9 de Julio de 1816 - La Independencia
9 de Julio de 1816 - La Independencia
9 de Julio de 1816 - La Independencia
¿Qué se recuerda el 9 de julio? ¿Qué pasó ese día en 1816? ¿Qué significaba la palabra «independencia» y qué
significa hoy? ¿Cómo se construye la memoria de este día? Invitamos a recorrer estas preguntas a partir de
algunos objetos relacionados con el acontecimiento.
Fuente: DGCyE, Pcia. Bs. As Disponible en: educ.ar
La casa histórica
La Casa Histórica de Tucumán se construyó en 1760. Pertenecía a una importante familia local, la de
Francisca Bazán, esposa de Miguel Laguna. Tenía varias habitaciones, patios que las conectaban y su único
ornamento eran unas columnas salomónicas ubicadas a los costados de la puerta principal.
Después de ser sede del Congreso en que se declaró la Independencia, fue alquilada para la imprenta del
ejército, el servicio de telégrafo y el Juzgado Federal. En 1869, el fotógrafo Ángel Paganelli —que visitaba la
ciudad de San Miguel de Tucumán— registró, a pedido de un grupo de vecinos, el deterioro del edificio con el
objeto de llamar la atención de las autoridades en pos de la conservación.
En 1904, el gobierno la restauró. Sin embargo, debido a su pésimo estado, tuvo que demoler gran parte de la
vieja casa. La única parte que se salvó fue el salón de la Jura de la Independencia. La reconstrucción intentó
ajustarse al máximo al edificio original utilizando, incluso, el mismo tipo de ladrillos, tejas y baldosas.
En 1941 fue declarada monumento histórico. Actualmente funciona como museo y es centro tradicional de
los festejos por la Declaración de la Independencia.
La proclama
Mientras preparaba en Cuyo al ejército que cruzaría Los Andes, San Martín esperaba impaciente que el
congreso reunido en Tucumán proclamara la Independencia. En una carta que escribió a uno de los
congresales, el representante de Cuyo, Tomás Godoy Cruz, decía: «¿Hasta cuándo esperamos para declarar la
Independencia? ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda
nacional, y por último hacer la guerra al Soberano de quien en el día se cree dependemos?». Y concluía:
«Veamos claro, mi amigo, si no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo este la
Soberanía, es una usurpación que se hace al que se cree verdadero, es decir a Fernandito».
El contexto era sumamente complejo, los realistas habían recuperado amplios territorios en América —
entre ellos, Chile y buena parte del Alto Perú—, lo que constituía toda una amenaza para las Provincias
Unidas. En Europa se asistía a la restauración de las monarquías, en la Banda Oriental podía constatarse el
avance portugués, y en el plano interno, las relaciones entre el gobierno central y el litoral estaban
quebradas. Asimismo, el vínculo entre Buenos Aires y las provincias que participaban del Congreso no
estaba exento de tensiones.
Finalmente, el Acta de la Independencia se firmó el 9 de julio de 1816, cuando prevaleció una postura que
representaba el mandato de la mayoría de las provincias: investir a las Provincias Unidas del «alto carácter
de una nación libre e independiente del rey Fernando séptimo, sus sucesores y metrópoli». Quedaba
expresamente rechazada toda fórmula intermedia que habilitara algún tipo de protectorado. Se trató, pues,
de una manifestación clara, acorde con el pedido de San Martín, de declarar la Independencia absoluta
de las Provincias Unidas respecto a la Corona Española y «de toda otra dominación extranjera», según
la fórmula agregada a la proclama días después en las siguientes sesiones del Congreso.
La proclama se publicó en español, y también en quechua y aimara con el fin de incorporar al proceso a los
pueblos originarios.
El silabario
En la época de la Independencia las escuelas eran muy diferentes a las de nuestros días: persistían
algunos castigos físicos (aunque habían sido abolidos en la Asamblea del año XIII), concurrían
mayoritariamente los niños de familias blancas, se impartían contenidos religiosos y se estudiaba
todo «de memoria».
Para enseñar a leer y escribir se utilizaban unos libros llamados «silabarios», un listado de casi todas
las sílabas posibles en idioma castellano que los alumnos memorizaban, repetían una y otra vez y de a poco
podían ir leyendo y escribiendo. Recién después de dominar los silabarios, pasaban a los libros de lectura.
En aquellos años, no todo el mundo tenía permitido acceder a la lectura y la escritura. Los mulatos,
los gauchos, los negros, los indígenas y las mujeres no poseían ese derecho. En Catamarca, según relata
un cronista de la época, se descubrió que el mulato Ambrosio Millicay sabía leer y escribir y se lo castigó con
azotes en la plaza pública.
En 1810 se publicó La cartilla o silabario para uso escolar, impresa por el independentista chileno Manuel
José Gandarillas en Buenos Aires.
