The Games Gods Play (The Crucible 1) - Abigail Owen

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¡Cuidémonos!
Mona

CORRECCIÓN

Niki26
QueenWolf
Nanis
Caro

DISEÑO

Kaet
IMPORTANTE ______________ 3 20 ______________________ 103
CRÉDITOS _________________ 4 21 _______________________ 106
ÍNDICE ____________________ 5 22 _______________________ 111
SINOPSIS_________________ 10 23 ______________________ 115
PARTE 1 __________________ 13 24 ______________________ 120
PREFACIO ________________ 14 PARTE 3 _________________ 124
1 ________________________ 15 25 ______________________ 125
2 ________________________ 20 26 ______________________ 129
3 ________________________ 23 27 ______________________ 133
4 ________________________ 28 28 ______________________ 135
5 ________________________ 33 29 ______________________ 139
6 ________________________ 36 30 ______________________ 143
7 ________________________ 39 31 _______________________ 148
PARTE 2 _________________ 46 32 ______________________ 155
8 ________________________ 47 33 ______________________ 160
9 ________________________ 51 34 ______________________ 164
10 _______________________ 56 35 ______________________ 169
11 ________________________ 60 36 ______________________ 174
12 _______________________ 65 37 ______________________ 178
13 _______________________ 70 38 ______________________ 182
14 _______________________ 75 39 ______________________ 187
15 _______________________ 80 40 ______________________ 190
16 _______________________ 83 41 _______________________ 194
17 _______________________ 86 PARTE 4 _________________ 199
18 _______________________ 92 42 _____________________ 200
19 _______________________ 96 43 _____________________ 204
44 ______________________ 206 73 ______________________ 341
45 ______________________ 210 74 _____________________ 345
46 ______________________ 213 75 _____________________ 350
47 ______________________ 217 PARTE 6 ________________ 355
48 ______________________ 224 76 _____________________ 356
49 ______________________ 228 77 _____________________ 360
50 ______________________ 231 78 _____________________ 363
51 ______________________ 235 79 _____________________ 367
52 ______________________ 241 80 _____________________ 370
53 ______________________ 245 81 _______________________373
54 ______________________ 249 82 _____________________ 376
55 ______________________ 254 83 ______________________ 381
56 ______________________ 259 84 _____________________ 387
57 ______________________ 263 85 ______________________ 391
58 ______________________ 266 86 _____________________ 395
59 ______________________ 271 87 ______________________ 401
60 ______________________ 277 88 _____________________ 405
PARTE 5 ________________ 280 89 _____________________ 409
61 ______________________ 281 PARTE 7 _________________ 413
62 ______________________ 284 90 ______________________ 414
63 ______________________ 289 91 _______________________ 419
64 ______________________ 294 92 _____________________ 424
65 ______________________ 298 93 _____________________ 428
66 ______________________ 303 94 _____________________ 433
67 ______________________ 309 95 _____________________ 438
68 ______________________ 314 96 _____________________ 443
69 ______________________ 323 97 _____________________ 448
70 ______________________ 329 98 ______________________ 451
71 ______________________ 333 99 _____________________ 455
72 ______________________ 337 100 ____________________ 460
101 ______________________ 466 107 ______________________ 491
PARTE 8 ________________ 469 108 ____________________ 496
102 _____________________ 470 109______________________ 501
103 _____________________ 474 110 _____________________ 505
104 _____________________ 479 111 ______________________ 509
105 _____________________ 483 EPÍLOGO ________________ 518
106 _____________________ 487 ACERCA DE LA AUTORA _ 522
A W A R D – W I N N I N G A U T H O R

ABIGAIL OWEN
A los dioses les encanta jugar con nosotros, los simples mortales. Y cada cien
años, se lo permitimos...

Vivo como una condenada asistente de la Orden de los Ladrones, agacho la


cabeza y espero que los caprichosos seres que gobiernan desde el Olimpo no se fijen en
mí. No es una hazaña fácil, dado que San Francisco es la ciudad patrona de Zeus, pero
me las apaño. Sobrevivo. Hasta la noche en que me enredo con un dios diferente.

Por primera vez, el despiadado y voluble rey del Inframundo ha entrado en el


Crisol, el concurso mortal que los dioses celebran para determinar quién se sentará en
el trono del Olimpo. Pero en lugar de librar sus propias batallas, los dioses nombran a los
mortales para que compitan en su lugar.

Entonces, ¿por qué Hades me eligió a mí, una sarcástica don nadie con una
maldición sobre sus hombros, como su campeona?

No sé si soy un peón, un cebo o algo totalmente distinto para este dios


peligrosamente tentador. ¿Cómo podría, si tiene más secretos que estrellas en el cielo?
y la Muerte
ganará a cualquier precio.

