Biografia de Thomas Alva Edison - Henry Thomas
Biografia de Thomas Alva Edison - Henry Thomas
Biografia de Thomas Alva Edison - Henry Thomas
Presentación
El nuevo lugar de residencia fue Port Huron, en Michigan, donde el futuro inventor
asistió por primera vez a la escuela. Fue ésa una experiencia muy breve: duró sólo
tres meses, al cabo de los cuales fue expulsado de las aulas, alegando su maestro la
falta absoluta de interés y una torpeza más que manifiesta, comportamientos éstos
a los que no era ajena una sordera parcial que contrajo como secuela de un ataque
de escarlatina. Su madre, Nancy Elliot, que había ejercido como maestra antes de
casarse, asumió en lo sucesivo la educación del joven benjamín de la familia, tarea
que desempeñó con no poco talento, ya que consiguió inspirar en él aquella
curiosidad sin límites que sería la característica más destacable de su carrera a lo
largo de toda su vida.
Cumplidos los diez años, el pequeño Thomas instaló su primer laboratorio en los
sótanos de la casa de sus padres y aprendió él solo los rudimentos de la química y
la electricidad. Pero a los doce años, Edison se percató además de que podía
explotar no sólo su capacidad creadora, sino también su agudo sentido práctico. Así
que, sin olvidar su pasión por los experimentos, consideró que estaba en su mano
ganar dinero contante y sonante materializando alguna de sus buenas ocurrencias.
férrea para que expusieran en los tablones de anuncios de las estaciones breves
titulares sobre el desarrollo de la contienda, sin olvidar añadir al pie que los detalles
completos aparecían en los periódicos; esos periódicos los vendía el propio Edison en
el tren y no hay que decir que se los quitaban de las manos.
Al mismo tiempo, compraba sin cesar revistas científicas, libros y aparatos, y llegó a
convertir el vagón de equipajes del convoy en un nuevo laboratorio. Aprendió a
telegrafiar y, tras conseguir a bajo precio y de segunda mano una prensa de
imprimir, comenzó a publicar un periódico por su cuenta, el Weekly Herald. Una
noche, mientras se encontraba trabajando en sus experimentos, un poco de fósforo
derramado provocó un incendio en el vagón. El conductor del tren y el revisor
consiguieron apagar el fuego y seguidamente arrojaron por las ventanas los útiles
de imprimir, las botellas y los mil cacharros que abarrotaban el furgón. Todo el
laboratorio y hasta el propio inventor fueron a parar a la vía. Así terminó el primer
negocio de Thomas Alva Edison.
El joven Edison tenía sólo dieciséis años cuando decidió abandonar el hogar de sus
padres. La población en que vivía le resultaba ya demasiado pequeña. No faltándole
iniciativa, se lanzó a la búsqueda de nuevos horizontes. Por suerte, dominaba a la
perfección el oficio de telegrafista, y la guerra civil había dejado muchas plazas
vacantes, por lo que, fuese donde fuese, le sería fácil encontrar trabajo.
Durante los siguientes cinco años Edison llevó una vida errante, de pueblo en
pueblo, con empleos ocasionales. Se alojaba en sórdidas pensiones e invertía todo
cuanto ganaba en la adquisición de libros y de aparatos para experimentar,
desatendiendo totalmente su aspecto personal. De Michigan a Ohio, de allí a
Indianápolis, luego Cincinnati, y unos meses después Memphis, habiendo pasado
antes por Tennessee.
Su siguiente trabajo fue en Boston, como telegrafista en el turno de noche. Llegó
allí en 1868, y poco después de cumplir veintiún años pudo hacerse con la obra del
científico británico Michael Faraday Experimental Researches in Electricity, cuya
lectura le influyó muy positivamente. Hasta entonces, sólo había merecido la fama
de tener cierto don mágico que le permitía arreglar fácilmente cualquier aparato
averiado. Ahora, Faraday le proporcionaba el método para canalizar todo su genio
inventivo. Se hizo más ordenado y disciplinado, y desde entonces adquirió la
Edison en 1878
Antes que Edison, muchos otros investigadores trabajaron en esta dirección, pero
cuando él se incorporó lo hizo sin regatear esfuerzo alguno. Trabajó con filamentos
de las más distintas especies: platino, que desestimó por caro, carbón, hollín y otros
materiales, e incluso envió a sus colaboradores al Japón, a América del Sur y a
Sumatra para reunir distintas variedades de fibras vegetales antes de escoger el
material que juzgó más conveniente. La primera de sus lámparas estuvo lista el 21
de octubre de 1879. Se trataba de una bombilla de filamento de bambú
carbonizado, que superó las cuarenta horas de funcionamiento ininterrumpido. La
noticia del hecho hizo caer en picado las acciones de las compañías de alumbrado
de gas.
En años sucesivos, Edison se ocupó en mejorar su bombilla, y fue esta actividad la
que le llevó hacia el único de sus descubrimientos que pertenece a un área
estrictamente científica. Ocurrió en 1883, mientras trataba de averiguar por qué su
lámpara de incandescencia se ennegrecía con el uso.
En el transcurso de tales investigaciones, el prolífico inventor presenció la
manifestación de un fenómeno curioso: la lámpara emitía un resplandor azulado
cuando era sometida a ciertas condiciones de vacío y se le aplicaban determinados
voltajes. Edison averiguó que tal emisión luminosa estaba provocada por la
inexplicable presencia de una corriente eléctrica que se establecía entre las dos
varillas que sostenían el filamento de la lámpara, y utilizó dicho fenómeno, que
una persona más sociable. El matrimonio tuvo tres hijos, uno de los cuales, Charles,
se dedicó a la política, llegando a convertirse en gobernador del estado de Nueva
Jersey.
Al año de casarse, Edison trasladó su laboratorio de Menlo Park, a la sazón
pequeño, a West Orange, Nueva Jersey. Creó allí un gran centro tecnológico, el
Edison Laboratory (hoy monumento nacional), en torno al cual levantó numerosos
talleres, que daban trabajo a más de cinco mil personas.
Capítulo 1
Rápido para pensar, lento para desistir
Thomas Alva Edison era un genio dotado de una habilidad sorprendente para
afrontar una situación. Un día, mientras se hallaba trabajando en su invento de la
lámpara eléctrica, quiso conocer la capacidad de una ampolla irregular de vidrio.
Como estaba ocupado en su propio trabajo, pidióle a uno de sus colaboradores más
despiertos que lo ayudara.
El joven, que era un experto en matemática, se procuró una cantidad de hojas de
papel y se sentó en su escritorio. Aproximadamente una semana después Edison le
preguntó si había adelantado algo.
—Sí, señor —dijo el ayudante—, pero aún no he terminado.
Edison miró el trabajo. Eran varias páginas llenas de gráficos y cifras.
— ¿Cuánto tiempo más le llevará? —preguntó.
—Otra semana, más o menos, señor Edison.
— ¡Pero si toda la operación puede hacerse en un minuto!, dijo Edison. Permítame
indicarle el procedimiento: Llene de agua la ampolla y vuelque el agua en una
cubeta graduada, y tendrá resuelto el problema.
Además de su asombroso poder de observación, Edison poseía una capacidad de
esfuerzo igualmente asombrosa. En su vocabulario no tenía cabida la palabra
"desistir". Podía trabajar semanas enteras, meses, y aun años, en un solo invento.
Durante sus experimentos con la batería de acumuladores había realizado cerca de
diez mil ensayos con diferentes combinaciones químicas, sin que ninguno diera
resultado. Repetidas veces se le dijo que nunca hallaría la combinación adecuada.
Hasta sus amigos más allegados comenzaron a creer que estaba perdiendo el
tiempo.
— ¿No es penoso, decía uno de ellos, que con todo este esfuerzo usted no haya
descubierto una sola cosa que dé resultado?
—Sin embargo, respondió Edison, he descubierto diez mil cosas que no dan
resultado. Por lo tanto, estoy más cerca que nunca de la meta.
Y no mucho después, efectivamente, la alcanzó, tal como solía ocurrir con casi todo
lo que emprendía.
Edison heredó su fuerza mental y física de una vigorosa estirpe de pioneros. Su
bisabuelo, John Edison, había sido amenazado con la horca por simpatizar con los
británicos durante la guerra de la independencia; pero logró escapar de Staten
Island a Nueva Escocia. Su abuelo, Samuel Edison, emigró de Nueva Escocia a
Canadá. Y su padre, Samuel Edison (h.), había vuelto de Canadá a Estados Unidos.
Los Edison estaban siempre en continuo movimiento, ya fuese para escapar de
viejas situaciones difíciles, o bien en busca de nuevas oportunidades de una vida
mejor. La razón del regreso del padre de Edison a Estados Unidos era su deseo de
mejorar las cosas, no solamente su situación personal, sino también la de su país.
Se había visto forzado a huir de Canadá porque se hallaba implicado en un plan
para derribar al gobierno tory y reemplazarlo por un gobierno representativo como
el de Estados Unidos. Era un hombre de estatura muy elevada, piernas largas y
corazón animoso. Eran en realidad sus piernas largas, como él decía, las que lo
habían llevado a través de bosques intransitados y de ríos congelados, hasta que
logró encontrar seguridad en el pueblo de Milán, Ohio.
Gracias a la ayuda del amable capitán de un lanchón, cuyo nombre era Alva
Bradley, Samuel Edison hizo venir a su esposa y a sus seis hijos, que se habían
quedado en Canadá. Cuando la familia estuvo reunida, Samuel instaló una planta de
trituración de pedregullo y comenzó una nueva vida.
Y allí en Milán, el 11 de febrero de 1847, durante una ventisca, nació su séptimo
hijo. Amigos de la familia predijeron que el recién nacido llevaría una vida activa,
pues había sido lanzado al mundo en alas del viento. Sus padres le pusieron los
nombres de Thomas Alva Edison: el segundo, en honor del señor Alva Bradley.
Cuando tenía siete años, sus padres se trasladaron a Puerto Hurón, Michigan. Y
también aquí prosiguió Alva sus experimentos, a menudo causando disgustos a sus
padres y contrariedades a sí mismo. Su padre lo llamaba "el pequeño y nervioso
signo de pregunta". Continuamente pedía información a los demás y trataba de
averiguar cosas por sí mismo.
Uno de los fenómenos que lo inquietaban, por ejemplo, era el secreto del vuelo de
los pájaros. Interrogó a su padre sobre esto, mas no recibió una respuesta
satisfactoria. Llegó entonces a la conclusión de que los pájaros eran capaces de
volar porque comían gusanos.
A este extraño pensamiento le siguió una rápida acción. Si un pájaro podía volar al
comer gusanos, ¿por qué no podría hacer lo mismo la sirvienta? En consecuencia,
preparó un mejunje de agua y gusanos e indujo a la sirvienta a que lo bebiera. En
vez de volar por el aire, la pobre muchacha cayó al suelo presa de intensos dolores.
Afortunadamente se recuperó muy pronto del experimento. Pero a Edison le costó
su cena.
No obstante, su hambre de experimentos era tan intensa como su hambre de
comida. Continuando con su curiosidad sobre el secreto del vuelo; probó otra clase
de ensayos, esta vez con su compañero de juegos Michael Oates. Dio a éste una
fuerte dosis de polvos de Seidlitz, para que se elevara en el aire como un globo
inflado. Los resultados fueron, también esta vez, un dolor de estómago para Michael
y una zurra para Alva.
Pero todavía se mantuvo en sus trece. "La única manera de lograr algo es probar".
Su padre, no sin intenciones comerciales, había construido en sus terrenos una
torre de observación desde donde se contemplaban el lago Hurón y el río Santa
Clara. El precio de la entrada para una vista panorámica desde lo alto de la torre
era de veinticinco centavos de dólar. El negocio no tuvo éxito, pero continuó
atrayendo por largo tiempo a un "cliente". Repetidas veces el joven Alva subía al
extremo de la torre y, con la ayuda de un viejo telescopio, miraba los barcos de
vapor y de vela que se deslizaban sobre las aguas del lago. De esta manera sus
pensamientos se mantenían proyectados hacia el horizonte y aun más allá de éste.
Alva tenía otro refugio favorito: el sótano de la casa de los Edison. En este sótano
había reunido una colección de botellas, tarros, sustancias químicas, insectos raros,
plantas y piedras, que recogía en sus paseos por los bosques. En este laboratorio
subterráneo pasaba una buena parte de su tiempo libre realizando toda clase de
experimentos que bullían en su activo cerebro. Su madre le había regalado un
ejemplar del libro de Richard Green Parker, Escuela de Filosofía Natural, un tesoro
de maravillas prácticas para el joven inventor. Aunque sólo tenía nueve años, se
enfrascó en ese libro resuelto a empaparse íntegramente de su contenido.
Y realmente así lo hizo. Muchos de los experimentos de su niñez estuvieron basados
en conocimientos extraídos de este libro. Para que los otros niños no tocaran sus
preciosas botellas y tarros, les puso la inscripción VENENO.
