10 Cuentos Pandémicos
10 Cuentos Pandémicos
10 Cuentos Pandémicos
Arte de tapa:
Max Vadala - Instagram: bsasdesorden
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La pandemia del año 2020, que todavía seguimos transi-
tando, trajo un corte a la cultura. Este corte tiene efec-
tos inesperados en los distintos sujetos. Hay un acontecer
mudo donde la autora (heterónimo del autor) nos da una
muestra de “por dónde”. Un decir diciendo de este salir de
la cuarentena.
Va nombrando de a poco y da cuenta de un Alien, un Otro,
mostrándonos en cada cuento un fragmento (lo inespera-
do).
Estas ficciones son un viaje a distintos mundos y situacio-
nes (viaje sin mover el cuerpo del lugar) que nos permite
de algún modo hacer frente a tan devastadora situación de
este acontecer, tomando la palabra.
Teodelina Villar
CON ESTE SIGNO VENCEREMOS1
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hotel, entonces iba a querer llevarlos tatuados en mi piel. En ese
entonces, era un pibito ignorante, tenía 14 o 15 años. Todavía no
sabía nada del peronismo ni mucho menos de esa banda de heavy
metal contestatario.
Una vez que regresamos de la Costa Atlántica, caminando por
Retiro con Samuel y Gloria, decidimos parar a comprarle chipá a
un paraguayo que laburaba como vendedor ambulante. Quise ir en
busca del tren que va para el lado de Tigre, pero mis amigos me
dijeron que “tenían cosas que hacer”. “Entonces” les dije, “aunque
sea vayamos a tomar un vino junto al tótem de la plaza”, a lo que
contestaron que sí.
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adelante. De la mano de V8 y de la Juventud Peronista (que sería
como escuchar La Renga y militar en La Cámpora hoy). Y también
gracias a mi amigo Samuel y a mi amiga Gloria, con quienes nos
la pasábamos recorriendo lugares nuevos de la ciudad y del conur-
bano, en busca de algún porro, de cocaína o de nuevas bandas de
rock y de metal. En San Bernardo, Gloria se hizo un piercing cuan-
do todavía no estaba tan de moda como años más tarde. Samuel
se compró una remera de Metallica. Siempre fue medio cipayo el
pelotudo.
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EL ÁNGEL GRIS
ES UNA CHICA QUE BAILA SOLA
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de vendedor, casi embalsamado por las directrices de un cruel sis-
tema que sólo nos exige automatismo.
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AL DIABLO CON EL JEFE2
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Y a eso, respondía Paulo:
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Chef!
Mauro “El canario” Ortiz y Marcelito “El narigón” Ojeda,
luego de pensar un rato y de hacerse los interesantes con el asun-
to, decidieron contarle el plan que tenían en mente a Melisa.
—Bueno, mirá. Estamos planificando ir haciendo mierda
todo, poco a poco. ¿Entendés? Ya empezamos por algunos lu-
gares, como habrás visto, con ayuda de otros pibes y pibas. Pero
ahora queremos pudrirla de verdad. Estamos podridos del capi-
talismo, del racismo, del chetaje, del fascismo, del femicidio y
de la colonización. No queremos vivir más en el Conformismo.
Queremos desatar la hecatombe. No creemos más en nadie ni en
nada. Llegamos a un punto último de hartazgo. Esto se termina
acá. Sin embargo, tampoco deseamos que la destrucción deje de
ser un hecho artístico y estéticamente admirable…
—¿Y entonces? —preguntó Melisa con cierto descreimiento
y, acaso, algo de vanidad.
—¿Entonces? —repreguntó “El canario” y agregó: —Enton-
ces vamos a necesitar que además de atentar contra la vida paci-
fista de la clase media y mediocrizada, alguien lleve un registro
visual o escrito de los eventos y episodios anarquistas. Ahí es
donde entrarías a jugar vos. De ese modo, viralizando la obra ar-
tística implosiva de esta juventud revulsiva, en otras pampas y la-
res también pasarían a contagiarse los demás compas. ¿Entendés?
—Ya veo, quieren hacer una revolución…
—Esa palabra... ¿Hay necesidad de rotularlo todo?—. El “Na-
rigón” empezaba a fastidiarse: —¡Queremos hacer lo que quere-
mos hacer y ya!
—Bueno, ¿pero cuál sería el objetivo de toda esta movida?
—¿Siempre tiene que haber un plan, una meta y un método?
—interrogó con sorna “El canario”.
—Supongo que sí —contestó Melisa, seca y con seriedad.
—Ok. El propósito es la revolución, el fin es un mundo más
justo y el camino, por ahora, será la anarquía. ¿Te va?
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FLOR DE EMPATE
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momento, porque sin mediar palabra alguna que fuera en tal direc-
ción, con su baile y movimiento me dijo eso y mucho más.
Después de aquella noche, tardamos más o menos unos tres
meses en ponernos a salir. Y un año en irnos a vivir juntos por la
zona de Santos Lugares, donde quedaba una casa vacía producto
del fallecimiento de su abuela materna. Las cosas fluyeron bastante
bien durante dos años y siete meses. Pero el último tiempo, algo se
desgastó. Nunca se termina de saber a ciencia cierta qué es lo que
estropea una relación. En realidad, tampoco se sabe con exactitud
qué la construye. Y así vamos, en definitiva, con más incertezas que
certidumbres cabalgando al potrillo ciego del amor. Hasta que nos
caemos. Y, a veces, nos damos la cara contra el piso. Hubo algunos
episodios de celos, un poco de infidelidad de parte de ambos, una
pizca de maltrato y bastante descuido recíproco. En fin.
