La Resurreccion de Jesucristo y - A. Diez Macho
La Resurreccion de Jesucristo y - A. Diez Macho
La Resurreccion de Jesucristo y - A. Diez Macho
INTRODUCCIÓN
PARTE I.
2. El más allá, un arcano del Antiguo Testamento hasta el siglo n antes de la era cristiana.
4. La supervivencia del espíritu de los hasidim tras la muerte: otra proclama de la persecución
seléucida.
6. La victoria sobre la muerte se promete a todos los justos oprimidos, aunque no sean los
mártires
7. Retribución después de la muerte para los espíritus de todos los justos, aunque. no hayan
sido perseguidos; retribución también para todos los pecadores.
8. Todos los justos resucitarán a vida eterna; los malvados padecerán muerte eterna.
12. Resumen.
13. Observación final: La falta de justicia de este mundo postula la justicia y supervivencia en el
otro; pero los epicúreos, judíos y paganos, dedujeron la inexistencia del más allá.
PARTE II
1. Antropología imperfecta.
3. El tratamiento analítico del hombre se impuso entre los judíos con la filosofía griega,
tardíamente.
A. Carne.
B. Cuerpo, soma.
7. El ser miembros del cuerpo místico de Cristo implica que hemos resucitado "ya pero
todavía no".
C. Alma, néfesh.
Una de sus acepciones es vida, vida indestructible, capaz de existir separada del cuerpo.
D. Espíritu, ruah.
1. Una acepción de "espíritu" entre los hebreos es "un ser independiente" del cuerpo
PARTE III
5. Jesús admite la resurrección final de los muertos y que los Patriarcas actualmente
están vivos.
6. Hebreos 11, 16.19 comenta y amplía la respuesta de Jesús: Los Patriarcas están en el
cielo.
II. OTROS PASAJES EN LOS QUE JESÚS ADMITE LA RESURRECCIÓN FI.NAL DE LOS MUERTOS.
3. Temed ir al infierno con dos manos, más que ir a la vida con una.
6. Jesús resucitó muertos como garantía de que había llegado el mundo futuro, el de la
total victoria sobre la muerte.
1. Ofensiva de origen protestante contra el estado intermedio del alma separada del
cuerpo hasta la resurrección final.
5. "En tus manos encomiendo mi espíritu:" "espíritu" según la óptica dualista griega.
6. Jesús promete "vida eterna" ahora y después de morir, y resurrección al final de los
tiempos.
9. En conclusión: el que cree en Cristo tiene vida ya... pero aún no resurrección.
B. 1 Cor 15: Resurrección de los muertos en la parusía; resurrección con transformación de los
cuerpos.
1. Pablo centra su interés en la escatología individual: estar cabe el Señor, nada más
morir.
6. La vida que sigue inmediata a la muerte es vida lejos del cuerpo físico: Dios dará al
alma un revestimiento.
D. Epístola a los Filipenses: Morir para inmediata~ mente estar con Cristo; resurrección al final
de los tiempos.
3. Filipenses confirma que el alma recobrará al final de los tiempos, su cuerpo glorificado.
PARTE IV
LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO
4. Otro texto apocalíptico de Daniel utilizado por la Iglesia primitiva para predicar a
Cristo resucitado.
10. Pablo en las· epístolas efesinas distingue la vida en Cristo de los cristianos, de la
resurrección de Jesús y de la resurrección final de los muertos.
11. El impacto de la resurrección de Cristo en la de los hombres, según Pablo, no anula
la resurrección final y colectiva de los muertos.
12. ¿Qué se entiende por "Cristo resucitó de entre los muertos?" Tendencia a eliminar
el cuerpo físico como sujeto de resurrección . . . 252 13. La resurrección de Cristo y la
final de los muertos implica la corporeidad.
12. Conclusión.
" ... se me representaba el Señor así resucitado ... si estaba en tribulación, me
mostraba las llagas, algunas veces en la cruz y en el huerto, y con la corona de
espinas ... y llevando la cruz ... mas, siempre la carne glorificada"
FE CATÓLICA
PRINTED IN SPAIN
IMPRESO EN ESPAÑA
1. s. B. N. 84-7072-091-0 (Rústica)
La supervivencia del hombre ha sido siempre de actualidad: unos, negándola, otros, por
ejemplo, todos los cristianos, afirmándola. Pero es tema de especial actualidad, hoy día, por el
intento de diversos exegetas y teólogos de substituir la ·antropología dualista griega -el
hombre es un compuesto de alma y cuerpo- por la llamada antropología unitaria paleo hebrea:
el hombre es un ser uno e indiviso con pluralidad de manifestaciones, las que llamamos en
nuestra cultura clásica corporales, psíquicas y espirituales.
Según esa concepción "unitaria" hebrea del hombre, la muerte afectaría el ser humano en su
totalidad: moriría el hombre; no solamente el cuerpo, como acostumbramos a pensar
siguiendo la antropología platónica. En 1955, en la Universidad de Harvard, un teólogo
protestante bien conocido, Osear Cullmann, lanzó tal aserto en una conferencia titulada
"¿Inmortalidad del alma o resurrección de los muertos?" (1), que produjo mucho ruido y
escándalo en medios protestantes y católicos; quizá más en aquéllos que en éstos. El
conferenciante comparó la muerte de Sócrates y la de Jesús. Sócrates murió, plácidamente,
discurriendo con sus discípulos sobre la inmortalidad del alma; en cambio, Jesucristo sintió
pánico, ante la muerte, en el Huerto de Getsemaní. Pánico, ¿por qué? Porque, para Cristo
como para los judíos -así razonó Cullmann- la muerte agarra al hombre entero, deshace al
cuerpo y al alma, de nuestra terminología griega. He aquí párrafos de Cullmann sobre la
potencia destructiva de la muerte, sobre su garra exterminadora:
"Por tanto -continuó Cullmann- si de esa muerte ha de brotar la vida se hace preciso
un nuevo acto creador de Dios, que vuelva a la vida no solamente una parte del
hombre, sino el hombre entero, todo lo que Dios creó y la muerte destruyó.... Para el
pensamiento cristiano (y judaico) la muerte del cuerpo significa también la destrucción
de la vida creada por Dios... La muerte es la destrucción de toda la verdadera vida
creada por Dios ....
Las anteriores afirmaciones, puestas en otra solfa, suenan así: Según la Biblia, el alma no es por
naturaleza inmortal. Es inmortal según la antropología griega, pero no bíblica.
Según la Biblia, la inmortalidad no sería connatural al hombre; sería únicamente don gratuito
de Dios. Don que perdió el hombre por el pecado, que es el verdadero introductor de la
muerte. Sin el pecado no habría muerte. Escuchemos de nuevo al conferenciante:
Responden que no, que no tiene sentido el estado intermedio. En cambio, otros exegetas y
otros teólogos, aún mayoría, defienden el estado intermedio: los católicos, porque topan con
afirmaciones solemnes del magisterio de la Iglesia, que parecen afirmarlo claramente;
católicos y protestantes, porque creen incompatible con las enseñanzas bíblicas la resurrección
inmediata. La Biblia enseña que la resurrección de los muertos tendrá lugar al final de los
tiempos y será resurrección colectiva y simultánea, no individual y sucesiva, como la postulada
por los exegetas inmediatistas.
La Biblia es tan clara e insistente sobre este particular, que exegetas decididamente partidarios
de la antropología unitaria hebrea, como John A. T. Robinson o Cullmann, son los más
decididos adversarios de la resurrección inmediata después de morir. Adversarios, porque va
contra la Biblia. El hombre, pues (evitan hablar del alma), debe vivir, entre la muerte y la
resurrección final de los cuerpos, sin cuerpo físico enterrado en el sepulcro y sin cuerpo
neumático que recibirá cuando la resurrección. Debe vivir en un estado intermedio.
Escuchemos de nuevo a Cullmann. Esta vez, sus palabras se avienen mejor con la creencia
cristiana tradicional.
"Puesto que la resurrección del cuerpo es un nuevo acto creador, que abraza al
universo, no puede sobrevenir en el momento de la muerte del individuo, sino
únicamente al final de los tiempos" (p. 37).
"¿En qué momento acontece la transformación del cuerpo? No pueden existir dudas
sobre el particular. Todo el Nuevo Testamento responde: al final de los tiempos" (p.
47).
A pesar de la resurrección inmediata, los cuerpos de los difuntos siguen en las tumbas. Allí se
descomponen. Por tanto, la resurrección no supone sepulcro vacío. Incluso, si se trata de la
resurrección de Cristo. Autores hay que defienden, como buenos cristianos, la resurrección
"corporal" de Cristo; pero que son indiferentes ante la afirmación o negación de la
transformación del cadáver, de los restos, por la resurrección. Piensan que sepulcro lleno o
vacío es asunto intranscendente, porque la resurrección, según ellos, no pasa por los despojos
sino por el "Soma", por "el cuerpo", que en sentido bíblico, según ellos, es la "persona" del
hombre relacionada con el mundo: antes de morir, mediante el cuerpo físico, después de
morir y resucitar, mediante otro instrumento de relación con el cosmos. ¡La mismidad del
cuerpo físico, exclaman, qué importa para la mismidad del hombre! Olvidándose de que las
células nerviosas, parte de ellas, subsisten toda la vida; y olvidándose que el código genético es
invariante para una misma persona desde que el hombre es concebido hasta que muere,
argumentan con la fisiología variable del cuerpo humano: Cada siete años cambian las células
del cuerpo del hombre, y pueden darse células con átomos que hayan pertenecido a otro
cuerpo distinto; y sin embargo, a pesar del cambio, subsiste el "mismo" hombre. Por
consiguiente, concluyen, puede resucitar el mismo hombre sin "su" cuerpo físico, aunque no
sin un instrumento relacionante de su persona con el cosmos.
¿Se puede aceptar este razonamiento, entroncado con la antropología bíblica? ¿No tenemos
aquí un nuevo enfrentamiento entre lo que se deduce de la antropología bíblica y lo que la
Biblia realmente enseña? En otras palabras, ¿se puede prescindir, en nombre de la Biblia, del
empalme, de algún empalme, entre el cuerpo de la resurrección y el cuerpo físico? Nuestra
respuesta va a ser negativa, máxime tratándose del cuerpo de Cristo; si bien, reconociendo
que su resurrección es un caso privilegiado, porque Cristo es el vencedor total de la muerte,
atributo que no le competiría si no hubiera vencido a la muerte, precisamente, en el campo
donde ella ha reportado su victoria: el cuerpo.
Alegar que puede subsistir la mismidad del hombre · sin la mismidad del cuerpo físico, ya
hemos insinuado que no es exacto; porque esa mismidad se apoya no sólo en la misma
persona, sino en un código genético absolutamente invariante. Es el código genético el que
determina que una persona sea Enrique y otra Juan. Ese código genético, informativo de lo
que es el individuo, en esta vida se replica de unas células a otras. Siempre el mismo, siempre
idéntica información. Reducir la identidad del individuo resucitado a la persona, sin empalme
con el "mismo" cuerpo físico, aunque sea reducido al código genético personal soportado por
el cuerpo físico convertido en energía, nos parece difícilmente conciliable con la enseñanza
bíblica. Cuando la Biblia habla de resurrección siempre mira a las tumbas, a los cadáveres.
"Resucitarán -dice Is 26, 19-, mis cadáveres" (pégarim). Cuando Mateo 27, 52s habla de la
resurrección de muertos, nada más morir Jesucristo, dice que "se abrieron las tumbas y
muchos cuerpos de los santos que dormían resucitaron, y saliendo de los sepulcros, después
de la resurrección de Jesús entraron en la ciudad santa y se aparecieron a muchos".
Reducir la resurrección a la persona perdurante, sin empalme alguno con el "propio" cuerpo,
es, por otra parte, acercar peligrosamente la antropología "unitaria" hebrea a la antropología
dualista griega: un yo permanente asiento de la persona, y un cuerpo físico variante; la
persona aislada, extrañada de "su" cuerpo; el cuerpo físico reducido a mudable compañía.
Todo lo cual se aviene mal con la antropología -hebrea y con la voluntad de sus defensores,
pues, para esa antropología, tal cual muchos · modernos equivocadamente entienden, el
hombre es el cuerpo al que Dios infunde el soplo vital: "es" el cuerpo, no "tiene" un cuerpo.
Por lo mismo, no sólo por fidelidad a la enseñanza bíblica sino por fidelidad a esa misma
antropología "unitria" hebrea que defienden, no pensamos que se pueda desconectar,
totalmente, el cuerpo neumático o de resurrección del "mismo" cuerpo físico.
Por último, mencionaremos una conclusión, radicalmente negativa, entroncada también con la
antropología hebrea antigua. Contrariamente a las anteriores deducciones, ésta la deducen
exegetas radicales que niegan todo valor a dicha antropología. La Resurrección de Cristo y de
los hombres son, según ellos, un mito desprovisto de toda realidad, fruto de una antropología
judía antigua, periclitada. Partiendo de una premisa muy discutible, argumentan de la
siguiente manera: Los hebreos, y tras ellos los primeros cristianos, no podían concebir al
hombre sin cuerpo. Por eso, los cristianos expresaron que Cristo está vivo en su doctrina, en el
lenguaje corporalista al uso de los hebreos: Si vive, es que tiene cuerpo; si tiene cuerpo, es que
ha resucitado. El tema de la resurrección no sería más que una excrecencia mítica, una
concepción que la hermenéutica moderna desmitificadora debe poner en lenguaje moderno,
limpio y puro de residuos míticos (2).
Jesús enterrado vivo, salió del sepulcro, y se fue a vivir y a morir a Cachemira, donde se
muestra (7) su sepulcro. Eso dice un libro de A. Faber-Kaiser, editado en Barcelona en 1976.
Aunque no tiene un grano de substancia histórica, es libro que devora la juventud.
Todas esas afirmaciones, que circulan en el mercado de las ideas, menos la última, derivan · de
un gran aprecio por la antropología hebrea, seguida, según se afirma, por el Nuevo
Testamento; y de una depreciación dela antropología dualista griega por ser filosófica, por no
ser bíblica. Pero una antropología, por ser bíblica, ¿ha de ser forzosamente antropología
exacta y precisa?; y una antropología, por no ser (supuestamente) bíblica, ¿ha de ser
depreciada? ¿No oímos constantemente a los biblistas: no busquéis ciencia en la Biblia, porque
su finalidad no es enseñar ciencia, cosmogonía, paleontología, geología, astronomía, etc. 7 ¿De
qué deriva este moderno aprecio de la ciencia antropológica de la Biblia? El que se la conozca
mejor en nuestros tiempos, no es razón para que se la considere superior. Como veremos a
través de las páginas de este libro, es antropología primitiva, imperfecta, imprecisa; basada
constantemente en la sinécdoque, es decir, describe al hombre, al todo, por la parte ; no por
una parte, sino por muy diversas palabras, que en realidad expresan una fracción del ser
humano; por lo mismo, es antropología indiferenciada; además, preocupada por definir al
hombre, no por lo que es en sí -actitud explicable en una cultura de endeble metafísica-, sino
por lo que es con relación a Dios o al entorno físico. En suma, antropología relacionista, y no
esencialista ni analítica como es la antropología dualista griega, curiosa de indagar lo que es el
hombre en sí, y lo que en él es portador de la persona. La antropología bíblica ni siquiera posee
un término que signifique la persona.
Mas, aunque la susodicha antropología fuera excelente, por ser bíblica, ¿es cierto que es la
única antropología utilizada en la Biblia 7 Las páginas de este libro responderán que no, pues
hay páginas del Antiguo y del Nuevo Testamento que se expresan con el esquema
antropológico griego. Veremos, por ejemplo, que la primera parte del libro de la Sabiduría,
libro inspirado para los católicos, como cualquier otro del canon hebreo palestino de la Biblia
seguido por judíos y protestantes, se expresa con el esquema griego. Hay seudoepígrafos,
como 1 Henoch, que mencionan las almas o los espíritus separados. El mismo libro de Daniel,
¿no incorpora la antropología griega dualista en el versículo 7, 15, leyendo la oscura palabra
nidneb como nédanah, tal cual aparece en un ms. babilónico recientemente publicado por Sh.
Morag; "Mi espíritu -yo, Daniel- se entristeció dentro de la nédanah, de la vaina", palabra
empleada después, en Qumrán y en la literatura rabínica, como metáfora de "cuerpo". Y en el
Nuevo Testamento, ¿no se expresa Pablo, en algunas epístolas, en antropología griega,
precisamente en temática de resurrección? El 4 de Macabeos, escrito en Palestina poco
después de la muerte de Jesús según los cánones de la antropología griega, ¿no prueba que
esa antropología no era ignorada por la misma Iglesia palestina? Lucas parece conocerlo.
Más aún: la antropología hebrea antigua ¿es realmente, como se dice, monística o es
realmente dualista?
Quizá, con el tiempo, las ciencias físicas y antropológicas nos iluminen algo el misterio del
cuerpo resucitado. La antropología hebrea tiene también a su favor el haber ligado
estrechamente el hombre al cuerpo. La genética moderna liga también la individualidad física
del hombre, el ser éste o aquél, al código genético, invariable durante toda la vida. La física,
por su parte, reduce toda masa a energía, energía física cuantificable, con lo que se distingue
de la energía espiritual no cuantificable. ¿Puede esa energía mensurable superar las
coordenadas de espacio y tiempo, y saltar la barrera del tiempo o de la duración sucesiva?
Con las anteriores afirmaciones Philberth no ha explicado en qué consiste esa mismidad del
hombre resucitado, esa "misma" persona humana, ese Yo consciente humano que es
transformado. Un ángel, un espíritu puro tiene un Y o consciente, y es un sistema de relación y
de independencia ante otro espíritu. Lo propio del hombre es que ese Yo consciente o persona
está ligada a un cuerpo en esta vida. Pero, ¿después de la resurrección? ¿Le basta al hombre
resucitado su Yo consciente, relacionable e independiente, al estilo de un Yo angélico, o
necesita que, de alguna manera en ese Yo consciente entre el "cuerpo"? Philberth reconoce
que estamos en una zona de misterio, pero que "la carne y la sangre no pueden heredar el
reino" (1 Cor 15, 50). Mas, reconoce que Dios puede otorgar a esas personas resucitadas poder
de incorporarse en cuerpos materiales de carne y operar en ellos y abandonarlos sin muerte:
"¿Por qué Dios no podría otorgar a sus santos el poder de manifestarse en cualquier lugar y
tiempo -sin deber estar apresado (verhaftet) por espacio, tiempo y materia- en cuerpo de
carne material, y el poder directamente obrar en el mundo material; tomar corporeidad -sin
nacimiento- en una materialización, y dejar de nuevo -sin muerte- la corporeidad en una
transfiguración? A quien esto le parezca tan fuera de lo normal y fantástico, tenga presente
que estas posibilidades no son en modo alguno tan 'antinaturales': Cada 'cuanto' de luz existe
en un juego de cambios de potencia y acto; la energía luminosa tiene la capacidad de
incorporarse en todo espacio y tiempo del Universo comprendido por la onda, la cual
incorporación se da, en punto a espacio y tiempo, -en un lugar y en un momento espontánea e
indeterminadamente al manifestarse el cuerpo" (pp. 97s) (6). Si este fenómeno parece darse
ya en la física de las partículas elementales del mundo material, Philberth opina que, con más
razón, se pueda dar en un orden de existencia más elevado (p. 98). Nuestro físico admite,
pues, la posibilidad de una incorporación física transitoria para los resucitados, lo que explica
las apariciones de Jesús resucitado, a veces tan "corporales".
Como se ve, no es fácil, ni aun recurriendo a la física actual que reduce la materia a energía,
representar un cuerpo resucitado. Se trata de un modo de existir fuera de nuestros alcances
cognoscitivos.
El cuerpo de Cristo resucitado pudo de alguna manera dejar entrever a aquéllos a quienes se
hizo visible, lo que puede ser un cuerpo glorificado.
La realización total y definitiva del hombre, como individuo y como sociedad, no será efecto de
cambios de estructuras económicas o políticas, sino de la liberación del pecado y de la muerte,
operada por Jesucristo. Pensar en un hombre o sociedad liberados de todas las alienaciones,
por obra de hombres y sociedades solidarias y bajo el gobierno de hombres es una utopía: es
una liberación para incurrir en otra esclavitud, la del egoísmo propio o ajeno. Esto no pretende
achicar esfuerzos en pro de la liberación humana, social y política. La caridad cristiana nos
obliga a ayudar seriamente al prójimo, individuo o sociedad, en todas sus necesidades,
únicamente queremos decir que no hay definitiva liberación sin liberación del pecado y de la
muerte; y que esta es la gran liberación traída por Cristo, que solamente será total y definitiva
cuando Dios implante plena y directamente su reinado, sin reinado de hombres. La victoria
individual y comunitaria sobre el pecado y la muerte es el puerto de destino de la humana
singladura. Arribaremos a él porque Cristo, nuestra Cabeza, ya ha llegado, y nos ha dado el
Espíritu Santo como prenda de nuestra futura resurrección (7).
El propósito de este libro es discurrir, Biblia en mano, sobre gran parte de esos problemas que
hoy están de actualidad respecto a la supervivencia, resurrección del hombre y de Jesús.
Nuestro intento ha sido examinar lo que dice la Biblia, Antiguo y Nuevo Testamento, y lo que
dice también la literatura seudoepígrafa hasta final del siglo primero de nuestra era: porque
sus ideas sirven para completar y para entender las afirmaciones de los dos Testamentos.
La III parte se consagra a explicar lo que el Nuevo Testamento dice sobre el tema de la
supervivencia o resurrección del hombre: lo que dijeron Cristo, los evangelistas, etc.,
dedicando un largo capítulo a las ideas de Pablo, el hagiógrafo que más ha iluminado el tema
de la supervivencia y resurrección. Como en su lugar señalaremos, Pablo utiliza dos maneras
de expresarse: primero, cuando piensa en la parusía próxima, en que él la va a alcanzar en
vida, pone el acento en la resurrección final de los muertos; posteriormente, cuando ve que la
parusía se difiere y que va a morir antes de que acontezca, pone el acento en estar con Cristo
inmediatamente después de la muerte: pero subrayar esta inmediata reunión con Cristo, no
significa retirar la esperanza en la parusía y en la concomitante resurrección de los muertos.
Las cartas que algunos atribuyen a discípulos de Pablo (2 Tes, Colosenses, Efesios, Hebreos, 1 y
2 a Timoteo y Tito) serían, -excepto 2 Tes- más tardías, del tiempo en el que el horizonte
escatológico de la parusía va desapareciendo de la expectación de la Iglesia del siglo primero.
Es lógico que en estas cartas el tema de la resurrección de los hombres, en la parusía, no tenga
presencia; en cambio, se acentúa, como un hecho, la resurrección y muerte en el bautismo del
cristiano (cf. Col 2, 12-13; 3, 1; Ef 2, 4). Rom 6 -carta en que culmina el pensamiento maduro
de Pablo- afirma que el cristiano participa y ha participado en pasado (casi siempre usa el
aoristo), en la muerte de Cristo; pero su participación en la resurrección de Cristo se expresa
en forma o sentido de futuro (8).
La IV parte de este libro estudia la Resurrección de Jesús. Primeramente, los motivos o temas
empleados por la Iglesia primitiva para predicar la Resurrección del Señor; en segundo lugar, el
hecho histórico de su Resurrección.
El origen de este libro fueron unos apuntes dados en la Universidad de Barcelona a mis
alumnos de la asignatura "Biblia y Ciencia", apuntes notablemente ampliados y anotados en
este libro.
De todo este trabajo, por lo menos, se deducen varias conclusiones: que el hombre continúa
viviendo después de la muerte; que inmediatamente después de la muerte no resucita
corporalmente; que la resurrección de los hombres, según la Biblia, acaecerá al final de los
tiempos; y que Jesucristo verdaderamente ha resucitado, con su cuerpo físico ha resucitado.
En cambio, la supervivencia del hombre después de la muerte ha sido, y continúa siendo, tema
polémico: unos la admiten, la llaman victoria sobre la muerte, inmortalidad del alma,
resurrección, vida eterna; otros la rechazan.
Cuando Pablo en el Areópago de Atenas habló de la resurrección de los muertos (Hch 17,
18.32), sus palabras no encontraron buena acogida. Los sabios griegos se rieron de su doctrina.
Entendieron que Pablo predicaba la resurrección de los cuerpos. "La naturaleza no sufre, dice
Cicerón (1), que lo que viene de la tierra (el cuerpo) permanezca en otro lugar que no sea la
tierra."
Este fracaso en el Areópago, que tan deprimido dejó a Pablo, posiblemente fue causa de que
en lo sucesivo el Apóstol, al hablar de la resurrección a judíos y paganos, evitase el término
propio de "resurrección", en griego anástasis, y exprese el hecho con un verbo menos ofensivo
para la sensibilidad griega, egeiro, "despertar", o bien con un vocablo de amplio sentido,
"vida". M. Carrez (2) ha observado acertadamente que el término propio de "resucitar",
anístemi, es poco frecuente en Pablo: lo utiliza siete veces, y solamente en las epístolas
efesinas (1 Cor, Gal, 2 Cor, Fil y Rom): cuatro veces refiriéndose a la resurrección de los
muertos. Las cuatro veces en 1 Cor 15.
Una secta de judíos muy abierta a la cultura helenística, los saduceos, tampoco podían oír
hablar de "resurrección de los muertos", pues no creían en ella, contrariamente a los fariseos y
la mayoría de los judíos. Sabiéndolo Pablo, al ser obligado, cuando estaba detenido, por el
tribuno romano, a declarar ante el sanedrín compuesto por saduceos y fariseos,
hábilmente .se desentendió de sus jueces lanzando ante ellos, como manzana de discordia, su
creencia en la "resurrección (anástasis) de los muertos". "Varones hermanos, dijo Pablo, yo
soy fariseo, hijo de fariseos, y se me juzga de la esperanza en la resurrección de los muertos. Al
decir esto, se produjo la disensión entre fariseos y saduceos y se disolvió el gentío. Pues los
saduceos dicen no haber resurrección, ni ángel ni espíritu, cosas que admiten los fariseos"
(Hch 23, 6-8).
Los saduceos eran una minoría de sacerdotes bien situados o de seglares nobles. La mayoría
del pueblo judío creía, como los fariseos, en la anástasis de los muertos. "Levantarse" un
muerto del sepulcro -eso es lo que significa la anástasis- no les parecía absurdo. Para expresar
tal evento echaban mano del verbo qum, que significa en 'hebreo y arameo "levantarse”; es el
verbo que empleó Jesús al resucitar a la hija de Jairo: Talita, qumi: "Doncella, levántate". En los
libros sagrados estaban escritas bellas historias de muertos resucitados.
Tampoco a los árabes creó dificultades el "levantarse" de los muertos. Como los judíos,
empleaban la raíz qama, "levantarse", para expresar la resurrección. Uno de los temas de la
predicación de Mahoma era el día del juicio universal, llamado por él yaum al-qiyyama, el día
del "levantamiento" de los muertos.
Pero los griegos y romanos, de los que son ejemplo los oyentes de Pablo en el Areópago de
Atenas, no entendían este lenguaje; unos porque negaban toda forma de supervivencia
después de la muerte como los epicúreos (3), como Lucrecio y Luciano de Samosata; otros
porque admitían únicamente la supervivencia del alma, como enseñaban los estoicos.
Epicureísmo y estoicismo eran los dos sistemas de pensar que dominaban el mundo
helenístico culto, al nacer el cristianismo.
La creencia griega en la inmortalidad del alma tenía siglos de existencia. Desde el siglo VI a. de
C. las comunidades órficas, que nacieron al parecer en Ática y se extendieron por el sur de
Italia y Sicilia, enseñaban que el alma es un algo divino, encarcelado en el cuerpo del hombre,
del que tiene que liberarse mediante ascesis en sucesivas reencarnaciones. Una vez purificada,
el alma vuelve a su origen. No muere: es inmortal, simplemente porque no ha sido creada,
porque lleva en sí misma la vida (4).
Parecida era la doctrina de Pitágoras y de sus adeptos: El alma ha caído del ámbito de los
dioses y está aherrojada en el cuerpo. La muerte rompe hierros y cadenas. El alma salta al
hades, donde empieza a purificarse; la purificación se consuma mediante ascesis y sucesivas
reencarnaciones en cuerpos de animales u hombres. En estos cuerpos se encierra bajando de
los polvos de la atmósfera, que la recoge después de la salida del hades (5). Librada del cuerpo,
el alma es inmortal.
En sus escritos últimos, Timeo y Leyes, Platón ya no opone tan radical, tan estridentemente el
mundo sensible y el inteligible, sino que los enlaza por medio del alma.
Para los filósofos dualistas, que distinguen alma y cuerpo, el problema de la supervivencia del
alma después de morir, no es en realidad problema: porque el alma es inmortal por
naturaleza; el problema está en fugarse de la cárcel que es el cuerpo. El cuerpo no es nada
bueno como lo es en la Biblia; es penal, es cárcel, es tumba. Soma séma: el cuerpo es la tumba
del alma; no lo es el sepulcro (Gorgias, 47; 493 A).
Por eso Sócrates bebió tranquilo la cicuta discurriendo sobre la inmortalidad, oía una música
de libertad: cómo los barrotes se quebraban, las cadenas se rompían, las alas del alma
empezaban a batir el vuelo hacia las alturas.
Las doctrinas de Epicuro y de sus seguidores eran diametralmente opuestas: el alma no es,
como decía el orfismo y la tradición pitagórica, un ser de naturaleza divina: es un agregado de
partículas materiales sutiles que se desvanecen cuando la muerte. Un conglomerado de
átomos microscópicos, esféricos como antes de Epicuro habían defendido Leucipo de Mileto y
Demócrito. Materia sutil, pero al cabo materia que perece.
Aristóteles, aunque no considera el alma como materia, sino como forma que organiza y
constituye la materia en cuerpo, piensa que la unión del alma y de esa materia es tan íntima y
esencial, que las dos están tan agarradas, que cuando deja de ser cuerpo para convertirse en
cadáver, el alma se desgarra y desaparece. Sólo resiste el entendimiento, la nus, que es
inmortal.
Resumiendo: dos filosofías, acerca de la supervivencia del alma, circularon por la filosofía
griega desde el siglo VI a. de C. hasta la era cristiana: una consideraba natural su inmortalidad,
otra negaba toda supervivencia después de la muerte.
Entre el pueblo no pensante, sencillo, griego y romano, corrían esas mismas ideas. Muchos
creían durante el imperio romano que las almas de los píos, tras la muerte, subían a las esferas
celestes, ascendían a los dioses; alguna inscripción funeraria habla del alma que se convierte
en una estrella (7). Junto a epitafios que consuelan con la esperanza de otra vida, hay otros
que invitan a los que aún viven al carpe diem, a gozar de la vida, porque detrás de la muerte
no hay nada (8).
2. El más allá, un arcano del Antiguo Testamento hasta el siglo II antes de la era cristiana.
Muchos autores modernos, cuyos asertos someteremos a crítica en la II parte de este libro, no
están de acuerdo con esta respuesta. Según ellos no 'parece ser esa la creencia general de los
hebreos, pues para éstos el hombre fundamentalmente sería "un cuerpo animado y no un
alma incorporada" (10). "Los semitas -dice Boismard- no distinguían el alma del cuerpo, en el
sentido platónico o cartesiano de los términos; como todos los "primitivos", sólo concebían al
hombre en su unidad psicofísica. Dicho en otras palabras: para ellos la vida psíquica del
hombre (pensamiento, voluntad, sentimiento, conciencia) era sólo la emanación de su ser
físico. Y cuando el hombre muere, como sus órganos físicos se corrompen en la tierra, no
puede ya pensar, ni querer, ni sentir. El esqueleto, que queda, le da únicamente la posibilidad
de subsistir como forma impersonal, perdida para siempre en las tinieblas del sheol, en la
región del polvo" (11).
