La Ultima Niebla

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Maria Luisa Bomba1

LA ULTIMA
NIEBLA

SEGUNDA EDICIQN

E d i t o r i a l N a s c i m e n t o
SANTIAGO, C H I L E
1941
imprem cn lop talleres dc
la Ertituriol i4ssuii:tnto
A h u m a d a 1 2 1
Santiago de Ct;il$ 1931
r

A OEicexio Girondo
y a N o r a h Lunge.
cm1 adintracijri y grcitifvd.
- .
APARICIT DE U N A NQVELISTA

$or qui la c r i t h I Q C no
~ habd anunciado & Uhkd
Ni&, C Q ~ Oun libro importante? Pues, sin duda, Io t x
por donde quiera que se le: mire; tanto par Jo que da como
por Io que promete; y es justo y convetkate dedicar des-
& el principio especial atemi&, para dentarla y exigirle
a una escritora de tan singular temperamento y de tan po-
co común don artistic0 como se manifiestan en Ld UZtirna
Niebla.
TI

LANOVELA EN CHILE

La autora de La U&a Nitúid, María Luisa Bombal,


chilena argenchizada, procede de un pais donde el arte de
narrar ha sido predilección a pesar del universal Becairnien-
to de la noveia.rCierto que Chile no cuema, hasta hoy, con
ninguna de esas cuatro o cinco novelas americanas de circu-
lación internacion

... x
calidad literaria y en el foiklorisnio arcisticamentc precen-
tado,lcomo “LOS de abajo”, del mejicano, Mariano Azuela,
“Doña Bárbara”, del venezolano, Rómulo Gallega, “La
Vorágiid’, del cohmbianq Eustasiu Rivera, “Don &gun-
do Sombra”, de nu-stro Ricardo Güiraldes; p : su ~ produc-
ción novelesca es ¿e merecida consideraciiin. Sin contar ya
1
con Blest Gana, que pasa por haber creado la novela chile-
na desde su retiro de París, ya jubilado d: la diplomacia, ni
con Fcderico Gana y Baldomero LdIo, también desapa-
recidos? salgan aqui IQS nombres de Joaquín Edwards
Bello, Mariano Latorrc, Pedro Prado, Mirta Brunet, Ga-
rrido Merino, Goiizálet Vera, Jmaro Prieto, Guillermo
Labarca, Salvador Reyes, Augusto d”aimas, Eduardo
Barrios. Y,sin embarga, el influjo de ese ambicnte litera-
rio sobre María Luisa Bomba1 appnas ha podido alcanzar
a más quc a avisarla-quizi-sobre la vigencia todavía

actuaI dcl relato como procedimicnto circulante de cxpre-
sión y de creación. Pues, fuera de haber elegido la narra-
ción de una historia imaginada como medio de expresar-
SP, EI arte de la Bomba1 queda extraño al de sus cornpa.

íriotais. Los novelistas y cumtistas chilenos, con s n r p n -


dente disciplina, se han aplicado y SE siguen aplicando a
cumplir una concepción naturaiista del arte de narrar, Y
cuanto más denodadamente han rratado estos escritores, de
‘hdependizard’, romando sus teemas del c m p o y de las
ciudades de su país, de sus minas ¿e carbón, de sus pesca-
dores, agxiculmres y ganaderos, de sus viajeros ricos, de
I
8
.-
Lc.nil-

sus niiias de dancing, de sus POtQS y huasos, cuanto in&


nacionalistas se muestran en la elección de los materiales,
más sometidos siguen a la fórmula naturalista de la now-
la, no la de 10s sensitivos y atormentados hermanos Gon-
court sino tal como la hizo triunfar por unos Iustros eel
poderoso %la. Declarrmos c m gusto que en este terreno
los escritormeshan dado a su patria un bbque dc literatura
de indudable valor, como quizá nu rcnga equiparable nin-
gin otro pais sudamericano; p r o esto misino, revdadoor
de encomiabks talentos, hace más de lamentar la unifor-
me postura naturalista: sobre tan diversos temperamentos,
el naturalism0 actúa coino una ortopedia igualadora. u n o
ve con simpatía, y COMO ley de la inisma libre creación 1i-
maria, el que toda una generación, y aún varias, de es-
critora se pongan unániines a cumplir una concepción
concorde del arte; p r o es cuando Cada uno la ve todavía
naciente, replcta de posibilidadcs, y por 10 tanto, cuando
cada uno puede todavia coopcrar en la conformación dcl
movimiento literario iirrroduciendo s u propia originalidad
como una de las caracteristicas de la escuela.
Otra cosa es el que generaciones enteras de narradores
adopten dcsdc lejcs-tiempo y cspacio-un credo artlsti-
co que la misma Francia, su inventora, se apresuró en sc
’ guida a abandonar por agotado a los suburbios de ia lite-
ratura. Entonces ya no enriquecen y amplían a la escuela
litcraria, sino quc la escuela ernpbrxc y limita-cuando
no deforma cruelmenw-a les rakntm individuales. H e
q u i por qué estas observaciones hechas ¿e pasa a un im-
portam grup ¿e escritores chilenos no d e b smar a st-
proche, ni a, regawo de méritos; yo las hago como UM
cur&! invita& a considerar la necesidad de que cada
escritor busque ~ I ~ Ode Sexpsi6n que le queden como Ia
piel aI cuerpo, no como la levita uniforme del difunto
naturalirno.
A decir verdad, BO faltan en Chiíe excepciones: asi 1s
pmas p r n á t i c a s dcI delisado Pedro Prado, o los men-
tas exbticos un PO de imaginación desatada, & Salva-
dor Reyes. Cuentos poéticos o de aventuras marinas en
que e hace valer líricamente una dispsicíón de ánimo O
en que Ia imaginad& acogotada por la novela documen-
tal se escapa y se pone a volar mn 10s giros acrobáticos
que puede. Los títulbs áe los cuentos de Salvador Reyes
hablan por si: “El iiltimo pirata”, “El matador de tibrim-
nes”, trTripularitesde la noche”. De Prado es “La reina de
Rapa-Nui”, Prado, con su sentimiento y suave lirismo, con
sus sugerencias y evocaciones poéticas; Reya can el juego
libre ¿e Ia fantasía, tienen todavia no sé qué acatamiento
al natraralisrrio ambiente, siquiera sea con ese ism0 al re-
vés que consiste en contradecirlo intencionalmente, como
ocurre en las reacciones polémicas que siguen ai triunfo
de las fórmulas iiterarias.
Peru el arte narrativo ¿e Maria Luisa Bomba1 no tiene
’ el menor residuo de naturalisno. En suma, no hay en el
, ambiente literario de que p r d e la autora ningún indi-
c . .-

10
do de deterrninaci8n para su arte Ch lo que Este tiene de
wncial. Grave contrariedad, absurdo y contraley para la
crítica positivista, hermana siamcsa de la literatura natu-
ralista. .

ARTEDE PRESEFITACI~N

Todo loque pasa en egta nowIa p a dentro ¿e la a-


!ma y del corazón de una mujer quc sueña y ensu&. Du-
rante años aguar& con ansia secreta Ia inminencia del
amante; despuh que en una nwhe de niebla y - & misterio
lega a cl!a, por fin, el esperado &conocido, se va dejati-
do feliz envejecer, rumiatado aquella dicha y aguardando
su vuelta segura. Sólo una tarde de niebla, al cabo de mu-
chos a h , cree ve&, pasar en el fondo de un coche CE-
d o : un imitante se asoma el a los cristales y le so&.
Ella iba a IIamarle, desde las aguas del estanque; pera m
sabía su nombte. Desde cI reencuentro, vive "agobiada
por Ia felicidad", y no son nada algunos asomos de recela
de que eso de su amor no =a cosa teal. La anas se van
corriendo. Cuando vuelve otra vez a la ciudad, una tarde
basca la mkma plazoleta, la misma calleja ernphdda, Ia
m h a casa, Io misma de aquella vez. Sólo ahora, ya sin
juvcntud, se convence con terror y la convencen de que
d o había sido un suefio. Se siente totaimem desdicha-
da, Y trás un intento ftustrado.de suicidio, se resigna a

11
E1 vendaval de la noche IiaLia rcnwvido las tcjas de
la vieja casa ¿e campo. Cuando Ikgamos, la lluvia gotea-
ba en todos los cuartos.
-Los techos no están preparados para un invierno se-
mejante, dijeron 10s cria¿os al intrcidiicirnos en la sala, y,
curno echaran sobre mí una mirada de extrañeza, Daniel
explicO rápidamente:
-Mi prima y yo n ~ casamos
3 esta mañana.
Tuve ¿QS segundos di: perplejidad. ‘‘Por muy p c a im-
portancia que SI haya dado a nuestro repentino enlace,
Danid deb;& haber advertido a su gente'': pensé., cxaa-
¿alida.

La rapidez, casi instantaneidad, con que sc nos presenta


cl material de la novda-cscenario, pWQnajCS, condición y
situarióii-revela una maestrÍa ma¿ura iiicspcrada en una
escritora novel. Y es quc pronto nos convcnccmo~de lo que
aquí hay no es maestria, por Io menos IID en la significa-
ción ¿c habilidad profesiond, espcricncia, técnica y destre-
za, sino uti scntido certero de lo esencial y de lo prescindi-
ble. Si quisiérmas rehrirnos aquí a la pareja ¿e conceptos
diferenciados poesía y literatura, ;sa es in libro decidida-
mate pktico. AI relcer cl Iibro = adviertc en seguida que
la autora tiene concha su conccpción poética desdr la pri-
11!.
mera línea; es sí, una auténtica creacibii, puzs ayui hay
una convincente validez, una perspectiva individual de .vi-
da, un destino y un vivir pzrsonal del todo dentro de esa
pcrspcctiva y abrazado a est destino. La forma deseniba-
razada y directa de narrar se debe, si me equivoco, a h

12
PPI-. - ---
conciencia segura de tener una concepción poética que pre-
sentar, un algo valioso, m a suficiente construccihn de sen-
tido; con csa conciencia y seguridad, la mano no se entre-
tiene en desarrollos, descripciones y amplificaciones litera-
rias. En la segunda pigha ya han desnudado los dos per-
sonajes su desoIado espiticu en aquda extraiia noche de
M a s . Y nos Iiaii dejada entrar e n su ínttgro vivir sin di-
sertaciones ni anilisis y sin que la autora nos cuente IQ que
es costumbre que los autores sepan del pasado de sus per-
sonajes. EI ttinple emocional, nasa simpfe, de los recien
casados se nos revela por presencia y de golpe, par el me-
M actuar de amboc. Por fortuna, esta novela queda tan le-
jos de Ia Ilxnada noveIa psicológica, como de la docurnm-
r d ¿el iiaturaiismo, 13s doc tipos Iiermanoc de novela, Iri
descriptiva de IQ de deiitro y la descriptiva de 10 de fuera;
no hay aquí esc prestigioso reputado “aiiálisis’? psicalógi-
C Q con
~ que, a base de conocimientos casi científicos, se des-
hilan sensaciones, emociones, ideas, propósitos; este empeño
literario, en-el que eminentes escritores del siglo X I X han
logrado tan artísticos resultados, siempre me ha parecido,
desde el punto de vista poético, como el a m del ciempiés
que se &e a anaiizar el complicado mecanismo de su mar-
cha, lo c i d lo p a r a h a o poco meitos, Y poéticamente, esta
es, desde la ley poética de la novela, Ias emociones, lac ideas,
las creencias, los deseos y resistencias vakn como fuerzas
en su actuar, como pasos del destino, COMO constituyentes

13
de la personal perspectiva de vida, y, a la vez, determina-
dos por ella.

PAPEL ESTFtUCíWRAE DE LO ACCESORIO

La evidente y admirada unidad de tono en esta novdi-


ta proviene de que la autora ha utilizado los materiales se-
girn necesidades poéticas y no según conveniencias “lite-
rarias”; como elementos de arquitectura, y no como temas
d e ejercicio; m i s a h , corno elementos en una arquitectu-
ra y sóIo en cuanta reciben sentido de ella, no como tema
atendibles de por si. En este sentido nada es episiidica ni
accesorio. En la creciente tensión de espera con que se deva
Ia parabola del destino personal novelado, al primer en-
cuentro con ia muerte la protagonista huye por entre Ia
niebla del parque, exasperado su apetito vital. Cuando re-
gresa a su casa:

Entro al salh por la puerta que abre sobre el macizo


de los rododendros. En la penumbra, dos sombras = apar-
tan bruscamente, una de otra, con tan poca destreza que
Ia cahflera medio d a t a d a de Reina queda prendida a los
bo:ones d s e la chaqueta de un desconocido, §obrecogida,
la miro.
La mujer de Felipe opone a mi mirada otri mirada lle-
na de d e r a .
De nuevo la m i m a presentaciiin directa, con trazos da,
i
cidvos y mínimos. Por primera vez conmemos a Reina,
y ya entramos en el secreto de su vida. Como no hay des.

14
ccipaones informativas ni historias previas de sus petso-
mies, el nnacizo ¿e los rddendrss n o s era hasta ahora
tan inexistente como Reina. E1 efecto artístico de este mo.
do de presentación consiste, ante codo, en que nos ha-
ce a Im letores convivir lac sucesivas experiencias psiquui-
cas de la heroína en perfecta identificacisn; eib p e c e

narrar para sí misma, y&$ror tiene qw ajustar SU oio
--
a la pupila de ella, tiene que hacerse ella. Y asi como ella
PO necesita hacer un previo recuento de _- sus objetos fa-,
de las personas ¿e su trato ni de su disposición,
colocación y situación en la vida o en el espacio, Sino que,
_I -
ai narrar cada cosa se hace presente en el momento j-0
de su necesidad, aci el lector, que mi? con -___ojos presta-
.-_-

Idos, cuando aparece una persona o cosa la reconoce, o n ~ t


*tol sigue el relato tamo s i la reconMiera,
---__I ___-_.-
en el
pues----
--_-
qntenido anímico transmitido se incluye el r e c o n q e r h
objeta como existentes y -coamidos
-._
antes. Para el lector,
- ---
-&Te hasta ahora Reina como su amaste:
pero nosotros; con los ajos ¿e la protagonista, vemos a
Reina con ‘‘un desconocido”. La autora sin detenerse en
la nueva enti¿ad, coma nueva en el hilo del relato, atien-
de a su actuación. Sólo luego hay aqui una de las pocas
-útiIes deferencias informativas para le1 lector, cuan& la
segunda vez se llama a Reina “la mujer de Felipe”. Y I

a h esto mis que s r , resulta deferencia, pues la mitada


de cólera que lanza Reina es LUI desafío de la cuIpable
mujer de Felipe.

15
- 1 I
H a y , además, otro aspecto artistico en ,esre modo ¿e
presentar, que consiste en el espcial poder estilístico de
los modos indirectos de expresión. Como no Se no3 ha $Q-
crito la casa, cuando entranios en e! salón -por la puerta
__._I

que abre sotre ei macizo de 10s rododedros t ~ o una


- s
impresión mucho más viva y artísticamente eficaz del LO--
-de vida que si nos hubieran
no --_-informado explícitamente-- --
de que el salón tenía varias puertas y de que la cma-sagt-
---- no se nmjre-
La rodeada de un jardín esplindida. Porque
-
I
I__

s e s a j los elementos por información


_I--
sino en actuación;
--2-.---.
porque no sólo loc conocernos sino
-_______-__A -ue _----los vivimos, Y la
3
escena entera es, a su vez, un elemento en la estructura to-
tal. de la novela, en csa estructura formada por la vida
interior de la espitadora. Ella se retira pensando en las
trenzas demasiado apretadas que coronan sin gracia su
cateza y, ante el espejo de su cuarto, desata sus cabelios,
sus cabeli~stambién sombrios.
Sólo porque en aquél ajeno vivir resuena su escondida
--"-*--
ansia propia como en un ampiihcador? entra esta escena
-
~g-I-ct~iraImente. _"--- Y a h se destaca,
luego mi& este valor; cuando vuelve at salon, su marido y
Felipe fuman indiferentes, Reina toca el piano, el amigo
escucha: , I

Reina vueive a cruzar el salón para sentarse nuwarnen-


te junto al piano. AI pacar sonrie a su amante que envuel-
ve en deseo cada uno de sus pasor;.

16
Fa

Parece que me hubierafi vertido fuego dentro de las vc-


m,salgo al jardín, huyo.
En el parque, el ansia y la espera llegan entonces a l pa.
roxismo. Y como en el descenso de h pardda de esta
hermética vida sentimental se tropieza otra vez can el sui-
cidio ¿e Reina, abandonada por su amante, y corno la vis-
ta de aquella trágica desesperación le aclara otra vez la
conciencia sobre e). abismo de su propia infelicidad, esta
paralela historia pspunteada es un subrayado valoriza-
dor de la historia central y le da un m i s hondo y preciso
xntido; Reina, vida pasionai real y vivida; d a , vida pa-
simal soiiada e imaginada.

BAÑQ EN EL PARQUE

"asta lo inanhadw-naturaleza o industria humana-


-
010es aducido en cuanto condiciona o determina un- -
".--___----- ~

,,lrprecisamente e% perspectiva de vida en que consiste la


vivir,
-7.

. ._._. - -----_.._.- ---


c~li~twcción pética de la última niebla. Cuando la soña-
d o r a u i d i l sdón y 2; la-vista, de Reina, y de su aman- .
te, exaltada hasta lo insufrible su ansia y espra, 4e des-
nuda y se ba6a en el estanque del parque.

Me voy enterrando hasta la rodilla, en una espesa arena


de terciopelo. Tibias corrientes me acarician y me pene-
tran. Como con brms de seda, las pIantas acuáticas &e
lealazaa el torso con sus largas raícw y me ksa la nuca, su-
b hasta mi frente el aliento fresco del agua,
17

I P.-Ultima Nittlm
La estricta coherencia de todas las imágenes y sensacic-
XIII--Z_~III.--” -
---n~ esalgo compuesto y de mest&; es la obligada ex-
nes
presión de una visión poética y orghkamante intuitiva
Son todas sensaciones táctiles y timicas en movimiento.
Y son to& ddícadamente placenteras, de una intensa
suavidad, como procedentes del mundo de los sueiios. N>-
p t z a nota descriptiva repmenta una mera ínformac&
ni mucho menos una- --
dommentaci6n ¿e loobj_etive*
I

-
qm cada una es un elemento del vivir interior. La arena
no es espesa y de terciopelo; la siente plenamente, la vive
y va viviendo espesa y de terciopelo. Este vivir la natura-
ieza con poética plenitud es lo que aquí se exprcsa con
esas desvaidas imágenes de movimientq esas apenas h á -
genes, que dejan justamente en d estilo su eficacia diná-
mica sin hprocedmres exigencias de precisión visual: se
va enterrándose en la espesa arena-donde “espesa” vale
como deliciosa resistencia al movimiente; tibias m i e n -
teS la penetran-Sto es, me van macerando, gozo las “to-
txientes tibias” con goce macizo del cuerpo-; s& hasta
la fwnre el aliento del agua; las plantas acuáticas le enla-
zan e1 torso con sus latgaas raices, un fargas nada métri-
CQ, nada visto en su longitud, más bien es una largura

sufrida en recorrido, dinámicamente vivida; es un largas


vivificador del objeto, como si infundiera en las raices la
morosa compiacencia de la Mist, en el móvil contacto

18
7 -
Indudabiemente toda esta experiencia hío-psíquica está
vivificada desde una aiwia obscura de amor humano. Pe-
M nada de erótico simbliimo, en el sentido de una tram-
posición sistemática de sensaciones del objeto prwnte y
teenido a otro objeto ausente y ansiado; basta leer el citado
p j e en su contexto y dejarse contagiar p r et frecuen-
te goce de la naturaleza en toda la noveh. Las terciope-
los y sedas, los brazoc y caricias, ios besos y alientos no
desvirtúan la auténtica inmersih en la naturaleza; pero si
la determiman formalmente, en un sentido cualitativo de
forma interior, pues esa espera €menina de amor, que es
el gozne de roda la vida psíquica de la protagonista, con-
f m a p a m c r u r a , crisraliza y cdom d goce de lo na-
turai: toda la aguzada atencibn se aplica al dejarse gozo-
samente invadir y transir p r la naturaleza.
Justameate una de las principales manifestaciones del
t i a temperamento de la autora es su poder de. goce y de
expresión para lo natural. Pero nunca se entrega al g w e
¿e la pura impresión sino que su tempamento es de e m
rims que, como dice Spranger, viven tan vigorwamente
SU inhidad y el mundo de sus sentimientos que salen al
encuentro de toda impresión y le prestan un matiz cubje-
tivo’de su propio cau&l, Y , -oi como arte de nmar,
--._ I_____d

time aqul especial valor es que ninguna sensación de IQ


---+ -. -_- --
inanimado es traída a cuento si no e expresión
/
_- .___-
indirecta
deJ drama interior de la protqpnista: I= cosas i r g n k -
das, al volverse espeios mágicos donde __-_
se insintía la h a -
+----

19
gen de un apasionado vivir, se llenan de vida circulanlc
y-_se hinchan de sentido:

Entre la oscuridad y la niehla vislumbm una peque-


íia plaza. 6 m o en pleno campo, me apoyo extenuada con-
tra un árbol. Mi mejilla bwca la humedad de su corteza.
Muy cerca, oigo una fuente desgranar una sarta de p a -
das gotas.

%y que venir leyendo ordenadamente esta novelita y


llegar a aquella n d e de la ciudad en que la heroína, no
puáiendo soportar el ahogo exterior y la presión interior,
se echa a caminar p r entre las calles con niebla, para sen-
tir sin esfueno la unidad intima de lo natural y de b pa-
sional gue qui se entreIazan. Hasta la imagen final, una
de las pocas que recuerdan a otras muy manidas de todas
las literaturas, cobra de pronto un singular poder expre-
sivo gracias a la inclusión de Ias pesadas gotas, que inten-
&can simbdicamente la disposición de alma de la heroí-
na. Tanto en el actuar y en el hablar de las personas co-
mo en la intervención de la naturaleza, q u i sólo se atien-
de a lo lleno de sentido.

