La Ultima Niebla
La Ultima Niebla
La Ultima Niebla
LA ULTIMA
NIEBLA
SEGUNDA EDICIQN
E d i t o r i a l N a s c i m e n t o
SANTIAGO, C H I L E
1941
imprem cn lop talleres dc
la Ertituriol i4ssuii:tnto
A h u m a d a 1 2 1
Santiago de Ct;il$ 1931
r
A OEicexio Girondo
y a N o r a h Lunge.
cm1 adintracijri y grcitifvd.
- .
APARICIT DE U N A NQVELISTA
$or qui la c r i t h I Q C no
~ habd anunciado & Uhkd
Ni&, C Q ~ Oun libro importante? Pues, sin duda, Io t x
por donde quiera que se le: mire; tanto par Jo que da como
por Io que promete; y es justo y convetkate dedicar des-
& el principio especial atemi&, para dentarla y exigirle
a una escritora de tan singular temperamento y de tan po-
co común don artistic0 como se manifiestan en Ld UZtirna
Niebla.
TI
LANOVELA EN CHILE
... x
calidad literaria y en el foiklorisnio arcisticamentc precen-
tado,lcomo “LOS de abajo”, del mejicano, Mariano Azuela,
“Doña Bárbara”, del venezolano, Rómulo Gallega, “La
Vorágiid’, del cohmbianq Eustasiu Rivera, “Don &gun-
do Sombra”, de nu-stro Ricardo Güiraldes; p : su ~ produc-
ción novelesca es ¿e merecida consideraciiin. Sin contar ya
1
con Blest Gana, que pasa por haber creado la novela chile-
na desde su retiro de París, ya jubilado d: la diplomacia, ni
con Fcderico Gana y Baldomero LdIo, también desapa-
recidos? salgan aqui IQS nombres de Joaquín Edwards
Bello, Mariano Latorrc, Pedro Prado, Mirta Brunet, Ga-
rrido Merino, Goiizálet Vera, Jmaro Prieto, Guillermo
Labarca, Salvador Reyes, Augusto d”aimas, Eduardo
Barrios. Y,sin embarga, el influjo de ese ambicnte litera-
rio sobre María Luisa Bomba1 appnas ha podido alcanzar
a más quc a avisarla-quizi-sobre la vigencia todavía
’
actuaI dcl relato como procedimicnto circulante de cxpre-
sión y de creación. Pues, fuera de haber elegido la narra-
ción de una historia imaginada como medio de expresar-
SP, EI arte de la Bomba1 queda extraño al de sus cornpa.
10
do de deterrninaci8n para su arte Ch lo que Este tiene de
wncial. Grave contrariedad, absurdo y contraley para la
crítica positivista, hermana siamcsa de la literatura natu-
ralista. .
ARTEDE PRESEFITACI~N
11
E1 vendaval de la noche IiaLia rcnwvido las tcjas de
la vieja casa ¿e campo. Cuando Ikgamos, la lluvia gotea-
ba en todos los cuartos.
-Los techos no están preparados para un invierno se-
mejante, dijeron 10s cria¿os al intrcidiicirnos en la sala, y,
curno echaran sobre mí una mirada de extrañeza, Daniel
explicO rápidamente:
-Mi prima y yo n ~ casamos
3 esta mañana.
Tuve ¿QS segundos di: perplejidad. ‘‘Por muy p c a im-
portancia que SI haya dado a nuestro repentino enlace,
Danid deb;& haber advertido a su gente'': pensé., cxaa-
¿alida.
12
PPI-. - ---
conciencia segura de tener una concepción poética que pre-
sentar, un algo valioso, m a suficiente construccihn de sen-
tido; con csa conciencia y seguridad, la mano no se entre-
tiene en desarrollos, descripciones y amplificaciones litera-
rias. En la segunda pigha ya han desnudado los dos per-
sonajes su desoIado espiticu en aquda extraiia noche de
M a s . Y nos Iiaii dejada entrar e n su ínttgro vivir sin di-
sertaciones ni anilisis y sin que la autora nos cuente IQ que
es costumbre que los autores sepan del pasado de sus per-
sonajes. EI ttinple emocional, nasa simpfe, de los recien
casados se nos revela por presencia y de golpe, par el me-
M actuar de amboc. Por fortuna, esta novela queda tan le-
jos de Ia Ilxnada noveIa psicológica, como de la docurnm-
r d ¿el iiaturaiismo, 13s doc tipos Iiermanoc de novela, Iri
descriptiva de IQ de deiitro y la descriptiva de 10 de fuera;
no hay aquí esc prestigioso reputado “aiiálisis’? psicalógi-
C Q con
~ que, a base de conocimientos casi científicos, se des-
hilan sensaciones, emociones, ideas, propósitos; este empeño
literario, en-el que eminentes escritores del siglo X I X han
logrado tan artísticos resultados, siempre me ha parecido,
desde el punto de vista poético, como el a m del ciempiés
que se &e a anaiizar el complicado mecanismo de su mar-
cha, lo c i d lo p a r a h a o poco meitos, Y poéticamente, esta
es, desde la ley poética de la novela, Ias emociones, lac ideas,
las creencias, los deseos y resistencias vakn como fuerzas
en su actuar, como pasos del destino, COMO constituyentes
13
de la personal perspectiva de vida, y, a la vez, determina-
dos por ella.
14
ccipaones informativas ni historias previas de sus petso-
mies, el nnacizo ¿e los rddendrss n o s era hasta ahora
tan inexistente como Reina. E1 efecto artístico de este mo.
do de presentación consiste, ante codo, en que nos ha-
ce a Im letores convivir lac sucesivas experiencias psiquui-
cas de la heroína en perfecta identificacisn; eib p e c e
’
narrar para sí misma, y&$ror tiene qw ajustar SU oio
--
a la pupila de ella, tiene que hacerse ella. Y asi como ella
PO necesita hacer un previo recuento de _- sus objetos fa-,
de las personas ¿e su trato ni de su disposición,
colocación y situación en la vida o en el espacio, Sino que,
_I -
ai narrar cada cosa se hace presente en el momento j-0
de su necesidad, aci el lector, que mi? con -___ojos presta-
.-_-
15
- 1 I
H a y , además, otro aspecto artistico en ,esre modo ¿e
presentar, que consiste en el espcial poder estilístico de
los modos indirectos de expresión. Como no Se no3 ha $Q-
crito la casa, cuando entranios en e! salón -por la puerta
__._I
16
Fa
BAÑQ EN EL PARQUE
I P.-Ultima Nittlm
La estricta coherencia de todas las imágenes y sensacic-
XIII--Z_~III.--” -
---n~ esalgo compuesto y de mest&; es la obligada ex-
nes
presión de una visión poética y orghkamante intuitiva
Son todas sensaciones táctiles y timicas en movimiento.
Y son to& ddícadamente placenteras, de una intensa
suavidad, como procedentes del mundo de los sueiios. N>-
p t z a nota descriptiva repmenta una mera ínformac&
ni mucho menos una- --
dommentaci6n ¿e loobj_etive*
I
-
qm cada una es un elemento del vivir interior. La arena
no es espesa y de terciopelo; la siente plenamente, la vive
y va viviendo espesa y de terciopelo. Este vivir la natura-
ieza con poética plenitud es lo que aquí se exprcsa con
esas desvaidas imágenes de movimientq esas apenas h á -
genes, que dejan justamente en d estilo su eficacia diná-
mica sin hprocedmres exigencias de precisión visual: se
va enterrándose en la espesa arena-donde “espesa” vale
como deliciosa resistencia al movimiente; tibias m i e n -
teS la penetran-Sto es, me van macerando, gozo las “to-
txientes tibias” con goce macizo del cuerpo-; s& hasta
la fwnre el aliento del agua; las plantas acuáticas le enla-
zan e1 torso con sus latgaas raices, un fargas nada métri-
CQ, nada visto en su longitud, más bien es una largura
18
7 -
Indudabiemente toda esta experiencia hío-psíquica está
vivificada desde una aiwia obscura de amor humano. Pe-
M nada de erótico simbliimo, en el sentido de una tram-
posición sistemática de sensaciones del objeto prwnte y
teenido a otro objeto ausente y ansiado; basta leer el citado
p j e en su contexto y dejarse contagiar p r et frecuen-
te goce de la naturaleza en toda la noveh. Las terciope-
los y sedas, los brazoc y caricias, ios besos y alientos no
desvirtúan la auténtica inmersih en la naturaleza; pero si
la determiman formalmente, en un sentido cualitativo de
forma interior, pues esa espera €menina de amor, que es
el gozne de roda la vida psíquica de la protagonista, con-
f m a p a m c r u r a , crisraliza y cdom d goce de lo na-
turai: toda la aguzada atencibn se aplica al dejarse gozo-
samente invadir y transir p r la naturaleza.
Justameate una de las principales manifestaciones del
t i a temperamento de la autora es su poder de. goce y de
expresión para lo natural. Pero nunca se entrega al g w e
¿e la pura impresión sino que su tempamento es de e m
rims que, como dice Spranger, viven tan vigorwamente
SU inhidad y el mundo de sus sentimientos que salen al
encuentro de toda impresión y le prestan un matiz cubje-
tivo’de su propio cau&l, Y , -oi como arte de nmar,
--._ I_____d
19
gen de un apasionado vivir, se llenan de vida circulanlc
y-_se hinchan de sentido:
21
dad un p c o a la manera como Don Quijote, siente su
aventura de la cueva de Mm~inos.Ambos recuerdan lo
suhdo COMQ real, lo sienten como eslabiin firme de la ca-
¿em de sus vidas y como motivo de su conducta vital sub-
siguiente. Sólo que ella, encerrada en si y viviendo sólo
para sí, ensimismada, siente el codicto con angustia y
con fe vacilante, y t d se~ desvanece en la niebla; Don
Quijote, entregado a la a c d n y a lo demis sintiendo el
cumpíiiiento de su destino como una necesidad de los
demás ¿ ~ s ~ Q svive
, el conflicto entre SU& y realidad
con ejemplar xreniáad y valor; parece al principio que las
vehementes palabras de Sancho dejan a Dan Quijote me-
dio convenido en secreto de que lo que dli abajo ha pasado
RO es más que coca miiada; pero, tuando Sancho se pone
a contar a Don Quijote y a los Duques lo que ha visto du-
rante su viaje aérea en el Clavileh? D m Quijote w a h -
m a en su p q i a fe; Uegándose a Sancho y diciéndole al
oído: “Sancho, pues vos queréis que os crea lo que habiii
visto en e3 cielo, yo quiero gue vos me &ais a mi io que
ví en. Za meva de Montekms. Y no os digo mk”.
La i¿mtificación de sueiío y realidad, lograda en esta
novelita de modo tan poético, no responde a nada meta-
físico ni de locura, sino a la acuciadora necesidad de man-
tener a todo trance la pasibdidad del m a t en una vida
individcial que ve en eilo su destino. f
El ensueño .es el mediador, el medium Q medio en que
suego y realidad se identifican; es la niebla que borra, crea
22
y funde las formas envolviéndolas C Q sus
~ blandos vello-
nes de bruma. Lo ensofiado DO se identifica ni coon lo so-
íi& ni con lo real vivido; pro, con su saboreo imaginati-
vo y sentimental del recuerdo y de la esperanza, tiene la
virtud de mapitme abierto un ~ n t m i l l aa lo posible en
aquella alma hermética, “Me gusta sentarme junto al fue-
go y recogerme para bumr entre las brasas los ojos da-
ros de mi amante’’. El ensu& le da un mundo cowien-
temente provisional tejido de recuerdos y esperanzas; el
refugio donde ákiimente sin áesesperacibn %pera siem-
pre su venida”. A veces la enmiadora aguarda exaltada,
liem ¿e prisentimimtoc de 10 ianediato; ahora que al a-
bo de tantcs aííos se han vuelto a eiicontrar, ella en las
aguas del cstauque, é1 an el rnisrcrio de uff mche cerrad9
fl’
%ngo la certidumbre de que mi amigo se arrima bajo mi .-
I
23
y me desplome a sus pies. Entonces él me cargii en sus
bram y me Uevó así, úavanecida, en la tarde de viento. . .
Desde aquel &a no me ha viielto a dejar.
24
para retardarla y alentiguarla y como paca ofreer 2 la
desasida un b h d o acukhado de bruma.
25
_- _ - ”a(
26
r-
- .-<
I
I
dad de obra y áe construcción a las aventuras del pensa-
miento que son el sostén de otros t i p s de vida. -
do de vida que no presenta conflictos con otros y.-
E-
s-un mo-
e
l--
a ignora. Apenas leves razunamientos, no con el espíri-
ni constructor del prójimo, sino G O el ~ mundo consmído
27
cionaies sirvihdoles de sordina, ¿e pedal o de resonador.