A ese resto impreciso, sin conciencia cabal, sin posibilidad de alabar a Dios, lo llama la Biblia
hebrea reiaim, "las sombras" (Is 26, 14; Sal 88, 11; Prov 9, 18), mejor los "debilitados", los
"desfallecidos", "los que descansan". Los muertos son hombres "debilitados". Tal era la
creencia hebrea.
El sheol aún no se ha escindido en cielo e infierno; aún no se habla de rendir cuentas después
de la muerte, justos e impíos.
Con un horizonte tan cerrado caminó el pueblo escogido la mayor parte de su historia bíblica,
desde el siglo XVIII a. de Cristo, desde Abraham hasta la persecución de Antíoco IV Epífanes, en
el siglo II antes de nuestra era. Patriarcas, profetas, sacerdotes, sabios, salmistas, historiadores
de la Biblia confesaban que Yahweh era dueño de la vida y de la muerte, que era bueno y justo
y que daba a cada cual su merecido, pero ... en esta vida; pues el misterio de ultratumba Dios
aún no lo había desvelado. Nada extraño es que cuando la Biblia hebrea habla de premios y
castigos, mencione los de esta vida: ver los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta
generación, vivir tanto los fieles como los árboles cuando venga el Mesías, abundar en bienes
temporales; los malos ver acortados sus días, disminuidas las lluvias y la fertilidad de hombres,
animales y campos, penar bajo la férula de enemigos.
La teología deuteronomista, que informa los libros históricos de la Biblia, pregona la bondad y
justicia de Yahweh, que a los buenos bendice y a los malos castiga. Lo cual es verdad, pero no
la verdad entera, si el horizonte de la retribución y pago es esta vida. Lo vieron hagiógrafos de
libros del Antiguo Testamento, como Job y Eclesiastés, que no saben armonizar la teología
deuteronomista de la retribución con un dato sangrante de experiencia: muchos impíos
triunfan en esta vida, y muchos siervos de Yahweh penan y mueren. Hoy y siempre, los que
observan la realidad y no saben o no admiten retribución en el más allá, plantean escépticos
los mismos interrogantes que Job y Eclesiastés: ¿En este mundo hay justicia cumplida? No la
hay.
Pero ¿de seguro no hay en los libros bíblicos anteriores a Daniel, siglo II a. de Cristo, palabras
inspiradas que perforen el velo del más allá?
Los autores traen a colación unos cuantos textos bíblicos del Antiguo Testamento, pero suelen
convenir en que no hablan verdaderamente del más allá; en ellos "levantarse" (12), "vivir"
(13), o "despertar" (14), se predica de Israel que está muerto y resucita a nueva vida; es decir,
hablan de la resurrección metafórica de un pueblo.
En Job 19, 25-27, se trata de un vivo deseo de Job, de un individuo deshecho por la
enfermedad, de ver a Dios:
25 "Yo sé que está vivo mi Vengador, y que al final se alzará sobre el polvo;
Estos mismos versículos, traducidos de otra manera, muestran que el deseo de Job es ver a
Dios en esta vida:
25 "Yo ya sé que mi vindicador vive, y que por último se erguirá sobre la tierra;
26 pero (será) después de que mi piel haya sido arrancada a tiras (como) ésta; mas yo
querría ver a Eloah estando aún en mi carne.
27 Al cual quiero ver por mí mismo, y que mis ojos le contemplen y no otro" (16).
El pasaje siguiente, Os 6, 1-2, profetiza que Yahweh "nos dará vida" (17), que Yahweh "nos
levantará" (18): nos dará vida después de dos días, nos levantará después de tres, y después
viviremos delante de Él; pero la resurrección es metafórica, porque se refiere al resurgimiento
del pueblo de Israel, aunque algunos Santos Padres y exegetas lo hayan interpretado de la
resurrección del Señor, y entre los judíos el Tárgum y LXX, de una verdadera resurrección.
Del mismo género es la resurrección descrita por Ezequiel 37, 1-14: Ve un campo lleno de
huesos, que a la voz de Dios se cubren de carne y nervios y finalmente del soplo de la vida. Es
una metáfora. Se trata de Israel que ha quedado en huesos. "Yo, dice Yahweh, abriré vuestros
sepulcros y os haré subir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os introduciré en la tierra de
Israel" (Ez 37, 12).
Metafórica sería también la resurrección de los hijos de Israel, proclamada en Is 26, 19,
fragmento de la llamada "apocalipsis de Isaías" (caps 24-27), cuya datación es incierta, aunque
los más la fijan hacia el final del siglo IV a. C., y que la mayor parte de los autores cree que
anuncia una resurrección en sentido propio, una resurrección corporal de los israelitas justos
para unirse en la tierra al resto de Israel. (STEMBERGER, art. cit., p. 279s.).
Tras de asegurar que no vivirán (19) los muertos, que no resucitarán (20) las sombras de los
gentiles perversos recogidos en el sheol, el profeta apostrofa a los muertos de Israel y
profetiza: Is 26, 19 "Vivirán (21) tus muertos, se levantarán (22) tus cadáveres (23),
despertarán (24) y darán gritos de alegría los que yacen en el polvo ... y la tierra parirá a las
sombras (refaim)."
No queremos despedir estos textos del Antiguo Testamento, que a veces se alegan como
prueba de existir antes del siglo n a. de C. aseveraciones de la Biblia sobre la supervivencia, sin
añadir dos observaciones.
Primera: aunque los pasajes que acabamos de mencionar hayan de ser tomados en sentido
metafórico, como anuncio del resurgimiento del pueblo de Israel, exégesis que no me parece
cierta respecto a Is 26, 19, es obvio que todo sentido metafórico de unos términos supone
posible el sentido propio, o lo que es lo mismo: Oseas, Ezequiel, el· autor o autores del
Apocalipsis de Isaías, al expresarse con términos de resurrección, creían que Yahweh "puede
vivificar" a los muertos, puede "levantarlos" del sepulcro, puede "despertarlos", puede hacer
que la tierra "para a los refaim". En breve: "puede" hacer resurrecciones individuales, como la
del niño resucitado por Elíseo (2 Re 4, 31-37) o por Elías (según 1 Re 17, 17-24), como la del
joven cuyo cadáver tocó el sepulcro de Elíseo e inmediatamente "vivió" (25) y "se levantó" (26)
(2 Re 13, 20s) y puede hacer resurrecciones colectivas, la de todo el pueblo de Israel.
Segunda observación: La palabra de la Biblia es palabra viva por ser palabra de Dios. No es
como la palabra de los hombres que, con el correr del tiempo, envejece y fosiliza. Al leer y
releer, generación tras generación, la palabra de Dios, la enriquece de significados. Lo que se
dijo del pasado, se actualiza y se aplica al presente; lo que se dijo del epónimo, se aplica a sus
descendientes; lo que se dijo en sentido individual, se lee en sentido colectivo; lo que se dijo
en sentido metafórico, se entiende en sentido literal. Es este un fenómeno único de
variabilidad sémica. Ante él cabe preguntar si los textos anteriores no fueron entendidos en
sentido literal, de literal resurrección de Israel, en el siglo II a. de C. o antes, es decir, desde el
tiempo que circularon por Israel ideas de resurrección individual o colectiva.
Sirvan estas consideraciones de invitación a ser prudentes y mesurados, tanto al afirmar como
al negar que los pasajes bíblicos mencionados contengan doctrina de la resurrección o
supervivencia, antes de los dos últimos siglos que precedieron al cristianismo (27).
Siglo II a. de Cristo, en torno al año 164, la diminuta provincia de Judea depende de los sirios,
de los seléucidas de Antioquía. El siglo anterior había dependido de los ptolomeos de Egipto.
Unos y otros, siguiendo el plan de Alejandro Magno, de quien eran sucesores, quisieron, y en
gran parte lograron, helenizar al próximo Oriente, incluida Judea. En los flancos de Judea, en la
costa y Transjordania, la helenización era casi completa. En Galilea y Samaria estaba muy
avanzada. La ola de helenismo amenazaba a Judea. La aristocracia sacerdotal y civil y las clases
cultas estaban ganadas por el helenismo. Le resistían los Hasidim, los "devotos" de la Ley de
Moisés y de la interpretación que soférim o escribas daban de tal Ley. Los asideos (Hasidim)
eran continuadores del movimiento ritual y legalista de Esdras. Entre helenistas y hasidim
había guerra intestina, que convirtió en guerra descarada Antíoco IV Epífanes cuando, tras el
asesinato de su hermano Seleuco IV, subió al trono de los seléucidas. Antíoco IV fue un rey
extravagante, más que un dios "manifiesto" como indica su nombre (Epifanés), fue un loco
rematado (epimanés), según frase de Polibio. Dio la mano a los judíos helenistas y se propuso
expoliar de riquezas al templo de Jerusalén, y acabar con la religión judaica. Depuso al sumo
sacerdote Onías III, fiel a la Ley de Moisés, substituyéndole por un helenista, su hermano
Jasón. Depuesto éste por Menelao y enzarzados Jasón y Menelao en guerra intestina, Antíoco
subió a Jerusalén, al término de su campaña de Egipto en 169, y la dejó anegada en sangre.
Expolió el templo, llevándose a Antioquía los vasos de oro, el altar del incienso, el candelabro
de siete brazos, la mesa de los panes de la proposición. Las cosas más ricas y santas. Al año
siguiente, fallido su intento de apoderarse de Egipto, arreció la persecución contra los judíos
fieles a la Ley. El año 167, envió a Judea un recaudador de impuestos. Su misión se inició con
un prólogo de matanzas y saqueos sistemáticos en Jerusalén. "La población judía, que se
negaba, era exterminada: los hombres asesinados, las mujeres y niños vendidos en esclavitud.
Los que pudieron, escaparon de la ciudad ... Una nueva fase de la persecución empezó con las
instrucciones dictadas por Antíoco de abolir el culto del templo y la observancia de la Ley, y de
poner en su lugar los cultos paganos. Las observancias judías, especialmente las relativas al
sábado y a la circuncisión, fueron prohibidas bajo pena de muerte. Cada ciudad de Judea tenía
que ofrecer sacrificios a los dioses del paganismo. Por gracia o por fuerza. Cada mes se hacía
inspección: a quien se le encontraba un rollo de la Torá (la Ley de Moisés) y al que hubiera
circuncidado a un hijo, se le mataba. El 15 de Kislew del año 145 de la era seléucida (= 15 dic.
167), se erigió un altar pagano encima del gran altar de los holocaustos, celebrándose sobre él,
diez días más tarde, el primer sacrificio a los dioses (1 Mac 1, 54.59). Esta es la abominación de
la desolación de que habla Daniel (Dan 11, 31; 12, 11). Este sacrificio fue ofrecido, según 2
Macabeos, a Zeus olímpico a quien el templo de Jerusalén había sido dedicado. En la fiesta de
Dionisos (el dios Baco), los judíos eran obligados a caminar en la procesión de las bacanales
con la cabeza coronada de hiedra" (28).
La persecución de Antíoco fue obra de un lucifer. Nada extraño es que el 2 libro de Macabeos
le compare al Lucifer de Isaías 14 (el rey de Babilonia). Como Lucifer, pretendió "tocar las
estrellas del cielo" (2 Mac 9, 10 = Is 14, 13). Pero también, como Lucifer, será arrojado atierra
(2 Mac 9, 7s = Is 14, 8.11.12.15) y será comido por gusanos (2 Mac 9, 9 = Is 14, ll). Su muerte
narrada en 2 Mac 9 y 1 Mac 6 es paradigma y ejemplo de cómo nadie puede levantarse contra
Dios y martirizar a su pueblo fiel. Para abatir al sirio insolentado, Dios armó de poder el brazo
de los Macabeos, quienes se lanzaron a fa guerra, apoyados por los hasidim y por la masa del
pueblo fiel.
Fue entonces cuando se escribió el libro de Daniel. Un "piadoso", un hasid, es el autor (1 Mac
2, 42). Lo escribió para animar a los combatientes con el ejemplo de héroes judíos fieles hasta
el martirio, y para asegurarles, con el lenguaje de los símbolos, único posible en las
circunstancias, que a la postre Yahweh triunfaría y daría el poder sobre los enemigos a los hijos
del Altísimo.
La guerra de los Macabeos salvó la religión judía, y el libro apocalíptico de Daniel despejó la
lacerante pregunta que ante cada hasid muerto se hacían sus compañeros: ¿puede acabar en
muerte la vida de un mártir?; ¿es justo que los que mueren por Yahweh acaben como sus
verdugos?
No, no, responde Daniel: los caídos por la Ley de Yahweh resucitarán. Lo dice en este texto:
Dan 12, 2: "Y muchos de los que duermen en el país del polvo (sheol) despertarán. Unos (serán)
para la vida eterna y otros (serán) para ignominia perpetua" (29).
Unos exegetas interpretan el texto anterior como promesa de resurrección parcial, solamente
de los mártires hasidim. Es la exégesis que proponemos. Otros lo interpretan como anuncio de
resurrección de todos los caídos en la invasión descrita en el capítulo anterior, israelitas
buenos y malos. Aun así se trata de resurrección restringida, de israelitas.
No es preciso recurrir a doctrinas del Irán, y menos aún a cultos agrícolas cananeos, en los que
Baal cada año muere y resucita, para explicar el nacimiento de la doctrina de la resurrección
entre los judíos.
La creencia judía nació del cruce de dos miradas: mirada a los hasidim martirizados por Antíoco
y mirada a la justicia de Dios.
Obsérvese que la escena en la que Daniel proclama la resurrección, es una escena de juicio de
Dios. El juicio sigue a la gran invasión escatológica que describe el capítulo ll de Daniel. El rey
invasor, que plantará la tienda entre el mar y la santa y gloriosa montaña, es Antíoco IV. Se
aproxima su fin (el año 164 muere en expedición contra los partos) "y nadie lo defenderá"
(Dan ll, 45).
Va a empezar, pues, el juicio de Dios. Miguel asistirá al juicio (31). Es el arcángel que se cuida
del pueblo de Israel y le defiende militarmente de los ángeles de las naciones enemigas, y le
defenderá ahora, como abogado, de los ataques de los ángeles acusadores. En este juicio se
abrirá el "libro de la vida" para ver quienes están inscritos en él: Esos se salvarán y no morirán,
"en unos tiempos tan recios como no los ha habido desde que hubo naciones hasta ahora"
(Dan 12, 1). De los que duermen en el sheol, muchos despertarán, los caídos por Yahweh.
Para los impíos ignominia eterna (Dan 12, 2). Este es el juicio de Dios (32).
b) Segunda parte en la proclama de Daniel: Resucitarán los cuerpos de los mártires de Antíoco.
En Daniel hay influjos de la filosofía griega. Uno muy concreto: que seis veces (Dan 2, 28; 4,
5.10.13; 7, 1.15) habla de "visiones de la cabeza". Lo bíblico, lo hebreo, es considerar al
corazón como asiento del conocimiento, sentimiento, fantasía y conciencia. Fue Alcmaeón de
Crotona quien, hacia el 500 a. de la era vulgar, localizó en el cerebro los sentimientos.
En su línea, el Timeo de Platón localiza en el cerebro la parte divina e inmortal del alma; en la
cabeza se asienta también la conciencia; la cabeza es lo principal del cuerpo humano: es
redonda y para que pueda subir y bajar, le sirve de sostén y puntal el resto del cuerpo (33).
Hay filosofía griega en Daniel.
Cabe preguntar, pues: ¿influye también en Daniel la filosofía platónica del alma inmortal, o su
proclama· se refiere más bien a resurrección de los cuerpos muertos? La respuesta hay que
buscarla en Is 26, 19a, texto del apocalipsis de Isaías que ya conocemos, que inspira hasta en
las palabras a Dan 12, 2. Compárese Dan 12, 2: "Y muchos de los que duermen en el país del
polvo despertarán", con Is 26, 19a: "Despertarán y exultarán los que yacen en el polvo".
Compárese en hebreo (34):
Daniel, pues, cita a Isaías, e Isaías se refiere a la resurrección de cadáveres (35). Resurrección,
por tanto, corporal en Daniel 12 y en Is 26; y resurrección en esta tierra, renovada, según Is 65;
60, 19.
Una afirmación tan seria, resurrección masiva de los cadáveres de mártires, no podía buscar
mejor escudo que el profeta Isaías.
Daniel recurre a él, primero para afirmar la resurrección corporal de los mártires, después para
sentenciar la ignominia (deraón) eterna de los perseguidores. Para esto último recurre a la
parte final de la profecía de Isaías, al Tritoisaías, desde el capítulo 55 hasta el 66. Precisamente,
el último versículo del Tritoisaías, que es también el último de toda la profecía de Isaías,
sugiere a Daniel el castigo que aguardaba a los seléucidas y a otros perseguidores, ya que
habla de cadáveres (péger) de impíos, del gusano que no muere, del fuego que no se apaga, y
de "que serán la ignominia (deraón) de todos los vivientes". Daniel no resistió el hechizo de
esta palabra deraón, ignominia; es palabra única, que no se encuentra nada más que en este
versículo final de Isaías. La pide prestada a Isaías, para servir de epitafio de perseguidores
seléucidas y judíos helenistas y lo coloca en Daniel 12, 2: "y otros", los perseguidores, serán
"para ignominia (deraón) eterna".
Daniel apoya sus afirmaciones de resurrección de los mártires y de ignominia de los impíos
perseguidores en los lugares concretos citados de Isaías, y en la lectura completa del
Tritoisaías, en el que ve descrita la historia de su tiempo, porque el Tritoisaías habla de los
"siervos" (36) de Yahweh, de "escogidos" de Yahweh (Is 56, 6; 65, 8.9.13.15.22; 66, 14), de
fieles a la Alianza (Is 56, 2.4.6), y de malvados, de infieles, que persiguen a los siervos de
Yahweh (59, 15; 66, 5), que son los mismos pecados de los perseguidores de los hásidim del
tiempo de Antíoco: comen cosas abominables (alimentos impuros) (66, 3.17), participan en el
culto de los muertos (65, 4), queman incienso (65, 3) y hacen sacrificios a dioses falsos (57, 3s;
65, ll), profanan el sábado (56; 58, 13); el templo está desolado (63, 18; 64, 10s) (37).
Entre los fieles de Yahweh del tiempo de Antíoco había maestros de la Ley (38) que enseñaban
a los demás a ser justos (39), a mantenerse fieles a Yahweh. La resurrección de estos maestros
será privilegiada: Dan 12, 3: "Los maestros brillarán como brilla el firmamento, y los que hacen
justos a los demás, como estrellas, perpetuamente".
Los maestros y los que hacen justos a los demás son las mismas personas. Eso se infiere del
paralelismo sinonímico de las dos frases: con diversas palabras dicen lo mismo.
Es posible que la exaltación, que Daniel promete, afecte también a sabios de Israel de su
tiempo que no murieron en la persecución, pero sin duda afecta a los sabios hásidim, mártires.
No es fácil determinar a ciencia cierta en qué consistirá dicha exaltación de los sabios. Hay
quien piensa que se trata de la glorificación de los cuerpos, algo así como la glorificación del
cuerpo de Jesús en el Tabor. Sea una u otra su glorificación, lo cierto es que los hásidim
mártires, que en vida ayudaron con su saber religioso a sus hermanos a mantenerse fieles a
Yahweh, tendrán una gloria especial.
Esta promesa de Daniel se apoya en la profecía de Isaías: en los cánticos del Siervo de Yahweh
que forman parte del Deuteroisaías. No nos extrañe el recurso constante a los profetas. Los
apocalípticos -y Daniel es uno de ellos- eran aficionados a la lectura de los profetas, y de ellos
partían para endulzar el presente y anunciar el futuro.
Daniel descubrió en el "Siervo de Yahweh", del Deuteroisaías, un prototipo del hasid, sabio que
justifica a los demás, que muere y que es exaltado: El Siervo de Yahweh es un sabio. Is 52, 13 lo
dice: "Mi siervo será sabio" (40).
El Siervo de Yahweh es una persona individual, pero también una persona colectiva; pues, a
veces el Deuteroisaías llama "Siervo de Yahweh" a Israel. Por tanto, el grupo de sabios de
hásidim pueden designarse, como grupo, con tal nombre.
El Siervo de Yahweh "hará justos a los muchos" (Is 53, 11) (41). Exactamente lo que hacen los
sabios de los hásidim: "hacen justos a muchos" (42) (Dan 12, 3). El Siervo de Yahweh "será
sabio, será elevado, ensalzado muy alto" (Is 52, 13).
Por tanto, los sabios de los hásidim, que son el Siervo de Yahweh, que como él han sido
condenados a muerte siendo inocentes, también "serán elevados, ensalzados muy alto":
"Brillarán como el firmamento, como las estrellas, perpetuamente" (Dan 12, 3). Lo que
decimos: su resurrección será privilegiada (43).
Esa promesa se encuentra en el apócrifo Libro de los Jubileos, escrito en Palestina en tiempos
de la persecución de los sirios. Tiene por fin consolar a los hásidim, a los que el autor
pertenece, que sufren la persecución de judíos helenistas y de los extranjeros perseguidores
de Israel. Les consuela con esta promesa: "los huesos descansarán en la tierra, los espíritus
tendrán mucha alegría" (44).
Estamos entre el 170 y 160 a. de Cristo. En este tiempo el influjo griego había penetrado
profundamente en Palestina, incluyendo Judea (45). El autor de Jubileos distingue dos partes
en el compuesto humano: cuerpo que reposa en la tumba y espíritu que pervive lleno de
alegría después de la muerte. Distinción que deriva probablemente de la filosofía griega; pero
tal supervivencia se debe, aquí y en otros textos de los judíos, más a gracia de Dios que a
exigencia natural del alma, como en la filosofía platónica.
Jubileos 23 parece suponer que los espíritus de los hásidim, muertos en la persecución,
ascienden inmediatamente después de la muerte a Dios que, como enseña el Tritoisaías, hace
juicio de fieles e impíos, de perseguidos y perseguidores (46).
Esta proclama se lee en el 2 libro de los Macabeos, libro compuesto hacia el año 125 a. de
Cristo (diversos autores lo sitúan entre el 125 a. C. y el 70 d. C.), como resumen de un libro
mayor en cinco libros, escrito por Jasón de Cirene en tiempo muy próximo a la guerra de los
Macabeos contra los seléucidas; aunque hay autores que lo datan al final del siglo n a. C. El 2
libro de los Macabeos está escrito en estilo de historia "patética". Era el estilo de los
historiadores helenísticos, como Eforo y Teopompo. Quiere decir que el autor echa manos de
diversos recursos para conmover al lector, amén de inflar las cifras y dar mucha importancia a
las teofanías (47). Historia patética, pero historia. Una de las narraciones de mayor patetismo
es el relato popular, originario de Palestina, del martirio de siete hermanos y de su madre,
perpetrado por Antíoco Epífanes. El anuncio de la resurrección lo hacen varios hermanos en
trance de martirio; es un pregón rubricado con sangre: Segundo hermano. "Le arrancaron los
cabellos con la piel y le preguntaban si pensaba comer carne de cerdo antes de que lo
atormentasen miembro a miembro. -No comeré -respondió él-. Y estando para morir dijo: Tú,
malvado, nos arrancas la vida presente. Pero cuando hayamos muerto por su Ley, el rey del
universo nos resucitará para una vida eterna" (2 Mac 7, 7-9). Tercer hermano. "Le invitaron a
sacar la lengua, lo que hizo enseguida y alargó las manos con gran valor. De Dios las recibí, dijo,
y por sus leyes las desprecio. Espero recobrarlas del mismo" (2 Mac 7, 10s). Palabras que
claramente expresan la esperanza en la resurrección "corporal", probablemente del "mismo
cuerpo", y no solamente la esperanza en la retribución de Dios en la otra vida
Cuarto hermano. "Cuando estaba para morir dijo: Vale la pena morir a mano de los hombres,
cuando se tiene la esperanza que da Dios de ser resucitados de nuevo por él. En cambio, tú (el
tirano), no resucitarás para la vida" (2 Mac 7, 14). La madre. Anima a morir a sus hijos con
estas palabras: "Y o no sé como aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento (pneuma) ni la
vida ... Fue el creador del universo ... Él con su misericordia os devolverá el aliento y la vida, si
ahora os sacrificáis por su Ley" (2 Mac 7, 22s). La madre al hijo menor: "No temas a ese
verdugo, no desmerezcas de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios,
te recobraré junto con ellos" (2 Mac 7, 29). Séptimo hermano. El menor: "Mis hermanos,
después de soportar ahora un dolor pasajero, participan ya de la promesa divina de una vida
eterna ... Yo, lo mismo que mis hermanos, entrego mi cuerpo y mi alma por las leyes de mis
padres ... " (2 Mac 7, 36s). He aquí testimonios patéticos de que Dios resucitará los cuerpos de
estos mártires. El hermano menor dice que entrega "el cuerpo y el alma". No es el único caso
en que el libro 2 de Macabeos distingue, al estilo griego, cuerpo y alma. 2 Mac 3, 16 cuenta
que "la cara y el color demudado del sumo sacerdote revelaban la angustia de su alma". 2 Mac
6, 30 refiere las palabras de Eleazar, según 4 Mac 5, 4 sacerdote, antes de morir: "Yo soporto
duros dolores corporales al ser azotado, pero en mi alma sufro esto con gusto por amor de Él
(de Dios)". 2 Mac 14, 38: El anciano Razis "había expuesto cuerpo y alma por el judaísmo"
La fraseología de estos ejemplos es griega; otras veces es griega o hebrea, como cuando 2 Mac
llama "cuerpos" (somata) a los esclavos o los muertos (2 Mac 8, 11: esclavos; y 12, 26:
muertos): se llama "cuerpos" a los esclavos, a los muertos, por ser considerados "cosas".
Con una u otra terminología, griega o semítica, el autor de 2 Macabeos enseña la resurrección
de los cuerpos de estos mártires. Y también la recuperación del "alma", si es que el autor
verdaderamente quiere distinguir alma del cuerpo, no sólo en la expresión, que eso es claro,
sino en la realidad, cosa que para algunos autores no es tan evidente. En todo caso, la
recuperación del "alma" es obra de misericordia de Dios, más que exigencia natural del alma.
A continuación, el autor citado interpreta 2 Mac 7, 11 ("Del cielo he recibido esto [la lengua y
las manos que van a ser cortadas al tercer hermano]... y de él espero recuperarlas otra vez") y
2 Mac 14, 46 (petición del anciano Razis de que Dios le devuelva los intestinos que arrancó con
sus manos y lanzó sobre la gente), como manera de esperar o pedir la retribución futura. "La
resurrección será corporal -continúa el autor- pero no resurrección del mismo cuerpo" (ibid.).
La exégesis de estos dos pasajes nos parece forzada, retroproyección a 2 Mac de juicios
actuales sobre la no identidad de cuerpo resucitado con el cuerpo sepultado. En esos dos
textos claramente se espera o se pide la devolución de los órganos por Dios sacrificados:
lengua, manos, intestinos.
Acerca del lugar de la resurrección corporal Stemberger (ibid.) concluye que es resurrección
para vivir en la tierra, aunque F. Nótscher y D. Arenhoevel opinen que se trata de resurrección
para el cielo.
Aunque el autor de 2 Mac no está especialmente interesado en la suerte futura de los
malvados, señala que no resucitarán para la vida; no se afirma ni se niega que resuciten para el
juicio. De las palabras de Eleazar de 2 Mac 6, 26 ("Aunque al presente me librara del castigo de
los hombres, no escaparé de la mano del Todopoderoso, ni vivo ni muerto"), y de 12, 43-45, es
decir, del sacrificio expiatorio de los pecados, encargado por Ju das Macabeo en favor de los
soldados muertos portando amuletos de Yabne, se concluye que los pecadores sobreviven a la
muerte. 2 Mac habla de resurrección de los mártires, pero parece extenderse a los israelitas
fieles (ibid., p. 25). Estas son las conclusiones de G. Stemberger, cuya fiabilidad depende en
buena medida de la postura que se adopte respecto al monismo o dualismo antropológico del
judaísmo antiguo, asunto que más adelante discutiremos.
Para terminar: he aquí un colofón a la persecución de Antíoco Epífanes: Dios saca bienes de los
males. De una de las peores persecuciones sufridas por el judaísmo nació el pregón más
consolador para los perseguidos: Dios los vengará, Dios los resucitará, Dios los exaltará. A los
perseguidores, Dios los juzgará, Dios los castigará y tendrán que reconocer su yerro y el acierto
de los perseguidos.
Otra enseñanza importante: el martirio de los hermanos sirve, en primer lugar, al que lo sufre,
pues le otorga la resurrección; pero sirve, además, a todo el pueblo de Israel, si no como
expiación de sus pecados, al menos como intercesión y substitución. El hermano menor suplica
a Dios "que por el martirio suyo y el de sus hermanos se detenga la ira del Todopoderoso, que
ha caído justamente sobre nuestra raza" (2 Mac 7, 38).
6. La victoria sobre la muerte se promete a todos los justos oprimidos, aunque no sean
mártires.
Una ulterior reflexión sobre la suerte de los impíos que, al parecer, gozan, triunfan y oprimen
en esta vida, y la de los devotos que fracasan y sufren y son perseguidos, hizo que diversos
autores del período intertestamental sometieran a crítica las afirmaciones clásicas de la
Escuela deuteronomista acerca del premio de buenos y castigo de malos en esta vida. Es
patente, se dijeron, que en esta vida no hay justicia en la retribución. Por otra parte, la muerte
de los impíos no es distinta que la de los fieles. Y después de morir, lo mismo pudren en el
sepulcro los cuerpos de oprimidos y opresores. De aquí concluyeron, que la justicia definitiva
de Dios no se hace en esta vida, ni en el trance de la muerte, ni en el cuerpo muerto, sino en el
alma que no muere, que es inmortal.
Reflexionar de esta manera era tarea fácil en un ámbito de estricta cultura helenista como
Alejandría. En esta ciudad se escribió el libro de la Sabiduría del que ahora nos vamos a ocupar.
En sus primeros capítulos replantea el viejo problema de la suerte y retribución de justos e
impíos. Lo plantea un judío que ha asimilado la filosofía platónica, que distingue alma y cuerpo,
aunque en la última parte del libro (caps. 10-19) parece utilizar la antropología propia de los
hebreos, en la que el cuerpo y alma fácilmente expresan, por sinécdoque, toda la persona
humana.
En Sab 9, 15 la terminología platónica aparece sin disfraz: "El cuerpo corruptible oprime al
alma y la tienda terrestre embota la mente llena de cuidados". Véase en Fedón 114c las
mismas ideas y términos. El cuerpo, llamado tienda en metáfora por los griegos, es un estorbo
del alma, un impedimento del que el alma ha de librarse. Veamos, cómo, con presupuestos
griegos, el judío, autor de Sabiduría despeja la incógnita de la retribución:
Primera afirmación: La muerte no viene de Dios; viene del pecado; el justo, por tanto, es
inmortal:
Sab 1, 12: "No os procuréis la muerte con vuestra vida extraviada, ni os acarreéis la perdición
con las obras (malas) de vuestras manos;
14: Todo lo creó para que subsistiera; las criaturas del mundo son saludables; no hay en ellas
veneno de muerte, ni el hades (= la muerte) impera en la Tierra.
16: Los impíos la llaman (a la muerte) a voces, con gestos; se consumen por ella, creyéndola su
amiga; hacen pacto con ella, pues merecen ser de su partido".
Los versículos anteriores son un comentario deráshico de Gen· 1 y 3, capítulos en los que se
narra que Dios hizo todas las cosas "buenas", y que la muerte, que es una cosa mala, vino al
hombre por el pecado de los primeros padres.
El comentario a esos capítulos del Génesis continúa en Sab 2, 23: "Dios creó al hombre para la
inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser; (48)
24: pero, la muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, y los de su partido pasarán por
ella". Segunda afirmación: Las almas de los justos son las que se libran de la muerte:
Sab 3, 1: "Pero las almas de los justos están en manos de Dios, y no los tocará el tormento.
2: La gente insensata pensaba que morían, consideraba su tránsito como una desgracia,
4: La gente pensaba que cumplían una pena, pero su esperanza está llena de inmortalidad.
