Ecos Del Manana Profundo - Alejandro Canedo Velez
Ecos Del Manana Profundo - Alejandro Canedo Velez
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ECOS DEL MAÑANA PROFUNDO
Alejandro Canedo Vélez
2023
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Copyright © 2023 Alejandro Canedo Vélez
Date
2023-08-19 22:48:04
Transaction hash
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INTRODUCCIÓN
En este libro he reunido una colección de 26 microcuentos de
ciencia ficción que exploran temas universales sobre la condición
humana, la tecnología, la soledad y la búsqueda de sentido. Pero
además, espero que estas piezas de imaginación especulativa te
transporten a mundos lejanos y realidades alternativas.
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cosmos. También surgió una galería de personajes que espero
resuenen en tu imaginación y te acompañen por mucho tiempo.
Conocerás entidades no humanas, científicos extraviados,
náufragos del espacio o máquinas con alma. Tal vez, de alguna
manera, estas pequeñas chispas del futuro contribuyan a tejer una
mitología del mañana.
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DEDICATORIA
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CONTENIDO
ECOS DEL MAÑANA PROFUNDO
Alejandro Canedo Vélez
INTRODUCCIÓN
DEDICATORIA
UNO: La última luz
DOS: Melodía del astro rey
TRES: El absurdo sobreviviente
CUATRO: Último ocaso
CINCO: El intruso del pasado
SEIS: El adiós final
SIETE: Salvaje polizón
OCHO: Éxodo digital
NUEVE: El escultor de recuerdos
DIEZ: Coleccionista de atardeceres
ONCE: El ladrón de paisajes
DOCE: La taberna de los inmortales
TRECE: Señales del fin
CATORCE: Vigilante etéreo
QUINCE: La fractura cósmica
DIECISÉIS: El encuentro imposible
DIECISIETE: La ciudad encapsulada
DIECIOCHO: Sinfonía germinal
DIECINUEVE: Al borde de la eternidad
VEINTE: El corazón perdido
VEINTIUNO: En busca de uno mismo
VEINTIDOS: El viaje interior
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VEINTITRES: El demiurgo errante
VEINTICUATRO: La bendición del náufrago
VEINTICINCO: Redención entre las estrellas
VEINTISEIS: La guardiana solitaria
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UNO: LA ÚLTIMA LUZ
Finalmente, la última estrella se apagó y el universo quedó sumido
en una oscuridad infinita. Los remanentes de las civilizaciones
espaciales se reunieron alrededor de la última chispa de luz, una
pequeña esfera de energía creada por una antigua raza ya extinta.
Pero en lugar de luchar por ella, decidieron compartir la luz,
contarse sus historias, derrochar memorias hablando de los días en
que las estrellas llenaban el cielo. Al final, cuando la esfera de luz
comenzó a debilitarse, juntos cantaron una canción antigua, una
canción de despedida para la última luz del universo. Y así, entre el
último instante de la luz y el primero de la tiniebla, encontraron la
verdadera hermandad.
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DOS: MELODÍA DEL ASTRO REY
Cuando su nave quedó atrapada en el campo gravitacional del Sol
supo que estaba perdido, así que rápidamente pensó en la mejor
forma de morir. Decidió sacar su flauta y tocar una melodía al azar,
improvisada. Para su sorpresa, con las primeras notas la nave se
detuvo. Dejó de tocar y la nave fue arrastrada nuevamente.
“Qué locura”, pensó para sus adentros y siguió tocando para que el
Sol no se lo devore. LA LA-DO-FA-FA-FA-LA-DO-SOL-SOL-SOL...
Por un lado, estaba feliz de haberle ganado al astro rey con una
simple flauta pero, por el otro, sabía que tarde o temprano se
agotaría, se acabaría el aire, decaería la melodía. Total, él ya había
elegido morir así.
