se
inclinó hacia el sonido.

Ella vio tres borrones de azul acechándola a toda velocidad.

Keplin, ahogado por su temeraria magia.

Ellos se movían impresionantemente rápido, pero Elander se movía aún más


rápido.

Fue casi instantáneo, él levantó su mano y las tres bestias estaban rígidas,
cayendo, arrugándose en bolas de despeinadas pieles en el suelo. Muertas. El sonido
de muchas bestias no vistas. Todas ellas deslizándose lejos, lo siguieron enseguida.

Cas se alejó del árbol. Tropezó. Elander la atrapó y la sostuvo contra su pecho.
Pequeños remanentes de la tormenta aún flotaban alrededor del cuerpo de Cas,
pero Elander no parecía sentir ningún dolor cuando lo tocaban.

—Estás exhausta —él le dijo quedamente.

—Estoy bien.

El sacudió su cabeza ante la mentira. —Tu fuerza vital se diluye un poco cada
vez que usas tu poder; no es magia natural. No deberías usarla tan imprudentemente.

206
Las palabras la asustaron, aunque no lo demostró. Cas ya había pensado antes
que esta magia se sentía como si estuviera matándola; probablemente había sido
verdad esta vez, y no sólo su mente llena de pensamientos de pánico y excesivos.

—Suéltame —susurró.

Él dudó, pero luego hizo lo que ella le pidió. Él se apartó. Cas se sintió
brevemente mareada, justo como cuando ese cuchillo que él le había dado le había
sido arrebatado más temprano: como si una parte de ella se hubiera ido con él.

Fue muy fácil olvidar todo lo que él había hecho cuando estaban así de cerca,
cuando su cuerpo traicionero quería apoyarse en él y recuperar el balance.

—No quiero esto tampoco. —Ella recuperó el cuchillo y se lo ofreció—. Tómalo.

—Aquí vas otra vez —el rezongó—. Ofreciendo un arma al Dios de la Muerte.

—Dios caído.

—Sí, gracias por recordármelo.

—No hay de qué.

Él apretó la mandíbula. —Quédatelo.

—No lo quiero. Y no te quiero a ti. —Eso último era una mentira. Ella no se
había dado cuenta cuán grande era esta mentira hasta que la dijo en voz alta, e
inmediatamente quiso tragarse sus palabras. Ella odiaba desear eso. Odiaba que
ella aún lo quería. Eso la puso tan furiosa consigo misma que se quedó sin aliento
por un momento, y ella dirigió su mirada lejos de él mientras decía—: Te dije que
nunca te perdonaría después de los que hiciste y lo dije en serio.

—Nunca pedí tu perdón. —Y después de una pausa agregó—: Sé que no lo


merezco.

Ella se dio la vuelta y continuó alejándose de él.

—Sin embargo, deseo que me dejes explicar algunas cosas —dijo llamándola—.

207
Acerca de tus padres, por ejemplo.

Ella disminuyó su marcha antes de darse cuenta de qué estaba haciendo y


volteó su cabeza hacia él. Ella se corrigió a sí misma casi inmediatamente y continuó
caminando, pero ya había mostrado que ella no podía evitar escuchar cuando él
hablaba, así que el siguió hablando.

—Tu madre trató de matarte varias veces antes de que yo la encontrara.

Ella se detuvo completamente esta vez. —Estás mintiendo de nuevo.

—No, ella era una reina viciosa y sedienta de sangre que nunca te quiso en
primer lugar. Y tú no tenías ninguna marca cuando naciste; pero presuntamente
presentabas signos de magia, aun siendo solo una niña. Ella te tenía miedo. Pensó
que los dioses te habían enviado para castigarla por lo que ella y su esposo habían
hecho a los divinos practicantes de la magia de Kethra. Ella quería deshacerse de ti;
no era un secreto para nadie en la corte real.

Cas permaneció anclada en su lugar, incluso mientras él cerraba la distancia


entre ellos una vez más.

—Y tu padre sí se deshizo de ti. Incluso acostumbraba pegarte por las


travesuras más pequeñas, te hubiera matado si hubiera podido, estoy seguro. Pero
algo te protegía de él, como te protegió junto con tu hermano de mí, así que él solo
te envió a ese orfanato en el norte, donde te hicieron quien sabe qué para suprimir
tu magia.

Ella se abrazó fuertemente. Era una reacción automática, desencadenada


siempre por los recuerdos del orfanato. No había imágenes claras en su mente —
nunca las hubo— sólo estaba el sentimiento de frío contra el que tenía que luchar,
junto con los breves recuerdos de la noche en que escapó de ese lugar y deambuló
afuera en la noche. Lord y Lady Tessur la encontraron en la oscuridad, acogiéndola
permanentemente y el resto del mundo asumió que estaba muerta.

Y de cierta manera lo estuvo.

Ella había muerto y renacido como una Tessur, y cuando sus padres adoptivos

208
murieron, ella se arrastró de las cenizas de esa vida también. Había convertido
la supervivencia en un arte, constantemente reformándose y suprimiendo los
dolorosos recuerdos que pudieran retenerla.

Por supuesto, ahora se daba cuenta del costo de esa supresión. Las cosas que
Elander estaba diciendo acerca de sus verdaderos padres podían o no ser ciertas;
pero no tenía manera de saberlo.

—Como sea —él continuó—. Te salvé de años de tormento a manos de Anric


Solasen, quien era un tirano en toda la extensión de la palabra.

—Perdóname por no enviarte un agradecimiento formal. Y por el hecho de no


estar emocionada por el hecho de que lo asesinaste.

—Estaba siguiendo órdenes —le recordó—. Y me arrepiento de muchas cosas


que he hecho durante mi existencia, pero deshacerme de esa pobre imitación de
rey y padre no es una de ellas.

—Siguiendo órdenes —ella repitió—, como algún tipo de soldado sin cerebro.

—Yo respondo ante un poder más alto —le respondió—, y lo he hecho durante
un largo tiempo. No es tan simple como que sólo haga lo que creo que es correcto
o incorrecto.

—¿Por lo menos conoces la diferencia entre bien y mal?

—¿La conoces tú? ¿Siempre? ¿Todo el tiempo? —Ella abrió su boca para lanzarle
una respuesta, pero por segunda vez en esta reunión, ella estaba sin palabras.

Pensó en todas las personas cuyas vidas había acabado durante su larga,
ocasionalmente cuestionable carrera. No era una lista pequeña, a pesar de que ella
usualmente trataba de no matar por nada. Y cuántos más había agregado a esa
lista, sólo en los días pasados.

Pensó otra vez en los guardias de Varen, asesinados con un escalofriantemente


pequeño esfuerzo por parte de ella.

209
¿Llevas la cuenta de aquellos que has asesinado?

Ella no podría adivinar el número. A veces las misiones no iban como lo


planeaba. Algunas veces se volvía más sucio de lo planeado. Algunas veces había
sido matar o morir. No era un concepto extraño para ella. Lo odiaba, pero también
lo entendía. Era otra parte del arte de la supervivencia, y si ella no lo hubiera
entendido desde joven, entonces no estaría ahí hoy.

—¿Por qué te preocupas por personas que han sido crueles contigo? —Elander
le preguntó—. ¿Por qué importa cómo llegaron hasta allí?

—Porque…

—¿Porque qué?

Ella tomó una respiración profunda. —Porque el hecho de que ellos fueran
crueles conmigo no significa que quiera perder mi propia moralidad con ellos. No te
confundas, mataré a cualquiera que tenga que matar, y pelearé con quien sea para
pelear por el bien mayor, incluso si eso significa pelear contra mi propio hermano.
Pero eso no significa que disfruto ver gente morir, incluso si lo merecen. Porque
eso no me haría mejor que cualquiera de las personas crueles contra las que estoy
luchando.

—Podrías sacrificar miles de personas y bañarte felizmente en su sangre y


aún serías mejor que tu hermano.

—¿Estás seguro? Tú tenías tu misión. Él era tu objetivo, y tú ya tienes tus ideas


preconcebidas acerca de él mucho antes de que fuera el tirano en el que parece se
está convirtiendo. ¿Qué sabes realmente acerca de mi hermano?

¿Qué sabía ella, en ese caso?

¿Y por qué sentía la necesidad de defenderlo?

Cual sea que sea la razón, Elander conocía su dilema, como siempre: —Sé que
está embrujado, como todos los Solacen que he conocido.

210
—¿Todos?

El soltó un exasperado suspiro. —Excepto tú. Que es en parte mi punto, parte


de lo que quería explicar. Hay algo acerca de ti que yo…

La repentina suavidad de su voz hizo que su expresión se suavizara también,


sólo por un momento. Y luego se volvió sospechosa. —¿Qué tú qué, exactamente?

—No lo sé. Pero estoy de acuerdo en uno de tus reclamos. Lo admitiré. No


creo que Valori de Solasen sea un buen nombre para ti. No eres como el resto de la
familia en que naciste.

—Pero déjame adivinar: esto no cambia el hecho de que tengo sangre real y
que tú intentas derramar esa sangre antes de que acabe con esto.

—Yo… —Él se apagó, frustración oscureciendo sus características. Aunque


eso fuera causado por ella o por la situación en la que se vieron envueltos, no estaba
segura—. Estoy tratando de averiguar esa parte —dijo Elander finalmente.

—No, tú estás tratando de usarme para asesinar a mi hermano, como dijiste


antes. Después me matarás. Sería una tonta si no esperara eso a este punto.

Él no estuvo en desacuerdo.

—Soy muchas cosas, Elander, y no todas ellas son buenas. Pero no soy una
tonta.

—Nunca pensé que lo fueras, ni por un segundo.

Su tono era gentil otra vez, y una vez más ella no supo decir si estaba diciendo
la verdad o no.

Ella se dio cuenta de que no estaba segura de que ella alguna vez fuera capaz
de decir si él estaba siendo sincero con ella o no, y esa certeza… dolía.

Quería confiar en él. Quería regresar a ese sentimiento de cuando se estaba


enamorando de él, que tal vez podría estar a salvo con él, que ella le podría decirle
cualquier cosa. Quería pretender que los últimos días no habían pasado.

211
Pero eso no importaba. No se podía regresar. Así que una vez más Cas retomó
su caminata, más determinada que nunca a no mirar atrás esta vez.

—¿A dónde estás planeando ir después de aquí? —Él le preguntó.

—No es asunto tuyo.

Él corrió tras ella. Ella mantuvo su paso y no miró hacia atrás mientras le
decía: —Aún me estás siguiendo.

—Sí.

—Puedes cambiar de forma, ¿cierto?

—No tanto como podía, pero sí… aún. ¿Porqué?

—¿Podrías transformarte en alguien menos molesto?

Su mano rodeó su muñeca, obligándola a detenerse, y después la giró para


que lo enfrentara. Aún amable, ella podría —debería— haberlo alejado fácilmente.
Ella debió haberlo pateado violentamente en el estómago, luego girarse y correr
tan rápido como pudiera.

En vez de eso, levantó su barbilla y lo miró directamente a sus ojos. Esos


estúpidos, hermosos ojos. —Voy al Desierto de Cobos. Hacia las Dunas Relámpago.

La preocupación le frunció el ceño.

—Contesté tus preguntas. Ahora déjame ir, por favor.

Él hizo lo que le pidió, pero todavía sonaba preocupado cuando le dijo: —Ese
lugar… hay un refugio divino entre las dunas.

—Lo sé. Es por eso por lo que voy para allá, obviamente.

Él pareció transformar ese plan en su mente varias veces antes de decir:


—¿No crees que sería útil tener un dios contigo en esta excursión?

—Dios caído —Cas le corrigió.

212
Sus dientes se asomaron en algo parecido a una sonrisa. —Pero uno que está
todavía lleno de conocimiento, y que además es infinitamente más útil que todos
tus amigos mortales. Y uno que conoce personalmente a la Diosa de la Tormenta.
Nephele, la llaman los mortales. Ella no aprecia especialmente a los humanos, pero
podría estar dispuesta a otorgarte una audiencia si estoy contigo.

Ella lo fulminó con la mirada; pero no dijo nada, no queriendo admitir que él
tenía un punto.

—Fuimos enemigos una vez, y aun así nos las arreglamos para…

—Todavía somos enemigos, tú idiota arrogante.

—Ayudar uno al otro. Así que permanezcamos juntos un poco más, ¿quieres?
Y podremos resolver el resto como venga.

Ella todavía dudó, odiándolo por su habilidad de hacer argumentos calmados


y racionales en un momento como este.

Él podría ser útil. Ellos se habían ayudado uno al otro en el pasado. Y él lo


había hecho de nuevo justo ahora, ¿no? Ella no entendía completamente ni confiaba
en sus razones, pero no podía negar que él acababa de salvar su vida. Otra vez.
Eso sólo podría haber sido solo porque él intentaba usarla como arma contra su
hermano, pero…

Pero ella estaba harta de pelear por el momento, y tenía cosas más importantes
que hacer.

—Está bien —ella cedió empezando a caminar—. Sígueme si debes, pero


mantente distancia.

Él aceptó, y la alcanzó un momento después.

Su idea de mantener su distancia era caminar más o menos a su lado cuando


el camino era lo suficientemente ancho para permitirlo; ella podría haber alcanzado
y tocado su brazo su lo hubiera querido.

213
Ella no lo hizo.

Sólo continuó caminando, más y más rápido, abriéndose paso a través de


los caminos cubiertos de maleza. Ella continuó llegando a callejones sin salida,
encontrándose ramas y arbustos que eran muy anchos, muy tercos para hacerse
a un lado. Y Elander continuó extendiendo una mano y drenando con palabras la
vida de esas cosas, arrugándolos y enviándolos al suelo como nada más que restos
marrones y grises, y abriendo nuevas rutas que de todas formas no los llevaban a
ninguna parte.

—¿Tienes alguna idea de a dónde vamos? —Él preguntó finalmente, después


del décimo callejón sin salida.

—No —le contestó con un gruñido—. Pero eso nunca me ha detenido.

Él murmuró algo ininteligible y después preguntó —¿Quieres que te ayude?

No. A ella no le gustaba esa idea en absoluto. Pero también estaba desesperada
por encontrar a Nessa, así que se permitió darle una mirada interesada.

—Puedo sentir la fuerza vital de las personas —le explicó—. Más cuando
están cerca de la muerte.

—Nadie está cerca de la muerte —le siseó.

—Pero dijiste que Nessa estaba en peligro, ¿cierto?

Ella solo le respondió con un seco asentimiento.

—Si está herida, hay una mejor oportunidad de que pueda sentirla si me
concentro, incluso a una gran distancia. Espera un momento y déjame intentarlo.

Él no esperó a que ella estuviera de acuerdo. Se puso a trabajar, revisando sus


alrededores, levantando su palma frente a él, susurrando palabras que ella no pudo
entender.

Cas sintió su magia tan pronto como empezó. No era el mismo frío que
acompañaba los hechizos de drenado que él usó; esto era un ligero escalofrío llevado

214
por una brisa que hizo que las hebras sueltas de su trenza bailaran y le hicieran
cosquillas en la piel. La cabeza de Elander se inclinó pensativamente contra la brisa,
como si él estuviera escuchando algo en ella.

—Por aquí —le dijo después de un momento, antes de empezar el camino de


regreso justo en la dirección de la que habían venido.

—¿Me estás mintiendo de nuevo?

—¿Vas a preguntarme eso cada vez que diga algo?

—Puede ser.

Él suspiró, pero no le respondió; sólo continuó caminando. Y como la alternativa


era encontrar su camino a través de ese horrible lugar sola, Cas eventualmente se
rindió y lo siguió.

Ella lo siguió unos metros detrás de sus muy largos pasos. Y a pesar de que
ella estaba intentando no pensar en él, o acerca del último acuerdo que habían
hecho y o que acarrearía, ella no podía evitar observarlo. No podía evitar notar
como las cosas parecían alejarse de él, incluso cuando él no parecía estar usando
activamente alguna clase de magia contra ellas; los animales y pájaros de este
lugar estaban acostumbrados a magia caprichosa y extraña, ellos habían aprendido
a sobrevivir, supuso ella.

Ellos sentían el poder, y se mantenían alejados de este.

Después de varios minutos caminado, Cas casi empezó a relajarse a pesar de


su alrededor. Porque era bastante obvio, nada en este lugar infernal iba a tacarla
mientras estuviera cerca de Elander.

Maldito sea él y su utilidad.

Al instante en que ese pensamiento pasó por su mente, escuchó un ligero


gruñido. Miró hacia arriba, y vio un pequeño y esponjoso animal, justo antes de
que se lanzara desde una rama y clavó sus garras en el pecho de Elander.

215
Silverfoot.

Al menos una de las creaturas nacidas en este lugar salvaje no tenía miedo
del anteriormente Dios de la Muerte.

—Nos encontramos otra vez —Elander murmuró soltando las garras del zorro
de su camisa y sosteniéndolo por el pelaje de su cuello.

Silverfoot le gruñó de nuevo y balanceó su cuerpo hacia delante con una


fuerza impresionante, fuerza suficiente para que el impulso salvara la distancia
entre su pata y el rostro de Elander. Sus garras fallaron por poco en alcanzar el ojo.

Cas consideró brevemente dejar que la garra del zorro le sacara los ojos a
Elander, pero al final cambió de idea. —Ven aquí, Silver —lo llamó.

Con un sonido desdeñoso, se movió fuera de las manos de Elander y luego


rebotó desde el suelo hacia los brazos de Cas. Ella lo dejó acurrucarse debajo de su
barbilla por un momento antes de bajarlo al suelo y luego le ordenó que la dirigiera
hacia Rhea y los demás.

No tuvieron que ir muy lejos. Cas escuchó el agua corriendo y siguió ese
sonido hasta que llegaron a un estrecho tramo de un arroyo verde azulado brillante.

Y sus amigos estaban reunidos en las orillas del arroyo, junto con el pony de
Osric y los suministros atados al él.

Debido a la conexión de Rhea con Silver y su magia, la aparición de Cas no


fue una sorpresa. Laurent y Zev estaban mirando expectantemente en su dirección
mientras ella caminaba a través de los árboles hacia el claro. Rhea se detuvo a la
mitad de una frase mientras Cas se acercaba; había estado conversando con Nessa.

Nessa, que estaba viva en una pieza, sentada al lado de ella con su mano
presionando su hombro. La tela bajo la mano estaba manchada de sangre y
moviéndose hacia Cas la sacudió, haciéndola hacer una mueca de dolor.

Pero estaba viva.

216
Lágrimas de alivio se asomaron en las comisuras de los ojos de Cas. Alivio
por su llegada era evidente en todas las caras de sus amigos también, pero no duda,
gracias a la persona que venía con Cas.

La mirada de Zev se movió hacia Elander y finalmente rompió el silencio que


se estaba tornando incómodo.

—¿En serio Cas? Te dejo sola durante unos minutos y regresas arrastrándolo
a él contigo.

Ella empezó a decir una broma acerca del contrato que Zev le había dado a
Osric, y de cómo su juicio no era mejor que el de ella. Pero lo pensó mejor. Cas no
estaba de humor.

El tenso silencio regresó.

Zev parecía estar buscando otra broma que contar.

Laurent no había parado de mirar sospechosamente en dirección de Elander.

Rhea estaba acariciando ausentemente el pelaje de Silver, mientras el cuerpo


del zorro vibraba con un bajo y ansioso gruñido.

Cas caminó hacia ellos y se arrodilló a un lado de Nessa. Alcanzó el trapo


ensangrentado, tratando de revisar la gravedad de la herida que estaba debajo; pero
Nessa la detuvo poniendo una mano sobre la de ella.

—No está tan mal —ella insistió, antes de que Cas tuviera la oportunidad
de preguntar. Ella mantuvo su mano firme sobre la de Cas—. Solo estábamos
descansando mientras tratábamos de averiguar cómo encontrarte. Y ahora está
hecho, así que nos podemos poner en marcha de nuevo.

Nessa se levantó, claramente tratando de demostrar que podía. Ese


movimiento la hizo hacer una mueca de nuevo, y trató, pero falló, de enmascarar
un jadeo de dolor.

Laurent finalmente apartó su mirada de Elander lo suficiente para decir: —

217
Necesitamos encontrar una manera de inmovilizar ese brazo antes de que vayamos
a cualquier parte.

—Necesitamos salir de aquí primero —Nessa le contestó.

—Al menos podemos fabricar una tablilla rústica de algo —dijo Rhea, con un
tomo mucho más suave que el de Laurent—. No tomará mucho tiempo.

Nessa continuó divagando acerca de qué tan bien se sentía, pero finalmente
accedió a dejarse curar. Se dedicaron a elaborar esa tablilla y, una vez que estuvo
terminada la discusión, cambió hacia el problema de que se encontraban muy
profundo en el corazón del limbo, sufriendo varias heridas y cansancio, sin el guía
que contrataron.

—¿Qué pasó con el guía? —les preguntó Cas.

—Huyó porque era un asqueroso cobarde —Zev le contestó.

—Huyó porque trataste de prenderle fuego —Rhea lo corrigió.

—Lo merecía —Zev contraatacó.

—Romper un contrato tiene consecuencias —Laurent coincidió con un


encogimiento de hombros—. Es por eso por lo que estamos robando el pony de ese
bastardo.

—Si tan solo ese pony fuera suficientemente inteligente para guiarnos fuera
de aquí —se lamentó Rhea.

La discusión alrededor era sobre la mejor manera de tratar de salir de esta


situación.

Cas se encontró así misma retrocediendo hacia Elander mientras las sombras
a su alrededor se alargaron y la poca luz desorientadora se iba desvaneciendo.
El pensamiento de pasar la noche en ese lugar, incluso con la magia de Elander
protegiéndola, era desagradable.

Ella mantuvo los ojos en sus amigos y su voz baja cuando ella preguntó:

218
—¿Estoy en lo correcto en asumir que podrías encontrar la salida de este lugar?
¿Podrías guiarnos hacia el imperio del sur?

Ella sintió su mirada deslizándose sobre ella, estudiándola por un momento


antes de contestarle. —¿Confías en que lo haré?

Ella se giró y sus miradas se engancharon, ella dudó un momento antes de


asentir. —No tengo muchas opciones en este momento —dijo—. Así que sí, confío
en ti.

La sorpresa en los ojos de Elander era obvia, él había esperado que ella dijera
que no. Pero se recuperó rápido y dijo: —Puedo, y lo haré.

Ella tomó una respiración profunda. Ignoró la duda que roía constantemente
sus entrañas. —Dirígenos entonces —le dijo.

219
Capítulo 14

Traducido por Jazmin.

Corregido por Tory

El agua se sentía refrescante al deslizarse sobre la piel de Elander.

Flotó sobre su espalda imaginándose ingrávido y libre, por un momento se


olvidó de todas las cosas pesadas cosas que lo empujaban hacia abajo.

De alguna manera, se olvidó del dolor que le seguía por todas partes, las
oleadas de dolor que lo atravesaban con cada vez menos aviso. De los susurros
de las amenazas y órdenes del Dios Rook. De la última decisión tonta que había
tomado, y cómo tendría que explicárselo a Tara y Caden cuando volviera a Oblivion.

Una decisión tan tonta...

No había planeado dejar que Casia lo viera. Sólo había estado tratando de
seguirle la pista, a la vez que intentaba establecer puntos de viaje para que ella
no se alejara demasiado fuera de su alcance. Esta última parte era especialmente
importante, porque él no podía moverse tan libremente por el mundo como cuando
era un dios; ahora sus viajes requerían un poco más de planificación. Él había
descubierto que podía volver a Oblivion desde cualquier lugar, pero para ir por
arte de magia a otros lugares que no estuvieran impregnados de su magia requería
establecer un punto de esa magia, uno que pudiera actuar como una especie de faro
para para atraerlo hacia él.

Y lo había hecho aquí; ahora había un portal, invisible a los ojos mortales, a
las orillas de este lago en el que se estaba bañando. Podía transportarse de regreso
a Oblivion en cualquier momento y regresar a este punto, este nuevo portal, con la
misma facilidad.

Entonces, ¿por qué seguía aquí?

Ella seguía viva. Y ahora sabía a dónde iba. Eso era lo único que había venido
a comprobar, la única información que necesitaba en ese momento. No la había
seguido para luchar en sus batallas o vengarse de sus enemigos. No le correspondía
hacer esas cosas.

No había planeado luchar.

No había planeado quedarse.

Pero entonces la había visto atada y herida, y eso había encendido una furia
en él que era más fuerte que cualquier sentimiento que recordara haber sentido
nunca. Jamás. Más fuerte que cualquier miedo del Dios Rook. Más fuerte que su
anhelo de volver a su estado divino. Más fuerte que la razón.

Había nublado su juicio.

Así que la había ayudado más de lo que debía. Otra vez. Y luego había
mantenido su palabra; los había sacado del Medio Salvaje como ella le había pedido.
Estaba a menos de una milla de distancia del campamento que ella y sus amigos
habían montado, relajándose en el agua... pero alerta, vigilando y escuchando
cualquier posible amenaza que pudiera surgir en el tramo del Medio adyacente a
ese campamento.

Sólo hasta la mañana, se había dicho.

Él en realidad no iba a ir a Stormhaven con ella. Él no podía. Tenía otras

221
cosas que atender. Además, estaba agotado, había pasado demasiado tiempo en
su cambio de forma, había usado demasiada magia para mantener a raya a los
monstruos del Medio Salvaje y necesitaba volver a Oblivion para recuperarse.

Y la Diosa de la Tormenta no era precisamente amiga suya, de todos modos.

La conocía, sí.

Pero su historia era... un desastre.

Todo esto era un desastre. Quedarse sólo lo haría más complicado. Así que
se quedaría al lado de Casia sólo hasta que ella y su grupo se movieran por la
mañana, hasta que llegaran al pueblo más cercano. A los suministros apropiados,
y la medicina, y ...

¿Por qué le importaba todo eso?

Se hundió bajo el agua. Nadó hasta una parte más profunda del lago y
brevemente consideró no salir a la superficie. La profundidad y la oscuridad eran
benditas comodidades. Hacían que fuera más difícil pensar, y tal vez por eso nadar
más abajo se sentía más fácil que nadar hacia arriba. Pero sus malditos pulmones
mortales no estaban de acuerdo con este plan; demasiado pronto, el ardor le obligó
a volver a la superficie a patadas.

El aire nocturno, frío en comparación con el agua, le mordía la piel mientras


se apartaba de la cara las largas ondas de pelo mojado. Él volvió a mirar hacia
la orilla y se mantuvo perfectamente inmóvil durante un momento, sintiendo de
nuevo cualquier amenaza potencial. Podía sentir a los seres vivos, como le había
dicho a Casia, y podía sentir magia; aunque no tan bien como antes.

La única excepción a esta regla era ella, presumiblemente porque estaba


decidida a romper todas sus reglas cuidadosamente construidas.

Por alguna razón, ahora podía sentir su fuerza vital a kilómetros de distancia,
como si siempre estuviera junto a él. Había tratado de ignorar esa fuerza en particular
durante toda la noche, tratando de no concentrarse su pulso embriagador, porque
le distraía peligrosamente.

222
Por eso la visión de ella saliendo de repente de los árboles le sorprendió.

—Un poco tarde para dar un paseo, ¿no? —dijo una vez que había estabilizado
su respiración.

Ella sólo dudó un momento antes de acercarse a la orilla del lago. —Es que...
te he oído y he pensado... oh.

—¿Oh?

—Estás... un poco… desnudo.

Miró su cuerpo, distorsionado y apenas oculto por el agua oscura, como si esa
desnudez fuera una novedad para él. —Más que un poco.

Ella se mordió el labio.

Él rio suavemente. —¿Vas a estar bien?

—Es que se siente... inapropiado —murmuró ella.

—¿Sueles bañarte con la ropa puesta?

—¿Sueles hacerlo al aire libre donde cualquiera puede verte?

—En mi defensa, no hay muchas casas de baños cerca. —Arqueó una ceja—.
Y no era consciente de que tenía público.

Ella abrazó sus brazos contra sí misma y no respondió.

—Siempre puedes venir a nadar conmigo, si quieres. —Sugirió Elander.

—¿Cómo haría eso que esta situación fuera más apropiada? —preguntó Cas.

Él se encogió de hombros. —Podríamos estar los dos desnudos, entonces. Eso


igualaría las cosas.

Sus ojos se entrecerraron y sus labios se separaron un poco, como siempre


lo hace cuando se molesta con él. Era una expresión simple que él encontraba

223
demasiado excitante.

¿Qué le pasaba?

Su mirada nerviosa se mantuvo en el rostro de él, pero ella no se fue, sino


que se acercó a un gran tronco desgastado y se sentó sobre él, dándole la espalda
al lago.

Elander se mantuvo en el agua durante varios minutos, esperando para ver si


ella se iba para dejar atrás esta situación inapropiada.

Cas no lo hizo.

Con un suspiro, volvió a nadar hacia la orilla, hacia las cosas que había
amontonado ordenadamente encima de una piedra lisa. Se puso su ropa. La mitad
inferior de ella, al menos; su camisa y su abrigo estaban colgados sobre la rama
de un árbol un poco más arriba de la orilla. Se dirigió hacia ellos, pero se detuvo
cuando Casia inclinó la cara en su dirección. Sus ojos se fijaron en los de él. Le
sostuvo la mirada, incluso cuando abandonó el resto de su ropa y se acercó a ella. Y
entonces se convirtió en otro desafío para ver quién podía vencer al otro.

Esta vez, ella cedió primero. Su mirada se apartó de la de él, recorriendo en


su lugar las crestas bien definidas de su estómago. Ella se aclaró la garganta. Tragó.
Finalmente dijo: —Has olvidado tu camisa.

—No quiero que se moje. —Él le dedicó una sonrisa pícara, porque eso causó
otra de esas miradas nerviosas, un encantador rubor en sus mejillas, y los dioses lo
maldigan, él no pudo evitarlo.

—Te estás mojando los pantalones y todo lo demás —ella señaló.

—Ah, pero tampoco quiero destruir completamente tus ojos virginales, así
que decidí ponérmelos. De nada.

—No soy virgen en absoluto, mis ojos incluidos.

—Soy íntimamente consciente de ese hecho, y tú lo sabes. —Su sonrisa se

224
volvió presumida—. Sólo estaba bromeando.

Ella se movió de donde estaba sentada, sus ojos buscando algo en lo que
centrarse que no fuera su cara o su abdomen desnudo.

Y él habría dado cualquier cosa por seguir teniendo la capacidad de leer la


mente en ese momento.

¿En qué estaba ella pensando?

La manera en que cruzaba y descruzaba sus piernas… ¿estaba recordando


cómo se sintió cuando él estaba entre ellas? ¿o cómo se sintió cuando él estuvo tan
dentro de ella… la manera en que encajaron perfectamente juntos?

El deseo apretó los músculos de su bajo vientre antes de que pudiera luchar
contra eso. —¿Cómo está Nessa? —preguntó, decidiendo que era más seguro
cambiar de tema.

—Mejor.

—Bien. Ahora dime: si no me estabas espiando, entonces ¿qué haces vagando


por ahí sola a estas horas de la noche? Todavía estamos peligrosamente cerca del
Medio Salvaje, ¿sabes?

—Yo... —Se mordió el labio, claramente buscando algún tipo de excusa para
cubrir la verdad.

—¿No pudiste dormir? —adivinó él.

Ella apartó la mirada; él había adivinado correctamente.

—¿Todavía estás demasiado ocupada llorando la pérdida de ese amigo


criminal tuyo?

Él no podía ver su cara completa, pero podía decir que la pregunta le molestaba.
Ella guardó silencio por un momento, luego dijo: —Tuvo una vida terrible, ya sabes.

—Mucha gente tiene vidas terribles. Y sin embargo no deciden atar a las

225
mujeres y torturarlas.

Ella frunció el ceño. —Tienes razón, por supuesto.

—Sé que la tengo.

—Es que... —Ella escogió un rasposo lugar en ese tronco en el que se sentó
antes, evitando su mirada.

Él se sentó a su lado. Apoyó los codos en las rodillas y miró el lago de cristal
por un momento antes de que él dijera: —Te preguntas si el Dios de la Muerte es
capaz de empatía hacia las personas que han tenido una vida terrible.

Ella finalmente le devolvió la mirada. Lo estudió durante un largo e impasible


momento. Y luego dijo: —El Dios caído de la Muerte.

Sacudió la cabeza, un poco exasperado ahora.

—¿Cuántas veces me lo vas a recordar?

—Estoy haciendo mi parte para tratar de hacerte humilde. Es por tu propio


bien.

—Qué considerada eres.

—Lo sé. —Ella volvió a apartar la mirada de él—. Pero, de todos modos, no es
tan malo ser empático, ¿verdad?

Él siguió su ejemplo y volvió a mirar hacia el lago.

—Hay un límite, Casia.

Y él lo había alcanzado hoy mismo. Siguió reviviendo ese momento en su


mente, el instante en que había visto a esos hombres arrastrándola. La espada a
su espalda. La sangre en sus labios. El calor lo inundó, y la furia volvió a atravesar
brevemente su visión de nuevo, sólo con el mero recuerdo de ello.

—Lo sé —dijo ella de nuevo. Ella juntó las manos frente a ella. Se rascó el

226
borde de una de sus uñas—. Supongo que estaba pensando en él, y en mí, y en la
forma en que ambos nos tocaron algunas cosas terribles en la vida, y cómo todo el
mundo reacciona a la tragedia diferente. Los dos fuimos huérfanos. Los dos tuvimos
que hacer cosas cuestionables para sobrevivir. Si yo hubiera hecho solo algunas
cosas diferente, hecho diferentes elecciones… Pude haberme convertido en alguien
como él.

—Sin embargo, no lo hiciste.

—No, supongo que no lo hice.

Se sentaron en silencio durante varios minutos, observando cómo el viento


empujaba el agua contra la orilla, escuchando el gorjeo de los insectos y el extraño
zumbido del Medio.

Entonces Casia dijo: —Pero a veces sigo teniendo miedo. A veces... parece
que cada vez que pierdo a alguien que quiero o tengo que matar a otra persona, se
abre otro vacío de oscuridad dentro de mí, y me acerco más y más a ser tragada por
ese vacío. Ahora ni siquiera puedo pensar en Asra sin arriesgarme a esa oscuridad.
Imagino ese último momento en el palacio y simplemente... me desmayo, casi. Es
aterrador.

Observó un anillo, hecho por algún insecto invisible, extendiéndose por la


superficie del lago. No estaba seguro qué decir, o si ella en realidad quería que él
dijera algo; ella parecía estar hablando tanto con sus manos como con él.

—Pero ese es el problema de amar profundamente, ¿no? —Cas preguntó a


sus manos con una pequeña y amarga risa—. Significa que también hay que herir
profundamente. Y ese dolor puede retorcerte de formas inesperadas.

Él se hundió en el suelo para poder apoyar la espalda contra el tronco y estiró


sus largas piernas frente a él. —Entonces no vale la pena amar tan profundamente,
¿verdad?

—¿No lo vale?

No había esperado el desafío. Pero ¿por qué no? Ella desafiaba casi todo lo que

227
él decía y hacía. Él levantó la vista hacia ella, y ella lo miró por un breve momento
antes de volver a mirar tranquilamente el lago.

—La perdí —dijo muy suavemente—. Pero no me arrepiento de haberla


amado. —Enterró la cara entre las manos y se quedó completamente inmóvil por
un momento.

Él luchó contra el impulso de alcanzarla y acercarla.

—Y antes de que preguntes —ella dijo con voz amortiguada contra sus
palmas—. No, no sé por qué te estoy hablando de todo esto. He intentado discutirlo
con Nessa y los demás; pero es demasiado, en cierto modo, cuando todos empezamos
a hablar de Asra. Se vuelve demasiado pesado. Demasiado lleno de las diferentes
partes de ella que llevamos con nosotros. Así que en cierto modo supongo que es
más fácil hablar con alguien que no la conocía, eso es todo. Además, casi todo el
mundo está dormido en este momento, lo que significaba que la alternativa era
estar tumbada en el suelo mirando el cielo hasta que me volviera loca con mis
propios pensamientos.

Su mirada se elevó hacia el cielo. Una noche sin estrellas. El viento movía las
nubes y permitía ver la luna ocasionalmente, pero por lo demás todo era oscuridad,
y ella parecía perderse en esa oscuridad en un minuto.

A estas alturas ya conocía esa expresión distante. La línea de sus labios, la


forma en que sus cejas se fruncían con determinación... estaba luchando contra un
pánico creciente.

No debería haberle importado.

Pero le preocupaba cuando ella se alejaba así, cuando sus pensamientos


ansiosos la llevaban y la mantenían como rehén, porque aquí había un enemigo al
que él no podía atravesar con una espada.

No es tu trabajo luchar contra sus enemigos, se recordó a sí mismo.

Y sin embargo él se quedó, y entonces se oyó preguntar: —No es tan extraño


que quieras hablar conmigo, ¿verdad?

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Ella no respondió.

—¿Con quién más podrías hablar de la muerte? —él presionó—, si no es con


el dios de esta.

Ella parpadeó, pero no apartó la mirada de la oscuridad. —¿El Dios de la


Muerte?

Él puso los ojos en blanco y se corrigió antes de que ella pudiera hacerlo:

—El dios caído.

Ella casi sonrió.

Estuvieron en silencio durante otro minuto, hasta que ella dijo: —Lo siento.
Aunque no sea extraño, no quería sacar a relucir todo esto.

—No me molesta —le dijo él. Y no le molestaba. Era demasiado fácil sentarse a
su lado así, incluso a pesar de las consecuencias que sabía que le esperarían cuando
volviera a Oblivion. Quería seguir sentado a su lado, sólo escuchándola hablar, y la
claridad lo alcanzó como un golpe en el pecho.

Era porque había echado de menos su voz.

Se sintió inquieto de repente, se puso en pie y caminó hacia el agua.

—Así que estás insensibilizado a la muerte, supongo. —Su tono era reflexivo
en lugar de desafiante, aunque su ceño se frunció profundamente cuando por fin
consiguió bajar la mirada y centrarse en él una vez más.

—Podría decirse que sí —respondió él.

—Pero después de todo lo que has visto y todo lo que has experimentado, no
hay una sola persona que te haya herido hasta el punto de que te hayas vuelto...
bueno, un poco loco.

Él la miró fijamente con su mente revuelta, buscando una respuesta que sabía
que estaba ahí, pero que prefería ocultar.

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¿Por qué le preguntaba esas cosas?

¿Por qué le importaba si le habían herido o no?

Cuando él no respondió, ella suspiró y dijo: —No importa una sola persona,
de todos modos; supongo que lo que está en juego es mucho más que eso ahora,
¿no es así? Todas las cosas que podrían perderse...

Ella se interrumpió, pero él seguía sin hablar.

A ella no parecía importarle su silencio; se contentaba con seguir


respondiéndose a sí misma: —Tal vez pueda impedir que mi hermano mate a los
marcados, ése es el plan. ¿No es eso suficiente para convencer al Dios Rook de
que el imperio debe ser perdonado? Podríamos llegar a algún tipo de acuerdo,
seguramente.

—El último Solasen con el que hizo un acuerdo no cumplió su parte del trato
—le recordó.

—Pero yo no soy mi padre —insistió ella.

No, no lo eres.

Pero él sabía que eso no le importaba a quien servía, así que negó con la
cabeza. —Es un dios... violento y vengativo. Lo ha sido desde que lo conozco. Y no
sólo fueron tu abuelo y tu padre los que estuvieron involucrados en esa cruzada
contra la magia divina, sino también otros líderes de tu imperio que se unieron a la
corona Solasen, y otros que se quedaron sin hacer nada mientras vidas inocentes
eran tomadas sólo porque llevaban los dones de los dioses. Sangre se ha derramado
y tanta magia se ha perdido que el Dios Rook, aquel que los humanos llaman Anga,
ha decidido que no se podrá deshacer la destrucción sin la intervención de los
dioses. Su intervención. No creo que lo convenzas de lo contrario.

Ella dibujó un círculo en el suelo arenoso con la punta de su bota, lo borró y


lo volvió a dibujar antes de levantar los ojos hacia él y preguntarle: —¿Crees que
tiene razón?

230
—Creo que es complicado.

—Dices mucho eso.

Se encogió de hombros. —Estoy viviendo una existencia muy complicada.


—Ella le lanzó otra de esas miradas exasperadas, y él decidió explicarse—: Pero no.
No estoy de acuerdo con sus métodos, aunque una parte de mí entiende por qué
está furioso con las cosas que han hecho algunos de los líderes de Kethran.

—Destruir un imperio para dar una lección a esos líderes es un poco hipócrita
por su parte, ¿no?

—Él está interesado tanto en la venganza como en la enseñanza de lecciones.

Ella sacó un pequeño cuchillo de caza que había estado enfundado en su


tobillo y procedió a tallar patrones en la madera sobre la que estaba sentada con
violentos golpes y constantes raspaduras. —Y este es un dios que ha sido elevado
por los tres imperios, adorado durante siglos...

—Bueno, nunca ha sido conocido por su benevolencia. La gente también


adora cosas por miedo.

Ella consideró esto por un momento, y luego dijo: —La mayoría de las historias
que he oído sobre los tres Moraki decían que él era el que dio el conocimiento a los
humanos y a las otras formas de vida que la Diosa del Sol creó.

—Sí, pero sólo por la insistencia de los otros dos dioses superiores; se resistía
a compartirlo con los seres de los que no estaba convencido de que fueran dignos.
Y siempre ha sido aficionado a la crueles tratos y castigos cuando esos seres no
alcanzan sus expectativas imposibles.

—Como te está castigando a ti.

Asintió con la cabeza, llevándose la mano distraídamente al estómago.


Habían pasado varias horas desde la última vez que el Dios Rook había utilizado su
magia contra su siervo, pero el recuerdo del dolor persistía. —Y mi ofensa no fue en
absoluto tan grande como la que han hecho los gobernantes de Kethra, al menos a

231
sus ojos.

Dejó de golpear el cuchillo contra la madera y miró de nuevo hacia él, con el
ceño fruncido por la curiosidad.

Y él inmediatamente deseó haber dejado de hablar antes, porque supuso


que su siguiente pregunta sería sobre la ofensa que había cometido. Seguramente
quería saber por qué lo castigaban, cómo había enfadado a los dioses que estaban
por encima de él.

Pero en lugar de preguntar por sus errores, ella preguntó: —¿Y no hay nada
que puedas hacer para librarte de ese castigo, o cualquier trato que hayas hecho
con él?

—Un poder superior —le recordó él.

Sonó como una distracción. Era una distracción. Y ella tenía todo el derecho
a enfadarse por ello. A empezar a maldecirle, a retomar la discusión que habían
empezado en el Medio Salvaje.

Pero una vez más, ella demostró que sus suposiciones eran erróneas, y sólo
se quedó pensativa un momento más antes de decir: —Te pregunté en Oblivion,
pero nunca me respondiste ¿Qué te pasa si no sigues sus órdenes? Se ofreció a
devolverte a tu estado divino si hacías lo que te pedía, lo sé, pero ¿y si no lo haces?
¿Y si simplemente le dices no?

Sus miradas se cruzaron. Él no se atrevía a hablar, a decirle sobre el dolor que


el Dios Rook ya había infligido. Pero su mano se había llevado una vez más a su
estómago sin ningún pensamiento consciente.

La mirada de Casia se estrechó sobre esa mano, y la comprensión pronto


apareció en su rostro. —Te está haciendo daño, ¿verdad? —preguntó—. ¿Te está
causando dolor, incluso ahora?

—¿Importa?

—Por supuesto que sí.

232
—Por el momento todavía estoy aquí. Eso es todo lo que realmente importa.

—Pero existe la posibilidad de que no estés aquí mucho más tiempo si no


haces lo que te pide. ¿Verdad?

No tenía sentido ocultarle la verdad así que suspiró y dijo: —Sí. En última
instancia, el costo de fracaso sería mi... destrucción. Y no sólo la mía.

—¿Tara y Caden también? —adivinó ella.

Él asintió.

Y de nuevo ese era el quid de la cuestión, ¿no? Si sólo fuera su dolor, su


existencia la que estuviera en juego, entonces tal vez ya habría dicho que no como
ella sugirió, y se enfrentaría a cualquier destino que tuviera que enfrentar.

Pero ese no era el caso.

No importaba lo que hiciera, no importaba la elección que hiciera, alguien


más sufriría por ello.

—¿Así que estás conectado a él por algún tipo de vínculo divino e íntimo,
incluso en tu estado caído?

—Sí.

—¿Así que puede oír y ver todo lo que dices y haces? ¿Incluyendo esta
conversación?

—Podría. Aunque no creo que esté escuchando en este momento; normalmente


puedo sentirlo cuando me presta atención.

—Es una pena —murmuró ella.

—¿Lo es?

—Sí. Porque he elegido unas cuantas palabras que me encantaría que él


escuchara. En realidad, preferiría que pudiéramos hablar cara a cara.

233
Elander no pudo evitar esbozar una sonrisa de desconcierto, aunque la idea
de que ella hablara directamente con Malaphar le producía un temor tan poderoso
que le hacía difícil respirar.

—No creo que vaya a hacer acto de presencia —dijo.

—¿Pero puede hacer una aparición? —preguntó ella.

—¿Aquí? Probablemente. Este imperio está lleno de mucha más magia que
Kethra, lo que le facilitaría las cosas.

Ella lo pensó por un momento y luego dijo: —No hay suficiente energía mágica
divina para mantener su forma física en el imperio de Kethran durante mucho
tiempo, ¿verdad? Ese es todo el problema con ese imperio destruyendo la magia en
primer lugar. ¿Así que por qué no puedes simplemente... no sé, esconderte de él en
el lugar menos mágico que puedas encontrar?

—¿Recuerdas la garmora con la que luchamos en Belwind?

—Por supuesto.

—No tiene escasez de monstruos similares que podría enviar. Monstruos


que no necesitan de la magia para causar estragos. Sin mencionar que no puedo
permanecer en lugares sin magia indefinidamente sin debilitarme, incluso en esta
forma caída. Yo no necesito tanta magia como él, pero...

—Pero no se puede escapar de Él completamente.

—Correcto.

Su mirada se volvió distante de nuevo y se retiró en sus pensamientos durante


un minuto antes de reaparecer con otra de esas risas silenciosas y amargas. —Así
que lo que estás diciendo es que no tiene sentido luchar contra mi hermano, ni
intentar proteger a nadie de él. Porque en última instancia, incluso si yo fuera a
detenerlo, no puedo salvar a nadie en el Imperio de Kethra a menos que también
vaya a la guerra con el Dios Rook. Un dios contra el que ni siquiera tú puedes pelear.

234
Ella miró en su dirección, sus ojos brillando con frustración.

Y él quería mentir.

Para darle algún tipo de esperanza, aunque fuera falsa.

Pero todo lo que dijo fue: —Ojalá las cosas fueran diferentes.

Ella respiró profundamente. Clavó las uñas en el tronco. Raspó y raspó aquella
madera desgastada con tanta violencia que él temió que las puntas de sus dedos
estuvieran pronto en carne viva, sangrando y llenas de astillas. Eran movimientos
compulsivos y, a estas alturas, él ya estaba acostumbrado a verla hacerlo, a ver
cómo intentaba castigarse contando cada uno de esos movimientos compulsivos.

Dio un paso hacia ella, pensando en interferir; pero ella se detuvo antes de
que pudiera hacerlo.

Permaneció quieta durante un largo rato, inspirando y espirando lentamente,


componiéndose. Y luego dijo: —No sé cómo se hace la guerra contra un dios. Pero
voy a seguir luchando, sea como sea.

Él exhaló lentamente y volvió a subir a la orilla para sentarse junto a ella una
vez más. —Tenía el presentimiento de que dirías eso.

Se sentaron juntos en silencio. Casia seguía estirando los dedos hacia la


madera debajo de ellos sólo para retirarlos sacudiendo la cabeza, y pronto Elander
estaba luchando contra el mismo impulso que había tenido antes: el impulso de
envolverla en sus brazos y acercarla, mantenerla quieta.

—Sundolia tiene más magia divina que Kethra —dijo ella de repente.

—Sí —coincidió él—. Ya lo hemos establecido.

—En realidad, High King lleva el símbolo de Rook; Rhea me dijo que hay
innumerables personas con el símbolo del Dios Rook en este imperio del sur. Pero
ha pasado mucho tiempo desde que alguien realmente ha blandido la magia de ese
dios superior, ¿verdad?

235
—Ningún humano puede blandir ya la magia de Moraki —confirmó—. Pero
todavía la llevan en sus almas. El aire sigue rebosando de ella aquí y con la magia
otorgada a la gente de Sundolia por otros incontables seres divinos. Es por eso que,
sí, la mayoría de los dioses y espíritus pueden moverse más libremente en Sundolia.

—Lo que significa que no es seguro para ti estar en ningún lugar de este imperio
del sur, ¿verdad? No es seguro para ninguno de nosotros, pero especialmente para
ti, si el Dios Rook ya se está impacientando contigo. Podría perder completamente
la paciencia en cualquier momento, sería fácil para él manifestarse y atacar. Podría
destruirte.

—Podría.

Lo hará, si me acerco más a ti.

—Estarías más seguro en Kethra.

—Sí.

Una larga pausa y luego Casia preguntó: —¿Vas a irte pronto, entonces?

Él no estaba seguro de qué decir. Por lo que parecía ser la centésima vez
durante esta conversación, no estaba seguro de lo que ella quería que dijera, ni de
por qué le importaba lo que ella quería.

Y había estado tan seguro de todo antes de que ella irrumpiera en su vida.

Ella se puso en pie antes de que él pudiera encontrar palabras. —Creo que sí
quiero nadar después de todo —dijo, y al momento siguiente estaba en la orilla del
lago quitándose las botas.

—¿Quieres que me vaya? —le preguntó finalmente.

Ella no le miró al responder, pero tampoco dudó: —Quiero que estés a salvo.

Dejó las botas a un lado y empezó a despojarse de las capas exteriores de su


ropa.

236
Él desvió la mirada —no quería incomodarla—, aunque ella parecía haber
olvidado que estaba allí. No la miró fijamente; pero aun así pudo percibir que se
movía libremente, contadamente, perdida en sus propios pensamientos y sin
prestarle atención a él mientras se metía en el agua. Pero ¿por qué iba a sentirse
cohibida?

¿Qué más tenían que ocultar el uno del otro, en realidad?

Después de varios minutos, volvió a hablar: —Todavía necesita que descubras


el misterio de mí, de mi magia y de cómo protege a Varen. Te ha encomendado esta
tarea. No puede deshacerse de ti hasta que esté terminada.

Sonaba como si estuviera tratando de tranquilizarse a sí misma. Y él quería


que se tranquilizara. Así que, aunque no estaba convencido de su argumento,
asintió y dijo: —Sí, creo que tienes razón.

—Bien. Porque dijiste que irías conmigo a Stormhaven.

Su pecho se tensó. —Dije eso, ¿no es así?

Ella asintió sin mirar hacia la orilla, como si no quisiera ver las mentiras en
sus ojos y sentirse decepcionada por ellas. Después de considerar sus palabras por
un momento más, ella volvió a nadar.

Y él se permitió observarla entonces. No pudo evitarlo. Era esa atracción, ese


pulso inconfundible de la vida de ella al que él era demasiado débil para resistirse.
No importaba cuántas veces se recordara a sí mismo que era una pésima idea
ceder, él seguía cediendo y la miraba moverse por el agua con su pálido cabello
extendiéndose detrás de ella mientras se inclinaba hacia el oscuro lago. El arco de
su cuerpo, el oleaje de sus pechos, la forma en que se entregaba a las olas... era tan
hermosa que casi le costaba mirarla, intentar mantener la respiración tranquila y
calmada cuando sabía que nunca podría tenerla como la quería. Que no había un
final que no implicara dolor.

Porque uno de ellos no iba a llegar a ese final, cuando fuera y como fuera.

—Hay algo que todavía no entiendo —le dijo ella después de un momento—.

237
¿Qué pasa si te vas?

—¿Qué quieres decir?

—¿Cómo puede el Dios Rook matar a uno de sus sirvientes? ¿No tienen tú y el
otro Marr como... deberes y demás?

—Sí y no. Tenía más trabajo al principio, cuando el mundo era más joven
y menos... manso. Pero ese mundo cambió y se estabilizó, y los dioses se han
estabilizado con él. Aunque incluso justo antes de caer, seguía siendo responsable
de mantener las barreras que existen entre este mundo y los cielos e infiernos que
siguen la vida de un mortal en él. Y, al igual que los demás Marr, se me encomendó
la tarea de mantener el ciclo de la magia fluido bendiciendo a ciertos humanos
con mi poder y vigilando a esos humanos. Pero sólo he sido un sirviente del dios
superior más poderoso. Un recipiente que él eligió para dar magia.

—¿Un recipiente?

—Mmhm. Y él tiene los mismos poderes que yo, así que simplemente puede
elegir un nuevo ser con el que compartir esa magia si así lo desea. Ha sucedido en
el pasado; yo no soy el primer Dios de la Muerte, y varios de los actuales dioses
intermedios tampoco son los que estaban aquí en la Creación. Es una de las cosas
que nos diferencia a los dioses intermedios de los superiores: ellos son constantes,
pero nosotros podemos ser reemplazados.

—Así que tú eres... —Ella se interrumpió, todavía con la espalda en blanco


con los ojos buscando la palabra adecuada en el cielo oscuro.

—Prescindible —dijo él.

Ella se movió y se puso de pie en el agua que le llegaba al pecho. Finalmente


miró hacia la orilla. Y luego en voz muy baja dijo: —Esa no es la palabra que iba a
usar.

—Es la correcta.

—No, no lo es.

238
—¿Por qué pareces tan angustiada por la posibilidad de que lo sea?

—Porque sí.

Se rio suavemente. —Me odias, de todos modos, según recuerdo.

Ella lo fulminó con la mirada, pero no negó las palabras que había dicho en
Oblivion.

¿Quería él que las negara?

—Que te odie o no, no es la cuestión —refunfuñó ella.

—¿Entonces cuál es el punto? —Esta vez ella no respondió.

Su curiosidad y quizás algo más, algo relacionado con ese apretón de deseo
que había sentido antes, le hizo ponerse en pie y volver al agua. No tenía ningún
reparo en estar desnudo, pero ella se había quedado medio vestida, así que vadeó
para salir a su encuentro sin desnudarse de nuevo.

—¿Casia?

Ella le dio la espalda.

—¿De qué se trata? —Volvió a preguntar, y esta vez ella se giró y le dirigió una
mirada dura que no vaciló ni siquiera cuando él se acercó a ella.

—La cuestión es que nunca he conocido a nadie que sea realmente prescindible.
—Ella lo miró por debajo de las pestañas que brillaban con el agua del lago—. Así
que deja de ser tan... oscuro y melancólico.

—¿Dejar de ser oscuro? —Él soltó un pequeño y divertido bufido—. Soy el


Dios de la Muerte.

—Sí, y es por eso por lo que la melancolía resulta terriblemente predecible y


trillada, me temo.

Sacudió la cabeza, evitando otra carcajada. —¿Además? Dios caído.

239
—¿Haciéndome humilde otra vez?

—Parecía que lo necesitabas.

—Créeme —murmuró—, eso no es lo que necesito ahora.

La respiración de ella se entrecortó audiblemente al oír esto, y casi se detuvo


por completo cuando él extendió la mano y apartó un hilo de agua que recorría su
mejilla. ¿Era agua del lago o gotas de esas lágrimas frustradas que habían brillado
antes en sus ojos? Él no podía saber cuál era. Tal vez ésa era la razón por la que ella
se había zambullido en el agua en primer lugar; para mantenerlo en vilo.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó alejando los dedos de su cara y bajando para
rozarle el brazo. Su piel estaba mucho más caliente que la última vez que la había
tocado así, aunque el agua del lago parecía enfriarse rápidamente a medida que
avanzaba la noche.

Alcanzó su otra mano. La sacó del agua y la apretó contra su mejilla. Cerró los
ojos y se apoyó en su palma.

¿Qué estaba haciendo? ¿Qué estaba pensando?

¿Por qué no huyes, tonta humana? quiso preguntar. En lugar de eso, preguntó:
—¿Qué necesitas, Casia?

En cuanto la pregunta salió de sus labios, se dio cuenta de lo peligroso que


era. Porque en ese mismo instante, se dio cuenta de que se lo habría dado. No
importaba lo que fuera. Podría haber significado la ruina de él mismo, de ella, de
reinos, coronas y dioses por igual, pero no importaba una mierda.

Si ella lo hubiera pedido, él se lo habría dado, y la idea era tan abrumadora


que casi le hizo perder el equilibrio.

Sus ojos se abrieron, pero no habló. No le pidió nada.

Sólo le rodeó el cuello con los brazos y se levantó, apretando sus labios contra
los de él. Él era mucho más alto que ella y sus pies ya no tocaban el fondo del lago

240
cuando ella se sumergió más en el beso; ella estaba flotando contra él, su cuerpo
rozando ligeramente el suyo.

Ese ligero roce no fue suficiente; él tomó las piernas desnudas de ella y las
colocó alrededor de su cadera, sosteniendo su peso con un agarre dominante en sus
muslos.

La lengua de ella se abrió paso en su boca.

La empujó contra su cuerpo. Deslizó su agarre más arriba de las piernas de


ella. Sólo un trozo de tela separaba sus manos del cálido centro de ella, y la espalda
de ella se arqueaba un poco más cada vez que sus dedos se acercaban a su interior.
Se burló y tocó esa entrada hasta que sus ojos se cerraron y su cabeza se inclinó
hacia atrás por lo que parecía ser una combinación de frustración y excitación. Sus
labios se movieron sobre su garganta expuesta, encontrando su pulso y moviendo
su lengua sobre él hasta que ella dejó escapar un suave gemido que alejó todo
pensamiento racional de su mente.

Ella volvió a coger su mano. Empezó a presionar sus dedos más profundamente,
más firmemente dentro de ella, sólo para detenerse y tirar de la mano entre ellos.
Ella entrelazó sus dedos con los de él y los apretó con fuerza, sacudiendo la cabeza.

—¿Qué pasa?

Sus ojos ardían con una hipnotizante mezcla de deseo y rabia cuando se
alzaron hacia los de él. —Yo... no puedo.

La palabra se cerró de golpe como una puerta de hierro entre ellos.

No puedo.

—No debería haberte besado así —dijo ella en voz baja—. No debería haber...

Dio un solo paso atrás. Era todo lo que podía lograr. Y tenía que lograrlo, o iba
a romper esa puerta entre ellos y hacer algo que terminaría lamentando.

—No puedo hacer esto. No después de lo que pasó entre nosotros. No después

241
de lo que hiciste. —Las palabras cayeron de su boca como si estuviera recitando un
panegírico, cada sílaba un doloroso adiós a una versión de ellos que nunca había
tenido muchas esperanzas de sobrevivir.

—Casia... —comenzó, suavemente.

Pero no sabía qué más decir.

Sus ojos volvieron a brillar con lágrimas frustradas y no derramadas. —Y, de


cualquier manera, te vas a ir de nuevo, ¿no?

Por segunda vez esa noche, él quería mentir. Pero no se atrevió a hacerlo.

—Hay cosas que tengo que hacer —admitió—. Otras cosas que me han
encargado y que yo...

—Eso es lo que pensaba.

Frunció el ceño. —Podría reunirme contigo en Stormhaven en un par de días,


tal vez.

Ella dudó, y luego preguntó: —¿Lo prometes?

No.

No había garantías. No debería haberle prometido nada. Pero entonces lo


sintió de nuevo: esa abrumadora e imprudente necesidad de darle lo que necesitara,
lo que pidiera.

Así que asintió.

—De acuerdo —dijo ella reflejando lentamente su asentimiento—. Entonces


también necesito que sepas que... me expresé mal el otro día.

—¿Lo hiciste?

—No te odio. Sólo... quiero hacerlo.

Suspiró, una comisura de sus labios se torció en una sonrisa melancólica. —

242
Yo también quiero que me odies.

—Otra cosa que tenemos en común.

Le cogió la otra mano y la apretó. Permanecieron un momento en el agua


fresca, con más espacio entre ellos, pero ambos reacios a soltar al otro por completo.

—¿Puedo preguntarte algo más antes de que te vayas?

Algo en su tono hizo que todo su cuerpo se tensara. Pero el brillo decidido
de sus ojos le dijo que iba a hacer esa pregunta, lo permitiera o no. —¿Qué quieres
saber?

—¿Por qué eres un dios caído?

El viento, las olas, el zumbido del Medio salvaje... todo pareció detenerse
por un momento. Sólo su pecho se movía, subiendo y bajando con una respiración
profunda, una y otra vez, hasta que finalmente se inclinó hacia delante y le plantó
un beso en la frente. —Deberías volver al campamento —le dijo—. Tus amigos se
preocuparán si se despiertan y te encuentran fuera.

Y luego se alejó, dejándola sola en el agua oscura.

243
Capítulo 15

Traducido por Steph M

Corregido por Tory

DOS DÍAS DESPUÉS DE DEJAR EL MEDIO —Y A ELANDER— ATRÁS, CAS se sentó


en la cima de una colina con Rhea, con vistas al desierto de Cobos. El aire de la
mañana estaba templado, las oscuras siluetas de las lejanas dunas en frente de la luz
del sol naciente. Dicha luz del sol estaba distorsionada, creando un tono enfermizo
de morado y amarillo como de un moretón gracias a las nubes tormentosas que se
acumulaban en la distancia.

Tormentas que nunca cesan...

Un rayo de luz blanca destelló desde una de las nubes. Seguido por el suave
eco de un trueno, Cas reprimió un estremecimiento.

—¿Qué les está tomando tanto tiempo? —preguntó Cas mirando hacia el
mercado donde Zev, Laurent y Nessa estaban en el proceso de comercializar e
intercambiar suministros, incluyendo a las criaturas que los trasladarían a través
de las arenas.

—Si tuviera que adivinar, diría que Zev está ocupado comiendo y que Nessa
está siendo arrastrada lejos de cualquier puesto que ofrezca las baratijas más
coloridas e innecesarias que ella pudiera comprar.

—Probablemente debimos haber enviado solo a Laurent —reflexionó Cas.

