Sala Constitucional - Sentencia 19-12-06
Sala Constitucional - Sentencia 19-12-06
Sala Constitucional - Sentencia 19-12-06
El 30 de enero de 2002, los abogados José Muci-Abraham, José Antonio Muci Borjas y
Verónica Pacheco Sanfuentes, titulares de las cédulas de identidad núms. 350.056,
6.056.019 y 6.979.838, respectivamente, e inscritos en el Instituto de Previsión Social
del Abogado bajo los núms. 88, 26.174 y 48.462, respectivamente, en su condición de
mandatarios judiciales del ESTADO CARABOBO, de conformidad con los artículos
26, 49, 333, 334 y 336, numeral 3 de la Constitución de la República Bolivariana de
Venezuela, interpusieron recurso de nulidad por razones de inconstitucionalidad e
ilegalidad, conjuntamente con pretensión de amparo constitucional, del DECRETO
1.436 CON FUERZA DE LEY GENERAL DE PUERTOS, cuya reimpresión fue
publicada en la Gaceta Oficial núm. 37.331, del 23 de noviembre de 2001.
El mismo día se dio cuenta en Sala del expediente y se acordó pasar las actuaciones al
Juzgado de Sustanciación.
El 17 de septiembre de 2002, esta Sala mediante decisión núm. 2205, declaró que no ha
lugar a la solicitud de suspensión, como medida cautelar, de la aplicación de los
artículos 42, 43, 45, 46, 47, 51, 54, 57, 59 y 108 del Decreto con Fuerza de Ley General
de Puertos.
DE LA PRETENSIÓN
A continuación se resumen los planteamientos hechos por los solicitantes en su escrito:
1.- Que el Presidente de la República dictó el Decreto núm. 1.436 con Fuerza de Ley
General de Puertos.
2.- Que dicho Decreto-Ley habría sido dictado sobre la base de la autorización
concedida al Presidente de la República en el artículo 1, numeral 3, literal c) de la Ley
que Autoriza al Presidente de la República para dictar Decretos con Fuerza de Ley en
las Materias que se delegan, publicada en la Gaceta Oficial núm. 37.076, del 13 de
noviembre de 2000.
4.- Que la norma constitucional invocada descarta, rechaza o niega la actuación del
Poder Nacional en esas materias. Por lo tanto, la autorización dada al Presidente de la
República para dictar normas con rango y fuerza de ley en materia de legislación
marítima no versaba sobre la conservación, administración o aprovechamiento de los
puertos de uso comercial.
b) El artículo 43, conforme al cual, la construcción de nuevos puertos, así como las
ampliaciones o construcciones de nuevas infraestructuras de los puertos existentes,
requeriría la aprobación por la Autoridad Acuática;
c) El artículo 46, según el cual, los Estados darían cumplimiento a la obligación de
mantener los puertos, siempre dentro de los parámetros y en los términos y condiciones
que establezca la Autoridad Acuática;
e) El artículo 108.3, en cuyo texto se establece que las administraciones portuarias que
no den cumplimiento dentro del plazo establecido a las órdenes e instrucciones que sean
impartidas por la autoridad acuática, serían sancionadas con multa.
Que, con estas previsiones, el Decreto-Ley regula materias que sólo pueden ser
disciplinadas por los Estados.
6.- Que dicho Decreto violó el artículo 167.2 de la Constitución, cuyo texto establece
que es a los Estados a los cuales corresponde crear, recaudar y administrar las tasas que
deben ser saldadas por los servicios públicos de conservación y administración de los
puertos de uso comercial. Que tal violación se desprendería de lo que prescriben los
siguientes artículos del Decreto-Ley:
a) El artículo 54, según el cual, si bien se reconoce que los entes administradores de los
puertos públicos de uso público tienen derecho a percibir y administrar todos los
ingresos derivados de la operación comercial del puerto, se sujetaría dicho
aprovechamiento a las condiciones que establezca la Ley;
Que resulta inadmisible que quien carece de competencia para crear tasas, pretenda
consagrar rebajas. Que, por la naturaleza de las cosas, el poder para otorgar exenciones
y rebajas impositivas sólo puede ser ejercido por los sujetos a los cuales la Constitución
y las leyes expresamente faculta para crear la obligación tributaria, que en este caso son
los Estados.
7.- Que en la “Ley que Autoriza al Presidente de la República para dictar decretos con
fuerza de Ley en las materias que se delegan”, no se autorizó al Presidente a imponer
limitaciones a la potestad tributaria de los Estados, ya que entre los asuntos sobre los
cuales debía legislarse, no fue contemplada la materia financiera.
