Arauco Domado - Pedro de Ona
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Pedro de Oña
Arauco domado
ePub r1.0
Emiferro 07.03.14
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Título original: Arauco domado
Pedro de Oña, 1596
Edición original: Edición crítica de la Academia Chilena, Santiago de Chile, 1917
Ilustraciones: Edición crítica de la Academia Chilena, Santiago de Chile, 1917
Retoque de portada: Emiferro
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EL ANOTADOR AL LECTOR
ESEOSA la Academia Chilena Correspondiente de la Real Academia Española
de divulgar las obras de los autores nacionales de cierta notoriedad,
ajustándose con ello al programa de trabajo que se trazó en sus Estatutos, en sesión
de 15 de junio del año próximo pasado acordó iniciar esa labor con la publicación de
las obras de Pedro de Oña, nuestro primer poeta, —el primero por la época en que
floreció y por la riqueza y abundancia de su numen, —designando al efecto a don
Julio Vicuña Cifuentes para la de El Vasauro, hasta ahora inédito; a don Manuel
Antonio Román para la de El Ignacio de Cantabria; a don Francisco Concha Castillo
para la de las poesías sueltas, y a nosotros para la del Arauco domado.
Hubo de darse la preferencia a la de este último, tanto por su valor histórico y
literario, cuanto por haber sido la primera labor que salió de manos del poeta. Vio la
luz pública ese poema en Lima, en 1596 , en un volumen en 4.º, adornado del retrato
del autor a la edad de veinticinco años, (que tal era la que entonces alcanzaba), con
tan mala estrella, que, a pretexto de haber aparecido sin la aprobación del Ordinario
Eclesiástico de aquel arzobispado, su autor fué procesado, sacado de a bordo a tiempo
que se hallaba ya embarcado en el Callao para partir a desempeñar el corregimiento
de Jaén de Bracamoros; se pidió que la edición fuese recogida cuando apenas se
habían despachado al público 120 dé los 800 ejemplares de que constaba la tirada; y
el impresor, asimismo, perseguido y que para escapar de la cárcel hubo de buscar
asilo en los claustros de un convento. La manera como el poeta había referido en esa
su obra la sublevación de Quito, ocasionada de la implantación de las alcabalas, hizo
provocar también las quejas de los capitulares de aquella ciudad y contribuyeron con
ellas en gran parte a impulsar la persecución de que resultaron víctimas el autor e
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impresor del poema.
Ya sea por causa de haberse detenido así el que circulara la edición íntegra, ya por
el transcurso de los siglos, el hecho es que de la obra del poeta chileno apenas si se
conocen hoy media docena escasa de ejemplares, llegando a constituir por tan
peregrina rareza una de las joyas más preciadas de la primitiva bibliografía
americana.
De seguro, por idéntica causa, Oña, que se veía de ese modo defraudado del justo
premio, —literario y pecuniario a la vez, —a que tenía derecho a aspirar, pensó desde
el mismo punto en que se detuvo en Lima la circulación de su poema en hacer de él
una reimpresión en España; a cuyo efecto, por medio de apoderado, obtuvo allí, en el
propio año de 1596 , la licencia para ejecutarla, y que sólo pudo efectuar en Madrid,
después de pasados nueve años y por motivos que para tal retardo no se conocen, en
1605 , por las prensas de Juan de la Cuesta, el mismo tipógrafo que en dicha fecha
sacaba también de ellas la Primera Parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la
Mancha; no sin que, como en Lima, apoderados de la ciudad de Quito se presentasen
a contradecir la publicación y pretendiesen recoger la edición íntegra. Salió ésta,
después de los nuevos tropiezos que estuvieron a punto de relegarla también a algún
rincón de trastienda, en un grueso volumen en 8.°, con ciertas omisiones en los
preliminares, alguna estrofa reemplazada por otra, y con la supresión de las últimas
veintidós octavas del canto X: enmiendas y supresiones que demuestran, al parecer,
que si el autor no se halló presente a la corrección de las pruebas, por lo menos hubo
de entregar el ejemplar que sirvió para la reimpresión.
Valiéndose de ella, don Juan María Gutiérrez hizo la que apareció en Valparaíso
en 1849 , prestando así un positivo servicio a nuestra literatura al vulgarizar la obra
del poeta chileno, punto menos que olvidada o del todo desconocida entre nosotros
por la rareza de las precedentes ediciones; si bien, con tan poco cuidado, que resultó
plagada de todo género de errores.
Muy superior a ésta fué la que se hizo para la Biblioteca de Autores Españoles de
Rivadeneyra, bajo la dirección de don Cayetano Rosell, que tuvo el buen acuerdo de
guiarse para ella por la edición príncipe, modificando convenientemente la
puntuación y marcando las diéresis que exigía la cabal medida de algunos versos,
pero modernizando el texto al cambiar la forma de las voces usadas por el autor para
ajustarlas al lenguaje corriente hoy, salvo en alguna que otra ocasión en que por
olvido dejó la lección original cual salió de la pluma del autor.
Tal es el texto que hemos de seguir para la presente reimpresión, aunque
conservando siempre las formas usadas por nuestro poeta, pues si no nos ha sido
posible tener a la vista algún ejemplar de la edición limeña, —cosa que habremos de
lamentar en unos cuantos pasajes en que aparece dudoso lo que el autor escribiera, —
esa falta se suple casi en absoluto con la versión que nos ofrece el literato español.
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Así, por ejemplo, hemos de conservar las formas latinizadas en su escritura, como
collegial, proprio, sancto, sant, etc.; advirtiendo, a la vez, que, en este orden, el
escritor chileno, muy versado en el idioma del Lacio, emplea con frecuencia voces
que denuncian aquel origen, cuales son, verbigracia, almo, fido, planto, pluvia,
rábido, resoluto, ruga, superbo, tremer, tribulo, etc.
Muestras son ésas de la educación clásica que Oña había recibido, siendo de
notar, todavía, que su vocabulario aparece bastante rico en alusiones mitológicas,
derivadas especialmente de su lectura asidua de La Eneida de Virgilio, que, al par de
La Araucana de Ercilla, fueron, los modelos que se propuso imitar; a la vez que
copioso en frases tomadas de la náutica, cual era tan frecuente en los escritores de
esos tiempos, de ciertos juegos, y de caballos. Asombra, en verdad, respecto de esto
último, los términos que emplea al describir los en que se presentaron ciertos
capitanes en la revista militar que don García Hurtado de Mendoza pasó a su hueste
antes de emprender la marcha al interior del territorio araucano.
Asimismo es digno de observarse el empleo que hace de algunas palabras
indígenas, que con buen acuerdo ingirió en sus estrofas, no «por cometer
barbarismo», según lo advierte en el prólogo al lector, «sino porque siendo tan
propria dellos la materia, me pareció congruencia que en esto también le
correspondiese la forma;» cuidando, sí, de explicar muchas de ellas en una pequeña
tabla que puso al fin de la obra, sin tomar en cuenta aquellas con las que ya Ercilla
antes que él había hecho otro tanto. Lástima es que incurriese en la misma omisión
que su ilustre predecesor al no dar lugar en sus descripciones a los paisajes de la
naturaleza del país en que se desarrollaban las acciones de sus héroes, omisión ya
notada por Menéndez Pelayo, cuando al traer a cuenta la mezcla que Lope hizo en su
comedia El Nuevo Mundo de la fauna y flora europeas, dice que «ese fué, por otra
parte, vicio común en todos los poetas descriptivos de entonces, incluso en el mismo
Pedro de Oña, que no había salido de Chile y el Perú cuando compuso su Arauco
domado, donde, sin embargo, la vegetación es enteramente fantástica y aprendida en
los poetas italianos».
Con todo, el empleo de tales voces resulta de importancia muy secundaria
comparado con el que hizo de algunas de nuestra lengua, ya en acepciones no
registradas, como sucede, entre otras que en su lugar se verán, con mélode, sobrecejo,
tríbulo, ventola; ya, lo que es mucho más interesante aún, con otras nuevas, algunas
de las cuales ciertamente dignas de que sean admitidas en el léxico. Tales son:
alacrán, antegénito, asteria, astrologar, cegarrega, de coplada, cortadora,
culebresno, deshechar, embanderar, empacarse, empihuelar, encolmado, espumazón,
estalaje, filicida, génito, insólido, jacóbico, jacobino, lutoso, mádido, mariscoso,
obstupecer, plácito, regal, reptar, rívulo, sucidio, tábido, tépido y tresno.
Por esto bien se deja comprender que no era posible llevar a cabo una nueva
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edición del Arauco domado que resultase digna de su mérito y de lo que exige hoy la
crítica sin que la ilustrasen algunos comentarios en su aspecto lexicológico, no tan
extensos que pareciesen fatigosos, pero sí lo bastante para justificar y aclarar con
ejemplos el pensamiento y las frases del poeta; a cuyo intento hemos de invocar, por
haber sido su modelo, a la vez que lo es del lenguaje, La Araucana de Ercilla; en
segundo término, cuando la oportunidad se ofrezca, el Quijote de Cervantes, norma
insuperable del buen decir y modelo jamás sobrepujado, y su autor contemporáneo a
las derechas del chileno; y, por fin, alguna cita de escritor de este país, que pueda
servir para establecer cómo al través del tiempo se conservaron entre nosotros ciertas
voces y locuciones, o, por la inversa, se han ido olvidando hasta desaparecer del todo
de nuestra habla corriente.
Sin duda que comentos de la naturaleza que ofrecemos parecerán redundantes
para los que se hallan bien informados en el conocimiento de nuestra lengua, pero
creemos que serán de provecho para la generalidad de los lectores y estudiantes del
castellano, que podrán así disfrutar de la lectura razonada de una obra netamente
nacional y de no escaso interés histórico.
Por cierto que desde este último punto de vista había mucho que decir de la obra
del escritor chileno, que no se compadecería con el propósito que guía a la Academia
al reimprimirla; bástenos con recordar que es menos comprensiva que La Araucana,
puesto que termina con la relación de la batalla de Biobío, sin justificar así de modo
alguno su título de Arauco domado, que más podría convenir, en verdad, al poema de
Ercilla, del que con manifiesta injusticia se dijera por sus contemporáneos que en él
se había arrebatado al caudillo de los españoles la gloria del vencimiento al omitir la
relación de batallas campales y la fundación de siete ciudades; y que llevando por
norte el elogio de Hurtado de Mendoza, todo se subordina en ella a enaltecer su
figura con colores, que, por lo exagerados, rayan no pocas veces en manifiesta
adulación, y apenas si sucesos de un interés más general se recuerdan, agregando, sí,
de cuando en cuando, algún detalle que puede aprovechar el historiador diligente y
que se ha omitido en el poema ercillano. Por aquella su tendencia fué, sin duda, que
los posteriores apologistas de la persona y familia del Gobernador de Chile, a contar
desde Suárez de Figueroa, para seguir con los que llevaron su persona a las tablas,
como fueron, Gaspar de Avila, los siete ingenios que, en mal disimulado certamen y
en consorcio seguramente retribuido con largueza, se juntaron para hilvanar la
comedia que intitularon Algunos hechos de don García Hurtado de Mendoza hasta
Lope de Vega, que adueñándose del título de la obra del poeta chileno como
manifestación desde el primer momento ostensible del propósito que informaba su
pluma; así fué, decimos, como el Arauco domado fué la cantera de que todos ellos se
aprovecharon para sus obras.
Sin entrar, pues, en la apreciación de sus dictados generales, nos ha parecido
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conveniente ilustrarla en lo relativo a Chile, por lo menos con biografías
compendiosas de los personajes españoles que en ella figuran, dejando para escritores
peruanos o ecuatorianos las de los que a sus respectivas naciones tocan más de cerca,
y conste que hacemos tal prescindencia sólo porque carecemos de las fuentes de
información necesarias para esbozar aunque más no fuese las noticias de los
capitanes que allí descollaron. Y en esa parte sí que puede aseverarse que el Arauco
domado es digno de todo encomio por su verdad histórica. Oña, al dejar interrumpida
la relación de los hechos de Hurtado de Mendoza en Chile cuando apenas iniciaba su
campaña de pacificación, debió de llegar, con La Araucana en la mano, a persuadirse
de que continuar en ese campo, sobre parecer inútil, tendría que redundar en
desmedro suyo, comparado con lo que el poeta madrileño había realizado, y hubo,
por tal causa, de cambiar de rumbo, y valiéndose de una ficción, del deus ex machina,
abandonó de un salto los sucesos de Chile y trasladó la escena al tiempo del gobierno
de su héroe en el virreinato del Perú, en el cual no faltaba alguno digno de la trompa
épica, entrando a referir la revuelta producida en Quito por la implantación de las
alcabalas, con tal abundancia y exactitud en los detalles, que su testimonio ha sido
invocado como autoridad de primer orden por Amunátegui en Chile, y allá en el
Ecuador por el eximio historiador González Suárez, quien mejor que nadie estaba en
situación de aquilatarlos por su versación en los documentos originales; y, en seguida,
al referir también las correrías de Hawkins, que habían de terminar tan
favorablemente para las armas españolas comandadas por don Beltrán de Castro y de
la Cueva, deudo muy inmediato de don García, con la batalla naval en que fué
vencido el marino inglés, y que dejó, desgraciadamente, sin contar por entero, con el
propósito manifiesto, a nuestro entender, de tomar pie de la continuación del relato de
ese suceso glorioso y enhebrar así la segunda parte de su obra, que proyectaba
entonces y que nunca hubo de emprender al fin, a fe que con sobrada razón después
de los percances que tuvo que experimentar al sacar a luz la primera y el ningún pago
que por ella recibiera. Y en esa parte ningún elogio mejor cabe para nuestro poeta que
el del insigne Lope de Vega, que aplaudió en su Laurel de Apolo el Ignacio de
Cantabria, calificándolo de «dulcísimo», y que, llegado el caso de referir a su turno
aquella batalla naval en sú Dragontea dijo en el canto III, en conceptos al parecer
hiperbólicos para el chileno y demasiado humildes para sí:
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Que es monte de Helicona soberano,
Gran don Beltrán, que no mi vega humilde,
Que apenas soy de aquellas letras tilde.
J. T. MEDINA.
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PRIMERA PARTE[1]
DE
ARAUCO DOMADO[2]
COMPUESTO POR EL LICENCIADO
PEDRO DE OÑA
DIRIGIDO A
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LICENCIA Y PRIVILEGIO DEL VIRREY AL AUTOR.
ON García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, señor de las villas de
Argete y su partido, Visorrey, Gobernador y Capitán General destos reinos y
provincias del Pirú, Tierrafirme y Chile, Presidente de la Real Audiencia que reside
en esta ciudad de los Reyes, etc. Por cuanto por parte de vos el Licenciado Pedro de
Oña, colegial en el Real Colegio de San Felipe y San Marcos, fundado en esta dicha
ciudad, me fué hecha relación que habíades compuesto un libro intitulado Arauco
domado, que trata de las guerras de Chile durante el tiempo que estuvo a mi cargo el
gobierno de aquellas provincias, el cual os había costado mucho trabajo, y que
entendíades sería provechoso, así por la noticia que en él dais de las condiciones de la
tierra y gente della, como porque contáis en él con limpieza de verdad los hechos
señalados de muchos caballeros y otras personas que gastaron el dicho tiempo en
servicio del Rey nuestro señor, y me pedistes y suplicastes os mandase dar licencia y
privilegio para poder imprimir y vender el dicho libro en estos reinos, por término de
veinte años, o como yo más determinase. Y por mí visto vuestro pedimiento, y
habiéndose hecho en el dicho libro las diligencias que la Real premática dispone
sobre la impresión de los libros, cometiendo su examen y aprobación acerca de si
contenía alguna cosa contra nuestra santa Fe y buenas costumbres, al padre maestro
Esteban de Avila, de la Compañía de Jesús, y lo tocante a su estilo y entereza de
verso, con lo demás contenido en el dicho libro, al licenciado don Juan de Villela,
alcalde de corte desta Real Audiencia. Y, visto por los dichos, y aprobado, acordé de
dar y di la presente; por la cual, en nombre de Su Majestad, y en virtud de los poderes
y comisiones que de su Real persona tengo, os doy licencia y facultad para que vos, o
la persona que vuestro poder hubiere y no otra alguna, podáis hacer imprimir y
vender el dicho libro que intituláis Arauco domado estos reinos del Pirú, Tierrafirme
domado, en todos y Chile, por espacio y tiempo de diez años, que corran y se cuenten
desde el día de la data desta mi cédula, so pena que la persona o personas que sin
tener vuestro poder lo imprimiere o vendiere, o hiciere imprimir y vender, pierda la
impresión que así hiciere, con todos los moldes y aparejos della, y más incurra en
pena de quinientos pesos de oro cada vez que lo contrario hiciere, aplicados por
tercias partes, para la Cámara de Su Majestad, denunciador y juez que lo hubiere de
sentenciar; conque antes que hayáis de vender el dicho libro, le traigáis ante el dicho
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licenciado don Juan de Villela, alcalde de corte en esta Real Audiencia, para que vea
si está conforme a su original y os tase el precio que habéis de llevar por cada
volumen: que para todo lo dicho le doy poder y comisión en forma, cual en tal caso
se requiere; so pena que, no lo haciendo así, incurráis en las penas que para esto
disponen las leyes y premáticas Reales. Y encargo a todas la Audiencias destos
dichos reinos, y mando a todos los corregidores, alcaldes ordinarios y otras
cualesquier justicias de Su Majestad que guarden, executen y cumplan y hagan
cumplir y guardar a vos el dicho Licenciado Pedro de Oña esta mi cédula de
privilegio, con todo lo en ella contenido, y no consientan ir ni pasar contra ello, ni
parte dello, en manera alguna, so pena, a las dichas justicias, de cada quinientos pesos
de oro para la Cámara de Su Majestad. Dada en la ciudad de los Reyes del Pirú, a
once días del mes de enero de mil y quinientos y noventa y seis años.— EL
MARQUÉS.— Por mandado del Virrey.— Alvaro Ruiz de Navamuel.
visto este libro que se intitula Arauco domado, y no tiene error contra nuestra
E
santa fe: es libro provechoso, porque tiene muchas y graves sentencias, muy
importantes para la vida humana; y es muy aparejado para incitar, mediante su
levantado estilo, los ánimos de los caballeros a emprender hechos señalados y
heroicos en defensa de la religión cristiana y de su rey y patria, aunque sean con
riesgo de la vida: lo cual cuan necesario sea para la conservación y aumento de la Fe,
repúblicas y reinos, bien claro lo enseña la experiencia: todo lo cual arguye el grande
ingenio de que Dios dotó al autor. Por donde me parece que con justa razón se debe
imprimir. Fecha en el Colegio de la Compañía de Jesús de Lima, en diez de enero de
mil y quinientos y noventa y seis años.— ESTEBAN DE AVILA.
El P. Esteban de Avila, diputado por el Virrey para que viese si la obra de Oña contenía alguna cosa contra la
fe o buenas costumbres, fué uno de los jesuítas más notables por su saber que pasaron, a América, de lo que dan
testimonio los libros que escribió, publicados que fueron después de su muerte y cuya nómina y descripción he
dado en la Biblioteca hispano-americana. Había nacido en Avila, en 1519; hizo sus estudios en el colegio que allí
tenía la Compañía de Jesús, para ingresar en ella, después de terminarlos, a los 20 años de su edad. Regentó una
cátedra en aquella ciudad, y pertenecía al Colegio de Salamanca, cuando se embarcó para el Perú, el 1.° de
octubre de 157. En Lima, el provincial P. José de Acosta le confió la regencia de la cátedra de teología en el
Colegio Máximo de San Pablo, y en enero de 1601 pasó a servir la de Prima de esa misma facultad en la
Universidad de San Marcos, la que desempeñó durante breves días, pues falleció el 14 de abril de 1601. Fué
también examinador sinodal del arzobispado, calificador del Santo Oficio y delegado del Obispo de Santiago de
Chile al cuarto concilio provincial reunido en Lima por Santo Toribio.
Parecer del licenciado don Juan de Villela, alcalde de corte de la Real Audiencia de los Reyes.
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E visto por orden de Vuestra Excelencia este libro que compuso el licenciado
Pedro de Oña, en el cual, demás del nuevo modo en la correspondencia de las
rimas, muestra su autor una natural facilidad, un caudal propio y un no imitado
artificio, con que, levantado en sus propias fuerzas, descubre muchas lumbres de
natural poesía, tanto más dignas de estimación en un hijo destos reinos, cuanto (por la
poca antigüedad de la nación española en ellos) tienen menos de cultura y arte. Y así,
fuera de ser muy justo que se le dé la licencia que pide, merece ser muy estimado,
favorecido y premiado de Vuestra Excelencia, pues del ejemplo de Alejandro, en la
envidia que tuvo de Aquiles, se prueba que no es menor grandeza en un príncipe
estimar y amparar los buenos ingenios, que hacer obras heroicas. Fecha en los Reyes,
a diez de enero de 1596 años.— EL LICENC. DON JUAN DE VILLELA.