El poncho
El poncho tiene su origen en el imperio incaico y en las culturas indígenas de los Andes. Su antecesor
era una prenda usada por esas culturas en los ritos funerarios, una especie de camiseta que con el tiempo se
fue transformado en pos de protegerse del frío y también de usarlo como cobija. En las crónicas que hablan
de los intercambios entre criollos e indígenas en las fronteras, hay muchas referencias al poncho, que se
permutaba por otros bienes. Las mujeres eran las encargadas de tejerlos en las rucas con telares. Los hacían
con dibujos geométricos y les daban color con tinturas.
Durante la época de la colonia su uso se extendió entre los mestizos, los españoles y los criollos, sobre
todo de sectores populares. Usaban, principalmente, el poncho estilo vichará, de color gris o azul con una
franja oscura. Muchos hombres, debido a su pobreza, los llevaban sin nada abajo. De ahí que se los llamara
«descamisados». Hay que tener presente que en aquella época para comprar su ropa un jornalero tenía que
trabajar durante dos meses.
El poncho fue cambiando a lo largo del tiempo. En 1960 y 1970 esta prenda, en su versión típica salteña, se
usaba tanto en peñas folclóricas como en escuelas y universidades. Actualmente, cada provincia tiene un
modelo particular y distintivo. Y el Congreso Nacional declaró a Catamarca Capital Nacional del Poncho, por
su trayectoria en la confección artesanal.
La levita
El uso de la levita, al igual que otras prácticas y modas adaptadas de Europa, formaba parte de la
vestimenta acostumbrada por las clases dirigentes del período revolucionario. Esta prenda consiste en
una chaqueta larga de talle ajustado, debajo de la cual se usaban camisas pegadas al cuerpo. Para uso
diario estas se componían de telas gruesas, mientras que los lienzos más finos se reservaban para ocasiones
especiales. Los pantalones, de tiro alto, tenían también un diseño ceñido al cuerpo. El atuendo podía estar
acompañado por un bastón y un sombrero de copa alta, redondeado y de alas abarquilladas.
En un contexto social donde la vestimenta era un bien costoso, la confección de estas prendas por encargo a
los pocos sastres que las producían quedaba reservada a familias acomodadas. Analizadas como signos de
identificación y adscripción social, permiten realizar un abordaje de los grupos involucrados en este período.
A la vez, los colores de estas prendas podían mostrar la filiación política de quienes las llevaban.
El uso de la levita era habitual en tertulias y reuniones que las familias de las clases altas organizaban en sus
casas o salones. En ellas participaban sus amistades y partidarios políticos; eran ocasiones de encuentros
sociales, bailes, donde se escuchaba música ejecutada en los mismos espacios de reunión.
Una canción
Mercedes Sosa nació un 9 de julio, el Día de la Independencia, muy cerca de la Casa Histórica de
Tucumán. Por eso su madre quiso llamarla Julia Argentina. El padre creyó que eso era exagerado y la
anotó como Haydeé Mercedes. Todo el mundo la conoce como la Negra Sosa. Muchas personas piensan que
su voz —que marcó más de medio siglo de música nacional— es de alguna manera la voz de la Argentina.
Creció en Tucumán en medio de una pobreza atemperada por la calidez de una familia siempre contenedora.
Cantó folclore pero también tango y rocanrol. Triunfó en América Latina y conmovió los corazones de miles
de personas que no entendían ni una coma de castellano en cantidad de rincones del planeta.
Eligió su repertorio con delicadeza y profundidad. Los autores y las autoras más importantes de América
Latina fueron seleccionados para sus discos, casi cincuenta sin contar las recopilaciones. Al jardín de la
república es una bella zamba compuesta por Virgilio Carmona que retrata con belleza a la provincia de
Tucumán.
Actividades
1-Proponemos que indaguen en la comunidad sobre los modos de recordar el 9 de Julio en otras
épocas. Pueden preguntar a las personas adultas de sus familias o amistades. ¿Cómo se organizaba la
fiesta? ¿Dónde se hacía? ¿Quiénes participaban? ¿Qué música se escuchaba? ¿Qué se bailaba? ¿Cómo se
vestían? ¿Recuerdan qué se leía o qué decían los discursos? ¿Cuáles eran los platos típicos que se
preparaban para ese día? Pueden además vincular esas celebraciones para compararlas con las
actuales. ¿Qué continuidades hay? ¿Qué cambios encuentran?
2-Sugerimos que lean la proclama de la Declaración de la Independencia y marquen aquellos párrafos
que hagan referencia a los siguientes conceptos: igualdad, independencia, libertad, forma de gobierno.
¿Qué dice la proclama sobre cada uno de ellos? ¿Con qué otros planteos o reclamos históricos los
podemos relacionar? ¿Con qué objeto del presente podríamos compararla, reafirmando las ideas de
libertad y soberanía?
3-El silabario era una cartilla utilizada para enseñar a leer y escribir. ¿Qué similitudes y diferencias
encuentran en los modos de enseñar entre las escuelas de antes y las de ahora? Hagan un listado de
cambios y permanencias.
4- En Al jardín de la república, Mercedes Sosa le canta una zamba a su tierra natal y a su gente.
Proponemos que busquen otras canciones de esta cantora o de otros u otras cantantes de Tucumán e
indaguen en sus letras posibles referencias a la historia local.