Que el Decreto con Fuerza de Ley General de Puertos, no obstante que versa sobre
asuntos de interés de los Estados, no le fue consultado a éstos; por lo tanto, se infringió
lo que al respecto dispone el artículo 206 de la Constitución.
Que se infringió el artículo 4 de la Ley que autorizó al Presidente a dictar decretos con
fuerza de ley, pues no se informó a la Asamblea Nacional del contenido del Decreto con
Fuerza de Ley General de Puertos por lo menos con diez días de antelación a su
publicación en Gaceta Oficial.
Que el Decreto con Fuerza de Ley General de Puertos es una ley marco, pues establece
principios, parámetros y limitaciones al ejercicio de las potestades financieras y
tributarias de los Estados. En consecuencia, los Estados precisarían de dictar leyes para
acoplar sus procedimientos y actividades a los lineamientos establecidos en dicho
Decreto-Ley. No obstante tratarse de una ley marco, dicho Decreto-Ley no fue
consultado a la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, por lo que fue
infringido el artículo 203 de la Constitución, que somete este tipo de textos normativos
al examen de organicidad ahí establecido.
II
DE LOS INFORMES
1.- La Procuraduría señaló que, aparte de dar competencia a los Estados para
conservar, administrar y aprovechar los puertos de uso comercial, la norma contenida en
el artículo 164.10 de la Constitución advierte que tales competencias se ejercerán en
coordinación con el Ejecutivo Nacional. Siendo así, la Procuraduría estima que las
denuncias planteadas contra las normas del Decreto con Fuerza de Ley General de
Puertos no tienen fundamento, pues tales normas no son más que una expresión de la
competencia de coordinación que a tales efectos le fue conferida por la Constitución al
nivel nacional de ejercicio del Poder Público.
III
PUNTO PREVIO
Por lo tanto, el análisis que sigue versa sobre todas las denuncias planteadas, salvo la
referida al artículo 47 de la Ley General de Puertos vigente, y, en virtud de que el
Decreto con Fuerza de Ley General de Puertos quedó derogado, la Sala se referirá a los
preceptos impugnados como contenidos en la Ley de Reforma. Así se establece.
IV
(…)
(…)
Una interpretación del primero de los enunciados citados (art. 156.26) revela que al
Poder Público Nacional, y en particular al Poder Legislativo Nacional, le correspondería
legislar sobre la materia de puertos, pues el mencionado precepto autoriza a dicho poder
a dictar “el régimen (…) de los puertos”, y la primera acepción del término “régimen”
que recoge el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es precisamente
la de un “conjunto de normas que gobiernan o rigen una cosa o una actividad”. Por
tanto, al Poder Público Nacional le correspondería dictar un conjunto de normas que
gobiernen o rijan la actividad portuaria o el servicio portuario.
Por su parte, el artículo 164.10 de la Constitución atribuye al Poder Público Estadal la
competencia relativa a “la conservación, administración y aprovechamiento (…) de
puertos (…) en coordinación con el Ejecutivo Nacional”; es decir, a dicho Poder le
corresponde conservar, administrar y aprovechar los puertos de uso comercial que se
encuentren dentro de la jurisdicción del Estado de que se trate.
De lo que se lleva dicho puede admitirse que tanto el Poder Público Nacional como el
Estadal ostentan competencias en cuanto a la materia de puertos.
Se trata, entonces, de un asunto sobre el cual ambos niveles de ejercicio del Poder
Público han recibido, desde un punto de vista cualitativo, potestades distintas sobre una
misma actividad. Por un lado, al legislador nacional le compete elaborar el régimen
general de la materia portuaria, la cual podrá incidir sobre los puertos comerciales,
pesqueros, militares, deportivos o de investigación científica; a los Estados, por otro, les
corresponde la conservación, administración y aprovechamiento de los puertos
comerciales.
Sin embargo, debe advertirse que la doctrina y cierta legislación extranjera utilizan la
expresión “competencia compartida”, cuando no es que distinguen una competencia de
otra. Ya tendrá ocasión la Sala de profundizar en este aspecto.
Así, pues, en materia de puertos (que como quedó dicho es objeto de una competencia
concurrente), tanto por lo que establece el artículo 156.26 constitucional, como por lo
que expresa el artículo 165 del mismo texto, le toca al Poder Público Nacional dictar el
régimen o conjunto de normas básicas que regulen este servicio, y al Poder Público
Estadal le corresponde, por su parte, conservar, administrar y aprovechar los puertos de
uso comercial, así como también dictar una normativa que desarrolle el régimen básico
que al nivel nacional le cumple dictar.