1
En varios pasajes de intensificación emocional, el ritmo
de la frase adquiere la brevedad ¿e la respiráción ansiosa,
un ritmo sostenido ingrávidamente por la repetición de
ufl breve giro sintáctico tiene el más eficaz poder -mi-
vo para estados de emdón de o m modo inefables: Rei-
na, moribunda, suplica que la dejen morir, suplica que
la hagan vivir pasa poder verlo, suplica que no lo dejen
entrar mientras ella tenga olor a ;ter y a sangre. Y vuel-
ve a prorrumpir en llanto.
En e1 punto cuiíníinante de la novela, en la descripción
de la aventura soñada, un ritmo análogo convierte en la
mis pura y limpia idealidad lo que con otros prwedimien-
tos de presentación hubiera sido un Cuadro rearista crw
do. h n d e o t m harían d m e n & ó n sin valor pktico
o grosera, con este ritmo suspirado se nos ¿a pesia de Io
más delicada y hermosa.
FINAL
28
d d m del libm es aquél en que se da entrada-aunque
con buena realizaci&-a la vida de Daniel.
El mtido unitario poético que se ha querido expresar
en La Ultim Ni&d, pudiera h k r adquirida forma a&-
cuada en e1 libre, denso y puro lirismo ( i p o si enton-
el sentido hubiera sido ya otro!). Juan Ramón Jiménez,
el juvenil de la ewoííación y de la melancolía, escribió en
Arias Tristes:
Los árboles del jardin
están cargados de niebla.
Mi corazh busca en ellos
esa Q
I& que no encuentra.
&ría Luisa Bomba1 ha querido corhgurarIo como &a-
ma, como destulo de una vida particular. Y es revelador
¿e un verdadero talento literario el que, en la empresa,
no se haya quedado en un lirismo efusivo, y atin el ha-
berse sometido a las Iiiitaumes que la ley de su misma
mcepción imponia.
Una novelista que en su primera obra nos da una c o w
trucción poética con tan artistia realización y con tan
sobrios y eficaces elmemos de estile bien merece ser sa-
ludada y presentada por la critica CQII especial atención,
siquiera en ata atention vaya Ea exigente esperanza de
que a La Ultimd Niebla sigan nuevas obras cada vez más
henchidas de sentido humano y mis artísticamente real;-
da.
A w o ALONSO.
29
LA ULTI-MA N I E B L A
,‘EI vmdzva~de la noche anterior CraEga renovicio
las tejas ¿e la vieja casa de campo. Cuando Ilwamos,
la lluvia goteaba en todos los C‘rIartos.
-Los techos no están preparados para un invier-
no semejante-dijeron 10s criados al introducirtios
en la sala y C Q ~ Oecharan sobre mi una mirada de
extraÍíeza, Daniel explicó ripidamente:
-Mi prima y yo, nos casamos esta mañana.
Tuve dos segundos de perplejidad.
-1tPor muy poca importancia que se haya dado a
nuestro repearitlo ehl’ace, Daniel debió haber advw-
tiáo a su ente”-”pencé, escanddizada,
‘A la verdad, desde que el coche franqueó los limi-
tes de la hacienda, mi marido se había mostrado ner-
vwm, casi agresivo. Y era natural. Hacia apenas un
&o que había efectuado el mkmo trayecto con su pri-
mera mujet, aquella ,muchacha hura& y &a. a quién
adoraba y que moria, tan inepradarnetrte, tres me-
~ s e sdespués. Pero ahora, ahota hay maldad en la mi-
33
1-ükIma Nie%
rada con que me envuelve de pies a cabeza. Ahora
sus labios se repliegan como con ganas de morder.
-¿Qué te pas;i?-Ie pregunto.
-Te miro-me contesta-. Te miro y pienso que
te conozco demasiado .
Lo sacude un escalofrío. Se allega a la chimenea y
mientras se empeiia en avivar Ia llama azulosa que
ahuma unos leiioc empapados, prosigue con mucha
calma:
-Hasta los ocho &us, nos baiiaron a un tiempo-’
en Ia misma banadera. Luego, verano trás verano,
ocultos de bruces en la maleza, Felipe y yo hemos ace-
chado y visto zambullirse en el río, a todas las muiha-
chac de la familia. No necesito ni siquiera desnudar-
te. De ti9 conozco hasta la cicatriz de tu operación de
apendicitk.
Mi cansancio es tan grande que en Iugar de con-
testar, prefiero dejarme caer en un s i b . A mi vez,
L
miro este cuerpo ¿e hombre que se muev2-deIante de
mí. Este cuerpo grande y un poco t o w yo también.;
lo conozco de memoria, yo d i & lo he visto crecer
y desarrollarse. Desde hace aiios, no me canso de re- :
petir que si Daniel no procura mantenerse derecho,
terminar; p r seer jorobado. Y como a menudo enre.
d i en ellos, dedos temblorosos de rabia, conozco la re-
sistencia de sus cabellos rubios, ásperos y crespos. En
34
él, sin embarga, esa e s p i e de inquietud en las movi-
mientos, esa mirada angustiada, son algo nuevo para
mi, Cuando era niño, Daniel no temia a los fantas-
mas, ni a 10s muebles que crujen en la oscuridad du-
rante la noche. Desde la muerte de su mujer, diríase
que tiene siempre miedo de estar solo.
Pasamos a una segunda habitación más fría aún
que la primera. Comemos sin hablar.
-¿Te aburres?-inteerroga ¿e improviso, mi ma-
rido,
-Estoy extenuada-cont esto.
Apoyados los codos en la mesa, me mira fijamente
4rgo' rato y vuela a interrogarme:
-¿Para qué hos casamos?
-Por casarnosl.espon¿o.
Daniel deja escapar una pequeña risa.
-¿Sabes que has tenido una gran suerte al casar-
te conmigo?
-Si, Lo s k e p l i c o , cayéndome ¿e sueÍío,
-¿Te hubiera gustado ser una solterona arruga-
¿a, que teje para los pobres de la hacienda?
Me encojo de hombros.
-Ese es el porvenir que aguada a tus hermanas. . .
Permanezco muda. No me hacen ya el menor efec-
to las frases caústicac con que me turbaba no hace a h
quince dias.
55
Una nueva y violenta racha ¿e lluvia se descarga
contra los vidrios. Alla, en el fondo del parque, oigo
acercarse y aIejarse el incesante ladrido de los perros.
Daniel se Ievanta y torna la íámpara. Echa a andar.
Mientras Io sigo, arrebujada, compruebo con sorpm-
sa que sus sarcasmos no hacen sino revolverse contra
él mismo. Está lívido y parece sufrir.
A l entrar en el dormitorio, suelta la limpara y veid"
ve rápidamente la cabeza, a la par que una especie
de ronquido que no alcanza a reprimir, le desgarra la
garganta.
Le miro extrariada. Tardo un segundo en com-
prender que está llorando.
M e aparto de él, tratando de persuadirme que la
actitud m i s discreta está en fingir una absuluta igne
rancia de su dolor. Pero en mi fuero interno, algo
me dice que ésta es tambih la actitud más cómoda.
Y entonces, más que el llanto de mi marido, me me
lata la idea ¿e mi propio egoismo. Lo dejo pasar al
cuarto contiguo sin esbozar un gesto hacia él, sin bal-
bucir una palabra de consudo. Me desvisto, me
acuesto y, sin saber como, me deslizo instantáneamen-
te en el sueiio.
A la inafiana siguiente, cuando me despierto, hay
a mi lado un surco vacio en el lecho, dicen que, al
rayar el alba, Daniel salio camino del pueblo.
La muchacha que yace en ese ataúd blanco, no
hace dos dcas coloreaba tarjetas’postales, sentada ba-
jo el emparrado. Ahora está aprisionada, inmóvil, en
ese largo estuche de madera, en cuya tapa han en-
cajado un vidrio para que sus conocidos puedan con-
*.
tempIar su postrera mpmión.
Me acerco y miro, por primera vez, la cara de un
muerto.
Veo un rostro descolorida, sin ni utz toque de som-
bra en los anchos párpados cerrados. U n rostro va-
cío de todo sentimiento.
Esta muetta, sobre la cual no se me ocurriría in-
& n a m e para llamarla porque parece que no hubie-
ra vivido nunca, me sugiere de pronto la palabra si-
lencio, Silencio, un gran silencio, un sikncio de anos,
de siglos, un silencio aterrador que empieza a crecer
en el cuarto y dentro de mi cabeza.
Retroddo y abriéndome paso con nerviosa preci-
pitación entre mudos dutadoc, alcanzo la puerta,
después de haber tropezado con horribles coronas
¿e flores artificiales.
C Atravieso casi corriendo el jardín, abro Ia verja
Ii Pero, afuera, una sutil neblina ha diluído el paisaje y
( el silencio es aún m á s inmenso.
Daschdo la peque& colina sobre la cual la casa
37
esd aislada entre cipreses, como una tumba, y me.
voy bosque traviesa, pisando firme y fuerte, para
despertar un KO. Sin embargq todo continúa mudo
y mi pie arrastta hojas caídas que no crujen porque
I
están hfimedas y como en descomposición.
Esquiivo siluetas de árboles, a tal punto extiticas,
borrosas, que de pronto alargo la mano para con-
vencerme de que existen realmente,
Tengo miedo. En aqueIIa inmodidad y también
en la ¿e esa muerta estirada allá arriba, hay como
un pligro oculto. Y porque me ataca por vez prime
ra, reacciono videntamente contra el asalto de la
niebla .
jY0 existo, yo existo-digo e n voz aha-y soy be=
Ih y feliz! Sí ¡Feliz! La felicidad no es más que te-
ner un cuerpo joven y esklto y ágil.
INOobstante, desde hace mucho, flota en mí una
turbia inquietud. Cierta noche, mientras ¿ormía, vis-
lumbré algo, algo que era tai vez su causa. Una vez
despierta, traté en vano ¿e recordarlo. Noche a no-
& he tratado, también en vano, de volver a encon-
trar el mismo sueíio.
Un soplo frío me azota la frente. Sin ruido: tom
cándome casi, ha pasado sobre mi un pájara de alas
rojizas, de das de color de otofio. Tengo miedo, nue-
vamente. Emprendo una carrera desesperada hacia
mi casa.
7 - -- " -_ _-
, su amante.
j
~
entonces, un casco guerrero que, estoy segura, hu-
biera gustado al ,amante de Reina. Mi marido me ha
t obligada después a recoger mis 'extravagantes cabe-
'
39
primera mujer, a su primera mujer que, según él,
era una mujw perfecta.
Me miro ai espejo atentamente y compruebo an-
gustiada que mis c a b e h han perdido ese Ieve tinte
rojo que les comunicaba un extraíio fulgor cuando
sacudia la cabeza. Mis cabellos se han oscurecido.
Van a oscurecerse cada día mis.
Y antes que pierdan su brillo y su violencia, no
habrá nadie que diga que tengo Iindo pelo.
41
' ---,---
miro. Pequeños y redondos, parecen dimitiutas corn-7
"
las suspendidas sobre el agua. I
i
42
d a c i o . Los cazadores parecen haba sido secuestra-
dos por la bruma. .
' icon qué rapidez la estación va acortando 10s días!
ya empieza a incendiarse el pohiente. Tras 10s vi-
drios de cada ventana, parece briIZar m a hoguera.
Todo lo abrasa una roja llamarada cuyo fuigor no
consigue atenuar la niebla.
Cayó la noche. No gorjean lac ranas y no p h i -
bo tan siquiera el gemido tranquilo áe algún grho,
perdido en el césped. Detrás mío, la casa permanece
totalmente oscura.
Angustiada, entro al sal&, prendo una lámpara.
Ahogo una exclamación ¿e sorpresa. Reina se ha
quedado dormida cobre el diván. La mito. Sus ras-
gos parecen alisarse hacia ks cienes; el contorno de
sus @mulos se ha suavizado y su piel luce aún mas
tersa Me acerco. Ignoraba que los seres embellecie-
tan cuando reposan extendidos. Reina no parece &O-
ra una mujer, sino una nina, una nina muy dulce y
tnuy indolente.
Me la imagino dormida ad, en tibios aposentos al-
fombradas donde toda una vida misteriosa se insi-
núa en un flotante perfume de cabelleras y cigarrillos
femeninos.
i
De nuevo en mí este dolor punzante como un
i @to*
r
i
t *
43
Al Ievantarlos de nuevo, noto que me sigue miran
do. Lleva la camisa entreabierta y de su pecho re des-
dndose de un salto, penetra en la casa s h V O la ~
cabeza.
