Brigido Cap 3
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Capítulo III
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2. Socialización y educación
Podríamos decir que el proceso de socialización constituye el núcleo
de la sociología de la educación; conocer la naturaleza de este proceso y
cómo se produce nos permite explicar la forma en que un individuo se
incorpora a la sociedad y, también, de qué manera ésta garantiza su propia
existencia.
Según Dubet y Martucelli (1996), la socialización designa el doble
movimiento por el cual una sociedad se dota de actores capaces de asegu-
rar su integración y de individuos, de sujetos susceptibles de producir una
acción autónoma. De entrada, ella se define por una tensión ubicada en el
centro de diversos debates sociológicos que movilizan, a la vez, las repre-
sentaciones del actor y las representaciones del sistema social. Sobre la
base de un acuerdo inicial, que sostiene que la acción humana es producto
de la socialización y que el individuo se afirma a sí mismo a medida que se
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Procesos de
formación de Naturaleza del proceso Mecanismos Resultado del proceso
la ‘persona
social’
Proceso general. Cumple Participación en las Adaptación
Socialización una función latente de estructuras sociales. (conformación de la
formación de la ‘persona ‘persona social’) y
social’. diferenciación social.
Proceso especial. Cumple Comunicación de Transformación de la
una función manifiesta de contenidos culturales ‘persona social’.
Educación formación de la ‘persona por un educador a un Cambio de conducta
social’. educando con vistas al en una dirección
logro de un objetivo o determinada, definida
un fin. por los objetivos y los
fines de la educación.
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a) Socialización primaria
Por las condiciones en que se produce, esta etapa de la socialización
del individuo es fundamental. El niño al nacer se encuentra con una es-
tructura social próxima, generalmente su familia. Pero, además, se encuen-
tra con un mundo social objetivo, es decir, una estructura social más am-
plia a la cual debe incorporarse. La socialización primaria se desarrolla en
la estructura social próxima y tiene las siguientes características:
Mediatización del mundo por el ‘otro significante’. El primer con-
tacto del niño con el mundo social no se produce de manera direc-
ta, sino a través de la estructura social doméstica en la cual es colo-
cado al nacer. Aquí juegan un papel fundamental los ‘otros
significantes’, que se encargan de mediatizar el mundo para él y lo
modifican en el curso de esa mediatización. Éstos seleccionan as-
pectos del mundo según la posición que ocupan dentro de la es-
tructura social y también en virtud de sus idiosincrasias individua-
les, biográficamente arraigadas. El mundo social aparece ‘filtrado’
para el individuo a partir de esta doble selección. De esa manera el
niño de clase baja no sólo ‘internaliza’ el mundo social con una
perspectiva de clase baja, sino que lo ‘internaliza’ con la coloración
idiosincrásica que le han dado sus padres (o cualquier otro indivi-
6
Berger y Luckmann, 1968, pág. 164-165.
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puede hacerlo.
Formación dentro de la conciencia del ‘otro generalizado’. Al co-
mienzo el niño asocia los roles y las actitudes a la persona del ‘otro
significante’. A medida que crece, los va abstrayendo progresiva-
mente hasta convertirlos en roles y actitudes en general. Berger y
Luckmann ilustran esto con un ejemplo: en la internalización de
normas existe una progresión que va desde “mamá está enojada
conmigo ahora porque derramé la sopa”, hasta “mamá se enoja con-
migo cada vez que derramo la sopa”. A medida que ‘otros
significantes’ adicionales
adicionales (padre, abuela, hermana mayor, etc.) apo-
yan la actitud negativa de la madre con respecto a derramar la sopa,
la generalidad de la norma se extiende subjetivamente. El paso de-
cisivo viene cuando el niño reconoce que todos se oponen a que
derrame la sopa y la norma se generaliza como “Uno no debe de-
rramar la sopa”, en la que ‘uno’ es él mismo como parte de la gene-
ralidad que incluye, en principio, todo aquello de la sociedad que
resulta significativo para el niño. Esta abstracción de los roles y
actitudes de otros significantes concretos se denomina ‘otro gene-
ralizado’. Su formación en la conciencia significa que ahora el indi-
viduo se identifica no sólo con otros concretos, sino con una gene-
ralidad de otros, o sea, con una sociedad. Solamente en virtud de
esta identificación generalizada logra estabilidad y continuidad su
propia autoidentificación.