Ahora bien, cuál sería el contenido de ese régimen o legislación básica en materia de
puertos.
Para dar respuesta a esta interrogante, habría que determinar la razón por la cual el
legislador constituyente quiso que, en lo tocante a competencias concurrentes, la
legislación básica le correspondiese dictarla a nivel nacional de ejercicio del Poder
Público, y la legislación de desarrollo le fuese asignada al nivel estadal de ejercicio de
dicho poder.
La Sala considera que el fundamento de tal asignación viene dado por los principios de
unidad, interés general e igualdad en la gestión de los Estados de ciertos servicios en
régimen de competencia concurrente.
Es decir, al Constituyente le preocupaba que los servicios a prestar por los Estados en
régimen de concurrencia perdieran cierta homogeneidad en cuanto a su funcionamiento;
tal homogeneidad, consideró el Constituyente, se preservaría si el nivel nacional de
ejercicio del Poder Público fijase una normativa básica que delimitara la actividad que
en ejecución de la competencia concurrente desplegaran los Estados.
Es decir, el régimen básico a ser dictado por el nivel nacional de ejercicio del Poder
Público, conforme a la atribución que le fue conferida por el artículo 156.26
constitucional en concordancia con el artículo 165 eiusdem, permite que el legislador
nacional incida con tal regulación sobre la ejecución, conservación y administración que
de los puertos de uso comercial hicieren los Estados.
Sin embargo, la Sala considera, por el contrario, que tales denuncias sí tendrían que ser
examinadas, pues, si bien el nivel nacional de ejercicio del Poder Público está
autorizado a dictar leyes de base o a establecer un régimen general en materia de
puertos de uso comercial, tal como se puso de relieve anteriormente, pudiera ocurrir que
se exceda en el cumplimiento de esta potestad y, de ser este el caso, las normas
objetadas podrían devenir inconstitucionales. Por ello, es necesario verificar si las
normas denunciadas incurren propiamente, está vez por exceso, en los vicios apuntados
por los solicitantes.
Según los solicitantes, los artículos 42, 43, 46 y 108.3 de la Ley General de Puertos,
violan la exclusividad con que a los Estados les habría sido atribuida por la Constitución
“la conservación, administración y aprovechamiento” de los puertos de uso comercial,
pues dichos artículos prevén que: a) los Estados deban constituir un ente
descentralizado que se encargue de la administración del puerto, u otorgarlo en
concesión o habilitación (art. 42); que la construcción de nuevos puertos, así como las
ampliaciones o construcciones de nuevas infraestructuras de los puertos existentes,
requerirán la aprobación por la autoridad acuática nacional (art. 43); que el
mantenimiento de los puertos se haga dentro de los parámetros y en los términos y
condiciones que establezca la mencionada autoridad acuática nacional (art. 46); y, por
último, que si las administraciones portuarias que no dan cumplimiento dentro del plazo
establecido a las órdenes e instrucciones que sean impartidas por la autoridad acuática,
serán sancionadas con multa (art. 108.3).
Al respecto, señalan que la Ley General de Puertos, al regular como lo hizo en los
artículos mencionados la conservación y administración de los puertos de uso comercial
por parte de los Estados, violó el artículo 164.10 constitucional, pues éste le habría
reservado a los Estados la competencia exclusiva para ejercer tales competencias.
No obstante las particularidades que individualizan a cada uno de los artículos de la Ley
General de Puertos mencionados, todos pueden ser comprendidos, como se señaló en el
aparte anterior, dentro de la potestad de coordinación que el propio artículo 164.10 de la
Constitución le atribuye al nivel nacional de ejercicio del Poder Público, al señalar que
las competencias que de manera exclusiva le otorga a los Estados en materia de puertos
de uso comercial, deben ejercerse “en coordinación con el Ejecutivo Nacional”. Y
siendo el Ejecutivo Nacional parte del nivel nacional de ejercicio del Poder Público, el
Legislador Nacional puede regular la competencia de coordinación que a aquél le ha
sido encomendada.
El federalismo dual se ha explicado del siguiente modo: “En los orígenes de los
modernos Estados territorialmente compuestos –sobre todo en el caso del federalismo
norteamericano- pudo partirse de que las esferas propias del poder central y de los
poderes territoriales eran totalmente independientes, y separadas unas de otras, a modo
de compartimentos estancos, de manera que (…) los diversos poderes podrían ejercer
sus diversas potestades sin interferencia alguna de otras instancias territoriales”. Sin
embargo, este federalismo dual, “posible en épocas de organización económica y social
relativamente simple, no ha podido mantenerse teórica o prácticamente”, de lo que se
concluye que “son, pues, necesarias, la integración y coordinación entre las normativas
estatal y autonómica” (Cfr. López Guerra y otros: Derecho Constitucional, II, Tirant lo
blanch, Valencia, 2000, pp. 373-374).