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desencajado. Encendí un cigarro y abrí la ventana a través de la
que se veían la Plaza y la mañana. Uno no se entera todos los días
de que va a ser papá. Le dije que estaba bien, que iba a hacerme
cargo del niño o de la niña por venir. “Por ahora es un niñe”, me
dijo la tarada. Eso del lenguaje inclusivo me parecía casi tan estú-
pido como no usar preservativo a la hora de coger, si no querés ser
padre. Así que estábamos empatados en la boludez. Igual que aquel
clásico del sur que fui a ver el día que nos conocimos, que terminó
cero a cero y todes nos quedamos con las ganas de gritar un gol.
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EL DÍA QUE PERÓN SE ANALIZÓ CON
LACAN
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Albania y la propia URSS. También pasa por Francia, que es donde
conoce a Jacques Lacan, buscando un psicoanalista como recomen-
dación pretérita de su difunta esposa Aurelia. Lacan ya había tenido
a sus hijos Caroline y Thibaut con Marie Louise Blondin. Nadie
sabe exactamente cómo el General se contacta con el Doctor –o,
al menos, ninguno de los testigos consultados se ha atrevido a de-
cirlo hasta el momento–, pero lo cierto es que pactan una primera
entrevista de análisis en el servicio de neuropsiquiatría del Hospital
Militar Val-de-Grâce en París, donde Lacan ejercía como médico
auxiliar a razón de la ocupación alemana y, a partir de la primavera
de 1940, mantienen algunas breves sesiones en el Hospital de los
franciscanos de Pau.
Así es, entonces, cómo comienza el psicoanálisis sostenido por
Juan Domingo Perón y Jacques Lacan entre 1939 y 1940, viéndose
interrumpida la cura del militar debido a su forzoso regreso a la
Argentina el 8 de Enero de 1941, fecha en la que es destinado a
una unidad de la Provincia de Mendoza donde luego será ascendi-
do a Coronel. Lo que sigue, son las anotaciones traducidas de las
sesiones que mantuvieran ambos personajes célebres según consta
en papeletas raídas de las susodichas instituciones de Salud Pública
así llamadas “historia clínica” y que fueron usurpadas por espías
argentinos en colaboración con los franceses luego de terminada la
Segunda Guerra Mundial a los fines de que nunca se supiera la cura
que el General Perón tuvo con el mismísimo Doctor Lacan, puesto
que en aquel entonces acudir al psiquiatra era tremendo signo de
debilidad espiritual y moral, señal indiscutible de decadencia.
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una actriz joven, idealista, bonita. Usted sabe… Siento que me está
haciendo falta eso para pegar el salto a la gloria.
Doctor Lacan: Bueno, en ese caso, debería actuar conforme a
su deseo, aunque la oligarquía de su país lo defenestre al elegir una
chica popular.
General Perón: Es que ya me cansé de las mujeres conservado-
ras. Si bien pertenezco al mundo militar, tengo profundas conviccio-
nes obreras, no se olvide.
Doctor Lacan: ¿A qué se refiere con “profundas convicciones
obreras”, Juan Domingo?
General Perón: No me chicanee, doctor. Sé que en el fondo usted
tampoco es un burgués, aunque sus honorarios digan lo contrario.
(CORTE DE SESIÓN)
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sensación de placer en la crueldad. A ese sentimiento de gozo en el
sufrir.
General Perón: ¿Y por qué no lo llama así: goce? Tal vez ese
término le sirva para diferenciarlo del placer…
(CORTE DE SESIÓN)
27 de Agosto de 1939
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El asunto es que gobernar es fácil, lo difícil es conducir…
(CORTE DE SESIÓN)
22 de Diciembre de 1940
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General Perón: No hay peor cosa que un bruto con inquietu-
des…
Doctor Lacan: Un analista sin analizarse. Los mejores días
siempre serán aquellos que pasamos por un diván. No puede haber
nada mejor para un psicoanalista… que otro psicoanalista.
General Perón: Me gustaron esas frases. Las voy a considerar
para el día de mañana.
(CORTE DE SESIÓN)
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VISCERAL
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marca siniestra de la repetición, es el suspiro infinito que acompaña
el denso pensamiento de “con ella no, hijo de puta, con ella no”. Es
la virulencia de sentir que el mundo es una mierda y que está plaga-
do, repleto de monstruos imposibles, de serpientes súper viscosas,
de gordas ratas malolientes y de tarántulas ponzoñosas de la peor
calaña. A veces la vida es una jauría de lobos sanguinarios. Pero las
presas, también tienen su poder.
Fue exactamente en uno de esos poderosos y angustiantes mo-
mentos existenciales en que Susana, tratando de disimular su in-
dignación frente a la hija, fue directamente hacia la cocina y eligió
el cuchillo más grande. Trató de pensar con más calma y para eso
se sirvió un vaso con agua fría. Fue hasta el baño, se mojó la cara.
Decidió revisar a su nena, con la excusa de volver a bañarla. No
encontró ningún tipo de “lesión” visible, pero aún faltaba la experta
pericia de los médicos. Tampoco sabía si quería exponer a Floren-
cia a nuevos manoseos. ¿Para qué? Si todo se podría resolver con
unas cuantas y precisas cuchilladas en el torso del párroco violador.
Si todo acabaría una vez que ella degollara a ese bastardo, tajeando
bruscamente su yugular. ¿A cuántos otros nenes y nenas habría to-
cado ese canalla? ¿Desde hacía cuánto tiempo llevaba adelante esta
perversión este tipo? ¿Cómo nadie se dio cuenta antes? ¿Cómo ella
no se dio cuenta antes?
Susana evaluó todas las alternativas, sin descartar completa-
mente la posibilidad de asesinar a Raúl, de la manera más violenta
posible (cortarle el pene era una de las acciones infaltables del acto
criminal). Qué le importaban a ella la cárcel o el infierno. Antes de
este día, casi ni creía ya en la Justicia ni en Dios. Y, en una circuns-
tancia como esta, mucho menos.