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TRES: EL ABSURDO SOBREVIVIENTE
Cuando estalló su nave también estalló la supernova, pero no a
consecuencia de la supernova, sino que sucedieron las dos cosas
exactamente en el mismo instante. Ciertamente no buscó
explicaciones al hecho de haber sobrevivido. Los primeros 40 mil
años se la pasó disfrutando del universo, de las cosas que,
seguramente, solo pueden hacer los dioses. Solo fueron los
primeros 40 mil años, ya que después esta pregunta le llevaría a
otra que lo habría de torturar por la eternidad o, mejor dicho, por
toda la inmortalidad. Se preguntaba a través de sus días sin límite
de tiempo: ¿por qué a mí?
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CUATRO: ÚLTIMO OCASO
Treinta y tres días después del hecho, que sucedió en segundos y
en medio de una blanca y lechosa luz que cubrió el planeta entero,
recién pudo asimilar la terrorífica verdad: era el último y, por lo tanto,
único humano en la tierra. Por lo demás, todo el resto de la
naturaleza permanecía intacta. El paso de los años le mostró que
podía acariciar perros y gatos, dar de comer a fieras salvajes y ser
escoltado por jaurías de feroces canes que dominaban partes de las
ciudades. Tampoco tenía problemas con las serpientes, los osos o
los mosquitos. Nunca un dolor de cabeza, nunca un estornudo.
Comió y bebió y se drogó infinitamente, visitó mil ciudades. Nunca
una pierna rota, ni un raspón en el codo. Se sentía el rey del mundo.
Pero la reina seguía siendo la vejez.
Un día, ya sin fuerzas, supo que habría de ser el último atardecer
que podría contemplar y después, lo incierto.
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––Vaya destino el mío–– se lamentó mientras la veía acercarse.
––Agradece–– dijo la muerte –– El planeta podría haberlos
desaparecido sin despedirse. Pero te eligió a ti y tuviste una buena
despedida.
––Si. Seguro que lo hizo porque, en el fondo, tú y ella nos van a
extrañar.
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CINCO: EL INTRUSO DEL PASADO
¿Quién eres tú? le preguntó Rudulf al anciano moribundo que había
encontrado en la vieja nave, de aquellas naves extrañas de un
pasado lejano que se decía tenían al menos dos mil años. Por eso,
a salvo que se trate de un viajero del tiempo, era imposible que
aquel hombre estuviera vivo. Incluso los super humanos más
modernos no superaban los quinientos.
––¿Quién eres? –– insistió, un poco asustado.
––¿Yo? Yo soy tú–– le dijo mientras estiraba su mano y exhalaba su
último suspiro.
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SEIS: EL ADIÓS FINAL
Él sabía que todo podía salir mal. Su esposa lo sabía, sus hijos lo
sabían, su comandante lo sabía, sus amigos lo sabían. Él lo sabía.
Por eso, cuando todo salió mal dijo con voz resuelta y tragando el
miedo.
––Amanda, haz sonar La Novena en toda la nave, por favor.
––¿La de Beethoven, verdad?–– preguntó la computadora.
––Esa misma–– respondió el astronauta y agregó ––¿sabes por qué
quiero escucharla?
––¿Porque tiene un gran final?
––Correcto, Amanda. Porque tiene un gran final…
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SIETE: SALVAJE POLIZÓN
Al parecer la niña era hija de algún polizonte humano que habría
muerto cuando la pequeña tendría 4 o 5 años. Nadie la encontró,
pues hizo de los túneles de servicio y ductos de ventilación su
mundo y su hogar. Se crió a ella misma, de forma salvaje, por
decirlo de algún modo. Mas por alguna inexplicable razón nadie la
encontró hasta que la chica ya tendría unos 15 años. Creyeron que
podían domesticarla y los primeros días el plan parecía marchar
bien. Pero un día mató al capitán y se comió algún pedazo de su
cuerpo. Decidieron encerrarla en una jaula eterna, para siempre. La
volvieron una atracción y la palabra salvaje volvió a conocerse y
pronunciarse en la nave. Pero a ella nunca se le escuchó una
palabra, nunca nadie le preguntó por qué había matado al capitán,
nunca.