'NIEBLA, SUSSO Y EMSUBÑO

];a niebla es un lek motiv. A veces s o r p d e la rique-


za sensual C Q que
~ está sentida la niebla y las formas tan
sencillas con q u e expresa: "Me interno en Ia bruma p
de pronta un rayo de sol enaende al tram%, prestando
una dorada cbriáad ¿e gruta al bosque ea que me encuen-
tro; hurga la tierra, desprende de ella aromas profundos
y mojados”. O e1 vaho luminoso de la bruma hbanda
un faro1 nocturno, o la roja llamarada de un poniente ot+
ñal cuyo fulgor no consigue atenuar la niebla. Pero la
función + t i a constante de la niebla es la de ser el de-
mento formal ¿el ensueño en que vive zambullida la pro-
tagonista. La niebla, siempre cortina de humo que incita
a i n s i m i s e , diluye el paisaje; esfuma los ángulo%ta-,
miza los ruidos; en el c a m p se estrecha contra la casa;
a la ciudad le da la tibia intimiáad de un cuarto cerrado.
De la bruma emerge y en la btuma se pierde el coche mis-
terioso. Toda la felicidad soiiada no es más que un pala-
ao ¿e niebla, y, al fin, todo se desvanece & la niebla.
Y todo esto, afortunadamente, sin alegorizar, sin osten-
~n ni v i s i ~ einsistencia.”La s e n a ~ e zy --..--
la marcha r e-
t%
son cualidades salientes de este estiIo)l Una vida pasional
_I-

soñada y emfiada no incita a la auTora a Ia presentacián


de tesis metafísicas por el estilo ¿e “el su& eg vida”; en
esa anulación de fronteras entre lo Ea1 y lo soiiado, esta
linda novelita no tiene riada que se parezca-por derecho,
ea tangente y al rev&-, a la grandiosa conswcción me-
tafisica en donde se inscriben los destinos personales de
d d e$ S&O. Adoptada h forma autabmg&ca pasa
consee;uir la rota1 ident&ación con la vida prwtada, la
dadora siente el temeroso conffito entre sueño y redi-

21
dad un p c o a la manera como Don Quijote, siente su
aventura de la cueva de Mm~inos.Ambos recuerdan lo
suhdo COMQ real, lo sienten como eslabiin firme de la ca-
¿em de sus vidas y como motivo de su conducta vital sub-
siguiente. Sólo que ella, encerrada en si y viviendo sólo
para sí, ensimismada, siente el codicto con angustia y
con fe vacilante, y t d se~ desvanece en la niebla; Don
Quijote, entregado a la a c d n y a lo demis sintiendo el
cumpíiiiento de su destino como una necesidad de los
demás ¿ ~ s ~ Q svive
, el conflicto entre SU& y realidad
con ejemplar xreniáad y valor; parece al principio que las
vehementes palabras de Sancho dejan a Dan Quijote me-
dio convenido en secreto de que lo que dli abajo ha pasado
RO es más que coca miiada; pero, tuando Sancho se pone
a contar a Don Quijote y a los Duques lo que ha visto du-
rante su viaje aérea en el Clavileh? D m Quijote w a h -
m a en su p q i a fe; Uegándose a Sancho y diciéndole al
oído: “Sancho, pues vos queréis que os crea lo que habiii
visto en e3 cielo, yo quiero gue vos me &ais a mi io que
ví en. Za meva de Montekms. Y no os digo mk”.
La i¿mtificación de sueiío y realidad, lograda en esta
novelita de modo tan poético, no responde a nada meta-
físico ni de locura, sino a la acuciadora necesidad de man-
tener a todo trance la pasibdidad del m a t en una vida
individcial que ve en eilo su destino. f
El ensueño .es el mediador, el medium Q medio en que
suego y realidad se identifican; es la niebla que borra, crea

22
y funde las formas envolviéndolas C Q sus
~ blandos vello-
nes de bruma. Lo ensofiado DO se identifica ni coon lo so-
íi& ni con lo real vivido; pro, con su saboreo imaginati-
vo y sentimental del recuerdo y de la esperanza, tiene la
virtud de mapitme abierto un ~ n t m i l l aa lo posible en
aquella alma hermética, “Me gusta sentarme junto al fue-
go y recogerme para bumr entre las brasas los ojos da-
ros de mi amante’’. El ensu& le da un mundo cowien-
temente provisional tejido de recuerdos y esperanzas; el
refugio donde ákiimente sin áesesperacibn %pera siem-
pre su venida”. A veces la enmiadora aguarda exaltada,
liem ¿e prisentimimtoc de 10 ianediato; ahora que al a-
bo de tantcs aííos se han vuelto a eiicontrar, ella en las
aguas del cstauque, é1 an el rnisrcrio de uff mche cerrad9
fl’
%ngo la certidumbre de que mi amigo se arrima bajo mi .-
I

vcntana y permanece di,reIando mi suseño hasta e1 ama-


necer. Una vez suspiró despaciro y ya no mrrí a sus bra-
zos porque aim no me ha llamado”. En ocasiones, de-
fersa de la ensofíación se le seca y la angustii como la
“sequedad del alma” a los mística:

Hay días en que me acomete un gran cansancio y va-


namente RIIIUWO las ceiiizas para hacer saltar la chicpa
que crea la imagen. Pirdo a mi amante. Un gran viento
me lo devrilvjii Ia 6 1 t h v e z U n gran viento, que derrum-
bó tres nogales E b i o persignam a mi suegra, Io indujo
a llamar a la puerta de la casa. ‘Traia los cabellos revuel-
ta y el cuello del gabán muy subida. Pero yo le reconocí

23
y me desplome a sus pies. Entonces él me cargii en sus
bram y me Uevó así, úavanecida, en la tarde de viento. . .
Desde aquel &a no me ha viielto a dejar.

Parece como si estt pasaje empezara con el esfuerzo de


la ensofiadora por crearse su mundo artificial y, una vez
conjurado, lo ensotlado se idefitiikara con la realidad;
pero DO pasa deí “como si”. Ah; está el inesperada m z o
realista de la suegra persignindose ante la violencia del
huracin, ah; está el dato antimaha, sólo visible en ei
¿esdoblamiento psiquko de la ensofiaci6n”. . . y me IIev6
a&, desvanecida. . .”.
La determinación +ria %n la tarde de viento” crea
de pronto Ia atmhfera irreal de la ensoñaci6n y da por
supuesta la insignikativa heterogeneidad de ensueños y
realidad: “‘desde aquel &a no tlye ha vuelto a dejar”.
En una ocasión cuando los años de puro recordar y
aguardar van metiendo y metiendo en el a h a la duda dt
que d amante haya existido nunca, y sueño y realidad
quieren romper su identidad con -minente desrumk de to-
do aquel mundo ficticio-jpero v i v i d d 4 l a se defiende to-
davía con el ensueíío del modo m& deliciosmeste péti-
to: ‘Tvre levantaba medio dormida para escribir y, con la
pluma en la mano, recordaba de pronto que mi amante
había muem”.
El ensueño se funde un. murnenta c m sueño y rdídad,
no m t o como para evitar la separa& y caída, pero si

24
para retardarla y alentiguarla y como paca ofreer 2 la
desasida un b h d o acukhado de bruma.

SEUTIW PO6TICQ UNLTARiO

Lo que a mí, que no soy crítico de &io, me ha movi-


do a llamar Ia atención sobre la aparición de una novelis-
ta ck calidad no común, es el haber visto que en este pi-
mer librito de Maria Luisa B m l d hay ma cm&n de
verdadero rango poético. No es que aluda con esto al E=
isno, como exaltación seatimeatal que en verdad e5 ca-
rno el elemento respirable de eSta historia; aludo a m a
constnicción de sentido poEtico, de la cual la amkfera lí-
rica no es más que la necesaria emanación, y a la cual se
supedrtan servilmente todos los factores de realización ar-
tística. Y es la creación y expresi8n suficientemente eficaz
de u a h o d o típicamente fmmho y a la vez o m h e n -
te personal de emoción y de vida sentimental. Una emo-
ción nada hpresionicca, que no contesta a sensaciatles del
exmior, que no es la &plica a estímdos del mundo cir-
cundante; es una emwión radical, nacida de los impulsm
primatrios de la mujer, sentidos m a y mnpestuosamefite
y sublimados por el ansia de absoluto. Una pasión amo-
rosa que llena a una mujer como la r i f a al junco, y que,
sin embargo, no está dirigida todavía difermckdamente
-como dria Marañón-hacia ningún hombre, ni donjua-
nesamente hacia el hombre genérico, o hacia el individuo

25
_- _ - ”a(

imaciabIemente wnovado; pues, en verdad, esta emoción


no esti de ningún modo digida, sino que es como u11
agua estancada cada vez m á s envenenada con sus propios
fermentos, o como una niebla progresivamente ennegre-
cida por condew&&. En eIIa no hay impulso aIguno que
so& jirones invasores sobre éste o aquél, C ~ que Q toda
el ansia de cumplimiento se resuelve en la inerte y desazo-
nada espera del amor individualizado. Emoción que se ali-
menta y se demra a sí misma, en Ia que no hay fuerza in-
vasora ni fuerza de atraccibn, porque todo pasa rigurosa-
menre dentro de los ingrávidoc muros de niebla erigidos
por la fantasía alucinada, contra los que r e b t a n muelle-
mente 10s hombres de su trato. Sin atraer ni buscar, ella
vive a la espera del prodigio, o sumida, en la ruinia del
prodigio, que sus sueños han cumplido. Ensoñación. Una
intensa vida interior, p r o encerrada entre los muros ¿e
bruma del sentimiento y de la fantasia.
En este confinamiento ---__ -
.-+___---.I de un vivir individual- está toda
! fuerza y toda la debilidad de la novela. La autora nos
a
prcsmra aquí un puro vivir del Wma”, una entrega afec-
tiva a los sentimients y a la fantasía que los alienta. No
le impm a esta vida &mo se logran y se justifican otras
vidas; no es, ;de n i n g h modo!, una vida que busque su
centro en el gme del cuerpo (ya hemos visto como hasta
ei goce s m d de la naturaleza está conformado por e1
mundo de sentimiento y de fantasía de que esta alma es
prisionera); parece daconocer el anheIo activo, ía necesi.

26
r-
- .-<

I
I
dad de obra y áe construcción a las aventuras del pensa-
miento que son el sostén de otros t i p s de vida. -
do de vida que no presenta conflictos con otros y.-
E-
s-un mo-
e
l--
a ignora. Apenas leves razunamientos, no con el espíri-
ni constructor del prójimo, sino G O el ~ mundo consmído

¿e los valora sociales convencionales. Y en tales razona-


mientus, a esa modo pasional-faantasistic0de vivir apenas
alcanza ¿aiio alguno, mia bien esta a h solitaria se asom-
bra dd dafio que Causa en el mundo práctico y practica-
b!e que la mdea sin penetrarla. Si la mujer vive para la
vida afectiva del alma y el hombre para las creaciones y
realizaciones det espíritu, éste es un temperamento inte-
gramem femenino. (jQ& suerte, que el oficio mascuk
-
-+-

no de escribir no haya m a d i n k a d o a ugaLes&mamás!).


- --
-_c-
Un eficaz e l m c t ~ t oexpresivo de e5te halo semimental y
fantasístico y del peculiar modo emocional es el ritmo, un
ritmo Ieve, nunca cantado ni declamado, nunca escancia-
do MII sistemática complacencia en alternamias y sime-
trías; más bien es un ritmo susurrante que casi se ignora
a si mismo y que resulta de la arquitectura muy simple de
las frms y del equilibrado valor Iiterario de sus elemen-
to~:parece como si antes de poner la pluma sobre el papel
la autora madurara cada frase buscando Ea expresión h-
tkgra del sentido que la acucia. Y el orden de palabras,
casi siimpre muy justo, las blandas y pocas idlexiones me-
lódicas de la frase, y el %mpo” mismo y dimensión de
los períodos se amoldan a los diferentes momentos emo-

27
cionaies sirvihdoles de sordina, ¿e pedal o de resonador.
1
En varios pasajes de intensificación emocional, el ritmo
de la frase adquiere la brevedad ¿e la respiráción ansiosa,
un ritmo sostenido ingrávidamente por la repetición de
ufl breve giro sintáctico tiene el más eficaz poder -mi-
vo para estados de emdón de o m modo inefables: Rei-
na, moribunda, suplica que la dejen morir, suplica que
la hagan vivir pasa poder verlo, suplica que no lo dejen
entrar mientras ella tenga olor a ;ter y a sangre. Y vuel-
ve a prorrumpir en llanto.
En e1 punto cuiíníinante de la novela, en la descripción
de la aventura soñada, un ritmo análogo convierte en la
mis pura y limpia idealidad lo que con otros prwedimien-
tos de presentación hubiera sido un Cuadro rearista crw
do. h n d e o t m harían d m e n & ó n sin valor pktico
o grosera, con este ritmo suspirado se nos ¿a pesia de Io
más delicada y hermosa.

FINAL

La limitación literaria (más bien ausencia de vuelo ex-


tra artístico) de h Ulthd Niebla consiste en la falta
de proyección y de peso en el mundo y de p r d n del
mundo en esta vida hemitia. Pero la obra de arte tiene
su ley ea sí misma y esta ausencia es necesidad en LQ U/-
timu N k b k Tanto que d único pasaje orgánicamentt

28
d d m del libm es aquél en que se da entrada-aunque
con buena realizaci&-a la vida de Daniel.
El mtido unitario poético que se ha querido expresar
en La Ultim Ni&d, pudiera h k r adquirida forma a&-
cuada en e1 libre, denso y puro lirismo ( i p o si enton-
el sentido hubiera sido ya otro!). Juan Ramón Jiménez,
el juvenil de la ewoííación y de la melancolía, escribió en
Arias Tristes:
Los árboles del jardin
están cargados de niebla.
Mi corazh busca en ellos
esa Q
I& que no encuentra.
&ría Luisa Bomba1 ha querido corhgurarIo como &a-
ma, como destulo de una vida particular. Y es revelador
¿e un verdadero talento literario el que, en la empresa,
no se haya quedado en un lirismo efusivo, y atin el ha-
berse sometido a las Iiiitaumes que la ley de su misma
mcepción imponia.
Una novelista que en su primera obra nos da una c o w
trucción poética con tan artistia realización y con tan
sobrios y eficaces elmemos de estile bien merece ser sa-
ludada y presentada por la critica CQII especial atención,
siquiera en ata atention vaya Ea exigente esperanza de
que a La Ultimd Niebla sigan nuevas obras cada vez más
henchidas de sentido humano y mis artísticamente real;-
da.
A w o ALONSO.

29
LA ULTI-MA N I E B L A
,‘EI vmdzva~de la noche anterior CraEga renovicio
las tejas ¿e la vieja casa de campo. Cuando Ilwamos,
la lluvia goteaba en todos los C‘rIartos.
-Los techos no están preparados para un invier-
no semejante-dijeron 10s criados al introducirtios
en la sala y C Q ~ Oecharan sobre mi una mirada de
extraÍíeza, Daniel explicó ripidamente:
-Mi prima y yo, nos casamos esta mañana.
Tuve dos segundos de perplejidad.
-1tPor muy poca importancia que se haya dado a
nuestro repearitlo ehl’ace, Daniel debió haber advw-
tiáo a su ente”-”pencé, escanddizada,
‘A la verdad, desde que el coche franqueó los limi-
tes de la hacienda, mi marido se había mostrado ner-
vwm, casi agresivo. Y era natural. Hacia apenas un
&o que había efectuado el mkmo trayecto con su pri-
mera mujet, aquella ,muchacha hura& y &a. a quién
adoraba y que moria, tan inepradarnetrte, tres me-
~ s e sdespués. Pero ahora, ahota hay maldad en la mi-

33
1-ükIma Nie%
rada con que me envuelve de pies a cabeza. Ahora
sus labios se repliegan como con ganas de morder.
-¿Qué te pas;i?-Ie pregunto.
-Te miro-me contesta-. Te miro y pienso que
te conozco demasiado .
Lo sacude un escalofrío. Se allega a la chimenea y
mientras se empeiia en avivar Ia llama azulosa que
ahuma unos leiioc empapados, prosigue con mucha
calma:
-Hasta los ocho &us, nos baiiaron a un tiempo-’
en Ia misma banadera. Luego, verano trás verano,
ocultos de bruces en la maleza, Felipe y yo hemos ace-
chado y visto zambullirse en el río, a todas las muiha-
chac de la familia. No necesito ni siquiera desnudar-
te. De ti9 conozco hasta la cicatriz de tu operación de
apendicitk.
Mi cansancio es tan grande que en Iugar de con-
testar, prefiero dejarme caer en un s i b . A mi vez,
L
miro este cuerpo ¿e hombre que se muev2-deIante de
mí. Este cuerpo grande y un poco t o w yo también.;
lo conozco de memoria, yo d i & lo he visto crecer
y desarrollarse. Desde hace aiios, no me canso de re- :
petir que si Daniel no procura mantenerse derecho,
terminar; p r seer jorobado. Y como a menudo enre.
d i en ellos, dedos temblorosos de rabia, conozco la re-
sistencia de sus cabellos rubios, ásperos y crespos. En

34
él, sin embarga, esa e s p i e de inquietud en las movi-
mientos, esa mirada angustiada, son algo nuevo para
mi, Cuando era niño, Daniel no temia a los fantas-
mas, ni a 10s muebles que crujen en la oscuridad du-
rante la noche. Desde la muerte de su mujer, diríase
que tiene siempre miedo de estar solo.
Pasamos a una segunda habitación más fría aún
que la primera. Comemos sin hablar.
-¿Te aburres?-inteerroga ¿e improviso, mi ma-
rido,
-Estoy extenuada-cont esto.
Apoyados los codos en la mesa, me mira fijamente
4rgo' rato y vuela a interrogarme:
-¿Para qué hos casamos?
-Por casarnosl.espon¿o.
Daniel deja escapar una pequeña risa.
-¿Sabes que has tenido una gran suerte al casar-
te conmigo?
-Si, Lo s k e p l i c o , cayéndome ¿e sueÍío,
-¿Te hubiera gustado ser una solterona arruga-
¿a, que teje para los pobres de la hacienda?
Me encojo de hombros.
-Ese es el porvenir que aguada a tus hermanas. . .
Permanezco muda. No me hacen ya el menor efec-
to las frases caústicac con que me turbaba no hace a h
quince dias.

55
Una nueva y violenta racha ¿e lluvia se descarga
contra los vidrios. Alla, en el fondo del parque, oigo
acercarse y aIejarse el incesante ladrido de los perros.
Daniel se Ievanta y torna la íámpara. Echa a andar.
Mientras Io sigo, arrebujada, compruebo con sorpm-
sa que sus sarcasmos no hacen sino revolverse contra
él mismo. Está lívido y parece sufrir.
A l entrar en el dormitorio, suelta la limpara y veid"
ve rápidamente la cabeza, a la par que una especie
de ronquido que no alcanza a reprimir, le desgarra la
garganta.
Le miro extrariada. Tardo un segundo en com-
prender que está llorando.
M e aparto de él, tratando de persuadirme que la
actitud m i s discreta está en fingir una absuluta igne
rancia de su dolor. Pero en mi fuero interno, algo
me dice que ésta es tambih la actitud más cómoda.
Y entonces, más que el llanto de mi marido, me me
lata la idea ¿e mi propio egoismo. Lo dejo pasar al
cuarto contiguo sin esbozar un gesto hacia él, sin bal-
bucir una palabra de consudo. Me desvisto, me
acuesto y, sin saber como, me deslizo instantáneamen-
te en el sueiio.
A la inafiana siguiente, cuando me despierto, hay
a mi lado un surco vacio en el lecho, dicen que, al
rayar el alba, Daniel salio camino del pueblo.
La muchacha que yace en ese ataúd blanco, no
hace dos dcas coloreaba tarjetas’postales, sentada ba-
jo el emparrado. Ahora está aprisionada, inmóvil, en
ese largo estuche de madera, en cuya tapa han en-
cajado un vidrio para que sus conocidos puedan con-
*.
tempIar su postrera mpmión.
Me acerco y miro, por primera vez, la cara de un
muerto.
Veo un rostro descolorida, sin ni utz toque de som-
bra en los anchos párpados cerrados. U n rostro va-
cío de todo sentimiento.
Esta muetta, sobre la cual no se me ocurriría in-
& n a m e para llamarla porque parece que no hubie-
ra vivido nunca, me sugiere de pronto la palabra si-
lencio, Silencio, un gran silencio, un sikncio de anos,
de siglos, un silencio aterrador que empieza a crecer
en el cuarto y dentro de mi cabeza.
Retroddo y abriéndome paso con nerviosa preci-
pitación entre mudos dutadoc, alcanzo la puerta,
después de haber tropezado con horribles coronas
¿e flores artificiales.
C Atravieso casi corriendo el jardín, abro Ia verja
Ii Pero, afuera, una sutil neblina ha diluído el paisaje y
( el silencio es aún m á s inmenso.
Daschdo la peque& colina sobre la cual la casa

37
esd aislada entre cipreses, como una tumba, y me.
voy bosque traviesa, pisando firme y fuerte, para
despertar un KO. Sin embargq todo continúa mudo
y mi pie arrastta hojas caídas que no crujen porque
I
están hfimedas y como en descomposición.
Esquiivo siluetas de árboles, a tal punto extiticas,
borrosas, que de pronto alargo la mano para con-
vencerme de que existen realmente,
Tengo miedo. En aqueIIa inmodidad y también
en la ¿e esa muerta estirada allá arriba, hay como
un pligro oculto. Y porque me ataca por vez prime
ra, reacciono videntamente contra el asalto de la
niebla .
jY0 existo, yo existo-digo e n voz aha-y soy be=
Ih y feliz! Sí ¡Feliz! La felicidad no es más que te-
ner un cuerpo joven y esklto y ágil.
INOobstante, desde hace mucho, flota en mí una
turbia inquietud. Cierta noche, mientras ¿ormía, vis-
lumbré algo, algo que era tai vez su causa. Una vez
despierta, traté en vano ¿e recordarlo. Noche a no-
& he tratado, también en vano, de volver a encon-
trar el mismo sueíio.
Un soplo frío me azota la frente. Sin ruido: tom
cándome casi, ha pasado sobre mi un pájara de alas
rojizas, de das de color de otofio. Tengo miedo, nue-
vamente. Emprendo una carrera desesperada hacia
mi casa.
7 - -- " -_ _-

Diviso a mi marido, que apacigua el trote de SU


cabah para gritame que su hermano Felipe, con su
7
L-

mujer y un amigo, han venido a visitarnos de paso


para la ciudad.
Entro d salón por Ja puerta que abre sobre el ma-
;io de rododendros. En 1s penumbra dos sombras se
apartan bruscamente, una de otra, con tan poca des-
treza, que la cabellera medio desatada de Reina, que-
da prendida a los botones de la chaqueta de un des-
conocido. Sobrecogida, los miro. ?
--,-
[ La mujer de Felipe opone a mi mirada, otra @a-
:ra Hena de cólera. 81, un muchacho alto y muy mo-
i
ireno, se inclina, con mucha calma desenmarha las
: guedejas negras, y aparta ¿e su pecho .la cabeza de

, su amante.