Pero “todavía no”, pensó. Quiso llamar a Walter, el papá de
Flor, y no pudo. Pensó en mandar un mensaje al grupo de whatsapp
de mamis del jardín y también desistió. Pensó en ir a prender fuego
la Iglesia con el cerdo execrable adentro, con el nefasto sacerdote
ardiendo allí, pero algo en su interior le decía que esperara. No
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supo qué hacer hasta entrada la noche. La furia inicial devino pa-
rálisis. Miedo por las consecuencias psíquicas en la pequeña, culpa
por descuidar a su nena, terror por matar y abandonarla para siem-
pre. Quiso creer que estaba exagerando. Que “todo el mundo es
inocente hasta que se demuestra lo contrario”, pero al mismo tiem-
po pensó que dudar del relato de Flor era abusarla por segunda vez.
Llamó a su hermano, le pidió que viniera urgente a la casa, sin
decirle absolutamente nada del motivo de su llamado. Lo esperó
fumando y tragando café descontroladamente mientras dormía a
Florencia, luego de haber cenado a las apuradas y jugado con ella
un poco en la tablet, para llevarla a la casa de su vecina y amiga
Estela a quien le había pedido que le hiciera el favor de cuidarla
apenas unas horitas “debido a un imprevisto con sus padres”.
Primero llegó Estela y se llevó a Florencia sin hacer muchas
preguntas (solamente el clásico “¿todo bien?” al que ella contestó
con un “sí, sí, sí” cortante).
Cuando Ignacio llegó, ya eran las diez de la noche. La notó
completamente desencajada, pálida, temblorosa y con ojeras. Vio la
caja de alplax en la mesa y supuso que algo estaba verdaderamente
mal allí. Hasta donde recordaba, ella había descontinuado la medi-
cación psiquiátrica una vez superado el problema de la separación
con el violento y alcohólico de Walter. Todo parecía transitar en
una azulada paz cotidiana en la existencia de su hermana. Esa no-
che, algo definitivamente estaba mal allí.
Susana le comentó sus sospechas a Ignacio. Las actitudes de
Florencia, las expresiones sobre el ardor en ciertas zonas del cuerpo
próximas a los genitales. También habló de los cambios de humor
inexplicables de su hija y, quebrándose, le contó al hermano que al
mediodía había nombrado al cura Raúl en una serie de episodios
sin sentido (la separó del resto, la acompañó hasta un patio, le aca-
rició la mejilla). Él trató de calmarla, como era de prever, quiso
hacerla entrar en razón y evitar que cometiera una locura.
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La cabeza de Susana estaba cada vez más ardiente, confusa,
perpleja, iracunda y melancólica. No sentía que Ignacio pudiera
contenerla, ni siquiera escucharla. Urgente debían hacer algo y de-
jar de hablar. Pensó que si su hermano no se callaba, el cuchillo
que había separado para ir a matar al cura, se lo iba a estampar a
él en medio del pecho. En un segundo, sintió y creyó que cualquier
hombre era igual a todos los hombres. Desde el verdulero que le
miraba el culo con poco disimulo todos los mediodías, pasando por
el maltratador del ex, siguiendo por el tarado que la piropeó ante-
ayer en la esquina dándosela de varonil, hasta llegar finalmente a
aquella mierda del padrastro abusador de su infancia, que la tocaba
un poquito todas las noches antes de irse a coger a la mamá.
—No me importa nada. Voy a ir a matar a ese pedazo de sore-
te. No intentes frenarme porque también voy a tener que matarte a
vos. Y no quiero. Fue un error llamarte. Fue un error mandar a mi
hija a ese colegio de curas pedófilos.
Ignacio llamó inmediatamente a la policía y trató de contactar
a Walter para contarle sobre la situación (era el padre de Flor, tenía
derecho a saber y opinar) pero no logró evitar que Susana fuera
con velocidad a poner en marcha el Peugeot 206 azul de vidrios
polarizados y saliera enloquecida hacia la casa de Raúl, dejando a
Florencia durmiendo solita en su cama. Instantes más tarde, Ignacio
se subió a su Eco Sport gris y la persiguió. Fueron diez minutos de
frenesí donde pensó que su hermana estaba por cometer la peor
locura de su vida, justificada o no.
Al llegar a la casa del eclesiástico, varios minutos después que
ella dado que en un momento la perdió de vista y no recordaba con
exactitud la calle de la casa de Raúl, finalmente Ignacio reconoció
el auto mal estacionado y con las puertas abiertas de la hermana.
El espectáculo fue memorablemente triste. Tan fabuloso como pa-
voroso. Un párroco gimiente lanzando ruidos guturales que ardía
en intensas llamas, con ambas manos cortadas chorreando sangre
cual film de Tarantino, pateando un bidón de nafta que lo único que
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hacía era quemarlo más, buscaba desesperadamente, sin ojos, un
pene que yacía carbonizado echando humito al borde de la vereda.
Qué había sido todo aquello sino un sueño singularmente
monstruoso, comprobó Susana al despertar, tal vez el producto de
haber estado mirando televisión hasta tarde, bombardeada por tra-
gi-noticias gore, pestilentes “informaciones” del capitalismo tardío,
siempre presto a idiotizarnos el alma con carnicerías y morbosida-
des full time que ni dejar dormir nos dejan.
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ENTREGA DE MADRUGADA3
En la noche a tu lado
las palabras son claves, son llaves.
El deseo es rey.
Que tu cuerpo sea siempre
un amado espacio de revelaciones.
ALEJANDRA PIZARNIK
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tocar las zonas más erógenas del otro en busca de señales aún más
precisas de calentura, así como con ganas de calentarnos todavía
más. Zonas cuyos vapores densos, emanan un calor dulce y picante
a la vez. La transpiración y el ardor dérmico, ensalivadas las pieles
y los labios a más no poder, se conjugaban en una sensación irreve-
rente a toda categoría. Por su lado, la prima y el novio nos miraban
por el espejo retrovisor y se reían tímidamente pero sin disimulo.