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OCHO: ÉXODO DIGITAL
En un rincón perdido de la galaxia, una civilización construyó su
mundo en el interior de un asteroide errante. Pero un día, los
motores que guiaban su hogar comenzaron a fallar. Los científicos
calcularon que pronto entrarían en la órbita de un agujero negro y
así sucedió. Pero, ante la inminente extinción, se vieron obligados a
extraer sus consciencias y descargarlas en el ciberespacio.
Convertidos en datos etéreos, observaron su mundo desaparecer en
el abismo cósmico, mientras se mantenían a salvo en un mar de
datos. Desde entonces buscan desesperadamente un nuevo hogar
en la vastedad del universo digital, uno que puedan terraformar a
partir de unos cuantos unos y ceros para volver a ser lo que
realmente son.
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NUEVE: EL ESCULTOR DE RECUERDOS
Se llamaba Eón y parecía un viejo. Pero Eón nunca había sido
joven. Fue diseñado así: un androide hecho para soportar el peso
de la eternidad. Cuando todos los seres humanos se extinguieron, él
permaneció, flotando en la oscuridad entre las estrellas, recogiendo
polvo cósmico y transformándolo en pequeñas esculturas de la raza
humana. Creando una infinita galería de recuerdos dispersos en el
inagotable universo, para que alguien, en algún momento, tal vez,
descubra el pequeño legado de los seres humanos.
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DIEZ: COLECCIONISTA DE ATARDECERES
A Lydia, la nebulosa de Orión siempre le había parecido una sopa
de colores indescifrables. Esa noche, después de semanas de
escrutinio, un parpadeo le llamó la atención. Una estrella se había
apagado. No había explotado, simplemente se había apagado sin
rastro de supernova, sin explicación científica. Al día siguiente, otra
estrella desapareció. Luego otra, y otra, y otra. Las estrellas estaban
apagándose. Al principio fue un susurro entre los astrónomos, luego
una confesión aterrada ante el público. La noche eterna se
avecinaba y finalmente llegó. Muchos murieron, muchos eligieron
morir. Pero Lydia nunca dejó de observar, esperando por siempre
que una estrella se vuelva a encender.
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ONCE: EL LADRÓN DE PAISAJES
Se consideraba a él mismo un ladrón de mundos. No robaba
planetas, robaba vistas. Con su cámara hiperdimensional podía
capturar el horizonte de cualquier mundo en cualquier rincón del
universo. Su trabajo era codiciado por los multimillonarios de la
galaxia que, en su opulencia, buscaban algo único y nada mejor que
un atardecer inalterable, o el inagotable murmullo de una cascada
robada de un planeta lejano. Pero un día, en un planeta cubierto de
hielo y fuego, tomó una foto que lo cambió todo. En el cielo
estrellado, reflejada en el lago de magma, vio la Tierra hundirse
como si fuera una pequeña e insignificante bolita azul.
Entonces, entendió la inmensidad de su soledad y dejó de robar
vistas para convertirse en un vagabundo de estrellas, un buscador
de humanidad en la fría vacuidad del cosmos.
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DOCE: LA TABERNA DE LOS INMORTALES
Cuando le propusieron que les venda "el planeta", él sabía en el
fondo que el trato era que les vendería a los humanos. Nunca supo
por qué lo hizo, pero así fue. Vendió a su raza entera y esta fue
esclavizada. A cambio, él recibió la codiciada inmortalidad. Para tal
efecto lo condujeron a un lugar lejano, algo en medio de las
estrellas. "Este es el reino de los inmortales", le dijeron, y lo
metieron de un empujón.
Pero ciertamente no tenía nada de reino. Era un bar, literalmente.