El doctor don Juan de Villela fué hijo de don Pedro de Villela, caballero de Santiago, señor de la Casa de
Villela, y de doña Constanza de Miaga y Estrada, y su ascendencia puede verse en López de Haro y en la Casa de
Lara de Salazar y Castro. Nació en Munguía, obispado de Calahorra, en Vizcaya. Su biografía hállase contada por
extenso en las pp. 446-451 de la Primera Parte de la Historia del Colegio Viejo de S. Bartholomé de Salamanca,
escrita por don Francisco Ruiz de Vergara, de donde Mendiburu (sin decirlo) sacó la siguiente nota biográfica, que
bastará a nuestro propósito «Estudió en el Colegio de Sancti Spiritus de Oñate, en cuya Universidad fué doctor y
catedrático de vísperas de cánones. En 6 de agosto de 1590 entró en el Colegio Mayor de San Bartolomé de
Salamanca. En 1591 fué nombrado alcalde de corte de la Audiencia de Lima, y estando sirviendo esta plaza
obtuvo una de oidor en la misma. Pasó luego de presidente a Guadalajara y en 1609 fué visitador de la Audiencia
de México. Volvió a España en 1612 de oidor de la Cruzada, y en breve lo fué del Consejo de Indias. Después,
miembro del Consejo Real, auditor y superintendente de los ejércitos de Flandes, con merced del hábito de
Santiago y tres mil ducados de ayuda de costa. A su regreso a España fué gobernador del Consejo de Indias, y su
presidente en 1623. En seguida se le nombró consejero y superintendente de las Secretarías de España, y tuvo a su
cargo el despacho universal de la monarquía. Negóse a admitir el arzobispado de Santiago de Galicia, por su
avanzada edad y no poder abrazar el estado eclesiástico. Fué conde de Lences y de Tripiana, y comendador mayor
de Santiago en el reino de Aragón. Murió en 1630».
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No sólo con tu bien cortada pluma
Tornas felice y bienaventurada,
(Si tanto bien merece), nuestra era,
Mas haces que en olvido se consuma
Aquella memorable edad pasada
Y se consagre a ti la venidera.
CANCIÓN
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Sobre carro de máquina alta inmensa
De bronce vividor, vestido el bello
Cuerpo inmortal, del estrellado manto,
Claro, eterno, gentil, tirada al huello
De la memoria, y de la fama encienso
De cedro incorruptible en fuego santo
Ardiendo eternamente en cada canto;
Y con glorioso adorno
Del siglo, y de la edad cercada en torno
Sobre el olvido el pie, muerta la muerte,
Ciega la envidia, el tiempo en freno fuerte,
Entre inmortales triunfos y Vitorias
Sale en dichosa suerte
La eternidad a pregonar tus glorias.
Al clarín más sonoro el soplo aplica
Que hirió dulce orejas de las gentes,
Que Esmirna o Mantua conoció, o que Roma,
No escogido entre mil, en las prudentes
Aulas de Italia o Grecia, que en la rica
Bárbara fértil Chile, el metal toma
Y entre las manos lo quebranta y doma,
Y forja tal la trompa
Como ni el tiempo la consuma o rompa:
Que en mundo nuevo hazañas nunca oídas
De un nuevo Aquiles, sin igual nacidas,
Tengan nuevo el clarín, con voz de acero,
Nuevas dulces medidas,
Nuevo son, nuevo canto y nuevo Homero.
Oirás por él, que del arnés luciente
Y más de fortaleza armado, el suelo
Tiembla a tus pies, que no tembló a la mano
Del soberbio español, rayos del cielo
Escupiendo del brazo fiero ardiente
Sobre el bárbaro indómito araucano;
Y en tierna edad oirás el seso cano
Con que tal vez la espada,
Tal el bastón gobiernas en la armada
Escuadra de tus jóvenes gallardos,
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Hasta que a la nación feroz molesta,
Tras largos años tardos
Pones al yugo la cerviz enhiesta.
Oirás por él que cuando el gran Monarca
Que rige el freno a la valiente España
En tus hombros la carga deposita,
Donde atesora la riqueza extraña
Que el sol luciente en cuantas zonas marca
Ni igual la vio, ni queda al mundo escrita,
Que el muerto siglo de oro resucita,
Y saben las edades
Gobernar pueblos, ensanchar ciudades,
Domar rebeldes, dilatar las leyes,
Fundarles otros reinos a Hispanos Reyes,
Que, a perderse el de allá (nunca suceda)
Hallen las sueltas greyes
Otro mayor que su soberbia hereda.
Oirás por él cuando el audaz Britano,
Que el cuello angosto penetró del mundo,
Tus costas ricas infestaba exento,
La erizada melena del profundo
De su gruta espantosa hórrido y cano,
Sacar el dios del húmido elemento,
Como asombrado de tan gran portento,
Hervir viendo en sus aguas
Del negro hermano las ardientes fraguas,
Sonar tambores, tremolar banderas,
Partir escudos, desgajar cimeras,
Y el blanco manto de encrespada plata
Teñir tus gentes fieras
En sangre odiosa del Inglés Pirata.
Más cantará la eternidad gloriosa,
Pues vivirá su voz lo que ella viva,
Y tú, dichosos años, hasta tanto
Que con tu diestra vencedora altiva
Levante España, madre belicosa,
Sobre el Belga feroz el pendón santo:
Allí el clarín con voz de inmortal canto
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Subirá por el cielo,
Asido a tus hazañas, tanto el vuelo,
Que levantado al mismo peso dellas
Cuelgue tu nombre eterno en las estrellas
Do nazca al siglo envidia de tu nombre,
Y al vivo horror de vellas
El Turco fiero de terror se asombre.
Tú, que con dulce y sonoroso encanto
Suspenderás los reinos del espanto
Ya envidia moverás las más sutiles
Que el mundo celebró plumas gentiles,
Fía en tu voz que al siglo venidero,
Pues cantas de otro Aquiles,
Tu canto te hará segundo Homero.
A pesar de la identidad de nombre y apellido, de haber sido contemporáneos y ambos poetas eximios, no es
este Francisco de Figueroa el llamado el «divino», que pasó la mayor parte de su vida en Italia, no estuvo en
América, ni era graduado de doctor; ni debe confundirse tampoco con el sevillano Francisco de Figueroa, que lo
fué en medicina, autor de algunas obras de su profesión impresas en España y en el Perú, adonde pasó hacia los
años de 1614 , para regresar a su patria poco antes de 1630. El que escribió el elogio de Oña y su poema se hallaba
ya en Lima, según se ve, en 1596 y continuaba aún en esa ciudad en 1602 , año en que se dio allí a las prensas la
Miscelánea Austral de Diego de Avalos y Figueroa, que lleva entre sus preliminares un soneto suyo; con
reputación tan bien sentada, que en el Discurso en loor de la Poesía (escrito por aquella «heroica dama» que quiso
que se reservara su nombre), puesto al frente del Parnaso Antártico de Diego Mexía, al llegar a enunciar los
poetas que en su tiempo descollaban en estas partes de América, nombra el primero a Figueroa, diciendo:
Y es todo lo que sabemos de tan ilustre vate. Sospecho sí, que hija suya sería aquella poetisa de apellido
Figueroa, disfrazada con el nombre de Amarilis, nacida en Huánuco (a donde, por consiguiente, se habría radicado
Figueroa) que dirigió a Lope de Vega una espístola en verso para pedirle que escribiera la vida de Santa Dorotea,
y en la que, junto con hablarle de su hermana, casada entonces con un rico encomendero de aquel pueblo, le dice
de sí:
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A Dios con gran afecto consagrado…
y que el insigne dramático le contestó en términos tan elevados como galantes, declinando el encargo y
aconsejándole que honrase su patria,
…………………propagando
De tan heroicos padres la memoria,
Su valor generoso eternizando.
CANCIÓN
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Por robusto varón, de quien la tierra
Tembló al hollarla tan feroz soldado,
Ya quien el mar hinchado
Se sujetó rendido
En oyendo tu nombre esclarecido:
Si esto sólo te diera
Y un Oña no hiciera,
El cual con vena rara
En verso celebrara
El todo más cabal que el mundo espera,
Ni eterno fueras con renombre eterno,
Ni el cielo soberano
Tus obras y gobierno
Dispuesto hubiera con perfeta mano.
Porque, famoso Príncipe, la gloria
Que el cuerdo espera y el audaz procura
Y sólo tú la alcanzas,
Más la conquista la acertada historia
De heroicos hechos y sagaz cordura,
Que agudas flechas y blandientes lanzas.
Y así las esperanzas
Tan justas que has tenido
De la gloria que en todo has merecido,
Las veo ya logrando
En este tiempo, cuando
A la fama parlera
La lengua vocinglera
Y las doradas plumas usurpando
Oña su libro de manera adorna,
Que al de Virgilio mengua
Ya la fama le torna
Ligeras plumas y discreta lengua.
Con estas plumas, Príncipe invencible,
Como esta lengua desde el bajo suelo
Tus glorias han volado,
Tu gran valor, en otros imposible,
Con tus heroicos hechos, hasta el cielo
Y en las remotas partes se ha cantado
Del Araucano estado,
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Nación tan belicosa,
De la Britana gente valerosa
Domar el cuello exento,
Con fácil rendimiento
Quedar el verde Quito
A tu sombra marchito,
Y otras victorias tuyas que no cuento:
En fin, el gobernar de tal manera,
Que a la nuestra imperfeta
Vuelves la edad primera.
¡Dichoso tú, que alcanzas tal poeta!
Dichoso, señor, eres más que el Griego,
De quien el Griego Magno envidia tuvo,
Y más afortunado
Que la reliquia del Troyano fuego,
Pues si un Homero para Aquiles hubo,
Si de un Marón fué Eneas celebrado,
Y un Horacio extremado
Se halló para Mecenas,
Venciendo en Roma la elegante Atenas:
En esta competencia
Tienes con eminencia
Del Homero y Horacio
Y del honor de Dacio
En Oña la dulzura y la sentencia;
Pero, mal digo: ¿qué ventura ha sido
Que quien excede tanto
Los Mecenas que ha habido
Goce de más sonoro y dulce canto?
Gózale, pues, oh!, gran Marqués Hispano,
Nestóreos años, con eterna fama,
Ya tu Oña excelente
La generosa mano,
Que tantos bienes al Pirú derrama,
Extiende largamente;
Y el bajo estilo de mi tosco labio
Disimula y perdona,
Si el perdón de un agravio
Suele sacar más rica la corona
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Este religioso grave es, sin duda, el mismo que con tal calificativo contribuyó con dos sonetos a elogiar la
Miscelánea Austral de Avalos y Figueroa. Aventurado sería emitir una hipótesis cualquiera para descubrir su
nombre.
CANCIÓN
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Para el dichoso fin que te aseguro
Hazlo de plata fina
Y de aljófar menudo fértil mina,
De ganchoso coral bello tesoro
Y bello archivo de lucientes piedras;
Forja de sutil oro
Eternas palmas, inmortales yedras,
Gallardos pinos, álamos frondosos,
Y de esto forma la gentil corona,
Que tu grave persona
Debe ofrecer con ojos amorosos
Al que te da valor, te da memoria
Con su divino canto,
Escureciendo la suprema gloria
Del generoso Po, del Tibre santo.
Vos, pardas nubes de aterido invierno,
Denso tapiz del orbe refulgente,
Velo escuro del lúcido Planeta,
Que siempre llenas de un vapor interno,
Por alta fuerza de virtud secreta
No serenáis la remojada frente,
Mostrad el duro pecho más clemente
Al padre soberano
De aquel mancebo (por su mal) ufano,
Dejad que pase la divina lumbre
De su rubia guirnalda venerable,
Para ceñir la cumbre
Del perfeto saber con luz notable;
Dejad que ciña la cabeza noble
Al Séneca profundo, al Marón sabio,
Cuyo elegante labio
En doble acento y en vihuela doble
Consagra con mil versos numerosos
A vividoras famas
Blandos Cupidos, Martes belicosos,
Fuertes varones y gentiles damas.
Y tú, segundo Apó, noble García,
Del potente Filipo diestra mano,
Y de su grave peso firme Alcides,
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Escucha en apacible melodía
Tus bravos hechos en famosas lides
Y en edad tierna tu saber anciano;
Oye con faz alegre y pecho humano,
Alejandro dichoso,
Sin tener al de Grecia valeroso
De su poeta claro clara envidia,
Ni al grande Apeles de su gran pintura,
Ni al memorable Fidia
De aquella perfetísima escultura:
Oye, verás por este dulce canto
La voz de Homero falta de sonido,
Apeles encogido,
Ya Fidia lleno de amarillo espanto.
Y al que Homero se abate, rinde Apeles,
Y Fidia se sujeta,
Con plumas, con buriles, con pinceles,
Hazle corona de inmortal poeta.
Mas, tú, reino feroz, Chile indomable,
De la cruda Belona casa fuerte
Y duro campo de batalla esquiva,
Castillo de la Parca inexorable,
Infierno de la furia vengativa,
Trono de Marte, silla de la muerte,
Ya que no pudo a la razón moverte
La vencedora pompa,
La voz terrible de la hueca trompa,
La rebatida caja resonante,
La gruesa pica y el robusto dardo,
La espada rutilante,
La doble fuerza y ánimo gallardo,
Mueva, mueva tu pecho diamantino
El que puede mover ligeramente
Más intrépida gente,
Que mover pudo el músico divino,
Y dale por magnífica vitoria
Tu bélica guirnalda,
Ponía, para que viva tu memoria,
En su cabeza no, pero en su falda.
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Oña famoso y en virtud supremo,
Cítara, canto, péndola, escritura
De Tebas y de Tracia
Tu verso alaben, digan tu dulzura,
Que para tanto en mí faltó la gracia.
El autor de este elogio es nada menos que el de La Cristíada; pero, siendo así, ¿porqué aparece su nombre sin
el fray? ¿Acaso, no estaba ordenado cuando lo escribió? Sí que lo estaba desde 1° de Abril de 1591. ¿Fué,
entonces, omisión de la imprenta el no haber hecho constar su estado religioso?
Este fray Diego de Ojeda, u Hojeda, como después aparece escrito su apellido, es ni más ni menos, según
digo, que el autor de La Cristíada, a cuyo título es en realidad acreedor a una prolija biografía, que el cronista de
los dominicos del Perú fray Juan Meléndez ni siquiera bosquejó en sus Tesoros verdaderos de las Indias,
limitándose a decir que fué maestro en su Orden, «natural de Sevilla, prior del convento del Rosario de Lima, de
los primeros fundadores de esta santa casa, singular en letras y virtud, de grande espíritu y ternura, penitente, y de
oración perpetua delante de un santo Cristo. Murió, con fama de santo, en Huánuco, consumido de trabajos, que
sufrió con admirable paciencia». I, p. 73. Pero de aquella su grande obra, ni una palabra, ni siquiera, al consignar
su muerte, la fecha en que ocurrió.
Fueron los padres de Hojeda don Diego Pérez Muñoz y doña Leonor de Carvajal. Pasó muy joven a Lima,
donde profesó el 1.° de abril dé 1591. En su Orden fué lector de artes y teología, presentado y maestro, prior en el
Cuzco, Lima y Huánuco, y en este último pueblo falleció el 24 de octubre de 1615. Su poema se imprimió en
Sevilla, en 1611 , y entre sus preliminares lleva unas quintillas de Lope de Vega y otros versos del Doctor Mira de
Amescua en elogio del dominico. Ya en Lima le había antes aplaudido aquella ilustre dama autora del Discurso en
loor de la Poesía, inserto entre los preliminares del Parnaso Antártico de Mexía, asociando su nombre al de otro
religioso, también sevillano, en estos términos:
Soneto de don Pedro de Córdoba Guzmán, caballero del hábito de Santiago, al Licenciado Pedro de
Oña.
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LMAfeliz, que al mundo por milagro
Sales en este bello cuerpo envuelta,
Donde con traza y mano tan resuelta
Mezclas a su sazón lo dulce y agro.
Tú, que cual otro joven Meleagro
Matas al jabalí de invidia suelta,
Ya quien Apolo ofrece a cada vuelta
La luz que yo en su nombre te consagro:
Gózate en paz, pues antes, alma pura,
Que libre de este cuerpo y su batalla
Subas triunfante al premio de la gloria,
Ya desde ahora, en prenda bien segura
De que te espera el tiempo de gozalla,
La gozas en el cuerpo de esta historia.
Don Pedro de Córdoba Guzmán era originario de Málaga y allí rindió en 1578 sus pruebas para cruzarse en la
Orden de Santiago, que faltan, desgraciadamente, en su Archivo. El cronista agustino fray Bernardo de Torres,
celebrándole por haber tomado a su cargo los gastos que originó el capítulo provincial de aquella Orden que se
verificó en la Nasca el 21 de julio de 1598 , dice que «por su generoso pecho corrieron por ambas líneas paterna y
materna caudales de la mejor sangre de España, derivada de muchos Títulos y Grandes, y en grados muy
propincuos». Y en este orden puede en efecto asegurarse que era deudo del Marqués de Cañete don Andrés
Hurtado de Mendoza, quien le eligió por capitán de la guardia de gentiles hombres que debía asistir cerca de su
persona como Virrey del Perú, cargo que, por lo que se ve, aun conservaba cuando desempeñaba aquel alto puesto
don García Hurtado de Mendoza. En su testamento dispuso que se le enterrase en la iglesia del Convento de San
Agustín de Lima. «Está su entierro, refería el P. Torres, en 1657 , en la capilla mayor de nuestra iglesia, al lado
derecho del presbiterio, en el hueco de un arco adornado exteriormente de un curioso retablo estofado de negro y
oro, colunas y capiteles de labor corintia, con la insinia roja de Santiago en la testera y en la tumba».
Del Doctor Jerónimo López Guarnido, Catedrático de Prima de Leyes en la Universidad de Lima, al
Autor.
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Fué menester y estilo tan discreto.
Vuestro talento oculto, en lo secreto
Ha sido bien que en sí no se consuma,
Sino que en otro gran Pompeyo Numa
Muestre (causando asombro) su conceto;
Pues Lesbia Safo, la decena Musa,
Con el que el oro y esmeraldas cria
Y todo el consagrado Pierio bando
El censo os dan, que daros no se excusa,
Porque en la perfeción de la poesía,
Oña divino, a todos vais sobrando.
«El doctor Jerónimo López Guarnido, era doctor en leyes en la Universidad de Lima cuando ésta se separó del
convento de Santo Domingo en 1572. Luego que se organizó la Real Escuela de San Marcos, y dieron principio
los estudios en ella el año 1577 , Guarnido fué el primer catedrático de Leyes. Ya había prestado importantes
servicios como rector en 1575 , y volvió a serlo en 1578. Aun se conserva su retrato en uno de los salones de la
Universidad. En 1591 , asistió como letrado jurista al cuarto concilio limense reunido por el Arzobispo Santo
Toribio».— MENDIBURU.
SONETO
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Por donde al fin confuso me retiro,
Y dando igual a entrambas el trofeo,
De entrambas por igual también me admiro.
Mis diligencias para encontrar algún dato de este soldado y, por lo que se ve, malísimo poeta, han resultado
infructuosas. La identidad del segundo de sus nombres y de su apellido, inducen en la sospecha de que bien
pudiera ser cuando menos deudo, si no hijo, de aquel don Jerónimo Luis de Cabrera que tanto figuró en las
Provincias del Plata.
SONETO
Nada, ni en los documentos ni en los libros impresos de que he podido disponer, se halla de este Cristóbal de
Arrraga. Por uta momento me imaginé que podía ser deudo del célebre jesuíta de su apellido, autor de la
Extirpación de la Idolatría en el Perú; pero no hay tal, ni vale el trabajo de mayor investigación el poco mérito de
este soneto.
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Del Licenciado Gaspar de Villarroel y Coruña, abogado de la Cancillería Real de la ciudad de los Reyes.
Por la Academia Antartica, al Licenciado Pedro de Oña.