Tercera afirmación: Dios tiene preparado ese premio para las personas que en esta vida
parecen más desgraciadas; mujer estéril, hombre eunuco, persona muerta prematuramente.
Sí, habrá justicia para la mujer estéril que teme al Señor, y habrá justicia para el eunuco fiel
(Sab 3, 13s), y la habrá también para el justo que muere prematuramente (4, 7). Éste "agradó a
Dios ... y fue trasladado" (Sab 4, 10), naturalmente, al paraíso como el justo Henoch, al que
Sabiduría se refiere (49): "se marcha a Dios la parte superior de su ser, su alma (Sab 4, 14)
identificada con su inteligencia (Sab 4, 11) como en 9, 15" (50).
Cuarta afirmación: La muerte cambiará las suertes de oprimidos y opresores: Ved cómo
estarán los malvados en el juicio de Dios:
Sab 4, 20: "Comparecerán asustados cuando el recuento de sus pecados y sus delitos los
acusarán a la cara".
Sab 5, 1: "Aquel día el justo estará en pie, sin temor, delante de los que lo afligieron y
despreciaron sus trabajos.
Éste es aquel de quien un día nos reíamos con coplas injuriosas, nosotros, insensatos; su vida
nos parecía una locura, y su muerte una deshonra.
5: ¿Cómo ahora lo cuentan entre los hijos de Dios, y comparte la herencia de los santos?
15: Los justos viven eternamente, reciben de Dios su recompensa, el Altísimo cuida de ellos.
16: Recibirán la noble corona, la rica diadema de manos del Señor; con su diestra los cubrirá,
con su brazo izquierdo los escudará".
Como se deduce de los textos transcritos, la inmortalidad unas veces se predica del alma, otras
de las personas justas sin distinguir explícitamente el alma del cuerpo; pero como estas
personas justas reciben el premio inmediatamente después de morir, se deduce que su
inmortalidad se -refiere al alma (51).
Nunca agradecerán bastante los fieles del Señor que, por su fidelidad, tantos trabajos y
persecuciones deben arrastrar, que un judío, probablemente alejandrino, unos cuarenta años
antes de la era cristiana haya esclarecido el comportamiento retributorio de Dios después de la
muerte. Esa retribución post-mortem, de los oprimidos, tan universal es una novedad. La
retribución de los oprimidos y su exaltación antes de la muerte está documentada en libros
anteriores del Antiguo Testamento. La historia de José, narrada con tanto primor en la última
parte del Génesis (caps. 37ss), es una historia (52) de carácter sapiencial en la que se quiere
probar que el justo, después de muchas calamidades -vendido por sus hermanos, arrojado en
cárcel sin causa, etc.-, a la postre es exaltado, llega a ser virrey de Egipto. Justicia en esta vida.
A la misma conclusión -justicia en esta vida- llega la historia de Ahiqar, composición
extrabíblica que ya corría varios siglos a. de Cristo: este hombre de palacio fue acusado y
perseguido por Nadán, pero finalmente fue exaltado. En esta vida.
Como en el caso del justo Mardoqueo del libro de Ester, que, en vez de ser colgado como
pretendía el poderoso ministro Hamán, al final fue honrado por el rey y vio colgado a Hamán,
su enemigo, en el patíbulo que para él había preparado. Justicia de Dios en esta vida.
Los tres jóvenes, cap. HI de Daniel, fieles a Yahweh, arrojados al horno de Babilonia, fueron
guardados. incólumes por el ángel de Yahweh, las llamas devoraron a sus verdugos. Justicia en
esta vida.
En el mismo libro de Daniel (cap. VI) otro caso de fidelidad, persecución y exaltación: el propio
Daniel, acusado ante el rey, fue condenado a los leones, de cuyas fauces Dios milagrosamente
lo liberó, desviando el apetito de las fieras hacia sus perseguidores.
Otro caso de justicia de Dios en esta vida es la historia de la casta Susana, que también se lee
en la última parte del libro de Daniel; uno de los primeros y más bellos relatos criminalistas de
toda la literatura. Condenada a muerte por jueces infames, por imputación calumniosa, su
inocencia fue puesta de manifiesto por la intervención de Daniel. La muerte se alejó de Susana
y castigó a sus inicuos acusadores y jueces.
Los ejemplos de justicia de Dios en este mundo son numerosos. Un estudio "histórico-formal",
o sea, de las formas o clichés en las que esos ejemplos de justicia intramundana han sido
transmitidos, ha llevado a Nickelsburg (53) a distinguir en ellos una serie de elementos que se
repiten sistemáticamente: razón de la conspiración contra el justo, conspiración, acusación,
juicio, valedores, condena, comprobación, protesta de inocencia, confianza, rescate o
liberación, exaltación, aclamación, vindicación, confesión de los enemigos de que se han
equivocado, de que el justo estaba en la verdad.
Volvamos al libro de la Sabiduría. Sab 2, 4-5, 23 desarrolla ese mismo motivo de las historias o
novelitas sapienciales que acabamos de enumerar, pero, por influjo del último poema del
Siervo de Yahweh del Deuteroisaías (52, 13-53, 12), la vindicación del justo oprimido se
traslada después de la muerte. También el Siervo de Yahweh es un profeta, un sabio, como los
de esas historias, exceptuando el caso de Susana, y también él, siendo inocente, fue
condenado. Pero, a diferencia de los protagonistas anteriores, su vindicación sigue a la muerte,
pues "fue arrancado de la tierra de los vivos" (Is 53, 8), murió y fue enterrado con los
malvados; y tras la muerte exaltado, no en la corte de un rey terreno sino en la corte del Rey
celestial.
En resumen: la reflexión crítica sobre tantas injusticias de esta vida que están postulando una
justicia ultramundana, la meditación del tema bíblico y extrabíblico "el justo perseguido y
vindicado por Dios", el ejemplo del Siervo de Yahweh vindicado después de muerto; todo esto
y el saber por la filosofía griega que el alma es inmortal, puso en el cálamo del autor de la
Sabiduría la doctrina consoladora: El alma no muere, el alma es inmortal (54).
Es asunto que no toca el libro de la Sabiduría. "El modo peyorativo, dice Boismard (55), con
que designa al cuerpo en 9, 15 hace suponer que no piensa en una resurrección de los cuerpos
'al fin de los tiempos' en el sentido que le damos ahora. Fiel al pensamiento platónico,
únicamente le interesa la inmortalidad del alma."
Eso es lo que afirman Platón y Santo Tomás y los filósofos que discurren sobre la espiritualidad
del alma y sobre la inmortalidad natural del alma, que de la espiritualidad deriva.
El autor de la Sabiduría, fiel a la tradición hebrea de estimar la vida como dádiva de Dios,
considera la inmortalidad como don divino. "Que éste sea el pensamiento del autor de
Sabiduría nos lo prueba el modo de concebir la suerte de los impíos: desaparición total del
cuerpo y del alma (Sab 2, 1-5)" (56).
Al que escribe no le parece convincente tal argumentación que el eminente exegeta deriva de
Sab 2, 1-5, porque la desaparición total del cuerpo y alma, de que hablaron esos versículos, es
idea, razonamiento de los impíos, no del autor de la Sabiduría. Ellos son los que afirman "el
cuerpo se volverá ceniza y el espíritu se desvanecerá como aire tenue" (Sab 2, 3). Por el
contrario, el autor de Sabiduría representa a los impíos después de la muerte asustados,
atónitos: asustados por sus pecados, atónitos ante la salvación de los justos que persiguieron:
Sab 4, 20: "Comparecerán asustados cuando el recuento de sus pecados y sus delitos los
acusarán a la cara".
Sab 5, 2: "Al verlo (al justo salvado) se estremecerán de pavor, atónitos ante la salvación
imprevista (del justo perseguido)".
Por lo demás ese esquema común a Sab 2, 4-5, 23 y a otros relatos sapienciales de vindicación
del justo oprimido, de que hemos hecho mención, parece postular, junto con la exaltación del
justo, el castigo del perseguidor, y el reconocimiento de éste de haberse equivocado, y haber
acertado el justo perseguido. Esta tardía confesión de los ricos perseguidores se da en estos
caps. de Sabiduría, y mal se puede dar si el autor considera a los impíos castigados con
aniquilación "total" después de la muerte.
Por lo mismo, aunque nos parece cierto que el autor considera la inmortalidad como don de
Dios, parece postular la inmortalidad natural del alma en el caso de los impíos (57). En suma: el
hagiógrafo argumenta partiendo de Dios más que de la naturaleza del hombre, aunque
aprovecha en su argumentación un presupuesto de la filosofía griega, la inmortalidad del alma.
7. Retribución después de la muerte para los espíritus de todos los justos, aunque no hayan
sido perseguidos; retribución también para todos los pecadores.
En las páginas anteriores la supervivencia era exigida por la sangre de los mártires q por las
persecuciones y muerte de los justos. Ahora preguntamos; ¿qué pasa con los justos que en
vida fueron fieles a Dios y que murieron sin haber sufrido martirio o persecución; los que
cumplen con Dios?; ¿sobreviven a la muerte? Los pecadores, que no han sido verdugos ni
opresores de los fieles, ¿recibirán su pago en la otra vida?
a) Veamos en primer lugar qué responde 1 Henoch 91-105 a la pregunta sobre la suerte de
buenos y malos después de morir.
La respuesta, que procede de un judío, que probablemente escribió estos capítulos, llamados
la "Epístola de Enoch", en una ciudad costera griega de Palestina, en tiempo de Alejandro
Janneo (104-78 a. de Cristo), o en el tiempo de Juan Hircano (110-105 a. de Cristo), es que,
franqueada la muerte, habrá juicio de buenos y malos. Del juicio de los impíos ya tratan los
caps. 91, 94, 95 y 98.
Los caps. 102, 4-104, 8 exponen los puntos de vista de los vivos y muertos, justos y pecadores.
El autor se reserva la última palabra.
"No temáis, almas de los justos; tened esperanza, los que habéis muerto en la
justicia, y no os apenéis porque vuestras almas hayan descendido en dolor al
sheol, y porque el cuerpo de vuestra carne no haya sido pagado en vida según
vuestra piedad" (1 Hen 102, 4s). "Para las almas (61) de los que han muerto en
la justicia han sido preparadas y están escritas cosas buenas, alegría y honor.
Se os dará mucho bien en lugar de vuestros trabajos. Vuestra suerte excede la
de los que aún viven (103, 3). Y los espíritus de los que habéis muerto en
justicia vivirán y se regocijarán. Vuestros espíritus (62) no perecerán (103, 4).
"Sabed que conducirán vuestras almas (63) al sheol, y padecerán gran angustia
(103, 7); residirán en oscuridad y en cepos y en llama ardiente. Vuestros
espíritus entrarán en el gran juicio en las generaciones todas que han de venir"
(103, 8).
"El autor en estos caps., anota Nickelsburg (64), nunca habla de la resurrección
del cuerpo de los justos. Sus espíritus vivirán, no perecerán. Dios les tienen
aparejadas cosas buenas. Y paralelamente, los espíritus de los pecadores
descienden al sheol para afrontar el juicio y el tormento. Según 1 Hen 98, 3.10
y 95, 9 los espíritus de los pecadores son arrojados al horno del fuego. Los
espíritus de los justos al morir bajan al sheol (1 Hen 102, 5), pero después del
juicio abandonarán el sheol y ascenderán a los cielos en unión con los justos
que aún vivan"
La ruta de los impíos, pues, tiene estas estaciones: pecado, muerte, sheol, penar en él
y en él sufrir el fuego. El sheol ya no es el lugar neutro de antaño, igual para buenos y
malos. Se ha convertido en gehenna, en infierno.
La ruta de los justos, en su terminal, es placentera: vida justa, muerte, sheol sin
sufrimiento; espera en él hasta que llegue la hora del juicio, y entonces se les abran las
puertas del cielo. No hay resurrección del alma. No es necesaria porque el, alma no ha
muerto. De la resurrección del cuerpo de los justos tampoco se habla, como no se
habla de la resurrección de los impíos.
De lo expuesto se desprende que cien años antes de la era cristiana, fecha a la que
pertenece 1 Hen 91-105, circulaban en Palestina ideas precisas acerca del destino de
las almas de justos y pecadores tras la muerte. Aunque 1 Henoch directamente quizá
se refiera a justos y pecadores de su tiempo, sus afirmaciones tienen valor universal.
Una vez más podemos constatar que la distinción de alma y cuerpo y la supervivencia
del alma después de morir, ha entrado a formar parte del ideario de 1 Hen 91-105. El
judaísmo antiguo, pues, conocía el dualismo antropológico.
b) El cap. 22 pertenece a la parte del libro de 1 Henoch llamada "de los vigilantes"
(caps. 1-36), y también habla de espíritus: describe una montaña donde están reunidos
todos los espíritus de los muertos hasta el día del juicio. En la montaña hay varias
cuevas, tres o cuatro; dos de las cuevas encierran los espíritus de los malvados. Una
aloja los espíritus de los pecadores, que en vida no recibieron el castigo merecido. Allí
penan, en espera de ser llevados, tras el juicio final, a otro lugar de tormentos. Parece
que los espíritus cobijados en tal cueva resucitarán para comparecer en el juicio final, y
para recibir las penas ulteriores; resurrección, poco apetecible, que será ahorrada a los
impíos que purgaron sus pecados en esta vida, y que se hospedan en la segunda cueva;
éstos no serán despertados (1 Hen 22, 11.13).
Los espíritus de los justos ocupan la tercera cueva, refrescados por una fuente de
ondas cristalinas (65).
No está claro si los espíritus de los justos, arrebatados en muerte violenta, se cobijan
en esta tercera cueva junto con los anteriores, o si para ellos hay hospedería especial,
cuarta cueva; y si todos los justos o únicamente los de una clase van a resucitar para el
juicio final, como ciertamente resucitarán los impíos que no pagaron sus maldades en
esta vida (66).
Una cosa es clara en 1 Hen 22: los espíritus de los justos serán premiados después de
morir.
En este libro de los "vigilantes", que parece ser del siglo n a. de Cristo, se ofrece a la
gente buena un consuelo para antes de morir: una era en que los hombres vivirán en
el mundo largos días, tantos que engendrarán mil hijos. Esto ocurrirá cuando haya
desaparecido la maldad de la tierra, perpetrada por gentes incitadas al mal por los
ángeles vigilantes y por los gigantes. Los vigilantes son aquellos hijos de Dios o ángeles
de que les habla Gen 6, que se unieron a las hijas de los hombres y engendraron a los
gigantes. Son espíritus que acabarán en el fuego del infierno. Sus hijos los gigantes, en
parte espíritu y en parte cuerpo, serán perversos como los vigilantes sus progenitores
e inducirán a pecar a los hombres. Hasta que sean barridos de la tierra
e) El cap. 51, 1-5 de 1 Henoch describe la resurrección de los muertos, al parecer de los
justos, y la separación por el juez, de buenos y malos. Transcribimos el pasaje sin
comentarlo, porque pertenece a una porción de Henoch interpolada, según parece, de
ideas cristianas. Seidensticker, ob. cit., p. 36 data 1 Hen 37-69 en el siglo I o II. a. de
Cristo. Es la parte que no ha dejado rastro en Qumrán. Dice así Hen 51, 1-5:
8. Todos los justos resucitarán a vida eterna; los malvados padecerán muerte eterna.
Estas afirmaciones en línea con las 1 Henoch, que acabamos de exponer, proceden de
otro autor judío que escribió a mitad del siglo I a. de Cristo, por el tiempo en que
Pompeyo se apoderó de Palestina. Las escribió en los Salmos de Salomón, colección de
18 salmos, originariamente escritos en hebreo y después traducidos al griego y siriaco,
que respiran espíritu fariseo y mucha oposición a los Hasmoneos (68).
El sujeto de las afirmaciones sobre ultratumba no son los espíritus como en 1 Hen 91-
104 o 1 Hen 22, sino en general los justos y los pecadores: todos los justos, todos los
pecadores. No se especifica si resucitará todo el bloque humano, cuerpo y alma, o una
parte. De los pecadores se predica también en general, que perecerán eternamente,
que todos perecerán.
Estas ideas están recogidas sobre todo en el salmo 3. Otros salmos se fijan
exclusivamente en la retribución de esta vida.
Salmo 3, 13: "(El pecador) ha caído; su caída (69) es fatal y no se levantará (70); la
perdición (71) del pecador es eterna;
16: pero los que temen al Señor resucitarán (73) para la vida eterna; y su vida no
cesará nunca, en la luz del Señor".
De aquí se deduce que, según este apócrifo, la estación final del pecador es morir. Su
destino es perecer para siempre. No irá a juicio.
Los salmos siguientes repiten ideas del salmo 3, a veces con distinta terminología:
13, 9: "La vida (7 4) de los justos es para la eternidad; 10: pero los pecadores serán
tomados para la perdición (75), y ya no quedará memoria de ellos".
14, 2: "Los santos del Señor vivirán por ella (por la Ley) eternamente.
6: Por esto su herencia (de los impíos) es el hades, la tiniebla y la perdición (76), y no se
les encontrará en el día de la misericordia (reservada) a los justos. Los santos
heredarán vida con alegría".
15, 10: "La señal de la perdición (77) está sobre su frente (de los malvados).
11: La herencia de los pecadores es la perdición (78) y la tiniebla, y sus iniquidades los
perseguirán hasta el hades (sheol) que está debajo
13: Porque sus pecados arruinan las casas de los pecadores; los pecadores perecerán
en el día del juicio del Señor para siempre,
14: cuando Dios visite la tierra para juzgarla y retribuir a los pecadores para la
eternidad.
15: Los que temen al Señor obtendrán misericordia ese día, y vivirán por la
misericordia de su Dios, y los pecadores perecerán por la eternidad".
El autor pretende demostrar con el ejemplo de los siete hermanos mártires la tesis
estoica del dominio de la mente sobre los sentimientos; porque esos héroes prefieren
morir obedeciendo a Dios, que vivir desobedeciéndole. A nuestro tema interesan
afirmaciones como éstas: que la muerte les introduce en la eternidad, que son
inmortales (4 Mc 7, 3; 9, 22; 14, 5s; 16, 13; 17, 12; 15, 3), que suben al cielo
inmediatamente después de morir (4 Mac 9, 22; 13, 17; 16, 25; 17, 18s), que se reúnen
con Abraham, Isaac y Jacob y con los antepasados, que éstos les esperan en el cielo
nada más morir (4 Mac 5, 37; 13, 17; 16, 25).
4 Mac 13, 11: "Todos y cada uno de ellos, mirándose esplendorosos y valientes dijeron:
Con todo el corazón nos consagramos a Dios que nos dio las almas, y prestamos
nuestros cuerpos por la guarda de la Ley.
15: porque a los que transgreden las órdenes de Dios les espera, en el tormento
eterno, una gran lucha y peligro del alma.
17: Tras nuestra pasión, nos recibirán Abraham, Isaac y Jacob, y todos nuestros
antepasados nos alabarán".
4 Mac 14, 4: "Ninguno de los siete jóvenes se acobardó, ninguno tembló ante la
muerte;
5: sino que todos corrieron con prisa a la terrible muerte, como si estuviesen en el
camino de la inmortalidad".
4 Mac 16, 13: "Pero (la madre), como si tuviera alma diamantina, y como si se
estuviera dando a luz otra vez a todos sus hijos a una vida inmortal, les suplicaba que
ofrendasen su vida por la religión".
4 Mac 17, 12: "El premio de la victoria fue la supervivencia en una vida perdurable"
(84).
Se lee en el apócrifo Testamento de los doce Patriarcas, libro de origen judío que, al
parecer, incluye interpolaciones cristianas (85), si exceptuamos el Testamento de Leví
y de Neftalí, de los que han sido encontrados fragmentos en Qumrán; en arameo del
primero, en hebreo del segundo
El Testamento de Simeón menciona la resurrección del propio Simeón (6, 7), tras la
expansión o florecimiento de sus descendientes. Este texto (BECKER, pp. 330-334) es
parte de una apocalipsis judía interpolada en el texto.
4 Esdras distingue, pues, edad mesiánica y edad final. Entre las dos, separándolas,
acontece esa descomunal victoria de la vida que se llama resurrección de los muertos
(90).
Dice 4 Esdras:
7, 26: "Porque llegan los días en que ocurrirán los signos que te he predicho: entonces
la ciudad invisible (la Jerusalén celeste, Apoc 22) y el país oculto (el paraíso)
aparecerán;
27: y quien se haya librado de las plagas que te he predicho, verá mis maravillas;
28: porque mi hijo, el Cristo (el Mesías), se manifestará junto con todos los que están
con él, y alegrará a los supervivientes durante cuatrocientos años; mi hijo el Cristo
morirá con todos los que tienen aliento humano.
30: Entonces, el mundo tornará al silencio primitivo durante siete días, como en el
principio, de manera que no quede nadie...
31: Tras siete días, la Edad que ahora duerme será despertada y lo que es corruptible
perecerá.
32: Y la tierra devolverá a los que en ella duermen, y el polvo a los que en él
descansan, las cámaras devolverán las almas que les fueron confiadas (= es decir, la
tierra devolverá los muertos [ = los cuerpos], las cámaras devolverán las almas).
33: El Altísimo se revelará sobre el trono del juicio y entonces vendrá el fin, y la
compasión pasará y la piedad estará lejos y será retirada la paciencia. 34: Solo quedará
el juicio ...
35: La recompensa será puesta de manifiesto. Las obras justas despertarán, las inicuas
no dormirán.
36: Entonces, aparecerá el pozo del tormento y encima el lugar del bienestar.
Aparecerá el horno de la gehenna y encima el paraíso de las delicias.
37: Entonces, el Altísimo dirá a las naciones que habrán resucitado de los muertos:
mirad, considerad a aquél a quien habéis negado, aquél a quien no habéis servido, a
aquél cuyos mandamientos habéis despreciado. Mirad ahora delante: aquí está la
dicha y el bienestar, allí el fuego y los tormentos ... " (91).
2: ¿en qué forma vivirán los que en aquel día vivan?; ¿o cuál será el esplendor de los
que continúen viviendo después?;
3: ¿volverán a tomar la forma que ahora tienen?; ¿o cambiarás a los que han estado en
el mundo junto con este mismo mundo?"
2: la tierra devolverá los muertos que ahora recibe para guardarlos; no introducirá
ningún cambio en su forma: los devolverá como los recibió ...
3: Porque es necesario mostrar a los que viven que los muertos han vuelto a la vida.
4: Pero, cuando hayan identificado a los que ahora conocen, se hará el juicio poderoso
y tendrá lugar lo que fue anunciado".
2: El aspecto de los que ahora obran impíamente será peor de lo que ahora es, porque
tendrán que sufrir tormento.
3: La gloria de los que ahora han cumplido mi ley ... irradiarán su resplandor en
diversas formas, y el aspecto de su faz se transformará en su luminosa bondad, de
manera que puedan adquirir y recibir el mundo inmortal a ellos prometido ...
5: Pero cuando aquéllos (los que incumplan la ley de Dios) vean que éstos ... son más
exaltados y glorificados que ellos, unos y otros serán transformados: los últimos en
resplandor de ángeles, los primeros se desvanecerán más aún ante las visiones
maravillosas y las admirables formas que ven;
6: porque primero ellos ven y después parten para ser atormentados ... " (93).
Su autor espera un reino mesiánico sobre la tierra; terminado éste, el Mesías torna al
cielo; sigue la resurrección de los muertos: la tierra devuelve lo que se le ha confiado o
lo devuelven también las cámaras, casi idénticas al sheol. Los muertos resucitan en su
forma primitiva para poder ser reconocidos entre sí y por los sobrevivientes. Después
los justos se dirigen al mundo celeste, luminosos y gloriosos, mientras que los
malvados desaparecen. El autor no muestra interés en saber si los malvados resucitan;
lo que le interesa es saber que son castigados... El cuerpo de los resucitados
experimenta una transformación, pues, aunque resucitan en su mismo cuerpo, este
estado corporal es transitorio: el verdadero cuerpo del resucitado en cierto modo es
"diluido", despojado de su materialidad terrenal. A pesar de todo, los resucitados
permanecen de alguna manera "corporales", pues, como todo el mundo celestial, son
algo concreto, una plenísima realidad; mas son totalmente distintos en el cielo que en
la tierra y por lo mismo irrepresentables. Es imposible describirlos.
Veamos ahora cómo se representaba el autor del Libro de las Antigüedades Bíblicas
(Líber Antiquitatum Biblicarum), el Pseudo-Filón, la escatología del hombre.
Empezamos diciendo que es una obra muy importante para conocer la haggadá judía
del siglo I d. de Cristo. Ordinariamente se la data poco después del año 70 d. C., pero
hay autores que la fechan en data más antigua, por ej. J. Hadot, entre el 100 y 60 a. de
C. Otros en cambio la sitúan al final del siglo I o principios del II d. de C. Es
probablemente contemporánea de 4 Esdras y 2 Baruch, aunque estas dos obras
parecen depender de ella o de fuentes comunes.
Las pocas veces que habla del cuerpo lo hace en la acepción de cadáver, lo que Soma
significa frecuentemente en LXX, o de cuerpo relacionado con la muerte; sin embargo
se refiere al alma -anima en latín, pues el libro se conserva en esta lengua, aunque fue
traducido al latín del griego y al griego de original semítico- con relativa frecuencia
significando el yo, la persona humana del hombre, la vida, y alguna vez el corazón, es
decir la vida interna. Pero al alma del hombre vivo no se la considera en oposición al
cuerpo. En cambio, cuando se trata de la muerte, se habla de alma y cuerpo como
partes que se separan:
16, 3: "He aquí que ordeno a la tierra y tragará juntamente alma y cuerpo" (cf. Num 16,
30ss).
44, 10: Habla de la muerte "cuando se separa el alma del cuerpo"; lo que dice 4 Esdras
7, 100: "Las almas después de que se hayan separado los cuerpos".
43, 6: "Y Sansón (moribundo) añadió i Sal, alma mía, y no te entristezcas; muere,
cuerpo mío, y no te acongojes".
"El alma, dice Stemberger (LdA, p. 101), es lo que ya en la vida constituye el propio yo
del hombre, su vida personal y, por tanto, permanece después de la separación del
cuerpo". El cuerpo como parte independiente del hombre no entra en el horizonte del
autor (ibid.).
Las almas de los muertos son concebidas como seres independientes, que conservan
plena conciencia después de la muerte. No se expresa si poseen alguna corporeidad:
se dice que están en cámaras: "Vete, tierra; id, cielos y relámpagos; id, ángeles de la
milicia: id y anunciad a los padres en las cámaras de sus almas" (32, 13).
Las almas no perderán la conciencia: "Si la muerte nos separa, dice Jonatán a su amigo
David (62, 9), sé que nuestras almas se conocerán una a otra".
Aquel muerto anónimo que resucitó al tocar los huesos del profeta Eliseo, del que
habla 2 Reyes 13, 21, era según la tradición el padre de Hanamael (Jer 32, 7.9); los
huesos vivificados de la profecía de Ezequiel (Ez 37, 4s) -puro símbolo de la
resurrección del pueblo de Israel- se convierten, en la tradición, en huesos
históricamente resucitados: R. Eliézer ha-Gelilí (ca. 150 d. C.) asevera con toda
seriedad que los muertos resucitados por Ezequiel entraron en Palestina, se casaron y
tuvieron hijos e hijas; según R. Yéhudá ben Batyra, él mismo descendía de tales
resucitados y de sus padres había heredado las filacterias (95).
En un fragmento del Targum palestinense a los profetas (96) los huesos de la profecía
de Ezequiel son los huesos de los 30.000 (20.000 según el Mahzor Vitry) efraimitas que
salieron de Egipto antes de los demás israelitas y que fueron matados por los filisteos;
resucitaron todos, menos un usurero; se oyó una voz, se produjo un terremoto, y se
acercaron sus huesos unos a otros: "sobre ellos había tendones, y subió la carne y
recubrióles la piel por encima, pero no había en ellos espíritu". Volvió a profetizar
Ezequiel "y entró en ellos el espíritu y cobraron vida y se pusieron en pie ejércitos
numerosos"; así hará Yahweh con los judíos fallecidos en el destierro: abrirá sus
sepulcros, resucitará sus muertos, pondrá su espíritu en los despojos y vivirán y los
hará habitar a todos en tierra de Israel (97).
12. Resumen.
En las páginas que preceden hemos intentado recoger las ideas sobre la supervivencia
del período intertestamentario que abarca desde el siglo segundo antes de Cristo
hasta final del siglo primero de nuestra era. Ha sido una excursión al más allá, a la caza
de ideas sobre la inmortalidad, resurrección, premios, castigos, juicio, después de la
muerte. Ese cuadro de ideas es imprescindible para comprender las ideas del Nuevo
Testamento sobre los mismos temas
Hemos entrevistado a autores de libros canónicos, Isaías, Ezequiel, Job, Salmos, Daniel,
2 Macabeos y Sabiduría; y a autores de apócrifos. Las respuestas de los primeros son
palabra de Dios, que requieren adhesión a lo que realmente enseñan; las respuestas
de los apócrifos no tienen categoría de palabras inspiradas e inerrantes, sin embargo
son necesarias para definir el alcance de las palabras inspiradas del Antiguo y del
Nuevo Testamento.
Una conclusión que se desprende de las páginas anteriores es el papel importante que
desempeñó la injusticia de este mundo en hacer esperar justicia en el otro, y por tanto
en asegurar la supervivencia ultramundana. Los rabinos tuvieron dificultades en
admitir en el canon de las Escrituras el Eclesiastés. Les escandalizaban sobre todo Ecl.
ll, 9 ("Goza, joven, de tu juventud, y deja que tu corazón te haga dichoso en los días de
tu vigor, y sigue las sendas de tu corazón y las miradas de tus ojos"); les parecía una
incitación de "Salomón" al hedonismo con todos sus atropellos y desafueros, pero
justifican a Salomón porque a continuación menciona el juicio: "Sabe que por todas
estas cosas Dios te llevará a juicio" (99). El Eclesiastés, que tan insistentemente delata
la falta de justicia en esta vida, frena la carrera del carpe diem con la amenaza del
juicio de Dios, que, si no en el texto original del Eclesiastés, en · las relecturas
posteriores es el juicio de Dios en la otra vida.
Pero, curiosamente, las injusticias intramundanas llevaron a otros espíritus dentro del
judaísmo y del mundo greco-romano a afirmar como única realidad esta vida, a negar
la Providencia (pronoia] de Dios o de los dioses, a negar la otra vida y la retribución
ultramundana. Ved la reacción de Elisha ben Abuyah o Aher ante una injusticia: "Vio
que un hombre había subido a una palmera y cogido a la madre y sus polluelos,
infringiendo el precepto de Deut. 22, 6, sin que le pasase nada; y al día siguiente vio a
otro hombre que cogió el nido y se quedó con los polluelos y soltó a la madre y así
cumplió Deut. 22, 6, pero al bajar del árbol fue picado por una serpiente y murió. La fe
de ben Abuyah se derrumbó. Colapsado exclamó: ¿Dónde está la bondad prometida a
éste? ¿Dónde está la longura de días prometida a éste en Deut 22, 7?" (100). La misma
desafortunada conclusión sacó Aher al ver el martirio, en la persecución de Hadriano,
de Judá, el panadero, maestro de la Ley; "¿Es ésta -exclamó-, la Torá? ¿Es ésta su
recompensa?" (101). De la injusticia saltó a la incredulidad. El mismo salto de los
epicúreos, judíos y paganos.
