Camara Civil - Sala I: Expte. #Juzgado Nº
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EXPTE. Nº JUZGADO Nº
ACUERDO: 117/19
En la Ciudad de Buenos Aires, Capital de la República
Argentina, a los 29 días del mes de noviembre de
dos mil diecinueve, reunidos en acuerdo los señores jueces de la Sala I
de la Cámara Civil para conocer en los recursos interpuestos en los
autos “BAYER, SUSANA ELVIRA c/ BBVA BANCO FRANCES
S.A. s/DAÑOS Y PERJUICIOS” respecto de la sentencia de grado
el Tribunal estableció la siguiente cuestión a resolver:
¿Se ajusta a derecho la sentencia apelada?
Practicado el sorteo resultó que la votación debía hacerse
en el orden siguiente: Dres. RODRIGUEZ, CASTRO y GUISADO.
A la cuestión planteada el Doctor Rodríguez dijo:
I. La sentencia de fs. 275/83 hizo lugar a la demanda
entablada por Susana Elvira Bayer y, en consecuencia, condenó a
BBVA Banco Francés S.A. y a Chubb Seguros Argentina S.A. a
págale a la accionante la suma de $ 315.000, con más los intereses y
las costas.
Contra dicha sentencia apelaron la citada en garantía, la
actora, y la demandada, quienes expresaron sus agravios a fs. 298/301
vta., 304/5 vta. y 308/10 respectivamente, contestados por la
aseguradora y esta última a fs. 312/15 y fs. 317/9 vta., y por la actora
a fs. 321/3 los vertidos por las otras apelantes.
Arriba firme a esta segunda instancia lo decidido en la
anterior respecto de la aplicación de la ley con relación al tiempo, por
lo que el caso será juzgado a la luz de las normas del Código de Vélez
Sarsfield, y legislación vigente al momento en que sucedieron los
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hechos que motivaron el juicio, ya que es en esa ocasión en la que se
reúnen los presupuestos de la responsabilidad civil (conf. Aída
Kemelmajer de Carlucci, “La Aplicación del Código Civil y
Comercial a las relaciones y situaciones jurídicas existentes”, ed.
Rubinzal Culzoni, doctrina y jurisprudencia allí citada).Por una
cuestión de orden lógico primero me voy a avocar al tratamiento de
los agravios de las accionadas relativos al tema de la responsabilidad,
dada la incidencia que ello ostenta en el resto de los planteos.
II. RESPONSABILIDAD.
A título introductorio, vale resaltar que quien transita
dentro de las instalaciones de un banco, es un usuario involucrado en
una típica relación de consumo: el propio art. 42 de la Constitución
Nacional adopta esta expresión de “relación de consumo” para evitar
circunscribirse a lo contractual y referirse con una visión más amplia a
todas las circunstancias que rodean o se refieren o constituyen un
antecedente o son una consecuencia de la actividad encaminada a
satisfacer la demanda de bienes y servicios para destino final de
consumidores y usuarios.
El que se moviliza dentro de una institución bancaria
donde concurre para realizar un trámite es, en definitiva, un usuario
que se ajusta a lo determinado por los arts. 1 y 2 de la ley 24.240; y la
entidad es un típico proveedor de servicios: al consumidor o usuario le
son aplicables los principios “in dubio pro consumidor”, el deber de
información, de seguridad y demás pautas de la Constitución Nacional
y los arts. 5, 6, y 40 de la ley 24.240. (ver Alvarez Larrondo, Federico
M., “Contrato de paseo en un shopping, deber de seguridad, daños
punitivos y reforma de la ley 26.361”, LA LEY 2008-D, 58).
El mencionado art. 5 de dicha ley prescribe “Las cosas o
los servicios deben ser suministrados en forma tal que, utilizados en
condiciones previsibles o normales de uso, no presenten peligro
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invocar el hecho (o culpa) del tercero o de la víctima, en la medida en
que no reúnan, a su vez, los caracteres del caso fortuito (Picasso,
Sebastián, "La culpa de la víctima en las relaciones de consumo.
Precisiones de la Corte Suprema", LA LEY 2008-C, 562, nota al fallo
de la Corte de la Nación, del 4/22/2008, "Ledesma, María Leonor c.
Metrovías S.A.").
