Principios de Filosofía - Adolfo Pérez Carpio
Principios de Filosofía - Adolfo Pérez Carpio
Principios de Filosofía - Adolfo Pérez Carpio
1. El momento histórico
2. Los sofistas
Hasta entonces, nadie en Grecia había pensado que en materia moral o jurídica
pudiese haber ningún tipo de relativismos; había dominado una moral y un derecho
considerados enteramente objetivos y que nadie discutía (otra cosa es que se cumpliera
o no con esas normas). Pero la circunstancia de que se discutiesen tales temas, es
índice de que en esta época tiene lugar una profunda crisis. En el siglo V todo cambia
radicalmente, y hacia fines del mismo ya nadie sabía orientarse mentalmente; el
inteligente subvertía las concepciones y creencias conocidas, y el simple sentía que
todo eso estaba ya pasado de moda. Si alguien hablaba de la Virtud, la respuesta era:
"Todo depende de lo que entiendas por Virtud" [es decir, se trata de algo relativo a cada
uno]; y nadie lo comprendía, razón por la cual los poetas dejaron de interesarse en el
problema.[8]
Y no son sólo el relativismo de Protágoras o el nihilismo de Gorgias síntomas
alarmantes del estado de cosas entonces reinante, sino también doctrinas -en el fondo
emparentables con la protagórica- como la del energuménico Trasímaco, para el cual
la justicia no es más que el interés del más fuerte, el provecho o conveniencia del que
está en el poder;[9] una doctrina, pues, desenfadadamente inmoralista. No es difícil
hacerse cargo del daño moral, y, en general, social, y de todo orden, que pueden causar
teorías semejantes cuando intentan llevarlas a la práctica gentes inescrupulosas, y
cuando no existen otras más serias para oponérseles y ser "razonablemente"
defendidas; no hay más que pensar en ciertos hechos de la historia contemporánea
(explotación, agresión, conquista o sometimiento de unos pueblos por otros,
intervención del Estado en la vida privada o en el pensamiento de los individuos, etc.)
Los que hemos visto el mezquino uso que se ha hecho de la doctrina científica de
la supervivencia del más apto [o de ciertos pasajes de Nietzsche por parte del nazismo],
podemos imaginarnos sin demasiada dificultad el empleo que harían de esta frase [de
Trasímaco] los hombres violentos y ambiciosos. Cualquier iniquidad podía así revestirse
de estimación científica o filosófica. Todos podían cometer maldades sin ser enseñados
por los sofistas, pero era útil aprender argumentos que las presentasen como bellas
ante los simples."[10]
3. La figura de Sócrates
4. La misión de Sócrates
a esta ciudad [...] como a un corcel noble y generoso, pero entorpecido por su
misma grandeza y que tiene necesidad de espuela que le excite y despierte. Se me
figura que soy yo el que el dios ha escogido para excitaros, para punzaros, para
exhortaros todos los días, sin abandonaros un solo instante.[16]
Y, sin duda, el soldado a que se refiere Laques es valiente. Pero Sócrates observa
que no se trata más que de un ejemplo, y que hay otros mucho: casos de valentía
diferentes, como, v. gr., el caso de los guerreros escitas, que luchaban retrocediendo:
avanzaban a caballo, lanzaban sus flechas, y luego, rápidamente, volvían grupas y
desaparecían; y por su parte los espartanos, en la batalla de Platea, simularon
retroceder para atraer a los persas y así vencerlos. Y está claro que también estos casos
son ejemplos de valentía. De modo que ya hay aquí una contradicción: porque en un
caso se dice que la valentía consiste en resistir a pie firme, y en el otro que consiste en
retroceder. Laques tiene que admitirlo, y que por tanto lo que ha dicho es insuficiente.