Al parar en un semáforo, ellos también empezaron a chapar con
cierta intensidad. En un momento noté que la prima me miraba por
el espejo retrovisor mientras sacudía lentamente su lengua entre los
labios del muchacho. Al realizar cierto giro, el joven que conducía
deslizó su mano derecha de modo tal que rosó por un momento mi
pija erecta. Me quedé pensando si había sido un accidente o, más
bien, una insinuación.
Cuando me estaba por bajar del auto, Iris me preguntó si quería
pasar lo que quedaba de noche en la casa de la prima. Le dije que sí
sin dudarlo y continuamos el viaje. Estaban parando en una quinta
hermosa y alucinante, con pileta y hamaca paraguaya, por el lado
de La Reja. Como hacía mucho calor y el ambiente daba, decidi-
mos meternos en el agua, acompañados de fernet, vino y cervezas.
También prendimos unas flores, para no perder el ritmo de la no-
che. Sonaba el reggaetón del momento mientras nos desvestíamos
y al ver a la prima en ropa interior, observé que era una hembra
verdaderamente sensual, al igual que Iris, o quizá más. Tiago tenía
un cuerpo griego versión Siglo XXI, es decir, un poco más tostado
que los muchachos de Platón y con tatuajes japoneses tipo colo-
rinche carpa Koi más algún malévolo Samurai. En ese momento,
me vinieron unas ganas terribles de hacer una orgía. Creo que me
leyeron la mente porque inmediatamente dijeron: “en la pileta, nada
de ropa”.
Una vez en el agua cálida, cada pareja empezó a tener sexo
por su lado. Yo estaba con Iris en una punta y Flavia con Tiago en
la otra. Ella me recorría el cuello con su ardiente boca y de vez en
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cuando me mordía pero a mí no me molestaba ya que rápidamen-
te sus labios besaban mi piel y la regocijaban haciéndome olvidar
ese instante de dolor. De fondo se escuchaban los gemidos de la
otra pareja. Flavia gritaba con esmero. Eso le daba un toque a la
situación altamente erótico y estimulante. Llegado el momento de
penetrar a Iris, ella lanzó un grito de goce que contrastó enorme-
mente con el silencio del campo en el que estábamos. Por dentro
pensé que no tenía que acelerarme dado que si no me iba a pasar
lo mismo que la última vez con aquella muchacha de Quilmes, des-
pués del recital de Divididos en un telo de Flores. Esta vez iba a ser
diferente. Lo que no me imaginaba, era cuán diferente iba a ser...
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esa golosa hembra que no paraba de gemir, entonces me entregué:
incliné un poco mi torso hacia delante y le permití penetrarme. Fue
bastante más doloroso de lo que creí y bastante menos placentero
de lo que suponía. Me tranquilizó pensar que hay chabones que se
llevan cada cosa a la nariz con tal de sentirse lo máximo. También
pensar que las personas se introducen cada excrecencia en la boca
creyendo que es comida o que los televidentes absorben con los ojos
enormes cantidades de inmundicia a diario… Entonces, ¿por qué
no podía dejar que un tieso pene ajeno entrara en ese orificio de mi
propio cuerpo si, al fin y al cabo, de encontrar mayor goce sexual
se trataba? Al rato, mi propio pene hizo una tremenda erupción ya
afuera de la concha de Iris, enturbiando el agua de la pileta con una
larga mancha de semen caliente. Aproveché el orgasmo para retirar
con cautela la pija de Tiago evitando que este acabara en mi culo
de manera aún más deshonrosa para mi ya lastimado orgullo viril
esa célebre noche. “Se puede perder el culo en cualquier momento,
pero lo último que se entrega es la dignidad”, pensé.
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UN VIAJE INESPERADO4
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tro de esta galaxia un sistema solar harto singular, extremadamente
parecido al nuestro, en donde también encontramos un Sol alrededor
del cual giran cierta cantidad de planetas. Lo más llamativo y espe-
ranzador de estos hallazgos, según las hipótesis a las que arribamos
junto a los colegas con los que trabajamos en el asunto, es el descu-
brimiento de un planeta en particular, tercero en su posición de cer-
canía al Sol, del que se conjetura la presencia de seres inteligentes
semejantes a nosotros o a los que nosotros nos podríamos asemejar,
dependiendo de qué lado se mire la cuestión.
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SPT0418-47. Continué buscando información de manera desespe-
rada y frenética. Esto no podía estar sucediéndome, esto no era
real, pero a la vez era lo más real que había vivido en muchos años.
Me disponía a cerrar mi notebook y dirigirme directamente a
una guardia médica a los fines de que me medicaran y dieran fin a
este episodio psicótico, cuando de pronto observé en el escritorio
de la PC portátil una carpeta hasta entonces no registrada. Se llama-
ba: NO RECORDARÁS, con mayúsculas. Dudé un momento antes
de abrirla. Estaba sudoroso y continuaba desconcertado. Junté co-
raje y abrí la carpeta en cuestión. Había allí un archivo de Word y
varias imágenes que no se llegaban a ver si uno no las abría. Abrí
el documento cuyo nombre era El viajero nocturno interespacial
y comencé a leer: “Buenos días, Fabio.” Quién había escrito eso
sabía mi nombre. “Seguramente en este momento estés haciéndote
muchas preguntas respecto de tu vida y de tu circunstancia excep-
cional. No te aflijas, todo verdadero sentido se toma su tiempo en
llegar y nunca es definitivo.” Pedí la cuenta y me retiré del lugar.