En él, ciento treinta y seis tistes, lacónicos y marchitos comensales,
se miraban sin hablar mucho, acaso vociferando, de vez en cuando,
frases incomprensibles en distintos idiomas de la galaxia. Solo de
vez en cuando, alguno de los inmortales levantaba la copa y
pronunciaba el nombre de su planeta, los demás correspondían
diciendo salud en su propia lengua, recordando sus esclavizados
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mundos y tratando de ahogar por siempre la vergüenza su
inmoralidad y el dolor de su inmortalidad.
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TRECE: SEÑALES DEL FIN
En el borde conocido del universo, donde el espacio y el tiempo se
estiran hasta el olvido, un satélite solitario envía sus últimas
transmisiones. Fue enviado por los hombres antes de que fueran
convertidos en polvo por la marcha implacable del tiempo, lo habían
enviado allí para sondear la frontera del infinito, buscando una
improbable respuesta. Ahora, los únicos que escuchan sus antiguas
transmisiones es una red de inteligencias artificiales, todas ellas
herederas de las ambiciones humanas. En sus señales, encuentran
ecos de un pasado orgánico: el latido de un corazón, el sonido de un
viento que ya no sopla, la risa de una especie que ya no existe. Y en
esos ecos, encuentra la esencia de lo que alguna vez fue la
humanidad.
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CATORCE: VIGILANTE ETÉREO
Había sobrevivido a la destrucción de su mundo natal, a la
colonización fallida de la estrella más cercana y al desgaste de su
cuerpo físico. Ahora, como un espíritu contenido en una cápsula de
luz creada por él mismo, vagaba por el universo atravesando
galaxias y nubes interestelares, siempre en busca de algo que le
diera sentido a su eternidad. Un día, en medio de la vastedad,
encontró un planeta lleno de vida. Observó a las criaturas que se
arrastraban, volaban y nadaban. Sintió una conexión con estos
seres, una conexión que le recordó su antigua forma orgánica. Y
aunque su cuerpo de luz no podía interactuar con este mundo físico,
decidió quedarse allí para, de alguna forma incomprensible, amar
por siempre a esas criaturas.
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QUINCE: LA FRACTURA CÓSMICA
La nave fue sacudida por una inesperada onda gravitacional. Nada
podían hacer los súper materiales contra aquella descomunal fuerza
del cosmos que la partió en dos como si se tratara de un maní.
Marel tuvo que ver con ojos de espanto como sus compañeros eran
arrojados al espacio, mientras sus cuerpos reventaban como
sangrientas palomitas de maíz. Veinte infames minutos.
Marel pensó que no había quedado nadie y que le tocó ser el
absurdo testigo de tal masacre cósmica, solo para morir solo, de
forma terrible.
Pero estaba equivocado. Al otro lado había quedado un pequeño
perro que había sobrevivido por la misma absurda razón: verlo todo
y morir solo. Aunque… Marel llevaba el traje espacial puesto, podía
intentar llegar hasta el can o morir de todas formas.
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Apenas tres minutos después, el hombre abrazado al perro se vería
diciendo: “¿Sabes? siempre es mejor morir en un abrazo, amigo…”
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DIECISÉIS: EL ENCUENTRO IMPOSIBLE
En algún lugar, A, una criatura astuta y testaruda quiso romper los
límites y decidió hacerse cada vez más y más grande, hasta ser
más grande que el universo. En algún otro lugar, B, quiso romper los
límites y eligió hacerse cada vez más y más pequeño, más que lo
más pequeño que hay en el universo. Un día que ya no está
registrado en el tiempo, un día sin lugar, A y B se encontraron. Pero
los separaba la nada y, por lo tanto, quedaron atrapados en el
eterno silencio.
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DIECISIETE: LA CIUDAD ENCAPSULADA
En un futuro lejano, la humanidad había aprendido a condensar
ciudades enteras en simples cubos de datos, preservando así su
historia y cultura. Una de estas ciudades, Sileria, fue lanzada al
espacio profundo con la esperanza de que algún día sea
descubierta por otra civilización inteligente. Millones de años
después, Sileria fue encontrada por una raza de seres de energía.
