Rebeliones Indígenas Del Siglo XVIII

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Rebeliones Indígenas del

Siglo XVIII
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Las principales causas de las rebeliones indígenas durante el siglo XVII


fueron el abuso de los corregidores y el malestar ocasionado por las
reformas borbónicas. El virreinato soportó más de cien revueltas de
diferente importancia, sustentadas en el mesianismo popular que esperaba
el retorno del Inca. Las de mayor impacto entre la población fueron la de Juan
Santos Atahualpa y la de José Gabriel Condorcanqui (Túpac Amaru II).

Juan Santos Atahualpa

Sublevó a los indios del Gran pajonal


contra las misiones franciscanas de la zona en 1742. Enfatizando su
estatus de Apu Inca y declarándose descendiente de Atahualpa, reclutó
adeptos de distintas etnias serranas y selváticas (shipibos, conibos,
amueshas, campas). Los indios de la selva soportaron devastadores
epidemias entre 1709 y 1737, que llegaron con los misioneros y generaron
un consecuente rechazo hacia ellos.
Esto, sumado a un sistema laboral que los nativos no comprendían ni
asimilaban -representado en los obrajes y haciendas-, determinó la acogida
del discurso insurgente con lo cual se unieron a las rebeliones indígenas.
Para Juan Santos, el mundo se dividía en tres reinos soberanos:
España, para los españoles; África, para los africanos; y América, para
los indios, mestizos y criollos. De ello se deduce que buscaba la expulsión
de los españoles y de los africanos de los Andes. Sin embargo, entre las
huestes de indios y mestizos, hubo también negros y zambos. La selva
central se convirtió para todos ellos en una zona de refugio.
Durante diez años, las tropas rebeldes realizaron súbitas incursiones
combatiendo al ejército peninsular. Finalmente, en 1752, este abandona la
ceja de selva y se concentra en evitar que el movimiento se expanda. Las
misiones franciscanas quedaron abandonadas, lo que detuvo la
evangelización. Los religiosos no reingresaron sino hasta 1868, cuando se
fundó la ciudad de La Merced, en Chanchamayo.

Rebelión de Túpac Amaru II

La rebelión de Túpac Amaru II o Gran


Rebelión movilizó una considerable cantidad de indios e incluyó también
grupos de criollos, mestizos y negros. Además, contó con el apoyo de muchos
curacas, entre los que destacan los hermanos Catari.
Su base social creció junto con el descontento generado por las reformas
borbónicas: no solo habían subido los impuestos, sino que se perjudicó el
comercio con Potosí al crearse el virreinato de Río de la Plata (1776).
Túpac Amaru II, curaca prestigioso y acomodado, se pronunció contra
las reformas fiscales dictadas por Areche y elevó su reclamo ante las
autoridades de Tinta, Cusco y Lima, sin ningún resultado. Como él, otros
curacas, mestizos y criollos estaban descontentos. Así, una rebelión en
Chayanta (Bolivia), que precedió a la de Túpac Amaru II, dirigida por Tomás
Catari y sus hermanos Dámaso y Nicolás, levantó sus quejas contra los
abusos del corregidor y el cambio arbitrario de los jefes étnicos o curacas.
Esto fue aprovechado por el insurgente peruano que ofreció a los criollos la
abolición de aduanas y alcabalas; a los mestizos, la eliminación del reparto;
y a los indios, el cese de los tributos y la mita minera de Potosí.
El 4 de noviembre de 1780, José Gabriel Condorcanqui capturó al
corregidor Antonio de Aliaga y lo mandó ejecutar seis días después. Al
principio, Túpac Amaru II se sublevó contra el mal gobierno de los
corregidores, pero más adelante redicalizó su postura. El 18 de noviembre de
1780 derrotó al ejército español en la batalla de Sangarará, dando muerte a
numerosos criollos y peninsulares. Esto lo distanció de la población blanca y
del clero, pero marcó la masiva adhesión de los indígenas a su causa.
Finalmente, las tropas enviadas por el virrey Jáuregui derrotaron y capturaron
a Túpac Amaru en el cuzco, donde se lo sometió a un juicio sumario. Su
ejecución pública se produjo en la plaza central de la ciudad el 18 de
mayo de 1781. Con él murieron sus esposa, Micaela Bastidas; y su hijo
mayor,Hipólito. Sin embargo, la rebelión continuó hasta noviembre,liderada
por Diego Cristóbal Túpac Amaru.

Fase Aimara: Túpac Catari


La fase aimara contó con el liderazgo de Diego
Cristóbal, Miguel Bastidas y Andrés Mendigure. A ellos se sumó, en 1781, el
dirigente aimara Julián Apaza, conocido como Túpac Catari.
A diferencia de Túpac Amaru, el rebelde aimara no tenía rango curaca. Esto
explica que la segunda fase de las rebeliones indígenas se distinga,
precisamente, por la ausencia de curacas de linaje en el movimiento.
Asimismo, el enfrentamiento entre indios y blancos desembocó en un rechazo
al clero. Varios curas fueron ahorcados, entre ellos el padre Barriga, un
religioso franciscano sacrificado por los indios el mismísimo jueves santo.
Desde marzo de 1781 los rebeldes al mando de Túpac Catari
mantuvieron cercada la ciudad de la Paz durante 109 días. La escasez de
alimentos que originaron y las pestes que le sucedieron agotaron a la
confundida élite paceña, que no concebía estar en manos de los indigenas.
Finalmente, parte de los rebeldes se acogió al perdón hacia octubre de 1781.
Julián Apaza fue capturado y condenado a la pena de muerte.