—Probablemente —sonrió Rhea—. Pero Nessa no ha parado de hablar sobre


visitar Kavus desde que lo sugerimos por primera vez. Y sabes que Zev nunca
perdería la oportunidad de atiborrarse con los alimentos de nuestra infancia.
Seguramente se está llenando hasta el punto de enfermarse, y ahora los demás
tendrán que encontrar una manera de traerlo de vuelta; eso posiblemente los
ralentizará, también.

Cas se las arregló para reflejar la sonrisa de Rhea a pesar de la ansiedad en


su estómago. Había considerado ir a ese mercado por sí misma; los aromas de las
especias, de la fruta fresca y del pescado floria ahumado —un manjar kavusiano—
eran tentadores incluso desde la cima de la colina, Cas había estado tentada de
perseguir tales olores más de una vez.

Pero había demasiada gente en la bulliciosa Paradisíaca Ciudad de Kavus.


Demasiadas caras en su mercado principal. Cas todavía no confiaba en la magia
dentro de ella, y se sentía más en control de sí misma aquí afuera, en el relativo
silencio.

O lo había estado, al menos, antes de que esas tormentas en la distancia


explotaran con intensidad, de modo que ahora eran imposibles de ignorar.

Otro trueno retumbó. Esta vez fue lo suficientemente fuerte como para que
el suelo debajo de ella pareciera vibrar junto con su respiración. Cas bajó la mirada
a sus botas y se concentró en cada una de sus respiraciones. Un instante después,
escuchó un gemido y miró hacia arriba para ver a Silverfoot estudiándola.

—¿Estás bien? —le preguntó Rhea.

—Sí. —Cas se puso de pie y caminó, sacudiendo sus manos que de repente
parecían decididas a tener calambres—. Quiero decir... No, en realidad no —ella
admitió.

245
Silverfoot gimió de nuevo y Rhea inclinó la cabeza en dirección a Cas
frunciendo el ceño.

—Qué estúpido, ¿verdad? —dijo Cas—. Puedo convocar relámpagos ahora y, sin
embargo, sigo teniendo miedo de las tormentas. Todavía me duele el pecho, aunque
sabía que estas tormentas en particular nos iban a estar esperando. —Se masajeó la
mano acalambrada con más fuerza de la necesaria. Masajeando tan profundamente
los músculos que resultó doloroso, pero al menos eso significaba que no se había
adormecido por completo—. Lo siento —dijo ella—. Me recompondré antes de que
los demás regresen. No voy a frenarnos.

—Oh, Cas —dijo Rhea sacudiendo la cabeza—. No es estúpido. Y no tienes


que disculparte por las cosas que te lastiman.

Cas volvió a sentarse. Entrelazó sus dedos con los de Rhea y los apretó con
fuerza.

—Sabes, no estamos lejos de las dunas negras de Mirkrand —dijo Rhea,


después de un momento.

—¿Mirkrand? ¿No es ahí donde...?

—¿Esto sucedió? —Rhea señaló sus ojos ciegos—. Sí. Aunque nunca te conté
los detalles, ¿verdad?

—No. Pero entiendo el porqué.

—Bueno, no es una gran historia, para empezar. Solo uno de esos pequeños
momentos tristes en medio de una guerra mucho más grande y triste, las historias
de los tres imperios están llenas de tragedias menores.

—¿Me la cuentas, de todos modos? —Cas la animó, porque sonaba como


si Rhea quisiera contarla en esta ocasión, y Rhea siempre había sido una atenta
escuchadora; era agradable poder devolver el favor por una vez.

Rhea lentamente retiró su mano de la de Cas y se inclinó hacia atrás,


descansando sobre sus palmas.

246
—Serví al señor de la provincia en la que nos encontrábamos en ese momento,
trabajando en su ejército, que técnicamente estaba jurado al servicio del alto trono.
Pero Lord Maltus se opuso al gran rey de Sundolia de ese tiempo, junto con algunos
otros. El rey, que se llamaba Haben, era un bastardo aterrador que estaba haciendo
todo lo posible por consolidar aún más su poder.

—Su hijo finalmente lo derrocó, ¿correcto?

—Hace unos cinco o seis años —confirmó Rhea—. Pero esto fue mucho antes
de todo eso, cuando Haben estaba en el auge de su poder. Yo estaba asentada en
los límites del desierto, al sur de las dunas de Mirkrand. Era joven, pero ya bastante
experimentado, y esa es una combinación peligrosa, de verdad. Me hizo imprudente.

—¿Por qué?

—En realidad fue después de la batalla en las dunas. Salimos victoriosos de esa
batalla, y pronto regresamos a la pequeña arboleda en la que habíamos establecido
el campamento. Habíamos estado acampando allí durante una semana para este
punto; sabíamos el camino de memoria. El sendero se bifurcaba en un gran árbol.
Todavía puedo recordar ese árbol, porque era extraño; corteza blanca, hojas rojo
sangre. Por lo general, virábamos a la derecha cuando lo alcanzábamos, ya que,
nos conducía por la ruta más larga pero más segura. Pero por alguna razón, ese día
tomamos el lado izquierdo. Y ese camino nos llevó a un campo donde se habían
retirado algunos de los leales a Haben. Entre ellos, había unos del tipo Tierra; ni
siquiera vi las rocas que nos lanzaron, porque estaba demasiado ocupada riendo y
alardeando sobre la gente que había matado. —Hizo una pausa, sacudió la cabeza
como si estuviera disgustada consigo misma—. Me desperté hasta tres días después
con la mayoría de mis recuerdos desaparecidos, al igual que mi vista. La mayoría de
los recuerdos finalmente regresaron. La mayor parte de mi vista no lo hizo.

Los labios de Cas se separaron, pero no se le ocurrió nada que valiera la pena
decir, así que permaneció callada.

Silver se deslizó en el regazo de Rhea. Le acarició el estómago hasta que ella


se incorporó y lo rodeó con los brazos.

247
—Solía despertarme deseando que la magia de la Tierra terminara de acabar
conmigo por completo —dijo Rhea—. Y preguntándome por qué me había sucedido.
¿Por qué no giré a la derecha en lugar de a la izquierda? Entonces me recordaba a
mí misma que hubo quienes no lograron salir de las dunas ese día, algunos porque
los habían matado; entonces, ¿quién era yo para quejarme de algo? Y ese tipo de
pensamiento solo me haría sentir peor, por supuesto.

Silver asomó la cabeza de entre los brazos de Rhea, y Cas le rascó las orejas
distraídamente, todavía sin decir una palabra.

—Pero me he dado cuenta de algo durante estos últimos años —continuó


Rhea—. Y supongo que tampoco te lo he dicho nunca. Así que, ahora, escucha con
atención: el dolor no es una competencia. Todos tienen sus propias batallas. Sus
diferentes infiernos. Sus diferentes demonios. Y no tienes que disculparte por las
cosas que te lastiman, como dije, o por lo que tienes que hacer para sobrevivir a
ello; ni conmigo ni con nadie más.

Las tormentas en la distancia continuaron retumbando. Cas las contempló


por un momento pensando. Y luego bajó la mirada y se miró las manos, los dedos
temblando por el deseo de tocar y contar algo, una de las muchas técnicas que
usaba para sobrevivir.

—En todo caso —dijo Rhea—, ahora ya conoces toda la historia.

—Agradezco que me lo hayas contado.

—Yo también. A veces, las historias contienen una propiedad terapéutica.

Cas asintió con la cabeza.

Se instalaron en un silencio amistoso, mientras que Cas continuaba pensando


en las cosas que Rhea había dicho, memorizando esta parte de la historia de su amiga.
Lo hacía más devastador, pensó; que una elección tan pequeña y aparentemente
insignificante, hubiera cambiado el curso del futuro de Rhea.

Pero así sucede tan a menudo, ¿no? Izquierda en lugar de derecha. Una flecha
que da en el blanco. O que lo falla. Un minuto demasiado tarde. Un minuto demasiado

248
temprano... la vida estaba llena de esos pequeños momentos de profundo impacto,
momentos oscilando sobre una espada que podría moverse de una forma u otra.

—Y otra cosa —dijo Rhea de repente—. No olvides que has derrotado a más
demonios que la mayoría.

—Quizás. Pero ¿a cuántos más puedo combatir? —Se preguntó Cas—. Ha


empeorado desde que Asra murió... el obsesivo pensamiento sobre este tipo de
cosas.

—Creía que había sido así —dijo Rhea, gentilmente.

—Mucho de lo que hice fue para que ella sobreviviera, y era algo relativamente
pequeño en lo cual concentrarme. Ahora tenemos mayores problemas. Y siento
que cada pequeña decisión que tomé tendrá consecuencias mucho mayores para
muchas más personas, y mi mente no dejará de pensar en todas estas personas, en
todas las cosas horribles que podrían suceder. Nunca se detiene.

Rhea le tomó la mano y la apretó de nuevo, pero no habló.

—Es solo que... se está volviendo difícil saber en qué batalla concentrarme
—finalizó Cas.

Rhea lo consideró durante un largo momento, y luego dijo:

—Hagamos nuestro mejor esfuerzo para sobrevivir a la batalla que tenemos


frente a nosotros en este momento, ¿va?

Cas tomó una respiración profunda.

Presta atención en dónde están tus pies, solía decirle Asra; una súplica, en
realidad, para que su pupila se mantuviera firme.

Así que Cas miró hacia el desierto e hizo todo lo posible por concentrarse en
la arena sobre la que estaría caminando, en lugar de en el cielo lleno de tormentas
que no podía controlar.

—Buena idea —estuvo de acuerdo.

249
Metió la mano en el bolsillo de su abrigo. Encontró ese amuleto de metal que
una vez había sido parte de la campanilla de viento de Asra, y trazó sus bordes con
el pulgar mientras sus ojos se enfocaban.

Pasó otra media hora y entonces los demás regresaron con los suministros
y las bestias que llevarían dichos suministros. La vista de esas magníficas bestias
sacó a Cas de sus ansiosos pensamientos y la pusieron de pie.

No eran caballos. Rhea se refirió a ellos como ruanos, se parecían más a esas
criaturas que llamaban antílopes, Cas los había visto en un libro, una vez. Pero no
eran nativos de Kethra, y ella nunca había visto uno en la vida real; seguramente
no eran tan grandes, ¿o sí? Se elevaban sobre ella, tan altos que le preocupaba no
ser capaz de subirse en sus espaldas sin ayuda. Su pelaje era marrón rojizo. Sus
ojos de un tono como carbón brillante, tan oscuros como los cuernos curvados en
sus cabezas. Llevaban una armadura delgada recubierta con un material gomoso
que estaba destinado a absorber los rayos, y máscaras con forma extraña, pero de
aspecto funcional que cumplían con la función de protegerlos contra la arena y los
destellos brillantes de luz.

Habían vendido el pony que robaron para ayudar a pagar el uso de estos
ruanos, de los cuales había tres en total; Zev llevaría a su hermana con él, Laurent
llevaría a Nessa debido a que su brazo permanecía vendado y parcialmente
funcional. Nessa le entregó la tercera bestia a Cas, junto con un pañuelo protector
para la cabeza, similar al que ella misma ya usaba.

—Hay un puesto de control subterráneo a unas dos millas antes de llegar


al templo Tormenta. Los ruanos se detienen ahí —explicó Laurent señalando a
la bestia que Nessa todavía sostenía—. Están entrenados para no ir más lejos, y
desde ese punto habrá manejadores que los atenderán hasta que estemos listos
para regresar a la ciudad. La milla que le sigue se puede cruzar a pie, más o menos,
a través de los túneles que se derivan desde el puesto de control. Pero después de
ahí...

—Después de ahí, ¿qué?

250
—Citando al hombre al que nos prestó estas bestias —intervino Zev—. Si
continuamos, es que estamos locos.

—Entonces es oficial —murmuró Rhea.

—Me temo que sí —dijo Zev, alegremente.

Laurent negó con la cabeza y continuó con calma su explicación:

—Es solo que la mayoría de la gente se detiene al finalizar esa primera milla
de túneles. Hay un santuario improvisado; uno que se ha establecido en las últimas
décadas, solo oran y dan ofrendas en lugar de continuar hasta el templo; puesto
que, el último tramo antes del templo se ha vuelto peligroso últimamente. Gran
parte de esa última milla también está por encima del suelo…

—Y ese hombre en el mercado nos dijo que nadie ha logrado cruzar ese último
tramo sobre el suelo en años —dijo Nessa.

—Pero creo que estaba exagerando —exclamó Laurent.

—Ahí tiende a ser dónde las bestias relámpago, los asura, golpean —continuó
Nessa sin inmutarse por el tono pragmático de Laurent—. Pueden disparar rayos
desde media milla de distancia con una precisión mortal, mover la arena con
estruendosos rugidos...

—De nuevo —insistió Laurent—, ese hombre probablemente solo estaba


tratando de vendernos los peligros de este desierto, así podía cobrar más por las
criaturas que nos prestó.

Hubo un murmullo de acuerdo por parte de todos, menos de Nessa, quien


ahora estaba ocupada dándole una charla de ánimo a un ruano, mientras le deslizaba
bocados de manzana de una de las bolsas atadas a su silla.

Mientras que los demás terminaban con los preparativos de último minuto,
Laurent se llevó a Cas a un lado, alegando que los dos necesitaban caminar por el
borde del desierto y buscar la ruta que planeaban tomar.

251
Una vez que estuvieron fuera del alcance de los demás, preguntó:

—¿No hay noticias de él?

Ella sacudió su cabeza.

Elander había mentido en el pasado, pero eran mentiras por omisión.


Había cumplido todas las promesas que le había hecho. Técnicamente. Y le había
prometido que se reuniría con ella en Stormhaven en dos días, después de que se
hubiera ocupado de algunas cosas en el norte.

Así que, ¿dónde estaba?

Ella había repetido su conversación en el lago una y otra vez durante su viaje
a Kavus. Laurent era el único a quién le había contado sobre esa conversación,
porque él era en quien más había confiado para ayudarla a mantenerse sensata
sobre todo el asunto. Pero incluso entonces, no le había revelado todos los detalles.
No le gustaba guardar secretos a sus amigos, pero tampoco le gustaba la idea de
agobiarlos con cosas aún más complicadas.

¿Deberíamos esperarlo? —Laurent le preguntó.

Ella podía deducir por su ceño fruncido que él no quería esperar. Pero lo haría
si ella se lo pidiera. Todos sus amigos lo habrían hecho, aunque algunos se hubieran
quejado más que otros.

Cas miró hacia el norte como si pudiera ver a Elander cruzando las dunas,
con la mano levantada para saludarla.

Sin embargo, no vio nada; aunque imágenes extrañas empezaron a destellar


en su mente mientras miraba la arena cegadora: las torres negras de Oblivion
derrumbándose. Sangre sobre piedra blanca rezumando. La sombra proyectada
por un cuerpo inmóvil, una forma oscura que se cierne sobre dicho cuerpo...

—¿Cas?

Ella escapó de esas horribles imágenes en su mente mediante una profunda

252
inspiración, como si casi se hubiese ahogado.

Los ojos de Laurent estaban llenos de preocupación. Cas miró fijamente su


reflejo en esos orbes de color verde plateado sin parpadear, temiendo que incluso
un parpadeo de oscuridad pudiera ser suficiente para permitir que esas visiones
reaparecieran.

Esas imágenes no eran reales. No son reales, no son reales... Esté donde esté, él está
bien. Él está bien, él está bien, él está...

—Dijo que me encontraría en Stormhaven —le dijo a Laurent—. Todavía


estamos a unas pocas millas del templo, en sí; ¿tal vez ya está en el templo
esperándonos? —Pudo ver el desacuerdo fijarse en su expresión. Pero esta vez no
quería escuchar sus argumentos, razonables o no; así que continuó antes de que él
pudiera hablar—. De cualquier forma, no tenemos tiempo para esperar.

Y me volveré loca si no empiezo a moverme de nuevo.

Laurent la estudió por otro momento antes de asentir. Se volvió y caminó de


regreso con los demás, quienes ya estaban sentados en las espaldas de los ruanos,
esperando.

—Al otro lado —dijo él subiéndose a la silla detrás de Nessa.

El familiar grito de guerra fortaleció su determinación. Cas logró controlar


sus pensamientos para que disminuyeran y así poder concentrarse en la tarea
frente a ella. Se subió a la espalda del ruano. Se hundió en la silla con una tranquila
sensación de alivio; no había caballos de sobra en las pequeñas aldeas a lo largo del
límite del Medio Salvaje, por lo que habían caminado hasta Kavus a pie, con el pony
robado llevando la mayor parte de los suministros. Era un tramo relativamente
corto; pero aun así, era agradable volver a montar. Sentir el viento en su cabello
mientras la criatura debajo de ella hacía la mayor parte del trabajo. El ruano se
movía con pasos sorprendentemente rápidos y fluidos para algo tan grande.

Galoparon a un ritmo suave durante las primeras millas, sin que sucediera
nada importante. Cas pasó la mayor parte del tiempo concentrándose en su

253
respiración, tratando de aferrarse a esa sensación de alivio. Los ruanos necesitaban
poca orientación; sabían dónde estaba el puesto de control y avanzaban como si
fueran arrastrados hacia él por una cuerda de plomo invisible.

Finalmente, el puesto de control apareció a la vista, una estructura enterrada


bajo una colina de arena, su pared pedregosa contrastaba oscuramente contra
el pálido desierto que la rodeaba. En el centro había una gran puerta roja. A lo
largo del camino que llevaba hacia la puerta, había varias docenas de recipientes
que zumbaban con electricidad azul. ¿Atrapadores de rayos de algún tipo, tal vez?
Más allá del puesto de control, el suelo estaba lleno de objetos relucientes que Cas
pensó que podrían haber sido más de esos recipientes. Pero entrecerró los ojos y
no; parecían ser estructuras cristalinas de varias formas y tamaños que otorgaban
luz al reflejar los destellos en el cielo.

Obligó a su mirada a volver a la puerta roja.

Casi estaban ahí.

Un rayo explotó en su visión periférica.

Cas se apoyó en el cuello de la bestia que montaba y lo instó a ir más rápido.


El trueno retumbó y Cas se sacudió con él, pero ella no se desanimó, no apartaría
sus ojos de esa brillante mancha roja.

Un rayo golpeó la arena directamente frente a ella. Su montura se encabritó


y, de repente, la mitad de su cuerpo quedó colgando de la silla. El ruano movió la
cabeza frenéticamente. Cas logró alcanzar y engancharse a uno de sus cuernos.
Se empujó hacia arriba, se movió con el movimiento y giró hacia el centro de su
espalda una vez más.

Tomó las riendas con una mano y tiró con fuerza hacia la derecha, lo que
obligó a que la criatura diera vueltas, mientras movía los pies para que ya no
pudiera corcovearse el ruano. Después de algunos de estos movimientos circulares,
el ruano se calmó lo suficiente y Cas pudo levantar la cabeza, miró a su alrededor
buscando a sus amigos.

254
Zev y Rhea casi habían llegado a la puerta roja. Se detuvieron poco antes del
camino bordeado de electricidad, se volvieron y miraron en su dirección. Zev gritó
algo que se perdió con un repentino rugido de trueno. Él le señaló.

Cas se volvió y vio a Laurent y a Nessa detrás de ella...

Y enseguida vio la nube increíblemente oscura que se cernía sobre ellos.

Vio cómo un rayo brotaba desde la nube a un ritmo antinatural; uno, dos, tres
rayos bailaron sobre el suelo durante un largo y surrealista momento, fusionando
trozos de arena en trozos duros y brillantes que se asemejaban a las raíces de un
árbol.

Eso es lo que causa esas estructuras cristalinas más adelante, se dio cuenta Cas.

Observó cómo la nube negra enviaba más relámpagos en espiral hacia abajo.
Vio cómo se marcaba violentamente el suelo con un calor que formaba más y más
trozos de arena en trozos afilados y relucientes.

Laurent dio una patada al caballo que montaban para que galopara más
rápido mientras otra serie de rayos se estrellaban, cuatro de ellos, esta vez.

Con el corazón en la garganta, Cas vio bailar esos cuatro rayos, esperando que
se formaran más de los fascinantes cristales en los puntos de impacto.

Pero esta vez, el rayo continuó retorciéndose contra el suelo durante lo que
debió haber sido un minuto completo. Y luego se estiró más alto, como árboles
hechos de relámpagos...

No, no como árboles.

Como piernas.

Y luego como un estómago. Un pecho. Hombros y cuartos traseros poderosos


que ya acechaban detrás de Laurent y Nessa, incluso cuando la cabeza apenas
terminaba de formarse; una cabeza que era grande y redonda, con ojos tan negros
como las nubes de arriba y con dientes tan largos como el brazo de Cas; todo envuelto

255
en alambres de rayo. La arena se arremolinaba y llenaba los espacios vacíos en el
cuerpo de relámpagos y entonces la bestia estaba completa: una tormenta de arena
andante, con una forma que hizo que Cas pensara en un tigre. Uno que estaba
erizado de la cabeza a la cola con una electricidad mortal.

256
Capítulo 16

Traducido por Steph M.

Corregido por Tory

MIENTRAS MIRABA FIJAMENTE A LA BESTIA DELANTE DE ELLA, CON LOS


pulmones sin oxígeno, Cas sintió una tormenta emergiendo en ella.

¿Era su magia?

¿O estaba sintiendo la magia de la bestia, igual que había sentido ese hechizo
tipo Celestial en Fallenbridge?

¿O eran ambas?

Ella no lo sabía. No podía decir dónde terminaba un poder y dónde comenzaba


el otro, y tampoco sabía qué hacer con tal poder de cualquier forma.

Pero tenía que hacer algo.

La criatura sobre la que cabalgaba brincaba nerviosamente. Intentó mover


su cabeza hacia el puesto de control. Cas continuó obligando al ruano a retroceder
mientras ella frotaba una mano entre sus omóplatos, tratando inútilmente de
calmarlo.
Zev siguió gritando detrás de ella.

Cas todavía no podía entender lo que estaba diciendo y, cuanto más lo


intentaba, más distante parecía volverse su voz.

Otros sonidos parecían también extrañamente distorsionados, tan de repente;


el rugido del viento y las tormentas distantes eran casi silenciosas, mientras que
otras cosas —los gruñidos nerviosos del ruano debajo de ella, el latido de su propio
corazón, el susurro de su respiración— se volvieron insoportablemente ruidosos.

La bestia relámpago corría hacia Laurent y Nessa, ganando velocidad. Su


sombra alcanzó a sus amigos justo cuando dos bestias más, de forma y tamaño
similares, se materializaron desde las arenas por debajo y desde las nubes de arriba.
Las tres bestias se movieron en lo que parecía ser un esfuerzo coordinado, rodeando
a sus amigos y cortándoles cualquier posibilidad de que escaparan.

Cas respiró hondo. Reajustó el pañuelo que usaba para proteger mejor su
boca y sus ojos de la arena voladora. Tomó las riendas con ambas manos.

Y luego pateó al ruano para ir al galope.

Corrió por el desierto. Sus ojos permanecieron fijos en las tormentosas


criaturas que tenía adelante. Su mente se centró en esa magia de tormenta dentro
de ella. Ella había usado dicha magia para atraer a las bestias detrás de ella en el
Medio Salvaje; ¿podría hacerlo de nuevo?

—Lo haré de nuevo —dijo en voz baja.

Chispas se elevaron de su piel ante la declaración.

El ruano viró violentamente y sacudió la cabeza; pero ella lo guío firmemente


hacia adelante mientras simultáneamente guiaba su magia hacia arriba, creando
un faro de relámpago que rivalizaba con cualquiera de los rayos que las tormentas
del desierto estaban produciendo.

Galopó hasta estar a cien metros de distancia de Laurent y Nessa, luego una
de las bestias finalmente dejó de rodear a sus amigos e inclinó la cabeza hacia ella

258
y la baliza que estaba enviando hacia arriba.

Su cola de relámpago se movió.

Su mirada siguió los movimientos de Cas.

Comenzó a perseguirla.

Cas se dio la vuelta lentamente abriéndose paso y asegurándose de tener la


atención de las tres bestias, antes de instar al ruano a un galope más fuerte. Volvió
sobre su camino a través de la arena hasta que el puesto de control estuvo a la vista
una vez más, y luego giró bruscamente hacia la derecha, alejando a las criaturas de
ahí. No tuvo que mirar hacia atrás para saber que todavía la seguían; estaban casi
encima de ella.

¿Por qué no la aventajaban?

Eran más grandes. Más rápidos. Pero solo la perseguían al trote. Nada más...
acechándola, o tal vez jugando con ella; hasta que finalmente lanzó su peso contra
la parte posterior de la silla y detuvo al ruano. Se dio la vuelta. Levantó la mirada
hacia la bestia relámpago más cercana.

Quizás la diosa me está probando.

Ante ese pensamiento, respiró hondo y comenzó a utilizar más magia de la


que jamás había intentado usar antes.

La bestia se agachó, preparándose para atacar.

Los otros dos llegaron segundos después. El ruano entró en pánico, y Cas se
vio obligada a saltar de su espalda para evitar ser arrojada. Ella aseguró las riendas
en su mano y se volvió cuando la primera bestia tormentosa saltó hacia ella, como
disparada por un cañón. Se transformó en un relámpago por un instante, sólo para
volver a adoptar su forma de tigre justo a tiempo para levantar sus garras para
atacar.

Y luego se detuvo.

259
Se detuvo tan rápido que los otros dos chocaron con él. Cas se condujo hacia
atrás tan rápido como pudo arrastrando al ruano que aún estaba en pánico junto
con ella; su magia huyó de su control, con los ojos muy abiertos y fijos en las tres
bestias que colapsaban. Por un momento, la colisión era un caos; marañas de
relámpagos que se deformaban y luego volvían a tomar la forma de bestias que
gruñían, chasqueaban y lanzaban chispas cada vez que chocaban entre sí.

El más grande —el que había estado por delante— salió primero de la refriega.

Corrió tras Cas con pasos rápidos y elegantes.

Cas dejó de retroceder. No tenía sentido; no podía correr más rápido que las
bestias mientras ella estaba en una silla de montar, mucho menos iba a lograrlo a
pie. Así que, en cambio, se armó de valor; levantó la mirada para encontrarse con
las oscuras cavernas donde deberían haber estado los ojos de la bestia, y luego dio
un paso adelante para enfrentarla.

La bestia se detuvo de nuevo.

Estaba tan cerca de Cas que los pelos de su piel se erizaron por la corriente
eléctrica que la bestia desprendía. Tan cerca que no podía oír nada más que el
chisporroteo y el zumbido de la corriente.

Permaneció uno frente al otro por lo que pareció una eternidad.

Entonces la bestia abrió la boca y se escuchó el sonido de un trueno. Los


otros dos dejaron de pelear y siguieron su ejemplo, creando un estruendoso coro de
truenos que resonó en el desierto.

Las arenas a su alrededor comenzaron a moverse con el ruido.

Cas se cubrió frenéticamente los oídos para protegerlos del estruendo


ensordecedor, y metió la cabeza más profundamente dentro del pañuelo para evitar
que pedazos de arena movediza volaran hacia sus ojos. Su magia abatió y rugió
dentro de ella, ansiosa por ser convocada una vez más. El trueno se hizo más fuerte
y Cas se apretó las manos con más fuerza contra los oídos hasta que temió que la
cabeza le explotara por la presión y el ruido, el espantoso sonido del sacudir de los

260
huesos.

—¡DETÉNGANSE! —les gritó.

El ruido cesó.

Levantó la mirada y vio cómo las tres bestias comenzaban a… desintegrarse.

Los armazones eléctricos de sus cuerpos se retorcieron y contorsionaron en


ángulos extraños antes de desaparecer en un crujido brutal, como el sonido de un
rayo al chocar contra un árbol. La arena que había estado moviéndose dentro de los
cuerpos cayó en cascada para terminar siendo montones sin vida.

Pero las arenas que su rugido habían levantado seguían desplazándose, como
las olas de un océano que se mece en un terremoto.

Cas se tropezó y se tambaleó a través de las arenas movedizas durante un


minuto antes de que finalmente lograra arrastrar al ruano hasta un terreno estable.
Esperó hasta que las olas cesaran antes de volver a subirse a la silla y escanear sus
alrededores.

El suelo debajo de ella se mantuvo fijo, pero en la distancia, el océano del


desierto seguía moviéndose. Se habían formado varios sumideros; ella alcanzaba a
ver cinco. Cinco remolinos dentro de ese mar de arena, girando y succionando todo
lo que estuviera a su alcance.

Uno de ellos se había formado peligrosamente cerca de Laurent y Nessa.

Cas galopó hacia ellos.

El ruano que los transportaba luchaba por correr más rápido que la arena. Sus
cascos luchando por sujetarse. Su cuerpo se agitaba y dificultaba que cualquiera de
los dos pudiera descender.

Laurent finalmente logró empujar a Nessa de la silla. La impulsó hacia arriba,


colocándola lo suficientemente alto para que se afianzara de un pequeño árbol que
sobresalía del suelo.

261
Con solo un brazo funcional, Nessa se tambaleó por un momento, pero
finalmente pudo alejarse de la arena que se derrumbaba. Una vez que encontró
el equilibrio y un poco de terreno firme, inmediatamente se volvió y extendió su
mano hacia Laurent.

La arena continuó deslizándose hacia el abismo que se arremolinaba por


debajo de ellos.

Los bordes del abismo se expandieron y el suelo alrededor de los bordes se


volvió cada vez más inestable.

Nessa permanecía estirando su mano.

El ruano finalmente encontró un poco de tierra firme entre las arenas


movedizas; con piernas temblorosas, se alejó de una muerte segura, trayendo a
Laurent con él.

La mano de Nessa apretó la de Laurent, y Cas casi gritó en voz alta de alivio.

Entonces la criatura debajo de Laurent se deslizó.

Laurent resbaló con él. Su bota se enredó en las riendas sueltas. Luchó,
retorciéndose salvajemente, pateando y arañando las cascadas de arena que caían
a su alrededor, todavía buscando esa mano extendida sobre él.

Pero Nessa estaba demasiado lejos.

Ese vórtice de arena continuó girando y tirando hacia abajo, atrayendo tanto
al ruano como al jinete hacia abajo y enterrándolos rápidamente.

Los segundos pasaron lentamente.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco…

La arena finalmente dejó de jalar, como satisfecha por tal sacrificio involuntario.

Todo se volvió inquietantemente tranquilo y silencioso.

262
Capítulo 17

Traducido por Steph M.

Corregido por Tory

NESSA GRITÓ.

Cas estaba a su lado en un instante, se arrojó sobre la arena e inmediatamente


comenzó a cavar. Arañó el lugar donde había visto a Laurent por última vez, tirando
puñado tras puñado de arena a un lado hasta mucho después de que ya no podía
sentir sus dedos.

Pero era inútil.

No importaba cuán profundamente cavara, solo encontraba más arena.

—No —presionó su frente contra el suelo y golpeó su puño a un lado, una y


otra y otra vez. ¡No!

No debí haberlo dejado venir conmigo. No debí haber dejado que ninguno de ellos
viniera conmigo.

—¿Cas? —La voz de Nessa estaba tranquila. Debilitada por la emoción. Al


principio, eso fue lo único que logró decir, una y otra vez.
Cas, Cas, Cas.

Y, de alguna manera, Cas encontró la fuerza para levantar la cabeza, para


luego alcanzar y tomar a Nessa en sus brazos y sostenerla con fuerza.

Todo estaba extrañamente silencioso y quieto. Incluso su ruano, el cual, Cas


no había pensado en asegurar; estaba tranquilamente cerca, pateando la arena
como si los horrores de los últimos minutos no hubieran sucedido en absoluto. Cas
pronto comprendió porqué; el aire era cálido, rebosante de energía...

Lo que significaba que era obra de Nessa.

Ella estaba usando su magia para calmar a los demás, aun cuando ella misma
se tambaleaba en el borde del colapso.

Pero la magia tenía límites.

No había detenido ninguna de sus lágrimas, y no impidió que el cuerpo de


Nessa temblara mientras intentaba contener los sollozos más violentos dentro de
ella.

—Lo entretuve —susurró Nessa—. No debí-

—No —Cas se irguió, tomó la cara de Nessa en sus manos—. Esto no fue tu
culpa.

Nessa le devolvió la mirada, entumecida, con sus ojos húmedos y brillantes.

—Esto no fue tu culpa —le repitió Cas, más ferozmente.

Nessa asintió una sola y miserable vez.

Cas la empujó contra su pecho. Sus corazones palpitaban al unísono. El


pañuelo colocado en el hombro de Cas pronto estaba húmedo con las lágrimas de
Nessa, pero Cas no estaba llorando. Todavía no. Porque su mente se había limitado
a un solo pensamiento: Sobrevivir.

Tenían que sobrevivir.

264
Tenían que continuar.

Se convirtió en una obsesión; una que sólo se hizo más fuerte, más exigente,
ya que el desierto comenzó a oscurecerse una vez más.

Más nubes de tormenta se estaban acumulando.

Un rayo cayó sobre la arena a menos de 30 metros de distancia, dejando otro


de esos brillantes cúmulos de vidrio fundido. Mientras Cas lo miraba, sintió más
magia deslizándose en el aire a su alrededor. Pinchando su piel por un momento
antes de volverse más pesada, más violenta, lejos de la tibieza que producía la
magia de Nessa...

Era el mismo tipo de magia que Cas había percibido de esas criaturas
parecidas a los tigres, esa poderosa oleada que era de alguna manera extraña y
familiar al mismo tiempo.

—Creo que viene otra bestia. Tenemos que irnos. —Cas saltó a sus pies,
arrastrando a Nessa con ella. Se las arregló para acercar a Nessa al ruano y casi la
había convencido para que se subiera en la silla de montar cuando Nessa salió de
su estupor y comenzó a luchar, tratando de liberarse y volviendo al lugar donde
Laurent estaba enterrado.

—No puedo dejarlo, yo-

Un trueno crepitó y retumbó, interrumpiendo a Nessa. Los restos de su cálida


y reconfortante magia se dispersaron, y el ruano se escapó con ella.

Cas soltó una maldición.

—Parece que caminaremos.

Más truenos retumbaron, esta vez acompañados por otra oleada de magia
que Cas volvió a sentir sin querer; era más fuerte que antes. Casi abrumadora. Cas
miró frenéticamente hacia el cielo, y sus ojos fueron atraídos inmediatamente a la
fuente de dicho poder.

265
Ella tenía razón: el rayo se había entretejido, formando otra bestia. Ella vio
con horror la clara forma de unas alas desplegadas contra el cielo oscuro. Alas que
estaban unidas a un gran cuerpo con patas de araña, y con una cabeza con un pico
curvado.

La cual se lanzó hacia ellas.

—¡Al suelo! —gritó y cuando Nessa no escuchó, Cas la tiró al suelo y la cubrió
con un brazo protector.

La bestia que caía en picada no las golpeó directamente, sino que los rayos
cayeron en cascada a lo largo del camino que sobrevolaba. La bestia rodeo el lugar
donde estaban en la arena, encerrándolas en paredes blancas de electricidad
retorcida. Luego se abalanzó sobre las dos y comenzó a rondarlas, enviando más
electricidad crepitante a través del aire con cada aleteo de sus alas.

Cas se movió para proteger mejor a Nessa.

Percibió que el ataque estaba por llegar, y luego sintió el impacto del rayo, le
siguió un dolor que sacudió todo su cuerpo, pero después de eso... nada.

Nada.

No podía moverse, no podía pensar, no podía respirar, no podía ver.

¿Así se siente morir?

Así se debe de sentir.

Era terriblemente consciente de que todo se había detenido.

Y, entonces, todo volvió a la vida con la misma rapidez. Todos sus sentidos,
todos a la vez. El calor, el olor a humo, la arena polvorienta debajo de ella, el latido
de dos corazones; el suyo y el de Nessa. Su cuerpo estaba ardiendo. El dolor era
cegador.

Pero ella todavía estaba viva.

266
Lentamente, la electricidad se alejó de ella y el dolor ardiente comenzó a
disminuir. Cas se inclinó hacia atrás para examinar el daño. Ella estaba ilesa de
alguna manera, a pesar de que el suelo a su alrededor estaba chamuscado.

¿Había imaginado el dolor?

Nessa parecía haberse desmayado; su piel estaba pálida y húmeda, su


respiración era superficial. Cas tembló. Quería desmayarse, pero en lugar de eso,
pasó con cuidado los brazos por debajo del cuerpo inerte de Nessa, se preparó y se
puso de pie.

Ella era vagamente consciente de las nubes oscuras que se acumulaban sobre
ellas una vez más.

Se tambaleó quizás una docena de pasos, y luego una voz flotó sobre ella:

—Ambas siguen con vida. Interesante. ¿Y cómo conseguiste permanecer


consciente a través de eso?

Cas no lo sabía. A ella no le importaba. Porque Laurent se había ido, y Nessa


no estaba consciente, todo lo que importaba ahora era llegar a un lugar seguro
donde pudieran atender todas sus heridas.

Sobrevivir.

Pero mientras avanzaba penosamente, ese rayo que las había rodeado antes
brilló una vez más en las esquinas de su visión.

Se dio cuenta de que se movía como si tuviera vida propia.

Se contrajo en dirección a ella y Nessa, tan rápido que Cas se tambaleó hacia
atrás en estado de shock. Ella tropezó. Con el peso de Nessa haciéndola perder
el equilibrio, cayó al suelo. Fuerte. Echó un vistazo a su alrededor y vio ese rayo
presionando desde todos los lados.

Una jaula.

Continuó contrayéndose.

267
—Vamos —siseó Cas, luchando por volver a ponerse de pie—. ¡Ahora!

—¿Eso es una orden?

—¡Sí!

—¿Te das cuenta de con quién estás hablando?

La voz apenas se había elevado por encima de un susurro y, sin embargo,


resonó a través de Cas con tanta violencia como el estallido de un trueno.

Cambió el peso de Nessa en sus brazos y se dio la vuelta.

Una nube oscura descendió ante ellas. A medida que se acercaba, parecía
que se encogía, colapsando y transformándose en la elegante forma de una mujer;
aunque cuando sus pies tocaron la arena, todavía se elevaba sobre Cas, demasiado
alta para pasar por una mujer humana. Su torso también se veía demasiado largo,
al igual que sus brazos y piernas. Sus piernas estaban ocultas debajo de un vestido
que brillaba como el mar agitado por una tormenta. Sus ojos eran de un profundo
y cautivador tono índigo. Su cabello era del color de un rayo. Su piel era tan oscura
como las nubes de las que había emergido, y cuando Cas la miró, ella... cambió.

Se oscureció aún más. Salpicaduras de gris plateado cayeron a través de


ella, chispas de blanco centellearon y murieron contra el lienzo de ébano, como
si hubiera una tormenta contenida dentro de su propio cuerpo; arremolinándose,
presionando, buscando una salida.

Así que, ¿quién más podría ser esta mujer, sino la mismísima Diosa de las
Tormentas?

Era obvio. Pero Cas no respondió, ella no parecía poder hablar y su silencio
hizo que los ojos de la Diosa se entrecerraran.

—No importa quién soy, eh. ¿Qué hay de ti? —dijo la diosa—. Primero llamas
a mis amadas bestias solo para domesticarlas cruelmente, y luego sobrevives a mi
ataque... ¿Quién eres tú, pequeña?

268
Una pregunta sencilla. Y, sin embargo, Cas no tenía una respuesta clara y
sencilla para dar, por lo que aún permaneció en silencio.

—Ven, niña, tengo otras cosas que hacer además de jugar a las adivinanzas,
contigo. ¿Me tienes tanto miedo que no puedes responder una simple pregunta?

Cas colocó suavemente a Nessa en el suelo. Luego se enderezó y dio un paso


adelante, arrancando el pañuelo de su cabeza y rostro mientras lo hacía. Quienquiera
que fuera ella, no se escondería ni se acobardaría ante esta Diosa. No cuando sus
bestias habían enterrado a su amigo.

Si la Diosa exigía un nombre, entonces le daría uno.

La furia y el dolor volvieron a arder dentro de Cas, y sus palabras salieron


como una declaración, una amenaza:

—Mi nombre es Casia Greythorne; aunque nací en Valori de Solasen. Soy la


heredera legitima y, verdadera reina de Melech, el último reino del Imperio Kethran.

La diosa la estudió por un momento, la mirada se detuvo en su pálida cabeza,


como si buscara una corona, antes de parpadear hacia la cicatriz en la línea de la
mandíbula de Cas. Luego se rio. El sonido le recordó a Cas a un pájaro asustado.

—¿Reina, dices? ¿Se supone que eso debe significar algo para mí?

Cas la fulminó con la mirada.

Más de esa risa de pájaro.

—Si has venido a exigirme un favor, pequeña reina, entonces debes saber que
yo no me meto en la política humana. La última plaga real que intentó ganarse mi
favor tuvo un final muy doloroso.

—¿Se supone que eso debe de significar algo para mí? —Cas respondió con
un gruñido—. No me importa a cuántos hayas matado. Ya sobreviví a tus bestias
y a tu magia, y he sobrevivido a cosas mucho peores en el pasado. No me asustas.

Lo último era una mentira, por supuesto, e hizo sonreír a la diosa.

269
No era una sonrisa amistosa.

—¿Esa es tu postura? —dijo la Diosa—. Qué pena.

Y luego su piel cambió una vez más, de un remolino de plata a nada más que
plata, y pronto no era más que bandas de relámpagos de color blanco plateado
con la vaga forma de una mujer. Las bandas cayeron y crujieron. Sus brazos se
estiraron de par en par y se convirtieron en alas que la elevaron hacia arriba, arriba
y más arriba antes de que se doblaran alrededor de su cuerpo, para desplegarse
nuevamente y revelar que había vuelto a transformarse enteramente en ese pájaro
relámpago.

Cas se giró y comenzó a correr de regreso hacia Nessa.

Pero no había manera de dejar atrás a la bestia que estaba por encima de ella.

Un rayo envolvió el cuerpo de Cas y la levantó; entonces estaba cayendo por


los aires, y tuvo que cerrar los ojos para protegerlos del viento, las chispas y la arena
arremolinada.

Una vez que perdió la vista, todo lo demás se desvaneció

270
Capítulo 18

Traducido por Achilles

Corregido por Tory

CAS NO PODÍA MOVERSE.

Tenía los ojos cerrados y no se abrirían, solo veía oscuridad.

Pero aún podía sentir las vibraciones de los pasos. Ella podía percibir otros
cuerpos que se movían a su alrededor. Manos tocándola. Voces hablando sobre
ella. Esas voces silenciosas hablaban en una extraña mezcla de idiomas; sólo podía
descifrar unas cuantas palabras, y no podía entender significado de ninguna de
ellas.

Ella siguió intentando moverse. Sus músculos seguían


negándose. Cada negativa traía consigo un nuevo destello de pánico. Pronto su
corazón latía peligrosamente rápido con ese pánico, por lo que trató de mantenerse
inmóvil por un momento, para calmarse antes de que su parálisis fuera completa.

Estuvo a la deriva en este estado suspendido e infernal durante lo que le


parecieron horas.
Entonces sintió algo familiar; no un toque físico, sino un frío escalofrío de
magia que la recorría. El fresco aroma del invierno le acompañó.

Y a pesar de ese frío, Cas sintió que comenzaba a descongelarse.

Sus músculos se contrajeron. Sus ojos temblaron, todavía luchando


por abrirse, todavía determinados por ver. Finalmente logró abrirlos y encontró a
Elander sentado a su lado, con los codos apoyados en las rodillas, los dedos juntos
frente a él y la cabeza inclinada, pensativo.

Su garganta todavía se sentía apretada. Su lengua, extrañamente


hinchada. Pero ella se obligó a toser, y luego las palabras la siguieron:

—Viniste.

Sus ojos se abrieron de golpe, pero solo se miró las manos cuando dijo:

—Lamento haber llegado tarde. Me temo que me retrasó ese asunto en el


norte.

Otro tosido. Las palabras parecían pegarse, amontonarse en el fondo de su


garganta.

—Pensé que te había pasado algo terrible.

—Estoy bien.

Bien.

Pero no negó que había sucedido algo terrible. ¿Por qué no? ¿Dónde había
estado? ¿Qué lo había retenido? Ella estudió su rostro, en busca de pistas. Y tal vez
fue su imaginación, pero parecía… cansado. Más exhausto de lo que jamás lo había
visto.

Ella se sentó. La habitación se inclinó y se balanceó, y ella podría haberse


estrellado contra las almohadas si no fuera por la mano que Elander deslizó contra
su espalda.

272
—Tranquila —ordenó—. La Diosa Tormenta usó su magia para paralizar
tus músculos; drené esa magia, la neutralicé esencialmente, pero no soy un
sanador. No puedo deshacer el daño que ella pueda haber causado. —Un tenue
pero inconfundible indicio de ira se adhirió a sus palabras.

Pero Cas no podía pensar en el daño que le habían hecho a ella, porque ahora
que Elander estaba de vuelta, esas imágenes que había visto justo antes de cruzar
el desierto parpadeaban en su mente una vez más.

—Tuve una visión —dijo.

—¿Una visión?

Se llevó las yemas de los dedos a la frente y entrecerró los ojos, tratando de
recordarla con más claridad.

—Una visión de Oblivion cayendo. Y había sangre contra la piedra blanca,


y sombras, y un cuerpo en el suelo. Yo… pensé que podría haber sido tuyo.

Elander se reclinó en su silla. Si su visión le preocupaba de alguna manera,


no lo demostró.

—Oblivion sigue en pie —le informó—. Y yo también, obviamente. Yo diría


que estoy en mejor forma que tú en este momento.

Tenía razón, supuso.

Ella se abrazó a sí misma y apartó la mirada de él, observando aturdida su


entorno.

No había mucho que asimilar. Estaban en una habitación con paredes azul
pálido y sin ventanas. La cama en la que se sentaba apenas calificaba como tal; era
poco más que losas de madera envueltas en finas mantas. Había una puerta de
metal frente a ella, parcialmente entreabierta, con el símbolo de Tormentas en su
centro. Cas miró ese símbolo durante un largo rato, tratando de darle sentido a todo
lo que había visto desde que se había sentado en el borde del desierto con Rhea.

273
—¿Casia? ¿Qué te pasó, precisamente?

Le tomó un buen rato encontrar la fuerza para responderle.

—Todo esto está mal. No es así como se suponía que debía llegar a Stormhaven.
Cruzamos el desierto, pero había bestias, y su magia era extraña, y las arenas se
movían y… y…

Y ahora Laurent se ha ido.

Su mano voló a su boca y la apretó contra ella, conteniendo el silencioso y


repentino sollozo que estuvo a punto de salir de su garganta.

Elander se movió para sentarse junto a ella en la cama.

—¿Y qué? —preguntó.

Ella sacudió su cabeza. No podía hablar. Porque era precisamente como le


había dicho esa noche en el lago: un vacío que se abría en su interior y se tragaba
todo lo que empezaba a decir. No podía pensar, no podía formar palabras, no
podía moverse mientras ese vacío se ensanchaba, arrastrándola hacia su oscuridad.

La habitación se estaba balanceando de nuevo.

Pero de nuevo, las manos de Elander la encontraron y la mantuvieron


firme; una contra su costado, la otra se abrió camino entre las de ella antes de que
sus dedos pudieran comenzar a golpear nerviosamente las sábanas.

—Me refería a que no se suponía que debía venir aquí como prisionera —
logró decir finalmente—. Y se suponía que no debía venir aquí sola.

—¿Qué les pasó a los otros?

Un trueno los interrumpió antes de que Cas pudiera responder. Un clamor de


pasos y voces le siguió, y Elander lentamente retiró su mano de la de ella. Se puso
de pie y se colocó entre ella y la puerta.

—La Diosa viene —dijo. Su agotamiento era aún más evidente ahora.

274
No lo había imaginado antes.

—Prepárate —murmuró—. Esto podría ponerse feo.

—¿Aún peor de lo que ya está?

—Sí. Porque no fui invitado exactamente a este refugio. En cierto modo… me


colé.

—Dijiste que tú y la Diosa Tormenta eran amigos.

—No, dije que la conocía. Gran diferencia. Aunque fuimos amigos, una vez.

—¿Qué pasó?

Él suspiró.

—Si me dices que es complicado una vez más, te apuñalaré.

—¿Con qué? —preguntó, su mirada saltando de su mesita de noche vacía a su


cuerpo, que había sido despojado de armaduras y armas por igual.

—Dame un momento y te prometo que puedo ser creativa.

Parecía que hubiera comenzado a sonreír, pero se dio la vuelta antes de que
se formara por completo, porque en ese momento la Diosa de Tormentas cruzó
la puerta, seguida rápidamente por dos figuras vestidas con túnicas blancas.

La Diosa parecía más dócil en este espacio interior, pero sólo marginalmente. Su
cabello azul pálido flotaba a su alrededor, y las muchas capas de su vestido
ondeaban violentamente, como si todo estuviera atrapado en su propia tormenta
de viento personal. Su piel ahora era de un tono humano normal, aunque todavía
era el tono más oscuro de marrón que Cas había visto jamás, y todavía se iluminaba
ocasionalmente con grietas de energía azul pálido.

Ella no prestó atención a Cas. Dio un paso directamente hacia Elander y solo
dijo una palabra:

275
—Tú.

—Hola, Nephele. —Elander le dedicó una sonrisa encantadora.

La Diosa no pareció encantada por eso.

—Tú —repitió, entrando más en la habitación y deteniéndose justo ante


Elander—. Pensé que mis sirvientes estaban mintiendo cuando me informaron que
estabas aquí, que tenía que ser una especie de broma tonta. Y luego me encontré
con dos de esos sirvientes que yacían sin vida en el suelo de afuera.

—En realidad, no están muertos, por lo que vale.

—No. ¿Pero admites que tuviste la audacia de entrar en mi dominio y


usar tu magia dentro de él, tanto para silenciar a mis guardias y como para liberar
a mi prisionera?

—No soy más que audaz.

—¿Por qué-estás-aquí?

—Porque tengo un interés personal en esta mujer que has tomado como
prisionera.

Su mirada finalmente se posó sobre Cas, y Cas luchó contra el impulso de


estremecerse.

—Por supuesto que sí —escupió la Diosa—. Otra humana problemática con


una flagrante falta de respeto por lo divino… ¿No aprendiste nada de la última vez
que mostraste interés en una criatura así?

—Aparentemente no —dijo Elander encogiéndose de hombros.

Cas quería pedir detalles sobre esa última vez, pero había muchas otras
preguntas que necesitaba hacerle a esta Diosa primero. También tenía la sensación
de que Elander podría hacer que a los dos les cayera un rayo si lo dejaba seguir
hablando, así que se abrió paso a través del dolor persistente y el mareo que sentía,
se puso de pie para intervenir.

276
—No le hagas caso —dijo en voz alta—. ¿Por qué estoy yo aquí? ¿Por qué me
trajiste a este lugar y trataste de encarcelarme?

La Diosa se volvió hacia ella y Cas se arrepintió brevemente de llamar su


atención. Era aterradora incluso en esta forma más moderada. Su piel se oscureció
cuando dio un paso hacia Cas, y chispas de esa energía azul blanquecina saltaron
de sus brazos y crepitaron en el espacio entre ellas.

—Buscaste una audiencia con la Diosa de Tormentas, ¿no es así?

—Yo…

—O eso me dijeron mis sirvientes, quienes extrajeron esta información


directamente de tus desagradables amiguitos.

—Mis… —El corazón de Cas se saltó varios latidos—. ¿Qué has hecho con
ellos? ¿Están aquí?

—Están precisamente donde merecen estar.

—¿Qué diablos significa eso?

—Significa que los encarcelé también, y se lo merecen por intentar irrumpir en


mi templo. —Se volvió hacia las dos figuras con túnica detrás de ella, murmurando
una vez más sobre una flagrante falta de respeto, y luego comenzó a hablar con
esas figuras en lo que Cas asumió que era un lenguaje tipo Tormenta.

—Dime dónde están —dijo Cas empujando a Elander y agarrando el brazo de


la Diosa.

Instantáneamente, un rayo explotó bajo su toque. Múltiples rayos torcidos


saltaron de la piel de Nephele a la de ella. Los rayos se envolvieron alrededor del
brazo de Cas y viajaron a lo largo de este antes de apartarse, solo para reunirse en
el aire frente a ella.

Con un movimiento de su mano, Nephele envolvió esos rayos en una jabalina


que apuntó al pecho de Cas.

277
Pero en lugar de golpear el pecho de Cas, chocó con la magia de Cas, con la magia
Tormenta que ella ni siquiera había convocado conscientemente; simplemente
surgió de ella para encontrarse con el poder de la Diosa, golpeando ese poder con
una fuerza que las envió a ambas tropezando hacia atrás.

La Diosa la miró fijamente por un momento antes de que comenzara a cerrar


furiosamente el espacio entre ellas nuevamente.

—Tu pequeña…

—Ella lleva tu magia, Nephele. —La voz de Elander atravesó la habitación, más
fuerte incluso que la magia que todavía chisporroteaba y crepitaba a su alrededor.

La Diosa Tormenta dejó de avanzar. Su mirada cambió entre Elander y Cas


todavía lívida, pero finalmente volvió a ignorar a Cas y miró a Elander una vez más.

—No te lo imaginabas hasta ahora; tiene la magia de la Tormenta más


poderosa que cualquier humano que haya conocido —continuó Elander, ahora más
tranquilo—. Y conoces las leyes de lo divino; esa magia significa que ustedes dos
están unidas la una a la otra.

—Oh, qué gracioso —gruñó la Diosa—, tú dándome lecciones sobre leyes,


cuando ambos sabemos que tú mismo no tienes respeto por esas cosas.

—¿Qué importa lo que respeto? Estamos hablando de ti, no de mí.

La Diosa Tormenta pareció nerviosa por una fracción de momento. E incluso


una vez que recuperó la compostura, todavía no parecía saber qué decir a este
argumento.

En serio ha dejado sin palabras a esta aterradora Diosa.

Cas no pudo evitar sentirse impresionada.

—Muéstrale otra vez, Casia —dijo Elander mirándola y hablando con una
confianza que deseaba compartir.

La habitación, ya abarrotada y pequeña, parecía apretarse a su alrededor con

278
cada respiración profunda que Cas tomaba.

Pero miró a Elander y asintió.

Ella podría hacer esto.

Todo había salido mal. Terrible, terriblemente mal y nada de acuerdo con el
plan. Pero ella estaba aquí, ¿no? Y ahora no había nada que hacer excepto levantarse
para enfrentar la situación que estaba frente a ella.

Así que extendió la mano y se concentró en convocar más de esa magia


Tormenta, a propósito esta vez. Estaba decidida a mostrar control. Para demostrarle
a esta Diosa que era capaz de manejar su magia Tormenta, incluso si ella misma
aún no lo creía del todo.

Pasaron varios segundos tensos y ni siquiera apareció una chispa.

Pero luego vino, tan repentina e intensa que provocó jadeos de las figuras
vestidas detrás de la Diosa, una exhibición más brillante que cualquier cosa que
Cas hubiera logrado hasta ahora. Se sentía como si estuviera atrayendo la energía
del refugio, y tal vez de la Diosa misma, junto con los restos de electricidad que aún
flotaban después de su anterior colisión de magia. Y todo se retorcía, se apretaba,
se fortalecía en una enorme columna de luz chispeante que llegaba hasta el techo.

Se hizo más grande.

Más pesada.

Cas luchó por mantenerse de pie. No pensar en todas las veces que esta magia
se había salido de control en el pasado…

¿Qué voy a destruir esta vez?

—Detente —ordenó la Diosa.

Cas lo intentó, pero no pudo.

—Detente —Nephele tronó.

279
Cas apretó su mano en un puño y dio un paso atrás, esperando que la magia
se moviera con ella. No fue así. Sus brazos temblaron. Sus pulmones ardían

La habitación se enfrió de repente.

Incluso cuando su propia magia la aplastaba exigiendo casi todo su enfoque,


todavía reconocía los hilos del poder de Elander entretejiéndose a través de ella. Lo
estaba neutralizando, matándolo, tal como lo había hecho para liberarla del hechizo
paralizante de Nephele. También había usado ese poder para detener su propia
magia en Oblivion. La había frustrado en ese entonces, pero ahora…

Ahora estaba agradecida por ello.

Todo pareció detenerse a excepción de la Diosa, quien lentamente dio un


paso hacia Cas. La cola de su vestido se agitó ruidosamente en el silencio.

—¿Qué eres? —La Diosa la rodeó estudiándola, antes de señalar con la cabeza
a Elander—. ¿Algún tipo de bestia demoníaca que de alguna manera se las arregló
para invocar?

—Ya te dije quién soy —gruñó Cas.

—Oh sí, por supuesto. —La Diosa hizo una


leve reverencia burlona—. Perdóneme, su alteza real.

Cas se tragó su réplica.

—Pero dije qué, no quién.

—Yo… no sé lo que soy —admitió en voz baja—. Vine aquí con la esperanza
de que pudiera ayudarme a responder eso. Esa es la razón por la que deseaba una
audiencia con usted.

Por el más breve de los momentos, Cas pensó que vio un destello de humanidad
en esos ojos índigo.

Una vez fue humana, pensó Cas, recordando la conversación que había tenido
con Elander esa noche en el lago. Tal vez pueda apelar a esa humanidad, de alguna

280
manera…

Pero entonces Nephele la despidió con un bufido y volviéndose hacia sus


sirvientes anunció:

—Quizá lleve mi magia. Pero se siente… mal. Y ella no lleva mi marca. No le di


ninguna bendición y no tengo la obligación de protegerla o ayudarla. En todo caso,
su magia antinatural es peligrosa y debería haberla matado en el desierto.

—Entonces, ¿qué se necesita para que gane su bendición? —espetó Cas.

La habitación se quedó quieta una vez más.

La Diosa la miró.

—¿Ganar?

—Haré cualquier cosa que me pida.

—¿Cualquier cosa?

—Siempre y cuando prometa dejar ir a mis amigos también.

—Cualquier cosa son palabras fuertes, tal vez deberíamos… —comenzó


Elander, pero Nephele levantó la mano. Su mirada pasó de la Diosa a sus sirvientes,
tal vez considerando las probabilidades, antes de cruzar los brazos sobre el pecho
y guardar silencio.

—Eres una cosa intrigante, ¿no es cierto? —preguntó la Diosa acercándose


a Cas. Se acercó tanto que Cas se vio obligada a mirar hacia arriba para seguir
mirándola a los ojos. Ahora no había nada humano parpadeando en esos ojos; eran
pozos de profunda nada, y Cas no pudo evitar pensar de nuevo en ese vacío que
casi la había tragado antes.

Pero ella no se inmutó ante esa oscuridad; mantuvo la barbilla levantada, su


mirada se cruzó con la de Nephele.

Finalmente, la Diosa inclinó la cabeza hacia un costado y dijo:

281
—Bien. —De alguna manera se las arregló para hacer que su sonrisa pareciera
una amenaza—. Te llevaré con tus amigos, y es posible que los recuperes… si puedes
demostrar que eres digna de alcanzarlos.

No hubo tiempo para cambiar de opinión; en un instante estaba sucediendo


tal como había sucedido en el desierto: una cuerda de relámpagos serpenteó
alrededor del cuerpo de Cas y la tiró al suelo.

Y luego se precipitó por el aire, ingrávida y sin rumbo.

Todo se convirtió en remolinos de color al principio, y luego… oscuridad. Cerró


los ojos mientras su estómago se agitaba, y los volvió a abrir solo una vez que se
detuvo bruscamente.

Flotó brevemente sobre un piso de piedra pulida antes de que la magia de


Nephele la liberara y la dejara caer bruscamente contra esa piedra. Cas frenó la
caída con las rodillas y un dolor agudo atravesó sus piernas.

Las dos figuras de blanco aparecieron segundos después, y Elander con


ellas; aterrizaron con mucha más gracia que ella. Observó a esas dos figuras por un
momento mientras se masajeaba las rodillas doloridas. ¿Eran espíritus menores que
se habían jurado a sí mismos a Nephele? Trató de recordar qué espíritus servían a
esta Diosa; había tantos seres divinos que era difícil seguirles la pista, y los eventos
de las últimas semanas la habían dejado sintiéndose aún más ignorante al respecto.

Por el momento, redirigió su atención a la batalla que tenía delante.

Estaban en una habitación tan grande y con corrientes de aire que al principio
Cas pensó que habían viajado a algún lugar afuera. Pero no; había un techo alto muy
por encima de ellos, y eventualmente la habitación terminaba en paredes vidriadas
con cristales translúcidos de color amatista. Lejos en la distancia había un arco
hecho de esos mismos cristales relucientes, y debajo había una gran puerta blanca.

Cas se puso de pie, haciendo una mueca de dolor en sus rodillas.

—¿Podemos caminar hasta donde sea que vayamos la próxima vez?

282
—¿Quieres caminar? —rio la Diosa—. Perfecto. Porque es solo un
corto paseo hasta tus amigos desde aquí. —La Diosa asintió con la cabeza hacia algo
detrás de Cas, se giró para ver que la puerta debajo del arco ahora estaba abierta.

La luz azul pálida se filtró a través de la abertura.

Se movió lentamente hacia él. Había magia a través de esa puerta, una enorme
cantidad. Podía sentirlo.

La curiosidad la mantuvo en movimiento, y al otro lado encontró un cielo


negro y extenso sobre ella y una colina empinada debajo. La colina conducía a
un enorme cañón cuyo fondo no podía ver. Extendiéndose a través de ese oscuro
abismo había un puente que parecía estar hecho completamente de esa luz azul
pálida.

—Esa es Ocalitha —dijo Nephele siguiéndola de cerca—. El Puente de las


Tormentas. Las Torres Plateadas de Stormhaven y tus amigos están al otro lado.

Nephele levantó las manos. Hizo una jaula con sus dedos. La electricidad
bailó sin esfuerzo hasta cobrar vida dentro de esta jaula, y luego arrojó toda la bola
hacia el puente. Golpeando un soporte de la estructura más cercano a donde se
encontraban.

Cas observó cómo el poder de la Diosa se hundía en las ranuras de este


soporte creando una reacción en cadena que encendía los otros soportes con más
electricidad. El resultado final fue tan brillante que fue momentáneamente cegador,
incluso desde la cima de la colina en la que se encontraban.

E incluso cuando el brillo se desvaneció, la magia de la Tormenta continuó su


camino alrededor del puente.