No estaba dispuesto a continuar leyendo allí. Tampoco persistí en
la idea de ir a ver un psiquiatra. Simplemente me fui hasta una pla-
zoleta cercana y, una vez que logré calmarme, continué leyendo. El
resto de la carta dirigida a mí, decía:
“Desde hace varias semanas nos hemos puesto en contacto con
nuestro amigo de la infancia Rafael. Sí, el astrofísico que se recibió
de la Universidad de La Plata y que continuó sus estudios en Ale-
mania para terminar trabajando con los rusos y con la NASA en
la cuestión de potenciales viajes intergalácticos. La situación apo-
calíptica en el planeta Tierra luego de la pandemia de coronavirus
desatada en el año 2019 (que se extendió hasta mediados del 2025,
producto de infernales rebrotes que dejaron millones de muertos
y miles de ciudades enteras desoladas y empobrecidas) hizo que
las investigaciones acerca de la galaxia SPT0418-47 descubierta en
2020 por nosotros, los terrícolas, se aceleraran de manera expo-
nencial ya que resultó ser una verdadera esperanza para comenzar
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de nuevo en otro lado. De este modo, para el año 2030 las prime-
ras posibilidades de realizar viajes a través del espacio comenza-
ron a vislumbrarse y a hacerse, poco a poco, realidad. Borraste de
nuestra mente las conversaciones mismas y el hecho de partir. Hoy
habitamos un planeta tan semejante a la Tierra que prácticamente
no hubo necesidad de realizar mayores preparativos en nuestro psi-
quismo ni en nuestro organismo. Todavía no podemos comprender
la tremenda exactitud del planeta y de la galaxia en la que nos en-
contramos con la nuestra, el desarrollo prácticamente gemelo o en
espejo de los dos mundos. Al cuidado de tu fortuna, se ha diseñado
mediante el mecanismo de nano-clonación un Fabio microscópi-
co que mantendrá informados a los pocos agentes especiales que
quedaron en la Tierra de cómo nos encontramos en nuestra nueva
vida y en nuestro nuevo planeta. Y no; no hay posibilidades de
que regresemos. En esta misma carpeta encontrarás las fotos más
emotivas y lindas de lo que fue nuestra estadía en la Tierra. Cordial
y afectuosamente… Tú mismo, antes de partir. La Matanza, 12 de
Noviembre de 2032.”
Saqué un cigarrillo del paquete y lo encendí con extremada
suavidad. Inspiré, exhalé y dije en voz alta: “O yo mismo, antes de
llegar”. Luego de leer, me quedé mirando el cielo un rato en silen-
cio, como si buscara visualizar mi antigua galaxia allí a lo lejos, con
severa nostalgia. Entendí que, en el extraño sueño de aquella noche,
quienes hablaban eran Rafael junto a los astrofísicos de la Tierra
examinando las características de la nueva Galaxia SPT0418-47.
Cerré mi PC portátil y me eché a caminar humanamente o,
mejor dicho, marcianamente, es decir, como caminan los seres ex-
traños en un mundo que les es totalmente desconocido pero a la vez
muy familiar, dada la inexplicable semejanza de este nuevo hogar
con aquel otro ahora perdido, que alguna vez fuera mi verdadera
realidad. Sólo me quedaba amar y querer esta nueva circunstancia.
Quizá los hombres llamen “Mundo” en general a su mundo parti-
cular para no correr el riesgo de que, al nombrarlo con su verdade-
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ro nombre, de pronto se den cuenta de que es otro del que creían
habitar. Porque, tal como puede deducirse de mi experiencia, una
simple palabra puede hacerte viajar miles de millones de años luz
sin darte cuenta.
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UNA HISTORIA PICANTE
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rrilla de mala muerte. De pronto, Fabián se quedó estupefacto ante
la presencia de un hombre en la mesa de su derecha. No entendía
muy bien si era el efecto del alcohol que había estado consumiendo
desde hacía cuatro días o qué, pero aquel en diagonal suyo –estaba
seguro de ello– era Matías Del Ponce. “¿Cómo puede ser –pensó–
si este hijo de re mil putas la última vez que lo vi estaba muerto?”
Se levantó algo sobresaltado de la mesa y se dirigió hacia el baño
que quedaba dentro del local.
Fabián se lavó la cara varias veces y revisó sus bolsillos. Tomó
algo de allí y lo observó detenidamente. Se trataba de un llavero
oxidado con forma de calavera. No recordaba haberlo puesto ahí.
Tampoco recordaba que el sujeto visto allí fuera era, ciertamente,
el otro Del Ponce. No Matías, sino Francisco. Lo extraño fue que el
gordo ese no lo reconociera, dado que los asesinos de su hermano
Matías habían sido clientes suyos en el negocio de los objetos ex-
traños. O quizá sí lo hizo, pero optó por no armar quilombo en el
lugar. “Con esta gente, nunca se sabe” pensó.
Fabián estaba desarmado. De golpe, se oyó que la puerta del
baño de hombres se abría con cierta vehemencia. Su corazón empe-
zó a latir fuerte y su respiración se aceleró. Rápidamente se metió
en uno de los compartimentos con inodoro. Se escucha5ron cinco
pasos en dirección de donde él estaba pero no quiso –o no pudo–
reaccionar. Miró los azulejos monstruosamente adornados con fra-
ses, números de teléfonos, sangre y mierda de todos los que alguna
vez pasaron por allí. Contuvo el poco aire que le quedaba en los
pulmones. Pero no pasó nada. Ni siquiera los pasos de retirada lo-
graron oírse, apenas una puerta que se cierra suavemente. Juntó
coraje, contó hasta diez y salió. Nadie había en ese baño. Tampoco
de qué preocuparse.
Pagaron la comida y dejaron la botella de vino tinto a medio
terminar. A medida que pasaron los kilómetros, Fabián volvió en sí,
como si hubiese despertado de un trance o de un sueño profundo.
—¿Qué te pasó en el restaurant? —preguntó Claudia—. De
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hecho, no entiendo hacia dónde estamos yendo. Me cansé de se-
guirte sin chistar. Decime algo, por favor. ¿Hasta dónde vamos a ir
en esta dirección? ¿Tenés algún dato de que la piba esté por acá?