En The Games Gods Play, los dioses griegos caminan entre nosotros y son tan
indescriptiblemente bellos como mortíferos. Como tal, esta historia contiene elementos
que podrían no ser adecuados para todos los lectores, incluyendo sangre, crueldad,
violencia (humana, de dioses y de monstruos por igual), situaciones peligrosas,
hospitalización, enfermedad, lesiones, vómitos, abuso, intimidación, robo, aislamiento,
muerte, dolor, uso de alcohol, fobias comunes (incluyendo alturas, quemaduras,
ahogamiento, insectos y oscuridad), lenguaje gráfico y actividad sexual en la página. Los
lectores que puedan ser sensibles a estos elementos, por favor, tomen nota, y prepárense
para entrar en el Crisol...
A los dioses les encanta jugar con nosotros,
los simples mortales.
Y cada cien años... se lo permitimos.
Q
ue se jodan los dioses.
Estuve tan cerca. Tan cerca de alcanzar por fin mi meta, de ver por fin
rota mi maldición, y tal vez, sólo tal vez, de sentir por fin el amor del único
hombre que anhelo.
Mientras caigo inerte sobre el suelo empapado de sangre, lo único que puedo
pensar es: «¿Y si...?»
¿Y si no hubiera intentado profanar el templo de Zeus?
¿Y si no hubiera conocido a Hades?
¿Y si no hubiera intentado alcanzar más de lo que este mundo estaba dispuesto a
ofrecerme...?
Una lágrima asoma por el rabillo de mi ojo. Entonces los pies de Zeus aparecen
justo delante de mí. Probablemente para terminar el trabajo.
Honestamente, prefiero morirme rápido que sentarme aquí y sangrar de todos
modos.
—Adelante, imbécil.
U
n chisporroteo de electricidad cae directamente sobre la sien de Zeus y yo me
estremezco mientras la multitud grita. En San Francisco vive gente de todas las
clases sociales, culturas y panteones, pero no se puede negar que esta es la
ciudad patrona de Zeus.
No necesito echar un vistazo al santuario para saber qué aspecto tiene: piedra
blanca inmaculada con columnas clásicas estriadas que resplandecen con destellos y
chispas de color blanco violáceo lanzadas por los interminables arcos de relámpagos
capturados sobre el tejado.
Sacudo la cabeza. Está muy orgulloso de lo de los relámpagos: es la única ciudad
del mundo que funciona con energía divina. Aunque si Zeus está de mal humor... bueno,
tiende a afectar a las luces. Me imagino cuánto tiempo deben pasar de rodillas en ese
templo los que disfrutan de energía ininterrumpida.
Prefiero vivir en la oscuridad.
—No deberíamos estar aquí —murmuro en voz baja mientras marco una casilla en
mi tableta y echo un vistazo a la bulliciosa multitud para tratar de detectar a uno de
nuestros carteristas que entran y salen de entre las masas desprevenidas.
Mi único trabajo esta noche es observar, que es realmente todo lo que se me pide
que haga. Observar y registrar. Pero de todos los planes de mierda que mi jefe, Félix, ha
ideado a lo largo de los años, este está a la altura del intento de capturar un Pegaso para
venderlo en el mercado negro. Eso puso nuestra guarida en la lista de mierda de
Poseidón durante años. Sí, guarida. El nombre no es exactamente creativo, pero somos
ladrones, no poetas.
Me encojo mentalmente de hombros. Al menos Félix no está empeñado en volver
a robar las pepitas de granada de Hades. Se rumorea que Hades no es tan indulgente
como Poseidón.
Además, los novatos no podemos elegir el trabajo que hacemos.
Nuestros padres nos ofrecieron como garantía para saldar una deuda de algún
tipo, y la mayoría de los ladrones esperan con impaciencia cada trabajo que
conseguimos. Cualquier trabajo es un paso más cerca de saldar las cuentas. Pero yo no.
Ya no tengo deudas. Era tan joven cuando mi familia me entregó a la Orden que ni
siquiera recuerdo mi nombre de nacimiento. Pero ahora tengo veintitrés años, así que
eso fue hace tiempo y no es algo en lo que me guste pensar.
Una luz estroboscópica ilumina las nubes bajas un latido antes de que un fuerte
crujido haga sonar las alarmas de los coches y los llantos de los bebés.
Esta vez me sobresalto de verdad, pero consigo forzar la mirada para mantenerla
fija hacia delante.
—¿Tienes miedo de un pequeño rayo, Lyra? —me reprende Chance, un maestro
ladrón situado a mi izquierda. Está haciendo de punto de entrega para todos los botines
esta noche, pero deja de prestar atención a su trabajo el tiempo suficiente para lanzarme
una sonrisa condescendiente. Idiota.
Uno de los ladrones más antiguos de nuestra guarida, ya debería haber saldado
su deuda, pero no lo ha hecho, y el hecho de que yo sea la secretaria de nuestra guarida
y sepa exactamente cuánto le queda por pagar lo enoja. También me convierte en su
objetivo favorito.
Pero la mejor manera de lidiar con su clase de idiota es ignorarlo.
Así que, en vez de eso, me concentro en las multitudes desprevenidas y
aduladoras que se agolpan cada vez más en la base del templo, llenando la serpenteante
calle que sube en círculos por la montaña hasta él. Todos están aquí para tener la mejor
vista de las ceremonias de apertura del Crisol a medianoche. La oportunidad era
demasiado buena para que Félix la dejara pasar, perfecta para una racha de hurtos. Robar
tan cerca de un edificio sagrado es un gran riesgo, pero nuestro jefe razonó para no
arriesgarse a la ira de los dioses diciendo que se trataba tanto de una prueba para los
novatos como de una oportunidad de conseguir un último botín antes de que empiecen
las ceremonias.
Va a hacer que maten a alguien. O peor...
Supongo que es por eso que Félix tiene a una humilde empleada, o sea a mí,
haciendo de niñera esta noche. Dado el peligro añadido, necesitaba a alguien para
mantener un ojo en las cosas que, y cito, «evitar que nadie enoje a los dioses a toda
costa», fin de la cita.
Y tiene razón. No le desearía la ira de los dioses a mi peor enemigo. Incluso
Chance.
Como mi viejo mentor, Félix lo sabe. De hecho, es el único que sabe exactamente
por qué.
Una pequeña multitud de juerguistas con sudaderas de Zeus se apresura a pasar
por delante de mí para subir a la ladera, y unos cuantos me miran por encima del hombro
a la izquierda y luego a la derecha mientras se abren paso entre la multitud. Aprovecho
la oportunidad para alejarme unos metros de Chance. Realmente es la persona que
menos me gusta. Seguiré vigilándolo por si corre el riesgo de molestar a algún dios, pero
puedo hacerlo a distancia con la misma facilidad.
Cuando vuelvo a mirarlo, suelto un suspiro. Ya no me mira con desprecio y vuelve
a concentrarse en su trabajo.
Una joven novata con suaves rizos castaños se acerca a Chance y roza la manga
de su abrigo, lanzando un rápido «perdón» antes de pasar a su lado. Aunque es verano,
hace suficiente frío como para que nadie mire dos veces la elección de ropa del maestro
ladrón, lo cual es bueno. Necesita muchos bolsillos.
Ni siquiera vi la entrega, y eso que la estaba observando de cerca. Siempre había
deseado convertirme algún día en ladrona, pero por desgracia carezco de una habilidad
importante: la sutileza.
Sin mirar atrás, la novata se funde con la multitud, sin que nadie a nuestro
alrededor se dé cuenta. Chance mete la mano en un bolsillo y frunce el ceño. Tiene que
pescar en dos bolsillos más antes de descubrir el botín. Lo que significa que ni siquiera
él sintió la entrega.
Esta novata es buena. Por otra parte, su mentor es el mejor de nosotros.
Por un segundo, me permito imaginar cómo sería estar ahí fuera con ella como
parte de los ladrones, en lugar de estar aquí detrás viendo cómo sucede. Pero ese no es
mi destino. He hecho las paces con ello. Al menos he llegado hasta aquí sin morirme de
hambre, acabar en las cunetas, ser asesinada... o algo peor.
Me va bien.
Incluso tengo mi propio alijo de monedas escondido en un lugar donde nadie lo
encontrará jamás. Dinero real, no números en una pantalla. Un día, puede que renuncie
a esta vida, y tendré los medios para hacerlo.
Pero estarás aún más sola, susurra en mi interior una vocecita cargada de dudas.
Me muevo sobre mis pies. Sí, bueno... tal vez me compre un gato. O no. Un perro.
Nadie puede sentirse solo con un perro, ¿verdad?
Miro hacia el emblemático puente Golden Gate, con sus brillantes columnas
corintias blancas, a juego con el templo y sostenidas por enormes líneas de suspensión.
A medianoche, lo cerrarán al tráfico y permitirán que la gente se amontone para cubrirlo.
El puente se extiende desde los promontorios de Minos, donde se asienta el templo, a
través de la boca de la bahía, hasta la deslumbrante ciudad del otro lado. Las luces
parpadeantes llaman la atención, mientras que la bahía es negra como la noche y la
oscuridad sólo se rompe por las luces de los barcos que pasan flotando.
Por el rabillo del ojo, veo que una de las novatas más jóvenes se fija en una pareja
de ancianos. Caminan tomados de la mano, evidentemente enamorados, y no puedo
evitar que se me apriete el pecho. La mujer se esfuerza por seguir el ritmo, camina con
un bastón, y el caballero arrastra los pies a su lado, haciendo que cada paso sea el doble
de largo para igualar su paso. Ella levanta la vista y le sonríe por el gesto, y sé que lo
último que necesitan para arruinarles la noche es darse cuenta de que unos dedos ligeros
se han llevado una billetera o un reloj.
Antes de que la joven ladrona se acerque demasiado, silbo una señal que todos
los novatos saben que significa «detenerse».
Demasiado para estar aquí sólo para observar y grabar. Esperemos que Félix no
se entere y me castigue por excederme.
Hace una pausa, mira a su alrededor, se le ilumina un poco la cara y agita una
mano ansiosa. No hacia mí. A alguien detrás de mí.
—¡Oye, Boone! —llama la novata. Debe pensar que fue él quien silbó.
Me obligo a no girarme inmediatamente y mirar.
La de Boone es la única cara que busco todos los días, pero eso es cosa mía.
Después de tomar nota en la tableta para hablar con la chica sobre no llamar la atención
mientras se está en un trabajo, me permito asomarme y lo veo a la izquierda.
Boone Runar.
Maestro ladrón. La fantasía de todo el mundo y la pesadilla de todo padre.
Y no hay nada que pueda hacer para evitar que mi corazón tropiece torpemente
al verlo. Sobre todo cuando sonríe a la aprendiza, se inclina a su altura y le dice algo que
la hace reír antes de que ambos se pongan serios. Probablemente le está recordando lo
de llamar la atención.
Bajo mi tableta y aprovecho para disfrutar de la vista.
Más de metro ochenta de músculo, fuerza bruta y un aire de «jódeme y vas a ver»
gracias, de nuevo, a los músculos y a la reciente incorporación de una desaliñada barba
castaña un tono más oscura que su cabello. Además, viste como un motero. Muchos
jeans y cuero. Las vibras que transmite tampoco mienten. Sabe manejarse.
Al verlo, uno pensaría que es un completo imbécil las veinticuatro horas del día.
Muchos de los maestros ladrones, como Chance, lo son. Es un mecanismo de defensa.
Táctica de supervivencia. Pero no Boone. Es su forma de ser con los aprendices, un guía
paciente, lo que más me gusta.
Al cabo de un segundo, manda a la aprendiza a seguir su camino. Cuando se pone
en pie, registra la zona y se me aprieta el estómago. No es que me esté buscando a mí.
Sin duda está tratando de encontrar a su propia aprendiza —la primera chica que ya hizo
su entrega— o a uno de los otros maestros ladrones.
A pesar de que mira justo en mi dirección, la mirada de Boone recorre el lugar
donde estoy. Dos veces.
Luego se va.
Exhalo un largo y lento suspiro y observo cómo se abre paso de nuevo entre la
multitud hasta que ya no puedo verlo y deseo, por milmillonésima vez, que a mi madre
no se le hubiera roto la fuente en el templo de Zeus el día que nací.
El día que me maldijeron.
—M
ierda... —Chance suelta una carcajada justo en mi oído.
Doy un respingo porque no tenía ni idea de que se había acercado
de nuevo, y mucho menos —Hades, llévate a este hombre— justo a mi
lado.
—Ahora lo veo —dice en un tono socarrón—. Lyra Keres, ¿estás enamorada de
Boone?
Sus palabras caen entre mí y el resto de los novatos cercanos como pequeñas
bombas.
Cada una explotando en mi pecho. Golpes directos.
Se podría pensar que ya soy inmune. Pero ¿puede alguien «superar» alguna vez
el deseo de ser amado, pero la maldición de no ser amado nunca a cambio? Si el dolor
que rebota en mi pecho sirve de indicación, la respuesta es un rotundo no.
Entre los aspirantes se oyen jadeos ahogados y murmullos lo bastante fuertes
como para que se oigan por encima del ruido constante de este mar de gente, y al menos
dos miran en nuestra dirección con ojos muy abiertos y curiosos.
No le des la satisfacción de una reacción.
Insoportablemente consciente de nuestro público, miro fijamente la tableta que
tengo en las manos, con la humillación reptando sobre mí como hormigas.
Maldito sea.
Escapar estaría bien, pero no puedo simplemente huir. La debilidad siempre será
explotada.
Me envuelvo en mi orgullo como si fuera una capa familiar hecha jirones, levanto
la cadera y le ofrezco mi sonrisa más azucarada.
—Tienes toda la vida para ser un idiota, Chance. ¿Por qué no te tomas una noche
libre?
Suenan algunas risitas de los novatos, o quizá de los completos desconocidos que
nos rodean, y una vena le palpita en el cuello. Todo en Chance es puntiagudo, desde la
nariz hasta el corte anguloso de las cejas, los pómulos, las rodillas y los codos. Por lo
general, su voz también lo es. Incluso cuando está de buen humor, su discurso es agudo
y entrecortado.
Es cuando se vuelve suave y dulce, y sus ojos azules pálidos en su cara más pálida
se tragan sus pupilas, cuando tienes que tener cuidado. Como ahora.
—¿Crees que se ha dado cuenta? —Sus palabras tienen un filo que hace que se
me ericen los pelos de la nuca—. No me extraña que siempre encuentres la forma de
darle los mejores encargos.
—Deberías estar más entre la multitud —digo, con la mandíbula tensa. Estoy de
pie a un lado, ligeramente por encima de la pendiente de la montaña, y doy un paso a la
izquierda como para tener una mejor vista.
Por supuesto, ignora mi intento de poner distancia entre nosotros y vuelve a
acercarse.
—No te preocupes —me dice—. Me aseguraré de decírselo la próxima vez que lo
vea. ¿Quién sabe? A lo mejor te echa un polvo de lástima.
Me cuesta mucho no encorvarme mientras absorbo ese golpe.
Oh dioses. Estoy empezando a temblar. Que se joda. No me voy a quedar para
esto. Murmuro:
—Eres un idiota, Chance.
Ajustándome la tableta contra el pecho como si fuera una armadura, me alejo,
sabiendo que, como el hombre de las entregas, no puede seguirme.
—No, no creo que alguna vez puedas ser el polvo de lástima de nadie —me dice—
. Alguien tendría que realmente preocuparse por ti lo suficiente para que eso suceda.
Cada parte de mí se congela y luego se calienta. Chance podría haber sacado el
arco que tan bien maneja y haberme atravesado el corazón con una flecha. Una muerte
limpia de un solo disparo.
Y lo dijo tan alto. Nadie en un radio amplio podría habérselo perdido.
Respiro por la nariz, con la barbilla alta y una falsa confianza. Sin mirar atrás, le
lanzo a Chance el dedo medio por encima del hombro y fuerzo las piernas para que
funcionen y me lleven lejos.
No será el único castigado por este intercambio más tarde. Acabo de romper una
de las reglas cardinales de la Orden. Nunca abandones el trabajo cuando aún hay
ladrones en juego. Félix se enfadará.
Pero no me importa.
Cabizbaja, sigo caminando, lejos de ellos, lejos de la multitud, y subo por la ladera
de la montaña hasta un bosquecillo de árboles decorativos que rodea el templo, donde
todo está benditamente vacío y tranquilo. En cuanto sé que ya no me pueden ver, todo el
orgullo almidonado que me ha traído hasta aquí desaparece y me reclino contra un árbol,
ignorando el nudo que se me clava en la espalda.
Nadie viene a verme.
Porque Chance tenía razón en una cosa. No tengo amigos. Al menos no ninguno
al que realmente le importe una mierda si no vuelvo esta noche.
Peor aún, Boone se va a enterar de esto. Lo que significa que tendré que
enfrentarme a él cada día, sabiendo que lo sabe. Peor, sabiendo que él nunca podría
sentir lo mismo.
Inframundo llévame ahora. Incluso preferiría un rincón en el Tártaro.
Me quito la humedad que consigue escapar de mi contención y miro las lágrimas
en mi mano, algunas de las cuales ruedan por una gruesa cicatriz que tengo en la
muñeca. Me prometí a mí misma hace mucho tiempo, después de estar a punto de morir
por una ruinosa estafa callejera que acabó con mi muñeca rebanada y de que ni una sola
persona me visitara en el hospital, que mi problema no merecía mis lágrimas. Y sin
embargo, aquí estoy...
—Hasta aquí —murmuro.
Algo tiene que ceder.
Giro la cabeza y miro el templo que brilla sobre las ramas. Que se joda Chance.
Que se joda esta maldición. Y, definitivamente, que se joda Zeus.
Me meto la tableta en el bolsillo de la chaqueta y me aparto del árbol, con el ardor
de la ira echando brasas sobre mi dolor y mi humillación, pero también llenándome de
una nueva sensación de propósito impulsor.
De un modo u otro, voy a poner fin a esta maldita maldición... y ya estoy en el lugar
perfecto para hacerlo.
Es hora de discutir con un dios.
L
as emociones burbujean en mi interior como una pócima venenosa en el
caldero de una bruja.
No he decidido del todo lo que voy a hacer cuando llegue al templo. Voy
a rogarle a ese maldito dios egoísta de Zeus que me quite el castigo o voy a hacer algo
peor.
De un modo u otro, mi problema se resolverá.
Y, a diferencia de antes, ahora me importa una mierda que a medianoche empiece
el Crisol y todas las «reglas» que conlleva el críptico festival.
Los mortales sólo sabemos cómo empieza el festival, cómo termina y cómo lo
celebramos entre medias. Comienzan cuando cada uno de los principales dioses y diosas
del Olimpo elige a un campeón mortal durante los ritos del principio. Las festividades
terminan cuando algunos de los mortales seleccionados regresan. Otros no. Los que
regresan no recuerdan nada, o quizá están demasiado asustados para hablar de ello. Y
los que no, bueno, sus familias reciben una lluvia de bendiciones, así que se supone que
es un honor ser elegido de cualquier manera.
En cualquier caso, los mortales llevan celebrando este festival cada cien años
desde el principio de los tiempos, con la esperanza de ser elegidos por su dios favorito.
¿Qué puedo decir? Los humanos son tontos.
Probablemente Zeus esté en su ciudad celestial del monte Olimpo, ocupado
preparando el inicio de la Ceremonia de Selección, pero ahora mismo voy a discutir con
él.
No puede esperar. Sólo necesito llamar su atención, eso es todo. Por suerte, todo
el mundo sabe lo único a lo que Zeus está más apegado en nuestro mundo: su maldito
templo.
La adrenalina corre por mis venas mientras me apresuro a atravesar los árboles.
El templo ya está acordonado, pero al menos tengo suficiente entrenamiento de ladrón
para poder sortear las barreras sin que nadie se dé cuenta.
Paso junto a una hilera de arbustos perfectamente cuidados y me acerco por
detrás, donde es menos probable que me vean. Los relámpagos llenan de electricidad el
aire tan cerca del templo y enmascaran el sonido de mis pasos, mientras los vellos de
mis brazos se erizan como soldados de juguete.
Debería tomármelo como una advertencia.
No lo hago.
Sigo.
Con la mirada fija en las prístinas columnas que rodean las salas amuralladas del
templo interior del centro, intento formular un plan. Rezar y suplicar primero sería lo más
inteligente. Pero ahora que estoy aquí, sola en la oscuridad, con las manos apretándose
y soltándose a los lados, cada insoportable e insoportable milésima de segundo de
miseria causada por la maldición de Zeus pasa por mi cabeza.
Tiemblo tan fuerte con una vil mezcla de ira, angustia y mortificación que me
balanceo sobre mis pies. Pero lo peor de todo es que, quizá por primera vez en mi vida,
admito lo jodidamente sola que estoy.
Nunca he sabido lo que es susurrar secretos a un amigo, o tomarle la mano a
alguien, o tener a alguien que simplemente se siente conmigo cuando me siento mal. Ni
siquiera tendríamos que hablar.
Y yo sólo...
En una nebulosa, casi como si me observara desde fuera, busco en el suelo a mi
alrededor y agarro una piedra. Echando el brazo hacia atrás, voy a lanzarla contra la
columna más cercana.
Pero una mano me aprieta la muñeca en pleno lanzamiento y me empuja contra
un pecho ancho. Unos brazos fuertes me rodean.
—No lo creo —me dice una voz grave al oído.
Me olvido de todas las técnicas de autodefensa que me han enseñado y me sacudo
contra mi captor.
—¡Suéltame!
—No voy a hacerte daño —dice, y por alguna razón, le creo. Aunque eso no
significa que no quiera ser libre. Tengo mierda con la que lidiar.
—Dije… —Espeté cada palabra—: déjame. Ir.
Su agarre se tensa.
—No si vas a lanzar piedras al templo. No tengo ganas de lidiar con Zeus esta
noche.
—¡Pues yo sí! —Pataleo, intentando zafarme.
—Es un Idiota, lo entiendo. Créeme —murmura mi captor en voz baja—. Pero si
pensara que hacer un berrinche cambiaría eso, habría derribado este templo con mis
propias manos hace años.
No son sólo las palabras, hay algo en su tono que hace que me quede inmóvil
entre sus brazos, casi como si los dos compartiéramos la misma emoción. La misma
rabia. La sensación me roba el aliento y me encuentro reclinada, disfrutando del
momento. Como si, por primera vez en mi vida, no me sintiera completamente sola.
¿Es esto lo que se siente al conectar con alguien?
Los grillos cantan en la distancia, su lenta cadencia en sincronía con su respiración
uniforme. Me doy cuenta de que ahora también está sincronizada con la mía.
—Si te dejo ir, ¿prometes no volver a atacar un edificio indefenso? —pregunta en
voz baja.
—No —admito, y siento un suspiro retumbar en su pecho. Así que añado—: Ese
cabrón no se merece ninguna plegaria.
—Cuidado. —Su voz se tambalea. ¿Se está riendo?
—¿Por qué? —pregunto, una sonrisa sorprendente se dibuja en mis labios cuando
hace sólo unos segundos estaba dispuesta a lanzarme contra un dios—. ¿Te preocupa
que alguien quiera golpearme con un rayo mientras estoy en tus brazos?
—Hablar así podría ganar algunos corazones. —Su voz es suave, su aliento me
roza el cabello sobre mi oreja.
Me pongo rígida contra él, con la barbilla cayendo sobre mi pecho.
—Altamente improbable —murmuro al suelo—. Zeus se aseguró de que nadie
pueda amarme nunca.
Un enorme silencio recibe mi amargura. Mi entrometido bienhechor baja los brazos
y da un paso atrás, probablemente preocupado de que las maldiciones sean contagiosas.
Inmediatamente echo de menos su calor y me meto las manos en los bolsillos.
—Me... —Se detiene como si considerara sus palabras—. Me cuesta creerlo.
Estoy tan desesperada por escapar de toda esta escena, que el cambio en su tono
no me penetra del todo mientras me doy la vuelta.
—Escucha, ya estoy bien. Puedes seguir adelante...
El resto de mis palabras se marchitan en mis labios.
Si antes me quedé inmóvil, ahora podría haber mirado a Medusa a los ojos. Lo
único que se mueve en mí es la sangre, que me bombea con tanta fuerza y rapidez que
me zumban los oídos. Mi mente se apresura a dar sentido a lo que me dicen mis ojos.
Oh, no. Esto no puede estar pasando.
De repente, es como si todas las emociones que me trajeron hasta aquí como una
banshee con una deuda que saldar se desvanecieran, dejándome vacía.
Finalmente sentí una pizca de conexión con alguien, y es... quiero decir... vine aquí
para tenerla con un dios. Pero no con este.
Incluso en la oscuridad, sólo iluminado por los constantes relámpagos, puedo ver
la perfección de su rostro esculpido —con mandíbula dura, cejas altas, ojos oscuros y
labios casi demasiado bonitos para sus rasgos, por lo demás duros— como una pista de
lo que es. Sólo los dioses y las diosas pueden presumir de ese tipo de belleza. Pero lo
que lo delata es el mechón pálido que se enrosca en su frente y se funde con la negrura
del resto de su cabello.
Todos los mortales conocen la historia de cómo su hermano intentó matarlo una
vez clavándole un hacha en la cabeza mientras dormía, pero sólo consiguió dejarle una
cicatriz que le cambió el cabello en ese único lugar. Inconfundible. Por no decir
inolvidable, y muy desafortunado para mí.
Interactuar con este dios es mucho peor que mi plan original.
Huye. El instinto finalmente me golpea, instándome a hacer que mis piernas se
muevan. Pero es inútil. Además, el instinto de inmovilizarme es más fuerte.
—Me temo que uno de los dos no debería estar aquí —bromeo, mi boca siempre
sustituye a mi cerebro cuando estoy nerviosa.
No ayudas, Lyra.
Tampoco me equivoco del todo. ¿Qué está haciendo en este templo en particular?
No dice nada, de pie con los brazos cruzados, observándome del mismo modo
que yo a él, sólo que con una tensión que llena el aire de más electricidad que el rayo de
Zeus.
Sé lo que ve: una mujer pequeña de cabello corto y negro, cara pequeña, barbilla
puntiaguda y ojos felinos. Mi única vanidad. Son verde oscuro con un anillo exterior más
oscuro y dorado en el centro, bordeados por largas pestañas negras. ¿Tal vez pestañeo
en su dirección? Pero seducir no está en mi lista de habilidades, así que descarto esa
idea.
Me sigue mirando.
Hay una intensidad en él que me pone más nerviosa cada segundo que pasa, cada
parte de mí se estremece.
El silencio llena el espacio entre nosotros durante tanto tiempo que reconsidero
huir como una opción.
—¿Sabes quién soy? —pregunta finalmente. Su voz profunda sería suave si no
fuera por el áspero gruñido que emite en el fondo. Como un lago sedoso y tranquilo roto
por las ondas de algo bajo la superficie.
¿Esa pregunta va en serio? Todo el mundo sabe quién es.
—¿Debería?
Santo cielo, deja de joder, Lyra.
Los ojos del dios se entrecierran ligeramente ante mi frívola respuesta. Con el
rostro endurecido, da dos lentas y largas zancadas hacia mi espacio.
—¿Sabes quién soy?
Todo dentro de mí se arruga como si mi cuerpo ya supiera que estoy muerta de
todos modos y sólo estuviera adelantándose. El miedo tiene un sabor con el que estoy
más que familiarizada: metálico en la boca, como la sangre. O puede que me haya
mordido la lengua.
Los dioses han castigado a los mortales por mucho menos de lo que he hecho y
dicho hasta ahora esta noche.
Me tiembla todo el cuerpo. Dioses misericordiosos.
—Hades. —Trago saliva—. Eres Hades.
El mismísimo dios de la muerte y Rey del Inframundo.
Y no parece feliz.
L
a sonrisa de Hades se vuelve condescendiente.
—¿Era tan difícil?
Es demasiado... deliberada. Como si hubiera decidido jugar de una
manera diferente. Sólo que no tiene sentido.
Pero los dioses no tienen por qué tener sentido, supongo.
Llamar la atención de cualquiera de ellos es una mala idea. Son seres caprichosos
que pueden maldecirte en lugar de bendecirte, dependiendo de su humor y de cómo
sople la brisa. Especialmente éste.
—Ahora, hablemos de lo que crees que estabas haciendo —dice Hades.
Frunzo el ceño, confundida.
—Creía que ya...
—Y con el Crisol que empieza esta noche, incluso —continúa con voz
decepcionada, como si yo no hubiera hablado.
Suspiro.
—¿Quieres una disculpa antes de matarme o algo?
—La mayoría caería de rodillas ante mí. Suplicarían mi misericordia.
Ahora está jugando conmigo. Soy un ratón. Él es un gato. Y yo soy su cena.
Trago con fuerza, tratando de obligar a mi corazón a volver a mi garganta.
—Estoy bastante segura de que estoy muerta de cualquier manera. —Por
supuesto que lo estoy. No amontonemos aún más humillación sobre mi prematuro final—
. ¿Ayudaría arrodillarme?
Sus ojos plateados —no oscuros como pensé al principio, sino como el mercurio—
giran con fría diversión. ¿He dicho algo gracioso?
—¿Por eso estás aquí? —pregunto—. ¿Por el Crisol?
Hades nunca ha participado, y Zeus es difícilmente su hermano favorito, así que
¿por qué está en este templo, en realidad?
—Tengo mis propias razones para estar aquí esta noche.
En otras palabras, «no hagas preguntas a los dioses, mortal imprudente».
—¿Por qué me detuviste? —Miro hacia el templo, ignorando por completo su tono.
En lugar de responder, Hades se golpea la barbilla con el pulgar.
—La pregunta es, ¿qué hago contigo ahora?
¿Está disfrutando de mi situación? Nunca he pensado mucho en el dios de la
muerte —primero estoy un poco ocupada con sobrevivir a la mortalidad—, pero está
empezando a no gustarme. Si Boone actuara más así, lo habría superado hace siglos.
—Supongo que vas a enviarme al Inframundo.
En serio, deja de hablar, Lyra.
Hades tararea.
—Puedo hacer algo peor que eso.
Al igual que con Chance, echarse atrás ahora no es una opción.
—¿Ah sí? —Inclino la cabeza, fingiendo que no lo sé—. He oído que eres creativo
con tus castigos.
—Me siento halagado. —Hace una pequeña reverencia burlona—. Podría hacerte
rodar una roca por una colina y nunca llegar a la cima, sólo para volver a empezar cada
día por el resto de la eternidad.
Eso ya le pasó a Sísifo hace siglos.
—Estoy bastante segura de que a Zeus se le ocurrió eso.
Sus labios se aplanan.
—¿Estabas allí?
Me encojo de hombros.
—De cualquier manera, suena como unas vacaciones. Un trabajo tranquilo y sin
molestias. ¿Cuándo empiezo?
Mi boca me va a matar permanentemente.
Estoy esperando acabar en el Inframundo en cualquier momento, o tal vez que
aparezca en su mano el famoso bidente de Hades para ensartarme con él.
En lugar de eso, sacude la cabeza.
—No voy a matarte. Todavía.
¿De verdad? ¿Confío en él?
Debe ver la cautela en mis ojos, porque un músculo se tensa en su mandíbula
como si le irritara que dudara de su palabra.
—Relájate, mi estrella.
Dudo ante el cariñoso apodo. Está claro que no significa nada para él. Cuando no
habla de inmediato, me las arreglo para no hacerlo yo tampoco, y en su lugar capto más
detalles sobre el dios que tengo ante mí.
No es exactamente lo que esperaba. Quiero decir, más allá de la obvia cosa oscura
y morbosa.
Es su ropa. Lleva botas desgastadas y jeans, por el amor de Dios. Los jeans caen
sobre sus estrechas caderas y se combinan con una camisa celeste remangada que deja
ver unos antebrazos más bronceados de lo que cabría esperar de alguien que vive en el
Inframundo. ¿Quién iba a decir que los antebrazos podían ser sexys?
Por encima de la camisa lleva unos tirantes de cuero vintage que sospecho que se
juntan en la parte trasera, en la parte superior de sus omóplatos, al estilo de las fundas
laterales. Las anillas metálicas de los tirantes parecen tener una función para la que no
las está utilizando en este momento. ¿Son para armas? ¿O le duele la espalda?
—¿Paso la inspección? —dice.
Vuelvo a mirarlo a la cara.
—Te ves diferente de lo que pensaba.
Ambas cejas se crispan.
—¿Y qué esperabas? ¿Ropa completamente negra? ¿Quizás un atuendo
completo de cuero?
El calor me sube por el cuello. Algo así, en realidad.
—No olvides los cuernos. Y tal vez una cola.
—Ese es otro dios de la muerte. —Hace un sonido exasperado y murmura algo
sobre aborrecer las expectativas.
Cumplir esas expectativas, creo que quiere decir. Es extraño que tenga algo en
común con un dios. Puedo estar condenada, pero maldita sea si voy a dejar que eso dicte
quién soy.
—Tu hogar en el Inframundo es el Érebo —le digo secamente.
—¿Y?
—Se llama... Espera. —Levanto una mano—. La Tierra de las Sombras.
Alguien debería taparme la boca con cinta adhesiva.
Hades se mete las manos en los bolsillos, despreocupadamente relajado como
una especie de depredador con correa.
—Siempre pensé que ese nombre era poco original. Es el Inframundo. Claro que
hay sombras.
Esta conversación parece estar descarrilándose un poco.
—Supongo. —Y entonces, porque mi cerebro no puede evitarlo, considero lo que
ha dicho—. Quiero decir, técnicamente, no eres el dios de las sombras o incluso de la
noche. —Ahora estoy en racha—. Y si lo del fuego y el azufre es cierto, entonces parece
que estaría bastante bien iluminado ahí abajo.
Sus ojos me miran como cuchillos afilados.
No sé si le ofende o le sorprende mi comentario.
Por desgracia para ambos, tengo una buena imaginación y muchas opiniones.
—Tienes un problema de percepción, si lo piensas.
—Tengo un problema de percepción —repite.
—Sí, así es. Si no pueden ver por sí mismos, los mortales creerán lo que les digan.
A mí siempre me dijeron que Hades está envuelto en oscuridad, huele a fuego y está
cubierto de tatuajes que pueden cobrar vida a su voluntad.
Su mirada recorre mi cuerpo con tanta lentitud que el calor de antes me sube por
el cuello hasta las mejillas.
—Y sin embargo eres tú la que va vestida de negro y con tatuajes, mi estrella —
señala.
Sigo su mirada hasta mi camiseta negra ajustada combinada con jeans, así que no
es todo negro. Una de las mangas se me ha subido ligeramente para dejar al descubierto
la piel pálida de la muñeca, donde asoma el tatuaje de tinta negra. Dos estrellas. En la
otra muñeca hay una tercera estrella y, al juntar los brazos, forman el Cinturón de Orión.
Una de las pocas cosas que recuerdo antes de ser acogida por la Orden es ver a
Orión moverse por el cielo frente a la ventana de mi habitación. La constelación es una
marca inmutable y siempre fija en la noche.
¿Por eso me ha llamado estrella dos veces? Tiro de la manga hacia abajo.
—Entonces... —Sale de su inclinación casual para acercarse. Lo suficientemente
cerca como para que pueda respirarlo, que es cuando me entero de que el dios de la
muerte huele al chocolate más oscuro, pecaminoso y amargo.
—¿Cómo te llamas? —pregunta.
Definitivamente no quiero que un dios sepa mi nombre.
—Félix Argos.
Hades no me llama la atención por la mentira. Sólo me observa, la mirada
evaluando como si estuviera debatiendo algo. Un nuevo castigo creativo para mí,
probablemente.
—Entonces... —imito su frase anterior y miro hacia el lado del templo y el camino
montaña abajo. Escapar está tan cerca. Justo fuera de mi alcance, como la puerta abierta
de una jaula de pájaros con un gato sentado fuera—. ¿Qué pasa ahora?
—¿Qué querías decir con lo de estar maldita?
Ay. No quiero hablar de eso. En vez de eso, lo evito.
—¿No lo sabes?
—Dímelo como si no lo supiera.
—¿Y si no quiero?
Levanta una sola ceja y capto el mensaje. Intento no apretar los dientes y me niego
a pensar en que Hades es la segunda persona con la que comparto esto.
Después de respirar hondo, digo apresuradamente:
—Hace veintitrés años, cuando aún estaba en el vientre de mi madre, ella y mi
padre vinieron aquí a hacer una ofrenda y rezar para que bendijesen mi nacimiento.
Rompió aguas y, al parecer, tu hermano se ofendió porque ella profanó su santuario
sagrado. Como castigo, maldijo a su bebé (a mí, por cierto) y le dijo que nadie me amaría
jamás. Ya está. Fin de la historia.
Su mirada se vuelve más fría, tan calculadora que doy un paso atrás.
—¿Te condenó a no poder ser amada? —pregunta como si no estuviera seguro
de creerme.
Doy una sacudida con la cabeza.
Esa maldición es la razón por la que mis padres me abandonaron. Dijeron que era
la deuda, pero yo sé que no. Me entregaron a la Orden de los Ladrones a los tres años.
Es por eso que no tengo buenos amigos. Por eso Boone...
Hasta esta noche, he intentado convencerme de que las cosas podrían haber sido
peores. Es decir, podría haber acabado como carne de kraken o con serpientes por pelo
y estatuas de piedra como amigos.
Pero me llevó a este momento. Enfrentándome a un dios diferente. Un dios peor.
Uno que obviamente encuentra mi maldición interesante. ¿Por qué? ¿Porque Zeus
me la dio? El actual Rey de los Dioses es un idiota. Eso es algo en lo que Hades también
está de acuerdo conmigo. La pregunta es, ¿qué va a hacer conmigo ahora?
Hades me hace un gesto con la mano, la acción casi lánguida.
—Puedes irte.
Puedo...
Espera... ¿Qué?
—¿P
uedo... irme? De verdad...
Hades levanta las cejas lentamente.
—¿Deseas discutir?
—No. —A caballo regalado nunca se le mira el diente... ni a regalo por la escotilla
de escape.
—Por aquí —dice.
Se dirige hacia un sendero que nos lleva por otro camino montaña abajo.
¿Supongo que debo seguirlo? Hades merodea cuando camina. Me centro en sus botas,
porque mirarle la espalda —esas tiras de cuero se juntan entre sus omóplatos— o su culo
perfectamente formado no es una opción.
Contengo la respiración, cada centímetro de mí palpita con una conciencia
incómoda que no hace más que crecer a medida que sigo su ritmo. Es todo eso del
«poder bruto de los dioses». Esa es la única razón de las punzadas, me digo.
No estoy segura de creerme.
Caminamos en silencio hasta que aparece una acera paralela a la calle principal.
Junto con la multitud. Dejo de caminar. Él también se detiene, mirando hacia atrás.
—¿Algún problema?
—Um... —Miro más allá de él, y él sigue mi mirada. Un metro más y todo el mundo
podrá vernos juntos. Verme... con el dios de la maldita muerte.
—No te preocupes por ellos —dice como si leyera mi mente—. Sólo tú puedes ver
quién soy de verdad. Todos los demás sólo ven a un hombre mortal normal.
Bien. Fantástico. Excepto que los novatos que aún rondan este lugar podrían
verme con un extraño y hacer preguntas. ¿Puedo salir de esta?
—Vamos.
Supongo que no puedo.
Salimos a la acera y me detengo. ¿Debería despedirme antes de que nos
separemos... o algo así?
Le hago un pequeño saludo.
—Agradezco que no me pulverices.
Creo que me he librado y me doy la vuelta para alejarme, pero me hace girar hacia
él por los hombros y me agarra con fuerza. De repente, miro fijamente a unos ojos de
metal fundido que se arremolina, pero que arde. Como arde el carbón negro.
—Ten más cuidado con tus palabras, mi estrella —dice con una voz que ya no es
tan suave como antes, ahora es más como seda pura—. Nunca se sabe cuándo los dioses
podrían recoger el guante que acabas de arrojar... Y cualquier otro día, probablemente lo
habría hecho.
Cada partícula de mí está tan tensa que podría estallar en cualquier momento, la
adrenalina está tan caliente en mis venas que mi piel se tensa. Pero ese es el problema.
En este momento, me siento más... viva. Como si cada segundo que me queda fuera
precioso porque esos segundos están contados.
—Pulverizar es una muerte rápida —susurro—. Hay cosas peores.
Sus ojos se avivan cuando encuentra mi expresión, y contengo la respiración,
anticipando el destello de dolor antes de la nada de la muerte. Así es como me lo imagino.
No llega.
En cambio, su expresión se transforma. El cambio es tan sutil, tan lento, que al
principio ni siquiera estoy segura de verlo, pero el ardor de la advertencia se vuelve...
más suave. Un tipo diferente de calor.
Hades levanta una mano y me toca con la yema del dedo desde la sien hasta la
mandíbula. El roce es un mero susurro en mi piel, que deja un rastro de sensaciones
embriagadoras a su paso. Me mira fijamente, y yo lo miro fijamente, y sé que debería
apartar la mirada. De los dos, yo soy la mortal, así que debería ser yo la que se aparte, la
que se rinda, la que reconozca la derrota.
No puedo. No quiero.
—Tienes razón, mi estrella —murmura. Su mirada baja hasta posarse en mis
labios—. Hay cosas peores.
Entonces su mirada pasa del fuego al hielo en un abrir y cerrar de ojos. Se
endereza bruscamente, me hace girar y me da un pequeño empujón hacia la multitud,
como si soltara al océano a un pez de tamaño insuficiente.
De alguna manera, aunque el resto de mí se ha desconectado, mis pies consiguen
alejarme. Estoy a diez metros antes de que grite.
—No te metas en líos, Lyra Keres.
Me detengo en seco, pero no giro. Ese no es el nombre que le di.
Me encantaría saber cómo sabe el mío o por qué se ha molestado en preguntar,
ya que es evidente que ya lo sabía, pero el instinto de conservación ha entrado en acción,
aunque un poco tarde, y la huida está literalmente a la vuelta de la esquina.
Así que levanto una mano en señal de reconocimiento... y sigo caminando,
contando mis pasos como si pudieran ser los últimos.
A
sistir a los ritos de apertura del Crisol es peor que un viaje por el río Estigia.
Félix se está volviendo loco. Lo sé porque cada vez que lo veo entre la
multitud, rechina los dientes y mira a su alrededor como un loco. Qué bien que
haya aparecido por fin. Al menos he conseguido reunirme con los demás en el
lado urbano del puente sin llamar su atención.
Un pequeño milagro, en realidad.
Tampoco me han visto Boone ni Chance. Tengo un plan para mantenerlo así. Tan
pronto como las cosas aquí realmente empiecen, me escabulliré de vuelta a la guarida.
No sólo para evitar varios enfrentamientos, sino también para procesar todo lo que he
pasado esta noche. Especialmente cierto dios.
Félix desvía la mirada en mi dirección y yo me agacho, intentando hacerme lo más
pequeña posible. Tal vez no sepa que he abandonado mis deberes antes, pero no es el
momento de averiguarlo. Cuando se da la vuelta sin verme, suelto un silencioso suspiro
de alivio y no puedo evitar sonreír un poco para mis adentros. La frustración no le sienta
nada bien a sus escarpadas facciones.
No es que pueda culparlo. Este es el paraíso de los ladrones. Todos estos bolsillos
tan maduros para el picoteo, y todos sus novatos han tenido las manos atadas, ya que
ahora es un poco más de medianoche y el festival ha comenzado oficialmente.
Las personas reunidas se amontonan en multitudes. Parece como si todas las
almas vivas en un radio de mil kilómetros de San Francisco —incluso las que no adoran
a este conjunto de dioses— estuvieran aquí.
Eso tiene sentido si lo pienso.
A la mayoría de los mortales les interesa quién será el próximo soberano de los
dioses del Olimpo por varias razones: un dios o diosa favorito, el más odiado o el más
temido, o un dios determinado como patrón o mecenas, como yo. Y a algunos les afecta
más directamente. Supongo que muchos granjeros favorecen a Deméter para que gane,
para que bendiga sus cultivos y cosechas. Los soldados favorecerían a Ares. Los eruditos
y profesores quieren a Atenea. Y así sucesivamente.
Incluso los mortales que adoran a otros dioses se interesan por el espectáculo. O
tal vez les disgusta un dios con poderes similares o competidores a los suyos. O tal vez,
lo más sencillo, no quieren ofender a esos dioses.
Se mire como se mire, el mundo observa con interés.
Y a pesar de ello, ahora todo lo valioso está a salvo.
No me extraña que mi viejo mentor parezca agobiado. No suena ni un solo silbido.
Al menos no del tipo que hacen nuestros novatos cuando se coordinan en torno a un
objetivo potencial.
Y esto durará todo el mes.
Me muevo de un lado a otro sobre mis pies, mirando fijamente el templo de Zeus
mientras no hace nada más allá del habitual despliegue de rayos.
En ese templo, los acólitos mortales de los dioses queman ofrendas, susurran
plegarias y realizan los ritos que consideran necesarios. Como esto sólo ocurre una vez
cada cien años, apostaría a que se lo inventan sobre la marcha.
No es que podamos ver nada desde aquí. No está permitido grabar con cámaras
en el interior del templo, otro edicto de los dioses. Pero eso significa que estoy atrapada
junto a millones de personas que miran el edificio de columnas blancas en lo alto de la
montaña al otro lado del puente como si de repente fuera a convertirse en un dragón y a
escupir fuego.
Hasta ahora, lo único que ha ocurrido es una única nube de humo blanco que se
elevó hacia el cielo, probablemente procedente de un sacrificio.
La gente ha llenado la calle a lo largo de la bahía hasta la periferia de la propia
ciudad, y los que estamos al fondo hemos sido canalizados entre los edificios. Ahí es
donde estoy yo.
Los otros novatos están reunidos en pequeños grupos, debatiendo si Hermes
elegirá a un ladrón o no. Ya ha ocurrido antes. Tras la ronda inicial de sonrisas y miradas
en mi dirección, han vuelto a ignorarme, lo que es bueno para mi plan de huida.
Varias personas a mi alrededor miran fijamente sus teléfonos, viendo diversas
formas de «cobertura en directo» de aún más gente de todo el mundo de pie en las calles
de otras ciudades, mirando a diversos templos de estos dioses. Capto fragmentos de
comentarios aquí y allá, aunque todavía no tienen mucho nuevo que contar.
—Cuentan las leyendas que los dioses y diosas se hartaron tanto de Zeus como
rey, que lucharon entre ellos por ser quien lo derrocara, dando lugar a las Guerras
Anaxianas —está diciendo un presentador de noticias en un aparato cerca de mí—. La
cosa se puso tan fea que destrozaron maravillas, derribando al Coloso de Rodas y
convirtiendo a cientos de guerreros en terracota.
Resoplo una carcajada. Por lo visto, eso cabreó a otros dioses.
El locutor sigue hablando:
—Destruyeron ciudades como Atlantis y Pompeya y finalmente demolieron su
hogar del Olimpo, que desde entonces ha sido reconstruido.
Todo el mundo conoce esta historia. Después de eso, los dioses hicieron un pacto
para no volver a luchar directamente entre ellos y se creó el Crisol, donde, al parecer,
dejan que los mortales nos enfrentemos en su nombre.
Un grito ahogado recorre las masas a mi alrededor.
—Zeus —alguien grita—. Zeus está eligiendo.
—¿Dónde? —preguntan otros en voz alta.
Después, las voces se alzan en una marejada de sonidos. Me acerco a un hombre
a mi izquierda que mira su teléfono con avidez.
Efectivamente, en un sencillo templo que no reconozco, situado en otra parte del
mundo, un enorme rayo se desprende de un cielo azul despejado y golpea el templo con
un trueno tan fuerte que parece hacer temblar el suelo. Entonces resuena una voz
profunda, quizá desde el interior del edificio donde se encuentra, porque no veo al dios
por ninguna parte.
—Soy Zeus, el primer rey de los dioses, dios del cielo, del trueno y del relámpago,
dios del tiempo, de la ley y el orden, de la realeza, del destino y de la suerte.
Pongo los ojos en blanco. El destino y la suerte son lo mismo. ¿No es así? Pomposo
imbécil.
Y debería ser Rey de los Dioses del Olimpo, por cierto. Pero todos los dioses de
mi panteón son tan egoístas como para querer reclamarlo todo. Así que, Rey de los
Dioses será.
—En este, el primer día del Crisol, elegiré primero. —El dios hace una pausa, casi
como si esperara un aplauso o algo así. Como no sabemos exactamente cómo funciona
esto ni qué significa, y supongo que a la multitud que rodea el templo donde se encuentra
le cuesta oír el zumbido de los truenos en los oídos, todos permanecen en silencio y
atentos.
—Elijo a...
E
s como si el silencio saliera del vídeo y se cerniera también sobre los presentes,
mientras esperamos y observamos colectivamente, sin aliento por la
curiosidad, sin que nadie se atreva siquiera a toser. ¿A quién elegirá?
Otro rayo cae, esta vez fuera del templo, en lo alto de los escalones entre los dos
pilares de la entrada principal. El ruido hace gritar a varias personas. De la nada, un
hombre aparece en el lugar donde cayó el rayo, visiblemente desorientado.
La voz de Zeus retumba de nuevo.
—Samuel Sebina.
Miro fijamente el teléfono. El mortal elegido por Zeus debe de ser aún más alto y
musculoso que Boone, con piel de ébano y cabello corto y negro. Parece demasiado
aturdido para hacer algo más que mirar a su alrededor. Tan rápido como apareció, se ha
ido. ¿Quién sabe adónde?
Se oye otro grito.
—¡Hera! —grita alguien—. Hera está eligiendo.
Las cabezas permanecen inclinadas sobre los teléfonos mientras la gente observa.
—Soy Hera, diosa del matrimonio, de las mujeres y de las estrellas del cielo. —
Desde un teléfono cercano, capto una voz sensual que podría pensarse que pertenece a
Afrodita y que emana de uno de sus templos en algún otro lugar del mundo—. Elijo a...
No oigo el resto porque a mi derecha, Chance se abre paso en mi dirección. La
inquietud inunda mi cuerpo en una oleada de picor. Más vergüenza, represalias o llamar
la atención de Félix sobre el hecho de que abandoné mi puesto antes; todas son grandes
posibilidades de lo que ocurra si me encuentra. Es hora de salir de aquí.
Me meto de lado en un estrecho callejón entre edificios. Cuando miro hacia atrás,
Chance está estirando el cuello. Sí, definitivamente me está buscando. Hacen falta varias
maniobras evasivas, pero finalmente doblo la esquina y casi choco con un ancho pecho
masculino.
—¡Vaya, oye, calma! —exclama Boone con voz demasiado jovial—. Más despacio,
Lyra-Loo… —Corta el apodo que me ponía de pequeña tan bruscamente que resulta
chocante.
Oh, dioses. Lo sabe. Sobre Chance. Sobre mi enamoramiento. Sobre todo.
No es que me sorprenda.
—Estabas tarareando otra vez —comenta con una sonrisa—. Pensé que Félix te
lo había quitado.
Me tapo la boca con la mano como si pudiera volver a meter esos sonidos dentro.
Tararear era un hábito de joven novato. Ni siquiera me había dado cuenta de que lo hacía.
Sin embargo, ha pasado tiempo desde mis días de entrenamiento, así que supongo que
ha vuelto.
—Lo siento —murmuro e intento rodearlo.
Se mueve, bloqueando el paso.
—¿Adónde vas con tanta prisa?
Estoy segura de que, en toda la historia de nuestra amistad, nunca se ha
preocupado lo suficiente como para preguntarme eso. Retrocedo y me obligo a mirarle a
los ojos. Ojos marrones. Siempre me han gustado sus ojos.
Y podría llorar. Años esperando que me preste más atención, y elige hoy. La única
vez que no lo quiero. Miro hacia atrás pero no veo a Chance. Todavía.
—A ninguna parte —digo.
Doy un paso. Boone da un paso, bloqueándome de nuevo.
—Con permiso. —Doy otro paso.
Bloquea de nuevo.
—¿Qué? —suelto.
Parpadea, probablemente porque nunca le hablo bruscamente. Luego se ruboriza
y se pasa una mano por la nuca.
Oh... no. No quiere hablar de ello, ¿verdad? Realmente preferiría que no.
Especialmente no aquí o ahora.
Una extraña luz entra en sus ojos y abre la boca para volver a cerrarla. Con
seguridad.
—Lyra...
Un fuerte murmullo surge de la multitud que se agolpa en las calles de ambos
extremos del callejón.
—No quiero perderme esto. —Consigo esquivarlo, pillándolo desprevenido por
una vez.
—Espera. —Me agarra del brazo y me hace girar, recordándome a otro hombre
que me hizo lo mismo esta noche. Empiezo a sentirme como una muñeca de trapo, y
estoy a punto de decirlo, pero Boone está lo bastante cerca como para que pueda oler el
aroma del jabón genérico que la guarida suministra en los baños. Me quedo quieta un
momento y sacudo la cabeza. Tengo que salir de aquí antes de que Chance me alcance
y empeore las cosas. Miro fijamente su mano.
Me sigue con la mirada y me suelta bruscamente.
—Escucha. Yo... Joder... Lo siento. Chance es un imbécil. Si hubiera estado allí,
habría hecho algo al respecto.
Esto empeora por momentos. No necesito que sienta lástima por mí. Y esto es lo
que es.
—Está bien, Boone —le digo—. Yo me encargué de ello.
—Eso he oído. —Vuelve a hacer una mueca—. Si estás segura...
—Sí. No es gran cosa. De todas formas no es tu problema. —Esta vez, cuando lo
rodeo, no me detiene.
Llego lo bastante lejos como para pensar que me va a dejar en paz, pero en lugar
de eso, de repente está a mi lado, no deteniéndome sino caminando conmigo.
—No estás intentando mirar. —Una afirmación, no una pregunta. Ahora su voz está
llena de curiosidad—. Entonces, ¿a dónde vas?
Le lanzo una mirada de reojo.
—No necesito tu amistad por lástima, Boone. Estoy bien. De verdad.
—Esto no es lástima. —Ofrece una sonrisa ladeada teñida de remordimiento.
Ojalá no lo supiera. No es culpa suya.
—Pensaba que nos llevábamos bien —dice.
Sí, claro. Normalmente, le dispararía un poco de sarcasmo. Simplemente no lo
tengo en mí. Así que intento una táctica diferente y le digo la verdad.
—Voy a volver a la guarida.
—¿Vas a volver ahora? —La duda se refleja en su voz mientras mira a la multitud
que dejamos atrás—. ¿Y el festival? Los dioses eligen.
—Veré lo más destacado más tarde. —Mientras Zeus no vuelva a ser rey, no me
importan los resultados. Hermes sería bueno para la Orden, sin embargo.
Hago un gesto hacia el templo.
—A Félix no le gustará que ambos nos perdamos esto. Los jefes superiores dijeron
que todos teníamos que estar presentes para honrar a Hermes.
Se pone serio.
—No es fácil esconderse de Chance durante mucho tiempo. Te acompañaré de
vuelta.
Debería haber sabido que se daría cuenta.
—¿No quieres mirar?
Esa sonrisa arrogante siempre me atrapa. Levanta un teléfono móvil.
—Lo tengo cubierto. La vista desde donde estábamos apestaba de todos modos.
Pegado a mí como un abrojo, Boone mantiene un ojo en mí y otro en el teléfono,
informando de las selecciones de los dioses mientras nos abrimos paso por las calles casi
vacías de la ciudad. El camino que seguimos, el más rápido, nos lleva más allá de la Torre
Atlas.
Estilos de vida de ricos y poderosos. A pesar de todas las riquezas que contienen
los condominios de ese rascacielos, está vedado a todos los novatos. Los habitantes
tienen tiempo, dinero y rencor suficientes para asegurarse de que los intrusos tengan un
final espantoso si los pillan. Además, todo el mundo sabe que Hades es el dueño del
penthouse en ese edificio.
Se me eriza el vello de la nuca al preguntarme si estará ahí.
¿Por qué estoy pensando en él ahora? Es la menor de mis preocupaciones. Vivo
con un idiota llamado Chance, y por mucho que lo esquive esta noche, sé que es sólo
cuestión de tiempo que le dé una patada a mi vida.
Lanzo otra mirada rápida a Boone y suelto un largo suspiro. A pesar de lo horrible
que fue antes, estoy segura de que estar enamorada en secreto de un chico es
infinitamente menos doloroso que el que tu némesis se burle de ti.
Cuando llegamos a una valla de alambre que bloquea la entrada a unos túneles
que conducen bajo las calles de la ciudad, Boone abre la verja y vuelve a cerrarla tras
nosotros. Justo en la entrada del túnel, ocultos tras montones de basura, sacamos las
botas de goma. El trabajo de los novatos consiste en asegurarse de que los distintos
puntos de entrada a nuestra guarida subterránea estén provistos de ellas y linternas.
Me enderezo de ponerme un par cuando Boone dice:
—Parece que otro está a punto de escoger. Creo que es Artemisa.
Arrugo la nariz. Si siguen el orden jerárquico, ya han seleccionado a los diez
primeros mortales. Ha sido rápido. Después de Artemisa, sólo quedará un dios por
seleccionar. Vuelvo a suspirar. Pensé que tendría más tiempo antes de que todos
regresaran.
Agarro una linterna y empiezo a bajar por el pasillo de cemento cubierto de grafitis.
Boone sostiene el teléfono mientras seguimos avanzando para que ambos
podamos ver.
Sin florituras ni fanfarrias, una de las famosas flechas doradas de Artemisa sale
disparada de la nada para clavarse en el suelo de la pantalla, y un mortal aparece en una
nube de humo.
Hay un revuelo entre la multitud, y Boone murmura:
—Vaya, mira eso. Artemisa eligió a un hombre.
—Ja —digo y sigo chapoteando en el agua hasta los tobillos, echando sólo un
rápido vistazo a la pantalla para ver a un tipo delgado y atlético, de piel beige claro y
cabello oscuro, que parpadea a la cámara.
Históricamente, la diosa favorece exclusivamente a las mujeres.
Boone se encoge de hombros sin romper el paso.
Con facilidad, llegamos a nuestro destino: una pared de aspecto macizo cubierta
por una representación heroica de Hermes, con su yelmo bajo un brazo y las Talaria, sus
sandalias aladas, en los pies. Grafiti, por supuesto, para mezclarse con el resto del arte
de la zona.
Hago una pausa para balancear la linterna a ambos lados, comprobando que no
nos han seguido, pero sólo capto el resplandor de los ojos de una rata antes de apagar
la luz. Boone también apaga el teléfono. En la oscuridad más absoluta, presiono la pared
de cemento con la palma de la mano, buscando los cripto-códigos que sé que están ahí:
pequeñas protuberancias ocultas, un sistema de letras imperceptible para el ojo humano,
pero que los ladrones sabemos encontrar y podemos leer con el tacto. Una forma de
dejarnos indicaciones unos a otros: qué edificios evitar, dónde hay agujeros en la
cobertura de las cámaras de vigilancia, etcétera.
No me molesto en leer éste, ya que sé lo que dice. Pero al final de las letras está
el botón, también oculto a la vista, que aprieto y hace que una gruesa puerta de cemento
se abra con una ráfaga de brisa. Entramos rápidamente antes de que se cierre con la
misma rapidez. Cada uno o dos años, un nuevo novato no se mueve con la suficiente
rapidez, y es un maldito desastre, que me toca a mí limpiar, y una verdadera lástima.
En cuanto la puerta se cierra tras nosotros, las cámaras secretas y divinas que
componen nuestra guarida se iluminan inmediatamente con linternas que arden con un
fuego azul que nunca muere. Fuego, se dice, que Hermes regaló a la Orden para iluminar
nuestras guaridas en todo el mundo.
Boone vuelve a encender el teléfono.
—¿Tienes señal aquí abajo? —pregunto.
—Robé la contraseña del wifi de Félix. —Lo deja en el suelo mientras ambos nos
detenemos para quitarnos las botas.
Cuando termino, pongo las mías y la linterna en los estantes a disposición de todos
los novatos para que las usen mientras vamos y venimos. Boone sigue luchando con las
suyas, y estudio su cabeza gacha. No tuvo que ayudarme a jugar al escondite con
Chance.
Mira el teléfono.
—Parece que Hermes hizo su elección.
Trago saliva antes de preguntar:
—¿Un ladrón?
Boone entrecierra los ojos y sacude la cabeza.
—¿Zai Aridam?
Hago una pausa.
—¿Dónde he oído ese nombre antes?
Le da la vuelta al teléfono para mostrármelo y, efectivamente, ese nombre aparece
en la imagen, y por fin entiendo por qué me resulta familiar. En el último Crisol, hace cien
años, un hombre llamado Mathias Aridam fue elegido por Zeus. Nunca regresó. En
realidad, ni un solo mortal regresó de ese. Pero sus familias fueron todas bendecidas sin
medida.
Aridam. Esa familia tomó su bendición y se alejó de cualquiera que los conociera.
Esto no puede ser una coincidencia, ¿verdad?
—Son todos —dice Boone—. Espero que al final todos vuelvan a casa.
Probablemente esté en minoría, ya que aún estábamos disfrutando del resultado
de tantas bendiciones concedidas cuando nadie regresó del último Crisol. No lo digo en
voz alta.
—¿Lista? —Boone se pone de pie.
Respiro hondo.
—Claro. ¿Por qué no?
Se me hunde el estómago cuando parece que está a punto de responder a mi
pregunta absolutamente retórica, pero una descarga de gritos estalla por los altavoces
del teléfono y ambos bajamos la mirada.
—¿Pero qué...? —Nos quedamos mirando la pantalla.
—Infiernos misericordiosos —murmuro.
El templo de Zeus tiene ahora una enorme y ondulante columna de llamas rojas al
frente, que vierte humo negro al cielo. Sólo un dios usaría eso como entrada.
Hades.
Apuesto a que estaba explorando el templo antes sólo para esto. Claro que esa
sería mi suerte. La única vez que me acerco a ese maldito lugar en toda mi vida, me
encuentro con él.
—¿Qué trama ahora? —murmuro, ignorando la mirada interrogativa que Boone
me lanza.
—Saludos, mortales vivientes. —La voz de Hades no retumba. Fluye. Se me
revuelve el estómago al reconocer ese inconfundible e insondable deslizamiento de voz.
»Como todos saben, he perdido a un ser querido recientemente: mi adorable
Perséfone.
Aprieto los ojos ante eso.
Perséfone. Su oscura y obsesivamente amada reina Perséfone.
Su reina muerta.
Me estremezco.
—En su honor... yo también elegiré un campeón —anuncia.
Santo cielo. Hades no participa en el Crisol. Técnicamente, ni siquiera forma parte
de los dioses del olimpo mayores. Aquí en el Supramundo, se rumorea que como ya es
Rey del Inframundo, los demás de este panteón no quieren darle aún más poder, así que
no se le permite convertirse también en Rey de los Dioses en el Olimpo.
Un murmullo se extiende entre la multitud que rodea el templo, lo suficientemente
alto como para que la señal en directo lo capte.
Y el mortal que elija. El ser elegido por el dios de la muerte... vaya. No me importa
qué es exactamente lo que los dioses tienen a esa gente haciendo como campeones,
pero ese mortal en particular va a estar muy jodido.
Hades ofrece a la multitud una lenta sonrisa.
—Y yo elegiré...
De repente, un espeso humo negro se arremolina alrededor de mis pies, llenando
la cámara, y un pavor inmediato y consciente intenta abrirme un agujero en el estómago.
Levanto la cabeza para mirar fijamente a Boone, que me devuelve la mirada con los ojos
desorbitados por el horror.
—¿Lyra?
Dios mío.
—Tienes que estarme...
El humo me envuelve por completo y mi visión se vuelve negra. Sólo por un
segundo. Es como si pestañeara despacio y, cuando vuelvo a tenerla, ya no estoy en el
estudio, viendo todo esto en una pequeña pantalla.
En su lugar, estoy de pie en la entrada del Templo de Zeus en una nube disipadora
de humo negro que huele a fuego y azufre, con Hades a mi lado.
Con la peor sincronización de la historia, ese bastardo me tiró aquí a mitad de
frase, y mi boca termina lo que estaba a mitad de decir.
—… jodiendo.
Las palabras caen en el silencio atónito que se ha apoderado del templo y de todo
San Francisco. Probablemente de todo el puto mundo.
Hades me sonríe directamente, astuto y supremamente satisfecho, como si yo no
pudiera haberlo emocionado más con esas burdas palabras. Luego rodea mi mano con
la suya, levantando ambas, y se encara con la multitud.
—¡Lyra Keres!
A esta alma ofensiva le gustaría agradecer a la
Muerte el honor... pero declina.
E
stoy muerta. Estoy muerta. Estoy muy, muy muerta.
—No hagas esto —susurro, agachando la cabeza y esperando que nadie
pueda leerme los labios ni oírme mientras, en esencia, le ruego a Hades que
me deje ir. Seguimos de pie frente a las masas, esperando no sé qué.
—Está hecho. —No hay concesiones. No hay piedad.
Por fin va a castigarme por lo de antes. Eso es lo que tiene que ser. Tengo la peor
suerte con los dioses mezquinos y este maldito templo.
—Sonríe, mi estrella —ordena Hades, suave pero aún apremiante—. Todo el
mundo quiere verte bien antes de que te lleve.
En un destello desorientador, seguido de un trueno inmediato que me hace zumbar
los oídos, alguien más está junto a nosotros.
Zeus.
El actual Rey de los Dioses hambriento de poder. Me gusta pensar en él como un
niño narcisista.
Al igual que Hades, este dios es imposible de confundir, con rizos pálidos que
parecen haber sido blanqueados con una descarga eléctrica formando un halo sobre su
frente, que extrañamente no hace que su piel clara parezca desteñida. No aparenta ni
treinta años... y Hades parece aún más joven, a pesar de ser el mayor de los dos. Supongo
que es cierto lo que dicen de los buenos genes y el ejercicio. Zeus, sin embargo, es
demasiado guapo para mi gusto, aunque se dice que su piel lleva las cicatrices de las
Guerras Anaxianas. Algo sobre Hefesto y un volcán.
Va vestido con un impecable traje de tres piezas, aunque es todo blanco con una
corbata verde que parece que rezuma algas por el cuello.
Unos ojos arrogantes tan azules que casi duele mirarlos recorren Hades de pies a
cabeza.
Si no estuviera tan ocupada intentando no perder la cabeza por mi propia
situación, me habría divertido ver la cómica mezcla de frustración y furia que
contorsionaba los rasgos angelicales de Zeus. Resulta que la belleza, incluso la divina, se
vuelve fea con pensamientos desagradables.
Las multitudes que bajan de la montaña cruzan el puente y entran en la ciudad
estallan ante su aparición.
—El Crisol no te concierne, hermano —dice Zeus con una sonrisa, su voz retumba
en los promontorios mientras se gira para tocar a su público.
—Y sin embargo, ambos sabemos que no puedes detenerme —musita Hades
despreocupadamente para que sólo nosotros lo oigamos. Luego, con una voz que
también rueda por la ladera, dice—: Mi hermano no tendría miedo de un poco de
competencia, ¿verdad?
Los vítores de respuesta causan el ceño fruncido del angelical rostro de Zeus, y la
electricidad chisporrotea sobre su cabeza en pequeños estallidos de luz.
Me inclino en dirección a Hades.
—¿Estás intentando electrocutarte activamente?
Está mirando a Zeus, y no estoy segura de si la mueca en sus labios es por su
hermano o por mí.
—No sabía que te importaba.
Por mí, supongo. Doy un resoplido poco elegante.
—Para nada. Pero estoy a un respiro de tu posición, y yo, a diferencia de ti, soy
mortal.
Sigue sin mirarme.
—Ese instinto de salvarte primero te va a servir mucho.
¿Qué diablos significa eso? Puede que esté maldita para nunca ser amada, pero
eso no significa que no me importen los demás. De hecho, en muchos sentidos, hace que
me preocupe demasiado, anteponiendo la felicidad de los demás a la mía. Pero ese no
es mi mayor problema ahora...
Abro la boca para decirle que si cree que voy a participar en esta farsa de los
dioses, o lo que sea que esté pasando aquí, se equivoca.
Pero antes de que pueda responder, antes incluso de que Zeus pueda, Hades dice
por encima del rugido de la multitud:
—¡Que empiecen los juegos!
En el momento exacto en que vuelvo a parpadear y desaparecer, esta vez sin
efectos de humo, hay un relámpago. Esta vez el parpadeo dura un poco más y juro que
siento un toque firme en la parte baja de la espalda.
Cuando recupero la visión, Hades y yo ya no estamos de noche ante el templo de
San Francisco. Estamos en una amplia plataforma semicircular que sobresale de la ladera
de una montaña y parece flotar sobre una caída en picado hacia las nubes, con el sol
brillando en lo alto.
Estamos solos, pero probablemente no por mucho tiempo.
Necesito hablar para salir de esto. Rápido. Miro a mi alrededor en busca de ideas
y me quedo paralizada. Toda idea de escapar pasa a un segundo plano mientras
contemplo un espectáculo que los mortales sólo han soñado con presenciar.
El Olimpo, el hogar de los dioses.
Construidos entre y sobre las elevadas agujas de las montañas, los inmaculados
edificios blancos parecen formar parte de las propias rocas. De origen griego antiguo
fácilmente identificable, muestran una simetría perfecta y, por supuesto, las altas
columnas distintivas de varias épocas.
No veo señales ni daños persistentes de las Guerras Anaxianas.
—Deja de mirar con la boca abierta —dice Hades.
—Nunca he visto nada igual —respiro, olvidando por un microsegundo con quién
estoy.
—No es tan impresionante.
Le lanzo una mirada de reojo. Es el único dios que no tiene un hogar aquí. Nunca.
—Suenas amargado. ¿Uvas agrias?
¿Es posible que los ojos plateados se vuelvan negros como el carbón? Sonríe
como lo hace un tiburón, mostrándote los dientes con los que está a punto de comerte.
—En absoluto. —Aparta la mirada, que patina sobre el paisaje que tenemos ante
nosotros—. He visto cosas mejores. Créeme.
¿Mejor que esto? No estoy segura de que eso sea posible.
—Lo creeré cuando lo vea.
—Puedo hacer que eso ocurra.
¿Es una amenaza?
Hago como que no le oigo y miro hacia arriba, hacia el enorme templo que se alza
en la cima del pico más alto. Justo debajo, hay tres caras talladas en la montaña, una al
lado de la otra. Zeus, Poseidón y Hades, los tres hermanos que derrotaron y encarcelaron
a los Titanes que gobernaban el mundo antes que ellos. De cada una de las bocas
abiertas brota una cascada.
El agua que mana de la boca de Zeus es de un blanco casi iridiscente que se
convierte en nubes brumosas que se arremolinan hacia la montaña, ocultando el Olimpo
a los ojos del Averno. Las aguas de Poseidón son turquesas, como las imágenes que he
visto del mar Caribe, tan claras que incluso desde aquí puedo distinguir detalles de la
pared rocosa que hay debajo.
Y las de Hades son...
Me inclino.
—¿Tu cascada alimenta al río Estigia?
—Sí.
—El agua es negra. —Por la forma en que tuerce los labios, me doy cuenta de que
no hace falta que le diga lo que quiero decir.
—No es negra en el Inframundo.
—¿De verdad? ¿De qué color es? Por favor, dime que es rosa.
Se inclina más hacia mí.
—Pronto lo descubrirás si no tienes cuidado.
Disimulo mi gesto de dolor mirando hacia otro lado.
La cascada de Hades no cae muy lejos, convirtiéndose en un río que parece
desaparecer en las entrañas de la montaña, pero el río de Poseidón serpentea por la
superficie, dividiéndose para seguir cada pico. Fluye bajo hermosos puentes curvos,
alimentando la exuberante vegetación que cubre las montañas, y desaparece en algunos
lugares para salir de estatuas talladas más abajo.
Y todo aquí como que... brilla. Me sorprende no oír coros celestiales. El Olimpo es
abrumadoramente perfecto. De repente me siento pequeña. Insignificante.
No debería estar aquí.
Soy la última persona que debería estar aquí. Debe haber una manera de salir de
esto.
—Estoy... —¿Qué? ¿Arrepentida? ¿Aterrorizada? ¿Sufriendo el síndrome del lugar
equivocado en el momento equivocado?
Antes de que pueda elegir las palabras adecuadas, Hades bloquea mi vista y dice:
—No tenemos mucho tiempo. Necesito que escuches.
M
e trago lo que iba a decir a continuación, el miedo serpenteando por mi espina
dorsal.
—Bien. —Expreso la palabra, con los ojos fijos en quienquiera que
aparentemente venga por nosotros.
Una ceja se levanta, probablemente ante mi inmediato acuerdo, pero Hades no
comenta nada.
—En lo que nos he metido es... importante.
¿Elegir un nuevo gobernante de los dioses? Yo diría que sí, pero no me da la
impresión de que se refiera a eso.
—¿Importante cómo?
Sacude la cabeza.
—Cuanto menos sepas, mejor. La única información que necesitas ahora mismo
es que hasta el final del Crisol...
Le guiño un ojo.
—Hasta el final... ¿Qué?
Atrapa mi mirada durante un instante.
—Eres mía.
Se me hace un nudo en la garganta como reacción inmediata, incluso cuando mi
estúpido estómago decide revolotear. Nunca he sido de nadie. Y, a pesar de los últimos
acontecimientos, siento algo por Boone. No debería haber ningún revoloteo.
—Tenemos que presentar un frente unido si quieres ganar. ¿Entendido?
Sacudo la cabeza.
—No entiendo nada. ¿Por qué el frente unido?
—Lo descubrirás en un momento. Pero antes de que lleguen los demás, te
propongo un trato... Gana y te quitaré la maldición.
Podría haberme abofeteado. Retrocedo tan rápido que tropiezo, y él me agarra de
la mano para mantenerme en pie. ¿Puede hacer eso? ¿Puedo perder mi maldición?
Todavía estoy procesando esto cuando el resto de las deidades y sus campeones
elegidos llegan sin siquiera un susurro de sonido. Un segundo, estamos solos. Al
siguiente, no.
Y todos nos miran las manos.
En lugar de soltarme, Hades se acerca a mí y se gira para que ambos miremos a
los recién llegados. Tengo la impresión de que está mirando a todos y cada uno de los
otros dioses y diosas directamente a los ojos, los suyos como trozos de hielo.
¿Les está retando a que lo detengan? ¿A protestar? ¿A que hablen?
No lo hacen.
Ni siquiera Zeus, a pesar de los rayos y truenos. Por otra parte, Hades lanzó un
guante a su hermano delante de todo el mundo.
Hera es la más cercana a nosotros. Elegantemente regia, la sufrida esposa de Zeus
va vestida con una armadura dorada, decorada con intrincadas capas, sobre una túnica
interior de color lavanda. Un rápido vistazo a mi alrededor me dice que todos los dioses
y diosas llevan armadura, Zeus incluido.
Mientras tanto, el mortal que está junto a Hera parece ser el más joven de los
presentes. Dieciséis años a lo sumo, con una barbilla cincelada que sobresale en un
ángulo arrogante que creo que puede estar encubriendo el miedo. Va vestido con un
traje de color púrpura intenso y un impresionante abrigo con colas que barren el suelo.
Hojas doradas de laurel anidan en su cabello oscuro y sedoso.
Echo un vistazo a mi alrededor y, efectivamente, todos los mortales van ataviados
con ropas elegantes de colores a juego con sus dioses: verde, morado, turquesa y
granate.
¿Qué color tengo?
Dejo caer la mirada, y la irritación sube y luego baja de un modo que me resulta
demasiado familiar. Mientras todos los demás están vestidos con esplendor, yo sigo en
jeans y camiseta. Marcada como separada, una vez más.
—Oye. —Me señalo a mí misma y luego a los demás.
Hades me mira con ojos vacíos e indiferentes.
—Estás bien.
Alguien chasquea los dedos y al instante llevo puesto un vestido negro de
lentejuelas de un material transparente que deja poco a la imaginación.
—¿En serio? —refunfuño en voz baja—. No importa, entonces.
Las cejas de Hades se inclinan hacia abajo.
—Afrodita. —Su nombre bien podría ser una maldición en sus labios.
La diosa del amor y la belleza sonríe imperturbable, sin notar el tono de ira en la
voz de Hades. Su armadura no es de corazones adorables, como esperaba a medias,
sino de oro rosa tallado con parejas y grupos de todos los sexos haciendo... todo tipo de
cosas.
A su lado hay una mortal muy alta y rubia que lleva un vestido satinado de color
vino con una abertura hasta la cadera que muestra el mejor par de piernas que he visto
nunca, y ni siquiera ella está tan... expuesta.
Hades señala con un dedo acusador en mi dirección.
—¿Qué? —Afrodita parpadea con ojos inocentes—. No estabas escuchando, así
que pensé en ayudarte. Mucho mejor, ¿no crees? —Luego inclina la cabeza—. ¿Dónde
está tu armadura?
Hades se mete las manos en los bolsillos, un movimiento aparentemente casual
que de cerca se parece más a ponerle la correa a un tigre.
—Sólo llevo armadura si voy a luchar.
Más allá de Afrodita, creo que Dionisio hace un gesto de dolor, pero la diosa se
limita a arquear las cejas.
—Qué aburrido.
Es entonces cuando Hades se da cuenta de lo que lleva puesto. Se acabaron los
jeans y las botas. Recorro con la mirada la parte superior de su brillante cabello negro,
con un mechón rizado de un blanco crudo, hasta la chaqueta formal de cuello alto y
terciopelo negro, bordada sutilmente en hilo negro con una mariposa en el cuello y
estrellas en los puños y el dobladillo inferior, y luego más abajo hasta —casi me río— los
zapatos negros pulidos.
—Esto es lo que me imaginaba. Quiero decir, excepto por la cola.
Se encoge de hombros con indiferencia.
—A veces hay que jugar con la multitud. El Supramundo se rige por la mentalidad
de la multitud, ¿no?
No se equivoca.
—¿El mundo inmortal también?
—Definitivamente.
—¿Recuerdas lo que te dije sobre tu problema de percepción? —Miro a mi
alrededor—. Quizá tú también tengas uno aquí arriba.
Mientras los labios de Hades permanecen sonrientes, sus ojos se entrecierran
hacia mí. Agita una mano y desaparece el ruido de las cascadas y, bueno, el sonido de
todo menos el de su voz.
—¿Estás intentando manejarme?
Mis costillas se aprietan alrededor de mis pulmones.
—¿Eres manejable?
—No. —Chasquea los dedos.
El único indicio de que algo ha cambiado es un crujido de tela. Miro hacia abajo y
descubro que llevo un traje pantalón formal combinado con una chaqueta transparente y
tacones de aguja plateados. El material es suave y sedoso en contacto con la piel, lujoso
hasta el punto de que me dan ganas de acariciarlo. Las mangas largas y el cuello alto de
la chaqueta dan al conjunto un aire casi inocente. Las estrellas bordadas en plata, dos en
un cuello y una en el otro, me recuerdan a mis tatuajes.
Es sencillo y no tan elegante como los demás.
La niña que hay en mí, que solía maravillarse con la ropa tan bonita que las novatas
se llevaban de las marcas más ricas, quiere mirarse en un espejo y ver el efecto completo.
Para sentirme guapa por una vez.
Hades se ha quedado tan quieto que no sé si respira. Levanto la cabeza y
encuentro su mirada clavada en mí. En mí. Como si captara cada centímetro.
Exhalo un suspiro tranquilo y digo lo primero que me viene a la cabeza para
distraerme.
—La próxima vez que chasquees los dedos, envíame a casa.
—Eso no va a pasar.
No voy a rendirme.
—No es demasiado tarde para echarse atrás.
—No, Lyra.
Mi barbilla sobresale.
—Entonces no esperes que coopere.
Se queda quieto de otro modo, enjaulándome con la mirada.
—Me obedecerás en todo, Lyra Keres. —Una orden, no una pregunta, y con
absoluta certeza de mi sumisión.
Florece una pequeña flor de curiosidad. ¿Cómo sería simplemente... obedecerle?
Que el cielo me ayude.
Contener mi reacción tras una máscara de indiferencia es como intentar que mi
corazón deje de latir.
Después de años con la Orden, sé cómo operar bajo el pulgar de alguien. Pero
esto es diferente. He sido la única que me ha mantenido a salvo y he tomado decisiones
por mí misma, a pesar de la implicación de la Orden, desde que tenía tres años. ¿Quién
diría que la simple idea de someterme a un ser poderoso como Hades sería tan...
tentadora?
Y no debería ser así.
Tal vez estoy rota.
—Soy mejor compañera que marioneta —insisto.
En un movimiento que ni siquiera le veo hacer, se acerca a mí, sus hombros me
impiden ver a todos los demás. No habla mientras me estudia con sus ojos plateados,
afilados como diamantes, como si intentara averiguar dónde están mis partes blandas y
vulnerables. Luego se inclina un poco hacia delante y sé que lo dice para mí y solo para
mí.
—No tengo compañeros.
¿Ya soy un charco en el suelo? Me aclaro la garganta.
—Eso suena... ineficiente.
Iba a decir solitario, pero tengo la sensación de que él también sabría que hablo
de mí misma.
Sus labios se mueven casi imperceptiblemente, pero luego se pone serio.
—Las cosas te irán mejor... si me haces caso.
¿Por qué siento que hay un significado más profundo en sus palabras? Una
advertencia, pero con la intención de ayudarme. No me imagino a Hades como el tipo
servicial. ¿Esto es por lo de jugar y ganar otra vez?
Con un silbido, vuelve el sonido de las cascadas.
—¿Qué haces, hermano? —Poseidón llama desde el otro lado de la plataforma—
. Tu pobre mortal parece medio muerta de miedo.
Hades no se mueve, no mira hacia su hermano. En cambio, levanta una ceja y me
mira.
—¿Así te sientes, mi estrella? ¿Asustada?
A
lgo en la expresión y la voz de Hades es diferente de hace un segundo. O tal
vez lo estoy interpretando mal. Es difícil de diferenciar, pero estoy bastante
segura de que ahora se está poniendo una máscara para los demás.
Representando un papel para ellos. No me gusta.
Mientras tanto, él y Poseidón siguen esperando mi respuesta.
¿Cuál es la respuesta más segura? Hades sólo me ha dado pistas sobre lo que
está pasando, pero mi instinto me dice que si las otras deidades ven debilidad en mí o
división entre nosotros, se abalanzarán sobre mí. Crecer como un solitario en la Orden
me enseñó eso por las malas.
Me aclaro la garganta y alzo la voz.
—Sólo estaba... estableciendo algunas reglas básicas.
La sonrisa lenta y complacida de Hades se burla de partes de mí que no sabía que
podía sentir. Se inclina más hacia mí, me roza la oreja con los labios y su aliento me
produce escalofríos.
—Esa es mi chica.
Odio esa mierda infantil... y aun así mi cuerpo no ha captado el mensaje. Voy a
fingir que no ha pulsado muchos botones que no sabía que tenía hasta este momento.
—No soy nada tuyo —le susurro.
No parece darse cuenta cuando por fin se aparta, con la sonrisa completamente
borrada, y se vuelve hacia Poseidón, que nos observa con ojos agudos y curiosos.
—Has elegido una campeona interesante, hermano. —El dios del océano me mira
de arriba abajo—. Y una ladrona de todas las cosas, por su aspecto.
Idiota. Mis ojos se entrecierran antes de que pueda contenerme.
—Aseguras los servicios de muchos ladrones, ¿verdad? —le pregunto.
Los ojos de Poseidón se oscurecen medio segundo antes de levantar el brazo para
darme un revés. Con una velocidad que lo hace casi invisible, Hades se mueve entre
nosotros. No dice nada, no lo toca, pero su hermano palidece notablemente. Al cabo de
un momento, Poseidón gruñe y se aleja.
Me quedo parpadeando. Hades me protegió.
A mí.
La lógica me dice que es porque me necesita para ganar su estúpido concurso,
pero no puedo evitar sentir que puedo respirar un poco más tranquila.
Sólo un momento.
Cualquiera que esté cerca también parece alejarse, quizá porque ahora la tensión
se desprende de Hades como el vapor de un géiser.
En un movimiento nervioso, me llevo tímidamente la mano al cabello, que aún es
corto, pero que veo rizado en la parte superior y quizá peinado con algún tipo de efecto
retorcido con... Hago una pausa. Y suelto la mano bruscamente.
—¿Esto es una tiara?
Echo un vistazo a los demás mortales. Todos y cada uno de ellos llevan un tocado
que hace juego con su ropa, pero todos son del estilo de las antiguas diademas de laurel
griegas. Definitivamente, lo que llevo puesto no parecen hojas.
Casi como si mis nervios calmaran a Hades, la tensión disminuye en él. El cambio
es sutil, pero desde cerca, puedo verlo.
—¿Pensé que a las mujeres les encantaban las tiaras? —Ahora no podía sonar
más aburrido.
—La cuestión es no destacar.
—¿Por qué?
No puede ser tan inconsciente.
—¿Tienen razón las historias de que nunca has elegido a un campeón durante el
Crisol?
—Sí.
—Entonces eso ya me hace diferente. —Y no en el buen sentido. No digo eso. No
tengo deseos de morir.
Esa lógica no hace ni mella en él.
—Entonces no hay razón para mezclarse. ¿Verdad?
Aprieto los dientes y emito un pequeño gruñido de frustración.
Hades baja la voz y el timbre cambia, sonando más genuino.
—Destacarías aunque te vistiera con harapos y te cubriera de barro.
Sólo porque soy su mortal elegida, quiere decir. No hay necesidad de que mi
vientre se vuelva blando.
—Intenta no empeorarlo, al menos —murmuro, pasándome las manos por los
pantalones.
Se ríe. No de un modo mezquino o calculador, sino sinceramente divertido. Una
oleada de horror me recorre, porque es lo bastante fuerte como para que los demás lo
oigan, y siento que todos los ojos que no nos estaban mirando se vuelven en nuestra
dirección.
Realmente odio esta sensación.
—Las estrellas son mi símbolo —llama Hera a Hades con una voz como la crema
más dulce, suave y encantadora.
Examino su rostro más de cerca. Me pregunto si ser la reina de Zeus le ha hecho
sentir que no hay mucho que le pertenezca en este mundo. Sé lo que se siente.
—¿Y qué? —Incluso yo me estremezco ante el tono de Hades. Mete una mano en
el bolsillo y Hera lo mira con recelo—. Puede que seas la diosa de las estrellas —dice—,
pero todo el mundo sabe quién comanda la oscuridad.
Santo cielo. ¿Tiene que enemistarse con todos los dioses y diosas desde el
principio?
Si llego a casa cuando todo esto acabe, me cambiaré a otro panteón de dioses.
Suspiro.
—No tienes que provocarlos deliberadamente.
No dice nada al respecto.
La cosa es que... hay algo en su actitud que envidio. A él no le importa. No le
importa una mierda si es bienvenido aquí, y mucho menos si es aceptado o querido.
Como si no soportara no ser el centro de atención y necesitara recuperarlo, Zeus
da una palmada y dos filas de sillas doradas aparecen a un lado de la plataforma.
—Tomen asiento —dice el actual Rey de los Dioses.
Hades me toma de la mano de inmediato —su piel cálida y áspera me enraíza
aunque su agarre sea insistente— y me escolta como si fuera de la realeza. No elige
asientos en la última fila ni a un lado. No. Hades nos coloca delante y en el centro.
Zeus, que no ha llegado lo bastante rápido con su mortal, vuelve a mirarme
fijamente mientras toma asiento a mi izquierda, al tiempo que Samuel —así se llamaba,
¿verdad?-- me hace un gesto con la cabeza. Fantástico. Estoy sentada directamente
entre dos dioses que parecen estar enzarzados en una especie de silenciosa batalla de
voluntades. El mejor asiento de la casa, aparentemente. O un buen lugar para que me
maten antes de que me dé cuenta de lo que está pasando.
—Estoy muy jodida —murmuro, y luego sonrío como si fuera a partirme la cara.
Hades se inclina pero dice lo suficientemente alto para que Zeus lo oiga:
—Sólo si quieres.
Oh. Dios… Dioses.
Se me endereza la columna como si Zeus me hubiera clavado una barra eléctrica
y me niego a mirar a Hades. O a responder. No lo dice en serio. Sé que no. Tampoco
sabe el tipo de respuestas desafortunadas que he tenido con él. Ese tipo de tonterías son
sólo para irritar a Zeus, por la razón que sea, y no merecen una respuesta.
Puedo sentir a Hades observándome, probablemente con esa expresión burlona
que empieza a molestarme.
—¿No? —pregunta—. Es una pena.
Luego se acomoda en su asiento, aparentemente feliz de disfrutar de la nueva
tortura que me espera.
—Zeles —dice Zeus—, danos las reglas del Crisol.
E
l Crisol.
Ahora me doy cuenta. Me han seleccionado para ganar un concurso del
que no todo el mundo regresa, y no me queda nadie a quien bendecir si no
vuelvo. Se me acelera el corazón, pero intento calmarlo imaginando que el
concurso será un juego, como el ajedrez o el Twister. Sé jugar al ajedrez. ¿Quizá una
carrera a pie?
Me inclino hacia Hades y le susurro:
—¿Son como las Olimpiadas?
Hay un mundo de diferencia entre las vallas y algo como el salto con pértiga o
incluso la lucha en jaula. Intento no permitirme ni siquiera considerar algo cercano a los
monstruos.
Hades señala a los daemones que vuelan sobre nosotros.
Zeles despliega sus alas negras y, con un movimiento hacia abajo, el demonio gira
en el aire para aterrizar de cara a nosotros. Está claro que el hombre no sonríe. Su cálida
piel morena está a la vista, ya que no lleva camiseta y muestra un torso impresionante y
cincelado. ¿Quizá es difícil llevar camisetas alrededor de las alas?
Horriblemente consciente de Hades a mi lado y de los demás a mi alrededor, me
obligo a concentrarme mientras los otros tres daemones se alinean detrás de Zeles.
—Bienvenidos, campeones —dice Zeles. Sigue sin sonreír—. Felicidades. Tienen
el honor de ser seleccionados para competir en el Crisol, representando al dios o diosa
que los eligió.
No se menciona una competición de la que no regresan todos los mortales, como
si ese hecho careciera de importancia para los dioses. Esto va a ser mucho peor de lo
que imaginaba.
—No sólo representan a su dios o diosa mecenas, sino que compiten en su lugar.
Así es como elegimos a nuestro próximo gobernante. Así es como nos aseguramos de
que las Guerras Anaxianas nunca vuelvan a ocurrir. —Usando a los mortales como piezas
de ajedrez, los dioses se mueven en un tablero que solo ellos pueden ver. ¿Lo que me
convierte en qué?
Un peón.
Cierro los ojos. Eso es exactamente lo que soy. Un peón en los mezquinos juegos
de los dioses, y un trono está en juego.
Zeles levanta los brazos como si nos bendijera.
—Que su tiempo en el esplendor del Olimpo los anime a participar lo más duro
para sus dioses y diosas y, al final, les dé un trozo de belleza que llevar con ustedes al
Supramundo, o al Inframundo, si flaquean.
Mmmm... ¿Se suponía que eso tenía que ser inspirador y edificante? Echo un
vistazo a los demás campeones que están en mi campo de visión, que miran a Zeles con
expresiones en blanco. ¿O quizá están tan conmocionados que también están en estado
de shock? Ha confirmado que la muerte es una gran posibilidad. ¿Verdad que sí?
—Antes de establecer las Labores y las reglas —continúa el daemon—,
presentémonos todos ahora que estamos todos reunidos.
Dijo Labores.
¿Como en labores hercúleas? No es bueno.
Preferiría oír más cosas sobre los juegos y las reglas, pero al menos ahora tendré
nombres y sabré quién va con cada dios o diosa. Más información nunca es inútil.
Una a una, las trece deidades presentan a sus campeones por su nombre y su
origen, así como una pequeña reseña de sus antecedentes. Catalogo todo lo que puedo
sobre cada uno. Realmente somos un grupo variado de personas de todo el mundo, con
distintos géneros, edades, estatus, habilidades y estilos de vida. Y sin un solo rasgo que
todos parezcamos tener en común. Al menos, no los más evidentes.
Zeles se acerca a nosotros, sus grandes alas rozan el suelo con un susurro sonoro.
—Hay un premio para el mortal que ayude a ganar la corona a su mecenas —
anuncia.
Uno de los campeones sentados detrás de mí murmura con interés. Otros se
mueven en sus sillas. El daemon agita la mano y un grupo de personas desciende por las
escaleras, apareciendo por la curva que sigue a la montaña. Se reúnen al pie, entre
balaustradas enroscadas.
—Permítanme presentarles a Mathias Aridam y a su familia.
—Puta madre —murmuro, la sorpresa hace que las palabras salgan de mi boca.
El hombre parece tan joven como supongo que era el día que ganó: no más de
cuarenta y tantos años. Gracias a la providencia de los dioses, supongo. El resto de su
familia tampoco parece haber envejecido. No es que los conociera de antes, pero había
fotos. Los rumores decían que toda su familia había quedado tan abatida por su muerte
que se mudaron, y claramente los rumores eran ciertos. Sólo faltó que la familia se
mudara al Olimpo.
Zeles vuelve a hablar.
—Como ganador del Crisol anterior, Mathias pudo solicitar cualquier bendición de
los dioses. A petición suya, ha vivido aquí en el Olimpo durante los últimos cien años con
su familia. En ese tiempo, su tierra natal en el Supramundo ha sido bendecida por los
dioses y diosas en abundancia y paz. Zai, como su hijo, tiene ahora la oportunidad de
continuar el legado de su padre.
No soy la única que se vuelve para mirar a Zai, sentado en la última fila junto a
Hermes. Su piel marrón claro es cetrina, sus ojos oscuros están hundidos como si no
hubiera dormido una noche entera en su vida, y está demasiado delgado para su
complexión. Parece como si quisiera desaparecer en su silla.
Mientras tanto, la familia de Zai apenas lo miran, desviando sus ojos hacia él sólo
brevemente. Miradas atónitas, si he leído bien la situación.
—Nunca antes se había seleccionado a un hijo de un ganador anterior. —Zeles
despide a los Aridam con la mano y, después de que Mathias lance a su hijo una mirada
extrañamente mordaz, desaparecen escaleras arriba.
—Eso es lo que tienen la oportunidad de ganar aquí —dice Zeles—. El trono para
su patrón, cien años de inmortalidad para ustedes y su familia en el Olimpo con todo lo
que quieran o necesiten previsto, y bendiciones sobre bendiciones derramadas sobre las
tierras y las gentes de sus hogares.
¿Y los perdedores? Sé que los campeones anteriores volvieron a casa, pero otros
no. ¿Son castigados? Los dioses no son precisamente conocidos por su carácter
indulgente.
—Ahora, para las reglas de las Labores... —Zeles retrocede en línea con sus
hermanos. Los cuatro daemones se ponen rígidos, entrando en un estado casi de trance.
Hablan al unísono, como si leyeran un guion—. Los dioses y diosas del Olimpo se dividirán
en cuatro grupos por virtud: Fuerza, Valor, Mente y Corazón; la virtud que más favorezca
cada uno.
Entonces... con Hades como mecenas, ¿qué virtud soy?
—Cada dios y diosa ya ha ideado un concurso en el que competirán los
campeones. El campeón que gane la mayor cantidad de Labores ganará el Crisol.
No una lucha a muerte, al menos. Ganar o no ganar. Puedo manejar eso. Ya estoy
empezando a pensar en aliados. No para ganar, sólo para sobrevivir.
Samuel sería el primero de mi lista, por su tamaño y fuerza, junto con Rima Patel,
la elegida de Apolo. Su vestido azul marino hasta el suelo favorece su delgadez y resalta
sus grandes ojos marrones. Es neurocirujana, lo que podría ser útil si no todos los trabajos
son físicos. Jackie Murphy, campeona de Afrodita, es otra posibilidad. Mide al menos 1,80
y tiene unos veinte años, supongo. Al parecer, creció en una finca rural de Australia, como
demuestran unos músculos envidiables y una piel muy bronceada que claramente ha
visto la luz del sol todos los días.
No es que formar equipo con alguien sea probable. No para mí, al menos. Ahora
llevo un doble golpe de mi maldición junto con ser la campeona de Hades.
Estoy bastante segura de que todos van a mantenerse alejados de mí. Eso o me
tendrán en la mira. Prácticamente puedo sentir la diana en mi espalda.
Aun así, merece la pena intentarlo.
—O... —Los daemones interrumpen mis pensamientos en monótono estéreo—. Si
mueren campeones en el transcurso del Crisol y resulta que sólo queda uno vivo al final,
ese campeón gana por defecto.
Un guijarro de espanto cae en mi estómago, rodando por todo un montón de
espanto que ya estaba allí. Básicamente acaban de decir que podemos matarnos unos a
otros para ganar por defecto.
Aliados y adversarios acaban de adquirir un significado totalmente nuevo.
—¿En qué entrañas del Tártaro me has metido? —le susurro a Hades.
No contesta.
Pulverízame ahora, quiero decir. Sería más rápido y probablemente menos
doloroso.
—Los campeones pueden llevar consigo a cada desafío cualquier herramienta
mortal, excluidas las armas modernas, que puedan portar junto con las bendiciones que
puedan ganar a lo largo del Crisol. A partir de este momento, los dioses patrones podrán
entrenar a sus campeones y animarlos, pero no podrán de ninguna otra forma ayudar o
interferir con ningún campeón, suyo o de otros.
Es revelador que hayan tenido que escribir eso en las normas.
—Y nosotros, los daemones, nos erigiremos en jueces y guardianes de las reglas
de las Labores, con la determinación final del ganador.
De repente, todos los daemones parpadean para salir del trance en el que se
encontraban, y Zeles dice:
—Hay un cambio en las reglas de este siglo. Debido a que Hades se unió al Crisol
y a los efectos sobre la humanidad en caso de que el dios de la muerte fuera coronado
rey, hemos decidido permitir que la humanidad reciba a sus muertos y sea consciente
del ganador de cada evento.
La gente a mi alrededor jadea, mortales y dioses por igual. Me pregunto
brevemente si a alguien le importaría que mi cuerpo fuera devuelto a la Orden.
—Ahora, campeones —continúa Zeles—, pueden elegir no participar, y su dios o
diosa mecenas elegirá a otro en su lugar.
Me giro bruscamente hacia Hades, con la boca abierta, lista para optar.
—Yo…
Sacude la cabeza y luego me dice en voz baja:
—La última persona que intentó pasar de jugar en el Crisol... Ares seleccionó a la
hija de ese hombre en su lugar.
No hay nadie realmente cercano a mí a quien pudiera elegir, pero aun así, cierro
la boca en un suspiro lento y silencioso. Mensaje recibido. Todo el mundo sabe que decir
no a una deidad nunca acaba bien para los mortales.
Nadie más declina el «honor».
—Excelente —dice Zeles—. ¿Alguna pregunta?
¿Por dónde empiezo?
Pero los otros campeones niegan con la cabeza, así que no hablo. Probablemente
sea más inteligente esperar y preguntarle a Hades cuando estemos solos.
—Sin más preámbulos, abro el Crisol de este siglo —declara Zeles—. Campeones,
prepárense para su primera Labor. Empieza ahora.
M
e siento erguida en mi silla. ¿Ya? ¿No hay tiempo para digerir esto? ¿O para
prepararme? ¿Prepararme mentalmente? Sólo... ve a jugar y espera no morir.
No bromean.
Zeles pliega las alas contra su cuerpo.
—Esta primera Labor es más bien un desafío para que empiecen. No es una de
las doce en las que competirán unos contra otros... Y es la única Labor del Crisol en el
que cada uno de ustedes tiene la oportunidad de ganar.
Deja que lo asimilemos un segundo.
Todavía estoy atascada en el hecho de que vamos a empezar de inmediato.
—Y quieren ganar esta —dice—. Los que hagan bien la Labor ganarán dos regalos
de sus dioses: una reliquia y una habilidad o atributo; que pueden utilizar para ayudarse
durante el resto del Crisol.
Zeles aplaude, y el espacio alrededor de las mesas de comida decadente se llena
al instante de mil relucientes artefactos de todas las formas, tamaños y tipos, colocados
y amontonados por toda la plataforma, incluso sobre las anchas barandillas del balcón.
Está tan desordenado que parece el vómito de una tienda de antigüedades.
—Campeones... escondido en algún lugar de esta plataforma hay una ficha, un
objeto que ustedes y sólo ustedes deben encontrar. Uno diferente para cada uno. —Zeles
nos mira—. Cuando lo encuentren, serán llevados más lejos en el Olimpo... —Él hace
señas a la interminable escalera—. Junto con su mecenas. Cuando lleguen a su dios o
diosa, ganarán el desafío, y ellos les otorgarán sus dos dones.
No puede ser tan fácil. ¿O sí?
—Si no alcanzan a su mecenas dentro del Olimpo en una hora... —El daemon
señala un reloj de sol en el suelo a nuestros pies—. Entonces pierden sus dones.
Ah. Ahí está la trampa. No recibir regalos mágicos cuando los demás lo hacen sería
un grave déficit para empezar. Eso me sienta tan bien como estar aquí sentada entre
dioses.
Miro a Hades, que me observa, más bien me estudia. ¿Tratando de averiguar si
soy lo bastante lista para esta pequeña prueba? Pero ahora no puede ayudarme,
¿verdad? Y, noticia de última hora, hace años que no me entreno ni me examina la Orden,
y no me fue tan bien cuando lo hice. Tampoco estoy segura de que mis habilidades como
asistente vayan a ayudar mucho.
Mis hombros se hunden. Escogió a la campeona equivocada.
La mano de Hades busca la mía, la levanta y la coloca sobre el brazo de su silla,
nuestros dedos entrelazados a la vista de todos. Así que sé que esto es otro pequeño
espectáculo para los demás.
Funciona. A mi derecha, puedo ver el shock con la boca abierta en la cara de
Dionisio.
La sedosa voz de Hades se enrosca a mi alrededor, filtrándose en mis músculos y
tensándolos como raquetas con cada palabra.
—No te preocupes, mi estrella. Te mantendré a salvo, y esta prueba es críptica,
pero habrá señales que te ayudarán en el camino.
—Basta de eso —le dice Zeus a Hades.
Incluso Zeles parece un poco desconcertado, con las alas crispadas. Dada la
posición de mi mano, no lo culpo. Ninguno de los otros dioses o diosas toca a sus
campeones de esta manera. Por otra parte, creo que de eso se trata.
Hades se ríe sombríamente, pero levanta la otra mano en un gesto de supuesta
rendición.
—No diré más.
Los labios de Zeles se afinan, pero sigue adelante.
—Campeones, su tiempo comienza... ahora.
Los demás campeones se levantan de sus sillas y varios corren hacia las riquezas
amontonadas desordenadamente ante nosotros.
Al soltarme la mano, me levanto de un salto con más prisa que gracia y tropiezo
un poco, lo suficiente para que Artemisa, sentada cerca de nosotros, se burle. Sus
inteligentes ojos color avellana me recuerdan al halcón con el que caza. Tiene la
constitución de una cazadora, esbelta y fuerte pero ligera, y la forma en que mueve la
cabeza, observándolo todo, no hace más que aumentar esa impresión. Su armadura es
la que yo habría esperado, todo lunas y arcos y flechas sobre un vestido verde que
complementa su piel caoba.
Verde por la virtud de... ¿Fuerza, tal vez? ¿O Corazón? No lo recuerdo, y podría
ver a Artemisa valorando cualquiera de las dos.
Le dedico una sonrisa bobalicona y me encojo de hombros, y ella se da la vuelta,
obviamente considerándome torpe e ingenua. No está mal. Teniendo en cuenta dónde y
cómo crecí, aprendí pronto que un poco de desinformación sólo puede beneficiarme.
Boone sigue pensando que me da miedo la oscuridad.
Hablando de eso, ¿en qué demonios está pensando ahora? Verme desaparecer
de la guarida sólo para aparecer en el templo con Hades tuvo que ser un shock.
Hades, aún relajado en su silla, agita la mano hacia las mesas y los montones.
—Corre y juega, mi estrella.
¿De verdad cree que esto es divertido para mí?
Me muerdo la lengua para no preguntarlo en voz alta.
—Mira ese resplandor. —Afrodita dice—. Mejor ten cuidado, Hades. Podría
robártela. Me encantaría que me miraran así. Tanta... pasión. —Respira la última palabra
por lo que es prácticamente un gemido.
El calor me sube por el cuello hasta las mejillas.
El largo cabello negro que le cae por la espalda se balancea con cada movimiento
de sus caderas, y sus ojos castaño claro no se apartan de los míos cuando se acerca.
Parece de mi edad, quizá un año mayor, pero sus ojos cuentan otra historia.
—Podría darle un mejor uso a toda esa pasión —murmura con un ronroneo
seductor—. ¿No desearías...?
—¡Addie! —Hades se levanta bruscamente de su silla.
¿Addie?
Inmediatamente, todo en ella cambia, la suavidad de sus rasgos se endurece.
Infiernos, la suavidad de toda ella se endurece hasta que una guerrera se coloca en su
lugar, mirando fijamente a Hades.
—Eres un amargado. Nada divertido. —Luego me guiña un ojo y se marcha.
Hades sacude la cabeza.
—Ten cuidado con ella. Si dice las palabras «no desearías», tápate las orejas con
las manos, porque si llega al resto, te verás obligada a hacer lo que te pida en ese
momento… —Su mirada pasa de ella a mí—, sin importar si es algo que quieres hacer o
no. Joder a un enemigo. Traicionar a un amigo. Incluso puede hacer que tu cuerpo la
obedezca en contra de tu voluntad. Tus reacciones, tus movimientos... sensaciones.
Lo último de lo que quiero hablar con Hades es de sensaciones.
—No escucharé cuando diga esas palabras. Entendido.
Su única respuesta es una ligera inclinación de la boca.
—¿Creía que desaparecerían todos hasta que los encontrásemos con nuestros
artefactos? —pregunto, dirigiendo una mirada hacia Zeus, que no ha dejado de mirar a
Hades desde que me tomó de la mano.
Zeles responde.
—Desaparecerán cuando se encuentre el objeto o se les indicará que se marchen
en los últimos minutos.
En otras palabras, quieren ver cómo nos retorcemos.
—Será mejor que lo encuentre rápido, entonces. —Hades se aleja para situarse
en la base de la escalera, lo más lejos que puede del resto de dioses y diosas, que se han
trasladado todos a las mesas de comida y bebida.
Me uno a los demás campeones entre las mesas, debatiendo el mejor plan para
triunfar.
Suena un gong y la campeona de Dionisio da un grito ahogado. Lleva el cabello
castaño oscuro recogido en una intrincada trenza y viste un traje de terciopelo color vino
bordado con vides a juego con la armadura de su mecenas. Meike Besser, creo que se
llamaba. Tiene una nariz bastante grande, como la de un halcón, y unos inteligentes ojos
marrones bajo un espeso flequillo castaño. Me dedica una sonrisa sonrosada, ignora los
montones de antigüedades y se acerca a las mesas de comida.
—Quedan 55 minutos —dice Zeles.
¿Va a hacer la cuenta regresiva cada cinco minutos por nosotros? Eso no nos
pondrá nerviosos.
Meike, mientras tanto, agarra un bocado de la mesa, lo estudia y le da un mordisco
tentativo. Inmediatamente se atraganta, expulsa el aliento en un jadeo áspero y se le
escapa el polvo de la lengua. Agarra una taza y bebe, pero también balbucea y la escupe;
la mancha roja en el suelo de mármol blanco no es de vino, sino de sangre.
No encontraremos nuestros objetos entre la comida, al parecer. Tampoco es para
los mortales.
Mientras Meike se endereza, me doy cuenta de que parte de su largo flequillo
oscuro está teñido de rojo. En serio, los dioses son idiotas.
Concéntrate, Lyra.
Gracias a la información que Meike me proporciona, empiezo a trazar un plan. Me
tomo mi tiempo para pasear y mirar, pero aún no toco nada, sino que vigilo a los otros
campeones y busco patrones en los objetos. No es que vea ninguno.
Otro gong.
—Cincuenta minutos.
—Tengo curiosidad... —La voz de Hades suena justo a mi lado, y doy un respingo.
No estoy acostumbrada a que la gente se me acerque. Me va a costar acostumbrarme a
su costumbre de aparecer donde quiere, incluso cuando estaba de pie al otro lado de la
plataforma.
—No tengo tiempo para hablar —digo.
—Lo sé, pero no parece que te esfuerces mucho. Al menos los demás han
recogido algunas cosas. ¿No quieres ganarte tus regalos?
—Empiezo despacio.
—Ya lo veo. ¿Por qué?
Me encojo de hombros.
—Primero aprender lo que no hay que hacer. Parece prudente para enfrentarse a
un juego ideado por un puñado de dioses aburridos.
—Interesante. ¿Has aprendido algo hasta ahora?
—Sí. No te comas la comida.
U
n grito atrae mi mirada hacia la derecha a tiempo para ver cómo la estatua de
piedra de un querubín se convierte en gárgola y se abalanza sobre Isabel Rojas
Hernaiz, la campeona de Poseidón, vestida con un precioso traje color brezo.
Empuja a uno de los otros campeones hacia atrás e inmediatamente le grita a la gárgola
en un rápido español.
Inclino la barbilla en dirección a Isabel.
—Y no toques las estatuas —añado.
Incluso le lanza una copa de oro, que rebota en su frente de piedra con un ting. La
gárgola gruñona despliega un par de alas que rechinan mientras se aleja volando. Sonrío
ante la retahíla de blasfemias que sigue soltando Isabel. ¿No dijo Poseidón que era una
reina de la belleza antes de su actual trabajo en tecnología?
—Eso es —Isabel dice después de que recoge lo que estaba cerca de la gárgola
que quería.
La añado mentalmente a mi lista de posibles personas con las que formar equipo.
—Tengo que encontrar un objeto —le digo a Hades—. No te metas en problemas.
Su risita grave me persigue y se aloja bajo mi piel como una astilla que no puedo
ver.
Poco después, otro gong y el control del tiempo.
Ese sonido está empezando a crisparme los nervios.
Mientras el tiempo se escapa, sigo buscando patrones en los objetos mientras
observo subrepticiamente a los otros campeones. Pero cuando suenan otros dos gongs
y Zeles grita:
—Treinta y cinco minutos —empiezo a replantearme mi plan. No me lleva a
ninguna parte. Los demás deben de estar luchando con dudas similares, porque todos
sus movimientos se vuelven un poco más apresurados, sus caras más pellizcadas.
Me detengo en Zai, mirándolo más de cerca.
Ha agarrado una delicada baratija de cristal, no sabría decir de qué exactamente,
e intenta estudiar subrepticiamente la parte inferior más de cerca. Tanto tiempo que
empiezo a preguntarme qué ve. Tose cuando la deja sobre la mesa. Luego pasa al
siguiente objeto y hace lo mismo, mirando la parte inferior, antes de volverlo a bajar.
Mi corazón late un poco más rápido. Tal vez la paciencia valió la pena. ¿Ha
descubierto algo?
Comenzando bien lejos de Zai para no llamar la atención sobre él, uno a uno,
recojo diferentes objetos: un cetro, un cáliz, un orbe. Todos de valor incalculable. Félix se
desmayaría si viera estas riquezas.
Mezclo la mirada a los fondos con otras acciones mientras me dirijo poco a poco
a la baratija que él miró primero.
Dejo un orbe y suspiro, mirando a mi alrededor, que es cuando Hermes entra en
mi campo de visión, sus pies alados y su icónico yelmo son las partes más elegantes de
su conjunto. Aparte de una capa dorada que ondea detrás de él cuando camina, su
armadura no tiene más adornos ni símbolos. Siempre me ha gustado mi dios protector.
Pero tengo la sensación de que no le caigo bien. Me mira con ojos astutos en un
rostro estrecho y cautivador mientras serpentea entre las antigüedades y sólo se detiene
cuando está lo bastante cerca como para que pueda oír su voz baja.
—Sé quién eres: una de los de mi Orden.
Ahora no, estoy pensando. Háblame más tarde, cuando no esté bajo presión.
Me inclino ante él como nunca lo he hecho con Hades, ni con ninguno de los otros
hasta ahora.
—Siempre lo he honrado como nuestro dios mecenas, Hermes. Espero...
Levanta una mano y yo me detengo, con la boca abierta hasta que recuerdo
cerrarla.
—No soy tu mecenas durante el Crisol.
Insegura, me levanto lentamente de mi reverencia.
—Por supuesto...
—Deja de hablar —gruñe.
Cierro la boca tan rápido que me muerdo el interior de la mejilla, pero me niego a
hacer una mueca de dolor.
Me mira fijamente como si yo guardara los secretos del mundo.
—¿Por qué tú? —murmura para sí—. No eres nada.
Auch. Pero supongo que no soy la única que se lo pregunta.
Mientras tanto, el reloj corre y él me hace perder demasiados segundos.
—Sé cautelosa —dice—. Vigila tu espalda.
—¿Me estás amenazando? —pregunto, mirando en dirección a los cuatro
daemones que observan muy de cerca a cada alma en esta plataforma.
—Eso iría contra las normas. —Algo en su mirada cuando dice eso (todo en él, sus
ojos, su mandíbula, sus hombros, rígidos) me impide relajarme—. Pero —reflexiona—,
las normas dejarán de aplicarse cuando termine el Crisol.
Así que esto es una amenaza.
No me atrevo a llamarle la atención, así que me inclino ligeramente hacia la
izquierda para echar un vistazo a su alrededor, justo a Hades. No digo nada, pero supongo
que Hermes capta la indirecta cuando gira la cabeza para ver hacia dónde miro.
¿Realmente quiere tener un altercado con ese dios en particular? ¿Incluso
después del Crisol? No es que Hades me vaya a dar un segundo pensamiento cuando
esto termine, pero Hermes no puede estar seguro de eso.
—Tengo la impresión de que Hades es muy posesivo con todo lo que considera
suyo, y parece ser de los que guardan rencor. —Miro a Hermes—. ¿Me equivoco?
Sin decir nada más, Hermes se aleja.
Fantástico. El Crisol apenas ha empezado y ya soy el enemigo público número
uno.
El gong vuelve a sonar, tensando aún más mis nervios.
—Treinta minutos —anuncia Zeles.
Miro a mi alrededor y veo cuántos objetos hay aquí. Treinta minutos no van a ser
suficientes para revisarlos todos, y todavía no he llegado a la cosa que vio Zai para saber
siquiera qué estoy buscando. Ahora me muevo más deprisa, cruzando la plataforma hasta
donde él estaba, intentando ocultar lo que hago. Prácticamente puedo oír el reloj de sol
marcando los segundos como un reloj de engranajes. No es hasta que uno de los otros
campeones me lanza una mirada de reojo que me doy cuenta de que estoy tarareando.
Otra vez.
Me aclaro la garganta y recojo un delgado bastón, pero doy un respingo cuando
de repente se convierte en una serpiente sibilante en mis manos. Me sube por el brazo.
Otro truco de los dioses, por lo que veo. ¿Debo gritar? ¿Huir y esconderme? Son
aficionados a las bromas comparados con los novatos.
—No tan rápido, amiguita. —Levanto la mano, la agarro suavemente por la cabeza
y la separo antes de que pueda rodearme el cuello. La miro—. Ahora no tengo tiempo
para distracciones.
—Oh, dámela —dice una voz femenina impaciente. La armadura dorada de
Deméter resalta su piel beige y su cabello color trigo. Incluso sus ojos parecen brillar con
oro. Le doy la serpiente, que se enrosca en su muñeca y se acurruca en ella como una
mascota querida.
Pero está centrada en mí.
—¿Por qué te elegiría Hades?
La pregunta número uno de todo el mundo, parece.
—Deberías preguntarle a él.
Me doy la vuelta, pero me detengo cuando dice:
—Probablemente sólo quiere follarte.
Guau. Abro la boca pero me detengo justo a tiempo. ¿Y si no está siendo una
zorra? ¿Y si es una madre celosa por su hija? La muerte de Perséfone aún debe dolerle
mucho.
—Mis condolencias —digo—, por la pérdida de tu...
La expresión de Deméter se vuelve venenosa, y se filtra en su voz.
—No te atrevas a hablar de ella, mortal. —Una urna cercana de hermosas
hortensias de color lavanda se marchita, ennegreciéndose en los bordes.
Miro hacia Hades. Su expresión es pétrea. No hay ayuda en esa zona. No digo
nada, y Deméter, con el pecho agitado por las emociones que es incapaz de controlar —
una madre visiblemente desconsolada—, se aleja.
Estupendo. Voy a ser aún más popular aquí que en la guarida. Ya me doy cuenta.
Al menos allí me ignoraban casi por completo. Y a este paso, estaré compitiendo sin
regalos que me ayuden y con doce dioses, y sus campeones, todos alentando mi
desaparición.
Vuelvo a meter la cabeza en el juego, llego por fin a la pequeña flor de cristal con
forma de rosa que Zai había mirado antes y lucho por controlar mi expresión mientras la
euforia me recorre el pecho. Hay un símbolo grabado en el fondo del cristal. Un arco y
una flecha. Es el símbolo destinado al campeón de Artemisa.
Lo dejo tranquilamente y sigo como si nada.
Al menos ahora sé lo que busco: el símbolo de Hades.
Gong.
—Veinticinco minutos —llama Zeles.
Olvídate de ocultar lo que estoy haciendo. Me apresuro ahora.
De repente, Hermes desaparece. Es decir, puf, ya no está. También lo hace Zai un
segundo después, y suena una campanita.
—Supongo que ha encontrado su objeto —comenta la campeona de Ares con un
marcado acento canadiense. Entre los rizos de Shirley Temple que lleva en la cabeza y…
entrecierro los ojos para distinguir bien el collar de «babygirl» que lleva en la garganta,
Neve Bouchard no se parece en nada a lo que yo esperaba de su dios protector. Sé que
no debo bajar la guardia con ella.
El resto de los campeones se vuelven aún más frenéticos ante la prueba de que
nuestros objetos pueden encontrarse. Me detengo y observo la tensión de sus rostros, el
tanteo de sus dedos, la preocupación que pellizca sus ojos.
Estamos, todos nosotros, sólo tratando de sobrevivir a esto.
Y maldita sea si hay algo que no puedo soportar más que un campo de juego
desigual. He vivido exactamente con eso toda mi vida, gracias a Zeus.
Miro a Hades, que ahora está apoyado en el muro de piedra, lejos del resto de
nosotros, mientras me observa. Cuando capto su mirada, frunce el ceño.
Lo que estoy a punto de hacer lo va a cabrear de verdad.
Gong.
—Veinte minutos.
Maldita sea.
Lo haré de todos modos.
S
in dudarlo, vuelvo a la rosa de cristal y la recojo, agitándola en el aire.
—¿Quién de ustedes es el campeón de Artemisa otra vez?
Un hombre de más o menos mi edad levanta la vista de una pila al otro
lado del andén. Lo reconozco de la pantalla del teléfono de Boone, aunque ahora está
más arreglado. Tiene el aspecto clásico y pulcro que sólo veo en los programas de
televisión y en las películas, y viste un traje verde oscuro bordado a juego con las lunas
y flechas que decoran la armadura de su patrona. Cuando nuestras miradas se cruzan,
camina hacia mí y me dice:
—Soy yo. ¿Por qué?
Sólo que sus labios y el sonido no coinciden.
Que es cuando se me ocurre que Hermes, que entre otras cosas es el dios de las
lenguas, debe estar traduciendo para que nos entendamos. Pero no lo hizo para el
español. Salvo que yo hablo español. Los idiomas son una de las cosas que se enseñan
a los ladrones desde el principio y una de las áreas en las que destaco. Aun así, esa
traducción es un truco muy útil.
Levanto la rosa para que vea el símbolo de la diosa grabado en la base y se queda
boquiabierto.
—¿Por qué me ayudarías...?
—Tómalo. —En cuanto lo pongo en su mano, Artemisa desaparece y su campeón
la sigue.
—¡Eh! —Dionisio, con su cara de querubín amoratada, un mechón de su cabello
dorado cayendo sobre su frente, agita sus manos hacia los Daemones como si debieran
intervenir—. Ella no puede hacer eso.
Zeles me mira y se encoge de hombros.
—No va contra las reglas que los campeones se ayuden unos a otros.
Excelente. Respiro hondo y alzo la voz.
—Busquen el símbolo de su dios o diosa en la parte inferior de un objeto.
Hay una carrera frenética para comprobar todo lo que nos rodea. Realmente
debería haber esperado a revelar el truco hasta después de encontrar el mío. Me giro
para hacer lo mismo y choco con la mirada de Hades. Me fulmina con la mirada, y lo digo
en el verdadero sentido de la palabra. Me sorprende que no le salgan llamas de la cabeza.
Me encojo de hombros y él mira al cielo como si otros dioses tuvieran una idea de cómo
tratarme.
Otro campeón desaparece con su mecenas. Luego otro. Y suena otro gong.
—¿Dónde está? —Estoy susurrando a mí misma ahora, recogiendo y dejando
objeto tras objeto tras…
—Lyra Keres.
Levanto la vista y me encuentro cara a cara con Ares, y siento que la sangre se
me escurre por las mejillas. El dios de la guerra, con su cabello castaño, su piel pálida y
sus impactantes ojos oscuros, parece preparado para la batalla con una temible armadura
de oro negro con un buitre sobre la coraza, con las alas desplegadas, imitando las alas
de metal negro que se extienden detrás de él. Su yelmo también parece unas alas y le
cubre la mitad de la cara, incluido el ojo que perdió durante las Guerras Anaxianas. Una
herida que le hizo Atenea, o eso dicen las leyendas.
En la mano sostiene un pequeño cuenco de cristal de obsidiana. Lo inclina para
que pueda ver el bidente y el cetro grabados en el fondo. Extiendo una mano temblorosa
para recibirlo.
—En caso de que vuelvas a tener ganas de ser útil para todo el mundo —dice con
una voz que podría hacer temblar una montaña a su paso—, recuerda esto.
Arroja el cuenco al suelo.
—¡No! —grito y arremeto contra él.
Pero fallo y me desplomo sobre el suelo de mármol, golpeándome lo bastante
fuerte como para dejarme sin aliento mientras mi objeto se rompe en mil pedazos.
—No, no, no, no... —Alargo la mano con desesperación para tocar uno de los
fragmentos de cristal, esperando que sea suficiente, pero no desaparezco. Sigo postrada
a los pies de Ares, y al darme cuenta de lo que acaba de hacerme siento como si hubiera
sacado la lanza que llevaba atada a la espalda y me hubiera empalado con ella.
Antes de que nadie pueda siquiera moverse, un sonido horrendo —uno que
imagino que haría un dragón gruñón al despertar de su letargo... en realidad, cuatro de
ellos— me hace taparme los oídos con las manos. Y no soy la única. Los demás
campeones hacen lo mismo.
Los Daemones, en un torbellino de plumas y furia, agarran a Ares por los brazos y
se lo llevan volando.
—¡No! —Neve grita.
La mujer lleva el cabello rojo dorado recogido en coletas. Su vestido verde con
una falda corta y fruncida que ondea a cada paso que da me recuerda a una muñeca
mientras se acerca a mí.
—¡Puta estúpida!
Me escabullo hacia atrás. Sólo algo detrás de mí hace que se levante bruscamente.
Su rostro pierde el color tan rápido que parece que un vampiro se lo haya chupado; sus
ojos azules y sus pecas resaltan con crudeza.
—Ares interfirió, y eso va contra las reglas —dice Hades desde donde sigue de
pie al otro lado de la plataforma.
Se aparta de la pared para caminar hacia nosotros. Y entonces es cuando lo veo.
La forma en que los campeones se dispersan apresuradamente cuando él camina entre
ellos... y también lo hacen los dioses y diosas, aunque no tan descaradamente. Como si
arrastrara la muerte a su paso y no debieran acercarse demasiado.
¿Siempre es así donde quiera que vaya?
Me pongo en pie temblorosamente para cuando llega a mí.
Todavía está mirando fijamente a Neve cuando llega hasta nosotros y le dice:
—Ha sido una infracción leve y recibirá un castigo proporcional. A ti no te afectará.
Sigue buscando tu objeto.
Si las dagas fueran miradas, la que me dispara la campeona de Ares se me habría
clavado en el corazón. La tacho de mi lista de aliados potenciales.
Antes de que Hades se abalance sobre mí, le agarro del brazo. No sé por qué.
Quizá para tener algo sólido a lo que aferrarme. Sus músculos se tensan bajo mi contacto,
pero eso apenas penetra en el pánico que empieza a cundir cuando mis propias
consecuencias me golpean.
—No podré... —Ahora no tendré mis dones. Seré la única campeona que irá al
Crisol sin ayudas mágicas.
Si antes pensaba que tenía problemas...
Hades me suelta la mano y mi corazón se hunde. Ya ha terminado conmigo,
dispuesto a abandonarme, y me enrosco un poco sobre mí misma. Pero me sujeta por
los hombros, con la cara cerca de la mía, y me mira directamente a los ojos.
—Nunca hay una sola manera de ganar ninguna labor que forme parte del Crisol.
Mi mente no puede seguir el ritmo de sus palabras y frunzo el ceño.
—¿Qué?
Me da un ligero apretón en los hombros.
—Hay más de una manera. Encuéntrala.
Ni siquiera encontré la primera manera. Zai lo hizo. Todo lo que hice fue prestar
atención.
Echo un vistazo a los campeones, que ahora buscan como locos. ¿Por dónde
empiezo?
Suspira.
—Intenta recordar lo que te dije sobre este juego al principio.
—Ya basta. —Zeus es el que gruñe las palabras—. Estás muy cerca de interferir,
hermano.
A Hades se le tuerce un músculo de la comisura del labio, pero me suelta y de
pronto me ofrece una sonrisa tan llena de encanto que por un segundo hasta yo me
quedo un poco deslumbrada, como si no pudiera recuperar el aliento. Resulta que el dios
de la muerte tiene hoyuelos.
—Por supuesto —dice.
Se aleja y me deja aquí tratando de recordar lo que dijo antes.
Algo sobre... Cielos, ¿de qué se trataba?
Ponte las pilas, Lyra.
Normalmente, la voz en mi cabeza es la mía propia. Pero de vez en cuando aparece
Félix, o recuerdos suyos de cuando fue mi mentor.
Recojo y descarto otra docena de objetos en rápida sucesión y, cuando ninguno
se me escapa, se me hunden los hombros. Me abrazo a un cuenco verde brillante contra
el pecho mientras mis ojos van de un objeto a otro. Necesito un plan. No me queda tiempo
suficiente para recogerlo todo, ni es probable que quede ningún objeto que me transporte
hasta el final.
Respiro hondo. El pánico no me llevará a ninguna parte. Necesito pensar. ¿Qué
demonios había dicho Hades exactamente? «Esta prueba es críptica, pero habrá
señales».
¿Quería decir algo con eso? ¿Algo más que ser un imbécil inútil?
Piensa, Lyra. ¿Qué podría haber estado diciendo?
Señalo las palabras importantes. Prueba. Críptica. Señales.
Mis dedos agarran el cuenco con tanta fuerza que un borde áspero me roza la
palma. Voy a dejarlo en su sitio, pero algo me inquieta. Por qué iba un dios a permitir un
desperfecto en uno de sus artefactos?
Vuelvo a pasar los dedos por el borde rugoso y me doy cuenta de que no ha sido
un desperfecto... Hay pequeñas protuberancias elevadas justo a lo largo de un borde. ¡Un
cripto-código!
No me atrevo a mirar en dirección a Hades mientras paso los dedos por el borde
del cuenco de mármol liso.
Por favor, déjame tener razón.
—¿Qué demonios está haciendo? —Creo que es la voz de Atenea. No me giro
para ver.
Cierro los ojos y palpo a lo largo del sistema de protuberancias, que se forman en
puntos y rayas muy parecidos al código Morse. Esa campanita sigue sonando a medida
que más campeones encuentran sus objetos.
Pero sigo concentrada, leyendo el código del cuenco. Direcciones.
Las reglas decían que si alcanzabas a tu dios o diosa, ganabas los regalos. Y
presumiblemente el objeto era una forma de llegar a ellos en la línea de meta, por así
decirlo. Pero las reglas no decían que no podías encontrar una manera de llegar a tu dios
por ti mismo.
Dejo rápidamente el cuenco en el suelo y recojo otro objeto, tanteando hasta
encontrar el mismo patrón de pequeñas protuberancias. Todos los objetos de aquí deben
de tener las mismas indicaciones, indicaciones que hacen que la esperanza se marchite
en mi pecho como las hortensias después de que Deméter se enfadara.
Miro hacia arriba por el camino que es casi en su totalidad escaleras que
serpentean y suben por la ladera de la montaña hasta el corazón del Olimpo, y mi corazón
esperanzado vuelve a caer a las plantas de mis pies para ser pisoteado.
No me jodas.
Resuena el gong.
—Cinco minutos. Dioses y diosas, salgan a esperar a sus campeones en el lugar
indicado.
Nunca llegaré a tiempo.
De la nada, Hades aparece a mi lado.
—Corre.
Levanto la barbilla y respiro hondo. No me he pasado la vida dando vueltas por las
empinadas colinas de San Francisco en vano.
Me agarro a su brazo para mantener el equilibrio mientras me quito los elegantes
tacones de los pies. Luego los tiro al suelo y salgo corriendo escaleras arriba.
L
as escaleras son empinadas y sinuosas... y de mármol. Mármol resbaladizo. En
un santiamén, los pulmones y las piernas me arden con fuerza, mi respiración
es tan fuerte que parezco la pequeña locomotora que lucha por subir la
montaña, y además resbalo continuamente, lo que me ralentiza aún más.
Más adelante, una ráfaga de movimiento me llama la atención, pero estoy ocupada
viendo las escaleras para no tropezar, así que no veo qué. Doblo la esquina y tengo que
retroceder de un salto cuando una enorme cabeza se abalanza sobre mí con unas
mandíbulas llenas de dientes afilados. Un rugido de desafío retumba en las montañas de
alrededor mientras una hidra se alza bloqueando las escaleras, con sus siete cabezas
retorciéndose y chasqueándose unas a otras, tres de ellas centradas en mí.
Prácticamente puedo sentir cómo el carro de Apolo mueve el sol por el cielo a
mayor velocidad. El tiempo que me queda para llegar a la cima va disminuyendo. No
puedo luchar contra un monstruo aunque llevara un arma encima, que no tengo.
La hidra me mira fijamente, y yo la miro fijamente.
Una mariposa plateada revolotea detrás de una de las cabezas y doy un grito
ahogado. El monstruo se balancea y chasquea las mandíbulas al bloquearme el paso,
pero no ataca. Observo cómo la mariposa revolotea en círculos detrás de la bestia
gigante. No. No. Observo a la mariposa... a través de la bestia.
¿Es una ilusión? ¿Como la comida o la gárgola?
¿Qué se supone que debo hacer? No tengo tiempo.
Con el corazón martilleándome, respiro hondo, bajo la mirada a mis pies y me
pongo en marcha. Corro hacia la hidra y grito cuando unos dientes amarillentos y
dentados me rodean y me abalanzo sobre lo que deberían ser sus fauces abiertas. Pero
en cuanto hago contacto con ella, desaparece en una nube de humo y la escalera queda
despejada.
Me tambaleo y recupero el aliento. No me cabe duda de que Hades me ha enviado
la mariposa. Puede que bese a ese maldito dios de la muerte cuando llegue hasta él.
Al pensarlo, doy un paso en falso y casi caigo, pero consigo mantenerme en pie.
Tengo que atravesar otras dos ilusiones monstruosas en mi camino hacia arriba —un
cíclope y un grifo—, pero ahora sé que debo seguir adelante. No me frenan ni un poco.
A estas alturas, estoy perdiendo fuelle. No puedo llevar oxígeno a mis pulmones lo
bastante rápido. Siento las piernas como si estuvieran llenas de miles de bolitas de peso
mientras subo las escaleras con pies que ya no siento.
Mi paso flaquea.
Y se vuelve lento.
Y más lento.
Hasta que estoy usando la barandilla para arrastrarme hacia arriba. Boone lo haría
mejor. Diablos, cualquier novato menos yo.
Tengo que estar cerca, ¿no?
Hago un gesto de dolor. Ahora puedo ver la cima, al menos, pero mi cuerpo no me
llevará hasta allí. No a tiempo.
—¿Llamas a eso intentar?
Por un segundo, creo haber alucinado a Félix delante de mí, hasta que me obligo
a centrarme y me doy cuenta de que Hades está de pie en lo alto de la escalera. ¿Está lo
suficientemente lejos dentro del Olimpo como para contar para esto? Si llego hasta él,
¿ganaré?
—Sé que puedes hacerlo mejor que esto, Lyra.
Idiota. Este dios me puso aquí, ¿y ahora va a burlarse de mí? Una ira ardiente se
agita en mi pecho y me llega hasta los dedos de los pies, alimentando una necesaria
descarga de adrenalina que recorre mis músculos y despeja mi mente por un momento.
Me obligo a moverme. A moverme más rápido de lo que mi cuerpo me pide. A
moverme más rápido de lo que debería. Y me cuesta. Cada nervio grita como si estuviera
ardiendo. Mi visión empieza a cerrarse, la oscuridad intenta consumir los bordes y
estrecha mi vista hasta convertirla en un túnel. Pero fijo el punto de mira que me queda
en Hades y no me detengo.
Ni siquiera me detengo cuando suena un gong y mi corazón se desploma. Pero no
es que mi corazón no me hiciera subir estas escaleras de todos modos. No me queda
nada más que pura voluntad.
—¡Muévete! —brama. Como si le importara si lo logro.
Y el gong vuelve a sonar. Deben de ser segundos que marcan el final de mi tiempo.
Doy dos pasos a la vez y corro al ritmo de las campanadas.
—Cinco —grita.
Está en cuenta regresiva.
Mierda.
—Cuatro.
Sigo adelante. Bombeo los sacos de arena que tengo por piernas y rezo para no
perder un paso. Si resbalo ahora, se acabó.
—Tres.
Ya casi está.
—Dos.
Por un pelo.
Todavía estoy a unos pasos de él. No tengo elección... Salto y vuelo por los aires,
y por un breve instante pienso que podría llegar a la cima sana y salva, hasta que la
gravedad me tira hacia abajo y caigo panza abajo sobre las escaleras con una descarga
de dolor que astilla demasiadas partes de mí... todas las partes que chocan contra las
esquinas afiladas.
Y con ese salto final, mi mano se posa en la puntera de cuero negro bien pulido
del zapato de Hades.
¿Lo he conseguido? El sonido de la campana sigue desapareciendo, y yo sigo en
las escaleras. ¿Lo logré?
Una sensación de succión, como la vez que me quedé atrapada en una marea en
el océano, me arrastra. Y de repente no estoy tumbada en las escaleras, sino en un suelo
plano, liso y benditamente frío. Consigo incorporarme sobre las manos y las rodillas, pero
estoy demasiado agotada para levantar la cabeza y mi visión sigue siendo borrosa. Mi
respiración se entrecorta, como si aún estuviera corriendo.
Una voz que retumba a fuego me llega desde muy lejos.
—Sabía que lo llevabas dentro.
Levanto la cabeza, sonrío a Hades... y vomito sobre sus elegantes zapatos.
S
i hay algo que debería valerme el castigo de un dios, es vaciar los restos de mi
escasa cena sobre sus zapatos. Por eso me estremezco cuando se agacha.
Pero me aparta el cabello de la cara y me lo retiene mientras recupero el aliento.
—De todas formas, no te gustaban tus zapatos —refunfuño entre jadeos, y luego
me alejo de su tacto extrañamente reconfortante, y también del charco, porque es
asqueroso.
—Te concedo esto, Lyra Keres. Eres impredecible.
Estaría muy bien tomarme un momento para desentrañar eso, pero el estómago
me vuelve a rugir. Esta vez, consigo contenerlo. Por desgracia, soy una vomitadora
simpática. Si lo veo, lo oigo o lo huelo, hago más de lo mismo.
—Okey. —Suena un chasquido sobre mi cabeza y el vómito desaparece. No sólo
eso, sino que su mano aparece sosteniendo un vaso de agua helada tan fría que el vaso
ya tiene gotitas.
Si alguien es inesperado, yo diría que es él.
Lo acepto y, agradecida, engullo el líquido frío entre respiraciones rápidas,
aspirando aire en mis pulmones aún hambrientos. Me concentro en eso, en controlar mis
funciones corporales, hasta que puedo respirar lo suficiente para hablar.
Es entonces cuando por fin levanto la vista hacia él.
—Gracias.
Espero que sepa que no sólo le estoy dando las gracias por ser decente en este
momento, sino por la mariposa, y el cripto-código, y hacerme enojar lo suficiente como
para seguir presionando, lo cual estoy bastante segura de que es él rompiendo las reglas
de interferencia y simplemente no ser atrapada, a diferencia de Ares. Así que no voy a
decir nada de eso en voz alta.
Hades se agacha frente a mí, las manos sueltas, la mirada escrutadora.
—No soy alguien a quien debas agradecer, Lyra. Soy alguien a quien debes temer.
¿Como que todo el mundo se aleja de él cada vez que se acerca? ¿Realmente
cree eso? ¿O está jugando con una reputación que estoy empezando a cuestionar un
poco? Si fuera realmente malvado o insensible, no me habría dado agua.
—Considérame temblando en mis botas.
Sus labios se curvan.
—Ahora mismo no llevas zapatos.
—Nunca lo habría conseguido con tacones. —Por mi cabeza bailan imágenes de
tobillos rotos y contusiones, y doy un delicado estremecimiento.
—¿Y el resto de tu atuendo? —pregunta.
Miro hacia abajo. Ahora solo llevo puesto el traje pantalón; me he quitado la
preciosa chaqueta en algún momento de la subida.
—Me estorbaba.
—Ya veo...
Doy otro trago de agua.
—Entonces... ¿deseas recibir tus regalos o no? Ciertamente te los has ganado.
Dioses míos. La razón por la que casi me mato al subir aquí. Me tiende la mano y,
tras una breve vacilación, la tomo y dejo que me ayude a ponerme en pie. Que es cuando
finalmente me molesto en mirar a mi alrededor.
La habitación no es lo que esperaba. No es griega, sino victoriana. Las paredes
son de brocado de seda roja con un intrincado revestimiento negro en la base. La puerta
y las ventanas están cubiertas por cortinas de terciopelo rojo. Todos los muebles —una
mesa, sillas y un sofá estilo chaise longue— son de madera negra y terciopelo rojo. Y el
techo... Un dragón tallado en madera negra se enrosca alrededor de la base de la araña.
—¿Dónde estamos exactamente?
—Todavía en el Olimpo. —Su voz se ha vuelto áspera como el polvo en una
sequía—. Esta es una habitación de mi casa.
¿En serio?
—Creí que nunca te quedabas en el Olimpo.
—No lo hago.
Levanto las cejas, sin dejar de mirar a mi alrededor.
—Ya veo. Así que sólo... ¿te guardan un sitio?
—Algo así.
—Tú no elegiste la decoración. —No estoy preguntando.
Sus ojos se entrecierran ligeramente.
—Todo esto es obra de Addie. Sus gustos tienden a ser un poco exagerados. —
Sólo que ahora hay una sutil capa en su voz que suena casi como afecto. ¿Por Afrodita?
La diosa de la que me advirtió.
Arrugo la nariz.
—Supongo que no le llegó el memo de que aborreces las expectativas.
Hades se atraganta con un sonido que podría ser una risa.
—Creo que nunca se lo he dicho. —Desvía la mirada—. Además, no paso tiempo
aquí, y a ella le hacía feliz hacerlo.
Se me calienta el pecho, pero reprimo de inmediato todo sentimiento blando. Lo
último que quiero es pensar en Hades como algo más de lo que es: el dios de la muerte
que me ha metido cruelmente en este lío.
No debería pensar que puede ser dulce.
—Ahora. —Endereza los hombros—. Lyra Keres, te confiero dos regalos para
ayudarte en el Crisol.
—Tan formal. ¿No podemos hacer esto rápido y terminar?
Me considera.
—Podría no darte ningún regalo.
Le dirijo una mirada plana.
—Un regalo no es un regalo si te lo tienes que ganar. Deberíamos llamarlos
premios.
Suspira, con expresión de aburrimiento.
—¿Quieres tus regalos o no?
S
i no tengo cuidado, habré subido corriendo esas escaleras y vomitado en sus
zapatos para nada. Así que fijo una dulce sonrisa en mis labios.
—Por supuesto que quiero mis premios.
—Me lo imaginaba. —Ahora vuelve a ser un imbécil—. El primer regalo te elige a
ti.
—¿Están todos los demás haciendo esto en sus casas individuales?
La irritación por mi interrupción cruza sus facciones y luego se desvanece.
—Sí. Si no sabemos qué regalos han dado los demás, hace las cosas más...
—Desafiantes. Lo entiendo. —Pongo los ojos en blanco—. A ustedes los dioses
realmente les gusta divertirse.
Su mirada se vuelve burlona y sus labios perfectos se curvan.
—No me incluyas con ellos. No tuve nada que ver con las Guerras Anaxianas y
tampoco con los Crisoles.
Lo que significa que su entrada esta vez es deliberada y no sólo para castigarme.
La curiosidad me pica tan fuerte que el resto de la habitación se desvanece y mi atención
se centra en él y sólo en él.
—Entonces, ¿por qué ahora?
La cara de Hades se tensa, sólo por un instante, antes de suavizarla. Pero lo atrapé.
Se resbaló, diciéndome eso.
—Digamos que tengo otra partida que ganar.
Le devuelvo el parpadeo.
—¿Y yo soy tu peón?
Después de un segundo, se encoge de hombros, tan despreocupado, tan
cruelmente casual.
Exhalo un largo suspiro, tratando por todos los medios de no perder la calma y
darle un rodillazo en las pelotas al dios de la muerte. Cuanto más cerca estoy de él, más
olvido quién y qué es. Es peligroso olvidarse de eso.
—¿Qué tal si seguimos con los premios?
—Cuidado —advierte, y pienso que quizá los fuegos de los braseros de las
esquinas se curvan un poco hacia mí—. Me diviertes... por ahora.
En otras palabras, no cosecharé consecuencias mientras siga divirtiéndole.
Estoy demasiado cansada para lidiar con esto, así que hago lo que hago con Félix
cuando se pone pesado. Bajo la mirada tímidamente, como una pequeña mortal
obediente, junto las manos delante de mí y espero.
Me llega un suspiro pesado.
—Eres una amenaza —murmura Hades y se quita la chaqueta. Se sube las mangas
como si solo pudiera soportar estar confinado en esa ropa durante un tiempo.
Desvío la mirada. Los antebrazos no son sexys. Son sólo partes del cuerpo.
—Aquí. —Toma mi mano derecha entre las suyas, las junta, cierra los ojos y
susurra unas palabras que no capto. Casi de inmediato, baja la mirada hacia nuestras
manos.
No, no a nuestras manos. A su brazo.
Como si hubiera despertado espíritus dormidos, aparecen líneas tras su contacto,
y me quedo mirando cómo se materializan en su piel tatuajes que hace un segundo no
estaban allí. Pero no son tatuajes, no son líneas negras de tinta. Son coloridos y brillantes,
y cada conjunto de líneas simples forma un animal diferente: un búho azul, una pantera
verde, un zorro morado, una tarántula roja y... una pequeña y adorable mariposa plateada.
Como si estuvieran vivas, se mueven por su piel, la tarántula saludando a la
mariposa con lo que parece un pequeño movimiento de una de sus patas, el búho
agitando las alas ante la pantera que gruñe. No puedo apartar la mirada, la fascinación
me tiene cautivada.
El búho en particular mira a Hades interrogante. ¿Pidiendo permiso, creo?
—Está bien. Vayan con su nueva ama y ayúdenla —ordena Hades.
La tarántula, la más cercana a nuestras manos entrelazadas, es la primera en
moverse, correteando por su piel hasta llegar a la mía, y jadeo ante la sensación de
pequeñas burbujas al encontrar un nuevo hogar en mi muñeca. Entonces el zorro se
desliza hacia delante, y su cola es lo último que desaparece alrededor de la palma de
Hades antes de sentarse en mi brazo y enrollar la cola alrededor de sus patas, ladeando
la cabeza con curiosidad. Los demás animales le siguen, se acomodan en mi piel y me
miran parpadeando.
Todos menos la mariposa.
—Tú también —dice. Pero ella se queda en su sitio, batiendo las alas lentamente.
—Parece que no soy la única que no te hace caso —susurro.
Me mira a la cara, pero no le hago frente.
—Está bien —le digo a la leal criaturita—. Puedes quedarte con él.
—Prometiste obedecerme, Lyra.
Levanto las cejas y le ofrezco mi sonrisa más agradable.
—¿Ah, sí? —En realidad nunca estuve de acuerdo.
Hades suelta mi mano, el calor de su áspera palma contra la mía se filtra... y la
ausencia se siente como una pérdida.
Contrólate.
—Tienes suerte —dice finalmente—. No se han ido de mi brazo por otra persona
desde que mi madre me los dio.
¿Su madre? ¿La Titán Rea? Un ser al que él y sus hermanos combatieron y
enjaularon en el Tártaro con todos los demás Titanes. ¿Son de ella? Los miro fijamente.
—Arrastra el dedo desde el codo hasta la muñeca —me dice Hades.
Cuando lo hago, los animales desaparecen, cierran los ojos y se tumban mientras
se hunden en mi piel y se desvanecen.
—Vaya —susurro.
—Ahora, cuando los despiertes, te escucharán.
Levanto mi mirada hacia la suya.
—¿Para hacer qué?
—Lo que necesites. Pueden traerte objetos. O puedes enviarlos a buscar
información: a explorar la mejor ruta, a escuchar conversaciones, a espiar a otros
campeones. —Sus labios se inclinan—. Quizá a los dioses, si tienes cuidado.
Parece una buena manera de caerme otra maldición.
—No tienes que enviarlos a todos al mismo tiempo —dice—. Al igual que los
animales que representan, cada uno tiene talentos diferentes que puedes utilizar.
Vuelvo a mirar mi piel, que ahora está en blanco, como si nunca hubieran estado
ahí. Como si no durmieran bajo la superficie.
Hades se aclara la garganta.
—También se te permite un regalo de mí personalmente...
Hace una pausa.
El tiempo suficiente para que me golpee. El dios de la muerte está... dudando.
Su mirada baja más.
—Te ofrezco un beso.
A estas alturas ya debería haber dejado de escandalizarme, sobre todo por Hades,
pero el impacto de esa palabra reverbera como un diapasón golpeando metal. Me
estremece hasta la médula, donde se agita una nueva sensación. Una sensación
incómoda.
Una sensación inquietante.
Nunca me han besado. No debería quererlo. ¿Debería? ¿O es sólo curiosidad?
Da un paso hacia mí, obligándome a inclinar la cabeza hacia arriba.
—Este beso te marcará como mía.
En las menos de veinticuatro horas que hace que lo conozco, he sentido miles de
emociones diferentes en relación con este dios: miedo, odio, irritación, envidia,
frustración, agradecimiento a regañadientes. La mayoría de esos sentimientos van en la
línea de la ira, cuyo ardor sube y baja con cada acontecimiento que pasa.
No me merecía esto. Nada de esto.
Así que nadie se sorprende más que yo cuando la palabra «mía» pronunciada con
esa voz sedosa y su mirada mercurial clavada en mi rostro, despierta en mi vientre un
estremecimiento, como si sus preciosas mariposas estuvieran atrapadas dentro de mí.
No. Definitivamente no. Horriblemente no. Un no muy duro. No me voy a poner
nerviosa por ningún dios o diosa, pero especialmente no por este.
Con un pequeño paso atrás, lo miro con el ceño fruncido.
—¿Qué clase de regalo es ése?
Me devuelve la mirada.
—Esta marca te dará paso seguro a través del Inframundo para que puedas volver
al Supramundo y no quedes atrapada allí abajo.
—Oh.
No retrocedo cuando se acerca un paso más. Es un regalo que merece la pena
recibir, aunque sea un beso.
Hades da un paso más y su aroma único a chocolate amargo me envuelve. Utiliza
un dedo suave bajo mi barbilla para inclinar mi cara hacia la suya, y luego se inclina
lentamente. Solo que en lugar de un beso fraternal en algún lugar neutral, sus labios se
ciernen sobre los míos, casi rozándose.
Su aliento es cálido contra mi carne antes de que me dé cuenta de lo que está
haciendo, y emito un pequeño sonido en la garganta.
Inmediatamente, se congela, levanta la mirada para encontrarse con la mía,
aunque no se aparta.
—¿Algún problema?
—¿No puedes simplemente besarme la frente o la mejilla? —Dioses, sueno como
una virgen petrificada. Y lo soy, pero no hay necesidad de sonar así.
Tras un segundo, sacude lentamente la cabeza.
—No funciona así. ¿Quieres otro regalo?
No. Este es un regalo que nadie debería rechazar. Peor aún, no debería querer
besarlo, pero esa curiosidad me tiene firmemente agarrada con sus garras. No es como
si estuviera arriesgando mi corazón.
Es sólo un beso, Lyra.
Tomada la decisión, cierro los ojos e inclino la cara hacia la suya como un girasol
que sigue a Apolo.
—Adelante.
No se mueve durante tanto tiempo que casi vuelvo a abrir los ojos, pero entonces
sus labios tocan los míos.
Suavemente al principio, pero eso no es lo sorprendente. Es que no se limita a
besarme y ya está. En lugar de eso, me roza, luego me vuelve a rozar antes de apretar
sus labios contra los míos con más firmeza. Sólo me roza ligeramente la barbilla con los
dedos y los labios con los suyos, pero su calor me penetra... por todas partes.
Sus labios se separan suavemente de los míos, perfilándose, burlándose,
volviéndose más exigentes, y no me aparto. Estoy demasiado inmersa en todo esto. La
cabeza me da vueltas y no sé si va hacia arriba, hacia abajo o hacia los lados. Me abro a
sus caricias y me inclino hacia él, y no vacila, el beso adquiere calor y vida propia mientras
saquea y posee y toma incluso mientras da.
Y no quiero parar.
Porque los besos del dios de la muerte son... deliciosos.
Me entran ganas de más mientras su aroma a chocolate se arremolina a mi
alrededor, mezclándose con su sabor.
Emite un sonido en lo más profundo de su garganta y sus besos cambian de nuevo,
se vuelven hambrientos, calientes y amenazadores, como el depredador que sé que es,
pero es demasiado tarde para mí. Demasiado tarde en muchos sentidos. Estoy perdida
en mi respuesta a él. Igualándole beso a beso en calor y peligro embriagador. Expuesta
e innegablemente vulnerable, pero poderosa por derecho propio, porque él gime.
Hades gime.
Sin previo aviso, su poder se libera a través de ese contacto. Me atraviesa en un
incendio de sensaciones, abrasando cada pequeño nervio, cada centímetro,
extendiéndose desde mis labios. Su magia me consume como una llamarada mientras se
hunde en mi piel y la acecha como sus tatuajes.
Marcándome como suya.
Un temblor involuntario se apodera de mí. A su paso, a medida que el fuego se
enfría y la magia se asienta, llega el frío chasquido de la realidad, de dónde estamos, de
la única razón por la que me está besando. Y me quedo tan quieta como un cadáver bajo
su contacto. Hades debe notar el cambio en mí, porque, aunque sigue sujetándome la
barbilla con el pulgar y el índice, noto que se retira ligeramente.
Abro los ojos y lo miro sin decir palabra, conteniendo la respiración, porque ¿qué
podría decir en este momento?
—Me preguntaba... —susurra, más para sí mismo que para mí. Esos ojos plateados
brillan como si estuvieran iluminados por la luz de las estrellas y, por un instante, creo
que está tan conmocionado como yo.
Pero entonces me ofrece una sonrisa cómplice.
Maldita sea si voy a quedarme aquí y apartar la mirada torpemente como una chica
que acaba de recibir su primer beso. En lugar de eso, frunzo el ceño y digo lo primero
que se me ocurre.
—Por supuesto que el dios de la muerte besa como un demonio.
U
n nuevo tañido de campanas me hace apartar la vista, rompiendo la mirada de
Hades y su agarre a mi barbilla.
Sólo dice:
—Esa campana es la señal para reunirnos con los demás.
Después de desenrollarse las mangas y volver a ponerse la chaqueta, Hades se
vuelve y, en un gesto formal que sólo he visto en películas ambientadas en épocas
pasadas, me ofrece el codo.
¿Ya está? ¿Me besa hasta que estoy abrumada y caliente, y luego de vuelta a los
negocios?
Frunzo el ceño y él asiente hacia su codo. En cuanto pongo la mano en su manga,
desaparecemos, solo para reaparecer en el andén, que ahora está despejado tanto de
comida como de todos los objetos.
Los otros dioses están esperando. Y mirando de nuevo.
Zeus resopla.
—Por primera vez en más de dos milenios de Crisol, todos los campeones han
recibido sus dones.
Me lanza una mirada. ¿Son imaginaciones mías o le ha brillado un rayo en los ojos?
No me doy cuenta de que estoy enroscando los dedos en el brazo de Hades hasta
que pone la otra mano sobre la mía. Obligo a mis músculos a relajarse.
—¿Qué ha pasado con sus zapatos? —pregunta Hera, mirándome de arriba abajo.
—¿Sus zapatos? —Sólo la risita de Afrodita es como un pecado audible—. ¿Qué
pasó con su top? —cuestiona—. Dormir con campeones no está prohibido, por supuesto,
¿pero ya, Hades? Eso fue rápido.
Sus burlas me recuerdan mucho a Boone. La experiencia me dice que en lugar de
balbucear, sonrojarme y negar, es mejor no decir nada y parecer aburrida. Y eso hago.
Hades me pasa un dedo por los nudillos con un toque seductor.
—No será aquí, y no será apresurado. —Mira a sus dos hermanos—. Y no tendré
que transformarme en animal para convencerla.
Oh. Dioses.
El calor me sube por el cuello. ¿No podría no haber dicho nada tampoco? ¿Hubiera
sido tan difícil?
Un extraño crepitar eléctrico llena el aire, suave pero presente, y creo que Zeus
está a punto de perder la cabeza. Hasta que Hera desliza su mano en la de él.
—Déjalo ir —insta suavemente—. Sabes que vive para burlarse de ti.
Tras un segundo, los hombros de Zeus se relajan. Entonces da un paso adelante
para que todos los ojos se vuelvan hacia él. Vuelve a estar al mando.
—Vivirán aquí en el Olimpo con sus mecenas cuando no estén participando en
una de las Labores.
Más de uno de los otros campeones se estremece, palidece o traga saliva. Yo, sin
embargo, estoy a punto de entrar en pánico. Vivir... con Hades. Con Hades.
Zeus es ajeno a nuestras reacciones.
—Esperamos que disfruten de su tiempo aquí en el Olimpo. Su primera Labor
oficial comienza mañana.
No puedo esperar.
Antes de que resbale accidentalmente y lo diga en voz alta, mi visión se apaga una
vez más. Al igual que cuando llegamos al Olimpo, el viaje se completa en la oscuridad,
sin percibir sonido ni sensación alguna más allá del brazo que tengo bajo la mano, y sin
presión ni movimiento tampoco.
Cuando recupero la vista de golpe, me encuentro en... Espera. ¿Dónde estoy?
Observo el salón hundido de un enorme apartamento. ¿Es aquí... donde creo que es? La
vista desde las ventanas del suelo al techo lo confirma: estoy en algún lugar de San
Francisco.
—¿Este es tu penthouse?
—Sí. —Su aliento me despeina.
—Pensé que los campeones tienen que vivir en el Olimpo hasta que termine el
Crisol.
—Y tú también. Sólo estamos de visita, y éste sigue siendo mi territorio. Hay una
diferencia.
Empiezo a intuir que a Hades le gusta ver hasta dónde se doblan las reglas por él.
Me alejo, centrándome en la habitación y no en él.
Ninguna de las decoraciones es griega, ni siquiera un indicio de ello. Supongo que
debería esperar eso de Hades. Los ricos de esta ciudad suelen ser bendecidos por Zeus
porque complacen su colosal ego, que incluye inclinarse por todo lo relacionado con la
antigua Grecia. En lugar de eso, la habitación presume de una mezcla de objetos de varias
culturas y épocas esparcidos entre los cromados y los cueros negros de los muebles
modernos.
Y ni una sola fotografía u objeto personal. Sé que las cámaras son un invento más
reciente y que este tipo es viejo, pero aun así, ni retratos familiares pintados ni recuerdos
de ningún tipo.
—Cuéntame más sobre tu maldición —dice.
Retrocedo un poco.
—Supuse que sabías o podías ver... no sé... una marca o algo.
—No.
—¿Zeus no te lo dijo?
—No hay un chat para los dioses donde compartamos nuestras maldiciones
diarias.
Frunzo el ceño.
—¿Maldices a los mortales a diario?
—No. Y ya que no dijo nada hoy... —Hades se cruza de brazos—. Supongo que se
le olvidó.
Tan fácil para ellos arruinar la vida entera de alguien y ni siquiera molestarse en
recordarlo.
—Ya me lo imaginaba.
Aunque nada cambia en su comportamiento, tengo la impresión de que Hades
está... ¿satisfecho, quizá? ¿seguro? De qué, no tengo idea.
—¿Así que la maldición es que no puedes ser amada?
Asiento con la cabeza.
—Significa que nadie querrá trabajar conmigo para superar las Labores. No de
mala manera. Sólo de un modo vago, como si mantuvieran las distancias. Supongo que
nadie siente apego por mí ni le importa si vivo o muero. Y con las Labores en particular,
tienes un incentivo añadido.
Me lanza una mirada plana.
—Podrías enviarme de vuelta...
—Es demasiado tarde. Cuando los Daemones preguntaron si alguien quería
declinar, ésa era su última oportunidad. El Crisol es un contrato mágico vinculante entre
los dioses que entran, confirmando que estarán hasta el final, y, después de que los
campeones acepten participar, están incluidos en ese contrato.
—¿Es la versión inmortal de «lee la puta letra pequeña»? —Mi voz se eleva hasta
un chillido y me aclaro la garganta—. Eso sí que había que explicarlo mejor.
—No habría cambiado nada. Eras mi única opción.
Me deja de pie en medio del salón hundido mientras se dirige al vestíbulo. Me
señala el pasillo.
—Tu habitación está por allí. Tercera puerta a la derecha. Hay un cuarto de baño.
—Luego se aleja, cerrando la puerta al final del pasillo tras de sí.
Me quedo de pie en el vestíbulo, mirándolo fijamente, algo más que aturdida.
Luego inclino la cabeza hacia atrás y parpadeo ante el techo, que podría haber pintado
el mismísimo Miguel Ángel: un friso que representa el Inframundo y todos sus niveles.
Donde voy a acabar más pronto que tarde si no tengo cuidado.
—No necesito que me lo recuerden —murmuro al universo en general—. Ya sé
que estoy jodida.
N
o sé qué me esperaba, pero la habitación a la que Hades me señala es
claramente femenina, principalmente en tonos crema sobre muebles de
madera antigua con toques de lavanda en forma de mantas y obras de arte. A
través de la puerta abierta del cuarto de baño, veo una enorme bañera con patas y suspiro
en voz alta.
La guarida de la Orden sólo dispone de unos pocos baños comunes compartidos
por todos nosotros con duchas de una sola cabina tan estrechas que me golpeo los codos
contra las paredes cuando me lavo el cabello o me afeito las piernas, y a menudo no
tienen agua caliente.
Esto es lujo. Mi recompensa por sobrevivir a un día de mierda.
Arrojo la tiara sobre la cama, me quito la ropa que nunca fue mía y, en cuestión de
minutos, me sumerjo en un hermoso éxtasis. Cielo.
Mis músculos, ya doloridos por la carrera que di subiendo las escaleras del Olimpo,
se sueltan en el agua caliente como si también suspiraran. Bajo las burbujas perfumadas
de jazmín y vainilla, recorro los moratones que han ido apareciendo en interesantes
franjas moradas desde que me caí de barriga en aquellas escaleras.
—Tengo suerte de no haberme roto algo. —Dejo caer la cabeza contra el borde
de la bañera.
Estar golpeada no es mucho mejor. La primera Labor oficial es mañana, y voy a
entrar herida mientras los otros campeones están en perfecto estado de salud.
Estupendo.
¿Qué le he hecho yo a la Parca?
Finalmente, el agua se enfría y me obligo a salir de la bañera. Me detengo en la
puerta al ver el pijama de color lavanda —moderno, con pantalones largos y camiseta de
manga corta e incluso un sujetador y ropa interior— doblado y esperando
ordenadamente sobre la cama. El resto de la ropa ha desaparecido, pero la diadema
sigue allí.
Sacudo la cabeza.
—Hades es un buen anfitrión. ¿Quién lo diría?
Hasta que no me visto y retiro las sábanas, no miro bien la tiara mientras la recojo
para sacarla de la cama. Me quedo como una estatua de mármol, mirándola fijamente.
—No puede ser...
De oro negro, está diseñada para parecer alas de mariposa que se extienden
desde un centro enjoyado negro. Las alas están salpicadas de diamantes negros y perlas.
Y eso es lo que estoy mirando.
Porque las perlas negras con un toque de rosa me resultan familiares. Demasiado
familiares.
Cuento y vuelvo a contar.
Eso es lo que me temía. Hay exactamente seis.
Hago un giro de 180 grados que admiraría un soldado y salgo de mi dormitorio y
atravieso el penthouse. Me detengo en medio del salón, sin saber adónde ir. El sonido de
una batidora, de entre todas las cosas, zumba a mi izquierda, y lo sigo para encontrar a
Hades en la cocina. Tiene el cabello húmedo de la ducha y ese mechón pálido suelto se
le enrosca en la frente en vez de peinárselo hacia atrás. Se ha puesto unos jeans y una
camiseta azul descolorida en la que se lee: «Claro, puedes acariciar a mi perro».
Si no siguiera perdiendo la cabeza por lo de la tiara, me reiría porque su perro es
Cerbero, el sabueso infernal de tres cabezas al que notoriamente no le gusta nadie.
Además, Hades está descalzo.
Quiero decir, yo también, pero él es un dios. Nunca, en toda mi vida, me he
imaginado a dioses o diosas descalzos. En una cocina, nada menos.
Levanta la vista.
—¿Batido?
¿En qué otra dimensión he caído? Sacudo la cabeza.
—Sírvete cualquier comida de la nevera, entonces. —Hace un gesto con la mano.
Como si fuéramos gente normal. Compartiendo un espacio como si no fuera gran
cosa. Pero lo es. Es un gran problema para mí. No estoy del todo segura de cómo manejar
a este Hades, que de repente es todo cortesía solícita, que se siente mal viniendo de él,
como usar ropa que es una talla demasiado pequeña.
—No hagas eso.
Frunce el ceño.
—¿Hacer qué?
—Lo del encanto cortés.
—Así tranquilizo a los demás —dice.
¿El dios de la muerte intenta tranquilizar a los demás? Es un pensamiento
inquietante.
—¿Estás seguro de que realmente funciona?
—Lo estaba hasta ahora —murmura.
Nos estamos desviando del tema. Levanto la mano para mostrarle la tiara.
—Dime que estas perlas no son lo que creo que son.
Le echa un vistazo a la tiara y vuelve a preparar su batido.
—Lo son.
—¿Por qué...? —Me detengo y vuelvo a empezar—. ¿Qué posible razón podrías...?
—Podrían ayudarte. —Lo dice tan despreocupadamente como si estuviera
enumerando los alimentos de la nevera.
Bajo la tiara a mi lado.
—Ya me has dado mis dos regalos. No puedes darme más.
—Te di la tiara antes de que los Daemones dijeran que ya no podía ayudarte, y no
es un regalo. Es ropa.
Ese es un tecnicismo endeble si alguna vez he oído uno, y a los ladrones se les
dan bien los tecnicismos.
Frunzo el ceño.
—¿Así que las perlas pueden ayudarme?
—Sí.
—¿Cómo?
—Si no te lo digo, entonces definitivamente no es un regalo. Sólo un misterio que
descubriste por tu cuenta.
Lo miro fijamente, por fin he asimilado algo que debería haber asimilado mucho
antes.
—Conoces todos los tecnicismos. ¿Verdad?
Sus ojos se arrugan en las comisuras, aunque sus labios no se despegan.
—Me niego a contestar porque mis palabras podrían incriminarme. —Luego
enciende la batidora, llenando la cocina de ruido.
En otras palabras, es trampa.
Me dejo caer en un taburete de la gran isla, enfrente de donde está él.
—Pero... estas son de Perséfone —comento en cuanto se detiene la batidora.
No reacciona al oír su nombre como yo esperaba: con el ceño fruncido,
malhumorado, con eso de no digas su nombre, etcétera. En lugar de eso, se encoge de
hombros.
—Ahora no pueden ayudarla.
¿Ayudarla? La leyenda dice que los usó para atraparla en el Inframundo con él, no
para ayudarla. ¿No es cierto? Mil preguntas dan vueltas en mi cabeza como perros
persiguiéndose la cola. Pero no pronuncio ni una sola. Por una vez. No es asunto mío.
—Ahora son tuyas —dice.
Mías. Mis perlas que hacen algo que solía ayudar a Perséfone. ¿Qué decían las
historias sobre las suyas? Para empezar, eran semillas de granada.
—¿Me las como?
Sus cejas se levantan lentamente en... ¿impresión a regañadientes del dios de la
muerte?
—No puedo decírtelo —dice.
Así que sí, me las como.
—Creía que sólo quedaban cuatro.
Sacude la cabeza.
—Los mortales siempre se equivocan en los detalles.
No es ninguna sorpresa.
Trato de pensar.
—Los granos de granada de Perséfone la mantuvieron en el Inframundo. —Ahora
hablo sola, girando la tiara de un lado a otro—. O... ¿quizá se la llevaron allí? Y yo estoy
protegida en el Inframundo. —¿Tiene que ser eso?
Miro directamente a unos ojos plateados y brillantes que me estudian de una
manera que me dan ganas de apartar la mirada. Es demasiado intenso. Demasiado... él.
—¿Estoy cerca? —pregunto.
—Definitivamente eres rápida, pero tendrás que esperar y averiguarlo.
Lucho contra el calor de un rubor.
—¿Por qué necesito protección?
Se encoge de hombros.
—Pareces gravitar hacia el peligro. —Su pausa queda suspendida en el aire.
Idiota.
Pero sé que estoy cerca, al menos. ¿Una forma de escapar de una Labor? O para
protegerme cuando estemos en el Olimpo. ¿Acaso importa? Doce Labores, sin embargo,
y sólo seis semillas. Mejor guardo estas pepitas para experiencias cercanas a la muerte.
Termina de preparar su batido y lo lleva al salón, donde enciende la televisión.
—Vamos —dice—. Deberías estudiar a tus competidores.
Lo sigo y me doy cuenta de que ha puesto las noticias de la ceremonia de apertura.
Los presentadores mortales ya están hablando y mostrando imágenes de las festividades
mundiales, los dioses y, por supuesto, sus campeones, cuyas estadísticas empiezan a
enumerar mientras se preguntan quiénes somos y por qué nos han elegido.
Mi cara aparece en la pantalla: una imagen mía con el ceño fruncido al lado de
Hades en el templo.
—Todavía no han encontrado nada sobre ti más allá de tu nombre —dice, sonando
satisfecho.
No lo harán. Mi existencia fue borrada cuando la Orden me acogió, y son muy
buenos en lo que hacen.
—Lyra Keres es un misterio —dice el comentarista—, pero creo que el mayor
misterio es por qué Hades se ha unido a este Crisol.
Miro fijamente la pantalla y las palabras se me escapan.
—¿Por qué yo?
Baja el volumen.
—Te elegí porque cuando nos conocimos, a pesar de tener miedo, no te echaste
atrás ni te acobardaste, ni siquiera ante un dios. —Apoya la cabeza en el cojín del sofá
como si de repente estuviera cansado—. Especialmente ante el dios de la muerte.
He visto cómo los demás se acobardan y lo evitan. Incluso los dioses, cuyas
miradas llenas de miedo brillan con un curioso tipo de deseo. Sé lo que debe sentir. No
la parte de ser temido, sino estar aislado incluso en una multitud.
Sin embargo, ¿me eligió en serio porque pensó que podría tener una oportunidad?
No para castigarme, sino porque le gustó mi... ¿qué? ¿Descaro?
Suelto una carcajada aguda. Probablemente tiene algo de agitación, pero no me
importa.
—Félix siempre decía que mi bocaza me metería en un buen lío algún día.
—¿Félix? —pregunta.
—Mi jefe en la Orden.
—Ya veo. —Su mirada se posa en mí de una forma que me hace querer mover el
peso sobre mis pies.
No estoy del todo segura de creerle sobre su razón para elegirme como su
campeona, pero es algo, supongo. Pero el hecho de que quería a alguien que no
retrocedería ante los dioses es preocupante.
—¿Estás seguro de que puedes quitarme la maldición si gano? —pregunto.
Asiente con la cabeza.
Pienso en ello. Nunca me he permitido imaginar un futuro sin ella. Si soy sincera,
nunca me he permitido imaginar un futuro más allá de mi próxima comida. No porque me
preocupara morir en cualquier momento, nuestras vidas en la Orden no eran tan
precarias. Simplemente no había ninguna razón para pensar en lo que nunca podría ser.
Me acomodo en el otro extremo del sofá y meto los pies bajo las piernas.
—¿Qué clase de retos?
—¿Qué?
—Los retos que estoy «oh, tan honrada» de jugar en tu nombre. ¿De qué estamos
hablando? Supongo que una emocionante partida de cartas es poco probable.
—Cada contienda se planifica con mucha antelación, se deposita con los
Daemones y no puede cambiarse una vez iniciadas las Labores. Y la naturaleza de cada
una no se revela hasta el turno de ese dios o diosa.
¿Por qué me pareció una respuesta tan cautelosa?
—¿Y en el pasado? ¿Cómo eran?
No contesta enseguida, como si estuviera considerando cuánto decirme.
—Varían.
Qué vago.
—Dame el resumen, entonces.
—Admito que no he prestado mucha atención en el pasado.
¿Qué?
—Entonces ¿por qué...? —Olvídalo. Ya ha respondido a eso con la misma
vaguedad—. Soy una planificadora. Lo haré mejor si sé qué esperar.
—Probablemente estarán tematizados en torno a la virtud del dios o la diosa y sus
poderes particulares.
Lo que me recuerda...
—¿Con qué virtud se me asociará?
Hades me mira con una ceja alzada.
—¿Me encuentras virtuoso, entonces?
Okey, supongo que eso responde a la pregunta.
—¿Qué más? —pregunto.
Piensa un momento.
—Algunas serán cosas como resolver acertijos.
Hmmm... acertijos... depende del tipo, pero está bien.
—He visto algunas que son como resolver un misterio o rescatar a un inocente en
peligro.
Genial. Genial. Genial. Hasta ahora, no tan mal.
—Unas carreras de obstáculos.
No fui la mejor en eso durante el entrenamiento, pero tampoco la peor.
—Y algunos serán como las Labores de antaño —añade.
¿Así que tenía razón en eso?
—Como luchar contra las hidras y sostener el mundo para Atlas. Atrapar un jabalí
gigante. ¿Ese tipo de labores de antaño? —Mi voz se eleva mientras hablo. Estoy
haciendo mucho de eso hoy.
Se encoge de hombros.
—Los dioses no mueren —señalo, con la ira asomando a mi voz—, y los
semidioses son difíciles de matar.
—¿Qué quieres decir?
La ira burbujea más caliente, subiendo mi sangre.
—Los mortales no pueden resurgir ni usar otra vida ni reiniciar el maldito juego. —
Agarro un cojín del sofá y se lo arrojo.
Le da en la cara y cae al suelo. Se queda mirándolo como si nunca hubiera visto
un cojín y luego levanta lentamente la mirada hacia la mía. Espero una furia ardiente, pero
solo parece confundido.
Probablemente nadie nunca le ha lanzado un cojín a Hades.
—Eres un imbécil, como el resto de ellos.
Levanta las cejas y su expresión y su voz se suavizan ligeramente.
—Estarás bien, Lyra. Estaré a tu lado en todo momento.
No se le permite interferir, lo que significa que tendré garantizada una audiencia a
mi muerte. Espléndido.
—Eres increíble. —Gruño las palabras.
Su sonrisa se vuelve burlona.
—¿Por fin te has dado cuenta?
Oh. Dioses. Voy a matarlo si no me voy ahora.
Llevándome la tiara, cruzo el salón en dirección a mi dormitorio, murmurando por
el camino todos los improperios más coloridos que aprendí en la Orden.
Estoy a mitad de camino cuando oigo una risita pecaminosamente divertida. Claro
que Hades podría reírse ante una muerte segura. Lástima que le haga tanta gracia mi
inminente desaparición.
A
los novatos se les enseña a dormir con un ojo abierto.
No literalmente. Pero sí dormimos poco, una de las primeras y más
largas lecciones, que lleva años de ser interrumpidos y sorprendidos a todas
horas hasta que desarrollamos reflejos que nos alertan de cualquier posible amenaza. En
cuanto a mí, también vigilo todo el botín que llega, ya que no tengo compañero de cuarto
y sobra espacio, así que es un hábito que no tuve más remedio que seguir practicando.
No es que descanse mucho, dado lo que pasará mañana, pero cuando me
despierto de repente en plena noche, no me lo cuestiono.
Algo va mal.
No abro los ojos. No quiero que quienquiera que esté en esta habitación conmigo
sepa que noté su presencia. Fingiendo que me revuelvo dormida, de espaldas a la puerta,
espero, con todos mis sentidos atentos al menor cambio.
Realmente desearía tener un arma conmigo.
Mi tensión alcanza el punto de gritar y es entonces cuando una mano me aprieta
la boca. Inmediatamente empiezo a agitarme, pero un brazo me rodea y me gira para que
quede cara a cara con la otra persona.
Es entonces cuando reconozco una fina cicatriz blanca en la comisura de sus
labios. Levanto la mirada y veo a Boone Runar mirándome con ojos oscuros.
—Maldita sea, Lyra —susurra—. Cálmate o lo despertarás.
—Maldito seas, Boone —le susurro mientras lo empujo para sentarme—. Me has
asustado. ¿Qué estás haciendo aquí?
Me mira fijamente desde donde ahora está agachado junto a mi cama.
—¿Yo? —Niega con la cabeza—. ¿Y tú? ¿Hades, Lyra? ¿En serio? El dios tiene
un perro demonio de tres cabezas como maldita mascota.
—¿De verdad? Porque yo creía que era el dios de la dulzura y la luz —refunfuño.
Boone lo fulmina con la mirada.
—¿En qué, exactamente, te has metido?
—Una puta tonelada de problemas. ¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Las luces están encendidas en el único hogar de Hades en el Supramundo —
dice secamente—. El mundo entero lo sabe. —Y Boone es un ladrón maestro por algo,
incluso en un edificio que está fuera de los límites. Y resulta que por una buena razón.
—Bien. —Tener esta discusión con él mientras estoy sentada en la cama en
pijamas sedosos es ridículo—. En cualquier caso, no deberías estar aquí. ¿Por qué lo
estás, de todos modos?
Se queda pensativo.
—Para ayudar, si puedo.
Me echo hacia atrás y la incredulidad me invade. Hace doce años que nos
conocemos, desde que vino a nuestra guarida cuando yo tenía once años. Contando el
día de hoy, es la segunda vez que quiere ayudarme. En todo ese tiempo.
No tiene ni idea de lo que voy a hacer. ¿Cómo va a ayudar?
Boone se deja caer al otro lado de la cama y susurra.
—Oh, vaya. Esto es increíble.
Los colchones de la guarida no son precisamente cómodos. «Funcionales» es una
palabra amable para lo que son.
Deja caer una bolsa de lona sobre la cama, no entre nosotros, sino delante de él.
Luego la abre y saca varios objetos. Los primeros son ropa.
—¿Has tocado mis cosas? —Se me eriza el vello de la nuca—. ¿Cómo entraste en
mi habitación?
—Félix —dice.
Tragándome mis preguntas, observo cómo sigue sacando mi ropa de la bolsa.
Seguro que me ha vaciado los cajones. No puedo decidir si me da más vergüenza que
haya rebuscado entre mis cosas o si estoy a punto de irme flotando en una nube feliz.
Porque está aquí. Por mí.
Mi cerebro lógico toma el control y reprime el vértigo. Al menos no tengo que
confiar en el dudoso sentido de la moda de los dioses.
A continuación, saca...
—¿Un chaleco táctico?
—No sabía lo que harías. Traje todo lo que se me ocurrió. —Se encoge de
hombros—. Pensé que al menos podrías llevar esto, incluso debajo de la ropa si es
necesario, y esconder un arma o dos en ella para defensa propia.
Me escuecen los ojos y parpadeo rápidamente mientras se lo quito de las manos.
—Mm... bien.
—Ya lo he preparado con algunas cosas.
Levanto las cejas y empiezo a rebuscar en los bolsillos con cremallera y en las
bolsas para encontrar las herramientas habituales de nuestro oficio: hilo, alicates, cizallas,
un pequeño destornillador con varias cabezas intercambiables e incluso un pequeño
soplete para cortar metal.
El caso es que yo tampoco sé a qué me enfrento, pero teniendo en cuenta lo poco
que ha descrito Hades, las herramientas de un ladrón pueden venir bien. Ciertamente no