SONETO
Villarroel, de familia oriunda de Sahagún, fué natural de Guatemala y cursó leyes probablemente en México;
licenciado en esa facultad era cuando hacia los años de 1587 le nació en Quito de su matrimonio con doña Ana
Ordóñez de Cárdenas, su hijo Gaspar, que llegó a ser obispo de Santiago de Chile y de Arequipa, autor de varias
obras de derecho eclesiástico y teología, varón de gran talento y de profunda erudición, que en una de ellas decía
de su padre que «le había dejado por herencia, no sus virtudes, sino su nombre, y que era (no importa que yo lo
diga), añade, de los mayores letrados que se vieron en las Indias. Hay hoy de él bastante memoria en las escuelas
y no se apagará su crédito si no se acaba el nombre de sus discípulos». De su afición a la poesía había dado ya
muestra en un soneto que salió entre los preliminares de las Elegías de varones ilustres de Indias, impresas en
Madrid en 1589, y de tal consideración gozaba en ese orden algunos años más tarde, que la autora del
Discurso en loor de la Poesía le dedicaba en él los siguientes conceptos:
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que abrevie aquí las alabanzas suyas,
que es símbolo el callar de reverencia.
Se hallaba, pues, por ese entonces (1604) en Lima, adonde había llegado por los días en que Oña daba remate
a la impresión de su obra, con el propósito dé atender a la educación de su hijo, a la vez que por su parte no daba
de mano a los estudios. Deseando graduarse de licenciado en cánones, en 5 de noviembre de 1596 presentó al
claustro de la Universidad una solicitud para que, en vista de su pobreza, se le exonerase de la mitad del pago de
las propinas que debía satisfacer por el grado, aunque sin lograrlo. Algún adelanto en su carrera obtuvo, sin
embargo, pues consta que fué justicia mayor en el Cuzco, en el desempeño de cuyo cargo le ocurrió haber tenido
que fallar como juez una causa, con resultas que le amargaron el resto de su vida por una apresurada ejecución de
su sentencia, y díjome a la postrera hora, cuenta su hijo el obispo, que todos sus pecados juntos no le hacían en
ella tanto peso. Sábese también que en 1606 se hallaba en Lima, habiendo obtenido en esa fecha licencia y
privilegio de la Audiencia para dar a la estampa el sermón predicado por el agustino fray Diego de Castro en las
honras del obispo de Quito, don fray Luis López; y que, muerta su esposa, Villarroel se entró de fraile,
seguramente en la Orden de San Agustín, a la que pertenecía su hijo.
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DEDICATORIA DEL AUTOR
A don Hurtado de Mendoza, primogénito de don García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, señor
de las villas de Argete y su partido, visorrey de los Reinos del Pirú, Tierra Firme y Chile; y de la
marquesa doña Teresa de Castro y de la Cueva. Hijo, nieto y biznieto de Virreyes.
O me pareció podía, ni era justo, acudir a otras manos que a las de Vuestra
Señoría con la primera labor que sale de éstas; porque, siendo todo el blanco de
ella no menos que alguna parte de las altas proezas del Marqués de Cañete, padre
dignísimo de Vuestra Señoría, estaba muy en razón que quien tan legítimamente le
hereda en todas ellas, que es lo más, le haya de suceder en esto, que es lo menos. Ha
días que lo tengo trabajado, y aun impreso, dilatando el sacarlo en público hasta que
el Marqués se fuese, como ya (por daño nuestro) se va de estos reinos, porque el
publicar sus loores en presencia suya no engendrase (a lo menos en dañados pechos y
de poca consideración) algún género de sospechas, cosa de que tan ajena está la
limpieza de la verdad que en todo este discurso trato. V. S. no se desdeñe de recibir
en él mi buen deseo, si no por éste (aunque es muy grande), por la grandeza de la
materia a que aspira: que haciéndole V. S. acogimiento a la sombra de sus alas, soy
cierto que se quebrarán las de todos aquellos que imaginaren atrevérsele, y a mí me
nacerán muy crecidas, para desplegallas adelante en el servicio de Vuestre Señoría:
cuya persona guarde el Señor con todo el aumento de estado que Vuestra Señoría
merece. De los Reyes del Pirú, a cinco de Marzo, año de mil quinientos y noventa y
seis.
Beso a V. S. las manos, su menor servidor y criado.
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PRÓLOGO AL LECTOR
OLICITADO de tan grandes temores, cuanto son las causas de tenerlos, pongo,
discreto lector, este mi libro en tus manos, porque demás del ordinario y justo
recelo con que todos sacan sus obras a la almoneda de tantos y tan varios gustos,
donde cada uno corta a la medida del suyo, tengo yo otros muchos particulares
motivos para encogerme y temblar de sacar a la luz de los altos y claros
entendimientos la escuridad[9] y bajeza del mío; así por ser en la hora de agora[10],
cuando todo y, en especial, el arte de la divina poesía con su riqueza de lenguaje y
alteza de concetos está tan adelgazado y en su punto, que ya parece no sería perfeción
sino corrupción el pasar del término a que llega,-como por suceder yo, si así lo puedo
decir, a los escritos de tan celebrado y bien aceto[11] poeta como don Alonso de Ercila
y Zúñiga, y escrebir[12] la misma materia que él, cosa que en mí, si aspirase a más que
a traer a la memoria lo que él dejó al olvido[13], preciándome mucho de ir al olor de
su rastro, parecería tan grande locura como envidia el no confesarlo: ultra de que mi
poco caudal y menos curso[14] me hacen abatir las alas, si algunas me hubieran
levantado los pocos años. Mas, todas estas dificultades atropello el solo deseó de
hacer algún servicio a la tierra donde nací —¡tanto como esto puede él amor a la
patria!— celebrando en parte con mis incultos versos las obras de aquellos que,
sirviendo en ella a su rey, dieron a costa de sus vidas, plumas y lenguas a la fama, y el
principal entre éstos, el marqués don García Hurtado de Mendoza, en el tiempo que
gobernó aquellas provincias, que es todo el sujeto deste libro. Acordé dalle título de
Arauco domado, porque, aunque sea verdad que agora, por culpas nuestras, no lo
esté, lo estuvo en su gobierno, pues trajo pacífico a todo el Estado[15] y demás tierra
generalmente en tres años que la tuvo a su cargo[16], habiendo dado a los indios siete
campales batallas, de que siempre salió victorioso, cosa de gran ponderación y estima
en un mancebo de veinte y un años, que éstos tenía cuando comenzó a gobernar. Fué,
pues, mi intento que hasta el nombre significase lo que sólo su valor y no otro, antes
ni después del, ha podido acabar; y aunque en esta Primera Parte no quede Arauco
domado, al menos dispone se, como se verá por el discurso, para que lo quede en la
Segunda. El nuevo modo de las octavas, por la nueva trabazón de las cadencias[17],
no fué por más que salir, no de orden, sino, del ordinario, comoquiera que sea de más
suavidad, aunque más impedidas para correr bien, por hacer en tres partes rima donde
parece que repara el concepto. Van mezclados algunos términos indios, no por
cometer barbarismo, sino porque, siendo tan propria[18] dellos Ja materia, me pareció
congruencia que en esto también le correspondiese la forma: déstos los más se
explican luego en una pequeña tabla que está al fin deste libro. Y el divertirme[19] del
intento principal, como es tratar las cosas de Chile, contando otras (aunque bien
mirado sin salir del), mucho después en Lima sucedidas, cual es la rebelión de Quito
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y la victoria que se alcanzó del inglés Richarte Achines[20], caúsalo el ser mi blanco
escribir las hazañas y felicidades del Marqués de Cañete; y como no ocupen éstas el
menor lugar entre aquéllas, no me pude excusar de engerirías[21], so pena de huir el
cuerpo a mi pretensión. Esto he prevenido, curioso lector, así por acudir a lo que pide
el nombre del prólogo, como porque más libre de dificultad entres a la lección desto
que te ofrezco; en lo cual, si por ventura hallares algo de consideración, lo podrás
atribuir, o al demasiado trabajo, o a la fertilidad de la materia, y las faltas solamente a
la estrecheza[22] de mi ingenio; si ya no quisieres recebir[23] en cuenta la priesa[24],
tan grande cuan forzosa, que en todo este discurso he llevado. Porque así habrás tú
cumplido con lo que a ti mismo debes, y quedaré yo de todas mis vigilias
bastantemente satisfecho. Vale.
Falta en la edición madrileña de 1605.
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EXORDIO DE ESTA PRIMERA PARTE
DE
ARAUCO DOMADO
Compuesto por el Licenciado Pedro de Oña, Colegial del Colegio del Rey nuestro señor.
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Habrá que no me cerque en tal aprieto?
Adonde se me pone por delante.
Un amasado muro de diamante.
¡Oh cuan terrible empresa tomo a cargo!
¡Oh cuan difícil y ardua cosa intento!
¡Oh cuántos culpan ya mi atrevimiento,
Y acuden a ponérmele por cargo!
Mas hay una razón en mi descargo
Que en obras semejantes, el intento,
Haciéndose el deber por emprendellas,
Basta para llevar el premio dellas.
Ultra de que mirándose la obra,
Veráse la materia ser tan alta,
Que todo lo que en vista y pluma falta,
Sin falta en lo que ve y escribe sobra;
Por donde sobresalto ni zozobra,
No me zozobra ya ni sobresalta,
Porque me da motivo y osadía
Lo mismo que me daba cobardía.
Pues canto… mas cantar es devaneo.
Después de tantos célebres cantores,
En quienes conoció competidores
La resonante cítara de Orfeo;
Aunque la letra obliga y mi deseo
A sacudir solícitos temores,
Que si me llevan todos en el canto,
Yo solo a muchos llevo en lo que canto.
Con todo suena mal un ronco acento
Si el arte, gracia y crédito le falta,
Y la tonada es cónsona y tan alta
Para tan bajo y dísono instrumento;
Favoreced, señor, al buen intento,
Que bastará a suplir cualquiera falta,
No siendo necesario más abono
Que dar vuestros oídos a mi tono.
A solo vos favor en esto pido,
Pues dalle en todo a solo vos es dado;
De vos le tiene quien le da, Hurtado,
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Y debe ser a vos restituido;
Que siendo yo de vos favorecido,
De nadie puedo ser desayudado,
Porque si de mi parte a Jove llevo,
Conmigo se vendrán Minerva y Febo.
A vuestro ser consagro mi escriptura[27]:
Suplico la miréis, que más es vuestra,
Por ser labor sacada de la muestra
Que en vos dejó estampada su figura;
Porque con esto sólo va segura,
Y pone obligación a quien se muestra
De que mirado el blanco adonde tira,
Mire, si le mirare, como mira.
Que vista la grandeza del sujeto,
Y quien para cantársele me toca,
¿Quién hay tan recio y áspero de boca
Que no le tenga un freno tal sujeto?
O ¿quién habrá tan falto de respeto,
Que si un animalillo se coloca
Allá en lugar supremo y venerado
Toque, por derriballe[28], a lo sagrado?
Y pues que por mirar mis pies tan cojos
Es visto que la vista no se os mengua,
Haced que el invidioso[29] quede en mengua
Y que callando mire sus despojos;
Que donde vos pusiéredes los ojos
Ningún osado habrá que ponga lengua,
Mas antes le haréis que con asombro,
Estirando la ceja, encoja el hombro.
El vulgo fácil es el mar hinchado;
Es la barquilla frágil mi talento;
Yo soy el pobre Amidas tremulento[30],
Del recio temporal amedrentado;
Mas sedme vos el César, don Hurtado[31],
Pues mucho más tenéis de nacimiento,
Y no me detendrá temor de Scila,
Ni fiera boca rábida[32] y zoíla.
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Mirad, señor, que os pongo aquí delante
A vuestro claro padre por espejo,
Adonde bien podéis tomar consejo,
Dado que para darle sois bastante;
Para que viendo en él vuestro semblante,
Si al suyo no se iguala por parejo,
Con ansia de que igualen sus figuras,
Acometáis iguales aventuras.
Sabed agradecer al sancto cielo,
Con agradecimiento que le cuadre,
Haberos hecho hijo de tal padre,
Que de tenerle en sí blasona el suelo,
Y que para seguir su raudo vuelo
Os da bastantes alas vuestra madre:
Pues tales con el aire no las peina
El ave que de todas es la reina.
Mas, ¡oh sublime garza sant[33] García!
Que es nombre con que el bárbaro os honora,
Y bien os cuadra y viene desde agora,
Si en la virtud está la nombradla;
Perdonen vuestras plumas a la mía,
Que de su vivo lustre las desdora,
Si puede ser bastante a deslustrallas
El no saber, cual piden, alaballas.
Aunque resulta gloria más entera,
Según algunos dicen, de que alabe
El ignorante simple que no sabe,
Que si el discreto sabio lo hiciera[34];
Y dada esta opinión por verdadera,
En tan capaz sujeto sólo cabe,
Según es mi alabanza de crecida,
Teniendo mi simpleza por medida.
Al universo mundo satisfago,
Si ya no está, cual debe, satisfecho,
Que sin comparación es más lo hecho
Que, si lo hiciera Homero, lo que hago:
Entienda que el recibo es más que el pago
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Y que, si haber allá tan largo trecho
Del dicho al hecho, enseña el viejo dicho,
Aquí va mucho más del hecho al dicho.
No estriba ni se funda mi osadía
En ver que es todo vuestro lo que escribo,
Pues aunque sepa yo que es firme estribo,
Vos no os dejáis llevar por esta vía:
Ser tal por sí la grave historia mía
Es la probada fuerza donde estribo,
Y ser tan importante a todo el mundo,
Seguro firmamento[35] en que me fundo.
Otra razón también me hizo fuerza,
Que, si faltaran todas, ésta sobra,
Para poner las manos en la obra,
Por más que de mi estudio el pasó tuerza;
Es con que más el ánimo se esfuerza
Y aquel perdido anhélito recobra,
Ver que tan buen autor, apasionado,
Os haya de propósito callado.
Pensó, callando así, dejar cerrada
De vuestra gloria y méritos la puerta,
Y la dejó de par en par[36] abierta,
Dejando su pasión descerrajada:
Sin vos quedó su historia deslustrada
Y en opinión, quizá, de no tan cierta[37];
Mas, tal es un rencor, que da por bueno
El daño proprio[38] a trueque del ajeno.
¿Quién a cantar de Arauco se atreviera
Después de la riquísima Araucana?
¿Qué voz latina, hespérica o toscana,
Por mucho que de música supiera?
¿Quién punto tras el suyo compusiera
Con mano que no fuese más que humana,
Si no le removiera el pecho tanto
El ver que sois la pausa de su canto?
Pues ésta[39] ha sido casi todo el punto
De donde le tomé para cantaros
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Doliéndome que en cánticos tan raros[40]
Faltase tan subido contrapunto[41];
Mas, bien será que cese lo que apunto
Y que de vuestros hechos más que claros
A resonar comience alguna parte,
Que para lo demás ninguno es parte.
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CANTO PRIMERO
Que trata cómo el marqués de Cañete don Andrés de Mendoza, visorrey del Pirú, a pedimento del Reino
de Chile, y de la necesidad y aprieto en que estaba, le envió socorro y fuerza[1] de gente, así por mar
como por tierra, yendo por general della y gobernador de aquel reino don García Hurtado de
Mendoza, su legítimo y claro hijo.
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Reciban con aplauso mis acentos.
A la sazón que Chile belicoso
Más levantado y más soberbio estaba
Y más mostrar al mundo procuraba
La fuerza de su brazo vigoroso;
Cuando más arrogante y orgulloso
La dura tierra el Bárbaro hollaba,
Con muestra tan gallarda y tal denuedo
Que al ánimo español causaba miedo;
Cuando la tierra estaba ya de suerte
Que no daba lugar al bautizado[4]
Adonde estar un punto asegurado
De la espantosa imagen de la muerte[5];
Postrado ya su muro y casa fuerte,
Valdivia muerto, Penco despoblado,
Aguirre y Villagrán sobre el gobierno
Alzando al cielo llamas del infierno;
Cuando por las vitorias alcanzadas,
Arauco amenazaba al mismo cielo,
Teniendo tan en poco lo del suelo
Para con el rigor de sus espadas;
Y cuando sobre picas levantadas,
¡Oh lúgubre espectáculo y señuelo!
Andaban las católicas cabezas
Cortadas de sus troncos hechos piezas;
De blancos huesos, blanca parecía
La verde superficie de la tierra
Ya las corrientes claras de la sierra
La derramada sangre enrojescía[6];
Cuando la guerra el Héspero temía,
Y el Bárbaro gritaba: «Guerra, guerra»,
Pensándola hacer a todo el orbe,
Sin que poder humano se lo estorbe.
Ya cuando su curtida y ruda planta
Pisaba el rojo círculo de Oriente,
Y él español sumido en Ocidente[7]
Mostraba ya el cuchillo a la garganta[8],
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Atierra Tucapel y Rengo espanta,
Brama Lincoya y muéstrase valiente
Por ver su fuerza idólatra crecida
Y la del fiel ejército perdida.
Tronaba el alto Júpiter tonante
Y en cólera bañado y furia brava
Al corazón hispánico arrojaba
Su poderoso rayo corruscante[9];
Aquel que viste planchas de diamante,
El acerado escudo se embrazaba,
Y con vibrar el asta por el cuento
Mostraba su feroz y crudo intento.
Entonces con sañuda vista horrible
Miraba la Belona nuestro bando
Y al indio con semblante ledo[10] y blando,
Regocijada todo lo posible,
Aquella diosa lúbrica y terrible,
Su voladora rueda volteando,
Al bárbaro en la cima colocaba
Y al Fido[11] allá en el centro sepultaba.
La sacra y evangélica dotrina[12]
Sembraba en el estéril pecho bruto,
No daba de virtud el rico fruto,
Que el vicio lo ahogaba con su espina:
Señales eran todas de ruina,
De lamentable voz y triste luto,
Y todo tempestad, sin esperanza
De ver jamás el rostro a la bonanza.
Entonces, pues, habiendo, como digo,
El reino triste a lo último llegado,
Ya casi de vivir desconfiado
Y de tener jamás algún abrigo,
La suerte se trocó, y el cielo amigo
De espesas nubes limpio y espejado,
Volviéndose con súbita carrera,
Las cosas ordenó de otra manera.
Pues desechado ya su duro ceño,
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La Palas descubrió su rostro afable,
Prestando la señora variable
También el suyo plácido y risueño,
Y oliendo la venida de su dueño,
Que a todo su pesar la tiene estable,
A su rodante globo dio la vuelta,
En ser de nuestro bando ya resuelta.
Lo cual se pareció[13] patente y claro,
Pues en adevinando[14] su partida,
Fortuna comenzó a enmendar la vida,
Quitándosela al mísero Lautaro:
Por vuestro padre vino aquel reparo,
Al cual bastó la voz de su venida,
Que el resplandor del sol, sin que él parezca,
Ya suele tener hecho que amanezca.
Bien como el ocupado en un oficio,
De lo que puede ensancha la conciencia
Cuando cercana vee[15] la residencia,
Se vuelve a la virtud, dejado el vicio;
Así Fortuna, viendo por indicio
Que el joven acercaba su presencia,
Del áspero castigo temerosa,
Anticipó la vuelta presurosa
Determinóse en darla más apriesa
Cuando la tierra, estando como cuento,
Pidió favor y mano al rico asiento
Que Rimac[16] con sus ondas atraviesa;
Entonces comenzó la gente opresa
A recebir, señor, algún aliento:
Y desde aquí principio yo la historia
Adonde[17] se origina vuestra gloria.
Estando, pues, así mi patrio suelo,
Despacha para Lima embajadores,
Un próspero lugar, de los mejores
Que cubre el ancho cóncavo del cielo;
Adonde gobernaba vuestro abuelo,
Aquel tan duro freno[18] de traidores
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Y espuela de los ánimos leales,
Cuyas memorias viven inmortales;
Aquel que con los santos al presente,
Ya lejos de cuidados y zozobras,
En galardón y premio de sus obras
A Dios está mirando claramente;
Aquel, de caridad tan excelente,
Que son como reliquias della y sobras
La puente, el hospital y monasterio
Que ilustran el Antártico hemisferio.
Llegados los de Chile a su presencia,
Le fué por breves términos propuesto
El término en que todo estaba puesto,
Para que tome el pulso a la dolencia,
Pidiendo, en conclusión, a su Excelencia
Le saque del peligro manifiesto
Por mano de su propio hijo caro,
Pues golpe tal requiere tal reparo.
Discreta petición, si ser podía,
Que cuando aquella tierra trabajosa[19]
Estaba de su vida más dudosa,
Pidiese su salud por don García:
Con sobra de razón por él envía,
Pues si la enfermedad es peligrosa
Y el alma está entre el uno y otro labio
Es bien llamar al médico más sabio.
No dilató la dádiva perplejo
El pecho del Marqués, a más bastante,
Que luego, pareciéndole importante,
A su demanda dio sabroso dejo,
Y de primero y último consejo,
Mostrándoles benévolo semblante,
Fué de su voluntad el hijo dado
Y en el tablero bélico arrojado.
