La Paz Grande - Comision de La Verdad - Frag

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 16

HAY FUTURO

si hay verdad
INFORME FINAL

Comisión para el Esclarecimieto


de la Verdad, la Convivencia
y la No Repetición

CONVOCATORIA
A LA PAZ GRANDE
Declaración de la Comisión
para el Esclarecimiento de la Verdad,
la Convivencia y la No Repetición
HAY FUTURO
si hay verdad
INFORME FINAL

CONVOCATORIA
A LA PAZ GRANDE
DECLARACIÓN DE LA COMISIÓN PARA
EL ESCLARECIMIENTO DE LA VERDAD,
LA CONVIVENCIA Y LA NO REPETICIÓN
Algunos elementos del
contexto explicativo
introducción 37
El entramado complejo

Hubo millones de víctimas, pero no porque un día alguien tuviera la idea repentina
de salir a matar o a bombardear pueblos. Todo ocurrió en un complejo sistema de
intereses políticos, institucionales, económicos, culturales, militares y de narcotráfico;
de grupos que ante la injusticia estructural optaron por la lucha armada, y del Estado
-y las élites que lo gobiernan- que delegó en las Fuerzas Militares la obligación de
defender las leyes, el poder y el statu quo. Una confrontación permanente entre quienes
eran protegidos y abandonados, entre los que inventaron formas de defensa privada
porque no había fuerza pública que los defendiera y los que, apoyados por el Estado,
montaron y financiaron las Convivir, con el apoyo de los militares en terreno, y evo-
lucionaron hacia aparatos violentos de masacres y desplazamiento; de campesinos que
luchaban por la tierra en la incertidumbre de los títulos; entre narcotraficantes conver-
tidos en paramilitares o parapolíticos y guerrilleros que determinaban quién gobernaba
en los territorios y condicionaban al Estado local. Entre administradores de justicia
corruptos y jueces íntegros y valientes. Entre proyectos económicos respetuosos del ser
humano y otros devastadores de la naturaleza y de la gente. No se pueden establecer
causas aisladas. Todo ocurre en un enjambre de instituciones estatales y privadas, de
grupos políticos e insurgentes, de decisiones y, finalmente, de millones de víctimas.

Las responsabilidades

La Comisión tiene en cuenta ese entramado complejo y cambiante que condiciona las
decisiones individuales y grupales de quienes estaban en conflicto. Las responsabili-
dades son distintas para quienes ejercían el poder del Estado y quienes lo defendían,
pues debían a toda costa respetar sus leyes sin que el conflicto los exculpara de ello. Y
distintas para quienes se levantaron en armas y negaron la legitimidad del Estado. Y
son diferentes según el lugar de cada quien en la sociedad.
En el Sistema Integral para la Paz, la JEP determina quiénes fueron los máximos
responsables de los mayores crímenes de guerra y de lesa humanidad, y los condena
a penas de justicia restaurativa en el marco de un debido proceso transicional. La
Comisión, por su lado, establece responsabilidades históricas, éticas y políticas de
carácter colectivo, y se refiere a responsabilidades individuales solo cuando es indis-
pensable para la comprensión del conflicto. No somos un organismo judicial, por
eso nuestra verdad no es forense. Aún así, esta urgencia de establecer y aceptar res-
ponsabilidades es indispensable para la paz, porque sin ella la construcción de futuro
se paraliza.

38 convocatoria a la paz grande


Los amigos alemanes que nos acompañan en el proceso de la Comisión nos han
enseñado que su pueblo recuperó la dignidad y el orgullo cuando, incluso décadas
después del genocidio judío y de los crímenes de guerra cometidos, asumió como
propio el sufrimiento de las víctimas, hizo suya la herida como cuerpo de nación
y reconoció la responsabilidad colectiva. Ante nosotros está la posibilidad de hacer
propia, como cuerpo de nación responsable, la herida de los más de 9 millones
de víctimas.

La historia

El Informe Final que entrega la Comisión incluye un tomo dedicado al relato histórico
que muestra una democracia en construcción en medio del conflicto por el poder del
Estado. No pretendemos establecer esta narrativa como la historia oficial de Colombia,
sino abrir caminos para una conversación sin miedo sobre la nación que somos y el
Estado que hemos construido. Dentro de ese relato cabe destacar dos aspectos que nunca
cesan: la armas en la política y la idea del enemigo interno.