¡Dejate de joder, Fabi! Largá todo porque me bajo ahora mismo y
me vuelvo haciendo dedo…
Él la miró y no dijo nada. Fijó los ojos en la ruta, que era una
oscuridad cada vez más profunda a medida que se hundían en el
campo bonaerense. Bajó la ventana y, de manera casi malabarística,
encendió un cigarrillo. Claudia comenzó a pensar, intrigada, cuál
era el sentido de la búsqueda de Daniela: ¿Alguna deuda monetaria?
¿Algún residuo sentimental no resuelto? ¿Un interés por protegerla
de algo o por salvarla de alguien? Todo muy extraño. Muchas
preguntas y muy pocas (o casi nulas) respuestas. Las sombras es-
pesas que bordeaban el asfalto de la ruta, representaban aproxima-
damente la sensación de ignorancia de Claudia ante la opacidad del
espíritu de su compañero Fabián esa noche fría del otoño de 2016.
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—Sí, boludo. ¿A eso vinimos, no?
—Exacto.
Luego de transar y de darle unas secas a un faso prensado, se
fueron a tomar una cerveza a la pizzería Kentucky que está justo en
la esquina de Rivadavia y Pedernera. Sebastián sacó un sobre con
muchos, tal vez demasiados, billetes de 1000 pesos argentinos, ac-
titud frente a la que Daniela se sobresaltó preguntándole qué carajo
hacía. Si bien no había prácticamente nadie a esa hora en el lugar
(y menos un Lunes a la noche), de todas maneras, no era el espacio
público un lugar donde andar contando 50 lucas.
—Acompañame —dijo Daniela, seca y segura de sí misma.
—Vamos —respondió Sebas, metiendo el sobre rápidamente
en la mochila y agarrando el celular que había dejado apoyado en
la mesa.
Caminaron varias cuadras hacia el sur. Sebastián, que no era
de ahí, se empezó a marear un poco dado que aparecieron algunas
diagonales y, además, empezaron a hacer una especie de zigzag.
En un determinado momento, el porro y la birra se le subieron a la
cabeza, porque le vinieron ganas de vomitar. Pararon un segundo
y Daniela se empezó a impacientar. Que dale, que tenemos mucha
guita encima, que estamos regalados. Sebastián no se mejoraba y
entonces ella decidió actuar. Agarró la mochila, sacó el sobre con
la plata, se lo metió en la bombacha y empezó a correr. Sebas no
logró reaccionar a tiempo ya que jamás se hubiese imaginado que
una piba lo pudiera dormir así, menos una pendeja y mucho menos
aún aquella flaca con la que venía curtiendo hacía casi un año. Trató
de recomponerse como pudo y empezó a trotar siguiéndola con la
mirada, para no perderle el rastro. Palpó la cintura y no encontró
nada. Metió la mano en la mochila y sacó un revólver calibre 22,
con seis balas de plomo listas para lastimar a quien se había portado
mal.
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el desinterés por el dinero. Lo que al gordo le había jodido no era
tanto que Daniela le hubiese cagado la guita sino que no le hubiese
dado el objeto precioso por el que él había estado dispuesto a pagar
semejante suma. La logia Pedesti estaba obsesionada con las reli-
quias de cualquier credo, tiempo y religión. Solamente querían “au-
mentar su poder” místico, simbólico, trascendental dado que esa
era el camino de la “verdadera salvación”. Acumular el máximo de
poder espiritual que, según ellos, estaba depositado en los “objetos
milagrosos”, desparramados a lo largo y a lo ancho de la historia
de la humanidad. Obviamente, para lograrlo primero habían tenido
que convertirse en poderosos mafiosos del Conurbano bonaerense.
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desde que Fabián había entrado a la quinta de Carlos. Habían pa-
sado exactamente 14 minutos. Tan sólo 60 segundos lo unían o le
separaban de él para siempre: no pensaba volver a verlo nunca más
después de aquella noche en la que se había sentido más objeto que
nunca. 30 segundos. Un disparo sonó, seco, a lo lejos. Se sobre-
saltó. 15 segundos. Agarró la llave del auto y lo puso en marcha.
Dos disparos más. “¿Qué carajos está pasando?”, pensó. Puso en
marcha el auto. 10 segundos. Piso el embrague para poner primera.
5 segundos y una sombra se abalanzó sobre el capó del auto. Una
figura humana errante que chorreaba sangre sobre el Corsa gris. Se
cumplió el tiempo delimitado por Fabián y casi arroya a ese sujeto
indistinguible hasta que, de pronto, oyó un grito sordo que decía:
“Soy yo, Claudia, aguantame”.
Se bajó del auto a toda velocidad y trató de ayudar al herido
Fabián para que pudiese subir y sentarse en el asiento del acom-
pañante. No sangraba tanto y la herida era superficial. Una bala
de los Pedesti lo había alcanzado. Cuando entró a la quinta donde
solía parar Carlos, encontró a este y tres de sus hombres muertos.
¿Daniela lo había traicionado? Ellos no conocían ese lugar. ¿Quién
los buchoneó? Más preguntas se sumaban a su cabeza atormenta-
da. Le entró una llamada del Pingüino, uno de los más allegados a
Carlos y lo puso al tanto de la situación. Él había logrado escapar
hacía media hora, pero los tipos estos se quedaron a ver si aparecía
alguien. Además, el gordo Del Ponce lo había visto en la parrilla.
Seguramente dedujo que Fabián venía para acá. Quiso reventar a
dos pájaros de un tiro, pero uno se le voló.
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iba a rigorear, como siempre, haciéndole de padre protector. Sin ir
más lejos, por eso mismo ellos se habían separado. Más allá de la
diferencia de edad, Fabián asumía un rol demasiado paternal con
ella, precisamente con una chica que no tuvo padre ni quiso tenerlo.
