Thomas Alva Edison

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THOMAS ALVA EDISON

El menor de cuatro hermanos, nació el 11


de febrero de 1847, en Milan, una pequeña
población de Ohio en la que se había
establecido su padre, Samuel Edison, seis
años antes. Su padre tuvo que abandonar
precipitadamente Canadá a consecuencia de
una rebelión contra los ingleses en la que
tomó parte y que terminó en fracaso.
Marginada por el ferrocarril, la actividad en
Milan fue disminuyendo poco a poco, y la
crisis afectó a la familia Edison, que tuvo
que emigrar de nuevo a un lugar más
próspero cuando su hijo Thomas ya había
cumplido la edad de siete años.

El nuevo lugar de residencia fue Port Huron,


en Michigan, donde el futuro inventor asistió
por primera vez a la escuela. Fue ésa una
experiencia muy breve: duró sólo tres
meses, al cabo de los cuales fue expulsado de las aulas, alegando su maestro la falta
absoluta de interés y una torpeza más que manifiesta, comportamientos éstos a los que
no era ajena una sordera parcial que contrajo como secuela de un ataque de escarlatina.

Su madre, Nancy Elliot, que había ejercido como maestra antes de casarse, asumió en lo
sucesivo la educación del joven benjamín de la familia, tarea que desempeñó con no poco
talento, ya que consiguió inspirar en él aquella curiosidad sin límites que sería la
característica más destacable de su carrera a lo largo de toda su vida.

Cumplidos los diez años, el pequeño Thomas instaló su primer laboratorio en los sótanos
de la casa de sus padres y aprendió él solo los rudimentos de la química y la electricidad.
Pero a los doce años, Edison se percató además de que podía explotar no sólo su
capacidad creadora, sino también su agudo sentido práctico. Así que, sin olvidar su
pasión por los experimentos, consideró que estaba en su mano ganar dinero contante y
sonante materializando alguna de sus buenas ocurrencias.

Su primera iniciativa fue vender periódicos y chucherías en el tren que hacía el trayecto
de Port Huron a Detroit. Había estallado la Guerra de Secesión y los viajeros estaban
ávidos de noticias. Edison convenció a los telegrafistas de la línea férrea para que
expusieran en los tablones de anuncios de las estaciones breves titulares sobre el
desarrollo de la contienda, sin olvidar añadir al pie que los detalles completos aparecían
en los periódicos; esos periódicos los vendía el propio Edison en el tren y no hay que
decir que se los quitaban de las manos.

Al mismo tiempo, compraba sin cesar revistas científicas, libros y aparatos, y llegó a
convertir el vagón de equipajes del convoy en un nuevo laboratorio. Aprendió a
telegrafiar y, tras conseguir a bajo precio y de segunda mano una prensa de imprimir,
comenzó a publicar un periódico por su cuenta, el Weekly Herald. Una noche, mientras se
encontraba trabajando en sus experimentos, un poco de fósforo derramado provocó un
incendio en el vagón. El conductor del tren y el revisor consiguieron apagar el fuego y
seguidamente arrojaron por las ventanas los útiles de imprimir, las botellas y los mil
cacharros que abarrotaban el furgón. Todo el laboratorio y hasta el propio inventor fueron
a parar a la vía. Así terminó el primer negocio de Thomas Alva Edison.

El joven Edison tenía sólo dieciséis años


cuando decidió abandonar el hogar de sus
padres. La población en que vivía le
resultaba ya demasiado pequeña. No
faltándole iniciativa, se lanzó a la búsqueda
de nuevos horizontes. Por suerte, dominaba
a la perfección el oficio de telegrafista, y la
guerra civil había dejado muchas plazas
vacantes, por lo que, fuese donde fuese, le
sería fácil encontrar trabajo.

Durante los siguientes cinco años Edison


llevó una vida errante, de pueblo en pueblo,
con empleos ocasionales. Se alojaba en
sórdidas pensiones e invertía todo cuanto
ganaba en la adquisición de libros y de aparatos para experimentar, desatendiendo
totalmente su aspecto personal. De Michigan a Ohio, de allí a Indianápolis, luego
Cincinnati, y unos meses después Memphis, habiendo pasado antes por Tennessee.

Su siguiente trabajo fue en Boston, como telegrafista en el turno de noche. Llegó allí en
1868, y poco después de cumplir veintiún años pudo hacerse con la obra del científico
británico Michael Faraday Experimental Researches in Electricity, cuya lectura le influyó muy
positivamente. Hasta entonces, sólo había merecido la fama de tener cierto don mágico
que le permitía arreglar fácilmente cualquier aparato averiado. Ahora, Faraday le
proporcionaba el método para canalizar todo su genio inventivo. Se hizo más ordenado y
disciplinado, y desde entonces adquirió la costumbre de llevar encima un cuaderno de
notas, siempre a punto para apuntar cualquier idea o hecho que reclamara su atención.

Convencido de que su meta profesional era la invención, Edison abandonó el puesto de


trabajo que ocupaba y decidió hacerse inventor autónomo, registrando su primera
patente en 1868. Se trataba de un contador eléctrico de votos que ofreció al Congreso,
pero los miembros de la cámara calificaron el aparato de superfluo. Jamás olvidó el
inventor estadounidense esta lección: un invento, por encima de todo, debía ser
necesario.