Resultados de las rebeliones indígenas


Las autoridades coloniales respondieron a las rebeliones indígenas con
una serie de medidas: se prohibió hablar en quechua; no se usarían motivos
de ornamentación inca en vestidos o adornos; quedó prohibida toda
manifestación antística o literaria que hiciera referencia al pasado incaico,
incluso la lectura de los Comentarios Reales de Garcilaso de la Vega;
fueron abolidos todos los títulos de nobleza indígena, incluido el de curaca;
crearon la Audiencia del Cuzco (1787); y se formó un poderoso ejército de
más de 50 mil hombres en el virreinato, para resguardar el orden colonial.

Se conoce como Cortes de Cádiz a la Asamblea constituyente inaugurada en San


Fernando el 24 de septiembre de 1810 y posteriormente trasladada a Cádiz en 1811
durante la Guerra de la Independencia Española.

Reformas borbónicas en Nueva España


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acreditada.
Este aviso fue puesto el 27 de octubre de 2018.
Felipe V de España, primer promotor de las reformas borbónicas en Nueva España.

Las Reformas borbónicas en la Nueva España fueron una serie de cambios administrativos
aplicados por los miembros de la monarquía absoluta borbónica, españoles de la casa de
Borbón a partir del siglo XVIII en el Virreinato de Nueva España. Estas buscaban remodelar
tanto la situación interna de la Península como sus relaciones con las provincias ultramarinas.
Ambos propósitos respondían a una nueva concepción del Estado, que consideraba como
principal tarea volver a abrogarse todos los atributos del poder que había delegado en grupos,
corporaciones y asumir directamente la dirección del poder español que mostraba signos de
decadencia.Las constantes guerras con Inglaterra, la corrupción y la evasión de impuestos
habían contribuido al deterioro de las finanzas, mientras que las pestes y las epidemias habían
producido una crisis demográfica. Ante esta situación, los monarcas fortalecieron la economía
española mediante el máximo aprovechamiento de los recursos provenientes de las colonias y
unificaron así su administración a través de la designación de ministros más eficientes. El
virreinato de la Nueva España (hoy México) y el de Perú constituían las colonias más
prósperas y ricas que España disponía. México producía en Zacatecas y Guanajuato el 67 por
100 de toda la plata de América. Alrededor de 1810, contaba con una población de unos seis
millones de habitantes, repartidos en un 18 por 100 de blancos (setenta criollos por cada
peninsular), un 60 por 100 de aborígenes (la mayoría del país) y un 22 por 100 de castas
(pardos y mestizos). La riqueza se encontraba mal distribuida; como observó Alexander von
Humboldt, México es el país de la desigualdad. España, envuelta en guerras, una veces con
Inglaterra por compromisos diplomáticos y otras con Francia, exigió mayores y más directas
exacciones fiscales a las colonias, al tiempo que debilitaba su control militar y administrativo
sobre ellas. Al acudir al dinero mexicano, chocó con los intereses de la Iglesia, principal
capitalista del país. ¿cual fue el decreto que muestra el poder absoluto el rey a sus colonias?
Sublevación de Miguel Hidalgo En el Bajío, región próspera y fértil de Guanajuato, la ebullición
social se desbordó y encontró a su líder en el sacerdote Miguel Hidalgo y Costilla. La
conspiración de Querétaro lo atrajo a su causa y aprovechó su enorme ascendiente sobre los
indios. Desbaratado por los realistas, este levantamiento había sido inspirado por criollos
ilustrados y radicales como Ignacio Allende, Juan Aldama y Miguel Domínguez. Hidalgo apeló
al apoyo popular y el 16 de septiembre de 1810, en la misa, profirió el famoso Grito de
Dolores. El movimiento se propagó por todo el Bajío y llegó a contar con un ejército de
cincuenta mil hombres, en su mayoría indios y mestizos mal armados e indisciplinados. El
cura Hidalgo, con la imagen de la virgen de Guadalupe como estandarte, asaltó y tomó la
ciudad de Guanajuato, donde decidió aprisionar a los españoles, confiscar sus bienes y abolir
el tributo indígena. Los criollos y peninsulares adinerados se enfrentaron a Hidalgo en la
Alhóndiga de Granaditas (Guanajuato), donde habían concentrado sus fuerzas. La victoria
supuso una matanza de blancos, ya que latía en la guerra el odio racial. Hostigado por
militares españoles y criollos, Hidalgo es derrotado el 17 de enero de 1811 en el Puente de
Calderón, huye con su lugarteniente Allende hacia el norte, pero cae en una emboscada en
Chihuahua, y es más tarde ajusticiado.
José María Morelos, se une a Hidalgo y levanta un ejército popular, pero disciplinado, móvil y
aguerrido. En 1812 cae Oaxaca en sus manos, lo que provoca la alarma de los realistas.
Morelos, el más intuitivo de los nacionalistas de su país, promulgó un decreto constitucional
por el que todos se convertían en americanos y se abolían las castas, el tributo indio y la
esclavitud. Partidario de un socialismo utópico y agrario, fue juzgado por herejía y ajusticiado
en 1815. Dos compañeros de Morelos continuaron la lucha después de su muerte: Vicente
Guerrero y Guadalupe Victoria. La represión fue llevada a cabo por el ejercito colonial criollo y
la Iglesia oficial, que constituían, entre 1815 y 1821, las fuerzas más conservadoras del país.
Sólo una política muy hábil hubiera podido retener a los criollos para la Corona y España, pero
los liberales peninsulares precipitaron la caída del colonialismo americano. Constitución de
1812 Fernando VII había dispuesto la formación de una enorme expedición punitiva que
partiría hacia América, compuesta por 20.000 veteranos. Uno de sus jefes, el teniente coronel
Rafael de Riego, se sublevó el 1 de enero de 1820 en Cabezas de San Juan, proclamó la
Constitución de 1812 y obligó a Fernando VII a aceptarla el 8 de marzo. Durante el trienio
liberal (1820-1823), tras el pronunciamiento de Riego, se proclama en México la Constitución
de Cádiz y se eligen diputados a Cortes mediante sufragio censitario, como en la Península. El
momento se aprovechó para cercenar las tierras de la Iglesia, atacar las órdenes monásticas y
abolir el fuero eclesiástico. La oligarquía criolla, aristocrática y terrateniente, vio peligrar su
posición social, ya que España no podía garantizar el dominio de las masas indígenas.