En breve, el epicureísmo, que siempre tuvo vida, sobre todo entre 150-250 d. de Cristo
(103), dedujo, de premisas de injusticia y sufrimientos, la no existencia de justicia ni en
ésta ni en otra vida. Exactamente lo contrario que dedujeron los estoicos, sus
adversarios, quienes de la falta de justicia dedujeron, como la literatura bíblica o
apócrifa, una justicia después de morir, una "sera numinis vindicta" (Plutarco)
PARTE II
ANTROPOLOGÍA DEL ANTIGUO Y NUEVO TESTAMENTO
La antropología bíblica del Antiguo Testamento no casa del todo, si exceptuamos la del
libro de la Sabiduría, con la antropología griega que rige nuestra concepción del
hombre. Cuando los judíos de Alejandría, en el siglo II a. de Cristo, tradujeron al griego
la Biblia hebrea, tuvieron que trasladar términos antropológicos hebreos a términos
griegos, que no significaban exactamente la misma cosa. Por ejemplo, tradujeron
néfesh del hebreo por psyjé (alma) del griego: para los griegos psyjé es el alma, distinta
del cuerpo e inmortal por naturaleza; para los hebreos néfesh significa vida, soplo,
garganta, etc., diversas cosas muy distintas. Como la Iglesia adoptó como Biblia propia
la versión de los LXX, y utilizó en la composición del Nuevo Testamento su terminología
antropológica, equívoca, inadecuada, es obligado usar de cautela, para no atribuir a
términos antropológicos del Nuevo Testamento acepciones que no corresponden al
significado hebreo subyacente
Además, los autores del Nuevo Testamento son judíos, y es lógico que piensen y se
expresen con mentalidad antropológica semita, aunque utilicen términos griegos de
diverso contenido sémico. Es claro que con idénticas palabras pueden expresarse
distintos conceptos.
1. Antropología imperfecta.
Las razones de esta imperfección de la antropología hebrea son múltiples: los hebreos
emplearon una única palabra, basar, para lo que griegos y nosotros empleamos dos,
"carne" (sarx) y "cuerpo" (carne organizada, soma), porque los hebreos no distinguían,
como la filosofía aristotélica, materia y forma, carne (materia) y cuerpo (forma).
Y la razón de que los hebreos se sirvan de casi todas las partes del cuerpo humano
mencionadas en la Biblia hebrea (unas ochenta) para significar todo el cuerpo, y la
razón de que utilicen diversas partes del cuerpo para designar las mismas funciones
físicas o psíquicas, está en que, contrariamente a los griegos, los hebreos no cuidaban
de contraponer lo uno a lo múltiple: no oponían el cuerpo a sus partes, ni· unas partes
a otras. A los hebreos, nótese bien, no les importaba la anatomía o fisiología del
cuerpo, lo que es en sí el hombre, sino lo que es en relación con Dios. De ahí deriva el
caos de la anatomía y fisiología del cuerpo en la Biblia. Los hebreos, por la misma
razón, porque no les interesaba, tampoco distinguieron alma y cuerpo con esa
exactitud y precisión que caracteriza al pensamiento griego, analítico, científico; sino
que pensaron al hombre sintéticamente, acentuando la unidad de sus componentes.
En el análisis griego, el cuerpo no es lo esencial de la persona; sin embargo, "el
concepto hebreo de la personalidad es el de cuerpo animado, no el de un alma
encamada" (2). Hoy es corriente definir como unitaria a la antropología hebrea con
frases como las que siguen: los hebreos podrían expresarse de esta manera: No
tenemos un cuerpo; somos un cuerpo. Somos carne-animada-por-un-alma, siendo el
todo concebido como una unidad psicofísica: "El cuerpo -ha dicho Pedersen queriendo
reflejar el pensamiento hebreo- es el alma en su forma exterior" (3). No hay ningún
indicio de que para los hebreos el "alma" sea la personalidad esencial ni de que el
"alma" (néfesh) sea inmortal, mientras que la carne (basar) es mortal. El alma no
sobrevive el hombre, simplemente desaparece, derramándose con la sangre (4).
3. El tratamiento analítico del hombre se impuso entre los judíos con la filosofía
griega, tardíamente.
El que los hebreos no tuviesen idea del alma tan bien cortada como la filosofía griega,
el que sólo en el siglo II a. de Cristo aparezca documentada entre ellos con diafanidad
esta creencia, no quiere decir nada más que la revelación de la Biblia es progresiva,
que poco a poco Dios va revelando, en este caso valiéndose de la filosofía griega, las
verdades que quiere comunicar a los hombres. Hasta esa misma época Dios no había
revelado lo que acaece detrás de la muerte, la retribución de buenos y malos. Buenos
y malos van al mismo lugar, al sheol, algo así como el hades de los griegos, y allí se los
representan como sombras, como refaim, "los débiles", los hombres con una vida
ínfima, muy debilitada, con conciencia muy disminuida.
Los hebreos consideraban que los muertos descendían al sheol (7*), un subterráneo
que mencionan cerca de 65 veces el texto hebreo y 20 veces los libros griegos del
Antiguo Testamento. Era el domicilio de todos los muertos (Job 30, 23); grandes o
pequeños, muertos en una parte u otra, allí tienen todos su morada. El sheol tiene un
apetito insaciable, traga a todos los vivientes (Prov 1, 12; 27, 20; 30, 15).
El sheol es distinto del sepulcro (1 Sam 5, 14; Hab 2, 5). La expresión corriente, "fulano
murió y fue reunido a sus antepasados", supone que una cosa queda en el sepulcro y
otra se reúne a los antepasados en el sheol. Abraham es enterrado en la cueva de la
Makpela en Hebrón (Gen 25, 6-10), y sus antepasados mueren y son enterrados en U r
de los Caldeos. Sin embargo, Abraham "se reunió con sus antepasados", no en el
sepulcro sino en el sheol. José pide que se le entierre en la Makpela, y sin embargo
asegura que al morir se reunirá a su pueblo (Gen 49, 29.32).
Se reúnen, pues, no los despojos del cuerpo que pudren en sepulcros distanciados,
sino algo que es el hombre y que no llamamos "persona" porque los hebreos no tienen
este concepto de la filosofía griega
Otro ejemplo: Jacob quiere descender junto a su hijo José en el sheol (Gen 37, 35);
evidentemente no quiere que su cadáver vaya a juntarse con el de su hijo al estómago
de una fiera, que Jacob piensa lo ha devorado.
Por consiguiente, en la misma antropología hebrea hay una cierta dicotomía, un cierto
dualismo antropológico como más adelante se dirá. Los que bajan al sheol se llaman
refaim, palabra derivada, al parecer, del verbo rfh, ser débil; son los habitantes del
sheol "los debilitados" (Job 26, 5; Is 14, 9~20; 26, 19; Prov 9, 18). Pero jamás a estos
habitantes del sheol, llamados muertos, se les denomina "almas" (néiashot) o espíritus
(ruhot).
En 2 Mac 15, 12-13 Judas Macabeo ve en un sueño a Onías III, difunto, "extendiendo
sus manos oraba por toda la Comunidad de los judíos”; después vio a un hombre
distinguido, de pelo blanco, con dignidad, rodeado de majestad admirable y magnífica.
De él dijo Onías: "Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por el pueblo y
la ciudad santa, Jeremías el profeta" desde siglos difunto. Este sueño patentiza ideas
acerca de la vida de los muertos en la ultratumba.
Hay que esperar la ayuda de la filosofía griega, que penetra por el libro de la Sabiduría,
para encontrar la mención de "almas" al estilo griego. Sab 3, 1: "Las almas (psyjai) de
los justos están en manos de Dios"; 3, 13: "Obtendrá fruto en la visitación de las
almas". El libro de la Sabiduría habla también de la eternidad o azanasia, 3, 4; 8, 13.17;
15, 3. En este libro el dualismo antropológico hebreo incipiente se torna verdadera
dicotomía griega.
A: CARNE
Después de esta vista general de la concepción hebrea del hombre comparada con la
griega, pasamos a detallar las acepciones que tienen en la Biblia, Antiguo y Nuevo
Testamento, términos básicos de la antropología, como son "carne" y "cuerpo", "alma"
y "espíritu".
"Carne", basar en hebreo, sarx en griego. De las 273 veces que el Antiguo Testamento
emplea esta palabra, 104 veces es carne de animales; el resto carne humana. a) Una
acepción de basar en el Antiguo Testamento es, pues, la carne de animales vivos o
sacrificados. Acepción muy frecuente, particularmente en Levítico: carne de animales
asada, carne para comer. A veces es carne humana, opuesta a otras partes del cuerpo,
como piel, huesos, nervios (Jon 10, 11); o es el miembro de hombres o animales.
b) Otra acepción es la de "cuerpo”: la parte visible del cuerpo, todo el cuerpo, o la
persona entera, el yo (Sal 119, 120) (8).
Los libros deuterocanónicos del Antiguo Testamento acentúan el dualismo cósmico, vg.
en Est 4, 17: "rey carnal y rey de los dioses", y anuncian un dualismo antropológico, de
carne y espíritu; vg. en Salmos de Salomón 16, 14 la vida terrestre se la llama vida en la
carne (en sarki); en Jud 10, 13 se expresa la idea del hombre con dos vocablos
distintos, "carne" (sarx) y "espíritu" (pneuma): los dos pueden significan por
sinécdoque el hombre entero, mas el autor ya considera que ambas cosas son
atributos del hombre, y que no le pueden describir perfectamente si no mencionan los
dos conceptos (12).
El dualismo antropológico se hace tanto más explícito e insinuante cuanto los libros
están más. helenizados. Ya hemos mencionado el de la Sabiduría. En él la sexualidad se
hace sospechosa; así en Sab 7, 1 ss., el hombre nace de "sperma" y del "placer" en el
seno de la madre, y después se le añade el "espíritu" (pneuma) de sabiduría. En 4 Mac
7, 13 el hombre se compone de carne, nervios, músculos, y del espíritu (pneuma) de la
razón (13).
Además de asentar el dualismo cósmico (esfera de Dios y esfera de los demás seres), 1
Henoch conoce, lo hemos señalado ya, el dualismo antropológico: "Según el texto
etiópico de 17, 6, sin duda original -dice E. Schweizer- el hades, morada de los
muertos, es el lugar a donde va toda carne. Pero en la traducción griega se lee: ' ...
donde no va carne alguna'. Aquí, por tanto, 'toda carne' ya no es entendida al modo
semítico como designación de la humanidad, sino con significado de una substancia,
con lo que el sentido de la traducción ha cambiado. Para el traductor el hades es ya
una esfera distinta de la esfera de la carne. Al morir (el hombre) se deshace de su
carne. 1 Hen 102, 5 vuelve a decirlo expresamente. 'Las almas (psyjai) van al hades,
pero el cuerpo de carne (Soma tes sarkos) caracteriza el tiempo terrestre' " (15).
Según Flavio Josefo (18) el alma (psyjé) se separa de la carne (sarx) en el momento de
la muerte. Al quedar libres de los cuerpos (somata) perecederos y de la materia (hyle)
que desaparece, las almas se liberan de los lazos según la carne (19). Esto es helenismo
puro.
Rudolf Meyer (20) resume así el significado de "carne" en Qumrán: "Descartados los
pasajes en los que la palabra "carne" tiene significado neutro, el término significa al
hombre en la totalidad de su existencia de creatura, tanto como colectividad que como
individuo; significa además la naturaleza mortal del hombre, su inclinación al pecado y
su falta de conocimiento de las obras salvíficas de Dios y de su plan de elección ... Al
menos, según lo expuesto hasta ahora, no se puede afirmar que la carne pertenezca
esencialmente al dominio opuesto a Dios, ni tampoco que la carne (o el cuerpo)
representen una prisión del alma humana, prisión que impida al hombre tener un
verdadero conocimiento de Dios o de una experiencia extática. Por el contrario, todos
los indicios son que las concepciones antropológicas de la comunidad de Qumrán
siguen aún las vías antiguas" (del Antiguo Testamento) (p. 40). Ni en Qumrán ni en los
Targumim se encontraría la dicotomía de carne-espíritu, la dicotomía griega. (21)
¿Qué significa sarx, "carne", en Pablo, autor aficionado a su uso? Hemos dicho que su
correspondencia hebrea ordinaria es basar, palabra ésta algunas veces traducida en
LXX por soma, que es término harto menos frecuente en Pablo que sarx. "Carne"
significa en Pablo cuatro cosas distintas:
4) Y significa hombre débil en sí mismo, débil por lo que le rodea, que está sometido a
los poderes enemigos de Dios, y débil por inclinación al pecado, débil como pecador:
"Sarx (carne) en su sentido neutro es el hombre que vive en el mundo, mientras que,
en su sentido pecaminoso, es el hombre que vive para el mundo" (28). Vivir para el
mundo o según el mundo es vivir kata sarka, "según la carne". Carne en este sentido es
el hombre en su "alteridad", en su distanciamiento de Dios, en su flaqueza, en su
mortalidad (29). La clave de la antropología de Pablo es el término sarx (carne), no lo
es de su soteriología; la soteriología, la salvación de Dios, no puede vincularse a la sarx
(carne), sino al Soma (cuerpo); el Soma (cuerpo), por ejemplo, es el que resucita, no la
sarx (carne); por lo que el artículo del Credo "creo en la resurrección de la carne"
podría formularse mejor substituyendo la palabra "carne" por "cuerpo". En el nuevo
rito de la Misa decimos: "creemos en la resurrección de los muertos"
No nos vamos a detener en los evangelios sinópticos, en los que es escasa la mención
de "carne" (30). Hechos 2, 26 cita el Sal 16, 8-11-: "mi carne descansará en la
esperanza; 27 porque no abandonas mi alma (psyjé) en el abismo, ni dejarás que tu
santo experimente la corrupción", pero Hechos entiende la "carne" de esta cita como
la carne del Mesías, y el alma (psyjé) como Él (el Mesías). He aquí la versión de Hch 2,
31: "habló de la resurrección del Mesías: no sería abandonado en el abismo ni su carne
experimentaría la corrupción". Aquí se distingue la persona, el yo, la psyjé, de la carne,
que no experimentará corrupción (31).
B: CUERPO, SOMA
Ya hemos adelantado que la palabra hebrea que los LXX traducen en griego por Soma,
"cuerpo", es basar, aunque la traducción normal es sarx, "carne". Soma, "cuerpo",
efectivamente tiene los mismos significados en el AT y en LXX, que sarx, "carne",
incluso puede indicar el hombre en cuanto distanciado de Dios y mortal; sin embargo
Soma, "cuerpo", tiene un sentido que nunca tiene sarx, y es el hombre abierto a Dios,
al bien, a la capacidad de salvación y transformación.
Soma, "cuerpo", comprende, pues, las mismas acepciones que sarx, "carne": el cuerpo
en sentido del exterior del hombre, Gal 6, 17: "En adelante que nadie me venga con
dificultades, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús". Estas marcas son las
cicatrices veteadas en el cuerpo de Pablo, por los malos tratos sufridos por Cristo.
1 Cor 13, 3, "Y si entrego mi cuerpo para que me quemen (35). La traducción "para que
me quemen", indica que Pablo tiene en vista el cuerpo físico.
Que en estos y otros ejemplos la referencia sea el cuerpo físico no cabe duda; que
Pablo entiende "cuerpo" como sinónimo de la persona, como quieren R. Bultmann y
Robinson (36), hay que probarlo; dado que Pablo conoce el dualismo hebreo y griego,
puede entender cuerpo· como distinto del alma, como parte del hombre: ¿Por qué
Pablo no dice abofeteo a mi alma, entrego mi espíritu a las llamas? Una antropología
unitaria como la hebrea, ¿podría vedárselo? Y si se lo veda, ¿tal antropología es tan
unitaria? R. H. Grundry acaba de publicar una monografía destinada a probar que
soma, "cuerpo", en Pablo significa únicamente el cuerpo físico. Véase más adelante.
La expresión "todo vuestro espíritu, alma y cuerpo" (pneuma, psyjé y soma) de 1 Tes 5,
23, para algunos significa una división antropológica tripartita de ascendencia griega;
para Robinson (37) es enumeración no tricotómica: es un simple subrayado de que
todo el hombre ha de conservarse irreprensible para la venida del Señor. Aunque sea
así, ¿no emplea Pablo tres palabras distintas para representar al hombre según
diversos aspectos?; ¿no secciona en el hombre tres cosas distintas?
Ante los ejemplos anteriores, sobre todo ante algunos de ellos, dejamos esta pregunta
crítica: ¿Por qué no se puede intercambiar en ellos "cuerpo" por "espíritu", por
"alma"? ¿No será porque no designan la misma cosa? Más adelante responderemos:
no designan la misma cosa
Robinson (39) continúa señalando que Soma frecuentemente no es más que una
perífrasis del pronombre personal, lo mismo que "carne"; y lo mismo que "carne"
significa el hombre en cuanto está en el mundo, en la esfera terrestre. "Y es que, para
el hebreo –continúa- (40) el cuerpo, como la carne, es lo que vincula a unos hombres
con otros, y no lo que les separa como individuos". Este uso de "cuerpo" como
elemento de relación con los demás, de "incorporación" colectiva, hace que algunas
veces "cuerpo" se emplee en sentido colectivo, vgr. Roro. 8, 23: "Gemimos en nosotros
mismos aguardando nuestra adopción como hijos, la redención de nuestro cuerpo"; o
Fil 3, 21: "(Jesucristo) transformará nuestro cuerpo miserable”: "Nos remite así a la
masa entera de la naturaleza humana caída, de la que participamos como hombres"
(41).
La identidad semántica de sarx y Soma es tanta que también "cuerpo" a veces significa
una entidad sometida a potestades de pecado y de muerte, a poderes adversos a Dios;
el cuerpo puede ser carne de pecado y de muerte, :pero "no existe ningún indicio, por
ejemplo, de que Soma lleve en sí mismo como sarx, la connotación de debilidad y
mortalidad, ni de que se le atribuya lo meramente externo como opuesto a lo
espiritual, lo meramente humano como opuesto a lo divino; de modo que Pablo no
puede referirse igualmente al vivir kata Soma para indicar al hombre que pretende
autofundamentarse en su propio ser de creatura". "Mientras que sarx representa al
hombre en su solidaridad con la creación, pero distanciado de Dios, soma representa al
hombre en su solidaridad con la creación, en cuanto hecha por Dios" (42).
"El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor y el Señor para el cuerpo" (1
Cor 6, 13). La "carne", sarx, y la sangre no pueden heredar el reino de Dios (1 Cor 15,
50). La "carne" no puede, pero sí lo puede el "cuerpo"; el "cuerpo" es el objeto de
transformación y salvación, de redención y resurrección. Es una posibilidad que no
tiene la "carne".
A estas observaciones y a la crítica pormenorizada que después seguirá, hay que añadir
otra observación de carácter metodológico: hay muchos ejemplos en Pablo, algunos
hemos señalado, en los que se entiende "cuerpo" como la "persona" en su aspecto
externo simplemente, porque en otros casos "cuerpo" claramente significa, según se
dice, la persona. Este método de la "coherencia" en el uso de las palabras se aviene
mal con el uso libre con que los judíos, y presumiblemente Pablo, utilizaban términos
ambiguos. ¿Cómo se puede afirmar que Pablo, quien, por su formación helenística y
farisaica y por sus viajes, ciertamente conocía la distinción de cuerpo y alma, utiliza
siempre la palabra "cuerpo" en un sentido monístico (todo el hombre)? Aunque así
fuera, ¿cómo se puede excluir que a veces use la palabra "cuerpo" en doble sentido,
tartey mishma, uso tan corriente en el judaísmo? El tratado de Robinson y otros
parecidos se fundan en el método de la coherencia semántica sistemática. Este
método tiene dos flancos desguarnecidos: el de la inconsistencia semántica y el de la
pluralidad de sentidos. Mientras no se pruebe que "cuerpo" incluye todo el hombre,
incluida el alma, en muchos de los pasajes de Pablo, siempre se cierne la duda de que
la afirmación "Pablo utiliza siempre la antropología unitaria semítica" sea fundada. La
misma frase, "cuerpo significa todo el hombre en cuanto a lo exterior", se nos antoja
contradictoria. Mejor sería decir, "cuerpo significa lo exterior del hombre (algo de él)".
Por eso Pablo puede decir en Rom 7, 4: "Así, hermanos míos, también vosotros habéis
muerto a la Ley mediante el cuerpo de Cristo, para haceros vosotros de otro, del
resucitado de entre los muertos, para que demos fruto para Dios". Sea uno u otro el
origen de la concepción de la Iglesia como cuerpo de Cristo (47), lo cierto es que la
Iglesia y Cristo resucitado forman un sólo cuerpo: "Así como el cuerpo es uno y tiene
muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, aun siendo muchos, son un [sólo]
cuerpo, así también Cristo" (1 Cor 12, 12). Rom 12, 5: "Así nosotros, que somos
muchos, somos un sólo cuerpo en Cristo"; Gal 3, 28: "Todos vosotros sois uno sólo en
Cristo Jesús".
De aquí deriva que Pablo frecuente tanto las expresiones estar en Cristo, estar con
Cristo, o estar Cristo en nosotros. Rom 6, 3-8 prodiga el sintagma "con Cristo”:
"Cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte.
Pues por el bautismo hemos sido sepultados con él (synetáfemen) para la muerte; para
que, así como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, igual
nosotros andemos en una vida nueva. Pues, si estamos (con él, en él) injertados
(symfytoi) por la semejanza de su muerte, también lo estaremos por la de su
resurrección: sabiendo esto, que nuestro hombre viejo ha sido concrucificado con él
(synestauroze), para que quedare destruido el cuerpo del pecado ... Y, si hemos
muerto con (syn) Cristo, creemos que también viviremos con él (sim-psesomen)".
En Ef 2, 5 ss. de nuevo saltan en dos versículos tres "con (Cristo)": Dios "nos hizo revivir
con Cristo (synepsoopoiesen) ... y con él nos ha despertado (resucitado, synégeiren) y
con él nos ha sentado (synekázisen) en los cielos en Cristo Jesús".
Pablo no se cansa de fabricar verbos compuestos con syn, "con", para inculcar la
unidad de los cristianos con Cristo.
7. El ser miembros del cuerpo místico de Cristo implica que hemos resucitado "ya ...
pero todavía no".
Tal unidad explica que Pablo predique de los miembros lo que ha acaecido a la cabeza:
que han muerto, que han sido sepultados, que han resucitado, que han sido
glorificados, que han sido sentados en la gloria. Todo es verdad, pero de hecho ahora
estamos unidos a Él sólo en "la semejanza de su muerte"; la "semejanza de su
resurrección" es para el futuro (Rom 6, 5); pues "Dios resucitó al Señor y nos resucitará
por su poder" (1 Cor 6, 14; 2 Cor 4, 14) (48). Como tantas cosas del Nuevo Testamento,
la unidad con Cristo se inscribe en el famoso marco del "ya…, pero todavía no": ya
estamos unidos a Cristo, pero no todavía en plenitud.
El padre Benoit, tras de exponer que la Epístola a los Filipenses admite también, "a
partir de la muerte y antes de este acontecimiento final (parusía), una vida con Cristo,
que es con mucho preferible a la de aquí abajo (Fil 1, 21-24)" (49), describe, con mayor
acierto que Robinson, cómo el cristiano está ya unido a Cristo: Ya ... , pero todavía no:
"Esta actitud de Pablo está motivada -dice el dominico- por su convicción fundamental
de que cada cristiano posee ya desde ahora, de manera espiritual (el subrayado es
nuestro), oculta, pero real, la vida de Cristo. Y esto en virtud de la unión establecida en
el bautismo. Ocurre también que cuanto más se retrasa la comunión plena y definitiva
en el cuerpo resucitado, con tanta mayor firmeza asegura el Apóstol que lo esencial se
posee ya desde ahora. En su exposición de Rom 6, 1-11 sobre el bautismo, explica que
la muerte del cristiano ya ha tenido lugar, al modo místico que corresponde al
sacramento, y que él vive ya la vida nueva de Cristo en Dios. Pero no se atreve a decir
que el cristiano ya está resucitado. Sin embargo, no tardará mucho en decirlo.
Efectivamente, en las epístolas de la cautividad, última etapa de su pensamiento
teológico, no teme afirmar que en el bautismo el 1 cristiano es sepultado y resucitado
con Cristo (Col 2, 12). La Epístola a los Efesios va aún más lejos; afirma que ya estamos
'sentados en los cielos' (Ef 2, 6). Sostiene así Pablo que esta vida nueva de resucitados
queda oculta con Cristo en Dios, y que no aparecerá hasta la manifestación de Cristo,
es decir, hasta su parusía (Col 3, 1-4)
Una de sus acepciones es vida, vida indestructible, capaz de existir separada del
cuerpo.
El término néfesh, que se traduce frecuentemente por "alma", aparece 755 veces en el
AT hebreo. La LXX lo traduce 600 veces por psyjé. Sólo en muy pocos lugares la
traducción de néfesh por "alma" en sentido platónico es acertada (54). D. Lys ha
intentado ordenar los diversos significados de néfesh en el AT, con escaso resultado;
en todos los períodos hay una polisemia (55). Acepciones de néfesh: 1), garganta,
órgano para alimentarse y de respiración; 2), cuello; 3), anhelo; 4), el alma, o asiento
de impresiones, emociones, o sea, sede de los movimientos emocionales psíquicos; 5),
la vida. "Al tratar de este uso tan variado de néfesh, en el sentido de vida, hay que
tener en cuenta que néfesh tiene la acepción de algo indestructible a diferencia de la
vida corporal, algo que separado de ésta podría existir" (56). Concesión importante
que acerca en este punto la antropología hebrea a la griega. Abigáil pide en 1 Sam
25,29: "Que la vida (néfesh) de mi Señor sea guardada en la bolsa de los vivos (seror
ha-hayyim) junto a Yahweh tu Dios"; 6), persona (en estos casos se debe decir: "el
hombre es néfesh" y no "el hombre tiene néfesh"; néfesh se puede utilizar para un
individuo, por contraposición a la comunidad; otras veces como colectividad o grupo
de personas (57); 7), a veces néfesh hace de pronombre personal o reflexivo.
Wolff resume lo que significa néfesb del hombre, u hombre como néfesh, de la
siguiente manera: "Ante todo se piensa en el hombre como individuo, que ni ha
ganado la vida por sí mismo, ni tampoco puede conservarla, sino que en su ansia de
vida es absolutamente dependiente, como lo expresan la garganta, en cuanto órgano
de la alimentación y respiración, y el cuello, como la parte del cuerpo especialmente
en peligro. Lo mismo que néfesh presenta ante todo el hombre en su necesidad y
ansiedad, así también incluye su excitabilidad y vulnerabilidad emocional. El elemento
de lo vital, común con el animal, ha contribuido esencialmente a que néfesh
represente a la persona y al individuo aislado, de lo que sale en un caso extremo el
significado de "cadáver". El néfesh no es jamás sujeto específico de actividades
espirituales" (58).
Se evita hablar del néfesh de Yahweh. Los profetas y libros poéticos mencionan el
néfesh de Yahweh para indicar su conmoción, ira, aversión, amor, libre decisión, o su
yo viviente (59).
1. Una acepción de "espíritu" entre los hebreos es "un ser independiente" del
cuerpo.
389 veces (378 hebreo y 11 arameo) figura ruan en el Antiguo Testamento; 113 veces
significa el viento; 136 veces el espíritu de Dios; 129 el de animales, hombres, ídolos. O
sea, "espíritu" en un 35 % se refiere a Dios, mientras néfesh escasamente se refiere a
Dios en un 3 %, y basar ni una sola vez.
Ruan significa: 1), viento, algo fuerte, en contraposición a hébel, soplo débil, y a basar,
carne débil; 2), aliento; 3), fuerza vital que da Dios; 4), espíritu(s): "También se puede
hablar de ruan como de un ser independiente e indivisible que no hay que identificar
necesariamente con el ruan de Yahweh, aunque esté, por supuesto, a su total
disposición" (61); 5), ánimo; 6), fuerza de voluntad (62).
Los pneumata de 1 Ped 3, 19 (predicó a los espíritus encarcelados del tiempo de Noé)
no parecen ser los demonios sino los difuntos, por el paralelismo de 1 Ped 4, 6 (para
eso se predicó el evangelio incluso a los muertos) (71).
Dice Stemberger: En el período de los Macabeos, los hebreos figuraban a todo ser
necesariamente como corpóreo: Dios y su mundo celeste, el sheol y los muertos todos
son de alguna manera corpóreos (ingendwie leiblich), materiales. No hay alma
independiente del cuerpo. No se puede hablar del alma en nuestro sentido. Tras la
muerte, subsiste el hombre en el reino de las sombras, en la forma en que fue
sepultado. Cuando en el Antiguo Testamento se habla de la vuelta del reino de la
muerte, se trata de un retorno a la plena vida y a la plena corporeidad, una vuelta a la
tierra para ser miembro de la Comunidad, guardando la propia individualidad (LdA,
página 115).
Respecto a los Salmos de Salomón, Stemberger concluye que su autor se contenta con
sostener que los justos vivirán, aunque mueran, lo mismo que Jn 11, 25 ss., pues ya
desde ahora tienen vida eterna. La suerte de los muertos no le interesa en
consecuencia.
Los últimos caps. de 1 Henocb (91 ss. y sobre todo 108) presentan ya una actitud
pesimista ante la vida terrestre. Vale tan poco, que los justos pueden considerarse
dichosos de vadearla. Bástales saber que las almas de los que mueren (concebidas
como corpóreas, no como puros espíritus), reciben su recompensa, que están
escondidas en Dios, que Dios no. las olvida después de la muerte (LdA, p. 116).
Véase, en el lugar correspondiente, lo que expusimos acerca de la enseñanza de J.
Henocb en estos últimos caps. Claramente habla de almas separadas.
Los libros siguientes, continúa Stemberger, Libro de las Antigüedades Bíblicas, 4 Esdras
y 2 Baruch, convienen en presentar la muerte como separación de alma y cuerpo, en
presentar las almas en las cámaras, y tienen en común una actitud bastante pesimista
ante este mundo, ante el corruptibile saeculum, acompañada de fuerte tendencia
ascética. Con todo, la antropología de estos tres libros no es totalmente uniforme:
Por lo mismo, después de exponer en las páginas que preceden la antropología, bíblica
y no bíblica, del judaísmo antiguo y contemporáneo de Cristo, tal cual hoy circula en el
mercado de las ideas, conviene habilitar aquí un amplio espacio a la crítica del
monismo antropológico. Las páginas que siguen vienen a confirmar las reservas críticas
que hemos apuntado a diversos renglones de la antropología monística.
Este menester crítico lo vamos a hacer valiéndonos de un libro valiente que acaba de
crujir en las prensas universitarias de Cambridge, Soma in Biblical Theology with
Emphasis on Pauline Anthropology, 1976. Su autor es R. H. Grundry, conocido por
otros estudios de teología bíblica. Consciente de que rema contra corriente, somete a
razonada crítica la concepción monística del hombre. Merece que le cedamos
generosamente las páginas de esta sección crítica. En ellas vamos a escuchar a un
crítico del monismo antropológico, a un paladín del dualismo en el hombre.
En la LXX: K. Gro bel (72) ha intentado probar que "cuerpo" (Soma) significa "persona"
en la LXX. Grundry desmenuza uno por uno los ejemplos aducidos llegando a una
conclusión negativa: "Sea el que sea el término de la Vorlage hebrea, basar (carne) u
otro, Soma significa (en la LXX) el cuerpo físico. Una simple mirada a las Concordancias
de LXX de Hatch y Redpath demuestra al punto que Soma traduce basar sólo cuando
esa voz hebrea significa el cuerpo físico. La mayor parte de los ejemplos se encuentran
en las leyes de la pureza del Levítico. No, la LXX rio apoya convincentemente la
definición de Soma como la persona entera" (p. 23).
El Nuevo Testamento: los ejemplos que a veces se aducen, Mat 5, 29-30; 6, 22-23 (Lc ll,
34-36), Mt 6, 25 (Lc 12, 22-23) en favor de la igualdad de "cuerpo" y "persona",
tampoco son convincentes: se refieren al cuerpo físico. Las palabras de la consagración
"Esto es mi cuerpo" (1 Cor ll, 24; Mc 14, 22; Mt 26, 26; Lc 22, 19) no pueden traerse a
colación pues no significan toda la persona sino el "cuerpo" en contraposición a
"sangre": "Cuerpo" y "sangre" aluden al carácter sacrificial de la muerte de Jesús, pues
en los sacrificios se distinguía la carne y la sangre (p. 25). Tampoco en Apoc 18, 13
somata (cuerpos) significa "personas" sino esclavos en cuanto considerados como
cosas.