Que ni el amor, con ser tan poderoso,
Es parte a que lo niegue ni suspenda,
Ni el ser fragosa y áspera la senda,
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Ni el trance a que lo pone peligroso,
Ni el golpe de sentirse congojoso,
Por empeñar así tan cara prenda
Le hace vacilar el firme pecho
Sobre dejar a Chile satisfecho.
Respetos amorosos atropella,
Aunque pudiera bien seguir tras ellos
Y dejarse llevar por los cabellos
Por ir a la razón, que es todo della;
Los ojos solamente pone en ella,
Quitándolos de quien es lumbre dellos,
Y quiere deste bien quedar privado,
Anteponiendo el público al privado.
Aquella luz que el mundo torna claro
Y con su curso rápido le mide,
De sí su rayo fúlgido despide,
A trueque de no ser al suelo avaro:
Así de sí despide al hijo caro,
Porque el aflito[20] reino se le pide;
Por donde bien el Bárbaro decía
Tener por hijo el Sol a don García.
Mas, harto diferente del hermano,
Cuyo desastre y mísera caída,
En álamo Lampecie convertida[21],
No menos que Fetusa[22] llora en vano:
Aquél soltó la rienda de la mano,
Este la tuvo siempre recogida:
Si aquél dejó de daño tanto hecho,
Veréis lo que éste deja de provecho.
Ya, pues, al grave y lícito mandato
Del orden paternal obedeciendo,
Se va por don Hurtado disponiendo
El militar oficio y aparato;
Ya suena todo a cosa de rebato,
Ya suena de las armas el estruendo,
Ya toda Lima es tráfago y bullicio,
Rumor confuso y áspero ejercicio.
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Ya desde los balcones descogidas[23]
Tremolan con el aire las banderas
Y quiérenlo abrazar de mil maneras
Con verse de sus manos sacudidas;
Mil aguas[24] hacen cotas enlucidas,
Rayos de fuego brotan las cimeras;
Ya la pajiza pluma y roja banda
Jugando por cabeza y pechos anda.
Ya salen de las tiendas los brocados
Y sedas mil, distintas en colores;
Ya sacan vistosísimas labores,
Vestidos y jaeces recamados;
Por otra parte petos acerados,
Y adargas, ya de cuadros, ya de flores;
Venablos, lanzas, picas y ginetas[25],
Mosquetes, arcabuces y escopetas.
Ya luchan con el viento los penachos
Encima de argentados morriones,
Y mozos levantados, fanfarrones,
Mirándose, retuercen los mostachos;
Ya todos echan velas y velachos
En sobrevistas, galas, invenciones,
Acero, plata y oro por doquiera
Espejos son, si Apolo reverbera.
El bélico frisón se lozanea
Del ronco taratántara[26] incitado,
Y el polvo con la pata levantado
El espumoso rostro polvorea;
En bello alarde, a guisa de pelea,
Se representa el platico[27] soldado,
Y el milite bisoño se señala
Para llevar la joya de la gala.
Por acullá la pieza reforzada
El cálido artillero pone a vista,
Y luego el ahumado polvorista
Refina su materia salitrada;
Acá los viejos dan en la jornada,
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Haciendo de palabra la conquista:
Allí veréis los sastres en sus cortes
Estar en esto mismo dando cortes.
Ya Lima con soberbia, fausto y pompa
Se hincha, se levanta, se engrandece
Y deshacer su fábrica parece,
O que de todo punto se corrompa;
Al son de caja, pífaro[28] y de trompa
El aire, el mar, la tierra se ensordece,
Y cuanto con sus términos encierra
Es un tumulto y machinas[29] de guerra.
El cano y turbio Rimac resonante,
Que de vejez en urna se recuesta,
Su ronca voz levanta sobre apuesta[30]
Con este son de guerra disonate;
Mas, aunque se desgañe[31], no es bastante
Para ganar el viejo lo que apuesta,
Porque el mormullo y bélico ruido
Le tiene su murmurio[32] ensordescido.
En esa gran ciudad que Dido funda
Para su albergue y último recurso,
No suena tal estrépito y concurso,
Tal trápala[33], tropel y baraúnda;
O cuando el ancho mar la tierra inunda,
Saliendo de sus límites y curso,
No vemos a la gente convecina
Con tal fervor y bulla en la marina.
Sonaba por las fraguas de Vulcano
La presurosa y dísona armonía,
Que el Cojo con los cíclopes hacía
Para forjar el fuerte arnés galano;
Mas, uno solo hizo de su mano,
Que presentó después a don García,
Adonde tal primor y gracia cupo,
Que hizo más en él de lo que supo.
Y no fué menester para hacello
Que Venus halagüeña intercediese,
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Ni que fingidas lágrimas vertiese,
Colgándose lasciva de su cuello,
Pues antes recibió pesar en ello
Y nunca fué devoto que se hiciese,
Rabiosa de que el Joven la desprecia,
Que para la mujer es cosa recia.
Mas, no le aprovechó con el marido
Aquel usado modo lisonjero,
Pues tuvo a todo fuerte[34], como herrero
Que tiene hecho a golpes el oído:
Más pudo que la madre de Cupido
El mérito y valor del caballero,
Y el interés también de dar Vulcano
Tan buen lugar a la obra de su mano.
Esotra ligerísima giganta,
Tan desigual engendro de la tierra,
Que, por hablallo todo, en mucho yerra,
Plumosa del cabello hasta la planta,
Rompiendo a gritos altos la garganta,
Extiende con su voz la desta guerra,
Y así, de mano en mano y gente en gente,
Por todas va sonando claramente.
Bajaron de la sierra y de los valles
Tal número de gente forastera[35],
Que dar lugar a tantos no pudiera,
A no tener el pueblo tantas calles;
Andaban por allí gentiles talles,
La gala y presunción por dondequiera,
Soldados valentísimos y nobles,
Mirtos en condición[36], en fuerza robles.
No acuden a la voz del padre vivo,
Por muerto, en larga ausencia reputado,
La madre, la mujer, el hijo amado,
Con paso tan ligero y sucesivo;
Ni al reclamar del pájaro cautivo
Tan presto llega el otro libertado[37],
Como al reclamo y voz de don García
Gente de todas partes concurría.
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No canto deleitoso de sirena,
Ni música del Músico de Tracia,
Ni piedra imán jamás fué de eficacia
Para llamar, trayendo a sí tan buena,
Cuanto la faz tan plácida y serena,
Aquella compostura, aquella gracia
Lo fué para mover las voluntades
De mozas y decrépitas edades.
Por donde tanta gente se le llega,
Tan plática, tan brava, tan lucida,
Que a los de menos ánimo[38] convida
A verse ya en alguna cegarrega[39];
El furibundo Marte no sosiega,
Que la conchosa[40] túnica vestida,
Despierta, solicita, sopla, enciende,
Y el fuego militar en todos prende.
Con esto, pues, la tropa congregada,
Haciendo las debidas prevenciones
De máquinas, pertrechos, municiones
Y cuanto se requiere a la jornada,
Despacha por la costa despoblada,
De bastimentos lleno y provisiones,
Un capitán[41] astuto y diligente
Con un copioso número de gente.
Ya con gallarda muestra va saliendo
La hueste militar que va por tierra,
Cuyo contorno y límites atierra
Del fulminoso Marte el son horrendo;
Van los ojos húmidos siguiendo
Aquellos flacos pechos do se encierra
Del falso Niño dios la dulce jara,
Que a todos suele ser costosa y cara.
Dellos también atrás los rostros vuelven,
Adonde amor frenético los lleva,
Y haciendo del dolor bastante prueba
El corazón en lágrimas resuelven;
Mas, a la fin[42], volviendo en sí revuelven,
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Tirados[43] del honor y sangre nueva,
En tiempo y larga ausencia confiados,
Que deste mal son médicos probados.
Julián, aquel famoso de Bastida[44],
Se parte para Chile con la gente,
Llevando los caballos juntamente,
Por Atacama, costa desabrida,
Adonde, en vez del pasto y la bebida,
No hay más que el ancho mar y arena ardiente
Y por la playa a trechos y pedazos
Ariscas peñas y hórridos ribazos.
Quedóse con el tercio más granado
Para surcar el campo cristalino,
Abriendo con las quillas el camino
El valeroso electo don Hurtado;
Pues ya que todo estuvo aparejado,
Y el tardó y perezoso tiempo vino,
Salió de la ciudad el nuevo Aquiles
Al son de claras trompas y añafiles.
Ya sale de su Roma el Africano,
Ya va de Tebas Hércules famoso,
De Grecia parte el Griego valeroso,
A Troya deja el célebre Trepano;
Del cielo baja Marte soberano,
De Limarse despide presuroso
Nuestro caudillo, él último y postrero,
Por ser de todos éstos el primero.
Y aunque tan mozo emprende tal jornada,
El padre en cometérsela no yerra,
Pues sabe ya el valor que en él se encierra
Y cómo corta el filo de su espada,
Por ser de sus pasados heredada
Y por haber halládose en la guerra
De Córcega, Rentín, de Sena y Flandes,
Que son para volúmenes más grandes.
Adonde como siempre dio la cuenta
Que al tronco de Mendoza sé debía,
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Creciendo como espuma cada día
En todo lo que el ánimo acrecienta;
Es claro que podrá sacar de afrenta
Al reino donde va y a quien le envía,
Pues es costumbre propia de los buenos
Que vayan siempre a más y nunca a menos.
No quiero yo negar que de ordinario
Para cualquiera empresa y aventura
Se tiene de buscar la edad madura;
Mas digo que no siempre es necesario,
Que en Alejandre[45] vimos lo contrario
Y se verá mejor en mi escritura,
Que al hombre, la prudencia y el consejo
Y no la mucha edad, le hacen viejo.
Partido, pues, de Lima el mozo bello
Encaminó sus pasos a la playa
Y en medio su escuadrón haciendo raya
De toda perfeción[46] echaba el sello:
Sumo placer causaba en todos vello,
Sumo pesar también de que se vaya;
Todo el Pirú su pérdida lamenta
Y Chile su ganancia representa.
No sale tal el Hijo de Latona
Al tiempo que mostrándonos su lumbre,
La verde cabellera de su cumbre
Con rayos fulgentísimos corona,
Cual muestra don Hurtado su persona
En medio la guerrera muchedumbre[47],
A la sazón que sale, como digo,
En busca del indómito enemigo.
Mírale el niño, el mozo y el anciano
Y desde su balcón la bella dama
A cuyo corazón helado inflama
Aquel fogoso término lozano;
Cudíciale[48] mirando, y en vano
Suspiros lanza, lágrimas derrama,
Y sigúele afectuosa con la vista,
Muriendo por hallarse en la conquista.
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Tal iba por su ejército el mancebo,
Que Sálmacis por Troco le tenía,
Y Clicie, por miralle, le volvía
El amarillo rostro como a Febo;
Aurora, arrebatársele de nuevo,
Teniéndole por Céfalo, quería;
Volvelle los acentos Eco quiso,
Por no diferenciallo de Narciso.
Esotra bella Dafne fugitiva,
Por apretalle el pecho, bien quisiera
Tomar la humana fábrica primera,
Dejando aquella faz vegetativa;
Mas ya que desto Júpiter la priva,
Espera, y no se engaña en lo que espera,
Que si por Dafne seca el pecho pierde,
La frente ganará por lauro verde.
No menos la selvática doncella,
Por quien el otro en ciervo trasformado
Fué de sus propios canes devorado,
No habiendo cometido[49] más que vella;
Tanto se ocupa en ver la traza bella
Del valeroso joven extremado,
Que dudo si con ser tan casta y pura,
De estímulo de amor está segura.
Así, de todos va mirado y visto,
Mas él ninguna cosa vee ni mira,
Que solamente pone en Dios la mira
Y en propagar la fe de Jesucristo:
Por esta sola causa, raudo y listo
Al proceloso mar derecho tira,
Do esperan cuatro naves artilladas,
Pendientes de las áncoras ferradas.
Lucidas van escuadras y cuarteles
Con tan hermosos visos y colores,
Cual suelen por abril estar las flores
En los amenos prados y vergeles:
Ya están a recebillas los bateles,
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Sonando dentro flautas y atambores[50],
Cornetas, sacabuches y clarines,
A cuyo son se duermen los delfines.
Al pedregoso límite llegados
La tropa y el caudillo don García
Con una religiosa compañía
De clérigos y frailes consagrados,
Empiezan nuevamente los soldados
A descubrir la gala y bizarría
Con otros vistosísimos arreos,
Airosos y gallardos contorneos.
Al espacioso mar y vega clara,
Por donde ya pretende abrir carrera
Está mirando el joven desde afuera
Y enamorando a Tetis con su cara;
A fe que si Calipso le hallara,
Cual anda por aquí, por su ribera,
Que nunca le agradara tanto Ulises,
Ni a Dido el primogénito de Anquises.
Mas, ya llegado el tiempo favorable,
Confusamente fueron apiñados
El nuevo General con los soldados
En la Nereida margen agradable:
Los barcos por el agua deleznable,
De mil pimpollos verdes coronados,
Al término marítimo vinieron,
Do a todos en sus vientres recibieron.
Y la marina estéril renunciando,
Con algazara, júbilo y contento,
A descansada boga y paso lento
Se van las aguas líquidas cortando;
Cual garza el vuelo raudo levantando
Si vee de la borrasca el mal intento,
Levanta agora el suyo don García,
Por ver la tempestad que en Chile había.
Caminan, pues, al son de varios sones
Y al paso de chalupas enramadas,
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Que de los bravos cesares preñadas
Los paren en soberbios galeones,
A do con salva espesa de cañones,
Con festivales voces y algaradas
Fueron del marinaje recebidos,
Ya de la dulce patria despedidos.
¡Cuan bien desde la tierra parecían
Las flámulas tendidas por el viento!
Y tantos gallardetes ¡qué contento
Causaban con las ondas que hacían
Parece que con ansia pretendían
Soltarse todos a una de su asiento
Por irse tras el aire libremente,
Llevados al amor de su corriente.
Bien como si el arroyo cristalino
A su raudal entrega la ramilla,
Que estaba remirándose en su orilla,
Sin ver por dónde o cómo el agua vino;
Veréis que por llevarla de camino
El hace su poder[51] por desasilla,
Y ella, según se tiende y se recrea,
Parece que otra cosa no desea:
Lo mismo hace el viento delicado
Con todos los gallardos tremolantes,
Llevándolos tan sesgos y volantes
Que no se mueven a uno ni otro lado:
Pues vista la sazón por don Hurtado,
De aquellos instrumentos rebombantes[52],
Mandó que a recoger tocasen uno
Para marchar a cuestas de Neptuno.
La gente, con el tiro recogida,
Por bordos y jaretas derramada,
Mira la dulce tierra y mar salada
Deseando la señal de su partida;
Pues no le fué más tiempo diferida,
Que con zalema[53] el áncora levada,
Y repitiendo el nombre de Cañete,
Largó la capitana su trinquete.
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Al punto comenzó la blanca vela
A recoger al Céfiro en su seno,
Y con el soplo del, hinchado y lleno,
Rompe el naval caballo por la tela[54];
El aire va sirviéndole de espuela,
El sólido timón en vez de freno,
Conque fogoso, rápido y lozano,
Seguramente corre el mar insano.
El cual agora está tranquilo y manso,
Alzando unas ampollas, no de fuego,
Que sin hacer espuma, quiebran luego,
Como si fuera el piélago remanso;
Parece Tetis cama de descanso
Cubierta con un plácido sosiego,
Según que manifiesta su bonanza,
Sin rastro ni sospecha de mudanza.
Así del puerto sale nuestra flota,
Dejando boquiabiertos los tritones
De ver los poderosos galeones
Y su feliz y próspera derrota;
La baja tierra ya se vee remota,
Ya rompen alta mar los espolones,
Y a más andar[55] Favonio refrescando
Va recio las escotas estirando.
Sacaron las cabezas prestamente,
Alzando sierras de agua por sus bocas
Delfines ferocísimos y focas,
Por ver y dar solaz a nuestra gente;
Y el gran señor del húmido tridente,
En cuya mano están las altas rocas,
Con Doris, Aretusa y Melicerta
La sale a recebir hasta la puerta.
Sesgando van así las mansas olas
Por medio de marinas potestades,
Que muestran sus alegres voluntades
Haciendo sobre el agua cabriolas[56];
Y no las que refiero vienen solas,
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Porque otras mil incógnitas deidades
Que en el cerúleo piélago se bañan
Las poderosas naves acompañan.
Pues vayan, como van, ganando tierra[57]
Por el salado mar y blanca espuma,
Que quiero adelantarme con la pluma,
Saltando desde aquí primero en tierra;
Diré lo que sucede en paz y guerra,
Haciendo de uno y otro breve suma;
Mas, porque estoy, señor, de aliento falto,
Dejádmele tomar para este salto.
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CANTO SEGUNDO
En que los araucanos, sospechosos del mal suceso por ver alguna declinación en su fortuna desde la
muerte de Lautaro, se juntan[1] en borrachera general, donde los agoreros por señales celestes
pronostican su vecina perdición, e invocando al demonio, les da cuenta de la venida del nuevo
Gobernador, el cual toma puerto en Coquimbo, ciudad de la Serena. Van aquí juntamente declarados
los varios modos que los indios tienen de festejarse y celebrar sus banquetes, y algunos extraños ritos
de que usan en sus invenciones[2] y diabólicas idolatrías.
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Y ¡qué de humanidad le cupo al hombre,
Que de divinidad le puso nombre!
Si ya salir quisiéramos de engaño
Y haber por infalible todo hecho,
Que en este mundo el día del provecho
Es la solene[4] víspera del daño,
Mucho mejor pasáramos el año
Y no nos alterara cosa el pecho;
Que si al venirlos males nos alteran,
Es porque no pensamos que vinieran.
El que prosperidad acá tuviere
Entienda que es depósito y empeño
Para después volvérselo a su dueño
Cuando el voluble tiempo lo pidiere,
Y así no sentirá lo que perdiere;
Mas, como quien despierta de algún sueño
En que feliz y próspero se vía[5],
Se olvidará de todo con el día.
Si esta verdad tan llana conocieran
Aquellos engañados naturales,
Sin miedo, sin agüeros ni señales
Sus daños esperaran y entendieran;
Porque de tantos bienes coligieran
En clara consecuencia muchos males,
Pues andan en su danza[6] tan hermanos,
Que siempre van asidos de las manos.
Tiene Fortuna varia la costumbre
De la pesada piedra sisifea,
Que el sin ventura Sísifo rodea
Con fatigada priesa hasta la cumbre;
De donde con su misma pesadumbre[7]
Hacia lo bajo súbito voltea,
Y sin que de parar allá se acuerde,
Apenas toma pie cuando le pierde.
La piedra del Estado[8] es ya llegada
A la felice cumbre de la rueda,
Y no pudiendo arriba estarse queda,
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Será forzoso lance la bajada;
Ha sido la subida acelerada
Para que revolver a tiempo pueda.
Que el curso de Hurtado se concluya,
A quien la gloria desto se atribuya.
Mas dello los idólatras inciertos,
Procuran ya quedar certificados
De todo lo dispuesto por los hados,
A fuerza de mayores desconciertos;
Porque juntando mágicos expertos,
Por únicos entre ellos reputados,
Que para la decrépita[9] caminan,
Su pérfida consulta determinan.
Es vieja en estos indios la costumbre
De consultar sus falsos agoreros,
Que quieren con pronósticos y agüeros
Mostrar que lo futuro se columbre;
Y así como les niega el sol su lumbre,
Hacen allá en ocultos agujeros
De torpes sabandijas escrutinio,
Ministras del nefando vaticinio.
Incítales[10] el ver que su fortuna
Con esquivez el rostro les ha vuelto,
Mostrándoles el suyo en ira envuelto
El cielo y cuanto miran sol y luna;
Y por saber si nueva causa alguna
Les ha su curso próspero revuelto,
Acuden a la mágica dañada,
Por ellos sumamente venerada.
Pues dentro de una plácida floresta,
Do nunca ofende sol ni daña sombra,
Ya do la natural y verde alhombra[11]
Al rey de los sentidos hace fiesta,
A la verdosa falda de tina cuesta,
Cuya sublimidad al cielo asombra,
Con sus cantares, bailes y placeres
Hicieron oblación a Baco y Ceres.
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Allí con duro y áspero tumulto,
Con sordo susurrar y son disforme,
Dispuso aquella cáfila conforme
Lo que era menester para el insulto;
De voces se levanta un grueso bulto
Al comenzar aquel abuso enorme,
Que como tan de atrás origen traiga,
Con gran dificultad se desarraiga.