Su madre, que había ejercido la enseñanza, advirtió que Alva poseía una mente
nada común. Pero su maestra de la escuela de Puerto Hurón no alcanzaba a ver en
él otra cosa que un niño desatento con una mirada abstraída en sus ojos. Un día,
cuando apenas habían transcurrido tres meses del comienzo de las clases, la
maestra le hizo notar al inspector que Alva era un "lelo" y que "no valía la pena
perder el tiempo con él".
Alva oyó la observación, y más tarde prorrumpió en llanto cuando volvió a su casa y
le contó a su madre lo sucedido. La señora Edison se dirigió a la escuela e indignada
echóle en cara a la maestra que no sabía lo que decía. Desde ese día en adelante
ella misma tomó a su cargo la instrucción de Alva.
Alva se convirtió en motivo de envidia para los otros niños, que lo veían con su
madre en la galería del frente de su casa. La señora Edison, una encantadora mujer
que lucía un vestido negro y un gorro de encaje, le leería al niño con una voz suave,
muy diferente del tono regañón de la maestra de su escuela. Madre e hijo eran muy
parecidos. Tenían las mismas mejillas regordetas, profundos ojos azules y gruesos
labios siempre listos para dibujar una sonrisa.
La señora Edison realizó una obra magnífica como maestra de Alva. Oriunda de una
familia de ministros eclesiásticos, logró transmitir a su hijo los conocimientos
básicos y al mismo tiempo inspirarle el amor a Dios, el respeto a toda clase de
gente y una avidez por aprender el máximo posible de hechos y datos sobre cada
cosa. Cuando cumplió diez años, ella lo había orientado en la lectura de libros como
La Decadencia y Caída del Imperio Romano, de Gibbon; La Historia de Inglaterra,
de Hume; La Historia del Mundo, de Sear, y el Diccionario de las Ciencias. Alva
probablemente no comprendía todo lo que leía en esos libros, pero entresacó de
ellos para todo el resto de su vida el hábito de la reflexión seria y profunda.
Sus lecturas, sus estudios y sus experimentos absorbían gran parte de su tiempo,
pero no todo. Ello se debe a que su padre dispuso que Alva lo ayudase en la quinta
cavando y plantando legumbres.
Pero todo esto no era suficiente para Alva. Deseaba conseguir un empleo que le
permitiese ganar bastante dinero para sus experimentos. Vio llegar la oportunidad
cuando la empresa ferroviaria inauguró una nueva línea que corría entre Puerto
Hurón y Detroit. No tenía más que doce años de edad, pero estaba listo para
lanzarse a competir con el mundo de los adultos.
Un día habló de ese plan con su madre. Esta pensó que Alva era demasiado joven, y
su padre estaba de acuerdo con ella. Pero el muchacho se negó a ceder, hasta que
finalmente ellos aceptaron.
—Siempre que las autoridades del ferrocarril, dijo su padre, sean lo suficientemente
atolondradas como para escucharte.
Alva les escribió, ofreciendo sus servicios sin remuneración alguna. Solamente les
pedía autorización para vender periódicos, frutas y golosinas a los pasajeros, y
guardarse toda la ganancia que pudiera obtener.
Al principio fracasó en su intento de obtener esa ocupación. Era "demasiado joven".
Pero para Edison el fracaso no era sino un estímulo para su perseverancia. Intentó
otra vez, y otra vez más, hasta que por último la empresa ferroviaria resolvió
aceptar su propuesta.
De esta manera Thomas Alva Edison, muchacho de doce años de edad, inició su
primera tarea gigantesca: un negocio propio sobre un tren veloz, lejos de su familia
durante varias horas al día. No es de extrañar que su madre sintiera temor.
Pero no había temor alguno en el corazón de Edison.
Capítulo 2
El estudiante-comerciante
El plan de Edison consistía en ganar dinero para poder estudiar. Obtenía sobre sus
ventas una ganancia media de cuatro dólares diarios, de los cuales, daba un dólar a
su madre y gastaba los otros tres en libros científicos e instrumental de química.
Había instalado un laboratorio en un rincón del vagón de equipajes; allí se lo podía
encontrar en sus horas libres haciendo experimentos.
Pero esto no era todo. En Detroit le quedaban diariamente seis horas y media libres.
El tren partía de Puerto Hurón a las 7 de la mañana y llegaba a Detroit a las 10; en
su viaje de regreso partía de Detroit a las 16,30 y llegaba a Puerto Hurón a las
19,30. Edison no necesitó mucho tiempo para descubrir qué podría hacer durante
esas horas libres en Detroit.
Pasaba la mayor parte de ellas en la biblioteca. Al principio se propuso leer los diez
y seis mil volúmenes que había en los estantes, comenzando por la A y terminando
por la Z. Pero pronto advirtió que esta era una empresa demasiado ambiciosa.
Decidió seleccionar solamente aquellos libros que pudieran resultarle más útiles
para sus estudios científicos.
Sigamos ahora más de cerca la actividad de este pequeño estudiante-comerciante,
que vende sus artículos en el tren. Es de estatura mediana, espaldas anchas, ojos
azules, cabello castaño y despeinado, que aflora desordenadamente por debajo de
una gorra blanca inclinada sobre su ojo derecho. Un saco blanco abierto por delante
y una camisa limpia debajo (su madre se preocupaba de ello todas las mañanas);
pero sus pantalones estaban sin planchar y sus zapatos deslustrados. A pesar de las
reprensiones de su madre, nunca aprendió a ser pulcro.
Un personaje raro, pero encantador. Los pasajeros eran capaces de aceptar
cualquier molestia con tal de favorecerlo. Y Alva siempre se hallaba a la expectativa
de algo nuevo. Cuando los arándanos maduraban en los bosques de los alrededores
de Puerto Hurón, los compraba a bajo precio y los vendía con una apreciable
ganancia en Detroit. Más aún abrió un puesto de frutas propio, para hacerse cargo
de la mercadería que no se había vendido. Y cuando la actividad era demasiado
grande para poder atenderla por sí solo, contrataba a otros muchachos para que lo
ayudasen.
En conjunto, Edison notaba que sus ventas en el ferrocarril y la administración de
su puesto de frutas en Detroit eran bastante lucrativas. Pero no estaba satisfecho.
Su mente inquieta seguía ensayando nuevas vías de actividad. Agregó así otro
rubro a sus intereses comerciales. Lanzó un periódico propio y lo denominó Weekly
Herald ("Heraldo Semanal").
En un negocio de papelería, consiguió una prensa de imprimir, de segunda mano.
Era un artefacto desvencijado, pero bastaba para sus fines. Alva se convirtió en
redactor, corrector, director, impresor y distribuidor del periódico, y todo esto lo
hacía en el vagón de equipajes. Fue no solamente el editor más joven de Estados
Unidos (tenía quince años de edad), sino también el propietario del único periódico
en el mundo que se imprimía en un tren.
Era un periódico pequeño, aproximadamente del tamaño de un pañuelo, y constaba
de una sola hoja. No obstante, a menudo contenía noticias "frescas, recién salidas
del cable", porque Edison contaba con amigos entre los operadores telegrafistas que
trabajaban en las estaciones del ferrocarril, y podía obtener de ellos las últimas
noticias aun antes que éstas fuesen recibidas en los demás periódicos.
Edison tenía una habilidad especial para sacar partido de los acontecimientos
importantes del día. Y, por lo menos en una ocasión, esa habilidad le ayudó a
vender sus periódicos corrientes con un beneficio apreciable. Era el día de la victoria
del Ejército de la Unión en la batalla de Shiloh, el 7 de abril de 1862. Edison había
llegado a un acuerdo con un impresor del Free Press, de Detroit, para que éste le
permitiera ver las pruebas de galera de las noticias importantes antes de la
impresión del periódico. En el día de la victoria Edison leyó la noticia cuando la tinta
estaba aún húmeda en las pruebas.
Capítulo 3
Un telegrama es como un perro largo
de la casa de Edison. Los dos muchachos extendieron entre sus respectivas casas
una línea de alambre que habían extraído de caños de escape de estufa. Usaron
botellas y trapos como aisladores, y trozos de bronce a modo de llaves. En cuanto a
la corriente eléctrica, primero ensayaron con varios gatos: esperaban generar la
corriente frotando vigorosamente sus pieles. Pero lo único que lograron fue una
serie de maullidos, arañazos y mordiscos.
Abandonaron los gatos y recurrieron a baterías caseras, con las que pudieron
obtener suficiente electricidad para hacer funcionar sus instrumentos.
Complacidos por el éxito, los dos muchachos trabajaban hasta las últimas horas de
la noche, enviándose mutuamente mensajes en el código Morse de puntos y rayas.
Como esto se prolongase durante varios días, tomó cartas en el asunto el padre de
Edison.
—Tienes que levantarte temprano para tomar tu tren. De modo que déjate de
tonterías con ese artefacto estrafalario y vete a la cama. A las once en punto todas
las noches, ¿entendido?
Este fue un terrible golpe para Edison. Normalmente se hallaba afuera hasta las
once, tratando de colocar los periódicos que habían sobrado de las ventas en el
veces la naturaleza permite que el genio se desarrolle en medio del dolor, así como
hace que las flores crezcan en el barro. Edison comprendió este hecho, y jamás se
lamentó de esa desventaja física. Esta no fue otra cosa que un nuevo estímulo para
trabajar más tesoneramente.
Capítulo 4
El telegrafista vagabundo
Edison (a quien ahora llamaban Tom en lugar de Alva) comenzó su tarea como
operador telegráfico en Stratford Junction, pueblo canadiense no lejos de Puerto
Hurón. Era un empleo nocturno, donde le pagaban solamente veinticinco dólares
por mes, apenas una fracción de lo que había ganado como vendedor de diarios en
el tren. Pero el dinero no lo preocupaba mayormente. Tenía mucho más interés en
aprender, inventar y hacer cosas que realmente valieran la pena.
Sin embargo, el primero de sus inventos distó mucho de ser valioso, pues le costó
su empleo. Las cosas ocurrieron de este modo:
Tom trabajaba todas las noches desde las siete de la tarde hasta las siete de la
mañana. La mayor parte del día la dedicaba a experimentar, en vez de dormir.
Había alquilado una pieza en una pensión; en uno de los rincones instaló un
laboratorio.
Después de un día de experimentos en el laboratorio se hallaba a menudo tan
cansado, que en la oficina de telégrafo solía dormitar en su escritorio. Pero a los
operadores no les estaba permitido dormir en el trabajo. La oficina, central les
exigía que cada hora transmitiesen la letra "A", como señal de que se hallaban
despiertos.
Edison buscó una solución a este problema, y su ingeniosa mente pronto la
encontró. Inventó un reloj que transmitiría por él la señal a cada hora, mientras
dormía. Era un artefacto sencillo. A un reloj despertador común le agregó una polea
giratoria, junto con una palanca que apoyaba sobre la letra "A" del aparato
telegráfico. Cada vez que el reloj marcaba la hora, la polea abría el circuito y la
palanca transmitía la señal por el telégrafo. Edison tuvo buen cuidado de silenciar la
campanilla del despertador, a fin de poder dormir en paz mientras el reloj cumplía
su cometido.
El invento marchó espléndidamente durante varias noches. Pero al final el jefe de
telegrafistas de Toronto entró en sospechas. Las señales llegaban exactamente
sobre la hora, ni un minuto antes ni un minuto después. Esto le pareció extraño,
pues Edison no solía ser tan puntual. Una noche decidió enviar un cable a Edison
También en otra oportunidad Edison se salvó por muy poco de la muerte, cuando en
el curso de sus idas y venidas llegó a Cincinnati. Pero oigámoslo narrar este
episodio con sus propias palabras.
Mientras me desempeñaba como telegrafista en Cincinnati, era un gran lector
al igual que en los viejos tiempos; y como mi sueldo era reducido,
acostumbraba recorrer los salones de remate y aprovechar algunas gangas
cuando se presentaba la ocasión.
Un día se ofreció al mejor postor un montón de ejemplares de la North
American Review y conseguí un lote de esas revistas por dos dólares. Llevé el
paquete, tan pesado que hubiera hecho falta un carro para transportarlo, a la
oficina de telégrafo y llegué allí justamente a tiempo para comenzar mi
trabajo. A las tres de la madrugada quedé libre. Cargando al hombro mi
paquete, salí a la oscura calle a paso vivo.
Pronto escuché detrás un disparo de pistola y algo pasó silbando junto a mi
oreja, casi rozándola. Cuando me di vuelta, se acercó un policía jadeante y
Edison continuó su vida errante por un tiempo; luego, a los veintiún años, llegó a
Boston. Había enviado una solicitud de trabajo a George F. Milliken, superintendente
de la estación de la Western Union en esa ciudad. Era invierno cuando llegó Edison,
y se hallaba casi aterido de frío. Su tren había quedado bloqueado durante tres días
en medio de una tormenta de nieve; no obstante se dio ánimo para entrar
resueltamente en la oficina de la Western Union y avanzó a las zancadas hasta el
escritorio de Milliken.