Delineado el esquema jurídico en general aplicable al
caso, que concuerda con el seguido en la instancia anterior, para
determinar si los recursos en este tema satisfacen los requisitos de
admisibilidad, a título introductorio vale resaltar que el de apelación
es el remedio procesal tendiente a obtener que un tribunal
jerárquicamente superior, generalmente colegiado, revoque o
modifique una resolución judicial que se estima errónea en la
interpretación o aplicación del derecho o en la apreciación de los
hechos o la prueba.
La parte que interpone un recurso de apelación busca
modificar total o parcialmente una decisión jurisdiccional porque la
considera injusta y porque le causa un perjuicio concreto y actual. El
remedio en análisis no motiva un nuevo juicio ni somete a revisión la
totalidad de la instancia de grado sino que abre las puertas de una
revisión colegiada de la decisión impugnada, en la medida del debate
postulado por las partes y en la medida de los argumentos del
recurrente (arts. 271 y 277 del Código Procesal).
Ahora bien, para que esa revisión sea posible y el tribunal
del recurso pueda válidamente controlar la justicia de la decisión, el
recurrente debe dar cumplimiento a una serie de requisitos que hacen
a la admisibilidad del recurso, entre otros, “que sea acompañado de
una fundamentación adecuada”.
El art. 265 del Código Procesal lo define, cuando dice:
“El escrito de expresión de agravios deberá contener la crítica
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anotado y concordado”, coment. art. 265, pág.480 y sgtes., Morello-
Sosa- Berizonce, “Códigos Procesales, comentados y anotados”
coment., t. III, coment. art. 260, pág. 445).
"No puede menos de exigirse, a quien intenta que se
revise un fallo, que diga por qué esa decisión judicial no lo conforma,
poniendo de manifiesto lo que considera errores de hecho o de
derecho, omisiones, defectos, vicios o excesos. Cuando así procede,
cumple con los deberes de colaboración y de respeto a la justicia y al
adversario, facilitando al tribunal de alzada el examen de la sentencia
sometida a recurso y al adversario su contestación, y limita el ámbito
de su reclamo (Podetti, "Tratado de los Recursos", cit. p. 222).
En la sentencia apelada se hace referencia a que la testigo
Mirta Beatriz Horianski, a fs. 228 relató que el día del hecho se
encontraba junto con la accionante en la sucursal del banco, y que “…
la actora venía caminando y se tropezó con la alfombra… que se
cayó boca abajo, con el brazo izquierdo que se le “había dado
vuelta”… que era debido a un hueco que había en la alfombra, en
donde se le enganchó el zapato. Que era un corte en la alfombra en
forma de “T”…”.-
Tuvo en cuenta para darle preferencia a este testimonio,
entre otros motivos, que fue testigo presencial de la caída y pudo
identificar su causa y que María Laura Milaranga además de la
relación de dependencia que mantiene con el banco demandado, no
vio el momento en que la actora se precipitó al suelo.
Agregó, que a ello se suma “…que el banco demandado
no ha arrimado elementos que permitan determinar su versión de los
hechos, lo cual estaba a su alcance. Nótese que podrían haberse
acompañado fotografías certificadas del estado de la alfombra o
filmaciones de las cámaras de seguridad, nada de lo cual fue ofrecido
como prueba en autos”.
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Ante todo es preciso recordar que el daño, en sentido
jurídico, no se identifica con la lesión a un bien (las cosas, el cuerpo,
la salud, etc.), sino, en todo caso, con la lesión a un interés lícito,
patrimonial o extrapatrimonial, que produce consecuencias
patrimoniales o extrapatrimoniales (Calvo Costa, Carlos A., Daño
resarcible, Hammurabi, Buenos Aires, 2005, p. 97). En puridad, son
estas consecuencias las que deben ser objeto de reparación (Pizarro,
Ramón D. – Vallespinos, Carlos G., Obligaciones, Hammurabi,
Buenos Aires, 1999, t. 2, p. 640), lo que lleva a concluir en la falta de
autonomía de todo supuesto perjuicio que pretenda identificarse en
función del bien sobre el que recae la lesión (la psiquis, la estética, la
vida de relación, el cuerpo, la salud, etc.). En todos estos casos, habrá
que atender a las consecuencias que esas lesiones provocan en la
esfera patrimonial o extrapatrimonial de la víctima, que serán, por lo
tanto, subsumibles dentro de alguna de las dos amplias categorías de
perjuicios previstas en nuestro derecho: el daño patrimonial y el
moral. (Conf. CNCiv, Sala H, en autos “Boroni, José Juan Ramón y
otros c/ González, Mariano Ezequiel y otros s/ Daños y Perjuicios”).