Sócrates señala, además, que al preguntar por la valentía lo que se
busca no son ejemplos, sino lo común a todos los casos posibles:
Sócrates, pues, pide que Laques le señale lo que es "lo mismo o idéntico en todos
los casos o instancias particulares" -así como si alguien preguntara qué es la belleza, la
respuesta adecuada no podría consistir en decir: "María es bella", porque lo que se
busca con la pregunta es lo que María tiene en común con todas las demás personas
hermosas, y con todas las obras de arte, y con todos los paisajes hermosos, etc. Ahora
bien, lo común a todos los casos particulares no es ya nada particular,
sino universal: Sócrates busca el "universal" (como se dirá en la Edad Media),
la esencia o naturaleza. Porque la esencia es lo que hace que una cosa sea lo que es y
no otra (la esencia de la valentía es lo que hace que un acto sea valiente, y no cobarde;
la esencia del triángulo es ser una figura de tres lados). La esencia, considerada (no
tanto en la cosa a la que determina, sino) en el pensamiento, o, en otros términos, la
esencia en tanto se la piensa, se llama concepto. Y la respuesta a la pregunta por la
esencia de algo se llama definición -por ejemplo, si se pregunta: "¿qué es el triángulo?",
la definición será: "el triángulo es una figura de tres lados". De manera que la definición
desarrolla o explica la esencia de algo. Resulta, por consiguiente, que Sócrates busca
la definición de los conceptos (o esencias): de la "valentía", en el diálogo que se está
examinando; de la "piedad' en el Eutifrón; de la "justicia" en la República, etc.
Habiéndose aclarado lo que Sócrates busca, el interrogado aventura una
definición. Pero Sócrates, mediante nuevas preguntas, mostrará que la definición
aducida es insuficiente; y los nuevos esfuerzos del interrogado para lograr otra u otras
definiciones hacen que Sócrates ponga de manifiesto que tampoco sirven, que son
incompatibles entre sí, contradictorias, o que conducen a consecuencias absurdas. En
el caso del Laques, el general ensaya la siguiente definición:
Sócrates observa, sin embargo -y Laques coincide con él-, que si la valentía debe
ser algo perfecto, noble y bueno ("bello-y-bueno" - [kalokagathós]-, decían
los griegos), y no cualquier firmeza o persistencia lo es. Quien tiene un vicio y se
mantiene y persiste en él, tiene firmeza, pero se trata entonces de una firmeza innoble,
mala y despreciable. La firmeza será perfecta sólo en la medida en que esté
acompañada de sensatez, de inteligencia, a diferencia de la persistencia insensata o
tonta:
Sin embargo, con lo dicho todavía no se sabe bien en qué consiste la valentía,
porque es preciso aclarar en qué sentido, o respecto de qué, es sensata la persistencia
para que pueda llamársela valentía.
Sócr. Veamos, pues. ¿En qué es sensata? ¿Lo es en relación con todas las cosas,
tanto grandes cuanto pequeñas? Por ejemplo, si alguien persiste en gastar dinero con
sensatez, sabiendo que luego ganará más, ¿dirás que es valiente?
Laq. ¡Por Zeus, claro que no![25]
Sócr. Suponte ahora un médico que, cuando su hijo, o cualquier otro paciente,
enfermo de neumonía, le pide de beber o de comer, no cede a ello y persiste [en no
darle ni bebida ni comida].
Laq. Tampoco en este caso [se hablará de valentía].[26]
Sócr. En la guerra, un hombre resiste con firmeza y está dispuesto a combatir, por
un cálculo inteligente, sabiendo que otros vendrán en su ayuda, que el adversario es
menos numeroso y más débil que su propio bando, y que tiene además la ventaja de
una mejor posición. Este hombre, cuya persistencia se apoya en tanta prudencia y
preparativos, ¿te parece más valiente que quien, en las filas opuestas, sostiene
enérgicamente su ataque y persiste en él?
Laq. Es este otro el que me parece más valiente, Sócrates.
Sócr. Pero la persistencia o firmeza [de este último] es menos sensata que la del
primero.
Laq. Es verdad.[27]
………………………………………………………………………………………………
…..
Sócr. ¿No habíamos dicho que la audacia y la persistencia insensatas eran
innobles y perjudiciales?
Laq. Cierto.