— ¿Qué puedo hacer por ti?, preguntó Milliken.
—Yo soy Tom Edison y le he escrito pidiéndole empleo.
Milliken midió de arriba abajo al joven que estaba parado frente a él. ¡Qué
vagabundo tan mal entrazado! Toda su protección contra el frío era un largo
guardapolvo lleno de manchas de grasa. Sus pantalones eran muy cortos y ceñidos.
Sus zapatos estaban rotos y deformados. Sobre los cabellos, que parecían no haber
sido peinados durante una semana, llevaba un sombrero de ala ancha. El sombrero
estaba tan raído, que una de las orejas de Edison se hallaba metida en un agujero.
Por un momento sintió la tentación de despedirlo. Pero luego tomó en sus manos la
solicitud de trabajo de Edison y cambió de idea.
—Esto está escrito con una hermosa caligrafía, expresó. ¿La hiciste tú mismo?
—Sí señor.
— ¿Cómo has logrado tener una escritura tan perfecta? Parecen letras de imprenta.
—Practiqué mientras recibía telegramas. Descubrí que ésta es la caligrafía que se
escribe con mayor rapidez y la más fácil de leer.
—Muy bien, dijo Milliken, vuelve a la siete y te tomaré una prueba.
Capítulo 5
El disparador de descargas
Los experimentos de Edison, que en otro tiempo habían sido para él algo así como
un entretenimiento, comenzaron ahora a tomar un sentido práctico. Su objetivo
primordial consistía en descubrir cosas que tornaran más cómoda la vida de los
demás. Había comprado las obras del gran científico británico Michael Faraday y
aprovechaba todos los momentos libres para estudiarlas. Con el fin de ampliar el
campo de sus estudios aprendió francés y alemán, pues muchos libros y artículos
escritos en esos idiomas no estaban traducidos al inglés.
Edison se interesaba especialmente en la electricidad. La facilidad con que había
aprendido a manejar esta fuerza misteriosa le valió el sobrenombre de "el
disparador de descargas". Cierta vez que sus compañeros de trabajo se quejaron de
las cucarachas que infestaban la oficina, las electrocutó en medio del asombro y
complacencia de sus amigos, mediante un circuito de alambre cargado de corriente.
Pero su principal interés en este momento se centraba en inventar un transmisor
telegráfico doble, o sea un instrumento que enviara dos mensajes por el mismo
cable y al mismo tiempo. Recordó cómo había perdido una vez su empleo, por
"divagar sobre esas ideas extravagantes". Y aún ahora sus superiores seguían
diciéndole que un invento de ese tipo era imposible. “Transmitir dos mensajes en
sentido contrario por un mismo cable es como despachar por la misma vía dos
trenes opuestos. Fatalmente se produciría un choque y un desastre”.
Pero no transcurrió mucho tiempo antes que Edison convirtiese en realidad su
"sueño impracticable". ¡Creó un transmisor doble que funcionaba de verdad!
Demostró que dos mensajes eléctricos pueden pasar uno junto al otro sin que se
produzca ninguna conmoción sobre la marcha. Sin embargo, Edison era muy pobre
como para poder patentar su invento.
Más o menos por esa misma época inventó otro interesante mecanismo: un
artefacto eléctrico que permitía contar rápidamente los votos en los cuerpos
legislativos. Lo presentó a una de las Comisiones del Congreso en Washington. La
Comisión, empero, lo rechazó.
—Si algo hay sobre la tierra que no deseamos, dijo su presidente, es un mecanismo
como éste. Preferimos contar los votos lentamente, así tenemos tiempo de
persuadir a nuestros colegas a que cambien de idea cuando creemos que están
equivocados.
Desconforme con sus lentos progresos en Boston, Edison decidió probar suerte en
otra parte. Tomó el barco nocturno para Nueva York y llegó a esa gran ciudad al
amanecer del día siguiente. Su cartera estaba vacía; había gastado sus últimos
centavos en el billete para el viaje.
Echóse la valija a los hombros y salió del muelle calle arriba. Su estómago
hambriento clamaba pidiendo comida. Afortunadamente pasó frente a un depósito
que acababa de recibir un cargamento de té de Ceilán. A través de la ventana de la
oficina vio un hombre que cataba muestras del producto recién llegado.
Audazmente entró en la oficina y pidió una taza de té.
—No puedo pagarla, señor, pero le agradeceré mucho su amabilidad.
— ¡Sírvase, joven! ¡Bienvenido!
Este fue el primer desayuno de Edison en Nueva York. Y su primer alojamiento, el
sótano de la Gold Indicator Company. Consiguió este refugio temporario gracias a la
mediación de un operador al que había conocido mientras trabajaba para la Western
Union, en Boston.
Allí permaneció unas pocas noches, aprovechando los días en estudiar los aparatos
de la compañía. La actividad de esta compañía consistía en hacer funcionar
indicadores eléctricos automáticos de cotizaciones de Bolsa, que registraban hora
por hora las fluctuaciones del precio del oro. Este servicio se vendía a centenares de
clientes, que dependían constantemente de él para sus operaciones comerciales.
Pero una tarde, poco tiempo después de la llegada de Edison a Nueva York, los
indicadores se descompusieron. En las oficinas de la Compañía cundió el pánico.
Desde las oficinas de los numerosos abonados acudían presurosos mensajeros
clamando por el servicio; los técnicos corrían de instrumento en instrumento en un
vano esfuerzo por localizar la falla; y el presidente de la compañía, Samuel S. Laws,
se sentía impotente, a la espera de algún milagro.
Y el milagro se produjo, en la persona de Tom Edison. Este se adelantó hasta el
presidente. —Creo que sé en qué consiste la falla, dijo. Parece como si hubiera
saltado un resorte y caído entre dos ruedas de engranajes.
— ¡Entonces corra y arréglelo! —gritó Laws.
Tom localizó sin gran dificultad el resorte roto. En seguida todo el sistema de
indicadores volvió a funcionar con el mismo ritmo de siempre.
Laws invitó a Edison a su oficina.
— ¿Le agradaría trabajar para nosotros? —preguntó.
— ¡Sí señor! Durante varios días estuve tratando de verlo para pedirle trabajo. Pero
me decían que usted estaba muy ocupado.
—Bien, de ahora en adelante usted es el capataz de la planta. Y su sueldo será de
trescientos dólares mensuales.
— ¡Gracias, señor! —exclamó Edison. Y a continuación agregó con timidez: ¿Podría
adelantarme un poco de dinero de mi sueldo? Hace varios días que no sé lo que es
una comida completa.
Sus nuevos ingresos le parecieron a Edison un tesoro de "Las mil y una noches". Sin
embargo, nada eran comparados con las inesperadas ganancias que se le
presentarían en esa misma oficina. Una empresa rival compró la Gold Indicator
Company. La nueva sociedad tomó el nombre de Gold and Stock Telegraph
Company, y su presidente fue el general Marshall Lefferts. Edison estaba trabajando
ahora para un nuevo patrón, que se hallaba interesado en conseguir ideas nuevas y
originales. Esta fue una coyuntura feliz para el joven inventor. Había observado que
el indicador de cotizaciones era un instrumento de inferior calidad, y le sugirió al
general Lefferts que él podría inventar algo mejor.
— ¡Muy bien! Trate de hacerlo, dijo el general.
Dedujo, por lo tanto, que aquel "trozo de papel" que había recibido del general
Lefferts no servía para nada.
Le quitó el cheque al cajero y corrió apresuradamente a la Gold and Stock Telegraph
Company. El general Lefferts no pudo menos de reírse.
—Todo lo que tiene que hacer, le dijo, es firmar con su nombre al dorso del cheque.
Y agregó luego el general:
—Yo le explicaré cómo se hace, Tom. Mi secretario lo acompañará para identificarlo,
de manera que esta vez no tendrá inconveniente en cobrar su dinero.
Cuando Tom volvió al banco, pidió que le pagaran en billetes chicos, pues tenía
miedo de no poder cambiar billetes más grandes. Llenó los bolsillos de papel
moneda, corrió a su casa con su fabulosa riqueza y permaneció toda la noche en
vela contra algún posible robo.
A la mañana siguiente el general Lefferts le explicó cómo podía abrir una cuenta
bancaria y retirar de ella de vez en cuando lo que necesitase.
Comenzó así un nuevo período en la vida del joven Edison. Había llegado a Nueva
York hambriento, sin un céntimo ni perspectiva alguna de trabajo. Y ahora, cuando
sólo habían transcurrido seis meses, era un capitalista en ciernes, ¡oh cuarenta mil
dólares en el banco!
Edison tenía veintitrés años. En la vida de un joven es ésta la edad de las alegrías y
las diversiones; pero la mente de Edison estaba absorbida por otros asuntos.
Invirtió su tiempo y su dinero en un taller mecánico moderno, que instaló en
Newark, Nueva Jersey. Había recibido del general Lefferts un importante pedido de
indicadores eléctricos de cotizaciones.
Capítulo 6
La voluntad de trabajar
El año 1871, cuando Edison contaba veinticuatro años, le deparó una trágica
pérdida y una gran dicha. La pérdida fue la muerte de su madre; la dicha, su
casamiento con Mary Stilwell. Las cosas ocurrieron así:
Cuando los negocios de Edison comenzaron a prosperar, éste envió una carta a sus
padres, en la que les hablaba de su buena suerte. "Después de esto ustedes
deberían descansar", escribía. "No hagáis ningún trabajo duro, y que mamá tenga
todo lo que desee. Podéis recurrir a mí por el dinero." Y a continuación les decía que
dentro de poco tiempo esperaba visitar a su madre, que se hallaba inválida. Pero
antes que alcanzara a concretar esa visita, su madre murió. Era el mes de abril de
1871.
Durante varios meses Edison se sintió deshecho por esa pérdida. Adoraba a su
madre.
—Ella fue, decía, la que me formó tan íntegro, tan seguro de mí mismo; fue para mí
una constante bendición a lo largo de los años.
Pero al fin cedió la intensidad de su dolor.
Había encontrado otra persona a quien podía prodigar su amor. En una tarde
lluviosa del año anterior a la muerte de su madre, salía Edison a la carrera de su
oficina en busca de algún alimento. Dos muchachas se habían acurrucado en el
vano de una puerta, tratando de protegerse contra el chaparrón. Ofrecióles ayuda
para que pudieran llegar a destino; ellas aceptaron agradecidas.
En el camino se enteró de que eran hermanas: Alice y Mary Stilwell. Ambas
enseñaban en la escuela dominical. A medida que se iba desarrollando la
conversación, él se sentía cada vez más atraído por la menor de las hermanas,
Mary. Le preguntó si podría visitarla, y ella contestó con un sonriente "Sí".
No mucho después Edison comenzó a esperar, con un carruaje, a la salida de la
escuela dominical, para llevarla hasta la casa, o bien para dar un paseo por el
campo. Y, a fin de tenerla cerca lo más a menudo posible, le dio un trabajo en su
propio laboratorio.
Un día, varios meses después de la muerte de su madre, Edison se detuvo ante el
escritorio de Mary. Sacó una moneda del bolsillo y transmitió un mensaje en código
Morse: "Te quiero mucho. ¿Quieres ser mi esposa?"
Mary, tomando de su mano la misma moneda, transmitió esta respuesta: "Yo
también te quiero. Acepto."
Se casaron el día de Navidad. Edison, que nunca fue muy cuidadoso en su manera
de vestir, sostuvo una verdadera discusión con su padrino de boda, el cual insistía
en que Tom llevase guantes blancos. Odiaba "parecer un petimetre". Pero
finalmente accedió.
—Cualquier cosa por el amor, dijo sonriente.
Pasaron una breve luna de miel en Boston y luego regresaron a Newark, a una casa
de ocho habitaciones, de su propiedad. Querían contar con abundante espacio, para
una familia cada vez más numerosa.
Pero Tom se hallaba demasiado ocupado para poder gozar por algún tiempo de las
comodidades de su hogar. Trabajaba entonces en un nuevo invento: el telégrafo
automático. Este aparato estaba diseñado de tal manera que funcionaría sin
operador en el extremo receptor. En lugar del operador, una pluma metálica guiada
por un simple impulso eléctrico registraría los mensajes sobre un papel tratado
químicamente.
Poco le costó perfeccionar una pluma que pudiese escribir doscientas palabras por
minuto. Resultó mucho más difícil, en cambio, encontrar un papel que respondiese a
esa velocidad. Decidió inventarlo él mismo. Para aprender el máximo posible sobre
la química del papel, encargó libros a París, Londres y Nueva York, en cantidad
suficiente como para formar una pila de más de metro y medio de altura. Luego se
puso seriamente a estudiarlos.
Durante seis semanas Edison no se separó de los libros ni de día ni de noche; comía
en su escritorio y dormía en la silla. Por último, después de dos mil ensayos
infructuosos, ideó una solución "al carbón", que dio origen al invento del papel de
parafina. Con este nuevo papel logró registrar no doscientas sino tres mil cien
palabras por minuto.