Uno martilla el ronco tamborino,
Otro por flauta el hueso humano toca,
Otro subido en un horcón invoca
A su Pillán, espíritu malino[12];
No porque el vaporoso[13], alegre vino
Se les aparte un punto de la boca,
Pues no hay azar tan grande ni desdicha
Que no la pasen ellos con la chicha.
Ya hierve la cerveza trasegada,
Ya la turbada vista centellea,
Ya de liviano el cuerpo bambalea[14]
Y cáese la cabeza de pesada;
Ya con la bota[15] lengua mal mandada
Cualquiera ferocísima bravea,
Haciendo que al rumor la tierra gima
Y al que lo ve de fuera cause grima.
De trecho a trecho en corros se congregan,
El hombre y la mujer interpolados,
Y todos por los dedos enlazados
Cabezas, pies ni bocas no sosiegan;
Ya corren, ya se apartan, ya se allegan,
Atrás, hacia adelante y por los lados,
Con un compás flemático y terrible,
Confuso y ronco son desapacible.
Suelen bailar también de otra manera,
Y es, que las manos libres y los brazos
Sacuden unos huecos calabazos
Do tiene de sus guijas la ribera;
Y al gusto de esta música grosera
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Están los más haciéndose pedazos,
Sin recibir por ello más tormento
Que si este fuera el órfico instrumento.
Otras mujeres solas, en cuadrilla
Andan con sus hijuelos dando vueltas,
Todas en bacanal furor envueltas,
Desnudo el medio pecho y la rodilla,
Al modo que las yeguas en la trilla
Con sus potrancas chucaras a vueltas
Por la colmada parva escaramuzan
Y en granos las espigas desmenuzan.
Adórnanse de huinchas y de llautos[16],
Con piedras que deslumbran quien las mira,
Y con azules vueltas de chaquira[17]
Hacen mil contenencias[18] y más autos[19];
Ahí es donde a los jóvenes incautos
Penetra el dios alado con su vira,
Porque si Baco y Ceres andan juntos,
Es fuerza que ande Venus por sus puntos.
Ahí es do suele armarse la baraja,
Y do veréis el pleito mal parado,
Que vuelcan por aquel tendido prado,
El desfondado cántaro y tinaja;
Mas, presto aquella cólera se ataja,
Porque la corta un brindis emprestado,
Jamás de tibia gana recebido[20],
Y sobre toda ley obedecido.
La vaporosa exhalación es tanta,
Que denso el aire, raro se presenta,
Y cuando más mojada, más sedienta,
Como una esponja, queda la garganta;
El áspero alarido se levanta
De la furiosa turba alharaquienta,
Y el eco que en los cóncavos retumba
Por la más apartada oreja zumba.
Matan aquí gran suma de animales,
Desmiembran, descuartizan, despedazan,
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Los toscos tajadores[21] embarazan,
Y luego los estómagos bestiales;
Todos los siete vicios capitales
Aquí los libres bárbaros abrazan,
Que donde el de la gula se acomoda
Acude la demás canalla toda.
Duran en semejantes borracheras
Con un tesón y flema desmedida
Desde que el rubio sol con su venida
Ufana[22] sotos, montes y laderas,
Hasta que el mar lo acoge en sus riberas,
Quedándose la tierra oscurecida;
Y aun da la vuelta séptima y octava
Y aquella boda espléndida no acaba.
En la presente, pues, que agora cuento
Comienzan los fantásticos profetas
A contemplar los signos y planetas
Tomando estrecha cuenta al firmamento;
Mas, visto que con ímpetu violento
Están como tirándoles saetas,
Exclaman con dolor intenso y duro,
Profetizando así su mal futuro:
«¡Ay tristes de nosotros, engañados
Con la dichosa mal segura suerte!
Que ya la inexorable y fiera muerte,
Y la revolución de nuestros hados,
De prósperos en míseros trocados,
Quieren ejecutar castigo fuerte:
¡Guay, guay[23], amada patria, Arauco triste!
¡Cuan otro te verás del que te viste!
«Clarísimas señales muestra el cielo
De tu fatal y súbita ruina:
Saturno melancólico domina;
Su claro resplandor enturbia Delo;
Venir parece Júpiter al suelo;
Ardiendo Marte en cólera se indina[24];
El génito[25] de Maya no parece,
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Y Venus con la Cintia se escurece[26].
«El Escorpión y Cancro están sañudos,
El Tauro como atado al bramadero,
El Capricornio rígido y austero,
Llorando allá los Gemines desnudos;
Aries con cuernos ásperos y agudos,
El vedijoso León airado y fiero,
Colérico el biforme Sagitario,
Vertiendo sangre el cántaro de Acuario.
«Veese[27] la estéril Virgen desgreñada,
Mostrando faz terrible y enemiga,
Y desgranando la bermeja espiga
Con su furiosa mano arrebatada;
Libra, con roja sangre barnizada,
Nos hinche las balanzas de fatiga,
Y en su lugar los húmidos[28] pescados
Vemos estar comiéndose a bocados.
«Pues ved allá las Pléyadas nublosas,
Y cómo esotros astros van y vienen,
Esos escuros círculos que tienen
Esas constelaciones rigurosas;
Sobre Aquilón las nubes procelosas,
Amenazando lluvia, se detienen;
Armado el Orion mirad aparte,
Mirad en conjunción a Luna y Marte.
«Volved acá y veréis al bando Ursino
Cuan denodado y fiero que nos mira,
Y Arcturo, que le sigue ardiendo en ira.
Sin esperar a Bootes su vecino;
Aun Pólux de su Castor uterino
Parece que enojado se retira;
Encréspase el Dragón con sus escamas,
Y la polar Serpiente escupe llamas.
»Poned allí los ojos en el Ara,
Hechura de monóculos jayanes,
Adonde, para mal de los Titanes,
Juró, tendiendo Júpiter su vara;
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Veréis que el Escorpión en ella encara,
Haciéndole iracundos ademanes,
Y que la tiñe sangre desde arriba
Hasta la firme base donde estriba.
«Mirad a la Canícula con Leo
Ya la cometa[29] Nigra de Saturno,
Veréislo todo lóbrego y nocturno,
Todo con un aspecto horrible y feo;
Todo se viste el más lutoso[30] arreo
Y todo pronostica mal diuturno:
Todos, Olimpo, Télus, Juno y Glauco,
Han ya rompido[31] treguas con Arauco.
«Notado, pues, el diáfano elemento,
Se ve que por sus últimas regiones
Va tanto del vapor y exhalaciones,
Que basta para mísero portento;
Cometas van cuajándose sin cuento
Con varias y estupendas impresiones,
Que todas nos apuntan y amenazan
Y para breve tiempo nos emplazan.
«Ya no parece pájaro ninguno
Cuya sonora voz y alegre vuelo
Nos pueda ser motivo de consuelo,
Si en tanto mal se sufre haber alguno:
El cuervo y el morciélago[32] importuno,
El buho, la lechuza y el mochuelo
Son los que el aire ocupan de graznidos
Y de temor y asombro los oídos.
«Oíd, pues, cómo ronca el mar hinchado
Con la espumosa quiebra de sus ondas,
Y allá en las partes ínfimas y hondas
Notad aquel hervor apresurado;
El recio golpe de agua quebrantado
En lisas piedras, largas y redondas,
Aquella sucesión de la resaca
Agora con mas hórrida matraca.
«La madre a quien el piélago fecunda
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Se nos pretende alzar con el tributo,
Y en cambio de la hoja, flor y frutos
De zarza, espina y tríbulos abunda;
Ya no hay lugar por donde el mal no cunda
Con libertad y término absoluto,
Porque esto es lo que el mal de malo tiene,
Venir acompañado cuando viene».
Astrologando[33] estaba en tal manera
Aquella casta infiel supersticiosa,
Cuando pasó corriendo una raposa
Por medio de su junta y borrachera;
La cual, como se escape sin que muera,
Se tiene por adversa y triste cosa,
Mas, si le dan los bárbaros alcance,
Sin miedo se pondrán a todo trance.
Hicieron lo posible por cogella,
Pero quedóse atrás quien más volaba,
Porque el animalejo no dejaba,
Aun por el polvo, estampa de su huella;
Con esto su infeliz y mala estrella
De conocer la ciega gente acaba,
Y cuando vieron ya que se les iba
Tornaron a decir con pena esquiva:
«¡Ay!, cómo el bien se va con tanta priesa
Como esta desabrida y libre zorra!
¡Ay!, cómo no hay poder que ya socorra
Adonde tal prodigio se atraviesa!
¡Oh cielo injusto, y qué mudanza es esa,
Que con el mismo Arauco no se ahorra!
¿Quién ya fiará de ti, si el propio Estado
Quieres también que caiga de su estado».
Así se lamentaban y plañían
Aquellos embaidores hechiceros,
Y los ocultos males venideros
En voz doliente y pública decían;
Mas, otros, aunque absortos atendían,
Queriéndolo llevar a puros fieros,
Responden, sacudido el miedo todo,
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Con pródiga arrogancia deste modo:
«Por eso y mucho más que el mundo haga,
Aunque se desencase[34] de su asiento,
Y todo su voluble regimiento
En solo daño nuestro se deshaga,
No espere que a su gusto satisfaga,
Ni que ha de secutar[35] su crudo intento,
Pues él al fin hará lo que pudiere,
Y nuestra voluntad lo que quisiere.
«Mas, como el invencible patrio suelo
Acá en la baja tierra no hallase[36]
Potencia que a la suya contrastase,
Fué menester viniese la del cielo;
Pues venga, venga pues, que no hay recelo
Ni punta de temor que nos traspase,
Porque es el pecho nuestro un coselete
A prueba, por lo menos, de mosquete.
«Fuera de que será mayor la gloria
Que nacerá de darle su castigo,
Pues cuanto más potente el enemigo,
Tanto es de más estima la victoria[37];
Y siéndole su pérdida notoria,
Nos hace, a la verdad, obra de amigo.
Porque pretende a costa de su vida
Dejar la nuestra más esclarecida.
«Por tanto, no hay razón de entristecernos,
Habiéndola tan justa de alegrarnos,
Pues vemos ocasión para ganarnos
Adonde imaginábamos perdernos;
Sólo podrá ser causa de dolemos
Haber venido él antes a buscarnos,
Pues cuanto al cielo hiciéremos de ofensa,
Dirán que fué en razón de la defensa.
«Dirán, si le vencemos en la guerra,
Que fué por haber sido el cielo injusto
Y estar de nuestra parte el fuero justo
Que obliga a defender la propia tierra;
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Este es el daño y mal que aquí se encierra,
Y lo que de vencernos quita el gusto
Ver que el derecho tenga su pedazo
En lo que sólo hiciere fuerza y brazo».
El bravo Tucapel, ardiendo en ira,
De rábido furor el seso pierde;
Las manos de colérico se muerde,
Y con ardiente faz a todos mira,
Diciendo al nigromántico: «Es mentira
Eso que, como dices, te remuerde,
Pues no hay tan loco cielo que pretenda
Venir con araucanos a contienda.
«Que mientras Tucapel gozare aliento
Y vieren que revuelve la macana[38],
Ni en la divina fuerza ni en la humana,
Podrá caber tan gran atrevimiento;
Es todo lo demás hablar a tiento,
Es loca vanidad, locura vana,
Que no hay estrellas, signos ni embarazos,
Sino la pura fuerza de los brazos.
«Y si hay fortuna, y ésa favorece,
Como soléis decir, al más osado,
¿Quién como el indomable y duro Estado
Este[39] favor y título merece?
Puro temor helado es quien ofrece
A todo el mundo en contra conjurado;
Bien como al que de noche el miedo pasma,
Que un gato se le hace una fantasma[40]».
«Al gran Eponamón[41], a quien servimos,
Los magos le responden, presentamos,
Y su verdad auténtica citamos
En prueba de la mucha que decimos;
Sabed que de su boca lo[42] supimos,
Y llenos de su espíritu hablamos:
Llamalle será bien para que desto
Os muestre el desengaño manifiesto».
Todos en ello unánimes vinieron,
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Y habiéndose llegado el tiempo escuro,
Por ser el verde campo mal seguro,
En un galpón crecido se metieron;
Los mágicos en rueda se pusieron
Para el atroz y pérfido conjuro,
Quedando a las espaldas del buhío
La plebe y mal político gentío.
En medio de la rueda compasada,
Después que el suelo a soplos alisaron,
Aquellas manos pérfidas hincaron
Una ramilla luenga deshojada,
De cuya extrema punta doblegada,
Por un sutil estambre le colgaron
Un burujón[43] de lana de la tierra,
Que es donde su Pillán se les encierra.
De tal superstición y extraño rito
Usa la miserable gente vana,
Ya la vedija va de buena gana
El regidor perpetuo del Cocito;
De suerte que, cual pece en el garlito,
Le tienen con el átomo de lana,
Porque le llevarán donde es llamado.
Con sólo un hilo della maniatado.
Otro mayor abuso temerario
Y un género infernal de idolatría
Es fama haber entre ellos hoy en día,
Más especial y menos ordinario;
Que ya que no es al cuento necesario,
Pues del tan poco o nada se desvía,
Y todo lo que es nuevo aplace oillo,
Me pareció de paso referillo.
En hondos y secretos soterraños[44]
Tienen capaces cuevas fabricadas,
Sobre maderos fuertes afirmadas
Para que estén así nestóreos años;
Están de abajo arriba entapizadas
Con todo el suelo en ámbito de esteras
Y de cabezas hórridas de fieras.
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En esta gruta lóbrega y tremenda,
Do los piramidales[45] del Titano
Para poder entrar no tienen mano[46],
Por más que por el sótano los tienda;
Está sobre unas andas ¡cosa horrenda!
Tendido un ya difunto cuerpo humano,
Sin cosa de intestinos en el vientre,
Porque Pillán en él más fácil entre.
El nombre es ibunché[47] del insepulto,
Y cuando el dueño del y de la cueva
Quiere saber alguna cosa nueva
De mucha calidad y fin oculto,
Con gran veneración, respeto y culto,
(Que en esto el indio rudo nos las lleva)
Entra por senda angosta y desmentida[48]
Para que no le sepan la guarida.
Y allí por el idólatra invocado
El abismal diabólico trasunto,
Se mete en el cadáver del difunto
Por do responde, siendo preguntado,
Así de los negocios del Estado,
Si sube o si declina de su punto,
Como de los influjos celestiales
De buenos y de malos temporales.
Es este su ibunché, tenido entre ellos
Por una cosa allá como sagrada,
Con suma religión administrada,
Y la que por su Dios adoran ellos;
Helo sabido yo de muchos dellos,
Por ser en su país, mi patria amada,
Y conocer su frasis[49], lengua y modo,
Que para darme crédito es el todo.
Hay otra detestable circunstancia,
Que muda bien la especie del pecado,
Y es, que si lo por ellos preguntado
Es cosa de muchísima importancia,
Metidos en aquella escura estancia
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Degüellan al hijuelo más amado,
O la especiosa niña en sacrificio
Para tener al ídolo propicio.
En esto guardan todos tal secreto,
Que por ningún camino, maña o suerte,
Aunque les amenacen con la muerte,
Descubren el gentílico defeto;
Y cánsalo el temor, la fe y respeto
Que tienen con aquel armado fuerte,
El cual, por no soltallos de sus grillos,
Los hace así negar a pie juntillos[50].
Algunos suelen confesar de plano
Haber el ibunché, que les responde,
Pero si les pedís el sitio dónde,
Se excusan, remitiéndolo a Fulano;
Y así del uno al otro iréis en vano,
Que cada cual firmísimo lo esconde,
Y en ocultallo está la desventura,
Pues el oculto mal no tiene cura.
¡Oh ciega confusión del barbarismo!
¡Oh gente muchas veces desdichada,
Y más que muchas, bienaventurada
La que recibe el agua del baptismo[51]!
Mas, ¿dónde voy con esto, que me abismo,
Y prometí decillo de pasada?
Volvamos, pues, no diga quien me espera,
Que me reparo[52] mucho en la carrera.
Colgado, pues, el copo de la vara,
Con un susurro bajo y escabroso,
Como de negro tábano enfadoso
Cuando revuela en torno de la cara,
Apresta la infelice gente avara
Su pérfido conjuro tenebroso,
Haciendo que tomase en él la mano[53]
Quien de la facultad era decano.
Tomóla de derecho Pillalonco[54],
Un viejo descarnado formidable,
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De cuerpo retorcido como un cable,
Ramificado más que el pie de un tronco;
Y del sumido y magro pecho ronco
Sacó esta voz horrenda y execrable:
«A vos invoco, báratro profundo,
Escuro centro y cóncavo del mundo;
«A vos conjuro, bóveda tiznada,
Humoso Flegetón, estigio lago,
Do bebe para siempre acedo trago
La miserable gente condenada;
A vos, sulfúrea tártara morada,
Do hacen de las ánimas estrago,
A vos ¡oh Babilonia de tormento!
Comprado por ilícito contento;
«A vos, flamíneo príncipe del centro;
A ti llamamos, Hécate, su esposa,
A ti, mordida Eurídice llorosa,
Y los que estáis la casa más adentro;
A vos, con quien la Juno tuvo encuentro
En forma de nublado[55] mentirosa;
A vos, avaro Tántalo, a vos, Ticio,
En vuestro justo y áspero suplicio;
«Alecto, a vos, Tesífone y Megera
De ponzoñosas víboras crinadas;
A vos, sangrientas Górgones dañadas,
A ti cerbero Can, trifauce[56] fiera;
A ti, que en la aqueróntica ribera
Pasando estás las almas a barcadas,
A ti, Deirogorgon, a ti conjuro
Con todo el resto pálido y escuro:
«Por lo que aborrecéis al claro día,
Por el rencor malévolo con Febo,
Por las tinieblas densas del Erebo,
Por lo que en vos mi espíritu confía;
Por los que allá tenéis de mano mía,
Y por los[57] que procuro enviar de nuevo
Para que por hebdómadas eternas
Habiten vuestras lóbregas cavernas:
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«Por la caliente sangre que vertemos,
Con que el sulcado[58] rostro rociamos,
Y por la que a vosotros consagramos,
Después que así espumosa la bebemos;
Y por la humana carne que comemos,
Humildes todos juntos suplicamos
Que en este copo cándido se envuelva
Quien, de lo que dudamos, nos absuelva».
Con esto enmudeció de tal manera,
Y enmudecieron todos los presentes,
Que de los mismos bárbaros oyentes
El que escuchara mas, menos oyera;
Así estuvieron casi una hora entera,
Más pareciendo mármoles que gentes,
Tendidas las orejas como el gamo
En viendo que se mueve el débil ramo.
Pendiente del oráculo de lana,
Y alerta por si el ídolo venía,
Ni párpado ni ceja se movía
De la congregación perdida y vana;
Mas, viendo ya propincua la mañana
Y que el Eponamón sé detenía,
Así de nuevo el Mágico le invoca
Echando espumarajos por la boca:
«¿Qué es esto?, ¿cómo agora te detienes?
Espíritu infernal, ¿porqué te tardas?
¿No acabas de venir?, ¿a cuándo aguardas?
Sabiendo que te llamo yo, ¿no vienes?
Hola!, que se me quiebran ya las sienes,
Y el término debido 110 me guardas;
No quieras que de hoy más a tu estalaje[59]
Ninguna de estas ánimas abaje
«No heriré tu sótano con lumbre,
Ni las apolinares[60] áureas hebras
Ofenderán tus sapos y culebras,
Ni esotra serpentina muchedumbre;
Mayor te pienso dar la pesadumbre,
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Aunque ésta por tan grande la celebras;
Mas, otra es la que más te muerde y come
Y tus dañados hígados carcome.
«Haré que ya los cuellos no se aprieten
Con el desesperado ñudo y soga,
Que el cuerpo y no las ánimas ahoga,
Mas que por otro medio se quieten;
Haré que tus discípulos respeten
A la sacerdotal y sacra toga,
Tomando sus consejos y dotrina,
Que es para ti la más pungente espina».
En dando fin al fiero[61] necesario
Oyeron un terrible terremoto,
Que revocó[62] en el sitio más remoto
Con un rumor y estruendo temerario;
En rápido turbión trasordinario
Se revolvieron Euro, Cierzo y Noto,
Y en remolino el Ábrego violento
Arrebataba el rancho de su asiento.
Un proceloso y negro torbellino,
Distinto de la noche, en su espesura,
Y envuelto más que en agua en piedra dura,
Dejó turbado el cielo cristalino;
Con esta majestad y pompa vino
El Rey que siempre está en región escura,
Tomando la vedija por su trono,
De donde así les habla en bajo tono:
«Más presto vengo yo do soy llamado,
Si mi venida causa algún consuelo,
Y si detuve agora el sordo vuelo
Ha sido por no dar un mal recado;
Pues ya que está dispuesto por el hado
Que os venga tanto mal y desconsuelo,
Quisiera, por lo mucho que me toca,
Que nunca se supiera de mi boca.