autoidentificación. La socialización primaria concluye cuan-
do el individuo ha logrado la formación, dentro de su conciencia,
del ‘otro generalizado’. A esta altura ya es miembro efectivo de la
sociedad y está en posesión subjetiva de un Yo y un mundo. Al
mismo tiempo que se produce el establecimiento subjetivo de una
realidad coherente y continua (la sociedad), se cristaliza, en el mis-
mo proceso de internalización, la identidad de la persona. Esta cris-
talización se corresponde con la internalización del lenguaje. Éste
constituye el contenido más importante y el instrumento por exce-
lencia de la socialización.
b) La socialización secunda
darria
El individuo puede iniciar esta etapa cuando ha formado en su con-
ciencia el concepto de ‘otro generalizado’. Ninguna sociedad, y menos aún
las sociedades modernas con gran división del trabajo y distribución del
conocimiento, puede prescindir de la socialización secundaria. Este tipo
de socialización correspondería a lo que vimos como proceso de educa-
ción en Agulla. Berger y Luckmann la definen como la internalización de
submundos institucionales o basados sobre instituciones. El alcance y las carac-
terísticas de este proceso dependen de la complejidad de la división del
trabajo y la distribución concomitante del conocimiento especializado.
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4. Cons
Constr
truc
ucci
ción
ón y man
mante
teni
nimi
mien
ento
to de
dell or
orde
den
n soc
socia
iall
El desarrollo social de un individuo sólo es posible dentro de un con-
texto de orden y estabilidad; ambos son prerrequisitos indispensables, no
sólo para el desarrollo de la persona social, sino también para el desarrollo
de la propia identidad psicológica. El ser humano se identifica a sí mismo
en relación a los otros, dentro de las coordenadas espacio-temporales en
las cuales encuentra su lugar en el mundo, distingue las etapas de su pro-
pia biografía personal y, en definitiva, define y da sentido a las situaciones
que le toca vivir. Pero ese orden y esa estabilidad no forman parte del
orden natural de las cosas ni derivan de las leyes de la naturaleza, sino que
son una creación humana, un resultado de la actividad conjunta de los
hombres, de la interacción pasada y presente entre individuos socializa-
dos, cualquiera sea el nombre con que se los designe: persona social, ser
social, actor, etc. Siguiendo a Berger y Luckmann vamos a describir
fenomenológicamente los procesos por los cuales se constituye y se man-
tiene el orden social, esa realidad objetiva que nos vemos obligados a
‘internalizar’, ‘asumir’, ‘incorporar’, si queremos desarrollarnos como ver-
daderos seres humanos. Estos procesos son la institucionalización y la le-
gitimación.
4.1 El pr
proc
oces
eso
o de
de ins
insti
titu
tucio
ciona
naliz
lizac
ació
ión
n
La experiencia de la vida cotidiana nos enseña que, a pesar de las
posibilidades de variabilidad casi infinitas del comportamiento individual,
los miembros de una misma formación social, que han sido socializados
en las pautas culturales propias de esa formación, saben, en líneas genera-
les, qué respuestas deben dar y cuáles deben esperar de sus semejantes en
diferentes situaciones. Cada uno conoce qué le corresponde hacer como
padre, como hijo, como cliente de un banco, como profesional, etc., etc. En
definitiva, el comportamiento de cada uno de los ‘actores’ de la vida social
es relativamente previsible, y es esta previsibilidad, en definitiva, la que
posibilita la convivencia humana.
Se puede constatar, también, que el orden social es previo a la exis-
tencia de cada uno de nosotros, que no hemos participado en su construc-
ción y que, además, se nos impone y tiene la capacidad de actuar sobre
nosotros llegando incluso a modificar nuestras respuestas biológicas ins-
tintivas, a tal punto que hasta la satisfacción de nuestras necesidades vita-
8
Berger y Luckmann, 1968, pág. 175.
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les básicas se lleva a cabo siguiendo las pautas sociales establecidas. Basta
con observar las rutinas y los gustos asociados con la alimentación, por
ejemplo, para constatar este hecho.