Pero Edison no se contentaba con trabajar en un solo invento por vez. El asunto de
la telegrafía tenía muchas facetas que lo intrigaban. Había ya descubierto el
principio de la telegrafía doble, y ahora trataba de ampliar la idea hasta llegar a una
telegrafía múltiple, o sea la transmisión de cuatro o más mensajes a través de un
cable único. El principio, una vez descubierto por él, era muy simple. Así como
podemos hacer pasar una corriente de agua en distintas cantidades a través de
conductos de diámetros diferentes, así también podemos hacer pasar un flujo de
electricidad en corrientes distintas a través de "condensadores" de diferentes
capacidades de resistencia. Resulta así posible dividir el cable en varios "conductos"
o canales y utilizar en forma simultánea los distintos conductos para mensajes
diferentes.
Además de trabajar en sus propios inventos, a Edison se lo llamaba para que
subsanara las fallas difíciles de localizar o las imperfecciones de los inventos de
otros. Así, por ejemplo, ayudó a un hombre llamado C. L. Sholes, que vino a verlo
desde Milwaukee con un artefacto defectuoso, al que llamaba "máquina de escribir".
Cuando Edison lo examinó, observó que las letras no estaban alineadas, la tinta no
fluía correctamente sobre la cinta, y la página mecanografiada presentaba una
confusión de palabras que subían y bajaban como las olas de un mar alborotado.
Edison se ocupó de ese aparato y, al cabo de pocos meses, produjo la máquina que
ha revolucionado la actividad comercial del mundo.
Entre tanto su familia iba en aumento. Unos dos años después de su casamiento, su
esposa dio a luz al primer vástago, una hermosa niña a la que le pusieron el nombre
de Marión Estelie. Tres años después llegó el primer varón; ante la insistencia de
Mary, el padre accedió a que llevara su propio nombre, Thomas Alva Edison (h).
Pero a los dos hijos les inventó un par de sobrenombres tomados del código Morse:
Dot y Dash1.
Por ese entonces se sumó otro miembro a la familia. Tom había invitado a su padre
a que viniera a vivir con ellos.
Sam Edison, aunque de edad muy avanzada, era casi tan ágil como antes; una vez
más, como cuando había escapado de Canadá unos cuarenta años atrás, hizo ahora
una demostración de la fuerza de sus largas piernas. Al llegar al embarcadero, para
tomar la balsa que lo cruzaría a Nueva Jersey, esta se hallaba ya desatracando.
Pero tal circunstancia no amilanó al anciano. Retrocedió unos pasos para tomar
1
O sea Punto y Raya, respectivamente. (N. del T.)
impulso, corrió hasta el borde del muelle y saltó por sobre el agua hasta aterrizar en
la balsa que ya se alejaba. La distancia se calculada en unos tres a seis metros.
Se mostró sorprendido cuando los pasajeros de la balsa se reunieron alborotados a
su alrededor. Dio la casualidad de que uno de los pasajeros era cronista del New
York Times.
— ¿Podría decirme su nombre, señor? —le preguntó.
—Sam Edison.
— ¿Es usted, pariente del inventor?
—Soy su padre.
— ¿No es usted un tanto viejo para esa hazaña?
—De ninguna manera, joven. Apenas tengo un poco más de setenta años.
Al día siguiente miles de lectores se deleitaban con el relato de la proeza de aquel
anciano. De tal palo, tal astilla, decían.
Poco después de llegar Sam Edison a Newark, su hijo le pidió que localizara un sitio
apacible en el campo, donde se pudiera construir un nuevo laboratorio de
investigaciones.
— ¿Para qué necesitas un nuevo laboratorio, Tom?
—He excedido la capacidad del taller actual. Hay una cantidad de nuevos inventos
en que quiero trabajar.
— ¿No has inventado ya demasiado para un solo hombre?
—No, padre, aún no he comenzado.
Al cabo de pocos días su padre encontró un lugar adecuado. Era en Menlo Park, una
hermosa aldea de Nueva Jersey, con valles verdes y bajas colinas, situada a unos
cuarenta kilómetros de la ciudad de Nueva York. Aquí instaló Edison su primer gran
laboratorio. A corta distancia de este construyó una casa de tres pisos para su
familia. En el espacioso terreno había un establo, un molino, un gran jardín y un
amplio césped, que servía de campo de juego para sus hijos.
Edison se mudó al nuevo laboratorio en 1876.
Capítulo 7
Voces voladoras
Teléfono de Edison
La idea del teléfono surgió como una consecuencia de la exitosa utilización del
telégrafo. Si un alambre podía transmitir golpecitos metálicos, ¿por qué no podría
transmitirse el lenguaje humano? Dicho de otro modo, ¿por qué no podría lograrse
que la voz volara a través del aire?
Bell y Edison no eran los únicos acuciados por esta idea. Otro norteamericano,
Elisha Gray, y el alemán Philip Reis, estaban trabajando en el mismo invento. Y
comenzó una carrera entre estos cuatro hombres para la construcción del primer
teléfono que conocería el mundo civilizado.
El ganador de la carrera fue Bell. Gray llegó segundo, aunque a muy corta distancia
de aquel. Solicitó una patente sólo pocas horas después que Bell ya la había
obtenido del gobierno.
Un día, mientras hacía experimentos con ondas de aire producidas por diferentes
sonidos, descubrió que la voz humana podía ser transmitida a través del aire
mediante una bocina y ser recibida a través del aire por un auricular.
Esto significaba un verdadero progreso con respecto al invento de Bell, el cual
requería necesariamente hablar y escuchar a través del mismo dispositivo. Había
Y luego señaló que el teléfono de Bell podía ser oído, y aun así no muy claramente,
solo a la distancia de unos treinta kilómetros. En cambio su aparato, ya en el primer
ensayo, había transmitido un sonido claro a más de ciento sesenta kilómetros.
Orton le ofreció cien mil dólares por los derechos del transmisor. Edison aceptó con
una condición:
—Por favor, págueme a razón de 6.000 dólares por año. De lo contrario sentiré la
tentación de gastar los cien mil dólares de una vez, en mis inventos.
Orton aceptó riendo. Sabía que Edison se hallaba siempre listo para consagrar tanto
su dinero como su mente a los inventos.
Mientras Edison se felicitaba a sí mismo por su éxito con el transmisor, recibió una
oferta por su receptor. La oferta provenía esta vez de Samuel Insull, un joven que
representaba sus intereses en Inglaterra.
— ¿Serían aceptables treinta mil?, telegrafióle Insull.
Edison, pensando que hablaba de treinta mil dólares, aceptó la oferta. Cuando
recibió el cheque, se alegró sobremanera al comprobar que se trataba de treinta mil
libras, ¡suma que en aquellos tiempos equivaldría más o menos a ciento cincuenta
mil dólares norteamericanos!
El dinero seguía deslizándose por entre los dedos activos de Edison. Más
experimentos, más colaboradores que lo ayudasen, más materiales para recoger en
todos los rincones de la tierra, destinados a sus interminables ensayos. Edison
mantenía un ritmo constante de trabajo, si bien a veces padecía intensos dolores de
oído, a raíz de su vieja lesión.
—Lo he visto, decía su cuñada, Alice Stilwell, sentado al borde de la cama y casi
agujereando la alfombra con los tacos de sus zapatos, por el fuerte dolor que
soportaba.
Pero ni el duro trabajo ni el intenso dolor le impedía jugar con sus hijos en todo
momento disponible.
—Era un gran bromista, continuaba Alice Stilwell; solía ponerse los vestidos de Mary
y retozaba por la casa con los niños. Tenía una linterna mágica y a veces solía
colocarse detrás de la pantalla y mantenía la cabeza apoyada en el aparato
haciendo morisquetas para entretenerlos.
Capítulo 8
La máquina que podía hablar y cantar
Fonógrafo de Edison
Edison invertía en sus inventos prácticamente todo el dinero que ganaba, y también
todo el tiempo que podía restar a sus deberes de padre de familia. Fue acaso uno
de los hombres más trabajadores que hayan existido jamás, y poseía una memoria
tan poderosa como su capacidad de trabajo. Cuando observaba una máquina podía
registrar en su mente centenares de detalles y recordar más tarde cada uno de
ellos.
Para los trabajos que tenía por delante necesitaba de veras esa paciencia incansable
y esa memoria extraordinaria que lo caracterizaba. El invento que lo absorbió más
que ninguno, después de perfeccionar el teléfono, fue el fonógrafo. Mientras
trabajaba en sus experimentos en el campo de la telegrafía, había advertido que la
cinta registradora de los mensajes vibraba a veces con un sonido musical. En ese
entonces se había limitado a guardar esa observación en su retentiva.
En el verano de 1877 Edison se hallaba más o menos libre de otras actividades. Un
día sentóse frente a su escritorio y dibujó el croquis de un cilindro montado sobre
un largo eje horizontal. La extremidad izquierda del eje llevaba la punta un brazo
movible con una aguja en forma de dedo. En el extremo derecho, una manivela que
hacía girar el eje juntamente con el cilindro.
Cuando el croquis estuvo terminado, Edison llamó a su oficina a John Kruesi,
capataz del laboratorio.
—John, le dijo, deseo que me hagas esta máquina.
—No veo nada eléctrico en esta máquina, señor Edison. Ni bobinas, ni magnetos, ni
cables, ¿para qué sirve?
—Hablará y cantará, John.
podrían ya saborear los cigarros y las manzanas que ganarían a expensas del
patrón.
Pero Edison se limitó a decirles:
—Esperen, muchachos, no he terminado todavía.
Pidió otro pedazo de papel de estaño, lo enrolló más ajustadamente alrededor del
cilindro y pegó uno con otro los extremos, a fin de mantener tensa la planchuela.
Giró luego nuevamente la manivela y comenzó a recitar con lentitud la canción
infantil: "María tenía un corderito". Completó toda la estrofa, soltó de golpe la
boquilla, volvió el cilindro a su posición inicial y colocó otra vez la boquilla.
Edison y su fonógrafo
¡De repente la máquina comenzó a hablar! Era la voz de Edison, débil pero clara,
que volvía hasta ellos desde el cilindro:
María tenía un corderito,
Su lana era blanca como la nieve
Kruesi casi se cae de espanto; y el mismo tenedor de libros, hombre mucho más
valiente, se puso pálido.
—Me siento dichoso de perder la apuesta, balbuceó, pero esto me ha asustado.
—Yo mismo estoy un poco asustado, observó Edison.
A la, mañana siguiente llevó su nuevo invento a la oficina del Scientific American. El
director de esta revista, A. E. Beach, preguntó al inventor para qué servía ese
objeto de aspecto cómico.
—Espere sólo un momento, dijo Edison, y usted mismo se dará cuenta.
Colocó la máquina sobre el escritorio de Beach.
—Ahora tenga la gentileza de hacer girar la manivela.
Beach hizo lo indicado, y carecía como si acabara de ver un fantasma. En efecto,
esa máquina sin vida ¡se dirigía a él con voz humana!: "Buenos días, señor Beach,
¿qué le parece el fonógrafo de Edison?"
—Si esto no es un ardid de ventrílocuo, dijo Beach, estoy en presencia del invento
más grande de todos los tiempos.
Y este "invento más grande de todos los tiempos" convirtióse en la noticia más
sensacional del día. Edison fue el tema de muchas crónicas y caricaturas en los
periódicos. Algunas caricaturas lo mostraban como un moderno Merlín, vestido con
un manto negro y con un bonete a modo de helado invertido, y embistiendo el aire
con dedos largos y huesudos, como si tratara de arrebatar al cielo los secretos de la
naturaleza. Una revista del Oeste decía que Edison se hallaba a punto de modificar
todas las leyes de la naturaleza: ¡Haría correr el agua hacia lo alto de las colinas,
detendría la rotación de la tierra alrededor de su eje y lograría que el sol brillase de
noche!
Edison prestaba poca atención a toda esta publicidad. Estaba demasiado ocupado
en perfeccionar su nueva máquina. La voz era muy chillona, el papel de estaño no
respondía satisfactoriamente como elemento registrador, el cilindro debía ser
reemplazado por un disco chato, y debían subsanarse muchas fallas antes que el
fonógrafo pudiera llegar a ser un instrumento perfecto. Le llevaría varios años y le
costaría tres millones de dólares completar el trabajo hasta quedar enteramente
satisfecho.
Capítulo 9
De la simple conversación a las sinfonías
Fonógrafo de Edison
Una larga lucha le costó a Edison perfeccionar el fonógrafo hasta ese punto. Patentó
su invento el 19 de febrero de 1898: la primera patente concedida por el registro de
la voz humana. Luego se puso de lleno a trabajar en el mejoramiento de aquella
tosca máquina. Comenzó una serie de experimentos sobre un disco, que
reemplazaría al cilindro. Ensayó toda clase de grasas y ceras minerales, a fin de
lograr una grabación lo suficientemente suave como para recibir una buena
impresión, pero a la vez lo bastante resistente como para contrarrestar el desgaste
y no romperse.