—Cuando la magia está en su interior, está cargado y despierto, nadie más


que yo lo puede cruzar. Ni siquiera otros dioses invasores que se encuentran en este
reino. —Nephele hizo una pausa y lanzó una mirada desagradable a Elander antes de
continuar—. Incluso los mortales que realmente llevan mi marca no pueden poner
un pie en él. Pero de alguna manera llamaste y domaste a mis bestias en la arena,

283
así que veamos si puedes domar esta magia. Si no, ten cuidado con los bordes; es un
largo camino hasta abajo si caes por el costado.

Cas dio unos pasos más cerca, hasta que pudo ver ese largo camino hacia
abajo con más claridad por sí misma.

Tenía muchos miedos. Por lo general, las alturas no se encontraban entre


ellos. Pero cuanto más miraba esa oscuridad, más comenzaba a reconsiderar su
opinión sobre el asunto; ¿qué altura tenía este puente, precisamente?

—¿Bien? ¿Todavía estás tan ansiosa por demostrar tu valía? —se burló la Diosa.

—Sí —dijo ella—. Lo estoy.

La Diosa hizo un mal trabajo al ocultar su sorpresa. Pero, por supuesto, estaba
sorprendida por la rápida respuesta de Cas.

Porque, ¿qué persona en su sano juicio cruzaría voluntariamente ese puente


de la muerte?

—Vaya, qué entretenido está resultando el día de hoy —dijo Nephele


comenzando a bajar la colina.

Cas la siguió evitando intencionalmente la mirada preocupada de Elander. Y


aun cuando llegaron al pie de esa colina, ella no se detuvo ni miró hacia él.

Dejó que su impulso la llevara hasta el puente y se subió a él sin dudarlo.

284
Capítulo 19

Traducido por Achilles

Corregido por Tory

SU PRIMER PASO TENTATIVO EN LA ESTRUCTURA ENVIÓ UNA CORRIENTE de


electricidad por su pierna.

Ella retrocedió.

La electricidad continuó siseando a través de ella levantando los vellos de la


parte posterior de su cuello y haciéndola temblar. Los truenos retumbaron en las
torres y vibraron a través de su cuerpo. Miró hacia abajo y descubrió que su mano
había comenzado a golpear un ritmo nervioso contra su muslo. Sus labios se movían,
contando silenciosamente cada golpe.

Lo había pensado antes, y ahora era más cierto que nunca: este era un infierno
diseñado específicamente para ella. Odiaba las tormentas, así que, por supuesto,
el destino la llevaría a su propia tempestad personal y la obligaría a encontrar un
camino a través de ella.

Los truenos se agotaron brevemente y pudo escuchar a la Diosa reír detrás


de ella.
Algo en esa risa empujó a Cas a moverse. Apretó los puños para evitar que
sus dedos golpetearan y se apresuró a avanzar…

Solo para ser golpeada inmediatamente por un rayo.

Aterrizó de costado en el puente. Rodó hasta detenerse y se quedó sin aliento. El


aire zumbaba, crepitaba, amenazaba con volver a golpearla. Se forzó a ponerse
de rodillas y gateó lo más rápido que pudo sobre las tablas del puente, arrastrándose
hasta la relativa seguridad al final de esas tablas.

Nephele se estaba riendo de nuevo.

Cas apretó los dientes y se puso de pie. Los relámpagos continuaron azotando
el puente, un diluvio continuo que esencialmente se había convertido en una
cortina que bloqueaba su camino hacia el otro lado.

Tiene que haber otra forma de cruzar.

Su mirada encontró esas torres de apoyo contra las que Nephele había estrellado
su magia. Seis en total. Solo las dos más cercanas a ella todavía brillaban por esa
infusión de magia Tormenta.

Y solo la sección del puente entre esos dos soportes sufría actualmente un
aluvión de rayos.

Lo que le dio una idea.

Para probarla, Cas convocó una esfera de su propia electricidad y la envió a toda
velocidad hacia la tercer torre de soporte. Se hundió en los patrones ranurados en la
cara de esa torre, y un rayo apareció sobre el soporte un momento después. Lanzar
más magia de tormenta en los recovecos de esa torre distante causó que estallaran
más relámpagos sobre ella.

Después de repetir esto varias veces, la magia de la Tormenta cambió como


ella pensó que podría, tirando y reuniéndose en esa nueva concentración de rayos
que había creado…

286
Y de repente, el camino directamente delante de ella estaba lo suficientemente
despejado como para que pudiera abrirse camino.

Corrió hacia adelante, sus manos ya brillaban con más magia lista para enviarla
a otro soporte más abajo del puente. Podía sentir esa magia empujando contra
su control amenazando con escaparse de su alcance. Pero se negó a dejarla. Ella
podía hacer esto. Había descubierto el truco y podía hacer esto…

El rugido más fuerte de un trueno retumbó en el aire.

Un rayo le siguió rápidamente volando desde la Diosa y golpeando todos los


soportes, todos a la vez.

Todo el puente se iluminó con rayos cegadores y abrasadores de magia azul


pálido.

Tiró a Cas. Y la aturdió, la paralizó brevemente, lo que le hizo imposible


aterrizar con algún tipo de control. Golpeó el puente con pies inútiles y luego se
tambaleó, tropezó, cayendo por el borde.

Su mano agarró el borde mismo del puente.

Solo cuatro dedos evitaron que se deslizara hacia la oscuridad por debajo.

Su otra mano todavía se sentía entumecida, pero se las arregló para estirarse y
tener un mejor agarre en el puente. Se quedó colgando ahí, tratando de encontrar
la fuerza para subir.

Por encima de ella, la tormenta seguía rugiendo.

Los relámpagos se hicieron más brillantes y calientes, tan


cegadoramente brillantes que tuvo que cerrar los ojos para evitar que le lloraran. La
cabeza le daba vueltas.

Y sus brazos… oh, cómo le dolían.

Si se soltaba, todo terminaría.

287
Todo podría terminar.

Ese oscuro abismo podría tragarla, y eso sería todo.

¿Quería siquiera cruzar este puente?

Asra ya se había ido. Laurent se había ido. Nessa también podría haberse ido y,
¿cuánto tiempo más antes de que este tonto viaje que había emprendido reclamara
a Rea y Zev también? ¿Y todo por qué? ¿Para poder ir a la guerra con su hermano, y
luego con una deidad incluso más terrible que la Diosa que actualmente la torturaba?

Ella no era una guerrera.

No era una reina.

¿Siquiera por qué estaba aquí?

Su cabeza se inclinó hacia su pecho, insoportablemente pesada de repente. No,


ella no era ninguna de esas cosas. Lo que era… era pesada. Y estaba cansada.

Pero ella también era una sobreviviente.

Había atravesado innumerables tormentas antes y también atravesaría esta.

Volvió a subir al puente torpemente y rodó tan lejos del borde como
pudo. Terminó de espaldas tratando de recuperar el aliento mientras el espacio
sobre ella se llenaba con más y más electricidad.

Voy a sobrevivir a esto, pensó obstinadamente.

Y lo hizo. Porque esta vez, ese conjunto de magia de Tormenta no la tocó. Iba
a golpearla, y en su lugar golpeó un escudo invisible de magia que la rebotó hacia
el aire lleno de estática.

Cas se tambaleó sobre manos y rodillas. Gateó unos cuantos metros hasta
que encontró la fuerza para ponerse de pie, luego tambalearse y finalmente para
trotar.

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La tormenta a su alrededor no cesó, pero continuó rebotando en el escudo
de magia que se había envuelto alrededor de ella. Sintió cada golpe contra
el escudo como un garrote de madera golpeando su costado lastimando su
piel. Dolía. Podía sentir el poder de ese escudo romperse, y no tenía idea de cómo
lo recuperaría si se rompía, considerando que no sabía cómo lo había convocado
en primer lugar.

Pero mantenía a raya los efectos paralizantes de la magia de la Tormenta,


lo que significaba que podía seguir moviéndose a través de cualquier dolor que
sintiera.

Y eso fue precisamente lo que hizo.

Estaba corriendo cuando llegó al otro lado. Apenas podía ver a través del
dolor que le nublaba la vista, pero pudo sentir el momento en el que bajó de ese
puente. El aire cambiando. La tormenta se calmó detrás de ella.

Había logrado cruzar.

La euforia la invadió y sintió ganas de reír a pesar del dolor. Se volvió y


miró hacia el camino que había tomado. Consideró brevemente hacer un gesto
grosero hacia esa Diosa que todavía estaba de pie, sin duda sin palabras, al otro
lado.

Sería bueno que se burlara de mí, pensó Cas.

Pero se contuvo y se volvió hacia las torres plateadas donde esperaban sus
amigos.

La Diosa apareció frente a ella en un instante, su llegada anunciada por un


trueno. Su voz hizo eco con la misma ferocidad que ese trueno:

—No fue magia tipo Tormenta la que usaste ahí.

Cas dio un paso hacia atrás, deseando saber cómo invocar la magia protectora,
fuera lo que fuera, de modo que pudiera poner una barrera entre ella y esta aterradora
Diosa.

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—Quieres mi bendición —espetó Nephele—, y, sin embargo, luchas con magia
que claramente no es mía.

Elander y los dos sirvientes vestidos de blanco, junto con otras dos personas
vestidas de manera similar, también los alcanzaron.

Pero la Diosa ignoró a todos estos recién llegados, su mirada todavía estaba
fija en Cas.

—No sé lo que eres, pero no eres del tipo Tormenta. Me atengo a lo que dije
antes: eres algo… antinatural.

Cas tragó saliva, tratando de aclarar el nudo que se estaba formando en su


garganta.

Pasaron varios segundos aterradores.

La voz de Nephele era tranquila, la primera vez que Cas sintió que podía
describirla como tal, cuando finalmente continuó.

—Pero no soy una mentirosa —dijo—. Te prometí que podrías tener a


tus amigos si podías llegar a ellos, y no te mantendré alejada de ellos.

El alivio comenzó a inundar a Cas, hasta que se dio cuenta de lo que la Diosa
no había prometido.

—Espera… ¿y qué hay de esta magia? Necesito que me ayude a entender…

—Escóltenla con los otros intrusos —dijo Nephele a sus sirvientes—. También
pueden liberar a esos intrusos. Pero no quiero tener nada más que ver con el asunto.

Y con eso, se giró y se alejó rápidamente.

Cas fue tras ella, pero dos de esas figuras vestidas de blanco se movieron sin
decir palabra para bloquear su camino. Miró a cada uno de los seres a su alrededor
exigiendo una explicación, cualquier explicación, y su mirada terminó chocando
con la de Elander.

290
—¿A dónde va?

—Quién sabe —respondió frunciendo el ceño.

Cas miró el puente mientras Nephele se abría paso a través de él. Su magia
era dócil en ese momento, pero ¿y si la Diosa cambiaba de opinión y la reactivaba?
E incluso si todos lograran cruzarlo una vez más, ¿cómo saldrían de este lugar?

¿Esa Diosa realmente los dejaría salir?

—Nos va a dejar a todos aquí para morir, ¿no es cierto?

—Hay una posibilidad decente. —Elander suspiró—. Hablaré con ella. Ve con
tus amigos.

Cas sintió un extraño tirón en su pecho ante la sugerencia. No quería ir de


nuevo por su cuenta; quería que él se quedara a su lado.

Pero era demasiado terca para admitirlo.

Entonces asintió con la cabeza. Se preparó y luego se volvió para seguir a los
sirvientes vestidos de blanco.

Esos sirvientes no hablaban. Se comunicaban solo entre ellos, y solo a través


de gestos y miradas agudas mientras conducían a Cas por un camino sinuoso que
los llevaba a una sencilla puerta de madera. Ambos pusieron una mano a cada lado
de esta puerta. La magia azul pálido se fusionó en hendiduras que Cas no había
notado de inmediato, y la puerta se abrió con un crujido.

Los sirvientes entraron inmediatamente.

Cas vaciló, porque tenía miedo.

Quizá tenía más miedo del que había tenido al pisar el Puente de las Tormentas.
Porque entrar a esta torre, y luego a cualquier habitación en la que estuvieran
retenidos sus amigos…

La obligaría a contar.

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Uno. Dos. Tres.

Quedaban tres de sus amigos, cuando una vez habían sido cinco, y eso
suponiendo que Nessa hubiera salido viva del desierto. Quizás ahora solo quedaban
dos. ¿Cómo podría enfrentarse a Rhea y Zev si fuera así?

—Por aquí, por favor —dijo la suave voz de uno de los sirvientes, hablando en
el idioma común de Kethran.

Cas tragó saliva. Estaba siendo ridícula. Si pudo cruzar el Puente de las
Tormentas, podía atravesar una puerta.

En el interior, inmediatamente se encontró en lo alto de una escalera. Estaba


mal iluminada y Cas temía perder de vista a sus guías, así que no dudó más. Los
siguió hacia abajo, hacia abajo, hacia abajo, pasando por paredes que estaban
hechas de una especie de piedra blanca. Las imágenes estaban pintadas y cinceladas
contra esas paredes: grandes murales que representaban a la Diosa Tormenta, sus
innumerables bestias hechas de rayos y varios otros seres no del todo humanos
que Cas asumió eran los sirvientes espirituales de Nephele.

Esa escalera se extendía más y más, más y más profundamente. Cas acababa
de comenzar a sospechar que tal vez nunca terminaría cuando, finalmente, lo
hizo. Se abrió a una pequeña habitación circular. Escuchó a la gente dentro de esta
habitación incluso antes de que sus ojos se acostumbraran a la iluminación…

Y luego finalmente los vio.

Su mirada encontró a Nessa primero. Viva. Eran reflejos de espejo cuando se


veían la una a la otra; ambas se congelaron a medio paso, mirando, con las manos
cubriéndose la boca con incredulidad. Cas parpadeó para eliminar las lágrimas y
echó un vistazo a la habitación.

Uno, dos, tres…

—Cuatro.

No se dio cuenta de que había dicho el número en voz alta hasta que Zev lo

292
repitió:

—¿Cuatro? Es un saludo un poco extraño, pero hola a ti también.

Era extraño. Pero Cas no podía ofrecer uno mejor en este momento, ya que
actualmente estaba sin palabras.

Porque Laurent estaba allí de pie, mirándola.

—Hola, Cas…

Ella le rodeó el cuello con los brazos y hundió la cara en su


pecho, interrumpiéndolo.

Su cabeza permaneció apoyada contra él durante mucho tiempo; parecía que


no podía alejarse de la sensación de su pecho subiendo y bajando con su respiración,
o del sonido de los latidos de su corazón.

Su corazón aún latía.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Fuiste enterrado —dijo con la voz tranquila y llena de emoción e


incredulidad—. Te vi hundirte.

—Sí. —Dio un paso atrás sonriéndole suavemente mientras le apartaba un


mechón de cabello de la cara—. Y afortunadamente me hundí en uno de esos
túneles que se alejan de ese punto de control al que estábamos intentando llegar.
Aunque, para que conste, no recomiendo acceder a esos túneles de esa manera. Los
cuidadores de ese camino no estaban encantados con la forma en la que llegué,
llevándome la mitad del techo.

—Sin embargo, todavía fueron lo suficientemente amables como para


ayudarnos a tratar nuestras lesiones —dijo Nessa.

—¿Qué hay de ti? —Rea le preguntó, su mano masajeando la gorguera de


piel alrededor del cuello de Silverfoot, calmándolo mientras miraba y gruñía a los
sirvientes aún parados al pie de la escalera—. ¿Cómo sobreviviste a esa maldad en

293
el desierto? ¿Y cómo nos encontraste aquí?

Cas respiró hondo. No quería revivir nada del día anterior; ella solo quería
seguir abrazando a sus amigos y asegurarse de que realmente fueran reales. Sólidos.
Vivos.

Pero todas sus miradas curiosas pronto se volvieron demasiado para soportar,
por lo que resumió los eventos más recientes tan rápida y claramente como pudo,
lo que ciertamente no fue muy rápido ni claro, dada la forma en que su cuerpo
todavía le dolía y su cabeza todavía giraba cada vez que ella empezaba a pensar en
todo eso.

Pero de alguna manera lo sacó todo, y cuando terminó, Nessa fue la primera
en responder.

—Yo voto que rastreemos a la Diosa y exijamos que te ofrezca más ayuda —
dijo—. ¿Qué más podrías hacer para demostrarle tu valía?

—Preferiría que saliéramos vivos de este lugar —respondió Zev—, y nos


preocupemos por el resto una vez que estemos afuera. Vivos. Y lejos de este lugar
y, solo para reiterar, vivos. Me gustaría seguir con vida.

Cas le dio una sonrisa nostálgica.

—Yo también —estuvo de acuerdo—. Pero no puedo irme de aquí sin al menos
intentar ganarme su bendición una vez más. De lo contrario, toda esta excursión no
habrá servido de nada.

Hubo murmullos tanto de acuerdo como de desacuerdo. Antes de que


pudieran decidir, el sonido de pasos llegó; un tercer sirviente, y luego un cuarto,
descendieron para unirse a los dos que ya estaban al pie de las escaleras.

Esos sirvientes encapuchados hablaban en susurros entre ellos. Cas no


reconoció el idioma en el que estaban hablando, pero el tema parecía estar causando
tensión entre ellos.

Intercambió una mirada de preocupación con sus amigos.

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Zev levantó sutilmente la mano, la miró y convocó el comienzo de un hechizo.

El sirviente más cercano a ellos miró esta llama convocada por un momento
antes de desestimarla con un bufido. Luego se apartó de los demás, levantó la
mirada hacia Cas, sonrió y habló con voz tensa:

—Mi Diosa me envió para informarte que puedes pasar la noche en su templo,
siempre y cuando prometas irte sin problemas en la mañana.

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Capítulo 20

Traducido por Achilles

Corregido por Tory

VARIAS HORAS DESPUÉS, CAS SE SENTÓ SOLA EN UNA TERRAZA EN EL templo


principal de Stormhaven. Sus amigos estaban esparcidos por las habitaciones de
abajo. Dormidos, supuso, porque ya debía de ser más de medianoche.

El guardián del refugio no había aparecido desde lo que pasó en el puente;


pero había ordenado a sus sirvientes que le proporcionaran comida y bebida, ade-
más de alojamiento; esos sirvientes se habían mostrado perfectamente compla-
cientes. La comida había sido deliciosa, y nada parecía haber sido envenenado, al
menos hasta donde Cas sabía.

Las pequeñas victorias, pensó, meciendo el contenido de su copa de vino


mientras se reclinaba en una silla de madera; una de las tantas repartidas a través
de la azotea.

La jarra de la mesa junto a ella estaba vacía. Esa copa en su mano estaba en
camino de estar vacío también, y era el tercero que había bebido hasta ahora. Lo
bebió lentamente mientras veía el cielo nocturno destellar con relámpagos.
Cada rayo en ese cielo le recordaba las victorias más importantes que aún
tenía que lograr.

Levantó una mano frente a ella. Invocó su propio pequeño rayo. Lo vio levan-
tarse de las líneas de su palma y girar en una pequeña corriente de poder.

Era bastante fácil controlar pequeñas chispas como esta.

Pero en el instante en que trató de convertirlo en algo más grande, inmedia-


tamente sintió que comenzaba la tensión. Tenía la mano acalambrada y le picaba
la piel, como si se la estuvieran estirando.

Porque esta magia es demasiado para ti y tu débil cuerpo. Tu débil mente. Eres
débil, eres débil, eres débil…

Había grandes orbes de color gris azulado colocados en cada esquina de la


cubierta en la que estaba sentada. Los cuatro estaban encendidos con pequeñas
tormentas eléctricas individuales. Frustrada, arrojó su magia a uno de esos orbes.
Provocó una breve explosión de chispas al chocar, y luego desapareció.

Tomó otro largo sorbo de la copa que tenía en la mano.

—¿Vino y magia? —vino una voz repentina—. Eso parece un desastre espe-
rando suceder.

Se volvió cuando Elander terminó de subir por la escalera que conducía a la


gran habitación de abajo.

—Parece que soy propensa a los desastres con o sin vino —dijo encogiéndose
de hombros—. Pensé que también podría darme el gusto. Además, ¿con qué fre-
cuencia uno tiene la oportunidad de que le sirvan vino por cortesía de una diosa?

Su mirada se detuvo brevemente en la jarra vacía, pero no ofreció más co-


mentarios. Caminó hasta el borde del techo y miró fijamente las oscuras crestas
del desierto durante un largo momento antes de volver a sentarse en la silla frente
a ella.

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Sus ojos siguieron cada uno de sus movimientos. Siempre parecían hacer eso,
se dio cuenta, a menos que luchara conscientemente contra eso.

—Entonces… —comenzó sintiendo la necesidad de llenar el silencio—, la con-


venciste para que no nos echara, al menos.

—Sospecho que su hospitalidad no durará mucho. Yo estaría preparado para


irme mañana temprano.

Cas frunció el ceño.

—Y, por cierto, no fui yo quien la convenció.

—Ah, ¿no?

—La impresionaste; simplemente no quiere admitirlo.

—¿Impresionada?

—¿Por qué no lo estaría? —Su mirada se elevó a la de ella, y había un destello


obvio de admiración en sus ojos.

Sus mejillas ardieron. Demasiado vino, quizás. Bajó la mirada y fingió limpiar
una mancha inexistente en la copa que sostenía mientras decía:

—De todos modos, me alegro de que estés aquí, no tuvimos muchas oportu-
nidades de hablar antes. Sobre ese asunto que te retuvo en el norte, quiero decir.

—No, no lo hicimos.

—¿Qué noticias hay de Kethra?

—Bueno… —Se reclinó en su silla estirando las piernas mientras hablaba.


Eran tan largas que su bota golpeó contra la de ella, a pesar de todo el espacio entre
ellos—. Tu hermano sigue siendo un bastardo y un tirano…

—No ayuda.

—… pero ha estado sometido por el momento. Se topó con una resistencia

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adecuada en la ciudad de Silverbank; no sólo el tipo de rebeldes con los que tú y
yo nos hemos asociado, sino un ejército extranjero real. Los soldados reclamaron
lealtad al antiguo Reino de Sadira.

—Mano Negra mencionó un rumor sobre mí y el nuevo gobernante de ese


reino caído: la princesa heredera Soryn. O parece que ahora es reina Soryn.

La mandíbula de Elander se apretó ante la mención de Mano Negra. Frotó su


mano contra ella por un momento antes de aflojarla y continuar con voz calmada:
—Varen ha dejado la mayor parte de sus demostraciones en contra de los usuarios
de magia del imperio, por el momento, pero es probable que sólo para que pudie-
ra centrarse en evaluar la amenaza que podría provenir de Sadira.

—Me pregunto cuántos soldados tiene Soryn bajo su mando en este momen-
to. ¿Suficientes para librar una guerra a gran escala contra Varen?

—Lo dudo, a menos que Sadira haya hecho un buen trabajo ocultando la
verdadera fuerza de su ejército durante los últimos años. Pensaría que ese reino
caído está demasiado dividido para montar una verdadera fuerza ofensiva. Esto
probablemente resultará sólo un desvío menor para Varen; aplastará a Sadira y lue-
go seguirá adelante.

Cas se sintió inquieta con solo pensarlo. Se puso de pie, agarrándose al res-
paldo de la silla para estabilizarse. El alcohol era mucho más fácil de manejar cuan-
do uno estaba sentado; ponerse de pie podría haber sido un error.

—¿Estás bien?

—Estoy bien. —Ella agitó una mano despectiva, que sólo la arrojó fuera de su
equilibrio aún más.

Elander se incorporó un poco más, como si se preparara para atraparla.

Ella reposicionó sus manos en la silla, y continuó antes de que él pudiera po-
nerse de pie y moverse a su lado:

—Estaba pensando, antes, en cuando usaste tu magia para drenar mis hechi-

299
zos, y también contra la parálisis de Nephele… ¿realmente no hay ninguna posibi-
lidad de que pudieras drenar también cualquier tipo de magia que proteja a Varen?

—Lo he intentado, obviamente. No tuve tanta suerte.

—Me lo imaginé. Eso habría sido demasiado fácil, supongo. —Se apartó de la
silla y se dirigió al borde del techo, tropezando solo una vez, y solo un poco mien-
tras avanzaba—. Tampoco tengo idea de cómo voy a lidiar con esa magia. Si Nephe-
le no acepta verme de nuevo, o no me ayuda, entonces no estamos más cerca de
descubrir cómo detener a Varen. ¿Y ahora va a declararle la guerra a Soryn y lo que
queda de su reino también?

Un sirviente los interrumpió entonces trayendo otra jarra de ese vino agri-
dulce y Cas la aceptó sin pensarlo dos veces.

Elander la miró con recelo, pero no dijo nada.

—Ha sido un día largo —murmuró Cas explicándose de todos modos—.


Un mes largo, en realidad.

Él asintió simpáticamente, y luego se puso de pie también, se acercó y se


apoyó contra la barandilla de piedra que corría a lo largo del borde del techo. Estaba
cerca. Lo suficientemente cerca como para atraparla si volvía a tropezar, aunque en
ese momento mantuvo las manos quietas.

Tenía la sensación de que podría arrepentirse, pero no se movió fuera de su


alcance.

Se inclinaron uno al lado del otro durante tanto tiempo que Cas terminó su
bebida y se perdió en sus pensamientos. Y luego él se movió, le rozó el codo y dijo:

—Hablando de este largo mes: lo siento.

Ella lo miró.

—¿Lo siento?

—Por… todo. No creo que lo haya dicho nunca.

300
¿Lo siente?

—¿Qué? —él dijo—. ¿Por qué me miras tan… sospechosamente?

—Porque sospecho.

Levantó la mirada al cielo, riendo suavemente y sacudiendo la cabeza.

—Y estás borracha.

—Un poco —admitió encogiéndose de hombros—. Pero estoy lo suficiente-


mente sobria como para decirte que estás equivocado.

—¿Perdón?

—Lo dijiste antes. Me dijiste que lo lamentabas cuando estábamos en Obli-


vion. —El recuerdo de ese lugar hizo que un ligero escalofrío la recorriera. Se in-
clinó lejos de la pared, con la intención de abrazarse a sí misma, y ​​su equilibrio se
tambaleó.

Su movimiento fue rápido. Sutil. Una mano firme contra una cadera, y luego
un suave toque contra la otra, de repente estaban uno frente al otro con solo unos
centímetros entre ellos.

—Y respondí que te odiaba —le recordó, su voz más suave de lo que había
querido que fuera.

—Cierto. —Deslizó una mano alrededor de la parte baja de su espalda esta-


bilizándola aún más—. Bueno, entonces estamos progresando, ¿supongo? No me
odias; simplemente sospechas de mí.

—Sospecho mucho de ti.

Él sonrió.

—No puedo imaginar por qué.

Ella siguió la mano que él tenía contra su cadera.

301
—Porque supongo que solo estás tratando de hacer que me acueste contigo
de nuevo, para empezar, y es por eso que lo sientes. Admítelo: Aún estás decepcio-
nado de que te cortara en el lago la otra noche, ¿verdad? ¿Es esa la verdadera razón
por la que volviste a verme?

—No seas ridícula.

—Sin embargo, es un poco cierto, ¿no?

Él suspiró.

—Bueno, yo también lo siento —dijo después de una pausa.

—¿Por…?

—Por tus frustraciones sexuales.

Masajeó el espacio entre sus ojos.

—Cuando eras el Dios de la Muerte…

—Sigo siendo el Dios de la Muerte.

—… Y no pudiste, ya sabes, conseguir ninguna, ¿afectó negativamente tu tra-


bajo? ¿Seguiste matando juergas para resolver tus deseos insatisfechos?

—¿Cuánto has bebido realmente esta noche?

—Eso… —tomó su vaso vacío de la barandilla y lo sostuvo entre ellos— … no


es relevante.

—No deberías tragarte de buena gana todo lo que Nephele te sirve. Todavía
no estoy convencido de que no tenga intención de matarnos a todos antes de la
mañana.

—Ella no me asusta.

—Debería.

302
—Ah, pero tengo una flagrante falta de respeto por lo divino, si recuerdas.

—¿Cómo podría olvidarlo? —Su mano todavía estaba contra la parte baja de
su espalda. Sus dedos tamborilearon distraídamente, y su mirada se centró en algo
detrás de ella cuando dijo—: Pero sí, para responder a tu pregunta, estar contigo en
el agua la otra noche fue… frustrante. Por más de una razón.

Trató de apartar la mirada de él. Falló. No debería haber respondido, pero no


pudo evitarlo:

—Podríamos hacer algo con esa frustración.

Su mirada volvió a la de ella.

Sus rodillas de repente se sintieron débiles.

—No, no podemos —dijo—. Porque estás, como ya dije, borracha.

Ella resopló.

—Si ese no fuera el caso, ten la seguridad de que resolvería todas mis frustra-
ciones contigo.

—¿Aquí mismo? ¿En medio de este lugar sagrado? —Ella fingió mirar escan-
dalizada por la idea.

La sonrisa ligeramente torcida que dio en respuesta fue incluso más peligro-
sa que su mirada. Se inclinó más cerca, y sus siguientes palabras fueron un susurro
contra su piel:

—Podríamos profanar este templo —dijo—. Y ni siquiera me importaría.

Un mareo que nada tenía que ver con el vino se apoderó de ella.

Sus labios chocaron con los de ella. No era ni siquiera un beso; solo lo sufi-
ciente de un toque para devolver la frustración que al parecer le causaba.

Luego colocó un agarre firme en su brazo y dijo:

303
—Ahora, vuelve a sentarte antes de que te caigas borracha por el techo y me
vea obligado a tratar de convencer a tus amigos que yo, en realidad, no lo hice.

—Ellos nunca te creerían.

—Mi punto exactamente —murmuró.

Se permitió que la llevara de regreso al círculo de sillas, luego que la bajara a


una, y no se opuso cuando él acercó su silla a la de ella; su cabeza nadaba demasia-
do para objetar. Cerró los ojos, tratando de detenerlo.

Un minuto después, sintió que él le quitaba la copa de vino de su agarre y


deslizaba un vaso de metal en su mano. Bebió un sorbo sin abrir los ojos e inmedia-
tamente hizo una mueca.

—¿Qué es esto?

—Se llama agua.

—Me has engañado de nuevo.

—Sí, pero por tu propio bien.

—Bueno, tiene un sabor terrible comparado con el vino.

—Bébetelo, humana ridícula.

Ella lo bebió a regañadientes. Elander vio uno de esos orbes eléctricos chispo-
rroteando y estallando en la esquina del techo, y Cas lo miró, hasta que finalmente
no pudo soportar más el silencio.

—¿Qué pasó entre tú y la Diosa Tormenta? —preguntó—. ¿Alguna vez me lo


vas a decir?

No respondió.

—¿Es tu examante o algo así? —Quería que sonara como una broma, pero
salió como una acusación.

304
Oficialmente he bebido demasiado.

Los labios de Elander se arquearon a un lado.

—¿Son celos lo que escucho en tu voz, Espina?

—Difícilmente. —La parte de atrás de su cuello ardía. Agarró su vaso de agua


con más fuerza y ​​evitó su mirada.

Él se rio.

—El vino hace que sea difícil ocultar tus verdaderos sentimientos, ¿no?

—Te odio —refunfuñó.

—No, solo lo deseas —le recordó, y ella le devolvió la sonrisa que le dio a pe-
sar de sí misma, y ​​luego cayeron en una tregua tranquila con la misma facilidad con
que habían caído en su discusión.

Pasaron varios minutos antes de que Elander volviera a hablar:

—Le pedí ayuda con algo. La obligué a hacerlo, en realidad. Éramos amigos,
como dije, y me aproveché de eso de una manera que no debería haberlo hecho.

—No me vas a contar los detalles, ¿verdad?

—Estás demasiado borracha para recordarlos, de todos modos —insistió.

—Razón de más por la que deberías seguir hablando y decírmelo; no es que


vaya a recordar esta conversación por la mañana.

Él puso los ojos en blanco.

—No importa los detalles —dijo—. Y es mi turno de hacerte una pregunta, de


todos modos: entonces, ¿a dónde irás desde aquí?

—Parece que siempre me preguntas eso.

—Pero tienes un plan, ¿verdad? ¿O estás demasiado borracha para recordarlo?

305
—No estoy tan borracha.

Arqueó una ceja.

—Rykarra no está lejos de aquí —dijo, teniendo cuidado de hablar con clari-
dad—. Otros dos días de viaje, como máximo.

—¿Vas a ver al gran rey y a la reina?

Tomó otro largo sorbo de agua y dio vueltas y vueltas al vaso en sus manos
tratando de ordenar sus pensamientos.

—Si Varen insiste en ir a la guerra conmigo, es posible que necesitemos alia-


dos, y más de lo que el reino caído de Sadira y los otros rebeldes de Kethra pueden
darnos. Y sé que el Tribunal Superior de Sundolia ya ha estado observando a Varen
de cerca; estaba en el palacio cuando enviaron un emisario para abordarlo hace
unas semanas. Varen me dijo que lo habían estado presionando sobre la Enferme-
dad que Desvanece y otros asuntos. —Ella se encogió de hombros—. Me parece una
buena idea presentarme a ese tribunal superior, supongo.

—¿Crees que serán receptivos a una alianza contigo?

—Una reina exiliada con poderes peligrosos e impredecibles, y su pandilla de


amigos siendo perseguidos por un rey emperador inestable y un dios superior ven-
gativo… Quiero decir, no puedo pensar en una razón por la que no querrían danos
la bienvenida con los brazos abiertos.

Él sonrió ante el tono seco de su voz.

—Hemos pasado por esto —dijo con un suspiro—. Soy optimista, ¿recuerdas?

—No, estás delirando.

—Es lo mismo —le recordó.

Se rio entre dientes suavemente ante este eco de sus propias palabras, de esa
conversación que habían tenido cuando se conocieron.

306
—También espero que haya más respuestas sobre… mí. Mi magia, mi extra-
ñeza o lo que sea. Esa capital es famosa por sus diversas bibliotecas e institucio-
nes académicas. Y se dice que la reina misma tiene algunos asuntos interesantes
con la magia y conexiones con lo divino…

Elander asintió, pero no habló. Tenía el ceño fruncido al pensar. ¿Pensando en


hacia dónde se dirigía a continuación, tal vez?

Iría a Rykarra.

Pero ¿y él?

Si volvía a tomar un camino por separado, ¿desencadenaría más visiones


como la que ella había tenido al borde del desierto?

El pensamiento hizo que Cas lo alcanzara antes de darse cuenta de que lo


estaba haciendo. Los reposabrazos de sus sillas estaban tan cerca que casi se toca-
ban, por lo que era demasiado fácil encontrar su mano y deslizar sus dedos por los
de él. No se resistió, pero pasó un largo rato antes de que finalmente dejara que su
brazo se relajara contra el de ella.

—Oye. —La palabra se le escapó de los labios, suave y adormecida por el


vino.

Él la miró.

—Gracias por disculparse antes —dijo.

—¿Es el vino el que habla?

—No esta vez.

Él le tomó la mano con más fuerza. Movió su cuerpo para que su cabeza
descansara mejor en el hueco de su brazo, y besó suavemente la parte superior de
su cabeza.

Cerró los ojos y aspiró su aroma.

307
—Por cierto, yo…

Levantó su mano, trazó distraídamente las líneas de su palma.

—¿Tu qué?

No quiero que te vayas.

Estaba cansada de fingir lo contrario. Y sí, quizás un poco borracha tam-


bién. Entonces ella le dijo la verdad:

—Quiero que vayas conmigo a Rykarra.

Él no respondió de inmediato, por lo que Cas se movió, estiró el cuello para


poder ver mejor su rostro. Pero no pudo leer la expresión en él. ¿Fue miedo?
¿Arrepentirse? ¿Anhelo? Fuera lo que fuera, pronto lo cubrió con una lenta sonrisa.

—Ese debe ser el vino que habla —dijo.

—No lo es —insistió.

Ella mantuvo su mirada fija en la de él, hasta que de repente se inclinaron el


uno hacia el otro, sus narices chocando, sus labios rozándose en un beso lento que
la dejó con un dolor en el pecho cuando él se apartó un momento después.

Ahuecó la curva de su mandíbula. La besó de nuevo. Se echó hacia atrás y la


estudió por un momento antes de decir:

—Me quedaré contigo todo el tiempo que pueda.

Cas asintió y ella se recostó contra él. Pero estaba preocupada por la forma en
que sus ojos se habían apartado de los de ella mientras hablaba.

Me quedaré contigo todo el tiempo que pueda.

¿Qué significaba eso?

308
EN ALGÚN MOMENTO, Cas se quedó dormida acurrucada en esa incómoda silla de
madera en el techo. Se despertó rígida y dolorida con el abrigo de Elander envuelto
sobre ella y con la vista de un sol rojo sangre colgando bajo en el cielo. Solo unas
pocas nubes oscuras y dispersas obstaculizaban la luz de ese sol.

Elander se había ido, pero la Diosa de las Tormentas estaba en el borde del
techo, mirando hacia el desierto. Escuchó a Cas moverse y miró por encima del
hombro.

—Puede que seas fuerte —reflexionó la Diosa—, pero no lo suficientemente


fuerte como para soportar tanto vino tumultuoso, al parecer.

Cas se sentó, frotándose los ojos. Le palpitaba la cabeza. ¿Cuánto de ese vino
había terminado bebiendo?

¿Y qué había en él?

—¿Qué día es hoy? —preguntó ella, aturdida.

—Sólo el siguiente. —Nephele frunció los labios—. No te envenené, si eso es


lo que estás insinuando.

Cas todavía la miraba con recelo mientras se levantaba. Dejó el abrigo de


Elander doblado en la silla y caminó hacia el lado de la Diosa, mirando a través de
la arena por sí misma. No se sentía envenenada, al menos. Solo… con resaca. Y an-
siosa por lo que ese amanecer —y el nuevo día— traería consigo.

—Pareces preocupada, pequeña —comentó Nephele después de un momen-


to.

—Porque lo estoy.

La Diosa resopló ante esto.

Cas no estaba segura de qué decir a continuación o cómo superar la tensión


incómoda que se extendía entre ellas. Quería rogarle a Nephele que la ayudara con
su magia sin perder ni un segundo más.

309
Pero era esa magia inexplicable la que había frustrado y enfurecido a la Diosa
con tanta intensidad ayer, y sacarlo a colación tan rápidamente se sentía… impru-
dente.

Quizás podría encontrar una manera de hacerlo.

Por el momento, Cas se decidió por la otra cosa que tenían en común:

—¿Elander todavía está aquí?

—Te preocupa que ya se haya levantado y te haya dejado, ¿eh?

Cas mantuvo sus ojos en las arenas salpicadas de rojo y no respondió.

Nephele rio suavemente.

—Él tiene sus tendencias, ¿no es cierto?

Por alguna razón, la piel de Cas ardió con la sugerencia.

—Es complicado.

—Hmph.

—No se iría si no tuviera que hacerlo. Responde a un poder superior, al igual


que tú. Supuse que lo entenderías.

—Me pregunto… —Nephele se volvió y apoyó la espalda contra la pared de


piedra que corría a lo largo del borde del techo. Cruzó los brazos sobre el pecho y
fijó sus tormentosos ojos violetas en Cas—. ¿Cuánto realmente entiendes acerca de
ese poder superior y la… situación en la que Elander se encuentra?

Cas se movió incómoda bajo la mirada de la Diosa, odiando la incertidumbre


que anudaba su estómago cada vez más con cada respiración que tomaba.

Nephele parecía disfrutar viéndola retorcerse. Su tono era casi alegre cuando
dijo:

—Él no te ha dicho la verdad sobre lo que lo llevó a esta situación, ¿verdad?

310
Su sonrisa era de complicidad, y Cas se sintió casi culpable por no apartarse
de ella en ese instante. Era demasiado obvio que esta Diosa tenía la intención de
crear problemas, y Cas apenas necesitaba más problemas entre ella y Elander.

Pero también estaba cansada de no tener respuestas.

Así se encontró con esa mirada tormentosa y preguntó:

—¿Usted sabe la verdad?

—Por supuesto que sé la verdad, niña.

Deja de llamarme niña, quería soltar Cas. Pero era lo suficientemente inteli-
gente como para morderse la lengua cuando eso significaba que podría sacar algo
de eso. Mantuvo su voz lo más educada posible cuando preguntó:

—¿Me lo dirá?

Nephele arqueó una ceja.

Cas contuvo la respiración mientras los segundos pasaban bajo la mirada es-
crutadora de la Diosa. Diez segundos, veinte segundos… un minuto completo, al
menos, tiempo suficiente para que ella comenzara a considerar una forma de cam-
biar de tema.

Pero entonces Nephele miró hacia el desierto y dijo:

—Ciertamente sirvo a un poder superior: la Diosa del Sol, que fue, es, la crea-
dora de toda la vida. Y su poder de creación es uno que el Dios Rook ha codiciado
durante mucho tiempo.

—¿Codiciado?

—Tanto es así que ha intentado robar ese poder muchas veces en el pasa-
do. Lo que nos lleva al asunto de Arathor. O Kerse. O Elander, o como sea que se
esté llamando ahora. —Ella echó un vistazo a Cas expectante, y esperó a que relle-
nara los huecos para sí misma.

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Cas dio vueltas a la información en su cabeza por un momento antes de que
ella comenzara a descifrarla en voz alta:

—Él sirve al Dios Rook… ¿ese dios le pidió a Elander que robara el poder da-
dor de vida de Solatis?

—Parece que no eres tan tonta como aparentas —dijo Nephele con un boste-
zo.

—Podrías haber dicho que sí o no.

—Muy bien, entonces: sí. Fue enviado por Malaphar, este es el verdadero
nombre del Dios Rook, para robarle a Solatis. Y logró tomar una parte de ese poder,
al menos. Suficiente que podría haber sido devastador en posesión del Dios Rook.

—Entonces, ¿fue Solatis quien despojó a Elander de su divinidad? Pero pensé


que él…

—Déjame terminar —dijo Nephele, algo irritada—. La Diosa del Sol no tuvo
que intervenir, porque Elander finalmente le falló a su propio dios superior.

—¿Cómo es eso?

—Al no entregar lo que robó con éxito. —Nephele guardó silencio un mo-
mento. Sus labios se curvaron con disgusto—. Había… una mujer humana. Y ese
idiota pensó que estaba enamorado de ella.

Cas frunció el ceño.

—¿Qué pasó?

—Esa mujer tenía una hermana que se estaba muriendo. Y el Dios de la Muer-
te no tiene control sobre quién vive; sólo puede causar la muerte o detenerla ocasio-
nalmente, en el mejor de los casos. Él podría haberle quitado el sufrimiento al ter-
minar con su vida, pero en su lugar quería darle una vida renovada en este mundo,
por el bien de esa mujer que amaba.

Las palabras de Elander de antes resonaron en su cabeza, de repente:

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No soy un sanador.

—¿Entonces le dio el poder que robó a esa mujer?

La Diosa Tormenta asintió.

—Ese poder se corrompió una vez que los mortales se apoderaron de él, por
supuesto. Y cuando Malaphar se enteró, los mató a ambos, a la amante y a la her-
mana, luego despojó al Dios de la Muerte de su divinidad y gran parte de su po-
der. También podría haber matado a Elander, pero la creencia entre la mayoría de
las cortes divinas es que los otros dos Moraki intervinieron y le impidieron hacer-
lo. Es siempre una tumultuosa relación, la muerte y la sustitución de un dios me-
dio, por lo que es probable que hayan hecho todo lo posible para evitarlo.

—¿La Diosa del Sol también? ¿A pesar de que le había robado?

—Solatis es un ser benévolo. Y ella tiene sus razones para las cosas. —Reve-
rencia suavizó la voz generalmente filosa de Nephele.

Qué interesante, pensó Cas, todos estos seres divinos y todas sus relaciones.

Y qué confuso.

Su mente trató de clasificar todos los diferentes fragmentos de lo divino que


había recopilado durante las últimas semanas, para entretejerlos en lo que Nephe-
le le acababa de decir. Su corazón se encogió brevemente al pensar en que Elan-
der tuviera una relación tan profunda y devastadora con esa otra mujer humana; le
molestaba por razones que no podía explicar. O razones que no quería explicar, tal
vez.

—Tantos problemas para salvar una vida… —pensó en voz alta.

No parecía encajar con el Elander que conocía, pero de nuevo…

—Una vida que finalmente fue arrebatada, de todos modos —dijo Nephe-
le con un bufido—. Pero él fue el orquestador de su propia tragedia. Era débil y pagó
el precio por ello. Todavía lo está pagando.

313
La respuesta de Cas fue rápida:

—El amor no es debilidad.

—Creo que estás equivocada, pequeña mortal.

—Y creo que eres una especie de perra, Diosa media.

—Por lo que no me disculpo. —Nephele sonrió—. Además, vaya, ¿no nos apre-
suramos a defenderlo una vez más?

Cas se erizó.

—¿Y qué si lo hago?

La Diosa solo se rio.

—Creo que entiendo por qué te quiere tanto.

—Él no… él… él no me quiere tanto.

Nephele se burló.

—Lo suficiente como para arriesgarse a la ira de su dios maestro por segunda
vez.

Cas pensó en esas líneas cansadas en el rostro de Elander. La opacidad ex-


hausta en sus ojos. La forma en que había llegado tarde y las últimas palabras que
le había dicho anoche…

Me quedaré contigo todo el tiempo que pueda.

Su garganta se cerró. Ella no podía hablar.

—Oh, ¿no se te ocurrió que él podría estar sufriendo por estar a tu lado? —
Nephele negó con la cabeza—. Si es así, me retracto de mi cumplido de antes; real-
mente eres tonta.

—En primer lugar —gruñó Cas—, esa fue una terrible excusa para un cumpli-

314
do. Y, en segundo lugar, por supuesto que se me ocurrió. Me lo ha dicho; no todo es
un secreto entre nosotros.

—Quizás no todo. —La voz de la Diosa era irritantemente presumida.

—También me dijo que ustedes dos fueron amigos, una vez —respondió Cas—
. Y que dejaron de ser amigos porque le pidió un favor que no debería haber pedido.
Eres más cercana a la Diosa del Sol que él. Ese poder suyo… ¿le ayudaste a robarlo?

Nephele apretó la mandíbula, una respuesta bastante obvia.

Así que no soy la única tonta en este techo, quería decir Cas.

Pero de nuevo, se mordió la lengua y simplemente esperó a que Nephele ha-


blara.

—Tiene una… capacidad de persuasión sobre él —murmuró finalmente la


Diosa.

—Deben haber sido muy buenos amigos, para haber ido en contra de esa
diosa a la que sirves por él.

Nephele desestimó esto con un pequeño gesto de irritación. Estuvo en si-


lencio durante mucho tiempo, presionando las yemas de sus dedos, convocando
chispa tras chispa de magia. Finalmente habló de nuevo, con los ojos todavía en
esas chispas:

—Lo que yo era para él es mucho menos interesante para mí que lo que
tú eres para él.

—¿Por qué te importa lo que soy?

Ese brillo de conspiración brilló en sus ojos una vez más.

—Me encanta estar en medio de una tormenta buena y desordenada. ¿Qué


puedo decir?

Cas miró hacia otro lado, decidida a no complacerla esta vez.

315
—Estás enamorada de él, ¿no? —preguntó Nephele.

No sé.

Cas se agarró a la barandilla de piedra frente a ella con tanta fuerza que sus
nudillos se pusieron blancos. Podía sentir a la Diosa mirándola. Luchó contra el im-
pulso de mirar hacia atrás todo el tiempo que pudo, pero finalmente miró y vio ese
júbilo casi sádico iluminando la expresión de Nephele una vez más.

—No se lo diré —dijo la Diosa con un guiño.

—No hay nada que decirle —gruñó Cas.

—¿Y sabes qué más? —Nephele continuó después de otra larga pausa—.
Creo que en realidad me agradas, pequeña. Así que te voy a dar un consejo gratui-
to, además de mi bendición: aléjate mientras puedas. Cuida tu corazón. Porque no
acabará feliz con él.

Estás equivocada, quería decir Cas.

Pero no podía hablar, porque de repente su mente se llenó de esas horribles


imágenes que había visto en el borde del desierto. Y más visiones se unieron esta
vez, también, las mismas visiones que habían perseguido sus pesadillas durante
años: ese lobo hecho de sombras, tragándose todo lo que estaba a la vista, y la Dio-
sa del Sol mirándola con una mirada agonizante en su rostro empapado de luz.

No acabará feliz.

Había señales de esto en todas partes adonde Cas miraba, y sin embargo…

Sacudió un poco la cabeza. No podía pensar en eso ahora. No quería pensar


en todo esto, o parecer más vulnerable de lo que ya había lucido ante la Diosa Tor-
menta. Entonces, en cambio, se centró en otras partes de lo que esa diosa había
dicho:

—Dijiste además de mi bendición.

—De hecho, lo hice.

316
Cas se volvió hacia ella completamente ahora, y vio como Nephele convertía
esas chispas en la punta de sus dedos en una cuerda retorcida de electricidad. Esa
cuerda se entrelazó alrededor y alrededor del brazo de la Diosa mientras continua-
ba hablando.

—Porque he estado pensando en el asunto toda la noche —dijo—, y todavía


no estoy segura de quién o qué eres, pero diré esto: todavía no he sentido ninguna
malicia en ti. Te enfrentaste a la muerte por tus amigos. Aceptas la magia dentro
de ti, aunque no tenga sentido para ti ni para nadie más. Y ahora te niegas a llamar
al amor una debilidad, incluso cuando debilitó tan claramente a alguien por quien
obviamente te preocupas. Eres… intrigante. Y siento que hay algo importante en
ti, aunque yo misma no puedo decir si ese sentimiento es bueno o malo. Pero mi
benevolente Diosa superior querría que te ayudara, creo, con la esperanza de que
eso te incline hacia el bien.

Esa banda de electricidad alrededor del brazo de la Diosa se iluminó. Se retiró


de la manga de su vestido y se elevó al aire. Se alargó, y luego se envolvió alrededor
de los brazos de Cas en su lugar.

Le hizo cosquillas, levantó todos los pequeños vellos a lo largo de la piel de


Cas, pero no fue doloroso. Podía sentir el enorme poder potencial en cada chispa;
pero ese poder solo se cernía contra ella, esperando la orden de Nephele.

Qué control tan increíble, pensó Cas.

¿Podría la bendición de esta Diosa darle ese mismo nivel de control?

—Entonces —dijo la Diosa extendiendo su mano—, al menos por mi parte,


no te enviaré de regreso a tus guerras sin cualquier ayuda que pueda darte.

Cas se quedó sin habla; apenas podía creer lo que estaba escuchando.

¿Fue esto algún tipo de truco?

¿Otra prueba?

—Tu mano —ordenó Nephele—. ¿A menos que hayas cambiado de opinión

317
acerca de querer mi ayuda?

Moviéndose lentamente por la conmoción, Cas levantó su mano y la colocó


con la de Nephele.

Las bandas de electricidad que la Diosa había envuelto alrededor del brazo de
Cas desaparecieron abruptamente.

—No ofrezco esto a la ligera —dijo la Diosa—. Recuerda eso.

Cas logró asentir.

Comenzó con un parpadeo. Y luego otro. Pequeño pero brillante; hicieron que
Cas pensara en el acero golpeando el pedernal. Chispa, chispa, chispa

Y luego esas bandas de electricidad regresaron, rodeando las manos de Cas,


sus brazos, todo su cuerpo. Daban vueltas y vueltas, envolviéndola en una tormen-
ta que le levantaba el cabello, desordenaba su ropa y la hacía sentir como si su
cuerpo se levantara del suelo. Miró hacia abajo y vio que las puntas de sus botas
apenas tocaban ese suelo.

Cuando la tormenta a su alrededor finalmente se calmó, no se sintió muy di-


ferente, aparte de una pesadez en su mano derecha y un leve zumbido que perma-
neció sobre su piel.

Pero Nephele sonreía y parecía muy complacida consigo misma.

—Ahí estás, pequeña reina. Considérate un tipo de Tormenta. Y maneja bien


esa marca y esa magia.

Cas giró su pesada mano una y otra vez, estudiando el símbolo dentado que
ahora cortaba la mitad de su muñeca derecha. Seguía esperando que desapareciera
cada vez que volteaba la mano y luego volvía a hacerlo.

Pero se mantuvo.

Nephele extendió la mano y volvió la palma hacia el cielo una vez más. Dos
pilares de electricidad se elevaron hacia arriba y luego se retorcieron hasta formar

318
una sola punta, como una espada.

—¿Juntas? —sugirió, mirando a Cas.

Entonces Cas siguió su ejemplo levantando su palma y forjando su propia es-


pada de relámpago. Requería un toque preciso, un nivel de control que nunca había
logrado antes de este momento, pero de repente lo hizo con facilidad. La forjó y la
levantó junto a la espada de la Diosa y se sintió ligera, tan fácil como sostener una
de las espadas reales con las que había pasado años entrenando.

Cuando la Diosa envió un rayo desde la punta de esa espada, Cas hizo lo mis-
mo.

—No está mal —dijo Nephele, con otra de esas sonrisas complacidas. Y luego,
con un giro de su muñeca, la espada mágica colapsó y desapareció.

Cas hizo lo mismo con su propia magia.

Tan fácil.

Se miró la mano, la marca que aún brillaba con un tinte azul pálido. Una
extraña sensación se apoderó de ella; algo entre la emoción y la inquietud que no
pudo nombrar.

—¿Puede esto romper el escudo que protege a mi hermano?

La Diosa parecía confundida, así que Cas elaboró, haciendo todo lo posible
para describir ese escudo de aparente magia que siempre aparecía cada vez que
peleaba con Varen.

Después de que hubo terminado, Nephele la miró pensativamente durante


un largo momento antes de decir:

—La magia de la Tormenta dentro de ti es fuerte, y tú también. Pero si lo que


estás enfrentando es magia de escudo, sería prudente buscar a mi hermana tam-
bién, antes de ir a la batalla con ese rey-emperador.

—¿Tu hermana?

319
— Aendryr, Diosa del Cielo. Creo que la mayoría de los humanos de este im-
perio la llaman Indre.

Cas no se había dado cuenta de que estaban relacionadas. Otro hecho nue-
vo sobre lo divino; iba a tener que empezar a escribir todas estas cosas.

—He considerado buscarla —dijo Cas—, pero no he podido encontrar ningu-


na información sobre dónde podría encontrarla.

—Sí; disfruta de su privacidad, incluso en las raras ocasiones en que honra su


refugio mortal con su presencia.

—Pero usted sabe dónde está ese refugio, estoy segura.

La Diosa sonrió.

—Lo sé.

—… Y no me lo vas a decir, ¿verdad?

—Ve y gánatelo, mi pequeña reina, igual que ganaste mi marca.

—¿Por qué todos los seres divinos son tan imbéciles? —Se lamentó Cas.

—¿Por qué todos los humanos son pequeños terrores tan necesitados y con
tanto derecho?

Cas frunció los labios; este argumento no la llevaba a ninguna parte.

Pasó un minuto, y luego Nephele dijo:

—Te diriges a Rykarra, ¿no es así?

—Sí, pero…

—Encontrarás lo que necesitas ahí.

—¿Pero es esa la ruta más rápida hacia lo que necesito? Son dos días para
llegar al menos, y luego…

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La Diosa rodó los ojos mientras la interrumpió:

—Ustedes humanos están siempre tan obsesionados con lo rápido que pue-
den lograr cosas.

Cas respiró hondo y trató de hablar con calma.

—Hay vidas en juego. Cuanto más tiempo pase sin desafiar a mi hermano,
más seguro se vuelve su control sobre el Imperio Kethran. Y ese agarre ya está
resultando mortal. Otro par de semanas podrían conducir a todos hacia fuera la
guerra, y entonces…

—Bueno, siéntete libre de empacar e irte de inmediato, si tienes tanta pri-


sa. Tienes lo que viniste a buscar, ¿no?

Cas cerró la boca de golpe. Sus dedos trazaron la marca que le había
dado Nephele y la culpa la recorrió.

—Lo siento —murmuró.

La Diosa no dijo nada a esta disculpa. Se cruzó de brazos frente a ella y miró
algo en la distancia mientras decía:

—Esa magia que usaste en mi puente… todavía estoy tratando de averiguar


lo que era. Pensé que era la magia del cielo la que te protegía, pero ese tipo de ma-
gia no suele reflejar el poder como tú lo hiciste de alguna manera.

—También he usado esa magia reflectante antes —le dijo Cas—. Aunque real-
mente no sé cómo.

—Tantas combinaciones diferentes de magia… —comenzó Nephele, más


para sí misma que para Cas. Su rostro parecía preocupado. Molesto, tal vez, por su
incapacidad para resolver las cosas.

Lo que nos hace dos, pensó Cas. Y luego dijo:

—Eso no es normal, ¿verdad?

321
—No. Para nada.

—Así que, ¿qué significa?

Nephele la consideró durante un largo momento.

—Creo… —finalmente comenzó— … que significa que debes irte lo antes po-
sible. —Ella no ofreció más explicación que esa—. Mis sirvientes pueden encargarse
de los suministros que necesites. Los humanos alrededor de este desierto siempre
están ofreciendo sacrificios para que los recolectemos; me atrevo a decir que tú y
tus amigos les sacarán más provecho de lo que yo lo haría.

Cas suspiró. Quería más respuestas y estaba claro que Nephele no tenía la
intención de darlas.

Pero esa Diosa había ayudado de otras maneras, al menos, y cuando Nephele
se dio la vuelta para irse, Cas se tragó su orgullo y gritó:

—¿Diosa?

Nephele redujo la velocidad hasta detenerse e inclinó la cara hacia Cas.

—Gracias por su ayuda.

—Ah, así que sí tienes modales —Nephele reflexionó, antes de alejarse y dejar
a Cas sola una vez más con sus turbados pensamientos.

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Capítulo 21

Traducido por Ana B.

Corregido por Tory

Tomó cuatro días —no dos— para que las calles de Cobblestone y las coloridas
cabañas de Rykarra por fin pudieran verse.

La mayor parte de la ciudad capital del reino de Sundolia estaba asentado en


un valle poco profundo, mientras que el propio palacio miraba las cosas desde la
lejana colina. Ese palacio era enorme; Cas estaba bastante lejos de esa colina, pero
ya podía ver a las variadas banderas del palacio ser azotadas por el viento junto
con varias antorchas parpadeantes. Las llamas de esas antorchas eran débilmente
visibles, incluso en aquellas altas horas de la tarde, debido al cielo nublado que
amenazaba con llover desde hace un buen tiempo.

Ese triste cielo junto a uno más largo de lo esperado, no mejoró los ánimos
ni la moral entre Cas y su grupo. Una tensión que no estaba acostumbrada a sentir
con sus amigos estaba tejiendo, lentamente, su camino entre todos ellos y parecía
crecer a medida que se adentraban más en la ciudad.

Se acercaron a un establecimiento público y se bajaron de los caballos


que Nephele les había regalado antes de que dejaran Stormhaven. Con la menor
cantidad de palabras posibles, se encargaron de sus asuntos; Zey y Rhea eran los
que hablaban la lengua sundoliana con mayor fluidez, así que ellos lidiaron con los
caballeros del lugar mientras Cas, Nessa y Laurent divagaban, no muy alejados, por
la calle.

Todas las casas que pasaban parecían tener un patrón diferente pintado a
los lados que eran hechos principalmente de ladrillos de arcilla oscura. Los ojos
de Nessa estaban muy abiertos, asimilando las coloridas formas y los torbellinos
pintados en aquellos ladrillos, pero ella mantuvo su habitual flujo de diálogo para
ella misma. Y Laurent —quien normalmente estaría aburriendo a todos con cada
dato que supiera sobre el lugar que los rodeaba— también se mantuvo en silencio.
Su mirada se desplazaba arriba y abajo de la calle buscando cualquier posible
amenaza.

Cruzando la calle había una pequeña tienda con un escaparate lleno de


cajas de pan y puestos de pastelería. Aquellas cajas y puestos estaban vacíos y
el cartel en la ventana decía “cerrado” en la lengua común de este imperio, Cas
pensó; que capturó su atención solo por el carillón de viento colgado cerca de la
puerta delantera, resonando en la húmeda brisa. El carillón estaba hecho de cinco
campanas diferentes, uno más largo que mostraba el símbolo del Dios de la Torre,
y cuatro más pequeños que tenían estampado los emblemas de los mitad dioses y
diosas que lo servían.

Su mirada capturó el símbolo del Dios de la Muerte y antes de que se diera


cuenta de lo que estaba haciendo, cruzó a calle.

Se recargó en la pared de la tienda. Levantó sutilmente su muñeca, deslizando


la manga de su abrigo lo suficiente para que pudiera ver su marca, recién dada por
la Diosa de la Tormenta.

Y ella estaba agradecida de poder verlo.

Emocionada por la manera en que parecía haber resuelto al menos una faceta
de su extraña magia.

Pero no había forma de negar que algo había cambiado desde aquellos eventos

324
en Stormhaven. ¿Cómo no podrían cambiar? Estuvieron alejados de la rutina de
estar en una misión, incluso para su experimentado grupo. Una no podía caminar a
través de los pasillos de seres inmortales y salir sin ningún cambio.

Y ahora Cas lo había hecho dos veces.

Sus encuentros con Nephele, sus asuntos con Elander y Oblivion… mucho
de eso lo había enfrentado sola. Y, aunque se ocupó en esos momentos de la mejor
manera que pudo, aun podía ver todas las preguntas no dichas en sus ojos cada vez
que la miraban.

¿En qué se estaba convirtiendo?

¿Qué si el camino que estaba siguiendo la llevaba a un lugar donde sus amigos
no podían seguirla? Ya se estaba acercando a eso…

Ella no quería hacer esto sola. Pero ya se sentía extrañamente sola mientras
estaba parada en esta calle desconocida, a pesar de que muchas personas pasaban
a su lado e incluso cuando, ocasionalmente, Nessa le ofrecía una pequeña y
alentadora sonrisa.

Esa soledad solo empeoró cuando Rhea y Zev los alcanzaron.

Cas rápidamente ocultó esa marca de Tormenta. Pero Zev ya la había visto
mirándola y mientras se le acercaba sus ojos se arrastraron hacia el símbolo de la
Muerte debajo de la cual ella estaba parada.

—¿No se suponía que nos encontraríamos con él en esta ciudad? —él preguntó.

Ni siquiera tuvo que explicar a quién se refería con él.

Elander dejó su compañía en el tercer día de viaje, para restaurar la energía


de su personal y para ocuparse de las otras misiones que su Dios superior le había
otorgado.