Otro autor nos da una explicación semejante: “En el siglo XIX la economía de mercado
existente y la escasa intervención de los poderes públicos en la sociedad permitían que
la federación y los estados miembros actuaran de manera separada, sin apenas contacto
entre sí, gobernando cada uno en el ámbito de sus competencias, por ejemplo, la
federación sobre la moneda y el comercio internacional y los Estados sobre la
agricultura y el comercio interno de cada uno. Este era el federalismo dual: cada
instancia de poder, la federación y cada uno de los Estados decidía por sí misma sobre
sus propios asuntos, gobernaba de manera separada” (Cfr. Aja, Eliseo: El Estado
autonómico (Federalismo y hechos diferenciales, Alianza, Madrid, 1999, p. 29).
Son dos las ideas fundamentales que contienen los textos citados: la primera advierte
que el Estado federal debe ser concebido como una figura que ha evolucionado de un
federalismo dual, en el cual a los entes políticos territoriales que lo integraban les
correspondía en exclusiva unas competencias respecto de las cuales el nivel federal no
tenía injerencia alguna; la segunda, da cuenta de que el moderno Estado federal es, a
diferencia del pasado, una forma política en la cual privan los principios de
cooperación, solidaridad y concurrencia entre las unidades que lo componen (tal como
lo proclama nuestra constitución en su artículo 4º), y este modelo se conoce como de
federalismo cooperativo.
A esta misma conclusión arriba Kelsen en su Teoría General del Estado, pero desde un
planteamiento teórico mucho más elaborado. Kelsen parte de la dicotomía
centralización-descentralización como un criterio estructural que permite catalogar, a la
luz del mismo, a los diferentes tipos de Estado. Según esta tesis, todos los modelos de
Estado, incluso los Federales y las Confederaciones, pueden ser situados entre un grado
perfecto de centralización y otro perfecto de descentralización, nunca en ambos
extremos.
De tal modo que “La confederación y el Estado federal, estos dos tipos capitales de
uniones de Estados, no se distinguen uno de otro sino por el grado de centralización o
descentralización” (p. 255), y que “los Estados históricos (…) no han sido ni
plenamente centralizados ni descentralizados por completo; siempre ha habido en ellos
una parte de centralización y otra de descentralización, habiéndose aproximado más o
menos, según los casos, a uno u otro de estos tipos ideales” (p. 215).
Según resulta de lo que se lee en los textos citados, la decisión constituyente contenida
en el artículo 4º de texto fundamental de 1999, en el sentido de que la estructura de
nuestro Estado fuese federal descentralizada, no puede leerse, sin más, como lo
pretenderían implícitamente los solicitantes, como el resultado de la opción
constituyente por un Estado perfectamente (o absolutamente) descentralizado (lo que es
lo mismo: por el modelo de federalismo dual), pero tampoco, lo cual es más obvio, por
uno perfectamente (o absolutamente) centralizado.
Pues, si bien es cierto que, “en hipótesis, cabe pensar en un régimen en el que la
Constitución hubiera dividido la totalidad de las materias de gestión pública de forma
neta y limpia, adjudicando bloques compactos a cada uno de los entes (…) que serán
gestionados por cada uno de los entes en estricta incomunicación con los demás” (al
modo del federalismo dual), “un sistema tal no sería sencillo de plasmar, ni realista…”
(Cfr. Santamaría Pastor, J.A., Principios de Derecho Administrativo, I, pp. 182-183).
Por otra parte, hay que insistir también que si nuestra Constitución ha preferido un
modelo de federalismo cooperativo, en los términos anteriormente explicados, a este
modelo subyace, necesariamente, un orden de relaciones entre los diversos niveles de
ejercicio del Poder Público que van, en algunas materias, desde la neta separación, hasta
otros niveles en que las relaciones son o de cooperación o de supremacía.
Incluso, en estados aún más descentralizados que el nuestro, como el español, los
autores que han abordado este tema reconocen la función coordinadora que le
corresponde ejercer al nivel nacional respecto al de las denominadas Comunidades
Autónomas (similares en muchos sentidos a nuestros Estados). Así, la doctrina de ese
país advertirá que “la existencia fáctica de una comunidad de intereses –económicos,
sociales, políticos, etc.– que trasciende los límites de cada Comunidad Autónoma hace
necesario dar una especial preferencia a la garantía de los intereses globales, y por tanto,
a los órganos encargados de actuar tal garantía. La presencia de intereses
supraautonómicos viene a unirse a la necesidad de llevar a cabo una coordinación e
integración de la acción de las diversas Comunidades Autónomas (…)” (resaltado de la
Sala).