pueden hacer daño.
Llego al último bolsillo, uno profundo y forrado de vinilo en la parte trasera, pero
esta vez dejo caer lo que saco a la cama con un grito ahogado. Miro fijamente el reluciente
arma de oro y plata que yace allí.
Mi reliquia.
C
ada novato que se gradúa a maestro ladrón recibe mágicamente una reliquia.
Creemos que nos la regala Hermes para que la utilicemos en nuestro oficio. Es
la única cosa de valor significativo que nunca tenemos que robar o entregar
para llenar los bolsillos de la Orden.
Sin embargo, como asistente administrativa, técnicamente no me gradué. No hubo
ceremonia. Ninguna reliquia debería haber llegado a mí.
Pero esta hacha apareció un día en mi cama.
Plateada con marcas doradas, tiene un mango dorado, el extremo envuelto en
cuero turquesa. Un círculo con el símbolo de la cabeza de Zeus estampado divide la hoja
más grande de otra más pequeña en el reverso, con forma de punta de lanza.
Supuse que uno de los otros novatos me estaba jugando una mala pasada,
intentando que me pillaran con una reliquia que no era mía, pero cada vez que la devolvía
a las arcas, volvía a mí por arte de magia. Nadie, absolutamente nadie, sabe que la tengo.
—¿Qué es eso? —Intento hacerme la ingenua. La reliquia parece el mango de un
arma o una herramienta, si sólo quedara el mango, y la giro de un lado a otro como si
intentara averiguar qué es.
Boone pone los ojos en blanco.
—Lo sé desde hace unos años —dice.
¿Y nunca me entregó a Félix? Lo miro de reojo.
—¿Cómo?
—Te vi practicando en el campo de tiro una noche que volvía tarde de un tanteo
que se me había ido de las manos —dice.
Oh.
Bueno...
Explosión y azufre.
Trago saliva.
Sin embargo, Boone no ha terminado.
A continuación, saca un kit para abrir cerraduras. Pero no uno de los baratos,
grandes y poco manejables que proporciona la Orden. Este es el kit personal de Boone
que él mismo pagó, teniendo que trabajar para pagar las deudas de su propia familia
durante más tiempo para comprarlo. Es más pequeño. Podré meterlo en el bolsillo más
grande de la espalda de mi chaleco táctico.
Pero... Sacudo la cabeza. Esto vale mucho para él.
—No puedo.
—Puedes —insiste—. Usaré uno de los de la Orden hasta que vuelvas.
Lo miro fijamente.
—Puede que no vuelva.
Se le tuercen los labios, pero no dice nada antes de volver a hurgar en la bolsa.
—Y luego están estos.
Saca una bolsita de cuero con cordón que suena un poco, con el tintineo de algo
en su interior. La curiosidad siempre ha sido uno de mis defectos. Como no la agarro
inmediatamente, la hace rebotar en la palma de su mano.
—Vamos, Lyra-Loo-Hoo. Sabes que quieres.
Se lo arranco de las manos, vierto lo que contiene en mi mano y me quedo
mirando.
¿Dientes?
—Um... —Miro a Boone—. ¿Asqueroso?
—Mi reliquia —dice, como si no fuera para tanto.
Casi se me caen allí mismo, y repiquetean un poco en mi mano.
—Diablos, Boone. No puedes dármelos.
—Son mi reliquia. Puedo hacer lo que quiera con ellos. —Se encoge de hombros—
. No me han sido útiles como ladrón de todos modos, así que...
Sigo sin querer aceptarlos.
—¿Qué son?
—Dientes de dragón.
Los dientes son muy blancos, de color canela en las raíces, y tienen muchas
formas diferentes, todas las cuales me recuerdan a armas antiguas. Espadas simples,
largas y curvadas. Pequeñas dagas rectas. Calzadores de tres puntas. Y molares como
martillos hechos para aplastar en vez de desgarrar.
—Son tan...
—¿Impresionantes?
—Pequeños.
Levanto la vista y veo que sus hombros tiemblan en silencio.
—Han sido encantados para que se puedan transportar más fácilmente, pero
seguirán funcionando bien. Los plantas en el suelo (cualquier suelo) y en cuestión de
minutos se convertirán en soldados de hueso a los que no se puede matar y que
obedecerán tus órdenes. Utilízalos sabiamente.
—¿Qué crees exactamente que voy a hacer? —pregunto con cautela. Es casi
como si tuviera una idea, pero soy consciente de que eso no es posible.
—¿Quién sabe? —dice—. Si los usas, genial. Si no, me los das cuando vuelvas.
No tiene ni idea de que, de todas las cosas que me ha traído esta noche, si en
algún momento me enfrento a monstruos, estos dientes podrían ser los más útiles. Aun
así, no puedo tomar su reliquia.
—Estos... tienen que valer una pequeña fortuna. Incluso si no los usas, podrías
venderlos y terminar de pagar tus deudas diez veces, probablemente.
Se encoge de hombros.
—Recibí mi Escritura de Cumplimiento hace dos años.
Me quedo quieta, mirándolo con los ojos muy abiertos. ¿Dos años?
—¿Así que quieres seguir en la Orden? —pregunto lentamente—. ¿Convertirte en
jefe?
—Tengo razones para andar por aquí.
No pregunto. No lo dice.
—Aun así... estos podrían servirte más adelante. —Se los tiendo—. No deberías
dármelos. Todo lo demás es más que suficiente.
Me deja verterlos en la palma de su mano, luego agarra la bolsa de cuero y los
deja caer con pequeños chasquidos de hueso contra hueso... y me tiende la bolsa.
No tengo ni idea de qué hacer con este Boone. Sí, siempre ha sido amable
conmigo, pero de una manera inconsciente, como si trabajáramos juntos, mezclado con
la manera coqueta que tiene con todo el mundo. Tal vez incluso en una especie de
lástima. ¿Pero una amistad abnegada? No.
Por segunda vez en dos noches, se me empañan los ojos de lágrimas y parpadeo
ante el escozor.
—Si no los aceptas, los tiraré —dice.
Conociéndolo, también lo dice en serio. Resoplo.
—Obstinado hasta el amargo final.
Boone guiña un ojo.
—Mira quien habla.
Refunfuño un poco más, pero le arrebato la bolsa de la mano.
—¿Cuánto durarán?
—Hasta que se acabe lo que sea para lo que los necesites. Un solo uso.
—Entendido. —Dejo la bolsa en la mesilla de noche y lo miro expectante.
Sólo que en lugar de marcharse o hacer lo que cree que debe hacer, se queda
quieto mientras un silencio incómodo llena la habitación.
—Siempre te fascinaron los dragones —digo para romper el silencio—. Siempre
leyendo sobre ellos. Supongo que ahora sé por qué.
Desvía la mirada y me doy cuenta de que no somos tan cercanos como para que
yo sepa eso. Me estoy delatando un poco, pero él ya conoce mis sentimientos por culpa
Chance.
Boone se levanta de la cama, y no sé por qué, pero yo también me levanto y lo
acompaño hasta la puerta del dormitorio.
—Voy a ver si no hay moros en la costa —le digo.
Es como si el mundo se hubiera vuelto del revés y empezara a girar hacia atrás: él
en mi habitación, el riesgo que ha corrido para ayudarme esta noche.
Alargo la mano hacia el pomo de la puerta, pero él llega antes y me detiene.
—¿Algo más? —le pregunto.
Busca mi mirada, pero ahora de forma diferente, como si intentara encontrar un
secreto en mis ojos. Encoje la barbilla como si se riera en silencio para sí mismo. O quizá
de sí mismo, porque su expresión es solemne.
—Siempre has pensado que te odiaba. Que todos lo hacíamos —dice.
—Eh... —Alguien me sacó de mi miseria—. No odio... exactamente.
—Sé que tengo razón. No te molestes en negarlo.
Cierro lentamente la boca y él asiente, otra vez para sí mismo. Gira el pomo y
asoma la cabeza por el pasillo, echando un buen vistazo, y luego vuelve a entrar.
—Que conste que no te odiamos.
Aprieto los labios en torno al nudo que obstruye mi garganta y en torno a las
palabras que le dirían por qué ya lo sé. Lo que descubrí hace mucho tiempo sobre mi
maldición es que no hace que la gente me odie, solo hace que... no me elijan.
Pero no después del Crisol. No si gano.
Y se me ocurre por primera vez que tal vez con la maldición levantada tengo una
oportunidad con Boone. Es extraño que no lo haya pensado antes. Por otra parte, yo
estaba lidiando con un poco de mierda.
—Nos vemos dentro de un mes —me dice y me ofrece su característica sonrisa
de pirata engreído antes de marcharse.
Cierro la puerta y me apoyo en ella, echando la cabeza hacia atrás con un suave
pum.
—Mierda —murmuro.
Que Boone viniera aquí despejó la niebla de negación en la que he existido desde
el momento en que Hades pronunció mi nombre. O quizá sea el hecho de que se
preocupara lo suficiente como para traerme todas estas cosas lo que por fin me hace
pensar con más claridad.
En cualquier caso, la verdad que he estado evitando hasta este momento es ahora
clara como el cristal, parpadeando en luces de neón delante de mi cara. Ineludible.
No hay forma de que pueda librarme de participar en el Crisol.
Realmente voy a tener que hacer esto.
Y ahora tengo algo por lo que jugar.
A
la mañana siguiente, siento más erguida cuando veo a Hades entrar en la
cocina, y sé que me está mirando por el cosquilleo que siento en la nuca. Un
estudio largo y tendido. Justo cuando se me revuelve el estómago, habla. —
¿Qué llevas puesto exactamente?
Resulta que la voz de Hades es más fuerte por las mañanas y es un poco gruñona.
Y el hecho de que el dios del terror no sea mañanero es... bastante adorable. No puedo
evitar el escalofrío que me recorre la piel. Lo atribuyo al hecho de que apenas dormí
anoche, y ahora el agotamiento me arrastra como una gravedad extra.
Me miro, luego vuelvo a los huevos que estoy revolviendo.
—El uniforme que me proporcionaron.
El conjunto deportivo de dos piezas de material móvil y transpirable apareció en
mi habitación al amanecer. Pantalones sencillos y una camiseta de manga larga con
cuello falso: ropa deportiva. Intento con todas mis fuerzas fingir que es para estar cómoda
y no para correr por mi vida.
El nombre de Hades está estampado en la parte delantera con letras amarillas,
tiene un aspecto barato y se parece un poco a un uniforme de presidiario. Es gris, un gris
feo que hace que mi piel parezca cetrina. El gris tampoco es uno de los cuatro colores
que van con las virtudes en las que se supone que estamos divididos.
—¿Es el mío de este color porque no tienes virtud? —La pregunta salta antes de
que pueda filtrarla por el ego de un dios. Anoche me di cuenta de que nunca había
respondido a mi pregunta.
—¿Se suponía que era gracioso?
Un poco. Me encojo de hombros.
Oigo sus pasos seguros antes de que entre en mi campo de visión, de pie junto al
mostrador, con unos jeans de tiro bajo y una camiseta azul claro.
—Valoro algo diferente a los demás.
Tener una naturaleza curiosa realmente apesta a veces.
—¿Qué?
—Supervivencia.
Oh.
Otra cosa que tenemos en común, sólo que un tipo diferente de sorpresa hace
que mis cejas se levanten.
—Eres un dios. Inmortal. La supervivencia parece estar incorporada.
—Sobrevivir no es sólo no morir. —Su voz se vuelve áspera.
Si alguien puede identificarse con eso, soy yo.
—Tienes razón. No lo es.
—De todos modos... —continúa y hace un gesto con la mano hacia mi ropa—. Esto
no. —Su voz adquiere un tono más suave que empiezo a identificar como irritación.
No sé por qué le molesta lo que llevo puesto. Soy yo quien lo lleva. Claro, no es la
altura de la ropa atlética más fina, pero ¿y qué?
—¿Necesito verme bien para tratar de no morir?
—Anoche, lo único que querías era pasar desapercibida. Te prometo que esto no
pasará desapercibido. —Se cruza de brazos—. También es una afrenta deliberada hacia
mí. Hacer que mi campeona parezca menos.
—¿Menos de qué? —resoplo—. Otra vez... estaré en un concurso que quizá
requiera correr y, con suerte, no gritar. —En serio, ¿a quién le importa?—. Estos están
bien. En realidad, aprecio que el estilo no siguiera la línea de la imagen insultante y
absurda que encuentro que a la mayoría de la gente le encanta consentir sobre las
mujeres en los deportes o la lucha.
—Me voy a arrepentir de preguntarlo. —Apoya una cadera contra la encimera—.
¿Qué imagen insultante y absurda?
Oh. Suelto un bufido.
—No sé si los dioses ven películas... Quiero decir, tienes una tele y ves las noticias,
así que es lógico...
—¿El punto?
—Bien. Bueno, cualquier «top» que no sea más que un sujetador endeble por el
que se me podría desparramar una teta es más que poco práctico, a menos que use mis
pechos como distracción. —Puede que se oiga un ahogo a mi lado mientras le doy la
vuelta a los huevos con pericia—. Y por Dios, los corsés parecen geniales para la figura
y la postura, pero son una mierda para moverse, y mucho menos para luchar. Hablando
de restricciones. —Pongo los ojos en blanco y apago el quemador con un movimiento de
los dedos. La mayoría de las fantasías sobre mujeres, en mi opinión, son jodidamente
tontas—. Olvídate del cuero, que retiene todo el sudor. Y las botas hasta la rodilla son
sexys y todo eso, pero prueba a saltar desde un tejado con tacones de diez centímetros
y verás lo que pasa.
—Creo que paso —dice Hades. Hay una larga pausa y luego añade—: Aunque no
me molestaría verte con las botas.
Suspiro. Qué decepción que sea como todos los demás.
—No te atrevas.
—Me aseguraré de tener en cuenta tus requisitos. —Chasquea los dedos y, como
ayer, al instante llevo ropa nueva.
Miro hacia abajo y aparto la sartén de la hornilla para poder verla más de cerca.
El atuendo sigue siendo deportivo, pero de calidad superior. Ahora es negro —el
color del dios de la muerte que mira al público, por lo visto— y el material parece
estampado en negro sobre negro para parecer... ¿llamas, tal vez? El estampado cubre
toda la camiseta bajo el chaleco, pero sólo una simple franja en la parte delantera de las
piernas.
—¿Ahora mi ropa es más elegante que la de los otros campeones?
—Eso espero.
Casi sonrío. Definitivamente le gusta pegársela a los otros dioses, y a pesar de que
probablemente se gane más marcas negras junto a mi nombre, eso es algo que apoyo
totalmente.
—¿Alborotando a las multitudes otra vez?
—Exactamente.
Hago una pausa y giro el cuello para mirar más de cerca el chaleco. Es el chaleco
táctico que Boone me trajo anoche, que Hades conservó como parte del equipo —estoy
segura de ello—, salvo que ahora hay una mariposa bordada en el pecho con un hilo de
oro rosa.
Pero hay más.
Mis manos están cubiertas de guantes sin dedos con pequeñas mariposas doradas
en el dorso. Los guantes se introducen en unos guanteletes que me cubren los
antebrazos y que son de un cuero flexible y móvil, pero a la vez protector. Llevo botas en
los pies que me protegen las espinillas, pero sé que podré correr e incluso trepar con
ellas.
Guau. Realmente escuchó.
—¿Por qué mariposas?
No lo miro directamente, pero capto cómo se encoge de hombros.
—Me gustan.
A mí también. Aunque no lo digo en voz alta. No hay necesidad de crear lazos por
los bichos.
Deliberadamente, echo los hombros hacia atrás. Tampoco voy a darle las gracias.
La razón por la que llevo esto es porque soy su campeona. No voy a darle las gracias por
nada de esto.
Raspo la mitad de los huevos en un plato y los llevo junto con una taza de té a la
isla de la cocina para tomar un taburete allí.
—Te he dejado un poco —le digo, y luego frunzo el ceño—. ¿Los inmortales
necesitan comer?
—Sí, pero sólo por...
Hace una pausa lo bastante larga como para que yo levante la vista y lo mire
directamente por primera vez esta mañana. Algo que había estado evitando hasta ahora.
—¿Por qué?
—Placer.
Santo cielo, el deslizamiento de esa palabra en su lengua. La luz malvada y burlona
de sus ojos es demasiado para soportarla tan temprano. Por no mencionar que he hecho
todo lo posible por no pensar en su regalo desde que ocurrió.
Sólo que ahora, todo en lo que puedo pensar es en ese beso. En cómo rozó su
lengua con la mía. Y si el brillo de sus ojos sirve de indicación, él está pensando
exactamente en lo mismo.
—D
ebe de ser agradable —ofrezco, y luego vuelvo a agachar la cabeza y a
desayunar.
Un minuto después, se sienta a mi lado en la isla, con su propio
plato lleno.
—¿Cómo sabes cocinar? —me pregunta.
—En la guarida, nos turnamos en la cocina y comemos tipo bufé. El primero que
llega es el primero que se sirve. —Durante horas muy específicas, y luego toda la comida
se guarda bajo llave. Si te quedas dormido, te mueres de hambre.
—¿Incluso los jefes cocinan?
—Estás muy hablador esta mañana —gruño.
—Merece la pena conocer las habilidades, fortalezas y debilidades de mi
campeona, ¿no crees?
Sinceramente, preferiría que no lo hiciera.
—Los jefes son miembros que ya pagaron sus deudas y se ganaron el derecho a
no hacer nada que no quieran.
—Ya veo. ¿Planeas ganarte ese privilegio?
Se me revuelve el estómago y me sudan las manos. No quiero explicarle que ya
he pagado mi deuda, pero no tengo adónde ir. Miro los huevos en el tenedor y espero
que no note el ligero temblor en mi voz.
—Me gusta cocinar.
Un silencio incómodo se instala entre nosotros mientras hago todo lo posible por
ignorarlo. Hasta que engancha un pie en mi taburete y me jala hacia él, con sus piernas
apoyadas en mis rodillas, y se acerca lo suficiente como para que, en lugar del desayuno,
huela... a él. A chocolate amargo.
Siempre me ha gustado el chocolate.
Hades no habla, sólo me mira fijamente.
Le devuelvo la mirada, el tenedor milagrosamente aún apilado con mi bocado de
huevos suspendido en el aire. Con la mirada, me meto el bocado en la boca, mastico con
rebeldía y trago.
—¿Hay alguna razón para obligarme a contemplar con adoración tu magnificencia
mientras como?
Horrible elección de palabras. Espero algún tipo de comentario sobre cómo
adorarlo tenía que suceder tarde o temprano, o lo bueno que es que finalmente
reconozco su magnificencia.
Aunque menos mal que me terminé ese bocado de huevos, porque sin duda me
habría atragantado cuando me dice:
—Puede que acepte ese reto velado de obligarte a hacer exactamente eso.
¿Podría? Quiero decir, ¿con sus poderes, no sólo con el magnetismo que tiene?
—No me engañas. —Me hago la valiente—. No eres Afrodita.
Tras otra pausa de tensión, sus labios se tuercen.
—Gracias a los Titanes por eso, al menos.
Suelto un suspiro silencioso y lo vuelvo a aspirar de inmediato mientras él sigue
manteniéndome aquí, solo que ahora su mirada cambia, se vuelve más intensa, sus ojos
de un plateado puro y radiante a la luz del sol.
—Y para responder a tu pregunta anterior... quizá disfrute contemplándote, mi
estrella.
Santos sabuesos infernales. Esto es más de lo que un pobre mortal debería
soportar. Sigo olvidando quién y qué es... Debería mantener la boca cerrada y la cabeza
gacha cuando estoy cerca de este dios.
Pero si bajo la mirada ahora, él gana. Así que en vez de eso, arqueo una ceja.
—Sé que soy guapa y todo eso, pero enamorarte de mí probablemente sea una
mala idea.
No es que pudiera. Puede que sea la primera vez que lo olvido. Incluso por un
segundo.
—No queremos que las cosas se pongan incómodas —añado, con tono
despreocupado.
Sonríe de verdad y el impacto es como un golpe en el pecho. Esos hoyuelos
ocultos aparecen mientras se le escapa una carcajada.
Esta vez trago por una razón diferente.
Con un movimiento de cabeza, me devuelve a la isla.
—Al menos ahora me miras en vez de evitar el contacto visual.
Déjalo estar. Deja que tenga la última palabra.
—Tienes muy mal aspecto, por cierto —comenta.
Adiós a mirarme por diversión.
—Lo sé. No he dormido bien. —Entre Boone, Hades y el primer evento que se
cernía sobre mi cabeza como la cuchilla de una guillotina, dormir era una posibilidad
remota de todos modos. Me paso una mano cansada por la cara—. Deberías ver los
moratones bajo mi ropa.
Su inmediato ceño fruncido me recuerda a las nubes de Zeus.
—Muéstrame. —Una orden.
Quizá se sienta mal si me ve y se apiade de mí. Me echo hacia atrás, me bajo la
cremallera del chaleco táctico y me subo la camiseta ajustada. Incluso yo me estremezco
al ver la línea negra y azul que cruza la parte inferior de mis costillas.
—Mierda. —Hades gruñe la palabra y yo parpadeo.
Entonces saca un teléfono de un bolsillo de sus jeans —¿los dioses tienen
teléfonos móviles?— y teclea rápidamente. Casi tan pronto como deja el teléfono,
aparece un hombre en la cocina con nosotros.
Es un señor mayor, con arrugas alrededor de los ojos marrones y cabello canoso
en las sienes y en la barba.
Hades está en pleno modo autocrático, lanzando las órdenes.
—Asclepio, necesita reparación.
Como si fuera un ordenador estropeado o algo así, pero al menos ahora sé de
quién se trata.
Asclepio. Eso explica el envejecimiento. Los dioses no envejecen, pero según
algunas versiones de la historia, Asclepio empezó siendo un hombre mortal que fue
castigado por Zeus por el delito de devolver la vida a los muertos. Después, fue acogido
en el Olimpo como dios de la curación.
Asclepio echa un vistazo a mi hematoma y me pasa una mano por encima. Su piel
beige brilla ahora de un azul negruzco, como el color de mis hematomas, y un agradable
calor se extiende por mi pecho. Jadeo cuando el persistente dolor de cada herida
desaparece y, ante mis ojos, la marca violácea de mi estómago se desvanece. El
resplandor de la mano de Asclepio cambia de color hasta que todo lo que queda es tejido
sano. Me pincho un punto con el dedo y sonrío. Ni una sola punzada de dolor.
—Es un buen truco. —Miro a Asclepio—. Gracias.
Sus ojos se arrugan con una sonrisa de respuesta.
—No más volteretas en las escaleras, jovencita.
—¿Te enteraste de eso?
Me sonríe con sus dientes torcidos.
—Todos los dioses, semidioses y otras criaturas inmortales siguen la pista del
Crisol. El ganador suele afectarnos.
Debería haberlo adivinado.
—Observamos toda la noche con interés. —Desliza una mirada entre Hades y yo.
Estupendo. Soy como una celebridad de reality show para el mundo inmortal.
Justo lo que siempre quise.
Asclepio dirige a Hades una mirada severa que me imagino a un abuelo.
—Deberías haberme llamado antes.
Me enderezo. ¿Alguien que se atreve a replicar a Hades? No sólo eso... está
reprendiendo a Hades.
—Oh, me gustas.
La boca de Hades se afina.
—Ella no me lo dijo.
Asclepio resopla.
—Deberías haberlo sabido. Estabas justo ahí cuando ella golpeó esas escaleras.
Antes de que Hades pueda responder, Asclepio me palmea el hombro.
—No podré hacerlo después de que comience la primera Labor, querida.
Cualquier curación mágica está reservada sólo para el vencedor de cada una y los
campeones que comparten la virtud del vencedor.
Genial. Las Labores podrían requerir curación. Y yo soy la único en la virtud de
Supervivencia, lo que significa que si no gano, no me curan. Sólo una marca más en la
columna «contra Lyra».
Debería dejar de llevar esa lista. Es deprimente.
—Mucha suerte. Juega bien. —Entonces Asclepio se va tan rápido como apareció.
Hades sigue en modo nubarrón, así que me vuelvo a bajar la camiseta, me subo la
cremallera del chaleco —ahora es mucho más cómodo— y vuelvo a girar el taburete
hacia la isla para poder terminar por fin mi comida, que probablemente esté fría a estas
alturas.
—La próxima vez, dímelo —dice.
—Bien.
Ambos nos quedamos en silencio, pero él se siente demasiado melancólico a mi
lado, y eso hace que se me encojan los músculos de los hombros.
—¿Sabes cuál es el reto de hoy? —le pregunto.
Hades sacude la cabeza.
—Sólo el dios o la diosa que concibe la Labor lo sabe. Se supone que ni siquiera
deben decírselo a su propio campeón, aunque supongo que la mayoría encuentra una
forma de evitar esa regla.
Hago una pausa a medio masticar y termino el bocado. A este paso nunca voy a
conseguir terminarme estos huevos.
—¿Vas a idear una Labor?
—No. Me han informado de que es demasiado tarde. Habría tenido que coordinarla
con los Daemones hace un año.
Estupendo. No estaré preparada para ninguna labor, mientras que al menos un
campeón tendrá ventaja en cada uno de ellos. Mastico eso junto con más desayuno.
Estoy un poco perdida en mi propia cabeza, y probablemente por eso la pregunta
de Hades es como un rayo salido de la nada.
—¿Quién era el hombre de tu habitación anoche?
B
albuceo y me atraganto con el huevo inhalado, engullendo té para intentar
ayudar. Cuando por fin puedo respirar, dejo el tenedor con cuidado. —No le
hiciste daño a Boone, ¿verdad?
—No. Salió de aquí ileso y sin saber de mi alerta.
Bueno, gracias a los dioses por eso. Pero no puedo leer bien a Hades, cuya
expresión es de lo más neutra.
—¿Es tu amante? —pregunta, sonando aburrido.
Me reiría si no estuviera hurgando en una llaga que probablemente nunca
cicatrizará.
—Obviamente no —digo con cuidado.
Resulta que los dioses pueden sentirse culpables. Sólo un poco, la expresión se
fue tan rápido como vino, pero la noté.
—Es uno de los maestros ladrones de mi guarida. Ni siquiera un amigo. —Hago
una pausa, porque después de lo de anoche, no estoy segura de que eso sea cierto.
—¿Entonces por qué estaba aquí?
Muy buena pregunta. Ojalá lo supiera.
—Para traerme mis cosas. Me estaba ayudando a evitar a alguien cuando me
seleccionaste y me vio desaparecer.
—¿Tu no-amigo te estaba ayudando a evitar a quién?
—Es una larga historia.
—Y no quieres decírmela. —¿Qué pasa ahora con su voz? Creía que empezaba a
entender sus tonos y sus significados. Una mirada muestra que su rostro sigue siendo
bastante neutro. Aun así, suena raro.
—La verdad es que no. No. —Me levanto y voy al fregadero a lavar mi plato y la
sartén.
—¿Estás enamorada de él?
Dejo la sartén en el fregadero con un poco de ruido y me pongo frente a él.
—Realmente vas directo al meollo de las cosas, ¿no?
Ladea la cabeza, ligeramente interesado.
—¿Y entonces?
Diablos, realmente no quiero hablar de esto.
—No importa. —Me vuelvo hacia el fregadero.
Hay una pausa reveladora detrás de mí.
—Es bueno que no lo estés. Cuantas menos preocupaciones dejes atrás, mejor te
irá en el Crisol.
Lo que me devuelve a la realidad de golpe, y ni siquiera me había dado cuenta de
que la había abandonado. Su voz no estaba tensa porque le importara lo que me pasaba
o cómo podía verse afectada mi vida. Lo único que le importa a Hades es su objetivo final,
sea cual sea, y yo sólo soy un peldaño para llegar a ello.
Algo que sería inteligente recordar.
Hay un pequeño ding detrás de mí.
—Carajo. —Su maldición murmurada es suave y urgente.
Un segundo después, me rodea con una mano y cierra el grifo antes de girarme
hacia él, con sus ojos plateados tenues y serios.
—Pensé que tendría más tiempo para prepararte. La primera Labor está a punto
de empezar.
Mi corazón intenta escapar por mi garganta, claramente dispuesto a dejar atrás el
resto de mi maldito cuerpo. Me lo trago de nuevo.
—¿Cómo lo sabes?
Levanta un teléfono con un mensaje de grupo. Los dioses tienen un chat grupal.
¿En serio?
—Me lo acaba de decir mi hermano —dice.
El nombre de Poseidón nada en la pantalla durante un segundo. Mi cerebro tarda
ese tiempo en reaccionar.
—Poseidón. —Así que... ¿agua? ¿Océano?
Hades asiente.
Tal vez debería haber llevado algo impermeable.
—¿Cuál es su virtud otra vez?
—Valor.
¿Valor?
—Así que probablemente no sean damas chinas —murmuro en voz baja. Luego,
más alto—: ¿Monstruos?
—No lo sé. En el último Crisol, hizo que los campeones se enfrentaran a cada uno
de sus mayores miedos al mismo tiempo. —Ahora no bromea ni se burla, y el hecho de
que no lo haga me pone más nerviosa.
Debe de verlo, porque me ofrece una sonrisa tranquilizadora, una que estoy
segura de que no ha usado en un milenio porque es muy rígida, sin hoyuelos a la vista, y
eso me pone aún más nerviosa. Hades intenta tranquilizarme. Esto es malo.
—¿Tienes todo lo que necesitas? —pregunta.
Perlas. Dientes de dragón. El kit de ganzúas de Boone. Mi reliquia. Algunas otras
herramientas. Todas están guardadas en mi chaleco. Llevo los dos regalos de Hades —
los tatuajes y su beso— como parte de mí, dentro de mí.
Asiento.
—Bien. No corras riesgos innecesarios. Deja que los otros campeones lo hagan.
¿Ahora? ¿Ahora es cuando decide darme consejos?
—Cuida tus espaldas. El instinto de supervivencia está grabado en todos nosotros,
pero especialmente en los mortales, ya que, como has dicho, no tienen botón de reinicio.
Hace que todas las criaturas vivas sean despiadadas, sin importar su personalidad o
comportamiento.
—Eso ya lo sabía —murmuro.
Sus dedos se clavan en mis brazos.
—Usa tus dones, pero sólo si es necesario. Es mejor si consigues que los otros
campeones usen los suyos y guardes los tuyos.
Vuelvo a asentir. Por alguna razón, las instrucciones que me da me tranquilizan.
Tal vez porque me recuerda a mis años de entrenamiento, cuando Félix me daba
instrucciones tan rápido que apenas podía seguirlas. Esto me resulta... familiar.
Me centro en sus palabras, en su voz.
—Nada es lo que parece cuando hay dioses de por medio —dice—. Cuestiónalo
todo.
—No me digas.
Sus labios se curvan aunque sus ojos permanecen serios.
—Y si me necesitas, todo lo que tienes que hacer es llegar a mí.
Frunzo el ceño.
—¿Estarás allí? No puedes interferir. Reglas.
Su expresión adquiere un tono arrogante.
—Soy el dios de la muerte, y la muerte no conoce reglas.
Suelto una risa temblorosa.
—Por fin, algo positivo de tenerte como mi mecenas.
Olimpo sálvame. No puedo creer lo que acabo de decir. Abro mucho los ojos, y
supongo que él lee mis pensamientos, porque desliza una mano hacia arriba para
acariciarme la nuca, acercándome, con la cara pegada a la mía.
—Concéntrate, Lyra —me dice.
Bien. Concéntrate. Asiento. Y vuelvo a asentir.
—De acuerdo.
—No he dicho que me llames. He dicho que llegues a mí. Hay una diferencia.
¿Entiendes?
Otro acertijo que resolver. Estupendo.
La frustración recorre sus facciones.
—No puedo decir más que eso.
—Lo resolveré. —Eventualmente. Tal vez.
Siento el cuerpo un poco raro, como más ligero y burbujeante, sobre todo los pies.
Miro hacia abajo y veo que se desvanecen, con sus ágiles botas de cuero y todo, y la
sensación me sube por las piernas.
—Espero que el agua esté caliente al menos —murmuro. No sé por qué lo digo.
—Mírame —ordena Hades.
Y lo hago. Miro directamente a unos ojos grises fundidos que se arremolinan con
emociones que ahora mismo no puedo descifrar.
Me aprieta el hombro.
—Pase lo que pase, Lyra, recuerda una cosa.
¿Una cosa? Acaba de decirme como diez.
—¿Qué?
—Te elegí por una razón. Puedes hacerlo.
El dios de la muerte me eligió. Me eligió. Tiene fe en mí. A pesar de mi maldición.
La sensación me llega ahora hasta la barbilla, y Hades empieza a desaparecer de
mi vista mientras yo desaparezco. Su voz me sigue en la nada.
—Puedes hacerlo, Lyra... porque eres mía.
Los que renuncian nunca ganan, y los ganadores
nunca renuncian.
Pero los supervivientes cambian el juego.
M
ía.
La última palabra de Hades me persigue a través del mundo, que vuelve
a enfocarse del mismo modo que se desenfocó, con esa sensación
burbujeante pero cada vez más pesada a medida que se abre camino de nuevo por mi
cuerpo.
Hasta que el frío del agua me sacude los nervios justo cuando una ola pasa por
encima de mi cabeza.
El agua refluye, y yo salgo chapoteando, porque maldita sea, claro que el agua
está jodidamente fría.
Voy a limpiarme el agua salada de los ojos, que me escuecen, pero me golpeo
contra las ataduras. A través de una visión borrosa, miro hacia arriba y descubro que
estoy atada por las muñecas, con los brazos por encima de la cabeza. La cuerda está
atada a la parte superior de un grueso poste de madera. Con el hombro intento limpiarme
el agua de la cara y luego parpadeo y parpadeo hasta que puedo ver con más claridad.
Agua y rocas.
¿Una cueva?
Estoy en medio de lo que parece una gran caverna, abierta de par en par al océano
por un extremo, lo que permite que la luz del sol se derrame en su interior. La caverna
tiene las formaciones más extrañas que he visto nunca. La roca que tengo ante mí es
marrón y está formada por columnas rectangulares, filas y capas de columnas verticales
perfectas hasta donde se curva el techo. Allí arriba, asoman lo que parecen las bases de
las columnas, que podrían haber sido bañadas en pintura dorada por la forma en que
brillan. El agua, de un hermoso color verdoso, entra y sale, obligándome a levantar la
cabeza o a llenarme la cara.
Un escalofrío me recorre mientras mis músculos intentan generar calor. Estamos
en agosto, así que supongo que esto es lo más cálido que hace aquí, y como vivo en el
Océano Pacífico, ya estoy acostumbrada al agua fría. Pero la mayoría de la gente lleva
traje de neopreno para nadar en aguas tan frías. Yo sigo con mi ropa deportiva, que se
adhiere a mí pero no me da calor.
—¡Eh! —Suena una voz masculina—. ¿En qué parte del Supramundo estamos?
—Una cueva en el océano, imbécil —responde una voz femenina en español—.
¿De verdad necesitas saber más?
—¿Qué clase de jodida Labor se supone que es esta? —grita otra persona.
¿Qué esperaban exactamente de los dioses? ¿Charadas?
Una llamarada de alas negras a través de la pequeña porción de cielo visible me
indica que los Daemones están aquí. Entonces, ¿dónde está Poseidón? ¿O nos ponemos
en marcha por nuestra cuenta y lo averiguamos?
Hago fuerza contra las cuerdas para asomarme y mirar a derecha e izquierda.
Los otros campeones están aquí, todos colgados de sus propios postes en línea
recta, cada uno a unos tres metros de distancia. Algunos acaban de despertarse. Algunos
se agitan, empiezan a entrar en pánico. A mi derecha, fácilmente identificable por su
cabello rojo y su traje verde, está Neve, que no está en pánico pero mira a su alrededor
como yo. Se da cuenta de mi presencia y me fulmina con la mirada. Por supuesto que
me han puesto al lado de la campeona a la que ya he cabreado.
A mi izquierda, en dirección a la abertura de la cueva, reconozco la única cabeza
rapada del grupo, quizá el cabeza rapada más sexy que he visto en mi vida. Es Dex Soto,
el campeón de Atenea, vestido de turquesa como los demás de la virtud de la Mente. Si
no me falla la memoria, es de una isla del Caribe.
Se oye un grito más allá de Dex, y me inclino todo lo que puedo, con los hombros
protestando por el estiramiento en este ángulo.
El corazón me da un vuelco al ver el océano más allá de la cueva burbujeando
como un géiser que brota desde abajo, agitándose y echando espuma, hasta que
Poseidón irrumpe levantando su tridente hacia el cielo. Detrás de él, dos delfines se
lanzan al aire, dando volteretas antes de sumergirse de nuevo en el agua.
¿Está bromeando con esto ahora mismo? ¿De verdad cree que a alguno de
nosotros nos importa una gran entrada cuando estamos atados a postes en agua helada?
Pero, por supuesto, la exhibición no es para nosotros. Es para los inmortales que
observan estos procedimientos con tanta avidez. Parece que Poseidón puede ser tan
showman como Zeus.
Cabalgando sobre una ola que se agita a su alrededor, se desliza hacia el interior
de la cueva para flotar justo delante de mí sobre una columna de agua giratoria que lo
eleva más alto. Debo situarme en el centro del grupo.
Está claramente en su elemento, ya no lleva armadura ni camiseta, mostrando su
piel de marta y su impresionante físico... y tampoco oculta nada con unos pantalones
ajustados que parecen escamas de pez azul metálico que brillan en el agua. Tiene
tatuajes en el pecho y los brazos y lo que estoy segura de que son branquias a los lados
de las costillas. Y su cabello azul oscuro, cuando está mojado, se vuelve negro, a juego
con su barba recortada.
—¡Bienvenidos a la Cueva de Fingal! —dice esto como si estuviéramos aquí de
vacaciones.
—¿Estamos en Escocia? —La pregunta de Neve hace sonreír al dios.
—Sí, joven mortal. La isla de Staffa es uno de los dos lugares mágicos que se
encuentran uno frente al otro. Están en los extremos opuestos de un puente construido
por el gigante irlandés Fionn mac Cumhaill para permitir su paso a Escocia para luchar
contra su gigantesco rival escocés, Fingal. Los dioses celtas han tenido la amabilidad de
prestármelo para este trabajo.
Neve no dice nada más, y yo me quedo pensativa. No conozco a ese panteón de
dioses como a los míos. ¿Es la Cueva de Fingal algo bueno o malo?
—Para su primera Labor, sus ataduras... —Poseidón agita su mano hacia
nosotros—. No son su único problema. Habrá un desafío mayor.
Su sonrisa se torna enigmáticamente autocomplaciente.
—No hay límite de tiempo. Ganará el que antes encuentre una solución al reto
mayor.
Nos mira a todos mientras nos balanceamos de un lado a otro en nuestros postes,
arrastrados por el flujo y reflujo del oleaje, colgados de los sedales como cebos.
El agua está semi clara, pero no puedo ver muy abajo. ¿Qué hay aquí? Recorro
todas las criaturas oceánicas que a los antiguos dioses griegos les gusta usar. ¿Una
selkie? ¿Sirenas? Una hidra parece algo exagerado y demasiado grande para esta cueva.
Al menos mis escalofríos empiezan a remitir a medida que me adapto al agua.
Poseidón continúa.
—Esta Labor pondrá a prueba no sólo su valor, sino también su ingenio, e incluso
la capacidad de trabajar con aquellos que los verían fracasar. Todas habilidades que un
líder necesitaría.
¿Por qué ser un líder es algo que el Crisol necesita probar? El ganador mortal no
liderará nada. Lo hará su dios o diosa.
La sonrisa de Poseidón es casi de júbilo, aunque no sé si está sediento de sangre
o simplemente increíblemente orgulloso de lo que nos tiene preparado para hoy. Es la
primera Labor, ¿eso la convierte en la más difícil? ¿O serán progresivamente más
difíciles?
—Oh... —Se ríe. Este imbécil se ríe de verdad—. Probablemente ya han notado la
temperatura del agua. Es verano, así que no los matará de inmediato, pero empezará a
afectarles cuanto más tiempo estén en ella. Les sugiero que se den prisa.
No me jodas.
El Crisol no es más que un juego para los dioses. No somos reales para ellos ni
vale la pena preocuparse por nosotros. Esto no es vida o muerte para ellos, sólo un
pequeño deporte.
Maldita sea si voy a dejar que me maten por deporte. Los otros campeones
tampoco, si puedo evitarlo, incluso los que ya me odian. Ninguno de nosotros pidió esto.
—Mucha suerte a todos. —Gira la cabeza para mirar a su campeona, que debe de
estar atada más adentro de la cueva—. Pero especialmente a ti, Isabel.
Entonces se zambulle de nuevo en el agua, enviando otra ola sobre mi cabeza. Al
menos esta vez la veo venir y puedo prepararme. Cuando vuelvo a secarme la cara salada
con los hombros, ya se ha ido.
Se hace un silencio mientras todos asimilamos el hecho de que nos va a dejar aquí
para que lo resolvamos.
—Nos vamos a ahogar —grita uno de los hombres que no puedo ver—. El agua
está subiendo.
Esto provoca la reacción de varios más, cuyas conversaciones altisonantes y
rápidas rebotan en las paredes de la cueva.
Mi corazón baila en el interior de mis costillas, pero incluso una no iniciada que
termina siendo una humilde asistente aprende una o dos cosas durante el entrenamiento.
Una de ellas es superar el miedo. Así que cierro los ojos y pienso.
Una cosa es cierta... algo peor se avecina, y no vamos a poder afrontarlo atados a
unos postes.
—L
a marea no está subiendo. —Neve se lo dice a sí misma, pero consigo
captar las palabras. Su acento canadiense suena más marcado, quizá por
el peligro—. Está bajando.
Abro los ojos para prestar atención al agua. Tiene razón. Está más baja que cuando
llegamos. Lo que significa que tengo que trabajar más rápido para liberarme. En este
momento, el agua está sosteniendo parte de mi peso.
Atada así, no puedo alcanzar nada en mi chaleco, así que usar una de mis
herramientas para cortar las cuerdas no es una posibilidad.
Un movimiento a mi izquierda me llama la atención, y descubro que Dex ha
conseguido darse la vuelta y está trepando por su palo.
Maldición, se dio cuenta rápido. Pero yo también debería seguir su ejemplo. Puede
que tenga las muñecas atadas, pero no los pies. Aprovecho el movimiento del agua para
balancearme hacia los lados y a lo mejor parecer exactamente lo que soy: un gusano en
un anzuelo tratando de zafarse.
Tardo varios intentos, pero al final consigo enganchar una pierna alrededor del
poste, con la cuerda retorciéndose conmigo. Espero a que el agua vuelva a salir y enrosco
la otra pierna. Está claro que los postes de madera rugosa no llevan mucho tiempo en el
agua, porque no están viscosos.
Me inclino hacia atrás y enrosco las manos en la cuerda, que es fina, pero mis
guantes me ayudan a agarrarla. Con la cuerda y los muslos alrededor del poste, empiezo
a subir. Puedo aprovechar el empuje de las olas cuando pasan para impulsarme durante
los primeros pasos, pero pronto estoy por encima de la línea de flotación, empapada y
pesada, arrastrando mi propio peso encharcado por el poste mientras mis músculos
gritan.
Joder. Esto era más fácil en mi cabeza que en la realidad.
—¡Míralos! —grita alguien cerca.
¿Míralos? Por el rabillo del ojo, veo a Neve subiendo por su barra, mucho mejor
que yo, y acercándose a la cima. Al otro lado, Dex ya está allí. No me sorprende lo de
Neve, que me parece del tipo independiente, que se jode el mundo. Tampoco Dex, que
es alto pero delgado, como los lobos en invierno, lo que les da un toque más malvado.
—¿Cómo lo has hecho? —pregunta otra persona.
—Date la vuelta y usa las piernas y la cuerda —le grito y resbalo un poco por el
esfuerzo.
Luego sigo adelante, totalmente concentrada en lo que estoy haciendo. Una mano
sobre la otra, muevo las piernas, intento no resbalar.
—Dios mío —gruñe Neve a mi izquierda—. Deja de tararear, carajo.
El ruido se corta en mi garganta. Tengo que volver a controlar ese pequeño hábito.
Cuando por fin llego hasta el final, no sé cómo levantarme para sentarme en la parte
superior plana. Y me quedo sin fuerzas rápidamente.
Me obligo a concentrarme. Aún tengo las muñecas atadas. Ahora que tengo
holgura para mirar los nudos, sé que no puedo deshacerlos con los dientes. Necesito mi
reliquia para liberarme, pero está en un bolsillo con cremallera en la parte baja de la
espalda.
No podré alcanzarlo.
Pierdo el agarre y me deslizo unos metros por el poste, pero consigo agarrarme.
Piensa, maldita sea.
A ambos lados de mí, Neve y Dex, que supongo que no tienen cuchillos, luchan
por subirse a sus postes. Dex ha conseguido levantarse lo suficiente para tumbarse boca
abajo. Neve respira con dificultad y frunce el ceño. Algunos otros también están subiendo.
Mi reliquia es la respuesta. Lo sé. Pero ¿cómo puedo...?
Gruño cuando una idea me golpea entre los ojos. Me estoy arriesgando mucho,
joder, y solo tengo una oportunidad si tengo suerte, pero es la única opción que veo.
Me sostengo con los muslos temblorosos, levanto las manos atadas por encima de
la cabeza y empiezo a subirme el chaleco. Mi camiseta se arrastra con él. Más de una vez
me resbalan las piernas y tengo que detenerme para agarrarme. Finalmente, se libera de
un tirón.
Me encantaría tomarme un respiro, pero mis piernas son de gelatina y cada vez
resbalo más. Tan rápido como puedo, consigo abrir el bolsillo de la espalda y saco mi
reliquia. Primero corto la cuerda que sujeta mis muñequeras al poste. Mis piernas ceden,
caigo al agua y se me cae el chaleco. Aferrada aún a mi arma, observo impotente cómo
el chaleco se hunde hasta quedar enganchado en un pequeño afloramiento rocoso, a
unos dos metros de profundidad.
Mierda, mierda, mierda.
Cuando salgo a tomar aire, dejo flotar mi cuerpo tembloroso mientras corto
torpemente las ataduras de las muñecas lo más rápido que puedo sin cortarme. La cuerda
no es gruesa, así que me libero rápidamente. Mi cuerpo tiembla de frío. Tengo que salir
del agua antes de que me sea imposible, como a todos. Vuelvo a sumergirme y nado
hasta mi chaleco, que me vuelvo a poner con movimientos bruscos mientras subo a la
superficie.
—¡Dejen de escalar! —grito a los demás—. Iré hacia ustedes y los liberaré.
—No le crean —gruñe Neve—. Nos destripará con ese hacha.
—Ya nos ayudó una vez —responde Meike, con el flequillo pegado a la frente por
el rocío del mar—. Todos tenemos nuestros dones gracias a ella.
Algo cae al agua desde un poste más cercano a la entrada de la cueva. Miro justo
a tiempo para ver a Kim Dae-hyeon —el primer campeón masculino de Artemisa en...
quizá nunca— maldecir mientras una abultada mochila se hunde bajo el agua.
Eso apesta. Esperemos que pueda recuperarla.
Pataleando para mantenerme a flote sobre otro oleaje, le grito a Dex:
—Depende de ti. Baja al agua si quieres mi ayuda.
Dex está bajando. Le llevará un segundo, así que nado más allá del poste de Neve
hasta Trinica Cain, campeona de Hefesto... una de las virtudes del Valor. Es la única otra
campeona de Estados Unidos, de algún lugar del sur, creo.
Sus ondas oscuras le cuelgan sobre la cara y unos ojos perspicaces me miran
entre las hebras.
—¿Vas a destriparme como ella dijo?
Ya me gusta Trinica. No se va con tonterías y es pragmática.
—No. Pero tengo que subirme a tu poste para llegar a tus manos, así que
tendremos que tocarnos. No me muerdas o algo, ¿sí?
Ella asiente.
Intento evitar tirar o hacer palanca sobre ella, lo que le haría más daño en las
manos y las muñecas, y consigo subir al poste lo bastante alto como para atajarla. Se cae
con un chapoteo y sale tosiendo y con los ojos desorbitados.
—¡Necesito mis manos!
Me dejo caer de nuevo al agua y le corto las ataduras en las muñecas tan rápido
como puedo, y ella se envuelve alrededor del poste.
—Ve a la pared. —Señalo.
Asiente y yo me muevo de poste en poste, saltándome a la campeona de Apolo,
Rima Patel, neurocirujana de talla mundial convertida en cebo para peces, que ya se ha
liberado. A continuación, llego a Zai, que ha conseguido sentarse en lo alto de su poste,
al menos, aunque por su aspecto tembloroso, eso le ha costado todo lo que tenía
físicamente. Me hace señas para que me vaya.
—Estoy a salvo aquí arriba por ahora. Ve por los demás.
Para cuando llego a Isabel, es más difícil porque el agua sigue retrocediendo.
Demasiado rápido. Esta no es una marea normal.
Isabel murmura entre dientes en una letanía de español enfadado sobre el agua
fría, los dioses sádicos y por qué demonios está aquí de todos modos. Ella y yo tenemos
que ser amigas. En cuanto se libera, se aparta la larga melena rubia de la cara y se hace
un nudo sobre la cabeza mientras camina por el agua.
—¿Tienes algo más que corte?
Dudo un instante y ella se da cuenta.
—Irá más rápido si somos dos —señala.
Tiene razón.
—Tengo esto. —Saco el cortaalambres de otro bolsillo y se lo doy.
Las dos nadamos tan rápido como podemos hacia los otros campeones, más allá
de donde me habían atado. Ya puedo ver que Samuel Sebina, campeón de Zeus, debe
haber roto su cuerda sólo con su fuerza. Está ayudando a Meike al otro lado de Dex.
Mientras tanto, Dex ha vuelto a bajar, pero es obvio que con el nivel más bajo del agua,
ahora le duelen los brazos y las muñecas.
—Deprisa —gimotea.
—Espera.
Lo oigo gruñir.
—Como si tuviera elección.
Como su peso ejerce más presión sobre la cuerda, ésta se rompe como una rama
después de que complete el primer corte. Lo sigo hasta el agua y le suelto las muñecas.
En un abrir y cerrar de ojos, me quita el hacha de la mano.
A
ntes de que pueda reaccionar, Dex me ataca, pero una marejada de agua lo
empuja fuera de mi alcance antes de que la hoja haga contacto.
Con el corazón martilleándome, nado hacia atrás, poniendo más
distancia entre nosotros.
—Qué bastardo.
—Lo siento, pero estoy aquí para ganar.
Nota mental de mantenerme alejada de Dex a partir de ahora.
—Estoy aquí para no morir —le digo—. La victoria es toda tuya.
—Sí, claro. —Agita mi reliquia en el aire—. Gracias por esto, sin embargo.
Con fuertes brazadas, se aleja de mí nadando hacia la abertura de la cueva.
¿Cómo? ¿Planea nadar todo el camino desde dondequiera que esté esta isla hasta la
orilla?
Su funeral...
Las perlas. Tengo cuatro de las seis metidas en un bolsillo de mi chaleco. Podría
escapar si quisiera. Hades vendría a buscarme al Inframundo, si es ahí donde termino.
No. Sólo necesidades urgentes.
—¡Hay palabras! —Trinica señala al otro lado del camino desde donde se ha
subido a un saliente.
Efectivamente, el agua que se hunde ha revelado palabras en inglés grabadas
profundamente en las paredes de la cueva. Al principio, apenas se ven por encima de la
línea de flotación, pero ésta baja lo bastante rápido como para distinguirlas. Y en cuanto
las leo, una patada de terror se clava en mis entrañas.
Nada bien. Muy mal.
Un vistazo me dice que la mayoría de los demás ya están libres. Isabel está
ayudando a la campeona de Afrodita a bajar de su poste, pero Zai sigue en lo alto del
suyo. Y no puedo liberarlo.
—¡Isabel! —llamo—. Dex tomó mi hacha. Ayuda a Zai cuando termines.
Levanta la cabeza de lo que está haciendo y hace un gesto de reconocimiento, así
que empiezo a abrirme paso a través del agua, alejándome de la advertencia tallada en
las rocas y volviendo hacia Trinica y los demás que ahora están en la cornisa.
Casi estoy contra la pared cuando los ojos de Neve se abren de par en par y mira
por encima de mi cabeza hacia las escrituras. Trinica debe ver lo mismo, porque su boca
forma las palabras «Oh, mierda» antes de agitar la mano y gritarnos a todos:
—¡Salgan del agua! ¡Salgan del agua!
Si algo he aprendido en esta vida, es a no dudar cuando alguien te grita que corras.
Así que nado con fuerza, con el corazón latiéndome como si quisiera atravesarme la caja
torácica mientras atravieso el agua, sintiendo que no voy lo bastante rápido mientras mis
músculos se acalambran por el frío. En cualquier momento espero que algo me jale por
los pies y me arrastre hacia abajo.
Cada vez que levanto la cabeza para respirar y asegurarme de que estoy nadando
por el camino más corto hasta el saliente donde esperan los otros campeones, puedo ver
cómo sus rostros se vuelven cada vez más pálidos por el miedo y la conmoción. Golpeo
las rocas e intento subir, pero a diferencia de los postes de madera, la superficie es
resbaladiza.
—Vamos. Vamos. Vamos —murmuro para mis adentros mientras muevo las
manos como un cangrejo, tratando de encontrar un sitio, cualquier sitio, para levantarme,
cuando de repente una gran mano aparece ante mí. Al azar, mi cerebro se fija en el detalle
de unos dedos largos y afilados antes de que me agarre por la muñeca.
Miro directamente a los ojos de medianoche arrugados en una sonrisa.
—Te tengo —dice Samuel con voz grave, su inglés tiene acento, pero no sé de
dónde; y me saca del agua con una mano como si fuera una pluma muy mojada.
Me estoy felicitando a mí misma con alivio cuando mis pies tocan tierra, sólo para
que Samuel me grite:
—¡Cuidado!
Me tira al suelo, me envuelve en sus fuertes brazos y se lleva la peor parte del
impacto contra las rocas mientras ambos caemos.
Eso no ayuda a amortiguar el horror que me invade al ver la cosa deslizándose de
nuevo en el agua, a centímetros de donde estábamos parados.
A
parto los pies del borde. —¿De dónde diablos salió esa cosa?
—Parece que hay huevos bajo las palabras de las rocas. —Samuel me
suelta y ambos nos ponemos de pie.
En efecto, miro justo a tiempo para ver una vaina negra y roja del tamaño de mi
puño, mitad dentro, mitad fuera del agua, pegada a la pared de la cueva como un percebe
bajo las letras talladas. Una ola se hincha, luego retrocede, y un monstruo sale de un
huevo. Pequeño. Mucho más pequeño que lo que acaba de atacarnos.
Cerca, la versión más grande de la criatura de pesadilla sale a la superficie antes
de volver a sumergirse, así que puedo verla mejor. Es negra con bordes rojos y tiene la
forma de un caballito de mar pero el tamaño de un pequeño poni, salvo que todas sus
partes ondulantes están formadas por apéndices de aspecto frondoso, como algas de
colores intensos. En lugar de la cara de un dulce caballito, tiene un hocico largo, estrecho
y chasqueante, con dientes afilados que encajan de una forma que imagino que
desgarraría la carne del hueso. ¿Un dragón marino cocodrilo?
La ondulación del agua me dice que la cosa se dirige directamente hacia Isabel,
que sigue intentando subir hasta Zai.
Abro la boca para advertirla, pero Samuel se me adelanta.
—¡Isabel, cuidado! —brama.
Se da la vuelta justo cuando el monstruo marino se levanta y arremete contra ella
con sus dientes chasqueantes. Le da un tajo con el cortaalambres que le di, y la criatura
gime y vuelve a caer al agua. Pero no se va. Nada alrededor del poste mientras Isabel
trepa frenéticamente para unirse a Zai cerca de la cima. Son presas atrapadas.
Otro monstruito marino se libera de su huevo y cae al agua. Ahora son tres. Peor
aún, a medida que el agua baja, puedo ver las siluetas de al menos nueve huevos más
bajo la superficie.
¿Qué... uno para cada uno de nosotros? ¿Qué les hace salir del cascarón?
Por encima del rugido de las olas del océano y de las llamadas y gritos de los
campeones, capto un extraño chirrido cercano. Hay agua goteando detrás de nosotros.
Pero las gotas no vienen del techo, sino que se materializan en el aire, a unos metros por
encima del suelo de la cornisa.
Se me pone la carne de gallina. ¿De dónde viene eso?
Samuel levanta una mano como si estuviera dando un manotazo al aire, pero se
oye un pum, un instante antes de que Dex aparezca de la nada, con un yelmo metálico
que cae al suelo a su lado con un clang. Samuel agarra a Dex por la muñeca y le arranca
mi hacha de las manos. Sin mirarme, me entrega la reliquia mientras empuja a Dex unos
metros hacia atrás.
—¿No pudiste salir nadando de aquí, supongo?
—Hay un muro invisible —dice Dex—. No nos dejarán salir.
La mueca en la cara de Samuel lo dice todo. Considera a Dex un poco cobarde.
Yo no lo considero así. Sólo está tratando de sobrevivir como el resto de nosotros.
—Si tuviera la oportunidad de escapar, yo también lo haría —digo.
Recibo miradas distintas de ambos hombres: una resentida y la otra especulativa.
Al menos, ahora conocemos uno de los dones de Dex: el Yelmo de la Oscuridad,
que puede hacerle invisible. La pregunta es, ¿Samuel también usó un don para poder
verlo?
—Que alguien haga algo —grita Isabel.
El monstruo marino salta, agitando su larga cola para impulsarse más alto en el
aire, chasqueando a sus pies mientras ella y Zai se acurrucan en la parte superior de su
poste.
Soy la que lleva el arma, así que supongo que eso significa que soy yo.
—Intentaré alejarlos —les digo a los que están cerca de mí, aunque no estoy
segura de si a alguien le importa. Otros campeones están desperdigados por la cornisa,
que rodea toda la cueva—. Que alguien averigüe qué pasa con esos huevos y cómo
detenerlos.
Por encima de las rocas irregulares, me apresuro a lo largo de la cueva, con las
olas golpeándome los muslos y haciéndome retroceder cada pocos metros mientras
rodeo el extremo más cercano a Isabel y Zai. Es imposible que nade más rápido que esas
bestias. Pero al menos no pueden subir a la cornisa...
—¡Atrás! —grita alguien.
El mayor de los monstruos sale casi por completo del agua y cae sobre las rocas,
esquivando por poco a Jackie y Amir, campeones de Afrodita y Hera, respectivamente.
Con un silbido, la criatura se desliza de nuevo hacia el agua. Maldición. El otro grande
sigue dando vueltas alrededor de Isabel y Zai, lo que significa que estas cosas están
incubando y creciendo rápido. Y tan pronto como se hagan un poco más grandes, pueden
alcanzarnos aquí arriba, también. No estaremos a salvo por mucho tiempo.
Tenemos que encontrar una manera de matarlos. ¿Funcionaría mi hacha? ¿Cómo
me acercaría lo suficiente, y dónde le daría un hachazo a un monstruo así para detenerlo?
—Que me jodan —murmuro. Porque tengo una idea, pero apesta tener que usarla
tan pronto.
Samuel se dirige hacia donde estoy, lo cual es bueno. Voy a necesitarlo si mi plan
va a funcionar.
—Prepárate para sacarme rápido —le digo. Ya me ha salvado una vez, así que voy
a confiar en él. Me acerco al borde de las rocas y me agacho con las rodillas pegadas al
pecho.
—¿Qué haces? —grita Isabel.
Si puedo, voy a deslizarme en el agua sin que esas cosas se den cuenta.
—¡Tengo algo que puede ayudarnos, pero necesito tierra!
—¿Tierra? —chilla.
Más abajo, Trinica agita los brazos para llamar mi atención.
—Puedo verlos desde aquí —dice—. Ve a mi cuenta.
Así que, en lugar de mirar hacia abajo, miro a Trinica mientras estudia el agua con
expresión seria. Es lo bastante mayor como para ser mi madre, y tiene la cabeza fría bajo
presión para demostrarlo. Levanta una mano y gira la cabeza mientras sigue a las tres
criaturas.
—¡Adelante!
Me deslizo tan suave y silenciosamente como puedo sin salpicar, luego me agacho
y nado rápidamente hacia el fondo. Tanteo la pared rocosa, la presión me oprime
dolorosamente los oídos, pero sigo adelante hasta que —gracias a los dioses— llego a
un trozo de arena. Abro la cremallera del compartimento donde los guardaba y saco unos
cuantos dientes de dragón de Boone.
Creo oír la voz de Hades en mi cabeza gritando: «Más rápido, Lyra».
Clavo tres dientes en la arena y los entierro, luego nado hacia arriba, jadeando
cuando llego a la superficie. No hay tiempo para pensar si estoy alucinando. Eso tendrá
que venir después.
—Cuando vean huesos, salten al agua y naden hacia Samuel, que los sacará —les
grito a Zai e Isabel.
—¿Huesos? Le pasa algo —le dice Zai a Isabel.
—Puedes decírselo después de que salgamos todos vivos de esta —suelta
Isabel—. Vuelve a las rocas —me grita.
Manteniendo la cabeza fuera del agua para poder oír cualquier grito de
advertencia, me pongo en marcha. En cualquier momento, mis soldados de hueso
deberían brotar. En cualquier momento.
Estoy sujetando la mano de Samuel cuando Meike grita:
—¡Detrás!
No sé si me grita a mí o a los demás, pero basta con echar un vistazo por encima
del hombro para averiguarlo. Una cresta de hojas de alga rojas y negras sobresale del
agua, serpenteando de un lado a otro como una serpiente, nadando directamente hacia
mí.
Me alejo de Samuel y me sumerjo en el agua, ignorando el escozor de mis ojos
mientras busco con el arma preparada. Hoy no me van a comer, maldita sea. No en mi
primera Labor.
El monstruo se centra en mí, atravesando el agua a gran velocidad. Busco
desesperadamente su punto débil, un lugar donde hendir su esbelto cuerpo con todos
esos apéndices en forma de hoja. Si lo hago mal, lo voy a cabrear.
Con mi suerte...
Cuando sale disparado hacia delante, con las fauces abiertas, me abalanzo hacia
un lado y veo una forma diferente. En un instante, en lugar de golpear al monstruo, lo
rodeo con los brazos y lo cabalgo como un bronco.
La cosa se vuelve loca bajo mi agarre, se agita y da volteretas. Intenta saltar fuera
del agua, y yo tomo una bocanada de aire al salir a la superficie. Cuando el monstruo y
yo volvemos a bajar, en lugar de intentar zafarse de mis garras, se vuelve contra mí, no
para morderme, sino para envolverme con su cuerpo gelatinoso como una constrictora,
tan rápido que casi me aprisiona los brazos, pero consigo sacar uno.
La cosa me aplasta mientras me arrastra hacia el agua, apretándome cada vez más
y más. Si no me ahoga primero, me va a pulverizar. Apuñalo y apuñalo el tronco de su
cuerpo, pero no funciona. No estoy golpeando nada lo suficientemente vital como para
detenerlo.
De la nada, una hoja blanca atraviesa el agua y se clava en la cabeza del monstruo.
Inmediatamente, se queda inerte.
M
iro fijamente a un soldado esqueleto, con escudo y espada y todo, todo hecho
de hueso blanqueado, pero en lugar de piernas, tiene una cola como una
sirena. ¿Adaptado al entorno en el que nació? Eso es una ventaja.
Para cuando consigo zafarme de las riendas del monstruo marino, lo que resulta
aún más difícil por todas sus partes frondosas, mis pulmones están a punto de estallar.
Me empujo desde las rocas para intentar salir a la superficie lo antes posible. Mi cuerpo
grita, desesperado por respirar, pero no he llegado a la superficie. No puedo. Aspiro agua
salada justo cuando Samuel me agarra de la mano y me arrastra.
Aterrizo boca abajo, tosiendo y balbuceando. Tardo demasiado en eliminar el agua
de los pulmones. Cada inhalación es tan dolorosa que espero empezar a toser sangre.
—¿Qué es eso? —grita alguien al otro lado. Sé exactamente lo que están mirando.
Son tres. Esos son los dientes de dragón que he usado.
—¡Maten a los monstruos marinos! —ordeno a los soldados hechos de huesos.
El agua estalla en una batalla de criatura contra criatura mientras todos
observamos horrorizados.
—¡Isabel, Zai, naden! —Samuel grita.
Ambos saltan del poste y llegan hasta nosotros, donde Samuel los saca de uno en
uno. Isabel aterriza en las rocas a mi lado.
—Estás sangrando. —Me siento para verle la pierna más de cerca. Dos hileras de
cortes irregulares que gotean sangre bordean su pantorrilla. El monstruo marino debió
morderla mientras estaba en el poste.
Isabel se pasa la camiseta por la cabeza, dejándola en sujetador deportivo, y se la
ata alrededor de la herida.
—Zai cree que arriesgas demasiado —me dice—, y estoy de acuerdo. —Luego
levanta la vista y sonríe—. Pero me gustan los arriesgados.
Quiero devolverle la sonrisa, pero estoy demasiado ocupada teniendo un
momento.
—¡Lo tenemos!
Uno de los campeones masculinos está de pie sobre las rocas, encima de las
palabras de advertencia talladas, junto con Rima y Amir. Diego, creo que se llama. Es
mayor, quizá de unos cuarenta años, no es bajo pero tampoco alto y de complexión
enjuta, con el cabello alborotado y plateado y una sonrisa genuina que le ilumina como
un faro. Es el campeón de Deméter, y su chándal es de color granate, lo que significa que
su virtud es el Corazón, no la Mente. Interesante.
No puedo ver a Rima, pero la arrogancia de Amir parece haber desaparecido y
sonríe con un orgullo casi infantil cuando el campeón del Corazón le da una palmada en
el hombro. Los dos hombres se han quitado las camisetas y los pantalones empapados y
los han colocado sobre los huevos que aún no han eclosionado, cubriéndolos por
completo. La ropa interior de Amir se ciñe a su larguirucho cuerpo, que sigue creciendo,
y el campeón infantil de Hera parece demasiado pequeño para este combate. Por la forma
en que Diego se sitúa entre el adolescente y las —hasta hace poco— mortales aguas, me
doy cuenta de que él también lo ve. Me doy cuenta de que es muy paternal, y no es la
primera vez que me pregunto por las familias que han dejado atrás mis compañeros
campeones.
—Deben eclosionar cuando golpean el aire —dice Zai a mi lado. Clínicamente.
Como si fuera un hecho científico muy interesante que acaba de descubrir.
Más o menos en ese momento, el agua se aquieta de repente. Sólo el balanceo
natural del océano perturba la superficie mientras todos miramos hacia las
profundidades.
—¿Están muertos? —pregunta Meike.
—Dioses, eso espero —murmura Jackie.
Con un estruendo y un chapoteo, uno de mis esqueletos sale del agua,
sosteniéndose con su cola huesuda. Me saluda e inmediatamente se desmorona, los
huesos se desparraman y se hunden en el fondo de la cueva, sin duda con los otros dos
esqueletos.
—Se han muerto todos. —Me desplomo sobre las rocas y ruedo sobre mi espalda,
mirando fijamente las formas geométricas sobre mi cabeza. Sonrío de puro alivio—. Una
Labor menos.
Se me escapa una carcajada. Oigo a otros que emiten sonidos similares, entre
alivio, conmoción y terror persistente: la realidad se impone.
Superamos una prueba. Sin ningún muerto.
A mi lado, Isabel grita de repente, un grito desgarrador de tal agonía que me
sorprende que no se nos caiga toda la cueva encima. Me levanto y la veo desenrollando
frenéticamente la camiseta ensangrentada de su pierna.
Sólo que en lugar de cortes donde los dientes se hundieron, hay... agujeros.
Agujeros en su pierna, negros como la ceniza, cada vez más profundos y anchos, como
si se la estuvieran comiendo viva.
—¡Ayúdenla! —grita alguien.
Isabel se retuerce y grita, aferrándose a la parte superior de la pierna como si
pudiera detenerlo, pero le ácido está consumiendo su carne a gran velocidad, trepando
ahora hasta la rodilla. Saco una cuerda delgada de uno de los bolsillos de mi chaleco y
se la ato alrededor del muslo como un torniquete para evitar que ese ácido, o lo que sea,
se expanda, pero la carne carbonizada pasa por encima de la cuerda como si no existiera.
Isabel se arquea desde la roca, sus terribles chillidos resuenan por toda la cueva,
y creo que tal vez mis entrañas sangran con ella, como si cada grito fueran garras
desgarrándome. Nunca había oído un sonido tan horrible. Me acerco y le sostengo la
mano. Es todo lo que puedo hacer.
Me mira, y no es sólo agonía en sus ojos o miedo... sino comprensión. Sabe que
va a morir y que nadie puede hacer nada para ayudarla.
—Estoy aquí. —¿Qué más puedo decir?
Entonces Isabel da un largo suspiro, que es a la vez un grito y un gemido, antes
de que se le pongan los ojos en blanco y se desmaye, sin duda por el dolor. Pero su
cuerpo sigue traumatizado, su pecho sube y baja rápidamente, sus extremidades se
sacuden mientras intenta luchar. La carbonización le llega hasta la cintura. Todo lo que
podemos hacer es observar, impotentes y paralizados, cómo consume el resto de su
cuerpo hasta que, con un estertor que sale de sus labios negros como el carbón, se
queda terriblemente inmóvil, sin respiración.
Ya no tiene dolor.
Se parece a los cadáveres que sacan de los incendios de las casas en las películas:
un cuerpo de carne quemada irreconocible. Lo que las películas no pueden reproducir
es su pútrido olor. Me doy cuenta de que aún le sostengo la mano y la suelto suavemente
antes de frotarme los restos con la ropa.
Samuel se quita la camiseta y cubre todo lo que puede con ella, luego me pone
una mano en el hombro y yo me estremezco al contacto.
—Se ha ido.
No parece posible. Estaba aquí hace unos instantes. Estaba...
—¡Felicidades! —La voz de Zeus retumba desde el cielo.
Zeus, no Poseidón. El dios del océano probablemente está enojado consigo mismo
por idear un desafío que eliminó a su propia campeona, y por lo tanto a sí mismo, de la
carrera. Qué bueno. Espero que se ahogue con el fracaso.
—Han completado su primera Labor, campeones. —Las palabras del dios
resuenan a nuestro alrededor—. Bien hecho.
No todos nosotros, imbécil. No puedo apartar la mirada de lo que queda de Isabel.
—Y el ganador de la competición de hoy es... el campeón de Deméter, Diego
Pérez, que determinó la causa de la eclosión y la detuvo.
El dios hace una pausa, probablemente dándonos la oportunidad de aplaudir o
algo así. Me siento mal.
—Diego, por tu victoria de hoy, te has ganado una bendición. El Anillo de Gyges.
Vagamente, soy consciente de una chispa de luz en la cueva, pero no miro para
ver a Diego aceptar el premio sangriento.
El tono de Zeus es benévolo.
—Este artefacto mágico otorga a su portador el poder de la invisibilidad a voluntad.
Mucho bien le hizo a Dex la invisibilidad.
—Adelante, campeón —dice Zeus.
Finalmente levanto la vista y veo a Diego de pie sobre las palabras de advertencia
grabadas en las rocas. Un anillo de oro tan grueso como mi pulgar flota en el aire ante él.
No se mueve, sino que mira hacia donde yace Isabel, parcialmente cubierta, a mi lado.
—Tómalo —lo alienta Zeus—. Es tuyo.
L
a sensación burbujeante que se produce al desvanecerse y volver a
desvanecerse en un lugar nuevo me lleva desde donde estoy sentada junto al
cuerpo de Isabel en la cueva hasta un suelo de mármol negro, todavía húmeda
y miserable. Dos pies calzados aparecen en mi campo de visión. Si los pies pueden estar
enfadados, éstos lo están.
—¿En qué estabas pensando, Lyra? —Hades me gruñe. No, no gruñe... estalla
como petardos en la calle en Año Nuevo.
Lo último que necesito es que me griten después de lo que acabo de pasar. ¿Por
qué está enojado? No gané, pero tampoco me morí.
—¿Dientes de dragón? —truena a continuación.
Oh.
La mención de los dientes de dragón me recuerda a oír su voz en mi cabeza.
Pero no pregunto.
No digo nada.
—¿De dónde sacaste...? —Hades se interrumpe. Entonces, en todo caso, su voz
se vuelve más tranquila—. El ladrón que te trajo tus cosas. Él te los dio.
No voy a meter a Boone en problemas por ayudarme.
—¿También te dio el hacha?
Levanto la mirada ante eso.
—No…
De la nada, Hades manifiesta otra hacha, una exactamente igual a la mía.
—Es un par a juego —dice—. Odín se los regaló al hijo mayor de Cronos después
de encarcelar a los Titanes en el Tártaro.
Pensaba que era Zeus, pero es Odín. Apuesto a que a Zeus le encantó que lo
dejaran pasar por Hades, dado que en ese momento era el Rey de los Dioses.
—Hace unos diez años mortales, creí haber perdido una. —Me lanza una mirada
mordaz al hacha que sigo empuñando—. Supongo que no.
Mis ojos se abren dolorosamente.
—Simplemente apareció y no me deja deshacerme de ella —digo.
Desliza su hacha en una de las anillas de las correas de cuero que vuelve a llevar.
—No me importa por qué la tienes. La usaste frente a los dioses.
—Pensarán que es sólo una navaja.
—Te aseguro que saben exactamente lo que es —responde—. Ya son dos
reliquias, y ninguna es la mía. Maldita sea, Lyra. Ya nos estábamos pasando con las
perlas.
Esa era la última preocupación que pasaba por mi cabeza en ese momento.
—No hay reglas en el Crisol sobre traer mis propias reliquias —digo en voz baja—
. Sólo dile a los daemones dónde las conseguí.
Lo que no debía decir, basándome en la forma en que su silencio me atormenta
ahora.
—¿Te parece divertido? —murmura finalmente.
Cualquier cosa menos eso.
—No sonreí —comento.
—Sólo otros dos campeones usaron sus regalos hoy. Uno lo hizo para sobrevivir,
y el otro para ganar la Labor.
Frunzo el ceño.
—¿Diego usó su regalo para ganar?
—Tienes que estar bromeando —gruñe Hades en voz baja—. ¿Qué crees que era
el resplandor?
¿Resplandor? ¿Qué resplandor?
—Me perdí esa parte. Demasiada ocupado tratando de no morir.
—Su regalo es el Halo del Heroísmo. Le da ventaja en las cuatro virtudes: mente,
corazón, valor y fuerza. Apareció sobre su cabeza mientras trabajaba en el problema.
Bueno... mierda.
—Eso lo va a hacer invencible.
—Lo que deberías preguntarte —vuelve a tronar—, es por qué ni un solo campeón
más utilizó sus dones cuando pudo hacerlo.
Tiene razón. Tiene razón, pero no puedo con ello.
Vuelvo a tumbarme en el frío suelo y me cubro los ojos con un brazo. Vagamente,
me doy cuenta de que estamos otra vez en la casa de Hades en el Olimpo. Pero no tengo
fuerzas para preocuparme.
—¿Te estás echando una puta siesta? —Siento que se cierne sobre mí.
No abro los ojos.
—¿Puedes... darme un minuto?
El ominoso silencio que se instala en la habitación crece dientes y garras cuanto
más tiempo permanezco aquí tumbada. Por fin penetra en el agotamiento, la conmoción
y la tristeza que me aturden.
Exhalo un suave suspiro.
—¿Cuánto hace que nadie te hace esperar?
—Yo. No. Espero. —Cada palabra se corta al final como si estuviera ladrando los
sonidos.
Y no sé a qué se debe que sea un idiota en ese momento —quizá a su arrogante
egoísmo, a su «soy un dios todopoderoso»—-, pero me entra la risa. Un ladrido abrupto
que me sorprende tanto a mí como probablemente a él y que es engullido por el silencio
de su creciente ira.
Pero ahora que he roto el sello, no puedo parar. La risa brota de mí, violenta y
agitada. Consigo incorporarme, pero lo digo en serio. No puedo parar.
Dura lo suficiente como para que Hades se arrodille frente a mí, frunciendo el ceño.
—¿Lyra?
Las lágrimas resbalan por mis mejillas, sacudo la cabeza, la cara y el vientre
empiezan a dolerme por la hilaridad traumatizada que aún me tiene en sus garras.
La frustración recorre sus facciones, apretando sus perfectos labios hasta formar
una fina línea.
—Lyra, basta.
Entonces Hades me agarra por los hombros. En el instante en que me toca, la risa
se detiene, cortándose bruscamente, y lo miro fijamente.
Y todo me golpea.
Me prometí no llorar. No llorar, maldita sea. Me cuesta todo lo que tengo contener
las emociones. Casi como si tuviera que forzarme a estar insensible para no sentirlo. Sé
que estoy mirando a Hades, pero en realidad no lo veo a él, estoy concentrada en mí
misma. Si hubiera hecho algo así delante de Félix, me habría dicho que me pusiera las
pilas o incluso me habría dado una bofetada para sacarme de mis casillas.
Debería ponerme en pie. Ir a cambiarme de ropa y pensar en mis próximos pasos.
No mostrar este tipo de debilidad. A nadie.
Especialmente no a Hades.
Así que cuando se sienta silenciosamente en el suelo a mi lado, con las piernas
hacia el otro lado y pegado a mí, lo bastante cerca como para sentir su calor a través de
mi ropa mojada, no sé cómo reaccionar. No es exactamente un hombro sobre el que
llorar, sino un apoyo silencioso.
Podría soportarlo gritando, yéndose, culpándome, incluso tirando cosas.
Pero es como si una pizca de jodida comprensión mortal, la más mínima pizca,
abriera un agujero en la fortaleza emocional que he construido a mi alrededor a lo largo
de los años, y las lágrimas se escaparan. Me muerdo el labio con fuerza, intentando
detenerlas.
Y Hades hace lo peor posible: se ablanda.
Me sujeta la cara con una mano y me pasa el pulgar suavemente por el labio donde
me he sacado sangre. Sus ojos cambian de acero cortante a un remolino de mercurio, y
lo que veo en ellos es... comprensión.
—No hagas eso.
No puedo hablar por el nudo que tengo en la garganta, así que me limito a sacudir
la cabeza.
—Vas a estar bien. Te lo prometo.
No recuerdo la última vez que alguien me dijo algo parecido, y me da en el corazón.
Entonces sacudo la cabeza porque no es eso. No se trata de mí. En absoluto. No debería
haber ocurrido. Isabel no se merecía esto.
—Sostu... —Tengo que tragar saliva—. Sostuve su mano mientras ella... —Apenas
la conocía, pero no puedo olvidar esto—. Estaba sufriendo mucho.
Tanto dolor.
—Lo sé —murmura y seca las lágrimas que se me escapan con la yema del
pulgar—. Lo sé.
No puedo sacarme de la cabeza la imagen de la cara de Isabel: el pánico, la
inquietante certeza de que iba a morir en sus ojos aterrorizados mientras gritaba y gritaba.
—No la solté. Ni siquiera... cuando...
No puedo decirlo. No en voz alta. Eso lo haría más real, lo empeoraría, lo
consolidaría en mi mente.
—Lo vi —dice. Me envuelve el tono de su voz, y algo tranquilizador en ese sonido
parece penetrar por fin, y la opresión de mi pecho se alivia un poco.
Enrosco la mano alrededor de su muñeca y cedo, inclinándome hacia su tacto,
cerrando los ojos, escuchando la respiración constante de él, intentando acompasar la
mía al sonido, a él. Me ayuda.
Estar con... él.
Su consuelo. Su firmeza. Su tacto.
El dios del toque de la muerte.
¿En qué demonios estoy pensando?
Abro los ojos y le veo mirándome.
Hades me pone un dedo bajo la barbilla, haciendo que lo mire.
—Si prometo cuidar de ella en el Inframundo, darle un lugar encantador en el
Elíseo, ¿eso ayudará?
M
iro fijamente unos ojos gris plomo que se entrecierran mientras, al darme
cuenta de dónde estamos sentados y cómo nos tocamos, la incomodidad me
invade. Poco a poco, cada parte de mi cuerpo se va poniendo rígida, desde el
centro hacia fuera, hasta que soy hiper consciente de cada lugar donde nos tocamos. De
cómo quiero acercarme aún más, apretarme contra él.
Tengo veintitrés años y nunca he tenido tan claro como ahora que jamás me ha
sostenido en brazos un hombre. Jamás. Tengo que salir de esta situación antes de hacer
una tontería. Como sentarme en su regazo, apoyar la cabeza en su hombro y pedirle que
me abrace.
—¿Lyra? —Quiere una respuesta a su oferta.
No estoy procesando. El cableado de mi cerebro ha hecho cortocircuito y,
extrañamente, lo único aleatorio en lo que puedo pensar es...
—¿Te afecta mi maldición?
Duda. Y tengo mi respuesta. No puede sentir nada real o duradero por mí. Nadie
puede.
—Te necesito —dice finalmente.
Parpadeo, intentando que eso no me haga sentir nada y concentrarme en la
verdad.
—Cierto. Necesitas que gane, y para hacerlo necesitas que funcione.
Una vez encontré un perro pequeño cerca de la entrada de los túneles de la
guarida. A los novatos no se les permite tener mascotas, así que lo llevé al refugio de
animales más cercano. La mirada que me echó cuando lo dejé allí... a eso me recuerda
Hades por un segundo. Una especie de dolor perdido.
Desaparece bajo una máscara de aburrimiento en el siguiente parpadeo, tan
rápido que me cuestiono lo que he visto mientras aparta su mano de mi rostro.
—Si te hace sentir mejor creer eso, adelante —dice—. ¿Quieres aceptar mi oferta
o no?
Para ayudar a Isabel.
Dioses. Estoy pensando en montarme a horcajadas sobre él cuando solo debería
pensar en lo que ha pasado. Estoy muy desorientada ahora mismo. Fuera de control.
—Sí. —Mis siguientes palabras salen en un susurro áspero y acusador—: Nadie
merece morir así.
Me busca los ojos.
—No.
—Estos Labores están jodidos.
—Lo sé.
—No somos desechables… —le digo, la ira quemando lo que queda de mi
desesperación—. Mortales. Ustedes los dioses juegan con nosotros como si pensaran
que lo somos.
Hades deja escapar un suspiro casi tan pesado como el que yo siento.
—Los otros sí, porque para ellos los mortales van y vienen. Fugaces. Si piensas en
la vida de una mariposa desde la perspectiva de un mortal, tan corta comparada con la
tuya... —Se encoge de hombros—. Piensas en ella como una cosa hermosa pero
condenada que está aquí y luego se va demasiado rápido como para encariñarse.
—Pero tampoco nos deleitamos aplastando esa belleza bajo nuestra bota.
Hades no se defiende a sí mismo ni a sus deidades compañeras, y alzo la mirada
para estudiar su rostro, qué hay detrás de la mirada que me dirige.
—Dijiste que los demás lo hacen —digo despacio.
Sus cejas se fruncen.
—¿Y?
—¿No piensas así de los mortales?
—No.
—¿Por qué no?
Esa expresión, la perdida, vuelve.
—Porque al final todos vienen a mí. —Esas palabras están tan cargadas de peso
que no sé cómo no le aplastan.
Me doy cuenta por primera vez de que el Rey del Inframundo es exactamente eso.
Un rey. El gobernante de todas las almas que alguna vez creyeron en los dioses griegos
y terminaron en su reino después de morir. Un gobernante que debe castigar y
recompensar las vidas que esas almas vivieron. Un gobernante que debe conocer la
angustia de la gente que se queda en el mundo mortal cuando un ser querido fallece,
porque él también verá a esas almas en algún momento.
—No somos mariposas para ti —susurro—. Somos la eternidad.
Sus ojos brillan brevemente con algo salvaje, pero no habla.
Arqueo las cejas mientras pienso en ello y niego.
—Pero me obligaste a ir al Crisol como si no te importara...
—Creí que eras lo suficientemente fuerte para sobrevivir al Crisol. Hay otras
razones, pero creía eso. —Hace un gesto de dolor. Hades realmente se estremece—. Sin
embargo, no me di cuenta de que tuvieras un corazón tan blando bajo esa dura coraza.
Lo siento.
Le miro fijamente.
—¿Qué? —pregunta.
—Te disculpaste. —El asombro me recorre—. No sabía que los dioses pudieran
hacer eso.
Su boca se inclina hacia un lado, dejando entrever su hoyuelo.
—No dejes que se te suba a la cabeza, mi estrella.
—Claro. —El cariñoso gesto hace que una pequeña parte de mí piense que tal vez
debe importarle un poco, aunque solo sea de un modo vago y culpable.
No estoy segura de cómo sentirme al respecto. Es más fácil pensar en él como
una deidad insensible, egoísta, incluso maliciosa, que sólo juega sus partidas a cualquier
costa. Particularmente el mío.
—Estabas muy enfadado conmigo —susurro. ¿De qué pozo del Inframundo ha
salido eso?
Hades niega.
—Yo estaba... —Desvía la mirada—. Frustrado. Cuando me enfade de verdad, lo
sabrás.
Preferiría que no.
—¿De verdad puedes hacer que la otra vida de Isabel sea... agradable?
—Sí.
Mi barbilla se tambalea molesta.
—Gracias por eso.
Tras una breve vacilación, asiente. Nos pone a los dos de pie y me separa un poco
de él. Por fin noto la incomodidad de mi ropa empapada, me estremezco y me separo la
camisa.
Me echa un vistazo e intento no sentir las punzadas que siguen la estela de su
mirada. Sin darse cuenta de mi lucha, Hades chasquea los dedos. Y ahora estamos los
dos con la ropa seca, y yo bien podría haberme duchado, estoy muy limpia, aunque mi
cabello corto también está seco. Llevo vaquero, como él, y mi chaleco táctico sobre una
camisa blanca de botones remangada. Imagínate la cantidad de tiempo que ahorraría
cada día ese práctico truco.
—Tenía tantas ganas de darme otro remojón en la bañera —refunfuño más para
mí que para él.
Hades se encoge de hombros como si no hubiera pensado en eso.
—Te habrías revolcado y llorado ahí dentro.
—No. Esa no soy yo en absoluto. —Aunque tampoco es la forma en que he estado
reaccionando desde que aparecí aquí. La vergüenza calienta mis mejillas.
Intento no mirarle y echo un vistazo a la habitación. La misma en la que me besó
ayer, y de repente es todo lo que puedo imaginar. Todo lo que puedo sentir. Sus labios
sobre los míos.
Deja de pensar en besar al dios de la muerte, Lyra.
—Hola. —Su voz vuelve a ser suave, convincente y dura al mismo tiempo—. No
hagas eso. No te digas que no puedes llorar.
Casi me rio. Si él supiera lo que me estaba diciendo a mí misma en ese momento.
Gracias a los dioses que no lo sabe.
—Es lo que me han hecho ser. —Vuelvo a apartar la mirada, pasándome una mano
por el cabello—. Entonces... ¿qué sigue?
—Primero, tienes que sentirte como en casa aquí.
No puedo evitarlo. Ladeando la cadera, digo:
—Entonces será mejor que te eche. Odio tener visitas.
Ni siquiera una risita.
—¿Has terminado?
Inclino la cabeza.
—Dijiste que podía ser yo misma.
Ignorando eso, me hace señas para que le siga, y lo hago.
Atravesamos la puerta y entramos en el resto de su casa del Olimpo, toda negra y
roja, con adornos dorados que saltan aquí y allá. Me doy cuenta de que aquí tampoco
hay fotos, como en su ático. Pero tampoco tengo ninguna. A los novatos no se nos permite
tener fotos o vídeos de nosotros mismos. No hay prueba de que existimos, si nos atrapan.
Me lleva a un patio en el centro de su casa, lleno de macetas con flores, fuentes y
la brumosa luz rosada del atardecer. No se detiene, atraviesa una puerta que conduce a
una calle empedrada que domina la gloria que es el hogar de los dioses.
La segunda vez es igual de impresionante. Quizá más, porque el cielo se vuelve
de un color lavanda oscuro que se mezcla con un naranja brillante donde el sol empieza
a ocultarse, y los colores se reflejan en el blanco de los edificios, que se iluminan desde
dentro.
Frunzo el ceño.
—Sólo es por la mañana.
El concurso de Poseidón empezó a primera hora.
—Estamos muy lejos de allí, mi estrella.
Cierto. El mundo es muy grande y a veces necesito que me lo recuerden.
—Tengo que irme. —Hades señala la puerta que da a la calle—. No pases por aquí
cuando yo no esté. ¿Entendido?
—Um... —Hago una doble toma—. ¿Qué? ¿A dónde vas?
Me mira por debajo de las pestañas.
—Lo digo en serio, Lyra. La próxima Labor es mañana.
¿Mañana? Joder que sí. ¿Y cree que va a abandonarme aquí esta noche?
—Si es mañana, sentarme en tu casa no es lo que necesito hacer. Necesito
aliados...
—No vas a encontrar ninguno.
Las palabras me golpearon justo en el esternón.
Y aunque intento ocultar mi reacción, él lo ve de todos modos, y su mandíbula se
tensa. Pero tampoco se retracta.
—No es seguro estar aquí sola.
¿Cree que estoy contemplando un paseo tranquilo?
—Los dioses no pueden tocarme.
Se acerca un paso amenazador.
—¿Crees que no traspasarán los límites de esa regla? ¿Y qué hay de los
campeones? No tienen esas limitaciones.
Por eso debería estar haciendo esto conmigo, maldita sea.
—Tengo que hacerlo.
—No.
Estoy considerando seriamente lanzarle mi hacha al rostro. —No puedo
acobardarme aquí y esperar pasar el próximo Trabajo sin que me coman viva.
Lanza una mano al aire.
—No seas terca con esto, Lyra.
¿Terca? ¿Eso es lo que cree que soy?
Al ser abandonada en la Orden tan joven y llevar la maldición que llevo, tuve que
madurar a toda prisa. Cuido de mí misma, y siempre lo he hecho, porque nadie más iba
a hacerlo. Incluso intentar tirar una piedra al templo de Zeus tenía un propósito.
Cruzo los brazos y lo fulmino con la mirada. En lugar de mi hacha, lanzo palabras.
—Ahora que he pasado por lo de hoy, sé a ciencia cierta que no sobreviviré a
todas estas Labores sin al menos un aliado. No tengo tiempo para sentarme y esperar a
que vuelvas de... ¿Adónde vas? Aún no has contestado.
El músculo de su mandíbula se aprieta y afloja ahora.
—Tengo un Inframundo que dirigir.
—Delega —digo—. Esto es importante.
—¿Y almas como la de Isabel no lo son?
Doy un paso atrás, el dolor se mezcla con mi ira en una mezcla tóxica.
—Sabes que no me refería a eso.
Exhala un suspiro agudo y se pasa una mano por el cabello, alborotándoselo de la
forma más sexy.
—¿Puedes posponerlo? —le pregunto.
—Esto no.
Demasiado para ser la eternidad de este dios. Sólo soy otra mariposa. ¿No puede
ver que pasar por otra Labor solo es un billete de ida al Inframundo? ¿O es tan solitario
que no se da cuenta?
—Yo tampoco puedo.
Me mira fijamente.
—No vas a dejar pasar esto, ¿verdad?
—¿Lo harías?
—Joder —murmura—. Está bien. —Entonces me mira, sus ojos brillan como
cuchillos afilados—. Tienes esa maldita hacha y una perla en tus manos en todo momento.
Intentaré ser rápido.
Tan cerca, puedo ver un plateado más claro alrededor de sus iris.
—Bien. —Me hago eco de su tono seco.
Vacila y me mira a los labios. ¿Está comprobando que su marca sigue ahí para
mantenerme a salvo si tengo que usar una de las perlas? El calor que me recorre se
convierte en hielo en un instante cuando de repente da un paso atrás.
Y luego se ha ido.
Miro fijamente el espacio vacío donde estaba parado, sin creer del todo lo que ven
mis ojos.
Lo hizo. Realmente me dejó.
Mientras tanto, ahora puedo intentar lo imposible con mi falta de encanto, mi
maldición y mi vínculo con el dios de la muerte, a quien nadie quiere ver convertido en
Rey de los Dioses. Nunca.
¿Por qué es esta mi vida?
Sabiendo que tengo razón, que la oportunidad de encontrar aliados antes de
mañana es demasiado importante para perderla, me obligo a atravesar la verja y salir a
la calle.
La brisa fresca me eriza la piel. No de la buena manera. De la que me hace sentir
como si unos ojos siguieran todos mis movimientos.
D
ebería haberle preguntado a Hades por dónde empezar a buscar antes de irse.
Contemplo los picos y valles conectados por los ríos, con edificios
inmaculados esparcidos entre el exuberante paisaje, y trato de no pensar en el
hecho de que puede que mañana no vuelva a estar aquí para disfrutar de las vistas.
Suspiro, saco una perla y la hago rodar entre las yemas de los dedos mientras
camino sin rumbo.
Finalmente llego a un cruce y decido girar a la derecha. De repente, me doy cuenta
de que la casa de Hades forma parte de una hilera de catorce casas alineadas en el
mismo lado de la calle, con vistas tanto a la parte delantera como a la trasera. Diez
conjeturas sobre quién reclama las otras casas.
Cada casa, o mega mansión, en realidad, refleja a la deidad que la habita del mismo
modo que lo hace su armadura, hasta el punto de ser casi unidimensional. La de Poseidón
es todo océano, la de Zeus relámpagos, la de Deméter cosechas, etcétera. ¿Se centran
tanto en aquello de lo que son dioses o diosas que no creen que puedan ser otra cosa?
Prefiero no cruzarme con ninguna de las deidades principales por mi cuenta, con
reglas o sin ellas, así que salgo a toda prisa de aquel grupo de edificios y rodeo un
pequeño lago formado entre los valles de dos montañas alimentado por las brillantes
aguas azules de Poseidón. Más adelante y por encima de mí, los edificios se espacian a
lo largo de la ladera del terreno de una forma que me hace pensar en una pequeña ciudad
de montaña, y hacia allí me dirijo.
Hasta que, a mitad de camino por un campo más grande, veo un pegaso a lo lejos.
No sólo uno, sino un rebaño de ellos, de todos los colores, pastando pacíficamente
en un campo de hierbas altas mezcladas con flores vibrantes por todas partes.
No me detengo hasta que cruzo un puente cercano sobre un arroyo burbujeante.
Me apoyo en la barandilla del puente y contemplo a una pegaso de color rosa. A pesar
del dolor de lo que le pasó a Isabel, mi corazón se tranquiliza cuando la yegua levanta la
cabeza y me mira como si viera dentro de mi alma. Está cerca de la carretera y oigo cómo
sus plumas se deslizan unas contra otras cuando agita las alas al pastar.
El único aviso de que no estoy sola es el golpeteo de unos pies que corren. Eso, y
que la pegaso vuelve a levantar la cabeza.
Me giro justo a tiempo para ver a Dex, con la intención asesina escrita en cada
línea de su rostro y los ojos marrones entrecerrados como rendijas, mientras se dirige
hacia mí.
—Me has hecho quedar como un cobarde —grita.
Agarro mi reliquia de la parte trasera de mi chaleco táctico, la deslizo para liberarla
y sostengo el hacha con las dos manos, levantándola por encima de mi cabeza para
lanzarla.
No me hagas hacer esto.
—¿Ya? —Al oír una voz femenina divertida, ambos nos quedamos inmóviles.
Bajo el arma y Afrodita se acerca. Mira a Dex, y su sonrisa es una que las sirenas
envidiarían.
—¿No te gustaría...?
Dejo caer el hacha al suelo mientras me tapo las orejas con las manos, así que no
tengo ni idea de lo que le dice a continuación, pero Dex se relaja de repente, con los
brazos sueltos a los lados, se da la vuelta y se aleja sin mirarme un segundo.
Bajo lentamente las manos, mirándola fijamente.
Y sonríe, con los ojos brillantes.
—¿Supongo que Hades te advirtió?
—Sí.
No parece preocupada mientras observa la retirada de Dex.
—No me gustan los matones.
—A mí tampoco —digo débilmente mientras cierra la brecha entre nosotras—.
¿Qué le has hecho hacer?
Su sonrisa se vuelve misteriosa.
—Nada demasiado travieso.
Esta es Afrodita como supongo que muy poca gente la ve. Parece de mi edad,
lleva pantalón de yoga y una sudadera, y su precioso cabello oscuro está recogido en lo
alto de la cabeza en un moño desordenado. Sin maquillaje, sin adornos, sólo la belleza
natural de la diosa, el tipo de belleza que inspira poetas y guerras.
Se agacha, agarra mi reliquia y la mira detenidamente.
—¿Hades renunció a una de sus preciadas hachas?
—No —digo con cautela.
Arquea una ceja en señal de pregunta mientras me la tiende. Por mi expresión, se
da cuenta de que no pienso decir nada más y pregunta:
—¿Podrías haber golpeado a Dex con ella?
Tomo el hacha, le doy la vuelta y la meto en el bolsillo oculto de mi chaleco, el
peso del metal encaja cómodamente contra la parte baja de mi espalda.
—Sí.
—¿Lo habrías hecho? —pregunta a continuación.
Honestamente, no lo sé. Pero ser honesta con una diosa que no es mi patrona
parece una muy mala idea.
—Por supuesto.
Afrodita se apoya en la barandilla del puente y mira a la pegaso rosada, que sigue
observándome mientras mastica otro bocado de hierba.
—Lo has hecho bien hoy.
Me miro los pies. Eso no es un cumplido que yo quiera, no teniendo en cuenta lo
que ha pasado.
—Díselo a Hades.
—¿Mi hermano se acostó contigo? Es todo gruñidos y... —Hace una mueca. Del
tipo que si yo hiciera, parecería un troll, pero en ella... cielos—. Bueno, su mordida
también puede ser bastante mala, pero sólo la usa cuando tiene que hacerlo. —Ella me
considera—. Un poco como tú y tu hacha.
Yo también empiezo a darme cuenta.
—Estaba... bien.
Su mirada se vuelve pensativa.
—Fue una muerte dura.
—Sí.
—Podría hacerte sentir mejor. —Se acerca aún más y su mano toca la mía. El calor
fluye a través de mí, aflojando mis músculos y…—. ¿No desearías...?
Retiro la mano y me tapo las orejas con las palmas.
—Gracias, pero prefiero solucionarlo sola. —Probablemente estoy hablando
demasiado alto.
Afrodita hace un mohín y contesta:
—Bien.
Cuando bajo las manos, me dice:
—Hades no es divertido, contártelo... Sólo iba a quitarte la tristeza. Sólo un poco.
Sustituirla por placer.
Si el pequeño momento de calidez que experimenté sirve de indicación, tengo una
buena idea de lo que ella entiende por placer.
—Errr... Es muy amable por tu parte ofrecerte.
A su manera, al menos. Y al menos ahora no está intentando hacerme daño. Miro
a mi alrededor y me doy cuenta de que estamos solas.
—Pero Hades te dijo que no me dejaras —adivina.
No puedo evitar una risita.
—Un poco eso, pero sobre todo... me he ganado la tristeza. Prefiero sentirla.
Eso hace que la diosa incline la cabeza para estudiarme, y yo intento no
inquietarme bajo su mirada directa y escrutadora.
—Bien por ti, pequeña mortal. La mayoría de los de tu clase aceptarían el indulto
y no mirarían atrás.
Probablemente lo harían, y quizá yo sea una tonta por no hacerlo.
Señala el camino con la mano.
—Si te diriges hacia aquí, a través del distrito de entretenimiento hacia el otro lado,
encontrarás los templos donde vamos a escuchar las oraciones. Quizá quieras honrar allí
a tu campeón perdido.
Mi campeón perdido. Como si esta diosa no tuviera nada que ver. Pero, como dijo
Hades, somos mariposas para ellos, y Afrodita está siendo amable en este momento.
Supongo que las deidades, como los mortales, son complicadas.
—Pero ten cuidado. —Mira el arma que tengo en la mano—. Espero que de verdad
sepas usarla.
En otras palabras, vigilar mi espalda. Entendido.
—Eres realmente agradable. —Se me escapan las palabras y murmuro—: Lo
siento.
Afrodita se ríe.
—No se lo digas a los demás. —Pone los ojos en blanco—. Ya es bastante difícil
que te tomen en serio cuando el amor se enfrenta a poderes como la tormenta, la guerra,
el conocimiento y la muerte.
—A mí me parece que el amor puede calmar tormentas, acabar con guerras, poner
en ridículo a gente inteligente y tender puentes entre la vida y la muerte. ¿No lo convierte
eso en el más poderoso?
Me mira con algo parecido a... aprecio. Irradia una calidez que me hace inclinarme
más hacia ella para disfrutar un poco más de su resplandor.
—Por eso, Lyra Keres, compartiré contigo un secreto.
Le guiño un ojo.
—Dos, en realidad, porque he descubierto que me gustas. —Sonríe, no para quitar
el aliento, sino con autodesprecio, como si no pudiera creerse que lo haya admitido—. El
primero es que mi Labor será sobre la persona que más quieres en este mundo.
Oh. Mis hombros se hunden mientras mi mente se agita con un miedo que ni
siquiera sabía que tenía. No quiero a nadie. Claro, está Boone, pero no estoy segura de
que un flechazo, o admiración, para el caso, cuente como amor. No hay nadie más. No
realmente. Ni Félix ni mis padres. Hace mucho que aprendí que sería una tontería dejar
que alguien entrara en mi corazón, un viaje de ida a la miseria, dada mi maldición.
Hago a un lado el recuerdo de estar envuelta en los brazos de Hades. Eso tampoco
es amor.
¿Y si no tengo a nadie? Oh, buenos dioses. Voy a aparecer en el parto de Afrodita,
y todo el mundo inmortal estará mirando. Hades estará mirando. Si no hay nadie allí para
mí, humillante ni siquiera lo cubrirá.
La sonrisa de Afrodita consigue ser reconfortante y divertida al mismo tiempo ante
la expresión de horror que seguramente se apodera de mi rostro en este momento. Me
da unas palmaditas en el hombro, tose y continúa.
—El segundo secreto es más bien una... advertencia.
Espero.
—Hades es uno de mis favoritos —confiesa. La brisa levanta los mechones de
cabello que se han escapado de su moño y los mueve artísticamente alrededor de su
rostro—. Pero tiene una agenda oculta, jugando en el Crisol. Una que aún no he
descubierto, pero le conozco. No hace las cosas sin un motivo concreto.
Creí que eras lo suficientemente fuerte para sobrevivir al Crisol. Hay otras razones,
pero creía eso. Las palabras de Hades retumban en mi cabeza.
Otras razones.
—¿Me estás advirtiendo que no confíe en él? —le pregunto.
—Te advierto que nada es lo que parece con mi hermano. —Afrodita se encoge
de hombros como si no fuera gran cosa, pero su mirada sostiene la mía con intensidad—
. Y cuando quiere algo, puede ser el más despiadado de todos nosotros.
E
l tornado arremolinado de mis pensamientos absorbe la advertencia de Afrodita
y no me deja en paz. Repaso una y otra vez cada palabra mientras me alejo por
el sendero.
No presto atención a lo que me rodea hasta que me doy cuenta de que estoy de
nuevo en el centro de los edificios, alineados a ambos lados de una calle adoquinada,
que parece la versión griega antigua de la idílica Main Street USA o la plaza de un pueblo
europeo.
Y no soy la única persona aquí, ni mucho menos. La calle está llena de dioses,
semidioses, ninfas, sátiros y centauros, todos con ropa moderna, al menos para los que
llevan ropa. La mayoría no me presta atención, aunque recibo alguna que otra mirada.
Aun así, me siento bastante segura, incluso cuando el crepúsculo oscurece el cielo.
Este debe ser el distrito de entretenimiento que mencionó Afrodita. Nunca en mi
vida pensé que los dioses y diosas necesitaran entretenimiento. Siempre pensé que los
mortales satisfacíamos esa necesidad por ellos. Pero al darme la vuelta para verlo todo,
veo varios restaurantes, una galería de arte, una biblioteca, un balneario e incluso una
discoteca con el bajo retumbando a través de la puerta principal abierta.
Supongo que los dioses también quieren divertirse.
Me miran mucho, pero nadie me molesta. A pesar de todo, intento no bajar la
guardia. Sigo el sonido hasta un edificio de la esquina y leo el letrero que hay sobre la
entrada: Bacchus' Place.
¿Dionisio usa aquí su nombre romano?
Deja de centrarte en minucias, Lyra.
El hecho más interesante es que, al parecer, el dios del vino y la juerga regenta un
bar en el Olimpo.
—Tiene sentido —murmuro. Y no solo por quién es. Hay suficientes historias de
dioses borrachos y bebés resultantes que me atrevería a decir que Dionisio se forra con
este establecimiento en particular.
¿Quizás alguno de los campeones esté aquí?
Es tan buen sitio para comprobarlo como cualquier otro, así que entro.
El lugar es... decepcionante.
Como todos los bares mortales que he visto. Esperaba algo tan espectacular como
el exterior, pero no hubo suerte. Una barra se extiende a lo largo de toda una pared, sí,
de mármol blanco, pero aun así, alrededor hay mesas de madera de varios tamaños y
ventanas que dan a la calle. Encima de la barra hay varios televisores que emiten
deportes, noticias y un drama coreano. Supongo que ésas son las mayores sorpresas.
No me imaginaba a dioses y diosas tomando una cerveza y viendo la tele.
El lugar está abarrotado. No reconozco todos los rostros, hay demasiados dioses
a los que seguir la pista, y no estoy segura de que todos los que hay aquí sean griegos,
pero sí creo reconocer a Eirene, la diosa de la paz, a Hybris, el dios del comportamiento
escandaloso, y a Thrasos, el dios de la audacia. Tiene que haber un chiste en alguna
parte. Un campeón entra en un bar...
—¿Lyra?
Hago una pausa. La camarera me está mirando.
—Um... —Miro a mi alrededor, pero no hay nadie detrás de mí—. ¿Cómo sabes mi
nombre?
Vestida al estilo de una gótica, con mechas de color rojo intenso en el cabello
negro azabache y maquillaje negro alrededor de los ojos, tiene una sonrisa que da lástima
en plan «oh, tonta mortal».
—Después de hoy, todos te conocemos, cariño.
A la derecha. El campeón de Hades para el Crisol. Todos los dioses están mirando.
Y añade:
—Bien hecho en tu primera Labor.
Supongo que tendré que acostumbrarme a que me feliciten por sobrevivir a algo
que ha matado a otra persona delante de mí. No queriendo ofender, asiento.
—Soy Lethe —se presenta—. Diosa del olvido y la desmemoria. Parece que te
vendría bien un poco de eso.
Chispas de frustración por ser tan fácil de leer.
—Estoy bien. Estoy buscando a mis compañeros campeones. ¿Has visto a alguno
de ellos?
—¿Viene Hades? —Me mira por encima del hombro.
¿Admito que estoy sola?
Tardo demasiado en contestar, y sus ojos se entrecierran con astucia.
—En ese caso, probablemente no quieras estar aquí.
—¡Apaga esa mierda! —grita una voz desde la esquina trasera, arrastrando
ligeramente las palabras.
Una voz familiar que escuché esta mañana.
Me giro con cautela y me inclino para echar un vistazo por encima de una columna.
Efectivamente, Poseidón está sentado en una mesa, todavía con su pantalón de escamas
de pez y el cabello azul recogido en un desordenado moño, visiblemente borracho como
una cuba y con un ojo morado de mil demonios.
Mierda. Lethe tiene razón. Realmente no debería estar aquí.
Frunzo el ceño y sigo su mirada hacia uno de los televisores. No oigo la emisión,
pero no me hace falta. Las palabras que aparecen en la pantalla me dicen exactamente
quién es la mujer. Está hablando ante un podio de micrófonos, rodeada de lo que parece
ser su familia, y el corazón se me encoge un poco.
La pancarta en la parte inferior de la pantalla reza:
«El cuerpo de la reina Isabel Rojas Hernáiz ha sido devuelto por los dioses».
Compañera desde hace diez años, Estephany Roscio, habla contra el Crisol y el panteón
griego.
La devastación que arruga el rostro de la compañera de Isabel, enrojeciendo e
hinchando sus ojos de tanto llorar, es tan cruda, tan brutalmente profunda, que apenas
soporto mirarla.
Lethe está sirviendo una copa a otro cliente, pero echa un vistazo a la esquina del
fondo.
—Poseidón está de mal humor. Yo que tú me mantendría alejada.
—¿Qué le ha pasado en el rostro?
—Artemisa.
La camarera dice esto como si lo explicara todo.
Un estruendo recorre la habitación y estoy a punto de saltar del susto. A la violencia
inicial le sigue un silencio repentino interrumpido por el chisporroteo de una chispa. El
tridente de Poseidón sobresale de la pantalla que mostraba a la familia de Isabel.
—¡Eh! —grita Lethe, moviéndose por la barra hasta donde puede verlo mejor—.
¿Vas a reemplazar eso?
—¿De verdad cree la pequeña mortal que quería matar a mi propio campeón? —
gruñe Poseidón a la pantalla destrozada.
Una ninfa sentada a su lado intenta calmarle.
—Claro que no pensaría eso. Los mortales no saben lo que pasó. Los Daemones
sólo devolvieron el cuerpo y anunciaron al ganador de la Labor. No explicaron cómo
murió... ni por qué. —Cuando eso no parece funcionar, añade—: Probablemente todos
culpan a Hades de todos modos.
Mientras todos a su alrededor asienten, me trago la bilis que me sube a la garganta.
Poseidón se recuesta en su asiento con un gruñido y se cruza de brazos.
Lethe hace una mueca, luego desliza su atención de él a mí.
—Será mejor que salgas de aquí antes de que te vea.
Estoy en la misma página, mi mirada se desvía entre Poseidón y la puerta. Pero se
me corta la respiración cuando me doy cuenta de que la atención del dios furioso se
dirige hacia mí.
E
n un abrir y cerrar de ojos, salgo por la puerta y vuelvo a la calle. No respiro
tranquila hasta que dejo atrás por completo el distrito de ocio y me dirijo al
oeste, hacia los templos.
Dado que Afrodita ofreció la sugerencia original, decido rezar por Isabel en la suya,
así que apunto hacia la que grita diosa del amor gracias al resplandor rosado que sale de
su interior. Por lo visto, Hades no es el único que en público se inclina por la percepción,
pero en privado es algo muy distinto.
Sin embargo, al pasar junto al templo dedicado a Hermes, un movimiento en el
interior me llama la atención y me detengo. Es difícil confundir la bondad de los hombros
de Zai Aridam. Está de espaldas a mí, y puedo ver cómo su cabello oscuro se enrosca un
poco en la nuca.
La vacilación detiene mis pasos. Es evidente que está rezando, y tal vez, como yo,
está luchando con lo que pasó hoy. En cuyo caso, debería darle privacidad. Pero...
Necesito aliados. Es la única razón por la que arriesgo mi cuello estando aquí fuera.
¿Esto me convierte en una zorra oportunista? Probablemente. Pero entro igual.
Iluminado por lámparas de aceite a lo largo de las paredes y entre las columnas,
el templo es una sencilla sala circular con un altar en la parte delantera: una
representación de Hermes en pleno vuelo, con su yelmo y sus sandalias aladas,
bellamente tallada y casi realista. Sostiene su bastón en una mano, como si fuera un arma,
y de sus pies descienden nubes en espiral. El techo abovedado está adornado con
serpientes y alas, y a ambos lados del santuario hay dos palmeras en macetas.
Zai está de pie ante la estatua, con la cabeza inclinada. Arde incienso recién
encendido, que se eleva en una ondulante cola de humo y llena la habitación de una capa
de clavo y canela con lavanda, limón y cártamo mezclados en un aroma tan familiar para
mí, que es como volver a casa. Después de todo, hasta ahora he rezado a este dios más
que a ningún otro.
—¿Vienes aquí a rezar al dios de los ladrones? —La pregunta de Zai surge de la
nada, ya que ni siquiera ha levantado la cabeza. Ni siquiera me di cuenta de que sabía
que estaba aquí.
—No. Iba a... —dudo, mirando a mi alrededor. Hablar de rezar a una deidad
diferente en el templo de otra es probablemente una mala idea—. Te vi.
Levanta la cabeza y se gira lentamente para mirarme.
—Ya veo. —Parece estudiar mi rostro. No estoy seguro de lo que cree que
encontrará allí—. Entonces, ¿estás aquí para matarme?
No puedo evitar la reacción instintiva que me hace extender una mano hacia él.
—¡No!
La confusión parpadea en unos ojos del color del roble.
—¿No?
Sacudo la cabeza.
—No.
—¿No me culpas? ¿Por la muerte de Isabel? —Se queda completamente quieto—
. O quizás consideras su muerte una suerte. Un competidor menos.
Echo los hombros hacia atrás.
—Si así es como lo ves, entonces no tenemos necesidad de hablar.
Me doy la vuelta y estoy casi en la entrada antes de que su voz me detenga.
—No lo veo así.
Cuando me vuelvo, está como encorvado y con los ojos medio cerrados, como si
ese pequeño arrebato fuera toda la energía que le quedaba y ahora le costara mantenerse
en pie. No es la primera vez que me pregunto qué le pasa. ¿Está enfermo o algo así? Ha
pasado los últimos cien años en el Olimpo... ¿Su comida no alimenta a los mortales?
Me planteo dejarle solo para que descanse.
—¿De qué querías hablar? —pregunta, abriendo completamente los ojos.
Doy un paso adelante.
—Me parece que tú y yo podríamos...
—¡Zai! —grita una voz desde algún lugar del exterior—. ¡Zai!
Los ojos de Zai se abren de par en par por el miedo.
—Escóndete —me sisea.
—¿Qué? Yo...
—Es mi padre. Si te ve aquí conmigo... —Niega, pero la implicación de
consecuencias nefastas para mí es bastante fácil de captar.
No hay precisamente muchos lugares donde desaparecer aquí, pero me aprieto
entre una de las columnas y la pared y rezo para que Mathias Aridam no venga a este
lado del templo. Con suerte, el parpadeo de la luz de la lámpara no me delata con una
sombra en la pared.
Me pierdo de vista justo cuando Mathias entra pisando fuerte en la habitación.
—Aquí estás, muchacho. Gastando tu preciosa energía en la culpa por esa mujer
todavía.
—Ella tenía un nombre, padre —dice Zai—. Isabel.
Frunzo el ceño al ver la diferencia en la voz de Zai con respecto a hace un segundo:
se ha vuelto plana, sin emoción.
—Un nombre que no vale la pena aprender. Ya está muerta.
Vaya. Corazón de oro, éste.
Zai no dice nada.
—Hoy parecías un tonto ahí fuera. —Mathias escupe las palabras como una
cobra—. Por qué Hermes no eligió a uno de tus hermanos, nunca lo sabré. Cualquiera
de ellos habría ganado esa Labor, no parecía una rata ahogándose que necesita ser
rescatada. Te reflejas en mí.
Me imagino a los dos jóvenes que estaban con Mathias cuando los dioses nos
presentaron al anterior ganador y a su familia. Hombres altos y fornidos, así que
probablemente no se equivoca.
Todavía nada de Zai.
—Alergias —se burla Mathias a continuación—. Qué patética excusa de debilidad.
¿Así que eso es con lo que Zai está tratando? Deben ser malas para hacerle
parecer tan demacrado.
—Todo el mundo te culpa. —Mathias ni siquiera hace una pausa para que Zai
responda—. Todos dicen que tú eres la razón por la que murió esa mujer. ¿Qué creías
que estabas haciendo?
Félix podría haber sido una figura paterna insensible y un jefe, pero incluso con mi
maldición, nunca me habría dicho palabras tan viles como estas.
Mathias Aridam es una pieza desagradable.
—Me dijiste que no confiara en nadie —dice Zai. La llanura está todavía allí, casi
como si estuviera citando hechos de un libro de texto—. Así que no dejé que Lyra me
soltase.
—Y te hizo parecer aún más débil de lo que eres, mostrándote así.
Idiota.
Zai no reconoce lo que dijo su padre.
—Me dijiste que no usara los dones que Hermes me dio a menos que fuera
absolutamente necesario. No lo hice... incluso cuando podría haber salvado a Isabel.
Me tapo la boca con una mano mientras mi corazón palpita dolorosamente. ¿Zai
podría haberla salvado hoy? Tuvo que sentarse a su lado, tan cerca como yo, después
de que la hirieran ayudándole, y verla morir. No me extraña que esté aquí rezando.
—No pongas esto a mis pies...
—Me dijiste que dejara que los otros campeones se mataran lidiando con
cualquiera de las Labores físicas. Te hice caso. —Hay una pequeña pausa—. Hasta ahora,
escucharte parece ser el problema.
Un estruendo estalla en la habitación. Conozco ese sonido. Carne golpeando
carne.
—Siempre has sido un cachorro desagradecido, pero no te atrevas a faltarme al
respeto, muchacho. Soy un ganador del Crisol y tu padre.
La voz de Zai sigue siendo tan plana y fría como una capa de hielo.
—Un padre que se asoma al barril de ser devuelto al Supramundo como una
reliquia que ya no funciona. Necesitas que gane para mantenerte aquí, viviendo de la
manera a la que te has acostumbrado.
El chasquido de otro golpe llega rápido y fuerte, seguido de pisotones que se
desvanecen, dejando claro que Mathias ha abandonado el templo.
Me llega un suave suspiro.
—Ya puedes salir.
Me muevo alrededor de la columna y encuentro a Zai de pie en el centro de la
habitación. El contorno rojo brillante de la huella de una mano mancha su mejilla
izquierda. A pesar de ello, tiene las manos entrelazadas detrás de él, los hombros rectos,
la cabeza erguida y la mirada fija en la mía.
—Estabas a punto de pedirme que formara una alianza contigo. —No es una
pregunta: está seguro de lo que sabe. Tampoco protesta, no señala el peligro en que le
ponen sus graves alergias, no ofrece excusas ni pide nada.
—¿Tienes alergia? Bueno, Zeus me maldijo a ser indeseable hace mucho tiempo.
Deberías saberlo de antemano.
Ni siquiera se detiene antes de asentir.
Le estudio durante un largo momento.
—Está claro que eres inteligente, y esa pequeña exhibición con tu padre me dice
que también tienes agallas.
No dice nada, escucha y observa sin moverse.
El problema es que prácticamente puedo oír a Hades gimiendo cuando le hable
de Zai.
—Si te ayudo con las partes físicas de las Labores, ¿puedes ayudarme con las
partes intelectuales?
—¡Lyra Keres! —grita una voz. Una voz ebria y arrastrada.
Me estremezco. Poseidón debe haberme seguido después de todo. Eso o alguien
le dijo que vine por aquí. Soplones.
—Lyra Keres —brama—. ¡Voy por ti!
N
o tengo que decirle a Zai que se vaya de aquí. Después de todo, es muy
probable que el dios del océano también le culpe a él. Pero Zai se lleva un dedo
a los labios mientras señala detrás del altar.
¿Una salida?
Cierto. Creció aquí. Debe conocer todo el Olimpo.
En silencio, escapamos a la noche por una pequeña puerta en la parte trasera del
templo. Pero supongo que el estrés desencadena el asma alérgica, porque Zai empieza
inmediatamente a resollar y toser. Con los eficientes y rápidos movimientos de una larga
costumbre, saca un inhalador del bolsillo, lo agita y aspira. Dos veces.
Me estremezco las dos veces por el ruido. No tengo ni idea de lo bien que oyen
los dioses.
Zai señala en una dirección, luego a mí, antes de salir corriendo en la otra
dirección, hacia la ladera de la montaña, hacia los árboles de hoja perenne, haciendo
crujir cada uno de sus pasos. Nada de árboles para mí. Giro y llego hasta la esquina del
edificio, comprobando cuidadosamente.
—¡Lyra Keres! —grita Poseidón.
Suena más abajo, así que corro entre los templos de Hermes y Atenea, en
dirección a la carretera, y luego me detengo allí, escondiéndome entre las sombras. No
oigo de inmediato a Poseidón corriendo en mi dirección, así que me dirijo a la otra esquina
del templo de Atenea y asomo la cabeza. Por fin se ha puesto el sol y respiro un poco
más tranquila. Puede que sea capaz de bordear el hogar de Hades en la oscuridad sin
incidentes.
En un torbellino de manos y sombras, me agarran por detrás y me aprietan contra
un cuerpo alto y corpulento, con un brazo alrededor de la cintura y un cuchillo en el
cuello. Aún no me corta, pero me aprieta lo suficiente como para que aspire bruscamente,
con el corazón acelerado y la mente nublada por el miedo. Tengo los dos brazos
inmovilizados. No puedo hacer nada con el hacha ni con la perla.
—Tú —dice Poseidón—. Es tu culpa que mi campeón esté muerto.
Infiernos.
Me quedo quieta y no digo nada. Mi mente da vueltas a cualquier forma de salir de
esto. Cualquier cosa que pueda hacer o decir.
Piensa, Lyra.
Tiene que haber una manera de detenerlo.
—¿Crees que puedes ganar esto? —exige, con su aliento caliente en un lado de
mi rostro, apestando a cerveza—. No puedes. ¿Crees que alguien será un verdadero
aliado?
Dioses. ¿Lo ha oído?
Lanza una carcajada áspera.
—Incluso ese patético cachorro de Aridam se volverá contra ti. Los otros
campeones ya están tramando utilizarte para pasar la próxima Labor y luego eliminarte.
Sólo te está engañando.
Mis pensamientos giratorios tropiezan con eso.
¿Poseidón dice la verdad? ¿Me está engañando? La experiencia pasada y cierta
maldición asoman sus feas cabezas.
Concéntrate. Salir de aquí con vida. Preocúpate por Zai después.
Si pudiera llegar a la perla...
—¿Por qué en el nombre del Tártaro te eligió mi hermano? —En la oscuridad, sus
ojos parecen negros—. Debe ser para echar un polvo desde que Perséfone murió.
Jadeo.
—Eso no es...
—Espero que lo hayas disfrutado, pequeña mortal. Porque voy a hacer que sea el
último. —El agarre de Poseidón se tensa de repente, el cuchillo se clava un poco más. El
trozo de dolor es suficiente para hacerme gemir—. Al diablo con lo que los Daemones
crean que pueden hacerme —gruñe—. Si yo no puedo ganar, seguro que Hades no lo
hará.
Mi corazón, que se acelera a toda velocidad, cae en mi estómago.
Señalo en voz baja y tambaleante:
—¿En serio estás amenazando al campeón del dios de la muerte?
La hoja se levanta un poquito. Las preguntas hacen que la gente haga eso
inconscientemente mientras piensa. Aparentemente, los dioses también.
En un abrir y cerrar de ojos, echo la cabeza hacia atrás y choco con los duros
bordes de la nariz y la barbilla de Poseidón. Me gruñe al oído, los brazos se le caen del
susto y le clavo el codo en las tripas. Tal vez porque está borracho, se cae.
—Voy a ensartarte con mi tridente —grita.
Salgo disparada hacia mi izquierda mientras me llevo la perla a la boca.
Excepto que cuando me doy la vuelta, me encuentro corriendo directamente hacia
los fuertes brazos de Hades, sus rasgos duros en la noche pero más familiares para mí
en la oscuridad. Tal vez por la forma en que nos conocimos.
No hace mucho que le conozco, pero nunca le había visto tan enfadado. Incluso
antes, cuando me gritó.
Esa ira era grande y ruidosa y estaba bordeada de frustración. Ahora es tan fría y
contenida que me estremezco.
—¿Te ha hecho daño? —Su voz es tan arenosa como el hollín.
Entonces sus manos recorren todo mi cuerpo. No de un modo sexual, sino clínico,
mientras comprueba cada parte de mí en busca de lesiones. Aun así, el calor se filtra a
través de cada punto de contacto.
Luego me rodea el rostro con las manos.
—¿Estás herida, Lyra?
El calor se agolpa en mi vientre, que se vuelve cada vez más blando. No debería
ablandarme por el dios de la muerte, por mucho que parezca que le importa. Es una idea
terrible.
—Estoy bien.
Se relaja un poco. Sólo por un momento, su mirada caliente sostiene la mía, y...
ahí está. Otra vez esa sensación. Está delante de mí, sólo me toca el rostro, pero su boca
podría estar en la mía, saboreando hasta hartarse.
Hasta que su mirada se posa en mi cuello y la sensación desaparece en un instante
al quedarse inmóvil. Sé que ha visto el corte que me ha hecho el cuchillo de Poseidón.
Sus ojos se entrecierran y esa furia fría y desatada baja otros diez grados de temperatura,
de modo que hasta mis escalofríos me producen escalofríos.
Dioses. Esto es lo que le hace parecer realmente loco.
—Está sangrando —dice, con palabras entrecortadas y cortas.
No me habla a mí. Habla con Poseidón, que sigue en el suelo y se balancea un
poco. El dios del océano se vuelve ceniciento de miedo.
Hades se acerca y se pone en cuclillas junto al otro dios.
Agarra el mango del cuchillo de la mano flácida de Poseidón y levanta la hoja, cuyo
afilado filo capta la luz de la luna y centellea mientras lo utiliza para hacer un gesto hacia
mí sin romper el contacto visual con su hermano.
—Ella es mía. Y yo protejo lo que es mío.
Lanza con pericia el cuchillo, con la hoja inclinada hacia abajo sobre el muslo de
Poseidón, y levanta la mano en el aire.
—¡No lo hagas! —Mi voz es suave, pero Hades se detiene de inmediato, su mirada
corta a la mía—. No por mí —añado.
El dios de la muerte entrecierra los ojos de un modo que hace que Poseidón, ahora
sudoroso, se aparte, aunque Hades me esté mirando a mí.
—¿No por ti? —me pregunta sedosamente, con la voz ya como papel de lija
ardiendo—. Bien. Por mí, entonces. Porque eres mía, y él se atrevió a amenazarte, y
mucho peor, a hacerte sangrar.
Otra vez esa palabra.
Esa maldita palabra posesiva. Debería protestar. Debería rechazarla, arremeter
contra ella. Porque no pertenezco a nadie. Ni siquiera a la Orden. Lo que no debería hacer
es reaccionar con algo oscuramente sensual que se desliza por mi cuerpo,
despertándome por dentro con una locura gloriosa, que me aprieta las tripas y me
calienta. Y definitivamente no debería gustarme.
Me gusta. Me gusta. Mucho.
No. De ninguna manera. Querer a Hades sólo terminará en tristeza.
—Exactamente —digo—. Soy tuya. Tú me elegiste, y yo iba a ocuparme de ello a
mi maldita manera. —¿De dónde demonios salieron esas palabras? Llamarme suya es lo
último que debería estar haciendo.
Algo brilla en los ojos de Hades. Algo peligroso. Algo tan seductoramente
triunfante que mi cuerpo se estremece instintivamente.
No tengo ni idea de qué reacción esperaba. Definitivamente no que clavara el
cuchillo en el suelo junto a la pierna de Poseidón, haciendo que el dios chillara.
—Vete a dormir la mona, hermano —dice con una voz que se ha vuelto de fuego
y azufre, y la piel se le tensa en los pómulos—. Has perdido. Asúmelo.
Hades desaparece para aparecer justo delante de mí, rodearme con sus brazos y
hacernos desaparecer a los dos.
Sé que estamos de nuevo en la casa de Hades en el Olimpo por el rojo y el negro
que me rodean, pero no sé en qué habitación porque inmediatamente su cuerpo me
aprisiona contra una pared y sus labios están sobre los míos.
Y... oh, dioses. Estoy en problemas. Porque le estoy devolviendo el beso.
Esto es diferente a la última vez.
Ese beso empezó por una razón no relacionada con la lujuria y se convirtió en otra
cosa. ¿En esto? Esto ya es otra cosa.
Toma el calor y el temblor que ya me recorren y los transforma en mil sensaciones
que me nublan la mente y me hacen arder por dentro. Nunca me han besado, no antes
que él, pero he soñado con ello. Sin embargo, nunca imaginé algo así. Como si Hades
quisiera devorarme. Como yo quiero que lo haga.
El dios del control afiladísimo se está astillando en los bordes.
Por mi culpa.
No sabía que podía sentirme así.
Todo en mí se aprieta cada vez más, se condensa, como si la sensación no tuviera
salida, y un gemido se escapa de mis labios incluso mientras le devuelvo el beso.
Pero al oír ese pequeño sonido, Hades se queda bruscamente inmóvil, se aparta y
deja caer su frente contra la mía.
—Joder —murmura.
Y me doy cuenta de que estaba equivocada. La disminución de su control no tiene
que ver conmigo, sino con su campeón. Lo asusté esta noche porque podría haber
perdido su lugar en el Crisol. Si tiene tanto miedo de perder, sus razones deben ser
enormes.
Respiro hondo para decir algo. Cualquier cosa.
Pero ya se ha ido, dejando solo un remolino de humo donde estaba pegado a mí,
el ardor del azufre agudo en mis fosas nasales. Me estremezco cuando el calor de su
contacto se desvanece y solo queda frío.
Y arrepentimiento.
N
o sé cómo pude quedarme dormida después de todo, pero lo hice. Tan fuerte
que todo mi entrenamiento me abandona y no tengo ni idea de que hay alguien
en mi habitación hasta que Hades me sacude para despertarme.
—La segunda Labor está a punto de empezar, Lyra.
Parpadeo para quitarme el sueño de los ojos y me concentro en su rostro, que se
cierne sobre el mío, en sus labios. ¿Qué haría si le besara?
Sus ojos se entrecierran.
—¿Lyra?
—¿Qué? —Meto la cabeza en la almohada.
Debería estar alerta al instante con un dios en mi habitación, pero todo en mí se
siente lento y atontado. Y es todo culpa de Hades. He dado vueltas en la cama toda la
noche, soñando con su mano deslizándose por mi...
—La próxima Labor, Lyra. —Me quita la almohada de debajo de la cabeza—. Es
de Hermes. Vístete rápido.
Me da la vuelta a las sábanas y maldice.
La palabra resuena como una campana a la que estoy demasiado cerca, o tal vez
sea la sensación de burbujeo cuando la mirada de Hades se fija en mi torso desnudo. En
cualquier caso, mi cerebro se pone en marcha con un chute de adrenalina demasiado
tarde, porque ya me estoy desvaneciendo.
Sin mi chaleco.
—Joder —maldice Hades de nuevo.
No aparto la mirada, centrándome en sus arremolinados ojos grises mientras
avanzo.
Y lo único que puedo pensar es que estoy en pijama, sin mi ropa ni mis
herramientas... ni mis zapatos, para el caso. Pero también sin las perlas ni lo que queda
de los dientes de dragón, y sobre todo sin mi reliquia.
Todo eso pasa por mi mente, junto con el pensamiento de que los ojos de Hades
tienen motas de oro en la plata... algo así como los míos.
—Puedes hacerlo, mi estrella. —Su voz me sigue hacia el vacío—. Te veré pronto.
No son las palabras más reconfortantes, viniendo del Rey del Inframundo.
Cuando vuelvo a desvanecerme, pego un grito e inmediatamente me inclino hacia
delante para recuperar el equilibrio... sobre la nada. Los brazos me dan vueltas mientras
me tambaleo sobre un pequeño saliente rectangular, pero suspiro de alivio cuando mi
trasero choca con una pared a mi espalda.
Me levanto de un tirón, lo más recto que puedo, y mis dedos buscan
desesperadamente un asidero en la pared rocosa que tengo detrás.
Permanezco así un minuto entero, recuperando el equilibrio y esperando a que el
estómago deje de retorcérseme, a que el corazón deje de latirme con fuerza en el pecho.
Exhalo lentamente. Ha estado cerca. Delante de mí hay cumbres y nubes.
Hermes. Debería haberlo adivinado. A este dios le gusta volar.
La ira se enciende en mis entrañas, no me quita el miedo pero me da el impulso
que necesito para hacer algo más que quedarme aquí intentando no caerme. Al mirar
hacia abajo, descubro que el pequeño saliente en el que estoy no forma parte de la pared
rocosa que hay detrás de mí. En su lugar, estoy de pie sobre lo que parece un bloque de
cemento, de unos treinta centímetros de ancho en todas direcciones, que sobresale de
la ladera de la montaña. El espacio justo para mis pies.
Con los brazos extendidos hacia atrás para sujetarme a la montaña, miro hacia
arriba y veo estrellas y la parte superior de lo que parece ser una especie de cilindro de
cristal que me rodea. Soy como un insecto en un tarro al que le falta la tapa.
—Tiene que ser una broma. —Mi voz rebota en las paredes de cristal que me
rodean por tres lados, lados que están a unos 60 centímetros y no tocan la plataforma en
la que estoy.
Mis palabras quedan ahogadas de inmediato por una ráfaga de viento silbante que
se arremolina a mis pies desde el vacío que rodea los bordes del andén y enreda los
dobladillos de mis sedosos pantalones de pijama color lavanda en los tobillos. Se me
pone la piel de gallina cuando el viento helado se une al frío que se filtra en mis pies
descalzos contra el bloque de cemento, y se intensifican al pensar que con un paso
adelante caeré en la nada entre la pared de cristal y el borde de mi plataforma.
Sólo una caída en picado, si el eco de mi voz sirve de indicación, y la muerte
esperando pacientemente en el fondo.
Miro a izquierda y derecha y me doy cuenta de que no soy la única en pijama.
Unas mamparas de cristal me separan de los otros campeones, en precario equilibrio
sobre sus propios bloques de cemento, cada uno a unos tres metros de distancia. Eso
explica por qué no oigo a los demás más allá de sonidos amortiguados. Zai está
directamente a mi izquierda, y no puedo evitar recordar la burla de Poseidón cuando los
grandes ojos de Zai se cruzan con los míos.
Le ofrezco una sonrisa vacilante, luego miro a la derecha y trago saliva.
—Maldito sea todo al Tártaro.
Hermes realmente debe tenerlo por mí.
Dex está a mi derecha, con la cabeza afeitada hacia otro lado mientras intenta
llamar la atención de alguien. ¿Cómo es que ya está vestido con su uniforme? ¿Ha
dormido con él? El bulto de su cuerpo bloquea una forma más pequeña, pero por un
momento veo el rostro de Rima, sus ojos marrones muy abiertos y sus labios carnosos
apretados por el miedo.
Más allá de ellos dos, el campeón de Artemisa, Kim Dae-hyeon, se asoma para que
pueda verle; no va vestido de verde para la Fuerza porque va en pijama, como Zai y yo.
Bien, no somos los únicos a los que nos ha pillado desprevenidos. Pero ¿por qué Dae-
hyeon parece tranquilo mientras el resto de nosotros estamos visiblemente asustados?
Más allá, vislumbro el cabello pelirrojo de Neve, y más allá, la parte superior de la
cabeza de Jackie, la única rubia y también la mujer más alta de nuestra cohorte. Sus
hombros más anchos deben estar dándole problemas, porque Jackie se mueve
demasiado. Quiero gritarle que se quede quieta, pero no me oye. No puedo ver más allá
de ella mientras la montaña se aleja, pero estoy segura de que los demás están allí.
Por favor, que nadie se haya caído ya.
Las nubes se agitan al otro lado de nuestras barricadas de cristal y Hermes, junto
con los cuatro Daemones, dos a cada lado, se eleva grácilmente hacia el cielo nocturno
para cernirse ante nosotros. Las alas de sus sandalias revolotean como las de un colibrí.
Es más delgado que muchos de los demás dioses masculinos, y su aguda inteligencia
nos mira desde unos ojos negros, casi felinos, bajo el flequillo negro de su cabello. Su
piel pálida brilla como si la luna fuera su foco personal.
—¡Bienvenidos, campeones, a su segunda Labor de Crisol!
Allá vamos.
—La Labor de hoy es tanto de inteligencia como de estrategia —anuncia
Hermes—. Tendrán que ser calculadores en su forma de jugar.
Sonríe como un villano de una mala película.
—Su reto es resolver un acertijo.
Mi estómago se retuerce como un nudo gordiano. Se me dan fatal las adivinanzas.
Me iba bien en la escuela, sí, los ladrones van a la escuela, ¿pero las adivinanzas? No.
—Les daré este rompecabezas para que lo resuelvan en un momento —dice
Hermes—. Pero primero, las reglas.
Por supuesto que hay reglas.
Hermes desenrolla ante él, de entre todas las cosas, un pergamino.
—Tengo una lista que revisar. Sólo las diré una vez, así que presten atención. A
cada uno de ustedes se le permitirán solo tres preguntas para resolver este acertijo
correctamente.
Miro a Zai, cuya mirada está clavada en Hermes, con los ojos entrecerrados.
—Habrán notado que todos comienzan en una tabla de treinta centímetros de
largo. —Hermes nos mira a todos—. Cada vez que un campeón haga una de sus tres
preguntas, todos los demás perderán dos centímetros y medio de su tablón.
Trago saliva, frotándome las manos repentinamente sudorosas en el pijama.
¿Cuánto tablón podría aguantar si tuviera que hacerlo? Los campeones más altos y
probablemente con los pies más grandes, Samuel, Dex, Jackie, son probablemente los
más perjudicados, pero aun así, treinta centímetros no es mucho espacio para nadie.
—Cuando hagan una de sus tres preguntas —dice Hermes—, se añadirán 15
centímetros a tu tabla.
Bien. Lo entiendo. La tabla que se acorta porque otros hacen preguntas será
contrarrestada por nosotros haciendo nuestras propias preguntas. Una función de
forzamiento. Pero como todos empezamos con treinta centímetros, deberíamos estar
bien. Eso espero.
—Una vez formulada la tercera pregunta, tienen cinco minutos para adivinar la
respuesta. Si no lo hacen a tiempo, su tabla desaparecerá. Si adivinan a tiempo pero se
equivocan, perderán los centímetros originales con los que empiezan y más les vale
esperar que los demás no hagan todas sus preguntas.
Siempre una jodida trampa.
—Si son el primero en responder correctamente, ganan mi Labor para usarla
mientras dure el Crisol y salen volando de esta montaña.
Esas sandalias aladas, que podrían hacer volar a su portador fuera de cualquier
Labor, valen su peso en oro. Ya puedo sentir cómo algunos de los campeones cambian
de opinión sobre probarlas.
—Una vez que se determine un ganador, los restantes campeones supervivientes
tendrán que descender.
¿En pijama y sin zapatos?
Hermes aparentemente puede ser tan cruel como los otros dioses.
—Es un descenso traicionero, y es posible que no todos lo logren.
¿Por qué tengo la repentina sensación de que el acertijo no es la verdadera Labor,
sino sobrevivir al descenso de la montaña? Y descalza y en pijama, estoy segura de que
si no gano este desafío... no volveré con vida.
H
ermes agita una mano y tres mujeres aparecen ante nosotros. Están sentadas,
con las piernas cruzadas, sobre nubes, y se nota enseguida quiénes son
porque no han dejado de hacer lo que están haciendo para estar aquí. Cada
una trabaja diligentemente con hilo, regla y tijeras, y ninguna se molesta en levantar la
cabeza para mirarnos.
—Las Moiras —susurro, distraída tan solo un poco por un arrebato de fascinación.
Hermes se cierne tras ellas.
—Conocen a estas encantadoras damas como las Moiras. —Señala a una de las
mujeres encorvada sobre un huso. Una nube de cabello gris enmarca su rostro moreno
y arrugado—. Cloto teje el hilo de la vida.
Señala a la siguiente mujer, que lleva el cabello plateado trenzado y enroscado en
lo alto de la cabeza. En una mano lleva algo parecido a una vara de medir de un marrón
más intenso que el de su hermana.
—Su hermana Láquesis utiliza su vara para medir el hilo de vida asignado a cada
mortal.
Con un último movimiento de barrido, señala a la última mujer, que se muerde el
labio mientras estudia un trozo de hilo con ojos negros intensos y el cabello gris recortado
contra el cuero cabelludo.
—Y su hermana, Átropo, corta el hilo y, al hacerlo, elige la forma de la muerte de
cada persona.
Átropo utiliza unas tijeras de metal plateado brillante para cortar un hilo en ese
momento.
Un escalofrío recorre mi espalda. Eso es. Alguien acaba de morir. ¿Sabe Hades
que tiene una nueva alma que gobernar? No puedo evitar preguntarme si el dios de la
muerte también lo sintió.
—Pero ahora —continúa Hermes—, representarán algo más y responderán a cada
una de sus preguntas.
Tengo que decir que, aunque la Labor de Hermes es fascinante, sus habilidades
de presentación no están al nivel de Zeus o Poseidón. No hay fanfarrias, ni trompetas, ni
suelta de pájaros, ni fuegos artificiales, ni nada por el estilo. Él sólo quiere ir directamente
a vernos sufrir. Lo estoy reconsiderando como mi dios favorito.
—Ahora, el acertijo...
El viento sopla un poco más fuerte, haciendo vibrar las paredes de cristal y
alcanzándome desde abajo, y esta vez estoy segura de oír varios gemidos de los otros
campeones. Hermes tiene que ponerse manos a la obra para que podamos salir de esta
fría roca.
El dios espera a que soplen los vientos con una pequeña y enigmática sonrisa que
me hace preguntarme de repente si es Notus, el dios del viento del sur y portador de las
tormentas de verano. Uno de los cuatro Anemoi, los invisibles, es posible que esté aquí
para hacer esto aún más difícil.
—De las tres Moiras —dice Hermes, volviendo a centrar mi atención en él y en el
acertijo—, una Moira es Verdad y sólo dirá la verdad. Una Moira es Mentira y sólo dirá
mentiras. Y una es Aleatoria y puede responder de cualquier manera. No cambiarán su
respuesta. Usa tus tres preguntas, sólo preguntas de sí o no, para averiguar cuál
representan cada una.
Sube y baja ligeramente en el aire. ¿Está el viento jugando con él ahora?
—Su tiempo comienza... ahora.
Hermes desaparece, dejando a las Moiras ante nosotros, girando, midiendo y
cortando mientras esperan nuestras preguntas.
Inmediatamente, un resplandor ilumina la noche desde el otro lado de la curva.
Tiene que ser Diego, su Halo de Heroísmo manifestándose para ayudarle con el elemento
Mente de este Trabajo. Coraje, también, tal vez. Mierda.
Dex mira a su derecha, haciendo un gesto a Rima. No, no sólo a Rima. Él, Neve y
Dae-hyeon parecen estar discutiendo con Rima. ¿Virtudes de la Fuerza y la Mente
aliándose? Genial. Zai es Mente. ¿Está con ellos?
Capto las palabras de Dex aquí y allá. ¿Me atrevo a agacharme más, más cerca
del fondo del vaso, para escuchar mejor?
—Necesitan golpear...fuera de su...entonces...esperen…
Dioses. Mi ritmo cardíaco se acelera.
Creo que están debatiendo todas las preguntas a la vez. Tal vez varias. Tanto
podría tirar de la montaña a todos los que aún no han hecho una pregunta hacia su
muerte. ¿Realmente matarían a ocho personas de un solo golpe? ¿Les quedarían
suficientes preguntas para averiguar la respuesta? Y sólo uno de ellos puede acertar al
final.
No puedo ver más allá de Jackie, pero hasta ahora, mi propio tablón no se ha
movido, así que sé que nadie ha hecho una pregunta.
Rima parece ser la razón de que eso no haya sucedido todavía. No puedo decir si
ella no está de acuerdo con el asesinato o si quiere tratar de resolver el enigma y necesita
guardar sus preguntas. De cualquier manera, no estoy segura de que el resto de nosotros
tengamos mucho tiempo.
Me vuelvo con cuidado hacia Zai, que sostiene un gran libro encuadernado en
cuero con gruesas páginas apergaminadas. ¿De dónde lo habrá sacado? Tiene que ser
uno de los regalos de Hermes. Pasa las páginas y murmura para sí.
Intentando resolver el problema. Yo también debería.
Piensa, Lyra.
De repente, mi tabla se desliza suavemente y sin ruido hacia atrás, obligándome a
desplazarme con ella. No soy la única que se tambalea, aferrándose a la montaña para
salvar la vida.
Entonces mi plancha se mueve de nuevo, y mi corazón late en mi pecho.
Al mirar a la derecha, veo a Dex, Neve y Dae-hyeon bajando de sus tablas para
agarrarse precariamente a la ladera de la montaña. No estoy segura de si planean acabar
con todos nosotros ahora mismo o si simplemente se están quitando de en medio por
Rima.
A los ladrones se les enseña a escalar, algo que a mí nunca se me ha dado bien,
pero por una fracción de segundo me planteo hacer lo mismo. Pero puede que tengan
que aguantar el resto de la hora, y aún no ha pasado mucho tiempo. Sus músculos
estarán como gelatina cuando tengan que bajar.
Pero puedo estar más preparado de lo que estoy. De cara al exterior, si pierdo
tabla suficiente, caigo hacia delante sin nada a lo que agarrarme, excepto, tal vez, una
caída de frente contra la mampara de cristal. Pero de frente a la montaña, puedo intentar
agarrarme. Me pongo de puntillas, muevo los pies con cuidado en círculo y giro
lentamente sobre mi tabla.
—No te caigas. No te caigas. No... —Mi tabla se mueve justo cuando estoy de
frente a la montaña, y me balanceo, con el estómago cabeceando.
Con una mano en la roca y la otra buscando el equilibrio, me recupero.
Explosión y azufre, eso podría haber sido malo.
Me tomo un segundo para apoyar la frente en la roca y cierro los ojos, dejando
escapar un suspiro de alivio.
—Olimpo, si esta es tu montaña... —Susurro las palabras a uno de los Ourea. Las
diferentes montañas tienen sus propios dioses, y creo que aún estamos en el Olimpo, así
que tiene sentido—. Te ruego que nos des santuario de... —Casi digo muerte, pero una
pequeña parte de mí sabe que eso heriría a Hades, rezar para que nos salve de él. No sé
si es lealtad hacia él u otra cosa lo que cambia las palabras en mis labios—. Del peligro.
Hundiendo los codos en el cuerpo, apoyo las palmas de las manos contra la
montaña, a la altura de los hombros, buscando algún agarre cercano que pueda
funcionar. Encuentro un mejor agarre con la derecha, pero sigo buscando con la
izquierda.
Ahí es cuando mi plancha se mueve de nuevo. Ahora mis talones están justo en el
borde. Cualquiera con pies más grandes tiene que estar de puntillas ahora. Los otros
tenían razón. Bájate del maldito tablón. Giro la cabeza, presionándola contra la roca, y
jadeo. Algo alrededor del cuello de Dae-hyeon brilla en azul. Un collar, tal vez. Su tabla
también está más lejos. Ha hecho una de sus preguntas.
Giro la cabeza y veo que Zai también está sobre más tablas que yo, así que también
ha hecho una pregunta. Si alguien pregunta una más, estoy en problemas.
Necesito más tablón. Rápido. Mi mente se centra en lo primero que se me ocurre.
—¿Cloto? —pregunto, sin poder verla—. ¿Me llamo Lyra Keres?
—Sí. —Su voz flota dentro de mi jaula de cristal.
Inmediatamente, mi tabla vuelve a salir y me ajusto con ella. En cuanto me
estabilizo, el pequeño suspiro de alivio se apaga, porque enseguida me doy cuenta de mi
error.
Claro, la pregunta me hizo ganar 15 centímetros y tiempo extra. Probablemente
hay una broma sucia en alguna parte. Pero la respuesta de Cloto no me dijo nada. ¿O sí?
Verdad respondería que sí. Y Aleatoria tiene un cincuenta por ciento de
posibilidades de responder que sí. Pero Mentira respondería que no, ¿verdad? Eso
significa que Cloto es Verdad o Aleatoria. Una pequeña emoción burbujea en mi pecho.
Al menos he descubierto algo. Tal vez este acertijo no sea tan difícil como espero.
En ese momento, mi tabla vuelve a entrar en pánico. No tengo ni idea de qué
preguntar a continuación. Y no hay tiempo para pensar. Joder.
Cierro los ojos, aguanto e intento bloquear todo lo demás. ¿Qué lo reduciría? Si
estuviera en mi pequeña oficina del estudio, trabajando en una hoja de cálculo, intentando
averiguar qué ladrón ha devuelto un objeto, ¿qué preguntas me haría?
Antes de que pueda pensar en un plan, mi tabla retrocede de repente y, a mi
izquierda, un grito rasga el aire. Giro la cabeza y tengo que recuperar el equilibrio cuando
oigo el horrible sonido de un cuerpo raspándose contra una roca. Parece que caen
eternamente antes de que se oiga un terrible ruido sordo.
Entonces... silencio.
T
ras un largo y palpitante silencio, de repente mi tabla empieza a moverse de
nuevo.
Rápido.
Hasta que me ponga de puntillas.
Y como estoy mirando hacia él, sé que Zai es uno de los que preguntan porque
tiene más en qué apoyarse. El ceño fruncido y la forma en que sigue hojeando las páginas
de ese extraño libro me dicen que aún no lo ha entendido del todo.
¿Puedo confiar en Zai? Las palabras de Poseidón retumban en mi cabeza. Pero
estoy completamente segura de que no puedo resolver esto sola. Si, como los otros,
trabajamos juntos... ¿Pero cómo?
—¡Zai! —grito.
No tengo suficiente espacio para patear el cristal. Infiernos. ¿Cómo me comunico
con él?
El recuerdo de la voz de Hades susurra en mi mente.
Los tatuajes.
Dijo que podían usarse para averiguar información. ¿Pueden... hablar?
Me miro el antebrazo y se me ocurre una idea. Hades me dijo que no usara sus
dones a menos que fuera absolutamente necesario, pero al tambalearme sobre esta gota
siento que es un momento de vida o muerte.
Voy a tener que arriesgarme e intentar trabajar con Zai.
Tengo que mover las manos por encima de la cabeza para trazar una línea desde
la muñeca hasta el codo.
Al igual que para Hades, en la estela de mi tacto, las líneas brillantes se forman en
mi piel. Mi búho, mi pantera, mi zorro y mi tarántula parpadean, cada uno moviéndose
mientras cobran vida. Hades dijo que pensara bien sus habilidades para usarlas
sabiamente, pero esta parece bastante obvia. Bueno, suponiendo que tenga razón y los
animales sean capaces de comunicarse con la gente.
—Hola, amigo. —Le hago cosquillas al búho, que bate las alas. La sensación es
como un crujido bajo mi piel—. Necesito que seas un mensajero para Zai.
El búho inclina la cabeza, con sus ojos redondos fijos en mi rostro.
—Dile a Zai que si promete llevarme volando si gana, le diré la pregunta que ya
usé y la respuesta. —Luego le describo lo que he aprendido—. Y dile que me quedan
dos si las necesita.
Mi amigo búho despliega las alas y salta de mi brazo, volviéndose real y de tamaño
natural en cuanto se aleja de mí. Un movimiento me llama la atención, levanto la vista y
aprieto el vientre contra la pared de la montaña, con el estómago revuelto. Uno de los
Daemones está fuera del cristal de mi jaula, con la mirada fija en mí... y en mi brazo.
Pero no me detiene ni me mata ni me lleva gritando... así que... ¿supongo que
estoy bien?
El búho, que no presta atención al Daemon, baja en picado bajo el cristal, vuelve a
subir a la jaula de cristal de Zai y se posa sobre el libro que tiene en las manos.
Aspiro con fuerza mientras Zai se sobresalta, tambaleándose, pero no cae.
El Daemon, mientras tanto, retrocede, pero no por mucho. Impresionante.
No puedo oír el intercambio, pero mi lechuza debe de haberle transmitido el
mensaje, porque Zai me mira, con los ojos oscuros iluminados, y luego parpadea para sí
con el ceño fruncido antes de inclinarse un poco para mirar a mi alrededor. Rima parece
concentrada en intentar resolver el acertijo, y los otros tres gritan y gesticulan entre sí.
¿Le preocupa esta aparente alianza? ¿O forma parte de ella?
Luego me hace un gesto con la cabeza, le dice algo al búho y le escucha.
Y entonces es cuando lo veo: el brillo de sus ojos que coincide con la curva de su
boca.
¿Se ha dado cuenta?
Zai sigue hablando con el búho. Cuando el búho vuela hacia mí, Zai cierra su libro
con un chasquido que casi puedo oír, y luego agita una mano sobre él, lo que hace que
desaparezca.
El búho se abalanza para posarse en mi hombro. Nunca abre el pico. En su lugar,
oigo una voz en mi cabeza que no es del todo mortal, sino una especie de trino grave
como un ulular pero con palabras.
—Haz esta pregunta... —El búho ulula la pregunta de Zai en mi oído.
Entrecierro los ojos mirando a Zai.
Pone los ojos en blanco y señala, y yo lo entiendo. Sólo pregunta.
Me aferro a la montaña.
—Láquesis. París es la capital de Francia si y sólo si es verdad, ¿sí o no?
—Sí —dice la diosa sin vacilar.
Mi propio tablón se desplaza quince centímetros. Alguien grita a mi izquierda y
espero que el débil sonido no sea el de mi muerte. No oí el deslizamiento de una roca ni
el golpeteo de un cuerpo.
—Sí —grito y muevo la cabeza para enfatizar.
Zai asiente y mira a las Moiras. De repente, nuestras tablas empiezan a deslizarse
de nuevo hacia la montaña. Ni un centímetro, ni dos, pero mucho. Ahora no tengo
elección.
Estoy colgado de las dos manos y de un pie mientras busco otro punto de apoyo
y rezo para que Zai no se haya caído. No puedo girar la cabeza para ver.
—¡Felicidades! —La voz de Hermes retumba desde el cielo—. ¡El ganador es mi
propio campeón, Zai Aridam!
El dios suena tan feliz que podría volar, pero esperemos que no sea así, porque
Zai necesita esas sandalias aladas ahora mismo.
Me susurro:
—Vamos, Zai. Por favor, date prisa. Mantén tu promesa y no me dejes aquí...
—Justo detrás de ti.
Su voz es tan cercana e inesperada que grito y casi pierdo el control. Felix estaría
colgando la cabeza con disgusto si pudiera verme ahora.
Dos manos se posan en mi cintura, y puedo sentir cómo Zai rebota ligeramente en
el aire gracias a las alas de sus pies.
—¿Pueden las sandalias sujetarnos a los dos? —pregunto.
—Claro. —Se ríe. Un sonido agradable, sorprendentemente bajo y cálido.
No me reiré hasta que esté a salvo fuera de esta montaña.
—Ahora —dice—. Suéltame con la mano derecha e intenta rodearme el cuello. —
Lo consigo, y su brazo izquierdo me rodea con más seguridad—. Cuando te lo diga, salta
y balancea las piernas sobre mi brazo derecho. ¿Entendido?
—Entendido.
—A la de tres... Uno. Dos. Tres...
Zai resopla en mi oído con el esfuerzo de levantarme, pero consigo envolverle con
mis brazos como un bebé perezoso alrededor de su mamá. Cuando estoy así contra él,
la fragilidad de su cuerpo se hace aún más evidente.
Estoy a salvo.
No agradezcas a los dioses, sino a Zai Aridam.
El alivio que se dispara por mis venas bien podría ser un maremoto, y la adrenalina
me hace temblar.
—Zai, has ganado la segunda Labor —dice Hermes—. En cuanto al resto de
ustedes...
Los otros.
—Dios mío. ¿Quién cayó?
—Amir. Aunque se está moviendo.
¿Así que no está muerto? Todavía. Es imposible que el chico no se haya herido
algo. Empujo el hombro de Zai.
—Deberías dejarme y llevártelo.
—Volveré por él.
—Pero...
—Seré rápido.
Parece decidido. Frunzo el ceño.
—Los otros...
—Todos lo lograron —se apresura a asegurarme Zai.
Suspiro con otro suspiro de alivio.
—Hasta ahora.
Hermes se aclara la garganta como si le hubiéramos interrumpido.
—Los campeones restantes pueden empezar a bajar, y la mejor de las suertes
para ustedes.
Zai nos hace flotar hacia abajo en cuanto desaparece el cristal que me había
enjaulado. Al oír un chillido, miro detrás de él, donde mi búho bate las alas para
mantenerse en el aire. Agarro a Zai con más fuerza, extiendo el brazo izquierdo y la
hermosa criatura de plumas marrones y rostro cornuda vuela directa hacia mí. No se
posa, sino que salta sobre mi piel, haciéndose más pequeña y convirtiéndose en brillantes
líneas azules. La tarántula le agita las patas delanteras y el zorro se acurruca contra él
como un amigo que saluda a otro.
—Es un regalo muy práctico —dice Zai.
De una manera muy inesperada.
—Sí.
—Los Daemones no parecen muy contentos al respecto.
Miro por encima del hombro de Zai hacia donde están alineados los cuatro,
batiendo las alas para mantenerlos en alto. Me observan con tanta intensidad que se me
revuelve el estómago. Dos veces. Hades debe haberles enseñado a mirar.
—Me he dado cuenta.
—Ten cuidado —dice.
Asiento y cambio de tema, pues no quiero enfrentarme al pavor que se me hace
en el estómago al tener otro enemigo en los Daemones. Así que pregunto:
—¿Cómo lo has averiguado? ¿El libro?
—No del todo. El libro no es internet. No da respuestas directas, sino cómo
encontrar el conocimiento por uno mismo. Compartir tus respuestas ayudó a acotar las
cosas.
Se lanza a una descripción de preguntas si y sólo sí que es alucinante, pero creo
que le sigo. Estoy feliz de escuchar todo el camino hasta el suelo, tratando de mantener
el ritmo sobre todo para no empezar a preocuparse por un nuevo problema que enfrenta
a Hades de nuevo.
Con un nuevo aliado. Creo.
Después de dos Labores perdidas.
Después de ese beso.
Z
ai aterriza suavemente, como si bajara de una escalera, como si llevara toda la
vida volando con las sandalias de Hermes. Pero, a pesar de empezar a resollar,
no me baja de inmediato.
—Gracias —vuelvo a decir—. Espero poder tener más peso en la próxima.
Los ojos oscuros de Zai, más claros de cerca, con vetas marrón dorado que salen
de sus pupilas, permanecen serios.
—Lo has hecho muy bien. Soy un campeón de la Mente, y tú eres...
Supongo que se da cuenta de a quién se lo dice, porque un tinte rojo le sube por
el cuello.
—Exactamente —digo secamente—. Nada. No soy nada.
Sacude la cabeza.
—Hades es un rey además de un dios, y a diferencia de Zeus, nadie intenta quitarle
ese título. Él no es nada, así que tú no eres nada.
Zai intenta ser amable, así que no le rompo la cabeza por basar mi valor en algo
sobre lo que no tengo control.
—Supongo que ambos llenamos vacíos —digo en su lugar.
—Exacto. —Me pone de pie, aunque noto que lo hace a regañadientes. Como si
no estuviera listo para soltarme. Luego baja la mirada y frunce las cejas—. ¿Te encontró
Poseidón anoche?
Maldita sea. El corte en mi cuello. Me encojo de hombros.
—Sí, pero lo manejé.
—¿Cómo? —me pregunta, y luego extiende la mano para frotarme con el pulgar
el punto que tengo justo debajo del corte del cuello. Trago saliva, consciente de repente
de que estoy cerca de un hombre atractivo y de que los dos estamos en pijama.
—Deberíamos vestirnos —digo, mirando por encima del hombro hacia la casa de
Hades. Me sorprende que no esté aquí ya, disgustado por haber perdido otro desafío.
Cuando me vuelvo, Zai se está poniendo un poco rojo otra vez.
—¿Podemos vernos hoy más tarde? —Tose, frotándose el pecho—.
Probablemente deberíamos hablar de estrategia y de otros posibles aliados.
Asiento con entusiasmo. Dex y su impía alianza casi nos matan a los dos.
—Seguro.
—Podríamos encontrarnos en casa de Hermes o quizás... aquí. —Su mirada se
desplaza más allá de mí con una mirada de inquietud.
¿Elegir entre Hermes o Hades respirando sobre nuestros hombros? No, gracias.
—¿Qué tal el bar de la ciudad? ¿O es demasiado público?
Zai lo considera, luego sacude la cabeza.
—Hay habitaciones privadas arriba.
—Eso funcionará. Nos encontraremos fuera de las puertas de Hermes, y podemos
caminar juntos. ¿Alrededor del mediodía? Podemos almorzar allí.
Su mirada se vuelve de repente más aguda por el interés, y una amplia sonrisa se
apodera de su delgado rostro.
—Claro, hasta luego.
Sin previo aviso, se inclina hacia delante y me rodea con sus brazos en un abrazo
que es... realmente agradable. Me pongo rígida, pero luego me relajo, cierro un poco los
ojos e intento asimilarlo, porque supongo que faltan años para el próximo abrazo. Zai es
un buen abrazador, dulce y aprieta lo justo sin prolongarse.
Sus ojos se arrugan con humor cuando se retira.
—¿No estás acostumbrada a los abrazos?
Me río.
—En realidad no es nada cuando creces en la Orden de los Ladrones. —Inclino la
cabeza—. Aunque me sorprende que estés acostumbrado a ellos.
—Mi mamá.
Ah.
—Ya me gusta.
—A mí también. —Luego me hace un pequeño saludo, que yo tomo como mi señal
para irme primero.
—Será mejor que traigas a Amir.
Los ojos de Zai se abren de par en par, como si lo hubiera olvidado, y vuelve a
mirar hacia la montaña.
—Adelante —dice.
Se queda y me observa mientras atravieso las puertas y el patio. Todavía me
pregunto si Hades estará aquí cuando entro en su casa. Frunzo el ceño al darme cuenta
de que las puertas no tienen cerradura. ¿Con dioses y campeones que no están
contentos conmigo? Eso parece... imprudente.
—¿Hola? —grito. Mi voz hace una especie de eco. Santo cielo, este lugar es un
mausoleo.
Nadie responde.
Me dirijo al segundo piso, hacia mi dormitorio, pero en cuanto llego al final de la
escalera, veo a Hades.
Está de pie junto a la enorme ventana que recorre todo el patio, desde la que tiene
una vista perfecta de la carretera donde yo estaba con Zai. Es increíblemente injusto que
su trasero se vea tan bien en vaqueros cuando el resto de su cuerpo, rígidamente erguido
y con las manos metidas en los bolsillos, está tan descaradamente cabreado.
Otra vez.
Si cree que me voy a quedar aquí para que me griten después de otra Labor a la
que he conseguido sobrevivir, que se joda.
Giro sobre mis talones en dirección a mi dormitorio.
—Zai. Que me condenen. ¿Aridam? —Hades pronuncia cada sílaba distintamente,
las palabras como cortes, y con el mismo tono que usaría un verdugo para leer una
sentencia de muerte.
I
rme solo cabrearía más a Hades, así que le miro de frente, con los brazos
cruzados pero con una sonrisa deliberadamente dulce.
—¿No acabas de maldecirte?
—¿Qué? —Sigue mirando por la ventana dándome la espalda.
—Condenado. Es a ti a quien estás condenando.
Hades se vuelve lentamente y me clava una mirada que podría ensartar a un toro
salvaje.
—Elegiste al enano de la camada como aliado. Ni siquiera discutiste conmigo
primero. Con ese inesperado y supremamente inconveniente corazón blando tuyo, estoy
condenado.
—No le llames así. —Le miro con deliberada paciencia—. Y por esa lógica, me
elegiste a mí, y así te condenaste.
La mirada de Hades se afila como una daga.
—Así lo hice.
—Me alegro de que estemos de acuerdo en algo. Voy a tomar una ducha y una
siesta...
De repente, el comportamiento de Hades cambia. Sólo ligeramente, de una forma
difícil de precisar. Sigue enfadado, pero ahora es más suave, como la diferencia entre un
oso embistiendo y una serpiente de cascabel enroscada.
—Empezando una colección, ¿verdad?
Suspiro como si estuviera lidiando con un mosquito irritante.
—¿De qué vas ahora?
Sus ojos se entrecierran, pero yo amplío los míos y le dirijo mi mirada más
inocente. Si lo que quiere decir es algo, desde luego no voy a ayudarle.
—Primero tu ladrón-no-amigo —dice—. Ahora uno de los campeones. Cayendo a
tus pies.
¿Cayendo a mis pies? Mi risa está bordeada de amargura. Conoce mi maldición.
—¿Estás siendo deliberadamente cruel porque no te consulté sobre Zai?
Si las miradas pudieran ensartar, estaría sangrando.
—Es posible que la maldición no sea en lo que piensan. Parece que les gustas.
—No lo hacen.
—Eres voluntariamente ingenua si no lo ves.
—Y estás alucinando si lo haces. Uno es sólo un aliado. El otro me ha dicho
claramente que sólo somos amigos. Nadie cae a mis pies. No es posible, y lo sabes.
En realidad, la persona que más se acerca a refutar mi maldición es Hades. Con
ese beso de anoche. Aunque la lujuria y el amor son dos cosas muy distintas, algo que vi
con demasiada frecuencia en casa. No había entendido el interés de los demás por una
cosa sin la otra, pero mientras miro el labio inferior de Hades, empiezo a entenderlo.
Sobre el papel, mi enamoramiento de Boone no ha desaparecido, pero nunca me ha
descontrolado como Hades. Es la diferencia entre un fuego acogedor en una estufa de
barriga y quemar toda la casa.
—Volvamos a tu aliado —dice Hades, afortunadamente ajeno a mis pensamientos.
La dura mirada que me dirige haría temblar a la mayoría. Me pellizco el puente de
la nariz.
—¿Qué pasa con Zai? Tenemos un acuerdo.
Si cabe, Hades se pone aún más duro, con los ojos como pedernales.
—¿Y le creíste?
Ahora me llama crédula y descuidada. Levanto la barbilla.
—Ahora sí. —Casi todo.
Hades se queda aún más callado.
—No puedes confiar en él. —Pero su control se rompe con las siguientes tres
palabras gruñidas—. Maldita sea, Lyra.
No me importa que me griten, pero ¿que me insulten? No. Levanto una ceja,
cruzándome de brazos.
—¿Quieres replantearte tu tono?
Hades acecha por el espacio que nos separa y juro que sale humo de él en zarcillos
negros.
—No, no quiero replantearme mi maldito tono.
No deja de acercarse, pero a pesar de que los nervios de mi estómago me dicen
que podría haber ido demasiado lejos, me niego a retroceder como una cobarde. Sin
embargo, tengo que plantar deliberadamente los pies para no echar a correr.
Se detiene bruscamente a un metro de mí, irradiando mil matices de frustración.
—Serás mi muerte, Lyra Keres.
—¿Por qué? —le pregunto. Sus labios se aplastan y levanto las manos—. Es una
pregunta sincera. Aliarse con Zai funcionó hoy. Funcionó.
—Has tenido suerte.
Resoplo.
—Elegí al aliado correcto, Hades. Y al haber crecido como lo hice, sé qué buscar.
Los ladrones son, por naturaleza y formación, poco de fiar, traicioneros y conspiradores.
Así que sólo porque no pasé esta decisión por tu comité dictatorial no significa que no
fuera inteligente al respecto.
Hades me mira fijamente, con la mandíbula desencajada, como si intentara
averiguar cómo tratar conmigo. Lo que supongo que no le ocurre a menudo. Cuando por
fin habla, lo hace más suavemente.
—Lyra, te juro que si no te tomas esto en serio...
—Si Zai no hubiera descubierto la respuesta a tiempo, habría bajado. —Esperemos
que sin contratiempos. Lo que me recuerda—. Los otros...
—Todos bajaron sanos y salvos la peor parte de la montaña. Siguen caminando el
resto del camino. Y el único campeón que se cayó sobrevivió.
Exhalo un suspiro de alivio.
—Amir.
—No se puede curar, ya que no es una virtud de la Mente, pero está siendo
examinado.
Asiento.
—Eso es bueno...
Gruñe.
—Tu obstinada insistencia en salvar a todos a tu alrededor...
—Tal vez no a Dex —murmuro por un lado de la boca.
—¿Qué?
¿Qué quiere decir? ¿No ha estado prestando atención?
—Dex Soto. El campeón de Atenea. Me golpeó con mi propia reliquia. Intentó
matarme en el camino a la ciudad ayer...
—¿Hizo qué? —Su voz desciende a algo ardiente.
Ignoro la interrupción.
—Está en mi lista de Último por Salvar.
Hades me mira con el tipo de incredulidad que suele reservarse a Félix y, a veces,
a los otros novatos. Sólo que con ellos es... despectivo. Con Hades, es como si hubiera
ganado un pequeño punto.
—¿Ahora haces listas? —pregunta despacio.
—Siempre hago listas.
—¿Como a quién salvar el último? ¿No a quién no salvar en absoluto?
Me encojo de hombros.
—Deberías saber que la bendición de Atenea le dio a Dex Soto la previsión —
dice—. Lo sospeché en el último desafío cuando empezó a subir tan rápido, pero esta
vez estaba vestido y preparado.
—También Rima.
Se encoge de hombros.
—Confía en mí. Dex está consiguiendo información sobre las Labores pronto.
Aunque no estoy seguro de cuánto.
—Kim Dae-hyeon tiene un collar que brilló cuando hizo una pregunta a las Moiras
—añado, ya que estamos catalogando amenazas.
Asiente y luego dice:
—Ese no es tu único problema. Creo que vas a tener que añadir algunos nombres
más a tu lista.
Mi corazón vacila un poco.
—¿Por qué?
—No viste las expresiones de esos campeones cuando Zai te llevó volando. Hoy
has hecho más enemigos de los que ya tenías.
Bueno... demonios. Aquí es donde mi maldición va a empezar a patear con fuerza,
entonces.
—¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Ir sola en cada desafío?
—Me tienes...
Un remolino de humo como un tornado llena de repente la habitación detrás de
Hades, y cuando se disipa, un enorme perro negro con tres cabezas está de pie en su
lugar. Tres cabezas llenas de dientes gigantes y afilados como cuchillas.
M
e trago el grito cuando el perro no ataca inmediatamente.
Y menos mal que este lugar tiene techos altos, porque la bestia mide al
menos cuatro metros de altura en la parte media de la cabeza. Su pelaje es
liso y brillante y muestra cada cresta de su musculoso cuerpo. Lleva una armadura de
púas negras alrededor del cuello y los hombros, atadas bajo el pecho, y otras suben por
cada hocico y sobre la coronilla de cada cabeza. Todas sus orejas están erguidas, altas,
puntiagudas y alerta.
—Dioses míos —susurro, arrastrando los pies para estar más cerca de Hades—.
¿Eso es...?
—Cerbero. —Hades no suena muy feliz—. ¿Qué estás haciendo aquí, chucho?
Le doy un codazo a Hades.
—No le llames chucho.
Me lanza una mirada que me reta a intentarlo de nuevo.
—Es mi perro. Le llamo como quiero.
Cerbero gruñe.
Me quedo helada.
—¿Me va a comer?
—No te está gruñendo —refunfuña Hades entre dientes.
Parpadeo lentamente.
—¿Te está gruñendo? —No puedo contener la sonrisa—. ¿Puedo acariciarlo? Es
increíble.
—No.
—Sí, bonita mortal. Puedes hacerlo. —Una voz como la de un sabio anciano
resuena en mi cabeza como si estuviera en una catedral, suave como un río y tan
profunda que nunca encontrarías el fondo.
Cerberus me está hablando. En mi cabeza. En serio, el mejor día de mi vida.
—Nos encantan las caricias de las mujeres buenas —dice a continuación una voz
parecida pero ligeramente distinta, un poco más aguda y ansiosa. Inmediatamente sitúo
esa voz con la cabeza de la izquierda, una lengua gigante que sale por un lado de la boca
como si su cabeza colgara por la ventanilla de un coche.
—Permiso concedido —dice una tercera voz, más gruñona y rizada, con el hocico
levantado en el aire.
Miro fijamente al perro. Tres voces. Cada cabeza tiene su propia personalidad.
Probablemente debería cuestionarme o dudar, pero Hades está aquí, así que, ¿qué podría
salir mal? Doy un paso hacia Cerbero, que me mira con las tres cabezas.
—Lyra. —Hades me agarra por el codo—. Te dije...
—Dijo que podía.
—Dijo… —Su mirada se corta a Cerbero—. Traidor.
—¿Por qué es un traidor? —Levanto las cejas.
—Sólo habla conmigo. —Hades se mueve sobre sus pies antes de añadir—: Y
Caronte.
El barquero que lleva a las almas muertas a través del río Estigia a cambio de
monedas. Ese pequeño hecho es una prueba de realidad. Puede que haya olvidado por
un segundo, mientras discutíamos, quién es exactamente Hades. Rey del Inframundo,
con un monstruo como mascota y una parca como guardián.
—Cerbero probablemente me huele en ti —dice Hades.
Frunzo el ceño.
—¿Te huele?
—Mi regalo. —Su mirada se posa en mi boca, y bien podría haber rozado
suavemente la carne con el pulgar.
Oh. Cierto. Eso. Casi levanto la mano y me toco los labios hormigueantes, pero
consigo detenerme. Hades está mirando.
—Hablo con ella porque le gusto. —Creo que la cabeza de la derecha está
hablando porque se inclina hacia delante.
—Me llamó increíble. Nunca le gusto a nadie excepto a ti. —Esa es la cabeza
trabalenguas.
El gruñón no dice nada, supongo que no es el más hablador de los tres.
—Sí, bueno, su sentido de autoconservación ha sido claramente alterado —dice
Hades—. Se siente atraída por el peligro.
—Para. —Finjo acicalarme—. Harás que me sonroje.
Camino hacia Cerbero, que se deja caer sobre su vientre.
Mentalmente pongo nombre a sus cabezas. Cer para el que manda porque diría
señor, Ber para el gruñón porque es frío, y Ro para bobalicón porque simplemente suena
como él.
Levanto la mano y le rasco detrás de una oreja en lo que creo que es su cabeza
bobalicona de la izquierda.
—¡Oh Dios mío, eres tan suave!
—¿Qué esperabas? ¿Escamas de cuero? —La lengua de Ro se sale de su boca
en una risa perruna, y su aliento huele a azufre.
Miro a Hades, que me observa con resignada irritación, y no puedo contener la
risa.
—Dios mío.
—¿Y ahora qué? —Sus palabras son polvo seco.
—El parecido es asombroso. —Los miro de un lado a otro, llevándome una mano
a la barbilla y fingiendo estudiarlos como si fueran obras de arte—. Con esa expresión
tan ceñuda, podrías aspirar a ser una de las cabezas de Cerbero. Son prácticamente
cuatrillizos.
—Muy graciosa —dice Hades.
Cer apoya la cabeza en las patas.
—Olvídalo. Soy mucho más guapo.
La expresión de Hades se torna aún más agria y vuelvo a reír.
—Cierto.
El dios de la muerte mira a su sabueso infernal.
—A ver quién se lleva una vaca extra como merienda esta noche.
Hago una mueca.
—¿Comes vacas como tentempié antes de dormir? —le pregunto a Cerbero.
—¿No? —Son los tres.
—¿Están muertos cuando...
—¿Qué gracia tendría eso? —Ber dice.
Levanto una mano.
—No quiero saberlo.
—No hay que preocuparse —dice Cer—. Son vacas carnívoras y pueden
defenderse.
Ni siquiera sé qué decir a eso.
—Todo el mundo tiene una cosa, supongo.
Otra carcajada sopla más aliento con olor a azufre sobre mí.
—¿Podemos quedárnosla? —le pregunta Ro a Hades.
Un pequeño resplandor se enciende en mi pecho. ¿Es esto lo que se siente al ser
deseado?
—Definitivamente no. No volvería a conocer un día de paz —dice Hades—.
¿Viniste aquí por alguna razón, chucho?
Cerbero resopla, las tres cabezas, y se levanta con elegancia para elevarse sobre
mí. Sólo llego a su hombro.
—Te necesitan —dicen las cabezas en estéreo.
Echo un vistazo entre ellos. ¿Necesitan algo?
Hades aprieta los labios. Esto no es enfado como hace un segundo, ni siquiera ira
como cuando entré en la casa. Es...
¿De qué se trata?
No puede ser culpa. Estoy bastante segura de que los dioses no sienten culpa.
Especialmente este.
Me desliza una mirada que no puedo interpretar.
—Estaré allí pronto —dice.
Cerbero asiente, Ro me da otro hocico, y luego el sabueso infernal desaparece de
la misma forma en que llegó: en una nube de humo.
No debería preguntar. No es asunto mío.
Pregunto.
—¿No Isabel?
—No.
—Entonces, ¿quién...?
—Deberías vestirte.
Es obvio que no quiere decírmelo, pero eso sólo hace que quiera averiguar más.
—¿Pero es importante?
—Sí. —Corta distante.
—Muy bien... —Giro lentamente sobre mis talones.
—No estaré aquí cuando salgas.
Dudo antes de mirar hacia atrás.
—Me lo imaginaba.
Reacción cero.
—Deberíamos hablar cuando vuelva, elaborar una estrategia mejor para seguir
adelante.
—No te preocupes —le digo—. Zai y yo hemos quedado para comer y hablar de
estrategia. Lo tengo cubierto.
—Qué diablos eres.
No me molesto en esperar a oír sus siguientes palabras mientras cierro la puerta
de mi habitación en las narices del dios de la muerte.
He fracasado muchas veces,
no tener éxito es ahora estadísticamente
imposible.
T
ras bañarme y vestirme, tomo mi chaleco táctico, me lo pongo sobre los
hombros y salgo de mi dormitorio. Supongo que Hades se habrá marchado
mientras me duchaba. Intento no darme cuenta de que la casa está silenciosa
y solitaria sin su presencia.
De camino a las escaleras, me fijo en una puerta abierta que siempre ha estado
cerrada cuando he pasado por aquí, y mis pasos vacilan.
En silencio, entro en la estrecha habitación sin ventanas, casi un armario, en
realidad. Pintada completamente de rojo, la habitación sólo tiene una cosa. Bueno...
muchas cosas pequeñas, pero todas sirven a la pieza mayor.
Un altar.
La suave luz del sol entra por una claraboya y llena el espacio de aire, iluminando
el altar. El corazón se me encoge poco a poco, convirtiéndose en un dolor sordo detrás
de las costillas, mientras observo los detalles. He visto altares para seres queridos
fallecidos antes, por supuesto, pero nada como esto.
Es colorida, con ramos y ramos de flores de narciso, la mayoría en alegres
amarillos y blancos brillantes, pero también con toques de morados, naranjas y rojos.
Rodean una antorcha de obsidiana negra que se eleva desde el centro de la mesa. Una
calavera brillante forma el pedestal en la parte superior de la antorcha para las llamas de
color rojo intenso que lanzan chispas al aire.
Dos granados a cada lado se inclinan para tocarse sobre el altar, como amantes
abrazándose. Las hojas verde oscuro se entremezclan con los grandes frutos rojos y
maduros, con su característico penacho en forma de estrella en la parte inferior.
Perséfone.
Este altar es para ella.
Hace tiempo que se fue. Cien años por lo menos. Aunque, supongo que en el
esquema de la vida de Hades, eso no es mucho. Pero tener esto aquí para las raras veces
que la visita... debe estar todavía en profundo duelo.
De repente, siento que me he entrometido en algo tan privado, tan sagrado, que
nunca debería haber puesto mis ojos en ello.
Me inclino ante el altar, ofreciendo una disculpa silenciosa a la difunta diosa de la
primavera y Reina del Inframundo, luego retrocedo y cierro la puerta en silencio tras de
mí.
Pero la imagen y el conocimiento de su existencia se sienten como pesos que he
colgado de mi corazón. Me arrastra todo el camino hasta las puertas de la casa de
Hermes, donde se supone que debo reunirme con Zai.
Pero aún no ha llegado, así que espero mirando el reloj. Llego justo a tiempo. No
me parece de los que llegan tarde. ¿Debería entrar? Excepto que si me topo con Hermes,
podría empeorar las cosas para Zai.
Me muevo sobre mis pies, intentando decidirme. Incluso me planteo enviar a uno
de mis tatuajes por él. Entonces la puerta se abre, pero no es Zai. Un sátiro con pelaje
verde menta en su mitad inferior de cabra y pezuñas y cuernos morados emerge y me
ofrece una nota antes de volver al interior sin decir palabra.
Es de Zai. Una sola frase.

