The Big Boss
The Big Boss
The Big Boss
Minutos más tarde ya iban sobre avenida Tlalpan, con el tráfico infernal de las dos de la
tarde. El jefazo no sabía exactamente a qué había venido a la capital. Tuvo muchas dudas
al subirse al autobús, atrás quedaron las ilusiones en Comitlán, sin embargo, quizá se abría
un panorama donde las cosas fueran mejir y regresara pronto al pueblo y dar aquello que
no pude.
—Mira nomás cuántos carros— le dijo Jonás cuando iban sobre Tlalpan. The big boss,
antes de saber si quiera que es the big boss, asintió con la cabeza.
—¿Por qué hay tantas mujeres paradas? — cuestionó The Big Boss. Jonas lo volteo a ver y
sonrió dejando entre ver su diente de oro. Se orillaron y dos mujeres subieron al auto.
Entraron por una calle al costado de Tlalpan y estacionaron el auto afuera de una casa, a la
sombra de un árbol.
—Pásata pá tras— dijo Jonas. The Big boss no entendió, supuso que era parte del trabajo.
—Muchachas, denle la bienvenida a mi amigo Casimiro, va llegando a la ciudad y pos no
sabe por qué están ahí paradas. Cuando acaben me lo llevan a la Gallina Cruda, ahí voy a
estar. Déjenmelo bien seco, porfavor— dijo Jonás y salió del carro y le aventó las llaves a
Casimiro.
Menos de media hora después Casimiro entró a la Gallina Cruda acompañado de las dos
mujeres por detrás. Jonás estaba sentado en una mesa del fondo, con él estaban dos
policías, cada uno con una cerveza en la mano. Juntaron otra mesa para que las mujeres y
Casimiro tomaran asiento.
—¿Qué tal ahijado, cómo le cayeron las muchachonas? —dijo Jonás mientras que los dos
policías miraban a las mujeres y daban un trago largo a la cerveza.
—No chingues, Jonás ¿A este maricón de dónde lo sacaste? Nomás no sabía qué hacer con
nosotras, al principio nos quería poner en la madre —dijo una de ellas enseñándole un
brazo mallugado.
Jonás pidió una ronda de cervezas, a la cuál siguió otra, y luego otras cuatro hasta que fue
cayendo la noche, y con ella el lugar se fue llenando.
Casimiro estuvo en silencio toda la tarde, apenas le había dado un par de tragos a su
cerveza. Los policías se habían parado a bailar con las mujeres. Jonás cabeceaba en la
mesa, y le daba tragos a una botella vacía. Casimiro se acercó a Jonás y le susurró algo al
oído. Jonás levantó la cabeza y como pudo pidió otro trago. Los policías salieron del lugar
tambaleándose tomados de la mano de las mujeres. Jonás balbuceaba cosas ininteligibles
a lo que Casimiro sólo asentía con la cabeza, le extendió la manos con las llaves a lo que el
otro negó y le asestó un porrazo en el ojo a Casimiro, todo fue silencio, por un momento la
cantina se sumió en un triste y profundo silencio en el que tumbó al suelo al suelo a
Casimiro, las miradas y las risas fueron subiendo de tono mientras uno de los meseros lo
levantaba del piso, y otro mesero encaminaba a Jonás afuera de la cantina.
—¡Que ahorita vas a aprender! —gritó de la nada Jonás. Casimiro se subió del lado del
lado del conductor y Jonás como copiloto.
Casimiro no le dijo a su padrino que ni si quiera pudo encender el auto, tampoco notó
cuando se puso a llorar porque le dolió el madrazo en el ojo que sentía muy caliente,
nunca le habló de que uno de los policías se había quedado con el de la cuenta, y mucho
menos que una de las mujeres que se había quedado con él en el auto era hombre, así que
tampoco dijo nada de la culpa que sentía, porque a pesar de todo, le gustó.
The big boss no tiene una idea clara de qué tiene que hacer, sólo está descontrolado, tiene
hambre, y sed de venganza, sube a su unidad y de la guantera un par de tragos a la botella
de zotol que trae en la guantera. Sale por avenida Tláhuac, mientras la radio suena a voz
muy baja. Los compañeros le están tratando de localizar por el radio, sin embargo, the big
boss tiene claro su objetivo, nada podrá detenerlo esta vez. En otras ocasiones se ha
limitado, a estado a punto, pero esta vez será diferente. Suena el celular, es la vecina que
ya se enteró de lo que tiene planeado, él desvía la llamada. Es más, apaga el teléfono y lo
pone abajo del asiento. Rápidamente llega a periférico, toma ermita y en menos de media
hora está en Tlalpan. Los compañeros insisten en el radio —no vaya a hacer una mamada
este wey, se dicen en el sector—. The big boss encuentra mira a derecha e izquierda y no
le encuentra, trae la pistola afuera colgando pro fuera para intimidas, algunas personas lo
miran y se hacen a un lado.