La lesión de la psiquis y en el cuerpo, entonces, no
constituye un perjuicio autónomo y distinto de la incapacidad
sobreviniente. Se trata, en ambos casos, de lesiones -causadas en la
estructura psíquica o el cuerpo de la víctima- que producen una
merma en la capacidad del sujeto para realizar actividades
patrimonialmente mensurables. Es esta merma, que resulta en una
disminución patrimonial (un lucro cesante), lo que en definitiva
constituye el daño resarcible.
En sentido concorde, se ha dicho que las consecuencias
de la incapacidad física y las de la lesión psíquica deben ser valorados
en forma conjunta, porque los porcentajes de incapacidad padecidos
por el damnificado repercuten unitariamente, lo cual aconseja que se
fije una partida indemnizatoria que abarque ambos aspectos ya que, en
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escoriación, herida, mutilación, fractura, entre otros ejemplos, y todo
detrimento del organismo, sea por un empeoramiento del desempeño
de la función o un desempeño más gravoso, y cualquier perjuicio en el
aspecto físico de la salud, aunque no medien alteraciones corporales,
en suma, cuando se habla de daño físico, se alude a la pérdida
anatómica y a la afectación funcional, extremos que pueden darse de
manera conjunta o independiente.
En tanto que por daño psicológico se entiende los
disturbios que afectan el comportamiento general del individuo, con
connotaciones de índole patológica que disminuyen sus aptitudes para
el trabajo o inciden en la vida de relación. Importa una merma o
disminución en el rendimiento o capacidad psíquica, por alteración
profunda de la estructura vital de la personalidad de la víctima.
Supone una perturbación patológica de la personalidad de
la víctima que altera su equilibrio básico o agrava un desequilibrio
precedente (Zabala de González M.: “Daños a la Persona”, p.193,
Hammurabi SRL, 1990).
Ahora bien, es evidente que esa disminución puede,
como todo el resto de los daños considerados desde el punto de vista
“naturalístico” (esto es, desde el punto de vista del bien sobre el que
recae la lesión; vid. Bueres, Alberto J., "El daño moral y su conexión
con las lesiones a la estética, a la psique, a la vida de relación y a la
persona en general", Revista de Derecho Privado y Comunitario,
Daños a la persona, n° 1, Santa Fe, 1992, p. 237 y ss.), tener
repercusiones tanto en la esfera patrimonial como en la
extrapatrimonial de la víctima.
Este último aspecto no puede subsumirse en la
incapacidad sobreviniente, sino que se identifica, en todo caso, con el
daño moral, al que hoy el código menciona como consecuencias no
patrimoniales (artículo 1741).- (Conf. CNCiv, Sala H, en autos
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hecho de autos, que le genera una incapacidad de carácter parcial y
permanente de un 17% (fs. 122)”.-
A su vez, “… de la faz psicológica del dictamen, se
desprende que el accidente afectó su vida personal (física, psíquica y
espiritual), como también lo relacional familiar y su área laboral,
presentando un trastorno por estrés postraumático que la incapacita en
forma parcial y permanente en un 13% (fs. 122)”.-
La pericia recibió la crítica de la parte demandada y de la
citada en garantía a fs. 124 y 127/128 quienes cuestionaron el
diagnóstico alcanzado, la relación causal con el hecho de autos y el
cálculo de incapacidad realizado por el experto, lo que motivó su
respuesta a fs. 130, en la que abundando en fundamentos, ratificó su
dictamen liminar…”. Concluyó al respecto, que por resultar
adecuadamente fundados tanto el informe pericial como las
contestaciones a las críticas de las accionadas, no existen razones o
argumentos con la entidad suficiente para justificar un apartamiento
de sus motivadas conclusiones, interpretación que se comparte en
plenitud-
En lo que hace a la cuantía, desde hace tiempo, y con su
anterior composición, esta Sala acude como pauta orientativa a
criterios matemáticos para su determinación, si bien tomando los
valores que arrojan esos cálculos finales como indicativos, sin
resignar las facultades que asisten al órgano judicial para de
adecuarlos a las circunstancias y condiciones personales del
damnificado, de modo de arribar a una solución que concilie lo mejor
posible los intereses en juego. Criterios semejantes, aunque resistidos
por muchos, distan de ser novedosos (cfr. Iribarne, Héctor en
“Derecho de Daños”, primera parte, Directores Trigo Represas,
Stiglitz, Ed. La Roca, Bs. As, 1996, pág. 191 y sgtes.).