Ellos se iban a encontrar una vez más en esta ciudad, él ya había estado en
Rykarra varias veces en el pasado, más recientemente como favor a Varen. Durante

325
una de esas visitas, él estableció que su magia lo dejaba transportar; era uno de los
pocos poderes que aún tenía en cierta capacidad, la habilidad de transportarse.

Cas no estaba segura de que lo había entendido completamente, pero le sería


más sencillo alcanzarla, él insistió.

¿Y qué podía hacer ella? ¿Aparte de creerle y esperar lo mejor?

De todas formas, tenía otras cosas de las que preocuparse.

Pero por el momento, su desaparición solo se había sumado a esa inquietud


que parecía buscar cada oportunidad para surgir entre ella y sus amigos.

Cas se alejó de la pared sin responderle a Zev.

Ella empujó sus manos dentro de sus bolsillos encontrando el antiguo carillón
de viento de Asra, pasó su pulgar sobre el objeto mientras caminaba por la calle.

—Aparecerá. —Nessa respondió por ella siguiéndola y entrelazando su brazo


con el de Cas.

—Sigo sin estar convencido de que queremos que aparezca —dijo Zev
siguiéndolas de cerca.

—No me gusta la manera en que va y viene y te deja en la oscuridad sobre


muchas cosas. ¿Haz olvidado todas esas cosas que se negaba a decirte cuando nos
estuvimos quedando en el palacio de Varen?

—No me he olvidado de nada —respondió Cas—. Y dijimos que nos


encontraríamos en el hospedaje Riverkeep. Técnicamente aun no estamos allí.

Zev parecía estar formulando un argumento en contra de eso, pero Cas siguió
antes de que pudiera hablar.

—Aún tenemos un enemigo en común —Cass le recordó—, y si él está


ayudando a mantener a Varen bajo control mientras estamos lejos de Kethra,
entonces ¿cómo puedes estar quejándote?

326
—Porque él es un experto en quejarse —Nessa agregó.

Zev ignoró el comentario.

—Sigo sin confiar en él —dijo Zev—, y hay más que solo un enemigo en
común entre ustedes dos.

La cara de Cas enrojeció.

—Eso no es…

—Solo digo que tengas cuidado. Nadie parece querer decirlo, pero todos lo
pensamos.

—Soy muy cuidadosa.

—Ya deténganse, los dos —Rhea suspiró.

—¿Pero estás de acuerdo conmigo, cierto? —Zev le preguntó a su hermana.

Rhea no respondió, lo que significaba un sí. Cas no pudo evitar darse cuenta
de que Laurent evitaba su mirada a propósito.

Nessa seguía apretando su brazo, pero Cas sospechó que se trataba más de
empatía que estar de acuerdo con ella; Nessa probablemente seguiría apoyándola,
aunque Cas fuera acusada de asesinar a la mitad de la población de la ciudad por la
que estaban caminando.

—Esa posada está a la vuelta de la esquina más adelante —dijo Laurent


apuntando al lugar—. ¿Podemos ir y concentrarnos en nuestro siguiente movimiento,
por favor?

Todos se mantuvieron en silencio.

Cas odiaba ese silencio.

Y no había forma de evadir esa incomodidad, no importaba a donde dirigiera su


atención; el malestar entre ellos se reflejaba en la ciudad misma. Había demasiados

327
soldados patrullando las calles y más tiendas cerradas que abiertas. Las personas
que estaban fuera se desplazaban rápidamente por la calles, murmurando y
parecían seguir cada movimiento de Cas con miradas inquietas.

—Ha habido rumores de problemas viniendo del norte. —Zev les informó
cuando tuvieron suficiente espacio para no ser escuchados—. Los caballeros
estuvieron hablando de eso.

—Soryn está relacionado al gran rey. —Rhea agregó en voz baja.

—Son primos, creo; y si la tensión está creciendo entre su reino caído y las
reglas de Varen, como nos dijo Cas, entonces tiene sentido que un poco de esa
tensión se extienda hacia cualquiera que sea un aliado de Soryn y Sadira.

—Hay una posibilidad de que Varen se haya enterado de que también nosotros
nos dirigimos al sur; lo que invitaría a más problemas del norte —dijo Zev.

—Fuimos cuidadosos al cubrir nuestras huellas —insistió Nessa.

—Tal vez no lo suficientemente cuidadosos —dijo Zev encogiéndose de


hombros.

—Tendremos que ser conscientes de cómo nos acercaremos al gran rey y a


la reina —dijo Laurent—; considerando la cantidad de problemas que traemos, tal
vez y ni nos dejen entrar.

La conversación se fue apagando a medida que se acercaban a su destino y


encontraban el lugar muy lleno para seguir hablando sobre tales temas. Pero una vez
que estuvieron en lugares más privados la conversación sobre como conseguirían
una audiencia con la corte suprema de Sundolia, continuó.

Los argumentos circulaban una y otra vez, pronto Cas se irritó e inquietó.
Se disculpó anunciando que iría a dar un paseo. Había más argumentos sobre ella
yendo sola, pero últimamente todos estaban muy cansados para detenerla.

Así que ella se puso su capa encapuchada y se adentró, sola, a la tristeza del
exterior.

328
Una pequeña neblina empezó a formarse, lo cual disminuyó las escazas
multitudes aún más. Ella caminaba ignorando a varias personas, pero las que sí
trataba de ignorar no podían dejar de mirar su cabello, a pesar de que Cas mantenía
su capucha bien sujeta alrededor de su cabeza.

Y así su paseo sin sentido ganó un propósito: encontrar una tienda que venda
cristales mágicos. Del tipo Mimic en particular, así podría mezclarse de mejor
manera con la gente de aquella ciudad.

Millas de caminata no la dirigieron a ninguna tienda, lo cual no la sorprendía;


Rhea pasó mucho tiempo de su viaje llenando a Cas y los demás de los aspectos
más comunes de la cultura Sundoliana. Así que Cas sabía que la magia misma
no estaba mal vista en este imperio —todo lo contrario—, pero la gente de aquí
esperaba que usaras el don con el que naciste. Experimentar con los cristales, por
ejemplo, era generalmente mal visto. Sundolia históricamente estaba dividida en
diferentes clanes gobernantes, incluso se basaban en las marcas que mucha de su
gente llevaba.

Estas marcas divinas estaban presentes en casi todas la manos o muñecas que
Cas veía. La mayoría de las personas que pasaba usaban unos guantes especiales
que estaban cortados de tal forma que enmarcaban dichas marcas.

Rhea mencionó que aquella jerarquía regida por clanes que existieron fue
responsable de las muchas guerras que ocurrieron a lo largo de la historia de
Sundolia.

Esa práctica de ranking basada en las marcas, supuestamente debían haberse


debilitado un poco desde que el joven gran rey tomó el trono, o al menos desde que
las nuevas reglas trataban de aflojar algunas cosas.

Pero la forma en que estos Rykarrians parecían decididos dar a relucir sus
divinas conexiones, sugería que aún había trabajo que hacer. Casi todas las tiendas
y casas que pasaba también mostraban un tipo de emblema divino. Y los más
costosos —a la vista— establecimientos que ella notó, generalmente llevaban el
símbolo del Dios de la Torre o alguno de Marr que lo servían.

329
¿Qué pensarían ellos de la marca que Nephele le había dado a Cas? ¿O de su
extraña magia? Cas frunció el ceño y empujó sus manos dentro de sus bolsillos
buscando una vez más aquella pieza de Asra solo para recordar que lo había dejado
en su otro abrigo. Retiró las manos y masajeó la marca de Tormenta en su lugar.

Le causó una extraña sensación de soledad, el llevar una marca que por fuera
la hacía ver como si perteneciera a toda esta magia, mientras que por dentro sabía
que no había nada normal en esa marca o lo que su magia significaba. Separada de
sus amigos, de otras personas con magia…

Ella empezaba a sentirse como si no perteneciera a ningún lado.

Y ya estaba cansada de que la gente la mirara.

Estaba considerando darse media vuelta y regresar a la posada, hasta que


captó la presencia de un imponente y negro edificio en la distancia.

Sus ojos fueron atraídos a la parte superior del edifico, a las agujas diagonales
afilabas como alas de cuervo extendidas contra el cielo gris. Su curiosidad superó
a su molestia con las personas mirándola. Caminó adelante, rodeando una esquina
y pisando una calle pavimentada con piedras blancas y cubiertas con arbustos en
espiral.

El edificio negro asentado al final de la calle tenía su fachada pulida brillando


debido a la fina neblina. Una escalera dirigía a la entrada. La calle detrás de ella estaba
casi desierta, lo que significaba que no había nadie que la mirara boquiabierta; así
que se aventuró más lejos y trepó aquellas escaleras, deteniéndose para estudiar el
letrero de metal en la cima.

El letrero llevaba un texto en sundoliano que no reconocía. Ella jaló su capa


apretándola su alrededor y se acercó más estudiándolo, antes de llevar su mirada
a la entrada del edificio. Había dos imponentes puertas y entre ellas había una
escultura que parecía estar hecha de bronce; la cual se había ennegrecido, ya sea a
manos del tiempo o del artista, resultando en aquellas manchas negras.

La estatua era enorme, tres veces el tamaño de un hombre. Se alzaba entre

330
un mar de plumas, compartía con la estatua ese color bronce jaspeado y el acabado
negro. Una de esas plumas había sido moldeada en una pluma de escribir, que la
escultura agarraba en su mano derecha, mientras que en la otra sostenía lo que
parecía ser un tipo de fruta —un higo—. Un escudo estaba grabado en su espalda
con el divino símbolo que Cas ya se había cansado de ver.

Este no era un hombre, era un dios.

El Dios de la Torre.

Su corazón se aceleró al darse cuenta.

Pero por supuesto que tendrían estatuas de él.

El gran rey de Sundolia llevaba la marca de ese poderoso dios y fue el clan
Torre que hace tiempo había establecido ese reino como suyo. Otro potencial punto
de conexión entre Cas y el gobernante con quién pretendía tener una encuentro.

¿Con qué entusiasmo el rey adoraba a ese destructivo dios que la quería
muerta? Mientras más tiempo miraba a los vacíos ojos del dios, se sentía más a la
deriva, su ansiedad y mente crecían. Las terribles imágenes familiares —ahora—
empezaban a asaltar sus pensamientos: una torre desmoronándose, sangre contra
la blanca piedra… y entonces algo más se sumó a sus pensamientos: un vórtice de
plumas negras girando, extendiéndose, cayendo lejos y revelando así una reluciente
espada.

—El Instituto Pluma Negra —dijo una repentina voz en el lenguaje común de
Sundolia.

Cas saltó hacia el sonido. Giró y se encontró cara a cara con un apuesto
hombre de cabello negro y brillantes ojos verdes. Su expresión debió haber sido
una de confusión, porque él frunció el ceño y dijo:

—Oh, lo siento ¿no hablas Sundoliano?

—So… solo habló un poco.

331
El chico ladeó su cabeza considerando su acento.

—¿Kethran?

Ella recordaba la conversación de antes, sobre los rumores de problemas en


el norte, pero ese hombre había descubierto su acento muy rápido y algo en ese
destello inteligente de su mirada le hicieron creer que no podría engañarlo con una
mentira. Al menos no sobre este tema en particular.

Así que solo asintió.

Él le señaló el edificio detrás de ella y cuando volvió a hablar, fue en cierta


manera brusco pero una versión perfectamente entendible de la lengua Kethran.

—Impresionante ¿verdad? El nombre, por supuesto, proviene de la leyenda


del Dios de la Torre dándole conocimiento a la humanidad.

Él miró lejos de ella, esos luminosos ojos brillando mientras tomaban el


edificio que se cernía sobre ellos.

Ella ya había estudiado el edificio, así que empezó a estudiarlo a él. Su abrigo
era simple; pero finamente hecho, no se había molestado en abrochar los botones y
cierres. Su color era de un tono cobalto vibrante, los colores costosos parecían ser la
norma en las prendas de ropa en esta ciudad, su abrigo se sentía monótono al lado
del de él. Sus manos estaban envueltas en guantes, escondiendo cualquier marca
que podría llevar. Los guantes estaban libres de suciedad, pero como su abrigo, los
botones encima de sus puños se mantuvieron desabrochados. Había una pequeña
mancha de lo que parecía ser tinta en el guante izquierdo y otra mancha a juego
en su afeitada mandíbula. Limpio pero desordenado. Cas era educada, pero ya se
había distraído de la conversación por el edificio y sus características…

Encima de las puertas había más escudos parecidos al que tenía la estatua
del Dios de la Torre. Ahí fue donde la mirada del hombre permaneció fija, incluso
cuando ella preguntó.

—¿Eres uno de los escolares que estudia ahí?

332
La pregunta parecía divertirlo.

—Solo la mitad del tiempo y cuando los maestros me aceptan. Podría


convencerlos de que nos dejen entrar y tener un tour, si quieres.

Ella dudó.

Pero parecía más seguro que deambular por las calles —y quizás más seguro
que volver con sus amigos—. Además, no podía negar la curiosidad que ardía dentro
de ella, quería ver el interior de ese gran edificio.

La lluvia escogió ese momento para caer intensamente, así que cuando el
extraño volvió a sugerir que entraran, Cas accedió.

Su escolta tocó la puerta de la izquierda usando un anillo sostenido por una


escultura de ave negra con ojos penetrantes. Un hombre vestido con una bata gris
que llegaba al suelo abrió la puerta. Su escolta lo saludó y después de una breve
conversación en un lenguaje que Cas no reconocía, entraron.

Ellos pasaron juntos a través de un pequeño vestíbulo que eventualmente


se abría a una habitación circular bordeada con escaleras entrecruzadas. Estas
escaleras llevaban hasta la cima de la torre, más allá de los ventanales y coloridos
tapices, dirigían a más puertas de las que ella podía contar.

El piso de abajo donde ellos estaban solo tenía una estatua, parecida a la que
se encontraba afuera. Levantando la mirada de la parte central del suelo, sobre
ellos, Cas podía ver un techo hecho de vidrio ensombrecido por protuberancias
negras que le recordaban a alas.

El hombre de cabello negro subió por las escaleras más cercanas a él,
haciéndole señas a Cas para que lo siguiera. La curiosidad hizo que caminará
otra vez, llevándola del primer piso al segundo donde una puerta los dirigió a un
vestíbulo rebosante de gente.

—¿Cuál es tu nombre? —El hombre preguntó regresando a la lengua de su


propio imperio.

333
Ella recordó la conversación que Rhea y Zev tuvieron con los caballeros,
respondiendo con una rápida mentira.

—Mari Blackburn.

—Encantador —La mirada del hombre permaneció en ella como esperando


que dijera algo más.

Tal vez para que aclarara su mentira.

Cas se tensó.

Pero claramente, estaba siendo paranoica. Antes de que pudiera preguntar su


nombre, el hombre caminó lejos de ella. Había visto a alguien con quien necesitaba
hablar, aparentemente, además ya no se veía preocupado sobre quién era ella,
parecía haber olvidado que ella estaba ahí.

Y nadie parecía notar que ella estaba ahí.

Incluso su extraño cabello y ojos fallaron en atraer la atención, al menos


en comparación con las miradas que atraía en las calles. Los estudiantes de aquí
habían visto —o al menos leído— sobre cosas extrañas, ella pensó. Y parecía no
haber escasez de cosas más interesantes que ella dentro de aquella torre.

Deambuló por el vestíbulo con las manos en sus bolsillos, contemplando las
vistas que tenía.

Algunas puertas estaban cerradas, pero más lejos había otras abiertas que
derramaban luz cálida al vestíbulo. Esta torre parecía ser en partes iguales una
instalación de investigación y un lugar de reunión. En algunos cuartos, hombres
y mujeres caminaban inquietos mientras leían, estaban encorvados sobre mesas
estudiando o ante pequeñas audiencias dando conferencias; en otros cuartos,
grupos de personas estaban envueltos en bulliciosas conversaciones sobre tazas
de té o pipas compartidas. Los aromas de los té especiados y del humo de las pipas
mezclado con el olor de los viejos libros y la tinta en el cálido aire, la envolvían en
un forma que era… celestial.

334
Cas por un momento se arrepintió de dejar a sus amigos, solo porque deseaba
que estuvieran allí para ver ese lugar con ella.

Laurent estaría fascinado por los libros, Nessa insistiría en que participasen en
esas pipas compartidas; Rhea probablemente se hubiera sentado para el té. E incluso
Zev se habría quedado sin palabras, ella pensó; hubiera amado las características
arquitectónicas del lugar, los detalles que estaban esculpidos incluso en los lugares
más escondidos; desde las barandillas que habían sido hechas para parecerse a
plumas retorcidas y las perillas de las puertas con intrincados diseños gravados en
sus caras, hasta los ventanales que brillaban incluso en la luz del día.

El extraño que se había mostrado a ella reapareció brevemente, lo suficiente


para disculparse y decirle que era bienvenida a explorar mientras se encargaba de
algunas cosas.

No necesitó más ánimos que ese.

Deambuló con más libertad de arriba y abajo por el pasillo, luego subió a los
pisos superiores. Pasó junto a otras personas que también deambulaban libremente
perdidos en cualquier asunto por el que estuvieran ahí. Todos a su alrededor estaban
apilando libros en sus brazos, recogiendo extraños instrumentos, murmurando
pensamientos mientras clasificaban en los estantes artefactos y rarezas.

Al principio, tenía miedo de tocar cualquier cosa —todo se veía muy costoso
y antiguo— lo logró hasta que en el quinto piso finalmente vio algo que no pudo
resistir coger: una pequeña estatua de mármol de una diosa con alas que lucía
vagamente familiar.

Ella lo giró en sus manos, notando cada pequeño detalle. La diosa llevaba una
espada marcada con el símbolo de la Tormenta y un escudo marcado con símbolo
del Cielo. Ella vestía un casco con el símbolo de la Estrella y encima de su coraza
estaba una marca no muy diferente de la cicatriz de medialuna que Cas tenía en su
mandíbula.

Ella seguía con la estatua en sus manos cuando el hombre de antes la encontró
una vez más.

335
—Lo siento por eso —él dijo—, dije que te daría un tour y en vez de eso me
distraje con unos asuntos de negocios que tenía que arreglar.

—Está bien, tomé un tour por mí misma.

—¿Encontraste algo interesante? —Inclinó la cabeza hacia la diosa que


agarraba Cas.

—Ella es Solatis, ¿verdad?

—Sí.

Lo tomó en sus manos y la estudió por un momento antes de devolvérselo.

—Creo que esa pieza fue un regalo del reino de Lumerian, de parte de la reina
del Sol, Eliana.

Cas dejó que sus dedos trazaran los símbolos sobre la armadura y armas de
Solatis una vez más.

Tormenta. Cielo. Estrella. Luna.

Todas las clases de magia que Cas había mostrado de alguna forma. Y todas
ellas entregadas por la magia de la Diosa del Sol. Ella ya se había dado cuenta de
eso antes, pero no había pensado mucho en ello… o no se había permitido pensar
mucho en ello para ser precisa. Se había concentrado principalmente en la magia
de Tormenta, en lidiar con las cosas —y un tipo de magia— una a la vez.

Pero ahora esa magia de Tormenta se había asentado dentro de ella, pero ver
todos estos símbolos juntos, llevados por esta diosa superior, la volvió… curiosa.

Tenía a la Diosa del Sol como la que, por decisión propia, ¿le había dado todos
estos diferentes tipos de magia?

Si era así, ¿por qué?

—Del tipo Tormenta, ya veo —El hombre comentó, él estaba viendo su nueva
marca en su muñeca.

336
Sutilmente movió el brazo hasta que la marca estuviera fuera de su vista.

—Sí.

—No es de extrañar que estés interesada en esta estatua en particular; Solatis,


es a la que le rezas últimamente, supongo.

Era lo que uno esperaría como algo normal de alguien de la clase Tormenta,
así que mintió y dijo.

—Sí.

Él la admiró por un largo momento.

—No vemos muchos del clan Tormenta por aquí, ¿esta es tu primera vez en
Rykarra?

Ella asintió.

—Hay una habitación en el piso que está sobre esas casas, una gran cantidad
de cosas que tratan sobre la historia de ese clan. ¿Te gustaría verlo? —Parecía
fascinado con la propuesta de ahondar en su historia; ya sea por el beneficio de Cas
o sus propios intereses, ella no estaba segura.

No quería ser grosera, así que accedió, colocó la estatua de nuevo en el estante
y siguió al hombre. Era su imaginación, no tenía duda, pero no podía dejar de sentir
que la diosa la miraba irse.

Caminaron hacia una pequeña habitación cuyas paredes mostraban varios


mapas de la ciudad a través de su historia, junto con gráficos de su flora y fauna y
obras de arte que representaban momentos esenciales del pasado de dicha área.
No había ventanas, pero sí varias linternas brillantes colgadas en las esquinas y un
par de parpadeantes velas en un escritorio ubicado en un esquina que contaba con
luz adicional. El escritorio parecía haber sido usado recientemente por las velas, los
residuos de pergaminos, los libros abiertos y el desorden de una variedad de cosas.

Su acompañante fue directo a él, como si el desorden le perteneciera. Cas se

337
preguntó si esa habitación funcionaba como oficina para su tiempo escolar.

Después de un tiempo de revolver los papeles que estaban en el escritorio,


él pareció recordar que le había prometido a Cas una clase de historia; caminó al
estante más cercano reuniendo varios libros y pergaminos relacionados con el clan
Tormenta y se los ofreció a Cas. Mientras él regresaba al escritorio, Cas tomó los
libros que le parecieron más interesantes y se acomodó en el sofá apoyado en la
pared.

Se sintió muy bien —y normal— acurrucarse con un libro. Era justo lo que
necesitaba después de sentirse tan extraña y desconectada durante su paseo por la
ciudad; los libros siempre la hicieron sentir menos sola, sin importar lo que pasara
a su alrededor.

Unos minutos después, un golpe la sobresalto de su lectura.

Un chico de aspecto nervioso vistiendo una bata que parecía ser tres tallas
más grande que él, se detuvo en la entrada con sus brazos llenos de más libros.

—Los artículos que pidió, su majestad.

—Gracias Owen.

Cas miró al hombre de cabello negro que seguía inclinado hacia su escritorio,
escribiendo algo con una pluma negra.

—¿…su majestad?

Sin mirarla, el hombre se levantó. Fue hacia el chico y después de insistir en


que no necesitaba nada más del joven ansioso por complacer, tomó los libros junto
con el pequeño bolso de cuero y se despidió del chico. Cargó los artículos hasta su
escritorio y empezó a examinar cuidadosamente el contenido de aquel bolso sin
hacer comentario alguno.

Cas seguía mirándolo hasta que finalmente levantó la mirada hacia ella.

—¿Su majestad? —ella repitió.

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—Emrys Calder Valon, empleado del segundo Dios superior, Rey de las
Torres y guardián del gran Trono del imperio Sundoliano —murmuró—. Y sí, su
majestad para acortar. Ellos insistieron en usar ese término, aunque les dije que no
se preocuparan por eso.

Sintió hormiguear su piel cuando se dio cuenta.

—¿Sabes quién soy?

—Tu reputación y ciertos rumores hablan por ti.

Él parecía no sentir culpa alguna por haberla engañado.

—El maestro caballero con el que tus amigos hablaron es un viejo amigo
mío— él dijo como modo de explicación—, y muy poco sucede en esta ciudad sin
que yo me entere.

Él regresó al bolso y finalmente sacó lo que parecía ser una dorada estampita.
Buscó por su pluma, escribió unas cuantas palabras más en la nota que había
empezado desde hace algún tiempo y la dobló por la mitad.

—No estoy aquí para causar problemas —dijo Cas rápidamente—. No sé lo


que te dijo el caballero o que rumores escuchaste, pero...

—Oh, escuché algunos interesantes —La miró nuevamente. Sus expresiones


eran difíciles de leer, no eran totalmente hostiles, pero tampoco cálidas—. Pero no
hablaremos de ellos aquí. Confío lo suficiente en cada persona que trabaja aquí,
pero son unos chismosos y, además, mi esposa querría estar presente para esa
conversación.

Agarró una de las velas parpadeantes, dejó caer una gota de cera sobre la
nota doblado y lo sello con la estampita que tomó del bolso.

—Veamos… creo que esto podría sacarte del palacio sin generar ningún
problema. Le diré a los guardias que estarás viniendo para cenar ¿esta noche? —Le
alcanzó la nota sellada.

339
Ella lo tomó pensativamente, pero no encontró las palabras adecuadas para
responder.

—Tomaré tu silencio como un sí. De todas formas, considera esto como una
citación formal. Y no te vayas de esta ciudad sin hablar conmigo otra vez. ¿Ha
quedado claro?

Ella se erizó por el tono de su voz, pero asintió fríamente.

El hombre reunió sus cosas y giró hacia la puerta.

—Eres bienvenida a seguir explorando la torre, pero no tardes mucho.

Ella sentía como que debía preguntar algo.

Pero luego, la nota en sus manos se sintió tan frágil, de alguna manera como
si preguntar demasiado haría que el rey cambiará su opinión. Así que sólo dijo:

—No lo haré. Gracias.

Lo vio irse y luego miró la nota apretada en sus manos. Vio el dibujo de la
estampita, un ave con las alas extendidas.

Sus amigos y ella estaban tratando de averiguar la manera en que pudieran


reunirse con la corte de Sundolia y sin embargo aquí estaba ella.

Que afortunada coincidencia, pensó.

Sin embargo, algo en su interior le dijo que no era una coincidencia el hecho
que él la haya encontrado. Era más como si él la hubiera estado… esperándola.
Siguiéndola. Quizás esperando el momento en que estuviera sola.

Pero ¿por qué?

¿Y quién más sabía que estaba ahí?

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Capítulo 22

Traducido por Ana B

Corregido por Tory

ELANDER MANTUVO SU PROMESA. ÉL ESTABA ESPERANDO A CAS EN EL lugar


acordado cuando llegó. Estaba sentado en el banco con los brazos cruzados sobre
su pecho y su cabeza inclinada, pensando.

Cuando lo vio, Cas olvidó por un momento su extraño encuentro con el gran
rey y su aún pendiente encuentro en el palacio. En lo único que podía concentrarse,
era en Elander; en estudiarlo antes de que tuviera la oportunidad de borrar su
expresión y esconder cualquier clase de horror que tuvo que haber afrontado
durante su breve tiempo separados.

Él lucía menos cansado esta vez, Cas pudo notarlo luego de un tiempo de
estar observándolo. Sus ojos tenían ese brillo habitual, una sombra de azul que
cuando la captaron parecieron brillar aún más. Él se paró sin dudar, aparentemente
sin dificultades por el peso invisible de todos los horrores que lo presionaban. Al
menos por el momento.

—¿Me extrañaste? —él preguntó.


Sí. Cas quería lanzar sus brazos y enrollarlos a su alrededor y decirle sí, idiota
para luego ocultar su cara en su pecho, en su aroma invernal y solo quedarse ahí
por un momento.

Pero en lugar de eso solo se encogió de hombros y dijo.

—Un poco.

Ella se sacó la húmeda capucha y pasó una mano a través de su desordenado


cabello. La mirada de Elander siguió sus movimientos, estudiándola como ella hizo
con él. Cas podía sentir como el sonrojo ardía en su nuca, amenazando con llegar
a su mejillas, así que no dejó que la conversación siguiera en el tema de cuánto lo
extrañó.

—¿El imperio del norte? —ella inquirió.

—Aún intacto.

Él tomó su mano apretándola gentilmente, luego movió su pulgar a su palma


de una manera que se sintió muy íntima para un simple toque.

—¿Y la reina exiliada del imperio? —él preguntó.

—Mayormente intacta —ella respondió.

Elander aún no soltaba su mano.

—¿Mayormente?

—Ha sido un día raro. —Ella dio un paso lejos de él y lejos de las otras dos
personas que se encontraban cerca de ellos que podían estar escuchando su
conversación. Ella caminó hasta el lado del porche y se sentó en las escaleras.

Él la siguió.

—Un día raro lleno de discusiones con los demás —ella continuó en voz baja
mientras él la miraba expectante.

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—Pero espero que sus ánimos mejoren cuando les muestre esto. —Ella sacó
la carta que el rey le dio y la sostuvo entre sus dedos girándolo para que él pudiera
ver el sello real.

Pero él parecía más preocupado por lo que dijo que por la carta en su mano.

—¿Tus amigos están enojados contigo?

—No enojados, solo… —Ella se calló buscando las palabras que harían sonar
mejor lo que había dicho. No encontró ninguna.

—Bueno, tal vez sí enojados. Preocupados en su mayoría. Y tienen un montón


de preguntas.

—No estarán emocionados de verme —él supuso.

—Algunos no. —Ella frunció el ceño—. Tienen sospechas sobre ti. La manera
como vas y vienes. Los secretos que ocultas.

—Deberían sospechar.

Ella lo miró de reojo.

Él se encogió de hombros.

—¿No serían terribles amigos si no estuvieran, aunque sea un poco,


preocupados de que tengas una relación con el Dios de la Muerte?

Cas no respondió; se distrajo por un momento al oír la palabra relación.

—El que sea un dios caído o no, no es el punto —añadió, secamente.

Cas casi sonrió.

—Y para mí, no parecen terribles amigos.

—No —ella estuvo de acuerdo—. No lo son.

—Además, creo que ya establecimos que incluso tú sospechas de mí.

343
—Y con razón. —Cas estiró sus piernas más allá del límite de la vereda y vio,
por un momento, las gotas de lluvia salpicar sus botas antes de continuar.

—Lo que me lleva a la pregunta, ¿dónde haz estado exactamente? Kethra está
intacta, pero aparte de eso… ¿fuiste a Oblivion, no es así?

—Sí.

—Tara y Caden también están intactos, asumo.

—Sí.

—¿Estaba… él ahí?

Elander no respondió.

Cas mantuvo sus ojos en gotas de lluvias mientras hablaba.

—Me dijiste que la última vez que Malaphar se materializó antes que tú fue
en Oblivion. Y que su magia era, particularmente, fuerte en ese lugar.

—Estoy bien.

—No es lo que pregunté. —Ella inclinó su cabeza hacia él.

Una cansada sonrisa curvó sus labios.

—Él no estuvo ahí. Mi estadía en Oblivion fue corta y no fue más que reposo,
así que puedes dejar de preocuparte.

Ella asintió lentamente, no muy segura de lo que decía.

¿Le diría si hubiera sido sujeto de torturas de aquel dios mayor?

La fuerte y burlona voz de Nephele de repente estaba en su cabeza: ¿no se te


ocurrió que probablemente está sufriendo por el hecho de estar a tu lado?

Él tomó la carta de las manos de Cas y la estudió, sus largos dedos trazando
el sello que el rey estampó.

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—Esto es impresionante —él dijo—. Haz estado solo unas horas en la ciudad
y ya encontraste la manera de entrar al palacio.

Cambiando el asunto.

Claro que lo estaba haciendo.

Ella abrazó sus rodillas y habló.

—¿Qué puedo decir? Soy buena en lo que hago.

—Y quizás tuviste un poco de suerte —él reflexionó.

Cas sacudió su cabeza, esa inquieta sensación de antes retorcijándose en su


interior una vez más.

—Honestamente, no creo que haya sido yo o la suerte. Se sintió como si el rey


ya me hubiera estado esperando. Me dijo que había escuchado rumores sobre mí,
así que me estuve preguntando que más le habrán dicho sus informantes…

Elander frunció el ceño luciendo igual de preocupado que ella. Pronto se


perdió en sus pensamientos y Cas encontró el silencio frustrante; pero, aun así, ella
prefería este incierto silencio antes que discutir con sus amigos.

Ella no se movió de su lugar en las escaleras.

Cas levantó su mirada hacia el cielo gris. Sin truenos ni relámpagos en esta
ocasión, solo el gentil golpeteo de la lluvia contra el techo de hojalata de la posada.
Era tranquilizador. La relajaba más de lo que tenía derecho a estar debido a los
obstáculos que la acechaban. Y también era confortante, estar al lado de Elander
otra vez… incluso con todas las preguntas que había entre ellos.

Ella se acercó a él. Sus brazos se deslizaron alrededor de su cintura sin


comentarios ni dudas y ella se sintió hundirse en él, sus ojos se cerraron mientras
enterraba su cara en su abrigo, su aroma y su fuerza.

¿Por qué?

345
¿Por qué se seguía sintiendo como si encajaran perfectamente?

Después de todo lo que había pasado y a pesar de cada intento que hizo para
pelear contra él, ella aun caía fácil y completamente en él siempre que se acercaban
al otro. Cas estuvo ebria esa noche en el techo de Stormhaven, pero ahora…

Ella estaba perfectamente consciente de lo que hacía.

Se maldijo. Pero aun así no se movió. Era raro para ella sentir aquella paz y
decidió que la tomaría siempre que la tuviera, incluso si no tenía sentido.

El tiempo pasó; no estaba segura de cuánto, y sonidos de pasos interrumpieron


esa paz.

—Ahí estás. —La voz de Laurent la hizo saltar.

Su agarre en Elander se apretó con el movimiento y su brazo se enganchó con


el de él mientras su mirada se dirigía hacia Laurent y Zev que la miraban.

—Estábamos preocupados sobre a dónde fuiste. —Laurent dijo frunciendo el


ceño.

La mirada de Zev se deslizó a la mano que Elander tenía alrededor de Cas y se


quedó allí por un momento mientras su mandíbula trabajaba, diciendo:

—¿Aquí es dónde estuviste todo este tiempo?

Cas estrechó los ojos por el insinuante tono de su voz.

Ella se alejó de Elander enderezando los pliegues de su túnica. Agarró la carta


del rey y caminó.

Su mirada fija en Zev. Se sintió infantil mirarse entre ellos de aquella manera
como las miles de veces que lo hicieron cuando eran adolescentes, discutiendo
sobre tareas asignadas, postres robados o una gran cantidad de cosas estúpidas.
Asra siempre dijo que peleaban como hermanos.

Después de todo lo que había cambiado, ahí estaba aquella cosa que no lo

346
había hecho.

—Si hubieras estado preocupado, podrías haber venido a buscarme antes.


—Cas chasqueó la lengua—. Aunque no me hubieras encontrado; porque no, no
estuve aquí todo el tiempo; estaba ocupada conociendo al gran rey de Sundolia y
ganando una invitación personal a su palacio. —Ella empujó la carta del rey a las
manos de Zev.

La sorprendida mirada que cruzó, brevemente, por la cara de Zev fue muy
satisfactoria para ella.

Cas no le dio oportunidad de responder.

—Y ahora me iré a alistar para esa visita —ella dijo mientras se alejaba—. Y te
sugiero que hagas lo mismo.

HORAS MÁS TARDE, Cas y sus amigos —después de vestirse lo más presentable
posible— se acercaron a los portones de hierro negro del Gran Palacio. La lluvia
se transformó en una gran tormenta, Zev y Cas no se hablaban y la actitud que
prevaleció entre ellos fue sombría.

El rey había preparado una forma, como prometió, para que entrara al palacio.

Los guardias los estaban esperando y luego de que Cas les mostrara la carta
sellada, aquellos guardias los dejaron entrar sin protesta alguna.

Más sirvientes armados los saludaban mientras los seguían por un camino
sinuoso hasta la entrada del palacio y rápidamente estuvieron fuera de la tormenta y
dentro de un vestíbulo cubierto con macetas. Un set de puertas dobles los esperaba
al final del pasillo. La puerta de la izquierda, como era de esperar, llevaba el símbolo
del clan Rook. Frente al pájaro negro y tomando la mayor parte de la puerta opuesta,
estaba grabada la imagen del dragón serpiente; el símbolo que llevaba la gran reina.

347
Antes de que pudieran atravesar las puertas, fueron rebuscados a fondo y sus
armas fueron confiscadas. Cas, momentáneamente, se sintió ansiosa por la pérdida
de su daga y su cuchillo de la Muerte enganchado a su cinturón, hasta que se dio
cuenta que no necesitaba dagas o cuchillos mágicos, ella tenía magia que no podían
quitarle.

Ella aún no se acostumbraba a la marca de Tormenta en su muñeca ni a su


establecida versión de poderosa magia que dormía en su interior esperando a que
la usen.

Ellos pasaron desde el vestíbulo hasta un gran espacio rodeado de columnas.


Cada lado terminaba en escaleras de espiral y frente a estas había dos imponentes
puertas; puertas que dirigían a la habitación del trono, les informaron, antes de ser
conducidos rápidamente a través de él.

Al otro lado, una gran habitación se abría ante ellos; de paredes pálidas y suelos
de mármol iluminada por el cálido resplandor de las docenas de candelabros. Más
columnas como las de afuera estaban colocadas uniformemente en todo el espacio.
Los guardias en silencio estaban alineados en las paredes, al menos docenas de ellos.
La mitad tenía su mirada en Cas y sus amigos. Los demás estaban en el fondo de la
habitación, donde en una plataforma más elevada había dos tronos flanqueados a
cada lado por otras sillas ornamentadas.

Sentada en uno de estos tronos estaba una hermosa mujer, ondas de cabello
negro caían como cascada en sus hombros. Su piel bronceada contrastaba con los
pliegues de marfil suave de su vestido. Ella se reclinó casualmente con el mentón
recargado en su mano y su cabeza inclinada con interés. Una corona de plata
en su cabeza, los diamantes en el centro brillando con la luz parpadeante de los
candelabros.

La reina dragón.

Las historias de su poderosa magia y de las batallas que luchó con ella eran
bien conocidas incluso en los lugares más recónditos de Kethra.

Parecía exudar poder, incluso ahora que solo estaba sentada en silencio

348
mirando a Cas acercarse.

Otra mujer estaba sentada a su derecha de cabello rojo oscuro, cuya cara
estaba marcada por cicatrices. Cas la reconoció luego de un momento de estar
mirándola, era la misma mujer que había volado en el lomo de un dragón en el
palacio de Ciridan. Había olvidado su nombre en las semanas posteriores a aquel
incidente, pero no había olvidado aquella intensa mirada. La mujer lucía igual de
molesta que aquel día en Ciridan, como si el ceño fruncido fuera una rasgo más de
su cara.

Cas abrió el camino a través de la habitación.

Los ojos de la reina se entrecerraron al mirarla acercarse.

Ella les hizo un gesto para que se detuvieran. Se puso de pie. Los guardias
alineados en la pared se desplazaron hasta que todos estuvieron frente a Cas. Varios
de ellos se pararon muy cerca y sus manos se dirigieron a las espadas sujetadas en
sus caderas.

—Pensé que éramos invitados —Zev murmuró.

—Cállate —Rhea susurró.

—Y baja tu mano —Laurent añadió.

Zev empezó a protestar, pero una rápida patada de Nessa lo silenció. De mala
gana bajó su mano y la marca de Fuego, que empezaba a brillar con un potencial
hechizo.

La mujer pelirroja también se levantó y le habló a su reina brevemente en


un extraño idioma que parecía ser más pops y clics que palabras. Su intensa mirada
puesta en Cas, moviéndose a Elander y regresando a Cas.

—La reina no confía en tu energía —les informó.

Cas cambió su peso de un pie al otro, no sabiendo qué decir.

¿Dónde estaba el rey?

349
¿Acaso la había invitado para que la reina analizara su magia? ¿Y luego qué?
¿Ordenar su ejecución si no le gustaba lo que veía?

—¿Así que es cierto? —Laurent preguntó rompiendo la tensión y llenando el


silencio—. ¿Ella puede ver esa clase de cosas?

La pelirroja mantuvo su mirada en Cas mientras respondía en un tono algo


aburrido.

—Todo objeto, vivo o no, tiene un aura. El tipo de magia serpiente envuelta
controla esas auras. Y sí, la reina puede ver estas energías en maneras que la mayoría
no.

—Entonces, ¿está tratando de descubrir alguna forma de controlarnos? —Zev


demandó.

Las cejas de la reina se levantaron al escuchar tal acusación, evidenciando


que los había escuchado y entendido. Pero en lugar de responderle, se giró hacia
la otra mujer y le dijo algo en voz baja en el mismo idioma extraño de hace un
momento.

La pelirroja torció sus labios, luego los juntó como si ella y la reina hubieran
intercambiado una broma y estaba tratando de no reírse. Su mirada voló hacia Zev.

—La reina no tiene ninguna intención de controlarte, chico Fuego.

La reina inclinó su cabeza hacia el guardia que se encontraba más cerca de


ella y esta vez habló en la lengua común de Sundolia. El hombre asintió y les hizo
una seña a los demás guardias para que regresarán a sus posiciones junto a la pared.

La reina dio un paso al frente, la cola de su vestido se deslizaba sobre los


escalones de la plataforma, los brazaletes en su muñeca tintineaban y el sonido
resonó en toda la habitación e hicieron que los pelos en los brazos de Cas se erizaran.

La reina primero se detuvo frente a Elander.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Cas, paralizándola en su lugar.

350
¿Cómo lucía Elander a través de los ojos de la reina? ¿Qué clase de energía
emitiría un dios caído?

Tendría que ser extraña, lo suficientemente extraña para que sean arrojados
fuera del palacio o peor. De antemano habían decidido no revelar más de lo necesario
sobre los poderes de Elander o su identidad… pero fueron tontos por no asumir que
la reina y su extraña magia eran capaces de discernir esa clase de información.

Cas podía sentir la tensión en el resto de sus amigos. Pero la reina siguió
caminando, claramente cada vez más interesada por la energía que Cas desprendía.
Sus dorados ojos se encontraron con los de Cas. La reina le habló despacio y en el
idioma de Kethran.

—¿Qué eres?

Qué, no quién.

Debió haber sido su falta de familiaridad con el idioma lo que hizo que lo
dijera de tal manera, pero algo en Cas le dijo que no era así. Fue la misma pregunta
que la Diosa de la Tormenta le había planteado. E incluso ahora, después de haber
ganado la bendición de aquella diosa y el gran control que viene con ella, Cas seguía
sin saber cómo responder a tal pregunta.

La reina seguía esperando, expectante.

—N…no estoy segura —Cas respondió con la verdad—. Sé que tengo… varios
tipos de magia, lo cual no es normal.

—No, no lo es.

Cas buscó torpemente una mejor explicación.

Y entonces fueron interrumpidos por el sonido de las puertas abriéndose y


el tintineo de las armas y armaduras de los guardias cuando se giraron hacia las
puertas.

Cas también se giró, con su cuerpo aún tenso esperando por lo peor. Ella

351
ya no debería sorprenderse por nada a estas alturas. Un monstruo, un dios, más
soldados listos para matarla.

Pero lo que vio fue un niño.

Un niño que no debía tener más de tres años entró a la habitación con rápidos
y nerviosos pasos; sus ojos muy abiertos mientras se daba cuenta de toda la gente
que lo miraba. Él se encogió por la mirada de Cas y los otros extraños que estaban
en la sala del trono, así que se escondió detrás de una de las columnas. Su mirada
se lanzaba hacia la puerta y Cas tuvo la sospecha de que huía de alguien.

—Mi hijo… Enzo —dijo la reina.

Su acento seguía siendo un poco difícil de entender, pero la calidez en su voz


transcendió la barrera del idioma. Esa calidez derritió un poco de la tensión en el
aire.

Ella le hizo una señal al niño para que se acercara. El tímido niño salió de
detrás de la columna y camino hasta esconderse tras los pliegues del vestido de su
madre.

Cas empezó a cuestionarse de quién había huido, cuando un chillido le


respondió. Los guardias se movieron desconcertados, la pelirroja rio y la comisura
de la boca de la reina se alzó un poco.

—Y esa debe ser mi hija Lyra —dijo la reina.

El chillido fue rápidamente seguido por el sonido de unos pies corriendo y


luego la silueta de una segunda niña entró a la sala del trono, oscuros rizos rebotando
detrás de ella. Tenía una pequeña espada de madera apretada en su pequeño puño.

Su hermano se apresuró a esconderse detrás del trono de su madre.

La niña corrió más rápido y cuando estuvo en la plataforma donde estaban


los tronos, no se detuvo; aterrizó en una de las sillas que estaban al lado del trono
con un salto volador. El rebote la impulsó por el aire y sostuvo la espada sobre su
cabeza preparándose para caer.

352
Pero antes de que pudiera chocar con su acobardado hermano, la Reina Dragón
tranquilamente extendió una mano, hizo un movimiento y la niña se detuvo.

Su cuerpo estaba suspendido en el aire, los oscuros rizos balanceándose


alrededor de su cabeza.

La reina lucía como si ya hubiera hecho esto muchas veces.

Su hija se reía mientras flotaba debido a la magia de la reina, como si esto


fuera lo que esperaba que sucediera.

El rey entró a la sala un momento después caminando hacia ellas y luciendo


igual de desconcertado sobre la niña flotante. Él cogió a su hija del aire y la sentó
en uno de los tronos antes de tomar la espada de sus manos. Se arrodilló delante de
ella y le preguntó algo en sundoliano; de donde había conseguido aquella espada,
supuso Cas a juzgar por la manera en que la niña sonrió mostrando los dientes, sus
verdes ojos brillaban mientras apuntaba con su dedo a la culpable y alegremente
declaraba.

—¡Oda Sade!

Oda era la palabra para tía en sundoliano y la mujer pelirroja que estaba a la
izquierda de la reina —tía Sade aparentemente— suspiró.

—Se suponía que solo debía usarla en contra del maniquí de práctica en su
habitación —ella refunfuñó.

Ella seguía hablando en Kethran, probablemente como ayuda para Cas y el


resto de los confundidos invitados en la corte.

Otra mujer irrumpió en mitad de aquel momento de confusión, faldas


esmeralda revoloteaban detrás de ella. Ella lucía mayor que todos los presentes.
Elegante, pero agobiada por sus preocupaciones y quizás lo suficientemente mayor
para ser la abuela de los niños; aunque se movía con la rapidez de alguien joven.
Ella fijó una mirada severa en ambos niños y eso fue todo para que Lyra dejara de
reírse y al menos luciera arrepentida.

353
—Ama-pas, Isoni —dijo el rey soltando una risa.

Cas pensó que también había reconocido esa frase sundoliana. ¿Paz? ¿No te
preocupes? Algo relacionado con aquellas líneas.

Lo que sea que significara, la mujer llamada Isoni resopló. Ella tendió sus
brazos y ambos niños obedientemente y de manera penosa caminaron hacia ella.
Lyra trató de deslizarse para recuperar su espada, pero el rey la sostuvo fuera de su
alcance.

Isoni dijo algo en sundoliano que trajo protestas de parte de Lyra y los niños
cambiaron su penosa caminata, a través de la sala del trono, a una lenta y dramática.
Isoni rodó los ojos ante eso, pero mantuvo su brazo extendido hacia la niña, que
eventualmente lo tomó. Su hermano tomó el otro brazo. Una vez que los niños
estuvieron seguros, Isoni finalmente llevó su atención hacia los invitados parados
frente a ella.

Cas no se perdió la forma en como la mujer se tensó al ver a Elander o la


manera en cómo sutilmente se inclinaba frente a los niños como si sintiera la
necesidad de protegerlos de cualquier tipo de peligro. Cas miró como la mano de
Isoni se movía tratando de asegurar mejor al niño que hacía pucheros y se retorcía,
pensó haber captado una marca divina en su oscura piel, un familiar símbolo de
cráneo y sombras.

Tipo Hueso.

¿Qué fue lo que sintió al mirar a Elander? ¿Se dio cuenta de que el dios del
cual provenía su magia estaba parado justo a su lado? ¿O los poderes de Elander
estaban muy diluidos como para que descubrieran cuál era su verdadera identidad,
incluso aquella mujer que llevaba su marca? Cas sentía mucha curiosidad, pero no
se atrevía a tocar el tema en ese momento.

Isoni finalmente retiró su mirada de Elander y se encontró con la del rey.


Un entendimiento tácito parecía ocurrir entre ellos, el rey se excusó y las escoltó
de vuelta a la puerta. Él se quedó en la puerta por un momento, inmerso en una
conversación con la mujer que llevaba la marca de la Muerte. Cas los miró por el

354
rabillo del ojo, hasta que alguien se aclaró la garganta y la conversación que ocurría
a su derecha continuo.

—¿Gemelos? —Una sonriente Nessa preguntó.

—No, Lyra es mayor por un año.

—Aun así, son terrores idénticos —dijo Sade con un inequívoco tono de
afecto en su voz. El ceño fruncido de antes aparentemente no era permanente, una
mirada de seca diversión había tomado su lugar.

—Pero nos las arreglamos —dijo la reina.

—A penas —agregó el rey sonriendo mientras regresaba hacia ellos—. Y


muchas disculpas por eso. Somos muy poco profesionales en esta corte, ¿no es así?

Apenas y le importaba a Cas, ella se lo dijo; era una interrupción permitida


debido a la tensión presente, a pesar de que parte de esa tensión volvió a sus
músculos en cuanto captó la marca de la Muerte en la muñeca de la mujer.

—De regreso a lo que estábamos discutiendo —Laurent incitó.

—Sí, claro.

La reina miró por un tiempo las puertas como esperando que sus hijos
irrumpieran en el lugar para una gran presentación. Luego, sus dorados ojos se
fijaron una vez más en Cas.

—Como ya dije, tu energía es increíblemente… extraña. Pero eso no es lo más


impactante sobre ti, ¿verdad?

El rey lucía como si quisiera ahondar en aquellos temas, pero se distrajo por
toda la gente que estaba parada detrás de Cas. Su mirada se fijó en todos ellos por
turnos, una torcida sonrisa extendiéndose por todo su rostro como si acabara de
conocerlos por primera vez.

—¿Trajiste mucha compañía, no es así?

355
—No especificaste para cuantos era la invitación —dijo Cas un poco rígida.

—Tú tienes tu corte, yo tengo la mía.

Aunque algunos de los míos no estaban hablándome, actualmente.

—Por supuesto, son bienvenidos —dijo el rey.

—La cena está siendo preparada. Señorita Valori.

Cas casi se estremeció por el uso de su verdadero nombre, pero de alguna


manera se las arregló para quedarse quieta.

—A mi esposa y a mí nos gustaría tener una conversación privada contigo


sobre ciertos asuntos primero.

356
Capítulo 23

Traducido por Eridan

Corregido por Tory

LA REINA DRAGÓN LLEVÓ A CAS A UN ESPACIO MÁS PEQUEÑO CONECTADO al


salón del trono. Pausó después de entrar a este espacio mirando a su esposo, quien
todavía estaba junto a los tronos.

Sade se había llevado al resto de la corte de Cas, pero Elander se quedó atrás
después de insistir en tener una corta y privada conversación con el rey.

¿De qué estarían hablando?

—Ese hombre de ojos azules… —comenzó la reina asintiendo mientras veía


aquella conversación—. Alguna vez fue el capitán del ejército del rey, ¿no es así?
Recuerdo que él y su extraña energía estuvieron aquí antes, aunque no hayamos
tenido oportunidad de hablar aquella ocasión.

—Él era un capitán —Cas recalcó—. Ya no sirve a Varen.

La reina consideró esto y después se dijo tanto a sí misma como a Cas —¿Y
ahora a quién sirve?
Cas no estaba segura de cuál era la respuesta más prudente —o si tal respuesta
siquiera existía— así que no respondió.

—Sin duda tienes una corte interesante, ¿no?

Cas tragó saliva. No parecía ser una pregunta; aunque la reina la hubiera
formulado de tal manera, pero aún sentía que debería de responderle; como si
debiera de decir algo, cualquier cosa, para no dejar que el silencio se asentara entre
ella y aquella mujer poderosa.

Pero el rey las alcanzó antes de que Cas pudiera encontrar su voz, y él la llevó
aún más adentro de la habitación más pequeña donde cerró la puerta e hizo gestos
para indicarle que tomara asiento.

Había incontables sillas de las cuales escoger, todas ordenadas alrededor de


una mesa que se encontraba en el centro de la habitación. Algunos compartimentos
debajo de la mesa contenían múltiples fragmentos de pergaminos enrollados; uno
de los cuales estaba lo suficientemente desenrollado para que Cas se diera cuenta
de que era un mapa.

Había varias estatuas de deidades sobre las repisas que rodeaban la habitación.
Cas reconoció uno por sus cuernos en forma de caracol en la cabeza. Esura, el ser
divino más sagrado para los Blade, y un espíritu menor que representaba valentía.
Cas había leído en una ocasión que los bendecidos por su magia tenían una visión
inigualable en el campo de batalla; una habilidad supernatural para interpretar a
sus enemigos y planear su camino hacia la victoria durante los tiempos de guerra.

Guerra.

Este era un cuarto de guerra.

Cas sintió la gravedad de la situación abrumarla mientras se sentaba en una


de las sillas. El rey y la reina se sentaron frente a ella; el rey no desperdició ningún
momento: —Esta mañana mencioné que hay rumores que proceden tu llegada —
dijo él—. Y uno de ellos, tal vez el más preocupante, es que nosotros te invitamos
aquí. Que la Alta Corte de Sundolia le ha ofrecido refugio a la verdadera reina de

358
Melech.

El corazón de Cas dio un brinco.

—Y, considerando que has sido acusada de traición contra el Rey-Emperador


Varen —añadió la reina con voz grave—, nuestro supuesto acto de ofrecerte refugio
es técnicamente un acto de guerra. Hace tan sólo tres días una tripulación de
soldados Kethran usaron este mismo tecnicismo para justificar un ataque a nuestra
flota de barcos en el Golfo de Nyres.

—Lo siento —Cas se quedó quita, sus dedos sujetando firmemente el cojín
del asiento—. No pretendía que nada de eso pasara.

—Tal vez no. —El rey se recargó en su silla y cruzo los brazos sobre su pecho—.
Pero como alguien con sangre real, entiendes que cada cosa que hagas (incluso las
cosas no intencionales) tienen graves consecuencias, ¿verdad?

Sangre real que nunca quise. Cas guardó ese pensamiento resentido para sí
misma. No le haría ningún bien a nadie: tenía sangre real lo quisiera o no.

Así que, en lugar de quejarse, respiró profundamente y dijo: —Bien… si van a


ser acusados de tales cosas de cualquier manera, bien podrían ofrecerme refugio y
ayudarme de verdad, ¿no?

El rey pareció aguantar la risa ante tal declaración descarada.

A la reina no le hizo tanta gracia. —¿Y qué tipo de ayuda nos pedirás
exactamente? —demandó ella—. ¿Cuál es tu objetivo?

Los pensamientos de Cas eran un desastre, intricados y caóticos; pero había


ensayado esta posible conversación las suficientes veces para encontrar las palabras
adecuadas dentro de aquel caos: —Mi hermano se está volviendo loco de poder, y
está decidido a aumentar ese poder al destruir a los marcados y propagando el
miedo en todo nuestro imperio… Debe de ser detenido, primero que nada.

—Así que tú lo detendrás.

359
—Sí.

—¿Y después qué?

Y luego las cosas se ponen un poco borrosas, pensó Cas. Pero claramente esta no
era la respuesta que las dos personas frente a ella estaban buscando, así que no lo
dijo en voz alta.

—Nos mentiste sobre tu identidad cuando nos conocimos —dijo el rey—.


Algo astuto y ciertamente entendible, dadas las circunstancias; pero tampoco te
ves dispuesta a aceptar tu identidad ahora.

¿Se había dado cuenta de que su verdadero nombre la hacía encogerse?

¿Podía escuchar incertidumbre en su silencio?

Se había llamado a sí misma una verdadera reina de manera audaz cuando


se enfrentó a Nephele en el desierto, pero en ese momento estaba llena de ira y
desesperación porque quería proteger a Nessa.

Por alguna razón le era más difícil llamarse a sí misma reina en momentos
tranquilos como este.

Tampoco pensaba que podía hacer sonar una mentira convincente, así que
sólo dijo en voz baja: —¿Por qué estaría dispuesta a aceptar el gobierno de un
imperio que está al borde del colapso?

Y uno que es el objetivo de un dios vengativo, de hecho. Se guardó también este


último pensamiento para sí misma. Era la única manera en la que podía mantenerse
calmada; estaba haciendo una lista de problemas en su mente, qué cosas deberían
de ser resueltas y en qué orden. Lidiar con Varen y fortalecer el imperio primero. Y
luego el imperio puede mantenerse de pie ante cualquier dios que quiera destruirlo.

—En efecto —dijo la reina—. Nos preguntamos la misma cosa.

—Lo que nos lleva al núcleo del problema —dijo el rey—. Que es: no puedes
matar a Varen sin un plan para tomar su lugar. Conozco bien a la corte Solasen; hay

360
ciertas personas que serían más peligrosas en el trono que el mismo Varen.

—Hay otros líderes en Kethra que podrían tomar su lugar —insistió Cas—. O
que podrían al menos trabajar para poner a alguien más adecuado en su lugar.

—¿Qué líderes crees que tiene Kethran? —preguntó el rey frunciendo el ceño.

Cas se movió en su asiento, de repente dándose cuenta lo poco que de


verdad sabía sobre aquellos líderes; no había tenido interés en la política hasta
recientemente, aparte de saber lo suficiente para obtener trabajos esporádicos de
los hombres y mujeres nobles más ricos del imperio.

—El rey y la reina de lo que una vez fue el Reino de Alnor han estado
desaparecidos por años —siguió el rey Rook—. Y la última vez que escuché de las
reinas del pasado reino de Ethswen, estaban envueltas en sus propios conflictos
internos con los elfos de Moreth y Mistwilde.

—La joven reina de Sadira es su prima, ¿no es así?

—Sí. Y Soryn será una líder lo suficientemente buena con el tiempo. Pero
apenas y tiene poco más de dieciséis años, se acaba de convertir en huérfana y la
propia Sadira es un desastre; y lo ha sido por un tiempo ya.

—Y, aun así, el Reino de Melech no puede quedarse sin rumbo —añadió la
reina—. Alguien tendrá que tomar el mando.

—Yo no quiero tomar el mando.

Un silenció se instaló en la habitación.

Cas casi deseó poder tragarse de vuelta sus palabras; la verdad es que no era
su intención decirlas en voz alta, aunque eran la pura verdad. Había mantenido esa
verdad enterrada profundamente en los últimos días para evitar tropezarse con ella
mientras avanzaba…

Pero ahora se había incrustado entre ellos, como una pared demasiado alta
para escalar.

361
—Entonces no creo que podamos ayudarte —dijo la reina con calma.

—Quiero ayudar a detener a mi hermano. ¿No es eso suficiente? Yo no pedí lo


demás, sólo-

—Y nosotros no pedimos ser arrastrados a una guerra en potencia con el


Imperio Kethran —la interrumpió el rey—. Pero aquí estamos.

Más de aquel silencio atroz.

Cas se aferró a la silla debajo de ella obligando a sus dedos a mantenerse


firmes; a no dar golpecitos, a no delatar el pánico que estaba empezando a sentir.
No podía mostrar ese pánico aquí. No podía.

Alguien tocó la puerta. Ni el rey ni la reina le prestaron atención por varios


momentos, sus miradas fijas aún en Cas hasta que finalmente se volvió demasiado
fuerte e insistente para ignorarlo.

El rey se levantó, caminó hasta la puerta y la abrió. Después de una breve


conversación con el criado en el otro lado, regresó al lado de su esposa. Habló
momentáneamente con ella en Sundolian, la besó en la frente y después se excusó,
no sin antes darle una mirada rápida a Cas antes de irse. —Tienes decisiones que
tomar —le dijo—. Tal vez podríamos retomar esta conversación después de la cena.

Mientras el rey se retiraba, la reina se levantó también. —¿Caminas conmigo?

Cas no veía como negarse de manera segura.

Así que caminaron juntas, devuelta a la sala del trono y más allá, a través de
pasillos cubiertos con antorchas que parpadeaban y exhibiciones enormes de arte.
Se dio cuenta que no había aquellos retratos típicos de reyes y reinas muertos; la
mayoría eran cuadros de monumentos de cada rincón del imperio, junto con el
tapiz ocasional o busto o jarrón con los dioses y diosas.

La fuerte presencia de los guardias en la sala del trono se esparció también


por todo el palacio. Cas pensó en los incontables soldados que habían visto en la
ciudad también; ¿de verdad existía una amenaza tan grande para la ciudad?

362
¿Y cuánta de aquella agitación se relacionaba directamente con aquellos
rumores de ella —la reina rebelde y exiliada de Melech— tomando refugio aquí?

—¿Su Majestad? —Cas se atrevió a preguntar después de unos minutos de


caminar.

—Puedes llamarme Alaya.

—Um, ¿a dónde vamos?

—A ningún lado en particular.

Cas sintió que la reina estaba tratando de estudiarla mientras las dos se
movían silenciosamente. No era un sentimiento que la molestara de verdad, así
que trató de enfocar la conversación en algo que no fuera ella. —Habla Kethran más
fluidamente de lo que pensé al principio —dijo ella.

—Es mejor cuando es una conversación entre dos. —Alaya miró hacia la
sala del trono que habían dejado atrás—. Las multitudes y todos los guardias y la
pomposidad y las circunstancias de la sala del trono y todo lo demás… hacen que
me ponga nerviosa. Y Lady Sade es más fluida y propensa a hablar que yo. Así que
usualmente dejo que hable por mí.

—Parece que son muy unidas.

—Crecimos en la misma aldea, muy lejos de estos lujos y… —La reina pausó,
como si estuviera buscando la palabra correcta en Kethran—. Los confinamientos de
este palacio. Para bien o para mal.

Confinamiento.

Esa era justamente la palabra que Cas había pensado antes cuando el rey la
llamó por su verdadero nombre.

Cas siguió a la reina a una habitación que estaba decorada con ventanas de
un lado, mientras que el otro estaba lleno de varias mesas largas. Aquellas mesas
apilaban hacia arriba ramos de flores, canasta de comida y regalos envueltos de

363
todos los tamaños y formas. Dos guardias ordenaban la enorme pila. Buscando, tal
vez, cualquier cosa que pudiera representar una amenaza. Hicieron una reverencia
mientras la reina se acercaba, y luego cambiaron su trabajo a la habitación de al
lado donde había más regalos.

—¿Para qué son?

—Regalos de aniversario. La semana entrante se celebran cinco años desde


que Emrys, el rey y yo, nos casamos. —La reina tomó una cajita envuelta en papel
plateado y delineó el intrincado moño que la adornaba, una mirada distante en sus
ojos dorados y cafés—. Estas cosas siguen llegando de parte de la gente de la ciudad
y de más allá.