Las armas en la política

En la historia comparada con el resto de países del continente, Colombia se destaca


por el alto nivel y la persistencia de las armas en la política. Lo que entre nosotros se
volvió normal no lo es para el resto. En la violencia política normalizada durante seis
décadas, y con la mezcla del narcotráfico, se asesinaron candidatos a la Presidencia y
a los distintos cuerpos legislativos así como congresistas, diputados, concejales y alcal-
des de distintos partidos y se estigmatizó al adversario hasta el extremo del genocidio
político de la Unión Patriótica.
En este contexto, el Estado entró a perseguir al comunismo, mientras que los gru-
pos revolucionarios tomaron las armas en la lucha por el poder cuando interpretaron
que había razones objetivas que legitimaban la insurrección. Por otra parte, grupos
de la sociedad que pedían cambios estructurales por medios democráticos fueron
muchas veces reprimidos militarmente por el Estado. La disputa política legítima entre
ciudadanos que detentan el poder y protegen el statu quo, y los que buscan el poder
para establecer cambios estructurales, en lugar de hacerse en el debate democrático y
concluir en una negociación de intereses razonables, comenzó con armas hasta pro-
longarse en una guerra de más de medio siglo que no acaba de acabarse.

algunos elementos del contexto explicativo 39


El enemigo interno

La convicción para muchos de que hay un «enemigo interno» en la vida política ha ido
de la mano con la presencia de las armas en la disputa pública. Para la extrema derecha,
dentro y fuera del Estado, este enemigo interno está compuesto por el Partido Comunista,
sus aliados, sus epígonos y sus simulacros; y el enemigo interno es el enemigo de clase
para la extrema izquierda revolucionaria, opuesta a la burguesía y a las élites capitalistas
del establecimiento. Es obvia la gran asimetría en esta confrontación, que ha beneficiado
al poder en manos del Estado y a los sectores gobernantes, pero lo grave y difícil de
reconciliar es la posición mutua de rechazo absoluto del otro.
Con el enemigo no se negocia. Nunca se le dice la verdad. Con él no es posible cons-
truir el «nosotros y nosotras» de una nación. En consonancia con esto, aparece por lado
y lado la combinación de todas las formas de lucha y la vinculación, quiéranlo o no, de
los ciudadanos al conflicto. La estigmatización y los señalamientos proliferan. El enemigo
interno se extiende a los que piensan distinto, se enraíza en la cultura, está en la base de la
desconfianza generalizada. En este contexto se consolida un sistema de seguridad armada
que no logra su cometido. Además del Ejército y de la Policía, hay que tener millones de
informantes y quinientos mil guardias privados que nos protegen a los colombianos de
los otros colombianos.

Morir por la patria o por el pueblo

Lo que hemos tenido en Colombia es una guerra en la cual la mayor parte de los
caídos fueron pobladores no combatientes, asesinados la mayoría por paramilita-
res, luego por la guerrilla y, finalmente, por las fuerzas del Estado. Entre militares
e insurgentes cometieron crímenes de guerra y de lesa humanidad, y ambos los
perpetraron contra la población civil, y las fuerzas del Estado los acrecentaron en la
alianza con los paramilitares. Sin embargo, el Ejército y la Policía no son batallones
concebidos para violar los derechos humanos y las FARC-EP y otras guerrillas no
fueron organizaciones inicialmente montadas para delinquir. La confrontación entre
las fuerzas de seguridad y la insurgencia fue a muerte y sin cuartel. Desde los dos
lados, por motivos de conciencia, se vivió el honor de morir por la patria o morir
por el pueblo. En medio de las ambigüedades, exaltaciones, odios y alianzas oscuras
del conflicto, soldados, policías, guerrilleros y paramilitares enterraron como héroes
a sus compañeros caídos en el campo de batalla.
La Comisión ha encontrado a los excombatientes que sobrevivieron heridos física y
emocionalmente, igual que sus familias. Jóvenes —hoy adultos— que pertenecieron a