Tal vez, inclusive, por eso lo cagó con el hermano. Una especie de
pensamiento que rezaría: “Cuanto más me controles, más me voy
a descontrolar”.
Daniela se prendió un porro y se dirigió a la habitación más
grande de la casa del flaco Gutiérrez. Este se acercó al rato con un
par de latas de cerveza. Después de coger duro y parejo media hora,
el flaco le pregunto:
—¿Qué pensás hacer con todos esas cosas que quiere el gordo?
—Ni idea… ¿por? —lo miró y le tiró todo el humo en la cara
—. Voy a hacer lo que se me antoje la concha. Quizá junte toda esa
mierda que estos pelotudos piensan que tiene súper-poderes y la tire
al río o al mar. O capaz la queme. ¿Vos qué pensás?
—Uhm… —el flaco estaba colgado mirándola y mirando al te-
cho alternadamente—. Me parece que lo mejor va a ser que te dejés
de joder y transes con el gordo y los Pedesti porque te van hacer
la vida imposible. Caes acá con toda esa guita sin haberles dado la
reliquia esa del orto… ¿querés que me maten a mií también?
—No seas cagón, flaco. —Daniela mató de un solo trago la
media lata de cerveza que quedaba—. Al final ustedes los tipos son
todos iguales. Mojan el churro y se vuelven tremendos bebotes.
¿No tenés huevos vos para segundearme en ésta?
En lugar de esperar ellos a que los vengan a buscar, salieron
a su encuentro. El flaco tenía dos pistolas 9mm de cuando había
sido gendarme. Según Daniel, los Del Ponce estaban por adquirir
esa misma madrugada un conteiner lleno de “objetos milagrosos”,
es decir, de “reliquias invaluables” que llegaban desde afuera, po-
siblemente África o Asia. El golpe iba a tener que ser en el Puerto
de Buenos Aires. Cargaron las armas, tomaron una raya de cocaína
cada uno y salieron en la moto de Gutiérrez, un Transalp Rally
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Touring 600cc del año 1998.
Antes de ponerse el casco, Daniela le pidió el celular al flaco.
Marcó un número y escribió: “Ya sabés quién soy y sé que me
debés estar buscando, porque no cambiás más. Si me querés volver
a ver, te espero en Retiro en 1una hora. Traé un fierro y no vengas
con la rubia”.
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en el que se estaba metida. Por una vez en la vida, quería rectificar
sus malas acciones.
Intercambiaron mensajes con Fabián y quedaron en encontrar-
se en el límite que separaba Puerto Madero de Retiro, en cierto
pasadizo oscuro que ellos conocían de otras jugarretas previas, cer-
ca de la Avenida Antártida Argentina y Comodoro Py. A la hora
exacta de aquel primer mensaje, se escuchó frenar un auto y era
él. Camino unos pasos hacia donde estaban ellos, ocultos tras unos
arbustos.
—Traje una escopeta de caza mayor y un FAL belga —dijo
Fabián para romper el hielo. Era increíble su capacidad para mos-
trarse como un tipo rudo, “sin sentimientos”.
—¿Viniste con la rubia? —preguntó Daniela en tono jocoso—.
Qué mina tarada esa, por dios. ¿De dónde la sacaste? ¿De un capí-
tulo del Pequeño Reino de Ben y Holly?
—Basta, flaca —intervino el flaco Gutiérrez—. Tenemos cosas
más importantes que hacer que una trasnochada escenita de celos.
Se produjo un silencio incómodo y luego Daniela estalló en una
carcajada.
—¡Estoy jodiendo, boludos! Ok, arranquemos.
Mientras caminaban hacia el Corsa de Fabián, éste y la piba
quedaron un poco más atrás que el flaco. Ni lerdo ni perezoso, Fabi
aprovechó para decirle cuánto la había extrañado todo este tiempo
y que no había podido dejar de pensar en ella ni una sola noche.
Ella se emocionó pero lo ocultó. No quería dar señales equivocadas
ni estropear la “misión” que tenían esa madrugada fría de Buenos
Aires.
Dado que no podían caminar con armas largas por la calle así
no más, acercaron el coche lo más que pudieron hasta el Puerto,
estacionando a metros de las Dársena F dado que la transacción de
los Pedesti iba a ser en la F.
Aguantaron la media hora que faltaba para que las dos camio-
netas Mercedes Benz último modelo de Del Ponce llegaran hasta
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el lugar. Podían ver con el binocular Gadnic que alrededor de un
conteiner específico en la Dársena F había tres sujetos armados con
ametralladoras Uzi de origen israelí, a metros de un BMW negro,
con vidrios polarizados y blindados. Los Del Ponce solían usar pis-
tolas, pero posiblemente alguna Ithaca 37 y por lo menos una so-
viética AK-47 tendrían para una operación “tan importante como
esta”, según las palabras que Daniela escuchó en su momento de
boca de Francisco, aquella noche que el gordo se quiso pasar de
listo con ella y la piba le metió una piña en la cara, acción que no
fue reprimida dado que entendió que se había desubicado.
Mk3A2 era el nombre de la granada de mano estadouni-
dense que el flaco Gutiérrez había preparado para que el asalto
tuviese alguna lógica, dado que de no tenerla estaban con todas las
de perder. Igualmente, el plan era que la situación pareciese una
operación mejicaneada por ambos bandos, suscitar la paranoia e
intervenir desde lejos. Una vez que atacaran a Francisco y a los
suyos, sólo era cuestión de esperar la reacción intempestiva de un
rabioso sintiéndose zarpado.