El mismo autor concluye que resulta obvio que sean “los poderes centrales estatales los
apropiados para tales tareas” de “vigilancia de intereses comunes, (y de) coordinación e
integración” entre el poder central y las Comunidades Autónomas (Cfr. López Guerra y
otros, opus cit., p. 374).
Por su parte, y respecto al tema de las relaciones de coordinación entre el Estado, las
provincias y los Municipios, Kelsen apuntará que a las “autoridades centrales, por regla
general, (se les concede) un cierto derecho de inspección frente al municipio, incluso
por lo que afecta a su órbita autónoma de competencia, el cual da la posibilidad de casar
los actos del municipio por actos del Estado –es decir, de que los órganos centrales
suspendan los actos de los órganos locales”. Más abajo agrega lo siguiente: “tampoco es
imposible que, por ejemplo, el Estado pueda encargar al municipio que adopte una
determinada resolución o disposición en un asunto de su competencia propia, si bien el
cómo de la misma se sustrae por completo a la influencia de las autoridades centrales”
(resaltado de la Sala).
Otra fuente comenta que “el término coordinación ha sido objeto de análisis por la
jurisprudencia constitucional (española) (…) y ha sido definido como una fórmula de
fijación de mecanismos para la integración de un sistema nacional de múltiples
subsistemas autonómicos”. Tales mecanismos se harían efectivos mediante “la
determinación unilateral por el Estado (cuando la Constitución lo prevé) de técnicas que
hagan posible una homogeneidad mínima, pese a la existencia de diversas competencias
sobre una misma materia (sanidad, investigación, economía, hacienda)” (Cfr. López
Guerra y otros, opus cit., p. 383).
Así, pues, los rasgos significativos que acompañan al término coordinación serían los
de: integración (como objetivo a lograr), superioridad (como facultad del ente
coordinante), direccionalidad (por parte del ente sujeto a la coordinación) y
homogeneidad (como otro de los fines a ser alcanzados mediante este mecanismo).
En resumen, y a los solos efectos de esta decisión, la tarea de coordinar supone una
potestad superior atribuida a los órganos centrales de un Estado determinado, que tiene
como propósito integrar las tareas que sobre una misma materia les ha sido
encomendadas a diversos entes, con el fin de que las mismas confluyan en un objetivo
común, cual sería la prestación homogénea de un servicio o bien público.
Según se desprende de las consideraciones que se han hecho sobre la naturaleza federal
descentralizada de la estructura político-territorial del Estado venezolano, así como de la
potestad de coordinación que al nivel nacional le está atribuida en relación a los niveles
estadales y municipales de ejercicio del Poder Público, tanto en las materias de
competencia concurrente como en aquéllas de competencia exclusiva nacional en que
de alguna forma intervengan los Estados y los Municipios, esta Sala es del parecer que
el argumento que trae a colación la parte solicitante, en el sentido de que los artículos
42, 43, 46 y 108.3 de la Ley General de Puertos son inconstitucionales porque someten
a mecanismos de coordinación la ejecución de la potestad portuaria de los Estados, no
es correcto. Es decir, una vez examinados tales artículos a la luz de las instituciones
políticas y jurídicas que disciplinan las relaciones entre los entes centrales y los entes
descentralizados, se concluye que no resultan contrarios a las normas que al respecto ha
establecido la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.
Es así como el artículo 42 de dicha Ley, según el cual los Estados deben constituir un
ente descentralizado que se encargue de la administración del puerto, u otorgarlo en
concesión o habilitación, se justifica en el interés general por el que debe velar la
República de que los servicios públicos descentralizados se gestionen de modo eficaz, e,
incluso, eficiente. El instrumento de coordinación de que se vale en este caso la
República, es el de una directriz de orden organizativo, conforme a la cual impone a los
entes objeto de coordinación, el deber de asumir la gestión del servicio portuario
mediante un ente público con personalidad jurídica propia o a través de la concesión o
habilitación a un ente privado. En conclusión, la reserva a un ente especializado de la
gestión del servicio, apunta a una óptima ejecución del servicio, y es en este entramado
de razones que viene justificada dicha previsión normativa.