El argumento más esgrimido es que Soma figura, a veces, en las cartas de Pablo en
paralelismo sinonímico con el pronombre personal. Ejemplos: Rom 6, 12: "El pecado
no reine en vuestro cuerpo mortal... 14, el pecado no dominará sobre vosotros". Ef 5,
28-29: "Los maridos amen a sus mujeres como a sus cuerpos. Quien ama a su mujer se
ama a sí mismo. Nadie odia a su propia carne".
A este argumento Grundry responde que no existe tal sinonimia entre "cuerpo" y el
pronombre personal, como no existe sinonimia entre "rostro" y "yo" en las frases "me
golpeó el rostro" y "me golpeó a mí". Esta respuesta de Grundry es acertada. No hay
sinonimia. Perteneciendo el cuerpo como el rostro a la persona, Pablo lo que predica
de la parte lo predica del todo, de la persona. No es cuestión de paralelismo
sinonímico, ni tampoco de paralelismo "progresivo" o "restrictivo", que consiste en
decir en una frase algo más o algo, menos que en la frase paralela. No es asunto de
semántica, de identificar, extender o encoger conceptos. Se trata simplemente de
predicar de la persona lo que acaece a uno de sus componentes, de aplicar el aforismo
filosófico, actiones sunt suppositorum: lo que afecta al cuerpo afecta a la persona o
supuesto racional.
Rom 1, 24: "Dios los entregó a una impureza tal que llegaron a envilecer sus propios
cuerpos". Rom 12, 1: "Por la misericordia de Dios os exhorto a ofrecer vuestros
cuerpos como víctima viva, santa, grata a Dios, vuestro culto espiritual". En los dos
ejemplos, "cuerpos" tienen el sentido de cuerpos físicos. Esos cuerpos despreciados
por la filosofía helenística, platónica y gnóstica, en Rom 12, 1 son instrumentos del
servicio de Dios; en cambio en Rom 1, 24; 6, 6; 7, 24; 8, 10.13 son instrumento de vida
de pecado.
Rom 12, 4 trata del cuerpo con muchos miembros, o sea, del cuerpo físico. 1 Cor 9, 27:
"Abofeteo mi cuerpo", el cuerpo físico; 1 Cor 13, 3: "si entrego mi cuerpo para ser
quemado", se refiere al cuerpo físico. Algunos traducen "Si entrego mi cuerpo para
enorgullecerme": también la entrega es del cuerpo físico, pues el contexto
antecedente se refiere a entrega de otras cosas físicas, la hacienda.
Rom 8, 10: "Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo por su parte (seguirá) sujeto a la
muerte a causa del pecado, pero el espíritu (es) vida (plena) a causa de la justicia. 11: Y
si el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que
resucitó a Cristo de entre los muertos vivificará también vuestros cuerpos mortales por
medio de su Espíritu que habita en vosotros". Vuestros cuerpos significa vuestros
cuerpos físicos, no vuestras personas (74). Rom 8, 11 pregona, pues, la resurrección de
los cuerpos físicos (p. 45).
2 Cor 5, 10: "Todos tenemos que presentamos ante el tribunal del Cristo para recibir
bien o mal según lo hecho en el cuerpo" (ta dia tau somatos). Es decir, para dar cuenta
de nuestra vida cuando vivíamos en cuerpo físico.
2 Cor 10, 10: "La presencia del cuerpo es poca cosa”: la presencia corporal. Gal 6, 17:
"Llevo en mi cuerpo los estigmas de Jesús": señales en el cuerpo físico.
Rom 4, 19: "Su cuerpo (el cuerpo de Abraham) estaba como muerto por tener cerca de
cien años": Cuerpo sexualmente impotente.
"Ni en las epístolas de Pablo, sigue Grundry resumiendo las conclusiones de sus
análisis, ni la literatura neotestamentaria, ni la LXX, ni la literatura griega extrabíblica
de la antigüedad, la definición de "cuerpo" por "persona" ofrece base decisiva. No
negamos que, excepción hecha de la tradición platónica, se ponga el acento en la
unidad del ser humano. Pero esa unidad es unidad de partes, de lo interior y exterior,
no una unidad monística. Los autores de la antigüedad no suelen tratar del Soma como
entidad aislada. Cuando no significa "cadáver", Soma se refiere al cuerpo físico, en
cuanto por naturaleza y destino está unido al alma o espíritu. El cuerpo y su
contrapuesto figuran como unidos pero distintos y separables; la separación es
innatural y no querida. El Soma puede representar 'toda la persona' sencillamente
porque el Soma vive unido al alma o espíritu. Pero Soma no significa 'toda la persona’;
en el uso de esta palabra se pretende fijar la atención en el cuerpo en cuanto entidad
física más que en toda la personalidad. Cuando se emplea Soma de todo el pueblo, la
atención se dirige a sus cuerpos, no a la totalidad de su ser" (pp. 79 ss.). "Pablo nunca
usa Soma como término técnico de toda la persona; siempre se refiere al físico del
hombre" (p. 83)
Tras la afirmación los ejemplos que la apoyan. Primero ejemplos de libros bíblicos
deuterocanónicos o de literatura judía pseudoepígrafa:
Judit 10, 13: "Le indicaré el camino por el que ha de ir para apoderarse de toda la zona
montañosa y no falte de sus hombres una carne (sarx mía) ni un espíritu de vida
(pneuma pzoes)": dualismo entre "carne" (cuerpo) y "espíritu".
2 Mac 15, 30: Judas Macabeo "había luchado con cuerpo y alma (somati kai psyje) por
los ciudadanos".
4 Mac 1, 20.26-27.32; 14, 6; 10, 4; cap. 13: distinguen alma y cuerpo; por ejemplo, 4
Mac 10, 4: los hombres pueden atormentar el cuerpo pero no el alma.
Eclo 23, 17: "El alma (psyjé) caliente es como fuego abrasador ... al hombre que fornica
con el cuerpo de su carne".
Testamento de Neftalí 2, 2-4: "Porque como el alfarero conoce la vasija, cuánto puede
contener, y prepara la arcilla necesaria, así el Señor hace el cuerpo según la semejanza
del espíritu, e implanta el espíritu según la capacidad del cuerpo".
Pseudo-Filón, Ant. Bibl. 3, 10: "Yo (Dios) juzgo entre alma y cuerpo".
Tobit 3, 6: "Manda retirar mi espíritu (pneuma mou) para que muera de la superficie
de la tierra... déjame partir al lugar eterno y no retires tu rostro de mí".
Eclo 38, 23: "Consuélate (con el descanso del muerto) al salir su espíritu" (en éxodo
pneumatos autou).
De la dicotomía de Sabiduría hemos hablado repetidas veces, cf. Sab 1, 4; 3, 1-4; 8, 19-
20.
Baruk 2, 17: "No darán gloria al Señor ... los que están muertos en el hades cuyo
espíritu (pneurna auton) les ha sido arrebatado de sus entrañas".
2 Baruk 30, 2 ss.: "Y acontecerá en aquel tiempo que los tesoros en los que están
guardadas las almas de los justos serán abiertos y saldrán las almas y serán vistas
juntas ... 4: pero las almas de los malvados cuando vean estas cosas ... porque
conocerán que ha llegado su tormento y perdición".
1 Hen 22, 5-7: Mención de cavernas para que los espíritus de las almas de los muertos
se reúnan allí.
1 Hen 67, 8-9: "para curar el cuerpo, pero para castigo del espíritu. Su espíritu está
lleno de lujuria para ser castigados en su cuerpo ... Según la intensidad con que sus
cuerpos son quemados, así será el cambio de su espíritu para siempre".
1 Hen 103, 3-8: Los espíritus de los justos gozarán, pero las almas de los malvados
sufrirán castigo.
1 Hen 71, 11: "Mi cuerpo (el de Enoch al subir al cielo) descansó y mi espíritu quedó
transfigurado".
2 Esd 7, 75-101: Al morir el alma del justo torna a Dios para adorarle y el alma del
malvado vaga en torturas, tristeza y pena
Apoc. de Adam y Eva 43, 1: Dentro de seis días, su alma saldrá de su cuerpo.
Apoc. de Moisés 42, 8: Eva dice: "Dios de todo lo que existe, recibe mi espíritu, e
inmediatamente entregó su espíritu a Dios". Su cuerpo fue sepultado.
Hillel el Viejo, según Wa-Yiqra Rabba 34, 3, pregunta: "¿No es la pobre alma un
huésped dentro del cuerpo? Hoy está aquí y mañana se ha ido".
Respecto a la antropología de Qumrán, como hemos visto, Meyer niega que sea
dualista. Grundry en cambio (pp. 96-107) aduce numerosos ejemplos en sentido
contrario:
Este ambiente cultural judío dualista ha de contar a la hora de establecer lo que Pablo
entendía por Soma, pues Pablo tuvo formación intelectual farisea. "Desde la literatura
intertestamentaria hasta las afirmaciones rabínicas tardías, tanto en fuentes palestinas
como extrapalestinas, nos enteramos del mismo sentir: el hombre es cuerpo más alma
o espíritu, unidos pero separables" (p. 109). En ese dualismo se conjuga la propia
tradición judía con el influjo creciente del pensamiento griego; específicamente judío
es que el cuerpo no es un componente de poco rango, que el cuerpo no es asiento
natural del mal; la idea de resurrección es también judía, no deriva de influjo griego.
Job 14, 22: "Sólo por sí mismo se angustiará su carne, y nada más que por él se
lamentará su alma".
Job 13, 14: "Tomaré mi carne entre mis dientes y pondré mi alma ( néfesh) en mi
mano".
Ez 36, 26: "Os daré un corazón nuevo, y un espíritu renovado infundiré en vuestro
interior, y quitaré de vuestro cuerpo el corazón de piedra y os daré un corazón de
carne": oposición entre corazón de piedra y corazón de carne o corazón nuevo o
espíritu nuevo, avecindado dentro del cuerpo.
Ecle 2, 3: "Me ingenié en mi corazón por reanimar mi carne con el vino”: dualidad de
corazón y carne
Sal 16, 9: "Por eso mi corazón está gozoso y mi alma exulta, y mi carne descansa con
seguridad": corazón-alma y carne.
Sal 84, 3: "Mi alma suspira y desfallece por los atrios de Yahweh; mi corazón y mi carne
claman exultantes al Dios vivo": alma-corazón y carne.
Sal 63, 2: "Mi alma tiene sed de ti; mi cuerpo anhela por ti".
Prov 11, 17: "Un hombre compasivo beneficia su alma, un hombre cruel perjudica a su
propia carne”: alma y carne empleados aquí en sinécdoque, como dos partes distintas
que significan el todo.
Is 31, 3: "Los egipcios son hombres y no Dios; y sus caballos son carne y no espíritu":
oposición entre carne y espíritu, aunque no directamente humanos.
Ecle 12, 7: "Y el polvo (el cuerpo) vuelva a la tierra de donde era, y el espíritu vuelva a
Dios que lo dio".
Job 34, 14: "Si Él tornara a Sí su espíritu (soplo divino) y si retirara su espíritu hacia Sí,
15: expiraría toda carne a una y el hombre al polvo retornaría". Contraste de soplo-
espíritu y carne.
Sal 103, 1: "Bendice, alma mía, a Yahweh, todo mi interior a su nombre santo"; en
contraste con "Él sabe nuestra hechura, recuerda que somos polvo" (Sal 103, 14).
Job 4, 19: Los hombres "son moradores de casas de barro, cuyos cimientos están en el
polvo". El inquilino se distingue del cuerpo o casa de barro.
Job 10, 11: "Me vestiste de piel y carne": el cuerpo es vestido que arropa al Yo.
Sal 51, 12: "Crea en mí un corazón puro, y renueva en mi interior un espíritu recto": en
lo interior el corazón, el espíritu.
En Is 38, 10 el rey Ezequías dice que en el cénit de su vida franqueará las puertas del
sheol; en Is 38, 12 dice que entrará en el sheol separado de su cuerpo: "Mi pabellón ha
sido arrancado y arrebatado de mí como tienda de pastores". "El alma no se evapora;
va al sheol a confinarse allí. En este sentido han de entenderse las afirmaciones que en
la muerte el alma es separada, es expirada, es derramada (Gen 35, 18; Job 11, 20; 31,
39; Is 53, 12; Jer 15, 9; Lam 2, 12). El alma como entidad personal viene de alguna
parte -del sheol- cuando vuelve al interior del hombre como en 1 Re 17, 21-22 bis'' (p.
128). Las frecuentes aserciones, que el difunto se une al morir a sus antepasados, no
se refieren a reunirse en el sepulcro de los antepasados, frecuentemente muy lejos,
sino a juntarse con sus "sombras" en el sheol (cf. Gen 15, 15; 25, 8-9; 49, 28-50, 14). La
reunión con los antepasados se da antes de que el difunto sea sepultado. David
"durmió con sus padres", sepultados en Belén, pero él fue sepultado en Jerusalén (1 Re
2, 10).
En el sheol las almas tienen muy reducida actividad, nula según algunos pasajes como
Ecle 9, 5.10, Job 14, 21; pero estos pasajes son excepcionales. El silencio de las
sombras del sheol de Sal 6, 6; 30, 10; 88, 11-13; 115, 17 parece referirse al silencio de
la alabanza: no pueden alabar al Señor por la liberación de la muerte, pues ha tenido
lugar; no pueden alabarle porque no pueden asociarse a la comunidad orante del
templo. Diversos textos muestran que la inacción o mutismo no es total: "El sheol, dice
Is 14, 9, se agita al llegar el rey de Babilonia; despierta a los espíritus de los muertos; a
todos los potentados de la tierra, hace levantar de sus tronos a todos los reyes de las
naciones. 10: Todos ellos responden y le dicen: también tú te has abatido como
nosotros, a nosotros te has asemejado".
Los demás reyes congregados en el sheol "todos reposan con honor cada uno en su
morada (sepulcro)" (Is 14, .18); mas el rey de Babilonia, entrado en el sheol con el
resto de los reyes, no reposa como ellos en su sepulcro: "Tú eres arrojado lejos de tu
sepulcro". Según Ez 32, 21: "Los más destacados jefes dirán de. en medio del sheol:
Han descendido, yacen con los incircuncisos ... "
La "sombra" de Samuel, evocada por la hechicera de Endor, sale del sheol y dice a Saúl
que al día siguiente le acompañará con sus hijos en el sheol (1 Sam 28, 3-19). En
conclusión: "La visión normal del sheol es reductora (de la actividad) pero no
aniquiladora" (p. 133). "Bastantes argumentos (86) muestran que las sombras (del
sheol)' son almas privadas de los cuerpos, descritas con léxico corpóreo y dotadas de
menguada actividad por falta del cuerpo. Esta visión se aproxima notablemente a la
visión que tiene Homero de los muertos; almas que existen en el mundo inferior sin
plenitud de vida (cf. Odisea XI)". e) Dualismo antropológico en el Nuevo Testamento
fuera de los escritos paulinos.
Mc 14, 38 (Mt 26, 41): "El espíritu está pronto, pero la carne es flaca".
Heb 10, 22: "limpios los corazones de conciencia mala, y lavado el cuerpo con agua
pura".
Mt 15, 17 (Mc 7, 19): No mancha lo que entra en la boca, pasa al vientre y se expulsa
en la letrina, 18 "en cambio lo que sale de la boca, procede del corazón y eso
contamina al hombre".
Mc 7, 6 (Is 29, 13): "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de
Mí".
Mt 12, 34 (Lc 6, 45): "De la abundancia del corazón habla la boca". Sant 4, 8: "Limpiad
las manos, pecadores, y purificad los corazones". 1 Ped 3, 21: El bautismo "que no es
eliminación de suciedad corporal sino ruego hecho a Dios, de una buena conciencia".
Lc 12, 20: "Necio, esta noche van a pedir de ti tu alma": "Alma", no "vida", pues se
refiere al alma del versículo anterior: "Y diré a mi alma (no a mi "vida"): Alma mía,
tienes muchos bienes . . . descansa, come, bebe ... "
Jn 11, 39: "Está muerto de cuatro días" parece aludir a la creencia judía que después
del tercer día, al empezar la corrupción del cadáver, el alma ya no puede volver al
cuerpo.
Mc 12, 26-27: "Dios es Dios de vivos y no de muertos". Los patriarcas están vivos, a
pesar de que desde siglos yacen en los sepulcros.
Heb 12, 23: "Espíritus de justos llegados a la perfección" (espíritus que están en la
Jerusalén celestial).
Apoc 6, 9: "Y vi debajo del altar las almas de los que habían sido inmolados por el
testimonio (de Jesús); 10 y gritaban con potente voz". Estas almas esperan aún la
resurrección de sus cuerpos, porque de ellas se dice en Apoc 20, 4-6 que "volvieron a
la vida y comenzaron a reinar con el Mesías mil años".
1 Ped 3, 18: "Cristo ... entregado a la muerte en la carne, pero llevado a la vida en el
espíritu".
1 Ped 4, 6: "Pues, por eso se predicó el Evangelio incluso a los muertos, para que,
aunque condenados en la carne según los hombres, vivan según Dios en el espíritu".
Las epístolas de Pablo contienen una buena tirada de pasajes de antropología dualista:
2 Cor 4, 16: "Por eso no nos desalentamos; al contrario: aun cuando nuestro hombre
exterior se desmorona, nuestro hombre interior se renueva día tras día". Ese "hombre
exterior" no es el "hombre viejo" ni el "hombre interior", el "hombre nuevo" en Cristo;
sino el hombre corporal y no corporal, como en el pensamiento helenístico.
Rom 12, 1-2: " ... ofrecer vuestros cuerpos como víctima santa... transformaos por la
renovación de vuestra mente".
1 Cor 2, 11: "Pues, ¿quién entre los hombres conoce lo íntimo del hombre sino es el
espíritu del hombre que está en él? De la misma manera tampoco lo (íntimo) de Dios
lo conoce nadie si no es el Espíritu de Dios".
1 Cor 7, 34: "Y la mujer soltera o virgen cuida de las cosas de Dios, como ser santa en
cuerpo y espíritu".
1 Cor 5, 3: "Yo ausente con el cuerpo, pero presente con el espíritu ... en el nombre de
Nuestro Señor Jesús, reunidos vosotros y mi espíritu ..., sea entregado a satanás
semejante individuo para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu se salve en el
día del Señor". "Destrucción de la carne", probable referencia a una enfermedad
causada por satanás o a la misma muerte.
Col 2, 5: "Pues, aunque estoy ausente corporalmente, en espíritu estoy con vosotros".
2 Cor 7, 1: "Así, pues, queridos ..., purifiquémonos de toda mancha de la carne y del
espíritu, llevando a término nuestra santificación ... ".
1 Ped 3, 18: "Cristo murió una vez por los pecados ... entregados a la muerte en la
carne, pero llevado a la vida en espíritu".
2 Cor 12, 2: "Conozco a uno que vive en Cristo, arrebatado hasta el tercer cielo hace
catorce años, no sé si con el cuerpo, no sé si fuera del cuerpo; Dios lo sabe; 3 y sé que
ese hombre, no sé si con el cuerpo o prescindiendo del cuerpo, Dios lo sabe, fue
arrebatado hasta el paraíso y oyó palabras arcanas que uno no puede decir". Pablo
platica aquí· sobre un posible éxtasis, separación del cuerpo, y de un arrebato al cielo
donde oye misterios inefables.
Fil 1, 22: "Pero si vivir corporalmente me supone trabajar con fruto, entonces no sé
qué escoger; 23 me veo apremiado por las dos (posibilidades), deseando emprender la
marcha para estar con Cristo ... 24 mientras que permanecer en esta vida corporal es
más necesario a causa de vosotros".
Texto que prueba la dicotomía, y además el estado intermedio, pues Pablo habla de
una vida, ausente de los Filipenses, con los que se reunirá tras la resurrección final.
Después de cerrar con 2 Cor 5, 1-10 los ejemplos de dicotomía antropológica, Grundry
resume así su pensamiento decididamente produalista:
La obra crítica de Grundry es tan reciente que aún no podemos recoger el impacto
causado en los seguidores de la antropología monística hebrea que son legión. No
todos los ejemplos que propone son igualmente probativos, sobre todo puestos en
hilera sin el debido acompañamiento exegético con el que el autor los acompaña. Pero
creo que constituyen una prueba de conjunto o cumulativa que invita a un examen
nuevo de la antropología "monista" paleohebrea y de la acepción de Soma como
persona, no como cuerpo físico. Muchas de nuestras reservas críticas a través de este
libro quedan confirmadas. Las páginas que siguen, a su vez, confirman tesis
importantes de la obra de Grundry.
Aunque este autor, sin negar el influjo del dualismo griego, descubre la dualidad
antropológica en la misma tradición bíblica hebrea, vamos a mostrar en el apartado
siguiente con algunos ejemplos que· el pensamiento griego -por tanto
presumiblemente el dualismo griego- estuvo presente en Palestina antes de lo que
corrientemente se viene admitiendo.
El libro del Eclesiastés, escrito siglos antes del cristianismo, en hebreo literario muy
influido por el- hebreo hablado o míshnico, en lugar de emplear el término "corazón",
sede del conocer según la antropología hebrea, utiliza la palabra madda,
"conocimiento", de conformidad con el pensamiento griego (Ecl 10, 20). Tal
substitución de "corazón" (leb) por "conocimiento" (madda) (daat) se ha introducido
también en Daniel (en el término arameo minda'), libro en el que el pensamiento
griego se hace presente en otras expresiones (vg. visiones de mi cabeza), en Ben Sira y
en los manuscritos de Qumrán, por ej., en el Manual de la Disciplina (p. 61, I, 11. 11-12;
p. 67, VII, l. 5) y en el Documento de Damasco (p. 84, X, l. 10) (88). En el mismo Manual
(p. 64, V, 11. 4, 10; p. 65, V, 11. 13, 16; p. 69, IX, l. 16) ha penetrado la conjunción
griega hopos para imperativos o prohibiciones bajo la veste hebrea de asher o asher
lo': "que pueda", "que no vuelva”; la misma penetración en las cartas hebreas de Bar
Kokba: "que te sea conocido" (aquí en forma de she).
En Qumrán y en Ben Sira (48, 25) se han introducido los participios griegos ta
genómena o esámena bajo los "nifal" hebreos nhyym, nhyywt, etc. En el Documento
de Damasco (p. 86, XIII, 11. 3-4) el término empeirós griego (ducho, experimentado) se
esconde tras bahun hebreo.
Otros grecismos: "consejo" de la Comunidad (' asat ha-yahad = boulé); "los muchos" =
la Comunidad (harabbim = hoi polloi), expresión que se encuentra en Dan 12, 3, en el
Nuevo Testamento y Mishná ; "rango", "categoría" (tikkun = timé).
Todo esto corrobora la penetración del pensamiento griego hasta en círculos tan
conservadores judíos como el de los sectarios de Qumrán, y corrobora la probabilidad
de que ciertos términos de antropología hebrea hayan sido entendidos en tiempo de
Cristo, y aun antes, según el pensamiento griego.
Controversia de Jesús con los saduceos. Poco antes de empezar la pasión. Los saduceos
no creían ni en la resurrección de los muertos ni en los ángeles. Los fariseos creían en
ambas cosas. Según tradición rabínica, poco fiable, la polémica de fariseos y saduceos
sobre la resurrección se habría desencadenado en tiempos de Antígono de Soko, a
mitad del siglo II a. de Cristo. Los saduceos eran tradicionalistas y forasteros al
progreso teológico en escatología, operado en los dos siglos anteriores al cristianismo.
Solucionaban el problema del incumplimiento de las promesas divinas de salvación, el
problema de la retribución inadecuada en esta vida, aseverando que las promesas de
bendición de Yahweh van dirigidas al pueblo, y que se cumplen en esta vida, siempre
en el pueblo, no siempre en los individuos.
Partiendo de tal concepción farisea, los saduceos excogitaron un problema jurídico que
plantearon a Jesús:
A este problema jurídico, que era en puridad una arremetida contra la resurrección,
respondió Jesús (Mc 12, 24): "¿No estáis en error por no conocer las Escrituras ni el
poder de Dios? 25 Cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos se casan ni ellas
serán casadas; serán como ángeles en los cielos. 26 Pues, respecto a los muertos que
se despiertan, ¿no leísteis en el libro de Moisés (3), en 'la Zarza' (Ex 3, 1-4, 7), cómo
Dios le dice: Yo soy el Dios (Elohe) de Abraham, el Dios (Elohe) de Isaac y el Dios (Elohe)
de Jacob (Ex 3, 6). No es un Dios de muertos sino de vivos".
Así Marcos, y así Mateo 22, 23-33 con insignificantes variantes estilísticas. Lucas 20,
27-38 se desvía de Marcos por aliños de estilo y por adiciones de impronta semítica,
debidas a él o a su tradición (4).
¿Qué enseña Cristo en este episodio acerca de la vida futura? ¿Qué enseñan la Iglesia
primitiva o los evangelistas? La exégesis moderna suele deslindar, en este y otros
pasajes, las palabras originales de Jesús de los añadidos provenientes de la tradición
cristiana primitiva o de los evangelistas, En realidad semejante decantación es asunto
de escasa importancia en orden a la credibilidad de los textos, pues lo mismo es que
las afirmaciones salgan de la boca de Jesús, que del cálamo de los evangelistas o de la
tradición que redactan: todo es afirmación de la Biblia, y, por tanto, palabra de Dios.
Mc 12, 24: "Jesús les dijo: "¿No estáis en error por no conocer las Escrituras y el poder
de Dios? ... 26 b ¿No habéis leído en el libro de Moisés, en 'la Zarza', cómo Dios le dice:
Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de
muertos sino de vivos".
La Iglesia primitiva, sigue Boismard, apercibida de que con estas palabras Jesús no
había dado respuesta al problema de los saduceos, habría suplido tal respuesta
añadiendo los versículos 25 y 26a: cabalmente lo que se refiere a la resurrección de los
muertos. Tal embutido textual les parece a Boismard y otros exegetas un corte de la
fluidez del discurso; por eso dicen ser añadido de la Iglesia; pero en contra de esta
explicación está que las ideas de toda la perícopa son típicamente judías.
Por su parte Lucas habría trenzado un midrash en torno a las palabras originales de
Jesús, para inculcar, como hace en otros pasajes de su evangelio, amor a la virginidad
("Los que hayan sido juzgados de tener parte en el mundo venidero no se casan y no
son desposadas" Lc 20, 35), para enseñar que tales justos ya en esta vida, "no pueden
morir" (Lc 20, 36), que "son hijos de Dios" y "son hijos de la resurrección" (resucitarán)
(Lc 20, 36), que "todos viven en Dios" (Lc 20, 38) (5).
Empecemos por Lucas. El que escribe no tiene empacho en admitir que Lucas,
valiéndose de la licencia que otorga la exégesis deráshica para acomodar y actualizar
textos, remodele la respuesta original de Jesús y las hipotéticas adiciones de la
comunidad primitiva, de suerte que el pasaje sirva para inculcar la virginidad en esta
vida y la posesión, aquí y ahora, de la vida eterna por aquellos que han de participar en
el mundo futuro. Pero el remodelado de Lucas no volatiliza las afirmaciones sobre la
resurrección. Helas aquí: "Los que han sido considerados dignos de alcanzar el otro
mundo y la resurrección de entre los muertos, no tomarán mujer ni tomarán marido,
36 pues no pueden ya morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios por ser
hijos de la resurrección; y que resucitan los muertos ... ". Lucas cree, pues, en la
resurrección futura de los muertos, en la inmortalidad (presente o futura) de los hijos
de Dios y su participación en la resurrección, que eso significa ser "hijos de la
resurrección". No afirma ni niega la resurrección de los enemigos de Dios. Ladea este
tema.
Esto que cree Marcos y (Mateo), muy probablemente es afirmación original de Jesús
(6), pues, es lógico y de cortesía que Jesús respondiese a la pregunta que los saduceos
le. habían formulado. La paternidad de Jesús sobre los vv. 25 y 26a queda avalada por
el principio de la "discontinuidad" (7): en gran parte los fariseos concebían la
resurrección con bodas e hijos, y la afirmación de los vv. 25 y 26a va contra esa
resurrección intramundana, tan humana, tan poco evangélica.
5. Jesús admite la resurrección final de los muertos y que los patriarcas actualmente
están vivos.
Hemos oído a Lucas, a Marcos (y a Mateo). Escuchemos lo que enseña Jesús (Mc 12,
26): "Y acerca de los muertos, que son despertados (egeirontai) (8), ¿no leísteis en el
libro de Moisés, en 'la Zarza', cómo le dijo Dios: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob (Ex 3, 6). No es Dios de muertos, sino de vivos".
Para enseñar una verdad tan dificultosa como es la resurrección de los muertos -o por
lo menos la vida de ultratumba- recurre Jesús a la Biblia y al poder de Dios. De la Biblia
aduce el texto de Ex 3, 6, en el que Dios se proclama "Dios de Abraham, Dios de Isaac y
Dios de Jacob", añadiendo que "no es Dios de muertos sino de vivos".
6. Hebreos 11, 16.19 comenta y amplía la respuesta de Jesús: Los Patriarcas están en
el cielo.
Gran afirmación la de Jesús: los tres patriarcas viven actualmente. Afirmación que
repite y amplía la epístola a los Hebreos 11, 16 cuando pondera la fe de estos tres
patriarcas, su aspiración por la patria verdadera, por el cielo, cuando afirma que Dios
no se avergüenza de llamarse su Dios -alusión a nuestro texto Mc 12, 26 ss. y Ex 3, 6-;
cuando asegura que les ha preparado una ciudad (en la otra vida): "Ahora bien
(Abraham, Isaac y Jacob), aspiran a una (patria) mejor, es decir, la del cielo; por eso
Dios no se avergüenza de ellos, de llamarse su Dios, pues les ha preparado una
ciudad".
Este texto de Heb 11, 16 argumenta como Jesús en Mc 12, 26: Dios, por ser Dios de los
tres patriarcas, les ha cumplido su aspiración por la verdadera patria dándoles el cielo,
una ciudad (celeste).
Jesús no precisó tanto como el autor de Heb 11, 16, comentarista deráshico de sus
palabras. En Mc 12, 26 se limitó a atestiguar que los tres patriarcas están vivos, sin
determinar dónde ni cómo.
Tres versículos después (Heb 11, 19), el autor de la Epístola a los Hebreos relaciona el
poder de Dios con la liberación de la muerte de Isaac, símbolo del poder de Dios para
resucitar a los muertos: relaciona poder y resurrección: que Dios tiene poder hasta
para resucitar de entre los muertos; de ahí que recobró (a Isaac de la muerte) con
valor de símbolo.
Heb 11, 19 relaciona, pues, poder de Dios con resurrección, como Jesús en Mc 12, 26
ss.: El poder de Dios se revela en resucitar a los muertos; la vida actual de los tres
patriarcas es símbolo del poder de Dios para resucitar en el futuro a los muertos, como
el vivir Isaac después del Moriah es símbolo del poder de Dios para resucitar.
Están, pues, claras estas tres cosas: a) que los patriarcas viven; b) que· su vida actual,
después de muertos, es señal del poder de Dios; e) y señal de que los muertos
resucitarán en el futuro.
Lo que no resulta claro es la prueba bíblica aducida por Jesús: deducir de Ex 3, 6 ("Yo
soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob") que estos patriarcas "no
están muertos sino vivos".
Según Dreyfus (10) la expresión "Dios de" significa que Dios es el protector, defensor,
salvador de alguien, de los patriarcas, atributos impropios si los hubiera dejado
abandonados a la muerte.