45
?,
calor nos va trepando por la garganta hasta las
sienes.
Daniel, ligeramente achispado, promete restaurar
en nuestra casa d oratorio abandonado. AI final de
la comi¿a hemos convenido que mi suegra vendrá
con nosotros al campo.
Mi dolor de estos Ultimos días, ese dolor lancinan-
te como una quemadura, se ha convertido en una dul-
ce tristeza que me trae a los labios una sonrisa can-
sada. Cuando me levanto, debo apoyarme en mi ma.
rido. No sé por qué me siento tan &bil y no sé por
qué no puedo dejar de sonreír.
Por primera vez desde que estamos casados, Da-
I
nit1 me acomoda Ias almohadas. A media noche me
despierta, sofocada. Me agito largamente entre las
sábanas, sin llegar a canciliar e1 su&a Me ahogo.
Respiro con la sensaci8n de que me falta siempre un
poco de aire para cada soplo. Salto del lecho, abro la
ventana. Me inclino hacia afuera y es como si no
cambiara ¿e atmósfera. La neblina, esfumando los
h g d o s , tamisando los ruidos, ha comunicado a la
ciudad la tibia intimidad ¿e un cuarto cerrado.
Una idea loca se apodera de mi, Sacudo a Daniel
E que entreabre las ojos.
-Me ahogo. Necesito caminar. ZMe dejas salir?
J f
-Haz lo que quiera-urmura y de nuevo recues-
t a pesadamenk la cabeza en la almohada.
46
Me visto, Tomo al pasar el sombrero de paja con
que salí de la hacienda. El portón es menos pesado
de lo que pensaba. Echo a andar, calle arriba.
La tristeza reafluye a la superficie de mi ser con
toda la videncia que acumulara durante el cuefto.
Ando, cruzo avenidas y pienso:
-Mañana volveremos al camp. Pasado rnaíiana
iré a oír misa al pueblo, con mi suegra. Luego, du-
rante el almuerzo, Daniel nos hab1at.i de los traba-
jos de la hacienda. En seguida visitaré el invernám-
IO, la pajarera, el huerto. Antes de cenar, dormitaré
junto a la chimenea o Iewé los perihdicos IocaIes.
h p u & de comer me divertiré en provocar peque-
Gas catástrofes dentro del fuego, removiendo des-
atinadamente las brasas. Alreddor mío, un silencio
i n d h i muy pronto que se ha agotado todo tema de
conversación y Daniel ajustar5 tuidocamente las ba-
rras contra las puertas. Luego nos iremos a dormir. Y
pasado maiiana será b mismo, y dentro de un a h , y
dentro de diez; y será Io mismo hasta que la vejez
me arrebate todo derecho a amar y a desear, y hasta
que mi cuerpo se marchite y mi cata se aje y tenga
vergüenza de mostrarme sin artificios a la luz $el sol.
Vago al azar, cruzo avenidas y sigo andando.
No me siento capaz de huir. De huir, ;cómo, a¿&-
de? La muerte me parece una aventura más accesi-
ble que la huída. De marir, si, me siento capaz. Es
47
muy posible desear morir porque se ama d e m h d o
la vida.
Entre Ea oscuridad y la niebla vislumbro u
queiía plaza. Como en pIeno campo, me a p y o a-
.temada contra un árbol. Mi mejilla busca la hume-
dad de su corteza. Muy cerca, oigo una fuente des.
granar una sarta de pesadas gotas.
La luz blanca de tin farol, luz que la bruma trans-
forma en vaho, b&a y empalidece mis manos, alar-
ga a mis pies una silueta confusa que es mi sombra,
.Y he aquí que, de pronto, veo otra sombra junto
a la mía. Levanto la cabeza.
U n hombre está frente a mi, muy cerca de mí,
Es joven; unos ojos muy charm en un romo rnB
reno y una de sus cejas, ievemnte arquezbda, prestan
a su cara un aspecto casi sobrenatural. De SI se de$
prende un vagu, pero envolvente calor.
Y es ripido, violento, dehitivo. Comprendo que
lo esperaba y que le voy a seguir como sea, donde
sea. Le echo los brazos al cuello y El entonces me b
sa, sin que por entre sus pestdas lac pupilas lumiw
sas no cesen de mirarme.
h d o , pera ahora un desconocido me guia. Me
guía hasta una calle estrecha y en pendiente. Me d i -
ga a detenerme. Tras una verja, distingo un jardín
abandonado. El desconocido desata con dificultad los
nudos de una cadena enmohecida.
- -
---ss, '
50
le a fruta y a vegetal. En un nuevo arranque echo
mis brazos alrededor de su torso y atraigo, otra vez,
su pecho contra mi mejilla.
Lo abrazo fuertemente y con todos mis sentidos
escudio. Escucho nacer, volar y recaer su soplo; es-
cucho el estallido que el corazón repite incansable en
el centro del pecho y hace repercutir en las entrahas
y extiend'e en ondas por todo el cuerpo, transfor-
mando ca¿a célula en un eco sonoro. Lo estrechb,
Io estrecho siempre con más afán; siento correr la
sangre dentro de sus venas y siento trepidar la fuer-
za que se agazapa ina,ctiva dentro de sus múscuIos;
siento agitarse la burbuja de un suspiro. Entre mis
brazos, toda una vi& fisica, con su fragdidad y su
misterio, bulle y se precipita. Me pongo a temblar.
Entonces 61 se inclina sobre mí y rodamos enlazados
al hueco del lecho. Su cuerpo me cubre como una
grande ola hirviente, me acaricia, me quema, me pe-
netra, me envuelve, rn arrastra desfallecida. A mi
,garganta sube algo así como un soIlozo, y no sé por
qué empiezo a quejarme, y no $6 por qué me es dulce
quejarme, y no sé por qué es dulce a mi cuerpo el can-
sancio infligido por la preciosa carga que pesa entre
mis muslos. .
Cuando despierto, mi amante duerme extendido a
mi lado. Es plácida la expresiiin de su rostro; su alien-
t o es tan leve que debo incharme sobre sus labios
/I pata sentirlo. Advierto que prendida a una finísima,
; casi invisible cadena, una medallita anida entre el
; vello castaño del p c h o ; una mdaUita banal de esas
, que los n h s reciben el día ¿e su primera ccsmuIUOn.
, Mi carne toda se enternece ante este pueril detdie.
Aliso un mechón rebelde apegado a su sien, me in-
corporo sin despertarlo. Me visto con sigilo y me voy.
+
4
52
- - - +
53
vivido del cdor de otro hombre. Me levanto, encien-
do a hurtadillas una lámpara y escribo:
“He conocido el perfume de tu hombro y desde
ese dia soy tuya. Te deseo. Me p a r i a la vida, tendi-
da, esperando que vinieras a apretar contra mi cuer-
po desnudo, tu cuerp fuerte y conocedor del d o ,
como si fuera su duefio desde siempre. Me separo de.
tu abrazo y todo el dia me persigue el recuerdo de
cuando me suspendo a tu cuello y suspiro sobre tu
boca”.
Escribo y rompo.
54
sus perros. Mi suegra está dsevanando una nueva
madeja de lana gris. No ha venido nadie, no ha pa-
sado nada. La amargura de la decepcih no me du-
ra sino el espacio de un segundo, Mi amor por "él"
es tan grande que está por encima del dolor de la
awncia. Me basta saber que existe, que siente y re-
cuerda en algún rincSn del mundo. . .
55
E
do a mi amante. U n gran viente me lo devolvi0 la
última vez. U n viento que d e d tres nogales
e hizo persignarse a mi suegra, lo indujo a llamar a
la puerta de la casa. Traía los cabeIlos revueltos y el
cue110 del gabán muy subido. Pero yo lo reconoci y
me desplomé a sus pies. Entonces él me carg6 en sus
brazos y me llevó asi desvanecida, en !a tarde de vien-
t o . . . Desde aquél día no me ha vuelto a dejar.
56
--- . - -7
a * +
57
De costumbre permanezco a l i largas horas, el
cuerpo y el pensamiento a la deriva. A menudo no
queda ¿e mi, en la superficie, r n h que un vago remo-
lino; yo me he hundido en un mundo misterioso don-
de d tiempo parece detetierse bruscamente, donde la
luz pesa como una substancia fosforescente, donde
cada una de mis movimientos adquiere sabias y fe-
linas lentitudes y yo expIoro mhuciusamente los re-
pliegues de ese antra de silencia. Recojo extraiias cara-
colas, &tales que al traer a nuestro elemento se
convierten en guijarros negruzcos e informes. Re-
muevo piedras bajo las cuates duermen o se muel-
ven miles de criaturas atolondradas y escurridizas.
Eniergia de aquellas luminosas profundidades
cuando divisé a la lejos, entre la niebla, venit silen-
cioso como una aparición, un carruaje todo cerrado.
Tambaleando penosamente, los caballos se abríaii
paso entre los árboles y la hojarasca, sin provocar el
menor ruido.
Sobrecogida, me agarré a las ramas ¿e un sauce y,
no reparando en mi desnudez, suspend; medio cuer-
po Euera del agua.
El carruaje avanzó khtanmm, hasta arrimarse a
la orilla opuesta del. estanque. Una vez allí, los caba.
110s agacharon el cuello y bebieron, sin abrir un solo
circulo en la tersa superficie.
58
Algo muy grande para mi iba a suceder. Mí co-
. .razón y mis nervios lo presentían.
I
A una ventanilla estrecha vi, entoms, asomarse e
I inclinarse, pata mirarme, una cabeza de hombre.
, Reconocí inmediatamente los ojos extraordinaria-
mente claros, al rostro moreno de mi amante.
Quise flamarlo, pera mi impulso se quebró en una
especie de grito ronco, indescriptible. No podia Ila-
mado, no sabía su nombre. El debiú ver Ia mgustia
pintada en mi semblante, pues, como para tranquili-
zarme, esbozó a mi intención una sonrisa, un leve
ademán de la mano. Luego, reúinándose hacia atrás,
des~parecióde mi vista.
El carruaje echó a andar nuevamente y sin darme
tan siquiera tiempo para nadar hacia la orilla, se
pwdiQ de improviso en el bosque, como si se lo hu-
biera tragado ía niebla
Smtí un leve golpe azotarme la cadera. Volví mi
cara estupefacta. La balsa ligera, en que el hijo me-
nor del jardinero se desliza sobre el agua, estaba in-
movilizada detrás mío.
Apretando las brazos contra mi pecho desnudo,
fe grité, frenética:
-¿Lo viste, Andrés, lo viste?
-Si, señora, lo vi-asinti6 tranquilamente el mu-
chacho.
-#le sonrib, no es verdad Andrés, me sonrió?
59
-Si señora. Qué pálida está usted. Salga pron- 7
--
to del agua, no se vaya a desmayar-úijo, e impti-
mi6 vuelo a su embarcación.
Provisto ‘de una red, ~ ~ r i t i nbarriendo
~ó las hojas
secas que et otofio recostaba sobre el estanque .
60
r-- treabwir furtivamente una de las p s i a n a s del sa-
-_
42
visto y tremedo y hay un vacío en mi memoria has-
ta el momento en que me descubri, entre 10s brazos
de mi marido.
Mi cuerpo y mis besos no pudieron hacerlo
temblar, pero lo hicieron, C O ~ Qantes, pensar en otro
cuerpo y en otros Iabios. Como hasmeanos, lo volví
a ver tratando furiosamente de acariciar y desear mi
carne y encoatrando siempre el resuerdo de ia muer-
ta entre él y yo. Al abandonarse sobre mi pecho, su
mejilla, inconscientemente, buscaba la tersura y los
contornos de otro pecho. Beso mis manos, me besó to-
da, extrahando tibiezas, perfumes y asperezas familia-
res. Y lloró locamente, llamándola, gritandomt: al
old0 cosas absurdas que iban dirigidas a eIh,
Oh, nunca, nunca, su primera mujer Io ha pose?-
do más desgarrado, más d e w e r a d o por prtenecer-
le, como esta tarde. Queriendo huirla mevamente,
la ha encontrada, de pronto, casi dentro de sí,
En el leche, yo quedé tendida y sollozante, con el
pi0 adheri¿o a Ias ,sienes mojadas, muerta de des-
laliento y de vergüenza. N o traté de moverme, ni ci-
quiera de cubrirme. Me sentía sín valor para rnmír,
sin valor para vivir. Mi único anhelo era postergar
el momento de pensar.
Y f u i para h u n d i r d e n asa miseria que teaicioné
a mi amante.
HmLlütñCA NActoWG=
8ww&CH LENA
_....