Sócr. Y habíamos convenido en que la valentía era algo hermoso.
Laq. Efectivamente.
Sócr. Pues bien, ahora resulta que, por el contrario, llamamos valentía a algo feo:
a la persistencia insensata.
Laq. Es verdad.
Sócr. ¿Te parece, pues, que hemos dicho bien?
Laq. Por Zeus, Sócrates, ciertamente que no.[28]
Sócrates se refiere al caso de quienes defienden una posición muy segura, tienen
mayoría y esperan refuerzos, mientras que quienes atacan son pocos y no han
reflexionado suficientemente pero llevan el ataque con todo vigor. Laques, entonces, y
quizás casi todo aquel a quien se le preguntara, dirá que son más valientes los
segundos. Ahora bien, tal admisión tiene el inconveniente de que conduce a una
contradicción, puesto que antes se había establecido que la valentía debe estar
acompañada de sensatez, mientras que en este caso resulta que los menos sensatos
se muestran como los más valientes.
Estos pocos pasajes del Laques bastan para hacerse una idea relativamente
adecuada de la refutación.[29] Ésta se produce en cuanto el análisis muestra que las
consecuencias de la tesis o definición inicialmente aceptada son absurdas o contradicen
el punto de partida: la valentía, por un lado, que primeramente se había dicho que debía
ser algo hermoso, resulta fea, por no ser sensata; por otro, ocurre que, si bien se había
sentado que la valentía es un acto acompañado de sensatez o inteligencia, resulta
insensata, puesto que parece más valiente, en el ejemplo, el soldado que menos uso
hace de su inteligencia. El procedimiento de refutación, entonces (en que se reconoce,
por lo menos en parte, el método de reducción al absurdo corriente en las matemáticas),
consiste en llevar al absurdo la afirmación del interlocutor; mediante una serie de
conclusiones legítimas se pone de relieve el error o la contradicción que aquélla
encierra, aunque a primera vista no lo parezca. Sócrates no comienza negando la tesis
propuesta, sino admitiéndola provisionalmente, pero luego, mediante hábiles preguntas,
lleva a su interlocutor a desarrollarla, a sacar sus consecuencias, lo arrastra de
conclusión en conclusión hasta que se manifiesta la insostenibilidad del punto de
partida, puesto que se desemboca en el absurdo o en la contradicción.
Estas palabras reflejan bien lo que hemos llamado el carácter problematicista del
filosofar socrático, cuyo objeto era sembrar dudas, hacer que los demás pensasen, en
lugar de estar convencidos y contentos de saber lo que en realidad no sabían. Y agrega
Menón:
Si me permites una broma, te diré que, tanto por tu aspecto cuanto por otros
respectos, me pareces muy semejante a ese chato pez marino llamado torpedo.[32]
Pues entorpece súbitamente a quien se le acerca y lo toca; y tú me parece que
ahora has producido en mí algo semejante. Verdaderamente, se me han entorpecido el
alma y la boca, y no sé ya qué responderte.[33]
Tal como Menón lo dice de manera tan plástica, la refutación socrática termina por
turbar el ánimo del interrogado -que creía saber y estaba muy satisfecho de sí mismo y
de su pretendida ciencia-, hasta dejarlo en una situación en la cual ya no sabe qué
hacer, en que no puede siquiera opinar, pues se encuentra como paralizado
mentalmente.
Pero, ¿qué se proponía Sócrates al conducir a los interrogados a ese estado de
turbación?, ¿qué fin buscaba con la refutación? No debe creerse que quisiese poner en
ridículo las opiniones ajenas o burlarse de aquellos con quienes discutía -aunque sin
duda muchas de las víctimas del método hayan creído que, efectivamente, se estaba
mofando de ellas. Es indudable que en muchos casos el procedimiento envuelve buena
dosis de ironía; pero, de todas maneras, no se trata de un juego intelectual ni de una
burla. Por el contrario, y a pesar del "humor" con que la lleva a cabo Sócrates, hombre
que conoce todas las debilidades humanas y las comprende, la refutación es actividad
perfectamente seria. Más aun, se trata de una actividad, no sólo lógica o gnoseológica,
sino primordialmente moral. Pues la meta que la refutación persigue es la purificación o
purga que libra al alma de las ideas o nociones erróneas. Para Sócrates la ignorancia y
el error equivalen al vicio, a la maldad; sólo se puede ser malo por ignorancia, porque
quien conoce el bien no puede sino obrar bien. Por tanto, quitarle a alguien las ideas
erróneas equivale a una especie de purificación moral.