Sin un real en el bolsillo, Edison llegó a Nueva York en 1869. Un amigo le proporcionó
alojamiento en los sótanos de la Gold Indicator Co., oficina que transmitía
telegráficamente a sus abonados las cotizaciones de la bolsa neoyorquina. Al poco de su
llegada, el aparato transmisor se averió, lo que provocó no poco revuelo, y él se ofreció
voluntariamente a repararlo, lográndolo con asombrosa facilidad. En recompensa, se le
confió el mantenimiento técnico de todos los servicios de la compañía.
Pero como no le interesaban los empleos sedentarios, aprovechó la primera ocasión que
se le presentó para trabajar de nuevo por su cuenta. Muy pronto recibió un encargo de la
Western Union, la más importante compañía telegráfica de entonces. Se le instaba a
construir una impresora efectiva de la cotización de valores en bolsa. Su respuesta a este
reto fue su primer gran invento: el Edison Universal Stock Printer. Le ofrecieron por el
aparato 40.000 dólares, cantidad que le permitió por fin sentar la cabeza. Se casó en
1871 con Mary Stilwell, con la que tuvo dos hijos y una hija, e instaló un taller pequeño
pero bien equipado en Newark, Nueva York, en el que continuó experimentando en el
telégrafo en busca de nuevos perfeccionamientos y aplicaciones. Su mayor contribución
en ese campo fue el sistema cuádruple, que permitía transmitir cuatro mensajes
telegráficos simultáneamente por una misma línea, dos en un sentido y dos en otro.
El laboratorio de Menlo Park

Bien pronto se planteó Edison la construcción de un verdadero centro de investigación,


una «fábrica de inventos», como él lo llamó, con laboratorio, biblioteca, talleres y
viviendas para él y sus colaboradores, con el fin de realizar no importa qué
investigaciones, mientras fuesen prácticas, ya fueran por encargo o por puro interés
personal. Los recursos económicos no le faltaban y las proporciones de sus proyectos se
lo exigían. Buscó un lugar tranquilo en las afueras de Nueva York hasta que encontró una
granja deshabitada en el pueblecito de Menlo Park. Fue el lugar elegido para construir su
nuevo cuartel general, el primer laboratorio de investigaciones del mundo, de donde
habrían de salir inventos que cambiarían las costumbres de buena parte de los habitantes
del planeta.

Se instaló allí en 1876 (tenía entonces veintiocho años), e inmediatamente se puso a


trabajar. La búsqueda de un transmisor telefónico satisfactorio reclamó su atención. El
inventado por Alexander Graham Bell, aunque teóricamente bien concebido, generaba una
corriente tan débil que no servía para aplicaciones generales. Sabía que las partículas de
grafito, según se mantuvieran más o menos apretadas, influían sobre la resistencia
eléctrica, y aplicó esta propiedad para crear un dispositivo que amplificaba
considerablemente los sonidos más débiles: el micrófono de gránulos de carbón, que
patentó en 1876.

El propio Edison quedó sorprendido por la sencillez de su invento, pero pronto se olvidó
de él y pasó a ocuparse del problema del alumbrado eléctrico, cuya solución le pareció
más interesante. «Yo proporcionaré luz tan barata -afirmó Edison en 1879- que no sólo
los ricos podrán hacer arder sus bujías.» La respuesta se encontraba en la lámpara de
incandescencia. Se sabía que ciertos materiales podían convertirse en incandescentes
cuando en un globo privado de aire se les aplicaba corriente eléctrica. Sólo restaba
encontrar el filamento más adecuado. Es decir, un conductor metálico que se pudiera
calentar hasta la incandescencia sin fundirse, manteniéndose en este estado el mayor
tiempo posible.

Antes que Edison, muchos otros investigadores trabajaron en esta dirección, pero cuando
él se incorporó lo hizo sin regatear esfuerzo alguno. Trabajó con filamentos de las más
distintas especies: platino, que desestimó por caro, carbón, hollín y otros materiales, e
incluso envió a sus colaboradores al Japón, a América del Sur y a Sumatra para reunir
distintas variedades de fibras vegetales antes de escoger el material que juzgó más
conveniente. La primera de sus lámparas estuvo lista el 21 de octubre de 1879. Se
trataba de una bombilla de filamento de bambú carbonizado, que superó las cuarenta
horas de funcionamiento ininterrumpido. La noticia del hecho hizo caer en picado las
acciones de las compañías de alumbrado de gas.

Su último gran invento fue el Kinetograph, cuya patente registró en 1891. Se trataba de
una rudimentaria cámara de cine que incluía, sin embargo, un ingenioso mecanismo para
asegurar el movimiento intermitente de la película. En 1894 Edison abrió el Kinetoscope
Parlor en Broadway, Nueva York, donde un solo espectador se sentaba frente a una
mirilla en una cabina de madera para ver la película, que se iluminaba desde atrás por
una lámpara eléctrica. Aunque el Kinetoscope Parlor despertó inmediatamente la atención
como atracción de feria, Edison no creyó nunca que fuese importante encontrar algún
sistema de proyección para mayores auditorios, lo que le impidió dar el paso definitivo al
cinematógrafo de los hermanos Lumière.

La actividad de este genial inventor se prolongó más allá de cumplidos los ochenta años,
completando la lista de sus realizaciones tecnológicas hasta totalizar las 1.093 patentes
que llegó a registrar en vida. La arteriosclerosis, sin embargo, fue minando la salud de
este inquieto anciano, cuyo fallecimiento tuvo lugar el 18 de octubre de 1931, en West
Orange, Nueva Jersey.

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