Berger y Luckmann sostienen que la génesis del orden social está en
la actividad humana pasada y su existencia en cualquier
cualquie r momento del tiem-
po depende de que esa actividad siga produciéndolo. Esta producción es
posible gracias a que el ser humano está dotado de ciertas características
biológicas que no posee ningún otro animal vivo. vivo. Ellos destacan las si-
guientes: i) La apertura al mundo y, por lo tanto, a la convivencia. El hom-
bre no puede concebirse dentro de una ‘esfera cerrada de interioridad es-
tática’, sino que se externaliza en actividad, al punto de convertir a esa
actividad en objeto de su propia reflexión. ii) Plasticidad de la estructura
de los instintos. El ser humano no tiene respuestas fijas a los estímulos
externos, como ocurre con los animales; gracias a esa plasticidad puede
elaborar respuestas adaptativas. iii) Organismo inestable. Esto exige al ser
humano, para poder desarrollarse, organizar un contorno relativamente
estable a su comportamiento. Estos hechos, derivados de la constitución
biológica del hombre, son el presupuesto necesario para la producción del
orden social, es decir, para la institucionalización.
El paso previo a la institucionalización es la ‘habituación’ del com-
portamiento. El hombre tiene la capacidad de transformar sus respuestas
en hábitos de conducta, en rutinas, que, como todo hábito, implican la po-
sibilidad de ejecutar una acción en el futuro, de la misma manera, con idén-
tico significado y con gran economía de esfuerzo. La ventaja de esta habi-
tuación reside en que las acciones siguen siendo significativas para el indi-
viduo, y al no requerir de él una actividad reflexiva para llevarlas a cabo,
deja abierto el camino para la deliberación y la innovación. Cuando una
acción se convierte en hábito, para ejecutarla no es necesario definir cada
situación de nuevo, paso por paso; tampoco es necesario tomar una serie
de decisiones, por lo tanto, quedan liberadas las energías para tomar aque-
llas decisiones que sean necesarias en circunstancias determinadas. Gran
parte de la actividad humana está habitualizada, lo cual proporciona un
contexto de estabilidad al comportamiento. Pensemos, como ejemplo, en
lo que hacemos en un día cualquiera de nuestra vida cotidiana. Desde que
nos levantamos ejecutamos automáticamente una serie de actos
(higienizarnos, saludar a la familia, desayunar, tomar el colectivo, comen-
zar el trabajo, ejecutar las tareas específicas al mismo, etc,) sin pensar en
cada momento en definir la situación, en decidir el curso de acción a seguir
en cada caso. Son precisamente estos procesos de habituación los que ante-
ceden a la institucionalización. Empíricamente, dicen Berger y Luckmann,
la parte más importante de la habituación de la actividad humana se desa-
rrolla en la misma medida que su institucionalización. La cuestión es, por
tanto, saber cómo surgen las instituciones. La institución aparece cada vez
que se da una tipificación recíproca de acciones habitualizadas por tipos de acto-
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res. Dicho de otra forma, toda tipificación de esa clase es una institución.
Lo que hay que destacar es la reciprocidad de las tipificaciones
institucionales y la tipicalidad no sólo de las acciones sino también de los
actores en las instituciones. Las tipificaciones de las acciones habitualizadas
que constituyen las instituciones siempre se comparten, son accesibles a
todos los integrantes de un determinado grupo social, y la institución mis-
ma tipifica tanto a los actores individuales como a las acciones individua-
les. La institución establece que ‘las acciones del tipo X sean realizadas por
actores del tipo X’. Así, por ejemplo, la institución del matrimonio en Ar-
gentina establece que los cónyuges deben ser dos individuos adultos, o
menores autorizados por sus padres, uno varón y otro mujer (todavía no
se acepta el matrimonio entre personas del mismo sexo, y la unión civil
entre homosexuales no rige en todos los distritos del país), que deben co-
habitar, velar por el bienestar y la educación de la prole, etc. Estas
tipificaciones incluyen aspectos formales (edad para casarse), y aspectos
informales (por ejemplo, despedida de soltero, tipo de vestimenta para la
ceremonia del casamiento, rituales en los festejos, etc.) compartidos por
los miembros de esta sociedad (reciprocidad) y accesibles a todos (no son
ocultos). No toda acción habitualizada llega a institucionalizarse. General-
mente se institucionalizan aquellas actividades que se refieren a cuestio-
nes fundamentales para la subsistencia del grupo o de la sociedad en su
conjunto (procreación, producción y distribución de bienes, transmisión
de la cultura, etc.).