La preocupación de Hades empieza a ser cierta. Esto no es una buena señal, si


Zai siente la necesidad de esconderse y enviar notas. Debería estar lo suficientemente
seguro en la casa de Hermes, ¿verdad?
Me apresuro por la carretera, mirando a menudo por encima del hombro, como
un preso fugado. Voy con especial cuidado por la zona de Main Street y sólo me relajo al
llegar al templo.
Pero Zai tampoco está aquí.
Silbo la señal para salir antes de recordar que no es uno de mis compañeros
novatos y que no lo reconocería. Pero de todos modos se oye un susurro a mi derecha y
asoma una cabeza.
—Dios mío, Zai. —Consigo bajar la voz, pero él me hace señas para que me calle
de todos modos, y luego mira a mi alrededor, más allá del árbol.
—¿Te ha seguido alguien? —susurra.
—No lo creo, pero estás...
—¿Estás segura?
Le enarco una ceja.
—Tanto como puedo. ¿Qué está pasando?
Echa otro vistazo a su alrededor, con los ojos oscuros llenos de recelo, y luego
sale de detrás de los arbustos donde estaba escondido. El tipo tiene un aspecto terrible.
—¿Qué demonios te ha pasado? —exijo en voz baja.
Pone una mueca que creo que es de autodesprecio, pero es difícil de decir detrás
de la hinchazón.
—Tengo alergias severas a... bueno... la Tierra básicamente lo cubre.
—¿Así que decidiste esconderte en ella?
—Te lo diré cuando lleguemos a algún sitio donde no me muera.
Me parece justo.
—Entonces, ¿qué quieres hacer?
—Súbete a mi espalda. Tengo una idea.
Mis labios se tuercen mientras miro a Zai de arriba abajo. ¿Subirme a su espalda?
En su estado físico actual, ¿va a ser capaz de sostenerme?
—Estaré bien. —Suena un poco corto—. Sólo sube.
Me encojo de hombros. Conoce sus propios límites.
Gruñe cuando me subo y trastabilla un poco cuando recibe todo mi peso, pero no
se hunde. Luego estamos en el aire, no sólo a lo largo del suelo, sino ganando altura
rápidamente. Zai bordea las montañas, manteniéndose justo por encima de las copas de
los imponentes pinos y contra las rocas, para que no nos vean, supongo. El viento nos
azota, me enreda el cabello y vamos más rápido que antes. Está mejorando aún más con
las sandalias.
No sé dónde nos dirigimos hasta que me doy cuenta de que estamos muy por
encima de todo, cerca de la cima de una de las montañas. Es entonces cuando dobla una
curva y el impresionante templo principal del Olimpo se eleva ante nosotros en el cielo
en una gloria blanca y brillante.
Así de cerca, las cabezas de Zeus, Poseidón y Hades, con sus cascadas
multicolores, son aún más grandes de lo que pensaba. Están tan minuciosamente
esculpidas que es como ver a un Hades con el ceño fruncido cuando se mete en mi
espacio, como suele ocurrir.
¿Es ahí donde vamos? ¿Al templo?
Efectivamente, Zai nos deja en el camino que lleva a él.
—Ningún poder funciona en estos terrenos del templo, incluidos los de los dioses
y diosas —explica. Las sandalias de Hermes desaparecen. ¿Se las habrá quitado de la
cabeza?—. Este es el único lugar del Olimpo donde la violencia está prohibida. Aunque
Dex y los demás nos encuentren aquí, no podrán hacernos daño.
No estoy tan segura de que no puedan, pero de todos modos tardarían un rato en
subir. Así que aprovecho para mirar hacia arriba. Y hacia arriba. Y hacia arriba.
El templo en sí es... De verdad, no hay palabras.
El Templo de Zeus en San Francisco, que es bastante impresionante, es como la
llama de una vela diminuta al lado de un incendio forestal comparado con éste. El techo
está sostenido por al menos cien altas columnas corintias estriadas, dos filas de ellas
rodeando todo el espacio. Un pegaso, con las alas desplegadas, se alza en el pináculo
del tejado triangular. Canalones en forma de cabeza de león protegen las cuatro esquinas,
y estatuas de los Daemones asoman a ambos lados de la puerta de acceso al templo
interior.
Todo ello se suma a la abrumadora sensación de lo pequeña que soy en el gran
esquema del mundo.
—¿Vamos a entrar? —pregunto.
—No podemos hablar ahí dentro —dice Zai—. Los dioses podrían oírnos.
Y estamos hablando de estrategia, así que lo entiendo. Pero no puedo evitar que
se me caigan un poco los hombros.
Zai se dirige a unas escaleras que cortan el borde de la montaña y descienden
hasta lo que parece un mirador justo encima de las tres cascadas. La niebla nos cubre
con un brillo fresco, y el torrente de agua es un rugido sordo a nuestro alrededor.
—Nadie podrá oírnos aquí —alza la voz Zai para gritar, y luego empieza a toser.
Me conduce hasta un banco con el respaldo al borde de la cascada.
—¿Qué ha pasado? —pregunto, sentándome—. ¿Por qué no viniste conmigo?
Hace una mueca.
—Dex.
Abro mucho los ojos.
—¿Te ha hecho daño?
Zai niega pero me sostiene la mirada.
—No. Hizo algo peor.
B
usco frenéticamente heridas en Zai, pero aparte de las graves alergias, parece
ileso.
—¿Qué es peor que la muerte? —pregunto, y luego me encojo un poco
ante la pregunta contra Hades.
Zai baja los hombros y se mira el pie mientras patea un guijarro.
—Dex se cayó bajando la montaña y se hizo bastantes rasguños. Pero como yo
gané, todos los campeones de la Mente reciben curación, así que fue primero a Asclepio.
Rima le ganó de vuelta a la casa. —Suspira—. Me advirtió de que Dex está muy enfadado
porque no sólo decidí no aliarme con mis compañeros campeones de la Mente, sino que
además me alié contigo.
—Ahora también te preocupa que Dex pueda hacerte daño. —No está dicho como
una pregunta.
—Oh, no —dice Zai—. Dex siempre ha estado en esto por sí mismo. Pero ahora,
consiguió que Rima accediera a echarme de la casa que compartimos.
Frunzo el ceño.
—¿Compartís casa?
Me mira confuso.
—Por supuesto. Hay una casa para cada grupo de campeones por virtud.
Ah. Pero ninguna para mí, por Hades.
Menos mal que estoy acostumbrada a ser una extraña, o a este paso podría
acomplejarme.
—Supuse que vivías con Hermes. —Mierda. ¿Vive con Dex?—. Deberías haberlo
dicho antes.
Y ahora lo entiendo. Perdió una familia potencialmente encontrada cuando Dex le
echó. Me trago el nudo que se me forma en el fondo de la garganta. Como alguien que
siempre ha querido pertenecer a algún sitio, que quería una familia propia, entiendo
perfectamente cómo esto puede sentarle peor que la muerte a Zai.
Dejo caer la mirada sobre mi regazo, con los dedos entrelazados.
—Lo siento, Zai. —Levanto la vista hacia él—. Si quieres que no seamos aliados...
—Deja eso. —Lo dice suavemente—. Aliarme contigo me hizo ganar un par de
bonitos zapatos. —Me da un codazo en el hombro con el suyo—. Además, tuve en cuenta
esta probabilidad cuando hice mi elección.
Siento que me pellizcan la sonrisa.
—Por supuesto que sí.
—Encontraré un lugar diferente para quedarme. Quizá con Hermes. —Se mueve
en su asiento—. Aunque a él tampoco le entusiasma.
Dada la reacción de Hades si me hubieran echado del equipo, puedo imaginarlo.
—Puedes quedarte conmigo.
Zai se endereza tan rápido que me sorprende que no se le rompa la columna.
—¿Con Hades? No lo creo.
—No te hará daño. —No tengo ni idea de por qué estoy tan segura de eso.
Zai claramente no lo está.
—Él es el dios de la muerte, Lyra.
—Y, sin embargo, sigo sin ser abofeteada —señalo.
—Cierto. —No parece convencido—. Pero él te necesita viva, a mí no.
Justo.
—¿Y si promete mantenerte a salvo mientras estés en su casa? ¿Cómo sería eso?
—Trato de no hacer una mueca de dolor ante mis propias palabras. Hablando de ir en
contra del edicto de Hades de no aceptar nada hasta que hables conmigo.
—Tal vez entonces —dice Zai, aún sumido en la duda.
Asiento, sin insistir. Un problema resuelto. Más o menos. A Hades le va a encantar
oír esto cuando llegue a casa.
—¿Le preguntaste a Rima por qué se alinea con Dex? Quiero decir, sé que
también está con ustedes dos, pero aun así...
Me detengo ante la mueca de Zai.
—Ella no está con él —dice lentamente—. Está en tu contra.
R
ima está en mi contra.
Estoy decidida a no dejar que eso me afecte. Tengo mucha práctica en
no molestarme cuando no les caigo bien a los demás, o piensan que soy rara,
o intentan evitarme, o incluso se olvidan de que existo. No puedo decir que toda esa
práctica ayude mucho.
Todavía duele.
—¿Yo? —pregunto—. ¿Qué le he hecho yo a Rima? —Fingiendo que no tengo
una maldición y que sé exactamente lo que está pasando es como siempre he manejado
las cosas con los novatos. Zai es diferente. Un aliado. Tal vez debería decirle al respecto.
Después de todo, si eso significa que pierde aliados, merece saberlo.
Niega.
—Es más como si estuviera en contra de tu dios patrón.
Estoy tan acostumbrada a no ser querida, gracias, Zeus, que tardo un segundo en
darme cuenta de que esta vez no soy yo el problema.
—Ella no quiere que Hades se convierta en Rey de los Dioses.
Hace una pausa como si no estuviera seguro de si debe contarme lo siguiente.
—Parecía... aterrorizada ante la idea. Se puso pálida y temblorosa, divagando
sobre cómo ibas a ganar y sería el fin de todos nosotros.
Resoplo.
—¿Basado en qué pruebas? Tú saliste ganando en la última.
—Gracias a ti —insiste Zai, con expresión obstinada, mientras pone una mano
sobre la mía en el banco.
La burla de Hades sobre Zai cayendo a mis pies ronda en mi cabeza. Fingiendo
que simplemente cambio de posición, me giro de lado para mirarle directamente, lo que
rompe el contacto.
—Bien. Hablemos de estrategia. Estaba pensando que, ya que estamos rompiendo
filas de virtudes, quizá ayudaría conseguir al menos un campeón de las otras tres.
Zai asiente y entrecierra los ojos, poniendo claramente a trabajar ese gran cerebro.
—Neve y Dae son la Fuerza y parecían estar trabajando con Dex hoy. No sé sobre
Samuel, y no pude ver a los otros para saber si han formado alianzas fuertes dentro de
sus virtudes o no.
—Yo tampoco.
—Pero los campeones del Coraje tienen uno menos. Tal vez empecemos con uno
de ellos.
—¿Cuál? —pregunto.
—Bueno... Amir es obviamente fuerte y valiente, pero puede ser demasiado joven
e inmaduro. También puede ser arrogante.
Supongo que no soy la única que ha prestado atención.
—Y todavía no sabemos lo herido que estaba por su caída de hoy —añade.
No quiero que eso sea un factor a la hora de elegir aliados... pero lo es.
—Trinica parece inteligente, capaz y tranquila en medio de una crisis. Pero es un
poco mayor y quizá no sea tan fuerte como las demás —menciona Zai—. Es directora de
una escuela, ¿lo sabías? Para adolescentes.
Levanto las cejas.
—Parece que puede con mucho. ¿Qué tal si nos acercamos a los dos juntos? Así
no tienen que elegir entre nosotros o ellos.
—Eso podría funcionar —dice Zai lentamente.
—¿Quieres...?
—Pues mira a quién hemos encontrado —se burla una voz a nuestra izquierda.
Al unísono, Zai y yo giramos la cabeza y saltamos del banco cuando nuestras
miradas chocan con el rostro fulminante de Dex, que no está solo. Rima no está con él,
pero Neve sí. También Dae-hyeon y... Samuel. Eso responde a nuestra duda. La Fuerza
y la Mente están unidas.
Después de la ayuda de Samuel en el primer Trabajo y de lo bien que trabajamos
juntos, eso me golpea el corazón más fuerte de lo que me gustaría admitir, y tengo que
apartar la mirada.
Que es cuando el error que Zai y yo hemos cometido se hace evidente.
Sin. Jodidos. Poderes. Incluyendo las sandalias para sacarnos volando de aquí.
Félix se pondría furioso si viera lo mal que me aseguré de tener varios escapes.
—¿Por qué eres tan idiota, Dex? —Le respondo con una mueca en un intento de
que no vea lo mucho que estoy temblando.
—No es nada personal, Lyra —dice Samuel, pero sus ojos no se encuentran con
los míos—. Hades sería el peor Rey de los Dioses de la historia. Todos tenemos familias
en casa que tenemos que proteger, y no podemos dejar que juegues, y mucho menos
que ganes.
Todavía están subiendo algunos escalones. ¿Podemos salir de aquí antes de que
lleguen a nosotros?
Agarro a Zai de la mano y tiro de él hacia la barandilla del borde del rellano. Digo
lo bastante alto para que Zai me oiga por encima del rugido del agua:
—Tenemos que saltar.
—¿Saltar? —Sus ojos se abren de par en par—. No podemos. Sin sandalias. —
Niega—. Además, aquí no pueden hacernos daño de todos modos.
—Nos superan en número y en armamento. Dex y Samuel ni siquiera necesitarían
ayuda. Pueden arrastrarnos fuera de los terrenos del templo y luego matarnos.
—Eso es violencia.
—¿De verdad quieres poner a prueba esa teoría? —Miro por encima del borde—
. Si nos agarramos el uno al otro, tus sandalias deberían funcionar después de no
demasiado lejos, ¿verdad?
—Supongo...
—¿Alguna otra idea?
—¿Quieres vivir, Aridam? Cambia de bando ahora —dice Dex, acechando hacia
delante.
—Mira. —Ya casi están con nosotros. Tenemos segundos como máximo—. ¡Zai,
vamos!
Su rostro adquiere una expresión dura.
—Vámonos.
Los dos nos subimos a la barandilla y hacemos equilibrio allí.
—¿Qué pasa hoy con las caídas desde las laderas de las montañas? —murmuro
en voz baja.
Zai me agarra fuerte de la mano.
—¡Vamos!
El salto requiere fe y mucha confianza. Casi siento como si estuviéramos
suspendidos en el aire durante un segundo antes de caer en picado.
—¡Joder, han saltado! —exclama Dex mientras nos alejamos.
Se hace evidente muy rápidamente que calculé mal dos cosas cuando urdí este
brillante plan de escape. La primera fue la fuerza de los brazos de Zai. Tendría que
haberme subido a su espalda, porque en el momento en que engancha las sandalias y
su caída se detiene, me zafo de su agarre con tanta fuerza que mi hombro grita de la
sacudida que recibe. Me agarro a él inútilmente, pero sólo alcanzo aire, viendo cómo el
horror llena su rostro mientras sigo cayendo.
Zai se zambulle detrás de mí.
Y es entonces cuando el error de cálculo número dos asoma su fea cabeza.
Porque la cascada de Hades no está tan abajo como pensaba y sobresale de la
montaña más de lo que creía.
Salgo a la superficie y al instante me absorbe la fuerza de un río de aguas negras.
A
medida que el río me arrastra hacia el enorme agujero que conduce a la
montaña, me veo sacudida violentamente por rápidos tan turbulentos que es
todo lo que puedo hacer para no hundirme o ser golpeado contra las rocas de
las orillas.
Dos veces veo a Zai en algún lugar por encima de mí, siguiendo en el aire,
frenético, con el rostro manchado y gritando. No es que pueda oír nada. Me sumerjo en
el agua y caigo hasta que no sé por dónde subir. El agua es tan negra que la luz no
penetra.
Me sujeta. Mis pulmones arden hasta que no puedo más, pero justo en ese
momento me devuelve a la superficie, donde jadeo, me ahogo y me agito. Y de algún
modo, a través de mi cabello y el agua en mis ojos, veo a Zai volando hacia mí.
De un tirón desesperado, doy una patada con las piernas y me lanzo hacia él, con
una mano extendida. Me tiende la mano con tanta fuerza que pienso que tal vez...
Pero entonces el agua me arrastra de nuevo y su rostro desaparece.
La siguiente vez que salgo chisporroteando, la oscuridad es total y sé dónde estoy:
en el túnel que lleva al Inframundo, un túnel que lleva al río Estigia.
Por favor, dioses, que el agua tenga una salida que no me mate. Estoy imaginando
cavernas subterráneas que el agua llena hasta arriba, sin dejar aire. Estoy imaginando
rápidos de agua blanca que me pulverizarán contra rocas dentadas. Me imagino un túnel
tan estrecho por el que no cabré.
Justo en el momento en que esas imágenes me asaltan, caigo por una empinada
pendiente, lanzando un grito que podría despertar a los muertos. Caigo en picado con el
agua, maltrecha y confusa, sin saber si debo bracear o cuándo, ni con qué más voy a
chocar en el descenso. Me sumerjo y siento que la corriente me absorbe aún más, dando
vueltas y vueltas. Cuando vuelvo a salir a la superficie, aspiro una bocanada de aire, justo
a tiempo para caer de nuevo.
No sé cuánto durará esto ni cuán profundo corre el río. Sólo estoy tratando de
aguantar. Tiene que disminuir en algún lugar, ¿verdad? Definitivamente no me permito
pensar en el hecho de que el río Estigia se supone que es mortal para los mortales.
En un momento dado, la corriente se vuelve menos violenta y me despojo de mis
pesados vaqueros encharcados, que me pesan aún más que mi reliquia. Me he golpeado
contra las paredes, ¿o tal vez contra grandes rocas? Quién sabe, tantas veces que estoy
seguro de que me sangra la cabeza.
Pero lo peor es el agotamiento.
No sé qué es más peligroso, si las aguas turbulentas o mis músculos debilitados.
En este punto, en lugar de luchar, hago lo mínimo para mantener la cabeza fuera del
agua, dejando que mi cuerpo sea arrojado como un muñeco de trapo roto y empapado.
Estoy a punto de romperme. Lo más cerca de rendirme y dejar que los dioses me
lleven que he estado nunca.
Sería tan fácil cerrar los ojos e irme. Pero no puedo. No quiero. Sigo nadando, sigo
aspirando todo el aire que puedo cada vez que vuelvo a subir.
Prácticamente me desmayo del susto cuando irrumpo en una nueva caverna, una
en la que las aguas se calman rápidamente y por fin soy capaz de nadar sin que me tiren
ni me mojen.
Recupero el aliento en la oscuridad total, esperando a que se me eche encima la
siguiente cosa horrible, que es cuando se me ocurre que tengo una forma de crear luz.
Me deslizo un dedo por el brazo y mis animales cobran vida.
—No me dejen —les digo—. Ayúdenme a ver adónde voy.
Levanto el brazo, lanzando sus destellos de arco iris sobre el agua quieta para
poder orientarme. Parece un enorme lago subterráneo. La orilla está tan lejos que no sé
si llegaré, pero no me detengo. Me doy la vuelta para flotar de espaldas cuando siento
que no puedo dar una brazada más.
Cuando por fin mis manos rozan tierra firme bajo el agua, casi sollozo del alivio
que me recorre con tanta fuerza que tiemblo. Con movimientos lentos, raspando y
arrastrándome, cualquier cosa que pueda hacer con mis extremidades, consigo salir del
agua y desplomarme en la orilla. Rocas del tamaño de escarabajos gigantes se me clavan
en el estómago, y me importa una mierda.
No he muerto.
Lo único que oigo es mi respiración agitada, que gorgotea, un poco encharcada,
pero eso es un problema para más tarde. No sé cuánto tiempo pasa, cuánto tiempo paso
aquí tumbado antes de que mi cuerpo se ralentice por fin, recuperando el aire que no he
tenido durante lo que me han parecido eones.
—Deberían poner eso en el puto Crisol —murmuro para mis adentros.
Entonces rio. Posiblemente un poco histérica.
Me enorgullezco de no ceder a la desesperación. Jamás. Eso significaría que Zeus
gana, con sus maldiciones y ataques, y me niego a dejar que ese imbécil me derrote.
Pero en este momento, sin nadie más mirando, es tan tentador ceder a las sensaciones
que me recorren, como si mis emociones se hubieran quedado atrás en el trauma del
agua y acabaran de alcanzarme, haciéndome caer una y otra vez por segunda vez.
No podría nombrar lo que siento aunque lo intentara. Principalmente, supongo,
pena. Por todo lo que mi vida podría haber sido.
Ruedo sobre mi espalda y me fuerzo a abrir los ojos porque si me dejo sucumbir
al olvido del agotamiento, quién sabe lo que me pasará. Sigo atrapada en algún lugar del
Inframundo y necesito encontrar una salida.
¿Y si estoy atrapado aquí abajo?
Me tapo los ojos con las manos, presionando las palmas hacia abajo, conteniendo
las lágrimas. No estoy llorando. No por esto. No cuando viví. No cuando el beso de Hades
me protege aquí abajo. Llorar es sólo para cosas tristes, maldita sea. E incluso entonces,
preferiría no hacerlo.
—¿Qué haces, pequeña mortal? —pregunta en mi cabeza una voz sedosa y seria.
Chillo mientras me quito las manos del rostro para mirar directamente a los tres
enormes, aterradores, preciosos y hermosos rostros de Cerbero.
—N
o morir —le digo al perro monstruo de tres cabezas de Hades con un
gemido—. Eso es lo que estoy haciendo aquí.
Agradece a las Moiras lo que hayan hecho para que Cerbero me
conociera antes de aterrizar aquí, y no después, no importa lo que diga Hades sobre la
marca en mis labios.
—Entonces lo estás haciendo bien —dice Cer.
Ber levanta la cabeza para mirar a su alrededor.
—¿Cómo has llegado hasta aquí?
Mis brazos están demasiado cansados para levantar una mano y señalar.
—Caí en la cascada de Hades en el Olimpo.
Fuego y azufre. Eso suena ridículo incluso a mis oídos, y yo lo viví.
—Te caíste... —Las tres cabezas emiten un áspero ladrido que creo que puede ser
una carcajada—. Nos estás tomando el pelo. —Ro incluso vuelve a ladrar de risa.
Gruño.
—Me temo que no.
Cer me olfatea suavemente.
—Dices la verdad.
—Sí.
Ber da un pequeño gruñido de incredulidad.
—Nadie podría sobrevivir a eso excepto un semidiós.
—Llámame suertuda. —Toma eso, Zeus. No necesitas amor para sobrevivir a ese
viaje.
—No sé el significado de eso —dice Cer—. Pero supongo que es sarcasmo. A
Hades también le gusta el sarcasmo.
Resoplo una carcajada. Porque Hades lo hace.
—Se me da mejor que a él.
Trago saliva y siento la garganta como si alguien me hubiera raspado el interior
con cuchillas de afeitar.
—¿Hay alguna forma de que puedan ayudarme a volver al Olimpo?
Quiero decir... Cerbero entró y salió de la casa de Hades en una ola de humo, así
que ¿por qué no?
—No desde esta parte del Inframundo.
—Estupendo —murmuro y agito un brazo que siento como un peso muerto sobre
mis ojos doloridos. Entonces una pequeña parte de mi cerebro se activa y bajo el brazo
para mirarle—. Espera. ¿Cómo sabías que estaba aquí?
—La marca de Hades. —Ro dibuja sus labios hacia atrás en una sonrisa temible—
. Me lo dice cada vez que entras en el Inframundo.
—Siempre podré encontrarte, pequeña mortal —dice Ber. Y creo que lo dice como
una advertencia, pero a mí me parece una promesa. Protección.
Aparte de Hades, nadie me ha protegido nunca. Ni siquiera la Orden, a pesar de
que, para ellos, soy una inversión. Y para Hades soy un medio para un fin.
—Puedes llamarme Lyra.
Cer y Ro mueven la cabeza, pero Ber ladea la suya como si no estuviera seguro.
Al unísono, hablan.
—No puedo llevarte al Olimpo, pero puedo llevarte a un lugar mejor que este.
Entonces me pone una pata encima del pecho. Una pata del tamaño de una mesita
con garras de ónice sacadas de pesadillas, y no es el más amable, así que gruño. Pero el
sonido se pierde en el silencio del viaje. No tengo ni idea de a través de qué viajamos,
espacio, tiempo u otros, y no me importa.
Dioses, monstruos y magia.
Reaparecemos en un abrir y cerrar de ojos, y el humo se disipa rápidamente a
nuestro alrededor, pero como estoy tumbado en el suelo me llena las fosas nasales y
hace que mis ya torturadas vías respiratorias se agarroten. Tardo un minuto en dejar de
toser.
Sigo bajo tierra, muy bajo tierra, pero hay luces sobre mí que salpican el techo,
azules brillantes y luminiscentes. No sé qué las produce. ¿Luciérnagas, tal vez? Lo que
sea. Parecen estrellas en un cielo nocturno aterciopelado contra la roca negra del techo
de la caverna.
—Gracias —les digo a mis tatuajes y los vuelvo a mandar a dormir.
Un sonido de chapoteo, rítmico y suave, hace que fuerce mi maltrecho y flácido
cuerpo sobre los codos para descubrir que estoy tumbada en un muelle a la orilla de un
ancho río que brilla del mismo color azul que los puntos de luz del techo.
Me inclino sobre el borde del muelle para mirar más de cerca. El agua no brilla. Es
como si las corrientes de las profundidades del río dieran vida a brillantes motas de luz
que se arremolinan y bailan, creando un patrón tras otro, como un caleidoscopio.
Susurro las palabras de Hades en voz alta.
—No es negro en el Inframundo.
Es fascinante verlo.
—¿Estigia? —pregunto a Cerbero.
—Sí —responde Cer—. No toques, o podría matarte.
Frunzo el ceño.
—Creía que las aguas que me trajeron aquí alimentan este río.
—Sí.
—¿Entonces por qué no me mataron antes?
Cerbero emite un sonido en lo más profundo de su garganta que se parece tanto
a la versión canina de ruh-roh que casi me da la risa.
Ah, bueno. Otra cosa más para los dioses y la magia. La lista se está haciendo
larga rápidamente.
Un ruido a medio camino entre un lamento agudo y una sirena de niebla, un sonido
con el que estoy familiarizada, ya que vivo en San Francisco, se eleva sobre el agua.
—¡Aquí viene! —Ro se agita en alegre anticipación.
—¿Quién? ¿Hades?
Las tres cabezas tiemblan.
—Caronte.
Caronte.
Tardo unos segundos en asimilarlo. Más de lo que debería, pero sigo con la fatiga
de la mente confusa.
—¿El barquero de los muertos?
Tres asentimientos.
¿Cerbero me trajo a Caronte? Se me revuelve el estómago. He oído muchas
descripciones: algunos dicen que es todo huesos sin carne, otros que sus ojos me
perseguirán si le miro directamente, y otros que tiene cuernos, cola y piel sanguinolenta.
Pero todas las descripciones de este dios comparten un mismo tema: da miedo.
—¿No podrías ir a buscar a Hades? —pregunto.
Cerbero sacude la cabeza.
—Me dijeron que cada vez que aparecieras por aquí, no te dejara sola. Soy tu
salvoconducto.
Oh.
—Y Caronte quiere conocerte.
Caronte quiere...
Eliseo sálvame.
A
ntes de que pueda hacer otra pregunta, un barco aparece al final del muelle de
la nada, y con eso quiero decir que no estaba allí, y ahora está. Sin tonterías
de remar lentamente por el río. Y nada de barcos diminutos con capacidad
para diez o menos personas. Esta cosa es tan grande como un barco pirata y de estilo
similar.
Una pasarela cae al muelle con un ruido sordo que puedo sentir desde aquí, y la
gente empieza a salir. Gente de aspecto aturdido que... Miro un poco más fijamente
cuando se acercan a donde estoy tumbada. Sí. Son transparentes.
Almas muertas. Estoy viendo malditas almas muertas.
Cerbero se aleja del muelle hacia la orilla, dejándoles espacio para pasar, y varios
le dirigen miradas cautelosas y de soslayo y se alejan aún más, pero él se queda ahí de
pie, con Ro jadeando. Las almas no me miran en absoluto, como si no existiera.
Caminan hacia la orilla y suben hasta una serie de escalones que parecen
desaparecer en la pared de la caverna. El primero en llegar a los escalones se detiene
hasta que todos están alineados, y no puedo evitar reírme.
—Supongo que hay que hacer cola incluso cuando estás muerto.
Entonces, el alma que va en cabeza sube a la cima y, en cuanto toca la pared de
la caverna, una grieta en lo que yo creía que era piedra maciza se abre con un rechinar
de roca contra roca, revelando una entrada cerrada con columnas estriadas griegas
tradicionales a cada lado y tallas con volutas en la parte superior. Y más allá...
No puedo evitar el grito ahogado que se me escapa.
Últimamente tengo la sensación de jadear mucho, pero al fin y al cabo sólo soy
una mortal.
Además, la vista es digna de un suspiro.
Porque más allá, aún sentada donde estoy, puedo ver los comienzos del
Inframundo, y no es nada de lo que imaginaba. Escaleras, muchas escaleras, suben por
la ladera de una montaña hasta un mundo que no es de fuego y azufre. No aquí, al menos.
Aquí está... encantado.
Contra lo que parece un cielo nocturno, pero que en realidad es el techo de una
caverna a miles de metros de altura, todo brilla, igual que el río y el techo donde estoy,
sólo que más intensamente. Todo es azul, morado, verde, blanco y rosa. Hay flores,
árboles y enredaderas, y los senderos conducen a montañas mil veces más magníficas
que el Olimpo.
Desde donde estoy, sólo puedo vislumbrarlo, pero es todo lo que necesito para
saber por qué Hades no vive con los otros dioses. Por qué prefiere quedarse aquí.
—Es tan... —No encuentro la palabra adecuada—. ¿Por qué Perséfone odiaba
estar aquí?
—No lo hacía.
Me doy la vuelta para encontrarme con un hombre a mis pies y tengo que inclinar
la cabeza hacia atrás para verlo entero.
Este no puede ser Caronte. ¿No?
Está... muy bueno.
Quiero decir, no como Hades. Pero este ser descrito como todo lo horrible es
cualquier cosa menos eso. Alto y delgado, tiene el cabello castaño arenoso que parece
casi rubio sobre la piel leonada y unos ojos risueños entre azules y verdes. No es el tipo
de hombre melancólico que cabría esperar, dado el título de Ferryman of the Dead. En
cambio, parece... accesible... con ojos amables y el tipo de rostro abierto que invita a
tomar una cerveza y charlar.
Inclina la cabeza con una cálida sonrisa que me hace devolverle la sonrisa.
—He sentido curiosidad por ti, Lyra Keres.
—Lo mismo digo. —Le doy la mano, pero no puedo ponerme en pie. Todavía estoy
demasiado borracha de mi experiencia de bodysurfing.
Debe de verlo, porque se deja caer para sentarse a mi lado, apoyando las muñecas
en las rodillas levantadas. Entonces me doy cuenta de que lleva vaqueros, como Hades.
Vaqueros y una camiseta de cuello barco verde claro que, por lo demás, es sencilla.
—Tengo la sensación de que Hades vendrá pronto a buscarte —dice.
—Lo dudo. Para empezar, no tiene ni idea de que me caí en esa maldita cascada.
Los labios de Caronte se dibujan en una gran sonrisa.
—Cerbero me habló de eso.
—Él... —Me giro para mirar al sabueso—. ¿Cuándo?
—Ahora mismo.
Me doy la vuelta y veo que el barquero me estudia con gran interés.
—Puedo ver lo que ve en ti.
—¿Perdón?
—Hades. Eres intrépida de una manera que él... admiraría.
Me inclino ligeramente hacia atrás.
—No es intrepidez. Es falta de juicio y de filtro. —Y toda una vida superándolo por
mi cuenta—. Y a juzgar por lo mucho que me grita por esos rasgos en particular, no estoy
segura de que conozcas a Hades tan bien como crees.
Caronte se ríe.
—Así es. Como no tengo mucho tiempo, necesito contarte algunas cosas
rápidamente. ¿De acuerdo?
¿En serio?
—¿Cómo podría una persona con algo de sentido de la curiosidad rechazar una
oferta así? —Apoyo los codos en las rodillas.
Le brillan los ojos.
—Primero, una pregunta. ¿Por qué no usaste una de las perlas cuando estabas en
el río?
Hay que esforzarse para mantener una expresión neutra.
—No sé lo que estás...
—Los granos de granada de Perséfone. —Me corta como si no tuviera tiempo para
un juego de quién sabe qué y estuviera dispuesto a admitirlo—. Hades no puede hablarte
de ellos porque interfiere, pero a mí eso no me limita, ya que no soy un dios olímpico.
Dejo de intentar fingir que no sé de qué está hablando.
—Están en mi chaleco, y yo estaba ocupada ahogándome.
Su expresión es la de un maestro de escuela decepcionado.
—No vuelvas a cometer ese error. Te llevarán a donde quieras.
Parpadeo.
—¿Pensé que sólo me traerían aquí?
Caronte sacude la cabeza.
—Imagina el destino claramente en tu mente, un lugar o una persona, cualquiera
servirá, y luego trágate una perla.
¿Podría usarlos para volver al Supramundo? No es que haya algún lugar donde
pueda esconderme allí.
—Úsalas sólo si no tienes otra opción —advierte Caronte, como si pudiera leerme
el pensamiento—. Ya tienes problemas con las reliquias.
De eso soy muy consciente.
Caronte se inclina más cerca.
—Serás castigada si los Daemones descubren que los tienes. Lo digo en serio.
Sólo si no tienes otra opción.
Hades no me dijo eso.
—De acuerdo.
Me mira con el ceño fruncido. Yo le devuelvo la mirada.
—¿Qué es lo otro? —pregunto para romper la incomodidad.
Caronte inclina la cabeza, escudriñando mi expresión como si intentara determinar
si debe decírmelo o no.
—Hades valora la lealtad por encima de todo.
—Lealtad. —Aparto la vista, dejando que mi mirada patine sobre las aguas
fluorescentes y el techo. Lealtad suena a Hades.
—No da su confianza fácilmente. —Eso tiene el tono de una advertencia—. Ha
tenido dos amigos en toda su existencia, y uno de ellos soy yo.
—Tres. —Todas las cabezas de Cerbero corrigen a Caronte al unísono.
Caronte lanza una mirada divertida al perro.
—Tres. —Le da una palmadita a la pata de Cerbero, y el sabueso infernal resopla
una pequeña llamarada por las fosas nasales de Ber, pero se relaja.
Me he dado cuenta de que Caronte no menciona a la otra amiga. Supongo que a
Perséfone.
—¿Por qué me cuentas esto?
—Porque Hades es un completo imbécil...
Mis cejas se fruncen y mi columna se endereza mientras lo miro fijamente.
—Sí, lo es, pero como su supuesto amigo, esperaría que tuvieras más...
—¿Lealtad? —me pregunta Caronte con una sonrisa encantada.
¿Me estaba poniendo a prueba?
Todavía estoy zumbando por el arrebato de ira que me invadió en ese momento.
¿Por qué me iba a importar lo que Caronte dijera de Hades?
—No me gustan las pruebas.
Caronte se encoge de hombros.
—Habría sido más sutil si hubiera tenido más tiempo. Y te lo digo porque sospecho
que Hades también podría... llegar a considerarte una amiga.
También podría haberme abofeteado. El impacto habría sido el mismo.
Luego me mira por encima del hombro y sonríe.
—¿No es cierto?
—No necesito tu ayuda para encontrar amigos. —El inconfundible gruñido de
Hades se desliza por la oscuridad y sobre mi piel en un delicioso escalofrío que roza y
acaricia y despierta a su paso.
Se arrodilla frente a mí y me recorre el cuerpo con las manos, como hizo después
de la Labor de Poseidón. Esta vez hay una inquietud subyacente en sus acciones y en su
expresión pellizcada.
—¿Estás herida?
—Probablemente.
—No estoy de humor, Lyra. Responde a la pregunta.
—Lo digo en serio. Creo que estoy en estado de shock. Aunque nada parece
crítico.
Aprieta la mandíbula, pero asiente sin dejar de examinarme. Me sube por los
brazos, me echa el cabello mojado hacia atrás y sisea. Y entonces lo veo. Preocupación.
Preocupación de verdad. Lo sé porque toda mi vida he soñado con alguien que me
miraba así: mis padres, Boone, incluso Félix. Sus ojos se oscurecen de una forma que me
hace dar un vuelco al corazón.
Me roza con la yema del dedo un punto de la sien y me estremezco al sentir el
dolor que me recorre la cabeza.
—Lo siento —murmura.
Pero él no se detiene y me pasa los dedos por el cabello, buscando más lugares
donde me haya golpeado contra las rocas. Y necesito cada gramo de mi débil autocontrol
para no dejar que ninguno de los dos hombres sepa de lo que acabo de darme cuenta.
Hades podría ocupar todo el aire de la habitación, y es arrogante y mandón, por
no hablar de reservado y cerrado. Además está ese temperamento desagradable. Y me
arrastró al Crisol. Pero... me gusta.
Me gusta quién es.
Me gusta pelearme con él porque sé que no me va a hacer daño y que sólo se
pelea porque le importa lo que le ha cabreado. Me gusta su sentido del humor. Me gusta
cómo se ríe pero lo esconde. Me gusta cómo se enfrenta solo al mundo y a todos los
demás dioses. Me gusta cómo rompe las reglas para ayudarme. Definitivamente, me
gusta cómo besa.
Y de hecho me gustaría ser su amiga.
En la historia de las ideas horribles, esa es una pasada.
—Probablemente tengas una contusión. —Por fin me mira.
—Sí —susurro.
No sé qué ve en mis ojos, pero le hace parpadear y luego se retira lentamente.
Sus manos se desenredan de mi cabello mientras se echa hacia atrás, y cualquier atisbo
de preocupación desaparece tras la máscara indiferente que tan bien sabe proyectar.
—¿Necesitas un amigo, mi estrella? —La voz de Hades sigue siendo ese sedoso
arrullo, pero ahora está teñida de risa, y creo oír también una especie de satisfacción
suprema.
Me retracto. Caronte tenía razón. Hades es un idiota.
La única forma que se me ocurre de reaccionar es pasar a la ofensiva, así que
suspiro.
—Eres como un maldito depredador con tanto escabullirte.
Sin duda, eso saca a relucir la arrogancia.
—Me han comparado con una pantera...
—No, no es eso. —Me doy un golpecito con un dedo en los labios, fingiendo
estudiarlo, y luego chasqueo los dedos—. Un pulpo. Así es como eres.
Se oye un bufido que podría ser una carcajada de una de las cabezas de Cerbero.
Hades me mira.
—¿Un pulpo?
—Ajá. Es extraño. —Le dirijo una mirada soleada e inocente—. El humo es como
tentáculos mientras te abres paso en la habitación sin ser visto ni oído. Definitivamente
un pulpo.
Caronte se atraganta con una carcajada.
—Dios mío, Phi, tiene razón.
¿Phi?
No tengo oportunidad de preguntar porque Caronte sigue riendo.
—Nunca lo había notado antes, pero...
Se interrumpe cuando Hades le lanza una mirada fulminante.
—¿Qué? —exijo. Una vez que los has molestado, continúa—. Los pulpos son
bastante inteligentes y astutos. Deberías sentirte halagado.
Hades gruñe, mirando hacia abajo como si pudiera encontrar la paz en esa
dirección. Después de ver el Olimpo y ahora el Inframundo, entiendo por qué mira hacia
abajo en lugar de hacia arriba, hacia el cielo.
—Tu aliado, Zai, vino corriendo hacia mí y me contó lo de tu viaje por el río —
dice—. Tuviste suerte de que ya hubiera regresado al Olimpo.
—¿Ally? —¿Va a dejar de pelearse conmigo por eso ahora?
Hades asiente.
—Se lo ha ganado con esa muestra de lealtad hacia ti.
Zai enfrentarse solo a Hades para decirle que me había perdido en el río Estigia
tuvo que tener agallas, seguro.
—Me alegro. Porque se viene a vivir con nosotros.
Cerbero y Caronte emiten sonidos de asfixia.
Espero que Hades proteste de inmediato, pero no lo hace. Me mira con los ojos
entrecerrados antes de asentir con resignación.
—Tiene sentido. No puede vivir con Dex si quiere sobrevivir.
—Esperaba una discusión.
—Yo también —murmura Caronte.
Lo que le vale una mirada especulativa de Hades.
Entonces Hades se inclina sobre sus talones, con su mirada mercurial recorriendo
mis rasgos.
—¿Aumentas tu colección? —me pregunta en voz baja mirando a Caronte y a
Cerbero.
Pongo los ojos en blanco.
—¿Estás admitiendo que ahora mismo estás celoso de tu mejor amigo y de tu
perro?
Caronte se ríe.
—Estoy de acuerdo, Cerb. A mí también me gusta.
Hades se pone en pie y lanza a su amigo una mirada fría.
—Seguro que te gustaría un hongo, llevas mucho tiempo aquí abajo.
—¿Me acabas de comparar con un hongo? —Me pongo en pie, ignorando su
mano extendida, aunque me tambaleo un poco. Pongo las manos en las caderas, a punto
de darle su merecido cuando me interrumpe.
—Ahora no, Lyra. La tercera Labor está a punto de comenzar.
Oh. Cada palabra que iba a decir se esfuma, dejando tras de sí una neblina de
miedo.
La tercera Labor. Ya.
Esta vez no dudo en alcanzar su mano extendida mientras mi estómago se agita
como si siguiera en el río y Hades fuera mi única orilla.
—B
ienvenidos a su tercera Labor —anuncia Dionisio en tono jovial una hora
más tarde, con su profunda voz rebotando en las paredes de grandes
cavernas situadas al menos a 400 metros de distancia en todas
direcciones. Vestido para impresionar, el dios es básicamente la personificación del
playboy hedonista con demasiado tiempo y el dinero de papá.
Aparto la mirada de él para comprobar nuestro entorno.
Por la vegetación, debemos estar en una selva tropical, pero en una cueva enorme.
Una con humedad, y el goteo, goteo, goteo de agua que gotea. Hay una pequeña abertura
circular por encima de nosotros que permite que la luz del sol se derrame en el interior.
He tenido el tiempo justo para darme una ducha rápida y ponerme el uniforme
antes de empezar a desteñirme de nuevo, pero la humedad hace que el uniforme se me
pegue de forma muy desafortunada. Miro a mi alrededor, apartando la tela de mis piernas
para aliviar la incomodidad.
A mi lado, Meike aplaude al ver a su dios protector. Parece tener unos treinta años,
pero sus ojos brillan como los de un niño mientras mira con adoración a Dionisio.
—¿Sabes lo que viene? —Le susurro a Meike.
Ella niega, el flequillo vuela con el movimiento y una sonrisa se dibuja en la
comisura de sus labios.
—Insiste en que sigamos las reglas y no se le permitió decírmelo —susurra con su
marcado acento alemán.
El dios del vino y la fiesta acaba de subir unos cuantos peldaños en mi libro.
Los demás campeones también están aquí, vestidos como yo con sus chándales
por virtud del color. Antes no tuve mucho tiempo de echar un vistazo a los uniformes de
todos durante la Labor de Poseidón. La Fuerza va de verde intenso con hojas de roble
bordadas en el pecho en reluciente hilo de bronce. El Coraje viste de púrpura, por
supuesto, con hilo dorado que representa flores de cornejo. Turquesa para la Mente con
secuoyas de cobre. Y Corazón en burdeos vino con bordados plateados en forma de
flores de cerezo.
Luego estoy yo de negro con mariposas de oro rosa. Con razón Hades estaba
irritado ese día en la cocina. Sabía que me habían jodido con ese conjunto gris de medio
pelo con letras de prisión.
Que nunca se diga que los dioses no son mezquinos.
—Este espléndido lugar… —Dionisio extiende las manos, mirando a su
alrededor—. Es la Cueva Perdida.
Nunca he entendido el don del encanto natural, pero Dionisio lo tiene a raudales.
Nos dedica a todos una sonrisa tan cálida, sus ojos azules brillan como si de verdad
fuéramos a divertirnos, que me relajo un poco. Quizá lo hagamos realmente.
—Los mortales aún no han descubierto este sistema de cuevas —dice—, pero los
dioses de aquí han tenido la amabilidad de prestárnoslo para nuestro jolgorio.
Los demás campeones se animan visiblemente.
Jolgorio suena prometedor.
—Como pueden ver. —Señala el agujero en el techo de la caverna—. Se trata de
una dolina, hecha por el colapso del suelo de arriba en la caverna de abajo. Ha permitido
que aquí prospere un ecosistema único de selva tropical. Incluso tiene su propio sistema
meteorológico—. Esta Labor pondrá a prueba su Corazón. —Extiende sus brazos
magnánimamente, y los casos aparecen ante nosotros en un resplandor, como si se
materializaran a partir de la niebla.
Frunzo el ceño y miro más de cerca. Todos lo hacemos.
—¿Vodka? —pregunta Samuel, con tono dudoso.
Y no un vodka cualquiera, sino uno de alta gama y muy caro.
Dionisio sonríe.
—Su tarea es llegar desde esta dolina hasta la cascada lejana en la segunda dolina.
El campeón que lleve más onzas líquidas de vodka gana.
Creo que todos exhalamos un suspiro de decepción. Si esa es su idea de jolgorio,
que se la quede.
—¿A qué distancia está? —pregunta Meike a su patrón.
—Alrededor de un kilómetro. —Señala en dirección a la entrada de un túnel oscuro
y frunce los labios—. Pero no esperen que sea fácil. De hecho, puede que quieran trabajar
con un equipo en esto. Al menos al principio.
Mira a nuestro alrededor con expresión radiante, como si esperara que nosotros
estuviéramos igualmente encantados con la diversión que ha urdido.
Quiero decir... al menos no hay monstruos ni caídas inmediatas a la muerte.
—El premio para el ganador es la Copa Interminable de la Abundancia. Tienen
hasta el amanecer, pero cuidado con la noche. —Dionisio vuelve a extender los brazos,
esta vez como si quisiera abrazarnos a todos—. Mucha suerte, campeones.
El dios del vino y las fiestas desaparece en un parpadeo silencioso.
No soy la única que gira en su sitio, observando la cueva. Un kilómetro no está
lejos, pero es terreno abrupto. Llevar sólo dos botellas tampoco nos hará ganar nada. Ese
pequeño desliz casi casual sobre la noche me hace pensar que más rápido es mejor,
pero si voy a perder esta maldita maldición, necesito ganar pronto. Y esta parece bastante
fácil de intentar.
—Lo primero es lo primero —interrumpe Dex mi debate.
Me tenso, capaz de adivinar lo que se avecina. En efecto, me mira fijamente, y el
resto de los campeones lo miran con él o se interrogan entre nosotros. Sólo Zai se mueve
para ponerse a mi lado.
—Todos estamos de acuerdo en que Hades no puede ser rey, ¿no? —pregunta
Dex al grupo, sin apartar la vista de mí.
Algunos asienten. Otros no.
Inclino la cabeza.
—Puede oírte y verte. Lo sabes, ¿verdad?
Por la forma en que se entrecierran los ojos oscuros de Dex y de algunos otros,
Amir, Dae, Samuel y Neve, ya sé que esa amenaza era el camino equivocado.
—¿Qué quieres? —le pregunto directamente—. Puedo prometer no ganar. —No
importa perder la maldición. Estoy acostumbrada a ella de todos modos, y no puedo hacer
mucho sin ella si estoy muerta.
—No nos lo creemos —dice Dae, pasándose una mano por su lustroso cabello
negro—. Rima dijo...
Rima le interrumpe, tiñendo de rosa la piel morena y cálida de sus mejillas.
—Que eres peligrosa —dice.
La miro más de cerca. La forma en que lo hizo me pareció... sospechosa. Como si
no quisiera que dijera algo en particular.
Ella me ofrece una pequeña mueca de dolor, que podría ser una disculpa.
—Hades ya ha demostrado que romperá las reglas para ayudarte. Esa hacha no
es mortal. Es...
—Fue la reliquia que me llegó hace más de diez años, cuando alcancé cierto nivel
como ladrón —les digo—. Todos los ladrones consiguen una con el tiempo. —Por
supuesto, nunca llegué a ladrón de verdad, pero eso no tienen por qué saberlo.
Se miran el uno al otro, con la duda grabada en sus rasgos.
—Y el chaleco, antes de que preguntes, también es mío de antes. —De acuerdo,
Boone me lo trajo después de que me nombraran campeón de Hades, y es para cualquier
aspirante, no para mí en particular, pero eso es sólo una nimiedad—. No soy la única que
trajo herramientas mortales a esto.
Aparte de la mochila que creo que perdió Dae, en realidad no estoy segura de que
sea cierto. Pero podrían haberlo hecho, y ese es el punto.
—Mentira —sisea Neve, echándose el cabello rojo por encima de un hombro—.
Están haciendo trampas, y todos lo sabemos. Seguro.
Joder. Esto se fue de lado rápidamente.
—Pónganse de nuestro lado —anuncia Dex a los demás—. Sacamos a Lyra de la
ecuación esta noche, y eso elimina a Hades de los Labores. Es la única manera.
Doy un brusco paso atrás, buscando ya hacia dónde correr.
Samuel se aclara la garganta.
—No apruebo el asesinato...
—No he dicho que tengamos que matarla —dice Dex.
—Bueno, eso es un alivio —murmuro.
—No ayuda —me susurra Zai.
Dex nos ignora a ambos.
—Mientras esté demasiado lesionada para competir, está fuera. No puede curarse
a menos que gane la Labor.
Me miran fijamente y contengo la respiración.
Se lo están pensando de verdad. Todos ellos.
¿Debería estar corriendo ahora mismo?
La desesperación surge, cruda y aguda, mientras mis ojos se dirigen de un
campeón a otro, y me pregunto quién atacará primero.
—T
engo un dato sobre la Labor de Afrodita —suelto.
Dex frunce el ceño. Neve también.
—Más mentiras —suelta.
Niego y miro directamente a Dex.
—Me lo dijo el día que intentaste atacarme en la carretera.
La duda revolotea por sus facciones, y luego desaparece tras un ceño fruncido
reforzado.
—No te creo.
Me encojo de hombros.
—A cualquiera que no me haga daño a mí... o a cualquier otro campeón... durante
esta Labor, le diré lo que sé después de que todos estemos fuera de la cueva.
Las manos de Dex forman puños a los lados, pero es Rima quien habla.
—Si alguno de ustedes ayuda a Lyra, asumiremos que están de su lado.
Veo cómo Dae se acerca para apretar el brazo de Rima y la sutil inclinación de
cabeza que ella le devuelve.
—No he dicho que me ayuden —anuncio—. No tienen que ser mi aliado. Sólo
tienen que intentar no hacer daño a nadie, incluyéndome a mí. Creo que es justo.
Dex abre la boca, pero Rima se le adelanta.
—Si van a unirse a nosotros —dice a los demás—, vengan ahora para trazar una
estrategia. Volveremos por nuestro vodka.
Después de que le dé un pequeño codazo, Dex deja que Rima le lleve lejos de
donde estamos todos. Neve y Dae van con ellos. Samuel también, aunque me echa una
larga mirada antes de hacerlo.
¿Tiene dudas? No lo suficiente como para ir en contra de Neve y Dae, sus
compañeros virtudes de la Fuerza, supongo.
—Lo siento —dice Jackie mientras retrocede recogiendo su largo cabello rubio en
una coleta—. Me he pasado la mayor parte de mi vida siendo el blanco de los Idiotas. No
sé por qué tiene tantas ganas de ganar, pero no puedo estar en la lista de mierda de Dex.
No me uniré a nadie. Ya les he dicho a Diego y a Meike que pienso hacer el Crisol sola.
—Dirige una mirada de disculpa a sus dos compañeras Virtudes del Corazón. Mientras
que Neve consigue que su acento canadiense resulte amenazador, las cálidas vocales
australianas de Jackie hacen que incluso este rechazo resulte amistoso.
Después, se inclina sobre una caja y saca dos botellas, y entonces, de la nada,
unas enormes alas de plumas blancas aparecen en su espalda. Las despliega y salta por
los aires, volando hacia la segunda dolina.
Diego la mira fijamente, con las manos en las caderas, luego baja la cabeza y
suspira.
—Me gustaría quedarme con Lyra y Zai —dice Meike.
Zai y yo nos sorprendemos. No hemos tenido la oportunidad de conocer a los otros
campeones. No hemos tenido tiempo. Ya puedo oír los argumentos de Hades contra ella,
dada su pequeña estatura y su comportamiento alegre en general, pero aceptaré
cualquier ayuda que pueda conseguir.
Diego la considera un largo momento, luego, sin rencor en su rostro, asiente.
—Creo que esta Labor también la haré solo.
Con ese halo que tiene, es el que más posibilidades tiene de hacerlo bien en
solitario. No le culpo por esa elección.
Meike se acerca a Diego y lo abraza.
—Cuídate, D —le dice.
Le devuelve el abrazo, agarra también las botellas, cuatro, con las que tiene que
hacer malabares torpemente, nos saluda con la mano y se adentra en el bosque en
dirección contraria a Dex y los demás. Antes de perderse de vista, desaparece por
completo, utilizando su premio de la Labor de Poseidón.
Sólo quedan dos. Amir mira a Trinica con su ojo bueno; el otro aún está hinchado
por la caída, junto con las vendas que le envuelven las costillas, una bota médica en un
pie y arañazos y moratones que desaparecen en el cuello de su camisa. Esa mirada dice
que hará lo que ella haga. Después de perder a Isabel, son las dos únicas virtudes del
Valor que le quedan.
Nos mira fijamente a Zai y a mí. No de forma desagradable, sino como si estuviera
sopesando todas sus opciones.
—No estoy diciendo que seamos aliados —dice finalmente—, pero Amir y yo nos
quedaremos con ustedes durante esta Labor. La seguridad en los números, y cualquier
pista, por pequeña que sea, que podamos conseguir sobre futuras Labores vale la pena.
—Si no haces daño a nadie, te lo diré de todos modos. No tienes que quedarte
con nosotros.
Miro a Zai. Si fuera Hades, estaría cabreado, pero se limita a asentir.
La expresión de Trinica se suaviza.
—Te lo agradezco. La seguridad en los números sigue en pie, y vuelves a llevar
ese chaleco, lo que supongo que significa que tienes más herramientas.
En eso tiene razón. Sonrío y ella enarca las cejas, con una pequeña sonrisa en los
ojos.
—Busquemos la manera de llevarnos todo lo que podamos —dice Zai.
Juntos, los cinco empezamos a discutir opciones sin tener ni idea de qué tiene que
ver pasear vodka por una cueva con poner a prueba nuestros corazones.
Pero al menos no estoy hecha papilla.
Anota el día de hoy como una victoria... hasta ahora.
M
e paso la manga por el rostro, secándome el sudor. No es que sirva de mucho.
No hace mucho calor en la caverna, pero la humedad es como una sopa. Sólo
han pasado veinte minutos, pero la luz del sol ya se está atenuando. La
advertencia de la noche se cierne sobre nosotros mientras trabajamos tan rápido como
podemos.
De un golpe, entierro la hoja de mi hacha en un tallo de bambú, fallando donde fue
mi último golpe. Maldita sea. ¿Lanzar mi hacha? Eso se me da muy bien. Puedo golpear
un objetivo exactamente donde y como quiero. Cortar con ella, no tanto. Pero decidimos
hacer una paleta para arrastrar nuestra mitad del vodka, así que sigo intentándolo.
Una pequeña enredadera cae delante de donde estoy cortando y alargo la mano
para tirar de ella.
—¡No toques eso! —grita Meike.
Retiro la mano como si me hubiera mordido una serpiente y ella se acerca
corriendo. Señala la planta.
—Es hiedra venenosa. ¿Ves el grupo de tres hojas y lo brillantes que están? No
las toques, Liebes.
Detrás de Meike, Trinica enarca las cejas.
—¿Conoces las plantas?
—Es uno de mis regalos de Dionisio. —Ofrece esta información como si no fuera
gran cosa.
¿Soy la única que se pregunta qué puede significar eso para nosotros hoy? Parece
que los dioses daban regalos que podían ayudar a sus campeones en cualquier juego
que ese dios hubiera ideado. Pero el conocimiento de las plantas no parece tan útil,
incluso si Meike me salvó de días de picazón.
—Bien. No tocar tres hojas brillantes. —Asiento. Todos lo hacemos.
Miro hacia el cielo mientras una sombra pasa por encima. Zai está usando su
Talaria para obtener literalmente una vista de pájaro, en parte para intentar mantenerse
alejado de la naturaleza y en parte para vigilar. Tiene el Harpa de Perseo en la mano. La
famosa espada utilizada para cortar la cabeza de Medusa es uno de sus regalos originales
de Hermes. Por si acaso.
Dex y su equipo vinieron y se llevaron la mitad del vodka, después de una
acalorada discusión porque no les dejábamos llevárselo todo. Espero que también se
estén preparando. Fuerza, sin embargo… Samuel probablemente podría llevar una paleta
entera por sí mismo.
Pero... resulta que uno de los dones de Dae es una especie de súper sentido que
le permite acercarse sigilosamente a nosotros, aparentemente así es como nos rastreó a
Zai y a mí en el Olimpo. Así que Zai lo vigila por si atacan. El mayor temor es que Dex use
su yelmo. Tiene sentido herirnos para que no podamos cargar mucho. Zai no lo vería
venir en absoluto.
Cada susurro, cada movimiento de pies bajo un arbusto, cada susurro del viento y
todos nos ponemos tensos.
Pero ¿y si ya nos llevan mucha ventaja? ¿Y si estamos perdiendo el tiempo? ¿Y
qué, en nombre de Hades, pasa por la noche?
—¿Has oído eso? —digo a Zai.
No aparta la vista de lo que le llama la atención, pero me hace un gesto con el
pulgar hacia arriba. Yo vuelvo a cortar palos de bambú con mi hacha.
—Te digo que si tardamos tanto, acabarán matando a uno de los dos —dice Amir
desde detrás de mí en un tono plagado de arrogancia. No sé si es por ser adolescente,
por ser un niño rico, por tener miedo, o por las tres cosas, pero sus constantes
comentarios críticos han hecho que los treinta minutos que hemos tardado hasta ahora
sean aún más largos de lo necesario.
Amir está sentado en un tronco, con el pie calzado fuera, ayudando a Trinica a
arrancar las hojas de las lianas y atar los extremos para hacer una cuerda. El cordel que
tenía escondido en el chaleco no daba para más. Ella le golpea con el hombro.
—No falta mucho.
Amir hace una mueca. Dios me libre de los chicos de dieciséis años.
—¿Por qué no recoges más lianas? —sugiere Trinica, levantando la que está
trabajando.
Amir me mira a mí, a Trinica y luego de nuevo a mí.
—Prefiero cortar bambú.
Prácticamente puedo oír a Hades gruñirme para que no entregue mi arma, mi
reliquia, a uno de mis competidores. Incluso mi propio sentido común dice que es una
mala idea. Pero Trinica y Amir se arriesgaron al quedarse con nosotros para este trabajo.
Y la construcción de la confianza debe comenzar con la primera piedra.
—Probablemente harás un mejor trabajo, de todos modos.
Le tiendo mi hacha.
Amir parpadea y Trinica se echa un poco hacia atrás. Está claro que les he
sorprendido. Pero Amir se recupera rápidamente.
—Bueno... —dice mientras la toma, solemne como un sacerdote de templo—, los
dioses me bendijeron con todos estos músculos por alguna razón.
No puedo mirar a Trinica ni a Meike o me reiré, y no quiero herir sus sentimientos.
Amir empieza a cortar el bambú y, como era de esperar, lo hace mejor que yo.
Miro por encima del hombro y veo a Trinica observando. Se encoge de hombros. Yo me
encojo de hombros.
—¡Maldita sea! —exclama Meike en un áspero susurro mientras regresa a
trompicones del arroyo donde estaba bebiendo agua.
Todos nos quedamos helados.
—¿Qué? —pregunta Trinica.
Meike hunde la mano en el río y gime un poco. Trinica y yo nos abalanzamos sobre
ella justo cuando vuelve a sacarla. Se me escapa un siseo al ver una furiosa ampolla roja
del tamaño de un dólar de plata que le sale en la palma.
—¿Qué demonios ha pasado? —le pregunto mientras vuelve a meter la mano en
el agua.
Las lágrimas le resbalan por las mejillas, el rostro tenso por el dolor, pero consigue
señalar una planta. Más hiedra venenosa asomando bajo una hoja ancha.
—No es normal —dice.
Mierda. Sabía que este trabajo no podía ser tan fácil. Hemos tenido suerte de no
habernos enredado ya con la cosa.
—¡Ten mucho cuidado! —dice Trinica a Amir—. La hiedra venenosa causa
terribles ampollas. No la toques a toda costa.
Luego saca de un bolsillo un rollo de venda autoadhesiva. Al notar mi mirada, se
encoge de hombros.
—Herramientas mortales.
Después, trabajamos con más cuidado. Pero la maldita hiedra se esconde por
todas partes, y para cuando Zai termina de montar todo el palé con el bambú, el cordel y
las lianas que recogimos, es el único que no tiene al menos una ampolla en alguna parte.
La mía está en un lado del cuello y parece como si un ácido me estuviera comiendo la
piel.
Con la luz del día menguando, cargamos y empezamos a arrastrar,
intercambiándonos para compartir el trabajo. Dos a la vez pueden utilizar la barra de
bambú que se extiende más ancha que el palé a cada lado.
Tardamos unos cinco minutos en darnos cuenta de que esto va a ser peor de lo
que pensábamos.
Es duro tener que detenerse para atravesar la maleza, maniobrar alrededor de
zonas cada vez más grandes de hiedra venenosa y levantar el palé por encima de las
rocas más grandes. A veces tenemos que descargarla por completo para superar los
obstáculos y volver a cargarla al otro lado. Un kilómetro nos va a llevar una maldita
eternidad.
Y cada segundo, la caverna en la que estamos se vuelve más tenue.
Pero seguimos avanzando hacia el túnel oscuro o la cueva que nos indicó Dionisio,
cuya entrada se hace cada vez más grande a medida que nos acercamos. Hasta que
coronamos un desprendimiento de rocas y podemos ver el interior.
—¿Qué en el Inframundo? —Trinica chasquea mientras nos quedamos mirando.
El túnel hacia la segunda dolina es un desprendimiento de rocas que conduce
desde donde estamos a un pequeño arroyo subterráneo que no debe ser demasiado
profundo. No puedo ver cómo es el otro lado, pero hay un círculo de luz tenue a lo lejos
en la profunda oscuridad. Tiene que ser la otra dolina.
Pero no es eso lo que estamos viendo.
La hiedra venenosa está... por todas partes.
—B
ueno, al menos la hiedra venenosa sólo está en el techo y las paredes —
dice Meike.
Trinica la mira de reojo.
—¿Siempre estás tan alegre?
Meike se encoge de hombros.
—Hace tiempo decidí que en la vida puedo tomar uno de dos caminos. Enfadarme
y amargarme, o elegir deliberadamente ver cada día como una aventura. Elegí lo
segundo. —Le guiña un ojo a Trinica—. Y esto es sin duda una aventura.
¿Así es como llamaríamos a esto?
La luz cambia a nuestro alrededor, atenuándose aún más, como si el sol moribundo
nos recordara que debemos darnos prisa.
—Acabemos con esto de una vez —digo. Tendremos suerte si llegamos al fondo
del desprendimiento antes del anochecer.
Zai añade rápidamente una larga caña de bambú al extremo trasero para que
cuatro de nosotros podamos levantar juntos el palé mientras sorteamos las rocas.
Bajamos por el desprendimiento con muchos gruñidos, insultos y negociaciones. No
ayuda el hecho de que Meike sea tan menuda y Amir esté todo raspado. Zai resopla, pero
al menos tiene las sandalias para no caerse.
Bajamos por un peñasco más empinado, yo estoy en el extremo inferior con
Trinica, soportando el peso, Meike y Zai arriba.
—Aguanta —dice Trinica, con voz tensa. Se echa la barra al hombro y se inclina
para mirar debajo—. No veo nada.
De repente se enciende una luz a mi lado, y miro a mi alrededor y veo a Amir
sosteniendo su móvil con la linterna encendida.
—Gracias —dice Trinica—. Se ha enganchado en un labio de roca.
Juntos, la levantamos un poco más, mis músculos ya tiemblan. Luego nos
movemos arrastrando los pies. Descansamos un poco más entre las rondas de
levantamiento y cambiamos de peso, hasta que por fin llegamos al suelo de la caverna.
El pequeño arroyo bulle alegremente a nuestro lado.
Después de un respiro, como si todos estuviéramos de acuerdo en silencio en que
tenemos que seguir avanzando, volvemos a colocar el jergón para que lo arrastren de
dos en dos. Aquí, donde el suelo de la cueva es de roca en lugar de tierra, la paleta hace
un chirrido terrible, lo que significa que todos miramos a la oscuridad delante y detrás de
nosotros, preocupados por si los demás nos encuentran.
Cruzamos por tercera vez el arroyo poco profundo que serpentea de un lado a
otro en nuestro camino directo. El agua fría me hiela los pies y los zapatos me rechinan.
Justo cuando llego a tierra firme, a Trinica se le escurren los pies y el jergón cae hacia
un lado.
—¡Cuidado! —grita Meike.
Una de las cajas se desliza y ella intenta agarrarla. Pero la agarra desde un ángulo
extraño y uno de los lados de la caja se suelta. Una botella se desliza y se estrella contra
la roca, lanzando fragmentos de cristal por todas partes.
Todos hacemos una pausa, y yo sigo sosteniendo mi esquina.
—¿Estás bien? —Oigo preguntar a Zai. Aunque no sé si se lo pregunta a Meike o
a Trinica.
—Deberías ver esto —dice Meike, y la luz de Amir se dirige hacia ella.
Dejé mi esquina para moverme a su alrededor.
—¡Mierda! —Se me escapan las palabras al verla. Meike se está levantando los
pantalones y nos muestra cómo se están curando las ampollas que tiene ahí—. El vodka
me ha salpicado —dice.
De. Ninguna. Manera.
Nos miramos y Zai saca otro frasco de la caja abierta, le quita la tapa y se echa un
poco en las manos. Inmediatamente, suspira.
—Funciona.
Dioses, Dionisio.
El premio que llevamos a la meta es también la cura del veneno. Tendremos que
elegir el dolor antes que la victoria.
—Reservamos esta botella —dice Zai.
Todos asentimos y nos la pasamos para curarnos las ampollas. Tras un escozor
inicial, las ampollas se enfrían benditamente, pasando del rojo a un color menos furioso.
Se acabó el ácido.
Se necesita casi toda la botella para hacerlo por todos nosotros.
Hagamos lo que hagamos, tenemos que alejarnos de esas malditas enredaderas.
Aquí, eso no es difícil. Esperemos que no estén por todas partes en la segunda dolina
como lo estaban en la primera.
Nos ponemos en marcha de nuevo con Amir a la cabeza, iluminando nuestro
camino. Trinica, que no se ha resentido de su resbalón, vuelve a arrastrar el palé.
Pasan varios minutos antes de que Amir pregunte:
—¿De verdad eres una ladrona, Lyra?
Dudo. Sólo porque, hasta ahora, hemos estado ahorrando aliento mientras
navegábamos por el kilómetro más largo del planeta. Me encojo de hombros y esquivo la
pregunta, no queriendo admitir que tal vez no tenga una habilidad que el grupo considere
útil y por la que me mantengan a su lado.
—Bueno... —Resoplo con esfuerzo—. Mis padres me entregaron a la Orden
cuando tenía tres años para saldar la deuda familiar.
Amir se detiene para mirarme por encima del hombro.
—Yo… —Tose—. Pensé que una serie de niñeras seguidas de internados era
malo.
—Amir —susurra Trinica, y él la mira, con los ojos muy abiertos.
—¿Qué? —pregunta.
Me rio entre dientes.
—No pasa nada. Hice las paces con ello hace mucho tiempo.
Sobre todo. Aunque últimamente he empezado a preguntarme qué harían mis
padres si apareciera después de ganar, con mi maldición eliminada. ¿Me querrían por
fin? ¿Me aceptarían? ¿O al menos me darían un lugar donde quedarme mientras
descubro una nueva vida?
—¿Por eso tarareas? —pregunta Amir a continuación—. ¿Es parte de tu
entrenamiento?
Niego.
—En realidad, intentaron enseñarme a no hacer eso. Nos enseñan a trabajar en
silencio. El ruido, incluso el ruido suave, podría delatar mi posición.
Como si me hubiera oído un ratón, se oye otro crujido a nuestra derecha. Todos
nos asomamos a la creciente oscuridad. Es difícil ver ahora que estamos tan abajo.
Cuando no aparece ningún monstruo ni nadie del otro equipo, sigue adelante, retomando
sus preguntas.
—¿Así que lo haces cuando tienes miedo o algo así?
—No. —Probablemente Hades esté, donde quiera que esté, viendo esto y
gritándome que deje de contarles cosas ahora mismo—. Lo hago cuando estoy
concentrada.
Pero debería esforzarme más por controlarlo. Es un delator, y eso podría meterme
en problemas en estas Labores.
Al oír un parpadeo de sombra, todos levantamos la vista justo cuando Zai aterriza
para dar una vuelta tirando del jergón.
—Por lo que veo, no hay nadie cerca —dice—. Pero manténganse alerta.
Esto último hace que todos nos enderecemos un poco.
Estudio a Zai subrepticiamente, sin querer parecer que lo estoy maltratando. Jadea
un poco. Le hago señas para que se acerque.
—¿Cómo estás?
Dirige una mirada a los demás y se levanta el cuello, lo que me indica que no quiere
que lo sepan.
—Tengo mi inhalador —susurra—. Y traje un EpiPen por si las cosas se ponen
muy mal. Bolsillo izquierdo con cremallera en mis pantalones.
Asiento y él se agarra al palo izquierdo del carro, con los músculos delgados en
tensión mientras ocupa el lugar de Meike.
Nos quedamos callados un rato, pero al final Meike rompe el silencio.
—Así que... está claro que Dex quiere ganar esto. Seguro que tiene motivos.
¿Alguno de ustedes espera ganar? ¿Quizá tienen familia que necesite una bendición?
Todos nos detenemos, mirándola fijamente. ¿Cree que nos vamos a hacer
amigos?
Nos devuelve el parpadeo.
—Puedo ir primero, si ayuda. Tengo una compañera con la que vivo desde hace
años. Mi mejor amiga. Pero somos felices con lo que tenemos. —Se encoge de
hombros—. Así que no tengo interés en ganar.
—¿Ninguna otra familia? —pregunto.
Sus ojos adquieren un brillo lejano, y sé que ya no me ve a mí, sino recuerdos.
—Mis padres ya no están y yo era hija única. —Su sonrisa hace que me duela un
poco el corazón.
—Lo siento —ofrece Zai.
—Yo también —digo.
Trinica se acerca para apretar la mano de Meike.
—Yo también perdí a mis padres y estoy divorciada desde hace años. Mi ex y yo
somos amistosos. Éramos buenos co-padres, pero nuestro hijo ya es mayor, así que ya
no veo mucho a mi ex. Pero mi hijo, Derek, se va a casar. —Sonríe para sus adentros
mientras levanta la vista hacia el techo oscuro, cubierto de hiedra venenosa—. Me
encantaría ganar. —La sonrisa de Trinica se convierte en una mueca—. Me gustaría usar
mi bendición para los nietos.
—¿Y tú, Amir? —pregunta Trinica.
Vuelve a cortar la maleza, y todos tomamos esa señal para seguir avanzando.
—Mis padres están vivos, pero nunca hemos estado unidos. —Amir lo dice con
tanta naturalidad que, si no le hubiera estado mirando, no habría notado la caída de sus
hombros. Niñeras e internados. Debe haber sido...
—Eso suena solitario —dice Zai, robándome la palabra de la cabeza.
Si alguien entendería estar solo entre familia, es él.
—No me importaría ganar si eso significa un nuevo comienzo —dice Amir sin
dirigirse a Zai—. No creo que a mi familia le importe una cosa u otra.
De repente me he dado cuenta aún más de que estos campeones que los dioses
y diosas han elegido no son sólo luchadores en el mismo ring. Son reales.
Personas reales con esperanzas y sueños y seres queridos... vidas que les han
sido robadas. Todos nosotros intentamos volver a casa con vida.
Bueno, tal vez no Dex.
Todos debemos llegar al mismo pensamiento porque nos quedamos en silencio,
aparte de los resoplidos de la gente que arrastra el jergón y los tintineos de cristal contra
cristal que hacen las botellas de vodka. Un círculo vagamente menos oscuro delante de
nosotros, la otra dolina, se acerca. Y de repente tengo la esperanza de que saldremos de
aquí.
—Mi turno —dice Amir un minuto después.
Casi como un presagio, en el momento en que dejamos la paleta para tomar aliento
y cambiarnos, la oscuridad consume la cueva.
Ha caído la noche.
Algo a mi derecha cruje.
—¿Qué fue eso? —susurra Amir.
—Sólo un pequeño sapo de cueva o un ratón o algo así —digo. Y espero tener
razón. A lo lejos, veo un pequeño resplandor moviéndose delante de nosotros. ¿Diego?
Lo hace brillar, pero lo único que veo es una enredadera de hiedra venenosa que
cubre una roca cercana.
No sabía que hubiera partes tan cerca de nosotros.
Amir le pasa el teléfono a Trinica y me releva. Doy un solo paso para adelantarme
a ellos cuando algo se engancha en mi pie y me tambaleo hacia un lado. Intento
detenerme, pero el suelo está lleno de piedras sueltas y caigo al vacío, alejándome de los
demás.
Justo en un parche de hiedra que parece cerrarse sobre mí, aferrándose como
telarañas.
Un dolor ardiente estalla inmediatamente por todo mi cuerpo.
Y, en algún lugar delante de nosotros, alguien empieza a gritar.
L
ucho por ser libre como una fiera, pero no puedo librarme de las lianas. Es como
si cuanto más lucho, más se aferran. El dolor florece por todas partes, incluso
bajo mi ropa.
Vagamente, soy consciente de que quien grita delante de nosotros se calla. Ahora
sólo mis gritos de lucha llenan la caverna.
Parece una eternidad. Minutos antes de que alguien me agarre por los tobillos y
me arrastre con más prisa que cuidado, rozándome la espalda con las piedras. Las lianas
siguen aferrándose a mí mientras avanzamos, y creo oír a Zai maldecir. Pero finalmente
nos detenemos. Ya no hay lianas. Casi no me importa porque estoy demasiado ocupada
volviéndome fetal. Se me cierra la garganta y respiro con dificultad.
No hay suficiente aire.
No me entra suficiente aire por la garganta. Como si de repente fuera diez tallas
más pequeña.
El pánico se apodera de mí y miro frenéticamente alrededor de mi equipo, posando
mi mirada en Zai y aguantando.
—Dios mío —murmura Trinica—. La está matando.
Sueno como si ladrara con cada intento de respiración, mi cabeza empieza a
nadar.
Meike está a mi lado en un santiamén, echándome vodka por encima, y el dolor se
alivia... pero no lo suficiente. Creo que estuve demasiado tiempo en las lianas.
Sacudo la cabeza, volviéndome frenética.
Zai se lanza hacia delante y veo el destello de un cilindro en su mano. Tira
hábilmente de una lengüeta de un extremo, y mis ojos se abren de par en par mientras
mi mente se pone al día. Su EpiPen. Me aprieta el extremo cónico y naranja contra la
pierna y lo mantiene en su sitio durante lo que me parece una eternidad.
Pero entonces... es como si los músculos de mi garganta empezaran a relajarse,
llegando más aire a mis pulmones.
Me siento un poco mareada cuando los efectos se hacen sentir, pero cuanto más
dura, más puedo respirar. El dolor también disminuye. Con una mano detrás de mi
cabeza, Zai me sienta, su rostro en la mío, cálidos ojos marrones preocupados.
—Mira eso —dice Amir.
Aparto la mirada de Zai para mirar hacia abajo y jadeo. Las ampollas se están
reduciendo. Lentamente, pero el dolor se va con ellas.
Funcionó.
Pero entonces me doy cuenta y vuelvo a mirarle.
—¿Ese era tu único EpiPen?
La duración de su pausa me dice todo lo que necesito saber antes de que se
encoja de hombros.
Joder.
Lo hizo por mí.
Nadie hace cosas así por mí. Podría morir aquí sin esa medicina.
—Zai —susurro, negando. Luego hago una mueca de dolor, porque todavía me
duele.
Sus labios se inclinan.
—Lo resolveremos.
—¡Ay! —grita Meike.
Amir gira su luz justo a tiempo para ver las enredaderas de hiedra que envuelven
sus piernas. Como si estuvieran... vivas.
—Dioses —susurra. Y tiene el tiempo justo de mirarnos con ojos llenos de horror
antes de que la hiedra la arranque de un tirón y se la lleve a rastras.
Zai despega tras Meike, su Talaria emitiendo un frenético sonido como de alas de
colibrí. Pero la oscuridad se los traga rápidamente.
Oímos sus gritos, le oímos gritar, pero nos quedamos mirando la nada oscura,
moviéndonos a cada susurro y comprobando el suelo por si se nos viene encima más
hiedra.
Esto es lo que ocurre por la noche.
Las vides.
Un destello de movimiento y, de repente, Zai vuela a un palmo del suelo hacia
nosotros, con Meike en brazos. La luz de Amir se desplaza por encima de Zai durante un
segundo y se me revuelve el estómago. Las enredaderas le alcanzan desde el techo,
agitándose y bajando. Llega hasta donde estamos esperando.
Aterriza a nuestro lado, tumbándola en el suelo. Zai tiene más ampollas en las
manos y el rostro, pero Meike...
—Cuidado con las viñas —dice.
Agarro mi hacha y giro para enfrentarme a la oscuridad apenas iluminada por la
pequeña luz de Amir y sigo mirando por encima del hombro. Meike está inconsciente,
cubierta de ampollas que se le meten bajo la ropa, pero aún respira.
Esas lianas van por la piel. Infiernos.
—¿Qué hacemos? —pregunta Amir.
—Sacrificamos más vodka —dice Trinica sombríamente.
Y ninguno de nosotros discute. Sin perder tiempo, Amir y yo nos quedamos
mirando mientras Trinica y Zai toman dos botellas y se ponen a trabajar con Meike.
De repente, unos gritos se elevan y resuenan por toda la caverna. No sólo una
persona, sino varias, y vienen de detrás de nosotros.
—Ese es el equipo de Dex —dice Zai.
Asiento.
—Las enredaderas deben haberlos atrapado.
Los gritos siguen y siguen. ¿No se han enterado de la cura del vodka?
Intercambio una mirada sombría con Zai.
¿Está pensando lo mismo que yo? Que ahora sabemos lo que hace este trabajo
sobre el corazón. Podríamos abandonar a nuestros compañeros campeones a un shock
anafiláctico, o podríamos volver y decirles la solución.
—Podría volar hasta ellos —dice Zai.
—No —responde Trinica—. Meike puede necesitar que la saques de aquí volando.
Amir no puede moverse rápido con su pie calzado y sus costillas rotas y necesita
seguir abriéndose camino con mi hacha. Trinica ya estaba luchando más físicamente que
yo. Pero ahora tengo la epinefrina en mi organismo, que, me digo, me mantendrá
protegida.
—Iré —digo.
Zai me hace un gesto con la cabeza.
—Toma. —Amir me empuja su teléfono. Lo tomo y corro sola hacia la oscuridad.
No tardo mucho en llegar al grupo de Dex. Tengo que agacharme y saltar varias
veces para evitar las lianas, que son como látigos que me alcanzan una y otra vez. Por
suerte, el grupo no estaba tan lejos y los gritos me llevan directamente hacia ellos.
Encuentro a los campeones al borde de un pozo lleno de hiedra venenosa. Dex
está boca abajo en el borde, sacando a un Dae rechinando los dientes mientras las
enredaderas intentan arrastrarlo de nuevo hacia abajo. Mientras tanto, Rima, Neve y
Samuel, incluso con su fuerza, se retuercen en el suelo.
Primero corro hacia ellos y ayudo a Dae a salir. Luego abro una caja de su vodka.
—¿En serio nos estás robando? —exige Samuel en un gemido, ojos muy abiertos
acusando en el haz de la linterna.
—Zorra —murmura Neve e intenta ponerse de rodillas, tal vez para venir hacia mí.
Una enredadera sale de la oscuridad y se acerca a ella.
No le hago caso, le quito el tapón a la botella y se la echo a Dex en la cabeza.
—¿Qué mier...? —En el instante en que el efecto curativo golpea, se muerde las
palabras. Entonces—: Mierda.
Le lanzo una sonrisa sombría mientras me arrodillo junto a un desconfiado Samuel.
—Así es. Hoy soy tu salvadora.
Necesitan casi la mitad de sus botellas para poder funcionar, sobre todo porque
las enredaderas no dejan de atacarnos, dejando tras de sí más ampollas que tratar. Pero
al menos ninguno se desmaya como Meike.
—¿Pueden correr? —pregunta Rima a su equipo.
Samuel levanta la caja por encima de su cabeza, al estilo Superman.
—Vamos.
Salimos por la caverna.
No tener que arrastrar una paleta ayuda, pero las enredaderas son cada vez más
agresivas. Ahora puedo oírlas en la cueva, crujiendo y moviéndose... para llegar hasta
nosotros. Como una guarida de serpientes viniendo hacia nosotros desde las paredes y
el techo.
Conseguimos no detenernos hasta que tropezamos con mis aliados, y tropiezo con
mis pies al ver a Meike aún inconsciente en el suelo. Algunas de las ronchas están
curadas, pero otras aún parecen ásperas. El suelo está lleno de botellas de vodka vacías.
Trinica me mira con ojos de dolor.
—No mejora —dice—. Lo hemos usado todo.
R
ima se arrodilla junto a Meike y la examina rápidamente con movimientos
bruscos y profesionales. A la derecha. Neurocirujana.
Sé que es malo cuando susurra para sí misma:
—Diosa misericordiosa.
Una liana sale de la oscuridad hacia ella, y Samuel la derriba, dando un siseo de
dolor al contacto.
Rima mira de él a mí.
—Meike no lo logrará si no recibe ayuda ahora.
—Maldita sea. —Creo que Dex es el que lo dice detrás de mí.
Neve pisa otra liana.
—Si nos quedamos aquí, estamos todos muertos.
La respiración de Meike está empeorando notablemente. Su cuerpo está
reaccionando al veneno, y nos hemos quedado sin opciones.
Samuel podría cargarla, pero necesitamos movernos rápido, y él puede acarrear
la mayor cantidad de vodka. Que todos necesitamos ahora. No para ganar, para
sobrevivir. Jackie ya ha volado, o habría conseguido su ayuda. Pero aunque Zai sacara a
Meike de aquí, no arreglaría su condición. No hasta que el resto de nosotros cruce la línea
de meta y termine la Labor.
Aprieto los ojos para cerrarlos. No puedo dejarla morir aquí.
No me jodas.
Creo que soy la única que puede ayudarla. Si uso una perla.
—Maldita sea —susurro.
Preveo otra ronda con Hades cuando regrese al Olimpo. Caronte me advirtió que
no hiciera esto, pero no lo dudo.
—Puedo sacar a Meike de aquí.
Lo siento, Hades.
—¿Cómo? —pregunta Trinica.
—Ya lo verás. Pero... —Hago una pausa—. No estoy segura de poder llevarme a
más conmigo. Yo no...
Amir me da una palmada en el hombro.
—Llévate a Meike. Pasaremos.
Miro directamente a Dex.
—Necesitarán usar tu vodka si...
—Vete —me dice. Claramente no está contento, pero significa que puedo dejarlos
con él.
Miro hacia atrás y veo que Zai me mira fijamente, serio y apremiante.
—Zai…
—Ve —dice—. Tengo extras en el cajón de arriba de mi habitación.
EpiPens, quiere decir. Asiento y saco una perla del bolsillo con cremallera de mi
chaleco.
Los rugidos de los Daemones atraviesan la caverna, y juro que sólo el sonido hace
temblar el suelo. Vienen por mí. Lo sé.
Me meto la perla en la boca y agarro a Meike. Lo último que veo mientras me trago
la perla son los rostros enfurecidas de los Daemones volando hacia mí desde la
oscuridad.
Inmediatamente, es como si alguien me echara un lazo a la cintura y me arrastrara
a través del tiempo y el espacio en un túnel de viento que sopla tan fuerte que no puedo
abrir los ojos para ver y tan fuerte que no puedo oír. Me agarro a Meike con fuerza,
aterrorizada de que el viento me la arranque de las manos.
Meike casi se me ha escapado de las manos cuando el viento deja de azotar
abruptamente a nuestro alrededor. Abro los ojos y descubro que estoy arrodillada en
medio de la habitación de Zai en la casa del Olimpo de Hades.
La cabeza de Meike se inclina hacia un lado, su respiración se entrecorta y sus
labios se vuelven azules.
—Mierda.
Corro al cajón y encuentro la medicina justo encima. Después de ver cómo Zai me
lo hacía a mí, vuelvo a Meike y le clavo el extremo contra la pierna, luego aguanto... y
espero.
Observo su pecho, su rostro, en busca de cualquier señal de que está funcionando.
Por fin, cuando mi pánico está a punto de estallar, da un largo suspiro.
Y yo también.
—Lyra —gruñe una voz por encima de mí.
Levanto la mirada y veo a Hades en lo alto, con el rostro lleno de ira.
—Yo…
El shock me recorre por segunda vez cuando se arrodilla a mi lado.
—No tenemos tiempo. Vienen por ti.
Me levanta contra su pecho, me rodea con ambos brazos y desaparecemos.
Cuando reaparecemos, me encuentro en la orilla del río Estigia, aún envuelta en
los brazos de Hades. Antes de que pueda asimilar eso o el hecho de que Caronte también
está aquí, Hades me suelta y me enmarca el rostro con las manos, inclinándose para que
estemos frente a frente.
—Los Daemones no tardarán mucho en rastrearnos. —La forma en que habla no
se parece en nada al Hades que conozco. Está... preocupado. Quiero decir asustado por
mí, preocupado. Puedo verlo en la tensión alrededor de sus ojos y sentirlo en el tacto de
sus manos. Incluso su discurso es entrecortado y apresurado. Y me gustaría tener tiempo
para sentir lo que es que alguien tema por mí.
Trago saliva. Caronte me advirtió.
—¿Vienen por mí?
Porque usé la perla.
Hades asiente.
Si se ve así...
—¿Va a ser malo? —pregunto.
Hades me busca los ojos casi frenéticamente, luego se inclina y coloca sus labios
sobre los míos en el beso más suave y dulce que se siente como el cielo y una disculpa
a la vez. Puede que incluso más fuerte que nuestros besos anteriores, porque esta vez
parece que lo dice en serio.
Se detiene contra mí y levanta la cabeza. Mira a Caronte por encima de mi cabeza.
No puedo ver lo que pasa entre los amigos, pero sé que una pregunta ha sido formulada
y respondida en silencio, porque Hades asiente.
Entonces su mirada vuelve a clavarse en la mía, ojos negros como el ónice, y su
mirada hace que mi corazón, ya de por sí acelerado, se acelere aún más.
—Hades...
Todo lo que hubiera dicho se me queda atascado en la garganta cuando me pasa
el pulgar por la mejilla y hace una mueca de dolor.
—No debería haberte traído aquí, mi estrella.
Todo en mí se queda inmóvil, incluso mi corazón, que estaba a toda marcha y
ahora se ha parado. ¿A qué se refiere? ¿Me ha traído al Inframundo o... al Crisol?
Estoy tan perdida ahora mismo. Se siente como si se estuviera despidiendo. ¿Tan
malo va a ser el castigo de los Daemones? Ni siquiera puedo obligarme a hacer la
pregunta de nuevo.
—Debería haber encontrado otro camino —dice—. No debería haber escuchado
a... —Traga saliva. Entonces la determinación se apodera de sus facciones—. No voy a
dejar que te lleven.
Me empuja hacia Caronte, que me atrapa justo cuando los horrendos sonidos de
cuatro Daemones rasgan la caverna, rebotando por las paredes y el techo.
Los Daemones aparecen en el aire ante nosotros, sus enormes alas negras hacen
que las aguas de la Estigia se agiten bajo ellas mientras cuatro pares de ojos llenos de
furia se posan en mí.
—Lyra Keres —dicen al unísono—. Ven con...
Hades se lleva las manos por delante, con las muñecas juntas.
—Me ofrezco en lugar de Lyra.
—¿Qué? No… —Caronte me tira hacia atrás cuando intento correr hacia Hades.
—He roto las reglas —dice Hades sin mirarme—. Tómame.
Con gritos de guerra para despertar a los muertos, vuelan hacia él. Tan rápido.
Tan violentos.
—No hagas esto —grito—. Es culpa mía... —Alargo una mano como si pudiera
llegar hasta él, detenerlos de algún modo.
Le agarran por los brazos. Cuando lo levantan de un tirón, alejándolo de mí, Hades
por fin vuelve a mirarme fijamente.
—Por favor —digo. Ruego—. No...
—Ya está hecho.
Y luego se van.
C
aronte y Cerbero me reciben en el desayuno como lo han hecho las dos últimas
mañanas desde la Labor de Dionisio. Zai está sentado al otro extremo de la
mesa, en la terraza, lejos de ellos. Puede que Cerbero le asuste más que Hades.
Eso también podría ser las alergias hablando.
Logró salir con los demás. A duras penas. Tuvieron que usar todo el resto del
vodka para hacerlo. Diego también usó todo el suyo. Lo que convirtió a Jackie, con sus
dos botellas, en la ganadora.
Hades, sin embargo, no ha estado en casa desde que los Daemones se lo llevaron.
Hoy no es una excepción.
Miro fijamente la silla donde debería estar sentado. El nudo en el estómago es un
nuevo compañero constante. Es algo más que la preocupación por no poder salir viva del
Crisol sin él. Es mucho más.
Pero no quiero sentir más.
—¿Se sabe algo ya? —pregunto mientras dejo mi hacha, que Amir me devolvió,
sobre la mesa.
Caronte me observa atentamente, como si fuera una granada que pudiera explotar
en cualquier momento.
—Algo.
Sin molestarme en tomar comida del aparador, me dejo caer pesadamente en el
asiento de al lado.
—¿Qué?
Caronte no lo ha dicho, pero estoy bastante segura de que la ausencia de Hades
en el Inframundo durante días está causando todo tipo de caos. Y aun así eligió ser llevado
de todos modos. Lejos de lo que lo hace ser quien es.
—Entonces... ¿qué has oído? —Vuelvo a preguntar.
—Deberías saber que los Daemones ya vinieron por él una vez antes de esto —
dice Caronte en lugar de responder. Cerbero asiente con las tres cabezas.
—¿Qué? —Me incorporo—. ¿Cuándo?
—Cuando usaste los dientes de dragón y el hacha —dice Cerbero.
Exactamente como Hades me advirtió que pasaría. Sólo que no dijo que vendrían
por él. Eso suena... más serio.
—Les convenció de que eran reliquias que ya poseías y traías contigo.
—Esos son míos —digo—. ¿Por qué no lo mencionaste antes?
Caronte se echa hacia atrás en su silla.
—Nos dijo que no te lo dijéramos.
Por supuesto que sí.
—¿Por qué me lo dices ahora, entonces?
—Porque está siendo un idiota testarudo.
Me aferro a la parte importante de eso.
—¿Está? ¿Como si lo hubieras visto? ¿Hablaste con él? ¿Es...?
—Estará bien —me asegura Caronte.
Mi estómago toca fondo.
—¿Lo que significa que no está bien ahora? ¿Qué le han hecho?
Caronte intercambia otra mirada con Cerbero.
—No tuvo más remedio que explicarte lo de darte las perlas con la diadema antes
de que empezaran oficialmente las Labores y no decirte lo que hicieron —dice Cer. Creo
que intenta ser amable, aunque es difícil saberlo con esa voz oxidada—. Amenazaron con
matarte porque se saltó las normas.
Amenazaron...
Puedo sentir cómo se me escurre la sangre del rostro.
Caronte habla despacio, como si eligiera cuidadosamente sus palabras.
—Les convenció de que no se había roto ninguna regla y que le dieran un castigo
menor en tu lugar.
—Mierda —murmura Zai, luego hace una mueca—. Dioses, ¿verdad?
Devuelvo mi atención a Caronte y susurro con los labios rígidos.
—¿Qué castigo?
Mira hacia otro lado.
—Le cortaron las palmas con la Daga de Orión. Para los mortales, crea una herida
que nunca se cura. Para los dioses... Se curará, pero tardará uno o dos días más.
Trago saliva.
—¿Por qué no me avisó? —Me pregunto a mí misma más que a ellos.
—Te lo advertí —dice Caronte, volviéndose más duro de lo que había sido conmigo
hasta ahora.
—No es suficiente —digo—. Dijiste que me castigarían. Pensaba en comidas
restringidas o confinamiento solitario o algo así. Esto no. —Me miro las palmas de las
manos, me imagino las rodajas y se me revuelve el estómago.
—¿No habrías usado la perla si lo hubieras sabido? —le responde.
No puedo sostenerle la mirada porque no lo sé. Meike probablemente habría
muerto si no lo hubiera hecho.
—Hades debería habérmelo dicho. Todo. ¿Por qué está haciendo esto? La
verdadera razón.
—Tendrás que preguntárselo a él —dice Caronte, sosteniéndome la mirada.
Niego.
—¿Por qué es un secreto tan grande y todopoderoso?
El barquero hace una mueca.
—Sobre todo porque cuanta más gente conoce un secreto, más difícil es
guardarlo. Pero también, en parte para protegerte de la reacción...
Así que hay una razón.
—¿Y en parte algo más?
Caronte se pasa una mano por el cabello.
—No lo admitiría, pero después de Perséfone, Hades mantiene sus emociones y
razones y acciones aún más cerca.
No me gusta cómo me aprieta el corazón, por la pérdida de Hades, pero también
porque...
No. No le daré un nombre a lo que siento. Nombrarlo le da poder.
—Debe haberla amado mucho para estar tan devastado.
—Lo hizo. —Caronte ladea la cabeza—. Pero no de la forma que pareces creer.
Frunzo el ceño.
—¿Qué?
—No eran amantes. Ella no era su esposa.
—Pero... ella era su reina. —Las historias y acólitos de los templos no se
equivocaron, ¿verdad?
—No a través del matrimonio. Firmó un pacto con ella, dándole poder sobre una
porción de su reino.
¿Es cierto?
—¿Qué parte?
—Eliseo.
Y ahora Hades tiene que gobernarlo de nuevo sin ella.
Caronte sonríe.
—Perséfone tenía el más suave y dulce de los corazones.
Exactamente lo contrario de mí, entonces.
—Y ella es la razón por la que Hades se aseguró de que las flores florecieran en
el Inframundo, para que nunca tuviera que perderse la primavera cuando estaba allí.
—Eso me suena a alguien a quien amaba.
Caronte y Cerbero niegan.
—Él la veía como una amiga, incluso como una hermana menor.
Mi corazón se contrae y luego parece expandirse con este conocimiento, dando
un fuerte golpe. No debería. No debería importarme. No me importa en absoluto.
Preocuparme me convertiría en un tonto mil veces.
—Mi consejo es que le des tu confianza... —Un lado de su boca se tuerce—. Y
mucha paciencia. Deja de hacer preguntas. El destino se encargará a partir de ahí.
Ya entregué mi confianza. ¿Y la paciencia? Años de trabajar para pagar deudas te
enseñan esa mierda muy rápido. ¿Pero dejar de hacer preguntas?
Dejo caer la mirada a mis pies, pataleando en la base de la mesa.
La ausencia continuada de Hades está empezando a asustarme porque creo que
he empezado a apoyarme en él más de lo que pensaba. Claro, él tiene sus puntos
desafiantes , arrogante, argumentativo, me arrastró a esta mierda de competencia.
Pero desde el primer día del Crisol, nunca le he tenido miedo. Y hay una cosa que
él es absolutamente: constante.
Firme. Puedo confiar en la estabilidad. Es la inconstancia lo que me hace
desconfiar.
—Discúlpame. ¿Lyra? —Uno de los sátiros aparece a mi lado. Sostiene una
bandeja de plata con dos cartas. Una con mi nombre.
Con el ceño fruncido, saco el sobre dorado de la bandeja y lo abro.
—¿Qué pasa? —pregunta Caronte.
—Es una invitación a la próxima Labor. —Vuelvo a leer las brillantes palabras y
miro a Zai, que está leyendo las suyas. Al parecer, para la próxima Labor se requiere
nuestra presencia en casa de Apolo a una hora determinada.
Competimos en otra Labor. Mañana.
Y Hades sigue siendo castigado. En mi lugar.
—Mierda. —Miro a Caronte, intentando que no cunda el pánico—. ¿Acaso se le
permite estar allí?
E
l hogar de Apolo en el Olimpo es... más o menos perfecto.
Esperaba que todo fuera dorado y soleado, con referencias musicales y
filosóficas, lo que es cierto por fuera. Pero por dentro es como entrar en una
villa italiana, o lo más cerca que he estado de una, que son las fotos de Internet
y la versión californiana de ese estilo.
Sin embargo, me cuesta asimilarlo. No porque esté a punto de entrar en otra Labor,
que debería ser lo único que tengo en mente, posiblemente morir, sino porque Hades no
ha vuelto a desayunar esta mañana.
Y no me gusta lo apretado que todavía siento el pecho.
Paredes blancas y brillantes, con algún que otro mural de escenas pastorales
pintado con esmero, se complementan con suelos de baldosas de intrincados diseños
geométricos. Siguiendo al sátiro que me escolta, descubro una sala común que es todo
confort elegante, con sofás profundos, cojines, mantas, libros y una enorme chimenea
que podría calentar una ciudad entera.
Pero no es ahí donde me lleva el sátiro.
Después de esperar en el vestíbulo hasta la hora exacta de mi invitación, me
conduce a una sala que me recuerda a los programas de televisión históricos que
muestran antiguos baños comunales o salas de vapor. En los bancos de mármol blanco
de las paredes se alinean dioses, diosas y sus campeones. Supongo que mi hora era la
última.
Zeles se queda a un lado como un guardia de prisión silencioso.
Me acerco a él antes de que pueda replanteármelo e imito su postura, cruzándome
de brazos.
—Quiero ver a Hades.
—No. —Ni siquiera un parpadeo de emoción.
—Sabes que no se rompió ninguna regla.
—Soy consciente —dice apretando los dientes.
—¿Pero le castigaste de todos modos?
Finalmente, me mira directamente.
—Para dar ejemplo.
Me burlo, y en algún lugar detrás de mí, Zai sisea mi nombre, una advertencia que
no me molesto en escuchar.
—Deberías poner reglas más estrictas si no quieres que los dioses encuentren
lagunas —señalo—. Eso no es culpa suya. Es culpa tuya.
No le doy a Zeles la oportunidad de responder y dejo caer mi trasero en el único
sitio vacío del banco más cercano, junto a Zai y Hermes. No saludo con la cabeza a Trinica
y Amir. No son aliados oficiales. La última Labor fue sobre la seguridad en los números,
y no voy a empeorar las cosas para ellos con Dex y su grupo. Espero que lo sepan.
—A veces —murmura Hermes—, la valentía no es realmente valentía. Es sólo
tontería envuelta en un bonito paquete.
—A veces —digo—, los dioses son sólo idiot...
Zai me tapa la boca con una mano, amortiguando lo que iba a decir.
Se abre una puerta y aparece Apolo. Zai suspira aliviado y suelta la mano.
El dios hace que la habitación parezca su hogar, irradiando calor y luz. Apolo es
más moreno que su hermana gemela, de piel negra. Tiene un resplandor casi tangible
que me hace querer regodearme un poco en él, pero son sus ojos lo que más me fascina:
oro puro, como si al conducir su carro solar por los cielos hubiera capturado algunos de
sus rayos en su interior y la luz intentara escapar. Estoy tan absorta en él que casi no me
doy cuenta de que Artemisa entra por la puerta detrás de él.
Apolo sonríe, y es imposible no sentirse atraído por el dios.
—¡Bienvenidos, campeones, a su cuarta Labor! —La sonrisa de Apolo se ensancha
mientras mira a Artemisa. Ella, a diferencia de su hermano, no sonríe.
—Y su quinta —anuncia.
—¿Qué? —Neve es la que protesta. En voz bastante alta—. Nadie ha dicho nada
de dos a la vez.
Ares se sienta estoicamente a su lado, pero a juzgar por el endurecimiento de sus
facciones, creo que no está muy contento con su arrebato.
Artemisa la lanza una sola mirada, sin impresionarse, y Neve se calla, aunque no
deja de fulminarla con la mirada.
—Nadie dijo nada de no tener dos a la vez, tampoco —dice la diosa con una voz
que nos dice al resto que discutir no tiene sentido... y se nota—. Somos gemelos. Lo
hemos hecho todo juntos desde el vientre materno.
Dae, sentado junto a Rima en el banco, esboza una sonrisita de suficiencia a su
aliada. Aparto rápidamente la mirada para que nadie se dé cuenta de que lo he visto, pero
no puedo evitar preguntarme si hay alguna fisura entre ese grupo de aliados.
Apolo saluda a la puerta por la que entraron.
—Para llegar a la Labor de Artemisa, primero deben completar la mía.
¿Dos de una vez? Claro. ¿Por qué demonios no?
Ya he dejado atrás el miedo y los resquicios de esperanza y supongo que he
llegado a la fase del Crisol en la que hay que joderse.
—Para mi Labor —continúa Apolo—, cada uno de ustedes dispondrá de dos
minutos en la habitación que hay detrás de mí. Su objetivo es encontrar el detonante que
abrirá una puerta, puede que sea físico o puede que no. Si no encuentran la respuesta
en los dos minutos asignados...
—Déjame adivinar —refunfuña Neve—. Morimos, ¿eh?
—¿Deseas morir ahora mismo? —le pregunta Ares en un tono bajo que hace que
una tensión rígida recorra mi propia columna vertebral, y ni siquiera me está hablando a
mí.
Neve cierra la boca y niega, con los rizos rojos rebotando.
Apolo sonríe.
—No. Volverán a esta habitación. Cada uno hará su turno en el orden que yo
especifique, y podrán intentarlo tantas veces como necesiten hasta que lo descubran.
Lo que significa que los más rápidos se adelantarán a la Labor de Artemisa.
—Puedes discutir lo que encuentres en la sala con cualquiera de los campeones
que quieras, pero no con tu dios o diosa —dice Apolo—. Serán llevados a otro lugar
cuando esto comience.
—¿Y si nunca lo averiguamos? —pregunta Zai.
—Entonces morirás. —La respuesta se da en el mismo tono que Apolo podría
utilizar para anunciar que se acaba de servir una suntuosa comida. Como si se tratara de
un final agradable.
Después de conocer a Hades, empiezo a estar de acuerdo con él.
Exhalo un suspiro frustrado por la nariz, y me cuesta concentrarme totalmente para
mantener quietas todas las partes de mi cuerpo. Otro trabajo más orientado a desnivelar
el maldito campo de juego. No me extraña que Hades encuentre lagunas.
—¿Cómo ganamos este trabajo? —pregunta Rima, con sus delicadas manos de
cirujana entrelazadas en el regazo.
Apolo hace un gesto con la cabeza a su campeón, como si apreciara que al menos
una persona esté jugando para ganar.
—Si o cuando encuentres la respuesta, y no, no es un acertijo, se te dará algo, y
se abrirá una puerta que te permitirá comenzar la Labor de Artemisa. La primera persona
que lo haga será la ganadora de mi Labor. Recibirán su premio al final de ambos.
Retrocede para que su hermana pueda describir la suya.
¿Eso es todo? ¿Ya? ¿Encontrar la respuesta y abrir una puerta?
—Por su quinta labor —dice Artemisa—, como explicó mi hermano, recibirán algo
cuando se abra la puerta. Ese algo son cuatro banderas que llevarán en el cuerpo: una
para la Fuerza, una para la Mente, una para el Corazón y una para el Valor.
Sus ojos se detienen en mí. Me estoy cansando de ser la única campeón con algo
diferente.
Artemisa aparta su mirada de la mía.
—Estas banderas se colocarán en sus cuerpo de forma lógica: el brazo para la
Fuerza, sobre el corazón para el Corazón, una banda en la cabeza para la Mente y en la
columna vertebral para el Valor. Su trabajo consistirá en no perder las banderas mientras
corres una carrera de obstáculos.
Carrera de obstáculos. Me desinflo como un globo pinchado. Soy malísima en
esas.
—¿Tratamos de tomar las banderas de los demás? —Dex, por supuesto, pregunta
eso.
Artemisa niega.
—Habrá criaturas esperando en cada uno de los obstáculos. Intentarán quitarles
las banderas. Si consiguen hacerlo, lo sabrán. Si les quitan la Mente, experimentarán
confusión. Si es la Fuerza, dolor. El corazón, agotamiento. Y el Coraje, miedo.
Siempre con los giros.
Hay que dar puntos a las deidades por su creatividad y su facilidad para la sed de
sangre.
—Si pierden las cuatro banderas, no hay posibilidad de que superen ninguno de
los obstáculos restantes —dice—. Estarán demasiado abrumados. Si lo consiguen, en la
línea de meta deben encontrar y tocar a su dios o diosa protectora, que les estará
esperando allí, y entregarle las banderas que les queden, si es que queda alguna. Gana
el campeón que llegue a la meta con más banderas. Todos los campeones deben cruzar
la línea de meta antes de que transcurra una hora desde la llegada del primero. Los que
no lo consigan para entonces... Dejaremos que el monstruo del final los tenga.
Así que, formas extra de morir hoy. Impresionante.
—Y yo pensando que no me había sentido desafiada por la última Labor —
murmuro en voz baja.
Y tal vez, sólo tal vez, Hefesto tenga que disimular una carcajada mientras Dionisio
me lanza un mohín dolido.
Apolo y Artemisa se toman de la mano.
—Las Labores comienzan…
—Esperen —digo.
El rostro de Artemisa se tuerce de irritación, pero Apolo se limita a levantarme las
cejas.
—Hades sigue desaparecido. —Lanzo una mirada amarga a Zeles—. ¿A quién voy
a encontrar al final?
—Tu patrón debería haber pensado en eso antes de explotar las... lagunas —dice
Artemisa.
Entonces, al unísono, los gemelos dicen:
—Las Labores empiezan... ahora.
Y en el instante siguiente, los dioses y las diosas desaparecen. La puerta se abre
y aparece un sátiro de oro y plata con un pergamino en las manos. No puedo ver mucho
más allá de ella, sólo una habitación con más mármol blanco y mucha luz, pero por lo
demás, parece vacía.
—El primero —dice el sátiro—. Zai Aridam.
Z
ai no se mueve de inmediato. En su lugar, mira a Rima. Todos lo hacemos.
Es la campeona de Apolo. ¿Por qué no la envía primero el dios del sol
para que nos lleve ventaja? Rima nos mira como una lechuza y no sé si está
sorprendida o no. En cualquier caso, no parece disgustada.
Zai respira hondo y nos mira a Meike y a mí, asintiendo antes de entrar en la
habitación y cerrar la puerta tras de sí. Dos minutos después... vuelve a salir. No es buena
señal.
—Neve Bouchard —llama el sátiro.
Zai, mientras tanto, se acurruca con Meike y conmigo en un rincón.
—Ahí hay un arpa —dice—. No hace nada, sólo está sentada. Es un poco grotesco,
la verdad.
—¿Grotesco? —pregunta Meike.
Zai asiente.
—No quería acercarme demasiado.
Bueno...
—Pero por lo demás, nada más. Palpé cada parte de las paredes oeste y sur que
pude alcanzar para tratar de encontrar una palanca o botón oculto, o incluso una puerta,
pero se me acabó el tiempo.
La puerta se abre y Neve sale echando humo y se dirige directamente a Dex, Dae
y Rima. No Samuel.
Entorno los ojos hacia Dex, que escucha atentamente a Neve.
—Meike Besser —llama el sátiro.
Zai y yo esperamos. Dos minutos después, Meike también vuelve.
Trinica es el siguiente.
Meike se apresura hacia nosotros.
—Palpé las otras dos paredes. Nada.
—Supongo que revisaré el piso. —Ambos asienten—. Zai, ¿hay algo en tu libro?
Sacude la cabeza.
—Ya lo he intentado.
Meike se acerca y baja la voz.
—Tengo el Espejo de Ariadna, mi otro regalo de Dionisio. Se supone que revela el
camino a seguir. Quizá pueda mostrarme la salida. —Hace una pausa, arrugando la
frente—. Debería haberlo usado en mi primer intento. Lo siento. Estaba pensando en
cubrir lo que Zai no había hecho.
Estoy tentado de darle una palmadita en la mano sólo por compartir eso con
nosotros. No tenía que hacerlo.
—El arpa tiene que estar ahí por alguna razón. —Miro a mi alrededor—. ¿Algo que
ver con la música, tal vez?
—Intentaré tocar el arpa en la próxima ronda —dice Zai.
Y luego esperamos. No pensarías que dos minutos para cada uno serían tan largos,
pero lo son.
Cuando Dex sale de su intento, con mueca de irritación, no puedo contenerme.
—Parece que ese don premonitorio no es tan útil como crees.
Dex se sobresalta.
Detrás de él, los labios de Neve se fruncen.
—¿No se lo dijiste a tus aliados, pero sí a ella? —Lanza un dedo acusador en mi
dirección.
Dex pone expresión de asco.
—¿Cómo demonios lo sabías? —me pregunta.
No me molesto en ocultar mi sonrisa.
—No lo sabía. No con seguridad. Pero ahora sí.
Empieza a acercarse a mí, con las manos en puño.
—Tócala y te verás conmigo —dice Samuel. No se mueve, no levanta la voz, pero
Dex se detiene en seco. Tenía razón. Lo perdieron como aliado en la última Labor. No sé
qué lo hizo cambiar, pero me alegro de no tenerlo como enemigo.
Saludo a Samuel con la cabeza. Puede que estuviera con Dex y los demás al
principio del último desafío, pero ahora estamos en paz.
Tras un momento de visible lucha contra su ira, Dex se aleja dando pisotones hacia
sus aliados. Reanudamos la rotación de campeones a través de la Labor. Yo, por
supuesto, estoy en último lugar. Apolo podría al menos haberme colocado en el medio
para mezclarlo un poco.
Lo primero que hago al entrar en la habitación es remangarme y despertar los
tatuajes de Hades. Mando al zorro a olisquear la habitación y a la tarántula a trepar por
las paredes, buscando cualquier posible salida, mientras palpo los suelos.
Mis dos minutos se acaban rápido y, con los tatuajes de nuevo en su sitio, salgo
sin nada. Zai es el siguiente con el arpa. No han pasado más de diez segundos cuando
se oye un fuerte aullido y todos dirigimos nuestras miradas hacia la puerta.
La decepción me invade cuando vuelve a salir. Pero los demás sonríen en voz baja.
Volvemos a acurrucarnos.
—Esa maldita arpa me ha mordido —susurra. Encorvándose para que los demás
no lo vean, nos enseña la mano, que tiene marcas de dientes en el dorso y la palma.
Marcas de dientes humanos.
—¿Morderte con qué? —pregunto.
—Esa cosa es... —Hace una mueca—. Está hecha de partes humanas: un esternón
y creo que las cuerdas son cabello. Cuando pulsé una, le salieron dientes y se abalanzó
sobre mí. Creo que iba por mi garganta.
Antes tenía razón. Grotesco.
Le toca de nuevo a Meike, pero su espejo no le muestra nada. A medida que los
demás van sin éxito, y luego todos damos una tercera vuelta, la sala de espera se
desespera cada vez más en silencio.
No nos matarían a todos si ninguno encuentra la respuesta. ¿Verdad?
Ni siquiera a Zai se le ocurren más ideas para probar su libro de respuestas. Al
menos no somos los únicos frustrados. Creo que Dex podría reventar una vena en
cualquier momento.
—Lyra Keres —llama el sátiro.
Cuarto asalto para mí. Entro en la habitación y, esta vez, en lugar de mirar, cierro
los ojos e intento que mi corazón deje de dar saltos para poder concentrarme.
Al principio, ni siquiera me doy cuenta de que lo estoy haciendo, pero más o menos
cuando me doy cuenta de que estoy tarareando, se oye un pequeño chasquido y
entonces siento unas cintas que me envuelven la cabeza, el pecho y el brazo.
Abro los ojos y veo una gruesa puerta de mármol que se abre de par en par y deja
al descubierto la entrada a lo que parece ser una cueva. Otra cueva. Mucho más pequeña
que la de las dolinas. Ahora llevo bandas que sujetan mis cuatro banderas a mi cuerpo.
Se me cae la mandíbula.
La música. El arpa no quiere que la toquen, quiere oír música.
—Lo hice. —Las palabras salen de mis labios como un susurro. La euforia se
apodera de mí como si acabara de robar la mejor puntuación de la historia, y tengo que
tragarme un cuervo de alegría.
¡Gané!
Quiero decir, no a propósito ni nada. Esto fue sólo un feliz accidente. Pero no suelo
tener accidentes felices.
Dios mío, he ganado.
He ganado una maldita Labor.
Hades va a estar como loco, o al menos su versión de loco. Llevo cuatro labores,
no he muerto y estoy empatada a victorias con Diego, Zai y Jackie. Por primera vez desde
que Hades me nombró su campeona, siento la confianza de que puedo sobrevivir a esto.
Tal vez incluso perder mi maldición.
Y ser amada.
La felicidad me recorre las venas y me hace saltar sobre los dedos de los pies con
su energía efervescente. Menos mal que Hades no está aquí, porque estoy segura de que
me arrojaría a sus brazos.
Me asomo por la puerta, no quiero que el mundo vigilante de los dioses vea lo que
siento en este momento.
Tras respirar hondo, me adentro en la oscura y espeluznante cueva.
D
espués de sólo un paso en la cueva, vacilo.
Zai y Meike siguen ahí fuera. También los otros.
Tengo que tomar una decisión. La cosa es que si alguno de ellos no lo
resuelve, morirá. Si eso no estuviera sobre la mesa, se lo diría a Zai y Meike y dejaría que
los demás lo descubrieran por sí mismos.
Dejo caer los brazos a los lados, cierro los ojos y suelto un gemido de frustración.
Pero no puedo no hacerlo. Abro los ojos y miro hacia arriba, sabiendo que, lo hagan como
lo hagan, todo el Olimpo me está viendo pasar por esto.
—Lo siento, Hades —digo, alto y claro.
Habrá muchos infiernos que pagar cuando salga de la cárcel de dios o de donde
le tengan, si es que me habla.
La verdad es que estoy deseando volver a discutir con él sobre cualquier cosa.
Concéntrate, Lyra.
Me alejo de la puerta de mármol que da acceso a la caverna y la cierro. Unos
treinta segundos después, el sátiro abre la puerta de la sala de espera. En cuanto los
demás se dan cuenta de que llevo mis banderas, se levantan de un salto entre
exclamaciones y no pocas maldiciones.
Levanto una mano para que se callen.
—Todos y cada uno de ustedes tienen que jurar, por sus vidas, que si les doy la
respuesta, no dañarán ni entorpecerán a ningún otro campeón en la realización de
ninguna de las Labores de hoy. —Intercambiar información por seguridad funcionó la
última vez, ¿verdad? Entonces dudo. Las consecuencias tienen un significado diferente
para mí ahora.
Miro a Zeles.
—¿Va contra las reglas?
—No.
—Bien. —Me enfrento a los campeones.
Una letanía de expresiones me devuelve la mirada: asombro, duda, enfado. Pero
la prueba de que conozco la respuesta está en mi cuerpo en forma de cuatro banderas.
—Prométanlo, o sólo se lo diré a mis aliados y el resto pueden arriesgarse a acabar
en el Inframundo.
—¿Qué estás haciendo? —dice Zai.
—Lo siento —les digo a él y a Meike. Meike al menos me hace un gesto de
aprobación. Ya veo. Lo entiende.
Neve me mira como si fuera un insecto que quisiera aplastar bajo su zapato.
—¿Por qué demonios nos dices la respuesta, idiota? —dice, con su acento
canadiense aún más marcado de lo habitual—. Podrías habérselo dicho a tus aliados y
dejar que el resto fracasáramos. —Lo que no nos deja ninguna duda de que eso es lo
que ella habría hecho.
—Digamos que no soy fan de la muerte como castigo. —Espero que los dioses y
diosas estén escuchando. Tomen nota, les digo en silencio. Arruinaré su diversión
haciendo esto cada maldita vez.
Entonces miro a una persona y sólo a una persona.
Dex.
Me mira con los ojos entrecerrados y trabaja la mandíbula durante unos segundos
antes de asentir con los labios apretados.
—Lo juro.
Tras una pausa de sorpresa, los demás hacen lo mismo, todos y cada uno de ellos.
Ya está. Al menos saqué algo que debería ayudarme a mí y a mi equipo. Dex y sus
aliados no vendrán tras nosotros hoy.
—Música —les digo—. Hagan música o canten. Pero no intenten tocar el arpa. Ella
muerde. Háganlo hasta que se abra la puerta. —Miro a Zai y Meike—. Les esperaré al
comienzo de la próxima Labor. —No tendré que esperar mucho. Zai está justo después
de mí en el orden en que vamos, y Meike poco después de él.
Me giro para volver a pasar, pero el sátiro se me adelanta.
—Lo siento, Lyra Keres, pero las reglas son claras. Si vuelves a salir, tendrás que
esperar tu turno.
—¡Ja! —grazna Neve—. Te lo mereces.
—Cierra la puta boca, Neve —gruñe Dae—. Acaba de salvarte la maldita vida.
Neve se sonroja y abre y cierra la boca un par de veces.
—Ella no es realmente así. —Dae nos mira al resto—. Al menos no lo creo. El don
de Ares era un espíritu competitivo, y parece haberla hecho... —Le hace un gesto con la
mano—. Esto.
Dex le pega en la nuca.
—No les digas una mierda.
La mandíbula de Dae se inclina en un ángulo obstinado.
—No va a ayudarles, pero al menos no la odiarán por ello.
—Zai Aridam —llama el sátiro.
Zai se detiene delante de mí antes de entrar.
—Meike y yo te esperaremos.
Niego.
—Soy la última. Todos los campeones están entre nosotros. Con tus sandalias
aladas, tienes posibilidades de superar los obstáculos. Deberías intentar ganar.
Alguien, Dex, quizá, suelta un bufido burlón.
Le ignoro.
—No me esperen. Ayúdense mutuamente, y si puedo alcanzarlos, lo haré.
Zai mira detrás de él a Meike, quien, tras comprobar mi expresión, asiente a
regañadientes. Sin previo aviso, me rodea con sus brazos en un abrazo.
—Llega a salvo, ¿de acuerdo? No necesito otra muerte por la que sentirme
culpable.
Mi corazón se aprieta tanto que duele. Se siente culpable por dejarme y me abraza
para hacerme sentir mejor. ¿Cómo es posible? Mi maldición debería hacerle... indiferente
al menos. Lo absorbo como una esponja seca que por fin entra en contacto con el agua.
—Lo haré. Tú también cuídate —le susurro y le devuelvo el abrazo.
Con una sonrisa para mí y otra para Meike, entra.
Dos minutos después, la puerta se abre a una habitación vacía.
S
oy la última en entrar en la cueva para la próxima Labor.
Atravieso la puerta sobre una superficie rocosa húmeda y me detengo
en seco cuando Diego sale de entre las sombras. Salió justo antes que yo, así
que no ha esperado mucho, pero...
—¿Por qué sigues aquí? —pregunto, mirándole con recelo. Juró, igual que los
demás. Ni daño ni estorbo.
Excepto que su mirada es tan cálida y amable como su sonrisa, lo que alivia un
poco mi tensión.
—No hemos tenido ocasión de hablar mucho, pero ¿te ha dicho alguien que soy
padre?
Le miro fijamente y niego. Tiene unos cuarenta años, así que no me sorprende.
Asiente.
—Dos. Marisol y Gabriel. Tienen diez y doce años, y son mi vida.
Y no puedo evitar la punzada de simpatía que empieza a crecer por este hombre
que es mi competencia.
—Aunque nunca sepan lo que me pasó... —Sus hombros se echan hacia atrás—.
Quiero que mis dos hijos estén orgullosos de su papá, pase lo que pase. Jugaré estas
Labores con integridad.
Se me retuerce el corazón. Porque alejar a un padre de sus hijos, alguien que
claramente se preocupa por ellos... ¿Cómo pudo Deméter hacer eso cuando
recientemente perdió a los suyos?
—Te ganaste el derecho a empezar esta Labor antes que yo —dice—. Por eso he
esperado.
Oh. Lo de competir con integridad va en serio.
—Sé que están orgullosos —le digo—. Eres un buen hombre.
—Muchas gracias. —Luego sonríe—. Pero sólo piensas eso porque la bendición
de Deméter para mí es el encanto.
Ella lo hizo simpático. Debe ser agradable.
Niego.
—Sé cuando la gente es buena frente a simpática.
Se tranquiliza un poco y me ofrece una sonrisa sincera. Luego respira hondo y
retrocede, haciéndome pasar delante de él.
Es entonces cuando por fin veo bien el comienzo de la carrera de obstáculos de
Artemisa. Lo que veo es una caverna iluminada por linternas que cuelgan de estalactitas,
iluminando una serie de vigas de equilibrio escalonadas. Miro hacia abajo y veo que sólo
es una caída de unos seis metros, pero sobre miles de estalagmitas que parecen dientes.
No hay Daemones aquí, no que yo pueda ver, al menos, pero eso no significa
mucho.
—Seguro que esa caída acabaría conmigo —murmuro para mis adentros, pero
Diego se ríe.
—No tardes mucho —dice—. Murciélagos. Eso es lo que viene por tus banderas
aquí. Los pequeños y algunos más grandes de aspecto desagradable que podrían
derribarte si quisieran.
¿Así que tengo que bailar con los creadores de Drácula? Escalofríos.
—Genial.
Vuelvo a mirar hacia abajo.
—¿Alguien más...? —Corto la pregunta. No quiero saberlo. Simplemente no miro
hacia abajo, así no tengo que ver un cuerpo si alguien cayó.
—No en esta parte —dice Diego—. Pero he oído...
Un aullido de dolor sale disparado del otro extremo de esta caverna, y estoy
bastante seguro de que es Samuel. ¿Qué diablos podría hacerle sonar así?
—Gritos —termina Diego—. De la siguiente parte.
Esto se pone cada vez mejor. Exhalo un largo suspiro y doy el primer paso. La viga
no se mueve y es sólida. También tiene sólo unos quince centímetros de ancho.
No pienses en eso.
Si hago una pausa, me caeré, así que intento ser rápida en las vigas, haciendo
todo lo posible para manejar los giros bruscos a derecha e izquierda y los cambios de
altura. Sólo unos pocos tambaleos y una maniobra de brazos de molinete, pero sigo aquí
arriba. Unos pasos justo detrás de mí me indican que Diego sigue mi ritmo con facilidad.
Estamos a mitad de camino por la caverna cuando a un chirrido distintivo le sigue
otro, y otro, y sonidos de aleteo, y entonces Diego grita:
—¡Acelera el paso!
El corazón me late con fuerza cuando miro a mi derecha y veo un enjambre de
murciélagos que bloquea la luz de uno de los faroles. Luego otro farol, más cerca. Y otra
más. Y los chirridos de su ecolocalización llenan la habitación.
Voy. Voy tan rápido como puedo, sólo tengo que hacer una o dos pausas para no
caerme durante las transiciones entre vigas. Estamos casi al final, donde la última viga se
detiene en un saliente que conduce a un pequeño túnel redondo.
Ya casi está.
Con un batir de alas, los murciélagos nos rodean. Tropiezo cuando mi pie toca
tierra firme y caigo, golpeándome la rodilla contra la roca. Gruño, pero no tengo tiempo
de preocuparme porque dos manos fuertes e invisibles me ponen en pie.
Los murciélagos se arremolinan y bucean como un tornado, tratando de alcanzar
nuestras banderas. Diego prácticamente me empuja al túnel, que parece un desagüe de
metal corrugado. Es tan pequeño que tenemos que ponernos de rodillas para
zambullirnos.
En cuanto nos adentramos en la oscuridad total, los murciélagos se detienen. Me
refiero a que realmente se detienen, no sólo se rinden y vuelan de regreso a su nido. Es
más como el instante en que entramos aquí, dejaron de existir.
—Esa es una. —Diego suena molesto. No puedo verlo. Está claro que lleva su
anillo.
Una menos. Falta un número desconocido.
—¿Perdiste alguna bandera?
—No.
Muy raro, hablando con la nada.
Exhalo un silencioso suspiro de alivio. Odiaría ser la razón por la que lo hizo.
—Bien. Yo tampoco. —Entonces me vuelvo hacia la nada que tengo delante. Este
tipo de oscuridad es... sofocante. Como si nunca fueras a volver a ver la luz. Pero he
vivido bajo tierra la mayor parte de mi vida. La oscuridad es un miedo con el que no trato.
La inercia es la verdadera asesina. Eso lo aprendí por las malas. Empezando por
las rodillas, palpo rápidamente los lados redondeados del tubo.
Pero cuando estoy a sólo quince centímetros del fondo, una descarga eléctrica me
atraviesa y grito, apartando la mano. La carga eléctrica ilumina lo que sin duda es una
tubería de desagüe. Sacudo la mano, respirando por el dolor que se convierte en ardor
en el lado de la palma donde me ha golpeado.
—No toques nada que no sea el fondo —le digo a Diego.
Supongo que aunque sea invisible, aún puede tocar.
—Entendido.
Nos ponemos en marcha.
Mi rodilla, ya magullada por el brusco aterrizaje en las vigas, no lo agradece en
absoluto, pero aprieto los dientes e intento no darme cuenta. No es que tenga opciones.
A unos tres metros de distancia, algo me agarra por un lado y grito mientras me
alejo de un tirón, justo contra el lateral de la tubería. Otra descarga me atraviesa el
hombro. La chispa ilumina el túnel y el horror me hace perder el aire de los pulmones.
Hay agujeros en la parte superior y en los laterales de la tubería y manos que salen de
ellos para agarrar nuestras banderas o empujarnos hacia más dolor.
—Joder —murmuro—. ¿Has visto eso?
—Vi lo que te atrapó.
Describo el resto y Diego gime.
—¿Qué tal esto? —dice.
De repente, todo el túnel se ilumina, el brillo viene de detrás de mí. La sonrisa de
Diego es audible en su voz.
—A veces el resplandor viene bien.
Gracias a su halo.
Me río.
—Apuesto a que a veces no.
Pero tiene el anillo para volverse invisible, así que está cubierto. Ese halo realmente
funciona.
—Vamos rápido —dice.
Rápido parece ser el tema aquí.
—Sí.
Y nos vamos. Incluso con la capacidad de ver las manos que me alcanzan, pierdo
la cuenta de cuántas veces me empujan contra la pared y me sobresaltan. Doy gracias a
mi suerte por mi cabello corto, que intentan agarrarme sin conseguirlo. Es difícil de decir,
pero parece que a Diego le va mucho mejor.
No puedo decir cuánto tiempo nos arrastramos antes de que aparezca la luz
delante de mí.
—¡Ya casi! —grito y voy aún más rápido porque quiero largarme de aquí.
Ya casi está. Ya casi.
La luz se ensancha a medida que nos acercamos al final. Una mano me empuja y
mi mejilla choca con el metal del otro lado. El impacto parece derretirme el pómulo bajo
la piel, y no puedo evitar el grito gutural, pero sigo adelante.
Hasta el momento en que siento que la bandera del Coraje se desprende de mi
columna vertebral de un fuerte tirón, y el miedo se apodera de mí con tanta fuerza y
rapidez que mis músculos se bloquean y caigo de bruces.
E
l terror que quiere arrancarme las tripas por la boca a cada grito es paralizante,
pero consigo respirar. Y luego otro.
—¿Has perdido una bandera? —pregunta Diego.
Tardo al menos dos respiraciones más antes de poder forzar las palabras a través
de una mandíbula tan rígida que podría ser un cadáver.
—Dame... un segundo.
Me concentro en respirar. Veo el final del túnel, donde hay una pequeña luz. Ya
casi hemos salido. Y mis años de experiencia en un lugar donde me obligaban a controlar
mi miedo o a parecer el debilucho que todos los demás ladrones creían que era me
golpean más fuerte con cada respiración. Gracias a los dioses. Porque el miedo no
debilita. No cuando te apoyas en él. No cuando lo escuchas por lo que es. Es una
advertencia, la forma que tiene tu cuerpo de decirte que vivas, que luches o huyas o
incluso a veces te congeles para sobrevivir.
El miedo es una herramienta.
Una que he aprendido a usar toda mi vida.
Por supuesto, este miedo es más de lo que estoy acostumbrada a sentir y no viene
de mí, así que me tomo el tiempo necesario para respirar. Dejo que la adrenalina llene
mis músculos y, en lugar de paralizarme, me impulse.
—¿Lyra? —pregunta Diego.
—Estoy bien. Voy a seguir moviéndome.
—De acuerdo.
Coloco mi cuerpo de modo que pueda ponerme a cuatro patas y moverme con
rapidez. Y cuando lo hago, la adrenalina está ahí, bombeando por mis venas, impulsando
mis músculos y mitigando el dolor de todos mis golpes, magulladuras y quemaduras
eléctricas.
Sigo arrastrándome y no me detengo hasta que irrumpo en la luz. Sigo sin
detenerme, dejando a Diego espacio suficiente para salir del todo antes de desplomarme
en el suelo, estremeciéndome. Le veo caer a mi lado: se habrá quitado el anillo.
El miedo no ha cesado, ni siquiera ahora que estamos a salvo fuera de la cueva,
descansando en un pequeño claro. Pero puedo contenerlo. Aún tengo el control. Más o
menos. Es decir, tengo las manos en puños y siento el pecho como si tuviera una roca
encima, pero no estoy gritando ni en posición fetal, así que lo considero una victoria.
Supongo que si tenía que perder una bandera, esa era la mejor para mí.
Giro la cabeza en su dirección.
—¿Estás bien? ¿Perdiste alguna bandera?
Diego niega y luego esboza una enorme sonrisa.
—¡Ya van dos! —Levanta dos dedos.
Me rio y gimo al mismo tiempo, y ruedo para chocar los cinco con él, solo para
gruñir cuando me golpea una de mis marcas de quemaduras.
Frunce el ceño.
—Lo siento.
Ahora que lo pienso, cada vez que ese túnel se iluminaba, era porque me
electrocutaban.
—¿Recibiste alguna descarga?
Mueve la cabeza con timidez.
Nos ponemos en pie y echamos un vistazo al siguiente obstáculo, y tengo que
inclinarme hacia delante, con las manos en las rodillas, para contener de nuevo el miedo
antinatural.
El siguiente obstáculo parece ser un desguace gigante con un camino obvio justo
por el medio. Montones y montones de chatarra de todo tipo. Chatarra metálica, autos
aplastados, neumáticos. Montañas de ellos. Hay un arco de metal oxidado que indica la
entrada a esta parte del desafío.
Algo malo va a pasar en cuanto entremos. Lo sé.
Sinceramente, si la muerte no fuera el resultado de no terminar esta Labor, me
pondría en cuclillas aquí mismo y esperaría a que todo acabara. Tentador. Realmente
tentador. Pero hoy no.
—Sigamos —digo.
Diego asiente.
Respiro hondo, preparándome para cualquier horror que vaya a saltar sobre mí
desde los mil millones de escondrijos de la montaña de chatarra, y una franja de color
púrpura intenso me llama la atención desde detrás del casco oxidado de un camión. Con
cuidado de no entrar, camino hacia la pata izquierda del arco para ver mejor a Amir
agazapado detrás del camión mientras se mete algo en la boca. Algo blanco. Se balancea
como si sufriera un dolor horrible.
Pero antes de que pueda llamarle, se levanta de un salto y corre por el sendero.
Supongo que me equivoqué con el dolor. Se mueve bien, incluso con la bota puesta.
—Vamos. —Diego tira de mí y entramos juntos en el obstáculo.