Esta es una explicación de la prueba bíblica empleada por Jesús. Otra es que Jesús,
tácitamente, combina este texto "Yo (anoki) soy el Dios de Abraham ... " con otros
textos bíblicos, sobreentendidos, en los que se habla de Dios vivificador de los
muertos. Tal procedimiento exegético se llama dérasb oculto. He aquí unos empalmes
ocultos que probablemente explican la exégesis de Jesús. Los empalmes se hacen por
analogía verbal, lo que en exégesis judía se denomina gezerá shawá. Primer empalme:
En la sección litúrgica llamada "la Zarza" a la que pertenece Mc 12, 26 ("Yo soy el Dios
de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob", Ex 3, 6) esta afirmación está ligada al
nombre de Yahweh: "Yahuieh, Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, el Dios de
Isaac y el Dios de Jacob" (Ex 3, 15-16).
Primer empalme, primera gezerá shawá: se unen Ex 3, 6 con Ex 3, 15-16 porque en los
vv. hay las mismas palabras.
El segundo empalme, segunda gezerá shawá: Mediante la palabra Yahweh (el Dios de
Abraham ...), Ex 3, 6 liga con 1 Sam 2, 6: "Yahweh, da muerte y da vida (mehayyeh),
hace bajar al sheol y hace subir de él". Verificado este empalme, se explica Ex 3, 6 con
1 Sam 2, 6.
El segundo ensamblaje pudo haberlo verificado Jesús con un texto recitado por los
judíos en la oración cotidiana, con la segunda de las "Dieciocho bendiciones" que entre
otras cosas dice: "Yahweh ... que resucita a los muertos (méqim metirn)", Jesús pudo
haber empalmado con Deut 32, 39: "Yo (ani = anoki) doy muerte y doy vida
(ahayyeh)".
Con uno u otro procedimiento exegético Jesús dedujo de Ex 3, 6 que los patriarcas
están vivos (12).
Una última cuestión: Si Jesús es el autor de toda la perícopa Mc 12, 18-27, si toda ella
habla de la resurrección de los muertos, si según ella es señal del poder divino
vivificador que los tres patriarcas estén vivos; cabe preguntar si los patriarcas están
vivos, porque han sido resucitados. Estar vivos, ¿implica haber sido resucitados?
Boismard (13) comentando nuestro pasaje opina que Jesús habla en él con mentalidad
semita y para semitas; y que, por tanto, no se refiere a la transferencia a Dios del alma
desencarnada al estilo platónico, sino de "la entrada en la vida del hombre integral,
con su realismo psicofísico". Estar vivos sería equivalente a haber resucitado.
Semejantes afirmaciones de este maestro dominico se nos antojan doblemente
gratuitas: a) si Jesús habla, como creemos, de la resurrección futura de los muertos y
del poder divino para resucitar en el futuro, manifestado ya en el presente en la vida
de los tres patriarcas, Jesús relega la resurrección al futuro; la vida de los tres
patriarcas al presente. Están vivos, pero no resucitados.
b) Si Jesús habla, como quieren algunos, únicamente de la vida presente de los tres
patriarcas, es gratuito suponer que vida de ultratumba implique la resurrección
corporal para Jesús y sus oyentes. Recordemos conclusiones de las dos partes primeras
de esta obra: Entre los judíos de la diáspora y de la propia Palestina la antropología no
era uniforme, no era forzosamente monística. Los judíos tenían también su
antropología dualista, autóctona o de origen griego. La Sabiduría de Salomón no habla
de resurrección corporal y, sin embargo, afirma que los justos no mueren. 4 Macabeos,
como Boismard señala a propósito de la versión lucana del pasaje que comentamos,
entiende, lo mismo que el Testamento de Asher, que la muerte es la puerta de la
inmortalidad o vida eterna; el libro de Jubileos 23 también parece suponer que el
espíritu sube inmediatamente a Dios; Henoch 103-104 habla por su parte de la
resurrección futura de los espíritus, sin que se insinúe que estos espíritus necesiten
tomar los cuerpos para poder tener plenamente la vida eterna (14). Recordemos los
textos que hablan de la existencia de las almas en las cámaras. El logion de Jesús
"Velad y orad para que no entréis en tentación porque el espíritu está pronto pero la
carne es flaca" (Mc 14, 38), según el propio E. Schweizer, "se acerca a un dualismo
antropológico (15). "Precisamente la presencia de influjos helenísticos en estos textos,
dice Nickelsburg, hace que sea gratuita la exclusión de influjos helenísticos similares en
la teología y escritos cristianos contemporáneos. Sin contar que no es del todo claro
que la teología de la asunción de los documentos de los Dos caminos, de Jubileos y 4
Macabeos, sea griega en su origen. Hemos señalado el influjo del salmo 73 en el
Testamento de Asher. No pocos especialistas han sugerido que este salmista, ya en su
origen, pretendía referirse a la vida eterna" (16).
Cerremos el dilatado comentario de Mc 12, 18-27 con las palabras del conocido
exegeta católico F. Mussner (17): "En la discusión con los saduceos que negaban la
resurrección de los muertos (cf. Flavio Josefo, Bell, Jud. II, 165; Ant. XVIII, 16) aparece
con toda claridad la convicción de que los judíos han de resucitar en el futuro (Mc 12,
18-27 par.), Para Jesús, Dios "no es un Dios de muertos sino de vivos". La misma
Escritura lo atestigua" (18).
II. OTROS PASAJES EN LOS QUE JESÚS ADMITE LA RESURRECCIÓN FINAL DE LOS
MUERTOS
Esta sentencia de Jesús implica la resurrección de los muertos, por cuanto supone
"cuerpo" en los condenados (19). Y parece suponer igualmente una dicotomía,
platónica o no platónica, de alma y cuerpo (20). Para ir a la gehenna, el cuerpo ha de
salir del sepulcro, ha de resucitar.
3. Temed ir al infierno con dos manos, más que ir a la vida con una.
Mc 9, 43-48 (cf Mt 5, 29-30; 18, 8-9) recoge otro dicho del Señor que alberga la idea de
la resurrección de los difuntos con todos o parte de los miembros, o sea, una
resurrección que afecta a lo que nosotros llamamos · cuerpo: "Si tu mano te sirve de
escándalo, córtatela. Mejor es para ti entrar manco en la vida, que ir con las dos manos
al infierno, al fuego inextinguible" (23).
El logion anterior supone que el hombre tiene un cuerpo, unos miembros, no que es
un cuerpo. Aunque no especifica cuándo uno entra en la vida, o el cuerpo entero o
amputado en la gehenna, se deduce que es en la resurrección final, porque gehenna
únicamente aparece, fuera de Sant 3, 6, en los sinópticos y siempre en dichos de Jesús,
"y hace su aparición solamente tras la resurrección y el juicio final, para recoger no
sólo las almas sino almas y cuerpos de los condenados por siempre" (24).
Paremos mientes en que las dos anteriores sentencias de Jesús utilizan el verbo
"levantarse" (qum), que usan el Antiguo Testamento, los Apócrifos, el Nuevo
Testamento (aquí en menor proporción que el verbo "despertar-se-") y los Targumin,
como término técnico de "resucitar".
Que las sentencias dichas signifiquen, además, "levantarse" los ninivitas y la reina de
Saba "para acusar" a la generación de Jesús, no genera ninguna dificultad, pues, dar a
las palabras dos sentidos simultáneos es procedimiento harto común en el judaísmo.
Se llama tartey mishma, doble significado.
El sentido de resurrección para el juicio es por lo menos un sentido "aludido" (25).
En las dos sentencias anteriores Jesús conecta resurrección y juicio, secuencia de ideas
que se inspira en Dan 12, 2, que aparece en 1 Hen 37-71, en el Libro de las
Antigüedades Bíblicas del Pseudofilón (3, 10), en 4 - Esdras 7, 32-38, en 2 Baruch 50, 2-
4, en el Targum Neofiti y Pseudojonatán a Gen 3, 19. En el Nuevo Testamento dicha
secuencia figura en la visión del juicio universal del Apocalipsis (Apoc 20, 11-15): "Y el
mar dio a los muertos que en él estaban ; y la muerte y el Hades dieron los muertos
que .en ellos estaban, y se juzgó a cada uno según sus obras". También figura en el
catecismo elemental de Heb 6, 2: "doctrina sobre bautismos, imposición de manos,
resurrección de los muertos y juicio eterno" (26).
6. Jesús resucitó muertos como garantía de que había llegado el mundo futuro, el de
la total victoria sobre la muerte.
El judaísmo antiguo distinguió dos "mundos", es decir, dos edades (eones): este
mundo y el mundo futuro (28). El mundo futuro había de traer el reinado de Dios, la
herencia prometida a los justos de que tantas veces habla la literatura pseudoepígrafa
y también Qumrán y Nuevo Testamento (29). Integrante del mundo futuro, de la
herencia porvenir, del reinado de Dios, sería la resurrección de los muertos (30).
Jesús aludió a la secuencia mundo futuro (edad mesiánica, reinado de Dios, herencia
futura) y resurrección en la respuesta que dio a la pregunta que, en nombre de Juan
Bautista, le formularon unos discípulos de éste: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos
esperar a otro?" (Mt ll, 3; Lc 7, 20).
"El que ha de venir" era el Mesías, "el Ángel de la alianza, el Deseado, el que viene"
(Mal 3, 1). Había de separar buenos y malos, acabar con el mal y los malos, implantar
el bien, el reinado de los justos. El "Deseado" será irresistible: "¿Quién podrá soportar,
dice Malaquías (3, 2), su venida? ¿Quién podrá seguir en pie cuando se manifieste?
Será fuego de fundidor, lejía de lavadores".
Los discípulos del Bautista parecían escépticos acerca de la llegada de ese mundo
futuro; parecían achacar a Jesús que no se veía el fuego ni la lejía por ninguna parte. Ni
la victoria sobre la muerte.
Jesús acababa de curar al paralítico de la piscina de Betzeta. Era día festivo. Sábado.
Como en otras ocasiones: tras la curación en sábado, los enemigos dispararon la
consabida acusación: Viola el descanso sabático. No, replicó Jesús, no violo el sábado;
simplemente imito a mi Padre que trabaja en sábado. Vosotros lo admitís: En sábado
Dios lleva las riendas pesadas del gobierno del mundo; en sábado abre el seno
materno con la llave del nacimiento que únicamente él maneja (32), porque según 2
Re 5, 7 sólo Dios puede dar la vida; en sábado sostiene la balanza de la justicia, porque
en sábado se muere mucha gente y Dios la juzga. En suma: Yo soy semejante al Padre:
Él trabaja en sábado y yo trabajo.
Al oír este razonamiento los judíos pretendieron suprimir a Jesús, pues se hacía igual al
Padre. Lejos de arredrarse, Jesús puso bajo juramento que no puede hacer sino lo que
ve hacer al Padre: "En verdad, en verdad os digo, que el Hijo no puede hacer nada por
cuenta propia, a no ser que lo vea hacer al Padre: lo que hace Él, el Hijo hace" (Jn 5,
19). Y para confirmar con nuevo ejemplo su semejanza con el Padre en el trabajo,
proclama -nótese la secuencia resurrección-juicio- que tanto el Padre como el Hijo
tienen poder de vivificar (Jn 5, 21 y 25) y de juzgar (vv. 22 y 27). Por consiguiente, los
muertos que ahora oigan la voz del Hijo, vivirán (v. 25), no sólo en cuanto que pasarán
de la muerte del pecado a la vida de la gracia, sino en cuanto pueden volver de la
muerte a la vida física, aun antes de que suene la trompeta de la resurrección final de
los muertos, como lo demostrará la resurrección de Lázaro y de dos jóvenes
resucitados por el Hijo. Y "llega la hora en la que todos los que están en los sepulcros
oirán su voz (v. 28), y saldrán los que obraron el bien para una resurrección de vida y
los que obraron el mal para una resurrección de juicio" (condenatoria) (v. 29).
Dando unos pasos más en el evangelio de Juan, topamos con un cuádruple aserto de
Jesús, con este doble estribillo: "que yo lo resucite en el último día"; "yo lo resucitaré
en el último día".
Jn 6, 39: "La voluntad del que me envió es ésta: que no pierda nada de lo que me dio,
sino que lo resucite en el último día".
Jn 6, 40: "La voluntad del Padre es ésta: que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga
vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día".
Jn 6, 54: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré
en el último día".
El tema de la resurrección colectiva de los muertos al final de los tiempos es tan capital
en el Nuevo Testamento, en línea con el judaísmo, que teólogos protestantes y
católicos de los últimos decenios (40) se han preguntado cómo se salva esa
importancia central de la resurrección colectiva final, si inmediatamente después de
morir el alma alcanza la felicidad esencial, sin necesidad del cuerpo su compañero,
como viene sosteniendo la teología tradicional. Ruiz de la Peña expone los problemas
que la supervivencia del alma separada del cuerpo, tras la muerte, plantea a ciertos
teólogos protestantes:
"La solución (la que sería falsa solución del estado intermedio según Althaus),
ofrecida por esta teoría, consiste en duplicar las realidades escatológicas: un
doble juicio (particular y universal), una doble vida (sin cuerpo y con el cuerpo
resucitado), una doble consumación (la del alma separada y la del hombre
entero)" (42).
Hasta aquí los problemas del teólogo protestante Althaus, a quien sigue E. Brunner, si
bien subrayando el carácter hipotético de la solución que Althaus propone: que el
hombre entero va a Dios tras su muerte, pero aunque: los hombres mueren en
diversos tiempos, mirando las resurrecciones individuales desde la eternidad, en la que
no hay sucesión, todas las resurrecciones individuales constituyen una resurrección
universal simultánea (43).
Esta solución, que goza de cierto crédito entre teólogos protestantes, es rechazada por
W. Kuenneth, pues no procede de la escatología bíblica sino de principios apriorísticos
de una metafísica atemporal (44). H. Thielicke "aparece indeciso, aunque termina
inclinándose por la conservación del estado intermedio, sin atreverse, con todo, a
especificar con detalle cuál es su sujeto" (45). Una solución drástica de algunos autores
protestantes es que todo el hombre muere, alma y cuerpo, y deja de existir hasta que
Dios lo recrea al final de los tiempos (46).
Marcel Dumais, católico, cita (47) una serie de autores, algunos católicos, que son
partidarios de la resurrección del cuerpo inmediatamente después de la muerte: P.
Volz, J. Knox, L. A. Guy, G. Gander, C. Mason, L. Boros, B. Lagrange y M. Oraison.
Añádase Greshake, L. Boff y el propio Dumais. Ruiz de la Peña, después de exponer con
simpatía las objeciones contra el estado intermedio y de hacer exégesis del libro de la
Sabiduría y de Pablo, etc., saca en conclusión (según el que escribe con poco
fundamento), que ni Sabiduría ni Pablo postulan necesariamente el estado intermedio,
y se excluye del grupo de defensores del estado intermedio (48).
Para ellos sería verdad de fe el esquema alma-cuerpo, pues el concilio de Viena de las
Galias definió que el alma es forma del cuerpo (DS 901s); y el V de Letrán, Bula
Apostolici Regiminis, 19 de diciembre de 1513, habría definido la inmortalidad del alma
(DS 1440); y la Constitución Benedictus Deus de Benedicto XII, de 29 de enero de 1336
(DS 1O00ss), habría declarado dogma de fe que el alma va a Dios después de la muerte
(49). Pero Ruiz de la Peña capea el temporal de estos documentos solemnes del
magisterio de la Iglesia asegurando que "en ninguno de estos tres casos está probado
que la doctrina definida en ellos imponga de forma vinculante la tesis del estado
intermedio o del alma separada" (50). Se explica así:
La intención del concilio de Viena de las Galias, al definir ser el alma forma del cuerpo -
según Ruiz de la Peña-, habría sido definir la unión substancial de materia y espíritu,
mas no la composición dicotómica del hombre: la composición de alma y cuerpo. Para
esa finalidad el concilio utiliza el lenguaje filosófico de la época, la teoría hilomórfica (el
alma es la forma, la materia es el cuerpo).
Este mismo autor, después de señalar que "las presentaciones tradicionales del estado
intermedio no corresponden a las exigencias" (una antropología realmente bíblica, una
valoración bíblica de la escatología final), honradamente declara (54) que "el estado
intermedio sigue contando con partidarios entre teólogos de indiscutible autoridad", y
añade que un teólogo, tan poco sospechoso de inmovilismo como E. Schilebeeckx,
considera como criptoherejía la no aceptación del anima separata ... y del interim (o
estado intermedio)".
Como la discusión del estado intermedio ha sido tempestad levantada por la exégesis
de la Biblia; en concreto, por una mejor inteligencia de su antropología, tenemos que
volver a la Biblia, a sus textos, a su antropología dejando a los teólogos fuera como
espectadores, pues su trabajo y laboreo racional parte de premisas ciertas brindadas
por la Biblia.
El primer texto que sale al paso es la parábola del pobre Lázaro y del rico Epulón, Le
16, 19-31. La brindamos a algún teólogo radical (C. Stange) que dice desaparecer el
hombre -todo el hombre, alma y cuerpo al morir, para resucitar entero de la nada al
final de los tiempos. Brindamos también esta parábola a Osear Cullmann, teólogo
protestante bien conocido, para quien la muerte de los buenos (de los malos no se
ocupa) es un prolongado sueño de todo el hombre hasta que la trompeta de la
resurrección final despierte a los muertos.
La parábola supone que Lázaro no está aún resucitado, porque el epulón pide que
vuelva como muerto (resucitado) a sus cinco hermanos a la tierra, a lo que se niega
Abraham porque, aunque resucite alguno de los muertos; no lo creerán. Esto implica
que ni Lázaro, ni los muertos en general, han resucitado. Por lo demás, los hermanos
del rico epulón viven aún en la tierra y, por tanto, aún no han llegado los últimos
tiempos, la parusía, la resurrección de los muertos.
La parábola, pues, por la instrucción que da y por los supuestos en que se expresa,
enseña la retribución de buenos y malos, inmediata, después de morir, antes de los
tiempos finales, antes de la resurrección general de los muertos. Lo que no determina
es si la retribución de Lázaro y del epulón es la esencial y definitiva.
Doctrina parecida leemos en Lc 13, 28-30 con cambio de decoración y personajes. Aquí
los personajes son Abraham, Isaac y Jacob a los que se considera ya en el reino de Dios
desde mucho tiempo, y los israelitas, buenos o malos, a los que se abre o cierra la
puerta de acceso a los patriarcas inmediatamente después de morir.
Jesús se dirigía a Jerusalén. Y uno le propuso una cuestión quemante que inquietaba a
los escribas: ¿Son pocos los que se salvan? (Lc 13, 23 ss.). Jesús, refiriéndose a los
judíos, a los que conciernen los dichos del pasaje (58), respondió: "Esforzados por
entrar por la puerta estrecha, porque os advierto que muchos buscarán entrar y no
podrán" (v. 24). El Señor cerrará la puerta, vosotros continuaréis picando, pidiendo
entrada, pero Él os dirá que no os conoce. Alegaréis "que hemos comido delante de ti y
también bebido, y tú has enseñado en nuestras plazas" (v. 26). Razonamiento inútil:
muchos judíos quedarán fuera "con llanto y rechinar de dientes al ver a Abraham, Isaac
y Jacob y todos los profetas en el reino de Dios y ellos excluidos fuera" (v. 28).
Entre los profetas a los que alude el pasaje anterior, descuellan dos cimas del
profetismo, Elías y Moisés. En la transfiguración de Jesús, en el monte Tabor, aparecen
Elías y Moisés, vivos, conversantes, hablando con el Señor (Mc 9, 2-8; Mt 17, 1-9; Lc 9,
28-36). Pedro quería levantarles una tienda para alojarlos (Mc 9, 5 par.).
El tema de la conversación de los tres personajes era "el éxodo" (de Jesús) que se
debía cumplir en Jerusalén (Lc 9, 31). Lucas, pues, concibe la muerte de Jesús como
"éxodo", como "partida" o "paso" de este mundo a Dios. Concibe la muerte como el
libro de la Sabiduría 3, 2: "A los ojos de los necios pareció que habían muerto, su
'partida' se tuvo como un daño".
La muerte como "partida" directa a Dios, torna en Lc 9, 51: "Cuando se cumplían los
días de su asunción" (analempsis). En Jn 3, 14; 8, 28; 12, 32 la muerte de Jesús es una
"elevación" (60).
5. "En tus manos encomiendo mi espíritu": "espíritu" según la óptica dualista griega.
En el mismo escenario del Calvario Jesús crucificado alzó al cielo esta voz: "Padre en
tus manos encomiendo mi espíritu": el espíritu en esta ocasión no es el soplo vital sino
el alma, de Sabiduría 3, 1 ("Las almas de los justos están en manos de Dios"). En el
mismo escenario, en el Gólgota, el centurión romano exclamó: "verdaderamente este
hombre era hijo de Dios" (Mc 15, 39; Mt 27, 54); exclamación que refleja, según
parece, la óptica griega de la muerte expresada por Sabiduría 2, 18 ("Si el justo es hijo
de Dios, éste le recompensará, éste le arrancará de las manos de sus enemigos"):
óptica griega, no hebrea; óptica de la Sabiduría, de 4 de Macabeos (61). Dios, pregona
el centurión, no abandona al justo, al hijo de Dios, después de la muerte.
6. Jesús promete "vida eterna" ahora y después de morir, y resurrección al final de
los tiempos.
Ahora nos interesan los textos del cuarto evangelista portadores de la siguiente verdad
consoladora: que la muerte física es impotente para interrumpir la vida del que está
unido a Cristo.
1 Jn 5, 12: "El que tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo, no tiene la vida. 13
Os he escrito esto a los que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que
tenéis vida eterna".
La "vida eterna" es el fin de la venida del Hijo de Dios a este mundo. Jn 3, 16: "Dios
amó al mundo de tal manera que entregó a su Hijo unigénito, para que todo el que
cree en él no perezca sino que tenga vida eterna".
Para dar este fruto de vida eterna, Jesús subió al árbol de la Cruz, La da a los que creen
en él: "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el
Hijo del Hombre, 15 para que todo el que crea tenga vida eterna" (Jn 3, 14-15).
"El que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que se niega a creer al Hijo no verá la
vida, sino que la ira de Dios persiste sobre él" (Jn 3, 36).
Esa vida eterna es engendrada en un segundo nacimiento, el del agua y del Espíritu,
del que Jesús conversó con Nicodemo: Jn 3, 3: "En verdad, en verdad te digo: si uno no
nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios ... 5 Si uno no nace del agua y del
Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. 6 Lo nacido de la carne es carne, y lo
nacido del Espíritu es espíritu".
Hay un alimento que produce vida eterna: Jn 6, 27: "Trabajad no por el alimento que
perece, sino por el alimento que permanece para (producir) vida eterna".
Esta vida eterna, según Jesús, se distingue de la resurrección del último día. Jn 6, 40:
"La verdad de mi Padre es ésta: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida
eterna, y yo lo resucitaré el último día".
El discurso sobre el pan de vida proclama que Jesús es el pan de vida (Jn 6, 48), distinto
y superior a aquel pan del cielo o maná que comieron los israelitas en el desierto, pues
"vuestros padres lo comieron y murieron; éste es un pan bajado del cielo: el que de él
come, no muere" (Jn 6, 49 ss.).
Ese pan celeste, Jesús en la Eucaristía, da vida eterna desde ahora y es prenda de
resurrección en el último día. De aquí arrancó la costumbre de alguna iglesia antigua
de poner debajo de la lengua del difunto cristiano pan consagrado, como prenda de la
resurrección el último día.
6, 53: "En verdad, en verdad os digo: Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no
bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros".
6, 54: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en
el último día".
6, 57: "Como me envió el Padre que vive, así el que me come a mí, también él vivirá
gracias a mí".
6, 58: "Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron los padres y murieron;
el que come este pan vivirá eternamente".
Varias veces pone Jesús su promesa de vida eterna bajo esa especie de juramento, que
es anteponer a sus sentencias la fórmula "en verdad, en verdad os digo". He aquí un
nuevo ejemplo:
Jn 8, 51: "En verdad, en verdad os digo: Si uno guarda mi doctrina, no verá la muerte
jamás".
Jn 11, 21: "Marta dijo a Jesús: Señor si hubieras estado aquí mi hermano no hubiera
muerto. 23 Jesús le dice: Tu hermano resucitará. 24 Marta le dice: Sé que resucitará en
la resurrección del último día. 25 Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que
cree en mí, y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás".
"Nadie, dice Salas comentando los textos de Juan, osará negar que el enfoque
escatológico proyectado sobre estos textos sea de neto carácter individual. En
tal caso el destino del hombre parece depender de su actitud personal ante
Jesús: Él es la resurrección. Por tanto ésta pierde su perspectiva escatológica
que la vincula con el fin de los tiempos. Para resucitar no es preciso esperar a
que llegue tal momento. Quien cree en Jesús tiene ya la resurrección (subraya
el autor). ¿Por qué? Por disponer ya de vida auténtica. Luego el justo goza de
una vida que nadie podrá arrebatarle. Con ello se indica que el más allá implica
la conservación de la vida (subraya el autor) infundida ya en el más acá por
Jesús, el cual puede con toda razón presentarse como la auténtica
resurrección" (62).
¿Por qué Jesús, segunda pregunta, cuando emplea el término "resurrección" habla
siempre del futuro y nunca del presente?
Si la vida eterna que da Jesús a los que en él creen implica resurrección del creyente
entero, nada más morir, tercera pregunta: ¿los incrédulos quedan sin resucitar?;
¿habrá para ellos una resurrección final especial?
Estos y otros interrogantes invitan a orientar la exégesis de "la vida eterna" de Juan
por otros derroteros.
"Vida" o "vida eterna" no es la vida física de un individuo, que Juan llama psyjé. Es una
entidad, cuantitativamente, y sobre todo cualitativamente, distinta de esa vida natural
psyjé. Oigamos a uno de los mejores exegetas actuales del evangelio de Juan, R. Brown
(65).
"Es innegable que para Juan 'vida eterna' es cualitativamente distinta de la vida
natural (psyjé), pues es una vida que la muerte no puede destruir (Jn 11, 26).
En realidad, el verdadero enemigo de la vida eterna no es la muerte sino el
pecado (1 Jn 3, 15; 5, 16). En línea con el pensamiento apocalíptico esbozado
anteriormente, para Juan 'vida eterna' es la vida de la Edad Futura ('olam haba)
dada ya aquí y ahora. Hay una real semejanza entre la vida eterna que Jesús
ofrece aquí abajo, mediante las aguas del bautismo, y la vida al final del
tiempo, cuando la nueva Jerusalén descienda de los cielos y por sus calles fluya
el agua de la vida desde el trono del Cordero (Apoc. 22, 1). En el evangelio,
vida eterna y filiación divina son dones ya en posesión de los cristianos
(aunque queda lugar para futuro perfeccionamiento cuando incluso ya no hay
muerte física -Jn 5, 28-29); puesto que la diferencia entre vida divina y vida
natural es primariamente cualitativa, la mejor traducción de zoe aionios es
'vida eterna' y no vida 'duradera' (everlasting), traducción ésta que pone el
acento en la duración. Pero no queremos decir que se excluye la connotación
de 'perpetuo' en el concepto joánico de la vida. Si la muerte no la puede
destruir, es claro que no tiene término. En Jn 6, 58 leemos: 'El que come de
este pan vivirá para siempre' "
c) La "vida" que da Jesús en virtud de la pzoopoiesis, de ese poder de dar vida recibido
del Padre, se ejercita en dos tiempos distintos: aquí y ahora para los que creen en él
(Jn 5, 24); al final de los tiempos (Jn 5, 28 ss.). Aquí y ahora Jesús da vida; al final otorga
resurrección, vivificación de los muertos. En Jn 6, 54 aparecen bien distinguidos los dos
tiempos: "El que come mi carne y bebe mi sangre posee vida eterna (ya ahora), y yo lo
resucitaré en el último día" (66).
d) Si la resurrección acaece nada más morir y es resurrección individual completa y la
otorga Jesús a los creyentes, Lázaro, creyente y muerto hacía cuatro días, estaba en la
posesión de la resurrección, antes de que Jesús lo resucitase. No se explica el llanto de
Jesús por su muerte, no se explica que resucite a un resucitado.
9. En conclusión: el que cree en Cristo tiene vida ya ... pero aún no resurrección.
Por todo ello, consideramos más ajustadas a la realidad las afirmaciones del padre P.
Benoit (67) respecto a la escatología de Juan: Que en el cuarto evangelio coexisten
afirmaciones aparentemente contradictorias: por una parte el anuncio de la
resurrección en el último día no sólo en los labios de Marta, expresando así una
creencia tradicional de los judíos (Jn 11, 24), sino también en boca del mismo Jesús (Jn
6, 39.40.44.54); y por otra, la afirmación de que quien cree en Jesús posee ya la vida en
sí mismo (Jn 5, 24; 6, 40.47), ha pasado de la muerte a la vida (Jn 5, 24 ss.), y no morirá
(Jn 11, 26). "Si se consideran atentamente las cosas, sigue el maestro dominico, no hay
en todo ello ninguna contradicción, pues Juan no habla en modo alguno de una
resurrección ya cumplida, como lo hace Pablo a propósito del bautismo. Para el
primero, este sacramento confiere más bien un nuevo nacimiento (Jn 3, 3-8). Hay
oposición únicamente entre salvación ya adquirida y su coronamiento todavía futuro;
entre escatología ya realizada y la escatología aún por venir" (68).
Es posible, continúa Benoit con el hilo del discurso, que se haya producido en la
tradición joánica una evolución parecida a la de Pablo, manifestada en diversas capas
sucesivas de redacción de sus evangelios; "la exégesis está en su derecho al distinguir
estas capas unas de otras, pero no tiene autoridad para retener unas y rechazar otras.
Para la fe todas ellas están igualmente inspiradas por Dios, y la teología habrá de
asumirlas todas, a fin de extraer, de su mutua incidencia dialéctica, la verdad
compleja" (69).
De lo escrito podemos espigar dos conclusiones, que pueden servir de premisas ciertas
para el razonamiento teológico: a), en el presente, el creyente tiene una vida que no
fenece con la muerte física; y como no hay vida sin viviente, el creyente sigue viviendo
después de morir; b), en el futuro tendrá lugar la resurrección de los muertos; que no
se llama vida sino resurrección, vivificación o despertar de muertos, de humanos aún
no resucitados. Esta segunda doctrina no es específicamente cristiana; es herencia del
judaísmo. No hay razón para no aceptarla, asumida como está por los hagiógrafos
neotestamentarios. Particularmente es ilógico aceptar del judaísmo su antropología
(supuestamente unitaria), y rechazar su escatología
Pablo, como los evangelistas, como Jesús, acepta esta herencia de la escatología final;
y, como Jesús y Juan, suma a ella la doctrina, típicamente cristiana, que el seguidor de
Cristo, el que cree en Jesús y recibe el bautismo, participa de una vida nueva que
sobrevive a la muerte del cuerpo.
Acerca de la resurrección final de los muertos, Pablo se explica en sus primeras cartas,
por ej., en la 1ª a Tesalonicenses; en las últimas cartas se centra en esa otra vida, la
vida en Cristo, indestructible por la muerte; en las epístolas de la cautividad
(Colosenses y Efesios) "no teme afirmar que el cristiano en el bautismo es sepultado y
resucitado en Cristo (Col 2, 12); en la epístola a los Efesios va más lejos: afirma que ya
estamos 'sentados en los cielos' (Ef 2, 6) (70). En la carta a los Romanos, síntesis
madura de su pensamiento teológico, Pablo enseña que el cristiano en el bautismo
muere, y vive una vida nueva, pero sin afirmar que resucite" (Rom 5, J-11) (71).
Entre los corintios circulaban algunos gnósticos o iluminados que diseminaban ideas
antirresurreccionistas: que no habrá resurrección corporal, que la resurrección es
puramente pneumática y que se había operado ya. Escribiendo a los Corintios, Pablo se
ve forzado a insistir en la resurrección corporal, que tanto repugnaba a los griegos,
pero puntualizando que es transformación del cuerpo, no simple reanimación del
cadáver.
