SMILE o La Horrible Sonrisa de La Represión

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SMILE o la horrible sonrisa de la represión

En el 2022 se estrenó SMILE filme de terror psicológico, primer largometraje del


director Parker Finn. Más allá de si es una buena película de terror o no, me
gustaría comentar varios tópicos encontrados en ella como la sonrisa, el duelo, la
psicosis, y el suicidio. Antes de continuar advierto que este escrito contiene
spoilers.

En este tiempo en que la dictadura de lo saludable gobierna es muy común


encontrarnos con sujetos deprimidos, exhaustos, sin embargo sonrientes. La
respuesta más cotidiana a la anodina pregunta ¿cómo estás? es bien, añadiéndo a
la respuesta, a modo de confirmación, una sonrisa de conveniencia. Irónicamente
en uno de los momentos más oscuros de la dra. Rose Cotter, protagonista de esta
película, aparece detrás de ella una tabla de medición del dolor en la que se
muestra a la sonrisa como el símbolo de la ausencia del mismo, dicho en palabras,
si sonríes no te duele, si sonríes estás bien. Durante el desarrollo del filme vemos
muchas sonrisas, entre más amplias más aterradoras, entre más dientes se
muestran más se parecen a una máscara, y la exageración de este gesto me parece
muy atinada en la historia. Ver estas sonrisas deformes al extremo provoca en la
protagonista gritar todo lo que por años ha callado, es tanto el terror que le producen
que sus verdaderas emociones se desnudan a pesar del pudor, rompen los diques
de la autorepresión y los convencionalismos sociales, y la regresan a la
vulnerabilidad de la infancia que ha cubierto debajo del disfraz de su
profesionalismo.

¿Por qué sonreímos a pesar de nuestros pesares? Nos han enseñado a sonreír. La
sonrisa es de las primeras señales de identificación a nuestros semejantes, es un
símbolo intercambiado de reconocimiento. Los niños sonríen, nos sonríen, pero no
lo hacen cuando están tristes, cuando están tristes lloran, se quejan, hacen muecas
de tristeza; los machacamos diciéndoles no llores, no estés triste, las niñas que
lloran no se ven bonitas, los niños no lloran, ándale una sonrisita, así está mejor,
esa es la actitud correcta, sonríe; lo hacemos tanto hasta que logramos que disocien
lo que realmente sienten de su expresión facial. Ya de adolescentes somos expertos
en sonreír aunque detestemos a la persona que nos habla, de sonreír aún con el
corazón roto, con los cólicos menstruales, con problemas familiares y aprendemos
que una persona sonriente es más aceptada, más querida, más respetada, y que
solo alguien con muy alto estatus social -económico, académico, de influencia- tiene
el derecho de mostrarse malencarado. Hemos hecho de nuestro rostro una máscara
para cubrir nuestros sentimientos y emociones, poker face ante un mundo
amenazante, indiferente y abrumador. La boca nos sirve para mentir y para sonreír,
aunque nos sangre, pero rara vez para hablar de lo que nos confunde, aterroriza,
duele, angustia. El espacio psicoanalítico se presenta entonces como un oasis en
donde tenemos permitido hablar de eso que regularmente callamos, pero estamos
tan condicionados a esconderlo que muchas veces sino es por un lapsus, o por la
intervención certera del analista, nos cuesta varias sesiones empezar a hablar, y
aun cuando lo hacemos nuestro decir suena dudoso, cargado de culpa, “lo
corregimos” tratando de minimizar lo que hemos dicho, quizá estoy exagerando, tal
vez esto que dije es injusto, quizá es una tontería pero, no fue en realidad tan así,
son frases recurrentes en análisis. Sin embargo atrevernos a darle lugar a nuestra
palabra dolorosa, aunque se nos borre la sonrisa por un tiempo, aunque tengamos
que enfrentarnos con nuestro rostro lloroso y roto, es de lo más “honesto” -y quizá
vivificador- que nos podemos regalar, sí, a pesar de lo mortificante que nos resulte.

Otro atino de la película es que muestra la desesperante respuesta de la dra.Rose