Lo sabía. En el momento en que pasamos por el arco, hay un terrible chirrido como
de metal contra metal. No un chirrido... cientos viniendo de todas partes.
Pájaros. Se arrastran fuera del metal por todo el depósito de chatarra, algo así
como mis tatuajes dejan mi brazo, sólo que se están despegando de los restos, dejando
agujeros abiertos. Y no cualquier pájaro...
Aves estípite.
No son tan grandes como dice la historia, quizá del tamaño de un cuervo. El metal
de sus picos chasqueantes atrapa el sol en cientos de destellos de luz, al igual que sus
colas y las plumas más largas de sus alas, que pueden convertir en bronce a voluntad.
Cuando se sueltan, levantan el vuelo y, al unísono, se lanzan directamente hacia
nosotros.
Una inyección extra de adrenalina dispara mi sangre. Gracias a Dios.
—Corre —grito.
Con el corazón palpitante, corro por el sendero entre las montañas de chatarra
hasta que me arden las piernas y me duelen los pulmones. Casi pierdo el equilibrio
cuando miro hacia atrás por encima del hombro para ver lo cerca que están los pájaros,
pero me repongo y me detengo.
Han desaparecido.
—Ha estado cerca —le digo a Diego entre jadeos. No es que pueda verle, gracias
a su anillo. Pero en el silencio me doy cuenta de que ya no oigo sus pasos ni su
respiración como antes.
—¡Diego! —lo llamo suavemente, y luego otra vez cuando no responde.
Tal vez me adelantó.
—Genial —murmuro. Ahora estoy sola.
Espera un momento. ¿Cuándo empecé a necesitar a otras personas para superar
la mierda?
El metal que me rodea chirría mientras más aves luchan por desprenderse de la
chatarra.
No mis banderas. Hoy no. Impulso las piernas y corro entre los montones. Pero un
destello de uniforme verde y cabello rojo me llama la atención al pasar, y vuelvo sobre
mis pasos, buscando a los pájaros, que aún no me han alcanzado.
Encuentro a Neve acurrucada junto a un montón de autos aplastados.
Está en el suelo, con las rodillas levantadas hacia el pecho y meciéndose, gimiendo
de dolor y balbuceando lo mismo una y otra vez.
—Nora muere si no gano. Se muere. Se muere.
Probablemente sólo tenga unos segundos antes de que los pájaros me sigan la
pista. Intento agarrarla por los hombros, pero grita y se aparta de un tirón. Su bandera de
fuerza ha desaparecido, lo que significa que se está ahogando de dolor igual que yo de
miedo. Sólo que ella no controla el suyo. Tal vez porque también le falta su bandera de
Mente... confusión y dolor.
Al oír cómo un pájaro se desprende del metal justo a nuestro lado, grita.
—Los pájaros. Los pájaros. —Entonces empieza a arrastrarse por un túnel en la
chatarra—. Tengo que esconderme —murmura.
Frunzo el ceño mientras se arrastra hasta perderse de vista. ¿Me quedo? ¿O la
abandono y corro, habiendo perdido ya el tiempo?
—Joder. —Me arrodillo para seguirla.
Y entonces es cuando uno de los pájaros me arranca la bandera de la Fuerza del
brazo.
El dolor, como si alguien me hubiera dado con un soplete en cada nervio del
cuerpo, me atraviesa y grito. Pero aún conservo la lucidez y, con cada movimiento como
una insoportable tortura, me obligo a arrastrarme tras Neve.
El miedo me dice que me rinda. Que me quede aquí tumbada y muera de la agonía
que me desgarra.
Hago fuerza con las manos y las piernas para moverme y no paro hasta
encontrarla. Está acurrucada en el interior de un contenedor metálico girado, de
espaldas, meciéndose y balbuceando sobre quienquiera que sea Nora, con lágrimas
recorriéndole el rostro.
Me meto dentro y me quedo muy, muy quieta. Si no me muevo, el dolor no es tan
intenso. Pero a medida que los pájaros siguen chillando fuera, el miedo aumenta, se
hincha dentro de mí y las preguntas empiezan a agolparse. ¿Y si nos quedamos aquí
atrapados en el dolor, el miedo y la confusión? ¿Y si los pájaros nunca nos dejan
marchar? ¿Y si yo no puedo salir, y mucho menos los dos?
Puede que empiece a mecerme y a murmurar en un segundo. Cierro los ojos y
tarareo, concentrándome en una sola imagen.
Hades.
Tan súbitamente como empezó, el chirrido metálico del exterior se detiene, y abro
un ojo. ¿Se han ido los pájaros de pesadilla del Apocalipsis?
Con todos los nervios gritándome que pare, consigo darme la vuelta y empiezo a
arrastrarme, gruñendo con cada movimiento, pero Neve me agarra del tobillo.
Inmediatamente grito y me cuesta todo lo que tengo para no vomitar. Se echa hacia atrás
con un silbido, sacudiendo la mano. Sí. Tocarse duele mucho a los dos.
—Todavía no —susurra.
¿Se está abriendo camino a través de esa confusión?
Yo espero. Pero ella se queda callada.
—¿Lista? —susurro.
Me parpadea como si se hubiera olvidado de que estoy aquí y no tuviera ni idea
de lo que estoy hablando.
—¿Puedes seguirme? —pregunto.
Otro parpadeo, y tal vez esa cosa competitiva que Ares le dio se activa, porque
sus ojos azules se aclaran sólo por un segundo y asiente.
Y nos arrastramos.
Una vez que estamos de nuevo en el camino, me obligo a ponerme en pie, aunque
todo mi cuerpo tiembla por el esfuerzo.
—Que no te vean —dice entrecortadamente.
Respirando hondo, saca las manos de los costados y una armadura de bronce
brillante, moteada de estrellas, le cubre el pecho y los hombros hasta las caderas, junto
con una protección plateada reforzada en tobillos y antebrazos. Grita, probablemente por
el contacto de la armadura con su piel, pero se pone en movimiento.
La sigo.
En lugar de correr, cosa que no estoy segura de poder hacer, caminamos con
cuidado, cerca de los montones y las pilas, utilizando las sombras y las grietas como
refugio. Me tapo la boca con una mano para dejar de tararear y para callarme, porque
después de que se me escapara un gemido de dolor por segunda vez, Neve se vuelve
para mirarme. Por algo es una de las campeonas de la Fuerza, eso está claro.
Con el tiempo, puedo verlo.
El final del camino.
Se abre a un campo con hierbas altas y marrones que se alzarán muy por encima
de mi cabeza.
¿Y ahora qué?
Ese terrible chillido metálico de los pájaros viene de detrás de nosotros, y mi
corazón intenta estallar. Ya no hay elección.
—¡Corre!
Con un grito que sale de su interior, pura determinación, Neve se impulsa hacia
delante. Maldita sea, esa mujer es rápida con sus largas piernas, incluso en agonía. No
puedo seguirla. Irrumpe en la hierba y desaparece.
Ella me dejó.
Me dejó aquí para morir. Como hace todo el mundo. Todo el mundo me deja.
El miedo intenta agarrarse a mis pies y frenarme, detenerme. Pero el estruendo
metálico de detrás de mí es suficiente para que ese mismo miedo me impulse hacia
delante, y corro hacia las hierbas. Me duelen. Me rozan la piel y siento como si me
rasparan con cuchillas una y otra vez.
Tengo que parar y respirar por el dolor, sólo para ver, en lo que parece un horror
a cámara lenta, cómo una mano sale del campo y, antes de que pueda siquiera pensar
en agarrar mi hacha para defenderme, me arranca la bandera de la Mente de la cabeza.
Inmediatamente, la confusión se une al miedo y al dolor, una espesa niebla.
Por un segundo, estoy perdida. Como si algo me hubiera dejado caer en medio de
una pesadilla y no tuviera ni idea de por qué, y todo se combinara en un tono abrumador.
Me tapo los oídos con las manos, lo que empeora el dolor, me pongo en cuclillas
y suelto un grito como para despertar a los muertos. Inmediatamente se oye un rugido
no muy lejano, y me tapo la boca. Un segundo rugido hace que las hierbas se doblen bajo
la fuerza de un viento humeante.
Y el pánico me golpea.
Las hierbas son tan altas que deberían bloquearme la vista, pero aun así veo las
alas negro púrpura que suben y bajan no muy lejos de mí. El miedo, lo creas o no, se abre
paso en mi confusión, despejándola como el sol quema la niebla.
Un dragón.
Tengo que huir de un dragón.
L
os dragones significan fuego, y el fuego en un campo de hierba alta y muerta
es una trampa mortal.
En algún lugar cercano, Neve grita de nuevo, luego pasa en un
resplandor de color, abriéndose camino a través del campo, y a su paso, los veo. Las
fuentes de esas manos que tomaron la bandera de mi Mente.
Leimakids. Ninfas de los prados.
No intentan hacer daño, sólo tomar esas banderas. Bailan y revolotean y
desaparecen entre las hierbas altas.
Cuando saco mi hacha, la confusión vuelve a invadirme y mi cabeza se agita.
Entonces estalla un incendio.
El calor es tan insoportable que me tumbo boca abajo y me cubro la cabeza con
los brazos. Me siento como si me hubieran chamuscado la ropa. El dolor me desgarra y
tiemblo tanto que me castañetean los dientes a pesar del calor. Mi corazón bombea con
tanta fuerza que puedo oírlo en mi cabeza. Esto tiene que ser el final.
Hay un inconfundible crepitar de llamas detrás de mí. Fuego en los campos. El
miedo despeja de nuevo la confusión y, sin molestarme en pensar, echo a correr. Otra
mano sale de entre las hierbas y la golpeo con la parte plana de mi hacha. Desaparece
con un aullido.
Debería haberlo pensado antes.
¿Pensar en qué? Tropiezo pero no caigo. ¿Dónde estoy?
Una explosión cercana despeja mi mente lo suficiente como para recordar y seguir
adelante. Sin previo aviso, irrumpo en un campo abierto. Una espesa capa de humo se
asienta sobre el suelo como una densa niebla. La hierba es corta, no hay nada donde
esconderse. Pero siguen siendo marrones. La yesca espera...
¿Qué cosa? ¿Qué necesita? ¿Dónde estoy?
Suena un golpe detrás de mí, luego otro, y una sombra cae sobre mí.
Así es. Un maldito dragón.
Ni siquiera miro. No quiero mirar. Si lo hago, sé que el miedo me paralizará y se
acabó.
¡Corre!
Despego. El rugido del dragón es tan fuerte y cercano que me hace temblar los
huesos. El humo es tan espeso que no puedo ver ni respirar. Me obstruye y me quema la
garganta y el interior de la nariz hasta que toso con cada respiración. Sigo corriendo.
El fuego abrasa una amplia franja de hierba a mi derecha. Los ojos me lloran como
grifos y tengo que entrecerrar los ojos. Pero al menos mi dolor y mi miedo mantienen a
raya la confusión.
Más adelante, el rostro de Caronte es visible durante un segundo, y mi corazón se
desploma a mis pies. Caronte está aquí, no Hades. ¿Servirá eso para acabar con la
Labor?
Una enorme garra se posa a mi izquierda y el suelo vibra. Juro que puedo sentir al
dragón respirándome en la nuca. El terror que rebota en mis entrañas intenta arrastrarme
al suelo.
Aprieto los dientes y acelero.
En cualquier momento, ese maldito lagarto de fuego va a asarme vivo o partirme
por la mitad con los dientes gigantes que estoy seguro tiene en su boca que escupe
fuego.
Hades.
Veo su rostro. Sólo un atisbo en un remolino de humo. Justo delante. ¿O me estoy
imaginando cosas?
Grito de agonía cuando una ráfaga de fuego me roza el brazo.
Por favor, dioses, que sea Hades.
Ese pensamiento es suficiente para mantenerme en pie, y corro a través del dolor.
Sigo sin verle, y el miedo hace agujeros en la esperanza de que esté aquí.
—Hades. —Su nombre escapa de mis labios en un soplo. Casi un gruñido.
Un ruego.
—Estoy aquí. —Su voz me envuelve en el humo, como si estuviera en todas partes.
Como si me estuviera tocando. Pero no lo hace.
El miedo me empuja hacia delante a pesar de las violentas protestas de mi cuerpo.
De mis labios brotan gemidos. Las lágrimas ruedan por mis mejillas. Y entre el humo que
se desprende de las llamas, veo a Hades.
Todo él.
¿No puede correr hacia mí?
Es evidente que no. Su esbelto cuerpo está rígido mientras permanece firme en
su sitio.
Sus ojos se clavan en los míos.
No oigo su voz, pero su boca forma las palabras:
—Vamos, mi estrella.
Entonces levanta la mirada hacia arriba, justo por encima de mí, con los ojos
ligeramente abiertos antes de volver a los míos, y hace un pequeño movimiento con la
cabeza hacia la izquierda.
Esquivo hacia allí sin vacilar, justo cuando la boca del dragón muerde el aire vacío
donde yo estaba hace un segundo. El monstruo retrocede con un rugido frustrado.
Y sé que va a volver.
No voy a conseguirlo.
La mirada de Hades se dispara sobre mí una vez más, y sé que es mi última
oportunidad.
Aumento la velocidad.
Y los brazos de Hades se cierran a mi alrededor.
En un instante, el dragón, el humo y las abrumadoras dosis de miedo, confusión y
dolor desaparecen. Mareada, soy vagamente consciente de que ahora estamos de pie
en un campo de hierba verde y exuberante con el cielo azul más hermoso. Rodeo el
cuello de Hades con los brazos y él me sujeta para que mis pies cuelguen del suelo, con
el rostro hundido en mi cabello.
Respira con dificultad, como si hubiera corrido esa carrera conmigo.
—Joder, Lyra. Me has dado un susto de muerte.
Se me escapa una carcajada, más por la sorpresa que por otra cosa. Se corta y
me doy cuenta de que estoy temblando.
—Creía que no estarías aquí. —Las palabras salen como un susurro áspero—.
Estaba muy asustada.
Me pasa una mano tranquilizadora por el cabello.
—No pudieron mantenerme alejado.
Con los ojos aún cerrados, lo respiro. Chocolate amargo. Puede que después de
esto asocie ese olor con la seguridad el resto de mi vida.
—Sólo me queda mi Corazón para darte —le digo. Hablo de la bandera.
Emite un sonido que podría ser una risa o un gemido.
—Lo sé —dice—. Es todo lo que necesito.
¿Ya nos estamos divirtiendo?
No preguntando por un amigo. Preguntando por
mí.
M
iro por encima del hombro de Hades, directamente a unos especulativos ojos
azules.
Zeus nos observa.
A su lado, en el suelo, Samuel está sentado muy, muy quieto, con la
cara cenicienta, mirando fijamente a la tierra como si hubiera visto un fantasma e intentara
fingir que no lo ha visto.
Atenea también está aquí, mirándome del mismo modo que Zeus, y también Hera,
a su derecha.
—Bájame —le susurro a Hades—. Están mirando.
Hades se queda quieto contra mí.
—No me importa.
—A mí sí. —Por mil razones.
Me pone los pies en el suelo, me rodea con los brazos y da un paso atrás. Su
expresión ha adoptado el manto de mi dios enigmático, arrogante y burlón, pero también
sé, sin lugar a dudas, que es por ellos. No para mí.
—Llegaste la última, mi estrella. —Lo dice con una voz que parece enfadada, pero
de espaldas a ellos, sus ojos se ríen.
¿Te ríes?
—Le di a los otros campeones la respuesta a la cuarta Labor. ¿No estás
enfadado...?
Levanta una sola ceja.
—¿Qué te parece? —Su boca se tuerce y un hoyuelo me guiña un ojo. Incluso
coquetea conmigo.
¿Qué está ocurriendo ahora?
Resoplo una carcajada. Pero la adrenalina debe de estar abandonando
rápidamente mi organismo, porque me golpean varias verdades a la vez.
La primera es que he sobrevivido a la quinta Labor. Sólo faltan siete. Casi a mitad
de camino.
La siguiente es que llegué al final en esta, pero...
—¿Los otros?
—Todos lo lograron. —Hace una mueca y señala con la cabeza a los campeones—
. Algunos en peor estado que otros, pero vivos. Samuel perdió todas sus banderas, pero
aun así llegó a la meta. Rima usó una capa de plumas de fénix y fingió ser una cría de
dragón, lo cual fue inteligente, pero Dex logró cruzar primero mientras ella distraía al
dragón.
—Oh no...
Hades niega con la cabeza.
—No ganó. Dae lo pasó mal con las aves de Stymphalian y fue el cuarto en cruzar,
pero fue el primero en llegar con las cuatro banderas, así que gana ésta. Zai y Meike
están ilesos.
Entre mi alivio y toda la energía que he gastado -física, mental y emocionalmente-
, de repente me ahogo en el agotamiento. Agotamiento y... dolor. Excepto que el parto ha
terminado. Frunzo el ceño. ¿Por qué siento dolor?
—¿Lyra?
La voz de Hades suena lejana. Apenas lo oigo mientras la agonía me desgarra. Es
como si mi alivio hubiera dado permiso a mis terminaciones nerviosas para volver a la
vida. El brazo me palpita tan fuerte que lo noto por todas partes.
Caigo al suelo, las piernas me fallan, el cuerpo me tiembla.
—¡Asclepio! —Hades ladra.
Inmediatamente, el sanador está a mi lado.
—Ella ganó una Labor —dice Hades—. Cúrala.
—Lo sé —dice Asclepio con una voz tranquilizadora y paternal que sólo hace que
el ceño fruncido de Hades, que ahora es real, se haga más profundo.
—Si lo sabes, entonces cúrala, joder.
Esto no va a ayudar en nada a las miradas especulativas de los demás dioses y
diosas.
—Estoy bien —digo apretando los dientes. Pero demonios, ni siquiera yo me creo.
—Esta quemadura es profunda —dice Asclepio, luego niega con la cabeza—.
Fuego de dragón.
¿Eso era real?
—¿Qué significa eso? —exige Hades.
—Tendré que llevarla para que la traten.
—¡Pero primero! —Apolo cruza el campo a zancadas, dejando a una Rima
boquiabierta donde está sentada en la hierba—. Tu premio.
—Más tarde —gruñe Hades.
Apolo enarca las cejas y mira entre nosotros, con ojos más agudos que los de los
demás.
Si no estuviera intentando contener los gritos, haría una mueca ante eso. No
necesito más razones para no agradar a los dioses y campeones.
Ignorando a Hades, Apolo se arrodilla ante mí. Sus ojos dorados son aún más
llamativos de cerca.
—Para aliviar mi pobre arpa, te presento las Lágrimas de Eos. —Con una floritura,
me tiende un pequeño frasco de cristal transparente que contiene un líquido iridiscente
que brilla como el arcoíris sobre aguas cristalinas: sólo unas pocas gotas.
Hades refunfuña y lo recoge, metiéndose el frasco en el bolsillo de los vaqueros.
Los dientes de Apolo brillan en su rostro en una sonrisa perversamente burlona.
—Esas lágrimas son de mi hija, la diosa del amanecer, y cuando caigan en tus ojos
te permitirán ver en la oscuridad y superar los encantamientos, los hechizos y la magia.
Tengo la sensación de que tú, de entre todos los campeones, podrías encontrar esto útil.
Oh, ya entiendo. Hades. Oscuridad. A pesar de la agonía que aún me desgarra,
consigo poner los ojos en blanco. Apolo me guiña un ojo.
—Pero ten cuidado —advierte—. Duran poco y, cuando dejen de funcionar, la
oscuridad será abrumadora hasta que tus ojos vuelvan a adaptarse. Algunos mortales se
han vuelto locos por el efecto.
—Por supuesto que recibo un regalo con un castigo por usarlo —gruño.
—Utilízalas con prudencia —aconseja Apolo.
Las palabras apenas salen de su boca antes de que Hades toque mi hombro ileso
y desaparezcamos en un parpadeo con Asclepio.
E
l sonido de la televisión -mostrando todas las celebraciones de los mortales y
especulando hasta la saciedad sobre los juegos y lo que podría estar pasando
entre los dioses y sus mortales- no es la distracción que creo que pretendía
ser.
Estoy tumbada en una cama blanca inmaculada con sábanas y fundas blancas
inmaculadas.
Mi cama en la casa de Hades.
Tampoco ha abandonado la sala salvo cuando Cerbero o Caronte insisten en ello.
Incluso entonces, no es por mucho tiempo. Ahora mismo está de pie junto a la ventana,
con las manos metidas en los bolsillos y los hombros rígidos, mientras Asclepio me
examina el brazo.
Trajeron instrumental médico para controlarme, a pesar de que Asclepio dijo que
no era necesario. Pero al sanador le ha llevado tres días y cuatro rondas de esa cosa
brillante que hace para reparar mi brazo. Aparentemente, un cuerpo mortal sólo puede
curar hasta cierto punto a la vez, incluso acelerado. Los dos primeros días fueron...
Digamos que no quiero volver a pasar por ese tipo de dolor. Esas quemaduras eran
profundas. Resulta que el fuego de dragón continúa ardiendo hasta que se apaga.
Básicamente, es como ser bombardeado por fuego solar y magma y ácido al mismo
tiempo.
Ahora estamos en la cuarta ronda, que es sobre todo picazón.
Una punzada en el brazo me hace gruñir, y la espalda de Hades vuelve a ponerse
rígida.
—Cuidado —refunfuña por encima del hombro. El pobre Asclepio no deja de
lanzarle a Hades miraditas de preocupación.
Este no es Hades enojado, o aburrido, o incluso conspirando. Este es Hades... algo
más. Algo que me hace querer más.
Pero más sería peligroso.
¿No?
—Estaba pensando a quién deberíamos buscar como aliados —digo para
distraerlo. Distraernos a los dos, en realidad.
Hace un hmmm, así que sé que me ha oído.
—Dex va a ser aún más competitivo con más campeones que consigan una victoria
cada uno, y él no tiene ninguna hasta ahora —digo.
Otro hmmm de Hades.
—¿Te dijo Caronte que Meike es nuestra aliada ahora?
Eso lo hace girar lentamente.
—No.
Una sola palabra y, sin embargo, tan siniestra. Sonrío.
—Tiene el Espejo de Ariadna. Eso debería ser útil. ¿Verdad?
—Otro enano más. —Hades murmura lo último en voz baja.
—Grosero. El tamaño no tiene nada que ver con la capacidad —señalo—. Cálmate
y déjame tomar mis propias decisiones.
A mi lado, Asclepio emite un sonido ahogado.
Parpadeo mirando a Hades.
—Ya nos hemos reunido para hablar de estrategia.
No podíamos esperar a que volviera. Zai, Meike y yo nos hemos visto varias veces
mientras él no estaba.
—Por supuesto que sí.
—Te habías ido —señalo, y me arrepiento de inmediato cuando un músculo de la
comisura de sus labios se titila—. No quería decir eso como una indirecta —digo en voz
más baja.
Lanzo una mirada al guante negro de la mano de Hades, a su lado. Se ha negado
a contarme su castigo, pero sigue curándose. Lo hizo por mí.
Hades se encuentra con mi mirada, y la suya se suaviza ligeramente.
—Lo sé.
Una terminación nerviosa decide dispararse en mi codo y me detengo, cerrando
los ojos. Cuando se desvanece, vuelvo a abrir los ojos y descubro que Hades ha cruzado
a mi lado.
Le lanza una mirada fulminante a Asclepio.
—¿Por qué todavía le duele?
—Ya casi está —responde el sanador.
—No lo bastante rápido... —interrumpe Hades cuando le doy un tirón de la manga
para que me mire.
—No intenta hacerme daño —le digo—. Estoy bien.
Le tiembla la mandíbula un segundo antes de acercar una silla y sentarse a mi
lado, con sus ojos de tormenta recorriendo mis facciones.
—Deja de decir que estás bien cuando no lo estás. Siempre haces lo mismo.
Pongo los ojos en blanco y sonrío a Asclepio.
—Hades se disculpa.
—¿Intentas manejarme otra vez? —refunfuña Hades.
—Necesitas un poco de gestión.
—Bastante seguro de que eres tú, no yo.
—Ya está —dice Asclepio. El alivio en su voz es tan palpable que me tengo que
tragar una risita—. Quédate en la cama una noche más y podrás irte.
Hades se levanta para inclinarse sobre mí, inspeccionando la herida con ojos
entrecerrados, y juro que el sanador contiene la respiración.
—¿Las cicatrices? —exige Hades. Mi brazo está cubierto de una especie de piel
púrpura plateada y brillante desde el hombro hasta la muñeca.
Asclepio hace un gesto de dolor.
—Hice lo que pude.
Le doy un codazo a Hades con mi brazo bueno.
—¿Qué? —pregunta.
Con una inclinación de cabeza hacia Asclepio, digo:
—Lo has hecho increíble. Se siente bien. Mejor que bien. —Especialmente
comparado con esta mañana—. Gracias.
Vuelvo a codear a Hades.
—Sí —dice—. Gracias.
Por la forma en que las cejas del sanador se le suben prácticamente hasta el
nacimiento del cabello, supongo que los dioses no usan esas palabras a menudo. Sus
mejillas se sonrojan un poco, asiente y sale corriendo de la habitación.
—Pobre chico —murmuro—. Creo que lo has asustado.
Hades mira hacia la puerta.
—Está bien.
—Sí, bueno, sé más amable la próxima vez. Está ayudando.
Hades vuelve a sentarse y se pasa la mano enguantada por la cara.
—Más vale que no haya una próxima vez.
Cuando me ve mirando el guante, se lo mete en el regazo.
—Quiero ver —digo.
Se remueve en la silla.
—No tiene sentido. Está casi curado.
—Entiendo que no quisieras molestarme mientras me curaba, pero ya estoy mejor.
—Extiendo la palma de la mano—. Por favor. Sólo imaginaré cosas peores.
Levanta una ceja, pero pone su mano en la mía. Con cuidado, le quito el guante y
aspiro bruscamente al ver la multitud de cortes que tiene en la palma. No son heridas
abiertas. Al menos, ya no. En realidad, se parecen mucho a mi brazo ahora. Pero siguen
enfadadas y rojas, y siguen cicatrizando. Han pasado días.
Se me hace un nudo en la garganta y carraspeo.
—Olimpo misericordioso —susurro.
Intenta zafarse de mi agarre.
—No importa, Lyra.
—A mí me importa muchísimo. —Recibió el castigo en mi lugar. Nadie ha hecho
nunca algo así por mí. Parpadeando rápidamente, paso un dedo suavemente sobre las
suaves cicatrices.
Hades gruñe bajo y yo miro a unos ojos que han pasado de pesadas nubes de
tormenta a remolinos plateados.
—¿Por qué? —pregunta.
No puedo apartar la mirada.
—¿Cómo que por qué?
—Te arrastré al Crisol. ¿Por qué te molestas en llorar por mí?
No tengo respuesta a esa pregunta. Estoy segura de que los psicólogos le darían
algún tipo de etiqueta. Algún tipo de síndrome. Odio ese tipo de etiquetas, que me
encasillan en cajas limpias y ordenadas. La vida, las emociones, la humanidad, nada de
eso es ni remotamente limpio y ordenado. Todos nosotros intentamos hacerlo lo mejor
que podemos, y que se joda quien diga lo contrario.
Sólo que hasta ahora no me había dado cuenta de que eso podría incluir a los
dioses.
—Podría preguntarte lo mismo. ¿Por qué te importa? En realidad... —Niego con la
cabeza—. ¿Cómo es posible que te importe? Porque no deberías sentir nada por mí.
Su mandíbula se endurece tanto que me sorprende que no se le rompan los
dientes.
La televisión rompe el silencio entre nosotros.
—Estoy aquí con Brad y Jessica Keres, los padres de Lyra Keres. —Desvío la
mirada hacia la pantalla, con el corazón latiéndome en los oídos tan fuerte que no estoy
segura de poder oír nada de lo que dicen.
Un joven reportero pone un micrófono en la cara de dos personas que no he visto
en mi vida.
Al menos... no lo creo.
—¿Qué les parece que su hija haya sido elegida por Hades este Crisol? —les
pregunta.
E
ntrecierro los ojos, intentando que las caras de la televisión conecten con un
recuerdo. Cualquier recuerdo.
—Estamos muy preocupados por nuestra pequeña Lyra —dice el
hombre.
Me siento recta en la cama, apretando con fuerza a Hades.
El hombre tiene un brazo alrededor de la cintura de la mujer. Su sonrisa parece de
madera.
—¿Qué demonios...?
El hombre tiene la edad adecuada para ser mi padre. Alto, de hombros anchos y
barriga igual de ancha, tiene el mismo cabello negro que yo... supongo. Pero tiene los
ojos marrones. Y la forma de su cara es diferente a la mía. Mira directamente a la cámara.
No recuerdo la cara de mi padre, pero tampoco recuerdo sonrisas radiantes.
La mujer es menuda, como Meike. Su cabello castaño está canoso de raíz, pero
tiene los ojos verdes. ¿Como los míos? ¿Hay oro en el centro? Está demasiado lejos de
la cámara para verlo.
¿La reconozco siquiera? Las caras de mi familia están borrosas en mi cabeza
después de todo este tiempo. Sólo tenía tres años cuando me dejaron en el regazo de
Félix. Mis recuerdos de ellos incluyen comer un montón de sándwiches de mantequilla
de cacahuete y un vago recuerdo de mi madre cantándome, pero por lo demás solo tengo
la vaga certeza de que una vez tuve padres.
—Nunca me llamaron Lyra —digo. Más a mí misma que a Hades.
Lyra no era mi nombre antes de entrar en la Orden. No recuerdo cómo me llamaba,
pero no era ése.
—Tenemos entendido que Lyra está saldando una deuda de su familia como parte
de la Orden de los Ladrones —dice el locutor—. También se dice que la Orden está
recibiendo amenazas. Parece que muchos no quieren que Hades se convierta en rey de
los dioses. ¿Qué piensas de eso?
Le lanzo a Hades una mirada ceñuda.
—¿Es eso cierto?
—¿Te sorprende?
No. La verdad es que no.
Me pierdo la respuesta de mis padres, pero capto la siguiente pregunta cuando
vuelvo la vista al televisor.
—¿Se ofreció Lyra a pagar tus deudas? Por lo poco que hemos conseguido saber
de su pasado, no parece del tipo que lo haría.
Frunzo el ceño. El mundo cree que me conoce, ¿eh?
El hombre que se supone que es mi padre deja caer su expresión de la tristeza
adecuada al remordimiento, y yo cierro las manos en puños, no creyendo una pizca de
eso.
—Nos pidió que la dejáramos marchar —dice.
¿Cuando tenía tres putos años?
—Siempre ha sido valiente y desinteresada en ese sentido. No se nos permite
tener contacto con ella, por supuesto. Son las reglas de la Orden. —Se limpia los ojos—
. No quieren que sus novatos se distraigan con influencias externas mientras trabajan.
—Mentira —murmuro en voz baja.
Ese hombre está soltando tantas mentiras que ni siquiera puedo llevar la cuenta.
—Pero la Orden se ha mantenido en contacto a lo largo de los años —continúa—
, y sabemos que nuestra deuda está casi saldada y pronto nuestra Lyra podrá volver con
nosotros.
—Llámame Lyra una vez más, Idiota. —Menos mal que está al otro lado de la
pantalla, porque si no, no sé qué haría.
Se oye un tintineo de fondo: uno de los instrumentos médicos que tengo
conectados. Pero no le presto atención.
—¿Qué edad tenía cuando acudió a la orden? —Es la siguiente pregunta.
—Lyra, tienes que calmarte. —La mano libre de Hades me acaricia la cara, pero
su voz procede de un túnel muy lejano. Todo lo que puedo ver y oír son mis supuestos
padres.
Mi madre abre la boca, pero mi padre le aprieta la cintura y ella vuelve a cerrarla.
—Firmamos algo que no nos permite revelar —dice—, pero tiene edad suficiente
para decidir por sí misma.
—¡Mentiroso! —Mi hacha ha llegado a mis manos y la arrojo contra el televisor. Da
de lleno, alojándose en el centro. La pantalla se astilla y la imagen desaparece.
Hades se sienta en la cama a mi lado, y lo único que puedo ver es su cara. Sus
ojos grises están más oscuros... ¿con qué?
¿Ira?
¿Conmigo? Debería desquitarse con esas dos personas...
Utiliza la yema del pulgar y me seca las lágrimas que ni siquiera me había dado
cuenta de que habían brotado de mis ojos tontos y traicioneros. No merece la pena llorar
por esa gente. Y punto. Fin de la frase.
Después de lo que acabo de ver, ni siquiera estoy segura de que tuvieran deudas.
La ropa que llevaban, el aspecto de estar bien alimentados, el iPhone de última
generación en la mano de mi padre... no parece que hayan sufrido.
Hades dice mi nombre.
El pitido de la máquina penetra ahora, y va al compás de mis acelerados latidos.
Miro a Hades, pero en realidad no lo veo ni lo oigo. Sólo estoy repitiendo esas pocas
preguntas y respuestas en la televisión una y otra vez en mi mente. Sacudo un poco la
cabeza, como si el rechazo a todo aquello saliera en movimiento. Si no lo dejo salir de
alguna manera, sólo va a acumularse y supurar. Tal vez lo sé.
Me paso una mano por los ojos.
—¿Quieres que los golpee por ti? —pregunta Hades.
Eso llama mi atención. Mi mirada se encuentra con la suya y parpadeo varias
veces.
—¿Podrías?
La mirada que me dirige no es de amonestación, sino de paciencia y... calidez. Y
yo tuerzo los labios y niego con la cabeza al mismo tiempo.
—No. No los golpees.
Estoy segura de que él sabía que esa sería mi respuesta al final. Vuelvo a pasarme
la mano por los ojos. ¿Por qué no dejo de lagrimear como una pobre y patética nube gris
que no para de lloviznar?
—Me enviaron a la Orden cuando tenía tres años. —Las palabras salen en voz
baja.
Aparto la mirada de Hades. Su mirada está demasiado llena de comprensión. La
empatía sólo hace que quiera llorar más fuerte.
—Esa gente no merece mis lágrimas. Claro que no valen la pena.
De nuevo no me doy cuenta de que estoy diciendo mis pensamientos en voz alta
hasta que él responde.
—No, no lo hacen.
Hurgo en la fina manta que cubre mis piernas.
—La Orden no les habría dicho que estoy a punto de saldar su deuda, porque la
pagué hace años. Simplemente no tenía a dónde ir. Nadie lo sabe. —Lo miro—. Excepto
tú. Cada palabra que salía de la boca de ese hombre era mentira. ¿Cómo pude...? —Me
detengo, sacudiendo de nuevo la cabeza.
—¿Cómo pudiste qué? —pregunta Hades.
—¿Venir de un mentiroso como ese?
—Podría ser peor —murmura—. Podrías haber sido tragada viva de bebé por tu
padre Titán.
Pero sigo en mi propia cabeza, girando como un tornado que aspira más y más
escombros.
—Y mi madre se quedó allí sin decir nada. No le creía. Se le notaba en la cara.
Pero no dijo nada. ¿Es eso lo que hizo cuando él quería que yo pagara su deuda a los
tres años? ¿Simplemente... lo dejó? —Me estremezco—. Sé una cosa con seguridad. No
voy a volver con ellos.
Me pasa un poco de cabello por detrás de la oreja, con dedos suaves y
tranquilizadores.
—No tienes por qué hacerlo. Ya no eres legalmente un adulto en el mundo de los
mortales. No tienen ningún derecho sobre ti.
Mi corazón sigue latiendo con fuerza, el pitido de la máquina acompasando su
ritmo. Ojalá Asclepio lo hubiera apagado. Ojalá mi corazón dejara de latir.
No valen la pena.
Fácil de pensar, más difícil de asimilar de verdad. Tal vez si sigo repitiéndolo...
—No tengo familia —susurro esto para mí más que para Hades—. No tengo a
nadie.
Hades me atrae contra él, metiendo mi cabeza en su hombro.
—Hay un dicho que les gusta usar a los mortales. —Su voz es un rumor profundo
y áspero bajo mi oído. Dice—: La sangre es más espesa que el agua.
Frunzo el ceño en su hombro.
—¿Me estás diciendo que los perdone y nos reunamos?
Eso al menos detiene las lágrimas.
—No. —Hades se aparta, manteniendo mi mirada cautiva—. Digo que si usas esa
frase para definir a tu familia, no deberías sorprenderte si a veces intentan hundirte. —Lo
dice despacio, como si pensara cada palabra. Como si intentara no tocar un punto
sensible—. Pero puedes encontrar una familia y hacerla tuya. Una familia que te levante,
que te ayude a flotar. Una que no esté hecha de sangre.
Trago saliva y lo miro fijamente. Es posible si gano. Si me quita esa maldición.
—¿Caronte y Cerbero son tu familia?
—Más que mis hermanos. —Se encoge de hombros.
—¿Y Perséfone? —No sé por qué pregunté. Espero que haga lo que siempre hace
cuando se menciona su nombre... Callarse.
En lugar de eso, desvía la mirada, creo que hacia el monitor cardíaco, que se ha
ralentizado, me doy cuenta. Mis latidos ya son constantes.
—Sí. Y Perséfone —dice. Lentamente otra vez. Aunque no de mala gana. Está
deliberando qué decirme, creo—. Pero no como creen los mortales. Ni siquiera como
creen la mayoría de los dioses.
Como dijo Caronte.
—¿Te duele hablar de ella?
La tristeza que oscurece sus ojos hasta convertirlos en un gris plomo es
inconfundible. También lo es la punzada de celos en la región de mi corazón. Quizá no
debería haber preguntado. ¿Y si no me gusta la respuesta?
—S
í —dice Hades—. Me duele hablar de Perséfone.
Tenía razón. No me gusta esa respuesta.
—Era divertida y dulce. —Sigue hablando—. Diosa de la primavera.
¿Cómo podría ser otra cosa?
Eso me suena a amor.
—Sin embargo, no me enamoré de ella.
Parpadeo y él se ríe.
—Puedo leer tu cara como si dijeras tus pensamientos en voz alta, mi estrella.
Es un gran problema. Uno para más tarde. Me acerco y desconecto el monitor
cardíaco.
—Quería a Perséfone —dice, recogiendo el cordón y pasándolo por encima de la
máquina—, pero como a una hermana. Como a una hija, incluso. Su corazón es el más
suave y bondadoso que he conocido en todos mis años como Rey del Inframundo.
Perderla nos devastó a todos.
Cuanto más habla, más me doy cuenta. La diferencia en la tristeza que viene de
él. Ella era preciosa para él por derecho propio. No como esposa, reina o amante, sino
como ella misma. Me pregunto cómo es amar a alguien de esa manera.
—Siento que se haya ido —susurro—. ¿Es ella la razón por la que participas en el
Crisol esta vez?
Hades no aparta la mirada, pero algo en su rostro cambia.
—Necesito convertirme en Rey de los Dioses. Me dará un cierto poder añadido.
—¿Para qué? ¿Vengarme? ¿Desatar los infiernos? —No creo que lo hiciera, pero
necesito saberlo.
—Para arreglar ciertas cosas, pero no. Sin soltar.
—Te creo.
—Tú me crees. —Se hace eco de mis palabras con una pizca de desagrado en su
voz. Hades se inclina hacia mí, ojo a ojo, su aroma pecaminoso me envuelve—. Confías
demasiado fácilmente, Lyra.
—Tal vez —estoy de acuerdo—. Pero definitivamente evitas demasiado tus
sentimientos.
Estoy empezando a aprender esto de él. Esa fría fachada que presenta al mundo
es exactamente eso. Una fachada. No es que no le importe, es que no quiere que esa
preocupación se use en su contra.
Algo que entiendo muy bien.
Ahora está frunciendo el ceño otra vez, pero no tengo miedo. No de él. Quizá de
mí. De cómo me siento, claro, ¿pero de él? Ni siquiera un poco.
—Era tu amiga —le digo—. Como una hija. ¿Querría ella que te hicieran daño así?
El resplandor de Hades desaparece y su mirada se encuentra con la mía.
—¿No quieres que me haga daño? —Las palabras salen como un susurro gutural.
Su voz es papel de lija y graves, frotando mis propias emociones hasta que me siento en
carne viva.
—No. —Tal vez no debería ser tan honesta—. No quiero que te hagan daño.
—¿Por qué?
—Porque... —digo lentamente. Luego suspiro—. Así es como soy un amigo.
—Un... amigo. —Dice las palabras lentamente, como si las estuviera saboreando.
—Sí. —Caronte dijo que Hades necesita uno—. Y un amigo diría que debajo de
toda la intensa fanfarronería divina y la necesidad de tener el control todo el tiempo, y a
pesar de hacerme competir en el Crisol como un imbécil, sigo viendo quién eres, y... —
Me encojo de hombros—. Me gustas.
Sus ojos se vuelven fundidos, arremolinándose con cien matices de plata y gris e
incluso negro.
—¿A quién crees ver, mi estrella?
Olvídate del papel de lija. Su voz vuelve a ser seda cruda, y mi vientre se ablanda
al oírla.
Sonrío.
—Veo a la misma persona que tú viste en Perséfone. Un corazón blando que se
preocupa demasiado. Más de lo que el mundo ve, porque tú te aseguras de ello. Porque
el mundo nunca debe saberlo, o se aprovecharán de ti.
Desliza la mano que tiene libre hacia arriba, rozándome ligeramente la garganta,
antes de enredar los dedos en mi cabello y sujetarme la nuca, atrayéndome hacia él.
—¿Y tú, Lyra? —pregunta—. ¿Te aprovecharías de mí?
Está tan cerca, con los labios a un suspiro de distancia, los ojos arremolinados con
un calor que me penetra, me rodea y me atraviesa. Y de repente soy muy consciente de
que estoy en una cama, con ropa endeble. Gracias a Dios que he desconectado el
monitor, porque ahora estaría pitando como un loco.
—No si puedo evitarlo —le susurro.
—Maldición. Ojalá no hubieras dicho eso. —Con un gemido, inclina la cabeza,
reclamando mis labios en un beso que estoy más que dispuesta a darle. Libremente
ofrecido.
Ese único roce me sumerge en un torbellino de sensaciones: la suavidad de sus
labios sorbiendo dulcemente los míos, el calor de su mano en mi pelo, que se aprieta
contra mi cuero cabelludo en una punzada de dolor que no hace sino alimentar el calor.
Como si aquel beso anterior que me marcó para vagar por el Inframundo sin trabas
siguiera ahí, en mi piel. Siento un cosquilleo en los labios y gimo.
Se retira despacio y apoya la frente en la mía, con los ojos cerrados, el corazón
palpitando bajo mi palma.
—Enamorarse de mí es peligroso —susurra.
Me pongo rígida. ¿Me está recordando mi maldición o que es un dios? El orgullo
vuelve a su sitio.
—¿Quién ha dicho nada de enamorarme de ti?
Esto no es eso. No sé lo que es. Atracción, obviamente. Curiosidad,
definitivamente. ¿Cómo sería simplemente encontrar placer en alguien sólo por el placer?
Sabiendo que ni siquiera la amistad puede suceder realmente, querer algo más me
convertiría en una tonta.
Ya tengo el sombrero de bufón después de años de enamorarme de Boone.
Abre los ojos y mira los míos, dubitativo.
Sonrío y espero ocultar la pequeña cantidad de pánico que revolotea en mi interior.
—Es que me gusta cómo besas.
En lugar de reír, entrecierra los ojos.
—No sabes...
—Vaya, vaya, vaya —interrumpe desde la puerta una voz claramente femenina—.
¿No es esto... deliciosamente travieso?
Me quedo paralizada y me agacho, enterrando mi cara ardiente y probablemente
escarlata en su cuello. Me bloquea la vista por la forma en que se inclina sobre mí.
—Vete a la mierda, Afrodita —gruñe sin darse la vuelta.
—Lo haría, querido. Sabes que me encantaría dejarte volver a lo que sea con
alegría. Me uniría si pensara que me dejarías, pero por desgracia, no puedo.
—¿Qué quieres?
Irritación entra en la voz de Afrodita.
—A Zeus nunca le gustó jugar limpio, y todos escuchamos que la curación de Lyra
iba lenta. Quería darle tiempo suficiente para que estuviera lista.
—¿Para qué? —chasquea Hades.
Apretada contra él, puedo sentir la frustración vibrar a través de su cuerpo. Sutil,
pero está ahí. Se lo he hecho sentir. Sonrío en su cuello. Sigue tan duro contra mí y, si se
parece en algo a mí, ahora mismo su cuerpo está pidiendo a gritos terminar lo que
empezamos. Me muevo contra él, lo aprieto un poco, y gruñe. Sonrío más.
—Dios mío —susurra Afrodita, y me la imagino abanicándose—. Podría llegar al
orgasmo sólo con la energía que emana de ustedes dos. Mejor no dejes que los otros te
atrapen. —Es una advertencia. Muy en serio.
—¿Para qué querías darle tiempo a Lyra para estar lista, Addie? —pregunta Hades
a través de los dientes apretados.
—He sido informada por Zeus que debo comenzar mi Labor en una hora.
Oh dioses. Se me revuelve el estómago. Labor que involucra a alguien que amo
más.
—E
ste es sin duda el comienzo más inusual de una Labor hasta ahora. —Le
digo esto a Afrodita, que me dedica una sonrisa enigmática y agita sus
pestañas ridículamente largas.
Vuelve a estar en modo va-va-voom con un mono de tirantes rosa claro ceñido al
cuerpo que, por supuesto, le sienta de maravilla con su cálida piel beige y su larga melena
negra, que deja caer en lujosas ondas hasta su trasero.
—Se vuelve más inusual, lo prometo —dice con esa voz ronca que sólo hace que
sea más difícil olvidar lo que estaba haciendo con Hades hace apenas una hora.
Lo que sentía con Hades hace una hora.
Con Hades.
El dios de la muerte.
No voy a caer en el tópico de preguntarme en qué demonios estaba pensando. Sé
exactamente lo que estaba pensando ... que se sentía jodidamente fantástico.
Y eso está muy bien, pero la verdadera pregunta es... después de que esto acabe,
suponiendo que sobreviva, ¿qué podríamos ser el uno para el otro?
No hay futuro para un mortal y un dios.
Además, en lo que debería centrarme ahora mismo es en otra Labor y en no
morirme para poder hacer algún plan. Aunque tal y como se está planteando este reto,
quién sabe cómo va a ir eso.
Porque estoy atada a una cama estrecha.
Claro, es una cómoda cama individual con sábanas de seda rosa -al fin y al cabo,
es Afrodita- y lo que me ata son unas esposas peludas para las manos y los tobillos,
también rosas. Las esposas están unidas a un cabecero y un piecero de hierro. Pensaría
que es la forma que tiene Afrodita de hacer de las suyas conmigo si no estuvieran aquí
las otras campeonas, todas atadas a camas similares, como un extraño arcoíris hecho de
nuestros uniformes, alineadas por virtudes. Negro al final, por supuesto.
—Bienvenida a tu sexta Labor —ronronea Afrodita—. Esta vez, tu supervivencia
no es el objetivo. El amor lo es. Hoy, tu tarea será encontrar a alguien especial.
El que más quiero.
Un hecho que me produce un dolor en el pecho que me esfuerzo en disimular.
¿Qué pasará cuando no haya nadie esperándome? O -y esto puede ser peor-
alguien lo está, y es humillante.
Una imagen de Hades se burla de mí.
—Dos dioses me ayudarán hoy —dice Afrodita—. Hypnos pondrá a cada uno de
ustedes en un sueño profundo. Luego Morfeo los enviará a soñar. En su sueño, deben
encontrar al mortal que más aman en el mundo.
Mortal. Casi me río de alivio. Nada de conversaciones incómodas con mi dios
protector en mi futuro.
Me centro en Afrodita. Esto suena demasiado fácil para los demás, que
probablemente ya conocen a su alguien, por lo menos, así que está claro que se acerca
el giro. Si pudiera, me cruzaría de brazos y me acomodaría para esperarlo.
—Estarán atrapados en sus propios sueños en un lugar particular para ellos. Así
que para encontrarlos, debes averiguar de quién se trata y pensar sólo en ellos. Tu sueño
te llevará hasta ellos. Puede que no sea quien crees.
Es peor de lo que pensaba. ¿Tengo que pensar en ellos?
—Cuando los encuentres, decirles que los amas es lo que los liberará a ambos del
sueño. Llévalos de vuelta al Olimpo para terminar la Labor. Si no regresas con ellos antes
del anochecer de esta noche, morirán.
Mira. Siempre hay un giro. Siempre con la muerte en juego.
La sonrisa de Afrodita se vuelve socarrona.
—Si los despiertas con éxito, esta persona jugará en la próxima Labor contigo...
como compañero.
¿Un segundo giro? Qué bien, y qué suerte tenemos. Supongo que Afrodita debe,
en todo caso, superar a los otros dioses sólo para demostrar que puede.
Extiende la mano y, con una lluvia de chispas rosas, dos objetos flotan en el aire
sobre su palma: un arco y un carcaj de flechas.
—La primera persona que libere a su amado gana el premio del arco y las flechas
de Eros. Estas flechas sólo inducen una adoración temporal, que dura como mucho unas
horas. Pero en esas pocas horas, esa criatura-hombre, bestia o... —¿me acaba de
mirar?—... dios... no podrá resistirse a ti ni decir que no a ninguna petición que le hagas.
Suponiendo que el ganador pueda apuntar con un arco y una flecha y dar en el
blanco correctamente, será divertido verlo.
Afrodita nos mira a cada uno por turnos, estableciendo un contacto visual directo,
y sólo eso basta para que me relaje un poco. Como si tuviera el poder de llegar a mi alma
con una sola mirada y decirme que todo saldrá bien.
—Ahora... —Agita una mano teatral—. Sueña y ve a buscar el amor.
Hypnos tiene exactamente el aspecto que uno se imagina: piel pálida, cabello largo
y liso de un morado intenso casi negro y una belleza como la de todos los dioses, excepto
por sus ojos espeluznantes, de un blanco puro. Se mueve silenciosamente de cama en
cama, presionando una palma brillante en cada frente, y cuando lo hace, los ojos del
campeón se cierran y su cuerpo se relaja. Como siempre, soy la última, así que puedo
verlo varias veces, pero no es hasta que llega a mí cuando veo que su palma está marcada
con un símbolo arremolinado y eso es lo que brilla con un blanco intenso.
Si Morfeo está presente, no lo veo.
Entonces me toca a mí. El resplandor de la mano de Hypnos se parece a los rayos
del sol cuando inclinas la cara hacia él en invierno, cuando te sientes bien con los ojos
cerrados y apoyado en el calor de lo alto.
Sólo cuando abro los ojos, sigo tumbada en la cama.
¿Funcionó?
No creo que haya funcionado.
Afrodita no está aquí. Hypnos no está aquí. Giro la cabeza y veo que todos los
demás campeones siguen tumbados en sus camas, con los ojos cerrados y durmiendo.
Un torbellino de emociones se agolpa en mis entrañas: decepción, vergüenza y
algunas otras a las que no quiero poner nombre.
Mira. Tenía razón. Nadie me está esperando.
Me lo esperaba. Sabía que iba a pasar. Y aun así siento como si alguien me hubiera
atravesado el pecho con una lanza.
Estoy rota.
Puedo quedarme aquí y revolcarme en la humillación hasta que vuelvan los demás.
—Ven conmigo, mortal. —Un hombre bronceado, y me refiero a todo bronce, su
piel, su cabello, sus ojos, con volutas de un brillante bronce... ¿humo, supongo?...
arremolinándose en él, está de pie junto a mi cama.
Había oído que el mito del hombre de arena se basaba en Morfeo. Ahora veo por
qué.
Me tiende la palma de la mano y, a pesar de que sigo atada, levanto una mano
para tomar la suya. La mía es... translúcida. Me ayuda a levantarme de la cama y miro
hacia abajo y veo que mi cuerpo mortal sigue atado. Mi alma lo deja atrás para viajar a
donde Afrodita y sus ayudantes me lleven.
—Cada uno de los campeones llegará a su amado de una forma diferente —me
dice—. Para ti, mi ama eligió algo divertido.
Morfeo me acompaña a través de una pequeña puerta y por un pasillo de suelos
de mármol a cuadros blancos y negros y paredes blancas inmaculadas decoradas en la
parte superior con una sencilla moldura negra. Al final de ese pasillo, unas puertas dobles
dan a un balcón, y allí espera un pegaso. El rosa que yo admiraba. Me saluda con la
cabeza un par de veces en lo que creo que es un saludo ecuestre.
Estoy tan fascinada con la idea de montar en pegaso que casi me olvido de que
tengo que concentrarme en el reto.
Piensa en la persona que más quiero y el sueño me llevará hasta ella.
Empieza por lo más fácil. Súbete al caballo, Lyra.
Nunca había montado a caballo, así que digamos que soy la fuente de gran
diversión para muchos inmortales que me ven luchar por subirme ahora mismo. Y
entonces el pegaso despega, y aprieto los muslos contra su cintura mientras rodeo su
suave cuello con los brazos. Y chillo.
Montar a lomos de un pegaso me obliga a agarrarme con todas mis fuerzas para
no resbalar ni de un lado ni del otro. Tiene que ser más difícil que montar un caballo
normal, ¿verdad? Porque ella avanza como si corriera, lo que me empuja hacia delante y
hacia atrás, pero todo su cuerpo es impulsado por sus alas, lo que me hace rebotar hacia
arriba y hacia abajo.
Afortunadamente, una vez que gana altura -no demasiado- se nivela, y es más fácil
sentarse y agarrarse con mis manos ahora envueltas en su melena, con los muslos
todavía agarrados con fuerza.
El pegaso mueve la cabeza y me mira.
Piensa en quién quiero más.
Sé quién no es. No son mis padres. No Félix. No... Bueno, esa era una lista corta.
Pero me recuerdo que hay diferentes tipos de amor. E inmediatamente tres caras giran
en mi cabeza.
Cierro los ojos y me concentro.
Una posibilidad está ocupada ahora mismo, y otra no es mortal, lo que sólo deja...
Mi pegaso se impulsa debajo de mí y tengo que volver a abrir los ojos para
sujetarme. Nos lleva volando por encima de una montaña y luego desciende en espiral
hacia las nubes que rodean la base del Olimpo. Me recuerdan a la niebla que se extiende
por la bahía de San Francisco, húmeda y fría y a través de la cual es difícil ver, y estoy
acostumbrada. Cuando emergemos de las nubes, ahí es exactamente donde estamos.
En San Francisco. Imposible no ver las altísimas columnas del puente Golden Gate.
Sin embargo, en lugar de volver a la ciudad, mi pegaso me lleva volando a través
del puente, por encima de Minos Headlands, más allá de la ciudad de Sausalito y hacia
las enormes secuoyas de Muir Woods.
Nunca he estado aquí.
¿Quizás me equivoqué?
Ahora, con cada aletazo, estoy dudando de quién podría ser... o de que no sea
nadie y todo esto sea una broma terrible.
El pegaso desciende entre los altísimos árboles de corteza roja y follaje verde
intenso. Se inclina a un lado y a otro, esquivando los anchos troncos y las largas ramas
mientras desciende.
Cuando nos acercamos al suelo, el pegaso se echa hacia atrás y despliega sus
alas rosas para coger aire y frenar. Cae al suelo a la carrera y yo salgo despedida hacia
delante, agarrándome de nuevo a su cuello.
Después de reducir la velocidad hasta el trote y detenerse suavemente -para mí,
estoy segura-, sacude el cuerpo, esponjando las alas, y yo lo tomo como una señal de
que debo bajarme. Una vez más, no soy muy buena con los caballos, así que mi bajada
es más bien una caída, pero al menos caigo de pie. Entonces ella asiente con el hocico
en dirección a más árboles. Hacia una parte sombría del bosque.
¿Cómo? ¿Se supone que debo ir en esa dirección?
Vuelve a asentir, más enérgicamente, sacudiendo sus crines rosadas, así que me
encojo de hombros y empiezo a andar. Pero cuando llego a la cima de una pequeña
colina y pierdo de vista al caballo alado, me doy cuenta del problema. ¿Cómo voy a
encontrar el camino de vuelta? Todo esto parece lo mismo. Lo mismo, lo mismo, lo
mismo. Está garantizado perderse en este lugar. Soy una chica de ciudad que se guía
por puntos de referencia.
Me quito la manga y despierto mis tatuajes. Respiro aliviada cuando cobran vida.
—Quizá puedas ayudarme a moverme —le digo al zorro. Con un toque, salta de
mi brazo.
Sonríe con los dientes afilados a la vista, luego se sienta un momento, con las
orejas negras erguidas, y olisquea con su naricilla oscura. A continuación, mueve su
esponjosa cola de puntas negras y empieza a trotar -a brincar, en realidad- en la dirección
que me había indicado el pegaso. Lo sigo.
Me alegro de habérselo preguntado al zorro, porque toma una ruta distinta a la que
yo habría tomado, directamente hacia el corazón de los árboles oscuros. Sobre la cima
de otra colina, la veo: una pequeña cabaña de troncos que parece antigua y que ha vivido
tiempos mejores. Está situada en un claro entre dos de los árboles más grandes que he
visto hasta ahora, las bases de sus troncos son casi tan anchas como la propia cabaña.
Y está custodiado por dos enormes arañas.
G
rito al cielo.
—¿Me tomas el pelo? No has dicho nada de pesadillas.
Que esto claramente lo es. Aunque tal vez no la mía, porque no me
gustan las arañas. O al menos las de tamaño normal. Estas son otra cosa. Sus colmillos
podrían cortarme la cabeza de un chasquido.
Una nariz húmeda contra mi mano llama mi atención. El zorro gime y luego olfatea
el contorno de la tarántula en mi antebrazo. La gran araña roja y peluda se contonea,
levanta las patas delanteras y las agita.
—¿Puedes hacer algo al respecto?
El zorro emite un agudo aullido y la tarántula vuelve a agitar las patas, lo que yo
interpreto como un sí. Así que toco a la tarántula, que se arrastra fuera de mi piel, y me
quedo muy quieta mientras desciende cosquilleando por mi brazo hasta el suelo cubierto
de follaje. Mientras yo me alejo y observo, mi tarántula se escabulle hacia las arañas que
podrían aplastarla sin pensarlo.
Con muchos chasquidos espeluznantes y más ojos de los necesarios girándose
hacia mí, las criaturas parecen mantener una conversación. Entonces, finalmente, las
arañas de pesadilla vuelven a los árboles. No muy lejos. Aún puedo ver el sol reflejándose
en sus ojos.
Mi tarántula me saluda con la mano. No arriesgándome, corro el resto del camino
y pruebo la puerta, que no está cerrada, e irrumpo en una habitación.
Una habitación individual.
Y tumbado en una cama contra la pared, con los ojos cerrados y perfectamente
quieto...
Mi corazón vuela, luego cae, porque por un segundo, pensé que era Hades.
Pero no lo es. Es...
—Boone —susurro su nombre.
Tiene sentido, pero al mismo tiempo, no lo tiene. Quiero decir, sabía que estaba
enamorada. Sabía que lo admiraba, que ansiaba su atención. ¿Pero amor? ¿Es eso
realmente amor? ¿O es que no tenía a nadie más?
Cuando llego junto a su cama, me agacho. No le tomo la mano, porque no me
parece bien. Nunca nos hemos tocado así.
En lugar de eso, le agarro el antebrazo y se lo sacudo, pero no abre los ojos. Veo
que Morfeo ha estado aquí, por el rastro de polvo de bronce que cubre la almohada y la
frente.
—¿Boone? —Frunzo el ceño y lo sacudo con más fuerza. Todavía nada.
Que es cuando me acuerdo de lo que tengo que hacer. Al menos será más fácil
con él dormido.
—Tengo algo que decirte.
—Dios mío, estás muerta —suelta una voz grave y llena de horror desde detrás de
mí.
Con un aullido, me pongo en pie de un salto y giro hacia el lugar de donde procede
la voz de Boone. Una versión translúcida de él se encuentra en la esquina opuesta, que
hace un segundo estaba vacía. ¿Le parezco la misma? ¿Como un fantasma?
Entonces su mirada se posa en su cuerpo sobre la cama, y si es posible que un
fantasma del sueño palidezca, él lo hace.
—Espera... —Su voz suena como hueca y con eco—. ¿Estoy muerto?
—¡No! —Mis dos manos se disparan—. No estoy muerta. Es que... Los dos
estamos vivos —le aseguro rápidamente—. Sólo... um... Estamos soñando ahora mismo.
Sus cejas se fruncen mientras mira de mí a su cuerpo en la cama y de nuevo a mí.
—¿Estás segura?
—Sí.
Después de un segundo, asiente. Se lo está tomando sorprendentemente bien.
—No lo entiendo. Si estamos soñando, ¿por qué estamos en mi cabaña?
Eso me hace inclinarme hacia atrás y mirar a mi alrededor.
—¿Tuya?
Se encoge de hombros.
—La compré hace un tiempo.
Se me abren mucho los ojos.
Pero no importa. No para la Labor.
—Supongo que tu sueño nos llevó a un lugar especial para ti. Tenía que
encontrarte.
Ahora viene la parte difícil. Y por difícil, me refiero a retorcerse incómodo para los
dos.
Oh dioses. Tengo que decírselo a la cara. Quiero decir, él ya ha oído el rumor, pero
eso no lo hace cierto. No hasta que diga... lo que estoy a punto de tener que decir... en
voz alta.
—Llevas unos días conmigo en el Crisol —empiezo. Sí, estoy dando rodeos—.
Tengo que decirte algo... importante... y luego llevarte de vuelta al Olimpo conmigo. ¿De
acuerdo?
Se cruza de brazos, con los pies bien plantados, y una sonrisa intrigada levanta la
comisura de sus labios.
—Mientras no esté muerto, sí. De acuerdo. ¿Qué es eso tan importante?
De acuerdo. Es hora de decirlo. Abro la boca pero la vuelvo a cerrar.
Sólo dilo, Lyra. Son sólo palabras.
Abrir. Cerrar. No sale nada. Porque no son sólo palabras. Es vulnerabilidad.
Niego con la cabeza. Tal vez sería mejor ir poco a poco.
—Recuerda cuando...
No. Debería ir al grano. Estilo tirita.
—Se supone que...
—Oye —dice Boone, arrastrando mi atención del suelo a mis pies hacia él—. No
puede ser tan malo.
Una rápida carcajada me golpea.
—Te amo.
Esas dos breves palabras se encadenan precipitadamente, y al final exhalo un
fuerte suspiro, llevándome las manos a las caderas mientras dejo de mirarlo a los ojos y
me fijo en sus pies.
Sólo que no se siente bien. O tal vez nunca lo fue. Excepto que ahora estamos
aquí.
No dice nada. Durante mucho tiempo. Lo suficiente para que empiece a mover mi
peso.
Y sigue sin decir nada.
Dioses. Esto es peor de lo que pensaba que iba a ser.
Lo miro a la cara y veo que me mira con el ceño fruncido. Como si mis palabras y
mi cara no encajaran. Por lo visto, puedo sonrojarme en sueños, porque el calor me
recorre la piel y siento la tentación de agitar la mano en mi cara transparente para
refrescarme.
—No lo entiendo —dice Boone lentamente.
Pensaba que sacar las palabras era difícil, pero supongo que puede ser peor.
—¿Necesitas que te lo explique?
Frunce más el ceño.
—No la parte del amor, sólo por qué tuviste que decirme eso.
Oh.
Cierro los ojos y suspiro. Es mucho, mucho peor. Sin abrirlos, digo:
—Tenía que encontrar a la persona que... —No puedo creer que vaya a admitir
esto—. A quien más quiero en el mundo y decírselo. Es la única manera de despertarte.
Excepto que no está despierto. ¿Me equivoqué de persona? Pero no. Está aquí.
Así que obviamente, la persona correcta.
Más silencio.
Abro un ojo, luego el otro, y el corazón se me desplaza lentamente hasta la planta
de los pies como una hoja de otoño que cae de un árbol.
Porque la cara desaliñada de Boone es todo arrepentimiento y exactamente lo que
yo temía... vergüenza. No me mirará.
—Lo siento —dice—. Yo... —Niega con la cabeza—. No siento lo mismo.
Trago saliva con un corazón que debería estar partiéndose lentamente. Excepto...
—Lo sé. No pasa nada.
—Quiero decir... me siento halagado, Lyra-Loo-Hoo, pero...
—Para. —Oh demonios. Dejo caer la cabeza entre las manos—. En serio, no tienes
que hacerlo. Tenía que decírtelo. Así es como se juega en esta Labor. Podemos olvidarlo
ahora.
Por favor, olvidemos todo esto. Para siempre.
—¿Labor? —pregunta.
Unos golpecitos nos hacen volvernos hacia la ventana, donde veo la silueta de mi
tarántula agitando las patas.
—Tienes que estar bromeando —murmura Boone detrás de mí.
Las arañas. Las odia. No muchos lo saben. Yo sólo lo sé porque está en su
expediente y soy su empleada.
La tarántula vuelve a dar golpecitos y oigo al zorro dar su agudo aullido fuera. Y es
entonces cuando me doy cuenta y se me agarrotan los pulmones. Cae la tarde, las
sombras violáceas de los árboles se alargan por momentos.
¿Cómo?
Empezamos esto por la tarde. Tenía horas antes de la puesta de sol. Y no tardamos
tanto en volar...
Me pellizco el puente de la nariz. Porque si tardó tanto en llegar a Boone, el viaje
de ida es más largo de lo que parecía. ¿Y si no tengo tiempo suficiente para llevarlo de
vuelta al Olimpo?
Me estoy cansando de la noche como fecha límite. O de los plazos. Esa palabra ha
adquirido un significado totalmente nuevo para mí.
Agarro una de las perlas que llevo en el chaleco y me doy cuenta de que, aunque
aquí todo parece real, no lo es. Los tatuajes forman parte de mí, pero las perlas, las
auténticas, están en el Olimpo.
Y Boone sigue siendo un fantasma.
¿Por qué? Confesé mis sentimientos muy vergonzosos. Debería haber despertado.
—No tenemos tiempo —digo, cruzando a toda prisa la habitación.
Lo agarro de la mano y tiro de él hacia la puerta, que abro de un tirón, pero los dos
arácnidos gigantes salen de entre los árboles y se agolpan en el umbral. Boone pasa por
encima de mí y cierra la puerta de un portazo, teniendo que apoyar el hombro en ella. La
puerta se agita y traquetea cuando las arañas intentan abrirse paso hacia el interior.
Boone respira con dificultad cuando consigue cerrarla.
—Esto es malo —digo.
—¿Tú crees?
—No. —Niego con la cabeza—. Quiero decir que creo que tu sueño se convierte
en una pesadilla que no te deja salir mientras sigues dormido.
Mira hacia la ventana y se sobresalta. Probablemente porque hay un montón de
ojos pegados a ella, mirándonos.
—Así que despiértame —exige, retrocediendo lentamente.
—Lo intenté. Te dije lo que tenía que decirte.
La puerta principal se estremece.
—Dímelo otra vez, entonces —insiste Boone—. Quizá estaba demasiado
conmocionado para oírlo de verdad. O dímelo a mí. —Señala su cuerpo en la cama.
¿Otra vez? ¿Tengo que decirlo otra vez? Que me jodan.
Cruzo la habitación, me arrodillo a su lado y le tomo la mano. Tengo que aclararme
la garganta dos veces. Será mejor que lo haga bien.
—Te amo...
Me da un vuelco el corazón y me trago el resto de las palabras. Todavía no me
sienta bien. No es la forma en que iba a decirlo.
Así que lo cambio. Sólo un poco. Sigue siendo la verdad. Tal vez más de la verdad
de lo que he estado dispuesto a admitir, incluso a mí mismo, hasta ahora.
—Estoy enamorada de ti desde que tenía quince años —digo, con las palabras
cayendo sobre sí mismas—. Eres la única persona que me ha mostrado una pizca de
amabilidad. Es patético. Soy consciente de ello. Y no tienes que sentir nada por mí. —Sé
que no lo hará. No debería tener que lidiar con la culpa por ello—. Sólo tienes que saber
que siempre te querré un poco, por hacer que mi tiempo en la guarida sea mínimamente
más fácil.
El cuerpo de Boone no se mueve, no parpadea, nada.
Miro por encima del hombro, pero... se ha ido.
Se fue. Desaparecido. No sólo que no lo veo. Es una habitación individual. Sería
difícil no verlo.
—¿Boone?
Me giro para mirar su cuerpo. ¿Parece más pálido? Miro hacia la ventana, donde
el mundo exterior parece oscuro, pero estamos en un bosque. ¿He tardado demasiado?
—¡Dios mío! —El susurro me desgarra la garganta mientras mis manos vuelan para
taparme la boca—. Dios mío, es demasiado tarde. Te he matado.
A
prieto los ojos, incapaz de afrontar lo que he hecho. Mis manos, aún sobre mi
boca, empiezan a temblar, y el temblor recorre mis extremidades y el resto de
mi cuerpo.
Maté a Boone. Lo maté. Tardé demasiado. Dios mío, yo...
—Abre los ojos, mortal.
Conozco esa voz. Abro los ojos y veo a Morfeo a mi lado. Y en la cama, tumbado
junto al cuerpo de Boone, está el mío. Ya no encadenado a la cama en el Olimpo.
Las arañas siguen machacando para entrar en casa.
—Ven. —Morfeo me toma de la mano y me ayuda a recostarme en mi cuerpo.
Como cuando me sacó, no hay ninguna sensación. Uno pensaría que se sentiría como
meter o sacar algo o hundirse en arenas movedizas, tal vez. Pero se siente como... nada.
Me tumbo. Cierro los ojos, y cuando los vuelvo a abrir, soy mortal y Morfeo se ha ido. Las
arañas también.
—Hola. —Una mano se posa en mi hombro y grito mientras me levanto en la cama.
Sólo para mirar fijamente unos risueños y cálidos ojos marrones.
Sólido, ya no translúcido.
Los míos se agrandan mientras lo asimilo de pies a cabeza, sentado a mi lado,
Boone vivo, que respira y no está muerto.
—Pero estabas... —Mi mirada vuelve a él—. Desaparecido. Estabas muerto. Tardé
demasiado...
Boone debe de oír la histeria que se apodera de mi voz, porque de repente me
abraza como un oso.
—Estoy aquí. Estoy aquí, y no me mataste.
No lo maté.
La realidad de eso empieza a penetrar el horror hasta los huesos de lo que creía
que había pasado.
—¿Estás bien? —susurro.
Se sacude contra mí como si se estuviera riendo y lo mantiene en silencio para no
herir mis sentimientos.
—Estoy realmente bien.
Me suelta y agarra una de mis manos para aplanar mi palma sobre su corazón,
que late firme y tranquilo.
—Ves. Vivo. No soñando. No un fantasma. No muerto.
Me doy cuenta de lo que estamos haciendo y me zafo de su agarre.
—Me alegro de no ser una asesina.
Y en mi cabeza, hago una mueca de dolor. Porque lo que debería decir es que me
alegro de que no esté muerto. Es lo que siento. Pero todavía estoy confundida con Boone,
así que las palabras salen como siempre salen con él. Rápidas y sarcásticas.
Sin embargo, en lugar de responder, se limita a sonreírme.
Fuera, el aullido del zorro suena frenético. Tiene prisa. Nosotros también
deberíamos. Tenemos que volver al Olimpo.
—Vamos.
Nos arrastro a los dos fuera de la casa. Las arañas se han ido todas, menos la mía,
y ahora el pegaso está de pie en el patio.
—Guau —susurra Boone.
—Hola —le digo al caballo alado—. ¿Tenías demasiado miedo de las arañas como
para acercarte?
Se encabrita un poco.
De acuerdo. Date prisa.
Después de meter el zorro y la tarántula en el brazo con un murmullo de
agradecimiento, estoy a punto de hacer mi torpe intento de arrastrarme encima de un
caballo con alas cuando dos fuertes manos me rodean la cintura y me suben a su espalda.
Antes de que pueda protestar o dar las gracias -todavía estoy dudando-, Boone está
detrás de mí. Desliza los brazos por debajo de los míos y me aprieta el pecho contra la
espalda.
E intento ignorar todo eso cuando nos lanzamos a los cielos.
—Dime qué demonios está pasando —exige inmediatamente Boone—. Detalles,
Lyra.
Porque no sabe nada más allá de ser arrastrado a algo sobre el Crisol. Bueno, y
que lo amo. Pero el Crisol sigue siendo un misterio para él. Lo pongo al corriente rápida
y sucintamente, consciente de que se vuelve más y más sombrío con cada palabra que
digo.
—Si pudiera matar al dios de la muerte, lo haría —murmura siniestramente cuando
termino.
Es entonces cuando atravesamos las nubes y vemos el Olimpo, donde los rayos
del sol apenas alcanzan las cumbres.
Noto cómo Boone se sienta más erguido, pero no es hasta que llegamos a la cima
de la montaña cuando nos mira bien por primera vez.
—Increíble. —Su voz baja retumba contra mi espalda, su aliento me hace
cosquillas en la oreja—. Nunca he...
—Lo sé —digo—. Y el Inframundo es aún más.
Se pone rígido y agarra con más fuerza la crin del pegaso.
—¿Has estado en el Inframundo? —Su voz contiene algo más que ira.
¿Preocupación? No lo sé. Parece que mis antenas emocionales no funcionan.
Señalo las tres cabezas y las cascadas.
—Me caí en el río negro, que baja al Inframundo. Pero no pasa nada. Estoy bien…
Nuestra pegaso se inclina de repente y baja en espiral para dejarnos en el balcón
de la casa de Afrodita. En cuanto sus pezuñas tocan la piedra, respiro un poco más
tranquila.
Lo hemos conseguido.
Antes de que pueda decir nada, un grito agónico cae por el pasillo en blanco y
negro y sale por las puertas abiertas del balcón donde estamos. Con Boone pisándome
los talones, corro hacia la habitación de las camas y me detengo en la puerta.
Afrodita está sentada junto a la cama de Dae, tomándole la mano, con lágrimas
cayendo por sus hermosas mejillas. No sabía que las diosas o los dioses pudieran llorar.
Tal vez aún peor, los cuatro Daemones están de pie en las cuatro esquinas de la
habitación, con las manos juntas ante ellos, las cabezas inclinadas y las alas bajadas de
modo que sus plumas arrastran por el suelo en una actitud de tristeza desamparada y
profunda.
El cuerpo mortal de Dae está sobre la cama, no atado, pero es obvio que sigue
dormido, atrapado en lo que tiene que ser una pesadilla. Varios de los otros campeones
llenan la habitación junto con sus seres queridos rescatados. Todos ellos, en realidad,
ahora que miro a mi alrededor.
Amir está de pie, más alejado, contra la pared, mirando por la ventana de una
forma que me recuerda a Hades en mi habitación de antes. Una mujer menuda, vestida
con un sari azul, de piel morena y cabello gris oscuro suelto hacia atrás, acaricia el
hombro de Amir con una mano curtida y murmura en voz baja.
Dae grita de nuevo, tan fuerte que su pecho se levanta de la cama.
¿Por qué no se despierta? ¿Se levanta? ¿Qué lo retiene?
Zai deja a una mujer que es una versión más pequeña y suave de él para acercarse
a donde estamos Boone y yo. Tras una rápida mirada a Boone, Zai se coloca a mi lado,
frente a Dae.
—Parece que la bendición de Amir por parte de Hera se ha manifestado.
—¿Y está haciendo gritar a Dae?
Zai asiente.
—La bendición de Hera es la venganza. Dae es la razón por la que Amir perdió su
bandera de Fuerza en la última Labor, y su bendición es que cualquier campeón que
obstaculice o dañe a Amir durante el transcurso del Crisol cosechará las consecuencias
en el próximo desafío.
Dae vuelve a gritar, tanto que se queda sin voz pero con la boca abierta.
Me estremezco.
—Tranquila —me murmura Boone.
Y Zai le lanza una mirada ceñuda.
Una maldición de los dioses. Siento que la sangre se escurre de mi cara,
dejándome mareada.
—¿Está sufriendo? —susurro.
La expresión de Zai se llena de reticente preocupación.
—No. La maldición lo atrapó en su cuerpo. No es obra de Amir. No tiene control
sobre ello. Simplemente... es así. —Zai mira por la ventana. El atardecer casi se ha
tragado la luz del sol, volviendo el cielo azul oscuro excepto en el horizonte más
occidental, donde aún está cambiando de púrpura profundo—. Dae no puede ir a salvar
a su amada.
—¿Quién es?
—Su abuela.
Cierro los ojos ante el conocimiento y la visión de lo que eso le está haciendo a
Dae. Su abuela, a quien más quiere en el mundo, va a morir, y él no puede llegar hasta
ella. No puede salvarla.
El fervor y el timbre de los gritos de Dae aumentan, y la especie de sacudida
atornillada de su cuerpo no hace más que intensificarse, empeorando cada vez más, con
lágrimas que se escapan por las comisuras de sus ojos, hasta que de repente se queda
callado y horriblemente quieto.
Un rápido vistazo muestra que el sol se ha ido, llevándose el día con él.
Es demasiado tarde.
La abuela de Dae está muerta.
Abre los ojos lentamente y mira al techo durante un largo rato en silencio. Luego
se pasa las manos por la cara y solloza.
—V
eo que han sobrevivido. —Hades está esperando en el centro del
vestíbulo de su casa cuando Boone y yo entramos. Tiene las manos
metidas en los bolsillos del pantalón negro y las mangas de la camisa
plateada remangadas. ¿Por qué va vestido así?
Su tono y su mirada vuelven a ser calculadores, de acero de filo letal. Ni rastro del
hombre que compartió pequeñas partes de sí mismo conmigo en mi dormitorio.
—Los dos.
Nunca he visto a Boone tan quieto como cuando mira fijamente al dios de la
muerte.
—Así que tú eres el Idiota que puso la vida de Lyra en peligro haciéndola participar
en estos jodidos juegos.
Hades no reacciona ni con un respingo.
—Así que tú eres el ladrón que pensó que había entrado y salido de mi casa sin
avisar.
Boone frunce el ceño, me mira y luego vuelve a mirar a Hades antes de que su
expresión se torne socarrona de una forma que me resulta más que familiar. Está
tramando algo.
—Tomaste eso, ¿verdad? —Boone serpentea una mano alrededor de mi cintura,
dándome un apretón—. Sólo trataba de ayudar.
—Lo sé. —Hades ni siquiera mira el brazo que me rodea—. Por eso te dejé vivir.
Oh, santo cielo.
Me encojo de hombros ante el toque de Boone, que en realidad no lo dice en serio.
Sólo está jodiendo a Hades.
—¿Por qué no se conocen mientras me cambio?
—No hay tiempo. —Hades chasquea los dedos, y Boone y yo llevamos ropa nueva.
Ahora ambos hombres llevan pantalones de traje negros y camisas abotonadas,
pero la camisa de Boone es blanca. Es la vez que más elegante lo he visto. Yo llevo un
conservador traje pantalón negro de perneras sueltas y mangas largas, con una mariposa
de hilo brillante sobre el corazón.
Miro de ella a Hades, pero él sigue cerrado. No revela nada.
—Tenemos una... fiesta... a la que asistir —dice.
¿Una qué?
—Tienes que estar bromeando.
Hades se limita a negar con la cabeza y nosotros lo seguimos hasta la casa de
Zeus, sí, con relámpagos y nubes adornándolo todo y un montón de ostentación, flash y
decoración exagerada. Al dios le iría bien como diseñador de casinos en Las Vegas.
En un gran salón de baile -y sí, Zeus tiene un salón de baile increíble, con un mural
de ninfas y querubines a su servicio y sólo a su servicio pintado en el techo- nos conducen
a las sillas de una de las dos largas mesas de banquete, bellamente decoradas, que se
encuentran una frente a otra. Estamos en el extremo de la nuestra, cerca de las puertas
abiertas que dan a una terraza. Ares, Neve y una chica que parece ser su hermana están
a la izquierda de Hades, Boone y yo a la derecha de Hades. Estoy atrapada en el medio,
por así decirlo. Dae, por supuesto, no está aquí. Artemisa está sentada a una mesa sola,
sin campeón ni ser querido, llamativa como el infierno. Y Afrodita no está sentada con
Jackie y el joven que la acompaña. Su hermano, creo.
Esto es una pesadilla.
Quizá no rescaté a nadie e Hipnos y Morfeo aún me tienen atrapada en mi cuerpo
dormido.
Zeus entra en la habitación con Samuel y su amada, una mujer más o menos de
su edad. Incluso Boone se echa ligeramente hacia atrás cuando aparece el dios del
trueno.
—En nombre de Afrodita, doy la bienvenida a nuestros nuevos huéspedes —
exclama Zeus. El dios está en su elemento, recibiendo a gente visiblemente admirada por
él—. Afrodita se ha tomado muy a pecho el resultado de su trabajo —explica.
—Esto es el Crisol —murmura Hera en un tono que suena adecuadamente
apenado, aunque va acompañado de una expresión que es cualquier cosa menos eso—
. Ella conocía los riesgos cuando preparó esa Labor. No tenía por qué hacer que el final
fuera tan terrible.
Junto a Hera, el rostro de Amir se enrojece. Apenas se atreve a mirar a su diosa
protectora, en cambio, mira a la mujer mayor sentada a su otro lado. ¿Una de sus niñeras,
tal vez? Teniendo en cuenta lo que ha dicho de su familia, no creo que sea su madre.
Vuelvo a mirar a Hera.
La cosa es que, aunque suene cruel, la diosa no se equivoca. Afrodita no tenía que
hacer que la muerte al final fuera parte de las reglas. Entiendo que a los dioses y diosas
les encantan sus relojes de tic-tac, y la muerte es sin duda un incentivo, pero hay otras
maneras. En cuanto a la bendición de Hera para Amir... ahora que todos conocemos las
consecuencias, nadie va a arriesgarse a tocarlo. Ese es un movimiento brillante de su
parte.
Sin embargo, la diosa podría haber sido más oportuna.
Zeus lanza a Hera una mirada castigadora.
—Seré el anfitrión en lugar de Afrodita. Hubiéramos pospuesto, pero después de
todo, nuestros “invitados” están aquí sólo tres días antes de que comience la próxima
Labor.
¿Otra vez sólo días? Uf.
Quiero decir, supongo que tienen un montón que pasar y sólo un mes para hacerlo,
pero aun así.
—En primer lugar, me gustaría felicitar a Neve por ganar el desafío de hoy, ya que
fue la primera en volver con su hermana.
Le ofrece una sonrisa que no llega a sus ojos.
—Tu premio por ganar esta Labor, el arco y las flechas de Eros, ya está en tu
habitación.
—Gracias —dice Neve cortésmente. Aunque supongo, por su expresión, que los
buenos modales se le están pegando fuerte.
—Ahora —continúa Zeus—, mientras disfrutamos del suntuoso banquete, me
gustaría que cada campeón presentara a su ser querido. —Saluda con la mano mientras
se sienta.
Impresionante. Mi pesadilla personal está alcanzando niveles tortuosos: hablar en
público e intentar explicarme quién es Boone. Delante del dios al que estaba besando
justo esta mañana.
—¿Debemos? —gruñe Hades, reclinándose en su silla indolentemente, con
expresión aburrida.
Zeus lo mira primero a él y luego a mí.
—¿No puedes hacer algo con él, Lyra?
No me jodas. Eso fue un comentario calculado para conseguir un aumento de uno
o ambos de nosotros, y probablemente Boone, también.
Deliberadamente, imito la postura indolente de Hades e inclino la cabeza, mirando
no a Zeus sino a Hades como si lo estuviera estudiando.
—No sé. Ninguno de ustedes ha sido capaz de hacer algo con él en los varios
milenios transcurridos desde que fue liberado de las entrañas de Cronos —digo.
Los ojos mercuriales de Hades me clavan en el respaldo de la silla con un salvaje
destello de satisfacción tan violentamente rápido, que la única razón por la que sé que lo
vi es la forma en que aún estoy tambaleándome.
Me aclaro la garganta y fuerzo una mirada firme a Zeus, que frunce el ceño con
petulancia.
—No sé por qué crees que yo, una simple mortal, tendría mejor suerte.
Zeus se sienta con fuerza.
—Empezaremos con las presentaciones —dice encogiéndose de hombros
desdeñosamente—. Como saben, la persona de Dae era su abuela.
La insensible entrega deja caer las palabras en una cuba de silencio.
Está sentada lo suficientemente cerca de mí, así que capto el susurro de Rima:
—No estoy segura si eso es mejor o peor que el novio de Dae.
Al no oírla, Zeus saluda con la mano a Samuel, que se pone en pie.
Por suerte, no soy la única a la que esto no le entusiasma. La sala tiene un peso
moderado mientras los campeones se presentan rápidamente. La mayoría no son
demasiado sorprendentes. El compañero de Samuel desde hace mucho tiempo está aquí,
y el hermano mayor de Jackie. Meike tiene a su compañera. Trinica rescató a su hijo. La
mujer con Zai es su madre, como supuse. La mujer de Diego no es ninguna sorpresa, y
Demeter, mostrando su lado maternal, nos asegura que sus dos hijos están al cuidado de
los padres de Diego. El marido de Rima también está aquí.
Neve se pone en pie.
—Esta es mi hermana pequeña, Nora.
Me inclino lentamente hacia delante para mirar alrededor de Hades a la mujer
sentada justo a su lado. Probablemente tenga unos veinte años, así que sólo es un poco
más joven que Neve. ¿La Nora? ¿La que Neve murmuraba que la iban a matar?
Boone me da un silbido bajo, uno que los demás ni siquiera notan, y mucho menos
entienden. Utiliza las señales de un novato para preguntarme qué me parece interesante.
Vuelvo a silbar la señal de nada o no importante.
No es cierto, por supuesto. Nora se parece mucho a su hermana, sólo que su
cabello es de un rojo más oscuro y sus ojos más verdes que azules. En algún punto
intermedio. También tiene una sonrisa más dulce... o sonríe, si vamos al caso.
Neve levanta la barbilla.
—Nuestra familia son... importantes dueños de negocios en nuestra comunidad.
Ares me informó de que alguien ajeno a la familia había amenazado de muerte a Nora si
Ares se convertía en rey, pero ahora que la he recuperado de sus manos... —Sus ojos se
entrecierran, la determinación estampada en sus rasgos—. Pagarán por ese error.
Espera. ¿La familia empresaria de Neve es una especie de familia del crimen, al
estilo canadiense?
Es difícil imaginar que ese acento se utilice durante actos delictivos, pero eso
explicaría muchas cosas.
Boone me da un golpecito con un dedo en el dorso de la mano para llamar mi
atención y levanta las cejas en forma de pregunta. Niego con la cabeza.
Se sienta mientras Dex se pone en pie y saluda al chico con la mano.
—Este es Rafael... Rafe —dice Dex—. Es mi sobrino, el hijo de mi hermana, y sólo
tiene diez años.
¿Diez? Tan joven. Quiero envolver al niño y esconderlo en algún sitio, o pedirle a
Hades que lo esconda, hasta que acabe la próxima Labor. Amir ya es demasiado joven a
los dieciséis años. Un niño de diez años no debería estar expuesto a esto.
—Mi padre murió antes de que yo naciera, y mamá está... enferma. —Rafe habla
con seriedad, mirando a Dex como si el hombre fuera su héroe—. Tío Dex ayuda a
criarme.
Me cuesta conciliar la imagen que tengo ahora delante. Es decir, Dex bien podría
llevar mallas y una capa. ¿Cómo encaja eso con el competidor que Dex ha sido hasta
ahora?
Pero el afecto en sus ojos mientras despeina a Rafe es inconfundible y real. Hasta
el Crisol, creía que leía bien a la gente. ¿Estoy leyendo mal a Dex ahora?
Boone se inclina para susurrarme al oído.
—¿Qué vas a decir de mí, me pregunto?
No es que haya estado enamorada de él durante años.
—¿Que has sido un grano en mi culo?
—Para. Vas a hacer que me sonroje.
Me río entre dientes.
Entonces hago una pausa. Algo se siente... diferente con nosotros. Más fácil.
Un vistazo me muestra que, a mi izquierda, Hades se aparta de mí, hablando con
Nora. Incluso le sonríe. No tiene hoyuelos, pero es lo bastante encantador como para que
ella le devuelva la sonrisa, visiblemente sorprendida. Al parecer, puede tranquilizar a
algunos mortales.
Neve es guapa, pero tengo que decir que Nora es increíblemente hermosa, con
su piel cremosa impecable sobre esa abundancia de cabello castaño y una sonrisa que
podría competir con la de Afrodita. Además, parece no temer a Hades.
Apuesto a que apreciará eso de ella.
Aparto la mirada para juguetear con el pie de mi copa.
—¿Lyra?
Boone me da un codazo en el pie por debajo de la mesa, y miro a mi alrededor
para encontrarme a Zeus mirándome fijamente y todos los ojos, excepto los de Hades y
Nora, ya puestos en mí.
Oh, supongo que es mi turno. ¿Cuántas veces tuvo el dios que decir mi nombre?
Me pongo de pie, igual que los demás, con una mueca de dolor cuando mi silla
roza ruidosamente el suelo de mármol.
—Este... —Saludo torpemente a mi derecha—. Es Boone Runar. Es un novato en
la Orden de los Ladrones conmigo.
Voy a sentarme, y mi trasero está a medio camino de la silla cuando Atenea desliza
una pregunta hacia mí.
—¿Amigos?
El cabello castaño y ondulado de la diosa tiene reflejos dorados por el fuego de los
braseros, y sonríe cálidamente como si pudiera confiar en ella. Pero su frente alta y sus
intensos ojos marrones dan la impresión de una inteligencia que no pasa por alto ni un
solo detalle. La hendidura de su barbilla huele a terquedad, y ya me he dado cuenta antes
de que se mueve con la gracia merodeadora de una luchadora. Es la diosa de la sabiduría
y de la guerra. Con ella no se juega.
¿A dónde quiere llegar?
Hago una pausa y vuelvo a ponerme de pie.
—Yo…
—Sí, somos amigos. —La sonrisa de Boone es todo Boone, y no es ninguna
sorpresa cuando al menos la mitad del grupo le devuelve la sonrisa. Siempre ha tenido
ese efecto en la gente. Se parece mucho a Dionisio, a pesar de su aspecto rudo.
No digo nada. No puedo.
—La persona que más amas en el mundo es... ¿sólo un amigo? —Atenea
claramente tiene una agenda aquí. Creo que estoy empezando a ver qué—. ¿Y tus
padres? —pregunta. —Parecían tan cariñosos en la televisión.
Qué. Perra.
—¿Es realmente ahí donde quieres llevar la velada, Thena?
Pensé que no estaba escuchando, pero Hades ahora está mirando directamente a
Atenea.
Por desgracia, eso sólo hace que los ojos de Atenea brillen con interés. Me estudia.
—¿Amantes?
—¿Perdón? —pregunto.
Su sonrisa se vuelve socarrona.
—Tú y Boone, por supuesto. ¿Qué creías que quería decir?
Reaparece la misma chispa de irritación que me llevó a pelearme con Hades
cuando nos conocimos en el templo de Zeus en San Francisco.
—Creía que te referías a Hades. —Le sonrío dulcemente—. No lo somos.
El destello de sorpresa en sus ojos merece la pena. Hades, sin embargo, no
reacciona porque se ha vuelto hacia Nora como si no le importara.
—Todavía —aclaro, sólo para ver qué hace.
Resulta que nada.
Está claramente absorto en lo que sea que esté discutiendo con Nora. Hasta el
punto de que Neve me llama la atención y mira deliberadamente entre ellos antes de
lanzarme una sonrisa de suficiencia.
Estoy tentada de señalar que le salvé el culo hace dos Labores. Pero no lo hago.
—Boone es el más talentoso de nuestros novatos —digo a la sala en general—, y
un poco tramposo. Es posible que quieran guardar bajo llave sus objetos de valor.
—¡Eh! —protesta Boone. Pero sé que protesta porque les avise, no por la
veracidad de la afirmación en sí.
Nora se ríe de repente, pero todos los demás -salvo Hades- siguen concentrados
en Boone y en mí.
—Bueno, eso es demasiado jugoso para ignorarlo —dice Dionisio, uniéndose a la
conversación. Al menos su interés parece genuino—. ¿Tienes alguna historia?
Cientos, pero sólo porque he estado prestando atención. Levanto una ceja a
Boone.
—¿Cuál debería elegir? Hay tantas.
En lugar de irritarse o incluso avergonzarse, me devuelve la risa.
—¿Qué me dices de la vez que seguí a Lakshmi al museo y me llevé la pieza que
había venido a buscar antes de que supiera que yo estaba allí? —Se vuelve hacia la
habitación—. Volví a la guarida con ella, y Lyra estuvo a punto de echarme la bronca por
arrebatarle una partitura a otra de nuestras novatas. —Se encoge de hombros.
Las sonrisas se convierten en carcajadas, ¿y qué demonios? ¿Cómo nos hemos
convertido en el entretenimiento de esta noche?
Nora se ríe de nuevo. De Hades.
Con la esperanza de que eso sea todo, me acomodo en mi asiento. Pero Boone
me acerca la silla y yo no me pierdo ni eso ni el hecho de que deja el brazo sobre el
respaldo. No tengo ni idea de por qué, aparte de que me ayuda a quedar bien. Se lo
preguntaré más tarde.
Boone sonríe.
—Lyra estaba tan enojada por lo del banco que se aseguró... —Le piso el pie a
Boone, que deja de hablar y me mira con ojos brillantes de interés.
Olvidé decirle que sólo Hades sabe que sólo soy una empleada, y estaba a punto
de revelar que puse las ganancias de esa cuenta a nombre de Lakshmi, no al suyo. Parte
de mi trabajo. Garantizado para traer preguntas.
—¿Seguro de qué? —pregunta Meike. En serio, ella y Dionisio podrían ser
gemelos.
Boone se aclara la garganta.
—Llamó a la policía, dejando que mi lamentable culo se enfriara en la cárcel unos
días antes de enviar a otro novato a soltarme.
—Tal vez debería haber aprendido de ti en su lugar —dice Dex. Suena razonable.
A su lado, Rafe asiente con cara de impaciencia.
Pero estoy lo bastante cerca para oír cómo cruje el respaldo de mi silla con la
repentina fuerza del agarre de Boone, y su sonrisa desaparece tras una mirada de ira tan
descarnada que parpadeo. Sólo lo he visto así una vez, cuando uno de los aprendices
murió accidentalmente por culpa de un error cometido por un maestro ladrón visitante.
—Lyra estaba enfadada conmigo por una razón —dice—. Rompí dos reglas
cardinales con esa hazaña, poniendo en peligro a otros novatos de la Orden. Me estaba
enseñando una lección que tenía que aprender. —Se inclina hacia delante, con ojos tan
afilados que podrían cortar carne—. Y ya que estamos... puede que a los dioses no se les
permita interferir en el Crisol, pero yo no estoy sujeto a la misma restricción. He oído que
ese don de presciencia que recibiste no funciona del todo bien. Tal vez quieras cuidarte
las espaldas mientras yo esté aquí.
La cara de Dex se tensa tanto que parece un muñeco de plástico enojado.
—Funciona lo suficientemente bien como para que siga vivo y en ello. Todos
tenemos diferentes formas de jugar. A mi casa le vendrían bien las bendiciones de los
dioses, y tengo una familia a la que —se interrumpe, mirando a Rafe, y luego continúa—
, volver.
—Lo mismo que todos los demás —arremete Boone—. ¿Esas son las excusas que
te dices a ti mismo para ser un imbécil? Buena suerte viviendo con tus acciones y
decisiones cuando se acabe. —Dirige una mirada significativa a Rafe—. Algún día tendrá
edad suficiente para ver por sí mismo a través de ojos que no miran con inocencia teñida
de rosa. —Entonces Boone engancha un pulgar a Zai, que está sentado en la otra mesa—
. Pregúntale si tienes curiosidad. Creció con un padre que jugaba al Crisol igual que tú.
Claramente, le dije demasiado a Boone en ese vuelo en pegaso. Silbo suavemente.
La señal para parar ahora.
Boone se endereza para parpadear, y puedo ver la lucha en sus ojos. Realmente
iría por Dex si Rafe no estuviera allí. No me cabe duda. Y mi pecho se aprieta por la
reacción. Si no lo supiera, si no llevara esta maldición, pensaría que realmente le importa.
Vuelvo a silbar, la señal de que todo está bien.
Sus labios se aplastan, pero finalmente asiente.
Los demás siguen mirándonos fascinados. Bueno... Dex está mirando.
—¿Qué fue eso? —pregunta Atenea. Es la primera vez que no veo a la diosa en
modo calculador. Todo su cuerpo parece iluminado por la curiosidad. Tiene la sed de
conocimiento que todos esperamos de ella.
—Mis ladrones usan silbatos para hacerse señales unos a otros. —Hermes
responde con bastante suficiencia. Por otra parte, como dios mensajero, entiendo que le
guste esa elegante solución.
—Idea de Lyra —dice Boone a los demás—. Teníamos nuestros cripticódigos, pero
necesitábamos algo para el momento. Por aquel entonces, utilizábamos señales
manuales y el lenguaje de signos, pero eso significaba necesitar la línea de visión. A ella
se le ocurrieron los silbatos cuando sólo tenía seis años.
Mi único verdadero logro, en lo que respecta a la Orden.
No puedo evitar que el calor suba a mis mejillas. Nadie en mi vida ha presumido
de mí. Ni una sola vez.
Se siente... bien.
La repentina risa de Nora rompe el silencio que nos rodea y me hace sentarme
más erguida, lo que hace que me incline más hacia Boone. Una luz de complicidad entra
en sus ojos cuando me mira a mí, a ella y a Hades, y luego de nuevo a mí. Pero no dice
nada.
Entonces Zeus, sin duda necesitando reclamar el centro de atención, aplaude.
—Bienvenidos de nuevo, invitados. Disfrutemos todos del festín.
No es probable.
L
a suave llamada a mi puerta no me despierta precisamente. Después de la
fiesta, Boone dijo que quería explorar el Olimpo y Hades se fue con los otros
dioses y diosas, así que Zai y yo caminamos juntos a casa con su madre. Ella,
por cierto, es una mujer dulce pero definitivamente tímida.
Sólo he tenido tiempo de ponerme la pijama y lavarme los dientes. La fiesta ha
durado hasta bien entrada la noche, y las estrellas siguen cubriendo un cielo de tinta fuera
de mi ventana en pinceladas de luz, tantas que no necesitamos la luna para iluminar las
tierras de aquí.
Frunzo el ceño y abro la puerta.
Boone está de pie, apoyado en el marco, con un tobillo cruzado sobre el otro, y en
su mano, que se me presenta como un regalo, está el Yelmo de la Oscuridad.
—¡Mierda! —Lo agarro del brazo y lo arrastro a mi habitación, miro a ambos lados
del pasillo y casi espero que un furioso Dex se lance por Boone. Pero no es así. El pasillo
está vacío y cierro la puerta antes de girar sobre él—. ¿En qué demonios estás pensando?
La sonrisa autocomplaciente de Boone se desvanece, convirtiéndose en algo
parecido a una acusación dirigida directamente a mí.
—Estoy pensando que soy un puto ladrón, Lyra. ¿Y tú?
Me mantengo firme, cruzando los brazos sobre la fina camiseta del pijama, sin
ignorar del todo que ahora mismo no llevo sujetador.
—¿Y yo qué?
Se acerca.
—Puede que tus habilidades estén oxidadas, pero en el momento en que ese idiota
de Dex te dijo que iba por ti, deberías haber tomado esto. —Levanta el yelmo—. Y lo
sabes. Así es como funciona el mundo, incluso aquí.
Arroja el yelmo sobre mi cama.
—No voy a jugar así. —Levanto la barbilla.
—Dex puede sobrevivir sin el yelmo. —Sus manos se cierran en puños—. Puede
que tú no, dada la forma en que puede usarlo para acercarse a ti. Estarás muerta antes
de que te des cuenta.
—Ya tengo más herramientas que los demás —digo—. Hades ya fue castigado
una vez por ello. No voy a quitar las de otro sólo porque no me gusten.
—¿No te gustan? —Boone está prácticamente gritando—. Él quiere matarte, Lyra.
Me quedo con la boca abierta y sé que estoy mirando, pero la forma en que grita...
Boone debe captar mi confusión, porque se calma un poco, mirándome.
—¿Qué?
—Suenas como si te importara.
—Sí, lo hace.
Niego con la cabeza con fuerza.
—Eso no es posible.
La tensión se apodera de sus hombros y desvía la mirada.
—No me importa así...
Oh, demonios.
—No —me apresuro a impedir que diga una palabra más—. Me refiero a que te
importe lo suficiente como para preocuparte por mí así. Zeus me maldijo el día que nací.
No soy adorable. No puedo ser amada o cuidada.
Boone se queda quieto como un ladrón y me mira como si nunca me hubiera visto.
—¿Es eso cierto?
Me encojo de hombros.
—No digna de ser amada —murmura más para sí mismo, como si tratara de
entender el significado—. Eso realmente... apesta.
Me sorprende con una carcajada.
—Sí. De verdad que sí.
—¿Quién más lo sabe?
—Félix. Hades. Mis padres. —Así llamados—. Eso es todo.
Boone frunce el ceño.
—Eso no puede estar bien.
—Te aseguro que lo es.
Sigue negando con la cabeza.
—Siempre te he admirado.
¿Sí?
—Eres inteligente y ves cosas que los demás no ven: cada detalle. Es lo que te
hace tan buena empleada.
Boone cree que soy una buena oficinista. Una burbuja de felicidad sorprendida se
expande en mi pecho, pero la reviento.
—Admiración no es cariño.
—Claro que sí —insiste—. Incluso he querido asociarme contigo en algunas
ocasiones.
Retrocedo.
—Qué diablos dices.
Sonríe.
—Lo digo en serio. Pero siempre has puesto un muro a tu alrededor con un cartel
gigante de “no te acerques, joder” en la puerta. Has mantenido a todos los novatos a
distancia, así que nadie ha tenido la oportunidad de conocerte. De ser tu amigo.
¿Lo hice? Creo que no.
—La maldición...
Boone se inclina hacia abajo -es realmente muy alto- para que estemos frente a
frente y pueda ver su sinceridad.
—Puede que no esté enamorado de ti, Lyra, y puede que la maldición haya hecho
eso. Pero me gustaría ser tu amigo.
Oh.
—¿En serio? —susurro.
Su sonrisa es lenta y dulce y no contiene ni una pizca de lástima.
—En serio.
No estoy segura de creerlo. Tal vez se siente así porque estamos en el Olimpo. Tal
vez este lugar disminuye los efectos de las maldiciones. No lo sé. Mira cómo Zai quería
aliarse conmigo. O cómo Meike no es diferente conmigo de lo que es con cualquier otra
persona. Y definitivamente no soy invisible aquí. Aunque eso podría ser debido a Hades.
Él no se mezcla exactamente.
Sea cual sea la razón, la parte de mí que ha estado anhelando un amigo desde que
comprendí que no podía tener ninguno, la parte que he silenciado e ignorado y metido
en el fondo, siente esto. Es ligero, como si pudiera salir flotando.
—De acuerdo —digo—. Amigos.
La sonrisa de Boone se ensancha, volviéndose arrogante.
—Bien. Ahora, sobre Dex...
Pongo los ojos en blanco y le doy un empujón.
—Estamos devolviendo el yelmo.
—Escúchame. —Boone levanta una mano—. Dex te ve como su competencia más
fuerte con un dios peligroso como patrón. Su hermana se está muriendo de cáncer, por
lo que supongo que pedirá que la curen si gana.
Parpadeo.
—¿Qu-qué? —¿Es eso cierto?—. ¿Cómo lo sabes?
Me mira.
Claro.
—En su mente, tú eres la persona que se interpone entre él y salvar a su familia —
dice Boone—. Claro que quiere ayudar a su gente, pero aún más, ganar significa que
puede darles todo a su hermana y a su sobrino. —Señala al suelo—. Lujo, longevidad,
bendiciones... lo que sea.
En lugar de irritarme, sus palabras me desinflan como pinchar un globo con una
aguja y escuchar el silbido cuando el aire se escapa lentamente. Me imagino a Rafe y la
forma en que mira a su tío.
—En otras palabras... —digo en voz baja, asomando de nuevo la barbilla—. Tiene
una meta honorable que hará lo que sea por alcanzar.
Boone me mira fijamente un largo rato antes de girar sobre sus talones para cruzar
la habitación, luego vuelve a girar y se lleva las manos a las caderas.
—De acuerdo. Devolveré el yelmo. Sé que no debo discutir contigo cuando sacas
la barbilla.
Casi la vuelvo a meter, pero esto es importante.
—Bien.
Sus ojos brillan con picardía y me siento confusa. ¿Qué acaba de ocurrir?
—Vamos al menos a dar una vuelta con este bebé primero. Los dioses se reúnen
para discutir algo importante. Deberíamos escuchar.
Esto es típico de Boone. Salto a la derecha con ambos pies, sin planificación, sólo
la confianza absoluta de que va a oscilar a su manera cada vez.
Sé que capta la duda que arrastro cuando ladea la cabeza, con la mirada fija en la
mía.
—Sabes que quieres, Lyra-Loo-Hoo.
Pongo los ojos en blanco.
—Odio ese apodo.
—Lo sé. —Se ríe entre dientes—. Lo empecé para que tuvieras uno.
Justo como pensaba.
—Pero luego me di cuenta de que te irrita adorablemente y normalmente me
permite tirar de un par de tus hilos.
Resoplo.
—Lo dudo. —Pero camino hasta el yelmo y lo agarro. De latón y con una placa en
la nariz que divide dos ranuras para los ojos, es sorprendentemente pesado—. Pero esta
vez te lo daré. Vamos a escuchar. Quizá aprendamos algo útil.
Boone me quita el yelmo de las manos y se lo pone sobre la cabeza.
Inmediatamente, desaparece. Alargo la mano y me encuentro con un vientre macizo y
musculoso cubierto por una camisa, y en el instante en que lo toco, yo también
desaparezco.
Retiro los dedos y me re-materializo.
—Vaya. Qué práctico.
—Hace esto más difícil, sin embargo. —Su voz viene de cerca. Muy cerca.
—¿Qué? —pregunto.
Hay un latido antes de que sus labios presionen los míos. El beso es dulce y casto.
Me echo hacia atrás con un chillido de sorpresa, y suena su risita baja, todavía cerca.
—Cielos, Boone —refunfuño—. ¿A qué ha venido eso?
—Sólo... quería que tuvieras eso. Como agradecimiento por quererme. —Su voz
se ha vuelto seria ahora, y desearía poder ver su cara—. Aunque sólo sea entre amigos.
Antes de que Hades me nombrara su campeón, ese calificativo me habría dolido.
En cambio, todo lo que siento es... afecto. Como si Boone me hubiera dado algo precioso.
Sonrío al ver a donde creo que está su cara.
—Sabía que tenía razón al enamorarme. Eres un tipo sólido, ¿no?
—Shhh... Tengo una reputación que mantener.
—Sí, sí. Vamos.
Se hace un pequeño silencio y, de repente, aparece de nuevo, con el timón en las
manos y los ojos castaños oscuros.
—Otra cosa, antes de irnos. ¿Sabes lo que dicen de ti y de Hades por todo el
Olimpo? Que son amantes.
Esa palabra adquiere un matiz.
Me trago un gemido. Si los dioses hubieran podido ver lo que Hades y yo
estábamos haciendo esta misma mañana, sabrían con certeza que no me opongo a esa
idea. Y el momento en que entré en la cabaña de Boone y pensé que era Hades me ha
estado atormentando toda la noche. El caso es que, sentimientos por Boone aparte, futuro
o no, quiero al dios de la muerte. Aunque sólo sea para una pelea rápida y mutuamente
satisfactoria, me llevaré ese recuerdo conmigo después.
—¿Y qué?
—Todos los dioses ya se oponen a Hades como Rey de los Dioses. También los
mortales. Les estás dando aún más razones para odiarte. —Suspira cuando no digo
nada—. ¿Hay algo de verdad en ello?
Entrecierro los ojos.
—No es asunto tuyo.
—Así es. —Se mete el yelmo bajo un brazo—. Ahora que somos oficialmente
amigos, debes saber que no voy a quedarme de brazos cruzados viendo cómo acabas
con el dios de la muerte. No hay futuro con él, Lyra.
—Ya lo sé.
Me levanta la barbilla con un dedo, así que no tengo más remedio que mirarlo a
los ojos.
—Quizá más que nadie en el mundo, entiendo tus orígenes, tu pasado, quién eres
y lo que has tenido que superar. A lo que volverás cuando termine el Crisol.
¿A dónde quiere llegar?
—Sólo digo que ahora que tienes un amigo, tal vez sea más fácil. Tienes un futuro
que esperar en el Supramundo.
Un futuro que esperar. Tenía planes. Pero quizá ya no sola.
Busca mi mirada.
—Sólo piénsalo, ¿de acuerdo? —Vuelve a ponerse el yelmo y desaparece de mi
vista—. Vámonos.
Me agarra la mano -su mano grande y cálida se enrosca alrededor de la mía de
forma protectora- y yo también desaparezco.
C
aminar invisible es extrañamente liberador. Me hace sentir invencible. Nada ni
nadie puede vernos, y eso significa que tampoco pueden hacernos daño.
Con la mano agarrada de la mía, Boone nos guía infaliblemente a través
de las casas, no hacia el pueblo, sino hacia el otro extremo, hasta la última casa de la
hilera. La casa en sí es enorme, incluso más grande que muchas de las demás, pero por
lo demás discreta y está hecha de piedra gris oscura. En el dintel de la puerta de entrada
al patio hay tallados dos martillos de forja cruzados.
La señal de Boone es un silbido suave. Por aquí.
Me empuja por el lateral de la casa hasta la parte trasera, donde subimos unas
escaleras que conducen a una serie de terrazas hasta que entramos por la parte de atrás.
No me extraña que aquí no se molesten en poner cerraduras. Estos sitios están abiertos
de par en par.
Por otra parte, ¿quién se atrevería a robar a un dios o una diosa?
Casi resoplo una carcajada. Boone, eso es.
Ya debe haber venido para conocer el camino así. Está claro que estaba muy
ocupado mientras yo caminaba hacia casa y rumiaba. Me guía por las habitaciones, que
me recuerdan a las cabañas de la montaña, o mejor dicho, a las cabañas de montaña de
la gente adinerada: muchas vigas de madera, granito gris y muebles de madera de gran
tamaño.
Esta es la casa de Hefesto, después de todo.
El dios de los herreros, la metalurgia, la carpintería, los artesanos y el fuego
siempre ha sido uno de mis favoritos. Probablemente porque lo considero el dios
desvalido, al que los demás tienden a considerar el último, quizá porque es muy callado.
Pero es la razón por la que Zeus tiene su rayo, Hermes su casco y sus sandalias, Aquiles
su armadura y Apolo su carro solar. Incluso el arco y las flechas de Eros son gracias a él.
Hefesto es brillante.
También es valiente. Hay muchas versiones sobre la razón por la que los pies de
Hefesto están girados hacia atrás, lo que confiere al dios un andar característico cuando
camina. Pero la que yo creo, más aun habiéndolo visto ahora en persona, es que de niño
protegió a su madre -algunos dicen que Hera, otros que no, pero sin duda una de las
diosas- de las insinuaciones indeseadas de Zeus. Zeus expulsó al niño del Olimpo.
Hefesto cayó durante un día entero antes de golpear la tierra con tanta fuerza que casi lo
mata. Su inmortalidad lo salvó, pero su rápida curación divina accidentalmente fue
demasiado rápida, y sus pies sanaron hacia atrás.
Suena otro silbido. La señal para que todos guarden silencio.
Aprieto la mano de Boone, indicándole que lo entiendo.
Boone nos lleva a través de una puerta que conduce a un rellano, y luego, nuestros
pasos tan silenciosos como podemos hacerlos, nos arrastramos por el balcón que corre
a lo largo de todo el lado de la casa. La luz se filtra en la noche desde varias ventanas
altas.
Avanzamos lentamente hasta llegar a la primera ventana. Nos asomamos al marco
y encontramos a los cuatro Daemones de pie en las esquinas de la sala y a los trece
dioses y diosas, incluso a una Afrodita con los ojos hinchados, sentados alrededor de una
enorme losa perfectamente redonda que hace las veces de mesa de conferencias. Ni
pies ni cabeza.
Zeus debe odiarlo.
—No estamos aquí por tu Labor —le dice Poseidón a Hefesto.
El hombre montaña de un dios está recostado en su asiento, los brazos
musculosos tan grandes como troncos cruzados sobre un pecho ancho. Da la impresión
de trabajar al aire libre todo el día, todos los días. Además, lleva el cabello castaño oscuro
corto pero algo desgreñado, a juego con la barba desaliñada que podría ser de varios
días sin afeitar o podría ser un aspecto deliberado. Sus penetrantes ojos verdes no se
apartan de Poseidón.
—Entonces, ¿por qué tú y Zeus nos han reunido? —pregunta Hefesto, su conducta
impasible no revela nada.
Los dos hermanos intercambian miradas, pero Poseidón es el que habla. Es el
único dios con un campeón que ya no está en la caza, así que me sorprende que le
importe lo suficiente como para estar aquí.
—Como todos sabemos —dice Poseidón—, este Crisol ha sido un tanto... caótico.
¿Tú crees? Pongo mis ojos invisibles en blanco.
—Bueno, todos sabemos por qué —ironiza Deméter.
Cada uno de ellos se vuelve hacia el hombre sentado a la derecha de Hefesto.
Hades está recostado en su silla, con un pie apoyado en la rodilla, y parece aún más
aburrido que durante la fiesta. Alza una ceja y los mira.
—¿Qué tengo que ver yo con todo este caos?
—Tú entraste este año —señala Atenea—. Nunca en la historia del Crisol ha
habido trece campeones, y uno patrocinado por el Rey del Inframundo, que ya gobierna
un reino. Eso crea el caos por sí solo. Pero eso no es todo. Está el asunto de tu campeón.
Hades no mueve un solo músculo.
—Lyra es una de las pocas que juegan a esta farsa de competición con algo de
integridad —dice Hades en esa forma tranquila que tiene cuando está realmente enojado.
Atenea es la única lo bastante valiente como para inclinarse hacia delante y
dirigirse a él.
—Pero tienes que admitir que el caos parece seguir sus pasos.
Ante eso, Hades parece relajarse.
—Eso no es mi culpa.
Los demás también aflojan un poco, pero no deberían. No estoy segura de cómo
lo sé. Es sólo... obvio para mí.
—¿Por qué te interesa tanto esa pequeña mortal? —pregunta Zeus.
La expresión de Hades se ensombrece, y creo que los demás contienen la
respiración colectivamente.
Tanto Atenea como Dionisio lanzan miradas preocupadas por la ventana, más allá
de donde estamos Boone y yo, sobre las hermosas tierras del Olimpo.
Por primera vez, me pregunto exactamente quién de ellos arrasó este lugar
durante las Guerras Anaxianas.
—Es una lástima que tus propios campeones no puedan mantenerse fuera de su
camino —dice Hades. Ni siquiera se molesta en responder a la pregunta de Zeus. Sonrío
en secreto—. Pero estas Labores fueron diseñadas para ser brutales, para satisfacer tu
placer por el derramamiento de sangre. No te quejes ahora, y definitivamente no me
culpes a mí o a Lyra.
Hades se levanta lentamente y se eleva sobre todos ellos, incluso sobre Zeus, de
una forma que los hace parecer pequeños y mezquinos.
—Hefesto no va a compartir qué es su Labor. Las reglas no van a cambiar, a menos
que quieras permitirme añadir mi propio desafío a la mezcla. —Mira alrededor de las
deidades y los Daemones. Nadie le hace caso—. Entonces te sugiero que dejes de
preocuparte por mi mierda y resuelvas la tuya.
Entonces levanta su mirada directamente a la mía. Me lanza esa mirada. Directo al
corazón.
Sabe que estoy aquí.
No me jodas.
C
on los dioses dispersos por todo el Olimpo, rumbo quién sabe a dónde, Boone
no se quita el yelmo en el camino de vuelta a casa de Hades, y ninguno de los
dos habla. Durante todo el camino, me siento como si nos estuvieran
observando, lo cual es imposible. Pero si estoy en lo cierto y Hades sabía que estaba allí
espiándolos, es sólo cuestión de tiempo que comparta su disgusto.
Damos la vuelta por detrás, igual que hicimos con Hefesto. Si alguien viera las
puertas del patio delantero abriéndose y cerrándose solas, se lo preguntaría.
En cuanto llegamos a la terraza superior que da acceso a la casa, Boone me suelta
la mano para quitarse el yelmo. Inmediatamente, ambos somos visibles, y él se pasa una
mano por el cabello.
—Este yelmo es terrible para mi belleza —dice.
Qué cosas dice Boone. En lugar de ocultar mi risa, me río a carcajadas. Es curioso
cómo saber que alguien se preocupa por ti cambia la percepción que tienes de él.
—Deberías devolverlo. —Le hago un gesto con la cabeza.
Boone lo mira y luego vuelve a mirarme con un brillo.
—¿Segura? Es un artilugio muy práctico. —Hace una mueca—. Mucho mejor que
los dientes de dragón.
—Esos ya me salvaron una vez —digo sin pensar.
—¿De verdad? ¿Cómo?
Cruzo los brazos.
—Te lo diré cuando vuelvas.
Boone suspira.
—Nunca te permites divertirte. ¿Estás segura?
—Estoy segura. Antes de que alguien se dé cuenta.
Los ojos de Boone se entrecierran.
—Quieres decir antes de que Hades se dé cuenta.
—Sí. —Una voz áspera proviene de la oscuridad del interior de la casa. Las
linternas se encienden de inmediato, iluminando a un Hades que es todo frío control, a
pesar del humo oscuro que lo envuelve en remolinos—. Eso es exactamente lo que quiere
decir.
Boone hace tal vez lo peor que podía hacer y se pone delante de mí,
protegiéndome de Hades con su cuerpo, irradiando tanta tensión que el aire a mi
alrededor se calienta. Sostiene el timón con una mano, pero la otra se cierra en un puño
a su lado.
—Esto fue idea mía.
—No me digas —gruñe Hades.
Me estremezco al oír el tono. Cada vez está más callado.
Los hombros de Boone se echan hacia atrás.
—No dejaré que le hagas daño.
¿Sería un mal momento para abrazarlo sólo por eso? Probablemente. No puedo
ver a Hades, pero el silencio sepulcral de su lado no puede ser bueno.
Necesitando poner fin a lo que sea esto, doy un paso a la derecha, pero Boone se
mueve conmigo. Así que pongo una mano en su brazo y aprieto.
—Él nunca me haría daño, Boone.
Inclina la cara hacia mí sin apartar la mirada de Hades.
—Eso no lo sabes.
—Lo sé —digo—. Es una de las pocas cosas de las que estoy segura.
Eso es suficiente para que Boone me mire a mí en vez de a Hades.
—Nunca has sido una tonta confiada antes, Lyra.
Un gruñido animal proviene del dios de enfrente. Un sonido de otro mundo que
me eriza el vello de la nuca.
—No voy a serlo ahora —le digo a Boone—. Devuelve el yelmo mientras hablo con
él.
Su rostro adopta una expresión obstinada -mandíbula apretada y ojos duros- que
reconozco.
—De ninguna manera en todos los reinos del Inframundo te dejaré con él.
Tal vez una mala elección de palabras.
—Vete. —Le doy un pequeño empujón hacia las escaleras, pero no se mueve—.
Estaré bien.
—No…
Una cuerda de humo rodea el pecho de Boone y, de repente, es arrastrado por la
habitación, o más bien arrojado, su cuerpo vuela por el aire hasta chocar contra una pared
y caer al suelo. El ruido sordo del impacto coincide con el golpe metálico del yelmo contra
el mármol.
Más rápido que un parpadeo, Hades está al otro lado de la habitación, con la mano
enroscada en mi nuca y los ojos encendidos.
—¡Lyra! —grita Boone, y por el rabillo del ojo, lo veo ponerse en pie de un salto.
Otro gruñido de otro mundo sale de Hades, sus ojos se vuelven tan oscuros como
nubes de trueno.
—No le hagas daño —digo apresuradamente.
Hades me parpadea justo cuando Boone corre hacia nosotros. Un muro de fuego
tan alto como el techo se enciende entre él y nosotros. La ráfaga de calor que me golpea
la cara, el rugido y el crepitar de las llamas no son nada comparados con el dios que me
mira fijamente.
Pero Hades no lastimó a Boone. Puedo oírlo a través de las llamas, aunque es
imposible verlo.
—¿En qué demonios estabas pensando? —exige Hades, y el gruñido de su voz es
tan bajo, tan feroz, que me estremezco.
Fuegos del infierno, tenía razón. Sabía que estábamos en casa de Hefesto. Levanto
mi barbilla.
—Estaba pensando que un ladrón debe usar las habilidades que tiene.
—Para robar regalos y espiar a los dioses. Maldita sea, Lyra. Podrían haberte
matado esta noche.
—Eso sería interferir. Los Daemones no se lo permitirían.
—No si consideran que infringes las normas, y entrar en la casa de un dios es
infringir las putas normas.
Mi propia ira aumenta, igualando la suya, y enrosco los dedos alrededor de su
muñeca, aunque no le retiro la mano.
—Boone es condenadamente bueno en lo que hace, y esta noche quería obtener
información para ayudarme. Y otra cosa: ¿no fuiste tú el primero que sugirió que usara
mi bendición —hago un gesto hacia la colección de animales ocultos en mi antebrazo—
, para espiar a los otros campeones y a sus patrocinadores, los dioses?
Suelta una carcajada, pero no responde a nada de lo que he dicho. Imbécil.
—¿Sabe lo de tu maldición?
Le dirijo una mirada plana.
—Sí.
La mirada de Hades se entrecierra, fulgurándome en rendijas plateadas.
—Siempre te contaría cualquier información importante que pudiera ayudarte a
sobrevivir al Crisol, Lyra.
Casi parece... dolido... de que piense lo contrario.
—Lo sé. Por eso tuve que hacer esto. Ya te castigaron por mí una vez.
Se echa un poco hacia atrás, como si la respuesta le sorprendiera. Entonces sus
dedos se extienden desde el lugar donde aún me sujeta el cuello, atravesándome el pelo,
y mi cuerpo reacciona al instante a un contacto que ya me resulta familiar. Algo cambia
detrás de sus ojos, el calor pasa de la ira a... oh, vaya.
—¿Te arriesgaste para protegerme? —me pregunta.
No estoy dispuesta a admitirlo.
—Aproveché la oportunidad disponible. Eso es todo.
Me mira fijamente, todavía anclándome a él con esa única mano, como si pudiera
sondear las profundidades de mi mente y mi corazón con una mirada.
Entonces su mirada baja lentamente hasta mis labios, y juro que en sus ojos se
enciende fuego plateado.
—Te besó.
O
h... mis... dioses... ¿Puede ver el beso de Boone? ¿En la marca que Hades dejó
en mí con su regalo? ¿Sentirlo de alguna manera, tal vez?
Lo que quiero decir es que fue un beso entre amigos. Pero aún hay
suficiente orgullo dentro de mí para retener las palabras. No es asunto de Hades a quién
beso, igual que no es asunto de Boone. Sí, sólo estaba besando a Hades esta mañana,
pero ambos sabemos que eso es todo lo que puede ser.
Todo lo que soy para él es un campeón que espera que le haga ganar el Crisol.
Eso es todo.
Entonces, ¿por qué no me alejo de su alcance? ¿Pongo distancia entre nosotros?
¿Insistiendo en que no me toque? Me escucharía si se lo pidiera. Sé que lo haría.
Sin apartar su mirada de la mía, Hades baja lentamente la cabeza, y todo en mí,
cada parte de mí, se concentra únicamente en él. En él y en el remolino de deseo que
llevo dentro, el deseo.
Quiero esto. Otra vez.
Dioses, no debería. Pero lo hago.
Apenas roza mis labios con los suyos y gime en lo más profundo de su garganta.
Sus dedos se enroscan en mi cuero cabelludo mientras me besa con más fuerza. Más
fuerte y caliente. Esto es un reclamo. Un saqueo.
Me agarra por la cintura y me sube a la mesa donde desayunamos por las
mañanas, me separa las piernas para poder acercarme a su duro cuerpo, sin apartar los
labios de los míos, y las llamas de mi espalda se corresponden con el calor que
generamos juntos.
—Sólo pensaba en esto durante esa farsa de reunión —gime Hades contra mis
labios. Luego vuelve a besarme, con fuerza—. Saborearte de nuevo. Hacer que te
enciendas para mí.
Sus labios recorren la línea de mi mandíbula hasta el punto sensible detrás de mi
oreja.
—Porque tú sí que enciendes, Lyra. Las estrellas están hechas de fuego. Están
hechas para arder.
Tiene las manos en mis caderas, me agarra y tira de mí contra su calor mientras
me chupa el cuello, y yo gimo. Me agarro a él e inclino la cabeza para darle más acceso.
—Quería volver aquí. Para hacer esto otra vez. Contigo. Contigo. Quería... —
Levanta la cabeza. Ahora me mira fijamente, con una expresión de ira y necesidad que
me abrasa—. Y entonces ahí estabas, fuera de esa ventana. Podía sentir mi marca en ti.
Mi marca. Y estabas con él. Cuando eres mía.
La acusación me despierta un poco de la neblina de necesidad en la que me
sumergí con tanta facilidad. Parpadeo y respiro hondo.
—Temporalmente.
Se echa hacia atrás.
—¿Qué?
—Sólo mientras dure el Crisol. ¿No es así?
Su expresión se apaga, se oscurece, y las estrellas del cielo exterior bien podrían
ser trozos de hielo que me rociaran con un escalofrío.
—Nunca te obligaré a hacer algo que no quieres —dice con una voz que me raspa
la piel—. Pero no te equivoques, Lyra. Quiero que seas mía. No un campeón. No una
ladrona. No una mortal. Mía —gruñe la palabra—. Y de nadie más.
Me da otro beso fuerte y reivindicativo, y cuando levanta la cabeza, Hades mira
por encima de mi hombro, directamente a las llamas que mantienen a Boone alejado de
nosotros -llamas que supuse demasiado altas y profundas para que Boone pudiera ver a
través de ellas-, y Hades sonríe.
Un desafío oscuramente triunfante de una sonrisa.
Mi propia confusión, lujuria, necesidad, calor y cualquier otra cosa que se haya
vertido en el caldero de emociones que bullen en mi interior arden en una llamarada
instantánea de ira. Todo era un espectáculo. Empujo a Hades lejos de mí y salto de la
mesa.
—¿Quieres que sea tuya? —exijo—. No creo que sepas lo que eso significa
realmente. ¿Cómo podrías serlo? Un dios —me burlo—. Tu poder significa que consigues
lo que quieres, cuando quieres, para siempre, pero te ha convertido en un culo mimado.
¿Tuya? —Mi voz se vuelve un poco chillona, y me importa un bledo—. Si lo dijeras en
serio, no me besarías por él. Para demostrárselo. Me besarías porque no puedes no
besarme. Porque soy lo único que puedes ver.
He tenido mucho, mucho tiempo para imaginar exactamente lo que se sentiría.
Una furia similar a la mía se dibuja en sus labios. Sus hombros se cuadran y su
barbilla se levanta, y de repente es el dios arrogante, hirviente y poderoso que cada vez
muestra menos a mi alrededor.
—Tienes ideas sobre cosas de las que no sabes nada.
Se aleja de mí. El muro de llamas se apaga en cuanto lo alcanza. Mientras merodea
junto a Boone, suelta:
—Mantén tus putas manos alejadas de mi campeón si sabes lo que te conviene. Y
devuelve ese yelmo antes de que alguien se dé cuenta de que no está. Tú. No ella.
Por un segundo, creo que Boone podría darle un puñetazo a Hades en la cara,
pero en lugar de eso se apresura a mi lado.
—¿Estás bien?
El alivio de que pueda no haber visto nada no desata las emociones que se
retuercen en mi interior como una guarida de serpientes retorciéndose. Pero asiento.
Boone mira a Hades.
—Actúas como si yo fuera el que ha hecho algo mal aquí, pero no lo soy, y Lyra
tampoco.
Hades se detiene, de espaldas a nosotros, mientras Boone continúa.
—Esto es culpa tuya. No hay razón para que la hayas alejado de su vida y la hayas
puesto en peligro así.
Tiene razón. Esto es culpa de Hades.
Y en cuanto a una razón... Hades no hace nada sin un objetivo específico en mente.
Por primera vez desde que me aseguró que tenía razones para elegirme que no quería
compartir, siento que necesito saber cuáles son. Que merezco saberlo.
Hades habla por encima del hombro, apenas girando la cabeza hacia un lado.
—Vigila la espalda de Lyra en la próxima Labor, Boone.
¿Para qué? ¿Para que pueda ganar por él?
—Puedo cuidar mi maldita espalda.
A medio paso de nosotros, Hades se arremolina, mirándome.
—Sé que piensas eso, pero es lo que te hace peligrosa.
Le devuelvo la mirada.
—No soy peligrosa...
—Me das un susto de muerte, Lyra. —Ahora está mortalmente callado, pero no de
ira. Este silencio me asusta mil veces más. Suena a derrota—. Tú —dice—. Ni los otros
campeones, ni los desafíos, ni los dioses ni lo que especulan sobre nosotros, ni siquiera
este tipo. Me asustas como nada que haya experimentado antes. Y eso es decir mucho.
Entonces su rostro se contorsiona con un nuevo enfado, un ardor que creo que se
dirige hacia su interior, hacia sí mismo por admitirlo. Con un movimiento de cabeza,
Hades desaparece en el interior de la casa.
Y lo dejo ir.
L
levamos tres días en el Olimpo. Tres días sin Hades. Creo que debe de haberse
bajado al Inframundo, porque cuando pregunto a los sátiros, se limitan a
encogerse de hombros y a decir que el dios no está entre nosotros.
¿No sabe que después de que los Daemones se lo llevaran, me aterrorizaba no
volver a verlo? Desaparecer ahora se siente como eso otra vez. Entiendo que esté
enfadado conmigo, pero no puedo soportar que se tome el tiempo para un enfado
todopoderoso.
Cuando Trinica y Amir vinieron a pedirnos que nos uniéramos oficialmente a
nuestra alianza, aceptamos. Esperaba que Hades apareciera y me discutiera por dos
personas más de las que preocuparme, pero no lo hizo.
Aún no lo ha hecho.
Lo que significa que hoy Boone y yo nos preparamos para mi próxima Labor, la
que viviremos juntos, sin Hades aquí.
Apareció ropa en la habitación de Boone, a juego con la mía. Sólo que en lugar de
la mariposa en el centro de su pecho, una crisálida está bordada en el cuello falso. El
chaleco y las herramientas de Boone también aparecieron en su habitación. Nos
vestimos. Cenamos temprano. Y luego, con los otros once campeones y sus seres
queridos, nos reunimos en casa de Hefesto.
Finjo un asombro que no siento mientras caminamos, montando un espectáculo
como si nunca hubiera estado aquí antes. Me detengo cuando veo el rostro pálido de
Dae. Hoy está apagado, callado, reservado. Dex palmea el hombro del campeón,
murmurando algo que no capto, y Dae se aparta.
Dae no oculta su angustia. No creo que deba hacerlo. Tal vez ver eso haga que los
dioses reconsideren el Crisol. Aunque probablemente no. La muerte de Isabel no lo hizo.
—¿Estamos todos presentes? —pregunta Hefesto.
Ninguno de nuestros dioses se ha reunido con nosotros, lo cual es interesante. No
es que Hades esté por aquí para reunirse.
Con un gesto de satisfacción, Hefesto levanta las manos y, partiendo del suelo,
una línea brillante y acuosa se eleva cada vez más. A medida que lo hace, su casa se
transforma en un mundo diferente. Es como un espejismo, que consume lentamente
nuestro entorno para revelar otros nuevos. Cuando la línea del espejismo pasa por
encima de nuestras cabezas, desaparece en una lluvia de chispas como un martillo
golpeando metal caliente, y nos encontramos dentro de un círculo de grandes piedras en
un bosque tan oscuro y vacío que incluso el viento entre los árboles suena solitario.
—Bueno... eso ha sido algo —murmura Boone. Levanto las cejas y él se encoge
de hombros—. Sé que me hablaste de las otras Labores que has completado hasta ahora,
y yo ya estaba en una contigo, más o menos. Pero se siente diferente cuando estás
realmente en ella.
—No me digas.
Los pinos nos rodean. No tan altos como las secuoyas de Muir, éstos son más
delgados y cortos, pero lo bastante densos como para ocultar la luz del sol.
En la parte superior del círculo, gruesos postes de madera sostienen una losa
horizontal para formar una puerta. La piedra del dintel está tallada con dos martillos y,
entre ellos, unas palabras.