No encontró una grabación satisfactoria que pudiera lograrse con esa clase de
material. Envasó entonces la estearina, sustancia derivada de la grasa animal que
contiene la leche de vaca. La estearina le proporcionó exactamente lo que buscaba:
una superficie suave y fuerte que reproducía el sonido sin chillido alguno. Durante
muchos años esa sustancia siguió siendo el material básico utilizado en la
producción de discos fonográficos.
Después de los experimentos con el disco, efectuó un estudio sobre acústica (la
aplicación de las leyes del sonido). Edison trató de descubrir la mejor manera de
agrupar a los cantores o los instrumentos musicales, a fin de lograr los más bellos
efectos. El dirigía personalmente todo esto, y, a pesar de ser parcialmente sordo,
concibió un método especial para poder él mismo percibir sonidos diferentes. "Este
método, decía, permite que un sordo escuche música. La mayoría de la gente solo
oye por medio de sus oídos. Yo oigo con mis dientes y mis huesos. Comúnmente
pongo mi cabeza apoyada contra el fonógrafo. Si hay algún sonido débil que no
percibo totalmente de ese modo, muerdo la madera y lo oigo bien y con fuerza".
Mientras Edison seguía introduciendo mejoras en su fonógrafo, sacaba patentes a
fin de proteger sus nuevas ideas. En diez años se aseguró más de ochenta patentes,
cada una de las cuales señalaba un paso adelante hacia la máquina perfecta.
Y, a medida que la máquina se perfeccionaba más y más, se multiplicaban las
invitaciones para que efectuara demostraciones con ella: en América, Europa, Asia y
África.
Una de esas invitaciones le fue dirigida por Guillermo II, el joven emperador de
Alemania. Edison no pudo responder a la invitación yendo personalmente, pero
La grabación se realizó así tal como Edison había indicado; por primera vez una
orquesta que tocaba en Europa fue escuchada al otro lado del océano, en Estados
Unidos. La profecía de Edison se había convertido en un hecho real. El fonógrafo
había llevado a los hogares de toda la gente la música de la sala de conciertos y
había llegado a ser una gran fuente de felicidad a lo largo del mundo.
Cuando se informó de esto a Edison, limitóse a sonreír y a observar:
—Tengo todavía otras realizaciones más grandes en mi menté. En este preciso
momento estoy trabajando en ellas.
Capítulo 10
¡Hágase la luz!
Edison había concebido una nueva idea: cómo convertir la noche en día. Por espacio
de miles de años la raza humana había caminado en la oscuridad, supeditada a los
más toscos materiales, tales como nudos de pino, grasas de animales y velas de
cera; para iluminar el camino. Luego se registró una leve mejora, gracias a la
introducción de las lámparas de querosene y a la iluminación de gas.
Pero Edison pensaba en algo mejor todavía: la iluminación eléctrica.
—Si la electricidad puede producir fuerza y calor, decía, no hay razón alguna para
que no pueda producir luz. Lo único que hace falta es una sustancia que pueda
arder convenientemente bajo el estímulo del calor y de la energía.
Edison no era el único que abrigaba ese pensamiento. Otros hombres de ciencia se
hallaban trabajando en la misma idea. Unos cuarenta años antes del nacimiento de
Edison, un joven inglés, Humphry Davy, había producido una luz haciendo pasar
una corriente eléctrica a través de dos varillas de carbón. Como la corriente
formaba un arco que brillaba con luz mortecina sobre la curva entre las dos varillas,
"Davy había denominado a su invento "luz de arco".
Otros inventores adoptaron la idea de Davy y trataron de mejorarla. En 1876 un
ruso llamado Iablochoff fabricó una lámpara de arco, a la que dio el nombre de
"vela eléctrica". Pero no servía para fines prácticos. Ardía con brillo por un
momento, pero luego se apagaba. Varios científicos norteamericanos, entre ellos
Cuando comenzó a trabajar en este campo, todos decían que estaba perdiendo el
tiempo. "Está absolutamente probado, escribía un cronista de Nueva York, que la
iluminación eléctrica es imposible. Se opone a las leyes de la naturaleza". Pero para
Edison la palabra "imposible" significaba "posible, si se trabaja en ello con bastante
tesón".
Así fue como se puso a la tarea. Organizó una escuadrilla de "insomnes", un grupo
de ayudantes que estaban dispuestos a sacrificar su sueño en cualquier momento
en que fuese necesario realizar a toda prisa algún trabajo especial. Era una suerte
que Edison fuera sordo, pues esa circunstancia le impedía oír los apodos de
"soñador", "fanfarrón" y "necio", que le prodigaban.
La primera tarea a que se abocó este "necio soñador" fue la de leer todos los libros
y artículos que pudiera encontrar sobre la historia y la ciencia de la iluminación.
Llenó doscientos cuadernos de apuntes y cerca de 40.000 páginas con
observaciones y croquis. Aprendió que existe muy poca diferencia entre calor y luz.
Ya el hombre de las cavernas sabía que era posible calentar dos palos frotándolos
entre sí, y que podían arder si se los hacía rozar con más fuerza. Además, sabían
que determinados materiales ardían dando más brillo y durante más tiempo que los
de otro tipo. Esta sería, pues, la primera tarea de Edison: descubrir algún material
que diera una buena luz y que al mismo tiempo resistiera el calor de la electricidad
que tendería a convertirlos en cenizas.
Seleccionó varios metales raros y los hiló en finas hebras. Pero ninguno de ellos dio
resultado. Ardían muy rápidamente.
Dinamo de Edison
Sin desalentarse Edison siguió adelante. Durante días, semanas y meses, sentado
en su laboratorio, ensayaba metal tras metal, fibra tras fibra. Luego lo asaltó una
idea. Tal vez podría obtener mejores resultados si encendía las fibras dentro de una
lámpara, o ampolla, a la que pudiera vaciársele el aire. Le pidió a un vidriero que le
fabricase algunas ampollas en forma de pera; después desalojó el aire que
contenían.
El resultado fue bueno. Cuando se extraía el oxígeno de las ampollas, las hebras
electrizadas ardían con más brillo y por más tiempo. Edison había acertado con uno
de los importantes principios básicos de la iluminación eléctrica: la ampolla de
vacío.
Pero todavía no estaba satisfecho. Aun con este método perfeccionado de la
ampolla, la luz duraba solamente pocos minutos. No había descubierto todavía el
material adecuado para el filamento o hebra ardiente. En alguna parte del mundo,
opinaba, existiría esa sustancia. Pero, ¿dónde? Y ¿cómo era posible encontrarla?
visitantes entró en la estación, Edison dio una señal a uno de sus técnicos.
Súbitamente desapareció la noche, y el manto de nieve que cubría el campo se
transformó en un millón de diamantes bajo una multitud de luces eléctricas.
Centenares de lámparas, como soles en miniatura, iluminaban la calle que conducía
desde la estación hasta el laboratorio.
Cuando los huéspedes pasmados llegaron al laboratorio, encontraron a varios
mecánicos vestidos con sus ropas de trabajo.
—¿Dónde está el señor Edison?, preguntó uno de los visitantes, esperando que éste
estuviera vestido, como ellos, con su mejor traje de etiqueta para tal ocasión.
—Allá está, junto a la dinamo, dijo otro visitante, que conocía de vista a Edison.
El inventor estaba examinando la dinamo que convertía la energía mecánica en luz
eléctrica. Tenía puesta una camisa de franela gris, unos pantalones manchados con
grasa y tiza, y un saco quemado por las sustancias químicas del laboratorio, que le
habían hecho un par de agujeros. Edison estaba muy ocupado para pensar en
sombreros de seda y trajes de etiqueta.
Pero no bien terminó de revisar la dinamo, saludó a los visitantes y los entretuvo
contándoles la historia de la luz eléctrica. Ellos estuvieron pendientes varias horas
de sus palabras, mientras Edison los llevaba de una máquina a otra explicándoles
sus secretos y reconociendo los méritos de todos los hombres que lo habían
ayudado en su trabajo.
En el transcurso de la noche se produjeron algunos incidentes que alarmaron y
divirtieron a la vez a los visitantes. Edison había colocado advertencias de
"Prohibida la entrada" en las puertas de las salas donde se hallaban las dinamos
más potentes. Algunos de los huéspedes que habían desobedecido esas señales
advirtieron con sorpresa que sus relojes estaban imantados. Y una señora joven que
se introdujo en una de las salas prohibidas salió de ésta corri«nd« y chillando
espantada, con el cabello suelto sobre su cabeza. En un momento en que se había
acercado demasiado a un poderoso generador, las horquillas se le habían salido
súbitamente del elegante peinado.
Aparte de estos incidentes menores, la tertulia fue un éxito enorme. Algunos de sus
amigos urgían a Edison para que lanzara al mercado su lámpara eléctrica. Pero él
no estaba todavía dispuesto a hacerlo. Los filamentos que había descubierto hasta
entonces eran aún muy frágiles para fines prácticos. ¡Hab'a que encontrar algo más
resistente!
Un día halló un abanico de bambú en su laboratorio. Lo deshizo en pedazos, dividió
la caña en tiras delgadas, las recubrió de negro de humo y las insertó en sus
ampolletas. Obtuvo excelentes resultados.
¿Era acaso éste el secreto que buscaba? Comenzó a estudiar la cuestión y se enteró
de aue había no menos de mil doscientas diferentes clases de bambú, que crecían
en distintas partes del mundo. Su decisión ya estaba tomada. Enviaría a sus
"exploradores" por todo el mundo con la misión de localizar el mejor tipo posible de
bambú para hacer filamentos.
Fue una búsqueda prolongada, agobiadora y costosa. Sus hombres le hicieron llegar
más de seis mil muestras de bambú desde cada rincón de la tierra, y Edison las
ensayó una por una en su laboratorio. Muchas fueron clasificadas desde "bastante
buenas" a "buenas" y "muy buenas". Hasta que por fin un día dio con una muestra
que pudo considerar "excelente". Era un bambú aue provenía de las selvas del
Amazonas. La lámpara eléctrica de Edison estaba lista para su aplicación comercial.
Capítulo 11
Copas de electricidad
Pero, antes que nada, le sería preciso reunir los fondos necesarios para tan enorme
empresa. Por fortuna Edison era un buen vendedor. Logró interesar en sus planes al
famoso banquero J. Pierpont Morgan. Este organizó la Compañía Eléctrica Edison
con suficiente capital para comenzar y con la promesa de aportar más dinero si las
obras se desarrollaban normalmente.
Sin embargo, en algunas oportunidades los trabajos no marchaban sobre rieles, y
Edison tenía que recurrir a toda su capacidad de persuasión para impedir que sus
patrocinadores dejasen de apoyarlo. Estaba firmemente resuelto a no fracasar. La
palabra fracasar, como la palabra desistir, nunca había tenido cabida en su
vocabulario.
A fin de estar lo más cerca posible de su nuevo centro de actividad, se mudó a
Nueva York. Habían pasado doce años desde su primera llegada a esta ciudad, sin
un céntimo, hambriento y desconocido. Y ahora, a los treinta años, gozaba de fama
como el más grande inventor del siglo.
Compró una residencia de cuatro pisos en el número 65 de la Quinta Avenida y la
convirtió en edificio para oficinas. Invitó a Samuel Insull, su brillante representante
en Inglaterra, para que se desempeñara como su secretario privado. Abrió luego
varias fábricas en calles próximas y se abocó a la tarea de fabricar la complicada
maquinaria destinada a generar y distribuir la electricidad para las luces de la
ciudad.
Edison tuvo que prever hasta el más mínimo detalle.
—No hay nada que podamos comprar hecho o que algún otro pueda producir para
nosotros, le decía a Charles Batchelor, uno de sus técnicos principales. Tenemos
que hacerlo todo con nuestras propias manos.
Había contratado dos mil hombres, que estaban ansiosos por colaborar en su gran
empresa. Uno de sus primeros trabajos fue la instalación de luz eléctrica en el
Columbia, vapor que navegaba entre Nueva York y San Francisco. Las compañías de
seguros se negaron a asegurar el barco. Vaticinaban que éste se vería envuelto en
llamas antes de alcanzar su puerto occidental. Pero el propietario del barco, Henry
Villard, tenía más fe en Edison. Y su fe resultó justificada cuando se difundió por
todo el mundo la noticia del feliz arribo del Columbia a San Francisco.
Desfile eléctrico por la Quinta Avenida. Cada hombre llevaba un casco con una
dinamo portátil en el interior y arriba una lamparilla eléctrica. El jefe del desfile,
montado en un caballo blanco esgrimía un bastón con una lamparilla del mismo tipo
en el extremo
Una de esas muchas cosas que ningún otro podía hacer fue el invento del medidor
eléctrico. Pero cuando Edison ponía su mente en un problema, por lo general lo
resolvía. El medidor que inventó consistía en una pequeña batería de vidrio, que
contenía una solución con dos placas de zinc sumergidas en esta. Cuando la
corriente eléctrica atravesaba el medidor, el zinc pasaba de una placa a la otra.