Cotter a los pacientes en brote psicótico. Eso no es real, te aseguro que no es así,
tu mente te dice eso pero te aseguro que no puede hacerte daño es algo que se le
escucha decir muy a menudo. Rose le dice a su hermana que, después del trauma
que sufrió al ver el suicidio de su madre, ha decidido dedicarse a ayudar a otros.
Quizá ahí esté el problema. Varias disciplinas psi actúan desde ahí, ayudar a otro,
esa muy buena voluntad manifiesta, según Lacan, un resorte agresivo. Yo sé tu
verdad, yo sé cómo te sientes y cómo te puedes llegar a sentir bien, yo sé, avalada
por todo el conocimiento académico lo que te pasa, tú no. La cuestión es que no
sabemos muchas cosas y de las psicosis y de los episodios psicóticos menos.
Existe una urgencia, tal vez por la angustia que nos provoca “la verdad del loco”, en
negar su decir. “Ayudarlo” muchas veces significa desmentir lo que está diciendo, lo
que ves, escuchas, sientes no es real, ¿pero, no lo es? Durante siglos se han
romantizado en teoría a las psicosis, tener pensamientos paranoides, experimentar
alucinaciones, les suena a muchos “artístico”, “poético”, “interesante”, en la práctica
“el loco” es víctima de una tremenda despersonalización. No importa ya que tan
cercano a nosotros sea, cuán inteligente o estudiado, si siempre ha manifestado ser
“una buena persona”, en cuanto su discurso y sus erráticas acciones -para nosotros-
nos trasgreden sentimos la necesidad de ridiculizarlo, exiliarlo de nuestro círculo, y
ya no vemos en él o ella más que locura, todo sus demás rasgos desaparecen. El
ostracismo se agrega a la tortura que le suponen las creaciones de su mente. Si
como dice Lacan, el inconsciente del psicótico está “a cielo abierto”, lo que nos dice
es verdad, una verdad que dejó de estar soterrada, reprimida, y se manifiesta de la
manera más terrible para ya no poderse esconder. Desmentirlo no solo le suma
angustia, sino le deja aun más solo y más vulnerable. Acallarlo, ya sea negando su
experiencia o medicandolo, le niega la oportunidad de tramitar de alguna manera
sus síntomas, ya que, como decía Freud, la creación del delirio es una manera en
que el enfermo busca su cura.

Si bien el psicoanálisis presenta la psicosis como una estructura -como la neurosis o


la perversión- también nos dice que las estructuras no están cerradas. Los brotes
psicóticos son más comunes entre “los no psicóticos” de lo que pensamos, ya sea
por haber experimentado un trauma, duelos reprimidos, un estrés constante u otras
situaciones, todos podemos vivirlos. Es importante escucharlos, porque ello habla
en ellos. Así como los delirios y alucinaciones de Rose gritaban la culpa por no
haber ayudado a su madre suicida, así como el rencor que le tenía y el dolor que le
causaba sentir ese rencor, y por medio de esa sonrisa terrible se exhibían las
máscaras que ella y sus pacientes habían usado durante su vida para esconder sus
dolores. Es importante escuchar al delirio, tanto desde la posición del psicoanalista
como de acompañante, de amig@, de familia. Me resulta curioso como en la
película se dice que estos “maldecidos por la sonrisa” experimentaron ser testigos
de una muerte o un suicidio años antes. A veces pensamos en el duelo como algo
que se resuelve, siguiendo linealmente las consabidas “etapas del duelo”, de una
vez y para siempre, siendo que por la magnitud de este evento es algo que se
reactualiza con cada pérdida, y que necesita ser tramitado constantemente en la
vida sin que, tal vez, se pueda “resolver” del todo jamás. No somos crucigramas, no
somos un problema matemático, o un “quehacer” doméstico, no debemos tener
urgencia “en resolvernos”. Lo que duela dolerá todo lo que tenga que doler y
seguramente mucho más y más veces de las que son convenientes para nuestro
entorno capitalista. Hay que hablar y hablar y hablar, mucho tiempo, todo el tiempo,
demasiado tiempo, de eso que nos atropelló irrumpiendo en nuestra historia,
haciendo un estrago en nosotros. Si bien nuestra protagonista intentó enfrentarlo
ella sola, es importante que alguien nos escuche, el amor que se estira y sostiene,
amor de transferencia desde la clínica, amor desde cualquier lugar que este se
manifieste. Hablar de psicoanálisis siempre es hablar de amor, y también de
transmisión.

En la película lo que se transfiere es “la maldición” al ser testigos ya sea de un


suicidio o un asesinato. Ser testigo. Hace falta que haya un testigo le dice uno de los
personajes a Rose Cotter. Y sí, necesitamos testigos. El suicidio no es un tema fácil.
Pareciera que también “se transmite el suicidio”, “se hereda”. Hay familias en donde
este acto de atentado contra uno mismo se repite por generaciones, y sin embargo
sigue siendo un tema tabú. Existe el mito que entre más se le permita hablar a
alguien de sus deseos suicidas más se le avala y se le arroja a llevarlo al acto.
Hablar de él nos causa horror, tristeza, sentimiento de fracaso, dolor. No sé si todos
los que se suicidan estaban deprimidos, no sé si todos lo hagan como una
declaración de bancarrota, no sé si haya otro lugar desde donde ejecutarlo.
¿Ejecutarlo? ¿A quién se ejecuta en el suicidio? ¿Qué le pasa a quién es testigo
tanto de la depresión de un ser amado como de su suicidio? ¿Cómo acompañar a
un posible suicida o a un suicida declarado, sin que nos transmita esa enfermedad
que solo se cura matándose? ¿O no estamos enfermos de ella ya? Por eso insisto
que hablar de psicoanálisis es hablar de amor. Si el amor es la mano que se estira a
esa otra mano, cuánta necesidad de crear puentes de manos tenemos. De
sostenernos, los que nos dedicamos a la escucha, los que escuchamos aunque no
desde una posición profesional, de tener alguien más que nos escuche, de no
soltarnos, de no callarnos, de no sonreír cuando lo que hace falta es llorar, a gritos,
en murmullos, como sea.

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