Entre Policias Violencia Gruenberg
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DIRECTORIO
Créditos editoriales
Adriana Álvarez
Edna María López García
Cuidado de la edición
Chris GruenberG
Laura saLdivia Menajovsky
Editorxs
Catalogación en la publicación UNAM. Dirección General de Bibliotecas y
Servicios Digitales de Información
Nombres: Gruenberg, Chris, editor. | Saldivia Menajovsky, Laura, editor.
Título: Entre policías : violencia institucional y deseo homosocial : libro II / Chris Gruen-
berg, Laura Saldivia Menajovsky, editorxs.
Descripción: Primera edición. | Ciudad de México : Universidad Nacional Autónoma
de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas ; Argentina : Universidad Nacional de
General Sarmiento, 2024. | Serie: Doctrina jurídica ; núm. 1013.
Identificadores: LIBRUNAM 2228814 (impreso) | LIBRUNAM 2229004 (libro elec-
trónico) | ISBN 9786073088176 (UNAM) (impreso) | ISBN 9789876307338 (Universidad
Nacional de General Sarmiento) (impreso) | ISBN 9786073088183 (UNAM) (libro elec-
trónico) | ISBN 9789876307345 (Universidad Nacional de General Sarmiento) (libro
electrónico).
Temas: Masculinidad -- América. | Policía -- Violencia contra -- América. | Policías ho-
mosexuales -- América. | Homofobia -- América. | Roles sexuales en el trabajo -- América.
| Hombres -- Condiciones sociales -- América.
Clasificación: LCC HQ1090.7.A45.E57 2024 (impreso) | LCC HQ1090.7.A45 (libro
electrónico) | DDC 305.31098—dc23
Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . IX
Chris Gruenberg
Laura Saldivia Menajovsky
VII
VIII CONTENIDO
AGRADECIMIENTOS
Chris Gruenberg
Laura Saldivia Menajovsky
IX
DR © 2024. Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Jurídicas
Universidad Nacional de General Sarmiento https://www.ungs.edu.ar/slider/ediciones-ungs/
Esta obra forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
www.juridicas.unam.mx https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv Libro completo en: https://tinyurl.com/4xmj6vc6
Entre policías: violencia institucional y deseo homosocial es el segundo libro que edi-
tamos referido a los diversos aspectos vinculados a las masculinidades. El
primer libro, Masculinidades por devenir: teorías, prácticas y alianzas antipatriarcales
post #MeToo, invita a imaginar futuros alternativos de masculinidades no he-
gemónicas a favor de un proyecto de justicia social en las relaciones de género
y nuevas alianzas antipatriarcales. Este segundo libro retoma y aplica críti-
camente el concepto de masculinidad hegemónica como marco conceptual para
analizar e interpretar los siete artículos que lo conforman. Para ello, analiza
la cultura, práctica y reforma policial desde la teoría de las masculinidades
hegemónicas desarrollada por R. W. Connell.
La inspiración del segundo libro, al igual que del primero, parte del
renovado interés de los últimos años por los estudios sobre masculinidades,
en gran parte motivado por recientes movimientos sociales, tales como el
#MeToo, #NiUnaMenos y #NosotrasParamos, entre los principales, los cuales
interpelaron con gran velocidad, fuerza y furia los abusos y acosos sexuales
permitidos y alentados por el modelo cultural de masculinidad hegemónica
predominante en la actualidad. En particular, estos movimientos tuvieron
un alcance regional y global nunca antes registrado. Las redes sociales, sin
duda, contribuyeron a diseminar los reclamos y a generar un foro público
super ampliado de demandas a los varones cis y a las masculinidades que ha
trascendido todas las fronteras.1
Como punto de partida, este libro reconoce que los estudios sobre mas-
culinidades en Latinoamérica tienen más de treinta años de investigación,
producción e historia. Tal como afirma Mara Viveros Vigoya en la intro-
ducción del informe Masculinidades y desarrollo social: las relaciones de género desde
la perspectiva de los hombres (2004, 17), “las publicaciones sobre los hombres
como seres marcados por el género sólo comenzaron a realizarse en Améri-
ca Latina desde finales de la década de los ochenta. Hasta ese momento, la
identificación de los varones con lo humano, y con una serie de privilegios
1
El alcance global y con múltiples interpretaciones en otros países y otros idiomas de la
performance de canto y baile “El violador eres tú”, del colectivo chileno de mujeres “Las Tesis”,
sirve para ilustrar este punto.
XI
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con categorías del norte, sino utilizar revisionando los artículos que aquí se
presentan para inspirar nuestras propias agendas académicas y activistas
#PostMeToo.
Las dinámicas estructurales que rigen los intercambios académicos y
la generación de conocimiento entre norte y sur son desiguales. Sobra lite-
ratura que expone la relación de subordinación en la que se encuentra el
sur con respecto al norte en términos de mayor disponibilidad de recursos,
principalmente económicos.4 Pese a ello, consideramos que esto no debe ce-
rrarnos al intercambio con la producción del conocimiento del norte.
La traducción que desde el sur hagamos de conocimientos gestados en
los países del norte debe propender a enriquecer el marco epistémico sobre
problemáticas propias del sur para así crear las condiciones para una mejor
distribución de los mayores recursos que tienen los países del norte para
investigar. La presentación al público hispanoparlante de los textos compi-
lados y traducidos en este libro se hace con ánimo de apropiación del co-
nocimiento generado en el adinerado norte para resignificarlo a las proble-
máticas concretas del sur, que tiene menores recursos para la investigación
y diseminación de ideas. Es ese acto de apropiación y resignificación local
del conocimiento producido en inglés —países del norte— lo que motiva
la selección de los textos que se presentan en esta publicación. No se trata
de realizar una mera extrapolación de lo producido en el norte sin situar
ese conocimiento en un contexto concreto, es decir, sin tener en cuenta las
particularidades sociales, políticas, económicas e históricas del sur. La idea
no es reproducir la subordinación que ha caracterizado la relación entre
ambas jurisdicciones; por el contrario, el uso que se haga de la producción
académica del norte debe dirigirse a crear una relación de igualdad en el
intercambio del conocimiento.
La explicación de la división entre norte y sur es útil para resaltar el
papel de los factores externos en la cantidad y el prestigio del conocimiento
producido en los países adinerados del norte en comparación con los países
con menos recursos económicos del sur. Sin embargo, la explicación de la
4
Las referencias al norte y al sur no son necesariamente geográficas, sino que tienen por
objeto la distribución desigual del poder, político, económico, militar y cultural entre distin-
tos países del mundo. Véase Bonilla, Daniel, “Legal Clinics in the Global North and South:
Between Equality and Subordination. An Essay”, Violencia, legitimidad y orden público, Seminario
en Latinoamérica de Teoría Constitucional y Política, SELA 2012 (Buenos Aires: Libraria, 2013),
López Medina, Diego E., Teoría impura del derecho. La transformación de la cultura jurídica latinoa-
mericana (Bogotá: Legis, 2005) (3ra. edición), y López Medina, Diego E., “¿Por qué hablar
de una «teoría impura del derecho» para América Latina?”, en Daniel Bonilla Maldonado,
Teoría del derecho y trasplantes jurídicos (Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Universidad de los
Andes, Pontificia Universidad Javeriana-Instituto Pensar, 2009).
división del norte y el sur no sirve para dar cuenta del carácter político de
la reinterpretación transformadora que desde el sur puede hacerse de ese
conocimiento.5 Es este entendimiento el que ha inspirado la selección de los
artículos aquí traducidos.
A lo expuesto se suma que los artículos aquí traducidos, a su vez, no son
parte de la academia estándar, en el sentido de normalizadora y mainstrea-
ming, sino que, por el contrario, son producciones académicas que adoptan
una mirada crítica ya que cuestionan el statu quo tanto del trabajo académico
como el del trabajo policial.
El criterio metodológico utilizado para seleccionar los seis trabajos tra-
ducidos en este libro tuvo en cuenta dos variables principales: 1) la origina-
lidad, ya que son artículos emblemáticos en las discusiones e indagaciones
que proponen, y 2) la contemporaneidad, ya que fueron publicados hace
pocos años. El único artículo que tiene más de veinte años desde que fue pu-
blicado por primera vez es el de Angela P. Harris, “Género, violencia, raza
y justicia penal”, pero su inclusión aquí se encuentra justifica por el hecho
de que es uno de los artículos más citados en el campo de estudio que pre-
sentamos en este libro —que para nuestra gran sorpresa nunca había sido
traducido al español—. Además, todos los otros artículos que publicamos
dialogan con él, dándole un manto de coherencia a todo el libro.
Este segundo libro continúa con la integración crítica del estudio de la
masculinidad hegemónica de R. W. Connell a un campo particular del di-
seño y la gestión de políticas públicas: la policía y la seguridad pública. Así,
el libro analiza y evalúa el papel crucial que juega la masculinidad hegemó-
nica en la formación, educación, capacitación y comportamiento laboral de
la policía. Si bien existen numerosas investigaciones en América Latina que
analizan por separado la naturaleza patriarcal de las fuerzas de seguridad
y la influencia de la raza-etnia y la clase en las prácticas policiales, Entre
policías: violencia institucional y deseo homosocial busca contribuir a un análisis
interseccional que permita conectar la raza-etnia, la clase y el género para
incorporar la teoría de la masculinidad hegemónica y explicar cuáles son las
principales barreras que siguen obstaculizando las reformas institucionales
de las fuerzas de seguridad, y para reconocer y clarificar que la mayoría de
las interacciones punitivas ocurren entre varones, configurando un fenóme-
no esencialmente homosocial que reproduce la masculinidad hegemónica
y sus privilegios.
5
Jaramillo Sierra, Isabel C., “Examinando los intercambios académicos más allá de la
división Norte Sur”, en Violencia, legitimidad y orden público, Seminario en Latinoamérica de Teoría
Constitucional y Política, SELA 2012 (Buenos Aires: Libraria, 2013), p. 364.
6
Saldivia Menajovsky, Laura, Subordinaciones Invertidas: Sobre el Derecho a la Identidad de
Género, Editorial de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) y Editorial de la
UNGS (Universidad Nacional de General Sarmiento), 2017.
7
Butler, Judith, Undoing Gender, New York: Routledge, 2004.
Chris Gruenberg
1
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2 CHRIS GRUENBERG
I. Introducción
1
Véase, en general, Zavaleta A., Kessler G., Alvarado A. y Jorge Zaverucha (2016)
“Una aproximación a las relaciones entre policías y jóvenes en América latina”, Centro de
Investigación y Docencia Económicas (CIDE) Revista Política y Gobierno, volumen XXIII,
núm. 1, I semestre de 2016. José Manuel Valenzuela, coord (2015) “Juvenicidio: Ayotzinapa
y las vidas precarias en América Latina y España”, Ned Ediciones; Guadalajara: ITESO;
Tijuana: El Colegio de la Frontera Norte. Alvarado, Arturo y Carlos Silva (2011), “Relacio-
nes de autoridad y abuso policial en la ciudad de México”, Revista Mexicana de Sociología,
73(3). Kessler, Gabriel y Sabina Dimarco, 2013, “Jóvenes, policía y estigmatización terri-
torial en la periferia de Buenos Aires”, en Espacio Abierto. Pita, M. V. (2010) “Formas de
morir y formas de vivir. El activismo contra la violencia policial”. Buenos Aires: Editorial
del Puerto-CELS. Pita, M. V. (2019) “Hostigamiento policial o de las formas de la violencia
en barrios populares de la ciudad de Buenos Aires”. Lucia Helena Rangel, Rita Alves Oli-
veira “Los jóvenes que más mueren: los negros y los indígenas en Brasil”, en José Manuel
Valenzuela, coord (2015) “Juvenicidio: Ayotzinapa y las vidas precarias en América Latina
y España”, Ned Ediciones; Guadalajara: ITESO; Tijuana: El Colegio de la Frontera Norte,
2015. Perelman, M. y Tufró, M. Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) (2017) “Vio-
lencia institucional. Tensiones actuales de una categoría política central”. CELS, Buenos
Aires. Tiscornia, S., Eilbaum, L., Lekerman, V., Sozzo, M., (2000) “Detenciones, facultades
y prácticas policiales en la ciudad de Buenos Aires”. CELS. Tiscornia, S. (2007) “El debate
político sobre el poder de policía en los años noventa. El caso Walter Bulacio”, en A. Isla
(comp.), “En los márgenes de la ley. Inseguridad y violencia en el cono sur”. Buenos Aires,
Argentina: Paidós. Garriga Zucal, J. (2013) “Usos y representaciones del «olfato policial» en-
tre los miembros de la policía bonaerense”, Revista Dilemas: Revistas de Estudos de Conflito
e Controle Social. Vol. 6 núm. 3. Universidad Federal Do Rio de Janeiro, Brasil. Martínez,
J., Palmieri, G., Pita, M. V. (1996) “Detenciones por averiguación de identidad: policía y
prácticas rutinizadas”, en Izaguirre, Inés (coordinación y recopilación), 1996. Violencia so-
cial y derechos humanos, Buenos Aires, Eudeba.
4 CHRIS GRUENBERG
Los epígrafes que abren este artículo cumplen la función tradicional de con-
densar e ilustrar la idea general del texto, pero también de organizarlo y
articularlo conceptualmente.
1. Epígrafe primero
2. Epígrafe segundo
La cita del segundo epígrafe remite a la última oración del cuento “La
intrusa”, de Jorge Luis Borges. Este cuento, como la mayoría de la obra de
Borges, describe un mundo intensamente homosocial, habitado por varones
3. Epígrafe tercero
6 CHRIS GRUENBERG
1. Formulación
2
Aquí profundizo el análisis de esta teoría que comencé a delinear junto a Laura Sal-
divia Menajovsky en “Masculinidades y utopías: imaginando nuevas alianzas antipatriarca-
les”, en Chris Gruenberg y Laura Saldivia Menajovsky (eds.), Masculinidades por devenir: teorías,
prácticas y alianzas antipatriarcales post #MeToo, Instituto de Investigaciones Jurídicas UNAM y
Ediciones UNGS, 2023.
2. Reformulación
A. Masculinidades múltiples
8 CHRIS GRUENBERG
B. Masculinidades relacionales
10 CHRIS GRUENBERG
D. Masculinidades geográficas
12 CHRIS GRUENBERG
14 CHRIS GRUENBERG
16 CHRIS GRUENBERG
18 CHRIS GRUENBERG
20 CHRIS GRUENBERG
22 CHRIS GRUENBERG
24 CHRIS GRUENBERG
3
Véase, en general, Comisión Interamericana de Derechos Humanos (2009) “Informe
sobre seguridad ciudadana y derechos humanos”, OEA/ser.l/v/ii. doc. 57 31 diciembre
2009. Comisión Interamericana de Derechos Humanos (2015) “Criminalización de la la-
bor de las defensoras y los defensores de derechos humanos”. OSA/ser.l/v/ii. doc. 49/15
31. ONU. Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitraria. Informe sobre visita a Brasil,
26 CHRIS GRUENBERG
Tumbeiro vs. Argentina, la Corte IDH argumentó que ambos casos ocurrieron
en un contexto general de detenciones y requisas arbitrarias en la Argentina
que persiste en la actualidad. La Comisión y la Corte IDH señalaron que,
en ambos casos, la Corte Suprema de Justicia Argentina había declarado la
constitucionalidad de las detenciones y requisas policiales sin orden judicial,
fundamentándose en la doctrina de Terry stop (Corte IDH, 2020; Comisión
IDH, 2017).6
En este contexto, se trata de una sentencia histórica de la Corte IDH,
ya que por primera vez establece los estándares objetivos que deben adop-
tarse regionalmente en materia de detenciones y requisas sin orden judicial,
y servirá como predecente para cuestionar la legitimidad de las actuaciones
policiales y reclamar su efectivo control jurisdiccional en América Latina
(Fernández, 2021).
6
CIDH, Informe No. 129/17, Caso 12.315, Fondo, Carlos Alberto Fernández Prieto y
Carlos Alejandro Tumbeiro, Argentina, 25 de octubre de 2017.
7
Es importante enfatizar que la perspectiva que hoy llamamos “interseccional” tiene
una larga historia de más de dos siglos; Bell Hooks, en 1981, escogió el reclamo de Soujour-
ner Truth, una esclava emancipada en 1863, “¿Y acaso no soy una mujer?”, como ejemplo
paradigmático de análisis interseccional de la realidad social y como título de su primer
libro, en el que rechazaba la homogeneización de la opresión de las mujeres por parte de las
feministas blancas.
28 CHRIS GRUENBERG
30 CHRIS GRUENBERG
Fuente: adaptado de Morgan, K. P., Describing the Emperor’s New Clothes: Three Myths
of Education (In)Equality. In The Gender Question in Education, Theory, Pedagogy & Po-
litics; Diller, A., Ed.; Westview: Boulder, CO, USA, 1996.
8
Foucault M. (1998) Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo Veintiuno Editores,
México.
32 CHRIS GRUENBERG
9
Se aprecia una clara coincidencia entre el proceso de creación de rutinas y simplifi-
caciones de la burocracia en el nivel de la calle y el fenómeno descrito por Sofía Tiscornia
como perita experta en antropología en el caso Fernández Prieto y Tumbeiro, en donde ex-
aminó el patrón de detenciones y requisas ilegales y afirmó que “los motivos de detención
que las fuerzas de seguridad esgrimen hacen referencia a una serie limitada de fórmulas
burocráticas que lejos están de identificar la diversidad y particularidad de las circunstan-
cias de las detenciones”, y describió cómo la policía, rutinariamente, recurre al uso de
clichés tales como “gestos nerviosos”, “acelerar el paso”, “esquivar la mirada policial”,
“merodear por las inmediaciones”, “alejarse del sitio en forma presurosa” o “quedarse
parado en una esquina”, demostrando que no se aplican los supuestos legalmente contem-
plados, sino la aplicación mecánica de fórmulas burocráticas policiales preestablecidas y
estereotipadas.
34 CHRIS GRUENBERG
des donde ciertos grupos sociales han sido históricamente discriminados por
razón de género, raza, etnia, clase, nacionalidad o capacidad, la aplicación
de estereotipos y prejuicios durante el proceso de rutinización y simplifica-
ción tiende, inevitablemente, a reproducir y reforzar esos mismos patrones
estructurales de discriminación (Lipsky, 1969; Gruenberg, 2021).
Para examinar la implementación de las políticas de detención y requisa
sin orden judicial propongo aprovechar el marco analítico de la burocracia
en el nivel de la calle como una forma de recrear las políticas de seguri-
dad pública desde abajo y como una práctica burocrática que reproduce
el racismo, el clasismo, y también las masculinidades hegemónicas (locales
y regionales). De igual manera, propongo aplicar la matriz de dominación
(Collins, 2000) para analizar la policía desde su doble identidad de mascu-
linidad hegemónica local y burócratas en el nivel de la calle, estableciendo
una conexión entre el dominio disciplinario (estructural) y el interpersonal
(micro) del poder (Collins, 2000), para comprender mejor la violencia cara
a cara que la policía despliega rutinariamente a través de las detenciones y
requisas ilegales en la calle y poder diseñar políticas públicas para prevenir
la violencia policial más eficaces y alineadas con los estándares y obligacio-
nes de derechos humanos.
Este alineamiento entre las políticas preventivas de seguridad y los dere-
chos humanos es necesario y fundamental para cumplir con las medidas de
reparación integral ordenadas por la Corte IDH en numerosos casos sobre
detenciones y requisas ilegales.10 Dentro de las medidas de reparación que
suele ordenar la Corte IDH en este tipo de casos se incluyen las garantías
de no repetición. A diferencia del resto de medidas de reparaciones indi-
viduales, orientadas a reparar integralmente el daño provocado contra las
víctimas declaradas en el juicio, las garantías de no repetición tienen efectos
generales y buscan promover reformas estructurales en el Estado para pre-
venir que las violaciones de los derechos humanos se repitan en el futuro.
Una de las garantías de no repeticion más común que la Corte IDH suele
orderar son los programas de capacitación a funcionarios públicos (Lázaro
y Hurtado, 2017).
Un ejemplo de ello se encuentra en la histórica sentencia Fernández Prieto
y Tumbeiro vs. Argentina, donde la Corte IDH dispuso
10
De acuerdo con la práctica y la jurispruencia de la Corte IDH, la reparación integral
comprende cinco tipos de medidas: 1) restitución; 2) indemnización; 3) rehabilitación; 4) satis-
facción, y 5) garantías de no repetición.
36 CHRIS GRUENBERG
X. Referencias bibliográficas
38 CHRIS GRUENBERG
40 CHRIS GRUENBERG
público, rendición de cuentas y salud materna en México. Acercamientos desde los dere-
chos humanos. México: Fundar; Gedisa.
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42 CHRIS GRUENBERG
Angela P. Harris*
I. Introducción
*
Este ensayo se originó como discurso de apertura de la conferencia Penalties, Prohibitions
& Punishments: Who Can Get Justice in the United States?, celebrada en 1996 en la Facultad de
Derecho de la Universidad de Lowa. Mi agradecimiento a les participantxs por ayudarme
a desarrollar mis pensamientos. También agradezco a quienes, en 1999, asistieron al taller
sobre Género, Trabajo y Familia en la American University, por orientarme hacia la litera-
tura de las masculinidades. Jerome Culp me ha empujado a entender las complejidades de la
homosocialidad, ha contribuido en la inspiración de este texto e hizo comentarios útiles so-
bre una versión previa. Monika Batra brindó asistencia oportuna y precisa de investigación,
así como inspiración y aliento. Finalmente, agradezco también a Tony Alfieri, por guiarme
silenciosamente hacia la línea de llegada.
1
Véase Tom Hays, “New York Officers Go on Trial in Alleged Torture Case”, Pressen-
terprise (Riverside, Cal.), 5 de mayo de 1999, disponible en 1999 WL 18889488 [en adelante
Hays, “New York Officers”].
45
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46 ANGELA P. HARRIS
9
Alfieri sugiere, por ejemplo, que “Volpe y los otros oficiales que lo arrestaron desplega-
ron formas de violencia física y sexual para respaldar sus propias masculinidades, afirmando
así la supremacía de sus propias «masculinidades racializadas» de blancura”. Id. en 1191.
10
La legislación sobre violencia de género también ha tenido un enfoque limitado. Por
ejemplo, la Ley de Violencia contra la Mujer de 1994, Pub. L. No. 103322, §§ 40001703, 108
Stat. 1796, 190255 [en lo sucesivo VAWA, por sus siglas en inglés] (codificada como enmen-
dada en secciones dispersas de U.S.C. 16, U.S.C. 18 y U.S.C. 42), contiene una disposición
que otorga una causa de acción de derechos civiles contra cualquier “persona... que cometa
un delito de violencia motivado por el género”, U.S.C.42 § 13981(c) (1999), y permite que
cualquier parte lesionada por dicho delito obtenga resarcimiento por daños compensatorio y
punitivo, así como medidas cautelares, declaratorias u otro alivio apropiado. Id. Las implica-
ciones de este estatuto en relación con la violencia entre varones, sin embargo, aún no se han
explorado. Como implica el título de la ley, la violencia de género en el sentido de la VAWA
se ha interpretado hasta ahora como violencia del hombre contra la mujer.
11
Véase, en general, por ejemplo, Mary Anne C. Case, “Disgregating Gender from Sex
and Sexual Orientation: The Effeminate Man in the Law and Feminist Jurisprudence”, Yale
L.J. 105, 1 (1995) (donde se argumenta que la ley de discriminación sexual debe reconcep-
tualizarse mediante la desagregación del género, el sexo y la orientación sexual); Katherine
M. Franke, “The Central Mistake of Sex Discrimination Law: The Disaggregation of Sex
from Gender”, U. Pa. L. Rev. 144, 1 (1995) (donde se argumenta que es necesario reca-
racterizar en la ley el significado del sexo); Francisco Valdés, “Queers, Sissies, Dykes, and
Tomboys: Deconstructing the Conflation of «Sex», «Gender», and «Sexual Orientation»
in Euro-American Law and Society”, Cal. L. Rev. 83, 1 (1995) (que discute la conjunción de
sexo, género y orientación sexual).
48 ANGELA P. HARRIS
La teórica literaria Elaine Scarry argumenta que una de las propiedades del
dolor humano es que sus características (su vibración, su realidad, su certeza)
pueden transferirse del cuerpo humano a otra cosa, a algo que, en sí mismo,
no parece vibrante ni real ni cierto.13 En este sentido, el dolor y la violencia
que lo produce es una forma de creación, una forma de hacer reales las ideas
en la misma forma en que ideas incruentas, como la propiedad y la sobera-
nía, se hacen reales en la guerra y la conquista por la presencia de la sangre
verdadera, de la mutilación y de la destrucción de cuerpos humanos.
La masculinidad es una de esas ideas que a menudo se hace realidad en
la violencia. Los actos violentos suelen tener significados morales o emocio-
nales idiosincráticos para quien los lleva a cabo.14 Pero los actos violentos a
13
Véase Elaine Scarry, The Body in Pain: The Making and Unmaking of the World, 13 y 14
(1985).
14
Véase Jack Katz, Seductions of Crime: Moral and Sensual Attractions in Doing Evil 9 (1988)
(donde argumenta que muchos actos criminales, entre ellos los asesinatos a sangre caliente y
a sangre fría, se centran en una “misma familia de emociones morales: humillación, rectitud,
arrogancia, ridículo, cinismo, profanación y venganza”). Los actos de violencia más extre-
mos pueden ser una respuesta al dolor intolerable de sentirse muerto por dentro. De acuerdo
con ello, el psiquiatra James Gilligan, después de haber estudiado a varones violentos en las
cárceles, señala que “sólo los muertos vivientes pueden querer matar a los vivos. Nadie que
ame la vida, que aprecie y sienta su propia vitalidad, podría querer matar a otro ser humano.
50 ANGELA P. HARRIS
veces son también resultado del carácter que la misma masculinidad tiene
como ideal cultural. En estos casos, los varones usan la violencia o la ame-
naza de violencia como forma de demostrar la masculinidad individual o
colectiva, o ante la desesperación de percibir atacada su propia identidad
masculina.
Desde hace algunos años les criminólogues feministas vienen llamando
la atención con insistencia sobre un hecho que parecía haber escapado a la
atención de la criminología: los delincuentes son en abrumadora mayoría
varones. Como observa el criminólogo James Messerschmidt
Casi diez años después las cifras no han mejorado de manera signifi-
cativa. El Centro Nacional de Mujeres y Trabajo Policial (NCWP, por sus
siglas en inglés) encontró que “en los organismos de gobierno encargados
de aplicar la ley más grandes del país, en 1998 las mujeres ocupaban solo
13,8% de todos los puestos que se asumen bajo juramento”.17 Una historia
Pero los muertos vivientes necesitan matar a otros, porque para ellos la angustia más insopor-
table es el dolor de ver que otros siguen vivos”. James Gilligan, Violence: Our Deadly Epidemic
and Its Causes 32 (1996).
15
Messerschmidt, v. supra nota 12, 1 (citas omitidas).
16
Id., 175 (citas omitidas).
17
National Center For Women & Policing, Equality Denied: The Status of Women in Policing:
1998, 1 (consultado el 31 de octubre de 1999) <http:/www.feminist.org/police/status 1998.html>
[en adelante NCWP].
18
Véase, en general, Susan Ehrlich Martin y Nancy C. Jurik, “Women in Correc-
tions: Advancement and Resistance”, en Doing Justice, Doing Gender: Women in Law and Criminal
Justice Ocupations 157 (1996) (examen histórico del empleo de mujeres en correccionales).
19
Véase, por ejemplo, James Q. Wilson y Richard J. Herrnstein, Crime and Human Nature,
70 (1985) (“Ciertas características humanas que son indiscutiblemente biológicas, la configu-
ración anatómica de un individuo, están correlacionadas con la criminalidad”).
20
Véase, por ejemplo, Messerschmidt, supra nota 12, 27 (“Ambos, el género y el crimen,
son fenómenos sociales”).
21
Véase, por ejemplo, id., 110 (donde se argumenta que, en el caso de niños de minorías
raciales de clase trabajadora más baja, con la participación en la violencia callejera “se de-
muestra a los amigos más cercanos que uno es «un hombre»”).
22
Véase, por ejemplo, Candace West y Don H. Zimmerman, “Doing Gender”, en Gender
& Society, 125, 157 (1987) (“Hacer género significa crear diferencias entre niñas y niños y
mujeres y varones, diferencias que no son naturales, esenciales ni biológicas. Construidas las
diferencias, se las usa para reforzar la «esencialidad» del género”).
23
Esta visión de la relación entre género, raza, clase y sexualidad difiere, por lo tanto, de
la metáfora de la “interseccionalidad” usada por muchas feministas raciales críticas. Véase,
por ejemplo, Kimberlè Williams Crenshaw, “Beyond Racism and Misogyny: Black Feminism
and 2 Live Crew”, en Words that Wound: Critical Race Theory, Assaultive Speech, and the First Amend-
ment, 111, 113-20 (Mari J. Matsuda, Charles R. Lawrence III, Richard Delgado y Kimberlè
Williams Crenshaw comps., 1993) (donde se argumenta que la tendencia a ver la raza y el gé-
nero como categorías exclusivas o separables es limitadora). Está más cerca de lo que Darren
Lenard Hutchinson llama “multidimensionalidad” y Peter Kwan “cosíntesis” [cosynthesis].
Véase Darren Lenard Hutchinson, “Out yet Unseen: A Racial Critique of Gay and Lesbian
Legal Theory and Political Discourse”, Conn. L Rev. 29, 561, 641 (1997) (donde se señala que
mientras la “interseccionalidad” sugiere una convergencia de categorías de otro modo sepa-
radas e independientes, la “multidimensionalidad” destaca su inseparabilidad); Peter Kwan,
“Jeffrey Dahmer and the Cosynthesis of Categories”, Hastings L. J. 48, 1257, 1275-76, 1280
(1997) (donde se rechaza la “interseccionalidad” por forzar la elección de una identidad
en desmedro de otras y se propone que “cosíntesis” transmite que “las categorías múltiples
52 ANGELA P. HARRIS
mediante las que las personas se entienden a sí mismas a veces están implicadas de manera
compleja en la formación de las categorías a través de las cuales se constituye a las demás”).
24
Véase, por ejemplo, R. W. Connell, Masculinities 37 (1995) (“También debemos reco-
nocer las relaciones entre los diferentes tipos de masculinidad: relaciones de alianza, domina-
ción y subordinación”).
25
Véase, por ejemplo, Paul Smith, “Introduction” a Boys: Masculinities in Contemporary Cul-
ture, 3 (Paul Smith comp., 1996) (“La masculinidad no existe; más bien sólo hay masculinidades,
en plural, definidas y atravesadas por diferencias y contradicciones de todo tipo”).
26
Karen D. Pyke, “Class-Based Masculinities: The Interdependence of Gender, Class,
and Interpersonal Power”, Gender & Society 10, 527, 531 (1996).
27
Para un análisis académico pionero de los problemas de género entre los varones ne-
gros véase, en general, Robert Staples, Black Masculinry: The Black Male’s Role in American Society
(1982). En el fondo, continúa un debate apasionado sobre si la restauración del control pa-
triarcal sobre las mujeres, en especial el control sexual, restaurará la integridad de los varones
negros, siendo esto beneficioso para la raza, o si la adopción de una perspectiva feminista
para el análisis de las relaciones de poder permitiría a los varones negros unirse a las mujeres
negras en el camino hacia la liberación racial. Comparar, por ejemplo, Shahrazad Ali, The
Blackman’s Guide to Understanding the Blackwoman, viii-x (1989) (donde se argumenta a favor de la
sumisión femenina), con Jill Nelson, Straight, no Chaser: How I Became a Grown-Up Black Woman
213-14 (1997) (donde se argumenta a favor de la resistencia al patriarcado).
28
Para un repaso histórico-cultural de la crisis de identidad masculina que en el siglo
XIX dio lugar a la noción de “masculinidad” [masculinity] salvaje como distinta de la “hom-
bría” [manliness] civilizada, véase, en general, Gail Bederman, Manliness & Civilization: A Cul-
tural History of Gender and Race in the United States, 1880-1917 (1995).
29
Véase, en general, Richard Majors y Janet Mancini Billson, Cool Pose: The Dilemas of
Black Manhood in América (1992). Majors y Billson argumentan que la frialdad (coolness), así
como la masculinidad predominante basada en el control racionalizado sobre sí y sobre los
demás, es una disciplina de autodominio. Véase id., 38. La práctica de la frialdad significa
suprimir las emociones propias y presentar al mundo un rostro bajo completo control, inclu-
so las explosiones de ira son estratégicas y se pueden activar o desactivar. La pose de frialdad
surge también como respuesta al desempoderamiento económico, político y cultural que
enfrentan los afroestadounidenses de sectores populares y a las microagresiones raciales en
la vida diaria. Véase id., 2. La pose de frialdad significa exigir respeto de los demás, ya sea
en los encuentros con extraños en la vía pública (donde una mirada fija inapropiada puede
conducir a la violencia) o en las relaciones íntimas más próximas. La obsesión individual con
el respeto y su opuesto, la falta de respeto, refleja la conciencia de que en la vida cultural
angloestadounidense a los varones negros, como clase, se les brinda de todo menos respeto.
Como señalan Majors y Billson, “orgullo, dignidad y respeto tienen un valor tan alto para
los varones negros que por esas cosas muchos están dispuestos a arriesgarlo todo, incluso sus
vidas”. Id., 39.
30
Majors y Billson observan, por ejemplo, que “los varones afroaestadounidenses han
definido la hombría en los términos familiares para los varones blancos: se la liga al sostén del
hogar, al carácter proveedor, procreador, protector”. Id., 1. Esta afirmación de la masculini-
dad hegemónica ha llevado a algunas personas en la comunidad afroestadounidense a instar
54 ANGELA P. HARRIS
a las mujeres negras a someterse a la autoridad patriarcal de los varones negros como forma
de hacer que ellos alcancen la completitud. Véase, por ejemplo, Ali, supra nota 27, viii-x.
31
Véase Pyke, supra nota 26, 531 (“Los varones heterosexuales blancos de clase media
y alta que ocupan puestos de dirección en las instituciones que controlan, en particular en
instituciones económicas, políticas y militares, producen una masculinidad hegemónica que
se glorifica en la cultura toda”).
pasivas y dependientes... Los varones de clase media o clase alta, que lucen
el comportamiento más civilizado de la cortesía y la gentileza, manifiestan
por su parte desdén por las exhibiciones de masculinidad exagerada y
misoginia propias de las subculturas masculinas de clase baja... Al hacerlo,
reafirman su superioridad sobre los varones de clase más baja y se revisten
de igualitarismo en sus relaciones interpersonales con mujeres. Esto sirve
para encubrir sus ventajas en términos de poder de género, constitutivas
de las instituciones que controlan y camufladas bajo el aura de mérito y
rectitud que acompaña su posición privilegiada...32
32
Id., 531-32 (citas omitidas).
33
Uno de los ejemplos más feroces de esta dinámica aparece en la vida carcelaria. Les
sociólogues sostienen que la necesidad de defender la identidad masculina es crucial para los
reclusos en tanto muchas características del ambiente carcelario son feminizantes o infantili-
zantes: los presos pierden su autonomía y su independencia, deben someterse a la autoridad
de los guardias, tienen el estigma de ser indeseables en sociedad y su acceso a la riqueza, los
ingresos y los bienes materiales está muy limitado. Véase, por ejemplo, Gresham M. Sykes,
The Society of Captives: A Study af a Maximum Security Prison, 64-79 (1958) (donde se describen
los “padecimientos del encarcelamiento” que afectan la autoimagen masculina de los presos:
privación de libertad, bienes, servicios, relaciones heterosexuales, autonomía y seguridad);
Carolyn Newton, “Gender Theory and Prison Sociology: Using Theories of Masculinities to
Interpret the Sociology of Prisons for Men”, How. J. Crim. Just. 33, 193, 196-97 (1994) (donde
se discuten las privaciones de la vida en prisión, como la falta de autonomía, la impotencia
frente a la autoridad, el acceso limitado a los bienes materiales y la falta de seguridad). La
respuesta individual predominante ante esta amenaza de género es la “hipermasculinidad”
expresada a través de la dominación física y sexual de los demás. Cuando los reclusos se violan,
se fuerzan y abusan sexualmente, o se acosan unos a otros, e incluso conforme se desarrollan
relaciones sexuales más o menos afectivas y consentidas entre ellos, usan la retórica de gé-
nero para dividir a los fuertes de los débiles: los varones violados o a quienes se considera la
parte más débil en una relación de dominación son “valerias” [bitches] o se los designa me-
56 ANGELA P. HARRIS
diante pronombres femeninos. Véase James E. Robertson, “Cruel and Unusual Punishment
in United States Prisons: Sexual Harassment Among Male Inmates”, Am. Crim. L. Rev. 36,
1, 9 (1999) (donde se consignan declaraciones que feminizan a los reclusos como forma de
victimización sexual en las cárceles).
34
Les teóriques del psicoanálisis explican esta dinámica como resultado del desarrollo
psíquico de los niños en una sociedad donde las mujeres tienen a su cargo la mayor parte de
los trabajos de cuidado: para distinguirse como varones, los niños pequeños deben separarse
de la madre, mientras que las niñas pequeñas son libres de permanecer enredadas con ella.
Véase Nancy Chodorow, The Reproduction of Mothering: Psychoanalysis and the Sociology of Gender,
173 (1978) (“Las niñas y los niños desarrollan diferentes capacidades relacionales y sentidos
de sí como resultado de crecer en una familia en la que las mujeres maternan”). Otres teóri-
ques señalan el cambio que en el siglo XIX va del gobierno del hogar al éxito en el mercado
como base de la identidad y la autoridad masculinas, y argumentan que es la razón por la
cual los varones son reacios a asumir trabajos de cuidado. Véase, por ejemplo, Joan Williams,
Unbending Gender: Why Family and Work Conflict and what to do about it, 25-30 (2000).
35
De hecho, la distinción entre varones y mujeres no está del todo separada de la dis-
tinción entre homosexuales y heterosexuales en la sociedad occidental contemporánea. Nu-
meroses teóriques han argumentado que la identidad de género en la sociedad occidental
se basa en la confluencia de tres atributos distintos: “sexo” (atributo considerado biológico),
“género” (atributo social de ser masculino o femenino) y “orientación sexual” (etiqueta social
dada a la propia sexualidad). Véase en general, por ejemplo, Case, supra nota 11 (subraya la
importancia de mantener las distinciones entre los términos de sexo, género y orientación
sexual); Franke, supra nota 11 (argumenta que esta desagregación es un defecto fundamental
en la jurisprudencia sobre igualdad); Valdés, supra nota 11 (documenta cómo los tribunales
han adoptado y negado simultáneamente aspectos de esta confluencia de categorías, lo que
torna a las leyes contra la discriminación en subinclusivas). Esta confluencia tiene ramifica-
ciones aún mayores en el contexto “heteropatriarcal” de la sociedad occidental: es decir, la
masculinidad y la feminidad se definen como opuestas, siendo la masculinidad superior y los
heterosexuales y los homosexuales se definen como opuestes, siendo superior la heterosexua-
lidad. Esto significa que, según las convenciones sociales dominantes, quien nace anatómica-
mente macho debe actuar de manera “masculina” en todo momento y desear sólo mujeres.
El incumplimiento de uno de los dos atributos sociales de este triángulo tiene consecuencias
en el otro, por lo tanto, generalmente se sospecha que una “mariquita” o una “marimacho”
son, respectivamente, un “puto” y una “tortillera”, y el hombre sospechoso de ser puto no
sólo se convierte en objeto de discriminación por ello, sino que también pone en peligro su
derecho a la misma masculinidad.
36
Eve Kosofsky Sedgwick, Epistemology of The Closet, 185 (1990). Teóriques feministas
menos orientades psicoanalíticamente también argumentan que la “ansiedad” permanente-
mente persigue a la identidad masculina. Joan Williams, por ejemplo, señala que “a medida
de que el estatus de sostén económico de los varones se convirtió en base de sus pretensio-
nes de dominio familiar y social, la ansiedad se volvió un rasgo permanente de la masculini-
dad”. Williams, v. supra nota 34, 26.
37
Sedgwick, v. supra nota 36, 186.
58 ANGELA P. HARRIS
38
Véase id. Alguna evidencia sugiere que una forma en la que la tensión psicológica
producida por estas relaciones de prohibición e intimidad se ha liberado tradicionalmente
en las fuerzas armadas a través de la sexualidad. Steven Zeeland, por ejemplo, a partir de
entrevistas informales con personal de la Marina informa que la cultura militar es intensa-
mente sexual y que los militares suelen tener relaciones sexuales no sólo con prostitutas, sino
también entre ellos sin identificarse como homosexuales. De hecho, Zeeland sugiere que
la doble atadura psicológica que Sedgwick retrata como creadora de pánico homosexual
también da lugar a que muchos varones se entreguen al sexo entre varones y a relaciones
emocionales intensas entre varones sin describirse a sí mismos como homosexuales. Véase,
en general, Steven Zeeland, Barrack Buddies and Soldier Lovers: Dialogues with Gay Young Men in the
U. S. Military (1993).
39
Para más información sobre los aspectos sexistas y homofóbicos de la cultura militar,
véase, en general, Madeline Morris, “By Force of Arms: Rape, War, and Military Culture”,
Duke L.J. 45, 651 (1996). Para un análisis de las conexiones simbólicas entre las fuerzas arma-
das y la masculinidad y sus implicaciones para las mujeres y las personas de color, véase, en
general, Kenneth L. Karst, “The Pursuit of Manhood and the Desegregation of the Armed
Forces”, en UCLA L. Rev. 38, 499 (1991).
40
Véase Franklin E. Zimring y Gordon Hawkins, Crime is not the Problem: Lethal Violence in
America, xi-xii (1997) (donde se argumenta que el delito y la violencia son problemas separa-
dos y que como estrategia de prevención de daños resulta más efectivo apuntar a las causas
de la violencia).
41
Al presentar estas ideas, debo subrayar, otra vez, que no quiero que se entienda que
las mujeres no son violentas, que no dominan a les demás o que no cometen delitos. Si bien
algunes “feministas culturales” sostienen esas ideas, no creo que las mujeres sean, de alguna
manera natural e inherentemente, pacíficas y respetuosas de la ley. Las mujeres consumen
drogas; roban, malversan y defraudan; se prostituyen a sí y a otres; maltratan a niñes, les
descuidan, torturan, les abusan sexualmente y a veces les matan; atacan y a veces matan a
extrañes, amantes o cónyuges; y cometen crímenes de odio. De hecho, las tasas de encar-
celamiento de mujeres están creciendo mucho más rápido que las de varones. Véase Terry
Carter, “Equality with a Vengeance”: Violent Crimes and Gang Activity by Girls Skyrocket, en A.B.A. J.,
noviembre de 1999, 22. Pero los varones siguen estando desproporcionadamente sobrerre-
presentados en cárceles y prisiones, en la policía y las correccionales, véase nota 12 supra y
el texto que acompaña a las notas 16-18; la violencia, ya sea agresiva o protectora, se asocia
culturalmente a los varones, y es menos probable que los actos violentos que cometen las
mujeres constituyan intentos por demostrar su feminidad.
60 ANGELA P. HARRIS
42
Katz señala, por ejemplo, que uno de los requisitos para ser el “pesado” en un robo
a mano armada es “convertirse en un hombre duro, alguien que parezca estar dispuesto a
respaldar sus intenciones de manera violenta y despiadada, más allá e independientemente
de la interacción situada del robo”. Katz, v. supra nota 14, 218. Parte del atractivo de ser un
hombre duro, argumenta Katz, es la promesa de dominar, a través de la pura fuerza de la
personalidad, el caos que genera una vida en el delito y la “acción” constantes. Véase id.,
225. El proyecto de ser un hombre duro implica “imponer una disciplina fría, dura y violen-
ta. Para muchos, significa la humillación de las mujeres, y a menudo también abusar física-
mente de ellas”. Id., 228. Convertirse en un hombre duro, en otras palabras, es un proyecto
de género masculino.
43
“La humillación siempre encarna la conciencia de la impotencia”, señala Katz. Id., 24.
A la inversa, la impotencia —literal o figurada— siempre trae consigo la amenaza de humi-
llación. El análisis de Katz conecta la humillación con la identidad de género masculino, ya
que las mujeres no pueden ser impotentes.
Gilligan, basándose en entrevistas con delincuentes violentos, sostiene que los principales
motivos de la violencia son “el miedo a la vergüenza y al ridículo, y la imperiosa necesidad
de evitar que les demás se rían de uno, para lo cual se les hace llorar”. Gilligan, v. supra nota
14, 77 (1996). Gilligan conecta explícitamente esta dinámica emocional también con el gé-
nero: “El rol de género del macho genera violencia al exponer a los varones a la vergüenza
si no son violentos, y premiarlos con honor cuando lo son. El rol de género femenino tam-
bién estimula la violencia masculina al mismo tiempo que inhibe la violencia femenina. Lo
hace restringiendo el papel de las mujeres al de objetos sexuales, en alto grado privados de
libertad, y honrándolas en la medida en que se sometan a esos roles o avergonzándolas si se
rebelan. Esto alienta a los varones a tratar a las mujeres como objetos sexuales y alienta a las
mujeres a adaptarse a ese papel sexual; pero también alienta a las mujeres (y a los varones) a
tratar a los varones como objetos de violencia. También alienta a un hombre a volverse vio-
lento que la mujer con quien está relacionado o casado lo “deshonre” al actuar de maneras
que transgredan el rol sexual que se le ha prescripto”. Id., 233.
que la violencia puede usarse para restaurar esa posición una vez que se ha
puesto en peligro”.44 En este tipo de cultura, argumentan,
...las personas reaccionan no sólo ante las amenazas físicas, sino también ante
afrentas verbales e insultos porque son el modo como un hombre pone a
prueba a otro para ver de qué está hecho. Dejar sin respuesta las infracciones
al honor equivale a anunciar que uno es blando o se lo puede pisotear con
impunidad.45
44
Dov Cohen y Joe Vandello, “Meanings of Violence”, J. Legal Stud. 27, 567, 569 (1998).
45
Id., 570.
46
En las culturas tradicionalmente patriarcales el honor corresponde a los varones, y
a las mujeres la virtud; tanto del honor como de la virtud se espera que sean defendides
violentamente, pero sólo por varones. En el sur de Estados Unidos, esclavista y blanco, por
ejemplo, se esperaba que las mujeres blancas demostraran “orgullo de su feminidad”, pero
el orgullo se asentaba en la posesión de virtud, que se demostraba, a su vez, a través de
cualidades como modestia, castidad, pasividad y refinamiento, y se entendía como una falta
de familiaridad conmovedora con las ásperas realidades de la vida. Véase Ariela J. Gross,
“Litigating Whiteness: Trials of Racial Determination in the Nineteenth-Century South”,
Yale L.J. 108, 109, 166-76 (1998). En tal cultura se esperaba que los insultos a una mujer y su
virtud fueran vengados con violencia por su padre, hermanos o esposo, pero no por la mujer
en cuestión ni por ninguna de sus parientes femeninas. De hecho, una mujer que hubiera
defendido agresivamente su propia virtud la habría puesto aún más en tela de juicio, ya que
tal comportamiento habría resultado “poco propio de una dama”.
47
Las doctrinas penales sobre el homicidio y la defensa propia “en arrebato pasional”
brindan información sobre las culturas del honor masculino locales y nacionales. Algunos
ejemplos del libro de casos de derecho penal que uso son: “Estados Unidos v. Peterson”, F.2d
483, 1222 (D.C. Cir. 1973) (el acusado disparó fatalmente a la víctima después de que la
víctima y sus amigos trataron de quitar los limpiaparabrisas del auto del acusado y hubo un
intercambio de varias palabras hostiles); “People v. Conley”, N.E.2d 543, 138 (III. Ct. App.
1989) (el acusado golpeó a la víctima en la cara con una botella de vino, causándole daños
permanentes, después de que en una fiesta un grupo de chicos de secundaria fuera abordado
por otro grupo de muchachos, quienes, al parecer, pensaron que alguien del primer grupo ha-
bía dicho algo despectivo), y “State v. Schrader”, S.E.2d 302, 70 (W. Va. 1982) (en el curso de
una discusión sobre la autenticidad de una espada alemana que el acusado le había comprado
a la víctima, el acusado apuñaló a la víctima cincuenta y un veces con un cuchillo de caza).
62 ANGELA P. HARRIS
otros varones, sino en “privado”, en relación con las mujeres.48 Por ejemplo,
tanto la humillación real ejercida por mujeres como el miedo a ser humilla-
dos por ellas, tienen un papel importante en las justificaciones que dan los
varones de porqué violan mujeres. Los violadores tienden a experimentarse
a sí mismos como víctimas humilladas del poder sexual femenino. Según
señaló sucintamente un hombre: “[y]a el hecho de que se me puedan acer-
car y calentarme tan fácil y hacerme sentir como un tonto hace que quiera
vengarme”.49 De manera similar, les investigadorxs de la violencia domés-
tica interpretan las acciones de algunos varones que azotan a las mujeres
como esfuerzos por establecer y mantener la dominación del varón.50 En
otros casos, los varones golpean o matan a sus esposas o novias cuando las
mujeres intentan terminar la relación. Entonces, la violencia criminal surge
no únicamente del deseo de controlar, sino de una dependencia emocional
extrema junto con la falta de voluntad, o incapacidad, para ver a la mujer
como una persona separada e independiente.51 En esta forma de amor, de
estilo masculino, el intento de una mujer de terminar la relación se vive
como amenaza intolerable para el propio yo: “[s]i no puedo tenerla yo, no
podrá nadie” es la respuesta.
En las situaciones descritas, los varones recurren individualmente a la
violencia cuando otros varones o mujeres amenazan su masculinidad. Del
comportamiento grupal de los varones surge otra dinámica que produce
violencia de género delictiva, la violencia de las bandas callejeras es un
ejemplo. Katz señala que estas bandas, generalmente compuestas por varo-
nes muy jóvenes, usan la violencia como forma de dar intensidad al drama
48
De hecho, Gilligan sostiene que las mujeres representan una amenaza mayor para el
honor de los varones porque “los varones delegan en las mujeres el poder de deshonrarlos.
Es decir, los varones ponen su honor en manos de «sus» mujeres”. Gilligan, v. supra nota
14, 230.
49
Timothy Beneke, Men on Rape, 42 (1982) (cita a “Jay”, empleado de archivos de veinti-
trés años que vive en San Francisco).
50
Véase R. Emerson Dobash & Russell P. Dobash, “Wives: The «Appropriate» Victims
of Marital Violence”, Victimology 2, 426, 438 y 439 (1978) (donde se argumenta que la violen-
cia de los varones contra sus esposas representa el intento de establecer y mantener un orden
social patriarcal).
51
Véase Martha R. Mahoney, “Legal Images of Battered Women: Redefining the Issue
of Separation”, Mich. L. Rev. 1, 90, 65 (1991) (donde se informa que los maridos que matan
a sus esposas muchas veces expresan el temor de que la mujer esté a punto de abandonarlos,
incluso si no es así). Véase también Donna K. Coker, “Heat of Passion and Wife Killing:
Men who Batter/Men who Kill”, S. Cal. Rev. L. & Women’s Stud. 2, 71, 92 (1992) (donde se
señala que, en un estudio de varones que mataron a sus esposas, los varones describieron su
relación conyugal como el aspecto central de sus vidas, “lo que hace pensar en la obsesión
con la mujer y en la dependencia emocional propias de los varones abusadores”).
de sus vidas morales y sensuales, como una forma de exigir que otros los
tomen en serio como adultos y no como niños:
52
Katz, v. supra nota 14, 135.
53
Considérese, por ejemplo, el segundo objetivo: el establecimiento de soberanía. Como
señala Katz, “una justificación universal para la violencia entre las élites callejeras es la
aspiración a controlar los puntos de referencia de una zona residencial particular: las calles-
frontera, el “territorio”, las tiendas locales de comida, los parques o ciertos bancos en los
parques”. Id., 118. En este sentido, las masculinidades rebeldes rinden homenaje a las imá-
genes de la masculinidad dominante: así como en la sociedad hegemónica se considera
que la tarea de proteger el hogar y el país es trabajo de varones, los pandilleros asumen la
protección de su territorio local como parte de su poder soberano. Véase id.
54
Patricia Yancey Martin y Robert A. Hummer, “Fraternities and Rape on Campus, en
Criminology at the Crossroads: Feminist Readings in Crime and Justice, 157, 158 (Kathleen Daly y Lisa
Maher comp., 1998).
64 ANGELA P. HARRIS
55
Véase Jana L. Bufkin, “Bias Crime as Gendered Behavior”, en Soc. Just. 26, 155, 160-
61 (1999).
56
Id., 161.
57
Katz, v. supra nota 14, 128.
58
Messerschmidt, v. supra nota 12, 175.
59
NCWP, v. supra nota 17, 2.
66 ANGELA P. HARRIS
63
Véase, por ejemplo, Devlin Barrett y Murray Weiss, “Feds Still Aiming to Tear Down
Infamous «Blue Wall of Silence»”, N. Y. Post, 9 de junio de 1999, disponible en WL 1999
18389837 (informe de la investigación hecha por fiscales federales sobre el “muro azul de
silencio” relacionado con el caso de tortura de Louima); Kathleen Kenna, “Police Shatter
«Wall» of Silence”, Toronto Star, 26 de mayo de 1999, disponible en WL 1999 19357175 (“El
caso [Louima] resquebrajó el “muro azul” hasta entonces inviolable, el código universal
policial que de Toronto a Johannesburgo y Nueva York prohíbe que los oficiales se delaten
entre sí”).
64
Véase Katz, supra nota 14, 123 y 124 (“Los integrantes de las élites callejeras recurren
a cualquier elemento de la tradición histórica que evoque a una élite anterior al siglo XIX...
Lo que fascina es poseer, por nacimiento, estatus de élite por herencia natural”).
65
Ron Scherer, “Elite Cops Under Fire for Excessive Force”, Christian Sci. Monitor, 19 de
febrero de 1999, disponible en WL 1999 5377172; véase también Donna de la Cruz, “Four
N. Y. Cops who Killed Diallo are Cheered by Fellow Officers”, Rec. (Bergen County, N. J.), 1
de mayo de 1999, disponible en WL 1999 7098975.
68 ANGELA P. HARRIS
Este desinterés por controlar la brutalidad indica que la línea que se-
para la brutalidad y “las cosas como siempre se han hecho” es extremada-
70
Véase NCWP, supra nota 17, 3.
71
Human Rights Watch, Shielded from Justice: Police Brutality and Accountability in the United States
25 (1998). Para otros comentarios sobre la dificultad de instrumentar acciones legales contra
la brutalidad policial debido a la resistencia institucional, véase, en general, Alison L. Pat-
ton, “The Endless Cycle of Abuse: Why 42 U.S.C. § 1983 Is Ineffective in Deterring Police
Brutality”, Hastings L.J. 44, 753 (1993); Simposio “Police Violence: Causes and Cures”, J.L.
& Pol’y 7, 77 (1998); Gregory Howard Williams, “Controlling the Use of Non-Deadly Force:
Policy and Practice”, Harv. Blackletter J. 10, 79 (1993).
72
Human Rights Watch, v. supra nota 71, 1.
70 ANGELA P. HARRIS
mente delgada. La brutalidad policial no ocurre al azar, sino que sigue a los
vectores de poder establecidos en la sociedad más amplia según los cuales
los blancos dominan a los no blancos y los ricos a los pobres. Muchas ve-
ces la policía, y no sin justificación, entiende que su función es proteger los
barrios “agradables” y a las personas “decentes” de quienes son percibidos
como una amenaza. En la práctica, suele significar que el poder masculino
y el poder del Estado convergen contra la “clase marginada” negra y latina.
El criminólogo Benjamin Bowling observa, en relación con la violencia
racista blanca en Inglaterra, que la noción de que los varones ejercen un
poder soberano sobre el “territorio” donde viven conduce a que se come-
tan actos de violencia racista en un clima donde está generalizada la idea
de que las minorías invaden los vecindarios y deterioran la calidad de vida de
todes. “Para los blancos del East End, East London es su hogar «natural»,
el espacio sobre el que pueden ejercer imperio territorial y en cuya defensa
actúan”.73 En esta dinámica la violencia blanca “privada” contra las perso-
nas de color se alía con los presuntos intereses del Estado soberano. Como
los soldados, los racistas blancos sienten que están protegiendo la nación de
una manera distintivamente varonil.
La imagen especular de esta violencia ocurre cuando los departamen-
tos de policía tienen una relación antagónica con las personas de color. Los
agentes de policía en los barrios urbanos populares pueden llegar a verse a
sí mismos como “encargados de hacer cumplir la ley en una comunidad de
salvajes, avanzados de la ley en la jungla”.74 En tal situación raza, género y
nación convergen. “Nosotros contra ellos” se funde en “nosotros contra los
no blancos”,75 y los policías matones, como ejecutores privados de las vio-
73
Benjamin Bowling, Violent Racism: Victimization, Policing and Social Context, 230 (1998).
Para una investigación de la agresión racista entre jóvenes como forma de “hacer masculini-
dad”, véase, en general, Jo Goodey, “Understanding Racism and Masculinity: Drawing on
Research with Boys Aged Eight to Sixteen”, Int’l J. Soc. of L. 26, 393 (1998).
74
Angela P. Harris, “Criminal Justice as Environmental Justice”, J. Gender, Race & Just. 1,
1, 17 (1997) (donde se argumenta que se racializa como clase a los delincuentes en términos
de “no blancos”). Una lectura más psicoanalítica del discurso de la justicia penal se centra
en cómo se asocia a los delincuentes con la suciedad, la inmundicia y los excrementos.
Véase, en general, Martha Grace Duncan, “In Slime and Darkness: The Metaphor of Filth
in Criminal Justice”, Tul. L. Rev. 68, 725 (1994). De acuerdo con esta retórica, la policía está
integrada por los basureros de la sociedad, encargados de descartar la inmundicia social.
Este lenguaje converge con el racismo antinegro, pues a lo largo de la historia los negros
también han sido metafóricamente asociades con la suciedad y los excrementos. Véase, en
general, Joel Kovel, White Racism: A Psychohistory (1970) (donde se brinda una descripción
psicoanalítica del racismo blanco).
75
De hecho, se ha argumentado que la participación de personal militar o policial en
organizaciones racistas es un problema que políticamente se pasa por alto. Véase Robin D.
Barnes, “Blue by Day and White by (K)night: Regulating the Political Affiliations of Law
Enforcement and Military Personnel”, Lowa L. Rev. 81, 1079 (1996).
76
Véase Patton, supra nota 71, 756 (“La víctima típica de los excesos en el uso de la
fuerza es un joven afroestadounidense o latino, de un vecindario pobre, en general con ante-
cedentes penales. Gays y lesbianas, vagabundos, borrachos y gente que ha sido arrestada son
también blanco común de abusos”).
77
Según el defensor público James M. Doyle, que las acciones de los profesionales de la
justicia penal (que incluyen no sólo a la policía, sino también a los abogados tanto de la acu-
sación como de la defensa) estén respaldadas por el poder del Estado y la autoridad de la
ley junto con las oportunidades de “hacer masculinidad” que ofrecen estos trabajos, produce
un entorno social no muy diferente del propio al colonialismo clásico descrito por novelistas
como Joseph Conrad, Graham Greene y Rudyard Kipling. En su ensayo hace un recorrido
fenomenológico de una forma particular de masculinidad, a la que llama simplemente hom-
bre blanco, y de sus atractivos emocionales y morales. No son los menos importantes de ellos
la libertad y la excitación de representar la ley en un mundo de “salvajes”, “criminales” y
“escoria”. Véase, en general, James M. Doyle, “«It’s the Third World Down There!» The
Colonialist Vocation and American Criminal Justice”, Harv. C.R.-C.L. L. Rev. 27, 71 (1992).
72 ANGELA P. HARRIS
78
Alfieri señala que en la condición inmigrante de Louima también había un significado
cultural de inferioridad. Véase Alfieri, supra nota 8, 1190 (la violencia racial sexualizada
contra Louima “reforzó el arsenal de violencia esgrimido por agentes estatales —el blanco
Volpe— contra víctimas extranjeras —el negro/inmigrante Louima—”).
79
En una comunicación telefónica personal, Jerome Culp me hizo la interesante suge-
rencia de que el oficial Volpe puso en acto una representación hipermasculina de sí mismo,
en parte como compensación por su apariencia racial no completamente blanca.
Por un lado, “protección” evoca la imagen del refugio contra el peligro que
brindan un amigo poderoso, una gran póliza de seguro o un techo robusto.
80
Wendy Brown, States of Injury: Power and Freedom in Late Modernity, 189 (1995).
74 ANGELA P. HARRIS
Por el otro, evoca la extorsión por la que un varón fuerte local obliga a los
comerciantes a pagar tributo para evitar daños —daños que el mismo hom-
bre fuerte amenaza con infligirles—... En la medida en que las amenazas
contra las cuales un gobierno protege a sus ciudadanos son imaginarias o
consecuencia de sus propias actividades, el gobierno organiza un esquema de
protección extorsivo. Dado que los propios gobiernos muchas veces simulan,
estimulan o incluso fabrican amenazas de guerra de otros países y dado que
las actividades represivas y extractivas de los gobiernos suelen constituir las
mayores amenazas actuales para el sustento de sus propios ciudadanos, mu-
chos gobiernos operan esencialmente de la misma manera extorsiva que los
mafiosos.81
81
Charles Tilly, “War Making and State Making as Organized Crime”, Bringing the State
Back in, 169, 170 y 171 (Peter B. Evans, Dietrich Rueschemeyer y Theda Skocpol comps.,
1985); véase también V. Spike Peterson, “Security and Sovereign States: What is at Stake
in Taking Feminism Seriously?”, Gendered States: Feminist (Re)Visions Of International Relations
Theory, 31, 50 (V. Spike Peterson comp., 1992) (donde se argumenta que repensar la “protec-
ción” es clave para gestionar la seguridad mundial).
82
Peterson, v. supra nota 81, 51 (donde señala que el esquema extorsivo de protección
funciona como una especie de problema de acción colectiva: “Los participantes, que toman
una decisión «racional» cuando «aceptan» la protección, actúan al mismo tiempo «rracio-
nalmente» al reproducir la dependencia sistémica”).
83
Para una variedad de opiniones sobre por qué y cómo se consumen representaciones
de violencia como entretenimiento, véase, en general, Sissela Bok, Mayhem: Violence as Public
Entertainment (1998); Why we Watch: The Attractions of Violent Entertainment (Jeffrey Goldstein
comp., 1998).
Además, aunque tal proposición no pueda probarse, sospecho que gran par-
te de esta fascinación proviene de nuestras fascinaciones convergentes con la
violencia, la raza y la hipermasculinidad.
El sistema de justicia penal ficcionalizado, que los medios de comuni-
cación de mayor consumo examinan sin fin, brinda un foro ideal para el
disfrute público de la violencia. Según he señalado en otra parte:
84
Harris, v. supra nota 74, 17.
85
Un aficionado a las películas policiales de acción hace la interesante observación de
que en dicho género las escenas de extrema violencia entre varones son el equivalente del
come shot, el momento de la eyaculación en la pornografía. Sugiere que los espectadores
disfrutan de las representaciones de varones golpeándose entre sí porque la violencia es la
forma en que se consuman ciertas relaciones íntimas masculinas. Véase Neal King, Heroes
in Hard Times: Cop Action Movies in The U. S., 199 (1999). King no es el único crítico cultural
que distingue un elemento de masoquismo en la identidad masculina blanca; David Savran
señala que, desde la década de 1960, los varones blancos se han percibido como victimizados
de diversas maneras (a causa de los negros, de las mujeres y del gobierno) y han abrazado la
fantasía de que un hombre real es aquel que recibe y absorbe cantidades increíbles de dolor.
Véase David Savran, Taking it like a Man: White Masculinity, Masochism, and Contemporary Ame-
rican Culture, 190-195 (1998) (donde se describe el “sadomasoquismo reflexivo” y sus raíces
históricas).
86
Véase Wiliam E. Connolly, The Ethos of Pluralization, 41-74 (1995) (donde se explora el
deseo de castigar de la sociedad).
76 ANGELA P. HARRIS
87
Véase por ejemplo, King, supra nota 85, 200 y 201. Esta fascinación con la hipermas-
culinidad blanca no significa necesariamente una celebración acrítica del tipo duro blanco.
El teórico cultural Fred Pfeil argumenta que en las “películas de amigos” entre un blanco y
un negro un patrón frecuente es que el miembro blanco confiera al negro una nueva virilidad
y que el negro cure la enfermedad espiritual del blanco. En este escenario los tipos duros
blancos necesitan el toque curativo de la otredad racial para estar completos. Véase Fred
Pfeil, White Guys: Studies in Postmodern Domination & Difference, 13 (1995). King señala que a los
policías blancos de las películas se les obliga con frecuencia a repudiar el racismo y, ocasio-
nalmente, también el sexismo como un requisito de su viaje hacia su destino de completitud.
Véase King, supra nota 85, 115 (“En sus comunidades, los policías blancos llegan a pararse
derechos —si no a sobresalir— cuando repudian la supremacía y la explotación sobre las que
descansa la mayoría de sus privilegios, mientras aceptan el apoyo de otros a su lado”.) King
señala también que a los policías de las películas se les hace sufrir por su hipermasculinidad
y su individualismo cínico: “…la dicha doméstica que encuentra la mayoría de los héroes
llega esporádicamente y hacia el final de las películas... Los problemas de los héroes con la
armonía doméstica provienen de tres desafortunadas características de las personalidades y
vidas laborales de los agentes: descuidan a sus familias, atraen el peligro al provocar a los
criminales y gastan la personalidad hostil de los varones que son hábiles en nada menos que
en asesinar”. Id., 20.
88
El interés reciente por las normas y el comportamiento delictivo aparece tanto en
entornos académicos como no académicos. Diverses estudioses del derecho, algunes con
interés particular en la justicia penal, han instado a les funcionaries polítiques a considerar
las normas jurídicas como parte, y tal vez no la más importante, de los sistemas de control
social. Véase en general, por ejemplo, Jack Balkin, Cultural Software: A Theory of Ideology
(1998) (donde se argumenta que la información cultural moldea el comportamiento in-
dividual); Robert C. Ellickson, Order without Law: How Neighbors Settle Disputes (1991) (que
examina cómo resuelven las personas disputas de manera cooperativa); Dan M. Kahan,
“Social Influence, Social Meaning, and Deterrence”, Va. L Rev. 83, 349 (1997) (donde se
explora el papel que juega la influencia social en las decisiones individuales de cometer
delitos y el papel que la regulación de los significados sociales tiene en la determinación de
la dirección de la influencia social); Larry Lessig, “Social Meaning and Social Norms”, U.
Pa. L. Rev. 144, 2181 (1996) (explora las normas sociales, la economía y la elección racional
como forma de entender la conducta); Tracey L. Meares, “Social Organization and Drug
Law Enforcement”, Am. Crim. L. Rev. 35, 191 (1998) (donde se argumenta que con fines de
mejorar la organización social, la aplicación de la ley debe existir en términos parejos a los
de los programas sociales); Tracey L. Meares y Dan M. Kahan, “Law and (Norms of) Order
in the Inner City”, L. & Soc’y Rev. 32, 805 (1998) (trabajos con encuestas que buscan enri-
quecer el análisis de la política penal con la incorporación de normas sociales). Además, el
trabajo sociológico sobre el papel que los signos de desorden social, aparentemente triviales,
78 ANGELA P. HARRIS
como ventanas rotas y graffitis, tienen en el fomento del delito en áreas urbanas ha contribui-
do a inspirar un movimiento de trabajo policial que a veces se denomina “vigilancia para
el mantenimiento del orden”. Esta estrategia, tal como se la adoptó en la ciudad de Nueva
York, se sostiene en la idea de que aplicar agresivamente leyes de “calidad de vida” —como
las que prohíben saltar molinetes de metro, orinar en la calle, los graffitis y el vandalismo o
el vagabundeo— evitará que ocurran delitos más graves porque restaura la confianza de
quienes sí respetan la ley en los entornos urbanos e inhiben a posibles infractores. Véase, en
general, George Kelling y Catherine M. Coles, Fixing Broken Windows: Restoring Order and Re-
ducing Crime in our Communities (1996). Pero véase también Bernard E. Harcourt, “Reflecting
on the Subject: A Critique of the Social Influence Conception of Deterrence, the Broken
Windows Theory, and Order-Maintenance Policing New York Style”, Mich. L. Rev. 97, 291
(1998) (donde se concluye que, desde una perspectiva de conjunto, los datos no respaldan la
“hipótesis de las ventanas rotas”).
89
John Braithwaite, Crime, Shame, And Reintegration (1989).
la esencia del cambio de paradigma. Implica rechazar una justicia que equili-
bra el daño del delito con un castigo proporcionalmente dañino.90
80 ANGELA P. HARRIS
93
K. D. Codish, “The New Haven Police Academy: Putting one Sacred Cow out to Pas-
ture or, Policing others the Way you would have others Police you”, 1 (1996) (folleto inédito,
en posesión de la autora).
94
Véase id., 2 y 3.
V. Conclusión
82 ANGELA P. HARRIS
horrible muerte fue un golpe muy fuerte para les activistas gays y lesbianas
de todo el mundo. Sin embargo, al investigar el asesinato la periodista Jo Ann
Wypijewski concluyó: “[e]s posible que Matthew Shepard no haya muerto
por ser gay, sino porque sus atacantes eran heterosexuales”.100 El punto de
vista de Wypijewski sobre el asesinato es que puede haberse tratado, en me-
nor intensidad, de un crimen de odio en sentido convencional de animosidad
contra un grupo o “estilo de vida” despreciado, y más de las “heridas del
terror y la humillación” que acosan a los jóvenes de clase trabajadora en los
pequeños pueblos de Estados Unidos. Informa haber tenido la siguiente con-
versación con un joven heterosexual de la ciudad de Laramie, conversación
con la que concluye su artículo:
Elaine Scarry escribe que “el dolor físico no tiene voz, pero cuando por
fin encuentra una voz, cuenta una historia”.102 La historia que cuenta la vio-
lencia de género habla del dolor de la identidad masculina. La conversación
de Wypijewski sugiere que es posible otra historia, una que pueda contarse
sin violencia. Nuestra tarea como ciudadanes es encontrar esa voz para el
Estado, así como para los varones que sólo quieren tomar una cerveza tran-
quilos.
100
Id., 62.
101
Id., 74.
102
Scarry, v. supra nota 13, 3.
Ann McGinley*
83
DR © 2024. Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Jurídicas
Universidad Nacional de General Sarmiento https://www.ungs.edu.ar/slider/ediciones-ungs/
Esta obra forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
www.juridicas.unam.mx https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv Libro completo en: https://tinyurl.com/4xmj6vc6
84 ANN MCGINLEY
3
Jon Swaine, Oliver Laughland y Jamiles Lartey, “Black Americans Killed by Police
Twice as Likely to be Unarmed as White People”, The Guardian (1 de junio de, 2015, 8:38
AM), http://www.theguardian.com/us-news/2015/jun/01/black-americans-killed-by-police-analysis.
4
Id.
5
Id.
6
Id.
7
Id.
8
Id.
9
Id.
10
Nikole Hannah-Jones, “Yes, Black America Fears the Police. Here’s Why”, ProPublica
(4 de marzo de, 2015, 9:14 PM), https://www.propublica.org/article/yes-black-america-fears-the-
police- heres-why.
11
Andrew Glass, Reagan Declares “War on Drugs”, October 14, 1982, Político (14 de octubre
de 2010, 4:44 AM), http://www.politico.com/news/stories/1010/43552.html (donde se explica
cómo fue el presidente Nixon quien usó por primera vez la frase “guerra contra las drogas”
en 1971, pero fue Reagan quien la relanzó en 1982 para usarla en el combate contra el nar-
cotráfico).
12
Esta teoría proviene de un artículo publicado en The Atlantic, que afirma que el pro-
blema que no se enfrenta conduce a actividades delictivas más serias en el área. V. George
L. Kelling y James O. Wilson, Broken Windows: The Police and Neighborhood Safety, Arnarrric,
Mar. 1982. Como resultado de la teoría de los vidrios rotos varios departamentos de policía
instauraron prácticas policiales que se concentran en crímenes menores, como graffitear a me-
rodeo. V. Ben Harcourt, Illusion or Order, The False Promise of Broken Windows Policing 2 (2001).
Ha habido críticas significativas a la teoría de los vidrios rotos y a las estrategias de control
que resultaron de ella. V. p. ej, id. 6-8 (donde se concluye que la teoría de los vidrios rotos y
el uso de la policía para mantener el orden conducen a encarcelamientos innecesarios); véase
asimismo Bernard E. Harcourt y Jens Ludwig, “Reefer Madness: Broken Windows Policing
and Misdemeanor Marijuana Arrests in New York City, 1989-2000”, 6 Criminology & Pub.
Policy 165, 171 (donde se llega a la conclusión de que los arrestos por posesión de marihuana
en Nueva York incrementaron el crimen en vez de reducirlo).
13
Loïc Wacquant, “Racial Stigma in the Staking of America’s Punitive State, in Race”,
Incarceration, and American Values, 57, 59, 63 (Glenn C. Loury, ed., 2008) (donde se argu-
menta a favor del uso del término hiperencarcelamiento en vez de encarcelamiento en masa,
haciendo notar que la geografía es importante para el hiperencarcelamiento); Frank Rudy
Cooper, Hyper-Incarceration as a Multidimensional Attack: Replying to Angela Harris through the Wire,
37 WASH. U.J.L. & Por’v 67, 70-71 (2011) (donde se hace notar que el hiperencarcelamiento
se dirige según el género y el lugar de origen, así como según la raza).
14
Criminal Justice Fact Sheet, NAACP, http:llwww.naacp.org/pages/criminal-justice-fact-sheet (vis-
to por última vez el 6 de julio de 2015) (donde se afirma que los afroestadounidenses van a
prisión en una tasa 6 veces mayor que los estadounidenses blancos, y que los afroestadouni-
denses representan casi un millón de las 2.3 millones de personas que están en la cárcel).
15
Michelle Alexander, The New Jim Crow and Mass Incarceration (2010).
16
Nadra Kareem Nittle, Definition of Jim Crow, ABOUT, http://racerelations.about.com/od/
historyofracereIations/g/jimcrow.htm (visto por última vez el 6 de julio de 2015) (donde se afirma
que las leyes segregacionistas de finales del siglo XIX también segregaron a negros y blancos
en restaurantes, baños y fuentes públicas; la frase Jim Crow proviene de una canción llamada
“Jump Jim Crow”, que cantaba un juglar blanco pintado de negro).
17
V. Alexander, supra nota 15, pp. 124-126.
86 ANN MCGINLEY
por drogas ilegales serían semejantes, o incluso más altas, que las de los
barrios negros.18
No cabe duda de que la raza y la clase desempeñan un papel clave en el
trabajo que la policía realiza en barrios urbanos negros de sectores popula-
res, pero, la relación entre la policía y sus víctimas no sólo es sobre la raza,
la clase y las comunidades, también se trata del género. Los varones negros,
en especial quienes viven en barrios populares, son víctimas comunes de
cateos, arrestos y muerte por parte de la policía.19 Casi siempre el personal
de la policía que mata varones negros inermes en la calle está constituido
por varones de raza blanca. Los despliegues de masculinidad por parte de
la policía y de sus víctimas contribuyen a este patrón.20
Este artículo utiliza la teoría de las masculinidades multidimensionales
para analizar la intersección entre raza, género y clase, que es donde ocurre
este problema. Para ello evalúa el papel crucial del género para la forma-
ción, educación, adiestramiento y comportamiento laboral de los oficiales
de policía.21 Asimismo, explica que la manera en la que algunos varones
negros ponen en acto su masculinidad puede conducir a un pensamiento
estereotípico por parte de la policía, según el cual la mayoría de los varo-
nes negros son criminales peligrosos. Una vez que la policía adopta estos
estereotipos, sea que lo haga de forma consciente o no, ellos conducen a
18
Estoy en deuda con Frank Rudy Cooper por esta idea que se le ocurrió mientras dá-
bamos una charla en Seattle University Law School. Las investigaciones demuestran que los
negros no usan drogas ilegales desproporcionalmente. V. id. p. 99.
19
“Detener y catear” es la frase para denotar la estrategia policial de detener gente en
la calle. La práctica se aplica cuando la policía no tiene razones para arrestar a alguien pero
puede tener la sospecha razonable de que una persona participa en actividades criminales.
Si se cumple este requisito es legal detener y revisar a alguien en términos de la Cuarta En-
mienda de la Constitución de Estados Unidos, que prohíbe el arresto arbitrario. En Terry v.
Ohio, 392 U.S. 1 (1968), la Suprema Corte de Estados Unidos determinó que dicha práctica
es legal solamente cuando hay causa probable. Muchos piensan que esta decisión abrió las
puertas para hacer revisiones a jóvenes negros.
20
Al describir a los varones inermes que son muertos por la policía como “víctimas” no
pretendo tomar la posición de que los policías involucrados en dichas muertes no tuvieran
necesariamente una defensa. Podría ser que al menos en algunos casos los miedos de los poli-
cías fueran “razonables”, cuando son vistos desde el punto de vista de la policía. No obstante,
los varones de minorías que no portan armas asesinados por la policía son víctimas porque
pierden sus vidas donde la policía responsable por las muertes puede o no ser procesada.
21
El artículo trata sobre las masculinidades representadas por oficiales de policía en el
uso excesivo de la fuerza en contra de sospechosos de la comunidad. Claro está que las ofi-
ciales de policía mujeres también pueden hacer uso excesivo de la fuerza, pero hay relativa-
mente pocas mujeres en la policía, en especial en comunidades pequeñas de Estados Unidos.
Las muertes específicas de los ejemplos del artículo fueron causadas, o bien exclusivamente
por oficiales varones, o por un grupo donde predominaban los varones.
22
No culpo a las víctimas, pero demuestro cómo una compleja mezcla de masculinidades
entre la policía y el barrio puede conducir a una tragedia. Es importante comprender que
la hipermasculinidad actualizada por varones negros de barrios populares es una respuesta
ante su subordinación social y ante la manera en que la sociedad menoscaba la masculinidad
de los varones negros de sectores populares.
23
Hay policías que matan varones negros inermes y son intencionadamente racistas y
clasistas. Sin embargo, a falta de mensajes claros sobre lo que significa ser varón, y dada la
importancia de la masculinidad para el trabajo policial, muchos oficiales de policía varones
podrían llegar a buscar soluciones para los conflictos que no condujeran a la muerte de va-
rones inermes de minorías.
24
V. Ann McGinley y Frank Runv Cooper, Masculinities, “Multidimensionality, and the
Law: Why they Need one Another”, Masculinities and the Law: A Multidimensional Approach 6-7
(Frank Rudy Cooper y Ann C. McGinley, eds., 2012).
88 ANN MCGINLEY
sos que caen sobre los varones negros, la policía tiene una mayor probabilidad de utilizar
fuerza mortífera al enfrentar a sujetos varones negros, sean estos hipermasculinos o no.
Desafortunadamente, la importancia de las representaciones de mas-
culinidad ha recibido poca o nada de atención por parte de las discusiones
públicas en torno a las muertes en las calles. Incluso las investigaciones lle-
vadas a cabo por el Grupo de Trabajo del Presidente y el Departamento de
Justicia de Cleveland, Ohio, y Ferguson, departamentos de policía de Mis-
souri, que terminaron en una serie de tiroteos en Cleveland y en el tiroteo
de Michael Brown en Ferguson, Missouri, prestaron poca o nada de aten-
ción a la relevancia que las performances masculinas tuvieron en el resultado.25
El presente artículo pretende llenar dicha ausencia.
La segunda parte describe los hallazgos empíricos sobre muertes de ci-
viles causadas por la policía, así como las investigaciones del Departamento
de Justicia en torno a los departamentos de policía de Cleveland y Ferguson.
Los datos de estudios empíricos e informes de investigación claramente re-
velan que la policía usa fuerza excesiva en los barrios de sectores populares
donde viven minorías raciales. Algunos de los datos también apoyan la pre-
sencia de un sesgo por raza, tanto consciente como implícito, por parte de
la conducta policial. Sin embargo, dichos informes ignoran la importancia
del género.
La tercera parte explica las teorías de las masculinidades, la multidi-
mensionalidad y la teoría crítica racial, así como las conexiones entre és-
tas. Después, aplica estas perspectivas teóricas para analizar cómo la teoría
multidimensional de las masculinidades puede explicar el conflicto entre la
policía y la comunidad negra, y más en particular, la persecución de varones
negros por parte de oficiales de policía (en su mayoría blancos).
La cuarta parte presenta una propuesta para hacer que la policía ten-
ga que rendir más cuentas, ahí también se describe cómo la comprensión
de las masculinidades y sus interacciones con el racismo debe ser utilizada
en la educación y en el adiestramiento a las escuelas de policía. Concluyo
diciendo que nuevos entendimientos sobre la masculinidad, combinados
25
V. U.S. Department of Justice Civil Rights Div. & U.S. Attorney’s Office for the North-
ern Dist. Of Ohio Investigation on the Cleveland Division Of Police Report (2014), http://
www.justice.gov/sites/default/files/opa/press-releases/attachments/2014/12/04/cleveland_di-vision_
of_police_findings_1etter.pdf [Hereinafter Investigation on the Cleveland Division Of Police
Report]; U.S. DEP. of Justice, Civil Rights Div., Investigation on the Ferguson Police Depart-
ment (2015), http://www.justice.gov/sites/default/files/opa/pressreleases/attachments/2015/03/04/
ferguson_police_department_report.pdf (de aquí en adelante Investigation of the Ferguson Report);
Report of the President’s Task Force on Policing (2015), http://www.cops.usdoj.gov/pdf/task-
force/taskforce_finaIreport.pdf.
26
Kim M. Lersch et al., “Police use of Force and Neighbourhood Charatteristics: An
Examination of Structural Disadvantage, Crime and Resistance”, 18 Policing & Soc. 282,
295 (2008). El estudio no contiene la raza de los individuos en contra de quienes se aplicó la
fuerza, solamente incluye el barrio y los porcentajes de minorías y no minorías en éste. Id.
27
David Jacobs y Robert M. O’Brien, The Determinants of Deadly Force: A Structural Analysis
of Police Violence, 103 As. 5. Soc. 837, 853 (1998).
28
Id. p. 854.
29
Id.
30
William T. L. Cox et al., “Toward a Comprehensive Understanding of O fficers’ Shoot-
ing Decisions: No Simple Answers to this Complex Problem”, 36 Basic Soc. Psychol. 356, 357 y
358 (2014).
90 ANN MCGINLEY
31
Id. pp. 358 y 359.
32
V. p. ej., Joshua Correll et al., “The Police Officer’s Dilemma: Using Ethnicit y to Dis-
ambiguate Potentially Threatening Individuals”, 83 1. Personality & Soc. Psychol. 1314, 1317
(2002) (donde se demuestra el vínculo entre tiroteos y la raza de los sospechosos); Lois James
et al., “Results from Experimental Trials Testing Participants’ Responses to White, Hispanic
and Black Suspects in High-Fidelity Deadly Force Judgment and Decision-Making Simula-
tions”, 9 J. Experimental Criminology 189, 190-91 (2013) (donde se demuestra que los partici-
pantes tienen menor probabilidad de disparar a sospechosos de una minoría).
33
Muchos de estos estudios utilizan estudiantes de licenciatura para darse una idea de
cómo actuarían oficiales entrenados. No obstante, estos estudiantes no cuentan con expe-
riencia y no pueden servir para demostrar cómo se comportaría un policía. V. supra nota
30, pp. 356-426. Numerosos estudios miden el efecto de la raza sobre quien dispara y/o el
sospechoso sin tomar en cuenta otros factores ambientales, como el barrio, la hora del día o
el contexto. Id. p. 357. Muchos usan fotografías estáticas de los sospechosos en vez de videos
dinámicos. Las fotografías estáticas no reflejan necesariamente la naturaleza dinámica de
una típica situación de campo. Id. p. 358. Algunos estudios miden el tiempo de reacción o
las tasas de error. Sin embargo, son pocos los que miden los dos buscando diferencias en los
resultados. Id. p., 360.
34
Id. p. 358.
35
Id. p. 361.
36
Id. p. 362.
37
Id.
38
Id. p. 362.
39
Id. p. 363.
92 ANN MCGINLEY
b. Tamir Rice
un arma.41 A los dos segundos de llegar al parque uno de los policías, Tim
Loehmann, disparó en contra de Tamir Rice, impactando sobre su abdo-
men.42 Tamir, un niño afroestadounidense de doce años de edad, estaba ju-
gando con una pistola de juguete. Murió al día siguiente por las heridas de
bala.43 Cuando la hermana de Tamir de catorce años escuchó los tiros co-
rrió hacia su hermano para ayudarlo.44 El compañero de Loehmann, Frank
Garmback, la derribó, la esposó, y la arrojó dentro de la patrulla mientras
Tamir se desangraba sobre el piso.45 Ni Loehmann ni Garmback intentaron
ayudar a Tamir.46 Cuatro minutos después llegó un agente del FBI, quien
trató infructuosamente de revivir a Tamir.47 Loehmann, el policía novato
que disparó contra Tamir, había renunciado bajo presión a su anterior em-
pleo como policía en Independence, Ohio, a causa de su pobre desempe-
ño.48 Tanto Loehmann como Garmback son blancos.49
41
Lauren Gambino, “Tamir Rice Shooting: Cleveland Police Handcuffed Sister as
12-Year-Old Lay Dying”, The Guardian (8 de enero de 2015, 1:27 PM), http://www.theguard-
ian.com/us-news/ 2015/jan/08/c1eve1and-police-handcuffed-sister-tamir-rice-lay-dying-video.
42
Id.
43
Id.
44
Id.
45
Id.
46
Id.
47
Dana Ford, “Prosecutors Get Tamir Rice Investigation”, CNN (3 de junio de 2015,
5:14 PM), http://www.cnn.com/2015/06/03/us/tamir-rice-investigation/; Lauren Gambino,
“Tamir Rice Shooting: Cleveland Police Handcuffed Sister as 12-Year-Old Lay Dying”, The
Guardian (8 de enero de 2015, 1:27 PM), http://www.theguardian.com/us-news/2015/jan/08/
cIeve1and-police-handcuffed-sister-tamir-rice-lay-dying-video.
48
Christine Mai-Duc, “Cleveland Officer who Killed Tamir Rice had been Deemed
Unfit for Duty”, L.A. Times (3 de diciembre de 2014, 5:38 PM), http://www.latimes.com/nation/
nationnow/la-na-nn-cleveland-tamir-rice-timothy-loehmann-20141203-story.html.
49
La policía de Cleveland cerró la investigación del caso Tamir Rice y envió el caso a la
oficina de la fiscal para que ésta determinara si los oficiales Loehmann y Garmback serían
acusados de cargos criminales. Mitch Smith, “Prosecutor Receives Findings in Fatal Shoo-
ting of Tamir Rice by Cleveland Police”, N.Y. Times (3 de junio de 2015), http://www.ny times.
com/2015/06/04/us/investigators-hand-over-findings-in-fatal-shooting-of-tamir-rice-by-cleveland-poli-
ce.html. Dado el temor a que el fiscal no acusara a los oficiales de la policía, Loehmann y
Garmback, por haber cometido un delito en la muerte de Tamir Rice, un grupo de líderes
comunitarios de Cleveland invocó una ley del estado, 29 Oruo REV. Cone § 2935.09 (2006),
que permite que los ciudadanos particulares puedan presentar ante el juez una solicitud de
causa probable. Michael S. Schmidt y Matt Apuzzo, “A Rare Gambit Seeking Justice for a
Shot Boy”, N.Y. TIMES, 9 de junio de 2015. A los dos días de presentar la solicitud, Ronald
Adrine, juez de la corte municipal, determinó que había causa probable para arrestar a
los oficiales Loehmann y Garmback; al primero por asesinato, homicidio involuntario, ho-
micido imprudencial, homicidio negligente e incumplimiento del deber, y al segundo por
homicidio negligente e incumplimiento del deber. David A. Graham, “Probable Cause in
94 ANN MCGINLEY
Estos son sólo dos de una serie de incidentes perturbadores que motiva-
ron una investigación del DOJ de la División de Policía de Cleveland (CDP,
por sus siglas en inglés), en busca de un potencial uso excesivo de la fuerza.
El DOJ llevó a cabo la investigación junto con la Oficina para el Distrito
Norte de Ohio del Fiscal de los Estados Unidos. En general, la investigación
reveló que en el CDP había patrones y prácticas que llevaban al uso letal de
la fuerza, así como errores tácticos por parte de sus oficiales que ponían en
peligro tanto al público como a los oficiales mismos.50 En síntesis, el informe
menciona cuatro hallazgos generales:
53
Id., p. 4.
54
Id.
55
Id., p. 5
56
Id.
57
Id.
58
Id.
59
Id.
60
Id., pp. 5 y 6.
61
Id., p. 6.
62
Id.
96 ANN MCGINLEY
63
Id.
64
Id., pp. 14-17.
65
Id., p. 18.
66
Id., p. 19.
67
Id., p. 1.
68
Id, p. 49.
69
Id.
70
Id.
a. Michael Brown
71
U.S. Dept. of Justice, Department of Justice Report Regarding the Criminal Inves-
tigatlon into the Shooting Deatg of Michael Brown by Ferguson, Missouri Police Officer
Darren Wilson 6 (2015) [de aquí en adelante DOJ Michael Brown Report).
72
Id.
73
Id.
74
Id.
75
Id, pp. 6 y 7.
76
Id, p. 7. El Departamento de Justicia dio crédito al relato de Wilson y otros testigos
que dijeron que Brown se acercaba a Wilson. Según el Departamento, esto se debió a que
los testimonios no tuvieron cambios y eran congruentes con la evidencia encontrada en la
autopsia. Id, p. 8.
77
“What Happened in Ferguson?”, N. Y. Times (10 de agosto de 2015), http://www.ny-
times.com/interactive/2014/08/13/us/ferguson-missouri-town-under-siege-after-police-shooting.html;
ver también Emily Wax-Thibodeaux, DeNeen L. Brown y Jerry Markon, Count y Autopsy: Mi-
chael Brown Shot Six Times from Front, Had Marijuana in System, Wash. Post (18 de agosto de 2014)
http://www.washingtonpost.com/politics/official-autopsy-michael-brown-had-marijuana-in-his-system-
was-shot-6-times/2014/08/18/8c016ef8-26f4-11e4-8593-da634b334390_story.html.
78
Wax-Thibodeaux, supra nota 77. El gran jurado no encontró culpa en el oficial Wilson.
Erin McClam, “Fergusan Cop Darren Wilson not Indicted in Shooting of Michael Brown”,
NBC (25 de noviembre de 2014, 2:21 AM), http://www.nbcnews.com/storyline/michael-brown-
shooting/ferguson-cop-darren-wilson-not-indicted-shooting-michae1-brown-n255391. El Departamen-
to de Justicia también realizó investigaciones para determinar si había delito en la conduc-
ta del oficial Wilson con respecto a violaciones de los derechos humanos, sin embargo, su
resolución final fue que Wilson había actuado en defensa propia y que no se le levantaran
acusaciones penales. V. DOJ Michael Brown Report, supra nota 71, pp. 4-12.
98 ANN MCGINLEY
...la manera en la que Ferguson pretende hacer valer la ley refleja y refuerza
el sesgo racial, incluyendo la estereotipación. Los daños ocasionados por las
prácticas de la policía y el juzgado de Ferguson recaen desproporcionada-
79
V. DOJ Michael Brown Report, supra nota 71, pp. 8-12.
80
Id, p. 7.
81
Investigation of the Ferguson Police Report, supra nota 25; DOJ Michael Brown Re-
port, supra nota 71.
82
V. DOJ Michael Brown Report, supra nota 71, p. 8.
83
Investigation of the Ferguson Police Report, supra nota 25, p. 3.
84
V. DOJ Michael Brown Report, supra nota 25, p. 18.
85
Id, p. 26.
b. Resumen
93
Id.
94
Id.
95
Id.
96
Id, p. 63.
97
Id, pp. 70 y 71.
98
Id, p. 38.
99
Id.
100
Id, p. 39.
101
Id.
102
Id.
Las expertas en masculinidades son aquellas feministas que creen que el estu-
dio de los varones y las masculinidades es un buen complemento para los pos-
103
Id., pp. 71-73.
104
Id, p. 73. Como respuesta el juez municipal, recién nombrado, ordenó, en agosto de
2015, que quedaran sin efecto todas las órdenes de arresto emitidas antes de 2015. V. Greg
Botehlo y Sara Sidner, “Ferguson Judge Withdraws all Arrest Warrants before 2015”, CNN
(25 de agosto de 2015), http://www.cnn.com/2015/08/24/us/ferguson-missouri-court-changes/.
La orden dice que aquellos que fueron arrestados podrán acudir al tribunal para que el juez
les obligue a pagar multas de acuerdo con un plan, o bien, realizar servicio comunitario o
incluso recibir el pleno perdón.
112
Barrie Thorne, Gender Play: Girls and Boys in School 106 (1993).
113
Messerschmidt, supra nota 110, pp. 11 y 12.
114
V. en general Frank Rudy Cooper, “Who’s the Man?: Masculinities Studies, Terry Stops,
and Police Training” 18. J. Gender y L. 671 (2009) (presenta ejemplos de hipermasculini-
dad en oficiales de policía); Ann C. McGinley, “Ricci v. DeStefano: A Masculinities Theory
Analysis”, 33 Harv. J.L. & GENDER 581 (2010) (presenta ejemplos de hipermasculinidad en
bomberos).
115
V. infra nota 270 donde se describe una “pose chida”.
116
McGinley y Cooper, supra nota 24, p. 5
117
Messserschmidt, supra nota 106, p. 178; Justice on Trial, http://www.civiIrights.org/publica-
tions/justice-on-trial/race.html.
118
Id.
les enseña a no parecer mujeres (“no pegues como niña”) y a no ser homo-
sexuales.119 Si bien los puntos de vista sobre la homosexualidad cambian a
menudo, muchos maestros y progenitores insisten en que los varones actúen
como varones, o sea, que no manifiesten características femeninas o “afemi-
nadas”. Algunas de estas características “afeminadas” incluyen expresiones
de ternura y otros sentimientos que se asocian a las mujeres (“los niños no
lloran”).120 Como grupo, los varones se benefician del “dividendo patriar-
cal”, los réditos en poder y recursos que devenga del ser varón, pero debido
a las presiones que se ejercen de forma individual sobre los varones para que
sean apropiadamente masculinos, a menudo se sienten impotentes.121
Más aún, la intersección de la masculinidad con diferentes clases y ra-
zas afecta los privilegios o desventajas relativas que puede tener un varón en
particular. El observar a los sujetos a través de la lente de la masculinidad,
en combinación con las lentes de la raza y la clase, ayuda a explicar lo que
ocurre, por ejemplo, cuando un ciudadano desafía a la policía.
Antes de indagar más a fondo en la teoría de las masculinidades aplica-
da al contexto específico de la policía y sus víctimas, la siguiente subsección
examina los principales conceptos de la teoría crítica de la raza y la teoría
de las masculinidades. Asimismo, examina cómo esos conceptos apoyan la
comprensión de las masculinidades y la raza en el contexto policial.
119
V. Down, supra nota 105, p. 62.
120
Id.
121
Connell, supra nota 109, p, 79.
122
V. McGinley y Cooper, supra nota 24.
123
V. Michael Omi y Howard Winant, The Theoretical Status of the Concept of Race, en The
Theoretical Status of the Concept of Race in the Identity and Representation in Education
3-6 (Cameron McCarthy et al., 2005)
124
V. en lo general Alexander, supra nota 15 (donde se examina la historia de las leyes de
segregación racial).
125
V. McGinley y Cooper, supra nota 24, pp. 6 y 7.
126
Id.
127
Id.
128
Id.
129
Id.
130
Id.
131
V. Justin D. Levinson, “Racial Disparities, Social Science, and the Legal System”, Im-
plicit Racial Bias across the Law 3-6 (Justin D. Levinson y Robert J. Smith, eds. 2012).
132
V. en general Kimberle Crenshaw, “Mapping the Margins: Intersectionality, Identit y
Politics, and Violence against Women of Color”, 43 Stan. L. Rev. 1241 (1991).
la policía que una mujer. En esencia, el poder del varón negro, comparado
con el de una mujer, cambia dependiendo del contexto.133
140
V. Anthony J. Micucci y Ian M. Gomme, “American Police and Subcultural Support
for the use of Excessive Force”, 33 J. Crim. Jasa. 487, 490 (2005).
141
Id, p. 491. Un ejemplo reciente del “código azul de silencio” y la importancia del ho-
nor de los oficiales de policía se encuentra en la respuesta de la policía de Nueva York ante
el alcalde Bill de Basio, después de que éste ordenara un programa de “readiestramiento” de
tres días tras el caso Eric Garner. Ver en las conclusiones una descripción del caso Eric Gar-
ner. De Blasio hizo notar que advirtió a su hijo adolescente birracial acerca de los peligros de
la policía. Poco después, en un incidente sin relación, dos oficiales de policía de Nueva York
fueron baleados. Alex Altman, Why New York Cops Turned their Backs on Mayor De Blasio, TUE
(22 de diciembre de 2014) http://time.com/3644168/new-york-police-de-blasio-wenjian-liu-rafael-
ramos/. Cuando el alcalde habló en los funerales de los policías varios de sus colegas le dieron
la espalda. Id.
142
V. Harris, supra nota 135, p. 797.
143
Id, p. 798.
144
Id.
145
Id, p. 778.
146
Id.
Entre los rasgos masculinos que los investigadores identifican en los ofi-
ciales de policía varones se incluyen los siguientes: “personalidades com-
bativas, resistencia a recibir instrucciones, la propensión a la violencia y al
uso de armas”, el estoicismo, la dureza, la falta de emociones, la fuerza, la
dominación y una personalidad controladora.150 Inclusive, en su trabajo, los
oficiales de policía varones denigran a las oficiales mujeres, así como al resto
de las mujeres de la comunidad, como un medio para vigorizar su masculi-
nidad y la de su departamento.151
147
Id, p. 798.
148
Id.
149
Leigh Goodmark, “Hands Up at Home. Militarized Masculinity and Police Officers
who Commit Intimate Partner Abuse”, 2015 B.Y.U.L. Rev.
150
Id (se omiten las citas).
151
Id.
152
Messerschmidt, supra nota 106, p. 175.
153
Lynn Langton, U.S. Dept. of Justice, Crime Date Brief: Women in Law Enforcement,
1987-2008 3 (2010), http://www.bjs.gov/content/pub/pdf/wle8708.pdf.
154
Id, p. 2.
155
Messerschmidt, supra nota 106, p. 175.
156
Id.
157
Id. p. 76
158
V. Goodmark, supra nota 149 (donde se explica el problema de la alta tasa de violencia
doméstica entre oficiales de policía).
159
Messerschmidt, supra nota 106, p. 181.
160
Mary Dodge et al., “Women on SWAT Teams, Separate but Equal?”, 34 Policing 699,
707 (2011).
necer a estos cuerpos, incluso cuando las mujeres no están de acuerdo con
esto.161 Por lo anterior, las mujeres han dejado las fuerzas especiales debido
a los malos tratos que reciben de sus compañeros.162
El profesor de derecho Frank Rudy Cooper explica que los oficiales de
policía varones manifiestan dos importantes características que se derivan
de su necesidad de probar su masculinidad:163 la primera es la “presencia
de mando”, es decir, la capacidad de demostrar que controlan una cierta
situación. La “presencia de mando” describe una forma agresiva de trabajo
policial agresivo, así como un método masculino de control que es antitético
con respecto a la negociación y la resolución de conflictos.164 La masculini-
dad brinda la estructura para las fuerzas de policía y determina cómo es que
los oficiales de policía individuales performatean su género. Si bien a veces es
necesaria una presencia con autoridad, en especial cuando se vincula a la
masculinidad, también está sujeta a abusos. Como segunda característica, los
oficiales de policía esperan que se les respete e interpretan el desafío a su au-
toridad como una provocación a su masculinidad que merece ser castigada.165
Los oficiales de policía a menudo usan fuerza excesiva en contra de quienes se
resisten al arresto o manifiestan faltas de respeto.166
La necesidad de castigar las faltas de respeto proviene de una cultura de
honor que exige a los varones actuar de manera que se preserve y favorez-
ca su masculinidad al encarar desafíos por parte de otros varones.167 Coo-
per, de hecho, argumenta que los oficiales de policía participan en “con-
cursos de masculinidad” en competencia con los habitantes de los barrios
que protegen,168 y como estos concursos no pueden resultar en que ambos
bandos conserven su masculinidad,169 alguno de los participantes deberá
ceder ante el poder del otro y acabará por ser menos masculino.170 El oficial
de policía parte de la premisa de que tiene más poder masculino, premisa
que un civil podría llegar a desafiar. Sin embargo, cuando un civil desafía
la autoridad del oficial de policía (y, por tanto, su masculinidad) los oficiales
161
Id.
162
Id.
163
V. en general Cooper, supra nota 114.
164
Id, p. 694.
165
Id, p. 697.
166
V. Micucci y Gomme, supra nota 140, p. 490.
167
V. Cooper, supra nota 114, p. 697.
168
Id, p. 701.
169
Id.
170
Id.
171
Id.
172
Gregory D. Squires y Charis E. Kubrin, “Privileged Places. Race, Opportunity, and
Uneven Development in Urban America”, 147 NHI (otoño de 2006), http://nhi.org/online/
issues/147/privilegedplaces.html.
173
Alexander, supra nota 15, p. 5. Las investigaciones demuestran que una combinación
de desigualdad en el ingreso y amenazas raciales por parte de ciudadanos negros está corre-
lacionada con el incremento en el uso de fuerzas policiales en la sociedad de Estados Unidos.
V. Jason T. Carmichael y Stephanie L. Kent, “The Persistent Significance of Racial and Eco-
nomic Inequality on the Size of Municipal Police Forces in the United States, 1980-2010”,
61 Soc. Probs. 259, 276 (2014).
174
Alexander, supra nota 15, p. 5.
175
Id.
176
Brittany C. Slatton, “The Black Box: Constrained Maneuvering of Black Masculine Iden-
tity”, Hyper Sexual, Hyper Masculine? 33, 37 (Brittany C. Slatton y Kamesha Spates, eds., 2014).
negra porque el crack es mucho más común en las comunidades negras que
en las blancas, donde prevalece la cocaína en polvo.177 Recién en 2010 el
Congreso reformó la ley en un intento por igualar los castigos contra la co-
caína en piedra y en polvo.178
La guerra contra las drogas también condujo a una mayor vigilancia
policial en las comunidades de sectores populares de las ciudades principa-
les, la cual ha durado más de 35 años. Bernard Harcourt y Jens Ludwig en-
contraron que para el año 2000 Nueva York experimentó un enorme incre-
mento en los cargos menores que se imputan a quienes fuman marihuana a
la vista del público.179 El patrón de arrestos afectó desproporcionadamente
a afroestadounidenses y latinos.180
En buena parte debido a la guerra contra las drogas, incluyendo las du-
ras sentencias impuestas por la ley, la población carcelaria, combinada de
cárceles estatales y federales de Estados Unidos, creció dramáticamente al
pasar de casi 300 mil a más de 1.5 millones entre 1980 y 2013.181 Casi todo
el incremento se debe a sentencias por crímenes relacionados con drogas,
y casi todos los convictos son negros o latinos de sectores populares urba-
nos.182 Al día de hoy, la tasa de encarcelamiento en dicho país es la más
alta del mundo.183 Aunque entre sus ciudadanos existe la percepción de que
los negros de sectores populares son muy violentos, los crímenes violentos
no son responsables del pico en el encarcelamiento.184 Jason Carmichael
y Stephanie Kent realizaron un estudio reciente que concluye que el cre-
cimiento en el tamaño de las fuerzas policiales de una ciudad es resultado
177
Id., Alexander supra nota 15, p. 112.
178
Id. Para ser claros, en 2006 los blancos no hispanos constituían el porcentaje más alto
de consumidores de cocaína en piedra (67%), sin embargo en los barrios negros populares
se usaba más la cocaína en piedra que la cocaína en polvo. Kamesha Spates, “Adore than
Meets the Eye: The use of Counter-Narratives to Expand Students’ Perceptions of Black
Male Crack Dealers”, Hyper Sexual, Hyper Masculine? 133, 133 (Brittany C. Slatton y Kamesha
Spates, eds., 2014). Cada vez más drogas ilegales estaban entrando a los barrios de sectores
populares de las ciudades, y la guerra contra las drogas provocó un incremento alarmante en
el número de arrestos y condenas por crímenes relacionados con las drogas. Alexander, supra
nota 15, p. 5.
179
V. Harcourt y Ludwig, supra nota 12, p. 165.
180
Id.
181
Alexander, supra nota 15, p. 6; v. en general E. Act Carson, U.S. Dept. of Justice, Prisoners
in 2013 1 (2014), http://www.bjs.gov/content/pub/pdf/p13.pdf.
182
Alexander, supra nota 15, p. 6.
183
Id.
184
Id, p. 101.
185
Carmichael y Kent, supra nota 173, p. 276.
186
Alexander, supra nota 15, p. 6.
187
Id, p. 7.
188
V. Harcourt y Ludwig, supra nota 12, p. 171. Dado que muchos estados retiraron el
derecho a votar de los criminales convictos, hay un alto porcentaje de varones negros entre
la población urbana que no tiene el derecho al voto, siquiera en elecciones nacionales. Más
aún, el encarcelamiento no sólo afecta el derecho a votar, sino que también hace extrema-
damente difícil que estos varones encuentren empleo al salir de la cárcel. Alexander, supra
nota 15, pp. 149-151. Asimismo, los criminales convictos no pueden recibir apoyos públicos
y pueden ser desalojados de las viviendas de propiedad pública. Si los criminales convictos
no tienen vivienda sus hijos son enviados a una casa hogar. V. id., pp. 57 y 145.
189
Alexander, supra nota 15, pp. 63-68.
lugar preponderante Terry vs. Ohio,190 Schneckloth vs. Bustamonte,191 Whren vs.
United States,192 y Ohio vs. Robinette.193
Estos casos dan amplia discrecionalidad a la policía para detener a cual-
quier persona con base en razones limitadas que operan casi como pretex-
tos. El poder de la policía para detener y revisar a voluntad se combina
con la discreción con la que el departamento de policía determina en qué
barrios se hace presente y a qué personas detiene, sea que caminen por las
calles o vayan en auto, para crear una presencia policial irrazonablemente
entrometida en los barrios negros populares. La discrecionalidad resulta en
un número desproporcionado de negros que son detenidos y revisados.
Sin embargo, la discrecionalidad no es la única cuestión; hay un incre-
mento considerable en la cantidad de fondos y otros recursos disponibles
para que los gobiernos estatales y municipales conduzcan la guerra contra
las drogas.194 La DEA, organismo encargado de luchar contra las drogas,
financia a las estaciones de policía locales y estatales en lo tocante a adiestra-
miento, inteligencia y soporte técnico,195 y estos fondos han significado un
énfasis en las minorías étnicas de la comunidad e innumerables arrestos.196
Con la ley Military Cooperation with Law Enforcement Act el policia-
miento se transformó de comunitario a paramilitar, pues esta ley incentiva
a los militares para que, con el fin de luchar contra el narcotráfico, den a las
fuerzas policiales acceso a las armas, la inteligencia y las armas del ejército.
La disponibilidad de fondos y equipo ha conducido a una creciente mili-
tarización de las fuerzas policiales en los barrios negros populares, fondos
190
Terry v. Ohio, 392 U.S. 1, 22 (1968) (que permite a los oficiales de policía detener y
revisar personas con base en “una sospecha articulable”, aunque falte la causa probable).
191
Schneckloth v. Bustamante, 412 Lf.S. 218, 227 (1973) (donde se decidió que la policía no
debe demostrar que una persona, que no estaba bajo arresto y que dio su consentimiento
para que su automóvil fuera revisado tras una violación al reglamento de tránsito, que con-
taba con el derecho a negar su consentimiento).
192
Whren v. United States, 517 U.S. 806, 813 (1996) (que permite a la policía detener a una
persona por violaciones al reglamento de tránsito aun como pretexto para buscar drogas).
193
Ohio v. Robinette, 519 U.S. 33, 35 (1996) (donde se sostiene que la policía no tiene obli-
gación de informar a los sospechosos sobre su derecho a negar su consentimiento cuando se
les detienen bajo algún pretexto).
194
Alexander, supra nota 15, p, 73.
195
Id.
196
Id, pp. 73 y 74. Id. pp. 75 y 76. El gobierno de Reagan apoyó esta ley. Más adelante,
Bush y Clinton incrementaron la dotación de equipos, tecnología y adiestramiento militar a
los oficiales de la policía local, en el entendido de que la policía haría una prioridad del com-
bate a las drogas. Id, p. 76. Por medio del programa de financiamiento Byrne, el presidente
Obama incrementó el dinero disponible para el combate contra las drogas. Id, pp. 82 y 83.
197
Id, p. 73.
198
De hecho, son muchos los policías que usan los equipos SWAT para labores ordina-
rias. La policía usa los nuevos equipos y tácticas que aprendieron en sus entrenamientos para
así entregar órdenes judiciales a los ciudadanos en medio de la noche. Id, pp. 74 y 75.
199
Id, pp. 78-80.
200
Id, pp. 77 y 202.
201
Id, pp. 77 y 78.
202
Id, p. 80. Michelle Alexander hace notar que en 2000 fue la primera vez que se utilizó
la defensa del “propietario inocente”, en la cual, aun cuando el gobierno está obligado a
presentar muy pocas pruebas, éste debe demostrar con evidencia fehaciente que la propie-
dad fue utilizada para la comisión de un crimen, y no hay disposiciones con respecto a los
honorarios de los abogados de una persona que se defiende exitosamente de estos cargos. Id,
pp. 80-82. Sin honorarios de abogados la mayoría de los negros de sectores populares que
son acusados no cuentan con recursos para defenderse. Id.
203
Lee H. Bowker, Introduction, en “Masculinities and Violence” (Lee H. Bowker ed.,
1998).
204
Messerschmidt, supra nota 106, pp. 109 y 110.
205
Id.
206
V. id, pp. 79 y 80 (Messerschmidt explica que el género es más que un signo social, pues
implica actividades y conductas que a menudo se asocian con un género específico. Alude a
la idea de que el crimen suele ser una conducta que cae dentro de la categoría “masculino”).
207
Id. pp. 92 y 93. No pretendo “esencializar” las experiencias de los grupos que presento
en esta subsección. Queda claro que no todos los varones blancos de clase media ni todos los
varones negros son iguales, sin embargo, estas observaciones son generalizaciones basadas en
el estudio que Messerschmidt realizó sobre estos grupos.
208
Id, p. 97.
209
Id, p. 98 (donde se describe un estudio realizado entre muchachos británicos de clase
obrera).
210
Id, p. 99.
211
Id.
212
Id, p. 178.
213
Id, pp. 104 y 215.
214
Id, pp. 104 y 105.
215
Id, p. 105. La mayor parte de los muchachos abandona los estudios y sale a robar. “El
robo significa una ceremonia pública de dominación y humillación de los otros”. Id, p. 107.
Los robos en grupo conllevan mayor violencia y brindan la oportunidad de demostrar a los
amigos que no tienen miedo. Como lo indica Messerschmidt, “las circunstancias del robo
constituyen la oportunidad ideal para construir una rudeza y virilidad esencial”; ofrece el
medio para construir una cierta clase de masculinidad: la del varón duro. Id.
216
Id, p. 107.
217
Id, p. 109.
218
Id, p. 111.
219
Catherine E. Harnois, “Complexit y Within and Similarity Across: Interpreting Black
Men’s Support of Gender Justice, Amidst Cultural Representations that Suggest Otherwise”,
Hyper Sexual, Hyper Masculine? 85, 96 (Brittany C. Slatton y Kamesha Spates, eds., 2014).
220
V. en general Frank Rudy Cooper, “A Garnet Bipolar Black Masculinity: Intersectional-
ity, Assimilation, Identity Performance, and Hierarchy”, 39 U.C. Davis L. Rev. 853, 857-58
(2006).
221
Id.
222
Id, p. 876.
223
Id, pp. 877 y 878.
224
Id, p. 878.
225
Id.
226
Id, p. 877.
227
V. James W. Messerschmidt, “Men Victimizing Men. The Case of Lynching”, I805-
1900, Masculinities and Violence 125, 137 (Lee H. Bowker, ed., 1998).
228
Id, pp. 140, 143-146.
229
V. Ida B. Wells, Lynch Law in All its Phases, Speech at Boston’s Tremont Temple (13
de febrero de 1893), Our Dao (1893). Después de haber sido esclavo Ida B. Wells fue pe-
234
Id.
235
Id.
236
Id.
237
Id.
238
Id.
239
V. Frank Rudy Cooper, “Masculinities, Post-Racialism and the Gates Controversy. The
False Equivalence Between Officer and Civilian”, 11 Nev. L. J. 1, 3 (2010) (donde se argumen-
ta que la controversia sobre Gate ocurrión en la intersección de raza, clase y masculinidad,
y en el contexto de un arresto policial); Thompson, supra note 234.
240
V. Jeannine Amber, “The Talk. How Parents Raising Black Boys try to Keep
their Sons Safe”, Time (29 de julio de 2013), http://content.time.com/time/magazine/arti-
cle/0,9171,2147710,00.html; v. asimismo, Jazmine Hughes, “What Black Parents Tell their
Sons About the Police”, Gawker (21 de agosto de 2014, 9:37 AM), http://gawker.com/what-
black-parents-tell-their-sons-about-the-po1ice-1624412625.
241
Harriette Beecher Stowe, Uncle Tom’s Cabin 14 y 15 (1852).
242
Cooper, supra nota 221, pp 881 y 182.
ambargo, como lo explica Cooper, por default la posición de los varones ne-
gros es que son negros malos, enojados y amenazantes.243
Incluso cuando la policía no adopta conscientemente los estereotipos de
los varones negros, la prensa bombardea constantemente a la sociedad con
mensajes sobre cuán peligrosos, amenazadores e irascibles son los varones
negros.244 Estas imágenes crean actitudes sobre ellos que pueden conducir a
un trato diferencial entre los varones negros y los blancos en los encuentros
con la policía.
243
Frank Rudy Cooper, “Our First Unisex President?: Black Mastulinity and Obama’s
Feminine Side”, 86 Dow. L. Rev. 633, 636, 644 y 645 (2009).
244
Candy Ratliff, “Growing up Male. A Re-Examination of African American Male So-
cialization”, Hyper Sexual, Hyper Masculine? 19, 25 (Brittany C. Slatton y Kamesha Spates eds.,
2014); Kamesha Spates y Brittany C. Slatton, “Blackness, Maleness, and Sexuality as Inter-
woven Identities: Toward an Understanding of Contemporary Black Male Identity Forma-
tion”, Hyper Sexual, Hyper Masculine? 1, 1 (Brittany C. Slatton y Kamesha Spates, eds., 2014);
Joshunda Sanders, Media Portrayals of Black Youths Contribute to Racial Tension, Mostno Inst. For
Journalism (23 de mayo de 2012), http://mije.org/mmcsi/generat/media’s-portrayal-black-youths-
contributes-racial-tension.
245
Ratcliff, supra nota 245, pp. 25 y 26.
246
V. Harris, supra nota 135, p. 783.
247
Id, pp. 783 y 784.
248
Id, p. 784.
256
Michael Pass et al., “«I Just be Myself»: Contradicting Hyper Masculine and Hyper
Sexual Stereotypes Among Low-Income Black Men in New York City”, Hyper Sexual, Hyper
Masculine? 165, 173 (Brittany C. Slatton y Kamesha Spates eds., 2014).
257
Id, p. 173.
258
Id.
259
Id, p. 179.
260
Id.
261
Alexander, supra nota 15, pp. 168 y 169.
262
Id, p. 171.
263
Id, p. 168.
264
Athena D. Mutua, “Theorizing Progressive Black Masculinities”, Progressive Black Mas-
culinities 3, 4-5 (Athena D. Mutua, ed., 2006).
265
Id, p. 5.
266
Id.
267
Id, p. 6.
268
Gene Denby, “Sagging Pants and the Long History of «Dangerous» Street
Fashion”, NPR (11 de septiembre de 2014, 8:18 AM), http://www.npr.org/sections/
codeswitch/2014/09/11/347l43588/sagging- pants-and-the-long-history-of-dangerous-street-fashion.
269
Daniel Goleman, “Black Scientists Study the «Pose» of the Inner City”, N. Y. Times
(21 de abril de 1992), http://www.nytimes.com/1992/04/21/science/black-scientists-study-the-pose-
of-the-inner-city.html (donde se concluye que a pesar de que les maestres, directorxs y policías
a menudo confunden la pose cool con una actitud desfiante, en realidad es una manera de
“mantener la integridad y contener la rabia”); V. asimismo, Richard Majors y Janet Mancini
Billion, Cool Pose: The Dilemmas of Balck Manhood in America (1992) (alega que aunque la pose
cool es una estrategia que se puede utilizar para expresar orgullo y masculinidad, cuando se
le utiliza como máscara, también puede acarrear efectos negativos).
Freddie Gray
Freddie Gray pudo haber sido uno de estos varones. Gray y sus her-
manas fueron criados por una madre analfabeta con discapacidad y adicta
a la heroína.270 Él y sus hermanas se envenenaron con plomo por los altos
niveles de esa sustancia que tenía la pintura de las paredes de la casa que
rentaban en un barrio pobre de Baltimore, Maryland.271 Cuando su madre
murió a los 27 años de edad, Gray había sido arrestado más de una docena
de veces y había sido condenado a prisión en diversas ocasiones por pose-
sión de heroína y marihuana.272 Había pasado dos años en la cárcel.273 En
un fatídico día de abril de 2015 Freddie Gray salió a caminar por las calles
de Baltimore e intercambió miradas con un oficial de policía.274 El resto es
historia. Freddie se echó a correr y el policía lo alcanzó y lo sujetó sobre el
suelo.275 El policía arrastró a Gray a la parte de atrás de una camioneta.276
Para cuando Gray llegó a la estación de policía, había dejado de respirar.277
Fue hospitalizado por una semana y después falleció.278 Su autopsia reveló
que murió de “un impacto de alta energía”.279 Los oficiales pusieron a Gray
270
Peter Hermann y John Woodrow Cox, “A Freddie Gray Primer: Who was He? How
Did He Die? Why is there so Much Anger?”, Wash Post (28 de abril de 2015), http://www.
washingtonpost.com/news/1ocaVwp/2015/04/28/a-freddie-gray-primer-who-was-he-how-did-he-
why-is-there- so-much-anger/.
271
Id.
272
Id.
273
Id.
274
Stacia L. Brown, Lookiztg “While Black”, New Republic (30 de abril de 2015), http://
www.new republic.com/article/121682/freddie-grays-eye-contact-police-led-chase-death; Lily “Freddie
Ran, Beer”, Sun (25 de abril de 2015, 11:22 PM), http://www.baltimoresun.com/news/opinion/
editorial/bs-ed-freddie-gray-20150425-story.html.
275
Brown, supra nota 275.
276
Hermann y Woodrow, supra nota 271.
277
Id.
278
Id.
279
Justin Fenton, “Autopsy of Freddie Gray Shows «High Energy’ Impact», Sun (24 de
junio de 2015, 10:25 AM), http://www.baltimoresun.com/news/maryland/freddie-gray/bs-md-ci-
freddie-gray-autopsy-20150623-story.html#page=1.
280
Id.
281
Id.
282
Id.
283
El “paseo duro” (o nickel rides) es común en otros departamentos de policía y puede con-
ducir a lesiones graves que terminan en demandas en contra de la policía. Manny Fernan-
dez, “Freddie Gray’s Injury and the Polite «Rough Ride»”, N.Y. Times (30 de abril de 2015),
http://www.nytimes.com/2015/05/01/us/freddie-grays-injury-and-the-police-rou8h-ride.html?_r=0.
El Departamento de Justicia tiene dos investigaciones pendientes con respecto al incidente
de Freddie Gray: una indaga sobre el incidente específico que ocurrió cuando Gray murió;
el otro sobre el departamento de policía. V. Mike Levine, “Baltimore Police: DOJ Announces
Federal Probe of Entire Department”, ABC News (8 de mayo de 2015, 12:44 PM), http://
abcnews.go.com/US/freddy-gray-doj-announces-federal-probe-entire-baltimore/story?id=30899279. El 8
de mayo de 2015 el Departamento de Justicia abrió una investigación sobre patrones y prác-
ticas de la policía de Baltimore. Id. La investigación se concentrará en la manera en que los
oficiales de policía aplican la fuerza para hacer arrestos y revisiones buscando determinar si
hay un patrón de discriminación en la policía.
284
Alan Blinder y Richard Perez-Pena, “Baltimore Police Officers Charged in Freddie
Gray Death”, N.Y. Times (1 de mayo de 2015), http://www.nytimes.com/2015/05/02/us/fred-
die-gray-autopsy-report-given-to-baltimore-prosecutors.html?_r=0.
285
Richard Perez Pena, “Six Baltimore Officers Indicted in Death of Freddie Gray”, N.Y.
Times (21 de mayo de 2015), http://www.nytimes.com/2015/05/22/us/six-ba1timore-officers-
indicted-in-death-of-freddie-gray.html. La condena no incluye cargos por arresto injustificado, sin
embargo, añade cargos por conducta imprudencial. Id.
286
Blinder y Perez-Pena, supra nota 285.
287
Id.
288
El presidente Obama caldeó los ánimos innecesariamente cuando habló en Baltimore
después de la muerte de Gray. Asimismo, pudo haber encubierto a los conservadores blancos
cuando llamó “maleantes” a los muchachos de preparatoria que, como protesta, incendiaron
una farmacia. Subsecuentemente, hubo un vigoroso debate nacional acerca de si el término
maleante constituye un insulto racista. Tradicionalmente el término no tiene connotaciones
raciales y a menudo se aplica a los rufianes blancos de clase trabajadora que manifiestan con-
ductas hipermasculinas; en tiempos más recientes se refiere a los varones negros de conducta
violenta. En la actualidad, se considera que la palabra es una forma un poco más cortés de
decir “negro”. V. “The Racially Charged Meaning Behind the Word «Thug»”, NPR (30
de abril de 2015), http://www.npr.org/2015/04/30/403362626/the-racially-charged-meaning-
behind-the-word-thug.
La teoría de las masculinidades sugiere que, por lo menos, hay dos tipos de
masculinidades subordinadas u oposicionistas que entran en juego en la com-
petencia por la supremacía en las calles de Estados Unidos. La policía, cuya
masculinidad de clase trabajadora (blanca) está subordinada a la hegemónica
de la clase media alta blanca, actualiza su masculinidad de manera hiper-
masculina y ruda, enfatizando la fuerza y el control físicos, exigiendo respeto
y honores para sí mismos y para sus compatriotas; si se les desafía, refuerzan
sus identidades masculinas ejecutando tácticas abusivas en contra de otros
varones que tampoco satisfacen la definición de masculinidad hegemónica
de la clase media alta.
Con frecuencia, estos otros varones son negros y, a causa de los estereo-
tipos, la policía los considera peligrosos y amenazadores. Estos estereotipos
fomentan el uso excesivo de la fuerza por parte de oficiales de policía pre-
dominantemente blancos, pues así se protegen a sí mismos y a la sociedad;
tales estereotipos también justifican el uso excesivo de la fuerza en contra
del peligro del “otro”. A su vez, el uso de la fuerza fortalece la masculinidad
de los oficiales de policía que la aplican, así como del departamento para el
que trabajan.
Si bien los estereotipos de los varones negros se arraigan en la historia,
algunos varones negros de la comunidad también participan en actualiza-
ciones hipermasculinas de masculinidad negra (masculinidades oposicionis-
tas) para contrarrestar el estigma de ser varones negros de sectores popula-
res. Dichas actualizaciones realizadas por varones negros jóvenes, que los
representan como drogadictos y criminales, crean formas de masculinidad
que se oponen tanto a la masculinidad hegemónica como a la hipermascu-
linidad de la policía. Es irónico que estas actualizaciones hipermasculinas
1. Walter Scott
289
Michael S. Schmidt y Matt Apuzzo, “South Carolina Officer is Charged with Murder
of Michael Scott”, N.Y. Times (7 de abril de 2015), http://www.nytimes.com/2015/04/08/us/
south-carolina-officer-is-charged-with-murder-in-black-mans-death.htmI?_r=0.
290
Id.
291
Id.
292
Id.
293
Id.
294
Id.
295
Id.
296
Id.
297
Id.
298
Id.
299
A resultas del tiroteo el agente Slager fue acusado de homicido. Id. Tanto el FBI como
el Departamento de Justicia están investigando la muerte de Walter Scott, sin embargo,
todavía no hay resultados al momento de la publicación del presente artículo. V. Timothy
M. Phelps y Christi Parsons, “Justice Department to Assist in Investigation of South Caro-
lina Cop”, L.A Times (8 de abril de 2015, 12:51 PM), http://www.latimes.com/nation/nation-
now/la-na-police-shooting-feds-20150408-story.html; “FBI Launches Investigation into Shooting
by White Police Officer”, Jerusalem Post (8 de abril de 2015, 2:38 PM) http://www.jpost.com/
Breaking-News/FBI-launches-investigation-into-shooting-by- white-police-officer-396494.
300
President’s Task Force Report on 21st Century Policing l (2015), http://www.cops.usdoj.
gov/pdf/ taskforce/taskforce_finalreport.pdf.
diantes sobre cómo las performances masculinas a menudo son invisibles, pues
parecen normales para la sociedad. Más aún, los departamentos de policía
deberían renovar estos entendimientos sobre la masculinidad de manera tal,
que los oficiales comprendan la diferencia entre actuar con profesionalidad
y actuar masculinamente.
Un estudio etnográfico realizado por dos sociólogas en una escuela de
policía demostró que buena parte de la conducta que se aprende en la es-
cuela refrenda las creencias en la superioridad de la masculinidad y la in-
ferioridad de las oficiales mujeres.301 Este adiestramiento no solamente es
perjudicial para las mujeres, sino también para los oficiales varones y sus
departamentos, porque enseña a los oficiales de policía que la masculini-
dad es un criterio vital para el trabajo policial profesional. De hecho, aun-
que los mensajes de masculinidad son invisibles para muchos de quienes
reciben el adiestramiento,302 éste resulta efectivo. Hay un programa oculto
para enseñar masculinidad
Los pasos siguientes serán útiles para librar a la policía de políticas mas-
culinas ineficaces, así como de aquellas conductas excesivamente masculi-
nas que conducen a muertes innecesarias:
305
Como lo explica Valorie Vojdik, no basta con permitir que entren las mujeres en
ambientes totalmente masculinos. V. Valorie K. Vojdik, “Gender Outlaws. Challenging Mas-
culinity in Traditionally Male Institutions”, 17 Berkeley Women’s L. J. 68, 74-75 (2002). Es
necesario cambiar la cultura para que las mujeres puedan prosperar. La cultura masculina se
basa en el concepto de que los varones son superiores a las mujeres. Es preciso desmantelar
esa cultura. Uno de los efectos colaterales de destruir la cultura hipermasculina podría ser
que habría menos uso excesivo de la fuerza, pues ya no se consideraría positivo probarse a
uno mismo usando la fuerza.
Eric Garner
306
David Alan Sklansky, “Not your Father’s Police Department: Making Sense of the new
Demographics of Law Enforcement”, 96 J. Crim. L. & Criminology 1209, 1213 (2006).
307
Id.
308
Id, p. 1215.
309
Id, p. 1240.
310
Id, p. 123.
311
Id, p. 1240.
312
Al Baker et al., “Beyond the Chokehold: The Unexplored Path to Eric Garner’s
Death”, New York Times, 14 de junio de 2015.
313
Id.
314
Id.
315
Joseph Goldstein y Marc Santora, “Staten Island Man Died from Chokehold During Ar-
rest, Autopsy Finds”, N. Y. Times (1o. de agosto de 2014) http://www.nytimes.com/2014/08/02/
nyregion/staten-island-man-died-from-officers-chokehold-autopsy-finds.html.
316
Id.
317
Id.
318
Baker, supra nota 313.
319
Id.
320
Id.
321
Id.
322
Id.
323
Id.
324
Id.
325
Joseph Goldstein y Marc Santora, “Staten Island Man Died from Chokehold During
Arrest, Autopsy Finds”, N. Y. Times (1 de agosto de 2014), http://www.nytimes.com/2014/08/02/
nyregion/staten-island-man-died-from-officers-chokehold-autopsy-finds.html; Al Baker et al., “Beyond
the Chokehold. The Unexplored Path to Eric Garner’s Death”, New York Times, 14 de junio
de 2015. Si bien el oficial Pantaleo usó una llave ilegal para sujetar a Eric Garner en Staten
Island, por lo cual el médico forense determinó que la muerte se había tratado de un homi-
cidio, el gran jurado de Nueva York no halló culpable a Pantaleo por la muerte de Garner.
“Grand Jury Votes not to Charge Cop in Eric Garner Death”, CBS News (3 de diciembre
de 2014) http://www.cbsnews.com/news/nypd-chokehold- death-grand-jury-votes-not-to-charge-cop-in-
eric-garner-case/. En julio de 2015 la ciudad de Nueva York pagó daños por 5.9 millones de
dólares a la familia de Eric Garner. V. Marc Berman, “Eric Garner’s Family Settles with New
York City for $5.9 Million”, Washington Post (13 de julio de 2015), http:// www.washingtonpost.
com/news/post-nation/wp/2015/07/13/eric-garners-family-settles-with-new-york-city-for-5-9-mi1l-
ion/. El gobernador de Nueva York, Cuomo, anunció que iba a firmar una orden ejecutiva
para que el fiscal del estado investigara todas las muertes de civiles a manos de la policía del
estado de Nueva York. V. Noah Remnick, “Cuomo to Appoint Special Prosecutor for Killings
by Police”, N. Y. Times (7 de julio de 2015), http://www.nytimes.com/2015/07/08/nyregion/
cuomo-to-appoint-special-prosecutor-for-killings-bypolice.html?_r=0. Entre el verano de 2014 y el ve-
rano de 2015 hubo otras muertes de personas de minorías étnicas a manos de la policía. En
febrero de 2015 un varón, que más tarde fue descrito como “perturbado”, presuntamente
lanzó piedras contra la policía; lo persiguieron a pie y el hombre corrió con las manos arriba
cuando se dio vuelta para enfrentar a la policía, ésta le disparó 17 veces. Zambrano Montes
murió de múltiples heridas de bala. V. Julie Turkewitz y Richard A. Oppel, Jr., “Killing in
Washington State Offers «Ferguson» Moment for Hispanics”, N.Y. Times (16 de febrero de
2015), http://www.nytimes.com/2015/02/17/us/killing-in-washington-state-offers-ferguson-moment-
for- hispanics.htm1#. A la muerte siguió una investigación especial cuyo informe fue presen-
tado ante la oficina del fiscal. Tyler Richardson, Investigation into Deadly Pasco Police Shooting
Turned Over to Prosecutor, TRI-Crrv Humin (28 de mayo de 2015), http://www.tri-cityhera1d.
com/2015/05/28/3582370/investigation-into-deadly-pasco.html.
326
Tim Prenzler et al., “Reducing Police Use of Force: Case Studies and Prospects”, 18
Aggression and Violence v. 343, 355 (2013).
327
V. Robin, J. Ely y Debra E. Meyerson, “Deshacer el género desde una perspectiva orga-
nizacional: el improbable caso de las plataformas petroleras marítimas”, en Chris Gruenberg
y Laura Saldivia Menajovsky, Masculinidades por devenir: teorías, prácticas y alianzas antipatriarcales
post #Metoo.
cómo es que los individuos actúan para cumplir con esa masculinidad. Esta
concientización de los oficiales de policía individuales y de sus superviso-
res, junto con los renovados esfuerzos por menguar la militarización de las
fuerzas oficiales, debe servir para reducir el uso excesivo de la fuerza por
parte de los oficiales de la policía.
Janet Chan
Sally Doran
Christina Marel
I. Introducción
139
DR © 2024. Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de Investigaciones Jurídicas
Universidad Nacional de General Sarmiento https://www.ungs.edu.ar/slider/ediciones-ungs/
Esta obra forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
www.juridicas.unam.mx https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv Libro completo en: https://tinyurl.com/4xmj6vc6
2
La masculinidad hegemónica quiere decir “aquel patrón de prácticas que permiten
que continúe la dominación de los varones sobre las mujeres”; la hegemonía no se logra
a través de la violencia, sino “por medio de la cultura, las instituciones y la persuasión”
(Connell y Messerschmidt, 2005: 832). La masculinidad hegemónica supone la existencia de
una jerarquía de masculinidades, incluyendo las masculinidades subordinadas de aquellos
varones que no se ajustan a la imagen dominante del macho, así como la complicidad de la
masculinidad de varones y mujeres que se someten a dicha jerarquía.
estudio del caso de Agnes, una transexual cuya situación permite ver cómo
se construye el género, construcción que la mayoría de las mujeres da por
sentada.3 En consecuencia, West y Zimmerman (1987: 140) argumentan que
“el género no es lo que una persona es, sino lo que hace de manera recurren-
te, en interacción con otros”.
La utilidad del enfoque de “hacer género” ha sido revalorada en años
recientes (v. Miller, 2002; Deustch, 2007; Jurik y Siemsen, 2009). Sus bene-
ficios se resumen de la siguiente manera. En primer lugar, no descansan en
la socialización como fuente de las diferencias entre varones y mujeres, sino
que sugieren que tanto varones como mujeres construyen el género de una
manera dinámica, relacional y continua (Miller, 2002; Vidal-Ortiz, 2009).
Las personas no se encuentran atrapadas por un conjunto particular de nor-
mas que prevalecen en un periodo específico en el tiempo (Deustch, 2007).
En segundo lugar, hacer género fue una “novedad conceptual” que respon-
dió a la “parálisis teórica” entre lo micro y lo macro que se dio al interior
de la teoría feminista a mediados de 1980 (Messerschmidt, 2009). No asume
que todas las disparidades de género se originan en las diferencias estructu-
rales entre varones y mujeres en términos del acceso al poder y a recursos.
Tales diferencias “pueden ser mediadas a través de las interacciones sociales
que siempre contienen el potencial para la resistencia” (Deutsch, 2007: 108).
En tercer lugar, “hacer género” brinda un instrumento para defender el
concepto fundamental del género como un sistema de desigualdad y opre-
sión evitando que degenere en esencialismo (Connell, 2009). Revela cómo
diversas masculinidades y femineidades son logros sociales que dependen
del contexto social (Miller, 2002; Deutsch, 2007). “Hacer género” es un pro-
yecto distinto, dependiendo del género, la edad, la ocupación y otros aspec-
tos de la persona. Por último, al concentrarse en la construcción del género,
este enfoque visibiliza cómo es que, “sin advertirlo, en su interacción con los
varones las mujeres pueden contribuir a su propio silenciamiento” (Smith,
2009: 76), y ofrece una forma de pensar en cómo la naturaleza generizada
de las instituciones puede ser transformada por medio de la agencia y de la
interacción (Miller, 2002).
Este enfoque no carece de críticos. Daly (1997) resume las primeras
reacciones ante el marco de “hacer género” y su subsecuente extensión a
3
La dicotomía varón/mujer como categorización del sexo, las categorías sexuales y el
género, puede estar sujeta a debate: entre los casos recientes más célebres cabe mencionar la
controversia de 2009 acerca de la atleta olímpica sudafricana Caster Semenya, y la decisión
de une australiane que en 2010 solicitó que su acta de nacimiento, en donde se especifica
el sexo, dijera primero “no específico” o “no mencionado por el gobierno” (Gibson, 2010a,
2010b).
género no es estática” y “puede ser que las personas al mismo tiempo des-
hagan algunos aspectos del género y hagan otros”. En consecuencia, West y
Zimmerman (2009: 117) son de distinto parecer, pues interpretan “deshacer
el género” como “descartar o abandonar” el género, ignorando el hecho de
que la responsabilidad por pertenecer a una categoría sexual se encuentra
en el núcleo del concepto. Ciertamente, éste no es el sentido de “deshacer
el género” que Deutsch (2007) había propuesto, esto es, el involucramiento
en interacciones sociales que resiste las normas generizadas o que reducen
las diferencias de género, en vez de reproducirlo. Deshacer el género va en
consonancia con la observación de Connell (2009: 109) cuando dice que
“la oposición a la jerarquía generizada” que exige la “agencia colectiva” de
las mujeres “puede modificar las condiciones de responsabilidad de las ac-
ciones individuales”. También, es congruente con “el debilitamiento de la
responsabilidad” que West y Zimmerman vieron como posible con cambios
legislativos tales como la Enmienda de Igualdad de Derechos de Estados
Unidos. Este renovado interés en “hacer género” presenta un nuevo desafío
para la investigación sobre las mujeres en la policía, que examinaremos en
este artículo.
Los resultados del estudio fueron analizados en dos sentidos:9 de forma trans-
versal entre varones y mujeres que respondieron a la Encuesta 5, y en corte
longitudinal para las mujeres que respondieron las cinco encuestas. Al prin-
cipio, buscamos clasificar las respuestas en dos categorías mutuamente ex-
cluyentes (hacer género y deshacer género), pero pronto emergió un tercer
grupo, al cual decidimos etiquetar como “hacer y deshacer género”.10 Los
tres grupos son:
6
La pregunta se plantea en términos de igualdad de trato más que de diferencias entre
policías varones y mujeres. Sin embargo, la diferencia es lo que fue señalado por las mujeres
sin que se les instara a ello. En cambio, Rabe-Hemp (2009) específicamente solicitó a las
mujeres policía que le dieran su percepción de las diferencias con respecto a los varones: muy
pocas de las entrevistadas se resistían a la idea de que las oficiales mujeres aportan habilida-
des únicas al trabajo policial.
7
La pregunta se planteó de modo ligeramente diferente en la Ronda 5: “¿Cómo ha
sido ser una mujer que trabaja para la policía?”. Las entrevistadas tuvieron oportunidad de
responder en lo general para después contestar a detalle si creían que había habido un trato
diferenciado en cuanto a asignación de tareas, grado de protección y cosas por el estilo.
8
Sólo a 18 de los 29 encuestados varones se les hicieron preguntas sobre género, idea
que sugirió Doran al cabo de algunas entrevistas.
9
Dado el corto número de entrevistas y la naturaleza autoseleccionada de la muestra,
estos resultados son indicativos de los patrones de respuesta en esta cohorte y no para la
tendencia general.
10
Las tres autoras clasificaron las entrevistas de forma independiente: las diferencias
entre códigos se resolvieron mediante discusiones y aclaraciones sobre el significado de las
categorías. Se reconoce que no fue fácil clasificar algunas entrevistas y que siempre hubo la
posibilidad de que ciertos entrevistados varones procedieran con cautela al responder al no
Tabla 1
Respuestas a las preguntas sobre género
por sexo del entrevistado (Ronda 5)
Hacer y deshacer
Hacer género Deshacer género S/R Total
género
Varones 8 (44%) 2 (11%) 3 (17%) 5 (28%) 18
Mujeres 6 (40%) 5 (33%) 4 (27%) 0 (0%) 15
Total 14 (42%) 6 (18%) 7 (21%) 6 (18%) 33
A. Hacer género
querer pasar por sexistas ante una entrevistadora mujer. Cinco de las entrevistas con oficiales
varones fueron clasificadas como “no aplica” porque el entrevistado no expresó opiniones
claras sobre la igualdad o las diferencias de género.
B. Deshacer género
Las cinco oficiales mujeres de este grupo querían ser tratadas de forma
igual a los oficiales de policía; no querían que sus colegas varones las pro-
tegieran en situaciones volátiles. Por lo demás, reconocían que el trabajo
policial puede ser duro y que las mujeres tienen que estar preparadas para
“ensuciarse las manos”. Conforme ganaban experiencia y antigüedad es-
tas oficiales de policía mujeres sentían que ya no debían demostrar nada al
actuar con dureza ni que fuera necesario esforzarse el doble para construir
una reputación. En este grupo nada más había dos oficiales varones y los
dos dijeron que el género no era un tema para el trabajo policial. Los ofi-
ciales, ya varones, ya mujeres, subrayaron que la fuerza física no es cuestión
de género, pues los varones no necesariamente son más fuertes. Para los
oficiales de este grupo la igualdad de trato estaba claramente establecida en
los requisitos del trabajo; las diferencias individuales de género eran irrele-
vantes. Como lo dijo una oficial de policía mujer, “[n]o te contratan como
oficial de policía mujer, sino como oficial de policía, así que debes sujetarte
a las mismas reglas y regulaciones y tener las mismas obligaciones”.
que se incrementan con el paso del tiempo. Entre las reclutas mujeres de la
Ronda 2, ninguna estaba involucrada en hacer género; en general, las en-
trevistadas opinaron que las mujeres debían recibir un trato igual. En los 18
meses siguientes una creciente proporción de mujeres comenzó a aceptar
un trato diferenciado. Para la Ronda 5 la proporción de mujeres que hacían
género y las del tercer grupo (hacer y deshacer género) se había incremen-
tado sustancialmente, mientras que la de quienes deshacían género no tuvo
grandes cambios con el paso de los años. A grandes rasgos, la tabla que sur-
gió muestra un creciente reconocimiento de las diferencias de género.
Tabla 2
Respuesta femenina a las cuestiones de género
(Rondas 2 a 5)11
Hacer y deshacer
2 (10%) 1 (6%) 1 (6%) 4 (27%)
género
Total 20 16 17 15
11
Nótese que de las quince entrevistas de la Ronda 5 siete no fueron entrevistadas en
rondas anteriores.
Gráfica
Respuesta femenina a las cuestiones de género
(Rondas 2 a 5)
Nótese que de las 15 entrevistas de la ronda 5, siete no fueron entrevistadas en rondas an-
teriores.
A. Observación general
Tabla 3
Cambios en ocho entrevistas longitudinales
con oficiales mujeres a través del tiempo
(Ronda 5)
Para reclutas que recién ingresan “hacer policía” (o construir una iden-
tidad como oficiales de policía) casi siempre tomaba precedencia sobre “ha-
cer o deshacer género”, a menos que, como en una carrera de obstáculos,
se percibiera que algunas reclutas mujeres podían obtener una ventaja in-
justa al ser aceptadas en la profesión teniendo que pasar un examen menos
exigente. Construir la identidad como oficiales de policía significa que las
reclutas mujeres tenían que soslayar las diferencias de género en las prime-
ras entrevistas; sus relatos subrayaron la experiencia común (“estamos en
el mismo barco”), así como la camaradería con otres reclutas y oficiales de
policía.
Desde los 15 o 16 años Brenda quería ser policía, pensaba que el trabajo
policial era “una de las mayores responsabilidades que puedes tener”, y no
le preocupaba gran cosa ser una mujer en la policía; dijo que la organiza-
ción policial había cambiado “un montón” y que “ahora es algo más fácil
12
El único oficial que deshacía género para la quinta entrevista era el que no fue ascen-
dido a un rango superior.
13
Se usaron seudónimos y se cambiaron algunos detalles para proteger la identidad de
las oficiales.
ser mujer”. Brenda contaba con un fuerte sentido de la ética laboral, disci-
plina y profesionalismo; se sentía muy a disgusto con sus compañeras mu-
jeres que “jugaban con el hecho de ser mujeres para zafarse de las cosas o
para conseguirlas”, pues desde su punto de vista, “en este trabajo no cuenta
el ser mujer o varón para ser policía... Se trata de ser iguales”. Después de
un año de experiencia en prácticas de campo y operativos policiales, Bren-
da dijo que, si bien el trabajo todavía le encantaba, estaba muy consciente
de sus limitaciones y ambigüedades. Sus opiniones sobre la policía habían
cambiado drásticamente: “[e]s un desastre. No hay dirección en ningún
lado”; en esa época la policía de NSW estaba sufriendo fuertes cambios a
causa de la Real Comisión. Seis meses después las opiniones de Brenda se
habían vuelto todavía menos positivas: “[p]ensé que la ciudadanía me iba
a respetar más”, y sentía que ella había cambiado mucho a resultas de su
empleo: “[m]e hice más dura. Soy más cínica. Ya perdí la paciencia, en es-
pecial con todos esos borrachos y drogadictos”.
Para cuando se entrevistó en la Ronda 5, Brenda había sido ascendi-
da a oficial primero, una posición con responsabilidades de supervisión y
adiestramiento; estaba casada, con dos hijos y había sido asignada a una
zona metropolitana de clase obrera. Bien pronto admitió que sus propias
perspectivas sobre las mujeres en la policía habían cambiado con los años:
Al principio, yo era joven y tonta, pensaba que éramos todos iguales, que yo
podía hacer el mismo trabajo que cualquier tipo, pero después te das cuenta
y empiezas a pensar que es mejor que no te toque turno con otras dos chavas, y
así se lo digo a mi supervisor, porque los hombres son más fuertes... Por aquí
hay mucha gente de las islas del Pacífico, y son monos muy grandotes, y si de
por sí me cuesta trabajo sujetar a un muchacho, pues con estos hombretones
no puedo ni tan siquiera ponerles las esposas.
enfrente de una mujer. Nadie dice peladeces feas en frente de las chicas,
porque son buenos cuates”.
Su necesidad de seguridad estaba relacionada con que era mamá, se dio
cuenta de que, al tener hijos, se volvió mucho más cauta en el trabajo: “[n]o
me parece que haya mucha diferencia entre valentía y estupidez. Ahora que
tengo hijos, lo veo todo muy diferente, y no me voy a meter de cabeza en
[una situación donde mi vida peligre]. Antes nada me daba miedo”.
Creía que las mujeres policía tenían cierta ventaja en algunas situacio-
nes y pensaba que eso era una diferencia fundamental entre varones y muje-
res, no entre oficiales de policía varones y mujeres; mientras que las mujeres
trataban de manejar las situaciones difíciles con calma y sensibilidad “la
mayoría de los hombres quiere meterse a echar a andar la testosterona para
resolver las cosas”.
Para la quinta entrevista Brenda reveló por primera vez que era de des-
cendencia aborigen —aunque ese hecho no era visible—, “nada más lo
saben un par de personas por aquí”. Dijo que “no se calló por decisión,
sino porque nadie me preguntó”; sin embargo, admitió que no le dijo a
mucha gente “porque, si lo dices, no llegas muy lejos en el trabajo”. En
la etapa temprana de su carrera se sintió realmente escandalizada por los
chistes racistas y el trato grosero de algunos oficiales hacia las personas que
no hablan inglés; pensaba que los chistes de aborígenes que escuchó decir
a los policías eran más ofensivos que los chistes de mujeres, porque “están
hablando de cosas que básicamente ignoran por completo”. Quedó claro
que la condición aborigen de Brenda era una cuestión difícil para ella den-
tro de sus labores como policía, en especial cuando la despachaban a lugares
de la ciudad donde se desataban desórdenes; dijo sentirse “avergonzada” y
“entristecida” por la “horrible conducta” de algunas de las personas de des-
cendencia aborigen con quienes se llegó a topar.
Elizabeth pensaba que sus colegas varones eran muy protectores y que
habían respondido con gran sensibilidad mientras estuvo embarazada en el
trabajo, lo cual le pareció “muy sorprendente, de un modo muy lindo”. No
pensaba que los oficiales varones la trataran con condescendencia o cho-
vinismo; por lo contrario, consideraba que eran “unos caballeros”, sentía
como “si tuviera cien hermanos que me cuidan”. Si bien al interior de la
policía había “clubes de varones”, tanto varones como mujeres podían salir
de estas “bolitas” con sólo dejar de “ir a beber y jugar después del trabajo”.
Desde su punto de vista, la inclusión y exclusión de las mujeres son cues-
tiones complejas: “[m]e parece que el viejo punto de vista, eso de que los
varones dejan atrás a las mujeres, ya es muy simplista. Pienso que ahora, ya
sabes, pueden ser las lesbianas o los homosexuales o los grupos minoritarios,
o pueden ser los grupos de musulmanes de diversos géneros, una clase de
cosas que es mucho más compleja”.
Mientras que Elizabeth era de la opinión de que “es posible ser suave
y femenina y seguir siendo un buen oficial de policía”, pensaba que hay
VI. Conclusiones
Camila A. Gripp
Alba M. Zaluar
I. Introducción
Este artículo explora algunos de los desafíos que enfrentan las iniciativas po-
liciales “comunitarias” o de “proximidad” planteados por las relaciones de
género y sus resultados desiguales en la distribución del poder, y toma como
base el esfuerzo colaborativo desarrollado en estudios previos realizados por
Zaluar (1985, 1994, 2004 y 2016), así como un trabajo de campo etnográfico
efectuado en Río de Janeiro, Brasil, entre 2014 y 2015, en conjunto con la
Unidad Policial Pacificadora (UPP).
El componente etnográfico del presente trabajo no descarta estudios
previos. En lugar de asumir una posición de autoridad, pretende informar
los argumentos de otros autores con abundante evidencia recabada en el
estudio del caso antes mencionado. Presentamos nuestros hallazgos basán-
donos principalmente en nuestra experiencia de campo —considerando la
extensa literatura sobre policía y violencia en Río de Janeiro—, pero sin
aceptar ninguna de estas fuentes como “verdad absoluta” respecto del polé-
mico debate sobre la seguridad pública. Reconociendo que los argumentos
autortativos siquiera tuvieron éxito para Franz Boas, Malinowski o Radcli-
167
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Universidad Nacional de General Sarmiento https://www.ungs.edu.ar/slider/ediciones-ungs/
Esta obra forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM
www.juridicas.unam.mx https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv Libro completo en: https://tinyurl.com/4xmj6vc6
1
En referencia a las siglas en portugués de la “Unidade de Policia Pacificadora”. Dado
que el Programa de Pacificación llegó a ser conocido simplemente como “UPP” usaremos
esa abreviatura a lo largo del artículo.
ción del proyecto UPP, decidimos emplear nuestros propios datos de investi-
gación recabados a través de estudios de largo plazo (citados más adelante),
en lugar de sólo unas pocas entrevistas. Si bien puede argumentarse que la
masculinidad y los entendimientos tradicionales de los roles de género ope-
ran en la policía militar meramente a través de la imitación de normas que
existen más allá de la cultura organizacional de la policía —es decir, normas
que están profundamente arraigadas en el tejido social más amplio—, cree-
mos que las organizaciones policiales no son simplemente un microcosmos
de la sociedad en general. Las organizaciones policiales tienen sus propios
rasgos distintivos cuando se trata de seleccionar y reproducir ciertas prácti-
cas sociales. No obstante, consideramos que las culturas organizacionales, o
conjuntos de prácticas, son sistemas procesales, históricos y relacionales; no
son estructuras cristalizadas o sistemas cerrados que no permiten conflictos,
diversidades ni cambios; por el contrario, de forma similar a lo que han
mostrado otros estudios (Muniz y Albernaz, 2015; Sinhoretto, 2014), enfa-
tizamos que los conflictos, debates, procesos y retrocesos influyen práctica-
mente en todos los intentos por modificar políticas públicas.
Con base en los datos etnográficos y en nuestra experiencia personal en
las favelas, postulamos que los resultados limitados y las repercusiones de la
iniciativa UPP se entienden mejor cuando se considera el “ethos guerrero”
masculino de la policía. Esta perspectiva enfocada en la policía no debe, sin
embargo, subestimar el papel crucial que tuvieron en el proceso los treinta
años de guerra territorial entre los narcotraficantes en numerosas favelas de
Río de Janeiro (Zaluar, 2010). Sin duda, los fracasos y retrocesos del progra-
ma UPP también se derivan de las dificultades para desmantelar las organi-
zaciones del narcotráfico, establecidas hace mucho tiempo, y a sus siempre
cambiantes líderes e integrantes. Más aún, el diseño mismo del programa
tiene sus limitaciones, tanto en la teoría como en la práctica. Nuestro enfo-
que en las relaciones de género y la masculinidad pretende complementar, y
no sustituir, otros análisis recientes del programa de pacificación de Río de
Janeiro y sus múltiples desafíos, tal como lo discuten Zaluar (2016), Cardoso
(2016), Teixeira (2017) , así como Muniz y Mello (2015), entre otros.
Nuestro análisis e interpretaciones se basan en las ideas de Elias (1990)
con respecto a la formación y cambios del ethos masculino, y lo que él llamó
la “primera” y “segunda naturaleza”, seguido más tarde por Wouters (2011),
quien identificó una “tercera naturaleza”. En la formulación de Elias, el ha-
bitus o ethos se refiere a las formaciones subjetivas constituidas a través de la
sedimentación a largo plazo de hábitos cotidianos, como la higiene perso-
nal, la manera de comer, andar y sentarse, de competir o dirigirse a otros;
en suma, etiquetas y códigos de lo que se considera “buenos modales” en un
lugar y momento dados. En este sentido, Elias llamó a la falta de control so-
bre las emociones básicas la “primer naturaleza”, constitutiva del “ethos gue-
rrero”, refiriéndose al poder y la violencia masculinos que otros sociólogos
han llamado “hipermasculinidad” (Connell, 1995). Después de establecerse
socialmente por medio de un “proceso civilizatorio”, la formación subjetiva
de estos individuos produce una “segunda naturaleza” que, además de estar
socialmente construida, es capaz de controlar la “primera naturaleza”; a pe-
sar de ser una construcción social, esta “segunda naturaleza” no excluye las
diferencias individuales y los eventuales retrocesos. De acuerdo con Wouters
(2004), la “tercer naturaleza” es una forma de autocontrol que permite un
diálogo entre las emociones reprimidas y la etiqueta social, lo cual requie-
re cierta maestría para combinar firmeza y flexibilidad, franqueza y tacto.
Esta “tercer naturaleza”, una conversión de procesos tanto sociales como
psíquicos, implica el dominio de los impulsos y la capacidad para controlar
las emociones en público, así como para negociar con otros agentes lo que
resulta aceptable en cada situación vivida. Para Wouters, esto evolucionó
a partir de la “segunda naturaleza”, es decir, un modo casi automático y
dominado por la conciencia para formalizar los modales y disciplinar el
cuerpo, manteniendo control de las emociones e impulsos “peligrosos” (in-
cluyendo la violencia y el deseo sexual). En este sentido, la “tercer natura-
leza” representa la “emancipación de las emociones”, la aceptación de los
sentimientos, la expansión de la identificación recíproca y una creciente
informalización. El “ethos guerrero” que persiste entre los policías puede ser
considerado como una disposición que contradice las formas contemporá-
neas de “interacciones civilizadas”.
Así pues, aunque pareciera que el significado de “ser hombre” está ex-
perimentando un cambio drástico en el mundo occidental contemporáneo,
estas transformaciones parecen desarrollarse a un ritmo más lento en las
instituciones policiales, lo cual agrava los conflictos comunidad-policía y
contribuye a las múltiples disfuncionalidades del programa UPP. Siguiendo
la discusión de Wouters sobre una “tercer naturaleza” y una visión gene-
ral del programa UPP y sus desafíos apremiantes, como se ha mencionado
anteriormente, examinaremos cuatro aspectos de las relaciones de género
dentro de una unidad de policía militar: i) la historia de la violencia y el
ethos del guerrero varón; ii) la fuerza física (trabajo de calle contra trabajo
de oficina); iii) el cortejo y las relaciones románticas en el lugar de trabajo, y
iv) las conquistas sexuales. Estos cuatro temas servirán para ilustrar cómo
las formas tradicionales de comprender y “actualizar la masculinidad” con-
tribuyen a los fracasos y retrocesos del programa UPP, alimentando formas
tesis (Nascimento, 2000) y un libro (Costa Ribeiro, 1995) que presentaran datos sobre la
discriminación racial relacionada a crímenes vinculados con las drogas. Todos llegaron a la
conclusión de que los abogados privados tenían más peso sobre las decisiones judiciales que
los defensores de oficio.
La ocupación territorial de las favelas por la policía como parte del progra-
ma UPP desató un cambio en el estilo operacional de los narcotraficantes: si
antes podían manejar su negocio y exhibir armas de fuego libremente, ahora
se veían forzados a ocultarlas y vender droga con la mayor discreción posible,
en especial en aquellas favelas que alguna vez se consideraron bastiones de las
facciones de traficantes, donde ahora tenían menos margen de acción pero
mantenían una continua disposición para enfrentar a la policía. El cambio de
estilo acarreó otras importantes consecuencias simbólicas y políticas, pues los
golpeó en su “hipermasculinidad”, antes mostrada con armas automáticas,
joyas, coches de lujo, ropa y otros objetos de consumo conspicuo como una
manera de afirmar su poder sobre los residentes de las favelas (Zaluar, 1994).