Por su parte, el artículo 43, que establece que la construcción de nuevos puertos, así
como las ampliaciones o construcciones de nuevas infraestructuras de los puertos
existentes, requerirán la aprobación por la Autoridad Acuática, responde también a la
homogeneidad en la prestación del servicio que debe darse en todos los puertos
gestionados por los Estados, para lo cual se vale de una potestad de condicionamiento.
En cuanto al artículo 108.3, que prevé que si las administraciones portuarias no dan
cumplimiento dentro del plazo establecido a las órdenes e instrucciones que sean
impartidas por la autoridad acuática, serán sancionadas con multa, debe entenderse
como una potestad implícita en la tarea de coordinar el servicio portuario por parte de la
República, pues, si tiene la facultad de dictar normas que instruyen acerca del modo en
que tal actividad deberá llevarse a cabo, resulta cónsono con el objetivo de que la norma
vincule la conducta de los Estados el que su incumplimiento apareje una sanción.
En estos términos quedan refutados los argumentos dados por los solicitantes.
a) el artículo 54, según el cual, si bien se reconoce que los entes administradores de los
puertos públicos de uso público tienen derecho a percibir y administrar todos los
ingresos derivados de la operación comercial del puerto, se sujeta dicho
aprovechamiento a las condiciones que establezca la Ley;
c) el artículo 57, según el cual, los buques inscritos en el Registro Naval Venezolano,
que realicen operaciones de transporte internacional en puertos venezolanos, gozarán de
una rebaja de un diez por ciento (10%) sobre las tasas por Derecho de Arribo y Derecho
de Muelle; esos mismos buques que realicen operaciones de cabotaje, gozarán de una
rebaja de un cincuenta por ciento (50%) sobre las referidas tasas; igual rebaja gozarán
las operaciones portuarias que involucren cargas movilizadas en cabotaje, sobre las
tasas por concepto de Derecho de Depósito y Derecho de Uso de Superficie; por último,
el mencionado artículo prescribe que los buques que realicen operaciones de puerto base
o de abrigo, gozarán de una rebaja de un setenta por ciento (70%) sobre las tasas por
Derecho de Arribo y Derecho de Muelle.
En cuanto al artículo 54, al acotar que el aprovechamiento del uso de los puertos
podría estar sujeto a determinadas condiciones, no dice más de lo que dijo el artículo
164.10 de la Constitución, cuando sujetó el “aprovechamiento” que hicieren de los
puertos los Estados a la “coordinación con el Ejecutivo Nacional”. Por lo tanto, dicho
precepto no viola ningún principio o regla contenida en la Constitución; por el
contrario, reafirma una prescripción que ésta contiene, y así se establece.
En el caso que nos ocupa, debe recordarse que el artículo 164.10 de la Constitución
dispone que “es de la competencia exclusiva de los Estados: (…) 10. (el)
“…aprovechamiento (…) de puertos y aeropuertos de uso comercial…”.
El sentido acorde con el enunciado parcialmente transcrito, es el de que sólo los Estados
ostentan la potestad de aprovechar lo que resulte de la administración de los puertos de
uso comercial.
Siendo, pues, que sólo a los Estados les ha sido encomendada la tarea de conservar,
administrar y aprovechar los puertos de uso comercial, y que para cumplir con tales
compromisos sólo deben estar vinculados a los actos que en resguardo de la debida
homogeneidad y eficiencia está autorizado a dictar el nivel nacional de Ejercicio del
Poder Público, es que debe entenderse que a cualquier otro ente (entre los que se
cuentan los Municipios) les está prohibida la realización de las actuaciones y de los
actos, así como el disfrute de los beneficios, que en virtud de aquéllos obtengan los
Estados.
Considera la Sala que el análisis anterior bastaría para justificar la nulidad del artículo
51 de la Ley General de Puertos.
Pero, a fin de apuntalar este juicio, parece necesario hacer algunas acotaciones.
La Sala observa que en el artículo 179.4 de la Constitución se prescribe que, entre los
ingreses de los Municipios, se cuentan el “situado constitucional y otras transferencias o
subvenciones nacionales o estadales”. Siendo que la figura prevista en el artículo 51 de
la Ley General de Puertos parece encajar en los conceptos de transferencia o
subvención, podría pensarse en la posible constitucionalidad de dicha orden a la luz de
lo que expresa el artículo citado.
Tales criterios pueden ser: la extensión de territorio del ente, su población, la eficiencia
en la gestión, los recursos que aporte al ingreso nacional o el déficit en la prestación de
servicios públicos indispensables.
Por lo tanto, también en esta ley se asegura la igualdad entre los entes político-
territoriales, mediante una distribución de ingresos según los criterios ya mencionados:
producción de hidrocarburos y explotación de minas, población y extensión territorial.