a) Las instituciones
¿Qué son las instituciones? En sociología, las instituciones constitu-
yen conjuntos de normas que rigen actividades consideradas básicas para la su-
pervivencia del grupo9 . Su función es someter el comportamiento individual
al control social. Esto implica que dichas normas se convierten en pautas
previamente definidas que canalizan el comportamiento en una dirección
determinada, en oposición a las muchas otras que podrían darse teórica-
mente. Una institución, por lo tanto, prescribe la forma en que deben ha-
cerse las cosas. Es una norma social operativa, válida para un determinado
grupo social, que reúne tres condiciones: i) Es aceptada por un gran núme-
ro de miembros; ii) muchos de los que la aceptan la cumplen efectivamen-
te, es decir, la han incorporado a sus rutinas de comportamiento, la han
9
Hay una segunda acepción del término institución social. Se lo usa, generalmente, para designar a
un grupo especial. En este sentido se habla de la familia, la escuela, la univ ersidad como institucio-
nes sociales. Aunque ello es perfectamente admisible, es conveniente, sin embargo, distinguir las
pautas normativas, de las formaciones sociales a las cuales ellas se aplican. Y esto por
po r dos razones:
primero, las formaciones sociales pueden no adecuarse a la norma en todos los aspectos, es
decir, el comportamiento de los miembros puede desviarse
desv iarse de la norma aceptada; segundo, por-
que las relaciones en una formación social se rigen por un complejo de pautas que no se agotan
en una institución (las relaciones familiares se rigen por pautas que exceden las de la institución
del matrimonio, por ejemplo).
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b) Los roles
Las normas operativas que conforman el mundo institucional y exis-
ten como realidad objetiva se ‘realizan’ o ‘se ponen en acto’ en los roles
que los individuos ejercen en los diferentes grupos de los que forman par-
te. En otros términos, las normas se aplican a actores concretos ubicados
en diferentes posiciones sociales. Para cada posición están definidas en la
sociedad un conjunto de expectativas y formas de comportamiento (roles)
que constituyen verdaderas rutinas conocidas y aceptadas (en diferente
grado) por todos los integrantes del grupo. Por lo tanto, el contenido de
una posición social es enteramente normativo. Así, el que ocupa la posi-
ción de maestro en una escuela debe responder a una serie de expectativas
que están fijadas para esa posición (se espera que un maestro enseñe, eva-
lúe a sus alumnos, corrija las tareas de los niños, planifique las actividades
de su clase, informe a los padres acerca del desempeño escolar de sus hijos,
etc.). Es decir, se espera que él cumpla con sus ‘obligaciones’ como maes-
tro, y a la vez, el maestro espera que el resto de los miembros de la escuela
(alumnos, directivos, padres, etc.) se comporten de determinada manera
respecto de él. En una palabra, el maestro se considera con determinados
‘derechos’ en tanto maestro. La posición en un sistema social implica, por
lo tanto, un conjunto de ‘obligaciones’ y de ‘derechos’. Las obligaciones
10 Berger y Luckmann, 1968, pág. 82-83.
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están determinadas por las normas que se aplican a la persona que ocupa
una posición determinada, mientras que los derechos están determinados
por normas que se aplican a las personas que entran en interacción con
ella. Siguiendo con el ejemplo anterior, lo que constituyen obligaciones
para el maestro, significan derechos para los alumnos, los directivos y los
padres. Y a la inversa, las obligaciones de éstos, implican derechos para el
maestro. Una posición social contiene, por lo tanto, dos aspectos: los roles
y los status. De hecho, la participación en una estructura social supone que
todos los actores conocen y aceptan (en diferente grado, por supuesto) sus
propios derechos y obligaciones, y los derechos y obligaciones que corres-
ponden al resto de los participantes que están en interacción con él. Si esto
no se da, el proceso de interacción no es posible pues los comportamientos
serían totalmente impredecibles, nadie estaría en condiciones de anticipar
la respuesta del otro y en consecuencia, de producir la propia.
Los roles representan el orden institucional; su origen está en el pro-
ceso de habituación y objetivación que constituye la institucionalización.
Ellos posibilitan la existencia de las instituciones en la experiencia real de
los individuos; representan nexos institucionales de comportamiento y
garantizan la cooperación, sin la cual la vida social no es posible. El rol de
maestro tiene relación con otros roles cuya totalidad abarca la institución
educativa. El maestro, al desempeñarse en cuanto tal, representa la institu-
ción educativa. Como dicen muy bien Berger y Luckmann, la institución
se manifiesta únicamente a través de la representación en roles desempe-
ñados. Con su conjunto de acciones ‘programadas’, ella se asemeja al libre-
to no escrito de una obra teatral. La realización de la obra depende de que
actores de carne y hueso desempeñen reiteradamente los roles prescritos.