En muchos precedentes que se reiteran han descartado
diversos mecanismos y en esa línea se ha precisado que “…la
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acreditado o aplicable al caso (Garrido Cordobea, Borda, Alferillo, en
“Código Civil y Comercial…”, t. 2, pág. 1072 y sgtes.; Ed. Astrea,
Buenos Aires, 2015” y entre otros CNCiv. esta Sala, “Peloche
Velazco, Miguel Hugo c/ Hidalgo, Claudio Alejandro y otros s/ daños
y perjuicios” voto del a Dra. Guisado del 28/3/2018)”.
Aunque acepto la destacada utilidad que el empleo de
fórmulas matemáticas ofrece como pauta comparativa u orientativa a
los fines de la cuantificación del daño, considero que una aplicación
obligatoria y en términos absolutos de esos esquemas matemáticos, se
manifiestan insuficientes para dar respuestas razonables y justas en
todos los supuestos, y ello de rondón lleva ínsito el riesgo de desoír el
mandato que impone el art. 2 del Título Preliminar, del Código Civil y
Comercial de la Nación –utilizable como pauta interpretativa-, cuando
exige interpretar la ley teniendo en cuenta los principios y valores
jurídicos y de modo coherente con todo el ordenamiento jurídico.
También, por defecto o por exceso, de afectar el principio de la
reparación plena que impacta a nivel constitucional y se enmarca en el
proceso de constitucionalización del derecho civil patrimonial y de los
derechos humanos fundamentales (arts. 1740 del Código Civil y
Comercial de la Nación, arts. 16, 17, 19 y 33 de la Constitución
Nacional).
La realidad vital asume en diversos supuestos variantes y
peculiaridades, difíciles de subsumir en un cálculo o fórmula
matemática, en los términos absolutos con que lo propone algún
sector de la doctrina -al menos con las variables y constantes con que
han sido alimentadas hasta ahora las más difundidas-, y que por ello
muchas veces demanda de una suerte de análisis artesanal del caso,
con sujeción al material probatorio reunido en el expediente.
Con estas precisiones, que no resultan incompatibles con
la solución que viene aplicando este Tribunal en el tema, entiendo que
en el caso en concreto, la aplicación de la fórmula a ciegas conduciría
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apelada, considero que la cifra fijada de $ 200.000, por este rubro,
medida en conjunto con la tasa de interés allí implementada, resulta
un justo resarcimiento del daño inferido, por lo que propongo el
rechazo de los agravios y la confirmación de la decisión objetada en
este aspecto.
IV. El daño moral se halla configurado por la lesión en
los sentimientos que determina dolor o sufrimiento, inquietud
espiritual o agravio a las afecciones legítimas y, en general, toda clase
de padecimientos comprendiendo también las molestias en la
seguridad personal de la víctima o en el goce de sus bienes.
Mediante la indemnización peticionada se procura
reparar la lesión ocasionada a la persona en alguno de aquellos bienes
que tienen un valor principal en su vida, y que son la paz, la
integridad física, la tranquilidad de espíritu, el honor, y los demás
sagrados afectos que se resumen en los conceptos de seguridad
personal y afección legítima; y cuya violación determina la
modificación disvaliosa del espíritu en su capacidad de entender,
querer o sentir, que resulta anímicamente perjudicial.
La reparación del daño moral está determinada por
imperio del art. 1078 del Código Civil, que con independencia de lo
establecido por el art. 1068, impone al autor del hecho ilícito la
obligación de indemnizar sin exigir prueba directa de su existencia.
Es claro que lo no patrimonial no tiene traducción
dineraria. Y que toda fijación de un monto resarcitorio por daño moral
tiene algo de caprichoso o arbitrario. Aún admitiendo que el derecho
es una ciencia blanda. En este derrotero, Lafaille, predicaba, como
criterio a la hora de cuantificar el daño moral, atender al costo de las
necesidades a satisfacer con ese dinero, a los “placeres
complementarios” (ver Rubinzal- Culzoni Editores: “Código Civil de
la república Argentina, Explicado”, t. III, ps. 625/6).
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consecuencias que lo agravan y que se desconocían cuando fue
cuantificado, resulta difícil como regla, sin violentar el principio de
congruencia, exceder la propia estimación o precio de consuelo
definido por el mismo afectado en la demanda.