, Pienso en la trenza demasiado apretada que coro-

na sin gracia mi cabeza. Me voy sin haber despega-


do los labios.
Ante el espejo ¿e mi cuarto, ¿esato mis cabellos,
mis cabellos también sombríos. Hubo un tiempo en
I
que los Ilw6 sueltos, casi hasta tocar el hombro.
Muy lacios y apegados a las cienes, brillaban como
una seda fulgurante, Mi peinado se me antojaba,

j
~
entonces, un casco guerrero que, estoy segura, hu-
biera gustado al ,amante de Reina. Mi marido me ha
t obligada después a recoger mis 'extravagantes cabe-
'

Uos; porque en todo Aebo esforzarme en imitar a su

39
primera mujer, a su primera mujer que, según él,
era una mujw perfecta.
Me miro ai espejo atentamente y compruebo an-
gustiada que mis c a b e h han perdido ese Ieve tinte
rojo que les comunicaba un extraíio fulgor cuando
sacudia la cabeza. Mis cabellos se han oscurecido.
Van a oscurecerse cada día mis.
Y antes que pierdan su brillo y su violencia, no
habrá nadie que diga que tengo Iindo pelo.

La casa resuena y queda vibrando durante un p"


queno intervalo del acorde que dos manos han arran-
cado al viejo piano del salón. Luego, tin nocturno
empieza a desgranarse en un centenar de notas que
van doblando y multiplicándose.
Anudo precipitadamente-mis cabellos y vuelo es-
d e r a s abajo.
Reina está tocando de memoria. A su juego, COW
fuso e incierto, da unidad y rdieve una especie ¿e
pasión desatada, casi impúdica.
Detrás de eUa, su m a d o y el mío fuman sin e m -
charla.
El piano calla bruscamente. Reina se pone ¿e pie,
cruza con lentitud el salón, se allega a mi casi Hasta
,

tocarme. Tengo muy cerca de mi cara su cara páIida,


úe una palidez que no es en ella falta de culor,'siaa
' intensidad de vida, c o w si estuviera siempre vi-
viendo una hora de videncia interior.
Reina vuelve a cruzar el salón para sentarse m e -
vammte junto al piano. Al pasar sonríe a su aman-
te qw envuelve en &seo cada uno & sus pasos.
Parece que me hubieran vertido fuego dentro de
las vmas,Salgo al jardín, huyo. Me interno en la
bruma y de pronto un rayo de mol se enciende al tra-
vis, prestando una dorada claridad de gruta al bos-
que en que me encuentro; hurga la tierra, despren-
de de ella aromas profundos y mojadoc.
Me acomete una extraiía languidez. Cierro los ojos
y me abandono contra un &rbol. iOh,echar 10s bra-
zos alrededor de un cuerpo ardiente y rodar con El,
enlazada, por una pendiente sui fin. . . Me siento
dafallecer y en vano sacudo Ja cabeza para disipar
eI sopor qiie se apodera de mi,
Entonces me quito !as ropas, todas, hasta que mi
carne se tiiie del mismo resplandor que flota entre
los irboIes. Y así3 desnuda y dorada, me.sumerjo ea

No me sabía tan blanca y tan hetmosa. El agua


alarga mis formas, que toman proporciones irredes.
Nunca me atreví antes a m i r ~ ~ B ~ E p j j los
~ & ~ c
BECClON CHILENA

41
' ---,---
miro. Pequeños y redondos, parecen dimitiutas corn-7
"
las suspendidas sobre el agua. I
i

Me voy emerrando hasta Ia rod& en una espesa 1


arena de terciopelo. Tibias corrientes me acarician y \
me penetran. Como con brazos de seda, las plantas '
acukiras me enlazan el torso con sus largas rakes.
Me besa la nuca y sube hasta mi frente el aliento frm
co del agua.

A la madrugada, agitaciones en el pico bajo, pa-


seos insólitos alrededor de mi lecho, provocan desga-
rrones en mi suefio. Me fatigo inútilmente, ayudati,
do en pensamiento a Daniel, Junto con él, abro cajo-'
nes y busco mil objetos, sin poder nunca hallarlos. Un
gran silencio me despierta, p r fin.
Advierto un tremendo desorden en el cuarto y veo '
una cartuchera olvidada sobre el velador.
I

Recuerdo entonces, que los hombres debian salir


de caza, para no volver sino al anochecer.
Reina se levanta contrariada. Durante el almuer-
ZQ nu cesa de protestar ásperamente contra los c a m !

prichhs intempestivos. dk nuestro5 maridas. N o le


contesto, temiendo exasperada con Io que ella llama
mi candor,
Me recuesto sobre los peldaííos de la escalinata y
aguzo el oído. Hora tras hora espero en vano Ia de-
tonac'h lejana que íIegue a q u e h este cnervance

42
d a c i o . Los cazadores parecen haba sido secuestra-
dos por la bruma. .
' icon qué rapidez la estación va acortando 10s días!
ya empieza a incendiarse el pohiente. Tras 10s vi-
drios de cada ventana, parece briIZar m a hoguera.
Todo lo abrasa una roja llamarada cuyo fuigor no
consigue atenuar la niebla.
Cayó la noche. No gorjean lac ranas y no p h i -
bo tan siquiera el gemido tranquilo áe algún grho,
perdido en el césped. Detrás mío, la casa permanece
totalmente oscura.
Angustiada, entro al sal&, prendo una lámpara.
Ahogo una exclamación ¿e sorpresa. Reina se ha
quedado dormida cobre el diván. La mito. Sus ras-
gos parecen alisarse hacia ks cienes; el contorno de
sus @mulos se ha suavizado y su piel luce aún mas
tersa Me acerco. Ignoraba que los seres embellecie-
tan cuando reposan extendidos. Reina no parece &O-
ra una mujer, sino una nina, una nina muy dulce y
tnuy indolente.
Me la imagino dormida ad, en tibios aposentos al-
fombradas donde toda una vida misteriosa se insi-
núa en un flotante perfume de cabelleras y cigarrillos
femeninos.
i
De nuevo en mí este dolor punzante como un
i @to*
r
i
t *
43
Al Ievantarlos de nuevo, noto que me sigue miran
do. Lleva la camisa entreabierta y de su pecho re des-
dndose de un salto, penetra en la casa s h V O la ~
cabeza.

cada día más, contra la ca-


La niebla se estrecha,
sa. Ya hizo desaparecer tas araucarias cuyas ramas
gdpeabari la balaustrada de la tetraza, A n d e so-
iié que, por entre las rendijas de las puertas y venta-
nas, se infiltraba lentamente en h casa, en mi cúarto,
y esfumaba el color de las paredes, íos contornos de
los muebles, y se entrelazaba a mis cabellos, y se me
adheria al cuerpo y lo deshacía todo, todo. . . Sólo,
en medio del desastre, quedaba intacto el rostro de
Reina, con su mirada de fuego y sus labios llenos de
SeCTetOS.

Hace varias horas que hmoc llegado a la ciudad.


k t r & de la espesa cortina de niebla, suspendida in-
móvil alrededor nuestro, la siento pesar en Ia atmós-
fera.
La madre de Daniel ha hecho abrir el gran come-
t
1 dor y encender todos los candelabros sohe la larga
mesa de familia donde, en una punta, nus amontona-
'
mos, entumecidos. Pero el vino dorado, que nos sirven
en copas de 'pesado cristd, nos entibia las venas; su

45
?,
calor nos va trepando por la garganta hasta las
sienes.
Daniel, ligeramente achispado, promete restaurar
en nuestra casa d oratorio abandonado. AI final de
la comi¿a hemos convenido que mi suegra vendrá
con nosotros al campo.
Mi dolor de estos Ultimos días, ese dolor lancinan-
te como una quemadura, se ha convertido en una dul-
ce tristeza que me trae a los labios una sonrisa can-
sada. Cuando me levanto, debo apoyarme en mi ma.
rido. No sé por qué me siento tan &bil y no sé por
qué no puedo dejar de sonreír.
Por primera vez desde que estamos casados, Da-
I
nit1 me acomoda Ias almohadas. A media noche me
despierta, sofocada. Me agito largamente entre las
sábanas, sin llegar a canciliar e1 su&a Me ahogo.
Respiro con la sensaci8n de que me falta siempre un
poco de aire para cada soplo. Salto del lecho, abro la
ventana. Me inclino hacia afuera y es como si no
cambiara ¿e atmósfera. La neblina, esfumando los
h g d o s , tamisando los ruidos, ha comunicado a la
ciudad la tibia intimidad ¿e un cuarto cerrado.
Una idea loca se apodera de mi, Sacudo a Daniel
E que entreabre las ojos.
-Me ahogo. Necesito caminar. ZMe dejas salir?
J f
-Haz lo que quiera-urmura y de nuevo recues-
t a pesadamenk la cabeza en la almohada.

46
Me visto, Tomo al pasar el sombrero de paja con
que salí de la hacienda. El portón es menos pesado
de lo que pensaba. Echo a andar, calle arriba.
La tristeza reafluye a la superficie de mi ser con
toda la videncia que acumulara durante el cuefto.
Ando, cruzo avenidas y pienso:
-Mañana volveremos al camp. Pasado rnaíiana
iré a oír misa al pueblo, con mi suegra. Luego, du-
rante el almuerzo, Daniel nos hab1at.i de los traba-
jos de la hacienda. En seguida visitaré el invernám-
IO, la pajarera, el huerto. Antes de cenar, dormitaré
junto a la chimenea o Iewé los perihdicos IocaIes.
h p u & de comer me divertiré en provocar peque-
Gas catástrofes dentro del fuego, removiendo des-
atinadamente las brasas. Alreddor mío, un silencio
i n d h i muy pronto que se ha agotado todo tema de
conversación y Daniel ajustar5 tuidocamente las ba-
rras contra las puertas. Luego nos iremos a dormir. Y
pasado maiiana será b mismo, y dentro de un a h , y
dentro de diez; y será Io mismo hasta que la vejez
me arrebate todo derecho a amar y a desear, y hasta
que mi cuerpo se marchite y mi cata se aje y tenga
vergüenza de mostrarme sin artificios a la luz $el sol.
Vago al azar, cruzo avenidas y sigo andando.
No me siento capaz de huir. De huir, ;cómo, a¿&-
de? La muerte me parece una aventura más accesi-
ble que la huída. De marir, si, me siento capaz. Es

47
muy posible desear morir porque se ama d e m h d o
la vida.
Entre Ea oscuridad y la niebla vislumbro u
queiía plaza. Como en pIeno campo, me a p y o a-
.temada contra un árbol. Mi mejilla busca la hume-
dad de su corteza. Muy cerca, oigo una fuente des.
granar una sarta de pesadas gotas.
La luz blanca de tin farol, luz que la bruma trans-
forma en vaho, b&a y empalidece mis manos, alar-
ga a mis pies una silueta confusa que es mi sombra,
.Y he aquí que, de pronto, veo otra sombra junto
a la mía. Levanto la cabeza.
U n hombre está frente a mi, muy cerca de mí,
Es joven; unos ojos muy charm en un romo rnB
reno y una de sus cejas, ievemnte arquezbda, prestan
a su cara un aspecto casi sobrenatural. De SI se de$
prende un vagu, pero envolvente calor.
Y es ripido, violento, dehitivo. Comprendo que
lo esperaba y que le voy a seguir como sea, donde
sea. Le echo los brazos al cuello y El entonces me b
sa, sin que por entre sus pestdas lac pupilas lumiw
sas no cesen de mirarme.
h d o , pera ahora un desconocido me guia. Me
guía hasta una calle estrecha y en pendiente. Me d i -
ga a detenerme. Tras una verja, distingo un jardín
abandonado. El desconocido desata con dificultad los
nudos de una cadena enmohecida.
- -
---ss, '

Dentro de la casa la oscuriCIad es completa; pe-


mano tibia busca la mía y me incita a awn-
>
tropezamos contra' ninghn mueble; nuestros
pasos resuenan en cuartos vacías. Subo a tientas la
larga escalera, sin que necesite apoyarme a la baran-
da, porque el desconocido guia aún cada uno de mis
pasos. Lo sigo, me siento en su dominio, entregada
a su voluntad. Al extremo de un corredor, empuja
una puerta y suelta mi mano. Quedo paradz! en el
umbral ,de m a pieza que, de propto, se ilumina.
Doy un paso denmo de una halitaci6.n c ~ y acre-
tonas descoloridas le comunican no sé qué e n a n -
to anticuado, no sé que intimidad rnelancilica, To-
do el calor ¿e la casa parece haberse concentrado
aqui ' La noche y la neblina pueden aletear en vano
d
contea lo vidrios de la ventana, no conseguirh in-
filtrar en este cuarto un solo átomo de muerte./
Mi amigo torre Ias cortinas y ejerciendo con su
pecho una suave presión, me hace retroceder. lenta-
mente, hacia el leche. Me siento desfallecer en dul-
ce espera y, sin embargo, un singular pudor :IM im-
pdsa a fingr miedo. El entonces sonrie, pero SPI son-
risa, aunque tierna, es irónica. Sospecho que ningún
sentiiieito abriga secretos para 61. Se aleja simulan-
; do a su vez querer tranquilizarme. Quedo sola.
Oigo pasos muy leves sobre la alfombra, pasos
' de p ~ descalzos.
s EI esti nuevamente freilte 2 mí, des-
49
4.-UItima Kiebla
nudo. Su piel es oscura, pero un vello castafio al
cual se prende la luz de la lbpara, lo envuelve de
pies a cabeza en una aureola de claridad, Tiene pier-
nas muy largas, hombros re,ctos y caderas estrechas,
Su frente está s e m a y sus brazos cuelgan imóvi-
les a lo largo del cuerpo. La grave sencillez de su acti-
tud le confiere como una segunda desnudez.
Casi sin tocarme, me desata los cabellos y empie.
za a quitarme los vestidos. Me someto a su deseo ca-
llada y con el cara& palpitante. U n a secreta apren.
sión me estremece cuando mis ropas refrenan la
impaciencia de sus de¿os. Ardo en deseos de que mt
descubra cumto antes su mirada. La belleza de mi
cuerpo ansía, por fin, su parte de homenaje. Una vez
desnuda, permanexo sentada al borde de la cama.
E1 se aparta y me contempla, Bajo su atenta mira-
da, echo la cabeza hacia at& y este ad& me lle
tia de íntimo bienestar. Anudo mis brazos tras la nu-
ca, trenzo y destrenzo las piernas y cada gesto me
trae consigo un placer intenso y completo, como Si
por fin, tuvieran una razón de ser mis brazos y mi
cuello y mis piernas, iAunque este goce fuera la Úni
ca finalidad del amor, me sentiría ya bien recornpen.
sada!
Se acerca; mi cabeza queda a la altura de su pe.
cho, me Io tiende sonrientee, oprimo a éI mis labios
y apoyo en seguida la frente, la cara. Su carne hue-

50
le a fruta y a vegetal. En un nuevo arranque echo
mis brazos alrededor de su torso y atraigo, otra vez,
su pecho contra mi mejilla.
Lo abrazo fuertemente y con todos mis sentidos
escudio. Escucho nacer, volar y recaer su soplo; es-
cucho el estallido que el corazón repite incansable en
el centro del pecho y hace repercutir en las entrahas
y extiend'e en ondas por todo el cuerpo, transfor-
mando ca¿a célula en un eco sonoro. Lo estrechb,
Io estrecho siempre con más afán; siento correr la
sangre dentro de sus venas y siento trepidar la fuer-
za que se agazapa ina,ctiva dentro de sus múscuIos;
siento agitarse la burbuja de un suspiro. Entre mis
brazos, toda una vi& fisica, con su fragdidad y su
misterio, bulle y se precipita. Me pongo a temblar.
Entonces 61 se inclina sobre mí y rodamos enlazados
al hueco del lecho. Su cuerpo me cubre como una
grande ola hirviente, me acaricia, me quema, me pe-
netra, me envuelve, rn arrastra desfallecida. A mi
,garganta sube algo así como un soIlozo, y no sé por
qué empiezo a quejarme, y no $6 por qué me es dulce
quejarme, y no sé por qué es dulce a mi cuerpo el can-
sancio infligido por la preciosa carga que pesa entre
mis muslos. .
Cuando despierto, mi amante duerme extendido a
mi lado. Es plácida la expresiiin de su rostro; su alien-
t o es tan leve que debo incharme sobre sus labios
/I pata sentirlo. Advierto que prendida a una finísima,
; casi invisible cadena, una medallita anida entre el
; vello castaño del p c h o ; una mdaUita banal de esas
, que los n h s reciben el día ¿e su primera ccsmuIUOn.
, Mi carne toda se enternece ante este pueril detdie.
Aliso un mechón rebelde apegado a su sien, me in-
corporo sin despertarlo. Me visto con sigilo y me voy.
+
4

q Salgo como he venido, a tientas. I

Ya estoy fuera, Abro la verja, Los irboles están


jnmtivjles y todavia ni0 amanece. Subo corriendo la
callejmla, atravieso la plaza, remonto avenidas. Un
perfume muy wave me ammpaña; el perfume de mi
enigmatico amigo. Toda yo he quedado impregna-
da de su aroma. Y es como si él anduviera a h a mi
lado o me tuviera aún apretada en su abrazo o hu.
hiera deshecho su vida en mi sangre, para siempre.
Y he aquí que estay extendida al lado de otro
hambre dormido.
-t tDaniel, no te compadezco, no te odio, deseo
solamente que no sepas nunca nada ¿e cuánto me ha
ocurrido esta noche. . .

¿Por qué, en otoño, esa obstinacih de hacer corn-


tantemente barrer las avenidas?
Yo dejaría las hojas amontoonarx sobre el césped
y los senderos, c u b d o todo con su alfombra rojiza
y crujiente que ia humedad tornaría luego silencie

52
- - - +

sa, Trato ¿e convencer a Daniel para que abando-


m un POCO el jmdh Siento nostalgia de parques
abandonados, donde la mara hierba borre todas las
huellas y donde arbustos descuidados estrechen los
caminos.
Pasan los años, Me miro al espejo y me veo, de-
finitivamente marcadas bajo los ojos esas pequefias
arrugas que sólo me duian, antes, al reír. Mi seno
está perdiendo SU liedondez y consiswencia de fruto
verde. La carne se me apega a los huesos y ya no pa-
rezco delgada, sino angdosa. Pero, iqüE importa!
Q u é importa que mi cuerpo se marchite, si conoció
el amor! Y qué importa que los años pawn, todos
iguales. Y o tuve una hermosa aventura, una vez. . .
Tan solo con un recuerdo se puede soportar una
larga vida de tedio, Y hasta repetir, día a $;a, sin
cansancio, los mezquinas gestos cotidianos.
Hay un ser que no puedo encontrar sin temblar.
Lo puedo encomrar hoy, mañana o dentro de diez
. $os, Lo puedo encontrar aquí, al final de una ala-
,. meda Q en la ciu¿ad, al doblar una esquina. Tal vez
’ nunca lo encuentre. No imparta; et mundo me pa-
: rece lleno de posibilidades, en cada minuto hay para
mi una espera, cada mundo tiene para mí su emoción,
Noche a noche, Daniel se duerme a mi lado, in-
diferente como un hemano. Lo abrigo con indul-
1
B
gencia porque hace anos, toda una larga noche, he

53
vivido del cdor de otro hombre. Me levanto, encien-
do a hurtadillas una lámpara y escribo:
“He conocido el perfume de tu hombro y desde
ese dia soy tuya. Te deseo. Me p a r i a la vida, tendi-
da, esperando que vinieras a apretar contra mi cuer-
po desnudo, tu cuerp fuerte y conocedor del d o ,
como si fuera su duefio desde siempre. Me separo de.
tu abrazo y todo el dia me persigue el recuerdo de
cuando me suspendo a tu cuello y suspiro sobre tu
boca”.
Escribo y rompo.

Hay maiianas en que me invade una absurda d e -


gria. Tengo el presentimiento de que una felicidad
muy grande va a caer sobre mi en el espacio de vein-
ticuatro horas. Me paco el día en una especie de
exaltación. Espero. iUna carta, un acontecimiento
imprevisto? N o sé, a la verdad.
Ando, me interm motlte adentro y, aunque es tar-
3de,acorto d paso a mi vuelta. Concedo al tiempo un
ÚZtimo plazo para el advenimiento ¿el mi4gro. En-
tro aI salón con eI corazón palpitante.
Tumbado en un diván, D&l bosteza, entre

54
sus perros. Mi suegra está dsevanando una nueva
madeja de lana gris. No ha venido nadie, no ha pa-
sado nada. La amargura de la decepcih no me du-
ra sino el espacio de un segundo, Mi amor por "él"
es tan grande que está por encima del dolor de la
awncia. Me basta saber que existe, que siente y re-
cuerda en algún rincSn del mundo. . .