Índice

 1Constitución de Cadiz de 1812


 2Reformas políticas pardo
 3Reforma del clero y expulsión de los jesuitas
 4Efectos socioeconómicos de las reformas borbónicas
o 4.1La "libertad de comercio"
o 4.2La minería
o 4.3La Real Cédula de 1804
 5Bibliografía

Constitución de Cadiz de 1812[editar]


Los criollos promovieron un movimiento para defender su herencia colonial y encontraron un
líder en Agustín de Iturbide, hijo de un comerciante vasco de Valladolid (Morelia), que había
servido como voluntario en el ejército realista contra los insurgentes, a los que combatió de
1810 a 1816. Entró a formar parte de la conspiración de la Profesa, cuya finalidad consistía en
impedir el restablecimiento de la Constitución española de Cádiz. En 1820 aceptó el mando
como comandante en jefe para luchar contra Guerrero, al que procuró atraerse a su causa.
Para ello pactó con él y el 24 de febrero de 1821 dio a conocer el Plan de Iguala o de las Tres
Garantías, documento independentista conservador que recibió el apoyo de la Iglesia, el
ejército y la oligarquía. El Plan propugnaba la implantación de una monarquía constitucional, el
mantenimiento de la religión católica y el igualitarismo racial.

Rebelión de Tacna de 1813


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La Rebelión de Tacna de 1813, conocida también como la Segunda revuelta de Tacna, fue
una insurrección independentista que estalló el 3 de octubre de 1813 en Tacna, ciudad situada
al sur del entonces Virreinato del Perú. Fue acaudillada por los hermanos Enrique y Juan
Francisco Paillardelli, el alcalde Manuel Calderón de la Barca, entre otros patriotas, y contó
con el apoyo del cusqueño Julián Peñaranda. Esta rebelión, al igual que su antecedente,
la insurrección de Tacna de 1811, se puso en relación con los revolucionarios argentinos, que
en 1813 invadieron por segunda vez el Alto Perú, esta vez bajo el mando del general Manuel
Belgrano. Tras la toma de Tacna, los patriotas marcharon a Moquegua con dirección a
Arequipa, pero fueron derrotados por los realistas en Camiara (31 de octubre de 1813). La
noticia de la derrota de los argentinos en Vilcapuquio acabó con las esperanzas de recibir
apoyo exterior y los patriotas tacneños se dispersaron. Los hermanos Paillardelli pasaron al
Alto Perú, donde se reunieron con los restos de la expedición de Belgrano.
Índice

 1Contexto continental
 2La efervescencia revolucionaria de Tacna
 3La rebelión de Tacna (octubre de 1813)
 4Bibliografía
 5Véase también
 6Enlaces externos

Contexto continental[editar]
La Junta formada por los patriotas bonaerenses en 1810 consideró necesario extender su
movimiento hacia todos los lugares del Virreinato del Río de la Plata. Así, envió expediciones
al Paraguay, Uruguay y al Alto Perú, lugar este último de vital importancia por cuanto se
encontraba en la ruta al Perú, centro del poderío español.
La primera expedición argentina al Alto Perú estuvo al mando del general Antonio González
Balcarce, quien, luego de obtener la victoria de Suipacha (7 de noviembre de 1810), ocupó La
Paz y avanzó rumbo al Desaguadero, pero fue derrotado por el general arequipeño al servicio
español, José Manuel de Goyeneche, en la batalla de Guaqui (20 de junio de 1811). Esta
primera expedición argentina alentó el estallido de la primera rebelión de Tacna, la que
encabezó Francisco de Zela en 1811.
La segunda expedición argentina al Alto Perú fue comandada por el general Manuel Belgrano.
Este se puso en marcha hacia Tucumán, donde derrotó a las fuerzas realistas que bajo el
mando del general Pío Tristán habían penetrado por esa zona (24 de septiembre de 1812).
Más tarde, obtuvo otra victoria en la batalla de Salta, el 20 de febrero de 1813, tras la cual el
ejército argentino volvió a emprender otra ofensiva y ocupó nuevamente el Alto Perú
El virrey del Perú José Fernando de Abascal sustituyó a Goyeneche por el general Joaquín de
la Pezuela, recién venido de la península. Pezuela marchó hacia el Alto Perú, reorganizó
el Ejército Real del Perú y derrotó a Belgrano en la batalla de Vilcapugio el 1 de
octubre de 1813 y seguidamente en la batalla de Ayohuma, el 14 de noviembre del mismo
año, obligando a los patriotas argentinos a retirarse del Alto Perú. Esta segunda expedición
argentina fue la que mantuvo relación con la segunda rebelión de Tacna de 1813, encabezada
por los hermanos Paillardelli y por Julián Peñaranda.