Hay que aclarar que los mecanismos de igualación que se han utilizado en los preceptos
citados no responden sólo a la llamada igualdad como equiparación, pues se han
utilizado otros que atienden a la denominada igualdad como diferenciación.
Por las razones apuntadas, dicho norma debe ser anulada, por incurrir en el vicio de
inconstitucionalidad. Así se establece.
Por otro lado, la denuncia contra el artículo 57 de la Ley General de Puertos debe
desecharse. Según este artículo, los buques inscritos en el Registro Naval Venezolano,
que realicen operaciones de transporte internacional en puertos venezolanos, gozarán de
una rebaja de un diez por ciento (10%) sobre las tasas por Derecho de Arribo y Derecho
de Muelle; esos mismos buques que realicen operaciones de cabotaje, gozarán de una
rebaja de un cincuenta por ciento (50%) sobre las referidas tasas; igual rebaja gozarán
las operaciones portuarias que involucren cargas movilizadas en cabotaje, sobre las
tasas por concepto de Derecho de Depósito y Derecho de Uso de Superficie; por último,
el mencionado artículo prescribe que los buques que realicen operaciones de puerto base
o de abrigo, gozarán de una rebaja de un setenta por ciento (70%) sobre las tasas por
Derecho de Arribo y Derecho de Muelle.
Es claro que las rebajas que contempla la Ley son expresión de una política proclive a
que nuestros puertos de uso comercial sean preferidos por el transporte marítimo, o, al
menos, puedan competir con otros de países vecinos tanto en precios como en servicios.
Se trata, por tanto, de una política comercial del Poder Nacional, que le ha autorizado
establecer tanto el artículo 156.15 de la Constitución, pues le atribuye la potestad de
dictar el “régimen del comercio exterior”, como el artículo 156.26, que le otorga la
potestad de dictar el régimen en materia de transporte marítimo, y cuyo ejercicio se
enmarca en la potestad de armonización (como corolario -–en el campo tributario– del
principio de coordinación tratado anteriormente) que autoriza al Poder Público Nacional
a incidir, en ejercicio de sus competencias, en los ramos tributarios de los demás entes
político-territoriales.
También la parte solicitante afirmó que el artículo 57 de la Ley General de Puertos viola
el artículo 167.5 de la Constitución, en virtud de que no habría respetado el principio de
equidad interterritorial. El solicitante afirma que al haberse disminuido en esta norma la
potestad tributaria de los Estados, debieron asignárseles nuevos poderes impositivos. Al
no haberse previsto una nueva asignación que compensara la pérdida, se habría dejado
de aplicar el citado artículo de la Constitución.
En el caso que ocupa a la Sala de lo que se trató fue de una rebaja a las tasas aplicables
por la prestación de un servicio portuario a favor de los buques inscritos en el Registro
Naval Venezolano que realicen operaciones de transporte internacional en puertos
venezolanos, supuesto éste que no se corresponde con el contemplado en la norma del
artículo 167.5 de la Constitución. En consecuencia, el argumento de
inconstitucionalidad del artículo 57 de la Ley General de Puertos en razón de haber
violado tal artículo, se desecha.
4.- Por último, se presentaron un grupo de argumentos que pueden ser estudiados en
conjunto, pues la motivación con que serán respondidos es la misma.
a) Que en la “Ley que Autoriza al Presidente de la República para dictar decretos con
fuerza de Ley en las materias que se delegan”, publicada en la Gaceta Oficial núm.
37.076, del 13 de noviembre de 2000, no se autorizó al Presidente a imponer
limitaciones a la potestad tributaria de los Estados, ya que entre los asuntos sobre los
cuales debía legislarse, no fue contemplada la materia financiera;
b) Que el Decreto con Fuerza de Ley General de Puertos, no obstante que versaba sobre
asuntos de interés de los Estados, no le fue consultado a éstos; por lo tanto, se infringió
lo que al respecto dispone el artículo 206 de la Constitución;
d) Que el Decreto con Fuerza de Ley General de Puertos es una ley marco, pues
establece principios, parámetros y limitaciones al ejercicio de las potestades financieras
y tributarias de los Estados, lo cual implicaría que éstos deben dictar leyes para acoplar
sus procedimientos y actividades a los lineamientos establecidos en dicha Ley. Sin
embargo, tal Decreto-Ley no fue consultado a la Sala Constitucional del Tribunal
Supremo de Justicia, no obstante que las leyes marco, por su carácter orgánico, deben
ser sometidas al examen de organicidad que prevé el párrafo tercero del artículo 203 de
la Constitución.