-1
Hace ya un tiempis que no distingo las facciones
de mi amigo, que lo siento alejado. Le escribo para
disipar un naciente malentendido:
“Yo nunca te he engaiiado, Es cierto que, duran-
te todo el verano, entre Daniel y yo se ha vuelto a
anudar con frecuencia ese feroz abrazo, hecho de te-
dio, perversidad y tristeza, Es cierto que hemos per-
manecido a menudo encerrados en nuestro cuarto
hasta el anochecer, pero yo nunca te he engañado,
Ah, si pudiera contentarte esta sola afirmación mía.
Mi querido, mi torpe amante, ubliginclome a defi-
nir y a explicar, das carácter y cuerpo ¿e infidelidad
a un breve capricho de verano.
2Haeseas que hable a pesar de todo? Obedezco.
Un día ardiente nos tenia, a mi marido y a mi, en-
jaulados frente a frente, llorando casi de enema-
miento y de ocio. Mi segundo encuentro con Daniel
f u i idintico ai primero. El mismo anhelo sordo, el
mismo abrazo dexsperzdo, el mismo desengaiio. Co-
mo la vez anterior, quedé tendi&, humillada y ja-
deante.
Y entones se produjo el milago.
U n murmullo leve, levicimo, empezó a mecerme,
mientras una delicada frescura con olor a río, se ui-
filtraba en el cuarto. Era la primera lluvia de verano,
Me sentí ITWIIQS desgtaciada, sin saber p r qué.
Una mano rozó mi hombro.
Daniel estaba de pie junto al lecho. Una sonrisa
amable erraba en su semblante. Me tendia un vaso
de cristal e m p a h d a y filtrando hielo.
Como YO alzara lánguidamente la cabeza, 61, con
insdita ternura, ac&ó su braze bajo mi nuca y por
entre mis labios resecos empezó a volcarme todos loa
haales del bosque diluídos en un heMo jarabe.
Un gran bienestar me invadió.
Fuera crecía y-se esparcia el murmullo de la lluvia,
como si h a multiplicara cada una de su5 hebras de
plata. Un soplo de brisa hacia pal2itar las sedas de
las ventanas.
Daniel volvió a extenderse a mi lado y largas ho-
ras permanecimos siknciosos, mientras lenta, lenta,
se alejaba l a lluvia corno una bandada ,de pájaros
húmedos.
La alcoba Fed6 sumida en un crepUccu10 lila,
donde {os espejos, brillando como aguas apretadas,
hacían pensar en un reguero de claras charcas.
Cuando mi marido encendió la lámpara, en el te-
cho, una pequefia araña, sorprendida en quiEn sabe
qui SU&QS de atardecer, se escurrió para ocultarse.
"Augurio de felicidad"-balbucí, y volvi a cerrar los
ojos. Hacia meses que no me sentía envuelta en tan
divina y animal felicidad.
¿Y ahora, comprendes porqué volvía a Daniel?
r iQuS me importaba su abrazo? Despu& venía el
/:,I
hecho, convertido ya en infalible tito, de darme de be-
ber, ciespués era el gran descanso en el amplio lecho.
Herméticamente cerradas las claras sedas de las
ventanas y sumido así en una semioscuridad res-
plandeciente, nuestro cuarto parecia una gran car-
p a rosa tendida d sol, donde mi lucha contra d día
x hacía sin angustia ni lágrimas de enervamiento.
Imaginaba hombres avanzando penosamente por
carreteras polvorientas, soldados desplegando estra-
tegias en llanuras cuya tierra hirviente debía reque-
brarles la suda de las botas. Veia ciudades dura-
mente castigadas por el implacable estio, ciudades de
calles vacías y establecimientos cerrados, como si el
a h a se les hubiera escapado y no quedara de ellas
sino $1 esqueleto, todo akpitrán, derritiéndose al SOL
Y en el momento en que sentia cierto extraiío nu-
do retorcerse en mi garganta hasta sofocarme, la Ilu-
via empezaba a caer. Se apoderaba entonces de mi el
mismo bienestar de1 primer &a, Me parecia sentir el
agua resbalar dulcemente a lo largo de mis sienes
afiebradas y sobre mi pecho repleto de sollozos.
Oh, amigo adorado, ¿comprendes ahora que nun.
ca te engaiik?
loa8 rue un capricno, un morencivo capricho de
verano. ct jTu eres mi primer y único amante!”.
66
***
67
--
Nunca, te repito, ;nunca!
Asegurando mi voz, trato de Frsuadirle:
-Recuerda. Fué una noche de niebIa. Cenamos
en el gran canedor, a la luz ¿e los candelabros. . .
-Sí y bebimos tanto y tan bien que dormimos t ~ -
da la noche de un tirón!. . .
Grito: iNo! Suplico: jRwuerda, recuerda!
Daniel me mira fijamente u11 segundo, luego me
interroga con sorna:
-¿Y en tu paseo encontraste gente aquella noche?
-A un hombrerespondo provocante.
-¿Te habló?
-Si.
-¿Recuerdas su voz?
-2% voz? ¿Cómo era su voz? No la recuerdo.
2 P ~ rqué no la recuerdo? Palidezco y me siento pa-
lidecer. Su voz no la recuerdo. . . porque no Ia co-
~ Q Z C O . Repaso cada minuto de aquella noche extra-
69
h!
dias después,
Se l e busca, en efecto, y se extrae, dos
su cadáver amoratado; llenas de frías burbujas de I
io
Noche a noche oigo a lo lejos pasar todos los trt-
nec. Veo en seguida el amanecer Infiltrar, Jentamen-
te, en el cuarto, una luz sucia y triste. Oigo las cam-
panas del pueblo dar todas las horas, llamar a todas
las misas, desde la misa de seis, adonde corren mi
suegra y dos &das viejas. Oigo el aliento acum-
pasado de Daniel y su diftcil despertar.
Cuando él se incorpora en el leche, cierro los ojos
y finjo dormir.
Durante el dia no iloro. No puedo llorar. Esca-
lofríos me empufian de golpe, a cada segundo, para
traspasarme de pies a cabeza con la rapidez de un
teIhpago. Tengo la sensación de vivír estremecida.
iSi pudiera enfermarme ¿e verdad! Con todas mis
fuerzas anhelo que una fiebre o algún dofor muy
fuerte vengan a interponerse aIgunos días entre mi
duda y yo.
71
concentrando mi imaginación y mi espiritu en lm
--
menesteres de cada segundo.
Vigilé, sin permitirme distraccion alguna, el difí-
cil salvamento de las enredaderas, que el viento ha-
bla derribado. Hice barrer las tdaraiías de la azotea,
y mandé Ilamar a un cerrajero para que forzara la
. chapa de un mueble, donde muchos Iibros se alínean,
cubiertos de polvo.
Desechando todo ensueño, rebusqué y trate de con-
finarme en los más humildes placeres: elegir caballo,
seguir al capataz en su ronda cotidiana, recoger se-
tas junto con mi suegra, zprender a fumar.
iAh! Cómo hacen para olvidar las mujeres que han
toto con un amante largo tiempo querido e incorpo-
rado a la trama ardiente de sus vidas!
Mi amor estaba allíj agazapado detrás úe las co-
sas; todo alrededor mío estaba saturado de mi senti-
miento, todo me hacia tropezar contra un recuerdo. EI
bosque, porque durante anos paseé allí mi melancolía
y mi ilusión; el. estanque, porque, desde su borde, di-
visé, uh día, a mi amigo, mientras me baiíaba; el fuego
en la chimenea, porque en él surgia para mi, cada
noche, su imagen.
Y no podía mirarme al espejo, porque mi cuer-
po me recordaba sus caricias.
Corrí de un lado a otro para afrontado todo de
72
k--
73
Y ya sé ahora, que los seres, las cosas, los días, no
me son soportables sino vistos a través del estado
d
de vida que me crea mi pasión.
Mi amante es para mi más que un m o r , es mi
razón de set, mi ayer, mi hoy, mi manana.
glo ei equipaje.
74
I
En el tren pregunto el por qué del estado de Rei-
na Se me mira con extraiieza, con indignación:
-¿En que estoy pensando siempre? Aún no me he
impuesto de que b que agrava la inquietud de to-
dos, es, justamente, la vaguedad de la noticia? Es
muy posible que se nos haya infoormado ¿e esa ma-
nera sólo para no alarmarnos. Podria ser que Reina
estuviera ya. . . A la ver&¿, mi distracción raya ca-
si en la locura. . .
No contesto, y, durante todo el trayecto, contengo,
a duras penas, la sonrisa de espanza que se obstina
en prestar a mi rostro una animación insólita.
75
desgreñado, ni tiene los párpados hinchados y las
orejas ¿e2 que ha llorado. No. L.e pasa algo peor que
todo eso. Lleva en la cara una expresión indefinible
que es trágica, pero que no se divina a que senti-
miento responde. La voz es fría, opaca.
-Se ha pegado un tiro. Puede que viva.
Un gemido, luego una pausa. La madre se ha arm-
jada ai cuello de su hijo y solloza convulsivamente.
-iPoLre, pobre Felipe!
Con gesto de sonámbulo, d hijo la sostiene, sin
inmutarse, como si estuviera compadeciendo a otro. . .
Daniel se oprime la frente.
-La trajeron de casa de su amante,-e dice en
voz baja.
Lo miro y desdeño en pensamiento sus mezquinas
reacciones. Orgullo herido, sentido del decoro.
Sé que la piedad es el sentimiento adecuado a la
situacih, p r o yo tampoco la siento. Inquieta, doy
un paso hacia la ventana y apoyo la frente contra los
cristales empanados de neblina. Trato de hacer pal-
pitar mi corazón endurecido.
jReina! semanas ¿e lucha, de gestos ¿esesperados
e iniítiles, largas noches durante las cuales el pensa-
miento se retuerce edoquecislo; evasiones dentro del
sueño rescatadas por despertarse cruelmente lúcidos,
fueron acorra1ándd.a hasta este &me gesto. Reina
supo del dolor cuya quemadura no se puede s o p -
76
tar. Del dolor dentro del cual no se aguarda el mo-
mento infalible del olvido, porque, de pronto, no es
posible mirarlo frente a frente, un día mas.
Comprendo, comprendo y sin embargo, no llego
a conmoverme. iEgoísta, egoísta! me digo, pero d-
go en mí rechaza el improperio. En realidad, no me
siento culpable de no conmoverme. ¿No soy yo, aca-
soo,mis miserable que Reina?
Tras el gesto de Reina, hay un sentimiento inten-
so, toda una vida de pasión. Tan solo un recuerdo
mantiene mi vida, un recuerdo cuya llama debo ali-
mentar día a dia para que no se apague. Wn recuer-
do tan vago y tan lejano, que me parece casi una fic-
ción. La desgracia de Reina: una llaga consecuen-
cia de un amor, de un verdadero amor, de ese amor
hecho de años, ¿e cartas, ¿e caricias, de rencores, de
lágrimas, de enganoc. Por primera vez me digo que
soy desdichada, que he sido siempre, horrible y total-
mente desdichada.
¿Son míos estos so'llozm cortos y monótonos, es-
tos sollozas ridicules como un hipo, que siembran,
de repente, el desconcierto?
Se me acuesta en un sofa. Se me hace beber a sor-
bos w1 líquido muy amargo. Alguien me da go4e-
citos condescendientes en la espalda, que me exas-
peran, mientras un &or, de aspecto grave, me habIa
cariñoso y bajo, como a una enfermi,PIBLIOTECA NACIONAk
BECCION CHILEHA
77
Pero no Io escucho y cuanda me levanto, ya he to-
mado una resolucibn.
78
jan, de pronto, un ruido insoportable, el único mi-
do en el mundo, un ruido cuya regularidad parece
consciente y que debe cobrar, en otros planetas, reso-
nancias misteriosas.
Me dejo caer sobre un banco para que st haga,
por fia, el silencio en el universo y dentro ¿e mí. Aho-
ra, mi cuerpo entero arde COMO una brasa.
B t r á s mío, tal un pderoso aliento, una frescu-
ra insiilita me penetra la nuca, los hombres. Me wel-
vo. Vislumbro árboles en la nebha. Estoy sentada al
borde de una plazoleta, cuyo surtidor se ha callado,
p r o cuyos verdes senderos respiran una olorosa hu-
medad.
Sin un grito, me pongo de pie y corm. Tomo la
primera calle a la derecha, doblo una esquina y divi-
so los dos árboles ¿e gruesas ramas convulsas, la os-
cura pitina de una alta fachada.
Estoy frente a la casa ¿e mi amante. Las persianas
continúan cerradas. El no Uegari sino al anocheser.