—Parece que sus súbditos la adoran.

La reina se rio suavemente. —Algunos de ellos.

—¿Algunos?

—No soy… ¿cómo decirlo…? la reina que la mayoría de ellos esperaba. El clan
Serpiente no es particularmente bien recibido en este imperio, históricamente. —
La reina levantó su mano y Cas observó como un dragón se enroscaba en su piel,
como las brasas de un fuego brillando frente a sus ojos. Nunca había visto una
marca divina como esta; invisible un momento y tan brillante como las flamas el
siguiente.

—Nuestra magia ha sido temida durante mucho tiempo —continuó la


reina—. Y el anterior rey supremo intentó de hecho acabar con todos nosotros…
Una historia realmente larga y dolorosa.

—Conozco partes de esa historia. Sabe, la gente habla de usted incluso en mi


tierra.

—Lo sé. —La reina entrecerró los ojos y dirigió la mirada hacia la cajita en
sus manos, como si parte de ella sintiera que no era real, incluso que nada de su
historia era real—. Es extraño pensar que lo que he hecho, lo que voy a hacer, podría
resonar a través de la historia y a través de imperios. ¿No crees?

364
—Sí —contestó Cas—. Y no creo querer aceptar ninguna corona por esa
misma razón.

La reina asintió, una compresión asentándose entre las dos. Incluso una
chispa de familiaridad. Volteó a ver a Cas y dijo: —¿Cómo puedo ayudar?

Cas pensó por un momento. —Dígame lo que vio más temprano cuando me
miró. La energía en la que no confiaba… ¿cómo era?

La reina colocó el regalo de vuelta en la pila y volvió su atención por completo


a Cas. La estudió por varios latidos y luego dijo: —Hay muchos hilos de color
diferente que te rodean. Algunos los reconozco porque los he visto antes: la energía
de las clases del Sol, de la Luna, de las Estrellas, de las Tormentas y del Cielo. Pero
hay un sexto hilo que no reconozco.

—¿Y ese es en el que no confía?

Alaya asintió. —Pero es como tú dijiste, muchas magias. Nunca había visto
algo así sin… causas no naturales detrás.

Cas miró la mano de la reina. El símbolo de la Diosa de la Serpiente ya había


desaparecido de su mano. —Su magia es diferente de otros también, ¿cierto? O eso
escuché.

—Sí.

—Pero no es diferente… ¿cómo la mía?

La reina frunció el ceño. —Lo que te rodea a ti se siente como algo que nunca
he sentido antes.

Otro callejón sin salida en la búsqueda de respuestas.

Cas ladeó su cabeza hacia otro lado tratando de esconder su frustración.

La reina lo vio de todas maneras. —Te ves decepcionada.

—Pensé que tendríamos algo en común, nada más.

365
—¿En común?

—Desde que esta magia empezó a despertar dentro de mí, supongo que he
estado buscando a alguien como… bueno, como yo. No le tengo miedo a la magia
como mi hermano y otros en mi imperio. Simplemente quiero que sea… magia
normal que entiendo. —Cas dudó. Había planeado ser más cuidadosa con sus
palabras mientras estaba dentro del palacio, pero algo en la reina la hacía querer
seguir hablando—. Fui… fui a las Dunas de los Relámpagos en el Desierto Cobos.
Hablé con la Diosa de las Tormentas y me dio su bendición. —Levantó su marca de
tipo Tormenta.

La reina abrió los ojos. —Han pasado décadas desde que esa diosa le concedió
una audiencia a un mortal.

—Así es. Pero, aunque me ayudó un poco a calmar esta magia de Tormenta
que tengo, no pudo decirme de dónde viene, o por qué la tengo, y ella tampoco
pensó que era normal.

—¿Y preferirías encajar en algún lugar? ¿Ser común?

Cas no podía negar aquello.

La reina asintió de nuevo en la misma manera considerada que antes, como


si lo entendiera un poco.

Dejaron los regalos atrás y se adentraron más en los pasillos del palacio y,
después de varios minutos, la reina dijo: —Supongo que yo también quería eso,
hace mucho tiempo.

—¿Pero cambió de opinión?

—Sí.

—¿Por qué?

La reina se detuvo. Su mirada se desvió hacia el final del pasillo donde se


encontraban, hacia un retrato de ella misma y el rey, cada uno sosteniendo a uno

366
de sus hijos. Luego volteó a ver de nuevo a Cas, arqueó una ceja y dijo: —Porque las
mujeres comunes no se convierten en reinas.

Un hormigueo bajó por la columna de Cas, y no pudo decidir si aquel


sentimiento que se apoderó de ella era bueno o malo.

—En algún momento tendrás que decidir por ti misma en quién te vas a
convertir —le dijo la reina Sundoliana—. Ahora, si me disculpas, tengo que
asegurarme de que mis hijos no molesten a los cocineros, o volcar la cena que está
siendo preparada. Encontrarás el camino hacia el salón de banquetes principal si
sigues por este pasillo. —La reina asintió hacia ella de manera educada antes de
irse, y desapareció en un pasillo más estrecho a la derecha.

Cas se dirigió hacia el salón de banquetes, pero sólo se quedó lo suficiente


para aceptar un vaso de agua de un criado servicial. Después su inquietud la llevó
de vuelta a explorar más del palacio que parecía consistir en un número infinito de
escaleras y habitaciones.

Se encontró con la reina otra vez después de poco tiempo; después de su


paseo sin rumbo, Cas se topó con un tramo de pasillo que daba al jardín interior.
La reina había encontrado a sus hijos y los tres estaban paseando por dicho jardín.
Más bien, la reina estaba paseando, mientras que los niños estaban corriendo,
tropezándose y empujándose el uno al otro fuera del camino y riéndose.

—Se ven felices, ¿no es cierto? —dijo una voz repentina. Cas levantó la vista
para ver a Nessa caminando hacia ella aferrándose a una bebida.

—Sí, es cierto. —Cas sonrió melancólicamente. No era su intención mirarlos


fijamente, pero sus ojos eran atraídos hacia aquellos niños una y otra vez. No podía
evitar preguntarse si alguna vez se rio de esa manera con Varen.

Probablemente no.

—¿Estás pensando en tu hermano? —supuso Nessa.

Cas se encogió de hombros, pero Nessa la conocía lo suficiente para saber


que su acción significa sí.

367
—Yo también he estado pensando en mi familia —dijo Nessa. Se recargó
sobre la barandilla y observó a los niños con una pequeña sonrisa en su cara por
un momento antes de continuar—: No porque quiero, ¿sabes? Pero porque hay una
parte de mí que siempre está… esperando. La parte de mí que sabe que mis padres
están ahí afuera, en algún lado. Y, además, en este mismo imperio, por lo menos
hasta donde sé. —Nessa alejó la mirada de la escena que se desarrollaba abajo, y
la volteó hacia una puerta con un panel de cristal en la distancia, una puerta que
parecía llevar a un balcón.

—¿Aire fresco? —sugirió Cas.

Nessa aceptó. Una vez estuvieron en aquel balcón, se encontraron frente a


un bosque cubierto de niebla. La lluvia había parado, y destellos de la luz de la luna
partían ocasionalmente lo que quedaba de las nubes que se movían ligeramente.
Las afueras de la ciudad apenas visibles en la distancia, sus calles iluminadas por
linternas que brillaban siniestramente en la noche brumosa.

Cas y Nessa se quedaron de pie mientras escuchaban los sonidos del bosque
por varios minutos, y luego Nessa continuó con su conversación de antes: —
Mi familia no me rechazó tan violentamente como tu hermano y los demás te
rechazaron, ya lo sé, pero no… no sé. Supongo que siempre pensé que vendrían a
buscarme en algún momento, cuando se asentaran en dondequiera que estén. —
Nessa se encogió de hombros y tomó un sorbo de su vaso—. Es como si estuvieran
felices de deshacerse de mí.

—Lo siento —dijo Cass. No había pensado en eso últimamente, pero sabía
que los padres de Nessa se habían ido a algún imperio sureño hace algunos años—.
Debí de haberte preguntado sobre ellos antes. No sabía que no habías hablado con
ellos desde que se separaron.

Nessa la cortó con un movimiento de su mano. —No es como si no tuviéramos


otras cosas de las que preocuparnos. Y hablando de, ¿qué dijeron el rey y la reina
que no podían decir frente a tus amigos?

Cas soltó un suspiro tratando de descifrar por dónde empezar. Al final, se

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encontró dándole vueltas al mismo tema una y otra vez; aquel tema donde todo
parecía empezar y terminar. —Querían recordarme que tengo sangre real.

Nessa se rio. —Como si pudieras olvidarte en este punto.

—Sí, pero también querían que me comprometiera al título de reina. —Cas


entrecerró los ojos y miró a una casa en la ciudad distante, tratando de encontrar la
diferencia del humo de su chimenea y de la niebla—. La cual es otra razón por la que
estaba pensando en mi hermano antes. Porque yo no me apunté a esta rivalidad
de hermanos. Y Varen es… —Cas se calló y negó con la cabeza, le tomó otro largo
rato encontrar las palabras perfectas para lo que quería decir—. Todos estos años
me preguntaba si tenía familiares de sangre vivos y ahora… esto. Creo que prefería
volver a pensar que estaban todos muertos.

La mirada de Nessa brilló con simpatía.

—Estás pensando que eso es una cosa horrible para decir, ¿verdad?

—No —dijo Nessa—. Sólo estaba pensando que es… extraño, como puedes
llorar a personas que aún están vivas. Es diferente de llorar a los muertos, pero aun
así duele.

—Y aun así siento que no debería de doler. Ni siquiera sabía que era mi hermano
hasta hace unas semanas. ¿A quién le importa si tengo que pelear contra él? Debería
de ser sólo otra misión, ¿no? Más grande que nuestras misiones habituales, claro,
pero…

Nessa no parecía terminar de convencerse. —Puedes llorar las cosas que


pudieron haber sido, también.

Cas suspiró. —Tal vez.

Se extendió el silencio entre las dos de nuevo, hasta que Nessa sonrió y negó
con la cabeza. —Dioses, esta sí que fue una conversación depresiva. Deberíamos
simplemente hacer una fiesta para estar de luto, ¿no crees?

Cas reflejó su sonrisa. —Sospecho que sólo estás buscando una excusa para

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organizar una fiesta.

—No es una mala idea, ¿o sí? —Nessa levantó el vaso que tenía en las manos,
y a Cas le llegó el aroma de moras y alcohol—. Especialmente si dicha fiesta incluye
más de este vino.

Compartieron otra sonrisa y luego volvieron a hacerse compañía en silencio,


mirando a los árboles oscuros menearse con la suave brisa.

Algunos minutos después, dos figuras familiares pasaron caminando en el


patio debajo de ellas; Elander y Laurent paseaban juntos, sus expresiones serias
y ambos ajenos a los guardias que pasaron y a las dos mujeres viéndolos desde
arriba.

—Me imagino que esa es una conversación incómoda —comentó Nessa.

—Sí —dijo Cas frunciendo el ceño.

—Pero al menos es Laurent —dijo Nessa—, y no Zev.

—Entonces probablemente no termine en una pelea de verdad —Cas


reflexionó.

—Y nada terminará en llamas.

—Gracias al cielo.

—Laurent es más del tipo silencioso que corta su garganta mientras está
durmiendo.

Cas suspiró.

Nessa se rio. —Lo siento. Estaba bromeando, por supuesto. No creo que
Laurent esté planeando algo así. Al menos no por ahora.

—Eso es realmente reconfortante.

Nessa sonrió. Observó a Laurent por otro momento y luego dijo: —Pero

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hablando en serio, esencialmente ya tienes a dos hermanos preparados para
amenazar y matar por ti, así que ¿a quién le importa Varen? La familia no es siempre
de sangre, y la sangre no siempre es familia.

Cas levantó su copa hacia el vaso que Nessa sostenía. —Brindemos por eso. —
Cass se volteó y recargó su espalda en la barandilla del balcón. Entre más observaba
a Elander y Laurent, más se preguntaba de qué estarían hablando y más se ponía
ansiosa por esa conversación que no podía escuchar—. ¿Dónde está Zev, de todas
maneras? —preguntó.

—Él y Rhea, junto con algunos de los criados del palacio, fueron por nuestras
cosas a aquel hostal, ya que fuimos invitados a quedarnos aquí. —Nessa frunció el
ceño—. Ya deberían de haber vuelto. No es normal en él regresar cuando la cena
está tan cerca de ser servida…

Cass también frunció el ceño, pero decidió borrarlo de su cara y en su lugar


darle una sonrisa tranquilizadora a Nessa. —Estoy segura de que regresaran pronto.

Pero, incluso después de decir aquellas palabras, una ansiedad empezó a


revolotear en ella. Se volvió aún más fuerte mientras pasaban los minutos y se hizo
aún peor mientras los suaves sonidos alrededor de ellas; la brisa suave, el murmullo
de conversaciones lejanas, el canto de los insectos del bosque, fueron reemplazados
por unos nuevos sonidos más fuertes.

Varias puertas se abrieron y se cerraron. Diversas pisadas se podían escuchar


en los pasillos de adentro mientras afuera empezaron a aumentar los gritos de
alarma y pedidos de ayuda.

—¿Qué está pasando? —preguntó Nessa.

Cass finalmente tuvo el valor de voltearse y mirar sobre el patio del jardín,
y después sobre él; sólo podía ver figuras borrosas de la gente en las calles lejanas.
Una gran multitud, gente corriendo. —Creo que algo está pasando en la ciudad.

—Ellos están en algún lugar de aquella ciudad… —susurró Nessa antes de


empezar a correr.

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Cas la siguió rápidamente.

Corrieron hacia adentro, esquivando a otras personas que también corrían, y


serpentearon por los pasillos hasta que finalmente encontraron el pasillo principal
de la entrada. Corrieron hasta la puerta principal e inmediatamente se encontraron
rodeadas de una horda de soldados.

Nessa se volteó para empezar a hablar.

Un rugido que le heló la sangre la cortó.

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Capítulo 24

Traducido por Eridan

Corregido por Tory

EL RUGIDO VENÍA DE UN DRAGÓN.

Al principio Cas pensó que sus ojos la engañaban.

Que simplemente eran las nubes moviéndose, proyectando sombras que


parecían alas y un largo y oscuro cuerpo que se retorcía.

Pero después vino una inundación de luz —las antorchas en lo alto del palacio
siendo encendidas al mismo tiempo— y aquellos faros de luz iluminaron lo que
claramente eran escamas de color perla.

Era un dragón, y había una persona en su espalda.

Un recuerdo apareció en la mente de Cas; aquel recuerdo de Lady Sade en el


patio del Palacio Ciridan. Este era el mismo dragón en el que ella se había subido
antes, con los mismos cuernos curvados y el mismo cuerpo ágil y poderoso que
parecía sumergirse y virar a la orden de Sade.

Al menos está de nuestro lado.


El sonido de campanas llenó el aire. Pronto fue seguido por el estruendo de
más soldados haciéndose camino a través de los jardines del palacio, escalando
las paredes que rodeaban aquellos jardines gritándose el uno al otro mientras
establecían un perímetro protector.

Cas agarró el brazo de un soldado que pasaba por ahí, planeando pedir una
explicación.

Una explosión se escuchó desde la ciudad lejana.

Cas y Nessa voltearon su cabeza hacia aquel ruido para ver una enorme nube
de humo negro que se desplegaba sobre el cielo vespertino.

El humo era lo suficientemente horrible para que Cas se acordara de casas


quemándose —tanto la casa de ella como la que accidentalmente había prendido
en llamas— pero de pronto aquel humo comenzó a cambiar.

Se arremolinó, se juntó y se expandió prensado y extendido, hasta que su


verdadera forma surgió: otra creatura parecida a un dragón para enfrentarse al suyo.

Excepto que este último era más grande, su cuerpo era más montañoso
que serpentino, y sus alas también eran más anchas. Sus ojos quemaban como
dos carbones al rojo vivo. Incluso después de que la mayoría del humo se hubiera
solidificado para darle forma a la bestia, pequeñas nubes aún salían de sus brillantes
escamas y parecía que aquellas nubes de humo ocasionalmente se asentaban en su
cuerpo y hacían a la bestia más grande… y más acorazada.

El dragón que volaba sobre ellos —el que era montado por quien Cas asumía
era Sade— dejó escapar otro rugido. Voló en círculos sobre el palacio una vez más y
luego salió volando hacia ese monstruo en la distancia.

Cas sintió escalofríos mientras lo vio alejarse, y mientras pensaba en lo que


Elander le dijo días antes: A Él no le faltan monstruos similares que pueda enviar.

¿Qué habían hecho?

¿Qué habían traído a esta ciudad?

374
Cas sacudió esos escalofríos y rápidamente volteó a ver a Nessa.

—Aún estás herida —le dijo—, necesitas volver dentro y encontrar un lugar
seguro para esconderte.

—Quiero ayudar.

—¡Entonces ve adentro! —Cas bramó.

Nessa se alejó sorprendida.

Pero todo en lo que Cas podía pensar era aquel momento en el desierto.

Las arenas corredizas tirando de Nessa y Laurent hacia abajo con ellas…

Le tomó cada gramo de serenidad que pudo convocar para hacer que su voz
sonara más calmada, amable y decir: —Ve adentro y usa tu magia para mantener a
la gente calmada. Eso es lo que puedes hacer para ayudar.

Los ojos de Nessa todavía estaban abiertos por la sorpresa, sus labios de igual
manera para comenzar a protestar.

Pero después asintió.

Cas salió corriendo antes de que la discusión pudiera seguir.

Se hizo camino a través de las masas de soldados en la entrada principal.


Una vez estando del otro lado, encontró a Elander y Laurent que estaban alejados,
ambos observando al monstruo que se alzaba con la misma mirada de horror que
ella y Nessa habían compartido.

Cas tomó a Elander del brazo. —¿Qué es esa cosa? —exigió—. ¿Responde al
Dios Rook?

Él no contestó, su mirada puesta todavía en la bestia.

—¡Elander! ¿Qué. Es. Eso?

—Un vanth de la noche. —Miró hacia ella y después hacia todos los soldados

375
alrededor de ellos—. Y todas esas espadas y flechas que están preparando no van a
hacerle ningún jodido daño. De hecho, probablemente lo hagan peor.

Cas sintió aquel escalofrío paralizador de nuevo. —¿Y la magia?

—Tal vez.

—¿Mi magia?

—No sé si será suficiente.

—Tengo la bendición de la Diosa de las Tormentas, ¿no es así?

—Sí, pero…

Cas no había tenido muchas oportunidades para probar aquella bendición.

Ella lo sabía. Pero Elander dijo tal vez. Pero al menos ahí había algo a lo que
aferrarse, una oportunidad. Podía pelear si pudiera acercarse a la bestia. Sus ojos
buscaron alguna forma de acercarse rápidamente. Se enfocaron en un grupo de
caballos atados débilmente a un poste afuera del portón principal.

—Podríamos hacer mejor uso de ellos, más que cualquiera de estos soldados
—dijo Laurent leyendo su mente.

—Estoy de acuerdo.

Un momento después estaban sobre sillas de montar y alejándose en un trote


rápido.

—Rhea y Zev están en algún lugar de la ciudad —dijo Cas acercándose a


Laurent.

—Lo sé.

—Ve a buscarlos.

—¿Qué hay de…?

376
—Estoy muy segura de que esa cosa está aquí por nosotros —dijo Cas
señalando a la bestia sombría—. Tengo que detenerlo de alguna manera.

Laurent aún estaba dudando.

Cas pensó en su miedo de antes. ¿Qué pasa si este camino me lleva a un lugar
donde mis amigos no pueden seguirme?

Estaba pasando otra vez.

¿Pero qué otra opción tenía aparte de aceptarlo?

—Escuchaste lo que Elander dijo. —Su voz estaba a punto de romperse, pero
tragó saliva y siguió hablando—: No tienes la magia para pelear contra esta bestia.
Encuentra a los demás. Asegúrate de que estén bien.

El caballo de Laurent movió su cabeza con ansiedad y trató de salir corriendo.


Él lo calmó lo suficiente para voltearse y decir: —Ten cuidado.

Cas asintió. —Te veo en el otro lado.

Laurent se fue y Cas suspiró, llevó su caballo hacia donde estaba Elander.
—¿Qué hay de ti? —le preguntó—. ¿Estás conmigo?

Mientras la pregunta dejaba sus labios, una idea escalofriante se alzó con
ella, lo fácil que pudo haber dicho no.

Él pudo haber desaparecido, regresado a su palacio para lidiar con todas esas
guerras con las que estaba lidiando.

No se suponía que debían de estar peleando juntos. Y ella todavía no podía


ver cómo podían estar el uno al lado del otro al terminarse esto, así qué, ¿por qué
se quedaría con ella ahora?

Pero él no la había dejado morir a manos de la última bestia que el Dios Rook
mandó. O en el palacio de Varen. No la había abandonado en Oblivion, o en el
Medio Salvaje, o en Stormhaven.

377
Y él no la abandonó ahora.

Él asintió y juntos corrieron hacia la ciudad a través de las hordas de gente


gritando, a través de calles pequeñas y angostas hasta que dieron vuelta en una
esquina y ahí estaba, alzándose como una pared de oscuridad impenetrable frente
a ellos.

El vanth de la noche se veía enorme desde lejos.

De cerca, era tan gigante que las casas alrededor de él parecían minúsculas
en comparación.

El dragón flotaba sobre la calle. Cada aleteo de sus alas derrumbaba más cosas.
Árboles, cercas, partes enteras de edificios y cualquier persona que no alcanzó a
salir de aquellos edificios… nada resistió incluso ese lento aleteo del vanth de la
noche. El dragón no estaba atacando nada de manera activa, y Cas se dio cuenta
que el caos alrededor de ellos sólo estaba comenzando, las cosas se iban a poner
peores una vez que la bestia despertara por completo.

Cada vez que una de esas armas le pegaba al monstruo, se desvanecía en una
sombra que se retorcía en la forma de otra bestia más pequeña que de inmediato
comenzaba a causar estragos.

Docenas de estos pequeños vanths de la noche ya estaban volando,


aterrorizando todo a su paso. Abrían sus bocas, pequeñas nubes de sombras
aparecían, y aquellas sombras se volvían dientes que cortaban tanto carne como
edificios. Aquellos dientes de sombra cortaban cosas más fácil que cualquier
cuchilla que Cas hubiera visto antes. Pronto, las calles estaban inundadas de cuerpos
sangrientos que tropezaban y estructuras que se habían vuelto pedazos de madera
rota y astillada, barro y piedra; todo aquello por meros rasguños de esos dientes.

Había unos cuantos magos entre los soldados, y sus hechizos —principalmente
de Fuego y Hielo— tenían algo de impacto al menos; los disparos más poderosos
podían derribar a los vanths de la noche más pequeños de un solo golpe.

Cas los ayudó con su propia magia invocando jaula tras jaula de electricidad

378
para encerrar a los pequeños y desviados monstruos aplastándolos antes de que
pudieran hacer mucho daño.

Un solo golpe.

Eso era todo lo que tenían.

Porque si aquel primer golpe no mataba a las bestias, entonces se convertirían


en más bestias que poseían los mismos dientes supernaturales afilados que los más
grandes.

El vanth de la noche más grande comenzó a tambalearse salvajemente, sin


duda molestándose cada vez más por las espadas y las flechas. Se lanzó de un lado
de la calle al otro, ocasionalmente volando y virando en una ruta baja y violenta a
través de las casas y las personas.

Destruyó sectores enteros de la ciudad mientras irrumpía a través de ella.

Y se movía espantosamente rápido, demasiado rápido para que Cas le


siguiera el ritmo a pie. Así que se vio forzada a quedarse sobre el caballo para
alcanzarlo cuando un tramo de camino recto se presentara. Pero era complicado
mantener el balance sobre el caballo e invocar y apuntar su magia al mismo tiempo.
Desalentadoramente frustrante.

Maldiciones salían de su boca tan rápido como aquel monstruo volaba sobre
las calles; pero Cas siguió atrás de él acabando con innumerables bestias más
pequeñas a su paso.

Los demás soldados seguían a la vanth madre junto a ella, la mayoría


disparando hechizos; pero unos cuantos usaban flechas o lanzas u otros proyectiles
para atacar a la criatura.

El dragón que Sade montaba se mantuvo elevado, ocasionalmente


zambulléndose y chasqueando, o atacando al vanth de la noche y azotando su cola
de púas contra la cabeza de la bestia.

Estaban tratando de llevarlo lejos de la ciudad, pensó Cas.

379
Y estaban teniendo algo de éxito. Pero la única manera de que pudieran
moverlo hacia la dirección en la que querían era golpeándolo, pero esos golpes
seguían desatando más y más de aquellas versiones miniaturas igual de mortíferas.

Este era un ciclo peligroso y Cas no sabía cómo terminarlo. ¿Y qué harían una
vez que estuviera afuera de la ciudad?

Cas divisó uno de aquellos vanths fragmentados justo antes de que saltara
desde el balcón de una casa por la que estaba pasando.

Sus mandíbulas se desquiciaron, las sombras se acumularon en su boca.

El caballo de Cas retrocedió y se vio obligada a escoger entre invocar su magia


para contraatacar a la bestia o caerse violentamente de la silla de montar. Cas eligió
tomar la asta de la silla y agarrarse. Se agachó y tiró fuerte de la rienda derecha,
tratando de mover su cabello fuera del camino del vanth de la noche.

Miró hacia arriba justo a tiempo para ver a otro caballo atravesándose en su
camino, y Elander estirando una mano hacia el vanth de la noche para detenerlo
en el aire.

Su magia pareció sólo atontar al monstruo; cayó al suelo, pero una vez ahí
continuó retorciéndose contra el piso polvoriento.

No lo había matado.

Y esto asustó a Cas más que nada antes. La magia de Elander era por lo general
aterradoramente fácil. Pero él no lo había matado y, aún peor, era la herida que vio
cuando él se volteó para verla; un par de esos dientes sombra lo habían mordido
en el brazo izquierdo. Su manga estaba hecha trizas y empapada en sangre. Se
estaba agarrando a la rienda del caballo con una sola mano, mientras que el brazo
sangrante colgaba inútil a un lado.

—Necesitamos destruir la fuente —dijo él con una calma que sonó casi
ridícula dada la situación y…y la sangre.

Había demasiada sangre.

380
—Pero mi magia no parece tener mucho efecto en la bestia más grande por
alguna razón —continuó Elander—. Y ninguno de los soldados va a ser capaz de
matarlo tampoco; su magia es, ciertamente, demasiado débil. La mayoría están
batallando para terminar con las partes separadas de esta.

Cas se forzó a asentir de alguna manera.

Entendió lo que Elander estaba diciendo; aunque estaba asustada de oírlo,


ella iba a tener que terminar con la bestia.

Volteó a su caballo hacia los sonidos de aquella bestia gigante. Podía hacerlo.
¿No es cierto?

Sí, pensó tercamente.

Pero su mente aún estaba plagada con imágenes de humo.

Había practicado la nueva versión de su magia que había conseguido en


Stormhaven, por supuesto; pero no lo suficiente.

No había tenido tiempo. Así que no la conocía a fondo; ¿qué tal si era demasiado
para ella? Si desataba el poder completo de su magia, ¿qué destruiría esta vez?

¿Qué vidas inocentes se llevaría accidentalmente?

Incluso mientras debatía consigo misma siguió moviéndose, y de repente


miró para arriba y se encontró una vez más con la misma calle donde estaba el
vanth de la noche.

Más soldados estaban regados en las calles. Cargaban desesperados para


cortar las piernas de la bestia y disparaban a las alas.

Se quedó en pie esta vez. Aleteó. Enterró sus garras en la calle y la convirtió
en pedazos de tierra y piedra. Dejó de retirarse, así que los soldados solamente
estaban haciendo la situación peor; ¿por qué no se daban cuenta?

Cas les gritó para que se detuvieran, pero sus palabras fueron ahogadas por
los gritos y los rugidos, el suelo quebrándose, los choques, los impactos de los

381
edificios dañados que caían. Se dio la vuelta buscando desesperadamente a Elander.
Finalmente lo localizó mientras salía de una calle lateral y él inmediatamente hizo
contacto visual.

—¡Necesitamos seguir alejándolo de la ciudad! —gritó Cas.

Lejos de las personas que pueda matar accidentalmente.

Elander asintió y luego se dio la vuelta y salió corriendo de nuevo.

Cas se confundió por un momento. Ese fue todo el tiempo que tuvo para estar
confundida; un trío de fragmentos de vanths de la noche embistieron contra ella,
y sólo alcanzó a atrapar al primero de ellos en la tormenta de su magia. Los otros
dos quedaron al borde de su ataque, y Cas invocó un poco más de magia tan rápido
como pudo matándolos antes de que más bestias pudieran salir de esas pequeñas
heridas.

Un rugido ensordecedor la sacudió hasta los huesos, y Cas se dio la vuelta


para ver un cuerpo salir volando a través del aire y chocar con la casa más cerca de
ella.

El vanth de la noche había empezado a contraatacar.

Estaba despierta por completo, totalmente furiosa, y fue tan horrible como
ella había temido, atacaba con garras que cortaban cualquier cosa que tocaban sin
ninguna resistencia.

Los soldados se retiraban a su derecha y a su izquierda. Varios de ellos casi


chocaron con su caballo mientras trataban de poner algo de distancia entre ellos y
el monstruo.

Cas se quedó dónde estaba.

Que la gente estuviera corriendo era de verdad un alivio, porque significaban


menos cuerpos que golpear con su magia.

Pero aun así había demasiados.

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Ansiosamente apretó y relajó su puño. No podía esperar para siempre. En
algún punto tendría que atacar sin importar a quien golpearía mientras trataba de
detener a la criatura.

Su furia tenía que parar.

Relajó su puño otra vez y luchó contra el impulso de cerrarlo. Un poco de


concentración, su marca de Tormenta destelló en un brillante color blanco. Algunas
chispas destellaron en el aire frente a ella. Casi estaba lista para desatar su magia.

Y luego vio a dos mujeres, las dos heridas, cojeando para alejarse del vanth
de la noche. Había sangre en sus rostros. Se cayeron y tropezaron contra el suelo
resquebrajado y pilas de escombros caídos. Se movían demasiado lento; les tomaría
demasiado alejarse lo suficiente para estar lejos del rango de Cas y su magia.

Apresúrense. Cas trató de gritarlo, pero su garganta estaba demasiado seca y


sólo salió un jadeo que sonó ronco. ¡APRESÚRENSE!

El vanth de la noche se paró en dos patas y arqueó su espalda. Juntó sus alas
a los lados. Entrecerró sus ardientes ojos rojos hacia la donde estaba Cas, flexionó
sus garras y abrió su boca para revelar pilares de sombras transformándose en
colmillos. Luego se lanzó hacia adelante.

Y se estampó contra masa de sombras que lo mandaron volando hacia atrás.


Estas sombras se acomodaron rápidamente para tomar la forma de un lobo que se
agazapó ante el vanth de la noche con los pelos de punta y enseñando los dientes.

La forma cambiante de Elander era grande.

El vanth de la noche aún era gigante en comparación; era probable que lo


venciera tan pronto encontrara su equilibrio.

Pero Elander no estaba tratando de vencerlo. Simplemente volaba alrededor


de él en círculos, lo atacaba tratando de atraer su atención. Y la atrajo; aquellos ojos
rojos ardientes seguían cada movimiento del lobo y pronto la bestia más grande
estaba retorciéndose y golpeando furiosamente tratando de atrapar a la criatura
más ágil y pequeña con sus garras.

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Elander brincaba de una pila de escombros a otra.

Las sombras se alzaban y caían a su paso a donde quiera que fuera,


despegándose de su pelaje y atrapando a su objetivo; el vanth de la noche parecía
más interesado en estas corrientes de magia oscura que en las chispas que aún
danzaban frente a Cas.

Y cuando Elander se volteó y corrió calle abajo, la mirada del vanth de la


noche lo siguió, igual que aquellas bestias eléctricas del desierto habían seguido la
magia de Cas.

Los iguales se atraen.

Con otro rugido, el vanth de la noche voló hacia los cielos y empezó a
perseguirlo.

Cas llevó a su caballo a un galope y lo siguió.

Elander corrió, una mancha de negro justo al borde de la vista de Cas. Los
llevó hacia las afueras de la ciudad a través de un puente ancho y hacia un campo
que se alargaba fuera de la vista de Cas.

Perfecto.

Cas corrió a través de ese campo, corriendo en círculos alrededor del vanth
de la noche tratando de determinar el mejor lugar para dirigir su magia.

Un golpe.

Eso era todo lo que ella tenía.

Ese pensamiento amenazó con paralizarla, pero Cas no lo dejaría; siguió


moviéndose, sacando más y más poder de la Tormenta hacia su comando. El caballo
que ella montaba se asustaba más con cada oleada de aquella energía. Se resistió
salvajemente forzándola a desmontar para poder concentrarse. El caballo corrió
hacia la noche, una mancha blanca que desapareció en segundos, y ahora Cas tenía
que voltearse y enfrentar al vanth de la noche a pie.

384
El vanth de la noche vio al caballo alejarse, y dejó de perseguir a Elander. Su
mirada ardiente se deslizó de aquella mancha blanca hacia su jinete. Parecía que
estaba calculando algo. Como dándose cuenta de que Cas ya no tenía oportunidad
de dejarlo atrás. De que era una presa fácil. Y ella estaba envuelta en energía, en
electricidad caída que esencialmente lo forzaba a venir a lidiar con ella.

Se levantó del suelo. El pasto bajo este se agitó por el viento de sus alas, y
tanto polvo como el mismo pasto se levantaron y volaron hacia un lado mientras
la bestia iba por Cas.

Elander lo detuvo una vez más. Pero era como ya lo había dicho él; su magia
no hizo nada más que enfurecer a la bestia. Ese poder de tentáculos de sombra que
tenía sólo parecía ser tragados por la bestia, haciéndola más grande y terrible. Y cada
choque físico de garras y dientes sólo traían más monstruos, igual que las armas y
las flechas habían hecho antes, pronto el campo estaba lleno de esos monstruos.

Elander se dio cuenta de que lo estaba haciendo peor y dejó de atacar y


retrocedió, gruñendo y chasqueando una vez más para tratar de hacer que el vanth
de la noche lo siguiera.

Pero el animal se había cansado de jugar con el lobo. Había puesto su vista en
Cas. Corrió tras ella despiadadamente una vez más aventando a Elander a un lado
con un zarpazo feroz de sus garras mientras lo pasaba.

El pánico dirigió una última oleada de energía tormentosa a través de Cas, y


la magia explotó fuera de ella con tanta fuerza que salió volando hacia atrás.

Su cabeza se golpeó contra el piso levantando un remolino de polvo. Cas


se quedó acostada de lado, un ojo hinchado y cerrado por ese polvo, mientras
observaba su magia de la Tormenta agitar a la criatura y paralizarla a medio vuelo.

La parte más pesada de su poder le había dado en el pecho. Brotes de


electricidad aún brillaban y saltaban entre las escamas, alterando su centro de su
equilibrio. Sus piernas se derrumbaron. Golpeó el piso. Dejó escapar un suspiro y
tembló violentamente por un momento antes de quedarse quieto por completo.

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Cas se levantó y se quedó de rodillas. Dejó caer la cabeza mientras recuperaba
el aliento y trataba de que el campo dejara de dar vueltas. Cuando alzó la vista de
nuevo, la bestia no se había movido. Cas comenzó a sonreír.

Luego sus patas se sacudieron otra vez.

Se dio la vuelta y Cas vio el agujero gigante que su magia había abierto en
su pecho. El agujero se cerró y se abrió de nuevo con cada aliento que el vanth
de la noche inhalaba y exhalaba. Era una respiración débil y rápida al principio;
pero después se volvió profunda, más calmada, lo suficientemente repuesto para
permitirle gruñir roncamente por lo bajo.

No lo había matado.

Simplemente lo había herido, y ahora había sombras saliendo de aquel pecho


quemado junto con la sangre de la herida, como corrientes de agua negra que
rápidamente se agrupaban en secciones para convertirse en bestias individuales
con dientes resplandecientes.

Había demasiados de ellos.

Se unieron a la pequeña legión de bestias pequeñas que revoloteaban


alrededor del campo.

Cas estaba a punto de entrar en pánico otra vez, pero escuchó una voz familiar
que gritaba su nombre.

Y luego vino el fuego.

Cas reconocía esa voz y ese fuego, el color de este, la manera en la que caía
del arco de un bastón oscilante: Rhea. Y estaba casi segura de que Zev estaba junto
a ella creando un vórtex de fuego alrededor de los dos.

Docenas de magos habían llegado con ellos. Se vertieron a lo largo del campo
de batalla e inmediatamente empezaron a acabar con las bestias más pequeñas.

El vanth de la noche madre se puso de pie de un salto y corrió hacia estos

386
últimos agresores.

Cas corrió tras él.

Pero Cas era dolorosamente pequeña y lenta en comparación con esta bestia,
aunque sus heridas lo hubieran alentado. Y ya no podía invocar más magia y correr
al mismo tiempo. Aún estaba temblando después de la última ráfaga de magia que
había invocado. Sus pulmones aún ardían, aún le dolía el cuerpo…

Siguió corriendo.

Se acercó lo suficiente a aquella línea de magos justo a tiempo para ver al


vanth de la noche golpearlos.

Con una horrible claridad, Cas vio cómo sus garras cortaron a la gente en
una sola barrida. Vislumbró el cuerpo Rhea volando por los aires, como si estuviera
hecho de paja. Pero antes de que Cas pudiera gritar el nombre de Rhea, su atención
fue arrebatada por algo que la atacó a ella.

Era uno de los vanths de la noche pequeños. Parecía que estaba hecho de
puras sombras, pero era sólido y sorprendentemente pesado para tumbarla al
suelo. Rodaron juntos por la tierra y el césped. Sus garras se encontraban a un lado
de la cabeza de Cas, arrancando cabello y piel. Su sangre caliente se mezcló con el
frío del aire nocturno y el efecto la mareó.

La criatura arqueó su cuello y se preparó para morder, pero Cas lo agarró de


la garganta. La apretó. Un relámpago salió de su palma y se fusionó con la bestia
quemándolo desde adentro.

A todo su alrededor estaba pasando lo mismo, las personas estaban


distraídas por los ataques del vanth de la noche madre, y estaban siendo atacados
constantemente por los siervos pequeños de la bestia. Algunas personas eran
capaces de pelear contra ellos, así como Cas.

Muchos otros ya habían muerto, tirados en el pasto, sus cuerpos rasguñados


por los dientes y garras increíblemente afiladas.

387
Cas sintió la magia dentro de ella cambiar. El pánico comenzó a burbujear
otra vez. Su corazón ansioso comenzó a latir, rogándole que peleara.

Pelea, pelea, pelea, su corazón gritaba en vano.

Pero no podía costearse otro ataque desenfrenado como el de antes.


Necesitaba algo que pudiera acabar con el vanth de la noche de un golpe paralizante
lo suficientemente rápido para tumbarlo y lo suficientemente fuerte para que se
quedara ahí.

La voz de Nephele apareció de pronto en su cabeza: Llamaste a mis bestias y


las domesticaste.

Y luego tuvo una idea.

Cas se puso de pie tambaleándose una vez más. Se posicionó detrás de la que
parecía la línea de magos más imponente. Trató de evitar mirar hacia la dirección
en la que Rhea había salido volando. Trató de no pensar en qué le habrá pasado, o
en dónde estaba Zev.

Había caos a todo su alrededor.

Su mirada descendió a la marca que Nephele le había dado.

Había tenido miedo del poder tormentoso dentro de ella, incluso después de
que la diosa le dio su bendición.

Siempre, siempre había tenido miedo de las tormentas en su vida, pasadas


y presentes. Incluso en estos últimos minutos el miedo la había estado alentando,
diciéndole que no podría invocar su magia de Tormenta sin destruir más de lo que
podía salvar. Y había sido ese pánico el que había expulsado su poder fuera de ella
antes de que estuviera listo.

Pero no esta vez.

Esta vez llamaría a una tormenta viviente a su lado, y no sería un reflejo o


miedo el que hiciera que se moviera.

388
Cas llamaría a esa tormenta y ella la controlaría.

Sus ojos divisaron el cielo.

Sus labios se movieron con palabras antiguas, transmitidas por la bendición


de la diosa hacia ella. Los cielos se oscurecieron. Las nubes negras crujieron con
electricidad, pero Cas no estaba asustada, Cas no se asustaría por ninguna tempestad
dentro o fuera de ella.

Un relámpago golpeó la tierra.

Uno, dos, tres, cuatro rayos. Primero las piernas, como en el desierto, luego un
cuerpo impactante, una cabeza, una cola retorciéndose, una bestia completa con
forma de tigre se levantó en sus patas traseras flexionando sus garras y tirando su
cabeza hacia atrás. Una imagen del escudo de Solasen osciló en la mente de Cas; era
imposible no pensar en él cuando veía a la bestia imponente que había invocado.

Y no podía controlar las cosas que había hecho en el nombre de aquel escudo
o la familia en la que había nacido.

Oh, pero podía controlar esto.

Sólo tenía que verlo en su mente, imaginar que la bestia relampagueante


atacaba a la sombra delante de ella y luego hacía exactamente eso; la bestia invocada
se lanzó hacia el vanth de la noche con las garras extendidas. Se envolvió alrededor
de la bestia de las sombras y la aplastó contra el suelo.

Cas imaginó que los rayos de su bestia se fusionaban con el cuerpo del vanth
de la noche, justo como había hecho ella con la bestia pequeña antes, y en un
suspiro sucedió también: la silueta del vanth de la noche se volvió indistinguible
mientras la electricidad se lo tragaba.

Esperó hasta que ya no había nada visible de aquel monstruo oscuro debajo
de la bestia que invocó. Luego levantó sus manos hacia la masa eléctrica de los dos,
como si estuviera conduciendo una sinfonía. La marca de la Tormenta en su mano
destelló brillantemente, y un trueno retumbó y sacudió el suelo debajo de ella, y
luego la bestia invocada desapareció con un ¡crac!

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El vanth de la noche se deshizo con esta.

Pero, en lugar de desaparecer, se dividió en un enjambre de sombras


fragmentadas.

Que rápidamente se transformaron en esos vanths de la noche más pequeños.


Cientos de ellos. Se movieron hacia lo que quedaba de los magos aturdidos, una ola
oscura que chocó con esas personas y tumbó a la mayoría.

Demasiados.

Sus gritos llenaron el aire.

Aunque Cas estuviera bendecida por la diosa, todavía era mortal, y sintió cada
pedazo de esa mortalidad ahora, mientras trataba de recuperar el aliento y ponerse
de pie, de invocar más magia, cualquier magia, de seguir peleando. Su cuerpo era
demasiado débil. No se podía parar, apenas y podía arrastrarse, no tenía otra opción
más que ver cómo los otros magos forcejeaban para mantener bajo control a las
bestias fragmentadas.

Y luego escuchó un rugido —el mismo rugido que escuchó al principio de


todo esto— y volvió su mirada cansada hacia el cielo.

Aquel dragón color luna estaba sobre ella otra vez. Sade aún estaba sobre
su espalda, pero esta vez no estaba sola; una segunda mujer se agazapaba ahí, su
cabello negro azotando con el aire tras ellas mientras el dragón se lanzó en picada
y aterrizó precisamente en un aro de césped quemado.

La reina.

Saltó desde la espalda del dragón. Aterrizó suavemente sobre el suelo


chamuscado. Dio unas zancadas hacia adelante sin dudar y sin perder un solo
segundo.

Un grupo de vanths de la noche advirtieron su presencia y volaron en círculos


alrededor de ella para después lanzarse en picada lanzando gruñidos desde sus
gargantas.

390
Sus manos se elevaron hacia ellos, Cas vislumbró la marca del clan Serpiente
brillando a la vida en la piel de la reina.

Una oleada de poder tan intensa crujió en el aire que Cas sintió la necesidad
de agachar su cabeza y protegerse de esta. Duró unos segundos. Cuando volvió
a mirar hacia arriba, vio que la horda de bestias que rodeaban a la reina se había
detenido.

Todas se habían detenido.

La reina torció sus manos y los vanths de la noche se retorcieron donde


habían caído. Enseguida se escucharon horribles ruidos de sofocación, como si la
reina estuviera controlando el aire de sus pulmones. Uno por uno, esos monstruos
cayeron al suelo y no se volvieron a mover. Los que sobrevivieron al primer ataque
murieron rápidamente gracias a los soldados magos que se adelantaron a ayudar a
su reina.

Pronto todo era calma.

La gente que aún estaba de pie pareció respirar profundamente al mismo


tiempo y luego contener el aliento. Todos estaban esperando. Vigilando que llegaran
más monstruos, tal vez.

Nadie vino.

Poco a poco, volvió a la normalidad el ruido y los movimientos de las personas.

Cas se las arregló para sentarse y ver a su alrededor. Escuchó a Zev hablar —
siempre era tan ruidoso— y su mirada lo encontró a una pequeña distancia ayudando
a Rhea a pararse. Cas necesitaba ponerse de pie e ir hacia ellos. Necesitaba revisar
las heridas de Rhea por sí misma. Necesitaba encontrar a Elander, y luego a Laurent
y Nessa…

La reina estaba caminando hacia ella. Sus ojos examinaron el campo mientras
lo hacía y Cas se preparó.

¿A quién culparía la reina por este desastre?

391
¿Su magia robaría el aliento de Cas ahora?

Llegó al lado de Cas. Sus ojos dorados parecían arder mientras la miraban,
una combinación feroz de furia y duelo por el desastre alrededor de ella.

Pero no dijo nada.

Su mirada se posó en la sangre que manchaba el cabello de Cas.

Y luego le ofreció su mano.

Cas le ofreció su mano también lentamente, y se permitió ser levantada. No


intercambiaron palabras. Sólo otra de esas miradas furiosas y afligidas.

Voltearon hacia la ciudad y, por un largo tiempo, Cas y la Reina Dragón se


pararon una al lado de la otra, contemplando silenciosamente el desastre ante ellas.

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Capítulo 25

Traducido por Mel

Corregido por Tory

PASARON SEIS DÍAS.

Cas y sus amigos pasaron la mayor parte de esos días ayudando a limpiar
el desorden que la vanth de la noche había dejado atrás. Docenas y docenas de
muertos, cientos más heridos e innumerables edificios y hogares que habían sido
destruidos.

Y esto, le había dicho la Reina Dragón, es solo una muestra de cómo se ve la


guerra.

Esa reina y su rey ya habían tenido su cuota de guerras, ella había aprendido,
y Cas pronto comenzó a sospechar que eso era parte de la razón por la que la reina
le había tendido una mano en el campo de batalla, en lugar de intentar comenzar
otra guerra con ella.

La magia de Cas también los había impresionado. Debido a esto y a las


conversaciones que giraban en torno a los dioses y la política que tenían noche tras
noche, ella estaba bastante segura de que los había convencido de ser su amiga
y no su enemiga. Ellos insistieron en que se quedara con ellos, al menos; aunque
tampoco mantuvieron en secreto lo que esperaban al final: ella necesitaba abrazar
su corona.

Y necesitaba abrazarla rápidamente.

Porque los ataques de Varen contra Sadira y su joven reina y cualquier persona
que cuestione sus últimas hazañas, se volvían cada día más brutales y descarados.
El gran rey de Sundolia había comparado la situación con una piedra que tomaba
impulso; cuánto más continuara Varen sin oposición, más difícil sería detenerlo.
Para deshacer el daño que había causado.

Lo que significaba que se les estaba acabando el tiempo.

Cas lo sabía.

Ella lo creía.

Pero todavía no podía imaginarse con una corona sobre su cabeza.

Ella se preparó para la guerra de todos modos. Pasó los días practicando su
magia, discutiendo tácticas de batalla y vertiendo sobre todos los mapas, gráficos y
libros relacionados con Kethran todas las políticas que pudo encontrar.

Mientras tanto, Elander iba y venía. Regresó al Oblivion a menudo, primero,


para curar las heridas que había sufrido en su última batalla, y luego para chequear
a los que estaban sirviéndole.

Ella sospechaba que había más cosas que él no estaba diciéndole. Cosas de
las que la estaba protegiendo. Cosas que involucraban a ese dios vengativo al que
servía. Él no hablaría sobre ese dios superior con ella, excepto para decirle que
dicho dios había sido el responsable de la vanth de la noche y que estaba haciendo
todo lo que estaba a su alcance para comprarles más tiempo antes de que ese dios
superior arremetiera una vez más.

La ponía furiosa pensar en él sufriendo por la hazaña de ganar tiempo. Y que


lo sufriera en silencio —y solo— no menos. Pero no había sabido hacerlo confesar

394
cualquier cosa; él era incluso más terco que ella.

Así que no había nada que hacer excepto esperar, tener la esperanza de que
iba a volver a casa en una pieza y tratar de conseguir esa constante, quitar ese
pensamiento ansioso de su cabeza.

Nos estamos quedando sin tiempo.

Cas todavía no sabía del todo por qué continuaba volviendo a ella, pero
estaba egoístamente contenta de que lo hiciera. Tanto como la había enfurecido,
lo había extrañado cuando se había ido. Lo extrañaba y se sentía incompleta, no
tenía sentido negarlo más. Al menos no para ella misma. Se preocupaba también,
y en gran parte porque esas terribles visiones siempre parecían ser peores cuando
él estaba lejos.

Al principio, la mayoría venían noche cuando ella estaba sola y pocas cosas
la hacían distraerse. La visión de la sangre sobre la piedra blanca siempre venía
primero, la imagen tan clara como si la que estuviera parada sobre esas piedras
fuese ella misma. Y las visiones siempre parecían terminar con la vista de una
espada envuelta en plumas negras.

En la tercera noche después de esa batalla con la bestia sombría del Dios
de la Torre, se mudó a la habitación de Nessa ante su insistencia. La magia de
Nessa no alejó las visiones, pero la ayudó a mantener la calma durante las mismas.
Y la presencia de Cas la ayudó con sus propias pesadillas. Pesadillas del keplin
arrastrándola a través del Medio Salvaje ya habían estado persiguiéndola; ahora
recuerdos del monstruo de su última batalla —de acurrucarse en el palacio, de
escuchar los gritos y llantos afuera— se les había unido.

Cas casi siempre aún estaba despierta cuando Nessa se despertaba


sobresaltada por esas pesadillas. A veces la despertaba ella misma, cuando la cara
generalmente sonriente de su amiga se contraía con miedo y suaves gemidos.

Cas estaba contenta de poder consolarla, al menos; siempre había sabido


cómo tratar mejor con las ansiedades de otras personas que con las suyas.

395
Para el sexto día, esas visiones sobrenaturales que Cas tenía habían comenzado
a sangrar también de día. Ni siquiera tenía que cerrar los ojos. Tampoco requerían
de un disparador, a menudo las imágenes estaban allí de repente, mareándola
mientras la arrancaban de lo que sea que hubiera estado tratando de enfocarse.

Sangre sobre la piedra blanca.

Un cuerpo en el suelo.

Una torre derrumbada.

Un remolino de plumas negras que se convierte en espada…

A veces había otras imágenes parpadeando entre medio, pero esas cuatros
eran sus tortuosos y casi constantes compañeros.

La reina había nombrado a este poder por ella. Le había dicho que hilos de
energía de tipo Estrella la rodeaban. Cas había tenido la esperanza de que esto
podría ayudarla a tener un mejor control sobre estás visiones porque nombrar un
miedo había sido el primer paso para dominarlo. Y la reina también le había dado
acceso a innumerables libros relacionados con la Diosa de las Estrellas y su magia
clarividente, para ayudarla a dominarlo…

Pero esta magia no se parecía en nada al poder de la Tormenta, del cual ella
había logrado desarrollar un mínimo control, incluso antes de su visita a Nephele.
Había sido enteramente impredecible. Eso la había hecho sentirse débil en lugar de
fuerte y ansiosa hasta el punto de no querer controlarlo.

Ella solo quería deshacerse de él.

Tenía suficientes problemas lidiando con los inmediatos horrores a su


alrededor; necesitaba fuertemente ver su potencial futuro y podía imaginarlo,
además, terriblemente suficiente sin la ayuda de la magia.

Cuando salió el sol en ese sexto día, Cas se dirigió a la habitación en la que Rhea
estaba durmiendo, preparándose para enfrentar uno de esos horrores inmediatos:
las heridas que tuvo Rhea en la batalla con la vanth.

396
Cas aún podía ver el momento con una nauseabunda claridad: la forma en
la que el cuerpo de Rhea se había doblado cuando las garras del vanth se habían
estrellado contra ella. La forma en la que la había lanzado por los aires. Le había
dejado profundas heridas en toda su espalda. Y esas heridas no se estaban curando
tan bien como habían esperado; a pesar del cuidado de los médicos del palacio, la
infección se había establecido en el último día más o menos, y la fiebre de Rhea se
había vuelto difícil de mantener bajo control. Había pasado la mayor parte del día
anterior perdida del mundo a su alrededor, delirando por su fiebre.

Mientras Cas subía los escalones del pasillo donde descansaba Rhea, recitó
una oración en silencio a Namu. Quien también era conocida como la Diosa de
Roble, debido al símbolo en forma de árbol que sus bienaventurados seguidores
empuñaban, y era una semi Diosa de la Salud y la Curación. Una vez, Rhea había
tenido una estatua tallada de Namu en el alféizar de su ventana, y Cas tenía varios
recuerdos de Rhea rezándole a esa estatua mientras el sol salía detrás de ella, su
cuerpo una silueta brillante mientras se enfrentaba a la deidad y a un nuevo día.

Ahora se le había ocurrido que habían pasado varios años desde que había
visto a Rhea rezar.

Y ahora esa estatua presumiblemente ya no estaba, se convirtió en cenizas


junto a cualquier otra cosa que estuviera escondida en su antiguo hogar.

A Cas nunca le había gustado mucho rezar, incluso antes de haber sido testigo
en primera mano de los seres desordenados y defectuosos que dioses y diosas
podían serlo. Se sentía un poco desesperada en ese momento, sin embargo, pensó
que valía la pena intentarlo.

Pero la diosa curativa aparentemente no estaba de buen humor para


responder, porque cuando Cas llegó a su destino, se encontró con que la condición
de Rhea no había cambiado.

Zev y Laurent también estaban en la habitación junto a Silverfoot.

El zorro se había acurrucado a los pies de su dueña, mirándola con sus dos
ojos brillantes soltando un suave gemido cada vez que la respiración de ella se

397
volvía demasiado trabajosa o inestable.

Lauren se relajó en una silla en la esquina.

Había una pila desordenada de mantas y almohadas al lado de la cama, lo


que probablemente significaba que Zev había pasado la noche acampando junto a
su hermana de nuevo.

Zev estaba de pie junto a la ventana ahora con la cabeza apoyada fuertemente
contra el marco. Parecía como si estuviera a punto de quedarse dormido de pie,
pero cuando vio a Cas, se paró más recto. Murmuró algo sobre la necesidad de
desayunar, y luego se excusó de la habitación.

Laurent fue más cordial al menos; saludó a Cas y se quedó con ella mientras
velaba junto a la cama de Rhea, divirtiéndose con un juego Sundoliano que había
aprendido de uno de los sirvientes.

Cas sonreía cada vez que lo miraba y lo veía aún concentrado en esas cartas.
Era precisamente como si tuviera el poder de calmarse jugando a un juego de carta
en el medio de todo. Lo envidiaba por eso.

Su mirada pronto se dirigió a la puerta, preguntándose cuándo planeaba


regresar Zev. Si alguna vez las cosas volverían a ser tranquilas entre ellos de nuevo.

—¿Cuánto tiempo crees que continuarán con el juego de no hablar uno con el
otro? —preguntó Lauren de repente.

¿Era realmente tan obvio que estaba pensando sobre eso?

—¿Y bien? —instó Laurent.

—Nuestro récord es de poco más de dos semanas.

Laurent rio entre dientes y negó con la cabeza.

La mirada de Cas se desvió de nuevo al cuerpo inmóvil de Rhea.

—Él piensa que soy la culpable de todo ese lío ¿no es así?

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Laurent dejó de ojear las cartas otomanas detrás de él.

—Y no está del todo equivocado —dijo Cas.

—En realidad, sí lo está —Laurent volvió a su juego. Volteando unas cuantas


cartas más, movió otras más y luego marcó algo en el papel que tenía a su lado.
Acababa de ganar, juzgando por la breve sonrisa que cruzó su rostro antes de apilar
las cartas juntas de nuevo.

—Y creo que él sabe que está equivocado —le dijo a Cas—. Sólo está buscando
a alguien a quien culpar por la forma en la que se siente. Está preocupado por
su hermana, enojado por las cosas que hemos perdido, las cosas que nos han
preguntado, la incertidumbre… todos estamos realmente enojados.

—Pero, ¿no me culpas por esas cosas?

—¿Me estás preguntando si creo que la guerra inminente en Kethra, la tiranía


de Varen, la venganza planeada por un dios superior poderoso e impredecible,
fueron causadas intencionalmente por ti?

Sus ojos habían vuelto a mirar hacia la puerta una vez más, pero los volvió
hacia él.

—Bueno, supongo que suena ridículo cuando lo dices en voz alta de esa forma.

La comisura de su boca se alzó.

—Sí, lo hace.

Ella suspiró y luego logró esbozar una pequeña sonrisa.

—Bueno, gracias por decirlo en voz alta.

—Todos decidimos ir contigo, en caso de que lo hayas olvidado.

—No lo he hecho.

—Además el mundo es perfectamente capaz de destruirse sin tu ayuda.

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—Eso es terriblemente cínico —le informó ella.

—Lo es, ¿verdad? Pero el estado del mundo roto era algo que me recordaban
a menudo mientras crecía.

Cogió la mano húmeda de Rhea y le dio un largo apretón. Considerando


hacer otra oración a la Diosa del Roble, pero luego cambió de opinión y se acercó a
Laurent. Acercó una silla y se sentó frente a él.

—¿Son todos los elfos tan cínicos? —ella preguntó.

—Por supuesto que no —el barajó las cartas moviéndolas entre sus manos
con movimientos rápidos y expertos—. Solo los de la casa de dónde provengo.
Aunque incluso los hogares más optimistas en ese reino protegido en el que crecí
tienden a tener una visión bastante negativa del mundo exterior. Y ciertamente no
es tan común estar tan… involucrado en los líos de estos lugares externos.

Cas contuvo una carcajada.

Lío se quedaba corto.

—Pero dejé mi casa especialmente para ver este mundo roto con mis propios
ojos —le dijo—. Y cuál fue mi suerte que terminé encontrándote, y ahora tengo
mucho más de un lío de lo que hubiera podido imaginar.

Ella le dedicó una sonrisa triste.

—Lo siento por eso.

—Está bien. Me he dado cuenta de que hay peores formas de gastar mis días.
Formas menos significativas.

—Espero que estés bien —él le tendió una mano, y ella distraídamente ordenó
sus cartas mientras decía:

—Aunque es difícil ver el significado cuando estás en el medio mientras todo


se va al infierno a tu alrededor, ¿no es así?

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—Sí —estuvo de acuerdo—. Pero luego sales por el otro lado y las cosas se
ven diferentes.

En el otro lado.

Fue Asra a quien se le ocurrió este mantra, y ahora era la antigua voz de
su mentor en su cabeza, recordándole que podía tener miedo, que podía sentirse
estancada, que simplemente no podía quedarse allí.

Tienes que seguir adelante hasta ver qué hay al otro lado de ese miedo.

Deslizó su mano en el interior del bolsillo de su capa, dónde la pieza del


timbre familiar de Asra descansaba. Apretó esa pieza y respiró hondo. Luego bajó
sus cartas. Y perdió.

Se repartió otra mano.

Y perdió esa mano.

—Eres una basura absoluta con las cartas —finalmente concluyó Laurent
después de su cuarta victoria—. ¿Alguien alguna vez te lo había dicho?

—Sí, creo que me lo has dicho más que nadie.

Él le devolvió la sonrisa que ella le había dado.

—La honestidad tiende a ser mi política.

—Y agradezco esa honestidad.

Él repartió otra mano. Jugaron partido tras partido; el insistió en que iba a
enseñarle todos los juegos de cartas que conocía, hasta que encontraran uno que
ella pudiera ganar.

No tuvo éxito.

Treinta minutos después, todavía se estaba riendo de cómo increíblemente


era mala en todos esos juegos diferentes, si se trataba de suerte o habilidad, no

401
parecía importar.

—Sería mejor que obtuvieras lecciones de Sev —dijo—. Él podría enseñarte a


hacer trampa; esa podría ser tu única esperanza.

—Lo tendré en cuenta una vez que decidamos empezar a hablar uno con el
otro otra vez.

Intercambiaron una sonrisa y volvieron a jugar, charlando y disfrutando de


la compañía del otro. Pedazos de risa de vez en cuando entretejían la conversación.
Pero nunca duraban mucho antes de desvanecerse; ¿cómo podrían hacerlo cuando
Rhea aún no había despertado de su sueño febril?

Por mucho que Cas trató de concentrarse en las cartas que tenía en sus manos
y en el tono tranquilizador de la voz de Laurent, no pudo resistir la tentación de ir
a ver constantemente a Rhea.

Pero finalmente, llegó el médico y después de examinar a su paciente,


determinó que en realidad la fiebre había disminuido un poco y la infección
mostraba otros signos de claridad; algunas buenas noticias, finalmente. Se sentía
como si hubieran pasado semanas desde la última vez que habían oído algo parecido
a buenas noticias.

Después de que se fue, Cas miró fijamente la cama de Rhea durante mucho
tiempo antes de volver a mirar a Laurent.

—Necesito tu honestidad —dijo ella—. Pero yo… yo también quiero que me


digas que todo va a estar bien al otro lado de esto.

—Lo estará. Y realmente lo creo.

—¿Honestamente?

—Sí. Podría ser un infierno llegar al otro lado.

—Creo que podemos manejar eso —ella asintió con la cabeza, afirmándose a
ella misma, su mirada cayó sobre la otomana entre ellos.

402
Ambos sacaron sus cartas.

—Creo que nosotros también podemos —estudió las cartas que ella había
puesto hacia abajo, y una sonrisa torcida cruzó su rostro—. Pierdes de nuevo, por
cierto.