Decir que los roles representan las instituciones implica decir que posibili-
tan que ellas existan, una y otra vez, como presencia real en la experiencia
de individuos concretos.
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na. El hecho de dar el nombre a una cosa implica, de por sí, una
explicación legitimadora. Cuando un niño aprende que otro niño es
su primo, este dato informativo no sólo legitima una relación de
parentesco, sino que legitima también, inmediata e inherentemente,
el comportamiento que se debe tener con respecto a ‘primos’ que se
incorpora junto con la designación. Las respuestas de los adultos a
los por qué de los niños adquieren por lo general la forma de ‘así
es’, o ‘así se hacen las cosas’. Los adultos no nos esforzamos dema-
siado por explicitar las razones, entre otras cosas, porque no nos
hemos detenido a pensar en ellas ya que las consideramos eviden-
tes por sí mismas, las hemos incorporado de esa manera, en suma,
las hemos ‘naturalizado’. Este nivel de legitimación es preteórico,
pero constituye el fundamento de conocimiento autoevidente so-
bre el que descansan todas las explicaciones posteriores.
En el segundo nivel aparecen explicaciones que contienen propo-
siciones teóricas en forma rudimentaria. Aquí podemos hallar di-
versos esquemas explicativos que se refieren a grupos de significa-
dos objetivados. Se trata de esquemas sumamente pragmáticos y
se relacionan directamente con acciones concretas; se expresan,
generalmente, mediante máximas, dichos y cuentos populares. El
niño aprende dichos como éste: ‘al que da y quita le sale una
jorobita’; o cuentos como el de Caperucita Roja o Pinocho, orienta-
dos a que extraiga máximas concretas de conducta y las incorpore
como válidas.
El tercer nivel contiene teorías explícitas mediante las cuales se le-
gitima un sector institucional en términos de un cuerpo de conoci-
miento diferenciado. En este nivel la legitimación comienza a tras-
cender el campo de la aplicación pragmática y a perfilarse como
‘teoría pura’, cuya trasmisión está a cargo de personal especializa-
do.
El cuarto nivel está constituido por los universos simbólicos. Éstos
se conciben como la matriz de todos los significados objetivados
socialmente, y subjetivamente reales; toda la sociedad histórica y la
biografía de un individuo se ven como hechos que ocurren dentro
de ese universo. La legitimación se produce por medio de totalida-
des simbólicas que no pueden, de ningún modo, experimentarse
en la vida cotidiana. En este nivel de legitimación se integran todos
los sectores del orden institucional en un marco de referencia gene-
ral que constituye un universo en el sentido literal de la palabra,
porque ya es posible concebir que toda la experiencia humana se
desarrolla dentro de aquél.
A partir de lo expuesto, podemos afirmar, con Van Haecht que “el
modelo de análisis de la construcción de la realidad social propuesto por
Berger y Luckmann abunda en recursos que nos ayudan a captar cómo los
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5.1. La familia
A pesar de los cambios que ha sufrido la estructura de la familia en
los últimos tiempos (virtual desaparición de la familia ampliada, al menos
en las zonas urbanas, disminución del número de miembros de la familia
nuclear, familias uniparentales y, más recientemente, familias constitui-
das por parejas del mismo sexo dispuestas a adoptar hijos), y el debilita-
miento, cuando no el abandono, de algunas de sus funciones, la familia
sigue siendo una de las agencias de socialización más importantes, si no la
fundamental, con que cuenta la sociedad. Esto es así porque la familia, por
sus características como formación social, reúne las condiciones ideales
para llevar a cabo esa tarea. Veamos cuáles son esas condiciones.