«Sabed que ya las vitreas ondas abre
Con espolón herrado y raudo remo
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Uno, de quien con justa causa temo
Que mi cabeza dura descalabre;
Este será el que a fuego puro os labre[63],
Y quien os mudará de extremo a extremo,
En vuestra redución[64] haciendo tanto,
Que espante al mismo reino del espanto.
«Sabed que el hijo y nieto de virreyes,
Uno de Lima, y otro de Navarra,
Renuevo de la vid y fértil parra
Que tiene su majuelo en altos reyes,
Sobre poneros vínculos y leyes
Arrojará con tal vigor la barra,
Que no sé, amigos, yo, según lo miro,
Qué brazo le podrá llegar al tiro.
«Mas ¡ay! que ya pacífico el Estado
Ha de saber trataros de manera,
Que lo que fuere entonces y lo que era
Serán como lo vivo y lo pintado;
Lo que por fuerza fué, será de grado,
Lo que de pedernal, de blanda cera,
Y al que os hubiere dado mil enojos
Le lloraréis después con ambos ojos.
«Yo soy ¡ay! duro mal! ¡ay! grande afrenta
En quien está la pérdida notoria,
Porque a la fin[65] vosotros, su vitoria
Por propria la pondréis a vuestra cuenta;
Mas yo, que su virtud se me presenta,
Y siento aparejársele la gloria
De sus intensos méritos el pago,
Con entrañable rabia me deshago».
No dijo más, y a vista de la gente
Con un terrible trueno y estallido
Arranca en humo negro convertido,
Dejando allí una bomba pestilente;
Habló verdad en todo llanamente,
Supuesto que es mentira su apellido,
Porque es verdad tan clara y tan expresa,
Que la mentira propria la confiesa.
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Un súbito pavor y helado asombro
Los pensamientos bárbaros ataja;
El más altivo de ánimo le abaja,
Y el más enhiesto encoge más el hombro;
Aun yo de estar contándolo me asombro
Y la caliente sangre se me cuaja,
Por donde puede verse qué haría
Quien, fuera de los mágicos, lo vía.
Ya que pasó el fetor[66] abominable
Y que tranquilo todo y en sosiego,
La desterrada sangre volvió luego
A su canal purpúrea deleznable;
Saltó furioso Rengo el implacable,
Diciendo en voz soberbia: «Derreniego
Del rudo parecer y seso vano
Que en esto diere crédito a Pillano.
«Por sólo apoderarse de nosotros,
Temiendo por ventura mi potencia,
Ha dicho esta mentira y aparencia[67]
Y derramado miedo entre vosotros.
¡Oh falso Eponamón! Allá con otros
Que tengan de tus artes menos ciencia;
No pienses con tus frivolas razones
Obstupecer[68] tan bravos corazones.
«Si crédito algún tiempo se te diere,
Cuando con tu venida nos ofendas,
Tan sólo habrá de ser, y así lo entiendas,
En todo lo que bien nos estuviere;
En lo demás te siga quien quisiere
Haciendo mucho caso de tus prendas,
Que a mí la maza y brazo me asegura
De toda mala suerte y desventura».
No estaba Tucapel en esto ocioso,
Que como el vino y cólera hervía,
Llamaba cuerpo a cuerpo a don García,
Del ínclito enemigo cudicioso;
Andaba más que todos orgulloso
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Diciendo por la gente que venía:
«Granicen hombres, ande el juego grueso,
Que toda mi ganancia estriba[69] en eso».
Así desfleman unos y otros gritan,
Otros, mientras blasonan éstos, callan,
Y allí mayor peligro y daño hallan
Adonde más los bárbaros se irritan;
Unos aplacan, otros solicitan,
Ya rompen, ya deshacen, ya desmayan,
Ya con las voces dísonas se hunden,
Se atruenan, se ensordecen, se confunden;
Hasta que del crepúsculo y aurora
Los fértiles alcores luminados[70]
Mostraban los eriales[71] ocupados
Con las vistosas dádivas de Flora;
Que todos, como gente malhechora,
Cual suelen los ladrones recatados,
Huyendo de la luz, se dividieron,
Con que la gruesa junta deshicieron.
Esto, señor, sucede allá en la guerra,
Y en tanto, acá en la paz, los españoles
Ven ya bordado el cielo de arreboles,
De yerbas, flores y árboles la tierra;
El claro sol doblada luz encierra,
Alumbran las estrellas como soles,
El mar se muestra plácido y sereno,
Y el aire de parleras aves lleno.
Parecen mil prenuncios de alegría,
Mil bienes venideros se conciben;
Los desmayados ánimos reviven
Metiéndose en calor la sangre fría;
Saltando están los pechos a porfía
Del interior contento que reciben,
Y el más helado y lánguido se siente
Con un fogoso y bélico acídente[72].
En todos los estómagos se incluye
Una crecida hambre de pelea;
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El corazón más tímido desea
Hallarse en la ocasión que se le huye;
La favorable causa que esto influye
Sin duda que es el aire y la marea
De las hinchadas velas, que asomando
Al puerto de Cuoquimbo[73] van entrando.
Adonde ya las áncoras echadas,
Los nuestros deshaciéndose en contento,
Entregan las chalupas al momento
En manos de las ondas sosegadas;
Y de floridos jóvenes cargadas
Van todas a parar do yo me asiento,
Porque para tirar de un tiro tanto,
Es chico mi vigor y grande el canto.
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CANTO TERCERO
En que el Gobernador, visto el exceso con que los indios de paz eran tratados por sus encomenderos, y en
mucho desorden que en servirse de ellos había, trayéndolos sobremanera apurados, hace unas breves
ordenanzas, con que los alivia su grave carga; provee juntamente lo importante así a la quietud de la
tierra, desterrando sus inquietadores, como al aumento de nuestra religión y buen ejemplo de los
naturales. Llegada la gente y caballos que venia por tierra, se embarca con toda ella, sin tocar en
Santiago, para la ciudad despoblada de la Concepción, en cuyo viaje le corrió una grande y peligrosa
tormenta.
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Mejor irá el discípulo de Marte
Donde es el batallón, que en otra parte.
Entre las zonas tórrida y helada,
Que el mirador cosmógrafo divide,
Aquella que el lugar de en medio pide
Es la más habitable y más templada;
De la celeste máquina girada,
El medio es donde Júpiter preside,
Y el que por Dafne rápido corría
Más franco da su luz al medio día.
En sólo amar a Dios ha de afirmarse
Que ni es ni puede ser el medio bueno,
Y[2] en esto sólo el tépido condeno,
Y en esto será lícito extremarse;
En todo lo demás el moderarse,
Y aquel saber usar espuela y freno[3],
El que descanso quiere lo procure,
Pues bien soléis decir, paso que dure[4].
El siervo no ha de ser tan mal tratado
Que siempre sus espaldas mida un leño,
Pues suele revolver contra su dueño
El animal doméstico apurado;
Quien ha la noche entera trasnochado,
Está después cayéndose de sueño;
Al fin conviene en todo tanto el orden,
Que la bondad es mala con desorden.
Esto conoce bien el joven sabio,
Pues visto el desigual que en Chile había
Sobre tratar al indio que servía,
Le satisface luego deste agravio;
Y dado que era viejo el mal resabio
Que acerca desto[5] el héspero tenía,
Sola su blanda mano, medio y modo
Bastó para quitársele del todo.
El fué moderador de tanto exceso,
De tanta libertad y exorbitancia,
Y el que redujo a temple y consonancia
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Lo que sonaba mal acerca de eso;
Aligeró a los pobres de su peso,
Solicitando en todo su ganancia
Por el mejor camino y fácil vía,
Que luego toparéis en esta mía.
Llegado a la cuoquímbica ribera,
Adonde los esquifes encallaron,
Las proras[6] en un punto se poblaron
De la gallarda gente placentera;
Mas luego que la vieron saltar fuera,
Desiertos ya la mira se quedaron,
Doliéndose de ver que ya la playa
Con tanto bien alzado se les haya.
Pues ya del mar los nuestros olvidados
Y llenos de placer y gloria llena,
Sellaron con sus plantas el arena,
Tendiendo allí los miembros mareados;
Quién mira las llanadas y collados,
Quién con el dedo apunta la Serena,
Y quién alaba el sitio, quién el puerto,
Al soplo de los aires encubierto.
Estando así la gente bulliciosa,
Oyó tropel confuso de caballos,
Que vienen ya batiendo con los callos[7]
La relucida playa mariscosa[8];
Porque es sobremanera cuidadosa
La próxima ciudad en despachallos,
Viniendo sus vecinos juntamente
A recebir al claro adoléceme[9].
Pero debajo desta adolescencia,
Aun al que más la vista se le cubre,
Como por velo diáfano descubre
Un vaso[10] y madurez por excelencia:
Mostrábalo su rostro y aparencia[11],
Que pocas o ninguna vez lo encubre,
Pues más abiertamente que en la palma[12]
Se suele por el cuerpo ver el alma.
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Recíbelos a todos gratamente
Con término cortés y grave acento
Y con templadas muestras de contento,
Que todo no se junta fácilmente;
De donde, acompañándole la gente,
Tomó el camino breve del asiento,
Que por la tiesa y húmida[13] marina
Dos leguas apacible se camina.
Entrado[14] en la ciudad de la Serena
El escogido tercio y nueva copia[15],
Conoce cada cual por casa propia,
Según se vee[16] tratar, la que es ajena;
Es tan cumplida gente, honrosa y buena,
Que tiene por afrenta y cosa impropia
No ser en su hospedaje él hospedado
Todo lo de potencia regalado.
Allí estuvieron todos dando cuerda
A la penosa y dura del quebranto,
Que la Serena dulce con su canto
Hace que todo el mal se olvide y pierda;
En tanto a nuestro joven se le acuerda,
Movido por un celo justo y santo,
De aprovechar el tiempo en lo siguiente,
Para que no se gaste vanamente.
Queriendo, pues, saber qué modo había
Sobre pagar el indio sus tributos
Y si conforme a sacros estatutos
El amo acerca desto procedía;
Echó de ver su mucha demasía
Y cómo andaban todos absolutos
Sin regla, sin medida, ley ni fuero,
Con el ansioso hipo del dinero.
No solamente echaban a las minas
Los diputados ya para este oficio,
Sino también el personal servicio,
Hambrientos por las vetas de oro finas;
Y contra humanas leyes y divinas,
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Que todo estaba entonces por el vicio,
Aun no eran reservados desta cuenta
Los viejos tremulosos[17] de noventa.
Tampoco el niño tierno se libraba,
A título de serlo, destos daños,
Que puesto en el doceno de sus años,
Con la barreta al hombro caminaba;
La madre con dolor le acompañaba,
Humedesciendo[18] bien sus pobres paños,
Y siempre que la carga le afligía,
En el trabajo della sucedía.
Hermosas dueñas, vírgenes apuestas,
Que era contento y lástima[19] el mirallas,
Llevaban el sustento y vituallas,
Por más que fuesen débiles, a cuestas;
Y por quebradas ásperas y cuestas,
Quebrados de subillas y bajallas,
Sus delicados pies iban rompiendo,
Y alguna vez de sangre el rastro haciendo.
Así cargadas viérades algunas
Los encolmados[20] vientres a las bocas,
Y fuera deste número, no pocas
Con sus recién nacidos en las cunas[21]:
¡Mirad qué cargas dos tan importunas,
Aunque las tristes fueran más que rocas!
Y más que no hay dejar ninguna dellas,
Por no dejar el ánima con ellas.
En vez de las diademas y guirnaldas,
Iba el pesado yole[22] y grave cesta,
Y en trueque de la llíqueda[23] compuesta,
El enchiguado[24] trigo a las espaldas;
En cambio de las perlas y esmeraldas,
Llevaban la inclinada frente honesta,
Bordada de un licor aljofarado,
A fuerza de fatigas destilado.
¡Oh qué desaforado desafuero
Usado con Jos pobres naturales!
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¡Oh qué de imposiciones desiguales
En gente que era al fin de carne y cuero!
¡Oh siempre viva hambre del dinero,
Disimulada muerte de mortales,
Polilla de las almas gastadora,
Hinchada sanguijuela[25] chupadora!
Pues como desta peste vio tocados
El médico tan sabio a los chilenos,
Y que los indios iban siempre a menos,
Ya más las insolencias y pecados;
Deliberó con medios acertados,
Que nunca los que puso fueron menos,
Sangrar aquella fiebre mal contenta[26]
Tanto de sangre prójima sedienta.
Y visto que los indios no tenían
En todo su caudal del cielo abajo
Sino su proprio[27] personal trabajo
Para lo que sus amos les pedían,
Y que con tanto peso no podrían,
So pena de venir con todo abajo,
Al eminente y grande mal previno,
Dictándole un espíritu divino.
Mas, era este negocio de consejo,
Y aunque pudiera bien a todos dalle,
Quiso de los teólogos tomalle
Para llevar su hilo más parejo;
Porque es como la dama sin espejo,
Es engolfada nao sin gobernalle,
Que naufragosamente da en la costa,
Quien corre sin consejo por la posta[28].
Habiendo, pues, el caso conferido
Muchas y muchas veces con letrados
De limpio celo y ánimo dotados,
Salió de la consulta difinido[29]
Todo en favor del mísero afligido,
Lo que dirán mis versos mal cortados,
Metidos en prolijas narraciones,
Donde es forzoso ir dando tropezones.
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Mas es también forzoso no dejallas,
Aunque mé son de tanto impedimento,
Así por ser verdades las que cuento
Y no querer hacer en esto fallas,
Como porque naciera de pasallas
Una contradición[30] de lo que intento,
Que es usurpar el mérito y la gloria
Del que la da tan gratis a mi historia.
Mandó que de los indios que tuviese
El ávido vecino encomendero
Para labrar el cóncavo minero,
El sesmo solamente se le diese;
Y que éste de varones sólo fuese,
Guardando al sexo tímido su fuero,
Los cuales a sesenta no llegasen,
Y que del sexto décimo pasasen.
Ordena juntamente que del fruto
De los veneros fértiles sacado,
También al indio el sesmo fuese dado
Como en retribución de su tributo;
Y que cualquier vecino al estatuto
Fuese para los suyos obligado,
Partiéndoles el sábado postrero
La dicha sexta parte del dinero.
Y para ejecución del mandamiento,
Por evitar escrúpulos y espinas,
Mandó que hubiese alcaldes en las minas,
Hombres de sano, justo y buen intento;
Hizo que las comidas y sustento
Llevado por las fuerzas femeninas,
A costa del vecino fuese en bestias,
Y así no fuesen tantas las molestias.
Mandóles dar comida cuotidiana
Que bien a cada un indio le bastase,
Y que una res o más se les matase
Tres días en los seis de la semana;
Con esto pudo hacer que por liviana
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La ponderosa[31] carga se juzgase,
Poniendo mil estímulos al tibio
Ya sus trabajos ásperos alivio.
Así dejó los pobres redimidos
De tantas insolentes vejaciones
Y de tan insufribles aflicciones
A llevadera vida conducidos;
Quedaron muchos años prevenidos,
Mudadas muchas fieras intenciones,
El indio con su carga moderada,
Y el amo su conciencia descargada.
¡Oh gran legislador del Nuevo Mundo,
Celoso de equidad y de justicia,
Primero en la barbárica milicia
Y en tu feliz estrella sin segundo,
Confuso asombro y pasmo del profundo,
Total perseguidor de su malicia!
Perdona el corto vuelo de mi pluma,
Que al pie no llega de tu cumbre suma.
Cuando mejor le sepa dar el corte,
Y si la Parca no me corta el hilo,
Yo cortaré, señor, con otro filo
Tus venturosos lances en la corte;
Mas, has de permitirme que los corte
En traje pastoril, mi proprio estilo[32];
Que en esto ni será él de corte sano
Ni bastará tampoco el cortesano.
Recibe si te place agora en tanto
Esta segura prenda que te empeño,
Que yo la sacaré de tal empeño
Volviéndote por ella sietetanto[33];
El vale sólo es éste y primer tanto;
Con que serás después del resto dueño
En viéndome al querer con otro punto,
Que agora será bien volver al punto.
Habiendo ya en los indios remediado
Lo que dejamos dicho el joven tierno,
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Puso los españoles en gobierno,
Y en orden los negocios del juzgado;
Era lo que trazaba lo acertado,
En cosa no mostrándose moderno[34],
Porque corrieron siempre a las parejas
Su madurez y juventud parejas.
Y como siempre fué de lance en lance
Haciéndolos mejores en su juego,
Aun no entabló la tierra, cuando luego
Se puso con el cielo en un balance[35];
Al rey de entrambos vino a dar alcance,
Por ser en el seguir un vivo fuego
Y ser sus pasatiempos y sus vicios
Seguir virtud y perseguir los vicios.
Faltaba en la Serena (¡ved qué falta
Para que tenga sobra en su descuento!)
El misterioso y alto Sacramento,
Adonde Dios y Hombre nunca falta;
Mas, con su caridad intensa y alta,
Haciendo a costa suya el ornamento,
Hizo que desde entonces no faltase
Para que el bien al ánima sobrase.
De suerte que por Dios, que es alfa, empieza
Ya Dios en todo lleva por delante.
¡Oh bienaventurado caminante
Que a sólo Dios sus pasos endereza!
Y pues lo que le lleva por cabeza
Va todo por el mismo semejante,
¡Considerad sus obras cuáles fueron,
Si al paso del principio el fin tuvieron!
No callarán mis versos una dellas,
Aunque de tanto son indignos ellos,
Pues éstos traigo yo por los cabellos,
Y al cielo por sus pies se van aquéllas;
Mas, ya que lejos voy de dar con ellas,
Y puedo bien sentarme junto dellos,
Dirélas por mi rumbo tropezoso
Y no las callaré como envidioso.
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El hecho fué que cuando el pan del cielo
En procesión al templo se traía,
Por dar ejemplo al indio que atendía,
Se derribó a medirse con el suelo,
Haciendo que el presbítero sin duelo
Por cima[36] del hiciese paso y vía,
Tratando con el pie su cuerpo humano,
Pues el de Dios trataba con la mano.
Fué un acto de humildad aventajada[37]
Para dejar al bárbaro enseñado,
Que en las personas altas de su estado
Es la virtud que más a Dios agrada;
Pues cuanto bien parece la llanada
En la sublime cumbre del collado,
Parece la humildad allá en la cima
Del hombre que es tenido en más estima.
Con el manjar angélico divino
Quedó la gente llena de consuelo
Y no se vido más barrer el suelo
El viento arrebatado en remolino;
Que como se deshace el torbellino
En asomando el Deifico en el cielo,
Así tranquilidad el pueblo tuvo
Al punto que este sol en él estuvo.
Mas, viendo que otros soplos más violentos
Y tempestad mayor furiosa y brava
A todo el reino junto alborotaba
Queriéndole volar por los cimientos
Y que la furia sola de dos vientos
Revueltos y encontrados lo causaba,
Da traza el verdadero dios Eólo
Cómo encerrallos por su mano él solo.
Los dos gobernadores eran éstos,
Que, sobre serlo, en Chile contendían,
Y a canto[38] de perdérsele tenían,
Pues a romper estaban ya dispuestos;
En Mapochó y Cuoquimbo varios puestos,
Los dos fortificados, atendían,
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Para venir, con ánimos insanos,
De encuentro de cabezas a las manos.
Estarse en la Serena Aguirre quiso,
Por ser allí el oráculo adorado,
Y Villagrán[39] desotro apoderado,
Estaba en Mapochó sobre el aviso;
Mirad agora el reino, en sí diviso
En víspera de verse desolado;
Mirad un monstruo aquí de dos cabezas,
Que está para topar y hacerse piezas.
Pero tan buena maña supo darse
Aquel varón sagaz en el remedio,
Que, como la virtud, se puso en medio
Primero que vinieran a encontrarse;
Y sin alborotar ni alborotarse,
Que para todo tuvo traza y medio,
Prendió primero al uno, y luego al otro,
Sin que supieran ellos uno de otro.
A Juan Ramón envió por una vía
Para que, sin que nadie lo entendiera,
A Villagrán do estaba lo prendiera,
Enviándosele preso el mismo día;
Ya Aguirre, que a la mano le tenía,
Aunque pensó que nadie le ofendiera,
Prendió por otra parte don Hurtado,
Poniéndole en el puerto a buen recado.
Adonde en un bajel con guarda estuvo
Hasta que Villagrán también llegase,
El cual, como a su daño caminase,
Bien poco en el camino se detuvo;
Pues luego que la nueva el joven tuvo,
Mandó que con Aguirre se juntase,
Y que sin parecer en su presencia
Viniese a parecer ante la Audiencia.