La efervescencia revolucionaria de Tacna[editar]


En 1813, cuando hacía poco tiempo había sido debelada la rebelión de Zela, el fuego
revolucionario se mantenía vivo entre los tacneños. La mayoría de la población estaba
decidida por la independencia y los papeles revolucionarios circulaban a raudales por toda la
ciudad. Una idea de este espíritu revolucionario es lo dicho por el subdelegado realista de
Tacna Antonio Rivero y Araníbar en un parte que remitió al intendente de Arequipa, a la letra:
Sé con toda evidencia a quién y por quiénes son remitidos los papeles subversivos con que está
inundada la plaza, y esto lo sabe el mismo Virrey del Reino, pues es tan grande el número de
comprometidos en este negocio, que para corregir medianamente el mal sería preciso meter en la cárcel
a medio Tacna.

La rebelión de Tacna (octubre de 1813)[editar]


Bandera usada por Belgrano. Los colores borbónicos —celeste y blanco— fueron empleados en 1813
en el Alto Perú y las rebeliones de Tacna 1813 y Cuzco 1814.1

Entre los planes del general argentino Manuel Belgrano estaba fomentar el descontento y la
sublevación de los pueblos del Alto y del Bajo Perú. Con ese propósito envió emisarios a
varios lugares de esa región. Uno de esos emisarios fue Juan Francisco Paillardelli, cuyo
hermano Enrique Paillardelli conspiraba entonces en Tacna, mientras que el cusqueño Julián
Peñaranda lo hacía en Tarapacá.
Enrique Paillardelli viajó a Puno, donde se encontró con su hermano Juan Francisco, quien le
puso al corriente de las instrucciones de Belgrano. El plan consistía en concertar el alzamiento
de todo el sur del Perú. Debían estallar conjuntamente movimientos en Arequipa, Moquegua,
Tacna y Tarapacá. Llegado el momento de actuar, sólo se produjo el estallido en Tacna el
día 3 de octubre de 1813. Los patriotas se apoderaron de los cuarteles tacneños y apresaron
al gobernador realista de la provincia. Al día siguiente Juan Francisco Paillardelli partió hacia
el campamento de Belgrano, con la buena nueva del éxito logrado en Tacna. La jefatura de la
rebelión tacneña la asumió Enrique Paillardelli, secundada por Manuel Calderón de la Barca,
alcalde de primer voto del Cabildo Constitucional. Contaban también con el apoyo de Julián
Peñaranda, quien se apoderó de 200 caballos destinados para los realistas del Alto Perú, los
cuales puso a disposición de los patriotas.
A fines de octubre, Paillardelli se puso al frente de 400 revolucionarios armados, y
enarbolando la bandera argentina, emprendió la ofensiva hacia Moquegua, ciudad situada al
norte de Tacna. Las autoridades virreinales, enteradas de la insurrección tacneña, prepararon
la ofensiva. El intendente de Arequipa, José Gabriel Moscoso, envió al coronel José García de
Santiago con un buen contingente de tropas realistas, las cuales arribaron a Moquegua antes
que los patriotas y se reforzaron con milicias locales. Estando ya listos para continuar la
marcha hacia Tacna, les salieron al encuentro las tropas patriotas de Paillardelli. La lucha se
trabó en Camiara, al norte de Tacna, el 31 de octubre de 1813. Los patriotas atacaron
desordenadamente, mientras que los realistas mostraron más disciplina y cohesión. La acción
duró solo 30 minutos, culminando con la derrota y retirada de los patriotas, que regresaron a
Tacna. Los realistas capturaron 18 prisioneros.
En Tacna ya se sabía la derrota de Belgrano en Vilcapuquio, y perdida entonces toda
posibilidad de recibir ayuda, los patriotas decidieron dispersarse. Enrique Paillardelli y unos
cuantos seguidores huyeron hacia el Alto Perú, el 3 de noviembre de 1813, mientras que
Tacna fue retomada por los realistas.
Así terminó la segunda rebelión de Tacna. Este fue el único pueblo de la costa peruana que se
pronunció dos veces consecutivas por la Independencia, antes de la llegada de la Expedición
Libertadora del general José de San Martín.
Se conoce como Cortes de Cádiz a la Asamblea constituyente inaugurada en San
Fernando el 24 de septiembre de 1810 y posteriormente trasladada a Cádiz en 1811 durante
la Guerra de la Independencia Española.
Índice

 1Historia
o 1.1Formación
o 1.2La Constitución de 1812
o 1.3El desmantelamiento del Antiguo Régimen
o 1.4Disolución de las Cortes de Cádiz
 2Presidentes de las Cortes de Cádiz
 3Diputados de las Cortes de Cádiz
 4Véase también
 5Notas
 6Bibliografía adicional
 7Enlaces externos

Historia[editar]

Diputados de las Cortes de Cádiz por territorios


Monumento a las Cortes de Cádiz, en Cádiz, España.