Pero yo quiero saborear el placer de saberme ante su
casa. Contempb, gozosa, el jardin abandonado. Me
apreto a las €rías rejas para sentidas muy sólidas con-
tra mi carne. iNQfué uh sueno, no!
Sacudo la verja y ésta se abre, rechinando. Nota
que no la aseguran ya sus viejas c~denas.Me invade
una repentina inquietud. Subo corriendo Ia escalinata,
me paro frente a la mampara y oprimo un botón exi-
79
dado. Un sonido de timbre lejano responde a mi ges-
to, Transcurren varios minutos. Resuelta ya a mar-
charme, espero un segundo mas, no sé por qué. Me
acomete una especie de vkrtigo. La puerta se ha
abierto.
Un criado me invita a pasar, con la mirada. Atur-
dida, doy un paso hacia adentro, M e encuentro en un
hall donde una inmensa galería de cristales abre so-
bre una patio Aorido. Aunque la luz no t s cruda,
entorno los ojos, penosamente deslumbrada. ;No es-
peraba, acaso, sumirme en la petiumbra?
-A4visar& a la señora-insinúa el criado y se aleja.
2La sefiora? ¿Qué sehora? Paseo una mirada a mi
alrededor. ¿Y esta caca, qué tiene que ver con la de
mis suenos? Hay muebles de mal gusto, telas chillo-
nas, y en un ritlccin, cuelga, de una percha, una jaula
con dos canarios. En las paredes, retratos de getite
convencional. Ni un solo retrato en cuya imagen pue-
da identificar a mi desconocido.
. U n gemido lejano desgarra el silencio, un gemido
tranquilo, un gemido prolongado que parece venir de1
piso superior. M e inunda una súbita dulzura. Para
oriwtarme, cierro los ojos y, como en aquella lejana
noche ¿e amor, subo, a tientas, una escalera que noto
ahora alfombrada. Ando a lo largo de estrechos corre-
dores, voy hacia d gemido que me llama siempre,
80
Lo siento cada vez más cerca. Empujo una úlrima
puerta y miro.
,$Ón¿e la suavidad del gran lecho y la meíanco-
lía de las viejas cretonas? Las paredes están tapiza-
das de Iibros y de mapas. Bajo una lámpara, y para-
d~ frente a un atril, hay un niha estudiando violín.
Al pie de la escalera, el criado me espera, respe-
tuoso.
-La señora no está.
-;Y su marido?-pregunto, de sirbito.
Una voz glacial me contesta:
-iEl &or? Falleció hace tiiris de quince aíios.
-;Cómo!
-Era ciego. Wesbalii en la escalera. Lo encontra-
mos muerta. .
Me voy? hp.
4
t 6 -Ultima Nicbia
81
I ,
...
-.
'
Dsi, manm que me parecen brutales me atrazn vi-
l
I 83
I
gorosamente hacia at&. Una tromba de viento y de
estripito se escurre deIante mío. Tambaleo y me
apoyo contra el pecho del imprudente que ha creído
salvarme.
Atutdida, levanto la cabeza. Entreveo la cara roja
y marchita de un extrafio. Luego, me aparto violenta-
mente, porque reconozco a mi marido. Hace años
que lo miraba sin verlo. iQüé viejo lo encuentro, de
pronto! ¿Es posible que sea yo la cornpanera de este
hombre maduro? Recuerdo, sin embargo, que éra-
mos de la misma edad, cuando nos casamos.
Me asalta la visión de mi cuerpo desnudo, y exten-
dido sobre una mesa en la Morgue. Carnes mustias,
y pegadas a un estrecho esqueleto, un vientre sumido
entre las caderas. . . El suicidio de una mujer casi
vieja, qué tosa repugnante e inútil. ¿Mi vida no es
acaso ya el comienzo de la muerte? Morir para re-,
huir iquE nuevas decepciones? @é nuevos 'dolores?
Hace algunos años hubiera sido, tal vez,< razonable
destruir, en un solo impulso de rebeldíip todas las
f
fuerzas en mi acumuladas, para no veda ~consurnirse,
inactivas. Pero un destino implacable me ha robado
hasta el derecho de buscar la muerte, me ha ido aco.
rtalando lentamente, insensiblemente a una vejez sin
fervores, sin recuerdos. . . sin pasado.
Danid me toma del brazo y echa a andar con la
84
v - ... - I ..-,-A-
85
,!
87
F
89
aiacih ¿e su padre! “in cualquiera le doy esta car-
ga de un hombre solo con varias hijas que educar!
jPobre Carmen! Seguramente habria sufrido por Brí-
gida. Es retardada esta criatwa”.
Brigida era la menor de seis niñas todas diferentes
de carActe-ttr. Cuando el padre llegaba por fin a su sex-
ta hija, Ilcgaba tan perplejo y agotado pur las cinco
primeras que prefería simplificarse e3 dia declarándo-
la retardada. “No voy a luchar más, es inimtil. Déjen-
la. Si no quiere estudiar, que nu estudie. Si le gusta
pasarse en la cocina oyendo cuentos de ánimas, allá
ella. Si le gustan las mukcas a los dieciséis años, que
Y
juegue”’. Y Brígida había conservado SIIS muñecas y
permanecido tatahente ignorante.
Qué agradable cs ser ignmante? iMo saber emc-
tarnente quien fu& Mozart, desconocer sus orígenes,
sus influencias, Ias particularidades de su rkctiica! De-
jarse solamente llevar por él de la mano, como ahora.
Y Mozart la Ileva, en efecto. La lleva por un p e n -
te suspendido sobre un agua cristalina que corre en
un fecho de arena rosada. Ella está vestida de blanco,
,can un quitasol de encaje, complicado y fino como .
I
91
aquel hombre solemne y taciturno no sc sentía cul-
pable de ser tal cual era: tonta, juguetona y p r e z o -
sa. Si; ahora que han ,pasado tantos años compren-
de que no 5e había casado con Luis por amor; sin
embargo no atina a comprender por qui!,’por q d se
march6 ella un día, de pronto I
93
-
tina planta eiicerrada y sedknta que alarga sus ea.;
inas en busca de un clima propicio.
Por las mañanas, cuando Ia muearna abria las
prrsianas, Lr~isya no esta*& a su lado. Se había le-
vantado sigiloso y sin darle los huenw dias, por te-
mor al collar ¿e pijaroc que se obstinaba en rete-
rierlo fuertemente por los hombros. t t Cinco minu-
tos, cinco minutos nada mis. Tu estudia no va a
desyparecer porque t e quedes cinco minutos más
conmigo, Luis3’.
Sm despertares. jAh, qué tristes sus desperta-
res! Pero-eta curioso-apenas pasaba a su cuarto
de vestir, su tristeza se disipaba como por encanto,
U n oleaje biiI!e, bulk inriy lejano, murmura co-
mo un mar de hojas. ¿E5 Beethoven? No.
Es el irbol pegado a la ventana del cuarto de ves-
tir. Le bastaba entrar para que sintiese circular en
cIla una gran sensaci6n bienhechora. jQ& calor ha-
cía siempre en el dormitorio por las mañanas! iY qui
luz cruda! Aquí en cambio, en el cuarto ,de vestir,
hasta la vista descansaba, se rifrescala. Las cretonas
desvaidas, el árbol que desenvolvía coinbras como de
agua agitada y fría por lac paredes, 10s espejos que
dobluban et follaje y se ahuecaban en un bosque in-
finito y verde, iQüé agradable era ese cuarto! Pare.
cia un mundo sumido en un acua,rio. i C h o parlo-
t e a h e:? iirrn~mogomero! Todos los pigarcs del ba-
94
1
-
r& venian a refugiarse M d, Era el iiniro árbol de
aquelia estrecha calle- en gendiente que desde un COS-
tado de la ciudad se despeilaba directatxme al rie.
-Estoy ocupado. No puedo acompafiarte . .
Tengo mircho que liaccr, no alcanza a llegar para eI
alriniierzo . . WoI& sí, esto): en el Club, Un corn-
promiso. Come y acuestate. . No. No $15, "is vale
que no me esperes, Brigida.
iSi tuviera amigac!-suspiraba ella. Peru todo el
mundo se abursia con ella. jSi tratara de ser un po-
ca menos tanta! ;,Pero c8mo ganar ¿e un tirón tan-
to terreno perdido? Para ser inteligente hay que em-
pezar desde chica ¿no es verdad?
A sus hermanas, sin embargo, los maridos 'las Ile-
valsan a todas parta, pero Luis--¿por qué no h b i a
de csnfesárseiu a si misma?-se avergonzaba de ella,
de su ignorancia, de 5u timidez y Iiacca de su9 dierio-
cho años. ;No Ie habia pedido acaso que dijera que
tenia por lo menas veintiuno, corno si 5u extrema ju-
ventud fuera en ellos una tara secreta?
Y de noche ~ q u &cansado se acostaba siempre! Nun-
ca la escuchabi del todo. Le sonreia, eso si, le con-
reía can una. sonrisa que ella sabia maquinal. I,a col-
maba de caricias de las que'el estaba ausente, 2Por
que se habia casado con ella? Para continuar una
costumbre, tal vea para estrechar la vieja reIación de
xmisiad coli su p a h Tal vez la vida con;istía para
,los hombres en una serie ¿e costumbres consentidas
y continuas. Si alguna llegaba a quebrarse, probable-
mente se producia el desbarajuste, el fracaso. Y los
hombres empezaban entonces a errar por lac calles
de la ciudad, a sentarse en los bancos de las plazas,
cada día peor vestidos y con la barba m i s crecida. La
vida de Luis, por Io tanto, consistía en I!enar con una
iscupción cada minuto del día. @mo nu habedo
comprendido antes! Su padre tenia raziin aI declarar-
la reradada.
--Me gustaría ver nevar alguna vez, Luis.
-Este verano t e llevaré a Europa, y COMO allá a
invierno podrhs ver nevar.
-Ya sé que es invierno en Europa cuando aqui
es verano. iTan ignorance no soy!
A veces, corno para despertarlo al arrebato del ver-
dadero m o r , ella se echaba sobre su marido y lo cu-
Lrh de IESOS, IIoranJu, IlamGndoIo: Lrris, Luis,
Luis . .
-¿Qué? ¿Q& t e pasa? ~ Q u 6quieres?
-Nada.
-¿Por que me I!amas de ese modo, entonces?
-Por nada, por llamarte. Me gusta llamarte.
Y éI sonteía, acogiendo con benevolencia aquel
vas ocupaciones impidieron a Luis ofrecede el viaje
prometido.
-Brígida, el calor va ser tremendo este verano
a
en Buenos Aires. ;Por qui no te vas a la estancia con
tu padre?
-¿SOLI?
-Yo iria a verte todas las semanas de sábado a
lunes.
Ella se había sentado en la cama, dispuesta a in-
sultar. Pero en vano buscó palabras hirientes que pi-
tarle. No sabía nada, nada. Ni siquiera insultar.
-¿Qué te pasa? ¿En que piensas, Brígida? ,
Por primera vez Luis había vuelto sabre sus pasos
y se hclinaba sobre ella, inquieto, dejando pasar la
hora de llegada a su despacho.
-Tengo sueíio . . .-había replicado Brigida pue-
rilrnente, mientras escondía la cara en lac almohadas.
Por primera vez El la habia llamado desde el club
a la hora del almuerzo- Pero ella habia rehusado sa-
lir al telbfono, esgrimiendo ,rabiosamente el a m a
aquella que había encontrado sin pensarla: el silencio.
Esa misma noche comía frente a su marido sin le-
vantar la vista, contraídos todos sus nervios.
-¿Todavía estás enojada, Brígida?
Pero ella no quebró el silencio.
-Bien sabes que te quiero, collar de pájaros. Pe-
ro no puedo estar contigo a toda hora. Soy un hom-
bre muy ocupado. Se llega a mi edad hecho un escla-
vo de mil C O E ~ O ~ ~ S Q S .
98
valentia, hacia la ventana. La había abierto. Era el
&bol, el gomero que un gran soplo de viento agita-
ba, el que golpeaba con sus ramas los vidrios, el que
la requeria desde fuera como para que lo viera re-
torcerse hecho una impetuosa Ilainarada negra bajo
el cielo encedido de aquella noche de verano.
U n pesado aguacero no tardaria en rebotar con-
,tra su5 frias hojas. jQ& delicia! Durante toda la no-
che, ella podría oir la lluvia azotar, escurrirse por
12s hojas ¿el goixero como por los canales de mil go-
teras fantasiosas. Durante toda la noche oiría crujir
y gemir el viejo tronco del gomero contindole de la
intemperie, mientras ella se acurrmaria, voluntaria-
mente friolenta, entre las sábanas del amplio lecho,
muy cerca de Luis.