Es la primera estructura social en la cual el niño participa. En la
mayoría de los casos, éste nace en el seno de una familia y perma-
nece en ella de manera casi excluyente por varios años. Las condi-
ciones de la vida moderna han determinado un cambio en esta pau-
ta, ya que el niño es llevado tempranamente a las guarderías o los
jardines maternales, pero estas instituciones todavía no se presen-
tan como un sustituto de la familia. En ésta se satisfacen las necesi-
dades básicas del niño, sean ellas físicas, psíquicas o sociales. El
proceso de socialización primaria que, como hemos visto, juega un
papel fundamental en la vida del individuo, se desarrolla funda-
mentalmente en la familia. Este proceso comienza en el momento
en que el bebé nace (algunos afirman que comienza aún antes, du-
rante su vida intrauterina); entonces se inicia su proceso de apren-
dizaje de las pautas sociales y, junto a ello, el desarrollo de su iden-
tidad psicológica y social. Todas las actividades dirigidas al cuida-
do del bebé, al tiempo que satisfacen sus necesidades primarias, le
proporcionan el contacto humano imprescindible para su desarro-
llo como persona. La investigación empírica demuestra que si sus
necesidades biológicas son satisfechas pronta y adecuadamente,
acompañadas de una actitud emocional positiva, el niño tiene más
probabilidad de desarrollar una visión del mundo como un lugar
confortable y seguro. El trato que recibe de familiares cercanos in-
fluye en la percepción que el niño tiene de sí mismo y en el desarro-
llo de una personalidad más o menos segura, más o menos inde-
pendiente, etc. Por otra parte, el tipo de atención que recibe (fre-
cuencia con que es alimentado, higienizado, condiciones en que
descansa, etc.) va conformando las necesidades que experimenta y
la forma en que las puede satisfacer (sentirá apetito cada determi-
nada cantidad de horas, rechazará ciertos alimentos y aceptará otros,
lo perturbarán ciertos ruidos y no le molestarán otros, etc.). Todas
estas experiencias tienen consecuencias sociales: implican la crea-
ción de hábitos de comportamiento, de actitudes frente al mundo
circundante, de valoraciones, sentimientos, etc., que incidirán de
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En La miseria del mundo , Bourdieu (1999) da cuenta de los problemas que plantea la convivenci a de
individuos que han sido socializados de acuerdo a pautas muy diferentes y las dificultades que cada
uno de ellos debe enfrentar en su lucha cotidiana por la supervivencia en un contexto social
signado por la pobreza, la marginalidad y la falta de oportunidades, sobre todo para los más
jóvenes.
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regalo de un objeto costoso. Para que las sanciones sean efectivas deben
ser significativas para el que las recibe. Recibir un premio, o un castigo,
permite al niño ir comprendiendo paulatinamente cuándo su comporta-
miento es el adecuado y qué se espera de él en determinadas circunstan-
cias. Es necesario que los agentes socializadores sean coherentes en esto. Si
un niño es sancionado negativamente cada vez que se dispone a comer sin
lavarse las manos, es muy probable que, con el tiempo, adquiera el hábito
de lavarse antes de sentarse a la mesa. Pero si a veces se lo reprende y otras
se lo deja pasar como algo que carece de importancia, la norma perderá
significación para él y no la incorporará como parte de su personalidad.
5.2. La escuela
Considerando la distinción que hicimos entre socialización y educa-
ción, es claro que la escuela, como la familia, es una agencia de socializa-
ción y de educación. La escuela constituye una organización especializa-
da, encargada de trasmitir la herencia cultural de la sociedad. Habilita a
las nuevas generaciones para aprovechar las experiencias y los descubri-
mientos realizados por otros durante años de trabajo y las prepara para
desempeñarse como miembros útiles a la sociedad. En las sociedades mo-
dernas, técnicamente avanzadas y con gran división del trabajo, la escuela
es fundamental. En ellas la vida escolar de los individuos se prolonga por
mucho tiempo (entre doce y quince años, y a veces más), parte del cual
corresponde a la escolaridad obligatoria. Se estima que ese es el tiempo
generalmente necesario para adquirir las destrezas básicas requeridas por
este tipo de sociedades. La tendencia actual es que el vínculo de las perso-
nas con la escuela sea permanente, al margen de la edad de cada uno. Hoy
no cabe duda de que quienes no tienen la oportunidad de participar en la
estructura escolar están condenados inevitablemente a la marginalidad
social.
Al mismo tiempo que educa, la escuela trasmite de manera latente
un conjunto de normas, actitudes y valores que hacen del individuo una
persona social más compleja y lo preparan para adaptarse a la vida social.