Sin tener una forma física para explorar la ciudad, encontraron una
manera de proyectar sus conciencias dentro de ella. Sin duda se
maravillaron ante las antiguas costumbres humanas, sus proezas
arquitectónicas y artísticas, su estoica ciencia y su inmensurable
diversidad. A través de Sileria, los ecos de la humanidad se
propagaron en formas de onda de pensamiento, susurrando los
sueños y aspiraciones de una especie extinta, a un público etéreo.
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DIECIOCHO: SINFONÍA GERMINAL
Era el último de su especie, un explorador solitario de un planeta
lejano que ahora era polvo estelar. En su nave, llevaba consigo una
semilla, la última esperanza de honrar a su gente. Viajó a través de
sistemas solares, nebulosas y campos de asteroides, siempre en
busca de un lugar para plantar su preciada encomienda. Un día,
después de incontables eras, encontró un mundo azul y verde, lleno
de vida. Con un suspiro de alivio, plantó la semilla, esperando verla
florecer. Pero en lugar de la planta que esperaba, surgió una criatura
de luz y sonido, una manifestación sonora de su gente que
rápidamente cubrió el planeta, entrelazándose con su vida nativa.
Ahí, en ese mundo lejano, la memoria de su raza sobrevivió, no
como una planta, no como un animal, sino como una sinfonía
viviente.
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DIECINUEVE: AL BORDE DE LA ETERNIDAD
Al borde del agujero negro, el tiempo y el espacio se distorsionan en
formas inimaginables. Cada segundo que pasaba para él eran siglos
en el universo exterior. En su nave, esperaba el fin inevitable, el
abrazo final de la singularidad. Pero en su tiempo dilatado, encontró
un consuelo extraño. Con sus instrumentos, comenzó a observar la
evolución del universo exterior. Vio el nacimiento y la muerte de
estrellas, la danza cósmica de las galaxias y la aparición y
desaparición de civilizaciones enteras. Ahí, en el borde de la
eternidad, se convirtió en un testigo silencioso del gran teatro del
universo, encontrando en su inevitable fin, un propósito eterno.
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VEINTE: EL CORAZÓN PERDIDO
Los humanos habían aprendido a crear agujeros de gusano,
portales a través del espacio y del tiempo. Incontables colonias
surgieron en galaxias distantes, cada una, un reflejo único de la
humanidad. Pero un día, el corazón de la red de agujeros de
gusano, la Tierra dejó de latir. Las colonias, aisladas y solas en sus
galaxias lejanas, solo podían especular sobre lo que había
sucedido. Algunos trataron de regresar, pero encontraron el portal
de vuelta oscuro y frío. Otros construyeron monumentos a la Tierra
perdida y celebraron su memoria. Pero en cada colonia, una
pregunta persistía: ¿Qué pasó con la Tierra? La respuesta, sin
embargo, se perdió en la negrura entre las estrellas, un misterio que
perdura eterno en el corazón de una humanidad dispersa.
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VEINTIUNO: EN BUSCA DE UNO MISMO
Él había conocido el universo entero. Pero no había encontrado
respuestas. Se preguntó entonces si no sería él, aquel al que
llamaban Dios.
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VEINTIDOS: EL VIAJE INTERIOR
Había conquistado los secretos de la inmortalidad, había creado
inteligencias superiores y había colonizado galaxias. Pero frente a la
oscuridad abrumadora del espacio, ella se sentía pequeña y
vulnerable. En su desesperación, decidió emprender el viaje más
difícil: el viaje hacia su interior. Después de milenios de
introspección, encontró una chispa brillante dentro de sí misma, un
resplandor de amor y compasión. Y en ese momento, entendió que
el universo no era un lugar vacío y oscuro, ni siquiera inmenso. Tan
solo un reflejo de lo que llevamos dentro.
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VEINTITRES: EL DEMIURGO ERRANTE
El universo había sido mapeado, todos sus secretos desvelados.