HORAS DESPUÉS, Cas se paró frente al espejo en su prestada habitación. Llevaba


un vestido de seda verdes con mangas largas y un delicado patrón dorado bordado
a lo largo del corpiño. Se veía como el tipo de vestido que uno debería combinar
con una corona, pensó, por la forma en que brillaba y cubría elegantemente sus
hombros.

Y, sin embargo, no importaba cómo inclinara la cabeza frente a ese espejo,


todavía no podía imaginársela con una corona sobre ella.

La esperaban en el comedor privado del rey y de la reina dentro de una hora.

Otra comida y reunión con el tribunal superior de Sundolia y con varios


aliados clave que estaban de visita. Había notado que les gustaba discutir cosas
durante las comidas en este imperio. Ella no tenía idea de cómo podían soportar
comer cualquier cosa cuando hablaban de guerra y política.

Pero ellos tenían más práctica en eso, supuso.

Se armó de valor a través de la horrible experiencia lo suficientemente bien,


comiendo lo suficiente para ser educada y siguiendo lo suficiente las conversaciones
para que no se reirían de ella. Lady Sade se sentó a su derecha y tradujo cuando
fue necesario. Pero también había varios nobles y mujeres de la costa noreste que
hablan kethran con fluidez, que estaban ansiosos por llevar a Cas a un lado después
de que la discusión principal y la comida hubiera concluido.

Estaban bajo la impresión, se dio cuenta rápidamente, de que ella sabía


mucho más sobre la política del norte de lo que realmente lo hacía.

403
Ella podía engañar a su manera a través de una conversación, mejor de lo
que podía fanfarronear en un juego de cartas, al menos; pero todavía se sentía
abrumada, fuera de… lugar, y estaba exhausta cuando finalmente logró escapar de
ese comedor.

Desde ahí, tenía toda la intención de regresar a su propia habitación. Para


quitarse el vestido real que llevaba y ponerse algo con lo que podría practicar magia
cómodamente.

Pero luego vio a Elander a la distancia hablando con uno de los sirvientes del
palacio, y enseguida se olvidó de su habitación y su magia.

Él también la vio, y pareció alejarse del sirviente en el medio de la conversación,


dejando a ese sirviente con una mirada bastante confusa en su rostro.

—Hola de nuevo —dijo mientras se acercaba a ella.

—Hola —ella no pudo evitar la sonrisa que curvó sus labios, o la forma en que
automáticamente dio otro paso más cerca mientras él le devolvía la sonrisa.

Su sonrisa duró poco, se desvaneció mientras pasaba su mano por su mejilla


y luego descansó su mano al lado de su rostro.

—Te ves como si no hubieras dormido desde que me fui.

Ella se encogió de hombros ante esta evaluación. Porque ella nunca dormía
bien. A menudo, no dormía en lo absoluto; eso no era nada nuevo. Entonces, ¿por
qué preocuparse por eso?

Pero quizá esta vez había más, así que le dijo la verdad:

—Las reuniones, planificaciones y los preparativos han sido… interminables.


Y yo… yo también he tenido más visiones. Han empeorado por las noches, eso es
todo. Ella comenzó a caminar, con la intención de alejarse del sirviente con el cual
él acababa de hablar.

Elander la siguió. Podía sentirlo mirándola, casi podía sentir la preocupación

404
creciendo entre ellos.

—Estoy bien —dijo ella. Y fue una mentira cuando salió de su lengua, pero
se hizo más cierto a medida que pasaban los segundos. Ella se sentía más tranquila
cuando él estaba cerca, por razones que sospechaba que nunca entendería. Sus
pasos resonando detrás de ella, el roce de las yemas de sus dedos contra su brazo,
la gentileza, la manera confiada con la que deslizó su mano alrededor de la de ella…

Eso no le hizo bien.

Pero ciertamente no le hizo peor.

—No te fuiste tanto tiempo está vez —comentó ella.

—Quizá te extrañé —su tono travieso le hizo imposible saber si estaba


diciendo la verdad o no—. Así que tuve que volver antes.

Ella rodó los ojos.

—Guarda tus secretos entonces.

—¿Secretos? —él rio—. ¿No crees que estoy siendo sincero?

—No —le respondió de forma plana, lo cual solo hizo que sus ojos brillaran
con picardía. Ella suspiró y dijo—: Pero me alegro de que hayas vuelto.

—Ah, y ahora la pregunta es… ¿Estás siendo sincera?

—Supongo que nunca lo sabremos.

Él se rio de nuevo, la detuvo, la agarró de ambas manos y la atrajo hacia sí.


Pensó que la besaría. Su corazón se agitó esperanzado ante ese pensamiento. Pero
se detuvo cuando sus narices apenas se rozaron, y el simplemente la mantuvo allí,
respirando el mismo aire por un momento antes de dar un paso atrás.

Pero él no quitó sus ojos de ella.

—¿Por qué me miras así?

405
Una comisura de su boca se levantó. De vuelta a esa traviesa mirada que aún
iba a acabar con ella.

—Tengo otra pregunta —dijo él volviéndose y comenzando a caminar de


nuevo.

—¿Oh?

—¿Tuviste una visión de mi regreso?

—No, ¿por qué preguntas?

—Pensé que tal vez me habías visto llegar y luego te habías propuesto a
sentarte y torturarme.

—¿Qué quieres decir?

Su mirada se deslizó sobre ella cuando lo alcanzó.

—Ese vestido.

Todo su cuerpo se sintió más cálido de repente, y se volvió íntimamente


consciente de cada roce de ese vestido de seda contra su piel.

—Solo algo que uno de los sirvientes encontró para mí.

—Parece que fue hecho para ti.

—Al menos es cómodo.

—¿Fácil de quitar y poner? —preguntó presionando a esa sonrisa pícara para


transformarla en un intento de algo más inocente.

Ella se movió para darle un codazo en el costado, a pesar de eso, no pudo


evitar sonreírle. La atrapó y la atacó, envolviéndola con sus brazos. Ella puso como
pretexto un lucha que duró apenas unos segundos antes de que se rindiera y
dejara que su cabeza descansara contra su pecho. Sus dedos se deslizaron arriba y
abajo sobre la apertura en forma de V en la espalda del vestido, de vez en cuando

406
cepillando la piel y reavivando ese fuego dentro de ella.

Cuando ella se apartó un momento después, el ya no estaba sonriente.

—Te extrañé —le dijo él suavemente.

Ella presionó su rostro contra su pecho, porque no quería ver esa expresión
seria en su rostro.

—Yo también te extrañé, idiota —murmuró.

Su cuerpo se estremeció con una risa breve y silenciosa. La abrazó más fuerte.
Tan fuerte que la asustó, y tuvo que inclinarse para buscar su mirada de nuevo, en
busca de algún tipo de tranquilidad en el profundo azul de sus ojos.

Pero se veía… angustiado.

—Acabas de llegar y ya estás pensando en marcharte de nuevo, puedo


asegurarlo.

Por primera vez, no intentó negarlo.

—Las cosas se están pidiendo feas, Espinita.

Sus palabras le causaron un cosquilleo en el cuero cabelludo.

Piedra blanca. Sangre roja. Plumas negras. Espadas…

Ella se aclaró la garganta y volvió a fijar sus ojos en los de él.

—Pero estás aquí ahora, ¿no es así? Así que vamos a dar un paseo.

—¿A dónde?

No le importaba, se dio cuenta. Ella sólo quería estar con él. No estaba lista
para pensar en que él se marcharía de nuevo.

Ese aparentemente horrible y constante pensamiento, estaba en su cabeza


una vez más: se nos acaba el tiempo. Y se sintió como si no hubiera tiempo suficiente

407
para arreglar todo lo que necesitaba arreglar, o para salvar a todos los que necesitaba
salvar; pero aquí era este tiempo, este momento, y la manera en que de repente la
estaba mirando la hacía sentirse como si fuera cada pregunta y cada respuesta que
alguna vez había tenido.

—Veamos a dónde llegamos —sugirió—. No he visto mucho de esta ciudad


por la noche… aparte de esa primera noche que pasamos en ella. Y sospecho que es
mucho mejor cuando los monstruos no la están destrozando.

—Sospecho que tienes razón.

—Me iré a cambiar primero. De esta manera será menos tortuosos para ti.

—Muy inteligente.

—Lo es, ¿verdad?

—¿Necesitas ayuda?

—Si subes conmigo para ayudarme a quitarme el vestido, siento que acabaré
sin ver nada de la ciudad esta noche.

—No tengo idea de lo que estás insinuando —se inclinó contra la pared y
cruzó los brazos sobre su pecho, una leve sonrisa coqueteando en sus labios—.
Pero si insistes… supongo que me quedaré aquí y pensaré en cómo podría haberte
ayudado.

El calor se arrastró sobre su piel una vez más, la mayor parte, acumulándose
bajo su estómago está vez. De repente estaba demasiado nerviosa para hablar, así
que simplemente se despidió y se apresuró a su habitación.

Después de cambiarse, se apresuró a bajar las escaleras para encontrar a


Elander precisamente dónde lo había dejado. Sus ojos estaban cerrados, su ceño
fruncido en concentración.

Ella se acercó y le dio un codazo.

—¿Teniendo buenos pensamientos? —preguntó.

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—Eso depende completamente de lo que entiendas por bueno.

—Bueno, ya no puedes culpar a mi vestido por cualquier cosa pecaminosa


que esté rondando tu cabeza.

Abrió los ojos y la miró.

—Mis pensamientos permanecen inalterables —le informó—. Y tan


pecaminosos como antes.

Ella se sonrojó.

—¿A la ciudad? —sugirió ofreciéndole su brazo.

Afuera, el aire de la noche era suficientemente frío como para dejarla sin
aliento.

Envolvió el suave abrigo forrado de piel que la reina le había dado, más
fuertemente alrededor de sí misma. Acurrucándose un poco más cerca de Elander.
Tuvo que esforzarse para mantener el ritmo de sus largas piernas, lo que al menos
la ayudó a mantenerse más cálida.

Cas había pasado tanto tiempo ayudando a limpiar los destrozos de esta
ciudad, que ahora sus ojos automáticamente buscaban cosas rotas. Estaban lejos
del distrito dónde se habían producido la mayor cantidad de daños, pero aún seguía
habiendo pruebas ocasionales del ataque del vanth. Fragmentos extraviados de ese
monstruo habían aterrorizado a la ciudad incluso después de que la batalla hubiera
acabado. Los avistamientos de esos fragmentos habían continuado por varios días
después, y Cas todavía estaba recelosa, incluso ahora, de encontrarse con alguna
de esas bestias más pequeñas.

Todas las personas con las que se cruzaban parecían comprensiblemente


cautelosas también, y esa fue una de las razones por las que su conversación con
Elander inevitablemente se centró en batallas y derramamientos de sangre, aunque
esperaba que no fuera así.

—Creo que el rey y la reina están más de mi lado ahora —le dijo—. Todavía

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quieren que les dé una respuesta definitiva sobre si realmente planeo tomar la
corona de mi hermano, pero...

Él la miró pensativo pero silencioso.

—Pero, de cualquier manera, si voy a la batalla con Varen mañana, creo que
me enviarían ayuda. Así que al menos, hemos asegurado un aliado importante.

—¿Vas a ir a la batalla con Varen mañana?

—Mañana, o pasado mañana, ¿importa? Vendrá pronto, eso es lo que importa.

Él asintió con la cabeza frunciendo el ceño.

—Lo cual también nos lleva al problema de… nosotros. —Ella tiró su mano
de la de él y la colocó en el bolsillo de su abrigo en su lugar—. Nunca te lo dije, pero
tuve una larga conversación con Nephele en la mañana que dejamos Stormhaven,
antes de que me diera su bendición. Y ella tenía mucho que decir sobre ti.

—Estoy seguro que sí —dijo con una sonrisa irónica—. ¿Qué dijo, algo
particularmente condenatorio?

Cas se mordió el labio pensando en lo que la Diosa de la Tormenta le había


contado sobre la caída del Dios de la Muerte. Ella no quería sacar ese tema en
particular. Se sentía demasiado sensible, demasiado difícil de arreglar junto a todas
las otras cosas difíciles que estaban tratando de resolver.

Elander miró en su dirección una vez más, expectante, y su sonrisa se


desapareció cuando vio la mirada desgarradora en su rostro.

—Cassia, ¿qué dijo ella?

—Sólo… una advertencia. —Ella desvió la mirada—. Sobre ti. Sobre nosotros.

—¿Una advertencia?

—No terminará felizmente.

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Él levantó los ojos hacia el cielo estrellado. Esta sección de la ciudad era la
más oscura por la que habían caminado hasta ahora, y sin que la bruma de las
farolas opacara nada, las estrellas se veían especialmente brillantes.

—Creo que te he dado esa misma advertencia más de una vez.

—Sí. Pero se siente más real ahora. Como si estuviéramos yendo a ese final. —
Ella redujo la velocidad hasta detenerse. Ella en verdad, no había querido hacerlo;
fue simplemente el peso de todo, arrastrándola a detenerse.

Él bajó la mirada hacia ella y, por un momento, juró que una de esas estrellas
se le había caído a los ojos. Verlos era sobrenatural; se suponía que los ojos de
deberían brillar y cautivar tan completamente como los suyos lo hacían.

Inhumano, se recordó a sí misma, porque seguía olvidándose de alguna


manera de quién era y de lo que aparentemente estaban destinados a ser.

—Debería ser un final infeliz. —Ella se volvió y comenzó a caminar de nuevo—.


Somos enemigos, deberíamos ser enemigos.

—Sí. Ese era el plan.

—¿Entonces qué estamos haciendo?

—Estamos yendo a dar un paseo juntos —dijo él poniéndose a su lado.

—Sabes lo que quise decir.

Continuaron caminando por la ciudad en silencio.

—Tienes razón, por supuesto —dijo Elander después de unos minutos—. No


deberíamos estar caminando juntos. No planeé esto; no iba a venir a Rykarra hace
una semana y, sin embargo, lo hice. No iba a pelear contra el vanth, pero también
lo hice. ¿Y cuántas veces he vuelto a ti desde entonces?

—Tres.

Él sonrió un poco; quizá porque ella no había necesitado detenerse a pensar

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un número.

—No tenía planeado ir más al sur que Stormhaven —dijo—. Pero entonces…

—Pero entonces, ¿qué?

Él dudó. Habían llegado a la calle donde el Instituto Black Feather estaba


localizado y redujo la velocidad hasta detenerse, tomó su mano y la detuvo a su
lado mientras miraba hacia esa enorme torre.

Su mirada permaneció en él.

—¿Soy un tonto por continuar sosteniendo tu mano así?

—No. —Su respuesta fue rápida está vez—. No eres un idiota. Contéstame
entonces. Si no me dices nada más antes de que te vayas de nuevo, entonces al
menos dime por qué sigues volviendo a mí.

—Porque…

Estaban solos en la calle. Las altas lámparas que iluminaban el camino eran
tenues, al igual que las antorchas al lado de su rostro. Solo unas pocas ventanas de
esa torre del conocimiento revelaron alguna señal de que algunas personas todavía
frecuentaban sus habitaciones.

Los dedos de Cas comenzaron a golpear ansiosamente la palma de la mano


de Elander. Él los sostuvo con más fuerza, los mantuvo quietos, luego finalmente la
miró y dijo:

—Porque por un momento, pensé que podrías dejarlo ir.

—¿Qué?

Otra pausa, y luego:

—En Stormhaven, cuando estabas colgada del puente, pensé por un momento
que podrías dejarlo ir. Y en ese momento fue cuando me di cuenta… que si tú lo
hubieras dejado ir, yo también lo habría hecho. Hubiera dejado ir cualquier plan

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que tuviera. No me hubiera importado esa misión que el Dios de la Torre me dio, o
las consecuencias de haberme caído yo. Si hubieras caído, no me habría importado
nada más.

El aire de la noche aullaba a su alrededor. Ella se estremeció, y él la acercó


más y la sorprendió la calidez que irradiaba su cuerpo; ¿cómo podía ser que el Dios
de la Muerte la hiciera sentir tan cálida y viva?

—Pensé en dejarlo ir —admitió.

—Bueno, me alegro de que no lo hayas hecho.

—Yo también —dijo ella en voz baja.

Él presionó sus labios en su frente, los dejó allí por un momento mientras ella
empuñaba con sus manos su abrigo y se acercaba aún más a su calor.

—Así que esa tarea que te dio el Dios de la Torre, nos concernía a mi hermano
y a mí…

Él respiró profundamente.

—Parte de la razón por la que ve vuelto tan a menudo al Oblivion es porque


Caden y Tara me han estado dejando atrás últimamente —dijo—. Estoy conectado
con ellos de la misma forma que el Dios de la Torre está conectado conmigo;
no completamente, tal vez, pero generalmente puedo saber dónde están a cada
momento. Y si están en problemas, por ejemplo, puedo sentirlo.

—¿Y la semana pasada fue particularmente problemática? —Ella adivinó.

Él asintió.

—Caden continúa monitoreando a Varen quien, como estoy seguro de que


los espías de Sundolia han informado al gran rey y reina, están preparando su final,
finalizando el asalto a Sadira. Había sido caótico tratar de hacer un seguimiento de
sus movimientos, por decir lo menos.

—¿Y Tara?

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—Tara ha ido a Starhaven bajo mis órdenes para hablar con su diosa y, con
suerte, tener una idea de lo que va a venir. Esa deidad sin duda ha visto vislumbres
de nuestro futuro. Pero lograr que ella revele esos destellos es enteramente otro
asunto. Ella no siempre es… cooperativa.

Cas pensó de nuevo en esa conversación con Nephele.

—Porque todos los dioses y diosas son idiotas, ¿verdad?

Él sonrió.

—Sí. Esencialmente.

Ella presionó su cabeza contra su pecho y suspiró.

—Pero mi punto, para responder a tu pregunta, es este… —Tomó esas manos


que ella había empuñado en su abrigo y las envolvió con las suyas que eran mucho
más grandes—. Estoy tratando de ver cada ángulo posible. Y si hay alguna forma de
cambiar el final de esto, lo voy a encontrar. Necesito que confíes en mí.

Ella no supo qué decir.

Ella había jurado que nunca volvería a confiar en él después de lo que sucedió,
pero ahora…

—¿De verdad crees que existe esa forma?

Él tomó otra de esas profundas y cansadas respiraciones.

—Vamos, comencemos por terminar nuestro paseo.

Ella asintió con la cabeza y su mirada se volvió una vez más al Instituto Black
Feather; hacía cada vez más frío a medida que pasaban los segundos, y ella ya había
terminado con ese paseo, pero tampoco quería volver al palacio.

—Pasé mucho tiempo en ese edificio la semana pasada —le dijo a Elander—.
El rey me dio una llave para que pudiera acceder a la pequeña biblioteca en el
piso superior que está llena de libros y artículos particularmente raros que hablan

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principalmente de los varios dioses, espíritus, las historias y leyendas que los
rodean.

Se había dicho a sí misma que necesitaba empezar a tomar notas para


mantenerse al día con estas cosas, y ahora solo eso había hecho; ella ya casi había
compilado un libro de garabatos y reflexiones. Había sido un escape terapéutico de
las políticas de la corte Sundoliana.

Elander parecía intrigado por la mención de esta biblioteca, así que entraron
juntos al edificio.

Cas se había enamorado de este lugar, de verdad; la hizo sentir cálida en más
de una forma mientras caminaba en su interior y dejaba que ese ahora familiar
sonido y aroma la envolviera. Los escalones hacia el piso de arriba eran demasiados
para contarlos, pero ella los subió con tal entusiasmo que hizo reír a Elander.

—¿Quién se emociona tanto por unos polvorientos libros viejos? —preguntó


cuando llegaron al rellano superior.

—No son los libros —respondió ella mientras deslizaba una llave desde
el bolsillo del interior de su abrigo y desbloqueaba la puerta de esa restringida
biblioteca—. Es lo que hay dentro de ellos.

Empujó la puerta para abrirla y entró, se movió inmediatamente para tantear


la lámpara de la pared y para que la cálida luz se extendiera por la habitación.
Cómo muchas de las habitaciones en este instituto, ésta en parte parecía haber
sido construida para esfuerzos académicos y para pausadas reuniones. Tres de las
paredes estaban revestidas de arriba abajo con estanterías de libros y pergaminos
raros. Pero la cuarta pared estaba organizada para la comodidad; una línea de
sillas y sofás lujosos flanqueados por mesas laterales cubiertas con cosas como
quemadores de incienso, tomos de poesía y cartas como las que había utilizado
Laurent para jugar con ella horas atrás.

Elander se puso cómodo, quitándose el abrigo, las botas y estirándose en uno


de los sofás. Un largo brazo y pierna colgados por el costado, haciéndole parecer
una pantera holgazaneando en los brazos de un árbol.

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Cas recogió su pila de notas, la había dejado en uno de los estantes, dónde
uno de los eruditos le prometió que estaría a salvo y se dirigió a su parte favorita de
esa habitación: el pequeño rincón que sobresalía de ella. Las paredes y los techos
de ese rincón estaban hechos de vidrio, por lo que uno podría tumbarse en el suelo
y observar el cielo nocturno. Esa parte estaba más fría que el resto de la habitación,
así que cogió una manda de uno de los sofás y se envolvió en ella, acomodándose
bajo las estrellas y extendiendo sus papeles delante de ella.

Después de varios minutos de verter su atención sobre las palabras


desordenadas y gráficos que había rayado en esos papeles, miró de vuelta a Elander
y le preguntó:

—¿Qué tan bien conoces a la Diosa del Cielo?

—No mucho. Ella siempre ha sido una especie de reclusa. —Sus ojos
parpadearon abiertos y luego entrecerró los ojos hacia el techo, pensando—. Lady
Soryn es amable con el cielo, si no lo sabías; la bandera del reino incluso presenta
uno de los símbolos de esa diosa. Parte de la razón por la que Varen está tan ansioso
por aplastar a cualquier potencial resurgimiento de ese reino, me imagino, es porque
ellos nunca fueron tímidos de alabar a esa diosa y a todas las deidades conectadas
a ella. Más Sundolianos que Kethran en ese sentido.

Cas asintió; durante la última semana, había tenido varias conversaciones


sobre este tema en concreto.

Volvió a sus notas, pero podía sentir a Elander estudiando ahora. Luego se
sentó y se estiró. Ella vio por el rabillo del ojo cómo él agarraba una pluma negra
de la mesa a su lado, junto con un trozo de pergamino. Comenzó a garabatear junto
con ella, una leve sonrisa jugando en las comisuras de sus labios.

—¿Te estás burlando de mí investigación?

—Para nada —dijo aun sonriendo—. Me siento como si debiese ser más
estudioso. Como si tuviera que seguir tu ritmo.

Ella entrecerró los ojos.

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—¿Qué estás escribiendo?

—Notas.

Volvió a sus propias notas. Pero estaba teniendo dificultades para concentrarse
con él cerca. Cada rasguño de su pluma atraía su mirada.

Él se reclinó en el sofá tomando el pergamino y la pluma. Ella miró mientras


él golpeaba la pluma contra su hombro, y luego distraídamente la giró, la arrastró
sobre su mandíbula, rozó sus labios y los hizo se pararse de manera reflexiva, y
eso…

—¿Todo está bien? —preguntó él.

—Yo… ¿Qué?

—Estás mirando esta pluma como si estuvieras celosa de ella.

—No seas estúpido —murmuró ella.

Su sonrisa detuvo su respiración en lo que se sintió como la décima vez esa


noche.

—Por lo que vale, preferiría tus dedos a esto —le dio a la pluma otro pequeño
giro—. Aunque también es excepcionalmente… suave.

El calor pasó a través de ella, pulsando a través de todas sus áreas sensibles.
Era la forma en la que había dicho suave. La inquietud la alcanzó, se puso de pie y
caminó de regreso a una de las estanterías.

Él se inclinó. Dejó sus notas a un lado. Manteniendo a esa pluma girando


alrededor de sus dedos.

Ella era íntimamente consciente de cada uno de esos pequeños movimientos


que había hecho y su corazón latió un poco más rápido con cada uno de ellos. Ella
había estirado la mano para alcanzar un libro, pero de repente no pudo recordar
cuál. Fingiendo haber cambiado de opinión, se acercó al escritorio en el centro de
la habitación y comenzó a hurgar en sus cajones.

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¿Podría él, ver la manera errática en la que se movía?

¿Podía oír el imprudente latir de su corazón, o el temblor desigual de su


respiración?

La respuesta era sí a juzgar por la forma confiada en la que se paró y se acercó


a ella.

Tan cerca.

Deslizó un brazo alrededor de ella. La inmovilizó contra él. Deslizando la


pluma sobre su mano y su muñeca.

—¿Ves lo que quiero decir? Suave.

Sus ojos se cerraron revoloteando.

—¿En qué estás preguntando? —preguntó él.

Docenas de posibles respuestas pasaron por su mente.

Ella no podía hacer esto.

Quería hacerlo de todos modos.

No iba a terminar bien.

No le importaba.

Ella se volvió hacia él. Elander bajó la mirada hacia ella, acercando más su
boca, y todos sus pensamientos se atropellaron desapareciendo, hasta que solo
quedó uno…

—Estaba pensando que debería haberte dejado ayudarme con ese vestido
después de todo.

Sus ojos parecieron oscurecerse ante la sugerencia.

—No es demasiado tarde para que me dejes ayudarte de otras maneras.

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Ella comenzó a quitarse el abrigo. Su mirada de desvió hacia la puerta.

Él se movió para comprobar la cerradura. Luego volvió a su lado con la gracia


suave y rápida que le recordó brevemente que él no era humano; levantó la pluma
y la presionó en sus labios.

—Tendremos que ser silenciosos. No quiero que te echen de la biblioteca. —


Arrastró la pluma por sus labios y bajó a lo largo de su garganta mientras hablaba—.
Ese es el tipo de cosas que no se verían bien en el historial de una futura reina.

—No, no lo haría. —Las palabras temblaron mientras dejaba caer su abrigo


sobre la silla detrás de ella—. Aunque ahora estoy curiosa…

Sus labios siguieron el camino que había trazado con la pluma, deteniéndose
solo cuando su nariz rozó el lóbulo de su oreja. Su respiración de sintió cálida y
pesada contra el costado de su cuello.

—¿Acerca de qué?

—Sobre lo que planeabas hacer que pudiera provocar que nos echaran de la
biblioteca.

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Capítulo 26

Traducido por Mel

Corregido por Tory

ÉL LE RESPONDIÓ PRIMERO CON UNA SONRISA QUE ENVIÓ UN AGRADABLE


hormigueo a través de ella.

Y luego llevó una mano a la parte delantera de su camisa. Sus dedos


pellizcaron uno de los botones. Le dio un pequeño tirón. Una orden tácita y ella
la siguió, mantuvo sus ojos al nivel de los suyos mientras ella desabrochaba ese
botón, y luego el resto.

Él deslizó su mano debajo de su camisa floja. Ahuecando el peso recién


liberado de uno de sus pechos y se inclinó hacia ella, forzando su espalda contra
la silla mientras cubría su boca con la suya. Por un momento ella quedó atrapada
debajo de su calor, una rodilla en un lado, un fuerte brazo inmovilizándola del
otro, y se apartó de nuevo solamente para permitirle liberarse de su camisa. Ella se
estremeció cuando la tela le rozó la piel.

Respiró hondo al verla frente a él.

—Nada debajo. —Su mirada se posó en su parte inferior, y luego dio un paso
atrás poniéndola de pie mientras se apartaba. Las yemas de sus dedos engancharon
la cintura de sus mallas. Otra orden tácita, y ella la obedeció tan rápido como la
anterior, quitándose las botas y deslizándose fuera de esas mayas forradas con piel.

Tampoco había nada debajo.

—Casia. —Su nombre era una maldición, una súplica, una promesa, todo
junto en un gruñido. Su respiración era irregular, agitada, sus ojos ardían con deseo…

Y ella no se disculpó cuando dijo:

—Pensé que podría ser posible que esas cosas se interpusieran en el camino.

La atrajo hacia él y la besó de nuevo. Lentamente. Profundamente.


Torturándola en la forma en la que claramente se mantenía hacia atrás, su lengua
se deslizaba ocasionalmente contra la de ella, burlándose de los pequeños gustos.
Su voz era baja y oscura mientras apartaba su boca, la llevó a su oído y dijo:

—Y me habías acusado de tener pensamientos pecaminosos…

Ella sonrió con satisfacción ante esto, lo cual le valió un beso rápido y duro.
Entonces Elander dio un paso atrás, y en un movimiento, pasó la camisa por su
cabeza y la arrojó a un lado.

Él era hermoso. Ella ya lo sabía, pero la vista de su torso desnudo la había


hecho marearse de nuevo, como si esta fuera la primera vez que lo veía. Ella quería
arrastrar sus dedos sobre las duros abdominales de su estómago, saborear la sal de
su piel, memorizar cada inmersión y línea que lo había esculpido.

Pero él se movió más rápido que ella, agarrándola por las caderas y
levantándola sobre el escritorio que estaba detrás. Sus labios se movieron desde
el hueco de su garganta hacia abajo a través de los picos de terciopelo duros de
sus pechos. Todavía tenía esa pluma en su mano, y aún no había terminado de
atormentarla con ella; la subió pasándola por la parte interna de sus muslos durante
un momento antes de burlarse del calor acumulado entre sus piernas.

El placer combinado de todo eso la hizo retorcerse contra el escritorio hasta

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que él la agarró y tiró de ella hacia adelante. Cuando sus pies tocaron el sólido suelo
una vez más, sus manos trazaron las líneas de su estómago, moviéndose hacia
abajo para desabrochar el cinturón. Ella casi había logrado despojarlo de él cuándo
la detuvo.

—Aún no. —Él la agarró por la barbilla y la besó tan ferozmente que quedó
momentáneamente aturdida y luego ella extendió sus manos enredándolas en las
ondas de su cabello.

Rompió el beso con evidente esfuerzo y sus ojos ardieron sobre los suyos,
posesivo, hambriento y salvaje. Ella juró que estaban brillando, como lo habían
hecho cuando él había asumido su forma más divina.

—Párate junto a la ventana. —Ordenó señalando con la cabeza ese rincón


revestido con vidrio en el que había estado antes—. Quiero verte bajo la luz de la
luna, de nuevo. Todo de ti, esta vez.

A ella le encantaba ese tono áspero y autoritario de su voz.

Pero ella no podía reprimir ese deseo, aparentemente interminable de


desafiarlo, por lo que no siguió de inmediato sus órdenes está vez. En cambio, tomó
uno de los extremos del desabrochado cinturón y tiró de él hasta que tuvo todo el
largo en sus manos.

Su castigo fue otro beso rudo; dónde hubo dientes esta vez, luego la suave
pluma cayó y fue reemplazada por dos dedos que golpeaban, acariciaban y
presionaban dentro de ella. Los deslizó hacia afuera, luego empujó más profundo
e hizo señas hasta que ella arqueó su cuerpo… los retiró de repente y los mantuvo
afuera.

—Cruel. —Ella lo acusó.

—La ventana —gruñó en respuesta.

Ella retrocedió lentamente, caminado de puntillas porque los lisos tablones


de madera estaban fríos contra sus pies descalzos.

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Aún tenía el cinturón en sus manos.

Sus ojos nunca dejaron los de Elander.

Él la siguió con pasos lentos y controlados bebiendo la vista de la luz de las


estrellas derramándose sobre su desnudez. La caricia de su mirada y el aire más
frío de ese espacio de cristal combinados, hicieron que los escalofríos recorrieran
la piel de Cas, escalofríos que se intensificaron cuando él se acercó a ella. Ella se
volvió para mirar la ciudad oscura, sus manos se deslizaron alrededor de su cintura
y luego más abajo, más abajo…

Estaban demasiado arriba para que alguien pudiera reconocerlos o ver


qué estaban haciendo. Nada más que sombras detrás del vidrio. Pero había algo
estimulante en el hecho de que cualquiera podría verlos.

Un ligero cambio en su postura y sus pechos estaban presionados contra el frío


cristal. Su cuerpo se estremeció por la sensación. La calidez del cuerpo de Elander
se cerró alrededor de ella, y cuando el apartó esa calidez la dejó momentáneamente
sin aliento.

Aturdida, miró por el reflejo de la ventana mientras él se quitaba la ropa. Lo


miró mientras él la miraba, su mirada recorriendo cada curva, cada centímetro de
su cuerpo mientras se estremecía de deseo. Ella vio su mano rodearla una vez más,
deslizándose hacia abajo, encontrando su cálido y palpitante centro.

Ella lo vio dar un paso adelante, eliminando el espacio entre ellos, y luego lo
sintió contra ella, el firme músculo contra su espalda, la dura longitud deslizándose
entre sus piernas.

—¿Ves lo útil que puedo ser? —él susurró.

Su cabeza se inclinó cuando él la tomó por detrás. Suave primero, sus labios
al costado de su cuello, mordiéndole el lóbulo de su oreja mientras se metía en ella.
Entonces, una mano estaba en su cadera inclinándola. Su otra mano tomó la de ella
y la guio hacia la ventana, la extendió contra el cristal para mantener el equilibrio
antes de que él entrara completamente en ella.

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Un suave gemido se le escapó y luego otro, él colocó su otra mano en su
cadera y empujó más profundo, más rápido hasta que ambos perdieron la noción
de que las estrellas giraban arriba y la ciudad dormía debajo.

Aun había estrellas; pero para ellos, no aparecieron hasta mucho más tarde
cuando Cas cerró los ojos con fuerza, sintiendo que su liberación aumentaba junto
a la de él. La de Elander vino primero y luego su mano se dirigió entre sus piernas
persuadiéndola hasta que finalmente la de ella lo siguió, ola tras ola metiéndose a
través de ella y enviando esas estrellas en una arremolinada caída libre.

Y luego vino la oscuridad.

Cálida y bendita oscuridad que se sentía pacífica, segura y que nunca hubiera
querido dejar.

Demasiado pronto, sus párpados se abrieron.

Sus visión se aclaró en el reflejo de ellos en la ventana. Podrían haber sido una
de las muchas estatuas que decoraban los pasillos de esa torre; su cuerpo arqueado
hacia atrás contra él, su mano todavía envuelta alrededor de su cintura, su rostro
enterrado en la curva de su cuello mientras continuaba palpitando dentro de ella.

Ella no quería moverse.

No quería respirar.

No quería separarse de él.

Él se movió primero. Se puso de rodillas llevándola con él, la giró y la atrajo


hacia su costado. Sus manos apartaron el cabello de su rostro. La besó suavemente.
Sus ojos estaban cerrados cuando él se inclinó hacia atrás un momento más tarde;
pero parpadearon abriéndose y la miraron, brillantes y llenos de una emoción que
ella no supo cómo nombrar.

Y el pensamiento la golpeó antes de que pudiera apartar la mirada.

Te amo.

424
Pero no pudo decirle en voz alta.

Porque, ¿cómo podía amar a un dios caído que se desvanecía cada vez que le
daba la espalda? ¿Un hombre que le había mentido, traicionado y que había servido
al aterrador poder superior?

Había demasiados poderes superiores en acción y ella no veía una manera


de superarlos a todos, de hacer posible un te amo, no importaba cuánto quisiera
desesperadamente que fuera realidad.

Así que no pudo decirlo en voz alta.

Pero era imposible no amarlo en silencio, imposible no adorar las docenas


de sus pequeños movimientos. La forma en la que deslizaba sus dedos entre los
suyos. La forma en que levantaba la mirada hacia las estrellas y las estudiaba
mientras su mano libre se movía a lo largo de su brazo, como si estuviera trazando
constelaciones sobre su piel. La forma en la que notó su estremecimiento y, luego,
sin decir una palabra, hizo una cama con esa manta en la que había estado envuelta
antes, después trajo su abrigo y la envolvió en él. Trajo una segunda manta de
algún lado y envolvió ésta alrededor de ambos y la atrajo hacia sí.

Se sentaron así durante casi una hora. Ella estaba casi quedándose dormida,
cuando de repente sintió su cuerpo tensarse a su lado. Ella inclinó su cabeza hacia
él, y pudo leer su rostro fácilmente por primera vez.

—Algo está mal.

Sus ojos se cerraron en concentración por un momento. Su ceño


profundamente fruncido.

—Quizá. Ya no puedo sentir la energía de Tara; sigo intentándolo, pero yo…


—Se interrumpió sacudiendo la cabeza.

—Deberías ir. —Las palabras le provocaron un dolor físico en el pecho, pero


las obligó a salir—. Ella podría necesitarte.

Parecía como si estuviera a punto de estar de acuerdo con ella, hasta que

425
abrió los ojos y se encontró con su mirada. Y el dolor debió ser evidente allí también
porque vaciló, le apretó la mano, besó sus nudillos y dijo:

—Iré luego.

Deberías irte ahora, pensó, porque se sentía egoísta mantenerlo allí,


escondiéndose en esa torre mientras el mundo exterior estaba tan terriblemente
cerca de desmoronarse.

Pero de nuevo, parecía como si no pudiera hablar.

Entonces se quedaron. Envueltos en la manta, el uno en el otro en el cálido


aroma de los libros viejos mezclándose con el aire frío que logró colarse desde
afuera. Cas se sintió a la deriva de nuevo, mientras estaba allí escuchando el leve
latido inhumano del corazón de Elander. Él había tenido razón en el palacio; no
había dormido realmente desde la última vez que lo había visto. Pero él estaba
ahí ahora y, quizá esta noche, ella podría lograr descansar sin tener esas terribles
visiones…

—Casia.

—¿Hm?

—¿Qué es esto?

Parpadeó y se giró para verlo sosteniendo el amuleto que había tomado de la


habitación de Asra; sus manos deberían haber encontrado su camino en el bolsillo
del abrigo que ella llevaba.

—¿Eso? —Ella bostezó—. Es solo una baratija vieja que tomé de mi casa. Solía
ser parte de una de las campanas de viento que Asra amaba, uno que le hice cuando
era más joven…

—¿Dónde lo obtuviste?

Ella se encogió de hombros.

—Lo he tenido desde que tengo uso de la razón.

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La respuesta pareció alarmarlo por alguna razón.

—¿Qué ocurre?

—Nada. Nada, es simplemente… un aspecto interesante. —Lo guardó de


nuevo en el bolsillo. Levantó su mirada preocupada hacia las estrellas y no dijo
nada más sobre el asunto.

Extraño, pensó ella.

Pero el sueño ya había comenzado a tomarla y sus garras no se alejarían de


ella ahora.

CAS SE DESPERTÓ SOLA.

Horas más tarde, a juzgar por el resplandor del amanecer en el cielo. Todavía
estaba cansada, pero se puso de pie de todas formas. Vestida. Se limpió a ella misma
y la habitación. Y luego regresó al palacio Sundolian.

La necesidad de mirar por encima de su hombro continuaba golpeándola.


Como si eso fuera a cambiar algo; como si cuando mirara, se daría cuenta que
Elander había estado a su lado todo el tiempo y que ella se había alejado por error
de la torre Black Feather sin haberse percatado que iba sin él.

Pero esa no era la verdad, obviamente.

Le había dicho a Elander que regresara Oblivion, y él regresó. Necesitaba


regresar; era algo necesarios y era tan simple como eso.

Aun así, se sentía como si estuviera dejando partes de sí misma detrás,


pequeños pedazos de ella astillándose con cada paso que daba y dejando un rastro
de regreso a esa torre, a todas las cosas que habían dicho y hecho allí.

Lo cual era molesto, porque tenía más cosas con las que lidiar, y necesitaba
estar completa para hacerlo.

427
Una vez que entró en el palacio, un diluvio de esas otras cosas la golpearon. Fue
vista casi de inmediato por el gran rey, quien le indicó con un gesto que esperara. Él
estaba rodeado de personas con aspecto de oficiales que tenían miradas serias casi
idénticas. Laurent también estaba entre ellos, y cuando sus ojos se encontraron con
los de Cas, se apartó de ese grupo de miradas serias y caminó hacia ella.

—¿Qué está pasando? —preguntó ella.

—Sadira ha pedido refuerzos —le dijo—. Un ejército masivo se acerca desde


el oeste… el tipo de ejército que tiene la intención de terminar con el asunto.

El rey se les unió un momento después y explicó:

—Su objetivo es aparentemente la ciudad capital de Kosrith. Si Varen toma el


control de su puerto, luego será casi imposible para nosotros seguir canalizando la
ayuda hacia Sadira. Lo que queda de las fuerzas de Lady Soryn se están organizando,
preparándose para enfrentarlos de frente; pero los superan en números. Esa ciudad
capital caerá a menos que ayudemos a asegurarla. —Tomó un respiro profundo
y estabilizado—. Es una batalla potencialmente importante y paralizante. Lo
suficientemente importante para que Varen viaje él mismo con su ejército, según
mis fuentes.

La pregunta que brillaba en los ojos del rey era obvia: esta es tu oportunidad
de quitarle personalmente la corona a Varen, ¿Lo harás?

Cas sintió una mirada tras otra girando en su dirección. Ella mantuvo sus
ojos en los del rey y luchó por mantener sus manos quietas.

Todavía no se sentía como si hubiera hecho lo suficiente. Quería más tiempo


para prepararse, para practicar su magia. Quería encontrar a la Diosa del Cielo
como le había sugerido Nephele, tal vez ganarse la bendición de esa diosa también
y entender mejor todos los hilos de magia que aparentemente fueron entretejidos a
través de ella. La guerra siempre iba a estar esperando al final. Ella ya había aceptado
más o menos esto… solo necesitaba más tiempo para prepararse.

Pero el mundo, al parecer, no estaba dispuesto a esperarla.

428
Y si no se enfrentaba a Varen ahora, ¿quién lo haría?

Su magia de Tormenta casi había penetrado su escudo la última vez que habían
luchado. Esa magia se había vuelto mucho más fuerte las semanas posteriores. Si
alguien podía llegar a él, razonó, ese alguien era ella.

Así que al menos tenía que intentarlo, ¿no?

Ella tragó saliva. Y asintió.

—Si Varen va a Kosrith, entonces lo encontraré allí, me enfrentaré a él.

El rey sonrió, pero de alguna manera la expresión parecía sombría.

—Bien. Tenemos usuarios de magia capaces de transportar a algunos de


ustedes allí rápidamente. Lady Sade te acompañará a ti y a tus amigos en mi
nombre. Tenemos soldados estacionados en el borde noreste, listos para cruzar el
golfo y estar en el continente de Kethran en un día; se enviará un mensaje para que
se preparen para moverse. Deberías ir a prepararte para partir también.

Cas estuvo de acuerdo.

Y con esto, las cosas se pusieron en marcha.

No hubo dudas de su decisión. Los pasillos del palacio ya estaban llenos de


gente corriendo haciendo los preparativos. Los usuarios de la magia necesarios
para crear un portal a Kosrith se estaban reuniendo. Los consejeros del rey y la
reina hablaban en voz baja mientras apresuraban el paso. Los sirvientes miraban
tanto como trabajaban, mientras cotilleaban en voces igualmente silenciosas.

Cas se impulsó a través del ruido como pudo, dirigiéndose directamente


al espacio que había llamado suyo durante esta semana que había pasado.
Rápidamente se cambió de ropa, empacó sus cosas, y luego bajó a ver cómo estaba
Rhea.

Pasó junto a Zev en el pasillo que conducía a la habitación de su amiga. Sus


ojos se encontraron brevemente y, para sorpresa de Cas, él redujo la velocidad hasta

429
detenerse.

—Ella está....

—Ella está despierta —dijo Sev volviendo a mirar hacia la puerta entreabierta
de la habitación—. Pero ella no irá, así que estaba diciéndole adiós.

Cas asintió. Era bastante obvio ahora que lo había dicho; por supuesto que
ella no iría. El mundo no esperaría a que ella estuviera lista para pelear tampoco.
De todos modos, escuchar a Sev decirlo, hizo que ella sintiera como si alguien le
hubiera dado un golpe en el pecho.

Habían comenzado esto juntos.

Y si esto era un final, se veía como si deberían enfrentarlo todos juntos.

Ella dio un paso más cerca de él y preguntó:

—Tú irás, ¿verdad?

Su mirada se encontró con la de ella —realmente se encontró con la de ella—


durante un largo momento.

—Por supuesto —dijo antes de pasar junto a ella.

No fue exactamente una tregua, pero la calmó lo suficiente como para seguir
moviéndose. Respiró hondo y entró a la habitación de Rhea.

Rhea estaba sentada, sus dedos cepillaban a Silverfoot quien estaba acurrucado
en su regazo. Se veía mejor que antes, pero aun había círculos oscuros debajo de
sus ojos, y un vaivén en sus movimientos hicieron que Cas quisiera cubrir el suelo
con almohadas para amortiguar cualquier caída involuntaria.

—Hola —dijo Cas forzando la calma a través de su voz.

La mirada de Silverfoot se volvió hacia ella primero, y luego la cabeza de Rhea


se inclinó hacia ella.

430
—Hola, amor —dijo Rhea—. Escuché que te diriges a otra aventura sin mí.

Cas soltó una carcajada.

—Aventura no es la palabra correcta.

—Tal vez no. —Rhea bostezó.

Cas cruzó la habitación y se sentó en el borde de la cama.

—Aun así, iría contigo si pudiera —dijo Rhea—. Pero los médicos del palacio
son bastantes estrictos, por desgracia. Ellos no quieren escuchar ningún argumento
sobre cómo trabajan muestras heridas. Lo intenté, créeme.

—Deben ser estrictos. Te ves…

—Terrible, lo sé. —Ella rechazó el desacuerdo con el que Cas la iba a


interrumpir y luego continuó—. Zev estaba justamente aquí y no perdió el tiempo
para informarme de eso.

—No iba a decir terrible —dijo Cas tímidamente—. Pero quizá tú… no te ves
lista para ir a la guerra.

—Honestamente, no puedo decir que lo echaré de menos. —Rhea se recostó


contra la cabecera y pareció perderse en sus pensamientos antes de suspirar y
decir—: Pero lamento ser bastante inútil al final.

—No eres inútil. —Cas alcanzó la nariz de Silverfoot para acariciarla mientras
la pequeña criatura olisqueaba su manga—. Y no tienes que disculparte por lo que
tienes que hacer para sobrevivir, ¿recuerdas? Si tienes que quedarte, tienes que
quedarte. No nos iremos mucho tiempo de todos modos.

Rhea se quedó callada por otro largo momento y luego aceptó esto con un
asentimiento.

—Solo mantén a mi hermano pequeño a raya, ¿vale?

—Lo intentaré. Pero sabes tan bien como yo que es una causa perdida.

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Esto logró arrancar una pequeña sonrisa de Rhea.

—Bueno, entonces tráelo en una pieza para mí —dijo ella—. Y a ti, y a todos
los demás también.

—Lo haré. —Las palabras se sintieron pesadas en su lengua. Pesadas como


una mentira.

Porque ella sabía que no había ninguna garantía de que alguno de ellos
volvería.

Se sentó con Rhea todo el tiempo que pudo. Pero la ráfaga de los preparativos
que se estaban llevando a cabo afuera eran ruidosos, llegando a ellas incluso en esa
habitación escondida con su puerta entreabierta, pronto Cas se puso inquieta y
Rhea claramente podía verlo, incluso sin el uso de sus propios ojos.

—Deberías ponerte en marcha —sugirió ella.

Cas estuvo de acuerdo, a regañadientes. Ella la abrazó en despedida y, cuando


se marchó, casi choca con Nessa, cuyo rostro estaba rojo e hinchado.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí. Pero yo… yo me alegro de haberme encontrado contigo. —Ella tomó


varias respiraciones profundas y luego logró continuar—. Me quedaré. No quiero
que Rhea esté sola y yo… —Se calló tratando nuevamente de tomar aire suficiente
para continuar hablando, pero fallando esta vez.

—No tienes que explicar nada —le dijo Cas—. Lo entiendo.

Nessa tenía suficientes horrores atormentándola después del desastre de


las últimas semanas. Ella no necesitaba agregar más. Cas no quería sumar a sus
pesadillas. Y eso parecía que era precisamente en lo que estarían entrando en
Kosrith: una pesadilla.

—No nos molestemos en despedirnos, ¿de acuerdo? —Nessa sugirió con un


resoplido—. Se siente demasiado sofocante y formal, una especie de algo inútil,

432
considerando que pronto te volveré a ver, ¿cierto?

Cas asintió.

A pesar de su insistencia en no despedirse, fue Nessa quien arrojó sus brazos


alrededor de Cas, a quien apretó durante al menos un minuto completo, luego inclinó
su frente contra la de Cas durante otro minuto más. Pero un momento después se
marchó sin decir una palabra más; palabras que probablemente hubieran provocado
más lágrimas, y los ojos de Nessa ya se veían lo suficientemente hinchados.

Otra pieza se había ido.

Cas no lloró. Pero su pecho se apretó y sus dedos se movieron buscando algo
contra lo que golpear. Normalmente, ella contaba esos movimientos hasta diez y
luego hacia atrás nuevamente; pero ahora su mente ansiosa estaba atascada en el
número dos. Solamente dos. Una vez habían sido cinco, pero ahora solo quedaba
Laurent y Sev. Dos. Ella los contó una y otra vez, doblando un dedo y luego el
siguiente, arriba y abajo; no parecía poder detenerse.

Uno, dos.

Uno, dos.

Uno, dos.

Escuchó pasos que se acercaban y se metió en la habitación vacía más cercana


que pudo encontrar. Presionando hacia atrás y más atrás, hasta que estuvo fuera
del alcance de la luz que se derramaba desde el pasillo. Hasta que nadie pudo verla.

Una buena reina pensarán que soy, escondiéndome en la oscuridad de esta forma,
pensó amargamente.

Pero sus compulsiones no se detendrían, incluso mientras se inclinaba contra


la pared tratando de juntar sus manos y mantenerlas quietas.

Uno, dos.

Uno, dos.

433
Apretó los dientes y cerró los ojos, se zambulló en lo más profundo de sí
misma en busca de algo que la detuviera.

Algo más fuerte que los pensamientos incesantes y repetitivos.

Algo como la magia.

Sus dedos dejaron de moverse, volviéndose rígidos cuando la electricidad


corrió a través de su palma. Una breve tormenta crepitó, llenando la habitación con
chispas que se reflejaban en marcos dorados y otras baratijas que se almacenaban
en ese espacio.

Luego, con un movimiento de muñeca, Cas los despidió tan rápido como los
había llamado.

A pesar de que había tenido un control total sobre él, su mano aún
temblaba mientras la magia se desvanecía. Pero a ella no le importa porque ella
había reemplazado con éxito su miedo con esa magia. Con poder. Solo había sido
un pequeño hechizo —no lo suficiente para vaciar por completo la energía que
alimentaba sus ansiedades—, pero como ese pequeño consuelo que Zev le había
dado momentos antes, fue suficiente para sacarla de la oscuridad y empujarla a
continuar en movimiento.

Un pie frente al otro.

Encontró el resto de su grupo de viaje afuera reunidos alrededor de los Tipo


Aire que estaban creando ese método de viaje que el rey había mencionado.

Laurent y Zev estaban revisando sus últimas maletas.

Lady Sade estaba arrodillada frente a los jóvenes príncipe y princesa,


hablándoles en voz baja. Ella usó su pulgar para limpiar una lágrima de la mejilla
de la princesa mientras la reina de acercaba, luego Sade se puso de pie y volvió su
atención a la reina. Se abrazaron, y aún estaba abrazándose una a la otra mientras
se inclinaban y tenía una última conversación apresurada en el idioma de su pueblo
natal.

434
Fue otra despedida en la que Cas no quiso concentrarse, así que se volvió
hacia los usuarios de magia y los observó trabajar.

El espíritu del Aire era un mensajero entre los dioses que servía; como tal,
su magia permitía la transferencia de cosas, mentalmente, como las imágenes que
Silverfoot le pasaba a Rhea, pero también cosas físicas si el usuario de la magia
estaba bendecido y lo suficientemente capacitado para crear el portal adecuado.

Y Cas había visto tales portales ser usados antes, pero ninguno había sido tan
grande e impresionante como el que tenía ante ella ahora.

Tres hombres lo tejían mientras su rey miraba. El espacio entre ellos brillaba
con energía de color celadón que pronto tomó la forma de una puerta arqueada que
creció más oscura hacia su centro.

La reina se movió al lado de su marido observando junto a él mientras los


usuarios de la magia completaban su trabajo. Su mirada atrapó la de Cas. Ella le dio
un pequeño asentimiento alentador y Cas pensó en esa conversación que habían
tenido en su primer noche en esa ciudad.

En algún momento, tendrás que decidir en quién te convertirás.

Era una pregunta que la había atormentado por completo por demasiado
tiempo: ¿quién era ella, en realidad?

Los hombres del Tipo Aire se alejaron de su creación. El hechizo estaba


finalizado, Sade ya estaba avanzando hacia él, Zev y Laurent miraron a Cas
expectantes.

Supongo que estoy a punto de averiguarlo, pensó.

Luego se armó de valor y atravesó el portal.

435
Capítulo 27

Traducido por Viv_J

Corregido por Tory

LA SANGRE CONTRA LA PIEDRA BLANCA.

Las palabras habían perseguido a Elander desde que Casia las dijo.

Y esta fue la visión que lo recibió cuando llegó a Oblivion.

No era una premonición, no era una obsesión, sino salpicaduras reales de


escarlata contra los suelos de mármol; y también contra las paredes, los escalones
y las puertas. Parecía como si un cuerpo hubiera sido arrojado repetidamente
contra esas cosas, como si una bestia se hubiera apoderado de su presa y la hubiera
arrojado sin piedad de un lado a otro para asegurarse de que estaba muerta.

Había visto mucha sangre derramada a lo largo de su existencia; pero, aun


así, el espectáculo que tenía ante sí amenazaba con revolverle el estómago.

¿De dónde había salido?

Tenía que haber un cuerpo en alguna parte.


O cuerpos.

Obligó a su mente a calmarse, a concentrarse, y entonces advirtió un pulso


débil y parpadeante. Una energía familiar...

Tara.

Subió corriendo los escalones y pronto la encontró en aquella sala de puertas


que conducía a los otros salones divinos. Su cuerpo estaba desplomado contra
una silla, con la cara enterrada contra ella y los brazos enredados en el respaldo
aferrándose desesperadamente, tratando de mantenerse erguida. Un rastro de
sangre indicaba que se había arrastrado hasta esa silla.

Otros tres sirvientes —sirvientes humanos— estaban tirados en el suelo


entre Tara y donde estaba Elander. Todos estaban muertos. No había pulso de vida
en ninguno de los tres, ni siquiera un indicio de ello; así que Elander los ignoró y
corrió al lado de Tara.

Se arrodilló y le apartó el pelo empapado de sangre de la cara. Le ordenó que


abriera los ojos.

Ella no lo hizo.

Parecía que no podía.

Le sostuvo la cabeza sobre el suelo frío. Sus manos se mantuvieron firmes,


pero sólo por la fuerza de voluntad.

¿Qué había hecho?

Había sentido que algo estaba mal, ¿por qué no había vuelto antes?

Pero, por supuesto, sabía la razón. Porque no había podido soportar la idea
de dejar a Casia hasta el último momento. Porque no podía estar seguro de que ella
estuviera a salvo, ahora, y...

No importaba lo que hiciera, no importaba la decisión que tomara, alguien más


que él mismo lo sufriría.

437
Se sacudió el pensamiento de la cabeza cuando los ojos de Tara finalmente
se abrieron.

—¿Qué ha pasado? —preguntó.

La mirada de Tara no se centró en él, sino en el techo. —Fui a Starhaven


como... como...

—Como yo lo ordené —terminó él por ella—. ¿Y?

—Volví. Y entonces...

Elander se obligó a quedarse quieto. Paciente. Gentil. Estaba furioso, presa


del miedo y desesperado por obtener respuestas; pero no tuvo más remedio que
esperar hasta que por fin, por fin, los labios de Tara se movieron, y entonces más
palabras salieron a trompicones de su boca: —Me obligó a contarle lo que había
oído de la diosa. Yo no quería, pero...

Un sudor frío le bañó.

Tara volvió a callar.

Él calmó su respiración y luego se alejó con ella de la sangre y la fría piedra


bajando los escalones y entrando en la pequeña habitación en la que solía quedarse
siempre que estaba aquí. La acomodó en la cama del rincón y se sentó en el suelo
junto a ella apoyándose en la pared. Sus manos se enterraron en su cabello y se
aferraron a su cabeza palpitante.

Finalmente, Tara inclinó la cara hacia él. Al menos parecía consciente de que
él estaba allí, así que él intentó otra pregunta: —¿La Diosa de las Estrellas compartió
una visión contigo después de todo?

Tara tragó. Su garganta se agitó con más intentos de palabras. Todos los
intentos acabaron por fracasar. Pero entonces extendió la mano, y la marca de la
cruz curvada en su piel comenzó a brillar débilmente con su poder. Las yemas de
sus dedos rozaron el hombro de Elander y las imágenes se plantaron en su mente
a través de la magia de las Sombras de Tara: una escena recreada de su visita a

438
Starhaven, al parecer. Reconoció las paredes y los suelos negros como la tinta, una
imitación del cielo nocturno que de vez en cuando parpadeaba con estrellas, y
luego la propia Diosa con su pelo oscuro y brillante como el polvo...

Cefeida.

Y la voz que resonó en su cabeza un momento después se parecía más a la de


Cefeida que a la de Tara.

—Ella ha decidido alcanzar la corona y, con esa decisión, los destinos de ella y de
su hermano están sellados. Ambos morirán en el campo de batalla. En dos días, el linaje
termina...

Las palabras se repetían una y otra vez, hasta que Elander se agarró un lado
de la cabeza y la sacudió, disipándolas.

Tara yacía inmóvil en la cama. La marca de la magia de Sombra en su mano


resplandecía débilmente, cada vez más débilmente, hasta que finalmente casi
invisible en la oscuridad de la habitación.

Elander estaba igualmente inmóvil con los ojos vidriosos por el recuerdo,
hasta que oyó pasos en la escalera de afuera. Su cuerpo se tensó brevemente. Pero
entonces reconoció la energía a la que pertenecían esos pasos.

Caden entró en la habitación y se detuvo a mitad de camino al ver el cuerpo de


Tara. Frunció el ceño y, durante un largo momento, pareció considerar la posibilidad
de dar la vuelta y volver a salir. Pero luego se adelantó y dijo en voz baja: —Supongo
que la paciencia de alguien se ha agotado.

Elander se puso de pie. Se dirigió a la ventana del lado opuesto de la habitación


y apoyó la mano en el amplio alféizar. —Parece que Malaphar estuvo aquí para
recibirla cuando regresó de Starhaven. Estaba muy interesado en la visión que
Cefeida compartió con ella.

—¿Así que Cefeida realmente cooperó?

Elander asintió, y relató en voz baja la visión que Tara había compartido con

439
él.

—Eso es... bueno, ¿no? —preguntó Caden una vez que terminó—. Dos días y
esto termina.

Elander dudó.

Bueno no era ciertamente la palabra para lo que estaba sintiendo. —Lo que
Tara me mostró podría no haber sido del todo exacto —dijo.

Lo esperaba.

Su magia no estaba pensada para transportar mensajes de forma impecable,


sino para manipularlos; podía crear cualquier imagen o sonido que quisiera. Y no
tenía motivos para pensar que ella hubiera recreado sus recuerdos falsamente, pero
después de un ataque tan traumático, ¿quién podía decir que no había mezclado los
detalles?

Pero Caden negó con la cabeza. —Lo de los dos días lo hace parecer exacto. —
Elander levantó una mirada expectante en su dirección y Caden se explicó—: Acabo
de llegar de Olan. De un poco de trabajo de espionaje entre las líneas del frente.

—¿Y?

—Y Varen está con el ejército que está marchando hacia Sadira. Está dirigiendo
personalmente el ataque contra ese reino caído, ahora. Y según la información
recogida por ese mismo ejército, su hermana también está en Sadira ahora,
presumiblemente porque sabe que él viene. No sé cómo ha llegado tan rápido,
supongo que con algún tipo de magia, pero no importa.

Elander apoyó los brazos en el frío alféizar de la ventana y contempló las


oscuras formas de Oblivion.

—Lo que importa es que la posibilidad de que se encuentren en el campo de


batalla dentro de dos días es muy probable, como he dicho.

Elander agarró con más fuerza el frío borde del alféizar.

440
Caden se puso a su lado. —Así que ahora dejamos que se maten entre
ellos, ¿sí? Dejamos que la visión de la diosa se haga realidad. Ayudaste a la mujer
Solasen en Stormhaven, la pusiste a salvo a través del Medio Salvaje... su magia
es aparentemente lo suficientemente fuerte como para arruinarla a ella y a Varen
ahora, y es en parte porque la ayudaste. Tú orquestaste gran parte de esto, así que
técnicamente tu juramento se ha cumplido. Se acabó.

Se acabó.

La palabra se asentó como una piedra en el pecho de Elander.

—El ataque a Tara fue una última advertencia —contempló Caden—. Él ve


lo que se está desarrollando, ve que se acerca el fin de la línea de sangre y te está
recordando las consecuencias de la intervención. No puedes volver a salvarla del
ejército de Varen. No puedes ir a la guerra por ella.

Elander mantuvo su mirada en el sombrío mundo exterior.

—Si tengo que encerrarte en una habitación para que no te metas en esto, dilo
y lo haré. Debes dejar que las cosas se desarrollen. El Dios Rook será apaciguado,
podrá hacer lo que quiera con este imperio, y nosotros podremos volver al nuestro.

—¿Así que debemos hacernos a un lado mientras él aniquila este imperio?

—Ese fue siempre el plan, ¿no? Los imperios humanos se levantan y caen
todo el tiempo.

—Tal vez.

—¿Tal vez?

—No importa el imperio. Es... —Suspiró. Metió la mano en el bolsillo de su


abrigo y encontró el objeto que había guardado allí, pesado y esperando—. Todo es
más complicado que eso, ahora.

Caden le dirigió una mirada exasperada.

Elander la ignoró.

441
Y entonces sacó aquel pequeño pero pesado amuleto de metal que le había
robado a Cas y lo dejó caer en el alféizar de la ventana entre ellos.

Caden se quedó mirando.

La habitación estaba en un silencio sepulcral, salvo por el eco metálico de


aquel amuleto que se tambaleaba contra el alféizar de mármol, el estruendo y el
ruido de su colocación final, con el lado de la joya hacia arriba, y las ocasionales
toses sibilantes y traqueteantes de Tara.