Las horas de la comida me parecen interminables.


Mi único anhelo es estar sola para poder soñar, so-
iíar a mis anchas. ¡Tengo siempre tanto en que pen-
sar! Ayer tarde, por ejemplo, deje en suspenso una.
escena de celos entre mi amante y yo.
, Detesto que después de cenar me soliciten para
I la tradicional partida de naipes. Me gusta sentarme
, junto al fuego y recogerme para buscar entre las bra-

'salos ojos daros de mi amante. Bruscamente, des-


' gntan como dos estrellas y yo permanezco entonces

largo rato suniida en esa luz. Nunca como en esos


momentos recuerdo con tanta nitidez, la expresión
de SEI mirada.
Hay días 'en que me acomete un gran cansancio
y vanamente remuevo las cenizas de mi memoria pa-

55
E
do a mi amante. U n gran viente me lo devolvi0 la
última vez. U n viento que d e d tres nogales
e hizo persignarse a mi suegra, lo indujo a llamar a
la puerta de la casa. Traía los cabeIlos revueltos y el
cue110 del gabán muy subido. Pero yo lo reconoci y
me desplomé a sus pies. Entonces él me carg6 en sus
brazos y me llevó asi desvanecida, en !a tarde de vien-
t o . . . Desde aquél día no me ha vuelto a dejar.

56
--- . - -7

a * +

Estoy ojerosa y a menudo, la casa, el parque, los


bosques, empiezan a girar vertiginosamente dentro
de mi cerebro y ante mis ojos.
Trato de imponerme cierto reposo, pero es sólo
caminando que puedo imprimir un ritmo a mis sue-
nos, ensancharlos, hacerlos describir una curva per-
fecta. Cuando estoy quieta, todos ellos se quiebran
las alas sin poderlas abrir.

Llega el día de nuestro décimo aniversario matri-


monial. La familia se reune en nuestra hacienda, sal-
vo Felipe y Reina, cuya actitud es agriamente cen-
surada.
Como para compensar la indiierencia en medio de
la cual se efectuó hace aíios nuestro enlace, hay aho-
ra un exceso ¿e abrazos, de regalos y una gran co-
mida con numerosos brindis.
En la mesa, la mirada displicente de Daniel tro-
pieza con la mía.

Hoy he visto a mi amantee. No me canso de pen-


sarlo, de repetido en voz alta. Necesito escribir: hoy
Io he vistq, hoy lo he visto.
Sucedili este atardecer, cuando yo me baiiaba en
el estanque.

57
De costumbre permanezco a l i largas horas, el
cuerpo y el pensamiento a la deriva. A menudo no
queda ¿e mi, en la superficie, r n h que un vago remo-
lino; yo me he hundido en un mundo misterioso don-
de d tiempo parece detetierse bruscamente, donde la
luz pesa como una substancia fosforescente, donde
cada una de mis movimientos adquiere sabias y fe-
linas lentitudes y yo expIoro mhuciusamente los re-
pliegues de ese antra de silencia. Recojo extraiias cara-
colas, &tales que al traer a nuestro elemento se
convierten en guijarros negruzcos e informes. Re-
muevo piedras bajo las cuates duermen o se muel-
ven miles de criaturas atolondradas y escurridizas.
Eniergia de aquellas luminosas profundidades
cuando divisé a la lejos, entre la niebla, venit silen-
cioso como una aparición, un carruaje todo cerrado.
Tambaleando penosamente, los caballos se abríaii
paso entre los árboles y la hojarasca, sin provocar el
menor ruido.
Sobrecogida, me agarré a las ramas ¿e un sauce y,
no reparando en mi desnudez, suspend; medio cuer-
po Euera del agua.
El carruaje avanzó khtanmm, hasta arrimarse a
la orilla opuesta del. estanque. Una vez allí, los caba.
110s agacharon el cuello y bebieron, sin abrir un solo
circulo en la tersa superficie.

58
Algo muy grande para mi iba a suceder. Mí co-
. .razón y mis nervios lo presentían.
I
A una ventanilla estrecha vi, entoms, asomarse e
I inclinarse, pata mirarme, una cabeza de hombre.
, Reconocí inmediatamente los ojos extraordinaria-
mente claros, al rostro moreno de mi amante.
Quise flamarlo, pera mi impulso se quebró en una
especie de grito ronco, indescriptible. No podia Ila-
mado, no sabía su nombre. El debiú ver Ia mgustia
pintada en mi semblante, pues, como para tranquili-
zarme, esbozó a mi intención una sonrisa, un leve
ademán de la mano. Luego, reúinándose hacia atrás,
des~parecióde mi vista.
El carruaje echó a andar nuevamente y sin darme
tan siquiera tiempo para nadar hacia la orilla, se
pwdiQ de improviso en el bosque, como si se lo hu-
biera tragado ía niebla
Smtí un leve golpe azotarme la cadera. Volví mi
cara estupefacta. La balsa ligera, en que el hijo me-
nor del jardinero se desliza sobre el agua, estaba in-
movilizada detrás mío.
Apretando las brazos contra mi pecho desnudo,
fe grité, frenética:
-¿Lo viste, Andrés, lo viste?
-Si, señora, lo vi-asinti6 tranquilamente el mu-
chacho.
-#le sonrib, no es verdad Andrés, me sonrió?

59
-Si señora. Qué pálida está usted. Salga pron- 7
--
to del agua, no se vaya a desmayar-úijo, e impti-
mi6 vuelo a su embarcación.
Provisto ‘de una red, ~ ~ r i t i nbarriendo
~ó las hojas
secas que et otofio recostaba sobre el estanque .

Vivo agobiada por la felicidad.


Ignoro cuales serán los proyectos de mi amigo,
pero estoy segura que respira muy cerca de mi.
La aldea, el parque, íos bosques, me parecen Ue.
nos ¿e su presencia. Ando par todos lados con la con-
vicción de que él acecha cada uno de mis pasos.
Grito “iTe quiero!’’ “iTe deserno!” para que Ile-
gue hasta su escondrijo la voz de mi corazón y de
mis sentidos.
Ayer una voz lejana respondió a la mía: ,
“iArnooor!” Me detuve, pero aguzado el oí¿o, pr- ;
cibi un tumor confuso de risas ahogadas. Muerta 0
de vergüenza caí en cumm de que íos leñadores pa.
rodiaban mi mi I b a d o . 1

Sin embargo-es’ absurdo-en ese mokento, mi


amigo me pareció aiin m á s cerca. Corno si aquellos
simples hubieran sido, inconscientemente, el porta-
voz de su pensamiento.

Dócilmente, sin desesperación, espero siempre su


venida Después de la cena, bajo al jardin para en-

60
r-- treabwir furtivamente una de las p s i a n a s del sa-
-_

lón, Noche a noche, si él lo desea, podrá verme senta-


da junto al fuego o tyen¿o bajo la Ismpara. Po-
dri seguir cada m o de mis movimientos e infiltrar-
se, a su antojo, en mi intimidad. Y o no tengo secre-
tas para 8.. .
Por las tardes, salgo a Ea terraza a la hora en que
Andrés surge en el fondo del parque, de vuelta del
trabajo.
Me estremezco al divisarlo con su red ai hombro
y su5 pies descalzos, Se me figura que va a entregar-
me algún memaje importante, al pasar, Pero, cada
vez, 9e pierde, indiferente, entre 10s pinos.
Me recuesto entonces sobre los peIdaiios de la es-
calinata y me consuelo pensando m que la llovizna
que me salpica el rostru es la misma que está ale-
teando contra el p c h o de mi amigo o resbalando
p r los cristales de su ventana.

A menudo, cuando todos duermen, me incorpo-


ro en el fecho y escucho. Calla siibitamente el canto
de las ranas. Allá muy lejos, del corazón de la no-
che, oigo venir unos pasos. Los oiga aproximarse len-
tamente, los oigo apretar el musgo, remover las Ao-
jas secas, quebrar las ramas que les entorpecen el
camino. Son los pasos de mi amante. Es la bora en
' ' que 61 viene a mí. Cruje la tranquera. Oigo la cabal-
gata enloquecida de los perros y oigo, dictintamen-
te, el murmuíío que 10s aquieta.
Reina nuevamente el silencio y no percibo más
nada.
Pero tengo la certidumbre de qu,e mi amigo 4t
arrima bajo mí ventana y permanece alIí, velando mi
,suefio, hasta e1 amanecer,
Una vez suspiró despacito y yo no c o d a sus bra-
zos porque aún no me ha llamado.

Ignoro por qué huye sin haberme llamado.


I De vuelta del pueblo, Andrés me informa, displi
centemente, un dia, que vi0 alejarse a todo galope,
camino de la ciudad, un coche todo cerrado.
Sin embargo n o suha desaliento alguno. He vi-
vido horas felices y ahora que ha venido, sé que
voliw6.

Hada años que Daniel no me besaba y por eso


no me explica como pudo aquéllo suceder.
Tal vez hubo unaP leve gremeditacih de mi parte.
;Oh! alguien que en estos largos días de verano lo-
grata aliviar mi tedio! Sin ernbargo, toda fue impre-

42
visto y tremedo y hay un vacío en mi memoria has-
ta el momento en que me descubri, entre 10s brazos
de mi marido.
Mi cuerpo y mis besos no pudieron hacerlo
temblar, pero lo hicieron, C O ~ Qantes, pensar en otro
cuerpo y en otros Iabios. Como hasmeanos, lo volví
a ver tratando furiosamente de acariciar y desear mi
carne y encoatrando siempre el resuerdo de ia muer-
ta entre él y yo. Al abandonarse sobre mi pecho, su
mejilla, inconscientemente, buscaba la tersura y los
contornos de otro pecho. Beso mis manos, me besó to-
da, extrahando tibiezas, perfumes y asperezas familia-
res. Y lloró locamente, llamándola, gritandomt: al
old0 cosas absurdas que iban dirigidas a eIh,
Oh, nunca, nunca, su primera mujer Io ha pose?-
do más desgarrado, más d e w e r a d o por prtenecer-
le, como esta tarde. Queriendo huirla mevamente,
la ha encontrada, de pronto, casi dentro de sí,
En el leche, yo quedé tendida y sollozante, con el
pi0 adheri¿o a Ias ,sienes mojadas, muerta de des-
laliento y de vergüenza. N o traté de moverme, ni ci-
quiera de cubrirme. Me sentía sín valor para rnmír,
sin valor para vivir. Mi único anhelo era postergar
el momento de pensar.
Y f u i para h u n d i r d e n asa miseria que teaicioné
a mi amante.
HmLlütñCA NActoWG=
8ww&CH LENA
_....
-1
Hace ya un tiempis que no distingo las facciones
de mi amigo, que lo siento alejado. Le escribo para
disipar un naciente malentendido:
“Yo nunca te he engaiiado, Es cierto que, duran-
te todo el verano, entre Daniel y yo se ha vuelto a
anudar con frecuencia ese feroz abrazo, hecho de te-
dio, perversidad y tristeza, Es cierto que hemos per-
manecido a menudo encerrados en nuestro cuarto
hasta el anochecer, pero yo nunca te he engañado,
Ah, si pudiera contentarte esta sola afirmación mía.
Mi querido, mi torpe amante, ubliginclome a defi-
nir y a explicar, das carácter y cuerpo ¿e infidelidad
a un breve capricho de verano.
2Haeseas que hable a pesar de todo? Obedezco.
Un día ardiente nos tenia, a mi marido y a mi, en-
jaulados frente a frente, llorando casi de enema-
miento y de ocio. Mi segundo encuentro con Daniel
f u i idintico ai primero. El mismo anhelo sordo, el
mismo abrazo dexsperzdo, el mismo desengaiio. Co-
mo la vez anterior, quedé tendi&, humillada y ja-
deante.
Y entones se produjo el milago.
U n murmullo leve, levicimo, empezó a mecerme,
mientras una delicada frescura con olor a río, se ui-
filtraba en el cuarto. Era la primera lluvia de verano,
Me sentí ITWIIQS desgtaciada, sin saber p r qué.
Una mano rozó mi hombro.
Daniel estaba de pie junto al lecho. Una sonrisa
amable erraba en su semblante. Me tendia un vaso
de cristal e m p a h d a y filtrando hielo.
Como YO alzara lánguidamente la cabeza, 61, con
insdita ternura, ac&ó su braze bajo mi nuca y por
entre mis labios resecos empezó a volcarme todos loa
haales del bosque diluídos en un heMo jarabe.
Un gran bienestar me invadió.
Fuera crecía y-se esparcia el murmullo de la lluvia,
como si h a multiplicara cada una de su5 hebras de
plata. Un soplo de brisa hacia pal2itar las sedas de
las ventanas.
Daniel volvió a extenderse a mi lado y largas ho-
ras permanecimos siknciosos, mientras lenta, lenta,
se alejaba l a lluvia corno una bandada ,de pájaros
húmedos.
La alcoba Fed6 sumida en un crepUccu10 lila,
donde {os espejos, brillando como aguas apretadas,
hacían pensar en un reguero de claras charcas.
Cuando mi marido encendió la lámpara, en el te-
cho, una pequefia araña, sorprendida en quiEn sabe
qui SU&QS de atardecer, se escurrió para ocultarse.
"Augurio de felicidad"-balbucí, y volvi a cerrar los
ojos. Hacia meses que no me sentía envuelta en tan
divina y animal felicidad.
¿Y ahora, comprendes porqué volvía a Daniel?
r iQuS me importaba su abrazo? Despu& venía el
/:,I
hecho, convertido ya en infalible tito, de darme de be-
ber, ciespués era el gran descanso en el amplio lecho.
Herméticamente cerradas las claras sedas de las
ventanas y sumido así en una semioscuridad res-
plandeciente, nuestro cuarto parecia una gran car-
p a rosa tendida d sol, donde mi lucha contra d día
x hacía sin angustia ni lágrimas de enervamiento.
Imaginaba hombres avanzando penosamente por
carreteras polvorientas, soldados desplegando estra-
tegias en llanuras cuya tierra hirviente debía reque-
brarles la suda de las botas. Veia ciudades dura-
mente castigadas por el implacable estio, ciudades de
calles vacías y establecimientos cerrados, como si el
a h a se les hubiera escapado y no quedara de ellas
sino $1 esqueleto, todo akpitrán, derritiéndose al SOL
Y en el momento en que sentia cierto extraiío nu-
do retorcerse en mi garganta hasta sofocarme, la Ilu-
via empezaba a caer. Se apoderaba entonces de mi el
mismo bienestar de1 primer &a, Me parecia sentir el
agua resbalar dulcemente a lo largo de mis sienes
afiebradas y sobre mi pecho repleto de sollozos.
Oh, amigo adorado, ¿comprendes ahora que nun.
ca te engaiik?
loa8 rue un capricno, un morencivo capricho de
verano. ct jTu eres mi primer y único amante!”.

66
***

Han prendido fuego a todos los montones de ho-


jas secas y el jardin se ha esfumado en humo, como
hace aiioc en l a bruma. Esta noche no logro dormir.
Salto del lecho, abra la ventana y el silencio es tan
grande afuera como en nuestro cuarto cerrado. Me
vfielvo a tender y entcnms sueña
Hay una cabeza reclinada sabre mi p e ~ h una
~ , ca-
beza que minuto a minuto st va haciendo más pe-
sada, más pesada, y que me oprime hasta sofocarme.
Despierto. ¿No sera acaso un llamado? En m a no-
che como ésta lo encontré. . . tal vez haya llegado
el momento de un segundo encuentro.
Echo un abrigo sobre mis hombros. Mi marido e
incorpora, medio dormido.
-¿A dS& Y=?
-Me ahogo, necesito caminar. . . No me mires
así. ¿Acaso no he salido otras veces, a esta misma
hora?
-iTÚ?,¿C&do?
-Una nodie que estuvimos en la ciudad.
-iEstas local h b e c haber soñado. Nunca ha su-
cediso aIgo semejante . .
Temblando me aferro a él
-No necesitas sacudirme. Estoy bien dcspierto.

67
--
Nunca, te repito, ;nunca!
Asegurando mi voz, trato de Frsuadirle:
-Recuerda. Fué una noche de niebIa. Cenamos
en el gran canedor, a la luz ¿e los candelabros. . .
-Sí y bebimos tanto y tan bien que dormimos t ~ -
da la noche de un tirón!. . .
Grito: iNo! Suplico: jRwuerda, recuerda!
Daniel me mira fijamente u11 segundo, luego me
interroga con sorna:
-¿Y en tu paseo encontraste gente aquella noche?
-A un hombrerespondo provocante.
-¿Te habló?
-Si.
-¿Recuerdas su voz?
-2% voz? ¿Cómo era su voz? No la recuerdo.
2 P ~ rqué no la recuerdo? Palidezco y me siento pa-
lidecer. Su voz no la recuerdo. . . porque no Ia co-
~ Q Z C O . Repaso cada minuto de aquella noche extra-

ordinaria. He mentido a Danid. No es vedad que


aquel hombre me haya hablado.
-¿No te hxbló? Y a ves, era un fantasma. . .

Esta duda que mi marido me ha irifiítrado; esta


duda absurda y jtm grande! Vivo como con ma
quemadura dentro del pecho. Daniel tiene razón.
AqueIla n d e bebí mucho, sin darme cuenta, yo que
nunca bebo . . Pero en el corazh ¿e la ciudad esa
plaza que yo no conocia y que existe . ¿Pude habe:
la concebido súlo en sueños?. . . ¿Y mi sombrero de
paja? LD6nde lo per& entonces?
Sin embargo, iDios mio! ¿Esposible que un aman-
te no despliege los hbios, ni una vez en toda una lar-
ga noche? Tan solo en los sueños los seres se mueven
silenciosos COMO fantasmas. o
w
¿Dónde está And&? j C h ü posible que no
es
haya pensado hasta ahora en consultarlo!
Correr6 en su busca, It: preguntaré: “Andrés, tú
no ves visiones jamás?” “Oh, no, s e h a ” “ZRecuer-
das el desconocido del coche?” “Como si fuera hoy,
lo recuerdo y recuerdo tamhien que sonrib a la se-
nora. . . J?
No dirá mas, pero me habri salvado de esta atroz
incertidumbre. Porque si hay un testigo de la existen-
cia de mi amante, ¿qui& me puede asegutat, enton-
ces, que no es Daniel quien ha olvidado mi paseo
nocturno?
-¿Dónde está An&és?-pregunto
\
a sus padres,

69
h!
dias después,
Se l e busca, en efecto, y se extrae, dos
su cadáver amoratado; llenas de frías burbujas de I

plata las cavidades de los ojos, roicios los labios que

io
Noche a noche oigo a lo lejos pasar todos los trt-
nec. Veo en seguida el amanecer Infiltrar, Jentamen-
te, en el cuarto, una luz sucia y triste. Oigo las cam-
panas del pueblo dar todas las horas, llamar a todas
las misas, desde la misa de seis, adonde corren mi
suegra y dos &das viejas. Oigo el aliento acum-
pasado de Daniel y su diftcil despertar.
Cuando él se incorpora en el leche, cierro los ojos
y finjo dormir.
Durante el dia no iloro. No puedo llorar. Esca-
lofríos me empufian de golpe, a cada segundo, para
traspasarme de pies a cabeza con la rapidez de un
teIhpago. Tengo la sensación de vivír estremecida.
iSi pudiera enfermarme ¿e verdad! Con todas mis
fuerzas anhelo que una fiebre o algún dofor muy
fuerte vengan a interponerse aIgunos días entre mi
duda y yo.

Y me dije: si olvidara, si olvidara todo; mi aven-


tura, mi amor, mi torm,ento. Si me resignara a vivir
como antes de mi viaje a la ciudad, tal vez recobra-
ria la paz .,

Empecé entonces a forzarme a vivir muy despacio,

71
concentrando mi imaginación y mi espiritu en lm
--
menesteres de cada segundo.
Vigilé, sin permitirme distraccion alguna, el difí-
cil salvamento de las enredaderas, que el viento ha-
bla derribado. Hice barrer las tdaraiías de la azotea,
y mandé Ilamar a un cerrajero para que forzara la
. chapa de un mueble, donde muchos Iibros se alínean,
cubiertos de polvo.
Desechando todo ensueño, rebusqué y trate de con-
finarme en los más humildes placeres: elegir caballo,
seguir al capataz en su ronda cotidiana, recoger se-
tas junto con mi suegra, zprender a fumar.
iAh! Cómo hacen para olvidar las mujeres que han
toto con un amante largo tiempo querido e incorpo-
rado a la trama ardiente de sus vidas!
Mi amor estaba allíj agazapado detrás úe las co-
sas; todo alrededor mío estaba saturado de mi senti-
miento, todo me hacia tropezar contra un recuerdo. EI
bosque, porque durante anos paseé allí mi melancolía
y mi ilusión; el. estanque, porque, desde su borde, di-
visé, uh día, a mi amigo, mientras me baiíaba; el fuego
en la chimenea, porque en él surgia para mi, cada
noche, su imagen.
Y no podía mirarme al espejo, porque mi cuer-
po me recordaba sus caricias.
Corrí de un lado a otro para afrontado todo de

72
k--

una vez, para recibir todos íos golpes en un solo día


y fui a caer daspuis, jadeante, sobre el lecho.
Pero a nada conseguí despojar de su p d e t de he-
rirme. Había en las cosas como un veneno que no
terminaba ¿e agotarse.
Mi amot estaba también, agazapado, detrás de ca-
da uno de mis movimientos, Como antes, extendía, a
menudo, 10s brazas para estrechar a un ser ihvisible.
Me levantaba medio dormida para escribir y, con la
pluma en la mano, recordaba, de pronto, que mi aman-
te había muerto.
-¿Cu&to, cuánto tiempo necesitaré para que ta-
dos estos reflejos se ,borren, sean reemplazados por
otros refiejos?
A veces, cuando llego a distraeme unos minutos,
siento, de repente, que voy a ríxordar. La cola idea
del dolor por venir me aprieta e1 corazón. Y junto
m i s fuerzas para resistir su embestida pero el dolor
lega, y me muerde, y entonces grito, grito despacio
para que nadie oiga. Soy una enferma avergonzada .
de su mal.
iOh,no! iY0 no puedo olvidar!