Pero el tiempo fluye, los años de Pablo desfilan, la parusía o segunda venida del Señor
no acaba de llegar, Pablo ha visto pasar en Éfeso a su vera la muerte, y teme que la
parusía no la va a presenciar. No importa, dice en la 2.ª epístola a los Corintios: Él
estará con Cristo, aunque muera, y aunque no haya llegado la parusía ni resurrección
de los muertos.
Pablo suministra diversos datos sobre su pensamiento escatológico; mas sería vano
intento pretender trazar un cuadro completo y totalmente coherente con sus
afirmaciones escatológicas (73), a pesar de expresar la esperanza futura de los
cristianos con frases muy afirmativas, vg.: "Es necesario que este cuerpo corruptible
revista la incorruptibilidad" (1 Cor 15, 53) (74).
Es la primera carta de Pablo. Escrita hacia final del año 50 o principios del 51. A los
cristianos que durante dos meses había evangelizado en Tesalónica. Escribe después
de haberlos visitado Timoteo · y haber referido éste a Pablo, en Corinto, que los
cristianos de Tesalónica estaban muy preocupados por la suerte de hermanos muertos
antes de la parusia del Señor, que ellos y Pablo y la comunidad cristiana en general
consideraban cercana.
Pablo les escribe dos cartas desde Corinto, y el tema más descollante es el de la
escatología. Escuchemos a Pablo, 1 Tes 4, 13-18: 13
"No queremos que estéis en la ignorancia, hermanos, a propósito de los que duermen,
para que no os entristezcáis como los demás, ésos que no tienen esperanza. 14 Pues si
creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios llevará con él, por mediación de
Jesús, a los que duermen. 15 Pues basándonos en la palabra del Señor, os decimos lo
siguiente: Nosotros, los que vivimos, los supervivientes hasta la venida del Señor,
ciertamente no precederemos a los que durmieron ; 16 pues el Señor en persona, a la
voz de mando, a la voz del arcángel y de la trompeta de Dios, bajará del cielo, y los
muertos en Cristo resucitarán primero ; 17 después nosotros, los que vivimos, los
supervivientes, junto con ellos, seremos arrebatados en las nubes al encuentro del
Señor en el aire; y así siempre estaremos con el Señor. 18 De manera que consolaos
mutuamente con estas palabras".
Pablo, bien se ve, utiliza fraseología apocalíptica: "los que duermen", "los que
durmieron", "resucitarán", "la voz del arcángel", "sonido de la trompeta"; y figura la
parusía, como la parusía o visita de los emperadores a las ciudades, los habitantes
saliendo a su encuentro. Es de destacar que afirma la parusía y resurrección de los
muertos, como palabra del Señor. Aunque ve parusía y resurrección en el horizonte,
cercanas, confiesa ignorar el tiempo y la ocasión (1 Tes 5, 1 ss.). Próxima o lejana, la
resurrección pertenece al futuro; lo que supone que los muertos no han resucitado
aún. Si, tras la muerte de los fieles difuntos de Tesalónica, hubiera seguido la
resurrección, Pablo no habría consolado a sus hermanos de comunidad con el futuro,
sino con el pasado: Mirad, hermanos -habría escrito-, vuestros muertos ya han
resucitado. Es, pues, seguro que cuando Pablo escribió las cartas a los Tesalonicenses,
no pertenecía al grupo de los exegetas que dicen: nada más morir el hombre resucita.
La resurrección, además de futura, será metahistórica: "Los que duerman Dios los
llevará consigo por mediación de Jesús" (1 Tes 4, 14). Será resurrección para el cielo,
no para vivir en este mundo (resurrección intrahistórica) (75).
22 "Pues, como todos mueren asociados a · Adán, así también todos volverán a la vida
asociados a Cristo".
Está claro: Hasta la parusía, hasta que venza el último enemigo, la muerte, no habrá
resurrección de los que son en Cristo. No, no, viene a decirnos Pablo en la 1.ª Epístola
a Corintios, los cristianos no resucitan al morir, sino en la parusía.
No tiene sentido, continúa el Apóstol, v. 29; la práctica de los corintios que se bautizan
por parientes o amigos, muertos sin bautismo: se bautizan porque condicionan la
resurrección al bautismo, a ese bautismo substitutivo. Tal práctica carece de sentido si
no hay resurrección.
No tiene sentido, sigue Pablo, pasar como yo paso peligros sin cuento, si no hay
resurrección. Cada día estoy a punto de morir: ¿qué saco de haber luchado con las
fieras de Éfeso 7 Si no hay resurrección de los muertos, "comamos, bebamos, que
mañana moriremos" (v. 32).
Antes de pasar adelante dejemos en paréntesis una observación: Pocos años antes del
escrito de Pablo, los del Areópago de Atenas rieron del Apóstol por predicarles la
resurrección de los muertos. Ahora escribe a corintios, a algunos que se ríen de la
resurrección de los muertos, y este caballero de la verdad, que es Pablo, sigue
impertérrito ante las mofas, sin apear la verdad: los muertos resucitarán.
Nueva comparación, que ilustra en qué consiste el hombre resucitado: Hay dos Adam;
el del paraíso y Cristo: 45 "El primer hombre, Adam (del paraíso) fue hecho un ser vivo
(néfesh hayyah,· psyje pzoes); el segundo Adam fue hecho espíritu que da vida
(pneuma pzoopoiun) (77). Lo primero que apareció no fue lo pneumático (to
pneumatikon) sino lo animal (to psyjikon), y después lo pneumático (to pneumatikon);
47 el primer hombre, hecho de tierra, es terrestre, el segundo hombre es celeste; 48
como el terrestre así también los terrestres, y como el celeste (epuranios) así también
los celestes (epuranioi); 49 y como hemos llevado la imagen del hombre terrestre
llevaremos también la imagen del celeste".
En breve: los resucitados serán como el segundo Adam, como Cristo resucitado, un ser
pneumatizado, celeste.
Dos palabras pueden resumir lo que Pablo ha escrito: resurrección (el hecho),
transformación (el modo). De ambas cosas es modelo Cristo, su resurrección, su
cuerpo resucitado.
Enseñanzas claras del Apóstol en 1 Cor 15: a) habrá resurrección en el futuro; b) esta
resurrección afecta al cuerpo, entendido no como persona sino cuerpo físico, pues,
Pablo compara al cuerpo humano con el de las semillas, de los animales, de los astros,
con los cuerpos terrestres; c) este cuerpo será transformado; d) el modelo es Cristo
resucitado; e) Pablo ignora en 1 Cor 15 una resurrección post mortem,
inmediatamente después de morir; f) Pablo piensa en el cuerpo que está en el
sepulcro, el cuerpo sembrado en corrupción.
Estando Pablo en Éfeso, había expedido por manos de Tito una carta, perdida, a los
Corintios, que escribió con lágrimas al enterarse de los desórdenes de la comunidad, y
particularmente del mal trato dispensado por algún "superapóstol" de la comunidad a
Timoteo, a quien había enviado para poner paz. Pablo continuaba en Efeso ; los
delegados de Corinto, Estéfanas, Fortunato y Acaico, venidos a informarle con
anterioridad al envío de Timoteo, una vez que celebraron con Pablo la Pascua del año
54, se habían vuelto a su comunidad. Pablo se mantuvo unos meses más en Éfeso,
hasta que se hizo crítica su situación en la ciudad. Entonces marchó a Tróade, donde
esperaba encontrar a Tito y saber de él la reacción de los Corintios a esa carta, perdida,
de que fuera portador. Cansado de esperarlo en Tróade, Pablo partió para Macedonia,
y allí, seguramente en Filipos, lo encontró, recibiendo de él noticias consoladoras de
los cristianos del istmo. Desde Macedonia volvió a enviar a Tito a Corinto, esta vez con
la carta que llamamos 2.ª a Corintios, compuesta en Macedonia el mismo año 54, unos
meses después de la 1.ª carta a los Corintios. Nótese esta circunstancia: las dos cartas
existentes a los Corintios están separadas por medio año. Los que ponen 1 Cor en el
año 57 (por Pascua del año 57), ponen 2 Cor al final de ese mismo año (78*). Un mes
después de expedir la 2.ª a los Corintios, Pablo partió para aquella ciudad. Era a finales
de octubre.
Los caps. 1-7, a los que pertenece el fragmento que vamos a comentar, fueron escritos
por el Apóstol después de las noticias placenteras recibidas de Tito, el ánimo sosegado.
1. Pablo centra su interés en la escatología individual: estar cabe el Señor, nada más
morir.
2 Cor 5, 1: "Pues sabemos, que si se viene abajo la tienda que es nuestra casa en la
tierra, tenemos un edificio (que procede) de Dios, una casa no construida por manos
humanas, eterna, en los cielos; 2 pues, en esta situación gemimos, ansiando
revestirnos de nuestra morada del cielo, 3 dado que, al vestirnos con ella, no nos
encontramos desnudos; 4 pues los que estamos en esta tienda gemimos agobiados,
puesto que no queremos desvestirnos, sino revestirnos, para que lo mortal quede
absorbido por la vida. 5 Y el que nos destinó a eso mismo es Dios, que nos dio las arras
del Espíritu. 6 Así es, que confiando siempre, y sabiendo que al vivir en la patria del
cuerpo vivimos desterrados del Señor 7 (pues caminamos por [caminos de] fe y no de
visión), 8 estamos confiados, y preferimos desterrarnos del cuerpo y vivir en la patria,
junto al Señor. 9 Por eso, estemos en la patria o estemos desterrados, tenemos a
mucha honra el serle gratos; 1º pues todos nosotros tenemos que aparecer
manifiestamente ante el tribunal de Cristo, para que cada uno recoja los ~os obtenidos
en su vida corporal, según lo que hizo.
Partidarios de esta evolución, Dupont y otros, piensan que Pablo, cuando escribió 1
Tes 4 y 1 Cor 15, creía, como el resto de los judíos, que el hombre al morir desciende al
sheol y allí duerme un largo sueño, hasta que le despierten las trompetas del juicio y
resurrección.
Sobre este punto conviene ser más cauto que Dupont: es cierto que en las
mencionadas epístolas Pablo no dice nada de la suerte feliz o desgraciada de los
difuntos antes de la parusía; calla porque el problema de los Tesalonicenses parece
ser, no si son felices después de muertos, sino si se reunirán con los vivos en la parusía.
Cierto también que en 1 Cor ll, 30 achaca a los pecados haber muchos enfermos en la
comunidad y haber dormido (muerto) un número respetable, lo que implica considerar
la muerte castigo y evento poco deseable; lo que a su vez parecería implicar
desconocer que la muerte es unión del difunto con Cristo. Pero esto concedido, hay
que ser receloso ante determinados saltos de los exegetas: saltar del mencionado
silencio de Pablo a su desconocimiento de la vida con Cristo después de morir, es salto
muy arriesgado, dado que lo esencial de la mística de Pablo es el esse cum Christo, el
estar, vivos o muertos, en Cristo, con Cristo en su vida y en su resurrección (80). En la
epístola 1.ª a los Corintios Pablo expone la concepción del cuerpo místico: los
cristianos están inseparablemente unidos a él, no solamente en vida sino después de
morir
En suma: Pablo, como buen fariseo, habría creído que la muerte le introducía en el
mundo futuro, y después del juicio, en el paraíso. Rabbi Y ohanán ben Zakkai, de la
generación siguiente a la de Jesús, lloraba ante la muerte porque temía ser condenado
a la gehenna (83). Pablo, el fariseo, pensaba de la primera etapa del 'olam ha-ba:
"estaría desincorporado - (el cuerpo) hasta la resurrección, aunque participando de la
bienaventuranza" (84).
La doble etapa del 'olam ha-ba hace innecesario el recurso a la evolución de ideas
escatológicas en Pablo: En 1 Tes 4 y 1 Cor 15 el apóstol escribe de la segunda fase, en 2
Cor 5 y Filipenses de la primera. Según Davies, polemizando contra Knox (85), asegura
ser innecesario recurrir a la inmortalidad del alma del helenismo para explicar el
pensamiento de Pablo en 2 Cor 5, 1-10. Bastan las ideas escatológicas rabínicas.
Compararse con un vaso de tierra puede ser de origen rabínico (86); llamar skenos,
tienda, al cuerpo es término rabínico corriente, y alude probablemente a la sukká o
tienda provisional de los israelitas durante el Éxodo, o a la tienda o sukká en que
tienen que vivir siete días durante las fiestas de Sukkot o de los tabernáculos (87).
"Dom Dupont llega a esta conclusión: Una sola de estas coincidencias puede
ser fortuita; todas no pueden serlo. Tanto más, que la analogía de las
expresiones va a la par con una manera semejante de plantear el problema de
la muerte y lo que sigue a la muerte. Muriendo, cambiamos el domicilio en el
cuerpo por el domicilio con el Señor. Esta manera de ver es insólita en San
Pablo. Si el alma separada no se nombra, se supone que ella es la. que va a
morar con el Señor en la clara visión" (88).
La línea helenista de Dupont es seguida por M.-E. Boismard, pero también este autor
acota que Pablo se aparta de Platón en que, como semita, no puede imaginar el alma
totalmente "desencarnada", totalmente desvestida de cuerpo.
6. La vida que sigue inmediata a la muerte es vida lejos del cuerpo físico: Dios dará al
alma un revestimiento.
¿En qué consiste esa morada o "cuerpo" celeste que reviste al alma después del óbito?
¿Está relacionada con el cuerpo dejado en el sepulcro? Pocos exegetas concretan la
inconcreción de Pablo, y, si lo hacen, se dividen al dar respuesta. A. Feuillet (96) opina
que es el cuerpo de Cristo (97); pero está muy lejos de suponer que alojarse en
morada celeste tan excelente después de morir, sea una verdadera y propia
resurrección, que haga superflua la resurrección final.
El teólogo anglicano Robinson (98) cree que esa morada del cielo no es el cuerpo
glorioso de Cristo, sino el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia (99). Pero, al igual que
Feuillet, también está muy lejos de concebir tan gloriosa morada como una
resurrección individual post mortem. Para él la resurrección es, sin género de duda, un
evento del futuro; a ella se refiere Pablo en 2 Cor 4, 14: "Aquel, que ha resucitado al
Señor Jesús, nos resucitará también con Jesús, y nos pondrá delante junto con
vosotros (en su venida)". Algo del futuro; ni del presente ni del pasado. "En el capítulo
15 de 1 Cor -continúa Robinson- y, de hecho, en todo el resto de los escritos paulinos,
incluido este mismo pasaje de 2 Cor 5, 1-10, la transformación de nuestro cuerpo
actual, como logro del nuevo, es un acontecimiento que debe esperar hasta la parusía.
Hasta entonces, incluso los que poseen las primicias del Espíritu, han de aguantar en
dolorosa expectación. Sugerir que tenemos un cuerpo de resurrección, presto a
aparecer en el momento de la muerte, es hacer ininteligible la inevitable perspectiva
de 'desnudez' que Pablo mantuvo para los que mueren antes de la parusía" (100).
Sea una u otra la interpretación de la morada o revestimiento celeste, con que Pablo
espera cubrir la "desnudez" del hombre dejada por la separación del cuerpo al morir,
lo cierto es que el Apóstol no retracta en 2 Cor 5, 1-10, lo que afirmó en 1 Tes 4 y 1 Cor
15 acerca de la resurrección final de los muertos, en la parusía. No retracta, no tacha
nada; incluso apuntala esa resurrección final, cuando dice 2 Cor 5, 2 que "ansiamos
sobrevestirnos de nuestra morada celeste", es decir, vivir en la parusía, en el momento
de la resurrección, para sin necesidad de "desnudarse" del cuerpo en la muerte, la
ropa puesta, poder "sobrevestir" el cuerpo de la resurrección final (101). "Dos cosas
son ciertas: por una parte, Pablo no renuncia al dato tradicional de la resurrección
final, en que todos, "revestidos" o "sobrevestidos" de su "morada eterna" (v. 1), se
presentarán al descubierto ante el tribunal de Cristo (v. 10 = cf. 2 Cor 4, 14). Por otra
parte, admite desde el momento de ocurrir la muerte y antes de la resurrección, una
vida fuera del cuerpo junto al Señor, que resulta más deseable que la vida en el cuerpo
y lejos del Señor" (vv. 6-8) (102).
Como podrá observar el lector, 2 Cor 5, 1-10 nos ha absorbido mucha tinta. Se trata de
uno de los pasajes más difíciles de toda la correspondencia paulina (103). De él: se han
dado al menos siete u ocho interpretaciones que Dumais (104) reduce a tres: Primera,
la que seguimos: que del otro lado de la muerte habrá una vida "junto al Señor" (2 Cor
5, 8), un estado intermedio en el que el hombre estará sin el cuerpo, pues la
resurrección de los cuerpos no tendrá lugar más que en la parusía.
Segunda interpretación: los que interpretan 2 Cor 5, 1-10 de una vida "cabe el Señor"
inmediatamente después de la muerte, vida del hombre entero, con inmediata
resurrección del cuerpo: Schmiedel, Windisch, Ch. Masson, Guy, Gender, Knox, M.
Dumais, A. Salas, D. Davies. Ya lo hemos dicho: es exégesis poco fiable, pues se basa y
camina sobre un talón débil y vulnerable: que Pablo se expresaba en antropología
semítica "monística". En tiempo de Pablo y antes de él existía entre los judíos, como
hemos visto en la primera y segunda parte de este libro, la concepción de las almas
separadas, aun sin necesidad de recurrir a la filosofía griega de la inmortalidad del
alma, entendida como propiedad natural. Esta interpretación, por lo demás,
difícilmente puede compaginarse con la doctrina, sólidamente atestiguada en el Nuevo
Testamento y en el mismo Pablo, de la resurrección al final de los. tiempos (106).
Pablo escribió esta carta a los cristianos de Filipos con motivo de haberle enviado
limosna, por medio de Epafrodito, para aliviar sus necesidades, pues el Apóstol se
hallaba preso desde tiempo, aunque con esperanza de pronta liberación. Preso en el
pretorio, lo que no significa que la prisión fuera en el pretorio de Roma, pues en
ciudades importantes, como Jerusalén, Cesarea, existían otros pretorios. Seguramente
existía uno en Éfeso. Tradicionalmente se ha supuesto que esta larga prisión en la que
Pablo escribió a los Filipenses fue la de Roma, y que por tanto la carta habría sido
escrita entre el 60-63; hoy parece, más bien, que se trata de una prisión más antigua,
una de las varias que escalonaron la vida del Apóstol, muy probablemente una prisión
en Éfeso entre los años 55-57, en que permaneció en esta ciudad. La carta habría sido
escrita por este tiempo; Epafrodito, una vez convalecido de grave enfermedad que
hizo temer por su muerte, la llevó a los Filipenses. No es mucho el tiempo que separa
esta carta de 2 Cor: es poco posterior, y hay quien la cree anterior a 1 y 2 Cor:
Filipenses en invierno 56-57; 1 Cor en Pascua del 57, y 2 Cor en invierno del 57.
Pablo continúa anclado en la esperanza del "día de Cristo Jesús" (día de la parusía, de
la resurrección de los muertos): Fil 1, 6: "Convencido de que quien empezó en vosotros
una obra tan buena la terminará hasta el día de Cristo Jesús". Fil 2, 16: "A fin de que
para el día de Cristo tenga yo el orgullo de no haber corrido en vano ni haberme
fatigado en vano".
Es la misma esperanza de 1 Cor 1, 7 ss.: "No os falta ningún don mientras aguardáis la
revelación de Nuestro Señor Jesucristo, que os confirmará hasta el fin, libres de
acusación en el día de Nuestro Señor Jesucristo".
Estos textos, Fil 3, 20-21 y 1, 21, son diáfanos; no los turba la ambigüedad, el equívoco,
ninguna nube. Ante su diafanidad, cabe preguntar "si se encuentra en el Nuevo
Testamento una idea parecida a la que la Iglesia Católica enseña corrientemente, es
decir, que el alma inmortal volverá a hallar 'su' cuerpo al final de los tiempos cuando
Cristo vuelva". Es pregunta que formula el dominico padre Boismard, a quien nadie
tachará de exegeta retardatario, que no marcha al paso de la exégesis más avanzada.
Él pregunta, y él responde con un "sí”: "Sí, teniendo en cuenta textos como el que
vamos a mencionar. Así, en Fil 1, 23 Pablo afirma su convicción de unirse con Cristo en
cuanto muera; pero, en Fil 3, 20-21 habla de la esperanza que alimenta de ver su
cuerpo miserable transfigurado en cuerpo glorioso, cuando Cristo vuelva" (110).
Pablo insiste, en sus cartas posteriores, en la unión inmediata con Cristo tras la
muerte, y en los efectos ~e resurrección que opera la resurrección de Cristo en los que
creen en él y se bautizan; pero no renuncia nunca al dato del judaísmo apocalíptico y
fariseo, la resurrección final. El padre M. García Cordero (111) resume acertadamente
las ideas de Pablo: "En realidad para Pablo, con la resurrección de Cristo, el "eón
futuro" (' olam ha-ba) ha comenzado ya, y existe en los fieles, como exigencia radical
de resurrección, una vez que se han asociado por el bautismo al misterio de la muerte
y resurrección de Cristo. Pero el "eón" definitivo, en su plena manifestación,
comenzará con la resurrección general al fin de los tiempos; y en esto el Apóstol
empalma la concepción ambiental judaica y la de los evangelios. Así, hay como dos
etapas en la asociación a Cristo: una, la existencia terrena del regenerado con el
bautismo, que debe caracterizarse por el hecho de "estar en Cristo”; y la segunda, que
se caracteriza por "estar con Cristo". La cual se desdobla en una primera etapa
provisional, después de la muerte, y otra definitiva, con la resurrección corporal, al fin
de los tiempos. En una perspectiva similar, los mártires del Apocalipsis están bajo el
altar, participando de la compañía del Cordero; pero están esperando que se complete
el número de los que luchan en la historia de la Iglesia. Con el juicio final, vendrá la
"segunda muerte" o discriminación definitiva de los hombres".
Para explicar los sufrimientos y muerte expiatoria de Jesús, la Iglesia echó mano -
siguiendo en esto al mismo Jesucristo- de la figura del Siervo de Yahweh, delineada en
el Deuteroisaías (Isaías 53): un justo que muere por los demás. Geza Vermes, de
Oxford, opina que ya en el siglo r los mismos judíos consideraban el sacrificio de Isaac -
llamado por ellos por el clásico nombre de '"aqedá" (Gen 22)- como sacrificio
expiatorio: se habría llegado a la concepción de un sacrificio expiatorio, interpretando
Gen 22 (el sacrificio de Isaac) como un sacrificio de la misma clase que el sacrificio del
Siervo de Yahweh de Isaías 53. Tal conjunción se habría operado entre los judíos
independientemente del Nuevo Testamento, y, al parecer, ya antes del cristianismo:
en la persecución de Antíoco Epífanes IV, es cuando habrían llegado los judíos a
considerar el sacrificio de Isaac como expiatorio. Posteriormente -siguen las ideas de
Vermes- el valor de todos los sacrificios, el valor, incluso, del sacrificio tamid, o
sacrificio perpetuo que cada día tenía lugar en el Templo, se lo hizo depender del valor
expiatorio del sacrificio de Isaac. Estas ideas, de origen judío, habrían facilitado la
teología cristiana de la redención: el sacrificio expiatorio de Jesús es el sacrificio del
nuevo Isaac, teología desarrollada ampliamente por Pablo, pero que ya conoce el
evangelio más antiguo, Marcos (1).
Pero, aun admitiendo una preparación para el kerygma cristiano en estas ideas judías
del siglo I, quedaba en pie una grave dificultad para la Iglesia primitiva: que los judíos
esperaban en su mayoría un Mesías triunfante e inmortal.
Es lógico que la Iglesia se sirviera de este último motivo literario, dado que Jesús se
llamó a sí mismo "Hijo del Hombre", y que delante del Sanhedrín que le juzgaba se
identificó como el "Hijo del Hombre", que verían venir con sus ángeles sobre las nubes
(cf. Mt. 26, 64; Mc 14, 62; Lc 22, 69). Mas la presentación de la resurrección de Jesús
en estilo apocalíptico, como exaltación del Hijo del Hombre, aunque primitiva, no tuvo
mucha boga en parte por la desconfianza que en judíos y cristianos (3) inspiraba la
apocalíptica (4); y, en parte, porque una presentación apocalíptica, recargada de
elementos imaginarios, no se prestaba para predicar un tema polémico como el de la
Resurrección. De todos modos, algunos restos de estilo apocalíptico quedan en la
tradición galilea de la resurrección del Señor, conservada en el evangelio de Mateo.
Pronto, había de imponerse la presentación de la resurrección con el motivo de la
resurrección de los muertos. Con él prefirió expresarse la tradición de Jerusalén,
representada por Lucas (Evangelios y Hechos) y por el Evangelio de Juan.
El motivo de la exaltación del "Hijo del hombre" arranca de Daniel (7, 14), libro
apocalíptico escrito, en su forma presente, entre 167-163 a. C. para dar ánimos a los
judíos perseguidos por Antíoco IV Epífanes. Dice Daniel que serán derrocadas las
cuatro bestias: el león (imperio caldeo), el oso (imperio de Darío el medo), el leopardo
con sus cuatro reyes: Ciro, Jerjes o Asuero, Artajerjes y Darío, el persa, y una cuarta
bestia, innominada, de diez cuernos (el imperio griego con sus diez reyes desde
Alejandro Magno a Antíoco IV Epífanes). Arruinados estos imperios, el imperio se dará
al Hijo del Hombre, figura colectiva (los santos del Señor o pueblo mesiánico) o
individual o las dos juntas; figura que, en todo caso, en círculos judíos apocalípticos
parece haber tenido significación individual mesiánica, y que la Iglesia primitiva, a
ejemplo de Cristo, tomó como tipo del Mesías (6).
Daniel 7, 13: "Proseguí viendo la visión nocturna y he aquí que en las nubes del cielo
venía como un 'Hijo del Hombre' que llegó hasta el Anciano (Dios) y fue llevado ante Él.
14 Y le fue dado señorío, gloria e imperio, y todos los pueblos, naciones y lenguas le
servirán: su señorío es eterno, no pasa, y su imperio no será destruido". La misma
promesa en Daniel 7, 27, sólo que aquí el Hijo del Hombre se llama "el pueblo de los
santos del Altísimo".
Las palabras subrayadas evocan la exaltación del "Hijo del Hombre". La escena anterior
ocurrió en la montaña de Galilea donde Jesús había dicho que se aparecería (Mt 28,
16).
El texto de entronización de Jesús resucitado, que acabamos de citar, tiene por tanto
analogía con el relato de la transfiguración de Jesús, en el monte Tabor, de los tres
evangelios sinópticos (Mc 9, 2-10; Mt 17, 1-9; Lc 9, 28-36). El texto de la
transfiguración parece tener (10) estrecho parentesco con el relato anterior de la 2.ª
Carta de Pedro: debajo de los tres relatos sinópticos de la transfiguración subyace una
narración presinóptica de una aparición de Jesús resucitado, como la de 2 Ped,
relacionada con otra aparición parecida del ministerio de Jesús. Tal cual la catequesis
primitiva nos ha transmitido el relato de la transfiguración, éste se ordena a proyectar
el triunfo esplendoroso de Jesús resucitado sobre la profecía de Jesús de su Pasión, y
sobre la dura exigencia de seguir los discípulos el camino de la Cruz (Me 8, 31- 38). Tal
es el "Sitz im Leben" del relato de la transfiguración. A esta impostación de la
transfiguración se refiere Me 9, 1 (cf. Mt 16, 27 ss.; Le 9, .26 ss.), cuando,
inmediatamente antes de narrarla, pone el dicho del Señor: ''En verdad os digo, que
algunos de los presentes no gustarán la muerte sin que vean venir el reino de Dios en
poderío": es la alusión a la venida gloriosa del "Hijo del Hombre" sobre la "santa
montaña" de Galilea después de resucitado (11).
El motivo del "Hijo del Hombre" se prestó, pues, para que la primitiva comunidad
cristiana de Galilea representase la resurrección de Cristo como el "Hijo del Hombre"
exaltado. Lo acabamos de ver.
4. Otro texto apocalíptico de Daniel utilizado por la Iglesia primitiva para predicar a
Cristo resucitado.
Pero hay otro tema apocalíptico, también del libro de Daniel -el libro apocalíptico por
excelencia del canon veterotestamentario- que utilizó la Iglesia primitiva para describir
la figura del Resucitado. Nos referimos a Daniel 10, 4-12:
"Y el día veinticuatro del primer mes estaba yo a la orilla del gran río, el Tigris.
Y alcé los ojos, miré y he aquí que un hombre vestido de lino y ceñidos sus
lomos de oro y de en medio de él (refulgía) luz. Su cuerpo era como la piedra
de Tarsis, su rostro como fulgor de relámpago; sus ojos cual dos antorchas
encendidas; sus brazos y sus piernas como bronce bruñido y el rumor de sus
palabras como voz de truenos. Solamente yo, Daniel, contemplé la visión, pues
los hombres que estaban conmigo no la vieron: un gran terror cayó sobre ellos
y huyeron a esconderse ... Y al oír el rumor de sus palabras, al percibirlo, caí de
bruces desmayado, rostro en tierra. Mas he aquí que una mano me tocó, y
sacudiéndome hizo que me enderezara sobre mis rodillas y las palmas de mis
manos."
Léase Apoc 1, 9-19, y se verá que Juan describe al "Hijo del Hombre", que "viene sobre
las nubes" (Apoc 1, 7), con trazos de literatura apocalíptica, y que se inspira en la
aparición del "hombre" que acabamos de relatar (Daniel 10, 4-12). Diversos trazos del
relato de la transfiguración, antes mencionado, se inspiran también en la anterior
aparición del ángel a Daniel.
En realidad de verdad el estilo apocalíptico está muy poco representado en los relatos
evangélicos de la Resurrección. Mt 28, 17-20, arriba citado, evita los trazos
apocalípticos, y se contenta con proclamar la. exaltación del Resucitado, sin incluso
llamarle allí "Hijo del Hombre". Según Seidensticker (12) el correr de la piedra del
sepulcro por el ángel del Señor, el domingo de la Resurrección por la mañana, acusa
también estilo apocalíptico en Mt 28, 2-5. La narración del mismo hecho por Mc y Lc
adopta un estilo llanamente histórico.
Mt 28, 2-5: "De pronto se produjo un gran temblor de tierra, pues un ángel del Señor
bajando del cielo y acercándose, hizo rodar de su sitio la losa y se sentó sobre ella. Era
su aspecto como relámpago y su vestidura blanca como la nieve. Por miedo de él se
pusieron a temblar los guardias y quedaron como muertos. Tomando la palabra el
ángel, dijo a las mujeres: No temáis vosotras, que ya sé que buscáis a Jesús el
Crucificado: no está aquí; resucitó como dijo; venid y ved el lugar donde estuvo
puesto".
El estilo apocalíptico de este texto de Mateo lo hemos visto en la visión del ángel de
Daniel 10, 5 ss. y en Apocalipsis 1, 13 ss.
Este pintoresco relato del libro judío Pirqé de Rabbí Eliézer (n.º 41), a primera vista,
tiene poco que ver con la resurrección de algunos muertos de Mt 27, pero habida
cuenta que según los judíos -así el Targum a Habacuc cap. 3- la teofanía del Monte
Sinaí es prefiguración de la aparición o "parusía" final, y teniendo en cuenta que la
Resurrección de Cristo según el Nuevo Testamento inaugura los tiempos finales, el
esjatón, cabría ver en la resurrección de Mt 27, 51 ss., una evocación de la haggadá
judía aducida.
Pero tal comparación de resurrecciones no parece posible, pues el relato judío es,
según parece, posterior al siglo I, ya que R. 'Aqiba (t 135 d. C.), tratando el tema del
Sinaí, ignora tal leyenda, tal haggadá. Ésta parece haber surgido dentro del judaísmo
para probar que, de los Mandamientos, sólo los dos primeros fueron pronunciados por
Dios directamente, mientras que el resto fueron pronunciados por Moisés. El interés
en distinguir mandamientos pronunciados por Dios o por Moisés deriva de la polémica
judeocristiana empezada a final del siglo I: para que los cristianos no dijesen que de
todos los mandamientos de la Antigua Ley -613- únicamente quedaban en pie los 10
Mandamientos pronunciados por Dios mismo en el Sinaí, los judíos dejaron en boca de
Dios nada más que los dos primeros, y con tal ocasión -es decir con posterioridad a
Mateo- inventaron la haggadá de la resurrección de los muertos.