40 convocatoria a la paz grande


cuadrillas guerrilleras, batallones militares o frentes paramilitares, que salieron mutila-
dos de los campos de batalla, de atentados, de operaciones «pistola» o de bombardeos
y emboscadas, o que cayeron en campos minados.
Hemos estado con las madres de militares y policías que enterraron a sus hijos o
los lloran porque fueron desaparecidos en la selva. Hemos asistido a distintos escena-
rios con miembros de la Policía destrozados por minas antipersona, con sus familias
y organizaciones en las que se agrupan. Hemos compartido con las mamás de las
niñas y niños enrolados por la guerrilla que nunca volvieron a casa. Hemos conocido,
igualmente, el vacío que dejaron entre sus hermanos y padres los que murieron como
paramilitares y los que están en los hogares, ahora sin brazos o sin piernas. Hemos
recibido publicaciones de las Fuerzas Militares sobre sus víctimas en el conflicto, y en
menor número de las FARC-EP.
Este conflicto no fue en su origen una guerra por el negocio del narcotráfico. Los
narcotraficantes sobornan y asesinan para proteger o ampliar el negocio, pero no dan
la vida por lo que consideran el bien común o el ideal revolucionario. Otra cosa es
que los narcotraficantes entraron en la guerra para legitimar el negocio y la guerrilla
entró en el narcotráfico buscando financiamiento.
Hubo conflicto armado interno y, por tanto, derecho de guerra, ius in bello. Por esto
los militares rechazan que su obligación constitucional de defender las instituciones, den-
tro de la ley, sea señalada como violación de los derechos humanos. Y los exguerrilleros
rechazan que su guerra política haya sido categorizada como «terrorismo», sin que esto
excluya que ambos cometieron actos de terror contrarios al ius in bello y graves viola-
ciones de los derechos humanos. La JEP existe precisamente porque hubo una guerra y
debía aplicarse el DIH. Debe, entonces, operar una justicia igual para las partes basada en
la verdad sobre los crímenes de guerra y lesa humanidad en el conflicto armado político.
Para las FARC-EP, hacer la paz y dar lugar al Partido Comunes significó dejar de
ver como enemigos de guerra al Estado, los políticos y los empresarios, para entrar
en la contienda civil de la democracia basada en la Constitución del 91.

El tiempo duro de la guerra


y de la gran victimización

El periodo más intenso de la guerra se dio de 1996 a 2010, cuando se produjo el


75 % de las víctimas registradas de medio siglo de conflicto armado interno. Desde
este periodo, mirando atrás, puede entenderse mejor a dónde se estaba moviendo el
proceso que, con violencias precedentes, empezó como conflicto armado hacia 1960.
También se puede comprender lo que siguió latente dentro de la esperanza que trajo

algunos elementos del contexto explicativo 41


la Constituyente del 91; por qué se dio así la paz entre el Estado y las FARC-EP; por
qué ganó el «no» en el plebiscito de 2016, y cómo se explica lo que ocurrió después
con el asesinato de líderes y excombatientes, el confinamiento y ataque a comunidades,
y por qué hay todavía un conflicto de varios actores que puede volver a tomar fuerza
en otro periodo de confrontación total si no se dan pasos serios hacia la construcción
de la paz grande.
En estos catorce años, las dos partes —en momentos distintos, primero las
FARC-EP y luego las Fuerzas Militares— estuvieron a punto de ganar la guerra: ambas
llegaron al máximo en el esfuerzo bélico y dieron lugar al pico más alto de infracciones
al derecho internacional humanitario por la comisión de crímenes de guerra y de lesa
humanidad. En este periodo, las FARC-EP invirtieron miles de millones de dólares de
fuentes ilegales en reclutamiento, armas y expansión territorial para la toma definitiva
del poder. El Estado hizo entonces el mayor esfuerzo para defender las instituciones
con el impuesto de guerra, el aumento del presupuesto militar y los miles de millo-
nes de dólares del Plan Colombia donados por Estados Unidos. Las tropas crecieron
rápidamente. Se implementaron los programas Soldados Campesinos y Soldados de
mi Pueblo, se triplicaron los soldados profesionales y se fijó la meta de cuatro millones
de informantes al servicio de los aparatos de seguridad.
El haber llegado hasta la confrontación y victimización máxima en estos años llama
a analizar las políticas y decisiones que nunca resolvieron a fondo los graves problemas
de la tierra, la impunidad, la exclusión, el racismo estructural, el abandono de territo-
rios, el narcotráfico, la inequidad -y en no pocos casos los agrandaron-, mientras se
acumulaba la presión social, política e insurgente. En contraste, hubo al mismo tiempo,
durante la confrontación máxima y en medio de riesgos, una sociedad civil activa en el
reclamo de los derechos humanos, movimientos por la paz y la reconciliación y miles
de formas de resistencia a la guerra.

