La Cabeza

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LA CABEZA

En la tierra de leyendas y mitos, Moquegua, se ha forjado un halo de misterio en


torno a un ser enigmático conocido como la cabeza. Este ente, según cuentan los
relatos transmitidos por generaciones, se manifiesta de manera esporádica ante los
ojos atónitos de quienes tienen la fortuna o la desgracia de cruzarse con él, o al
menos, se escuchan sus inquietantes susurros y aterradores sonidos que retumban en
la distancia, provocando escalofríos incluso en los corazones más valientes.

Los ancianos, depositarios de la sabiduría ancestral, sostienen que la sed es la


verdadera raíz de la aparición de la cabeza. Según estas narraciones, el ser
desprendido de su cuerpo se ve impulsado por una sed insaciable que lo lleva a
emprender un camino solitario en busca de agua, un viaje que lo conduce
principalmente a las quebradas, puquios o acequias de la región. En su travesía, el
ser emite una serie de sonidos perturbadores que parecen tejerse con la brisa
nocturna, erizando la piel de quienes tienen la fortuna de escucharlos, pero también
inyectando un profundo temor en el corazón de quienes se cruzan en su camino.

La aparición de la cabeza se ha convertido en una leyenda que despierta fascinación


y temor en igual medida entre los habitantes de la región. Se dice que aquellos que
han tenido la osadía de buscarla han regresado con relatos tan escalofriantes como
increíbles, describiendo encuentros cercanos con el ser que desafían toda lógica y
racionalidad.

En un lugar donde la realidad se entrelaza con lo sobrenatural, la cabeza sigue siendo


un enigma sin resolver, una presencia que acecha en las sombras de la noche,
recordándonos que en este mundo aún existen misterios que desafían nuestra
comprensión y nos invitan a explorar los límites de lo desconocido.

Según la antigua sabiduría transmitida por los abuelos, encontrarse con la cabeza es
una experiencia aterradora que requiere de sabiduría y sangre fría para enfrentarla.
Se dice que lo peor que uno puede hacer en tal situación es ceder al instinto de huir,
ya que la cabeza perseguirá incansablemente, dejando tras de sí una estela de sangre
que marca su paso y augura un destino sombrío para aquellos que intentan escapar.

En cambio, se aconseja cerrar las piernas firmemente, como un gesto de protección


contra la criatura maligna que se aproxima. Se cuenta que si la cabeza logra pasar
entre las piernas de su presa, la muerte es segura y dolorosa, un destino que nadie
desea enfrentar. Es por ello que se insta a mantener las piernas cerradas, como un
escudo de defensa contra el peligro inminente.

Otra opción, quizás menos intuitiva pero igualmente efectiva, es echarse al suelo y
permanecer boca abajo, sin atreverse a voltear y enfrentar directamente a la criatura.
Este acto de sumisión y humildad puede resultar en que la cabeza se canse de su
presa y decida retirarse, dejando a su paso un rastro de alivio y gratitud por haber
escapado de su ira.

Estas prácticas, aunque parezcan extrañas o supersticiosas, son el resultado de siglos


de experiencia y observación de los ancianos de la comunidad, quienes han heredado
este conocimiento como una forma de protección contra las fuerzas oscuras que
acechan en las sombras de la noche. En un mundo lleno de peligros y misterios, es
mejor confiar en la sabiduría de aquellos que han sobrevivido a generaciones de
adversidades y aprender de ellos cómo enfrentar los desafíos que nos presenta la
vida.

Les contaré la experiencia vivida por mi amigo Leonel Medina que es tan
sorprendente como intrigante. Él relata que ocurrió cuando aún era un niño,
envuelto en una lliclla o manta, sujeto firmemente a la espalda de su madre, como
era la costumbre entre las madres del valle del Tixani.

Era una madrugada cualquiera, mientras acompañaban el fluir del agua por la
acequia ya que llevaban el agua para regar sus terrenos, cuando de repente su madre
detuvo sus pasos y se arrodilló en el suelo, como si hubiera percibido una presencia
invisible pero amenazante. La tensión en el ambiente se volvió palpable, y con voz
temblorosa, le indicó a Leonel que permaneciera en silencio, como si quisiera
ocultarse de algo que acechaba en las sombras.

Fue entonces cuando ambos escucharon una voz, suave pero urgente, hablando en
aimara, la lengua ancestral de la región. Era una mujer que pedía ayuda
desesperadamente para liberar sus trenzas, enredadas en los espesos matorrales que
bordeaban la acequia. La madre de Leonel, presa de una mezcla de miedo y
compasión, se acercó con cautela a la fuente del sonido, con las manos temblorosas
extendidas hacia la desconocida. Sin atreverse a mirarla directamente, comenzó a
desenredar las trenzas, liberando a la mujer atrapada en la maleza.

Al finalizar su tarea, la madre de Leonel se despidió de la mujer nuevamente en


aimara, con palabras de gratitud y respeto hacia su desconocida salvadora. La
extraña mujer respondió con un gesto de agradecimiento antes de desaparecer en la
oscuridad de la noche, dejando a Leonel y su madre con una sensación de asombro y
curiosidad que perduraría por mucho tiempo.

Esta extraordinaria experiencia no solo dejó una profunda impresión en la memoria


de mi amigo, sino que también plantea interrogantes fascinantes sobre la naturaleza
de la realidad y la existencia de fuerzas misteriosas que operan más allá de nuestra
comprensión.

Las palabras de Leonel resonaban en la mente de quienes lo escuchaban con una


fuerza inquebrantable. Su testimonio no solo era una mera narración de sucesos
pasados, sino una afirmación rotunda de una verdad que había experimentado en
carne propia. Su convicción era palpable en cada palabra que pronunciaba, como si
estuviera imbuido de una certeza absoluta que trascendía las dudas y los
cuestionamientos.

En una tierra impregnada de misterios y leyendas, las palabras de Leonel resonaban


como un eco en las montañas, recordándonos que la realidad supera a menudo la
ficción. En un mundo lleno de maravillas y peligros aún desconocidos, la existencia
de la cabeza voladora se convirtió en una prueba más de la complejidad y la
profundidad de la vida en estas tierras ancestrales.

Su testimonio provocaba un remolino de emociones en aquellos que lo


escuchábamos. Algunos sentían temor ante la idea de enfrentarse a una criatura tan
misteriosa y aterradora, mientras que otros experimentaban un profundo asombro y
curiosidad ante la posibilidad de descubrir más sobre esta extraña entidad.
En medio de la incertidumbre y el desconcierto, las palabras de Leonel actuaban
como un faro de luz, guiándonos a través de la oscuridad hacia una comprensión
más profunda de los secretos ocultos en las sombras. Su testimonio nos recordaba
que, aunque no podamos verlo todo claramente, siempre hay más de lo que parece a
simple vista, esperando ser descubierto por aquellos lo suficientemente valientes
como para buscar la verdad detrás de las leyendas.

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