A tal fin, valoro, las características del hecho, la edad que
tenía al momento del accidente, el traslado en ambulancia, los
traumatismos experimentados, la atención médica recibida luego del
suceso, la intervención quirúrgica afrontada, todo lo descripto al tratar
la incapacidad sobreviniente, las secuelas permanentes de índole física
y psíquica, con las que deberá convivir y el tratamiento que deberá
encarar. En base a ello, dada la intensidad de los padecimientos que
ese cuadro es susceptible de generar, teniendo en cuenta la suma
solicitada por este concepto en la demanda, entiendo razonable elevar
a la totalidad reclamada de $ 120.000, el monto por este rubro, que
desde luego incluye en la base del cálculo la tasa de interés
establecida en la instancia de grado. Por tanto, propongo que se haga
lugar al agravio de la parte accionante en este punto y se modifique la
sentencia apelada en el sentido expuesto.
V. Gastos.
El resarcimiento de los gastos médicos, de medicamentos
y traslado debe ser admitido aún cuando no se encuentren
documentalmente acreditadas las sumas irrogadas, cuando -como en
el caso-, por la naturaleza de las lesiones padecidas, es presumible que
tales desembolsos se hubieran producido. En efecto, no es necesaria la
prueba acabada de su existencia mediante la presentación de recibos o
facturas, en atención a su razonabilidad. Basta la acreditación de la
adecuada relación con la patología sufrida para su reembolso, el que
quedará librado al prudente arbitrio judicial.
En tal sentido, vale aclarar que, el hecho de que el actor
sea afiliado a una obra social no es razón para rechazar o limitar la
reparación por gastos farmacéuticos puesto que es de público
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a la tasa activa ya referida hasta el efectivo pago. Esa interpretación
ha sido recientemente sostenida en doctrina (cfr. Lorenzetti, Código
Civil y Comercial de la Nación, t. V, pág. 158, Rubinzal Culzoni
Editores, Bs. As., 2015).
Sentado ello, en lo que hace al anatocismo y a la concreta
excepción a la regla que el art. 770 enuncia al comienzo, contemplada
en el inc. b), se refiere al caso en que se ha demandado directamente
una suma de dinero determinada que afirma el acreedor le es debida.
Esta suma de dinero podrá haberse acrecentado con los intereses que
se hubieren convenido, pudiendo capitalizarse estos desde la fecha de
notificación de la demanda, con la aclaración que la norma no
menciona la duración de los sucesivos períodos de capitalización
(Bueres, Alberto J.: “Código civil y Comercial de la Nación, t. 3ª, p.
339).
Amén de que la doctrina citada se refiere a un supuesto
distinto, vinculado al incumplimiento de una obligación previamente
convenida, dado que en el caso la última tasa mencionada fue
establecida para correr durante todo el lapso, desde el perjuicio, por
exceder lo que este Colegido considera que corresponde otorgar para
casos similares, sin que medie recurso de la contraria, el agravio de la
actora sobre el punto no puede tener favorable acogida.
En consecuencia, si mi criterio fuera compartido
correspondería rechazar todos los agravios de la parte demandada y
citada en garantía, conjuntamente con la deserción de sus recursos con
el alcance que se propicia y admitir el agravio de la actora sólo en
relación al monto del daño moral, que se eleva a $ 120.000. En
consecuencia, modificar la sentencia apelada sólo en este aspecto y
confirmarla en todo lo demás que decide. En atención a los temas que
involucran los planteos, tanto desde el punto de vista jurídico –
conceptual como económico, y la forma como se resuelve, por
resultar perdidosas en el análisis global, las costas de alzada,
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aspecto, y por razones análogas a las desarrolladas respecto del resto
de las cuestiones sometidas a conocimiento de este tribunal adhiero a
la solución allí propuesta por el Dr. Rodríguez.
Por razones análogas la Dra. GUISADO adhiere al voto
del Dr. RODRIGUEZ con la salvedad efectuada por la Dra.
CASTRO.
Con lo que terminó el acto.
Se deja constancia de que la publicación de la presente
sentencia se encuentra sometida a lo dispuesto por el art. 164 2°
párrafo del Código Procesal y art. 64 del Reglamento para la Justicia
Nacional, sin perjuicio de lo cual será remitida al Centro de
Informática Judicial a los fines previstos por las Acordadas 15/13 y
24/13 de la C.S.J.N.
PAOLA M. GUISADO
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