Frunzo el ceño. ¿Por qué me suenan esas palabras?


Hefesto parece la plantilla de un leñador de cuento de hadas, con su barba
desaliñada y todos esos músculos. Sólo le falta una camisa de franela roja y negra, unas
gruesas botas de leñador y un hacha para completar la imagen.
Palpo la parte trasera de mi chaleco para comprobar si tengo mi propia hacha.
El dios cruza los brazos y pone los pies hacia atrás, lo que le hace inclinarse lejos
de nosotros.
—Bienvenidos a su séptima Labor, campeones, y bienvenidos, invitados.
Lo dice en voz baja, lo que hace que el grupo se incline hacia él, intentando captar
todas las palabras.
—En primer lugar, me gustaría felicitarlos. Habiendo perdido sólo un campeón,
han batido el récord de haber perdido el menor número de veces en el ecuador del Crisol.
Bien hecho.
Se me hace un nudo en la garganta. Sigo viendo los ojos llenos de horror y dolor
de Isabel cuando me voy a dormir por la noche, y no estoy segura de que Dae aprecie
que su abuela haya sido excluida de la lista de pérdidas, a juzgar por la forma en que se
le afinan los labios y mira hacia otro lado.
No sé qué esperaba Hefesto. Vítores o aplausos, tal vez. Todos lo miramos en
silencio. Pero eso no parece perturbarlo.
—Hoy, ustedes y sus compañeros competirán únicamente en tiempo y sólo en
tiempo.
Es un nuevo giro, al menos.
—Es una salida escalonada. El recorrido no permitirá que los campeones
interfieran entre sí.
—¿Una carrera de obstáculos? —me susurra Boone—. Fácil.
—No viste el último. —Después de la de Artemisa, no puedo decir que tenga
muchas ganas de enfrentarme a otra. Aunque Boone no sabe lo de la quemadura. No ha
visto la cicatriz plateada en mi brazo.
Me lanza una sonrisa arrogante.
—Te ayudaré a superarlo.
Pongo los ojos en blanco.
—Esto no es una carrera de obstáculos. —Hefesto nos mira a los dos con
severidad.
Hago lo que puedo para parecer adecuadamente castigada.
—Encontrarán el camino a través de estos bosques hasta una torre. —Continúa el
dios—. Dentro, en el primer nivel, encontrarán uno de mis autómatas. Deben derrotarlo
para pasar al siguiente nivel, donde les esperará otro autómata. Cada uno es diferente.
Con algunos lucharán. Otros requerirán otras habilidades.
—Suena como una película que vi una vez —se inclina Boone para susurrarme.
Hefesto nos lanza otra mirada admonitoria.
—Shhhh —siseo—. Siempre me metes en problemas.
—Yo no —dice—. Ese eres tú. Imán de problemas. —Hace un gesto con la mano,
indicando dónde estamos y qué estamos haciendo.
—¿Tengo que separarlos? —exige Hefesto, voz todas las cosas harto.
Me aclaro la garganta.
—Ahora se callará.
—Siempre culpándome —susurra Boone. Luego se endereza ante la mirada
pétrea de Hefesto.
El dios aparta finalmente la mirada.
—Cuando venzan un nivel, la puerta al siguiente se abrirá automáticamente. El
mejor tiempo gana.
Boone me mira a los ojos y me guiña un ojo de esa forma tan segura y arrogante,
pero no le devuelvo la sonrisa. Hay algo más. Siempre hay un giro.
—Cuando un equipo haya progresado lo suficiente, el siguiente podrá empezar. Si
no son capaz de completar el recorrido en las cuatro horas asignadas a cada equipo, no
mueren —dice Hefesto—. Simplemente quedan descalificado de la Labor.
Bueno, al menos la muerte no es un incentivo extra esta vez. Ves, sabía que me
gustaba este dios.
—Los niveles ya son bastante mortíferos —añade.
No importa. Lo retiro.
—Dos cabezas siempre son mejor que una, por supuesto, pero pueden elegir —
añade Hefesto—. El campeón y su invitado pueden colaborar y competir en equipo, o el
campeón puede ir por libre.
Todas las personas del círculo se ponen en pie y se giran hacia los demás, con
preguntas en los ojos. Los niveles ya son suficientemente mortíferos.
Hefesto mira a Dae, la expresión se suaviza.
—No tienes elección, Kim Dae-hyeon, me temo. Debes competir solo.
Dae asiente con una sacudida.
Hay murmullos entre nosotros, pero Hefesto levanta una mano.
—Pueden discutir su elección en un momento. Primero, un último recordatorio.
Todo lo que tienen que hacer es llegar a la cima lo más rápido posible. Cómo lo hagan,
independientemente del desafío al que se enfrenten en cada nivel, depende de ustedes.
Pero no pueden pasar de un nivel a otro sin derrotar o superar cada uno de ellos. Y como
desafío añadido, sus dones no funcionarán más allá del recorrido, así que tampoco
podrán rodearlo. —Baja la mano—. Ahora, tomen sus decisiones. La primera pareja
empezará en cinco minutos.
Me vuelvo hacia Boone, con la boca ya abierta con los puntos y argumentos que
he estado componiendo en mi cabeza, pero él me pone un dedo en los labios.
—Ni se te ocurra ir sola.
F
runzo el ceño sobre el dedo de Boone, tentada de morderlo. En lugar de eso,
me alejo.
—No tenemos por qué arriesgarnos los dos.
—No.
Lo fulmino con la mirada.
—No seas terco.
Resopla.
—Le dijo la olla más testaruda que existe a la tetera igual de testaruda. Además,
ya te dije que siempre quise trabajar contigo.
Suelto un suspiro agudo. Ha sido un golpe bajo solo para darme calor y conseguir
que acepte, y él lo sabe.
—Podrías salvarte. Me sentiría mejor...
—Si algo te pasara, ¿cómo me haría sentir? Especialmente cuando soy bueno en
cosas como esta.
Ahora está apelando a mi lado lógico y oficinista. Definitivamente no va a dejar
pasar esto.
—Bien. Pon tu vida en juego. A ver si me importa.
La lenta sonrisa de Boone me revuelve el estómago. Sólo un poco. No como
Hades, pero aun así, cuando Boone elige ser encantador, es difícil resistirse a él.
Hefesto levanta una mano, pidiendo silencio.
—El primero es Amir, comenzando con su invitada, Zeenat.
Pero Amir y la mujer que todos hemos sabido que era su niñera están discutiendo.
Es pequeña pero poderosa, y me doy cuenta de que aún espera que Amir la escuche
como lo hacía de niño.
—¿Amir? —exige Hefesto.
—No, ayah —suelta Amir con una rápida mirada en dirección al dios—. No te
escucharé. Esta vez no. No te salvé en la última Labor para perderte ahora. Yo… —Se le
entrecorta un poco la voz y mira hacia otro lado, tragando saliva—. No podría soportarlo.
Zeenat examina el rostro del chico que conoce y al que, obviamente, ama desde
la infancia.
—Está bien. Esperaré.
Alivio encorva los hombros y Amir se inclina para darle un abrazo.
—Gracias. Lo haré mejor si no estoy preocupado por ti.
—Siempre tan buen corazón, mi Amir.
Sonríe. El chico arrogante que al principio pensaba que estaba acostumbrado a
salirse con la suya en todo ha resultado ser alguien totalmente distinto. Con un beso en
la mejilla de Zeenat, la deja y atraviesa la verja y se adentra en el bosque.
Después de eso, es un juego de espera. Para mí, al menos. Hefesto no lo dice
específicamente, pero como los nombres son llamados, no tengo ninguna duda de que
Boone y yo seremos los últimos. Como de costumbre.
Amir no es el único que decide competir solo para salvar a su ser querido. Zai hace
lo mismo por su madre. Meike, también, por su compañera de piso, que creo que es
mayor que ella al menos una década.
Y Rafe discute con Dex hasta el último segundo.
—Soy fuerte.
La cara de Dex es un estudio de arrepentimiento y determinación.
—Sé que lo eres, sobrino, pero tu madre nunca me perdonaría...
—Ella querría que yo fuera el hombre de la casa. Los dioses me eligieron para
ayudarte, tío Dex.
Siguen y siguen en círculos hasta que Hefesto pronuncia el nombre de Dex.
Rafe sale disparado hacia la puerta, pero Dex lo agarra por un brazo flaco. Los
treinta años de Dex se reflejan de repente en su ceño fruncido mientras acerca a su
sobrino al dios.
—¿Me lo sujetas?
Para mi sorpresa, Hefesto agarra al chico bajo un brazo, como si fuera un balón de
fútbol, ignorando el golpeteo de puños ineficaces mientras Dex asiente para dar las
gracias, y luego corre hacia el bosque.
—¡Dex! —La llamada de Rafe tras su tío desgarraría hasta el más duro de los
corazones.
Y esas son, creo, las decisiones más fáciles entre nosotros. Los demás discuten
durante aún más tiempo. Trinica está decidida a que su hijo se case y le dé nietos, y no
puede hacerlo si está muerto. No gana la discusión. Neve tampoco gana su discusión con
Nora.
Diego, al final, gana su acalorado debate con su mujer, Elena, insistiendo en que
sus hijos necesitan al menos un padre en sus vidas por si algo va mal. El beso que se dan
antes de que él se marche sin ella... Tengo que apartar la mirada, darles intimidad. Pero
su amor es algo precioso. Algo raro. Algo por lo que merece la pena luchar.
Un sentimiento que Zeus me robó.
En realidad, cada despedida de hoy hace que mi corazón se encoge de tristeza y
a la vez se calienta ante la evidencia del amor en el mundo mortal. La crueldad de
nuestros dioses y diosas se pone de manifiesto con cada palabra, cada mirada, cada
abrazo.
Ojalá el puto mundo estuviera viendo esto y tomando notas.
Los invitados que no corren el recorrido son escoltados lejos por los Daemones,
sin duda para esperar a que sus campeones terminen y los encuentren.
Por favor, que todos sobrevivan a esto.
Egoístamente, no creo que pueda volver a ver la pérdida por la que pasó Dae hace
sólo unos días.
La espera empeora con cada equipo que es llamado. Mi corazón no deja de
tropezar consigo mismo. No por mí, sino por Boone. Y por los demás. No hay señal
cuando alguien termina, no hay manera de saber si llegaron a la cima con vida.
—Lyra —dice Hefesto—. Te toca.
Eso fue rápido. Trinica fue llamado hace sólo unos minutos. Fue mucho más tiempo
entre los equipos con las rondas anteriores. Pero entonces, tiene sentido, supongo. Ella
nos dijo que su bendición de Hefesto fue la invención, la capacidad de ver y entender los
mecanismos. Como los autómatas. Su patrón sin duda dotó a su campeón de una ventaja
para su trabajo. Una pequeña sonrisa juega alrededor de su boca, así que sé que estoy
en lo cierto.
Boone se gira hacia mí y me tiende la mano.
—¿Lista, Lyra-Loo-Hoo?
Llevo años queriendo formar parte de su equipo. Años viendo cómo otros
trabajaban con él mientras yo me sentaba y me ocupaba del papeleo.
Pero no lo quiero así.
Tengo que intentarlo al menos una vez más.
—Podrías esperarme...
—No. —Empieza a andar, tirando de mí hasta que cruzamos la verja y no podemos
volver atrás.
Todo lo que nos rodea es la quietud del bosque rota por el ocasional susurro del
viento entre las agujas de los pinos. Respiro hondo y trato de domar mi corazón, de
encontrar una calma que no acabo de alcanzar. No tenemos que ganar. Sólo tenemos
que salir vivos.
Un giro en el camino nos lleva a una sección más profunda del bosque. No es
sombrío, sino casi encantador, lleno de luciérnagas que revolotean a nuestro alrededor.
Y pronto llegamos a otra puerta. Ésta conduce a un puente levadizo suspendido sobre un
foso de aguas oscuras que rodea una única torre en forma de castillo con una cima
almenada.
Como la primera puerta, la piedra del dintel tiene tallas. Los martillos de Hefesto
otra vez, y nuevas palabras.

—Bueno... —dice Boone—. Eso es siniestro.


No son palabras de aliento, son una advertencia. Y la última advertencia grabada
en piedra no salió muy bien.
Mientras miramos las palabras, recuerdo de dónde las conozco. Una vez, uno de
nuestros novatos robó un libro de cuentos celtas que nos pasábamos. Había una historia
sobre un hombre que asesinaba mujeres en su castillo, y su prometida descubrió esta
horrible verdad. Se enteró porque sentía curiosidad por el castillo del que él hablaba pero
que nunca le enseñó y fue a buscarlo por su cuenta.
Al final, la curiosidad le salvó la vida.
Al menos, así es como siempre lo he interpretado. Creo que por eso lo recuerdo.
También significa que no me sorprenden las palabras grabadas sobre la propia puerta de
la torre cuando cruzamos el foso.
—Alegre —murmura Boone. Pero su humor se ha desvanecido y está en modo
“manos a la obra”.
Me detengo con la mano en la anticuada palanca de la puerta y miro hacia arriba,
inspeccionando la torre de piedra. Desde este lado no veo ventanas ni rendijas ni nada
que indique cuántos niveles hay.
—¿Qué te parece? —pregunto—. ¿Siete u ocho pisos?
—A mí me parece bien.
Siete u ocho niveles para sobrevivir. Pero incluso si no llegamos a la cima a tiempo,
no morimos. Eso es algo, al menos.
La palanca chirría en señal de protesta cuando la presiono y, juntos, Boone y yo
entramos.
N
o sé cómo esperaba que fuera el primer autómata de Hefesto, pero seguro que
no era un niño diminuto hecho completamente de oro de pie en el centro de la
sala circular.
La puerta se cierra tras nosotros, dejando el espacio iluminado por faroles y una
única ventana en el lado opuesto. El niño autómata, que parece tener unos tres años,
levanta lentamente un cuchillo de carnicero de aspecto malvado, y su dulce arco de boca
se estira en una sonrisa que es pura maldad. Su risa tintineante y encantada llena la
habitación mientras corre hacia mí, lanzando tajos salvajes con el cuchillo.
—¡Mierda! —grito.
Agarro mi hacha, pero estoy tan aturdida por el niño asesino que se me escapa el
bolsillo. Dando tumbos, esquivo y corro. Boone se interpone entre nosotros y lanza al
niño de metal al otro lado de la habitación. El autómata choca con la pared, pero vuelve
a ponerse en pie y suelta una risita antes de cargar de nuevo contra nosotros. Para
entonces, ya he renunciado a mi hacha. Hay algo en cortar a un niño, aunque sea un
autómata, que no soporto.
Esquivando al demonio-niño homicida y risueño, saco de mi chaleco el cordel de
alambre que Zai me devolvió tras la Labor de Dionisio.
Boone ve lo que estoy haciendo y, sin mediar palabra, colabora conmigo.
Boone tiene que dar otro golpe y nosotros dos, trabajando en tándem, esquivamos
al autómata tres veces más antes de que por fin consiga derribarlo por detrás mientras
persigue a Boone. Lo envuelvo con el cordel hasta que sus brazos metálicos quedan
inmovilizados a los lados. En cuanto deja de retorcerse y suelta el cuchillo con estrépito,
se abre una puerta oculta a nuestra derecha.
Ahora entiendo por qué hacer este curso solo sería una desventaja.
—No está mal, Keres —dice Boone.
Ni siquiera está sin aliento. Yo sí.
En el interior, encontramos una escalera de caracol de piedra erosionada por el
paso de siglos de pies que conduce hacia arriba. Cuando llegamos al siguiente nivel, la
puerta ya está abierta.
Dentro, encontramos un búho de latón posado frente a un tablero de ajedrez.
Me río.
El ajedrez es el único juego que la Orden guarda en sus guaridas. De hecho,
insisten en que todos los novatos aprendan a jugar y a jugar bien, alegando que aprender
a pensar estratégicamente es una herramienta clave para todos los ladrones. Los buenos
ladrones, al menos.
En realidad soy buena en esto. Boone también.
¡Ja!
Boone y yo estudiamos el tablero, que ya está a medio juego. Luego nos sentamos
en las sillas que nos han proporcionado y empezamos a trabajar. A las cuatro jugadas,
me tapa suavemente la boca con la mano.
—Lo siento, pero tienes que controlar ese hábito. Algún día podría matarte.
Arrugo la nariz y me alejo.
—Lo sé.
Tardamos más de lo que me hubiera gustado en terminar la partida -sobre todo
porque Boone y yo tenemos que parar para discutir la estrategia-, pero al final
conseguimos dar jaque mate al búho en siete movimientos. Se abre otra puerta.
Boone sonríe.
—Maldita sea, eres buena. Cuando volvamos a la guarida, le pediré a Félix que nos
acompañe.
Lo dice con tanta naturalidad que sé que no es calculado ni lo dice por lástima.
Realmente quiere trabajar conmigo. Acaba de tachar ese sueño de mi lista sin ni siquiera
saber que lo estaba haciendo.
Sólo...
¿Por qué de repente es difícil imaginarme de vuelta en el Supramundo? Lejos de
Hades.
—Buen partido —le digo al búho.
Los engranajes de su interior zumban al girar la cabeza y emiten un sonido que
me hace sonreír. Llevo dos niveles y me siento más segura de que, como mínimo, la
supervivencia está asegurada.
Me dirijo hacia la puerta, pero justo cuando llego al final de la siguiente serie de
escaleras en espiral, un silbido familiar suena detrás de mí.
Me giro y veo a Boone sentado -sí, sentado, como si no le importara nada- en el
alféizar de madera de la ventana, con las piernas colgando hacia fuera y una sonrisa en
la cara.
—¿Qué haces? —pregunto mientras corro hacia allí.
Miro más allá de él hacia el foso. Estamos en el tercer nivel, así que sólo hay unos
diez metros hasta el suelo, pero el foso no llega hasta los muros de la torre. Hay una
lengua de tierra entre el muro y el agua, y está cubierta de lanzas plantadas en la tierra.
Cientos de púas de aspecto aterrador que salen disparadas hacia el aire, como las púas
de un puercoespín enfadado.
Boone balancea una pierna, despreocupado.
—Hefesto dijo que no importaba cómo llegáramos a la cima. Sólo que llegáramos.
—Mira hacia la pared—. Creo que hemos ido por el camino difícil.
Me asomo a la ventana para mirar hacia arriba con él.
Maldita sea, tiene razón. Veo que hay siete niveles, ahora que puedo contar las
ventanas, y las paredes del castillo son fácilmente escalables, hechas de roca áspera que
sobresale por todas partes, con un montón de salientes y agarres para llegar a la cima.
Es definitivamente más rápido, especialmente para Boone, que es, por supuesto,
un escalador fantástico, y es mucho más seguro que enfrentarse a los autómatas. Eso
suponiendo que pueda hacerlo. No soy la peor en el trabajo de pared, pero no soy la
mejor, tampoco, y no tenemos cuerdas.
Boone debe leer mi mente, porque guiña un ojo.
—Me aseguraré de que llegues arriba.
Lo dice en serio.
—Hazte a un lado. —Le devuelvo el gesto impaciente.
Con una risita, maniobra de modo que ya no está sentado en el alféizar de la
ventana, sino escalando la pared de al lado. Me siento, balanceo las piernas y busco los
mejores agarres para los pies y las manos. En cuestión de segundos, yo también estoy
colgando de un lado del castillo, mirando hacia arriba, intentando recordar mi
entrenamiento y trazar la primera serie de movimientos.
—¿A la izquierda? —pregunto.
—No. —Señala—. A la derecha. ¿Ves ese afloramiento más grande?
—Entendido.
Empezamos a subir. El corazón me late tan fuerte que noto cómo la sangre me
bombea por los oídos y las sienes. Al menos una vez, veo un resplandor desde una de
las ventanas cerca de la cima. El halo de Diego, supongo, o tal vez el collar de Dae. Y
algunos gritos provienen de varios niveles. Voy con cuidado y despacio, intentando
mantener la mayor parte de mi peso sobre las piernas, no sobre los brazos, mientras
pasamos una ventana. Estamos llegando al siguiente alféizar cuando Boone susurra:
—El zumbido.
Corté el sonido en mi garganta.
—Lo siento.
En silencio, nos separamos y nos dirigimos a ambos lados de la abertura.
Cuando el alféizar me llega a la altura de la cadera, me detengo para buscar otro
asidero. Cuando giro la cabeza para buscar, un destello de algo plateado sale del interior
de la torre. Un borrón, es muy rápido. Todo lo que sé es que Boone se lanza para
interponerse entre yo y lo que sea que venga hacia nosotros desde el interior.
Veo cómo recibe el impacto, sus grandes manos se enroscan en el alféizar
mientras su cuerpo se sacude. Gruñe. Fuerte.
Entonces, sin detenerse, me agarra. Intenta apartarme o asegurarse de que no me
caigo, no sé bien qué. Todo sucede en un instante. Cuando se da la vuelta, de repente
veo la mancha roja que ya se filtra por el desgarro de su camisa, un corte ancho que le
atraviesa el pecho.
Pero la cosa plateada del interior viene hacia nosotros de nuevo antes de que
tenga la oportunidad de siquiera jadear, y entonces Boone está en el aire.
Su rostro se contorsiona de asombro mientras rueda los brazos, y extiendo una
mano inútil hacia él, sin agarrar nada mientras se aleja.
—¡No! —Creo que lo grito mientras lo veo caer.
Parece como si el tiempo se hubiera ralentizado y la caída durara toda una vida.
Las gotas de sangre le siguen como la lluvia, y los ojos horrorizados de Boone no
se apartan de mi cara, ni siquiera cuando choca con los pinchos. Oigo el ruido sordo, el
crujido y el gorgoteo del impacto, incluso desde aquí arriba.
—Lyra. —No puedo oírlo, sólo veo sus labios moverse. Entonces tose más sangre.
Una pequeña luciérnaga se aleja de la seguridad de los árboles para parpadear
frente a él con curiosidad, y Boone la ve... y sonríe. Luego levanta la vista, buscándome
como si quisiera que compartiéramos ese momento y no la realidad de lo que está
ocurriendo. Su mirada permanece fija en la mía, incluso cuando la vida se le escapa. No
aparta la mirada ni una sola vez, no hasta que su cabeza se echa hacia atrás y todo su
cuerpo queda inerte alrededor de los pinchos que le atraviesan el pecho, el hombro y la
pierna, manteniéndolo en alto.
—¡Boone! —grito con seguridad ahora que el tiempo se me echa encima. Mi
siguiente grito dura lo que parece una eternidad, y no paro hasta que mi voz se queda en
carne viva.
Respiro rápidamente, con hipo. Se interrumpe bruscamente con una sacudida de
dolor cuando una mancha plateada me golpea desde el interior de la habitación y casi
me derriba a mí también. Esta vez lo veo, entre lágrimas y angustia, como un tentáculo
metálico en forma de látigo con una punta afilada y letal. Esa cosa es la que derribó a
Boone de la pared de la torre.
Tengo mi hacha en la mano en un instante, justo cuando ese tentáculo sale
disparado de nuevo.
La golpeo con el hacha y la hoja penetra, clavándola en la madera del alféizar. Y
luego trepo.
No tengo elección.
No me permito mirar hacia abajo. Si vuelvo a ver el cuerpo destrozado de Boone,
sé que lo perderé. Tengo que llegar arriba. Una sombra pasa volando por encima de mí,
probablemente uno de los Daemones, pero no miro. Evito las ventanas y trepo, trepo y
trepo hasta llegar a la almena de la cima. Me las arreglo para subir por las estrechas
rendijas entre los bloques de piedra, con los músculos ardiendo y el corazón dolorido.
En cuanto mis pies tocan el techo, giro para inclinarme y buscar a Boone. Pero
antes de que pueda verlo, unos brazos me rodean por detrás. Hades. Estoy segura. No
me da tiempo a volver a mirar a Boone ni a reaccionar en absoluto antes de desaparecer.
No acabar en el bosque. No ir a donde se han llevado a los demás que han
terminado o están esperando a que terminen sus seres queridos. No a volver al tercer
piso para empezar de nuevo como casi espero, dada la trampa para llegar arriba. Ni
siquiera a la casa de Hades en el Olimpo.
Cuando reaparecemos, estoy de pie en el círculo de los brazos de Hades, mi
espalda contra el calor de su cuerpo. Estamos en una biblioteca. Columnas, no estriadas
ni griegas, sino con incrustaciones de turquesa y oro, sostienen una escalera dividida que
asciende por ambos lados tres pisos hasta una cúpula de cristal que muestra un cielo
aterciopelado que no es un cielo exterior. Y libros por todas partes.
Estoy con él en el Inframundo.
En su casa.
Estoy segura de ello.
Deja caer su frente sobre mi nuca.
—Lyra. —Su voz es un murmullo tranquilo. Vacilante. Para nada como Hades.
Y eso es lo que finalmente pincha la burbuja entumecida en la que me envolví para
subir a esa maldita torre. Es cuando la imagen de la cara de Boone al caer, la retorcida
visión de su cuerpo roto sobre esos pinchos, me golpea finalmente con la realidad de
que, a diferencia de la última Labor, esta vez no puedo despertarlo. No hay magia. Se ha
ido de verdad.
Me arrugo.
Y Hades me atrapa.
Lo que podría haber sido, ahora nunca será.
Eso es lo que más duele.
H
ades me toma en brazos y se sienta en un enorme sillón de cuero, tirando de
mí hacia su regazo, curvando su cuerpo alrededor del mío como si quisiera
ofrecerme cobijo. Una quietud se ha apoderado de mí.
No entumecimiento.
El dolor está aquí, carcomiéndome. Pero no quiero moverme ni hablar, y
definitivamente no me permitiré llorar. Sé, de alguna manera, que empeorará si lo hago.
—Lyra —murmura Hades. Me acaricia el cabello suavemente.
Respiro. Intento respirar a través de él.
—No te lo guardes, amor.
En todo caso, me aprieto más. No quiero sentir esto. No quiero dejarlo entrar. Pero
lo único que no puedo detener son los recuerdos.
Momentos de Boone a lo largo de doce años. Momentos que veo con otros ojos.
Esa sonrisa arrogante que se burlaba de mí en cada esquina. La forma en que solía
acercarse a mí en la cola de la comida, normalmente para quitarme algo de la bandeja.
“¿En qué trabajas hoy?” me decía.
Tenía un antojo particular de panqueques. Nunca había visto a nadie cubrir nada
con tanto sirope. Y se reía cuando se metía en problemas por usar demasiado -en nuestro
estudio no abundaban los condimentos-, así que se iba a robar un poco más.
La vez que robó ese maldito cuadro delante de las narices de Lakshmi también
está ahí, fresca en mi memoria después de que sacara el tema el otro día.
También nuevos recuerdos. “Me gustaría ser tu amigo”, dijo.
Incluso esta mañana, desayunando juntos.
Estaba conmigo esta mañana.
Se me obstruye la garganta.
Respira.
No compartió con los dioses la parte en la que se llevó el cuadro la otra noche, y
en ese momento pensé que sólo se estaba burlando de mí, pero ahora el recuerdo podría
perseguirme el resto de mi vida. “Lo agarré para ti, Lyra-Loo-Hoo. ¿No quedará bonito
en la pared de tu habitación?”. ¿Intentaba ser mi amigo? ¿Cómo sabía que yo codiciaba
en secreto la belleza de aquella escena? Nunca lo había compartido con nadie. Luego
señaló otra que también había tomado. “””. No es que le creyera, ni que Félix lo dejara
quedarse con nada.
Dioses. Yo hice esto. Está muerto por mi culpa. Mi zumbido alertó al autómata
dentro de esa habitación y...
—Lyra. —La voz de Hades ha tomado un hilo de preocupación.
—No quiero dejarlo salir —le digo, con la voz tan pequeña como me siento.
—¿Por qué?
—Si me siento aquí y lloro, si me rindo, no sé si volveré a levantarme. —Y esa no
soy yo. Yo soy la persona que hace las cosas, que nunca deja de moverse, que encuentra
una solución al problema que tengo delante, porque nunca dejan de surgir, y luego el
siguiente y el siguiente hasta que un día todos los problemas estarán resueltos.
Sólo que no puedo resolver éste.
Los brazos de Hades me rodean y nos sentamos en silencio. No sé cuánto tiempo.
No me empuja a soltarme de nuevo, y los recuerdos vienen ahora más deprisa. No puedo
detenerlos.
Es como descubrir que el tejido de mi pasado estaba cosido en un tapiz que no
pude ver hasta que di un paso atrás. Mil momentos diferentes que ignoré o descarté por
culpa de mi maldición.
Mil oportunidades perdidas.
Mi mente se remonta al niño escuálido que apareció cuando yo tenía once años y
Boone trece, todo codos y rodillas pero con indicios del hombre en que se convertiría.
Me echó un vistazo, sonrió y dijo que era demasiado pequeño para ser ladrón y que quizá
la Orden debería echarme.
Dioses, es tan provocador.
Era.
La pena se apodera de mi corazón y aprieta con fuerza.
Boone era un provocador.
Ya no.
¿Serían diferentes las cosas si no hubiera levantado los muros que, según él,
construí a mi alrededor? ¿Si me hubiera esforzado más?
Ahora nunca lo sabremos.
Boone está muerto.
Puedo ver su cara mientras cae de la torre.
Sigue apareciendo entre todos los demás recuerdos, golpeando más fuerte cada
vez. Nunca apartó la mirada. Me observó hasta el final.
No murió lo suficientemente rápido. No de inmediato. Sintió esos pinchos...
¿Por qué no puedo dejar de revivir todo esto? Necesito parar. Necesito apagarlo.
Oh dioses...
—Boone. —susurro su nombre.
Me acurruco en Hades, agarrando su camisa y cerrando los ojos.
—Lo siento —murmura Hades—. Lo siento. —Me pasa una mano tranquilizadora
por el cabello—. Lo siento.
Sus palabras son como una cinta de calor que envuelve mi corazón, no me quita
el dolor pero lo calma, lo suaviza. Frena los recuerdos que no quiero revivir.
Me quedo arropada contra él.
—¿Puedes encontrar a B...?
Mi garganta se obstruye con su nombre.
Respira.
Empieza de nuevo.
—¿Puedes encontrarle a su alma un buen lugar en el Elíseo? ¿Como hiciste con
Isabel? —susurro, con voz gruesa—. Sé que es un ladrón, pero...
—No te preocupes por eso. Se ocuparán de él.
¿Ya está Boone aquí abajo? ¿Está cruzando la laguna Estigia en el barco de
Caronte? ¿Está entrando solo en los campos de Asphodel?
—¿Puedo verlo?
Hades se endurece un poco contra mí.
—No. No es bueno para las almas ver a sus seres queridos tan pronto. Las
confunde o les causa dolor, les hace querer volver. Así es como las almas quedan
atrapadas en el Supramundo y se convierten en espíritus.
—Oh. —Le arranco la camisa—. Gracias.
—No... No me des las gracias, Lyra.
Su declaración es lo primero que ha hecho que los recuerdos se detengan por
completo. Debería estar agradecida. Pero frunzo el ceño contra su pecho.
—¿Por qué?
—Él tenía razón. Esto es culpa mía. Estás aquí por mi culpa. Estaba aquí por mi
culpa. Yo hice esto. —Su voz está cargada de culpa—. Lo siento mucho, Lyra.
Levanto la cabeza. Unos ojos grises y apagados me devuelven la mirada y se me
oprime el corazón. Tuve que ser asada por un dragón y luego perder a Boone por Hades
para darme cuenta de lo que realmente significa para mí entrar en el Crisol. Pero el caso
es que...
—No estoy enfadada contigo —le digo.
No puede sostenerme la mirada y aparta la vista.
—Deberías.
—Me hablaste de Perséfone. —Tomo aire—. Puede que no quieras contarme
cómo está involucrado el Crisol, pero sé que no me has hecho esto por capricho.
Su mirada se dirige de nuevo a mí, buscando la mía. ¿En busca de qué? ¿La
verdad en mis palabras? ¿La ira que cree que debería sentir?
—No haces nada sin una razón específica, Hades. Una buena razón. ¿Me
equivoco?
No me digas que me equivoco y que eres tan mezquino como los demás. No creo
que pudiera soportarlo.
Hades traga saliva.
—Algún día te contaré el resto, y creo que estarás de acuerdo en que fue una
buena razón. De hecho, sé que lo estarás. Pero ahora no estoy seguro de que sea lo
bastante buena para lo que vas a tener que pagar. No lo sabía.
Lo sabía. En lo profundo de mi corazón. No estoy aquí porque algún dios
caprichoso está jugando conmigo sólo por mierdas y risas o la codicia de un trono. Boone
no morirá sin ninguna razón.
Con solo pensar en él, se me saltan las lágrimas, cierro los ojos y frunzo la cara,
reprimiéndolas. Intento concentrarme en Hades, en la distracción que me está
proporcionando.
—¿Por qué no puedes decírmelo ahora? Quizá me haga sentir mejor.
Hades niega con la cabeza.
—Ahora es demasiado peligroso. Pero si ganas, yo... —Se interrumpe.
Obligo a mis ojos escocidos a abrirse para estudiar la parte inferior de su barbilla.
—¿Qué vas a hacer? ¿Decírmelo?
Se endereza contra mí, con expresión repentinamente seria.
—Si ganas. —Ahora me mira directamente, y puedo sentir las emociones vibrando
a través de él—. Si ganas, puedo salvar a Boone.
A
bro mucho los ojos.
—¿Qué? —La palabra se me escapa—. ¿Qué has dicho?
—El Rey o la Reina de los Dioses, y sólo ese dios o diosa, tiene la
capacidad de hacer nuevos dioses de los mortales. Si ganas el Crisol, yo...
—Sé rey —susurro—. Espera. Ya eres rey. ¿No podrías hacerlo de todos modos?
—Soy Rey del Inframundo, no Rey de los Dioses. Tendría que transferir todos mis
poderes divinos junto con mi título a un mortal para salvarlos.
Me desplomo. Bueno, eso está fuera, entonces.
Me alisa un mechón de cabello de la frente.
—Pero si ganas, podría hacerlo inmortal. Podría convertirlo en un dios. Samuel
ganó la Labor hoy. Todos los ganadores sólo tienen una cada uno, incluyéndote a ti. Sólo
necesitarías una o dos más. Hay tiempo.
La esperanza es algo peculiar, aterrador y doloroso. Me inunda de golpe. Hades
podría salvar a Boone. Podría salvarlo. Todo lo que tengo que hacer es ganar.
Hades suelta un suspiro agudo y murmura unas palabras que no capto, pero que
suenan como una plegaria. Lo cual no puede ser cierto. ¿A quién rezaría Hades?
—De acuerdo —susurro.
Se queda quieto.
—¿De acuerdo?
—Voy a ganar. —Intentarlo es para gente que espera perder. No tengo elección.
Tengo que ganar ahora. Por Boone. Tal vez pueda aprovechar un poco de su confianza
arrogante. Definitivamente me vendría bien.
Ojalá estuviera aquí ahora para enseñarme cómo.
Hades me abraza con fuerza y levanta la cabeza, buscando mi expresión.
—¿Estás segura? Ganar es un viaje peligroso.
—Lo sé. Pero por Boone... y por la razón que tengas tú también, puedo hacerlo.
Vuelve a buscar en mi cara, como si no acabara de creerme.
—¿Incluso si no te digo por qué?
—Sí. —Esa parte es más fácil de lo que probablemente debería ser—. Confío en
ti. Me has mostrado quién eres, y confío en ti.
Sus cejas se fruncen con fiereza.
—Joder, Lyra. Yo… —Niega con la cabeza.
Hades sin palabras es un espectáculo digno de ver. Quiero envolver ese mechón
de cabello pálido alrededor de mi dedo, apartarlo de su frente. Pero no lo hago.
—Sólo... prométeme que salvarás a Boone si gano.
—Juro por el río Estigia que si ganas, traeré a Boone de vuelta —dice
solemnemente.
Un juramento que sé que significa mucho para los dioses. Inquebrantable.
—Bien.
Espera, Boone. Dudo que pueda oírme, pero se lo digo de todos modos. Ya vamos.
Que es cuando me golpea ... Zai, Meike, Amir, y Trinica. Mis aliados. ¿Qué hago
con ellos? Juntos, estábamos tratando de sobrevivir. No se trataba de ganar.
Un problema cada vez. Mañana es bastante pronto para resolverlo. Quizá lo
entiendan si se lo explico.
—Gracias. —Voy a abrazar a Hades, pero en cuanto levanto el brazo derecho, un
dolor me atraviesa el abdomen. Grito mientras me encorvo y me llevo la mano al sitio.
—¿Lyra? —La voz de Hades es urgente—. ¿Qué sucede?
—Yo… —Aparto la mano del estómago y la veo manchada de sangre roja brillante.
La miro sin comprender.
—Joder. —Hades escupe la palabra—. ¿Cómo te hirieron?
—¿Estoy herida? —pregunto al mismo tiempo. No recuerdo haberme hecho daño
-quizá también aquel pinchazo cuando el autómata casi me empuja-, pero nada me
pareció real después de que Boone empezara a caer.
En un abrir y cerrar de ojos, Hades me tiene tumbada en el sofá que teníamos
enfrente. No puedo enderezar las piernas porque eso tira de la herida que supongo que
la adrenalina, la conmoción y luego la pena estaban enmascarando. Pero ya no. Me
levanta suavemente la camisa, vuelve a maldecir y contemplo horrorizada el enorme corte
que me atraviesa el abdomen. Hades me revisa la espalda, y basta una mirada sombría
para darme cuenta de que el tentáculo debe de haberme atravesado por completo.
—Traeré a Asclepio —dice.
—¡No! —Le agarro la muñeca, pero sobre todo porque no quiero que me deje—.
No puede curarme. Yo no gané esta Labor.
La retahíla de palabrotas que sale de su boca haría sonrojar a un demonio.
—Bien —dice—. Tengo almas aquí abajo que una vez fueron médicos. Caronte —
ladra mientras arranca una manta del respaldo del sofá y la parte por la mitad.
La parte de mí que empieza a estar un poco confusa por la pérdida de sangre nota
mentalmente que tienen mantas en el Inframundo. Lo que parece extraño. ¿No hace ya
calor aquí?
En un instante, el barquero está en la habitación con nosotros. Observa la escena
con una sola mirada rápida.
—Asclepio no puede venir. —Hades presiona el paño sobre mi herida y grito por
el dolor punzante—. Trae a todos los malditos médicos si es necesario —ordena.
Caronte no hace preguntas. Sólo lo hace.
Y eso es lo último que veo antes de que el olvido me arrastre.
S
é que viene. Lo sé, y no puedo detenerlo.
Porque desde que me desmayé, he estado atrapada en una pesadilla,
reviviendo el mismo momento una y otra vez, y aunque una parte de mí sabe
que esto es sólo un sueño, se siente real. Cada vez.
Muevo la cabeza para ver un destello de algo plateado que sale del interior de la
torre. Un borrón, es tan rápido. Todo lo que sé es que Boone gruñe, y luego está en el
aire.
Su rostro se contorsiona de asombro mientras rueda los brazos, y extiendo una
mano inútil hacia él, sin agarrar nada mientras se aleja.
—¡No! —Creo que lo grito mientras lo veo caer.
Unas manos en mis hombros me sacuden.
—¡Lyra!
Pero no despierto. Sigo atrapada en la pesadilla.
—¡No! —grito mientras lo veo caer.
Parece como si el tiempo se hubiera ralentizado y la caída durara toda una vida.
Los ojos horrorizados de Boone no se apartan de mi cara, ni siquiera cuando
golpea los pinchos.
—¡Lyra! —Otra fuerte sacudida me saca de la pesadilla y vuelvo al aquí y ahora.
Mi propia respiración entrecortada entra y sale, con jadeos agudos a medida que el horror
de aquel momento se desvanece.
—Boone —gimoteo.
—¿Lyra? —La voz de Hades viene de muy lejos.
Frunzo el ceño. Sé que ya estoy despierta. ¿Dónde estoy? ¿En mi habitación,
dormida?
No, ahí no.
Pero mis ojos no se abren, como si sacos de arena los sujetaran.
—Vas a sentir un pinchazo —me dice su voz a través de la oscuridad y la confusión
y una especie de conciencia difusa por la que intento navegar.
Siento un pequeño pinchazo en el brazo, seguido de una oleada de dolor, como si
ese pinchazo recordara a todos los demás nervios de mi cuerpo que también deben
despertarse. El costado me duele suave pero horriblemente, y el resto del cuerpo...
—Ay.
—¿Te duele algo? —me pregunta Hades, creo. Luego—. ¿Por qué le duele? —
pregunta con una voz muy distinta, espero que a otra persona.
—Mmm... caliente. —¿Por qué tengo tanto calor? Estoy sudando mucho, tengo el
cuerpo pegajoso y el cabello empapado.
Un paño frío me presiona la cara.
—Lo sé —dice Hades—. Tienes una infección y te está causando fiebre.
¿Infección? ¿De qué?
Debo preguntar eso, porque Hades responde.
—La cosa que empujó a Boone de esa pared debe haber pasado por ti para
hacerlo.
Lo que...
Boone.
Es real. No fue una pesadilla. Está muerto. Las lágrimas se escapan de mis ojos
aún cerrados incluso mientras intento contenerlas.
—No, no, no. —Arrastro las palabras e intento hacerme un ovillo.
Pero esas manos están de nuevo en mis hombros y no me dejan.
—No te muevas, amor. Te romperás los puntos, y estás toda envuelta en cables.
Alambres. Puntos. Porque me lastimé.
Ahora lo recuerdo. La sangre. El dolor. Hades en pánico.
Abro los ojos a la fuerza y veo la parte inferior de una mandíbula cubierta de
incipiente barba.
—Necesitas afeitarte.
—¿Qué ha dicho? —pregunta otra voz en la sala.
Frunzo el ceño y le hago cosquillas en la barbilla.
—¿Los... dioses... se afeitan?
Hades baja la cabeza para inspeccionarme, con las cejas prácticamente juntas
sobre los ojos, y yo le devuelvo la mirada con desdicha.
—Está delirando.
—¿Quién lo dice? —exijo. O lo intento.
Sus ojos grises se arrugan y niega con la cabeza.
—Si se pudiera matar a los dioses, tú serías mi muerte, mi estrella.
—Me gusta cuando me llamas así. —¿Lo dije en voz alta?
El ceño fruncido ha vuelto. Supongo que sí.
—Definitivamente está delirando —dice.
¿Lo estoy? En realidad me siento mejor. Solo verlo me ayuda. Me hundo en la
almohada y mantengo la mirada fija en su rostro. Y entonces llegan los recuerdos tras el
peso del cansancio.
—¿Podemos... salvarlo? —murmuro.
Eso fue real, ¿no? ¿Si gano, Hades puede salvar a Boone?
Me suelta los hombros, toma mi mano entre las suyas y presiona sus labios contra
mis nudillos. Pero no me mira.
—Claro. Pero primero, necesitamos que te mejores.
¿Por qué suena mal?
El sueño me arrastra de nuevo, cada vez más pesado.
—Necesitamos... salvar... a Boone.
La cara de Hades se desdibuja y yo me hundo.

—¡No! —grito mientras lo veo caer.


La caída dura una eternidad.
Los ojos horrorizados de Boone no se apartan de mi cara, ni siquiera cuando
golpea los pinchos.
—¡Boone! —grito de nuevo.
—¡Lyra! —me llama Hades, tirando de mí hacia él.
Hades, que ha estado aquí conmigo cada vez que salgo de la pesadilla a una
diferente. Hades, que no se ha ido de mi lado.
Dejo de agitarme en sueños, aún respiro con dificultad, pero lo peor ya ha pasado.
Ya no sé cuántas veces lo he revivido. Parecen mil. Y, dioses, me siento como una mierda.
—Boone ha muerto —consigo susurrar con la garganta tan seca como el desierto
de Mojave.
—Estoy aquí, Lyra-Loo-Hoo —dice Boone desde algún lugar cercano.
Gimo al oír esa voz pronunciando ese nombre. Mi corazón da un vuelco sobre sí
mismo. Estoy soñando. Alucinando. O Morfeo me está gastando una broma cruel,
burlándose de mí.
—Soy real —dice Boone—. No seas cobarde. Abre los ojos y descúbrelo.
Me cuesta un esfuerzo gigantesco, como si tuviera los párpados soldados, pero
consigo abrirlos. Estoy en una habitación poco iluminada. Hay máquinas mortales
conectadas a mí y pitando. Mi cuerpo sigue ardiendo -no de la buena clase-, me sigue
doliendo como un demonio y, en general, me siento como un muerto viviente. O muerto
en decúbito supino, según el caso.
Pero no me importa.
Hades está sentado junto a mi cama, agarrándome de la mano.
Y Boone está de pie al pie... mirándome con esa gran sonrisa arrogante suya.
—Hola —dice.
S
e me escapa una carcajada, entre el alivio, la sorpresa y la alegría. Sólo que me
produce un dolor punzante en el vientre, y hago una mueca de dolor.
—No me hagas reír.
Resopla.
—Todo lo que dije fue hola.
—Y sonreíste. —Mi cara se tuerce, conteniendo las lágrimas—. No creí que
volvería a ver eso. —Miro a Hades—. ¿Conseguiste que Zeus lo convirtiera en dios? ¿Ya
no tengo que ganar?
La mirada que recibo a cambio tiene mil capas de arrepentimiento.
—Se lo pedí. No quiso hacerlo. Los Daemones dijeron que interfería en el Crisol
—dice Hades.
Frunzo el ceño.
—Pero... —Miro más de cerca a Boone, y... Oh dioses... Es transparente. No como
el Boone de los sueños. Esto es diferente. Es un fantasma. Un alma.
Sigue muerto.
—Dijiste que no era bueno que me viera ahora. —El susurro sale áspero, una
acusación dirigida directamente a Hades, pero no aparto la mirada de Boone.
—Me necesitabas. —Boone inclina la cabeza—. No dejabas de llamarme en
sueños. Así que vine.
—¿Pero qué pasa si te confundes? ¿Y si quieres volver y te quedas atrapado? —
Necesito levantarme y empujarlo fuera de la habitación.
—Estoy bien —dice Boone.
Hades hace un gesto hacia un lado -para ocultármelo, creo- y Boone le dirige una
mirada.
—No puedo estar aquí mucho más tiempo. Necesito que me escuches.
Tras un momento de lucha contra mi abrumador tumulto de emociones, consigo
asentir.
—Necesito que hagas algo por mí, Lyra.
Asiento, el movimiento me hace girar la cabeza.
—Lo sé. Ganar.
—No. —Niega con la cabeza—. Necesito que luches, por ti. No quiero verte aquí
abajo conmigo. Todavía no. ¿Me oyes? Deja de preocuparte por mí. Estoy bien. —Su
sonrisa es a la vez real y forzada—. Mejor que bien. Pero vas a morir si no me dejas ir e
intentas vivir.
—No…
—Déjame ir. Volveré a ver tu cara dentro de unos ochenta años, cuando hayas
tenido una larga vida. —Se está desvaneciendo.
—Boone...
—Prométeme que vivirás, Lyra. —Su voz viene de lejos—. Prométemelo.
—Te lo prometo. —Trago saliva—. Y te veré antes de ochenta años. Ganaré el
Crisol. Está en la bolsa.
Vuelve a negar con la cabeza. Creo. Apenas puedo verle ahora.
—Vive por los dos. Eso será suficiente.
Ya no puedo verlo.
—Ochenta años, Lyra-Loo-Hoo. —Su voz susurra a mi alrededor—. Estaré
contando los días.
Y entonces se va. Lo siento cuando se va.
Me tapo la boca con la mano libre, conteniendo los sollozos que quieren desatarse.
Hades saluda a alguien con la cabeza y, por primera vez, me doy cuenta de que
hay otro hombre aquí, uno que no conozco. Inserta una aguja en mi vía intravenosa y
aprieta el émbolo. Inmediatamente siento calor en la sangre, que me sube por el brazo
hasta el pecho y luego por todo el cuerpo.
Giro la cabeza, mirando fijamente a Hades, mientras los párpados se me hacen
más pesados.
—¿Por qué? —susurro.
Su cara se tuerce.
—Quizá ahora te permitas dormir y curarte... y luchar.
Por mí. Trajo a Boone aquí por mí.
—Gracias... —No estoy segura de decirlo antes de salir de nuevo.