99
Chopin y la lluvia que resbaIa por las hojas del
gomero con ruido de cascada secreta, y parece em-
papar hasta las rocas de ías cretonas, se entremezclan
en su agita& nostalgia.
dQu6 hacer en verano cuando llueve tanto? ¿Que-
darse el día entero en el cuarto fingiefido una con-
valecencia o m a tristeza? Luis habia entrado tími-
damente una tarde. Se había sentado muy tieso. H u -
bo un silencio.
-Brígida, ¿entonces es cierto? ;Ya no me quie-
res ?
Ella sehabia alegrado de golpe, estúpidamente.
Puede que hubiera gritado: “No, ne; t e quiero Luis,
te quiero”, si él le hubiese dado tiempo, si no hubie-
se agregado, casi de inmediato, con su calma ha-
bitual:
-En todo caso,no creo que nos convenga sepa-
rarnos, Brígida. Hay que pensarlo mucho.
En ella los impulsos se abatieron tan bruscamen-
te tomo se habían precipitado. jA qué exaltarse ink
tilmente! Luis Ia quería con ternura y medida; si aI-
gum vez llegara a odiarla la odiaría con justicia y
prudencia. Y eso erra la vida. Se acercó a la venta-
ca, apoyó la frente contra el vidrio glacial. Ailí es-
taba el gomero recibiendo serenamente la 1Iuvh que
lo golpeaba, tranquilo y reguiar. El cuarto se inmo-
vilhaba en la penumbra, ordenada y silencioso. To-
do parecía detenerse, e t e m ~y muy nobIe. Eso era la
vida. Y había cierta grandeza en aceptarla así, me-
diocre, como aIgo definitivo, irremediable. Y del fon-
do de las cosas parecia brotar y subir una meldfa
de palabras graves y h a s que elIa se quedó escu-
chando: “Siempre”. “Nunca”. . . Y as! pasan las
horas, 10s dias y los años. iSiempre! iNunca! iLa vi-
da, la vida!
AI recobrarse cayó en la cuenta que su marido se
habia escurrido del cuarto. iSiempre! iNunca!. . .
Y la iluvia, secreta e igual, aún continuaba susu-
rando en Chopin.
101
dos, sin reparar en su sonrisa de niiia que a su vez
desea participar en el juego.
Solitaria, permanecía largo rato acodada en la
ventana mirando el tiritar de1 follaj-siempre co-
rria alguna brisa en aquella calk que se despeñaba
directamente hasta el río-y era como hundir la mi-
rada en una agua movediza o en el fuego inquieto de
un chimenea. Una podia pasarse así las horas muer-
ta, vacía de todo pensamiento, atontada ¿e bien-
estar.
Apenas el cuarto ,empezaba a llenarse del humo
de1 crqfiisculo ella encendia la primera limpara, y
la primera lámpara respIandecia en los espejos, se
mdtiplicaba como una luciérnaga deseosa de preci-
pitar la noche.
Y noche a noche dormitaba junto a su marido,
sufriendo por rachas. Pero cuando su dolor se con-
Censaba hasta hesirla como un puntazo, cuando la
asediaba un deseo demasiado imperioso ¿e despertar
a Luis para pegarle o acariciarlo, se escurría de pun-
tillas hacia el cuarto de vestir y abría la ventana. El
cuarto se llenaba instantáneamente de discretos mi-
dos y discretas presencias, de pisadas misteriosas, de
aleteos, de sutiles chasquidos vegetales, del dulce ge-
mido de un grillo escondido bajo la corteza del go-
mero sumido en las estrellas de una calurosa noche
estival.
Su fiebre decaía a medida que sus pies desnudos
se iban helando poca a poco sobre la estera. N o sa-
bia por qué le era tan fácil sufrir en aquel cuarto.
103
Un estruendo feroz, Iuego una llamarada blanca
que la echa hacia atrás toda temblorosa.
¿Es el entreacto? No. Es el gomero, ella lo sabe.
La habían abatido de un solo hachazo. Ella no pu-
do oír los trabajos que empezaron muy de rn&ana.
‘Zas raíces levatrtaban las baldosas de la acera y en-
tonces, naturalmente, la comisión de vecinos. . .”
Encandilada se ha h a d o las manos a 10s ojos.
Cuando recobra la vista se incorpora y mira a su al-
rededor. zQ.6 mira? ¿La sala bruscamenk ilumina-
da, la gente que se dispersa? No. Ha quedado agri-
sionada en las redes de su pasada, no puede salir del
cuarto ,de vestir. De su cuarto de vestir invadido pot
una luz blanca, aterradora. Era como si hubieran
arrancado el techo de cuajo; una Iuz cruda entraba
por todos lados, se le metía por los poros, la quema-
ba de frio. Y todo lo veia a la luz ¿e esa fría luz;
Luis, su cara arrugada, sus manos que surcan sue-
sas venas destenirias, y las cretonas de colores chillo-
nes. Despavorida ha corrido hacia la ventana. La ven-
tana abre ahora directamente sobre una calle esm-
&a, tan estrecha que su cuarto se estrda casi con-
tra la fachada ¿e u11 rascacielos deslumbrante. En ia
planta baja, vidrieras y mis vidrieras llenas de fras-
cos. En la esquina de la calle, una hilera de auto&
viles alineados frente a una estaci6n de servicio pin-
&W.WTECA NACIONAJ;
BErnION CH1CENA
104
tada de rojo. Algunos muchachos, en mangas de ca-
misa, patean una pelota en media de la calzada.
Y toda aquella fealdad había entrado en sus es-
pejos. Dentro de sus espejos había ahora balcones
de níquel y trapos colgados y jaulas con canarios,
Le habían quitado su intimidad, CLI secreta; se
encontraba desnuda en medio de la calle, desnuda
junto a un marido viejo que le volvía la espalda pa-
ra dormir, que no le habia dado hijos. No compren-
de cómo hasta entonces no habia deseado tener hijos,
C O ~ Qhabia llegado a conformarse a la idea de que
iba a vivir sin hijos roda su vida. No comprende có-
mo pudo soportar durante un aiio esa risa ¿e Luis,
esa risa demasiado jovial, esa risa postiza de hombre
,que se ha adiestrado en la risa porque es necesario
reír en determinadas ocasiones.
ihlentira! Eran mentiras su resignación y su sere-
pidad; quería amor, sí, amor, y viajes y locuras, y
amor, amor . .
-Pero Brígida ¿por qué te vas? ¿por qué t e que-
dabas?-habia pregunta& Luis.
Ahora habría sabido contestarle:
-iEl árboI, Luis, el árbol! Han derribaáo eI go-
mero,
1 o5
&AS ISLAS NUEVAS
1O?
Cuando su hermano entró en el cuarto, al amanecer,
la enconrrci recostada sobre el hombro izquierdo, res-
pirando con dificultad y gimiendo.
-tYoianda! iYolanda!
1o9
.-
i
rredor. Yolanáa cierra de nueva los ojos y delicada-
mente, con Ldmitas pecauciones, se recuesta en las
almohadas, sobre el hombro izquierdo, sobre e1 co-
r a z h ; se ahoga, swpira y vrnelvve a caer en inquietos
sirencs. Suenos de los que, mafiana a mañana, se des-
110
prende pálida, extenuada, corno si se ‘hubiera batido
la noche enwa can el insomnio.
Mientras tanto, los de la estancia “La Figirra” se
habían detenido al borde de las lagunas. Amanecía.
Bajo un cielo revuelto, allá, contra eI horizonte, di-
visaban las islas nuevas, humeantes aún del esfuer-
zo que debieron hacer para subir de quien sabe qué
esrratificaciones profundas.
-Cuatro, cuatro islas nuwas!-gritaban.
€3 viento no amainó hasta el anrishecer, cuando
ya no se podia cazar.
Do, re, mi, fa, sol, la, si, do . Do, re7 mi, fa,
sol, la, si da. .
Las notas suben y caen, trepan y caen redodas y
límpidas como burbujas ¿e vidrio. Desde la casa
achatada a io lejos entre 10s altos cipreses, alguien
parece tender hacia los cazadores, que vuelven, una
e c t r ~ h aescala de agua somra.
Do, re, mi, fa sol, la, si d o . .
-Es Yolanda que estudia-mumura Silvestre. Y
se detiene un instante como para ajustarse mejor Ia
carabina al hombro, pero su pesado cuerpo tiembla
un poco.
Entre eI follaje de 10s arbustos se yerguen SIan-
cas flores que parecen endurecidas por la helada.
Juan Manuel alarga la mano. ,
IT1
se ponen amarillas. Son las camelias que cultiva Yo-
landa-zgrega s o n r i d e . “Esa sonrisa humilde
iq& mal le sienta!”, piensa malévolo Juan Manuel.
Apenas deja su aire altanero 5e ve que es viejo,
Do, re, mi, fa, sol, la, si, do. . . Do, re, mi, fa,
sol, la, si, do. . .
La casa está totalmente a oscuras, pero las notas
siguen brotando regulares,
-Juan Manuel, ¿no conoce usted a mi hermana
‘ddanda?
Ante la indicación de Federico, la mujer, que en-
vuelta eh la penumbra e s t i sentada al piano, tiende
al desconocido una mano que retira en seguida. Lue-
go se levanta, crece, se desesirosca como una precio-
sa cuIebra. Es muy alta y extraordinariamente del-
gada. Juan Manuel la sigue con Ia mirada, mientras
silenciosa y rápida enciende las primeras lámparas.
Es igual que su n d r e : pálida, aguda, y na p c o
salvaje-piensa de pronto. Pero &qué tiene ¿e extra-
Go? iYa com~en¿o!-reA~xiona-~i~~tr~ella se
desliza hacia la puerta y desaparece: unos pies de-
masiado pequeños, Es raro que pueda sostener un
cuerpo tan largo sobre esos pies tan pequefios.
. . iQué estúpida comida esta comida entre hom-
bres, entre diez cazadores que no han podido cazar
y que devoran precipitadamente, sin tener siquiera
una soia hazafia de qui: vanagloriarse! ¿Y Yofanda?
1 I2
1 ¿Por qui no pres& la cena ya que fa mujer de Fe-
derico esti en Buenos Airm? iQdextraiia silueta!
1 ¿Fea? ¿Bonita? Liviana, eso si, n u y liviana. Y esa
mirada oscura y brillante, ese algo agresivo, huidi-
zo. ¿A qui&, a qué se parece?
Juan Manue? e s t i d e ta manno p x ~ tomar
l su CQ-
pa. Frente a 61 Silvesire hehc y hdda y rr'e Fiicm, y
p a r a e desesperado.
Los cazadores dispersan Ias Ultimas brasas B gol-
pes de pala y de tenazas; echan azi:,izas y ni6s ceni-
zas sobre h s mGXpIec ojos ck fuego que 5e e m p
iian en resurgir, coléricos. Bat& final en el tedio
largo de la noche. Y ahora e1 pasto y los irboies del
parque los envuelven bruscamente en su aliento M o m
!
Pesados insectos aletean contra los cristales del f g r d
que alumbra el. largo corre¿or a'bkrto. Sostenida por
Juan Manuel, Silvestre avanza hacia $:I cuarto res-
balando cobre lac baldosas lustrosas de vapor de
I
113
+.UltIma Niebla.
%
114
-No comprendo-bulbucea Juan Manuel, preso
de un sYbito malestar.
-Yo hace treinta aiíos que trato de comprender.
La quería. Tií no sabes cuánto la quería. Ya nadie
quiere así, Juan Manuel . . Una noche, das serna-
aas antes de que hubiéramos de casarnos, me man-
d8 esta carta, En seguida me negii toda explicación
y jamás consegui verla a solas. Y o dejaba pasar el
tiempo. “Esto se arreglará”, me decia. Y así se me
ha ido pasando la vicia. . .
-¿Era la madre de Yolanda, don Silvestre? $e
llamaba Yolanda, tambih?
-iCórno? Hablo de Yalanda. NQ hay más que
una. De Yolanda que me ha huido de nuevo esta no-
che. Esta noche, cuando la vi, me dije: taí vez ahora
que ban pasado tantos anos. Yolanda quiera, amifin,
darme una explicaciiin. Pera se fué, corno siempre.
Parece que Federico trata también de hablarle, a ve-
ces, de todo esto, Y ella se echa a temblar, y huye,
huye siempre . .
Desde hace Linos segundos el sordo rumor de un
tren ha despuntado en el horizonte. Y Juan Ma-
nuel le OF insistit a h par que el mal
agita en su corazón.