Como la cantidad de zinc desplazada por una corriente de una intensidad dada en
un lapso determinado es siempre la misma, resultaba fácil establecer qué cantidad
de corriente se había utilizado durante el mes en cada casa. La persona encargada
de "leer" el medidor se limitaba a inspeccionar las placas mensualmente.
millar de dólares aportado por los banqueros a la Compañía Eléctrica Edison valía
ahora cincuenta mil dólares.
Cuando los periodistas acudieron a felicitar al inventor por su éxito, lo encontraron
nuevamente en su laboratorio. Estaba otra vez vestido con su ropa de trabajo. Le
pidieron que pronunciara un discurso en una sala pública. Pero Edison, sonriente,
rehusó:
—No tengo tiempo de hablar de los inventos de ayer, dijo. Debo comenzar a pensar
en los inventos de mañana. Queda mucho todavía por hacer en pro de la felicidad y
la comodidad del hombre.
Capítulo 12
Cuando la luz se apagó
Una idea surgió entonces en la mente de Edison. ¿Por qué no utilizar la electricidad
para la tracción de los tranvías?
No era una idea nueva. En 1874 Thomas Davenport, un herrero de Vermont, había
construido una pequeña vía circular y un par de vehículos que corrían por ella
mediante energía suministrada por una batería eléctrica. No mucho después un
escocés, llamado Robert Davidson, había instalado un motor eléctrico en un
vehículo de capacidad suficiente como para transportar pasajeros.
Pero, según solía ocurrir, lo que otros habían considerado un mero pasatiempo, en
la mente de Edison se transformó en una idea que beneficiaría al mundo.
Y otra vez, como de costumbre, los periódicos empezaron a ridiculizar la idea.
"Si usted desea arrastrar un tranvía, leía Edison en uno de los diarios, debe ponerle
delante un animal que tire de él. ¡El transporte eléctrico es absoluta y totalmente
impracticable!"
Edison sonreía al leer ese artículo y avanzaba tranquilamente en la construcción de
su tranvía eléctrico. Y no transcurrió mucho tiempo antes que los tranvías a caballo
del país comenzaran a ser reemplazados por tranvías eléctricos.
La vista de los nuevos tranvías eléctricos, con sus troles a modo de palos de escoba
asidos a cables aéreos, inspiró a Oliver Wendell Holmes una de sus interesantes
observaciones: "Hay multitudes de personas, decía, que transitan por nuestras
calles sobre estos tranvías de moda, que llevan arriba sus palos de escoba de
brujas, y de todas ellas no más de una de cada docena piensa, o muestra un poco
de interés, en ese milagro forjado para su comodidad. Deberíamos postrarnos de
rodillas cuando una de esas poderosas caravanas, tranvía tras tranvía, rueda a
nuestro lado bajo el impulso místico del inventor".
Rara vez Edison se limitaba a un invento por vez. Su mente fue muy rica y pletórica
de ideas, a lo largo de toda su vida. Mientras trabajaba en algunos de sus más
famosos inventos, dirigía experimentos en otros campos diversos. Se esforzaba por
descubrir toda clase de nuevos métodos para manejar la electricidad y ponerla al
servicio de la humanidad. Continuó perfeccionando el teléfono, el fonógrafo y la
transmisión telegráfica múltiple, o sea la transmisión de varios mensajes por un
mismo cable. Inventó plumas eléctricas, máquinas para escribir direcciones, un
Pero olvidó todos sus triunfos cuando sufrió el impacto de una verdadera tragedia.
Durante varios años su esposa Mary había tenido una salud precaria. En el verano
de 1884 contrajo fiebre tifoidea. Y, a pesar de todos los esfuerzos de los mejores
médicos, murió el 9 de agosto. Aquel feliz matrimonio había durado trece años.
Por un tiempo la luz se apagó en su vida jun-to con Mary. Pero luego comprendió
que no de-bía ceder a la aflicción. Tenía trabajos que realizar y tres hijos jóvenes
que cuidar: Marión, Thomas Alva (h.) y William. Envió a sus hijos por el momento a
casa de la abuela Stilwell. Esta residía en Nueva York, de manera que podía verlos
cuando sentía la soledad de su gran casa vacía. Y siempre les llevaba regalos: golo-
sinas y juguetes para Tommy y Bill, y piezas de música para Marión, que estudiaba
piano.
Algunas veces los sacaba a pasear por el Central Park. Y ocasionalmente llevaba a
Marión a un concierto o a una función de teatro lírico, pues ambos gustaban de la
buena música. No obstante su sordera parcial, podía oír lo bas-tante bien como para
gozar de la música y señalarle a Marión los pasajes de más calidad.
Un día le contó a Marión un caso que le había ocurrido durante la representación de
Iolanthe, de Gilbert y Sullivan, en el Bijou de Boston. El y Mary habían asistido
vestidos de gala, pues se trataba de una gran ocasión: era la primera vez que un
teatro norteamericano estaba iluminado por medio de la electricidad.
"De repente, le contaba a Marión, me di cuenta de que las luces eléctricas se iban
oscureciendo. Me excusé y corrí hacia la planta de energía, que se hallaba en el
sótano. ¿Y qué piensas que vi? El foguista, de quién se suponía que debía estar
manteniendo el vapor necesario para generar la electricidad, se había quedado
dormido. Me quité el saco, me arremangué y comencé a echar paladas de carbón
sobre las llamas agonizantes. Cuando el vapor recuperó su fuerza original, previne
al foguista que se mantuviera despierto, me puse el saco de etiqueta y volví a mi
butaca a tiempo para ver la escena final".
Edison se olvidaba de su soledad cuando les hablaba a sus hijos de la vida que
había compartido al lado de la madre de ellos. Pero siempre sentía oprimírsele el
corazón al volver a su casa desierta.
Capítulo 13
El mundo en movimiento
Edison se hallaba tan ocupado en sus inventos, que pronto sus viejos laboratorios
resultaron demasiado chicos para el vasto campo de sus ideas. Decidió construir
una nueva planta en Schenectady, ciudad pequeña y muy pintoresca junto al río
Mohawk, en la zona norte del estado de Nueva York. Poco después de instalada la
nueva planta, organizó una gran sociedad y comenzó a fabricar toda clase de
equipos eléctricos, desde lámparas y luces de arco hasta tranvías y locomotoras.
Pero Edison dedicaba solamente una parte de su tiempo a sus intereses
comerciales. Confió la administración de la planta a supervisores competentes y
volvió a su laboratorio y a sus inventos. Pensaba en algunos de sus más
importantes trabajos que aún le quedaban por cumplir.
Y tenía razón. Un día de mayo, en 1885, mientras realizaba un viaje de vacaciones
a Boston, miró por la ventana del tren que corría a toda velocidad y vio que el
paisaje se deslizaba en dirección opuesta. Por unos minutos sintióse conmovido por
la belleza de la escena, que danzaba con su ropaje primaveral y de hojas y flores. Y
de pronto lo asaltó una reflexión: "Esto parece un cuadro en movimiento".
Esta idea llenó de inmediato su mente: ¿Por qué no construir una cámara
fotográfica que reproduzca esa especie de cuadro en movimiento? Mostrar el
mundo, no inmóvil como en las antiguas fotografías, sino ¡vivo y en marcha!
Decidió trabajar en esta idea no bien regresara de sus vacaciones. Cuando llegó a
Boston, sin embargo, se olvidó por un tiempo de sus cuadros en movimiento. Algo
más interesante absorbió su atención. Estaba cenando en casa de Ezra Gilliland, un
viejo amigo de sus días en la Western Union.
─Hay una damita a quien me gustaría que usted conociera, dijo la señora Gilliland;
su nombre es Mina Miller. Su padre es inventor como usted.
Y la señora Gilliland continuó informando a Edison que Mina Miller era culta, bella,
amante del arte y, decididamente, digna de ser conocida.
— ¿Qué edad tiene? —preguntó Edison. No estaba mayormente interesado, pero
deseaba ser cortés.
—Escasamente veinte años.
Edison se rió.
—Demasiado joven para mí. Yo tengo treinta y ocho, usted lo sabe.
Costóle trabajo a la señora Gilliland persuadir a Edison a que conociera a su amiga.
Edison protestaba que él no era la clase de persona que pudiera impresionar mucho
a una joven. Pero la señora Gilliland insistió, y finalmente consiguió lo que se
proponía.
Así fue como los dos se conocieron... y se enamoraron. Pasaron algunas semanas
en Chautauqua, donde la familia Miller, con seis hijos y cinco hijas, tenía una casa
de verano y un gran bote. Los padres acogieron a Edison como a otro hijo, y casi
por primera vez en su vida el inventor aprendió a descansar y distraerse.
La pareja se comprometió en el otoño; durante las vacaciones de Navidad los hijos
de Edison se reunieron con la "muy bella dama", que habría de ser su nueva madre.
A ellos les parecía más bien una hermana, pues tenía solamente ocho años más que
Marión. Había llegado cargada de regalos para los tres niños; al poco rato los cuatro
charlaban y retozaban juntos, mientras el padre los observaba con una sonrisa.
Se casaron dos meses después, el 24 de febrero de 1886. Pasaron la luna de miel
en Fort Myers, sobre la costa oeste de Florida, donde el inventor había comprado
una casa grande, en cuyo espacioso jardín crecían palmeras, hibiscos y llamativas
buganvillas, un verdadero paraíso para la recreación y el juego.
Pero la luna de miel de Edison no estuvo totalmente dedicada a los juegos. Había
instalado un laboratorio en su villa y dedicó buena parte de sus vacaciones a
trabajar entre sus cables, sustancias químicas, mecheros Bunsen, barrenos y
hornillos.
A menudo, mientras trabajaba afanosamente en su laboratorio, su mente volvía a
su idea de realizar cuadros móviles. Había tomado la determinación de enfrascarse
seriamente en esta empresa cuando tornase a su laboratorio en el norte.
Al regreso de su luna de miel obsequió a su desposada con una casa en Llewellyn
Park, al pie de las Montañas Orange. Era uno de los sitios más pintorescos de Nueva
Jersey: una casa de ladrillo rojo, en medio de un parque de cinco hectáreas, con
flores, árboles y césped de color verde aterciopelado. Trajo a sus tres hijos y se
entregó seriamente a una nueva vida, que iría a brindarle una dicha ininterrumpida
por más de cuarenta años.
Para Edison, en efecto, la dicha significaba una esposa comprensiva, trabajo
intenso, buena música y la oportunidad de hacer alguna cosa en su jardín. No le
atraían mayormente los juegos ni los deportes de la demás gente. Detestaba el
bridge y el póker, y consideraba el golf como un pasatiempo inútil. Pensaba que era
más divertido caminar con los brazos oscilando libremente, en vez de llevarlos
cargados con un palo de golf y teniendo que detenerse una y otra vez para golpear
la pelota.
Su entretenimiento favorito consistía en escuchar a su esposa tocar el piano. Tal vez
fumaría un cigarro, cerraría los ojos y soñaría con el momento en que lograra
producir una grabación lo bastante perfecta como para reproducir una sinfonía de
Beethoven, y una fotografía lo suficientemente llena de vida como para mostrar el
mundo entero en movimiento.
Su intención era introducir en cada hogar una sala de concierto y un teatro.
Deseaba que todos escucharan la mejor música en sus propios discos y vieran las
mejores obras teatrales y espectáculos en su propia pantalla.
Su interés principal se centraba ahora en su idea de la fotografía en movimiento.
Trabajó de vez en cuando en esta idea durante varios años. Pero, como siempre, no
era este el único proyecto que ocupaba su tiempo. Para continuar atendiendo sus
intereses comerciales y con sus inventos, construyó un nuevo laboratorio en West
Orange, Nueva Jersey. Este laboratorio, el más grande del mundo, estaba ubicado
escasamente a menos de un kilómetro de su hogar. Podía así pasar más tiempo con
su familia.
Rara vez volvía del laboratorio a su casa con las manos vacías. Les traía a los niños
relojes despertadores con "sorpresas" y les enseñaba a desarmarlos y armarlos de
nuevo. Una vez llegó a su casa con un motorcito de vapor que funcionaba mediante
una llama de alcohol. Con frecuencia inventaba juguetes y dispositivos para
diversión de los niños.
No habían pasado muchos años cuando el número de sus hijos aumentó a seis: una
niña y dos niños de su segundo matrimonio, que se sumaban a la hija y a los dos
varones de su primer matrimonio. En total, dos hijas y cuatro hijos. A menudo
llevaba a sus niños al laboratorio de West Orange, donde había preparado una sala
de trabajo exclusivamente para ellos.
Un día se produjo una explosión en el laboratorio de los niños. Los muchachos
habían intentado inventar una "bomba flotante", la que casi mata a uno de ellos.
Desde ese día en adelante Edison insistió en dirigirlos él mismo en todos sus
experimentos.
La vida en familia en Llewellyn Park transcurría alegre y llena de afecto; sobre todo
en la época de Navidad, una vez distribuidos los regalos, solían reunirse alrededor
del piano para interpretar una serie de cánticos tradicionales, mientras Mina
acompañaba con la música.
Pero siempre, después de esos breves períodos de diversión, Edison se sumergía en
su trabajo. Y tan intensa era su dedicación, que muchas veces caía
momentáneamente en una especie de enajenación mental. Al ir a registrar el último
invento en la oficina de patentes en Washington, llegó tan absorto en sus
pensamientos que no podía recordar su nombre. En otra oportunidad su distracción
provocó un gracioso incidente en el laboratorio.
Fatigado tras una prolongada tensión en su trabajo decidió recostarse para dormir
una siesta. Pidió a uno de sus ayudantes, Charlie Batchelor, que le trajera el
almuerzo a las dos de la tarde. El ayudante volvió a la hora indicada, colocó el
almuerzo sobre una mesa y despertó al inventor. Edison abrió los ojos, miró la
comida y pronto volvió a quedarse dormido.
Esto le sugirió a Batchelor una idea. Comió él mismo el almuerzo de su jefe y volvió
a colocar la bandeja con los restos sobre la mesa del laboratorio.
Pocos minutos después Edison volvió a despertarse. Al ver los restos del almuerzo
dedujo que ya había comido. Extrajo del bolsillo su cigarro como lo hacía siempre
después de comer, y comenzó a fumar.
En ese momento regresó Batchelor.
— ¿Qué le pareció el almuerzo, señor Edison?, preguntó con una sonrisa burlona.
—Muy bien, creo. Pero todavía tengo un poco de apetito.
Desde París los Edison viajaron a Berlín, Londres y Roma. En la capital italiana el
señor y la señora Edison quedaron convertidos, por una orden del Rey Humberto, en
el Conde y la Condesa Edison.
Pero, al salir de Roma, Edison se guardó también en el bolsillo la insignia de su
nobleza italiana. Volvió a Estados Unidos simplemente como Tom Edison, cuyo único
título de aristocracia consistía en poseer una mente activa y enorme deseo de
trabajar.
Y ahora que las vacaciones, con toda su agitación, habían quedado atrás, Edison
retornó a su laboratorio y se enfrascó con cuerpo y alma en el proyecto que había
estado planeando durante largo tiempo: la creación de una máquina de imágenes
en movimiento.
Capítulo 14
Imágenes con vida
Cinetoscopio
Todo el personal del laboratorio se turnó para actuar ante la cámara, excepto una
persona. Esa única excepción fue el propio Edison. "Mi función no es exhibirme, sino
trabajar", decía.
Entre las películas con "trucos" tomadas en esa época figuraba la del "accidente"
sufrido por un artista ocupado en su tarea en medio de las vías del ferrocarril. De
repente un tren expreso hacía su aparición en escena como una tromba,
desparramando artista, tela y caballete en mil pedazos por toda la escena. Pero no
bien había pasado el tren, los pedazos volvían a reunirse, y el artista, después de
agitar sus puños en señal de protesta por la interrupción, continuaba su pintura en
medio de las vías.
El primer estudio cinematográfico del mundo fue construido en un patio próximo al
laboratorio de Edison, en West Orange. Era un edificio rectangular, montado sobre
un carril circular, que giraba de modo de poder recibir la luz del sol durante todo el
día. Semejaba una enorme cámara fotográfica y estaba pintado de negro por
dentro. Edison lo llamaba la "Negra María".
La primera exhibición pública de las "imágenes en movimiento" no se realizó en una
moderna pantalla, sino a través de una "máquina con mirilla". Era un artefacto en
forma de caja, con una mirilla de vidrio que permitía al espectador mirar hacia
adentro. Una sola persona por vez podía contemplar la película a través de esa
angosta mirilla. Fue exhibida por vez primera en la Feria de Chicago y transportó a
millares de visitantes a un nuevo mundo mágico.
Edison no estaba satisfecho con este artefacto. Quería que miles de personas vieran
simultáneamente las películas. Fue así como inventó una máquina proyectora y
construyó una pantalla sobre la cual se agrandaban las imágenes. "La máquina
proyectora, explicaba, no es otra cosa que una cámara al revés". La cámara reduce
un objeto grande a una imagen pequeña, y el proyector amplía la imagen pequeña
hasta obtener el tamaño original del objeto.
Esto parece muy simple para nuestra generación actual, pero para la gente de la
época de Edison era una de las maravillas del siglo. En Nueva York la primera
proyección de una película con imágenes en movimiento sobre una pantalla tuvo
lugar el 27 de abril de 1896. El público vibraba de entusiasmo. "Todo esto, decía un
cronista, permitirá al mundo del futuro ver el pasado; ver cómo vivía la gente, cómo
coronaba y enterraba a su reyes, cómo entrenaba a sus ejércitos, cómo botaba sus
barcos de guerra, cómo practicaba sus juegos, rendía culto en sus templos y
enseñaba en sus escuelas".
Uno de los triunfos más notables del nuevo invento de Edison se concretó en el
campo de la naturaleza. La cámara registraba el crecimiento de una flor en un
período de varias semanas, y luego lo reproducía sobre una pantalla en el lapso de
pocos minutos. Se mostraba así en su proceso todo el desarrollo de una simple
planta, desde la semilla al pimpollo, del pimpollo al pétalo y del pétalo a la flor
plena, abierta para recibir la lluvia y el sol.
Cuando Edison dio término al invento de su maquinaria para películas
cinematográficas, encargó a otros la explotación comercial y artística de la "pantalla
plateada". Explicaba que él era un mecánico, no un exhibidor. Vendió su patente a
una compañía que luego crecería hasta convertirse en una de las más prósperas
empresas comerciales del mundo. Pero advirtió a los nuevos propietarios de su
patente que debían usarla para beneficio de la humanidad. "Creo que ustedes tienen
el control del más poderoso instrumento para el bien y el mal, les decía. Recuerden
que son los servidores del público, y nunca permitan que la ambición de dinero o de
poder les impida brindar al público el mejor trabajo de que sean capaces. No es la
cantidad de riqueza lo que cuenta; la calidad es la que engendra felicidad.”
Y así Edison se deshizo de sus derechos en el campo de la industria cinematográfica
y retornó a su taller con la cabeza llena de nuevos inventos y nuevos sueños.
Capítulo 15
Brindar una vida mejor para todos
Luego la conversación giró acerca de uno de los últimos inventos que habían
contribuido al enriquecimiento comercial de Estados Unidos. Uno de los comensales
le preguntó a Edison qué tal marchaba su batería de acumuladores para tranvías y
trenes eléctricos.
—Bastante bien, contestó Edison, pero todavía dista mucho de ser perfecta.
El huésped tocó a Edison en el brazo y le preguntó:
— ¿Ve usted a aquel joven sentado allí enfrente?
—Sí, ¿qué pasa con él?
—Acaba de inventar una máquina que podría utilizar sus baterías.
Edison se mostró interesado.
¿Por qué? Porque el producto no era lo suficientemente bueno para Edison. Su lema
era: "O perfección o nada".
Por eso continuó mejorando sus baterías, ensayándolas en toda clase de caminos y
bajo las más diversas condiciones climáticas. Cuando un camino era particularmente
irregular, Edison elegía la parte que se hallaba en peor estado para una serie de
ensayos especiales. Algunos de los automóviles que llevaban las baterías de prueba
estaban arruinados, las cubiertas desgastadas y sólo el motor se conservaba en
buen estado. Sin embargo, esta clase de pruebas no bastaba. Cuando una batería
volvía después de probada en el camino, se la sometía a una serie de recios golpes
en el laboratorio.
Finalmente, Edison logró fabricar una batería capaz de soportar las pruebas en el
camino y en el laboratorio, sin la más mínima rotura. "Ahora, decía el inventor, creo
que el problema del tránsito ha quedado resuelto".
Edison contribuyó así a que el automóvil de Ford, tal como lo había hecho con el
teléfono de Bell, resultase de utilidad práctica. También otros inventores acudían a
él en busca de ayuda. Un día, como ya se mencionó en un capítulo anterior de este
libro, Edison había observado un fenómeno extraño en su laboratorio: una chispa
eléctrica que saltaba a través del aire entre dos cables. En ese entonces se limitó a
anotar en su cuaderno: "Esto es simplemente maravilloso y constituye una buena
prueba de que la causa de la chispa es una fuerza nueva y desconocida".
Si bien Edison no lo advirtió en ese momento, acababa de tomar contacto con el
secreto de la telegrafía sin hilos, la radio y la televisión. Se hallaba entonces muy
ocupado para realizar experimentos con esa fuerza misteriosa que se desplazaba
por las ondas aéreas. Pero sacó algunas patentes de su descubrimiento, con la idea
de, que en algún momento posterior podría trabajar en ese campo.
Y ahora, al cabo de varios años, mientras se hallaba haciendo experimentos con su
batería de acumuladores, recibió una visita de Guillermo Marconi. Este joven
inventor italiano acababa de dejar atónito al mundo con la transmisión de un
mensaje, sin necesidad de cables, a través del Atlántico. Venía a pedirle
autorización a Edison para hacer uso de sus patentes; y Edison se hallaba ansioso
por favorecer a Marconi, tal como lo había hecho con Henry Ford. No solamente le
dio sus patentes sino también su consejo paternal al joven visitante.
—He estado observando su obra durante algún tiempo, le dijo, y admiro su tesón
frente a las burlas del público y a los repetidos fracasos. Siga así. Usted y yo
tenemos mucho en común.
Edison se hallaba siempre dispuesto a ayudar a otros. Su interés principal radicaba
en convertir el mundo en un lugar donde se viviera con una felicidad más completa
y una vida menos costosa. Más fáciles comunicaciones, mejor iluminación, la música
más selecta en cada hogar, viajes más veloces y el mundo en movimiento sobre la
pantalla plateada; estos no fueron más que unas pocas muestras de los regalos que
Edison dejó a la humanidad. Cada vez que pensaba en un nuevo invento, se
preguntaba: "¿Qué beneficio aportará esto al mundo?".
Tal era el pensamiento que llenaba su mente; cierto día, durante unas vacaciones
en la costa del mar, cuando advirtió una mancha de arena negra sobre la playa. Se
llenó de arena los bolsillos y la llevó al laboratorio. Mientras la esparcía sobre una
mesa, un obrero tropezó contra ésta y dejó caer un gran imán que llevaba en ese
momento. El imán cayó sobre la arena.
Cuando el obrero lo recogió, Edison advirtió que el imán se hallaba cubierto de
minúsculos granos negros.
—Esta arena, dijo Edison, seguramente contiene alguna clase de metal que es
atraído por el imán.
Inmediatamente el inventor se sumergió en profunda meditación. De esa
meditación surgieron experimentos que darían origen a su invento del separador
magnético de mineral de hierro. Con la ayuda de este separador magnético pudo
extraer miles de toneladas de hierro de las rocas ferríferas de Nueva Jersey.
El procedimiento era simple. Construyó una enorme máquina en forma de pinzas,
que tomaba la roca entre sus quijadas y la trituraba como si fuera un terrón de
azúcar. Y seguidamente, mediante un electroimán, atraía las partículas de hierro y
las separaba del resto del montón.
Construyó una planta para su nueva empresa y fundó una villa llamada Edison,
destinada a los obreros. Soñaba con triturar montañas enteras hasta convertirlas en
polvo y extraer de éste una cantidad suficiente de hierro como para abastecer al
mundo durante muchos años.
resorte de una trituradora y fue lanzado al aire, pasando a muy corta distancia de la
nariz de Edison y atravesando una tabla de cinco centímetros de espesor.
Pero Edison persistía en su trabajo y sonreía frente a los peligros, hasta que por fin
la "casa soñada" por aquel hombre tesonero llegó a su término.
Edison nunca se dedicó en gran escala a la fabricación de esas casas de hormigón.
Confió el proyecto a personas interesadas en el negocio de propiedades. Sin
embargo, cuando esta gente se encargó de aplicar el procedimiento ideado por
Edison, abandonó la idea de las casas de bajo costo al alcance de todos. Utilizaron
el cemento principalmente para construcciones que rendían mayores ganancias,
como por ejemplo negocios para oficinas, puentes, fábricas y canchas de béisbol,
como la del Estadio Yanqui, en la ciudad de Nueva York.
De este modo llevóse a la aplicación práctica otro de los inventos de Edison, aunque
no en la forma que él había previsto. Edison no tenía mayor interés en una riqueza
más cuantiosa para una minoría, sino en mayores comodidades para todos. Nunca
estuvo tan ocupado en sus máquinas como para que éstas lograran hacerle olvidar
su amor a la humanidad.
Capítulo 16
Al servicio de su país
Entre ellos figuraba una fórmula para teñir pieles. Cuando dejaron de recibirse en
Estados Unidos las tinturas, los peleteros acudieron a Edison en busca de ayuda. Al
advertir que miles de trabajadores perderían sus empleos si la industria peletera
paralizaba su actividad, el "Mago" preparó una nueva fórmula y comenzó a producir
las tinturas en una de sus propias fábricas.
A medida que la guerra avanzaba, los servicios de Edison eran cada vez más
solicitados. Pero éste siempre insistía más bien en ayudar a salvar y, no a matar
gente. Cuando los alemanes hundieron el Lusitania, el 7 de mayo de 1915, y los
mares comenzaron a resultar inseguros para los viajes de norteamericanos, el
gobierno movilizó a Edison para que encabezara un grupo de hombres de ciencia
que ayudarían en los casos de emergencias. Estos y otros civiles que consagraron
todo su tiempo al servicio del país eran llamados hombres de "un dólar por año", ya
que ese era todo el pago que recibían por su sacrificio.
Edison llegó a ser el jefe de la Junta Consultiva Naval; cuando aparecía en público,
iba acompañado por personal del Servicio Secreto, destinado a protegerlo, pues
había recibido amenazas por escrito en el sentido de que él y su laboratorio "serían
volados hasta el cielo", si continuaba trabajando en contra de los intereses del
káiser alemán.
Edison, no obstante, se negó a detenerse ante el peligro, así como había rehusado
detenerse ante el ridículo. Trabajó tenazmente durante el transcurso de la guerra;
y, a una edad en que la mayoría de la gente es feliz retirándose de la vida activa,
creó más de cuarenta inventos para salvar vidas y bienes.
Echemos una ojeada a algunos de sus inventos del tiempo de guerra:
Entre sus demás inventos para tiempo de guerra cabe mencionar: dispositivos para
localizar cañones escondidos, máscaras de gas, detectores de aviones enemigos, un
sistema de proyectores que enviaban telegramas en código Morse entre un barco y
otro y un método para preservar de la herrumbre a la maquinaria bajo el agua.
Nunca se ha escrito la historia de los inventos militares de Edison, pues algunos de
ellos son secretos militares. Pero, a raíz de su contribución a la defensa nacional de
Estados Unidos, ganó la Medalla del Servicio Distinguido. Ningún otro civil del
Departamento de Marina recibió ese galardón.
Edison se sintió feliz de obtener tal distinción. Pero su felicidad fue más completa
cuando vio que la matanza llegaba a su fin. En el día del armisticio, el 11 de
noviembre de 1918, se liberó de su carga militar y retornó a su quehacer pacífico.
Tenía ya setenta y dos años. Uno de sus amigos le aconsejó descansar.
—Estás envejeciendo, lo sabes.
— ¿Envejeciendo?, replicó Edison. ¡Mira!
Extendió su brazo derecho y se inclinó hasta tocar con los dedos la punta de uno de
sus zapatos. En seguida giró sobre el otro pie, como un trompo.
— ¿Cómo te las arreglas para hacerlo?, preguntó atónito su amigo.
—Observando mi dieta. Ingiero tres comidas por día, pero muy poco en cada
comida. Lo suficiente para nutrir mi cuerpo, pero no lo suficiente para alimentarme
en exceso.
— ¿Y practicas ejercicios?
—Mi trabajo normal me proporciona todo el ejercicio que me hace falta.
Y agregó como quien sigue la ilación de sus ideas:
—Debo mantener mi cuerpo en forma, lo sabes. Es la pieza más importante de la
máquina que tengo, pues sirve para llevar de un lado a otro mi cerebro.
Capítulo 17
"INTERESADO EN TODO"
A los setenta y cuatro años el cuerpo de Edison era lo bastante vigoroso como para
llevar ese su sorprendente cerebro. Pero Edison acortó su jornada de trabajo de
dieciséis a catorce horas diarias. Deseaba pasar más tiempo en su hogar con su
familia. Lo más grande en su vida, más grande aun que el triunfo de sus inventos,
fue su amor a Mina. Nunca dejaba su hogar, aunque solo fuera por una hora, sin
besar a su esposa y decirle a dónde iba.
Mina retribuía plenamente su amor. Le cepillaba sus ropas, lo regañaba
amablemente cuando su corbata no estaba derecha y le leía los relatos que más le
agradaban. Edison era particularmente aficionado a las novelas de misterio.
—Toda mi vida, decía, ha sido una investigación de los misterios de la naturaleza.
No obstante su sordera podía oír perfectamente a Mina cuando ésta le leía o le
hablaba.
— Puedo leer en sus labios, en sus ojos, en su corazón.
El día en que Edison cumplió setenta y cinco años fue a trabajar, como siempre, a
su laboratorio. Cuando los periodistas acudieron a entrevistarlo, se detuvo afuera y
permaneció bajo la lluvia con la cabeza descubierta, para que pudieran tomarle
algunas instantáneas.
— ¿Cuándo espera retirarse?, preguntóle uno de los reporteros.
—Nunca.
— ¿En qué se interesa usted especialmente?
—En todo.
— ¿A qué atribuye usted su genio?
—No existe tal cosa en el mundo, replicó Edison. Lo que algunas personas prefieren
llamar mi genio es lisa y llanamente ardua labor: un noventa y ocho por ciento de
transpiración y un dos por ciento de inspiración.
Cuando se le preguntó en qué medida se había enriquecido con sus inventos,
respondió:
—He ganado mucho dinero es cierto. Pero el dinero tiene el hábito de huir de mí,
pues siempre estoy haciendo experimentos, y eso cuesta mucho.
Siempre haciendo experimentos. A los ochenta años diseñó un fonógrafo "de larga
duración", que podía reproducir música durante cuarenta minutos con un solo disco.
El nuevo disco no era más grande que el antiguo, pero la duración de la
composición reproducida, si hubiera sido grabada según el viejo método, habría
requerido un disco casi tan grande como una mesa de comedor.
Por ese tiempo Edison comenzó a interesarse en un campo completamente nuevo:
la producción del caucho en Estados Unidos.
—Estoy empezando uno de los más grandes experimentos de mi vida, decía.
Actualmente importamos de África y Asia casi todo el caucho que necesitamos para
nuestros automóviles. Nos veríamos en una situación muy difícil si estallara otra
guerra y se nos suspendiera la provisión de caucho. Debemos descubrir un
procedimiento para producir nuestro propio caucho, sin depender de la ayuda
extranjera.
Al ser interrogado por un reportero acerca de sus progresos con la vara de San
José, respondió:
—Deme cinco años más, y Estados Unidos tendrá una cosecha de caucho lo
suficientemente abundante como para cubrir todas sus necesidades.
¡Y tenía la convicción de que habría de lograrlo! Su mente todavía conservaba el
vigor de los viejos tiempos. Encaró el problema del caucho con el mismo tesón con
que se había abocado a todos los problemas de su edad temprana. Veía sus cabellos
grises simplemente como una cubierta protectora, como nieve invernal esparcida
sobre un campo. "Me ayuda a mantener el calor de mi corazón".
Además de sus experimentos con la vara de San José, Edison llevaba un libro lleno
de notas como para mantenerlo ocupado, según decía, "por un centenar de años".
Su interés "en todo" lo había llevado también al campo de la educación. A menudo
desarrollaba este tema con sus compañeros durante sus excursiones campestres.
Como resultado de esas conversaciones preparó el famoso Cuestionario Edison.
Al principio este cuestionario estaba destinado a poner a prueba los conocimientos
de los jóvenes que acudían a solicitar trabajo.
—Cuando le pido una decisión a uno de mis hombres, decía, la quiero
inmediatamente. Y la rapidez de su decisión depende de la capacidad de su
memoria para evocar el conocimiento almacenado en su mente.
Preparó así una serie de preguntas o tests de memoria e inteligencia, para sus
postulantes. Estas preguntas abarcaban toda clase de temas: geografía, historia,
aritmética, música, biografías, arte, ciencia, comercio y sucesos corrientes. Edison
exigía un buen puntaje a quienes deseaban trabajar a su lado. Había resuelto
rodearse solamente de los mejores cerebros.
Un día, mientras comentaba su cuestionario con sus amigos, Henry Ford sugirió que
podría ser una buena idea la de ofrecer enseñanza universitaria gratuita al
estudiante que diera las mejores respuestas. Edison aceptó la idea y eligió a Ford
como uno de los jueces. Los otros jueces fueron el coronel Charles A. Lindbergh,
George Eastman, que había ayudado a Edison en el descubrimiento de las películas
cinematográficas, el doctor Samuel W. Stratton, presidente del Instituto Tecnológico
de Massachusetts, y el doctor Lewis Perry, director de la Academia Phillips Exeter.
Capítulo 18
"ES MUY HERMOSO ALLÁ”
Edison pasó los últimos años de su vida colmado de honores. El presidente Coolidge
le otorgó la Medalla de Oro del Congreso y se refirió a él como "el noble y gentil
servidor de Estados Unidos y benefactor de la humanidad". En una expedición al
Polo Sur fue erigido un faro que llevaba su nombre, en el continente antártico. El
Departamento de Correos emitió una estampilla especial con una representación de
la primera lámpara eléctrica de Edison. Y Henry Ford construyó en Dearborn,
Michigan, una réplica del primitivo laboratorio y taller de máquinas de Edison en
Menlo Park. Este nuevo laboratorio tenía los mismos equipos que el antiguo, e
inclusive el terreno de fundación donde se asentaba estaba cubierto con varias
camionadas de arcilla roja de Nueva Jersey.
Cuando estuvo terminado ese laboratorio, se le dio el carácter de monumento
recordatorio de la obra de Edison. La ceremonia tuvo lugar el 21 de octubre de
1929, quincuagésimo aniversario de la luz eléctrica. Esta ocasión señaló el más
solemne homenaje tributado a Edison. El y su esposa habían sido invitados a
Dearborn pocos días antes del aniversario. Con asombro y placer vio su viejo "taller
de trabajo" devuelto a la vida. Cada cosa en este lugar era una réplica exacta del
original: el largo laboratorio en forma de tabernáculo, los talleres la arcilla roja que
otrora tantas veces se había adherido a sus zapatos, las mesas llenas de toda clase
de material para experimentos, los viejos transmisores telegráficos y toscos
teléfonos, el primer registrador de votos, la pequeña caja negra en que había
—No me trates como a un niño por favor, dijo. Tengo solamente ochenta y dos años
y me siento tan joven como siempre.
Mientras se acercaba el día de la ceremonia, Edison comenzó a mostrarse algo
inquieto.
—No puedo decir que todo esto no me place, comentó, pero me gustaría que
terminara para poder volver a mi trabajo.
No obstante, sintióse contagiado por el ambiente de la celebración, cuando desde
todas partes del mundo comenzaron a llegar los invitados distinguidos. Se encontró
ustedes. Con respecto a Henry Ford, las palabras resultan inadecuadas para
expresar mis sentimientos. Solo puedo decirles que, en el más pleno y rico sentido
del vocablo, él es mi amigo. Gracias y buenas noches".
En medio de la salva de aplausos que siguieron, solo unos pocos advirtieron que
Edison flaqueaba al sentarse. Su esposa se inclinó hacia él y en seguida se dio
vuelta hacia el comensal más próximo:
— ¡Llame a un médico, pronto!, murmuró ella.
Edison se hallaba ahora hundido en su silla. Por casualidad se encontraba entre los
invitados el doctor Joel T. Boone. Este ordenó a Edison que guardara completo
reposo durante algunos días. Henry Ford le ofreció su casa para ese fin, y el
presidente Hoover insistió en permanecer en Dearborn hasta que pasara el peligro.
Edison se recuperó de la enfermedad, pero su vigorosa estructura comenzaba
finalmente a deteriorarse. Un minucioso examen médico evidenció que se hallaba
soportando una complicada serie de afecciones. Se le ordenó circunscribirse a una
dieta láctea.
No obstante, Edison insistió en continuar sus trabajos. Prosiguió los experimentos
relacionados con la vara de San José y ensayó un nuevo proceso químico para
vulcanizar el caucho derivado de esa planta.
Ochenta y tres años de edad, y todavía se hallaba en su laboratorio. Ochenta y
cuatro, y ninguna moderación en su trabajo.
—Debo dedicar toda mi vida al estudio de las leyes naturales del universo, le decía a
su médico personal, doctor T. A. Gresham.
—No soy más que un humilde mecánico, que trata de descubrir los planos del Gran
Ingeniero.
Día 19 de agosto de 1931. Una noticia alarmante: el inventor, ya de ochenta y
cuatro años, estaba a punto de morir. Había sufrido un colapso mientras trabajaba
en su laboratorio de West Orange.
Pero una vez más, para sorpresa de todos, inclusive de su propio médico, Edison se
levantó de su lecho.
Esta vez sin embargo, ya no volvió a su laboratorio.
Durante varias semanas realizó diariamente, en compañía de su esposa, paseos en
automóvil. Luego, cuando el calor del verano perdió su intensidad, se resignó a