​​El riesgo de la paz imperfecta

Finalmente, al construir el marco de contextos explicativos que permiten aproximarse


a la verdad, resalta el valor político y ético-político del proceso de paz llevado ade-
lante en La Habana, que dio lugar al acuerdo firmado entre el Estado colombiano,
representado por el presidente Juan Manuel Santos, y las FARC-EP, representadas
por Rodrigo Londoño.
El proceso de negociaciones, sumamente exigente para los participantes, tuvo la
disciplina y el rigor que nunca había tenido un esfuerzo análogo en Colombia y es
considerado como referente por la comunidad internacional. Los resultados acordados
incluyen los cambios esenciales y necesarios para lograr la convivencia.

42 convocatoria a la paz grande


Los conductores del proceso en terreno y el presidente tuvieron el cuidado de
involucrar a la comunidad internacional, que participó a fondo: las Naciones Unidas
y su Consejo de Seguridad, Cuba, Noruega, Suecia y Estados Unidos. Igual de defi-
nitiva fue la participación de militares colombianos de alto rango, además de recibir
a organizaciones sociales, académicas y partidos políticos, y de impulsar asambleas
para tratar los temas del campo y las víctimas en los territorios. El proceso se fortale-
ció con tres participaciones especiales: las víctimas afectadas por todos los actores, los
grupos étnicos y la dimensión de género garantizada por los colectivos de mujeres y
personas LGBTIQ+.
Infortunadamente, los expresidentes Andrés Pastrana y Álvaro Uribe, que contribu-
yeron con los resultados conseguidos en sus gobiernos a preparar el terreno para hacer
posible el Acuerdo de La Habana, no tuvieron la grandeza para ver y acompañar lo
que otros concluían. Los expresidentes César Gaviria y Ernesto Samper sí estuvieron al
lado de La Habana y del proceso. Esta división al más alto nivel que se movilizó para
lograr el triunfo del «no» en el plebiscito que ratificaba el Acuerdo fue un golpe muy
duro a la paz. Sin embargo, la paz ha prevalecido, el Acuerdo está vivo y también las
instituciones del Sistema Integral de Paz. Gustavo Petro llega a la Presidencia con el
propósito de fortalecer el proceso de paz y convocar un diálogo con el ELN y con los
grupos que siguen en el conflicto.

algunos elementos del contexto explicativo 43


Los hallazgos y mensajes
C
omo resultado del diálogo social y de la investigación, la Comisión pre-
senta en un tomo de hallazgos los puntos centrales que explican el conflicto
armado interno. La fundamentación de los resultados se encuentra en los
demás libros del Informe Final.
Los hallazgos centrales se dan en estos asuntos: la Colombia herida, la cultura y el
conflicto, la narrativa de la construcción de una democracia en paz, la reconfiguración
de los territorios, las guerrillas, el paramilitarismo, el narcotráfico, la impunidad, las
violaciones de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario, la
injerencia internacional y la transformación del sistema de seguridad.
A partir de los hallazgos y del proceso social de la Comisión, se hicieron las reco-
mendaciones que se recogen en ese tomo y en una publicación específica. En este
presentamos el llamado que queremos dejar a la sociedad, el Estado y la comunidad
internacional. Puesto que el reconocimiento de la verdad permite sanar las heridas de
las víctimas, transformar a los responsables y abrir el camino para construir unidos el
futuro, la Comisión pide:

• A los colombianos y colombianas, sin distinción, acoger las verdades de


la tragedia de la destrucción de la vida humana entre nosotros y tomar la
determinación de No Matar por ningún motivo a nadie. Que cada muerte
violenta sea rechazada de manera colectiva y rotunda y que logremos poner
la vida de los humanos y de la naturaleza en el centro y por delante de todo
interés particular. Que ningún colombiano tenga que huir al exilio para
proteger su vida.