-¿Yolanda fu; su novia, don Silvestre
-Si. Yotanda fué mi novia, mi novi
--
Juan Manuel considera fríamente los gestos des-
ordenados de Silvestre, sus mejillas congestionadas,
su pesado cuerpo de *sent& mal. conservado. iDoii
Silvestre, el viejo amigo de su padre, novio de Yo-
landa!
"-Entonces, jella no es una nir?a, don Ciihestw?
Silvestre rie estúpidamente.
Ei tren allá en un punto 6jo del. horizonte, parece
que se mipegara en rodar y rodar un rtinior esr&t.il.
-;.Qui edad tiene?-insiste Juan Manuel.
Silvestre se pass" la mano por la frente tratando
de cantar.
-A ver, yo tenis en esa é13~caveinre, no, vein.
titr&s . .
Pero Juan Manuel a p u c le oye, aliviado mornen-
táoeamente por una consoladora reflexión. t t iImpor-
ta acaso Ia edad cuando se es tan prodigiosamente
joven!"
- por consiguiente detia tener . .
. .ella
L a frase se cotta en un resuello. Y de nuevo rena-
ce en Juan Manuel. Ia absurda aticiedad que Io man-
tiene atento a la confidencia que aquel hornbre me-
dio ebrio deshilvana desatinadnineiite. iY ese tren 3
lo lejos, c o ~ mun movimiento en suspenso, como una
amenaza que no se cumple! Es seguramente la pal-
pitacien sofocada y continua de ese trm lo que Iu
116
enerva asi. Maqriinalinmtc, cotalo quien busca una
salida, se acerca a Ia ventana, la abre, y ~e i n c h so-
bre la noche. Los faros del expreso que jadea y ja-
dea allá en el horizonte rasgan con ‘dos haces de luz
la inmensa llanura.
-iMaldito tren! jCiián$o pasari! - rezonga
fuerte.
Silvestre, qire ha venido a tumbarse a su lado en
el alfeizar de la ventana, aspira el aire a pkrm pul-
moues y examina las dos luces, fijas a lo lejos.
-Vienc en linea recta, pero tardm4 m a media
hora en pasar-explica-. Acaba de salir dc Loboc.
“ESliviana y tienc iiiim pies deiiiasjado pequefíos
para st1 alta estatura”.
--¿Quéd a d tiene, don Silvestre?
-No sé. Mañana te diré.
Pero ¿por qué-reflexiona Juan Manu&--. iQLaé
significa este a f h ¿e preocuparme y pensar en una
mujer quc no he visto sino m a vez? ¿Será que la de-
E ~ ya?
O El tren. iOh, ese rumor monbtono, esa res-
pirrici8n interminable del tren que avanza obstinado
y icntai en la pampa!
¿Qué me pasa?-se p e g u n t a Juan Manuel-.
Debo estar cansado-piensa, al tiempo que cierra ia
ventana.
f 17
Mientras tanto, ella cstá en el extremo del jardin.
Está apoyada contra la iiltima tranquera del monte,
corno sobre la borda de un buque anclado en la 1Ia-
naira. En el cielo, una sola estrella, inmóvil; una es-
trclla pesada y roja que parece lista a dcscolgarse y
hundirse en el espacio infinito. Juan Manuel se apo-
ya a su lado contra la tranquera y junto con ella se
amma a la pampa sumida en la mortecina luz s a w -
iial. Habla. ZQué le dice? Le dice at oido las frases
dcl destino. Y ahora la torna en sus brazos. Y ahora
los brazos que la estrechan por la cintura tiemblan
y esbozan una caricia nueva. ¡Va a tocarle el horn-
I r o derecho! jSe lo va a tocar! Y ella se debate, lu-
cha, se agarra al alambrado para resistir mejor. Y se
despierta aferrada a las sábanas, ahogada en so~~ozos
y suspiros.
Durante un largo rato se mantiene erguida en las
almohadas, con el oído atento. Y ahora la casa tiem-
Ma, el espejo oscila levemente, y una camelia marchi-
ta se desprende por Ia corola y cae sobre la alfom-
bra con el ruido blando y pesado con que caería un
fruto maduro.
Yalanda espera que el tren haya pasado y que se
118
haya cerrado su estela de estrépito para volwrsc a
dormir, recostada sabre el hombro izquierdo.
119
--
sus manos sangran. Las gaviotas los ciickrran en espi-
rales cada vea más apretadas. Lac nubes corren muy
bajas desmadejands una hil'era vertiginosa de som-
bras, Ui vaho a cada instante más denso brota del
su& T Q ~hierve, O se agita, tiembla. Lol; cazadores
tratan en vano de mirar, de rcspirnr. Descorazona-
das y medrosos, huyen.
Alrededor de la fogata, qiic los pconcs Inan encen-
dido y alimentan con ramas dc eilcaliptus, esperan
eii cuclilias el día entero a que el viento apacigbie su
furia. Pero, COMO para cxasperarlis, e! viento amaina
cuando está oseurecimdo.
Bo, re, mi, fa, sol, la, si, do De IILICVO a q d a
cscaIa tendida hasta d o s dirsdr: las casas, Juan Ma-
nucl aguza el riido.
Do, re, mi, fa, %a benid, ¡a, si, rln . Bo, re, mi,
fa, fa b m d fa, fa tenid, fa L E ~ Qfa ! , bemol,
fa bmoI Aquel!a nola inirrniedia y turbia bate
contra el corazOn de Juan Mznucl y lo golpea ah;
dmde lo habia golpeado y hcrido por la mafiana el
a h de! pájaro sa!vajc. Sin s a b s p r qué se levanta
y echa a andar hacia ma ncta q u 2 a lo IC~CISrepique-
tea sin cesar, c m o una llamada.
Ahora salva 10s ITIX~ZQS de camelias. El pisno ca-
lla bruscamente. Corriendo, casi penetra en el s ~ n -
M o salh.
La chimenea encendida, el piano abierto. . . Pero
Yolasida, ;+$bndcestá? Mis alli del jardin, apoya-
áa contra la última tranquera coillo sobre-la Eicrda
de rin buque anclado en la llanura. Y ahora se es-
tremece parque oye gotear a sus espaldas las ramas
bajas de 10s pinos removidas por alguien que se amr-
ca a hurtadillas. iSi fuera Juan Manuel!
Vuelve pausadamente la cabeza. Es d. El en car-
ne y hueso esta v e ~ .;Oh su tez motcna y dorada en
cl atardecer gris! Es cotno si lo siguiera y 10 envol-
viera siempre una flecha d e sol. Juan Manuel se a p
ya a su lado, tmtra la tranquera, y se amma con ella
a Ia pampa. Del agua que bulk escondida bajo el Ii-
mo de 1% vastos p o t ~ ~ empitza
os a levantarse el. cxn-
to d e las ranas. Y es como si desde el horizonte la
IIQC~P sc aproximara xgitando idlares de cascabeIes
de cristal.
Ahora él la mira y sontie. ;Oh sus dientes aprcra.
dos y blancos! Deben de ser fríos y dirros como pe-
dacitos de hielo. ;Y esa oleada de calor varonil que
se desprende d e él: y la alcanza y la penetra de bien-
estsr! iTener que defenderse de aqurl bienectar, tc-
ncr que salir del círcdo que a la pat que su sombra
mueve aquel hombre tan hermosa y tan fuerte!
-Yolanda . -iiiurmura. AI oir su nombre
siente que la intimidad se hace de golpe entre ellos.
Q u é bien hizo en llamada por su nombre! Parece-
ria que 10s liga ahora un largu pasado de deseo. No
tener pasado. Eso era To que los eohibia y IQSCmante-
nia alejados.
-Toda Ia noche he soñado con usted, Juan Ma-
nuel, toda la noche . .
Juan Manuel tiefide los brazos; ella no Io techa-
za. LO &liga cdo a enlazarla castamente p r iL cin-
tura.
-Me IIainan. . -gime de pronto, y se desprerr-
de y escapa. Las ramas que remueve en su huída re-
botan erizadas, araíian ef sacv y la mejilla ¿e luan
Manuel que sigue a una mujer, desconcertado por
vez primera.
Estaba de 'blanco. SO10 ahora que ella se acerca a
su hermano para cncendede la pip, gravemente, me-
ticulosanaente-coino desempeñando una pequeña
ocupaciiin cotidiana-nota quc lleva traje largo. Se
ha vestido para cenar con ellas. Juan Manuel recuer- ,
da entonces que sus botas e s t h Ilcnas de barro y se
,precipita hacia su cuarto.
Cuando vuelve al sal8n encuentra a Yolanda 5 m -
tach e.n e1 sofá, de frente a la chimema. El fuego
enciende, apaga y enciende sus pupilas negras. Tie-
ne los brazos cruzados detrb de la nuca, y es larga
y afilada como una espada, o como. I jcómo qué?
Juan Manuel se esfuerza en encontrar la imagen
que siente presa y aleteando en su memoria.
-La comida está servida.
f 22
Yolanda se hicorpora, sus pupilas se apagan de
golpe. Y a3 pasar le clava rápidamente esas pupilas
de una negrura sin transparencia, y le roza el pecho
3
I 23
pasan sin protestar a !a habitacih contigua, Todos,
salvo Juan Manuel que permanece de pie junto a la
chimenea.
Lívida, inmiid, Yolanda duerine o finge dormir,
recostacla sobre el coraz8n. Juan Manuel ccpera aa-
helante h in gesto de llamada o ctc repudio que no se
cumplc.
I24
ayer asomaban cuatro islas nuevas. ¿Adónde estaba
la primera? Aquí. No, alii. No, aqui, rn5s bien. Se
inclina sobre el agua para buscarla, convencido sin
embargo de que su mirada no logrará jamis seguirla
en su caída vertiginosa hacia abajo, seguirla hasta la
profundidad oscura donde se halla confundida nue-
vamente con el fondo de fango y de algac.
En el circulo d e un remolino, algo sobreflota, al-
go blando, incoloro: es u m medusa. Juan Manuel
se apresura a recajerla. en su pahuela, que atn Ittego
por lac cuatro puntas.
1 26
E1 mismo crepficculo sereno ha entrado en Buenos
Aires, anegando en azul de acero las piedras y el
aire, y tos árboles de la plaza de la Recoleta espol-
voreados por la llovizna glacial del dia.
La madre de Juan Manuel avanza con seguridad
en un laberinto de calles muy estrechas. Con wguri-
dad. Nunca se ha perdido en aquella intrincada ciu-
dad. Desde muy niiía la ensefiaron a orientarse en
ella. He aquí su casa. La peqirefia y fria casa donde
reposan inmbviles sus padres, sus abueIos y tantos
antepasados. iTantos, en una casa tan estrecha! iSi
fuera cierro que cada uno duerme aquí solitario con
su pasado y su presente; incomunicado, aunque flan-
co a flanco! Pero no, no es posible. La senora depo-
sita un instante en el suelo el ramo de orquídeas que
lleva en la mano y busca la llave en su cartera. Una
,vez que se ha persignado ante el altar, examina si los
candelabros están bien lusrrados, si está bien almi-
donado el bIanco mantel. En seguida suspira y baja
a Ia cripta agarrándose nervimaniente a la barandi-
)la de bronce. Una lámpara de aceite cuelga del te-
cho bajo. La llama se refleja en el piso de mármol
pegs0 y se multiplica en las anillas de los cajones ah-
I27
,pea¿& por fechas. Aqui todo es o r d e ~y ~solemne In-
difer mcia.
Fuera empieza a lloviznar nuevamente. El agua
rebota en las estrechas callejuelas de asfalto. Pera
aqkii todo parece lejano: Is lluvia, la ciudad, y las
obIigaciones que la aguardan en su caca. Y s h r a ella
mtispira nuevamente y se acerca al cajbn más nuevo,
ni& chico, y deposita las orquideas a la altura de
13 cara del muerto, Las d e p i t a sobre la cara de El-
Sa. ‘‘Pobre Juan Manuel”-piensa. En vano trata
de enternecerse sobre el destino de su nuera. En va-
no. U n rencor de1 que se confiesa a menudo, p s i s -
te en SLI coraziin a p s a r de Ias decenas de rosarios
y las rnirltiples jacrilatorias que le impone su con-
fesor.
Misa fijamente el cajón deseosa de traspasarlo
con la mirada para saber, ver, comprobar ;Cinco
arias ya que murió! Era tan frágil. P u d e que el ani-
llo de oro liso haya rodado ya de entre sus frívolos
dedo-: desmigajados hasta el hueco de su pecho he-
cho ecnizas. Puede, sí. Pero ¿ha inuerto? No. Ha
vencido a pesar de todo. Nuiica se muere enteranien-
re. Esa es la verdad. El n i h moreno y fuerte conei-
muador de la raza, ese nieto que es ahera su <mica
rash de vivir, mira con los ojos a d : y cándidos de
“S.
