SMILE o La Horrible Sonrisa de La Represión
SMILE o La Horrible Sonrisa de La Represión
SMILE o La Horrible Sonrisa de La Represión
¿Por qué sonreímos a pesar de nuestros pesares? Nos han enseñado a sonreír. La
sonrisa es de las primeras señales de identificación a nuestros semejantes, es un
símbolo intercambiado de reconocimiento. Los niños sonríen, nos sonríen, pero no
lo hacen cuando están tristes, cuando están tristes lloran, se quejan, hacen muecas
de tristeza; los machacamos diciéndoles no llores, no estés triste, las niñas que
lloran no se ven bonitas, los niños no lloran, ándale una sonrisita, así está mejor,
esa es la actitud correcta, sonríe; lo hacemos tanto hasta que logramos que disocien
lo que realmente sienten de su expresión facial. Ya de adolescentes somos expertos
en sonreír aunque detestemos a la persona que nos habla, de sonreír aún con el
corazón roto, con los cólicos menstruales, con problemas familiares y aprendemos
que una persona sonriente es más aceptada, más querida, más respetada, y que
solo alguien con muy alto estatus social -económico, académico, de influencia- tiene
el derecho de mostrarse malencarado. Hemos hecho de nuestro rostro una máscara
para cubrir nuestros sentimientos y emociones, poker face ante un mundo
amenazante, indiferente y abrumador. La boca nos sirve para mentir y para sonreír,
aunque nos sangre, pero rara vez para hablar de lo que nos confunde, aterroriza,
duele, angustia. El espacio psicoanalítico se presenta entonces como un oasis en
donde tenemos permitido hablar de eso que regularmente callamos, pero estamos
tan condicionados a esconderlo que muchas veces sino es por un lapsus, o por la
intervención certera del analista, nos cuesta varias sesiones empezar a hablar, y
aun cuando lo hacemos nuestro decir suena dudoso, cargado de culpa, “lo
corregimos” tratando de minimizar lo que hemos dicho, quizá estoy exagerando, tal
vez esto que dije es injusto, quizá es una tontería pero, no fue en realidad tan así,
son frases recurrentes en análisis. Sin embargo atrevernos a darle lugar a nuestra
palabra dolorosa, aunque se nos borre la sonrisa por un tiempo, aunque tengamos
que enfrentarnos con nuestro rostro lloroso y roto, es de lo más “honesto” -y quizá
vivificador- que nos podemos regalar, sí, a pesar de lo mortificante que nos resulte.