Los pedagogos y algunos sociólogos denominan curriculum oculto a este
conjunto de influencias no explícitas de la escuela. En tanto organización,
la escuela, a diferencia de la familia, está formalmente estructurada, se rige
por normas contenidas en reglamentos y disposiciones oficiales, y posee
una clara jerarquía de autoridad. En un contexto de este tipo, dos son los
principales tipos de aprendizaje a que conduce la socialización escolar: las
nuevas conductas de rol y el ajuste a las reglas impersonales y la autoridad
formal.
Las nuevas conductas de rol que se adquieren en la escuela están
más orientadas hacia la sociedad global que aquellas que el niño tuvo opor-
tunidad de ejercitar en el ámbito más restringido de la vida familiar. En la
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tesis, todas sus conductas, reflejan el grupo social al que pertenece y las
pautas en las que él mismo ha sido socializado. En definitiva, aun cuando
no se lo proponga de manera explícita y tampoco sea consciente de ello,
está llevando a cabo una tarea de inculcación que responde a su propia
concepción del mundo y a sus actitudes frente a la vida.
En segundo lugar, en la escuela se organizan con frecuencia distin-
tos grupos de trabajo. En estos grupos los niños tienen la posibilidad de
ejercer diferentes roles y desarrollar habilidades sociales básicas, como el
manejo de conflictos, la coordinación de tareas, el respeto por el trabajo del
otro, la tolerancia frente a posiciones diferentes a la suya. Las actividades
de estos grupos son un eficaz medio de socialización, por dos motivos im-
portantes: i) Exigen a sus participantes el desarrollo de habilidades que les
serán indispensables para resolver los problemas de relación que se pre-
sentan en la vida cotidiana (aprenden a intercambiar puntos de vista, es-
cuchar las opiniones de los otros y tomarlas en cuenta, actuar conjunta y
cooperativamente, discutir, defender la posición propia, tomar decisiones,
etc.). ii) Por tratarse de grupos conformados por pares, se disfrutan por sí
mismos, los errores no son sancionados de manera severa y ponen en fun-
cionamiento técnicas de interacción que el niño utilizará durante el resto
de su vida. El maestro puede manipular estos grupos para aumentar las
oportunidades de aprendizaje y facilitar la interacción social.
En tercer lugar, la actuación del personal de la escuela provee al niño
de nuevos modelos de rol: maestro, director, preceptor, etc. La influencia
de estos actores sobre el niño se ejerce de diferentes formas y abarca un
amplio espectro de conductas, que pueden ir desde el modo de hablar y
vestir, hasta la formación de valores y creencias básicas. En la relación
maestro-alumno tienen importancia muchos factores: el interés que de-
muestra el maestro por el niño, sus cualidades generales de liderazgo, la
manera con que explota las oportunidades que su posición le brinda para
exigir respeto y obediencia, etc. El maestro se constituye con frecuencia,
sobre todo durante los primeros años de escolaridad, en ‘otro significante’
para el niño, con todo lo que esto implica desde el punto de vista de su
desarrollo como ser social.
Otra forma mediante la cual la escuela transmite modelos de rol es a
través de los contenidos del programa oficial. Es el caso de los héroes na-
cionales, los próceres de la patria o cualquier otro personaje que se presen-
te al niño como dotado de cualidades especiales y que son dignas de ser
imitadas. Su influencia en tanto modelos depende de muchos factores: la
concepción que el propio maestro tiene acerca de esos personajes, la cohe-
rencia que haya entre los valores y cualidades que ellos encarnan y los
correspondientes a otros modelos de rol que otros agentes de socialización
presentan al niño, como pueden ser los héroes y personajes que aparecen
en los medios de comunicación de masas.
En cuarto lugar, la escuela utiliza una amplia gama de recompensas
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5.3. La iglesia
Las instituciones religiosas, como dicen Dubet y Martucelli (2000),
apuntan a transformar dogmas y principios morales en un conjunto de
prácticas sociales y de disposiciones subjetivas, de creencias y de fe. El
objetivo es ‘fabricar’ individuos que, compartiendo un conjunto de verda-
des reveladas, y conforme a una serie de mandamientos, ritos y reglas ad-
ministradas por un personal especialmente formado y autorizado para ello,
se comporten de determinada manera, de modo tal que puedan ser identi-
ficados como pertenecientes a una comunidad que profesa una creencia o
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Para profundizar sobre la crisis de la escuela como institución es útil la lectura de Dubet y
Martucelli , 2000, capítulo 6.
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Dubet y Martucelli, 2000, pág. 232
18
Van Haecht, 1999, pág. 122
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