125
Por fin a las tres de la m d a n a Juan Manuel se
decide a levantarse del sillón junto a la chimenea,
donde con desgano fumaba y bebÍa medio atontado
por el calor del fuego. Salta por encima de los p“-
rros dormidos contra la puerta y echa a andar por
el largo corredor abierto. Se siente flojo y cansado,
tan cansado. “*iAnteatioche Silvestre, y esta noche
yo! Estoy completamente borracho”-piensa. Siíves- ’
129
9-.t;ltima Nieble.
;Ay! murmura Juan-Manuel, y sinti6ndose tam-
balear se arranca de la explicacion, emerge de la ex-
plicación deslumbrado y cegado como si hubieran
agitado ante sus ojos una cantidad de ,pequeños soles.
MURACÁN: Viento viofcnto e impetuoso hecho de
wrios vienfos apuestos que formarm torbellinos.
iEste niño!-rezonga Juan ManueI. Y se sienta
rransido de frio, mientras grandes ruidos L azoyn
el cerebro como colazos de una ola que vuelve y se
revuelve batiendo su flanco poderoso y helado con-
tra é1.
HALO: Cerco lumimsa que rodea rl veces la luna,
Una ligera neblica se interpone de pronto entre
Juan h4anueZ y la palabra anterior, una neblina azul
que nota y Io envuelve blandamente. iHald--mur-
nura-, ihalo! Y algo así C O ~ Quna inmensa ternu-
ra empieza a infiltrarse en todo su ser con la segu-
ridad, con la suavidad de un gas. jYdanda! ;Si pu-
diera verla, hablarla! Quisiera, aunque mis no fue-
se, oírla respirar a través de la puerta cerrada de su
alcoba. To¿os, todo duerme. iQué de puertas, sigi-
loso y protegiendo con la mano fa llama de su lám-
para, debió forzar o abrir para atravesar el ala del
viejo caserón! iluántas habitaciones desocupadas y
poIvorientas donde los muebles se amontonaban en
los rincones, y cuantas otras donde, a su paso, gentes
irreconocibles suspiran y se revuelven entre las sába-
naa! Habia elegido el camino de los fantasmas y de
los asesinos. Y ahora que ha logrado pegar el oido a
Ia puerta de Yolanda no oye sino el latir de su pro-
pio corazón. Un mueble debe sin duda alguna &-
íruir aquella puerta ,por el otro lado; un mueble muy
liviano puesto que ya consiguió apartarlo de un em-
peU8n. <Quién gime? Juan Manirel levanta la Iám-
para; el cuarto da primero un vizeko y se sitha luego
ante sus ojos, ordenado y tranquilo.
Velada por 10s tules de un mosquitero advierte
una cama estrecha donde Yolanda duerme caída so-
bre el hombro izquierdo, sobre el corazón; duerme
envuelta en una cabellera oscura, frondosa y mes-
pa, entre Ia que gime y se debate. Juan Manuel de-
posita la lámpara en el sueIo, aparta los tuIes del
mosquitero y Ia toma de la mano, EIh se aferra de
sus dedos, y Ef la ayuda entonces a incorporar% so-
bre las almohadas, a refluir de su sueño, a vencer el
peso de esa cabellera inhumana que dehe atraería ha-
cia quien sabe qué tenebrosas regiones.
Por fin abre los ojos, suspira aliviada y murmura:
Gracias.
-Gracias,- repite. Y fijando delante ¿e d a
unas pupilas sonimbuias e+a:-iOh, era atroz!
Estaba en un lugar atroz. En un parque al que a
menudo bajo en mis su&ios, Un parque. Plantas gi-
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esa sien ¿elica¿a, y el olor a madreselvas vivas que
5e desprende de aquella impetuosa mata de pelo que
,leacaricia IOU labios! Largo rato pernianece inmóvil.
Inmóvil, enternecido, maravillado, como si sobrc s u
pecho se hubiera estrellado, al pasar, un inesperado
y asustadizo tesoro.
iYolanda! Avidamcnte ‘la estrecha contra si. PC-
LO ella entonces grita, un gritito ronco, txtrafio, y le
sujeta los brazos. EE lucha enredándose cntre los lat-
gos cabellos perfumados y ispros, Lucha hasta que
logra asirla par la nuca y tumbarla brutalmente ha-
cia at&
Jadeante, ella revuelca la cabeza de un lado a 0tr0
y ,llora. Llora mientras Juan Manuel la bwa en la bo-
ca, mientras ‘le acaricia un scno pequciíb y duro co-
mo las camelias que ella cultiva. iTantas lhgrimas!
iCómo se escurren por sus mejillas, apresuradas y
silenciosas! iTantas lagrimas! Ahora correa hasta el
hueco d e la almohada y hasta el hueco d e su ruda
mano de varón crispada bajo el cuello sometido.
Desembriagado, avergonzado casi, Juan Manuel
relaja la violencia de su abrazo.
-¿Me odia, Yolanda?
Ella permanece muda, inerte.
- Y o I d a . ¿Quiere que me vaya?
Ella cierra los ojos corno si se desmayara de pron-
to. “Váyase”, murmura.
3 33
Ya Itícido, se siente enrojecer y un relámpago de
vehemencia lo t r a s p a nuevamente de pies a cabe-
za, Pero su pasión se ha convertido en ira, en desa-
grado. L a maderas del piso crujen bajo sus pasos
tnicntras toma la lámpara y se va, dejando a Yolan-
da hundida en la sombra.
154
es posible en una mujer como Yolanda, en esa mrr-
jer extrana, efi esa mujer tan parecida a . . . Pero
Juan Manuel se detime C O ~ Qtemeroso de hetirla
con el pensamiento.
De nuevo el creppUscuIo. El cazador echa m a mi-
rada 'por sobre la pampa sumergida tratando dr. si-
m a t en el espacio el monte y la casa. Una luz se en-
ciende en lontananza a trav6s de la neblina, como tin
grim sofmado que deseara orientarlo. La casa. jAllí
está! Aborda en su bote la ardla rnk cercana y echa
a andar por los potreros hacia la hz, ahuyentando,
a SU paso, el manco ganado de pelaje primorosamen-
te rizado por el aliento bhnedo de la neblina. Salva
xlarnbraradm ;I cuyas pilias se agarra Ia niebla carno ail
vellón de otro ganado. Sortea las anchas matas de
cardos que se arrastran pfateadas, fodorcxetites, en
la penumbra; receloso dc aquella v,egetaciCin a la vez
quemante y helada. Llega a la tranquera, cruza el
parque y c.1 jardh con sus macizos de camelias; des-
empatia can su mano enguantada el vidrio de la ven-
tana y abre a la altura de sus ojos ¿QS estrellas, co-
mo en los cuentos.
Yolanda est5 desnuda y de pie en e1 baño, absor-
ta en la contemplación de su hombro derecho.
En su hombro derecho crece y se descuelga un
poco hacia la espaIda algo liviano y Mando. Un ala.
O más bien un comienzo ¿e ala. O mejor dicho un
135
m d ó n de ala. Un pequeño iniiernbro atrofiada que
ahora eIIa palp cuidadosamente, como con recelo.
El resto del cuerpo es tal cual 61 se Io había imagi-
nada. O p g u h o , estrecho, Manco.
1 37
-Era ma especie de flar, Billy, una medusa mag
nifica, te io juro. La pesqué en la laguna para ti . .
Y ha desaparecido. . .
El niño reflexiona un minuto y luego grita trim-
fantt.
-No, no ha desaparecido; es que se ha deshecho,
Papá, se ha ,deshecho. Porque las medusas son agua,
nada m6s que agua. Lo aprendí en la geogra£ía nut-
va que me regalaste.
Fuera, la IIuvia se estrejla violentamente contra las
anchas hojas de la palmera que encoge sus ramas de
charol entre los mums del estrecho jardín,
-Tienes razón, Billy, Se ha deshecho.
A . , .Perolas medusas son del mar, Papá. ¿Hay
mdusas en las lagunas?
-No sé, hijo.
Un gran cansancio lo aplasta ¿e golpe, No sabe
nada, no comprende nada.
iSi telefoneara a Yolanda! Todo le parecería tal
vez menos vago, menos pavoroso, si oyera la voz d t
Yolanda; una voz como todas las voces, lejana y un
poco sorprendida por io inesperado de la llamada.
Arropa a BiIIy y Io acomoda en las almohadas.
Luego baja la sdemne escalera de aquella casa tan
vasta, fría y fea. El telefono esta en el hall; otra ocu-
rrencia de su madre. Descuelga el tubo mientras un
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138
relámpago enciende de arriba abajo 10s altos vitra-
Its. Pide un número. Espera.
El fragor de un trueno inmenso rueda por sobre
la ciudad dokmida hasta perderse a lo Iejos.
Su llamado corre por íos ziiarnbres bajo la Ilrivia.
Juan Manuel se divierte efi seguido con Ia imagina-
ción. “Ahora corre por Rivadavia con su hilera ¿e
luces mortecinas, y ahora por el suburbio de calks
pantanosas, y ahora toma la carretera que hiere de-
recha y solitaria la p m p a inmensa; y ahora pasa por
pueblos chicos, por ciudades de provincia donde eI
asfalto respiandece como agua detenida bajo la luz
de la luna; y ahora entra tal vez de tluevo en la Iiu-
via y llega a una estación de campo, y corre por los
potreros hasta el monte, y ahora se escurre a l o lar-
go de una avenida de álamos hasta Iiegar a 1a.s casas
de ‘ Z a Atalaya”. Y ahora aletea en timbrazos inst-
guros que repercuten en el enorme salón desierto
donde las maderas crujen y la h v i a gotea en un
&&a.
Largo rato el. llamado repercute. Juan Manuel Io
siente vibrar muy ronco en su oído, pero allá en el
sal& desierro debe sonar ,agudamente. Lago rato,
con el corazón apretado, Juan Manuel espera. Y de
pronto 10 esperado se produce: alguien levanta la
liorquilla al otro extremo de la línea. Pero antes de
E 39
que una voz diga ‘‘Hola” Juan Manuel cudga vio-
lentamente e1 tuba*
Si le fuera a decir: “No es posible. Lo he pensa-
do mucho. .No es posible, crkame’7. Si le fuera a con-
firmar así aquel horror. T i w e miedo de saber. NQ
quiere saber.
Vuelve a subir lentamente la escalera.
HabÍa pues algo más cruel, más estúpido que la
muerte. iE1 que creia que la muerte era el misterio
find, el sufrimiento Ú h n d jLa muerte, ese dete-
nerse! Mientras él envejecía, Elsa permanecía eter-
namenk joven, detenida en los treinta y tres aiios en
que desertó de esta vida. Y vendría t a m b i h el día
en que Billy seria mayor que su madre, sabría más
del munúo que Io que supo su madre. iLa mano de
Elsa hecha cenizas, y sus gestos perdurando, sin em-
bargo, en sus cartas, en el sweater que le tejiera; y
perdurando en retratos hasta el iris cristalino de sus
ojos ahora vaciados! . . iEIsa anulada, detenida en
un punto fijo y viviendo, sin embargo, en e1 tecucr-
do, moviéndose junto con ellos en la vida cotidiana,
como si continuara madurando s u espíritu y pudic-
ra reaccionar ante cosas que ignor8 y que ignora.
Juan Manuel sabe ahora que hay algo más cruel,
más incomprensible que todos esos pequeños corola-
rios de Ia muerte. Conoce un misterio nuevo, un su-
frimiento hecho de malestar y de estupor.
1 40
La puerta del cuarto de Billy, que st recorta ilu-
minada en el corredor obscuro, 10 invita a pasas nue-
vamente, con la vaga esperanza de encontrar a Bi-
lly todavía despierto. Pero BilIy duerme. Juan Ma-
nuel pasea una mirada por el cuarto buscando algo
en que distraerse, algo con que aplazar su angustia.
Va hacia el pupitre de colegial y hojea la geografía
de Billy.
. Hktoork de h tierra . La fdse e s t e h de 1s
,
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Yolanda, los sueños de Yolanda . , el horroroso
y duke secreto de su hombro. jTd vez aquí estaba
l a explicación del misterio!
Pero Juan Manuel no se siente capaz de remon-
tar los intrincados corredores de h naturaleza basta
aquei origen. Teme confundir las pistas, perder las
huelIac, caer en aIgcin pozo oscuro y sin salida pa-
ra su entendimiento. Y abandonando una vez mis a
Yolanda, cierra CI libro, apaga Ia luz, y se va.
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