Por tanto la tradición judía de los Pirqé y las más breves del Targum Pseudojonatán a
Ex 20, 18 ("Todo el pueblo [en el Sinaí] veía las voces y las antorchas y la voz de la
trompeta que resucitaba a los muertos") no prueban que la resurrección de muertos
de Mt 27, 51 ss. sea solamente una haggadá de estilo escatológico y apocalíptico sin
substancia histórica.
1 Tim 3, 16: "El que ha sido manifestado en la carne (= en naturaleza humana) ha sido
justificado en el espíritu, ha sido visto de los ángeles, ha sido proclamado a los gentiles,
ha sido creído en el mundo, ha sido levantado a la gloria".
Ef 4, 10: "El que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para
llenarlo todo".
El mismo tema en 1 Ped 3, 18: "Muerto según la carne, vivificado según es espíritu ...
22 el que, habiendo ido al cielo, está a la diestra de Dios, y le están sometidos los
ángeles, las dominaciones y las potestades".
7. Segundo modo de proclamar la Resurrección del Señor: por referencia a la
resurrección escatológica de los muertos.
Las apariciones del Evangelio de Lucas (24, 36-43), de Hechos de los Apóstoles, de Juan
20, 19-23 (apariciones a los discípulos), de Lucas 24, 13-35 (a los discípulos de Emaús),
de Juan 20, 11-18 (a María Magdalena), 20, 24-29 (aparición al apóstol Tomás), están
relacionadas con el estilo de la resurrección final de los muertos. En ellas los discípulos
reconocen a Jesús que habían conocido antes de morir (17). Son tradiciones
jerosolimitanas.
Aunque tradiciones distintas de la tradición galilaica, Lucas 24, 36-43 y Juan 20, 19-23
tienen un fondo común a la tradición galilaica y jerosolimitana.
En Jn 20, 19-23 cabe percibir un eco de las palabras de Jesús a los apóstoles, a que se
refiere Mt 28, 18 ss.: "Se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra. 19 Id,
pues, y haced discípulos a todas las gentes, etc. ... ". Sólo que Juan no tiene interés en
las palabras que interesaba destacar en tiempo de Mateo, cuando aún hervía la
polémica sobre si se debía predicar a los gentiles o sólo a los judíos. En tiempo de Juan,
al final del siglo primero, no existía ya tal problema.
Por su parte Le 24, 49 ("permaneced quietos en la ciudad hasta que seáis revestidos de
la fortaleza de lo Alto") promete la presencia del Espíritu Santo en correspondencia a
Mt 28, 20b ("Y sabed que estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos").
Lucas 24, 36-49 nos brinda, en tradición de Jerusalén, el mismo relato de Jn 20, 19-23,
pero ampliado con adiciones redaccionales del propio Lucas (vg. vv. 44-46 y 48 y parte
de los vv. 47 y 49). El de Lucas es un relato típico de identificación.
Rom 10, 9: "Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor, y en tu corazón crees que Dios
le despertó de entre los muertos".
1 Tes 1, 10: "Esperar así a su Hijo Jesús que ha de venir de los cielos, a quien despertó
de entre los muertos".
El terremoto que acompañó la muerte de Jesús (Mt 27, 51), y la resurrección de santos
el Viernes Santo, que se aparecieron tras la resurrección de Jesús (cf. Mt 27, 51-53), sin
duda hicieron pensar a los primeros seguidores de Cristo que la resurrección del Señor
era signo de que había llegado ya la resurrección de los muertos, la época final de la
historia o parusía, máxime, que la historia del judaísmo no conocía resurrección como
la de Jesús, resurrección "gloriosa", transformante (20). Cristo ha muerto por nuestros
pecados "para librarnos de este mundo perverso", dice Pablo (Gal 1, 4). El mundo
perverso es el 'olam ha-zeh, el mundo malo, y el mundo en que nos ha introducido
Cristo es el 'olam ha-ba, el mundo venidero, el de la santidad, que, según el judaísmo,
estaría introducido por la resurrección de los muertos.
Hasta ahora hemos estudiado el estilo apocalíptico (exaltación del "Hijo del Hombre")
y el estilo escatológico (la resurrección final de los muertos), de que se valió la
Comunidad cristiana primitiva para pregonar el acontecimiento central de la fe, la
Resurrección del Señor.
Lucas, al comienzo de los Hechos de los Apóstoles (Hch 1, 3) habla de Jesús "que se
había presentado vivo, con muchas pruebas evidentes, durante cuarenta días ... ".
Los dos discípulos de Emaús se refirieron, cuando hablaban con Jesús sin reconocerle,
a "algunas mujeres ... que volvieron diciendo habérseles aparecido ángeles, que decían
que vive" (cf. Lc 24, 23 y 24, 5).
Esta nueva formulación que se lee en Lucas, tiene la ventaja -aparte de su mayor
receptividad para el mundo pagano- de evitar una concepción de la Resurrección
demasiado material, como una simple vivificación de un cadáver, como un simple
retorno del cuerpo muerto a la misma vida de antes de morir.
10. Pablo en las epístolas efesinas distingue la vida en Cristo de los cristianos, de la
resurrección de Jesús y de la resurrección final de los muertos.
San Pablo expresa el hecho- pascual raramente con la palabra "resurrección"; más bien
prefiere las palabras "despertar" y "vida". Pero este último término, "vida", "viviente",
etc., en las epístolas efesinas lo utiliza única y exclusivamente de la vida en Cristo de
los cristianos, efecto de la resurrección de Jesús.
M. Carrez (22) ha notado el cuidado que pone Pablo, en dichas epístolas, en reservar el
término "resurrección" para la Resurrección histórica de Jesús y para la resurrección
final de los hombres; y en atribuir el término "vida", únicamente, a la vida en Cristo de
los cristianos, aquí y ahora.
Esta selección de términos, por parte del Apóstol, ha de estar presente, para hacerla
correcta, en la teología contemporánea de los novísimos que atribuye un papel central
a la escatología, y en toda la teología de la resurrección de Cristo. El papel de la
resurrección de Cristo, según algunos teólogos, no quedaría reducido, como en la
teología clásica, a ser la resurrección de Cristo causa eficiente y ejemplar de nuestra
futura resurrección; sino que implicaría una verdadera y real transformación de toda la
realidad, de modo que se puede decir "que en Él (Cristo) están ya, efectivamente,
resucitados todos los hombres y renovado el mismo cosmos" (25).
Por estas citas se ve que E. Ruffini, Urs von Balthasar y los teólogos contemporáneos a
quienes resumen, admiten, basados en el Nuevo Testamento, una conresurrección de
los hombres con Cristo, real, efectiva, aunque para nosotros, hombres situados en el
tiempo en que hay "ahora" y "después", tal conresurrección ocurra en el futuro, en el
"después".
Pablo, según hemos visto, puntualiza en las epístolas "efesinas", que la resurrección de
los hombres cae en el "después", en el final de los tiempos, contrariamente a la
resurrección de Cristo y la "vida" en Cristo · de los cristianos, que son de "ahora".
El Apóstol habla en una perspectiva de tiempo, en que hay antes y después; los
teólogos aludidos se sitúan en perspectiva de eternidad donde no hay duración
sucesiva, ni antes ni después, donde la Resurrección de Jesús y la de los hombres es
una cosa "real, efectiva" e inmutablemente presente.
En Col 3, 1 Pablo parece hablar de la "consurrección" de los cristianos con Cristo: "si
consurrexistis cum Christo, quae sursum sunt quaerite". Así traduce la Vulgata. Sin
embargo el texto griego evita la palabra "consurrección": dice "synegérzete" ("si habéis
condespertado"), evita, refiriéndose a los cristianos, la voz anistánai, anástasis
(resucitar, resurrección); estas palabras sólo son aplicables a la resurrección de Cristo y
a la resurrección final de los hombres, Por eso decíamos que la selección del léxico
resurreccionista de Pablo tiene incidencia en las especulaciones teológicas.
En las páginas que preceden hemos señalado los tres modos de predicar la Iglesia
primitiva la Resurrección de Cristo: con estilo apocalíptico, con estilo escatológico y
con la simple afirmación de estar Jesús "vivo".
12. ¿Qué se entiende por "Cristo resucitó de entre los muertos"? Tendencia a
eliminar el cuerpo físico como sujeto de resurrección.
Partiendo de una premisa discutible, que "Soma" significa para Pablo la persona (31),
he aquí como un preclaro teólogo anglicano, A. M. Hunter, explica la resurrección
siguiendo a Pablo: "El modo de la vida celeste del cristiano es un 'cuerpo espiritual' (1
Cor 15, 35 ss.; 2 Cor 5, ss.; Fil 3, 20 ss.). Pablo sostiene que la vida futura es un don de
Dios, no (como creían los griegos) una posesión natural del hombre. También insiste,
como buen judío, en la vida del resucitado en una naturaleza 'incorporada'. Su interés
y su esperanza no es la inmortalidad del alma, sino la resurrección del cuerpo. Pero
cuando usa la palabra 'cuerpo' (Soma) no espera una revivificación de nuestro ser
físico -una resurrección de despojos- 'la carne y la sangre', dice 'no pueden heredar el
reino (eterno) de Dios' (1 Cor 15, 50). Para Pablo, el cuerpo es el principio de identidad
que persiste a través de todos los cambios de substancia -'organismo' o 'persona' quizá
darían su significado-. Ahora el cuerpo tiene un medio material de expresión
acomodado a esta esfera terrenal; después Dios le dará una nueva incorporación
acomodada al mundo celeste -un cuerpo de gloria, un espíritu-cuerpo-. Nuestros
cuerpos, imperfectos ('lowly'), serán cambiados para asemejarse al cuerpo glorioso de
Cristo (Fil 3, 21) -el cuerpo investido con la gloria de otro mundo que Pablo viera en el
camino de Damasco-. 'Así como hemos llevado la semejanza del hombre de tierra, así
llevaremos la semejanza del hombre celeste' " (1 Cor 15, 49)
Mucho dudamos que Pablo, la Iglesia primitiva -nada digamos de la Iglesia posterior-
hayan entendido la resurrección tan "espiritualizada", tan "desencarnada" como se
propone. Bien está que, al tratar este tema, eviten los exegetas explicarlo con las
categorías conceptuales griegas de "cuerpo y espíritu", extrañas en gran parte a la
antropología judaica más antigua, aunque no extrañas a Pablo y al judaísmo del siglo
primero de nuestra era, y aun antes; pero no sería científico abordar el tema con
categorías de pensar modernas, ajenas al pensar- judaico; por ejemplo, sería
inaceptable que se retroproyectase a Pablo, a los evangelistas o a los judíos del siglo I,
la idea o prejuicio de que el cuerpo, la carne, no puede ser resucitada y pneumatizada,
o la idea moderna, de que puede existir resurrección sin sepulcro vacío.
Es inaceptable que en el mismo tema de la resurrección (de Cristo), por una parte, se
acepte y esgrima como argumento la discutible antropología "monística" hebrea, a
pesar de ser tan imperfecta; y por otra, no se acepte el pensamiento hebreo, asumido
por el Nuevo Testamento, de una resurrección que afecta a la corporeidad habida por
el resucitado, una resurrección que afecta a los sepulcros, y respecto a los muertos,
una resurrección situada siempre en el futuro. Tampoco es aceptable esgrimir dicha
antropología "monística" hebrea, que define al hombre como "cuerpo animado", y,
tratándose de la resurrección, desligar ésta del cuerpo y ceñirla a "la persona", a la que
se entrega otro cuerpo, "una capacidad de comunicación", sin conexión alguna con el
cuerpo terrestre (35*).
Sin negar que Soma signifique entre otras cosas y por sinécdoque la persona, creemos
que los judíos y, con ellos los evangelistas y Pablo hablan de resurrección de los
muertos, incluyendo como primer dato la resurrección de la carne y el sepulcro vacío.
Para evangelistas y Pablo la resurrección de los muertos era tanto como la
resurrección de Lázaro más la pneumatización de la carne resucitada. Era hacer, la
gracia de Dios, de un cuerpo muerto, un cuerpo vivo y pneumatizado.
Y no es objeción que el cuerpo físico del hombre cambie cada siete años, pues este
aserto no se extiende a las células nerviosas, y particularmente al código genético que
es el mismo para un hombre desde que es engendrado hasta que muere; y es ese
código genético el que determina su identidad.
El cuerpo de Cristo no conoció la corrupción porque fue resucitado "al tercer día", que
según la concepción judía -(Qohelet Rabba 12, 6; Wa-Yiqra Rabba 18, 1)- era el tiempo
en que el cuerpo estaba aún acompañado por el ruah, espíritu, que al cuarto, se
alejaba dejando al cuerpo entregado a la corrupción; fue resucitado "al tercer día",
término en que Dios intervenía para librar al justo según los Midrashim Bereshit Rabba
91 y Ester Rabba 9 (39). El cuerpo no quedó, pues, en el sepulcro. Si el cuerpo de Cristo
hubiera quedado en el sepulcro, no hubiera podido predicarse en Jerusalén, un solo
día, una sola hora, el kerygma de la Resurrección (P. Althaus).
Terminemos con las palabras de J. Kremer y C. Martelet (40) que reflejan nuestro
pensamiento sobre el particular. Dice Kremer: "
Martelet, a su vez, afirma sin ambages, que o se reduce la resurrección de Jesús a mera
inmortalidad del alma, o implica forzosamente la victoria sobre la muerte,
precisamente donde la muerte ha reportado su triunfo, a saber, el cuerpo físico: "Si el
mensaje 'Jesús que ha muerto vive hoy día' es el mensaje de la Resurrección, esto
significa que en Jesús el reino de la muerte ha sido realmente aniquilado. Pretender en
plena historia que Cristo está sustraído para siempre a la muerte, supone que tal
victoria ha sido ganada en el lugar mismo de la derrota, y que la vida debe ganar su
victoria para siempre en el cuerpo mismo donde la muerte ha dejado las huellas de su
victoria. Es imposible decir que Jesús ha resucitado verdaderamente de los muertos y
mostrar al mismo tiempo su cadáver. La hipótesis a la que recurren Le Roy y tantos
otros después de él -una resurrección tan "espiritual" que quede sin relación con el
contenido de la tumba-, es, en el caso del Señor, la negación misma de la Resurrección,
es su volatilización en el esquema sorprendente de la inmortalidad. En efecto,
únicamente la 'inmortalidad', en el sentido más dualista de la palabra, es
verdaderamente compatible con tal olvido o desdén del cuerpo o al menos de sus
'restos' en la muerte:
"Si es, pues, verdad, continúa el docto jesuita, que el Evangelio ignora una
'resurrección' de Jesús reducida a la reanimación del cadáver, de la misma
manera ignora una 'resurrección' en la que los despojos de Jesús no fueran
transmutados nunca, de manera inefable, pero cierta. La trascendencia de la
Resurrección pasa por la humildad de la tumba y transfigura en su gloria el
signo de la muerte ... De hecho, la sola Resurrección, de que da testimonio el
Evangelio, alcanza a Jesús en pleno cuerpo, si puedo hablar así, como la
muerte lo ha hecho; abole en él (en el cuerpo), transfigurándolo sin destruirlo,
toda relación con el mundo de la muerte. Para los relatos evangélicos, Jesús
resucitado, por 1ó menos, significa que sus despojos han sido sustraídos
totalmente al reino, hasta entonces inviolado, de la entropía y de la muerte.
Dudar de este punto es hacer de la 'Resurrección' 'un mito simbólico de la pura
y simple inmortalidad' " (pp. 76-78).
Pedro, Pablo, los evangelistas, la Iglesia primitiva creían que Cristo había resucitado.
¿Resucitó verdaderamente?
Las más antiguas son afirmaciones breves -se las llama "profesiones de fe"- del hecho
de la Resurrección de Jesús: Rom 10, 9: "Jesús es el Señor; Dios lo ha resucitado de los
muertos"; 1 Cor 15, 1-5: "Cristo ha muerto por nuestros pecados, según las Escrituras,
y ha sido sepultado; ha resucitado al tercer día, según las Escrituras, y se ha aparecido
a Pedro y a los Doce".
Más tarde, se pasa a las formas narrativas, representadas por los relatos evangélicos
del sepulcro vacío y de las apariciones.
Para probar la historicidad de la Resurrección, las fuentes más importantes son las
fórmulas de fe, profusamente repetidas en el Nuevo Testamento en tono entusiasta,
apodíctico y comprometedor y los relatos de las apariciones. Los relatos del sepulcro
vacío tienen valor confirmativo de las apariciones.
Estas son las concesiones que el eximio exegeta alemán hace, ya desde el catolicismo,
a la crítica contemporánea de los relatos de la Resurrección.
Mas, pagados a la crítica sus derechos, que no todos hacen con tanta generosidad, una
cosa queda en pie para estos autores y para los exegetas no radicalizados (52): que,
tras las fórmulas y los relatos, hay una fe; y tras la fe, un hecho histórico: La
Resurrección del Señor.
1) El entusiasmo, la iteración, que acompaña a la fórmula "Cristo ha resucitado", no
puede explicarse por un entusiasmo colectivo de discípulos o multitudes, anterior a la
Pasión: tal entusiasmo había quedado pulverizado con los sucesos de la Pasión. Y no
puede explicarse por una alucinación de Pedro u otro discípulo, contagiada; pues tal
anormalidad psíquica difícilmente pudo prender en discípulos derrotados y
desconfiados, que no prestaron fe a los primeros relatos del sepulcro vacío o de
aparición; y, mucho menos, pudo prender en las multitudes y embarcarlas
alegremente en una vida de compromiso, de renuncias y de martirio (53).
3) Pero el hecho histórico de haber Cristo resucitado, ese sí que cae en el campo de la
experiencia histórica: si Jesús, después de muerto, se ha aparecido, si ha sido visto por
testigos, es que Cristo ha resucitado. Un testimonio de toda garantía lo asegura. Dice
Pablo en 1 Cor 15, 3-5: "Os he entregado (masárti) lo que he recibido (qibbálti):
a) que (hoti) Cristo murió por nuestros pecados (ypér amartión emón) según las
Escrituras;
c) y que (hoti) fue resucitado (egégertai = ha sido despertado) al día tercero (te eméra
te tríte), según las Escrituras;
Tampoco es paulina la expresión "según las Escrituras" (56); Pablo dice "como está
escrito".
No es griego de Pablo colocar el ordinal tras el nombre ("día tercero"). Sólo en este
pasaje de Pablo y en fórmula de fe de 1 Tim 3, 16 se emplea el pasivo ófze (fue visto =
se apareció). Finalmente, a los Apóstoles se les llama en este texto "los Doce”; lo
normal es que los llame "apóstoles" (57).
Todo esto indica que Pablo transmite una fórmula recibida, de tradición.
La eficacia probativa de 1 Cor 15, 3-5 es mucha, lo que explica que se haya excogitado
toda suerte de argucias para mermarle valor: por ejemplo, etáfe (fue sepultado) sería
un verbo secundario, arrastrado por el verbo anterior ("murió"), como consecuencia
que "se supone" (si murió, se infiere -aunque no haya constancia histórica que fue
sepultado), pero desprovisto de valor histórico real, y por lo mismo -suprimido
semánticamente el verbo "fue sepultado"-, lo único que diría Pablo es que Cristo murió
y resucitó; lo que permite entender la resurrección, no como el resurgir de un muerto,
sino como el pervivir en la doctrina.
Estas argucias carecen de fundamento: etáfe ("fue sepultado") es un verbo puesto con
intención semántica precisa: confirmar que murió, kai hoti etáfe ("y que fue
sepultado"), y que el que murió y fue sepultado, ese mismo "resucitó". Para que nadie
piense en una resurrección metafórica, se añade "y que se apareció", como
confirmación de que "fue resucitado". Y que "se apareció" es auténtico y primitivo se
deduce de que ófze (fue visto = se apareció) "a Pedro y los Doce" se emplea siempre
seguido de la persona a quien se aparece; lo cual ocurre aun en el caso de
"aparecerse" muchas veces, como en Hch 1, 3 (optanámenos); y es forzoso que ocurra,
con más razón, cuando, como en nuestro texto, se trata de "aparecerse", una vez,
como indica la forma aoristo ófze (60).
Murió: no fue enterrado vivo, saliendo del sepulcro una vez recobrados conocimiento y
fuerzas, como algunos han soñado: Murió: no fue envuelto vivo en la sábana santa,
como publicó hace unos años (12 febrero de 1970) la sedicente "Fundación
Internacional del Santo Sudario" asentada en Suiza, cuyo comunicado aseguraba que,
según el fallo de los científicos -todo sin nombres-, el sudario de Turín había envuelto a
un cuerpo vivo, porque un muerto no podía haber dejado tanta sangre en el sudario.
Una de dos: o el sudario de Turín no es el que envolvió el cadáver de Jesús, o si es el
auténtico, esos científicos -sin nombre- yerran (61).
Fue sepultado: lo que, junto con el verbo siguiente ("fue resucitado"), prueba que
Pablo conocía la tradición del sepulcro vacío; y que la tradición del sepulcro vacío es
primitiva, contrariamente a lo que algunos dicen: que Pablo desconocía la tradición del
sepulcro vacío, que Pablo y la primitiva Comunidad cristiana solamente se referían a
una Resurrección espiritual, pneumática, sin implicar el sepulcro y el cuerpo, y que,
únicamente más tarde, se pasó de la Resurrección pneumática a una resurrección
materializada de los Evangelios (62).
Se apareció a Pedro y a los Doce: ófze (fue visto = se dejó ver = se reveló) no significa
que Cefas, los Doce, etcétera, tuvieron una visión puramente subjetiva, fabricada
desde dentro, una experiencia íntima sin causación exterior. Tal interpretación,
intimista y subjetiva de ófze, ha sido puesta por exegetas radicalizados como punto de
arranque y origen de la "Resurrección": Cefas y los otros Apóstoles habrían tenido una
experiencia subjetiva de que Cristo vivía (primera fase); y, como los judíos no
entendían el vivir sin tener cuerpo, a ese Cristo viviente se le dio cuerpo; uniendo el
hecho de que Cristo había muerto y la idea de que vivía con cuerpo, se llegó a creer
que Cristo había resucitado, creencia fácil de aceptar porque, según la apocalíptica
judía, los demás muertos habrían de resucitar (segunda fase); y si Jesús resucitó es
porque su sepulcro quedó vacío (tercera fase). En breve: según cierta exégesis radical,
la visión (subjetiva) creó el acontecimiento; "fue visto", dio origen a "fue resucitado";
"fue resucitado", dio origen a "fue sepultado y abandonó el sepulcro". Los hechos
habrían tenido esta secuencia: "fue visto" (visión subjetiva); "fue resucitado" (creencia
deducida por interpretación); "fue sepultado y abandonó el sepulcro" (creencia
deducida por interpretación).
Exégesis tan radical invierte arbitrariamente el orden de los hechos de 1 Cor 15, 3-5;
pues, según este texto, no es la visión la que crea el acontecimiento, sino el
acontecimiento (la resurrección) el que motiva la visión.
Efectivamente, ófze significa "se apareció": aparición más que "visión". Ya hemos
señalado que traduce el hebreo nir'ah o el arameo ithame, que significa "se apareció"
(63).
El verbo ofzénai de la LXX puede significar hacerse Dios presente sin hacerse visible,
aunque en algunos casos (vg. Ex 16, 10; Lev 9, 6.23 ...) implica a la vez presencia y
visión real. La única teofanía neotestamentaria en que hay presencia sin visibilidad real
es la de Apoc 4, 1 ss… que ocurre en el cielo, no en la tierra.
El verbo ofzénai es, pues, un verbo de revelación; significa que alguien se revela a
alguien. A esta misma conclusión se llega, si observamos que, en contextos de
revelación del Señor, ofzénai se substituye por los verbos "revelarse", "manifestarse”;
así en el discurso de Cesarea ante Cornelio, Pedro dice: "A Éste (a Cristo) Dios le
resucitó al tercer día, y le concedió la gracia de manifestarse" (Hch 10, 40; cf. Rom 10,
20, Is 65, l); y Juan dice: "una vez resucitado de entre los muertos, Jesús se manifestó
(eianéroze) a los discípulos" (Jn 21, 14; cf. 21, 1).
No puede subsistir duda de que ófze significa aparición real, objetiva manifestación
que se impone desde fuera, si examinamos el sentido de tal verbo en pasajes paralelos
de los Evangelios: Lc 24, 34; Hch 9, 17; 13, 31.
El aparecido del N. Testamento es un ser objetivo, que reviste forma corporal, que es
idéntico al Jesús de antes de la muerte.
Si Pablo hubiera entendido el aparecerse a Cefas, a los Doce, a sí mismo, etc., como
visión subjetiva, sin presencia real de Cristo resucitado, ¿qué sentido tiene toda su
argumentación en 1 Cor 15: Cristo se ha aparecido; luego, ha resucitado; luego, hay
resurrección de los muertos?
Por todo lo cual, queda claro que un texto, tan antiguo como 1 Cor 15, 3-5, testifica
que Jesucristo, después de muerto y sepultado, se apareció a Cefas y a los doce, y por
tanto, que resucitó.
De estas apariciones dan cuenta los cuatro evangelistas, con las discrepancias
cronológicas y topográficas anteriormente mencionadas:
Algunos exegetas han pretendido descubrir en los relatos de las apariciones una
evolución: primeramente habrían sido apariciones de índole psicológica o espiritual
que, después, la Comunidad cristiana habría materializado; primeramente, las
apariciones habrían sido a personas privadas (Magdalena, Pedro) ; después, para
darles más fuerza, las habría convertido en apariciones colectivas (a los doce, a los
quinientos hermanos); primeramente, las apariciones se habrían situado en Galilea;
posteriormente, en Jerusalén.
Pero esta triple evolución no está textualmente justificada: los Evangelios presentan
como simultánea la Resurrección "corporal" y "pneumática"; lo mismo hace Pablo, el
hagiógrafo que más "espiritualiza" el hecho pascual. Los Evangelios (Lc, Jn) presentan,
como simultáneas, apariciones privadas y la colectiva a los Once; y señalan
únicamente, o como primeras, las apariciones de Jerusalén, no las de Galilea.
No cabe, pues, admitir en los relatos evangélicos este tipo de evolución; cabe, en
cambio, admitir una cierta evolución apologética, teológica y de edificación (65); pero,
"si los textos más tardíos están más explícitos en algunos puntos (vg. insistencia en la
'corporeidad' del Resucitado de Lucas y Juan, autentificación de la Resurrección
'porque ya estaba predicha en las Escrituras' en los relatos de Lucas (Evangelio y
Hechos), atención especial al perdón de los pecados en Juan, orden de evangelizar a
todos los pueblos en Mt, etc., y reflejan preocupaciones que fueron surgiendo
posteriormente, es muy explicable; pero, esto. no lo hacen deformando el testimonio
primitivo, sino que, continuando en la misma línea, explican lo que estaba contenido
en él, aun acudiendo a procedimientos midráshicos" (66).
Juan también las sitúa en Jerusalén (menos en su último capítulo que se considera
añadido), hecho muy significativo, porque el Evangelio de Juan tiene afición especial a
Galilea (67). Esto parece indicar que no fueron únicamente las preocupaciones
teológicas de Lucas causa de la localización de las apariciones en la Ciudad Santa o sus
aledaños, sino que Lucas y Juan simplemente recogieron en este punto una tradición
existente, distinta de la de Mateo y Marcos, quienes las sitúan en Galilea.
El detallado estudio de A. George, "Les récits d'apparitions aux once a partir de Lc 24,
36-53" (71), llega a semejante conclusión positiva: "El examen crítico de la tradición
nos ha permitido retrotraer a la más primitiva tradición un conjunto de datos
importantes: la aparición del Resucitado a los Once, las dudas de éstos, su
convencimiento de la realidad del Resucitado, la vinculación que desde el principio
establecieron entre su visión y su misión apostólica" (pp. 103 ss.). "Éstos fueron los
primeros trazos que percibieron en el asunto pascual los primeros testigos" (p. 104).
La narración del sepulcro vacío de Marcos 16, 1-8 no fue para la Iglesia primitiva -ni ha
de ser para nosotros prueba del mismo valor que las apariciones. Pablo no menciona
nunca la prueba del sepulcro vacío. La Iglesia primitiva le dio valor de prueba "a
posteriori”: probada por las apariciones la realidad de la Resurrección, la tumba vacía
la confirma. Por sí mismo el sepulcro vacío sirve para "orientar" hacia la Resurrección
(73). Conocida la resurrección por las apariciones y por el testimonio del ángel en el
sepulcro, es lógico que la Iglesia primitiva pensase que el sepulcro estaba vacío,
máxime, que la concepción semita de la resurrección implica forzosamente el cuerpo
físico.
Pero sería contrario a la verdad sostener, como Goguel y otros exegetas radicales, que
el sepulcro vacío es una invención apologética para probar que Cristo había resucitado:
ha resucitado -dirían los Apóstoles- porque su sepulcro fue encontrado vacío por las
mujeres.
Igualmente sería opuesto a la verdad afirmar que el cuerpo de Cristo fue echado a una
fosa común, contrariamente a lo que dice Mc 15, 42-46, que fue honrosamente
sepultado por el sanhedrita José de Arimatea. Efectivamente, la historia de la
tradición, la traditionsgeschichte de Mc 16, 1-8 llega a la conclusión que en Jerusalén -
no en Galilea como quiere Goguel- existió una tradición primitiva de haberse
encontrado vacío el sepulcro de Cristo, tradición utilizada en el culto y en las
peregrinaciones a la tumba del Señor para proclamar la Resurrección. Esta tradición,
de la que proviene el relato de Marcos 16, 1-8, se centra en un lugar preciso y
determinado de Jerusalén, existe poco tiempo después de haber tenido lugar la
muerte del Señor, menciona nombres propios de mujeres y el de José de Arimatea,
que de haber sido falsos habrían sido impugnados.
Esta tradición del sepulcro vacío, conocida por el kerigma primitivo, supone que Cristo
fue sepultado en un sepulcro honorable y no en la fosa común de los ajusticiados. Es lo
que narra Me 15, 42-46, narración que pertenece, al parecer, a la antigua tradición de
la Pasión del Señor. Una fosa común no pudo ser llamada "mnemeion" (memorial)
como llama Pablo en su discurso de Antioquía de Pisidia (Hch 13, 29; cf 2, 29) al
sepulcro de Jesús. No se infiere que el sepulcro fuese una fosa común, de que Pablo en
dicho discurso diga que (los judíos) "cuando hubieron cumplido todo lo que de él
estaba escrito, bajándole del madero, le pusieron en el sepulcro, mnemeion" (Hch 13,
29); porque como acabamos de señalar, mnemeion no puede significar fosa común, y
porque ézekan, "pusieron", puede tener sentido permisivo "dejaron poner", máxime
si, tras este discurso, vemos un uso hebreo o arameo, uno de tantos semitismos
detectados en Hechos (77). Esto en el supuesto de que el sujeto del versículo citado
sea "los judíos", como comúnmente se admite, sin tener en cuenta que en hebreo,
arameo y en griego semitizante, como éste del discurso, fácilmente se pasa de un
sujeto a otro sin expresarlo: en este versículo el sujeto lo mismo puede ser "los judíos"
que los "discípulos de Jesús".
Y por otro lado sabemos, por la tradición de Juan -Jn 19, 45s-, que fueron sus discípulos
quienes lo sepultaron, y hasta el sitio concreto en que fue inhumado: "En el lugar en
que había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que
nadie todavía había sido depositado. Pusieron allí a Jesús porque era el día de la
Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca"; cae, pues, por su base el
argumento de que los judíos lo arrojaran a la fosa común.
12. Conclusión: