Entre Policias Violencia Gruenberg

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ENTRE POLICÍAS: VIOLENCIA

INSTITUCIONAL Y DESEO HOMOSOCIAL


INSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS
Serie Doctrina Jurídica, núm. 1013

DIRECTORIO

Dra. Mónica González Contró


Directora

Dr. Mauricio Padrón Innamorato


Secretario Académico

Mtra. Wendy Vanesa Rocha Cacho


Jefa del Departamento de Publicaciones

Créditos editoriales

Wendy Vanesa Rocha Cacho


Coordinación editorial

Adriana Álvarez
Edna María López García
Cuidado de la edición

José Antonio Bautista Sánchez


Formación en computadora
Edith Aguilar Gálvez
Diseño y elaboración de portada
ENTRE POLICÍAS:
VIOLENCIA
INSTITUCIONAL Y DESEO
HOMOSOCIAL
Libro II

Chris GruenberG
Laura saLdivia Menajovsky
Editorxs
Catalogación en la publicación UNAM. Dirección General de Bibliotecas y
Servicios Digitales de Información
Nombres: Gruenberg, Chris, editor. | Saldivia Menajovsky, Laura, editor.
Título: Entre policías : violencia institucional y deseo homosocial : libro II / Chris Gruen-
berg, Laura Saldivia Menajovsky, editorxs.
Descripción: Primera edición. | Ciudad de México : Universidad Nacional Autónoma
de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas ; Argentina : Universidad Nacional de
General Sarmiento, 2024. | Serie: Doctrina jurídica ; núm. 1013.
Identificadores: LIBRUNAM 2228814 (impreso) | LIBRUNAM 2229004 (libro elec-
trónico) | ISBN 9786073088176 (UNAM) (impreso) | ISBN 9789876307338 (Universidad
Nacional de General Sarmiento) (impreso) | ISBN 9786073088183 (UNAM) (libro elec-
trónico) | ISBN 9789876307345 (Universidad Nacional de General Sarmiento) (libro
electrónico).
Temas: Masculinidad -- América. | Policía -- Violencia contra -- América. | Policías ho-
mosexuales -- América. | Homofobia -- América. | Roles sexuales en el trabajo -- América.
| Hombres -- Condiciones sociales -- América.
Clasificación: LCC HQ1090.7.A45.E57 2024 (impreso) | LCC HQ1090.7.A45 (libro
electrónico) | DDC 305.31098—dc23

Esta edición y sus características son propiedad de la Universidad Nacional Autónoma de


México. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización
escrita del titular de los derechos patrimoniales.

Primera edición: 5 de abril de 2024

DR © 2024. Universidad Nacional Autónoma de México


Instituto de Investigaciones Jurídicas
Circuito Mario de la Cueva s/n
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510 Ciudad de México
www.juridicas.unam.mx
ISBN (libro impreso): 978-607-30-8817-6
ISBN (libro electrónico): 978-607-30-8818-3

DR © 2024. Universidad Nacional de General Sarmiento


J. M. Gutiérrez 1150, Los Polvorines (B1613GSX)
Prov. de Buenos Aires, Argentina
https://ediciones.ungs.edu.ar/
[email protected]
ISBN (libro impreso): 978-987-630-733-8
ISBN (libro electrónico): 978-987-630-734-5
Impreso y hecho en México
CONTENIDO

Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . IX
Chris Gruenberg
Laura Saldivia Menajovsky

Sobre este libro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XI

Policías, homosocialidad y homofobia: sobre cómo la cultura policial


reproduce la masculinidad hegemónica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1
Chris Gruenberg

Género, violencia, raza y justicia penal. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45


Angela P. Harris

Policías y choque de masculinidades. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83


Ann McGinley

Hacer y deshacer el género en el trabajo policial . . . . . . . . . . . . . . . . . 139


Janet Chan
Sally Doran
Christina Marel

Policía y performance de género en el trabajo: hipermasculinidad y el tra-


bajo policial como función masculina. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167
Camila A. Gripp
Alba M. Zaluar

Escuchando sus voces e integrándoles: el lugar de les oficiales de poli-


cía canadienses LGBT en la cultura policial. . . . . . . . . . . . . . . . . . . 197
Joe L. Couto

VII
VIII CONTENIDO

Manteniendo a los hombres como hombres y a las mujeres subordina-


das: segregación sexual, antiesencialismo y masculinidad . . . . . . . . 205
David S. Cohen
Sobre las traducciones. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 263

Acerca de les autorxs. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 265


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AGRADECIMIENTOS

Son muchas las personas e instituciones que contribuyeron de diferentes ma-


neras a que la realización de este libro fuera un proceso ameno y enriquece-
dor. De manera muy especial queremos agradecer a Isabel Jaramillo Sierra,
a Mónica González Contró y a Pedro Salazar Ugarte, quienes en distintas
etapas del proyecto confiaron en nuestra propuesta de libro y nos brindaron
todo su apoyo, el cual fue fundamental para que se hiciera realidad. Ha sido
muy importante la Red Latinoamericana de Académicas del Derecho, Red
ALAS, ya que, a través de la Wellspring Philanthropic Fund, proveyó de un
generoso financiamiento que permitió condiciones dignas de trabajo, rara
vez presentes en el desarrollo de proyectos editoriales. También agradecemos
a Wendy Rocha, jefa del Departamento de Publicaciones del Instituto de
Investigaciones Jurídicas de la UNAM, y a su equipo, con quienes ha sido
un placer trabajar en el transcurso del proceso de corrección, diseño, dia-
gramación e impresión de este libro. Por su parte, Eleonora Lamm facilitó
el camino hacia el auspicio de una institución de renombre, como es la Or-
ganización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultu-
ra (Unesco). Finalmente, agradecemos a les autorxs aquí incluides, quienes
apoyaron de forma entusiasta nuestro proyecto. A todes elles, nuestro más
profundo reconocimiento.

Chris Gruenberg
Laura Saldivia Menajovsky

IX
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SOBRE ESTE LIBRO

Entre policías: violencia institucional y deseo homosocial es el segundo libro que edi-
tamos referido a los diversos aspectos vinculados a las masculinidades. El
primer libro, Masculinidades por devenir: teorías, prácticas y alianzas antipatriarcales
post #MeToo, invita a imaginar futuros alternativos de masculinidades no he-
gemónicas a favor de un proyecto de justicia social en las relaciones de género
y nuevas alianzas antipatriarcales. Este segundo libro retoma y aplica críti-
camente el concepto de masculinidad hegemónica como marco conceptual para
analizar e interpretar los siete artículos que lo conforman. Para ello, analiza
la cultura, práctica y reforma policial desde la teoría de las masculinidades
hegemónicas desarrollada por R. W. Connell.
La inspiración del segundo libro, al igual que del primero, parte del
renovado interés de los últimos años por los estudios sobre masculinidades,
en gran parte motivado por recientes movimientos sociales, tales como el
#MeToo, #NiUnaMenos y #NosotrasParamos, entre los principales, los cuales
interpelaron con gran velocidad, fuerza y furia los abusos y acosos sexuales
permitidos y alentados por el modelo cultural de masculinidad hegemónica
predominante en la actualidad. En particular, estos movimientos tuvieron
un alcance regional y global nunca antes registrado. Las redes sociales, sin
duda, contribuyeron a diseminar los reclamos y a generar un foro público
super ampliado de demandas a los varones cis y a las masculinidades que ha
trascendido todas las fronteras.1
Como punto de partida, este libro reconoce que los estudios sobre mas-
culinidades en Latinoamérica tienen más de treinta años de investigación,
producción e historia. Tal como afirma Mara Viveros Vigoya en la intro-
ducción del informe Masculinidades y desarrollo social: las relaciones de género desde
la perspectiva de los hombres (2004, 17), “las publicaciones sobre los hombres
como seres marcados por el género sólo comenzaron a realizarse en Améri-
ca Latina desde finales de la década de los ochenta. Hasta ese momento, la
identificación de los varones con lo humano, y con una serie de privilegios
1
El alcance global y con múltiples interpretaciones en otros países y otros idiomas de la
performance de canto y baile “El violador eres tú”, del colectivo chileno de mujeres “Las Tesis”,
sirve para ilustrar este punto.

XI
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XII SOBRE ESTE LIBRO

hacía invisible su problemática de género”. Dos décadas más tarde Heilborn


y Carrara (1998), en el “Dossier sobre masculinidades” de la Revista de Estu-
dios Feministas de Brasil, planteaban que finalmente los hombres estaban en “la
escena”, es decir, que los varones y sus masculinidades se habían convertido
en un objeto de reflexión y análisis por parte de la academia de América La-
tina. Este libro II, al igual que el libro I, continúa este legado de reflexión y
análisis para pensar críticamente las masculinidades a partir de movimientos
como el #MeToo.2
Dos universidades públicas publican este libro, la Universidad Autóno-
ma de México (UNAM) y la Universidad Nacional de General Sarmiento
(UNGS) en Argentina. De esta forma buscamos conectar de punta a punta,
de norte a sur, la América de habla hispana. El hecho de que sean dos edito-
riales de universidades públicas quienes publican el libro de forma conjunta
es expresión de nuestro compromiso político por producir y promover cono-
cimiento académico con un fuerte anclaje en el activismo y por la educación
pública. Además, el hecho de que las editoriales pertenecen a dos países de
Latinoamérica le da mayor alcance regional a nuestro proyecto.
Entre policías: violencia institucional y deseo homosocial compila y traduce tra-
bajos novedosos e inspiradores escritos originariamente en inglés con el ob-
jeto de hacerlos accesibles al idioma español. Tuvimos en miras producir
bibliografía con perspectiva de género para el activismo, la investigación
académica, la enseñanza universitaria y la formación de funcionaries pú-
bliques.3 Específicamente, respecto de la policía y fuerzas de seguridad, la
idea fue generar material para su formación que incluyera el estudio de las
masculinidades.
Con estas traducciones también aspiramos a promover un fructífero in-
tercambio académico entre las universidades del norte y del sur. En este
punto somos conscientes del sesgo colonialista que podría llegar a tener
este libro al traducir trabajos producidos por la academia del norte. No
obstante, tal traducción no consiste en una mera importación sin reflexión
ni acomodamientos críticos. Por el contrario, no se trata de pensar el sur
2
Nos centramos en el análisis del movimiento del #MeToo por ser aquel que tuvo mayor
alcance global y masividad. Esto no significa borrar e invisibilizar otros movimientos, sino
sólo centrarnos en el que pudo llevar reclamos feministas a más rincones del planeta y con
una rapidez y masividad sin precedentes.
3
La temática que examina este libro es eminentemente hetero-cis-genérica, lo que
determina el uso del lenguaje binario masculino-femenino. No obstante ello, en aquellas
ocasiones donde se hace referencia a un conjunto de personas independientemente de su
identificación identitaria, se emplea lenguaje inclusivo (que además es más respetuoso del
neutralismo en muchas palabras del idioma inglés, por ejemplo academics, que acá traducimos
como académiques).

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SOBRE ESTE LIBRO XIII

con categorías del norte, sino utilizar revisionando los artículos que aquí se
presentan para inspirar nuestras propias agendas académicas y activistas
#PostMeToo.
Las dinámicas estructurales que rigen los intercambios académicos y
la generación de conocimiento entre norte y sur son desiguales. Sobra lite-
ratura que expone la relación de subordinación en la que se encuentra el
sur con respecto al norte en términos de mayor disponibilidad de recursos,
principalmente económicos.4 Pese a ello, consideramos que esto no debe ce-
rrarnos al intercambio con la producción del conocimiento del norte.
La traducción que desde el sur hagamos de conocimientos gestados en
los países del norte debe propender a enriquecer el marco epistémico sobre
problemáticas propias del sur para así crear las condiciones para una mejor
distribución de los mayores recursos que tienen los países del norte para
investigar. La presentación al público hispanoparlante de los textos compi-
lados y traducidos en este libro se hace con ánimo de apropiación del co-
nocimiento generado en el adinerado norte para resignificarlo a las proble-
máticas concretas del sur, que tiene menores recursos para la investigación
y diseminación de ideas. Es ese acto de apropiación y resignificación local
del conocimiento producido en inglés —países del norte— lo que motiva
la selección de los textos que se presentan en esta publicación. No se trata
de realizar una mera extrapolación de lo producido en el norte sin situar
ese conocimiento en un contexto concreto, es decir, sin tener en cuenta las
particularidades sociales, políticas, económicas e históricas del sur. La idea
no es reproducir la subordinación que ha caracterizado la relación entre
ambas jurisdicciones; por el contrario, el uso que se haga de la producción
académica del norte debe dirigirse a crear una relación de igualdad en el
intercambio del conocimiento.
La explicación de la división entre norte y sur es útil para resaltar el
papel de los factores externos en la cantidad y el prestigio del conocimiento
producido en los países adinerados del norte en comparación con los países
con menos recursos económicos del sur. Sin embargo, la explicación de la
4
Las referencias al norte y al sur no son necesariamente geográficas, sino que tienen por
objeto la distribución desigual del poder, político, económico, militar y cultural entre distin-
tos países del mundo. Véase Bonilla, Daniel, “Legal Clinics in the Global North and South:
Between Equality and Subordination. An Essay”, Violencia, legitimidad y orden público, Seminario
en Latinoamérica de Teoría Constitucional y Política, SELA 2012 (Buenos Aires: Libraria, 2013),
López Medina, Diego E., Teoría impura del derecho. La transformación de la cultura jurídica latinoa-
mericana (Bogotá: Legis, 2005) (3ra. edición), y López Medina, Diego E., “¿Por qué hablar
de una «teoría impura del derecho» para América Latina?”, en Daniel Bonilla Maldonado,
Teoría del derecho y trasplantes jurídicos (Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Universidad de los
Andes, Pontificia Universidad Javeriana-Instituto Pensar, 2009).

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XIV SOBRE ESTE LIBRO

división del norte y el sur no sirve para dar cuenta del carácter político de
la reinterpretación transformadora que desde el sur puede hacerse de ese
conocimiento.5 Es este entendimiento el que ha inspirado la selección de los
artículos aquí traducidos.
A lo expuesto se suma que los artículos aquí traducidos, a su vez, no son
parte de la academia estándar, en el sentido de normalizadora y mainstrea-
ming, sino que, por el contrario, son producciones académicas que adoptan
una mirada crítica ya que cuestionan el statu quo tanto del trabajo académico
como el del trabajo policial.
El criterio metodológico utilizado para seleccionar los seis trabajos tra-
ducidos en este libro tuvo en cuenta dos variables principales: 1) la origina-
lidad, ya que son artículos emblemáticos en las discusiones e indagaciones
que proponen, y 2) la contemporaneidad, ya que fueron publicados hace
pocos años. El único artículo que tiene más de veinte años desde que fue pu-
blicado por primera vez es el de Angela P. Harris, “Género, violencia, raza
y justicia penal”, pero su inclusión aquí se encuentra justifica por el hecho
de que es uno de los artículos más citados en el campo de estudio que pre-
sentamos en este libro —que para nuestra gran sorpresa nunca había sido
traducido al español—. Además, todos los otros artículos que publicamos
dialogan con él, dándole un manto de coherencia a todo el libro.
Este segundo libro continúa con la integración crítica del estudio de la
masculinidad hegemónica de R. W. Connell a un campo particular del di-
seño y la gestión de políticas públicas: la policía y la seguridad pública. Así,
el libro analiza y evalúa el papel crucial que juega la masculinidad hegemó-
nica en la formación, educación, capacitación y comportamiento laboral de
la policía. Si bien existen numerosas investigaciones en América Latina que
analizan por separado la naturaleza patriarcal de las fuerzas de seguridad
y la influencia de la raza-etnia y la clase en las prácticas policiales, Entre
policías: violencia institucional y deseo homosocial busca contribuir a un análisis
interseccional que permita conectar la raza-etnia, la clase y el género para
incorporar la teoría de la masculinidad hegemónica y explicar cuáles son las
principales barreras que siguen obstaculizando las reformas institucionales
de las fuerzas de seguridad, y para reconocer y clarificar que la mayoría de
las interacciones punitivas ocurren entre varones, configurando un fenóme-
no esencialmente homosocial que reproduce la masculinidad hegemónica
y sus privilegios.

5
Jaramillo Sierra, Isabel C., “Examinando los intercambios académicos más allá de la
división Norte Sur”, en Violencia, legitimidad y orden público, Seminario en Latinoamérica de Teoría
Constitucional y Política, SELA 2012 (Buenos Aires: Libraria, 2013), p. 364.

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SOBRE ESTE LIBRO XV

Entre policías: violencia institucional y deseo homosocial inicia su recorrido con


el icónico artículo de Angela P. Harris, “Género, violencia, raza y justicia
penal”, que se traduce aquí por primera vez al español. El texto examina la
conexión entre violencia y masculinidad. Harris explora cómo la violencia
en el sistema de justicia penal revela la medida en que las relaciones de re-
pulsión y deseo entre varones moldean la identidad masculina. Esta comu-
nidad de violencia se extiende, de hecho, a les actorxs estatales que integran
el sistema de justicia penal, en particular a la policía. Harris sostiene que
para interrumpir el ciclo de la violencia de género, tanto dentro como fuera
del Estado, debe entenderse que es una cuestión que abarca la raza, el gé-
nero y la justicia penal.
Esta autora argumenta que a pesar de que las estructuras culturales de
la masculinidad en el mundo angloamericano actual dividen a los varones
de acuerdo con las categorías de raza y clase, esto no resulta necesariamente
en que algunos varones sean más poderosos que otros, ello en virtud de que
los varones sin poder, por su estatus racial o de clase, desarrollan formas al-
ternativas y rebeldes de probar su hombría. De ahí la necesidad, dice Harris,
de reconocer las complejidades de las relaciones entre varones: los varones
“dominantes” pueden envidiar a los varones “subordinados”, y los varo-
nes rebeldes pueden anhelar que se los acepte en el grupo hegemónico. A
esto se suma que todos los varones experimentan la presión de no ser mujeres
ni “putos”. Es esta inestabilidad de la identidad masculina ante todas estas
presiones lo que, según la autora, determina que sea una posibilidad perma-
nente el uso de la violencia para defender la propia identidad.
Teniendo en cuenta este marco conceptual, Angela Harris afirma que
los actos violentos cometidos por varones, ya se trate de transgresiones de
la ley o de acciones tendientes a refrendarla, son una forma de expresar vi-
rilidad. Harris denomina a este tipo de violencia “violencia de género”, y
afirma que no sólo las mujeres son las víctimas, sino también los varones.
Sostiene que las prácticas tradicionales de aplicación de la ley también es-
tán afectadas de violencia de género, ya sea que estén dirigidas a mujeres,
a minorías sexuales o a minorías étnico-raciales. Y denuncia que, dentro de
la policía, no se ha hecho frente a esta violencia de manera efectiva. Harris,
además, expone cómo la convergencia de la violencia de género y el poder
estatal jaquea la autoridad moral del Estado, generando una aceptación so-
cial de la violencia de género que impide ver la violencia de la justicia penal,
la cual termina pareciendo natural, normal y necesaria. Hacia el final del
artículo, Harris describe algunas iniciativas teóricas y prácticas orientadas a
interrumpir la convergencia de la violencia de género con la ley y el orden.

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XVI SOBRE ESTE LIBRO

El libro continúa con la obra de Ann McGinley, “Policías y choque de


masculinidades”, quien utiliza la teoría de las masculinidades multidimen-
sionales al analizar la intersección entre raza, género y clase a fin de eva-
luar el papel crucial del género en la formación, educación, adiestramiento
y comportamiento laboral de los oficiales de policía. Identifica las prácticas
policiales de los varones con el género masculino y analiza cómo los departa-
mentos de policía, y los oficiales de policía en lo individual, responden a los
conceptos societales de masculinidad conforme se intersectan con la raza y
la clase. La autora explica que, a partir de la manera en la que algunos varo-
nes negros perfomatean su masculinidad, la policía, sea que lo haga de forma
consciente o no, termina esterotipando a los varones negros como criminales
peligrosos, lo que, a su vez, la lleva a ser violenta, en especial cuando trabaja
en barrios negros de sectores populares. El artículo también examina cómo
las representaciones de la masculinidad que hacen los varones de minorías
en público interactúan con la representación masculina de la policía.
En la primera parte de su artículo, McGinley trabaja con datos de es-
tudios empíricos e informes de investigación que revelan que la policía usa
fuerza excesiva en los barrios populares donde viven minorías raciales y que
actúa guiada por un sesgo por raza, tanto consciente como implícito. La au-
tora expone que los informes que revela pasan por alto la importancia del
género. Esta ausencia es la que la lleva, en la segunda parte de su artículo,
a aplicar e interconectar las teorías de las masculinidades, la multidimensio-
nalidad y la teoría racial crítica para analizar cómo la teoría multidimen-
sional de las masculinidades puede explicar el conflicto entre la policía y
la comunidad negra y, en particular, la persecución de varones negros por
parte de oficiales de policía (en su mayoría blancos). El trabajo de McGinley
se intersecta con el de Angela Harris al basar su argumento en la idea de
Harris acerca de que la cultura masculina está profundamente grabada en
el trabajo policial de calle, donde la hipermasculinidad surge a partir de los
requisitos mismos del trabajo que enfatizan metáforas militares en la orga-
nización y su retórica. Hacia el final de su trabajo, McGinley afirma que el
análisis de la violencia policial que realizan los estudios de masculinidades
sirve para modificar las políticas relativas a recabar pruebas, hacer investi-
gaciones y educar y entrenar a los policías, contribuyendo de esta forma a
eliminar conductas hipermasculinas y prevenir la violencia que la policía
perpetra sobre víctimas inocentes.
Janet Chan, Sally Doran y Christina Marel, en su texto “Hacer y desha-
cer el género en el trabajo Policial”, se proponen valorar la utilidad del “ha-
cer género” como marco para comprender las cuestiones de género en el
trabajo de la policía. Las autoras utilizan datos recabados de un estudio lon-

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SOBRE ESTE LIBRO XVII

gitudinal de cadetes de policía, quienes fueron entrevistados durante los dos


primeros años de su ingreso y aproximadamente nueve años después de di-
cho ingreso, para analizar cómo, a mitad de sus carreras, tanto los oficiales
varones como las oficiales mujeres participan en hacer el género, así como la
medida en que las oficiales mujeres han logrado cambiar la manera en que
construyen el género conforme adquieren mayor experiencia y alcanzan los
rangos superiores de las organizaciones policiales. El artículo concluye con
una valoración de la perspectiva “hacer género” para comprender las posibi-
lidades futuras de la igualdad de género en la policía.
El artículo de Camila A. Gripp y Alba M. Zalua, “Policía y performance
de género en el trabajo: hipermasculinidad y el trabajo policial como fun-
ción masculina”, argumentan que a pesar del esfuerzo institucional realiza-
do por la Policía Militar de Río de Janeiro de transformar su imagen pública
por medio de la promoción del trabajo de oficiales mujeres, las relaciones
de trabajo basadas en entendimientos tradicionales de los roles de géne-
ro continúan ocultando el potencial de las mujeres para destacarse como
agentes de policía. Las autoras aportan evidencia para esta afirmación de
la literatura existente y del trabajo etnográfico llevado a cabo en 2014-2015
acompañando a la Unidad Policial de Pacificación. El foco de la interpre-
tación de las acciones de la policía toma en cuenta los hábitos perdurables
de la masculinidad que prevalecen en las fuerzas policiales, una mirada que
se distingue de aquellas centradas en las normas institucionales burocráticas
o en las reglas vinculadas a una política específica con respecto a actitudes
recomendadas de los agentes de policía mientras patrullan las calles. En este
sentido, el estudio no sólo considera encuestas y estadísticas oficiales sobre
criminalidad, sino también, y en especial, los pensamientos y sentimientos
que han tenido los habitantes de las favelas durante la aplicación de esta
nueva política de seguridad.
Gripp y Zalua consideran que las organizaciones policiales no son un
microcosmos apartado de la sociedad en general, sino que la masculinidad
y la comprensión tradicional de los roles de género operan en la policía por
la emulación de normas que están profundamente arraigadas en el tejido so-
cial más amplio. Si bien es verdad que las organizaciones policiales tienen
sus propios rasgos distintivos en cuanto a la selección y reproducción de
ciertas prácticas sociales, las autoras también destacan que las culturas or-
ganizacionales, o conjuntos de prácticas, son sistemas procesales, históricos
y relacionales en lugar de estructuras cristalizadas o sistemas cerrados que
no permiten conflictos, diversidades ni cambios. Con base en estas ideas el
artículo examina las interacciones de género dentro de una unidad policial
en particular.

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XVIII SOBRE ESTE LIBRO

Incluimos en el libro un texto corto y motivante de Joe L. Couto, “Es-


cuchando sus voces e integrándoles: el lugar de les oficiales LGBT de po-
licía canadienses en la cultura policial”, donde examina la experiencia
de vida de oficiales de policía LGBTQ de Canadá. Según este autor, los
hallazgos de dos investigaciones que realizó muestran la importancia de
que se estudien estas experiencias de vida y que sean transversalizadas con
otras características como la raza y el género. Para Couto, comprender,
afirmar y apoyar los valores y experiencias de vida de policías LGBTQ y
de otres integrantes que no encajan dentro de las “normas tradicionales” de
la policía representa un reto continuo y urgente para les líderes policiales y
para todes les miembrxs de las fuerzas policiales.
Entre policías: violencia institucional y deseo homosocial culmina con el trabajo
de David S. Cohen, “Manteniendo a los hombres como hombres y a las mu-
jeres subordinadas: segregación sexual, antiesencialismo y masculinidad”,
que parte de la idea de que la segregación sexual es un elemento vital para
el estudio del derecho y la masculinidad a los efectos de entender cómo es
que el derecho y la sociedad definen y construyen quién es y qué significa ser
varón. La atención del autor se concentra en los efectos que el actual régi-
men de segregación sexual ha tenido sobre la masculinidad. Cohen se foca-
liza en dos conceptos teóricos: la masculinidad hegemónica y la hegemonía
de los varones. Argumenta que las diversas formas de segregación sexual
que aún existen en Estados Unidos ayudan a crear y perpetuar una forma
de masculinidad idealizada, en particular aquella conocida como “masculi-
nidad hegemónica”, la cual ejerce un poder normativo al que los varones se
deben conformar. Asimismo, continúa el autor, la segregación sexual tam-
bién contribuye de forma sustancial al dominio de los varones sobre las mu-
jeres y sobre los varones de masculinidad no hegemónica mediante aquello
que les teóriques llaman “hegemonía de los varones”. Ambas maneras de
segregación sexual, dice Cohen, contribuyen a una perspectiva idealizada
de lo que significa ser varón, tanto en los atributos asociados a una virilidad
idealizada como en el poder atribuido y disponible a los varones.
En el resto del trabajo este autor analiza cómo la segregación sexual fa-
vorece a la forma dominante de masculinidad conocida como masculinidad
hegemónica, y para ello describe tres características que la segregación se-
xual conecta con la masculinidad: 1) que los hombres no son femeninos; 2)
que son heterosexuales, y 3) que son físicamente agresivos. Cohen sostiene
que la segregación sexual esencializa la masculinidad de manera que crea
y refuerza una perspectiva dominante acerca de lo que un varón debería
ser. Por último, argumenta que la segregación sexual no solamente ayuda a
conservar la masculinidad hegemónica, sino que contribuye a la hegemonía

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SOBRE ESTE LIBRO XIX

de los varones, ello en virtud de que la hegemonía de los varones se refiere


a la posición dominante de los varones dentro de la jerarquía generizada.
Al diferenciar entre varones y mujeres y exigir la observancia de esta dife-
renciación, Cohen concluye que la segregación sexual favorece el acceso de
los varones a conocimientos y poderes socialmente valiosos, con lo cual se
mantiene la opinión subordinante y estereotipada tanto sobre las mujeres
como sobre los varones de masculinidad no hegemónica.
Los dos primeros textos, el de Angela Harris y el de Ann McGinley (jun-
to al de Chris Gruenberg), tienen una agenda común: analizar la violencia
policial desde un enfoque interseccional utilizando la idea de la masculinidad
hegemónica de Connell para incorporar al análisis de la violencia y el perfila-
miento racial y de clase la influencia de la masculinidad hegemónica, es decir,
la violencia de género entre varones. Los cuatro artículos que siguen compar-
ten la misma preocupación y tipo de contribución vinculada con una agenda
de género más clásica de la forma policial, aquella referida a la transversaliza-
ción de la perspectiva de género que busca incorporar a las mujeres policías
a la fuerza y garantizar la igualdad de género. En conjunto, estos artículos
aportan la aplicación concreta de la teoría de Connell para evitar reformas
policiales esencialistas que refuercen el sistema binario de género. Ya al final
del libro, el artículo de Cohen ofrece una guía conceptual para lograr ese ob-
jetivo desde un enfoque antiesencialista y no binario. En suma, el libro con-
tribuye, desde la perspectiva de la teoría de R. W. Connell, a mejorar las dos
agendas de la reforma policial, las cuales son complementarias e inseparables.
A modo de cierre de esta introducción, cabe hacer un breve paréntesis
y explicitar una vinculación temática medular de este libro: las masculinida-
des con la construcción social del sexo-género.
Una creencia cultural extendida considera que las personas nacen con
un sexo biológico (varón o mujer) a partir del cual el aparato médico y el
Estado les asignan un género (masculino o femenino). Esto conduce a la
creación de una identidad de género binaria, es decir, se es varón o mujer, y
a creer que el sexo es natural mientras que el género es aquel aprendido cul-
turalmente. Esta particular interpretación de la sexualidad humana indica
que las personas nacen con diferentes características, por ejemplo, genita-
les, cromosomas sexuales, hormonas, pelos, voz grave o aguda, ojos claros u
oscuros, altas o bajas, y que cada una de estas características corresponde a
una supuesta naturaleza fija y universal que determina la diferencia sexual.
Además, a ellas cabe sumar la atracción sexual y la identidad de género de
la persona. Estas características agrupadas de forma binaria permitieron a
las ciencias médicas —y luego a juecxs, legisladorxs, funcionaries públiques,
etcétera— establecer límites precisos de lo que es un varón y una mujer y

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XX SOBRE ESTE LIBRO

borrar de esta forma la ambigüedad, al considerar cualquier transgresión a


tales límites como anormal y patológica (Saldivia Menajovsky, 2017).6
La lucha de las personas LGBTIQ+ desnudó y ridiculizó la creencia
de que el género puede, y debe, derivarse inequívocamente de una anato-
mía presumida natural. Por el contrario, la sexualidad tiene que entenderse
como un fenómeno en el que inciden múltiples factores; no puede ser re-
ducido a explicaciones genéticas, biológicas, culturales ni psicológicas. Por
lo tanto, la clasificación entre varones y mujeres no es un mero hecho bio-
lógico, sino una interpretación cultural que redujo la enorme variedad de
cuerpos a dos únicos sexos. Esa interpretación cultural es lo que se conoce
como “género”: un dispositivo de poder, una interpretación que socializa
a los cuerpos con pene (y otros atributos físicos asociados al varón) en la
masculinidad para que se conviertan en varones, y a los cuerpos con vulva
(y otros atributos físicos asociados a la mujer) en la feminidad para que se
conviertan en mujeres.
La anatomía y el sexo no existen sin un marco cultural; por el contrario,
el género debe entenderse como una forma cultural de configurar el cuerpo,
razón por la que está abierto a su continua reforma.7 Ello implica una con-
cepción de la corporalidad que expone la ficción de conceptos tales como
hombre y mujer y que obliga a reflexionar sobre qué criterios se adoptan a
la hora de seguir empleándolos y definiéndolos. Así como el sexo y el géne-
ro no existen sin un marco cultural, tampoco las masculinidades, dado que
todo entendimiento que tengamos de ellas es producto de un hacer cultural.
A continuación, Chris Gruenberg analiza cómo la violencia policial,
especialmente aquella dirigida contra los jóvenes de sectores populares, es
una forma de crear y recrear la masculinidad hegemónica. En primer lugar,
Gruenberg introduce de manera crítica la teoría de la masculinidad hege-
mónica prestando especial atención a las locales, regionales y globales. Este
enfoque resulta clave para su argumentación ya que le permite definir a
la policía como un tipo específico de masculinidad hegemónica local. Esta
ubicación geográfica específica de la masculinidad policial, en la calle, el
barrio y la comunidad, ayuda a resolver una paradoja de la violencia poli-
cial en América Latina, pues las víctimas y victimarios de dicha violencia
suelen compartir el mismo origen social y étnico. De este modo, la policía,

6
Saldivia Menajovsky, Laura, Subordinaciones Invertidas: Sobre el Derecho a la Identidad de
Género, Editorial de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) y Editorial de la
UNGS (Universidad Nacional de General Sarmiento), 2017.
7
Butler, Judith, Undoing Gender, New York: Routledge, 2004.

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SOBRE ESTE LIBRO XXI

sin cumplir con todos los requisitos de la masculinidad hegemónica nacio-


nal o regional, consigue obtener poder, privilegios e impunidad a nivel local.
En segundo lugar, Gruenberg integra el estudio de la homosocialidad
al campo de la violencia policial. En este contexto, la homosocialidad se re-
fiere específicamente a las atracciones no sexuales que sienten los hombres
por miembros de su mismo sexo. Dado que la homosocialidad mantiene
la masculinidad hegemónica y el patriarcado, el autor argumenta que los
varones, especialmente los varones policías, por medio de sus relaciones e
interacciones con otros varones, defienden y mantienen el patriarcado en
términos de desapego emocional, competitividad, homofobia y cosificación
sexual de las mujeres, practicando la homosocialidad exclusivamente en tér-
minos heteronormativos, androcéntricos, cisnormativos y jerárquicos, mos-
trando cómo los varones cisgénero y heterosexuales se vinculan y defienden
sus privilegios masculinos. Por ello dirá que, desde esta perspectiva, la prác-
tica policial debe ser abordada y estudiada como una práctica intensamente
homosocial.
Finalmente, reconociendo que la violencia policial siempre es un fe-
nómeno interseccional, su artículo introduce la teoría interseccional y se
detiene en la matriz de la dominación, en la dimensión disciplinaria del po-
der y la burocracia en el nivel de la calle para entender las condiciones, los
incentivos y el papel central que cumple la policía en la reproducción de la
masculinidad hegemónica a través de la violencia institucional.

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POLICÍAS, HOMOSOCIALIDAD Y HOMOFOBIA:


SOBRE CÓMO LA CULTURA POLICIAL REPRODUCE
LA MASCULINIDAD HEGEMÓNICA

Chris Gruenberg

Sumario: I. Introducción. II. Tres epígrafes: masculinidades hegemónicas,


homosocialidad y detenciones ilegales. III. La masculinidad hegemónica refor-
mulada. IV. Homosocialidad: entre la hegemonía y el deseo. V. Masculinidad,
raza y detenciones sin orden judicial en Estados Unidos. VI. De la doctrina
Terry stop a la sentencia Fernández Prieto y Tumbeiro. VII. La violencia
policial como fenómeno interseccional. VIII. La policía como una masculi-
nidad hegemónica local y una burocracia en el nivel de calle. IX. Reflexión
final: reformar la policía deconstruyendo las masculinidades hegemónicas. X.
Referencias bibliográficas.

A nivel local, los patrones hegemónicos de


masculinidad están arraigados en entornos
sociales específicos.
Connell y Messerschmidt

Se abrazaron, casi llorando. Ahora los ataba


otro vínculo: la mujer tristemente sacrificada
y la obligación de olvidarla.
J. L. Borges

La práctica de detención y cacheo está mo-


tivada por la necesidad percibida de los ofi-
ciales de mantener la imagen de poder del
oficial de calle.
Terry v. Ohio,
Corte Suprema de Estados Unidos

1
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2 CHRIS GRUENBERG

I. Introducción

Existe un consenso global en la academia sobre la íntima relación que co-


necta a la policía con la masculinidad. Sobre esta conexión se afirma que la
institución policial se basa en un ethos masculino (Brown, 2007), que la policía
reproduce una construcción idiosincrática de la masculinidad (Messersch-
midt y Tomsen, 2017), que la práctica policial refleja un culto a la masculi-
nidad (Smith y Gray, 1985), que la institución policial es esencialmente ma-
chista (Hereñú, 2019), que la carrera policial es productora de masculinidad
(Sirimarco, 2004), que el policía encarna un ideal masculino (Garriga Zucal,
2012), que la cultura policial es fundamentalmente masculina (Manning,
1978), que la práctica policial es un trabajo exclusivamente masculino (Coo-
per, 2012), que la policía es una organización hipermasculina (Dodsworth,
2007), y que el trabajo policial está masculinizado a nivel individual, estruc-
tural y cultural (Dick et al., 2014).
En América Latina existe una larga tradición de investigación académi-
ca sobre la violencia policial contra víctimas exclusivamente masculinas, de
forma específica, a varones jóvenes de sectores populares y racializados.1 Se

1
Véase, en general, Zavaleta A., Kessler G., Alvarado A. y Jorge Zaverucha (2016)
“Una aproximación a las relaciones entre policías y jóvenes en América latina”, Centro de
Investigación y Docencia Económicas (CIDE) Revista Política y Gobierno, volumen XXIII,
núm. 1, I semestre de 2016. José Manuel Valenzuela, coord (2015) “Juvenicidio: Ayotzinapa
y las vidas precarias en América Latina y España”, Ned Ediciones; Guadalajara: ITESO;
Tijuana: El Colegio de la Frontera Norte. Alvarado, Arturo y Carlos Silva (2011), “Relacio-
nes de autoridad y abuso policial en la ciudad de México”, Revista Mexicana de Sociología,
73(3). Kessler, Gabriel y Sabina Dimarco, 2013, “Jóvenes, policía y estigmatización terri-
torial en la periferia de Buenos Aires”, en Espacio Abierto. Pita, M. V. (2010) “Formas de
morir y formas de vivir. El activismo contra la violencia policial”. Buenos Aires: Editorial
del Puerto-CELS. Pita, M. V. (2019) “Hostigamiento policial o de las formas de la violencia
en barrios populares de la ciudad de Buenos Aires”. Lucia Helena Rangel, Rita Alves Oli-
veira “Los jóvenes que más mueren: los negros y los indígenas en Brasil”, en José Manuel
Valenzuela, coord (2015) “Juvenicidio: Ayotzinapa y las vidas precarias en América Latina
y España”, Ned Ediciones; Guadalajara: ITESO; Tijuana: El Colegio de la Frontera Norte,
2015. Perelman, M. y Tufró, M. Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) (2017) “Vio-
lencia institucional. Tensiones actuales de una categoría política central”. CELS, Buenos
Aires. Tiscornia, S., Eilbaum, L., Lekerman, V., Sozzo, M., (2000) “Detenciones, facultades
y prácticas policiales en la ciudad de Buenos Aires”. CELS. Tiscornia, S. (2007) “El debate
político sobre el poder de policía en los años noventa. El caso Walter Bulacio”, en A. Isla
(comp.), “En los márgenes de la ley. Inseguridad y violencia en el cono sur”. Buenos Aires,
Argentina: Paidós. Garriga Zucal, J. (2013) “Usos y representaciones del «olfato policial» en-
tre los miembros de la policía bonaerense”, Revista Dilemas: Revistas de Estudos de Conflito
e Controle Social. Vol. 6 núm. 3. Universidad Federal Do Rio de Janeiro, Brasil. Martínez,

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POLICÍAS, HOMOSOCIALIDAD Y HOMOFOBIA... 3

trata de un tipo de violencia institucional selectiva y sistemática que forma


parte de un fenómeno más amplio de violencia estructural conocido como
juvenicidio. Valenzuela (2012, 2015) desarrolló este concepto hace más de
una década, desde el Colegio de la Frontera Norte en Tijuana, a partir del
concepto de genocidio: “[a]l exterminio o eliminación sistemática de un gru-
po humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad se
le define como genocidio. A partir de esta posición, desarrollé el concepto
de juvenicidio para identificar al exterminio o eliminación permanente y
sistemática de jóvenes” (Valenzuela, 2019). En este marco regional de vio-
lencia institucional contra los jóvenes, las facultades policiales para detener
y requisar sin orden judicial juegan un papel fundamental y estratégico, in-
centivando y naturalizando este tipo de prácticas policiales.
Sin embargo, las investigaciones académicas sobre violencia institu-
cional en América Latina se han limitado a explicar las causas de la vio-
lencia policial en general, y las detenciones y requisas ilegales en particu-
lar, como consecuencia del perfilamiento policial basado en la raza o la
clase, excluyendo por completo el análisis de la influencia que ejerce la
masculinidad en la violencia policial. Tal como sostengo en este artículo,
concentrarse exclusivamente en la raza o en la clase como principal expli-
cación de la conducta policial y del perfilamiento discriminatorio ignora
el dato fáctico y estadístico acerca de que una abrumadora mayoría de los
casos de violencia policial e interacciones punitivas ilegales se dan entre
varones (Arduino et al., 2018; UNODC, 2019, Messerschmidt y Tomsen,
2016), configurando un fenómeno básicamente homosocial basado en po-
tentes vínculos de repulsión y deseo entre varones que deben ser tomados
en cuenta y analizados desde una perspectiva interseccional (Davis, 2000;
Cooper, 2009).
De esta manera, el principal objetivo de este artículo es poder contri-
buir a llenar este vacío teórico y político aplicando el marco conceptual de
las masculinidades hegemónicas, desarrollado y reformulado por Raewyn
Connell, para diseñar e implementar reformas policiales rigurosas y teóri-
camente fundadas, evitando esencializar la masculinidad policial como un
arquetipo o una identidad fija, binaria, universal, homogénea y resistente al
cambio social.
Para ello, introduzco el concepto de homosocialidad vertical y horizon-
tal, analizo el vínculo entre la masculinidad hegemónica local y las deten-

J., Palmieri, G., Pita, M. V. (1996) “Detenciones por averiguación de identidad: policía y
prácticas rutinizadas”, en Izaguirre, Inés (coordinación y recopilación), 1996. Violencia so-
cial y derechos humanos, Buenos Aires, Eudeba.

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4 CHRIS GRUENBERG

ciones y requisas ilegales en Estados Unidos y América Latina en el marco


de la sentencia Fernández Prieto y Tumbeiro y, finalmente, integro y articu-
lo las teorías de la interseccionalidad y la burocracia en el nivel de la calle
para proponer cambios estructurales en la cultura y la práctica policial.

II. Tres epígrafes: masculinidades hegemónicas,


homosocialidad y detenciones ilegales

Los epígrafes que abren este artículo cumplen la función tradicional de con-
densar e ilustrar la idea general del texto, pero también de organizarlo y
articularlo conceptualmente.

1. Epígrafe primero

Para poder explicar cómo la violencia policial, en especial aquella con-


tra los jóvenes de sectores populares, es una forma de crear y recrear la
masculinidad hegemónica, este artículo introduce críticamente el concepto
de masculinidades hegemónicas a partir de las nuevas reformulaciones de-
sarrolladas por Connell y Messerschmidt (2005), en particular la propues-
ta que reformula la geografía de las masculinidades distinguiendo entre
masculinidades hegémonicas locales, regionales y globales. Este enfoque
geográfico es esencial para mi argumentación porque permite definir y
describir a la policía como una versión específica de masculinidad hegemó-
nica local. Esta localización geográfica de la masculinidad policial ayuda
a resolver una paradoja de la violencia policial en América Latina, ya que
las víctimas y victimarios de la violencia policial suelen compartir el mismo
origen social y étnico (Arduino et al., 2018). De este modo, la policía con-
sigue diferenciarse y distinguirse de sus víctimas practicando tenazmente
una versión vigorosa de masculinidad hegemónica local y tomando distan-
cia de otras identidades masculinas marginalizadas por la clase social y la
etnia.

2. Epígrafe segundo

La cita del segundo epígrafe remite a la última oración del cuento “La
intrusa”, de Jorge Luis Borges. Este cuento, como la mayoría de la obra de
Borges, describe un mundo intensamente homosocial, habitado por varones

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POLICÍAS, HOMOSOCIALIDAD Y HOMOFOBIA... 5

cuya pasión por otros varones se basa en un conjunto de poderosas emo-


ciones, como la amistad íntima, la rivalidad machista, los celos violentos y
la admiración apasionada. “La intrusa” transcurre en 1890 en algún lugar
de La Pampa, Argentina, y narra la historia de dos gauchos, los hermanos
Cristián y Eduardo Nilsen, que se enamoran de la misma mujer, una pros-
tituta llamada Juliana Burgos. Como Juliana genera rivalidad, sospechas y
celos, primero optan por compartirla en la cama; finalmente, el hermano
mayor decide matarla para que no se interponga en el amor fraternal. El
cuento termina cuando llegan a un campo desierto y Cristián confiesa que
la mató, entonces los hermanos se abrazan, casi llorando, unidos más que an-
tes por el sacrificio realizado (Brant, 1999; Balderston, 2004).
Esta relación triangular que describe Borges a través de los vínculos
entre Cristián, Eduardo y Juliana coincide con la teoría de Eve Sedgwick
sobre los vínculos homosociales, caracterizados por una estructura trian-
gular en la que los varones tienen vínculos con otros varones y las mujeres
sirven como simples canales a través de los cuales se expresan estos víncu-
los homosociales. Según Sedgwick (1995), el vínculo que se expresa entre
dos varones a través del deseo por la misma mujer forma un triángulo
erótico que describe una relación de rivalidad tan potente como el vínculo
que une a ambos rivales con la mujer deseada. De esta forma, según Sed-
gwick, todas las relaciones entre varones pueden delinearse en un poten-
cial continuo entre el deseo homosocial y el homosexual (Sedgwick, 1985;
Brant, 1999).
En este artículo, a partir de la teoría de Sedgwick (1985), describo a la
policía como una organización homosocial que promueve e idealiza iden-
tidades y prácticas hipermasculinas, misóginas y homofóbicas. Desde esta
perspectiva, la cultura policial debe ser abordada y estudiada como una cul-
tura homosocial vertical, caracterizada por el deseo homosocial y, al mismo
tiempo, por el pánico homosexual. Por lo tanto, para poder reformar a la
policía será preciso transformar su organización y cultura homosocial.

3. Epígrafe tercero

El tercer epígrafe es una cita al pie de página que aparece en la histórica


e influyente sentencia Terry v. Ohio de 1968, de la Corte Suprema de Estados
Unidos. A partir de esta cita Frank R. Cooper, profesor de derecho y teó-
rico crítico de la raza, desarrolla una meticulosa y original teoría sobre la
masculinidad hegemónica en Estados Unidos, en general, y la masculinidad
hegemónica de la policía, en particular, para explicar cómo la intersección

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6 CHRIS GRUENBERG

de la raza y la masculinidad influye en los patrones de violencia institucio-


nal, especialmente en las detenciones y requisas sin orden judicial (Terry
stop). Desde esta perspectiva, el estudio de la violencia policial motivada por
perfiles raciales estará incompleto si no se presta atención a la violencia de
género entre los varones (Harris, 2000, Cooper, 2009).

III. La masculinidad hegemónica reformulada

Esta primera sección del artículo retoma y examina críticamente el concepto


de masculinidad hegemónica formulado por la socióloga australiana Raewyn
Connell hace más de treinta años, y reformulado de manera colectiva en los
últimos quince años, tomando en consideración las críticas más lúcidas, rigu-
rosas y consistentes.2
La reformulación revisa de manera exhaustiva el concepto de masculi-
nidad hegemónica para descartar los componentes que no lograron resistir
las críticas y actualizar aquellos que necesitan ser reformulados en térmi-
nos contemporáneos. Como resultado y síntesis de este continuo ejercicio
dialéctico, el concepto sigue siendo provocador, riguroso e influyente en el
campo de la academia, el activismo y las políticas públicas (Connell y Mes-
serschmidt, 2005; Connell et al., 2018).

1. Formulación

Raewyn Connell formuló la primera definición de la masculinidad he-


gemónica como “la configuración de la práctica de género que encarna la
respuesta corrientemente aceptada al problema de la legitimidad del pa-
triarcado, lo que garantiza la posición dominante de los hombres y la sub-
ordinación de las mujeres” (Connell, 1995: 77). Esto significa que cuando
cambian las condiciones históricas y los patrones de relaciones sociales la
posición hegemónica también puede ser desafiada y cuestionada; en conse-
cuencia, la masculinidad hegemónica es una relación históricamente diná-
mica entre diferentes grupos de varones y mujeres que permite imaginar la
transformación social de las relaciones de género.

2
Aquí profundizo el análisis de esta teoría que comencé a delinear junto a Laura Sal-
divia Menajovsky en “Masculinidades y utopías: imaginando nuevas alianzas antipatriarca-
les”, en Chris Gruenberg y Laura Saldivia Menajovsky (eds.), Masculinidades por devenir: teorías,
prácticas y alianzas antipatriarcales post #MeToo, Instituto de Investigaciones Jurídicas UNAM y
Ediciones UNGS, 2023.

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POLICÍAS, HOMOSOCIALIDAD Y HOMOFOBIA... 7

El concepto de hegemonía, en un inicio aplicado en los estudios marxis-


tas sobre el poder y las clases sociales y ahora utilizado para analizar la re-
lación de dominación entre diferentes grupos de varones y mujeres, destaca
las dimensiones específicamente culturales de la desigualdad de género. La
hegemonía opera como la dinámica cultural mediante la cual un grupo
reclama y mantiene su privilegio en la vida social. Se asegura a través de
un patrón de consentimiento y de dominación, alcanzando la influencia
social a través de la cultura, los discursos y las instituciones (Grindstaff et
al., 2011).
La relación de dominación resulta, entonces, de una combinación de
coerción física y control ideológico. Las instituciones son materializaciones
de ideas y nacen para proteger los privilegios de los fundadores de las mis-
mas; aparecen como racionalizaciones de los intereses de las clases domi-
nantes y bajo el discurso de la neutralidad y la universalidad. En general,
una neutralidad y una universalidad que ayuden a su reproducción y que
hacen que las clases subordinadas tiendan a consensuarlas e incorporarlas
como propias.

2. Reformulación

La reformulación del concepto de la masculinidad hegemónica enfatiza


cuatro ideas centrales para este artículo, aquellas que permiten imaginar
masculinidades por devenir a favor de la igualdad de género: las masculi-
nidades son múltiples, relacionales, sensibles al cambio social y geográficas
(Connell y Messerschmidt, 2005).

A. Masculinidades múltiples

La existencia de masculinidades múltiples destaca que la masculinidad


hegemónica se basa también en el control y la opresión de los varones sobre
otros varones, y no solamente de control y opresión de los varones sobre las
mujeres. Además, destaca la importancia de analizar y considerar la intersec-
ción de otros sistemas de opresión que interactúan entre sí, como el racismo,
el clasismo, el sexismo y el capacitismo, para poder reconocer las relaciones
jerárquicas intragrupales de la masculinidad. En palabras de Connell, “para
entender el género, entonces, debemos ir constantemente más allá del géne-
ro” (Connell, 1995: 76).

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B. Masculinidades relacionales

Para Connell (1987, 1995) la masculinidad hegemónica siempre se cons-


truye en relación con la feminidad y con las masculinidades no hegemóni-
cas. La masculinidad hegemónica no se corresponde con la experiencia real
de ningún varón concreto; se trata, más bien, de un modelo cultural que
expresa ideales, fantasías y deseos. En las culturas occidentales contempo-
ráneas este modelo hegemónico socialmente legitimado se representa, en la
mayoría de las ocasiones, a través del varón blanco, heterosexual, cisgénero,
profesional, competitivo, independiente, asertivo y racional.
La masculinidad hegemónica se relaciona con la feminidad por medio
de la feminidad enfatizada, la cual se practica de una manera complemen-
taria y obediente en una relación de subordinación complaciente con la
masculinidad hegemónica. El concepto de feminidad enfatizada es clave
para el marco teórico de Connell porque permite explicar cómo esta forma
de feminidad se adapta al poder y responde al deseo masculino enfatizan-
do la obediencia, el cuidado, la crianza y la empatía como las verdaderas
virtudes femeninas. Pero Connell, además, identifica otras feminidades que
se definen por estrategias de resistencia o formas de sometimiento y por la
combinación de complejas estrategias de obediencia, resistencia y coopera-
ción (Connell, 1987, 1995; Connell et al., 2018).
En el mismo sentido, la masculinidad hegemónica se construye en rela-
ción con la no hegemónica; sin embargo, la masculinidad no hegemónica
en sí misma no representa una categoría social homogénea, ya que a partir
de la intersección entre el género, la sexualidad, la clase, la etnia y la raza,
pueden configurarse cuatro masculinidades no hegémónicas específicas:
cómplice, subordinada, marginalizada y de protesta.
Según Connell y Messerschmidt (2005, 2018), las masculinidades cóm-
plices se caracterizan por acceder a algunos de los beneficios de las relacio-
nes patriarcales y aceptar los privilegios masculinos, pero lo hacen tomando
distancia del ejercicio directo del poder y evitando practicar una versión
fuerte de la dominación ejercida por la masculinidad, construyendo así rela-
ciones de complicidad con el proyecto hegemónico. Por su parte, las mascu-
linidades subordinadas son el resultado de las relaciones internas del orden
de género y son construidas como inferiores, patológicas o desviadas en
relación con la masculinidad hegemónica, siendo los varones homosexuales
y transgénero los ejemplos paradigmáticos por transgredir y desafiar la he-
tero-cis-normatividad del régimen patriarcal. Asimismo, las masculinidades
marginalizadas son no hegemónicas por causa de desventajas económicas,

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raciales y étnicas, siendo trivializadas, discriminadas, temidas y excluidas


como resultado de la intersección entre la raza, la etnia, la clase, el género
y la carencia sistemática de privilegios. Finalmente, las masculinidades de
protesta son un tipo particular de masculinidad marginalizada que recrea
temas de la masculinidad hegemónica en una versión hipermasculina que
expresa una exhibición exagerada y paródica de fuerza física y agresión
personal en contextos sociales de pobreza y racismo como una respuesta
compensatoria por la falta de poder económico, político y cultural (Messers-
chmidt y Messner, 2018).
Estos cuatro tipos de masculinidades deben ser entendidos como posi-
ciones relacionadas entre sí y no como tipos fijos de personalidad. Una de
las claves para diferenciar la masculinidad hegemónica de las masculinida-
des no hegemónicas está en saber distinguir a las masculinidades que legi-
timan y justifican la desigualdad de género entre varones y mujeres y entre
los mismos varones, de aquellas que no lo hacen. Mientras las masculini-
dades hegemónicas logran legitimar y justificar la desigualdad de género a
través de una compleja operación discursiva e ideológica, promoviendo un
consenso colectivo que termina aceptando, reproduciendo e incluso encar-
nando las relaciones de género desiguales, las otras cuatro no lo logran por
carecer de poder, prestigio e influencia social, o simplemente por expresar
una postura política en contra de la desigualdad de género (Messerschmidt
y Messner, 2018).

C. Masculinidades sensibles al cambio social

Connell (2005) enfatiza que las masculinidades hegemónicas y no he-


gemónicas están todas sujetas a cambios, ya que surgen en entornos cultu-
rales específicos y en situaciones históricas particulares. Para esta autora,
los términos masculinidad hegemónica y masculinidades no hegemónicas
no nombran tipos de identidades fijas, sino configuraciones de prácticas de
género producidas en situaciones históricas particulares en una estructura
social cambiante y discontinua. Además, en el caso de la primera existe cí-
clicamente una lucha por la hegemonía en la que las versiones más antiguas
pueden ser reemplazadas por otras más nuevas. Entonces, los conceptos de
masculinidad hegemónica y masculinidades no hegemónicas abren la posi-
bilidad del cambio social hacia la creación de relaciones de género alterna-
tivas, más igualitarias y menos violentas.
Connell aborda el género como estructura social, permitiendo com-
prender mejor el impacto de las crisis históricas en el orden de género (la

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organización social) y en los regímenes de género (las instituciones), y cómo


estas crisis históricas crean, simultáneamente, restricciones y oportunidades
para establecer nuevas alianzas y promover una transformación profunda
de las relaciones de género (Connell et al., 2018).

D. Masculinidades geográficas

Según este artículo, el reconocimiento de múltiples masculinidades he-


gemónicas es, sin duda, una de las principales reformulaciones del concepto
original. Connell y Messerschmidt (2005) analizan el cambio en las cons-
trucciones geográficamente localizadas de la masculinidad hegemónica y
desarrollan una triple tipología de masculinidades hegemónicas según su
ubicación geográfica:

— Local: masculinidades construidas en la interacción cara a cara de


familias, organizaciones y comunidades locales, por ejemplo, la es-
cuela y la policía. En general, se puede encontrar en los estudios
etnográficos y en la investigación de historias de vida.
— Regional: masculinidades construidas a nivel de la cultura o del
Estado‐nación. Se pueden encontrar en la investigación discursiva
política y demográfica.
— Global: masculinidades construidas a nivel trasnacional, como
la política global, los negocios internacionales y los medios de
comunicación trasnacionales. Se estudia en la investigación emer-
gente sobre masculinidad y globalización.

Para Connell y Messerschmidt (2005) es importante destacar que exis-


ten vínculos dinámicos y fluidos entre los tres niveles geográficos de mascu-
linidades hegemónicas. Las instituciones globales presionan e influyen sobre
los sistemas de género regionales y locales, mientras que los sistemas de
género regionales producen y ofrecen material cultural para ser adoptado y
reelaborado en escenarios globales y, al mismo tiempo, establecen modelos
culturales de masculinidad hegemónica a nivel social, los cuales pueden ser
importantes e influyentes en las dinámicas de género y en la construcción de
masculinidades hegemónicas locales.
De acuerdo con esta nueva tipología, las masculinidades hegemónicas
locales, regionales y globales pueden tener distintos alcances y construirse de
diferentes formas. Así, Messerschmidt y Messner (2018) encontraron que las

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masculinidades hegemónicas varían en cuanto a la importancia y el alcan-


ce de su influencia legitimadora: la justificación de las relaciones de género
desiguales por masculinidades hegemónicas locales se restringe a los límites
de instituciones formales a nivel local, como las escuelas, centros de salud,
comisarías y otras organizaciones comunitarias, mientras que las mascu-
linidades hegemónicas regionales y globales tienen, respectivamente, una
influencia legitimadora a nivel social y global.
Además, las masculinidades hegemónicas geográficas se construyen de
distintas formas, por ejemplo, las masculinidades hegemónicas locales es-
tán arraigadas en espacios sociales específicos —como las organizaciones
formales a nivel local— y se construyen mediante prácticas materiales re-
lacionales que tienen una influencia discursiva legitimadora; las masculi-
nidades hegemónicas regionales y globales se construyen a través de prác-
ticas discursivas —como los discursos políticos y las expresiones musicales
como el trap y el rap— que, al mismo tiempo, constituyen relaciones de gé-
nero desiguales lingüística, metafórica y, por tanto, simbólicamente (Mes-
serschmidt y Messner, 2018).
Con base en la reformulación de Connell y Messerschmidt (2005), exa-
mino las masculinidades hegemónicas a nivel local más que a nivel regional
y global. Esta tipología permite definir y analizar a la policía como una
masculinidad hegemónica local, resolviendo la contradicción que surge en
la mayoría de los casos de violencia policial en América Latina, donde las
víctimas y victimarios suelen tener el mismo origen social y étnico (a dife-
rencia de la mayoría de los casos en Estados Unidos, donde los victimarios
son blancos y sus víctimas negras o marrones). Así, aunque la policía y sus
víctimas compartan la misma clase social, el origen étnico y la hipermas-
culinidad (características de las masculinidades marginalizadas), la policía
consigue en la calle practicar una versión fuerte de masculinidad hegemó-
nica local, acumulando poder (monopolio de la violencia estatal), presti-
gio (aceptación social y justificación legal) y privilegios (impunidad) (Davis,
2000; Purvis y Blanco, 2019).
Finalmente, integrando y aplicando el marco conceptual desarrollado
por Connell, Messerschmidt y Messner (2005, 2018), esta versión local de
masculinidad hegemónica permite analizar y explicar la violencia policial
como una forma de defender y reproducir la masculinidad hegemónica lo-
cal mediante encuentros policiales (interacciones cara a cara), basados en
detenciones y requisas ilegales (prácticas materiales relacionales) y situados
en contextos locales (espacios sociales específicos).

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3. Nuevas amplificaciones conceptuales

La investigación más reciente sobre masculinidades hegemónicas y no


hegemónicas ha contribuido a orientar la teoría y la práctica sobre el género
hacia nuevas direcciones conceptuales. En el marco de este capítulo iden-
tifico dos conceptos como los principales aportes para poder fortalecer el
proyecto de imaginar masculinidades por devenir no hegemónicas.

A. Masculinidades sin varones (cis)

A partir de una reinterpretación radical de la definición canónica de


Connell sobre la masculinidad se puede avanzar en la construcción de mas-
culinidades sin varones (cis). Para Connell la masculinidad se define como
“simultáneamente un lugar en las relaciones de género, las prácticas a través
de las cuales hombres y mujeres se involucran en ese lugar en el género, y
los efectos de estas prácticas en la experiencia corporal, la personalidad y la
cultura” (Connell, 1995: 71). A partir de esta definición podemos sintetizar
la masculinidad en tres componentes. En primer lugar, es una posición o
lugar social en el que las personas, con independencia de su género, pue-
den moverse a través de la práctica ocupando constantemente posiciones
cambiantes en la estructura de género. En segundo lugar, es un conjunto
de prácticas que constituyen y cuestionan sin cesar la masculinidad. Ter-
cero, cuando estas prácticas son encarnadas, especialmente por varones
pero también por mujeres, tienen efectos culturales y sociales generalizados
(Schippers, 2007; Aboim, 2018; Connell et al., 2018). Desde esta perspecti-
va, se vuelve más evidente que en lugar de poseer o tener masculinidad, las
personas se mueven, producen y hacen masculinidad al participar en prác-
ticas masculinas (West y Zimmerman, 1987).
Desde este enfoque se abre un nuevo espacio conceptual y empírico
para reconocer que la masculinidad no siempre es lo que hacen los varones
(cis), ya que cuando las lesbianas y los varones trans ocupan el lugar de la
masculinidad y la practican fluidamente, también están haciendo mascu-
linidad: masculinidades femeninas y trans. Entonces, la masculinidad no
puede ni debe reducirse al cuerpo de varones (cis) y sus efectos (Halberstam,
1998). Así, cuando logramos disociar al varón (cis) de la masculinidad y de-
jamos de naturalizar la masculinidad como algo que emana de un cuerpo
preexistente o biologizado, se podría incluso afirmar que las masculinidades
son más plurales que los varones, desnaturalizando radicalmente el modelo

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“dos sexos, dos géneros”. De esta manera, las trayectorias y experiencias de


lesbianas y de varones trans permiten explicar mejor de qué se trata y qué
define a la masculinidad en las relaciones sociales para poder identificar y
reivindicar prácticas masculinas no hegemónicas e inclusivas (Halberstam,
1998; Schippers, 2007; Aboim, 2018; Connell et al., 2018; Messerschmidt y
Messner, 2018).

B. ¿Nuevas masculinidades o masculinidades hegemónicas nuevas?

Toda la obra de Connell está orientada al devenir, buscando no sólo


explicar las condiciones y factores sociales que provocan los cambios de las
relaciones de género, sino que, además, intenta explicar cómo el cambio, en
realidad, constituye relaciones de género. Connell habla de “tendencias de
crisis” para afirmar que las relaciones de género son históricamente inesta-
bles, propensas a las crisis y que, al mismo tiempo, los sistemas de poder y
opresión del patriarcado son flexibles y adaptables (Connell, 1987, 1995).
Esta flexibilidad le permite a las masculinidades hegemónicas cambiar,
adaptarse y acomodarse a la pérdida gradual de legitimidad del patriar-
cado provocada por las sucesivas crisis culturales mientras son renovadas,
recreadas, defendidas y modificadas. En este sentido, podría decirse que lo
que hace tan poderosa a la masculinidad hegemónica es, precisamente, su
habilidad para adaptarse (Demetriou, 2001). Así, lo que comúnmente se
conoce en el discurso y debate actual como “nuevas masculinidades”, serían
masculinidades hegemónicas que se transforman y emergen como respuesta
a las crisis históricas de las relaciones de género; por ejemplo, el #MeToo,
tratando de adaptarse y acomodarse a estas crisis pero sin perder poder ni
renunciar a los privilegios. Si las nuevas masculinidades tienen algo de nue-
vo es que producen novedosas formas de desigualdad de género ocultando
las desigualdades existentes a través de formas actuales.
Este tipo particular de masculinidades hegemónicas se conocen como
“masculinidades híbridas” (Demetriou, 2001; Messner, 2007; Bridges y Pas-
coe, 2014, 2018). El campo de investigación sobre las masculinidades híbri-
das se concentra en examinar los procesos y efectos de las transformaciones
contemporáneas de las masculinidades hegemónicas producidas por la in-
corporación selectiva de prácticas y significados asociados con las identida-
des de masculinidades marginalizadas y subordinadas, y también de femi-
nidades, para ser utilizados estratégicamente con el objetivo de adaptarse
a las crisis históricas de las relaciones de género sin dejar de reproducir la
dominación y los privilegios masculinos (Bridges y Pascoe, 2018).

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A través de esta incorporación selectiva de elementos identitarios de


masculinidades con menos poder y privilegios, y también de feminidades,
surgen masculinidades hegemónicas más sensibles, expresivas, progresistas
e inclusivas. Sin embargo, este cambio es superficial y se restringe al orden
simbólico, ya que las masculinidades híbridas se caracterizan por no de-
safiar las estructuras de poder, las cuales permanecen intactas (Bridges y
Pascoe, 2014).
Para lograr cambiar sin cambiar nada, el proceso de hibridación de las
masculinidades hegemónicas implica un proceso complejo basado en el des-
pliegue de tres estrategias interrelacionadas pero distintas. En primer lugar,
se trata de una práctica de “distanciamiento discursivo” para adoptar una
separación simbólica de la masculinidad hegemónica a través de discursos
más sensibles y progresistas a favor de la igualdad de género y en contra de
la violencia machista, cambiando las relaciones simbólicas pero sin alterar
los sistemas de poder que estructuran las relaciones de género. Segundo,
implica una práctica de “préstamo estratégico” como forma de apropiación
cultural de símbolos y sentidos asociados a las masculinidades subordina-
das y marginalizadas para poder reformular sus identidades como si fueran
simbólicamente parte de esos grupos, reproduciendo así los privilegios a
través de formas nuevas y volviendo más difícil reconocer la desigualdad
de género. Tercero, la práctica de “reforzar límites” implica la cooptación de
elementos de estilos y prácticas de las masculinidades subordinadas y mar-
ginalizadas, diluyendo de este modo los límites simbólicos y sociales entre
grupos privilegiados y excluidos pero sin dejar de reforzar las relaciones de
desigualdad. Por ejemplo, en el marco de las prácticas sexuales mantenidas
entre varones heterosexuales con privilegios, las mujeres son cosificadas, los
homosexuales estigmatizados y los varones pobres y racializados hipereroti-
zados, permitiendo así que los varones blancos y heterosexuales practiquen
la homosexualidad de una manera heterosexual, reforzando la masculini-
dad hegemónica y ocultando los sistemas de opresión de formas histórica-
mente nuevas (Bridges y Pascoe, 2018; Ward, 2008, 2015).
En conclusión, es fundamental generar la claridad conceptual necesaria
para poder hacer un análisis más riguroso sobre la operación de estas tres
estrategias de hibridación para luego poder desafiar el discurso dominante
que busca generalizar e igualar a todas las masculinidades como falsas alia-
das, sugiriendo que ningún tipo de masculinidad es políticamente confiable.
En este contexto, la investigación sobre las masculinidades híbridas es de
gran ayuda conceptual y política porque permite reconocer, diferenciar y
separar a las masculinidades hegemónicas que se ajustan y adaptan a las

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demandas sociales del momento histórico a través de simples cambios sim-


bólicos, de aquellas masculinidades no hegemónicas comprometidas con
promover cambios estructurales en las relaciones de poder.

IV. Homosocialidad: entre la hegemonía y el deseo

El concepto de homosocialidad hace referencia a la búsqueda, el disfrute y la


preferencia por la compañía y amistad del mismo sexo (Lipman-Blumen,
1976). Se distingue de la homosexualidad en que no implica de forma nece-
saria una interacción ni atracción sexual explícitamente erótica entre miem-
bros del mismo sexo. El concepto se ha utilizado sobre todo en el campo
de los estudios sobre las masculinidades para describir los lazos y vínculos
sociales de los varones heterosexuales y explicar cómo los varones, a través
de la amistad y las colaboraciones íntimas con otros varones, reproducen y
defienden las estructuras del orden de género y, al mismo tiempo, mantienen
y transmiten el poder patriarcal (Lipman-Blumen, 1976; Bird, 1996). En su
versión más tradicional, la homosocialidad es definida como un mecanismo y
una dinámica social que ayudan a reproducir la masculinidad hegemónica
y a naturalizar los privilegios masculinos para segregar institucional e inter-
personalmente a las mujeres y suprimir a las masculinidades no hegemónicas,
varones homosexuales, racializados y de clases populares (Bird, 1996; Flood
2008).
Desde una perspectiva sistémica, la organización homosocial de la so-
ciedad incentiva a que los varones se sientan atraídos, estimulados e intere-
sados por otros varones a lo largo de sus vidas. Se trata de un proceso que
tiene lugar durante la infancia y es rápidamente canalizado y estimulado
por un conjunto diverso y articulado de instituciones sociales en las que vi-
ven y se vinculan los varones. Así, el sistema de estratificación social tiende
sistemáticamente a ubicar a las masculinidades hegemónicas en los roles so-
ciales más valorados, requeridos y prestigiosos. Como consecuencia de este
fenómeno, hasta hace poco tiempo este sistema hegemónico de estratifica-
ción ubicaba a los varones blancos, heterosexuales y cisgénero de manera
tal que virtualmente tenían acceso total y exclusivo al conjunto de recursos
económicos, sociales y culturales disponibles dentro de las sociedades occi-
dentales (Lipman-Blumen, 1976).
No obstante, en este artículo quisiera centrarme en una nueva agenda
de investigación desarrollada por Hammarén y Johansson (2014, 2019). Esta
agenda sugiere que la forma tradicional de entender la homosocialidad no
es lo suficientemente compleja ni profunda como para visibilizar y reconocer

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nuevas dinámicas y vínculos homosociales entre varones. Hammarén y Jo-


hansson proponen una visión más compleja y dinámica sobre la homosocia-
lidad a partir del estudio clásico de Eve Kosofsky Sedgwick (1985), Entre hom-
bres, donde Sedgwick, en lugar de usar el concepto como una herramienta
para estudiar los vínculos sociales y las relaciones de poder entre los varones,
analiza la relación entre diferentes tipos de deseos homosociales, proponien-
do la idea de que los vínculos heterosexuales y homosexuales no constituyen
una oposición binaria, sino que son dimensiones que coexisten y operan a
través de un continuo que Sedgwick define como “continuo homoerótico”.
En palabras de esta autora: “[r]etraer lo «homosocial» a la órbita del «de-
seo», de lo potencialmente erótico, entonces, es hipotetizar la continuidad
potencial de un continuum entre lo homosocial y homosexual, un continuum
cuya visibilidad, para los hombres, en nuestra sociedad, es radicalmente in-
terrumpido” (Sedgwick, 1985, pp. 1-2).
Sedgwick analiza la compleja relación entre homosocialidad, homose-
xualidad y homofobia a través de los conceptos de continuo homoerótico
y deseo homosocial. Su análisis original sugiere que en las sociedades con-
temporáneas la relación continua se rompió radicalmente y se convirtió, de
forma gradual, en una relación discontinua de vínculos homosociales y ho-
mosexuales. Esta discontinuidad radical entre la homosocialidad y la homo-
sexualidad hace que las relaciones homosociales masculinas sean una forma
de vínculo social que se caracteriza por el deseo e intimidad homosocial y,
al mismo tiempo, por el pánico homosexual (Sedgwick, 1985).
En este contexto, el deseo homosocial se refiere a la forma en que los va-
rones dirigen su atención hacia otros varones, mientras que el pánico homo-
sexual se refiere al temor a que esa atención entre varones se deslice hacia
el deseo homosexual. De este modo, en un intento por enfatizar, asegurar y
normalizar la heterosexualidad, los varones heterosexuales desarrollan un
intenso miedo a la homosexualidad y ponen en práctica conductas abierta-
mente misóginas (Hammarén y Johansson, 2014).
Hammarén y Johansson se van a enfocar en una posible reconstrucción
del continuo interrumpido por la homofobia y la misoginia, distinguiendo
entre dos formas de homosocialidad: la vertical y la horizontal. La prime-
ra se refiere al tipo tradicional de homosocialidad descrito anteriormente
como un mecanismo para que los vínculos homosociales sirvan para man-
tener y defender la masculinidad hegemónica y los privilegios sobre las mu-
jeres y otros varones subordinados y marginalizados. En contraste, la hori-
zontal se refiere a relaciones masculinas más inclusivas, basadas en nuevas
formas de intimidad afectiva y física. Hammarén y Johansson argumentan
que la homosocialidad horizontal sería una señal del surgimiento de mascu-

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linidades más inclusivas, diversas y fluidas, y por lo tanto, menos homofóbi-


cas y misóginas (Hammarén y Johansson, 2014, 2019). De esta manera, sin
la vigilancia social constante de las normas de género, los varones podrían
establecer de forma gradual vínculos y lazos sociales con otros varones, in-
dependientemente de la orientación sexual e identidad de género, volviendo
más porosa y fluida la frontera entre la homosocialidad vertical y la horizon-
tal, entre el deseo homosocial y el homosexual (Chen, 2012; Rumens, 2012).
En este artículo, la distinción entre la práctica vertical y la horizontal
de la homosocialidad será fundamental para ofrecer una perspectiva más
dinámica y menos binaria, permitiendo una transformación gradual de la
homosocialidad vertical hacia una horizontal. Esta transformación de la ho-
mosocialidad, así como las condiciones necesarias para impulsarla, podrían
ser la clave para la reforma institucional de organizaciones tradicionalmen-
te homosociales como la policía.
La policía es un ejemplo paradigmático de una organización homoso-
cial vertical. Como ocurre con las fuerzas armadas y otras organizaciones
fraternales históricamente masculinas, cerradas y excluyentes, la institución
policial comparte una arquitectura homosocial que fomenta e idealiza iden-
tidades y prácticas hipermasculinas y heteronormadas (Belkin, 2012; Kies-
ling, 2005; Sedgwick, 1985). En este ambiente institucional la homosociali-
dad desempeña un papel esencial en la creación de una versión estrecha de
la masculinidad hegemónica policial que se basa en poderosos sentimientos
de homofobia y misoginia. En este contexto, cuanto más binario sea el ré-
gimen de género y más heteronormativos los códigos sexuales, más vertical,
jerárquica y discontinua será la homosocialidad practicada por la policía
(Atuk, 2021).
Sin embargo, esta arquitectura homosocial, en apariencia sólida y robus-
ta, se sostiene precariamente sobre una profunda paradoja. La homosociali-
dad policial está estructurada en su interior con objetivos contradictorios que
deben ser cumplidos por los policías de manera estricta. Por un lado, deben
encarnar las normas e ideales de la masculinidad hegemónica: hipermascu-
linidad, heterosexualidad y ausencia total de feminidad; mientras que, por el
otro, se espera que construyan intensos y profundos lazos homosociales entre
policías. Esto pone en peligro la masculinidad hegemónica, en particular
cuando no se sabe con precisión si el deseo cae en el dominio de lo homo-
social o lo homosexual. La cohesión y la lealtad policial, en consecuencia,
dependen de un grado suficiente de afectividad emocional, mientras que
prohíben y restringen una excesiva intimidad afectiva y física, exigiendo de
manera simultánea y contradictoria: distancia y cercanía, desapego e intimi-

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dad, continuidad y discontinuidad entre el deseo homosocial y homosexual


(Atuk, 2021; Harris, 2000).
Esta inestable arquitectura homosocial se mantiene en pie mediante lo
que Atuk (2021) denomina “zona segura de homosocialidad”, un espacio
institucional donde se garantiza que la masculinidad hegemónica no será
desafiada, no correrá peligro y no se contaminará de homosexualidad ni
de feminidad. Esta zona de seguridad homosocial se consigue a través de
medios institucionales muy precisos y concretos: la vigilancia sistemática y
permanente de una versión estrecha y conservadora de masculinidad hege-
mónica a través del lenguaje homofóbico, actitudes misóginas, expresiones
hipermasculinas y acoso sexual. Utilizando como herramienta de análisis
los conceptos de homosocialidad vertical y horizontal para decodificar e in-
terpretar las diferentes prácticas policiales relacionadas con la reproducción
de la masculinidad hegemónica policial, este artículo busca transformar la
homosocialidad vertical y desafiar el modelo hegemónico de masculinidad
policial, promoviendo formas alternativas de vínculos homosociales hori-
zontales y de masculinidades no hegemónicas.

V. Masculinidad, raza y detenciones


sin orden judicial en Estados Unidos

En esta sección del artículo examino y desarrollo el trabajo de Frank R. Coo-


per (2009, 2010), profesor de derecho y teórico crítico de la raza, quien du-
rante 20 años se ha dedicado a estudiar cómo la intersección de la raza y la
masculinidad afectan y moldean las prácticas policiales, especialmente las
detenciones, registros y requisas sin orden judicial en el espacio público. El
trabajo de Cooper es excepcional por el estudio crítico de la práctica policial
de detenciones y requisas arbitrarias, utilizando la teoría de la masculinidad
hegemónica desde un enfoque interseccional. Cooper afirma que la inter-
sección de la raza y el género influye en las prácticas policiales y que debe
aplicarse la teoría de la masculinidad hegemónica para poder entender cómo
la intersección de raza y masculinidad incide en los patrones de violencia ins-
titucional. Desde esta perspectiva, el estudio de la violencia policial motivada
por perfiles raciales está incompleto si no presta atención a la violencia de
género entre los varones (Cooper, 2009; Harris, 2000).
Cooper reconoce con orgullo que su trabajo en este campo se inspiró en
un texto que examinó por primera vez la relación entre la masculinidad y la
violencia policial, “Género, violencia, raza y justicia criminal”, de Angela P.
Harris (2000) —artículo que tenemos el honor de publicar por primera vez

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en español en este libro—. Cooper continúa y expande el trabajo de Harris;


mientras esta autora se enfoca en la cultura policial del honor y la hipermas-
culinidad como fuente de la violencia policial, Cooper ofrece una descrip-
ción más amplia de la estructura de las identidades masculinas, en general,
y del patrón hegemónico de la masculinidad de los oficiales de policía en
particular. Profundiza en el patrón hegemónico de la masculinidad de los ofi-
ciales de policía para explicar cómo las prácticas policiales relacionadas con
la presencia de autoridad y el castigo de las faltas de respeto expresan verda-
deros impulsos masculinos. En este contexto, para ampliar la comprensión
del impacto de la masculinidad en la violencia policial, Cooper considera
que primero es necesario examinar cómo opera la masculinidad en general.

1. La masculinidad hegemónica en Estados Unidos

Cooper se basa en el libro Manhood in America: A Cultural History, de Mi-


chael Kimmel (1996), para describir y definir el actual modelo hegemóni-
co de masculinidad estadounidense. El varón contemporáneo establece su
masculinidad a través de la competencia con otros varones; una caracte-
rística del varón contemporáneo es que le preocupa la validación de otros
varones. Para Kimmel la “masculinidad es una puesta en acto homosocial”
en el sentido de que se crea a través de los vínculos entre varones, tratando
de impresionar a otros varones. Esta es la dimensión homosocial de la mas-
culinidad: la masculinidad se construye a partir de las interacciones entre
los varones a través de poderosos sentimientos de repulsión y deseo (Cooper,
2009; Harris, 2000; Sedgwick, 1985).
Según Kimmel, pensar la masculinidad como validación homosocial
implica que los varones “estamos bajo el cuidadoso y persistente escrutinio
de otros varones. Ellos nos miran, nos clasifican, nos conceden la aceptación
en el reino de la virilidad. Se demuestra hombría para la aprobación de
otros varones. Son ellos quienes evalúan el desempeño” (Kimmel, 2005: 54).
Una segunda característica del varón contemporáneo es que no sólo es
homosocial, sino también ansioso. Sufre una inseguridad crónica debido a
no poder demostrar ser tan masculino como debería, y esto se debe a que
las normas de la masculinidad hegemónica son imposibles de cumplir en la
práctica. La masculinidad es una prueba implacable de lo cerca que se está
del ideal, sin poder alcanzarlo. En este contexto, los varones son los que
evalúan el desempeño de los varones, en consecuencia, los varones sufren de
forma constante la ansiedad de que otros varones los desenmascaren como
insuficientemente varoniles (Cooper, 2009).

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La homosocialidad y la ansiedad, que son constitutivas de la masculini-


dad contemporánea, revelan una tercera característica del patrón hegemó-
nico de la masculinidad estadounidense: la competitividad reflejada en la
necesidad de dominar a otros varones para reforzar la estima masculina. Los
varones compiten para superar a otros varones en la recolección de señales
de masculinidad. Los comportamientos que buscan expresar son dominio
y control sobre otros varones —como la agresión física—, y son parte del
proyecto de establecer que se posee la forma hegemónica de la masculinidad
estadounidense. Así, la masculinidad hegemónica se sustenta en relaciones
jerárquicas: uno prueba su masculinidad dominando a los que están más
abajo en la jerarquía social (Cooper, 2009; Kimmel, 2005).
La cuarta y última característica del patrón hegemónico de la mascu-
linidad estadounidense es el deseo de repudiar las figuras contrastantes.
Dado que la figura idealizada del hombre blanco, heterosexual y profe-
sional es el modelo de la masculinidad hegemónica, demostrar que uno
encaja en el patrón hegemónico de la masculinidad de los Estados Unidos
implica el repudio de las figuras contrastantes de ese modelo, en particu-
lar, las mujeres, los homosexuales y las minorías raciales y étnicas. Pero
sobre todo, la masculinidad es el repudio de la feminidad. Debido a que
el deseo homoerótico se piensa como deseo femenino, el repudio de los
varones homosexuales es un componente inevitable y necesario de la mas-
culinidad hegemónica. Finalmente, los varones de grupos minoritarios son
repudiados como hombres feminizados o como hombres excesivamente
masculinos. En general, entonces, el patrón hegemónico de la masculi-
nidad estadounidense se caracteriza por la homosocialidad, la ansiedad,
la competitividad y el repudio de las figuras contrastantes (Cooper, 2009;
Kimmel, 2005; Sedgwick, 1985).
Como resultado de la combinación de estas cuatro características, una
manifestación del patrón hegemónico de la masculinidad estadounidense es
la cultura del honor. En esta cultura uno debe proteger su posición social a
través de todos los medios necesarios, incluidas la violencia y la agresión fí-
sica; la postura de la cultura del honor ayuda a explicar la violencia policial
por la falta de respeto percibida. Cooper considera que adoptar una pos-
tura de cultura del honor es una manifestación del patrón hegemónico de
la masculinidad estadounidense porque los varones tienden a adoptar esta
postura cuando quieren establecer y asegurar su masculinidad frente a otros
varones (Cooper, 2009; Cohen y Vandello, 1998).
Debido a que no todos los varones pueden alcanzar plenamente la mas-
culinidad hegemónica, una segunda manifestación es la hipermasculinidad,
la cual consiste en una demostración del patrón hegemónico de la masculi-

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POLICÍAS, HOMOSOCIALIDAD Y HOMOFOBIA... 21

nidad estadounidense en el sentido de que es una reacción a la norma. La


teoría de la hipermasculinidad afirma que un varón al que se le niega la
identidad del varón normativo se vuelve hipermasculino para compensar el
hecho de que no puede alcanzar el ideal cultural masculino. Harris define
la hipermasculinidad como una identidad masculina en la que se exalta y
exagera la fuerza y la agresión física, y se repudia la feminidad y la homose-
xualidad. Para Harris, la actuación policial hipermasculina en una cultura
de honor conduce, inevitablemente, a la violencia policial, sobre todo contra
las minorías raciales y étnicas (Cooper, 2009; Harris, 2000; Messerschmidt
y Messner, 2018).

2. La masculinidad hegemónica policial: la competencia


de masculinidad en el espacio público

Cooper afirma que, dado que la ansiedad es inherente al patrón he-


gemónico de la masculinidad estadounidense, deberíamos esperar que la
práctica policial, un campo paradigmáticamente masculino, refleje un deseo
masculino de probarse a sí mismo. Por eso, no sorprende que el componente
principal de la masculinidad policial sea el énfasis en demostrar el compor-
tamiento agresivo conocido como “presencia de autoridad”, por lo tanto,
como consecuencia de esa actitud es que los policías sienten la necesidad de
castigar y sancionar la falta de respeto. Tanto la aplicación de la presencia
de autoridad como el castigo de la falta de respeto son actos consistentes con
el patrón hegemónico de la masculinidad estadounidense. Ambos elementos
combinados constituyen también un patrón hegemónico de masculinidad
que es propio de los policías y de la cultura policial (Cooper, 2009).
La teoría de la masculinidad hegemónica contribuye a explicar porqué
la presencia de autoridad de los policías está vinculada a la masculinidad.
En primer lugar, el requerimiento de una presencia dominante (una de las
características del patrón hegemónico de la masculinidad estadounidense)
enfatiza la naturaleza masculina del trabajo. En segundo lugar, la práctica
de una presencia de mando facilita la adhesión de los oficiales a la norma
masculina de no actuar como mujeres. En tercer lugar, y lo más importan-
te, el deseo de mostrar una presencia de autoridad lleva a muchos policías
a tener conductas asociadas con la hipermasculinidad. En consecuencia, la
norma que exige que los oficiales exhiban una presencia de autoridad es
hegemónica en la práctica policial y, al mismo tiempo, refleja el patrón he-
gemónico general de la masculinidad estadounidense (Cooper, 2009).

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Otra expresión de masculinidad que se considera fundamental para el


trabajo policial es el castigo por la falta de respeto a la institución policial.
Este castigo es consecuencia del hecho de que los policías exigen respeto y
deferencia a la institución; al hacerlo a menudo actúan más por el deseo de
preservar su autoridad que por hacer cumplir una ley. Los policías castigan
la falta de respeto ya que, para ellos, una falta de respeto es, en realidad,
una amenaza a su masculinidad. Este temor del policía de que un desafío a
su autoridad es un cuestionamiento a su masculinidad es consistente con la
ansiedad masculina como parte del patrón hegemónico de la masculinidad
estadounidense. El castigo policial por falta de respeto también es consisten-
te con la cultura del honor (Cooper, 2009).
Cooper argumenta que, de acuerdo con las teorías de las culturas del
honor y de la hipermasculinidad, cuando los varones perciben un desafío
a su masculinidad buscan formas de confirmarla y reforzarla a través de
“competencias de masculinidad”. Éstas son interacciones entre varones en
las que cada una de las partes está sometida a un desafío de masculinidad,
y sólo una de las partes podrá representar su identidad de una manera que
refuerce su autoestima masculina (Cooper, 2009).
En este contexto, parece evidente que las interacciones entre policías
y civiles, especialmente jóvenes racializados y de sectores populares, son
capaces de plantear un desafío a la masculinidad. El civil se enfrenta a un
desafío de masculinidad porque la restricción de su libertad por parte del
oficial de policía lo convierte de un ciudadano presuntamente inocente a
uno sospechoso. El civil puede sentirse humillado y totalmente impotente,
con los brazos y piernas extendidos contra una pared mientras sus amigos
y vecinos pasan por delante. Sin embargo, los policías también enfrentan
un desafío a su masculinidad, ya que, tanto por su responsabilidad como
agentes del orden público como por su sentido de identidad, no pueden
tolerar ningún desafío a su autoridad; por eso los policías castigan la falta
de respeto. La razón principal por la que los policías buscan controlar a
los civiles es que su estima masculina está ligada al respeto de los ciuda-
danos por la institución; cuando los oficiales se sienten cuestionados en-
frentan un desafío a su masculinidad. Debido a que los varones buscan la
aprobación de su masculinidad a través de la mirada de otros varones, y a
la gran mayoría de los oficiales y los sospechosos son varones, los policías
habitualmente pueden ver la interacción entre policías y civiles como una
oportunidad para llevar a cabo una competencia de masculinidad (Cooper
2009; Hudson, 1970).

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POLICÍAS, HOMOSOCIALIDAD Y HOMOFOBIA... 23

3. La doctrina de Terry stop: las detenciones sin orden judicial


como una competencia de masculinidad

Cooper sostiene, después de haber revisado crítica y meticulosamente


el campo de la masculinidad hegemónica y desarrollado una nueva teoría
del patrón hegemónico de la masculinidad policial, que la famosa doctrina
de Terry stop, que permite a la policía detener y registrar a las personas sin
orden judicial, refleja de manera completa la homosocialidad, la ansiedad,
la búsqueda de dominio, el repudio de las figuras contrastantes, la cultura
de la postura de honor, el énfasis en la presencia de autoridad, el castigo por
la falta de respeto y la competencia de masculinidad (Cooper, 2009).
En 1968 la Corte Suprema de los Estados Unidos resolvió el caso Terry
vs. Ohio y creó la doctrina de Terry stop. Este precedente se considera el más
importante para la regulación de la conducta policial en las calles estadou-
nidenses. En el caso, un detective de la policía de la ciudad de Cleveland se
encontraba vigilando a tres sujetos que se habían detenido varias veces fren-
te a una tienda. El detective, al sospechar de esta conducta, se acercó a las
tres personas, les preguntó su nombre y éstas sólo pudieron emitir algunas
palabras, disconforme con las respuestas, el detective decidió realizarles un
cacheo, encontrándoles armas de fuego a dos de ellas (Flores, 2019).
Al respecto, la Corte Suprema resolvió que esta detención fue cons-
titucional y que no debían excluirse las pruebas encontradas. Además,
estableció que no era necesario que el policía contara con el estándar pro-
batorio conocido como “causa probable” para hacer la detención. También
señaló que si un policía tiene una sospecha razonable de que se está come-
tiendo un delito le está permitido detener momentáneamente a la persona
para cuestionarla. Asimismo, si el policía tiene la sospecha de que dicha
persona está armada, puede llevar a cabo una revisión en busca de armas.
Estas inconveniencias menores estarían justificadas en el interés de una se-
guridad pública. Así, derivado de este precedente, la policía puede realizar
una detención momentánea si tiene la sospecha de que una persona está
cometiendo un delito y, más aún, practicarle una revisión superficial si tiene
la impresión de que está armada (Flores, 2019).
En la práctica, la doctrina de Terry stop expandió de manera significa-
tiva la discrecionalidad de la policía, aumentando las oportunidades para el
abuso policial. Creó una amplia categoría de actuaciones policiales que se
pueden llevar a cabo sin control judicial, afectando desproporcionadamente
a miembros de minorías raciales y étnicas. Al mismo tiempo, los controles
posteriores de las detenciones y cacheos se ven restringidos por la vaguedad

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inherente del estándar de sospecha razonable. Como resultado de la falta de


control judicial, las detenciones y cacheos pueden encubrir muy fácilmente
diversas formas de abuso y violencia policial (Cooper, 2006, 2009; Hutch-
ins, 2013; Jones, 2018; Thompson, 1999).
Cooper examina la doctrina de Terry stop desde la perspectiva de la
masculinidad hegemónica y afirma que la doctrina se ajusta a los patrones
hegemónicos de la masculinidad estadounidense, en general, y a la masculi-
nidad de la policía en particular, creando una zona segura para la violencia
policial. Cooper examina con atención una cita al pie de página que apa-
rece en la sentencia, en la que la Corte afirma que “[l]a práctica de deten-
ción y cacheo está... motivada por la necesidad percibida de los oficiales de
mantener la imagen de poder del oficial de calle, un objetivo que a veces se
logra humillando a cualquiera que intente debilitar el control policial de las
calles” (Cooper, 2009: 678).
A partir de esta cita, Cooper argumenta que la forma en que la Corte
reconoció y aprobó la práctica de la presencia de mando para castigar la
falta de respeto también permite a la policía expresar su masculinidad a tra-
vés de competencias de masculinidad. Entonces, la Corte reconoció y validó
que la policía puede iniciar detenciones y cacheos con el fin de “mantener la
imagen de poder del oficial de calle”. En otras palabras, la Corte admitió y
aceptó que la policía a veces inicia detenciones y cacheos sólo para mostrar a
ciertos grupos de varones subordinados y marginalizados quién es más hom-
bre. De esta manera, las detenciones y los cacheos crean una competencia de
masculinidad, tanto para el sospechoso como para el policía. Ambas partes
responderán al desafío tratando de imponer su voluntad sobre la otra. La
doctrina de Terry stop faculta a la policía para dominar un encuentro al per-
mitirle detener, y por lo general cachear, al civil cada vez que tenga una sos-
pecha razonable. Por tanto, dado que la Corte reconoció que la policía puede
optar por detener y cachear a los civiles sólo para mostrar quién es más mas-
culino, permite a los oficiales detener y cachear a los civiles para aumentar su
estima masculina. Específicamente, la Corte reconoció que es inevitable que
los policías inicien competencias de masculinidad dirigidas más a aumentar
su estima masculina antes que a investigar el delito (Cooper, 2009).
Por último, el hecho de que todos los casos de detenciones y cacheos
motivados por perfiles raciales examinados por Cooper revelen una tenden-
cia de la policía a iniciar competencias de masculinidad, refuerza el argu-
mento de que es necesario incorporar el análisis interseccional al estudio de
la violencia policial. Concentrarse únicamente en la raza o la clase como
causa del comportamiento de la policía ignora el hecho de que la gran ma-
yoría de los agentes de policía son varones, y que la abrumadora mayoría de

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POLICÍAS, HOMOSOCIALIDAD Y HOMOFOBIA... 25

los detenidos y requisados son también varones. Se trata, por consiguiente,


de un fenómeno esencialmente homosocial basado en fuertes vínculos de
repudio y deseo (Harris, 2000). En los ejemplos analizados por Cooper, el
inicio de una competencia de masculinidad por parte de los policías parece
surgir de la necesidad de dominar a otros varones, en general, y de repudiar
y humillar varones marginalizados por la raza en particular (Cooper, 2009).
Para terminar, Cooper propone prevenir la repetición rutinaria de las
competencias de masculinidad cambiando la cultura laboral de la policía a
través de un nuevo modelo de entrenamiento policial. Si actualmente se le en-
seña a la policía que la masculinidad hegemónica es un concepto central para
la cultura policial en los Estados Unidos, entonces se debe empezar por refor-
mar la arquitectura homosocial vertical y cambiar las dinámicas de género,
prestando especial atención al pánico homosexual y a las conductas misógi-
nas. Esto se puede lograr mediante la puesta en marcha de amplios progra-
mas de capacitación diseñados para erradicar las actitudes, los estereotipos y
los rituales que perpetúan la masculinidad hegemónica y la homosocialidad
vertical (Cooper, 2009; Sedgwick, 1985; Hammarén y Johansson, 2019).

VI. De la doctrina Terry stop a la sentencia


Fernández Prieto y Tumbeiro

En el punto precedente presento y analizo el trabajo de Cooper porque sirve


de inspiración y de modelo metodológico para ser adaptado al contexto cultu-
ral de las prácticas policiales en América Latina. Los resultados de su análisis
también son de gran relevancia política para la región debido a la influencia
histórica que la doctrina de Terry stop ha tenido en la legislación y la jurispru-
dencia latinoamericana para justificar las detenciones y requisas ilegales en el
espacio público (Sandhagen, 2021; Flores, 2019; Duce, 2016; IDDD, 2020;
CIPC, 2014; Gutiérrez, 2019).
En América Latina la práctica policial de detener y requisar ilegalmente
no es un fenómeno aislado ni aleatorio, sino que configura un patrón regio-
nal de violencia institucional reconocido y denunciado por el Sistema In-
teramericano y el Sistema Universal de Protección de los Derechos Huma-
nos.3 Por lo tanto, se puede afirmar que se “trata de un mal endémico, que

3
Véase, en general, Comisión Interamericana de Derechos Humanos (2009) “Informe
sobre seguridad ciudadana y derechos humanos”, OEA/ser.l/v/ii. doc. 57 31 diciembre
2009. Comisión Interamericana de Derechos Humanos (2015) “Criminalización de la la-
bor de las defensoras y los defensores de derechos humanos”. OSA/ser.l/v/ii. doc. 49/15
31. ONU. Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitraria. Informe sobre visita a Brasil,

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afecta fuertemente a la región y en donde las desigualdades estructurales


propias de América Latina y el Caribe funcionan como «caldo de cultivo»
para la utilización de criterios discriminatorios en las tareas de prevención y
control del delito por parte de las fuerzas policiales” (Ricke, 2021).
En este contexto, México resulta un ejemplo paradigmático, ya que “las
detenciones arbitrarias son cotidianas y son muy frecuentemente el punto
de partida de graves y persistentes violaciones de los derechos humanos en
el país” (Amnistía Internacional, 2017: 4). Para la Comisión Nacional de
los Derechos Humanos (CNDH) las detenciones arbitrarias en el espacio
público han constituido una de las principales causas de inconformidad en
los últimos años, habiéndose registrado 10.225 quejas por este motivo en-
tre 2007 y 2017, tan sólo en el ámbito federal (CNDH, 2018). A partir de
una interpretación constitucional inspirada en la doctrina de Terry stop, la
Suprema Corte de Justicia mexicana creó la figura del “control preventivo
provisional”. Básicamente, el control preventivo provisional permitiría la
detención momentánea de una persona siempre y cuando exista una sos-
pecha razonable de que está cometiendo un delito. La Suprema Corte citó
expresamente el caso Terry vs. Ohio como fundamento para crear el control
preventivo provisional de manera idéntica a la doctrina de Terry stop (Hi-
dalgo Flores, 2019).4
Argentina, otro ejemplo paradigmático, acumula una extensa lista de
casos en los que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte
IDH) declaró la responsabilidad internacional del Estado y cuestionó las
detenciones y requisas policiales ilegales en el espacio público como contra-
rias a la Convención Americana sobre Derechos Humanos.5 En la sentencia
más reciente emitida por la Corte IDH (1/9/2020), el caso Fernández Prieto y

30/6/14, A/HRC/27/48/Add.3. ONU. Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitra-


ria. Informe sobre visita a El Salvador, 11/1/13, A/HRC/22/44/Add.2. 17 ONU. Grupo
de Trabajo sobre la Detención Arbitraria. Informe sobre visita a Colombia, 16/2/09, A/
HRC/10/21/Add.3. ONU. Grupo de Trabajo sobre la Detención Arbitraria. Informe so-
bre visita a México, 17/12/02, E/CN.4/2003/8/Add.3. ONU, Grupo de Trabajo sobre la
Detención Arbitraria, Informe sobre visita a Argentina, 19/7/18. Mariano Fernandez Valle
et al. (2021) Poder de Policía y Control Judicial: a propósito del caso Fernandez Prieto y Tum-
beiro vs. Argentina de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Defensoría General
de la Nación, Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
4
Véase Suprema Corte de Justicia de la Nación, Primera Sala, “Amparo directo en
revisión 6695/2015”, sentencia del 13 de julio de 2016.
5
Corte IDH, caso Bulacio vs. Argentina. Fondo, reparaciones y costas. Sentencia de
18/9/03. Corte IDH, caso Torres Millacura y otros vs. Argentina. Fondo, reparaciones y costas.
Sentencia del 26/8/11. Corte IDH, caso Acosta Martínez y otros vs. Argentina. Fondo, reparaciones
y costas. Sentencia del 31/8/20. Corte IDH, Fernández Prieto y Tumbeiro vs. Argentina. Sentencia
del 01/09/2020.

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POLICÍAS, HOMOSOCIALIDAD Y HOMOFOBIA... 27

Tumbeiro vs. Argentina, la Corte IDH argumentó que ambos casos ocurrieron
en un contexto general de detenciones y requisas arbitrarias en la Argentina
que persiste en la actualidad. La Comisión y la Corte IDH señalaron que,
en ambos casos, la Corte Suprema de Justicia Argentina había declarado la
constitucionalidad de las detenciones y requisas policiales sin orden judicial,
fundamentándose en la doctrina de Terry stop (Corte IDH, 2020; Comisión
IDH, 2017).6
En este contexto, se trata de una sentencia histórica de la Corte IDH,
ya que por primera vez establece los estándares objetivos que deben adop-
tarse regionalmente en materia de detenciones y requisas sin orden judicial,
y servirá como predecente para cuestionar la legitimidad de las actuaciones
policiales y reclamar su efectivo control jurisdiccional en América Latina
(Fernández, 2021).

VII. La violencia policial como fenómeno


interseccional

Según Cooper (2009), las conductas de la policía deben analizarse desde un


enfoque interseccional para poder comprender y explicar los patrones de vio-
lencia institucional. Fue Kimberly Crenshaw (1989) quien acuñó el concepto
de interseccionalidad.7 Crenshaw es una profesora afroestadounidense de dere-
cho en la Universidad de California cuya agenda como activista y académica
se focaliza en los derechos civiles en los Estados Unidos, específicamente en
las políticas feministas y antirracistas. Sus ideas sobre la interseccionalidad
surgieron a partir de una crítica al marco teórico dominante que abordaba y
analizaba la raza y el género como categorías sociales aisladas y mutuamente
excluyentes.
Crenshaw centra su crítica en que las políticas para combatir el ra-
cismo se centran en los hombres negros, mientras que las políticas para
combatir el sexismo se centran en las mujeres blancas. En ambos casos se
trata del grupo más privilegiado entre los marginados de cada categoría.

6
CIDH, Informe No. 129/17, Caso 12.315, Fondo, Carlos Alberto Fernández Prieto y
Carlos Alejandro Tumbeiro, Argentina, 25 de octubre de 2017.
7
Es importante enfatizar que la perspectiva que hoy llamamos “interseccional” tiene
una larga historia de más de dos siglos; Bell Hooks, en 1981, escogió el reclamo de Soujour-
ner Truth, una esclava emancipada en 1863, “¿Y acaso no soy una mujer?”, como ejemplo
paradigmático de análisis interseccional de la realidad social y como título de su primer
libro, en el que rechazaba la homogeneización de la opresión de las mujeres por parte de las
feministas blancas.

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28 CHRIS GRUENBERG

Esta selectividad sobre los miembros más privilegiados de cada categoría


(hombres negros y mujeres blancas) genera la invisibilidad total de las mu-
jeres negras frente a la protección legal de las políticas públicas antisexistas
y antiracistas.
Para abordar y describir este fenómeno, Crenshaw analiza la manera
en que el sistema judicial enmarca e interpreta la experiencia concreta de
las mujeres negras frente a la discriminación laboral. En el caso Emma De-
Graffenreid vs. General Motors, de 1976, cinco trabajadoras negras en St. Louis
(Estados Unidos) demandaron judicialmente a la empresa General Motors.
Las mujeres negras, como grupo discriminado en Estados Unidos, fueron
contratadas a partir de 1964, cuando se sancionó la Ley de Derechos Civiles
que prohibió la discriminación y exigió la aplicación de acciones afirmati-
vas para garantizar la igualdad laboral. Por esta razón, las mujeres negras
ingresaron a trabajar a General Motors mucho después, en comparación
con otros grupos sociales. Cuando la empresa, en 1970, enfrentó una dura
crisis económica y tuvo que tomar la decisión de reducir drásticamente el
plantel de empleados, la política de despidos basada en el criterio de “úl-
timo contratado, primer despedido” impactó a las trabajadoras negras de
manera desproporcionada, por razones evidentes. Sin embargo, la deman-
da por discriminación contra General Motors fue rechazada por carecer de
fundamento legal.
La Corte Suprema estadounidense sostuvo que no había discriminación
basada en la raza, ya que muchas personas negras (todos hombres) seguían
trabajando en la empresa, y tampoco había discriminación basada en el
sexo, pues muchas mujeres (todas blancas) habían sido contratadas antes de
1964 y seguían trabajando en la empresa. De esta manera, la Corte con-
sideró que las mujeres negras estaban suficientemente representadas en la
fuerza laboral de General Motors si las mujeres en general (blancas) traba-
jaban allí o si las personas negras (hombres) continuaban laborando en la
empresa.
A través del análisis interseccional de este caso judicial, Crenshaw logra
demostrar que la experiencia de una mujer negra no puede ser explicada a
partir de la simple suma del sexismo experimentado por las mujeres (blan-
cas) ni con el racismo experimentado por las personas negras (hombres),
sino que la intersección de los ejes de raza y género produce realidades y
formas de discriminación muy específicas. La experiencia concreta de las
mujeres negras era mucho más compleja y amplia que el estrecho marco
legal dominante de las políticas antidisciminatorias basadas en el sexismo o
el racismo como categorías excluyentes.

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POLICÍAS, HOMOSOCIALIDAD Y HOMOFOBIA... 29

Con base en esto, Crenshaw (1989) introduce y desarrolla una explica-


ción simple pero rigurosa sobre qué es la interseccionalidad a través de una
analogía del tráfico vehicular. Imaginemos, dice esta autora, que dos carre-
teras simbolizan identidades, como la raza y el género, y los automóviles
que avanza por esas dos carreteras son políticas públicas que afectan a esas
identidades. De la misma manera, por cada carretera avanzan ambulan-
cias para asistir a aquellas personas que puedan llegar a sufrir un accidente
provocado por automóviles que transitan por alguna de las dos carreteras,
de la raza o del género. Si una mujer negra fuera atropellada en el cruce de
las dos carreteras, donde la raza y el género se intersectan, resultaría casi
imposible saber si fue atropellada por un automóvil de la raza o del géne-
ro, ya que fue golpeada simultáneamente por automóviles que avanzaban
por ambas carreteras. De igual forma, cuando las ambulancias asignadas a
cada carretera llegaran para ofrecerle asistencia y le preguntaran a la víc-
tima si recuerda con exactitud en qué carretera estaba parada cuando fue
atropellada, la víctima diría que estaba parada simultáneamente en las dos,
porque ella es mujer y es negra. El resultado final sería injusto: ninguna am-
bulancia la asistiría porque las dos ambulancias tienen facultades estrictas y
limitadas para asistir a una sola y única identidad de manera excluyente: la
raza o el género.
El mensaje de Crenshaw es claro: para no invisibilizar ni borrar la ex-
periencia de ningún grupo social necesitamos entender que todos los grupos
son internamente diversos, y por tal, se necesita interpretar la realidad de
modo interseccional. De esta manera, el análisis interseccional de Crens-
haw nos recuerda que el enfoque interseccional nunca debe reducirse a un
solo tipo fundamental de discriminación, y que las opresiones trabajan jun-
tas e interactúan para producir la injusticia social.
En el mismo sentido, Patricia Hill Collins (2000) articula y complementa
el enfoque de Crenshaw. Mientras el método de Crenshaw se enfoca en la
intersección de dos o más tipos particulares de opresiones (por ejemplo,
las intersecciones de raza y género), el enfoque de Collins desarrolla una
matriz de dominación para explicar y describir cómo se organizan sisté-
micamante las opresiones en general, más allá de un tipo de opresión en
particular, en cuatro dominios de poder: estructural, disciplinario, hegemó-
nico e interpersonal.

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30 CHRIS GRUENBERG

Fuente: adaptado de Morgan, K. P., Describing the Emperor’s New Clothes: Three Myths
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litics; Diller, A., Ed.; Westview: Boulder, CO, USA, 1996.

Según Collins (2000), cada dominio de poder de la matriz de domina-


ción cumple una función específica en moldear la experiencia de opresión.
El dominio estructural del poder explica y describe cómo se organizan las
instituciones sociales para reproducir el estigma y la discriminación inter-
seccional contra grupos sociales particulares a lo largo del tiempo. Un rasgo
característico de este dominio es su énfasis en instituciones sociales interco-
nectadas a gran escala. Una impresionante variedad de instituciones socia-
les se ubica en el núcleo del dominio estructural del poder. Históricamente,
las leyes del Poder Legislativo, las políticas del Ejecutivo, las sentencias del
Poder Judicial, el mercado laboral, las universidades y el sistema bancario,
entre los principales, han trabajado de manera coordinada para reproducir
los privilegios y la opresión.

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POLICÍAS, HOMOSOCIALIDAD Y HOMOFOBIA... 31

El dominio disciplinario del poder se gestiona a través de procesos y


agencias burocráticas, especialmente la policía. Según Collins, aunque las
leyes puedan cambiar rápidamente frente a las demandas sociales, las buro-
cracias reguladas por estas leyes se resisten y cambian lentamente. El domi-
nio disciplinario se apoya en procesos burocráticos y técnicas de vigilancia,
es decir, no gestiona el poder a través de políticas explícitamente racistas o
sexistas, sino a través de las formas en que se gestionan las instituciones: los
hospitales, las escuelas, los programas sociales y las fuerzas policiales, entre
los principales ejemplos (Collins, 2000).
Por su parte, siguiendo a Collins, el dominio hegemónico del poder se
ocupa de la ideología, la cultura y la conciencia, mientras que los dominios
estructurales y disciplinarios del poder operan a través de un amplio con-
junto de políticas públicas administradas principalmente por las burocra-
cias. En contraste, el dominio hegemónico del poder apunta a justificar y
naturalizar las prácticas en estos dominios del poder, esto es, manipulando
la ideología y la cultura, el dominio hegemónico opera como justificación
y nexo entre las instituciones sociales (dominio estructural), la gestión bu-
rocráctica (dominio disciplinario) y el nivel de interacción social cotidiana
(dominio interpersonal) (Collins, 2000).
Finalmente, conforme a la autora analizada, el dominio interpersonal
del poder funciona a través de prácticas cara a cara, rutinarias y cotidianas,
definiendo cómo se trata a las personas y moldeando las relaciones inter-
personales (por ejemplo, en el nivel micro de la organización social). Estas
prácticas son sistemáticas, recurrentes y tan familiares, que a menudo se
naturalizan y pasan desapercibidas (Collins, 2000).
La matriz de dominación permite hacer un análisis más exhaustivo de
las diversas formas de discriminación y violencia interseccional establecien-
do la relación entre los privilegios y la opresión, conectando la dimensión
macro (estructural, disciplinaria y hegemónica) con la micro (interpersonal)
del poder para proponer soluciones específicas para cada grupo y contex-
to social. Además, la matriz de dominación es especialmente efectiva para
analizar y comprender el papel estratégico que desempeña la policía en el
dominio disciplinario del poder mediante el control social basado en proce-
sos burocráticos y técnicas de vigilancia (técnicas de disciplina y vigilancia
corporal, de acuerdo con Foucault8), por ejemplo, las detenciones y requisas
sin orden judicial en el espacio público.

8
Foucault M. (1998) Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, Siglo Veintiuno Editores,
México.

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VIII. La policía como una masculinidad hegemónica


local y una burocracia en el nivel de calle

Este artículo, de acuerdo con el marco conceptual desarrollado por Con-


nell y Messerschmidt (2005) y Messner (2018), define a la policía como una
versión fuerte de masculinidad hegemónica local, construida en los espacios
de interacción cara a cara a través de prácticas relacionales en contextos
y territorios locales. Al mismo tiempo, la policía es considerada una forma
paradigmática de burocracia en el nivel de calle por tratarse de funcionarios
públicos que interactúan cara a cara con las personas, ejerciendo un grado
considerable de discrecionalidad y autonomía sobre decisiones que pueden
tener un profundo impacto e influencia en la vida de las personas, en parti-
cular sobre los grupos discriminados y marginalizados que más dependen de
los servicios públicos (Lipsky, 1969, 1980). Esta doble identidad de la policía,
como masculinidad hegemónica local y burócratas en el nivel de calle, re-
quiere la introducción de la teoría de Michael Lipsky para comprender mejor
las condiciones y los incentivos que generan y reproducen las detenciones y
requisas ilegales en la calle.
El funcionamiento de la burocracia en el nivel de la calle fue el tema
central de la teoría desarrollada por Lipsky en la década de 1960 en Esta-
dos Unidos, durante la implementación de la política de la guerra contra la
pobreza. El objetivo principal de la guerra contra la pobreza fue erradicar
la desigualdad racial a través de fondos federales para educación, vivienda,
capacitación laboral y otros programas comunitarios asignados directamen-
te a los centros urbanos más excluidos. Lipsky intentó ofrecer una respuesta
a las fuertes críticas formuladas contra la ineficacia de las estructuras bu-
rocráticas encargadas de implementar los programas sociales (Quadagno,
1994).
En América Latina, el tema también se ha abordado como un problema
de implementación de políticas públicas que reproduce la desigualdad social.
A diferencia de las experiencias de Estado Unidos y Europa, todavía estamos
frente a un campo de investigación poco definido, con escasa investigación
académica y sin enfoque de derechos humanos (Isunza-Vera, 2019). En ge-
neral, los trabajos existentes cubren tres tipos de políticas públicas: 1) los
diversos programas de transferencias condicionadas (alimentación, salud,
inserción laboral, educación), 2) estudios que se centran en la implementación
de políticas públicas que atienden a grupos definidos de la población, como
adultos mayores, niños y jóvenes, mujeres y pueblos indígenas, y 3) seguridad
ciudadana (CEPAL/IPEA, 2019).

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POLICÍAS, HOMOSOCIALIDAD Y HOMOFOBIA... 33

En términos generales, la teoría de la burocracia en el nivel de la calle


trata de entender la interacción entre el Estado y la sociedad civil, en el lugar
exacto donde la burocracia se encuentra cara a cara con las personas que
demandan el acceso a los servicios públicos. A diferencia de los líderes po-
líticos (responsables de establecer objetivos), de los mandos medios (respon-
sables de coordinar la gestión de los programas públicos) o de los analistas
de políticas (dedicados a definir los contenidos sustanciales de las políticas y
regulaciones institucionales), los burócratas de la calle son responsables de
materializar todo los días los objetivos, lineamientos, programas, políticas o
regulaciones de las instituciones públicas (Dussauge et al., 2018).
De acuerdo con la teoría de Lipsky, los burócratas en el nivel de la calle
se caracterizan por ser funcionarios públicos que interactúan cara a cara,
ejerciendo un grado considerable de discrecionalidad y autonomía sobre
decisiones que pueden tener un profundo impacto e influencia en la vida de
las personas, en particular sobre los grupos discriminados que más depen-
den de los servicios públicos (Lipsky, 1969,1980). La teoría de la burocracia
en el nivel de la calle sostiene como argumento principal que en determina-
dos contextos burocráticos, caracterizados por recursos presupuestarios li-
mitados y demandas sociales ilimitadas, los burócratas en el nivel de la calle,
en lugar de implementar las políticas diseñadas y aprobadas desde arriba,
tienden a recrearlas desde abajo, convirtiéndose en los verdaderos diseña-
dores de políticas públicas, y desarrollando nuevas rutinas y simplificaciones
para poder tomar decisiones frente a las exigencias y los desafíos del contex-
to. En concreto, la creación de rutinas implica establecer ciertos patrones
regulares en la selección y priorización de las tareas a cumplir, mientras que
las simplificaciones implican construcciones simbólicas que ayudan a orde-
nar la percepción de la realidad (Lipsky, 1969; Gruenberg, 2016).9
En la práctica, estos dos procesos de rutinización y simplificación se es-
tructuran con base en la aplicación de estereotipos y prejuicios. En socieda-

9
Se aprecia una clara coincidencia entre el proceso de creación de rutinas y simplifi-
caciones de la burocracia en el nivel de la calle y el fenómeno descrito por Sofía Tiscornia
como perita experta en antropología en el caso Fernández Prieto y Tumbeiro, en donde ex-
aminó el patrón de detenciones y requisas ilegales y afirmó que “los motivos de detención
que las fuerzas de seguridad esgrimen hacen referencia a una serie limitada de fórmulas
burocráticas que lejos están de identificar la diversidad y particularidad de las circunstan-
cias de las detenciones”, y describió cómo la policía, rutinariamente, recurre al uso de
clichés tales como “gestos nerviosos”, “acelerar el paso”, “esquivar la mirada policial”,
“merodear por las inmediaciones”, “alejarse del sitio en forma presurosa” o “quedarse
parado en una esquina”, demostrando que no se aplican los supuestos legalmente contem-
plados, sino la aplicación mecánica de fórmulas burocráticas policiales preestablecidas y
estereotipadas.

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34 CHRIS GRUENBERG

des donde ciertos grupos sociales han sido históricamente discriminados por
razón de género, raza, etnia, clase, nacionalidad o capacidad, la aplicación
de estereotipos y prejuicios durante el proceso de rutinización y simplifica-
ción tiende, inevitablemente, a reproducir y reforzar esos mismos patrones
estructurales de discriminación (Lipsky, 1969; Gruenberg, 2021).
Para examinar la implementación de las políticas de detención y requisa
sin orden judicial propongo aprovechar el marco analítico de la burocracia
en el nivel de la calle como una forma de recrear las políticas de seguri-
dad pública desde abajo y como una práctica burocrática que reproduce
el racismo, el clasismo, y también las masculinidades hegemónicas (locales
y regionales). De igual manera, propongo aplicar la matriz de dominación
(Collins, 2000) para analizar la policía desde su doble identidad de mascu-
linidad hegemónica local y burócratas en el nivel de la calle, estableciendo
una conexión entre el dominio disciplinario (estructural) y el interpersonal
(micro) del poder (Collins, 2000), para comprender mejor la violencia cara
a cara que la policía despliega rutinariamente a través de las detenciones y
requisas ilegales en la calle y poder diseñar políticas públicas para prevenir
la violencia policial más eficaces y alineadas con los estándares y obligacio-
nes de derechos humanos.
Este alineamiento entre las políticas preventivas de seguridad y los dere-
chos humanos es necesario y fundamental para cumplir con las medidas de
reparación integral ordenadas por la Corte IDH en numerosos casos sobre
detenciones y requisas ilegales.10 Dentro de las medidas de reparación que
suele ordenar la Corte IDH en este tipo de casos se incluyen las garantías
de no repetición. A diferencia del resto de medidas de reparaciones indi-
viduales, orientadas a reparar integralmente el daño provocado contra las
víctimas declaradas en el juicio, las garantías de no repetición tienen efectos
generales y buscan promover reformas estructurales en el Estado para pre-
venir que las violaciones de los derechos humanos se repitan en el futuro.
Una de las garantías de no repeticion más común que la Corte IDH suele
orderar son los programas de capacitación a funcionarios públicos (Lázaro
y Hurtado, 2017).
Un ejemplo de ello se encuentra en la histórica sentencia Fernández Prieto
y Tumbeiro vs. Argentina, donde la Corte IDH dispuso

...crear e implementar, en el plazo de dos años, un plan de capacitación de


los cuerpos policiales de la Provincia de Buenos Aires y de la Policía Fede-

10
De acuerdo con la práctica y la jurispruencia de la Corte IDH, la reparación integral
comprende cinco tipos de medidas: 1) restitución; 2) indemnización; 3) rehabilitación; 4) satis-
facción, y 5) garantías de no repetición.

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POLICÍAS, HOMOSOCIALIDAD Y HOMOFOBIA... 35

ral Argentina, del Ministerio Público y el Poder Judicial. Las capacitaciones


dirigidas a la policía deben incluir información sobre la prohibición de fun-
damentar las detenciones sobre fórmulas dogmáticas y estereotipadas. En el
caso del Ministerio Público y el Poder Judicial, dicha capacitación deberá
estar dirigida a concientizar sobre la necesidad de valorar adecuadamente
los elementos que motivan una detención y requisa por parte de la policía
como parte del control de las detenciones.

Las garantías de no repetición basadas en programas de capacitación


tienden a ser las que aceptan el más amplio margen de discreción estatal.
Con base en la práctica judicial de la Corte IDH, una garantía de no re-
petición puede ordenarle a un Estado cuatro mandatos genéricos: derogar,
crear, modificar (leyes, prácticas, políticas e instituciones del Estado) o im-
plementar programas para capacitar a funcionarios públicos. En cada uno
de estos cuatro mandatos, y según el caso, la CIDH determinará una mayor
o menor discrecionalidad para el Estado que debe implementarlo según los
términos establecidos en la resolución judicial. De acuerdo con la experien-
cia de la Corte IDH, el mandato de implementar programas de capacita-
ción es la medida que permite el más amplio margen de decisión al Estado
sobre la forma y los contenidos de la capacitación (Lázaro y Hurtado, 2017).
Así, este amplio margen de decisión estatal podría convertirse en un
campo prometedor para incorporar e integrar las teorías de las masculini-
dades hegemónicas y de la burocracia en el nivel de la calle en el diseño de
los programas de capacitación, ya que en la mayoría de los casos el Estado
tiende a implementar soluciones repetidas y fallidas,11 esencializando las
identidades de género, reproduciendo el sistema binario y reforzando la
heteronormatividad (Méndez, 2016; Donadío, 2009, Iniciativa Spotlight,
2021; Daverio, 2021; Bonfil y Álvarez, 2021; Sozzo, 2022). Por eso consi-
dero valioso aprovechar este marco de nuevos estándares y obligaciones de
derechos humanos establecido en la sentencia Fernández Prieto y Tumbeiro
como una oportunidad para incidir en la forma y los contenidos de los pro-
11
Véase, en general, Perú: https://eurosocial.eu/bitacora/peru-combate-el-hostigamiento-sexual-
al-interior-de-la-policia-nacional/; República Dominicana: https://www.policianacional.gob.do/
policias-participan-en-seminario-sobre-temas-de-violencia-nueva-masculinidad-y-relaciones-de-pareja; Mé-
xico: https://qroo.gob.mx/comisionesabiertas-brindar-capacitacion-en-temas-de-nuevas-masculinidades-y-
actuacion-policial-para; Guatemala: https://evaw-global-database.unwomen.org/en/countries/ameri-
cas/guatemala/2014/talleres-de-masculinidades-en-la-polica-nacional-civil.
Véase una excepción a la regla basada en el enfoque de las masculinidades hegemónicas
en Argentina: https://www.argentina.gob.ar/noticias/se-iniciaron-los-talleres-de-sensibilizacion-sobre-
genero-y-masculinidades-para-varones-de; https://www.youtube.com/watch?v=xDVSSKjakfM; Natalia
Federman et al., (2014) Construyendo instituciones sensibles al género: fuerzas policiales y de seguridad.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Ministerio de Seguridad de la Nación.

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36 CHRIS GRUENBERG

gramas de capacitación para que sean capaces de generar cambios profun-


dos en la cultura y la práctica policial.

IX. Reflexión final: reformar la policía


deconstruyendo las masculinidades hegemónicas

A partir de lo expuesto hasta aquí, argumento que en América Latina las


investigaciones y los estudios académicos sobre la violencia institucional se
limitaron a explicar las causas de la violencia policial, las detenciones y re-
quisas ilegales como una consecuencia exclusiva del perfilamiento racial o de
clase, sin incorporar el análisis de las masculinidades. Desde esta perspectiva,
concentrarse solamente en la raza o en la clase como única explicación de la
conducta y el perfilamiento policial ignora el hecho de que la gran mayoría
de casos de violencia policial e interacciones punitivas ocurren entre varones,
configurando un fenómeno esencialmente homosocial.
En consecuencia, una primera contribución fundamental que realiza
este artículo consiste en incorporar la perspectiva interseccional para en-
tender que la violencia institucional, especialmente contra víctimas jóvenes,
de sectores populares y racializadas, debe ser abordada como una forma de
reproducción de las masculinidades hegemónicas (locales y regionales) y un
producto de la intersección de la raza, la etnia, la clase y la masculinidad.
Asimismo, una segunda contribución es mostrar y estudiar la conexión
entre las masculinidades hegemónicas y la doctrina de Terry stop, que ha
justificado las detenciones y requisas ilegales en Estados Unidos y en Améri-
ca Latina en el marco de la reciente sentencia Fernández Prieto y Tumbeiro.
Se analiza esta conexión desde la doble identidad de la policía, como mas-
culinidad hegemónica local y burócratas en el nivel de la calle, articulando
los dominios disciplinario (estructural) e interpersonal (micro) del poder de
la matriz de dominación.
Por último, una tercera contribución es proponer la reforma de la cul-
tura policial deconstruyendo la masculinidad hegemónica local de la policía
y la modificación de la arquitectura homosocial vertical de la institución
policial. Esto se podría conseguir mediante la implementación de nuevos
programas de capacitación diseñados con el doble propósito institucional
de transformar actitudes, creencias, estereotipos y rituales burocráticos que
reproducen la masculinidad hegemónica local (prestando especial atención
al pánico homosexual, las conductas misóginas y las expresiones hipermas-
culinas), y de promover la transformación gradual de la homosocialidad
vertical hacia una horizontal.

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA


Y JUSTICIA PENAL

Angela P. Harris*

Sumario: I. Introducción. II. “Hacer género”: performance de género


y estructura precaria de la identidad masculina. III. Delito y castigo como
performance de género. IV. Desvincular el Estado de justicia penal de la
violencia de género. V. Conclusión.

I. Introducción

En agosto de 1997, durante la madrugada, en un baño de la comisaría núm.


70 de Nueva York, el oficial de policía Charles Schwarz mantenía inmóvil
a un inmigrante haitiano, llamado Abner Louima, mientras otro oficial, su
compañero Justin Volpe, le clavaba en el recto un palo de escoba roto, con lo
que le produjo serias lesiones en la vejiga y el colon, para después metérselo
en la boca.1 Había unos veinte oficiales trabajando allí cuando atacaron a
Louima, pero nadie se opuso al ataque ni exigió atención médica para el hai-
tiano, “[e]n lugar de eso, Louima tuvo que esperar casi tres horas en la celda,
sangrando, hasta que se asignó a un oficial la tarea de acompañar al hospital

*
Este ensayo se originó como discurso de apertura de la conferencia Penalties, Prohibitions
& Punishments: Who Can Get Justice in the United States?, celebrada en 1996 en la Facultad de
Derecho de la Universidad de Lowa. Mi agradecimiento a les participantxs por ayudarme
a desarrollar mis pensamientos. También agradezco a quienes, en 1999, asistieron al taller
sobre Género, Trabajo y Familia en la American University, por orientarme hacia la litera-
tura de las masculinidades. Jerome Culp me ha empujado a entender las complejidades de la
homosocialidad, ha contribuido en la inspiración de este texto e hizo comentarios útiles so-
bre una versión previa. Monika Batra brindó asistencia oportuna y precisa de investigación,
así como inspiración y aliento. Finalmente, agradezco también a Tony Alfieri, por guiarme
silenciosamente hacia la línea de llegada.
1
Véase Tom Hays, “New York Officers Go on Trial in Alleged Torture Case”, Pressen-
terprise (Riverside, Cal.), 5 de mayo de 1999, disponible en 1999 WL 18889488 [en adelante
Hays, “New York Officers”].

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46 ANGELA P. HARRIS

a los paramédicos”.2 Mientras tanto, Volpe recorría la comisaría blandiendo


el palo manchado de heces ante los restantes oficiales y alardeando sobre la
humillación que había infligido a Louima. Finalmente, cuatro oficiales se
presentaron para informar lo sucedido, pero la sospecha generalizada es que
lo hicieron dada la gran repercusión que empezó a tener la investigación
federal.3
El oficial Volpe terminó confesando y se declaró culpable de violaciones
a los derechos civiles, mientras que el oficial Schwarz fue condenado a una
pena de prisión por haber violado los derechos civiles de Louima. Otros tres
agentes —dos de ellos acusados de haber golpeado a Louima en un auto de
policía antes de que llegara a la comisaría, y un tercero, su supervisor, acu-
sado de haber tratado de encubrir la golpiza— fueron absueltos.4 Volpe dijo
que había sodomizado a Louima porque creyó, erróneamente, que el haitia-
no le había pegado durante unos disturbios en un club nocturno. Después
resultó que el agresor del club nocturno había sido un primo de Louima.5
El fiscal federal Zachary Carter calificó el ataque como “el acto más
depravado que se haya informado o cometido por parte de un oficial u ofi-
ciales de policía contra otro ser humano”.6 Nadie, sin embargo, sugirió que
Volpe y Schwarz pudieran necesitar ayuda psiquiátrica o se preguntó en
qué medida la violación con una escoba rota podía ser una respuesta lógica
a un puñetazo. Nadie cuestionó la orientación sexual de los oficiales.7
Los significados raciales de incidentes de brutalidad policial como la
golpiza y la tortura sufridas por Louima han sido muy bien estudiados.8 Bas-
tante menos se han explorado las relaciones de género muy cargadas entre
varones que hacen inteligible tanto la forma del ataque a Louima como su
2
Allyson Collins, “Justice won’t Prevail until Blue Wall of Police Silence comes Down”,
Houston Chron, 13 de junio de 1999, disponible en WL 1999 3995543.
3
Véase id. (donde se describe la vacilación para presentarse de los oficiales que presen-
ciaron el ataque).
4
Véase “Mixed Verdict in Louima Torture Case”, Star Trib. (Minneapolis St. Paul), 9 de
junio de 1999, disponible en WL 1999 7501052.
5
Véase Tom Hays, “Police Mistakenly set out to «Punish» Louima, Prosecution Says”,
Buffalo News, 2 de junio de 1999, disponible en WL 1999 4559149.
6
Véase “Mixed Veredict”, supra nota 4 (cita de Carter).
7
Sin embargo, se cuestionó la orientación sexual de Louima. En su declaración de aper-
tura en el juicio Marvyn Komberg, abogado de Volpe, sugirió que las lesiones internas de
Louima “no eran consistentes con la introducción no consentida de un objeto en su recto”, y
afirmó que había pruebas del ADN de otro hombre mezclado con las heces de Louima que
se hallaron en el baño donde fue torturado. Hays, “New York Officers”, v. supra nota 1 (cita
a Komberg).
8
Para un examen detallado del incidente de Louima y sus consecuencias legales, véase,
en general, Anthony V. Alfieri, “Prosecuting Race”, Duke L. J. 48, 1157 (1999).

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 47

objetivo. El ataque a Louima puede entenderse no sólo como un acto de


violencia racial, sino también como un ataque racial ejecutado mediante un
lenguaje singularmente masculino de violencia sexual.9 En otros casos, las re-
laciones de género muy cargadas entre varones hicieron posible que la lealtad
de género se impusiera temporalmente a las hostilidades raciales: la lealtad,
por ejemplo, a los “muchachos de azul”, que protegió a Volpe y a Schwarz
durante tanto tiempo. De ésta y otras formas, la violencia de género algunas
veces crea comunidad racial y otras la destruye.
Les teóriques feministas del derecho, por supuesto, están muy familia-
rizades con el concepto de “violencia de género”, aunque en su mayoría se
han centrado en la violencia contra las mujeres,10 pero les teóriques femi-
nistas y queer que trabajan en el área del derecho contra el acoso sexual han
demostrado que es difícil, si no imposible, confinar el concepto de agresión
“basada en el sexo” al contexto heterosexual y de sexo opuesto donde se
originó.11 De la misma manera, la violencia de género no produce víctimas
sólo femeninas y, de hecho, dado que la mayoría de las víctimas de delitos
violentos son varones, es posible que haya más varones que mujeres que
sufran violencia de género. Esto no significa que la perspectiva feminista
tradicional sobre la violencia contra las mujeres sea incorrecta; el sistema

9
Alfieri sugiere, por ejemplo, que “Volpe y los otros oficiales que lo arrestaron desplega-
ron formas de violencia física y sexual para respaldar sus propias masculinidades, afirmando
así la supremacía de sus propias «masculinidades racializadas» de blancura”. Id. en 1191.
10
La legislación sobre violencia de género también ha tenido un enfoque limitado. Por
ejemplo, la Ley de Violencia contra la Mujer de 1994, Pub. L. No. 103322, §§ 40001703, 108
Stat. 1796, 190255 [en lo sucesivo VAWA, por sus siglas en inglés] (codificada como enmen-
dada en secciones dispersas de U.S.C. 16, U.S.C. 18 y U.S.C. 42), contiene una disposición
que otorga una causa de acción de derechos civiles contra cualquier “persona... que cometa
un delito de violencia motivado por el género”, U.S.C.42 § 13981(c) (1999), y permite que
cualquier parte lesionada por dicho delito obtenga resarcimiento por daños compensatorio y
punitivo, así como medidas cautelares, declaratorias u otro alivio apropiado. Id. Las implica-
ciones de este estatuto en relación con la violencia entre varones, sin embargo, aún no se han
explorado. Como implica el título de la ley, la violencia de género en el sentido de la VAWA
se ha interpretado hasta ahora como violencia del hombre contra la mujer.
11
Véase, en general, por ejemplo, Mary Anne C. Case, “Disgregating Gender from Sex
and Sexual Orientation: The Effeminate Man in the Law and Feminist Jurisprudence”, Yale
L.J. 105, 1 (1995) (donde se argumenta que la ley de discriminación sexual debe reconcep-
tualizarse mediante la desagregación del género, el sexo y la orientación sexual); Katherine
M. Franke, “The Central Mistake of Sex Discrimination Law: The Disaggregation of Sex
from Gender”, U. Pa. L. Rev. 144, 1 (1995) (donde se argumenta que es necesario reca-
racterizar en la ley el significado del sexo); Francisco Valdés, “Queers, Sissies, Dykes, and
Tomboys: Deconstructing the Conflation of «Sex», «Gender», and «Sexual Orientation»
in Euro-American Law and Society”, Cal. L. Rev. 83, 1 (1995) (que discute la conjunción de
sexo, género y orientación sexual).

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48 ANGELA P. HARRIS

de género opera precisamente para desempoderar a las mujeres como clase.


Pero este reconocimiento no debe ocultar que las jerarquías de raza, cla-
se, orientación sexual y el propio género también señalan a grupos de varones
como vulnerables a la violencia de otros varones.
El estudio de la violencia en el marco del sistema de justicia penal —la
violencia de actores públicos y privados— comienza a revelar hasta qué
punto la identidad masculina está moldeada por relaciones de repulsión
y deseo entre varones. Que Volpe haya sodomizado a Louima, cuando
ser hombre heterosexual es precisamente estar aterrorizado por la homo-
sexualidad, representa un enigma que se comprende mejor no si se lee
a Louima como femenino simbólicamente, sino cuando se reconocen los
poderosos sentimientos que los varones tienen por otros varones. A su vez,
estos sentimientos toman forma en función de fantasías culturales de raza,
nación y sexualidad.12 Así, en este ensayo quiero sugerir que las investi-
gaciones sobre violencia y comunidad, incluidas aquellas sobre violencia
racial, están incompletas si no se presta atención a la violencia de género
entre varones.
En la sección II me sirvo de la literatura sociológica para argumentar
que las estructuras culturales de la masculinidad en el mundo angloameri-
cano contemporáneo dividen a los varones de acuerdo con las categorías
familiares de raza y clase. Empero, el resultado no es simplemente que al-
gunos varones sean más poderosos que otros; los varones sin poder dado su
estatus racial o de clase desarrollan formas alternativas y rebeldes de probar
su hombría, al mismo tiempo, los varones “dominantes” pueden envidiar a
los varones “subordinados”, y los varones rebeldes pueden anhelar que se
les acepte en el grupo hegemónico. Además de estas relaciones complejas
entre ellos, todos los varones experimentan la presión de no ser mujeres ni
“putos”. La inestabilidad de la identidad masculina ante todas estas presio-
nes hace que recurrir a la violencia para defender la propia identidad sea
una posibilidad constante.
En la sección III, basándome en literatura de la criminología, argumen-
to que los actos violentos cometidos por varones, ya se traten de transgre-
12
En el presente texto me centro en la violencia de género ejecutada por varones porque
las estadísticas revelan que, en general, los varones son más propensos que las mujeres a
cometer delitos violentos, véase James W. Messerchmidt, Masculinities and Crime: Critique and
Reconceptualization of Theory 1 (1993); “Gender Differences Found”, York Daily Rec., 6 de di-
ciembre de 1999, disponible en WL 1999 22798825; y también porque, como argumentaré,
está muy extendida la idea de que la violencia de género masculina es “normal” y, a veces,
incluso necesaria, aunque se la deplore. V. infra el texto que acompaña las notas 57-77. Por
lo demás, de ninguna manera pretendo sugerir que las mujeres no sean violentas o que las
mujeres nunca usen la violencia como forma de afirmar o proteger su identidad femenina.

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 49

siones de la ley o de acciones tendientes a refrendarla, son, muchas veces,


una forma que tienen los varones de demostrar virilidad. Llamo a este tipo
de violencia “violencia de género” y afirmo que tanto los varones como
las mujeres pueden ser sus víctimas. También argumento que las prácticas
tradicionales de aplicación de la ley incorporan o facilitan la violencia de
género, la cual puede dirigirse a mujeres, a minorías sexuales o a minorías
étnico-raciales. Dentro de la policía, aunque se la deplore ampliamente, no
se ha hecho frente a esta violencia de manera efectiva.
En la sección IV expongo en qué medida esta complicidad del sistema
de justicia penal con la violencia de género es un error que causa sufrimien-
to innecesario e impide que nuestra sociedad explore formas posiblemente
más efectivas de construir una sociedad de verdad segura. Al final del ensa-
yo describo brevemente algunas iniciativas, tanto teóricas como prácticas,
para interrumpir la convergencia de la violencia de género con la ley y el
orden.

II. “Hacer género”: performance de género


y estructura precaria de la identidad masculina

La teórica literaria Elaine Scarry argumenta que una de las propiedades del
dolor humano es que sus características (su vibración, su realidad, su certeza)
pueden transferirse del cuerpo humano a otra cosa, a algo que, en sí mismo,
no parece vibrante ni real ni cierto.13 En este sentido, el dolor y la violencia
que lo produce es una forma de creación, una forma de hacer reales las ideas
en la misma forma en que ideas incruentas, como la propiedad y la sobera-
nía, se hacen reales en la guerra y la conquista por la presencia de la sangre
verdadera, de la mutilación y de la destrucción de cuerpos humanos.
La masculinidad es una de esas ideas que a menudo se hace realidad en
la violencia. Los actos violentos suelen tener significados morales o emocio-
nales idiosincráticos para quien los lleva a cabo.14 Pero los actos violentos a
13
Véase Elaine Scarry, The Body in Pain: The Making and Unmaking of the World, 13 y 14
(1985).
14
Véase Jack Katz, Seductions of Crime: Moral and Sensual Attractions in Doing Evil 9 (1988)
(donde argumenta que muchos actos criminales, entre ellos los asesinatos a sangre caliente y
a sangre fría, se centran en una “misma familia de emociones morales: humillación, rectitud,
arrogancia, ridículo, cinismo, profanación y venganza”). Los actos de violencia más extre-
mos pueden ser una respuesta al dolor intolerable de sentirse muerto por dentro. De acuerdo
con ello, el psiquiatra James Gilligan, después de haber estudiado a varones violentos en las
cárceles, señala que “sólo los muertos vivientes pueden querer matar a los vivos. Nadie que
ame la vida, que aprecie y sienta su propia vitalidad, podría querer matar a otro ser humano.

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50 ANGELA P. HARRIS

veces son también resultado del carácter que la misma masculinidad tiene
como ideal cultural. En estos casos, los varones usan la violencia o la ame-
naza de violencia como forma de demostrar la masculinidad individual o
colectiva, o ante la desesperación de percibir atacada su propia identidad
masculina.
Desde hace algunos años les criminólogues feministas vienen llamando
la atención con insistencia sobre un hecho que parecía haber escapado a la
atención de la criminología: los delincuentes son en abrumadora mayoría
varones. Como observa el criminólogo James Messerschmidt

…la información sobre detenciones, encuestas y victimización reflejan por


igual que tanto varones como adolescentes cometen la mayor cantidad de
delitos convencionales, y los más serios entre ellos, en comparación con las
mujeres y adolescentes mujeres. Los varones también tienen un virtual mono-
polio en la comisión de delitos mafiosos, corporativos y políticos... De hecho,
la gran mayoría de los criminólogos han propuesto el género como el predic-
tor más poderoso de la participación delictiva.15

Los varones predominan no sólo en el delito, sino también en la admi-


nistración de la justicia penal. El trabajo policial, por ejemplo, ha sido una
ocupación tradicionalmente masculina. Messerschmidt observa que

…hasta la década de 1970, las mujeres oficiales se dedicaban a funciones tan


“femeninas” como trabajar sobre todo con menores, mujeres delincuentes,
mujeres víctimas, la brigada anti vicio y las relaciones comunitarias... Si bien
en la década de 1970 el número de mujeres destinadas a tareas rutinarias de
patrullaje iba en aumento, hoy [1989] menos del diez por ciento de todes les
oficiales de policía son mujeres.16

Casi diez años después las cifras no han mejorado de manera signifi-
cativa. El Centro Nacional de Mujeres y Trabajo Policial (NCWP, por sus
siglas en inglés) encontró que “en los organismos de gobierno encargados
de aplicar la ley más grandes del país, en 1998 las mujeres ocupaban solo
13,8% de todos los puestos que se asumen bajo juramento”.17 Una historia

Pero los muertos vivientes necesitan matar a otros, porque para ellos la angustia más insopor-
table es el dolor de ver que otros siguen vivos”. James Gilligan, Violence: Our Deadly Epidemic
and Its Causes 32 (1996).
15
Messerschmidt, v. supra nota 12, 1 (citas omitidas).
16
Id., 175 (citas omitidas).
17
National Center For Women & Policing, Equality Denied: The Status of Women in Policing:
1998, 1 (consultado el 31 de octubre de 1999) <http:/www.feminist.org/police/status 1998.html>
[en adelante NCWP].

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 51

similar y la constante asimetría de género se verifican en los empleos en pe-


nitenciarías.18
Algunes investigadorxs sospechan que la causa de esta sorprendente di-
ferencia sexual es de origen biológico.19 En cambio, la sociología está más
interesada en los sistemas de significación social que vinculan delito y mas-
culinidad.20 La literatura sobre “masculinidades” sugiere que los varones
son desproporcionadamente violentos, al menos en parte, porque ser violen-
to es una forma socialmente reconocida de ser hombre.21 Puede resultar útil
hacer un repaso de las principales premisas de esta literatura.
Les sociólogues del género argumentan que el género no es algo que se
tiene, sino algo que se hace.22 Por lo demás, que los varones se dividan se-
gún raza, etnia, religión, clase y orientación sexual significa que no existe un
único tipo de masculinidad.23 Les teóriques de la masculinidad hablan, en
cambio, de relaciones de alianza, dominio y subordinación entre diferentes

18
Véase, en general, Susan Ehrlich Martin y Nancy C. Jurik, “Women in Correc-
tions: Advancement and Resistance”, en Doing Justice, Doing Gender: Women in Law and Criminal
Justice Ocupations 157 (1996) (examen histórico del empleo de mujeres en correccionales).
19
Véase, por ejemplo, James Q. Wilson y Richard J. Herrnstein, Crime and Human Nature,
70 (1985) (“Ciertas características humanas que son indiscutiblemente biológicas, la configu-
ración anatómica de un individuo, están correlacionadas con la criminalidad”).
20
Véase, por ejemplo, Messerschmidt, supra nota 12, 27 (“Ambos, el género y el crimen,
son fenómenos sociales”).
21
Véase, por ejemplo, id., 110 (donde se argumenta que, en el caso de niños de minorías
raciales de clase trabajadora más baja, con la participación en la violencia callejera “se de-
muestra a los amigos más cercanos que uno es «un hombre»”).
22
Véase, por ejemplo, Candace West y Don H. Zimmerman, “Doing Gender”, en Gender
& Society, 125, 157 (1987) (“Hacer género significa crear diferencias entre niñas y niños y
mujeres y varones, diferencias que no son naturales, esenciales ni biológicas. Construidas las
diferencias, se las usa para reforzar la «esencialidad» del género”).
23
Esta visión de la relación entre género, raza, clase y sexualidad difiere, por lo tanto, de
la metáfora de la “interseccionalidad” usada por muchas feministas raciales críticas. Véase,
por ejemplo, Kimberlè Williams Crenshaw, “Beyond Racism and Misogyny: Black Feminism
and 2 Live Crew”, en Words that Wound: Critical Race Theory, Assaultive Speech, and the First Amend-
ment, 111, 113-20 (Mari J. Matsuda, Charles R. Lawrence III, Richard Delgado y Kimberlè
Williams Crenshaw comps., 1993) (donde se argumenta que la tendencia a ver la raza y el gé-
nero como categorías exclusivas o separables es limitadora). Está más cerca de lo que Darren
Lenard Hutchinson llama “multidimensionalidad” y Peter Kwan “cosíntesis” [cosynthesis].
Véase Darren Lenard Hutchinson, “Out yet Unseen: A Racial Critique of Gay and Lesbian
Legal Theory and Political Discourse”, Conn. L Rev. 29, 561, 641 (1997) (donde se señala que
mientras la “interseccionalidad” sugiere una convergencia de categorías de otro modo sepa-
radas e independientes, la “multidimensionalidad” destaca su inseparabilidad); Peter Kwan,
“Jeffrey Dahmer and the Cosynthesis of Categories”, Hastings L. J. 48, 1257, 1275-76, 1280
(1997) (donde se rechaza la “interseccionalidad” por forzar la elección de una identidad
en desmedro de otras y se propone que “cosíntesis” transmite que “las categorías múltiples

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52 ANGELA P. HARRIS

tipos de masculinidad,24 de hecho, algunes autorxs de este campo hablan


siempre de “masculinidades”, en plural, para subrayar el punto.25 Por lo
tanto, aunque en el marco de una red de amistad o de una institución social
una forma de hacer masculinidad pueda ser “hegemónica” (es decir, domi-
nante), bien puede haber muchas otras formas de ser hombre que entren en
conflicto, compitan o tengan relaciones de interdependencia con ella.
Las jerarquías de raza y clase, por ejemplo, dan lugar a luchas de poder
entre varones. La socióloga Karen Pyke señala que “los varones blancos he-
terosexuales de clase media y alta que ocupan puestos de mando en las insti-
tuciones que controlan, en particular económicas, políticas o militares, pro-
ducen una masculinidad hegemónica que es objeto de glorificación en toda
la cultura”.26 Los varones afroestadounidenses han argumentado durante
mucho tiempo que son “emasculados” por la supremacía blanca, tanto ma-
terial como culturalmente.27 La emasculación significa que a los varones
afroestadounidenses se les niegan los privilegios de la masculinidad hege-
mónica, lo que incluye el control patriarcal sobre las mujeres, los trabajos
que dan acceso al dominio técnico y a la autonomía y los poderes financiero
y político que posibilitan el control sobre otras personas. Culturalmente, los
blancos han estereotipado a los varones afroestadounidenses como dóciles
e infantiles en épocas de preguerra, y como violentos, poco inteligentes, in-
capaces de controlar sus urgencias físicas y sexuales en tiempos de posgue-
rra. Este último conjunto de estereotipos permite que los varones blancos

mediante las que las personas se entienden a sí mismas a veces están implicadas de manera
compleja en la formación de las categorías a través de las cuales se constituye a las demás”).
24
Véase, por ejemplo, R. W. Connell, Masculinities 37 (1995) (“También debemos reco-
nocer las relaciones entre los diferentes tipos de masculinidad: relaciones de alianza, domina-
ción y subordinación”).
25
Véase, por ejemplo, Paul Smith, “Introduction” a Boys: Masculinities in Contemporary Cul-
ture, 3 (Paul Smith comp., 1996) (“La masculinidad no existe; más bien sólo hay masculinidades,
en plural, definidas y atravesadas por diferencias y contradicciones de todo tipo”).
26
Karen D. Pyke, “Class-Based Masculinities: The Interdependence of Gender, Class,
and Interpersonal Power”, Gender & Society 10, 527, 531 (1996).
27
Para un análisis académico pionero de los problemas de género entre los varones ne-
gros véase, en general, Robert Staples, Black Masculinry: The Black Male’s Role in American Society
(1982). En el fondo, continúa un debate apasionado sobre si la restauración del control pa-
triarcal sobre las mujeres, en especial el control sexual, restaurará la integridad de los varones
negros, siendo esto beneficioso para la raza, o si la adopción de una perspectiva feminista
para el análisis de las relaciones de poder permitiría a los varones negros unirse a las mujeres
negras en el camino hacia la liberación racial. Comparar, por ejemplo, Shahrazad Ali, The
Blackman’s Guide to Understanding the Blackwoman, viii-x (1989) (donde se argumenta a favor de la
sumisión femenina), con Jill Nelson, Straight, no Chaser: How I Became a Grown-Up Black Woman
213-14 (1997) (donde se argumenta a favor de la resistencia al patriarcado).

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 53

se consideren superiores; aunque los varones afroamericanos puedan tener


una virilidad bruta, carecen de las cualidades mentales y morales necesarias
para los varones “civilizados”: ser caballeros, patriarcas y gobernantes.28
En respuesta a esta negación de acceso a la “plena” hombría, los afroa-
mericanos han construido formas rebeldes de masculinidad, como la “pose
cool” de los barrios marginales que presupone superioridad negra e impo-
tencia blanca.29 A partir de los estereotipos racistas y su subversión los varo-
nes negros de clase trabajadora y pobre pueden aspirar a una masculinidad
que pone el acento en la fuerza física, el control de la mente y la destreza
sexual, o pueden aspirar a una masculinidad de gracia corporal, estilo per-
sonal y creatividad artística. En el nivel material, estas formas alternativas
de ser hombre siguen siendo marginales: persiste el control mayoritario de
los blancos sobre los recursos políticos, económicos y sociales, y su empu-
ñadura del dominio. Pero en el nivel cultural estas formas de masculinidad
en competencia dan lugar a relaciones interraciales de envidia y deseo, así
como a la hostilidad mutua. Quienes estudian las masculinidades alternati-
vas afroamericanas argumentan que los varones negros, al tiempo que deni-
gran expresamente a los varones blancos y la masculinidad blanca, rinden
homenaje al ideal masculino blanco.30 Al mismo tiempo, los estereotipos

28
Para un repaso histórico-cultural de la crisis de identidad masculina que en el siglo
XIX dio lugar a la noción de “masculinidad” [masculinity] salvaje como distinta de la “hom-
bría” [manliness] civilizada, véase, en general, Gail Bederman, Manliness & Civilization: A Cul-
tural History of Gender and Race in the United States, 1880-1917 (1995).
29
Véase, en general, Richard Majors y Janet Mancini Billson, Cool Pose: The Dilemas of
Black Manhood in América (1992). Majors y Billson argumentan que la frialdad (coolness), así
como la masculinidad predominante basada en el control racionalizado sobre sí y sobre los
demás, es una disciplina de autodominio. Véase id., 38. La práctica de la frialdad significa
suprimir las emociones propias y presentar al mundo un rostro bajo completo control, inclu-
so las explosiones de ira son estratégicas y se pueden activar o desactivar. La pose de frialdad
surge también como respuesta al desempoderamiento económico, político y cultural que
enfrentan los afroestadounidenses de sectores populares y a las microagresiones raciales en
la vida diaria. Véase id., 2. La pose de frialdad significa exigir respeto de los demás, ya sea
en los encuentros con extraños en la vía pública (donde una mirada fija inapropiada puede
conducir a la violencia) o en las relaciones íntimas más próximas. La obsesión individual con
el respeto y su opuesto, la falta de respeto, refleja la conciencia de que en la vida cultural
angloestadounidense a los varones negros, como clase, se les brinda de todo menos respeto.
Como señalan Majors y Billson, “orgullo, dignidad y respeto tienen un valor tan alto para
los varones negros que por esas cosas muchos están dispuestos a arriesgarlo todo, incluso sus
vidas”. Id., 39.
30
Majors y Billson observan, por ejemplo, que “los varones afroaestadounidenses han
definido la hombría en los términos familiares para los varones blancos: se la liga al sostén del
hogar, al carácter proveedor, procreador, protector”. Id., 1. Esta afirmación de la masculini-
dad hegemónica ha llevado a algunas personas en la comunidad afroestadounidense a instar

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54 ANGELA P. HARRIS

racistas dejan espacio para el deseo furtivo y la envidia de los blancos en


relación con la presunta potencia sexual, el atletismo y la corporalidad sen-
sual de los negros. Las relaciones entre varones blancos y negros, entonces,
son más complejas que las de “dominantes” y “subordinados”: los varones
separados por el poder racial pueden admirarse, envidiarse o desearse.
Una relación de complejidad similar entre varias formas de hombría
emerge de la dinámica de clase, por ejemplo, Karen Pyke sostiene que la
forma dominante de masculinidad en la sociedad estadounidense pone el
acento en la solvencia intelectual, la destreza tecnológica y el control de la
conducta racionalizado (conducta tanto propia como ajena),31 los varones a
quienes se les niega el acceso a esta masculinidad —porque pertenecen a la
clase trabajadora y reciben órdenes en lugar de darlas o porque carecen de
la educación y el entrenamiento para exhibir destrezas tecnológicas— mu-
chas veces recurren a una “hipermasculinidad” (exhibición exagerada de
fuerza física y actitud agresiva) en un intento por mejorar su estatus social.
Pero en el proceso estos varones de clase trabajadora confirman las suposi-
ciones que los varones de clase media y alta tienen sobre su propia superio-
ridad. Pyke da un ejemplo:

…la hipermasculinidad hallable en ciertos ambientes masculinos de estatus


más bajo, como el de los talleres, salones de billar, clubes de motociclistas y
pandillas urbanas puede entenderse como respuesta a la masculinidad ascen-
dente y como su refuerzo involuntario. Con su identidad masculina y su autoes-
tima socavadas por su posición de subordinados que obedecen órdenes (lo que
potencialmente los relega al papel de “mequetrefes”), en las plantas de produc-
ción los varones reconstruyen su posición como personificación de la verdade-
ra masculinidad... Usan la resistencia física y la tolerancia a la incomodidad
que exige el trabajo manual como modos de significar masculinidad auténtica,
una alternativa a la forma hegemónica asociada a los gerentes. Confían en esta
masculinidad “compensatoria” para inclinar simbólicamente la cancha contra
los directivos, a quienes ridiculizan como conformistas que “tienen el sí fácil” y
“peleles” que hacen trabajos afeminados y burocráticos... Para compensar
aún más su subordinación, algunos varones de estatus inferior entablan
también constantemente conversaciones en las que exhiben sus proezas
sexuales y ejercen el desprecio ritual a las mujeres, a las que consideran

a las mujeres negras a someterse a la autoridad patriarcal de los varones negros como forma
de hacer que ellos alcancen la completitud. Véase, por ejemplo, Ali, supra nota 27, viii-x.
31
Véase Pyke, supra nota 26, 531 (“Los varones heterosexuales blancos de clase media
y alta que ocupan puestos de dirección en las instituciones que controlan, en particular en
instituciones económicas, políticas y militares, producen una masculinidad hegemónica que
se glorifica en la cultura toda”).

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 55

pasivas y dependientes... Los varones de clase media o clase alta, que lucen
el comportamiento más civilizado de la cortesía y la gentileza, manifiestan
por su parte desdén por las exhibiciones de masculinidad exagerada y
misoginia propias de las subculturas masculinas de clase baja... Al hacerlo,
reafirman su superioridad sobre los varones de clase más baja y se revisten
de igualitarismo en sus relaciones interpersonales con mujeres. Esto sirve
para encubrir sus ventajas en términos de poder de género, constitutivas
de las instituciones que controlan y camufladas bajo el aura de mérito y
rectitud que acompaña su posición privilegiada...32

Mientras que la estratificación social basada en la raza y la clase separa


a los varones y los involucra en relaciones de competencia, envidia y de-
seo, las masculinidades de todas las variedades tienen el requisito común
de que los varones se establecen sobre la base de lo que no son. Una de las
grandes contribuciones del feminismo ha sido poner de manifiesto que los
varones logran su masculinidad a expensas de las mujeres: en el mejor de
los casos siendo “no mujer”, en el peor, excluyendo, lastimando, denigran-
do, explotando a las mujeres reales o abusando de ellas de alguna otra ma-
nera. Podría sostenerse que incluso en las relaciones hombre-hombre sigue
funcionando la dominación de los varones sobre las mujeres: en los grupos
exclusivamente masculinos muchas veces los varones prueban su hombría
individual y colectiva al reducir simbólicamente a otros en el grupo a la
calidad de mujeres y abusar de ellos en consecuencia.33 La necesidad de

32
Id., 531-32 (citas omitidas).
33
Uno de los ejemplos más feroces de esta dinámica aparece en la vida carcelaria. Les
sociólogues sostienen que la necesidad de defender la identidad masculina es crucial para los
reclusos en tanto muchas características del ambiente carcelario son feminizantes o infantili-
zantes: los presos pierden su autonomía y su independencia, deben someterse a la autoridad
de los guardias, tienen el estigma de ser indeseables en sociedad y su acceso a la riqueza, los
ingresos y los bienes materiales está muy limitado. Véase, por ejemplo, Gresham M. Sykes,
The Society of Captives: A Study af a Maximum Security Prison, 64-79 (1958) (donde se describen
los “padecimientos del encarcelamiento” que afectan la autoimagen masculina de los presos:
privación de libertad, bienes, servicios, relaciones heterosexuales, autonomía y seguridad);
Carolyn Newton, “Gender Theory and Prison Sociology: Using Theories of Masculinities to
Interpret the Sociology of Prisons for Men”, How. J. Crim. Just. 33, 193, 196-97 (1994) (donde
se discuten las privaciones de la vida en prisión, como la falta de autonomía, la impotencia
frente a la autoridad, el acceso limitado a los bienes materiales y la falta de seguridad). La
respuesta individual predominante ante esta amenaza de género es la “hipermasculinidad”
expresada a través de la dominación física y sexual de los demás. Cuando los reclusos se violan,
se fuerzan y abusan sexualmente, o se acosan unos a otros, e incluso conforme se desarrollan
relaciones sexuales más o menos afectivas y consentidas entre ellos, usan la retórica de gé-
nero para dividir a los fuertes de los débiles: los varones violados o a quienes se considera la
parte más débil en una relación de dominación son “valerias” [bitches] o se los designa me-

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56 ANGELA P. HARRIS

los varones de defenderse a toda costa de ser contaminados con feminidad


se puede encontrar en fenómenos tan mundanos y aparentemente triviales
como los juegos infantiles y la renuencia de los varones casados a hacer ta-
reas del hogar o cuidar a les niñes.34
El movimiento feminista ha centrado la crítica en el odio a la mujer
como piedra angular de la masculinidad. Pero les teóriques queer han co-
menzado a argumentar que para la formación de la identidad masculina las
relaciones entre varones son tan importantes como las que hay entre varo-
nes y mujeres.35 El argumento es que no ser “puto” es tan importante para

diante pronombres femeninos. Véase James E. Robertson, “Cruel and Unusual Punishment
in United States Prisons: Sexual Harassment Among Male Inmates”, Am. Crim. L. Rev. 36,
1, 9 (1999) (donde se consignan declaraciones que feminizan a los reclusos como forma de
victimización sexual en las cárceles).
34
Les teóriques del psicoanálisis explican esta dinámica como resultado del desarrollo
psíquico de los niños en una sociedad donde las mujeres tienen a su cargo la mayor parte de
los trabajos de cuidado: para distinguirse como varones, los niños pequeños deben separarse
de la madre, mientras que las niñas pequeñas son libres de permanecer enredadas con ella.
Véase Nancy Chodorow, The Reproduction of Mothering: Psychoanalysis and the Sociology of Gender,
173 (1978) (“Las niñas y los niños desarrollan diferentes capacidades relacionales y sentidos
de sí como resultado de crecer en una familia en la que las mujeres maternan”). Otres teóri-
ques señalan el cambio que en el siglo XIX va del gobierno del hogar al éxito en el mercado
como base de la identidad y la autoridad masculinas, y argumentan que es la razón por la
cual los varones son reacios a asumir trabajos de cuidado. Véase, por ejemplo, Joan Williams,
Unbending Gender: Why Family and Work Conflict and what to do about it, 25-30 (2000).
35
De hecho, la distinción entre varones y mujeres no está del todo separada de la dis-
tinción entre homosexuales y heterosexuales en la sociedad occidental contemporánea. Nu-
meroses teóriques han argumentado que la identidad de género en la sociedad occidental
se basa en la confluencia de tres atributos distintos: “sexo” (atributo considerado biológico),
“género” (atributo social de ser masculino o femenino) y “orientación sexual” (etiqueta social
dada a la propia sexualidad). Véase en general, por ejemplo, Case, supra nota 11 (subraya la
importancia de mantener las distinciones entre los términos de sexo, género y orientación
sexual); Franke, supra nota 11 (argumenta que esta desagregación es un defecto fundamental
en la jurisprudencia sobre igualdad); Valdés, supra nota 11 (documenta cómo los tribunales
han adoptado y negado simultáneamente aspectos de esta confluencia de categorías, lo que
torna a las leyes contra la discriminación en subinclusivas). Esta confluencia tiene ramifica-
ciones aún mayores en el contexto “heteropatriarcal” de la sociedad occidental: es decir, la
masculinidad y la feminidad se definen como opuestas, siendo la masculinidad superior y los
heterosexuales y los homosexuales se definen como opuestes, siendo superior la heterosexua-
lidad. Esto significa que, según las convenciones sociales dominantes, quien nace anatómica-
mente macho debe actuar de manera “masculina” en todo momento y desear sólo mujeres.
El incumplimiento de uno de los dos atributos sociales de este triángulo tiene consecuencias
en el otro, por lo tanto, generalmente se sospecha que una “mariquita” o una “marimacho”
son, respectivamente, un “puto” y una “tortillera”, y el hombre sospechoso de ser puto no
sólo se convierte en objeto de discriminación por ello, sino que también pone en peligro su
derecho a la misma masculinidad.

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 57

ser hombre como no ser mujer. Pero desprenderse de la homosexualidad no


es tan simple como podría parecer. En primer lugar, por supuesto, muchos
varones, sea que se definan como heterosexuales, homosexuales o cualquier
otra cosa, pueden sentir deseo por otros varones. Incluso si no es el caso,
para tener éxito como hombre un individuo muchas veces debe establecer
con otros varones lazos emocionales y físicos muy estrechos que lo vuelven
pasible de acusación de homosexualidad. El resultado, señala la teórica queer
Eve Kosofsky Sedgwick, es un estado constante de ansiedad:

Al menos desde el siglo XVIII en Inglaterra y Estados Unidos, el continuum de


los lazos homosociales masculinos ha sido brutalmente estructurado por una
homofobia secularizada y psicologizada que ha excluido a ciertos segmentos
del continuum, cambiantes y más o menos arbitrariamente definidos de partici-
par en las prerrogativas masculinas generales, es decir, en la compleja red de
poder masculino sobre la producción, reproducción e intercambio de bienes,
personas y significados... En tanto las vías de las prerrogativas masculinas,
especialmente en el siglo XIX, requerían ciertos vínculos masculinos intensos
que no eran fácilmente distinguibles de los lazos más reprobados, un estado
endémico y difícil de erradicar de lo que llamo pánico homosexual masculino
se convirtió en condición normal de las prerrogativas heterosexuales mascu-
linas.36

El argumento de Sedgwick es que la masculinidad occidental, desde el


siglo XVIII en adelante, colocó a los varones en una situación de atadura
doble: para ser verdaderos varones debían no ser homosexuales. No obstan-
te, muchos caminos hacia la masculinidad hegemónica, como el deporte, el
combate en batalla o las tutorías, implicaban, precisamente, el tipo de relacio-
nes cercanas, emocionalmente intensas, con frecuencia física y sexualmente
cargadas que pone a los varones bajo sospecha de ser homosexuales. Según
Sedgwick, esta atadura doble tiene dos resultados principales: “primero, la
aguda manipulabilidad, por el miedo a la propia «homosexualidad» de los va-
rones aculturados; segundo, una reserva de potencial para la violencia a causa
de la propia ignorancia que este régimen impone desde su constitución”.37

36
Eve Kosofsky Sedgwick, Epistemology of The Closet, 185 (1990). Teóriques feministas
menos orientades psicoanalíticamente también argumentan que la “ansiedad” permanente-
mente persigue a la identidad masculina. Joan Williams, por ejemplo, señala que “a medida
de que el estatus de sostén económico de los varones se convirtió en base de sus pretensio-
nes de dominio familiar y social, la ansiedad se volvió un rasgo permanente de la masculini-
dad”. Williams, v. supra nota 34, 26.
37
Sedgwick, v. supra nota 36, 186.

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58 ANGELA P. HARRIS

Las fuerzas armadas ofrecen un ejemplo en este sentido. Como seña-


la Sedgwick, son un ámbito donde tanto la manipulabilidad de los varones
como su capacidad para la violencia cotizan alto.38 Como en otros ámbitos
de la cultura, en las fuerzas armadas los privilegios de la masculinidad exigen
que se establezcan relaciones íntimas con otros varones, pero el mismo ca-
rácter estrecho de estos lazos provoca el terror de ser marcado como homo-
sexual y de perder los privilegios masculinos. La inestabilidad de la identidad
masculina en estas circunstancias hace que los varones inseguros sean ma-
nipulables (dado que están ansiosos y deseosos de probar su masculinidad) y
potencialmente violentos (ya que no sólo está en juego su estatus, sino tam-
bién su propia identidad). Las fuerzas armadas dan cuerpo a la estructura
interna de la masculinidad y, al mismo tiempo, la explotan astutamente: la
cultura militar, como la cultura carcelaria, busca hacer que los varones du-
den de su propia masculinidad y los alienta a demostrar su hombría a través
de la violencia y la sexualidad ocasional.39
Esta descripción de la identidad masculina hegemónica contemporánea
sugiere que la violencia, ya sea dirigida a las mujeres, a otros varones o a
uno mismo, nunca está muy por debajo de la superficie. Para ser acepta-
dos como varones, los varones deben defenderse constantemente tanto de
las mujeres como de otros varones, su identidad de género, crucial para su
sentido psicológico de totalidad, se pone constantemente en duda. En la
siguiente sección argumento que bajo estas circunstancias la performance de
género suele convertirse en violencia de género.

38
Véase id. Alguna evidencia sugiere que una forma en la que la tensión psicológica
producida por estas relaciones de prohibición e intimidad se ha liberado tradicionalmente
en las fuerzas armadas a través de la sexualidad. Steven Zeeland, por ejemplo, a partir de
entrevistas informales con personal de la Marina informa que la cultura militar es intensa-
mente sexual y que los militares suelen tener relaciones sexuales no sólo con prostitutas, sino
también entre ellos sin identificarse como homosexuales. De hecho, Zeeland sugiere que
la doble atadura psicológica que Sedgwick retrata como creadora de pánico homosexual
también da lugar a que muchos varones se entreguen al sexo entre varones y a relaciones
emocionales intensas entre varones sin describirse a sí mismos como homosexuales. Véase,
en general, Steven Zeeland, Barrack Buddies and Soldier Lovers: Dialogues with Gay Young Men in the
U. S. Military (1993).
39
Para más información sobre los aspectos sexistas y homofóbicos de la cultura militar,
véase, en general, Madeline Morris, “By Force of Arms: Rape, War, and Military Culture”,
Duke L.J. 45, 651 (1996). Para un análisis de las conexiones simbólicas entre las fuerzas arma-
das y la masculinidad y sus implicaciones para las mujeres y las personas de color, véase, en
general, Kenneth L. Karst, “The Pursuit of Manhood and the Desegregation of the Armed
Forces”, en UCLA L. Rev. 38, 499 (1991).

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 59

III. Delito y castigo como performance


de género

Franklin E. Zimring y Gordon Hawkins han argumentado que los Estados


Unidos no tiene un “problema de delincuencia”, sino, más bien, un “proble-
ma de violencia”.40 La causa inmediata de este problema es, obviamente, lo
accesibles que resultan las armas de fuego; la causa profunda puede tener
que ver con la estructura de la identidad masculina. Algunos varones usan
la violencia o la amenaza de violencia como forma de presentar una imagen
masculina de sí mismos. Otros varones, normalmente no violentos, en alguna
ocasión pueden llegar a transformar en furia sentimientos de vergüenza y
humillación que les son intolerables y a cometer actos violentos para proteger
su sentido de identidad masculina. Los varones, estando en grupo, a veces
usan la violencia para aumentar o proteger la estima ante la mirada de otros
varones o de sus camaradas. Algunos de estos actos violentos infringen la ley;
algunos de estos actos violentos son cometidos en nombre de la ley.41

1. Violencia de género y transgresión de la ley

El vínculo entre cometer delitos y hacer género ha sido objeto de bas-


tante atención por parte de la sociología. Jack Katz sostiene, por ejemplo,
que los delitos violentos de algunos varones son parte integral de la persona-
lidad masculina a la que estos varones aspiran, siendo las imágenes deseadas

40
Véase Franklin E. Zimring y Gordon Hawkins, Crime is not the Problem: Lethal Violence in
America, xi-xii (1997) (donde se argumenta que el delito y la violencia son problemas separa-
dos y que como estrategia de prevención de daños resulta más efectivo apuntar a las causas
de la violencia).
41
Al presentar estas ideas, debo subrayar, otra vez, que no quiero que se entienda que
las mujeres no son violentas, que no dominan a les demás o que no cometen delitos. Si bien
algunes “feministas culturales” sostienen esas ideas, no creo que las mujeres sean, de alguna
manera natural e inherentemente, pacíficas y respetuosas de la ley. Las mujeres consumen
drogas; roban, malversan y defraudan; se prostituyen a sí y a otres; maltratan a niñes, les
descuidan, torturan, les abusan sexualmente y a veces les matan; atacan y a veces matan a
extrañes, amantes o cónyuges; y cometen crímenes de odio. De hecho, las tasas de encar-
celamiento de mujeres están creciendo mucho más rápido que las de varones. Véase Terry
Carter, “Equality with a Vengeance”: Violent Crimes and Gang Activity by Girls Skyrocket, en A.B.A. J.,
noviembre de 1999, 22. Pero los varones siguen estando desproporcionadamente sobrerre-
presentados en cárceles y prisiones, en la policía y las correccionales, véase nota 12 supra y
el texto que acompaña a las notas 16-18; la violencia, ya sea agresiva o protectora, se asocia
culturalmente a los varones, y es menos probable que los actos violentos que cometen las
mujeres constituyan intentos por demostrar su feminidad.

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60 ANGELA P. HARRIS

la de frialdad impasible, propia del “hombre duro”, o la del “tipo violento”,


loco e impredecible.42 Pero la violencia delictiva que tiene su fundamento
en el género no se limita a estos varones. Varones pacíficos y respetuosos
de la ley pueden encontrarse cometiendo actos delictivos violentos cuando,
en entornos públicos, su masculinidad se ve amenazada por conflictos con
otros varones o cuando, en entornos privados, las mujeres amenazan con re-
velar que resultan inadecuados sexualmente, no se someten a su autoridad
patriarcal o les anticipan que van a dejarlos. En estas situaciones la pérdida
potencial de masculinidad produce vergüenza y humillación, y el hombre
que encuentra estas emociones intolerables puede convertirlas en ira y ac-
tuar de forma violenta como expresión de esa ira.43
La necesidad de ser visto como hombre por otros varones puede reque-
rir violencia. Los sociólogos Dov Cohen y Joe Vandello señalan que las “cul-
turas del honor” comparten “tanto una concepción común del insulto como
algo que reduce de manera drástica la posición social como la creencia de

42
Katz señala, por ejemplo, que uno de los requisitos para ser el “pesado” en un robo
a mano armada es “convertirse en un hombre duro, alguien que parezca estar dispuesto a
respaldar sus intenciones de manera violenta y despiadada, más allá e independientemente
de la interacción situada del robo”. Katz, v. supra nota 14, 218. Parte del atractivo de ser un
hombre duro, argumenta Katz, es la promesa de dominar, a través de la pura fuerza de la
personalidad, el caos que genera una vida en el delito y la “acción” constantes. Véase id.,
225. El proyecto de ser un hombre duro implica “imponer una disciplina fría, dura y violen-
ta. Para muchos, significa la humillación de las mujeres, y a menudo también abusar física-
mente de ellas”. Id., 228. Convertirse en un hombre duro, en otras palabras, es un proyecto
de género masculino.
43
“La humillación siempre encarna la conciencia de la impotencia”, señala Katz. Id., 24.
A la inversa, la impotencia —literal o figurada— siempre trae consigo la amenaza de humi-
llación. El análisis de Katz conecta la humillación con la identidad de género masculino, ya
que las mujeres no pueden ser impotentes.
Gilligan, basándose en entrevistas con delincuentes violentos, sostiene que los principales
motivos de la violencia son “el miedo a la vergüenza y al ridículo, y la imperiosa necesidad
de evitar que les demás se rían de uno, para lo cual se les hace llorar”. Gilligan, v. supra nota
14, 77 (1996). Gilligan conecta explícitamente esta dinámica emocional también con el gé-
nero: “El rol de género del macho genera violencia al exponer a los varones a la vergüenza
si no son violentos, y premiarlos con honor cuando lo son. El rol de género femenino tam-
bién estimula la violencia masculina al mismo tiempo que inhibe la violencia femenina. Lo
hace restringiendo el papel de las mujeres al de objetos sexuales, en alto grado privados de
libertad, y honrándolas en la medida en que se sometan a esos roles o avergonzándolas si se
rebelan. Esto alienta a los varones a tratar a las mujeres como objetos sexuales y alienta a las
mujeres a adaptarse a ese papel sexual; pero también alienta a las mujeres (y a los varones) a
tratar a los varones como objetos de violencia. También alienta a un hombre a volverse vio-
lento que la mujer con quien está relacionado o casado lo “deshonre” al actuar de maneras
que transgredan el rol sexual que se le ha prescripto”. Id., 233.

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 61

que la violencia puede usarse para restaurar esa posición una vez que se ha
puesto en peligro”.44 En este tipo de cultura, argumentan,

...las personas reaccionan no sólo ante las amenazas físicas, sino también ante
afrentas verbales e insultos porque son el modo como un hombre pone a
prueba a otro para ver de qué está hecho. Dejar sin respuesta las infracciones
al honor equivale a anunciar que uno es blando o se lo puede pisotear con
impunidad.45

Tal como el deslizamiento de “personas” a “hombre” de esta cita sugie-


re, las “culturas de honor” de Cohen y Vandello implican relaciones entre
varones.46 Los libros de casos de derecho penal están llenos de homicidios
que resultan de encuentros, en apariencia triviales, entre varones que no se
conocían, interacciones que parecerían inexplicables a menos que se entien-
da que está en juego la masculinidad.47
Otra forma distintiva de humillación masculina que puede conducir
rápidamente a la ira, y de ahí al delito violento, no ocurre en público ante

44
Dov Cohen y Joe Vandello, “Meanings of Violence”, J. Legal Stud. 27, 567, 569 (1998).
45
Id., 570.
46
En las culturas tradicionalmente patriarcales el honor corresponde a los varones, y
a las mujeres la virtud; tanto del honor como de la virtud se espera que sean defendides
violentamente, pero sólo por varones. En el sur de Estados Unidos, esclavista y blanco, por
ejemplo, se esperaba que las mujeres blancas demostraran “orgullo de su feminidad”, pero
el orgullo se asentaba en la posesión de virtud, que se demostraba, a su vez, a través de
cualidades como modestia, castidad, pasividad y refinamiento, y se entendía como una falta
de familiaridad conmovedora con las ásperas realidades de la vida. Véase Ariela J. Gross,
“Litigating Whiteness: Trials of Racial Determination in the Nineteenth-Century South”,
Yale L.J. 108, 109, 166-76 (1998). En tal cultura se esperaba que los insultos a una mujer y su
virtud fueran vengados con violencia por su padre, hermanos o esposo, pero no por la mujer
en cuestión ni por ninguna de sus parientes femeninas. De hecho, una mujer que hubiera
defendido agresivamente su propia virtud la habría puesto aún más en tela de juicio, ya que
tal comportamiento habría resultado “poco propio de una dama”.
47
Las doctrinas penales sobre el homicidio y la defensa propia “en arrebato pasional”
brindan información sobre las culturas del honor masculino locales y nacionales. Algunos
ejemplos del libro de casos de derecho penal que uso son: “Estados Unidos v. Peterson”, F.2d
483, 1222 (D.C. Cir. 1973) (el acusado disparó fatalmente a la víctima después de que la
víctima y sus amigos trataron de quitar los limpiaparabrisas del auto del acusado y hubo un
intercambio de varias palabras hostiles); “People v. Conley”, N.E.2d 543, 138 (III. Ct. App.
1989) (el acusado golpeó a la víctima en la cara con una botella de vino, causándole daños
permanentes, después de que en una fiesta un grupo de chicos de secundaria fuera abordado
por otro grupo de muchachos, quienes, al parecer, pensaron que alguien del primer grupo ha-
bía dicho algo despectivo), y “State v. Schrader”, S.E.2d 302, 70 (W. Va. 1982) (en el curso de
una discusión sobre la autenticidad de una espada alemana que el acusado le había comprado
a la víctima, el acusado apuñaló a la víctima cincuenta y un veces con un cuchillo de caza).

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62 ANGELA P. HARRIS

otros varones, sino en “privado”, en relación con las mujeres.48 Por ejemplo,
tanto la humillación real ejercida por mujeres como el miedo a ser humilla-
dos por ellas, tienen un papel importante en las justificaciones que dan los
varones de porqué violan mujeres. Los violadores tienden a experimentarse
a sí mismos como víctimas humilladas del poder sexual femenino. Según
señaló sucintamente un hombre: “[y]a el hecho de que se me puedan acer-
car y calentarme tan fácil y hacerme sentir como un tonto hace que quiera
vengarme”.49 De manera similar, les investigadorxs de la violencia domés-
tica interpretan las acciones de algunos varones que azotan a las mujeres
como esfuerzos por establecer y mantener la dominación del varón.50 En
otros casos, los varones golpean o matan a sus esposas o novias cuando las
mujeres intentan terminar la relación. Entonces, la violencia criminal surge
no únicamente del deseo de controlar, sino de una dependencia emocional
extrema junto con la falta de voluntad, o incapacidad, para ver a la mujer
como una persona separada e independiente.51 En esta forma de amor, de
estilo masculino, el intento de una mujer de terminar la relación se vive
como amenaza intolerable para el propio yo: “[s]i no puedo tenerla yo, no
podrá nadie” es la respuesta.
En las situaciones descritas, los varones recurren individualmente a la
violencia cuando otros varones o mujeres amenazan su masculinidad. Del
comportamiento grupal de los varones surge otra dinámica que produce
violencia de género delictiva, la violencia de las bandas callejeras es un
ejemplo. Katz señala que estas bandas, generalmente compuestas por varo-
nes muy jóvenes, usan la violencia como forma de dar intensidad al drama

48
De hecho, Gilligan sostiene que las mujeres representan una amenaza mayor para el
honor de los varones porque “los varones delegan en las mujeres el poder de deshonrarlos.
Es decir, los varones ponen su honor en manos de «sus» mujeres”. Gilligan, v. supra nota
14, 230.
49
Timothy Beneke, Men on Rape, 42 (1982) (cita a “Jay”, empleado de archivos de veinti-
trés años que vive en San Francisco).
50
Véase R. Emerson Dobash & Russell P. Dobash, “Wives: The «Appropriate» Victims
of Marital Violence”, Victimology 2, 426, 438 y 439 (1978) (donde se argumenta que la violen-
cia de los varones contra sus esposas representa el intento de establecer y mantener un orden
social patriarcal).
51
Véase Martha R. Mahoney, “Legal Images of Battered Women: Redefining the Issue
of Separation”, Mich. L. Rev. 1, 90, 65 (1991) (donde se informa que los maridos que matan
a sus esposas muchas veces expresan el temor de que la mujer esté a punto de abandonarlos,
incluso si no es así). Véase también Donna K. Coker, “Heat of Passion and Wife Killing:
Men who Batter/Men who Kill”, S. Cal. Rev. L. & Women’s Stud. 2, 71, 92 (1992) (donde se
señala que, en un estudio de varones que mataron a sus esposas, los varones describieron su
relación conyugal como el aspecto central de sus vidas, “lo que hace pensar en la obsesión
con la mujer y en la dependencia emocional propias de los varones abusadores”).

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 63

de sus vidas morales y sensuales, como una forma de exigir que otros los
tomen en serio como adultos y no como niños:

En las manos de las élites callejeras adolescentes, la violencia tiene suficiente


poder constructivo para (1) transformar la significación de sus principios de
asociación de indicadores degradantes de infantilisimo en requisitos sociales
para el combate glorioso, (2) establecer una metáfora de soberanía respeta-
da por los pares, considerada por la policía e informada debidamente en los
medios masivos de comunicación, y (3) más esencialmente, sostener en un
aura de miedo la pretensión de condición de élite.52

Cada uno de estos objetivos se logra mediante el uso de la violencia


como sostén de la performance de género masculino.53 Los señores, reyes y
príncipes cuyos nombres tradicionalmente eligen las pandillas son ejemplos
de masculinidad gloriosa y hegemónica. La pertenencia a una pandilla tiene
muchos propósitos diferentes, pero uno de ellos es el deseo de establecer una
masculinidad incuestionable.
Los jóvenes más ricos y privilegiados tienen sus propias hermandades
de las que pueden surgir la violencia. Les criminólogues Patricia Yancey
Martin y Robert A. Hummer argumentan, por ejemplo, que “las fraterni-
dades universitarias crean un contexto sociocultural en cuyo marco la coer-
ción en las relaciones sexuales con mujeres es una norma, y en el mejor de
los casos los mecanismos para mantener controlado este patrón de conduc-
ta son mínimos, mientras que en el peor no existen”.54 Debido a que las
fraternidades promueven la hermandad masculina como centro de la vida
social en el campus y tratan el uso ocasional de las mujeres como elemento
importante de la hermandad, se puede esperar que con una regularidad
deprimente haya citas que terminen en violación, e incluso violaciones gru-
pales ocasionales.

52
Katz, v. supra nota 14, 135.
53
Considérese, por ejemplo, el segundo objetivo: el establecimiento de soberanía. Como
señala Katz, “una justificación universal para la violencia entre las élites callejeras es la
aspiración a controlar los puntos de referencia de una zona residencial particular: las calles-
frontera, el “territorio”, las tiendas locales de comida, los parques o ciertos bancos en los
parques”. Id., 118. En este sentido, las masculinidades rebeldes rinden homenaje a las imá-
genes de la masculinidad dominante: así como en la sociedad hegemónica se considera
que la tarea de proteger el hogar y el país es trabajo de varones, los pandilleros asumen la
protección de su territorio local como parte de su poder soberano. Véase id.
54
Patricia Yancey Martin y Robert A. Hummer, “Fraternities and Rape on Campus, en
Criminology at the Crossroads: Feminist Readings in Crime and Justice, 157, 158 (Kathleen Daly y Lisa
Maher comp., 1998).

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64 ANGELA P. HARRIS

Finalmente, los varones pueden participar en grupos de “crímenes de


odio” y otros ataques violentos espontáneos como formas de performar su
género. En una encuesta hecha a varones homosexuales y a lesbianas víc-
timas de delitos motivados en prejuicios, se observó que los perpetradores
comúnmente se jactaban de su presunta hiperheterosexualidad cuando ata-
caban a varones, y se burlaban del feminismo y de las mujeres, en general,
al atacar a mujeres.55 Se trata, entonces, de una violencia que tiene que ver
tanto con la masculinidad supuestamente segura y superior de los perpetra-
dores como con el prejuicio. Más aún, según la criminóloga Jana L. Bufkin
estas demostraciones de hipermasculinidad están conectadas con el orgullo
nacionalista: “[e]stos individuos”, señala Bufkin, “desean obviamente se-
pararse de todo lo que sea femenino y no heterosexual y se sienten héroes
estadounidenses cuando terminan su tarea”.56
Así, en una amplia variedad de situaciones, la violencia delictiva del
macho es violencia de género. El término “violencia de género” no debería
obliterar las corrientes de raza, etnia, religión y sexualidad que determinan
quién se convierte en víctima y quién en perpetrador. Pero al mismo tiempo,
en el estudio de la violencia racial y de otros tipos de delito motivados por
prejuicios, no hay que olvidar los códigos de género que hacen explicable
esta violencia, del mismo modo, al estudiar la violencia contra las mujeres
debemos situarla en el contexto de la violencia de género en su conjunto.

2. Violencia de género y aplicación de la ley

En la sección anterior me centré en la violencia de género “transgreso-


ra de la ley” ejecutada por individuos y grupos. Sin embargo, los oficiales
a cargo de hacer cumplir la ley también incurren en violencia de género, y
en tanto son actores estatales la violencia que ejercen es especialmente pre-
ocupante.
Hablando de bandas callejeras, Katz señala:

Las realidades económicas y emocionales de los guetos contemporáneos pue-


den ser terribles, pero la violencia a la que principalmente responden los
grupos de adolescentes en lucha no es la de los asaltantes, violadores, abusa-
dores de niñes, ladrones o drogadictos desesperados; es la violencia de otros
grupos de adolescentes del gueto que también están en lucha. La amenaza

55
Véase Jana L. Bufkin, “Bias Crime as Gendered Behavior”, en Soc. Just. 26, 155, 160-
61 (1999).
56
Id., 161.

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 65

violenta y la respuesta militarista existen en el mismo círculo social. De una


manera generalmente implícita y cooperativa, las élites adolescentes de la ca-
lle sostienen colectivamente relaciones antagónicas en las que cada una causa
efectivamente la existencia de la otra.57

Existe un tipo de relación antagónica similar, pero al mismo tiempo in-


terdependiente, entre algunos tipos de delincuentes varones y la policía. Las
bandas callejeras y los escuadrones de élite de la policía son enemigos acé-
rrimos, pero también están unidos en una especie de comunidad masculina.
La violencia y la masculinidad convergen en la noción sociológica de
“hipermasculinidad”: una masculinidad cuya censura de la feminidad y la
homosexualidad es especialmente intensa y en la que resultan primordiales
la fuerza física y la agresividad. El trabajo policial se ha codificado desde
sus inicios como hipermasculino, según lo expresa sucintamente el crimi-
nólogo James Messerschmidt: “el trabajo policial se define culturalmente
como actividad que solo pueden hacer «varones masculinos»”.58 La ima-
gen cultural del oficial de policía es la de un tipo de varón raro y excepcio-
nalmente valioso, resistente y violento, pero también heroico, protector y
necesario para la supervivencia misma de la sociedad. En cierto sentido,
el oficial de policía debe ser reflejo del criminal paradigmático, del matón
violento que amenaza la vida y la seguridad de les ciudadanes inocentes.
Los criminales usan la violencia al servicio del mal; los policías la usan para
vencer el mal.
La estrecha asociación entre hipermasculinidad y trabajo policial emerge
ya en las calificaciones necesarias para hacerlo, los departamentos de policía,
por ejemplo, están tradicionalmente organizados según cadenas de mando
y clasificaciones similares a las de las fuerzas armadas. La metáfora militar
se repite en la retórica de guerra que suelen usar la policía y les polítiques,
así como en el armamento en que se respaldan para “combatir” el delito.
El estrecho vínculo entre la policía y lo militar se refleja en las políticas de
contratación de oficiales: en el informe del NCWP de 1998, por ejemplo,
se consigna que 61.4% de las dependencias encuestadas dan preferencia a
candidatos que sean veteranos o tengan experiencia militar.59
Los requisitos de talla y los exámenes de ingreso que ponen el acento
en la fuerza de la mitad superior del cuerpo también dan por sentado que
el trabajo policial exige ser capaz de dominar físicamente a otros, de hecho,

57
Katz, v. supra nota 14, 128.
58
Messerschmidt, v. supra nota 12, 175.
59
NCWP, v. supra nota 17, 2.

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66 ANGELA P. HARRIS

la capacidad de maltratar corporalmente a otros, en especial a otros varo-


nes, se considera muchas veces de manera explícita una calificación para el
trabajo. Como dijo el oficial de policía de Los Ángeles, Mark Fuhrman —
quien se hizo famoso en el juicio por el asesinato de O. J. Simpson por sus
diatribas racistas grabadas, que se usaron para impugnar su credibilidad—:
“[t]ienes que ser capaz de dispararle a una persona, golpearla hasta dejarla
irreconocible... [Las mujeres] no tienen esas cualidades”.60
La hipermasculinidad caracteriza también el estilo policial que se favo-
rece en la mayoría de las dependencias. Como argumenta el NCWP:

…los organismos encargados de hacer cumplir la ley continúan promoviendo


un modelo anticuado de trabajo policial, en tanto recompensan el comporta-
miento duro, agresivo e incluso violento. Este estilo “paramilitar” de trabajo
policial tiene como resultado malas relaciones con la comunidad, cada vez
más quejas de les ciudadanes, más enfrentamientos violentos y más muertes.61

La energía para buena parte de esta hipermasculinidad proviene del


origen de clase: los policías golpeadores tienden a ser varones de clase tra-
bajadora a quienes se les niega la masculinidad de la riqueza, del poder y de
impartir órdenes. La dinámica de las masculinidades en competencia (mas-
culinidad hegemónica de la autoridad versus masculinidad física y rebelde)
aparece en el lenguaje de género que los policías usan para distinguir tipos
dentro del propio trabajo policial, Messerschmidt señala, por ejemplo, que
la policía construye a los “policías de oficina” y su trabajo (relaciones públi-
cas y administración) como femeninos, mientras que los “policías de calle”
son masculinos.62
60
Katherine Spillar y Penny Harrington, “The Verdict on Male Bias: Guilty”, L.A. Ti-
mes, 16 de mayo de 1997, disponible en WL 1997 2211349 (donde se cita a Fuhrman). Nótese
el uso que hace Fuhrman de la palabra “paquete”, término que se refiere tanto a la portación
de un arma como al bulto del sexo masculino cuando se lo ostenta.
61
NCWP, v. supra nota 17, 3.
62
Véase Messerschmidt, supra nota 12, 178. Messerschmidt cita a la investigadora Jen-
nifer Hunt: “[a] los administradores de alto rango también se los veía como «varones con
tetas escondidas», «chupa culos» y «putas» que conseguían sus puestos mediante patrocinio
político y no por su desempeño superior en las actividades de rescate y lucha contra el delito
asociadas con el «trabajo policial real»”. Id. (cita de Hunt). No debería pasarse por alto que
estas etiquetas tan generizadas representan también un resentimiento de clase: les policías
que ocupan los puestos más altos en la dirección cuentan, por lo general, con mayores ni-
veles de instrucción y tal vez estén mejor pagados que quienes prestan servicio en la calle.
Así, quienes están a cargo de la administración tienen acceso a la masculinidad hegemónica
caracterizada por la autoridad, el control y el dominio técnico; los “policías de la calle”, por
su parte, en tanto se les hace sentir inferiores y feminizados, responden presentándose a sí
mismos como hipermasculinos.

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 67

La experiencia de patrullar las calles está profundamente arraigada en


una cultura masculina de hermandad que se basa en la división entre “no-
sotros” y “ellos”. Aunque se supone que “nosotros” se refiere a los ciudada-
nos honestos y “ellos” a los transgresores de la ley, “nosotros” a menudo se
convierte simplemente en una imagen especular de “ellos”: nuestra gente
contra su gente. De hecho, en cierto modo, la policía es lo que las bandas
callejeras aspiran a ser: protectores soberanos del territorio, defensores de
inocentes y poseedores del monopolio de la violencia y la autoridad moral.
Son los mofo’s (motherfuckers: matones o hijoputas) más malos de la cuadra.
Y al igual que las bandas que se dedican a erradicar los agentes del or-
den, comparten el compromiso con los ideales masculinos, moviéndose en
el marco de una cultura del honor en la que debe mantenerse el respeto o
se producirá violencia.63
Las prácticas cotidianas de los agentes encargados de aplicar la ley re-
flejan esta lógica. Katz observa que los nombres que se dan las bandas de
clase trabajadora evocan muchas veces imágenes de soberanía, por ejemplo,
“Señores” o “Príncipes”.64 Un artículo periodístico reciente que describía
las unidades policiales diseñadas para sacar las armas de las calles indica
que también a ellas suelen darse nombres y eslóganes que evocan domina-
ción y soberanía masculinas: “[e]n Hollywood, Florida, se llaman «Saquea-
dores» [Raiders]; en Charleston, West Virginia, son los «Cuatro Jinetes», y
la Unidad Especial contra el Delito de Nueva York se jacta: «La noche es
nuestra»”.65 La ideología de la hermandad, un lazo que supera todos los
demás vínculos sociales, ayuda a dar sentido al tan debatido “muro azul de
silencio” que lleva a los oficiales del orden a cerrar filas ante cualquier tipo
de investigación exterior.

63
Véase, por ejemplo, Devlin Barrett y Murray Weiss, “Feds Still Aiming to Tear Down
Infamous «Blue Wall of Silence»”, N. Y. Post, 9 de junio de 1999, disponible en WL 1999
18389837 (informe de la investigación hecha por fiscales federales sobre el “muro azul de
silencio” relacionado con el caso de tortura de Louima); Kathleen Kenna, “Police Shatter
«Wall» of Silence”, Toronto Star, 26 de mayo de 1999, disponible en WL 1999 19357175 (“El
caso [Louima] resquebrajó el “muro azul” hasta entonces inviolable, el código universal
policial que de Toronto a Johannesburgo y Nueva York prohíbe que los oficiales se delaten
entre sí”).
64
Véase Katz, supra nota 14, 123 y 124 (“Los integrantes de las élites callejeras recurren
a cualquier elemento de la tradición histórica que evoque a una élite anterior al siglo XIX...
Lo que fascina es poseer, por nacimiento, estatus de élite por herencia natural”).
65
Ron Scherer, “Elite Cops Under Fire for Excessive Force”, Christian Sci. Monitor, 19 de
febrero de 1999, disponible en WL 1999 5377172; véase también Donna de la Cruz, “Four
N. Y. Cops who Killed Diallo are Cheered by Fellow Officers”, Rec. (Bergen County, N. J.), 1
de mayo de 1999, disponible en WL 1999 7098975.

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68 ANGELA P. HARRIS

Finalmente, la cultura hipermasculina de la policía se refleja en el trato


que muchos agentes de policía dan a las mujeres, tanto en el trabajo como
fuera de él. El NCWP informa que, a partir de 1998

…ocho de cada diez dependencias municipales de policía donde es mayor


el porcentaje de mujeres oficiales bajo juramento están sujetas a decretos de
contratación de mujeres o minorías, o lo han estado… Esto demuestra que
en el ámbito policial casi todos los logros más importantes para las mujeres
son resultado de demandas civiles iniciadas por mujeres contra las fuerzas del
orden público y por organizaciones de mujeres, con el fin de obligar a las de-
pendencias a contratar a más mujeres o a integrantes de minorías.66

Conforme ha sido reportado, el acoso sexual a mujeres en los departa-


mentos de policía está desenfrenado. Al igual que otros entornos laborales
de clase trabajadora, predominantemente de trabajadores varones, los de-
partamentos de policía a menudo son caracterizados por los elementos de
los cuales están hechas las demandas por acoso sexual en “ambiente hostil”:
pornografía, intentos de tocamientos inapropiados, bromas y burlas sexua-
les hostiles.67 El informe de la Comisión de Policía de Los Ángeles, posterior
al examen de las cintas de Mark Fuhrman, confirmó que en el Departa-
mento de Policía existía una organización clandestina llamada “Varones
contra mujeres”, y según dos críticas de la fuerza policial “el propósito de
este grupo matón y exclusivo de varones era montar una campaña de aco-
so ritual, intimidación y actividad delictiva contra mujeres oficiales con el
objetivo final de expulsarlas de la fuerza”.68 Dada la dinámica de la hiper-
masculinidad heterosexual, no sorprende que los varones percibidos como
homosexuales también sean objetivos particulares de acoso. Messerschmidt,
por ejemplo, menciona varios estudios que indican que “mantener vigilados
a los varones homosexuales puede resultar fundamental en procedimientos
y prácticas policiales de rutina”.69
El acoso sexual no es el único problema de los organismos encargados
de hacer cumplir la ley, también está la violencia doméstica. El informe del
NCWP señala que dichos organismos muestran poco o ningún compromiso
66
NCWP, v. supra nota 17, 2.
67
Véase Messerschmidt, supra nota 12, 181 (donde se cita un estudio reciente según el
cual este tipo de “acoso sexual degradante” es el que las mujeres policías sufren con mayor
frecuencia).
68
Spillar y Harrington, v. supra nota 60 (indican que el grupo se formó a mediados de
la década de 1980 como consecuencia de una disposición judicial que ordenó aumentar el
número de oficiales mujeres).
69
Messerschmidt, v. supra nota 12, 182.

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 69

con la investigación y el castigo de la violencia doméstica. De hecho, según


estudios, hasta 40% de los agentes comete abusos domésticos.70
Ahora bien, la hipermasculinidad del trabajo policial conduce a una
cultura donde la violencia siempre está a flor de piel. Además, los arrebatos
de fuerza y brutalidad excesivas en las calles suelen ser tolerados o discul-
pados por los altos mandos. Un informe reciente de Human Rights Watch
sobre brutalidad policial concluye:
...[l]a policía o los agentes públicos reciben cada informe nuevo de brutali-
dad con negaciones o explican que se trató de un acto aberrante, y los siste-
mas administrativos y penales que deberían disuadir estos abusos mediante la
asignación de responsabilidad de los agentes, en lugar de eso prácticamente
les garantizan impunidad.71

Específicamente en relación con este punto el informe dice:


Los oficiales de policía incurren en tiroteos injustificados, palizas brutales, as-
fixias fatales y tratos corporales innecesariamente rudos en ciudades de todo
Estados Unidos, mientras que sus jefes policiales, los funcionarios municipales
y el Departamento de Justicia no actúan con firmeza para detener o sancionar
tales actos, y ni siquiera registran el problema en toda su magnitud. A veces
los oficiales que habitualmente se comportan de manera brutal, en general un
pequeño porcentaje de una fuerza, son objeto de quejas repetidas, pero suelen
contar con la protección de sus compañeros oficiales y con la inacción de la
investigación policial interna. Una víctima que busca reparación enfrenta en
cada punto del proceso obstáculos que van desde la intimidación abierta a la
renuencia de fiscales locales y federales a tomar los casos de brutalidad. Los
abusos graves persisten porque la enorme cantidad de barreras obstaculizan la
rendición de cuentas y determinan que sea altamente probable que los agentes
que cometen violaciones a los derechos humanos escapen al castigo corres-
pondiente y continúen con su conducta abusiva.72

Este desinterés por controlar la brutalidad indica que la línea que se-
para la brutalidad y “las cosas como siempre se han hecho” es extremada-
70
Véase NCWP, supra nota 17, 3.
71
Human Rights Watch, Shielded from Justice: Police Brutality and Accountability in the United States
25 (1998). Para otros comentarios sobre la dificultad de instrumentar acciones legales contra
la brutalidad policial debido a la resistencia institucional, véase, en general, Alison L. Pat-
ton, “The Endless Cycle of Abuse: Why 42 U.S.C. § 1983 Is Ineffective in Deterring Police
Brutality”, Hastings L.J. 44, 753 (1993); Simposio “Police Violence: Causes and Cures”, J.L.
& Pol’y 7, 77 (1998); Gregory Howard Williams, “Controlling the Use of Non-Deadly Force:
Policy and Practice”, Harv. Blackletter J. 10, 79 (1993).
72
Human Rights Watch, v. supra nota 71, 1.

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70 ANGELA P. HARRIS

mente delgada. La brutalidad policial no ocurre al azar, sino que sigue a los
vectores de poder establecidos en la sociedad más amplia según los cuales
los blancos dominan a los no blancos y los ricos a los pobres. Muchas ve-
ces la policía, y no sin justificación, entiende que su función es proteger los
barrios “agradables” y a las personas “decentes” de quienes son percibidos
como una amenaza. En la práctica, suele significar que el poder masculino
y el poder del Estado convergen contra la “clase marginada” negra y latina.
El criminólogo Benjamin Bowling observa, en relación con la violencia
racista blanca en Inglaterra, que la noción de que los varones ejercen un
poder soberano sobre el “territorio” donde viven conduce a que se come-
tan actos de violencia racista en un clima donde está generalizada la idea
de que las minorías invaden los vecindarios y deterioran la calidad de vida de
todes. “Para los blancos del East End, East London es su hogar «natural»,
el espacio sobre el que pueden ejercer imperio territorial y en cuya defensa
actúan”.73 En esta dinámica la violencia blanca “privada” contra las perso-
nas de color se alía con los presuntos intereses del Estado soberano. Como
los soldados, los racistas blancos sienten que están protegiendo la nación de
una manera distintivamente varonil.
La imagen especular de esta violencia ocurre cuando los departamen-
tos de policía tienen una relación antagónica con las personas de color. Los
agentes de policía en los barrios urbanos populares pueden llegar a verse a
sí mismos como “encargados de hacer cumplir la ley en una comunidad de
salvajes, avanzados de la ley en la jungla”.74 En tal situación raza, género y
nación convergen. “Nosotros contra ellos” se funde en “nosotros contra los
no blancos”,75 y los policías matones, como ejecutores privados de las vio-
73
Benjamin Bowling, Violent Racism: Victimization, Policing and Social Context, 230 (1998).
Para una investigación de la agresión racista entre jóvenes como forma de “hacer masculini-
dad”, véase, en general, Jo Goodey, “Understanding Racism and Masculinity: Drawing on
Research with Boys Aged Eight to Sixteen”, Int’l J. Soc. of L. 26, 393 (1998).
74
Angela P. Harris, “Criminal Justice as Environmental Justice”, J. Gender, Race & Just. 1,
1, 17 (1997) (donde se argumenta que se racializa como clase a los delincuentes en términos
de “no blancos”). Una lectura más psicoanalítica del discurso de la justicia penal se centra
en cómo se asocia a los delincuentes con la suciedad, la inmundicia y los excrementos.
Véase, en general, Martha Grace Duncan, “In Slime and Darkness: The Metaphor of Filth
in Criminal Justice”, Tul. L. Rev. 68, 725 (1994). De acuerdo con esta retórica, la policía está
integrada por los basureros de la sociedad, encargados de descartar la inmundicia social.
Este lenguaje converge con el racismo antinegro, pues a lo largo de la historia los negros
también han sido metafóricamente asociades con la suciedad y los excrementos. Véase, en
general, Joel Kovel, White Racism: A Psychohistory (1970) (donde se brinda una descripción
psicoanalítica del racismo blanco).
75
De hecho, se ha argumentado que la participación de personal militar o policial en
organizaciones racistas es un problema que políticamente se pasa por alto. Véase Robin D.

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 71

lencias de odio, cuentan con numerosas oportunidades de probar no sólo su


patriotismo, sino también su masculinidad.76
La cultura hipermasculina del trabajo policial ayuda a explicar cómo es
posible que los policías afroamericanos sean tan brutales y abusivos como
los policías blancos con los ciudadanos afroamericanos. Igual que el trabajo
militar, el trabajo policial ofrece a los individuos la oportunidad de contar
con todos los privilegios de la masculinidad hegemónica a cambio de en-
tregarse a su trabajo y sobresalir en él. Ofrece, por lo tanto, un atractivo
poderoso para los varones afroamericanos, a quienes de otro modo se les
niega el acceso a la masculinidad hegemónica, y en tanto el trabajo policial
no enfrenta explícitamente a los blancos contra los no blancos, sino a obser-
vantes contra transgresores de la ley, ciudadanos contra “escoria”, un poli-
cía afroamericano puede experimentar la plena aceptación como hombre
sin sentir que ha traicionado a su raza.77
Ahora estamos en mejor posición para entender la lógica que está de-
trás del palo de escoba roto manchado de heces que el oficial Justin Volpe
exhibió con orgullo en la comisaría. Abner Louima representaba una ame-
naza directa para la masculinidad del oficial al que, según se creía, había
agredido; por extensión, era una amenaza para la masculinidad de los ofi-
ciales de la unidad de Volpe y para la masculinidad de la policía de Nueva
York en su conjunto. Abner Louima también era una amenaza racializada:
representaba a las personas negras y marrones que constituyen la presunta
mayoría del elemento criminal en las calles de Nueva York y el salvajismo

Barnes, “Blue by Day and White by (K)night: Regulating the Political Affiliations of Law
Enforcement and Military Personnel”, Lowa L. Rev. 81, 1079 (1996).
76
Véase Patton, supra nota 71, 756 (“La víctima típica de los excesos en el uso de la
fuerza es un joven afroestadounidense o latino, de un vecindario pobre, en general con ante-
cedentes penales. Gays y lesbianas, vagabundos, borrachos y gente que ha sido arrestada son
también blanco común de abusos”).
77
Según el defensor público James M. Doyle, que las acciones de los profesionales de la
justicia penal (que incluyen no sólo a la policía, sino también a los abogados tanto de la acu-
sación como de la defensa) estén respaldadas por el poder del Estado y la autoridad de la
ley junto con las oportunidades de “hacer masculinidad” que ofrecen estos trabajos, produce
un entorno social no muy diferente del propio al colonialismo clásico descrito por novelistas
como Joseph Conrad, Graham Greene y Rudyard Kipling. En su ensayo hace un recorrido
fenomenológico de una forma particular de masculinidad, a la que llama simplemente hom-
bre blanco, y de sus atractivos emocionales y morales. No son los menos importantes de ellos
la libertad y la excitación de representar la ley en un mundo de “salvajes”, “criminales” y
“escoria”. Véase, en general, James M. Doyle, “«It’s the Third World Down There!» The
Colonialist Vocation and American Criminal Justice”, Harv. C.R.-C.L. L. Rev. 27, 71 (1992).

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72 ANGELA P. HARRIS

descerebrado de la masculinidad negra.78 Al desafiar esta amenaza, Vol-


pe asumió una postura hipermasculina propia. Sodomizar a Louima —no
usando su pene, sino un “palo” aún más grande— le mostró a Louima
quién era el hombre más grande, quién gobernaba la noche. También le
mostró a Louima la superioridad de la masculinidad blanca, vigorizada por
un toque de salvajismo pero sin por eso perder su superioridad de dominio
y control.
He argumentado que el concepto de violencia de género ayuda a enten-
der el sentido de la brutalidad policial y los ataques como el que sufrió Ab-
ner Louima. Aunque el abuso policial suele analizarse a través de una lente
racial, lo que es correcto, también es importante ver el hilo de hipermascu-
linidad que atraviesa el racismo.79 Los actos de violencia pueden ser formas
de hacer raza tanto como de hacer género. La noción de violencia de géne-
ro, término más amplio que “violencia contra la mujer”, saca también a la
luz las poderosas corrientes de miedo, hostilidad y deseo que circulan entre
los varones. La violencia de género enfrentó al oficial Volpe contra Louima
e hizo al oficial y a su unidad partícipes de una comunidad sangrienta.

IV. Desvincular el Estado de justicia penal


de la violencia de género

He argumentado en qué medida en Estados Unidos la violencia de género


es producto de la identidad masculina contemporánea. Una consecuencia es
que la violencia de género contra mujeres y varones se ejerce a ambos lados
de la ley. Una segunda consecuencia, más sutil, es que la ubicuidad misma de
la violencia de género hace que parezca necesaria y deseable en interés del
Estado. Tanto los criminales que violan la ley como los legisladores que la
escriben y los policías que la hace cumplir, entienden la violencia como lingua
franca de los varones, y en ese lenguaje masculino la violencia debe contra-
rrestarse con más violencia por temor a que la hombría disminuya o se pier-
da. El resultado es una carrera armamentista de trato punitivo perpetuada
por el Estado de justicia penal.

78
Alfieri señala que en la condición inmigrante de Louima también había un significado
cultural de inferioridad. Véase Alfieri, supra nota 8, 1190 (la violencia racial sexualizada
contra Louima “reforzó el arsenal de violencia esgrimido por agentes estatales —el blanco
Volpe— contra víctimas extranjeras —el negro/inmigrante Louima—”).
79
En una comunicación telefónica personal, Jerome Culp me hizo la interesante suge-
rencia de que el oficial Volpe puso en acto una representación hipermasculina de sí mismo,
en parte como compensación por su apariencia racial no completamente blanca.

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 73

En la sección que sigue expongo cómo la convergencia de la violencia


de género y el poder estatal pone en peligro la autoridad moral del Estado.
El riesgo es que la aceptación social de la violencia de género —e incluso el
romance con ella— nos enceguezca a la violencia de la justicia penal, ha-
ciéndola parecer natural, normal y necesaria. Entre tanto, la inversión que
hace el Estado en la lógica de la masculinidad violenta crea el potencial para
un esquema extorsivo de protección mafiosa en cuyo marco la seguridad pa-
rece depender de dosis cada vez mayores de violencia masculinizada. Para
encontrar la salida de esta carrera armamentista debe hacerse estallar la
cultura de hipermasculinidad que impregna la justicia penal. En la sección
final consigno algunas formas en las que esta meta ya se está persiguiendo.

1. Violencia de género y Estado de justicia penal

En las democracias liberales el ejercicio de la violencia estatal, tanto en


el ámbito interno como en relación con otros países, se justifica con referen-
cia a valores de protección, seguridad y orden. Se trata, en efecto, de valores
que fuerzan la adhesión: todo el mundo quiere estar protegido y, ciertamen-
te, ni la ciudadanía política ni la felicidad social pueden lograrse sin orden y
seguridad. Sin embargo, la retórica de la protección y la seguridad provoca
la sospecha feminista de que en alguna parte se ha hecho un trato con el
patriarcado. La teórica política Wendy Brown sostiene que tal trato existe, y
es un acuerdo que tiene dos momentos:

En el primer [momento], el Estado garantiza a cada varón derechos exclu-


sivos sobre su mujer; de ahí la conocida acusación feminista de que las leyes
sobre violación y adulterio representan históricamente menos una preocu-
pación por las violaciones al carácter de persona de las mujeres que por la
propiedad de los varones sobre los cuerpos de las mujeres. En el segundo, el
Estado se compromete a no interferir en la familia de un hombre (de facto, en
la vida de una mujer) mientras él la presida (de facto, a ella).80

Cuestionar la caracterización de este arreglo como “seguridad” es co-


menzar a destapar la violencia de género perpetrada en nombre del Estado.
Así, como sugiere Charles Tilly:

Por un lado, “protección” evoca la imagen del refugio contra el peligro que
brindan un amigo poderoso, una gran póliza de seguro o un techo robusto.

80
Wendy Brown, States of Injury: Power and Freedom in Late Modernity, 189 (1995).

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74 ANGELA P. HARRIS

Por el otro, evoca la extorsión por la que un varón fuerte local obliga a los
comerciantes a pagar tributo para evitar daños —daños que el mismo hom-
bre fuerte amenaza con infligirles—... En la medida en que las amenazas
contra las cuales un gobierno protege a sus ciudadanos son imaginarias o
consecuencia de sus propias actividades, el gobierno organiza un esquema de
protección extorsivo. Dado que los propios gobiernos muchas veces simulan,
estimulan o incluso fabrican amenazas de guerra de otros países y dado que
las actividades represivas y extractivas de los gobiernos suelen constituir las
mayores amenazas actuales para el sustento de sus propios ciudadanos, mu-
chos gobiernos operan esencialmente de la misma manera extorsiva que los
mafiosos.81

No hay necesidad de adoptar aquí la postura radical según la cual el


Estado en verdad no brinda seguridad a sus ciudadanos ni protege a unos
de otros, tampoco de afirmar que el Estado de justicia penal no es más que
la fachada de la violencia de género institucionalizada. Como lo expresó V.
Spike Peterson, el punto es que “los Estados... participan en la reproduc-
ción de jerarquías y en la violencia estructural contra la cual dicen ofrecer
protección”.82 Si gran parte de la violencia del Estado de justicia penal surge
de las propias necesidades de los actores estatales de demostrar masculini-
dad más que de la necesidad de prevenir y sancionar el delito, entonces el
Estado de justicia penal es, en este sentido, un esquema de protección ex-
torsivo.
Son las inversiones que los propios integrantes de la sociedad hacen
en el romance de la hipermasculinidad lo que facilita la amalgama entre
justicia penal y violencia de género. Como indica el apetito inagotable por
libros, películas y series de televisión sobre criminales, policías y abogados
penalistas, los estadounidenses tienen fascinación por la justicia penal.83

81
Charles Tilly, “War Making and State Making as Organized Crime”, Bringing the State
Back in, 169, 170 y 171 (Peter B. Evans, Dietrich Rueschemeyer y Theda Skocpol comps.,
1985); véase también V. Spike Peterson, “Security and Sovereign States: What is at Stake
in Taking Feminism Seriously?”, Gendered States: Feminist (Re)Visions Of International Relations
Theory, 31, 50 (V. Spike Peterson comp., 1992) (donde se argumenta que repensar la “protec-
ción” es clave para gestionar la seguridad mundial).
82
Peterson, v. supra nota 81, 51 (donde señala que el esquema extorsivo de protección
funciona como una especie de problema de acción colectiva: “Los participantes, que toman
una decisión «racional» cuando «aceptan» la protección, actúan al mismo tiempo «rracio-
nalmente» al reproducir la dependencia sistémica”).
83
Para una variedad de opiniones sobre por qué y cómo se consumen representaciones
de violencia como entretenimiento, véase, en general, Sissela Bok, Mayhem: Violence as Public
Entertainment (1998); Why we Watch: The Attractions of Violent Entertainment (Jeffrey Goldstein
comp., 1998).

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 75

Además, aunque tal proposición no pueda probarse, sospecho que gran par-
te de esta fascinación proviene de nuestras fascinaciones convergentes con la
violencia, la raza y la hipermasculinidad.
El sistema de justicia penal ficcionalizado, que los medios de comuni-
cación de mayor consumo examinan sin fin, brinda un foro ideal para el
disfrute público de la violencia. Según he señalado en otra parte:

El choque imaginario entre civilización y salvajismo en las “junglas” urbanas


parece exigir violencia, dado que la violencia es lo único que entienden los
salvajes y los animales. Además, lo mucho que está en juego en tal situación
(finalmente, el orden social mismo está al borde del abismo) parece requerir
medidas extremas. De esta manera, la equiparación de los delincuentes a sal-
vajes e infrahumanos hace que la violencia que el Estado ejerce para proteger
el estado de derecho parezca necesaria y justificada para mantener no solo el
orden en las calles, sino también el orden de la misma sociedad, y de hecho
la civilización toda.84

La violencia dramatizada en las representaciones mediáticas del sistema


de justicia penal tal vez resulte atractiva para el gusto del público porque
dramatiza los conflictos en el marco de la masculinidad heterosexual.85 O
tal vez el disfrute público de las representaciones de violencia pueda tener
que ver con las frustraciones de vivir en un mundo en el que se exaltan la
libertad y la elección; no obstante, muchas personas se sienten de cualquier
forma menos libres.86 Aquí el argumento es que la sensación confusa de
vergüenza, humillación y resentimiento por no haber logrado lo suficiente y

84
Harris, v. supra nota 74, 17.
85
Un aficionado a las películas policiales de acción hace la interesante observación de
que en dicho género las escenas de extrema violencia entre varones son el equivalente del
come shot, el momento de la eyaculación en la pornografía. Sugiere que los espectadores
disfrutan de las representaciones de varones golpeándose entre sí porque la violencia es la
forma en que se consuman ciertas relaciones íntimas masculinas. Véase Neal King, Heroes
in Hard Times: Cop Action Movies in The U. S., 199 (1999). King no es el único crítico cultural
que distingue un elemento de masoquismo en la identidad masculina blanca; David Savran
señala que, desde la década de 1960, los varones blancos se han percibido como victimizados
de diversas maneras (a causa de los negros, de las mujeres y del gobierno) y han abrazado la
fantasía de que un hombre real es aquel que recibe y absorbe cantidades increíbles de dolor.
Véase David Savran, Taking it like a Man: White Masculinity, Masochism, and Contemporary Ame-
rican Culture, 190-195 (1998) (donde se describe el “sadomasoquismo reflexivo” y sus raíces
históricas).
86
Véase Wiliam E. Connolly, The Ethos of Pluralization, 41-74 (1995) (donde se explora el
deseo de castigar de la sociedad).

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76 ANGELA P. HARRIS

por ser consideradas continuamente “responsables” de las propias circuns-


tancias puede resultar en rabia y deseo de ver pagar a alguien.
Finalmente, otra especulación sobre la popularidad de que goza la vio-
lencia de género cuando son policías ficticios quienes la ejercen, es que las
representaciones frecuentes de oficiales de la ley blancos, cansados y en-
durecidos bajo asedio, pero heroicos, ofrecen un vehículo importante para
la contemplación de la masculinidad blanca en una época en que los va-
rones blancos se sienten una especie en peligro de extinción que “pierde
terreno”.87
Pero independientemente de sus fuentes, el interés público por las re-
presentaciones de violencia de género en el sistema de justicia penal tiene
como efecto la idea de que para mantener la ley y el orden se necesita cierta
cantidad de violencia de género. Y, en efecto, la violencia tal vez sea nece-
saria para que la sociedad exista. Sin embargo, la cantidad y tipo de vio-
lencia necesarias para hacer cumplir la ley, y la cantidad y tipo de violencia
necesarias para mantener la masculinidad heteropatriarcal, pueden no ser
idénticas. El gusto del público por la violencia de género de macho confir-
ma la visión de Fuhrman del agente de policía como alguien que necesita
“golpear personas” y que refuerza el gusto de ciudadanos y políticos por
un aumento de la punición en el tratamiento de los delincuentes. Pero no
debemos confundir la violencia necesaria del Estado de justicia penal con la
violencia exigida de un cierto tipo de hombre.

87
Véase por ejemplo, King, supra nota 85, 200 y 201. Esta fascinación con la hipermas-
culinidad blanca no significa necesariamente una celebración acrítica del tipo duro blanco.
El teórico cultural Fred Pfeil argumenta que en las “películas de amigos” entre un blanco y
un negro un patrón frecuente es que el miembro blanco confiera al negro una nueva virilidad
y que el negro cure la enfermedad espiritual del blanco. En este escenario los tipos duros
blancos necesitan el toque curativo de la otredad racial para estar completos. Véase Fred
Pfeil, White Guys: Studies in Postmodern Domination & Difference, 13 (1995). King señala que a los
policías blancos de las películas se les obliga con frecuencia a repudiar el racismo y, ocasio-
nalmente, también el sexismo como un requisito de su viaje hacia su destino de completitud.
Véase King, supra nota 85, 115 (“En sus comunidades, los policías blancos llegan a pararse
derechos —si no a sobresalir— cuando repudian la supremacía y la explotación sobre las que
descansa la mayoría de sus privilegios, mientras aceptan el apoyo de otros a su lado”.) King
señala también que a los policías de las películas se les hace sufrir por su hipermasculinidad
y su individualismo cínico: “…la dicha doméstica que encuentra la mayoría de los héroes
llega esporádicamente y hacia el final de las películas... Los problemas de los héroes con la
armonía doméstica provienen de tres desafortunadas características de las personalidades y
vidas laborales de los agentes: descuidan a sus familias, atraen el peligro al provocar a los
criminales y gastan la personalidad hostil de los varones que son hábiles en nada menos que
en asesinar”. Id., 20.

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 77

2. Separar la violencia del Estado de la violencia de género

He expuesto en qué medida la convergencia de lucha contra la delin-


cuencia y la violencia de género es un obstáculo para el proyecto de protec-
ción ciudadana contra la delincuencia y el desorden. Desde la perspectiva
de la teoría de la masculinidad, el punto de partida para encontrar una so-
lución es el supuesto fundamental de la teoría del género: la mayor parte de
lo que es importante en términos de masculinidad y feminidad no es innato,
sino generado por instituciones y convenciones sociales. Si las performances de
género masculino adoptan de manera constante ciertas formas destructivas
no es porque los varones sean inherentemente malos, sino porque las con-
venciones sociales tienen vida independiente. La pregunta no es, entonces,
cómo alterar la naturaleza de los varones, sino qué se puede hacer para al-
terar las conexiones entre masculinidad y violencia.

A. Repensar la justicia penal en la teoría

En el último tiempo, académiques y funcionaries públiques preocu-


pades por la justicia penal han empezado a defender la necesidad de usar
normas sociales, así como reglas legales en el proyecto de influir en las
conductas.88 La sugerencia de que la violencia es, a menudo, una forma

88
El interés reciente por las normas y el comportamiento delictivo aparece tanto en
entornos académicos como no académicos. Diverses estudioses del derecho, algunes con
interés particular en la justicia penal, han instado a les funcionaries polítiques a considerar
las normas jurídicas como parte, y tal vez no la más importante, de los sistemas de control
social. Véase en general, por ejemplo, Jack Balkin, Cultural Software: A Theory of Ideology
(1998) (donde se argumenta que la información cultural moldea el comportamiento in-
dividual); Robert C. Ellickson, Order without Law: How Neighbors Settle Disputes (1991) (que
examina cómo resuelven las personas disputas de manera cooperativa); Dan M. Kahan,
“Social Influence, Social Meaning, and Deterrence”, Va. L Rev. 83, 349 (1997) (donde se
explora el papel que juega la influencia social en las decisiones individuales de cometer
delitos y el papel que la regulación de los significados sociales tiene en la determinación de
la dirección de la influencia social); Larry Lessig, “Social Meaning and Social Norms”, U.
Pa. L. Rev. 144, 2181 (1996) (explora las normas sociales, la economía y la elección racional
como forma de entender la conducta); Tracey L. Meares, “Social Organization and Drug
Law Enforcement”, Am. Crim. L. Rev. 35, 191 (1998) (donde se argumenta que con fines de
mejorar la organización social, la aplicación de la ley debe existir en términos parejos a los
de los programas sociales); Tracey L. Meares y Dan M. Kahan, “Law and (Norms of) Order
in the Inner City”, L. & Soc’y Rev. 32, 805 (1998) (trabajos con encuestas que buscan enri-
quecer el análisis de la política penal con la incorporación de normas sociales). Además, el
trabajo sociológico sobre el papel que los signos de desorden social, aparentemente triviales,

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78 ANGELA P. HARRIS

de performance de género es al mismo tiempo una buena y mala noticia para


estas iniciativas que apuntan a las normas sociales. La buena noticia es
que, como sugiere la teoría de la norma, el negocio costoso —e ineficiente
hasta la decepción— de controlar el delito sólo con más policía, más leyes,
más castigos y más prisiones puede no ser la única posibilidad de lograr
la seguridad. En cambio, modificar y fortalecer normas no legales puede
impedir que se cometan algunos delitos y ayudar a remediar adecuada-
mente otros.
La mala noticia es que, tal como han notado les construccionistas so-
ciales, no porque algo sea convencional en lugar de innato será necesaria-
mente más fácil de cambiar. Si el comportamiento violento suele encontrar
sus raíces en las convenciones de la performance de género masculina, hacer
mella significativa en el problema de la violencia podría implicar, en Estados
Unidos, no sólo modificar normas sobre posesión de armas o delitos, sino
también alterar las reglas del género en sí —que como testificarán las femi-
nistas, no es exactamente una tarea fácil—.
Como sea, la locura de nuestro actual sistema de justicia penal no ha
llegado a bloquear toda ambición de pensamiento. Por ejemplo, hay un pro-
yecto para modernizar dicho sistema que estipula el reemplazo de la justicia
punitiva por la restaurativa. John Braithwaite, el autor de Crime, Shame, and
Reintegration,89 define la justicia restaurativa como

…un proceso consistente en reunir a las personas afectadas por un hecho


delictivo y hacer que lleguen a un acuerdo acerca de cómo reparar el daño
causado por el crimen. El propósito es restaurar a las víctimas, restaurar a los
delincuentes y restaurar las comunidades de una manera que todas las partes
interesadas consideren justa… “El delito duele; la justicia sana”: Esto captura

como ventanas rotas y graffitis, tienen en el fomento del delito en áreas urbanas ha contribui-
do a inspirar un movimiento de trabajo policial que a veces se denomina “vigilancia para
el mantenimiento del orden”. Esta estrategia, tal como se la adoptó en la ciudad de Nueva
York, se sostiene en la idea de que aplicar agresivamente leyes de “calidad de vida” —como
las que prohíben saltar molinetes de metro, orinar en la calle, los graffitis y el vandalismo o
el vagabundeo— evitará que ocurran delitos más graves porque restaura la confianza de
quienes sí respetan la ley en los entornos urbanos e inhiben a posibles infractores. Véase, en
general, George Kelling y Catherine M. Coles, Fixing Broken Windows: Restoring Order and Re-
ducing Crime in our Communities (1996). Pero véase también Bernard E. Harcourt, “Reflecting
on the Subject: A Critique of the Social Influence Conception of Deterrence, the Broken
Windows Theory, and Order-Maintenance Policing New York Style”, Mich. L. Rev. 97, 291
(1998) (donde se concluye que, desde una perspectiva de conjunto, los datos no respaldan la
“hipótesis de las ventanas rotas”).
89
John Braithwaite, Crime, Shame, And Reintegration (1989).

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 79

la esencia del cambio de paradigma. Implica rechazar una justicia que equili-
bra el daño del delito con un castigo proporcionalmente dañino.90

Prestar atención a la dinámica de la violencia de género puede ayudar a


impulsar los proyectos de justicia restaurativa. Quienes los impulsan deben
pensar en cómo sus iniciativas pueden terminar en el entramado social más
amplio de género, sexualidad, raza y poder de clase.91 El proyecto de “sa-
nar” y “unificar” puede resultar ineficaz si no hace frente a las estructuras
de poder muy reales a las que a veces la violencia de género es respuesta. Al
mismo tiempo, reconocer lo mucho de violencia delictiva que hay en la per-
formance de género puede ayudar a quienes impulsan la justicia restaurativa
a sanar a las comunidades a las que sirven. Como mínimo, hoy existen las
condiciones para una conversación fructífera entre quienes recientemente
defienden la teoría normativa, y les teóriques crítiques que se han dedicado
durante algún tiempo al proyecto de cambiar relaciones de poder profunda-
mente arraigadas según género, raza, clase y sexualidad.92

B. Repensar la justicia penal en la práctica

La identificación de la violencia de género como problema endémico


del trabajo policial invita a pensar que para poner fin a la brutalidad policial
generalizada no basta con mayores castigos para los oficiales “malvados”
90
John Braithwaite, “A Future where Punishment is Marginalized: Realistic or Utopi-
an?”, UCLA L. Rev. 46, 1727, 1743 (1999).
91
En relación con la afirmación de que les defensorxs de la mediación entre víctima e
infractor —proyecto a menudo asociado con la justicia restaurativa—, todavía no han pen-
sado a profundidad sobre el poder racial. Véase, en general, Richard Delgado, “Goodbye
to Hammurabi: Analyzing the Atavistic Appeal of Restorative Justice”, Stan. L. Rev. 52, 751
(2000).
92
Ejemplo de una iniciativa de base para situar los principios de la justicia restaurativa
en el contexto más amplio de la resistencia a las injusticias raciales y de clase es el “Enfoque
no tradicional de la justicia penal y social”, desarrollado por la Prisoners’ Alliance with Com-
munity (PAC). Integran la PAC reclusos y personas en libertad condicional de las prisiones
del estado de Nueva York que participan en grupos de estudio y lectura crítica, así como en
iniciativas de empoderamiento comunitario. El informe de la PAC de 1997 sostiene, entre
otras cosas, que una perspectiva que se restrinja a la “rehabilitación” de delincuentes negros
y latinos ignora los factores políticos, económicos y culturales que contribuyeron a generar el
delito en el entorno social de los delincuentes. Por lo tanto, según el enfoque de la PAC, los
reclusos deben recibir instrucción sobre condiciones socioeconómicas criminógenas y par-
ticipar en actividades de servicio comunitario destinadas a hacer frente a esas condiciones.
Véase Prisoners’ Alliance with Community, The Non-Traditional Approach to Criminal & Social Justice,
25-26 (1997) (manuscrito no publicado, en posesión de la autora).

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80 ANGELA P. HARRIS

o mayor compromiso con la vaga idea de “trabajo policial comunitario”,


sino que, más bien, hay que poner en crisis a toda la cultura generizada del
trabajo policial. Ofrece un ejemplo del tipo de cambios prácticos profundos
que requiere una intervención de ese tipo un programa de trabajo policial
comunitario implementado en New Haven, Connecticut.
Nicholas Pastore se desempeñó como jefe del Departamento de Policía
de New Haven de 1990 a 1997. Su labor se describió de la siguiente manera:

Para Pastore, la transición al trabajo policial comunitario implicó reconocer


la creciente complejidad del papel del oficial. Ya no era suficiente ser grando-
te, fuerte, macho y duro. En lugar de eso, para hacer el trabajo sería necesario
ahora leer, escribir, hablar, escuchar, resolver problemas, preocuparse por las
personas, participar en la comunidad, ser “amable” y tratar con respeto tanto
a los delincuentes como a los funcionarios electos, y por lo tanto era eso lo que
debía enseñarse en la escuela de policía.93

K. D. Codish, contratada en 1992 como directora de capacitación y


educación en la Escuela de Policía de New Haven, aportó sus valores fe-
ministas al trabajo de colaboración con Pastore. Con el fin de “desmilita-
rizar” la escuela, Codish y Pastore adoptaron el modelo institucional de
una universidad, reemplazaron la calistenia disciplinaria con tareas de in-
vestigación y escritura, eliminaron el requisito de entrenamiento físico y
convirtieron a los candidatos a “cadetes” o “reclutas” en “estudiantes”. Co-
dish incluso reemplazó en los materiales de la escuela de policía el lenguaje
militarista y sexista con un lenguaje neutral en términos de género: “fuerza
policial” se convirtió en “departamento de policía”, “varones” en “oficia-
les”, “dotación” [manning] se convirtió en “personal”, y así sucesivamente.94
La sustancia del plan de estudios también cambió. Según informa Codish:

Con el sargento Proto añadimos a los requisitos estatales de capacitación para


policías en servicio en “relaciones humanas” un curso del Yale Child Study
Community Policing Program, que enseña a nuestros oficiales a identificar y
derivar a jóvenes testigos de violencia a un equipo interdisciplinario especial-
mente capacitado para la intervención en crisis. Con profesores de la Facultad
de Medicina de Yale, desarrollamos un programa de capacitación para poli-
cías en servicio sobre “poblaciones especiales”, explorando las interacciones y
referencias de la policía en relación con ciudadanes con trastornos de memo-

93
K. D. Codish, “The New Haven Police Academy: Putting one Sacred Cow out to Pas-
ture or, Policing others the Way you would have others Police you”, 1 (1996) (folleto inédito,
en posesión de la autora).
94
Véase id., 2 y 3.

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GÉNERO, VIOLENCIA, RAZA Y JUSTICIA PENAL 81

ria y convulsiones. Agregamos clases para policías en servicio sobre resolución


de problemas y toma de decisiones, diversidad, VIH/SIDA y la Ley sobre
Estadounidenses con Discapacidades. Reemplazamos la maza, la cachiporra
y la porra por spray de gas pimienta OC, menos agresivo, y por el bastón de
defensa PR-24, y también agregamos capacitación en Manejo no violento del
Comportamiento Agresivo.95

Finalmente, Codish intentó modificar el medio social a través del cual se


seleccionaban los agentes de policía. Bajo su dirección, la escuela de policía
emprendió un programa especial para reclutar mujeres, personas de color
e integrantes de minorías sexuales.96 Codish y Pastore también intentaron
quebrar la mentalidad tradicional del “nosotros contra ellos”: el nuevo lema
de reclutamiento pasó a ser “Vigila a los Demás como te Harías Vigilar por
Otros”.97
No está claro si estos esfuerzos por “feminizar” la policía de New Ha-
ven tendrán efecto duradero. Pastore dejó su puesto envuelto en una nube
de escándalo en 1997 y, según los informes, el nuevo jefe de policía tiene
una mentalidad mucho más tradicional.98 Pero la iniciativa de New Haven
indica que la cultura del trabajo policial masculinista no es inexpugnable
y propone algunas formas prácticas de intervenirla. Al igual que la teoría y
la práctica de la justicia restaurativa, la iniciativa de New Haven señala el
camino para desenredar el Estado de justicia penal de las prácticas de vio-
lencia de género.

V. Conclusión

El 7 de octubre de 1998 Matthew Shepard, estudiante de la Universidad de


Wyoming de veintiún años, fue encontrado al borde de la muerte. Le habían
atado las manos a la espalda, estaba amarrado a un poste a unos 15 cm del
suelo, tenía la cabeza apoyada en el palo de una cerca y heridas muy graves
en el rostro y la cabeza producto de dieciocho golpes dados con un Smith &
Wesson magnum .357 de 1.3 kg.99 El mundo no tardó en saber que Matthew
Shepard era “puto” y que sus asesinos eran dos varones heterosexuales. Su
95
Id., 4.
96
Véase id., 4-5.
97
Véase id.
98
Véase Paul Bass, “Community Policing, Part II”, New Haven Advoc., 20 de febrero de
1997, 5.
99
Véase Jo Ann Wypijewski, “A Boy’s Life: For Matthew Shepard’s Killers, what does It
Take to Pass as a Man?,” Harper’s Mag, septiembre de 1999, 61 y 62.

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82 ANGELA P. HARRIS

horrible muerte fue un golpe muy fuerte para les activistas gays y lesbianas
de todo el mundo. Sin embargo, al investigar el asesinato la periodista Jo Ann
Wypijewski concluyó: “[e]s posible que Matthew Shepard no haya muerto
por ser gay, sino porque sus atacantes eran heterosexuales”.100 El punto de
vista de Wypijewski sobre el asesinato es que puede haberse tratado, en me-
nor intensidad, de un crimen de odio en sentido convencional de animosidad
contra un grupo o “estilo de vida” despreciado, y más de las “heridas del
terror y la humillación” que acosan a los jóvenes de clase trabajadora en los
pequeños pueblos de Estados Unidos. Informa haber tenido la siguiente con-
versación con un joven heterosexual de la ciudad de Laramie, conversación
con la que concluye su artículo:

—Si un chico en un bar te hiciera algún tipo de propuesta, ¿qué harías?


—Depende de quién esté alrededor. Si estoy con una chica, me preocu-
paría por lo que ella pudiera pensar, porque, como dije, todo lo que hace un
hombre está de alguna manera conectado con una mujer, quiera admitirlo o
no. ¿Parezco puto? ¿Se lo va a contar a otras chicas? Si mis amigos estuvieran
cerca y se rieran y esas mierdas, podría tener que amenazarlo. Si estoy solo y
él solo quiere comprarme una cerveza, entonces está bien, soy heterosexual,
tú eres puto, escucha, puedes comprarme una cerveza.101

Elaine Scarry escribe que “el dolor físico no tiene voz, pero cuando por
fin encuentra una voz, cuenta una historia”.102 La historia que cuenta la vio-
lencia de género habla del dolor de la identidad masculina. La conversación
de Wypijewski sugiere que es posible otra historia, una que pueda contarse
sin violencia. Nuestra tarea como ciudadanes es encontrar esa voz para el
Estado, así como para los varones que sólo quieren tomar una cerveza tran-
quilos.

100
Id., 62.
101
Id., 74.
102
Scarry, v. supra nota 13, 3.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES

Ann McGinley*

Sumario: I. Introducción: policías, razas y géneros. II. Los entendimientos


empíricos del comportamiento de la policía. III. Estudios de masculinidades
y teoría crítica de la raza: hegemonía, privilegio y subordinación. IV. Mas-
culinidad y tiroteos de la policía: la agenda del cambio. V. Conclusiones:
reestructurar las masculinidades y reducir las muertes.

I. Introducción: policías, razas y géneros

En 2014 y 2015 los medios de noticias inundaron a la sociedad estadouni-


dense con informes sobre las brutales muertes de varones negros a manos
de la policía en las principales ciudades de Estados Unidos.1 Estas historias
conmocionaron a los estadounidenses blancos promedio. Hasta hacía poco,
los medios sólo habían cubierto esporádicamente los abusos policiales contra
los ciudadanos negros, en consecuencia, parecía ser que las muertes represen-
taban una escalada reciente en la brutalidad de la policía. Los reportes de los
medios de comunicación podían estar reflejando un incremento significativo
en las muertes ocasionadas por la policía, o una creciente atención a un viejo
problema, o bien, ambas cuestiones, pero los departamentos de policía no
suelen llevar datos sobre las muertes que ocasionan a los civiles.2 Lo que sí
*
Agradezco a los editores de Howard Law Journal por el trabajo realizado sobre este
texto. Asimismo, agradezco a David McClure, profesor asociado y jefe de investigación y
servicios curriculares de la biblioteca Wiener-Rogers de la UNLV. También agradezco a los
estudiantes que trabajaron con él para encontrar materiales de investigación para este texto
y al director Dan Hamilton, quien me brindó su apoyo para el mismo. Doy las gracias a mis
colegas, en especial a Jeff Stempel y Nettie Man, por las conversaciones sobre policía y mas-
culinidad y por sus revisiones y comentarios. Por último, agradezco a Frank Rudy Cooper y
Nancy Dowd, quienes leyeron un borrador del artículo y me brindaron invaluables reflexio-
nes sobre mis ideas de masculinidad, raza y trabajo de la policía.
1
V. más adelante notas 40-49; 71-80; 271-284; 290-300; 313-326 y texto que las acom-
paña.
2
Dara Lind, The FBI is Trying to Get Better Data on Police Killings. Here’s What we Know Now,
Vox (10 de abril de 2015, 10:31 AM), http://www.vox.com/2014/8f21/6051043/how-many-
people-killed-potice-statistics-homicide-official-black.

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84 ANN MCGINLEY

muestran los datos existentes, no obstante, es que, por lo menos durante un


periodo de cinco meses en 2015, hubo una tasa desproporcionadamente alta
de asesinatos policiales de varones negros que no portaban armas. Como
respuesta a los tiroteos del año pasado, The Guardian realizó un estudio en el
que se encontró que, en los primeros cinco meses de 2015, la policía de Es-
tados Unidos mató a 464 personas.3 De esas 464 personas, 102 no portaban
armas;4 29% de los muertos eran negros; 14% eran hispanos o latinos, y 50%
eran blancos.5 Si bien los negros representan tan sólo el 13% de la población
del país, fueron asesinados en una tasa desproporcionada del 29%.6 Más re-
velador, incluso, es que los negros sin armas fueron asesinados en un número
que duplica al de varones blancos inermes (32% contra 15%),7 mientras que
el 25% de los latinos muertos estaban desarmados.8 Además, 95% de todos
los muertos eran varones.9
Muchos miembros de la comunidad negra creen que existe una rela-
ción entre la presencia policial desproporcionada en las comunidades ne-
gras, el encarcelamiento de ciudadanos negros y las muertes de varones ne-
gros desarmados por parte de la policía. Las comunidades negras afirman
que los departamentos de policía las han perseguido durante décadas.10
Debido a la infame “guerra contra las drogas” instituida por el gobierno
de Reagan,11 y a la estrategia de “ventanas rotas” utilizada por la policía,12

3
Jon Swaine, Oliver Laughland y Jamiles Lartey, “Black Americans Killed by Police
Twice as Likely to be Unarmed as White People”, The Guardian (1 de junio de, 2015, 8:38
AM), http://www.theguardian.com/us-news/2015/jun/01/black-americans-killed-by-police-analysis.
4
Id.
5
Id.
6
Id.
7
Id.
8
Id.
9
Id.
10
Nikole Hannah-Jones, “Yes, Black America Fears the Police. Here’s Why”, ProPublica
(4 de marzo de, 2015, 9:14 PM), https://www.propublica.org/article/yes-black-america-fears-the-
police- heres-why.
11
Andrew Glass, Reagan Declares “War on Drugs”, October 14, 1982, Político (14 de octubre
de 2010, 4:44 AM), http://www.politico.com/news/stories/1010/43552.html (donde se explica
cómo fue el presidente Nixon quien usó por primera vez la frase “guerra contra las drogas”
en 1971, pero fue Reagan quien la relanzó en 1982 para usarla en el combate contra el nar-
cotráfico).
12
Esta teoría proviene de un artículo publicado en The Atlantic, que afirma que el pro-
blema que no se enfrenta conduce a actividades delictivas más serias en el área. V. George
L. Kelling y James O. Wilson, Broken Windows: The Police and Neighborhood Safety, Arnarrric,
Mar. 1982. Como resultado de la teoría de los vidrios rotos varios departamentos de policía
instauraron prácticas policiales que se concentran en crímenes menores, como graffitear a me-

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 85

los encargados de hacer cumplir la ley concentran sus esfuerzos en comu-


nidades predominantemente populares y de minorías urbanas.13 Como re-
sultado los jóvenes varones negros van a la cárcel en tasas mucho más altas
que su contraparte blanca.14 Michelle Alexander ha llamado al continuo
crecimiento de encarcelamiento de varones negros “el nuevo Jim Crow”,15
y ha comparado el encarcelamiento de varones negros y las consecuencias
de tener antecedentes penales con las leyes del sur de Estados Unidos, que
ordenaban la segregación racial entre ciudadanos blancos y negros después
de la Guerra Civil.16
Los barrios estadounidenses todavía se encuentran altamente segre-
gados, y en los barrios poblados por negros y otras minorías la presencia
policial supera por mucho a la que hay en comunidades blancas.17 Si bien
los oficiales de la policía pretenden justificar su foco en las comunidades
negras en virtud de la alta tasa de arrestos respecto de la que se da en los
barrios predominantemente blancos, este razonamiento pareciera ser cir-
cular, por ejemplo, si la policía se concentrara en los campus universitarios
donde predominan estudiantes blancos, probablemente las tasas de arresto

rodeo. V. Ben Harcourt, Illusion or Order, The False Promise of Broken Windows Policing 2 (2001).
Ha habido críticas significativas a la teoría de los vidrios rotos y a las estrategias de control
que resultaron de ella. V. p. ej, id. 6-8 (donde se concluye que la teoría de los vidrios rotos y
el uso de la policía para mantener el orden conducen a encarcelamientos innecesarios); véase
asimismo Bernard E. Harcourt y Jens Ludwig, “Reefer Madness: Broken Windows Policing
and Misdemeanor Marijuana Arrests in New York City, 1989-2000”, 6 Criminology & Pub.
Policy 165, 171 (donde se llega a la conclusión de que los arrestos por posesión de marihuana
en Nueva York incrementaron el crimen en vez de reducirlo).
13
Loïc Wacquant, “Racial Stigma in the Staking of America’s Punitive State, in Race”,
Incarceration, and American Values, 57, 59, 63 (Glenn C. Loury, ed., 2008) (donde se argu-
menta a favor del uso del término hiperencarcelamiento en vez de encarcelamiento en masa,
haciendo notar que la geografía es importante para el hiperencarcelamiento); Frank Rudy
Cooper, Hyper-Incarceration as a Multidimensional Attack: Replying to Angela Harris through the Wire,
37 WASH. U.J.L. & Por’v 67, 70-71 (2011) (donde se hace notar que el hiperencarcelamiento
se dirige según el género y el lugar de origen, así como según la raza).
14
Criminal Justice Fact Sheet, NAACP, http:llwww.naacp.org/pages/criminal-justice-fact-sheet (vis-
to por última vez el 6 de julio de 2015) (donde se afirma que los afroestadounidenses van a
prisión en una tasa 6 veces mayor que los estadounidenses blancos, y que los afroestadouni-
denses representan casi un millón de las 2.3 millones de personas que están en la cárcel).
15
Michelle Alexander, The New Jim Crow and Mass Incarceration (2010).
16
Nadra Kareem Nittle, Definition of Jim Crow, ABOUT, http://racerelations.about.com/od/
historyofracereIations/g/jimcrow.htm (visto por última vez el 6 de julio de 2015) (donde se afirma
que las leyes segregacionistas de finales del siglo XIX también segregaron a negros y blancos
en restaurantes, baños y fuentes públicas; la frase Jim Crow proviene de una canción llamada
“Jump Jim Crow”, que cantaba un juglar blanco pintado de negro).
17
V. Alexander, supra nota 15, pp. 124-126.

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86 ANN MCGINLEY

por drogas ilegales serían semejantes, o incluso más altas, que las de los
barrios negros.18
No cabe duda de que la raza y la clase desempeñan un papel clave en el
trabajo que la policía realiza en barrios urbanos negros de sectores popula-
res, pero, la relación entre la policía y sus víctimas no sólo es sobre la raza,
la clase y las comunidades, también se trata del género. Los varones negros,
en especial quienes viven en barrios populares, son víctimas comunes de
cateos, arrestos y muerte por parte de la policía.19 Casi siempre el personal
de la policía que mata varones negros inermes en la calle está constituido
por varones de raza blanca. Los despliegues de masculinidad por parte de
la policía y de sus víctimas contribuyen a este patrón.20
Este artículo utiliza la teoría de las masculinidades multidimensionales
para analizar la intersección entre raza, género y clase, que es donde ocurre
este problema. Para ello evalúa el papel crucial del género para la forma-
ción, educación, adiestramiento y comportamiento laboral de los oficiales
de policía.21 Asimismo, explica que la manera en la que algunos varones
negros ponen en acto su masculinidad puede conducir a un pensamiento
estereotípico por parte de la policía, según el cual la mayoría de los varo-
nes negros son criminales peligrosos. Una vez que la policía adopta estos
estereotipos, sea que lo haga de forma consciente o no, ellos conducen a
18
Estoy en deuda con Frank Rudy Cooper por esta idea que se le ocurrió mientras dá-
bamos una charla en Seattle University Law School. Las investigaciones demuestran que los
negros no usan drogas ilegales desproporcionalmente. V. id. p. 99.
19
“Detener y catear” es la frase para denotar la estrategia policial de detener gente en
la calle. La práctica se aplica cuando la policía no tiene razones para arrestar a alguien pero
puede tener la sospecha razonable de que una persona participa en actividades criminales.
Si se cumple este requisito es legal detener y revisar a alguien en términos de la Cuarta En-
mienda de la Constitución de Estados Unidos, que prohíbe el arresto arbitrario. En Terry v.
Ohio, 392 U.S. 1 (1968), la Suprema Corte de Estados Unidos determinó que dicha práctica
es legal solamente cuando hay causa probable. Muchos piensan que esta decisión abrió las
puertas para hacer revisiones a jóvenes negros.
20
Al describir a los varones inermes que son muertos por la policía como “víctimas” no
pretendo tomar la posición de que los policías involucrados en dichas muertes no tuvieran
necesariamente una defensa. Podría ser que al menos en algunos casos los miedos de los poli-
cías fueran “razonables”, cuando son vistos desde el punto de vista de la policía. No obstante,
los varones de minorías que no portan armas asesinados por la policía son víctimas porque
pierden sus vidas donde la policía responsable por las muertes puede o no ser procesada.
21
El artículo trata sobre las masculinidades representadas por oficiales de policía en el
uso excesivo de la fuerza en contra de sospechosos de la comunidad. Claro está que las ofi-
ciales de policía mujeres también pueden hacer uso excesivo de la fuerza, pero hay relativa-
mente pocas mujeres en la policía, en especial en comunidades pequeñas de Estados Unidos.
Las muertes específicas de los ejemplos del artículo fueron causadas, o bien exclusivamente
por oficiales varones, o por un grupo donde predominaban los varones.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 87

la violencia por parte de la policía, en especial cuando trabaja en barrios


negros populares. En la peor de las situaciones los encuentros entre policías
y ciudadanos varones negros se vuelven mortales.22 El artículo concluye di-
ciendo que la comprensión de los estudios de masculinidades puede ayudar
a realizar importantes cambios en las políticas para recabar pruebas, hacer
investigaciones, educar y entrenar a los policías. Dicha comprensión, en
combinación con los cambios en las políticas, puede ayudar a prevenir en el
futuro la violencia que la policía perpetra sobre víctimas inocentes.23
Para fines del presente artículo, masculinidades significa 1) una estruc-
tura social que empodera a la masculinidad por encima de la femineidad y
a los varones sobre las mujeres; 2) una serie de comportamientos conside-
rados como “masculinos” por la sociedad o grupos de la sociedad, y 3) la
actualización real de conductas masculinas. Este artículo aplica las masculi-
nidades multidimensionales, por lo cual considera la raza, el sexo, la clase y
otras características de la identidad junto con el género, prestando cuidado-
sa atención al contexto de cada situación en particular;24 a su vez, identifica
las prácticas policiales de los varones con el género masculino analizando
cómo los departamentos de policía y los oficiales de policía individuales res-
ponden a los conceptos sociales de masculinidad conforme se intersectan
con la raza y la clase.
El artículo también discute cómo los varones de poblaciones minorita-
rias performatean la masculinidad en público, y explora cómo es que dichas
representaciones interactúan con “el hacer” de las masculinidades de los
policías, a veces con resultados fatales. En esencia, hay un choque de mas-
culinidades entre la policía y la población masculina de minorías étnicas,
lo que crea una danza que con frecuencia acaba en tragedia. Sin embargo, a
menudo las víctimas a quienes da muerte la policía no despliegan una performatividad
hipermasculina, lo que sucede es que, debido a los estereotipos de amenazadores y peligro-

22
No culpo a las víctimas, pero demuestro cómo una compleja mezcla de masculinidades
entre la policía y el barrio puede conducir a una tragedia. Es importante comprender que
la hipermasculinidad actualizada por varones negros de barrios populares es una respuesta
ante su subordinación social y ante la manera en que la sociedad menoscaba la masculinidad
de los varones negros de sectores populares.
23
Hay policías que matan varones negros inermes y son intencionadamente racistas y
clasistas. Sin embargo, a falta de mensajes claros sobre lo que significa ser varón, y dada la
importancia de la masculinidad para el trabajo policial, muchos oficiales de policía varones
podrían llegar a buscar soluciones para los conflictos que no condujeran a la muerte de va-
rones inermes de minorías.
24
V. Ann McGinley y Frank Runv Cooper, Masculinities, “Multidimensionality, and the
Law: Why they Need one Another”, Masculinities and the Law: A Multidimensional Approach 6-7
(Frank Rudy Cooper y Ann C. McGinley, eds., 2012).

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88 ANN MCGINLEY

sos que caen sobre los varones negros, la policía tiene una mayor probabilidad de utilizar
fuerza mortífera al enfrentar a sujetos varones negros, sean estos hipermasculinos o no.
Desafortunadamente, la importancia de las representaciones de mas-
culinidad ha recibido poca o nada de atención por parte de las discusiones
públicas en torno a las muertes en las calles. Incluso las investigaciones lle-
vadas a cabo por el Grupo de Trabajo del Presidente y el Departamento de
Justicia de Cleveland, Ohio, y Ferguson, departamentos de policía de Mis-
souri, que terminaron en una serie de tiroteos en Cleveland y en el tiroteo
de Michael Brown en Ferguson, Missouri, prestaron poca o nada de aten-
ción a la relevancia que las performances masculinas tuvieron en el resultado.25
El presente artículo pretende llenar dicha ausencia.
La segunda parte describe los hallazgos empíricos sobre muertes de ci-
viles causadas por la policía, así como las investigaciones del Departamento
de Justicia en torno a los departamentos de policía de Cleveland y Ferguson.
Los datos de estudios empíricos e informes de investigación claramente re-
velan que la policía usa fuerza excesiva en los barrios de sectores populares
donde viven minorías raciales. Algunos de los datos también apoyan la pre-
sencia de un sesgo por raza, tanto consciente como implícito, por parte de
la conducta policial. Sin embargo, dichos informes ignoran la importancia
del género.
La tercera parte explica las teorías de las masculinidades, la multidi-
mensionalidad y la teoría crítica racial, así como las conexiones entre és-
tas. Después, aplica estas perspectivas teóricas para analizar cómo la teoría
multidimensional de las masculinidades puede explicar el conflicto entre la
policía y la comunidad negra, y más en particular, la persecución de varones
negros por parte de oficiales de policía (en su mayoría blancos).
La cuarta parte presenta una propuesta para hacer que la policía ten-
ga que rendir más cuentas, ahí también se describe cómo la comprensión
de las masculinidades y sus interacciones con el racismo debe ser utilizada
en la educación y en el adiestramiento a las escuelas de policía. Concluyo
diciendo que nuevos entendimientos sobre la masculinidad, combinados

25
V. U.S. Department of Justice Civil Rights Div. & U.S. Attorney’s Office for the North-
ern Dist. Of Ohio Investigation on the Cleveland Division Of Police Report (2014), http://
www.justice.gov/sites/default/files/opa/press-releases/attachments/2014/12/04/cleveland_di-vision_
of_police_findings_1etter.pdf [Hereinafter Investigation on the Cleveland Division Of Police
Report]; U.S. DEP. of Justice, Civil Rights Div., Investigation on the Ferguson Police Depart-
ment (2015), http://www.justice.gov/sites/default/files/opa/pressreleases/attachments/2015/03/04/
ferguson_police_department_report.pdf (de aquí en adelante Investigation of the Ferguson Report);
Report of the President’s Task Force on Policing (2015), http://www.cops.usdoj.gov/pdf/task-
force/taskforce_finaIreport.pdf.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 89

con una mayor investigación de los nuevos modelos de policía comunita-


ria que enfaticen la importancia de eliminar conductas hipermasculinas,
son los que deben liderar el camino. Con tesón, este tipo de programas
favorecerán un ambiente más seguro para los varones de color en Estados
Unidos, lo que conducirá al mejoramiento del control policial para todas
las personas.

II. Los entendimientos empíricos


del comportamiento de la policía

1. Estudios sobre el uso de la fuerza

El uso de la fuerza por parte de la policía no se distribuye aleatoriamente a


lo largo de la comunidad, sino que se concentra en aquellos barrios con ma-
yores tasas de población de negros y latinos.26 El uso de fuerza mortífera por
parte de la policía “es mayor en las ciudades más pobladas y en las ciudades
con tasas de homicidio más elevadas”.27 Es más probable que la policía mate
a los negros en grandes ciudades con mayores tasas de homicidio de negros
y con más familias encabezadas por madres solteras.28 Sin embargo, en ciu-
dades con alcaldes negros disminuye el porcentaje de negros asesinados por
la policía.29
Si bien la raza de aquellos que viven en cierto barrio, de hecho, predice
la tasa de muertes de civiles por parte de la policía, algunas investigaciones
que han intentado demostrar que la raza del oficial y de la víctima afecta la
decisión individual de los oficiales de policía de disparar o no disparar han
mostrado resultados mixtos.30 Estos estudios utilizan simulaciones de com-
putadora en las que los sujetos del estudio desempeñan el papel de policías.
A estos sujetos se les dice que si el sospechoso tiene un arma deben apretar

26
Kim M. Lersch et al., “Police use of Force and Neighbourhood Charatteristics: An
Examination of Structural Disadvantage, Crime and Resistance”, 18 Policing & Soc. 282,
295 (2008). El estudio no contiene la raza de los individuos en contra de quienes se aplicó la
fuerza, solamente incluye el barrio y los porcentajes de minorías y no minorías en éste. Id.
27
David Jacobs y Robert M. O’Brien, The Determinants of Deadly Force: A Structural Analysis
of Police Violence, 103 As. 5. Soc. 837, 853 (1998).
28
Id. p. 854.
29
Id.
30
William T. L. Cox et al., “Toward a Comprehensive Understanding of O fficers’ Shoot-
ing Decisions: No Simple Answers to this Complex Problem”, 36 Basic Soc. Psychol. 356, 357 y
358 (2014).

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90 ANN MCGINLEY

el gatillo usando el teclado de la computadora, pero que no deben disparar


si éste no tiene un arma.31 Los estudios miden los tiempos de reacción y las
tasas de error. Además identifican un claro vínculo entre la raza del sospe-
choso y la velocidad y/o la disponibilidad del policía para disparar, mientras
que otros estudios no.32
Desafortunadamente, estos estudios individuales sufren de varios pro-
blemas metodológicos, pues son incapaces, de muchas formas, de reflejar
situaciones de la vida real.33 Uno de los mejores experimentos individuales
corrige metodológicamente muchos de los problemas de estudios previos,
no obstante, sus resultados también son confusos. En “Toward a Compre-
hensive Understanding of Officers’ Shooting Decisions: No Simple Answers
to this Complex Problem”, William T. L. Cox, Patricia G. Devine, E. Ashby
Plant y Lauri L. Schwartz exploraron la influencia de la raza del sospecho-
so, la raza del oficial y las características del barrio en los patrones de dispa-
ro de los oficiales. Esto se hizo utilizando como sujetos de estudio a oficiales
de policía reales en vez de estudiantes.34 Los resultados fueron mezclados.
Al medir el tiempo de reacción en respuesta a fotografías fijas, era más pro-
bable que los oficiales dispararan en contra de sospechosos armados negros
con mayor prontitud que contra sospechosos blancos.35 Por el contrario, al
responder simulaciones de video, ocurrió lo opuesto.36 Al medir las tasas
de error, el único sesgo racial detectado fue que los sujetos, respondiendo a

31
Id. pp. 358 y 359.
32
V. p. ej., Joshua Correll et al., “The Police Officer’s Dilemma: Using Ethnicit y to Dis-
ambiguate Potentially Threatening Individuals”, 83 1. Personality & Soc. Psychol. 1314, 1317
(2002) (donde se demuestra el vínculo entre tiroteos y la raza de los sospechosos); Lois James
et al., “Results from Experimental Trials Testing Participants’ Responses to White, Hispanic
and Black Suspects in High-Fidelity Deadly Force Judgment and Decision-Making Simula-
tions”, 9 J. Experimental Criminology 189, 190-91 (2013) (donde se demuestra que los partici-
pantes tienen menor probabilidad de disparar a sospechosos de una minoría).
33
Muchos de estos estudios utilizan estudiantes de licenciatura para darse una idea de
cómo actuarían oficiales entrenados. No obstante, estos estudiantes no cuentan con expe-
riencia y no pueden servir para demostrar cómo se comportaría un policía. V. supra nota
30, pp. 356-426. Numerosos estudios miden el efecto de la raza sobre quien dispara y/o el
sospechoso sin tomar en cuenta otros factores ambientales, como el barrio, la hora del día o
el contexto. Id. p. 357. Muchos usan fotografías estáticas de los sospechosos en vez de videos
dinámicos. Las fotografías estáticas no reflejan necesariamente la naturaleza dinámica de
una típica situación de campo. Id. p. 358. Algunos estudios miden el tiempo de reacción o
las tasas de error. Sin embargo, son pocos los que miden los dos buscando diferencias en los
resultados. Id. p., 360.
34
Id. p. 358.
35
Id. p. 361.
36
Id. p. 362.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 91

simulaciones de video, de manera correcta fallaron más en disparar contra


sospechosos negros desarmados que contra sospechosos blancos desarma-
dos.37 No hubo un patrón de una tendencia a disparar contra negros desar-
mados por sobre blancos desarmados.38
Al parecer, el hallazgo más importante del estudio de Cox es que el
cambio de los factores ambientales y el uso de simulaciones de video más
complejas y activas muestran resultados diferentes en los experimentos de
tiroteo policial.39 Dicho estudio demuestra la complejidad de utilizar esa
clase de experimentos para predecir cómo es que los oficiales reaccionan o
pueden reaccionar en situaciones de campo, incluso cuando se usan policías
de verdad como sujetos de estudio. Aclara que la ciencia está lejos de poder
determinar si la raza del oficial y/o del sospechoso es significativa cuando
la policía da muerte a un civil, y que hay grandes dificultades en tratar de
medir y predecir los efectos de la raza sobre esta clase de experimentos. Por
fortuna, si bien estos estudios no son concluyentes, contamos con una teoría
importante que, combinada con investigaciones reales de departamentos de
policía reales, puede arrojar más luz sobre el problema.

2. Investigaciones de departamentos de policía reales

Dadas las debilidades de los estudios de laboratorio mencionados en


la subsección 1, tiene sentido mirar con cuidado las investigaciones impar-
ciales hechas sobre departamentos de policía reales. Dichas investigaciones
llevadas a cabo por la División de Derechos Civiles del Departamento de
Justicia (DOJ, por sus siglas en inglés), bien como respuesta a demandas
que alegan la existencia de un patrón o prácticas de conductas ilegales de la
policía, o en respuesta a uno o más asesinatos policiales de civiles desarma-
dos, contienen información valiosa sobre la masculinidad y la raza en el uso
policial de la fuerza. A causa de recursos limitados, el DOJ no puede hacer
investigaciones en todos los lugares donde la policía mata a un civil inerme,
y ni siquiera puede hacerlo en donde hay graves acusaciones de uso racista
de la fuerza policial. Sin embargo, en los últimos dos años se llevaron a cabo
dos informes muy completos sobre sendos departamentos de policía donde
ocurrió por error la muerte de un civil negro desarmado: Cleveland, Ohio,
y Ferguson, Missouri.

37
Id.
38
Id. p. 362.
39
Id. p. 363.

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92 ANN MCGINLEY

Ambos casos representan cuantiosas horas de trabajo por parte de in-


vestigadores y abogados del DOJ, quienes entrevistaron a muchos testigos
y examinaron copiosos documentos con relación a la conducta de dos de-
partamentos de policía del medio oeste, uno en una ciudad grande y el otro
en una de menor tamaño. Estos informes brindan información importante
sobre las conductas de la policía tal como tienen lugar en el terreno. Si bien
los informes no reflejan necesariamente lo que ocurre en otras ciudades
de Estados Unidos, ello no es motivo para desecharlos. Constituyen una
muestra valiosa de evidencia empírica que tiende a verificar la tesis de que
el choque de masculinidades (blancas y negras) conduce a resultados fatales
en las calles de Estados Unidos.

A. División de Policía de Cleveland, Ohio

En Cleveland, Ohio, tuvieron lugar varios incidentes perturbadores que


motivaron una investigación por parte del DOJ.

a. Melissa Williams y Timothy Russell

En noviembre de 2012 una pareja negra, Malissa Williams y Thimoty


Russell, pasaban en automóvil al lado de una estación de policía cuando en
el tubo de escape del coche hubo una explosión. La policía pensó que la pa-
reja había disparado en contra de ellos y dio inicio a una persecución de alta
velocidad en la que participaron sesenta patrullas y cerca de cien policías.
Al final, la policía acorraló a la pareja en un estacionamiento, disparando
137 veces contra el auto, matando a Williams y a Russell. Cuando la policía
revisó el coche no encontró ningún arma. El oficial Michael Brelo, un va-
rón blanco, disparó contra el coche en cuarenta y nueve ocasiones; quince
de esos disparos ocurrieron mientras Brelo estaba parado sobre el capó del
coche disparando a la pareja a través del parabrisas. Fue acusado y absuelto
de dos cargos por homicidio intencional.40

b. Tamir Rice

En noviembre de 2014 dos oficiales de la policía de Cleveland llegaron


a un parque donde había un joven de quien se había informado que blandía
40
Daniel McGraw, “Cleveland Officer not Guilty over Deaihs of two People Shot at 137
Times by Police”, The Guardian (23 de mayo de 2015, 1:43 PM), http://www.theguardian.com/
us-news/2015/may/23/cleveland-officer-not-guilty-shot-137-times-police.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 93

un arma.41 A los dos segundos de llegar al parque uno de los policías, Tim
Loehmann, disparó en contra de Tamir Rice, impactando sobre su abdo-
men.42 Tamir, un niño afroestadounidense de doce años de edad, estaba ju-
gando con una pistola de juguete. Murió al día siguiente por las heridas de
bala.43 Cuando la hermana de Tamir de catorce años escuchó los tiros co-
rrió hacia su hermano para ayudarlo.44 El compañero de Loehmann, Frank
Garmback, la derribó, la esposó, y la arrojó dentro de la patrulla mientras
Tamir se desangraba sobre el piso.45 Ni Loehmann ni Garmback intentaron
ayudar a Tamir.46 Cuatro minutos después llegó un agente del FBI, quien
trató infructuosamente de revivir a Tamir.47 Loehmann, el policía novato
que disparó contra Tamir, había renunciado bajo presión a su anterior em-
pleo como policía en Independence, Ohio, a causa de su pobre desempe-
ño.48 Tanto Loehmann como Garmback son blancos.49

41
Lauren Gambino, “Tamir Rice Shooting: Cleveland Police Handcuffed Sister as
12-Year-Old Lay Dying”, The Guardian (8 de enero de 2015, 1:27 PM), http://www.theguard-
ian.com/us-news/ 2015/jan/08/c1eve1and-police-handcuffed-sister-tamir-rice-lay-dying-video.
42
Id.
43
Id.
44
Id.
45
Id.
46
Id.
47
Dana Ford, “Prosecutors Get Tamir Rice Investigation”, CNN (3 de junio de 2015,
5:14 PM), http://www.cnn.com/2015/06/03/us/tamir-rice-investigation/; Lauren Gambino,
“Tamir Rice Shooting: Cleveland Police Handcuffed Sister as 12-Year-Old Lay Dying”, The
Guardian (8 de enero de 2015, 1:27 PM), http://www.theguardian.com/us-news/2015/jan/08/
cIeve1and-police-handcuffed-sister-tamir-rice-lay-dying-video.
48
Christine Mai-Duc, “Cleveland Officer who Killed Tamir Rice had been Deemed
Unfit for Duty”, L.A. Times (3 de diciembre de 2014, 5:38 PM), http://www.latimes.com/nation/
nationnow/la-na-nn-cleveland-tamir-rice-timothy-loehmann-20141203-story.html.
49
La policía de Cleveland cerró la investigación del caso Tamir Rice y envió el caso a la
oficina de la fiscal para que ésta determinara si los oficiales Loehmann y Garmback serían
acusados de cargos criminales. Mitch Smith, “Prosecutor Receives Findings in Fatal Shoo-
ting of Tamir Rice by Cleveland Police”, N.Y. Times (3 de junio de 2015), http://www.ny times.
com/2015/06/04/us/investigators-hand-over-findings-in-fatal-shooting-of-tamir-rice-by-cleveland-poli-
ce.html. Dado el temor a que el fiscal no acusara a los oficiales de la policía, Loehmann y
Garmback, por haber cometido un delito en la muerte de Tamir Rice, un grupo de líderes
comunitarios de Cleveland invocó una ley del estado, 29 Oruo REV. Cone § 2935.09 (2006),
que permite que los ciudadanos particulares puedan presentar ante el juez una solicitud de
causa probable. Michael S. Schmidt y Matt Apuzzo, “A Rare Gambit Seeking Justice for a
Shot Boy”, N.Y. TIMES, 9 de junio de 2015. A los dos días de presentar la solicitud, Ronald
Adrine, juez de la corte municipal, determinó que había causa probable para arrestar a
los oficiales Loehmann y Garmback; al primero por asesinato, homicidio involuntario, ho-
micido imprudencial, homicidio negligente e incumplimiento del deber, y al segundo por
homicidio negligente e incumplimiento del deber. David A. Graham, “Probable Cause in

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94 ANN MCGINLEY

Estos son sólo dos de una serie de incidentes perturbadores que motiva-
ron una investigación del DOJ de la División de Policía de Cleveland (CDP,
por sus siglas en inglés), en busca de un potencial uso excesivo de la fuerza.
El DOJ llevó a cabo la investigación junto con la Oficina para el Distrito
Norte de Ohio del Fiscal de los Estados Unidos. En general, la investigación
reveló que en el CDP había patrones y prácticas que llevaban al uso letal de
la fuerza, así como errores tácticos por parte de sus oficiales que ponían en
peligro tanto al público como a los oficiales mismos.50 En síntesis, el informe
menciona cuatro hallazgos generales:

1. La fuerza mortífera, incluyendo disparos y golpes con macanas en la


cabeza, se aplica de manera excesiva e innecesaria.
2. Hay un uso innecesario, excesivo y punitivo de fuerza que no es letal,
como pistolas TASER,51 aerosoles químicos y puñetazos.
3. Se usa fuerza excesiva en contra de personas con enfermedades men-
tales o que están sufriendo una crisis, incluso en casos cuando lo úni-
co que tenían que hacer los policías era una visita domiciliaria de
cortesía.
4. Se aplican tácticas deficientes y peligrosas, las cuales ponen a los po-
licías en situaciones donde se vuelve inevitable usar la fuerza, por lo
que tanto civiles como oficiales corren riesgos innecesarios.52

the Killing of Tamir Rice”, Atlantic (11 de junio de 2015), http://www.theatlantic.com/polit-ics/


archive/2015/06/tamir-rice-case-cIeveland/395420/. Los líderes comunitarios tienen la espe-
ranza de que el fallo del juez obligue al fiscal del ayuntamiento a trabajar con un gran jurado
para que los acusados sean encontrados culpables. El Departamento de Justicia abrió una
investigación con la policía de Cleveland para examinar otros casos de uso fatal de la fuerza.
Esto sucedió pocas semanas después de la muerte de Tamir Rice. Asimismo, se encontró un
patrón en las prácticas de la policía de Cleveland que viola la Cuarta Enmienda. V. Investi-
gation of the Clevaland Division of Police Report, supra nota 25, pp. 3-7. El 26 de mayo de
2015 el Departamento de Justicia presentó una demanda en contra de la Ciudad de Cleve-
land, debido a dicho patrón, el cual usa la fuerza de forma excesiva, en violación de la Cuar-
ta Enmienda. “Cleveland Reaches Deal with Justice on Policing: Source”, Baltimore Sun (25 de
mayo de 2015), http://www.baltimoresun.com/news/nation-world/ct-cleveiand-police-justice-excessive-
force-20150525-story.html. En octubre de 2015 se informó que dos investigadores externos
encontraron que la conducta de los oficiales en el caso Tamir Rice había sido razonable. V.
Mitch Smith, 2 “Outside Reviewers Say Cleveland Officer Acted Reasonably in Shooting
Tamir Rice”, 12, NY TIMES (10 de octubre de 2015) http://www.nytimes.com/2015/10/11/
us/2-outside-reviews-say-cleve1and-of-ficer-acted-reasonably-in-shooting-tamir-rice-12.html?_r=0.
50
Investigation of the Cleveland Division of Police Report, supra nota 25, p. 4.
51
TASER es la marca registrada de un arma que dispara una corriente eléctrica para
paralizar al objetivo. A menudo, el arma causa incapacidad neuromuscular.
52
Investigation of the Cleveland Division of Police Report, supra nota 25, p. 3.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 95

La investigación también encontró deficiencias sistémicas que son res-


ponsables por dichos patrones y prácticas. En particular, encontró que no
existe un sistema de rendición de cuentas eficaz y riguroso.53 De acuerdo
con el informe, los oficiales individuales también tienen responsabilidad por
sus propias acciones.54
Los investigadores quedaron especialmente alarmados porque la policía
era incapaz de informar y documentar debidamente los incidentes de uso de
la fuerza, y a esto se sumó que los supervisores avalaban las conductas cues-
tionables o ilegales de los oficiales.55 Algunos investigadores, por ejemplo,
admitieron que, al realizar una investigación, hacían todo lo posible para que
la conducta de un cierto oficial quedara bajo la luz más favorable posible.56
Muchos declararon que encuentran a un oficial culpable de mala conducta
sólo si la evidencia en su contra demuestra más allá de toda duda razonable
que éste había violado la ley.57 El informe llegó a la conclusión de que este
estándar para juzgar la conducta policial era razonablemente elevado,58 de
hecho, el Informe Cleveland declaró que este estándar ha determinado que
el disciplinamiento fuera extremadamente raro, y cuando hay tal disciplina-
miento a menudo es por ofensas procesales menores.59
Los autores del informe se mostraron particularmente preocupados
porque una investigación anterior a 2004 había identificado patrones o
prácticas de violaciones constitucionales y las mismas deficiencias estruc-
turales, a lo cual habían hecho recomendaciones para el cambio, pero sin
efecto alguno.60 El informe enfatizó la incapacidad de la CDP para autorre-
gularse, por lo que era también incapaz de trabajar con grupos y miembros
de la comunidad.61 Hizo notar que la CDP operaba de modo paramilitar, lo
cual refuerza la opinión de los miembros de la comunidad, quienes ven en
la CDP más a una “fuerza de ocupación” que a un socio.62
El informe también menciona que, si bien los investigadores no se en-
focaron en las prácticas de búsqueda, secuestro y arresto de la CDP, la in-
vestigación revela casos de arrestos, revisiones y secuestros que parecen ser

53
Id., p. 4.
54
Id.
55
Id., p. 5
56
Id.
57
Id.
58
Id.
59
Id.
60
Id., pp. 5 y 6.
61
Id., p. 6.
62
Id.

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96 ANN MCGINLEY

inconstitucionales y que, al pasar revista a dichos casos, los supervisores, de


forma equivocada, los dejaban pasar sin buscar más información que justi-
ficara la conducta de los oficiales.63
El informe también encontró un número de violaciones del uso de la
fuerza que resultaron fatales, incluyendo oficiales que dispararon contra sos-
pechosos que no significaban una amenaza inmediata para nadie,64 o que
golpearon a la gente con la pistola en casos en los que no se justificaba el uso
de fuerza mortífera.65 También encontró un uso excesivo de fuerza menos
letal, incluyendo el uso de pistolas TASER, aerosoles químicos y golpes en
el cuerpo de sospechosos que representaban una amenaza menor o ninguna
para los oficiales o para el público.66
Por último, el DOJ encontró que las políticas eran poco claras, el adies-
tramiento de los policías inadecuado, y que éstos no escribían informes
apropiados ni los supervisores revisaban correctamente dichos informes.67
Si bien el informe no tomó posición sobre los perfiles raciales, enfatizó
que hay graves problemas entre las minorías poblacionales y la policía. En-
trevistas con afroestadounidenses revelaron que la comunidad piensa que
los oficiales de la CDP son verbal y físicamente agresivos en su contra a
causa de su raza.68 Más aún, los oficiales se oponían a que los miembros de
la comunidad presentaran quejas en su contra.69 En vista de ello, el informe
recomienda una “estrategia comunitaria integral” para las labores de poli-
cía, la cual debería lograr que los organismos encargados de hacer cumplir
la ley, junto con el pueblo, construyan una atmósfera de confianza en la que
se desarrollen soluciones para los problemas de la comunidad.70

B. Departamento de Policía de Ferguson, Missouri

El DOJ investigó la muerte de Michael Brown a manos de un oficial de


policía de Ferguson, Missouri, extendiendo la investigación a todo el depar-
tamento de policía.

63
Id.
64
Id., pp. 14-17.
65
Id., p. 18.
66
Id., p. 19.
67
Id., p. 1.
68
Id, p. 49.
69
Id.
70
Id.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 97

a. Michael Brown

En agosto de 2014 Darren Wilson, un oficial de policía blanco, disparó


y mató a Michael Brown, un adolescente negro que no portaba armas, en
Ferguson, Missouri. Wilson había visto a Brown y a su amigo caminado por
el medio de la calle y les dijo que subieran a la vereda.71 Cuando Wilson se
dio cuenta de que Brown y su amigo encajaban en la descripción de dos sos-
pechosos de haber robado unos cigarrillos, estacionó su patrulla en ángulo,
bloqueando el tráfico.72 Brown se acercó a la patrulla de Wilson y hubo for-
cejeos por la pistola de éste.73 Los investigadores del DOJ dieron crédito al
informe de Wilson en el que Brown arrebató la pistola de Wilson y le dispa-
ró desde el automóvil.74 Wilson salió de la patrulla y corrió en persecución
de Brown, quien escapó; Brown se dio la vuelta y avanzó hacia Wilson.75
Wilson disparó contra Brown.76 Brown recibió seis balas en cabeza y torso,
y murió por las múltiples heridas de bala.77 No portaba un arma.78 Hubo
testimonios contradictorios acerca de si las manos de Brown estaban en po-

71
U.S. Dept. of Justice, Department of Justice Report Regarding the Criminal Inves-
tigatlon into the Shooting Deatg of Michael Brown by Ferguson, Missouri Police Officer
Darren Wilson 6 (2015) [de aquí en adelante DOJ Michael Brown Report).
72
Id.
73
Id.
74
Id.
75
Id, pp. 6 y 7.
76
Id, p. 7. El Departamento de Justicia dio crédito al relato de Wilson y otros testigos
que dijeron que Brown se acercaba a Wilson. Según el Departamento, esto se debió a que
los testimonios no tuvieron cambios y eran congruentes con la evidencia encontrada en la
autopsia. Id, p. 8.
77
“What Happened in Ferguson?”, N. Y. Times (10 de agosto de 2015), http://www.ny-
times.com/interactive/2014/08/13/us/ferguson-missouri-town-under-siege-after-police-shooting.html;
ver también Emily Wax-Thibodeaux, DeNeen L. Brown y Jerry Markon, Count y Autopsy: Mi-
chael Brown Shot Six Times from Front, Had Marijuana in System, Wash. Post (18 de agosto de 2014)
http://www.washingtonpost.com/politics/official-autopsy-michael-brown-had-marijuana-in-his-system-
was-shot-6-times/2014/08/18/8c016ef8-26f4-11e4-8593-da634b334390_story.html.
78
Wax-Thibodeaux, supra nota 77. El gran jurado no encontró culpa en el oficial Wilson.
Erin McClam, “Fergusan Cop Darren Wilson not Indicted in Shooting of Michael Brown”,
NBC (25 de noviembre de 2014, 2:21 AM), http://www.nbcnews.com/storyline/michael-brown-
shooting/ferguson-cop-darren-wilson-not-indicted-shooting-michae1-brown-n255391. El Departamen-
to de Justicia también realizó investigaciones para determinar si había delito en la conduc-
ta del oficial Wilson con respecto a violaciones de los derechos humanos, sin embargo, su
resolución final fue que Wilson había actuado en defensa propia y que no se le levantaran
acusaciones penales. V. DOJ Michael Brown Report, supra nota 71, pp. 4-12.

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98 ANN MCGINLEY

sición de entregarse al acercarse a Wilson.79 Wilson dijo a los investigadores


que Brown lo acusó de forma amenazadora.80
El DOJ realizó dos investigaciones: una sobre los hechos en torno a la
muerte de Michael Brown y otra sobre el uso de la fuerza dentro del De-
partamento de Policía de Ferguson (de aquí en adelante FPD), por tal, en-
tregó dos informes.81 En su investigación sobre los disparos contra Michael
Brown, el DOJ llegó a la conclusión de que no había pruebas suficientes
para demostrar, más allá de toda duda razonable, que el oficial Wilson care-
ció de razones objetivas para disparar contra Brown y que deliberadamente
disparó contra éste en violación de su derecho constitucional a no estar su-
jeto a fuerza irrazonable.82
Sin embargo, la investigación más amplia sobre el FDP reveló que tanto
el ayuntamiento como los tribunales municipales usaban arrestos y com-
parecencias para generar ingresos, no para proteger la seguridad de la ciu-
dadanía. El informe, que vapuleó al FPD, encontró numerosas violaciones
constitucionales en cateos, arrestos y uso de la fuerza; también subrayó la
falta de adiestramiento y la incapacidad de los supervisores para indagar
sobre acusaciones de uso de la fuerza.83 De forma rutinaria, los oficiales ha-
cían arrestos sin causa probable.84
En sus informes sobre actos criminales los policías dejan claro que con-
sideran que las críticas y la insolencia son razones para un arresto, e incluso
los supervisores condonan prácticas inconstitucionales cuando se presenta
oposición legal al ejercicio de la autoridad policial.85
El informe también encontró que muchos de los procesos en Ferguson
tuvieron un impacto desproporcionado sobre los ciudadanos negros y que
hubo evidencia significativa de discriminación intencional. Con referencia
al sesgo racial, el informe afirma que

...la manera en la que Ferguson pretende hacer valer la ley refleja y refuerza
el sesgo racial, incluyendo la estereotipación. Los daños ocasionados por las
prácticas de la policía y el juzgado de Ferguson recaen desproporcionada-

79
V. DOJ Michael Brown Report, supra nota 71, pp. 8-12.
80
Id, p. 7.
81
Investigation of the Ferguson Police Report, supra nota 25; DOJ Michael Brown Re-
port, supra nota 71.
82
V. DOJ Michael Brown Report, supra nota 71, p. 8.
83
Investigation of the Ferguson Police Report, supra nota 25, p. 3.
84
V. DOJ Michael Brown Report, supra nota 25, p. 18.
85
Id, p. 26.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 99

mente sobre los afroestadounidenses, y hay evidencia de que, en parte, esto se


debe a una discriminación intencional basada en la raza.86

En especial con referencia al uso de la fuerza, el informe encontró que


el FPD se comporta de acuerdo con un patrón de uso excesivo de la fuer-
za que perjudica de forma desproporcionada a los afroestadounidenses. La
abrumadora mayoría del uso de la fuerza contra miembros de la comuni-
dad —cerca del 90%— se aplica en negros a pesar de que representan tan
sólo 67% de la población.87 Más aún, “85% de las detenciones de vehículos,
90% de los citatorios y 93% de los arrestos de los oficiales de la FPD” se
dirigen contra “miembros negros de la comunidad”.88 Los oficiales usan los
TASERS cuando se aconsejaría menos uso, o ninguno, de la fuerza; tam-
bién sueltan perros sobre sospechosos inermes.89 El informe contiene las
siguientes estadísticas reveladoras.
Es 2.07 veces más probable que la policía someta a un afroestadouni-
dense a un cateo cuando su vehículo es detenido (después de descontar va-
riables no raciales), incluso cuando es 26% menos probable que se encuen-
tre contrabando en poder de afroestadounidenses al revisar un vehículo.
Los afroestadounidenses son 2.00 veces más propensos a recibir un citatorio
y hay una probabilidad 2.37 veces mayor de que sean arrestados luego de
un control vehicular.90
El uso de la fuerza de los oficiales de policía en contra de afroestadou-
nidenses
…a tasas desproporcionadamente altas, representa el 88% de todos los casos
en que un oficial FPD informó haber empleado la fuerza entre 2010 y agosto
de 2014. En los 14 casos de uso de la fuerza en que hubo mordida canina
para los cuales hay información sobre la raza de la persona que fue mordida,
esta persona era afrodestadounidense.91

Es más probable que los oficiales de policía den citatorios múltiples en


un incidente único si se trata de afroestadounidenses; los negros recibieron
“cuatro o más citatorios en 73 ocasiones entre octubre de 2012 y julio de
2014, mientras que los no afroestadounidenses recibieron cuatro o más cita-
torios solamente dos veces en el mismo periodo”.92
86
Id, p. 4.
87
Id, pp. 4, 5 y 28.
88
Id, p. 4.
89
Id, p. 28.
90
Id, p. 62.
91
Id.
92
Id.

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100 ANN MCGINLEY

Así también, “[l]os afroestadounidenses son el 95% de los acusados por


su manera de caminar; 94% de todos los casos de desobediencia e incum-
plimiento; 92% de los casos de resistencia al arresto; 92% de todos los casos
de perturbación de la paz; y 89% de los casos de desacato”.93 “Los afroa-
mericanos tienen 68% menos de probabilidades que otras personas de que
un juez municipal deseche los cargos en su contra”.94 “En el año 2013, los
afroestadounidenses representaron el 92% de los casos en los que se emitió
una orden de arresto”.95 A su vez, “representan el 96% de los arrestos cono-
cidos hechos exclusivamente por una orden del ayuntamiento”.96
Los investigadores encontraron evidencia de discriminación intencional
y animosidad racial basada en 1) “la consistencia y magnitud” de las dispa-
ridades raciales en el trato de la policía y los juzgados; 2) las comunicacio-
nes directas entre empleados de la policía y los juzgados que muestran un
prejuicio en contra de los negros; 3) otras comunicaciones que comprueban
que juzgados y policía albergan estereotipos raciales; 4) el contexto y los
antecedentes en torno al uso desproporcionado de la fuerza por parte del
FDP, y 5) por parte de los organismos municipales, se sabe que el uso de
estas prácticas tiene un impacto desproporcionado sobre los negros, sin que
hubiera intento de corregir la situación.97
El informe también encontró que el sistema para investigar el uso de la
fuerza es “particularmente ineficaz”.98 A menudo, los oficiales ni siquiera
informan la utilización de la fuerza99 y los supervisores casi nunca investigan
estos casos.100 Cuando lo hacen, no entrevistan testigos ni revisan las graba-
ciones en un incidente carcelero ni miran los videos de los TASERS.101 Ape-
nas resumen la versión de los hechos que dan los oficiales.102

b. Resumen

En resumen, el informe del DOJ sobre la FDP es un devastador com-


pendio de violaciones constitucionales por parte de la policía, dirigidas en

93
Id.
94
Id.
95
Id.
96
Id, p. 63.
97
Id, pp. 70 y 71.
98
Id, p. 38.
99
Id.
100
Id, p. 39.
101
Id.
102
Id.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 101

particular en contra de miembros de la comunidad afroamericana. Se culpa


a la falta de liderazgo y de esfuerzos para poner en práctica programas de
adiestramiento para los oficiales. De la misma forma, se culpa a la incapa-
cidad de los supervisores para usar su autoridad para enseñar a los oficiales
medios constitucionales de conducirse, así como a su renuencia a castigar
oficiales que actúan de manera inconstitucional. Más aún, el informe revela
numerosos casos de evidencia directa de personas con autoridad que hacen
comentarios denigrantes en contra de los miembros negros de la comuni-
dad o que se valen de estereotipos raciales.103 Por último, la investigación
encontró que muchos miembros de la comunidad negra reportaron que los
oficiales de la FPD usaban epítetos raciales en su trato con la ciudadanía.104
Estos informes brindan datos importantes acerca de lo que sucede en
Cleveland y Ferguson, y, potencialmente, pueden indicar las conductas que
causan tiroteos en escenarios urbanos. No obstante, no examinan la impor-
tancia del género, o de la masculinidad en específico, para los resultados en
estas ciudades. Una posible razón es que la masculinidad se considera tan
natural que, a menudo, pasa desapercibida ante los observadores. La raza
y la clase son extremadamente importantes para las conductas descritas en
los informes del DOJ, sin embargo, sin una adecuada comprensión de las
masculinidades a este análisis, le falta una de las patas de un tripié. Las
masculinidades son la explicación escondida para estos informes. La tercera
parte explica la teoría de las masculinidades y cómo ésta se relaciona con la
clase y la raza.

III. Estudios de masculinidades y teoría crítica


de la raza: hegemonía, privilegio y subordinación

1. Una introducción a la teoría de las masculinidades

Las expertas en masculinidades son aquellas feministas que creen que el estu-
dio de los varones y las masculinidades es un buen complemento para los pos-

103
Id., pp. 71-73.
104
Id, p. 73. Como respuesta el juez municipal, recién nombrado, ordenó, en agosto de
2015, que quedaran sin efecto todas las órdenes de arresto emitidas antes de 2015. V. Greg
Botehlo y Sara Sidner, “Ferguson Judge Withdraws all Arrest Warrants before 2015”, CNN
(25 de agosto de 2015), http://www.cnn.com/2015/08/24/us/ferguson-missouri-court-changes/.
La orden dice que aquellos que fueron arrestados podrán acudir al tribunal para que el juez
les obligue a pagar multas de acuerdo con un plan, o bien, realizar servicio comunitario o
incluso recibir el pleno perdón.

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102 ANN MCGINLEY

tulados feministas. Las feministas y las teóricas de las masculinidades creen


que el género es un constructo social. Si bien el cuerpo masculino y el feme-
nino son diferentes, sobre todo en lo que se refiere a la función reproductiva,
la femineidad y la masculinidad no son nada más el resultado de la biología
femenina y masculina.105 Por el contrario, en buena medida estas característi-
cas se construyen socialmente por medio de estructuras que refuerzan los ro-
les de género y los mensajes societales de niños y niñas, de mujeres y varones.
Les teóriques de las masculinidades postulan que los varones alcanzan
la masculinidad cuando buscan conformarse a las expectativas societales en
diferentes contextos,106 y llegan a la conclusión de que el feminismo pasa
por alto las relaciones jerárquicas entre los varones y cómo estas relacio-
nes afectan tanto a varones como a mujeres.107 Mientras que el feminismo
puede ver en los varones una poderosa masa indiferenciada que impone su
poder en perjuicio de las mujeres,108 la teoría de las masculinidades ve una
estructura de género que exige a los varones que “actúen como si fueran
hombres de verdad”.
Aunque la definición de “hombres de verdad” es controvertida y cam-
biante, el término “masculinidad hegemónica” describe la masculinidad
ideal que tiene más poder en un lugar y momento dados.109 En la cultura
occidental la masculinidad hegemónica se enfoca en la competitividad, la
agresión, la independencia y la capacidad para la violencia.110 Por lo nor-
mal, describe al profesionista blanco de clase media alta, quien representa
la versión ideal de la masculinidad debido al importante nexo entre la mas-
culinidad y el ganarse el pan.
Les teóriques de la masculinidad argumentan que hay una constante
presión en los varones como individuos para que aspiren a una forma he-
gemónica de masculinidad.111 Si bien muchos varones buscan ajustarse al
ideal societal del varón hegemónico, la mayoría encuentra que el ideal es
105
Nancy E. Down, The Man Question: Male Subordination and Privilege 60-61 (2010) (donde
se hace notar que la masculinidad es un constructo social, no un dato biológico, en lo que
concuerdan numerosos estudiosos de las masculinidades). Las feministas piensan igual con
respecto a la femineidad; es decir, la “debilidad” de las mujeres se suele derivar de estructuras
desiguales de poder, más que de la biología. Id, p. 2.
106
V. Janes W. Messerschmdt, Masculinities and Crime: Critique and Reconciliation Theory 79-81
(1993).
107
McGinleev y Coorn, supra nota 24.
108
V. Down, supra note 105, p. 16; Messerschmidt, supra nota 106, p. 45.
109
R. W. Connell, Masculinities 77-78 (2a. ed. 2005).
110
James W. Messerschmidt, Nine Lives: Adolescent Masculinities, the Body and Violence 10
(2000).
111
Connell, supra nota 109, p. 122.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 103

una meta imposible de alcanzar, por lo que “desarrollan diversas formas


de acomodo, reinterpretación y resistencia a los patrones de la ideología
hegemónica”.112
De hecho, muchos varones sienten una fuerte presión para incorporarse
a las normas de masculinidad que son más respetadas en sus culturales so-
ciales locales; estas formas de masculinidad son “subordinadas” u “oposito-
ras”. Los varones que cumplen masculinidades subordinadas u oposiciona-
les son menos ricos y poderosos que aquellos que adoptan una masculinidad
hegemónica; actúan sus conductas masculinas en oposición (y a veces en
amenaza) a la masculinidad hegemónica.113 A menudo estos varones perfor-
matean su masculinidad en una forma más física o poderosa, es decir, de un
modo hipermasculino. Como ejemplo de los varones que establecen su valía
por medio de actuaciones hipermasculinas se encuentran los obreros de las
fábricas, los policías y los bomberos.114 Entre ellos también se encuentran
los jóvenes negros de barriadas populares que adoptan “la pose chida”, una
versión de hipermasculinidad que enfatiza la rudeza y la invencibilidad.115
A pesar de su bajo nivel social, las masculinidades subordinadas son
extremadamente poderosas al momento de fijar las normas del compor-
tamiento masculino en comunidades populares de obreros urbanos.116 Las
víctimas de la violencia policial, así como los policías, a menudo provienen
de comunidades como éstas,117 y con frecuencia las víctimas pertenecen a
minorías raciales de sectores populares de comunidades obreras urbanas;
la policía blanca a menudo proviene de las comunidades blancas de clase
trabajadora.118
No obstante, las masculinidades no son meramente conductas compe-
titivas individualizadas; por el contrario, como aquí se usan, las masculi-
nidades son estructuras sociales que se basan en el género, en torno a las
cuales giran numerosas instituciones. Desde que son niños, a los varones se

112
Barrie Thorne, Gender Play: Girls and Boys in School 106 (1993).
113
Messerschmidt, supra nota 110, pp. 11 y 12.
114
V. en general Frank Rudy Cooper, “Who’s the Man?: Masculinities Studies, Terry Stops,
and Police Training” 18. J. Gender y L. 671 (2009) (presenta ejemplos de hipermasculini-
dad en oficiales de policía); Ann C. McGinley, “Ricci v. DeStefano: A Masculinities Theory
Analysis”, 33 Harv. J.L. & GENDER 581 (2010) (presenta ejemplos de hipermasculinidad en
bomberos).
115
V. infra nota 270 donde se describe una “pose chida”.
116
McGinley y Cooper, supra nota 24, p. 5
117
Messserschmidt, supra nota 106, p. 178; Justice on Trial, http://www.civiIrights.org/publica-
tions/justice-on-trial/race.html.
118
Id.

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104 ANN MCGINLEY

les enseña a no parecer mujeres (“no pegues como niña”) y a no ser homo-
sexuales.119 Si bien los puntos de vista sobre la homosexualidad cambian a
menudo, muchos maestros y progenitores insisten en que los varones actúen
como varones, o sea, que no manifiesten características femeninas o “afemi-
nadas”. Algunas de estas características “afeminadas” incluyen expresiones
de ternura y otros sentimientos que se asocian a las mujeres (“los niños no
lloran”).120 Como grupo, los varones se benefician del “dividendo patriar-
cal”, los réditos en poder y recursos que devenga del ser varón, pero debido
a las presiones que se ejercen de forma individual sobre los varones para que
sean apropiadamente masculinos, a menudo se sienten impotentes.121
Más aún, la intersección de la masculinidad con diferentes clases y ra-
zas afecta los privilegios o desventajas relativas que puede tener un varón en
particular. El observar a los sujetos a través de la lente de la masculinidad,
en combinación con las lentes de la raza y la clase, ayuda a explicar lo que
ocurre, por ejemplo, cuando un ciudadano desafía a la policía.
Antes de indagar más a fondo en la teoría de las masculinidades aplica-
da al contexto específico de la policía y sus víctimas, la siguiente subsección
examina los principales conceptos de la teoría crítica de la raza y la teoría
de las masculinidades. Asimismo, examina cómo esos conceptos apoyan la
comprensión de las masculinidades y la raza en el contexto policial.

2. Fundamentos de la teoría crítica de la raza

La teoría crítica de la raza es una teoría multidisciplinaria del derecho


que abreva de diversos campos de las ciencias sociales, como la historia, la
sociología y los estudios étnicos. La teoría crítica de la raza postula algunos
conceptos, dos de ellos relevantes para el presente artículo. El primero de
estos es que la raza es socialmente construida, pero relevante a grado mate-
rial. El segundo principio dice que, dado que ciertos grupos de la sociedad
todavía expresan el racismo de manera abierta y consciente, no basta con
eliminar el racismo flagrante, pues, como resultado de nuestra historia, to-
davía existen formas inconscientes de racismo que a menudo son intratables
al ser invisibles para la gente blanca.122 Como lo afirman en sus conclusiones

119
V. Down, supra nota 105, p. 62.
120
Id.
121
Connell, supra nota 109, p, 79.
122
V. McGinley y Cooper, supra nota 24.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 105

Michael Omi y Howard Winant, la raza no es meramente un constructo


ideológico ni una condición objetiva.123

A. Socialmente construido, pero materialmente relevante

La teoría crítica de la raza afirma que la raza es socialmente construida,


pero al mismo tiempo materialmente relevante. Personas de diferentes razas
pueden tener características físicas distintivas. Sin embargo, características
físicas como el fenotipo no son biológicamente determinantes de la persona-
lidad, el carácter, la inteligencia u otros rasgos personales importantes. De
hecho, las diferencias biológicas carecen de importancia, pero la sociedad
ha construido diferencias importantes. La historia y sus efectos sociales han
creado la raza, esto es, en Estados Unidos, debido a su historia de esclavi-
tud, Jim Crow,124 y la discriminación, la raza negra tiene un significado so-
cial. Debido a que la sociedad estadounidense ha inscrito en los cuerpos ne-
gros un significado inferior al de los cuerpos blancos, la negritud es esencial
en la sociedad, aunque las diferencias entre negros y blancos no lo serían si
no existiera nuestra cultura.125 Debido a nuestra historia y a la creación y
continuidad de la raza como categoría social, la negritud es relevante pues
se asocia a fuertes estereotipos y prejuicios que afectan la manera en que
se estructura la sociedad y sus instituciones, así como la manera en que la
gente interactúa dentro de esas instituciones.126
La negritud es socialmente construida como algo socialmente inferior a
la blanquitud.127 No obstante, y a pesar de que no hay diferencias biológicas
importantes, muchos negros tienen categorías físicas como el fenotipo que,
al combinarse con el constructo de la raza, los identifica como miembros de
una clase en desventaja en Estados Unidos.128 Esto es lo que quieren decir
los académicos de la teoría crítica de la raza cuando dicen que si bien la raza
es socialmente construida, al mismo tiempo es materialmente relevante.129

123
V. Michael Omi y Howard Winant, The Theoretical Status of the Concept of Race, en The
Theoretical Status of the Concept of Race in the Identity and Representation in Education
3-6 (Cameron McCarthy et al., 2005)
124
V. en lo general Alexander, supra nota 15 (donde se examina la historia de las leyes de
segregación racial).
125
V. McGinley y Cooper, supra nota 24, pp. 6 y 7.
126
Id.
127
Id.
128
Id.
129
Id.

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106 ANN MCGINLEY

B. Sesgo estructural de expresión implícita

Un segundo concepto de la teoría crítica de la raza es importante por-


que, si bien la sociedad desaprueba el racismo abierto, éste todavía existe.
Junto con otros científicos sociales, Anthony Greenwald y Marzarin Banaji,
basándose en información empírica, han llegado a la conclusión de que el
racismo implícito impera en nuestra sociedad; un alto porcentaje de quie-
nes creen que no son racistas ciertamente albergan opiniones racistas in-
conscientes o implícitas.130 El sesgo implícito perjudica a los negros porque
afecta políticas y prácticas insertadas en la estructura misma del derecho y
la sociedad.131 También, es posible que sea responsable de reacciones indi-
viduales basadas en los estereotipos que la sociedad enseña a sus miembros
desde el nacimiento.

C. La teoría crítica de la raza y la teoría multidimensional


de las masculinidades

La teoría crítica de la raza y la teoría multidimensional de las mascu-


linidades se traslapan de manera digna de consideración. En primer lugar,
al igual que los académicos de la teoría crítica de la raza, los académicos de
las masculinidades concluyen que, tal como la raza, el género es un cons-
tructo social. Si bien hay diferencias físicas reales entre varones y mujeres,
el significado e importancia de las diferencias se da, principalmente, debi-
do a los mensajes y estructuras sociales, más aún, en sí mismo el género es
social: carece de significado fuera del contexto social en el que existe. La
teoría multidimensional de las masculinidades, que incorpora la intersec-
cionalidad de dos o más identidades como un factor importante,132 toma en
consideración las identidades de las personas tal como entran en juego en una
situación en particular; por ejemplo, es probable que un trabajador varón
negro en un empleo manual, como puede ser la policía, tenga más poder
que una oficial de policía mujer negra, no obstante, en la calle, debido a la
naturaleza del trabajo policial y de los estereotipos sobre los negros, es más
probable que un varón negro atraiga mayor atención negativa por parte de

130
Id.
131
V. Justin D. Levinson, “Racial Disparities, Social Science, and the Legal System”, Im-
plicit Racial Bias across the Law 3-6 (Justin D. Levinson y Robert J. Smith, eds. 2012).
132
V. en general Kimberle Crenshaw, “Mapping the Margins: Intersectionality, Identit y
Politics, and Violence against Women of Color”, 43 Stan. L. Rev. 1241 (1991).

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 107

la policía que una mujer. En esencia, el poder del varón negro, comparado
con el de una mujer, cambia dependiendo del contexto.133

3. Uso de las masculinidades multidimensionales para analizar


el conflicto entre policías y varones negros

A. Género, raza, clase, oficiales de policía y sospechosos negros

a. Trabajo policial generizado

El trabajo policial es de género varón.134 Angela Harris, una profesora


de derecho, hace notar que la importancia de la hipermasculinidad para el
trabajo de la policía “surge a partir de los requisitos mismos del trabajo”,
que enfatizan metáforas militares en la organización y su retórica.135 La
creciente militarización de la policía no es accidental, es producto de una
combinación de la guerra contra las drogas del gobierno de Reagan y de la
respuesta ante el temor causado por el terrorismo, resultado del atentado de
2001 en contra del World Trade Center, en Nueva York.136
Harris explica que la cultura masculina está profundamente grabada
en el trabajo policial de calle. Los policías forman una hermandad que se
basa en la división entre policías y criminales, una mentalidad de “nosotros
contra ellos”.137 Compara a la policía con lo que las pandillas callejeras as-
piran a ser: protectores soberanos del terreno, defensores de los inocentes
y poseedores del monopolio de la violencia y la autoridad moral.138 Inclu-
so cuando los policías individuales puedan enfrascarse en conductas cri-
minales al hacer su trabajo, hay “una muralla azul de silencio” donde los
oficiales cierran filas para proteger a sus miembros frente a investigaciones
externas.139 El código de silencio dificulta la detección de fuerza excesiva y
133
McGinley y Cooper, supra nota 24, pp. 6 y 7.
134
V. Messerschmidt, supra nota 106, p. 175. Angela P. Harris, “Gender, Violence, Race,
and Criminal Justice”, 52 Some. L. Rev. 777, 793 (2000).
135
Angela P. Harris, “Gender, Violence, Race, and Criminal Justice”, 52 Some. L. Rev. 777,
793 (2000).
136
Alexander, supra note 15 pp. 74-77; Radley Balko, “A Decade after 9/11, Police De-
partments are Increasingly Militarized”, Huffington Post (12 de noviembre, 2011, 5:12 AM),
http://www.huffingtonpost.com/2011/09/12/police-militarization-9-11-september-11_n_955508.
html.
137
Harris, supra nota 135, p, 794.
138
Id.
139
Id, pp. 795 y 796.

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108 ANN MCGINLEY

las investigaciones pertinentes.140 Los oficiales coaligados relegan a quienes


violan el código, condenándolos al ostracismo.141
Siendo que los oficiales de policía se consideran los guardianes de los
barrios “buenos” (predominantemente blancos), cuya misión es hacer va-
ler la ley frente a una “comunidad de salvajes”,142 el “otro” racializado se
yergue como símbolo de criminalidad. Los oficiales de policía vigorizan su
propia masculinidad alineándose del lado de “la justicia” y protegiéndola
de las incursiones de los criminales racializados. Harris explica que los ofi-
ciales negros también toman parte de conductas violentas en contra de los
sospechosos negros, pues el trabajo policial brinda a los oficiales negros la
oportunidad de merecer los privilegios de la masculinidad hegemónica.143
Puesto que la etiqueta que se pone a los sospechosos es de criminales y no de
negros, los oficiales de policía afroestadounidenses pueden hacer su trabajo
sin traicionar a su raza.144
Harris se refiere a la violencia de género de los oficiales de policía en el
contexto específico de la brutal agresión sexual perpetrada por oficiales de
policía de Nueva York en contra de un sospechoso varón. El oficial Volpe in-
trodujo un palo de escoba en el ano de Abner Louima, inmigrante haitiano, y
luego lo introdujo en la boca de Louima mientras otro oficial sujetaba a Loui-
ma.145 Los colegas de Volpe que presenciaron el ataque guardaron silencio,
por lo menos hasta que inició la investigación.146 El ataque, simultáneamen-
te, reforzó la masculinidad de los oficiales involucrados al demostrar que su
hombría era mayor que la del sospechoso y menoscabó la masculinidad del
señor Louima. El resto de los oficiales que presenciaron el incidente, e incluso

140
V. Anthony J. Micucci y Ian M. Gomme, “American Police and Subcultural Support
for the use of Excessive Force”, 33 J. Crim. Jasa. 487, 490 (2005).
141
Id, p. 491. Un ejemplo reciente del “código azul de silencio” y la importancia del ho-
nor de los oficiales de policía se encuentra en la respuesta de la policía de Nueva York ante
el alcalde Bill de Basio, después de que éste ordenara un programa de “readiestramiento” de
tres días tras el caso Eric Garner. Ver en las conclusiones una descripción del caso Eric Gar-
ner. De Blasio hizo notar que advirtió a su hijo adolescente birracial acerca de los peligros de
la policía. Poco después, en un incidente sin relación, dos oficiales de policía de Nueva York
fueron baleados. Alex Altman, Why New York Cops Turned their Backs on Mayor De Blasio, TUE
(22 de diciembre de 2014) http://time.com/3644168/new-york-police-de-blasio-wenjian-liu-rafael-
ramos/. Cuando el alcalde habló en los funerales de los policías varios de sus colegas le dieron
la espalda. Id.
142
V. Harris, supra nota 135, p. 797.
143
Id, p. 798.
144
Id.
145
Id, p. 778.
146
Id.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 109

el departamento de policía, también se benefició de la agresión y del consi-


guiente silencio de los oficiales que lo atestiguaron. Como lo explica Harris,
Louima representaba una amenaza criminal racializada en contra de la mas-
culinidad de los oficiales y de la masculinidad del departamento de policía de
la ciudad de Nueva York.147 La agresión contra Louima demostró que Volpe,
sus colegas y todo el departamento eran más “viriles” que Louima.148
Los asesinatos de ciudadanos varones negros a manos de la policía que
describo en este artículo son menos íntimos que la violación de Abner Loui-
ma, pero también representan la violencia de género. Los oficiales de poli-
cía necesitan demostrar la superioridad de su poder masculino por encima
de aquellos a quienes vigilan, y la razón de muchas de estas muertes puede
encontrarse en la raza y el género, pues a menudo los oficiales de policía
blancos se refieren a estereotipos racializados y generizados de los varones
negros para juzgar sobre el peligro de una situación; los oficiales recurren
demasiado rápido a la fuerza letal. Más aún, el uso excesivo de la fuerza vi-
goriza la masculinidad tanto del oficial individual como de su departamento
y sirve como mensaje a los salvajes varones “negros” de que la policía es más
fuerte que ellos.
Como lo hace notar el profesor de derecho Leigh Goodmark,

...la policía comparte atributos con instituciones exclusivas para varones,


como los equipos para varones o las escuelas para muchachos: la necesidad
de dominar, el énfasis en la solidaridad masculina y la insistencia en que el
resto del grupo debe ser protegido, así como una obsesión por el valor físico y
la glamurización de la violencia.149

Entre los rasgos masculinos que los investigadores identifican en los ofi-
ciales de policía varones se incluyen los siguientes: “personalidades com-
bativas, resistencia a recibir instrucciones, la propensión a la violencia y al
uso de armas”, el estoicismo, la dureza, la falta de emociones, la fuerza, la
dominación y una personalidad controladora.150 Inclusive, en su trabajo, los
oficiales de policía varones denigran a las oficiales mujeres, así como al resto
de las mujeres de la comunidad, como un medio para vigorizar su masculi-
nidad y la de su departamento.151

147
Id, p. 798.
148
Id.
149
Leigh Goodmark, “Hands Up at Home. Militarized Masculinity and Police Officers
who Commit Intimate Partner Abuse”, 2015 B.Y.U.L. Rev.
150
Id (se omiten las citas).
151
Id.

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110 ANN MCGINLEY

No fue sino hasta la década de 1970 que las mujeres ingresaron a la


fuerza policial, donde se les relegó a un trabajo de código femenino, como
el trato con delincuentes juveniles o víctimas de la violencia doméstica; las
mujeres nunca alcanzaban los mandos superiores.152 Incluso ahora, las ofi-
ciales de policía mujeres representan una pequeña minoría de todos los po-
licías del país. La Oficina de Estadísticas de Justicia calcula que entre las
trece ciudades más grandes, en 2007, las mujeres policías oscilaban entre el
nueve y el veintisiete por ciento de la fuerza, con una media del diecisiete
por ciento.153 Entre más pequeña es la fuerza de la policía, menores son los
porcentajes de mujeres en ella. En las fuerzas de policía municipales, para
las oficiales mujeres oscilaban en 2007 desde un mínimo de 5%, en los de-
partamentos más pequeños, hasta un máximo de 14% en los departamentos
con más de cien policías.154 Los varones policías tienen más autoridad que
sus colegas mujeres.155 Además, el trabajo policial permite a los varones
construir su masculinidad.156
Los policías varones y mujeres performatean masculinidad y femineidad
cuando trabajan: cuando varones y mujeres son socios, el varón suele do-
minar la sociedad, controlar los turnos y conducir las entrevistas con testi-
gos y víctimas, mientras que la mujer es quien redacta los informes o hace
el papeleo.157 Los oficiales varones toman con menor seriedad la violencia
doméstica que las oficiales mujeres y, a menudo, ellos mismos son respon-
sables de cometer esta clase de violencia.158 En este tipo de trabajos, pre-
dominantemente masculinos e hipermasculinizados, las oficiales de policía
experimentan el estrés causado por el acoso y la discriminación sexual y
racial.159 Las fuerzas especiales paramilitares son particularmente hiper-
masculinas.160 La masculinidad extrema evita que las mujeres ocupen un
rol igualitario en estos cuerpos. Más aún, un estudio reciente demostró que
los hombres no suelen creer que las mujeres estén calificadas para perte-

152
Messerschmidt, supra nota 106, p. 175.
153
Lynn Langton, U.S. Dept. of Justice, Crime Date Brief: Women in Law Enforcement,
1987-2008 3 (2010), http://www.bjs.gov/content/pub/pdf/wle8708.pdf.
154
Id, p. 2.
155
Messerschmidt, supra nota 106, p. 175.
156
Id.
157
Id. p. 76
158
V. Goodmark, supra nota 149 (donde se explica el problema de la alta tasa de violencia
doméstica entre oficiales de policía).
159
Messerschmidt, supra nota 106, p. 181.
160
Mary Dodge et al., “Women on SWAT Teams, Separate but Equal?”, 34 Policing 699,
707 (2011).

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 111

necer a estos cuerpos, incluso cuando las mujeres no están de acuerdo con
esto.161 Por lo anterior, las mujeres han dejado las fuerzas especiales debido
a los malos tratos que reciben de sus compañeros.162
El profesor de derecho Frank Rudy Cooper explica que los oficiales de
policía varones manifiestan dos importantes características que se derivan
de su necesidad de probar su masculinidad:163 la primera es la “presencia
de mando”, es decir, la capacidad de demostrar que controlan una cierta
situación. La “presencia de mando” describe una forma agresiva de trabajo
policial agresivo, así como un método masculino de control que es antitético
con respecto a la negociación y la resolución de conflictos.164 La masculini-
dad brinda la estructura para las fuerzas de policía y determina cómo es que
los oficiales de policía individuales performatean su género. Si bien a veces es
necesaria una presencia con autoridad, en especial cuando se vincula a la
masculinidad, también está sujeta a abusos. Como segunda característica, los
oficiales de policía esperan que se les respete e interpretan el desafío a su au-
toridad como una provocación a su masculinidad que merece ser castigada.165
Los oficiales de policía a menudo usan fuerza excesiva en contra de quienes se
resisten al arresto o manifiestan faltas de respeto.166
La necesidad de castigar las faltas de respeto proviene de una cultura de
honor que exige a los varones actuar de manera que se preserve y favorez-
ca su masculinidad al encarar desafíos por parte de otros varones.167 Coo-
per, de hecho, argumenta que los oficiales de policía participan en “con-
cursos de masculinidad” en competencia con los habitantes de los barrios
que protegen,168 y como estos concursos no pueden resultar en que ambos
bandos conserven su masculinidad,169 alguno de los participantes deberá
ceder ante el poder del otro y acabará por ser menos masculino.170 El oficial
de policía parte de la premisa de que tiene más poder masculino, premisa
que un civil podría llegar a desafiar. Sin embargo, cuando un civil desafía
la autoridad del oficial de policía (y, por tanto, su masculinidad) los oficiales

161
Id.
162
Id.
163
V. en general Cooper, supra nota 114.
164
Id, p. 694.
165
Id, p. 697.
166
V. Micucci y Gomme, supra nota 140, p. 490.
167
V. Cooper, supra nota 114, p. 697.
168
Id, p. 701.
169
Id.
170
Id.

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112 ANN MCGINLEY

reafirman su autoridad asumiendo conductas que “emasculan a los sospe-


chosos y elevan su propia estima masculina”.171

b. El trabajo policial en barrios negros populares

Además de una cultura policial masculina, hay un patrón masculino


de trabajo policial: la “guerra” llevada a cabo con dominancia y presencia de
tipo militar, que se traduce en un mayor número de arrestos en los barrios
populares, así como en la encarcelación en masa. El “enemigo” implícito
en esta guerra es el varón negro. Todavía hay una considerable segregación
racial en las viviendas de las ciudades de Estados Unidos. En particular, los
barrios de sectores populares de dichas ciudades son predominantemente
negros y, en numerosas ciudades, latinos.172 En 1982 el gobierno de Reagan
anunció la guerra contra las drogas,173 y algunos años después su gobierno
“contrató personal para hacer publicidad del surgimiento de la cocaína en
piedra en 1985 como parte de un esfuerzo estratégico para conseguir apoyo
de los legisladores y el público”.174 Tal como explica Michelle Alexander,
autor de The New Jim Crow, esta campaña mediática tuvo un éxito inme-
diato, con imágenes de traficantes y prostitutas negras que parecían “con-
firmar el peor de los estereotipos raciales negativos” sobre los ciudadanos
negros que viven en barrios negros de sectores populares.175 La Ley sobre
Anti-Drug Abuse, promulgada por el Congreso en 1986, estableció senten-
cias más largas para las personas que usan o distribuyen crack que para su
contraparte, la cocaína en polvo. Además, impuso dichas sentencias por la
posesión, uso o distribución de esa forma mucho menos potente de cocaína,
como es el crack.176 Esta ley afectó desproporcionalmente a la comunidad

171
Id.
172
Gregory D. Squires y Charis E. Kubrin, “Privileged Places. Race, Opportunity, and
Uneven Development in Urban America”, 147 NHI (otoño de 2006), http://nhi.org/online/
issues/147/privilegedplaces.html.
173
Alexander, supra nota 15, p. 5. Las investigaciones demuestran que una combinación
de desigualdad en el ingreso y amenazas raciales por parte de ciudadanos negros está corre-
lacionada con el incremento en el uso de fuerzas policiales en la sociedad de Estados Unidos.
V. Jason T. Carmichael y Stephanie L. Kent, “The Persistent Significance of Racial and Eco-
nomic Inequality on the Size of Municipal Police Forces in the United States, 1980-2010”,
61 Soc. Probs. 259, 276 (2014).
174
Alexander, supra nota 15, p. 5.
175
Id.
176
Brittany C. Slatton, “The Black Box: Constrained Maneuvering of Black Masculine Iden-
tity”, Hyper Sexual, Hyper Masculine? 33, 37 (Brittany C. Slatton y Kamesha Spates, eds., 2014).

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 113

negra porque el crack es mucho más común en las comunidades negras que
en las blancas, donde prevalece la cocaína en polvo.177 Recién en 2010 el
Congreso reformó la ley en un intento por igualar los castigos contra la co-
caína en piedra y en polvo.178
La guerra contra las drogas también condujo a una mayor vigilancia
policial en las comunidades de sectores populares de las ciudades principa-
les, la cual ha durado más de 35 años. Bernard Harcourt y Jens Ludwig en-
contraron que para el año 2000 Nueva York experimentó un enorme incre-
mento en los cargos menores que se imputan a quienes fuman marihuana a
la vista del público.179 El patrón de arrestos afectó desproporcionadamente
a afroestadounidenses y latinos.180
En buena parte debido a la guerra contra las drogas, incluyendo las du-
ras sentencias impuestas por la ley, la población carcelaria, combinada de
cárceles estatales y federales de Estados Unidos, creció dramáticamente al
pasar de casi 300 mil a más de 1.5 millones entre 1980 y 2013.181 Casi todo
el incremento se debe a sentencias por crímenes relacionados con drogas,
y casi todos los convictos son negros o latinos de sectores populares urba-
nos.182 Al día de hoy, la tasa de encarcelamiento en dicho país es la más
alta del mundo.183 Aunque entre sus ciudadanos existe la percepción de que
los negros de sectores populares son muy violentos, los crímenes violentos
no son responsables del pico en el encarcelamiento.184 Jason Carmichael
y Stephanie Kent realizaron un estudio reciente que concluye que el cre-
cimiento en el tamaño de las fuerzas policiales de una ciudad es resultado

177
Id., Alexander supra nota 15, p. 112.
178
Id. Para ser claros, en 2006 los blancos no hispanos constituían el porcentaje más alto
de consumidores de cocaína en piedra (67%), sin embargo en los barrios negros populares
se usaba más la cocaína en piedra que la cocaína en polvo. Kamesha Spates, “Adore than
Meets the Eye: The use of Counter-Narratives to Expand Students’ Perceptions of Black
Male Crack Dealers”, Hyper Sexual, Hyper Masculine? 133, 133 (Brittany C. Slatton y Kamesha
Spates, eds., 2014). Cada vez más drogas ilegales estaban entrando a los barrios de sectores
populares de las ciudades, y la guerra contra las drogas provocó un incremento alarmante en
el número de arrestos y condenas por crímenes relacionados con las drogas. Alexander, supra
nota 15, p. 5.
179
V. Harcourt y Ludwig, supra nota 12, p. 165.
180
Id.
181
Alexander, supra nota 15, p. 6; v. en general E. Act Carson, U.S. Dept. of Justice, Prisoners
in 2013 1 (2014), http://www.bjs.gov/content/pub/pdf/p13.pdf.
182
Alexander, supra nota 15, p. 6.
183
Id.
184
Id, p. 101.

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114 ANN MCGINLEY

tanto de la desigualdad del ingreso como de la amenaza racial creada por


el aumento del número de negros que viven en barrios segregados.185 Así
pues, la desigualdad del ingreso de presos en Estados Unidos que apareció
durante el gobierno de Reagan, y que continúa creciendo hasta nuestros
días, sería la responsable del incremento del patrullaje de barrios negros en
las principales ciudades del país. Dicho patrullaje, a su vez, ha provocado
un incremento alarmante en arrestos, condenas y encarcelamientos de ciu-
dadanos negros.
De acuerdo con Alexander, hoy Estados Unidos encarcela un porcenta-
je más alto de su población negra de lo que hizo Sudáfrica en el cenit de la
era del apartheid.186 Las tasas de crímenes vinculados a la droga que cometen
los negros no explican el número desproporcionado de negros encarcelados
por estos crímenes. Es importante señalar que gente de todas las razas usa y
vende drogas a “tasas notablemente similares”, pero la policía se ha concen-
trado en las comunidades negras de sectores populares,187 además, parece
ser que la hipervigilancia de estas comunidades no ha servido para disminuir
las tasas de criminalidad de esos lugares. Un estudio de Bernard Harcourt y
Jens Ludwig revela, de hecho, que en la ciudad de Nueva York los arrestos
por infracciones menores relacionadas con la marihuana condujeron a un
incremento en la gravedad de los crímenes cometidos en el barrio, en vez de
la disminución sugerida por la teoría de los vidrios rotos.188
La Corte Suprema, quien cada vez estrecha más la interpretación de la
Cuarta Enmienda en la Constitución de los Estados Unidos, la cual garan-
tiza el derecho a no someterse a revisiones y cateos irrazonables por parte
del gobierno, ha hecho que sea más fácil para la policía los arrestos por dro-
ga.189 Una serie de decisiones de la Corte ha desatado el poder de la policía
en lo que a arrestos por droga se refiere, entre estas decisiones ocupan un

185
Carmichael y Kent, supra nota 173, p. 276.
186
Alexander, supra nota 15, p. 6.
187
Id, p. 7.
188
V. Harcourt y Ludwig, supra nota 12, p. 171. Dado que muchos estados retiraron el
derecho a votar de los criminales convictos, hay un alto porcentaje de varones negros entre
la población urbana que no tiene el derecho al voto, siquiera en elecciones nacionales. Más
aún, el encarcelamiento no sólo afecta el derecho a votar, sino que también hace extrema-
damente difícil que estos varones encuentren empleo al salir de la cárcel. Alexander, supra
nota 15, pp. 149-151. Asimismo, los criminales convictos no pueden recibir apoyos públicos
y pueden ser desalojados de las viviendas de propiedad pública. Si los criminales convictos
no tienen vivienda sus hijos son enviados a una casa hogar. V. id., pp. 57 y 145.
189
Alexander, supra nota 15, pp. 63-68.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 115

lugar preponderante Terry vs. Ohio,190 Schneckloth vs. Bustamonte,191 Whren vs.
United States,192 y Ohio vs. Robinette.193
Estos casos dan amplia discrecionalidad a la policía para detener a cual-
quier persona con base en razones limitadas que operan casi como pretex-
tos. El poder de la policía para detener y revisar a voluntad se combina
con la discreción con la que el departamento de policía determina en qué
barrios se hace presente y a qué personas detiene, sea que caminen por las
calles o vayan en auto, para crear una presencia policial irrazonablemente
entrometida en los barrios negros populares. La discrecionalidad resulta en
un número desproporcionado de negros que son detenidos y revisados.
Sin embargo, la discrecionalidad no es la única cuestión; hay un incre-
mento considerable en la cantidad de fondos y otros recursos disponibles
para que los gobiernos estatales y municipales conduzcan la guerra contra
las drogas.194 La DEA, organismo encargado de luchar contra las drogas,
financia a las estaciones de policía locales y estatales en lo tocante a adiestra-
miento, inteligencia y soporte técnico,195 y estos fondos han significado un
énfasis en las minorías étnicas de la comunidad e innumerables arrestos.196
Con la ley Military Cooperation with Law Enforcement Act el policia-
miento se transformó de comunitario a paramilitar, pues esta ley incentiva
a los militares para que, con el fin de luchar contra el narcotráfico, den a las
fuerzas policiales acceso a las armas, la inteligencia y las armas del ejército.
La disponibilidad de fondos y equipo ha conducido a una creciente mili-
tarización de las fuerzas policiales en los barrios negros populares, fondos

190
Terry v. Ohio, 392 U.S. 1, 22 (1968) (que permite a los oficiales de policía detener y
revisar personas con base en “una sospecha articulable”, aunque falte la causa probable).
191
Schneckloth v. Bustamante, 412 Lf.S. 218, 227 (1973) (donde se decidió que la policía no
debe demostrar que una persona, que no estaba bajo arresto y que dio su consentimiento
para que su automóvil fuera revisado tras una violación al reglamento de tránsito, que con-
taba con el derecho a negar su consentimiento).
192
Whren v. United States, 517 U.S. 806, 813 (1996) (que permite a la policía detener a una
persona por violaciones al reglamento de tránsito aun como pretexto para buscar drogas).
193
Ohio v. Robinette, 519 U.S. 33, 35 (1996) (donde se sostiene que la policía no tiene obli-
gación de informar a los sospechosos sobre su derecho a negar su consentimiento cuando se
les detienen bajo algún pretexto).
194
Alexander, supra nota 15, p, 73.
195
Id.
196
Id, pp. 73 y 74. Id. pp. 75 y 76. El gobierno de Reagan apoyó esta ley. Más adelante,
Bush y Clinton incrementaron la dotación de equipos, tecnología y adiestramiento militar a
los oficiales de la policía local, en el entendido de que la policía haría una prioridad del com-
bate a las drogas. Id, p. 76. Por medio del programa de financiamiento Byrne, el presidente
Obama incrementó el dinero disponible para el combate contra las drogas. Id, pp. 82 y 83.

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116 ANN MCGINLEY

que comenzaron a estar disponibles a finales de los noventa, con el propó-


sito de añadir un componente militar al combate al narcotráfico.197 Para
combatir a las drogas en muchas localidades se crearon fuerzas especiales
tipo SWAT.198
Lo que quizá haya influido más sobre los departamentos de policía loca-
les son los incentivos financieros que crearon las leyes a favor de la participa-
ción en operaciones paramilitares.199 Una ley reformada en 1984 permite a
las fuerzas del orden conservar la mayor parte de los activos decomisados
a los narcotraficantes, concediendo a la policía una parte muy lucrativa del
negocio de las drogas ilegales.200 Esta ley permite a la policía local quedarse
con 80% del dinero, coches, casas y otras propiedades que decomisen des-
pués de una requisa, incluso cuando no se haya hecho ningún arresto.201
Aunque el Congreso reformó esta ley en 2002, existen serias dudas acerca
de si estas reformas han sido suficientes.202

c. Realizar masculinidades a través del trabajo y del crimen:


la importancia de la clase

Las estadísticas internacionales acerca del género de los perpetradores


de actos violentos demuestran de manera uniforme un grave desequilibrio
por sexo: a nivel global los varones perpetran entre 90 y 100% de la violen-
cia, mientras que las mujeres son responsables de menos del 10%.203 James
Messerschmidt es un criminólogo que explica que los predictores más des-
tacados para el crimen son el género y la raza del “criminal”. Los jóvenes se
involucran en el crimen en tasas mucho más altas que los varones viejos o

197
Id, p. 73.
198
De hecho, son muchos los policías que usan los equipos SWAT para labores ordina-
rias. La policía usa los nuevos equipos y tácticas que aprendieron en sus entrenamientos para
así entregar órdenes judiciales a los ciudadanos en medio de la noche. Id, pp. 74 y 75.
199
Id, pp. 78-80.
200
Id, pp. 77 y 202.
201
Id, pp. 77 y 78.
202
Id, p. 80. Michelle Alexander hace notar que en 2000 fue la primera vez que se utilizó
la defensa del “propietario inocente”, en la cual, aun cuando el gobierno está obligado a
presentar muy pocas pruebas, éste debe demostrar con evidencia fehaciente que la propie-
dad fue utilizada para la comisión de un crimen, y no hay disposiciones con respecto a los
honorarios de los abogados de una persona que se defiende exitosamente de estos cargos. Id,
pp. 80-82. Sin honorarios de abogados la mayoría de los negros de sectores populares que
son acusados no cuentan con recursos para defenderse. Id.
203
Lee H. Bowker, Introduction, en “Masculinities and Violence” (Lee H. Bowker ed.,
1998).

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 117

las mujeres de cualquier edad. No obstante, hay una diferencia significativa


basada en las oportunidades que aguardan a un varón una vez pasada la
“edad del crimen”.204 En los barrios negros de sectores populares los jóvenes
toman parte en el crimen no sólo para sobrevivir, sino también para actua-
lizar su masculinidad, y, por lo tanto, rebasan la edad del crimen más tarde
que los hombres de barrios de clase trabajadora.205
Messerchmidt propone que el crimen por sí mismo no es sino un me-
dio para actualizar o alcanzar la masculinidad.206 Muchachos y adultos de
diferentes clases sociales tienen distintas relaciones con el crimen y cum-
plen con la masculinidad participando en diversos tipos de crímenes. Si
bien los jóvenes de clase media alta (predominantemente) blanca constru-
yen su masculinidad por medio de logros académicos, que son la base del
éxito de un buen proveedor,207 los jóvenes blancos de clase obrera a me-
nudo definen su masculinidad en contraposición a los estudios, ya que ven
en el trabajo físico la única fuente de una ocupación verdaderamente mas-
culina.208 Los jóvenes blancos de clase obrera usan las peleas como una
manera de demostrar superioridad masculina ante los maestros, los estu-
diantes varones blancos de clase media alta y las estudiantes mujeres,209
así, las peleas son una forma de “construir una masculinidad opositora
como práctica colectiva”.210 Fuera de la escuela, los jóvenes blancos de
clase obrera cometen una tasa desproporcionada de los crímenes de odio,
que son formas públicas de masculinidad que permiten a dichos jóvenes
blancos de clase obrera demostrar su masculinidad superior sobre los gays
y los miembros de otras razas.211 Los policías provienen casi siempre de
esta clase social.212

204
Messerschmidt, supra nota 106, pp. 109 y 110.
205
Id.
206
V. id, pp. 79 y 80 (Messerschmidt explica que el género es más que un signo social, pues
implica actividades y conductas que a menudo se asocian con un género específico. Alude a
la idea de que el crimen suele ser una conducta que cae dentro de la categoría “masculino”).
207
Id. pp. 92 y 93. No pretendo “esencializar” las experiencias de los grupos que presento
en esta subsección. Queda claro que no todos los varones blancos de clase media ni todos los
varones negros son iguales, sin embargo, estas observaciones son generalizaciones basadas en
el estudio que Messerschmidt realizó sobre estos grupos.
208
Id, p. 97.
209
Id, p. 98 (donde se describe un estudio realizado entre muchachos británicos de clase
obrera).
210
Id, p. 99.
211
Id.
212
Id, p. 178.

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118 ANN MCGINLEY

Messerschmidt explica que los jóvenes de sectores populares obreros


que son miembros de minorías raciales casi no cuentan con acceso al em-
pleo remunerado.213 Recurren a los desmanes y a la violencia en la escuela
para construir una masculinidad que los diferencie de los hijos de la cla-
se media.214 Fuera de la escuela, las pandillas y la violencia callejera se
convierten en un medio para cumplir con la “masculinidad opositora”.215
Dentro del contexto social en que se encuentran los jóvenes del barrio y
del gueto, el robo es una práctica racional para “hacer género” y para con-
seguir dinero.216
Dado que los jóvenes de minorías raciales tienen pocas oportunidades
económicas, tardan más en salir de la edad del crimen que los jóvenes blan-
cos de clase obrera,217 y algunos de estos jóvenes de las minorías se unen a
las pandillas como expresión de masculinidad. Las pandillas rivales luchan
por la dominación de una manera que les permite cumplir con su masculi-
nidad.218 En Estados Unidos estos jóvenes suelen vivir en barrios patrullados
por la policía.

B. Estereotipos: el hombre negro malo versus el hombre negro bueno

La aplastante mayoría de los crímenes son cometidos por varones. De


hecho, la violencia se considera una característica definitoria de la mas-
culinidad. La policía asocia particularmente a los varones negros con la
criminalidad. Ver a todos los hombres negros como presuntos criminales
refuerza los estereotipos generalizados sobre los varones y la masculinidad
negra. Los clichés estereotípicos definen a los varones afroestadounidenses.
Con base en lo anterior, la socióloga Catherine Harnois afirma: “[l]as imá-
genes controladoras sirven para justificar la continuidad de la segregación
y la desigualdad racial. Enfatizan una cierta clase de masculinidad negra

213
Id, pp. 104 y 215.
214
Id, pp. 104 y 105.
215
Id, p. 105. La mayor parte de los muchachos abandona los estudios y sale a robar. “El
robo significa una ceremonia pública de dominación y humillación de los otros”. Id, p. 107.
Los robos en grupo conllevan mayor violencia y brindan la oportunidad de demostrar a los
amigos que no tienen miedo. Como lo indica Messerschmidt, “las circunstancias del robo
constituyen la oportunidad ideal para construir una rudeza y virilidad esencial”; ofrece el
medio para construir una cierta clase de masculinidad: la del varón duro. Id.
216
Id, p. 107.
217
Id, p. 109.
218
Id, p. 111.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 119

perversa que se define contra la norma de una masculinidad blanca hetero-


sexual de clase media”.219 Frank Rudy Cooper, profesor de derecho, explica
que nuestra sociedad entiende a los varones negros de manera bipolar.220
Las imágenes culturales de los negros son el negro malo y el negro bueno.221
Siendo el malo bestial, criminal e hipersexual.222 Los negros fueron tratados
como bestias durante la esclavitud, y esa imagen de los varones negros per-
siste hasta nuestros días;223 más aún, durante siglos los varones negros han
padecido en Europa y Estados Unidos una identificación con la criminalidad
y la sexualidad sin restricciones.224 Hacia el final de la esclavitud, existía el
temor de que los esclavos negros liberados se abalanzaran en contra de las
mujeres blancas, y en los blancos surgió la necesidad expresa de “controlar
y reprimir” a los varones negros para así proteger a las mujeres blancas.225
Este temor se intensificó después de la emancipación de los esclavos negros,
dado que los varones negros entonces adquirieron derechos de propiedad y
políticos semejantes a los de los varones blancos.226
Más importante todavía, las masculinidades de los supremacistas blan-
cos se vieron amenazadas por la libertad de los esclavos negros y la amenaza
percibida contra los ingresos económicos y el derecho exclusivo a mujeres
blancas “puras” de los varones blancos.227 Para asegurarse de que los varo-
nes y la masculinidad negra no menoscabaran la masculinidad blanca, los
supremacistas blancos, con bastante regularidad, se ocupaban de linchar
y castrar a varones negros injustamente acusados de buscar relaciones se-
xuales con mujeres blancas.228 Ida B. Wells demostró que el linchamiento
a menudo iba relacionado con el éxito de los negocios de los negros.229 Sin

219
Catherine E. Harnois, “Complexit y Within and Similarity Across: Interpreting Black
Men’s Support of Gender Justice, Amidst Cultural Representations that Suggest Otherwise”,
Hyper Sexual, Hyper Masculine? 85, 96 (Brittany C. Slatton y Kamesha Spates, eds., 2014).
220
V. en general Frank Rudy Cooper, “A Garnet Bipolar Black Masculinity: Intersectional-
ity, Assimilation, Identity Performance, and Hierarchy”, 39 U.C. Davis L. Rev. 853, 857-58
(2006).
221
Id.
222
Id, p. 876.
223
Id, pp. 877 y 878.
224
Id, p. 878.
225
Id.
226
Id, p. 877.
227
V. James W. Messerschmidt, “Men Victimizing Men. The Case of Lynching”, I805-
1900, Masculinities and Violence 125, 137 (Lee H. Bowker, ed., 1998).
228
Id, pp. 140, 143-146.
229
V. Ida B. Wells, Lynch Law in All its Phases, Speech at Boston’s Tremont Temple (13
de febrero de 1893), Our Dao (1893). Después de haber sido esclavo Ida B. Wells fue pe-

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120 ANN MCGINLEY

embargo, el linchamiento y la castración aseguraban la superioridad de los


varones blancos sobre los varones negros y las mujeres blancas.230
La imagen del varón negro como hipersexual, violento y bestial con-
tinúa en nuestros días y aparece en las noticias que dan los medios.231 Si
bien hay buenos retratos de los negros en la sociedad, estos no predominan
como imágenes fuertes en la cultura popular, y pese a ello, aquellas imá-
genes positivas que logran prevalecer en la cultura popular son tratadas
como excepciones, con lo cual se refuerza la “verdad” de las imágenes ne-
gativas y se justifica la continuación del trato inequitativo para los varones
negros.232
Muchos afroestadounidenses, no sólo los que pertenecen a clases bajas
estereotipadas, sino también aquellos de clase media y media alta, sufren
del escrutinio intenso de la policía. Considérese el arresto del doctor Henry
Louis Gates, un distinguido afroestadounidense que enseña derecho en la
Universidad de Harvard, cuando trató de abrir la puerta de su casa al llegar
después de unas vacaciones. La policía, en respuesta a una queja sobre que
Gates era un intruso, fue a la casa de éste.233 Para ese momento, Gates ya
estaba adentro, por lo que un oficial de policía le pidió una identificación,

riodista, maestro y reformador social. “Ida B. Wells-Barnett”, Encyclopedia Britannica, http://


www.britannica.com/biography/Ida-B-Wells-Barnett (visto por última vez el 21 de julio de 2015).
Escribió numerosos libros. Id.
230
V. Messerschmidt, supra nota 228, pp. 147 y 148.
231
Mientras se preparaba este artículo, un joven blanco de 21 años entró a una iglesia his-
tórica de negros en Charleston, Carolina del Sur, y baleó a nueve víctimas negras. Parece que
antes de comenzar a disparar culpó a los negros de “violar a nuestras mujeres”. Ralph Ellis et
al., “Shooting Suspect in Custod y after Charleston Church Massatre”, CNN (18 de junio de
2015, 11:50 PM), http://www.cnn.com/2015/06/18/us/charleston-south-carolina-shooting/. Una
página recien creada por el perpetrador antes del tiroteo contiene un manifiesto racista
donde culpa a los negros por los crímenes en contra de los blancos de Estados Unidos. V.
Brendan O’Connor, “Here is what appears to be Dylann Roof ’s Racist Manifesto”, GWKEn
(20 de junio de 2015, 10:55 AM), http://gawker.com/here-is-what-appears-to-be-dylann-roofs-racist-
manifest-1712767241. Si bien las opiniones del perpetrador no se pueden atribuir a otros
estadounidenses, en nuestra cultura todavía persiste el cliché del criminal negro o latino; por
ejemplo, al anunciar su candidatura presidencial, Donald Trump identificó a los inmigrantes
mexicanos como “violadores”. Donald Trump, discurso de anuncio de candidatura (6 de ju-
nio de 2015) (transcripción disponible en http://time.com/3923128/donald-trump-announcement-
speech/).
232
V. Harnois, supra nota 220, p. 96.
233
Krissah Thompson, “Arrest of Harvard’s Henry Louis Gates Mr. was Avoidable”, Re-
port Says, WASH Post (30 de junio de 2010, 1:45 PM), http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/
content/article/2010/06/30/AR2010063001356.html.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 121

la cual Gates presentó.234 La licencia de manejo de Gates tenía la dirección


de su casa, por lo que demostró que no era un intruso.235 No obstante, el
oficial solicitó a Gates que saliera al porche, a lo que éste se negó.236 Cuando
Gates por fin salió, el oficial lo arrestó por desacato.237 Un informe realiza-
do después del incidente culpó a los dos hombres y declaró que la raza, la
clase y la falta de respeto por la autoridad policial fueron responsables del
conflicto.238 El Comité que investigó el incidente ni siquiera reparó en que
el género, combinado con la raza y la clase, fuera uno de los principales
motores del incidente.239
Por otra parte, los progenitores afroestadounidenses de todas las clases
describen “la charla” que tienen con sus hijos adolescentes sobre cómo re-
accionar si la policía los detiene o trata de arrestarlos:

Si un policía te para, haz lo que te diga, incluso si te agrede, incluso si no


hiciste nada mal. Déjalo que te arreste, apréndete su número de placa y llá-
mame en cuanto llegues a la delegación. Pon las manos donde las pueda ver.
No quieras sacar tu cartera. No agarres tu celular. No levantes la voz. No le
contestes feo. ¿Me entiendes?240

Ésta es una dolorosa realidad en Estados Unidos hoy en día.


El negro bueno es otro cliché persistente. Como el tío Tom de La cabaña
del tío Tom, la novela anterior a la Guerra Civil,241 el negro bueno es asimila-
cionista, actualiza su raza y su género de modo que la gente blanca se sienta
a gusto, evita quejarse sobre el racismo, es comedido y se congracia.242 Sin

234
Id.
235
Id.
236
Id.
237
Id.
238
Id.
239
V. Frank Rudy Cooper, “Masculinities, Post-Racialism and the Gates Controversy. The
False Equivalence Between Officer and Civilian”, 11 Nev. L. J. 1, 3 (2010) (donde se argumen-
ta que la controversia sobre Gate ocurrión en la intersección de raza, clase y masculinidad,
y en el contexto de un arresto policial); Thompson, supra note 234.
240
V. Jeannine Amber, “The Talk. How Parents Raising Black Boys try to Keep
their Sons Safe”, Time (29 de julio de 2013), http://content.time.com/time/magazine/arti-
cle/0,9171,2147710,00.html; v. asimismo, Jazmine Hughes, “What Black Parents Tell their
Sons About the Police”, Gawker (21 de agosto de 2014, 9:37 AM), http://gawker.com/what-
black-parents-tell-their-sons-about-the-po1ice-1624412625.
241
Harriette Beecher Stowe, Uncle Tom’s Cabin 14 y 15 (1852).
242
Cooper, supra nota 221, pp 881 y 182.

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122 ANN MCGINLEY

ambargo, como lo explica Cooper, por default la posición de los varones ne-
gros es que son negros malos, enojados y amenazantes.243
Incluso cuando la policía no adopta conscientemente los estereotipos de
los varones negros, la prensa bombardea constantemente a la sociedad con
mensajes sobre cuán peligrosos, amenazadores e irascibles son los varones
negros.244 Estas imágenes crean actitudes sobre ellos que pueden conducir a
un trato diferencial entre los varones negros y los blancos en los encuentros
con la policía.

C. Actualización de la masculinidad por parte de ciertos


varones negros

Aunque hay múltiples masculinidades negras, la intersección entre raza


y género deja claro que, debido a los estereotipos raciales, la masculinidad
es una meta difícil de alcanzar para los varones negros. Algunos jóvenes
negros actúan su masculinidad en forma de hipermasculinidad, como lo
expresa más de un policía.245 Harris hace notar que la historia de la esclavi-
tud contribuyó para que los negros tengan sobre sí mismos la opinión que
tienen. Los afroestadounidenses siempre se han sentido “emasculados” por
la cultura de la masculinidad blanca debido a su incapacidad para com-
petir por la masculinidad hegemónica que incluye el control sobre las pro-
pias mujeres.246 Culturalmente, los varones negros han sido estereotipados
como débiles y pueriles, como peligrosos y amenazantes, además de poco
inteligentes;247 como respuesta, algunos jóvenes negros adoptan una forma
“rebelde” de masculinidad que se opone a la hegemónica y presenta la mas-
culinidad negra como superior a la blanca.248

243
Frank Rudy Cooper, “Our First Unisex President?: Black Mastulinity and Obama’s
Feminine Side”, 86 Dow. L. Rev. 633, 636, 644 y 645 (2009).
244
Candy Ratliff, “Growing up Male. A Re-Examination of African American Male So-
cialization”, Hyper Sexual, Hyper Masculine? 19, 25 (Brittany C. Slatton y Kamesha Spates eds.,
2014); Kamesha Spates y Brittany C. Slatton, “Blackness, Maleness, and Sexuality as Inter-
woven Identities: Toward an Understanding of Contemporary Black Male Identity Forma-
tion”, Hyper Sexual, Hyper Masculine? 1, 1 (Brittany C. Slatton y Kamesha Spates, eds., 2014);
Joshunda Sanders, Media Portrayals of Black Youths Contribute to Racial Tension, Mostno Inst. For
Journalism (23 de mayo de 2012), http://mije.org/mmcsi/generat/media’s-portrayal-black-youths-
contributes-racial-tension.
245
Ratcliff, supra nota 245, pp. 25 y 26.
246
V. Harris, supra nota 135, p. 783.
247
Id, pp. 783 y 784.
248
Id, p. 784.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 123

Los estadounidenses ven en los jóvenes negros a un traficante de crack


incluso cuando la mayor parte de los usuarios de cocaína en piedra (67%)
son blancos y que los negros no tienen tanta probabilidad como los blancos
de vender cocaína.249 Más aún, las percepciones de quién vende drogas y
sobre las tasas de arresto también quedan conformadas por la raza.250 Este
punto de vista viene del extendido prejuicio acerca de la criminalidad de los
varones negros en nuestra sociedad.251 Incluso cuando muchos de estos va-
rones negros no venden drogas ilegales se les malinterpreta en tanto que son
una minoría diferente. Los varones negros no deciden vender drogas por ca-
pricho, sino que su decisión a menudo surge de la necesidad económica.252
Muchos venden drogas para dar de comer a sus familias que viven en la
pobreza y que, a veces, carecen de otros medios para la subsistencia.253 Un
cierto número de varones negros que alguna vez fueron traficantes de droga
han hecho fama y fortuna creando e interpretando música de rap, donde se
describen las razones de su vida pasada como traficantes de drogas. Las le-
tras, si bien admiten plenamente que usaban o vendían drogas ilegales, dis-
cuten el trasfondo de esta conducta: familias disfuncionales sin ayuda de la
sociedad, falta de educación y pocas o nulas oportunidades económicas.254
De acuerdo con la socióloga Kamesha Spates,

Vender drogas se trata más de sobrevivir y menos de querer romper esque-


mas. Contrario a lo que se cree, muchos de estos varones se involucraron con
las drogas para contrarrestar la noción de que los varones negros son incapa-
ces de proveer para sí o para sus familias. Aunque muchos eran muchachos
cuando empezaron, sus intentos por “ser hombres” resultaron en el deseo de
tomar medidas desesperadas.255
249
Spates, supra nota 178, p. 133.
250
V. p. ej., Katherine Beckett et al., “Race, Drugs, and Policing: Understanding Disparities
in Drug Delivery Arrests”, 44 Criminology 105, 105 y 106 (2006) (donde se presenta el hallaz-
go de que los negros están altamente sobrerrepresentados en los arrestos de Seattle. Entre las
causas está la venta de drogas, que es desproporcionada con relación a la composición racial
y étnica de los vendedores de drogas. También se afirma que la raza moldea las percepciones
acerca de qué y quién constituye el problema de las drogas en Seattle, así como la respuesta
institucional al problema).
251
Spates, supra nota 178, p. 133.
252
Id, p. 142.
253
Id, p. 143.
254
Id, pp. 144-146. Bell Hooks alega que los varones que producen música rap y hip-hop
para criticar a la sociedad estadounidense también se benefician del sistema capitalista y
acaban por apoyar el patriarcado blanco. V. Bell Hooks, We Real Cool: Black Men and Masculin-
ity 55 (2004).
255
V. Spates, supra nota 178, p. 148.

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124 ANN MCGINLEY

Un estudio etnográfico llevado a cabo por los investigadores Michael


Pass, Ellen Benoit y Eloise Dunlap confirma las conclusiones de Spates.256
Tras entrevistar a noventa y cuatro varones negros de bajos ingresos, la
respuesta que prevaleció fue que los varones de verdad son responsables de
proveer para sí y para sus familias.257 En esencia, los varones negros de ba-
jos ingresos comparten los mismos puntos de vista sobre los marcadores de
la virilidad que sus contrapartes blancas de clase media. Sin embargo, tan
sólo el 36% de la muestra reportó que tenía un empleo legal como su prin-
cipal fuente de ingreso.258 Los autores concluyeron que los varones negros
de sectores populares mantienen a sus familias de acuerdo con los recursos
que tienen a su disposición.259 En otras palabras, de ser necesario, los varo-
nes negros recurrirán a medios ilegales para el sostén de sus familias. Los
autores apuntan: “Queda claro que los varones quieren que se les vea como
proveedores y protectores, responsables por aquellos que aman, a pesar de
que no tengan éxito en el empleo que se considera esencial para la imagen
hegemónica de la masculinidad”.260
Michelle Alexander afirma que algunos jóvenes negros en barrios popu-
lares abrazan la cultura de las pandillas como un acto de desafío y resisten-
cia.261 Los jóvenes negros que se entregan al estigma de la criminalidad ven
su comportamiento como una manera de disminuir tan humillante estigma.
Como lo afirma Alexander:

...[p]ara aquellos jóvenes negros perseguidos por la policía y humillados por


maestros, parientes y extraños, abrazar el estigma de la criminalidad es un
acto de rebeldía, un intento de taladrar una identidad positiva en una so-
ciedad que les ofrece poco más que desprecios, desalientos y una vigilancia
constante.262

Estas performances son intentos por definir la masculinidad propia; por


expresar la masculinidad de forma que otorgue poder al joven que la pre-
tende, como forma de identidad que puede abrazar. Desafortunadamente,

256
Michael Pass et al., “«I Just be Myself»: Contradicting Hyper Masculine and Hyper
Sexual Stereotypes Among Low-Income Black Men in New York City”, Hyper Sexual, Hyper
Masculine? 165, 173 (Brittany C. Slatton y Kamesha Spates eds., 2014).
257
Id, p. 173.
258
Id.
259
Id, p. 179.
260
Id.
261
Alexander, supra nota 15, pp. 168 y 169.
262
Id, p. 171.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 125

esta performance de la identidad con frecuencia es perjudicial para el indivi-


duo y puede aumentar la fuerza de los estereotipos de la sociedad acerca
de los varones negros que viven en barrios de sectores populares. Alexan-
der compara la cultura de pandillas de Black Entertainment TV con “un
show de juglares” para un público de adolescentes suburbanos blancos.263
Athena Mutua es una profesora de derecho que reconoce el importante
mensaje antirracista de Kanye West y otros raperos, pero también reco-
mienda que los varones negros se involucren más en las masculinidades
negras progresistas;264 esto es, según Mutua, que los jóvenes negros deben
rechazar el control del patriarcado sobre las mujeres negras y entregarse al
feminismo.265 Mutua argumenta que la entrega de los varones negros a los
conceptos de la masculinidad ideal lastima a las mujeres negras, a los va-
rones negros y a las comunidades negras.266 En otras palabras, los varones
negros se ven perjudicados por el “racismo generizado”.267
Incluso aquellos jóvenes negros que no toman parte de la cultura de
pandillas negras a menudo son malinterpretados si adoptan la pose cool y
usan los símbolos de esa cultura, como la sudadera con capucha, los pan-
talones flojos y la gorra hacia atrás. Para los estadounidenses blancos estos
símbolos equivalen a “criminal”, y eso seguramente signifique lo mismo
para la policía que patrulla los barrios populares y para otros jóvenes negros
del barrio.268 No obstante, no se deben malinterpretar estos símbolos de la
masculinidad.269 La mayor parte de los jóvenes, sean negros o blancos, de
barrios pobres o ricos, representan su masculinidad por medio de la vesti-
menta y otros símbolos que son poderosos en sus culturas locales nativas.

263
Id, p. 168.
264
Athena D. Mutua, “Theorizing Progressive Black Masculinities”, Progressive Black Mas-
culinities 3, 4-5 (Athena D. Mutua, ed., 2006).
265
Id, p. 5.
266
Id.
267
Id, p. 6.
268
Gene Denby, “Sagging Pants and the Long History of «Dangerous» Street
Fashion”, NPR (11 de septiembre de 2014, 8:18 AM), http://www.npr.org/sections/
codeswitch/2014/09/11/347l43588/sagging- pants-and-the-long-history-of-dangerous-street-fashion.
269
Daniel Goleman, “Black Scientists Study the «Pose» of the Inner City”, N. Y. Times
(21 de abril de 1992), http://www.nytimes.com/1992/04/21/science/black-scientists-study-the-pose-
of-the-inner-city.html (donde se concluye que a pesar de que les maestres, directorxs y policías
a menudo confunden la pose cool con una actitud desfiante, en realidad es una manera de
“mantener la integridad y contener la rabia”); V. asimismo, Richard Majors y Janet Mancini
Billion, Cool Pose: The Dilemmas of Balck Manhood in America (1992) (alega que aunque la pose
cool es una estrategia que se puede utilizar para expresar orgullo y masculinidad, cuando se
le utiliza como máscara, también puede acarrear efectos negativos).

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126 ANN MCGINLEY

De hecho, estos símbolos pueden representar la masculinidad en barrios de


sectores populares porque sí representan la criminalidad, aunque muchos
niños y jóvenes que no toman parte en conductas criminales también adop-
tan estos símbolos.

Freddie Gray

Freddie Gray pudo haber sido uno de estos varones. Gray y sus her-
manas fueron criados por una madre analfabeta con discapacidad y adicta
a la heroína.270 Él y sus hermanas se envenenaron con plomo por los altos
niveles de esa sustancia que tenía la pintura de las paredes de la casa que
rentaban en un barrio pobre de Baltimore, Maryland.271 Cuando su madre
murió a los 27 años de edad, Gray había sido arrestado más de una docena
de veces y había sido condenado a prisión en diversas ocasiones por pose-
sión de heroína y marihuana.272 Había pasado dos años en la cárcel.273 En
un fatídico día de abril de 2015 Freddie Gray salió a caminar por las calles
de Baltimore e intercambió miradas con un oficial de policía.274 El resto es
historia. Freddie se echó a correr y el policía lo alcanzó y lo sujetó sobre el
suelo.275 El policía arrastró a Gray a la parte de atrás de una camioneta.276
Para cuando Gray llegó a la estación de policía, había dejado de respirar.277
Fue hospitalizado por una semana y después falleció.278 Su autopsia reveló
que murió de “un impacto de alta energía”.279 Los oficiales pusieron a Gray

270
Peter Hermann y John Woodrow Cox, “A Freddie Gray Primer: Who was He? How
Did He Die? Why is there so Much Anger?”, Wash Post (28 de abril de 2015), http://www.
washingtonpost.com/news/1ocaVwp/2015/04/28/a-freddie-gray-primer-who-was-he-how-did-he-
why-is-there- so-much-anger/.
271
Id.
272
Id.
273
Id.
274
Stacia L. Brown, Lookiztg “While Black”, New Republic (30 de abril de 2015), http://
www.new republic.com/article/121682/freddie-grays-eye-contact-police-led-chase-death; Lily “Freddie
Ran, Beer”, Sun (25 de abril de 2015, 11:22 PM), http://www.baltimoresun.com/news/opinion/
editorial/bs-ed-freddie-gray-20150425-story.html.
275
Brown, supra nota 275.
276
Hermann y Woodrow, supra nota 271.
277
Id.
278
Id.
279
Justin Fenton, “Autopsy of Freddie Gray Shows «High Energy’ Impact», Sun (24 de
junio de 2015, 10:25 AM), http://www.baltimoresun.com/news/maryland/freddie-gray/bs-md-ci-
freddie-gray-autopsy-20150623-story.html#page=1.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 127

en la camioneta con esposas y grilletes280 (sin obedecer los reglamentos) y


no le abrocharon el cinturón de seguridad,281 por este motivo Gray se pegó
en la cabeza cuando la camioneta frenó repentinamente. El médico forense
del estado determinó que la muerte se trataba de un homicidio.282 Muchos
piensan que a Freddie Gray le dieron un “paseo duro (rough ride)”, térmi-
no comunmente utilizado por la policía de Baltimore cuando, a sabiendas,
sube a un sospechoso a la camioneta de patrulla esposado y sin cinturón de
seguridad, frenando bruscamente de forma reiterada de manera tal, que
pueden provocarse lesiones severas.283
La fiscalía acusó a seis oficiales de crímenes que van desde homicidio
en segundo grado hasta arresto injustificado,284 más adelante un gran ju-
rado responsabilizó a los oficiales de cargos semejantes.285 Entre los seis
oficiales había cinco varones y una mujer.286 Freddie Gray era negro. Dos
de los oficiales eran negros, al igual que la mujer.287 Tres de los oficiales
eran blancos.

280
Id.
281
Id.
282
Id.
283
El “paseo duro” (o nickel rides) es común en otros departamentos de policía y puede con-
ducir a lesiones graves que terminan en demandas en contra de la policía. Manny Fernan-
dez, “Freddie Gray’s Injury and the Polite «Rough Ride»”, N.Y. Times (30 de abril de 2015),
http://www.nytimes.com/2015/05/01/us/freddie-grays-injury-and-the-police-rou8h-ride.html?_r=0.
El Departamento de Justicia tiene dos investigaciones pendientes con respecto al incidente
de Freddie Gray: una indaga sobre el incidente específico que ocurrió cuando Gray murió;
el otro sobre el departamento de policía. V. Mike Levine, “Baltimore Police: DOJ Announces
Federal Probe of Entire Department”, ABC News (8 de mayo de 2015, 12:44 PM), http://
abcnews.go.com/US/freddy-gray-doj-announces-federal-probe-entire-baltimore/story?id=30899279. El 8
de mayo de 2015 el Departamento de Justicia abrió una investigación sobre patrones y prác-
ticas de la policía de Baltimore. Id. La investigación se concentrará en la manera en que los
oficiales de policía aplican la fuerza para hacer arrestos y revisiones buscando determinar si
hay un patrón de discriminación en la policía.
284
Alan Blinder y Richard Perez-Pena, “Baltimore Police Officers Charged in Freddie
Gray Death”, N.Y. Times (1 de mayo de 2015), http://www.nytimes.com/2015/05/02/us/fred-
die-gray-autopsy-report-given-to-baltimore-prosecutors.html?_r=0.
285
Richard Perez Pena, “Six Baltimore Officers Indicted in Death of Freddie Gray”, N.Y.
Times (21 de mayo de 2015), http://www.nytimes.com/2015/05/22/us/six-ba1timore-officers-
indicted-in-death-of-freddie-gray.html. La condena no incluye cargos por arresto injustificado, sin
embargo, añade cargos por conducta imprudencial. Id.
286
Blinder y Perez-Pena, supra nota 285.
287
Id.

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128 ANN MCGINLEY

D. “Héroes” contra “matones”288

En resumen, los oficiales varones blancos cumplen la masculinidad ac-


tuando con rudeza al arrestar a sospechosos varones negros de sectores po-
pulares. Esto no solamente es una acción individual, sino que es el resultado
de numerosas estructuras, incluyendo la definición masculina normativa de
la policía militarizada, el temor de la sociedad a los “otros”, la guerra con-
tra las drogas y el incremento en el arresto y encarcelamiento de varones
negros.
Los oficiales individuales, predominantemente blancos, a menudo pro-
vienen de barrios de obreros blancos. Rechazan la masculinidad hegemó-
nica de la clase media alta blanca que está fuera de su alcance, considerán-
dola como una personalidad débil y quejosa. No obstante, esa masculinidad
de clase media alta blanca todavía tiene un poder significativo, por lo que
los varones blancos de clase media trabajadora han de alcanzar su propia
versión de la masculinidad. En vez de la masculinidad de clase media alta
blanca, los oficiales de policía de clase obrera blanca crean su propia mar-
ca de masculinidad: una hipermasculinidad ruda. Esta personalidad entra
en contacto con los varones negros de los barrios de sectores populares en
donde trabajan los policías. Debido, en parte, a los estereotipos inexactos
sobre el negro malo, así como a las actualizaciones hipermasculinas que
despliegan algunos jóvenes negros en comunidades de sectores populares,
los oficiales de policía ven en esos jóvenes negros al “otro”, un “salvaje” a
quien la policía debe controlar. Es “nosotros contra ellos”.
Al desempeñar el papel del policía hipermasculino, cuyo trabajo es sal-
var a la comunidad de los “matones”, algunos oficiales de policía absorben
el mensaje de que los negros son criminales, incluso cuando estos varones
negros no hayan adoptado el papel de “matones” hipermasculinos. Si bien
el estereotipo de los varones negros puede ser consciente o inconsciente, de

288
El presidente Obama caldeó los ánimos innecesariamente cuando habló en Baltimore
después de la muerte de Gray. Asimismo, pudo haber encubierto a los conservadores blancos
cuando llamó “maleantes” a los muchachos de preparatoria que, como protesta, incendiaron
una farmacia. Subsecuentemente, hubo un vigoroso debate nacional acerca de si el término
maleante constituye un insulto racista. Tradicionalmente el término no tiene connotaciones
raciales y a menudo se aplica a los rufianes blancos de clase trabajadora que manifiestan con-
ductas hipermasculinas; en tiempos más recientes se refiere a los varones negros de conducta
violenta. En la actualidad, se considera que la palabra es una forma un poco más cortés de
decir “negro”. V. “The Racially Charged Meaning Behind the Word «Thug»”, NPR (30
de abril de 2015), http://www.npr.org/2015/04/30/403362626/the-racially-charged-meaning-
behind-the-word-thug.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 129

cualquier modo conduce al uso excesivo de la fuerza en contra de los sospe-


chosos varones negros, lo que incrementa los graves abusos e incluso el nú-
mero de muertes. De hecho, la conducta hipermasculina de los policías los
ayuda a cumplir con su propia marca de masculinidad, pues, desde su punto
de vista, aniquilan a los malos y protegen a la sociedad. En sus cabezas son
“héroes” y sus víctimas son “matones”. Y aunque la mayoría de los policías
son varones blancos, hay varones y mujeres afrodescendientes que, cuando
sienten el poder hegemónico, entran en combinación con los oficiales de
policía blancos varones para reprimir a los “matones”.

IV. Masculinidad y tiroteos de la policía:


la agenda del cambio

La teoría de las masculinidades sugiere que, por lo menos, hay dos tipos de
masculinidades subordinadas u oposicionistas que entran en juego en la com-
petencia por la supremacía en las calles de Estados Unidos. La policía, cuya
masculinidad de clase trabajadora (blanca) está subordinada a la hegemónica
de la clase media alta blanca, actualiza su masculinidad de manera hiper-
masculina y ruda, enfatizando la fuerza y el control físicos, exigiendo respeto
y honores para sí mismos y para sus compatriotas; si se les desafía, refuerzan
sus identidades masculinas ejecutando tácticas abusivas en contra de otros
varones que tampoco satisfacen la definición de masculinidad hegemónica
de la clase media alta.
Con frecuencia, estos otros varones son negros y, a causa de los estereo-
tipos, la policía los considera peligrosos y amenazadores. Estos estereotipos
fomentan el uso excesivo de la fuerza por parte de oficiales de policía pre-
dominantemente blancos, pues así se protegen a sí mismos y a la sociedad;
tales estereotipos también justifican el uso excesivo de la fuerza en contra
del peligro del “otro”. A su vez, el uso de la fuerza fortalece la masculinidad
de los oficiales de policía que la aplican, así como del departamento para el
que trabajan.
Si bien los estereotipos de los varones negros se arraigan en la historia,
algunos varones negros de la comunidad también participan en actualiza-
ciones hipermasculinas de masculinidad negra (masculinidades oposicionis-
tas) para contrarrestar el estigma de ser varones negros de sectores popula-
res. Dichas actualizaciones realizadas por varones negros jóvenes, que los
representan como drogadictos y criminales, crean formas de masculinidad
que se oponen tanto a la masculinidad hegemónica como a la hipermascu-
linidad de la policía. Es irónico que estas actualizaciones hipermasculinas

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130 ANN MCGINLEY

de los jóvenes varones negros, que en muchos casos no implican conductas


ilegales, fortalezcan el estereotipo de que casi todos los varones negros son
criminales peligrosos, con lo cual refuerzan el ciclo de violencia entre la po-
licía y los varones negros.
No obstante, resulta singularmente extraño que la policía no sólo con-
firma su masculinidad al concentrarse en los varones que performatean mas-
culinidades hipermasculinizadas negras criminales; por el contrario, parece
ser que la policía no siempre distingue entre los jóvenes negros que desplie-
gan actualizaciones hipermasculinizadas y aquellos otros varones negros de
la comunidad que no lo hacen. Así pues, parece ser que muchos varones
negros que acaban siendo víctimas del uso excesivo de la fuerza por parte
de los departamentos de policía no necesariamente desafían a la policía va-
liéndose de sus propias formas de hipermasculinidad. En esencia, pareciera
que la policía da por hecho un tipo de hipermasculinidad criminal en los
varones negros que viven en barrios urbanos de sectores populares.

1. Walter Scott

El caso de Walter Scott, un varón negro de 50 años de edad abatido


por un oficial blanco de policía en North Charleston, Carolina del Sur, da
un buen ejemplo de este fenómeno. En abril de 2015 el agente Michael T.
Slager detuvo a Walter L. Scott porque una de las luces traseras de su coche
estaba rota.289 Scott corrió, según su familia, lo hizo temiendo que la policía
lo arrestara por no pagar la pensión alimenticia de su hijo.290 Slager siguió a
Scott y se produjo una pelea.291 Scott volvió a escapar y Slager lo baleó por
la espalda mientras huía.292 Scott cayó al piso tras el octavo tiro.293 Slager
llamó a la policía y reportó que le había disparado a Scott, pero le dijo al
despachador que éste le había arrebatado su pistola Taser.294 No obstante,
sin que Slager lo supiera, un testigo no relacionado grabó el incidente con
su teléfono celular;295 la grabación demuestra que Scott estaba a unos ocho

289
Michael S. Schmidt y Matt Apuzzo, “South Carolina Officer is Charged with Murder
of Michael Scott”, N.Y. Times (7 de abril de 2015), http://www.nytimes.com/2015/04/08/us/
south-carolina-officer-is-charged-with-murder-in-black-mans-death.htmI?_r=0.
290
Id.
291
Id.
292
Id.
293
Id.
294
Id.
295
Id.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 131

metros de Slager, dándole la espalda, cuando éste disparó en repetidas oca-


siones.296 Cuando Scott cayó al piso Slager se acercó y esposó el cuerpo sin
vida de Scott.297 Slager volvió a donde había estado parado antes, levantó
un objeto que parecía ser su Taser, y lo dejó caer cerca del cuerpo de Scott
en un intento, según el parecer de muchos, de respaldar la versión falsa de
que Scott le había arrebatado el Taser.298 Scott, quien no portaba armas,
murió de múltiples heridas de bala.299
No hay indicios de que Scott desafiara la autoridad de Slager ni de que
se hubiera enfrascado en despliegues de hipermasculinidad. No hay prue-
bas de que le haya faltado al respeto al agente. Al igual que Tamir Rice,
el niño de doce años que jugaba en un parque de Cleveland, está claro
que Scott nunca expresó su masculinidad de manera que amenazara o se
opusiera a la policía. Si bien Freddy Gray, el hombre de Baltimore que fue
herido de muerte de camino a la estación de policía, había sido arrestado
en ciertas ocasiones, no hay evidencia de que al momento de su muerte hu-
biera hecho nada más para desafiar a la policía que intercambiar miradas
y echarse a correr. Michael Brown es quien más cerca estuvo de desafiar la
masculinidad de la policía; su fatal error fue acercarse a la patrulla y po-
nerse a pelear con el policía para arrancarle el arma. De la misma manera,
en el caso de Brown los hechos son confusos y no está claro si este joven,
que estaba por entrar a la universidad, manifestó conductas masculinas que
estuvieran tan siquiera cerca de ser peligrosas o criminales. En esencia, el
choque de masculinidades, sea real o imaginario, condujo a las innecesarias
muertes de varones negros.
En los conflictos entre la policía y los varones negros las estructuras y
performances masculinas ocurren en ambas partes; es decir, a menudo la so-
ciedad considera que los varones negros tienen una masculinidad fallida o
hipertrofiada —esta opinión persiste a resultas de cientos de años de mal-
tratos y prejuicios contra los varones negros—. A su vez, y como resultado

296
Id.
297
Id.
298
Id.
299
A resultas del tiroteo el agente Slager fue acusado de homicido. Id. Tanto el FBI como
el Departamento de Justicia están investigando la muerte de Walter Scott, sin embargo,
todavía no hay resultados al momento de la publicación del presente artículo. V. Timothy
M. Phelps y Christi Parsons, “Justice Department to Assist in Investigation of South Caro-
lina Cop”, L.A Times (8 de abril de 2015, 12:51 PM), http://www.latimes.com/nation/nation-
now/la-na-police-shooting-feds-20150408-story.html; “FBI Launches Investigation into Shooting
by White Police Officer”, Jerusalem Post (8 de abril de 2015, 2:38 PM) http://www.jpost.com/
Breaking-News/FBI-launches-investigation-into-shooting-by- white-police-officer-396494.

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132 ANN MCGINLEY

de su subordinación, algunos varones negros responden con masculinida-


des oposicionales, reforzando los estereotipos sobre la hipermasculinidad
masculina negra. Algunos varones negros adoptan poses cool que significan
criminalidad y/o hipersexualidad; al mismo tiempo el Estado reacciona
desplegando una presencia policial de tipo militar sin precedentes en los
barrios negros populares. De manera más reciente, esto es resultado de la
guerra contra las drogas de Ronald Reagan. Y aunque es prácticamente im-
posible demostrar causalidad, es innegable que la sociedad estadounidense
ha creado las condiciones para que una fuerza policial militarizada mate
varones negros a una tasa alarmante.

2. Recomendaciones para el cambio

Como ya se mencionó, hay por lo menos dos investigaciones del DOJ,


así como un equipo especial creado por el presidente de Estados Unidos,
que hace importantes recomendaciones sobre cómo mejorar las policías de
las ciudades de ese país. El equipo recomienda conceptos generales como
los siguientes:

— Construir confianza y legitimidad;


— Vigilancia y supervisión;
— Tecnologías y redes sociales;
— Policía comunitaria y reducción del crimen;
— Adiestramiento y capacitación, y
— Bienestar y seguridad de los agentes.300

Es necesario adoptar todas las recomendaciones del equipo con pronti-


tud. Sin embargo, me temo que habrá más muertes de varones negros si an-
tes no se entiende la naturaleza cultural generizada de estas muertes. Puede
ser más difícil cambiar nuestra cultura que establecer nuevas reglas para el
adiestramiento, el patrullaje y la supervisión de las conductas policiales. Si
bien estas reglas son vitales para garantizar resultados apropiados, la edu-
cación de la policía debería incluir el género, en especial el concepto de
masculinidad, y su vinculación con las muertes por parte de la policía. Las es-
cuelas de policía deberían tomar en serio el daño que generan las conductas
y actitudes excesivamente hipermasculinas, así como adiestrar a sus estu-

300
President’s Task Force Report on 21st Century Policing l (2015), http://www.cops.usdoj.
gov/pdf/ taskforce/taskforce_finalreport.pdf.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 133

diantes sobre cómo las performances masculinas a menudo son invisibles, pues
parecen normales para la sociedad. Más aún, los departamentos de policía
deberían renovar estos entendimientos sobre la masculinidad de manera tal,
que los oficiales comprendan la diferencia entre actuar con profesionalidad
y actuar masculinamente.
Un estudio etnográfico realizado por dos sociólogas en una escuela de
policía demostró que buena parte de la conducta que se aprende en la es-
cuela refrenda las creencias en la superioridad de la masculinidad y la in-
ferioridad de las oficiales mujeres.301 Este adiestramiento no solamente es
perjudicial para las mujeres, sino también para los oficiales varones y sus
departamentos, porque enseña a los oficiales de policía que la masculini-
dad es un criterio vital para el trabajo policial profesional. De hecho, aun-
que los mensajes de masculinidad son invisibles para muchos de quienes
reciben el adiestramiento,302 éste resulta efectivo. Hay un programa oculto
para enseñar masculinidad

...de manera oblicua, en donde los maestros instruyen subrepticiamente a los


estudiantes sobre aquellas formas de masculinidad que son apreciadas por la
cultura policial, enseñándoles las relaciones entre la masculinidad extrema
y el trabajo policial, así como la naturaleza de los grupos que están dentro y
fuera de la cultura policial.303

Al visibilizar la masculinidad ante los cadetes de policía, exigiendo a los


profesores que eviten las prácticas excesivamente masculinas, será posible
lograr los cambios que deben fundamentar las nuevas normas y regulacio-
nes del comportamiento policial. Es preciso concentrarse en los conceptos
de competencias policiales comunitarias con énfasis en la seguridad, recom-
pensando a los agentes que lleven a cabo prácticas comunitarias seguras,
eliminando las prácticas innecesariamente hipermasculinas y garantizando
mejores relaciones con la comunidad. Esta propuesta es congruente con las
recomendaciones del equipo profesional que busca debilitar el modelo mili-
tar e incrementar la participación comunitaria de la policía.304
301
V. Anastasia Prokos y Irene Padavic, “«There Oughtta be a Law Against Bitches»:
Masculinity Lessons in Police Academy Training”, 9 Gender, Work, are Org. 349, 440 (2002)
(donde se llega a la conclusión de que las escuelas de policía tienen cursos clandestinos que
ensalzan la masculinidad y comunican que los oficiales varones son superiores a las oficiales
mujeres). V. Id, p. 440.
302
V. id, p. 440.
303
Id.
304
President’s Task Force Report on 21st Century Policing 1 (2015), http://www.cops.usdoj.
gov/pdf/taskforce/taskforce_finaIreport.pdf.

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134 ANN MCGINLEY

Los pasos siguientes serán útiles para librar a la policía de políticas mas-
culinas ineficaces, así como de aquellas conductas excesivamente masculi-
nas que conducen a muertes innecesarias:

— Una base de datos sobre muertes a nivel nacional, incluyendo ca-


racterísticas de los agentes de policía y sus víctimas, como raza y
género, entre otras, y el barrio donde la muerte ocurrió;
— Investigaciones empíricas sobre la importancia de la masculinidad
para el uso de la fuerza excesiva por parte de los oficiales de policía;
— Estudios empíricos sobre nuevas formas de adiestramiento policial
que se enfoquen en desgenerizar a la fuerza policial y en la reduc-
ción de conductas y reacciones masculinas;305
— Estudios empíricos sobre métodos alternos de supervisión y revisión
del uso de la fuerza en la policía, que ofrezcan resultados más pro-
ductivos;
— Creación de modelos para el adiestramiento y la educación con-
tinua de la policía, que no solamente fomenten el trabajo policial
comunitario, sino que también se dirijan a reducir el esfuerzo que
hace la policía para demostrar su masculinidad por medio del uso
excesivo de la fuerza;
— Responsabilizar a los supervisores de reducir el racismo y las con-
ductas masculinas en el departamento de policía, y
— Contratación y ascensos afirmativos para varones negros y de otras
minorías, así como de las mujeres en los departamentos de policía.

3. Movimientos demográficos y esperanzas para el futuro

Es importante comprender que hay esperanzas de cambio. La demo-


grafía de los departamentos de policía está cambiando: mientras que en
1970 los negros representaban el 6% de los agentes jurados en aproximada-
mente 300 departamentos de policía en las principales ciudades de Estados

305
Como lo explica Valorie Vojdik, no basta con permitir que entren las mujeres en
ambientes totalmente masculinos. V. Valorie K. Vojdik, “Gender Outlaws. Challenging Mas-
culinity in Traditionally Male Institutions”, 17 Berkeley Women’s L. J. 68, 74-75 (2002). Es
necesario cambiar la cultura para que las mujeres puedan prosperar. La cultura masculina se
basa en el concepto de que los varones son superiores a las mujeres. Es preciso desmantelar
esa cultura. Uno de los efectos colaterales de destruir la cultura hipermasculina podría ser
que habría menos uso excesivo de la fuerza, pues ya no se consideraría positivo probarse a
uno mismo usando la fuerza.

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 135

Unidos, ahora en ciudades de más de 250,000 habitantes, 20% de los poli-


cías son negros y 14% latinos.306 En 1990 este porcentaje era 18% y 9%, res-
pectivamente.307 En la mayoría de las ciudades de la muestra el crecimiento
en el porcentaje de oficiales de policía pertenecientes a minorías no sólo
refleja el crecimiento de estas poblaciones de minorías de dichas ciudades;
de hecho, el porcentaje de oficiales de color se ha incrementado mucho más
que el porcentaje de negros y latinos en las poblaciones urbanas.308
David Alan Sklansky, profesor de derecho, explica que esos cambios
significan que las fuerzas policiales ya no son un grupo monolítico de per-
sonas con la misma voz y las mismas ideas. Ahora, lo que solía ser una sub-
cultura insular de solipsismo, “ha sido transformada y segmentada, hacién-
dose más porosa por la creciente diversidad de la policía”.309 Esta mayor
diversidad no ha cambiado radicalmente los departamentos de policía y,
para propósitos operativos, el azul (color usual de los uniformes de policía)
todavía es azul (la identidad compartida de los oficiales de policía). No obs-
tante, entre los llamados de servicio, los oficiales de policía son un cuerpo
cada vez menos uniforme.310 Eso puede ser bueno. Hay esperanza de que
los cambios demográficos abran los departamentos de policía a reformas
de envergadura.311

V. Conclusiones: reestructurar las masculinidades


y reducir las muertes

Eric Garner

Un 14 de julio Eric Garner, varón negro de 43 años de edad y 200 kilos de


peso, padre de 6 hijos, estaba de pie en una esquina de Staten Island, Nueva
York.312 Los residentes se habían quejado de narcotraficantes en la zona.313
Dos oficiales vestidos de civil respondieron al llamado de su superior y se

306
David Alan Sklansky, “Not your Father’s Police Department: Making Sense of the new
Demographics of Law Enforcement”, 96 J. Crim. L. & Criminology 1209, 1213 (2006).
307
Id.
308
Id, p. 1215.
309
Id, p. 1240.
310
Id, p. 123.
311
Id, p. 1240.
312
Al Baker et al., “Beyond the Chokehold: The Unexplored Path to Eric Garner’s
Death”, New York Times, 14 de junio de 2015.
313
Id.

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136 ANN MCGINLEY

acercaron a Garner, acusándolo de venta ilegal de cigarrillos;314 intentaron


esposarlo, pero les dijo que lo dejaran en paz y quitó los brazos.315 Daniel
Pantaleo, varón blanco y uno de los agentes, aplicó sobre Garner una llave
ilegal y lo tumbó sobre el suelo,316 cuando Garner estuvo sujeto, el otro oficial
blanco aplicó presión sobre su espalda.317 En repetidas ocasiones Garner dijo
que no podía respirar tumbado en el piso con los oficiales encima.318 Pronto
llegaron refuerzos, incluyendo a dos sargentos.319 Uno de los sargentos era una
mujer, quien dijo a los agentes que “se calmaran”, pero éstos no lo hicieron.320
Los agentes pidieron asistencia médica, pero los paramédicos, que tar-
daron en llegar varios minutos, no le dieron oxígeno a Garner a pesar de
que tenía dificultades para respirar.321 Cuando el personal médico subió a
Garner a la ambulancia por fin le suministraron oxígeno.322 Era demasiado
tarde. La defunción de Garner se declaró en el hospital, aproximadamente
cuarenta y cinco minutos más tarde.323 El forense de la ciudad de Nueva
York afirmó que Garner murió debido a la llave y la compresión del pe-
cho.324 Garner no portaba armas.325

314
Id.
315
Joseph Goldstein y Marc Santora, “Staten Island Man Died from Chokehold During Ar-
rest, Autopsy Finds”, N. Y. Times (1o. de agosto de 2014) http://www.nytimes.com/2014/08/02/
nyregion/staten-island-man-died-from-officers-chokehold-autopsy-finds.html.
316
Id.
317
Id.
318
Baker, supra nota 313.
319
Id.
320
Id.
321
Id.
322
Id.
323
Id.
324
Id.
325
Joseph Goldstein y Marc Santora, “Staten Island Man Died from Chokehold During
Arrest, Autopsy Finds”, N. Y. Times (1 de agosto de 2014), http://www.nytimes.com/2014/08/02/
nyregion/staten-island-man-died-from-officers-chokehold-autopsy-finds.html; Al Baker et al., “Beyond
the Chokehold. The Unexplored Path to Eric Garner’s Death”, New York Times, 14 de junio
de 2015. Si bien el oficial Pantaleo usó una llave ilegal para sujetar a Eric Garner en Staten
Island, por lo cual el médico forense determinó que la muerte se había tratado de un homi-
cidio, el gran jurado de Nueva York no halló culpable a Pantaleo por la muerte de Garner.
“Grand Jury Votes not to Charge Cop in Eric Garner Death”, CBS News (3 de diciembre
de 2014) http://www.cbsnews.com/news/nypd-chokehold- death-grand-jury-votes-not-to-charge-cop-in-
eric-garner-case/. En julio de 2015 la ciudad de Nueva York pagó daños por 5.9 millones de
dólares a la familia de Eric Garner. V. Marc Berman, “Eric Garner’s Family Settles with New
York City for $5.9 Million”, Washington Post (13 de julio de 2015), http:// www.washingtonpost.
com/news/post-nation/wp/2015/07/13/eric-garners-family-settles-with-new-york-city-for-5-9-mi1l-
ion/. El gobernador de Nueva York, Cuomo, anunció que iba a firmar una orden ejecutiva

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POLICÍAS Y CHOQUE DE MASCULINIDADES 137

El trato que recibió Garner suscita graves cuestionamientos sobre la


teoría de “ventanas rotas” del trabajo policial, así como sobre los motivos de
los agentes para sujetarlo. Lo que queda claro es que los oficiales actuaron
de forma hipermasculina en su intento por sujetar al sospechoso. No sola-
mente lo sujetaron, sino que también lo mataron, aunque no significaba una
amenaza para los agentes ni para otras personas.
Hay estudios de casos que sugieren que un adiestramiento que propor-
ciona a los oficiales individuales habilidades apropiadas, junto con un mar-
co organizacional de responsabilidades internas y externas, puede reducir
el uso de la fuerza por parte de la policía.326 Más aún, un estudio demuestra
que los lugares de trabajo hipermasculinos, como las plataformas petrole-
ras, pueden ser mucho más productivos y menos peligros cuando se pone
énfasis en la seguridad y en el entrenamiento que busca reducir las conduc-
tas hipermasculinas.327 Es necesario conducir más investigaciones para dise-
ñar programas de adiestramiento policial que se concentren en los aspectos
positivos del trabajo policial y las relaciones comunitarias.
El liderazgo es un componente clave de los programas exitosos que
han de servir para prevenir las muertes innecesarias de ciudadanos varones
negros por parte de la policía. Estos programas de adiestramiento debe-
rán incluir educación sobre masculinidades; han de enseñar, no solamen-
te cómo la masculinidad está inserta en la estructura de la sociedad, sino

para que el fiscal del estado investigara todas las muertes de civiles a manos de la policía del
estado de Nueva York. V. Noah Remnick, “Cuomo to Appoint Special Prosecutor for Killings
by Police”, N. Y. Times (7 de julio de 2015), http://www.nytimes.com/2015/07/08/nyregion/
cuomo-to-appoint-special-prosecutor-for-killings-bypolice.html?_r=0. Entre el verano de 2014 y el ve-
rano de 2015 hubo otras muertes de personas de minorías étnicas a manos de la policía. En
febrero de 2015 un varón, que más tarde fue descrito como “perturbado”, presuntamente
lanzó piedras contra la policía; lo persiguieron a pie y el hombre corrió con las manos arriba
cuando se dio vuelta para enfrentar a la policía, ésta le disparó 17 veces. Zambrano Montes
murió de múltiples heridas de bala. V. Julie Turkewitz y Richard A. Oppel, Jr., “Killing in
Washington State Offers «Ferguson» Moment for Hispanics”, N.Y. Times (16 de febrero de
2015), http://www.nytimes.com/2015/02/17/us/killing-in-washington-state-offers-ferguson-moment-
for- hispanics.htm1#. A la muerte siguió una investigación especial cuyo informe fue presen-
tado ante la oficina del fiscal. Tyler Richardson, Investigation into Deadly Pasco Police Shooting
Turned Over to Prosecutor, TRI-Crrv Humin (28 de mayo de 2015), http://www.tri-cityhera1d.
com/2015/05/28/3582370/investigation-into-deadly-pasco.html.
326
Tim Prenzler et al., “Reducing Police Use of Force: Case Studies and Prospects”, 18
Aggression and Violence v. 343, 355 (2013).
327
V. Robin, J. Ely y Debra E. Meyerson, “Deshacer el género desde una perspectiva orga-
nizacional: el improbable caso de las plataformas petroleras marítimas”, en Chris Gruenberg
y Laura Saldivia Menajovsky, Masculinidades por devenir: teorías, prácticas y alianzas antipatriarcales
post #Metoo.

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138 ANN MCGINLEY

cómo es que los individuos actúan para cumplir con esa masculinidad. Esta
concientización de los oficiales de policía individuales y de sus superviso-
res, junto con los renovados esfuerzos por menguar la militarización de las
fuerzas oficiales, debe servir para reducir el uso excesivo de la fuerza por
parte de los oficiales de la policía.

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HACER Y DESHACER EL GÉNERO


EN EL TRABAJO POLICIAL*

Janet Chan
Sally Doran
Christina Marel

Sumario: I. Introducción. II. Hacer género: ¿un marco conceptual para


el cambio? III. Fuentes de los datos. IV. Hacer y deshacer el género en las
labores policiales. V. Igualdad contra diferencia. VI. Conclusiones. VII. Re-
ferencias bibliográficas.

I. Introducción

Gracias a la igualdad en oportunidades de empleo y a las políticas de acción


afirmativa la proporción de oficiales de policía mujeres se ha incrementado
sustancialmente en las democracias occidentales en años recientes;1 sin em-
bargo, hay estudios que muestran que, a pesar de los avances en materia de
legislación y políticas públicas, las oficiales mujeres continúan enfrentando
resistencia y obstáculos en su integración (Martin y Jurik, 1996/2006; Doran
y Chan, 2003; Silvestri, 2003, 2007). Las fuentes de resistencia han sido ras-
treadas hasta diversos factores, incluyendo la naturaleza del trabajo policial,
*
El presente trabajo fue realizado con apoyo de la beca Australian Research Council
Discovery Project Grant (DP0344753). Agradecemos a la policía de Nueva Gales del Sur
(NSW) por habernos dado permiso para realizar esta investigación, así como a los agentes de
policía que tomaron parte en el proyecto. En especial, extendemos nuestro agradecimiento
a Raewyn Connell, Ros Diprose, tres revisores anónimos, Mary Bosworth y Jasmine Bruce,
quienes comentaron borradores del presente artículo.
1
El porcentaje de agentes mujeres de la policía de Australia se incrementó de 14% en
1996 a 23% en 2006 (Irving, 2009). En Inglaterra y Gales este porcentaje pasó de 16% en 1998
a 23% en 2007 (Ford, 2008, citado en Irving, 2009). Los datos de Estados Unidos sugieren
un incremento mucho más modesto, de 9% en 1990 a 13% en 2001, según estadísticas de
organizaciones con más de 100 oficiales jurados (National Center for Women & Policing,
2001).

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140 CHAN / DORAN / MAREL

la amenaza que representan las mujeres para la imagen de la policía, la iden-


tidad masculina y la cultura ocupacional dominada por varones que existe en
la policía, mientras que los obstáculos para la integración están incrustados
en la naturaleza generizada de las organizaciones policiales (Martin y Jurik,
1996/2006).
Chan, junto a Devery y Doran (2003), argumentan que la policía tra-
dicional da por sentado el combate al crimen y la naturaleza coercitiva del
trabajo policial, igualando este trabajo con la fisicalidad; esto, a su vez, con-
duce al supuesto de que el trabajo policial es, naturalmente, un trabajo para
varones (Heidensohn, 1992; Appier, 1998; Crank, 1998). Así, el ser mujer
tiene el potencial de acarrear un capital simbólico negativo al ámbito de la
policía. El ingreso de las mujeres al trabajo policial también ha sido consi-
derado como una amenaza contra la autoimagen de los agentes varones y a
la imagen pública de la policía (Martin, 1980). La oposición a la integración
de las mujeres a la policía refleja la lucha sobre el derecho a poseer el con-
trol de la ley y el orden, derecho que tradicionalmente se supone es propie-
dad de los varones (Heidensohn, 1992). La resistencia también se basa en
el temor de que los ciudadanos puedan desafiar la autoridad de las agentes
mujeres, lo que podría perjudicar la imagen pública de la policía (Martin,
1980).
Prokos y Padavic (2002) han afirmado que la masculinidad hegemó-
nica es el “concepto definitorio central”2 de la cultura policial de Estados
Unidos. Al analizar el “programa oculto” de la escuela de policía de un
condado rural de ese país encontraron que, a pesar de un programa formal
en apariencia neutral al género, se enseñaba a los reclutas que “las mujeres
son naturalmente muy diferentes de los varones” y, por tanto, era aceptable
excluir, denigrar y objetivizar a las mujeres, así como ignorar a las mujeres
en posición de autoridad (Prokos y Padavic, 2002: 454).
Siendo así que la cultura policial no es homogénea ni inmune al cambio
(Chan, 1997; Chan et al., 2003). El trabajo policial se lleva a cabo dentro
de una organización generizada en donde “ventajas y desventajas, explota-
ción y control, acción y emoción, sentido e identidad se modelan en térmi-
nos de la distinción entre varón y mujer y masculino y femenino” (Acker,

2
La masculinidad hegemónica quiere decir “aquel patrón de prácticas que permiten
que continúe la dominación de los varones sobre las mujeres”; la hegemonía no se logra
a través de la violencia, sino “por medio de la cultura, las instituciones y la persuasión”
(Connell y Messerschmidt, 2005: 832). La masculinidad hegemónica supone la existencia de
una jerarquía de masculinidades, incluyendo las masculinidades subordinadas de aquellos
varones que no se ajustan a la imagen dominante del macho, así como la complicidad de la
masculinidad de varones y mujeres que se someten a dicha jerarquía.

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HACER Y DESHACER EL GÉNERO EN EL TRABAJO POLICIAL 141

1990: 146). Tras revisar investigaciones de diversos países, Martin y Jurik


(1996/2006) alegan que las políticas y prácticas de las organizaciones po-
liciales, como lo son el reclutamiento y la selección, el adiestramiento y la
adscripción, la evaluación del desempeño y los ascensos, hacen que el traba-
jo policial generizado funcione para desventaja de las mujeres. El estudio de
Westmarland (2001) sobre el Reino Unido sugiere que, si bien el “despliegue
diferenciado” no es un tema para el trabajo policial en operaciones de bajo
nivel, las agentes mujeres están ausentes de los departamentos policiales
de alto perfil, donde hay “carros, pistolas y caballos”. Conforme Connell
(2006), “los patrones de las relaciones de género” dentro de una organiza-
ción —es decir, su “régimen generizado” que abarca la división generizada
del trabajo, las relaciones generizadas de poder, las emociones, las relacio-
nes humanas, la cultura y símbolos generizados—, puede reproducir (o des-
viarse de) el más amplio “orden generizado” de la sociedad.
Al igual que la dominación masculina de la sociedad en su conjunto,
la dominación del orden masculino en la policía no se considera arbitraria,
pues la visión mítica de los policías como combatientes contra el crimen sir-
ve para construir la percepción de que las diferencias biológicas conducen
naturalmente a la división sexual del trabajo. Incluso cuando “el hombre
varonil o la mujer femenina” (Bourdieu, 2001: 23) son artefactos sociales,
tanto varones como mujeres están atrapados en él: las mujeres, o bien acep-
tan su inferioridad biológica, o se empeñan en sobreponerse a ésta, con-
virtiéndose en mujeres policía varoniles; mientras los varones emprenden
conductas riesgosas, como persecuciones motorizadas a alta velocidad y be-
ber en demasía para demostrar que “tienen huevos”. En consecuencia, la
“lógica del sexismo” asocia la masculinidad con el peligroso trabajo externo
de combatir al crimen, y a la femineidad con el trabajo seguro interno de
dar servicio y resolver disputas (Martin, 1999). La “dominación simbólica”
(Bourdieu, 2001) de la visión mítica significa que la masculinidad del “tra-
bajo policial de verdad” es aceptada por varones y mujeres como algo ob-
vio, tan natural como neutral.
La idea de que las oficiales mujeres no perciben esta dominación sim-
bólica como dominación y que, por tanto, aceptan su premisa, no significa
que se ha de culpar a las víctimas, sino que se debe emprender la inmensa
tarea de revertir tal situación (Le Hir, 2000: 140). De manera semejante,
la masculinidad hegemónica implica “el consentimiento y la participación
de los grupos subordinados” (Connell y Messerschmidt, 2005: 841). Cabe
preguntarse cómo es que se logra tal dominación. ¿Es que no hay mane-
ra de contrarrestarla o resistirla? El enfoque de “hacer género” de West y

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142 CHAN / DORAN / MAREL

Zimmerman (1987) ha sido adoptado por algunes estudioses de cuestiones


policiales (v. Martin y Jurik, 1996/2006; Doran y Chan, 2003) como la ma-
nera para visibilizar los procesos y mecanismos por medio de los cuales se
cumple la naturaleza generizada del trabajo policial. Dentro de este enfo-
que no se considera al género como un atributo individual, sino como “una
propiedad emergente de la práctica social”; se cumple en la interacción de
unas personas con otras, dentro del contexto más amplio de las institucio-
nes y estructuras de la sociedad, “conforme los individuos construyen sus
identidades, al mismo tiempo reflejan, reproducen y a veces confrontan los
arreglos sociales existentes (Martin y Jurik, 2006: 31, 50).
Entonces, el propósito de este trabajo es valorar la utilidad del “hacer
género” como marco conceptual para comprender las cuestiones de género
en el trabajo de la policía. Se sirve de datos tomados de un estudio longitudi-
nal de cadetes de policía que fueron entrevistados durante los primeros dos
años de su ingreso a la fuerza, y luego entre nueve y diez años después de
dicho ingreso, para analizar cómo oficiales varones y mujeres en la mitad
de sus carreras participan en “hacer el género” y el alcance en el cual las
oficiales mujeres han logrado cambiar la manera en que construyen el géne-
ro conforme adquieren mayor experiencia y alcanzan los rangos superiores
de las organizaciones policiales. El artículo concluye con una valoración del
marco conceptual de “hacer género” para poder comprender los prospectos
de la igualdad de género en la policía.

II. Hacer género:


¿un marco conceptual para el cambio?

La perspectiva referida a “hacer género” de West y Zimmerman se basa en


la premisa de que es preciso distinguir entre tres conceptos: el sexo, la catego-
ría sexual y el género. El sexo está determinado sobre “acuerdos sociales con
respecto a criterios biológicos”; la categoría sexual se “establece y sostiene
sobre despliegues requeridos por la sociedad, como el atuendo y el porte, con
los que se proclama que una persona es varón o mujer”; mientras que géne-
ro es “la actividad de manejar la conducta situada a la luz de los conceptos
normativos de actitudes y actividades apropiadas para la categoría sexual
de uno” (West y Zimmerman, 1987: 127). Hacer género significa “hacerse
responsable” de la pertenencia a una cierta categoría sexual, es decir, de
aquellas acciones que se realizan para ser caracterizadas como apropiadas o
inapropiadas para ser un varón o una mujer. El trabajo de West y Zimmer-
man se basa en la etnometodología de Garfinkel, y tiene fuerte influencia del

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HACER Y DESHACER EL GÉNERO EN EL TRABAJO POLICIAL 143

estudio del caso de Agnes, una transexual cuya situación permite ver cómo
se construye el género, construcción que la mayoría de las mujeres da por
sentada.3 En consecuencia, West y Zimmerman (1987: 140) argumentan que
“el género no es lo que una persona es, sino lo que hace de manera recurren-
te, en interacción con otros”.
La utilidad del enfoque de “hacer género” ha sido revalorada en años
recientes (v. Miller, 2002; Deustch, 2007; Jurik y Siemsen, 2009). Sus bene-
ficios se resumen de la siguiente manera. En primer lugar, no descansan en
la socialización como fuente de las diferencias entre varones y mujeres, sino
que sugieren que tanto varones como mujeres construyen el género de una
manera dinámica, relacional y continua (Miller, 2002; Vidal-Ortiz, 2009).
Las personas no se encuentran atrapadas por un conjunto particular de nor-
mas que prevalecen en un periodo específico en el tiempo (Deustch, 2007).
En segundo lugar, hacer género fue una “novedad conceptual” que respon-
dió a la “parálisis teórica” entre lo micro y lo macro que se dio al interior
de la teoría feminista a mediados de 1980 (Messerschmidt, 2009). No asume
que todas las disparidades de género se originan en las diferencias estructu-
rales entre varones y mujeres en términos del acceso al poder y a recursos.
Tales diferencias “pueden ser mediadas a través de las interacciones sociales
que siempre contienen el potencial para la resistencia” (Deutsch, 2007: 108).
En tercer lugar, “hacer género” brinda un instrumento para defender el
concepto fundamental del género como un sistema de desigualdad y opre-
sión evitando que degenere en esencialismo (Connell, 2009). Revela cómo
diversas masculinidades y femineidades son logros sociales que dependen
del contexto social (Miller, 2002; Deutsch, 2007). “Hacer género” es un pro-
yecto distinto, dependiendo del género, la edad, la ocupación y otros aspec-
tos de la persona. Por último, al concentrarse en la construcción del género,
este enfoque visibiliza cómo es que, “sin advertirlo, en su interacción con los
varones las mujeres pueden contribuir a su propio silenciamiento” (Smith,
2009: 76), y ofrece una forma de pensar en cómo la naturaleza generizada
de las instituciones puede ser transformada por medio de la agencia y de la
interacción (Miller, 2002).
Este enfoque no carece de críticos. Daly (1997) resume las primeras
reacciones ante el marco de “hacer género” y su subsecuente extensión a
3
La dicotomía varón/mujer como categorización del sexo, las categorías sexuales y el
género, puede estar sujeta a debate: entre los casos recientes más célebres cabe mencionar la
controversia de 2009 acerca de la atleta olímpica sudafricana Caster Semenya, y la decisión
de une australiane que en 2010 solicitó que su acta de nacimiento, en donde se especifica
el sexo, dijera primero “no específico” o “no mencionado por el gobierno” (Gibson, 2010a,
2010b).

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144 CHAN / DORAN / MAREL

“hacer la diferencia” (West y Fenstermaker, 1995, 2002), que abarca “clase-


raza-género” como una estructura opresiva. Mientras que académiques tales
como Connell, Messerschmidt, Martin y Junk adaptan este marco concep-
tual para desarrollar sus análisis, otres se muestran escéptiques o cuidadoses
ante la falta de atención que presta el marco referido a las estructuras de po-
der o a la materialidad del sexo. Si bien diverses teóriques critican varios as-
pectos del enfoque (v. Jurik y Siemsen, 2009), una de las críticas más notables
atañe al abuso del “hacer género” por parte de les investigadorxs. Deutsch
(2007: 108) argumenta que, predominantemente, el concepto ha sido utili-
zado para demostrar la estabilidad de las relaciones de género, más que los
cambios en éstas: “[h]acer género se ha transformado en una teoría de la
conformidad y la convencionalidad de género, aunque se trate de múltiples
formas de convencionalidad”. Deutsch critica la definición de hacer género,
alega que “involucrarse en cierta conducta bajo el riesgo de la valoración
de género” (West y Zimmerman 2002: 13) no distingue entre las acciones
que se conforman a las normas generizadas y aquellas que las resisten. Ello
hace que sea difícil comprender cómo se puede cambiar la desigualdad de
género.
Deutsch (2007) sugiere que debe haber un cambio tanto en la agenda
de investigación como en su terminología. En términos de la investigación
sugiere buscar variaciones históricas y societales en la desigualdad de géne-
ro “para así comprender mejor las condiciones para favorecer el cambio”
(2007: 113). Pide a les investigadorxs que se concentren en cómo las inte-
racciones sociales pueden lograr el cambio y que se pregunten si es que ha
habido alguno (o una repercusión negativa) con el paso del tiempo. Ella
piensa que es importante reconocer que “el género, aunque siempre acecha
desde el fondo, varía en cuanto a su protagonismo a lo largo de diversas
situaciones (2007: 116). También se pregunta si la diferencia siempre signi-
fica desigualdad y, “si la diferencia puede y usualmente, de hecho, apoyar la
opresión de género, ¿debería ser así?” (2007: 117).
Con relación a la terminología, Deutsch (2007: 122) quiere que se use
la frase “deshacer el género”4 para hacer referencia a “las interacciones
sociales que reducen las diferencias de género”. Esto se asemeja a lo que
Doran y Chan (2003) hicieron al diferenciar entre “hacer la igualdad de
género” y “hacer la diferencia de género”. Risman (2009: 83) también apo-
ya este foco en “deshacer el género”, argumentando que “la estructura de
4
La primera en acuñar el término “deshacer el género” fue Butler (2004: 1), quien lo
utilizó en relación con “los conceptos normativos restrictivos de la vida sexual y generizada”.
Deutsch (2007: 123, n. 1) utiliza el término de manera más explícita; en realidad, no tenía
conocimiento de que Butler lo hubiera utilizado hasta que su artículo fue revisado.

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HACER Y DESHACER EL GÉNERO EN EL TRABAJO POLICIAL 145

género no es estática” y “puede ser que las personas al mismo tiempo des-
hagan algunos aspectos del género y hagan otros”. En consecuencia, West y
Zimmerman (2009: 117) son de distinto parecer, pues interpretan “deshacer
el género” como “descartar o abandonar” el género, ignorando el hecho de
que la responsabilidad por pertenecer a una categoría sexual se encuentra
en el núcleo del concepto. Ciertamente, éste no es el sentido de “deshacer
el género” que Deutsch (2007) había propuesto, esto es, el involucramiento
en interacciones sociales que resiste las normas generizadas o que reducen
las diferencias de género, en vez de reproducirlo. Deshacer el género va en
consonancia con la observación de Connell (2009: 109) cuando dice que
“la oposición a la jerarquía generizada” que exige la “agencia colectiva” de
las mujeres “puede modificar las condiciones de responsabilidad de las ac-
ciones individuales”. También, es congruente con “el debilitamiento de la
responsabilidad” que West y Zimmerman vieron como posible con cambios
legislativos tales como la Enmienda de Igualdad de Derechos de Estados
Unidos. Este renovado interés en “hacer género” presenta un nuevo desafío
para la investigación sobre las mujeres en la policía, que examinaremos en
este artículo.

III. Fuentes de los datos

La organización y métodos de la investigación original se discuten a detalle


en Chan et al. (2003: c. 2). La policía de Nueva Gales del Sur (NSW) es la
más grande y más antigua de Australia, con 14 mil oficiales jurados que
atienden a una población de siete millones. En la década transcurrida entre
el comienzo del estudio original y el de seguimiento, hubo cambios orga-
nizacionales de gran magnitud luego de que una Comisión Real encontra-
ra corrupción “sistémica” en la policía (v. Chan y Dixon, 2007). Respecto
de las mujeres en la policía, fueron promulgadas leyes como la NSW Anti-
Discrimination Act 1977 y la legislación federal Sex Discrimination Act de
1984, las cuales prohíben la discriminación laboral con base en el sexo, el
embarazo y el estado civil, así como el acoso sexual. A partir de mediados
de la década de 1980 la policía de NSW vio un incremento en el número de
reclutas femeninas (Chan, 1997). La proporción de mujeres juradas como
oficiales en la policía de NSW se incrementó de menos de 2% en la década
de 1970, hasta cerca de 11% para finales de los 1990 (Sutton, 1992) y 26%
para 2006 (Ronalds, 2006).
De acuerdo con una encuesta de 2005, la policía de NSW puso en mar-
cha ciertas políticas profamilia, como la licencia de maternidad, la licencia

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de cuidador, la media jornada laboral, los horarios flexibles y el trabajo


compartido, así como políticas para el embarazo y el trabajo desde casa
(Police Federation of Australia, 2005). Pero a pesar de estas políticas, en
2006 una investigación de la policía de NSW reveló varios incidentes serios
de acoso sexual por parte de oficiales varones, así como evidencias de dis-
criminación sexual en forma de: “(a) oposición a que las mujeres trabajen
part-time luego de tomar una licencia de maternidad, (b) actitudes hacia las
mujeres en general, [y] (c) actitudes denigrantes y negativas hacia las muje-
res policía creando barreras importantes para la promoción de las mujeres
y el acceso a puestos en la reserva” (Ronalds, 2006: 22-3).
El estudio de 1995-1997 implicó el uso de cuestionarios, entrevistas, ob-
servación de los participantes y análisis documental. Se repartieron cuestio-
narios (a 150 reclutas de la generación seleccionada) y se realizaron entre-
vistas (a la mitad de la generación) en cuatro momentos: durante la primera
semana de los reclutas en la escuela de policía, después, 6, 18 y 24 meses
más tarde. El estudio de seguimiento fue realizado entre 2004 y 2005, usan-
do cuestionarios enviados por correo (Encuesta 5) y entrevistas personales
(Ronda 5). De los 150 reclutas tan sólo 118 seguían trabajando en la policía
en 2005; todos fueron invitados a participar en el estudio. Recibieron como
respuesta un total de 42 cuestionarios y se condujeron 44 entrevistas cara a
cara. La tasa de respuesta fue 34 y 36%, respectivamente.
A pesar de la baja tasa de respuesta las muestras obtenidas a partir de la
encuesta y la entrevista fueron bastante similares a la población en el resto
de la cohorte en términos de género, rango, deberes y ubicación actual (v.
Chan y Doran, 2009). Las mujeres reclutas conforman cerca de un tercio de
la cohorte original; había muy pocos reclutas no anglos en la muestra (me-
nos del 10%). Entre las oficiales mujeres que permanecían en la policía, 9 de
cada 10 había ascendido al rango de sargento u oficial primero.5 También
se encontró un alto grado de satisfacción laboral, pues el 100% de las mu-
jeres que respondieron la Encuesta 5 expresaron satisfacción con la carrera
elegida, en comparación con 76% de los varones.
El siguiente análisis se basa en datos tomados de entrevistas semiestruc-
turadas realizadas entre mujeres reclutas a quienes se les preguntó (entre
una docena de preguntas diferentes) si pensaban que su experiencia había
5
Ello es congruente con la tendencia nacional (Irving, 2009), que revela que la pro-
porción de sargentos/primeros sargentos mujeres se incrementó de 4% a 11% entre 1991 y
2006, mientras que la proporción de oficiales comisionados mujeres pasó de 2% a 8%. Aun-
que las diferencias generizadas entre rangos todavía son nítidas (84% de los oficiales de más
alto rango son varones), parece ser que las mujeres llegan más pronto al rango de inspector:
en promedio 13 años para las mujeres, en comparación con 15 años para los varones.

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HACER Y DESHACER EL GÉNERO EN EL TRABAJO POLICIAL 147

sido diferente a causa de ser mujeres.6 Esta pregunta se hizo en la Ronda 2 y


se repitió en las Rondas 3, 4 y 5.7 Además, 18 varones fueron entrevistados
en el estudio de seguimiento para que dieran su opinión sobre cuestiones
de género en la policía.8 Cuando las cuestiones de género surgieron espon-
táneamente durante la entrevista, las respuestas también fueron tomadas
en cuenta para el análisis. Se admite que los relatos y opiniones de los en-
trevistados sobre cuestiones de género son parte de una “actuación” frente
a las investigadoras y que podrían tener una actuación diferente ante otras
personas; no obstante, estos relatos son un aspecto del hacer género, pues
los entrevistados “actúan a sabiendas de que serán juzgados de acuerdo
con lo que se considera la conducta apropiada para un varón o una mujer”
(Deutsch, 2007: 106 y 107).

IV. Hacer y deshacer el género


en las labores policiales

Los resultados del estudio fueron analizados en dos sentidos:9 de forma trans-
versal entre varones y mujeres que respondieron a la Encuesta 5, y en corte
longitudinal para las mujeres que respondieron las cinco encuestas. Al prin-
cipio, buscamos clasificar las respuestas en dos categorías mutuamente ex-
cluyentes (hacer género y deshacer género), pero pronto emergió un tercer
grupo, al cual decidimos etiquetar como “hacer y deshacer género”.10 Los
tres grupos son:
6
La pregunta se plantea en términos de igualdad de trato más que de diferencias entre
policías varones y mujeres. Sin embargo, la diferencia es lo que fue señalado por las mujeres
sin que se les instara a ello. En cambio, Rabe-Hemp (2009) específicamente solicitó a las
mujeres policía que le dieran su percepción de las diferencias con respecto a los varones: muy
pocas de las entrevistadas se resistían a la idea de que las oficiales mujeres aportan habilida-
des únicas al trabajo policial.
7
La pregunta se planteó de modo ligeramente diferente en la Ronda 5: “¿Cómo ha
sido ser una mujer que trabaja para la policía?”. Las entrevistadas tuvieron oportunidad de
responder en lo general para después contestar a detalle si creían que había habido un trato
diferenciado en cuanto a asignación de tareas, grado de protección y cosas por el estilo.
8
Sólo a 18 de los 29 encuestados varones se les hicieron preguntas sobre género, idea
que sugirió Doran al cabo de algunas entrevistas.
9
Dado el corto número de entrevistas y la naturaleza autoseleccionada de la muestra,
estos resultados son indicativos de los patrones de respuesta en esta cohorte y no para la
tendencia general.
10
Las tres autoras clasificaron las entrevistas de forma independiente: las diferencias
entre códigos se resolvieron mediante discusiones y aclaraciones sobre el significado de las
categorías. Se reconoce que no fue fácil clasificar algunas entrevistas y que siempre hubo la
posibilidad de que ciertos entrevistados varones procedieran con cautela al responder al no

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1) Hacer género, en el cual los encuestados refuerzan el concepto de que


oficiales mujeres y varones son diferentes y, por tanto, deben recibir
un trato diferente.
2) Deshacer género, en el cual los encuestados contrarrestaron o se opusie-
ron a un trato discriminatorio debido al género.
3) Hacer y deshacer género, en el cual los encuestados dijeron que las muje-
res eran diferentes, pero querían que las oficiales mujeres recibieran
un trato igualitario sin tomar en cuenta las diferencias.

1. Análisis cruzado: oficiales varones y mujeres a media carrera

El análisis transversal (ver tabla 1) muestra que cerca de 10 oficiales


a media carrera hacían género de manera primordial. Dos varones y cinco
mujeres estaban deshaciendo el género, en el sentido de que abogaban por la
igualdad de género, mientras que tres varones y cuatro mujeres estaban
haciendo y deshaciendo género, pues discutían las diferencias de género,
pero querían que las mujeres recibieran un trato igual a pesar de las
diferencias.

Tabla 1
Respuestas a las preguntas sobre género
por sexo del entrevistado (Ronda 5)

Hacer y deshacer
Hacer género Deshacer género S/R Total
género
Varones 8 (44%) 2 (11%) 3 (17%) 5 (28%) 18
Mujeres 6 (40%) 5 (33%) 4 (27%) 0 (0%) 15
Total 14 (42%) 6 (18%) 7 (21%) 6 (18%) 33

A. Hacer género

Los entrevistados de este grupo (ocho varones y seis mujeres) con-


sideraron que las mujeres son esencialmente diferentes y que no deben
realizar el mismo trabajo policial que los varones. Los oficiales varones

querer pasar por sexistas ante una entrevistadora mujer. Cinco de las entrevistas con oficiales
varones fueron clasificadas como “no aplica” porque el entrevistado no expresó opiniones
claras sobre la igualdad o las diferencias de género.

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HACER Y DESHACER EL GÉNERO EN EL TRABAJO POLICIAL 149

de este grupo expresaron con claridad la opinión de que, en general, las


mujeres no son adecuadas para el trabajo policial. Les preocupaba el tener
que proteger a las oficiales mujeres en situaciones violentas y las conside-
raban como una carga y una distracción. Si bien reconocieron que, por
lo general, las mujeres agregan algo positivo a la policía, pensaban que la
mayoría de ellas “no pueden físicamente con el trabajo” y no se les debe
asignar “tareas en el frente policial” porque ser policía “no es un traba-
jo para mujeres”; las mujeres tienen su “lugar” en la organización, por
ejemplo, atendiendo a mujeres víctimas del crimen. Las oficiales mujeres
de este grupo tenían opiniones parecidas: no estaban a favor de que dos
mujeres pertenecieran al mismo equipo por razones de seguridad. Nótese
que había una divergencia en el énfasis que ponían los entrevistados del
grupo, según fueran varones o mujeres. Si bien a ambos les preocupaba
que las mujeres —por lo general— no son tan fuertes físicamente como
los varones, las oficiales mujeres tendían a concebir que esas diferencias
conformaban la base de estrategias policiales más positivas, tomando en
consideración la complementariedad de las habilidades. En cambio, los
varones las concebían más como la razón para estrategias negativas, como
es el caso de la segregación de tareas. A nivel más sutil, los oficiales del
grupo, ya varones, ya mujeres, estaban haciendo género en lo relacionado
a los chistes sexistas: los oficiales varones conscientemente hacían género
al contar esta clase de chistes, mientras que las oficiales mujeres incons-
cientemente hacían lo mismo al pasar por alto esos chistes o reírse en vez
de ofenderse.

B. Deshacer género

Las cinco oficiales mujeres de este grupo querían ser tratadas de forma
igual a los oficiales de policía; no querían que sus colegas varones las pro-
tegieran en situaciones volátiles. Por lo demás, reconocían que el trabajo
policial puede ser duro y que las mujeres tienen que estar preparadas para
“ensuciarse las manos”. Conforme ganaban experiencia y antigüedad es-
tas oficiales de policía mujeres sentían que ya no debían demostrar nada al
actuar con dureza ni que fuera necesario esforzarse el doble para construir
una reputación. En este grupo nada más había dos oficiales varones y los
dos dijeron que el género no era un tema para el trabajo policial. Los ofi-
ciales, ya varones, ya mujeres, subrayaron que la fuerza física no es cuestión
de género, pues los varones no necesariamente son más fuertes. Para los
oficiales de este grupo la igualdad de trato estaba claramente establecida en

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los requisitos del trabajo; las diferencias individuales de género eran irrele-
vantes. Como lo dijo una oficial de policía mujer, “[n]o te contratan como
oficial de policía mujer, sino como oficial de policía, así que debes sujetarte
a las mismas reglas y regulaciones y tener las mismas obligaciones”.

C. Hacer y deshacer género

Les entrevistades de este grupo (tres varones y cuatro mujeres) creían


que los varones y las mujeres debían ser tratados de la misma manera, y
también creían que los oficiales varones y mujeres aportan diversas cua-
lidades al trabajo de policía. Incluso cuando aceptaban las diferencias de
género, algunas oficiales mujeres debían luchar continuamente en contra
del trato diferenciado. Una primera oficial mujer expresó su frustración por
no ser tomada en serio como alguien capaz de manejar los enfrentamientos
físicos; le tuvo que decir a un oficial varón que no llamara a otra patrulla
para que los auxiliara nada más porque acudieron al llamado dos oficiales
mujeres. En otra ocasión, tuvo que decirle a un colega varón que “dejara
de hablar en ese mismo instante” y amenazó con reportarlo, pues sus co-
mentarios le parecieron “sumamente ofensivos”. Muchas oficiales mujeres
sentían que sus licencias de embarazo y maternidad tuvieron un impacto
negativo en sus carreras; algunas sintieron falta de apoyo por parte de la or-
ganización policial mientras estuvieron embarazadas. Una primera oficial
dijo que las actitudes de sus colegas oficiales hacia ella cambiaron drástica-
mente: “cuando quedé embarazada, no pensaban que tuviera un cerebro”.
Para los oficiales de este grupo las mujeres en la policía eran un activo muy
importante y brindan a la policía un rango de respuesta más amplio en cual-
quier situación. Las oficiales mujeres de este grupo abrazaron las diferencias
de género y señalaron los beneficios de que ambos sexos conformen una
sociedad. De alguna forma, ellas también desafían la doxa tradicional de la
policía al pensar que una buena labor no depende de la fisicalidad, y que
las mujeres tienen mucho que ofrecer por la forma en la que reaccionan y
manejan situaciones.

2. Análisis longitudinal de las entrevistas


con oficiales mujeres

Los resultados longitudinales (tabla 2 y gráfica) muestran las cantida-


des (y proporciones) de entrevistadas mujeres que hacen género, mostrando

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HACER Y DESHACER EL GÉNERO EN EL TRABAJO POLICIAL 151

que se incrementan con el paso del tiempo. Entre las reclutas mujeres de la
Ronda 2, ninguna estaba involucrada en hacer género; en general, las en-
trevistadas opinaron que las mujeres debían recibir un trato igual. En los 18
meses siguientes una creciente proporción de mujeres comenzó a aceptar
un trato diferenciado. Para la Ronda 5 la proporción de mujeres que hacían
género y las del tercer grupo (hacer y deshacer género) se había incremen-
tado sustancialmente, mientras que la de quienes deshacían género no tuvo
grandes cambios con el paso de los años. A grandes rasgos, la tabla que sur-
gió muestra un creciente reconocimiento de las diferencias de género.

Tabla 2
Respuesta femenina a las cuestiones de género
(Rondas 2 a 5)11

R2 (6 meses) R3 (12 meses) R4 (24 meses) R5 (9-10 años)

Hacer género 0 (0%) 2 (13%) 3 (18%) 6 (40%)

Deshacer género 5 (25%) 5 (31%) 4 (24%) 5 (33%)

Hacer y deshacer
2 (10%) 1 (6%) 1 (6%) 4 (27%)
género

No aplica 13 (65%) 8 (50%) 9 (53%) 0 (0%)

Total 20 16 17 15

11
Nótese que de las quince entrevistas de la Ronda 5 siete no fueron entrevistadas en
rondas anteriores.

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152 CHAN / DORAN / MAREL

Gráfica
Respuesta femenina a las cuestiones de género
(Rondas 2 a 5)

Nótese que de las 15 entrevistas de la ronda 5, siete no fueron entrevistadas en rondas an-
teriores.

Los cambios en las personas entrevistadas pueden ser identificados al


comparar las primeras entrevistas contra la última (ver tabla 3). En las
ocho mujeres entrevistadas que pudimos rastrear el patrón de cambio era
congruente con la tendencia que muestra la gráfica: hubo una mayor ten-
dencia a reconocer las diferencias de género con el paso del tiempo; para
la Ronda 5 nada más una entrevistada deshacía el género. En términos
de cambios personales, dos oficiales mujeres pasaron de hacer género a
deshacerlo (B y C); una de deshacerlo a hacerlo y deshacerlo (D); una (A)
de hacer género a hacerlo y deshacerlo; una de hacer y deshacer género
a hacer género (E), mientras que tres (E, G y H) pasaron de “no aplica” a
alguna de las tres categorías. Las historias de estas ocho mujeres policía nos
permiten penetrar en la complejidad de las construcciones generizadas en
el trabajo policial.

A. Observación general

Cuando estas ocho mujeres ingresaron a las fuerzas policiales rondaban


los 20 años, eran solteras (salvo una de ellas), habían terminado la educa-

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HACER Y DESHACER EL GÉNERO EN EL TRABAJO POLICIAL 153

ción preuniversitaria o contaban con ciertos estudios universitarios y habían


realizado trabajos de oficina o en el sector de servicios. La mayoría había
querido ser policía desde temprana edad. Cuatro tenían familiares, parien-
tes o novios que fueron policías. Si bien eran conscientes de que ingresaban
a una ocupación dominada por varones, las cuestiones de género no figura-
ron de manera notable en las primeras entrevistas, incluso cuando el entre-
vistador las instaba a hablar de ellas. Esta falta de interés en cuestiones de
género se debió, en parte, al hecho de que los reclutas, tanto varones como
mujeres, pasan los primeros dos años casi por entero preocupados con la
misión de ser aceptados como oficiales de policía (Chan et al., 2003).

Tabla 3
Cambios en ocho entrevistas longitudinales
con oficiales mujeres a través del tiempo
(Ronda 5)

Deshacer Hacer y deshacer


Respuesta inicial Hacer género Total inicial
género género
Hacer género A* 1
Deshacer género B, C D 3
Hacer y deshacer E 1
género
No aplica F G H 3
Total en la Ronda 5 4 1 3 8
*
Las letras indican los casos individuales.

Para reclutas que recién ingresan “hacer policía” (o construir una iden-
tidad como oficiales de policía) casi siempre tomaba precedencia sobre “ha-
cer o deshacer género”, a menos que, como en una carrera de obstáculos,
se percibiera que algunas reclutas mujeres podían obtener una ventaja in-
justa al ser aceptadas en la profesión teniendo que pasar un examen menos
exigente. Construir la identidad como oficiales de policía significa que las
reclutas mujeres tenían que soslayar las diferencias de género en las prime-
ras entrevistas; sus relatos subrayaron la experiencia común (“estamos en
el mismo barco”), así como la camaradería con otres reclutas y oficiales de
policía.

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154 CHAN / DORAN / MAREL

Al continuar con el proyecto de convertirse en oficialxs de policía, les


reclutas, tanto varones como mujeres, cada vez se interesaban más en “ha-
cer la diferencia” entre policías y no policías; la mentalidad “nosotres contra
elles” se aplicaba no sólo a los criminales, sino a la ciudadanía desagradeci-
da, a las víctimas indolentes, al “patético” sistema de justicia y, más adelante,
a los medios de comunicación y a la Real Comisión que, según su parecer, se
referían con sensacionalismo a la mala conducta en la policía. Al ir creando
su identidad como policías les reclutas también construían una diferencia
entre la policía operativa y la administrativa, a la cual criticaban por estar
distante y no ponerse del lado de la tropa cuando se llegaban a presentar
quejas en su contra. Algunas reclutas mujeres se diferenciaban a sí mismas
de otras mujeres, a quienes consideraban perezosas o incompetentes, o bien,
que querían un trato especial debido a su falta de aptitudes físicas.
No obstante, para la quinta entrevista “hacer policía” ya no era la cues-
tión primordial, pues las oficiales mujeres ya habían demostrado su com-
petencia como oficiales de policía y casi todas habían sido ascendidas a un
rango superior. Cuatro de las ocho mujeres policía estaban casadas y tenían
uno o dos hijos, y dos de ellas estaban trabajando medio tiempo después de
haber gozado de licencia de maternidad. Con excepción de una,12 se sentían
más relajadas al discutir las diferencias de género, y algunas de ellas esta-
ban menos preocupadas por el trato diferencial a las mujeres policía. Entre
las oficiales mujeres de media carrera el hacer o deshacer género no seguía
ningún patrón general; en cambio, al parecer dependía de las situaciones
de vida y del trabajo de los oficiales. Por cuestiones de espacio no se ofrece
una descripción a detalle de las historias de estas ocho oficiales mujeres. Así
pues, hemos seleccionado dos casos13 para ilustrar cómo, en diversas etapas
de su carrera, las circunstancias individuales pueden haber influido sobre la
construcción de género.

a. Caso B: Brenda, de hacer género a deshacer género

Desde los 15 o 16 años Brenda quería ser policía, pensaba que el trabajo
policial era “una de las mayores responsabilidades que puedes tener”, y no
le preocupaba gran cosa ser una mujer en la policía; dijo que la organiza-
ción policial había cambiado “un montón” y que “ahora es algo más fácil

12
El único oficial que deshacía género para la quinta entrevista era el que no fue ascen-
dido a un rango superior.
13
Se usaron seudónimos y se cambiaron algunos detalles para proteger la identidad de
las oficiales.

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HACER Y DESHACER EL GÉNERO EN EL TRABAJO POLICIAL 155

ser mujer”. Brenda contaba con un fuerte sentido de la ética laboral, disci-
plina y profesionalismo; se sentía muy a disgusto con sus compañeras mu-
jeres que “jugaban con el hecho de ser mujeres para zafarse de las cosas o
para conseguirlas”, pues desde su punto de vista, “en este trabajo no cuenta
el ser mujer o varón para ser policía... Se trata de ser iguales”. Después de
un año de experiencia en prácticas de campo y operativos policiales, Bren-
da dijo que, si bien el trabajo todavía le encantaba, estaba muy consciente
de sus limitaciones y ambigüedades. Sus opiniones sobre la policía habían
cambiado drásticamente: “[e]s un desastre. No hay dirección en ningún
lado”; en esa época la policía de NSW estaba sufriendo fuertes cambios a
causa de la Real Comisión. Seis meses después las opiniones de Brenda se
habían vuelto todavía menos positivas: “[p]ensé que la ciudadanía me iba
a respetar más”, y sentía que ella había cambiado mucho a resultas de su
empleo: “[m]e hice más dura. Soy más cínica. Ya perdí la paciencia, en es-
pecial con todos esos borrachos y drogadictos”.
Para cuando se entrevistó en la Ronda 5, Brenda había sido ascendi-
da a oficial primero, una posición con responsabilidades de supervisión y
adiestramiento; estaba casada, con dos hijos y había sido asignada a una
zona metropolitana de clase obrera. Bien pronto admitió que sus propias
perspectivas sobre las mujeres en la policía habían cambiado con los años:

Al principio, yo era joven y tonta, pensaba que éramos todos iguales, que yo
podía hacer el mismo trabajo que cualquier tipo, pero después te das cuenta
y empiezas a pensar que es mejor que no te toque turno con otras dos chavas, y
así se lo digo a mi supervisor, porque los hombres son más fuertes... Por aquí
hay mucha gente de las islas del Pacífico, y son monos muy grandotes, y si de
por sí me cuesta trabajo sujetar a un muchacho, pues con estos hombretones
no puedo ni tan siquiera ponerles las esposas.

La renuencia de Brenda a trabajar con mujeres también estaba moti-


vada por la creencia de que muchas de las mujeres policías de la estación
eran incompetentes: “[m]e parecía de veras vergonzoso ser mujer en un
lugar como éste. No hay muchas mujeres, pero las que están hay que darlas
por perdidas, de tan incompetentes y flojas. Ya sabes, están todas pintadas
y arregladas y todo eso, y pretenden que los hombres les hagan todo el tra-
bajo, con nada más hacerles ojitos”. Brenda no se oponía a que los oficiales
varones protegieran a las oficiales mujeres; lo consideraba como un oficial
dando apoyo a su colega que lo necesitaba, y tampoco le importaban los
chistes sexistas de los oficiales varones: “[s]on cuates bastante buenos, y si
algo es realmente ofensivo, un chiste de verdad colorado, no lo van a decir

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156 CHAN / DORAN / MAREL

enfrente de una mujer. Nadie dice peladeces feas en frente de las chicas,
porque son buenos cuates”.
Su necesidad de seguridad estaba relacionada con que era mamá, se dio
cuenta de que, al tener hijos, se volvió mucho más cauta en el trabajo: “[n]o
me parece que haya mucha diferencia entre valentía y estupidez. Ahora que
tengo hijos, lo veo todo muy diferente, y no me voy a meter de cabeza en
[una situación donde mi vida peligre]. Antes nada me daba miedo”.
Creía que las mujeres policía tenían cierta ventaja en algunas situacio-
nes y pensaba que eso era una diferencia fundamental entre varones y muje-
res, no entre oficiales de policía varones y mujeres; mientras que las mujeres
trataban de manejar las situaciones difíciles con calma y sensibilidad “la
mayoría de los hombres quiere meterse a echar a andar la testosterona para
resolver las cosas”.
Para la quinta entrevista Brenda reveló por primera vez que era de des-
cendencia aborigen —aunque ese hecho no era visible—, “nada más lo
saben un par de personas por aquí”. Dijo que “no se calló por decisión,
sino porque nadie me preguntó”; sin embargo, admitió que no le dijo a
mucha gente “porque, si lo dices, no llegas muy lejos en el trabajo”. En
la etapa temprana de su carrera se sintió realmente escandalizada por los
chistes racistas y el trato grosero de algunos oficiales hacia las personas que
no hablan inglés; pensaba que los chistes de aborígenes que escuchó decir
a los policías eran más ofensivos que los chistes de mujeres, porque “están
hablando de cosas que básicamente ignoran por completo”. Quedó claro
que la condición aborigen de Brenda era una cuestión difícil para ella den-
tro de sus labores como policía, en especial cuando la despachaban a lugares
de la ciudad donde se desataban desórdenes; dijo sentirse “avergonzada” y
“entristecida” por la “horrible conducta” de algunas de las personas de des-
cendencia aborigen con quienes se llegó a topar.

b. Caso E: Elizabet, de hacer y deshacer género a hacer género

Elizabeth decidió dejar la universidad para incorporarse a la policía


cuando tenía 20 años. La policía le atrajo debido a su variedad, fisicalidad
y a la oportunidad para trabajar con la gente. Ella nunca sintió que en la
escuela de policía se le diera un trato diferente como mujer; sin embargo,
criticaba a otras reclutas mujeres que “ahí la llevaban” aunque no cumplían
con los requisitos, pensando que “eso pone en riesgo la opinión que se tiene
acerca de una mujer policía”. Desde su punto de vista, las reclutas mujeres
lo hacían bien en lo académico, pero no así en lo físico. Después de su en-

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HACER Y DESHACER EL GÉNERO EN EL TRABAJO POLICIAL 157

trenamiento de campo, Elizabeth dijo ya no estar tan entusiasmada con el


trabajo policial; ella esperaba que los miembros de la ciudadanía apreciaran
mucho más a los policías y que las críticas entre policías no fueran cosa de
todos los días. Nos contó que se había vuelto más “mundana” y “mucho
más cínica”. Aunque tuvo ambiciones de subir en el escalafón, Elizabeth se
iba a casar y en sus planes estaba formar familia; no le parecía que las ofi-
ciales mujeres tuvieran que seguir realizando las labores normales después
de haber tenido hijos debido a que había que trabajar por turnos en tareas
peligrosas y estresantes.
Para la quinta entrevista Elizabeth ya había ascendido a sargento, se
había casado (con otro policía), tenía un hijo y estaba embarazada. Estaba
contenta trabajando de medio tiempo y así se quería quedar hasta que sus
hijos acabaran la escuela. Consideraba que, por su licencia de maternidad y
el trabajo de medio tiempo, su papel en la comandancia estaba “muy veni-
do a menos”; no obstante, sentía haber logrado un “buen equilibrio” entre
el trabajo y la vida en casa. Pensaba que la organización policial apoyaba a
las mujeres:
Me parece que han sido muy flexibles conmigo y con el resto de las mujeres
de aquí. Las prestaciones de maternidad son muy buenas y creo que somos
afortunadas. Lo único que me decepciona es que tu carrera se queda en pau-
sa mientras que trabajas medio tiempo para criar a tu familia, pero supongo
que eso es la otra cara de poder pasar tiempo en tu casa. Si quisiera hacer
carrera, tendría que trabajar tiempo completo.

Elizabeth pensaba que sus colegas varones eran muy protectores y que
habían respondido con gran sensibilidad mientras estuvo embarazada en el
trabajo, lo cual le pareció “muy sorprendente, de un modo muy lindo”. No
pensaba que los oficiales varones la trataran con condescendencia o cho-
vinismo; por lo contrario, consideraba que eran “unos caballeros”, sentía
como “si tuviera cien hermanos que me cuidan”. Si bien al interior de la
policía había “clubes de varones”, tanto varones como mujeres podían salir
de estas “bolitas” con sólo dejar de “ir a beber y jugar después del trabajo”.
Desde su punto de vista, la inclusión y exclusión de las mujeres son cues-
tiones complejas: “[m]e parece que el viejo punto de vista, eso de que los
varones dejan atrás a las mujeres, ya es muy simplista. Pienso que ahora, ya
sabes, pueden ser las lesbianas o los homosexuales o los grupos minoritarios,
o pueden ser los grupos de musulmanes de diversos géneros, una clase de
cosas que es mucho más compleja”.
Mientras que Elizabeth era de la opinión de que “es posible ser suave
y femenina y seguir siendo un buen oficial de policía”, pensaba que hay

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158 CHAN / DORAN / MAREL

“obvias diferencias físicas entre varones y mujeres”, considerando que “las


mujeres no tienen que hacer la misma chamba”. Se da mejor servicio a la
ciudadanía cuando están repartidos, pues “varones y mujeres se comple-
mentan unos a otros. Pensamos y actuamos diferente”.

V. Igualdad contra diferencia

Aunque el presente artículo se ha concentrado en un cohorte específico de


oficiales de policía a media carrera, los hallazgos son congruentes con las ten-
dencias generales de los regímenes de género en el sector público de NSW; si
bien la igualdad de oportunidades y el trato igualitario son la política oficial,
entre varones y mujeres sigue existiendo una creencia muy extendida en “las
diferencias fundamentales de género” en cuanto a capacidades físicas, ras-
gos de carácter, intereses, habilidades, etcétera (Connell, 2006). A pesar del
corto número de entrevistas, el presente estudio presenta valiosas reflexiones
acerca de cómo los oficiales de policía a media carrera participan en el hacer
y deshacer el género. El surgimiento de un tercer grupo, que no ve que la di-
ferencia y la igualdad se excluyan mutuamente, abre a discusión la pregunta
fundamental sobre si “la diferencia siempre es lo mismo que la desigualdad”
(Deutsch, 2007: 117). Esto refleja un “dilema” fundamental entre académicas
y activistas del feminismo. Como lo señala Le Hir (2000: 126), durante casi
dos siglos, al interior de los movimientos a favor de la mujer, ha existido una
división entre el “feminismo de la igualdad” y el “feminismo de la diferencia”
(ver, asimismo, el debate iniciado por Felski, 1997). Mientras que las feminis-
tas de la igualdad ven el género como un constructo social que, al respaldar
las diferencias, abre una puerta de entrada al riesgo del esencialismo, las fe-
ministas de la diferencia argumentan que, para cambiar la masculinidad de
su ambiente laboral, las mujeres deben “identificar, subrayar y valorar estas
diferencias, para así eliminar el sesgo contra las mujeres” (Le Hir, 2000: 126).
Esto hace eco al análisis de Scott (1988: 38), sobre “las posiciones femeninas
y las estrategias políticas” que estuvieron en conflicto en 1980 entre quienes
alegan que la diferencia sexual debiera ser irrelevante para el acceso a la
educación, al empleo y otras instituciones sociales, y quienes insisten en que
las diferencias de las mujeres han de ser aceptadas tomando en cuenta sus
necesidades. Scott (1988: 44) argumentaba lo siguiente:

El binario igualdad-diferencia no puede estructurar las decisiones de una


política feminista: este par en oposición equivoca la relación que vincula a
ambos términos. El concepto político de igualdad incluye el reconocimiento
de la existencia de las diferencias, e incluso depende de éste. Las exigencias

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HACER Y DESHACER EL GÉNERO EN EL TRABAJO POLICIAL 159

de igualdad han solido descansar sobre argumentos implícitos y usualmente


no reconocidos acerca de las diferencias; si los individuos o los grupos fueran
idénticos o iguales no habría necesidad de pedir igualdad. La igualdad tam-
bién podría ser definida como la indiferencia deliberada sobre diferencias
específicas.

Así pues, en el caso de la policía la cuestión no debe ser si las oficiales


mujeres son diferentes (dado que lo contrario de “diferente” es “idéntico”),
sino si las oficiales mujeres deben ser tratadas como si fueran iguales a los
oficiales varones en términos de condiciones de trabajo, oportunidades de
carrera y cosas similares. Los oficiales que toman parte de aquello que lla-
mamos “hacer y deshacer género” estaban conscientes de que la dicotomía
igualdad-diferencia es falsa. Una mujer puede o no ser fuerte físicamente,
puede o no dar un toque especial al trabajo policial al ser capaz de desacti-
var una situación volátil sin usar la fuerza, puede o no quedar embarazada y
tomar una licencia de maternidad, pero jamás debe ser discriminada sobre
la base de supuestas diferencias categóricas a causa de su sexo.
Nuestros datos longitudinales revelan que la mayor parte de las mujeres
oficiales han cambiado sus prácticas generizadas a lo largo de los años; estos
cambios demuestran que el género no es una característica fija, siempre se
negocia y renegocia por medio de las interacciones sociales. Los dos estudios
de caso muestran cómo el cambiar a hacer género es contingente tanto es-
tructural como situacionalmente. Brenda y Elizabeth pasaron sus primeros
dos años “haciendo policía”, estableciendo sus credenciales al pasar exáme-
nes, construir redes, acumular conocimientos y experiencia, así como ne-
gociar ascensos entre las mudanzas de la policía; sin hacer mucho caso de
las diferencias de género querían trabajar sobre una cancha pareja. Para la
quinta entrevista ambas estaban “haciendo género”, en parte porque el “ha-
cer policía” ya no era su proyecto más importante, pues las dos ya habían
demostrado su competencia y habían ascendido a un rango superior, en par-
ticular Elizabeth ya había puesto su carrera en pausa, pues su prioridad era
el cuidado de los hijos. Irónicamente, en una etapa de sus carreras, cuando
ya habían acumulado el capital simbólico, cultural y social que se necesita
para ser considerada como igual a un oficial varón, ninguna de las dos esta-
ba “deshaciendo género”. Ambas oficiales enfatizaban las diferencias físicas
y las habilidades complementarias entre varones y mujeres, ambas estaban
de acuerdo en no poner a dos mujeres juntas en la misma patrulla y ambas
aceptaban la protección de los varones como una parte positiva de su trabajo.
La responsabilidad como progenitoras fue un factor que evidentemente
influyó sobre este cambio. Brenda admitía abiertamente que se había vuelto

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160 CHAN / DORAN / MAREL

más cautelosa y vigilante de su seguridad después del nacimiento de sus hi-


jos, mientras que Elizabeth se sentía agradecida por el apoyo brindado por
la organización y por otros oficiales a las mujeres policía que tomaban licen-
cia de maternidad y trabajaban medio tiempo. El tener hijos parece ser un
factor importante que afecta la manera en que estas dos oficiales mujeres de
media carrera construían el género: entre las cinco que “deshacían género”
nada más una tenía hijos, y el resto eran solteras o no tenían hijos, mientras
que entre las seis que “hacían género” todas menos una tenían hijos.14
Los relatos de Brenda y Elizabeth ilustran la complejidad de las cuestio-
nes de género en el trabajo policial; por ejemplo, Brenda tenía que manejar
su oculta identidad aborigen, además de su identidad de género y de poli-
cía. En efecto, Brenda estaba haciendo género al mismo tiempo que estaba
haciendo diferencias raciales, pero sólo en la quinta entrevista se reveló ante
la investigadora como parcialmente aborigen. Al no revelar abiertamente
su identidad evitó las responsabilidades que dicha categorización implica,
pues en su opinión la identidad como aborigen “no te lleva muy lejos en
este trabajo” (v. West y Fenstermaker, 2002). Tanto Brenda como Elizabeth
tuvieron que negociar sus responsabilidades como madres con relación al
trabajo policial. Si bien otras dimensiones de la identidad laboral y personal
pueden tener impacto sobre la construcción del género (por ejemplo, una
oficial mujer tenía una pareja del mismo sexo, otra tenía problemas con el
alcohol y las demás tenían muchos temas por resolver), en raras ocasiones
las entrevistadas discutieron esta clase de cuestiones como algo que estu-
viera por detrás de su hacer o deshacer el género. Como lo señala Connell
(2006: 845), a menudo los debates sobre políticas de igualdad de género
se basan en “perspectivas simplificadas y categóricas del género”, lo cual,
aunque puede ser efectivo como estrategia política, a fin de cuentas es un
punto de vista limitado al pasar por alto las complejidades de las identidades
y prácticas generizadas.

VI. Conclusiones

En la sección de conclusiones volvemos al objetivo del presente artículo, que


es valorar la utilidad del marco de hacer género a la luz de este análisis. Para
juzgar acerca de la utilidad de dicho marco nos basamos en la discusión de
Scott (1988: 33) sobre la clase de teoría que “necesita el feminismo”: una teo-
ría que pueda analizar “la obra del patriarcado” en ideología, instituciones,
14
Entre las cuatro oficiales mujeres del grupo “hacer y deshacer género” dos tenían hijos
y otras dos no.

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HACER Y DESHACER EL GÉNERO EN EL TRABAJO POLICIAL 161

organizaciones, subjetividades y cosas por el estilo; teoría que pueda explicar


tanto las continuidades como los cambios; teoría que considere las diversida-
des más que los universales, al tiempo que también sea útil para la práctica
política. De la formulación original del hacer género queda claro que es muy
capaz de analizar cómo es que se cumple el género por medio de interac-
ciones en diversos escenarios y manifestaciones. Asimismo, el marco ha sido
adaptado con éxito para explicar las diferencias en términos de raza y clase
en su interacción con el género, por lo que el hacer género no es una teoría
sobre la unidad, sino sobre la diversidad. La manera en que el hacer género
se ha aplicado en la investigación ha sido menos útil para la práctica política,
pues principalmente ha sido utilizado para mostrar que hay estabilidad en
vez de cambios (Deutsch, 2007). Sin embargo, cuando se abre el marco para
subrayar los desafíos que se presentan en la jerarquía generizada, como lo su-
giere el concepto de deshacer género, éste revela su capacidad para explicar
los cambios y conformar la práctica política. Nuestra investigación reafirma
los beneficios de ese enfoque, además de transparentar la agencia de actores
varones y mujeres al sostener o resistir al statu quo, llena los vacíos que no pue-
de llenar el análisis estructural, aquellos intersticios donde políticas organiza-
cionales, como la igualdad de oportunidades laborales, se desconectan de la
práctica cotidiana. Como lo advierte Silvestri (2003: 172), existe la necesidad
de estar en guardia, pues la teoría no se traduce a la práctica con facilidad,
y la discriminación que enfrentan las mujeres policía modernas es “menos
evidente, menos visible y, por lo tanto, más insidiosa”.
¿Cómo puede esta manera de teorizar e investigar las cuestiones de
género en la policía incidir sobre la práctica política? Nuestra investigación
siguiere que el statu quo de la desigualdad de género es difícil de cambiar.
Cuarenta años después de que las mujeres fueron plenamente aceptadas
como miembros de la policía de NSW, un porcentaje importante de oficiales
varones a media carrera siguen considerando que la policía es un trabajo
para varones y deciden enfatizar la exigencia física de la violencia potencial
que implica la labor policial como la norma contra la cual se debe medir a
las mujeres. Una proporción semejante de mujeres policía sostiene la misma
posición al considerar que las mujeres, si bien tienen cabida en la policía,
su lugar no está en el frente, donde se dan las situaciones de violencia. El
análisis longitudinal también confirma la tendencia hacia hacer género, en
vez de deshacerlo, por parte de las oficiales mujeres que han ascendido en
rango y ganado experiencia. La clave para comprender cómo la resistencia
es posible yace en analizar las acciones de los oficiales en su contexto. Nues-
tra investigación pone al descubierto las situaciones en donde se construye
la falsa dicotomía entre diferencia e igualdad, situaciones en que la supuesta

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importancia de la fisicalidad del trabajo policial sirve para justificar la acti-


tud protectora de los varones, así como la aceptación de un trato diferencia-
do por parte de las mujeres, en donde la, supuestamente, mayor “capacidad
para tratar con la gente” de las mujeres policía ha servido como excusa para
la segregación de tareas, y en donde se toleran los chistes sexistas para así
recibir un trato igualitario. Los estudios de caso revelan cómo el hacer géne-
ro está vinculado con las situaciones particulares en que se encontraban las
oficiales mujeres: en un inicio, cuando eran reclutas nuevas, se preocupaban
más por hacer policía que por hacer género; una vez que su identidad como
policías parecía estar asegurada aquellas que tenían responsabilidad como
progenitoras comenzaron a aceptar una forma generizada de la división del
trabajo. El examen de los casos individuales nos revela que el género no es
sino una más de las múltiples dimensiones en que las mujeres policía nego-
cian sus (múltiples) identidades.
Como lo señala Miller (2002: 452), las situaciones contextuales de las
mujeres “pueden ser examinadas como estrategias generizadas para nave-
gar en terrenos dominados por los varones” (v., asimismo, Messerschmidt,
2002, en cuanto a la fluctuación entre la diferencia y la semejanza de las
construcciones de género). En la labor policial el género puede ser un recur-
so para las oficiales mujeres, aunque también puede representar un obstácu-
lo. Al apoyarse en los estereotipos generizados, algunas mujeres policía son
capaces de obtener ventaja afianzando una posición segura desde la cual se
acepta como normal y preferible la protección de los varones y una división
del trabajo generizada. Sin embargo, las situaciones cambian; conforme
los oficiales de policía adquieren experiencia se les asigna a tareas lejos del
“frente policial” y ascienden a posiciones de liderazgo, por lo que el uso de
la fuerza física se convierte en una razón menos válida para la exclusión
de las mujeres. Como lo descubrió Silvestri (2007, 53), las mujeres con ran-
go superior deben enfrentar una forma diferente de masculinidad, “en la
que la fisicalidad es menos obvia, aunque predominan las características
asociadas con la «masculinidad gerencial»”.
Es preciso recordar que, en el ámbito de la policía, el hacer y deshacer
el género es algo que ha estado cambiando a resultas de la globalización de
los mercados, los avances en la tecnología, la privatización de la seguridad
y el surgimiento de diferentes modelos de supervisión y regulación (Chan et
al., 2003). El incremento en el reclutamiento de mujeres es una de las ten-
dencias actuales que muy probablemente persistan, al igual que las políticas
laborales con prestaciones para la familia. El marco de hacer género no fun-
damenta el pesimismo ni condona la complacencia: hacer y deshacer es algo
que está sucediendo, es tan interactivo e institucional.

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO:


HIPERMASCULINIDAD Y EL TRABAJO POLICIAL
COMO FUNCIÓN MASCULINA

Camila A. Gripp
Alba M. Zaluar

Sumario: I. Introducción. II. Traficantes, unidades de policía pacificadora e


hipermasculinidad. III. Nuevo programa, mismas prácticas. IV. “Masculini-
dad hegemónica” y la presencia de mujeres en la fuerza de policía. V. Fuerza
física: el trabajo de calle como función masculina versus el trabajo de oficina
como función femenina. VI. ¿El cortejo y las relaciones afectivas como parte
de la hipermasculinidad? VII. Afirmación de la masculinidad y proeza se-
xual. VIII. Consideraciones finales. IX. Referencias bibliográficas.

I. Introducción

Este artículo explora algunos de los desafíos que enfrentan las iniciativas po-
liciales “comunitarias” o de “proximidad” planteados por las relaciones de
género y sus resultados desiguales en la distribución del poder, y toma como
base el esfuerzo colaborativo desarrollado en estudios previos realizados por
Zaluar (1985, 1994, 2004 y 2016), así como un trabajo de campo etnográfico
efectuado en Río de Janeiro, Brasil, entre 2014 y 2015, en conjunto con la
Unidad Policial Pacificadora (UPP).
El componente etnográfico del presente trabajo no descarta estudios
previos. En lugar de asumir una posición de autoridad, pretende informar
los argumentos de otros autores con abundante evidencia recabada en el
estudio del caso antes mencionado. Presentamos nuestros hallazgos basán-
donos principalmente en nuestra experiencia de campo —considerando la
extensa literatura sobre policía y violencia en Río de Janeiro—, pero sin
aceptar ninguna de estas fuentes como “verdad absoluta” respecto del polé-
mico debate sobre la seguridad pública. Reconociendo que los argumentos
autortativos siquiera tuvieron éxito para Franz Boas, Malinowski o Radcli-
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168 GRIPP / ZALUAR

ffe-Brown, los padres fundadores de la antropología, así como tampoco lo


ha tenido ninguna de las etnografías maestras que se convirtieron en la “ver-
dad sobre el tema”, presentamos hallazgos tanto pasados como presentes,
conscientes de las limitaciones del método de estudio de caso (Crapanzanzo,
1992: 6-9; Clifford, 1988: 21-54; Fox, 1991: 5-8), aunque respetuosas de
nuestros puntos de vista “nativos”.
Los datos etnográficos y los conceptos teóricos siempre están abiertos a
discusión, así pues, no hay tal cosa como “una etnografía verdadera” o “un
concepto teórico correcto”; las definiciones de los conceptos y sus connota-
ciones se encuentran en perpetuo debate. En ocasiones surgen problemas
cuando se usa un término nuevo para entender un significado ya represen-
tado por un significante diferente o, de manera alterna, también se desa-
tan conflictos sobre el significado de una sola palabra, desarrollando así un
campo semántico que, no por escueto, es menos conflictivo.
En este artículo, el principal referente para interpretar las acciones de
la policía será el ethos o lógica en acción (Paixão, 1982), que no debe confun-
dirse con las normas institucionales burocráticas ni con las reglas relativas a
una política específica con respecto a actitudes recomendadas de los agentes
de policía mientras patrullan las calles. Además, nos parece más apropiado
hablar de “moralidades entrecruzadas” (Muniz y Albernaz, 2015) cuando
se trata de la policía, pues las pretensiones morales o prácticas (Boltanski,
2011) que adoptan los propios agentes en el curso de sus actividades diarias
son muy diversas.
En Brasil podemos identificar dos enfoques principales a las políticas
de seguridad, las cuales operan como extremos opuestos en un conjunto
mezclado de políticas implementadas en el terreno. Uno se basa en un diag-
nóstico académico más temprano de una forma de Estado única y definida,
así como en un modelo de policía que persigue una oposición obsoleta a
los derechos de ciudadanía. El otro está más preocupado en la formación
heterogénea del Estado brasileño y sus instituciones, clases sociales y asocia-
ciones civiles internamente diferenciadas. Las favelas, por ejemplo, varían
mucho en términos de su tamaño, ubicación geográfica y zonas circundan-
tes, de las características socioeconómicas de sus habitantes, de sus asocia-
ciones y de sus lazos económicos, culturales y políticos con la ciudad. Den-
tro de cada favela también hay un grado considerable de diversidad social
con variaciones en términos de género, edad, religión, ingreso, educación,
ocupación, e incluso origen de sus residentes, con la mayoría de las favelas
ahora compuestas, en gran parte, por migrantes provenientes de otros es-
tados brasileños, especialmente de la empobrecida región del noreste. En
otras palabras, sus potencialidades económicas varían sustancialmente a la

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 169

hora de ofrecer asistencia a los jóvenes de sectores populares y vulnerables


que habitan en la zona, también en lo que se refiere a consolidar servicios y
proyectos públicos que son importantes para el bienestar general de los resi-
dentes. El proyecto UPP1 debe ser analizado desde esta última perspectiva,
tomando en consideración no solamente las encuestas y estadísticas oficiales
sobre criminalidad, sino también los pensamientos y sentimientos de los ha-
bitantes de las favelas que se han desarrollado a lo largo de la aplicación de
esta nueva política de seguridad (iniciada en una favela en 2008 y extendido
a 38 favelas para 2014).
Para nuestra presente discusión de la masculinidad hemos recurrido a
datos empíricos recolectados durante doce meses de inmersión en el terreno
y no sólo a unas pocas entrevistas puntuales. A nivel internacional, durante
las últimas décadas numerosos académicos han discutido la presencia de las
mujeres en organizaciones policiales y los desafíos que enfrentan (Balkin,
1988; Martin y Jurik, 1996; Prokos y Padavic, 2002, Garcia, 2003, Prenzler,
2015, entre otros). Más recientemente, en Brasil a raíz de un creciente nú-
mero de mujeres que se incorporan a las fuerzas policiales, la atención se
ha vuelto hacia sus experiencias y potencial para transformar las prácticas
policiales. Calazans (2004), por ejemplo, ha reflexionado sobre “la transfor-
mación cultural” de las mujeres en la policía militar de Río Grande del Sul,
mientras que Cappelle y Melo (2010), basadas en entrevistas a mujeres en la
policía militar de Minas Gerais, han valorado las manifestaciones cotidianas
de las relaciones de poder existentes que surgen a partir de las diferencias de
género. Además, la amplia encuesta nacional de Soares y Musumeci (2005)
recopiló datos sobre el perfil general de las oficiales mujeres; los hallazgos
de las autoras apuntan a un creciente número de mujeres en las fuerzas de
la policía militar en todo el país, su nivel educativo superior al de de sus
contrapartes varones y su frecuente asignación a funciones administrativas.
Si bien la idea de un hábito perdurable o ethos de masculinidad preva-
lente en las fuerzas policiales aún tiene que ser estudiado a fondo en Brasil,
hay otras cuestiones importantes relacionadas con la disposición militarista
y “guerrera” que ya han sido abordadas en estudios enfocados en el discurso
policial (Sirimarco 2013), o en la actuación policial en las favelas, como una
forma violenta de gobernabilidad sin otro fin que el mero exterminio de los
habitantes de las favelas (Farias, 2014). Sin embargo, dada la fecha, objeti-
vos y alcances de los estudios antes mencionados, no alcanzan a capturar

1
En referencia a las siglas en portugués de la “Unidade de Policia Pacificadora”. Dado
que el Programa de Pacificación llegó a ser conocido simplemente como “UPP” usaremos
esa abreviatura a lo largo del artículo.

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170 GRIPP / ZALUAR

los matices y contradicciones de los esfuerzos institucionales más recientes


para incrementar la presencia de oficiales mujeres en la policía militar. En
especial en Río de Janeiro, tales esfuerzos activos se hacen particularmen-
te evidentes en el programa UPP. Entendido como un intento innovador
para reemplazar la política de seguridad anterior —basada en violentas in-
cursiones policiales dentro de las favelas— en favor de una política que
promoviera una presencia permanente de la policía dentro de las favelas
operando bajo los preceptos de la policía comunitaria, dicho programa ha
generado intensos debates políticos, ideológicos y teóricos.
Quienes idealizan el programa UPP se han dedicado a promocionar los
rostros femeninos en prácticamente todas las publicaciones oficiales (en el
sitio web del programa, libros, calendarios, carteles y videos promocionales).2
No obstante, tal como lo fundamentaremos sobre la evidencia del terreno,
si bien la iniciativa UPP albergaba la esperanza de cambiar la presentación
del trabajo policial haciendo demasiado hincapié en la presencia de las ofi-
ciales mujeres, el ethos policial y las acciones prácticas siguen impregnadas
de una lógica hipermasculina de violencia, revanchismo y desigualdad de
género. En este contexto, utilizamos la primera parte del artículo para des-
cribir brevemente el ambiente en el que se implementó el programa UPP.
Posteriormente, examinamos las interacciones de género dentro de una
unidad policial en particular —nuestro estudio de caso que, a fin de proteger
el anonimato de las participantes, llamaremos de forma ficticia Morro San-
to—. Para este apartado el fundamento teórico se encuentra en la discusión
de la violencia y la hipermasculinidad realizada por Zaluar (2004) y en el
concepto de “performatividad de género” de Butler (1993). Usando ideas de-
sarrolladas por ambas autoras, examinaremos cómo la masculinidad, o me-
jor dicho, la “masculinidad hegemónica”3 (Connell, 1995), plantea desafíos
adicionales a la iniciativa UPP, al obstaculizar tanto las interacciones entre
policía y comunidad como las relaciones exitosas en el lugar de trabajo.
Dado que los estudios anteriores no se han enfocado en el carácter dis-
tintivo de la hombría, es decir, un aspecto que consideramos importante
para la exhaustiva interpretación de los problemas que enfrentó la ejecu-
2
Ver: www.upprj.com (sitio web oficial). Los materiales de referencia incluyen fotografías,
carteles y calendarios oficiales, producidos en 2013, 2014 y 2015. En el calendario oficial de
2014 el esfuerzo por concentrarse en las oficiales mujeres es particularmente evidente, pues
para cada mes del año se presenta una fotografía de un edificio de la UPP o de oficiales de
la UPP interactuando con los residentes. No aparece ningún oficial varón en ninguna de las
doce fotografías.
3
Al describir una comprensión patriarcal de la masculinidad como “masculinidad he-
gemónica” aceptamos que existen masculinidades alternativas que de manera creciente han
podido prosperar y ganar aceptación en el foro social y político.

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 171

ción del proyecto UPP, decidimos emplear nuestros propios datos de investi-
gación recabados a través de estudios de largo plazo (citados más adelante),
en lugar de sólo unas pocas entrevistas. Si bien puede argumentarse que la
masculinidad y los entendimientos tradicionales de los roles de género ope-
ran en la policía militar meramente a través de la imitación de normas que
existen más allá de la cultura organizacional de la policía —es decir, normas
que están profundamente arraigadas en el tejido social más amplio—, cree-
mos que las organizaciones policiales no son simplemente un microcosmos
de la sociedad en general. Las organizaciones policiales tienen sus propios
rasgos distintivos cuando se trata de seleccionar y reproducir ciertas prácti-
cas sociales. No obstante, consideramos que las culturas organizacionales, o
conjuntos de prácticas, son sistemas procesales, históricos y relacionales; no
son estructuras cristalizadas o sistemas cerrados que no permiten conflictos,
diversidades ni cambios; por el contrario, de forma similar a lo que han
mostrado otros estudios (Muniz y Albernaz, 2015; Sinhoretto, 2014), enfa-
tizamos que los conflictos, debates, procesos y retrocesos influyen práctica-
mente en todos los intentos por modificar políticas públicas.
Con base en los datos etnográficos y en nuestra experiencia personal en
las favelas, postulamos que los resultados limitados y las repercusiones de la
iniciativa UPP se entienden mejor cuando se considera el “ethos guerrero”
masculino de la policía. Esta perspectiva enfocada en la policía no debe, sin
embargo, subestimar el papel crucial que tuvieron en el proceso los treinta
años de guerra territorial entre los narcotraficantes en numerosas favelas de
Río de Janeiro (Zaluar, 2010). Sin duda, los fracasos y retrocesos del progra-
ma UPP también se derivan de las dificultades para desmantelar las organi-
zaciones del narcotráfico, establecidas hace mucho tiempo, y a sus siempre
cambiantes líderes e integrantes. Más aún, el diseño mismo del programa
tiene sus limitaciones, tanto en la teoría como en la práctica. Nuestro enfo-
que en las relaciones de género y la masculinidad pretende complementar, y
no sustituir, otros análisis recientes del programa de pacificación de Río de
Janeiro y sus múltiples desafíos, tal como lo discuten Zaluar (2016), Cardoso
(2016), Teixeira (2017) , así como Muniz y Mello (2015), entre otros.
Nuestro análisis e interpretaciones se basan en las ideas de Elias (1990)
con respecto a la formación y cambios del ethos masculino, y lo que él llamó
la “primera” y “segunda naturaleza”, seguido más tarde por Wouters (2011),
quien identificó una “tercera naturaleza”. En la formulación de Elias, el ha-
bitus o ethos se refiere a las formaciones subjetivas constituidas a través de la
sedimentación a largo plazo de hábitos cotidianos, como la higiene perso-
nal, la manera de comer, andar y sentarse, de competir o dirigirse a otros;
en suma, etiquetas y códigos de lo que se considera “buenos modales” en un

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172 GRIPP / ZALUAR

lugar y momento dados. En este sentido, Elias llamó a la falta de control so-
bre las emociones básicas la “primer naturaleza”, constitutiva del “ethos gue-
rrero”, refiriéndose al poder y la violencia masculinos que otros sociólogos
han llamado “hipermasculinidad” (Connell, 1995). Después de establecerse
socialmente por medio de un “proceso civilizatorio”, la formación subjetiva
de estos individuos produce una “segunda naturaleza” que, además de estar
socialmente construida, es capaz de controlar la “primera naturaleza”; a pe-
sar de ser una construcción social, esta “segunda naturaleza” no excluye las
diferencias individuales y los eventuales retrocesos. De acuerdo con Wouters
(2004), la “tercer naturaleza” es una forma de autocontrol que permite un
diálogo entre las emociones reprimidas y la etiqueta social, lo cual requie-
re cierta maestría para combinar firmeza y flexibilidad, franqueza y tacto.
Esta “tercer naturaleza”, una conversión de procesos tanto sociales como
psíquicos, implica el dominio de los impulsos y la capacidad para controlar
las emociones en público, así como para negociar con otros agentes lo que
resulta aceptable en cada situación vivida. Para Wouters, esto evolucionó
a partir de la “segunda naturaleza”, es decir, un modo casi automático y
dominado por la conciencia para formalizar los modales y disciplinar el
cuerpo, manteniendo control de las emociones e impulsos “peligrosos” (in-
cluyendo la violencia y el deseo sexual). En este sentido, la “tercer natura-
leza” representa la “emancipación de las emociones”, la aceptación de los
sentimientos, la expansión de la identificación recíproca y una creciente
informalización. El “ethos guerrero” que persiste entre los policías puede ser
considerado como una disposición que contradice las formas contemporá-
neas de “interacciones civilizadas”.
Así pues, aunque pareciera que el significado de “ser hombre” está ex-
perimentando un cambio drástico en el mundo occidental contemporáneo,
estas transformaciones parecen desarrollarse a un ritmo más lento en las
instituciones policiales, lo cual agrava los conflictos comunidad-policía y
contribuye a las múltiples disfuncionalidades del programa UPP. Siguiendo
la discusión de Wouters sobre una “tercer naturaleza” y una visión gene-
ral del programa UPP y sus desafíos apremiantes, como se ha mencionado
anteriormente, examinaremos cuatro aspectos de las relaciones de género
dentro de una unidad de policía militar: i) la historia de la violencia y el
ethos del guerrero varón; ii) la fuerza física (trabajo de calle contra trabajo
de oficina); iii) el cortejo y las relaciones románticas en el lugar de trabajo, y
iv) las conquistas sexuales. Estos cuatro temas servirán para ilustrar cómo
las formas tradicionales de comprender y “actualizar la masculinidad” con-
tribuyen a los fracasos y retrocesos del programa UPP, alimentando formas

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 173

“masculinas” violentas de actuación policial ostensiva, y generando, a la


vez, patrones de conducta que minusvaloran y desempoderan a las mujeres
en general y a las oficiales mujeres en particular.

II. Traficantes, unidades de policía pacificadora


e hipermasculinidad

Cuando se lanzó el programa de la UPP habían transcurrido tres décadas de


violentas actividades criminales y luchas callejeras en las favelas seleccionadas
para la “pacificación”. Desde los ochenta el narcotráfico había creado condi-
ciones de guerra en numerosos municipios de Brasil, sin importar las diferen-
cias regionales entre ciudades y distritos. En Río de Janeiro, aunque nunca
estuvo completamente coordinado por una jerarquía mafiosa, el narcotráfico
estableció una eficiente organización horizontal. Estos “comandos”, como
se conoce a las bandas de narcotraficantes, construyen ambientes geográ-
fica y jerárquicamente constituidos, los cuales incluyen puntos centrales de
coordinación (en gran parte dentro de las prisiones), puntos de venta exten-
samente diseminados y amplias redes basadas en la reciprocidad horizontal a
pesar de las frágiles relaciones de confianza y lealtad. A diferencia de la mafia
italoamericana o la Cosa Nostra,4 estas organizaciones de narcotráfico nunca
tuvieron vínculos de lealtad estables como los que existen entre personas rela-
cionadas por parentesco ritual o de sangre, quienes realizan negocios ilegales
más “controlables” que no incluyen el tráfico de drogas (Zaluar, 2010: 17).
La guerra de bandas comenzó a principios de la década de 1980 en
las favelas de Río de Janeiro, a veces involucrando tres o cuatro facciones
de traficantes que se disputaban el control de los territorios (Zaluar, 1994).
Esta situación se volvió sistémica a medida que se comenzaron a involucrar
redes extensas e intrincadas de proveedores de armas y drogas, rara vez in-
vestigadas o contenidas debidamente por el sistema judicial de Brasil. Uno
de los principales efectos negativos de la política local de “guerra contra las
drogas” fue que la policía dirigió su atención, en gran medida, hacia el co-
mercio minorista emprendido por los traficantes de sectores populares, pero
rara vez hacia los traficantes mayoristas que muchas veces provenían de las
clases sociales superiores.5
4
Además, es notable que el narcotráfico es capaz de trastornar organizaciones estables
como la Cosa Nostra, razón por la que se le prohíbe como un negocio aceptable y por lo cual
la Camorra sigue siendo la coorporación criminal más violenta de Italia.
5
Tras buscar libros y artículos sobre procesos judiciales relacionados con la posesión y
tráfico de drogas, solamente pudimos encontrar un artículo (Zaluar y Ribeiro, 1995), una

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174 GRIPP / ZALUAR

La posesión de armas de fuego, característica de los narcotraficantes a


partir de la implementación de la “guerra contra las drogas” a finales de la
década del setenta, es el corolario de la “lógica de guerra” establecida desde
hace mucho tiempo por los criminales que descubrieron que el narcotráfico
podía ser un negocio mucho más lucrativo debido a las rutas de distribución
de cocaína que se abrieron hacia Europa y otros continentes desde el terri-
torio brasileño. En las principales ciudades del país, los altos precios de la
cocaína la convirtieron en una mercancía más valiosa que el oro; poco des-
pués, una carrera armamentista entre bandas de narcotraficantes fue usada
como estrategia para mantener alejadas a las bandas rivales de sus puntos
de venta. Esta carrera armamentista y la escalada de violencia transforma-
ron las reglas informales de convivencia entre los vecinos de las favelas, es-
tableciendo, gradualmente, un conjunto de reglas no escritas que beneficia-
ban a los miembros de las bandas y a los partidarios de cada facción. Dichas
reglas, aunque objetables para la mayoría de los obreros que habitaban en
esas comunidades desde sus inicios, ocasionó una clara división entre los
obreros indefensos y los criminales armados (Zaluar, 1985; Cardoso, 2016).
No obstante, los oficiales de policía que trataban con los habitantes de las
favelas no siempre reconocían esa división y desconfiaban de los residentes
locales, pues los percibían como posibles o potenciales criminales.
Mientras tanto, la circulación de armas fomentó un ethos de “hipermas-
culinidad” o “ethos guerrero” que llevó a confrontaciones armadas entre los
varones como una manera de resolver diferentes tipos de conflictos, lo que
aumentó de manera significativa las tasas de muerte violenta (Elias y Dun-
ning, 1993; Zaluar, 2004). Por un lado, las armas se convirtieron en la for-
ma normalizada de garantizar el dominio de los narcotraficantes sobre un
territorio determinado, pagar deudas, vengar crímenes contra los locales,
evitar la competencia y amenazar a los posibles testigos. Altas concentracio-
nes de “poderosos” narcotraficantes armados en las favelas crearon modelos
aspiracionales violentos para los residentes, en particular para los varones
jóvenes. Por otro lado, para la policía las armas también se convirtieron en
instrumento de uso diario para mantener a los narcotraficantes geográfi-
camente contenidos y para arrestarlos o matarlos durante confrontaciones
armadas. Esta violenta realidad también fomentó el “ethos guerrero” de los
agentes de policía, adiestrados para suprimir el mercado ilegal de estupefa-
cientes. Así pues, la destructiva configuración social etiquetada como “ethos

tesis (Nascimento, 2000) y un libro (Costa Ribeiro, 1995) que presentaran datos sobre la
discriminación racial relacionada a crímenes vinculados con las drogas. Todos llegaron a la
conclusión de que los abogados privados tenían más peso sobre las decisiones judiciales que
los defensores de oficio.

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 175

guerrero” o “hipermasculinidad” se convirtió en rasgo común tanto para


narcotraficantes armados, transformados en “soldados del narcotráfico”
(Zaluar, 2000), como para los agentes de la policía militar, transformados
en “guerreros policía”.

III. Nuevo programa, mismas prácticas

La ocupación territorial de las favelas por la policía como parte del progra-
ma UPP desató un cambio en el estilo operacional de los narcotraficantes: si
antes podían manejar su negocio y exhibir armas de fuego libremente, ahora
se veían forzados a ocultarlas y vender droga con la mayor discreción posible,
en especial en aquellas favelas que alguna vez se consideraron bastiones de las
facciones de traficantes, donde ahora tenían menos margen de acción pero
mantenían una continua disposición para enfrentar a la policía. El cambio de
estilo acarreó otras importantes consecuencias simbólicas y políticas, pues los
golpeó en su “hipermasculinidad”, antes mostrada con armas automáticas,
joyas, coches de lujo, ropa y otros objetos de consumo conspicuo como una
manera de afirmar su poder sobre los residentes de las favelas (Zaluar, 1994).
Tras la instalación de las unidades UPP los bailes funk (una actividad
cultural de los jóvenes en las favelas, en buena parte financiada por los nar-
cotraficantes que venden grandes cantidades de droga en estos eventos) fue-
ron restringidos en un esfuerzo por reducir los niveles de ruido y las moles-
tias al vecindario. La organización de estos bailes y de otra clase de fiestas
estaba ahora sujeta al permiso del comandante de la policía local. Así, en
las favelas dominadas por la facción que era el objetivo de la nueva política,
surgió una nueva zona de conflicto entre los jóvenes locales y los oficiales
de policía. En lo que concierne a los narcotraficantes, los conflictos con la
policía crecieron en alcance, pues no solamente perdieron el dominio del te-
rritorio de la favela, sino también las ganancias del tráfico de drogas y, quizá
peor, el poder simbólico sobre los habitantes de las favelas.
Puesto que los territorios ya no estaban dominados por la fuerza de las
armas, los residentes de las favelas al fin pudieron entrar y salir libremente
para visitar amigos y parientes dentro de favelas “enemigas”.6 Las acusacio-
nes de deslealtad o duplicidad hacia el “dueño” de la favela ya no deriva-
ban en “juicios” y castigos de los traficantes, tal como ocurría en el pasado.
Los vehículos para transportar mercancías o llevar residentes enfermos al

6
En el pasado los “propietarios” locales del tráfico de drogas prohibían la entrada y
circulación de residentes de territorios “enemigos”.

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176 GRIPP / ZALUAR

hospital, cuya circulación antes se impedía, por fin podía entrar y salir. Los
turistas pudieron visitar restaurantes y cantinas, tomar el teleférico que une
a las favelas con el “asfalto”,7 e incluso hospedarse en hostales de reciente
desarrollo o residencias construidas para alquilar. No obstante, todos estos
resultados positivos estuvieron, y siguen estando, constantemente amena-
zados por los dilemas, los desafíos y la doble función de las unidades UPP
al interior de las favelas: establecer relaciones más cercanas y proteger a los
residentes, al mismo tiempo que arrestar a los consumidores y vendedores
de droga. Sin duda, los conflictos y tensiones entre residentes y agentes de
policía continuaron, si bien con niveles diferentes de intensidad, dependien-
do de cómo iban las negociaciones con el comandante de la UPP local, en
especial en aquellos casos que involucraban a los jóvenes y los bailes funk.
Un problema persistente fue que incluso después de que las unidades
UPP “ocuparon” los territorios de las favelas, algunos traficantes se queda-
ron, la mayoría armados; en consecuencia, los temores de los residentes no
remitieron por completo, los habitantes de las favelas seguían temerosos de
que pudieran recuperar el control del morro (“colina”) y castigar a quienes
habían colaborado con los agentes de la UPP. Más aún, el programa no fue
capaz de establecer una política clara para abordar el tráfico de estupefa-
cientes; por el contrario, en numerosas ocasiones la policía local incurre
en la represión violenta y la corrupción, incluyendo sobornos, para hacer
la vista gorda ante el tráfico ilegal de drogas. En ciertas favelas, donde la
facción de narcotraficantes había sido particularmente violenta y poderosa,
se agudizaron las escaramuzas contra los policías tras ser culpados por la
muerte de un residente cuyo cuerpo nunca fue encontrado.8
Movimientos sociales y algunos medios de comunicación (creados a raíz
de este episodio de violencia policial y negligencia) lanzaron persuasivas
campañas que cuestionaban la legitimidad de programa UPP. Pronto quedó
claro que los oficiales de la UPP, casi todos reclutas nuevos, estaban repitien-
do las conductas de los oficiales anteriores, siendo reactivos, actuando mo-
7
En las favelas de Río de Janeiro se suelen usar las palabras “loma” y “asfalto”. La
primer palabra hace referencia a los cerros donde se suelen ubicar las favelas, mientras que
la segunda se refiere al pavimento de la ciudad.
8
En julio de 2013 un albañil que vivía en la favela de Rocinha, Amarildo, desapareció
después de haber sido levantado por los de la UPP para un interrogatorio. Después de este
hecho el nombre de Amarildo comenzó a aparecer en los periódicos brasileños. Hubo mani-
festantes por todo al país mostrando letreros que decían: “Cadê o Amarildo?” (¿Dónde está
Amarildo?), frase que pronto se convirtió en lema de una protesta. La atención que se dio al
“caso Amarildo”, como lo llamaba la prensa, perjudicó la reputación de todo el UPP. Fuen-
tes: Folha de São Paulo (2 de agosto de 2013); O Globo (2 de octubre de 2014; 1o. de febrero
de 2016).

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 177

vidos por el temor, “cazando criminales”, persiguiendo a las mujeres locales


y realizando registros tendenciosos a la fuerza. Como resultado, los vecinos
comenzaron a vigilar cada vez que veían a un policía detener y catear a un
joven obrero o estudiante, para asegurarse de que no lo golpearan, arresta-
ran o, peor todavía, lo hicieran desaparecer (Zaluar, 2016).
Además, algunos agentes de la UPP, a pesar de estar entrenados en los
preceptos de la policía comunitaria, todavía pensaban que su labor más
importante era frenar a los criminales y castigar sus faltas. Los residentes
pueden identificar con facilidad a los oficiales que van más allá de la con-
ducta que se espera de ellos; esperaban que el nuevo programa resultaría en
una prevención de la violencia en términos más personalizados, con mayor
grado de negociación y comunicación entre la policía y la comunidad. Los
residentes de las favelas definen la comunidad (o la esfera parroquial, pues
consideran que la comunidad se basa en las relaciones personales) como
una extensión del espacio privado, en donde locales y oficiales de policía
pueden llegar a conocerse y establecer relaciones informales. Una cuestión
aparte es el significado de “proximidad” aplicado a las tácticas policiales,
donde conocer a los locales por su nombre, tratarlos como a iguales y es-
cuchar sus sugerencias es tan importante como proclamar la defensa de los
derechos civiles y el espacio público.
Para los residentes las relaciones interpersonales han de quedar esta-
blecidas mediante reglas informales claramente definidas, así saben cómo
proceder con sus rutinas y actividades diarias, en especial aquellas que se
refieren al ocio y al placer. Por un lado, para los agentes de policía las pre-
ocupaciones más apremiantes son el crimen y la necesidad de afirmar su
autoridad. Una vez más, se trata de una manera más impersonal, jerárquica
y distante de abordar las relaciones policía-comunidad. Por otro lado, para
los residentes los agentes de UPP deberían tener una baja rotación y traba-
jar en el establecimiento de relaciones duraderas con ellos (Zaluar, 2016).
No obstante, las opiniones de los oficiales con respecto al programa UPP no
son homogéneas y varían de un agente al otro, reflejando diferentes ideas y
prácticas:

Cuando hablamos de la policía, recuerdo que la palabra viene del griego


“politia”, en compañía del pueblo, la policía es preservar la ciudad. Preservar
su integridad física, preservar los bienes de esta ciudad, de esta comunidad.
Cuando la comunidad es cercana a la policía, y cuando se integra para resol-
ver sus problemas de seguridad, entonces hay “policía de proximidad” o “po-
licía comunitaria”… desarrollando entre todos los aspectos que benefician a
la comunidad.

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178 GRIPP / ZALUAR

Queremos hacer algo diferente: todos saben que hay que portarse bien,
llevar los papeles de la moto, usar casco y tener el vehículo al día, con la licen-
cia de manejar en la cartera. No puedes hacer nada mal. No puedes subirle
al volumen porque no hay que molestar a los vecinos, no puedes cometer
crímenes y no puedes asaltar a una mujer. Todos saben esto y todos saben
que la policía está presente. Si cometes una irregularidad, te pueden arrestar.

Los agentes de policía que consideran la labor policial como una activi-
dad que debe llevarse a cabo en estrecha relación con los residentes, como
una forma de proteger a los ciudadanos, son los que han desarrollado una
“tercer naturaleza”, aquellos que han superado mejor la “primer naturale-
za”, constituida por instintos básicos y emociones explosivas, así como su
“segunda naturaleza”, convencional y burocrática. Esta transición de mo-
delos de comportamiento designados tradicionalmente a una conducta más
informal, podría por sí misma explicar el incremento en la violencia y el
crimen de las favelas y las periferias urbanas de sectores populares, pues
la propensión a cometer tales actos es más fuerte entre quienes viven en
ambientes donde la integración social es precaria. La concentración de des-
ventajas y el aislamiento geográfico de los habitantes de las favelas (esto es,
la segregación como rasgo característico del barrio) conduce a la concen-
tración de varios problemas sociales locales. El desorden físico y social, la
falta de voluntad para intervenir personal y directamente con los jóvenes,
la desconfianza entre los vecinos, la falta de recursos institucionales, como
escuelas, bibliotecas, centros recreativos, centros de salud o centros de asis-
tencia para padres y jóvenes, junto con la falta de oportunidades de empleo,
completan el complejo contexto en el que los jóvenes se asocian al narcotrá-
fico y se convierten en “soldados” de los jefes de la droga.
Si además de un capital social o cultural bajo, que evita que alguien sea
despreciado o excluido socialmente, existe también una falta de “capital
de personalidad”, es decir, de la flexibilidad para equilibrar entre emocio-
nes y moralidad, entonces es más probable que recurran a la violencia o a
actividades criminales. El proceso de “informalización” o de igualitarismo
social (Wouters, 2011) también incluye la capacidad para reflexionar sobre
los modelos a seguir existentes, por ejemplo, el del buen vecino o el del buen
oficial de policía.
En Brasil, la socialdemocracia y la democratización política no evolu-
cionaron al mismo ritmo. La intransigencia del autoritarismo social o una
jerarquía social rígida, en especial bajo la forma del poder despótico que
floreció durante el régimen militar en las zonas urbanas más marginadas
y en la policía militar, obstaculizó el proceso de “informalización”, y como

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 179

consecuencia, dificultó el desarrollo del hábito de buscar el diálogo con las


figuras de autoridad, incluyendo discusiones sobre las “reglas del juego”,
pero también con la población en general, como mecanismo para evitar
extenuantes conflictos, en especial en las capas menos educadas y más sub-
alternas de la población. Esto incluye a algunos agentes de policía y habi-
tantes de las favelas, aunque no a todos ellos.

IV. “Masculinidad hegemónica” y la presencia


de mujeres en la fuerza de policía

En este contexto, la “masculinidad hegemónica” observada en una organiza-


ción policial en particular (estudiada con mayor profundidad en las siguien-
tes secciones), puede entenderse como una combinación de roles de género
tradicionales o “masculinidad hegemónica”, tal como se encuentra en la so-
ciedad en general (naturalmente con variaciones según la región geográfica,
grupo de edad, estrato social y nivel educativo), con el “ethos guerrero”, una
disposición más específica para la población masculina acostumbrada al uso
de armas de fuego, a la violencia y a la posibilidad inminente de sufrir lesio-
nes o muerte.
Extractos de las notas de campo ilustran cómo esta combinación influye
en las relaciones de género dentro de una unidad de policía UPP, donde la
“masculinidad hegemónica” aleja a las oficiales mujeres del peligro físico
y la violencia, situaciones que se reservan para los varones y su “ethos gue-
rrero”. El episodio que se narra a continuación fue detonado cuando un
adolescente varón, por razones desconocidas, golpeó en la cara a un policía
de a pie.

En la comunidad de Morro Santo, las confrontaciones entre policías y re-


sidentes pronto se convierten en graves crisis. Como en hechos anteriores,
transeúntes testigos de la confrontación comenzaron a lanzar objetos a los
oficiales, botellas, piedras, cualquier cosa que tuvieran a la mano. Otros saca-
ron sus celulares para grabar y fotografiar todo aquello que pudiera dar tes-
timonio de los abusos de la policía. Dado que la estación de policía está muy
cerca, a menos de doscientos metros cuesta arriba, los policías rápidamente
bajaron y acudieron al lugar de los hechos. Tres o cuatro sacaron sus armas y
apuntaron al creciente número de personas que protestaban, mientras otros
dos arrebataban celulares. Jerome, cansado de luchar con su atacante, tiró
al muchacho al piso con un culatazo de rifle por la espalda, mientras que el
soldado Neves se le tiró encima para sujetarlo. Al ver esto, la multitud avanzó
hacia la policía, entre gritos y protestas.

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180 GRIPP / ZALUAR

La soldado Pérez y yo observamos desde la ventana del segundo piso de la


estación el punto álgido de la confusión, así como la dispersión que ocurrió
cuando finalmente la policía se fue llevándose en custodia al muchacho y a
otras personas. Cuando la conmoción se desató, Pérez, tres oficiales varones
y yo estábamos caminando cuando pasamos junto a Jerome y a su compañero
mientras nos dirigíamos de regreso a la base de policía al final del turno. Tras
el grito de Jerome, escuché órdenes terminantes de volver “¡rápido y directo
a la base!” y antes de que yo pudiera tan siquiera reaccionar, el soldado Lu-
cas ya nos escoltaba en esa dirección. A nosotras, no sólo a mí. A la soldado
Pérez, una mujer también, pero que a diferencia de mí no era una oficial de
policía entrenada y armada, se le ordenó de inmediato alejarse del tumulto
por parte de sus compañeros varones.9

Muchas narrativas como esta llenan las páginas de los cuadernos utili-
zados durante el trabajo de campo en la unidad de policía UPP a la que nos
referimos como “Morro Santo”, ilustrando la prevalencia de la diferencia-
ción de género y la afirmación de la masculinidad a través de la atribución
de un estatus de inferioridad a las mujeres. Como grupo, las mujeres en
la policía militar, ya sean soldados u oficiales, son simplemente conocidas
como fem, en referencia informal a policial femenina.10 Si bien resulta a ve-
ces despectiva, dependiendo del tono y el contexto, la palabra “fem” no es
exclusiva del vocabulario de los oficiales varones, pues a menudo también
la utilizan las oficiales mujeres. La connotación despectiva del término fem
también se puede vincular a la contracción del vocablo portugués fêmea, que
designa igualmente el sexo femenino, pero se usa más a menudo en referen-
cia a animales hembras, no a mujeres.
Las fem son vistas como un grupo especial dentro de la organización,
que pueden llegar formalmente a todos los rangos superiores por antigüe-
dad, pero rara vez son promovidas para puestos de mando superiores.11
En sus doscientos años de historia la policía militar de Río de Janeiro, al
igual que la mayoría de las organizaciones militares, nunca ha tenido una
mujer que ocupe el puesto de mando más alto: el jefe de Estado mayor.
Cuando se le preguntó a un mayor veterano si alguna mujer había forma-
do parte de la jerarquía policial superior, compuesta de tres oficiales de

9
Tomado de las notas de campo, septiembre de 2014.
10
Oficial de policía mujer.
11
Aunque los ascensos militares se pueden deber al mérito, a menudo se dan en automá-
tico con el paso del tiempo. Así pues, aquellas mujeres que han estado un tiempo lo suficien-
temente largo en la organización alcanzarán la más alta posición entre la tropa (subteniente)
o entre la oficialidad (coronel).

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 181

alto rango, éste dio una respuesta tan juguetona como reveladora: “[n]o,
afortunadamente nunca hemos tenido ese problema”.
Sin embargo, el programa UPP fue diseñado expresamente para incluir
una mayor población femenina en las fuerzas de la policía militar. Desde su
creación, los funcionarios del Departamento de Seguridad Pública de Río
de Janeiro han dado amplia difusión a la presencia favorable de las mujeres
en las favelas pacificadas, cuyas imágenes aparecen en prácticamente todo
el material publicitario producido para el programa; por ejemplo, en la tele-
visión y en periódicos es posible ver con regularidad el rostro amigable de la
mayor Priscilla, quien muy pronto se convirtió en ícono y vocera de la UPP.12
El trabajo de la mayor Priscilla durante las fases críticas del programa reci-
bió amplio reconocimiento, lo que la hizo muy popular entre la policía y los
civiles; sus logros sirvieron para promocionar los primeros éxitos de la UPP.
Aunque el departamento de relaciones públicas de la policía apuesta por
la imagen más amigable de las oficiales mujeres, haciéndolas asistir incan-
sablemente a eventos públicos y publicando imágenes de ellas patrullando,
participando en actividades de la comunidad y conviviendo en armonía con
niños y ciudadanos, en realidad la presencia femenina en la organización
todavía es muy poca. Al día de hoy nada más 5 de las 38 unidades de la UPP
están comandadas por una oficial mujer, mientras que una sola mujer oficial
de alto rango encabeza uno de los 39 batallones estatales (que cubren regio-
nes más amplias y despliegan contingentes más numerosos de agentes).13
En el estado de Río de Janeiro, desde 1982, se permite el ingreso de las
mujeres a la policía y, a diferencia de otros estados de Brasil, Río no pone
límites al número de reclutas mujeres que pueden ser admitidas al entrena-
miento de la policía militar. No obstante, recién en 1993 se logró consolidar
un sistema de calificación sin discriminación de género. De acuerdo con
datos oficiales, las mujeres representan cerca de 4% del total de las fuerzas
policiales de Río de Janeiro, con lo cual el estado se encuentra en la quinta
posición entre las 27 entidades federativas del país. Sin embargo, si se con-
sidera el programa UPP de forma aislada, la presencia de oficiales mujeres
asciende al 14.3% del total de la fuerza.14

12
Como la mayor Priscilla no está relacionada con nuestros estudios de caso y es una
figura ampliamente conocida, no conservamos su identidad en el anonimato. La reputación
de la mayor la llevó a recibir, en 2012, un premio al “Notable liderazgo y coraje” del Depar-
tamento de Estado de Estados Unidos. Con ocasión del premio, diversos medios la fotogra-
fiaron llorando lágrimas de felicidad junto a Hillary Clinton.
13
A septiembre de 2016.
14
Los datos provienen de la Coordenadoria de Polícia Pacificadora (CPP) de la Policía
Militar de Río de Janeiro (PMERJ) y corresponden a octubre de 2016.

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182 GRIPP / ZALUAR

De acuerdo con Prokos y Padavic (2002), la poca presencia femenina


en las organizaciones policiales se puede explicar por el hecho de que los
oficiales varones, de forma intencional, crean un ambiente de trabajo poco
atractivo para las mujeres por medio de una especie de defensa territorial
de un espacio originalmente masculino. Según estas autoras, en este espa-
cio los varones buscan mantener aquello que Connell (1987) llama “mas-
culinidad hegemónica”: discursos e imágenes influyentes que refuerzan el
poder masculino a un nivel colectivo y sociocultural. Si bien tales discursos
e imágenes puede ser que no sean la norma, ciertamente son normativos.
Nuestra investigación empírica revela que los oficiales de policía mues-
tran una unidad notable en defensa de ideas tradicionales de masculinidad.
La cultura organizacional de la policía sustenta un consentimiento tácito
acerca de las prácticas institucionales informales que sirven para desempo-
derar a las mujeres y deslegitimizar a las masculinidades alternativas, forta-
leciendo, como consecuencia, el discurso masculino dominante. La resisten-
cia individual al discurso y a las prácticas dominantes es débil y rara, lo que
hace que la cultura de la masculinidad hegemónica parezca algo natural,
evidente, estructural y totalizante, a pesar de sus resultados asimétricos en
la distribución del poder.

V. Fuerza física: el trabajo de calle como


función masculina versus el trabajo de oficina
como función femenina

En la UPP de Morro Santo fue posible observar que tanto mujeres como va-
rones se valen constantemente de los constructos estereotípicos de la división
del trabajo, los cuales etiquetan a las mujeres como incapaces para tareas que
involucran fuerza física, amenazas a la vida, alta responsabilidad y autoridad.
Solamente nueve mujeres policías trabajan en Morro Santo, junto a
un contingente de aproximadamente 87 varones, incluyendo tres oficiales
varones.15 Cinco de estas nueve patrulleras se dedican a trabajos adminis-
trativos (junto con siete varones), en un horario de nueve de la mañana a,
aproximadamente, seis de la tarde, cuatro días a la semana. A diferencia
del personal dedicado a patrullar las calles, los oficiales asignados al trabajo
de escritorio quedan exentos de alternar de forma obligatoria el turno de

15
Los datos aquí presentados conservan las proporciones originales, sin embargo, han
sido ligeramente modificados para guardar el anonimato del estudio de caso. Los datos co-
rresponden a septiembre de 2014.

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 183

noche.16 Los puestos administrativos en la policía involucran actividades


sustancialmente diferentes al patrullaje, que sin duda son más livianas en
términos de esfuerzo físico. Como la mayor parte de los empleados de ofi-
cina, los policías administrativos archivan y procesan trámites, responden
correos electrónicos, introducen información a las bases de datos, redactan
memorandos, asisten a reuniones y responden llamadas telefónicas, aun-
que no de emergencia. Comparado con el trabajo de calle, los policías con-
sideran que las tareas administrativas son mel na chupeta.17 Por esa razón, los
oficiales varones, por lo general, consideran “natural” que las fem sean más
comunmente asignadas a estos puestos administrativos; después de todo,
para los varones la supuesta condición física de debilidad de las mujeres es
una verdad indisputable.
Si bien Kimmel (1994: 129) subraya la importancia de la competencia
intragénero y la autoafirmación de los varones (“nos ponemos a prueba,
realizamos hazañas, corremos enormes riesgos, porque deseamos que otros
varones reconozcan nuestra virilidad”), las observaciones de campo mues-
tran que la presencia de mujeres sirve como una marca contra la que los
varones se elevan a sí mismos, contraponiendo la “fragilidad” femenina al
“vigor” masculino. Para los oficiales varones el devaluar a las mujeres es tan
importante como el ensalzar su propia fuerza física. Estas son algunas ob-
servaciones sobre las fem hechas por policías mientras charlaban informal-
mente en sus rondas:
Soldado Lucas: …No pueden, no es lo mismo. Todos lo saben. Por eso su
entrenamiento es tan fácil, hasta los instructores lo saben. Por ejemplo, las
mujeres no pueden correr tan rápido tras un “ganso”18 mientras cargan un
rifle. Por su propia seguridad, es mejor que se queden en la base, haciendo lo
que sea que hagan ahí.
Soldado Pérez: Como sea, a quién le importa. No quiero tronarme en el
día19 para llegar a casa muerta de cansancio. Cuando llego a casa, todavía
tengo quehacer. Estos niños aquí, tienen a sus mujeres sirviéndoles la comida.
Yo todavía llego a casa y tengo que cocinar para mi esposo.

16
“Aproximadamente”, porque el final del trabajo administrativo es indeterminado. Los
oficiales solamente pueden dar por concluido el trabajo administrativo una vez que la oficina
de coordinación que supervisa el trabajo de todas las unidades (CPP o Coordenadoria de
Polícia Pacificadora) avisa que terminó el trabajo del día.
17
Literalmente “chupete con miel” o, traducido al español, “pan comido”.
18
“Ganso” es el argot policial para un criminal.
19
En portugués suga es el argot policial para una actividad agotadora. Por citar un ejem-
plo de las notas de campo: “[n]o pude dormir nada, porque anduvimos patrullando el cerro
todo el día de ayer. Hoy estamos todos tronados.”

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184 GRIPP / ZALUAR

Soldado Tomazine: No es bueno tener una fem en tu sector [territorio


asignado a un grupo o pareja de policías]. ¿Me entiendes? Especialmente en
las GTPP [unidades tácticas que hacen patrullaje a pie sin restringirse a un
territorio]. Mejor no. Imagínate si pasa algo, si me pegan un balazo... ¿Crees
que una mujer me podría cargar en los hombros?
Mayor Thomás: No llevaría a una fem para una misión. ¿Y si algo pasa?
Me sentiría terrible.
[Yo pregunté]: ¿Y no se sentiría terrible si algo le sucede a un varón?
Mayor Thomás: No... Quiero decir, sí. Pero es peor con una mujer. No
quiero que una fem salga lastimada conmigo a cargo. Hay que proteger a las
mujeres.
Comandante capitán Nathan: No me gusta mandar a mis fem a patrullar
de noche en la calle. No están preparadas. Además, son muy buenas para el
trabajo de escritorio; son mucho más organizadas que los varones.

La razón de tener proporcionalmente más mujeres en las tareas admi-


nistrativas se explicaba a menudo a través de dos argumentos contradicto-
rios por parte de los oficiales varones. Algunas veces se explicaba como el
resultado de un proceso de selección natural que hacía a los varones más
capaces físicamente para el trabajo extenuante en la calle; en otras ocasio-
nes los oficiales varones sugerían que se favorecía a las mujeres precisamen-
te debido a ciertos atributos de su género. Los comandantes varones, según
explicó una vez un soldado, se aseguran de integrar sus oficinas adminis-
trativas con personal femenino para así estar rodeados de mujeres que, en
palabras del soldado, van a “devolver el favor” en agradecimiento por haber
sido asignadas “lejos del trabajo duro, los callejones sucios y los riesgos de
potenciales confrontaciones”.
Las oficiales mujeres en puestos administrativos rechazan esta opinión
por considerarla puro chauvinismo celoso y machista, mientras que a las mu-
jeres que hacen trabajo de calle le otorgaban cierta credibilidad: “[e]sas chi-
cas de oficina son las muñequitas del comandante”, dijo en repetidas oca-
siones una mujer soldado. Exista o no este motivo entre los comandantes
varones, no es de sorprender que estos no lo admitan. A pesar de ello, con
frecuencia y de manera abierta, los comandantes citan la fuerza superior de
los varones como la razón para asignar a las mujeres a las funciones adminis-
trativas, un argumento basado en su experiencia subjetiva que se transforma
en sabiduría popular. Este proceso de naturalización discursiva de un hecho
social que establece la ineptitud física de las mujeres para el trabajo policial
sirve para desviar la responsabilidad de los varones por acciones que, de otra
manera, serían consideradas discriminatorias.

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 185

En Morro Santo se pudo observar un elemento adicional al cúmulo de


contradicciones que caracterizan la percepción de los policías varones sobre
el trabajo policial de las mujeres. Si bien se percibe a las agentes mujeres
como menos capaces de cumplir con el trabajo policial en el “campo de
acción”, y por lo tanto son consideradas más aptas para hacer trabajos con
responsabilidades organizativas, las tareas administrativas a veces son des-
criptas como un premio envidiable, usado para favorecer a ciertos soldados
sobre otros.
En los cuarteles de la UPP de Morro Santo, así como en otras unidades
de pacificación, los oficiales asignados a labores administrativas rara vez
tienen que portar el uniforme completo y pasan casi todo el día en pantalón
de estilo “cargo” y camiseta blanca. Este detalle, aparentemente sin impor-
tancia, tiene un impacto significativo sobre su nivel de comodidad. El uni-
forme de la policía en Río de Janeiro está confeccionado con una tela grue-
sa y oscura, que además del peso de los accesorios (botas militares, boina,
insignias, chaleco antibalas, radio, pistola y funda, munición extra, esposas,
linterna, porra, cuchillos, taser, botella de agua, a veces un fusil en bando-
lera, más otras pertenencias personales adicionales) es una gran fuente de
incomodidad y fatiga, en especial cuando los policías pasan el día subiendo
y bajando por los callejones empinados de las favelas.20 Esta clase de patru-
llaje ya es cansador de por sí, pero se vuelve mucho peor con el frecuente
mal olor de la basura tirada, la mala ventilación entre las casas y los veranos
extremadamente calurosos de Río de Janeiro, con días consecutivos de alta
humedad y temperaturas por encima de los 40 grados. El aire acondiciona-
do y otras ventajas del trabajo administrativo, como la considerablemente
menor exposición al riesgo y comodidades, como acceso a baños y cocine-
tas, hacen que las oficinas administrativas sean para muchos un lugar muy
atractivo, especialmente para quienes se encuentran desilusionados con la
misión institucional y juzgan que los riesgos del trabajo policial son dema-
siado altos en comparación con sus beneficios.
Además, los trabajadores administrativos están más cerca del coman-
dante, tanto física como relacionalmente. Durante las vacaciones muchos
comandantes organizan fiestas de Navidad patrocinadas por la unidad
siempre que es posible. En Morro Santo la fiesta de 2014 tuvo que ser patro-
cinada por los propios oficiales debido al ajustado presupuesto de la unidad;
los recursos oficiales eran escasos y el comandante pagaba de su bolsillo

20
Se pide a los agentes de la UPP que usen un uniforme distintivo, con camisa azul más
claro de la misma tela gruesa. Algunos comandantes permiten que se use el uniforme oscuro
tradicional, pero otros hacen que la camisa azul claro sea obligatoria.

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186 GRIPP / ZALUAR

muchos de los servicios y equipos de la oficina, hubo que recortar hasta los
gastos básicos para el mantenimiento del edificio y las agentes mujeres se
vieron obligadas a llevar su propio papel de baño, jabón y toallas de mano
para surtir el baño de la oficina.21
Como la unidad no patrocinó la reunión de Navidad, no fue sólo el cos-
to lo que hizo que el comandante decidiera que unicamente los trabajadores
administrativos serían convidados al evento —una parrillada de ocho horas
organizada en un viernes laboral—. Las agentes mujeres de la administra-
ción tomaron la iniciativa de rentar un local en un club campestre de los
alrededores, compartiendo la responsabilidad de preparar guarniciones y
postres. Todos los invitados contribuyeron y se ofrecieron abundantes canti-
dades de carne asada y cerveza fría a los policías en puestos administrativos
y a los supervisores de las tropas (sargentos), quienes pasaron el día comien-
do, bebiendo, jugando al fútbol y relajándose en la piscina. No es de sor-
prender que el evento haya causado resentimiento entre los patrulleros que
no fueron invitados, particularmente aquellos fuera de servicio ese día y
que, por lo tanto, hubieran podido participar de la fiesta. Entre los patrulle-
ros que no fueron invitados y estaban de servicio, una pareja que conducía
una patrulla llegó brevemente al lugar tras ser llamados para llevar hielo.
Ese llamado se hizo para reafirmar, de manera clara y contundente, el po-
der jerárquico, una característica importante de la Policía Militar de Brasil,
que separa a la tropa de los oficiales: “[s]argento Nelson: Soldado Lucas,
vaya y traiga más hielo para la fiesta que nuestra cerveza se está calentando.
Y asegúrese de encender la sirena, la policía no tiene por qué esperar en un
semáforo durante una emergencia [risas generalizadas entre quienes alcan-
zaron a escuchar]. ¡No haga esperar a su comandante!”.22
Por estos y otros eventos semejantes, no estaba claro para los patrulleros
si el personal administrativo estaba compuesto por mujeres y varones “infe-
riores y físicamente más débiles”, o por mujeres y varones que, en realidad,
estaban siendo favorecidos.23

21
Aunque los baños de varones no estaban surtidos, los varones no solían llevar esa clase
de cosas, pues en la administración eran las agentes mujeres quienes llevaban papel extra
para “los muchachos”. Los patrulleros en trabajo de calle suelen usar los baños de los esta-
blecimientos comerciales.
22
El sargento Nelson habla con los oficiales de la patrulla por teléfono, como lo ordenó
el comandante.
23
No todas las unidades de policía organizan fiestas navideñas exclusivas para el per-
sonal administrativo, por ejemplo, en ese mismo año otra unidad en la misma zona de la
ciudad, pero por lo menos tres veces más grande que la de Morro Santo, organizó una fiesta
para todo el personal. Sin embargo, todas las unidades que visité en cierto momento organi-
zaban reuniones sociales exclusivas para oficiales y personal administrativo.

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 187

VI. ¿El cortejo y las relaciones afectivas


como parte de la hipermasculinidad?

Las convenciones del cortejo que simbolizan la posición dominante de los


varones y las ideologías de género tradicionales siguen siendo importantes en
la fuerza policial, donde las mujeres han alcanzado igualdad de condiciones
de jure, pero no de facto.
La intransigencia de las normas de género tradicionales contribuye a la
falta de profesionalismo en la policía y favorece una cultura organizacional
en la que se espera que varones y mujeres naveguen de forma simultánea
por las relaciones laborales y de cortejo. Aunque podría parecer inocuo,
estas normas de género constituyen modos de interacción que están pro-
fundamente arraigados, y que de manera irreflexiva reproducen los estereo-
tipos de género que crean expectativas sociales de comportamiento, tanto
para los varones (varonil, dominante, fuerte y seductor) como para las mu-
jeres (femenina, pasiva, objeto de conquista).
Mientras los oficiales varones se valen del cortejo en el lugar de tra-
bajo para conseguir el reconocimiento de su “masculinidad” por parte de
sus compañeros, las agentes mujeres también consiguen que se reafirme su
“feminidad” y atractivo. Esta dinámica es evidente en los relatos que los
oficiales usan para explicar su coqueteo, que se defiende normalmente por
ser “inofensivo” y “espontáneo”. Cuando el coqueteo causa sorpresa o al-
guna mujer lo considera indeseado o inaceptable, los oficiales varones sue-
len restar importancia a sus palabras o insinuaciones clasificándolas como
una brincadeira, una broma; cuando hablan entre ellos, estos coqueteos o
“bromas” comunes se caracterizan por una actitud de se colar, colou, es decir,
“solo probando las aguas”.24 Esto significa que no hay razón aparente para
abstenerse de un intento de seducir, pues puede tener éxito si es recíproco
o bienvenido y, en caso de una negativa, se trata de algo sin consecuencias
que rápidamente se descarta como una “broma”.25
En ocasiones el cortejo y el coqueteo tienen éxito, evolucionando ha-
cia relaciones románticas casuales o formales entre tropa y superiores que,
cuando son extramaritales, se conducen con cierta discreción. Sin embargo,
incluso cuando son formales y públicas, muchas relaciones románticas en

24
Por lo tanto, queda implícito que no hay consecuencias graves para las bromas no
deseadas.
25
Además, tanto afuera como adentro del trabajo los oficiales varones usan abundantes
nombres de cariño para referirse a sus colegas mujeres, por ejemplo, “bebé” o “gata” (“mujer
hermosa”).

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188 GRIPP / ZALUAR

el lugar de trabajo resultan problemáticas cuando hay intereses personales


y profesionales en conflicto, agravados por la diferencia jerárquica entre la
pareja.
El personal administrativo de Morro Santo, por ejemplo, guardaba
cierto resentimiento hacia el capitán Nathan y su esposa Mona. La pareja
se conoció cuando Mona, una patrullera, trabajaba bajo las órdenes del
capitán en otra unidad de la policía. Poco después de que Nathan fue trans-
ferido a Morro Santo solicitó que Mona fuera transferida a Morro Santo
también — ­ una práctica cuestionable pero no infrecuente, dado el supuesto
de que, con el paso del tiempo, los comandantes crean su “personal de con-
fianza”—. Sin embargo, el resentimiento del personal nació del inusual he-
cho de que la agente Mona fue transferida durante su baja por maternidad,
y cuando su permiso se extendió con base en “circunstancias especiales” no
reveladas, los rumores de favoritismo se extendieron rápidamente, creando
un ambiente incómodo de trabajo en el que el comandante perdió credibi-
lidad entre su personal.
Pocos meses antes de la transferencia del capitán Nathan, el mayor Mu-
niz, antiguo comandante de Morro Santo, fue acusado por el personal de
favorecer a la agente Rebeca, novia del agente Ronaldo, chofer y amigo per-
sonal del mayor. A diferencia de otros patrulleros asignados a labores admi-
nistrativas, Rebeca trabajaba nada más cuatro días a la semana, y en alguna
ocasión el mayor Muniz justificó este horario señalando que los “eventos
comunitarios” que ella manejaba rara vez se celebraban en día lunes. No
obstante, otras mujeres patrulleras, amigas de la agente Rebeca, sabían que
ella tomaba clases en la universidad los lunes. No es de sorprender que el
trato diferenciado haya causado rencor entre otros agentes que también te-
nían dificultades para seguir sus estudios universitarios mientras trabajaban
en la policía.
El amorío del agente Cavallo y la agente Esther también sirve de ejem-
plo. La pareja se conoció mientras trabajaba para la UPP de Morro Santo,
poco después de que Esther fuera transferida a la unidad; un tiempo más
tarde la relación se hizo pública cuando los agentes fueron amonestados por
una demostración de afecto mientras estaban en servicio, la cual fue pre-
senciada por un sargento supervisor. Un par de meses después del episodio
Esther pidió licencia médica, según sus colegas lo hizo por el estrés emocio-
nal y las amenazas verbales que le hizo la esposa de Cavallo.
Ciertamente, las relaciones personales se desarrollan en todas las orga-
nizaciones, y el enturbiamiento del profesionalismo que resulta de ellas pue-
de ser un aspecto más o menos recurrente y/o grave en cualquier lugar de
trabajo, sin embargo, en la unidad policial observada los asuntos personales

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 189

eran demasiado frecuentes y no era raro que se convirtieran en tramas de


telenovela, dando lugar a múltiples violaciones a las reglas institucionales, al
descrédito de los superiores ante su equipo, a la baja moral de los oficiales,
a conflictos de interés y a toda suerte de chismes y rumores que afectaban la
productividad en general y envenenaban el ambiente laboral.

VII. Afirmación de la masculinidad


y proeza sexual

La obra de Wouters (2004) explora el proceso de transformación en los mo-


dales sociales y las interacciones personales que han tenido como resultado
un nuevo equilibrio entre sexo y amor, balanceando lo que describe como los
extremos victorianos de la “desexualización del amor” y la “despersonaliza-
ción del sexo”.26 Al estudiar la evolución de las costumbres sexuales, Wouters
describe la transición desde un “sistema de chaperones”, en el que un tercero
acompañaba y protegía a las jóvenes mujeres tanto de la seducción masculina
como de sus propios deseos sexuales, hasta un “sistema de citas” que permite
a varones y mujeres pasar tiempo juntos fuera de su casa.
Estos cambios estuvieron conectados con innovaciones como la píldo-
ra anticonceptiva y con los nuevos medios de transporte y tecnologías de
comunicación (más recientemente teléfonos celulares e internet) que preci-
saron nuevos modos de comportamiento, interacción y sentimiento. En su
conjunto, el “sistema de citas” hizo posible la informalización de los moda-
les entre las personas y permitió una mayor libertad de elección con respec-
to a las posibles parejas sexuales. Aunque los rígidos controles sociales del si-
glo XX desaparecieron con el paso del tiempo, surgió una mayor necesidad
de autocontrol que exigía un tipo de personalidad de “tercer naturaleza”.
En otras palabras, la privacidad y la formalidad, bastiones de las relaciones
sociales victorianas, fueron gradualmente sustituidas por la “naturalidad”,
la “informalidad” y la fuerza del “autocontrol”, contrarias a las formas ex-
ternas de restricción social sobre la conducta sexual. Conforme vimos, el re-
lajamiento de las reglas tradicionales, el distanciamiento social y las formas
de convivencia, o incluso una mayor permisividad en la manera de tocarse

26
En su libro, Wouters (2004) compara diversos manuales de etiqueta y modales de
distintos países, como los Países Bajos, Gran Bretaña, Alemania y Estados Unidos, que fue-
ron populares a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Observa los consejos que estos
manuales ofrecen para el cortejo, el baile, las citas, el desposorio y el matrimonio, concep-
tualizando la relación entre varones y mujeres como “un equilibrio de la lujuria”, la tensión
entre “el deseo de gratificación sexual y el deseo de intimidad duradera” (p. 6).

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190 GRIPP / ZALUAR

tanto en público como en privado, exige nuevas formas de “manejo emo-


cional” y de control sobre los impulsos que manifiesten flexibilidad, respeto
y consideración.
No obstante, si bien Wouters señala las tendencias generales, reconoce
que hay variaciones, “olas o rachas”, así como diversidades locales, que
persisten en la relación entre los cambiantes modales y el dominio de una
persona sobre sus impulsos (Wouters, 2004: 167). Dichas variaciones se ori-
ginan en un hecho señalado por Wouters; a saber, una tendencia que invo-
lucra la emancipación sexual de las mujeres combinada con la disminución
en la desigualdad de género, un proceso que se vive de manera muy hetero-
génea alrededor del mundo. Lo que prevalece en el ambiente organizacio-
nal de la policía que describimos es una falta persistente de identificación
mutua y una desigualdad de género que limita las transformaciones con-
ductuales. En general, la modalidad y la dinámica de la interacción entre
varones y mujeres reflejan las proporciones de poder, percibidas o reales,
entre los individuos.
Un aspecto ilustrativo de las asimetrías de poder entre varones y muje-
res en las fuerzas policiales es la reproducción de la masculinidad hegemó-
nica por parte de los oficiales al tratar la actividad sexual como un “logro”,
una conquista a la que muchos aspiran y que, por tanto, debe ser reconoci-
da por los demás. Según el análisis de Edley (2001), estos “logros” se reco-
nocen principalmente a través de relatos reales o adornados de encuentros
sexuales. Sin embargo, en Morro Santo los relatos, aunque frecuentes, no
bastaban por sí mismos para consolidar la imagen de un hombre como hé-
roe sexual, pues la posibilidad de que tales historias fueran fabricadas gene-
raba escepticismo entre sus compañeros, para garantizar la credibilidad de
sus historias de proezas sexuales, los oficiales ofrecen a menudo evidencia
visual, presumiendo en sus celulares los mensajes de texto y fotos enviadas
por las mujeres con quienes habían estado saliendo o tenido encuentros.
La evaluación de los “logros” de unos y otros, basada en discusiones abier-
tas y la muestra de fotos privadas, a menudo selfies provocativas, mantenía
a los agentes entretenidos por horas, en especial en los largos turnos de
la noche. Imágenes o capturas de pantalla de conversaciones íntimas eran
intercambiadas con frecuencia a través de una aplicación de teléfono celular
(Whatsapp), usada de manera informal por grupos de dos o tres colegas ubi-
cados en diferentes puntos estratégicos de la favela para comunicarse entre
sí mientras estaban en servicio.
Si bien estos oficiales varones con frecuencia se expresaban con orgu-
llo de sus familias y sus parejas sentimentales, no ocultaban sus relaciones
extramaritales, sino que las utilizaban abiertamente como una herramienta

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 191

para afirmar la masculinidad. Aunque se guardara el secreto ante la pareja


sentimental, los amoríos se describían e interpretaban como aventuras fre-
cuentes y benignas, sin relación con la vida familiar —una conducta que,
evidentemente, no es exclusiva de los oficiales de policía o del género mas-
culino, aunque es reconocible como frecuente dentro de este grupo profe-
sional—. En nuestro trabajo de campo cerca del 70% de los oficiales varo-
nes casados o en relaciones estables revelaron voluntariamente información
sobre sus aventuras extramaritales. Ante estas frecuentes revelaciones pú-
blicas las oficiales mujeres se decían a manera de broma: “[n]unca te cases
con un policía”.
En los intercambios sobre citas que se daban en el grupo, los oficiales
reproducen una forma patriarcal y heteronormativa de “masculinidad he-
gemónica”. Dentro de la organización policial tales prácticas discursivas tie-
nen efectos sobre las relaciones profesionales. En la necesidad de afirmar sus
proezas sexuales los oficiales no se abstienen de cortejar a sus colegas muje-
res ni a las mujeres civiles con quienes interactúan en el curso de sus labores.
Al pie de la colina de Morro Santo un restaurante sucio y barato abierto
las 24 horas del día era atendido por gente amigable con la policía, era un
lugar habitual de reunión para los oficiales. A altas horas de la noche, en-
tre checks in de los supervisores, los oficiales de policía pasaban largas horas
coqueteando con las meseras, la mayoría habitantes de la favela. Aunque
la policía prohíbe dichas prácticas mientras los oficiales están de turno y
portan sus uniformes y otros símbolos de la institución que representan en
público, los agentes (y sus supervisores) a menudo ignoraban dichas reglas.

Extractos de las notas de campo: Anoche, el agente Frederico, como todos


lo predecían, se metió en problemas por su conducta descarada. A pesar de
haber sido advertido en numerosas ocasiones por el esposo enfadado de la
mesera, Frederico siguió encima de ella. Insistía en mostrar su “deseado pre-
mio” a todos sus colegas y pensó que los rumores sobre el esposo no eran sino
“intrigas de la oposición”. Sin embargo, el esposo llegó cerca de la media
noche, mientras nosotros estábamos al otro lado de la calle del restaurante.
Nadie sabía quién era, hasta que caminó de prisa hacia nosotros, gritándole a
Frederico: “¿Por qué andas tras de mi esposa?” “¿La tuya no te atiende?” Le
gritó: “Vamos a resolverlo como varones, sin tu pistola ni la de tus cuates”.

Tras intercambiar insultos se puso en movimiento una receta para el


desastre: varones furiosos peleando con armas de fuego a la mano por una
mujer. La intervención de otros evitó que la situación empeorara, con lo
cual, y por fortuna, no hubo consecuencias de gravedad. Evidentemente, no
era necesario llamar a la policía, pues ya estaba allí.

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192 GRIPP / ZALUAR

VIII. Consideraciones finales

Como una manera de manifestación cultural, algunas formas hegemónicas


de entendimientos tradicionales de la masculinidad están perdiendo fuerza,
permitiendo que aparezcan masculinidades “alternativas” o más “suaves”.
No obstante, como se evidencia en este artículo, tales transformaciones su-
ceden a paso más lento en las organizaciones policiales. En consecuencia, se
vuelve imperativo revalorar la dinámica de género y sus repercusiones dentro
y fuera del trabajo policial para así construir una institución más profesiona-
lizada y menos violenta. Las actuaciones policiales en función del género que
observamos y describimos contrastan con el esfuerzo de Río de Janeiro por
transformar la imagen institucional de la policía militar. Aunque el programa
UPP se basa, en gran medida, en las representaciones de oficiales mujeres en
sus materiales publicitarios, en realidad las interacciones cotidianas entre los
agentes revelan prácticas sociales que minusvaloran y desempoderan a las
mujeres en general, y a las oficiales mujeres en particular.
Si bien las oficiales mujeres han logrado mayor acceso a la profesión
por medio del programa de la UPP, el ambiente de trabajo en la policía
sigue estando fuertemente condicionado por el género y, en la práctica, no
se ha permitido que las mujeres de la organización amplíen de facto su espa-
cio laboral. Los oficiales varones se resisten a la integración de las mujeres,
enfocándose en una definición del trabajo policial marcada por el peligro,
el riesgo, la fuerza física, la autoridad y las habilidades de liderazgo, que se
supone hacen del trabajo policial “un trabajo de varones”. Mientras tanto,
las mujeres siguen confinadas a labores de oficina o a tareas de vinculación
con la comunidad, percibidas como más adecuadas para su “disposición al
cuidado y cuerpos débiles”. Sin embargo, las iniciativas de la policía comu-
nitaria pretenden enfatizar un conjunto particular de atributos, promo-
viendo una imagen del oficial de policía no sólo como alguien físicamente
fuerte y capaz, sino también como un buen comunicador, honrado, cola-
borativo y confiable, que cuida y protege a los individuos. Para el éxito del
programa UPP estas características deben ser consideradas como esenciales
y no meramente complementarias al trabajo policial o relegadas a las ofi-
ciales mujeres.
Además, aquí argumentamos que la disposición “hipermasculina” que
favorece la reproducción de formas violentas y punitivas de vigilancia osten-
siva también promueve un ambiente de trabajo que reduce el potencial de
las mujeres para triunfar como oficiales de policía. Mientras que la repro-

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POLICÍA Y PERFORMANCE DE GÉNERO EN EL TRABAJO... 193

ducción irreflexiva del “ethos guerrero” masculino califica el trabajo policial


como agresivo y conflictivo, el comportamiento y las actitudes masculinas
hacia las mujeres en el lugar del trabajo también se ven negativamente afec-
tadas por tal punto de vista. Sin importar su posición jerárquica, pero más
cuando son iguales o inferiores en rango, las agentes mujeres no son sólo
percibidas como “más débiles”, sino también como objetos potenciales de
seducción. Así pues, los oficiales varones no se abstienen de acciones y pala-
bras que ponen a su contraparte femenina en situaciones incómodas, donde
todas las partes se ven obligadas a navegar los límites difusos entre las rela-
ciones personales y profesionales.
Sin embargo, cabe señalar que no pretendemos utilizar la evidencia
aquí presentada para retratar a las mujeres como si fueran un grupo pasivo
cuya posición y logros profesionales son impuestos por lo varones, carecien-
do de autodeterminación, agencia o capacidad de reacción. Poco a poco las
oficiales mujeres y sus intereses han ido ganando cada vez más visibilidad,
aunque cuestiones relacionadas con la discriminación, el acoso, e incluso las
agresiones sexuales, se mantienen todavía ocultas debido al comprensible
temor a la intimidación, las represalias y las amenazas a su carrera pro-
fesional. También debemos señalar que las asimetrías de poder no surgen
simplemente de una disputa binaria entre opresores (varones) y sus víctimas
(mujeres). El comportamiento masculino aquí descripto naturalmente tiene
sus excepciones. Si bien hay mujeres que se resisten a los intentos de los va-
rones de hacerlas valer menos profesionalmente, hay otras que (irreflexiva-
mente) alimentan la perpetuación de los estereotipos de género.
La mejora en las condiciones laborales y las iniciativas internas para
garantizar la igualdad de género podrían favorecer una mayor participación
de las mujeres en las organizaciones policiales, especialmente en el progra-
ma UPP, ayudando a establecer un ambiente en donde puedan prosperar
tanto las mujeres policía como formas menos violentas de trabajo policial.
Las mujeres policía tienden más a resolver conflictos por medio del diálogo
y la negociación que los policías varones armados, y con este fin, habría que
discutir más a fondo sobre las maneras de fomentar la ocupación de pues-
tos clave de alto rango por parte de las mujeres dentro de la fuerza policial.
Al permitir que las oficiales mujeres asuman más puestos de mando y pro-
mover sus funciones de liderazgo entre los patrulleros, podemos ayudar a
rechazar el modelo cinematográfico de lo que es un policía y así combatir la
cultura masculina hegemónica que equipara el trabajo policial con “varo-
nes duros”, armas, enfrentamientos y asesinatos.

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ESCUCHANDO SUS VOCES E INTEGRÁNDOLES:


EL LUGAR DE LES OFICIALES DE POLICÍA CANADIENSES
LGBT EN LA CULTURA POLICIAL

Joe L. Couto*

Sumario: I. Introducción. II. Revisión de la literatura sobre experien-


cias de oficiales de policía LGBTQ. III. Perspectivas de los oficiales de
policía LGBTQ. IV. Perspectivas preliminares de las mujeres oficiales de po-
licía. V. Preguntas que surgen de la experiencia de les oficiales LGBTQ.
VI. Referencias bibliográficas.

I. Introducción

Les integrantes lesbianas, gays, bisexuales, transgénero y queer (LGBTQ) del


servicio policial se han vuelto cada vez más visibles como jefes de policía,
supervisores y administradores de jerarquía, agentes de policía operativos y
personal civil. Además, dado que estes oficiales de policía y personal civil y
sus aliades en el lugar de trabajo han acogido eventos de la comunidad LGB-
TQ , tales como los Desfiles del Orgullo, y muchos servicios han establecido
personal dedicado para servir de enlace y reclutar desde dentro de sus comu-
nidades LGBT, la presencia visible de esta comunidad ha requerido que los
líderes de la policía confronten el pasado perturbador de las fuerzas del orden
con respecto a dichas comunidades.
En 1950 y 1960, les activistas LGBTQ resistieron a la represión po-
licial de sus vidas personales, que, en buena medida, se concentró en los
bares, los cuales funcionaban como “la principal institución social” de la
vida LGBTQ después de la Segunda Guerra Mundial (Armstrong y Carge,
*
El autor desea manifestar su agradecimiento a la Universidad de Guelph-Humber,
por haber concedido una beca para apoyar sus investigaciones sobre las oficiales de policía
mujeres LGBTQ , Asimismo, el autor expresa que no hay conflicto de interés que declarar.
Enviar correspondencia a: Joe L. Couto, 29 Tunbridge Crescent, Toronto, ON, M9C 3L5.
E-mail: [email protected].

197
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198 JOE L. COUTO

2006, p. 728). Antes de los motines de Stonewall, ocurridos en Nueva York


a comienzos de los 1970, la represión policial era cosa común, reflejando
la orientación hipermasculina y heterosexual de la policía. En Canadá ocu-
rrieron hechos como las redadas de los baños de Toronto de 1981 (Kirkup,
2013) y el comunicado de prensa de la policía de Ottawa de 2010 acerca
del VIH, del que era portador Steven Boone, los cuales son ejemplo de los
acontecimientos que empeoraron las tensiones entre la policía y las comu-
nidades LGBTQ.

II. Revisión de la literatura sobre experiencias


de oficiales de policía LGBTQ

La creciente visibilidad en el lugar de trabajo por parte de oficiales de policía


jurades LGBTQ refleja el cambio que se dio en las sociedades occidentales
a partir de 1970, momento en que las personas LGBTQ lucharon de mane-
ra creciente por sus derechos legales. Conforme cambió la cultura general
hacia una mayor aceptación de los individuos LGBTQ , también cambió
la cultura policial, que se encuentra profundamente arraigada y se aplica
por igual a todas las organizaciones policiales, a más de ser muy lenta para
modificar sus supuestos fundamentales y estar fuertemente definida por va-
lores y creencias que sus miembros refuerzan de forma continua (Skolnick,
2008). Investigadores como Franklin (2007) y Collins (2015) han descrito
dicha cultura por su carácter heterosexual e hipermasculino que produce
organizaciones, etiquetadas por Miller, Forest y Jurik (2003), como “enclaves
de los varones blancos de clase obrera”.
Como todes les miembres de las fuerzas policiales, les oficiales LGBTQ
de policía jurades y empleades civiles enfrentan presiones para conformarse
a la cultura policial; se les presiona para adherirse a los valores prevalecien-
tes en la cultura de sus propias organizaciones policiales, los cuales se trans-
miten a los nuevos miembros y se refuerzan en los antiguos por medio de
“complejos ensambles de valores, actitudes, símbolos, ritos, recetas y prác-
ticas” que son exclusivas de la labor policial como profesión (Reiner, 2010,
p. 116). En particular, las investigaciones sobre las experiencias de vida de
les oficiales LGBTQ de policía jurades han llegado a la conclusión de que,
a menudo, éstes viven una vida doble: una vida privada que se basa en su
orientación sexual y su identidad de género, y una vida profesional como
oficiales de policía (Burke, 1994; Miller et al., 2003). En específico, Burke
(1995) argumentó que la capacidad de une oficial de policía LGBTQ para
funcionar abiertamente dentro de una estructura policial que se basa en la

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ESCUCHANDO SUS VOCES E INTEGRÁNDOLES... 199

heterosexualidad como norma produce una vida doble, lo opuesto de una


vida integrada.
El impacto de la cultura policial es crítico para comprender la expe-
riencia de vida de les oficiales LGBTQ de policía jurades. La mayoría de
las investigaciones académicas sobre la cultura policial la consideran como
1) un monolito hegemónico que abarca a todos los agentes de la policía, o
2) una serie de subculturas (Paoline, 2004). El enfoque monolítico afirma
que la cultura policial exige conformidad a través de la socialización, pues
los oficiales son iniciados en una “hermandad” policial como parte de su
entrenamiento; socializan entre sí y tienden a excluir a los que no son poli-
cías de sus interacciones a través de la solidaridad, en tanto que los oficiales
desarrollan un “sentido de fraternidad” al mantenerse dentro de la “raya
azul” mientras “se cuidan las espaldas” (Skolnick, 1994, pp. 48, 52). En este
marco, lo típico es ver en los oficiales de policía “un grupo de gente cíni-
ca y autoritaria que tiene baja autoestima y siente que no recibe respecto
suficiente” (Carter y Radlet, 1999, p. 166), al tiempo que se resisten a toda
oposición contra el statu quo tradicional.
Por el contrario, el enfoque de las subculturas considera la cultura po-
licial como algo constituido por subculturas con mayor diversidad y va-
riabilidad social de lo que se suele pensar (Carter y Radlet, 1999, p. 166);
considera también que el policía retratado por el enfoque monolítico no
representa sino a uno entre muchos grupos de subculturas dentro de las
organizaciones policiales modernas (Paoline, 2004). Según Nickels y Ver-
ma (2007), estas subculturas se ven afectadas por los estilos gerenciales, las
filosofías policiales, las tradiciones organizacionales y los mudables cambios
socioeconómicos de la sociedad en tanto se relacionan con el cambio al in-
terior de la policía comunitaria como filosofía y con la nueva demografía
de las organizaciones policiales (Colvin, 2012). Así, las investigaciones sobre
grupos y subculturas específicos dentro de la policía son cada vez más co-
munes en nuestros días (Colvin, 2012; Hassell y Brandl, 2009).

III. Perspectivas de los oficiales


de policía LGBTQ

En 2014 terminé un estudio con oficiales de policía jurades LGBTQ de la


provincia de Ontario. El estudio se basó en datos provenientes de 21 entre-
vistas abiertas con los agentes. Las entrevistas han sido utilizadas con efec-
tividad (Burke, 1994; Rumens y Broomfield, 2012) para explorar porqué
los oficiales de policía LGBTQ eligen como carrera el mantenimiento del

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200 JOE L. COUTO

orden, y para explorar sus experiencias. En particular, las entrevistas cara a


cara brindan pistas contextuales en forma de palabras o frases comúnmente
utilizadas o experiencias compartidas que permiten penetrar en sus percep-
ciones, a saber, cómo evalúan la cultura policial, cómo se alinean sus valo-
res personales con los valores con que sus organizaciones están casadas, el
impacto de la cultura policial dominante sobre sus carreras, adiestramiento
y oportunidades de ascenso. Asimismo, analicé siete clases de artefactos de
16 organizaciones policiales: lemas de la fuerza policial, planes de negocios,
planes estratégicos, declaraciones de misión/visión, políticas, uniformes y
políticas relativas a las estructuras físicas de las instalaciones policiales. Este
análisis permitió una mejor comprensión de los datos cualitativos obtenidos
en las entrevistas e iluminó el papel que desempeña el discurso en reforzar
la cultura policial.
El análisis combinado de 21 entrevistas con oficiales de policía jurades
LGBTQ y el estudio de los artefactos policiales reveló un número de hallaz-
gos clave:

— Si bien les participantes en general afirmaron que la cultura policial


todavía es conservada y dominada por varones, en su mayoría tam-
bién estuvieron de acuerdo en que, desde hace 20 años, evoluciona
hacia la inclusividad, conforme más mujeres, miembros de grupos
racializados y personas LGBTQ han sido reclutades y ascendides
en el escalafón.
— El recluta heterosexual joven tiende a no tener una actitud conde-
natoria hacia sus colegas LGBTQ. En general, les participantes del
estudio creen que la resistencia organizacional contra la inclusivi-
dad en el servicio se centra principalmente en mandos medios de 50
años o más, quienes retienen actitudes más tradicionales y negativas
en contra de les oficiales de policía LGBTQ.
— Si bien algunes participantes reportaron haber experimentado
abiertamente discriminación y acoso a lo largo de sus carreras, en
su mayoría los reportes indican la presencia de “microagresiones”
en el lugar de trabajo (por ejemplo, chistes inapropiados).
— Les participantes confirmaron hallazgos de otros estudios: el mani-
festar una “personalidad laboral” por tratar de convertirse en “po-
licías prototípicos” (Skolnick, 2008) y tender a llevar “vidas dobles”,
en las cuales el ser laboral y el ser sexual están muy separados (Bur-
ke, 1994; Miller et al., 2003). Por otra parte, las mujeres oficiales
subrayaron “percepciones compartidas” que incorporan sus desa-
fíos generizados, así como su orientación sexual y la forma en que

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ESCUCHANDO SUS VOCES E INTEGRÁNDOLES... 201

negocian su experiencia laboral a lo largo de su carrera (Colvin,


2012 y 2015).
— Les participantes se mostraron preocupades por la desconexión en-
tre lo que dicen las organizaciones (a menudo expresado por medio
de artefactos) y la forma en que “las cosas realmente suceden” en
el lugar de trabajo. El continuo énfasis de la cultura policial sobre
la solidaridad y el secreto la hacen vulnerable ante el abuso de au-
toridad y resistente al cambio organizacional (Waddington, 1999).
— El estudio encontró un fuerte apoyo para la policía como profesión
y para sus propias organizaciones en particular. Esto indica que la
labor policial como profesión sigue siendo muy capaz de vincular a
sus miembros con las metas de observancia de la ley y prevención
del crimen, sin importar sus características personales. De hecho,
casi nadie tiene un desacuerdo fundamental con los valores, creen-
cias y supuestos del servicio, no así, son por lo general conservado-
res en lo tocante al mantenimiento del orden y la prevención del
delito.
— Por último, les participantes confirmaron lo que Hassell y Brandl
(2009) identificaron como el problema más grave que experimentan
los oficiales en general: la falta de apoyo e influencia que los oficiales
experimentaron en el lugar de trabajo.

IV. Perspectivas preliminares de las mujeres


oficiales de policía

En 2018 terminé un estudio preliminar más específico acerca de las muje-


res oficiales de policía juradas LGBTQ. Dicho estudio fue financiado por la
Universidad de Guelph-Humber y fluyó desde el trabajo de 2014 a resultas
de que las mujeres LGBTQ miembros de las fuerzas policiales me urgieron
a explorar la interseccionalidad entre género y orientación sexual en la la-
bor policial. En particular, mi planteamiento es que las oficiales de policía
mujeres que se identifican como LGBTQ enfrentan dificultades adicionales
en comparación con sus contrapartes (las mujeres heterosexuales), debido a
que su experiencia como oficiales de policía mujeres LGBTQ puede estar co-
determinada por el género y la orientación sexual (Boogaard y Roggeband,
2010).
Un total de 40 oficiales de policía mujeres LGBTQ completaron una
encuesta de su propia experiencia. De forma subsecuente, otras 10 fueron
divididas en dos grupos en los que dieron mayores detalles sobre su expe-

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202 JOE L. COUTO

riencia. La investigación reveló que ser “mujer” y ser “gay” expone a las
oficiales de policía a algunos desafíos similares en términos de su género
y orientación sexual, en específico, acoso sexual y tener que conformar-
se a “normas” masculinas (por ejemplo, pasar por rudas) (Galvin-White y
O’Neal, 2016; Jones y Williams, 2015). No obstante, la investigación tam-
bién sugiere que estos y otros desafíos, producto de la orientación sexual en
un ambiente policial, no son tan manifiestos como aquellos que sólo se ba-
san en el género. Esto se puede deber a que la orientación sexual no es una
característica “visible” (como lo son el género y la raza), y por eso se somete
menos al acoso manifiesto y otras experiencias laborales negativas.

V. Preguntas que surgen de la experiencia


de les oficiales LGBTQ

La experiencia de vida de les oficiales de policía LGBTQ de Canadá sigue


siendo un área de estudio académico que merece con urgencia más investiga-
ciones, en particular debido a que cantidades crecientes de oficiales “abierta-
mente gay” se están uniendo a las fuerzas policiales. El surgimiento de grupos
de activismo LGBTQ dentro de la policía (por ejemplo, Serving With Pride)
y el mayor número de miembres LGBTQ que fungen en los niveles más altos
del escalafón de las organizaciones policiales, demandan que sus experiencias
sean tenidas en cuenta. Les oficiales de policía LGBTQ a menudo expresan
orgullo por su profesión, así como el deseo de gozar del respeto y la acepta-
ción de sus colegas.
La cuestión de la interseccionalidad de la orientación sexual con otras
características personales (por ejemplo, la raza) es un área abierta a la ex-
pansión de las investigaciones, como también los son las experiencias es-
pecíficas de les oficiales de policía LGBTQ (por ejemplo, transgénero, no
binare). La mayor diversidad de los servicios policiales es reflejo de las co-
munidades a las que atienden, por ello el comprender, afirmar y apoyar los
valores y experiencias de vida de los policías LGBTQ y de otres integrantes
que no encajan dentro de las “normas tradicionales” de la policía repre-
senta un reto continuo y urgente para los líderes policiales y para todos
los miembros de las fuerzas policiales. En un momento donde la legitimi-
dad, e incluso la relevancia, de la policía está en entredicho, les integrantes
LGBTQ de las organizaciones policiales también deben hallar legitimidad
y respeto como profesionales policiales y desempeñar un papel activo en el
futuro de la policía de Canadá.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES


COMO HOMBRES Y A LAS MUJERES SUBORDINADAS:
SEGREGACIÓN SEXUAL, ANTIESENCIALISMO
Y MASCULINIDAD*

David S. Cohen

Sumario: I. Introducción. II. La terca persistencia de la segregación se-


xual. III. Género, antiesencialismo y masculinidades. IV. Masculinidad he-
gemónica. V. La hegemonía de los varones. VI. Conclusiones.

I. Introducción

La segregación sexual se encuentra en todas partes. En “The Stubborn Per-


sistence of Sex Segregation”,1 como parte de un proyecto más amplio, in-
troduzco la variedad de formas en las cuales la segregación sexual2 existe
*
Este proyecto fue presentado como parte de la conferencia Feminism and Legal Theory
Project, organizada por la Escuela de Derecho de Emory University. También se presentó en
la conferencia Update for Feminist Law Professors de la Escuela de Derecho de Temple Uni-
versity, en la 10a. Conferencia Anual de la Association for the Study of Law, Culture and the
Humanities, realizada en Brown University en 2010, y en el simposio Harvard Journal of Law
and Gender Reconstructing Masculinities Symposium. Quedo profundamente agradecido por
los juiciosos comentarios de les participantxs. También agradezco la retroalimentación que
recibí de Bret Asbury, Susan Brooks, Nancy Dowd, Cassie Ehrenberg, Alex Geisinger, Ann
McGinley y Natalie Pedersen, así como la increíble ayuda de les bibliotecaries de Drexel. Por
último, estoy en deuda con Susan Kinniry y Thomas Lilley, por su estupenda asistencia para
esta investigación.
1
David S. Cohen, “The Stubborn Persistence of Sex Segregation”, 20 Colum. J. Gender
& L.
2
A lo largo del proyecto estaré utilizando una definición muy estricta y particular de
segregación sexual. V. id. en Primera Parte (donde se encuentra la definición en detalle). En re-
sumen, con la palabra “sexual” me refiero a la segregación que sucede con base en el estatus
percibido de una persona en tanto que varón o mujer. “Sexual” es un adjetivo que se refiere
a la biología percibida, no a las características, personalidad o rasgos comúnmente asocia-
dos con personas que comparten ciertos órganos genitales. Así pues, “sexo” contrasta con
“género”, como queda claro al pensar en formas particulares de segregación; por ejemplo,

205
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206 DAVID S. COHEN

actualmente en el derecho y en la sociedad de Estados Unidos. A pesar de


que las primeras protecciones legales en contra de la discriminación sexual
aparecieron en la legislación de Estados Unidos hace casi cinco décadas y
la revolución con respecto a la discriminación sexual tuvo lugar en el dere-
cho constitucional hace casi cuatro décadas,3 la segregación sexual continúa
existiendo. Persiste en formas obligatorias, administrativas, permisivas y vo-
luntarias en casi todos los aspectos de la vida: empleo, educación, justicia pe-
nal, las fuerzas armadas, los baños, las organizaciones sociales, los deportes,
la religión y más.4 En el artículo introductorio al presente proyecto describo
diferentes enfoques teóricos que permiten comprender la manera en que el
derecho debe confrontar la segregación sexual, esto sin desarrollar mi propia
postura acerca de cuál de estos enfoques resulta mejor.5
Aquí comienzo adoptando un marco antiesencialista para investigar la
segregación sexual y lo que ésta implica para la masculinidad. Si bien en el
futuro pretendo estudiar los diversos efectos que la segregación sexual tiene
sobre las mujeres, las personas transgénero e intersex, de color y otros, aquí
concentraré mi atención en los efectos que el actual régimen de segregación
sexual ha tenido sobre la masculinidad.
El estudio del derecho y la masculinidad es un campo floreciente que ha
sido utilizado para la evaluación crítica de importantes aspectos de trabajo,6

no se pide a la gente que acuda a la leva militar con base en las características masculinas o
femeninas que manifiesten (su “género”), sino en los genitales, en su biología (su “sexo”). No
se exige a las mujeres varoniles que hagan servicio militar, pero sí a los varones afeminados.
Por “segregación” no me refiero meramente a una clasificación en que las personas re-
ciben trato diferente con base en el sexo, sino a la total separación o exclusión debidas a
una regla. Más aún, no me refiero a la segregación que no tiene reglas, en la cual no existen
normas que exijan la separación o exclusión, sino que la total separación o exclusión puede
ser resultado de razones distintas a una regla. Si bien las clasificaciones basadas en el sexo y la
representación desproporcionadas sin una regla de exclusividad son temas centrales para
la antidiscriminación, no son el objeto del presente proyecto; por el contrario, este proyecto
se concentra en la separación o exclusión con reglas según el sexo cuando ésta es total y sin
excepciones.
3
V. discusión infra notas 19-24 y texto que las acompaña.
4
V. más adelante la discusión de la Primera Parte.
5
V. Cohen, supra nota 2, Quinta Parte.
6
V., p. ej., Ann C. McGinley, “Creating Masculine Identities: Bullying and Harassment
«Because of Sex»”, 79 U. Colo. L. Rev. 1151 (2008) (discute la masculinidad y las agresiones
en el lugar de trabajo); Ann C. McGinley, “Harassing «Girls at the Hard Rock: Masculinities
in Sexualized Environments»”, 2007 U. Ill. L. Rev. 1229 (aplica la teoría de la masculinidad
para analizar el funcionamiento del Título VII en lugares de trabajo altamente sexualiza-
dos); Ann McGinley, “Masculinities at Work”, 83 Or. L. Rev. 359 (2004) (afirma que la teoría
de la masculinidad ilumina estructuras y prácticas que pueden sustentar demandas laborales
por discriminación).

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 207

la Presidencia,7 la Constitución,8 la educación,9 el crimen,10 la familia,11 la


teoría feminista12 y otros ámbitos del derecho. Les académiques, en especial
aquelles feministas, han investigado la forma en que el derecho afecta a los
varones y a la masculinidad, confrontando el concepto de que la masculini-
dad y la virilidad son naturales y fijas y deben servir como fundamento para
comprender la igualdad.13 Estes académiques creen que si no se cuestionan
los conceptos de virilidad y masculinidad la obra de la teoría legal feminista
nunca podrá estar completa, pues las mujeres y la femineidad podrán ver al-
gunos cambios, pero los problemas de los varones y la masculinidad seguirán
siendo los mismos. Si no se investiga la manera en que el derecho afecta y
construye a los varones y a la masculinidad, la igualdad será ilusoria.
El entendimiento de la segregación sexual es un elemento vital para el
estudio del derecho y la masculinidad. De hecho, mi argumento es que la

7
V. p. ej. Larry Catà Backer, “Gendering the President Male: Executive Authority Be-
yond Rule-of-Law Constitutionalism in the American Context”, 3 Fla. Int’l U. L. Rev. 341
(2008) (examina el imperio de la ley, el género y la presidencia); Frank Rudy Cooper, “Our
First Unisex President?: Black Masculinity and Obama’s Feminine Side”, 86 Denv. U. L. Rev.
633 (2009) (examina la campaña de Barack Obama y los estereotipos de la masculinidad
negra).
8
V. p. ej., John M. Kang, “Manliness and the Constitution”, 32 Harv. J. L. & Pub. Polity
261 (2009) (investiga el papel de la identidad masculina en la redacción de la Constitución).
9
V. p. ej., David S. Cohen, “No Boy Left Behind? Single-Sex Education and the Essen-
tialist Myth of Masculinity”, 84 Ind. L. J. 135 (2009) (evalúa el mito esencialista de la mascu-
linidad que subyace bajo la reforma de la educación para el mismo sexo); Valorie K. Vojdik,
“Gender Out-Laws: Challenging Masculinity in Traditionally Male Institutions”, 17 Berkeley
Women’s L. J. 68 (2002) (examina cómo la masculinidad permea las estructuras institucionales
de manera tal que la igualdad formal no conduce a la neutralidad generizada).
10
V. p. ej., Frank Rudy Cooper, “«Who’s the Man?»: Masculinities Studies, Terry Stops,
and Police Training”, 18 Colum. J. Gender & L. 671 (2009) (donde se investiga el papel de la
masculinidad en Terry); Frank Rudy Cooper, “Against Bipolar Black Masculinity: Intersectio-
nality, Assimilation, Identity Performance, and Hierarchy”, 39 U. C. Davis L. Rev. 853 (2006)
(explora la teoría de la interseccionalidad y sus implicaciones para la identidad masculina
negra); Angela P. Harris, “Gender, Violence, Race and Criminal Justice”, 52 Stan. L. Rev. 777
(2000) (examina la relación entre violencia, masculinidad y raza).
11
V. p. ej., Nancy E. Dowd, “Rethinking Fatherhood”, 48 Fla. L. Rev. 523 (1996) (discute
las normas de la masculinidad y la paternidad).
12
V. p. ej., Nancy E. Dowd, “Masculinities and Feminist Legal Theory”, 23 Wis. J. L.
Gender & Soc’y 201 (2008) (ofrece un panorama de la teoría de las masculinidades y sus usos
dentro de la teoría legal feminista); Nancy Levit, “Feminism for Men: Legal Ideology and the
Construction of Maleness”, 43 Ucla L. Rev. 1037 (1996) (argumenta que la teoría feminista
pasa por alto a los varones).
13
V. en general Michael Kimmel, “Integrating Men into the Curriculum”, 4 Duke J. Gender
L. & Pol’y 181 (1997) (argumenta que la teoría feminista en el salón de clases debe investigar
a los varones y la masculinidad).

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208 DAVID S. COHEN

segregación sexual actual es una de las formas centrales para comprender


cómo es que el derecho y la sociedad definen y construyen quién es y qué
significa ser varón. Cuando el derecho o la sociedad le dice a las personas
que un lugar o actividad está reservado solamente para los varones o, al re-
vés, que los varones están excluidos de alguna actividad o lugar en particu-
lar, están transmitiendo dos mensajes importantes: primero, que hay distin-
tas categorías de personas de acuerdo con la anatomía reproductiva y que
estas distinciones anatómicas son una manera legítima de organizar y clasi-
ficar a la gente; segundo, que las personas cuya anatomía reproductiva re-
ciben el nombre de “masculino” deben comportarse de una cierta manera.
En el pasado14 he argumentado que tales mensajes causan distintos daños
en las mujeres, quienes a menudo son subordinadas a los varones con base
en esas diferencias y características, asimismo, tales mensajes perjudican a
los varones, tanto a aquellos que se conforman a las nociones esperadas de
conducta masculina como a aquellos que no lo hacen.
Al revisar la segregación sexual y la masculinidad me concentro en dos
conceptos teóricos separados: la masculinidad hegemónica y la hegemonía
de los varones. Argumento que las diversas formas de segregación sexual
que aún existen en Estados Unidos ayudan a crear y perpetuar una forma
de masculinidad idealizada en particular; a saber, aquella que les teóriques
llaman masculinidad hegemónica, la cual ejerce un poder normativo al que
los varones se deben conformar.15 Asimismo, la segregación sexual también
contribuye de forma sustancial al dominio de los varones sobre las mujeres y
sobre los varones de masculinidad no hegemónica mediante aquello que les
teóriques llaman “hegemonía de los varones”.16 De ambas maneras, la se-
gregación sexual contribuye a una perspectiva idealizada de lo que significa
ser varón, tanto en los atributos asociados a una virilidad idealizada como
en el poder atribuido y disponible a los varones.
Para construir dichos argumentos este artículo se divide en cuatro par-
tes. En primer lugar, ofrezco un resumen de los diversos tipos de segrega-
ción sexual, que detallo en profundidad en “The Stubborn Persistence of
Sex Segregation”, el artículo que presenta este proyecto.17 Comprender el
alcance y la variedad de la segregación sexual que actualmente existe en
Estados Unidos es esencial para analizar cómo ésta afecta a la masculinidad
al día de hoy.

14
Cohen, supra nota 10, pp. 170-173.
15
Ver más adelante la discusión de la Tercera Parte.
16
Ver más adelante la discusión de la Cuarta Parte.
17
Ver Cohen, supra nota 2, Tercera Parte.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 209

A continuación, presento el marco teórico que utilizo para analizar la


segregación sexual y la masculinidad. Dos conceptos son centrales para di-
cho análisis: el antiesencialismo de género y las masculinidades múltiples.
El antiesencialismo, tal como se aplica al sexo y al género, es el concepto
de que no existe un conjunto esencial de características que puedan ser
utilizadas para describir a todos los varones y a todas las mujeres; el antie-
sencialismo rechaza la noción de que los varones tienen que ser masculinos
y de que las mujeres tienen que ser femeninas. Al aplicarse al estudio de la
masculinidad, el antiesencialismo lleva a la idea de que, en vez de una sola
masculinidad que los varones deban perseguir, hay masculinidades múlti-
ples. Estos dos conceptos, antiesencialismo y masculinidades múltiples, son
el eje director del resto del análisis del presente texto.
Después de proporcionar este marco teórico, analizo cómo es que la
segregación sexual contribuye a la forma dominante de la masculinidad
conocida como “masculinidad hegemónica”, que es un concepto desarro-
llado por teóriques de la masculinidad para explicar el ideal dominante de
masculinidad que existe dentro de una cultura en particular y en un mo-
mento determinado. La segregación sexual en todas sus formas contribuye
y refuerza aspectos particulares de la masculinidad hegemónica. En esta
parte describo tres características en que la segregación sexual conecta con
la masculinidad: que los varones no son femeninos, que son heterosexuales
y que son físicamente agresivos. Afirmo que, con ello, la segregación sexual
esencializa la masculinidad de manera que crea y refuerza una perspectiva
dominante acerca de lo que un varón debería ser.
Por último, argumento que la segregación sexual no sólo ayuda a con-
servar la masculinidad hegemónica, sino que también contribuye a la hege-
monía de los varones. La hegemonía de los varones se refiere a la posición
dominante de los varones dentro de la jerarquía generizada. Al diferenciar
entre varones y mujeres, así como exigir la observancia de esta diferenciación,
la segregación sexual favorece el acceso de los varones a conocimientos y
poderes socialmente valiosos, con lo cual se mantiene la opinión subordi-
nante y estereotipada, tanto sobre las mujeres como sobre los varones, de
masculinidad no hegemónica.
Estos efectos de la segregación sexual sobre la masculinidad represen-
tan un motivo por el que el derecho y la sociedad actual deben ser mucho
más escépticos sobre la segregación sexual de lo que actualmente son. Sin
embargo, no puedo alcanzar de manera definitiva dicha conclusión hasta
que no haya estudiado todas las cuestiones relacionadas con la segregación
sexual, no sólo su efecto sobre la masculinidad. Así pues, habrá momentos
en que le lectorx del presente artículo deseará, intuitivamente, un recono-

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210 DAVID S. COHEN

cimiento de las razones a favor de la segregación sexual y una explicación


sobre cómo el mundo podría funcionar sin dicha discriminación, después
de todo, muchas de las formas de segregación sexual que se analizan aquí
parecieran ser naturales e incontrovertidas, no obstante, eso no es el punto
del presente artículo. En vez de ello, este trabajo se centra en el importante
papel que desempeña la segregación sexual en mantener a los varones “va-
rones” y a las mujeres subordinadas.

II. La terca persistencia de la segregación sexual

En 1963 el Congreso aprobó las primeras leyes federales en materia de de-


rechos civiles que concernían a las mujeres, a saber, la Ley Equal Pay sobre
la igualdad salarial, que requería que varones y mujeres recibieran la misma
paga por el mismo trabajo.18 Un año más tarde se promulgó la Ley Título
VII, que prohíbe la discriminación laboral basada en el sexo, entre otras ca-
tegorías.19 La década de los setenta trajo la Ley Título IX y su prohibición de
la discriminación basada en el sexo en instituciones educativas que reciben
fondos federales,20 así como una expansión de la Ley Fair Housing de 1968,
que incluye la prohibición de la discriminación sexual en cuestiones relacio-
nadas con la vivienda.21 La Corte Suprema también enarboló la no discrimi-
nación con base en el sexo cuando por fin, en 1976, expandió la cobertura de
una cláusula de la Decimocuarta Enmienda, conocida como Equal Protection
Clause, para prohibir la gran mayoría de las formas de discriminación guber-
namental por razones de sexo.22 Así pues, a lo largo de trece años el estatus de

18
19 29 U.S.C. § 206 (2006).
19
42 U.S.C. § 2000(e) (2006).
20
20 U.S.C. §§ 1681-1688 (2006).
21
42 U.S.C. §§ 3604 y 3605 (2006).
22
V. Craig v. Boren, 429 U.S. 190, 197 (1976) (“Para enfrentar una demanda constitucio-
nal, los casos previos establecen que las clasificaciones por género deben servir importantes
objetivos de gobierno y deben estar sustancialmente vinculadas al logro de dichos objeti-
vos”). La primera vez que la Corte invalidó una ley que discriminaba a las mujeres fue en
el caso Reed v. Reed, 404 U.S. 71 (1971), quedándose corta por un voto de analizar las clasi-
ficaciones basadas en el sexo de acuerdo con el más alto nivel de escrutinio constitucional
en Frontiero v. Richardson, 411 U.S. 677 (1973). El criterio que finalmente adoptó en Craig es
el de “escrutinio intermedio”, ya que es más permisivo de las clasificaciones estatales que el
estándar más exigente del escrutinio estricto, pero más exigente que el nivel más básico de
revisión racional. V. Clark v. Jeter, 486 U.S. 456, 461 (1988) (por primera vez la Suprema Corte
utiliza en término “escrutinio intermedio” en un caso de la jurisprudencia, para describir el
nivel de escrutinio aplicado a clasificaciones basadas en “sexo o ilegitimidad”).

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 211

las mujeres, de acuerdo con las leyes federales, cambió de manera drástica al
eliminarse algunas de las formas más severas de discriminación sexual.23
No obstante, casi cuatro décadas más tarde, la segregación sexual sigue
vigente. De hecho, persiste de maneras que afectan la mayor parte de la
vida de las personas. En el primer artículo de este proyecto detallo las di-
versas formas de segregación sexual que existen a la fecha y resumiré dichas
formas de segregación y las áreas de la vida que siguen segregadas;24 con
ello prepararé el escenario para analizar los efectos de la segregación sexual
sobre la masculinidad que examino más adelante.
En Estados Unidos la segregación sexual existe en cuatro categorías di-
ferentes: obligatoria, administrativa, permisiva y voluntaria. La segregación
sexual obligatoria es aquella que viene ordenada por el derecho y que puede
darse en situaciones públicas o privadas. La administrativa es aquella segre-
gación que el gobierno lleva a cabo en su capacidad administrativa aunque
la ley no se lo exija. La permisiva tiene lugar cuando la ley, explícitamente,
permite que haya segregación sexual en un cierto contexto; como la segre-
gación sexual obligatoria, la permisiva puede ocurrir en circunstancias pú-
blicas o privadas. Por último, la segregación sexual voluntaria es aquella en
que incurren instituciones y organizaciones no gubernamentales sin que la
ley les otorgue el permiso explícito para así hacerlo.
Cada una de estas formas de segregación tiene lugar en una gran va-
riedad de contextos dentro de la vida estadunidense. Uno de los ejemplos
más visibles de la segregación sexual obligatoria se da en el contexto de las
fuerzas armadas: por políticas del Departamento de Defensa las mujeres
quedan excluidas de “misiones en unidades por debajo del nivel de brigada
cuyo objetivo primordial sea el combate directo sobre el terreno”.25 Según
las leyes federales, unicamente los varones tienen la exigencia de presentarse
en caso de leva militar, y sólo los varones están sujetos por ley a penas en
caso de no hacerlo.26 A nivel estatal, numerosas leyes y Constituciones dic-

23
V. p. ej., United States v. Virginia, 518 U.S. 515 (1996) (estableció que el colegio militar pú-
blico del estado de Virgina era inconstitucional por dar servicio a personas de solamente uno
de los sexos); Taylor v. Louisiana, 419 U.S. 522 (1975) (afirmó que es inconstitucional excluir a
las mujeres de los jurados).
24
La autoridad para el sumario que sigue se encuentra en Cohen, supra nota 2, en la
Tercera Parte.
25
U.S. Gen. Accounting Office, Gender Issues: Information on Dod’s Assignment Policy
and Direct Ground Combat 3 (1998).
26
50 U.S.C. app. § 453 (2000). La Suprema Corte sostuvo esta disposición en contra de
una controversia constitucional en Rostker v. Goldberg, 453 U.S. 57 (1981).

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212 DAVID S. COHEN

tan que las milicias estatales estarán conformadas por “ciudadanos varones
con aptitud física”.27
La segregación sexual obligatoria también tiene lugar fuera de las fuer-
zas armadas. En el sistema de justicia penal con frecuencia se exige que
las prisiones y poblaciones carcelarias estén segregadas de acuerdo con el
sexo.28 Asimismo, en ocasiones las leyes estatales requieren que dentro de
las prisiones el transporte, las inspecciones y el empleo, así como las celdas
y los tribunales penales, estén segregados con base en el sexo.29 Los baños,
vestidores, duchas e instalaciones por el estilo también son otros ámbitos en
donde la gente entra en contacto de forma regular con la segregación sexual
obligatoria; en muchos estados las leyes segregan los baños buscando aislar
a varones y mujeres en un lugar en particular.30 Asimismo, hay numerosos
estados que segregan con base en el sexo los servicios médicos, ya sea sepa-
rando a aquellos que reciben tratamiento o requiriendo que aquellos que
brindan el tratamiento sean del mismo sexo que los pacientes.31 Las leyes
estatales también segregan según el sexo en otros contextos, a saber, progra-
mas al aire libre para la juventud, elecciones, pruebas de alcohol y drogas
en el sector privado, vivienda, fotografías para el documento de identidad,
clausura de jurados, salones de masaje, nudismo, escuelas y programas con-
tra la violencia sexual.32
La segregación sexual administrativa tiene lugar cuando, en sus ope-
raciones, instituciones gubernamentales segregan de acuerdo con el sexo a
pesar de no estar obligadas por ley, por ejemplo, toda clase de edificios de
gobierno, sea que estén abiertos al público o no, tienen baños segregados
por sexo y, si sirve a los fines del edificio, también cuentan con vestidores y
duchas segregadas por el sexo, bien para uso de los empleados, bien del pú-
blico. En las instalaciones correccionales también hay segregación de acuer-
do con el sexo, pues la mayor parte de ellas separan a varones y mujeres sin
que para ello haya un mandato de ley.33 Las escuelas públicas, desde el nivel
primaria hasta el posgrado, también segregan con base en el sexo en baños
y vestidores, así como en dormitorios, fraternidades y sororidades.

27
V. p. ej., Cal. Mil. & Vet. Code § 122 (1988); Miss. Const. art. IX, § 214.
28
V. p. ej., Conn. Gen. Stat. § 18-81g (2009); Okl. Stat. § 504.7 (2004).
29
V. p. ej., Iowa Code § 901.7 (2003); Mo. Rev. Stat. § 544.193 (2002); R. I. GEN. LAWS
§ 13-5-5 (2009).
30
V. p. ej., Ala. Code § 16-8-43 (2009); NEV. Rev. Stat. § 618.720 (2007).
31
V. p. ej., La. Child. Code Ann. art. 1409 (2009); N.D. Cent. Code § 25-01.2-03 (2009).
32
V. p. ej., Ark. Code Ann. § 5-68-204 (2005); Minn. Stat. Ann. § 518B.02 (2006).
33
V. Coed Prison (John Ortiz Smykla ed., 1980).

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 213

La segregación sexual permisiva es aquella que ocurre con permiso ex-


plícito de la ley. Hay dos leyes federales que brindan la oportunidad de
segregar en el empleo y la educación, y tienen su equivalente en la legis-
lación estatal. El Título VII prohíbe la discriminación basada en el sexo,
pero permite a los patrones segregar por sexo en aquellos casos donde hay
habilidades ocupacionales que, en lo razonable, sean necesarias para las
operaciones normales de un negocio o actividad.34 Los tribunales permiten
esta clase de segregación en trabajos para los cuales se necesita tener fuerza
física, como los guardias de una prisión, y también en trabajos para los que
se necesita privacidad, como en spas, baños y salones de masajes, así como
en trabajos como la actuación, donde se necesita autenticidad.35 El Título
IX prohíbe la discriminación sexual en instituciones educativas a cargo del
gobierno federal,36 pero el estatuto por sí mismo, así como sus reglamentos,
tienen diversas excepciones que dejan claros aquellos casos en que se per-
mite la segregación sexual en la educación, en contextos particulares y con
algunas limitantes, estas excepciones permiten que haya escuelas y clases
para un solo sexo, así como segregación sexual en actividades deportivas,
viviendas, becas, actividades extracurriculares y baños.37 Además de los tí-
tulos VII y IX hay leyes estatales que permiten la segregación sexual en
clubes deportivos, programas atléticos, vivienda, instalaciones hospitalarias,
prisiones y más.38
Por último, está la vasta categoría de la segregación sexual voluntaria
que afecta a una gran parte de la población, pero que cae fuera del ámbi-
to de la ley o el gobierno. Hay instituciones y organizaciones privadas que
34
42 U.S.C. § 2000e-2(e) (2006). Muchos estados ya incluyeron disposiciones BFOQ
dentro de sus leyes antidiscriminación. V. p. ej., Ind. Code Ann. § 22-9-1-3(q) (2005) (exclu-
yendo “aquellos casos donde hay certidumbre de que el sexo es un requisito ocupacional ra-
zonablemente necesario para las operaciones normales de una cierta actividad o empresa”).
35
V. Amy Kapczynski, “Same-Sex Privacy and the Limits of Antidiscrimination Law”,
112 YALE L. J. 1257, 1259 y 1260 (2003) (compila y cita casos); Melissa K. Stull, Permissible
Sex Discrimination in Employment Based on Bona Fide Occupational Qualifications (BFOQ) Under §
703(e)(1) of Title VII of Civil Rights Act of 1964 (42 U.S.C.A. § 2000e-2(e)(1)), 110 A.L.R. Fed.
28 (1992) (compila y cita casos); Kimberly A. Yuracko, “Private Nurses and Playboy Bunnies:
Explaining Permissible Sex Discrimination”, 92 Cal. L. Rev. 147, 184-191 (2004) (examina la
jurisprudencia relevante).
36
20 U.S.C. § 1681(a) (2006).
37
V. 20 U.S.C. §§ 1681-1688 (2006); 34 C.F.R. §§ 106.1-.71 (2009). Diversos estados
poseen su propia versión de Título IX con excepciones semejantes. V. p. ej., Tenn. Code Ann.
§ 49-2-108 (2002) (autoriza a las juntas escolares locales a brindar escuelas segregadas por
sexo); Wash. Rev. Code Ann. § 28A.640.020 (2002) (permite la segregación sexual en educa-
ción sexual, clases de educación física y equipos deportivos).
38
V. p. ej., Ga. Code Ann. § 15-12-142 (2009); Wash. Rev. Code Ann. § 49.60.400 (2002).

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214 DAVID S. COHEN

voluntariamente segregan por sexo a sus miembros y la manera en que se


distribuyen funciones y honores. Estas organizaciones son tan numerosas
como difusas, e incluyen organizaciones nacionales como la Fraternal Or-
der of Eagles, la General Federation of Women’s Clubs, y las asociaciones
como Boy Scouts of America y Girl Scouts de Estados Unidos, también in-
cluyen organizaciones de carácter más local, como clubes de golf, clubes de
salud y grupos de ayuda mutua. Las competencias deportivas también están
segregadas por sexo, así sucede con los Juegos Olímpicos y en las asociacio-
nes de tenistas y basquetbolistas profesionales, lo mismo en ligas deportivas
infantiles y juveniles. Las instituciones religiosas también caen dentro de
esta categoría de segregación sexual cuando son los varones quienes pueden
ascender a posiciones de respeto o cuando el culto se da por separado, como
sucede en ciertas corrientes conservadoras del judaísmo o el islam, y cuando
segregan por sexo las casas donde viven las personas que hicieron votos de
religión. Una forma muy visible de segregación sexual ocurre en los premios
de artes escénicas, por ejemplo, en los premios Oscar, donde hay galardón
para el mejor actor y la mejor actriz. Por último, hay innumerables micro-
formas informales de segregación sexual voluntaria en aquellos grupos de
pasatiempos e intereses que dividen, por ejemplo, a quienes les gusta tejer,
o en reuniones sociales, como la despedid de soltero o la “noche de chicas”.
Aunque esta lista no muestra una imagen tan subyugante y penetrante
de la segregación racial a lo largo de la historia de Estados Unidos, o de
la segregación sexual que actualmente se vive en otros países, muestra, en
cambio, que la segregación sexual se mantiene a pesar de los avances en la
legislación. Esta segregación sigue apareciendo en todas las esferas de la vida,
desde los requisitos que impone la ley para decisiones cotidianas hasta la
manera en la que las personas organizan sus propios asuntos. La segrega-
ción sexual afecta a las personas de múltiples maneras. Los efectos que tiene
sobre los varones y la masculinidad será el tema de los siguientes apartados
del artículo.

III. Género, antiesencialismo y masculinidades

Para hacer la evaluación crítica de las diversas formas de segregación sexual


antes mencionadas, y poder explorar su significado para los varones y la mas-
culinidad, en esta sección afirmo que hay dos importantes marcos teóricos
que son útiles para un proyecto como éste: el antiesencialismo y las masculi-
nidades múltiples. De hecho, tal como sostendré, el concepto de masculinida-
des múltiples no es sino la teoría del antiesencialismo aplicada al estudio de

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 215

la masculinidad. Estas dos teorías son valiosas porque ayudan a comprender


a la masculinidad como un concepto socialmente construido y que, además,
es poderosamente influyente.

1. Género y antiesencialismo

Hay innumerables teorías sobre el género.39 En un extremo está la no-


ción generalmente aceptada de que el género y el sexo son nociones fijas
que están vinculadas de forma inherente, así, los varones son, o deben ser,
masculinos, y las mujeres son, o deben ser, femeninas.40 Esta teoría conside-
ra que tanto el sexo como el género son binarios. Tu sexo está determinado
biológicamente y es masculino o femenino. El género se concibe como el
conjunto de características conductuales y psicológicas que se asocian con
uno de esos dos sexos. En consecuencia, tu sexo biológico predetermina si
has de ser masculino o femenino, si tu género no se ajusta a tu sexo, en otras
palabras, si eres un varón afeminado o una mujer masculina, necesitas cam-
biar tu comportamiento.41 Dado que los pares varón/masculino y mujer/fe-
menina están inherentemente vinculados de acuerdo con esta teoría, es casi
imposible distinguir la diferencia entre sexo y género. La discriminación ba-
sada en el género es lo mismo que la discriminación basada en el sexo, dado
que si una cierta entidad discrimina en contra de la masculinidad (o la femi-
neidad), por definición está discriminando en contra de varones (o mujeres).
Al otro extremo del espectro están las teorías que dicen que el género
y el sexo son fluidos y no tienen contenido fijo. Esta teoría se relaciona es-
pecialmente con Judith Butler, quien afirma que aquello que pensamos que
es el género, no es sino un acto performativo.42 En otras palabras, no hay un
conjunto preexistente de características que sean masculinas o femeninas, y
aquello que pensamos que es la masculinidad o la femineidad no es sino la
puesta en escena de unas etiquetas. Esta teoría no es sólo que los hombres y
las mujeres pueden ser masculinos o femeninos o una combinación de am-
bos. En realidad, va más allá y dice que hombres y mujeres no pueden ser

39
V. en general Raewyn Connell, Gender: In World Perspective 31-49 (2a. ed. 2009) (que brinda
una perspectiva de la teoría del género y los teóricos del género).
40
V. Ann C. McGinley, “Erasing Boundaries: Masculinities, Sexual Minorities and Em-
ployment Discrimination”, U. Mich. J. L. Reform 713, 717 (2010) (se vuelve al punto de la
concepción popular del género).
41
R. W. Connell, Masculinities 21-27 (2a. ed. 2005) (describe estas posiciones comunes en
cuanto al sexo y el género bajo el concepto de “papeles de género”).
42
Judith Butler, Gender Trouble: Feminism and Subversion of Identity 33 (2a. ed. 1999).

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216 DAVID S. COHEN

verdaderamente “masculinos” o “femeninos”. Mas bien, esas son palabras


que usamos para describir las performances de hombres y mujeres. A través
de la actuación del género, hombres y mujeres crean género.43 Para Butler,
el género también produce las diferencias percibidas entre los sexos, puesto
que naturalmente no se trata de categorías diferentes, aunque lo han llega-
do a ser debido a las etiquetas y performances generizados.44 De acuerdo con
esta teoría, “no tiene mucho sentido hablar de varones (o mujeres) como de
grupos sociales; en vez de ello, hay que concentrarse en prácticas discursivas
que dan sentido a la idea de varón (o mujer)”.45 Una vez que estas actua-
ciones han adquirido un sentido socialmente identificable, las personas las
performatean todo el tiempo, haciendo el género y corriendo el riesgo de ser
evaluados por otros de acuerdo con ciertos estándares normativos.46
Un poco menos extremista es la teoría de que el género es una prác-
tica socialmente construida que opera sobre los cuerpos con base en su
capacidad reproductiva. Raewyn Connell presenta esta teoría como una
manera de fundamentar el género en los cuerpos y en la manera en que
la sociedad los enfrenta. Connell define al género como “la estructura de
relaciones sociales que se centra en la arena reproductiva y el conjunto de
prácticas que producen diferencias reproductivas entre los cuerpos dentro
de los procesos sociales”.47 De acuerdo con esta teoría, el género parece ser
inmutable porque las estructuras societales definen y mantienen las dife-
rencias reproductivas, siendo que la realidad es que el género está en flujo
constante conforme tales estructuras se desarrollan y cambian. La creación
del género “implica un vasto y complicado orden institucional y cultural.
La totalidad de este orden entra en relación con los cuerpos y los dota de

43
Id. (“En este sentido, género no es sustantivo, pero tampoco es un concepto de atributos
flotando libremente, pues hemos visto que el efecto sustantivo del género se produce por las
prácticas performativas [y] está motivado por las prácticas regulatorias de la coherencia gene-
rizada. En este sentido, el género siempre es un hacer, aunque no sea el hacer de un sujeto
de quien pueda decirse que preexiste al acto”).
44
Id. p. 11 (“Como resultado, el género no es a la cultura lo que el sexo es a la naturaleza;
el género también es el medio discursivo/cultural por el cual la «naturaleza sexuada» o el
«sexo natural» se produce y establece como algo prediscursivo, anterior a la cultural, una
superficie políticamente neutra sobre la cual actúan los actos culturales”).
45
Martha Chamallas, Introduction to Feminist Legal Theory 95 (2a. ed. 2003).
46
Candace West y Don H. Zimmerman, “Doing Gender”, 1 Gender & Soc’y 125, 136 y
137 (1987) (“Hacer género no siempre significa vivir de acuerdo a las concepciones norma-
tivas de la femineidad o la masculinidad, sino tomar parte de cierta conducta, aun con el
riesgo de una evaluación generizada”).
47
Connell, supra nota 40, p. 11; v. asimismo id. pp. 66-71.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 217

significado generizado”.48 La teoría de Connell comparte el constructivismo


social de Butler, pero insiste en que los cuerpos y su capacidad reproductiva
es fundamental para pensar sobre el género.
El antiesencialismo es un término paraguas que utilizo para describir
las dos teorías antes mencionadas, que a mi parecer son las más útiles para
analizar la segregación sexual en general y sus efectos específicos sobre los
varones y la masculinidad. El antiesencialismo se funda en esta observación:
dentro de las categorías societalmente construidas de “varón” y “mujer” hay
mayor variación.49 La teoría antiesencialista argumenta que las categorías
comunes de sexo y género son incapaces de tomar en cuenta esta compleji-
dad y la multiplicidad de las identidades y diferencias humanas. De hecho,
la existencia e imposición de categorías de sexo y género, más que un mero
reflejo de la divergencia, sirve para construir la diferencia y la identidad.
En este sentido, el antiesencialismo es un componente clave de las teo-
rías legales feministas50 posmodernas51 y posestructuralistas,52 teorías es-
trechamente relacionadas que reconocen la naturaleza socialmente cons-
truida de la identidad y la diferencia. Aplicado sobre la teoría legal, el
antiesencialismo confronta aquellas estructuras de la ley y la sociedad que
crean y refuerzan la identidad y la diferencia con respecto al sexo y el géne-

48
West y Zimmerman, supra nota 47, p. 56.
49
V. Janet Shibley Hyde, “The Gender Similarities Hypothesis”, 60 Am. Psychologist 581
(2005).
50
El antiesencialismo también se suele asociar con el feminismo racial crítico en tanto
que éste confronta la noción de que hay solamente una idea de género (sea masculinidad,
sea femineidad) sin tomar en consideración diferencias basadas en raza, clase, orientación
sexual u otros factores de identidad. V. Adrien Katherine Wing, Introduction en Critical Race
Feminism: A Reader 1, 7 (Adrien Katherine Wing ed., 2a. ed. 2003). Si bien esta clase de antie-
sencialismo resulta importante para comprender la segregación sexual, ver Cohen supra nota
2, en Quinta Parte. Ahí examino los elementos que se relacionan a lo largo del artículo y el
antiesencialismo que uso es más amplio y más profundo porque confronta las nociones uni-
versalizadas de la identidad en su conjunto, aun cuando éstas se hayan roto en características
particulares de la identidad.
51
Mary J. Frug, Postmodern Legal Feminism 18 (1992) (donde se discute cómo la identidad es
múltiple, cambiante y socialmente construida); Levit, supra nota 13, p. 1050 (“Las feministas
abrevan del posmodernismo porque quiere evitar verdades unitarias y reconocer identidades
múltiples”).
52
V. Kathryn Abrams, “Afterword: Critical Strategy and the Judicial Evasion of Dif-
ference”, 85 Cornell L. Rev. 1426, 1437 núm. 52 (2000); Marie Ashe, “Mind’s Opportunity:
Birthing a Poststructuralist Feminist Jurisprudence”, 38 Syracuse L. Rev. 1129, 1169 y 1170
(1987) (en donde se explica el enfoque del posestructuralismo y el antiesencialismo); Joan
C. Williams, “Feminism and Post-Structuralism”, 88 Mich. L. Rev. 1776, 1777-1179 (1990)
(reseñando a Zillah R. Eisenstein, The Female Body and the Law (1998).

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218 DAVID S. COHEN

ro.53 Al confinar a la gente dentro de categorías esencialistas, instituciones


y discursos societales constriñen la identidad y limitan la libertad. El valor
del antiesencialismo consiste en empujarnos a cuestionar las estructuras de
la ley y de la sociedad que ordinariamente podrían parecer naturales, de esta
manera el antiesencialismo se transforma en un valioso instrumento para
evaluar la segregación sexual en tanto que ha sobrevivido a las reformas le-
gales feministas de las últimas décadas (pues está tejido dentro de la trama
de la sociedad y por ello se ha hecho menos controversial).
Al profundizar más hondo, el antiesencialismo no solamente es una teo-
ría acerca de la identidad, sino que también desafía las fuerzas societales
que imponen una identidad a las personas de formas que refuerzan la jerar-
quía. A través de formas sutiles de diferenciación en la sociedad y las le-
yes, las jerarquías de sexo y género se crean, perpetúan y normalizan. Las
concepciones esencialistas del género tienden a reforzar los diferenciales de
poder entre varones y mujeres, así como “los supuestos patriarcales de las
mujeres en tanto grupo”.54 También sirven para reforzar las diferencias de
poder entre varones, de manera que ciertas clases de varones, aquellos que
se aferran a una forma dominante de masculinidad, quedan empoderados,
mientas que aquellos que desafían o no se conforman con la masculinidad
dominante son presionados para que se conformen o, de lo contrario, se ven
condenados al ostracismo o la persecución.55
Desagregar los conceptos de sexo y género es clave para una teoría legal
antiesencialista.56 En la perspectiva esencialista del sexo y el género antes
mencionada, los varones son, o deben ser, masculinos, y las mujeres son, o
deben ser, femeninas. La biología determina la conducta, por lo que se ne-
cesita una conexión. El antiesencialismo desenreda los conceptos, llegando
incluso a desafiar la idea de que debe existir un concepto de masculinidad
o femineidad.57 El antiesencialismo ve las características del individuo tan
sólo como eso: características individuales que no deben cargarse con eti-
53
Ashe, supra nota 52, pp. 1171 y 1172.
54
Tracy E. Higgins, “Anti-Essentialism, Relativism, and Human Rights”, 19 Harv. Wo-
Men’s L. J. 89, 99 (1996).
55
V. Cohen, supra nota 10, pp. 168-174.
56
V. Mary Anne Case, “Disaggregating Gender from Sex and Sexual Orientation: The
Effeminate Man in the Law and Feminist Jurisprudence”, 105 Yale L. J. 1 (1995); Francisco
Valdes, “Queers, Sissies, Dykes, and Tomboys: Deconstructing the Conflation of «Sex»,
«Gender», and «Sexual Orientation»” in Euro-American Law and Society, 83 Cal. L. Rev. 1
(1995).
57
Mary Anne Case, “Unpacking Package Deals: Separate Spheres Are Not the Answer”,
75 Denv. U. L. Rev. 1305, 1317 (1998) (“Las esferas generizadas separadas, por más abiertas
que estén a personas de cualquier sexo, incrementan el riesgo de reificar las definiciones

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 219

quetas que sean más apropiadas para un sexo que para el otro.58 En este
sentido, podría parecer que es semejante a la teoría del trato equitativo y al
intento de destruir los estereotipos basados en el sexo.59 Sin embargo, a dife-
rencia de la teoría del trato equitativo, que acepta algunas diferencias entre
varones y mujeres,60 el antiesencialismo cuestiona prácticamente todos los
estereotipos y asociaciones vinculados con el sexo y el género, considerán-
dolos como el producto de categorizaciones socialmente impuestas,61 y son
estas categorizaciones socialmente impuestas las que resultan en el reforza-
miento de las jerarquías. Como ya se alegó con anterioridad, la segregación
sexual es una forma muy importante y poderosa de segregación.

2. Masculinidades múltiples

El antiesencialismo aplicado a la masculinidad da como resultado el


concepto de masculinidades. Tal como lo describe Nancy Dowd, “el antie-
sencialismo expone las diferencias afirmativas entre los varones, con lo cual
confronta las definiciones dominantes de masculinidad”,62 ello sería impo-

actuales de lo masculino y lo femenino, siendo así que yo preferiría que tuvieran más espacio
para desarrollarse, e incluso para desaparecer”).
58
Cohen, supra nota 10, p. 74 (“Las características particulares, rasgos de personalidad
y gustos o disgustos pueden no tener relación alguna con la presunta biología reproductiva
de un niño o una niña. Dichas características y preferencias debieran ser evaluadas como
positivas o negativas por sí mismas, sin el bagaje adicional agregado de si son apropiadas
para un niño o una niña”).
59
El antiesencialismo ha sido criticado en esta veta por carecer de “principios limitantes
que eviten que los grupos minoritarios sean deconstruidos hasta que sus restos se dispersen y
sólo queden individuos atomizados”. Sumi Cho y Robert Westley, “Critical Race Coalitions:
Key Moments that Performed the Theory”, 33 U. C. Davis L. Rev. 1377, 1416 (2000); v. asi-
mismo Maxine Eichner, “On Postmodern Feminist Legal Theory”, 36 Harv. C.R. C. L. L. Rev.
1, 42 (2001) (donde se afirma que “una teoría feminista que desestabilice la categoría mujer
hasta que se vuelva totalmente indeterminada en teoría sacrifica la capacidad de ubicar y
confrontar los estándares societales adaptados para encajar con el perfil de los varones”).
Para escapar del problema, Maxine Eichner recomienda una teoría legal que, en vez de
negar que exista una categoría de mujer socialmente entendida, se concentre “tanto en re-
ducir la importancia del género como en crear las condiciones legales para garantizar que
las personas tengan a su alcance una amplia variedad de identidades que se distancien de las
imágenes generizadas dominantes”. Id. p. 47.
60
V. p. ej., United States v. Virginia, 518 U.S. 515, 533 (1996) (donde se afirma que hay
“diferencias físicas entre varones y mujeres que pueden ser duraderas” y que las “diferencias
inherentes” son “motivo de regocijo” y pueden ser usadas como base para cierta clase de
acción gubernamental).
61
V. Cohen, supra nota 2, Quinta Parte.
62
Dowd, supra nota 13, p. 228.

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220 DAVID S. COHEN

sible si no se entendiera que no existe tal cosa como la “masculinidad” (en


singular), y que lo que hay son múltiples “masculinidades” (en plural).
Raewyn Connell y Michael Kimmel han realizado extensas investiga-
ciones sobre cómo las masculinidades son variopintas y contingentes. En
una historia cultural de masculinidad, Kimmel indaga en cómo las con-
cepciones de masculinidad han cambiado y siguen cambiando a lo largo de
la historia estadunidense.63 Desarrollando una teoría y una historia de las
masculinidades, Connell presenta una perspectiva semejante de las diferen-
tes clases de masculinidades, pero se concentra en las historias de vida de
cuatro varones australianos.64 Estos dos trabajos desafían la noción de que
alguna vez haya habido una sola masculinidad.
Por tanto, resulta problemático dotar de contenido sustantivo al tér-
mino “masculinidad” mediante una lista definitiva de características par-
ticulares, pues queda claro que la masculinidad es más complicada, con-
tingente y múltiple que una mera descripción de lo que los varones son
o hacen. Debido a estas dificultades estoy de acuerdo con los sociólogos
para quienes es más útil usar el concepto de “masculinidades múltiples”.
Las “masculinidades múltiples” son aquella noción antiesencialista según
la cual diferentes personas experimentan y viven la masculinidad de for-
ma diferente.65 Dicho de otra manera, no hay una sola masculinidad en la
que vivan los varones, o la mayoría de los varones. Como lo ponen Rob y
Pam Gilbert en un análisis de la masculinidad en escuelas australianas, la
“masculinidad es diversa, dinámica y cambiante, y necesitamos pensar en
masculinidades múltiples más que en una sola masculinidad en singular”.66
Estas masculinidades múltiples pueden estar basadas sobre “el juego de
género, clase y etnicidad”,67 así como en otros factores de identidad, como

63
Michael Kimmel, Manhood in America: A Cultural History (1996).
64
Connell, supra nota 42, pp. 87-181.
65
R. W. Connell, “Teaching the Boys: New Research on Masculinity, and Gender Strate-
gies for Schools”, 98 Tchrs. C. Rec. 206, 208 (1996) (“En sociedades multiculturales como la
de los Estados Unidos contemporáneos es muy probable que haya definiciones múltiples de
masculinidad”).
66
Rob Gilbert y Pam Gilbert, Masculinity Goes To School 49 (1998); Connell, supra nota
40, pp. 106 y 107 (“Hay considerable diversidad entre las sociedades en lo que respecta a
las construcciones del género para varones. Esto se puede ver con facilidad si se comparan las
descripciones de las masculinidades de América Latina, el Medio Oriente, África del Sur
y el Lejano Oriente. También hay numerosas pruebas de que, dentro de una misma socie-
dad, e incluso dentro de la misma institución, grupo o lugar de trabajo, hay masculinidades
múltiples”, se omite la cita).
67
Connell, supra nota 40, pp. 106 y 107.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 221

la orientación sexual, la discapacidad y el origen nacional. Más aún, los


varones y mujeres individuales también pueden tener acceso y poner en
escena diferentes masculinidades en distintos puntos y lugares de su vida,
pues la identidad masculina individual no es estática a lo largo del tiempo
o en diferentes contextos.68
El hecho de que las masculinidades sean variadas y contingentes no
significa que el debatirlas signifique evitar la discusión sobre el poder de
los varones. Jeff Hearn ha sido muy crítico con algunes académiques de las
masculinidades, pues se concentran demasiado en describir la masculinidad
sin prestar suficiente atención a la valoración crítica de la manera en que,
dentro de una sociedad patriarcal, los varones y la masculinidad alcanzan
y mantienen el poder sobre las mujeres y sobre otros varones.69 Como ya
mencioné, hay que mirar el género y el poder como parte de cualquier pro-
yecto antiesencialista, pues las nociones esencialistas del género refuerzan
las estructuras de poder. En cuanto a las masculinidades, las nociones esen-
cialistas de quién es un varón y qué es la masculinidad sirven para reforzar
la dominancia de los varones sobre las mujeres, así como sobre los varones
que no encajan dentro de la noción esencialista. Esta forma de comprender
el poder y la masculinidad también es una parte importante sobre los estu-
dios de masculinidades.
Estos marcos teóricos sobre las masculinidades son útiles para estudiar
la segregación sexual. Si bien han mostrado de forma concluyente que no
hay una sola masculinidad, también es importante resaltar que tales marcos
teóricos han servido para argumentar que sí existe tal cosa como una mas-
culinidad hegemónica y una hegemonía de los varones. En otras palabras,
aunque las masculinidades son variadas, también hay formas considerables
en que la masculinidad y los varones conforman la identidad y esgrimen el
poder, estos dos conceptos, masculinidad hegemónica y hegemonía de los
varones —tomados de las teorías del género, del antiesencialismo y de las
masculinidades aquí descritas—, constituyen el marco para el resto del aná-
lisis de este trabajo sobre la segregación sexual que detallo y analizo en las
dos secciones siguientes.

68
V. p. ej., R. W. Connell y James W. “Messerschmidt, Hegemonic Masculinity: Re-Thin-
king the Concept”, 19 Gender & Soc’y 829, 841 (2005) (“Los varones pueden escurrirse entre
significados múltiples de acuerdo con sus necesidades de interacción”); Kimmel, supra nota
14, pp. 187-189.
69
Jeff Hearn, “From Hegemonic Masculinity to the Hegemony of Men”, 5 Feminist The-
ory 49, 59-61 (2004).

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222 DAVID S. COHEN

IV. Masculinidad hegemónica

Las diversas formas de segregación sexual que he identificado en este proyec-


to son una parte importante de la construcción de la masculinidad hegemóni-
ca en este país. Estas formas de segregación sexual contribuyen a la construc-
ción de tres importantes características de dicha masculinidad hegemónica,
1) que los varones no son femeninos; 2) que son heterosexuales, y 3) que son
físicamente agresivos. Ciertamente, hay otras estructuras e instituciones que
contribuyen de manera poderosa a esta forma dominante de masculinidades,
tales como la familia, los empleos, los medios de comunicación, las redes
sociales y las escuelas, así como también hay prácticas y símbolos culturales
que hacen lo mismo.70 No obstante, la ley y su relación con la segregación
sexual, sea ésta obligatoria, administrativa, permisiva o voluntaria, también
son parte importante de las estructuras sociales que crean y sostienen la mas-
culinidad hegemónica.
Así, la masculinidad hegemónica es un concepto clave para el estudio de
las masculinidades. Aunque les académiques de las masculinidades ya de-
mostraron de manera convincente que no hay una sola masculinidad, mu-
ches alegan que existe una masculinidad idealizada contextualmente con-
tingente que ejerce su poder normativo sobre los varones. La teoría detrás
de esta masculinidad dominante lleva la etiqueta de “masculinidad hegemó-
nica”, desarrollada por vez primera por Connell.71 De manera más reciente
ha sido definida como “aquella configuración de prácticas generizadas que
encarnan la respuesta actualmente aceptada ante el problema de la legiti-
midad del patriarcado, lo cual garantiza (o se supone que garantiza) la po-
sición dominante de los varones y la subordinación de las mujeres”.72 Dicho
de manera ligeramente diferente, la masculinidad hegemónica es “la forma
más respetada de ser varón”, y como tal, exige que “todos los varones tomen
su posición con relación a ella, puesto que es la legitimación ideológica de la
subordinación global de las mujeres ante los varones”.73
Al desempacar el término queda claro que el concepto se arraiga en
nociones de poder y es contextual, dinámico e idealizado. Así pues, aunque
70
V. Michael A. Messner, “Taking the Field: Women, Men, And Sports” 22-26 (2002)
(donde se bosqueja la interrelación entre desempeño, estructuras sociales y símbolos cultura-
les en la construcción del género).
71
V. R.W. Connell, “Men’s Bodies”, en R. W. Connell, Which Way is Up? Essays on Sex,
Class and Culture 17-32 (1983).
72
Connell, supra nota 42, p. 77.
73
Connell y Messerschmidt, supra nota 69, p. 832.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 223

niños y niñas, varones y mujeres viven y experimentan diferentes formas


de masculinidad en sus contextos particulares, hay una forma de mascu-
linidad que ejerce mayor presión para que todos se conformen a ella. La
masculinidad hegemónica es esa que sirve para subordinar a las mujeres y
a los varones de masculinidad no hegemónica.74 Subordina a las mujeres
por definición, pues la masculinidad hegemónica se asocia a las característi-
cas que permiten a los varones subordinar a las mujeres; también subordina
a los varones de masculinidad no hegemónica al imponer sobre su persona-
lidad la etiqueta de “menos varonil”.
No obstante, si no se comprende el contexto es imposible decir exacta-
mente cuáles son las características asociadas con la masculinidad hegemó-
nica. Tales características cambian con el tiempo75 y varían de acuerdo con
la cultura y otras características identitarias,76 sin embargo, en sociedades
tradicionalmente dominadas por los varones, como Estados Unidos, hay al-
gunas características que tienen mayor probabilidad de estar asociadas a la
masculinidad hegemónica.77 En parte, estas características se entienden con
base en las prácticas culturales del poder institucional que impone este ideal

74
Emma Renold afirma que esta masculinidad “culturalmente exaltada” se basa en “el
dominio de otros varones y la subordiniación de las mujeres, la femineidad y otras sexualida-
des (no hetero)”. Emma Renold, Girls, Boys and Junior Sexualities: Exploring Children’s Gender and
Sexual Relations in the Primary School 66 (2005) (Citando a R. W. Connell, Masculinities: Knowled-
ge, Power, and Social Change 76, 1995); v. asimismo McGinley, supra nota 7, p. 1230 (donde se
define la masculinidad como “aquella estructura que refuerza la superioridad de los varones
sobre las mujeres y aquella serie de prácticas asociadas con el comportamiento masculino
que llevan a cabo varones o mujeres para mantener la superioridad de los varones por enci-
ma de las mujeres”).
75
Connell, supra nota 42, p. 7 (“Cuando las condiciones para defender el patriarcado
cambian, se erosionan las bases del dominio de una masculinidad en particular. Hay nuevos
grupos que confrontan las viejas soluciones y construyen una nueva hegemonía. La domina-
ción de cualquier grupo de varones puede ser combatida por las mujeres. En consecuencia,
la hegemonía es una relación históricamente movediza”).
76
V. p. ej., Marlon Riggs, “Black Macho Revisited: Reflections of a SNAP! Queen”, in
Black Men on Race, Gender, and Sexuality: A Critical Reader 306, 311 (Devon W.Carbado ed., 1999)
(donde se descibe al varón negro dominante afrocéntico que “no se arruga, no se echa para
atrás, no carga culpas ni acepta chingaderas, se hace cargo, responde cuando lo retan y se
defiende sin darse tiempo para dudar de sí mismo”).
77
V. p. ej., Gilbert y Gilbert, supra nota 67, p. 48 (donde se indentifica la masculinidad
tradicional por ser “más racional que emocional, más mezquina que generosa, más compe-
titiva que cooperativa, más agresiva que sumisa, más individualista que colectivista”); Emma
Renold, “«Other» Boys: Negotiating Non-Hegemonic Masculinities in the Primary School”,
16 Gender & Educ. 247, 251 (2004) (que describe la masculinidad dominante tal como la
caracteriza el futbol americano con sus golpes, rudeza, competitividad y heterosexualidad
obligatoria).

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224 DAVID S. COHEN

sobre las personas.78 La segregación sexual, así como el papel que desem-
peña la ley al permitirla y ordenarla, es una de dichas prácticas y, como tal,
hay que explorarla en relación con la masculinidad hegemónica.
Para la definición de masculinidad hegemónica es importante definir
el concepto de hegemonía, el cual, en este contexto, se refiere a una ideo-
logía de la masculinidad que ejerce poder sobre otros a partir de “ideas
y prácticas comúnmente aceptadas con consentimiento y sin coerción”.79
En un sistema así hay otros tipos de masculinidades que se articulan con
la forma hegemónica. Connell identifica las masculinidades subordinadas,
cómplices y marginadas. Las subordinadas son aquellas sobre las que do-
mina la masculinidad hegemónica, poniéndolas en situación de inferiori-
dad.80 Las cómplices son las que exhiben a varones que, sin practicar la
masculinidad hegemónica, se benefician de su existencia, pues establecen
un patrón generalizado de subordinación de las mujeres.81 Y las margina-
les son aquellas que exhiben las personas que pertenecen a una raza o clase
diferente a la de la forma dominante de masculinidad. Estas masculinida-
des marginales, de cierta manera, pueden ser consistentes con la hegemó-
nica, como sucede en el ejemplo que usa Connell,82 sobre el atleta negro
que, a pesar de su fama, siempre será marginado por otras características
de su identidad.
Les teóriques han hecho diversas críticas al concepto de masculinidad
hegemónica, entre las que se incluye el ser poco clara en su sustancia.83
Sin embargo, mi premisa de trabajo es que, de igual manera, es útil para
comprender los conceptos de masculinidad que ejercen fuerza normativa
para que la gente se conforme. Aunque puede ser imposible describir por
completo dicha masculinidad debido a la gran variedad de fuerzas que in-
fluyen sobre su naturaleza, se le puede comprender en cierto grado al mi-

78
Connell, supra nota 42, p. 77 (“Es probable que la hegemonía quede establecida si hay
alguna forma de correspondencia entre el ideal cultural y el poder individual, en lo colectivo
si no es que en lo individual”).
79
Hearn, supra nota 70, p. 53. Hearn toma esta descripción de un gran número de
textos, v. p. ej. pp. 53-55, el más importante de los cuales es Antonio Gramsci, Selections From
The Prison Notebook (1971). Connell también se apoya en Gramsci para acuñar el término
“masculinidad hegemónica”. V. Connell, supra nota 42, p, 77.
80
Connell, supra nota 42, pp. 78 y 79 (donde se identifica la masculinidad gay como la
más notoria de tales masculinidades, aunque también se mencionan otras).
81
Id. pp. 79 y 80 (“En este sentido, son cómplices aquellas masculinidades construidas
de manera que se obtiene un dividendo patriarcal, sin las tensiones o riesgos de estar en las
tropas combatientes del patriarcado”).
82
Id. pp. 80 y 81.
83
V. Hearn, supra nota 70, pp. 58 y 59.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 225

rar a aquellas fuerzas que, como la ley, crean y refuerzan su hegemonía.


La segregación sexual, con el poder o el permiso de la ley, es una de tales
fuerzas que se identifican en el presente proyecto, respecto a las maneras.
Después de las reformas legales feministas que han tenido lugar en déca-
das recientes —para así eliminar la odiosa discriminación sexual de nuestra
sociedad— ha sido particularmente notable que subsiste una segregación
sexual y que esta segregación es otra más de aquellas “ideas y prácticas co-
múnmente aceptadas” que describe Hearn, y también que se aplica “con
consentimiento y sin coerción”.84 De esta manera contribuye de manera
importante a la masculinidad hegemónica.
Así pues, cuando una ley segrega o permite la segregación en los distin-
tos ámbitos que se describen en este proyecto, es posible ver la forma en que
leyes, instituciones gubernamentales y prácticas culturales se coluden para
mantener las características particulares asociadas a la masculinidad hege-
mónica. Entonces, no debe sorprender que cuando la ley segrega o permite
la segregación a varones y mujeres en los distintos ámbitos que se describen
en este proyecto está ayudando a esencializar la masculinidad de una ma-
nera que se alinea con las características asociadas con los varones en una
sociedad en la que las mujeres y los varones de masculinidad no hegemóni-
ca están subordinados. Aquí demuestro que la segregación sexual apoya y
perpetúa las asociaciones entre tres importantes características de la mascu-
linidad hegemónica: que los varones no son femeninos, son heterosexuales
y son físicamente agresivos.

1. No femeninos

Quizá el aspecto más importante de la mayoría de las concepciones de


masculinidad hegemónica, sea que la masculinidad se defina como aquello
que no es femenino o que no está asociada con las niñas o las mujeres.85 En
un escrito feminista temprano Nancy Chodorow describió cómo la sociedad
coloca una inmensa presión sobre los niños desde una temprana edad “para
84
Id. p. 53.
85
Este rasgo de la masculinidad hegemónica se relaciona estrechamente con un aspecto
de la hegemonía de los varones que se discutirá más adelante, a saber, que la categoría “va-
rón” se define de manera separada y distinta que la categoría “mujer”, no obstante, aquí se
recalcan los rasgos asociados con la masculinidad, en particular en aquello que se distingue
de los rasgos asociados con la femineidad. En este sentido, me estaré refiriendo a atributos de
la personalidad. En una sección posterior se abandonará el énfasis sobre estos atributos para
colocarlo sobre la dicotomía esencializada de los dos sexos, y de que la persona que es “varón”
tiene una existencia distinta de aquella que es “mujer”.

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226 DAVID S. COHEN

que rechacen la identificación o participación en cualquier cosa que pue-


da parecer femenina”.86 Algunes teóriques, como Chodorow, atribuyen esta
necesidad de diferenciación a la necesidad freudiana que tienen los varones
pequeños de separarse de sus madres;87 otres la atribuyen al deseo de aso-
ciarse con la parte más dominante de una sociedad patriarcal, más que con
su parte subordinada,88 y todavía otres la atribuyen al temor que tienen los
varones a parecer débiles a los ojos de otros varones.89 Independientemente
del origen de esta necesidad, la mayoría de les teóriques de género reco-
nocen el simple hecho de que la noción social dominante de ser masculino
significa “hacer cosas que las mujeres no pueden y no deben hacer”.90 A fin
de cuentas, la masculinidad exige a los varones que “quede claro eterna,
compulsiva y decididamente, que no son como las mujeres”.91
En la ley y en la sociedad la segregación sexual es una de las formas
básicas en que los varones se diferencian de lo femenino, quedando así de-
finidos por aquello que no son. En mis obras anteriores acerca de la mascu-
linidad y la educación separada por sexos describí cómo la actual corriente
que busca expandir la segregación sexual en la educación para varones se
origina, en buena medida, en una perspectiva masculinista de la educación
en la que se incluye la noción de que los niños viven en mundos que son casi
completamente diferentes del mundo de las mujeres.92 Los simpatizantes

86
Nancy Chodorow, “Being and Doing: A Cross-Cultural Examination of the Socializa-
tion of Males and Females”, en Woman in Sexist Society: Studies in Power and Powerlessness 173,
186 (Vivian Gornick y Barbara K. Moran eds., 1971). También afirma que los muchachos,
tan preocupados por definirse como masculinos, se angustian porque “no hay definición
cierta de masculinidad, no hay manera de que un niño pueda comprobar si cumple con ella,
salvo que logre distinguirse de eso que vagamente define como femineidad”. Id. pp. 189.
87
Id. pp. 184-189; v. asimismo Connell, supra nota 40, pp. 17-22.
88
Kenneth L. Karst, “The Pursuit of Manhood and the Desegregation of the Armed
Forces”, 38 Ucla L. Rev. 499, 503 y 504 (1991) (“Si bien la masculinidad se define con respecto
a su polo opuesto, la identificación con las competencias y el poder de un mundo dominado
por varones parece ser la norma de la sociedad para ser plenamente humano”).
89
Dowd, supra nota 13, p. 232.
90
Ellen Jordan, “Fighting Boys and Fantasy Play: The Construction of Masculinity in
the Early Years of School”, 7 Gender & Educ. 69, 75 (1995); v. asimismo Sharon R. Bird, “Wel-
come to the Men’s Club: Homosociality and the Maintenance of Hegemonic Masculinity”,
10 Gender & Soc’y 120, 125 (1996) (donde se describe una entrevista con un varón adulto que,
cuando niño, “no nada más evitas a las mujeres porque no quieres ser una nena, no juegas
con muñecas, no lloriqueas ni derramas lágrimas. Lo haces porque te toca hacer cosas de
niño, tú sabes”).
91
Michael S. Kimmel, “Introduction”, en The Gendered Society Reader 1, 4 (Michael S.
Kimmel y Amy Aronson eds., 3a. ed. 2008).
92
Cohen, supra nota 10, pp. 165-168.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 227

de la educación separada para varones pretenden que, en clase, se utilicen


ejemplos diferentes (como practicar un deporte en vez de hacer las compras)
y, también, que los estudiantes lean diferentes libros.93 Asimismo, creen que
los jóvenes necesitan aprender de profesores varones y no de profesoras mu-
jeres para que no se “feminicen” y, por el contrario, tengan frente a sí mode-
los que les sirvan para llegar a ser apropiadamente masculinos.94 Ahora que
las leyes han sido reformadas para permitir que haya más oportunidades
para la educación separada por sexos,95 los jóvenes se diferenciarán todavía
más de lo femenino respecto de lo que ya existe en las oportunidades de
educación mixta.
Un aspecto de esta parte de la masculinidad hegemónica es que se pro-
tegen importantes segmentos de la vida pública, reservándolos nada más
para los varones. Acerca de esta característica de la masculinidad hege-
mónica, Chodorow escribe lo siguiente: “[a]simismo, se vuelve relevante
el reservar muchas actividades socialmente importantes a los varones, así
como creer que las mujeres son incapaces de hacer muchas de las cosas im-
portantes que contribuyen a la sociedad…”.96 Ciertamente, los cambios en
la legislación que tuvieron lugar en los años sesenta y setenta, tanto a nivel
constitucional como en leyes de orden inferior, abrieron para las mujeres la
mayoría de las actividades de este país, si no en la realidad, por lo menos sí
en las formas. No obstante, quedan fuera de las importantes barreras que
ya se han roto la exclusión de las mujeres de tareas de combate en el frente
de batalla.97 Esta excepción se debe a la supuesta razón de que solamente
los varones están obligados a cumplir el deber patriótico de registrarse para
la leva militar al cumplir 18 años.98 Al reservar el registro y el combate sólo

93
Id. pp. 166 y 167 (se detallan las distintas lecturas propuestas para niños y niñas).
94
Id. pp. 167 y 168.
95
V. Nondiscrimination on the Basis of Sex in Education Programs or Activities Recei-
ving Federal Financial Assistance, 71 Fed. Reg. 62,529 y 530 (oct. 25, 2006) (codified at 34
C.F.R. Part 106) (que abre un margen más amplio para que las escuelas puedan segregar de
acuerdo con el sexo al tenor del Título IX).
96
Chodorow, supra nota 87, pp. 185. Aunque este ensayo fue escrito antes de que se
desarrollara el concepto de masculinidad hegemónica, Chodorow expone, básicamente, la
misma idea.
97
V. U.S. Gen. Accounting Office, Gender Issues, supra nota 26 (1998). Las mujeres también
pueden ser excluidas de unidades que deben convivir con unidades de combate terrestres,
puestos para los cuales proporcionar alojamiento separado es demasiado costoso, misiones
de fuerzas de operaciones especiales o reconocimiento de largo alcance, y unidades cuyos
requisitos físicos excluirían a la gran mayoría de las mujeres.
98
V. Rostker v. Goldberg, 453 U.S. 57, 68 y 69 (1981) (explica la percepción del Congre-
so acerca del vínculo entre el registro y la disponibilidad para el combate); id. pp. 76 (“el

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228 DAVID S. COHEN

para los varones, la ley quita a las mujeres aquello que algunos alegan, es
la parte más importante del servicio en las fuerzas armadas para dejarlo
tan sólo en manos de los varones.99 Esto es válido tanto para el mensaje de
exclusión que se transmite (literalmente, que los hombres son ciudadanos
plenos por su elegibilidad para la milicia, en comparación con las mujeres
que tienen limitaciones) como en los efectos de dicha exclusión (que los
varones tienen mayores oportunidades para el liderazgo que las mujeres
debido a su capacidad para participar en el Ejército en total plenitud).100
En audiencias ante el Congreso realizadas para discutir si se debía am-
pliar el papel que las mujeres desempeñan en el ejército, este aspecto de
la masculinidad quedó particularmente claro. Valorie Vojdik describió el
testimonio que surgió de las audiencias diciendo que “refleja la creencia
subyacente de que un guerrero es valioso precisamente porque una mujer
no puede serlo”.101 Hay dos ejemplos representativos: una mujer pilota de
la Fuerza Aérea testificó que un piloto de pruebas varón le dijo: “[m]ira,
hay muchas cosas que puedo soportar, pero no puedo soportar ser peor que
tú”;102 asimismo, un sargento de Fuerzas Especiales testificó que “la men-
talidad guerrera se vendría abajo si las mujeres fueran colocadas en pues-
tos de combate. Es preciso mantener la creencia de que «puedo hacer esto
porque no hay nadie más que lo haga»”.103 En estas nociones, la base de lo
que significa ser varón está en que los varones pueden hacer cosas decidida-
mente valiosas y claramente no femeninas. La segregación sexual que la ley
permite en el Ejército sirve para perpetuar esta parte de la masculinidad.104
Esta diferenciación de las mujeres y la femineidad también es una parte
importante de los clubes para caballeros que tienen reglas de membresía ex-

Congreso determinó que, en lo futuro, la leva se facilitaría por el esquema de registros y se


caracterizaría por la necesidad de tropas de combate”).
99
V. Karst, supra nota 89, pp. 524-528 (donde se explica la importancia de la eligibilidad
para puestos de combate para la plena ciudadanía, puesto que, históricamente, la facultad
de defender con armas al país de origen ha sido considerada como uno de los principales
deberes de un ciudadano).
100
Id. (citando a Linda Bird Francke, Ground Zero: The Gender Wars in the Military 260,
1997).
101
Valorie K. Vojdik, “Beyond Stereotyping in Equal Protection Doctrine: Reframing the
Exclusion of Women from Combat”, 57 A La. L. Rev. 303, 343 (2005).
102
Idem.
103
Id.
104
De manera convincente, Vojdik demuestra que otros aspectos del trato que el Ejér-
cito da a las mujeres, más allá de excluirlas del combate, también tiene este efecto. Id. pp.
343-349. No obstante, ninguna de estas características, como los códigos de vestimenta, la
hostilidad, el acoso y la violación, cabe en la definición de segregación sexual que abarca el
presente proyecto.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 229

clusivas. Si bien dichos sentimientos ya no se suelen expresar en la sociedad,


Dixon Wecter dijo, en 1937, que muchos varones deciden unirse a un club
exclusivo para varones porque “están buscando refugio del pandemónium
de los negocios, el caos de la democracia y el feminismo del hogar”.105 De
manera semejante, Deborah Rhode describió estos clubes sexo-segregados
como “retiros del trabajo y las esposas”.106
Cuando los varones “se apartan” de las mujeres es que éstos se super-
visan unos a otros para evitar caer en conductas que pudieran parecer fe-
meninas. En un estudio sobre interacciones entre varones, un investigador
concluyó que cuando los varones se rodean de varones excluyendo a las mu-
jeres creen que “las emociones y conductas asociadas con las mujeres son in-
apropiadas para el grupo varón homosocial”.107 Este hallazgo no resulta sor-
prendente, pues los ejemplos de escuelas y fuerzas armadas que ya han sido
mencionados siguen el mismo hilo. Las instituciones segregadas de acuerdo
con el sexo, sea porque la ley así lo obliga o por voluntad de los miembros de
una organización privada, contribuye a la noción de la masculinidad hege-
mónica, la misma que define al varón como aquel que no es femenino.

2. Heterosexual

Otro rasgo importante de la masculinidad hegemónica dentro de esta


cultura es que el ser masculino implica ser heterosexual. Catharine Mac-
Kinnon argumenta que la heterosexualidad obligatoria es un elemento im-
portante de la masculinidad hegemónica, ya que, “sexualmente, reserva
a las mujeres para los varones y a los varones los mantiene sexualmente
inviolables”.108 En el rechazo de la homosexualidad y la exigencia de hete-
rosexualidad la masculinidad hegemónica vuelve a definirse por lo que no
es.109 Así, la homofobia es una parte importante de la masculinidad hege-
mónica y de los varones, temiendo que otros varones los perciban como ho-
mosexuales y, por lo tanto, “no como un hombre de verdad”, “exagerarán,
todas las reglas tradicionales de la masculinidad, incluyendo la depredación

105
Dixon Wecter, The Saga of American Society 253 (1937), citado en Michael M. Burns,
“The Exclusion of Women from Influential Men’s Clubs: The Inner Sanctum and the Myth
of Full Equality”, 18 Harv. C.R. C. L. L. Rev. 321, 343 (1983).
106
Deborah Rhode, “Association and Assimilation”, 81 Nw. U. L. Rev. 106, 113 (1986).
107
Bird, supra nota 91, pp. 125.
108
Catharine A. MacKinnon, “The Road Not Taken: Sex Equality en Lawrence v. Tex-
as”, 65 Ohio St. L.J. 1081, 1087 (2004).
109
Connell, supra nota 42, pp. 40.

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230 DAVID S. COHEN

sexual de las mujeres. La homofobia y el sexismo van de la mano”.110 Lleva-


do a un extremo, este aspecto de la masculinidad hegemónica puede llevar
a la violencia contra aquellos que no muestran signos externos de hetero-
sexualidad, así como desde quienes exhiben demasiada (o incluso alguna)
femineidad hasta quienes son abiertamente gay.111
La heterosexualidad asumida subyace debajo de muchas de las formas
de segregación sexual que describe este proyecto, y es ese supuesto lo que
empuja a los varones a conformarse con las normas del comportamiento
masculino.112 Por ejemplo, la heterosexualidad asumida es una de las razo-
nes fundamentales para la segregación sexual de las prisiones, pues los va-
rones deben ser apartados de las mujeres porque son heterosexuales y van a
buscar tener relaciones sexuales con mujeres, sean éstas consensuales o no.
El supuesto de heterosexualidad también desempeña un importante pa-
pel en las leyes y políticas administrativas que prohíben a los varones traba-
jar como guardianes en prisiones femeniles o hacer revisiones a mujeres en
otros contextos de la justicia penal.113 Una de tales políticas fue confrontada
en el caso Everson v. Michigan Department of Corrections.114 Al sostener la res-
tricción, el Sexto Circuito escribió que cuando un guardia varón observa
a una prisionera mujer llevar a cabo actividades como ir al baño, tomar
una ducha, vestirse, lavarse los dientes, solicitar toallas sanitarias, dormir
y despertar, está violando el “sentido especial de privacidad de sus genita-
les y la exposición involuntaria de estos en presencia de otras personas, lo
cual puede ser especialmente denigrante y humillante”.115 Al basarse en
este “sentido especial de privacidad” con respecto a los varones pero no a
las mujeres, el tribunal no se basa en nociones de seguridad en contra de las
agresiones de los guardias,116 sino que se refiere a la heterosexualidad asumi-
da de los guardias varones y el daño que, inherentemente, se impone sobre

110
Michael S. Kimmel, “Masculinity as Homophobia: Fear, Shame, and Silence in the
Construction of Gender Identity”, en Theorizing Masculinities 119, 133 (Harry Brod y Michael
Kaufman eds., 1994).
111
Connell, supra nota 42, at 154-157 (describe la conexión entre masculinidad hegemó-
nica y violencia en contra de gays brindando algunos ejemplos).
112
V. Dowd, supra nota 13, pp. 222-225 (donde explica la importancia de la heteronor-
matividad para la masculinidad hegemónica, y también como “todos los varones se ven
afectados por la necesidad de amoldarse”).
113
V. p. ej., Cal. Penal Code § 4021 (2000); 29 DEL. C. § 8903 (2009); Minn. Stat. Ann. §
642.08 (2006); N.C. Gen. Stat. Ann. § 14-208 (2009); N.J. Stat. Ann. § 30: 8-12 (2009).
114
391 F.3d 737 (6th Cir. 2004).
115
Id. at 757 (citando a Lee v. Downs, 641 F.2d 1117, 1119 —4th Cir. 1981—).
116
En alguna parte del veredicto el tribunal examina el temor a la agresión masculina, a
la cual me referiré más adelante infra Tercera Parte. C.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 231

las mujeres cuando los varones que se asumen como heterosexuales, miran
sus genitales.117 Por supuesto, este daño no es la única razón para semejan-
tes políticas, pues la seguridad también forma parte de sus motivaciones, sin
embargo, el supuesto de heterosexualidad es una de las razones principales
para la segregación sexual dentro del sistema de justicia penal, tanto para
prisioneros como para guardias y oficiales de policía.
Una dinámica semejante opera en la segregación de los baños. Al igual
que en la discusión sobre las prisiones, el miedo a la violencia ciertamente
forma parte de las razones para sexo-segregar los baños, el temor a las inte-
racciones heterosexuales es otra de las razones, sea que se trate de segrega-
ción obligatoria, administrativa, permisiva o voluntaria. La sociedad asume
la heterosexualidad, así pues, varones y mujeres no pueden estar juntos en
ambientes donde los genitales queden expuestos. Richard A. Wasserstrom118
es un filósofo legal que se ha ocupado de escribir acerca de las razones por
las que los baños sexo-segregados son un misterio heterosexual:

El argumento en contra de los baños sexo-segregados se fundamenta sobre la


base de que quizá se trata de una de las partes más mínimas del esquema de
la diferenciación por papeles sexuales que se vale del misterio de la anatomía
sexual, entre otras cosas, para mantener la primacía de la atracción sexual
heterosexual, que es pieza fundamental del patriarcado.119

Muchas otras formas de segregación sexual descritas en este proyecto


asocian de manera semejante la heterosexualidad con la masculinidad sub-
yacente. El reciente movimiento a favor de clases separadas por sexo se basa
en la premisa de que, sin niñas en la clase, los niños ya no se van a distraer
porque se evita el objeto de su deseo heterosexual.120 Los deportes sexo-
segregados se basan en el estereotipo del atleta varón heterosexual para
juntar a los varones lo suficientemente cerca como para que el equipo sea
casi como una familia pero sin que haya razones para colgarles la etiqueta
de gays.121 Todas las formas de vivienda sexo-segregada, sean obligatorias,
117
V. Jami Anderson, “Bodily Privacy, Toilets, and Sex Discrimination: The Problem of
«Manhood» in a Women’s Prison”, en Ladies and Gents: Public Toilets and Gender 90, 100 y 101
(Olga Gershenson y Barbara Penner eds., 2009).
118
Connell, supra nota 42, at 154-157 (describe la conexión entre masculinidad hegemó-
nica y violencia en contra de gays, brindando algunos ejemplos).
119
Richard A. Wasserstrom, “Racism, Sexism, and Preferential Treatment: An Approach
to the Topics”, 24 UCLA L. REV. 581, 594 (1977).
120
V. Cohen, supra nota 10, pp. 153-155.
121
V. Michael A. Messner, Taking the Field: Sports and the Problem of Masculinity 96, 106 y 107
(1992) (donde se describe cómo la homofobia y la heterosexualidad asumida neutralizan el
“vínculo erótico” entre los varones de un equipo deportivo).

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232 DAVID S. COHEN

administrativas, permisivas o voluntarias, asumen la heterosexualidad. Los


clubes deportivos sexo-segregados, a menudo permitidos por la ley pero for-
mados de manera voluntaria por mujeres, también asumen el deseo sexual
heterosexual de los varones.122
Cuando se separa a los varones en estos ambientes el mensaje que se
transmite sobre la masculinidad123 es que los varones son heterosexuales y
no tienen relaciones sexuales con otros varones. Más aún, para preservar la
heterosexualidad hay que prohibir a los varones que queden expuestos a las
mujeres en momentos privados. La norma es la heterosexualidad; la aberra-
ción es la homosexualidad. Las leyes o políticas que segregan por sexo por
temor a las relaciones sexuales heterosexuales contribuyen y perpetúan la
construcción heterosexual de la masculinidad hegemónica. Por supuesto,
la ironía es que, a pesar de que la heterosexualidad es un componente im-
portante para la construcción de la masculinidad hegemónica, al segregar
con base en el sexo las leyes y la sociedad crean más oportunidades para
interacciones entre el mismo sexo. Una queer escribe en su teoría:

Es posible alegar que la organización social de las sociedades occidentales


promueve la homosexualidad, o por lo menos hace que tal actividad sea po-
sible. La mayor parte de las instituciones sociales, políticas y educativas (con
la excepción de la familia) han sido organizadas de acuerdo con la división
estricta entre los sexos. Si uno quisiera diseñar un sistema mejor calculado
para favorecer las oportunidades de cultivar los afectos y actividades homo-
sexuales, sería difícil mejorar el sistema que ha operado en Occidente a lo
largo de muchos siglos.124

Hay ejemplos familiares que prueban este argumento acerca de la se-


gregación sexual. Los baños sexo-segregados dieron oportunidad al senador
Larry Craig de hacerle una propuesta sexual a otro varón en el aeropuerto
de Minneapolis en 2007, según cierta acusación.125 En el contexto de las
prisiones segregadas de acuerdo con el sexo, las violaciones ocurren todo

122
V. David E. Bernstein, “Sex Discrimination Laws versus Civil Liberties”, 1999 U. Chi.
Legal F. 133, 189 (1999) (“Las mujeres con frecuencia se inscriben en gimnasios sólo para
mujeres para evitar que los varones anden de mirones cuando hacen ejercicio”).
123
Con la segregación sexual que se aplica tanto a varones como a mujeres se transmite
el mismo mensaje con respecto a la femineidad y la heterosexualidad.
124
Patrick Higgins, “Introduction: The Power Behind the Mask”, in A Queer Reader 1, 13
(1993).
125
V. David Alan Sklansky, “«One Train May Hide Another»: Katz, Stonewall, and the
Secret Subtext of Criminal Procedure”, 41 U.C. Davis L. Rev. 875, 880 (2008). Aunque se
declaró inocente, Craig admitió ser culpable de conducta desordenada. V. Patti Murphy y

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 233

el tiempo, aunque también hay otras formas de contacto sexual con una
gran variedad de complicaciones y complejidades que tienen lugar entre los
varones en prisión.126 Los investigadores han examinado el “coito pseudo-
consensual” que tiene lugar entre los varones en prisión, determinando que
la segregación sexual es un factor importante para producir un ambiente
carcelario en que aparecen conductas sexuales homosexuales.127 Así pues,
la ironía de la segregación sexual no sólo es que asume la heterosexualidad
como parte de la masculinidad hegemónica, sino que también crea oportu-
nidades únicas para desviarse con respecto a la heterosexualidad asumida.