Salióle a Aguirre, en viendo que venía,
A recebir al bordo de la nave,
Y aun dicen que le dijo en tono grave
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Esta razón tan llena de energía:
«Ya, lo que en todo Chile no cabía,
Agora en una tabla sola cabe;
Mi fe[40], señor, un niño de la cuna
Nos muestra a la vejez lo que es fortuna.
No cuento por menudo todo el caso,
Aunque lo principal aquí va escrito,
Porque pararme a todo es infinito,
Teniendo senda larga y tiempo escaso;
Fuera de que si en esto voy de paso,
Es porque en lo que resta me remito
A lo que agora escribe el de Lobera[41],
En general historia verdadera.
Sólo, según por ella puede verse,
Quiero certificar en esta mía
Que en ello, como en todo, don García
Hizo lo que era lícito hacerse;
Porque, con madurez, para moverse
Miró muy bien qué causa le movía,
Y siempre vio la mira en este hecho
Enderezada al público provecho.
Pues embarcados ya los capitanes,
Mandó que los bajase luego a Lima
Pedro de Lisperguer[42], varón de estima,
Y gloria de los altos alemanes;
Limpió la tierra destos huracanes,
Metiéndolos en cárceles, y encima
Por más seguridad les puso un cerro,
Que tanto y más pesado es un[43] destierro.
Así como en soberbios torreones,
Y siempre sobre alcázares subidos,
Vienen a dar los rayos encendidos,
Dejando los humildes paredones;
Sobre estos validísimos varones,
En Chile por pirámides tenidos,
Asiento de ambición y de cudicia,
Cayó derecho el rayo de justicia.
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A mucho mal con ello puso atajo,
Y al reino, ya pacífico y tranquilo,
De más de tres gargantas quitó el filo,
Ya todas, por lo menos, de trabajo:
Por esto quiso enviallos mar abajo,
Y por seguir al padre en el estilo.
Que a los que en el Pirú[44] metían cizaña
Los arrancó de cuajo para España.
Con esto en la Serena se entretuvo,
Por no gastar el tiempo mal gastado,
Hasta que a los del seco despoblado
Ya su Bastida fiel consigo tuvo;
En ocio allí la gente se detuvo
Un delicioso mes, el cual pasado,
Con todos los caballos y bagaje
A Mapochó[45] tomaron el viaje.
Mandóseles que nada en él parasen,
Por ser tan regalado y abundoso,
Temiendo que en su vicio pegajoso
Los cuerpos hasta el ánima atascasen;
Sino que a Penco rápidos pasasen,
Lugar un tiempo rico y populoso,
Mas por entonces yermo y asolado,
De sólo cuerpos y aves ocupado.
Adonde a Juan Ramón también mandaba
Que en todo caso luego se partiese
Con todos los vecinos que tuviese
El pueblo[46] de Santiago, donde estaba;
Porque él a la sazón determinaba
Enderezar allá como pudiese,
Metiéndose en el mar embravecido
Con los que ya por él había traído[47];
Para que de esta suerte en la bahía
De Talcaguano, que es a Penco junto,
Se fuesen a juntar al mismo punto
La gente que por tierra y mar venía.
Con esta traza y orden los envía,
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Y él queda con su gente puesto a punto
Para desocupar aquel asiento,
Aunque lo contradicen mar y viento.
Llegada era del tiempo aquella parte
Opuesta por diámetro al estío,
Cuando con gafa mano, el yerto[48] frío
En pellas el carámbano reparte;
A la sazón, que ya por toda parte
Viene de monte a monte el raudo río,
Y al blanco amanecer se ven los prados
Envueltos en vellones escarchados;
Cuando camina todo con su funda
Para que el aguacero no lo moje,
Ya su chozuela el rústico se acoge
Soltando el manso buey de la coyunda;
La tierra de mil rívulos[49] abunda,
Que en sí la turbia ciénaga[50] recoge,
Y cuando por los cerros van a gatas,
Rompidas las celetes cataratas.
Está callada y mustia Filomena,
Itis se encoge, Progne se marchita;
Erízase el silguero[51] en la ramita,
Y de aterido, en dulce voz no suena;
Alcione sale ya sobre el arena,
La grulla por el aire sola grita,
Y la infeliz corneja está en su playa
Al marinero mártir dando vaya[52];
Desgájanse los árboles frondosos,
Rendidos al airado ventisquero;
Descarga con granizo el aguacero
Relámpagos y truenos espantosos;
Vulturno, Cierzo y Áfrico furiosos
Parecen aventar el mundo entero;
Entóldanse los cielos con nublados
De tempestades túrbidas preñados.
Mas, no por ser el tiempo riguroso
Y ver al mar entonces intratable,
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Dejó de renunciar la tierra estable
El fortunado[53] joven presuroso;
Porque para su pecho valeroso
No le parece cosa incontrastable,
Y porque el acudir, do va, con tiempo
Importa mucho más que el mismo tiempo.
Así que[54], su rigor menospreciando,
Como que ya le increpa la tardanza,
Partió sin esperar a la bonanza,
Que la necesidad no mira cuándo;
Pues ya con su lucido y grueso bando
De la Serena sale, dulce estanza[55],
Dejándola más triste en su partida.
Que Dido en la troyana despedida.
Pusiéronse en dos horas en el puerto[56],
A donde siendo todo aparejado,
Dejaron el estéril mar poblado,
Y al fértil campo huérfano y desierto;
El aire estaba lúcido y abierto,
Sólo soplaba el céfiro delgado,
Con que, las corvas áncoras levadas,
Se le entregaron velas desplegadas.
Ya el engañoso tiempo los aleja
De la arenosa playa y sus orillas,
Ya sulcan alta mar las bajas quillas,
Ya cada cual de espuma el rastro deja;
El cielo, por cubrir lo que apareja,
Se escombra y barre bien de nubéculas,
Bordándose de escamas y celajes,
De rubios arreboles y follajes.
Todo les favorece y da la mano,
El viento[57] es largo en popa, el mar bonanza,
Señales harto ciertas de mudanza
Y de que habrá desquite en otra mano;
Al puerto jacobino dan de mano[58],
Temiendo que si llegan a su estanza
Y dan entrada al ocio y fácil vida
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Será dificultosa la salida.
Pues como de arrecifes y bajíos,
Y más que de la fiera ladradora,
Tan por su mal, de Circe contendora,
De Mapochó se apartan los navios,
Albergue de holgazanes y baldíos,
Adonde el vicio a sus anchuras mora,
Y tierra do se come el dulce loto,
Que al filo de la guerra tiene boto[59]
Es la vadosa sirte donde encallan
O todos o los más gobernadores,
Y adonde, por hablar cosas de amores,
Las del guerrero adúltero se callan;
Do, como la dulzaina y rabel hallan,
No quieren son de trompa ni atambores,
Ni dar en cambio y trueque de una vela[60],
Amanecer dos mil en centinela.
Es una Circe pésima que encanta
Y en animales sórdidos transforma;
Es la cadena, grillo, cepo y corma
Que el brío y fuerza bélica quebranta;
Es la sirena mélode[61] que canta,
De quien sagaz el Itaco se informa,
Y atado al mástil, oye desde afuera,
Ensordeciendo a los demás con cera.
Huye como del fuego del regalo
El avisado joven, porque sabe
Que entre el bizcocho acedo y pan suave
Hay siempre más que lúcido intervalo;
Esa los cuerpos ágiles tan malo
Como el pequeño rémora[62] a la nave,
Que en su navegación la tiene a raya
Por más veloz y rápida que vaya.
El regalado es bestia que se empaca[63],
Un harto gavilán, bajel zorrero[64],
Y el ocio cenegal y atolladero,
Do con dificultad el pie se saca;
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Es arenal en que anda virtud flaca,
Y pasto donde el vicio enlucía[65] el cuero,
Boscaje y arcabuco mal distinto,
Difícil y entrincado[66] labirinto[67].
Y aunque metido en él, salir supiera
Con el prudente ovillo de Teseo,
No quiere andar en círculo y rodeo,
Sino seguir derecho su carrera;
Que el ánimo do está virtud entera
No sólo ha de vencer el mal deseo,
Sino quitar la causa de engendrallo,
Pues lo mejor del dado es no jugallo.
Por esto don Hurtado no se llega
Al peligroso vado con su armada,
Mas a la yerma Penco enderezada,
Con viento largo y próspero navega;
Neptuno está más llano que una vega
Asegurando en todo la jornada,
Por donde, aunque era larga, sin sentilla
Se ven a pique ya de concluilla.
Mas, porque nunca bien sin mal concluya,
Y no nos asegure el buen estado,
No bien el sol seis vueltas había dado,
Cuando también fortuna dio la suya:
¡Oh cuan de vidro[68] que es la gloria tuya
Caduco mundo, báculo cascado,
A donde bien lo paga quien se arrima,
Pues dando, al fin, en vago, se lastima!
¡Qué de horas malas das por una buena!
Por un granillo de oro ¡cuánta escoria!
Por el adarme y átomo de gloria,
¡Qué bien pesado va el quintal de pena!
Tu mano, ya se vacia, ya se llena,
Como los arcaduces de la noria,
Aunque por ser menor el del contento,
Sin agua suele estar la boca al viento.
O fuese rebelión de la fortuna,
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O ya por el rigor del crudo ivierno[69],
O porque ya de invidia el mismo infierno
Contra este gran varón se hiciese a una[70];
O ya por mal influjo de la luna,
O por la voluntad del Padre Eterno,
Que con la piedra toque[71] de combates
Quisiese descubrille los quilates;
De fusca nubécula mal cuajada
El velo celestial se vio mancharse,
Tras quien[72] corrieron otros a juntarse,
No pareciendo en su principio nada;
Mas, vese a pocas horas aumentada
Tenderse de manera y condensarse,
Que deja al cielo puro y espejado
Ya de escurana[73] lóbrega empañado.
Perdiéronle de vista en un instante,
Con que también los nuestros la perdieron,
Y solamente a costa suya vieron
Cuan presto se demuda el buen semblante;
Envueltos en furor desemejante
Los vientos de sus cárceles salieron,
Y al antes llano piélago lanzados
Hicieron promontorios levantados[74].
Que como tanto tiempo estuvo presa
Su furia procelosa y repentina,
Cuando la vieron suelta en la marina
Molieron todos juntos de represa;
Pues dánse en el rodezno tanta priesa,
Que el mar ya vuelto en cándida harina,
Sin que esparcirse pueda por el suelo,
A cada vuelta salta para el cielo.
El claro sol se fué, y la noche escura
Batiendo al mar sus negras alas vino
Con un desaforado torbellino,
Armado de granizo y piedra dura;
La grita, el alboroto, la presura,
La turbación, el pasmo, el desatino,
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La amarillez del rostro ya difunto
Se apoderó de todos en un punto.
Ya la menuda arena hierve abajo,
Y arriba las soberbias ondas braman;
Ya sobre lo más alto se encaraman,
Ya vuelven desgalgándose a lo bajo;
Parece que se arranca el mar de cuajo,
Y que sus aguas frígidas se inflaman,
Marchando en escuadrón de ciento en ciento
A dar asalto al cálido elemento.
Por medio del frenéticas pretenden
A todo su pesar abrir carrera
Para mezclarse allá en la nona[75] esfera
Con las parientas aguas que allí penden;
Porque del fabricado mundo entienden
Que quiere ya volver, ¡ay! tal no quiera!
Sin que le quede ripio sobre ripio
A la cantera tosca del principio.
Que como para el bien de los humanos
No sufre Dios al mar, por más que brame,
Que por el ancho suelo se derrame,
Quiere tomar el cielo con las manos[76];
Y sobre sus asientos soberanos
Pide que el bajo suyo se encarame,
Porque si no, según su vientre hincha,
Reventará por medio con la cincha.
Toda la culpa tiene el viento solo
En dalle avilantez, orgullo y alas,
Para que osado suba sin escalas
A remojar allá la crin de Apolo;
Gime tronando el uno y otro polo,
Y las espesas nubes, antes ralas,
Se vienen ya cerrando de manera,
Que al cielo calan toda la visera[77].
En una escuridad tempestuosa,
Y en una tempestad escura y fría
Se ve la atribulada compañía
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Ya de su fin más cierta que dudosa;
Ninguno por intrépido reposa,
Que el de mayor esfuerzo y osadía,
Como se ve en tan áspera tormenta,
Alista, para darla a Dios, su cuenta.
El duro y trabajado marinero,
Que nunca sosegó sin sobresalto,
Visto del temporal el fiero asalto,
Salta de entre sus cables el primero;
Ya trepa por el cáñamo ligero,
Ya súbito aparece en lo más alto,
Ya muestra por un cabo sólo asido
El cuerpo sobre el agua suspendido,
Envuélvese ya el aire escuro y vano
En voces del ¡amaina! tras el ¡iza!
Y el chafaldete, braza, troza y triza
Se cubren de curtido puño y mano;
Ya con la espada en ella el Euro insano
Hace con los demás estrago y riza,
Jugando y esgrimiéndola de suerte,
Que cada golpe suple el de la muerte.
¡A orza!, claman unos; ¡vira, vira,
Amura, que se vee la arena gorda!
Otros: ¡arriba, amaina, ten, zaborda[78]!
Que está el furioso mar envuelto en ira;
El uno sin color al otro mira,
La gente a puras voces está sorda,
Atónita, confusa, derramada,
La más temblando en pie y arrodillada.
Las yertas rocas miran por un lado
Con duro ceño y áspero semblante;
Por otro al mar soberbio y arrogante,
Revuelto, removido y elevado;
Arriba de rigor al cielo armado,
Abajo los abismos por delante;
¡Mirad la triste nave que está en medio
En que tendrá esperanza de remedio!
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Quién a la religión se ofrece en voto,
Quién el favor divino apriesa invoca;
Quién con el sacro símbolo en la boca
De todo corazón está devoto;
Cuál mira atento el rostro del piloto,
Por ver si su tristeza es mucha o poca;
Cuál en su estrecha cámara se esconde
Queriendo allí morir sin ver por donde.
Oye de allí las voces y lamentos,
Los golpes, los turbiones, las grupadas
Que del vulturno y cierzo reforzadas
Confunden los distintos elementos;
En vano suenan lúgubres acentos,
Zalemas[79], alaridos, algaradas,
Pues no las oye el mar embravecido
En sí de su fragor ensordescido[80].
Túrbase ya el piloto y marineros;
No saben dónde irán ni dónde acudan;
Por ayudarse, más se desayudan;
Pasan atropellando pasajeros;
Los aires más indómitos y fieros
De su tesón un punto no se mudan,
Hinchando al mar con soplos presurosos,
A echalle de su asiento poderosos.
Ni cabo ni filáciga[81] parece,
Cordel, amarra, cable ni atadura;
La escota quiebra, rómpese la mura,
Timón, entena y mástil desfallece;
La luz con que el aguja resplandece
No estaba en su bitácora segura,
Que todo lo volcaba y sacudía
El huracán furioso y travesía.
Creciendo va el temor, el viento carga
En la deshecha y rábida tormenta;
No hay más que de la dulce vida cuenta,
Según al ojo está la muerte amarga;
Ya gritan ¡alijar! ya se descarga,
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Ya Tetis queda rica y opulenta
Con mil presentes dados por soborno,
Mas ella da bramidos en retorno.
Ya va por las marítimas dehesas
En confusión y lástima volcando
El dote que dio Lima al fuerte bando,
Más rico que las dárdanas riquezas;
Blasones de mil célebres proezas
Se ven sobre las aguas ir nadando,
Con que se torna ya la mar insana
Una vistosa tienda y tarazana[82].
Parece desgarrarse el alto cielo,
Abrirse entre las olas el profundo,
Y la compuesta máquina del mundo
Deshecha derramarse por el suelo;
Sale con el escuro y negro velo
La blanca espumazón[83] del mar fecundo,
Que echando más centellas que una fragua,
En el impíreo[84] mete fuentes de agua.
Las jarcias con las gúmenas rechinan;
Cruje la tablazón y silba el viento;
Los mástiles se arrancan de su asiento,
Las gavias hechas arcos al mar se inclinan;
Relámpagos y truenos desatinan,
Encuentros de agua privan del aliento;
Al fin, el orbe todo está en discordia,
Y nuestra gente a Dios misericordia[85].
¿Por qué, Neptuno, agora tanto enojo?
¿Por qué tu furia llega a tal extremo?
Pues ¡guarte[86]! no revientes, que lo temo,
O mueva[87] tu preñez por sólo antojo:
Aquí no va quien hizo ciego el ojo
Del cíclope tu hijo Polifemo,
Mas otro, que por dar a ciegos vista,
Tus muros quiso entrara escala vista.
Y a ti, señor de la ínsula ventosa,
¿Qué bien de tanto mal se te acarrea?
H,
cuánta fuerza tiene la justicia
Cuando la dejan libre y en su fuerza!
Mas, ¡cuan por el contrario, si por fuerza
De su lugar y quicio se desquicia!
Que entonces sin su freno la milicia
En su corrida rápida se esfuerza,
Y entrando por los términos vedados
Destruye libremente los sembrados.
Pues ved si la milicia tanto puede,
Estando la justicia desquiciada,
Cuando a sus pies la tenga derribada,
Qué tal será el tenor con que procede:
No hay paso ni lugar que se le vede,
FIN
En Don Quijote: «Mira que el que busca lo imposible, es justo que lo posible se le
niegue…» <<
En Chile, el P. Ovalle (Hist. Rel., I, 92, 235 , seg. ed.) «… pero la mayor fuerza [de
las piedras bezares] viene de Cuyo…» «… quedando en Panamá don Diego de
Almagro para seguir después a su compañero con más fuerza de gente…». <<
Y este mismo autor, hablando del discurso o arenga de un cacique, dice (pág. 490)
que discantó sobre algunas razones que se le ofrecieron; donde vale simplemente
razonar, como en este ejemplo de Cervantes: «… y aunque don Juan quisiera que
don Quijote leyera más del libro, por ver lo que discantaba, no lo pudieron acabar
con él…» P. II, cap. 59. <<
El léxico trae plática, por práctica, como anticuado, pero se ha olvidado de este
adjetivo, de uso correntísimo antaño. Véanse algunos ejemplos. Entre los quince que
se hallan en La Araucana, es éste el primero (32-4-5):
Cervantes en las redondillas que van entre los preliminares del Jardín espiritual, de
fray Pedro de Padilla:
En Chile la usó, asimismo, Álvarez de Toledo (Purén indómito, canto XVII, p. 335):
Cervantes usaba tal voz en ambos géneros; Garcés, todavía del femenino: «Pláceme
aquí a la fin de poner en compendio…». Fundamento, etc., II, p. 123. <<
En verdad, sólo trajo a su cargo los caballos, pues la gente vino al mando de don Luis
de Toledo.
Julián de Bastida, según su propio decir, «era hijodalgo, hombre de muy buena
condición y casta y persona de mucha calidad»; pasó al Perú con Hurtado de
Mendoza y no falta quien asevere que le sirvió en Chile de camarero, pudiendo en
todo caso asegurarse que gozó de su entera confianza, como bien lo atestigua no sólo
la delicada comisión de que aquí se hace mérito, el haberle elegido para que le
acompañase en el paso del Biobío y, por fin, despacharle a Lima desde la Imperial el
mismo día de su llegada a esa ciudad con su poder para que le representase en ciertas
gestiones judiciales y como su emisario para ser portador, cerca del Virrey, de las
noticias de su campaña en este país. Para remunerarle sus servicios le mandó librar en
las Cajas Reales una suma considerable de dinero y le concedió una encomienda de
indios cerca de Cañete, sobre puya posesión hubo de seguir pleito con Lilis de
Toledo, que la reclamaba como suya. Después de haber cumplido la comisión que su
jefe le confió para Lima, donde se le halla en marzo de 1561 , regresó poco después a
Chile, para tomar parte, en noviembre de ese^mismo año, en una expedición al golfo
de los Coronados, donde en tierra se tuvo una batalla con cinco o seis mil indios. De
regreso de ella quedó de guarnición en la casa fuerte de Araúco, encontrándose en el
ataque que los indios le dieron durante cuatro días consecutivos. Enemistado con
Francisco de Villagra, que había sucedido en el gobierno a Hurtado de Mendoza,
hubo de partir nuevamente para Lima desde Concepción, donde estaba avencidado,
en septiembre de 1563 , y desde allí dirigió a su antiguo jefe una larga y noticiosa
carta de las cosas de Chile, (que se halla original en el Archivo de Indias y que
publiqué en el tomo XXVII de la Colección de Historiadores de Chile) datada en
noviembre de aquel año. Permanecía aún allí en enero de 1566, y tal es la última
noticia de su vida que conozca. De su actuación en tiempo de Hurtado de Mendoza
no hay que hablar, pues ya se verá contada en la obra de nuestro poeta. <<
Es voz que en tal valor ocurrirá más adelante en el canto XV. <<
Ercilla (269-1-6):
y que Cervantes trascribió casi al pie de la letra, citando de memoria estos versos, en
el cap. XIV de la P. II del Quijote:
y así todavía en Chile a fines del siglo XVII. Núñez de Pineda, p. 98:
«… cuando se difine, la mesma difinición se aumenta y crece …» <<
Cervantes (Don Quijote, P. I, cap. 24): «Así que para conmigo no es menester gastar
más palabras en declararme su hermosura …». <<
pues viene a modificar cuanto los historiadores han dicho hasta ahora acerca del
momento y lugar en que fué proclamado en Chile aquel monarca. <<
El señor Román ha invocado tal cita en comprobante de que embanderar, verbo, por
lo demás, usado en toda la América Latina, hace falta en el Diccionario. <<
subentendiéndose «campo cerrado». Y como en éste en otros seis pasajes más en que
aparecen, ya estacada, ya estacado. Observa don Miguel Luis Amunátegui
(Apuntaciones lexicográficas, III, pp. 263-264) que el Diccionario de la Real
Academia «enseña que cercado, techado, sagrado, sembrado, poblado y despoblado,
pueden ser, no sólo adjetivos, sino también sustantivos. Mientras tanto, no dice igual
cosa de estacado, a pesar de hallarse en el mismo caso y de la autoridad de Ercilla.