El tercero expresa que no se informó a la Asamblea Nacional del contenido del Decreto
con Fuerza de Ley General de Puertos, por lo menos con diez días de antelación a su
publicación en Gaceta Oficial, lo cual también constituiría una omisión de un acto de
consulta del procedimiento que fijó la Ley que autorizó al Presidente de la República a
dictar Decretos con Fuerza de Ley, y en tanto tal ha perdido su objeto al haber sido
sustituido dicho Decreto-ley por una Ley de la Asamblea Nacional.
Lo mismo habría que contestar a la presunta falta de consulta del proyecto de Decreto-
ley a la Sala Constitucional del Tribunal Supremo de Justicia, por tratarse,
presuntamente, de una ley con contenido orgánico.
IV
DECISIÓN
Por las razones que anteceden, este Tribunal Supremo de Justicia, en Sala
Constitucional, administrando justicia en nombre de la República, por autoridad de la
ley, declara PARCIALMENTE CON LUGAR la solicitud de nulidad por razones de
inconstitucionalidad e ilegalidad, del DECRETO 1.436 CON FUERZA DE LEY
GENERAL DE PUERTOS, publicada su reimpresión en la Gaceta Oficial núm. 37.331,
del 23 de noviembre de 2001, el cual fuero reformado parcialmente por la Ley General
de Puertos, publicada en la Gaceta Oficial núm. 37.589, del 11 de diciembre de 2002.
La Presidenta,
El Vicepresidente,
Ponente
FACL/
Quien suscribe, Magistrado Marcos Tulio Dugarte Padrón, discrepa de la mayoría que
suscribió la decisión que antecede; en consecuencia, salva su voto, con fundamento en
la siguiente consideración:
El fallo que antecede declaró parcialmente con lugar la demanda de nulidad contra el
Decreto con fuerza y rango de la Ley General de Puertos Número 1.436, declarando
nula la norma contenida en el artículo 51 con fundamento en una argumentación que
excede el asunto sometido a su conocimiento al centrarse en el federalismo como
principio organizador del poder y en la descentralización como proceso que lo sustenta.
Quien se aparta del fallo que precede no puede menos que disentir del criterio de la
mayoría en relación con las afirmaciones realizadas sobre el sistema federal que el
constituyente pretendidamente escogió. En concreto, señala el fallo que la Constitución
de la República Bolivariana de Venezuela rechazó una descentralización que negase la
totalidad estadal, cuando lo ajustado era analizar el contenido de la ley cuya nulidad se
pretendió y fundar la nulidad de la norma en los problemas creados por la ocupación
dual de sectores tributarios dentro de las competencias de los gobiernos central y local.
En tal sentido, se omitió un análisis de la necesidad de compartir los ingresos fiscales y
las transferencias compensadoras desde el gobierno nacional a los gobiernos estadales y
municipales.
En una federación, la división de poderes entre los gobiernos regionales y el federal está
esquematizada en la Constitución y encuadrar las instituciones federales de forma tan
rígida como lo hizo la mayoría sentenciadora omite que al igual que otras instituciones
de gobierno, las estructuras federales deben poder adaptarse y adecuarse al cambio de
las circunstancias económicas, políticas y sociales como principales factores que exigen
cambios en las instituciones y los procesos del federalismo, a que alude el preámbulo de
la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Ahora bien, quien disiente
considera que el análisis de la modificación de las orientaciones y expectativas de los
ciudadanos y de los programas políticos derivados del contexto, como nuevas pautas de
gobierno y administración pública constituyen nociones que la Sala ha debido omitir
como fundamento de la nulidad declarada.
Fecha ut retro.
La Presidenta,
El Vicepresidente,
Magistrado
FRANCISCO ANTONIO CARRASQUERO LÓPEZ
Magistrado
El Secretario,
Exp.02-0265
MTDP/
Quien suscribe, Jesús Eduardo Cabrera Romero, en virtud de la potestad que confiere el
artículo 62 del Reglamento Interno de este Alto Tribunal, consigna su voto concurrente
respecto de la sentencia que antecede, pues si bien comparte la decisión de la mayoría
que declaró parcialmente con lugar la demanda de nulidad del Decreto 1.436 con fuerza
de Ley General de Puertos, discrepa de la motivación dada en el fallo que antecede en lo
que se refiere a la definición que en él se efectúa acerca de la naturaleza de nuestro
sistema federal.
La Presidenta,
El Vicepresidente-Concurrente,
Los Magistrados,
Pedro Rafael Rondón Haaz
El Secretario,
JECR/
02-0265 (v-s)