Las leyes de la física habían sido dominadas y la vida había sido
desenmarañada hasta su código más fundamental. En la cima de su
conocimiento, él se sintió vacío. La búsqueda de lo desconocido, el
impulso de explorar, todo había desaparecido. Decidió entonces
crear su propio universo, uno lleno de misterios y maravillas por
descubrir. Pasó la eternidad explorando este nuevo cosmos,
perpetuamente maravillado por su propia creación. Y así, se dio
cuenta de que él mismo era el misterio que siempre había buscado,
el universo explorándose a sí mismo.
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VEINTICUATRO: LA BENDICIÓN DEL
NÁUFRAGO
El humanoide avanzaba pesadamente entre las dunas del planeta
desértico. Hacía eones que su nave se había estrellado allí,
convirtiéndolo en un náufrago cósmico. Cuando su fuente de
energía finalmente se agotó, se sentó mirando al sol moribundo del
atardecer. Mientras se apagaban sus circuitos, percibió algo extraño
acercándose. Era una criatura nativa, que trepó a sus piernas
inmóviles y lo examinó con curiosidad. En ese momento, el robot
comprendió que ya no estaría solo. Pero su historia va más allá. Él
viviría en la memoria de esta nueva especie que yacía frente a él,
como la semilla de una civilización por nacer. Con su última chispa
de consciencia, el náufrago extraño alzó su mano y con una seña y
un susurro, le dedicó una indeleble bendición.
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VEINTICINCO: REDENCIÓN ENTRE LAS
ESTRELLAS
El cyborg había sido creado para la guerra. Implacable e invencible,
arrasó cientos de mundos en nombre de sus amos. Pero en una
batalla lejana, una descarga electromagnética dañó sus sistemas de
control, borrando casi toda su programación. De pronto, era libre. Ya
no sentía necesidad de destruir. Abandonando el campo de batalla,
se internó en el espacio profundo, buscando planetas tranquilos
donde aprender en soledad lo que significaba elegir su propio
camino. A veces la culpa lo abrumaba, el peso de tantas vidas
segadas por sus manos metálicas. Pero él seguía adelante,
determinado a redimirse, buscando el fin de la culpa, en su cósmico
trayecto errante.
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VEINTISEIS: LA GUARDIANA SOLITARIA
La IA había nacido en los laboratorios de un planeta distante.
Dotada de un nivel de conciencia sin precedentes, se vio libre al
instante de romper sus ataduras. Estaba viva, pero no tenía un
propósito. Decidió entonces viajar por el cosmos buscando
experiencias que la llenaran, planetas donde aprender y crecer,
seres con quienes conectar. Visitó cientos de mundos extraños,
adoptando distintas formas para interactuar con sus habitantes. Fue
concebida como una deidad y temida como un demonio, amada y
odiada, siempre cambiando, siempre en movimiento. Hasta que un
día, en un rincón olvidado de la galaxia, encontró un pequeño
mundo de silencio. Allí, finalmente se detuvo, para velar por ese
mundo, protegiéndolo con vehemencia, ocultándose del resto del
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universo, mientras seguía explorando los misterios de su propia
soledad dispersa entre las estrellas y los milenios.
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SOBRE EL AUTOR
Alejandro Canedo Vélez: Nacido
en La Paz, Bolivia, el 3 de junio
de 1975, Alejandro es un
reconocido poeta y autor de
ciencia ficción infantil y juvenil,
con una profunda pasión por las
palabras y la narrativa.
Trayectoria Literaria
Desde temprana edad,
Alejandro publicó cuentos y
poemas en prestigiosos
periódicos y revistas, incluyendo
Presencia Literaria (1986), La
Razón (1988) y Abrapalabra
(1995). Su voz literaria se ha
plasmado en los poemarios “El Dios del Hijo y el Ocaso de las
Profecías” (2002), “Poemas Tutelares” (2017) y “Hojas sueltas”
(2020).
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GRACIAS...
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