Y si llegara a olvidar, icúrno haré, entonces pa-

73
Y ya sé ahora, que los seres, las cosas, los días, no
me son soportables sino vistos a través del estado
d
de vida que me crea mi pasión.
Mi amante es para mi más que un m o r , es mi
razón de set, mi ayer, mi hoy, mi manana.

La noticia Il,ega una madrugada, por intermedio


de un telegrama que mi marido sacude, febril, ante
mis ajos. Mientras pugno p r rechazar el aturdi-
miento de un sueño bruscamente interrumpido, Da-
niel corre, azorado, a golpear, sin miramiento, al cuar-
t o de su madre. Transcurridos a'lgunos xpndos,
comprendo. Reina está en peligro de muerte, Debe-
mos salir, sin tardanza, para la ciudad. Me incorpo-
ro en el lecho, llena de aíegria, de una aíegria casi
feroz. I r a la ciudad, he ahi la solución de todas mis
angustias. Recorrer sus calles, buscar la casa miste-
riosa,.divisar al desconocido, hablarle y d vez, tal
vez . . pero en aquello sofíaré mis tarde. N o hay
que agotar tanta felicidad de un golpe. Ya tengo sufi-
ciente como para saltar ágilmente del lecho.
Recuerdo que Ia causa ¿e mi alegria es también
una desgracia. Grave y ausente doy 8rdenes y arre 1
1

glo ei equipaje.

74
I
En el tren pregunto el por qué del estado de Rei-
na Se me mira con extraiieza, con indignación:
-¿En que estoy pensando siempre? Aún no me he
impuesto de que b que agrava la inquietud de to-
dos, es, justamente, la vaguedad de la noticia? Es
muy posible que se nos haya infoormado ¿e esa ma-
nera sólo para no alarmarnos. Podria ser que Reina
estuviera ya. . . A la ver&¿, mi distracción raya ca-
si en la locura. . .
No contesto, y, durante todo el trayecto, contengo,
a duras penas, la sonrisa de espanza que se obstina
en prestar a mi rostro una animación insólita.

En la sala de la clinica, de pie, taciturnos y


con los
ojos fijos en la puma, Daniel, la madre y yo, for-
manos un grupo siniestro. La maiiana es fría y bru-
mosa. Tenernos los miembros entumecidos y el cora-
zón apretado de angustia, como entumecido también.
Si na fuera por un olot a éter y a desinfectante,
me creería en el locutorio del cawento en que me
eduqué. He aqui el mismo impersonal y odioso ma-
blaje, las mismas ventanas, altas y desnudas, danda
sobre ef mismo parque barroso que tanto odié.
La puerta se abre. Es Felipe. No está pálido, ni

75
desgreñado, ni tiene los párpados hinchados y las
orejas ¿e2 que ha llorado. No. L.e pasa algo peor que
todo eso. Lleva en la cara una expresión indefinible
que es trágica, pero que no se divina a que senti-
miento responde. La voz es fría, opaca.
-Se ha pegado un tiro. Puede que viva.
Un gemido, luego una pausa. La madre se ha arm-
jada ai cuello de su hijo y solloza convulsivamente.
-iPoLre, pobre Felipe!
Con gesto de sonámbulo, d hijo la sostiene, sin
inmutarse, como si estuviera compadeciendo a otro. . .
Daniel se oprime la frente.
-La trajeron de casa de su amante,-e dice en
voz baja.
Lo miro y desdeño en pensamiento sus mezquinas
reacciones. Orgullo herido, sentido del decoro.
Sé que la piedad es el sentimiento adecuado a la
situacih, p r o yo tampoco la siento. Inquieta, doy
un paso hacia la ventana y apoyo la frente contra los
cristales empanados de neblina. Trato de hacer pal-
pitar mi corazón endurecido.
jReina! semanas ¿e lucha, de gestos ¿esesperados
e iniítiles, largas noches durante las cuales el pensa-
miento se retuerce edoquecislo; evasiones dentro del
sueño rescatadas por despertarse cruelmente lúcidos,
fueron acorra1ándd.a hasta este &me gesto. Reina
supo del dolor cuya quemadura no se puede s o p -

76
tar. Del dolor dentro del cual no se aguarda el mo-
mento infalible del olvido, porque, de pronto, no es
posible mirarlo frente a frente, un día mas.
Comprendo, comprendo y sin embargo, no llego
a conmoverme. iEgoísta, egoísta! me digo, pero d-
go en mí rechaza el improperio. En realidad, no me
siento culpable de no conmoverme. ¿No soy yo, aca-
soo,mis miserable que Reina?
Tras el gesto de Reina, hay un sentimiento inten-
so, toda una vida de pasión. Tan solo un recuerdo
mantiene mi vida, un recuerdo cuya llama debo ali-
mentar día a dia para que no se apague. Wn recuer-
do tan vago y tan lejano, que me parece casi una fic-
ción. La desgracia de Reina: una llaga consecuen-
cia de un amor, de un verdadero amor, de ese amor
hecho de años, ¿e cartas, ¿e caricias, de rencores, de
lágrimas, de enganoc. Por primera vez me digo que
soy desdichada, que he sido siempre, horrible y total-
mente desdichada.
¿Son míos estos so'llozm cortos y monótonos, es-
tos sollozas ridicules como un hipo, que siembran,
de repente, el desconcierto?
Se me acuesta en un sofa. Se me hace beber a sor-
bos w1 líquido muy amargo. Alguien me da go4e-
citos condescendientes en la espalda, que me exas-
peran, mientras un &or, de aspecto grave, me habIa
cariñoso y bajo, como a una enfermi,PIBLIOTECA NACIONAk
BECCION CHILEHA

77
Pero no Io escucho y cuanda me levanto, ya he to-
mado una resolucibn.

La fiebre me abrasa las cienes y me seca la gargan-


ta. En medio de la nebha, que lo irmaterializa todo,
el ruido sordo de mis pasos que me daba primeto
. cierta seguridad empieza ahora a molestarme y a
angustiarme. Sufro la impresión de que alguien vie-
ne siguiéndome, implacable, con una orden secreta.
Busco una casa de persianas cerradas, de rejas en-
mohecidas. ;Esta neblina! iSi una ráfaga de viento hu-
biera podido descorrerla, corno un velo, tan solo esta
tarde, ya habria encontrado, tras dos arboles retor-
cidos y secos, la fachada que busco desde hace más
de dos horas. Recuerdo que se encuentra en una ca-
lle estrecha y en pendiente, entre cuyas baldosas de9
parejas crece el musgo. Recuerdo, también, que se ha-
lla muy cerca de la plazoleta donde el desconocido
me tornó dt la mano . .
Pero esa misma plazoleta, tampoco la encuentro.
Creo haber hecho el recorrido exacto que emprendi,
hace años, y sin embargo, doy vueltas y vueltas sin re-
sultado alguno. La niebla, con su barrera de humo,
prohibe toda visión directa de IOS seres y de las cosas,
incita a aislarse dentro ¿e sí mismo. Se me figura e 9
tar corriendo por calles vacias.
En medio de tanto silencio mis pasos se me anto-

78
jan, de pronto, un ruido insoportable, el único mi-
do en el mundo, un ruido cuya regularidad parece
consciente y que debe cobrar, en otros planetas, reso-
nancias misteriosas.
Me dejo caer sobre un banco para que st haga,
por fia, el silencio en el universo y dentro ¿e mí. Aho-
ra, mi cuerpo entero arde COMO una brasa.
B t r á s mío, tal un pderoso aliento, una frescu-
ra insiilita me penetra la nuca, los hombres. Me wel-
vo. Vislumbro árboles en la nebha. Estoy sentada al
borde de una plazoleta, cuyo surtidor se ha callado,
p r o cuyos verdes senderos respiran una olorosa hu-
medad.
Sin un grito, me pongo de pie y corm. Tomo la
primera calle a la derecha, doblo una esquina y divi-
so los dos árboles ¿e gruesas ramas convulsas, la os-
cura pitina de una alta fachada.
Estoy frente a la casa ¿e mi amante. Las persianas
continúan cerradas. El no Uegari sino al anocheser.
Pero yo quiero saborear el placer de saberme ante su
casa. Contempb, gozosa, el jardin abandonado. Me
apreto a las €rías rejas para sentidas muy sólidas con-
tra mi carne. iNQfué uh sueno, no!
Sacudo la verja y ésta se abre, rechinando. Nota
que no la aseguran ya sus viejas c~denas.Me invade
una repentina inquietud. Subo corriendo Ia escalinata,
me paro frente a la mampara y oprimo un botón exi-

79
dado. Un sonido de timbre lejano responde a mi ges-
to, Transcurren varios minutos. Resuelta ya a mar-
charme, espero un segundo mas, no sé por qué. Me
acomete una especie de vkrtigo. La puerta se ha
abierto.
Un criado me invita a pasar, con la mirada. Atur-
dida, doy un paso hacia adentro, M e encuentro en un
hall donde una inmensa galería de cristales abre so-
bre una patio Aorido. Aunque la luz no t s cruda,
entorno los ojos, penosamente deslumbrada. ;No es-
peraba, acaso, sumirme en la petiumbra?
-A4visar& a la señora-insinúa el criado y se aleja.
2La sefiora? ¿Qué sehora? Paseo una mirada a mi
alrededor. ¿Y esta caca, qué tiene que ver con la de
mis suenos? Hay muebles de mal gusto, telas chillo-
nas, y en un ritlccin, cuelga, de una percha, una jaula
con dos canarios. En las paredes, retratos de getite
convencional. Ni un solo retrato en cuya imagen pue-
da identificar a mi desconocido.
. U n gemido lejano desgarra el silencio, un gemido
tranquilo, un gemido prolongado que parece venir de1
piso superior. M e inunda una súbita dulzura. Para
oriwtarme, cierro los ojos y, como en aquella lejana
noche ¿e amor, subo, a tientas, una escalera que noto
ahora alfombrada. Ando a lo largo de estrechos corre-
dores, voy hacia d gemido que me llama siempre,

80
Lo siento cada vez más cerca. Empujo una úlrima
puerta y miro.
,$Ón¿e la suavidad del gran lecho y la meíanco-
lía de las viejas cretonas? Las paredes están tapiza-
das de Iibros y de mapas. Bajo una lámpara, y para-
d~ frente a un atril, hay un niha estudiando violín.
Al pie de la escalera, el criado me espera, respe-
tuoso.
-La señora no está.
-;Y su marido?-pregunto, de sirbito.
Una voz glacial me contesta:
-iEl &or? Falleció hace tiiris de quince aíios.
-;Cómo!
-Era ciego. Wesbalii en la escalera. Lo encontra-
mos muerta. .
Me voy? hp.

Con la vaga esperanza de M e r m e equivocado de


calk, de casa, continúo errando pur una ciudad fan-
tasma. D o y vueitas y más vueltas. Quisiera seguir
buscando pero ya ha anochecido y no distingo nada.
Ademis dpara qué luchar? Era mi destino. La casa,
y mi amor, y mi aventura, todo se ha desvanecido en
la niebla, algo asi corno una garra ardiente me toma,
de pronto, por la nuca; recuerdo que tengo fiebre.

“nenuevo este singular olor a hospital. Daniel y yo

4
t 6 -Ultima Nicbia
81
I ,
...
-.

cruzamos puertas abiertas a pqueiios antros oscu-


ros donde formas confusas suspiran y se agitan.
-bicen que ha perdido muha sqre--@enst>,
mientras una enfermera nos introduce al cuarto don-
de una mujer estií postrada en tin catre de hierro
blanco.
Reina está tan fea que parece otra. Algunos me-
chones muy lacios? y como impregnados de sudor, le
cuelgan hasta la mitad ¿el cuello. Le han cortado el
plo. Se le transparentan las aletas de la nariz y, so.
bre Ia sibana, yam, inmóvil, ma mano extrafiamen-
te crispada.
Me acerco. Reina tiene los ojos entornados y respi-
ra con dificultad, Como 'para acariciarla, toco su ma-
mo descarnada. Me arrepiento casi en seguida de mi
ademán porque, a este leve contacto, ella revuelca la
cahza de un lado a otro ¿e la almohada emitiendo
un largo quejido. Se incorpora de pronto, pero recae
pesadamente y se desata, entonces, en un llanto des-
esperado. Llama a su amante, le grita palabras de una
desgarradora ternura, Lo insuIta, 10 amenaza y Io
vuelve a Ilamar, Suplica que la dejen morir, suplica y
que la hagan vivir para poder verlo, suplica que no Io 1
dejen entrar mientras ella tenga olor a éter y a san, 1
Ere. Y Vuelve a prorrumpir en Ilanto. 4
1
A mi alrededor, murmuran que vive así, en conti-
nua exaliacih, desde el momenta fatal en que . .
i
82
E1 corazón me da un vuelco. Veo a Reina desplo-
mándose sobre UR gran lecho todavia tibio. Me la
imagino aferrada a un hombre y temiendo caer e n ese
vado que se esta abriendo bajo ella y en el cual so-
berbiamente decidió precipitarse. Mientras la izaban
al carro de la ambulancia, boca arriba en su carni-
Ila, debió ver oscilar en el cielo todas las estrellas de
esa noche de otoño. Vislumbro en Ias manos del
amante, enloquecido de terror, dos trenzas que de
un tijerttazo han desprendido, empapadas de sangre.
Y siento, de pronto, que odio a Reina, que envidia
su dolor, su trágica aventura y hasta su posible muer-
te. Me acometen furiosos deseos de acercarme y sa-
cudirla duramente, preguntándole de que se queja,
ieIla, que lo ha tenido todo! Amor, vertigo y aban-
dono.
En ef preciso instante en que voy saliendo, una am-
bulancia entra a1 hospital. Me a p t o contra fa pa-
red, para dejada pasar mientras algunas voces re-
suenan bajo la bóveda del 'portón. . . "Un mucha-
cho, lo arm116 un autom6vil" . .
E1 hecho de lanzarse bajo Ias ruedas de un vehicu-
iO requiere una especie de inconsciencia. Cerraré tos
ojos y trataré de ne pensar durante un segundo.

'
Dsi, manm que me parecen brutales me atrazn vi-

l
I 83
I
gorosamente hacia at&. Una tromba de viento y de
estripito se escurre deIante mío. Tambaleo y me
apoyo contra el pecho del imprudente que ha creído
salvarme.
Atutdida, levanto la cabeza. Entreveo la cara roja
y marchita de un extrafio. Luego, me aparto violenta-
mente, porque reconozco a mi marido. Hace años
que lo miraba sin verlo. iQüé viejo lo encuentro, de
pronto! ¿Es posible que sea yo la cornpanera de este
hombre maduro? Recuerdo, sin embargo, que éra-
mos de la misma edad, cuando nos casamos.
Me asalta la visión de mi cuerpo desnudo, y exten-
dido sobre una mesa en la Morgue. Carnes mustias,
y pegadas a un estrecho esqueleto, un vientre sumido
entre las caderas. . . El suicidio de una mujer casi
vieja, qué tosa repugnante e inútil. ¿Mi vida no es
acaso ya el comienzo de la muerte? Morir para re-,
huir iquE nuevas decepciones? @é nuevos 'dolores?
Hace algunos años hubiera sido, tal vez,< razonable
destruir, en un solo impulso de rebeldíip todas las
f
fuerzas en mi acumuladas, para no veda ~consurnirse,
inactivas. Pero un destino implacable me ha robado
hasta el derecho de buscar la muerte, me ha ido aco.
rtalando lentamente, insensiblemente a una vejez sin
fervores, sin recuerdos. . . sin pasado.
Danid me toma del brazo y echa a andar con la

84
v - ... - I ..-,-A-

mayor naturalidad. Parece no habu dado ninguna


importancia al incidente. Recuerdo la noche de nuts-
E H boda. . . A su vez, él finge, ahora, una absoluta
ignorancia de mi dolor. Tal vez sea mejor, pienso,
y io sigo,
Lo sigo para IIevar a cabo una infinidad de p q u e -
iíos menesteres, lo sigo para vivir correctamcnte, pa-
ra morir correctamente, algún dla.
Alrededor nuestro, 1ñ niebla presta a Iñs CQMS un
cadcter de inmovilidad definitiva.

85
,!

87
F

EI pianista se sienta, tose por prejuicio y se con-


centra un instante. Las Iuces en racimo que alumbran
Ia sala declinan lentamente hasta detenerse en un res-
plandor mortecino de brasa, al tiempo que m a frase
musical comienza a subir en el silencio, a desenvol-
verse, clara, estrecha y j uiciosamcnte caprichosa.
“Mozart, tal vez”-piensa Bcígida. Como de cos-
tumbre se ha olvidado de pedir e1 programa. “Mo-
zart, tal vez, o Scarlatti . I f ¡Sabía tan poca maisi-
ca! Y no era porque no tuviesc oído ni afición. De
pifia fué leíla quien reclamó lecciones de piano; na-
die neccesitó impairs&, como a sus hermanas. Sus
hermanas, sin embargo, tocaban ahora correctamen-
t e y descifraban a primera vista, en tanto que ella. . .
Ella había abandonado los estudios al año de Iniciar-
los. La razbn de SLI inconsecuencia era tan sencilla co-
mo vergonzosa: jamis había conseguido aprender la
llave de Fa, jamis. t1NQ comprendo, no me almiiza
fa memoria más que para la llave de Sol”. iLa indig-

89
aiacih ¿e su padre! “in cualquiera le doy esta car-
ga de un hombre solo con varias hijas que educar!
jPobre Carmen! Seguramente habria sufrido por Brí-
gida. Es retardada esta criatwa”.
Brigida era la menor de seis niñas todas diferentes
de carActe-ttr. Cuando el padre llegaba por fin a su sex-
ta hija, Ilcgaba tan perplejo y agotado pur las cinco
primeras que prefería simplificarse e3 dia declarándo-
la retardada. “No voy a luchar más, es inimtil. Déjen-
la. Si no quiere estudiar, que nu estudie. Si le gusta
pasarse en la cocina oyendo cuentos de ánimas, allá
ella. Si le gustan las mukcas a los dieciséis años, que
Y
juegue”’. Y Brígida había conservado SIIS muñecas y
permanecido tatahente ignorante.
Qué agradable cs ser ignmante? iMo saber emc-
tarnente quien fu& Mozart, desconocer sus orígenes,
sus influencias, Ias particularidades de su rkctiica! De-
jarse solamente llevar por él de la mano, como ahora.
Y Mozart la Ileva, en efecto. La lleva por un p e n -
te suspendido sobre un agua cristalina que corre en
un fecho de arena rosada. Ella está vestida de blanco,
,can un quitasol de encaje, complicado y fino como .
I

tina telaraña, abierto sobre e1 hombro.


-C-tás cada día más jovefi, Brígicia. Ayer MCQII-
tré a tu marido, a tu ex marido, quiero decir. Tiene
todo e1 pelo bIanco,
Pero ella no contesta, no se detiene, sigue cruzando
I
r-

el puente quc Mozart le ha tendido hacia ei j d i n


de sus aiios juveniles.
Altos surtidores en loa que el agua canta. Sus die-
ciocho años, sus trenzas castaíias que desatadas Ie lle-
gaban hasta los tobillos, su tez dorada, sus ojos os-
curos tan abiertos y como interrogantes. Una peque-
iia boca de labios carnosos, una sonrisa dulce y el
cuerpo m i s liviano y gracioso de1 mundo. ¿Ea qui
pensaba sentada al. borde de la fuente.? En nada.
tt
Es tan tonta COMO linda’? decian. Pero a ella nula-
ca le import6 ser tonta, ni “planchar” en los bailes.
Una por una iban pidiendo en matrimonio a sus her-
manas. A ella no Ia pedía nadie.
iMozart! Ahora le brinda una escalera de mar-
mol azul por donde ella baja entre una doble fila de
lirios ¿e hielo. Y ahora Ie abre una verja de barro-
tes can puntas doradas para que ella p d a echarse
al cidlo de Liris, el amigo intimo de su p a d r e p s -
de muy niiia, cuando todos la abandonaban,’ corráa
hacia Luis, E1 la alzaba y ella le rodeaba el crrello
eon los brazos, entre risas que eran cona0 pequefies
gorjeos y besos que le disparaba aturdidamente so.
bre los ojos, fa frente y el ,pelo ya entonces MIOSO (Les
que nunca había sido joven?) como una lIuvia des-
ordenada. T r e s un collar-le decia Luis-. Eres cu-
tno un collar de pijaros’’.
Por eso se había casado con él. Porque al lado dt

91
aquel hombre solemne y taciturno no sc sentía cul-
pable de ser tal cual era: tonta, juguetona y p r e z o -
sa. Si; ahora que han ,pasado tantos años compren-
de que no 5e había casado con Luis por amor; sin
embargo no atina a comprender por qui!,’por q d se
march6 ella un día, de pronto I

Pero he aquí que Mozart la torna nervíosainente


de la mano y arrastrándola en un ritmo segun& por
segundo m á s apremiante, Is obliga a cruzar el jar-
dín en sentída inverso, a retomar el puente en una
c a r m a que es casi una huída. Y Iuego de haberla
despojado del quitasol y de la falda transparente, IC
cierra la puerta de s i l pasado con un acorde dulce y
firme a la vez, y la deja en una sala de conciertos,
vcstida de negro, aplaudiendo maquinalinente en tan-
to crece la llama de las luces artificiales.