Caden soltó una respiración lenta y temblorosa. —No puede ser lo que creo
que es.

—Lo es.

Caden sacudió la cabeza con incredulidad.

—Su poder está agotado, casi por completo. Pero cuando me concentro en él,
cuando lo sostengo... no hay que confundirlo con lo que es, me temo.

—Esto no puede ser.

—Pero lo es —dijo Elander en voz baja.

El Serca-Sonca. El Corazón del Sol. El objeto que había iniciado todo este
horrible calvario. El objetivo que el Dios Rook le había enviado a buscar... el regalo
que Elander había robado del dominio de la Diosa del Sol, todos esos años atrás.
Ya lo había arruinado una vez. Ahora parecía que había vuelto para hacerlo por
segunda vez.

—Y Casia lo tenía, por alguna razón —le dijo a Caden.

La habitación volvió a quedar en silencio; tan silenciosa que Elander dirigió


su mirada hacia Tara, sólo para asegurarse de que aún respiraba.

—¿Crees que esa mujer... es... ella? —preguntó Caden.

—Es posible. Pero necesito que me hagas un favor.

442
Caden levantó por fin los ojos de aquella pieza de metal sin pretensiones.

—Necesito que te asegures —dijo Elander—. Y necesito que lo hagas rápido.

443
Capítulo 28

Traducido por Viv_J

Corregido por Tory

NEVABA EN EL PALACIO DE LA REINA DE SADIRAN.

—Palacio no era realmente la palabra adecuada, ¿verdad? —murmuró Zev


temblando mientras su grupo contemplaba el edificio que tenían delante—. Así lo
llamaban; pero apenas se puede calificar como una casa elegante.

Cas asintió en silencio. La vivienda no era más grande que la casa que tenían
en el bosque de Valshade. Tenía columnas de aspecto algo grandioso, aparte del
yeso desconchado, pero ésta era la única decoración exterior digna de mención;
por lo demás, era una simple cara blanca con ventanas pequeñas y sucias, una
puerta de madera que necesitaba urgentemente ser repintada.

Los ojos azules de Sade parpadearon con impaciencia en dirección a Zev. —


Este no es el verdadero palacio; ese yace en ruinas, muy al este de aquí. ¿No conoces
la historia de tu propio imperio? —Apartó la mirada murmurando en voz baja lo
que sonaba como la palabra sundoliana para tonto, y luego continuó en Kethran—:
Este es el Templo Zeruko. En su día fue un santuario de la Diosa del Cielo, Indre, a la
que no le gustan las cosas elegantes. Cuando la ciudad de Kosrith fue asediada por
Anric de Solasen hace ya algunas décadas, este edificio fue uno de los únicos que no
ardió ni se derrumbó. La propia Diosa del Cielo lo protegió junto con la familia real,
dice la gente. Se considera una morada sagrada, así que harías bien en mantener tu
ignorancia mientras estemos dentro.

Con eso, su espinoso acompañante se alejó.

Zev la vio irse con la boca abierta por el inicio de una discusión que no había
tenido oportunidad de dar.

Laurent observó aquel enmudecimiento con una leve sonrisa y luego dio una
palmada en el hombro de Zev y dijo: —¿Ves? Por eso siempre te digo que leas un
libro.

Cas ahogó una carcajada. —Sí, Zev; lee un libro de historia, ¿por qué no lo
haces?

—Este no es técnicamente mi imperio —argumentó.

—Deberías ir a decírselo. Estoy seguro de que hará toda la diferencia.

El inicio de una sonrisa irónica cruzó la cara de Zev, y por un momento las
cosas se sintieron normales entre todos ellos. Pero en cuanto los ojos de Cas se
cruzaron con los suyos, su sonrisa se desvaneció y apartó la mano de Laurent.

Siguieron en silencio a Sade al interior.

Tres guardias se reunieron con ellos y los guiaron hacia la parte trasera de la
casa. Pasaron junto a un puñado de estatuas de madera tallada de la Diosa Indre y
siguieron una franja de alfombra azul descolorida hasta llegar a una gran sala sin
ventanas.

En el centro de la sala, saludando a Sade con un abrazo y un beso en ambas


mejillas, estaba la joven gobernante de Sadira.

Cas la reconoció por un retrato que el rey sundoliano le había mostrado. Había
sido pintado hacía tres años cuando la joven aún era conocida como princesa de

445
la corona y no como reina, aunque todavía sólo de nombre. No era una verdadera
reina más de lo que lo era Cas, en este caso porque Sadira había caído oficialmente
poco después del nacimiento de Soryn.

Cas no había leído suficientes libros de historia sobre el tema, pero sabía
que Sadira había sido desgarrada por la guerra civil mucho antes de que Anric de
Solasen intentara ponerla bajo su bandera. Por eso, una vez que Anric empezó
a ganar poder debido al trato que había hecho con el Dios Rook, ahora se daba
cuenta, había sido bastante fácil convencer a una población sadirana cansada de
que lo siguiera. Había prometido estabilidad, unidad bajo una única corona que
podría proveerlos y protegerlos, si sólo juraban su lealtad definitiva a esa corona.

Esta ciudad en la que se encontraban ahora era una de las pocas que había
restablecido su independencia en los últimos años, recuperando su soberanía de
las casas que gobernaban con la autoridad de la corona de Solasen.

Y si había alguna esperanza de que el reino que la rodeaba resurgiera


plenamente de las cenizas para enfrentarse a Varen y sus aliados, esta ciudad no
podía ser retomada.

Soryn se parecía mucho a su prima del imperio del sur, entre su piel olivácea,
su pelo negro y la forma profundamente inquisitiva con la que contemplaba a cada
uno de sus visitantes. Pero sus ojos tenían un extraño tono verde azulado que Cas
no había visto en Sundolia ni en ningún otro lugar. Llevaba una túnica desteñida y
unas botas muy usadas que no habrían desentonado en los habitantes más pobres
de Ciridan, pero las llevaba bien, y con más seguridad que algunos nobles con sus
valiosas prendas adornadas con oro.

Su mirada se fijó en Cas. —Lady Solasen. Por fin nos encontramos.

Esta vez, Cas consiguió no inmutarse ante el uso de su nombre de nacimiento.

Progreso, pensó dando un paso adelante para ofrecerle la mano. —Según los
rumores, nos conocimos hace mucho tiempo.

Los labios de Soryn se curvaron en una leve sonrisa que iluminó sus ojos

446
extrañamente coloreados, y Cas vislumbró los jóvenes dieciséis años que realmente
tenía esta mujer. Pero ella se estiró hacia atrás y tomó la mano de Cas en un apretón
firme, la estrechó, y entonces ese destello de juventud se fue igual de rápido. Una
máscara severa ocupó su lugar.

Ella miró a los que habían conducido a Cas y a su grupo al interior. —Vigilen las
puertas. Me gustaría hablar con nuestros nuevos amigos a solas y sin interrupciones.

Una vez que no quedaba nadie más que Sade, Cas, Laurent, Zev y ella misma,
Lady Soryn se sentó en el borde de la mesa del fondo de la sala con los brazos
cruzados sobre el pecho. Su mirada se fijó rápidamente en la de Cas una vez más.
—Así que eres la primera en llegar. Una flota viene desde el mar, pero al parecer
era imperativo que llegaras antes que ellos. Mi primo creía que podrías ser de gran
ayuda para mí y que tendríamos mucho que discutir antes de que llegara nadie
más.

Cas asintió, tratando de parecer más confiada de lo que se sentía. —Espero


poder ser de ayuda.

Los ojos de Soryn se dirigieron a cada una de las personas que tenía delante.
—No quiero parecer... grosera, pero supongo que esperaba un grupo de aspecto más
formidable. Por otra parte, mi primo es conocido por su optimismo. Lo ha metido
en problemas más de una vez. —La pregunta en la mirada de Soryn era bastante
obvia: ¿Se equivocó al ser optimista contigo?

Cas se sintió dividida entre el deseo de proyectar confianza y el de ser honesta.


Al final, se conformó con un punto intermedio. —Somos más fuertes de lo que
parece —le dijo Ella—, y hemos pasado por nuestra cuota de batallas para llegar
aquí; aunque es cierto: no estaba del todo preparada para llegar a tu puerta esta
tarde. Y todavía había preguntas que quería responder antes de encontrarme con
mi hermano en el campo de batalla.

—¿Preguntas?

¿Por dónde empezar?

447
Cas consideró cuidadosamente sus palabras por un momento antes de
continuar: —Antes de llegar a la ciudad de tu primo, estuvimos buscando aliados
en... otros lugares. En lugares divinos.

Ella relató brevemente sus aventuras en Refugio de la Tormenta, y Soryn


sólo pareció ligeramente sorprendida por todo ello, como si buscar las moradas de
los dioses fuera un pasatiempo común. Cas supuso que la prima de la joven reina
también le había informado al respecto. Soryn miró a Sade por un breve momento,
pero cuando Sade no objetó nada de lo que se decía, Soryn volvió a mirar a Cas y
asintió para que continuara.

Cas lo hizo, pero en cuanto preguntó sobre la posibilidad de que Skyhaven


estuviera al alcance de este reino, Soryn frunció el ceño y finalmente la interrumpió:
—Hay una isla en el Belaric. La gente de nuestro reino solía peregrinar a ella hace
mucho tiempo.

—¿Solían? —repitió Zev.

—Las olas llegan demasiado alto, ahora. Y una fuerza invisible lo protege
desde arriba. Nadie lo ha visitado en años, que yo sepa.

Tampoco nadie pudo llegar al templo del desierto, pensó Cas, hasta que lo hice
yo.

Antes de que pudiera mencionar esto, Soryn dijo: —De cualquier manera, no
tenemos tiempo para investigar esas cosas ahora. Los últimos informes sugieren
que Varen y sus soldados pasaron por Olan esta mañana. Lo que significa que
podrían estar aquí mañana por la noche, o pasado mañana a más tardar.

Y aquí estaba de nuevo, el pensamiento que parecía persistir bajo todas las
conversaciones de Cas ahora: Nos estamos quedando sin tiempo.

Ella reflejó el ceño de Soryn. —Pregunté por esa Diosa del Cielo porque creo
que la infame magia que protege a Varen puede ser una combinación de magia del
Cielo y algo más. He estado intentando descubrir una forma de atravesarla.

Soryn la consideró pensativamente durante casi un minuto completo antes

448
de apartarse de la mesa y hacer un gesto a Cas para que la siguiera. —Ven conmigo
—dijo ella—, podemos hablar más, y al menos puedo mostrarte esa magia del Cielo
de primera mano.

HORAS DESPUÉS, Cas y Soryn seguían juntas en los jardines que se extendían desde
la parte trasera del templo de Indre con los músculos doloridos y la piel reluciente
de sudor a pesar del aire frío.

Soryn había sido implacable con su conversación y con su magia. Iban y


venían con preguntas, posibles estrategias y con interminables discusiones sobre
sus números, sus fortalezas, sus debilidades. Y cada vez que su conversación se
detenía, Soryn invocaba su magia de escudo, y Cas tenía que romper ese escudo
con su propio poder.

Tormenta contra Cielo, una y otra vez, hasta que Cas comenzó a pensar que
estaba desarrollando un verdadero sentido de la forma en que se sentía la magia
de Cielo. Podía sentir cómo se construía y se rompía, tal como había sentido los
destellos de ese hechizo que había usado durante la última batalla con su hermano.
Pero Soryn era más poderosa, más poderosa que cualquier cristal o que cualquiera
de los pocos seres del Cielo que Cas había encontrado en el pasado. Ella no se rompía
tan fácilmente, lo que le daba a Cas la oportunidad de estudiar realmente el poder
que estaba utilizando.

No era lo mismo que buscar a la Diosa del Cielo en persona, obviamente, pero
era todo lo que podían hacer con lo que tenían delante.

La voz de Rhea seguía recorriendo la mente de Cas a pesar de que su amiga


estaba ahora a cientos de kilómetros de distancia: Hagamos lo posible por sobrevivir
a la batalla que tenemos por delante.

Para la tercera hora más o menos, Cas estaba haciendo algo más que
simplemente sobrevivir; había desarrollado una estrategia, un reflejo, una y otra
vez se las arreglaba para tejer su magia de la Tormenta en los escudos de Soryn y

449
romperlos sin mucho esfuerzo.

Soryn tenía talento, pero Cas tenía la bendición de la propia Diosa de la


Tormenta fluyendo por sus venas. Y estaba empezando a sentirse cada vez más
segura de sus habilidades como si realmente pudiera ser capaz de destrozar la
magia de Varen cuando llegara el momento.

Entonces Soryn desenfundó la espada que llevaba en la cadera y la barrió en


el aire.

Cas sintió inmediatamente que la energía que la rodeaba cambiaba.

Que se hacía más fuerte. Un muro de magia celeste aparecía dondequiera que
la espada la atravesaba, un resplandeciente brillo verde azulado no muy diferente
del color de los ojos de Soryn. La reina de Sadiran giró la espada en círculo enviando
hilos de magia por el aire. Se entrelazaron, envolviéndola en protección.

Cas hizo lo que había hecho innumerables veces en las últimas horas: buscó
la energía de la magia de Soryn. Acomodó su propio poder creciente, se apoderó de
él y lo guio hacia adelante, infundiéndolo en ese capullo que Soryn había creado.
Una vez que sintió que la energía del Cielo de Soryn se quedaba quieta, paralizada
por la Tormenta que había convocado, preparó una segunda descarga de rayos para
enviarla.

Normalmente, el escudo paralizado explotaba al ser golpeado como un rayo


que partiera un árbol muerto, así de fácil.

Pero esta vez, el muro de magia del Cielo aguantó.

Cas se aferró a sus talones e invocó más electricidad para golpearlo, para
quebrarlo, para romperlo...

Nada parecía funcionar y podía ver a Soryn al otro lado de ese muro con una
sonrisa.

Cas se obstinó en intentar atravesarlo. Trabajó con las manos de un lado a


otro ignorando el dolor en los brazos y la falta de sensibilidad en las yemas de los

450
dedos. Su magia de la Tormenta crecía y aumentaba constantemente.

Soryn se movió de repente y, cuando cambió su espada y su postura, la magia


del cielo también cambió desequilibrando a Cas.

Y mientras intentaba recuperar el equilibrio, Cas se dio cuenta, de repente, de


lo cansada que estaba de las últimas horas.

Su agarre a la enorme tormenta que había conjurado se resbaló, como si


la cuerda deshilachada a la que se había aferrado se hubiera roto violentamente.
Tropezó y se torció el tobillo cuando se agarró a un enrejado lleno de enredaderas.
Su magia se agitó violentamente en el aire a su alrededor, pero logró mantener el
suficiente control para golpearla contra el suelo y así dispersarse y disiparse antes
de que pudiera causar algún daño real.

Cas volvió a mirar a Soryn jadeando.

—Lo siento. Pensé que estabas preparada para eso —dijo Soryn desde el otro
lado de su barrera con una sonrisa un poco tímida.

Cas levantó el peso de su tobillo palpitante y contuvo un gemido.

—¿Necesitas un descanso?

Quería decir que no. No tenían tiempo para descansos. Pero dudó demasiado
en su respuesta y Soryn respondió por ella.

—Haremos un descanso.

Cas no pudo encontrar la fuerza para discutir, así que se hundió en una losa
rota y se masajeó el tobillo.

Soryn asentó su magia haciendo girar su espada en el aire. Recogió las hebras
de esa magia como un carrete que enrolla un hilo.

Vio que Cas observaba la hoja, que ahora brillaba débilmente, y dijo: —Esta
espada es la Gracia de Indre. El Hacedor de Escudos. Era de mi madre, y de la
suya antes, y de la suya antes, y así sucesivamente. Ha absorbido la sangre de

451
generaciones de seres celestes y se ha hecho más poderosa con cada uno de estos
rituales. —Levantó el collar que llevaba y dio un pequeño giro al amuleto en forma
de nube que había en él—. Y este es el otro escudo que lo acompaña: la Lágrima
de Indre. Un regalo de mi padre el día en que me nombraron heredera del trono de
Sadiran.

Se lo pasó por la cabeza y se lo entregó a Cas.

En cuanto sus dedos la tocaron, Cas pudo sentir el poder que dormía en
ella. Y la sentía a ella a juzgar por la forma en que temblaba en su mano como si
reaccionara, tal vez tratando de atraer el poder de Cas a la superficie.

Soryn la observaba con curiosidad, así que Cas trató de explicarle de nuevo
toda la magia diferente que llevaba. Las otras formas extrañas en que se había
manifestado hasta ahora. Las visiones que había presenciado, los encuentros que
había tenido con deidades y bestias divinas... todo ello. Parecía inútil ser tímida
con los detalles ahora; si iba a morir potencialmente en un campo de batalla con
esta joven mañana, ¿por qué ocultar algo hoy?

—Mi primo me escribió sobre tu extrañeza hace unos días, por supuesto
—dijo Soryn cuando Cas hubo terminado—. Pero hizo hincapié en que no podía
contenerse en su carta.

Cas dejó escapar un suave resoplido. —En eso no se equivoca. —Dio vueltas
a la Lágrima de Indre en su mano durante otro momento antes de devolvérsela
a Soryn—. Cuando siento la magia del Cielo, me resulta... familiar, pero distante.
Como algo que una vez conocí muy bien. Cualquiera que fuera mi poder innato en
el Cielo, creo que gran parte de él se perdió cuando era más joven; como si lo hubiera
transferido a Varen de alguna manera cuando lo protegí de los que amenazaban a
la línea de sangre Solasen.

—Una hermana desesperada por proteger a su hermano... —Soryn pensó en


voz alta.

—Irónico, a la luz de cómo han resultado las cosas, ¿no?

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Soryn asintió, y luego continuó su hilo de pensamiento: —Pero tú tuviste la
magia del Cielo en un momento dado. Y ahora Tormenta, y Estrella, y Luna...

—La Diosa del Sol parece haberme elegido y darme los distintos matices de
su poder —dijo Cas—. He llegado a esa conclusión. Aunque no puedo decir con qué
propósito.

—¿Puede alguno de nosotros decir realmente con qué propósito estamos aquí?
—reflexionó Soryn—. Mi madre siempre me dijo que eso lo decidíamos nosotros
mismos, independientemente de lo que la divinidad nos haya bendecido.

Se quedaron en silencio un momento más, y entonces Cas se aventuró a


preguntar: —Tus padres... ¿qué les pasó? Escuché ese rumor sobre un trabajo
conjunto, un rumor que te llamaba la reina, pero no había oído hablar del
fallecimiento de tus padres.

—¿No? —Soryn mantuvo la mirada en la lejana puesta de sol mientras se le


escapaba una risa amarga—. Bueno, me atrevo a decir que Varen no lo anunció a
sus súbditos.

Se puso en pie. Se quitó la arenilla y la suciedad de las rodillas. Recogió la


espada del Cielo, la hizo girar un par de veces. Cambió de opinión y la envainó en
su lugar, y luego se dirigió al borde de su campo de prácticas y recogió una pequeña
caja de metal. Uno de sus soldados la había colocado allí, junto a un arco, un carcaj
y otras armas con las que podría haber deseado practicar.

—Cayeron en Seap —continuó—. Hace casi un año del día. Esa ciudad del
noroeste ha estado bajo el control de la corona Solasen durante tanto tiempo como
cualquiera de las ciudades de Sadira. Pensamos que habíamos reunido las fuerzas
para recuperarla. Miles de personas juraron unirse a nuestra causa, pero al final, no
se presentaron suficientes fuerzas para luchar realmente. Y hubo algunos que se
presentaron sólo para traicionarnos. Al final nos superaban en número, y lo sabían,
pero mis padres marcharon de todos modos.

—Y tus padres...

453
—Lo hicieron todo juntos.

—Lo siento —dijo Cas, aunque las palabras se sentían risiblemente


inadecuadas.

—Ellos tampoco me dejaban casi nunca. Pero creo que intuían que las cosas
podrían ir mal en esta ocasión, incluso antes de que lo hicieran. Porque yo estaba
aquí en lugar de allí, en un día no muy diferente a éste, esperando noticias. Noticias
que finalmente llegaron en una caja.

—¿Una caja?

—La más bonita que jamás hayas visto. —Levantó la caja de metal en sus
manos; presumiblemente, ésta era la misma caja.

Y era bonita, con sus cierres de oro y sus intrincados grabados del sol, la luna
y una dispersión de estrellas en su tapa.

—Las manos de mis padres estaban en su interior —dijo Soryn.

La abrió y Cas retrocedió automáticamente; pero lo único que había dentro de


esa caja eran cuchillos. Al menos una docena de cuchillos arrojadizos ornamentados
de diferentes tamaños y pesos. Soryn sacó uno y pasó el dedo por el mango. Lo hizo
girar un par de veces, y luego lo soltó...

Golpe.

Golpeó un árbol cercano y se quedó mirando el mango que sobresalía por un


momento antes de decir: —Sus manos marcadas, por supuesto. Como advertencia
para mí y para cualquier otra persona marcada divinamente, supongo.

Otro cuchillo.

Otro golpe.

—Respondí construyendo sobre el ejército rebelde que mis padres


comenzaron. Eliminando a los traidores. Enviando a Varen mis propios pequeños
regalos.

454
Cas dudó en preguntar a qué se refería con regalos.

Golpe.

—El tonto de tu hermano no teme a los dioses ni a su magia —continuó Soryn.

—Eso dice él.

Golpe.

Soryn se dirigió al árbol lleno de cuchillos. Uno por uno, los arrancó. Uno a
uno, pulió sus bordes y los volvió a colocar en aquella caja ornamentada. Cerró la
caja con la mano posada sobre su tapa como si se preparara para hacer un juramento
sobre ella, y luego miró a Cas y dijo: —Pero nos temerá antes de que termine.

Cas le devolvió la mirada perdida por un momento en las profundidades


furiosas de aquellos ojos de color extraño, y asintió.

Decidió que le gustaba esta joven.

Quizás le aterrorizaba un poco, pero mientras estuviera de su lado, mejor.


Otro aliado útil, se atrevió a pensar Cas y la esperanza revoloteó desafiante en su
corazón.

—¿Otra vez? —propuso Soryn levantando la mano y haciéndola girar


convocando los hilos de otro hechizo del Cielo.

Cas se puso en pie. —Otra vez.

AQUELLA NOCHE, Cas estaba tan agotada por sus conversaciones y lecciones de
magia con Soryn que se quedó dormida poco después de que su cabeza golpeara la
almohada con olor ligeramente a polvo que le habían proporcionado.

No duró mucho.

455
Las visiones volvieron. La conocida sangre, la piedra rota y las plumas, pero
también una nueva: la sangre contra la piel en lugar de la piedra extendiéndose
como tinta derramada sobre una palma de la mano y a lo largo de un brazo pálido.

Se despertó con un grito.

Tras recuperar el aliento, se levantó de la cama y rebuscó entre los montones


de bolsas y ropa hasta encontrar el abrigo que buscaba. Metió la mano en el bolsillo
buscando el amuleto de Asra.

Pero no estaba.

El pánico se desplegó en su interior. Sintió que comenzaba esa oscura


sensación de espiral. Pero entonces algo rojo parpadeó en el rabillo de su mirada
y sus pensamientos de pánico se vieron momentáneamente desbaratados por la
sorpresa...

Su mano estaba sangrando.

Había un corte suave en el centro de la palma.

¿Qué demonios?

Alguien golpeó la puerta. Cas tardó en responder, todavía miraba su


mano aturdida pensando en esa nueva y extraña visión que había tenido antes
de despertarse. Un momento después, la puerta se abrió de golpe sin que ella lo
invitara.

Zev estaba allí de pie con el aspecto de haberse levantado rápidamente de


la cama. Se miraron fijamente durante un largo e incómodo momento, hasta que
finalmente él dijo: —Te he oído gritar.

—Lo siento, es que...

Se movió inseguro en la puerta.

Pero no se fue.

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Apretó su mano sangrante en un puño y la mantuvo contra su pecho. —Tuve
una extraña pesadilla, eso es todo. Me desperté buscando el amuleto que solía
llevar, el que formaba parte del carillón de Asra. Pero no estaba en mi abrigo donde
lo dejé. Y entonces me di cuenta... bueno, de esto. —Ella giró la mano para que él
pudiera ver la sangre.

Él se puso inmediatamente a su lado. —¿Qué demonios, Cas? Esto parece


profundo... ¿cómo lo has hecho?

—No estoy segura.

Cogió una camisa que ella había tirado a un lado durante su búsqueda y se la
entregó. —Mantén la presión sobre ella. Vuelvo enseguida.

Minutos después regresó con vendas adecuadas y hierbas curativas. Ayudó a


contener la hemorragia mientras preguntaba: —¿Dónde lo viste por última vez? Me
refiero al amuleto.

Ella se estremeció, tanto por la presión que él ejercía sobre la herida como
por la pregunta en sí.

Él levantó su mirada hacia la de ella, expectante.

—La última vez que lo vi fue cuando estaba con Elander.

La apariencia de normalidad entre ellos se evaporó casi al instante.

Era frustrante, y Cas no pudo evitar el tono amargo de su voz cuando añadió:
—Puede que él sepa adónde fue. Pero no está aquí; ha vuelto a desaparecer, como
seguro que te has dado cuenta.

—Sí me he dado cuenta.

—Pues adelante, entonces.

—¿Adelante sobre qué?

—Señala lo tonta que soy por pasar tiempo con él cuando estaba aquí.

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—Prefiero ayudarte a buscar tu estúpido amuleto. —Se ató la venda que
acababa de ponerle en la mano y luego se dirigió a los montones de bolsas que
ella había arrojado sin contemplaciones contra la pared—. Tal vez esté por aquí en
alguna parte. Si no fueras tan desordenada...

Ella lo observó sin hablar por un momento, y luego se puso de pie y comenzó
a ayudarlo a buscar.

—No es sólo él, sabes —dijo después de un momento—. Es todo.

Cas detuvo su búsqueda y lo miró fijamente. —Explícate.

Parecía que prefería prenderse fuego. Pero la mirada de Cas era insistente,
finalmente suspiró y dijo: —Las cosas de la reina. La magia interminablemente
confusa. Y esta batalla hacia la que marchamos... Yo sólo, siento que te estoy
perdiendo. O como si fuera a hacerlo, muy pronto.

—No puedes perderme, idiota. —Su mirada se suavizó y trató de esbozar una
pequeña sonrisa tranquilizadora.

No la devolvió. —¿Qué crees que pasa cuando la gente va a la guerra? ¿Incluso


si sobreviven a ella?

Ella se abrazó a sí misma y no respondió.

—No van a luchar, ganan, regresan y vuelven a vivir normalmente —respondió


Zev—. ¿Sabes cómo lo sé? Porque he observado a mi hermana intentando volver
durante casi quince años. Oculta bien las cosas, pero sé cómo era antes de alistarse
en el ejército de Lord Maltus.

Cas seguía sin responder; no sabía qué decir.

—Sólo tenía ocho años cuando se fue a ese ejército, por si lo habías olvidado.
Era joven, pero aún recuerdo vívidamente las cosas. No entendí por qué se apuntó
a esa locura entonces, y no lo entiendo ahora. —Parecía estar hablando más a la
bolsa en su mano que a Cas—. Ella vio a nuestro padre sufrir sus propias pesadillas
después de todos los años que pasó luchando en guerras. Vio cómo se ponía tan

458
mal que nuestra madre ya no podía consolarlo. Y luego fue y se alistó en sus propias
guerras, de todos modos.

Cas le quitó la bolsa. Tenía la intención de ponerla con las otras, para ir
organizando ese desorden del que él la había reprendido, pero no se atrevió a
apartar la mirada de Zev.

—Rhea también iba a venir a esta guerra —dijo él—. Ella quería venir, y la
única razón por la que no lo hizo fue porque se sentía como una carga.

—Ella no es una carga...

—No. Pero todavía se siente como si lo fuera.

Cas dejó la bolsa en el suelo y se dirigió a acomodarse en el borde de la cama.


Se sentía insoportablemente pesada de repente y lo único que quería hacer era
sentarse.

—Estar de vuelta en ese imperio del sur durante las últimas semanas, y luego
en el mismo palacio de quien envió a esos soldados que le hicieron esa... esa herida...
no ha sido bueno. Para ninguno de nosotros. Para ella especialmente. —Apretó las
yemas de sus dedos juntos, llamando a una pequeña llama. La apagó. Apretó el
puño y luego repitió la secuencia, una y otra vez—. No sólo termina cuando los
soldados se retiran. O incluso después de que todos los reyes locos sean asesinados.

—Actúas como si yo no hubiera pasado por mi cuota de guerras —dijo


Cas luchando y fracasando por mantener el dolor y la exasperación en su voz—.
Como si no entendiera que el dolor y la pérdida... —aspiró un poco buscando la
palabra adecuada—, resuenan mucho después de que la cosa que los causó haya
desaparecido. ¿De verdad crees que no he estado pensando en todas estas cosas?
¿Todos estos años que hemos sido amigos, y realmente no me conoces más que
esto?

Ese dolor en su voz pareció captar su atención, para recordarle que realmente
estaba hablando con ella, y no desahogándose en una habitación vacía. Su mirada
ardiente se posó en ella y por un momento tenso ella esperó que se diera la vuelta

459
y se marchara de nuevo, que volviera a rumiar en paz.

Pero entonces se sentó en la cama y dijo: —Lo siento.

Ella exhaló lentamente. —Yo también.

Se sentaron juntos en silencio durante un momento hasta que Cas dijo: —


Esta suele ser la parte en la que dices algo estúpido para aligerar el ambiente.

—Me he cansado de hacer bromas. Sólo quiero que esto termine.

Cas tenía el terrible presentimiento de que las cosas no estaban ni cerca de


terminar, pero no lo dijo. Ella sólo inclinó su cabeza hacia él, la apoyó contra su
hombro.

—Extraño a Rhea y a Nessa —dijo después de un minuto. También echaba de


menos a Elander, pero no confiaba lo suficiente en esta paz recién establecida entre
ella y Zev como para mencionarlo.

—Sí, yo también las echo de menos. —Una pausa y luego añadió—: Pero no
les digas que he dicho eso. Nunca escucharía el final de ello.

—No se lo diré. —Cas se rio, una versión silenciosa y algo de la risa habitual
que compartía con Zev, pero aun así era agradable poder hacerlo—. Dios quiera que
nadie se dé cuenta de que tienes sentimientos reflexivos y considerados bajo el
fuego y el sarcasmo.

Le dio un codazo en el costado.

Silencio por otro momento, y luego su voz más suave de lo que ella había
escuchado: —¿Crees que los volveremos a ver?

Cas no contestó, no pudo hacerlo de inmediato.

Estaba ocupada repitiendo sus planes en su mente, contando los pasos.

Varen caería.

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Kethra se enfrentaría a una amenaza menos, y luego podrían trabajar para
enfrentar a los dioses.

Había ido ganando aliados, divinos y de otro tipo: la alta corte de Sundolia,
la Diosa de la Tormenta y, ahora, Soryn y su ejército. Y habría más. Habría tiempo.
Sólo tenían que superar primero esta batalla que tenían por delante. Todavía no
estaba todo perdido.

Podían hacerlo.

—Lo haremos —le dijo a Zev—. Estoy segura de ello. —Y por una vez, Zev no
estuvo en desacuerdo con ella.

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Capítulo 29

Traducido por Giselle

Corregido por Tory

ELANDER SE MANTUVO AL LADO DE LA CAMA DE TARA TODA LA NOCHE


levantándose de vez en cuando sólo para pasearse por la habitación. Se paraba en
seco si escuchaba ruidos por muy pequeños que fueran. Vulnerable a energías que
no reconocía de inmediato. Más de una vez, tuvo que apoyarse contra algo para
mantener alejada la sensación de que el mundo estaba girando salvajemente fuera
de su control.

Era un desastre andante comprado a su carácter controlado.

Pero ¿cómo podría no serlo?

Tara aún no había encontrado la fuerza para hablar con él de nuevo. Y él


había limpiado —entre su paseo y su pánico—, pero para sus sentidos agudizados
de Oblivion, todavía olía todo a su sangre. Mantenía cada nervio de su cuerpo
alerta mientras esperaba, esperando a que el dios oscuro al que él servía viniera a
terminar lo que había empezado.

Pero Malaphar no apareció. Su voz no serpenteó por los pensamientos de


Elander —ni una sola vez—, y su magia nunca se acercó para hacerse dolorosamente
notado. Era como si su conexión había sido dañada severamente.

Esto es un juego para él, Elander pensó. Otra clase de tortura.

Finalmente, sintió la energía de Caden regresando.

Elander estaba subiendo las escaleras un poco después. Subía los escalones
de dos en dos y de tres en tres, y sólo cuando llegó a la cumbre logró recuperar su
compostura lo suficiente para mirar tranquilamente a Caden y preguntar: —¿Lo
tienes?

Caden asintió levantando su mano derecha hacia un arco de antorcha. Sus


uñas se habían convertido en garras, y esas garras brillaron revelando manchas
rojas en cada una de las puntas.

Sangre robada.

De Casia.

Y a juzgar por la mirada exhausta en la cara de Caden, cualquier información


que había extraído de la sangre no había hecho que su situación luciera menos
grave.

—¿Debería asumir que quieres verlo por ti mismo?

Elander asintió.

—¿Tienes agua?

—Sí, aquí; ya la he preparado y purificado. —Guio a Caden a una habitación


adyacente donde un pequeño tazón descansaba sobre una mesa tan simple y
desapercibido como un amuleto de metal robado que yacía a su lado. La mirada de
Elander se detuvo en él por un breve momento; no pudo evitarlo.

Él aún trataba de averiguar cómo es que Casi se las había arreglado para
mantenerlo oculto de él las últimas semanas.

463
¿Cómo había sido tan ciego?

Tuvo que haber sido obra de la magia de Solatis, ¿no es así? Y tal vez la misma
magia que había ayudado a esconder la verdadera identidad de Cas de él cuando se
conocieron hace semanas.

Caden caminó hacia la vasija de agua. La estudió por un momento. Sumergió


sus garras llenas de sangre en el líquido arrastrándolas sobre la superficie trazando
un patrón en forma de X. Un breve hechizo salió de sus labios.

Niebla emergió del agua. Se volvió más y más grueso mientras los segundos
pasaban, envolviendo a Caden y Elander en un caótico abrazo que en seguida
se llenó de avistamientos, sonidos y olores. Era desorientador —terriblemente
desorientador—, por cada un minuto entero.

Y entonces las cosas empezaron a asentarse.

La niebla se alejó y una escena comenzó a desarrollarse alrededor de ellos.

No estaba tan claro como otros recuerdos que Caden había recolectado en
el pasado, porque estos eran recuerdos de una vida pasada, y como tal esas cosas
estaban borrosas en las esquinas. Oscuras figuras, sonidos con eco… caminar a
través de una vida pasada siempre era desorientador y aterradoramente dudoso.

Pero este recuerdo…

Esta vida pasada…

Estaba lo suficientemente limpia.

Porque Elander conocía este lugar tomando forma frente a él: Una pequeña
casa en la costa norte de Kethra, encamarada en un acantilado con vistas al vasto
mar de Glashtyn. Conocía el olor de las hierbas medicinales y las especias para
cocinar, y el goteo de una gotera en el techo que nunca parecía ser arreglada justo
a…

Y conocía la voz que habló un momento después. Una voz que parecía provenir

464
exactamente atrás de él; porque, después de todo, estaba viendo un recuerdo a
través de los ojos de ella. Él estaba caminando justo a su lado mientras ella paseaba
por la casa, se dirigió al extremo de la cama de su hermana moribunda tomó su
mano pálida de esa hermana y trató de reconfortarla.

—Estará aquí pronto —dijo esa voz—. Dijo que tenía una manera de salvarte.
Pronto. Sólo aguanta…

Esa voz.

Era la voz que lo había llamado Elander por primera vez. Un nombre que él
había mantenido después de todo este tiempo, aunque se había dicho así mismo
y todos los que estaban dispuestos a escucharlo que los nombres no significaban
nada para él. ¿Qué tenía de bueno que un dios tuviera un nombre? Ninguno.

Pero la mujer que estaba hablando nunca lo había tratado como un dios.

Ella siempre lo había hecho sentir… humano.

La escena se volvió borrosa nuevamente llevándosela con ella.

Ido de nuevo.

Excepto que ella no se había ido del todo.

Él y Caden regresaron a través de la niebla, un viaje frío y retorcido que dejó


a Elander sin aliento y temblando. La torre del Olvido regresó lenta y finalmente
logró respirar bien. Sentía como si acabara de salir de una tumba. Y todo lo que
pensaba en decir era: —Es ella.

Caden se sentó en uno de los dos sillones que estaban a ambos lados de la
mesa. Parecía un poco mareado; hacía mucho tiempo que no intentaba llevar a
alguien más a un recuerdo divino y mucho menos a uno tan profundo y viejo como
éste. Finalmente, suspiró y dijo: —Bueno, esto cambia las cosas, ¿verdad?

Elander se sentó en la otra silla. Después de un momento levantó la mirada


hacia su viejo amigo. Pero no pudo volver a hablar de inmediato. Y cuando

465
finalmente lo hizo, su voz no sonaba como la suya. —¿Cómo puede ser esto?

—He estado tratando de llegar a una explicación yo mismo. —Caden era la


voz más tranquila y racional entre ellos por una vez—. Ese amuleto que le robaste
a Casia tararea poder de Solatis, como dijiste, pero es tan... tenue. Como si ese
poder fuera absorbido de alguna manera por la mujer Solasen y luego enterrado
profundamente dentro de ella hasta hace poco, al parecer.

Elander respiró hondo. Se forzó a coincidir con el tono racional que Caden
estaba usando. —Lo que explica por qué ella tiene todos los lados diferentes de la
magia de la Diosa del Sol.

—Y la magia dadora de vida de la mismísima Solatis...

—Ese poder habría sido más que suficiente para reencarnar a alguien. Si la
enterraron con él, entonces quizás...

Un ceño profundamente fruncido se abrió paso en la cara de Caden. —¿Cuáles


son las probabilidades de que la Diosa del Sol tuviera un control directo para traerla
de vuelta?

Elander ni siquiera tuvo que pensar en ello. —Bastante buenas, creo. No


creo que fuera una completa coincidencia que la mujer que amaba renaciera como
miembro de la misma familia real con la que Malaphar hizo un trato. Solatis tuvo
algo que ver en esto, casi con certeza. Ya sea para castigarme más por robarle, o
para frustrar a su rival, u otra cosa, no estoy seguro.

—Tal vez alguna combinación de todas estas cosas.

—Quizás.

—Parece que no somos más que peones en el juego que sea que estén jugando
—murmuró Caden.

La mirada de Elander recorrió la habitación y se tensó una vez más, medio


esperando oír la fría risa de Malaphar caer sobre ellos. Todavía nada. La espera era
casi peor que cualquiera de las torturas que ya había soportado.

466
—¿Y ahora qué?

Caden parecía sorprendido por la pregunta. —Tienes que ir con ella, ¿verdad?

Por supuesto que tenía que hacerlo.

No quería nada más en ese momento que estar a su lado. ¿Pero qué pasaría
cuando dejara esta torre? ¿Qué sería de los dos que estaban atados a él?

Caden debió haberse preguntado las mismas cosas, pero todo lo que dijo
fue: —Varen estará en Kosrith en un día. —Elander dudó—. Este lugar no es seguro.

—No.

—En cuanto Malaphar se dé cuenta de que nos hemos dado cuenta, entonces
él también se dará cuenta de que planeo desobedecerlo de la manera más grande
posible.

Y entonces se nos acabará el tiempo.

—Me llevaré a Tara, y trataremos de encontrar un lugar para escondernos


—dijo Caden aun hablando con ese tono tan racional que usó anteriormente—.
Cepheid tuvo una visita de Tara una vez, así que tal vez nos vuelva a ver. O podría
arreglar algo con la Diosa de la Luna... quién sabe. Estoy seguro no hemos agotado
todas las opciones. Tal vez este no sea el final.

Elander tragó fuerte. —Espero que no.

Caden se quedó callado durante un largo y pesado momento estudiando sus


dedos con garras. Una por una, retrajo esas garras, y luego dijo: —Pero una vez juré
que estaría contigo hasta el final, ¿verdad? Así que de cualquier manera se va...

No parecía ser capaz de terminar su frase, y Elander no le pidió que la


terminara. Sólo se paró y respiró profundamente, preparándose para irse.

—Gracias —le dijo a Caden.

Caden asintió y había una finalidad en el movimiento. Fue tanto una

467
respuesta como un reconocimiento. Una aceptación del hecho de que estaban en
un barco que se hundía en medio de un mar tormentoso, y las posibilidades de que
volvieran a ver la orilla eran sombrías. Inexistentes, en realidad.

Porque Elander no podía matar a Casia y tampoco podía dejarla morir a manos
de su hermano, o por su propia magia. Él se aseguraría de que ella sobreviviera a
mañana, sin importar el costo.

Caden lo sabía.

Ambos lo hicieron.

Y ahora todo convergía hacia su fin, y Elander ya no tenía ninguna esperanza


de que pudieran detenerlo.

EL PUNTO DE VIAJE MÁS CERCANO ESTABLECIDO que Elander tenía puesto en


Silverbank, era una ciudad a unos cincuenta kilómetros de Kosrith. Se transportó así
mismo, y desde allí se cambió a su forma de bestia favorita para poder moverse más
rápidamente. Las tierras pantanosas entre las dos ciudades estaban escasamente
pobladas y lo suficientemente fáciles de atravesarlas sin ser descubierto. Aunque,
a estas alturas, no le habría importado si alguien lo hubiera visto.

Sólo tenía que llegar a ella.

Llegó a Kosrith justo cuando el sol comenzaba a hundirse bajo el horizonte.


A lo lejos, la espuma fría del Mar de Bielorrusia parecía aristas de fuego en el ocaso
de la luz del sol.

Siguió el rastro de Casia poco después de entrar en la ciudad. Podía seguirlo


incluso después de haber vuelto a su forma humana, ese pulso de su vida que no
podía ignorar. Era tan obvio ahora, él se había unido a esa energía hace décadas y
nunca había olvidado cómo se sentía. Lo que explicaba por qué Casia siempre le
había parecido familiar.

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Cualquiera que fuese la magia que la Diosa del Sol hubiera usado para ocultar
la verdadera identidad de Casia, esa conexión había logrado emerger de nuevo. Se
había hecho más y más fuerte en las últimas semanas, y ahora eso lo llevó a un
viejo templo en el centro de la ciudad.

Entró en ese templo con bastante facilidad, pero sólo porque Laurent estaba
lo suficientemente cerca de la entrada para verlo. El medio elfo abogó por él, le
explicó quién era y, después de un breve y tenso silencio, Elander continuó su
cacería, girando hacia una habitación en la parte trasera del templo.

Casia no estaba en esta habitación donde parecía haberse acumulado tanta


de su energía vital. Pero sabía que ella había estado aquí hace poco, y que aquí
se había estado quedando; sus maletas estaban apiladas a lo largo de una de las
paredes, desordenadas y llenas como siempre. Vio el abrigo que él había robado el
Corazón del Sol, y rápidamente puso ese amuleto de vuelta en uno de los bolsillos.

—¿Qué estás haciendo?

Zev.

Elander se volvió y lo encontró parado en la puerta. —Acabas de poner algo


en el bolsillo de su abrigo. ¿Qué fue eso? —Zev lo empujó sin esperar una respuesta.
Levantó el amuleto y lo mantuvo entre sus dedos—. Le robaste esto.

—Lo pedí prestado, más bien.

—¿Te importaría explicar por qué?

—No. ¿Dónde está ella?

—Está ocupada con la reina Sadiran. Si quieres que te diga dónde están,
entonces te sugiero que respondas mi pregunta primero.

Elander entrecerró los ojos. Podría encontrarla sin la ayuda de Zev, por
supuesto. Y empezó a señalárselo a los de la raza de Fuego, pero algo lo detuvo. Una
extraña y repentina necesidad de explicarse a este hombre que era importante para
Casia. Para arreglar las cosas antes del final, tal vez.

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Cualquiera que sea la razón, hizo su explicación lo más rápida y concisa
posible. Sin embargo, cuando terminó, se preguntó si había perdido el tiempo; la
expresión en el rostro de Zev lo sugería.

—¿Esperas que me crea todo eso? —Zev preguntó aún sin moverse de su
lugar en el marco de la puerta.

—Como si no hubieras oído y creído cosas igualmente extrañas durante


semanas —gruñó Elander.

Al menos, ese argumento le dio a Zev una pausa.

—Es verdad —dijo Elander más tranquilo ahora—. Todo lo que dije. Y no me
queda mucho tiempo, así que amablemente ¿podrías apartarte?

Zev cambió de postura, pero se quedó en medio de la puerta. —Así que uno
de ustedes siempre tenía que morir al final.

—Sí.

—Y no va a ser ella. —Las palabras eran tanto una amenaza como una
declaración, pero era innecesaria. Elander ya había decidido que no iba a ser ella.

Si era honesto consigo mismo, lo había decidido hace mucho tiempo.

—No va a ser ella —repitió Elander por el bien de Zev.

—Todavía tienes que decirle todo esto. —Elander dudó, y las siguientes
palabras de Zev fueron en el mismo tono amenazante de antes—: No se te permite
salir con un resplandor de gloria en esta batalla que se avecina sin decirle estas
cosas. Merece saberlas. No puedes pensar-

—Ya lo sé. Planeaba decírselo.

Después, otro largo y tenso momento pasó entre ellos.

Pero entonces Zev finalmente asintió y se hizo a un lado. —Entonces, date


prisa.

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ELANDER ENCONTRÓ a Casia en los jardines detrás del templo, tal como Zev le
había dicho que lo haría; practicaba magia junto a la joven reina Sadiran.

Se acercó despacio, en silencio, sin querer romper su concentración, y al


principio simplemente la observó mientras se movía sin esfuerzo por aquellos
jardines, invocando rayos tan fácilmente como otros respiraban.

Ya había practicado lo suficiente para poder invocar y controlar esa magia


mientras dormía. Pero aun así no se detuvo. Ella estaba tan decidida, tan concentrada
en perfeccionarlo que no lo notó, incluso después de que él había estado parado al
borde de la arena de entrenamiento improvisada durante al menos varios minutos
completos.

Se sorprendió así mismo buscando algo familiar mientras la observaba. Y


lo encontró, pensó en ese determinado conjunto de su mandíbula, el fuego en sus
ojos, la forma en que sonreía cuando controlaba su poder exactamente así. Eran
iguales a la primera versión de ella que él amó, ¿verdad? Ella era la misma. Sin
embargo... diferente.

¿Importaba?

Lo que sabía con seguridad era que se había enamorado de ella dos veces.

Respondo ante un poder superior, él le había dicho.

Pero tal vez no había un poder más grande que esto.

Que ella.

La sesión entre ella y Soryn terminó muy pronto, Casia recuperó el aliento
y dejó que sus ojos deambularan. Ella lo vio, reaccionó de la manera que siempre
lo había hecho últimamente; ahora era otro ritual familiar, tantas veces como se
habían encontrado a la deriva y luego de nuevo en las últimas semanas: La ola
pequeña, el suspiro aliviado, el ligero capricho de sus labios que decían: Ahí estás.

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Te he estado esperando.

Él se adelantó para encontrarse con ella.

Las palabras le fallaron tan pronto como ella dijo hola. Así que no se molestó
en hablar; sólo la tomó en sus brazos y la besó, porque no podía soportar ni un
segundo más de no besarla, y porque no sabía cuántas posibilidades tendría de
hacerlo.

Al principio estaba tiesa, sorprendida por lo repentino del acto, y tal vez por
la intensidad del beso. Pero después de un momento, ella se relajó en él. Su cuerpo
se curvó contra el suyo y se perdieron brevemente en el calor del otro, sin darse
cuenta del frío del crepúsculo que llegaba.

Alguien se aclaró la garganta. Elander se alejó de Cas para encontrar a la


joven reina de Sadira levantando sus cejas hacia ellos.

Él extendió una mano y se presentó.

—Ya sé quiénes son. —Ella le dio la mano de todos modos—. He escuchado


un resumen bastante interesante de tu historia de parte de mi nueva amiga —
explicó señalando a Casia con la cabeza.

No son las partes más interesantes, estoy seguro, pensó.

Soryn lo estudió un momento más. Elander tuvo la clara impresión de que


ella lo estaba evaluando, haciendo algún tipo de evaluación sobre si se podía confiar
en él o no.

Sea lo que sea por lo que ella lo estaba juzgando, aparentemente él pasó,
porque ella envainó su espada y tomó el abrigo envuelto sobre una cerca cercana.
—Parece que ustedes dos tienen algunos asuntos de los que ponerse al día, así que
los dejo.

Después de que ella se fuera, Elander volvió a Cas. —¿Podemos hablar en un


lugar más privado?

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Comenzó a reflejar las cejas levantadas con las que Soryn lo había mirado
antes, pero luego pareció darse cuenta de que él no estaba burlándose de ella por
una vez. —¿Qué pasa? —Ella preguntó—. ¿Cuál es el problema?

Inhaló profundamente. Exhala despacio. —Algún lugar más privado —insistió.

Ella asintió y lo llevó de vuelta a la habitación en la que acababa de estar.


Cerró la puerta tras ellos y se volvió para encontrarla mirándole expectante. Su
pecho se apretó cuando sus ojos se encontraron, cuando el peso de todo lo que
necesitaba decir se posó sobre él.

—Empezaba a preguntarme cuándo volvería a verte —dijo ella.

—No esperaba que dejaras Rykarra tan rápido, o que viajaras tan lejos.
Hubiera estado aquí antes, pero tuve que correr un poco desde el punto de viaje
más cercano que tenía.

—¿Fuiste hacia mí?

—Sólo desde Silverbank.

—Es un largo camino por la costa, ¿verdad?

—No estaba tan lejos. —Sonrió un poco ante su expresión con grandes ojos—
. Pero incluso si lo fuera, aun así, lo habría hecho, porque yo… —Dejó de hablar
sacudiendo la cabeza. Tomó sus manos en las suyas y las apretó.

Su sonrisa era leve. —No puedo ir a ningún sitio donde no puedas encontrarme,
¿verdad?

Las mismas palabras que le dijo en Oblivion. Dio un suave suspiro al recuerdo.

—Exacto.

Ella le lanzó una mirada curiosa. —¿Cuál es el problema? ¿Podrías por favor
contármelo?

Cuando él no respondió de inmediato, ella frunció el ceño, y luego se alejó de

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él y se ocupó de clasificar esas pilas desordenadas de sus cosas. Volvió a sentir esa
pesadez en el pecho mientras observaba cómo trabajaba, y se preguntó si alguna
vez se iría, o si la llevaría consigo hasta el final.

—Varen estará aquí pronto —dijo ella, tanto a esos bolsos como a él—. ¿Asumo
que ya sabes lo que está pasando?

Él asintió.

—No hay manera de evitarlo, al parecer.

—No.

—Necesito ir a la armería y-

—Te amo —dijo.

Se le cayó la bolsa que había empezado a revisar. —¿Qué es lo que acabas de


decir?

—Te amo, y siempre te he amado, en esta vida y en todas las demás.

Ella se rio de una manera suave e incierta, mirando como si pensara que él
podría haberla confundido con otra persona. —¿En esta vida y en todas las demás?
¿Estás seguro de que te sientes bien?

Asintió de nuevo.

Dejó la bolsa en el suelo y lentamente se acercó a él.

Se encontraron en el centro de la habitación. Su mano alzó la suya, la ahuecó


en su mejilla guiando su boca de vuelta a la suya.

Continuaron donde lo habían dejado en los jardines y, cuando finalmente


se alejaron uno del otro un minuto después, ella seguía mirándolo de esa manera
curiosa, como si pensara que estaba esperando el momento oportuno para decirle
que sólo estaba bromeando. Cuando él no se retractó de su declaración, ese
testarudo e incisivo labio suyo finalmente se convirtió en una sonrisa.

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—Yo también te amo —dijo ella en voz baja—. Aunque no puedo entenderte,
y no sé cómo terminará esto…

No te preocupes por nada de eso, él quería decírselo.

Pero antes de que pudiera decirlo, se distrajeron por el sonido de voces


alzadas y pies corriendo que venían de algún lugar dentro del templo.

—Ojalá pudiera decirte que no te preocupes. —Él le rozó la mejilla con una
mano. Resistió la necesidad de besarla de nuevo—. Pero hay algo más que necesito.

La conmoción de afuera se acercó, y luego vino un fuerte y apresurado golpe


contra la puerta. Casia les pidió que entraran, y esa puerta se abrió volando para
revelar a una mujer de ojos abiertos.

—Lady Solasen. —La mujer hizo una reverencia rápida—. La reina Soryn
desea hablar con usted; algunos de nuestros exploradores acaban de regresar con
noticias urgentes.

—Dile que voy en seguida —contestó Casia.

No, no, no. La palabra atravesó la mente de Elander. No se nos pudo haber
acabado ya el tiempo.

Ella se alejó de él, totalmente distraída ahora. Sus dedos abriéndose y


cerrándose. Ella los convirtió en puños fuertemente. Respiró hondo. Agarró su
cinturón junto con el cuchillo que le había dado, y luego le miró. —¿Empezaste a
decirme algo?

—Hay mucho… que tengo que decirte.

El clamor de voces y pasos en el pasillo se hizo más fuerte.

—No parece que tengamos tiempo en este momento, por desgracia. —


Comenzó a ir hacia la puerta, un ceño preocupado abriéndose paso en su cara.

La agarró del brazo y la tiró de vuelta.

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Ella le miró la mano, confusión y un poco de impaciencia tejiéndose en su
rostro.

—Tara fue capaz de hablar con la Diosa de las Estrellas —le dijo.

—¿Y?

—Ella tuvo una visión de esta batalla, de esta noche. De ti y de tu hermano


muriendo en el campo de batalla. Si se enfrentan a él ahora, se matarán entre sí.

Casia se quedó callada durante un dolorosamente largo momento. Ella dejó


de tratar de liberarse de su agarre. El sonido de los problemas afuera continuó
enfurruñando, cada vez más fuerte, pero ella parecía haber olvidado eso por el
momento. Y entonces ella preguntó: —¿Hay alguna posibilidad de que la diosa
estuviera equivocada?

No lo suficiente, pensó.

Pero no se atrevió a decir esas palabras aplastantes. —Siempre hay una


oportunidad. El destino es una cosa poderosa, pero no siempre tiene la palabra
final.

Ella asintió. Respiró hondo y se acomodó la mandíbula como si se tratara


de otro reto que estaba decidida a superar. Reyes crueles, dioses más crueles, el
destino mismo, no le importaba. Tenía miedo, pero aun así lucharía contra todos
ellos si se le diera la oportunidad.

Honestamente, no era de extrañarse que se hubiera enamorado de ella dos


veces.

—Sé que las circunstancias no son ideales —dijo—. Sé que es imprudente,


incluso para mis estándares. Pero la alternativa es esconderse mientras otros
luchan, y yo… yo no puedo hacer eso. No sé lo que pasará después. Pero tengo que
luchar.

No esperaba que ella dijera algo diferente.

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—Tengo que irme. Soryn se preguntará dónde estoy.

Se acabó el tiempo.

—Lo entiendes, ¿verdad? —Ella preguntó.

—Sí.

—Y tú… —Su mirada se aferró totalmente con la suya brillando con una
pregunta no hecha. Pensó en aquel momento en Rykarra, en la forma en que ella lo
había mirado con la misma mirada asustada pero decidida en sus ojos.

—¿Estás conmigo? —ella había preguntado.

No había necesitado pensar en su respuesta en ese entonces y no necesitaba


hacerlo ahora. Aún había muchas cosas que él tenía que decir, pero esto fue lo
único que se le ocurrió.

—Yo tampoco sé que pasará después. Pero estoy seguro de una cosa: si vas a
la guerra, yo voy contigo.

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Capítulo 30

Traducido por Giselle

Corregido por Tory

MARCHARON EN LA OSCURA NOCHE.

Su destino eran los legendarios acantilados de Wintermere que se extendían


paralelos a las orillas del bielorruso, porque la noticia urgente que los exploradores
habían dado era la siguiente: que la mayor parte del ejército de Varen se había
apartado de su ruta prevista hacia Kosrith. En cambio, parecían estar planeando
tomar la ciudad a través de los viejos caminos mineros que conducían hacia abajo
desde esos acantilados. No era la ruta que esperaban que usara. Pero tenía sentido,
si estaban tratando de confundir a los rebeldes sadiranos; había tantos caminos
tejiéndose a través de esos acantilados que Cas imaginó que sería como un dique
que se rompía, derramándose peligrosamente por demasiadas grietas diferentes a
la vez.

Si podían ponerse en posición lo suficientemente rápido, razonó Soryn,


podrían bloquear cada uno de esos numerosos caminos que conducían desde los
acantilados. Entonces sólo sería cuestión de escoger a los soldados a medida que
pasaran.
Pero la idea de tener que desplegar sus fuerzas tan delgadas seguía siendo
preocupante.

Y tenían poco tiempo para trabajar, ya que Varen estaba de alguna manera
mucho más cerca de lo que esperaban.

Por lo menos, más ayuda les había llegado; la flota enviada por el rey y la reina
Sundolian esperaba entre las oscuras olas de los bielorrusos, vestidos de magia y
lo suficientemente cerca como para ver cómo se desarrollaba la batalla. Algunos
esperaban a que las fuerzas de Varen se hubieran alejado demasiado del acantilado
para retirarse rápidamente, y entonces irrumpían en tierra y cortaban sus rutas
de salida. Otros ya se estaban moviendo más abajo en la costa, preparándose para
posicionarse en el lado más lejano de esos acantilados e inmovilizar a su enemigo
aún más completamente.

El número de su colectivo seguía siendo inferior al que Soryn hubiera deseado


—le dijo a Cas esto en privado— pero si lograron rodear al ejército de Varen, la
capital al menos tenía una oportunidad de sobrevivir la noche.

Cas lideró el camino a través de esa ciudad, codo a codo con Soryn. Los
cascos de su caballo golpeaban ruidosamente contra las calles rotas. Rostros se
asomaron desde oscuras ventanas mientras pasaba el desfile de soldados, muchos
de ellos demasiado jóvenes para presenciar el comienzo de lo que probablemente
se convertiría en una batalla devastadora.

Pero, ella supuso, que no sabían nada más.

Este no fue el comienzo de la batalla para ellos.

Esta era una ciudad que susurraba de dolores pasados, que gemía bajo el
peso de sus pérdidas. Si, había sido recuperado y reconstruido después de los
asedios de Anric. Pero seguía siendo claramente una sombra de su antiguo yo.
Había innumerables casas que nunca habían sido restauradas. Había memoriales
improvisados envueltos en flores y brillando con velas en aparentemente cada
esquina. Había signos de rotura y deterioro incluso en los edificios que habían sido
reconstruidos.

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Abundaba un sentimiento de resiliencia, pero era difícil reconocer algo así sin
darse cuenta de la oscuridad que lo había precedido.

La amenaza de esa oscuridad cayendo sobre esta ciudad —y otras— es lo que


impulsó a Cas hacia adelante, incluso a pesar de su miedo. Ella misma golpearía la
corona de la cabeza de Varen si eso fuera lo que se necesitara para evitar que Kethra
se convirtiera en un imperio de sombras.

Se sentó más recta en su silla de montar. Respiró profundamente y se hundió


en sí misma con ese aliento, alcanzando la reconfortante sensación de su magia.

—¿Estás bien? —dijo una voz. La de Zev. Subió su caballo junto al suyo a
la derecha y fue seguido rápidamente por Laurent. Sade y Elander estaban a su
izquierda, justo detrás de Soryn.

Los ojos de Cas pasaron por encima de cada uno de sus compañeros y logró
asentir. Muy bien, sería una exageración, tal vez. Pero, al menos, no estaba sola.

Y tenían un plan para matar al rey emperador… Así que eso era en lo que se
concentró.

Soryn aislaría a Varen con su magia, crearía una pared que mantendría
alejados a los demás mientras Cas sacaba suficiente magia para romper el escudo
que lo protegía.

Elander usaría su magia en ese lugar destrozado, acabándolo.

Zev, Sade y Laurent permanecerían cerca, protegiendo el escudo de Soryn,


evitando cualquier intento de romperlo.

Una y otra vez, Cas repitió este plan para sí misma, la forma en que repitió
movimientos, números y otras cosas reconfortantes. Era algo en lo que centrarse,
además del frío, el viento, los copos de nieve que comenzaron a girar alrededor de
ellos al llegar a la base del acantilado de Wintermere.

La comodidad se hizo más difícil aferrarse a medida que su compañía se


dividió y se trasladó a sus respectivas posiciones.

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Tal como ella temía que lo hicieran, sus números parecían terriblemente
insignificantes una vez que se separaron. Y Cas se sentía pequeña en el lomo de
su caballo, mirando al acantilado que se elevaba con la ciudad rota a su espalda y
el inmenso mar negro a su izquierda. El sonido del rompimiento de las olas hizo
sentir todo más frío, de alguna forma, ella no está tan cerca de la orilla; pero aun así
se podía imaginar la brisa del mar congelado sobre su piel con cada tronido.

Se enderezó y guio su caballo hacia adelante, avanzando hasta que estuvieron


a una distancia donde se escucharían gritos del camino principal que salía de
aquellos acantilados.

Y luego esperaron.

Pasó una hora.

Los caballos pisoteaban y resoplaban impacientemente. La gente gritaba


nerviosamente, tratando de evitar que el frío se asentara y volviéndolos rígidos.
Los susurros subían y bajaban. La nieve aumentó de intensidad, al igual que el
viento.

Las láminas que estaban a la deriva de color blanco dificultaban la visibilidad,


y Cas se preocupaba de que los barcos en el agua no pudieran verlos claramente.
Llegó al lado de Soryn pensando en expresar su preocupación, pero un sonido
repentino la detuvo en sus pistas: el estruendo de un cuerno resonando a través
del acantilado rocoso.

Un silencio cayó sobre Cas y sus compañeros.

Miraron fijamente a esos acantilados. Todo era oscuridad y nieve girando


durante varios minutos más. Entonces, una a una, las luces surgieron a lo largo de
las rocas, como los ojos de bestias demoníacas parpadeando en la noche. Acechaban
despacio, deliberadamente por los senderos.