¿Por qué? Aún hay más. La Academia no da al verbo el sentido correspondiente al
sustantivo estacado. Debo de advertir que según el Diccionario, el palenque o campo
de batalla se llama estacada. Así lo practican los escritores contemporáneos».
Véase también el Diccionario de Chilenismos del señor Román, t. II, art. Estacar. <<
Conserva el léxico como de uso familiar tal interjección, que dice venir de suso, y «se
emplea para infundir ánimo repentinamente, excitando a ejecutar con vigor o
celeridad alguna cosa». <<
Véase este otro ejemplo de Cervantes (Don Quijote, II, p. 279): «… bien puedo a mi
salvo satisfacerme del agravio que me ha hecho, peleando con él mano a mano…».
<<
y los demás autores que el Diccionario de Autoridades trae a cuenta al definir esa
voz; pero no así en este ejemplo de Plinio, traducido por Jerónimo de Huerta (t. I, p.
408, ed. de Madrid, 1624, fol.): «En los grandes desiertos de África se crían las
serpientes llamadas áspidos»…, ajustándose así al que todos los sustantivos de esa
terminación, derivados del griego, les corresponde en castellano: cariátide, clámide,
pirámide, etc. Convengamos, pues, en que el hacer masculino a áspide sólo pudo
venir del evitar la cacofonía resultante de anteponer el artículo femenino delante de
voz que comienza por a, sin que pueda reprocharse a nuestro poeta, —y muy lejos de
eso— el que escribiera las áspides. <<
En Don Quijote, II, 187 , se nos ofrece también un ejemplo de tal significado. <<
En Cervantes era corriente el uso de tal vocablo, del cual se encuentran varios
ejemplos en Don Quijote, según queda dicho más atrás (página 148). <<
Y Ercilla (328-4-8):
Y en la que se escribía aún a fines del siglo XVI en Chile: «… porque no habernos
visto a ninguno castigado ni reprehendido por sus robos y excesos». Núñez de
Pineda, pág. 237. Por lo demás, acostumbrada también en comprehender, cual podrá
verse en este otro pasaje del mismo autor (p. 332): «Estos naturales no tuvieron
voluntad de comprehender los sagrados misterios de nuestra fée santa…»; hoy en
desuso, si bien se conservó en aprehender, para distinguirlo de aprender. <<
También revestía esa voz el significado de espacio, trecho, v.g., «Cayó Rocinante, y
fué rodando su amo una buena pieza por el campo…». <<
Es voz definida por Covarrubias y que sale dos veces en Don Quijote. <<
aludiendo a su obra.
Todo lo que se sabe de este valiente soldado es que fué hijo de Alonso Pérez de
Valenzuela, rico mercader avecindado en Lima, y hermano de Francisco Pérez de
Valenzuela, dueño, asimismo, que fué de varias naves que en diversas ocasiones trajo
a Chile, una de ellas en tiempo de Don García, nombrado por éste proveedor mayor
de su armada. <<
Más de una vez se nos ofrece semejante concordancia en La Araucana. Véase este
ejemplo (310-2-3,4):
verso este último que el Diccionario de Autoridades cita para definir a ferrada «maza
de hierro», y el actual léxico «maza armada de hierro, como la de Hércules»; a la vez
que dice del adjetivo ferrado, da «guarnecido, reforzado o cubierto con hierro».
Paréceme que en ambos versos ferrada, aunque sustantivado, no pasa de ser adjetivo.
<<
En tiempo de nuestro poeta, y aun mucho más adelante, el quien era invariable y
podía reproducir nombres de cosas no personificadas. (Cfr. Bello, Gramática, p. 329
y nota, pp. 53-54, ed. de Bogotá, 1881).
También era no menos corriente, como decía, escribir quien por quienes.
Cosas son éstas bien sabidas y que comprobaré, sin el ejemplo ya recordado de
Ercilla, con sólo tres del príncipe del habla castellana: «… que vienen a formar cuatro
largas y apacibles calles, a quien hacen pared de todos lados, altos e infinitos
cipreses…». Galatea, libro IV.
donde hay que considerarlo como sinónimo de próspero. En la quinta edición del
Diccionario de la Academia, prosperado figura sólo como p. p. de prosperar, y falta
del todo en la última. Observa Ducamin que prosperar puede usarse transitivamente
aún hoy día, y, en efecto, se le halla empleado por Rodríguez Marín en su prólogo a
Rinconete y Cortadillo: «ni lució tanto como Sevilla que, sobre ser muy prosperada
por su suelo… habíase engrandecido…». <<
Cervantes en Galatea: «… poned por agora silencio a vuestras tiernas lágrimas, y dad
algún vado a vuestros dolientes sospiros…». <<
trae a cuenta la opinión de Juan de Valdés, que en su Diálogo la Lengua sostiene que
la tal frase no entra entre aquellas «partecillas», que son «bordones de necios», y
copia la presente de nuestro poeta con un no lo sé decir, que no puede menos de
aplaudirse también. <<
Y así se decía en Chile a fines del siglo XVI: «… me hago echar en la cabeza y en el
celebro un cántaro de agua serenada…». Núñez de Pineda, pág. 157. <<
Cercado de sinrazones,
que son las que le hacen parte,
perdida ya la paciencia
de ver sinrazones tales. <<
y por su parte, de este sustantivo salva, formó el verbo salvar, por saludar, (484-4-5):
¡Cosa curiosa! Un poeta de la época de la colonia cuenta que entre los araucanos se
usaba de la misma práctica y por idénticos motivos que entre los señores feudales:
También la trae Mateo Alemán en Guzmán Alfarache: «Hízose así como lo trazó el
maestro, y como aquel que de bien acuchillado sabía…». <<
En Acosta (Historia natural y moral de las Indias, I, 283, ed. cit.): «De este ganado
sacan comida y vestido… y sacan más él trajín y acarreto de cuanto han menester,
pues les sirve de traer y llevar sus cargas…». Fué muy usado en Chile; así, González
de Nájera escribía: «… porque es tanta la abundancia de comidas y tan buenas…, que
no tiene necesidad de esperar a ser bastecida de otras partes por vía de acarreto».
Desengaño, etc., p. 87, seg. ed. El P. Ovalle habla del hilo de acarreto. El sentido de
la frase es, por tanto, que el bien demoraría en llegar, por ser necesario que se le
trajese de lejos y con tardanza. <<
También en Chile Núñez de Pineda (p. 81) decía, hallándose en un trance apurado:
«Saqué fuerzas de flaqueza para mostrarme placentero, alegre y gustoso…». <<
Con todo, a juicio de Quevedo era una de las voces empleadas por el bachiller
Francisco de la Torre que debía notarse de culpable. <<
Hablan también de las virtudes de esta planta Marino de Lobera y el P. Rosales. <<
Verso este último que Mir (Hispanismo y barbarismo, I, 11 ) citó como comprobante
del recto uso de esa voz. Oña volvió a valerse de ella en el sumario del canto XI:
«Siguen los nuestros la retirada y los indios el alcance;» y en Chile todavía por el P.
Ovalle (I, 349) y el obispo Villarroel (Historias sagradas, etc., t. I, hoja 38 v.):
«Siguióse con tanto coraje y valor el alcance, que, muertos casi todos…». <<
y que se halla también en otros poetas que vivieron en América, como fueron, Gaspar
de Villagra, Mendoza Monteagudo, etc., y en el Viaje entretenido de Rojas
Villandrando (I, p. 100):
Volviólo a usar nuestro poeta en su Temblor de Lima, esta vez en sentido figurado:
También Alvarez de Toledo (Purén Indómito, pág. 466 ), en términos del todo
análogos a los del verso que comento:
y aquél (Galatea, libro IV): «… pero lo que más los admiró y levantó la consideración
fué ver la compostura del hombre, tan ordenada, tan perfeta y tan hermosa, que le
vinieron a llamar mundo abreviado»… <<
donde arrojar, como en el pasaje de nuestro poeta, es verbo transitivo, que tiene el
valor de «hacer salir o arrancar con ímpetu y presteza», según lo define Cuervo,
apoyándose en el verso citado de Ercilla y en ejemplos de otros autores. <<
Núñez de Pineda (p. 252): «… porque su amo era el mejor español que había en
nuestro distrito, y trataba a su servicio con diferente modo y agrado que los demás»…
<<
Tal especie de tejido era bien conocido en Chile hasta fines del siglo XVI, y, como
basto, solía obsequiarse a los indios; así, Núñez de Pineda refiere (p. 218) que «en los
tiempos antiguos, sabemos y es notorio que para haber de baptizarse [los indios], los
obligaban con dádivas, y regalos de chaquiras, agujas, listones, añil y otras
menudencias que para ellos eran de alguna estimación…». <<
La nave te presento
del alma, y si de ausencia el mar la casca,
en medio mi tormento,
no temeré tu frivola borrasca… <<
dice: «Desecho tan común entre nosotros en el sentido de atajo, sendero, no aparece
en el Diccionario [de la Academia] con tal acepción; en Ercilla, no obstante, se
encuentra con el mismo significado deshecha». Apuntamientos, p: 104.
Tenemos, pues, así, que nuestro poeta usa del verbo desechar, o, si se prefiere la
ortografía de Ercilla, deshechar, en su valor de buscar o seguir desechos o
deshechas. <<
según lo que refiere Ercilla. Sin duda por pausa de haber salido allí tan mal herido, no
pudo continuar la campaña, hasta que en 1568 le vemos de nuevo sirviendo con
Pedro de Villagra; sábese también que se hallaba en el fuerte de Arauco en 1577 y
que en 1582 fué alcalde ordinario de Santiago, donde residía aún al tiempo de su
muerte, acaecida antes de octubre de 1598. <<
De Nueva España llevaron esa voz al resto del Continente Americano, cual sucedió
con varias que oyeron en las Antillas. <<
Y comentando este verso, observa Ducamin: «En la época clásica, la lengua vacila
sobre muchos de estos verbos en -e- y con precisión no sabe con certeza si debe o no
hacer la diptongación en las formas fuertes, esto es, en las que llevan el acento en el
radical; por eso es que en el siglo XVI se decía indiferentemente aferra y afierra: por
el contrario, se decía siempre derrienga». Cfr. Cuervo, Notas, p. 77. <<
En la danza que Cervantes pinta en las bodas de Camacho, Cupido, habiendo hecho
dos mudanzas, alzaba los ojos y flechaba el arco. <<
Adviértase, que al decir del poeta, que debía saberlo mejor que Oña, tal incidente
ocurrió al terminar la batalla de Millarapue. <<
y claro es que adquiere más fuerza aún cuando llega a triplicarse, caso de que se
conoce alguna muestra. <<
y que es diverso del de las dos acepciones que le concede el léxico, en el cual falta,
por consiguiente, ésta de incierto, problemático, que usaron también Herrera, que
habla del «dudoso Marte», refiriéndose a una batalla, y el P. Hojeda, de una victoria
dudosa. <<
cité otros pasajes del mismo autor y muchos de españoles y americanos de los siglos
XVI y XVI en los cuales vale lo que probar: y así opina también Cejador al llegar a la
frase del Quijote «andar por el mundo, como en aprobación,» al decir «como de
prueba, dando pruebas». <<
Segundar vale lo que repetir, y es totalmente diverso del secundar, seguir el mismo
intento o propósito, favorecer, único de que usamos en Chile y que Baralt y Salva
tienen por galicismo, por más que esté autorizado por el Diccionario de la Real
Academia. <<
y González de Nájera (p. 39): «Digo, pues, que no son aquellos indios de tan robustos
gestos o rostros… como algunos han creído». <<
esto es, podrán contribuir, ayudar a tal y tal cosa. Hemos desterrado, sin nada que la
reemplace, como ya advertí, esta voz sumamente comprensiva en su alcance, que es
frecuentísima en los clásicos. Observa Garcés [Fundamento, etc., II, 104): «Otro
sustantivo tenemos que para mantener el sentido de causa pasase al ser de adjetivo,
pero indeclinable, cuando decimos: “No fueron parte ruegos para moverle”, esto es,
no fueron capaces, etc., voz de que hace gran uso Miguel de Cervantes». <<
Mora es término forense: caer en mora, hallarse en mora, que vale demora en el
lenguaje vulgar. <<
tal voz está empleada en sentido figurado, esto es, al decir del léxico, que «acarrea
daño o sentimiento». <<
Y tal es también la versión exacta del hecho, que sería ocioso probar aquí, y que
nuestro poeta, dos estrofas más adelante, entrando y a detallar el suceso, sigue
también. <<
frase de que el P. Ovalle usaba todavía entre nosotros: «… Caupolicán… hizo alto y
dio trazas de espiarlos y saber la disposición que tenían para hacer mejor su hecho»;
donde se ve que vale tanto como «lograr su propósito, realizar su intento». <<
De llanto y chaquira traté en mi ilustración XV a ese poema. Baste, pues, con recordar
la definición que Garcilaso trae de la primera de esas voces: «Trayan los Incas en la
cabeza por tocado una trenza que llaman llautu; hacíanla de muchas colores y del
ancho de un dedo, y poco menos gruesa. Esta trenza rodeaba a la cabeza, y daban
cuatro o cinco vueltas, y quedaban como una guirnalda». Comentarios Reales, hoja
20 vlta., primera edición. <<
donde tal modismo vale «en el aire», que es la segunda acepción que alcanza.
Muchos otros ejemplos pudiera alegar de ambas, pero baste por ahora con este del
Viaje entretenido, de Rojas Villandrando, III, p. 20:
Cardenales, arzobispos,
reyes, príncipes, monarcas,
que tienen al mundo en peso… <<
variante hecha, según parece, para conformar el texto con el de las Sagradas
Escrituras, que dice: Deus est enim qui operatur in nobis velie et perficere.— Philip.
II. 13. <<
el indígena, cuando ya sus jefes han tomado alguna resolución, «… y así es fuerza
que… siempre sean rotos, si de la parte de los caballos se hace el débito». <<
A buen recado, vale «en seguridad» y es modo adverbial de frecuentísimo uso en los
documentos de aquella época. <<
Y Cervantes (Don Quijote, P. I, cap. 34 ): «… y túvola por más plática en las cosas de
amor, que ella decía».
El léxico sólo trae plática, sustantivo, como anticuado. <<
Y así también Cervantes (Don Quijote, P. I, cap. 14): «… él pensar que tengo de amar
por eleción es excusado». <<
Con lo que alude, ya se comprenderá, al cargo de alférez Real de que Avila iba
investido, llevando su estandarte en el castillo de popa, «con el cual asistían don Juan
Velásquez, Pedro de Reynalte, Juan Manrique y Juan Enríquez …». Balaguer de
Salcédo, Relación de lo sucedido etc., Lima (1594), fol. <<
A mi juicio, se trata en tales casos de pedernales más grandes que los de las flechas,
de la forma y tamaño, más o menos, de las puntas de las lanzas españolas. <<
Observa Cuervo (Diccionario, II, 475) que contino no pertenece hoy al lenguaje
común, con ejemplos de La Araucana en que este adjetivo aparece empleado
adverbio, cual ocurre en el que acabo de recordar. Garcés (Fundamento y elegancia
de la Lengua Castellana, t. I, p. 11.6, seg. ed.) daba por corriente en su tiempo tal
vocablo: «En la prosa y mayormente en el verso úsase contino…». <<
Donde se ve que vale lo mismo que sucidio, como escribió Oña y así igualmente
Baldomero, que Rivodó, «de acuerdo con la francesa soua». «No creemos, agrega,
que sea tal provincialismo [de la América Meridional, según Salva] sino una voz
correcta y castiza, afine contraria de acidia, que literalmente significa sin cuidado».
Voces nuevas, etc., París, 1889, 8.°
Se acerca un tanto al reconcomio español, pero no al subsidio definido por el léxico,
en su valor de socorro extraordinario o contribución impuesta al comercio. Véase
sobre tal voz a Cuervo, Apuntaciones, p. 444, quinta ed. <<
Y así también Lope de Vega (El Brasil restituido, Obras de…, XIII, 110):
Y en tal valor se le halla también empleado en Don Quijote: «… pero viendo que el
que tenía asido no se bullía ni se meneaba, se dio a entender que estaba muerto…». P.
I, cap. 16. <<
y en varios lugares del poema habla de «frenar el furor, frenando a la osadía», en los
que frenar vale moderar, muy corriente antaño, en la milicia especialmente.
Frenar, en su forma figurada, equivalente a refrenar, es anticuado, según el léxico.
<<
VISIEL.— En un instante
Nos quita de las manos Dios el alma
que se arrepiente y sus pecados llora:
cuanto, y más, que ésta estaba enriquecida
con las gracias del Fraile, hi de bellaco. <<
La vanidad de las cosas humanas es frase corriente entre los moralistas. Un escritor
chileno de fines del siglo XVI, echándolas de teólogo, decía: «… el que pone su
cuidado, su ánimo y su corazón en la vanidad de dioses falsos, se transforma en
ellos». Núñez de Pineda, obr. cit., p. 219. <<
«Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las
aventuras». P. I, cap. 8. <<
(unas naves sobre otras) (396-3-6): frases en las que hay que considerar el valor de la
preposición sobre. <<
y Cervantes en unos versos de Galatea, en los que se pone bien de manifiesto el valor
que tiene:
construcción que corresponde, como lo nota Rodríguez Marín comentando una frase
del Quijote, en la que se lee «él ausente», al ablativo absoluto de los latinos. <<
En tal forma la usó también nuestro poeta en su Temblor de Lima fol. 9 vlto.:
Véase este otro ejemplo. Tirso de Molina, (Lealtad contra la Envidia, р. б0б, Nueva
Colec. de Aut. Esp.):
Alcanzar por pies, dice el maestro Correas (Vocabulario, p. 511 ) «corriendo los
toros, el que huye».
A propósito del valor que corresponde aquí a por como preposición causal, recordaré
que Cuervo dice que «es notable este uso de un complemento con por para significar
como medio empleado para el alcance una circunstancia especial en que se lleva
ventaja al que va delante». <<
Tal acepción de suerte perduraba en Chile hasta fines del siglo XVII. Núñez de Pineda,
(obra cit., p. 191 ): «… esto se acostumbra con los hombres principales y de suerte».
<<
Y aun por Cervantes (La ilustre fregona, ed. Rivadeneyra, I, p. 183): «… a tiro de
escopeta en mil señales descubría ser bien nacido, porque era generoso y bien partido
con sus camaradas». <<
Adviértase, sin embargo, que ya desde esa época solían alternar una y otra forma.
El pasaje bíblico a que el poeta alude se halla en él Libro de Job, c. 26, v. 10:
Terminum circundedit aquis usque dum finiantur lux et tenebríe. <<
y que se conservaba en Chile por lo menos hasta mediados del siglo XVII, como puede
verse en Las Guerras de Chile, p. 198:
pero que así en dos, en y continente, se le halla en Don Quijote (Parte I, cap. 21):
forma que Rodríguez Marín considera que debe conservarse, cosa que no parece ya
hacedera y que no ofrece sino inconvenientes. <<
«Verdad es que si mi señor don Quijote sana desta herida y yo no quedo contrecho
della, no trocaría mis esperanzas con el mejor título de España.» Así hablaba Sancho.
<<