Dc nuwo la penumbra y de nuevo el silencio


.prccursor.
Y ahora Beethoven empieza a remover el oleaje
tibio de sus notas bajo una luna de primavera. Qué
lejos se ha retirado el mar! Brígida se interna pia-
ya adentro hacia cl mar contraído alli lejos, reful-
gente y manso, pero entonces el mar se levanta, cre-
ce tranquilo, viene a su encuentro, la envuefvt, y
con suaves olas la va empujando, empujando ’por
la espalda hasta hacerle recostar la mejiIla sobre el
cuerpo de un hombre. Y se aleja, dejándola olvida-
da sobre eI pecho de Luis.
-No tienes cmazón, no tienes corazón-solia
decirle a Luis. Latia t a l i adentro d corazón de su
marido que no pudo oirío sino , r x a vez y de morto
inesperado-. Nunca estás conmigo cuando estas a
mi lado-protestaba en la alcoba, cuando ant- de
dormirse 61 abria ritualmente los periódicos de la
tarde-. iPor qué t e has casado conmigo?
-Porque tienes ojos de venadito asustado-con-
restaba é1 y la besaba. Y ella, siibitamente alegre,
recibia orguIIosa sobre su hoinbm e1 peso de su ca-
beza cans. iOh, ese pelo plateado y hillante de
Luis!
-Luis, nunca me has contado de q u i color era
exactamente tu pelo cuando eras chico, y nunca me
has contado tampoco 10 que dijo tu madre cuando
te empezaron a salir canas a los quince anos. ¿Que
dijo? ;Se rió? ;Llorii? ¿Y tii, estabas orguIloso o te-
nias vergüenza? Y en el colegio, tus compañeros,
iquE decian? Cuéntame, Luis, cuéntame .
-Maííauia t e contaré. Tengo sueño,
-. Brígi¿a, es-
toy muy cansado. Apaga la luz.
Inconscientemente 61 Ise aparraba de ella para
dormir, y ella inconscientemente, driranre Ia noche
entera, perseguía el hombro ¿e su marido, buscaba
su aliento, trataba de vivir bajo su aliento, como

93
-
tina planta eiicerrada y sedknta que alarga sus ea.;
inas en busca de un clima propicio.
Por las mañanas, cuando Ia muearna abria las
prrsianas, Lr~isya no esta*& a su lado. Se había le-
vantado sigiloso y sin darle los huenw dias, por te-
mor al collar ¿e pijaroc que se obstinaba en rete-
rierlo fuertemente por los hombros. t t Cinco minu-
tos, cinco minutos nada mis. Tu estudia no va a
desyparecer porque t e quedes cinco minutos más
conmigo, Luis3’.
Sm despertares. jAh, qué tristes sus desperta-
res! Pero-eta curioso-apenas pasaba a su cuarto
de vestir, su tristeza se disipaba como por encanto,
U n oleaje biiI!e, bulk inriy lejano, murmura co-
mo un mar de hojas. ¿E5 Beethoven? No.
Es el irbol pegado a la ventana del cuarto de ves-
tir. Le bastaba entrar para que sintiese circular en
cIla una gran sensaci6n bienhechora. jQ& calor ha-
cía siempre en el dormitorio por las mañanas! iY qui
luz cruda! Aquí en cambio, en el cuarto ,de vestir,
hasta la vista descansaba, se rifrescala. Las cretonas
desvaidas, el árbol que desenvolvía coinbras como de
agua agitada y fría por lac paredes, 10s espejos que
dobluban et follaje y se ahuecaban en un bosque in-
finito y verde, iQüé agradable era ese cuarto! Pare.
cia un mundo sumido en un acua,rio. i C h o parlo-
t e a h e:? iirrn~mogomero! Todos los pigarcs del ba-

94
1
-
r& venian a refugiarse M d, Era el iiniro árbol de
aquelia estrecha calle- en gendiente que desde un COS-
tado de la ciudad se despeilaba directatxme al rie.
-Estoy ocupado. No puedo acompafiarte . .
Tengo mircho que liaccr, no alcanza a llegar para eI
alriniierzo . . WoI& sí, esto): en el Club, Un corn-
promiso. Come y acuestate. . No. No $15, "is vale
que no me esperes, Brigida.
iSi tuviera amigac!-suspiraba ella. Peru todo el
mundo se abursia con ella. jSi tratara de ser un po-
ca menos tanta! ;,Pero c8mo ganar ¿e un tirón tan-
to terreno perdido? Para ser inteligente hay que em-
pezar desde chica ¿no es verdad?
A sus hermanas, sin embargo, los maridos 'las Ile-
valsan a todas parta, pero Luis--¿por qué no h b i a
de csnfesárseiu a si misma?-se avergonzaba de ella,
de su ignorancia, de 5u timidez y Iiacca de su9 dierio-
cho años. ;No Ie habia pedido acaso que dijera que
tenia por lo menas veintiuno, corno si 5u extrema ju-
ventud fuera en ellos una tara secreta?
Y de noche ~ q u &cansado se acostaba siempre! Nun-
ca la escuchabi del todo. Le sonreia, eso si, le con-
reía can una. sonrisa que ella sabia maquinal. I,a col-
maba de caricias de las que'el estaba ausente, 2Por
que se habia casado con ella? Para continuar una
costumbre, tal vea para estrechar la vieja reIación de
xmisiad coli su p a h Tal vez la vida con;istía para
,los hombres en una serie ¿e costumbres consentidas
y continuas. Si alguna llegaba a quebrarse, probable-
mente se producia el desbarajuste, el fracaso. Y los
hombres empezaban entonces a errar por lac calles
de la ciudad, a sentarse en los bancos de las plazas,
cada día peor vestidos y con la barba m i s crecida. La
vida de Luis, por Io tanto, consistía en I!enar con una
iscupción cada minuto del día. @mo nu habedo
comprendido antes! Su padre tenia raziin aI declarar-
la reradada.
--Me gustaría ver nevar alguna vez, Luis.
-Este verano t e llevaré a Europa, y COMO allá a
invierno podrhs ver nevar.
-Ya sé que es invierno en Europa cuando aqui
es verano. iTan ignorance no soy!
A veces, corno para despertarlo al arrebato del ver-
dadero m o r , ella se echaba sobre su marido y lo cu-
Lrh de IESOS, IIoranJu, IlamGndoIo: Lrris, Luis,
Luis . .
-¿Qué? ¿Q& t e pasa? ~ Q u 6quieres?
-Nada.
-¿Por que me I!amas de ese modo, entonces?
-Por nada, por llamarte. Me gusta llamarte.
Y éI sonteía, acogiendo con benevolencia aquel
vas ocupaciones impidieron a Luis ofrecede el viaje
prometido.
-Brígida, el calor va ser tremendo este verano
a
en Buenos Aires. ;Por qui no te vas a la estancia con
tu padre?
-¿SOLI?
-Yo iria a verte todas las semanas de sábado a
lunes.
Ella se había sentado en la cama, dispuesta a in-
sultar. Pero en vano buscó palabras hirientes que pi-
tarle. No sabía nada, nada. Ni siquiera insultar.
-¿Qué te pasa? ¿En que piensas, Brígida? ,
Por primera vez Luis había vuelto sabre sus pasos
y se hclinaba sobre ella, inquieto, dejando pasar la
hora de llegada a su despacho.
-Tengo sueíio . . .-había replicado Brigida pue-
rilrnente, mientras escondía la cara en lac almohadas.
Por primera vez El la habia llamado desde el club
a la hora del almuerzo- Pero ella habia rehusado sa-
lir al telbfono, esgrimiendo ,rabiosamente el a m a
aquella que había encontrado sin pensarla: el silencio.
Esa misma noche comía frente a su marido sin le-
vantar la vista, contraídos todos sus nervios.
-¿Todavía estás enojada, Brígida?
Pero ella no quebró el silencio.
-Bien sabes que te quiero, collar de pájaros. Pe-
ro no puedo estar contigo a toda hora. Soy un hom-
bre muy ocupado. Se llega a mi edad hecho un escla-
vo de mil C O E ~ O ~ ~ S Q S .

--¿Qukres que salgamos esta noche?

-¿No quieres? Paciencia. Dime, .$lams R & e m


desde Montevideo?

-jQ& l i d o traje! ES nuevo?


...
-2Es nuevo, Rigida? Contesta, contéstame . .
Pero ella tampoco esta vez quebrCi el silencio.
Y en seguicla la inesperado, lo asombroso, lo absur-
do, Luis que se levanta de su asiento, tira vialerita-
mente la servilleta sabre la mesa y se va de la casa
dando portazos.
Ella se había levantado a su vez, atónita, tiritando
de indignacihn por tanta injusticia. “Y yo, y yo-
murmuralba desorientada-, yo que durante casi un
aiio . . cuando por primera vez me petmito un re-
proche . iAh, me voy, me voy esta misma noche!
No v01vtrPé a pisar nunca más esta caca. . . ” Y abria
con furia los armarios ¿e su cuatro de vestir9 tiraba
,desatinadamente la ropa al suelo.
Pu& entoncm cuandu alguien golpeó con los m-
d i I h en I05 cristales de ‘laventana.
Hzbia corrido, no supo cómo ni con qué insólita

98
valentia, hacia la ventana. La había abierto. Era el
&bol, el gomero que un gran soplo de viento agita-
ba, el que golpeaba con sus ramas los vidrios, el que
la requeria desde fuera como para que lo viera re-
torcerse hecho una impetuosa Ilainarada negra bajo
el cielo encedido de aquella noche de verano.
U n pesado aguacero no tardaria en rebotar con-
,tra su5 frias hojas. jQ& delicia! Durante toda la no-
che, ella podría oir la lluvia azotar, escurrirse por
12s hojas ¿el goixero como por los canales de mil go-
teras fantasiosas. Durante toda la noche oiría crujir
y gemir el viejo tronco del gomero contindole de la
intemperie, mientras ella se acurrmaria, voluntaria-
mente friolenta, entre las sábanas del amplio lecho,
muy cerca de Luis.

Puiiados de perlas que llueven a chorros sobre un


techo de plata. Chopin Estudios de Federico Cho-
pin.
~ D u r m t ecuintas semanas se despert8 de pronto,
muy temprzno, apenas s e d a que su marido, ahora
tambikn él obstinadamente callzclo, se habibia escurri-
do del lecho?
EI cuarto de vestir: la ventana abierta de par en
par, un clor a rio y a pasto gritando en aquel c u a m
bienhechor, y los espejos velados por rin halo de ne-
blina.

99
Chopin y la lluvia que resbaIa por las hojas del
gomero con ruido de cascada secreta, y parece em-
papar hasta las rocas de ías cretonas, se entremezclan
en su agita& nostalgia.
dQu6 hacer en verano cuando llueve tanto? ¿Que-
darse el día entero en el cuarto fingiefido una con-
valecencia o m a tristeza? Luis habia entrado tími-
damente una tarde. Se había sentado muy tieso. H u -
bo un silencio.
-Brígida, ¿entonces es cierto? ;Ya no me quie-
res ?
Ella sehabia alegrado de golpe, estúpidamente.
Puede que hubiera gritado: “No, ne; t e quiero Luis,
te quiero”, si él le hubiese dado tiempo, si no hubie-
se agregado, casi de inmediato, con su calma ha-
bitual:
-En todo caso,no creo que nos convenga sepa-
rarnos, Brígida. Hay que pensarlo mucho.
En ella los impulsos se abatieron tan bruscamen-
te tomo se habían precipitado. jA qué exaltarse ink
tilmente! Luis Ia quería con ternura y medida; si aI-
gum vez llegara a odiarla la odiaría con justicia y
prudencia. Y eso erra la vida. Se acercó a la venta-
ca, apoyó la frente contra el vidrio glacial. Ailí es-
taba el gomero recibiendo serenamente la 1Iuvh que
lo golpeaba, tranquilo y reguiar. El cuarto se inmo-
vilhaba en la penumbra, ordenada y silencioso. To-
do parecía detenerse, e t e m ~y muy nobIe. Eso era la
vida. Y había cierta grandeza en aceptarla así, me-
diocre, como aIgo definitivo, irremediable. Y del fon-
do de las cosas parecia brotar y subir una meldfa
de palabras graves y h a s que elIa se quedó escu-
chando: “Siempre”. “Nunca”. . . Y as! pasan las
horas, 10s dias y los años. iSiempre! iNunca! iLa vi-
da, la vida!
AI recobrarse cayó en la cuenta que su marido se
habia escurrido del cuarto. iSiempre! iNunca!. . .
Y la iluvia, secreta e igual, aún continuaba susu-
rando en Chopin.

El verano dedhhojaba su ardiente calendario. Caían


páginas Iuminosas y enceguecedoras como espadas
de oro, y páginas de una humedad malsana como el
aliento de los pantanos; caían paginas de furiosa y
breve tormenta, y páginas de viento caluroso, de1
viento que trae el “davel del aire” y lo cuelga del in-
menso gomero.
Algunos nmos sollan jugar a1 escondite entre las
enormes raíces convuIsas que levantaban las baldo-
sas de la acera, y el. k b o l se llenaba de risas y de cu-
chicheos. Entonces ella se asomaba a la ventana y
golpeaba las manos; los ninos se dispersaban asusta-

101
dos, sin reparar en su sonrisa de niiia que a su vez
desea participar en el juego.
Solitaria, permanecía largo rato acodada en la
ventana mirando el tiritar de1 follaj-siempre co-
rria alguna brisa en aquella calk que se despeñaba
directamente hasta el río-y era como hundir la mi-
rada en una agua movediza o en el fuego inquieto de
un chimenea. Una podia pasarse así las horas muer-
ta, vacía de todo pensamiento, atontada ¿e bien-
estar.
Apenas el cuarto ,empezaba a llenarse del humo
de1 crqfiisculo ella encendia la primera limpara, y
la primera lámpara respIandecia en los espejos, se
mdtiplicaba como una luciérnaga deseosa de preci-
pitar la noche.
Y noche a noche dormitaba junto a su marido,
sufriendo por rachas. Pero cuando su dolor se con-
Censaba hasta hesirla como un puntazo, cuando la
asediaba un deseo demasiado imperioso ¿e despertar
a Luis para pegarle o acariciarlo, se escurría de pun-
tillas hacia el cuarto de vestir y abría la ventana. El
cuarto se llenaba instantáneamente de discretos mi-
dos y discretas presencias, de pisadas misteriosas, de
aleteos, de sutiles chasquidos vegetales, del dulce ge-
mido de un grillo escondido bajo la corteza del go-
mero sumido en las estrellas de una calurosa noche
estival.
Su fiebre decaía a medida que sus pies desnudos
se iban helando poca a poco sobre la estera. N o sa-
bia por qué le era tan fácil sufrir en aquel cuarto.

Melancolía de Chopin engranando un estudio tras


otro, engranando una rnelancolia tras otra, i m p -
turba&,
Y vino el otoiio. Las hojas secas revoloteaban un
instante antes de rodar sobre el &ped del estrecho
jardín, sobre la acera de la calle en pendiente. Las
hojas se desprendían y caian. . . La cima del gome-
ro petmanecfa verde, pero por debajo el &bol en-
rojecia, se ensombrecía como el forro gastado de una
suntuosa capa de bade. Y el cuarto parecía ahora
sumido eh una copa de oro triste.
Echada sobre el diván, ella esperaba pacientemen-
te Ia hura de la cena, la llegada improbable de Luis.
Había vuelto a hablarle, habia vuelto a ser su mu-
jer, sin entusiasmo y sin ira. Ya no lo queria. Pero
ya no sufria. Por e1 contrario; se había apoderado
de ella una inesperada sensación de plenitud, ¿e pla-
cidez. Ya nadie ni nada podría herida. Puede que la
verdadera felicidad est6 en la convicción de que se
ha perdido irremediablemente Ia felicidad. Entonces
empezamos a movernos por la vida sin esperanzas ni
miedos, capaces de gozar por fm OS los peque-
iios goces, que son los más perdurables.

103
Un estruendo feroz, Iuego una llamarada blanca
que la echa hacia atrás toda temblorosa.
¿Es el entreacto? No. Es el gomero, ella lo sabe.
La habían abatido de un solo hachazo. Ella no pu-
do oír los trabajos que empezaron muy de rn&ana.
‘Zas raíces levatrtaban las baldosas de la acera y en-
tonces, naturalmente, la comisión de vecinos. . .”
Encandilada se ha h a d o las manos a 10s ojos.
Cuando recobra la vista se incorpora y mira a su al-
rededor. zQ.6 mira? ¿La sala bruscamenk ilumina-
da, la gente que se dispersa? No. Ha quedado agri-
sionada en las redes de su pasada, no puede salir del
cuarto ,de vestir. De su cuarto de vestir invadido pot
una luz blanca, aterradora. Era como si hubieran
arrancado el techo de cuajo; una Iuz cruda entraba
por todos lados, se le metía por los poros, la quema-
ba de frio. Y todo lo veia a la luz ¿e esa fría luz;
Luis, su cara arrugada, sus manos que surcan sue-
sas venas destenirias, y las cretonas de colores chillo-
nes. Despavorida ha corrido hacia la ventana. La ven-
tana abre ahora directamente sobre una calle esm-
&a, tan estrecha que su cuarto se estrda casi con-
tra la fachada ¿e u11 rascacielos deslumbrante. En ia
planta baja, vidrieras y mis vidrieras llenas de fras-
cos. En la esquina de la calle, una hilera de auto&
viles alineados frente a una estaci6n de servicio pin-
&W.WTECA NACIONAJ;
BErnION CH1CENA

104
tada de rojo. Algunos muchachos, en mangas de ca-
misa, patean una pelota en media de la calzada.
Y toda aquella fealdad había entrado en sus es-
pejos. Dentro de sus espejos había ahora balcones
de níquel y trapos colgados y jaulas con canarios,
Le habían quitado su intimidad, CLI secreta; se
encontraba desnuda en medio de la calle, desnuda
junto a un marido viejo que le volvía la espalda pa-
ra dormir, que no le habia dado hijos. No compren-
de cómo hasta entonces no habia deseado tener hijos,
C O ~ Qhabia llegado a conformarse a la idea de que
iba a vivir sin hijos roda su vida. No comprende có-
mo pudo soportar durante un aiio esa risa ¿e Luis,
esa risa demasiado jovial, esa risa postiza de hombre
,que se ha adiestrado en la risa porque es necesario
reír en determinadas ocasiones.
ihlentira! Eran mentiras su resignación y su sere-
pidad; quería amor, sí, amor, y viajes y locuras, y
amor, amor . .
-Pero Brígida ¿por qué te vas? ¿por qué t e que-
dabas?-habia pregunta& Luis.
Ahora habría sabido contestarle:
-iEl árboI, Luis, el árbol! Han derribaáo eI go-
mero,

1 o5
&AS ISLAS NUEVAS

1O?
Cuando su hermano entró en el cuarto, al amanecer,
la enconrrci recostada sobre el hombro izquierdo, res-
pirando con dificultad y gimiendo.
-tYoianda! iYolanda!

1o9
.-

-Ya lo sé, ¿Qué hora es? ¿Adonde vas tan teem-


prano y con este viento?
-A las lagunas. Parece que hay otra isla nueva.
Ya van cuatro. De ‘ Z a Figura” han venido a verlas.
Tedrernos gente. Quería avisarte.
Sin cambiar de postura Yolanda observó a su her-
mano-un hombre canoso y flaco-ai que lac altas
botas ajustadas prestaban uii aspecto juvenil. iQd
absurdos los hombres! Siempre en movimiento, siem-
pre dispuestos a interesarse p o p todo. Cuando se
acuestan dejan dicho que ros despierten al rayar el
alba. Si se acercan a la chimenea permanecen de pie,
listos para huir al otro extremo del cuarto, listos pa-
ra huir siempre hacia cosas firtllcs. Y tusen, fuman,
habIan fuerte, temerosos del silencio como de un
enmigo que al menor descuido pudiera echarse so-
I
bre ellos, adherirse a ellos e invadirlos sin remedio.
-Es& bien, Federico.
-Hasta luego.
Un golpe seco de la puerta y ya las espuelas de
Federico suenan afejándose sobre las baldosas del co-

i
rredor. Yolanáa cierra de nueva los ojos y delicada-
mente, con Ldmitas pecauciones, se recuesta en las
almohadas, sobre el hombro izquierdo, sobre e1 co-
r a z h ; se ahoga, swpira y vrnelvve a caer en inquietos
sirencs. Suenos de los que, mafiana a mañana, se des-

110
prende pálida, extenuada, corno si se ‘hubiera batido
la noche enwa can el insomnio.
Mientras tanto, los de la estancia “La Figirra” se
habían detenido al borde de las lagunas. Amanecía.
Bajo un cielo revuelto, allá, contra eI horizonte, di-
visaban las islas nuevas, humeantes aún del esfuer-
zo que debieron hacer para subir de quien sabe qué
esrratificaciones profundas.
-Cuatro, cuatro islas nuwas!-gritaban.
€3 viento no amainó hasta el anrishecer, cuando
ya no se podia cazar.
Do, re, mi, fa, sol, la, si, do . Do, re7 mi, fa,
sol, la, si da. .
Las notas suben y caen, trepan y caen redodas y
límpidas como burbujas ¿e vidrio. Desde la casa
achatada a io lejos entre 10s altos cipreses, alguien
parece tender hacia los cazadores, que vuelven, una
e c t r ~ h aescala de agua somra.
Do, re, mi, fa sol, la, si d o . .
-Es Yolanda que estudia-mumura Silvestre. Y
se detiene un instante como para ajustarse mejor Ia
carabina al hombro, pero su pesado cuerpo tiembla
un poco.
Entre eI follaje de 10s arbustos se yerguen SIan-
cas flores que parecen endurecidas por la helada.
Juan Manuel alarga la mano. ,

-No hay que tocarlas-le advierte Silvestre-;

IT1
se ponen amarillas. Son las camelias que cultiva Yo-
landa-zgrega s o n r i d e . “Esa sonrisa humilde
iq& mal le sienta!”, piensa malévolo Juan Manuel.
Apenas deja su aire altanero 5e ve que es viejo,
Do, re, mi, fa, sol, la, si, do. . . Do, re, mi, fa,
sol, la, si, do. . .
La casa está totalmente a oscuras, pero las notas
siguen brotando regulares,
-Juan Manuel, ¿no conoce usted a mi hermana
‘ddanda?
Ante la indicación de Federico, la mujer, que en-
vuelta eh la penumbra e s t i sentada al piano, tiende
al desconocido una mano que retira en seguida. Lue-
go se levanta, crece, se desesirosca como una precio-
sa cuIebra. Es muy alta y extraordinariamente del-
gada. Juan Manuel la sigue con Ia mirada, mientras
silenciosa y rápida enciende las primeras lámparas.
Es igual que su n d r e : pálida, aguda, y na p c o
salvaje-piensa de pronto. Pero &qué tiene ¿e extra-
Go? iYa com~en¿o!-reA~xiona-~i~~tr~ella se
desliza hacia la puerta y desaparece: unos pies de-
masiado pequeños, Es raro que pueda sostener un
cuerpo tan largo sobre esos pies tan pequefios.
. . iQué estúpida comida esta comida entre hom-
bres, entre diez cazadores que no han podido cazar
y que devoran precipitadamente, sin tener siquiera
una soia hazafia de qui: vanagloriarse! ¿Y Yofanda?