Cuarenta y ocho horas antes, la fiesta del Canchola se había salido de control. Salieron
aproximadamente a las 700 horas saliron del sector a tomarse un alcoholito en la Bandida,
sin embargo, un trago llevo a otro, y de los cuarenta y ocho policías que habían salido esa
tarde, al menos la mitad tenía turno al otro día.
Era martes o jueves, el jefazo no se acuerda bien qué día de la semana era, lo más
probable es que era jueves, porque amaneció de buenas, y es más probable que amanezca
de buenas un jueves que un martes, porque el jueves está más cerca del viernes y el
martes apenas es un recordatorio de que la semana inició.
Sea cual fuere el caso, ya estaba en unidad a las cuatro de la mañana. Junio siempre
amanecía mojado “qué bonito cuando llueve, se siente como la lluvia acaricia a la tierra” -
pensó el jefazo, y lo anotó en su libreta.
—¿Quién sabe por qué chingados nos mandaron a esta pinche escuela? — comentó de
nuevo Florencia. El jefazo tomó el vaso de unicel que le traía su compañera y dio un trago
largo a su café. De todo te quejas, no hubieras aguantado ni una semana allá en Tecolutla,
hay veces en las que sólo tienes que mirar crecer el pasto, apurar a las vacas, chingo de
cosas que no entenderías— contestó el jefazo.
El vigilante del bachilleres 17 abrió la puerta y saludó con la mano a los policías que
estaban en la patrulla. El Jefazo apretó ligeramente la sirena para responder el saludo.
Todavía estaba oscuro cuando los primeros alumnos empezaron a entrar por la puerta
principal. El jefazo encendió el auto y comenzó a patrullar alrededor del plantel. La lluvia
golpeaba suavemente el cristal. Los alumnos llegaban de a poco a la escuela. Hombres y
mujeres jóvenes de quizá quince o dieciséis años, platicaban entre ellos, bajaban de los
autobuses, autos particulares, The Big Booss se preguntaba cuál sería el futuro de tanto
chamaco que va a la escuela. ¿Serán doctores, abogados, taxistas, ingenieros, policías…?
The big boss miradaba a través del cristal, y las gotas de la ligera lluvia desdibujaban la
escena, se acomodó los lentes. Hace casi treinta años él estaba debajo de un árbol,
vigilando las tierras, cuando la Yola llegaba casi ceremoniosamente a las nueve de la
mañana a dejarle el almuerzo. Regularmente tortillas con frijoles y a veces huevo. La Yola
se esperaba hasta que el jefazo acabara de comer. Se sentaban uno enfrente del otro,
sobre la tierra mojada, ninguno de los dos decía algo más que lo estrictamente necesario.
Al jefazo siempre se le quedaron las palabras en los dientes y siempre se arrepintió de no
haberle robado al menos un beso a la Yola. Ella siempre miraba al suelo, de vez en cuando
alzaba la mirada al llano que resguardaba el Jefazo y le preguntaba si iba a haber cosecha
para ese año. El jefazo no contestaba, se ponía colorado y a veces sólo asentía o negaba
con la cabeza. Terminando de comer la Yola recogía las cosas y cuando sobraba comida se
las daba a los perros. El jefazo hubiera dado media vida porque ella se quedara con él al
menos unos minutos más, viendo su cabello negro enredarse con el viento… muchas veces
se quedaban mirandose a los ojos, azabaches y agobiantes pupilas decían y callaban al
mismp tiempo. Las palabras se ambos se estrellaban en sus dientes.
A veces the big boss se imagina cómo hubiera sido la vida si se hubiera casado con la Yola
en Tecolutla, se imaginaba a sus hijos corriendo en el llano mientras la lluvia les llenaba la
cara de agua, mientras él y la Yola los miraban debajo de un árbol, resguardando el llano, a
veces se acuerda de ella cuando mira a un par de enamorados, mientras baja el vidrio del
auto… cuando los chicos terminaban de platicar, una plática breve y se despiden con un
tierno beso en la mejilla… a veces, se acuerda que pudo ser muchas y pudieron pasar
muchas cosas. The big booss enciende la sirena y se encamina a Santo Domingo. Por ahora
tiene asuntos más importantes que atender.