• A todo el pueblo colombiano, reconocer a las víctimas del conflicto armado


en su dolor, dignidad y resistencias; reconocer la injusticia de lo vivido y el
trauma colectivo que compartimos como sociedad, y comprometernos con
la reparación integral y transformadora de los más de 9 millones de víctimas
del conflicto armado interno.

• Mirar críticamente la historia desde una perspectiva que le dé un lugar


a la presencia constante de la memoria para la construcción de paz y la no
repetición, de forma que comprometa al Estado y a la sociedad en su con-
junto y aporte al fortalecimiento de valores democráticos.

• A los jóvenes, encarar la verdad de las causas y los horrores del conflicto
armado y construir la nación nueva que está en sus manos, porque uste-
des son el futuro. Les pedimos no colaborar en nada que profundice la
muerte, el odio y la desesperanza y ser los líderes en la puesta en marcha
de las recomendaciones que entrega la Comisión.

46 convocatoria a la paz grande


• A la sociedad y el Estado, implementar de manera integral el Acuerdo
Final de Paz y avanzar hacia el consenso sobre las transformaciones necesa-
rias para superar los factores que han facilitado la reproducción de los ciclos
de violencia. Y hacerlo partiendo de la convivencia en los territorios a través
de la reconstrucción de la confianza de los ciudadanos entre sí mismos y
con las instituciones, y siempre en la perspectiva nacional de la paz grande.

• Al Estado, partir de la verdad de que cada día de guerra aleja la posibilidad


de la convivencia y la gobernabilidad; tomar la iniciativa para la paz con el
ELN y otros grupos armados, y buscar con los demás grupos ilegales diálogo
para la negociación o el sometimiento a la justicia.

• A las organizaciones que no aceptan la legitimidad del Estado, así como al


ELN, las disidencias y los demás grupos insurgentes que continúan en la gue-
rra, escuchar el clamor del pueblo que pide «parar la guerra ya desde todos
los lados» y ponerse en la ruta del diálogo hasta llegar a la paz, dentro de la
diversidad de metodologías y situaciones regionales.

• A todos los estamentos sociales y políticos, profundizar la democracia


mediante la exclusión definitiva de las armas del escenario venerable de lo
público y poner en marcha una reforma que abra espacios para sectores y
grupos excluidos, en una democracia representativa que refleje la pluralidad
territorial y étnica del país y que tenga en el centro el diálogo deliberativo,
con la participación ciudadana directa y la movilización como herramientas
fundamentales para garantizar los derechos, el restablecimiento del tejido
social, la construcción de confianza institucional y el rechazo definitivo a la
violencia contra quienes piensan distinto.

• A los estamentos de justicia, frenar la impunidad, reconstruir la confianza


en el Estado y garantizar la imparcialidad e independencia de los entes de
investigación y juzgamiento; proteger a los funcionarios judiciales, a las
víctimas y a quienes participen en los procesos, y esclarecer la criminalidad
organizada y sancionar a los responsables.

• Al Gobierno, la fuerza pública, los partidos políticos, los empresarios, las


iglesias, los educadores y demás decisores en Colombia, reconocer la pene-
tración del narcotráfico en la cultura, el Estado, la política y la economía y
la forma como la guerra contra las drogas configura uno de los principales
factores de la persistencia del conflicto. Les pedimos desarrollar mecanis-
mos de investigación que permitan enfrentar con verdadera eficacia tanto
el sistema de alianzas e intereses involucrados en el narcotráfico como la

los hallazgos y mensajes 47


judicialización de los aparatos políticos, financieros y armados que lo hacen
posible, así como cambiar la política hacia el campesinado y los eslabones
más débiles de la cadena para superar problemas estructurales de pobreza,
exclusión y estigmatización. Todo lo anterior, desde un enfoque de dere-
chos humanos y de salud pública para emprender el diálogo a fondo hacia
soluciones éticas, educativas, jurídicas, políticas y económicas, tanto en el
ámbito nacional como internacional, que permitan avanzar en la regulación
del mercado de drogas y superar el prohibicionismo.

• Al Estado y la sociedad, establecer una nueva visión de la seguridad para


la construcción de paz como bien público centrado en las personas, en la
cual la protección de todos los seres humanos y de la naturaleza sea lo pri-
mero; una visión en la que la seguridad deje de estar restringida a lo militar y
se construya desde la confianza colectiva, con el apoyo de todas las instancias
del Estado a las formas en que las comunidades, las etnias y los territorios
construyen convivencia, sobre la base de diálogos entre los ciudadanos y las
instituciones, para hacer las transformaciones necesarias en el Estado, las
Fuerzas Militares, la Policía y las organizaciones de la sociedad civil, como
un elemento fundamental para la paz.

• A la burocracia estatal y los administradores públicos y privados, rechazar


y acabar la corrupción en los distintos niveles, romper hábitos y compli-
cidades y actuar con determinación en el control ciudadano y la sanción
eficaz de las leyes para detenerla.

• Al Estado, la sociedad y, particularmente, al empresariado de los grandes


proyectos industriales y financieros, dar prioridad a la garantía de las con-
diciones de bienestar y vida digna de las personas y las comunidades,
sin exclusiones, desde una visión compartida de futuro para superar las des-
igualdades estructurales que hacen de este país uno de los más inequitativos
del mundo en la concentración de los ingresos, la riqueza y la tierra. Y que
la inversión estatal, empresarial y financiera se incorporen a la creatividad
y la pasión de la juventud popular y del campo, que exige ser parte de la
producción de la vida querida por todos los colombianos.

• A todos los colombianos, dar a los campesinos el reconocimiento inmenso


que tienen para la vida de Colombia, asegurarles la redistribución equi-
tativa de la tierra, la prevención y reversión del despojo, el catastro multi-
modal, las condiciones para la producción sostenible, el acceso a bienes y
servicios públicos -incluida la educación de alta calidad pertinente para la

48 convocatoria a la paz grande


ruralidad, la seguridad y la justicia- y las condiciones que necesitan para
el cuidado de los ecosistemas, del agua, de la tierra y de las especies nativas.

• A toda la nación, superar el racismo estructural, el colonialismo y la


exclusión injusta e inmensamente torpe que se ha infligido a indígenas,
afrocolombianos, raizales y pueblos rrom, golpeados de manera despropor-
cionada por la guerra, y hacer de sus culturas y tradiciones parte sustantiva
indispensable de la identidad de todos nosotros y nosotras como colom-
bianos. Condición sine qua non para vivir en tranquilidad, justicia y paz.

• A todas y todos, respetar las diferencias en igualdad de dignidad de mujeres,


personas LGBTIQ+, niñas, niños, adolescentes y jóvenes, personas en situa-
ción de discapacidad o diversidad funcional y de la tercera edad, a quienes
el conflicto armado causó impactos particularmente brutales.

• A las naciones amigas de Colombia -a quienes reconocemos y agradece-


mos el acompañamiento a las víctimas en los territorios, la ayuda huma-
nitaria y en derechos humanos y su contribución a la paz-, les pedimos
dar este paso: ayudar a que Colombia sea un ejemplo de reconciliación
en el mundo y dejar de vernos como un país que sobrevive en «modo
guerra» y que necesita apoyos militares que perpetúan el conflicto. Hemos
sufrido 60 años de victimización violenta y pedimos que no nos den nada
para la guerra. No la queremos. No queremos guerra en ninguna parte del
mundo. Apóyennos en todo lo que hace florecer la vida y la naturaleza,
la confianza ciudadana y la economía, en armonía con la riqueza natural
de esta tierra; apóyennos en la amistad de las naciones que respeta las
diferencias en una comunidad internacional que comparte la casa común
del planeta.

• A la sociedad en su conjunto, asumir el compromiso de un cambio pro-


fundo en los elementos culturales que nos llevaron a la incapacidad de
reconocer al Otro y a la Otra como seres humanos de igual dignidad; cons-
truir en el diálogo, desde las diferencias y tradiciones espirituales y concep-
ciones de vida, una ética pública en la que nos reconozcamos simplemente
como personas, ciudadanas y ciudadanos, en un nosotros colectivo de nación,
y emprendamos las transformaciones en lo institucional, lo normativo y, par-
ticularmente, lo personal y cotidiano; y desinstalar las narrativas de odio,
discriminación y estigmatización, para instaurar a cambio la confianza y la
pasión por un futuro de esperanzas compartidas y vida plena que les debemos
a las generaciones futuras de Colombia.

los hallazgos y mensajes 49


• A los líderes religiosos, reflexionar ante el vacío y la perplejidad espirituales
de un pueblo de tradiciones de fe, sumido en una crisis humanitaria de
odios, desconfianzas y muerte y atrapado en los comportamientos de la
guerra, y tomar con valor la misión de reconciliación de la Iglesia católica
con las demás iglesias y con los sabios y ancianos -hombres y mujeres- de
las tradiciones indígenas y afrocolombianas.

El desafío de la reconciliación

La mayoría de las comisiones de la verdad en el mundo se han estructurado al final


de una dictadura violenta o al terminar del todo un conflicto. En esos casos, la verdad
da lugar a construir el Estado de derecho que estaba ausente. El caso de Colombia es
especial porque no hubo tal dictadura; al contrario, hay una Constitución garantista y
amplia en los derechos que consigna y una democracia continua, y si bien terminó la
confrontación entre el Estado y las FARC-EP, la violencia articulada con la política y el
dinero continúa de formas diversas, porque los problemas presentados en los hallazgos
no han sido resueltos. Para resolverlos necesitamos ser una sociedad que haga propio
el dolor de las víctimas, que diga «no más», que asuma la justicia de la transición.
Una sociedad que, sin pasar la página del olvido, tenga el coraje de construir en las
diferencias, incorporando a los que se han odiado, para posibilitar un diálogo en el
respeto que hace la verdadera democracia.
La paz que hicieron los ejércitos en La Habana dejó, sin embargo, la fractura que
continúa en la sociedad. La controversia política normal quedó en Colombia empa-
pada en dolores, odios y desconfianzas. Nos acostumbramos a vivir en «modo guerra»
aunque la inmensa mayoría de nosotros no tengamos fusiles. Por eso hemos recibido
un mensaje que no tuvieron las otras comisiones del mundo. Mensaje pedido por los
firmantes del acuerdo del Teatro Colón, los garantes del Acuerdo, Naciones Unidas,
la comunidad internacional, la Corte Constitucional, la Iglesia católica y las demás
iglesias cristianas y los sabedores y mamos indígenas y mayores afros y, sobre todo, las
víctimas agobiadas por la desesperanza: «Que la verdad cruda que ustedes entregan
nos lleve a la reconciliación». Esta es la petición, formulada de muy diversas maneras,
pero siempre la misma.
Reconciliación significa aceptar la verdad como condición para la construcción
colectiva y superar el negacionismo y la impunidad. Significa tomar la determinación
de nunca más matarnos y sacar las armas de la política. Significa aceptar que somos
muchos —en diverso grado, por acción o por omisión— los responsables de la tra-
gedia. Significa respetar al otro, a la otra, por encima de las herencias culturales y las

50 convocatoria a la paz grande


rabias acumuladas. Significa tener en cuenta la herida del otro y sus preocupaciones
e intereses. Significa construir de tal manera que el Estado, la justicia, la política, la
economía y la seguridad estén al servicio de la dignidad humana igual y sagrada de
los colombianos y colombianas. Significa que esto lo vamos a construir juntos o no
habrá futuro para nadie, y para ir juntos tenemos que cambiar: que el actual Estado se
transforme en un Estado para la gente, que los políticos paren la corrupción, que los
empresarios no excluyan de la participación en la producción a una multitud que
reclama el derecho a ser parte, que los que acaparan la tierra la entreguen; que cam-
bien todos los que colaboran con el narcotráfico, con la guerra, con la exclusión, con
la destrucción de la naturaleza. Que no haya más impunidad. Que los que siguen en
la guerra entiendan que no hay derecho para seguir haciéndola porque no permite la
democracia ni la justicia y solo trae sufrimientos. Que tenemos que construir desde
las diferencias con esperanza y confianza colectiva para que seamos posibles hoy y
en las generaciones de mañana.

los hallazgos y mensajes 51

También podría gustarte