Se han empleado los términos "liberación", "purificación" y "purga", que el propio
Sócrates utiliza. En el Sofista, otro diálogo platónico, se desarrolla este tema trazando
una especie de paralelo con la teoría médica contemporánea acerca de la purga. La
palabra griega es catarsis ( [kátharsis]), que significaba "limpieza",
"purificación" en sentido religioso, y "purga".
Quien tiene el alma llena de errores, vale decir, quien tiene su espíritu contaminado
por nociones falsas, no está en condiciones de admitir el verdadero conocimiento; para
poder asimilar adecuadamente la verdad, es preciso que previamente se le hayan
quitado los errores, que se haya liberado, purificado o purgado el alma, que se la haya
sometido pues a la "catarsis". En el diálogo mencionado dice Sócrates lo siguiente:
En efecto, los que purgan [a los interrogados, es decir, los filósofos] están de
acuerdo con los médicos del cuerpo en que éste no puede obtener provecho ninguno
del alimento que ingiere hasta que no haya eliminado todos los obstáculos
internos.[34] La teoría médica sostenía que el cuerpo no se halla en condiciones de
aprovechar los alimentos mientras se encuentren en él substancias o humores que lo
perturben en su natural equilibrio; sólo una vez que la purga haya eliminado los humores
malignos y haya limpiado el organismo, restableciendo el equilibrio perturbado, el
enfermo podrá asimilar los alimentos de manera conveniente.
Aquéllos [los filósofos] han pensado del mismo modo respecto del alma: que ésta
no podrá beneficiarse de la enseñanza que recibe hasta tanto no la hayan refutado, y
hasta que no hayan llevado así al refutado a avergonzarse de sí mismo y lo hayan
desembarazado de las opiniones que le impedían aprender, y así lo hayan purgado y
convencido de saber sólo lo que sabe, y nada más.[35]
De manera semejante a lo que ocurre con el cuerpo sucede con el espíritu, según
Sócrates: mientras esté infectado de errores, mal podrá aprovechar las enseñanzas, por
mejores que éstas sean; se hace preciso, pues, purgarlo, purificarlo de las falsas
opiniones, que no son sino obstáculos para el verdadero saber. La refutación hace,
pues, que el refutado se llene de vergüenza por su falso saber y reconozca los límites
de sí mismo. Sólo merced a este proceso catártico -de resonancia no sólo médica, sino
también religiosa- puede colocarse al hombre en el camino que lo conduzca al
verdadero conocimiento: tan sólo el reconocimiento de la propia ignorancia puede
constituir el principio o punto de partida del saber realmente válido.
Se comprende entonces mejor lo que Sócrates busca: la eliminación de todo saber
que no esté fundamentado. Por este lado, su método se orienta, pues, hacia
la eliminación de los supuestos (cf. Cap. III, § 10). A su juicio nada puede tener valor si
resulta incapaz de sostener la crítica, si no puede salir airoso del examen a que lo
someta el tribunal de la razón. Un conocimiento sólo merecerá el nombre de tal en la
medida en que sea capaz de superar cualquier crítica que sobre él se ejerza; de otro
modo, no puede pasar de ser una mera opinión -provisoria, teóricamente insostenible,
útil quizá para la vida más corriente del hombre, pero no para una vida plenamente
humana, consciente de sí misma.
Del segundo momento del método socrático, el momento positivo, se hablará sólo
brevemente, porque su desarrollo corresponde más bien a la filosofía platónica.