Formación[editar]
Artículo principal: Anexo:Diputados de España y América durante las Cortes de Cádiz (1810 -
1814)
A comienzos de la Guerra de la Independencia (1808-1814) las revueltas populares se
acompañan de la creación de Juntas provinciales y locales de defensa (asumiendo la
soberanía nacional, con la formación de sus propios órganos de gobierno), pues a pesar de
que legislativamente el traspaso de la corona era irreprochable, los españoles no reconocían
la figura de José I Bonaparte como su rey. Estas juntas tienen como objetivo defenderse de la
invasión francesa y llenar el vacío de poder. Estaban compuestas por militares, representantes
del alto clero, funcionarios y profesores, todos ellos conservadores, por lo que a pesar de que
el origen del movimiento fuera revolucionario, la finalidad no mantendría la misma naturaleza.
En septiembre ceden su poder a la Junta Central Suprema Gubernativa del Reino la cual se
va a encargar del gobierno del país; de dirigir la defensa frente a los franceses (como la firma
del acuerdo de alianza con Inglaterra); y convocar una reunión extraordinaria a cortes, lo cual
supone otro hecho revolucionario, ya que el derecho a convocar cortes es exclusivo de la
corona.
El 19 de noviembre de 1809 las tropas imperiales derrotaron al ejército de la Junta
Central en Ocaña, y los franceses tuvieron el paso franco hacia Andalucía. La Junta se retiró
a Cádiz y el 29 de enero de 1810, desacreditada por las derrotas militares y dividida por la
forma en la que habían de llevar a cabo determinadas cuestiones de gobierno, se disolvió y
dio paso a un consejo de regencia, sostenida sobre 5 personas, y ejercida en nombre
de Fernando VII. Este consejo de regencia no tenía interés alguno en que se celebrasen las
cortes, pero debido a la fuerte reacción frente a su actitud, se vieron forzados a mantener la
convocatoria a las Cortes, tras un intenso debate se decidió que fueran unicamerales, y
electas por sufragio censitario (sólo podían votar quienes tuvieran un determinado nivel de
renta) e indirecto. Se reunieron por primera vez en Cádiz, en la Isla de León, el 24 de
septiembre de 1810.1 Su primer reglamento contiene una de las primeras evidencias de
horarios regulados estacionalmente, una práctica que un siglo más tarde derivó en el cambio
de hora.23

Real Teatro de las Cortes. En su interior se reunieron, entre el 24 de septiembre de 1810 y el 20 de


febrero de 1811, los diputados que redactaron la Constitución española de 1812.

Oratorio de San Felipe Neri (Cádiz) las lápidas conmemoran el centenario de las Cortes de Cádiz que
reunierón a partir del 20 de febrero de 1811 a los diputados y culmirarón aquí la Constitución de 1812.

La guerra impidió que se celebrara la elección en muchos distritos y un elevado número de


diputados fue elegido por ciudadanos de las correspondientes provincias residentes en la
ciudad.4 Poco más de trescientos diputados participaron en aquellas Cortes: abundaban las
profesionales liberales y los funcionarios, civiles y militares, y un tercio eran eclesiásticos. Tal
cantidad de hombres de la Iglesia no debe hacer pensar en un bloque homogéneo: a
principios del Siglo XIX la carrera eclesiástica era una vía atractiva para la promoción social, o
para acceder a la mejor formación cultural, y por ello convivían en el Clero personas con
distintas visiones del mundo y la política, que se distribuyeron entre las diversas tendencias
representadas en la cámara legislativa.[cita requerida]
En estos primeros pasos del parlamentarismo aún no existían los partidos políticos, pero la
mayoría de los diputados convocados en Cádiz se encuadraban en tres corrientes.
Los absolutistas también llamados por los liberales los "serviles" por su sumisión a la corona,
querían que la soberanía radicara exclusivamente en el Monarca, cuyo poder no debía tener
ninguna restricción, y consideraban que las Cortes habrían de limitarse a recopilar y
sistematizar las leyes. Los moderados o también llamados jovellanistas, cuyo nombre proviene
del político y pensador ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos, abogaban por una soberanía
compartida entre el Rey y las Cortes, y ello les convierte en los precursores del liberalismo
moderado y conservador que se desarrolló en el Siglo XIX. Pensaban que las Cortes debían
ser bicamerales, aceptaban la división de poderes y asumían buena parte del programa
reformista de la Ilustración. El tercer grupo era el de los liberales. No eran mayoría, pero
formaban un equipo cohesionado, con notable formación intelectual y capacidad de iniciativa.
Entre sus filas figuraban el sacerdote Diego Muñoz-Torrero cuyo discurso inaugural supuso ya
la aprobación del primer decreto en el que se fundamentaría la revolución política de Cádiz: la
soberanía nacional, el abogado Agustín de Argüelles, el historiador Conde de Toreno, el
escritor y político Antonio Alcalá Galiano o el poeta Manuel José Quintana. Más activos,
militantes y elocuentes que el resto de los grupos, consideraban que la soberanía debía recaer
exclusivamente en la nación, representada en las Cortes, y lograron imponer sus tesis aunque
con importantes concesiones a los otros grupos.[cita requerida]
El 24 de septiembre de 1810, en su primer decreto, las Cortes proclamaron que eran
depositarias del poder de la Nación y que, por tanto, se erigían como poder constituyente,
principio plasmado también en el artículo tercero de la Constitución de 1812: "La soberanía
reside esencialmente en la Nación, y por lo mismo pertenece a esta exclusivamente el
derecho de establecer sus leyes fundamentales". Dicha proclama entrañaba la creación de un
orden jurídico y político nuevo, revolucionario, pues subvertía los fundamentos del
pensamiento político tradicional, que atribuía la plena soberanía al Rey. También establecía
un nuevo orden económico y social, pues la certeza de que todos los ciudadanos que
integraban la Nación eran iguales en derechos y estaban sujetos a la misma ley obligaba a
liquidar los privilegios estamentales que conformaban la sociedad del Antiguo Régimen. Sin
embargo, para que los liberales impusieran su tesis, debieron buscar cierto pactismo, como es
la propensión de los serviles a otorgar ciertas concesiones si al mismo tiempo recibían otras
respecto a la conservación de alguno de sus privilegios eclesiásticos (como incluir algunos
derechos individuales a cambio de sacrificar la libertad religiosa, por lo que España sería
un estado confesional).
La teoría política de los liberales se inspiraba en distintas fuentes: Montesquieu y la escuela
de derecho natural del Siglo XVIII,el pensamiento ilustrado, las obras de Jeremy Bentham...
Por encima de todo, era evidente la influencia de la Revolución Francesa: tanto de
la Declaración de los Derechos de 1789, como de la Constitución de 1791. Sin embargo, en
plena guerra contra Francia, la revolución que impulsaban los liberales no podía asumir como
propia la inspiración gala. De hecho, los liberales se hallaban entre dos frentes, cercados en lo
militar por las tropas imperiales y en lo ideológico por los defensores del absolutismo, que
recelaban de la herencia ilustrada. De ahí que legitimaran su discurso y su programa político
en la tradición: no había nada en la obra de las Cortes de Cádiz, argumentaban, que no se
asentara sobre la historia patria. Al no poder invocar los principios de la Ilustración ni de la
Revolución Francesa, se remontaron al pasado,a una Castilla medieval en la cual los reyes,
supuestamente, habrían visto limitado su poder absoluto por las Cortes. Construyeron una
imagen idealizada de la historia castellana cuya máxima representación recaía en
los Comuneros, mártires contra el poder absoluto de Carlos I; la imagen de una Castilla cuya
decadencia comenzó al perder la libertad bajo la dinastía de los Habsburgo.[cita requerida]"
(Tomado de Miguel Martorell y Santos Juliá, Manual de Historia política y social de España
(1808-2011), Barcelona, RBA-UNED pp. 29-30) El 25 de septiembre de 1808 se construía en
Aranjuez la Junta Suprema Central.

La Constitución de 1812[editar]
Artículo principal: Constitución española de 1812

Las Cortes aprobaron la nueva Constitución de 1812 el 19 de marzo de 1812. Constaba de


384 artículos organizados en diez títulos. El principio de que la soberanía reside en la Nación,
compuesta por ciudadanos libres e iguales, vertebra todo el texto. Así, el artículo 4º sostiene
que la Nación "está obligada a conservar y proteger por leyes sabias y justas la libertad civil, la
propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen". No
contiene una declaración explícita de derechos, pero los principios de derechos y libertades
figuran en el articulado y su reconocimiento también entrañó cambios revolucionarios, pues
construía un mundo radicalmente nuevo. Hábitos y actitudes que hoy parecen cotidianos eran
imposibles antes de ser reconocidos por primera vez en Cádiz. Por ejemplo, la libertad de
imprenta, instaurada por el decreto del 10 de noviembre de 1810, que garantizaba a toda
persona la "libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de
licencia, revisión y aprobación alguna anteriores a la publicación". Un derecho que las Cortes
estaban obligadas a proteger, según el artículo 131 de la Constitución, que rompía con
la censura previa de todos los textos ejercida por el Gobierno y por la Iglesia, y cuyo ejercicio
propició el florecimiento de la prensa y el nacimiento de la opinión pública.
Art. 131: Las facultades de las Cortes son: [...] 24ª Proteger la libertad política de la imprenta. 5

La Constitución también proclamó la igualdad jurídica de todos los españoles, la inviolabilidad


de su domicilio, las garantías penales y procesales y abolió la tortura. Promulgó el derecho a
la educación, un bien público por el que debía velar el Estado, y por eso estableció la creación
de escuelas primarias en todos los municipios, así como un Plan General de Enseñanza (una
ley general de educación) común a todo el país. Otra innovación radical fue la igualdad de los
ciudadanos ante el impuesto. En la sociedad del Antiguo Régimen, el pago o la exención de
los tributos dependía de la adscripción a uno u otro estamento. Asimismo, estableció en su
artículo 339 que las contribuciones "se repartirán entre todos los españoles con proporción a
sus facultades, sin excepción ni privilegio alguno". También reconoció la plena igualdad entre
los ciudadanos de la Península y los ciudadanos de los territorios de ultramar. Esta también
fue en tocante a la libertad religiosa. Al fin y al cabo, un tercio de los diputados eran
eclesiásticos y por ello sostuvo que la religión de la Nación española era la "católica,
apostólica y romana, única verdadera", protegida por ley, y prohibió el ejercicio de cualquier
otra. Esto no impidió que las Cortes racionalizaran las relaciones entre Iglesia y Estado: La
Iglesia perdió algunos privilegios, como la censura previa de las publicaciones, un decreto del
22 de febrero de 1813 abolió la Inquisición y varias órdenes monásticas fueron incluidas en los
decretos desamortizadores.[cita requerida]
La promulgación de la Constitución de 1812, obra de Salvador Viniegra (Museo de las Cortes de Cádiz).

Art. 339: Las contribuciones se repartián entre todos los Españoles con proporción a sus facultades, sin
concepción ni privilegio alguno.5

Si todos los ciudadanos que integraban la Nación eran libres, todos debían participar en las
decisiones que afectaran a su futuro. Por eso, la Constitución estableció el sufragio
universal relativo, limitado a los varones mayores de 25 años. Era, además, un modelo
complejo de sufragio indirecto, estructurado en tres niveles: la parroquia, el municipio y la
provincia. Los ciudadanos votaban a los compromisarios de la parroquia, estos elegían
compromisarios municipales y los municipales a los provinciales, que designaban a los
diputados a Cortes. Un modelo similar se aplicó a la elección de ayuntamientos y diputaciones
provinciales.
Art. 45: Para ser nombrado elector parroquial se requiere ser ciudadano, mayor de veinte y cinco años,
vecino y residente en la Parroquia.5

Inspirándose en la filosofía política del Siglo XVIII, la Constitución estableció la división de


poderes: el ejecutivo recaía en manos del Rey y sus Secretarios de Despacho, o Ministros, el
legislativo lo ejercían las Cortes unicamerales y el judicial era potestad de los tribunales de
justicia independientes, comunes a toda la Nación. Como consecuencia del principio
de soberanía nacional, la legitimidad del Monarca no provenía del origen divino, sino de la
Nación reunida en las Cortes y de las leyes que estas promovieran. Más allá de esta premisa,
el texto constitucional reflejaba el recelo liberal hacia la tentación absolutista de los monarcas,
en general, y la desconfianza en Fernando VII, en particular. El Rey sólo conservaba aquellas
funciones que las Cortes no podían ejercer por sí mismas. Era la cabeza oficial del poder
ejecutivo, pero el principio de responsabilidad ministerial sentaba las bases para que delegara
la toma de decisiones: la responsabilidad de los actos regios recaía sobre el Gobierno, pues
los ministros debían refrendar con su firma toda decisión del Monarca.[cita requerida]
También el artículo 172 limitaba la autoridad real: el Rey no podía impedir la reunión de las
Cortes, ni suspenderlas, ni disolverlas, "ni embarazar sus sesiones y deliberaciones"; no podía
abandonar el reino, ni abdicar, ni firmar tratados internacionales sin permiso parlamentario; no
podía conceder ningún privilegio, ni "privar a ningún individuo de su libertad, ni imponerle por
sí pena alguna". Apenas podía vetar las decisiones de las Cortes, ni modificar la Constitución,
y su gobierno debía rendir cuentas ante el pleno o ante la diputación permanente si las Cortes
no estaban reunidas. Aunque era el jefe nominal de las fuerzas armadas, la organización de
éstas correspondía a las Cortes. La Constitución instituyó un ejército permanente, defensor de
las fronteras exteriores, y una Milicia Nacional, ciudadana; una fuerza armada cuya principal
misión era, según la definió el liberal Agustín de Argüelles, "la protección de la libertad en el
caso de que se conspire abiertamente contra la Constitución".[cita requerida]

El desmantelamiento del Antiguo Régimen[editar]


"Además de la Constitución, las Cortes de Cádiz promulgaron entre 1810 y 1813 varios
decretos que desmantelaban las estructuras económicas y sociales del Antiguo Régimen. Un
decreto del 6 de agosto de 1811 abolió el régimen señorial, célula básica de la organización
local; medida de trascendental importancia que debía preceder a la aprobación de la
Constitución. En el Antiguo Régimen, aproximadamente la mitad de la población española
vivía bajo el régimen señorial. Los señores feudales tenían plena potestad para administrar
justicia y nombrar autoridades en los señoríos sometidos a su jurisdicción. Así, cada señorío
se regía por sus propias leyes, tenía sus propios órganos de justicia y sus propios sistemas
tributarios, pues los señores percibían de sus vasallos rentas derivadas del ejercicio de su
jurisdicción: tasas judiciales, monopolios locales, derechos de peaje, tasas por la caza, la
pesca, el uso de pastos o de molinos... Los vasallos también debían realizar prestaciones
personales, como trabajar algunos días en las tierras, molinos o fábricas del señor.[cita requerida]
Las Cortes se caracterizaron por la poca representación que se concedió a las provincias
americanas, pobladas por 13 millones de personas pero representadas por apenas 30
diputados, frente a las peninsulares, con 10 millones de personas pero 77 diputados. Esta fue
una de las causas principales de la poca capacidad de las Cortes para satisfacer las
demandas de los criollos.6
El decreto del 6 de agosto abolió los señoríos jurisdiccionales, es decir, la potestad de los
señores para ejercer justicia y realizar nombramientos administrativos: en adelante, tal y como
reguló la Constitución, administrarían la justicia tribunales independientes, comunes para toda
la Nación. Los señores dejaron también de designar a las autoridades locales, pues la
Constitución estableció que debían ser electas por sufragio universal, y de percibir
prestaciones personales y rentas derivadas del ejercicio de la jurisdicción. A cambio, y para
asegurar el respaldo de la Nobleza al régimen liberal, vieron reconocidos su derecho a poseer
los señoríos territoriales o solariegos, es decir, aquellos sobre los cuales pudieran documentar
su propiedad. Reconocimiento que generó un problema, pues muchos señores reivindicaron la
posesión de señoríos cuyos supuestos derechos sobre ellos se remontaban a siglos atrás y
cuyos títulos de propiedad no se conservaban, o de aquellos señoríos sobre los que
tradicionalmente habían ejercido algún tipo de jurisdicción. Y ello provocó litigios con los
campesinos, que también reclamaban la propiedad de estas tierras. Hasta mediada la década
de 1830 no se establecieron los criterios definitivos para resolver los pleitos sobre la propiedad
de numerosos señoríos.[cita requerida]
Según advertía en su preámbulo, el decreto del 6 de agosto de 1811 pretendía "remover los
obstáculos que hayan podido oponerse al buen régimen de aumento de población y
prosperidad de la Monarquía española". Mejorar la producción económica, acrecentar la
riqueza, crear un mercado nacional: ese fue también el objetivo del decreto del 8 de junio de
1813 que dispuso plena libertad para el establecimiento de fábricas y el ejercicio de cualquier
industria, un derecho coartado hasta la fecha por los gremios, instituciones socio-económicas
que agrupaban a comerciantes e industriales, controlaban férreamente la actividad productiva
e impedían la libre competencia.[cita requerida]
Para asentar la libertad de comercio e industria, otros decretos abolieron las aduanas
interiores (aún existían aduanas entre algunos territorios) y proclamaron la libertad de
contratación, de arrendamiento y de comercialización de los productos. Otro permitió la libre
utilización de la tierra sin ningún impedimento, autorizando a los propietarios a cercar sus
fincas, algo que hasta la fecha tampoco era posible debido a los privilegios del Real Concejo
de la Mesta, institución que agrupaba a los ganaderos y garantizaba el paso franco de las
manadas por todo el país. Pero además de promover la actividad económica y dotar de
flexibilidad al mercado, el Estado también necesitaba captar nuevos recursos para financiar la
guerra. De ahí que un decreto del 13 de septiembre de 1813 confiscara las posesiones de
los afrancesados, y desamortizara y convirtiera en bienes nacionales las propiedades de
los jesuitas, de las órdenes militares, de los conventos y monasterios extinguidos, disueltos o
reformados durante la guerra (incluidos los suprimidos por el gobierno de José I) y de la
abolida Inquisición.[cita requerida]". (Tomado de Miguel Martorell y Santos Juliá, Manual de Historia
política y social de España (1808-2011), Barcelona, RBA-UNED, pp. 33-35)

Disolución de las Cortes de Cádiz[editar]


Véanse también: Restauración absolutista en España y Trienio Liberal.

Hasta mayo de 1813 la jurisdicción de las Cortes de Cádiz se limitó a la propia ciudad. Su
dominio se extendió conforme retrocedieron los franceses. El 11 de diciembre de
1813 Fernando VII fue restablecido en el trono por Napoleón. Regresó a España en marzo de
1814. A principios de mayo estaba previsto que las Cortes se reunieran por primera vez
en Madrid. Pero el Rey no quiso sancionar una revolución que mermaba su poder. Contaba
con el apoyo de altos mandos militares, de funcionarios de las instituciones liquidadas por los
liberales y de buena parte de la jerarquía eclesiástica. Tenía, también, la connivencia de casi
un centenar de diputados absolutista que reclamaron en un texto conocido como el Manifiesto
de los Persas la supresión de las Cortes y el retorno al Antiguo Régimen. Amparado en la
fuerza y en dicho manifiesto, el 4 de mayo de 1814 Fernando VII suspendió la Constitución,
disolvió las Cortes, derogó su obra legislativa y persiguió a los liberales, que fueron
encarcelados, o hubieron de partir hacia el exilio.[cita requerida]
Así pues, la Constitución de Cádiz sólo estuvo en vigor entre marzo de 1812 y mayo de 1814.
Volvería estarlo entre 1820 y 1823 (el 8 de marzo de 1820, en Madrid, Fernando VII es
obligado a jurar la Constitución española de 1812 y a suprimir la Inquisición española), y entre
1836 y 1837. Mas a pesar de su breve vigencia, muchos de sus principios fueron
desarrollados a lo largo del siglo. Además, durante años fue un texto referencial, mítico, sobre
todo para la izquierda liberal. Un texto cuya influencia trascendió a las fronteras españolas,
pues resultó crucial en el desarrollo del constitucionalismo hispanoamericano e insufló el
espíritu revolucionario europeo en las primeras décadas del Siglo XIX.[cita requerida] (Tomado de
Miguel Martorell y Santos Juliá, Manual de Historia política y social de España (1808-2011),
Barcelona, RBA-UNED pp. 35-36)

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