Ahora ya no tengo pesadillas. Es más como si estuviera atrapada en mi propio


cuerpo, ahogándome en calor y dolor. De vez en cuando, consigo nadar hasta la cima
para respirar. Lo que sea que estén intentando, no está funcionando. No estoy mejorando.
Pero al menos ahora aguanto.
La voz de Hades es mi ancla.
Su tacto. Incluso cuando estoy en las profundidades, puedo sentirlo aquí. Cuando
estoy más cerca de la superficie, nunca está lejos.
Una de las veces que consigo nadar y abrir los ojos, está discutiendo con alguien.
Caronte, creo, aunque la otra persona está de pie a contraluz en una puerta. En otra
ocasión, está dormido sentado en una silla, con la cabeza echada hacia atrás. Tiene un
aspecto horrible. Agotado, con bolsas moradas bajo los ojos. No sabía que los dioses
pudieran agotarse. Alargo la mano hacia él, pero ya me estoy hundiendo de nuevo.
L
a sensación me recorre en la oscuridad y tira de mi conciencia.
—Qué... —Me oigo desde lejos.
Como una brisa fresca de la bahía tras un caluroso día de verano, la
sensación me recorre de nuevo. Rompiendo el calor de la fiebre. No la erradico. Pero es
el primer atisbo de alivio que siento desde que estoy atrapada en mi propio cuerpo.
La preocupación se retuerce por el relieve como un gusano. Y creo que frunzo el
ceño, porque ¿por qué iba a preocuparme? Esto es... alivio.
—¿Está funcionando? —La voz de Hades viene de muy lejos.
¿Qué está funcionando? ¿Están probando otro medicamento? ¿Otro tratamiento?
—Otra vez el baño de hielo no. —Intento decir las palabras, pero mis labios no se
mueven.
Eso fue una agonía. Fuego y congelación al mismo tiempo.
Otro arrebato de frescor, como si el alivio estuviera dentro de mí. En mis venas.
Luego otra, pero esta es más como una ola moviéndose a través de mí, y suspiro
de alivio. De forma audible. Lo sé porque se oye fuerte en mi cabeza.
Y, sin embargo, una oscura emoción se enrosca en mi estómago. ¿Duda? ¿Pavor?
¿Esperanza?
No creo que sea yo quien sienta esas cosas.
—Creo que está funcionando —dice alguien. Ahora están más cerca.
O estoy más cerca de la conciencia. El calor y el dolor cada vez menores me
impulsan hacia la cima. Por favor, no dejes que esto se detenga.
—¿Lyra? —La urgencia marca la voz de Hades.
Quiero contestarle, decirle que estoy bien. Más que bien, pero aún me cuesta
hacer funcionar la boca y los ojos.
—¿Qué le pasa? ¿La está matando? —El pánico en su voz sería adorable si no
pareciera estar envolviendo mi corazón y apretándolo con fuerza. Como si su pánico se
alimentara de mí.
Intento alcanzarlo, agarrar su mano, pero aún no puedo moverme. El agotamiento
enfermizo sigue intentando ahogarme.
Otra ola de ese bendito frescor.
Me las arreglo para que mi boca funcione.
—Hades.
—Estoy aquí. —Su voz suena... torturada—. Estoy aquí, Lyra.
Su mano envuelve la mía, me ancla a la realidad, y ese simple contacto es el
paraíso.
—Estoy mejorando —intento decir. Soy vagamente consciente de que las palabras
salen como un galimatías.
Otro rayo de preocupación golpea.
—¡Ayúdenla! —ordena a alguien con una voz que es todo un Rey del Inframundo.
Tanta autoridad. Tanto poder.
—Tenemos que dejar que funcione —dice alguien con voz temblorosa—. Mis
disculpas, lord Hades.
Tanto miedo de ellos. Por él. Él tratando de protegerme.
—Hades —susurro.
Me suelta la mano y yo gimo como protesta. Entonces sus palmas me acarician la
cara.
—Estoy aquí —me dice.
Ese tacto, su cercanía, esa voz... Es todo lo que necesito.
Una última ráfaga de esa sensación de alivio fluye dentro de mí, a través de mí, y
siento como si mi cuerpo se aliviara, se limpiara y se reconstruyera desde dentro.
Empezando por los huesos y abriéndose camino hacia el exterior.
Seguido de... miedo.
No es mi miedo. No tengo miedo. Estoy aliviada. ¿Qué está pasando?
—Elíseo sálvame. —Lo oigo susurrar. Siento su aliento rozar mis labios—. ¿Es
ella...?
—Me siento... mejor —murmuro, el cansancio ya me alcanza. Pero de otro tipo. El
tipo de sueño que cura en lugar de atraparte en tu propio cuerpo torturado—. Mucho
mejor.
Esa extraña sensación ha desaparecido, así que la emoción que me recorre no es
esa. Y definitivamente no es mía. Ahora estoy segura.
A la conmoción, el alivio y la toma de conciencia les sigue una satisfacción teñida
de preocupación y supremamente masculina.
Me atraviesa el pecho como un relámpago, con una claridad electrizante, y luego
desaparece, dejándome zumbando.
No son mis sentimientos...
Era Hades. Sentí lo que él sentía.
¿Cómo?
F
runzo el ceño, con las manos de Hades aún sobre mi cara. Eso no puede estar
bien. Sentir así las emociones de Hades. ¿Estoy alucinando? ¿Más sueños?
Alguien en la sala tose.
—Yo diría que funcionó muy bien, Phi —dicen. Una voz baja, masculina. Caronte,
creo. Es el único al que he oído llamar Phi a Hades.
Hay silencio.
—¿Lyra? —dice Hades, todavía cerca de mí—. ¿Puedes abrir los ojos?
La verdad es que no quiero. Mi cuerpo se aleja, el agotamiento se convierte en
algo más parecido a la comodidad.
—Por favor. —Hades nunca suplica, pero me está suplicando ahora.
Abro los ojos a la fuerza, entrecerrando los ojos a la luz de la única linterna que
hay aquí, y su rostro aparece vagamente enfocado.
Suelta un pequeño suspiro que probablemente sólo oigo yo.
—Gracias a las Moiras. No quería hacer esto hasta que despertaste.
—¿Hacer —tengo que aclararme la garganta porque es como hablar a través de
grava—, qué?
Me muestra un cáliz de bronce. Es sencillo, con su símbolo del bidente y el cetro
grabado en él.
—Estoy probando algo peligroso.
Eso no suena bien. Frunzo el ceño cuando su cara se balancea ante la mía.
—¿Qué?
—No estás mejorando, Lyra. Así que te di un poco de mi sangre.
Mis labios se tuercen en un intento de sonrisa. Ichor, la sangre dorada de los
dioses, famosa por su capacidad para hacer... casi cualquier cosa, según cuenta la
humanidad.
—Soy... una diosa. —Entonces me doy cuenta de lo que está diciendo, y mis ojos
se abren todo lo que pueden mientras apenas los mantengo abiertos—. Oh. ¿Eso fue...
por lo que... estoy mejor ahora?
Niega con la cabeza.
—No. Eso fue para que puedas sobrevivir a la siguiente parte. Con suerte.
¿Siguiente parte? ¿De qué habla?
Vuelve a levantar la copa.
Oh. ¿Verdad? ¿Qué hay con eso?
—Agua de Estigia.
Parpadeo mientras mi mente intenta aferrarse a lo que sé sobre eso.
—Veneno —susurro.
—Por eso te di mi sangre.
Ahora se está uniendo vagamente. Sólo unos pocos mortales han sobrevivido a
tocar la Estigia. Aquiles fue uno de ellos. Lo hizo invencible en todas partes excepto en
su talón, donde su madre lo había sostenido cuando lo sumergió en las aguas, y esa parte
no se mojó. Ese punto totalmente mortal se convirtió en su única debilidad.
¿Sobrevivió Aquiles porque tenía sangre de deidad? Su madre era Tetis, una ninfa
del mar. ¿Eso lo convirtió en un semidiós para sobrevivir?
Hades debe estar desesperado.
—¿Estoy... tan... mal? —pregunto.
Vacila y luego asiente.
Busco su cara.
—Tienes... un aspecto terrible.
Los labios de Hades se curvan.
—Deberías verte, mi estrella.
—Vaya. —Respiro con dificultad y me estremezco. Cada vez me cuesta más
quedarme aquí con él—. Supongo que... mejor... lo haces... entonces.
Pero no lo hace. Duda visiblemente. Tiene que ser condenadamente peligroso.
—Si mueres, yo cuidaré de ti —me dice. Recibo otro relámpago de emoción por
su parte. Ahora estoy segura de que viene de él. Desesperación esta vez—. Te lo
prometo.
Se está destrozando a sí mismo con la culpa. No puedo tener eso.
—Parece que... —Me lamo los labios agrietados—. Estás... cuidando... de...
muchas... almas... estos... días.
Su expresión cambia y mi corazón late con fuerza ante la extraña combinación de
exasperación y ternura en su rostro.
—Espero que no se me esté pegando —dice—. Siempre corriendo por ahí
intentando salvar a los demás.
—Dios... no lo quiera. —Intento reírme, pero se convierte en una tos que me hace
doler todo el cuerpo—. Pero... no... te preocupes por... la mía.
—¿Qué?
—Mi alma. Me... gusta... estar aquí abajo.
—Joder —murmura Hades sombríamente.
—Si vas a hacerlo, Phi. —La voz de Caronte llega a través de las sombras—. Hazlo
ahora, antes de que los efectos de tu sangre desaparezcan.
Unas manos frías me levantan la camisa. El aire es extrañamente frío contra mi
piel, miro hacia abajo y gruño al verlo: mi herida no solo no se ha cerrado, sino que es un
pozo de carne negra, como si el ácido se hubiera abierto camino a través de mí. Como
Isabel. Pero diferente. Las arañas vasculares negras salen de la herida hacia la carne
grisácea que la rodea en todas direcciones.
No soy médico, pero hasta yo sé que eso es malo.
—Esto va a doler... —Hades no se molesta en terminar de advertirme antes de
verter el contenido de la copa sobre la herida.
Agonía y fuego. Mil veces peor que la quemadura del dragón. Nunca he gritado
tan fuerte en toda mi vida, el sonido arrancado de mi garganta, mi cuerpo inclinándose
sobre la cama como si intentara escapar de sí mismo. Él no se detiene. Vierte más y más.
Luego me hace rodar para verter más sobre el orificio de salida de mi espalda.
Grito hasta que mi voz se queda ronca, y entonces la oscuridad me alcanza y me
tira hacia abajo tan rápido que es como ese salvaje torrente río abajo de la cascada de
Hades en el Olimpo.
—¡No! ¡Lyra! —Oigo a Hades gritarme.
Pero estoy demasiado profundo, y en la oscuridad, por primera vez, encuentro el
olvido total, verdadero.
C
uando vuelvo a abrir los ojos, ya no tengo la cabeza confusa y, aunque estoy
rígida y dolorida por llevar tanto tiempo tumbada, no siento ningún otro dolor.
Además, me han quitado la mayoría de los tubos que tenía conectados, así que
eso también es mejor. Caronte está sentado junto a mi cama en lugar de Hades, leyendo
una novela romántica. Sonrío. No me lo imaginaba así.
—¿Buen libro? —murmuro.
La baja y me sonríe, y yo parpadeo. Los dioses son realmente extraordinarios.
—He estado debatiendo si deberíamos llamarte Bella Durmiente o Blancanieves.
Supongo que el río Estigia hizo su trabajo, y la sangre de Hades me mantuvo viva.
Apenas, parecía.
Tardó varios días más, o... el tiempo que fuera. No llevo exactamente la cuenta del
tiempo. Sólo recuerdo fragmentos parciales, pero al menos la mayoría de ellos no
implicaron dolor ni fiebre ni siquiera delirio. Sólo agotamiento mientras mi cuerpo se
recuperaba.
—¿No eran ambos cuentos de hadas una muerte durmiente?
—De ahí el debate. —Deja su libro sobre la mesa junto a su silla—. Dado lo pálida
que eres y el cabello negro como el cuervo, me inclino por Blancanieves.
—Hefesto podría ser el cazador.
Caronte se ríe.
—¿Y Afrodita, la reina malvada?
Niego con la cabeza.
—Ella no quería que las cosas salieran tan mal. —Vi cómo había llorado hinchada
por la abuela de Dae. Esas emociones eran reales.
—Hmmm... ¿Y el príncipe azul? —Su mirada se vuelve aguda, curiosa, no de una
manera ociosa—. Parece que tienes unas cuantas opciones.
Es inútil negarlo.
—Uno es un fantasma que no me quiere más que como amiga. Y otro es un dios.
No parece que ninguna de las dos perspectivas tenga mucho futuro.
—Por no hablar del aliado —dice Caronte.
—También sólo un amigo. —Mientras se juegan estos partidos, al menos.
Lo que no le digo es que Hades fue la roca a la que me aferré durante todo aquello.
La visita de Boone ayudó a aliviar mi culpa, me dio un objetivo por el que trabajar y algo
por lo que vivir. ¿Pero Hades?
Él era mi paz. Él era mi fuerza. Él era mi refugio.
Definitivamente no lo vi venir. Aunque probablemente debería haberlo hecho.
—Nunca había visto a Hades... perturbado —admite Caronte. No así.
Por un momento me preocupa haber expresado mis pensamientos en voz alta o
que él pudiera leerlos. Pero entonces sus palabras calan hondo y el calor me recorre la
cara. Intento, y fracaso miserablemente, mostrarme despreocupada.
—¿Lo estaba?
Busca mi expresión.
—Lo suficiente como para asustarme.
Dejo de trazar un dibujo en la manta para mirarlo más de cerca.
—¿Asustado?
Caronte se encoge de hombros.
—Es el rey aquí abajo, pero no pude hacer que te dejara. Durante días. Es la
primera vez que sale de esta habitación desde que te trajo aquí, y aun así tuve que forzar
su mano. Si la pierde... —Otro encogimiento de hombros.
Pero entiendo la idea.
El monitor cardíaco late un poco más deprisa, su sonido es obvio. Odio esas
máquinas. Con un movimiento, me quito el aparato del dedo.
Se aplana, y Caronte lo apaga con una sonrisa no tan secreta.
—¿No creo que tengas futuro con él? ¿Por qué? ¿Porque él es un dios y tú eres
mortal?
Realmente no quiero tener esta conversación, así que no digo nada.
Sin embargo, no lo deja pasar.
—No pareces del tipo que deja que los detalles se interpongan en su camino.
—¿Qué estás diciendo?
—¿Qué te ha dicho sobre Perséfone?
Vuelvo a apretarme contra la almohada. ¿De dónde ha salido eso?
—Me dijo que era como una hermana para él. Que perderla lo devastó.
Desvía la mirada.
—Eso es, al menos.
—¿Qué significa eso?
Menea la cabeza.
—Significa que está siendo sincero contigo. —Me clava una mirada mordaz—.
Hades sólo comparte información por dos razones: o estás en su reducido círculo, o la
utiliza para conseguir algo de ti.
—¿Cuál soy yo?
Se pasa una mano por la nuca.
—Espero que sea lo primero.
—“Esperar” no suena prometedor.
Caronte resopla una carcajada sin gracia y, sin embargo, parece querer que le dé
a Hades alguna oportunidad.
Mía.
La afirmación de Hades, su palabra, rebota en mi interior.
Pero la forma en que me cuida parece algo más que posesividad sobre su
campeón.
Trato de incorporarme en la cama y Caronte agarra una almohada y me la pone
suavemente detrás de la espalda. El mero hecho de acomodarme me quita toda la fuerza
y cierro los ojos un segundo. No quiero volver a sumergirme. Ya he tenido bastante.
Cuando vuelvo a abrir los ojos, sigue aquí. Caronte pregunta:
—¿Te dijo...?
Al oír el clic de la puerta, miro directamente a unos ojos grises como el mercurio.
En el momento en que Hades me ve sentada, es como si toda la tensión se drenara
de él. Y un recuerdo golpea. Uno real, creo. Lo miro fijamente mientras recuerdo.
Un momento en mitad de la noche en el que nadé hasta la cima de la consciencia,
tras la fijación de Estigia, y el rostro de Hades se desdibujó a la vista.
—Puedes dejarme, ¿sabes? —recuerdo haber balbuceado—. No voy a morir
ahora.
—Eso es discutible. —Luego frunció el ceño—. ¿O quieres a Boone de nuevo en
su lugar?
Sus palabras contenían irritación y un auténtico ofrecimiento.
Intenté negar con la cabeza, pero mi cuerpo no cooperaba.
—No. Tú.
—¿Me quieres? —Su cara hizo esa cosa supremamente satisfecha. Cuando no es
molesto, su arrogancia es ligeramente entrañable—. Bien. Recupérate y seguro que se
nos ocurre algo. Tengo planes.
No recuerdo qué pasó después. Probablemente me quedé dormida.
Pero lo que se me queda grabado ahora es la forma en que dijo que tenía planes.
Mía. Mi estrella. Planes.
¿Para mí? ¿Por nosotros? ¿Tiene algo que ver con el Crisol? ¿O sólo estaba
bromeando?
Se adentra en la habitación y a la luz de la linterna, y yo jadeo.
—Joder. —Caronte está de pie—. ¿Tan mal?
Y no lo culpo. Hades tiene un aspecto horrible, visiblemente sombrío, lo que creo
que podría ser la versión de Hades de estremecido. Tiene los labios apretados, los ojos
hundidos en la palidez de su rostro. Parece... bueno, como la muerte recalentada.
Hades levanta una ceja y mira a Caronte.
—¿Qué te parece? —pregunta con voz carente de toda emoción.
El barquero hace un gesto de dolor.
—¿He interrumpido algo? —pregunta Hades, el tono plano se vuelve sedoso.
Caronte no me mira.
—La verdad es que no. Estaba a punto de ponerla al corriente de lo que se ha
perdido.
¿Qué me he perdido? Mi mente se mueve a la velocidad de un perezoso, así que
no sigo del todo esta conversación.
—Lo haré —dice Hades.
Un inconfundible quejido perruno proviene del pasillo, y detrás de Hades, una de
las cabezas de Cerbero se inclina para mirar la habitación con un ojo.
—Hola, colega.
—¿Estás bien? —Esto es Rus, y me hace sonreír.
—Mucho mejor. Dame uno o dos días más y volveré a las Labores.
—Eso no nos gusta. —No puedo ver las otras cabezas, pero Cer es la que habla.
Yo tampoco. Pero ahora hay más en juego que yo. Mucho más. Mi mirada se
desliza hacia Hades, y de repente todo lo que puedo ver es un hombre que haría cualquier
cosa por las pocas personas que más quiere.
Hades no cambia su expresión ni un parpadeo, pero me recorre un destello de
oscura sospecha, un destello de claridad y conocimiento que no es mío. Viene de otra
parte.
Oh, vaya.
Necesito todo lo que tengo para no jadear, para que no se me note la sorpresa en
la cara.
¿Eso fue real? Las emociones que recibí de él antes. No eran alucinaciones ni
proyecciones ilusorias. Todo eso era real.
¿Por su sangre? Tiene que ser. Tal vez se me pase. ¿Él lo sabe?
¿Pero por qué sospecha? ¿Por el Crisol? ¿O tal vez por lo que Caronte me estaba
contando? No es que tuviera oportunidad de contarme mucho.
Desvío la mirada hacia Caronte, que no me mira a los ojos.
—Será mejor que volvamos al barco —murmura. Me aprieta la pierna por encima
de las mantas—. Me alegro de verte lúcida por fin, Lyra.
Él y Hades intercambian una mirada inescrutable mientras se marcha.
—Vamos, Cerberus. Vamos a darles un poco de privacidad .
Cerberus refunfuña mientras se alejan.
Pero estoy demasiado ocupada estudiando a Hades como para preocuparme.
—¿Dónde estabas? —pregunto.
—E
l Pantano Estigio.
La encrucijada del Inframundo. Donde las almas son juzgadas y
enviadas a diferentes destinos dependiendo de cómo hayan vivido sus
vidas en el Inframundo. Se dice que Hades tiene que juzgar los mejores y
los peores casos y otorgar bendiciones o castigos. Dado su aspecto, no hace falta ser un
genio para adivinar qué estaba decidiendo.
—¿Quieres hablar de ello? —pregunto.
Una negación instintiva recorre sus facciones, pero luego hace una pausa y se
inclina hacia la puerta.
—El juicio no fue lo difícil. Esta alma era un sociópata y torturó y mató a mucha
gente sin piedad ni remordimientos. —Se encoge de hombros, pero puedo ver el peso
de lo que debe haber sido en la acción.
Espero en silencio la parte difícil.
—Pero su madre es un alma en Asphodel, y... —Deja caer la cabeza contra el
marco de la puerta—. Ella suplicó que su castigo fuera menor, me habló de su padre
abusivo. Lo vi todo, por supuesto.
—¿Fue malo?
Hades baja de la puerta y se deja caer en el asiento donde acababa de estar
Caronte, acercándolo. Luego me toma la mano con las dos suyas, trazando las líneas de
mi palma.
—Ningún alma nace malvada. Hay proclividades, inclinaciones, pero al igual que
el carbono se comprime y se convierte en diamante, la presión y el dolor pueden
transformar un alma en algo terrible.
La empatía que Hades oculta al mundo se está mostrando. Lo sintió por esta
persona y por lo que lo convirtió en un monstruo. También por su madre.
—A veces puedo ver futuros alternativos cuando vienen a mí: lo que podría haber
sido si las cosas hubieran sido diferentes.
—¿Y esto podría haber sido diferente?
Asiente.
—Tantas vidas arruinadas.
Esto es lo que el Rey del Inframundo debe soportar.
—Desearía poder ayudar.
Me mira a los ojos y una pequeña sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios.
—¿En serio?
Me entra calor en la cara, pero dejo la mano donde está.
—Sí.
Sus hoyuelos me miran durante un segundo.
—Sí. —Respira lenta y pausadamente, y luego suelta el aire—. Cambiemos de
tema.
Entiendo que necesite espacio emocional, así que intento que no me duela la
distancia que enhebra su voz. Pero retiro la mano y me rasco un picor en el brazo.
—¿Los otros dioses se enfadaron por tener que esperarme?
Hades gime.
—¿Qué tal algo más?
Eso no es una buena señal.
—¿Qué ha pasado?
—Enviaron a Asclepio y a los Daemones —dice—. Lo entendieron después de ver
el estado en que estabas.
Su voz no está bien.
—Cuéntame las malas noticias. Adelante. Arráncalo como una tirita.
Se echa hacia atrás en su silla.
—Nunca he entendido esa expresión.
La pose despreocupada no me engaña en absoluto.
—Entonces nunca has llevado una tirita pegada al cabello o parte de la costra. —
Le clavo una mirada dura—. Me estás dando largas, Phi.
—Uh-uh. —Niega con la cabeza—. No puedes llamarme así.
Frunzo el ceño.
—Caronte sí.
—Sí.
—¿Entonces por qué no puedo?
Se cruza de brazos.
—Mi estrella... ¿alguna vez alguien te ha llamado cabezota a la cara?
—Sigues dando rodeos.
Parece aburrido, me recuerda a la noche en que nos conocimos.
—Bien. No te llamaré Phi. Pero volviendo a la tirita... Me imaginaré cosas mucho
peores. Es mejor decírmelo ahora y acabar de una vez.
Mira a su derecha, a una ventana con cortinas corridas.
—No han esperado.
El corazón se me desploma hasta las tripas.
—¿Siguieron adelante con la próxima Labor sin mí? —Mierda—. ¿Quién ganó?
—Diego.
Doble mierda. Ahora ha ganado dos, y Boone cuenta conmigo.
—Empieza por el principio y cuéntamelo todo —exijo.
Hades se pasa una mano por el cabello, el mechón pálido le cae sobre la frente,
haciéndolo parecer despeinado.
—Maldición.
—¿Qué ha sido de tu cara de póquer? —me burlo con una débil sonrisa—. Ahora
sí que necesito que me lo digas.
Aparta la mirada, y me doy cuenta de que lo está debatiendo, pero al final su
expresión se aplana en algo sombríamente resignado.
—Está bien.
Exhalo profundamente. Realmente podría haber dicho que no.
—Samuel ganó la Labor de Hefesto, venciendo a Trinica por sólo dos segundos.
Su premio fue una brújula hecha por Hefesto que siempre señalará el camino correcto a
seguir.
—Tres victorias seguidas de la virtud de la fuerza —digo—. ¿Tienes la sensación
de que las Labores están amañadas?
Hades levanta una ceja.
—¿Cuándo mis hermanos han jugado limpio?
Buena observación.
—El de Deméter fue la octava Labor. —Continúa—. Ella los hacía correr por los
Campos del Olvido. Si sucumbían y se perdían, las tormentas los perseguían. —Tras una
pausa, su voz es más suave cuando dice—: Neve no lo consiguió.
Se me revuelve el estómago, y luego otra vez. ¿Se ha ido otro de los nuestros?
Trago saliva con la garganta llena de dolor, pero le hago un gesto con la cabeza
para que continúe.
—Diego ganó, y su premio fue la Marca Protectora de la Algea: no puede sentir
dolor. Físico o mental. El noveno...
Levanto una mano.
—Espera. —No. Dime que no lo hicieron—. ¿Han completado más de una Labor
mientras he estado fuera? —pregunto lentamente.
Asiente.
Estamos jodidos.
—¿Cuánto tiempo estuve fuera?
—Casi dos semanas.
—Dos... —Siento que se me va la sangre de la cara. Creía que habían pasado días.
De repente, Hades está a mi lado y me acerca un vaso de agua a los labios. Trago un
poco, lo que me ayuda. Antes de mi lesión, el Crisol transcurría con pocos días de
intervalo, como mucho. ¿Casi dos semanas?
Hades deja la copa y toma mi mano entre las suyas, un salvavidas de fuerza firme.
—¿A cuántos llegaron? —pregunto.
—Estás molesta, y deberías estar descansando. Podemos hablar de esto más
tarde...
—No. Ahora. —Le lanzo una mirada fulminante.
El zumbido de emociones cuando golpea esta vez es una mezcla de
arrepentimiento y desgana.
—Tres Labores: la octava, la novena y la décima.
—Tres —susurro.
Tres Labores. Sólo quedan dos.
—Cuéntame el resto. —No estoy segura de querer saberlo.
—La novena fue de Hera. Como diosa de las estrellas, puso una nueva
constelación en los cielos. Los campeones tenían que descubrir cuál. El mundo
permaneció oscuro hasta que lo hicieron, y ella soltó a Deimos y Fobos sobre los
campeones para hacerlo más difícil.
¿Los dioses del miedo y el pánico cuando está todo oscuro?
—Apuesto a que fue una delicia —murmuro.
—Rima y Zai lo descubrieron juntos.
Me permito un pequeño momento para sonreír ante eso.
—¿Atados?
Asiente.
—Hera les dio premios separados. Zai tiene una piedra que, cuando se come, aleja
el veneno. Y Rima recibió un vial de fuego de dragón.
Me estremezco. Sólo me enfrenté a un dragón encantado, y eso fue suficiente para
mí.
Pero la buena noticia es que eso les da a Zai y Diego dos victorias a cada uno.
Todavía puedo ganarles. Sólo necesito ganar las dos últimas.
—¿Y la décima? —pregunto.
—Ares —dice.
Me estremezco. De todos los trabajos, el de Ares era el que más temía. No puedo
decir que lamente habérmelo perdido.
—¿Una batalla?
—Como es el dios de la guerra, se podría pensar que sí —dice Hades—. Pero
recordó a los campeones que, en el mundo antiguo, casi todos los dioses de la guerra se
dedicaban a proteger a su comunidad, a su pueblo. Su Labor se centraba en eso. A cada
uno de ellos se le dio una quimera bebé. Tenían que llevarla de vuelta al nido sin ser
mutilados por la cría y sin que la madre destruyera Larissa, Grecia, a donde habían llevado
a sus bebés.
Interesante.
—Samuel fue gravemente herido.
Se me corta la respiración.
—Él no es...
—No —dice—. Todavía no. Le presté a Zeus los médicos que trabajaron en ti.
Lo que significa que ninguna de las virtudes de la Fuerza ganó esa Labor, o
Asclepio lo habría curado.
—Gracias por eso.
Hago una pausa, estudiándolo. No estoy segura de que Hades hubiera hecho eso
por su cuenta. Pero para mí...
No. Idea tonta, Lyra.
Obligo a mi mente a volver a las Labores. Casi no quiero preguntar la siguiente
parte.
—¿Quién ganó?
Por la forma en que duda, no tiene que decirlo. Ya lo sé.
—Diego.
Dioses.
—Su premio es una lanza que se telescópica hasta el tamaño de un bolsillo. —La
voz de Hades suena como si bajara por un túnel.
Cierro los ojos para contener el pánico, empujando la desesperación y la terrible
verdad hacia abajo, donde no puedan hacerme daño. Donde pueda pensar.
Zai ganó uno. Eso le da dos. Y Diego... tres, ahora. A lo sumo, con sólo dos por
jugar, podría empatar por el liderato, y tendría que vencer a Zai para hacerlo.
—¿Qué hacen si hay empate? —Me fuerzo a abrir los ojos en busca de la
respuesta.
—Depende —dice Hades lentamente—. Pero no permiten dos ganadores. Sólo
puede haber un gobernante de los dioses.
Joder.
Quiero gritar la palabra. Gritarle a la injusticia. Sólo... gritar.
No. Cierro mi mano libre en un puño sobre mi regazo. Hay demasiado en juego, y
no tengo tiempo para regodearme o perder los nervios. Tengo que pensar.
—Tengo que intentarlo de todas formas. Un empate sigue siendo una oportunidad.
El ceño fruncido de Hades podría arrancar el hormigón de las barras de refuerzo.
—Apenas puedes sentarte.
Le respondo con el ceño fruncido.
—Entonces será mejor que vuelvas al Olimpo y me compres unos días más. Lo
estoy haciendo.
Se pasa una mano por el cabello, se levanta de la silla y se aleja de mí. Incluso sus
hombros rígidos parecen estar considerando todas las formas de conseguir que no lo
haga.
—No me hagas hacerte sufrir más —dice con una voz que nunca le había oído
antes.
¿No lo ve? Si no lo hago, me odiaré.
—Hades. —Digo su nombre en voz baja, y su espalda se pone aún más rígida,
como si estuviera a punto de estallar—. Por favor. Tengo que hacerlo.
—Joder —murmura. Se lleva las manos a las caderas, echa la cabeza hacia
delante y sube y baja los hombros—. Bien. Iré a hablar con ellos.
C
uando tienes todas las de perder, empiezas a inventar la mierda que hará que
te maten.
Eso es lo que haremos esta noche. En cualquier momento, de hecho.
Moiras, por favor, pónganse de nuestro lado y dejen que esto funcione.
Tenemos que ser muy cuidadosos en cómo hacemos esto para evitar la regla de
“no interferir” de Hades. Así que, a petición mía, Hades trae... invitados... a su casa.
Caronte se cayó de culo cuando Hades se lo dijo. Cómo pueden ir y venir del Inframundo
sin una marca similar a la que Hades me dio, no lo sé, y no pregunto. Pero en lo que
respecta a los demás, esta es una fiesta de “hurra, estoy mejor, vamos a ponernos al día
con lo que me perdí” para todos los campeones.
Dado el tamaño de la casa de Hades aquí abajo, se podría pensar que el
entretenimiento es común. “Mansión” realmente no lo cubre. “Castillo” está más cerca.
Los médicos fantasmas que me atienden en la comisión me han animado a caminar
mucho, y así he explorado.
A estas alturas, estoy segura de que sólo he recorrido el cincuenta por ciento del
terreno, y he catalogado al menos trece dormitorios, dos comedores, uno formal y otro
informal bajo una claraboya. Hay un sauna, una sala de masajes, la biblioteca a la que me
llevó por primera vez tras la muerte de Boone, que avergüenza a la de la Bestia de los
cuentos de hadas, tres salas de estar interiores separadas y al menos otras tres
exteriores: una en la azotea, donde estoy ahora, otra junto a la piscina y otra en un jardín
que me ha robado el aliento. Dos cocinas en el interior -una para uso personal de Hades
y otra enorme para el personal que sirve aquí- y una cocina en el exterior. Piscina cubierta
y gimnasio, estanque al aire libre, pero también una piscina exterior que es más bien una
serie de piscinas incorporadas al exuberante paisaje que gira y serpentea de
característica única en característica, con puentes, grutas, e incluso una con cabañas en
islas rodeadas de agua.
Chúpate esa, Olimpo.
Eso es lo que grita la casa de Hades en el Inframundo.
Los otros campeones se llevarán una sorpresa cuando lleguen. Casi sonrío al
imaginarme sus reacciones. La opulencia y el lujo están a la vista y a la vez son discretos.
Igual que su ático, es ecléctico. Una mezcla de elementos de todo el mundo.
Pero lo que es diferente es la sensación de vida. Las habitaciones y la decoración
no son intocables, incómodas o llamativas. Todos los espacios son... acogedores. Quiero
meterme en cada rincón y simplemente disfrutar: leer, echar una siesta, ver la tele,
planear un atraco.
Hades está ahí conmigo en cada una de esas fantasías. Parece que no puedo
conseguir que eso pare.
Estoy esperando en el salón de la azotea. Desde aquí, tengo una vista de
trescientos sesenta grados de la montaña en la que está construida la casa y de las tierras
que hay más allá, con sus etéreas colinas, campos y ríos cubiertos por un techo de cueva
tan alto que bien podría ser el cielo. Aquí hay una especie de día y noche, imitando al
Supramundo, pero los colores son más vibrantes. Especialmente por la noche.
Suspiro mientras contemplo el paisaje por última vez.
Mañana, volvemos al Olimpo para la undécima Labor. Hades nos consiguió el
tiempo. Los Daemones ayudaron, volviendo a bajar para inspeccionarme y acordar que
los desafíos finales deberían esperar a que todos los campeones que aún viven
participen.
Hades no me ha dicho nada más sobre las tres Labores que me perdí, a pesar de
que lo molesto sin parar; una mala señal de que no me gustará lo que oiga, pero no
importa. Lo averiguaré esta noche.
Una brisa me despeina y me acaricia la piel.
Hay brisa en el Inframundo. Me había imaginado un viento abrasador que
acompañara a los campos ardientes, pero no aquí en Erebos, la Tierra de las Sombras.
Aquí, la brisa es fresca y perfecta.
Llevo un vestido de verano, de todas las cosas, en un alegre amarillo. No tengo ni
idea de cómo supo Hades que siempre había querido uno. Los novatos llevamos ropa
utilitaria o para integrarnos en el entorno en el que trabajamos, pero no podemos
quedárnosla. Y nunca llegué a ese nivel de todos modos.
Contemplo las vistas y vuelvo a suspirar porque creo que podría quedarme aquí
para siempre y no echar de menos ningún otro lugar. Pero tal vez eso tenga algo que ver
con el dios que llama a este hogar.
Siento a Hades antes de oírlo o verlo acercarse a mí en la barandilla. No por sus
emociones. No las he vuelto a sentir en los días que me ha dado para descansar y
recuperarme.
Pero ahora hay tensión.
Como si se hubiera tendido un fino alambre entre él y yo, y si nos acercamos
demasiado... las chispas recorren ese alambre y ambos corremos el riesgo de
achicharrarnos. Así que nos hemos estado moviendo alrededor del otro con cuidado.
No nos tocamos.
No miramos ni nos quedamos mirando.
No compartimos una habitación a solas más de unos minutos.
No rompemos los muros invisibles del espacio personal, como burbujas de cristal
a nuestro alrededor.
No insinuamos. Ni nos burlamos. Ni tentamos.
Y gracias a todas esas normas tácitas de “no debes...” ardo de necesidad no
satisfecha.
—¿Sigues decidida a seguir con esto? —pregunta.
Todas nuestras discusiones desde que dejé de dormir todo el tiempo se han
centrado en la estrategia. Cómo ganar el Crisol.
—Sí. —Para Boone. Para mí. Para Hades, también.
—¡Lyra! —El grito de Meike nos hace volvernos para encontrarnos con ella, Zai,
Trinica y Amir subiendo las escaleras que llevan a la azotea.
No tengo que mirar, porque ya siento que Hades ha desaparecido. No debería
estar aquí con los campeones. Con ninguno de ellos. No para lo que tengo en mente.
Con pasos apresurados, Meike corre hacia mí y me abraza.
—Gracias a los dioses —dice—. Pensábamos... —Hace una mueca y se retira.
—Gracias a Hades, porque él es la razón por la que sigo viva.
Mira a su alrededor como si fuera a encontrarlo aquí.
Para entonces, Zai se ha unido a nosotros, dándome también un abrazo.
—No sabíamos lo que te había pasado.
—Te pondré al corriente.
Trinica se queda atrás, observando con cautela, con Amir a su lado. No es que yo
haya estado presente en la mayoría de las Labores en las que se han aliado oficialmente
con nosotros.
—Me alegro de que los cuatro se hayan tenido el uno al otro mientras he estado
fuera —digo.
—Te hemos echado de menos —dice Amir, ofreciéndome una sonrisa infantil.
Trinica se limita a asentir, pero ha perdido la cautela.
Los conduzco a uno de los grandes sofás exteriores que rodean una hoguera.
—No tenemos mucho tiempo para hablar —les digo—. Los demás llegarán en
unos quince minutos.
Zai se inclina un poco hacia atrás.
—¿Otros?
—He invitado a todos los campeones.
Los cuatro intercambian miradas.
Meike frunce el ceño.
—No parece una buena idea. —Y normalmente ella es la optimista.
Me río a medias, pero no puedo evitar poner mala cara.
—Sí, todos. Incluso Dex. Por algo será. —Aprieto las manos en el regazo para no
juguetear—. No tenemos mucho tiempo, así que se los explicaré sin rodeos. ¿De
acuerdo?
Asienten.
Miro detrás de ellos hacia las escaleras y empiezo a hablar rápido. Les hablo de
Boone. De cómo Hades puede convertirlo en dios, pero sólo si yo gano y él se convierte
en rey.
—¿Por qué nos lo dices? —pregunta Zai lentamente, mente estratégica en el
trabajo. Puedo ver en sus ojos que ya está rastreando hacia dónde me dirijo.
Ahora hay un poco de distancia entre nosotros. Entre todos nosotros. No es
palpable ni malo, sólo... está ahí. No estoy segura si es porque han sobrevivido a tres
Labores más sin mí, o por otra cosa.
—Porque voy a proponer algo a todo el grupo de campeones, pero ustedes son
mis aliados más cercanos. Así que quería decírselos primero.
El movimiento en las escaleras me hace mirarlas de nuevo. Los cinco nos ponemos
en pie mientras Jackie, primero, y los demás, después, se dirigen hacia donde estamos.
No Hades. Ni Caronte. Ni otros dioses o diosas.
Sólo nosotros.
A
l llegar, la mayoría de los campeones miran a su alrededor con la boca abierta
y yo sonrío mientras les doy la oportunidad de asimilar el entorno. Por
supuesto, sí, sus reacciones son incluso mejores de lo que imaginaba. Es casi
como si ésta fuera mi casa y me enorgullezco de mostrarla.
Explosión y azufre, Lyra. Contrólate y empieza.
—Gracias por venir —les digo.
—¿De qué demonios va esto, Keres? —exige Dex.
Supongo que su bendición de presciencia sólo se aplica a las Labores. Aunque
tenía razón cuando le dijo a Boone que puede que no gane pero sigue aquí.
—Por favor, siéntate. Te prometo que te lo contaré todo. Después de eso, puedes
volver al Olimpo a pesar de todo.
—¿Independientemente de qué? —Jackie es la que pregunta despacio,
escrutando mi cara no con sospecha sino con preocupación.
Todos nos sentamos, unos más a regañadientes que otros. Le doy un codazo a
Zai.
—Felicidades, por cierto.
Me lanza una sonrisa un poco escasa.
—¿Qué constelación hizo Hera? —pregunto.
Todos miran a Dae, que inclina la cabeza hacia atrás como si pudiera ver las
estrellas. No puede -o no las mismas estrellas, aunque yo distingo formas en los puntos
brillantes que resplandecen en el techo-, así que baja lentamente la mirada.
—Se llama halmeoni —dice. Eso no es inglés, y no creo que sea griego. Levanto
las cejas a modo de pregunta.
—Abuela —dice en voz baja—. En coreano.
¿Por él? Mi garganta se cierra alrededor de un dolor. Quizá Hera no era tan dura
de corazón como parecía.
Dae me mira, y en sus ojos veo comprensión. Una especie de herida mutua. Ambos
perdimos a las personas que más amamos.
—Tal vez te dé una para Boone también —dice. Incluso sonríe un poco, bondad
en sus ojos—. Podría llamarlo el ladrón.
Le devuelvo la sonrisa y dejo de mirar mis manos, que ahora están enredadas en
mi regazo.
—Creo que le encantaría.
Echo un vistazo a los demás.
—¿Dónde está...? —Casi no quiero preguntar—. ¿Samuel?
Meike me toma de la mano.
—¿Qué te dijeron?
Miro de una cara a otra.
—Me hablaron de cada partido y de quién ganó. Y sobre... Neve. ¿Murió en los
Campos del Olvido?
—Es una forma de decirlo —murmura Dex en tono sombrío.
Frunzo el ceño, y Jackie dice:
—Llevaba la armadura como protección, después de la última Labor de campo,
dijo, y cuando se perdió y llegaron las tormentas, atrajo los rayos. —Tuvo que parar y
tragar saliva.
—Horripilante —dice Trinica, con cara de piedra—. Fue espantoso.
Echo un vistazo a los demás. Ahora que puedo mirar más de cerca, es más obvio.
Todos están conmocionados. Es la única forma de describirlo. Como si les hubieran
lanzado lo peor y hubieran salido diferentes del otro lado.
—Oh dioses. Lo siento mucho.
—Era una zorra competitiva —dice Dae con fiereza, y luego sus labios se dibujan
en una sonrisa amarga—. Pero era nuestra perra.
Dex mira hacia otro lado. Rima también.
Dae me estudia.
—Nora quedó devastada cuando se anunció la muerte de Neve en el Supramundo.
Vuelvo a mirar hacia mi regazo, intentando no reproducir la imagen de Boone
alejándose de mí.
—Artemisa me llevó hasta ella para que pudiera hablar con ella —dice, y yo levanto
la cabeza—. Cuéntale los detalles de cómo sucedió.
Me gusta más Dae por haber hecho eso. Artemis, también, para el caso.
—¿Y Samuel? —pregunto de nuevo—. Él no es...
—Todavía está vivo. —Dex es el que habla—. Apenas. Intentaba contener a la
madre mientras los demás devolvíamos a los bebés. Resulta que esa banda de metal que
llevaba alrededor de la muñeca era Aegis, el escudo. La usó para protegerse, y se atascó
en la boca de cola de serpiente de la madre quimera. No pudo quitársela. La cabeza de
león... —Dex hace una mueca—. Le arrancó la mano.
Se me revuelve el estómago. He visto videos de lo que los leones hacen a sus
presas.
Es entonces cuando me doy cuenta de que, mientras los demás están visiblemente
alterados, Diego está sentado y sonríe.
Zai debe haber captado mis pensamientos, porque le da un codazo a Diego, que
frunce el ceño, primero confundido y luego frustrado. Apenas ha hablado esta noche.
Quizá porque no sólo ha sobrevivido, sino que ahora va a la cabeza.
—Lo siento, Lyra —dice—. Mi premio por ganar la Labor de Deméter hace que no
sienta dolor, físico pero tampoco mental. Incluida la pena.
Oh. No tengo ni idea de qué decir a eso.
—De todos modos —dice Dae—, Samuel todavía se está curando.
—Me alegro. Es un buen hombre. —Miro a Diego. Sé que él también lo es, a pesar
de esa marca.
—¿Es el carril de la memoria la razón por la que nos arrastraste hasta aquí? —
exige Dex con dureza—. Para que pudieras ponerte al día con todas las cosas por las que
hemos pasado mientras te tomabas un descanso...
Me levanto el vestido, sin preocuparme de enseñarles mi ropa interior, y él palidece
al verlo, el resto de su acusación se esfuma.
Styx dejó sus marcas en mí. Curó mi carne, pero el sólido patrón negro en forma
de telaraña está grabado en mí para que todos lo vean. Por delante y por detrás.
—No eran los únicos que luchaban por seguir vivos. —Le sostengo la mirada hasta
que la desvía.
—Dioses, Lyra. —Zai se remueve en su asiento.
Rima cruza las manos en su regazo.
—Entonces, ¿por qué nos pediste que viniéramos?
Me bajo el vestido, alisándolo sobre las rodillas. Ahora viene la parte difícil.
—Tengo una historia que contar, y luego una... propuesta que hacerles a todos.
Dex se pone en pie.
—Si crees que vamos a aliarnos...
Levanto una mano, cortándole el paso.
—Esa no es la propuesta.
D
igo lo que tengo que decir y me quedo en la azotea mientras los demás
campeones regresan al Olimpo. Cuando se han marchado, me dejo caer en
uno de los cómodos sofás y subo las rodillas hasta el pecho, rodeándolas con
los brazos y con la mirada perdida en Erebos.
Un escalofrío me recorre la espalda.
No por la brisa que me despeina. Aquí es perfecto. Sino porque no sé si acabo de
entregar a mis enemigos un arma contra mí... o no.
Les di hasta mañana para que pensaran en mi propuesta.
—¿Cómo lo tomaron?
Doy un pequeño respingo al oír la voz de Hades, pero no giro la cabeza.
—Difícil de decir.
Da la vuelta para sentarse en la otomana acolchada frente a mí, con los codos
apoyados en las rodillas.
—¿Les dijiste que juraría sobre el río Estigia cumplir mi parte?
Asiento.
Su parte. Todo esto fue idea mía, o los Daemones estarían aquí destrozándolo.
Me prometió que si gano y lo nombran Rey de los Dioses, se asegurará de que
todos los que perecieron en el Crisol puedan elegir. Se les puede dar un hogar en el
Elíseo o, si lo eligen, traerlos de vuelta del Inframundo con Boone. Esto se aplica a Neve
e Isabel, así como a la abuela de Dae y a cualquier otra persona que pueda morir antes
de que todo esto termine.
Si gano las próximas dos Labores. Si también lo hago rey del Supramundo.
Ser rey de ambos le dará el poder de cruzar almas entre mundos.
—Ahora conozco el otro don de Dae —le digo—. Lo usó. Ese colgante en una
cadena alrededor de su cuello es la Linterna de Diógenes.
Hades guarda silencio un momento, pensativo.
—Así que todos saben que decías la verdad.
—Sí.
—Entonces serían tontos si no aceptaran tu oferta. —Junta las manos—. Todos
ellos ganan de esta manera.
Me encojo de hombros.
—Mortales.
Lo que hace que sus labios se muevan. Últimamente lo hace más. Sonríe. Mi
corazón se eleva un poco al verlo.
—Qué tontos son —murmura. Shakespeare, creo. No es mi mejor tema.
Apoyo la barbilla en las rodillas.
—Los dioses no son mucho mejores.
—No te lo voy a discutir.
Baja la mirada y mira al suelo, con el mechón de cabello cayéndole sobre la frente.
Tengo tantas ganas de echárselo hacia atrás, pero eso sería romper una de nuestras
reglas tácitas de “no hacemos eso”.
—Quiero enseñarte algo. —Levanta la vista, estudiando mi cara.
—De acuerdo.
Canturrea -no divertido, más bien sorprendido- y sacude un poco la cabeza.
—¿Qué?
—Tan... confiada.
—Ya te he dicho que confío en ti. ¿Por qué te sorprendes?
—Supongo que no estoy acostumbrado a que me lo diga mucha gente. —Se
endereza lentamente y algo en su rostro se vuelve cauteloso. Luego se sacude y se pone
de pie, ofreciéndome una mano—. Vamos.
Miro fijamente esa mano, el calor recorre mi cuerpo hasta instalarse en mi pecho.
Tocar. Eso rompe las reglas tácitas.
Gruñe impaciente y me obligo a ponerme de pie y a poner mi mano en la suya.
Intento no emitir ningún sonido que delate lo bien que sienta ese simple punto de
contacto.
Una conexión.
Mi vista y mi oído se apagan, pero vuelven a encenderse más rápido de lo normal,
y me encuentro en un lugar aún más hermoso que Erebos.
—Eliseo —susurro. No tiene que decírmelo. Es así de obvio.
Esta parte del Inframundo también se llama la Isla de los Bienaventurados, el lugar
reservado a las almas más meritorias, las heroicas, las puras, las bondadosas. Los
campeones, ahora, con suerte, no importa cuando mueran. Aunque algunos de ellos
serían... adiciones interesantes.
Este lugar está más allá del tiempo, más allá de la medida y más allá de cualquier
palabra que alguien como yo pueda imaginar. Incluso los poetas tendrían dificultades.
—¿Quieres ver más? —pregunta.
—¿Está bien?
Devuelve el brillo de sus ojos.
—Sí. Creo que lo encontrarás interesante. Eliseo es, para cada alma, su lugar
perfecto.
—¿Cómo?
—Porque yo lo permito. —Es todo un misterio arrogante de nuevo—. Ven. Te
mostraré.
De repente nos encontramos en playas de arena blanca, mirando hacia aguas
azules cristalinas, y hay una casa de cristal que se adentra en el océano. Luego estamos
en una ciudad. París, creo. Brilla un poco de color rosa en la luz del atardecer.
—Algunos ven sus hogares desde el Ultramundo. Algunos ven las partes más
puras de lo que su imaginación puede crear.
Salimos de París y lo que veo a continuación me hace reír a carcajadas.
—Vaya —susurro.
Sonríe, con los hoyuelos a la vista. Y ahora me cuesta respirar bien, porque en
este momento es completamente él mismo. Quien estaba destinado a ser: el Rey del
Inframundo que siente verdadera compasión por las almas a su cuidado. Que me permita
verlo así...
—Es una recreación del juego Candy Land —dice—. A la niña que vive aquí le
gusta mucho ese juego.
Todavía un poco aturdida y reacia a apartar la mirada de la franqueza de su rostro,
me obligo a volver a mirar hacia el paisaje. Cuando era niña no jugaba a juegos de mesa
(ajedrez o nada para los novatos), pero lo he visto. Era una de esas cosas que imaginaba
hacer con amigos algún día, cuando aún me molestaba en imaginar cosas así. En esta
versión viva, veo el Bosque de la Menta con lo que supongo que es el Castillo del Regaliz
a lo lejos.
Apuesto a que el Paso de la Gominola es algo.
Asiente.
—¿Puedo ver cómo sería para mí?
Hades suspira.
—La visión de un mortal sobre su lugar ideal cambia a lo largo de su vida. Sólo se
solidifica cuando su alma llega al Elíseo.
—Oh. —Hubiera estado bien saberlo—. ¿Eres capaz de ver lo que podría ser si
muero ahora?
—No... —Su garganta trabaja alrededor de un trago—. No pienses en morir
todavía, ¿eh?
Le ofrezco una sonrisa tranquilizadora.
—No pienso hacerlo.
—Bien.
—¿Y tú? —pregunto a continuación—. ¿Tienes un lugar perfecto? Quiero decir,
siendo ya un dios y todo eso.
Mira las tierras y se encoge de hombros.
—Veo muchas cosas.
No estoy del todo segura de que sea una respuesta.
Echo un último y largo vistazo y me vuelvo hacia él.
—¿Por qué me enseñas esto?
—Porque tanto si los campeones aceptan la propuesta como si no, esta será su
casa al final, independientemente de si mueren en el Crisol o en la vejez mortal. Y haré
que eso sea cierto para todos los campeones con carácter retroactivo y en adelante. Te
lo prometo, Lyra. Y... —Gira la cabeza y mira hacia Eliseo, con la mandíbula ligeramente
apretada—. Si no ganas ninguno de las dos próximas... quería que vieras que Boone
estará bien.
Bien. Estará bien. Más que bien. En su propia versión del paraíso. Al igual que los
demás.
—¿Y sus seres queridos? —pregunto—. No deberían estar solos aquí.
—También puedo arreglarlo. —La diversión se filtra en su voz.
—¿Pueden las almas de aquí interactuar entre sí?
Hades hace una especie de pausa.
—Sí.
—¿Cómo, si están en sus propias versiones del paraíso?
—Si alguien tiene un paraíso parecido o igual. Aquí hay familias enteras juntas.
Amantes, amigos.
¿Pero sólo si es el mismo paraíso? Así que puede que nunca vuelva a ver la cara
de Boone, y él lo sabe. Lo sabía cuando me visitó como su yo espectral.
—Tú y Perséfone hicieron de este lugar lo más increíble que he visto —digo, aun
mirando hacia afuera—. Y tan solitario. —Eso me dice mucho de ambos.
Hades se queda quieto a mi lado. ¿He herido sus sentimientos? ¿Lo he ofendido?
—¿Qué ves? —vuelvo a preguntar.
Sus hombros se relajan ligeramente.
—Quizás te lo enseñe algún día.
Pero hoy no. No tiene que decirlo.
—¿Podemos volver? —pregunto.
—Por supuesto. —Inmediatamente, parpadeamos y, cuando llegamos a su casa,
estamos de pie en el jardín, cerca de una de las grutas. La pequeña cascada que oculta
la gruta llena la noche con un suave gorgoteo. Siempre me ha gustado el sonido del agua
corriente.
Miro hacia las luces de la casa. ¿Por qué nos ha traído aquí en vez de allí?
—Pensé que ver a Eliseo te haría sentir mejor. —Está escudriñando mi cara, o el
lado de ella que puede ver.
—Así es. —Puede que no llegue a verlo nunca más, pero Boone estará bien de
cualquier manera. Eso lo hace... más fácil. Frunzo el ceño—. ¿Y si Boone no quiere irse
de allí?
Es el paraíso, después de todo. Y está más que a salvo. Está bien cuidado. ¿Por
qué querría volver a nuestro mundo?
—Le pregunté.
—Tú... le preguntaste. —Girando lentamente, miro fijamente a Hades. Sé que estoy
repitiendo sus palabras, pero no tienen sentido.
Hades me suelta los dedos y se mete las manos en los bolsillos, y me doy cuenta
de que se supone que es un movimiento casual. Pero no lo es.
—Cuando te lo traje mientras estabas enferma, le pregunté si quería quedarse en
Eliseo o ganar la inmortalidad como dios si esa opción llegaba a ser posible.
Le preguntó. Hades le preguntó a Boone, que no le cae muy bien, qué quería. Le
ofreció convertirlo en un dios inmortal si quería, si podía.
—¿Por qué lo preguntas?
Un encogimiento de hombros.
—Ningún alma debería verse obligada a algo que no quiere o no se ha ganado.
Sobre todo si tiene consecuencias permanentes. —Desvía la mirada con un murmullo—
: Después de tanto tiempo, lo aprendí por las malas.
¿Está hablando de... mí?
Todavía estoy colgado en el hecho de que le preguntó a Boone en absoluto.
Él preguntó por mí. Y tal vez sea increíblemente engreído suponerlo, y estoy
segura de que lo de no forzar el alma también es una razón, pero lo hizo por mí. A
diferencia de su ayuda para curar a Samuel, esta vez sé que ese pensamiento no es tonto.
Estoy segura de ello. Lo hizo porque yo estaba sufriendo. Y sin embargo, quería
asegurarse de que mi dolor egoísta no anulara lo que Boone elegiría para sí mismo.
Hades sigue intentando hacerse el despreocupado, pero veo cómo se mete las
manos en los bolsillos.
Un terremoto de ternura por este dios sacude mis cimientos.
Olvídate de los “no” tácitos. Estoy a punto de romper cada uno de ellos.
D
oy un paso hacia Hades, justo en su espacio personal que ambos hemos tenido
tanto cuidado de no traspasar, y aplasto las palmas de las manos contra su
pecho. Se pone tan rígido que podría ser una versión fría y tallada en mármol
de sí mismo. Lo ignoro mientras me pongo de puntillas y le doy un beso en la comisura
de los labios.
Se le escapa un pequeño gruñido suave.
Al bajar, no aparto mi mirada de la suya, sosteniendo su mirada, que es todo
cautela pero también vigilancia, captando cada matiz de mí.
—Gracias —susurro—. Por todo eso.
Sin apartar la vista, retrocedo hacia el estanque que hay detrás de mí. Al mismo
tiempo, levanto lentamente mi vestido amarillo por encima de la cabeza y lo dejo caer
sobre el camino de piedra del jardín. No llevo sujetador y el aire perfecto de la noche
acaricia mi piel.
Su mirada se dirige primero a la cicatriz de araña negra de mi costado, y juro que
está enfadado; es infinitesimal, pero la veo. Pero luego, como si no pudiera evitarlo, su
mirada recorre el resto de mi cuerpo con ojos que se vuelven depredadores y
hambrientos, pasando del mercurio al acero.
—¿Qué estás haciendo? —Su voz es baja, cautelosa.
Esos ojos plateados cuentan otra historia. Me devora con la mirada. El calor que
desprende me lame la piel, incluso cuando se mantiene tan ferozmente quieto.
Sonrío.
—Estoy cambiando las reglas de nuestro juego.
Da un brusco paso adelante, saca las manos de los bolsillos y se las lleva a los
costados, con la frustración ondulando en sus facciones.
—Esto no es un juego entre nosotros, Lyra.
Ya estoy en el borde del estanque y me quito las sandalias.
—Lo sé. Por eso voy a cambiar las normas.
Niega con la cabeza.
—Me voy.
Sólo que no se mueve. Ni un centímetro. Ni siquiera desvía la mirada.
Me pongo de espaldas a él, de cara al agua, me quito las bragas y las tiro a un
lado. Mi corazón late tan fuerte contra la jaula de mis costillas que probablemente él
pueda oírlo desde allí. Puedo ser una listilla y una ladrona maldita. Puedo enfrentarme a
los dioses y hacer lo que creo correcto en cualquier momento, aunque las consecuencias
no sean muy grandes para mí. Más de una persona me ha llamado tonta en mi vida.
Pero esto es diferente. Esto es verdadera vulnerabilidad.
No sólo porque estoy expuesta físicamente, sino porque me estoy arriesgando. Le
estoy diciendo en términos inequívocos que si me quiere, soy suya. Olvida la
imposibilidad del futuro. Tomaré lo que pueda conseguir aquí y ahora.
El Crisol me ha enseñado mucho.
Ahora es la elección de Hades. Todavía puede irse, alejarse, rechazar lo que le
ofrezco.
Eso va a doler como un hijo de puta si lo hace.
Pero algunos riesgos merecen las dolorosas consecuencias. Este es uno de ellos.
Miro por encima del hombro y veo que sigue de pie. Observando. Con la mandíbula
apretada y el aspecto de que un fuerte empujón podría destrozarlo. Olvídate de intentar
ligar escandalosamente con él. Esa no soy yo, no soy quien soy. En lugar de eso, le
ofrezco una sonrisa sincera. A diferencia de todos los días de mi vida en la guarida, no
oculto lo que siento.
Lo hice ver mi necesidad. Pero también afecto, ternura y... esperanza.
Y se estremece. Golpe directo.
Un músculo le hace tictac a un lado de la boca. Mi dios de la muerte se está
conteniendo con tanta fuerza. Saberlo me hace sonreír aún más. Al menos no se muestra
fríamente indiferente, como creo que quiere hacerme creer.
—Me ofrezco a ti —le digo. Para que quede bien claro—. Sin tratos. Sin quid pro
quo. Sin expectativas.
Hago una pausa, estudiando todo de él mientras lo asimilo.
—Únete a mí... o no. Tú eliges. —Me doy la vuelta, cerrando los ojos ante la horrible
idea de que podría elegir no hacerlo. Especialmente con la forma en que está luchando
contra esto—. Pero me encantaría que te unieras a mí.
Con eso, me zambullo en el agua.
Como todo lo demás de este lugar, el agua es perfecta, fresca pero no fría, un
torrente de seda contra mi piel mientras nado.
El corazón me late tan deprisa que tengo que subir antes de lo que me gustaría
para respirar un poco más. Trato de hacerme la despreocupada mientras avanzo. No sé
si Hades sigue ahí mirando. Podría haberse dado la vuelta.
Me obligo a no mirar, a nadar perezosamente hacia la entrada de la gruta. Aquí
también es precioso, la piedra natural bañada por el resplandor de las linternas, y lo que
sea que se ilumina como estrellas azules en los techos de las cuevas de Estigia, también
está aquí.
Pero cuando nado, me siento más como si estuviera suspendida sobre el
Inframundo en un santuario flotante privado y fantástico. Y, sin embargo, gloriosa y
desinhibidamente expuesta.
Y Hades no está aquí.
No me siguió.
Me giro por fin para mirar e inmediatamente me desinflo ante la soledad. No hay
nadie detrás de mí, el agua no se agita más allá de lo que yo hago, no hay sonido dentro
de la gruta.
Su respuesta es no.
No me quiere. No lo suficiente.
Respiro hondo, lo que me oprime el pecho, y nado hasta el borde de la gruta,
donde el agua se desborda en otra poza que hay debajo, entumecida. Me alejo todo lo
que puedo de la ladera de la montaña y de él y apoyo los brazos en el saliente rocoso,
apoyando la barbilla en ellos con un suspiro.
Al menos he elegido un lugar bonito y privado para esconder mi dolor y mi
humillación. Lo creas o no, estoy haciendo todo lo que puedo para centrarme en el
segundo sentimiento y tratando por todos los medios de no reconocer la decepción que
está construyendo una especie de peso aplastante alrededor de mi pecho.
He estado solo la mayor parte de mi vida. Estoy bien sola.
Pero esto es diferente.
Esto significaba algo. Algo más que lujuria. ¿Soy tonta por dejar que me afecte
tanto? Probablemente. Todos los mismos argumentos en contra de ceder a esta atracción
siguen ahí. No desaparecieron como polvo en el viento sólo porque él me mostró un
pedacito de lo que es en el fondo, sólo porque mostró cómo me conoce, y me apoyó, y
me protegió, y se castigó por mí.
Y procedí a convertirme en papilla.
—Maldita sea —susurro.
Sin previo aviso, unos brazos fuertes me rodean y un pecho desnudo me aprieta
la espalda. Hades deja caer su frente sobre mi nuca y lo oigo inspirarme. Aún hay
resistencia en él, en la inflexibilidad de su abrazo, en la forma inflexible en que se sostiene.
—Necesito saber que te das cuenta de lo que esto no puede ser... y de lo que sí
puede ser —gruñe.
Una dura advertencia. Una oscura promesa.
I
ncluso con Hades apretado contra mí, incluso con él luchando contra su deseo.
—Dime, para que quede claro —murmuro sin poder evitar sonreír.
Tengo tantas ganas de inclinarme hacia él, la euforia me invade a ráfagas,
pero me obligo a esperar.
—No puedo darte un futuro, Lyra —dice—. No puedo cuidarte como necesitan los
mortales. No está en mí. Pero te quiero.
Duro. Directo. Real. No quiero creer que eso sea todo para él, ni siquiera con mi
maldición, pero me obligo.
—Está suficientemente claro.
Ninguno de los dos se mueve.
—Me diste a elegir —dice, con su aliento rozándome la nuca—. Ahora yo te doy
una.
Cierro los ojos y hago mi propia petición.
—Necesito saber que la única razón por la que estás aquí ahora mismo es porque
me deseas. A mí. Que significo lo suficiente para ti como para que necesites esto incluso
cuando hay tantas razones por las que no deberíamos hacerlo. Incluso cuando mi
maldición no permite más. Incluso cuando esta podría ser la única vez y ninguno de los
dos puede dar nada más allá de esto.
—Te deseo —dice—. Aunque nos esté condenando a los dos con ello.
¿Sigue luchando contra esto? No lo presionaré más de lo que ya lo he hecho. He
hecho mi elección y la he dejado clara.
Tras un tenso momento de silencio, no levanta la cabeza, pero sus brazos se
tensan lentamente, atrayéndome contra su carne, que está lo bastante caliente como
para calentar el agua que nos rodea. Me estrecha el cuerpo contra el suyo y me acaricia
el vientre hasta los suaves rizos de los muslos.
Con el más ligero y frustrante de los roces, envía ese único dedo sobre el punto
que hace zumbar mi cuerpo.
Dejo caer la cabeza contra su hombro en un jadeo, y un relámpago de su emoción
me atraviesa.
Satisfacción y necesidad casi abrumadoras. Y algo más. Una especie de control
determinado.
Desaparece antes de que pueda retenerlo, pero eso sólo hace que lo que está
haciendo con su mano, el grosor de la vara apretada contra mi trasero, sea mucho... más.
Una y otra vez, y oh dioses, una y otra vez, se burla. Hasta que muevo las caderas
para perseguir sus dedos. Hasta que se me corta la respiración. Hasta que levanto los
brazos y los pongo detrás de mí para rodearle el cuello y anclarnos juntos.
Podría haber esperado que esto fuera rápido y duro. Pero tierno y excitante... Dios,
ya me estoy deshaciendo.
Su mano libre me sube por las costillas hasta acariciarme la parte inferior del
pecho antes de subir a acariciármelo, y luego apenas me roza el pezón. Ese roce me
hace vibrar de deseo hasta el punto palpitante donde su otro dedo aún me acaricia.
Entonces ese dedo inquisidor desciende, me separa, se desliza dentro de mí,
probándome, y no podría contener el gemido aunque quisiera. No es que quiera.
Se detiene ahí, con el dedo enterrado en mí. Atormentándome.
—No pares ahora —exijo. Mastica, incluso. Eso es lo que me hace.
Percibo su sonrisa, y entonces me da un beso dulce y reivindicativo en la nuca que
siento como una marca. Me está marcando como suya. Diferente del beso de bendición
en mis labios. No se trata de protección.
—Hay mil razones por las que no deberíamos... Yo no debería... —susurra, esa voz
áspera rozando mis sentidos—. Pero te deseo, Lyra. Te deseo desde hace mucho
tiempo...
Respira estremecido contra mí, todo poder y deseo. Control absoluto y decidido.
Sus dedos se mueven sobre mí, uno burlón, otro deslizándose, provocando un
temblor en mi carne.
—Te quiero como arden las estrellas. —Otro movimiento de esos dedos tortuosos,
de nuevo dentro, pero son sus palabras las que me llevan más alto—. Te deseo de la
misma forma que una tormenta se cierne sobre las montañas para liberarse
violentamente.
Con el dedo aún hundido en mí, roza con el pulgar ese punto que me hace
estremecer. Pero son sus palabras las que se enroscan en mi corazón y lo hacen latir
más deprisa. Es saber que me quiere así -a mí, alguien que ha sido invisible y no deseada
toda mi vida- lo que me hace estremecerme por él. Lloriquear por él.
Anhelarlo.
Sus labios se mueven hasta el punto justo detrás de mi oreja.
—Te deseo de la misma forma que los primeros mortales en el desierto
encontraron su semejante en el otro y... tuvieron hambre.
La última palabra es un ronroneo lleno de promesas que me atrapa tanto que
quiero oír ese sonido durante el resto de mi corta vida mortal.
—Bien —susurro ante sus caricias atormentadoras, luego suelto una mano para
deslizarla detrás de mí, entre nosotros, envolviéndole y apretando, deleitándome con la
forma en que gime contra mi piel—. Entonces nos deseamos del mismo modo.
Nunca había tocado a nadie de esta manera, y sin embargo es tan... natural.
Su tacto en mi mano es de hierro recubierto de seda, y la forma en que palpita...
se lo hice sentir.
Me pregunto... Bombeo mi mano una vez. Dos veces.
La forma en que todo su cuerpo se pone rígido antes de gemir me hace sonreír de
satisfacción.
—Ahora lo que quiero... es que dejes de contenerte.
Se queda quieto. Oigo su respiración agitada, su pecho apretándose contra mí al
mismo tiempo. Sigue luchando por el control. Entonces:
—No quiero hacerte daño. Si pierdo el control...
Lo agarro con más fuerza y me deleito con su gemido.
—Quiero que me rompas, joder.
—Joder, Lyra...
Se libera de mi agarre y aparta sus propias manos de repente, y apenas tengo
tiempo de que se me desinfle el corazón, pensando que va a poner fin a esto, antes de
que me agarre las caderas, con tanta urgencia que sus dedos se clavan con fuerza
mientras me gira para ponerme frente a él, y aspiro al ver sus ojos. Plata líquida fundida.
La visión hace que mi corazón se estremezca, calor y algo más llenando esos
hermosos ojos -demonios, todo su ser- con una luz que hace que cada parte de mí se
caliente.
Tengo un solo latido para asimilar todas esas impresiones antes de que él capture
mi boca en un beso que se convierte en fuego salvaje al primer chispazo de labios contra
labios.
Una inquietud me consume -nos consume a los dos, creo- mientras sus manos
están por todas partes, acariciando cada parte de mí, demorándose cuando me hace
jadear. Se burla de mí sin piedad cuando me hace gemir.
Y con cada nuevo descubrimiento, con la sensación de sus manos sobre mí y él
bajo las mías, ambos nos volvemos más frenéticos. Si sólo tenemos lo poco que él puede
dar, lo que ambos podemos dar, entonces tomo todo lo que puedo y le ofrezco todo a
cambio.
Pero pronto mi energía inquieta no se calma sólo con las manos y la boca.
Quiero más.
—Hades —gimo, le rodeo el cuello con los brazos y prácticamente me arrastro por
su cuerpo hasta rodearle la cintura con las piernas.
Jadeo cuando de repente me saca del agua y me coloca en lo alto del saliente de
roca, que tiene unos treinta centímetros de grosor. Por instinto, miro por encima del
hombro. La caída detrás de mí parece interminable, escarpada y mortal. Me aferro a sus
brazos mientras se me retuerce el estómago y, cuando vuelvo a mirarlo, respiro con
dificultad, con los ojos muy abiertos, sólo para que mi corazón lata aún más deprisa ante
la intensidad de la satisfacción en su rostro.
Y otro rayo de sus emociones me atraviesa.
Fascinación.
—Lo sabía. —Respira las palabras—. El peligro te hace luchar, te hace vivir,
enciende tus sentidos.
Porque me ves.
Creo que siempre ha visto mi verdadero yo. Porque él es un dios, o tal vez el dios
de la muerte, o tal vez esto es sólo lo que Hades es. Él me ve.
De la misma manera que yo lo veo.
Levanta la mano y me agarra por la nuca, acercando mis labios a los suyos, como
si mi respuesta no hiciera más que aumentar su propio deseo. Este beso es duro,
exigente. Me pellizca el labio inferior, lo alivia con la lengua y se retira. Y yo gimo en su
boca e intento volver a bajar hacia él.
Él tiene razón. Incluso ahora, mi cuerpo se siente tan... primitivo. Soy como
nuestras respiraciones mezcladas, como el aire, flotando y volando y viva a su voluntad.
Se aparta bruscamente, con los pómulos enrojecidos.
—Inclínate hacia atrás.
Una orden.
Cuando obedezco inmediatamente, todo el fuego de respuesta que hay en él se
funde en una mirada que es todo calor salvaje y burla perversa y tierna adoración.
Mi corazón tartamudea ante la adoración.
—Agárrate a mí, mi estrella —advierte—. Y no me sueltes.
A
ntes de que pueda adivinar lo que va a hacer, me separa las piernas y baja la
cabeza. Estoy inclinada sobre la caída mientras me aferro a sus brazos, sus
manos me sujetan por la cintura y su boca...
Su boca.
Con esa lengua pecaminosa, me lame el corazón. Toma todas las sensaciones que
hemos ido acumulando juntos y las intensifica, las acelera hasta que mi cuerpo palpita.
Desliza un dedo dentro de mí, luego otro, estirándome, moviéndolos al ritmo de lo que
hace con su boca, con su lengua.
Y oh... dioses...
La explosión de sensaciones me ciega. Sin previo aviso. Exploto con un bang y
grito cuando todo a mi alrededor se retrae con fuerza antes de precipitarse hacia el
exterior. Vuelvo a gritar cuando de repente me levanta de la cornisa y me atrae hacia él.
—Envuelve tus piernas a mi alrededor. Ahora.
Lo hago y, mirándome fijamente a los ojos, me baja hasta que la punta hinchada y
sobresaliente de su polla me presiona donde estoy resbaladiza por el placer que ya me
ha dado. Sigo palpitando. Sus hoyuelos aparecen con toda su fuerza y me dedica una
sonrisa malévola.
Luego me presiona, me estira, me llena.
Hace una pausa. Una vez. Deja que me adapte, que mi cuerpo se asiente. Luego,
como si supiera que estoy preparada, sigue avanzando hasta que está dentro de mí y mi
mundo se estrecha a una nueva realidad. Un lugar donde estamos unidos.
Me entierra la cara en el cuello y respira hondo. Luego levanta la cabeza y vuelve
a reclamar mis labios.
Me besa hasta que no puedo respirar, hasta que respirar parece una necesidad
secundaria de todos modos. Pero entonces siento algo diferente a mi alrededor. Abro los
ojos y veo que ya no estamos en el agua, sino tumbados en una de las camas. Unas
cortinas blancas nos rodean mientras él se acomoda más dentro de mí, su peso sobre mí
no hace más que aumentar la sensación de ser reclamada.
Sus manos, libres para moverse ahora que no tiene que sujetarme, recorren la
parte exterior de mis muslos con pinceladas frenéticas, como si me estuviera pintando,
memorizándome con el tacto.
—Ten cuidado con lo que pides, mi estrella —advierte.
Al oír esas palabras, mi cuerpo se contrae y la ansiedad se agita en mi interior. Un
latido de satisfacción recorre sus facciones antes de que se mueva.
No lento. No burlón. Sin correa.
Si pensaba que ya lo había soltado, esto es algo totalmente distinto. Sus
movimientos son... despiadados. Impulsados. Y desesperados. Me retuerzo debajo de él,
rodeándolo con las piernas para sujetarme. Pero cuanto más pierde el control, más hago
yo lo mismo.
Me pierdo en él. En su tacto. En su fuerza. En cómo me mira a la cara para ver mi
reacción a cada movimiento, a cada caricia.
Cuando le rastrillo las uñas por la espalda, levanta la cabeza con un gruñido de
placer. Una sonrisa que es una advertencia se desliza por su boca, y entonces me agarra
las manos con un apretón despiadado, estirándome los brazos por encima de la cabeza.
Abro mucho los ojos y su risa es casi salvaje.
Luego, todavía dentro de mí, baja la cabeza, se lleva un pezón a la boca y chupa.
Con fuerza. Luego muerde.
Y yo salto a punto de salir de la cama.
Sin embargo, el áspero roce de su lengua contra la sensible punta que viene a
continuación no puedo evitar arquearme más, persiguiendo la sensación. No se detiene
hasta que estoy al borde del precipicio. Es entonces cuando levanta la cabeza.
—¿Qué? —gimo—. Espera. No pares.
Otra sonrisa salvaje, su pelo revuelto sobre la frente, de mis dedos pasándoselo
por encima, me doy cuenta.
—Voy a hacerte esperar y desear, como he hecho todo este tiempo.
Oh. Dios. Dioses.
Se coloca de rodillas, sus manos en mis caderas me levantan, cambiando el
ángulo, y empuja.
Grito, con todos los nervios a flor de piel cuando se echa hacia atrás y vuelve a
empujarme. Más fuerte.
—Joder.
Y eso hace que se lance hacia delante para agarrarse al cabecero. Esforzándose.
Sin apartar la mirada de la mía, mueve las caderas. Rápido. Con fuerza.
De repente, el humo se eleva a nuestro alrededor, el aroma mezclado con el
amargo chocolate negro que es simplemente... él. Por la forma en que sus ojos se
intensifican, sé que este es su poder, pero fuera de su control. El humo se forma en
zarcillos.
Y los zarcillos... me alcanzan.
Me tocan.
Cada parte de mí. Suave y tierno. Un deslizamiento como la seda. Más duro, más
agresivo. Me tocan por todas partes. Como si usar sólo su cuerpo corpóreo no fuera
suficiente. Como si estuviera tan impaciente por explorar cada parte de mí, darme todo
el placer posible, que ésta era la única manera.
No sé si es él o el humo que juega con el punto del pulso en la unión de mis muslos,
pero es como volver a sentir el calor de su boca sobre mí. Suelto gemidos mientras la
sensación aumenta y aumenta, acercándome al éxtasis.
Pero son sus ojos, devorando mis reacciones que no me molesto en ocultarle, los
que realmente me catapultan más alto.
Con todo lo que soy, vuelco en él las sensaciones que está creando en mí. Vierto
mi necesidad en él. Vierto mi corazón en él.
Esta podría ser nuestra única vez, mi único momento así con él. ¿Está pensando
lo mismo? ¿Está decidido a deleitarse en él, y al diablo el mañana y cualquier
consecuencia? El borde de la desesperación me hace querer que sea todo. Para los dos.
Para la mujer que siempre ha anhelado el amor.
Pero también para el dios que está tan solo, gestionando la eternidad de las almas
a su cuidado con más corazón del que ningún otro dios nos ha mostrado a los mortales.
Su tacto, contra mí, dentro de mí y en todas partes, es como fuego que amenaza
tanto con consumir como con renovar, ardiendo a su voluntad.
Como el mismísimo Hades.
—Por favor —susurro contra su boca. Estoy tan ida que ni siquiera sé lo que estoy
pidiendo.
Pero parece que lo sabe.
Ambos nos besamos, cada uno captando con la boca los sonidos de placer del
otro.
Por un pequeño segundo, pienso que esto es demasiado. Demasiado intenso.
Demasiado necesario, como si no fuera a poder respirar sin él después de esto.
Hades se echa hacia atrás, y sus ojos se agrandan con un destello de lo que creo
que podría ser conmoción... y luego sus profundidades grises fundidas empiezan a brillar.
—Lyra...
Una sonrisa curva mis labios. Yo hice eso. Hice que un dios que valora su control
por encima de todo lo demás lo perdiera por completo. Gruñe bajo en el pecho antes de
inclinarse para pellizcarme el cuello; sus caderas no rompen el ritmo hasta que ambos
nos derrumbamos.
El torrente llega entonces y amenaza con aniquilarme, atravesándome y
pasándome por encima, haciéndome caer una y otra y otra vez. Hades me acerca
mientras me sigue en el torrente a gritos. Y juro que llamas con puntas de obsidiana se
elevan en el humo a nuestro alrededor.
El placer nos golpea, pero luego amaina lentamente, arrastrándonos hacia abajo
hasta que somos como náufragos arrojados a la orilla la mañana después de una
tormenta, con las olas golpeándonos suavemente.
Y a medida que el humo se disipa, todo lo demás del mundo se aleja hasta que
deja de existir para mí: el dolor, el miedo, el pasado, el futuro, los dioses y los campeones,
el Supramundo y el Inframundo, el Olimpo.
Todo eso es irrelevante en este momento. En esta fusión incandescente de
cuerpos, mentes, corazones y almas.
Hades me abraza más, hunde su cara en mi pelo y respiramos juntos. Esta vez,
sus emociones, cuando surgen, se derraman dulcemente sobre mí: un placer
incandescente e interminable, un asombro estremecedor y una posesividad que me llega
al alma.
Soy suya. Mi corazón lo reclama mientras nos aferramos el uno al otro. Aunque no
pueda ir más allá de esta noche.
La victoria o la tumba.
La muerte gana de cualquier manera.
D
ecir que caer en un sueño reparador envuelto en los brazos de tu amante en la
ladera de una montaña... para luego despertar solo en tu propia cama fría es
desorientador sería quedarse corto.
No esperaba mimos ni declaraciones de amor eterno. Obviamente. Bueno...
mayormente. Lo que mi corazón secreto quiere -para que lo de anoche haya significado
algo- es una revelación que no sea un rayo. Es suave, como las alas de una mariposa.
Esto es diferente de mi enamoramiento de Boone. Aquello eran los sentimientos
inocentes de una chica solitaria, alguien que simplemente quería una conexión y la suya
era la única cara amable entre la multitud. Pero con Hades... es otra cosa.
Con Hades, sigue siendo una conexión, pero también es protección, ternura y
supervivencia. Es peligro, frustración, y todos sus malditos secretos y confiar en él de
todos modos. Es justicia, respeto y comprensión.
Es ver y ser realmente visto a cambio.
Y tal vez... tal vez podría ser más.
Por eso esta mañana es, como mínimo, chocante. Sí, ambos teníamos claro lo de
anoche, pero esto parece una huida o un abandono. Quiero decir... ¿ni siquiera una nota?
Bien. Beneficio de la duda, me digo. Tal vez Hades quería darme un poco de
privacidad. O está preguntando al personal por mis comidas favoritas para el desayuno.
O le gusta ducharse temprano por la mañana. He decidido que si los dioses comen,
duermen y follan, entonces deben ducharse. Aunque eso de vestirse y peinarse al
instante podría indicar lo contrario.
O sabe que hoy es la próxima Labor y necesito concentrarme.
Excepto que mi cabeza está completamente con Hades. Y no puedo dejar de
hacerlo mientras me ducho y me visto, cosa que hago con más prisa que cuidado, al
menos hasta que reviso mi chaleco. Eso, me tomo mi tiempo para repasarlo con cuidado.
Por suerte, Hades me ha devuelto el hacha de Hefesto. La había dejado clavada en el
tentáculo del autómata de la ventana.
Pero Hades tampoco está en el desayuno. Caronte y Cerbero sí.
Le doy un arañazo en la cabeza a Ber antes de servirme tostadas y té. Seguro que
mi estómago no agradecería más por muchas y muy buenas razones.
Cuando me siento, Caronte me mira el plato.
—Hades entendería que decidieras no hacer esto después de todo —dice casi
despreocupado, metiéndose una rodaja de manzana en la boca y masticando.
—Lo sé.
—Boone también lo entendería.
—Yo también lo sé.
Caronte inhala y exhala audiblemente, el cabello arenoso cayéndole sobre los ojos.
Ha odiado este plan para que yo gane las próximas dos Labores desde el momento en
que se lo contamos. Un gruñido de “que te jodan” fue un indicador bastante claro, que
hizo que Hades lo mirara fríamente. Sólo se calmó cuando le expliqué que era idea mía,
pero Caronte se ha mantenido en contra.
Sonrío.
—Eres un poco como una gallina madre, ¿sabes?
Rus suelta una carcajada que llena la habitación de un fuerte olor a humo. Cer e
incluso Ber se unen cuando Caronte empuja los huevos en su plato con un gruñido.
Entonces Ber se levanta para mirar más allá de mí antes de dar un codazo a las
otras dos cabezas. No necesito mirar. Sabía que Hades estaba allí antes que el perro,
como si mi cuerpo estuviera tan en sintonía con él ahora que podría ser una aplicación
de localización de Hades.
Caronte también mira más allá de mí.
—Dile a Lyra que no haga esto.
También me giro lentamente... para encontrarme con un muro de absoluta
indiferencia.
Mira a través de mí. Bien podría ser una de las almas muertas de aquí abajo, soy
tan invisible en este momento. Y si alguien sabe cómo se siente ser invisible, soy yo.
Sólo que esto es mucho peor.
Como navajas sobre mi piel, dejando mil pequeños cortes.
—Lyra sabe lo que hace y lo que quiere —le dice Hades a Caronte.
—¿Lo haces, Phi? —exige Caronte. Luego se levanta de un salto y la silla choca
con el suelo de piedra con un chirrido de protesta—. No arruines esto sólo porque...
Se interrumpe cuando la expresión de Hades se vuelve completamente
inexpresiva, su voz aburrida cuando habla.
—Ella es asunto mío, no tuyo. Siéntete libre de irte a la mierda.
Me inclino hacia atrás. Puede que no haya pasado mucho tiempo con ellos, pero
no es así como se hablan.
Con el ceño fruncido, Caronte empuja su plato por la mesa y desaparece. Cerbero
resopla a Hades antes de seguirlo, dejándome a solas con él.
Su mandíbula bien podría estar tallada en granito. Después de un segundo, me
mira como si tuviera que forzarse.
—¿Lista?
¿Eso es todo?
¿Eso es todo?
Al diablo con eso. ¿Por qué está siendo tan raro? En lo que a él respecta, tuvimos
sexo fenomenal, consensuado, sin ataduras y eso es todo. Ser un idiota conmigo ahora
no es necesario. Ya entendí la tarea.
—Por supuesto. —Abandono el desayuno sobre la mesa y cruzo la terraza... y
deliberadamente no me detengo hasta que estoy justo delante de él, lo bastante cerca
como para que una respiración profunda roce mis pechos con los suyos. Entonces
levanto una mano en el aire, como si la presionara contra el muro invisible de cristal de
la distancia que ha levantado entre nosotros, más alto y grueso que antes.
Espero.
Espero a que me mire a los ojos y, cuando lo hace, sonrío. Trátame como lo has
hecho antes, le digo con esa sonrisa.
Durante unos brevísimos segundos, su expresión se suaviza y un relámpago de
tierna necesidad me recorre.
Pero en el instante siguiente, todo ha desaparecido, abrasado bajo una
determinación dura como el diamante que no tiene sentido. Aprieta la palma de su mano
contra la mía y desaparecemos. Cuando volvemos a parpadear, estamos en el patio
delantero de su residencia en el Olimpo. Pero él no da un paso atrás. Y no baja su mano.
Nos quedamos ahí, muy juntos, palma contra palma, y miro fijamente a unos ojos
que me muestran un mero atisbo de la batalla que se libra en su interior. Una batalla que
va mucho más allá de la locura de que un dios y un mortal se involucren.
¿Qué demonios le pasa?
Abro la boca para preguntar, pero su mirada se eleva por encima de mi cabeza y
la máscara familiar del cerrado y melancólico dios de la muerte se desliza en su lugar.
—¿Has venido a hablar con Lyra? —pregunta.
Miro por encima del hombro, rompiendo la conexión de nuestras manos y
sintiendo como si Átropos cortara la línea de nuestros destinos en ese instante.
Pero no puedo dejar que nada de eso se vea porque Rima está de pie justo dentro
de la puerta, mirando.
Rima. Ninguno de los otros. Ni siquiera mis aliados.
—Sí —dice, mirando entre Hades y yo.
—Buena suerte en la próxima Labor —me dice, con la mirada dirigida a mi frente,
antes de alejarse.
Miro al suelo, toda concentrada en el sonido de sus pies que se alejan cada vez
más. Oigo un pequeño clic: la puerta de la casa se abre. Luego una pausa.
—No te mueras, Lyra —dice en voz baja.
Después de lo que casi parece una súplica, el chasquido de la puerta al cerrarse
tras él me parece extrañamente definitivo, y no puedo contener el estremecimiento.
Rima se acerca y me obligo a mirarla. Concentrarme en ella. Mira entre la puerta
y yo, como si temiera que, si se acerca demasiado, Hades reaparezca y la castigue por
interrumpirnos. El miedo en sus ojos es inconfundible e imposible de ignorar.
—No te hará daño —le aseguro.
Su mirada, unos ojos castaños casi consumidos por el negro de sus pupilas, se
posa en mí. Mueve la cabeza y no sé si rechaza lo que he dicho o algo más.
—Estoy aquí para decirte que todos discutimos tu propuesta.
Me lo imaginaba. También me doy cuenta por su expresión de que la respuesta no
me gustará.
Una nueva pesadez se une al peso que ha ido creciendo lentamente desde el
momento en que me desperté sola esta mañana.
Sin embargo, este peso es diferente: está hecho de culpa, decepción y
desesperación.
—¿La respuesta es no? —pregunto, y mi voz amenaza con quebrarse, pero la
controlo.
—Así es.
—¿Todos ustedes? —¿Mis aliados no quisieron venir a decírmelo ellos mismos?
No pregunto sobre eso. Mostraría debilidad.
—También correcto.
Mis pulmones sueltan todo su aire y mis hombros se redondean mientras mi
corazón se encoge.
—¿Te importa si te pregunto por qué?
Su espalda se endereza.
—Zai quería dar esta noticia él mismo. Pero insistí en ser yo quien se lo dijera. Por
mi culpa.
Frunzo el ceño.
—¿Tú? ¿Por qué? Es un buen trato para todos.
—Mi bendición de Apolo es el regalo... —dice la última palabra con una rebaba
dudosa en su voz—. De profecía.
Vaya.
Y... ¿está bien?
—No veo cómo...
—El problema es que no puedo controlar el don. Él elige qué mostrarme. —Hace
una mueca—. Esto no ha sido útil a lo largo de las Labores porque mi don me muestra lo
mismo... sólo una visión... una y otra vez.
El pavor rezuma a través de mí como agua estancada en un pantano.
—¿Qué te muestra?
—Hades como Rey de los Dioses.
—Sé que no quieres eso —digo despacio—, pero no hay nada que temer. Es
bueno...
—En mi visión, está furioso... y quemando el mundo. —Lo dice crudamente, con
un temblor en la voz que se hace visible en sus manos, su cara se vuelve pálida y algo
verdosa. Su miedo es tan intenso que no puede contenerlo—. Y nadie, ni los mortales, ni
los dioses griegos, ni ningún otro dios, puede detenerlo.
El amor no termina aquí...
—B
ienvenidos a su undécimo desafío, campeones.
Atenea se alza ante nosotros, bella y sin embargo marcial con un
traje blanco con hombreras que envidiarían las fashionistas de los años
ochenta. Su sonrisa es más aterradora que tranquilizadora. Sinceramente,
Atenea me parece jodidamente intimidante. No puedo decir que volver al Crisol en su
ronda fuera lo que yo habría elegido. La de Hera con lo de las estrellas y las
constelaciones sin duda habría sido mejor.
Los otros campeones me miraron con recelo cuando llegué, Samuel incluido. Se
balancea un poco y está ceniciento, pero en pie. No hay ninguna banda dorada alrededor
de su única muñeca buena que yo haya visto.
Los saludé a todos con la cabeza, esperando que comprendieran por qué no
podían aceptar mi oferta. Mis aliados, sin embargo... se disculparon, y tuve que quedarme
allí en silencio enviando mentales “lo siento” a Boone, incluso mientras aseguraba a mi
equipo que lo entendía.
Cosa que hago. De verdad que sí. Pero ahora tengo que ganarles en esta labor,
porque aún voy a intentar ganar. Lo cual espero que entiendan.
Al menos ahora están a mi lado, lo cual ya es algo.
—Todos creen que Ares es el dios sanguinario —dice Atenea.
Entonces cierra el puño, lo mueve en el aire, y una lanza aparece en su mano,
golpeando el suelo de piedra con un tintineo metálico. Inmediatamente, su traje blanco
se convierte en una armadura, la misma que llevaba el día en que los campeones tuvimos
que ganarnos nuestros regalos.
Parece que fue hace eones. Toda una vida vivida entre entonces y ahora.
En su coraza de plata crece un olivo con una serpiente enroscada en el tronco. Su
yelmo es la cabeza de un búho, con los cuernos formando tajos sobre la frente, y plumas
surgen de la parte superior y posterior en un tocado de guerrera.
Su rostro está pintado con runas y glifos de un blanco resplandeciente. Sostiene
una simple lanza en una mano, y alrededor de su cuello cuelga un colgante. Supongo
que es una imagen del Gorgoneion como protección. Se sabe que lo lleva.
La diosa del conocimiento y de la guerra está ante nosotros.
Los cuatro daemones, situados en cada esquina de la plataforma, se arrodillan
inmediatamente, con la cabeza inclinada y los puños sobre el pecho.
—Levántate —dice.
¿No se suponía que eran neutrales para los Labores? ¿Jueces? No puedo decir
que me encanta este pequeño juego. Por la forma en que los otros campeones se
mueven, estoy segura de que están pensando lo mismo.
Atenea chasquea los dedos y todos nuestros dioses aparecen a nuestro lado.
Hades pone su mano en mi hombro y parpadeamos. Cuando volvemos a parpadear, ya
no estamos en el Olimpo. Antes de que pueda respirar, Hades se ha ido de nuevo.
Es entonces cuando el rugido de la multitud me golpea como una ola helada que
se eleva sobre mi cabeza y me obliga a sumergirme.
Trato de no retroceder mientras asimilo dónde estamos.
En el Coliseo romano, solo que no como cualquier foto que he visto de las ruinas.
Estamos de pie sobre un podio construido en las gradas donde supongo que se
sentaban los Césares de antaño con su familia y aduladores, y a nuestro alrededor se
alzan los vestigios del edificio original. Las zonas en las que la roca se ha erosionado y
desmoronado están ahora reformadas o rellenadas por... vidrio opaco.
Toda la estructura se ha reconstruido así, formando asientos de estadio y
completando las paredes con sus puertas y ventanas arqueadas, y un tejado redondeado,
todo de vidrio esmerilado, supongo que para bloquear los ojos mortales y dejar que se
filtre la luz del sol.
El lugar está abarrotado.
Las gradas están repletas, pero no de mortales. En cambio, parece que todos los
inmortales del antiguo mundo griego, dioses, semidioses, ninfas, sátiros y demás, están
aquí para presenciarlo en persona. Me parecen un nido de víboras, listas para enroscarse,
estrangular y atacar. Como si estuviéramos en un partido de fútbol, los inmortales gritan
nuestros nombres. Algunos llevan pancartas animando a su campeón favorito.
No veo ni una sola con mi nombre o la mariposa de Hades.
En el cielo ondean banderas turquesas con el símbolo de Atenea, un búho, pero
aquí se la conoce por su nombre romano: Minerva. Sus banderas se intercalan con las
de los demás dioses olímpicos y sus nombres romanos: Júpiter, Neptuno, Juno, Venus,
Mercurio, Apolo, Diana, Marte, Vulcano, Baco y Ceres. Incluso una única bandera negra
para mi dios, Plutón.
Me sorprende que a Atenea se le permita celebrar esto aquí. Los mortales sabrán
que algo está pasando. ¿O tal vez desde el exterior está encantado para parecer y sonar
igual que de costumbre?
Ahora mismo tienes mayores preocupaciones, Lyra.
El suelo del Coliseo, también de cristal pero completamente transparente, nos
permite ver los túneles que hay debajo, donde se encerraba a los gladiadores y
prisioneros antes de sus juicios y combates en la parte superior. Las columnas de roca
también están rellenas de cristal, formando una superficie plana aquí en el nivel del
estadio pero permitiéndome ver lo que parecen varios niveles de pisos que descienden
hacia los fosos que juntos crean...
Un laberinto.
En varios niveles.
¡Puedo hacer esto! He crecido viviendo en un laberinto: los túneles bajo mi ciudad.
Pasé mi infancia explorando todas sus partes.
Esto sí puedo hacerlo.
Esto, ¡puedo ganarlo!
—¡No! —El grito viene de Trinica. El horror tuerce sus facciones mientras se aleja
de algo detrás de mí tan rápido, que choca contra Zai y ambos tropiezan. Pero eso nos
hace mirar al resto, y tengo que taparme la boca con una mano para no vomitar la tostada
y el té.
Allí, en las espigas, están las cabezas de los campeones que hemos perdido, la
piel cetrina, los ojos nublados por la muerte y las bocas abiertas como si estuvieran
gritando.
Neve. Isabel. Pero también la abuela de Dae... y Boone.
Sus ojos fríos y muertos me miran fijamente.
—Es una ilusión —dice Jackie.
Lo sabe porque ve más allá de las ilusiones y los espejismos. Lo descubrí porque,
al parecer, lo utilizó más abiertamente durante la Labor de Hera, ya que Deimos y Fobos
no tuvieron ningún efecto sobre ella.
Miro las cabezas con repulsión. Una ilusión, como muchos de los horrores que
hemos sufrido, pero el efecto no es menos real. Como el fuego del dragón. Sé que Atenea
está jugando mentalmente con este movimiento. Lo sé, pero no puedo permitirlo.
Especialmente cuando Rima alcanza silenciosamente la mano temblorosa de Dae.
Me abalanzo sobre Atenea con un gruñido que enorgullecería a Hades.
—Eres un monstruo.
El estadio entero jadea y, lo juro, retrocede como uno solo. Porque lo saben. Esa
afirmación debería hacer que me maldijeran de una forma para la que solo los dioses y
las diosas tienen talento.
—¡Mátenla! —grita un inmortal con un vil sentido de la justicia desde la multitud
ahora silenciosa.
—¿Qué le pasa a Dex? —Oigo murmurar a Jackie a mi derecha.
A su lado, Dex se pone de puntillas y murmura:
—Mátala, mátala —con voz cantarina, hasta que Rima le da un codazo.
Nadie más responde a la llamada.
Atenea se limita a sonreír.
—Tanto la guerra como el conocimiento son realidades duras, duramente
ganadas, que los mortales no parecen capaces de digerir. Y, sin embargo, siguen
existiendo. Inevitables, ineludibles y tan necesarias como respirar.
—No tiene por qué ser así —argumento. Ya me he fastidiado, ¿qué más da?—.
Sólo los monstruos, los demonios, los ignorantes y los demonios hacen que el mundo sea
así.
Inclina ligeramente la barbilla, con ojos de oro fundido.
—Llámame monstruo una vez más, pequeña mortal.
Estoy segura de que “ignorante” es lo que más le molestó.
Consigo mantener la boca cerrada, pero no dejo de mirarla, con las manos
enroscándose y desenroscándose a los lados.
Su sonrisa se vuelve petulante. Una burla.
Una que me hace dar mentalmente un paso atrás. ¿Quiere que la desafíe? Mierda,
creo que sí. Quiere que le dé una razón para castigarme que los Daemones no puedan
decir que es interferencia. Lo que no quiere es que yo compita. Por eso Boone está ahí
arriba.
Dex debe haberle contado el trato que le ofrecí... y el motivo.
Sabía que sería la maldita filtración. ¿Hizo algún tipo de trato con ella? Él es,
después de todo, su campeón.
Cuando no digo ni hago nada más, hace un mohín de decepción antes de pasar
junto a mí y los demás hacia el primero de los pinchos, donde agarra un cuenco grande,
transparente y cubierto, lleno de arañas. Le quita la tapa y lo coloca bajo la cabeza de
Boone, recogiendo la sangre que gotea como si acabara de morir hace unos minutos.
La repulsión es una bofetada en la cara cuando las arañas empiezan a crecer
inmediatamente. Atenea las arroja al laberinto de cristal que hay debajo de nosotros,
donde se escabullen, cada vez más grandes.
—Ooh, bonito —dice Dex, todavía con esa extraña voz.
Lo miro a la cara, con los ojos oscuros brillantes de fervor. ¿Qué le pasa?
Atenea sigue a las arañas con un cuenco de escorpiones cultivados con la sangre
de Neve, luego un cuenco de hormigas bala cultivadas con la sangre de Isabel y, por
último, un nido de avispones con la sangre de la abuela de Dae.
Todas estas criaturas entran en el laberinto de cristal.
Atenea no pierde el tiempo con largas explicaciones.
—Salgan si pueden. No pueden usar ningún tipo de reliquia para no recorrer el
laberinto, solo para sobrevivir a él. Si no pueden encontrar la salida en una hora... —
Señala un enorme reloj digital que marca sesenta minutos—. Entonces los dejarán ahí
abajo para que se asfixien o para que los coman los bichos. El primer campeón gana.
C
on un chasquido de dedos de Atenea, ya no estoy en la plataforma. Estoy en el
pozo de cristal y roca, probablemente en el fondo, porque el suelo es arenoso
y cruje bajo mis zapatos. El aire es pesado, inmóvil. Al menos parece que aquí
hay aire, aunque Atenea dijo “asfixiarse” así que supongo que no durará mucho.
Los vítores de la multitud son más bien un leve zumbido de fondo. Sobre todo,
oigo el sonido de mi propia respiración. Ninguno de los otros campeones está cerca de
mí, que yo sepa. Y no puedo usar mis perlas para salir más rápido. Estoy segura de que
Atenea añadió esa regla sólo para mí.
Un ruido como de pies corriendo —no, es más como de pies revoloteando sobre
arena y rocas— pasa zumbando. Quizá en el próximo túnel, porque aquí no hay nada
conmigo. Todavía.
Al oír otro revoloteo en lo alto, levanto la vista y veo al menos diez bichos diferentes
arrastrándose por los niveles superiores, con sus numerosas patas chasqueando contra
los suelos de cristal. Frunzo el ceño y miro la parte inferior del laberinto, justo encima de
mi cabeza. Ese cristal parece rayado. ¿Para que corramos más fácilmente? ¿O para los
bichos?
Una salpicadura de sustancia viscosa amarilla me hace retroceder justo a tiempo
para ver la parte inferior de los pies de Zai, que pasa corriendo con el Arpa de Perseo
agarrada entre sus nudillos blancos.
Muévete, Lyra. Ya está intentando ganar. Ya ha subido de nivel.
Odio tener que pensar así.
¿Derecha o izquierda? Elijo la derecha, y a poco de entrar, el camino se convierte
en sombras mientras se retuerce y gira bajo el estadio, hasta que la luz queda bloqueada
por completo. Me he adentrado unos diez pasos en la oscuridad total, guiándome por el
tacto, cuando llegan ellas.
Arañas.
Salen de la oscuridad.
Que es cuando me encuentro con una telaraña. Ya han tendido una trampa que
cubre todo el ancho del túnel. Consigo tragarme mi grito de sorpresa, pero al tocar la
telaraña se ponen en marcha. Con un golpeteo y una especie de chirrido extraño que me
recuerda a mi tarántula, me cubren de arañas del tamaño de mis puños.
No puedo ver, pero están sobre mí.
Gracias, Orden de Ladrones, por el tortuoso entrenamiento que hace que los
bichos no me molesten. Vi el tipo de arañas que usaba Atenea. Nada mortal. Con este
tamaño, será doloroso si pican, probablemente, pero mi carne no se pudrirá.
Con los ojos y la boca cerrados, conteniendo la respiración, formo con las manos
unas cuchillas planas de dedos planos y las deslizo a lo largo de los brazos, para
quitármelas de encima. Una repentina punzada de dolor en el cuello me hace estremecer,
y doy gracias a los dioses de que no sea la Labor de Artemisa con el miedo, el dolor y la
confusión que me invaden, porque eso sería peor.
Me obligo a moverme con cuidado y me deshago también de esa araña. Pero una
segunda picadura, menos dolorosa, me atraviesa el tobillo a través del pantalón.
Frunzo el ceño. No deberían picarme. No estoy siendo antagonista. No me sacudo,
no grito, no me muevo ni las aplasto. No son arañas agresivas.
Retrocedo mientras las sigo apartando. Otra picadura en mi cadera. Y siguen
llegando. Cada vez más. Esto es un ataque.
Casi como si estuviera planeado.
Mi ritmo cardíaco se dispara, la adrenalina golpea mi sangre, y tengo que controlar
mi respiración porque están en mi cara. Retrocedo más rápido.
Sigo intentando no actuar agresivamente hacia ellas, pero me pican de nuevo y sé
que eso no funciona. Así que cruzo la mano sobre el pecho y, de un violento manotazo,
arrojo de mis brazos tantas como puedo. Al mismo tiempo, me doy la vuelta y corro,
estremeciéndome y golpeándome durante todo el camino.
De vuelta a la luz del sol, más allá de ella, y en la oscuridad al otro lado. Aunque
no tan mal. Al menos puedo ver por dónde voy.
Los chirridos y chasquidos de los colmillos de las arañas y el resbalar de sus patas
sobre el cristal detrás de mí es el sonido más espeluznante. No dejo de correr, ni siquiera
cuando dos más me pican en las piernas. Los pequeños aullidos que emito rebotan en el
cristal. Con las manos en alto, golpeo a más arañas mientras corro por los pasillos, sin
importarme dónde. Vuelta tras vuelta. Y siguen siguiéndome.
Esto no funciona.
Al tirar de mi manga, despierto al zorro y a la pantera, que saltan de mi carne,
haciéndose reales para correr conmigo.
—¡Ayuda!
Es entonces cuando la tarántula hace algo que parece como si se arrastrara por
debajo de mi carne, lo que, teniendo en cuenta lo que tengo entre manos, casi me hace
perder la cabeza. Pero miro hacia abajo y la encuentro saludándome frenéticamente.
Quiere ser liberada. Por supuesto, ¿cómo olvidar el desafío de Afrodita?
La toco, y ella brota de mi cuerpo. Sólo que esta vez crece más allá del tamaño
normal de su especie. El zumbido detrás de mí se detiene, el silencio es palpable. Lo
suficiente como para que me detenga y me gire para ver cómo mi tarántula, ahora lo
bastante grande como para ocupar la mayor parte del túnel, se enfrenta a al menos treinta
arañas de distintos tamaños, desde mi puño hasta el de un perro grande. No están en las
paredes del túnel, solo en el suelo, pero lo cubren con un mar de negros y marrones que
se mueve y se retuerce, con todos sus ojos fijos en mi tarántula.
Mueve las patas más pequeñas que tiene cerca de la boca y vibra. Algunas de las
otras arañas también se mueven, como si se saludaran. Algunas se raspan las patas entre
sí, haciendo un ruido rasposo. Otras chasquean o chirrían, y hay una vibración en el aire
que puedo sentir. Me recorre el cuerpo en ondas invisibles.
Se están comunicando.
No tengo ni idea de lo que les dice mi tarántula, pero al final se escabullen en otra
dirección. Ella se encoge un poco para poder girar en el túnel y mirarme.
—Les he prometido que no matarás a ninguna araña en este laberinto. —Su voz
es extraña, como arañazos y zumbidos al mismo tiempo, pero puedo entenderla—. A
cambio, las arañas no te atacarán.
Todavía me escuecen y sangran algunos puntos, y es probable que empiece a
picarme y a hincharme, dado el tamaño de las picaduras. Asiento con la cabeza.
—Te doy mi palabra.
—Con los otros bichos de aquí abajo no puedo ayudar.
—Gracias. —Le ofrezco mi brazo, y ella regresa.
Ahora tengo que averiguar qué es lo siguiente. Espero que mi carrera sin rumbo
no me haya hecho perderme o adentrarme más en los túneles.
—Por favor, ayúdenme a encontrar la salida —les digo al zorro y a la pantera—.
Cuidado con los bichos.
No dudan y se alejan por el túnel. Yo los sigo al trote. Rápidamente llegamos a una
T en el laberinto.
—Vamos. —Señalo en direcciones opuestas.
Luego espero allí. Cierro los ojos para obligar a mi corazón acelerado y a mis
pensamientos a ralentizarse y concentrarse. Para centrarme en mis sentidos. Para ignorar
las picaduras de araña. El aire a la derecha es más fresco y un poco más dulce. Apenas.
Un traqueteo de patas que se acercan a mí me eriza el vello de la nuca, y giro justo
cuando una hormiga bala arremete contra mí.
C
on un gruñido, la pantera salta por encima de mi cabeza, apenas evitando el
techo de cristal, y cae encima de la hormiga bala. La poderosa mandíbula del
felino se hunde en la parte posterior de su cráneo blindado con un crujido
nauseabundo.
Hacha en mano, dejo caer los brazos a los lados en una especie de realización
anticlimática. ¿Mis animales pueden luchar por mí además de dirigirme? Hades no dijo
nada al respecto, pero debería haberlo adivinado. Muy útil.
Mi pantera sale con una sustancia viscosa y verdosa alrededor del hocico, que
escupe dándose zarpazos en la cara.
Por encima de mí, Samuel pasa corriendo, mirando de cerca un disco de cobre de
algún tipo en sus manos. Hades dijo que ganó el Labor de Hefesto. El premio era una
brújula que siempre señala el camino a seguir. Muy parecido al espejo de Meike.
Con un graznido, mi pantera pasa corriendo junto a mí en la dirección que tomó el
zorro.
La sigo, hacha en mano.
Nos cruzamos con el zorro que vuelve hacia nosotros y se da la vuelta para correr
en la misma dirección.
Corremos hasta llegar a otra T, un camino que lleva hacia arriba, el otro en el
mismo nivel. Hacemos lo mismo, para estar seguros, pero esta parece obvia.
Efectivamente, el zorro vuelve primero, y nos dirigimos hacia arriba, tras la pantera.
Salimos al segundo nivel. Éste es todo de cristal, situado entre el laberinto de
piedra bajo mis pies y el nivel superior. La luz del sol disipa las sombras aquí... y puedo
ver bichos por todas partes, corriendo de un lado a otro. También veo a varios de los
otros campeones, y cuando miro hacia arriba, veo caras en la multitud inmortal llenas de
sed de sangre y fascinación, sus vítores se oyen incluso aquí abajo.
Bloqueo todo eso y me centro solo en lo que tengo delante. Resuelvo un problema,
luego el siguiente. Y a cada segundo, espero oír la voz de Hades ofreciéndome consejo.
O tal vez su mariposa mostrándome el camino.
Pero no.
Me encuentro en otra encrucijada cuando un golpe en el cristal me hace girar, con
el corazón latiéndome con más fuerza, agazapada y lista para defenderme. Pero
encuentro a Trinica bajo mis pies.
Caigo de rodillas mientras ella me mira fijamente.
—¿Por dónde? —Su voz es un poco confusa a través del suelo.
Debido a los túneles transparentes, es imposible saber si he estado antes en esa
sección. Señalo.
—Por ahí, creo. Pero no estoy segura.
Es fácil desviarse aquí con el cristal.
Frunce el ceño y se lleva las manos a las caderas.
—¿No estás segura? ¿O no me ayudas ahora que necesitas ganar?
La miro.
—No dejaría de ayudarte.
Después de un segundo, se mira los zapatos y vuelve a mirarme.
—De acuerdo. Te creo.
No estoy segura de que lo haga.
—Puedes hacerlo. El camino que debes seguir siempre es un poco más fresco y
huele más dulce. Es sutil —le digo.
—Sutil. Genial.
Apoyo la palma de la mano en el cristal.
—Te veré fuera.
Es entonces cuando una malvada cola con aguijón sale de las sombras detrás de
ella.
—¡Escorpión! —grito.
Inmediatamente, se levanta, usando guanteletes en las muñecas y los tobillos para
trepar por las paredes hasta el techo con aparente facilidad. Su regalo de Hefesto,
supongo. El escorpión pasa por debajo de ella e intenta trepar tras ella, pero resbala en
las paredes lisas. Tampoco puede alcanzarla con su cola.
Trinica, colgada boca abajo, me sonríe.
—Gracias a los dioses, esos y las arañas no pueden trepar por el cristal... o las
arañas no sin telarañas, al menos. —Hace una mueca—. Los avispones y las hormigas,
sin embargo...
Dándose por vencido, el escorpión sigue avanzando y Trinica cae al suelo. Hace
un gesto con la mano y sale corriendo en otra dirección.
Es entonces cuando una sensación parecida a la de ser disparada con una pistola
a bocajarro, como si una bala de metal destrozara mi carne, me golpea en el muslo antes
de que mi pantera lleve la bala hormiga lejos de mí.
Ya de rodillas, me agarro la pierna y me balanceo hacia delante y hacia atrás
mientras intento respirar entre la agonía.
—Joder —murmuro—. No estaban bromeando cuando nombraron a esas cosas.
El bicho muere en segundos, pero yo muero más lentamente aquí. Espero ver
sangre saliendo de mí, pero no es así. Porque no era una bala de verdad, solo un aguijón
del tamaño de mi pulgar.
La pantera se acerca y me echa una ojeada, como si lamentara no haberla cogido
antes, pero un segundo cadáver a mi izquierda, todavía humeante, me dice por qué: un
avispón con el aguijón como un cuchillo que sobresale de su abdomen amarillo y negro.
Ni siquiera lo había oído venir.
—Gracias —digo apretando los dientes.
El dolor no remite. Sigue latiendo con cada latido, palpitante. Pero no puedo
quedarme aquí sentada.
—¿Lyra?
Levanto la cabeza y, entre lágrimas, miro a Dae, que está al otro lado del túnel.
Nada nos separa.
Oh dioses. Es aquí.
Va a matarme mientras estoy aquí tumbada con tanto dolor que no puedo correr
ni luchar. Agarro mi hacha, que se me ha caído antes al suelo, y la sostengo por encima
de la cabeza, lista para lanzarla. Apunto a su hombro, intento no matarlo.
Sin embargo, Dae mira con recelo a mi pantera, que ha curvado los labios para
enseñarle los dientes de depredador.
—Si les dices a tus animales que me dejen pasar —dice despacio—, te daré el
pétalo que le quité a Amir durante la Labor de Artemisa.
¿Pétalo? ¿Es eso lo que Amir estaba comiendo en ese depósito de chatarra? ¿Qué
hace? ¿Cura? Espera... si tenía eso, ¿por qué Amir no se lo ofreció a Meike durante la
Labor de Dionisio? O tal vez lo hizo mientras yo estaba fuera ayudando a los demás.
No es una pregunta que necesite responder ahora. Miro fijamente a Dae. ¿Lo dice
en serio?
Me mira y luego vuelve a la pantera.
—Para Boone —dice—. Porque me gustaría poder ayudarlo.
Me quedo mirándolo otro largo segundo, pero es un trato que vale la pena aceptar.
—No le hagan daño —les digo a mis animales—. Déjenlo pasar.
Dae sigue siendo cauteloso al pasar junto a nosotros, pero deja caer un pétalo
blanco en mi regazo al pasar.
—Cómetelo todo —me dice.
Asiento con la cabeza y me lo meto en la boca.
—Gira a la derecha en la T —le digo—. Ya lo hemos comprobado. Contaré hasta
sesenta antes de seguir.
Me encuentro con su mirada austera y evaluadora, y asiente. Un reconocimiento,
creo, de que así es como deben jugarse estos partidos. Al menos por parte de los
campeones.
Los efectos del pétalo son inmediatos, pero no curativos como había pensado. Es
más como una inyección de adrenalina directa al corazón con un toque añadido de
invencibilidad. No estoy segura de necesitar esa parte. El exceso de confianza tiende a
matar a la gente, según mi experiencia. Después de esperar el tiempo prometido, vuelvo
a bajar por el laberinto con las piernas como nuevas, o al menos ya no siento el dolor.
Gracias, Dae.
No sé cuánto tiempo llevamos aquí abajo ni cuántas veces he subido y bajado
niveles, el número de giros y vueltas, pero confío en mis animales. Cada vez con más
frecuencia, paso junto a cadáveres de bichos en lugar de insectos vivos.
No es hasta que irrumpo en el nivel superior y el rugido de la multitud hace
retumbar el cristal como un trueno que sé que estoy cerca. Estoy tan cerca que puedo
saborearlo.
Sólo una victoria más cerca. Por favor, Moiras.
Primero me tomo un tiempo precioso para mirar el reloj de Atenea: quedan quince
minutos. ¿He tardado cuarenta y cinco en llegar hasta aquí? Miro a mi alrededor,
intentando orientarme. Aquí arriba es más fácil ver los distintos túneles, pero el cristal
sigue dificultando la orientación.
—Mueve el culo, Lyra —me digo.
Y volvemos a correr. Dos T más, y estoy esperando en la segunda, que creo que
debe de estar en el punto muerto de este nivel, cuando oigo unos pies que vienen hacia
mí, golpeando el suelo de cristal de mi jaula laberíntica. Me giro, con el hacha preparada,
pero no encuentro nada. El golpeteo de esos pasos sigue.
El horror me invade como los bichos de esta Labor.
Esto solo podría ser posiblemente dos personas. Diego, con el Anillo de Gyges que
ganó en la primera Labor, pero estoy bastante segura de que se identificaría y, como Dae,
simplemente pediría pasar. Lo que deja solo una persona.
Dex.
Joder.
E
n lugar de buscar a Dex cuando sé que no lo veré, miro fijamente hacia abajo,
al suelo de cristal que me muestra las entrañas del laberinto bajo mis pies, y
me concentro en el sonido de sus pasos. Más cerca. Respira con dificultad.
Ahora.
Me agacho y ruedo, y la cadencia de sus pasos tropieza al tener que saltar. Me
acerco, con el hacha por delante, porque ahora sé más o menos dónde está. La pantera
y el zorro gruñen y aúllan, porque lo perciben, lo huelen, lo oyen, pero no lo ven.
—No me obligues a hacer algo de lo que ambos nos arrepintamos —le advierto.
—Vas a perder. —Sigue sonando raro. Entonces se ríe como un niño y se va por
donde ya iba, con el golpeteo de sus pies cada vez más silencioso.
Trago saliva con fuerza, dejando que el miedo que estaba conteniendo me invada
y luego retroceda. Dioses, ha estado cerca. Dudo que hubiera podido matarlo antes de
que él me matara a mí, pero el engaño ha funcionado, así que qué más da. Me enderezo
y miro en su dirección.
Mis animales me dan zarpazos para que siga y nos ponemos en marcha. Espero
que Dex no esté al acecho. Tres vueltas más, y el aire se vuelve aún más dulce.
¿Estoy cerca del final? Ya casi llego. Sin Dex, hasta ahora.
Llego a otra T, y volvemos a hacer lo nuestro.
De pie en un punto mientras espero a que vuelvan mis animales, me muevo de un
pie a otro en un baile impaciente, ansiosa por salir de esta jaula, cuando un nuevo rugido
de la multitud golpea el cristal. Este rugido tiene un timbre diferente. Giro y vislumbro un
uniforme color vino y el cabello castaño oscuro y luego el destello de la luz del sol en un
espejo.
Meike.
No.
La verdad me golpea tan fuerte que levanto una mano sobre el corazón como si
pudiera protegerlo del impacto. No sirve de nada, y me inclino hacia delante, con las
manos sobre las rodillas, cerrando los ojos contra la realidad.
Meike ganó la Labor.
Ella ganó, yo perdí, y eso es todo. No hay forma de atar a Diego. No hay forma de
liberar a Boone. Hades no puede ser rey. Mantengo mi maldición.
Se acabó el juego.
Aspiro, tratando de respirar alrededor de la muerte de la esperanza que he estado
cargando desde que Boone murió y Hades dijo que podía hacerlo inmortal.
—¿Lyra? —Es la voz de Zai desde mi izquierda.
Me quedo donde estoy, observando a Meike saludar a la multitud, intentando
recordar que me alegro por ella.
—¿Qué ha pasado? —Ahora está más cerca.
Giro la cabeza lentamente. Trinica está con él. El Harpe de Perseo, en la mano de
Zai, está cubierto de tripas de bicho amarillas y verdes, pero ambos están vivos.
—Meike ganó. —Intento que suene positivo, pero me sale mal. Dioses, soy una
amiga terrible.
Un repentino grito retumba no sólo a través de las paredes de cristal, sino también
en mi túnel, y me incorporo a tiempo para ver cómo Meike es levantada del suelo por
nada. Sus manos rodean algo invisible y sus pies patalean en el aire mientras lucha. Con
una mano, Dex se quita el yelmo, mostrándose a la multitud.
Trinica me adelanta con un grito de desafío, lanzando maldiciones como bombas
mientras corre. Hacha en mano, corro tras ella por los últimos pasillos del laberinto, con
Zai pisándome los talones.
Mis animales ni siquiera tienen que mostrarnos el camino. No dejamos de correr
mientras damos las tres últimas vueltas.
Cuando salimos del laberinto, el ruido nos golpea como un muro sólido.
Quizá por eso Dex no nos oye correr hacia él, pero con un grito que envidiaría una
banshee, me lanzo sobre su espalda. Suelta a Meike y se desboca debajo de mí. Me
esfuerzo para aguantar y no dejar caer mi hacha. No hay más sonidos. No más gritos. El
único ruido que sale de mí son gruñidos de esfuerzo mientras me aferro a su forma
agitada.
Vagamente, soy consciente de que Zai intenta ponerle la zancadilla mientras él y
Trinica bailan a nuestro alrededor. Pero Dex se agita y patalea contra ellos y me araña,
intentando sacarme de encima, y no podemos hacer que se detenga. Es entonces cuando
rueda y me golpea contra el suelo de cristal con la fuerza de su cuerpo.
Cuando me pongo en pie, también lo hace Dex. Se levanta con el asesinato en los
ojos, solo para recibir una patada en las pelotas de Trinica que lo hace caer de rodillas,
doblado por un gemido. Gracias a los dioses. Tal vez eso lo frene. Los tres dejamos de
luchar, tomando aliento.
El tiempo suficiente para que se abalance sobre Meike, que sigue tendida en el
suelo. Luego vuelve a ponerse en pie, sujetándola por el cuello con una mano. Con los
ojos desorbitados, su cara se pone morada.
Lanzo el hacha, no para matarlo, sino para detenerlo. Gira y golpea de lleno,
hundiéndose en su hombro con un golpe justo donde yo quería. Pero, para nuestra
incredulidad, no lo detiene. Ni siquiera lo frena. Sin dejar de sostener a Meike con una
mano, la arranca de un tirón, la arroja lejos y repiquetea contra el cristal.
Luego la empuja hacia abajo y hacia dentro y le tuerce bruscamente el cuello con
ambas manos. Oigo el crujido, incluso por encima de los gritos de la multitud. Peor aún,
lo siento en mis propios huesos. Lo siento en el corazón cuando su cuerpo se queda
instantáneamente inerte antes de caer en un revoltijo de miembros.
Muerta.
Caigo de rodillas mientras él levanta las manos y grita un carnal rugido de triunfo.
Ahora es el ganado. Más allá de donde está, veo a Atenea en la plataforma, y está
sonriendo.
Hasta que el estruendo de respuesta de los inmortales en las gradas amenaza con
romper el cristal bajo nosotros.
Buuuu.
Lo están abucheando.
Porque es Meike, me doy cuenta.
Debería haber venido a por mí, no por ella. No la más dulce y gentil de nosotros.
Dejé ir a Dex.
Solo unos minutos antes de esto en el laberinto. No luché contra él. No traté de
matarlo. Lo dejé ir, y ahora...
Los inmortales que observan la escena se abalanzan unos sobre otros. Supongo
que solo los Daemones impiden que le hagan algo a Dex, que está de pie en el techo de
cristal del laberinto, en el centro de todo el estadio, con las manos colgando a los lados,
el asombro congelado en sus facciones mientras la multitud lo golpea con sus gritos de
justicia y sangre.
Dex gira la cabeza, mira a Meike y creo que pronuncia su nombre mientras frunce
el ceño, confundido. Entonces levanta la mirada más allá de ella y se posa en mí, y la furia
salvaje que se apodera de sus facciones hace que el terror se apodere de mí.
—Oh, joder —creo que dice Trinica.
Y entonces está encima de mí tan rápido que ni siquiera tengo la oportunidad de
ponerme en pie. Al igual que con Meike, me levanta por el cuello, su agarre es tan fuerte
que los puntos bailan ante mis ojos. Lo araño, golpeo con los pies en el aire. Pero es
demasiado fuerte. Intento soltarme con una mano y alcanzar mi chaleco, pero me sacude
con tanta violencia que no puedo agarrar ninguna de las cremalleras.
Trinica se lanza sobre su espalda. Ni siquiera parece frenarlo.
Y la violencia de sus ojos es como si estuviera poseído.
Capto un destello de Zai, que corre más cerca y clava su espada en la pierna de
Dex. Pero no lo detiene, es como si ni siquiera fuera humano.
Entonces, Dex me acerca a su cara.
—Hora de morir, Keres.
Trinica salta de repente hacia Dex desde un lado. Golpea tan fuerte que él tropieza
con los tres.
Directo a la espada de Zai.
Oigo cómo se desliza al entrar en su cuerpo, siento cómo recibe el impacto.
Sujetándome en el aire, Dex se balancea un segundo antes de que los tres caigamos al
suelo con un ruido sordo. Le arranco las manos del cuello y me escabullo hacia atrás, por
si aún está enloquecido.
Pero ya se ha ido.
La espada de Zai debe haber golpeado algo vital, porque la vida ya se ha drenado
de la cara de Dex.
Me doy la vuelta a cuatro patas, la reacción me revuelve el estómago. Me dan
arcadas, pero consigo no vomitar.
—¿Lyra? —Oigo la voz de Zai. Suena... pequeño.
Controlándome, miro por encima del hombro y lo veo de pie, no muy lejos, con el
Harpe de Perseo ahora flácido en su mano, mientras mira con horror a Dex. Entonces
empieza a sacudir la cabeza. Con fuerza. Luego más fuerte. Y todo su cuerpo empieza a
temblar.
No puedo ver cómo se desmorona.
Una parte de mí espera que Hades aparezca y me lleve, como hizo cuando murió
Boone, pero no lo hace. Levanto la cabeza, lo busco, pero ni siquiera está entre los demás
dioses y diosas, que están sentados en la plataforma con las espigas con las cabezas de
nuestros muertos.
Los dioses están, todos ellos, de pie. Mi mirada se posa en Atenea.
La sangre de Hades aún está dentro de mí, aún forma parte de mí. Tal vez la ira
que me desgarra al verla sea él. No me importa.
Me levanto de un salto y señalo a Dex.
—¿Qué has hecho? ¿Drogarlo? ¿Maldecirlo para que hoy sea más agresivo? —le
grito—. Bueno, ahora está muerto, y eso es el puto karma, monstruo. —Dex era su
campeón—. No serás reina de los dioses ahora, ¿verdad?
Los cuatro daemones, que aún permanecen en sus puestos en las cuatro esquinas
de la plataforma donde vigilan los dioses y diosas, extienden de repente sus alas con
aguda precisión militarista.
Es entonces cuando Caronte aparece delante de mí y me lleva, pataleando y
gritando.
E
n cuanto parpadeamos de nuevo, soy vagamente consciente de que Caronte y
yo estamos en el Olimpo de Hades, pero no mucho más que eso. La furia
todavía me está comiendo viva. Furia porque Dex mató a Meike. La furia de que
alguien llegó a él y lo alteró de alguna manera. Que no pudimos detenerlo. Que nuestras
manos fueron forzadas. Furia porque Atenea puso esas cabezas en picos. Furia por todo
el Crisol maldito.
La emoción me quema, abrasándome por dentro como ácido y veneno,
volviéndome rancia. Tanto que me agito en los brazos de Caronte.
—¡Esa zorra tiene que pagar! Todos lo tienen que hacer.
Caronte me rodea con sus brazos de tal forma que no puedo moverme.
—Tranquilízate —me dice.
—Vete a la mierda.
Meike.
Dioses, la más bondadosa. Siempre sonriente. Todo por la aventura.
—Cálmate, Lyra. —Hay tantas órdenes en esas palabras que, a pesar de la rabia
que aún me recorre a borbotones, lo hago.
Me quedo inmóvil.
Caronte no me suelta mientras estoy aquí respirando fuerte como un toro listo para
embestir.
—¿Vas a arrancar de nuevo si te suelto?
Aprieto los dientes pero, al cabo de un rato, sacudo la cabeza. Una vez.
—Ya estoy tranquila.
Se toma un momento antes de aflojar un poco los brazos. Cuando no vuelvo a
agitarme, me suelta y retrocede. No me giro para mirarlo.
Tampoco vuelvo a montar en cólera.
La ira me ha abandonado por algo mucho peor. La pena. Por Meike, claro que por
Meike. Por Rafe, el pobre sobrino de Dex, que echará de menos al tío al que adora como
a un héroe. Para la hermana de Dex, que perdió al hermano que intentaba ayudarla en la
enfermedad. Por Zai, que llevará consigo la muerte de Dex, junto con la de Isabel, el resto
de su vida. Por Trinica, que lo está consolando sin mí.
Por mí.
—Hades te envió en vez de traerme él mismo. —Las palabras que dirijo a Caronte
no son una pregunta.
—No pudo ir en ese momento.
¿No pudo? Yo estaba luchando por mi vida, y él no pudo... ¿Qué estaba haciendo
que era tan malditamente importante?
—¿Siquiera miró?
—Fue... llamado.
¿Llamado?
—¿Por quién?
—No lo diría. —Hay un filo en esas palabras. ¿Hades está alejando a Caronte de
la misma forma que a mí?
No. Eso no tiene sentido.
Mi mirada patina junto a él y sale por la ventana a su espalda, contemplando el
resplandor del Olimpo bajo el sol. Todo me resulta tan llamativo ahora, después del
Inframundo.
—No habría ido si no fuera importante, Lyra.
—No le pongas excusas. Anoche estuvo en mi cama... —Soy vagamente
consciente de cómo Caronte se sobresalta, pero sigo atascada siguiendo el tren
desbocado de mis pensamientos—. Y hoy no puede molestarse en mirar mientras yo
lucho por ganar esa jodida...
Me interrumpo, porque la ira se apodera de mí por el resentimiento hacia Hades,
hacia todos ellos, y la abrumadora sensación de que estoy más sola que nunca. Es como
si hubiera un dique que sigo construyendo solo para que se rompa de nuevo tras el peso
de la inundación. Una y otra vez.
Me fuerzo a moverme, como si me encogiera de hombros, como si rechazara una
caricia.
—Me advirtió que no tenía nada que dar más allá de... —Sacudo la cabeza—. Es
que no me di cuenta...
Me alejo. Si no me muevo, la ira me ahogará.
Caronte va a seguirme, pero lo ignoro y salgo por la parte trasera de la casa de
Hades, bajo por las terrazas hasta las tierras de más allá. Sigo caminando por los campos
de hierbas suaves y flores de verano hacia la montaña más cercana. Un sendero me llama
la atención y lo sigo.
Solo necesito no quedarme quieta.
Los escalones son pequeños, lo que me obliga a acortar las zancadas, y nunca
dejan de subir. Y suben. Y suben. Serpenteando por las curvas de la montaña. Y con
cada paso, repaso una y otra vez cada momento desde que intenté lanzar una piedra al
templo de Zeus.
El rechazo de Hades no se siente bien. El trato cruel. No se siente como quien es.
Quien me ha mostrado. ¿Abandonarme de esta manera, y solo porque me folló?
La caída a mi derecha es tan pronunciada que los mortales con miedo a las alturas
se aplastarían contra el muro de piedra. Apenas me doy cuenta. No veo el final del camino
hasta que doblo la última curva y me detengo, por un pequeño segundo, sacudida por
mis pensamientos y emociones.
El observatorio de Hera.
—Vaya —susurro.
Unos pilares corintios blancos conducen por un camino a unas escaleras flotantes.
Literalmente flotantes, no sujetas entre sí ni al suelo. Suben hasta un edificio abovedado
que también flota sobre un lecho de nubes. Es un observatorio hecho de algún tipo de
piedra rosa, quizá cuarzo rosa, porque en su interior se ve el resplandor de las luces.
Sobre la parte superior del observatorio, como si fuera una vela, hay una delgada astilla
de luna plateada tallada con gran detalle. Está colocada sobre raíles e imagino que se
mueve con el telescopio para no bloquear la visión.
Incluso desde abajo, desde donde estoy, el cielo aquí parece mucho más cercano.
Mucho más grande. Imagino que por la noche sentiría como si pudiera estirar la mano y
tocar la luna. Sentir el calor de las estrellas.
Estrellas.
Hades me llama su estrella.
—¿Estás bien, Lyra? —La voz seria de Cerbero me recorre la mente, y miro hacia
atrás y veo al sabueso infernal de pie en el camino detrás de mí, con las tres cabezas
ladeadas, cada par de ojos de colores extraños reflejando preocupación—. He sentido tu
angustia.
¿Estoy bien?
—La verdad es que no. No.
Toda esa rabia palpitante e inquieta me ha abandonado del mismo modo que lo ha
hecho hoy Hades, dejando tras de sí confusión y un montón de mierda más, y me dejo
caer en la hierba justo donde estoy de pie.
Al cabo de un segundo, Cerbero se acerca y se tumba a mi lado, rodeándome
como un escudo, de modo que puedo apoyarme en su hombro, con sus tres cabezas a
mi derecha y sus cuartos traseros a mi izquierda. Su esponjosa cola se deja caer en mi
regazo, como una gran manta de pelo con olor a humo.
—Hades no se habría acostado contigo si no sintiera nada —dice Caronte.
Supongo que también me ha seguido. Ahora está de pie donde las escaleras de la
montaña se juntan con este campo, parece dispuesto a darse la vuelta y marcharse si se
lo digo.
Suspiro y dejo caer la cabeza contra Cerbero, mirando hacia los brillantes azules
del cielo despejado. La lluvia sería un tiempo más apropiado para mi día. Tormentas
eléctricas, tal vez.
—Me dijo que no había nada que pudiera darme. Sabía que era... solo físico.
Y me convencí un poco de que no lo decía en serio. Por la forma en que me tocaba,
la forma en que me miraba, las cosas que decía, la forma en que me hacía sentir...
Caronte se acerca un paso.
La cabeza de Ber se levanta, mostrando un colmillo.
—Si la enfadas, respondes ante mí. —Me deja oír lo que le dice a Caronte.
—Ante todos nosotros —añaden los otros dos.
El barquero enarca las cejas.
—Ahora veo lo que Hades quiere decir con lo de cambiar de lealtades —
refunfuña—. Intentaré no disgustarla, pero necesita oír esto.
¿Oír qué, exactamente? No hay nada que pueda decir que haga cambiar de
opinión a Hades.
Caronte se acerca y se arrodilla ante mí, con una expresión seria en su rostro
juvenil.
—Es diferente contigo.
—Es cierto —confirma Cerbero en triple estéreo.
Rozo con una mano la cola que tengo en el regazo.
—Porque me necesita para ganar.
—Porque sonríe de verdad a tu alrededor —insiste Caronte.
Frunzo el ceño.
—También sonríe a los demás...
Caronte sacude la cabeza.
—Está más suelto con Cerb y conmigo. Se relaja un poco. Pero aún más contigo.
¿Y sonríe? No las calculadas, sino las sinceras... No. Nunca.
Eso no puede estar bien. Me habría dado cuenta. Aunque últimamente, mis
poderes de observación parecen haber estado fallando.
—Así que soy un juguete divertido...
—Lo sabes muy bien. —Caronte apoya el codo en la rodilla, serio—. Solo necesita
tiempo para ser capaz de averiguar lo que realmente siente. Si hubiera podido sacar a
Perséfone, eso habría ayudado...
¿Qué?
—¿De qué estás hablando?
Caronte se detiene tartamudeando para mirarme fijamente, con la confusión
dibujando sus cejas sobre los ojos.
—Dijiste que Hades te habló de Perséfone.
La trepidación tensa los músculos de mis hombros y mi mano se detiene en la cola
de Cerbero.
—Haz como si no me lo hubiera contado todo.
Caronte se pasa una mano agitada por el pelo castaño, con los ojos azules
entrecerrados.
—Joder —murmura para sí.
Me siento más erguida.
—Ahora sí que tienes que decírmelo.
Gruñe, mirando a Cerbero, claramente debatiendo qué hacer.
El sabueso se agita inquieto contra mí.
—Díselo —dicen las tres cabezas.
Miro a Caronte expectante, observo cómo la batalla de la indecisión cruza sus
facciones. Ya me ha contado uno de los secretos de Hades sobre Perséfone, pero
supongo que este es mayor.
—Joder —murmura de nuevo, luego me mira a los ojos—. No está muerta. Quedó
atrapada en el Tártaro.
Una carcajada, como el disparo de una pistola, estalla de mí.
No es una reacción normal, lo sé.
Soy vagamente consciente de que Caronte y Cerbero intercambian una mirada,
pero sigo tan ensimismada que no puedo ocuparme de ellos.
Entonces Cerbero gruñe a mi espalda, las tres cabezas se levantan en gruñidos
de advertencia, los ojos fijos en una sola persona de pie en la parte superior del camino
que conduce a donde me siento.
Hades.
E
l dios de la muerte, el rey del Inframundo. ¿Cómo es que no lo vi venir? ¿Cómo
no lo mantuve alejado, como Boone dice que hago con todos?
Está en lo alto de las escaleras que llevan al observatorio, con su mirada
gris plomo clavada en mi cara.
—¿Llamaste monstruo a Atenea? —Su voz está tan llena de ira que me
estremezco.
Por un segundo.
Tal vez actúe la autopreservación, porque ese escalofrío desaparece y lo único
que siento es una fría aceptación.
Perséfone no está muerta. Está en el Tártaro. Supongo que los otros dioses no lo
saben, de alguna manera. Y si eso es cierto, entonces esa tiene que ser la razón por la
que se unió al Crisol. Cree que necesita algo a lo que solo el rey de los dioses tiene
acceso para sacarla.
Ahora todo tiene un sentido tan obvio.
Me eligió para ganar por él. Eso fue todo. Todo lo demás era una mentira, un
espectáculo con el fin de obtener mi cooperación.
¿Llamó a Perséfone su estrella?
Dios mío, estoy celosa.
Se me escapa una risa áspera e incrédula. Quema. También es todo lo demás que
ya he catalogado. Pero ahora mismo, en este momento... esto son celos románticos.
Cruzo los brazos e inclino la cabeza mientras examino esta sensación extraña. He
tenido punzadas de esto antes. Momentos mortales normales. Pero no así.
Se siente... aceitoso. Como un alquitrán espeso que nunca podré quitarme, por
mucho que lo intente. Una sustancia maloliente que manchará todo lo que toque.
Qué emoción más babosa, inútil y asquerosa con la que tener que lidiar.
No me gusta. No lo haré.
Lo que creía que él y yo éramos o podíamos ser en lo más secreto de mi corazón
se ha acabado. Cualquier amor que pudiera haber sentido por él es un cadáver en el
fondo de un lago helado.
Me pongo en pie, y tanto Caronte como Cerbero me siguen, colocándose
ligeramente detrás de mí mientras miro a Hades.
—¿Me equivoqué? —pregunto con calma.
—¿Qué? —La voz de Hades es un gruñido de advertencia.
Podría acostumbrarme a este tipo de frialdad. Como si nada pudiera penetrar en
mi corazón ahora. Ni el amor, ni la ira, ni el dolor... definitivamente no él.
—Ella puso sus cabezas en picos —digo yo—. Puso la cabeza de Boone en un
pincho. Y sonrió cuando su campeón mató a Meike después de haber ganado. Ella le hizo
algo a Dex para hacerlo así. Es un monstruo.
—¡Maldita sea, Lyra! —gruñe—. Lo es, pero la has llamado así dos veces. Con todo
el mundo inmortal mirando. ¿Crees que no va a tomar represalias?
Resoplo una risa indiferente.
—Por mí, que me haga Medusa. Al menos así podré convertir en piedra a Idiotas
como tú con una sola mirada.
Hades se echa hacia atrás, con los ojos desorbitados antes de entrecerrarse
bruscamente.
—Déjennos —ordena a Caronte y Cerbero.
Ninguno de los dos se mueve.
De hecho, ambos me miran. Sigo observando a Hades, así que veo cuando eso se
registra. Capto el momento en que se da cuenta de que sus dos únicos amigos en este
mundo me están protegiendo... de él.
Y veo lo que le hace. La forma en que absorbe el golpe casi físicamente antes de
echar lentamente los hombros hacia atrás, enderezar la columna, poner la cara tan
inexpresiva como yo, el humo arremolinándose a su alrededor como un foso de
protección.
—Estaré bien —les digo en voz baja.
Ninguno de los dos está contento, pero se van, desapareciendo de la montaña,
dejándome a solas con Hades.
No espero a que él tome la iniciativa. Ya no puede hacerlo.
—Lo sé —le digo.
Las cejas negras se fruncen.
—¿Sabes qué?
—Que Perséfone sigue viva. ¿Es por eso que necesitas convertirte en rey de los
dioses?
Sus facciones se vuelven lentamente pétreas, como si acabara de petrificarle con
una mirada, una palabra.
Tenía razón. Es verdad. Todo es verdad.
Hades da un paso.
—Lyra...
—No. —Retrocedo lentamente, aún tan calmada que no parece real. Nada parece
real. Estoy bastante segura de que el dolor vendrá después de que me descongele—. No
quieres acercarte a mí ahora.
Se detiene.
—¿De eso se trataba anoche? ¿Aumentar mi confianza o algo para intentar
hacerme ganar? No sientes nada por mí. Solo soy una herramienta.
—Yo…
—No era una pregunta. —No quiero oír que es verdad, y no le creeré si dice que
no lo es.
Doy otro paso atrás, lento y cuidadoso, aunque él no se mueve.
—Pensé que podía verte. A tu verdadero yo. Pero todo era un cálculo.
Lo miro fijamente, todavía tan insensible. Y él me devuelve la mirada.
No puedo soportar mirarlo ahora, a ese rostro duramente bello, y dejo caer mi
mirada a un punto a sus pies.
—Me hiciste arder por ti. —Las palabras no salen como una acusación, sino como
un áspero susurro de humillación y dolor profundo.
—Joder. Lyra, escúchame...
Sacudo la cabeza. Aquí viene. El dolor. Ya está llegando. Necesito estar lejos de él
cuando llegue de verdad.
—No quiero oír lo que tienes que decir. —Levanto la mirada a un punto de su
barbilla—. Hoy he perdido. —Ni siquiera estoy segura de quién ha ganado. Trinica,
supongo, ya que fue la siguiente en salir del laberinto, después de Meike y Dex, que están
muertos.
—Lo sé —dice.
—No puedo ganar el Crisol.
Sin respuesta.
—No puedo hacerte rey, así que ya no me necesitas. —Me miro los pies y me doy
cuenta de que estoy hecha un desastre. Mis zapatos están cubiertos de tripas de bicho,
