El Hombre Fuerte y La Bailarina. Actividad 1
El Hombre Fuerte y La Bailarina. Actividad 1
El Hombre Fuerte y La Bailarina. Actividad 1
Ella era flaca como una rama, pero se movía como si el viento le pusiera alas en los pies. Él, en cambio, era grande,
muy grande y fuerte que ni siquiera podía sentarse sin romper la silla.
Ambos trabajaban en un circo, esa ruidosa mancha de luces y colores que había llegado al pueblo llenando las calles
de elefantes, mujeres barbudas, payasos y acróbatas que podían saltar como diez metros en el aire y caer de pie en
medio del aplauso de los vecinos.
Pero había algo secreto que parecía deslizarse entre las carpas. Algo que los payasos sabían y comentaban mientras
se arrojaban en la cara pasteles de crema: el hombre más fuerte del mundo estaba secretamente enamorado de la
delicada bailarina.
Los payasos recordaban la primera vez en que él había intentado conquistarla.
Primero llegó al anillo central del circo y ahí , rodeado por las tribunas vacías, ajustó su camiseta, mostró sus
músculos enormes y para impresionarla, levantó al elefante.
Allá, arriba de una cuerda floja, ella había seguido bailando en puntas de pie como si levantar elefantes fuera la cosa
más común del mundo.
Eso había decepcionado mucho al forzudo, que esa tarde volvió a su carpa muy triste, pero también decidió
encontrar la manera de conquistarla.
Durante el desayuno, él se acercó y trató de ser un perfecto caballero ayudándola a sentarse, pero terminó por
romper la silla mientras ella, caída en el suelo, lo miraba enojada.
Después el forzudo decidió organizar un baile en la carpa de los payasos, pero esa vez, cuando intentó bailar con
ella, la pisó tantas veces que la pobre tuvo que quedarse sentada el resto de la noche con sus pies metidos en un balde
con agua y sal.
El tiempo había pasado sin que el hombre encontrara la solución a su problema. ¿Y que podía hacer?, se preguntaba,
y se sentía muy avergonzado. ¡Si alguien lo viera! Él, el hombre más fuerte del mundo, suspirando así como un bobo,
recostándose a una baranda cada tarde para verla bailar allá en lo alto del trapecio como quien mira la luna…
¿Qué puedo hacer?, pensaba una y otra vez el hombre fuerte; que no era demasiado inteligente pues había pasado
toda su vida levantando cosas; siempre haciendo fuerza para desarrollar sus músculos y se había olvidado de eso que
también es importante: aprender y tener fuerza allí donde más falta hace, en el cerebro y el corazón.
Era inútil. Lo había intentado todo, o casi todo: levantar elefantes, hacer saltar por el aire y con una mano a tres
payasos juntos, entrar en la jaula de los leones, hacerse disparar por el cañón que usaba Julius, el hombre bala.
Y nada de eso le había dado resultado: la bailarina, tan delgada y hermosa, bostezaba ante todas sus demostraciones
y seguía andando por todas partes en puntas de pie, moviéndose al compás de una misteriosa música que nadie más
lograba escuchar.
-¡La música!-se dijo el forzudo, entusiasmado. Entonces intentó tocar la guitarra, ir y cantarle una hermosa canción,
pero sus enormes manos terminaron por partir el instrumento en dos.
Se sintió derrotado y triste como nunca antes. ¿De qué servía tener toda la fuerza del mundo, sino lograba que ella,
un ser tan delicado y frágil le prestara la más mínima atención?
Pero un día, uno de los payasos, el más viejo y sabio de todos, le dio una gran idea. El hombre fuerte corrió entonces
a una tienda del pueblo y salió velozmente cargando un pequeño objeto mágico, cuidadosamente envuelto en papel
marrón.
Esa noche, mientras todos dormían, el hombre fuerte se paró frente a la carpa de la bailarina, respiró hondo y abrió
aquel objeto especial.
Después comenzó a leer en voz alta.
Y su voz fue tan clara que hizo brillar las palabras en la noche y su voz fue tan potente que esas mismas palabras se
disiparon como estrellas y sacudieron la carpa, hasta que ella se asomó sorprendida. Entonces lo miró y le sonrió.
Él continuó leyendo en voz alta aquella maravillosa poesía.
Roy Berocay