Todo transcurrió acorde a lo planificado. Llegaron las camione-
tas, bajaron seis hombres entre los que se incluía el gordo Del Pon-
ce y se acercaron lentamente hasta la Dársena F junto al conteiner
custodiado. No hubo manos estrechándose, solamente una sucinta
conversación prácticamente para-verbal entre Francisco y el que
parecía “el capo” de los otros mafiosos. Abrieron la compuerta y,
no pudieron creerlo sus ojos, comenzaron a salir pequeñas criaturas
vivas del tamaño de un duende pero con forma humana. Duendes
no podían ser ya que el último de ellos, el Gran Duende de la Pu-
reza Sádica Estelar, había sido estrangulado por Fabián en el 2002,
la tarde que aquel había querido robarse una tarta de mazamorras
de la ventana de Doña Julia, allá en Pacheco. Y, ¿entonces? ¿Qué
demonios eran esas pequeñas criaturas que se habían asomado del
conteiner y que ahora aguardaban el pago de los Pedesti para irse
con sus nuevos dueños?
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—¡Son niños! —exclamó Daniela, indignada—. ¡Estos hijos
de yuta compran niños!
Ahora entendían muchas cosas, por ejemplo, a qué llamaban
dentro de las reliquias y de los objetos milagrosos “los objetos esen-
ciales de placer”. Pedesti no era más que una abreviación y un modo
estúpido de camuflar lo que verdaderamente eran. En efecto, su pri-
mer nombre había sido los Pederestis, es decir, los PEDERASTAS.
Semejante sorpresa enturbió las mentes de los tres justicieros.
Digamos que comenzó la cacería. Aprovechando que les niñes es-
taban dentro del conteiner aún, Gutiérrez dio la orden de fuego. Fa-
bián apuntó al líder de los vendedores hiriéndolo en un hombro con
el FAL. Daniela tiró con la 9mm a Del Ponce y le pegó en la mano
derecha. El flaco dejó los binoculares gracias a los cuales informaba
los resultados del ataque y una vez que amboas bandas empezaron
a tirotearse lanzó la granada lo más lejos posible del conteiner es-
tallando totalmente una de las camionetas Mercedes Benz. Después
de ese estallido, fue cuestión de afinar la puntería hacia todo lo que
se moviese hacia un lado o hacia el otro.
La transacción se boicoteó oportunamente. Los Pederastas que
sobrevivieron –apenas dos de los seis que habían ido– huyeron he-
ridos. Francisco agonizaba en el suelo con trece disparos en el tor-
so, uno en la cara, cuatro en la pierna y uno en la nalga izquierda.
Los entregadores, cuyo origen había resultado ser europeo, murie-
ron todos. Les niñes no resultaron heridos, casi milagrosamente.
Lamentablemente, cuando estaba terminando la balacera, uno de
los europeos registró los disparos que provenían de donde estaban
Daniela, Fabián y el flaco Gutiérrez. Como pudo, sacó del baúl
del BMW un fusil de francotirador semiautomático anti-material
SARTS modelo M82 de origen estadounidense. Fue cuestión de
apuntar apenas bien ya que con eso bastó para volarle la tapa de los
sesos al pobre Gutiérrez. Acto seguido, Fabián retrucó con una bala
7,62mm que impactó con una perfección inusitada en su rostro,
perforándole un ojo y matándolo en el acto.
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Una vez que el tiroteo terminó completamente, Fabián se apro-
ximó hacia los cuerpos tendidos en el piso y los remató con la es-
copeta Winchester SXP.
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tulpa creada por la mente y el espíritu del propio Fabián, es decir,
un producto psíquico que había adquirido una solidez física y una
autonomía e independencia impresionantes nunca vistas en el mun-
do de los tulpamantes, quizá.
Las nubes de la lluvia otoñal habían dejado paso a un esplén-
dido día de sol. El frío y desolado Puente de la Mujer había sido el
último testigo de ese improbable amor entre un vampiro del Gran
Buenos Aires y una tulpa a la que no pocos psiquiatras hubieran
diagnosticado como “borderline”, a condición de creer primero
ellos en una ciencia Otra.
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LKHAGVASÜREN
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y reír. Además él quiso volver a su forma humana rápidamente, con
lo cual, ya no hubo manera de volver a esconderse. Los viles solda-
dos de Li Zicheng, sospechando que ese tesoro que representaba la
jovencita andaba aún por allí escondido, decidieron montar guardia
por los alrededores de la Ciudad Prohibida, corte de la dinastía
Ming hasta ese día. Fue así que las turbas oscuras de Li Zicheng
capturaron a Changping fácilmente. Una vez apresada, la entrega-
ron a los designios secretos del rey de los infiernos Erlig Khan a
quien, en verdad, respondían. Los siniestros lobos la devoraron en
cuestión de minutos, sin dejar siquiera sus finos huesos. No tuvo
sepultura alguna.
Para colmo de males para Lkhagvasüren Temur Khan, resultó
ser que la muchacha era, en realidad, la mismísima nieta del dios
Tengri, suegro secreto del emperador Chongzhen. Si haber descui-
dado a una princesa era algo que ya merecía un castigo ejemplar,
¿qué cadalso sería suficiente para tamaña desidia?
Cuentan los contadores de leyendas orientales más prestigia-
dos, descendientes directos del monje tibetano Manjari, que Lkha-
gvasüren fue condenado a vivir en forma de murciélago por toda la
eternidad. No solamente eso. Además, cada cierto tiempo mortal,
se haría un ritual conmemorativo de aquella suprema tragedia en el
que se comería a los murciélagos descendientes del propio Lkha-
gvasüren Temur Khan en un caldo con el que se haría una especie
de sopa. El pecado de este joven mongol, no obstante, nunca es-
taría plenamente saldado puesto que la furia de Tengri cuando lo
condenó fue terrible. Y así sucede cuando los dioses sentencian a
un mortal. Tampoco tienen miramientos si el pago de esa culpa se
extiende a toda la humanidad.
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INDICE
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Este libro se imprimirá, quizás,
cuando acabe la pandemia
en Buenos Aires
o en la galaxia
SPT0418-47