1 I2
1 ¿Por qui no pres& la cena ya que fa mujer de Fe-
derico esti en Buenos Airm? iQdextraiia silueta!
1 ¿Fea? ¿Bonita? Liviana, eso si, n u y liviana. Y esa
mirada oscura y brillante, ese algo agresivo, huidi-
zo. ¿A qui&, a qué se parece?
Juan Manue? e s t i d e ta manno p x ~ tomar
l su CQ-
pa. Frente a 61 Silvesire hehc y hdda y rr'e Fiicm, y
p a r a e desesperado.
Los cazadores dispersan Ias Ultimas brasas B gol-
pes de pala y de tenazas; echan azi:,izas y ni6s ceni-
zas sobre h s mGXpIec ojos ck fuego que 5e e m p
iian en resurgir, coléricos. Bat& final en el tedio
largo de la noche. Y ahora e1 pasto y los irboies del
parque los envuelven bruscamente en su aliento M o m

!
Pesados insectos aletean contra los cristales del f g r d
que alumbra el. largo corre¿or a'bkrto. Sostenida por
Juan Manuel, Silvestre avanza hacia $:I cuarto res-
balando cobre lac baldosas lustrosas de vapor de
I

: agua, coino recién lavadas, Los sapos huyen tímida-


niente a s~ paso para acurrucarse en los rincones
oscuros.
En el silencio, el golpe de las Larras que se ajustan
a las puertas parece repetir I& disparos iniitiles dz
10s cazadores sobre lac islac. Silvestre deja caer s u pe-
sado cuerpo sobre el lecho, escon& su cara dema-
crada entre las manos y resiiella y suspira .tite IF. mi-
rada irritada de Juan Manuel. El, que siempre de-

113
+.UltIma Niebla.
%

testó compartir un cuarto con quien sea, tiene ahora


que compartirlo COLI un borracho, y para coirno con
un borracho que se lamenta.
-Oh, Juan Manuel, Juan Manuel .
--iQuE le pasa, don Silvestre? ¿No se siente bien?
-Oh, muchacho. jQuién pudiera saber, saber
saber! . .
-&hr qué, don Silvetre?
-Esta-y acompañando la palabra con el a&-
mán, el viejo toma la carrera del bolsillo de sil saco
y la tiende a Juan Manuel.
-Busca la carta. Léela. Sí, una carta. Esa, sí.
Leela y dime si comprendes.
Una letra alta y trémula corre como humo, dec-
' bordando casi lac cuartiIIas amarilIentas y manosta-

das. *'Silvestre: No puedo ms;sdrme con usted. Lo he


rr
pensado naucho, crédme. No es posible, no es PO.
P f sible. Y sin embargo le quiero, Silvestre, le quiero
*' y sufro. Pero no puedo. Olvidemc. E n bdde me
rr
pregunto qué podria salvarme. Un hijo td vez,
rr
un hijo que pesard dulcemente dentro de mi siem-
pr
pre; jpero siempre! jNo ~ e r l ojamcis crecido, des-
pegado de mí! jY0 apoyada siempre en esa peque-
tr
ñ d d a , retenida siempre par esa presencia! LIP
'"To, Silvestre, lloro; y no puedo explícurle nada
77
mis .--YoLAN DA".

114
-No comprendo-bulbucea Juan Manuel, preso
de un sYbito malestar.
-Yo hace treinta aiíos que trato de comprender.
La quería. Tií no sabes cuánto la quería. Ya nadie
quiere así, Juan Manuel . . Una noche, das serna-
aas antes de que hubiéramos de casarnos, me man-
d8 esta carta, En seguida me negii toda explicación
y jamás consegui verla a solas. Y o dejaba pasar el
tiempo. “Esto se arreglará”, me decia. Y así se me
ha ido pasando la vicia. . .
-¿Era la madre de Yolanda, don Silvestre? $e
llamaba Yolanda, tambih?
-iCórno? Hablo de Yalanda. NQ hay más que
una. De Yolanda que me ha huido de nuevo esta no-
che. Esta noche, cuando la vi, me dije: taí vez ahora
que ban pasado tantos anos. Yolanda quiera, amifin,
darme una explicaciiin. Pera se fué, corno siempre.
Parece que Federico trata también de hablarle, a ve-
ces, de todo esto, Y ella se echa a temblar, y huye,
huye siempre . .
Desde hace Linos segundos el sordo rumor de un
tren ha despuntado en el horizonte. Y Juan Ma-
nuel le OF insistit a h par que el mal
agita en su corazón.
-¿Yolanda fu; su novia, don Silvestre
-Si. Yotanda fué mi novia, mi novi
--
Juan Manuel considera fríamente los gestos des-
ordenados de Silvestre, sus mejillas congestionadas,
su pesado cuerpo de *sent& mal. conservado. iDoii
Silvestre, el viejo amigo de su padre, novio de Yo-
landa!
"-Entonces, jella no es una nir?a, don Ciihestw?
Silvestre rie estúpidamente.
Ei tren allá en un punto 6jo del. horizonte, parece
que se mipegara en rodar y rodar un rtinior esr&t.il.
-;.Qui edad tiene?-insiste Juan Manuel.
Silvestre se pass" la mano por la frente tratando
de cantar.
-A ver, yo tenis en esa é13~caveinre, no, vein.
titr&s . .
Pero Juan Manuel a p u c le oye, aliviado mornen-
táoeamente por una consoladora reflexión. t t iImpor-
ta acaso Ia edad cuando se es tan prodigiosamente
joven!"
- por consiguiente detia tener . .
. .ella
L a frase se cotta en un resuello. Y de nuevo rena-
ce en Juan Manuel. Ia absurda aticiedad que Io man-
tiene atento a la confidencia que aquel hornbre me-
dio ebrio deshilvana desatinadnineiite. iY ese tren 3
lo lejos, c o ~ mun movimiento en suspenso, como una
amenaza que no se cumple! Es seguramente la pal-
pitacien sofocada y continua de ese trm lo que Iu

116
enerva asi. Maqriinalinmtc, cotalo quien busca una
salida, se acerca a Ia ventana, la abre, y ~e i n c h so-
bre la noche. Los faros del expreso que jadea y ja-
dea allá en el horizonte rasgan con ‘dos haces de luz
la inmensa llanura.
-iMaldito tren! jCiián$o pasari! - rezonga
fuerte.
Silvestre, qire ha venido a tumbarse a su lado en
el alfeizar de la ventana, aspira el aire a pkrm pul-
moues y examina las dos luces, fijas a lo lejos.
-Vienc en linea recta, pero tardm4 m a media
hora en pasar-explica-. Acaba de salir dc Loboc.
“ESliviana y tienc iiiim pies deiiiasjado pequefíos
para st1 alta estatura”.
--¿Quéd a d tiene, don Silvestre?
-No sé. Mañana te diré.
Pero ¿por qué-reflexiona Juan Manu&--. iQLaé
significa este a f h ¿e preocuparme y pensar en una
mujer quc no he visto sino m a vez? ¿Será que la de-
E ~ ya?
O El tren. iOh, ese rumor monbtono, esa res-
pirrici8n interminable del tren que avanza obstinado
y icntai en la pampa!
¿Qué me pasa?-se p e g u n t a Juan Manuel-.
Debo estar cansado-piensa, al tiempo que cierra ia
ventana.

f 17
Mientras tanto, ella cstá en el extremo del jardin.
Está apoyada contra la iiltima tranquera del monte,
corno sobre la borda de un buque anclado en la 1Ia-
naira. En el cielo, una sola estrella, inmóvil; una es-
trclla pesada y roja que parece lista a dcscolgarse y
hundirse en el espacio infinito. Juan Manuel se apo-
ya a su lado contra la tranquera y junto con ella se
amma a la pampa sumida en la mortecina luz s a w -
iial. Habla. ZQué le dice? Le dice at oido las frases
dcl destino. Y ahora la torna en sus brazos. Y ahora
los brazos que la estrechan por la cintura tiemblan
y esbozan una caricia nueva. ¡Va a tocarle el horn-
I r o derecho! jSe lo va a tocar! Y ella se debate, lu-
cha, se agarra al alambrado para resistir mejor. Y se
despierta aferrada a las sábanas, ahogada en so~~ozos
y suspiros.
Durante un largo rato se mantiene erguida en las
almohadas, con el oído atento. Y ahora la casa tiem-
Ma, el espejo oscila levemente, y una camelia marchi-
ta se desprende por Ia corola y cae sobre la alfom-
bra con el ruido blando y pesado con que caería un
fruto maduro.
Yalanda espera que el tren haya pasado y que se

118
haya cerrado su estela de estrépito para volwrsc a
dormir, recostada sabre el hombro izquierdo.

iMaldit0 viento! De nuevo ha emprendido su ga-


lope aventurero por la pampa. Pero esta mailana 10s
/
cazadores no estin de humor para contemporizar cori
el viento. Echan los botes al agua, dispuestos al abor-
l daje de las is!as nuevas que all&, en el horizonte, so-
1 brenadan defendiúas por un cerco V ~ V Sde pájaros y
~ espuma. Desembarcan orgullosos, la carabina al Iiarn-
~ P Q ;pero una atmósfera pnzoiíosa los obliga a de-
tenerse c55i en seguida para enjugam la frente. Pau-
+sa breve, y luego avanzan pisando, athitos, hierbas
viscosas y una tierra caliente y movediza. Avanzan
tamhaídndose entre espirales de gaviotas que suben y
bajan gramando. Azotado en el pecho por e1 filo de
una ala, Juan R/Iantrd vacila. Sus compaaieros lo soctie-
nen par los brazos y lo arrastran detrás dc eUos. Y
avanzan aún, aplastando bajo las botas frenéticos ps-
cados de plata que el agua abandonó S O ~ > Kel~ limo.
Más a119 tropiezan con una flora extraha: son matojos
de coral sobre los que se precipitan ávidos. Largamen-
t e luchan por arrancarlos de cuajo, luchan basta que

119
--
sus manos sangran. Las gaviotas los ciickrran en espi-
rales cada vea más apretadas. Lac nubes corren muy
bajas desmadejands una hil'era vertiginosa de som-
bras, Ui vaho a cada instante más denso brota del
su& T Q ~hierve, O se agita, tiembla. Lol; cazadores
tratan en vano de mirar, de rcspirnr. Descorazona-
das y medrosos, huyen.
Alrededor de la fogata, qiic los pconcs Inan encen-
dido y alimentan con ramas dc eilcaliptus, esperan
eii cuclilias el día entero a que el viento apacigbie su
furia. Pero, COMO para cxasperarlis, e! viento amaina
cuando está oseurecimdo.
Bo, re, mi, fa, sol, la, si, do De IILICVO a q d a
cscaIa tendida hasta d o s dirsdr: las casas, Juan Ma-
nucl aguza el riido.
Do, re, mi, fa, %a benid, ¡a, si, rln . Bo, re, mi,
fa, fa b m d fa, fa tenid, fa L E ~ Qfa ! , bemol,
fa bmoI Aquel!a nola inirrniedia y turbia bate
contra el corazOn de Juan Mznucl y lo golpea ah;
dmde lo habia golpeado y hcrido por la mafiana el
a h de! pájaro sa!vajc. Sin s a b s p r qué se levanta
y echa a andar hacia ma ncta q u 2 a lo IC~CISrepique-
tea sin cesar, c m o una llamada.
Ahora salva 10s ITIX~ZQS de camelias. El pisno ca-
lla bruscamente. Corriendo, casi penetra en el s ~ n -
M o salh.
La chimenea encendida, el piano abierto. . . Pero
Yolasida, ;+$bndcestá? Mis alli del jardin, apoya-
áa contra la última tranquera coillo sobre-la Eicrda
de rin buque anclado en la llanura. Y ahora se es-
tremece parque oye gotear a sus espaldas las ramas
bajas de 10s pinos removidas por alguien que se amr-
ca a hurtadillas. iSi fuera Juan Manuel!
Vuelve pausadamente la cabeza. Es d. El en car-
ne y hueso esta v e ~ .;Oh su tez motcna y dorada en
cl atardecer gris! Es cotno si lo siguiera y 10 envol-
viera siempre una flecha d e sol. Juan Manuel se a p
ya a su lado, tmtra la tranquera, y se amma con ella
a Ia pampa. Del agua que bulk escondida bajo el Ii-
mo de 1% vastos p o t ~ ~ empitza
os a levantarse el. cxn-
to d e las ranas. Y es como si desde el horizonte la
IIQC~P sc aproximara xgitando idlares de cascabeIes

de cristal.
Ahora él la mira y sontie. ;Oh sus dientes aprcra.
dos y blancos! Deben de ser fríos y dirros como pe-
dacitos de hielo. ;Y esa oleada de calor varonil que
se desprende d e él: y la alcanza y la penetra de bien-
estsr! iTener que defenderse de aqurl bienectar, tc-
ncr que salir del círcdo que a la pat que su sombra
mueve aquel hombre tan hermosa y tan fuerte!
-Yolanda . -iiiurmura. AI oir su nombre
siente que la intimidad se hace de golpe entre ellos.
Q u é bien hizo en llamada por su nombre! Parece-
ria que 10s liga ahora un largu pasado de deseo. No
tener pasado. Eso era To que los eohibia y IQSCmante-
nia alejados.
-Toda Ia noche he soñado con usted, Juan Ma-
nuel, toda la noche . .
Juan Manuel tiefide los brazos; ella no Io techa-
za. LO &liga cdo a enlazarla castamente p r iL cin-
tura.
-Me IIainan. . -gime de pronto, y se desprerr-
de y escapa. Las ramas que remueve en su huída re-
botan erizadas, araíian ef sacv y la mejilla ¿e luan
Manuel que sigue a una mujer, desconcertado por
vez primera.
Estaba de 'blanco. SO10 ahora que ella se acerca a
su hermano para cncendede la pip, gravemente, me-
ticulosanaente-coino desempeñando una pequeña
ocupaciiin cotidiana-nota quc lleva traje largo. Se
ha vestido para cenar con ellas. Juan Manuel recuer- ,
da entonces que sus botas e s t h Ilcnas de barro y se
,precipita hacia su cuarto.
Cuando vuelve al sal8n encuentra a Yolanda 5 m -
tach e.n e1 sofá, de frente a la chimema. El fuego
enciende, apaga y enciende sus pupilas negras. Tie-
ne los brazos cruzados detrb de la nuca, y es larga
y afilada como una espada, o como. I jcómo qué?
Juan Manuel se esfuerza en encontrar la imagen
que siente presa y aleteando en su memoria.
-La comida está servida.

f 22
Yolanda se hicorpora, sus pupilas se apagan de
golpe. Y a3 pasar le clava rápidamente esas pupilas
de una negrura sin transparencia, y le roza el pecho
3

con su manga de tul, como con un ala, Y la imagen


afluye por fin al recuerdo de Juan Manuel, iguaí que
una burbuja a flor de agua.
-Ya si a qu6 se parece usted. Se parece a una
gaviota.
Wn gririto ronco, extraiío, y Yolanda se desphma
largo a largo y sin ruido sobre la alfombra. Reina
un morneiito de estupor, de inacción; luego todos se
precipitan para levantarla, desmayada. Ahora fa
transportan sobre el so€& la acomodan en 10s coji-
nes, piden agua. i Q u é ha dicho? ZQué le ha dicho?
--Le dije . .-empieza a explicar Juan Manuel;
p r o calk bruscamente, sintiéndose culpable de algo
que ignora, temiendo, sin saber pot qué, revelar un
secreto que no le pertenece. Mientras tanto Yolan-
da, que ha vuelto en si, suspira oprimiéndoce el co-
razón con las dos manos como despub de un gran
susto. Se incorpora a medias, para extenderse nue-
vamente cobrr: el hombro izquierdo. Federico pro-
testa.
-No. No te recuestes sobre el corazón, Es malo,
Ella sonríe débilmente, murmura: Y a lo SE. Dé-
jenme”. Y hay tanta vehemencia triste, tanto can-
sancio en el ademán c m que los despide, que todas

I 23
pasan sin protestar a !a habitacih contigua, Todos,
salvo Juan Manuel que permanece de pie junto a la
chimenea.
Lívida, inmiid, Yolanda duerine o finge dormir,
recostacla sobre el coraz8n. Juan Manuel ccpera aa-
helante h in gesto de llamada o ctc repudio que no se
cumplc.

Ai rayar el alba de esta tercera madrugada 105 ca-


z a d o m se detienen, una vez más, al borde de las Ia-
gunas p r h i apaciguaclac;. Mridas, contemplan la
suprficic tersa de las aguas. Atónitos, escrutan el
horizonte gris.
Las islas nuevas han desaparecido.
Echan los botes al agua. Juan Manuel empuja el
sUyo con una decisión bien determinada. Bordea Ias
viejas islas sin dejarse tentar C Q ~ Osits companieros
por la vida que alienta en d a s ; csa vida hecha de
chasquidos de alas y de juncos, de arrullos y peque-
fins gritos, y de ese leve temblor de flores de limo que
se despliegan sudorosas. Explorador minucioso, se
pierde a io lejos y rema de izqiierda a derecha, tra-
tando de encontrar el lugar exacto donde tan sVlo

I24
ayer asomaban cuatro islas nuevas. ¿Adónde estaba
la primera? Aquí. No, alii. No, aqui, rn5s bien. Se
inclina sobre el agua para buscarla, convencido sin
embargo de que su mirada no logrará jamis seguirla
en su caída vertiginosa hacia abajo, seguirla hasta la
profundidad oscura donde se halla confundida nue-
vamente con el fondo de fango y de algac.
En el circulo d e un remolino, algo sobreflota, al-
go blando, incoloro: es u m medusa. Juan Manuel
se apresura a recajerla. en su pahuela, que atn Ittego
por lac cuatro puntas.

Cae la tarde cuando Yolanda, a la entrada de1


monte, retiene su cataIlo y les abre la tranquera. Ha
echado a andar delante de ellos. Su pesado ropón
flotante se engancha a raros en los arbustos. Y Juan
Manuel repara que monta a la antigüa, vestida de
amazona. La luz declina par segundas, retrocedien-
do en una gama de azules. Algunas urracas de lar-
ga cola vuelan graznando un ifistante y se acurrucan
luego en racimos apretados sobre las desnudas ramas
del bosque ceniciento.
De golpe, Juan Manuel ve un grabado que aún
cuelga en e1 corredor de su vieja quinta ¿e Adrogué:
una amazona esbelta y pensativa, entregada a la vo-
luntad de su caballo, parece errar desesperanzada en-
tre las hojas secas y el crepúsculo. El cuadro se llama
ctOc~ib”,o “Tristeza. . .”. N o recuerda ‘bien.
Sobre el velador de su cuarto encuentra una car-
PP
ta de su madre, Puesto que tú no estás, yo le lie-
yaré manand las orquídeas B Elsd’-escribe. Mafia-
na, Quiere decir hoy. Hoy hace, por consiguiente,
cinco años que murió su mujer. iCinco anos ya! Se
llamaba Elsa. Nunca pudo i I acostumbrarse a que
tuviera un nombre tan lindo, “ . . . iY te llamas El-
sa . !”-soIia decirle en la mitad de un abrazo, co-
mo si aquello fuera un miIagro más milagroso que
su belleza rubia y su sonrisa plicida. iElsa! jLa per-
fecciiin de sus rasgos! jSu tez trasparente detrás de
la que corrian las v e n a e f i n a s pinceladas azules!
iTüntos años ¿e amor! Y luego aquella enfermedad
fulminante. Juan Manuel se resiste a pensar en la
poche en que, cubriéndose la cara con las manos pa-
ra que él no la besara, Elsa gemia: “No quiero que
me veas as!, tan f e a . . . ni ailin después de muerta.
,Me taparás la cara con orquideas. Tienes que pro-
meterme. . , *?
No, Juan Manuel no quiere volver a pncar en
todo aquello. Desgarrado, tira la carta sobre el ve-
U r n C A NACI-
íador sin leer m&s adelante. r nawF!ON rHltENA

1 26
E1 mismo crepficculo sereno ha entrado en Buenos
Aires, anegando en azul de acero las piedras y el
aire, y tos árboles de la plaza de la Recoleta espol-
voreados por la llovizna glacial del dia.
La madre de Juan Manuel avanza con seguridad
en un laberinto de calles muy estrechas. Con wguri-
dad. Nunca se ha perdido en aquella intrincada ciu-
dad. Desde muy niiía la ensefiaron a orientarse en
ella. He aquí su casa. La peqirefia y fria casa donde
reposan inmbviles sus padres, sus abueIos y tantos
antepasados. iTantos, en una casa tan estrecha! iSi
fuera cierro que cada uno duerme aquí solitario con
su pasado y su presente; incomunicado, aunque flan-
co a flanco! Pero no, no es posible. La senora depo-
sita un instante en el suelo el ramo de orquídeas que
lleva en la mano y busca la llave en su cartera. Una
,vez que se ha persignado ante el altar, examina si los
candelabros están bien lusrrados, si está bien almi-
donado el bIanco mantel. En seguida suspira y baja
a Ia cripta agarrándose nervimaniente a la barandi-
)la de bronce. Una lámpara de aceite cuelga del te-
cho bajo. La llama se refleja en el piso de mármol
pegs0 y se multiplica en las anillas de los cajones ah-

I27
,pea¿& por fechas. Aqui todo es o r d e ~y ~solemne In-
difer mcia.
Fuera empieza a lloviznar nuevamente. El agua
rebota en las estrechas callejuelas de asfalto. Pera
aqkii todo parece lejano: Is lluvia, la ciudad, y las
obIigaciones que la aguardan en su caca. Y s h r a ella
mtispira nuevamente y se acerca al cajbn más nuevo,
ni& chico, y deposita las orquideas a la altura de
13 cara del muerto, Las d e p i t a sobre la cara de El-
Sa. ‘‘Pobre Juan Manuel”-piensa. En vano trata
de enternecerse sobre el destino de su nuera. En va-
no. U n rencor de1 que se confiesa a menudo, p s i s -
te en SLI coraziin a p s a r de Ias decenas de rosarios
y las rnirltiples jacrilatorias que le impone su con-
fesor.
Misa fijamente el cajón deseosa de traspasarlo
con la mirada para saber, ver, comprobar ;Cinco
arias ya que murió! Era tan frágil. P u d e que el ani-
llo de oro liso haya rodado ya de entre sus frívolos
dedo-: desmigajados hasta el hueco de su pecho he-
cho ecnizas. Puede, sí. Pero ¿ha inuerto? No. Ha
vencido a pesar de todo. Nuiica se muere enteranien-
re. Esa es la verdad. El n i h moreno y fuerte conei-
muador de la raza, ese nieto que es ahera su <mica
rash de vivir, mira con los ojos a d : y cándidos de
“S.

125
Por fin a las tres de la m d a n a Juan Manuel se
decide a levantarse del sillón junto a la chimenea,
donde con desgano fumaba y bebÍa medio atontado
por el calor del fuego. Salta por encima de los p“-
rros dormidos contra la puerta y echa a andar por
el largo corredor abierto. Se siente flojo y cansado,
tan cansado. “*iAnteatioche Silvestre, y esta noche
yo! Estoy completamente borracho”-piensa. Siíves- ’

tre duerme. El sueno debió haberia sorprendido dt


repente porque ha dejado la Ihmpaea encendida so-
bre e1 velador,
La carta de su ma& está todavia alli, semiabier-
ta. Una larga pstdata escrita de puiio y letra de su
hijo 10 hace sonreír un poco. Trata de leer. Sus ojos
se nublan en el esfuerzo. Porfia y descifra al fin:
PapÚ. La dwdita me permite escribirte aquí. Apren-
dí tre5 &brds más en la geografr’d nuew q w me
regaldste. Tres pslubras con la explicacien y todo,
que te voy a escribir dqui de memorid.
AEROLITO: Nombre dudo d musa5 miner& que
caen de las profundidades d d espacio d e s t e d la su-
perficie de id tierrá. Los aerolitos won fragnzmttos
planetarios que circuldn. por el espacio y qut , I I ”.

129
9-.t;ltima Nieble.
;Ay! murmura Juan-Manuel, y sinti6ndose tam-
balear se arranca de la explicacion, emerge de la ex-
plicación deslumbrado y cegado como si hubieran
agitado ante sus ojos una cantidad de ,pequeños soles.
MURACÁN: Viento viofcnto e impetuoso hecho de
wrios vienfos apuestos que formarm torbellinos.
iEste niño!-rezonga Juan ManueI. Y se sienta
rransido de frio, mientras grandes ruidos L azoyn
el cerebro como colazos de una ola que vuelve y se
revuelve batiendo su flanco poderoso y helado con-
tra é1.
HALO: Cerco lumimsa que rodea rl veces la luna,
Una ligera neblica se interpone de pronto entre
Juan h4anueZ y la palabra anterior, una neblina azul
que nota y Io envuelve blandamente. iHald--mur-
nura-, ihalo! Y algo así C O ~ Quna inmensa ternu-
ra empieza a infiltrarse en todo su ser con la segu-
ridad, con la suavidad de un gas. jYdanda! ;Si pu-
diera verla, hablarla! Quisiera, aunque mis no fue-
se, oírla respirar a través de la puerta cerrada de su
alcoba. To¿os, todo duerme. iQué de puertas, sigi-
loso y protegiendo con la mano fa llama de su lám-
para, debió forzar o abrir para atravesar el ala del
viejo caserón! iluántas habitaciones desocupadas y
poIvorientas donde los muebles se amontonaban en
los rincones, y cuantas otras donde, a su paso, gentes
irreconocibles suspiran y se revuelven entre las sába-
naa! Habia elegido el camino de los fantasmas y de
los asesinos. Y ahora que ha logrado pegar el oido a
Ia puerta de Yolanda no oye sino el latir de su pro-
pio corazón. Un mueble debe sin duda alguna &-
íruir aquella puerta ,por el otro lado; un mueble muy
liviano puesto que ya consiguió apartarlo de un em-
peU8n. <Quién gime? Juan Manirel levanta la Iám-
para; el cuarto da primero un vizeko y se sitha luego
ante sus ojos, ordenado y tranquilo.
Velada por 10s tules de un mosquitero advierte
una cama estrecha donde Yolanda duerme caída so-
bre el hombro izquierdo, sobre el corazón; duerme
envuelta en una cabellera oscura, frondosa y mes-
pa, entre Ia que gime y se debate. Juan Manuel de-
posita la lámpara en el sueIo, aparta los tuIes del
mosquitero y Ia toma de la mano, EIh se aferra de
sus dedos, y Ef la ayuda entonces a incorporar% so-
bre las almohadas, a refluir de su sueño, a vencer el
peso de esa cabellera inhumana que dehe atraería ha-
cia quien sabe qué tenebrosas regiones.
Por fin abre los ojos, suspira aliviada y murmura:
Gracias.
-Gracias,- repite. Y fijando delante ¿e d a
unas pupilas sonimbuias e+a:-iOh, era atroz!
Estaba en un lugar atroz. En un parque al que a
menudo bajo en mis su&ios, Un parque. Plantas gi-

131
----

gantes. Helechos altos y abiertos COMO irbales. Y UR


silencia atroz. Un silencio verde como el del doro-
formo. Un silencio dede el fondo del cual se aproxi-
ma un ronco zumbido que crece y se acerca. La muer-
te, es la muerte. Y entonces trato de huir, de desper-
tar. Porque si no despertara, si me alcanzara la muer-
te en ese parque, tal vez me veria condenada a que-
darme d í para siempre. Es atroz iverdad?
Juan Manuel no contesta, temeroso de romper
aquelía intimidad con el sonido de su voz. Yolanda
respira hondo y continúa:
--Dicen que durante el sueño volvm~osa los si-
tios donde hemos vivido antes de la existencia que es-
tamos viviendo ahora. Y o suelo también volver a
cierta casa criolla. Un cuarto, un patio, un cuarto y
atro patio con una fuente pin el centro. VOYy.
Enmudece bruscamente y lo mira,
Ha llegado el momento que él tanto temia. El
momento que lúcida, al hn, y Iibre de todo pavor,
se pregunta ciimo y por qué está aquel hombre sen-
tado a la orilla de su lecho. Aguarda resignado el:
“iFuera’!” imperioso y d ademán solemne con el
cual se dice que las mujeres indican la puerta en esos
casos. Y no. Siente de golpe un peso sobre el Cora-
z8n. Yolanda ha echado la cabeza sobre su pecho.
AtQnito, Juan Manuel permanece inmiivil, iOh,

132
esa sien ¿elica¿a, y el olor a madreselvas vivas que
5e desprende de aquella impetuosa mata de pelo que
,leacaricia IOU labios! Largo rato pernianece inmóvil.
Inmóvil, enternecido, maravillado, como si sobrc s u
pecho se hubiera estrellado, al pasar, un inesperado
y asustadizo tesoro.
iYolanda! Avidamcnte ‘la estrecha contra si. PC-
LO ella entonces grita, un gritito ronco, txtrafio, y le
sujeta los brazos. EE lucha enredándose cntre los lat-
gos cabellos perfumados y ispros, Lucha hasta que
logra asirla par la nuca y tumbarla brutalmente ha-
cia at&
Jadeante, ella revuelca la cabeza de un lado a 0tr0
y ,llora. Llora mientras Juan Manuel la bwa en la bo-
ca, mientras ‘le acaricia un scno pequciíb y duro co-
mo las camelias que ella cultiva. iTantas lhgrimas!
iCómo se escurren por sus mejillas, apresuradas y
silenciosas! iTantas lagrimas! Ahora correa hasta el
hueco d e la almohada y hasta el hueco d e su ruda
mano de varón crispada bajo el cuello sometido.
Desembriagado, avergonzado casi, Juan Manuel
relaja la violencia de su abrazo.
-¿Me odia, Yolanda?
Ella permanece muda, inerte.
- Y o I d a . ¿Quiere que me vaya?
Ella cierra los ojos corno si se desmayara de pron-
to. “Váyase”, murmura.

3 33
Ya Itícido, se siente enrojecer y un relámpago de
vehemencia lo t r a s p a nuevamente de pies a cabe-
za, Pero su pasión se ha convertido en ira, en desa-
grado. L a maderas del piso crujen bajo sus pasos
tnicntras toma la lámpara y se va, dejando a Yolan-
da hundida en la sombra.

Al. cuarto día, la neblina descuelga a lo largo de


la pampa sus telones de algodón y silencio; sofoca
y acorta e1 ruido de las detonaciones que los cazado-
res descargan a mansaha por las islas, ciega a las ci-
giieiias acobardadas y ablanda los largos juncos pun-
tiagudos quc hieren.
Yolanda. iQu6 ha&? se pregunta Juan Manbid.
¿Qué- hará mientras El arrastra sus botas pesadas
de barro y mata a los pájaros sin razón ni pa~iiia?
Tal vez esté en rl huerto buscando las iiItirnas fre-
sa5 o desenterrando los primeros rábanos: Se los to-
m d fuertemente por las hojas y se los desentiem de
un !ir&, se los mrmcd de Id tierrd oscurd como ro-
jos y d u m corazoncitos vegetales. 0 puede aún que,
dentro ¿c la casa, y empinada sobre el taburete ami-
mado a un armario abierto, reciba de manos de la
mucama un atado de sábanas recién planchadas pa-
ra ordenarlas ciudadosamente en pilas iguales. gY
si estuviera con la frente pegada a los vidrios empa-
ñados de una ventana acechando su vuelta? Todo

154
es posible en una mujer como Yolanda, en esa mrr-
jer extrana, efi esa mujer tan parecida a . . . Pero
Juan Manuel se detime C O ~ Qtemeroso de hetirla
con el pensamiento.
De nuevo el creppUscuIo. El cazador echa m a mi-
rada 'por sobre la pampa sumergida tratando dr. si-
m a t en el espacio el monte y la casa. Una luz se en-
ciende en lontananza a trav6s de la neblina, como tin
grim sofmado que deseara orientarlo. La casa. jAllí
está! Aborda en su bote la ardla rnk cercana y echa
a andar por los potreros hacia la hz, ahuyentando,
a SU paso, el manco ganado de pelaje primorosamen-
te rizado por el aliento bhnedo de la neblina. Salva
xlarnbraradm ;I cuyas pilias se agarra Ia niebla carno ail
vellón de otro ganado. Sortea las anchas matas de
cardos que se arrastran pfateadas, fodorcxetites, en
la penumbra; receloso dc aquella v,egetaciCin a la vez
quemante y helada. Llega a la tranquera, cruza el
parque y c.1 jardh con sus macizos de camelias; des-
empatia can su mano enguantada el vidrio de la ven-
tana y abre a la altura de sus ojos ¿QS estrellas, co-
mo en los cuentos.
Yolanda est5 desnuda y de pie en e1 baño, absor-
ta en la contemplación de su hombro derecho.
En su hombro derecho crece y se descuelga un
poco hacia la espaIda algo liviano y Mando. Un ala.
O más bien un comienzo ¿e ala. O mejor dicho un

135
m d ó n de ala. Un pequeño iniiernbro atrofiada que
ahora eIIa palp cuidadosamente, como con recelo.
El resto del cuerpo es tal cual 61 se Io había imagi-
nada. O p g u h o , estrecho, Manco.

Una alucinación. Debo haber sido víctima ¿e una


alucinación. La caminata7 la neblina, el cansancio y
ese estado ansiuso en que vivo desde hace días me
han hecho ver lo que no existe . . piensa Juan Ma-
nuel mientras rueda enloquecido por los caminos
agarrado ai volante de su coche. iSi volviera! ¿Pero
ciirno explicar su brusca partida? ¿Y cómo explicar
su regreso si lograra explicar su huida? No pensar,
no pensar hasta Buenos Aires. ;Eslo mejor!
Ya en el suburbio, rana fina llovizna vela de un
poIvo de agua los vidrios del parabrisas. Echa a an-
dar la aguja dc niquel que hace tic tac, tic tac, con
la regularidad implacable de SLI angustia.
Atraviesa Buenos Aires desierto y oscuro bajo
un aguacero a h indeciso. Pero cuando empuja Ia
verja y traspone el jardín de su casa, la h v i a se des-
peña torremial.
-¿Qué pasa? ¿Por qué vuelves a eseas horas?
-¿Y el niño?
-Duerme. Son las once de la noche, Juan Ma-
nuel.
-Quiero verla. Buenas noches, madre.
La vieja sehora st encoge de hombros y st aleja
resignada, envuelta en su larga bata. No, nunca Io-
grará acostumbrarse a las caprichos de su hijo. Es
muy indigente, un gran abogado. Ella, sin ernbar-
go, lo hubiera deseado menos talentoso y un p c a
mis convencional, como los hijos ¿e los demás,
Juan Manuel entra al cuarto del niño y enciende
la luz. Acurrucado casi contra la pared, su hijo duer-
me, hecho un oviIIo, c o n las sibanas p r encima de
tr
la cabeza. Duerme COMO un animalito sin educa-
ci8n. Y cso que tiene ya nueve años. iDe qué le ser-
virá tener una abuela tan ceIosa!”-piensa Juan Ma-
nuef mientras Io destapa.
--iBiIly, despierta!
E1 niiio se sienta ea d Iecho, pestañea r6pido, mi-
ra a su padre y Ee son& valientemente a través de su
SUl?ñO.

-jBiUy, t e traigo un regalo!


Billy tiende instantáneamente una mano cándida.
Y apremiado por est ademán Juan Manuel cabe, de
pronta, que no ha mentido. Sí, le trae un regalo. BUS-
ca en su brilsilla. Extrae un paizuel~atado por Ias
cuatro puntas y lo entrega a su hijo. Billy desara los
nudos, extiende e1 paiiuelo y, corno no encuentra na-
¿a, mira 6jamentc a su padre, esperando confiado
EIBLIOXCA NACIQ-
SEGCIQM CHILENA

1 37
-Era ma especie de flar, Billy, una medusa mag
nifica, te io juro. La pesqué en la laguna para ti . .
Y ha desaparecido. . .
El niño reflexiona un minuto y luego grita trim-
fantt.
-No, no ha desaparecido; es que se ha deshecho,
Papá, se ha ,deshecho. Porque las medusas son agua,
nada m6s que agua. Lo aprendí en la geogra£ía nut-
va que me regalaste.
Fuera, la IIuvia se estrejla violentamente contra las
anchas hojas de la palmera que encoge sus ramas de
charol entre los mums del estrecho jardín,
-Tienes razón, Billy, Se ha deshecho.
A . , .Perolas medusas son del mar, Papá. ¿Hay
mdusas en las lagunas?
-No sé, hijo.
Un gran cansancio lo aplasta ¿e golpe, No sabe
nada, no comprende nada.
iSi telefoneara a Yolanda! Todo le parecería tal
vez menos vago, menos pavoroso, si oyera la voz d t
Yolanda; una voz como todas las voces, lejana y un
poco sorprendida por io inesperado de la llamada.
Arropa a BiIIy y Io acomoda en las almohadas.
Luego baja la sdemne escalera de aquella casa tan
vasta, fría y fea. El telefono esta en el hall; otra ocu-
rrencia de su madre. Descuelga el tubo mientras un
1
138
relámpago enciende de arriba abajo 10s altos vitra-
Its. Pide un número. Espera.
El fragor de un trueno inmenso rueda por sobre
la ciudad dokmida hasta perderse a lo Iejos.
Su llamado corre por íos ziiarnbres bajo la Ilrivia.
Juan Manuel se divierte efi seguido con Ia imagina-
ción. “Ahora corre por Rivadavia con su hilera ¿e
luces mortecinas, y ahora por el suburbio de calks
pantanosas, y ahora toma la carretera que hiere de-
recha y solitaria la p m p a inmensa; y ahora pasa por
pueblos chicos, por ciudades de provincia donde eI
asfalto respiandece como agua detenida bajo la luz
de la luna; y ahora entra tal vez de tluevo en la Iiu-
via y llega a una estación de campo, y corre por los
potreros hasta el monte, y ahora se escurre a l o lar-
go de una avenida de álamos hasta Iiegar a 1a.s casas
de ‘ Z a Atalaya”. Y ahora aletea en timbrazos inst-
guros que repercuten en el enorme salón desierto
donde las maderas crujen y la h v i a gotea en un
&&a.
Largo rato el. llamado repercute. Juan Manuel Io
siente vibrar muy ronco en su oído, pero allá en el
sal& desierro debe sonar ,agudamente. Lago rato,
con el corazón apretado, Juan Manuel espera. Y de
pronto 10 esperado se produce: alguien levanta la
liorquilla al otro extremo de la línea. Pero antes de

E 39
que una voz diga ‘‘Hola” Juan Manuel cudga vio-
lentamente e1 tuba*
Si le fuera a decir: “No es posible. Lo he pensa-
do mucho. .No es posible, crkame’7. Si le fuera a con-
firmar así aquel horror. T i w e miedo de saber. NQ
quiere saber.
Vuelve a subir lentamente la escalera.
HabÍa pues algo más cruel, más estúpido que la
muerte. iE1 que creia que la muerte era el misterio
find, el sufrimiento Ú h n d jLa muerte, ese dete-
nerse! Mientras él envejecía, Elsa permanecía eter-
namenk joven, detenida en los treinta y tres aiios en
que desertó de esta vida. Y vendría t a m b i h el día
en que Billy seria mayor que su madre, sabría más
del munúo que Io que supo su madre. iLa mano de
Elsa hecha cenizas, y sus gestos perdurando, sin em-
bargo, en sus cartas, en el sweater que le tejiera; y
perdurando en retratos hasta el iris cristalino de sus
ojos ahora vaciados! . . iEIsa anulada, detenida en
un punto fijo y viviendo, sin embargo, en e1 tecucr-
do, moviéndose junto con ellos en la vida cotidiana,
como si continuara madurando s u espíritu y pudic-
ra reaccionar ante cosas que ignor8 y que ignora.
Juan Manuel sabe ahora que hay algo más cruel,
más incomprensible que todos esos pequeños corola-
rios de Ia muerte. Conoce un misterio nuevo, un su-
frimiento hecho de malestar y de estupor.

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La puerta del cuarto de Billy, que st recorta ilu-
minada en el corredor obscuro, 10 invita a pasas nue-
vamente, con la vaga esperanza de encontrar a Bi-
lly todavía despierto. Pero BilIy duerme. Juan Ma-
nuel pasea una mirada por el cuarto buscando algo
en que distraerse, algo con que aplazar su angustia.
Va hacia el pupitre de colegial y hojea la geografía
de Billy.
. Hktoork de h tierra . La fdse e s t e h de 1s
,

tierra. . , Ld vida en la e m primaria. . . I >.


<t
Y ahora #lee , .Cuán bello serirl este paisaje si-
lencioso en el cual los licopodios y equisetos gigdntes
etguím sus tallos a tanta altura, y 10s helechos ex-
tendían en el aire h h d o sus verdes frondus. . .”.
¿Qué paisaje es éste? iNo es posible que 10 haya
visto antes! $or qui entra entonces en d como en
alga conocido? Da v d t a la hoja y lee al azat
rr
, . .Con todo, en ocasi& del cmbonífero es cuando

los inwctos w e h n en grun número por entre la den-


sd yegetacidpa arborescente de ld época. E n el carbo-
nífero superior había insectos con tres pmes de alar.
Los mis notddes de 10s insectos de la ;poca erun
unos may gmndes, _cernejmteJ Q nuestm Eibií&
actuder, dun cuando mucho mayores, pues alcanza-
ba m u longitud de remztrs y cinco centinwtros la CG-
r e r g a d w de SUS &S. . , >I

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Yolanda, los sueños de Yolanda . , el horroroso
y duke secreto de su hombro. jTd vez aquí estaba
l a explicación del misterio!
Pero Juan Manuel no se siente capaz de remon-
tar los intrincados corredores de h naturaleza basta
aquei origen. Teme confundir las pistas, perder las
huelIac, caer en aIgcin pozo oscuro y sin salida pa-
ra su entendimiento. Y abandonando una vez mis a
Yolanda, cierra CI libro, apaga Ia luz, y se va.

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