tanto de matar bichos como de correr entre sus restos. Hay agujeros en mi ropa por
donde atravesaron las arañas y la hormiga bala. Sangre en mi camisa.
La vista es como una expresión externa de lo que empiezo a sentir por dentro.
Solo el orgullo me mantiene erguida, el entumecimiento dando paso a todo lo que
no quiero sentir. Lo que quiero es hacerme un ovillo y derrumbarme. Lo haré más tarde.
Cuando nadie pueda verme. Cuando nadie pueda encontrarme.
Cuando termine la última Labor, desapareceré para siempre. Forjaré una nueva
vida tranquila en otro lugar. Lejos de él.
Hades se acerca un paso y sus ojos se vuelven de plata fundida.
—La corona aún no está fuera de tu alcance.
Parpadeo y lo miro fijamente. Para que yo gane, Diego tendría que morir. Busco
en su cara cualquier indicio de que lo que está diciendo le molesta en absoluto.
—¿Y crees que por ser un idiota voy a querer ganar?
Una emoción parpadea en sus facciones, pero va demasiado rápido para captarla.
—Hazme rey y te concederé todo lo que me pidas y esté en mi mano.
El fuego que encendió dentro de mí... ahora es ceniza.
—¿Quieres volver con tus padres? Hecho. —Chasquea los dedos—. ¿Quieres ser
rica? Hecho. —Otro chasquido—. ¿Gobernar un país? Es tuyo.
Realmente no me conoce en absoluto para ofrecerme esas cosas.
Nunca se molestó en conocerme de verdad, y yo no lo conozco como creía.
—No quiero nada —le digo.
No lo hagas. Dime que no mate a Diego. Dime que no me haga pasar por eso. Solo
para sobrevivir.
La terquedad le hace merodear más cerca.
—Todo el mundo quiere algo.
Retrocedo, no por miedo. No soporto tenerlo cerca. No lo quiero más cerca, donde
podría ver la devastación que asola mis entrañas.
—No de ti —digo.
Solo hay una leve pausa en sus pasos, y luego sigue avanzando.
—Eso es orgullo hablando, Lyra. Supéralo y toma algo para ti.
Meto dos dedos en el pequeño bolsillo con cremallera donde guardo las perlas
que me regaló.
—Acércate y me iré.
Se levanta bruscamente al oír eso, con furia y una especie de negación
conmocionada azotando sus hermosas facciones.
Y traición.
¿Se siente traicionado por mí? Malditos dioses.
Una sombra pasa por encima de mi cabeza y la mirada de Hades se clava en mí.
Me lanza otro relámpago de emociones.
Un tipo muy diferente.
Miedo metálico, urgente, agudo. Golpea tan fuerte que jadeo.
—¡N
o! —Hades levanta una mano, y zarcillos de humo salen disparados de
él, solo para ser expulsados hacia atrás por la fuerza de cuatro alas de
daemones.
Aterrizan, dos a cada lado de mí, y el miedo de Hades se convierte en el mío
cuando Zeles y otro me agarran por los brazos.
Hades extiende la mano, y de repente, su bidente está en su puño y en forma de
lanzas, las dos puntas inmediatamente se encienden con fuego infernal.
En el mismo instante, el vaquero y la camiseta gris que llevaba son sustituidos
dioses, ni está hecha a imagen y semejanza de los antiguos guerreros de épocas pasadas.
Esta armadura es gris plomo y... líquida.
Como sus ojos.
Como un exoesqueleto vivo que respira, se amolda perfectamente a su cuerpo,
hasta sobrepasarle la cabeza, de modo que parece inhumano. Como la pesadilla futurista
de un robot sin rasgos faciales.
—Joder —murmura Zeles.
Zeles me suelta, y otro de los daemones ocupa su lugar sujetándome del brazo
mientras Zeles da un paso adelante.
—Suéltala —ordena Hades con una voz que no retumba pero que me hace
estremecer igualmente.
—No —dice Zeles. ¿El daemon tiene ganas de morir?—. Estuviste de acuerdo...
Hades extiende una mano, y una ráfaga de fuego estalla de su palma plateada,
cubierta de armadura líquida, solo para chocar contra una pared invisible, las llamas
curvándose hacia atrás lejos de nosotros.
Zeles ni siquiera se inmuta.
—Al unirte al Crisol, aceptaste automáticamente el contrato, que nos protege a los
cuatro de los poderes de todos los dioses.
Hades lanza su bidente tan rápido, tan violentamente, que atraviesa el espacio
antes de que me dé cuenta de lo que ha hecho. El bidente también es detenido por el
campo invisible. Pero en lugar de rebotar, penetra un poco antes de ser detenido.
Lo suficiente para que Zeles tenga que retroceder o recibir un golpe en el pecho.
—Maldita sea, Hades, escúchame.
—Suéltala. —El rey del Inframundo acecha hacia nosotros, el humo se arremolina
a su alrededor como un volcán a punto de entrar en erupción—. Suéltenla o los mato.
—¡No! —grito.
Hades se detiene bruscamente. No me mira, no creo. Es difícil saberlo con la
extraña armadura líquida que cubre su rostro. Pero tampoco sigue avanzando.
—Nadie más está muriendo por mi culpa —le informo—. Hazles daño y te odiaré
para siempre.
La armadura líquida... se estremece.
Es la única forma en que puedo describirlo. Ondula como si hubiera tirado un
guijarro a un lago en calma.
—Te van a castigar...
—No se le hará daño —le dice Zeles.
Hades hace una pausa, y entonces la armadura rezuma lejos de su cabeza,
absorbiendo en los hombros por debajo para que podamos ver su rostro mientras estudia
Zeles.
—¿Tengo tu palabra?
—Sí. Será mantenida en nuestra prisión hasta la Labor final y será bien tratada.
—Ni siquiera puede ganar —suelta Hades—. ¿Por qué...?
—Atenea pidió la muerte —dice Zeles—, con un juicio del Tártaro como castigo.
Santo cielo. La muerte. Golpéame ahí mismo por llamarla monstruo en su cara. Sin
Medusa u otra horrible maldición. Solo un boleto de ida a la parte del Inframundo
reservada no solo para los Titanes, sino para las almas más malvadas y perversas. Van
allí para ser castigados por toda la eternidad.
—Esto es un... compromiso —dice Zeles—. Puede que no tengas acceso a ella
hasta que la próxima Labor esté a punto de empezar. Pero Atenea tampoco tendrá
acceso a ella.
Hades mira fijamente a los cuatro, a cada uno por turno, como si evaluara la verdad
de sus palabras, luego desplaza su mirada hacia la mía, y yo lo miro directamente a los
ojos, sin inmutarme. Con una violencia contenida, arranca el bidente de la pared invisible
en la que está enterrado y asiente con una sola sacudida.
Los daemones despegan hacia el cielo, arrastrándome lejos de la montaña y lejos
de Hades.
Z
eles hace un gesto con la mano, indicándome que atraviese una puerta hacia
lo que es claramente la versión olímpica de una celda.
La cárcel de los dioses.
Dice mucho de mi estado mental que ahora esté luchando contra la risa floja y las
lágrimas al mismo tiempo.
—Aquí, por favor —dice.
Sin empujones. Ni enfados ni sospechas. Ni siquiera un por favor.
Los daemones dijeron que no iban a hacerme daño, solo a mantenerme encerrada
hasta el próximo desafío. Aun así, he cronometrado los detalles de cómo llegamos aquí,
las formas de entrar y salir del edificio que pude ver, las habitaciones que conducen aquí,
y ahora este espacio.
Porque hiciste un gran trabajo aprendiendo técnicas de escape la última vez.
—Huh —digo deliberadamente mientras entro—. Resulta que las prisiones del
Olimpo son muy parecidas a las del Inframundo.
Zeles frunce el ceño.
—¿En serio?
—No. —Pongo los ojos en blanco—. La verdad es que no.
Esta prisión es, de todas las cosas, prístinamente limpia y elegante, con paredes
de mármol blanco. Bien iluminada. Incluye un escritorio, un ordenador y una cama con
una almohada mullida, además de un cuarto de baño privado dentro de paredes de cristal
opaco. Las paredes exteriores de la celda son de cristal transparente en lugar de
barrotes. Más paredes de cristal con las que lidiar. Al menos están libres de bichos y
tienen agujeros en la parte superior para que pueda respirar. Muy considerado por su
parte.
—Te lo estás tomando bien —dice desde detrás de nosotros un daemon al que oí
que Zeles se refería como Nike.
—Esto es lo más protegida que he estado desde que tenía tres años. —Consigo
sonreír a Zeles.
Este podría ser el lugar más seguro para mí si Atenea quiere mi sangre. Y
realmente podría usar el espacio lejos de Hades.
Zeles no hace ni un gesto con los ojos o los labios.
Es cierto, nuestra última interacción tuvo mucho que ver conmigo exigiendo la
liberación de Hades. Probablemente de este lugar. Dados los problemas que he causado,
apostaría a que no soy la campeona favorita del daemon.
A pesar de los lujos, sigue siendo una prisión. Siguen siendo cuatro paredes sin
contacto con el mundo exterior más allá de unos pocos visitantes dispersos, sin salida y
con un guardia.
Entro, Zeles gira la cerradura y se va.
Nike se instala junto a la puerta que da a los pasillos y a la libertad que hay más
allá y saca un móvil y unos auriculares, procediendo a ignorarme por completo mientras
mira algo que le hace soltar una risita cada pocos minutos.
Parece que no tendré privacidad. De ninguna manera voy a dejar que me vean
desmoronarme.
Me mantengo firme con pura voluntad, usando cinta adhesiva emocional y veinte
años aprendiendo a no mostrar mis verdaderos sentimientos a los demás si no quiero.
¿Quién me iba a decir que la dura realidad de mi vida me sería tan útil algún día?
Aun así, empiezo a temblar.
Solo un poco.
Dándole al temblor un disfraz y una salida, deambulo por mi celda, comprobándolo
todo. Le doy una buena sacudida a la cama. Resulta que es un colchón grueso y
agradable, y las sábanas son de un algodón de lujo con un alto número de hilos, una liga
mejor que la mierda fina y áspera de las celdas mortales. El papel higiénico del baño
también es de los buenos. Nada de papel de seda de una sola capa para los culos de los
dioses, ni siquiera para los que están en la cárcel.
—¿Puedo...?
Nike baja el teléfono y me mira con dureza y desconfianza.
De acuerdo. No está tan relajada conmigo como parecía. Todavía.
Levanto las dos manos.
—¿Me das una muda de ropa? —Hago un gesto hacia mi ropa salpicada de bichos
y sangre.
La molestia cruza sus facciones, pero se dirige a la puerta y pregunta a alguien de
fuera llamado Craton. Diez minutos después, me traen un mono blanco.
—Al menos no es anaranjado —le digo a Nike—. Me hace parecer ictérica.
Frunce el ceño.
Daemones. Tan serios.
Me encojo de hombros y me meto en la ducha.
El único lugar donde puedo estar sola. Abro el grifo, me desnudo y me pongo bajo
el chorro de agua. Inmediatamente me rodeo con los brazos y me derrumbo sobre ellos
mientras intento contener mi angustia.
No sé cuánto tiempo permanezco así, dejando que el agua oculte los sonidos que
se escapan de vez en cuando y borre las pruebas.
—¡Ya basta! —La voz de Nike está amortiguada por las paredes, pero sigue siendo
clara.
Maldita sea.
Tardo tres intentos en contestarle con voz normal.
—Las tripas de insecto son pegajosas. Saldré en un rato.
No hay respuesta, lo que tomo como un acuerdo.
Aun así, me obligo a dejar de lamentarme y a lavarme. Los artículos de aseo que
me dan son básicos, pero cumplen su función, y minutos después estoy de vuelta en mi
celda, con el pelo mojado hacia atrás y muy cómoda con el mono, que está hecho de un
material suave y elástico.
Me lo estoy guardando todo otra vez. Tan fuerte que me siento como un globo
hinchado. Si tan solo rozo la alfombra mal, voy a estallar.
Mientras tanto, todavía es de día. Probablemente sea la hora de comer. No puedo
tumbarme a dormir y esconderme en la oscuridad.
¿Y ahora qué?
Voy al ordenador. Los Ladrones de la Orden no tenemos correo electrónico ni
ningún tipo de presencia en Internet. Somos fantasmas digitales a propósito. Así que no
hay nada que comprobar. En lugar de eso, abro un navegador.
Y lo primero que veo es un titular gigante que dice: Dos muertos más mientras el
Crisol se acerca al final.
Las muertes de Meike y Dex se repiten inmediatamente en mi cabeza con un
detalle tan nítido que vuelvo a oír el gruñido de Dex y veo cómo la vida abandona su
cuerpo. Hago clic para alejarme rápidamente, pero no lo suficiente, gracias al nuevo
temblor de mis manos. Cierro los ojos e intento no ver la imagen en el dorso de los
párpados.
—¿Vas a vomitar? —pregunta Nike con una indiferencia que enorgullecería a los
funcionarios de prisiones de todo el mundo. Está claro que no quiere ocuparse del lío.
—No.
Me fuerzo a abrir los ojos para mirar la pantalla, que ahora muestra la página de
inicio de un servicio de streaming, lo primero que veo que parece neutral para hacer clic.
Excepto que la película que muestran en la parte superior, el avance ya en marcha, es
una película de acción sangrienta que implica asesinatos y purgas.
—No —murmuro, me desplazo y hago clic en lo primero que no parece eso.
K-drama. Una comedia romántica.
Bien. Mejor.
El sonido será una especie de escudo. El ordenador también. Puedo mirarlo como
si lo estuviera viendo para pasar el rato, y ella no me prestará atención. Tal vez incluso
me distraiga. Aunque no lo creo.
Me esperan varios días para sentarme aquí y no pensar en nada más que...
Me quito su nombre de la cabeza antes de pensarlo. No quiero pensar en él.
Así que piensa en otra cosa.
Como sobrevivir a la Labor final y largarme de este lugar. Nunca volver a verlo.
O tal vez pueda correr ahora. Saltarme ese último reto. No puedo ganar de todos
modos...
Me quedan cinco perlas. ¿Cuánto tiempo puedo alejarme de los dioses con ellas?
L
e doy un mordisco a la tarta de mango y fresas que dos sátiros han preparado
para mi postre de esta noche y gimo.
—Dios mío, Z, tienes que probar esto.
Zeles gruñe, mirando con fiereza las cartas que tiene en la mano.
—No me llames Z.
Lo odia, por eso lo hago.
Los daemones se turnan para cuidarme. No son tan malos cuando los conoces, y
yo agradezco la distracción, ya que son lo único que me hace compañía aparte del
ordenador. Aunque todavía no he conseguido que Zeles sonría. Pero juega a las cartas
conmigo, utilizando la ranura de la pared de cristal para pasar cartas de un lado a otro.
Después de tres días aquí, estoy pensando en no irme nunca. Paz, tranquilidad,
entretenimiento, un poco de intimidad, al menos en el baño, y comidas para morirse. Los
cocineros se han dado cuenta de que me encanta la fruta y han conseguido incluirla en
todas las comidas. Como el bocado de cielo que tengo ahora mismo en la boca.
Y cada segundo, cada momento de cada día, estoy trabajando mentalmente en
cómo voy a enfrentarme a Hades antes de la próxima Labor y cómo voy a seguir adelante
con mi vida después de que esto termine.
Eso y tratar de contener lo que me hace sentir.
Tomo otro bocado, agarro una carta y sonrío.
—Ginebra. —La palabra sale entrecortada por la comida que tengo en la boca
mientras dejo las cartas en el suelo.
Zeles gruñe, luego frunce el ceño y yo me río.
—Solo me faltaba una —refunfuña y tira al suelo las cartas que tiene en las manos,
enfadado. Luego me mira fijamente—. Tienes que estar usando tus dotes de ladrón para
hacer trampas.
—No. Nunca dominé el tahúr ni los juegos de manos para eso.
Me lanza una mirada dudosa.
Me trago el bocado.
—Vas a tener que recoger esas, ya sabes. Yo no puedo desde este lado.
Estoy sentada en el suelo con las piernas cruzadas, pero gracias a las alas, él no
puede, así que suele estar de pie y acechar mientras piensa.
Vuelve a gruñir.
Llaman a la puerta que da a una fila de cinco celdas, se acerca y la abre de par en
par.
—Lyra tiene visita —le dice un daemon llamado Bia—. Ha sido revisado.
Aunque sé que “él” no puede ser Hades, no le está permitido. Mi estúpido corazón,
que aparentemente no puede aprender lecciones difíciles, se acelera.
He tenido un visitante cada día, siempre por la noche después de cenar. Cerbero
y Caronte han venido una vez cada uno. Me siento más erguida para ver quién entra por
la puerta.
Zai entra.
Mi corazón echa el freno.
Su rostro es un estudio tanto de interés fascinado por ver el interior de mi prisión...
como de culpabilidad.
Me pongo en pie y saludo con la mano.
—Hola.
—¿Te tratan bien? —pregunta mientras se acerca, sin perder de vista a Zeles.
Sonrío, tratando de mostrarle a Zai que estoy bien.
—Sí.
—Trinica y Amir habrían venido conmigo, pero solo permiten una visita al día.
Pero no Meike. Porque está muerta.
—Lo sé. Se los agradezco. Dales las gracias.
Hace una mueca.
—Yo debería ser el que está aquí. Yo maté... —Ni siquiera puede decir el nombre
de Dex.
Lo que lleva es tan pesado que puedo sentirlo a través de mi prisión de cristal. Lo
sabía. Sabía que tomaría esa culpa y se aferraría a ella.
—Fue un accidente —digo—. Me habría matado, y simplemente... ocurrió.
Zai mira hacia otro lado.
—Lo sé.
—No estoy aquí por eso —le digo, seca como el polvo.
Frunce el ceño.
—¿Entonces por qué?
Me pongo a hablar como un bebé.
—Llamé a Atenea una mala palabra y la pequeña diosa se quedó sin alas.
—Joder, Lyra. Solo estás pidiendo que te envíen al Tártaro —murmura Zeles en
tono sombrío, mirando a su alrededor como si esperara un castigo.
Con un encogimiento de hombros despreocupado, una de mis mejores
actuaciones hasta el momento, dirijo al daemon una mirada mordaz.
—¿Te importa?
Nos deja con un último gruñido, cerrando la puerta al salir. Al menos me dan
intimidad con mis visitas cuando lo pido.
Tan pronto como se ha ido, me centro en Zai.
—De todos modos, es por eso que estoy aquí. No les importan una mierda los
campeones muertos.
Parpadea.
—Oh.
—Pero me alegro de verte la cara. —Me inclino más cerca del cristal, mirándolo—
. ¿Cómo estás?
Se encoge de hombros.
—Mi padre vino a felicitarme por una buena matanza.
Santo cielo. Zai debería tomar el Harpe de Perseo y ensartar a ese hombre
también.
—Eso es duro, incluso para Mathias.
Al menos eso hace que Zai suelte una carcajada.
—Dijo que no sabía que podía blandir una espada tan bien.
—Bueno, pronto volverá a ser mortal. Eso y lidiar con el Supramundo después de
vivir básicamente como un dios será su propio infierno personal.
—Sí. —Zai agacha la cabeza, ocultando una sonrisa que estoy segura le parece
inapropiada. Después de todo, estamos hablando de su padre.
De repente, se acerca al cristal, todo lo que puede sin destrozarse la cara.
—Intentaré ganar —dice con urgencia—. Y si lo hago, Hermes ha prometido
convertir a Boone en un dios.
Me quedo con la boca abierta.
—¿Cómo, en el nombre del Olimpo, lo has conseguido?
—Es el dios patrón de los ladrones. —Zai mira detrás de él para comprobar la
puerta, probablemente asegurándose de que ninguno de los Daemones entra corriendo
si han oído eso.
No es que esté rompiendo ninguna de sus reglas, pero me da la oportunidad de
controlar mi propia reacción. Las lágrimas que me queman los ojos brotan con fuerza,
haciendo borrosa la visión del rostro de Zai.
—Eres un buen hombre, Zai Aridam —susurro.
Sacude la cabeza.
—No me des las gracias.
Frunzo el ceño.
—¿Por qué? ¿Le prometiste algo a Hermes a cambio? —pregunto, la sospecha
me hace observarlo más de cerca.
—No. —Él aleja mi preocupación—. Él vino a mí, en realidad.
Y una mierda. ¿Por qué Hermes haría eso? ¿Qué posible razón?
—¿No hay nadie a quien le pedirías que trajera de vuelta? ¿Alguien cercano a ti?
Sacude la cabeza.
—Bueno... gracias de parte de Boone y mía. —Pongo mi palma contra el cristal, y
Zai aplana la suya en el otro lado.
¿Qué más puedo decir?
—Gracias por pedirme que sea tu aliado —me dice. La sonrisa que me ofrece es
una que imagino que compartirían viejos amigos, llena de comprensión y aceptación y de
la necesidad de estar ahí el uno para el otro.
Me gusta pensar en él como un amigo. Boone decía que yo no tenía amigos, no
por mi maldición, sino por los muros que levantaba. No lo hice con Zai, y él me aceptó
cuando en realidad nunca debería haberlo hecho. Con o sin maldición.
—Probablemente te he traído más problemas que soluciones —digo.
La sonrisa de Zai se ensancha hasta convertirse en una mueca.
—Me gusta resolver problemas.
Su expresión es tan entrañable que no me molesto en decirle la verdad. Incluso si
Zai gana la Labor final, supongo que no ganará el Crisol. No con una de sus victorias
siendo un empate con Rima. Diego gana. Pase lo que pase. Pero no voy a señalar eso.
Solo el gesto es... suficiente.
También me da una idea.
A Hades no le gustará. A Caronte tampoco. Es una especie de traición. Pero
también es lo correcto.
—Zai... tengo que pedirte un favor.
—¿Qué favor? —pregunta. Sin recelo. Sin sospechas. Solo confianza.
Realmente escogí al mejor aliado posible para esta pesadilla.
—No te va a gustar.
E
l hecho de que esta noche me hayan entregado un uniforme nuevo en la celda
con la cena era una buena pista de que la próxima Labor será pronto. Esta
noche, lo más probable.
Comí. Me vestí. Y he estado sentada en mi cama, esperando. Debería descansar
o algo así, pero la energía ansiosa de los nervios y... bueno, demasiados nervios para
comprender todas las demás emociones que se arremolinan ahí dentro... no me deja
relajarme.
Así que camino. Y me siento. Y espero.
Y durante toda la noche y hasta el día siguiente, vigilo la puerta, anticipando una
cara, esperando otra. He puesto a Zai en una situación delicada, pero tengo fe absoluta
en que hizo lo que le pedí. Me costó convencerlo, pero accedió.
Al anochecer, la puerta se abre de repente, ni siquiera oí pasos al otro lado, y me
pongo en pie, esperando que uno de los daemones o tal vez Hades la atraviese y me lleve
a mi combate final.
En su lugar... entra una diosa. Vestida con un vaporoso vestido de gasa rosa,
maquillada con purpurina dorada en los ojos y los labios, cruza la puerta
despreocupadamente como si fuera un martes cualquiera.
—Hola, cariño —dice Afrodita.
Ni siquiera mira a Zeles, que la ha dejado entrar. En cambio, mira alrededor de mi
celda, arrugando la nariz.
—Qué monótono —comenta—. Debes estar muy aburrida.
—Me las arreglo.
Me clava una mirada chispeante de picardía.
—Estaré encantada de darte un orgasmo mental para alegrarte el día.
Zeles se pone rígido en la puerta.
Está de espaldas a él, así que no ve la forma en que más picardía se dibuja en sus
labios. Ella está jodiendo con el daemon deliberadamente.
—Estoy a punto de entrar en la Labor —señalo.
Afrodita tararea profundamente, sugestivamente.
—Es la mejor manera de relajarse antes de la batalla que he encontrado.
¿Batalla? ¿Es una pista?
Levanta las cejas y me mira con ojos muy abiertos e interrogantes.
Me aclaro la garganta por una risita alojada allí.
—No. Pero gracias.
Tuerce los hombros, molesta.
—Puedo sentir la tensión sexual no realizada que se extiende desde la casa de
Hades, al otro lado del Olimpo, hasta aquí. —Luego me lanza una mirada insistente y
mordaz—. ¿Seguro que no quieres mi ayuda?
Luego mira de reojo, indicando a Zeles. Quiere que se vaya.
—Oh... Bueno... Supongo que no haría daño...
—¡Excelente! —Aplaude alegremente.
Zeles, cuyo rostro impasible es lo más parecido a horrorizado y simultáneamente
fascinado que creo que puede llegar a ser, se aclara la garganta.
—Te daré un poco de... privacidad.
Atraviesa la puerta como un disparo y Afrodita se ríe, su rostro se transforma en
humor genuino y no en algo diseñado para provocar una respuesta específica. En mi
opinión, es mucho más hermosa así. Real.
Soberbia, deja que su mirada patine sobre mí.
—¿Por qué has venido? —le pregunto.
—Deméter.
Mis ojos se abren de par en par. Es lo último que esperaba, sobre todo porque Zai
y yo somos las dos únicas personas que saben que me dirigí a esa diosa, a través de él,
para pedirle que viniera a hablar conmigo. Pero la comprensión llega rápidamente, y hago
una mueca.
—¿No vendrá?
Afrodita hace una pausa, luego sacude la cabeza.
—Dijo que ninguna mascota de Hades era digna de su tiempo.
Deidades tercas, orgullosas y arrogantes.
—¿Por qué deseabas verla? —Afrodita pregunta.
Estudio su rostro como ella ha hecho con el mío hace un segundo. Extrañamente,
de todos los dioses y diosas, creo que es en quien más confío. Posiblemente incluso más
que en Hades, con todos sus secretos y mentiras. Tal vez sea porque me ha dejado ver
su lado real. Sinceramente, no estoy segura.
Compartir este secreto con ella, sin embargo...
Respiro hondo. Por favor, que esta sea la decisión correcta.
—Perséfone no murió.
Ya está. Lo he dicho. Demasiado tarde para retractarse. El único camino es hacia
adelante.
La diosa del amor y la pasión abre mucho los ojos.
—No es posible —susurra con los labios apretados.
Mi corazón late con más fuerza ante su sola reacción. ¿He metido la pata
contándoselo?
—Será mejor que te sientes.
Una vez que ambas estamos en las sillas frente a frente a través del cristal, le
cuento lo poco que sé.
—¿Es posible que el rey de los dioses libere prisioneros del Tártaro? —le
pregunto.
Entre sus cejas perfectas se ha fruncido un poco el ceño.
—No —dice lentamente—. La única forma de abrir el Tártaro requiere a los siete
dioses y diosas que atraparon allí a los Titanes. Incluso para Perséfone, no creo que
pudiéramos convencer a los siete para que se arriesgaran a intentarlo. —El ceño se
frunce—. ¿Cómo entró? —pregunta, más para sí misma que para mí—. ¿Y por qué?
Luego levanta su mirada hacia la mía, la especulación sustituyendo a la confusión.
—¿Ibas a decírselo a Deméter?
Asiento con la cabeza.
—Diego es su campeón. El Crisol es suyo mientras sobreviva esta Labor. Tal vez
podría averiguar cómo usar ese poder para recuperar a su hija. Tú lo dijiste, Hades
siempre tiene un plan.
Hades debería habérselo dicho antes a la madre de Perséfone, pero es tan propio
de él jugar sus cartas de cerca e intentar arreglar esto por su cuenta.
—Iba a cambiar esta información por la promesa de hacer de Boone un dios —
digo.
Ella emite un zumbido seductor.
—Sabía que me gustabas por alguna razón. —Luego su expresión se vuelve
seria—. ¿Por qué ahora? ¿Por qué tomarse tantas molestias en vez de decírselo después
del desafío?
—Porque puede que no sobreviva —digo—. Y ella merece saberlo.
Ella asiente, con los labios finos.
—Pero aún no sé qué está pensando Hades —dice—. Abrir el Tártaro es peligroso
y no es posible. No sin todos nosotros.
Afrodita aparta el rostro de mí y su mirada parece buscar la pared blanca de
enfrente. Luego respira hondo, una pequeña señal que me indica lo agitada que está la
diosa.
—Si Jackie estuviera más cerca de ganar, me ofrecería a salvar a Boone por ti.
Me recuesto ligeramente. Mi propuesta a los otros campeones ha dado mucho que
hablar.
—Pero no a Perséfone. —Afrodita vuelve su mirada a la mía—. No le diré a
Deméter este secreto.
La conmoción me recorre, me endereza la columna y me frunce las cejas en un
gesto de confusión.
—¿Qué? ¿Por qué no?
—Podría empezar otra guerra entre nosotros, y después de la última... —Sus ojos
se oscurecen de dolor—. No puedo arriesgarme a eso.
¿Una guerra?
La tristeza persiste en su expresión.
—Deméter estuvo a punto de quemar el Olimpo el día que Hades le dijo que
Perséfone había muerto. Fue inteligente al decirle esa mentira. Amable, también. Si
supiera que su hija está viva y dónde está... —Se encoge de hombros. Luego un ceño
frunce lentamente sus facciones—. ¿Supongo que Hades no quiere que nadie más lo
sepa?
No digo nada.
Afrodita deja escapar un silbido bajo.
—¿Y aun así me confías esto? —Se queda mirando, con expresión inescrutable, y
luego dice suavemente—: Es un honor. De verdad.
Le sonrío.
—Creo que eres de los buenos.
Lo que la hace reír entre dientes.
—Todos somos igual de buenos... y malos. Igual que los mortales.
—Algunos son peores que otros —murmuro sombríamente.
Afrodita pone los ojos en blanco.
—Atenea es... quien es. Zeus también. Todos nosotros, en realidad. Somos lo que
nacimos para ser. Mejores que los violentos Titanes, pero lejos de ser perfectos.
—Bueno, de cualquier manera, cuando esto termine, te rezaré a menudo.
La sonrisa de Afrodita es sincera y muestra por un momento la profundidad de su
corazón.
—Cuídate en la última Labor, Lyra. Me gustaría escuchar esas oraciones. —Se
dirige a la puerta y levanta la mano para llamar, solo para detenerse de nuevo y lanzarme
una sonrisa diabólica por encima del hombro—. Gime.
—¿Eh?
Me lanza una mirada mordaz.
—Orgasmo mental, cariño. Tengo una reputación que mantener.
Oh.
Entiendo lo que ella quiere que haga, que es montar un espectáculo.
Impresionante.
Hago lo que puedo, me tumbo en la cama y estrujo las sábanas para que parezca
que me he dado un buen revolcón. Entonces suelto un gemido agudo, seguido de un
saludable:
—Oh, Dios.
—Diosa —susurra—. No olvides quién soy.
—Diosa —grito más fuerte. Y luego otra vez.
Con los ojos en blanco, llama a la puerta, se abre y se va.
Dejándome a solas con mil pensamientos contrapuestos.
En el poco tiempo que llevo encerrada aquí, he repasado cada momento con
Hades. Todo lo que ha dicho y hecho. Durante la mayor parte del tiempo, mi propio dolor
me había convencido de que la forma en que estaba conmigo, las miradas, las caricias,
el hecho de que compartiera partes de sí mismo conmigo, era un acto para manipularme.
Vio mi debilidad por él y la utilizó para mantenerme de su lado y luchando por ganar las
Labores. Incluso, por un segundo, me convencí de que su oferta de ayudar a Boone era
mentira.
Excepto que juró sobre el río Estigia. Eso es un juramento sagrado a los dioses.
Ahora me viene a la mente otra cosa que dijo. Algún día te contaré el resto, y creo
que estarás de acuerdo en que era una buena razón... Pero ahora no estoy seguro de
que sea lo bastante buena para lo que estás teniendo que pagar.
Lo que tengo que pagar.
En ese momento, pensé que solo hablaba de Boone y de la muerte y el miedo por
los que he pasado. Pero... ¿y si estaba hablando de algo más? Sobre él.
Mis pensamientos toman un nuevo camino. Lejos de mí. Lejos del dolor de mis
propios sentimientos, centrándose en cambio en... él. En Hades.
Soy una mentirosa entrenada.
Una de las cosas que nos enseñan es a usar tanto de la verdad como sea posible
para hacer que una mentira parezca más real. No todo lo que me mostró, lo que era
conmigo, era mentira. No pudo haberlo sido.
Se sostenía con tanta fuerza en la montaña de Hera.
Pero al mismo tiempo, no estaba jugando inteligentemente conmigo. Para
conseguir lo que quiere, debería haberse apoyado en mis simpatías, utilizando la
determinación que he demostrado para ayudar a los otros campeones a sobrevivir. ¿Y
por qué, después de acostarse conmigo, no seguir utilizando mis sentimientos hacia él
en mi contra? En lugar de eso, parecía estar intentando que lo odiara.
¿Estaba siendo deliberada y brutalmente desagradable? ¿Por qué?
Solo se me ocurre una razón.
Sin el filtro manchado de amargura y dolor y esforzándome mucho por verlo sin
gafas de color de rosa, la forma en que se portó conmigo cuando nos acostamos no tiene
sentido tras la forma en que me trató al día siguiente. Esa noche, no tuvo que decirme las
cosas que hizo. Ya me tenía.
¿Afrodita tiene razón en decir que Hades siempre tiene un plan? ¿Tiene razón
Caronte? ¿Hades empezó intentando engañarme, pero se enredó en su propia telaraña
y se encariñó conmigo? Y sin la maldición de su hermano, ¿podría sentir aún más?
Con un chasquido de la manilla, la puerta se abre y entra Nike.
—Es la hora —dice.
E
s hora de competir en mi última Labor. O al menos de no morir, ¿y después
qué? Iba a huir, pero ahora...
—¿Puedes decirme dónde? —le pregunto a Nike mientras abre la puerta
de mi celda.
La daemon sacude la cabeza.
—No pasa nada —le aseguro, aunque ella no parece preocupada—. Me lo
imaginaba.
—Sígueme —dice.
Así lo hago, salgo de mi bloque de celdas y entro en un pasillo largo y estrecho
que conduce a través de lo que podría pasar por una versión elegante de la oficina
principal de un departamento de policía, y luego salgo a la noche.
—No podemos teletransportarnos dentro de ese edificio —explica—. Guardas.
Espero que vuele o me teletransporte, pero en lugar de eso, despliega sus alas y
despega sin mí.
—¡Oye! —digo—. ¿Dónde...?
Hades aparece en un instante, de pie a varios metros de distancia. Como si no
pudiera acercarse a mí. Sus ojos brillan plateados en el resplandor de la luz del atardecer
mientras me observa con una sola mirada.
—¿Te han tratado bien?
¿Eso es todo? ¿Eso es todo lo que tiene? ¿Sería impropio de una dama darle un
puñetazo en la cara al dios que amo?
—Sí. —Estoy mirándolo. No puedo evitarlo. Lo estoy bebiendo después de días
sin hacerlo, pero también estoy buscando un destello de una señal de que odia esto tanto
como yo. Que se arrepiente. Que me está alejando en un intento equivocado de
protegerme. Que tiene un plan y está tratando de salvar a Perséfone y Boone... y a mí.
Es mucho para cargar.
Antes, habría dicho que eso sonaba a él. Lidiar con todo eso en silencio y solo.
Ahora, no sé qué creer.
—Como tu dios, estoy obligado a llevarte a la última Labor.
¿Obligado? Como si no estuviera aquí de otra manera. ¿Igual que si no viera El
juego de Atenea? Cruzo los brazos.
—Me sorprende que te dejen acercarte a mí.
—Temían que cualquier otro dios no fuera capaz de contener a Atenea si decide
atacarte en el camino.
—Oh. —No había pensado en eso.
Hades cruza hacia mí en su lento caminar, acercándose pero no lo suficiente.
Entonces me tiende una mano.
—Vamos.
Me acerco más, pero sigue siendo un muro de nada. Ni una maldita emoción.
—Intenté decírselo a Deméter. Sobre Perséfone, quiero decir...
Baja la mano a su lado lentamente.
—¿Tú qué?
Me estremezco porque es un enfado muy real. Pero no me echo atrás e inclino la
barbilla hacia arriba.
—Si Diego gana, será reina. Ella misma podría ayudar a su propia hija. Merece
saberlo.
Hades se pasa una mano por el pelo y se aleja.
—No la dejarán. Ella va a derribar todo, comenzar una guerra...
—Eso es lo que dijo Afrodita.
Se da vuelta y se lleva las manos a la espalda como si se estuviera conteniendo
físicamente para no desatarse sobre mí.
—Le dijiste...
—Dijo que guardaría el secreto y no se lo diría a Deméter. Por la misma razón que
acabas de decir.
—Maldita sea, mi estrella...
—No lo hagas. No me llames así. —Las palabras arremeten contra mí. Pero no
puedo escuchar ese cariño. Ya no.
Cierra la boca.
—No voy a disculparme —le digo—. Pensé que estaba haciendo lo correcto con
la información limitada que tenía. Si me lo hubieras contado todo desde el principio, ahora
estaríamos mucho mejor.
Hades lo fulmina con la mirada.
—No hay otra manera...
Doy un paso adelante.
—Mentira.
Su mandíbula se tensa.
—Todas las personas en las que he confiado me han traicionado.
Quiero ablandarme ante eso. Siento que se me retuerce un poco el interior, pero
no dejo que lo vea.
—Podrías haber confiado en mí.
Su cabeza se echa lentamente hacia atrás, la arrogancia y la impaciencia se
convierten en un manto sobre su rostro.
—Esto no ayuda a nadie.
Entonces se acerca para agarrarme del brazo y parpadeamos. Cuando volvemos
a parpadear, estamos de pie con todos los demás campeones y sus dioses protectores
sobre la tierra plana y agrietada de un desierto en algún lugar del Inframundo. Es de
noche, en algún lugar lejos del Olimpo.
—No te mueras —dice Hades mientras me suelta y se aleja de mí.
—¿Realmente ibas a convertir a Boone en un dios, o era una mentira para caerme
bien?
Hace una pausa y apenas gira la cabeza en mi dirección. Solo veo un lado de su
cara, la mandíbula apretada.
—Termina esto y vete a casa, Lyra. Olvida todo lo que ha pasado aquí.
Entonces se ha ido.
Y ya tengo mi respuesta.
Al diablo los destinos, las maldiciones y las
profecías.
M
iro fijamente hacia delante, sin ver, mientras asimilo la verdad de que después
de hoy, se acabó.
Todo esto se acabó.
Ganar, perder o morir.
Los nueve que seguimos vivos para afrontar este último desafío estamos alineados
hombro con hombro. Zeus está de pie ante nosotros, sorprendentemente apagado. No
lleva armadura ni ropa elegante ni moderna en absoluto. Está vestido con una antigua
túnica griega tradicional, prendida en los hombros y ceñida a la cintura. Sobre ella lleva
una capa verde bosque que se levanta con la brisa y sandalias de cuero en los pies. Quizá
quiera recordarnos lo antiguo que es.
Su expresión no es intensa ni sanguinaria ni arrogante. Ninguna de esas cosas.
Zeus está... sereno.
Ojos azules claros, frente alisada y sonrisa dócil.
Esto es diferente a como lo he visto antes. Como si supiera algo que nosotros no
sabemos.
No me fío.
Aunque Samuel está hoy aquí, con un aspecto un poco mejor, no tan cenizo, no
puede ganar, ni siquiera empatar en este momento. Una banda de oro está alrededor de
su muñeca ilesa —Egis, su escudo. Zeus debe haberlo recuperado para él. Bien. Como
yo y la mayoría de los otros, solo está aquí para no morir.
Pero de cualquier manera, Zeus parece un poco demasiado tranquilo, dado que lo
mejor que su campeón puede hacer hoy es un empate. Creo que si yo estuviera a punto
de perder mi corona, y fuera un bebé dios de gran tamaño como Zeus, estaría un poco
más asustado.
Zeus extiende sus manos, ofreciéndonos una sonrisa de bienvenida que me hace
inclinarme ligeramente hacia atrás, porque se siente como una serpiente sonriéndole a
un ratón.
—Bienvenidos, campeones, a su Labor final.
Ninguno de nosotros se mueve ni sonríe. Esperamos a que caiga la otra espada.
Como siempre, no se inmuta por nuestra falta de respuesta. O tal vez inconsciente.
—Han llegado lejos. Han perdido aliados y amigos. Han sufrido, pero también han
luchado bien. Nosotros, sus dioses, sus patrocinadores, los aplaudimos y les damos las
gracias por haber luchado a nuestro lado como nuestros campeones en este Crisol.
Bueno... eso es nuevo.
Ninguno de los otros nos ha dado las gracias todavía. No esperaba que lo hicieran.
No está en su naturaleza reconocer el sufrimiento mortal. En lo que a ellos concierne,
todo esto es sobre ellos.
Su sonrisa se desvanece, volviéndose seria e incluso teñida de preocupación.
—Como es tradición, el desafío final es el más difícil. Este no será una excepción,
y los dioses y daemones no estarán aquí para intervenir si flaquean.
Echo un vistazo a la fila. ¿Han oído eso?
¿Acaba de decirnos que los encargados de hacer cumplir las normas no estarán
aquí?
Zeus extiende los brazos, indicando el desierto que nos rodea.
—Este es el Valle de la Muerte, en el desierto de Mojave, al oeste de Estados
Unidos.
Observo mejor mi entorno. El cielo se está volviendo azul oscuro y ya está
inundado de estrellas, no tan brillantes como las del Olimpo, pero casi. La puesta de sol
baña todo a nuestro alrededor con un resplandor rosa anaranjado que se volverá más
oscuro a medida que el sol se oculte y más plateado a la luz de la luna llena, que ya ha
salido.
Estamos en una zona enorme y llana, de tierra firme y agrietada, interrumpida por
parches de rocas y cantos rodados más grandes y, de vez en cuando, un cactus
especialmente testarudo que se aferra desesperadamente a la vida.
Sé exactamente cómo se sienten esos capullos espinosos.
A lo lejos, a izquierda y derecha, hay cadenas montañosas. Incluso desde lejos,
puedo ver franjas de colores que muestran todos los diferentes estratos de roca y suelo
que construyeron los picos a lo largo de eones de calor aplastante. No me extraña que
Zeus eligiera el atardecer para esta Labor. Había oído una vez que el Valle de la Muerte
es el lugar más caluroso del planeta. A pesar del creciente frescor en el aire quieto y
seco, el calor emana de la arena y las rocas que nos rodean.
—No podrán esconderse aquí —advierte Zeus—. Pero correr...
Ahora está siendo tímido.
—Y redoble de tambores, por favor, para el giro... —murmuro en voz baja.
Zai se atraganta con una carcajada.
Zeus me lanza una mirada de advertencia y yo le devuelvo la mirada con los ojos
muy abiertos. Se aclara la garganta.
—Detrás de mí hay una serie de puertas.
Me inclino para mirar a su alrededor y, efectivamente, veo una a unos dos campos
de fútbol de distancia. Es difícil distinguirla en la oscuridad, pero parecen barras de hierro
negro con las puertas abiertas. Pero ¿qué sentido tiene? No hay ninguna pared
conectada a él. Está en medio de la nada. Más allá, aún más lejos, hay otra. ¿Hay más de
dos? No lo sé.
—Tres puertas —dice Zeus.
Eso responde a eso.
—La persona que pase primero por la puerta final gana. Y... —Zeus levanta una
mano, la sonrisa se vuelve socarrona—. Como bono adicional, este desafío contará como
tres victorias añadidas la puntuación total.
Trago saliva mientras un murmullo se extiende por el resto de los campeones. No
me atrevo a mirar a mi izquierda ni a mi derecha.
Zeus acaba de subir la apuesta.
Cualquiera puede ganar ahora, y sin tener que matar a Diego para hacerlo. O
empatarlo, al menos, para los que no tienen victorias. Pero yo tengo una victoria. Puedo
ganarle.
Podría ganar.
Dios mío, podría ganar.
Por Boone. Por Perséfone. Por Hades.
No, maldita sea, no por él.
Por mí.
Solo tengo que correr la carrera. Eso es. Atravesar esas tres puertas primero.
—No será fácil, campeones —advierte Zeus—. Pueden usar sus dones y premios
para defenderse, pero no pueden usarlos para escapar o saltarse ninguna parte de este
desafío. Y para llegar a cada puerta, deberán sortear a algunos de los monstruos más
terroríficos de todos las Labores de la historia.
Estupendo.
—Empezando con... —Zeus se gira, levantando las manos al cielo como si
levantara algo.
Un rayo cae sobre el suelo a lo lejos. Luego, de nuevo, más cerca. Y más cerca. Y
el último está tan cerca que el trueno me hace zumbar los oídos. Entonces el suelo
retumba bajo nuestros pies: una pequeña vibración al principio, luego mayor y más
violenta hasta que todos luchamos por mantenernos en pie.
Una grieta se forma en la tierra, partiéndola ante nosotros en un largo tajo.
Casi espero que salga vapor o lava o, como son monstruos, que salga algo
volando. Pero no hay nada.
Con una última sonrisa, Zeus desaparece.
Todavía nada.
Nos miramos unos a otros. Ninguno de nosotros es tan tonto como para asomar la
cabeza por el borde y mirar hacia abajo. Esa es la primera regla en una película de
monstruos 101 guía de supervivencia.
Lo primero que oigo es un bufido, seguido de lo que podrían ser rocas cayendo,
chocando contra las paredes de la grieta al descender, y luego un bramido claro y furioso.
Todos los músculos de mi cuerpo se tensan, entrando instintivamente en modo de
lucha o huida.
Nunca he estado en un rancho en mi vida, pero eso sonaba como un... toro.
Las manos aparecen primero en el borde de la tierra desgarrada. Manos humanas,
pero no, con enormes dedos rematados en gruesas garras amarillas. Luego cuernos.
Cuernos enormes, blancos como el hueso, que terminan en puntas mortales, tan anchos
de punta a punta que la criatura a la que están unidos debe de ser enorme.
Un minotauro.
Z
eus nos ha soltado un maldito minotauro.
—¡No es un encantamiento, como el dragón o la rana! —Jackie sisea—.
Es real.
El fuego del dragón era bastante real si le preguntas a mi brazo, así que
no estoy segura de sí me importa la diferencia. Y lo que deberíamos estar haciendo ahora
mismo no es quedarnos aquí mirando.
Con un bramido, el minotauro desaparece, y una nube de polvo y escombros
estalla desde la grieta hacia el cielo. Tiene problemas para salir.
—Mi brújula indica que no hay un único camino —dice Samuel. Ya está guardando
el instrumento de cobre—. Pero pasa por las puertas. No puedes rodearlas. —Luego me
pone algo en las manos—. Toma. Esto apareció en mi habitación, pero sé que es tuyo.
Miro hacia abajo y me encuentro con el mango de mi hacha entre las manos.
¿Qué...?
Meto la mano en el bolsillo del chaleco donde guardo mi reliquia, pero sigue ahí.
Esto no es mío. Esto es... de Hades. El gemelo que completa el conjunto que Odín le dio.
Zeus lo robó y se lo dio a Samuel.
No se trata de una reliquia o herramienta que Samuel ya poseía, como hice con mi
hacha y los dientes de dragón.
Ese maldito tramposo.
Otro bramido. El minotauro está enojado. Grandioso. ¿Por qué estamos aquí?
—Corre. —Diego se me adelanta.
Su resplandor se apaga de inmediato y desaparece de la vista. Como caballos en
la salida, todos los demás despegan. No juntos. Ni uno solo de nosotros se mantiene
unido. Porque ahora todos podemos ganar.
Yo también. Debería estar corriendo. En lugar de eso, me arrodillo y meto una
mano en uno de mis bolsillos con cremallera.
Me quedan algunos dientes de dragón: cuatro. Empiezo a cavar un agujero en la
tierra, que está tan dura que no quiere moverse y mis arañazos apenas hacen mella, así
que meto los fragmentos blancos de hueso en una de las grietas y espero que sea
suficiente. Si la última vez fue un indicio, tardará unos minutos.
Los cuernos han vuelto. Joder, debería haber huido. Dos enormes manos
aparecen de nuevo en lo alto de la grieta. Saco mis dos hachas y las levanto. No es que
puedan hacer mucho contra una cosa de ese tamaño, pero son mejor que nada. Sale de
espaldas a mí. Eso me dará un poco más de tiempo.
Corro tras los demás, que están lo bastante lejos como para que se vean pequeños
en la distancia. Trinica está más cerca de mí. Y Samuel, quizá aún debilitado por su herida,
no está mucho más adelante. Jackie y Zai siguen en el suelo, sin haber utilizado aún sus
dones de vuelo. Los demás están demasiado lejos para distinguirlos.
El minotauro está a medio camino, ahora a mi derecha, cubierto de pelaje moteado
marrón y blanco. Su cabeza de toro se asienta sobre un cuerpo de apariencia humana:
hombros enormes, torso desnudo cubierto de piel de vaca. Su forma humana está llena
de músculos.
Corre más rápido, Lyra.
El minotauro levanta una pierna hacia el suelo. Lleva una especie de calzones que
solo le llegan a las pantorrillas, revelando que, al igual que los sátiros, su mitad inferior es
del mismo animal que su cabeza, también toro, con el mismo pelaje marrón y blanco. Con
las pezuñas por fin en suelo firme y el pecho agitado por la ira y el esfuerzo, el minotauro
se incorpora hasta su altura máxima, elevándose hacia el cielo, de espaldas a mí todavía.
Pero el movimiento debe llamar la atención del minotauro, porque se da la vuelta
para mirarnos.
Su rostro cubierto de piel es grotesco, con un anillo de latón a través de su nariz
arrugada y reluciente. Pero de todas las partes del minotauro, incluido su tamaño, la más
aterradora son sus ojos.
Ojos fríos, vidriosos, negros, sin blanco, como si el alma hubiera sido succionada
de la bestia hace mucho tiempo.
Se me retuerce el estómago mientras muevo brazos y piernas.
Estoy al final de la manada. La débil. Estoy jodida.
Baja la cabeza y da zarpazos con una pezuña en la tierra hambrienta de agua,
levantando polvo. Su cuerpo vibra con la rabia acumulada por su frustrante escalada, y
yo soy el blanco más fácil disponible para desquitarse.
Esta vez, su bramido sacude la tierra misma.
El minotauro corre, viene directo hacia mí.
La adrenalina se apodera de mi sangre y mi corazón bombea a toda velocidad
mientras fuerzo mi cuerpo a cruzar la larga y llana distancia que me separa de la puerta.
El suelo tiembla con cada golpe de sus pezuñas mientras se acerca a mí.
Sé que no voy a conseguirlo cuando una bocanada de aliento húmedo y rancio me
golpea en un lado de la cara.
Con un grito, me detengo y lo encaro, sin ningún plan real. Pero antes de que
pueda trazar uno, una fuerza mágica e invisible levanta mis hachas como si estuvieran
imantadas. Se cruzan por las empuñaduras y, en el instante en que lo hacen, una fuerza
las golpea con tanta potencia que caigo al suelo, al igual que el minotauro.
No espero para averiguar qué ha pasado. Vuelvo a ponerme en pie y a moverme.
Pero el minotauro no tarda mucho en levantarse y perseguirme de nuevo. Tuve
suerte la última vez. Esta vez, no tengo elección. Estoy echando mano a una perla de mi
chaleco, pensando que solo la usaré para escapar de él, cuando un rayo turquesa pasa
a mi lado y se abalanza sobre la cabeza del minotauro. El monstruo se detiene a media
carga. Otro rayo con alas blancas viene justo detrás, y el minotauro golpea el aire con
sus manos fornidas.
Jackie y Zai.
Zai logra asestar una estocada con el Harpe de Perseo, que impacta en la frente
del minotauro. Con otro grito de rabia que hace temblar el suelo, el toro balancea la
cabeza, y Zai alcanza uno de sus enormes cuernos en el estómago, gracias a las Moiras,
no con la punta, pero esto lo lanza por los aires, con las alas de sus pies calzados con
sandalias batiendo ineficazmente contra el impulso.
—¡Zai! —grito, mi estómago se retuerce al verlo voltear en el aire.
Se recupera antes de caer al suelo y yo casi tropiezo aliviada.
—¡Vete! —Zai me grita, luego vuela hacia el minotauro.
Y lo hago.
Con el corazón en la garganta por ellos, lo que me dificulta la respiración, corro lo
más rápido que puedo hacia la puerta. En cualquier momento, espero oír un crujido de
huesos al golpear a uno de ellos, pero no me detengo. Eso los mantendría en peligro
durante más tiempo.
El suelo bajo mis pies tiembla.
Sigo corriendo.
Más adelante, veo a Samuel pasar por la puerta, donde Dae ya lo está esperando.
Otro temblor, más fuerte esta vez, sacude terrones de tierra seca. Luego otro
temblor, aún mayor, y tengo que reducir la velocidad porque está moviendo el suelo bajo
mis pies.
Es entonces cuando cuatro soldados de hueso del tamaño del minotauro surgen
del suelo en una explosión de tierra y arena.
Mis soldados de hueso están formados como hombres, en lugar de merfolk como
la última vez. Llevan lanzas, escudos y yelmos de hueso cubren sus cabezas.
El minotauro deja de dar espadazos a Jackie y gira para enfrentarse a esta nueva
amenaza.
Señalo y grito mis órdenes.
—Cuídennos de todos los monstruos.
Inmediatamente, los soldados de hueso se agachan, con los escudos en alto y las
lanzas preparadas. En una sola línea, dan un paso hacia el minotauro. Luego otro.
Sus huesos repiquetean cuando lo hacen, el sonido es siniestro. El sonido que
imagino que hace la muerte cuando le visita una parca.
La amenaza para el minotauro es clara, y el toro se centra únicamente en los
soldados, sin prestar atención a Zai ni a Jackie. La bestia vuelve a dar zarpazos en la
tierra. También se agacha, con el puño en el suelo como un defensa, y baja la cabeza
para mirar a los soldados con los ojos entrecerrados por la furia. Su aliento levanta polvo
del suelo mientras resopla y da zarpazos. A continuación, su cuerpo se estremece y sus
músculos se contraen antes de ponerse a correr.
Me deslizo a través de las puertas de hierro abiertas, lo suficientemente altas como
para dejar pasar a King Kong, y luego me doy la vuelta.
—¡Corran! —grito. Trinica ha pasado antes que yo. Está con Dae y Samuel,
ninguno de los cuales ha pasado aún a la siguiente puerta, y mira fijamente a los
rezagados que intentan atravesarla, todos gritando y chillando para animar a alguien.
Rastreo la zona en busca de otros campeones y veo a Rima cerca y a Amir justo
detrás.
—¡Vamos! —Les hago señas.
Zai y Jackie se abalanzan para atravesar la puerta por los aires, pero entonces el
minotauro se topa con Rima y Amir y corre hacia ellos con un bramido.
Los dos soldados de hueso más cercanos le ganaron la partida a los campeones,
recogiendo uno cada uno.
—¡Cierren las puertas! —Jackie grita.
—¿Qué? ¿Por qué? —La puerta se alza solitaria en el amplio y llano valle,
desconectada de las montañas que hay a ambos lados. Es solo simbólico, ¿no? No va a
detener nada.
—¡Muros! Puedo ver paredes. —Ya está empujando una puerta para cerrarla, pero
no se mueve más de uno o dos centímetros.
Los demás empezamos a empujar con ella. Incluso con la fuerza de Samuel, las
puertas se nos resisten. ¿Tenemos que pasar todos para cerrarlas? O morir. Puedo ver
a Zeus pensando que es un pequeño giro divertido.
Los soldados están a punto de llegar, pero el minotauro es más rápido y se
abalanza sobre ellos como la encarnación de la muerte.
Está justo detrás de ellos.
—¡Aquí! ¡Samuel! —La voz de Diego surge de la nada, y una lanza telescópica de
latón aparece y salta por los aires.
Samuel la atrapa y la lanza contra el minotauro, su fuerza mejorada lo dispara como
un cohete. Golpea a la criatura en la mejilla, y el minotauro ruge pero no disminuye su
velocidad. Samuel vuelve a empujar las puertas.
El toro arremete contra el esqueleto que sujeta a Amir, que tropieza pero se
mantiene en pie. Uno tras otro, los soldados se lanzan hacia la puerta, deslizándose sobre
sus vientres.
Pero el minotauro está ahí, y las puertas no están cerradas.
—Por favor, que esto funcione —murmuro, y salto al espacio abierto entre las
puertas.
—¿Qué estás haciendo, Lyra? —Trinica grita detrás de mí.
Con las dos hachas en las manos, las cruzo delante de mí e intento no inmutarme
ni moverme cuando el minotauro se abalanza sobre mí. El estruendo de sus pezuñas
compite con los latidos de mi corazón mientras los demás campeones me gritan que me
aparte.
—¡Cierren las puertas! —grito. Todavía les cuesta a todos empujar para hacerlo.
Entonces braceo.
Esta vez, cuando el minotauro golpea, lo veo. Mis hachas forman un escudo
invisible frente a mí, muy parecido a los muros a ambos lados de las puertas, supongo. El
minotauro rebota en él como si chocara contra una montaña. Salgo despedida hacia
atrás. Samuel me atrapa, y mi impulso nos hace caer a los dos, con mis hachas saliendo
despedidas hacia los lados.
—Ay —gimo.
—¡Cuidado! —Amir grita.
Levanto la cabeza del suelo a tiempo para ver cómo uno de los esqueletos que
aún permanecen en el lado del minotauro choca contra él mientras se pone en pie. El
minotauro se lo quita de encima con facilidad, pero eso da al segundo soldado tiempo
suficiente para llegar hasta nosotros. Se aprieta a través de nuestro lado. Supongo que
tenía razón en lo de hacernos pasar a todos para cerrar las puertas, porque de repente
se cierran de golpe.
Las puertas se cierran un segundo antes de que el toro embista todo el portón con
un sonoro estruendo.
M
e inclino hacia delante, aspirando aire.
—Malditos... dioses... sedientos de sangre —murmuro ante la tierra
resquebrajada.
—Toma —me dice alguien, Dae creo, entregándome mis hachas.
—Gracias.
El minotauro retrocede e intenta rodear la puerta, pero rebota en la barrera
invisible que hay allí. Con un bramido, vuelve a ponerse en pie y corre a ambos lados de
la puerta, probando la pared que no puede ver.
Y quizá por eso no reconozco el temblor del suelo como lo que es.
No hasta que un tentáculo amarillo sale de la misma fisura por la que se arrastró
el minotauro. Solo en este lado de la puerta.
No hay descanso para los malvados, supongo.
Señalo la fisura.
—Vamos...
Juntos, corremos de nuevo, y mientras corro, miro a mi derecha, observando y
esperando.
¿Qué nos envió Zeus ahora? Algunas criaturas de la historia tienen tentáculos,
ninguna de ellas buena. ¿Les iría bien fuera del agua, sin embargo?
Capto un movimiento y, tras mirar fijamente, me doy cuenta de que es Dae. ¿Qué
demonios está haciendo, corriendo hacia la fisura en vez de hacia la puerta como
nosotros?
Agarra la flecha de Artemisa en su mano. Su premio de la quinta Labor.
Ese tonto. Está intentando darnos a todos una oportunidad mejor. Arriesgando la
vida, corre hacia el tentáculo y clava la punta de la flecha en el apéndice que se retuerce.
Un aullido de dolor, a medio camino entre un silbido y un rugido, sale de la grieta, y un
centenar de tentáculos estallan desde la profunda grieta, lanzándose y agitándose hacia
el cielo oscuro. Se retuercen al descender de nuevo a la tierra, pero entonces, actuando
como uno solo, se empujan, y la criatura que salta de las entrañas del Inframundo es de
lo que están hechas las pesadillas.
Similar al minotauro, tiene una forma parcialmente humana, erguido con dos
piernas humanas, dos brazos que salen de unos anchos hombros y una cabeza sobre
esos hombros.
Ahí acaban las similitudes.
Tentáculos de todos los tamaños sobresalen de su cuerpo, convirtiéndose en
brazos adicionales, y tentáculos más delgados forman mechones de su larga cabellera.
De la cintura brotan tentáculos aún más gruesos que, al parecer, pueden actuar como
patas cuando se desliza por el suelo.
Su rostro también dista mucho del ser humano. Es como un pulpo, pero con
agujeros en la cabeza donde deberían estar los ojos e hileras de dientes afilados como
cuchillas en las fauces que supongo que son su boca.
¿Un kraken?
Lanzo una carcajada entre jadeos mientras sigo corriendo. Por supuesto, un
kraken.
Mujer, creo, basándome en sus pechos y la forma de su cuerpo. El kraken está
arrastrando uno de los tentáculos con forma de brazo. Ese debe ser el que Dae apuñaló
con la flecha. No la mató. Apenas la ralentizó.
Ladea su espeluznante cabeza, observando el campo, y creo que ese agujero de
dientes... sonríe.
Mierda.
—¡Dispérsense! —grito.
Darle un único objetivo es una mala idea.
El pavor es un bulto helado en mi pecho, y un escalofrío amenaza con aflojarme
los dientes.
Desde el otro lado de la primera puerta, el minotauro ruge, y el kraken se encabrita
y ruge a su vez. Se están... comunicando.
Joder, joder, joder.
Los soldados de hueso deben de estar de acuerdo conmigo, porque oigo un
crujido de huesos, y cuando miro hacia atrás, los dos que aún están con nosotros están
en esa postura agachada, frente al kraken. Entonces, los soldados de hueso y el kraken
arremeten entre sí y estalla el caos.
Los soldados de hueso bloquean sus escudos y absorben el golpe antes de hacer
retroceder al kraken, pero ella consigue plantar un pie contra una roca y agarrar uno de
los escudos, tirando a ese soldado al suelo.
Y todos los campeones corremos ahora para no estorbar en un campo de batalla
de gigantes.
Corro en una dirección, pero me detengo cuando un esqueleto se estrella contra
el suelo frente a mí y me arroja tierra a la cara. Su mandíbula se separa y aterriza a menos
de un metro de mí. En un instante, vuelve a ponerse en pie y levanta la mandíbula del
suelo. Vuelve a empujarla y la abre de par en par en un espeluznante grito silencioso de
venganza. Luego se lanza al aire, con la lanza en alto. Cuando baja, el kraken se ha
movido y la punta de la lanza se estrella contra el suelo, enviando más tierra y polvo hacia
el cielo cada vez más oscuro, dificultando aún más la visión.
Toso, resoplo, y parpadeo con la arenilla de los ojos, voy en dirección contraria y
tengo que golpear la cubierta, panza abajo, cuando uno de los tentáculos del kraken pasa
volando por encima de mí. Miro a la izquierda y veo a Trinica rodando en dirección
contraria.
Golpes de aire de mis pulmones. Dioses, eso estuvo cerca.
Mueve el culo, Lyra.
Mientras intento rodear el combate, no pierdo de vista al kraken a través del polvo.
No veo a Trinica bajo los pies del kraken hasta que el monstruo está encima de donde
ella sigue de rodillas y parpadea aturdida. Pero Samuel también está allí de repente. Con
los brazos en alto, aguanta todo el peso del kraken mientras ella los pisotea. Desde aquí,
no puedo ver si los aplastó o no.
Más cerca de mí, Rima salta sobre una roca. Con un grito, rompe la tapa de un
pequeño frasco de cristal y explota fuego de dragón. El estallido inmediato y crepitante
es tan fuerte que me tapo los oídos con las manos, y la llamarada es tan brillante que
tengo que cerrar los ojos, parpadeando rápidamente, pero solo veo manchas que bailan.
El olor a azufre inunda el aire.
Eso tuvo que haber matado al kraken, ¿verdad?
Mi visión vuelve a tiempo para ver al kraken dando tumbos, con las manos
aplastadas sobre los agujeros donde deben estar sus orejas, una enorme marca de
quemadura en el pecho, sus ojos muertos desorbitados.
Samuel está arrastrando a Trinica hacia la segunda puerta. No veo a Rima. Es
entonces cuando me doy cuenta de que el kraken está tropezando en mi dirección, un
soldado de hueso atacando al mismo tiempo.
Corro de nuevo. El mundo parece un caos de suciedad y batalla a mi alrededor,
los rugidos de las furiosas criaturas y el estruendo de los huesos y la carne llenan el aire.
Mientras corro, busco cualquier cosa: una roca, un peñasco... A estas alturas aceptaría el
lecho de un río seco y poco profundo, con tal de cubrirme un poco. Por eso no veo el
tentáculo que se abalanza sobre mí a través del polvo que oscurece el aire hasta que es
demasiado tarde. Vuelvo a cruzar las hachas delante de mí, preparándome para que me
golpeen, cuando algo me ataca desde un lado. Unos fuertes brazos me envuelven
mientras me elevan en el aire a sacudidas.
Jackie.
—¡Diosa! —grito.
Sonríe y me lleva volando directamente a través de la segunda puerta, que es de
color bronce e igual de espeluznante que la primera. Jackie me deja en el suelo junto a
Trinica justo cuando Amir se mete un pétalo blanco en la boca.
—Vuelvo enseguida. —Jackie sale disparada de vuelta al jaleo.
Samuel y Dae son los siguientes en cruzar la puerta, y nosotros seguimos
esperando, colocados para cerrar la puerta rápidamente, estremeciéndonos con cada
traqueteo de huesos y explosión del kraken, los gritos del minotauro aun retumbando en
la distancia.
—¡Allí! —Rima señala.
En lo alto, Jackie surca los cielos cargados de polvo, Zai detrás de ella con el Harpe
de Perseo desenvainada.
En cuanto pasan, las puertas se cierran solas y la cerradura vuelve a hacer clic.
Dos menos.
Falta uno.
—¿Qué es esto? —murmura Samuel.
Colectivamente, todos nos volvemos.
Trinica entrecierra los ojos.
—No puede ser bueno.
L
a oscuridad aquí es tan densa que las estrellas y la luna no se ven. A unos
metros delante de mí, es como si se hubiera levantado un muro de sombras que
lo oscurece todo.
Lo que significa que no solo tenemos que enfrentarnos a cualquier criatura que
venga sin verla, sino que también tenemos que encontrar la puerta.
Trinica saca una extraña piedra rosa de un bolsillo y la estudia. Es el premio que
ganó en la Labor de Atenea: la Piedra de Imithacles, una reliquia de la que ninguno de
nosotros había oído hablar antes, pero que dará una respuesta verdadera al día.
—Será mejor que le demos un uso —dice, y cierra los dedos con fuerza alrededor
de ella—. ¿Cómo atravesamos esta última puerta de forma segura? —pregunta.
Ella cierra los ojos, pero yo no oigo ni veo nada. Supongo que los demás tampoco,
porque la observamos y nos miramos unos a otros. Todo mientras el kraken y los
guerreros esqueleto que me quedan luchan al otro lado de la puerta.
Entonces abre los ojos.
—Dijo, no escuches.
—¿No escuchar qué? —pregunta Rima.
—¿Qué significa eso? —pregunta la voz incorpórea de Diego.
Que es cuando lo oigo. Creo que todos lo hacemos, porque cada uno de nosotros
lentamente se pone rígido.
Un canto.
Hermosas voces alzadas en una canción.
No escuches.
—Sirenas —susurra Zai a mi lado.
—Por fin estás aquí —una voz tan seductora como el suspiro de una amante llama
desde la oscuridad—. Ven a jugar con nosotros.
Inmediatamente, todos los demás avanzan, con miradas soñadoras. Diego también
debe quitarse el anillo, porque aparece de la nada y luego se lo traga el muro de sombras.
Todos menos yo, Jackie... y Samuel.
Jackie agarra a Rima del brazo, pero ella se la quita de encima y sigue adelante.
Samuel alcanza a Dae, pero Dae es demasiado rápido y se aleja corriendo.
—¡Para! —Intento tirar de Zai hacia atrás, pero me empuja al suelo antes de
desaparecer en la oscuridad como los demás.
La confusión es un nudo que se retuerce en mi estómago. La bendición de Jackie
es ver a través de encantamientos, así que supongo que está protegida de las sirenas.
Pero Samuel...
Nos mira fijamente durante un parpadeo con los ojos muy abiertos.
—Eso explica el color de tus ojos hoy —susurra Jackie—. Te han puesto glamour.
En otras palabras, Zeus le hizo algo para ayudarlo a resistir esto.
—¿Por qué no te afecta? —me pregunta.
—Ni idea.
No importa. Uno de nosotros todavía tiene que llegar a esa puerta. Tal vez si lo
hacemos, la Labor se detendrá y estarán bien. Pero lo dudo.
Todos miramos a la oscuridad.
—Tenemos que conseguir que los demás crucen la línea —dice Jackie.
Sin esperar a que aceptemos, se adentra en la oscuridad.
Con una inclinación de cabeza, Samuel activa su escudo, sosteniéndolo ante él
mientras también camina.
Extraigo el pequeño frasco de mi chaleco, mi premio de Apolo, y me coloco
lágrimas de Eos en los ojos. Inmediatamente, mi visión cambia: es como mirar el mundo
a través de una luz iridiscente, como si el amanecer hubiera teñido la tierra que me rodea
de azul y bronce y naranja y amarillo, resaltando los detalles.
—Allá vamos —susurro para mis adentros.
Entonces entra en las sombras.
Incluso con mi vista mejorada, la oscuridad es sofocante. Es como si me enterraran
viva o me ahogara. La sensación es más que desagradable. Tengo que concentrarme al
máximo para no ceder al pánico que intenta trepar por mi garganta.
A mi alrededor, esparcidos por la ancha, larga y plana tierra, están los demás
campeones. Parecen caminar en círculos o por una especie de senderos borrachos y
serpenteantes. Me muevo despacio, un paso delante del otro, con la guardia alta por si
hay algo peligroso.
Pero solo somos nosotros nueve. Sin monstruos. No hay sirenas. Ni siquiera las
oigo ahora.
—¡Sí! —Trinica levanta los brazos al cielo como una niña que busca a sus padres—
. ¡Tómame!
Algo destella del cielo al suelo tan rápido que no puedo distinguirlo, e igual de
rápido, se eleva hacia arriba.
Y Trinica se ha ido.
—¡Mierda!
—¿Qué fue eso? —dice Jackie.
—No lo sé. ¿Las sirenas se mueven tan rápido? ¿Y adónde llevaron a Trinica?
Un sonido como el de una bandera que se quiebra con el viento me hace girar a
tiempo para ver cómo se lleva a Diego.
Entonces Jackie grita y yo vuelvo a girar para encontrarla con las alas desplegadas,
luchando contra otra criatura alada que intenta llevársela al cielo. La criatura consigue
inmovilizarle las alas y los brazos y se aleja volando.
Haz algo, Lyra.
Solo que no puedo hacer nada más que dar tumbos.
Son demasiado rápidos.
—¿Dónde estás? —Oigo la voz cantarina de una sirena detrás de mí y me la
encuentro delante de Samuel, que tiene el escudo levantado. ¿No puede verlo? ¿El
escudo lo protege contra ellos o algo así?
—Te escucho —grita Zai, y la sirena gira.
Cuando va por Zai, tengo un hacha preparada y la lanzo. Le da a la criatura en el
brazo, y la sirena grita. Pero entonces descienden dos más, y se la llevan junto con Zai.
Mi hacha cae al suelo a su paso. Corro a recogerla, solo para oír el mismo ruido
cerca de mí. Cuando miro a mi alrededor, Amir ya no está.
Hay un destello dorado volando por el aire de la sirena que persigue a Rima.
Samuel debe haber lanzado su Aegis a lo que sea que la persigue. Pero falla, y casi un
segundo después, una sirena se lo lleva a él también.
Luego Rima. Dae.
Y entonces... estoy sola.
Quiero decir completamente sola. Abandonada en medio del desierto, con tierra
agrietada y seca bajo mis pies. El silencio se instala a mi alrededor. Incluso el kraken y el
minotauro, atrapados tras los muros a mi espalda, han enmudecido. Y siento que la
oscuridad me aprieta y se hace cada vez más pesada.
No puedo respirar.
Todos los campeones se han ido.
Trago saliva.
Entonces salta cuando ese destello de movimiento cae justo encima de mí, y de
repente, una sirena está delante de mí.
Incluso con las Lágrimas de Eos pintando los detalles de su rostro y su forma con
luces y líneas únicas, aún puedo ver la belleza y el peligro mortal de la criatura. Es una
mujer, excepto por sus brazos, que son alas y cuyas plumas llegan hasta el suelo. Lleva
una especie de falda, con cinturón bajo sobre las caderas y aberturas a los lados que
dejan al descubierto sus largas piernas, y flores que cubren sus pechos. Lleva el pelo
recogido en plumas, como un tocado de guerrera, que me recuerda a la armadura de
Atenea.
No creo que su piel sea de carne humana. Es blanca, con intrincadas marcas
arremolinadas que parecen plumas y lágrimas al mismo tiempo. Y su rostro y rasgos
podrían rivalizar con los de Afrodita en cuanto a perfección simétrica y curvilínea.
La sirena levanta la barbilla, gira lentamente la cabeza de un lado a otro, sus ojos
recorren mi lado mientras parece buscar a su alrededor.
—Te percibo, mortal. ¿Por qué no puedo verte? —Dioses, qué voz. Como la miel,
la música y el sonido del agua al correr—. Ven a mí y déjame amarte.
Me quedo muy quieta, conteniendo la respiración para que ni siquiera se me
mueva el pecho.
Ladea la cabeza como un ave de presa.
—Te amaré mejor que a nadie en tu vida.
Durante un breve segundo, el rostro de Hades invade mi mente. Entonces la
mirada de la sirena se dirige hacia mí y me tapo la boca con la mano para contener la
respiración.
Pero sigue sin verme.
Como si fuera invisible.
Y entonces es cuando lo sé.
Lo que Homero no sabía cuando compuso la Odisea, algo que ahora nos enseñan
en la escuela, es que las sirenas no solo atraen a los humanos con sus cantos, sino que
ansían el amor de los humanos casi hasta la enfermedad, por lo que se los llevan a su
isla, donde no hay comida ni agua para mantener la vida de los mortales.
El estómago se me revuelve en mil nudos, el pecho tan apretado que no puedo
respirar por el dolor que resuena en mi corazón.
Hades no me eligió porque vio algo especial cuando nos conocimos. Todo lo
contrario, de hecho.
Respiro entrecortadamente. Hades me eligió por lo que no soy.
Adorable.
H
ades lo sabía. Tuvo que haber averiguado de algún modo la Labor de Zeus, y
sabía que yo podía ganar debido a mi maldición.
Porque no puedo ser amada.
Y eso me hace invisible a las sirenas.
Sin previo aviso, la sirena que tengo delante despliega sus alas y se eleva hacia el
cielo. Tan rápido. Se mueven tan increíblemente rápido. Ni siquiera puedo seguir a dónde
va.
Busco en el cielo cualquier rastro de que esté cerca. ¿Y si me muevo y ella me ve
y se abalanza sobre mí? Doy un paso adelante, tentativo.
No pasa nada.
Y otro paso, y otro.
Sigue sin pasar nada.
Y entonces parpadeo y la puerta está justo delante de mí. No está cerca, pero con
suerte podré llegar sin que la sirena me encuentre. No puedo decir de qué metal está
hecha la puerta debido a mi visión distorsionada, pero juraría que las alas de los ángeles
están diseñadas en las volutas, como si fueran las puertas del cielo de un dios diferente.
Lo que son para mí es la salvación. La línea de meta. Puedo ganar.
También podría terminar con la Labor de los demás.
Acabemos con esto.
Lentamente, camino, paso a paso, hacia las puertas que se arremolinan, la línea
de meta que me llama. Una tentación, como las sirenas. Y llego. Llego donde solo tengo
que dar un paso. Un solo paso.
Pero no puedo obligarme a tomarlo. Mi instinto me grita que esto está mal.
Con las manos a los lados, cierro los ojos e intento pensar.
¿Dejarán los dioses a sus campeones, que perdieron el Crisol, morir con las
sirenas? Aunque acabe el desafío, los dioses no tendrán que ir a buscarlos. El Crisol
habrá terminado. No necesitan a sus campeones mortales después de hoy. Y los dioses
son conocidos por su mezquindad.
Bueno, casi todos.
Pero ¿podría Hades salvarlos si quisiera, una vez que termine la Labor? Algo me
dice en mis huesos que Zeus preparó este final para que no quedaran más campeones
que los de él. Solo que no me esperaba a mí.
Pero si me detengo ahora, podría perderlo todo. Hades. Boone. Perséfone.
Me tiembla la mano cuando deslizo los dedos en un bolsillo con cremallera, saco
una de mis perlas y la estudio. El caso es que... no puedo dejar que los demás mueran
sin más. Y creo que Hades tampoco querría que lo hiciera.
Me doy cuenta por un segundo de que ese último pensamiento conecta todos los
puntos para mí de repente.
Hades no querría que los dejara. Incluso odiando el peligro que correría. Incluso
odiando mi derrota. Él sabría que no puedo abandonarlos. Que nunca elegiría hacerlo.
Mis ojos se abren de par en par al darme cuenta de repente de por qué me ha
estado apartando. Sabía lo que esto me costaría y me estaba dando a elegir.
Siempre me ha visto mejor que a nadie, incluso que yo misma a veces. Me viene
a la memoria el momento en que nos conocimos, cuando me dijo que mi capacidad para
anteponerme a los demás me sería muy útil. Pensé que me llamaba egoísta, pero quizá
me vio con claridad. Que, probablemente en parte debido a mi maldición y a mi necesidad
de ser amada, antepongo a los demás que a mí. Pero a veces, necesito anteponerme a
mí misma. Como ahora.
Necesito tomar la mejor decisión ahora para mí. No por Hades. O Perséfone. O
incluso Boone. Necesito elegir con lo que puedo vivir, y eso significa salvar a mis amigos.
Y él lo sabía.
Recuerdo la forma en que Hades me abrazó luego de la muerte de Isabel. La forma
en que nunca se separó de mí las dos veces que me hirieron. La forma en que estaba
cuando nos juntamos. Esos momentos fueron reales. No él moviendo piezas en el tablero
de ajedrez. Reales.
No querría que ganara ahora si eso significa vivir con el dolor de que podría haber
salvado a todos. O al menos haberlo intentado.
Sé que eso también es real.
Porque si ya sabía que podía ganar esta Labor, entonces también sabía que lo
ganaría por él. Si no lo odiara, entonces elegiría ganar por él antes que salvar a todos los
demás. Y me hizo odiarlo para que yo eligiera por mí.
A su jodida manera, me ha dicho exactamente lo que hay en su corazón.
Porque estaba dispuesto a sacrificar lo que yo sentía por él, incluso sus propias
necesidades, para darme una opción. Y ahora no dudo en usar su don.
Me trago la perla, imaginando exactamente adónde quiero ir.
Usar mis perlas es siempre una sacudida. La misma fuerza me echa el lazo invisible
a la cintura y me arrastra hasta que estoy de pie encima de una roca que sobresale sobre
olas de un azul inmaculado que se precipitan contra ella, enviando una niebla de agua
sobre mí. Cuando las olas retroceden, puedo ver los detalles de todo lo que hay en el
fondo del océano.
Solo que de una forma extrañamente coloreada, gracias a las Lágrimas de Eos.
La roca sobre la que estoy es una de las muchas que sobresalen del agua como
puntas y forman una corona alrededor de una pequeña isla. Puertas, ventanas y formas
reconocibles de edificios están tallados en la roca natural. Y alrededor, en las grietas,
sobre las rocas, en el agua, hay flores llenas de color... y huesos humanos blanqueados
por el tiempo y el sol. Miles de ellos.
Antemoesa. La isla de las sirenas.
Pero ¿dónde están? ¿No deberían estar al menos algunas en estas rocas,
atrayendo a los marineros a la muerte? Observo el cielo, pero no veo ningún ave por
ninguna parte.
Con cuidado, me abro paso por mi saliente de roca hasta la isla propiamente dicha.
No es enorme, pero tendré mucho espacio para revisar los edificios tallados. O ser
atrapada.
Decido abordarlo metódicamente, habitación por habitación.
Pero antes de cruzar la primera puerta, lo oigo. Una canción. Pero un canto
agitado, casi como escuchar a una manada de coyotes en un frenesí asesino.
Maldito sea Zeus, eso no es bueno.
Tan rápida y silenciosamente como puedo, comprobando en cada esquina y en
cada puerta por la que paso, sigo el sonido, rastreándolo a medida que se hace más y
más fuerte hasta que casi tropiezo con ellas.
Las sirenas, cientos de ellas, se reúnen en un anfiteatro excavado en la roca de la
propia isla. En el corazón del teatro, la piedra forma un semicírculo de asientos
escalonados alrededor de un fondo plano, frente a un escenario que parecen varios pisos
de pilares y portales tallados.
Me sitúo a la sombra de un arco del fondo, en lo alto de unas empinadas escaleras
que bajan al anfiteatro. Una vista de pájaro, por así decirlo. En el espacio plano que
precede al teatro, también tallado en la roca, hay sillas de respaldo recto que parecen
tronos. Cinco de ellos, en los que se sientan más sirenas. ¿Líderes, quizá?
Arrodillados ante ellos, con los rostros desencajados por el asombro encantado,
están Zai, Rima y Diego.
Ninguno de ellos está retenido ni se pelea. Parecen perfectamente contentos de
estar allí sentados mientras las sirenas parecen discutir, pero cantando. Para mí, tantas
voces son una cacofonía. No puedo distinguir lo que dicen o discuten.
Pero supongo que se acabó amigos míos.
¿Dónde están los demás?
Escudriño el terreno en busca de alguna señal de dónde podrían estar y me
detengo al ver a dos sirenas más jóvenes de espaldas a una puerta que da al propio
escenario.
Tienen que estar ahí. ¿Verdad?
Haz un plan, Lyra.
Pensar en esto no lleva mucho tiempo, pero va a implicar al menos dos perlas más
si todo sale a la perfección. Exactamente el número de perlas que me quedan.
Pero ¿cuándo ha salido algo perfecto en estos desafíos?
Estoy tentada de enviar una plegaria a los dioses. Por favor, déjenme sacarnos de
aquí sin dejar a nadie atrás.
N
o sé cuánto tiempo tardo en dar la vuelta al anfiteatro hasta la parte trasera del
escenario. Un rato. Oigo las sirenas todo el tiempo, manteniéndolas a mi
izquierda gracias al terreno y los edificios de la isla. De vez en cuando, una se
eleva hacia el cielo y tengo que agacharme en las sombras o esconderme en los portales.
No es hasta que estoy mirando la parte de atrás de la cabeza rubia de Jackie que
realmente creo que puedo conseguirlo.
Los otros campeones están retenidos en una pequeña cámara con una puerta que
da a las sirenas y una ventana, no lo bastante grande como para trepar por ella. No quiero
asustarlos. Si hacen demasiado ruido, llamarán la atención sobre nosotros.
Doy un pequeño silbido.
Dos cabezas se vuelven hacia mí: la de Samuel y la de Jackie.
Los ojos azul océano de Jackie se abren de par en par.
—¡Lyra! —susurra o grita. Me estremezco y le hago un gesto con la mano para
que se calle antes de quedarnos las dos muy quietas, a la espera de las sirenas que
vigilan el otro lado de la puerta. No llegan. Miro por encima del hombro y no veo a nadie.
Pero la tensión que ya me recorre los músculos de los hombros se intensifica.
Se acercan a la ventana.
—Dime que tienes un plan —susurra Jackie en voz mucho más baja.
Les enseño mi perla.
—Los necesito a todos tomados de la mano, y que ustedes tomen la mía.
Samuel asiente.
—Entendido.
Trabajan rápido, Samuel llevando a los demás, uno a uno, hasta la ventana, y
Jackie alineándolos con las manos tomadas. Han colocado a Dae y Trinica en su sitio
cuando estalla un alboroto en el interior del teatro, el argumento de las sirenas gana
fuerza. Unas cuantas salen disparadas hacia el cielo, sus sombras pasan por encima de
mí. Entonces dos sirenas salen corriendo por la esquina, por una puerta lateral del
anfiteatro, y Jackie y yo nos quedamos paralizadas.
Solo que... no parecen fijarse en mí.
Tengo el corazón en la garganta, tratando de ahogarme, pero no importa, ya que
estoy conteniendo la respiración de todos modos... mientras pasan justo por donde estoy
en cuclillas, con la mano metida por la ventana. Ni siquiera miran en mi dirección.
En algún lugar, la diosa de la ironía tiene que estar partiéndose de risa.
Una vez fuera del alcance de sus oídos, Jackie murmura:
—¿Qué demonios acaba de pasar?
—Más bien en el nombre de Zeus. —Espero que ese Idiota se esté ahogando de
frustración ahora mismo—. Date prisa.
Samuel coloca a Amir al final de la línea y Jackie comprueba todos los asideros
una última vez, luego se acerca a la ventana, toma la mano de Dae y la mía, agarrándolas
con fuerza.
Por favor, por el amor de Hades, que pueda llevármelos a todos conmigo.
Me pongo una perla en la lengua y tengo otras dos listas en la mano, luego trago.
El peso de tanta gente conmigo tira de mi brazo malo, el que quemó el dragón, e
incluso en el vacío de sonido, un grito sale de mi garganta, cortándose bruscamente
cuando aterrizamos directamente fuera de la puerta final en un montón.
—¿Dónde estoy? —Oigo gemir a Dae.
Un alivio agudo me golpea con una explosión añadida de adrenalina.
—Crucen la línea de meta antes de que las sirenas vuelvan por ustedes —les digo.
Entonces engullo otra perla.
Me materializo exactamente donde me imaginaba: justo detrás de mis amigos
arrodillados en el centro del anfiteatro.
Era un riesgo, pero pensé que era más rápido que entrar a hurtadillas.
Me quedo muy quieta y espero a que las sirenas griten o ataquen o tengan algún
tipo de reacción.
Nada.
Siguen discutiendo entre ellas, y es como si yo no estuviera aquí.
Me inclino hacia Zai y le susurro al oído:
—Toma las manos de Diego y Rima.
Se aparta de mí, frunciendo un poco el ceño.
—¿Lyra? —pregunta. No lo susurra. Lo dice en voz alta.
Una de las sirenas que ocupan los asientos delanteros en forma de trono se centra
en él y frunce un poco el ceño.
—¿Has oído a Lyra? —le pregunta Rima.
—¿Quién? —Ella es aún más fuerte.
La sirena que observa se sienta un poco más recta.
Mierda.
Piensa, Lyra, piensa.
Las sirenas ya han demostrado lo rápidas que son, pero no puedo agarrarme a los
tres y no tengo suficientes perlas para un viaje extra. Necesito una forma de hacer que
mis amigos se tomen de la mano sin montar una escena.
Espera. Veneno.
¿No recibió Zai una piedra que es un antídoto contra el veneno como premio por
la Labor de Hera? Por favor, por favor, por favor que el canto de sirena sea incluido en
eso. Las habilidades de carterista nunca han sido tan útiles en toda mi puta vida.
Encuentro la pequeña piedra verde lima con forma de guisante en uno de sus bolsillos.
—Zai —susurro de nuevo.
En cuanto abre la boca, le pongo el antídoto en la lengua y tose un poco. El efecto
es inmediato. Se queda en silencio, parpadea, y luego sus ojos se abren de par en par.
—No te muevas —le susurro con urgencia.
A su favor, Zai consigue quedarse quieto y no decir nada. Sin embargo, la sirena
lo observa atentamente.
—Mira aturdido y feliz si puedes y no digas ni una palabra —le digo—. No pueden
verme, pero a ti sí.
De acuerdo. Ahora viene la parte difícil.
—Cuando yo lo diga, toma las manos de Diego y Rima y agárrate fuerte. —Le
rodeo la cintura con los brazos.
La sirena del trono se pone en pie de repente, merodeando en nuestra dirección.
—¡Ahora!
Como si esa sola palabra la pusiera en marcha, la sirena que viene hacia nosotros
grita de repente y despliega sus alas. El teatro estalla en caos mientras más sirenas se
ponen en pie de un salto y levantan el vuelo. Pero al menos toma de la mano a Rima y
Diego.
Y me trago una perla más.
Cuando llegamos al desierto, alguien, quizá Diego, choca contra mí y acabo de
espaldas en el suelo duro y lleno de polvo. Toso y me pongo en pie.
—¡Date prisa! —Tiro de Zai conmigo—. Cruza la línea antes de que vengan.
Las sirenas son rápidas. Averiguarán adónde fuimos y llegarán enseguida.
Rima y Diego se levantan, los tres confusos pero ya no aturdidos.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Rima con voz entrecortada.
—Las respuestas son para más tarde. —Agarro la mano de Zai y me alejo, con la
intención de arrastrarlo conmigo si es necesario, solo para detenerme al ver a los demás,
Samuel, Jackie, Trinica, Amir y Dae, todos alineados.
En este lado de las puertas.
Mi corazón es como una cosa atrapada en una trampa, latiendo para salir.
—¿Han perdido el juicio? Pónganse ahí. —Tengo mis hachas delante de mí en una
mano, mi espalda al grupo en el momento siguiente. Claramente, todavía están
trabajando de los efectos del canto de sirena. Tal vez pueda detener las sirenas hasta
que todos estén a salvo. Las lágrimas de Eos aún me ayudan a ver, y ninguna está aquí.
Pero en cualquier momento—. Ya vienen.
—Queremos que vayas tú primero —dice Trinica.
—¿Qué? —Frunzo el ceño y veo que todos siguen allí. Sus palabras no tienen
sentido. Todavía con las hachas en la mano, empiezo a arrastrar a Zai conmigo—. No
tengo suficientes perlas para ir a buscarte otra vez.
Zai se suelta de mi agarre.
—Entonces será mejor que te des prisa y ganes.
Junto con Rima y Diego, se une a los demás. Esperándome.
Y mi corazón quiere estallar ante la muestra de solidaridad.
Por mí.
¿Quieren que gane? Incluso después de lo que Rima vio en su visión. Incluso
después de decidir que era peligroso. No se equivocaban al temer ese futuro. Mis labios
se retuercen alrededor de la emoción que obstruye mi garganta, alrededor del impulso
de envolver mis brazos alrededor de todos ellos. Pero no hay tiempo.
—Vayamos todos juntos. —Me apresuro hacia ellos en la línea, todavía de espaldas
a la puerta con mi escudo delante de nosotros.
—Tú primero. —Samuel me da un suave empujón en el hombro. Pero con la fuerza
añadida que Zeus le concedió, la fuerza me hace caer hacia atrás a través de las puertas
de la puerta.
Me detengo a trompicones y miro fijamente a los campeones.
En el siguiente suspiro, todo lo relacionado con los Labores desaparece: las
puertas, la oscuridad, los monstruos, incluso el polvo que llena el aire. Lo único que queda
somos nosotros, los campeones supervivientes, en el Valle de la Muerte, con el sol
asomando por las crestas orientales y tiñendo la oscuridad de un ligero color rosado.
Lo hemos conseguido.
Todos me sonríen, los brazos se me quedan flácidos a los lados y se me cierra la
boca ante cualquier protesta que estuviera a punto de hacer. Y, tras un latido en el que
siento que mi corazón podría volar, les devuelvo la sonrisa.
Pero luego no pasa nada más.
¿Dónde está Zeus? La Labor ha terminado. Es hora de anunciarme como ganadora
y terminar. ¿Verdad?
Veo a dos de mis soldados de hueso en posición de firmes a lo lejos. ¿No deberían
desmoronarse ahora? Su servicio para protegernos de los monstruos ha terminado.
Es entonces cuando mis amigos, que siguen en fila delante de mí, se quedan
inmóviles, con los ojos muy abiertos y expresiones que se convierten en máscaras de
miedo puro.
Y un trío de gruñidos suena directamente a mi espalda. Lo suficientemente cerca
como para sentir su aliento caliente en mi cuello.
C
ada parte de mí recibe un golpe tan fuerte con otra descarga de adrenalina,
miedo y conmoción, que siento la piel electrizada.
No puede ser.
Me giro muy despacio y descubro que Cerbero está ahí delante de mí, más grande
que nunca, como si hubiera crecido hasta alcanzar las mismas proporciones que los otros
dos monstruos.
—Mata al mortal —dice Cer dentro de mi mente. Levanta las tres cabezas y olfatea
el aire—. Mátala —gruñe Rus. Ber se limita a gruñir, mostrándome unos dientes
diseñados para arrancarme la carne de los huesos.
La bilis agria me sube por la garganta y me trago el ardor.
No es él. No puede ser él. La rabia que brota de sus voces es... feroz. Rabiosa.
Que es cuando veo los ojos de Ber. Ojos negros, sin alma. Como el minotauro. Zeus tiene
que tenerlos encantados. A Todos ellos.
Pero… la Labor ha terminado.
Cruzamos la última meta. ¿Todos tenemos que cruzar, como las otras dos puertas?
Excepto que la puerta ya se ha ido. Los pensamientos vuelan por mi cabeza en mil
direcciones.
Corre. Escóndete. Ayuda a Cerbero.
¿Dónde diablos está Hades? Olvídate de interferir. Zeus tomó a la maldita mascota
de Hades y la perderá conmigo después de que la Labor terminó. Ese maldito está
haciendo trampa. Si el sabueso es asesinado, Hades nunca se lo perdonará. No podemos
matarlo. No dejaré que los demás lo hagan. Pero tampoco puedo dejar que les haga daño.
Sosteniendo mis hachas delante de mí, una barrera entre él y ellas, me enfrento a
él.
—No...
Una zarpa negra me golpea desde un lado. Oigo gruñir a Cerbero mientras, con
un grito, agitando los brazos, me elevo en el aire y vuelvo a caer. Al chocar, mis hachas
se deslizan en direcciones opuestas y el viento me golpea con tanta fuerza que mi
siguiente respiración suena como si me estuviera muriendo.
Ese horrible ruido de intentar que mis pulmones vuelvan a funcionar queda
ahogado de inmediato por los aullidos de Cerbero, que deja atrás a los demás campeones
y corre directo hacia mí.
Veo a mis amigos dispersarse en cuanto le da la espalda, ayudándose unos a otros
a intentar ponerse a salvo en algún lugar. En cualquier sitio. Mis pulmones siguen
luchando y oscilo salvajemente entre la necesidad de aire y la necesidad de correr. Las
hachas están demasiado lejos para llegar a los dos. Tengo mi última perla en la mano
antes incluso de pensarlo. Es mi única salida. Aquí no hay donde esconderse.
—Cerbero —grito. Está tan cerca. Justo encima de mí—. No hagas esto. Soy yo.
Lyra.
Cer... sonríe.
—Lo sé.
Lo que sucede a continuación es tan rápido que no me doy cuenta de lo que veo
hasta que termina. Cerbero arremete contra mí y una enorme lanza de hueso se eleva
hacia el cielo por encima de su cabeza, sorprendiéndome con mi vista cambiada.
—¡No! —grito.
Demasiado tarde.
El soldado esqueleto la clava en la espalda de Cerbero. Con un aullido patético,
horrible y desgarrador de las tres cabezas, el sabueso infernal se retuerce sobre el
soldado, aun cayendo al suelo.
Y tengo que retroceder para no ser aplastada cuando lo hace.
—No. —La palabra se desgarra de mi garganta. Entonces me tropiezo para rodear
el cuerpo de Cerbero e impedir que el soldado de hueso termine el trabajo—. No le hagas
daño —ordeno.
No me importa si Cerbero me come. No puedo dejarlo morir.
Mi protector se pone inmediatamente en posición de firmes, a la espera de mi
próxima orden.
—¿Lyra? —La voz de Cer es temblorosa en mi cabeza ahora. No más furia. No
más rabia sin sentido.
—Oh dioses —susurro.
Alargo la mano, solo para apartarla de un tirón al sentir la sangre pegajosa, y Cer
se estremece ante mi contacto, gimoteando. Sus rápidos jadeos son superficiales y
ásperos. Ber y Rus están inertes en el suelo, con los ojos cerrados, inconscientes e
inmóviles.
—Yo no te hice daño.
Le acaricio la cabeza.
—No me has hecho daño.
—Podía ver lo que estaba haciendo, pero no podía detenerme. —Su voz es cada
vez más débil.
—No pasa nada. Tranquilo. —Estoy temblando tan fuerte, mis manos siguen
apretándose en espasmos espasmódicos, náuseas rodando a través de mí—. ¿Puedes
llevarnos a Hades?
¿Dónde está Hades?
—Demasiado... débil...
—¿Qué te... curará?
—Solo... el... —Se detiene, dando un pequeño aullido patético—. Estigia.
Entonces Cer gruñe, el sonido entrecortado pero feroz mientras mira algo detrás
de mí. Se me erizan los pelos de la nuca, como si hubiera tocado un enchufe. No tengo
que mirar para saberlo, pero lo hago de todos modos.
Zeus.
Mierda. Debería haber agarrado mis hachas antes de acercarme a Cerbero.
La expresión del dios se tuerce con una especie de furia frustrada, pero no es eso
lo que me hace retroceder. Es que, con los ojos aún llenos de las lágrimas de Eos, ahora
veo cosas. Y lo que veo es un velo brillante de malla sobre el rostro de Zeus. En la extraña
representación de las lágrimas, es de todo tipo de colores, como mirar a través de un
prisma, y se ajusta a sus rasgos como si hubiera sido pintado.
¿Qué demonios es eso?
Un pavor frío y pesado se apodera de mis miembros y no puedo moverme ni
hablar. Ojalá la congelación no fuera una de mis respuestas traumáticas.
La incredulidad recorre las facciones de Zeus.
—Que me jodan —murmura, y luego me señala con un dedo acusador—. ¿Tú eres
el bebé que maldije en mi templo? ¿La indeseable?
Mierda. ¿Ahora se acuerda?
Levanto las manos en señal de rendición y giro para mirar al dios de frente.
Se ríe, con un sonido un poco descontrolado. Luego empieza a murmurar y a
pasearse. Algo sobre:
—Si lo sabía todo el tiempo, entonces planeó convertirse en rey.
Mientras está distraído, hago rodar mi última perla entre los dedos, acercándome
a Cerbero. Lo llevaré conmigo. A Styx, obviamente. Tal vez Caronte pueda ayudarlo.
Estiro lentamente los dedos hacia la cabeza de Cer.
—No... —Zeus se me echa encima, y sus cejas se fruncen en un ceño tan oscuro,
tan iracundo, que transforma un rostro casi aniñado en retorcido y aterrador—. No puedo
dejar que gane.
Tan rápido que apenas registro el movimiento, Zeus extiende los brazos y se cubre
con una armadura de pies a cabeza. Mi mente y mi cuerpo mortales son demasiado lentos
para reaccionar cuando un rayo sale de sus manos y me golpea en el vientre.
Cuando el colosal estruendo y el abrasador destello de luz retroceden, no estoy
muerta.
Todavía no.
Estoy en el suelo, tosiendo sangre. Su sabor metálico en la boca es lo único que
parece real. Aún no siento el dolor.
Vagamente, soy consciente de que la explosión me hizo caer en Cerbero. La
constricción de mi garganta hace que cada respiración tortuosa sea una agonía. No tengo
que mirarme el estómago para saber que estoy mal. Me pongo las manos sobre el vientre
y noto el corte, la sangre que sale de mí con cada latido de mi corazón, demasiado rápido.
Pierdo demasiada sangre. La debilidad y la pesadez invaden mis miembros y ralentizan
mi mente.
Hades. ¿Dónde estás?
—Lyra...
Cerbero.
—Sigo... aquí —consigo susurrar. Creo que sí. No estoy segura de que mi voz
funcione.
Sigo aferrada a la perla. Cierro los ojos, apretándolos con fuerza. Estoy muerta. Ya
lo sé, pero quizá pueda ayudarlo antes de irme. Ni siquiera la Estigia puede curarme de
esta. No lo suficientemente rápido. No sin más sangre de Hades primero, y no tenemos
tiempo para eso.
Cer me mira débilmente y se echa hacia atrás. Y es entonces cuando le meto la
perla en la boca, con la mano cubierta de una baba espesa y pegajosa.
—Piensa en Estigia.
—No…
Pero ya se ha ido.
Me quedé floja en el suelo. Eso me quitó todo lo que me quedaba. Ahora... voy a
quedarme aquí tumbada y morir. Al menos hice algo bueno con mis últimos y preciosos
segundos de tiempo. Miro fijamente hacia el cielo cada vez más brillante e imagino el
Inframundo. Pronto estaré allí.
Hades.
Se va a culpar por esto cuando se entere. Se me escapa una lágrima por el rabillo
del ojo.
Entonces los pies de Zeus aparecen directamente frente a mí. Probablemente para
terminar el trabajo.
Honestamente, prefiero irme rápido que sentarme aquí y sangrar de todos modos.
Sonrío.
—Vamos, idiota.
T
al vez sea un cobarde, a pesar de mis bravuconadas, porque cierro los ojos
mientras espero el golpe final.
—No. Joder. No te muevas.
Mi corazón, que ya está luchando. Conozco esa voz. Esa voz pecaminosa de
oscuridad y hollín.
Hades.
Estoy enamorada de él.
Perséfone no está muerta. Yo estoy a punto de estarlo. Y estoy enamorada de
Hades.
Qué momento más estúpido, horrible y espantoso para descubrir esa mierda.
Abro los ojos a la fuerza e, incluso a través de las manchas que aún intentan
robarme la visión, puedo ver a Hades de pie detrás de Zeus. Está vestido con su armadura
líquida, su bidente en la mano, el asesinato en sus ojos tan afilado como el acero cortado.
Entrecierro los ojos, intentando aclarar mi visión irregular.
No tengo tiempo para obligar a mi mente confusa a concentrarse. La rabia
contorsiona el rostro de Zeus un segundo antes de lanzarse contra su hermano.
Creo que grito.
Pero lo que viene después sucede tan rápido, que mis ya menguantes sentidos
mortales no pueden seguirlo. En un segundo, Zeus se abalanza sobre Hades. Al siguiente,
está en el suelo, sangrando por las orejas, y Hades está sobre él, con el bidente en la
garganta de su hermano.
Todo el cuerpo de Zeus vibra de furia... y también de miedo visible. Se vuelve aún
más pálido, con manchas rojas moteando su piel.
—¿Vas a matarme, hermano? —le espeta a Hades.
Hades se inclina más cerca, los ojos tan fríos que parecen escarcha plateada.
—Tú y yo sabemos que fácilmente podría.
Zeus intenta moverse, luego se detiene, probablemente dándose cuenta de que si
lo hace, se cortará con el bidente.
—No te dejaré tener el trono.
Incluso tan nebulosa como estoy, es obvio que Zeus está aterrorizado de esa
posibilidad. Esto no es solo él lanzando un ataque a perder. Esto es algo más.
¿De verdad teme tanto a Hades?
—Afrodita me contó sobre Perséfone —dice Zeus—. Vas a usar la caja para tratar
de liberarla. Recorrer los siete pabellones. Por eso necesitas el trono.
No sé de qué caja habla, pero el resto encaja perfectamente con lo que ya sé.
—No puedes —insiste Zeus—. Volverás a desatar a los Titanes sobre el mundo.
La sonrisa de Hades es de pura determinación.
—Tal vez los desate sobre ti.
—Hiciste trampa. Nunca te darán el trono.
Hades suelta una carcajada sin gracia.
—El tramposo, el que siempre ha hecho trampa, eres tú. Solo en este Crisol, has
hecho muchas cosas: has conseguido dragones de mar adicionales para la Labor de
Poseidón, has matado a Neve con un rayo estratégicamente dirigido, has encantado a
Dex con una furia asesina, has añadido nuevas reglas a tu propia Labor y le has dado a
Samuel un encantamiento contra las sirenas, además de mi hacha.
—¡Mentiras! —Zeus escupe.
—Está diciendo la verdad. —¿Es Zai?
Una forma vacilante está de pie justo detrás de Zeus. Trato de concentrarme y lo
veo claramente por un segundo. Sostiene la Linterna de Diógenes en su cadena, regalo
de Dae, y Dae está de pie justo detrás de él.
La linterna brilla.
Quiero estar horrorizada de que Zeus haya hecho eso. Asqueada. Pero estoy
demasiado entumecida. Estoy casi muerta, yaciendo en un charco de mi propia sangre.
Entonces, un horrendo y familiar coro de sonidos rasga la noche, más fuerte
incluso que el alboroto anterior de los monstruos luchando. Los Daemones aparecen en
ese torbellino de plumas y furia. Hades retrocede y agarran a Zeus por los brazos,
obligando al iracundo dios a surcar los cielos. Lo arrastran pataleando y gritando.
—¡No! —grita—. Hades también hizo trampa. Sabía lo de las sirenas. No deberían
haberle permitido jugar.
Lo ignoran, volando cada vez más alto. Lo último que escucho es el grito
desesperado de Zeus.
—¡Será la muerte de todos nosotros!
Entonces, de repente, Hades está conmigo.
Está conmigo.
Su cara está a centímetros de la mía, rasgos borrosos pero inconfundibles.
—Lyra.
Consigo abrir parcialmente mis pesados párpados.
—Llegas... tarde.
—Lo siento mucho. Mi hermano nos encerró a mí y a los Daemones en la prisión.
Parece como si ya hubiéramos hecho esto demasiadas veces: yo muriéndome
mientras él intenta curarme presa del pánico. Ser mortal es un asco. Gimo y cierro los
ojos cuando me aparta la mano del estómago.
—Joder...
Bueno, eso es malo. Estaba bastante segura de que me estaba muriendo, pero
ahora lo sé con certeza.
Sus manos suben para sujetar mi cara.
—Quédate conmigo.
Dirijo mi mirada a la suya, intentando centrarme en él y solo en él, la debilidad, el
dolor y todo lo demás desvaneciéndose en la nada.
Solo él.
—Hiciste que... no te quisiera... a propósito... —Toso. Demasiadas palabras y mi
cuerpo no me deja pronunciarlas.
—Sí —responde con voz torturada—. ¿Cómo lo has sabido?
Quiero levantar la mano para acariciarle la cara, pero no puedo.
—Las sirenas —digo. Necesito explicarle más cosas, pero me costaría demasiado
esfuerzo. No nos queda mucho tiempo.
—¿Puedes... quedarte con el trono... incluso si... muero?
—No.
Eso apesta.
—Encontrarás... otro... camino.
—Lyra... —La voz ronca de Hades se quiebra.
Capto su respiración entrecortada más por la mano que aún tengo en la cara que
por el sonido.
—Así no —dice—. No...
Su cara parpadea, el ángulo cambia cuando no puedo sostener la cabeza.
—Visítame... en... Eliseo.
—Joder. —Está temblando tan fuerte que puedo sentirlo.
La visión de Rima vuelve a mí.
—No... —Apenas me salen las palabras. Son tan arrastradas que espero que
pueda entenderme—. No... quemes... el... mundo...
La tumba me arrastra al olvido.
El Inframundo me espera.
L
a luz atraviesa mi conciencia, despertándome de la nada.
Siento que frunzo el ceño. Dicen que esto es común al final, no importa
a qué dioses sigas.
La luz es sólo un punto en la distancia al principio, y luego más cerca.
Pero no es como un túnel por el que tengo que bajar. Esta luz viene hacia mí. Crece y
crece hasta que me inunda y todo a mi alrededor resplandece. Atraviesa la oscuridad
como si me sacara de ella, y entonces... me toca.
Calor.
Glorioso, perfecto, calmante calor. Está dentro de mí y sin embargo no es parte de
mí.
El calor se convierte en... ardor. No un calor abrasador. No insoportable.
En todas partes.
Sigo sin ver nada más que la luz.
Entonces... un pulso de poder.
Me golpea tan fuerte que es como una descarga de electricidad.
¿Zeus acaba de golpearme con un rayo otra vez? Qué imbécil. ¿No sabe que ya
estoy muerta?
Otra sacudida. Y a lo lejos, en algún lugar, una voz llama. Débil.
¿Qué dice?
Otra sacudida. Esta vez, un chisporroteo adicional me llena de miedo. La emoción
es tan fuerte que me dan ganas de correr y esconderme.
¿Mi miedo? ¿De qué tengo miedo?
Otra sacudida. Luego la desesperación.
—¡Vamos, Lyra!
Hades. Eso es Hades.
—Vuelve a mí, mi estrella.
Otra sacudida, y la desesperación se cuela entre las emociones que me golpean.
Que es cuando vuelvo a mí en un santiamén. A mi cuerpo. Y sin embargo no.
Porque no siento dolor, ni debilidad, solo vida vital, increíble, palpitante.
¡La vida!
Otra sacudida, esta vez inundada de una repentina y abrasadora esperanza, y me
doy cuenta de que lo que siento es... a él. Sus emociones.
—Eso es —susurra, como si ya no pudiera hacer funcionar su voz—. Eso es.
Puedes hacerlo. Quédate conmigo.
Siempre. Quiero quedarme con él siempre.
—Abre los ojos, Lyra.
Y así es.
Sin esfuerzo. Sin lucha. Simplemente los abro.
Para descubrir que seguimos en el desierto. Estoy suspendida en el aire sobre el
suelo, erguida, y Hades está de pie debajo de mí, mirando hacia arriba. Los campeones
están detrás de él, mirando con asombro.
Y la luz... la luz viene de mí. Soy yo.
Hades sonríe, con los hoyuelos a la vista, el rostro cubierto de lágrimas y todas las
emociones que antes me ocultaba, retenía, se negaba obstinadamente a darme: todo está
ahí, en sus ojos, en esa sonrisa que es solo para mí.
—No puedo creer que haya funcionado —dice.
La felicidad incandescente es como una explosión dentro de mi pecho. La luz se
dibuja hacia dentro, como si mi cuerpo la absorbiera, la consumiera, se convirtiera en
ella. Y mientras desaparece, desciendo lentamente hacia el suelo hasta que mis pies
tocan la tierra compactada.
Entonces se va la luz y nos quedamos mirándonos fijamente.
—¿Hades?
Su sonrisa se torna seria cuando me mira a la cara y luego cruza el espacio que
nos separa y me abraza tan fuerte que me cuesta respirar.
Y no me importa.
No me importa, porque está temblando y es real y me está abrazando.
—No podría perderte —dice con una voz que se quiebra.
—¿Qué ha pasado? —le susurro en el pecho—. He muerto. Sé que he muerto. —
Pero antes de que pueda responderme, cierro los ojos con terrible comprensión,
apretando los brazos en torno a él—. Dime que no...
—Si quieres decir que no te di mi corona, es demasiado tarde para retractarse.
Jadeo.
—Dios mío... —¿Me ha dado lo que más significa para él en el mundo, lo que le
hace ser quien es? Morí. Tampoco será coronado rey de los dioses. Renunció a todo. Por
mí—. ¿Por qué?
—No podría perderte. —Se encoge de hombros como si no fuera gran cosa—. En
realidad no estaba seguro de que funcionaría.
Miro fijamente a unos ojos que no albergan dudas.
—¿Ahora soy... la reina del Inframundo?
—Sí.
Santo cielo. Mierda. Santo...
—Jódeme —susurro—. ¿Soy una diosa?
Los hoyuelos vuelven a aparecer.
—Eso también.
—¿Diosa de qué?
Suelta una carcajada.
—Probablemente curiosidad y problemas —murmura. Luego, más alto, dice—:
Lleva tiempo manifestarse.
Vagamente, me doy cuenta de que estoy en brazos de Hades, rodeada por los
demás dioses y diosas y sus campeones. Miro a mis amigos, con lágrimas en los rostros
mientras me sonríen.
Me vuelvo hacia Hades y sacudo la cabeza.
—No puedo creer que hicieras eso...
Me acaricia la nuca con la palma de la mano, estrechándome más.
Enrosco las manos en su camisa, entierro la cara en su pecho, respiro chocolate
amargo.
—¿Por qué? ¿Por qué dejarías eso por mí?
—¿Sabes lo que veo en Eliseo? —Me pasa el pulgar por el pómulo en círculos
rítmicos.
—¿Qué?
—Nosotros dos allí. Y tú como mi reina. Lo he visto durante mucho, mucho tiempo.
—Traga con fuerza—. Pensaba que era algo que solo conseguiría en la otra vida algún
día. Pero ahora que te tengo allí conmigo, no esperaré tanto. Ser rey del Inframundo sin
ti a mi lado es una eternidad de mi propio infierno personal.
Se estremece contra mí, ya no se contiene nada.
Levanta la cabeza y me enreda las manos en el pelo para mirarme a la cara.
—Sé la reina allí. Mantenme a tu lado.
A pesar de que no puedo volver atrás de ser lo que él me hizo ahora, todavía me
está dando una opción.
Esto es lo que se siente. Ser amada. Ser deseada.
Tener a alguien.
Siempre me lo pregunté. Siempre soñé con que algún día... Pero nunca lo creí
realmente. Ni siquiera la noche que nos compartimos.
No puedo contener la sonrisa que quiere brotar de mí.
—¿No más juegos?
Sé que Hades entiende lo que le pregunto cuando sus ojos mercuriales chispean
con plata.
—Solo los divertidos.
M
e han llamado de muchas maneras en mis veintitrés años en este mundo:
delincuente, tramposa, zorra, no querida, maldita, campeona, pero eso es solo
lo que me ha pasado. No lo que soy. Sobre todo ahora.
Tengo nuevos nombres.
Mejores nombres: amiga, diosa, superviviente, amante...
Resulta que convertirme en diosa me quitó la maldición de encima, aunque Hades
afirma que la rompió solo con su encanto.
—Esto es ridículo —le murmuro de lado a lado de la boca.
—Estoy de acuerdo, mi estrella. —Levanta nuestras manos entrelazadas y me da
un beso en los nudillos, levantando la cabeza con una sonrisa.
Y me derrito un poco.
Ha estado así de dulce estos días posteriores al Crisol mientras nosotros nos
hemos escondido en el Inframundo, deleitándonos con el nuevo mundo que hemos
empezado a construir juntos. Incluso Caronte y Cerbero, la Estigia curó muy bien a
nuestro perro, apenas han podido visitarnos, y solo por orden de que no nos cuenten lo
que ocurre en otros lugares. Ya nos ocuparemos de la realidad. Entre... otras cosas...
Hades me ha estado enseñando a gobernar el Inframundo. No es fácil.
Pero merece la pena.
—Aguanta la ceremonia —dice mientras caminamos por un largo pasillo de un
edificio del Olimpo en el que no he estado antes—. Se regodearán de que hemos perdido.
Pero no creo que lo hayamos hecho, y te enseñaré por qué cuando volvamos a casa.
Un chisporroteo de sus emociones, algo que aún no ha desaparecido, recorre mi
sangre. Deseo. Pero también una maravillosa satisfacción que me da vértigo. Caronte
dice que es repugnante lo feliz que es Hades.
Y eso a pesar de nuestra preocupación por no tener aún soluciones para ayudar
a Perséfone o a Boone. Ella sigue atrapada en el Tártaro. Y Boone... bueno, Hades ya no
tiene una corona a la que renunciar para convertirlo en dios. Ni siquiera estamos seguros
de quién ganó el Crisol, ya que la línea de meta desapareció después de cruzarla.
Probablemente Diego, ya que era el que tenía más victorias antes de eso.
En los días posteriores a la Labor final, Hades y yo hemos hablado. Hablamos
ahora. Sobre todo.
Y hablamos de esto en detalle. Decidimos que si Diego es el ganador, el plan es
hablar con Deméter: la ayudaremos a sacar a Perséfone de Tártaro. Aunque esa es la
segunda cosa de la que Hades aún no me ha hablado en concreto: qué tiene que ver que
sea el rey de los dioses. Zeus dijo algo sobre una caja.
Lo que sí descubrí es que está relacionado con la forma en que Hades descubrió
que las sirenas formaban parte de los Labores. Cuando le pregunté, su expresión adquirió
un brillo malvado lleno de risa y... una especie de conocimiento sospechoso.
—Tengo una fuente interna —dijo—. Alguien que puede ver el futuro.
Alcé las cejas al oírlo.
—¿Un oráculo?
Hace siglos que no nace un oráculo.
Sacudió la cabeza.
—Te lo diré algún día, pronto. Que sepas que esta persona puede ver múltiples
futuros. Por ella supe lo de las sirenas. Ella es quien me dijo que te rompiera el corazón
cuando lo hice.
—Estoy bastante segura de que no me gusta esta fuente —murmuré
sombríamente.
Lo que lo hizo reír.
—Ella fue quien me dijo que te hiciera mi campeona. Y la razón por la que confié
en que saldrías ilesa es porque ella también me dijo que yo sería el rey de los dioses. Lo
que significaba que ganarías.
—¿Y le creíste? —Me crucé de brazos y lo fulminé con la mirada—. Pero tú no
eres el rey. No estoy segura de que esta fuente sea digna de confianza.
Se encogió de hombros, aparentando despreocupación cuando lo que yo habría
esperado de él es suspicacia o enojo.
—Ya te lo dije. Ella ve múltiples futuros. —Luego me atrajo hacia sí, abrazándome
con fuerza y apoyando la barbilla en la parte superior de mi cabeza—. Mientras te tenga,
averiguaremos el resto.
Así que ahora, todo lo que tenemos que hacer es pasar por esta ceremonia de
coronación para cualquier dios o diosa que ganó, a continuación, idear un plan para
ayudar a nuestros amigos. Será mejor que el nuevo gobernante no sea el maldito Zeus.
De hecho, si está ahí, no estoy segura de lo que hará Hades. Guarda un silencio ardiente
cada vez que menciono a su hermano.
Con un sonido irritado, me remuevo ante el vestido en el que básicamente me han
cosido, del que ya me he estado quejando.
Hades vuelve a vestirse de negro, más que nada para ver cómo me reiría de él,
creo. Un traje moderno, diseñado a juego con mi vestido. Dos mariposas enfrentadas,
cuyas alas forman una mariposa más grande, están bordadas sobre su corazón, justo en
el centro de una estrella de hilo negro.
Su símbolo para los dos.
Mientras tanto, yo estoy envuelta en un vestido diáfano del azul único y
resplandeciente del Inframundo. Es una especie de versión moderna de la antigua Grecia,
entallado, con un tirante sobre un solo hombro y la falda dividida en paneles con largas
aberturas hasta las caderas. El material es transparente y, gracias a la braga que combina
tan bien con mi piel, parece que esté desnuda debajo. A lo largo de cada dobladillo hay
bordadas mariposas de hilos iridiscentes de muchos colores. Una banda dorada en la
cintura, más en las muñecas y un collar dorado que me obliga a mantener la barbilla alta
o a pellizcarme la piel con él son fuentes de irritación añadida.
Afrodita me hizo este vestido. Esa es la única razón por la que lo estoy soportando.
—Entra aquí —dice—. Nike te escoltará hasta donde estaré en unos minutos.
—¿Qué? —¿Es una tontería que no quiera irme de su lado? Mi corazón se encoge
un poco. Todavía estoy traumatizada después de todo lo que pasó, supongo.
Me pasa un dedo por la mejilla y yo respondo con un escalofrío.
—Estaré cerca, mi estrella. Te lo prometo.
Cuando asiento, me da un beso en los labios, me conduce a través de las puertas
dobles y las cierra. Me detengo justo dentro y veo a los demás campeones en una gran
sala sin ventanas.
Zai me ve primero y se queda quieto, una lenta sonrisa se dibuja en su rostro.
—¡Lyra! —Trinica es la primera en cruzar la habitación para atraerme hacia ella y
darme un fuerte abrazo—. Dios mío —dice—. No sabíamos lo que te había pasado.
Para cuando me suelta, los demás ya han llegado hasta donde estamos, y me veo
pasando de abrazo en abrazo, riendo mientras lo hago.
Cuando por fin dejamos de abrazarnos, recuerdo lo que llevo días queriendo
decirles.
—Deberían saber que he visto a los demás, Isabel, Meike, Neve y Dex; ahora están
todos en Eliseo. —Me acerco y aprieto el brazo de Dae—. Tu abuela también. Me dijo
que te dijera que cuidaras de tus hermanas y... —repito las palabras coreanas que me
enseñó, con la esperanza de hacerlo bien.
Sus ojos se vuelven un poco vidriosos.
—Eso significa «mi familia es mi fuerza y mi debilidad» —susurra—. Solía
decírmelo cuando me enfadaba con mis hermanas. —Luego me hace una pequeña
reverencia—. Gracias.
—¿En serio eres una diosa, Lyra? —pregunta Amir.
Encuentro ocho pares de ojos fijos en mi cara.
—Sí.
—¿De qué? —pregunta Zai.
Me río.
—Todavía no lo sabemos. Lo estamos averiguando.
—Bueno, no esperes que te rece —dice Zai con una sonrisa. Y vuelvo a reírme.
Nunca pensé que tendría esto. Reír con amigos. Se siente... increíble. Mejor de lo
que imaginaba.
Ojalá hubiéramos tenido más tiempo. Quizá deberíamos haber vuelto antes.
Aprovechamos los siguientes minutos para ponernos al día. Todos se han quedado
en el Olimpo. Al parecer, los dioses llevan días discutiendo sobre el ganador, y los
campeones aún no están seguros de quién será. Aunque, como yo, todos asumen que
será Diego. Estoy tentada de preguntarle a Jackie si alguna vez vio ese extraño velo en
forma de red sobre la cara de Zeus, gracias a su habilidad para ver a través de
encantamientos. Pero ahora no es el momento de resolver ese misterio.
—Campeones. —Zeles y Nike entran en la sala—. Es hora de unirse a sus
patrones.
Cada uno de nosotros es conducido por un pasillo diferente. Soy la última, como
siempre, y me encuentro en una pequeña habitación con Hades. Una con enormes
puertas dobles.
—Cuando las abran —dice Hades mientras me pasa la mano por el brazo—,
saldremos a un escenario. Habrá un estrado. Zeles nos presentará y luego nos
sentaremos.
—De acuerdo.
Oigo vítores y el sonido apagado de la voz de Zeles al otro lado. No pasa mucho
tiempo hasta que Nike aparece de repente y me lanza unas cejas alzadas. Su versión de
una sonrisa. Le devuelvo la sonrisa. Creo que los días que pasé en la cárcel con los
daemones me hicieron ganar unos cuantos amigos más.
Un coro de trompetas suena desde el exterior.
Nike abre las puertas de par en par.
Salimos a un estruendo de multitudes. Todos los dioses olímpicos, semidioses y
criaturas no homicidas están reunidos en un anfiteatro que se extiende hacia el cielo,
como una escalera hacia las nubes. Nos dirigimos al centro, como se nos ha ordenado.
Pero antes de que podamos girarnos para tomar asiento en el estrado, suena la voz de
Zeles.
—Antes de empezar, me han pedido que anuncie el ganador del Crisol de este
siglo.
Miro por encima del hombro y busco las caras de mis amigos entre los que están
sentados en el estrado detrás de nosotros.
Zeles espera a que se calme el murmullo del público.
—La ganadora es... ¡Lyra Keres, la única virtud de la supervivencia en el Crisol,
campeona de Hades, dios de la muerte!
Tropiezo, y solo el hecho de que Hades se quede quieto como una piedra,
inmovilizando mi mano en el pliegue de su brazo, evita que me caiga de bruces.
Espera.
¿Gané el Crisol?
Miro a mi alrededor salvajemente.
Gané.
—Jódeme. —La palabra sale sola.
La multitud en los asientos, que ya murmura conmocionada, se ríe entre dientes,
pero no les presto atención. Vuelvo los ojos atónitos hacia Hades.
Zeles alza la voz por encima del estruendo.
—Los daemones votaron unánimemente que Lyra aún era mortal cuando cruzó la
línea de meta, fue asesinada por algo no relacionado con la Labor y, como ganadora del
desafío, también se le permitió ser curada, hasta el punto de traerla de vuelta de la
muerte. Con las tres victorias de Zeus sumadas a su anterior victoria en la Labor de Apolo,
Lyra tiene la mayor cantidad de puntos. ¡Felicidades!
—Como dijiste, mi estrella —murmura Hades. Luego sonríe de una manera que
ilumina sus ojos y muestra sus hoyuelos—. Jódeme.
Luego me sorprende incluso a mí, al acunarme la cara entre las manos y
besándome delante de todos.
Levanta la cabeza y se ríe.
—Y tu virtud no es la supervivencia, mi estrella. Es la lealtad.
Hades vuelve a besarme, y el vago sonido de los jadeos de la multitud desaparece
bajo la sensación de sus labios contra los míos.
No rápido y duro. No suave y rápido. Se toma su tiempo. Me besa una y otra vez
hasta que suspiro bajo su contacto, hasta que olvido que el mundo entero existe mientras
me inclino hacia él. Y sigue sin parar. No hasta que está listo.
Para entonces, estoy envuelta en sus brazos.
Ralentiza nuestros besos, sorbiendo mis labios en caricias cada vez más suaves
hasta que levanta la cabeza de mala gana, sonriendo a mis ojos aturdidos.
—Ahora podemos arreglarlo todo —susurra.
Nada de convencer a los otros dioses. Nada de negociar. Sin subterfugios ni tratos.
Parpadeo.
—¿Boone? —Luego frunzo el ceño—. Tendrías que renunciar a una corona para
convertirlo en dios, y ya no tienes las dos coronas.
Sus ojos me brillan.
—Pero como ganadora del Crisol, obtienes una bendición. Y puedes pedir que lo
conviertan en un dios.
Mi corazón se hincha, luego refluye un poco.
—¿Perséfone?
Sacude la cabeza.
—Ni siquiera tu premio puede alcanzarla en el Tártaro. Pero ahora que seré rey,
tengo una manera.
La felicidad burbujea en mis venas.
Todo arreglado. Boone. Perséfone. Y, si me salgo con la mía, que sé que me dejará,
vamos a acabar con el maldito Crisol para siempre.
Un nuevo gobernante es justo lo que Olympus necesita.
Me toma del brazo y me lleva ante el trono vacío, donde Zeles espera.
Que bien podría estar dando golpecitos con el pie en señal de impaciencia.
Miro fijamente a los dioses y diosas olímpicos, en su mayoría de rostro adusto,
sentados alrededor del trono en sus propias sillas en semicírculo, vestidos de punta en
blanco. Sus campeones, mis amigos, están a su lado.
Me animan.
Pero no los dioses, que están furiosos y, aunque lo ocultan, cagados de miedo por
este giro de los acontecimientos. Creo que lo único que les impide perder la cabeza y
entrar en otra guerra aquí y ahora es el hecho de que yo soy la reina del Inframundo, así
que al menos Hades no ostentará ambos títulos.
Lo que sucede a continuación está lleno de pompa y circunstancia y tonterías que
me obligaré a pasar.
Sostengo la mano de Hades a través de la corona dorada de hojas de laurel del
campeón vencedor que Zeles coloca sobre mi cabeza. No Zeus. Él no está aquí, gracias
a los dioses.
Lo que supongo que ahora significa que me estoy dando las gracias a mí misma.
Habrá que acostumbrarse.
Hades tiene que dejarme ir cuando se le conceda el poder de gobernar el Olimpo.
Todo lo que se requiere es que se siente en el trono. Uno a uno, los dioses y diosas del
Olimpo se arrodillan, inclinando sus cabezas. Y cuando lo hacen, un arco iris se arquea
desde ellos hasta Hades.
—Tú también, joven diosa —murmura Zeles a mi lado—. Reconócelo como tu rey
en tu corazón. Tu magia hará el resto.
Me inclino.
Cuando el arco iris de luz brota de mí, siento como si el calor más puro me
envolviera, aunque también siento como si una parte de mí saliera de mi cuerpo y flotara
a través de los colores hasta el Hades.
Se siente... bien.
Los daemones son los siguientes. Y entonces toda la multitud de inmortales se
levanta, se arrodilla y se inclina, y todo el cielo se llena de arco iris.
Nuestras luces golpean a Hades en el pecho, fluyendo hacia él hasta que
resplandece con un brillo sobrenatural.
Cuando el arco iris se disipa y todos se levantan, el resplandor alrededor de Hades
se desvanece y una corona se manifiesta en su cabeza.
No hojas de laurel dorado.
Nada dorado.
Lleva una corona oscura hecha de oro negro, virutas de obsidiana y humo. Se da
cuenta de que me estoy riendo y me guiña un ojo. Entonces, el humo se arremolina
alrededor de mi cabeza y alzo la mano para tocar los picos puntiagudos de una corona a
juego.
Creo que el mundo entero podría contener la respiración mientras el poder crepita
por el cuerpo de Hades, absorbiéndose en unos ojos que se vuelven grises oscuros y
arremolinados.
—Mi primer acto como rey —anuncia con una voz tan oscura como su corona—,
será cumplir una promesa y conceder el premio a la ganadora.
Me mira y le digo claramente:
—Pido que Boone Runar se convierta en dios.
Hades chasquea los dedos.
Boone aparece en el estrado. Se ha desvanecido un poco más desde la última vez
que lo vi. Parpadea y mira a su alrededor, visiblemente confuso, hasta que su mirada se
posa en la mía. Entonces sus ojos se abren de par en par antes de que su boca se levante
en esa sonrisa arrogante.
—Ya era hora —dice con voz resonante.
—¿De qué se trata esto, Hades? —Poseidón exige.
Antes de que nadie pueda siquiera moverse, Hades levanta las manos y el poder
sale de él. No es negro, como seguramente espera el mundo, sino de un azul brillante y
centelleante: el color del río Estigia.
La forma fantasmagórica de Boone absorbe la luz, luego pasa lentamente de
translúcida a opaca y después a radiante, con una salud increíble. De repente, un rayo
de esa misma luz azul sale disparado de Boone directamente hacia Hermes, donde éste,
al igual que los demás dioses, se pone en pie.
—¡No! —Hermes levanta las manos para protegerse de lo que viene, pero es
demasiado tarde.
Boone ya ha tomado lo que necesitaba, y el resplandor a su alrededor se disipa,
ampliándose esa sonrisa arrogante.
—Parece que hay un nuevo dios de los ladrones en la ciudad —dice.
Por la forma en que Hermes lo mira, será mejor que Boone vigile sus espaldas.
Boone despide al dios mensajero sin otra mirada, girándose en su lugar para
ofrecerme una reverencia. A mí, no a Hades.
Le devuelvo la sonrisa antes de mirar a Hades, y mi sonrisa se transforma en una
de gratitud.
—Gracias —susurro.
Nunca lo admitiría en voz alta, pero sabe lo que Boone una vez significó para mí, y
con mi maldición desaparecida, sabe que es posible que Boone me ame. Hacer de mi
amigo un dios podría ser la cosa más desinteresada que Hades podría haber hecho.
—Y a los campeones —anuncia a continuación—. Yo también les hice promesas.
Hades se vuelve hacia Zai, su expresión se suaviza.
—Primero a Zai. Por darle a Lyra lo que siempre ha querido, un mejor amigo,
puedes elegir una bendición. Y juro por el río Estigia que ningún daño se te volverá a
hacer, así que elige. —Luego lanza una mirada al padre de Zai que hace temblar al
hombre, y mi corazón se hincha.
Zai se levanta y sostiene la mirada de Hades.
—¿Puedo tomarme un tiempo para considerarlo? Por ahora, quiero permanecer
al lado de Lyra —me lanza una sonrisa pícara—, y ver qué hace con el Inframundo.
Los ojos de Hades se entrecierran, pero asiente brevemente con la cabeza y se
vuelve hacia el resto de los campeones.
—Todos los campeones recibirán las mismas bendiciones que la ganadora del
Crisol, abundancia para sus familias, así como para sus tierras natales, y una bendición
cada uno. Tanto los de aquí como los campeones del Inframundo.
Todos mis amigos miran a Hades boquiabiertos.
—¡No puedes hacer eso! —Poseidón grita, saltando a sus pies.
Hades lo hace callar con una sola mirada. Ni siquiera tiene que hablar para que su
hermano vuelva a sentarse, visiblemente conmocionado. Los demás dioses y diosas
intercambian miradas de preocupación.
Porque ahora lo saben con certeza.
Hades está a punto de cambiarlo todo.
Deberían tener miedo.
Me mira a mí, y solo a mí, y su sonrisa es todo lo que debería ser la del dios de la
muerte.
No puedo evitar sonreírle. Preparada para lo que venga, siempre que sea con él.
—Un rey y una reina oscuros, gobernando el Olimpo y el Inframundo codo con
codo —murmura Afrodita detrás de nosotros, con un extraño deje de inquietud en su
voz—. Esto podría ser interesante.
Hades ignora a su hermana y se vuelve hacia Zeles, entonces ordena:
—Como mi legítimo honor como gobernante del Olimpo y rey de los dioses
Olímpicos, exijo la Caja de Pandora.
La sala estalla en caos cuando un ornamentado contenedor de madera aparece
de repente a los pies de Hades.
Se rumorea que la caja tiene el poder de desatar todos los males del mundo mortal.
Me trago mi propio pánico ante el único secreto que Hades ha conseguido ocultarme.
Me lanza una mirada cargada de culpabilidad.
—Lo siento, Lyra.
E
stoy en el balcón del ático de Hades, contemplando mi ciudad de noche. Puede
que las luces de San Francisco sean aún más hermosas ahora que las veo con
otros ojos.
Todo depende de la perspectiva.
A lo lejos, un relámpago ilumina el templo de Zeus, y estoy pensando en derribarlo
y convertirlo en nuestra ciudad patrona cuando unos fuertes brazos me rodean. Hades
deja caer su frente sobre mi nuca y lo oigo inspirarme.
—¿Seguro que quieres hacerlo? —pregunta.
Solo ha pasado un día desde que fue coronado. Después de un montón de
explicaciones por parte de Hades durante toda la noche y hoy, ahora lo sé todo. Tenemos
algo importante que hacer. Y solo una oportunidad.
Todo se reduce a salvar a Perséfone.
Ya sabía que no estaba muerta, que había estado atrapada en el Tártaro de alguna
manera. La Caja de Pandora es la forma de sacarla. Es por eso que Hades necesitaba ser
rey de los dioses todo el tiempo. Para poder obtener la caja como su bendición.
La Caja de Pandora, el recipiente que apareció contenía en realidad algo más
parecido a un frasco, que según me informó era muy grande cuando se disparó pero se
ha encogido para facilitar su transporte, es, al parecer, una puerta trasera al Tártaro. Un
portal mágico que funcionará para que una sola persona entre o salga. Perséfone, de
alguna manera, ya sabe que debe estar esperando al otro lado de la puerta a la hora
señalada.
Pero la Caja de Pandora solo puede usarse una vez. Y es peligrosa.
No son los males del mundo los que la Caja de Pandora podría liberar. Como
muchos de los mitos y leyendas de este panteón, los mortales también se equivocaron.
Tiene el poder de desatar algo mucho, mucho peor. Los Titanes.
Pero Hades dice que no hay otra manera, y yo le creo. Ha intentado todo lo que
se le ha ocurrido desde que ella desapareció. Además, le habían informado de antemano
que yo podía ganar el Crisol. Ahora que lo pienso, quién le informó sigue siendo
impreciso. Tendré que preguntarle cuando hayamos liberado a Perséfone.
Lo que, por supuesto, vamos a hacer.
Después de todo lo que me hizo pasar para conseguir esa maldita caja, Hades me
da la última opción.
Pongo mis brazos sobre los suyos y aprieto, inclinándome hacia él.
—Estoy segura. Deja de preguntar.
Ha estado inusualmente inseguro de sí mismo desde que lo explicó. O tal vez
sintiéndose culpable.
Vuelve a respirar.
—Es hora, entonces.
En un remolino de humo, Hades nos transporta al Inframundo. Son necesarios tres
teletransportes, debido a las barreras y a la profundidad.
Nada más llegar, recibimos el gruñido de Caronte:
—Que conste que esto no me gusta.
Ya nos está esperando a las puertas del Tártaro con Deméter, Boone y Cerbero.
Hades frunce el ceño.
—Has sido más que claro para los registros.
Pongo una mano en el brazo de Caronte.
—Si estuvieras atrapado ahí dentro, querrías que lo intentáramos —argumento.
Caronte niega con la cabeza.
—No si fuera demasiado peligroso.
—Esta es una táctica tonta —Deméter está de acuerdo lentamente—. Pero... mi
hija no merece estar ahí con... ellos.
Se muerde el labio tembloroso y sus ojos enrojecidos se llenan de lágrimas.
Anoche insistí en que Hades le contara lo que realmente le había ocurrido a su hija. Como
su madre, Deméter tenía derecho a saber, a ser parte de la decisión, y ahora a estar aquí
para ayudar.
—Ya hemos pasado por esto —dice Hades—. Lo acordamos.
Caronte mira hacia otro lado y asiente con la cabeza. Puede que lo odie, pero está
apoyando a su mejor amigo de todos modos.
Todos hacemos tonterías por las personas que queremos. Y a veces ganamos. En
cualquier caso, tenemos que intentarlo.
El Crisol me enseñó eso.
En pesado silencio, caminamos por el estrecho puente que salva una fosa
interminable que es un foso alrededor del Tártaro. Hades ya ha avisado a los Cíclopes y
a los Hecatónquiros que viven en el abismo, vigilando las puertas desde fuera desde que
fueron liberados de esa misma prisión. No nos atacarán esta noche.
De pie frente a las enormes puertas de metal talladas con volutas que me hacen
pensar en enredaderas espinosas, Hades respira hondo y desliza el recipiente en una
cerradura oculta de la misma forma y tamaño que solo pueden ver los siete dioses y
diosas que crearon las puertas del Tártaro. Justo antes de empujarlo hasta el fondo, hace
una pausa y gira la cabeza para encontrarse con mi mirada.
Me mira a la cara y, como si estuviera desnudando su alma, de repente veo nuestro
futuro, seguro, fuerte, confiado, amoroso, ahí mismo. Cuando sonrío, la satisfacción
absoluta arde en la plata fundida de sus ojos.
Luego mira hacia la puerta y presiona la Caja de Pandora en su sitio con un
chasquido que desencadena una serie de tintineos a medida que se altera cada uno de
las guardas mágicas.
No sé qué esperaba que pasara.
Creo que me la imaginaba apareciendo ante nosotros. Eso o que los Titanes se
liberaran y comenzaran un alboroto asesino. Por eso los otros también están aquí. Por
seguridad en caso de que esto salga mal.
Lo que no esperaba era que la puerta se abriera del todo, pero lo hace. Solo una
grieta.
No estoy segura de lo que ve desde donde está, pero Boone grita de repente:
—¡No! —y me agarra del brazo. En ese instante, todos nos quedamos inmóviles.
No asustados. Quiero decir congelados, como si el tiempo se hubiera detenido.
Entonces, junto con Boone, me veo arrastrada más allá de Hades y la puerta de la
prisión se cierra tras nosotros con un ruido ominoso seguido de una serie de chasquidos:
las rejas vuelven a cerrarse. La finalidad del último clic me saca de mi estado de shock.
¿O tal vez se reanude el tiempo?
Porque estoy de pie en el lado equivocado de la puerta de la prisión del Tártaro,
mirando fijamente a la cara de un hombre que se parece tanto a una versión ligeramente
mayor de Hades que jadeo. Esto solo puede ser un Titán. La peor opción concebible.
Crono.
—¡Lyra! —El grito es tan débil que apenas puedo distinguirlo.
Me doy la vuelta, con las manos apoyadas en las puertas. Dioses. Hades.
Se me aprieta el pecho cuando los golpes en la puerta se hacen cada vez más
fuertes, los gritos más frenéticos cuando intenta llegar hasta mí. Y lo hará. Sé que lo hará.
Hades no se detendrá ante nada para salvarme.
Se le escapa un sollozo mientras dos pensamientos se suceden rápidamente.
Primero... se culpará a sí mismo por esto. Lo sé en mis huesos, en mi alma.
Y segundo... debería haber prestado más atención a la profecía de Rima durante
el Crisol, una que sinceramente pensé que habíamos evitado que ocurriera.
Una visión de Hades quemando el mundo.
Estamos muy jodidos.
La galardonada autora de romance paranormal Abigail Owen creció consumiendo
libros y explorando el mundo a través de su escritura. Le encanta escribir sobre heroínas
ingeniosas y aguerridas, héroes sexys que las merezcan y un elenco de personajes
adorables que las rodeen (y tal vez consigan sus propias historias). Actualmente vive en
Austin, Texas, con su héroe personal, su marido y sus dos hijos, que crecen demasiado
rápido.

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