3. Físicamente agresivo

Ciertamente, uno de los estereotipos más prominentes asociados a la


masculinidad hegemónica es que los varones son físicamente agresivos.
La mayoría de quienes creen en una “verdadera” forma de masculinidad
asocian a los varones con una agresividad mayor a la de las mujeres. Con-
nell dice que esta creencia es parte de la “ideología generizada moderna,
por lo menos en el mundo angloparlante”.128 Para los varones afroameri-
canos este estereotipo es especialmente prominente, pues la sociedad con-
sidera que uno de los conceptos dominantes del ser un varón negro es el
ser abiertamente agresivo.129 Si bien es cierto que los varones manifiestan
agresividad de diversos modos,130 también es importante comprender la

David Stout, “Idaho Senator Says He Regrets Guilty Plea in Restroom Incident”, N.Y. Times,
agosto 29, 2007, en A19.
126
V. Brenda V. Smith, “Rethinking Prison Sex: Self-Expression and Safety”, 15 Colum. J.
Gender & L. 185, 201-225 (2006) (donde se describen los diversos factores del sexo carcelario:
placer, trueque, libertad, transgresión, procreación, seguridad y amor).
127
V. Mary Koscheski, Christopher Hensley, Jeremy Wright y Richard Tewskbury, “Con-
sensual Sexual Behavior”, in Prison Sex: Practice and Policy 111, 113 (Christopher Hensley ed.,
2002). Al hablar de otras formas del sexo en prisión no supongo que los investigadores pre-
tenden disminuir la gravedad de la violación carcelaria como problema y hecho que sucede
en las prisiones solamente para varones. V. Julie Kunselman, Richard Tewksbury, Robert W.
Dumond y Doris A. Dumond, “Nonconsensual Sexual Behavior”, en Prison Sex, supra, at 27-47.
128
Connell, supra nota 42, p. 45.
129
Cooper, supra nota 11, pp 876-880 (que describe el estereotipo del “varón negro
malo”); Harris, supra nota 11, pp. 783 y 784 (que describe la complejidad de los estereotipos
de masculinidad negra como reacción ante el dominio de los varones blancos); Dorothy E.
Roberts, “Deviance, Resistance, and Love”, 1994 Utah. L. Rev. 179, 188 (donde se analiza el
estereotipo del varón negro macho y agresivo).
130
V. Federal Bureau of Investigation, Uniform Crime Report, Crime in the United States
Tbl.33, Ten-Year Arrest Trends by Sex, 1999-2008 (2008); James W. Messerschmidt, Mas-

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234 DAVID S. COHEN

manera en que instituciones y prácticas sociales contribuyen a formar este


estereotipo y su instanciación en la realidad.131 Para los estudiosos de las
masculinidades una de las razones para las realidades de la agresión mas-
culina es que “ser violento es una de las formas socialmente reconocidas
de ser varón”.132
La segregación sexual es una de las maneras en que esta asociación en-
tre masculinidad hegemónica-agresión se crea y perpetúa. En el contexto
de la segregación sexual, en dos ocasiones la Suprema Corte ha aprobado la
asociación de varones con agresión. En Rostker v. Goldberg la Corte falló que
las mujeres podían ser excluidas del registro para la leva porque no eran ele-
gibles para roles de combate en el Ejército.133 Al reservar este aspecto de la
guerra a los hombres y sólo a los hombres, la Corte aprobó implícitamente
esta asociación de agresión como un elemento clave de la masculinidad.134
Aunque las especificidades de esta exclusión a las mujeres cambiaron a par-
tir de Rostker,135 la prohibición básica subsiste y, por lo tanto, también la
conexión básica entre varones y agresión. Dado el requisito, cuya omisión
es severamente castigada, de que los varones; y sólo los varones puedan re-
gistrarse para la leva, “la obligación cívica de los varones queda clara: para
los varones, el concepto de ciudadanía está inextricablemente atado a la
lucha”.136
De manera semejante, en Dothard v. Rawlinson137 la Suprema Corte fue
más explícita al basarse en un estereotipo acerca de los varones; en Dothard
la Corte falló que el prohibir que hubiera mujeres trabajando como guar-

culinities and Crime: Critique and Reconceptualization of Theory 1 (1993) (“No es ningún
secreto quiénes cometen la mayor parte de los crímenes. Los datos sobre arrestos y víctimas
reflejan que varones y muchachos cometen más crímenes convencionales, y crímenes más
graves, que mujeres y muchachas”); Hyde, supra nota 50, p. 586 (“A lo largo de numerosos
metanálisis, repetidamente aparece que, en el caso de agresión, las diferencias de género son
de magnitud moderada”).
131
V. Levit, supra nota 13, p. 1056 (que examina la manera en que los académicos “dirigen
la atención hacia la manera en que constructos y doctrinas legales pueden reinscribir los
estereotipos de la agresión masculina”).
132
Harris, supra nota 11, pp. 782.
133
Rostker, 453 U.S. 57, 78 y 79 (1981).
134
V. Levit, supra nota 13, p. 1060.
135
V. U.S. Gen. Accounting Office, supra nota 26 (donde se discute la evolución de las
políticas).
136
Nancy Levit, “Male Prisoners: Privacy, Suffering, and the Legal Construction of Mas-
culinity”, in Prison Masculinities 93, 95 (Don Sabo, Terry A. Kupers y Willie London eds.,
2001).
137
433 U.S. 321 (1977).

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 235

dias en una prisión de máxima seguridad para varones era algo que el esta-
do de Alabama podía hacer en los términos del Título VII, el cual permite
la segregación sexual en el empleo.138 La justificación de la Corte fue que los
varones en prisión eran naturalmente agresivos, lo cual podría exacerbarse
en presencia de mujeres.139
Este mismo supuesto sobre la agresividad natural de los varones se en-
cuentra en las decisiones de diversos tribunales que han permitido que en
las prisiones de mujeres se admitan varones como guardias. En tales casos,
los tribunales consideraron que la relación entre prisionero y guardia se
oponía totalmente a la situación de Dothard. Su argumento sostiene que no
es al prisionero a quien se ve como agresivo, sino al guardia. La diferencia
es que las prisioneras son mujeres y los guardias son varones, por lo cual la
agresión fluye del varón hacia la mujer, y no del prisionero hacia el guar-
dia, como era el caso en Dothard.140 En estas decisiones, “por naturaleza los
varones son depredadores sexuales”,141 y la segregación sexual es precisa
para los empleos de la penitenciaría. El mismo estereotipo de masculinidad
hegemónica agresiva que subyace en estos casos se encuentra en la prohi-
bición de revisiones entre sexos cruzados en ambientes de justicia penal, así
como en la segregación sexual que, por principio, ocurre en las poblaciones
carcelarias.
Las escuelas sexo-segregadas son otro ejemplo. Al analizar previamen-
te la tendencia actual hacia la educación diferenciada por sexo y su enfo-
que en las necesidades de los niños, concluí que una de las características
principales de este impulso por segregar a los niños por sexo se basa en la
creencia de que los varones tienen que ser educados conforme su agresivi-
dad natural, agresividad que no poseen las chicas.142 De manera semejan-
138
Id. p. 334. El Título VII permite la segregación sexual cuando implica “aptitudes
ocupacionales razonablemente necesarias para las actividades normales de una empresa o
negocio en particular”. 42 U.S.C. § 2000e-2(e) (2006). Una discusión de esta excepción se
encuentra en Cohen, supra nota 2, Tercera Parte. C.
139
Dothard, 433 U.S. en 335-337.
140
V. Levit, supra nota 137, pp. 95-97 (resumen de casos de mujeres en prisión).
141
Anderson, supra nota 118, pp. 101.
142
V. p. ej., Barry Ruback, “The Sexually Integrated Prison: A Legal and Policy Evalua-
tion”, 3 Am. J. Crim. L. 301, 301 (1975) (entre las razones para el cambio hacia la segrega-
ción sexual menciona el temor de mezclarse con “criminales varones altamente peligrosos”).
Ciertamente, también hay consideraciones como la privacidad debajo de esta forma de se-
gregación. No obstante, como ya se dijo, entre varones y mujeres hay diferentes razones para
la privacidad, que casi siempre se concentran en evitar las invasiones en contra de la mujer
que, invariablemente, tendrán lugar, sea que las mujeres hagan revisiones o las reciban, sean
las presas o las guardianas.

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236 DAVID S. COHEN

te, Verna Williams ha examinado la retórica de la educación separada por


sexos,143 encontrando que se arraiga en la necesidad percibida de enfrentar
los problemas asociados con la agresión de los varones negros.144 De hecho,
el estereotipo del varón negro agresivo se contó entre las razones para la
segregación sexual de escuelas, expandida a partir del caso Brown v. Board of
Education145 y la caída de Jim Crow. Puesto que los padres blancos temían este
estereotipo, presionaron para mantener a sus hijas separadas de los niños
afroamericanos de la única manera que la ley lo permitía desde que la discri-
minación racial era considerada ilegal: mediante la discriminación sexual.146
Además de estar presente en fuerzas armadas, prisiones y escuelas, el
estereotipo de la agresión masculina se encuentra en la base de buena par-
te de la segregación sexual que se examina en el presente proyecto. Por
ejemplo, tras haber revisado la historia de la segregación sexual de los ba-
ños, Terry Kogan llegó a la conclusión de que “los baños separados para
hombres y mujeres favorecen un sutil entendido social, según el cual las
mujeres son inherentemente vulnerables y necesitan protección en público,
mientras que los varones son inherentemente depredadores”.147 También
encontró que, en el contexto de los deportes, la segregación sexual se justi-
fica, en parte, para proteger a las mujeres de las lesiones que podrían sufrir
si compiten en contra de la agresividad natural de los varones.148
Asociar la masculinidad hegemónica con la agresión física, como con
no ser femenino y ser heterosexual, no es sólo obra de la segregación sexual.

143
Cohen, supra nota 10, pp. 155-158. Este tropo no ha muerto desde que escribí acerca
de él hace dos años. V. p. ej., Nicholas D. Kristof, “The Boys have Fallen Behind”, N.Y. Times,
Mar. 27, 2010, WK12.
144
Verna L. Williams, “Reform or Retrenchment? Single-Sex Education and the Con-
struction of Race and Gender”, 2004 Wis. L. Rev. 15, 15–23 (2004).
145
347 U.S. 483 (1954).
146
V. Serena Mayeri, “The Strange Career of Jane Crow: Sex Segregation and the Trans-
formation of Anti-Discrimination Discourse”, 18 Yale J. L. & Human. 187 (2006).
147
Terry S. Kogan, “Sex-Separation in Public Restrooms: Law, Architecture and Gen-
der”, 14 Mich. J. Gender & L. 1, 56 (2007).
148
Deborah Brake, “The Struggle for Sex Equality in Sport and the Theory behind Title
IX”, 34 U. Mich. J.L. Reform. 13, 142 (2001) (“Los deportes de contacto marginan y estigma-
tizan a las atletas mujeres como seres frágiles, delicados y vulnerables, al mismo tiemo que
definen al atletismo masculino con algo agresivo y físicamente poderoso”); Suzanne Sangree,
“Title IX and the Contact Sports Exemption: Gender Stereotypes in a Civil Rights Statute”,
32 Conn. L. Rev. 381, 421-430 (2000) (que hace el recuento de aquellos tribunales que justifi-
can la segregación sexual con base en “la frágil mujer” y la necesidad de protegerlas de los
varones agresivos en los deportes de contacto). Si bien, como lo describe Sangree, la mayor
parte de los tribunales rechaza esta razón, ésta continúa siendo válida en escuelas y equipos
deportivos.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 237

Lo mismo hacen otras fuerzas poderosas en la vida estadounidense. Es irre-


levante que la segregación sexual no cree el contenido de la masculinidad
hegemónica por sí mismo, pues no hay ninguna institución que pueda re-
clamar para sí un dominio tan grande. Sin embargo, la segregación sexual
en las formas en las que se da por sentada que persisten hoy en día, es un
vehículo importante para que la masculinidad hegemónica obtenga y re-
fuerce este contenido.

V. La hegemonía de los varones

Como ya lo afirmé,149 desafiar las nociones socialmente construidas de la


identidad es componente clave de la perspectiva antiesencialista sobre el gé-
nero. La sección anterior acerca de la masculinidad hegemónica, así como
el análisis ahí presentado de los males que genera esa noción hegemónica de
la masculinidad, se ubican dentro de esta parte del proyecto antiesencialista.
Sin embargo, la multiplicidad de identidades no es el único elemen-
to del antiesencialismo; otro elemento clave se encuentra en cuestiones de
igualdad y en cómo el poder se relaciona con la construcción de una identi-
dad aparentemente esencial. Al criticar algunas de las limitaciones del con-
cepto de masculinidad hegemónica, Jeff Hearn argumenta que la atención
se debería concentrar menos en el concepto de identidad y más en la mane-
ra en que los varones, tal como los construye la sociedad, utilizan el poder
para subordinar a las mujeres y a otros varones. Este autor denomina a esto
una investigación sobre “la hegemonía de los varones”.150
Hearn alega que el análisis feminista crítico de los varones se debe con-
centrar en el poder que los varones utilizan para subordinar a las mujeres y
a otros varones. Al concentrarse únicamente en la masculinidad hegemóni-
ca, los académicos hacen bien en observar la manera en que los varones son
“una categoría social formada por el sistema de género”, aunque también
deberían fijarse en cómo los varones son “agentes individuales y colectivos
de las prácticas sociales”.151 Según Hearn, “desde esta perspectiva hay ma-
yor necesidad de mirar críticamente a las construcciones dominantes nor-
males comúnmente aceptadas, a los poderes y la autoridad de los varones
sobre mujeres, niños y otros varones, tanto aquellos que están subordinados
como aquellos en posición de superioridad”.152 Otra académica que escribe
149
V. discusión infra notas 38-60 y texto que las acompaña.
150
Hearn, supra nota 70, pp. 59.
151
Id.
152
Id.

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238 DAVID S. COHEN

acerca de la hegemonía de los varones ha dicho que, más allá de conside-


rar la “naturaleza compleja, fluida y contradictoria de la identidad” que se
encuentra en el núcleo de la masculinidad hegemónica, “es imperativo no
pasar por alto la relación asimétrica entre varones y mujeres y entre mascu-
linidades y femineidades en las sociedades occidentales”.153
Un proyecto de estudio sobre la hegemonía de los varones tendrá di-
versos componentes, con el poder en el corazón de cada uno de ellos. Uno
de los componentes que identificó Hearn es relevante para mi proyecto de
segregación sexual pues se concentra en las maneras en que el concepto de
“varones” deviene hegemónico, con una dominación que se da por hecho,
la cual surge a partir del consenso.154 Les académiques deben poner su aten-
ción en la formación de la categoría social de “varón” y los procesos sociales
por medio de los cuales se acepta tal categoría.155 Hearn se hace las siguien-
tes preguntas: “¿[c]uáles son las diversas formas dominantes utilizadas para
categorizar gubernamentalmente a los varones —por el Estado, el derecho,
las ciencias médicas, las ciencias sociales, la religión, los negocios, etc.— y
cómo estas formas se intersectan, se contradicen y se complementan en-
tre ellas?”.156 Para responder a estas preguntas es preciso revisar las formas
organizacionales e institucionales en que ciertos varones quedan colocados
dentro de la categoría social de varones,157 investigación que se encuentra en
el corazón del argumento de Judith Butler, quien dice que no hay “sexo natu-
ral” sino tan sólo categorías culturalmente creadas de varones y mujeres.158
El segundo componente que identificó Hearn como parte central de
este proyecto consiste en entender y analizar “el sistema de distinciones
y categorizaciones entre las diferentes formas de varones y practicas mas-
culinas hacia mujeres, niños y otros varones”.159 En otras palabras, Hearn
sugiere que les académiques deben estudiar cómo los varones se han dife-
renciado a sí mismos para así poder ejercer control sobre mujeres, niños y
153
Maria Lohan, “How Might we Understand Men’s Health Better? Integrating Expla-
nations from Critical Studies on Men and Inequalities in Health”, 65 Soc. Sci. & Med. 493,
494 (2007).
154
Hearn, supra nota 70, pp. 59.
155
Id.
156
Id. p. 60.
157
Id. Hearn sugiere que las instituciones religiosas y educativas son parte de la respues-
ta, como lo son las restricciones género-específicas en los baños y en las fuerzas armadas. Id.
Tal como las diversas formas de segregación sexual que se estudian en este proyecto dejan
en claro, Hearn estaba sobre la pista correcta con estas sugerencias. V. infra notas 160-162 y
texto que las acompaña.
158
V. Levit, supra nota 43, p. 11.
159
Hearn, supra nota 70, pp. 60.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 239

otros varones. Las estructuras y sistemas sociales que cumplen esta función
son parte importante de la hegemonía de los varones. Estas estructuras y
sistemas sociales podrían ser, tal como lo describe Hearn en la correspon-
diente parte de su agenda para estudiar, la “hegemonía de los varones”, las
prácticas de los varones que se encuentran “más naturalizadas y son más
normales, comunes y corrientes”.160 Estas prácticas incluyen, tal como afir-
mo más adelante, diversos modos de segregación sexual, por lo cual resul-
tan útiles para comprender el dominio de los varones sobre mujeres y sobre
otros varones de masculinidad no hegemónica.
Si bien Hearn plantea el concepto de la hegemonía de los varones prin-
cipalmente como una alternativa al estudio de la masculinidad hegemóni-
ca, a mí me parece útil discutirlo en tándem. Siguiendo lo argumentado en
la sección anterior, las formas de segregación sexual que siguen existiendo
colaboran para crear las nociones hegemónicas de masculinidad. En otras
palabras, hay hilos comunes que corren a lo largo de las formas de segre-
gación sexual, creando un poderoso mensaje acerca de lo que significa ser
varón. Los males asociados con ello se derraman sobre mujeres, varones de
masculinidad no hegemónica y, en última instancia, sobre todos los varones,
en el sentido de que el comportamiento y la personalidad de todos quedan
constreñidos dentro de las normas de la masculinidad. Aunque, ciertamen-
te, hay problemas teóricos en la noción de masculinidad hegemónica,161 la
comprensión de una masculinidad hegemónica con patrones claros, o por
lo menos ajustada a un cierto ideal, es importante.
Sin embargo, tal como lo señala Hearn, no es suficiente. La compren-
sión de la hegemonía de los varones, tal como la describe Hearn, también es
importante. Si se considera cómo la segregación sexual crea oportunidades
para que los varones construyan o mantengan el poder sobre las mujeres
y otros varones, podemos ver parte de las estructuras sociales que contri-
buyen al patriarcado y la medida en que dichas estructuras se han hecho
menos controvertidas en el presente, en particular dado que estas formas de
segregación sexual siguen existiendo incluso después de las reformas legales
feministas de las últimas décadas, muestra de que la segregación sexual de

160
Id. p. 61. Los tres diferentes aspectos de la agenda de la “hegemonía de los varones”
que discuto en este texto corresponden a los puntos uno, dos y cinco de Hearn. Hearn tiene
otras cuatro partes sobre la agenda de la “hegemonía de los varones” que son menos rele-
vantes para el estudio de la segregación sexual que he emprendido en el presente artículo. V.
id. pp. 60 y 61.
161
V. Connell y Messerschmidt, supra nota 69, pp. 836-845 (revisión de las diversas crí-
ticas); v. asimismo Christine Beasley, “Rethinking Hegemonic Masculnity in a Globalizing
World”, 11 Men & Masculinities 86 (2008).

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240 DAVID S. COHEN

la actualidad se construye, precisamente, con esa clase de prácticas común-


mente aceptadas que Hearn considera en su discusión de la hegemonía.162
Así pues, en la medida en que dichas prácticas, en efecto, se valen del poder
para favorecer una perspectiva esencialista de la masculinidad, el investigar-
las a través de la lente de la hegemonía es parte importante de un proyecto
antiesencialista.
Con base en estas formas de segregación sexual, y siguiendo la agen-
da de Hearn para investigar la hegemonía de los varones, a continuación
examino cuatro formas de prácticas hegemónicas en las que ocurre la se-
gregación sexual. En primer lugar, demuestro que la segregación sexual
contribuye a la aceptación social de la categoría “varones”. En segundo
lugar, expongo que los espacios sexo-segregados ocupados por los varones
restringen la transferencia de conocimientos socialmente valiosos, despojan-
do de ellos a otros varones y a las mujeres. En tercer lugar, sostengo que la
segregación sexual brinda a los varones oportunidad para fomentar y cul-
tivar actitudes negativas hacia las mujeres, lo cual contribuye a la opresión
de las mismas. En cuarto lugar, argumento que la segregación sexual es un
sitio para la supervisión de la conformidad generizada en el que se castiga a
aquellos varones que no manifiestan la masculinidad hegemónica. En todas
estas importantes maneras, la segregación sexual contribuye no sólo a una
masculinidad hegemónica que perjudica a la formación de la identidad in-
dividual, sino también a la hegemonía de los varones que subordinan a las
mujeres y a otros varones de masculinidad no hegemónica.

1. La categoría de los “varones”

Al investigar la hegemonía de los varones, el primer cargo que hace


Hearn es contra “las formas organizacionales e institucionales en que cier-
tos varones quedan ubicados dentro de la categoría social de varones”.163
Así, desenmascara la manera en que la sociedad crea la categoría “varones”
como algo separado de las “mujeres”.164 Al nivel más básico, esto es exac-
tamente lo que hace la segregación sexual en todas sus formas. En particu-
lar, cuando la ley ordena la segregación de varones y mujeres, lo que está

162
Hearn, supra nota 70, p. 61.
163
Id. p. 60.
164
V., asimismo, Butler, supra nota 43, p. 11 (“Como resultado, el género no es a la cultura
lo que el sexo es a la naturaleza; el género también es el medio discursivo/cultural por el cual
la «naturaleza sexuada» o el «sexo natural» se produce y establece como algo prediscursivo,
anterior a lo cultural, una superficie políticamente neutra sobre la cual actúa la cultura”).

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 241

haciendo es una distinción básica a través de la cual la gente comprende


que la categorización es importante y que se sufren consecuencias cuando
uno se desvía de dicha categorización. Por medio de la segregación sexual
obligatoria, pero también de sus otras formas, se traza un camino en nues-
tras vidas para que aceptemos la distinción aparentemente natural que se
crea cada vez que vemos la palabra “varón” o la palabra “mujer”. Estas ca-
tegorías están fraguadas como una manera legítima de oponer el modo de
pensar acerca de la gente. Estas categorías también fueron establecidas de
forma que no quedaran zonas grises en los márgenes, pues una persona es
o varón o mujer.
Las diversas formas de segregación sexual que se discuten en este pro-
yecto logran la categorización de los varones a través de la vida de los varo-
nes. Desde temprana edad, los niños deben enfrentarse a este hecho cuando
tienen que usar un baño público. Cuando el padre acompaña al niño la
segregación sexual no presenta problema. No obstante, cuando la madre
acompaña a su hijo el mundo sexo-segregado de los baños plantea un pro-
blema: ¿la madre acompaña a su hijo al baño de mujeres o permite que
su hijo entre solo al baño de hombres?165 Cualquiera que sea el modo en
que la madre resuelve el problema, la lección de la segregación sexual llega
al hijo. Las lecciones sobre categorización continúan a lo largo de toda la
vida, y a esto Jacques Lacan lo llamó “segregación urinaria”.166 De acuer-
do con Lacan, la segregación urinaria enseña a niñes y a adultes que la
diferencia sexual es “eterna, intransigente y se sostiene sobre nociones de
superioridad”.167 La similitud humana básica entre varones y mujeres, en el
sentido de que todos hemos de eliminar desechos y que todos lo hacemos
de manera muy parecida, se convierte en un sitio de diferencias construidas
que se disfraza como si fuera natural.168
Joel Sanders, teórico de la arquitectura, abunda sobre la teoría del len-
guaje de Lacan como el diferenciador que incluye el arreglo del espacio en
baños sexo-segregados. Sanders argumenta que la segregación sexual de

165
Kogan, supra nota 148, pp. 4 y 5 (cita la columna de Ann Landers que toca este proble-
ma, al cual Landers responde que la solución más sencilla es el “baño de la casa”, en el cual
no hay segregación sexual).
166
Jacques Lacan, Ecrits: A Selection 151 (Alan Sheridan trad., 1977).
167
Id. p. 152. “Para estos niños, Damas y Caballeros son países hacia los cuales sus al-
mas vuelan sobre alas divergentes, y entre los cuales la tregua es imposible, pues se trata en
realidad del mismo país y nadie pondrá en riesgo su propia superioridad sin restarle gloria a
alguien más”.
168
V. Erving Goffman, “The Arrangement Between the Sexes”, 4 Theory & Soc’y 301, 315
y 316 (1977).

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242 DAVID S. COHEN

“los baños públicos asignan una identidad de sexo y de género”. La arqui-


tectura de los baños públicos, donde hay paredes físicas que literalmente se-
gregan a los sexos, naturaliza el género al separar “varones” y “mujeres” de
acuerdo con la biología de las funciones corporales.169 Esta segregación no
solamente refuerza la oposición entre las categorías de “varones” y “muje-
res”, sino que también refuerza la noción de que el sexo es binario, sin hacer
espacio para personas transexuales, transgénero e intersexuales.170
El deporte sexo-segregado produce idéntico efecto desde temprana
edad. Los niños que participan en ligas deportivas infantiles a menudo son
segregados de acuerdo al sexo a pesar de que en edades tempranas las ha-
bilidades atléticas no suelen variar de acuerdo con el sexo. Las ligas agrupa-
das por sexo dicen a los niños que el sexo es una característica notoria que
importa para el trato que los niños reciben, así como también reafirman
ante los progenitores que las diferencias sexuales son un método de natural
ocurrencia para diferenciar a los niños,171 “[c]omo resultado, aparece una
supuesta división natural basada en diferencias aparentemente naturales”.
Lo que ya creíamos, a saber, que los niños y las niñas son categóricamente
diferentes, se convierte en aquello que se ve.172
El énfasis en la diferenciación y categorización binaria, con la conco-
mitante creación de la categoría social “varón”, también aparece en am-
bientes escolares segregados de acuerdo con el sexo. En uno de los estudios
realizados tras el experimento de California con escuelas para sexos sepa-
rados, las investigadoras encontraron que la segregación sexual “acentuó la
conciencia del género como categoría para definir a los estudiantes”.173 Los
estudiantes comprendieron que la escuela se organizaba con base en el sexo,
por lo que internalizaron que se trata de una distinción binaria central para
comprender a la gente. El transmitir esta forma de comprender quién es
varón y quién mujer es parte esencial de la educación para sexos separados.

169
Joel Sanders, “Introduction”, en Stud: Architectures of Masculinity 10, 17 (Joel Sanders ed.
1996).
170
V. Terry S. Kogan, “Transsexuals in Public Restrooms: Law, Cultural Geography and
Etsitty v. Utah Transit Authority”, 18 Temp. Pol. & Civ. Rts. L. Rev. 674, 686 (2009); Terry S.
Kogan, Transsexuals and Critical Gender Theory: The Possibility of a Restroom Labeled “Other”, 48
Hastings L.J. 1223, 1248 (1997).
171
V. Messner, supra nota 71, pp. 11 y 12 (donde se discute el papel de la segregación se-
xual en los deportes, el cual crea una dicotomía en la percepción del género entre los niños).
172
Id. p. 23.
173
Amanda Datnow, Lea Hubbard y Elisabeth Woody, Ont. Inst. For Studies in Educ.,
Is Single Gender Schooling Viable in The Public Sector? Lessons From California’s Pilot
Program 51 (2001).

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 243

El mensaje particular de la segregación sexual y la hegemonía de los


varones como categoría también aparecen en el contexto militar. A los 18
años de edad todos los varones deben registrarse para el servicio militar,174
quedando sujetos a sanciones si no lo hacen.175 Todos los varones que así lo
hacen —o aquellos que, sabiendo que deben hacerlo, deciden no registrar-
se— nuevamente deben confrontar, a través de una obligación respaldada
por penas severas, una categorización en tanto que varones, y, puesto que se
les considera varones, se deben considerar a sí mismos como parte potencial
de una fuerza de combate al servicio del país. Junto con este mensaje viene
también el de que hay una categoría separada de “mujeres” que es diferente
y que no encaja en esta descripción.
El mismo mensaje también aparece en otras áreas. En las prisiones se-
xo-segregadas se clasifica a los prisioneros con respecto al grado de seguri-
dad que requieren y con base a su sexo, sugiriendo que el sexo es una carac-
terística importante que, por sí misma, define a las personas. En los grupos
o clubes de pasatiempos o recreaciones voluntarios el mensaje transmitido
por medio de actos de segregación sexual es que el sexo es una manera
legítima para clasificar a las personas más allá de su interés o compromiso
compartido. El mensaje de que los genitales importan al momento de cla-
sificar o categorizar, se encuentra en el corazón de casi toda la segregación
sexual.

2. Conocimiento

Al discutir sobre estudios de masculinidades y su intersección con la ley,


Nancy Dowd menciona la manera en que geógrafos y teóricos de la arqui-
tectura han descrito como “el espacio sustentador de la dominación” parti-
cularmente a espacios asociados con alguno de los sexos.176 De esta manera
el espacio se convierte en un sitio más para la construcción social del sexo
y el género.177 Daphne Spain es una teórica de la arquitectura que ha escrito
acerca de la manera en que los varones expanden su poder al usar espacios

174
50 App. U.S.C. § 453 (2000).
175
5 U.S.C. § 3328(a)(2) (2006) (el registro para la leva es un prerrequisito para casi todos
los trabajos en el gobierno federal); 50 App. U.S.C. § 462(a) (2000) (penas por no registrarse
para la leva); 50 App. U.S.C. § 462(f) (2000) (el registro en la leva es un prerrequisito para
recibir ayuda financiera para la educación).
176
Dowd, supra nota 13, p. 221.
177
Leslie Kanes Weisman, Discrimination by Design: A Feminist Critique of the Man Made En-
vironment 2 (1992) (“Como el lenguaje, el espacio es un constructo social. El uso del lenguaje

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244 DAVID S. COHEN

reservados exclusivamente para varones. Spain arguye que cuando la segre-


gación sexual en un espacio dado es pronunciada, los varones ocupan una
posición más alta y poderosa que las mujeres.178
Spain llegó a esta afirmación al estudiar viviendas, escuelas y lugares de
trabajo, tanto de manera intercultural como histórica.179 Encontró que “la
separación física de varones y mujeres contribuye y perpetúa la estratifica-
ción generizada al reducir el acceso de las mujeres a conocimientos social-
mente valiosos”.180 En una sociedad patriarcal este efecto de la segregación
sexual es todavía más pronunciado, y la mayor parte del conocimiento so-
cialmente valioso queda como posesión de los varones.181 Spain escribió que
“en la medida en que los varones tienen una ventaja inicial, y en la medida
en que varones y mujeres quedan separados en lugares donde viven, apren-
den y trabajan, el estatus de las mujeres será más bajo que el de los varones
porque tienen menos acceso al conocimiento”.182
Spain alega que “cuando la segregación sexual se impone por leyes o
costumbres, lo típico es que sirva para mantener los privilegios de aque-
llos con un estatus más alto”.183 De manera particularmente relevante con
respecto a la teoría de la hegemonía de los varones de Hearn, Spain lla-
ma a estos espacios generizados como “comúnmente aceptados” porque
la sociedad los acepta como si fuesen naturales.184 El modificar estos espa-
cios serviría para elevar el estatus de las mujeres en la sociedad, ya que, en
comparación con el efecto de la segregación sexual al limitar la transmisión
de conocimiento, la integración sexual en lugares físicos podría facilitar el

y el espacio contribuyen al poder de ciertos grupos sobre otros y a la permanencia de la


desigualdad humana”).
178
Daphne Spain, “Gendered Spaces and Women’s Status”, 11 Sociological Theory 137,
(1993).
179
Id. pp. 141-146.
180
Id. p. 137.
181
Id. p. 140 (“Los arreglos espaciales no debieran estar asociados con la estratificación
generizada, si es que los recursos se distribuyeran equitativamente entre lugares masculinos y
femeninos. No obstante, rara vez ése es el caso. El «conocimiento masculino» que transmiten
escuelas y lugares de trabajo típicamente confiere un mayor nivel jerárquico que el «conoci-
miento femenino» asociado con la habitación”).
182
Id. p. 139.
183
Spain, supra nota 179, pp. 141.
184
Id. Spain abunda en este asunto de forma que se puede establecer su obra con la dis-
cusión de Hearn sobre la hegemonía como poder que se percibe como natural y, por tanto,
recibe consentimiento. “Los arreglos espaciales normalmente caen en la categoría de cosas
en las que no pensamos. Ahí está su poder: tienen la capacidad para mantener el statu quo sin
encontrar resistencia”.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 245

intercambio de información valiosa entre quienes tienen poder y quienes no


lo tienen, en otras palabras, entre varones y mujeres.185
Muchas de las formas de segregación sexual que he identificado en este
proyecto son ejemplo de esta clase de espacio generizado. El ambiente más
obvio en el que el argumento de Spain tiene tracción es en el contexto de
la educación para sexos separados, pues, por definición, las escuelas son
espacios donde se transfiere el conocimiento. Además, la manera en que la
transferencia de conocimiento es desigual en espacios sexo-segregados den-
tro de una sociedad patriarcal cumplió una función principal en el litigio de
dos casos muy sonados de educación para sexos separados.186 En el litigio
sobre las escuelas preparatorias de un solo sexo de Filadelfia, que tuvo lugar
a finales de 1970 y principios de 1980, los tribunales y los litigantes se con-
centraron fuertemente en la manera en que las preparatorias sólo para varo-
nes brindaban un mayor acceso al conocimiento que las preparatorias sólo
para mujeres. Incluso cuando los graduados de ambas preparatorias alcan-
zaban las mismas tasas de ingreso a la universidad,187 las pruebas demostra-
ron que la escuela de varones brindaba una mayor oportunidad de acceder
al conocimiento que las escuelas de mujeres. Por ejemplo, los muchachos
aprendieron de profesores más calificados en sus respectivas materias,188
contaban con casi el doble de títulos en su biblioteca,189 tenían más opcio-
nes para tomar cursos190 y, por último, tenían una red de exestudiantes mu-
cho más extensa, activa y exitosa.191 Como prueba directa del diferencial
de conocimientos asociado con la segregación sexual, la asociación de exes-
tudiantes de varones organizaba reuniones anuales que atraían a invitados
prominentes en diversos campos: el presidente general de la Asamblea de la
ONU, el vicepresidente de los Estados Unidos, el fiscal general de Estados

185
Id. pp. 137, 147. Spain concluye que esta observación “abre caminos para la acción”.
186
Un buen panorama de los casos se encuentra en Rosemary C. Salomone, Same, Diffe-
rent, Equal: Rethinking Single-Sex Schooling 121-129 (2003).
187
“Entre 1977-1981, los estudiantes de Central High se encontraban en una tasa de in-
greso a la universidad de 91.8%, en cambio, para las alumnas, la tasa promedio era 87.8%”.
Newberg v. Bd. of Pub. Educ., 26 Pa. D. & C.3d 682, 692 (Pa. Comm. Pl. 1983).
188
Id. en 686 (compara el porcentaje de maestros con doctorado —5.86% mayor en la
escuela de varones— y de maestros con veinte o más años de experiencia en la enseñanza
—la escuela de varones tenía 17.64% más—).
189
Id. p. 687 (50,000 contra 26,300).
190
Id. en 688 y 689 (donde se comparan los cursos de ambas escuelas, mostrando que
para casi todas las materias los varones tenían más opciones).
191
Id. en 698 y 699 (donde se comparan las redes de exestudiantes de ambas escuelas).

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246 DAVID S. COHEN

Unidos y un juez de la Suprema Corte.192 La escuela de niñas no tiene un


listado comparable de ponentes para sus ex estudiantes o estudiantes.193
Este aspecto de la segregación sexual también fue fundamental para
la decisión de la Suprema Corte con respecto al colegio militar público del
estado de Virginia, el Virginia Military Institute.194 En este caso, Virginia
proponía un colegio exclusivo para mujeres, el Virginia Women’s Institute
for Leadership, para así remediar cualquier violación a la Constitución que
pudiera haber causado la existencia de un colegio exclusivo para varones;195
sin embargo, tal como en el colegio para mujeres de Filadelfia, la propuesta
para el colegio femenino contaba con profesores menos calificados y con
menores oportunidades para estudios posteriores.196 Juzgando que la pro-
puesta era insuficiente para remediar la violación constitucional, la Corte
también revisó la red de exestudiantes a disposición del colegio de varones
que quedaba excluido para las mujeres.197 La Corte concluyó que el colegio
de varones “en comparación con el de mujeres, posee, sin lugar a dudas, un
grado mucho mayor de aquellas cualidades que, sin poderse medir de ma-
nera objetiva, hacen a la grandeza de un colegio”.198 Aquí la Corte estaba
haciendo referencia a lo que estaba en el corazón del litigio de Filadelfia, a
saber, que la segregación sexual en la educación da a los varones un mejor
acceso al conocimiento socialmente valioso que a las mujeres, lo cual, a su
vez, abre para los varones el acceso a las posiciones más poderosas de la
sociedad.
Los casos de los colegios militares ilustran el poder del argumento sobre
la segregación sexual como restricción al acceso al conocimiento socialmen-
te valioso. Sin embargo, los dos casos de segregación sexual antes señalados
también involucran una clara desigualdad pues, en ambos, los colegios para
mujeres brindan beneficios mucho menores que los colegios para varones.
No obstante, el argumento sobre segregación sexual y conocimiento social-
mente valioso es igual de válido en otros ambientes donde la igualdad es
mayor, por lo menos en la superficie.
192
Newberg, 26 Pa. D. & C. pp. 698 y 699 (lista de invitados distinguidos).
193
Id. p. 699. La mejor comparación que encontró el tribunal para contrastar escuelas del
área fue hacer notar que la escuela de mujeres organizó un almuerzo en 1971, al cual asistió
la primera mujer presidenta de la American Medical Association. Lo mismo sucedió en 1972
cuando asistió la secretaria mujer de la Commonwealth of Pennsylvania.
194
195 U.S. v. Virginia, 518 U.S. 515 (1996).
195
Id. en 526 y 527 (donde se describe la propuesta para la Virginia Women’s Institute for
Leadership).
196
Id. en 526, 551 y 552 (donde se comparan los dos colegios).
197
Id. pp. 552 y 553.
198
Id. en 557 (cita a Sweatt v. Painter, 339 U.S. 629, 634, 1950).

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 247

Los baños, tanto públicos como privados, también cumplen esta fun-
ción. Los baños son parte importante de la igualdad de la mujer, pues la
desigual provisión de baños públicos es una limitante para la participación
de las mujeres en la esfera pública.199 Incluso cuando los baños de mujeres
son suficientes e iguales a los de los varones, el solo hecho de segregar los
baños puede incrementar la estratificación sexual. Si bien no es su propósito
fundamental, los baños unisex proporcionan a la gente excelentes oportuni-
dades para entablar conversaciones. En un extenso estudio sobre el compor-
tamiento en los baños, un investigador encontró que “si bien ciertas inte-
racciones en la esfera pública del baño” pueden consistir en no más que un
breve intercambio de sonrisas, a menudo ocurren largas conversaciones que
reafirman la biografía compartida de los participantes.200 Dichas interaccio-
nes tienen lugar en los espacios abiertos de los baños, por ejemplo, los lava-
manos, a donde las personas suelen concurrir.201 En los baños de hombres
estos encuentros e intercambios de conversaciones autobiográficas suceden
en el mingitorio.202 Aunque existe una barrera que impide el contacto visual
y el lenguaje no verbalizado, también en los cubículos de los retretes es po-
sible entablar conversaciones.203
Cuando los baños están sexo-segregados de acuerdo con las distintas
formas de segregación sexual que se describen en este proyecto, se constitu-
yen en un foro importante donde podrían ocurrir conversaciones en las que
se intercambian conocimientos socialmente valiosos. Las conversaciones
que tienen lugar en un baño pueden ir desde un breve intercambio de salu-
dos en reconocimiento de la existencia del otro hasta largas tertulias acerca
de los contactos comunes de todas las personas. Sin embargo, la igualdad
conversacional se reserva únicamente por las personas de un mismo sexo.
En una situación en donde los varones tienen el poder, por ejemplo, un

199
V. p. ej., Kathryn H. Anthony y Meghan Dufresne, “Potty Privilege in Perspective:
Gender and Family Issues in Toilet Design”, in Ladies And Gents, supra nota 118, pp. 48, 50-53
(describe cuatro maneras diferentes en que la desigualdad en los baños afecta a las mujeres:
baños inequitativos, baños para mujeres inadecuados, baños para mujeres faltantes y sin
baños en lo absoluto).
200
Spencer E. Cahill, “The Interaction Order of Public Bathrooms”, en Inside Social Life:
Readings in Sociological Psychology and Microsociology 123, 126 (Spencer E. Cahill ed., 5a. ed.
2007).
201
Alex Schweder, “Stalls Between Walls: Segregated Sexed Spaces”, in Ladies and Gents,
supra nota 118, pp. 184 y 184.
202
V. Cahill, supra nota 201, p. 126 (“No es raro, sin embargo, que varones que ya se co-
nocen participen en conversaciones mientras usan mingitorios contiguos”).
203
V. id. p. 124 (“Los individuos que ya se conocen a veces entablan conversaciones desde
retretes separados por una mampara, pues creen que no hay nadie más en el baño”).

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248 DAVID S. COHEN

ambiente laboral en donde tienen todas las posiciones de autoridad, son los
varones, y no las mujeres, quienes tienen esta oportunidad adicional para
conversar con varones poderosos. La conversación puede ser una simple
charla sobre las actividades de fin de semana, pero también puede ser la
continuación de negociaciones sustantivas que se entablaron primero afue-
ra del baño. Al nivel mínimo, esta clase de conversaciones, que van desde
lo trivial hasta lo sustantivo, cumplen la función de crear familiaridad en-
tre individuos. Si se le lleva más lejos (cuando estas conversaciones tienen
lugar a intervalos regulares) esta clase de conversaciones vinculan a los in-
dividuos unos con otros de forma que se establecen contactos explotables
a futuro en el ámbito laboral, sea de manera consciente o inconsciente. En
un mundo en el cual los varones ocupan más posiciones de poder que las
mujeres, la segregación sexual de los baños brinda amplias oportunidades
para el intercambio de información socialmente valiosa que sirve para pre-
servar o profundizar la subordinación de las mujeres, pues dichas conver-
saciones y oportunidades para la interacción tienen lugar en un espacio del
cual quedan excluidas.
La misma lógica se sostiene para otras áreas sexo-segregadas estudiadas
en el presente artículo. Por ejemplo, los deportes sexo-segregados en ligas
recreativas o juegos de pelota dan una oportunidad para que los varones
convivan con otros varones, excluyendo a las mujeres. Cuando se practica
un deporte hay muchas oportunidades para conversar, sea mientras se está
disputando un tanto, en un descanso, antes o después del juego. La segrega-
ción sexual en los campos de golf ha sufrido embates debido al importante
papel que el golf desempeña en la creación de redes en los mundos del de-
recho y los negocios.204 Cuando se excluye a las mujeres de un campo por
completo, o en ciertos horarios o áreas, los hombres retienen la oportunidad
de conectarse y transmitir conocimientos socialmente valiosos a otros varo-
nes, excluyendo, de esta forma, a las mujeres.205 Los clubes sociales, como
las organizaciones sexo-segregadas de membresía voluntaria ya menciona-
das en el presente proyecto, dan oportunidades semejantes para que los
varones convivan —a menudo desde posiciones de liderazgo—.206 Asimis-
204
V. en general Marcia Chambers, The Unplayable Lie: The Untold Story of Women and Discri-
mination in American Golf (1995) (donde de describe la manera en que las mujeres son discrimi-
nadas en el golf); Suzanne Woo, On Course for Business: Women and Golf (2002) (donde se vincula
el éxito empresarial de las mujeres con la habilidad para jugar golf).
205
V. en general Carolyn M. Janiak, Note, “The «Links» Among Golf, Networking, and
Women’s Professional Advancement”, 8 Stan. J. L. Bus. & Finance 317 (2003) (donde se anali-
za cómo el golf es un importante instrumento de creación de redes empresariales y legales).
206
Esa clase de afirmaciones sobre acceso a la información y redes es una característica
común de los alegatos que dicen que los clubes segregados por sexo deberían ser considera-

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 249

mo, la segregación sexual en las instituciones religiosas abre oportunidades


adicionales para cultivar contactos y transmitir conocimientos socialmente
valiosos entre los varones del mismo credo.
Como en el caso ya examinado de los baños, incluso cuando las oportu-
nidades separadas sean de la misma calidad para varones y mujeres, en to-
das estas instituciones las oportunidades que se ofrecen para que los varones
interactúen entre sí excluyendo a las mujeres crean la clase de ambiente que
Daphne Spain describe: las mujeres tienen menos acceso al conocimiento,
y sólo los varones tienen la oportunidad de compartir el conocimiento so-
cialmente valioso. Como resultado, estas formas de segregación sexual co-
múnmente aceptadas perpetúan la estratificación generizada en la sociedad
y forman parte de la hegemonía de los varones.

3. Actitudes negativas hacia las mujeres

Otra característica de la hegemonía de los varones para la cual contri-


buye la segregación sexual radica en la actitud negativa de los varones hacia
las mujeres. Para decirlo llanamente, cuando los varones se encuentran en
ambientes sexo-segregados, a menudo incurren en conductas que crean,
refuerzan y exacerban las actitudes negativas hacia las mujeres, con lo cual
se contribuye a la opresión de los varones contra las mujeres. Esto ocurre
de diversas maneras, como el percibir que las mujeres son inferiores, que
son objetos sexuales o que amenazan los privilegios de los varones. Cuando
estas actitudes se crean, refuerzan o exacerban, los varones extienden su
dominio sobre las mujeres.
El sociólogo y estudioso de masculinidades Michael Kimmel distingue
tres procesos psicológicos básicos que vinculan la segregación sexual con
las actitudes negativas en contra de las mujeres.207 En primer lugar, está
el “efecto de homogeneidad extragrupal”, es decir, la creencia de que to-
das las personas que no pertenecen al grupo son lo mismo,208 así pues, un

dos recintos públicos. V. p. ej., Maine Human Rights Commision v. Le Club Calumet, 609 A.2d 285
(v. mi trabajo, 1992).
207
Este análisis se deriva del informe de un experto en la demanda que Kimml presentó
en contra de Brechinridge County Middle School en Harned, Kentucky. V. A. N. A. v. Breck-
inridge County Bd. of Educ., No. 3:08-cv-00004-CRS (W.D. Ky. Presentada el 19 de mayo de
2008). La escuela propone que haya clases separadas para cada sexo en la secundaria. Kim-
mel es un experto de los demandantes que cuestiona las clases para sexos separados. Aunque
el documento no está disponible para publicación, el autor cuenta con el expediente.
208
V. George A. Quattrone y Edward E. Jones, “The Perception of Variability Within
In-Groups and Out-Groups: Implications for the Law of Small Numbers”, 38 J. Personality &
Soc. Psychol. 141, 142 (1980).

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250 DAVID S. COHEN

grupo de varones que excluye a las mujeres estaría pensando que todas las
mujeres son iguales. En segundo lugar, se encuentra el “efecto de superio-
ridad intergrupal”, o sea, la creencia de que los miembros de un grupo son
superiores a quienes no pertenecen a éste.209 En el contexto de la segrega-
ción sexual, este efecto quiere decir que un grupo de varones que excluye a
las mujeres estaría pensando que los varones son superiores a las mujeres.
Por último, se encuentra el “grupensamiento”, que tiene lugar cuando un
grupo particularmente coherente busca la unanimidad ahogando las mo-
tivaciones del grupo para evaluar el disenso que existe en el pensamiento
del grupo.210 En lo que respecta a la segregación basada en el sexo, el gru-
pensamiento significa que los varones que piensen que las mujeres no son
inferiores tendrían que desechar sus propias ideas independientes.211
El reverso de estos efectos es que la gente es menos prejuiciosa y tiende
menos al grupensamiento en lo que se refiere a la inferioridad de quienes
están fuera del grupo una vez que han estado en contacto con ellos.212 Este
contacto erosiona los estereotipos e incrementa las percepciones positivas
sobre otros grupos. Por supuesto, hay una rica literatura llena de matices
acerca de sus efectos y el cómo y cuándo es más probable que existan en
un grupo.213 Sin embargo, se trata de fenómenos psicológicos básicos que
tienen importantes implicaciones para grupos de varones sexo-segregados.
Los estudios sobre grupos de varones muestran cómo estos efectos con-
tribuyen a actitudes de dominio masculino. En particular, la socióloga Mi-
riam Johnson observó que “los varones tienden a estar más preocupados que
las mujeres por preservar las distinciones de género y la superioridad mascu-
lina [y que] estas tendencias tienen más probabilidades de desarrollarse en
grupos de varones separados que en cualquier interacción directa temprana

209
V. Cynthia L. Pickett y Marilynn B. Brewer, “The Role of Exclusion in Maintaining
Ingroup Inclusion”, in The Social Psychology of Inclusion and Exclusion 89, 100 y 101 (Dominic
Abrams et al. eds. 2005); Brian Mullen, Rupert Brown y Colleen Smith, “Ingroup Bias as a
Function of Salience, Relevance, and Status: An Integration”, 22 Eur. J. Soc. Psychol. 103,
116-119 (1992).
210
V. p. ej., Irving L. Janis, Victims of Groupthink: A Psychological Study of Foreign-Policy Decisions
and Fiascoes 9 (1972).
211
Eric E. Johnson, “The Black Hole Case: The Injunction Against the End of the
World”, 76 Tenn. L. Rev. 819, 901 (2009) (se analiza el “pensamiento de masa”).
212
Thomas F. Pettigrew y Linda R. Tropp, “A Meta-Analytic Test of Intergroup Contact
Theory”, 90 J. Personality & Soc. Psychol. 751, 751 (2006) (donde se lleva a cabo el metanálisis
de 515 estudios sobre contactos intergrupales).
213
V. en general Cynthia L. Estlund, “Working Together: The Workplace, Civil Society, and
the Law”, 89 Geo. L. J. 1, 22-29 (donde se hace una revisión del trabajo científico sobre las
relaciones intergrupales).

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 251

con las mujeres”.214 Esta socióloga ofrece múltiples pruebas en apoyo de su


argumento. Por ejemplo, en estudios de segregación sexual realizados sobre
grupos de niños es posible observar que los niños tienen “mayor necesidad
de consolidar una nueva identidad de género, que se cobija en denigrar a
las niñas”.215 Johnson también examina la tendencia de los varones, cuando
interactúan en ausencia de mujeres, a expresarse sobre ellas como si fueran
objetos sexuales, a usar un lenguaje peyorativo para describir a las mujeres
y a considerar la homosexualidad como si fuera lo mismo que el dominio
sobre las mujeres.216 Un estudio de dichas interacciones estudió a los va-
rones cuando bromean entre sí sin que haya mujeres presentes. El estudio
encontró que cuando no hay mujeres presentes, los hombres cuentan chistes
de contenido sexual que son agresivos y hostiles contra las mujeres.217 Un
estudio de gran escala realizado entre jóvenes de Oregón encontró que hay
una probabilidad muy alta de que esta clase de charla agrave la agresión en
contra de las mujeres.218
En su forma más severa, es altamente probable que esta manera de
pensar acerca de las mujeres, que es parcialmente creada y perpetuada por
la segregación sexual de los varones, incremente la violencia sexual. En un
estudio realizado entre 3,000 estudiantes varones de 32 universidades de
Estados Unidos, se encontró que la agresión sexual grave cometida por va-
rones estaba relacionada con “la participación en grupos que refuerzan una
visión altamente sexualizada de las mujeres”.219 Resumiendo el extenso tra-
bajo que ha realizado comparando diferentes culturas y la relación entre
segregación sexual y violación, Peggy Sanday sostiene:

214
Miriam M. Johnson, Strong Mothers, Weak Wives: The Search for Gender Equality 4 (1988).
215
Id. p. 111. Johnson deja claro que “ésta no es una distinción absoluta, pues las niñas
también tienden a desdeñar a los niños, pero el humillar al otro género opera con mayor
fuerza en los niños”.
216
Id. pp. 118 y 119.
217
Peter Lyman, “The Fraternal Bond as a Joking Relationship: A Case Study of the Role
of Sexist Jokes in Male Group Bonding”, in Changing Men: New Directions in Research on Men and
Masculinity 148, 151 (Michael S. Kimmel ed., 1987).
218
Deborah M. Capaldi, Thomas J. Dishion, Mike Stoolmiller y Karen Yoerger, “Aggres-
sion Toward Female Partners by At-Risk Young Men: The Contribution of Male Adolescent
Friendships”, 37 Developmental Psychol. 61, 70 (2001) (“Los hallazgos del presente estudio con-
firman la hipótesis de que la agresión de los varones contra las mujeres puede ser explicada
en parte por su participación en conversaciones hostiles sobre mujeres con otros varones”).
219
Mary P. Koss y Thomas E. Dinero, “Predictors of Sexual Aggression Among a Natio-
nal Sample of Male College Students”, 528 Annals N. Y. Acad. Sci. 133, 144 (1988) (también
se mencionan “el uso frecuente de alcohol” y la “pornografía violenta y degradante” como
factores relacionados).

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252 DAVID S. COHEN

Los estudios interculturales demuestran que, siempre que los varones forman
grupos exclusivamente varoniles de naturaleza duradera y a cuya carga mís-
tica entregan su lealtad, invariablemente se obtiene como resultado la denos-
tación de las mujeres, pues es parte del vínculo místico y la agresión sexual
es el medio por el cual ese vínculo se renueva. Mientras que existan clubes
exclusivos para varones en una sociedad que privilegia a los varones como
categoría social, hemos de reconocer que la agresión sexual colectiva ofrece
un ambiente propicio para que los hombres manifiesten sus privilegios socia-
les e introduzcan a muchachos adolescentes en el lugar que ocuparán en la
jerarquía del estatus.220

En un estudio sobre varones adolescentes, Micheal Kimmel también


atribuye la alta incidencia de violación y prerrogativas sexuales entre los va-
rones de organizaciones exclusivas para varones al hecho de que la mayoría
de sus miembros tiene estatus de élite.221 La evidencia, ciertamente, no lleva
a la conclusión de que todos los varones que se encuentran en ambientes
sexo-segregados se convertirán en agresores sexuales, sin embargo, la segre-
gación sexual de los varones en el contexto de una sociedad dominada por
varones, en particular cuando dicha segregación sexual lleva a ver a las mu-
jeres como si fueran objetos sexualizados, incrementará esa probabilidad.
Las dinámicas de grupo que empujan a los varones a tener visiones des-
tructivas de las mujeres ocurren en muchos de los contextos sexo-segregados
que se discuten en el presente proyecto. Por ejemplo, la segregación sexual
de las escuelas ha sido relacionada con opiniones negativas acerca de ni-
ñas y mujeres entre niños y varones. Como lo resume Elisabeth Woody, “la
educación exclusiva para varones a menudo se concibe como la oportuni-
dad para restaurar el papel tradicional de los sexos”.222 En un informe que
resume la experiencia de California con las escuelas para un solo sexo en
el sistema educativo público,223 los investigadores encontraron que la ma-
yor parte de los maestros de los muchachos, al tener una discusión sobre

220
Peggy Reeves Sanday, Fraternity Gang Rape: Sex, Brotherhood, and Privilege on Campus 19 y
20 (1990); v. asimismo Peggy Reeves Sanday, “The Socio-Cultural Context of Rape: A Cross-
Cultural Study”, 37 J. Soc. Issues 5, 15 (1981) (donde se describe a las sociedades “tendientes
a la violación” como aquellas en que la configuración generizada “coloca a los hombres en
la posición de grupo social enfrentado a las mujeres”).
221
Michael Kimmel, Guyland: The Perilous World where Boys Become Men 233-240 (2008).
222
Elisabeth L. Woody, “Constructions of Masculinity in California’s Single-Gender
Academies”, en Gender in Policy and Practice: Perspectives on Single-Sex and Coeducational Schooling
280, 285 (Amanda Datnow y Lee Hubbard eds., 2002).
223
Cal. Educ. Code § 58521 (donde se establece un programa piloto de colegios de un
solo sexo).

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 253

el género, discutían acerca de “los conceptos tradicionales de los papeles


generizados”,224 y estos conceptos tradicionales del género incluían “el su-
puesto de que los varones son más fuertes que las mujeres”.225 Otro informe
sobre el experimento encontró que “al separar a los niños de las niñas, se
acentúa el sentido grupal de los niños, lo cual no sucede entre las niñas”.226
Las investigaciones sobre los programas educativos exclusivos para varo-
nes por lo general encuentran que dichos programas refuerzan el concepto
tradicional de jerarquía generizada y la creencia de que las mujeres son
inferiores.227 Estos hallazgos están en línea con estudios sobre segregación
sexual en la niñez, los cuales muestran que la segregación sexual en grupos
de juego infantiles “puede sentar las bases para la perpetuación de la domi-
nación varonil”.228
El deporte es otra área en donde los varones sexo-segregados suelen de-
sarrollar actitudes negativas hacia las mujeres. En un estudio de los equipos
de rugby sexo-segregados, el investigador llegó a la conclusión de que los va-
rones de esos equipos “continua y simultáneamente construyen imágenes de

224
Amanda Datnow, Lea Hubbard y Elisabeth Woody, Ont. Inst. For Studies in Educ.,
Is Single Gender Schooling Viable In The Public Sector? Lessons From California’s Pilot
Program 50 (2001).
225
Id. p. 52.
226
Woody, supra nota 223, pp. 291.
227
Christopher Jencks y David Riesman, The Academic Revolution 297-30 (1977); Carolyn
Jackson, “Can Single-Sex Classes in Co-Educational Schools Enhance the Learning Expe-
riences of Girls and/or Boys? An Exploration of Pupils’ Perceptions”, 28 British Educ. Res.
J. 37, 44-46 (2002) (donde se encuentra un incremento en la masculinidad machista, así
como un probable efecto en los estereotipos sobre las mujeres, citando investigaciones en
este sentido); Valerie E. Lee, Helen M. Marks y Tina Byrd, “Single-Sex and Coeducational
Independent Secondary School Classrooms”, 67 Soc. Of Educ. 92, 103 y 104 (1994) (donde se
encuentra que las escuelas exclusivas para varones tienen una mayor incidencia que las es-
cuelas mixtas de las “formas más graves de sexismo”, así como de estereotipos sobre el sexo y
el género); v. asimismo Nancy Levit, “Separating Equals: Educational Research and the Long-
Term Consequences of Sex Segregation”, 67 Geo. Wash. L. Rev. 451, 494-496 (1999) (que
resume investigaciones y afirma que la mayor parte de los investigadores ha encontrado
que la educación mixta prepara mejor a los estudiantes para los papeles ocupacionales e in-
terpersonales de la edad adulta, incluyendo la comprensión de cómo mantener relaciones de
largo plazo con miembros del sexo opuesto y cómo evitar el uso inadvertido de estereotipos
tradicionales); cf. Rebecca S. Bigler, Christia Spears Brown y Marc Markell, “When Groups
are not Created Equal: Effects of Group Status on the Formation of Intergroup Attitudes in
Children”, 72 Child Dev. 1151 (2001) (que encontró que los estudiantes en grupos de alto nivel
creaban prejuicios en contra de los de bajo nivel).
228
Campbell Leaper, “Exploring the Consequences of Gender Segregation in Social Re-
lationships”, in Childhood Gender Segregation: Causes and Consequences 67, 72 (Campbell Leaper
ed., 1994).

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254 DAVID S. COHEN

la femineidad relacionalmente contrastantes y con frecuencia misóginas”.229


En especial, los varones acosaban a las mujeres que pasaban junto al campo
de entrenamiento y hacían comentarios despectivos a otros jugadores que
eran asociados con ser femeninos, y hacían fiestas después de los partidos en
las que trataban a las mujeres como objetos sexuales al tiempo que cantaban
“canciones de rugby” con letras misóginas, muchas veces de tono virulen-
to.230 En un contexto diferente, un estudio de las autobiografías de atletas
varones encontró que el ambiente sexo-segregado favorece “que fermente
la misoginia”.231 En vestidores y autobuses sexo-segregados, los varones in-
curren en pláticas que “incluyen insultos contra las esposas, hermanas, ma-
dres y novias de otros jugadores”.232 Michael Messner, importante sociólogo
del deporte y las masculinidades, describe la manera en que las jugarretas
de vestidor entre atletas varones (quienes no se encuentran en presencia de
mujeres) incluyen lenguaje sexualmente agresivo en contra de las mujeres.233
Esta clase de conducta se encuentra en ambientes desde las ligas infantiles
de béisbol234 hasta los vestidores de equipos universitarios.235 Messner tam-
bién observó la empatía hacia las mujeres, llegando a la conclusión de que
“la vinculación homosocial entre varones, en especial cuando el vínculo es
un vínculo de dominación sexual, es un ambiente muy poco propicio para
el desarrollo de la empatía hacia las mujeres”.236
Quizá las fraternidades universitarias sean el ambiente sexo-segregado
donde resulta más evidente que los varones desarrollan actitudes negativas

229
Steven P. Schacht, “Misogyny on and off the «Pitch»”, 10 Gender & Soc’y 550, 551
(1996).
230
Id. pp. 558 y 159.
231
Steven J. Overman, Living out of Bounds: The Male Athlete’s Everyday Life 96 (2009).
232
Id.
233
Michael A. Messner y Mark Stevens, “Scoring without Consent: Confronting Male
Athletes’ Sexual Violence against Women”, en Out of Play: Critical Essays on Gender and Sport
107, 112 (Michael A. Messner ed., 2007); v. asimismo Messner, supra nota 122, pp. 96-102
(donde se describe la percepción de las mujeres como objetos de conquista sexual en las
amistades entre atletas varones).
234
Gary Alan Fine, With the Boys: Little League Baseball and Preadolescent Culture 103-123
(1987).
235
Timothy J. Curry, “Fraternal Bonding in the Locker Room: A Profeminist Analysis
of Talk about Competition and Women”, 8 Sociology of Sport J. 119, 127-132 (1991). Curry
encontró que “prevalecen las conversaciones que afirman la identidad masculina tradicional,
en las que abunda el lenguaje que objetiviza a las mujeres y la cháchara homofóbica, así
como verborrea agresiva y hostil en contra de las mujeres, la clase de lenguaje que favorece
la cultura de la violación”. Id. p. 128.
236
Messner y Stevens, supra note 234, at 114.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 255

hacia las mujeres. En dichas fraternidades los análisis cuantitativos han al-
canzado los siguientes hallazgos:

En éstas se encuentran actitudes tradicionales hacia las mujeres. Es más pro-


bable que sus miembros crean que a las mujeres les gusta “lo rudo” en el am-
biente físico, que las mujeres fingen que no desean tener relaciones sexuales,
aunque quieren ser forzadas, que los varones deben llevar el control de las
relaciones, que las mujeres sexualmente liberadas son promiscuas y que es
probable que tengan relaciones sexuales con cualquiera, y que las mujeres
secretamente desean ser violadas.237

De manera semejante, otros estudios antropológicos cualitativos han


encontrado que los rituales de vinculación varonil en las fraternidades tien-
den a desarrollar actitudes misóginas en contra de las mujeres.238 Estas acti-
tudes incluyen creencias como que los varones deben ser sexualmente domi-
nantes, que el acoso sexual contra las mujeres es necesario para los vínculos
varoniles y que las mujeres deben estar dispuestas a tener relaciones sexua-
les con los varones.239
En su análisis sobre los varones en ambientes sexo-segregados, Johnson
deja muy en claro que esta clase de pensamiento no es “típico de todos los
varones ni de todos los pensamientos sobre las mujeres que tienen algunos
varones”.240 Sin embargo, los varones que no participan en la objetifica-
ción sexual de las mujeres pueden ser proscritos, castigados o algo peor.241
Johnson también afirma que, a pesar de ello, “esta clase de pensamiento
es parte normal del pensamiento de los grupos de varones y resulta más
evidente cuando no hay mujeres cerca que puedan contrarrestarlo”.242 Los
ejemplos de segregación sexual aquí descritos proporcionan evidencia de
este efecto.

237
John D. Foubert, Dallas N. Garner y Peter J. Thaxter, “An Exploration of Fraternity
Culture: Implications for Programs to Address Alcohol-Related Sexual Assault”, 40 Coll.
Student J. 361, 362 (2006) (citando a S. B. Boeringer, “Associations of Rape-Supportive At-
titudes with Fraternity and Athletic Participation”, 5 Violence Against Women 81 (1999); A. M.
Schaffer y E. S. Nelson, “Rape-Supportive Attitudes: Effects of On-Campus Residence and
Education”, 34 J. Coll. Student Dev. 175, 1993).
238
Sanday, Fraternity Gang Rape, supra nota 221, pp. 113-134, 174-193.
239
Id. pp. 124 y 125.
240
Johnson, supra nota 215, p. 119.
241
Id. p. 118. Johnson escribe: “Considérese al varón cuya empatía humana lo vuelve
impotente en un rapto masivo contra una mujer; puede ser que el resto del grupo castigue
su impotencia violándolo”.
242
Id. p. 119.

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256 DAVID S. COHEN

4. Actitudes negativas hacia lo masculino no hegemónico

Un elemento casi necesario del desarrollo de actitudes negativas y do-


minantes en contra de las mujeres en grupos de varones sexo-segregados es
el concomitante desarrollo de actitudes semejantes en contra de los varo-
nes que no se apegan a la masculinidad hegemónica tal como se espera de
ellos. Los grupos de varones supervisan activamente los límites de la con-
ducta aceptable para muchachos y varones.243 La vigilancia de estos límites
ocurre con mayor frecuencia en grupos de varones y niños que en aquellos
de mujeres y niñas, y eso es así porque varones y niños, como el grupo
de estatus más alto en la sociedad, están más comprometidos en conser-
var la identidad del grupo.244 Más aún, los varones que cruzan los límites
del género amenazan las percepciones de cohesión intragrupal e inferiori-
dad extragrupal; en otras palabras, si los varones no conformistas fueran
aceptados por sus grupos de pares masculinos, cuestionarían la identidad
cohesiva del grupo de varones y se arriesgarían a que las mujeres se vean
menos inferiores.245 Cuando los varones manifiestan actitudes negativas y
dominantes hacia los varones no conformistas se demuestran a sí mismos y
a los demás que no son afeminados ni gays, y que claramente son varones
y masculinos.246
Este desarrollo de actitudes negativas y dominantes hacia los varones
que no se conforman al patrón de género establecido resulta evidente en
muchos de los ambientes sexo-segregados descritos en este proyecto. Con
respecto a la educación sexo-segregada, uno de los estudios del proyecto
piloto de escuelas para sexos separados encontró que los muchachos en es-
cuelas exclusivas para varones “determinan las reglas de la masculinidad”
al denigrar a los muchachos que cruzan las barreras del género con bur-
las homofóbicas.247 Al revisar las investigaciones sobre esta cuestión en el
contexto de las escuelas sexo-segregadas, Wayne Martino y Bob Meyenn
afirman que “sin importar la orientación sexual, aquellos muchachos que
no pueden ajustarse a la masculinidad heterosexual hegemónica corren un
243
C. Haywood y M. Mac an Ghaill, “Schooling Masculinities”, en Understanding Mascu-
linities: Social Relations and Cultural Arenas 50, 54 y 55 (M. Mac an Ghaill ed. 1996).
244
V. Leaper, supra nota 229, p. 73.
245
Id.
246
Curry, supra nota 236, p. 129.
247
Woody, supra nota 223, pp. 296 y 296. Woody llega a esta conclusión: “Todos los
esfuerzos por desafiar las expectativas de la masculinidad se vieron limitados por la lealtad
de los estudiantes a un estricto código de reglas para la conducta y expresión de los mucha-
chos”. Id. p. 298.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 257

mayor riesgo de ser molestados por otros muchachos que sus contrapartes
femeninas”.248
El deporte sexo-segregado es otra área donde ocurre la supervisión ge-
nerizada en detrimento de los varones disconformes. El estudio sobre rugby
antes mencionado encontró que los equipos sexo-segregados aplican las mis-
mas prácticas denigrantes en contra de los varones género-disconformes.249
Messner encontró que la disconformidad generizada como conducta está
supervisada en todos los vestidores de varones por medio de una selección
homofóbica en contra de aquellos individuos que revelaban aspectos menos
tradicionalmente masculinos de su personalidad.250 Como ejemplo de la se-
veridad de los castigos por la disconformidad de género se enfatiza la ma-
nera en que un atleta, varón gay de clóset, se mezclaba con sus compañeros
en el vestidor, haciendo también un despliegue de lenguaje agresivo de con-
tenido sexual en contra de las mujeres.251 Un estudio realizado en vestidores
universitarios para varones encontró que se expresan comentarios violentos
y chistes de mal gusto sobre los varones gay, “pues así los atletas se ponen a
sana distancia de ser categorizados como gays”.252
Los baños sexo-segregados también brindan un espacio para la supervi-
sión generizada. Los varones que no se conforman con la masculinidad he-
gemónica, en especial los adolescentes en edad escolar, están sujetos a acoso
y violencia en los baños sexo-segregados,253 más aún, los graffitis antigay

248
Wayne Martino y Bob Meyenn, “«War, Guns and Cool, Tough Things»: Interrogating
Single-Sex Classes as a Strategy for Engaging Boys in English”, 32 Cambridge J. Of Educ. 303,
313 (2002).
249
Schacht, supra nota 230, p. 558 (“Si bien la mayor parte de tales prácticas se aplican a
las mujeres, también se aplican de manera homofóbica a los varones que no se ajustan a la
imagen de un varón según los jugadores de rugby. Dichas acciones permiten a los jugadores
definir relacionalmente la masculinidad y, todavía más importante, lo que ésta no es”).
250
Messner y Stevens, supra nota 234, pp. 112 y 113.
251
Id. p. 113.
252
Curry, supra nota 236, p. 130. Curry especula que “quizá los atletas varones sean es-
pecialmente defensivos debido a la cercanía y desnudez física que hay en los vestidores y el
contacto entre los varones a lo largo del juego”. Id.; v. asimismo Messner, supra note 122, 106 y
107 (donde se examina el papel de la homofobia en las relaciones entre atletas varones como
una manera de “descontar la posible existencia de deseo erótico entre varones”) (“La seguri-
dad no es la principal preocupación para los estudiantes transgénero, porque los estudiantes
que desafían las normas de género suelen ser objeto de acoso. Casi siempre el usar el baño
de hombres o de mujeres es un tema de controversia”); Transgender Law Center, Peeing in Peace:
A Resource Guide for Transgender Activists and Allies 3 y 4 (2005) (donde se analiza el problema de
tener baños seguros para gente transgénero).
253
V. Jeff Perrotti y Kim Westheimer, When the Drama Club is not enough: Lessons from the Safe
Schools Program for Gay and Lesbian Students 62 (2001).

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258 DAVID S. COHEN

aparecen regularmente en los baños de varones.254 Un investigador descri-


be dichos graffitis de baño de la siguiente manera: “[l]os graffitis asumen un
público antigay e incluso homofóbico y tienen como fin movilizar la homo-
fobia, coordinando y expresando las relaciones sociales que subyacen en los
graffiti y que estos activan”.255 La supervisión generizada también ocurre en
forma de reglas no escritas para la etiqueta en los lavabos, cuyas premisas
son la heterosexualidad y evitar la apariencia de homosexualidad.256 La su-
pervisión generizada en los baños también involucra al Estado, pues hay
una larga historia de arrestos policíacos por actividades sexuales percibidas
que, puesto que los baños son sexo-segregados, son por definición homo-
sexuales.257
Los varones de masculinidad no hegemónica también son maltratados
en las prisiones sexo-segregadas. Algunas instituciones correccionales dan
custodia preventiva a dichos varones cuando se ven amenazados por la po-
blación en general.258 Un estudio de varones protegidos por dicha custo-
dia encontró que los prisioneros homosexuales tenían mayor probabilidad
que otros varones heterosexuales de ser maltratados por otros prisioneros
y guardias.259 Otro trabajo resumió y confirmó décadas de hallazgos que
revelan que, en un contexto carcelario, los varones que no manifiestan una
masculinidad hegemónica son maltratados o violados.260
Al igual que en su relación con la masculinidad hegemónica, la se-
gregación sexual es una fuerza poderosa para fortalecer la hegemonía de
los varones. Otros aspectos de la vida tienen un efecto semejante, pues la
segregación sexual no está precisamente sola en la creación de la acep-
tación social de la categoría “varones” o en restringir la transferencia de

254
George W. Smith, “The Ideology of «Fag»: The School Experience of Gay Students”,
39 Soc. Q. 309, 320-321 (1998).
255
Id. p. 321.
256
Olga Gershenson y Barbara Penner, “Introduction: The Private Life of Public Cone-
veniences”, en Ladies and Gents, supra nota 118, pp, 1, 18 y 19 (“Si bien los genitales quedan
expuestos en el migitorio, los otros varones nunca los deben mirar”).
257
Id.
258
Leanne Fiftal Alarid, “Sexual Orientation Perspectives of Incarcerated Bisexual and
Gay Men: The County Jail Protective Custody Experience”, 80 Prison J. 80, 93 (2000).
259
Id. pp. 89, 92 y 93.
260
Christopher Hensley, Jeremy Wright, Richard Tewksbury y Tammy Castle, “The
Evolving Nature of Prison Argot and Sexual Hierarchies”, 83 Prison J. 289, 292-295 (2003).
Si bien el violador de la cárcel participa en lo que parece ser una conducta masculina no he-
gemónica, a saber, el coito con otro varón, la meta del sexo en el ambiente carcelario es tanto
el alivio físico como el fortalecimiento de la identidad masculina por medio de la agresión y el
dominio. Id. p. 292.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 259

conocimientos socialmente valiosos a otros varones al tiempo que se priva


de ellos a las mujeres. La segregación sexual tampoco es lo único que da a
los varones la oportunidad de cultivar y magnificar las actitudes negativas
hacia las mujeres, pues hay otros factores que existen para supervisar la
conformidad generizada y castigar a los varones que no manifiestan una
masculinidad hegemónica. Sin embargo, la contribución de la segregación
sexual a estos aspectos de la hegemonía de los varones también debe ser
entendida y resuelta.

VI. Conclusiones

Aquí se examinaron dos aspectos de la segregación sexual que impactan


sobre los varones y la masculinidad: la construcción de una masculinidad
hegemónica y la perpetuación de la hegemonía de los varones, elementos
importantes al momento de comprender plenamente la segregación sexual
moderna. Las características que la segregación sexual asocia con la mas-
culinidad hegemónica, tal como las he identificado (a saber, que los varones
no son femeninos, que los varones son heterosexuales y que los varones son
físicamente agresivos), restringen la identidad de los varones de un modo
perjudicial para mujeres y varones, aunque de manera diferente. La mascu-
linidad hegemónica perjudica a las mujeres, sujetándolas a la discriminación
y al abuso que parte de aquellos varones que pretenden alcanzar el concepto
dominante de masculinidad.261 La masculinidad hegemónica también perju-
dica a los varones que no la manifiestan, pues ellos también quedan sujetos
a la violencia cuando confrontan o violan las normas generizadas.262 De ma-
nera más general, la masculinidad hegemónica, construida en parte en torno
a las instancias de segregación sexual descritas en este proyecto, perjudica a
todos los varones, pues, sin importar cuánto se acerquen al ideal hegemónico,
siempre se les presionará para que modelen su identidad con base en este
ideal que puede o no corresponder a la identidad que sienten tener. En este
sentido, instituciones como la segregación sexual obligan a los varones a “ha-

261
V. Connell, supra nota 40, pp. 1-4.
262
Id. p. 4; Connell, supra nota 42, p. 78. Dos ejemplos vívidos de esta clase de violencia
son las muertes de Brando Teena y Matthew Shepard, que son tan sólo una mínima porción
de toda la violencia antigay que existe. V. Nancy Levit, “A Different Kind of Sameness: Be-
yond Formal Equality and Antisubordination Strategies in Gay Legal Theory”, 61 Ohio St. L.
J. 867, 874 y 875 & n.29 (2000) (donde se describen sus muertes, así como las estadísticas de
la violencia contra los homosexuales).

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260 DAVID S. COHEN

cer género” o “actuar el género”, tal como lo describen las teorías de género
antiesencialistas posmodernas.
Sin embargo, el impacto inhibitorio sobre la identidad y la libertad no
es lo único que importa de la segregación sexual al hablar de varones y mas-
culinidad. La segregación sexual también contribuye a la segregación de los
varones, en el sentido de que es una institución comúnmente aceptada que
ayuda a crear y perpetuar la dominación masculina sobre las mujeres y so-
bre otros varones. Como nos lo enseña el antiesencialismo, esta dominación
difícilmente se puede considerar un fenómeno natural; por el contrario, es
algo construido y se vuelve parte de lo que se percibe como pieza esencial
de la masculinidad y los varones. El desenmascarar la construcción de esta
hegemonía forma parte de cualquier proyecto antiesencialista. Como se co-
mentó con detalle, la segregación sexual forma parte de la construcción de
esta hegemonía de dos formas importantes: en primer lugar, crea una apa-
rente dicotomía naturalizada entre “varones” y “mujeres”. En segundo lu-
gar, contribuye a crear ambientes en los que la relación con las mujeres y con
otros varones de masculinidad no hegemónica es de dominio. Esto ocurre
por medio de la transferencia de conocimientos socialmente valiosos a otros
varones, así como por medio de la promoción de actitudes negativas hacia las
mujeres y otros varones de masculinidad no hegemónica.
Podría parecer que la conclusión lógica de este análisis es que hay que
prohibir la segregación sexual. Después de todo, las prácticas gubernamen-
tales y las instituciones societales que restringen la identidad masculina a
costa de los varones y los varones de masculinidad no hegemónica son in-
consistentes con las normas antidiscriminatorias. Más aún, la segregación
sexual amenaza el valor constitucional de la libertad, pues crea y perpetúa
identidades restringidas para los varones. También es un peligro para la
igualdad, al crear el domino de varones particulares sobre las mujeres y
otros varones. Tal como sugiero en la introducción a este proyecto,263 la po-
sición final que estoy trabajando es una que acepta mucho menos la segre-
gación sexual que aquella aceptada por las leyes y normas actuales.
No obstante, mis preocupaciones por el impacto de la segregación se-
xual sobre la masculinidad hegemónica y la hegemonía de los varones no
puede por sí solo formar un argumento concluyente en esta dirección. Hay
otras piezas del rompecabezas que también deben ser tomadas en conside-
ración, tales como las implicaciones de la segregación sexual en las perso-
nas transgénero e intersexuales, sobre las mujeres, las personas de color y
otras personas. En un futuro, espero abordar dichas cuestiones como parte
263
V. Cohen, supra nota 2, en la introducción.

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MANTENIENDO A LOS HOMBRES COMO HOMBRES... 261

de un proyecto más vasto para investigar la persistencia moderna de la se-


gregación sexual. Mientras tanto, los daños de la segregación sexual aquí
descritos con respecto a la masculinidad y los varones son graves y deben ser
tenidos en cuenta por cualquiera que intente justificar el estado moderno de
la segregación sexual en el derecho y la sociedad.

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SOBRE LAS TRADUCCIONES

El artículo de Angela P. Harris fue traducido por Diego Iturriza.

El resto de los artículos por Mauricio Sanders.

Todas las traducciones fueron revisadas por Laura Saldivia Menajovsky.

Permisos y citas originales

Angela P. Harris, “Género, violencia, raza y justicia penal”, fue originaria-


mente publicado como “Gender Violence, Race, and Criminal Justice”, 52
Stan. L. Rev. 777 (1999-2000).

Ann McGinley, “Policías y choque de masculinidades”, fue originalmente


publicado en hebreo como “Policing and the Clash of Masculinities”, 39 Tau
L. Rev. 497 (2017), y luego en inglés en 59 Howard L.J. 221 (2015).

Janet Chan, Sally Doran y Christina Marel, “Hacer y deshacer el género


en el trabajo policial”, fue originalmente publicado como “Doing and Un-
doing Gender in Policing”, Theoretical Criminology, 14(4), 425-446 (2010).

Camila A. Gripp y Alba M. Zaluar, “Policía y performance de género en el


trabajo: hipermasculinidad y el trabajo policial como función masculina”,
fue originariamente publicado como “Police and Gendered Labor Perfor-
mances: Hypermasculinity and Policing as a Masculine Function”, Vibrant.
Virtual Brazilian Anthropology, v. 14, n. 2., Brasilia (agosto de 2017).

Joe L. Couto, “Escuchando sus voces e integrándoles: el lugar de les oficia-


les de policía canadienses LGBT en la cultura policial”, fue originariamente
publicado como “Hearing their Voices and Counting them in: The Place of
Canadian LGBTQ Police Officers in Police Culture”, Journal of Community
Safety and Well-Being (CSWB) 3(3): 84-87 (diciembre de 2018).

263
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264 SOBRE LAS TRADUCCIONES

David S. Cohen, “Manteniendo a los hombres como hombres y a las muje-


res subordinadas: segregación sexual, antiesencialismo y masculinidad”, fue
originalmente publicado como “Keeping Men «Men» and Women Down:
Sex Segregation, Anti-Essentialism, and Masculinity”, 33 Harv. J.L. & Gender
509 (2010).

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ACERCA DE LES AUTORXS

Janet Bick Lai Chan es profesora emérica en UNSW Faculty of Law &
Justice, Sidney, Australia. Ha investigado un amplio abanico de temas: refor-
ma e innovación en el sistema de justicia penal, cultura organizacional, la or-
ganización social de la creatividad y el impacto de la tecnología de vigilancia.
David S. Cohen es profesor de Derecho en Drexel University’s Kline School
of Law, Filadelfia, Pensilvania, Estados Unidos. Escribe sobre derechos re-
productivos, discriminación sexual, masculinidades y los patrones de voto de
la Suprema Corte de Estados Unidos.
Joe Luis Couto es director de Government Relations and Communica-
tions para la Ontario Association of Chiefs of Police. También es candidato
a Doctor of Social Sciences en Royal Roads University. Fue condecorado con
la medalla Queen’s Diamond Jubilee por sus contribuciones al control poli-
cial y a la seguridad pública en Canadá, en 2013, y recibió el premio Serving
With Pride Ally en 2016.
Sally Doran comenzó su carrera como trabajadora social orientada a
la psiquiatría. Más tarde enseñó y coordinó programas en Australia para
personas desempleadas y cursos para estudiantes con discapacidad intelectual.
Luego de conseguir su máster en criminología trabajó en varias investigacio-
nes y evaluaciones de proyectos relacionados con la policía y la cultura legal,
la prevención del crimen juvenil y la violencia doméstica. Actualmente está
retirada.
Camila Gripp es licenciada en Ciencia Política y senior Research Associate
en Yale Law School. Su trabajo examina la reforma policial en Brasil, diser-
tación doblemente premiada. Se dedica a ayudar a organizaciones en el siste-
ma de justicia a desarrollar sus objetivos a través de la inversión en el cambio
institucional y en la legitimidad pública.
Chris Gruenberg es abogado antipatriarcal y defensor de derechos hu-
manos. Tiene un máster en Administración Pública por la Universidad de
Harvard, Estados Unidos. Su trabajo se focaliza en la deconstrucción de la
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266 ACERCA DE LES AUTORXS

masculinidad hegemónica con el objetivo de desnaturalizar el sesgo hetero-


cis-patriarcal que atraviesan el diseño y la gestión de políticas públicas. Dirige
el programa Detox de Masculinidad para crear culturas laborales diversas,
inclusivas y libres de acoso sexual.
Angela P. Harris es profesora de Derecho en la Universidad de California,
Davis, Estados Unidos. Es fundadora coeditora en jefe de la Journal of Law
and Political Economy, y una de las académicas jurídicas más citadas de los
Estados Unidos. Escribe sobre teoría crítica racial, teoría feminista, derecho
y economía política y, más recientemente, sobre derecho y salud pública. Su
trabajo se centra en el rol del derecho en facilitar o bloquear cambios sociales
estructurales.
Christina Marel es senior Research Fellow y Program Lead de tratamien-
to y traducción en poblaciones complejas en el Matilda Centre for Research
in Mental Health and Substance Use en la Universidad de Sydney, Australia.
Su investigación se focaliza en mejorar el entendimiento y las respuestas a los
desórdenes mentales basados en el consumo de drogas en poblaciones com-
plejas, así como en desarrollar recursos sustentados en evidencia destinados a
promover la traducción de la investigación a la clínica práctica.
Ann C. McGinley, es profesora de Derecho William S. Boyd de la Univer-
sidad de Nevada, Las Vegas, Estados Unidos. También es Visiting Foreign
Professor de la Universidad Adolfo Ibáñez en Santiago, Chile. Escribe sobre
género, discriminación laboral, derecho de las personas con discapacidad, y
aplica la teoría sobre masculinidades desde las ciencias sociales a la interpre-
tación legal.
Alba Zaluar (1949-2019) fue una antropóloga brasileña y profesora de la
Universidad Estatal de Río de Janeiro. Su prolífico y motivador trabajo ha
contribuido a mejorar el conocimiento sobre la violencia urbana y la margi-
nalización. Publicó ampliamente en estos temas y fue mentora de cientos de
estudiantes de ciencias sociales durante toda su carrera.

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Entre policías: violencia institucional y deseo homosocial, editado por el
Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, se terminó de
imprimir el 5 de abril de 2024 en los talleres de Litográfica Ingra-
mex, S. A. de C. V., Centeno 162-1, Granjas Esmeralda, Iztapa-
lapa, 09810 Ciudad de México, tel. 55 5445 0470, ext. 364. En
su composición tipográfica se utilizó tipo Baskerville en 9, 10 y 11
puntos. En esta edición se empleó papel holmen book de 55 gramos
para los interiores y cartulina couché de 250 gramos para los fo-
rros. Consta de 300 ejemplares (impresión digital).

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