Tras la instalación de las unidades UPP los bailes funk (una actividad
cultural de los jóvenes en las favelas, en buena parte financiada por los nar-
cotraficantes que venden grandes cantidades de droga en estos eventos) fue-
ron restringidos en un esfuerzo por reducir los niveles de ruido y las moles-
tias al vecindario. La organización de estos bailes y de otra clase de fiestas
estaba ahora sujeta al permiso del comandante de la policía local. Así, en
las favelas dominadas por la facción que era el objetivo de la nueva política,
surgió una nueva zona de conflicto entre los jóvenes locales y los oficiales
de policía. En lo que concierne a los narcotraficantes, los conflictos con la
policía crecieron en alcance, pues no solamente perdieron el dominio del te-
rritorio de la favela, sino también las ganancias del tráfico de drogas y, quizá
peor, el poder simbólico sobre los habitantes de las favelas.
Puesto que los territorios ya no estaban dominados por la fuerza de las
armas, los residentes de las favelas al fin pudieron entrar y salir libremente
para visitar amigos y parientes dentro de favelas “enemigas”.6 Las acusacio-
nes de deslealtad o duplicidad hacia el “dueño” de la favela ya no deriva-
ban en “juicios” y castigos de los traficantes, tal como ocurría en el pasado.
Los vehículos para transportar mercancías o llevar residentes enfermos al
6
En el pasado los “propietarios” locales del tráfico de drogas prohibían la entrada y
circulación de residentes de territorios “enemigos”.
hospital, cuya circulación antes se impedía, por fin podía entrar y salir. Los
turistas pudieron visitar restaurantes y cantinas, tomar el teleférico que une
a las favelas con el “asfalto”,7 e incluso hospedarse en hostales de reciente
desarrollo o residencias construidas para alquilar. No obstante, todos estos
resultados positivos estuvieron, y siguen estando, constantemente amena-
zados por los dilemas, los desafíos y la doble función de las unidades UPP
al interior de las favelas: establecer relaciones más cercanas y proteger a los
residentes, al mismo tiempo que arrestar a los consumidores y vendedores
de droga. Sin duda, los conflictos y tensiones entre residentes y agentes de
policía continuaron, si bien con niveles diferentes de intensidad, dependien-
do de cómo iban las negociaciones con el comandante de la UPP local, en
especial en aquellos casos que involucraban a los jóvenes y los bailes funk.
Un problema persistente fue que incluso después de que las unidades
UPP “ocuparon” los territorios de las favelas, algunos traficantes se queda-
ron, la mayoría armados; en consecuencia, los temores de los residentes no
remitieron por completo, los habitantes de las favelas seguían temerosos de
que pudieran recuperar el control del morro (“colina”) y castigar a quienes
habían colaborado con los agentes de la UPP. Más aún, el programa no fue
capaz de establecer una política clara para abordar el tráfico de estupefa-
cientes; por el contrario, en numerosas ocasiones la policía local incurre
en la represión violenta y la corrupción, incluyendo sobornos, para hacer
la vista gorda ante el tráfico ilegal de drogas. En ciertas favelas, donde la
facción de narcotraficantes había sido particularmente violenta y poderosa,
se agudizaron las escaramuzas contra los policías tras ser culpados por la
muerte de un residente cuyo cuerpo nunca fue encontrado.8
Movimientos sociales y algunos medios de comunicación (creados a raíz
de este episodio de violencia policial y negligencia) lanzaron persuasivas
campañas que cuestionaban la legitimidad de programa UPP. Pronto quedó
claro que los oficiales de la UPP, casi todos reclutas nuevos, estaban repitien-
do las conductas de los oficiales anteriores, siendo reactivos, actuando mo-
7
En las favelas de Río de Janeiro se suelen usar las palabras “loma” y “asfalto”. La
primer palabra hace referencia a los cerros donde se suelen ubicar las favelas, mientras que
la segunda se refiere al pavimento de la ciudad.
8
En julio de 2013 un albañil que vivía en la favela de Rocinha, Amarildo, desapareció
después de haber sido levantado por los de la UPP para un interrogatorio. Después de este
hecho el nombre de Amarildo comenzó a aparecer en los periódicos brasileños. Hubo mani-
festantes por todo al país mostrando letreros que decían: “Cadê o Amarildo?” (¿Dónde está
Amarildo?), frase que pronto se convirtió en lema de una protesta. La atención que se dio al
“caso Amarildo”, como lo llamaba la prensa, perjudicó la reputación de todo el UPP. Fuen-
tes: Folha de São Paulo (2 de agosto de 2013); O Globo (2 de octubre de 2014; 1o. de febrero
de 2016).
Queremos hacer algo diferente: todos saben que hay que portarse bien,
llevar los papeles de la moto, usar casco y tener el vehículo al día, con la licen-
cia de manejar en la cartera. No puedes hacer nada mal. No puedes subirle
al volumen porque no hay que molestar a los vecinos, no puedes cometer
crímenes y no puedes asaltar a una mujer. Todos saben esto y todos saben
que la policía está presente. Si cometes una irregularidad, te pueden arrestar.
Los agentes de policía que consideran la labor policial como una activi-
dad que debe llevarse a cabo en estrecha relación con los residentes, como
una forma de proteger a los ciudadanos, son los que han desarrollado una
“tercer naturaleza”, aquellos que han superado mejor la “primer naturale-
za”, constituida por instintos básicos y emociones explosivas, así como su
“segunda naturaleza”, convencional y burocrática. Esta transición de mo-
delos de comportamiento designados tradicionalmente a una conducta más
informal, podría por sí misma explicar el incremento en la violencia y el
crimen de las favelas y las periferias urbanas de sectores populares, pues
la propensión a cometer tales actos es más fuerte entre quienes viven en
ambientes donde la integración social es precaria. La concentración de des-
ventajas y el aislamiento geográfico de los habitantes de las favelas (esto es,
la segregación como rasgo característico del barrio) conduce a la concen-
tración de varios problemas sociales locales. El desorden físico y social, la
falta de voluntad para intervenir personal y directamente con los jóvenes,
la desconfianza entre los vecinos, la falta de recursos institucionales, como
escuelas, bibliotecas, centros recreativos, centros de salud o centros de asis-
tencia para padres y jóvenes, junto con la falta de oportunidades de empleo,
completan el complejo contexto en el que los jóvenes se asocian al narcotrá-
fico y se convierten en “soldados” de los jefes de la droga.
Si además de un capital social o cultural bajo, que evita que alguien sea
despreciado o excluido socialmente, existe también una falta de “capital
de personalidad”, es decir, de la flexibilidad para equilibrar entre emocio-
nes y moralidad, entonces es más probable que recurran a la violencia o a
actividades criminales. El proceso de “informalización” o de igualitarismo
social (Wouters, 2011) también incluye la capacidad para reflexionar sobre
los modelos a seguir existentes, por ejemplo, el del buen vecino o el del buen
oficial de policía.
En Brasil, la socialdemocracia y la democratización política no evolu-
cionaron al mismo ritmo. La intransigencia del autoritarismo social o una
jerarquía social rígida, en especial bajo la forma del poder despótico que
floreció durante el régimen militar en las zonas urbanas más marginadas
y en la policía militar, obstaculizó el proceso de “informalización”, y como
Muchas narrativas como esta llenan las páginas de los cuadernos utili-
zados durante el trabajo de campo en la unidad de policía UPP a la que nos
referimos como “Morro Santo”, ilustrando la prevalencia de la diferencia-
ción de género y la afirmación de la masculinidad a través de la atribución
de un estatus de inferioridad a las mujeres. Como grupo, las mujeres en
la policía militar, ya sean soldados u oficiales, son simplemente conocidas
como fem, en referencia informal a policial femenina.10 Si bien resulta a ve-
ces despectiva, dependiendo del tono y el contexto, la palabra “fem” no es
exclusiva del vocabulario de los oficiales varones, pues a menudo también
la utilizan las oficiales mujeres. La connotación despectiva del término fem
también se puede vincular a la contracción del vocablo portugués fêmea, que
designa igualmente el sexo femenino, pero se usa más a menudo en referen-
cia a animales hembras, no a mujeres.
Las fem son vistas como un grupo especial dentro de la organización,
que pueden llegar formalmente a todos los rangos superiores por antigüe-
dad, pero rara vez son promovidas para puestos de mando superiores.11
En sus doscientos años de historia la policía militar de Río de Janeiro, al
igual que la mayoría de las organizaciones militares, nunca ha tenido una
mujer que ocupe el puesto de mando más alto: el jefe de Estado mayor.
Cuando se le preguntó a un mayor veterano si alguna mujer había forma-
do parte de la jerarquía policial superior, compuesta de tres oficiales de
9
Tomado de las notas de campo, septiembre de 2014.
10
Oficial de policía mujer.
11
Aunque los ascensos militares se pueden deber al mérito, a menudo se dan en automá-
tico con el paso del tiempo. Así pues, aquellas mujeres que han estado un tiempo lo suficien-
temente largo en la organización alcanzarán la más alta posición entre la tropa (subteniente)
o entre la oficialidad (coronel).
alto rango, éste dio una respuesta tan juguetona como reveladora: “[n]o,
afortunadamente nunca hemos tenido ese problema”.
Sin embargo, el programa UPP fue diseñado expresamente para incluir
una mayor población femenina en las fuerzas de la policía militar. Desde su
creación, los funcionarios del Departamento de Seguridad Pública de Río
de Janeiro han dado amplia difusión a la presencia favorable de las mujeres
en las favelas pacificadas, cuyas imágenes aparecen en prácticamente todo
el material publicitario producido para el programa; por ejemplo, en la tele-
visión y en periódicos es posible ver con regularidad el rostro amigable de la
mayor Priscilla, quien muy pronto se convirtió en ícono y vocera de la UPP.12
El trabajo de la mayor Priscilla durante las fases críticas del programa reci-
bió amplio reconocimiento, lo que la hizo muy popular entre la policía y los
civiles; sus logros sirvieron para promocionar los primeros éxitos de la UPP.
Aunque el departamento de relaciones públicas de la policía apuesta por
la imagen más amigable de las oficiales mujeres, haciéndolas asistir incan-
sablemente a eventos públicos y publicando imágenes de ellas patrullando,
participando en actividades de la comunidad y conviviendo en armonía con
niños y ciudadanos, en realidad la presencia femenina en la organización
todavía es muy poca. Al día de hoy nada más 5 de las 38 unidades de la UPP
están comandadas por una oficial mujer, mientras que una sola mujer oficial
de alto rango encabeza uno de los 39 batallones estatales (que cubren regio-
nes más amplias y despliegan contingentes más numerosos de agentes).13
En el estado de Río de Janeiro, desde 1982, se permite el ingreso de las
mujeres a la policía y, a diferencia de otros estados de Brasil, Río no pone
límites al número de reclutas mujeres que pueden ser admitidas al entrena-
miento de la policía militar. No obstante, recién en 1993 se logró consolidar
un sistema de calificación sin discriminación de género. De acuerdo con
datos oficiales, las mujeres representan cerca de 4% del total de las fuerzas
policiales de Río de Janeiro, con lo cual el estado se encuentra en la quinta
posición entre las 27 entidades federativas del país. Sin embargo, si se con-
sidera el programa UPP de forma aislada, la presencia de oficiales mujeres
asciende al 14.3% del total de la fuerza.14
12
Como la mayor Priscilla no está relacionada con nuestros estudios de caso y es una
figura ampliamente conocida, no conservamos su identidad en el anonimato. La reputación
de la mayor la llevó a recibir, en 2012, un premio al “Notable liderazgo y coraje” del Depar-
tamento de Estado de Estados Unidos. Con ocasión del premio, diversos medios la fotogra-
fiaron llorando lágrimas de felicidad junto a Hillary Clinton.
13
A septiembre de 2016.
14
Los datos provienen de la Coordenadoria de Polícia Pacificadora (CPP) de la Policía
Militar de Río de Janeiro (PMERJ) y corresponden a octubre de 2016.
En la UPP de Morro Santo fue posible observar que tanto mujeres como va-
rones se valen constantemente de los constructos estereotípicos de la división
del trabajo, los cuales etiquetan a las mujeres como incapaces para tareas que
involucran fuerza física, amenazas a la vida, alta responsabilidad y autoridad.
Solamente nueve mujeres policías trabajan en Morro Santo, junto a
un contingente de aproximadamente 87 varones, incluyendo tres oficiales
varones.15 Cinco de estas nueve patrulleras se dedican a trabajos adminis-
trativos (junto con siete varones), en un horario de nueve de la mañana a,
aproximadamente, seis de la tarde, cuatro días a la semana. A diferencia
del personal dedicado a patrullar las calles, los oficiales asignados al trabajo
de escritorio quedan exentos de alternar de forma obligatoria el turno de
15
Los datos aquí presentados conservan las proporciones originales, sin embargo, han
sido ligeramente modificados para guardar el anonimato del estudio de caso. Los datos co-
rresponden a septiembre de 2014.
16
“Aproximadamente”, porque el final del trabajo administrativo es indeterminado. Los
oficiales solamente pueden dar por concluido el trabajo administrativo una vez que la oficina
de coordinación que supervisa el trabajo de todas las unidades (CPP o Coordenadoria de
Polícia Pacificadora) avisa que terminó el trabajo del día.
17
Literalmente “chupete con miel” o, traducido al español, “pan comido”.
18
“Ganso” es el argot policial para un criminal.
19
En portugués suga es el argot policial para una actividad agotadora. Por citar un ejem-
plo de las notas de campo: “[n]o pude dormir nada, porque anduvimos patrullando el cerro
todo el día de ayer. Hoy estamos todos tronados.”
20
Se pide a los agentes de la UPP que usen un uniforme distintivo, con camisa azul más
claro de la misma tela gruesa. Algunos comandantes permiten que se use el uniforme oscuro
tradicional, pero otros hacen que la camisa azul claro sea obligatoria.
muchos de los servicios y equipos de la oficina, hubo que recortar hasta los
gastos básicos para el mantenimiento del edificio y las agentes mujeres se
vieron obligadas a llevar su propio papel de baño, jabón y toallas de mano
para surtir el baño de la oficina.21
Como la unidad no patrocinó la reunión de Navidad, no fue sólo el cos-
to lo que hizo que el comandante decidiera que unicamente los trabajadores
administrativos serían convidados al evento —una parrillada de ocho horas
organizada en un viernes laboral—. Las agentes mujeres de la administra-
ción tomaron la iniciativa de rentar un local en un club campestre de los
alrededores, compartiendo la responsabilidad de preparar guarniciones y
postres. Todos los invitados contribuyeron y se ofrecieron abundantes canti-
dades de carne asada y cerveza fría a los policías en puestos administrativos
y a los supervisores de las tropas (sargentos), quienes pasaron el día comien-
do, bebiendo, jugando al fútbol y relajándose en la piscina. No es de sor-
prender que el evento haya causado resentimiento entre los patrulleros que
no fueron invitados, particularmente aquellos fuera de servicio ese día y
que, por lo tanto, hubieran podido participar de la fiesta. Entre los patrulle-
ros que no fueron invitados y estaban de servicio, una pareja que conducía
una patrulla llegó brevemente al lugar tras ser llamados para llevar hielo.
Ese llamado se hizo para reafirmar, de manera clara y contundente, el po-
der jerárquico, una característica importante de la Policía Militar de Brasil,
que separa a la tropa de los oficiales: “[s]argento Nelson: Soldado Lucas,
vaya y traiga más hielo para la fiesta que nuestra cerveza se está calentando.
Y asegúrese de encender la sirena, la policía no tiene por qué esperar en un
semáforo durante una emergencia [risas generalizadas entre quienes alcan-
zaron a escuchar]. ¡No haga esperar a su comandante!”.22
Por estos y otros eventos semejantes, no estaba claro para los patrulleros
si el personal administrativo estaba compuesto por mujeres y varones “infe-
riores y físicamente más débiles”, o por mujeres y varones que, en realidad,
estaban siendo favorecidos.23
21
Aunque los baños de varones no estaban surtidos, los varones no solían llevar esa clase
de cosas, pues en la administración eran las agentes mujeres quienes llevaban papel extra
para “los muchachos”. Los patrulleros en trabajo de calle suelen usar los baños de los esta-
blecimientos comerciales.
22
El sargento Nelson habla con los oficiales de la patrulla por teléfono, como lo ordenó
el comandante.
23
No todas las unidades de policía organizan fiestas navideñas exclusivas para el per-
sonal administrativo, por ejemplo, en ese mismo año otra unidad en la misma zona de la
ciudad, pero por lo menos tres veces más grande que la de Morro Santo, organizó una fiesta
para todo el personal. Sin embargo, todas las unidades que visité en cierto momento organi-
zaban reuniones sociales exclusivas para oficiales y personal administrativo.
24
Por lo tanto, queda implícito que no hay consecuencias graves para las bromas no
deseadas.
25
Además, tanto afuera como adentro del trabajo los oficiales varones usan abundantes
nombres de cariño para referirse a sus colegas mujeres, por ejemplo, “bebé” o “gata” (“mujer
hermosa”).
26
En su libro, Wouters (2004) compara diversos manuales de etiqueta y modales de
distintos países, como los Países Bajos, Gran Bretaña, Alemania y Estados Unidos, que fue-
ron populares a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Observa los consejos que estos
manuales ofrecen para el cortejo, el baile, las citas, el desposorio y el matrimonio, concep-
tualizando la relación entre varones y mujeres como “un equilibrio de la lujuria”, la tensión
entre “el deseo de gratificación sexual y el deseo de intimidad duradera” (p. 6).
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Joe L. Couto*
I. Introducción
197
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riencia. La investigación reveló que ser “mujer” y ser “gay” expone a las
oficiales de policía a algunos desafíos similares en términos de su género
y orientación sexual, en específico, acoso sexual y tener que conformar-
se a “normas” masculinas (por ejemplo, pasar por rudas) (Galvin-White y
O’Neal, 2016; Jones y Williams, 2015). No obstante, la investigación tam-
bién sugiere que estos y otros desafíos, producto de la orientación sexual en
un ambiente policial, no son tan manifiestos como aquellos que sólo se ba-
san en el género. Esto se puede deber a que la orientación sexual no es una
característica “visible” (como lo son el género y la raza), y por eso se somete
menos al acoso manifiesto y otras experiencias laborales negativas.
David S. Cohen
I. Introducción
205
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no se pide a la gente que acuda a la leva militar con base en las características masculinas o
femeninas que manifiesten (su “género”), sino en los genitales, en su biología (su “sexo”). No
se exige a las mujeres varoniles que hagan servicio militar, pero sí a los varones afeminados.
Por “segregación” no me refiero meramente a una clasificación en que las personas re-
ciben trato diferente con base en el sexo, sino a la total separación o exclusión debidas a
una regla. Más aún, no me refiero a la segregación que no tiene reglas, en la cual no existen
normas que exijan la separación o exclusión, sino que la total separación o exclusión puede
ser resultado de razones distintas a una regla. Si bien las clasificaciones basadas en el sexo y la
representación desproporcionadas sin una regla de exclusividad son temas centrales para
la antidiscriminación, no son el objeto del presente proyecto; por el contrario, este proyecto
se concentra en la separación o exclusión con reglas según el sexo cuando ésta es total y sin
excepciones.
3
V. discusión infra notas 19-24 y texto que las acompaña.
4
V. más adelante la discusión de la Primera Parte.
5
V. Cohen, supra nota 2, Quinta Parte.
6
V., p. ej., Ann C. McGinley, “Creating Masculine Identities: Bullying and Harassment
«Because of Sex»”, 79 U. Colo. L. Rev. 1151 (2008) (discute la masculinidad y las agresiones
en el lugar de trabajo); Ann C. McGinley, “Harassing «Girls at the Hard Rock: Masculinities
in Sexualized Environments»”, 2007 U. Ill. L. Rev. 1229 (aplica la teoría de la masculinidad
para analizar el funcionamiento del Título VII en lugares de trabajo altamente sexualiza-
dos); Ann McGinley, “Masculinities at Work”, 83 Or. L. Rev. 359 (2004) (afirma que la teoría
de la masculinidad ilumina estructuras y prácticas que pueden sustentar demandas laborales
por discriminación).
7
V. p. ej. Larry Catà Backer, “Gendering the President Male: Executive Authority Be-
yond Rule-of-Law Constitutionalism in the American Context”, 3 Fla. Int’l U. L. Rev. 341
(2008) (examina el imperio de la ley, el género y la presidencia); Frank Rudy Cooper, “Our
First Unisex President?: Black Masculinity and Obama’s Feminine Side”, 86 Denv. U. L. Rev.
633 (2009) (examina la campaña de Barack Obama y los estereotipos de la masculinidad
negra).
8
V. p. ej., John M. Kang, “Manliness and the Constitution”, 32 Harv. J. L. & Pub. Polity
261 (2009) (investiga el papel de la identidad masculina en la redacción de la Constitución).
9
V. p. ej., David S. Cohen, “No Boy Left Behind? Single-Sex Education and the Essen-
tialist Myth of Masculinity”, 84 Ind. L. J. 135 (2009) (evalúa el mito esencialista de la mascu-
linidad que subyace bajo la reforma de la educación para el mismo sexo); Valorie K. Vojdik,
“Gender Out-Laws: Challenging Masculinity in Traditionally Male Institutions”, 17 Berkeley
Women’s L. J. 68 (2002) (examina cómo la masculinidad permea las estructuras institucionales
de manera tal que la igualdad formal no conduce a la neutralidad generizada).
10
V. p. ej., Frank Rudy Cooper, “«Who’s the Man?»: Masculinities Studies, Terry Stops,
and Police Training”, 18 Colum. J. Gender & L. 671 (2009) (donde se investiga el papel de la
masculinidad en Terry); Frank Rudy Cooper, “Against Bipolar Black Masculinity: Intersectio-
nality, Assimilation, Identity Performance, and Hierarchy”, 39 U. C. Davis L. Rev. 853 (2006)
(explora la teoría de la interseccionalidad y sus implicaciones para la identidad masculina
negra); Angela P. Harris, “Gender, Violence, Race and Criminal Justice”, 52 Stan. L. Rev. 777
(2000) (examina la relación entre violencia, masculinidad y raza).
11
V. p. ej., Nancy E. Dowd, “Rethinking Fatherhood”, 48 Fla. L. Rev. 523 (1996) (discute
las normas de la masculinidad y la paternidad).
12
V. p. ej., Nancy E. Dowd, “Masculinities and Feminist Legal Theory”, 23 Wis. J. L.
Gender & Soc’y 201 (2008) (ofrece un panorama de la teoría de las masculinidades y sus usos
dentro de la teoría legal feminista); Nancy Levit, “Feminism for Men: Legal Ideology and the
Construction of Maleness”, 43 Ucla L. Rev. 1037 (1996) (argumenta que la teoría feminista
pasa por alto a los varones).
13
V. en general Michael Kimmel, “Integrating Men into the Curriculum”, 4 Duke J. Gender
L. & Pol’y 181 (1997) (argumenta que la teoría feminista en el salón de clases debe investigar
a los varones y la masculinidad).
14
Cohen, supra nota 10, pp. 170-173.
15
Ver más adelante la discusión de la Tercera Parte.
16
Ver más adelante la discusión de la Cuarta Parte.
17
Ver Cohen, supra nota 2, Tercera Parte.
18
19 29 U.S.C. § 206 (2006).
19
42 U.S.C. § 2000(e) (2006).
20
20 U.S.C. §§ 1681-1688 (2006).
21
42 U.S.C. §§ 3604 y 3605 (2006).
22
V. Craig v. Boren, 429 U.S. 190, 197 (1976) (“Para enfrentar una demanda constitucio-
nal, los casos previos establecen que las clasificaciones por género deben servir importantes
objetivos de gobierno y deben estar sustancialmente vinculadas al logro de dichos objeti-
vos”). La primera vez que la Corte invalidó una ley que discriminaba a las mujeres fue en
el caso Reed v. Reed, 404 U.S. 71 (1971), quedándose corta por un voto de analizar las clasi-
ficaciones basadas en el sexo de acuerdo con el más alto nivel de escrutinio constitucional
en Frontiero v. Richardson, 411 U.S. 677 (1973). El criterio que finalmente adoptó en Craig es
el de “escrutinio intermedio”, ya que es más permisivo de las clasificaciones estatales que el
estándar más exigente del escrutinio estricto, pero más exigente que el nivel más básico de
revisión racional. V. Clark v. Jeter, 486 U.S. 456, 461 (1988) (por primera vez la Suprema Corte
utiliza en término “escrutinio intermedio” en un caso de la jurisprudencia, para describir el
nivel de escrutinio aplicado a clasificaciones basadas en “sexo o ilegitimidad”).
las mujeres, de acuerdo con las leyes federales, cambió de manera drástica al
eliminarse algunas de las formas más severas de discriminación sexual.23
No obstante, casi cuatro décadas más tarde, la segregación sexual sigue
vigente. De hecho, persiste de maneras que afectan la mayor parte de la
vida de las personas. En el primer artículo de este proyecto detallo las di-
versas formas de segregación sexual que existen a la fecha y resumiré dichas
formas de segregación y las áreas de la vida que siguen segregadas;24 con
ello prepararé el escenario para analizar los efectos de la segregación sexual
sobre la masculinidad que examino más adelante.
En Estados Unidos la segregación sexual existe en cuatro categorías di-
ferentes: obligatoria, administrativa, permisiva y voluntaria. La segregación
sexual obligatoria es aquella que viene ordenada por el derecho y que puede
darse en situaciones públicas o privadas. La administrativa es aquella segre-
gación que el gobierno lleva a cabo en su capacidad administrativa aunque
la ley no se lo exija. La permisiva tiene lugar cuando la ley, explícitamente,
permite que haya segregación sexual en un cierto contexto; como la segre-
gación sexual obligatoria, la permisiva puede ocurrir en circunstancias pú-
blicas o privadas. Por último, la segregación sexual voluntaria es aquella en
que incurren instituciones y organizaciones no gubernamentales sin que la
ley les otorgue el permiso explícito para así hacerlo.
Cada una de estas formas de segregación tiene lugar en una gran va-
riedad de contextos dentro de la vida estadunidense. Uno de los ejemplos
más visibles de la segregación sexual obligatoria se da en el contexto de las
fuerzas armadas: por políticas del Departamento de Defensa las mujeres
quedan excluidas de “misiones en unidades por debajo del nivel de brigada
cuyo objetivo primordial sea el combate directo sobre el terreno”.25 Según
las leyes federales, unicamente los varones tienen la exigencia de presentarse
en caso de leva militar, y sólo los varones están sujetos por ley a penas en
caso de no hacerlo.26 A nivel estatal, numerosas leyes y Constituciones dic-
23
V. p. ej., United States v. Virginia, 518 U.S. 515 (1996) (estableció que el colegio militar pú-
blico del estado de Virgina era inconstitucional por dar servicio a personas de solamente uno
de los sexos); Taylor v. Louisiana, 419 U.S. 522 (1975) (afirmó que es inconstitucional excluir a
las mujeres de los jurados).
24
La autoridad para el sumario que sigue se encuentra en Cohen, supra nota 2, en la
Tercera Parte.
25
U.S. Gen. Accounting Office, Gender Issues: Information on Dod’s Assignment Policy
and Direct Ground Combat 3 (1998).
26
50 U.S.C. app. § 453 (2000). La Suprema Corte sostuvo esta disposición en contra de
una controversia constitucional en Rostker v. Goldberg, 453 U.S. 57 (1981).
tan que las milicias estatales estarán conformadas por “ciudadanos varones
con aptitud física”.27
La segregación sexual obligatoria también tiene lugar fuera de las fuer-
zas armadas. En el sistema de justicia penal con frecuencia se exige que
las prisiones y poblaciones carcelarias estén segregadas de acuerdo con el
sexo.28 Asimismo, en ocasiones las leyes estatales requieren que dentro de
las prisiones el transporte, las inspecciones y el empleo, así como las celdas
y los tribunales penales, estén segregados con base en el sexo.29 Los baños,
vestidores, duchas e instalaciones por el estilo también son otros ámbitos en
donde la gente entra en contacto de forma regular con la segregación sexual
obligatoria; en muchos estados las leyes segregan los baños buscando aislar
a varones y mujeres en un lugar en particular.30 Asimismo, hay numerosos
estados que segregan con base en el sexo los servicios médicos, ya sea sepa-
rando a aquellos que reciben tratamiento o requiriendo que aquellos que
brindan el tratamiento sean del mismo sexo que los pacientes.31 Las leyes
estatales también segregan según el sexo en otros contextos, a saber, progra-
mas al aire libre para la juventud, elecciones, pruebas de alcohol y drogas
en el sector privado, vivienda, fotografías para el documento de identidad,
clausura de jurados, salones de masaje, nudismo, escuelas y programas con-
tra la violencia sexual.32
La segregación sexual administrativa tiene lugar cuando, en sus ope-
raciones, instituciones gubernamentales segregan de acuerdo con el sexo a
pesar de no estar obligadas por ley, por ejemplo, toda clase de edificios de
gobierno, sea que estén abiertos al público o no, tienen baños segregados
por sexo y, si sirve a los fines del edificio, también cuentan con vestidores y
duchas segregadas por el sexo, bien para uso de los empleados, bien del pú-
blico. En las instalaciones correccionales también hay segregación de acuer-
do con el sexo, pues la mayor parte de ellas separan a varones y mujeres sin
que para ello haya un mandato de ley.33 Las escuelas públicas, desde el nivel
primaria hasta el posgrado, también segregan con base en el sexo en baños
y vestidores, así como en dormitorios, fraternidades y sororidades.
27
V. p. ej., Cal. Mil. & Vet. Code § 122 (1988); Miss. Const. art. IX, § 214.
28
V. p. ej., Conn. Gen. Stat. § 18-81g (2009); Okl. Stat. § 504.7 (2004).
29
V. p. ej., Iowa Code § 901.7 (2003); Mo. Rev. Stat. § 544.193 (2002); R. I. GEN. LAWS
§ 13-5-5 (2009).
30
V. p. ej., Ala. Code § 16-8-43 (2009); NEV. Rev. Stat. § 618.720 (2007).
31
V. p. ej., La. Child. Code Ann. art. 1409 (2009); N.D. Cent. Code § 25-01.2-03 (2009).
32
V. p. ej., Ark. Code Ann. § 5-68-204 (2005); Minn. Stat. Ann. § 518B.02 (2006).
33
V. Coed Prison (John Ortiz Smykla ed., 1980).
1. Género y antiesencialismo
39
V. en general Raewyn Connell, Gender: In World Perspective 31-49 (2a. ed. 2009) (que brinda
una perspectiva de la teoría del género y los teóricos del género).
40
V. Ann C. McGinley, “Erasing Boundaries: Masculinities, Sexual Minorities and Em-
ployment Discrimination”, U. Mich. J. L. Reform 713, 717 (2010) (se vuelve al punto de la
concepción popular del género).
41
R. W. Connell, Masculinities 21-27 (2a. ed. 2005) (describe estas posiciones comunes en
cuanto al sexo y el género bajo el concepto de “papeles de género”).
42
Judith Butler, Gender Trouble: Feminism and Subversion of Identity 33 (2a. ed. 1999).
43
Id. (“En este sentido, género no es sustantivo, pero tampoco es un concepto de atributos
flotando libremente, pues hemos visto que el efecto sustantivo del género se produce por las
prácticas performativas [y] está motivado por las prácticas regulatorias de la coherencia gene-
rizada. En este sentido, el género siempre es un hacer, aunque no sea el hacer de un sujeto
de quien pueda decirse que preexiste al acto”).
44
Id. p. 11 (“Como resultado, el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza;
el género también es el medio discursivo/cultural por el cual la «naturaleza sexuada» o el
«sexo natural» se produce y establece como algo prediscursivo, anterior a la cultural, una
superficie políticamente neutra sobre la cual actúan los actos culturales”).
45
Martha Chamallas, Introduction to Feminist Legal Theory 95 (2a. ed. 2003).
46
Candace West y Don H. Zimmerman, “Doing Gender”, 1 Gender & Soc’y 125, 136 y
137 (1987) (“Hacer género no siempre significa vivir de acuerdo a las concepciones norma-
tivas de la femineidad o la masculinidad, sino tomar parte de cierta conducta, aun con el
riesgo de una evaluación generizada”).
47
Connell, supra nota 40, p. 11; v. asimismo id. pp. 66-71.
48
West y Zimmerman, supra nota 47, p. 56.
49
V. Janet Shibley Hyde, “The Gender Similarities Hypothesis”, 60 Am. Psychologist 581
(2005).
50
El antiesencialismo también se suele asociar con el feminismo racial crítico en tanto
que éste confronta la noción de que hay solamente una idea de género (sea masculinidad,
sea femineidad) sin tomar en consideración diferencias basadas en raza, clase, orientación
sexual u otros factores de identidad. V. Adrien Katherine Wing, Introduction en Critical Race
Feminism: A Reader 1, 7 (Adrien Katherine Wing ed., 2a. ed. 2003). Si bien esta clase de antie-
sencialismo resulta importante para comprender la segregación sexual, ver Cohen supra nota
2, en Quinta Parte. Ahí examino los elementos que se relacionan a lo largo del artículo y el
antiesencialismo que uso es más amplio y más profundo porque confronta las nociones uni-
versalizadas de la identidad en su conjunto, aun cuando éstas se hayan roto en características
particulares de la identidad.
51
Mary J. Frug, Postmodern Legal Feminism 18 (1992) (donde se discute cómo la identidad es
múltiple, cambiante y socialmente construida); Levit, supra nota 13, p. 1050 (“Las feministas
abrevan del posmodernismo porque quiere evitar verdades unitarias y reconocer identidades
múltiples”).
52
V. Kathryn Abrams, “Afterword: Critical Strategy and the Judicial Evasion of Dif-
ference”, 85 Cornell L. Rev. 1426, 1437 núm. 52 (2000); Marie Ashe, “Mind’s Opportunity:
Birthing a Poststructuralist Feminist Jurisprudence”, 38 Syracuse L. Rev. 1129, 1169 y 1170
(1987) (en donde se explica el enfoque del posestructuralismo y el antiesencialismo); Joan
C. Williams, “Feminism and Post-Structuralism”, 88 Mich. L. Rev. 1776, 1777-1179 (1990)
(reseñando a Zillah R. Eisenstein, The Female Body and the Law (1998).
quetas que sean más apropiadas para un sexo que para el otro.58 En este
sentido, podría parecer que es semejante a la teoría del trato equitativo y al
intento de destruir los estereotipos basados en el sexo.59 Sin embargo, a dife-
rencia de la teoría del trato equitativo, que acepta algunas diferencias entre
varones y mujeres,60 el antiesencialismo cuestiona prácticamente todos los
estereotipos y asociaciones vinculados con el sexo y el género, considerán-
dolos como el producto de categorizaciones socialmente impuestas,61 y son
estas categorizaciones socialmente impuestas las que resultan en el reforza-
miento de las jerarquías. Como ya se alegó con anterioridad, la segregación
sexual es una forma muy importante y poderosa de segregación.
2. Masculinidades múltiples
actuales de lo masculino y lo femenino, siendo así que yo preferiría que tuvieran más espacio
para desarrollarse, e incluso para desaparecer”).
58
Cohen, supra nota 10, p. 74 (“Las características particulares, rasgos de personalidad
y gustos o disgustos pueden no tener relación alguna con la presunta biología reproductiva
de un niño o una niña. Dichas características y preferencias debieran ser evaluadas como
positivas o negativas por sí mismas, sin el bagaje adicional agregado de si son apropiadas
para un niño o una niña”).
59
El antiesencialismo ha sido criticado en esta veta por carecer de “principios limitantes
que eviten que los grupos minoritarios sean deconstruidos hasta que sus restos se dispersen y
sólo queden individuos atomizados”. Sumi Cho y Robert Westley, “Critical Race Coalitions:
Key Moments that Performed the Theory”, 33 U. C. Davis L. Rev. 1377, 1416 (2000); v. asi-
mismo Maxine Eichner, “On Postmodern Feminist Legal Theory”, 36 Harv. C.R. C. L. L. Rev.
1, 42 (2001) (donde se afirma que “una teoría feminista que desestabilice la categoría mujer
hasta que se vuelva totalmente indeterminada en teoría sacrifica la capacidad de ubicar y
confrontar los estándares societales adaptados para encajar con el perfil de los varones”).
Para escapar del problema, Maxine Eichner recomienda una teoría legal que, en vez de
negar que exista una categoría de mujer socialmente entendida, se concentre “tanto en re-
ducir la importancia del género como en crear las condiciones legales para garantizar que
las personas tengan a su alcance una amplia variedad de identidades que se distancien de las
imágenes generizadas dominantes”. Id. p. 47.
60
V. p. ej., United States v. Virginia, 518 U.S. 515, 533 (1996) (donde se afirma que hay
“diferencias físicas entre varones y mujeres que pueden ser duraderas” y que las “diferencias
inherentes” son “motivo de regocijo” y pueden ser usadas como base para cierta clase de
acción gubernamental).
61
V. Cohen, supra nota 2, Quinta Parte.
62
Dowd, supra nota 13, p. 228.
63
Michael Kimmel, Manhood in America: A Cultural History (1996).
64
Connell, supra nota 42, pp. 87-181.
65
R. W. Connell, “Teaching the Boys: New Research on Masculinity, and Gender Strate-
gies for Schools”, 98 Tchrs. C. Rec. 206, 208 (1996) (“En sociedades multiculturales como la
de los Estados Unidos contemporáneos es muy probable que haya definiciones múltiples de
masculinidad”).
66
Rob Gilbert y Pam Gilbert, Masculinity Goes To School 49 (1998); Connell, supra nota
40, pp. 106 y 107 (“Hay considerable diversidad entre las sociedades en lo que respecta a
las construcciones del género para varones. Esto se puede ver con facilidad si se comparan las
descripciones de las masculinidades de América Latina, el Medio Oriente, África del Sur
y el Lejano Oriente. También hay numerosas pruebas de que, dentro de una misma socie-
dad, e incluso dentro de la misma institución, grupo o lugar de trabajo, hay masculinidades
múltiples”, se omite la cita).
67
Connell, supra nota 40, pp. 106 y 107.
68
V. p. ej., R. W. Connell y James W. “Messerschmidt, Hegemonic Masculinity: Re-Thin-
king the Concept”, 19 Gender & Soc’y 829, 841 (2005) (“Los varones pueden escurrirse entre
significados múltiples de acuerdo con sus necesidades de interacción”); Kimmel, supra nota
14, pp. 187-189.
69
Jeff Hearn, “From Hegemonic Masculinity to the Hegemony of Men”, 5 Feminist The-
ory 49, 59-61 (2004).
74
Emma Renold afirma que esta masculinidad “culturalmente exaltada” se basa en “el
dominio de otros varones y la subordiniación de las mujeres, la femineidad y otras sexualida-
des (no hetero)”. Emma Renold, Girls, Boys and Junior Sexualities: Exploring Children’s Gender and
Sexual Relations in the Primary School 66 (2005) (Citando a R. W. Connell, Masculinities: Knowled-
ge, Power, and Social Change 76, 1995); v. asimismo McGinley, supra nota 7, p. 1230 (donde se
define la masculinidad como “aquella estructura que refuerza la superioridad de los varones
sobre las mujeres y aquella serie de prácticas asociadas con el comportamiento masculino
que llevan a cabo varones o mujeres para mantener la superioridad de los varones por enci-
ma de las mujeres”).
75
Connell, supra nota 42, p. 7 (“Cuando las condiciones para defender el patriarcado
cambian, se erosionan las bases del dominio de una masculinidad en particular. Hay nuevos
grupos que confrontan las viejas soluciones y construyen una nueva hegemonía. La domina-
ción de cualquier grupo de varones puede ser combatida por las mujeres. En consecuencia,
la hegemonía es una relación históricamente movediza”).
76
V. p. ej., Marlon Riggs, “Black Macho Revisited: Reflections of a SNAP! Queen”, in
Black Men on Race, Gender, and Sexuality: A Critical Reader 306, 311 (Devon W.Carbado ed., 1999)
(donde se descibe al varón negro dominante afrocéntico que “no se arruga, no se echa para
atrás, no carga culpas ni acepta chingaderas, se hace cargo, responde cuando lo retan y se
defiende sin darse tiempo para dudar de sí mismo”).
77
V. p. ej., Gilbert y Gilbert, supra nota 67, p. 48 (donde se indentifica la masculinidad
tradicional por ser “más racional que emocional, más mezquina que generosa, más compe-
titiva que cooperativa, más agresiva que sumisa, más individualista que colectivista”); Emma
Renold, “«Other» Boys: Negotiating Non-Hegemonic Masculinities in the Primary School”,
16 Gender & Educ. 247, 251 (2004) (que describe la masculinidad dominante tal como la
caracteriza el futbol americano con sus golpes, rudeza, competitividad y heterosexualidad
obligatoria).
sobre las personas.78 La segregación sexual, así como el papel que desem-
peña la ley al permitirla y ordenarla, es una de dichas prácticas y, como tal,
hay que explorarla en relación con la masculinidad hegemónica.
Para la definición de masculinidad hegemónica es importante definir
el concepto de hegemonía, el cual, en este contexto, se refiere a una ideo-
logía de la masculinidad que ejerce poder sobre otros a partir de “ideas
y prácticas comúnmente aceptadas con consentimiento y sin coerción”.79
En un sistema así hay otros tipos de masculinidades que se articulan con
la forma hegemónica. Connell identifica las masculinidades subordinadas,
cómplices y marginadas. Las subordinadas son aquellas sobre las que do-
mina la masculinidad hegemónica, poniéndolas en situación de inferiori-
dad.80 Las cómplices son las que exhiben a varones que, sin practicar la
masculinidad hegemónica, se benefician de su existencia, pues establecen
un patrón generalizado de subordinación de las mujeres.81 Y las margina-
les son aquellas que exhiben las personas que pertenecen a una raza o clase
diferente a la de la forma dominante de masculinidad. Estas masculinida-
des marginales, de cierta manera, pueden ser consistentes con la hegemó-
nica, como sucede en el ejemplo que usa Connell,82 sobre el atleta negro
que, a pesar de su fama, siempre será marginado por otras características
de su identidad.
Les teóriques han hecho diversas críticas al concepto de masculinidad
hegemónica, entre las que se incluye el ser poco clara en su sustancia.83
Sin embargo, mi premisa de trabajo es que, de igual manera, es útil para
comprender los conceptos de masculinidad que ejercen fuerza normativa
para que la gente se conforme. Aunque puede ser imposible describir por
completo dicha masculinidad debido a la gran variedad de fuerzas que in-
fluyen sobre su naturaleza, se le puede comprender en cierto grado al mi-
78
Connell, supra nota 42, p. 77 (“Es probable que la hegemonía quede establecida si hay
alguna forma de correspondencia entre el ideal cultural y el poder individual, en lo colectivo
si no es que en lo individual”).
79
Hearn, supra nota 70, p. 53. Hearn toma esta descripción de un gran número de
textos, v. p. ej. pp. 53-55, el más importante de los cuales es Antonio Gramsci, Selections From
The Prison Notebook (1971). Connell también se apoya en Gramsci para acuñar el término
“masculinidad hegemónica”. V. Connell, supra nota 42, p, 77.
80
Connell, supra nota 42, pp. 78 y 79 (donde se identifica la masculinidad gay como la
más notoria de tales masculinidades, aunque también se mencionan otras).
81
Id. pp. 79 y 80 (“En este sentido, son cómplices aquellas masculinidades construidas
de manera que se obtiene un dividendo patriarcal, sin las tensiones o riesgos de estar en las
tropas combatientes del patriarcado”).
82
Id. pp. 80 y 81.
83
V. Hearn, supra nota 70, pp. 58 y 59.
1. No femeninos
86
Nancy Chodorow, “Being and Doing: A Cross-Cultural Examination of the Socializa-
tion of Males and Females”, en Woman in Sexist Society: Studies in Power and Powerlessness 173,
186 (Vivian Gornick y Barbara K. Moran eds., 1971). También afirma que los muchachos,
tan preocupados por definirse como masculinos, se angustian porque “no hay definición
cierta de masculinidad, no hay manera de que un niño pueda comprobar si cumple con ella,
salvo que logre distinguirse de eso que vagamente define como femineidad”. Id. pp. 189.
87
Id. pp. 184-189; v. asimismo Connell, supra nota 40, pp. 17-22.
88
Kenneth L. Karst, “The Pursuit of Manhood and the Desegregation of the Armed
Forces”, 38 Ucla L. Rev. 499, 503 y 504 (1991) (“Si bien la masculinidad se define con respecto
a su polo opuesto, la identificación con las competencias y el poder de un mundo dominado
por varones parece ser la norma de la sociedad para ser plenamente humano”).
89
Dowd, supra nota 13, p. 232.
90
Ellen Jordan, “Fighting Boys and Fantasy Play: The Construction of Masculinity in
the Early Years of School”, 7 Gender & Educ. 69, 75 (1995); v. asimismo Sharon R. Bird, “Wel-
come to the Men’s Club: Homosociality and the Maintenance of Hegemonic Masculinity”,
10 Gender & Soc’y 120, 125 (1996) (donde se describe una entrevista con un varón adulto que,
cuando niño, “no nada más evitas a las mujeres porque no quieres ser una nena, no juegas
con muñecas, no lloriqueas ni derramas lágrimas. Lo haces porque te toca hacer cosas de
niño, tú sabes”).
91
Michael S. Kimmel, “Introduction”, en The Gendered Society Reader 1, 4 (Michael S.
Kimmel y Amy Aronson eds., 3a. ed. 2008).
92
Cohen, supra nota 10, pp. 165-168.
93
Id. pp. 166 y 167 (se detallan las distintas lecturas propuestas para niños y niñas).
94
Id. pp. 167 y 168.
95
V. Nondiscrimination on the Basis of Sex in Education Programs or Activities Recei-
ving Federal Financial Assistance, 71 Fed. Reg. 62,529 y 530 (oct. 25, 2006) (codified at 34
C.F.R. Part 106) (que abre un margen más amplio para que las escuelas puedan segregar de
acuerdo con el sexo al tenor del Título IX).
96
Chodorow, supra nota 87, pp. 185. Aunque este ensayo fue escrito antes de que se
desarrollara el concepto de masculinidad hegemónica, Chodorow expone, básicamente, la
misma idea.
97
V. U.S. Gen. Accounting Office, Gender Issues, supra nota 26 (1998). Las mujeres también
pueden ser excluidas de unidades que deben convivir con unidades de combate terrestres,
puestos para los cuales proporcionar alojamiento separado es demasiado costoso, misiones
de fuerzas de operaciones especiales o reconocimiento de largo alcance, y unidades cuyos
requisitos físicos excluirían a la gran mayoría de las mujeres.
98
V. Rostker v. Goldberg, 453 U.S. 57, 68 y 69 (1981) (explica la percepción del Congre-
so acerca del vínculo entre el registro y la disponibilidad para el combate); id. pp. 76 (“el
para los varones, la ley quita a las mujeres aquello que algunos alegan, es
la parte más importante del servicio en las fuerzas armadas para dejarlo
tan sólo en manos de los varones.99 Esto es válido tanto para el mensaje de
exclusión que se transmite (literalmente, que los hombres son ciudadanos
plenos por su elegibilidad para la milicia, en comparación con las mujeres
que tienen limitaciones) como en los efectos de dicha exclusión (que los
varones tienen mayores oportunidades para el liderazgo que las mujeres
debido a su capacidad para participar en el Ejército en total plenitud).100
En audiencias ante el Congreso realizadas para discutir si se debía am-
pliar el papel que las mujeres desempeñan en el ejército, este aspecto de
la masculinidad quedó particularmente claro. Valorie Vojdik describió el
testimonio que surgió de las audiencias diciendo que “refleja la creencia
subyacente de que un guerrero es valioso precisamente porque una mujer
no puede serlo”.101 Hay dos ejemplos representativos: una mujer pilota de
la Fuerza Aérea testificó que un piloto de pruebas varón le dijo: “[m]ira,
hay muchas cosas que puedo soportar, pero no puedo soportar ser peor que
tú”;102 asimismo, un sargento de Fuerzas Especiales testificó que “la men-
talidad guerrera se vendría abajo si las mujeres fueran colocadas en pues-
tos de combate. Es preciso mantener la creencia de que «puedo hacer esto
porque no hay nadie más que lo haga»”.103 En estas nociones, la base de lo
que significa ser varón está en que los varones pueden hacer cosas decidida-
mente valiosas y claramente no femeninas. La segregación sexual que la ley
permite en el Ejército sirve para perpetuar esta parte de la masculinidad.104
Esta diferenciación de las mujeres y la femineidad también es una parte
importante de los clubes para caballeros que tienen reglas de membresía ex-
2. Heterosexual
105
Dixon Wecter, The Saga of American Society 253 (1937), citado en Michael M. Burns,
“The Exclusion of Women from Influential Men’s Clubs: The Inner Sanctum and the Myth
of Full Equality”, 18 Harv. C.R. C. L. L. Rev. 321, 343 (1983).
106
Deborah Rhode, “Association and Assimilation”, 81 Nw. U. L. Rev. 106, 113 (1986).
107
Bird, supra nota 91, pp. 125.
108
Catharine A. MacKinnon, “The Road Not Taken: Sex Equality en Lawrence v. Tex-
as”, 65 Ohio St. L.J. 1081, 1087 (2004).
109
Connell, supra nota 42, pp. 40.
110
Michael S. Kimmel, “Masculinity as Homophobia: Fear, Shame, and Silence in the
Construction of Gender Identity”, en Theorizing Masculinities 119, 133 (Harry Brod y Michael
Kaufman eds., 1994).
111
Connell, supra nota 42, at 154-157 (describe la conexión entre masculinidad hegemó-
nica y violencia en contra de gays brindando algunos ejemplos).
112
V. Dowd, supra nota 13, pp. 222-225 (donde explica la importancia de la heteronor-
matividad para la masculinidad hegemónica, y también como “todos los varones se ven
afectados por la necesidad de amoldarse”).
113
V. p. ej., Cal. Penal Code § 4021 (2000); 29 DEL. C. § 8903 (2009); Minn. Stat. Ann. §
642.08 (2006); N.C. Gen. Stat. Ann. § 14-208 (2009); N.J. Stat. Ann. § 30: 8-12 (2009).
114
391 F.3d 737 (6th Cir. 2004).
115
Id. at 757 (citando a Lee v. Downs, 641 F.2d 1117, 1119 —4th Cir. 1981—).
116
En alguna parte del veredicto el tribunal examina el temor a la agresión masculina, a
la cual me referiré más adelante infra Tercera Parte. C.
las mujeres cuando los varones que se asumen como heterosexuales, miran
sus genitales.117 Por supuesto, este daño no es la única razón para semejan-
tes políticas, pues la seguridad también forma parte de sus motivaciones, sin
embargo, el supuesto de heterosexualidad es una de las razones principales
para la segregación sexual dentro del sistema de justicia penal, tanto para
prisioneros como para guardias y oficiales de policía.
Una dinámica semejante opera en la segregación de los baños. Al igual
que en la discusión sobre las prisiones, el miedo a la violencia ciertamente
forma parte de las razones para sexo-segregar los baños, el temor a las inte-
racciones heterosexuales es otra de las razones, sea que se trate de segrega-
ción obligatoria, administrativa, permisiva o voluntaria. La sociedad asume
la heterosexualidad, así pues, varones y mujeres no pueden estar juntos en
ambientes donde los genitales queden expuestos. Richard A. Wasserstrom118
es un filósofo legal que se ha ocupado de escribir acerca de las razones por
las que los baños sexo-segregados son un misterio heterosexual:
122
V. David E. Bernstein, “Sex Discrimination Laws versus Civil Liberties”, 1999 U. Chi.
Legal F. 133, 189 (1999) (“Las mujeres con frecuencia se inscriben en gimnasios sólo para
mujeres para evitar que los varones anden de mirones cuando hacen ejercicio”).
123
Con la segregación sexual que se aplica tanto a varones como a mujeres se transmite
el mismo mensaje con respecto a la femineidad y la heterosexualidad.
124
Patrick Higgins, “Introduction: The Power Behind the Mask”, in A Queer Reader 1, 13
(1993).
125
V. David Alan Sklansky, “«One Train May Hide Another»: Katz, Stonewall, and the
Secret Subtext of Criminal Procedure”, 41 U.C. Davis L. Rev. 875, 880 (2008). Aunque se
declaró inocente, Craig admitió ser culpable de conducta desordenada. V. Patti Murphy y
el tiempo, aunque también hay otras formas de contacto sexual con una
gran variedad de complicaciones y complejidades que tienen lugar entre los
varones en prisión.126 Los investigadores han examinado el “coito pseudo-
consensual” que tiene lugar entre los varones en prisión, determinando que
la segregación sexual es un factor importante para producir un ambiente
carcelario en que aparecen conductas sexuales homosexuales.127 Así pues,
la ironía de la segregación sexual no sólo es que asume la heterosexualidad
como parte de la masculinidad hegemónica, sino que también crea oportu-
nidades únicas para desviarse con respecto a la heterosexualidad asumida.
3. Físicamente agresivo
David Stout, “Idaho Senator Says He Regrets Guilty Plea in Restroom Incident”, N.Y. Times,
agosto 29, 2007, en A19.
126
V. Brenda V. Smith, “Rethinking Prison Sex: Self-Expression and Safety”, 15 Colum. J.
Gender & L. 185, 201-225 (2006) (donde se describen los diversos factores del sexo carcelario:
placer, trueque, libertad, transgresión, procreación, seguridad y amor).
127
V. Mary Koscheski, Christopher Hensley, Jeremy Wright y Richard Tewskbury, “Con-
sensual Sexual Behavior”, in Prison Sex: Practice and Policy 111, 113 (Christopher Hensley ed.,
2002). Al hablar de otras formas del sexo en prisión no supongo que los investigadores pre-
tenden disminuir la gravedad de la violación carcelaria como problema y hecho que sucede
en las prisiones solamente para varones. V. Julie Kunselman, Richard Tewksbury, Robert W.
Dumond y Doris A. Dumond, “Nonconsensual Sexual Behavior”, en Prison Sex, supra, at 27-47.
128
Connell, supra nota 42, p. 45.
129
Cooper, supra nota 11, pp 876-880 (que describe el estereotipo del “varón negro
malo”); Harris, supra nota 11, pp. 783 y 784 (que describe la complejidad de los estereotipos
de masculinidad negra como reacción ante el dominio de los varones blancos); Dorothy E.
Roberts, “Deviance, Resistance, and Love”, 1994 Utah. L. Rev. 179, 188 (donde se analiza el
estereotipo del varón negro macho y agresivo).
130
V. Federal Bureau of Investigation, Uniform Crime Report, Crime in the United States
Tbl.33, Ten-Year Arrest Trends by Sex, 1999-2008 (2008); James W. Messerschmidt, Mas-
culinities and Crime: Critique and Reconceptualization of Theory 1 (1993) (“No es ningún
secreto quiénes cometen la mayor parte de los crímenes. Los datos sobre arrestos y víctimas
reflejan que varones y muchachos cometen más crímenes convencionales, y crímenes más
graves, que mujeres y muchachas”); Hyde, supra nota 50, p. 586 (“A lo largo de numerosos
metanálisis, repetidamente aparece que, en el caso de agresión, las diferencias de género son
de magnitud moderada”).
131
V. Levit, supra nota 13, p. 1056 (que examina la manera en que los académicos “dirigen
la atención hacia la manera en que constructos y doctrinas legales pueden reinscribir los
estereotipos de la agresión masculina”).
132
Harris, supra nota 11, pp. 782.
133
Rostker, 453 U.S. 57, 78 y 79 (1981).
134
V. Levit, supra nota 13, p. 1060.
135
V. U.S. Gen. Accounting Office, supra nota 26 (donde se discute la evolución de las
políticas).
136
Nancy Levit, “Male Prisoners: Privacy, Suffering, and the Legal Construction of Mas-
culinity”, in Prison Masculinities 93, 95 (Don Sabo, Terry A. Kupers y Willie London eds.,
2001).
137
433 U.S. 321 (1977).
dias en una prisión de máxima seguridad para varones era algo que el esta-
do de Alabama podía hacer en los términos del Título VII, el cual permite
la segregación sexual en el empleo.138 La justificación de la Corte fue que los
varones en prisión eran naturalmente agresivos, lo cual podría exacerbarse
en presencia de mujeres.139
Este mismo supuesto sobre la agresividad natural de los varones se en-
cuentra en las decisiones de diversos tribunales que han permitido que en
las prisiones de mujeres se admitan varones como guardias. En tales casos,
los tribunales consideraron que la relación entre prisionero y guardia se
oponía totalmente a la situación de Dothard. Su argumento sostiene que no
es al prisionero a quien se ve como agresivo, sino al guardia. La diferencia
es que las prisioneras son mujeres y los guardias son varones, por lo cual la
agresión fluye del varón hacia la mujer, y no del prisionero hacia el guar-
dia, como era el caso en Dothard.140 En estas decisiones, “por naturaleza los
varones son depredadores sexuales”,141 y la segregación sexual es precisa
para los empleos de la penitenciaría. El mismo estereotipo de masculinidad
hegemónica agresiva que subyace en estos casos se encuentra en la prohi-
bición de revisiones entre sexos cruzados en ambientes de justicia penal, así
como en la segregación sexual que, por principio, ocurre en las poblaciones
carcelarias.
Las escuelas sexo-segregadas son otro ejemplo. Al analizar previamen-
te la tendencia actual hacia la educación diferenciada por sexo y su enfo-
que en las necesidades de los niños, concluí que una de las características
principales de este impulso por segregar a los niños por sexo se basa en la
creencia de que los varones tienen que ser educados conforme su agresivi-
dad natural, agresividad que no poseen las chicas.142 De manera semejan-
138
Id. p. 334. El Título VII permite la segregación sexual cuando implica “aptitudes
ocupacionales razonablemente necesarias para las actividades normales de una empresa o
negocio en particular”. 42 U.S.C. § 2000e-2(e) (2006). Una discusión de esta excepción se
encuentra en Cohen, supra nota 2, Tercera Parte. C.
139
Dothard, 433 U.S. en 335-337.
140
V. Levit, supra nota 137, pp. 95-97 (resumen de casos de mujeres en prisión).
141
Anderson, supra nota 118, pp. 101.
142
V. p. ej., Barry Ruback, “The Sexually Integrated Prison: A Legal and Policy Evalua-
tion”, 3 Am. J. Crim. L. 301, 301 (1975) (entre las razones para el cambio hacia la segrega-
ción sexual menciona el temor de mezclarse con “criminales varones altamente peligrosos”).
Ciertamente, también hay consideraciones como la privacidad debajo de esta forma de se-
gregación. No obstante, como ya se dijo, entre varones y mujeres hay diferentes razones para
la privacidad, que casi siempre se concentran en evitar las invasiones en contra de la mujer
que, invariablemente, tendrán lugar, sea que las mujeres hagan revisiones o las reciban, sean
las presas o las guardianas.
143
Cohen, supra nota 10, pp. 155-158. Este tropo no ha muerto desde que escribí acerca
de él hace dos años. V. p. ej., Nicholas D. Kristof, “The Boys have Fallen Behind”, N.Y. Times,
Mar. 27, 2010, WK12.
144
Verna L. Williams, “Reform or Retrenchment? Single-Sex Education and the Con-
struction of Race and Gender”, 2004 Wis. L. Rev. 15, 15–23 (2004).
145
347 U.S. 483 (1954).
146
V. Serena Mayeri, “The Strange Career of Jane Crow: Sex Segregation and the Trans-
formation of Anti-Discrimination Discourse”, 18 Yale J. L. & Human. 187 (2006).
147
Terry S. Kogan, “Sex-Separation in Public Restrooms: Law, Architecture and Gen-
der”, 14 Mich. J. Gender & L. 1, 56 (2007).
148
Deborah Brake, “The Struggle for Sex Equality in Sport and the Theory behind Title
IX”, 34 U. Mich. J.L. Reform. 13, 142 (2001) (“Los deportes de contacto marginan y estigma-
tizan a las atletas mujeres como seres frágiles, delicados y vulnerables, al mismo tiemo que
definen al atletismo masculino con algo agresivo y físicamente poderoso”); Suzanne Sangree,
“Title IX and the Contact Sports Exemption: Gender Stereotypes in a Civil Rights Statute”,
32 Conn. L. Rev. 381, 421-430 (2000) (que hace el recuento de aquellos tribunales que justifi-
can la segregación sexual con base en “la frágil mujer” y la necesidad de protegerlas de los
varones agresivos en los deportes de contacto). Si bien, como lo describe Sangree, la mayor
parte de los tribunales rechaza esta razón, ésta continúa siendo válida en escuelas y equipos
deportivos.
otros varones. Las estructuras y sistemas sociales que cumplen esta función
son parte importante de la hegemonía de los varones. Estas estructuras y
sistemas sociales podrían ser, tal como lo describe Hearn en la correspon-
diente parte de su agenda para estudiar, la “hegemonía de los varones”, las
prácticas de los varones que se encuentran “más naturalizadas y son más
normales, comunes y corrientes”.160 Estas prácticas incluyen, tal como afir-
mo más adelante, diversos modos de segregación sexual, por lo cual resul-
tan útiles para comprender el dominio de los varones sobre mujeres y sobre
otros varones de masculinidad no hegemónica.
Si bien Hearn plantea el concepto de la hegemonía de los varones prin-
cipalmente como una alternativa al estudio de la masculinidad hegemóni-
ca, a mí me parece útil discutirlo en tándem. Siguiendo lo argumentado en
la sección anterior, las formas de segregación sexual que siguen existiendo
colaboran para crear las nociones hegemónicas de masculinidad. En otras
palabras, hay hilos comunes que corren a lo largo de las formas de segre-
gación sexual, creando un poderoso mensaje acerca de lo que significa ser
varón. Los males asociados con ello se derraman sobre mujeres, varones de
masculinidad no hegemónica y, en última instancia, sobre todos los varones,
en el sentido de que el comportamiento y la personalidad de todos quedan
constreñidos dentro de las normas de la masculinidad. Aunque, ciertamen-
te, hay problemas teóricos en la noción de masculinidad hegemónica,161 la
comprensión de una masculinidad hegemónica con patrones claros, o por
lo menos ajustada a un cierto ideal, es importante.
Sin embargo, tal como lo señala Hearn, no es suficiente. La compren-
sión de la hegemonía de los varones, tal como la describe Hearn, también es
importante. Si se considera cómo la segregación sexual crea oportunidades
para que los varones construyan o mantengan el poder sobre las mujeres
y otros varones, podemos ver parte de las estructuras sociales que contri-
buyen al patriarcado y la medida en que dichas estructuras se han hecho
menos controvertidas en el presente, en particular dado que estas formas de
segregación sexual siguen existiendo incluso después de las reformas legales
feministas de las últimas décadas, muestra de que la segregación sexual de
160
Id. p. 61. Los tres diferentes aspectos de la agenda de la “hegemonía de los varones”
que discuto en este texto corresponden a los puntos uno, dos y cinco de Hearn. Hearn tiene
otras cuatro partes sobre la agenda de la “hegemonía de los varones” que son menos rele-
vantes para el estudio de la segregación sexual que he emprendido en el presente artículo. V.
id. pp. 60 y 61.
161
V. Connell y Messerschmidt, supra nota 69, pp. 836-845 (revisión de las diversas crí-
ticas); v. asimismo Christine Beasley, “Rethinking Hegemonic Masculnity in a Globalizing
World”, 11 Men & Masculinities 86 (2008).
162
Hearn, supra nota 70, p. 61.
163
Id. p. 60.
164
V., asimismo, Butler, supra nota 43, p. 11 (“Como resultado, el género no es a la cultura
lo que el sexo es a la naturaleza; el género también es el medio discursivo/cultural por el cual
la «naturaleza sexuada» o el «sexo natural» se produce y establece como algo prediscursivo,
anterior a lo cultural, una superficie políticamente neutra sobre la cual actúa la cultura”).
165
Kogan, supra nota 148, pp. 4 y 5 (cita la columna de Ann Landers que toca este proble-
ma, al cual Landers responde que la solución más sencilla es el “baño de la casa”, en el cual
no hay segregación sexual).
166
Jacques Lacan, Ecrits: A Selection 151 (Alan Sheridan trad., 1977).
167
Id. p. 152. “Para estos niños, Damas y Caballeros son países hacia los cuales sus al-
mas vuelan sobre alas divergentes, y entre los cuales la tregua es imposible, pues se trata en
realidad del mismo país y nadie pondrá en riesgo su propia superioridad sin restarle gloria a
alguien más”.
168
V. Erving Goffman, “The Arrangement Between the Sexes”, 4 Theory & Soc’y 301, 315
y 316 (1977).
169
Joel Sanders, “Introduction”, en Stud: Architectures of Masculinity 10, 17 (Joel Sanders ed.
1996).
170
V. Terry S. Kogan, “Transsexuals in Public Restrooms: Law, Cultural Geography and
Etsitty v. Utah Transit Authority”, 18 Temp. Pol. & Civ. Rts. L. Rev. 674, 686 (2009); Terry S.
Kogan, Transsexuals and Critical Gender Theory: The Possibility of a Restroom Labeled “Other”, 48
Hastings L.J. 1223, 1248 (1997).
171
V. Messner, supra nota 71, pp. 11 y 12 (donde se discute el papel de la segregación se-
xual en los deportes, el cual crea una dicotomía en la percepción del género entre los niños).
172
Id. p. 23.
173
Amanda Datnow, Lea Hubbard y Elisabeth Woody, Ont. Inst. For Studies in Educ.,
Is Single Gender Schooling Viable in The Public Sector? Lessons From California’s Pilot
Program 51 (2001).
2. Conocimiento
174
50 App. U.S.C. § 453 (2000).
175
5 U.S.C. § 3328(a)(2) (2006) (el registro para la leva es un prerrequisito para casi todos
los trabajos en el gobierno federal); 50 App. U.S.C. § 462(a) (2000) (penas por no registrarse
para la leva); 50 App. U.S.C. § 462(f) (2000) (el registro en la leva es un prerrequisito para
recibir ayuda financiera para la educación).
176
Dowd, supra nota 13, p. 221.
177
Leslie Kanes Weisman, Discrimination by Design: A Feminist Critique of the Man Made En-
vironment 2 (1992) (“Como el lenguaje, el espacio es un constructo social. El uso del lenguaje
185
Id. pp. 137, 147. Spain concluye que esta observación “abre caminos para la acción”.
186
Un buen panorama de los casos se encuentra en Rosemary C. Salomone, Same, Diffe-
rent, Equal: Rethinking Single-Sex Schooling 121-129 (2003).
187
“Entre 1977-1981, los estudiantes de Central High se encontraban en una tasa de in-
greso a la universidad de 91.8%, en cambio, para las alumnas, la tasa promedio era 87.8%”.
Newberg v. Bd. of Pub. Educ., 26 Pa. D. & C.3d 682, 692 (Pa. Comm. Pl. 1983).
188
Id. en 686 (compara el porcentaje de maestros con doctorado —5.86% mayor en la
escuela de varones— y de maestros con veinte o más años de experiencia en la enseñanza
—la escuela de varones tenía 17.64% más—).
189
Id. p. 687 (50,000 contra 26,300).
190
Id. en 688 y 689 (donde se comparan los cursos de ambas escuelas, mostrando que
para casi todas las materias los varones tenían más opciones).
191
Id. en 698 y 699 (donde se comparan las redes de exestudiantes de ambas escuelas).
Los baños, tanto públicos como privados, también cumplen esta fun-
ción. Los baños son parte importante de la igualdad de la mujer, pues la
desigual provisión de baños públicos es una limitante para la participación
de las mujeres en la esfera pública.199 Incluso cuando los baños de mujeres
son suficientes e iguales a los de los varones, el solo hecho de segregar los
baños puede incrementar la estratificación sexual. Si bien no es su propósito
fundamental, los baños unisex proporcionan a la gente excelentes oportuni-
dades para entablar conversaciones. En un extenso estudio sobre el compor-
tamiento en los baños, un investigador encontró que “si bien ciertas inte-
racciones en la esfera pública del baño” pueden consistir en no más que un
breve intercambio de sonrisas, a menudo ocurren largas conversaciones que
reafirman la biografía compartida de los participantes.200 Dichas interaccio-
nes tienen lugar en los espacios abiertos de los baños, por ejemplo, los lava-
manos, a donde las personas suelen concurrir.201 En los baños de hombres
estos encuentros e intercambios de conversaciones autobiográficas suceden
en el mingitorio.202 Aunque existe una barrera que impide el contacto visual
y el lenguaje no verbalizado, también en los cubículos de los retretes es po-
sible entablar conversaciones.203
Cuando los baños están sexo-segregados de acuerdo con las distintas
formas de segregación sexual que se describen en este proyecto, se constitu-
yen en un foro importante donde podrían ocurrir conversaciones en las que
se intercambian conocimientos socialmente valiosos. Las conversaciones
que tienen lugar en un baño pueden ir desde un breve intercambio de salu-
dos en reconocimiento de la existencia del otro hasta largas tertulias acerca
de los contactos comunes de todas las personas. Sin embargo, la igualdad
conversacional se reserva únicamente por las personas de un mismo sexo.
En una situación en donde los varones tienen el poder, por ejemplo, un
199
V. p. ej., Kathryn H. Anthony y Meghan Dufresne, “Potty Privilege in Perspective:
Gender and Family Issues in Toilet Design”, in Ladies And Gents, supra nota 118, pp. 48, 50-53
(describe cuatro maneras diferentes en que la desigualdad en los baños afecta a las mujeres:
baños inequitativos, baños para mujeres inadecuados, baños para mujeres faltantes y sin
baños en lo absoluto).
200
Spencer E. Cahill, “The Interaction Order of Public Bathrooms”, en Inside Social Life:
Readings in Sociological Psychology and Microsociology 123, 126 (Spencer E. Cahill ed., 5a. ed.
2007).
201
Alex Schweder, “Stalls Between Walls: Segregated Sexed Spaces”, in Ladies and Gents,
supra nota 118, pp. 184 y 184.
202
V. Cahill, supra nota 201, p. 126 (“No es raro, sin embargo, que varones que ya se co-
nocen participen en conversaciones mientras usan mingitorios contiguos”).
203
V. id. p. 124 (“Los individuos que ya se conocen a veces entablan conversaciones desde
retretes separados por una mampara, pues creen que no hay nadie más en el baño”).
ambiente laboral en donde tienen todas las posiciones de autoridad, son los
varones, y no las mujeres, quienes tienen esta oportunidad adicional para
conversar con varones poderosos. La conversación puede ser una simple
charla sobre las actividades de fin de semana, pero también puede ser la
continuación de negociaciones sustantivas que se entablaron primero afue-
ra del baño. Al nivel mínimo, esta clase de conversaciones, que van desde
lo trivial hasta lo sustantivo, cumplen la función de crear familiaridad en-
tre individuos. Si se le lleva más lejos (cuando estas conversaciones tienen
lugar a intervalos regulares) esta clase de conversaciones vinculan a los in-
dividuos unos con otros de forma que se establecen contactos explotables
a futuro en el ámbito laboral, sea de manera consciente o inconsciente. En
un mundo en el cual los varones ocupan más posiciones de poder que las
mujeres, la segregación sexual de los baños brinda amplias oportunidades
para el intercambio de información socialmente valiosa que sirve para pre-
servar o profundizar la subordinación de las mujeres, pues dichas conver-
saciones y oportunidades para la interacción tienen lugar en un espacio del
cual quedan excluidas.
La misma lógica se sostiene para otras áreas sexo-segregadas estudiadas
en el presente artículo. Por ejemplo, los deportes sexo-segregados en ligas
recreativas o juegos de pelota dan una oportunidad para que los varones
convivan con otros varones, excluyendo a las mujeres. Cuando se practica
un deporte hay muchas oportunidades para conversar, sea mientras se está
disputando un tanto, en un descanso, antes o después del juego. La segrega-
ción sexual en los campos de golf ha sufrido embates debido al importante
papel que el golf desempeña en la creación de redes en los mundos del de-
recho y los negocios.204 Cuando se excluye a las mujeres de un campo por
completo, o en ciertos horarios o áreas, los hombres retienen la oportunidad
de conectarse y transmitir conocimientos socialmente valiosos a otros varo-
nes, excluyendo, de esta forma, a las mujeres.205 Los clubes sociales, como
las organizaciones sexo-segregadas de membresía voluntaria ya menciona-
das en el presente proyecto, dan oportunidades semejantes para que los
varones convivan —a menudo desde posiciones de liderazgo—.206 Asimis-
204
V. en general Marcia Chambers, The Unplayable Lie: The Untold Story of Women and Discri-
mination in American Golf (1995) (donde de describe la manera en que las mujeres son discrimi-
nadas en el golf); Suzanne Woo, On Course for Business: Women and Golf (2002) (donde se vincula
el éxito empresarial de las mujeres con la habilidad para jugar golf).
205
V. en general Carolyn M. Janiak, Note, “The «Links» Among Golf, Networking, and
Women’s Professional Advancement”, 8 Stan. J. L. Bus. & Finance 317 (2003) (donde se anali-
za cómo el golf es un importante instrumento de creación de redes empresariales y legales).
206
Esa clase de afirmaciones sobre acceso a la información y redes es una característica
común de los alegatos que dicen que los clubes segregados por sexo deberían ser considera-
dos recintos públicos. V. p. ej., Maine Human Rights Commision v. Le Club Calumet, 609 A.2d 285
(v. mi trabajo, 1992).
207
Este análisis se deriva del informe de un experto en la demanda que Kimml presentó
en contra de Brechinridge County Middle School en Harned, Kentucky. V. A. N. A. v. Breck-
inridge County Bd. of Educ., No. 3:08-cv-00004-CRS (W.D. Ky. Presentada el 19 de mayo de
2008). La escuela propone que haya clases separadas para cada sexo en la secundaria. Kim-
mel es un experto de los demandantes que cuestiona las clases para sexos separados. Aunque
el documento no está disponible para publicación, el autor cuenta con el expediente.
208
V. George A. Quattrone y Edward E. Jones, “The Perception of Variability Within
In-Groups and Out-Groups: Implications for the Law of Small Numbers”, 38 J. Personality &
Soc. Psychol. 141, 142 (1980).
grupo de varones que excluye a las mujeres estaría pensando que todas las
mujeres son iguales. En segundo lugar, se encuentra el “efecto de superio-
ridad intergrupal”, o sea, la creencia de que los miembros de un grupo son
superiores a quienes no pertenecen a éste.209 En el contexto de la segrega-
ción sexual, este efecto quiere decir que un grupo de varones que excluye a
las mujeres estaría pensando que los varones son superiores a las mujeres.
Por último, se encuentra el “grupensamiento”, que tiene lugar cuando un
grupo particularmente coherente busca la unanimidad ahogando las mo-
tivaciones del grupo para evaluar el disenso que existe en el pensamiento
del grupo.210 En lo que respecta a la segregación basada en el sexo, el gru-
pensamiento significa que los varones que piensen que las mujeres no son
inferiores tendrían que desechar sus propias ideas independientes.211
El reverso de estos efectos es que la gente es menos prejuiciosa y tiende
menos al grupensamiento en lo que se refiere a la inferioridad de quienes
están fuera del grupo una vez que han estado en contacto con ellos.212 Este
contacto erosiona los estereotipos e incrementa las percepciones positivas
sobre otros grupos. Por supuesto, hay una rica literatura llena de matices
acerca de sus efectos y el cómo y cuándo es más probable que existan en
un grupo.213 Sin embargo, se trata de fenómenos psicológicos básicos que
tienen importantes implicaciones para grupos de varones sexo-segregados.
Los estudios sobre grupos de varones muestran cómo estos efectos con-
tribuyen a actitudes de dominio masculino. En particular, la socióloga Mi-
riam Johnson observó que “los varones tienden a estar más preocupados que
las mujeres por preservar las distinciones de género y la superioridad mascu-
lina [y que] estas tendencias tienen más probabilidades de desarrollarse en
grupos de varones separados que en cualquier interacción directa temprana
209
V. Cynthia L. Pickett y Marilynn B. Brewer, “The Role of Exclusion in Maintaining
Ingroup Inclusion”, in The Social Psychology of Inclusion and Exclusion 89, 100 y 101 (Dominic
Abrams et al. eds. 2005); Brian Mullen, Rupert Brown y Colleen Smith, “Ingroup Bias as a
Function of Salience, Relevance, and Status: An Integration”, 22 Eur. J. Soc. Psychol. 103,
116-119 (1992).
210
V. p. ej., Irving L. Janis, Victims of Groupthink: A Psychological Study of Foreign-Policy Decisions
and Fiascoes 9 (1972).
211
Eric E. Johnson, “The Black Hole Case: The Injunction Against the End of the
World”, 76 Tenn. L. Rev. 819, 901 (2009) (se analiza el “pensamiento de masa”).
212
Thomas F. Pettigrew y Linda R. Tropp, “A Meta-Analytic Test of Intergroup Contact
Theory”, 90 J. Personality & Soc. Psychol. 751, 751 (2006) (donde se lleva a cabo el metanálisis
de 515 estudios sobre contactos intergrupales).
213
V. en general Cynthia L. Estlund, “Working Together: The Workplace, Civil Society, and
the Law”, 89 Geo. L. J. 1, 22-29 (donde se hace una revisión del trabajo científico sobre las
relaciones intergrupales).
214
Miriam M. Johnson, Strong Mothers, Weak Wives: The Search for Gender Equality 4 (1988).
215
Id. p. 111. Johnson deja claro que “ésta no es una distinción absoluta, pues las niñas
también tienden a desdeñar a los niños, pero el humillar al otro género opera con mayor
fuerza en los niños”.
216
Id. pp. 118 y 119.
217
Peter Lyman, “The Fraternal Bond as a Joking Relationship: A Case Study of the Role
of Sexist Jokes in Male Group Bonding”, in Changing Men: New Directions in Research on Men and
Masculinity 148, 151 (Michael S. Kimmel ed., 1987).
218
Deborah M. Capaldi, Thomas J. Dishion, Mike Stoolmiller y Karen Yoerger, “Aggres-
sion Toward Female Partners by At-Risk Young Men: The Contribution of Male Adolescent
Friendships”, 37 Developmental Psychol. 61, 70 (2001) (“Los hallazgos del presente estudio con-
firman la hipótesis de que la agresión de los varones contra las mujeres puede ser explicada
en parte por su participación en conversaciones hostiles sobre mujeres con otros varones”).
219
Mary P. Koss y Thomas E. Dinero, “Predictors of Sexual Aggression Among a Natio-
nal Sample of Male College Students”, 528 Annals N. Y. Acad. Sci. 133, 144 (1988) (también
se mencionan “el uso frecuente de alcohol” y la “pornografía violenta y degradante” como
factores relacionados).
Los estudios interculturales demuestran que, siempre que los varones forman
grupos exclusivamente varoniles de naturaleza duradera y a cuya carga mís-
tica entregan su lealtad, invariablemente se obtiene como resultado la denos-
tación de las mujeres, pues es parte del vínculo místico y la agresión sexual
es el medio por el cual ese vínculo se renueva. Mientras que existan clubes
exclusivos para varones en una sociedad que privilegia a los varones como
categoría social, hemos de reconocer que la agresión sexual colectiva ofrece
un ambiente propicio para que los hombres manifiesten sus privilegios socia-
les e introduzcan a muchachos adolescentes en el lugar que ocuparán en la
jerarquía del estatus.220
220
Peggy Reeves Sanday, Fraternity Gang Rape: Sex, Brotherhood, and Privilege on Campus 19 y
20 (1990); v. asimismo Peggy Reeves Sanday, “The Socio-Cultural Context of Rape: A Cross-
Cultural Study”, 37 J. Soc. Issues 5, 15 (1981) (donde se describe a las sociedades “tendientes
a la violación” como aquellas en que la configuración generizada “coloca a los hombres en
la posición de grupo social enfrentado a las mujeres”).
221
Michael Kimmel, Guyland: The Perilous World where Boys Become Men 233-240 (2008).
222
Elisabeth L. Woody, “Constructions of Masculinity in California’s Single-Gender
Academies”, en Gender in Policy and Practice: Perspectives on Single-Sex and Coeducational Schooling
280, 285 (Amanda Datnow y Lee Hubbard eds., 2002).
223
Cal. Educ. Code § 58521 (donde se establece un programa piloto de colegios de un
solo sexo).
224
Amanda Datnow, Lea Hubbard y Elisabeth Woody, Ont. Inst. For Studies in Educ.,
Is Single Gender Schooling Viable In The Public Sector? Lessons From California’s Pilot
Program 50 (2001).
225
Id. p. 52.
226
Woody, supra nota 223, pp. 291.
227
Christopher Jencks y David Riesman, The Academic Revolution 297-30 (1977); Carolyn
Jackson, “Can Single-Sex Classes in Co-Educational Schools Enhance the Learning Expe-
riences of Girls and/or Boys? An Exploration of Pupils’ Perceptions”, 28 British Educ. Res.
J. 37, 44-46 (2002) (donde se encuentra un incremento en la masculinidad machista, así
como un probable efecto en los estereotipos sobre las mujeres, citando investigaciones en
este sentido); Valerie E. Lee, Helen M. Marks y Tina Byrd, “Single-Sex and Coeducational
Independent Secondary School Classrooms”, 67 Soc. Of Educ. 92, 103 y 104 (1994) (donde se
encuentra que las escuelas exclusivas para varones tienen una mayor incidencia que las es-
cuelas mixtas de las “formas más graves de sexismo”, así como de estereotipos sobre el sexo y
el género); v. asimismo Nancy Levit, “Separating Equals: Educational Research and the Long-
Term Consequences of Sex Segregation”, 67 Geo. Wash. L. Rev. 451, 494-496 (1999) (que
resume investigaciones y afirma que la mayor parte de los investigadores ha encontrado
que la educación mixta prepara mejor a los estudiantes para los papeles ocupacionales e in-
terpersonales de la edad adulta, incluyendo la comprensión de cómo mantener relaciones de
largo plazo con miembros del sexo opuesto y cómo evitar el uso inadvertido de estereotipos
tradicionales); cf. Rebecca S. Bigler, Christia Spears Brown y Marc Markell, “When Groups
are not Created Equal: Effects of Group Status on the Formation of Intergroup Attitudes in
Children”, 72 Child Dev. 1151 (2001) (que encontró que los estudiantes en grupos de alto nivel
creaban prejuicios en contra de los de bajo nivel).
228
Campbell Leaper, “Exploring the Consequences of Gender Segregation in Social Re-
lationships”, in Childhood Gender Segregation: Causes and Consequences 67, 72 (Campbell Leaper
ed., 1994).
229
Steven P. Schacht, “Misogyny on and off the «Pitch»”, 10 Gender & Soc’y 550, 551
(1996).
230
Id. pp. 558 y 159.
231
Steven J. Overman, Living out of Bounds: The Male Athlete’s Everyday Life 96 (2009).
232
Id.
233
Michael A. Messner y Mark Stevens, “Scoring without Consent: Confronting Male
Athletes’ Sexual Violence against Women”, en Out of Play: Critical Essays on Gender and Sport
107, 112 (Michael A. Messner ed., 2007); v. asimismo Messner, supra nota 122, pp. 96-102
(donde se describe la percepción de las mujeres como objetos de conquista sexual en las
amistades entre atletas varones).
234
Gary Alan Fine, With the Boys: Little League Baseball and Preadolescent Culture 103-123
(1987).
235
Timothy J. Curry, “Fraternal Bonding in the Locker Room: A Profeminist Analysis
of Talk about Competition and Women”, 8 Sociology of Sport J. 119, 127-132 (1991). Curry
encontró que “prevalecen las conversaciones que afirman la identidad masculina tradicional,
en las que abunda el lenguaje que objetiviza a las mujeres y la cháchara homofóbica, así
como verborrea agresiva y hostil en contra de las mujeres, la clase de lenguaje que favorece
la cultura de la violación”. Id. p. 128.
236
Messner y Stevens, supra note 234, at 114.
hacia las mujeres. En dichas fraternidades los análisis cuantitativos han al-
canzado los siguientes hallazgos:
237
John D. Foubert, Dallas N. Garner y Peter J. Thaxter, “An Exploration of Fraternity
Culture: Implications for Programs to Address Alcohol-Related Sexual Assault”, 40 Coll.
Student J. 361, 362 (2006) (citando a S. B. Boeringer, “Associations of Rape-Supportive At-
titudes with Fraternity and Athletic Participation”, 5 Violence Against Women 81 (1999); A. M.
Schaffer y E. S. Nelson, “Rape-Supportive Attitudes: Effects of On-Campus Residence and
Education”, 34 J. Coll. Student Dev. 175, 1993).
238
Sanday, Fraternity Gang Rape, supra nota 221, pp. 113-134, 174-193.
239
Id. pp. 124 y 125.
240
Johnson, supra nota 215, p. 119.
241
Id. p. 118. Johnson escribe: “Considérese al varón cuya empatía humana lo vuelve
impotente en un rapto masivo contra una mujer; puede ser que el resto del grupo castigue
su impotencia violándolo”.
242
Id. p. 119.
mayor riesgo de ser molestados por otros muchachos que sus contrapartes
femeninas”.248
El deporte sexo-segregado es otra área donde ocurre la supervisión ge-
nerizada en detrimento de los varones disconformes. El estudio sobre rugby
antes mencionado encontró que los equipos sexo-segregados aplican las mis-
mas prácticas denigrantes en contra de los varones género-disconformes.249
Messner encontró que la disconformidad generizada como conducta está
supervisada en todos los vestidores de varones por medio de una selección
homofóbica en contra de aquellos individuos que revelaban aspectos menos
tradicionalmente masculinos de su personalidad.250 Como ejemplo de la se-
veridad de los castigos por la disconformidad de género se enfatiza la ma-
nera en que un atleta, varón gay de clóset, se mezclaba con sus compañeros
en el vestidor, haciendo también un despliegue de lenguaje agresivo de con-
tenido sexual en contra de las mujeres.251 Un estudio realizado en vestidores
universitarios para varones encontró que se expresan comentarios violentos
y chistes de mal gusto sobre los varones gay, “pues así los atletas se ponen a
sana distancia de ser categorizados como gays”.252
Los baños sexo-segregados también brindan un espacio para la supervi-
sión generizada. Los varones que no se conforman con la masculinidad he-
gemónica, en especial los adolescentes en edad escolar, están sujetos a acoso
y violencia en los baños sexo-segregados,253 más aún, los graffitis antigay
248
Wayne Martino y Bob Meyenn, “«War, Guns and Cool, Tough Things»: Interrogating
Single-Sex Classes as a Strategy for Engaging Boys in English”, 32 Cambridge J. Of Educ. 303,
313 (2002).
249
Schacht, supra nota 230, p. 558 (“Si bien la mayor parte de tales prácticas se aplican a
las mujeres, también se aplican de manera homofóbica a los varones que no se ajustan a la
imagen de un varón según los jugadores de rugby. Dichas acciones permiten a los jugadores
definir relacionalmente la masculinidad y, todavía más importante, lo que ésta no es”).
250
Messner y Stevens, supra nota 234, pp. 112 y 113.
251
Id. p. 113.
252
Curry, supra nota 236, p. 130. Curry especula que “quizá los atletas varones sean es-
pecialmente defensivos debido a la cercanía y desnudez física que hay en los vestidores y el
contacto entre los varones a lo largo del juego”. Id.; v. asimismo Messner, supra note 122, 106 y
107 (donde se examina el papel de la homofobia en las relaciones entre atletas varones como
una manera de “descontar la posible existencia de deseo erótico entre varones”) (“La seguri-
dad no es la principal preocupación para los estudiantes transgénero, porque los estudiantes
que desafían las normas de género suelen ser objeto de acoso. Casi siempre el usar el baño
de hombres o de mujeres es un tema de controversia”); Transgender Law Center, Peeing in Peace:
A Resource Guide for Transgender Activists and Allies 3 y 4 (2005) (donde se analiza el problema de
tener baños seguros para gente transgénero).
253
V. Jeff Perrotti y Kim Westheimer, When the Drama Club is not enough: Lessons from the Safe
Schools Program for Gay and Lesbian Students 62 (2001).
254
George W. Smith, “The Ideology of «Fag»: The School Experience of Gay Students”,
39 Soc. Q. 309, 320-321 (1998).
255
Id. p. 321.
256
Olga Gershenson y Barbara Penner, “Introduction: The Private Life of Public Cone-
veniences”, en Ladies and Gents, supra nota 118, pp, 1, 18 y 19 (“Si bien los genitales quedan
expuestos en el migitorio, los otros varones nunca los deben mirar”).
257
Id.
258
Leanne Fiftal Alarid, “Sexual Orientation Perspectives of Incarcerated Bisexual and
Gay Men: The County Jail Protective Custody Experience”, 80 Prison J. 80, 93 (2000).
259
Id. pp. 89, 92 y 93.
260
Christopher Hensley, Jeremy Wright, Richard Tewksbury y Tammy Castle, “The
Evolving Nature of Prison Argot and Sexual Hierarchies”, 83 Prison J. 289, 292-295 (2003).
Si bien el violador de la cárcel participa en lo que parece ser una conducta masculina no he-
gemónica, a saber, el coito con otro varón, la meta del sexo en el ambiente carcelario es tanto
el alivio físico como el fortalecimiento de la identidad masculina por medio de la agresión y el
dominio. Id. p. 292.
VI. Conclusiones
261
V. Connell, supra nota 40, pp. 1-4.
262
Id. p. 4; Connell, supra nota 42, p. 78. Dos ejemplos vívidos de esta clase de violencia
son las muertes de Brando Teena y Matthew Shepard, que son tan sólo una mínima porción
de toda la violencia antigay que existe. V. Nancy Levit, “A Different Kind of Sameness: Be-
yond Formal Equality and Antisubordination Strategies in Gay Legal Theory”, 61 Ohio St. L.
J. 867, 874 y 875 & n.29 (2000) (donde se describen sus muertes, así como las estadísticas de
la violencia contra los homosexuales).
cer género” o “actuar el género”, tal como lo describen las teorías de género
antiesencialistas posmodernas.
Sin embargo, el impacto inhibitorio sobre la identidad y la libertad no
es lo único que importa de la segregación sexual al hablar de varones y mas-
culinidad. La segregación sexual también contribuye a la segregación de los
varones, en el sentido de que es una institución comúnmente aceptada que
ayuda a crear y perpetuar la dominación masculina sobre las mujeres y so-
bre otros varones. Como nos lo enseña el antiesencialismo, esta dominación
difícilmente se puede considerar un fenómeno natural; por el contrario, es
algo construido y se vuelve parte de lo que se percibe como pieza esencial
de la masculinidad y los varones. El desenmascarar la construcción de esta
hegemonía forma parte de cualquier proyecto antiesencialista. Como se co-
mentó con detalle, la segregación sexual forma parte de la construcción de
esta hegemonía de dos formas importantes: en primer lugar, crea una apa-
rente dicotomía naturalizada entre “varones” y “mujeres”. En segundo lu-
gar, contribuye a crear ambientes en los que la relación con las mujeres y con
otros varones de masculinidad no hegemónica es de dominio. Esto ocurre
por medio de la transferencia de conocimientos socialmente valiosos a otros
varones, así como por medio de la promoción de actitudes negativas hacia las
mujeres y otros varones de masculinidad no hegemónica.
Podría parecer que la conclusión lógica de este análisis es que hay que
prohibir la segregación sexual. Después de todo, las prácticas gubernamen-
tales y las instituciones societales que restringen la identidad masculina a
costa de los varones y los varones de masculinidad no hegemónica son in-
consistentes con las normas antidiscriminatorias. Más aún, la segregación
sexual amenaza el valor constitucional de la libertad, pues crea y perpetúa
identidades restringidas para los varones. También es un peligro para la
igualdad, al crear el domino de varones particulares sobre las mujeres y
otros varones. Tal como sugiero en la introducción a este proyecto,263 la po-
sición final que estoy trabajando es una que acepta mucho menos la segre-
gación sexual que aquella aceptada por las leyes y normas actuales.
No obstante, mis preocupaciones por el impacto de la segregación se-
xual sobre la masculinidad hegemónica y la hegemonía de los varones no
puede por sí solo formar un argumento concluyente en esta dirección. Hay
otras piezas del rompecabezas que también deben ser tomadas en conside-
ración, tales como las implicaciones de la segregación sexual en las perso-
nas transgénero e intersexuales, sobre las mujeres, las personas de color y
otras personas. En un futuro, espero abordar dichas cuestiones como parte
263
V. Cohen, supra nota 2, en la introducción.
263
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www.juridicas.unam.mx https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv Libro completo en: https://tinyurl.com/4xmj6vc6
Janet Bick Lai Chan es profesora emérica en UNSW Faculty of Law &
Justice, Sidney, Australia. Ha investigado un amplio abanico de temas: refor-
ma e innovación en el sistema de justicia penal, cultura organizacional, la or-
ganización social de la creatividad y el impacto de la tecnología de vigilancia.
David S. Cohen es profesor de Derecho en Drexel University’s Kline School
of Law, Filadelfia, Pensilvania, Estados Unidos. Escribe sobre derechos re-
productivos, discriminación sexual, masculinidades y los patrones de voto de
la Suprema Corte de Estados Unidos.
Joe Luis Couto es director de Government Relations and Communica-
tions para la Ontario Association of Chiefs of Police. También es candidato
a Doctor of Social Sciences en Royal Roads University. Fue condecorado con
la medalla Queen’s Diamond Jubilee por sus contribuciones al control poli-
cial y a la seguridad pública en Canadá, en 2013, y recibió el premio Serving
With Pride Ally en 2016.
Sally Doran comenzó su carrera como trabajadora social orientada a
la psiquiatría. Más tarde enseñó y coordinó programas en Australia para
personas desempleadas y cursos para estudiantes con discapacidad intelectual.
Luego de conseguir su máster en criminología trabajó en varias investigacio-
nes y evaluaciones de proyectos relacionados con la policía y la cultura legal,
la prevención del crimen juvenil y la violencia doméstica. Actualmente está
retirada.
Camila Gripp es licenciada en Ciencia Política y senior Research Associate
en Yale Law School. Su trabajo examina la reforma policial en Brasil, diser-
tación doblemente premiada. Se dedica a ayudar a organizaciones en el siste-
ma de justicia a desarrollar sus objetivos a través de la inversión en el cambio
institucional y en la legitimidad pública.
Chris Gruenberg es abogado antipatriarcal y defensor de derechos hu-
manos. Tiene un máster en Administración Pública por la Universidad de
Harvard, Estados Unidos. Su trabajo se focaliza en la deconstrucción de la
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