Sócrates, que como todos los griegos era muy dado a las comparaciones
pintorescas, lo llama mayéutica ( [maieutiké]), que significa el arte de partear,
de ayudar a dar a luz. En efecto, en el Teétetos[36] Sócrates recuerda que su madre,
Fenareta, era partera, y advierte que él mismo también se ocupa del arte obstétrico; sólo
que su arte se aplica a los hombres y no a las mujeres, y se relaciona con sus almas y
no con sus cuerpos. Porque así como la comadrona ayuda a dar a luz, pero ella misma
no da a luz, del mismo modo el arte de Sócrates consiste, no en proporcionar él mismo
conocimientos, sino en ayudar al alma de los interrogados a dar a luz los conocimientos
de que están grávidas.
Insiste Sócrates de continuo en que toda su labor consiste sólo en ayudar o guiar
al discípulo, y no en transmitirle información. Por eso el procedimiento que utiliza no es
el de la disertación, el de la conferencia, el del manual, sino sencillamente el diálogo. La
verdad solamente puede hallarse de manera auténtica mediante el diálogo, en la
conversación, lo que supone que no hay verdades ya hechas, listas -en los libros o
donde sea-, sino que el espíritu del que aprende, para que su aprendizaje sea genuino,
tiene que comportarse activamente, pues tan sólo con su propia actividad llegará al
saber. Lo que se busca no es "informar", entonces, sino "formar", para emplear
expresiones más actuales.[37]
Ahora bien, ¿cómo se explica que el espíritu, simplemente guiado por el maestro,
pueda alcanzar por sí solo la verdad? Sócrates sostiene que el interrogado no hace sino
encontrar en sí mismo, en las profundidades de su espíritu, conocimientos
que ya poseía sin saberlo. De algún modo, el alma descubre en sí misma las verdades
que desde su origen posee de manera "cubierta", des-oculta el saber que tiene oculto;
la condición de posibilidad de la mayéutica reside justo en esto: en que el alma a que
se aplica esté grávida de conocimiento.
La explicación "mitológica" que Platón da de la cuestión se encuentra en la doctrina
de la pre-existencia del alma. Ésta ha contemplado en el más allá el saber que ha
olvidado al encarnar en un cuerpo, pero que justamente "recuerda" gracias a la
mayéutica: "conocer" y "aprender" son así "recuerdo", anamnesis ( o
"reminiscencia".
Así pues, siendo el alma inmortal y habiendo nacido muchas veces, y habiendo
visto todas las cosas, tanto las de este mundo cuanto las del mundo invisible, no hay
nada que no haya aprendido; de modo que no es nada asombroso que pueda recordar
todo lo que aprendió antes acerca de la virtud y acerca de otras cuestiones. Porque
como todos los entes están emparentados, y como el alma ha aprendido todas las
cosas, nada impide que, recordando una sola -lo que los hombres llaman aprender-,
descubra todas las otras cosas, si se trata de alguien valeroso y no desfallece en la
búsqueda. Porque el investigar y el aprender no son más que recuerdo.[40]
Con la frase "mundo invisible" traducimos "en el (mundo de) Hades", nombre del
dios que presidía la región adonde iban las almas de los muertos, el "otro" mundo, y
nombre que literalmente significaría "in-visible".[41] Esa expresión es un recurso
literario-mitológico utilizado aquí para contraponer a las cosas sensibles, otros entes
que no cambian, y al conocimiento sensible otro de especie totalmente diferente. De
hecho hay en el hombre, además del conocimiento empírico, a posteriori, es decir,
referido a las cosas sensibles, a las cosas de este mundo, otro conocimiento
radicalmente diferente, que no depende de la experiencia, es decir racional o a
priori (como, por ejemplo, 2 + 2 = 4; cf. Cap. X, § 4), y que por tanto se refiere a lo no-
sensible, a lo in-visible.- Pero con esta teoría de la anamnesis y del conocimiento a
priori nos encontramos ya, probablemente, con temas que pertenecen propiamente a
Platón, más que a su maestro.