Pero no eran bestias; eran humanos que llevaban linternas. Linternas que
arrojaban una luz naranja infernal sobre espadas y armaduras, sobre el polvo de la
nieve que se había reunido sobre las rocas oscuras.

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Tantos.

Cas se quedó sin aliento al verlos.

Porque una cosa era matar monstruos.

Otra cosa era matar humanos.

Y había tantos.

El grupo más numeroso parecía ser el que avanzaba por ese camino principal
y se dirigía directamente a Cas, como estaba previsto. Pero ahora podían ver otras
pizcas de luz en la lejana oscuridad. No todos tenían linternas, pero incluso el gran
número de esas luces parpadeantes sugerían un ejército mucho más grande de lo
que habían previsto.

Su caballo debe haber sentido la oleada de temblor que se apresuró a través de


ella, porque comenzó a alejarse del enemigo que se acercaba. Cas salió de su trance
y mantuvo firme a la criatura. Trató de respirar hondo mientras veía al ejercito
marchar hacia ella. Respiraciones más profundas aún mientras se separaban,
permitiendo que un solo jinete se abriera camino hacia la parte delantera.

Varen.

Soryn estaba al lado de Cas un momento después. —Y aquí está —murmuró


ella.

Varen se detuvo a unos cientos de metros de distancia. Su armadura plateada


y su caballo blanco estaban casi perdidos en la nieve, pero no faltaba la forma en
que levantaba la mano y hacía señas, sin cuestionar en quién se había centrado su
mirada.

Cas empujó a su propio caballo en un trote rápido antes de que nadie —


incluida ella misma— pudiera cambiar de opinión. Sintió el peso de los ojos de un
ejército en su espalda, y escuchó a varios caballos siguiéndola de cerca. No tenía
que adivinar quién montaba esos caballos, no tenía que mirar para ver quién estaba
justo detrás de ella.

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Así que mantuvo sus ojos en Varen.

—Nos volvemos a encontrar —dijo mientras ella se acercaba a él.

No respondió, excepto para detener su caballo y cerrar la mirada sobre su


hermano.

—La fiesta de bienvenida que has formado para mí es un poco exagerada, ¿no
crees?

—Podría decirles que se rindieran, si quieres negociar.

Se encogió de hombros. —Ya hemos llegado hasta aquí. Más nos vale terminar
las cosas.

Ella lo miró.

Él sonrió.

La nieve se arremolinó aún más rápido y el frío redujo bruscamente la saliva


en la garganta de Cas mientras hablaba: —¿Puedo recordarte, una vez más, que
esto es una locura?

—Puedes. —Sacó su espada—. Y te recordaré que no sabes nada sobre lo que


significa gobernar. Tomemos esta locura, por ejemplo. —Su mirada se desplazó
perezosamente sobre su ejército reunido—. Debes darte cuenta de los superados
en número que estás, y aun así cabalgaste para encontrarte conmigo.

—¿Qué clase de reina sería si no lo hiciera?

—Una que aún estaría viva cuando saliera el sol —dijo.

Esta amenaza provocó un furioso movimiento detrás de ella, pero Cas levantó
una mano y acercó su caballo al de Varen. —Esta es tu última oportunidad de dar
la vuelta y marcharte —gruñó.

Fingió considerarlo por un momento, y luego dijo: —¿Sabes lo que podría


hacer? Podría dejarte gobernar este reino en mi nombre. Podrías responder ante

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mí y quizás yo podría enseñarte una o dos cosas sobre cómo gobernar después de
todo.

—Sadira ya tiene una reina —dijo Soryn, su voz tan fría como la nieve que
cae.

Varen miró alrededor de Cas, como si hubiera notado a Soryn por primera
vez. —Ah, sí. ¿Cómo podría haberlo olvidado, especialmente después de todos los
regalos que hemos intercambiado durante el último año?

Cas se interponía entre ellos. —Así que así es como termina —dijo ella, en voz
baja.

La mirada de Varen se volvió hacia ella. —Para ti, sí.

Ella le vio a los ojos una última vez. Ojos que no estaban lejos del color que
ella había tenido una vez. ¿Eran los ojos como los de su madre? ¿De su padre?

No importa, se recordó ella misma. La familia no siempre es sangre, y la sangre


no siempre es familia.

Pateó a su caballo en una lata y volvió a su ejército. Elander y los demás


siguieron.

—Supongo que eso concluye nuestros intentos de negociación —dijo Zev con
una carcajada sin humor.

Ella agarró la espada de su cadera y la tiró libremente en respuesta a esta


pregunta.

No era la forma en que ella quería que las cosas terminaran. Pero esta era la
batalla que tenía ante sí. Y no se distraería con pensamientos de lo que pudo haber
sido. No dejaría que sus miedos o incertidumbres triunfaran esta vez.

Ella levantó su espada. Invocando rayos, sin esfuerzo, que se entrelazaban


alrededor de la hoja y se lanzaban hacia el cielo gris oscuro.

Era una señal.

484
Tan pronto como ese rayo golpeó las nubes, flechas volaron desde las oscuras
grietas de los acantilados, desde las sombrías cuevas donde habían escondido a sus
mejores arqueros.

Decenas del ejército de Varen fueron derribados en cuestión de segundos.

El joven rey emperador sacudió su caballo tan fuerte que se levantó sobre
sus patas traseras. Todavía estaba a mitad de camino de la silla cuando empezó
a galopar furioso de vuelta a su ejército. Todos los demás parecían estallar en
movimiento al mismo tiempo. Los soldados corrieron hacia adelante con gritos y
pasos truenos que sacudieron la playa rocosa y los huesos de Cas por igual. Siguió a
ese ejército de ataque, sus ojos buscando a Varen, decidida a no perderlo. Ella lo vio
de nuevo en el mismo instante en que Soryn se acercó a ella y señaló hacia el mar.

—Intentemos atraerlo hacia ese estrecho tramo de playa —dijo Soryn—.


¡Mejor contenerlo si el agua y las rocas nos ayudan!

Cas asintió. Era la única respuesta para la que tenía tiempo; un jinete enemigo
estaba de repente sobre ella, su espada balanceándose hacia su cabeza. Sus reflejos
la hicieron sacar su propia espada hacia delante, cortándola en su estómago. La
armadura evitó que su espada se cortara, pero el golpe fue lo suficientemente fuerte
como para que el hombre cayera al suelo.

Un segundo jinete saltó sobre el soldado caído, levantando su espada


preparándose para atacar.

Tendrillos de magia azul plateado envueltos alrededor de su brazo. Se


hundieron. El aire se enfrió, el segundo hombre palideció y luego se cayó de su silla
también. Su pie se enganchó entre los estribos y su cuerpo fue arrastrado por su
caballo; Cas se agachó mientras las pezuñas cogían la cabeza del hombre antes de
que pudiera apartarse de la vista.

Al menos él ya estaba muerto cuando sucedió, pensó.

La magia de Elander era brutal, pero rápida.

Miró por encima de su hombro y encontró la mirada de Elander.

485
—Mantén tus ojos en Varen —le dijo—. Nosotros te cubriremos.

Zev y los demás lo secundaron, así que Cas buscó a su hermano de nuevo.
Minutos después, ella lo encontró entre el caos.

¿Pero cómo acorralarlo hacia el mar?

No había planeado nada realmente mientras corrió hacia él. Pero entonces,
por el rabillo del ojo, vio a un grupo de la raza del Cielo invocando su magia de
escudo. Ella notó la forma en que la magia hacía temblar a los caballos enemigos
que se acercaban a ellos. Le dio una idea.

Tenía una mano en las riendas. Con la otra, ella levantó su espada e invocó
más de su poder Tormenta guiándola fuera de esa arma. Lo hizo más fácil ser más
preciso, tener la punta de esa hoja hacia la que enfocar su energía. Era casi como
pintar a través del suelo rocoso.

Con un trazo de su cepillo improvisado, la electricidad cortó la tierra, abriendo


un camino hacia Varen. Su caballo relinchó de nuevo. Él lo arregló y volvió su
mirada lívida hacia ella. Ella empujó más rayos de su espada rodeándolo por todos
lados excepto por uno, dejando sólo una dirección por la que su caballo, cada vez
más atormentado, podría escapar.

Ese caballo saltó hacia atrás, sacudiendo la cabeza. Finalmente se giró y se


atornilló exactamente en la dirección que ella quería.

Cas lo persiguió, ocasionalmente enviando rayos a través del suelo a ambos


lados de él, manteniéndolo en su camino deseado.

Rápidamente se mareó por el esfuerzo de tratar de mantener el equilibrio en


la silla mientras guiaba tanto a su propio caballo como a su magia.

Pero su plan estaba funcionando.

El caballo de Varen estaba en pleno galope, guiado sólo por las ocasionales
chispas de la magia de Cas que lo cortaban y lo redirigían.

486
Se acercaban cada vez más a ese estrecho tramo de playa que Soryn había
señalado. Cas vio una pared de magia del cielo ya en su lugar bloqueando el camino.
Pudo vislumbrar a Soryn corriendo por delante de ella dirigiéndose en dirección
contraria, hilos de su magia dando vueltas a su alrededor. Soryn tenía a su lado a
otros dos de la clase del Cielo, invocando aún más magia. Iban a cerrar en el otro
lado también.

Su plan iba a funcionar.

Un poco más lejos ahora, pensó Cas, y quedará atrapado.

Una flecha golpeó la pierna de su caballo. La criatura tropezó, y fue arrojada


sobre su hombro. Ella cayó al suelo y cayó sobre rocas afiladas y conchas rotas. El
dolor ardió por todo su cuerpo, pero ella levantó la cabeza y mantuvo sus ojos en
Varen.

Y esta vez, ella dirigió su magia al caballo mismo.

La criatura se derrumbó en una jaula de rayos, y Varen medio saltó, medio


cayó de su silla de montar. La electricidad brillaba alrededor de su cuerpo. Rodó
sobre la arena, tratando de sacudirla de él.

Cas la empujó hacia sus manos y rodillas, metió la cabeza contra su pecho.

Elander estaba saltando de la espalda de su caballo en el momento siguiente,


cayendo a su lado y envolviendo un brazo alrededor de ella mientras ella se
balanceaba.

—Estoy bien. —Dejó que Elander la ayudara a ponerse en pie.

Se mantuvo firme con su ayuda por un breve momento. Entonces cogió su


espada con la intención de tambalearse tras Varen.

Un grupo de soldados la detuvo.

Varen estaba atrapado con ellos en esta playa, pero también habían atrapado
a varios de sus soldados.

487
Elander se encargó del primero que se abalanzó por ellos, optando por la
espada a su cadera en lugar de la magia. Era un furioso remolino de gracia y poder,
imposiblemente rápido y preciso con su espada; era una lucha rápida.

Cas se encontró con el segundo del grupo, eludiendo su ataque y dándose una
patada baja en los tobillos. Mientras él buscaba el equilibrio, ella sacó el cuchillo
de la Muerte de su cinturón y lo hundió en una hendidura en su armadura. Él
palideció y cayó a la arena, ella no perdió tiempo trepando sobre él y continuando
su búsqueda de Varen. Oyó a otro del grupo perseguirlo, pero Elander lo detuvo;
sintió el frío de su magia de la muerte incluso desde lejos.

Mientras Elander trataba con el resto de aquellos soldados, ella siguió a Varen
por la playa rocosa, acercándose a él cuando llegaba a la pared lejana que Soryn
había creado con su magia.

Se dio la vuelta. Vio el segundo edificio de la pared a lo lejos. Se dio cuenta de


que estaba atrapado, y sus hombros temblaron de risa silenciosa mientras dirigía
la mirada hacia Cas.

—Me tienes atrapado y solo. —Dio un paso hacia ella retorciendo la espada
que tenía en la mano al acercarse—. ¿Y ahora qué?

Ella respondió invocando más magia, rodeándose de un manto de rayos.

—Esto otra vez.

—Esta vez terminará diferente, lo prometo.

Se lanzó hacia delante, levantando su espada.

Ella le arrojó chispas en la cara, en el pecho.

Pero él continuó con su carga, obligándola a levantar su espada para golpearse


contra la suya. El sonido del acero chocando resonó en el aire frío. Una y otra vez
chocaron, tan violenta y aparentemente interminables como las olas que rompían
a su lado.

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Varen era rápido, despiadado en sus volteretas, y le hizo difícil concentrarse
en invocar cualquier cosa más allá de las pequeñas chispas de su magia. La agotó
rápidamente tratando de concentrarse.

Ella tropezó. Su bota estaba en su estómago al instante siguiente, golpeándola


en su espalda. Ella agarró su espada, pero no pudo levantarla mientras él aplastaba
todo su peso contra su pecho.

Sacudió su propia espada hacia su garganta.

Ella apaleó por esa espada, principalmente por pánico.

La magia de la tormenta salió volando de las yemas de sus dedos y se envolvió


alrededor de su arma, tal como había hecho con la suya antes. Se retorció hacia
Varen, y el reflejo le hizo soltar la espada para evitar que la electricidad se torciera
en él.

Varias de las chispas rebeldes de su magia aterrizaron en el agua, deslizándose


a través de la sucia espuma marina, y se le ocurrió otra idea.

Salió del alcance de Varen y luego volvió a ponerse en pie, renovada por su
plan. Dejó caer su espada y retrocedió rápidamente hacia el mar.

El agua estaba helada, mordiendo los gruesos pantalones y las botas forradas
de piel que Soryn le había prestado, pero apretó los dientes y se quedó quieta.
Concentrada. Y cuando Varen entró en el mar, ella soltó varios rayos de energía en
el agua a sus pies.

Esa agua llevó a cabo su magia como ella esperaba, amplificándola mientras
se lanzaba hacia su objetivo.

Varen retrocedió tropezando y golpeando su cabeza contra las rocas en un


esfuerzo por escapar de su poder. Él estaba aturdido, tardó en levantarse y ella tuvo
por fin la oportunidad de reunir su verdadero poder.

Salió del agua, puso más espacio entre ella y Varen, y empezó a convocar en
serio.

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Su magia se elevó a su alrededor como un despliegue de enormes alas líneas
eléctricas que se extendían hacia el cielo y luego se plegaban hacia ella, una y otra
vez, dando vueltas y estirándose hasta que esa energía de la Tormenta era casi
sólida. Se imaginó a ese pájaro del rayo que Nephele había descendido como en el
desierto. Sintió como si aquel poder que la envolvía se hiciera lo suficientemente
fuerte como para levantarla del suelo, tal y como había hecho con aquella diosa. La
batalla afuera de ella y su hermano continuó.

El escudo que la rodeaba a ella, aVaren y Elander estaba siendo despiadadamente


apaleado desde afuera. Podía ver esa magia verde azulada destellando mientras era
golpeada, y —en menor medida— podía sentirla.

Más alentadores fueron los sonidos de los barcos que remaban en tierra, junto
con los gritos en la lengua Sundoliana que la alcanzaron; echó una rápida mirada a
la lejana playa y vio lo que debían haber sido cientos de soldados que ya se estaban
organizando y lanzando hacia adelante para unirse a los rebeldes sadiranos.

Cuando Varen finalmente volvió a ponerse en pie, miró primero a los soldados
atacantes a lo lejos, y luego a la tormenta en la que se había convertido Cas.

Sus ojos vieron los de ella, y vio algo que no esperaba en ellos: Miedo.

Nos temerá antes del fin.

Y así lo hizo.

No se sintió tan satisfactorio como ella esperaba.

En cambio, la hizo sentir... monstruosa.

Tal vez esto era lo que la Diosa Estrella había querido decir con que ambos
murieran en el campo de batalla esta noche. Varen moriría. Pero matarlo requeriría
una muerte diferente dentro de Cas.

Ella empujó de la misma manera, construyendo sobre esas alas del rayo.

Pero algo dentro de ella había empezado a retroceder. Una voz triste que le

490
recordaba que no habría vuelta atrás de una matanza como esta. Su magia parpadeó
y se desvaneció, como si reaccionara a ese dolor, a esa conexión profundamente
enterrada con Varen que no podía abandonar por completo, por mucho que lo
intentara. Ella lo estaba protegiendo incluso ahora, igual que lo hizo cuando era
niña.

Y él lo sabía.

Se tambaleó hacia ella.

—Hermana —le suplicó—. No lo hagas.

Ella se alejó.

No.

Ella no pudo protegerlo.

Tenía que terminar esto y proteger el imperio.

Su magia brilló más en respuesta a este pensamiento. Podía sentirlo


tambaleándose de nuevo, cambiándose, no en un pájaro, sino en una conocida
criatura de cuatro patas.

Una bestia.

Una extensión de sí misma que no tenía reservas ni penas.

Terminó tomando forma mientras ella retrocedía más arriba en la playa.


Mientras ella se alejaba, eso merodeaba hacia adelante por la arena. Más pequeño
que el que había convocado en Rykarra, pero igual de rápido y mortal. Llegó a Varen
en unos pocos movimientos.

Saltó.

Su cuerpo relámpago se encorvó alrededor de Varen, garras hundiéndose,


golpeando al rey emperador hacia atrás en las olas.

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Más profundo, pensó.

Las garras tenían que hundirse más, para atravesar ese escudo que lo protegía.

Ella apretó sus puños y empujó más y más de su poder hacia esa bestia, y
entonces finalmente sintió que sucedía, como había sentido que otros escudos del
Cielo se rompían y, sin embargo, esto era diferente que en cualquier otra ocasión.
Esta era la magia en la que ella lo había envuelto cuando eran niños, perdidos y
asustados y atrapados en batallas mucho más grandes que ellos dos. Era su magia.

Y romperlo en pedazos dolía.

Dolía tanto que los puntos negros pululaban su campo de visión. Se cayó de
rodillas. Mantenía su cabeza en alto, su brazo levantado para proteger sus ojos de
los brillantes enredos de los relámpagos construidos. El mar se perdió brevemente
para ella cuando ese brillo estalló. El escudo finalmente se rompió.

Y él se rompió con ella.

La oscuridad la inundó.

Su cuerpo se arrugó contra la playa. La nieve y la brisa del mar cayeron


sobre su piel igual de fría, manteniéndola despierta por unos pocos alientos más
temblorosos. Sus ojos se abrieron una última vez. Vio a Elander correr hacia ella,
y el alivio la cubrió. Él terminaría esto, tal como lo habían planeado. Olvidando el
resto. Podría irse ahora.

Así que lo hizo.

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Capítulo 31

Traducido por Ash A

Corregido por Tory

ELANDER VIO A CASIA CAER AL SUELO.

Vio a Varen arrastrándose desde el agua.

Y conocía los planes que habían hecho. Sabía que primero tenía que centrarse
en Varen, golpearlo mientras estaba débil. Casia se habría puesto furiosa si hubiera
hecho otra cosa.

Cada parte de él se revelaba contra la idea de correr más allá de su cuerpo


caído.

Pero se las arregló para hacerlo. Llegó a Varen justo cuando el rey emperador
comenzó a ponerse en pie. Su mano lo agarró por la garganta y lo golpeó contra el
suelo.

Haría que su muerte fuera rápida, y luego estaría de vuelta al lado de Casia y
podría llevarla lejos de todo esto…

La magia ya se retorcía entre ellos, hebras de blanco y azul que envolvían a


Varen en un abrazo mortal.

Varen resopló algo que sonó casi como una risa.

—Ella no querría que me mataras.

—Creo que estás equivocado. De hecho, tengo órdenes muy específicas para
hacer precisamente eso.

—Siguiendo órdenes por una vez, ¿verdad?

Agarró la garganta de Varen con más fuerza, hundió el pulgar en una de sus
venas palpitantes.

—Haciéndole un favor, más bien.

Más de esa magia de Muerte fluyó entre ellos. El espacio a su alrededor


oscureció. Todavía había resistencia, todavía había rastros de ese escudo alrededor
de Varen defendiéndose de la magia, pero Elander siguió presionando.

La mirada de Varen se desvió hacia la izquierda.

—Será mejor que te des prisa.

Los sonidos de una escaramuza surgieron de la dirección en la que Varen


había mirado.

Elander se negó a apartar la mirada hasta que los ojos de Varen se desenfocaron
por completo. Hasta que pudo sentir que la piel del rey emperador se enfriaba bajo
sus dedos. Hasta que sintió que su poder se hundía, finalmente se hundía…

Sólo entonces miró hacia arriba.

Sólo entonces vio lo que estaba sucediendo.

El escudo de la Magia del Cielo se estaba rompiendo.

El horror se apoderó de Elander al ver cómo decenas de soldados enemigos


surgían por la abertura. Inmediatamente buscaron a su líder. Pero varias de sus

494
miradas se fijaron en Casia también. Casia, que seguía en el suelo. Indefensa.

Y demasiado lejos de él.

Se dirigió hacia ella sin pensarlo dos veces, subiendo a trompicones por la
playa, con su cuerpo humano protestando por la falta de descanso después de usar
una cantidad tan enorme de magia contra Varen. Se sobrepuso al mareo y llegó a
su lado. Desenvainó su espada e inmediatamente se encontró con uno de aquellos
soldados. La furia y el miedo le impulsaron a través de ese mareo, a través del dolor
y el agotamiento que se apoderaba de sus músculos.

Derribó a dos soldados con su espada, y a otros dos con su magia.

En cuanto pudo recuperar el aliento, miró hacia el lugar donde había dejado
a Varen.

Había desaparecido.

Varios de sus soldados lo habían levantado del suelo, y lo arrastraban hacia


un lugar seguro.

Elander se levantó con la idea de perseguirlos. Vaciló, y en su lugar buscó


con sus sentidos mágicos, tratando de determinar cuánta vida quedaba en aquel
depravado rey emperador. La respuesta fue que no mucha.

Estaba cerca de la muerte.

Muy cerca.

No se había desvanecido por completo, pero era solo cuestión de tiempo;


¿importaba si Elander lo dejaba ir ahora?

Puede que sí. Pero más de esos soldados se acercaban ahora a Casia y a él, y
ella seguía sin moverse…

Se olvidó de Varen y se colocó entre Casia y aquel grupo que se acercaba.


Se deshizo de ellos tan rápidamente como de los demás, pero no podía hacerlo
indefinidamente. Había demasiados entrando a través de aquel escudo destrozado.

495
Era sólo cuestión de tiempo que uno se deslizara y alcanzara a Casia; tenía que
sacarla de allí.

Se movió para recogerla en sus brazos. El pulso familiar de su vida ya era débil.
Parecía debilitarse aún más mientras la acercaba, y un breve pánico lo distrajo.

Por eso, aunque vio la espada que se dirigía hacia él, no la vio con la suficiente
rapidez.

Se giró, invocando una magia que surgió con demasiada lentitud, con
demasiada torpeza, mientras su atención seguía centrada en Casia.

El fuego envolvió al soldado atacante antes de que su magia pudiera hacerlo.

El soldado se apartó con el cuerpo en llamas y su espada se balanceó


salvajemente hacia su atacante. Entonces llegó el sonido del acero chocando con el
acero cuando Zev se enfrentó a esa espada con la suya, desequilibrando aún más al
hombre en llamas.

Fue una intervención imprudente.

Zev no se dio cuenta del segundo soldado, de la segunda espada, del segundo
golpe que se acercaba...

La espada se clavó en el estómago de Zev justo cuando Elander gritó una


advertencia.

Se retorcía cada vez más adentro, y la sonrisa del soldado era perversa cuando
finalmente pateó a Zev y desprendió su cuerpo del arma.

Zev se tambaleó hacia atrás, casi perdiendo el equilibrio. Dejó caer su espada.
Su brazo se aferró a su estómago sangrante. Sus ojos parpadearon.

El soldado se volvió hacia Cas y Elander.

Una explosión de llamas le impidió dar un paso más.

Zev no había terminado después de esto; más enemigos los alcanzaron, y

496
muro tras muro de llamas los empujaron hacia atrás.

Elander volvió a dejar a Casia en el suelo y se movió rápidamente para ayudar,


agarrando su espada y golpeando hacia el soldado más cercano. Eran un torbellino
de espadas, fuego y muerte.

Hasta que, finalmente, aquellos soldados dejaron de llegar.

Una mirada a la playa le explicó por qué; la barrera estaba casi reparada. Los
soldados habían dejado de entrar, y los que quedaban estaban siendo eliminados
por las fuerzas Sadiranas y Sundolianas que se habían reunido dentro del refugio
temporal restaurado.

Pero el daño ya estaba hecho.

Zev se derrumbó sobre las manos y las rodillas. Se agarró una vez más el
abdomen empapado de sangre. Se desplomó de lado, rodó sobre su espalda y luego
se quedó perfectamente quieto.

Elander se arrodilló a su lado.

—¿Por qué?

—Estoy muy seguro de que no lo hice por ti. —Tosió Zev.

—¿Entonces por qué?

Su mirada se volvió vidriosa mientras miraba al cielo.

—No le dijiste la verdad, ¿cierto?

La mirada de Elander se dirigió hacia el pálido rostro de Cas.

—No toda. Aún no.

—Maldito cobarde —murmuró Zev. Y con eso, sus ojos se cerraron una vez
más.

—Mantén los ojos abiertos —le espetó Elander dándole un golpe en la

497
mandíbula—. Si yo no voy a morir aquí, tampoco tú.

El hombre envuelto en fuego enseñó los dientes y soltó varias maldiciones


más, pero volvió a abrir los ojos.

Elander luchó contra el impulso de derrumbarse a su lado. El suelo estaba


manchado de sangre, sembrado de cuerpos pálidos, un número imposible de
cuerpos.

Y nunca había conocido un agotamiento así. Estaba casi dispuesto a rendirse


ante él. Tal vez fuera un final apropiado para un Dios Caído de la Muerte y la
Destrucción. Estar rodeado de ambas cosas, abrumado por ellas.

Pero no era el final.

Su corazón humano seguía latiendo.

Y también el de Casia; sintió el pulso de su fuerza vital con una fuerza repentina
y obstinada antes de oírla moverse a su lado. Se giró cuando ella se dio la vuelta
y levantó la cabeza con un gemido. Sus ojos luchaban por mantenerse abiertos.
Parpadeaban y se cerraban, parpadeaban y se cerraban, hasta que finalmente se
enfocaron.

Y entonces vieron a Zev.

Un instante después estaba de rodillas, arrastrándose, tirando hacia su lado.

Elander se puso en pie y retrocedió unos pasos, con los ojos escudriñando la
distancia en busca de amenazas, de más grietas en aquella barrera y de cualquier
soldado que pudieran haber pasado por alto.

La energía de Zev se había reducido a casi nada. La barrera seguía intacta,


pero ¿por cuánto tiempo? Tenían que llegar a un lugar más seguro, pero no se
atrevía a apartar a Casia de su amigo. No estaba en condiciones de correr. Podría
haber conseguido llevarlos a los dos, pero temía que mover a Zev sólo empeoraría
su estado, y peor en su caso significaba la muerte.

498
Al menos podía protegerla mientras se despedía, decidió.

Pasaron los minutos.

Las batallas continuaban en el borde de la barrera, ya que de vez en cuando


la magia se rompía y los soldados enemigos se deslizaban a través de ella. No podía
ver lo que ocurría más allá de ese escudo mágico, lo que no hacía más que aumentar
su incómoda sensación de vulnerabilidad.

—Casia —llamó en voz baja.

Su cabeza estaba contra el pecho de Zev, aparentemente ajena a la sangre que


se acumulaba sobre ella. Elander escuchó dos frases con mucha claridad.

—Le dije a Rhea que volverías. Le dije que todos volveríamos.

Pero cualquier otra cosa que dijera, se perdía entre sus sollozos y quedaba
amortiguada por los pliegues de aquel abrigo manchado de sangre en el que había
enterrado su rostro.

—Casia —dijo él de nuevo.

Ella levantó la cara hacia él. Estaba manchada de sangre.

—Haz algo —susurró.

Soryn llegó hasta ellos antes de que pudiera encontrar palabras.

—Tenemos que retroceder a la ciudad —dijo. Su mirada se posó en el cuerpo


sin vida de Zev, y dudó un momento antes de arrodillarse y poner una mano suave
en el lado del cuello. Buscó el pulso. Inclinó la cabeza. Alcanzó la mano de Casia. —
Tenemos una buena oportunidad de terminar de asegurar la ciudad, pero tenemos
que irnos ahora, nos necesitan.

Casia se apartó de su toque. Sus ojos volvieron a encontrar los de Elander,


suplicantes esta vez.

No puedo hacer nada. Era todo lo que podía pensar. Todavía no podía encontrar

499
palabras. Porque él ya había estado aquí, hace una vida. Ya la había visto sufrir de
esta manera, y había tratado de arreglar las cosas, sólo para empeorarlas. No podía
hacer eso de nuevo. No había nada que pudiera hacer.

No queda nada.

Esto es el fin.

Pero entonces una sola palabra salió de sus labios.

—Por favor.

Y le golpeó de nuevo, como tantas otras veces, esa peligrosa y abrumadora


idea de que le daría cualquier cosa que pidiera, sin importar el costo.

—Apártate de en medio —le ordenó en voz baja.

Ella lo hizo, y él se inclinó y levantó cuidadosamente a Zev en sus brazos. Se


concentró en la energía que lo rodeaba. Era tan tenue que se preguntó si lo estaba
imaginando. Quizás a estas alturas ya estaba delirando por el cansancio.

Pero igual se concentró en ese pulso, en suspenderlo. No podía detener la


muerte, pero podría retrasarla lo suficiente como para hacer lo que necesitaba.

Esperó.

Buscó en las reservas casi vacías de su poder y logró convocar las sombras
oscuras que los envolvieron a ambos y se los llevaron.

500
Capítulo 32

Traducido por Ash A

Corregido por Tory

HORAS Y HORAS DESPUÉS, LA LUCHA HABÍA CESADO Y LA ciudad de Kosrith


estaba asegurada.

Por el momento.

Los ejércitos de Sadiran y Sundolian seguían patrullando las calles, eliminando


a los enemigos que quedaban y que no se habían retirado con los demás.

No se había visto a Varen desde que sus soldados lo habían sacado de la orilla
del agua. Puede que siguiera vivo, o que hubiera perecido en los acantilados, o tal
vez estuviera escondido en algún lugar de la ciudad, planeando ya su venganza.

A Cas no le importaba en ese momento.

Ella se había retirado y estaba sentada junto a ese punto de magia que Elander
había implantado en su habitación, esperando que él volviera a ella. Tenía la
garganta en carne viva, los ojos ardientes e inyectados en sangre, el cuerpo pesado
por la pena. El agua que Laurent le había traído y rogado que bebiera permanecía
intacta. Y sus pensamientos eran implacables, repitiendo las mismas palabras una
y otra vez.

Esta vez no va a volver.

Se ha ido.

Asra se ha ido.

Zev se ha ido.

Elander se ha ido. Se ha ido. Se ha ido. Se ha ido…

Y entonces Elander apareció de repente, en un remolino de sombras y viento


helado.

Cas se puso en pie tambaleándose cuando los últimos bordes de él se volvieron


sólidos.

Dio dos pasos hacia ella antes de desplomarse.

Ella lo atrapó lo suficiente como para detener su caída, pero esto fue todo lo
que pudo lograr; él era demasiado pesado, y ella estaba demasiado agotada para
arrastrarlo hasta la cama adecuada. Así que lo acunó en sus brazos lo mejor que
pudo. Su cuerpo se curvó alrededor del de él y trató de abrazarlo lo más fuerte
posible. Tenía mucho frío. No conseguía calentarle, por mucho que le abrazara.

—Mírame, Elander.

No lo hizo.

—¿Qué pasó? Estás solo. ¿Está Zev…?

Sus ojos permanecieron cerrados, pero su cabeza se movió, se hundió más en


el hueco de su brazo.

—Aún vive.

Cas inhaló y exhaló lentamente. Ya no podía obligarse a hablar. Tenía miedo

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de hacer más preguntas. Temía las respuestas, temía la forma en que Elander sonaba
como si estuviera racionando cada aliento que le quedaba, y que forzarlo a hablar
podría consumir demasiados de esos alientos.

Ella siguió abrazándolo. Sus ojos seguían ardiendo con lágrimas frescas. Se
concentró en un poco de escarcha en el cristal de la ventana buscando patrones en
el hielo para distraerse del pánico que intentaba invadirla.

—Lo llevé al Bosque de Havenmist. —Las palabras salieron de la boca de


Elander entre respiraciones temblorosas—. El refugio divino de Namu.

—La Diosa Oak… —Cas respiró sintiendo un desafiante aleteo de esperanza


ante la mención de esta deidad de la Sanación.

—Sí. Lo mantuve con vida hasta que llegamos. El resto depende de la diosa.

Cas pensó por un momento, sus dedos temblorosos alisaron distraídamente


el cabello de su rostro.

—Nephele me dijo que tenías el poder de detener la muerte.

Permaneció en silencio durante varios momentos. Parecía estar reuniendo


fuerzas para volver a hablar.

—Otro poder del que sólo conservo una sombra —dijo finalmente—. Pero sí...
lo logré. A duras penas. Por eso yo…

Él volvió a quedarse muy quieto y ella contuvo la respiración, alguna parte


irracional de su cerebro pensó que al hacerlo podría facilitarle la búsqueda de la
suya.

Finalmente, inhaló profundamente y habló.

—Solo necesito acostarme por un momento.

Después de algunos intentos fallidos, logró ponerse de pie. Ella lo ayudó a


acercarse a la cama, lo cubrió con una manta y se sentó en el borde del colchón.

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Pasó un tiempo espantosamente largo antes de que él finalmente abriera los
ojos y se apoyara contra la cabecera.

Cas lo miró de cerca, preparada para atraparlo de nuevo. Pero parecía haber
recuperado un poco de estabilidad, al menos. Inclinó la cabeza hacia atrás contra la
cabecera. Respiró hondo varias veces, cada una de las cuales hizo que su expresión
se tensara con evidente dolor. Y luego dijo:

—Tenemos que hablar de algunas cosas.

Cas logró un asentimiento entumecido.

—Ven aquí.

Estiró los brazos y ella se arrastró hacia él, se apoyó contra su pecho. La
envolvió en la manta que le había dado y la abrazó.

Después de un minuto, dijo:

—¿Recuerdas cuando te dije que sentía que te conocía desde hace mucho
tiempo?

Ella parpadeó. Ciertamente, había cosas de las que necesitaban hablar, pero
no esperaba que él comenzara con esto. Pero sí recordaba esa conversación que
habían tenido, semanas atrás, así que asintió.

—Sí. Y te dije que yo sentía lo mismo.

—Bueno, hay una razón para eso.

—¿Qué razón? ¿Qué quieres decir?

—Hay algo más, también… Ese amuleto que estaba en tu bolsillo la noche en
el Instituto Pluma Negra, por el que te pregunté. Esa noche yo… lo tomé después
de que te durmieras.

—¿Tú lo robaste?

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—Ya lo he devuelto.

Exhaló un suspiro lento y su ira se desvaneció con la misma rapidez; estaba


demasiado cansada para estar enojada.

—¿Por qué lo tomaste?

—Necesitaba saber con certeza qué era. Y ahora lo sé. También sé que hace
todas esas semanas en Oblivion… esa no fue la primera vez que nos conocimos.

Ella se apartó de su pecho para poder girar hacia atrás y encontrar su mirada;
tenía que mirarlo a los ojos para ver por sí misma si estaba bromeando o no.

Pero su expresión era tan seria como nunca la había visto cuando dijo:

—Te conocí antes, en una vida pasada. Tenías un cuerpo diferente. Un nombre
diferente. Una voz diferente. Pero tu esencia es la misma. Tu alma es la misma.

Ella lo miró fijamente.

—Te perdí en esa vida, y ese amuleto que has estado llevando contigo, eso…
es lo que te trajo de regreso a este mundo, creo.

Lentamente, desenvolvió la manta y se arrastró fuera de su abrazo. Fue a ese


abrigo que había usado la noche que pasaron por Rykarra, y descubrió que él lo
había devuelto a su bolsillo, tal como había dicho.

Pero todo lo demás…

Todo lo demás que estaba diciendo tenía que ser una mentira.

Extendió la mano, colocó el amuleto sobre su palma y se acercó a la ventana


para poder verlo más de cerca. Las cuatro joyas blancas de su rostro brillaban a la
pálida luz de la mañana.

—La Diosa del Sol es la creadora de toda vida —dijo Elander—. Ese pequeño
objeto que estás sosteniendo es el Corazón del Sol, de su propio dominio, y contenía
suficiente poder de esa diosa para reencarnarte. Y ahora parece que la otra magia

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que alguna vez estuvo contenida dentro del amuleto ahora está contenida dentro
de… bueno, de ti.

La mirada de Cas se volvió hacia él cuando una repentina comprensión la


golpeó.

—Espera, ¿es esto lo que le robaste de Solatis? Esta es la razón por la que
caíste, ¿no es cierto?

Y lo había robado por… ella.

—Supongo que Nephele también te contó esa historia.

—Sí.

—La historia completa no es tan importante ahora —dijo—, pero para que
conste, en realidad lo estaba robando de vuelta.

—¿De vuelta?

—Había sido un regalo para Malaphar hace siglos; Solatis lo creó con la
intención de dárselo al Dios Rook, por razones que solo puedo adivinar. Pero lo usó
para propósitos mucho más nefastos de lo que ella pretendía.

—¿Entonces ella se lo quitó?

El asintió.

—Y fue el comienzo de una guerra que se ha librado entre esos dos durante
siglos. Una que sigue librándose.

Cas lo miró fijamente durante otro largo momento. Luego volvió a subirse
a la cama. De nuevo en sus brazos. Todo lo que él había dicho seguía pareciendo
imposible, y sin embargo…

Y, sin embargo, no se le ocurría ninguna otra explicación para esa extraña


familiaridad que sentía cada vez que estaba apretada contra él de esa manera.
O, en todo caso, estaba demasiado cansada para pensar en otras explicaciones o

506
argumentos; sólo quería verse envuelta en esa familiaridad.

—Así que, según la historia de Nephele… —comenzó después de pensarlo


un poco—, tú lo robaste y se lo diste a una versión pasada de mí, para que pudiera
usarlo para salvar a mi hermana.

Seguía sonando absurdo cuando lo dijo en voz alta, pero él asintió.

—Y su poder me trajo de vuelta, y me dio toda esta magia diferente…

—Si tuviera que adivinar, diría que la Diosa del Sol también tuvo que ver con
tu regreso. El Dios Rook quiere destruir el Imperio Kethran. Solatis quiere protegerlo,
y si puede frustrar a su antiguo némesis al mismo tiempo, mejor. Piénsalo: Una
mujer reencarnada con los mismos poderes que Malaphar quería robar, nacida en
una familia a la que los dioses no podían tocar debido a un trato que él hizo y, que
además, tenía una conexión con el sirviente que él esperaba utilizar para eludir
dicho trato.

Encontró su mano bajo la maraña de mantas, y entrelazó sus dedos con los
de él y los sujetó con fuerza.

Respiró profundamente. Exhaló. La sensación de su pecho subiendo y bajando


bajo ella era reconfortante, sobre todo después de sus respiraciones superficiales y
apenas perceptibles de antes.

—Los dioses superiores están jugando un juego peligroso —dijo—. Y tú y yo...


parece que somos peones en él.

Cas no estaba segura de cómo responder; se sentía a partes iguales


nauseabunda, furiosa y confundida por todo ello.

Pero también nuevamente… poderosa.

Porque ahora tenía respuestas a esas preguntas que la habían atormentado


durante tanto tiempo. Sabía lo que era. Sabía por qué su magia era tan extraña, de
dónde venía y de qué era capaz.

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Y ahora, pensó, podía decidir realmente quién iba a ser.

—Soy más que un peón —dijo con decisión—. Y tú también.

Elander no estaba convencido.

—El Dios Rook se dará cuenta de quién eres, de qué eres y de lo que cargas,
muy pronto, si es que no lo ha hecho ya.

—Pero todavía no puede matarme, ¿verdad? El juramento que hizo entre mi


padre y…

—No creo que quiera matarte.

Las palabras enviaron un escalofrío por la columna de Cas.

—Él querrá encontrar alguna forma de extraer y purificar, o ejercer de otra


manera ese poder que llevas. Tienes un enorme potencial dentro de ti. Es imposible
decir cuánto. Pero si eres capaz de aprovechar el poder que normalmente sólo ejerce
la propia Diosa del Sol…

Cas se sintió mareada, de repente.

Había más explicaciones, más información que Elander podría haberle dado
sobre todo esto, estaba segura. Pero él debió percibir lo abrumada que estaba, porque
se calló. La acercó más. Su mano se apoyó suavemente en su pelo, apretándola
contra su pecho y manteniéndola allí.

Cas observó cómo se iluminaba la habitación, cómo el amanecer bañaba las


paredes con una débil y enfermiza luz amarilla.

—Décadas —dijo Elander rompiendo finalmente el silencio.

—¿Décadas?

—He pasado décadas extrañándote, tratando de encontrar una forma de


volver a ti, y ahora te tengo de vuelta, pero… —Se interrumpió, pero ella pudo
terminar el pensamiento bastante bien.

508
Pero sólo para otro final, al parecer.

Sintió que las lágrimas se acumulaban de nuevo en las esquinas de sus ojos.
Se las limpió y se apretó más contra su pecho.

—En esta vida y en todas las demás. —Las palabras salieron de ella en un
susurro cuando se dio cuenta de lo que él había intentado decir ayer, antes de que
fueran arrastrados a la batalla.

Su voz era suave pero segura.

—Y aún más allá.

El amanecer siguió pintando las paredes de luz. Fue Elander quien finalmente
rompió el silencio una vez más.

—Él lo sabía, por cierto.

—¿Qué?

—Zev. Sabía la verdad sobre quién eras. Quería que lo supieras por mí, pero
me quedé sin tiempo antes de que todo se fuera al infierno. Creo que por eso estaba
allí, observándome en el campo de batalla, manteniéndose lo suficientemente cerca
como para intervenir. Quería asegurarse de que yo no saliera, usando sus palabras,
en un resplandor de gloria antes de que tú y yo tuviéramos la oportunidad de hablar
así.

Agarró su mano con más fuerza, luchando contra el sollozo que amenazaba
con sacudirla.

—Ese idiota.

—No confiaba en que volvería contigo. Esperaba que volviera a hacerte daño.
—Elander soltó una risa baja y tranquila que destilaba odio hacia sí mismo—. No
puedo decir que lo culpo por eso.

Se sentó, presionando la base de sus manos en sus ojos y secándose las


lágrimas.

509
Esas lágrimas tenían que parar; no iban a arreglar nada.

—¿Por qué no llevaste a mi hermana con la Diosa Oak en esa vida pasada?
—preguntó a Elander.

—Lo intenté. La diosa me rechazó; no interviene tan directamente con los


mortales si puede evitarlo.

—¿Pero crees que ayudará a Zev?

—He defendido nuestro caso. Espero que esta vez haga una excepción.

Las palabras salieron de su boca antes de que pudiera detenerlas:

—¿Puedes llevarme con él?

Él dudó.

—Resolveremos todo lo demás. Te juro que lo haremos, pero ahora mismo


sólo… necesito verlo. Y tal vez pueda defender nuestro caso también.

Sus labios se separaron. Empezó a hablar, luego reconsideró.

—Sé que tu magia está casi agotada. Sé que estás agotado, y…

Tiró la manta a un lado y se levantó despacio, algo tembloroso, para


interrumpirla:

—Tendremos que pasar por el Oblivion.

La idea de regresar a ese lugar oscuro la aterrorizaba, pero se tragó el nudo


que se le formaba en la garganta y dijo:

—¿Podemos pasar por el Oblivion? ¿Sin peligro?

—Tendremos que movernos muy rápido. Pero ya lo he hecho una vez hoy;
hay puertas en la torre oriental que llevan a diferentes cielos. Puedo transportarnos
directamente a esa torre, y el pasaje que lleva al Bosque de Namu estará a sólo unos
pasos en ese punto.

510
Cas asintió; recordaba vagamente esa agrupación de puertas, aunque sólo la
había vislumbrado antes de ser arrastrada por las escaleras de la mencionada torre.

—Sólo debes saber que los portales no están hechos para el uso de los
mortales; caminar por ellos será peor que cuando mis sombras te transporten.

—Puedo manejarlo.

Un atisbo de sonrisa cruzó sus labios.

—Sí, no tengo ninguna duda —dijo. Y luego extendió la mano—. ¿Lista?

Ella tomó su mano.

Esta vez estaba más preparada para la sensación de ser transportada, y su


agarre a Elander era firme, por lo que no era tan desorientador. Las sombras fueron
y vinieron, y ella logró ponerse de pie en aquella torre oscura, y sólo tuvo que
arrodillarse un momento para evitar el mareo que sentía.

Luego levantó la cabeza hacia la fila de portales, buscando el símbolo de la


Diosa Oak.

Lo encontró.

Pero la puerta que había debajo estaba destruida

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Capítulo 33

Traducido por Izabel

Corregido por Tory

—Esta es una trampa —respiró Cas y se alejó tropezando de la puerta destruida.


Chocó con Elander, y su abrazo la envolvió con fuerza, protegiéndola.

—Regresaremos a Kosrith —dijo—. Aférrate a mí.

Ella asintió con la cabeza, aunque podía escuchar el cansancio en sus palabras
y eso la asustó.

¿Por qué había sugerido que vinieran aquí?

Estaba tan, tan cansado. Ella sabía que lo estaba. Y sintió el viento frío
levantarse, las sombras presionando; pero eran débiles, no lo suficientemente
rápido...

—Creo que querrás quedarte —dijo una voz familiar.

Cas y Elander se volvieron para ver a Tara parada en los escalones cercanos.

—Tienes que quedarte —dijo—. Tienes cosas por las que responder.
—Nos íbamos a ir —dijo Cas con incertidumbre.

Elander la agarró con más fuerza y s​​ intió que empezaba a levantarse del suelo
de piedra...

—Casia. —La voz de Tara estalló como un látigo a través de la habitación y de


repente la mente de Cas se llenó de imágenes terribles.

Imágenes de cadáveres, de casas en llamas, de sus amigos tendidos en parches


de suelo nevado, sin vida, pálidos y sangrando...

Magia de sombras.

Sabía que no era real.

Eso no lo hizo menos horroroso.

Luego vino una voz en su mente:

Ven a mí y haré desaparecer las imágenes.

Cas negó con la cabeza.

Las imágenes que se estaban plantando en su mente se volvieron más


brutales; sus amigos estaban vivos ahora, pero solo para que ella pudiera verlos a
todos ser masacrados de nuevo, uno por uno.

—No. —Se escuchó murmurar.

Ven aquí.

—No.

Luego apareció un rostro que no había visto en semanas: Asra.

Asra, acostada en la cama, débil e indefensa, mientras un soldado se acercaba


cada vez más a ella con una espada reluciente en sus manos.

Y Cas no podía ver que sucediera de nuevo.

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Después de una breve y frenética lucha, se soltó del agarre de Elander y corrió
hacia Tara. Se derrumbó a los pies del espíritu de la Sombra, jadeando por respirar.

Las visiones se detuvieron, tal como esa voz había prometido que lo harían.

Cas se dio cuenta instantáneamente del error que había cometido. No podía
transportarse sola de este infierno, y ahora demasiado espacio la separaba de
Elander.

Se puso de pie tambaleándose.

La mano de Tara se estiró y agarró su brazo con un apretón aplastante. —No


te muevas —le ordenó en voz baja—. ¿A menos que quieras más de mi magia? Y te
advertiré: Tu mente es débil. Podría romperla por completo la próxima vez.

Cas se mantuvo perfectamente quieta, salvo por su mirada que buscaba


opciones. Había otras puertas, otros portales que no fueron destruidos, señaló.
Reconoció la mayoría de los símbolos sobre esas puertas, y tal vez si pudiera llegar
a uno de ellos...

Primero tenía que liberarse del agarre de Tara, mientras que de alguna manera
le impedía usar más de su terrible magia.

Pero la propia magia de Cas todavía se sentía débil por esa batalla en Kosrith,
y algo en el aire en esta torre se sentía… extraño. Sofocante. Se sentía como si su
poder estuviera atado, no, más como aplastado por algo.

La mirada exhausta y furiosa de Elander estaba fija en Tara. —Destruiste la


puerta. ¿Por qué?

—Tuve que frenarlos. Tuve que hacer que te quedaras. Si pudiera arrinconarte
a ti y a esta mujer, prometió concederme lo que deseaba.

Se escuchó un eco de pasos corriendo escaleras abajo, y Caden apareció un


momento después. Sus ojos se movieron salvajemente por la habitación, buscando
como si sintiera algo, tal vez esa misma energía aplastante de la que Cas no podía
deshacerse y luego finalmente se posaron en el otro espíritu en la habitación.

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—Tara —susurró—. ¿Qué has hecho?

Una voz oscura e incorpórea le respondió antes de que Tara pudiera: —Ha
hecho lo que le pedí y ahora recibirá su recompensa por ello. Es un sistema muy
simple, de verdad. Aunque aparentemente no es lo suficientemente simple, a juzgar
por cómo algunos de ustedes en esta sala han fallado tan... extraordinariamente.

Esa sensación sofocante en el aire de repente se volvió mucho, mucho peor.

Cas se dio cuenta de que era una sensación de magia, el tipo de magia
poderosa que no dejaba espacio para que su magia ni la de nadie más existieran.

Podría haber caído de rodillas ante el puro y terrible peso, si Tara no se hubiera
sujetado con tanta fuerza. Pero los dedos de Tara permanecieron clavados en su
brazo, y luego tiró de Cas hacia atrás con ella, las apoyó a ambas contra la pared.

Así que Cas todavía estaba de pie cuando el Dios de la Torre se materializó en
el centro de la habitación.

El humo y las sombras vinieron primero, y luego se retorcieron en cientos de


plumas negras sólidas que luego cayeron para revelar una enorme… bestia.

Estaba parado como un humano, y había hablado con una voz humana, pero
su cuerpo era demasiado grande, demasiado salvaje y estaba cubierto por crestas
de armadura negra que parecía como si se hubiera fusionado con su piel real. Su
rostro era del color de un cadáver, sus ojos brillantes casi igual de pálidos, y tenía
alas, alas oscuras y relucientes que parecían tocar el techo si las extendía.

Trabajó la mandíbula con movimientos violentos, como si no hubiera usado


una boca humana para hablar durante bastante tiempo y todavía se estuviera
acostumbrando a la sensación.

Volvió su mirada hacia Cas.

Elander corría hacia ella en el siguiente instante, y luego Caden corría hacia
él, tratando de detenerlo... El Dios de la Torre los detuvo a ambos con una mano
levantada y ráfagas de magia que fueron invisibles hasta que golpearon a sus

515
objetivos, golpeando a ambos sirvientes al suelo y envolviéndolos en una red de
sombras que los volvía quietos y silenciosos. Envolvió a Tara en este mismo tipo de
red y luego la arrojó a un lado con un movimiento de muñeca.

Sin Tara sosteniéndola, las piernas de Cas se arrugaron debajo de ella. Se dejó
caer contra la pared. Su cabeza también quería hundirse, pero la empujó contra la
fría pared y se obligó a mantener los ojos en el Dios de la Torre.

Ese dios dio un paso hacia ella todavía moviendo su mandíbula, estirando su
rostro inusualmente estrecho de una manera espantosa.

—Qué bueno —dijo, su voz arrastrándose sobre su piel—, por finalmente


encontrar la causa de tantos de mis problemas.

La respiración de Cas, ya laboriosa por el peso de su magia, se detuvo por


completo cuando un significado posible detrás de sus palabras se hundió sobre ella.

Su mandíbula se abrió camino en una sonrisa horrible, confirmando su


miedo. —Sí. Sé quién eres. Otra cosa útil que Tara compartió conmigo. —Dejó de
sonreír. Alcanzó y envolvió sus largos dedos como garras alrededor de la espada
en su cadera, pero no la retiró—. Solatis cree que fue muy inteligente, sin duda, al
guiar su poder hacia el cuerpo de un humano que no pude matar. Tenía un gran
plan para ti, estoy seguro. Pero se olvida de los límites de los mortales.

Peones.

¿Realmente no eran más que peones en una guerra entre estos seres divinos?

Esos límites de los que habló se estaban acercando rápidamente, de cualquier


manera. Cada vez que el dios hablaba, parecía exudar más de ese poder aplastante
que amenazaba con empujarla al suelo.

—Ni siquiera puedes ponerte de pie —se burló.

—No importa. —Sus palabras salieron en un jadeo—. No puedes matarme, y


he vivido peores dolores.

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—Quizás. Pero hay otras cosas que puedo hacer. Empezando por hacerte
mirar mientras yo mato a mis inútiles sirvientes.

Se volvió hacia Elander.

—¡Espera!

Retiró su espada, desatando un enjambre de plumas como las que le habían


precedido antes. Se retorcieron y se arremolinaron, luego se fueron dejando una
hoja blanca brillante en su lugar.

Cas se empujó contra la pared. Con cada gramo de fuerza que pudo reunir, se
apartó de esa pared y se tambaleó hacia adelante. Se las arregló para mantenerse
de pie el tiempo suficiente para alcanzarlo, para agarrar una de esas enormes alas
que estaban dobladas, arrastrándose detrás de él.

—Espera —gritó de nuevo.

El hizo una pausa. Le quitó el ala de la mano. Bajó la mirada hacia su figura
humillada. —¿Por qué debería?

Sus labios temblaron.

Metió la espada debajo de su barbilla y la obligó a mirarlo.

La desesperación empujó las palabras de sus labios sin pensarlo más: —


Porque quiero que hagas un trato conmigo.

—He escuchado esas palabras antes.

—Pero no de mí.

Él la miró. Escuchando. Él estaba escuchando.

Ella luchó por su camino hasta una posición de rodillas. —No soy mi padre.
Cumplo mis juramentos. Y quiero hacer un trato contigo mismo. Así que... espera.
No lo mates. Por favor.

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Todavía escuchando.

Sin duda, disfrutando de verla suplicando; ella no había olvidado las cosas
que Elander le había dicho acerca la personalidad de este dios superior.

—Sé que te gusta hacer negocios —dijo.

No respondió.

Se preparó para el dolor, la presión, la posibilidad de fracasar, y luego lo


empujó a través de todo y se puso de pie para pararse frente a él, y permaneció de
pie, incluso mientras sus piernas temblaban.

La miró en silencio por otro momento, y luego dijo: —Entonces, di tus


términos.

—Deja que Elander viva. Déjalo ir. Y deja mi imperio en paz.

La curva de sus pálidos labios era cruel, claramente no la tomaba en serio,


incluso cuando preguntó: —¿Y yo qué obtendría a cambio?

El corazón de Cas latió con fuerza.

Un pensamiento pasó por su mente.

Querrá encontrar alguna forma de ejercer ese poder dentro de ti.

Y ella sabía que era imprudente. Tonto. Pero la alternativa a esta idea insensata
e imprudente era la muerte. No la suya propia, sino la muerte de Elander. Y su
imperio, sus amigos, nada estaría a salvo si no encontraba alguna manera de unir a
este dios malévolo consigo misma y luego de alguna manera encontrar una manera
de detenerlo.

Era la única moneda de cambio que tenía en este lugar desolado, por lo que
dio un paso adelante...

Y se lo ofreció.

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—Te serviré —dijo

La risa del Dios fue silenciosa. Burlona. Fría. —¿Qué servicio me podrías
prestar?

—Llevo el poder del Corazón del Sol. Soy la encarnación viviente de lo que no
podrías robar. Y al parecer fui elegida por la Diosa del Sol para ir a la guerra contigo.
Así que imagina lo que le hará a ella si yo hago la guerra por ti, en cambio.

Dejó de reír.

Esa última frase le había llamado la atención, al menos.

Cas tragó saliva y continuó: —Puede que sea una mortal limitada, pero
podrías cambiar eso, ¿no? Sabes más sobre este poder que duerme dentro de mí
que yo. Podríamos trabajar juntos.

Enseñó los dientes. —No sabes realmente lo que estás ofreciendo, mortal.

No lo hizo.

Pero todo lo que importaba en ese momento era lograr que el Dios de la Torre
estuviera de acuerdo con ella.

Si hacía esto, Elander viviría y su imperio no tendría que enfrentarse a la ira


de este dios ante ella.

Y este era su destino, al parecer; no una corona sobre su cabeza. Ella no sería
la reina que uniera los reinos de Kethran una vez más. Soryn podría ser esa reina.
Y Cas sería la que protegería a su gente de los dioses, su rabia y sus juegos sádicos
y despiadados, a cualquier costo para ella. No le importaba el costo, siempre y
cuando las personas que amaba tuvieran la oportunidad de luchar a cambio.

Ella no era un peón.

Ella sería más astuta que este dios, de alguna manera. Sabía que podía hacer
esto. Solo necesitaba más tiempo para trabajar.

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—Esos son mis términos —dijo y de alguna manera, su voz no tembló—.
Jura que dejarás vivir a Elander y que los imperios Kethran y Sundolian estarán a
salvo de ti, y puedes tenerme a mí y cualquier poder que creas que puedes ejercer
a través de mí. Yo te serviré. Lo juro.

—Quieres convertirte en mi arma, ¿verdad? —Envainó su espada—. Solatis


estará muy decepcionada de ti.

—La Diosa del Sol no me ordena.

—¿Pero tengo que creer que me dejarías ordenarte?

El pensamiento hizo que quisiera caer al suelo una vez más, pero se mantuvo
de pie. —Si cumple con su parte del trato, entonces sí.

—Siempre he cumplido mi parte del trato —gruñó.

—Entonces tenemos un acuerdo, al parecer.

Se volvió para mirarla más plenamente. Sus alas se desplegaron y la energía


oscura se desplegó con ellas. Se oscureció la poca luz que había en la habitación,
sin dejar ningún resplandor para que ella se concentrara, excepto el brillo de sus
extraños ojos.

—Parece que sí —dijo.

Y luego le golpeó la cara, clavando sus dedos en forma de garras en su piel y


arrastrándolos por su mejilla.

Cas se dejó caer sobre una rodilla. Sintió la sangre brotar a través del lugar
donde él había golpeado, y luego se formó una cicatriz de algún tipo; pudo sentir la
marca ardiendo, picando, retorciéndose en un patrón deliberado.

Cuando finalmente dejó de picar, sus dedos se estiraron y tantearon con


cautela la cicatriz recién formada. Se sintió como una pluma curvándose sobre su
mejilla.

—¿Está hecho?

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Tan rápido.

—Un poco más de magia —dijo flexionando los dedos cubiertos de su


sangre—, y entonces la unión estará terminada.

—Tu parte primero —dijo con la mirada fija en la forma inmóvil de Elander—.
Tienes que darme una razón para creer que mantendrás tu parte de las cosas.
Primero suelta a tus sirvientes. Elander y Caden ambos.

—Tan demandante.

—Hazlo —espetó.

Mantuvo sus ojos en ella mientras extendía una mano hacia esos cuerpos
inmóviles.

Las sombras que rodeaban a Elander y Caden se dispersaron.

Cas no quería apartar los ojos del Dios de la Torre, pero no pudo evitar las
constantes miradas en dirección a Elander, hasta que finalmente...

Movimiento.

Se incorporó de un empujón, apretando la mano contra su rostro por un


momento antes de que finalmente lograra mirar hacia arriba. Su mirada rápidamente
encontró la de ella. Vio el horror destellar a través de sus ojos, el silencioso no que
se movió a través de sus labios antes de que lograra hablar: —Casia, ¿qué estás
haciendo?

Se volvió hacia el Dios de la Torre. —Termínalo.

—¡NO!

El grito fue acompañado por la oleada de magia de la Muerte más poderosa


que jamás había sentido. La habitación se convirtió en una tumba: oscura, fría,
acabada.

Excepto que no estaba acabada.

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La luz volvió y el Dios de la Torre estaba a varios pies de ella, protegiéndose
con sus alas. Y luego Elander corría hacia ella, chocando con ella, tirando de ella
contra él.

Ella lo apartó. —¡Te va a matar si no me dejas hacer esto!

—No me importa. —Él le agarró la cara con fuerza y se apretó contra sus
intentos de apartarse—. No me importa. No puedo dejar que termines ese trato.

Sus dedos se deslizaron y temblaron contra la sangre de su mejilla, pero aun


así no la soltó.

La habitación estaba inquietantemente silenciosa.

—Déjame ir. —Su voz se quebró con las palabras—. Tienes que dejarme ir.

El dios detrás de ella se movió.

Los ojos de Elander se lanzaron hacia ese movimiento y dio un paso atrás.

—Lo siento —dijo Cas—. Yo… desearía que las cosas fueran diferentes.

Él asintió. Dio otro paso atrás. Levantó su mano hacia ella. —Perdóname por
esto —susurró—. Pero no puedo dejar que te lleve de nuevo.

—No te atrevas...

El Dios de la Torre se reía y se puso de pie.

Se abalanzó sobre Cas.

Elander se movió más rápido.

La empujó fuera del camino del Dios de la Torre. Su magia la golpeó en el pecho
mientras caía, tirándola aún más hacia atrás, y la drenó tan total y completamente
que ni siquiera pudo contenerse. Su cuerpo golpeó el suelo de piedra y rodó aún
más lejos del Dios de la Torre.

Caden se movió de las sombras a la orden de Elander, una mancha oscura

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que la barrió y la apretó contra él.

Y estaba indefensa, con la poca energía que le había robado la magia de


Elander. Ella no podía luchar.

Solo podía mover los ojos.

Vio a Caden corriendo hacia la hilera de puertas.

Vio que Elander la miraba por última vez antes de volverse para mirar al dios
superior que tenía delante.

Vio el resplandor de la puerta, sintió que su energía la sobrepasaba...

Y luego ella y Caden atravesaron esa puerta y se hundieron en la oscuridad


total y absoluta.

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AGRADECIMIENTOS
TRADUCCIONES INDEPENDIENTES Y
TEAM FAIRIES

Queridos lectores, Traducciones Independientes y Team Fairies estamos muy


contentos de trabajar en equipo para traerles la segunda parte de este maravilloso
libro.

Es por esto que queremos agradecer a todo nuestro equipo de traducción y corrección
(TI y TF) ya que sin estas increíbles personas, este libro no estaría terminado.

También queremos darle las gracias a ustedes, lectores. Por su paciencia y


comprensión. Este proyecto es para ustedes, son el fin del trayecto, a ustedes nos
dirigimos al traducir, a sus manos, a sus ojos, a su deleite.

Nos leeremos en los libros por venir...

TI & TF

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