Igandoll, 68852
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RoDRIGO RuBio
Tengo que decir, antes que nada, que esta conferencia ha nacido de
varias notas y artículos que yo empecé a dar -incluso de charlas con un
breve guión- hace unos años, cuando terminaba la dé~ada de los sesen-
ta y se iniciaba la de Jos setenta. Estábamos entonces en pleno «boom»
de la narrativa latinoamericana, y aquí, entre nosotros, apenas si, litera-
riamente, se hablaba de otra cosa. Había aparecido Gabriel García Már-
quez, se consolidaba Mario Vargas Llosa, se descubría a Guillermo Ca-
brera Infante, a Carlos Fuente, a Manuel Scorza y, de paso, se recordaba
a escritores ya veteranos, como Juan Rulfo, Alejo Carpentier, Ernesto
Sábato, Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Lezama Lima y otros, poco
antes totalmente ignorados o silenciados.
Por todo esto, los principales diarios y revistas del país, en sus suple-
mentos literarios, apenas si dejaban un huequecito para hablar de la
novela española. [ ... ] 2
Lo NUEVO Y LO VIEJO
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Quiero decir con todo esto que la generación víctima es aquélla que,
nacida en nuestros duros años de postguerra, se encontró con un mundo
difícil y con un compromiso nada pequeño frente a su horizonte. Esta ge-
neración, que procuraré estudiar aunque sea someramente, no ha hecho,
al parecer, la novela que ahora muchos exigen. Prueba evidente de ello
es que Torrente Balleste:r, uno de sus componentes, gana gloria ahora,
cuando, escéptico, de vuelta ya de muchas cosas, escribe~ sin importarle
nada el resultado, un experimento novelesco que -hay que reconocerlo-
le sale genial. Me refiero a La saga fuga de ]. B. Sus libros anteriores
apenas si habían sido comentados, y entre esos libros se encontraban los
pertenecientes a la trilogía Los gozos y las sombras: El señor llega, Donde
da la vuelta el aire y La Pascua triste, que son novelas formidables, aun-
que constreñidas más al realismo que por esos años -década de los cin-
cuenta -se llevaba. El autor, sin embargo, es el mismo, y lo que de genial
hemos visto en La saga fuga de ]. B. estaba ya en la trilogía citada, inclu-
so en Don luan y Off-Side. Pero, por entonces, Torrente Ballester parecía
un escritor oscuro, integrado en el vivir monótono del país, y después ha
sido el hombre más escéptico y rebelde que ha huído de apoyos oficiales
para refugiarse en su cátedra y escribir de la forma 'Iue ha creído más
conveniente. Insisto que para mí, no por lo de ahora, sino por lo que hi-
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ciera siempre, es una de las ocho o diez plumas que pueden pasar, con
todos los honores, entre los de su generación, a la historia de la literatura
contemporánea.
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El tema e~taba aquí, y creo hubiera sido poco recomendable que nues-
tros escritores de los años cuarenta y cincuenta se hubiesen puesto enton-
ces a hacer malabarismos de lenguaje, a realizar obras puramente nove-
lescas; es decir, que hubiésemos tenido que censurarles el que no se com-
prometieran con su tiempo y, por tanto, alejado de una narrativa que
ellos, aunque no lo apreciemos, nos han dado. Y o creo que, hasta siendo
pobre, esta narrativa ha de tener gran importancia por cuanto de testimo-
nio hay en ella de la vida nuestra, de los años que hemos vivido. Si el
Siglo de Oro, como afirmara en un ensayo Juan Goytisolo, puede conocer-
se mejor a través de textos literarios como La Celestina, El Lazarillo y otros
libros de la picaresca, también cabe que los años de postguerra puedan
estudiarse m~jor, en un tiempo futuro, a través de la literatura -novela
especialmente- que de los tratados de historia. Nosotros no teníamos
grandes revistas o «magazines» donde publicar el reportaje realista de ur·
gencia, como ocurría en otros países. De ahí que el escritor del momento
se fuera directamente a la novela, convirtiéndola, muchas veces, en mero
reportaje, por el afán de decir cosas del momento. Y podríamos colocar
aquí novelas de Gironella, de Angel M.a de Lera, de Castillo-Puche, de
Francisco Candel, de Tomás Salvador, de Luis Romero, etc., salvándose,
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Sé que, por todo eso, a muchos críticos les han sobrado motivos para
calificar a nuestra novela de postguerra un tanto raquítica. Cierto que lo
han dicho ya muy a última hora, cuando estábamos en pleno «boom» de
la narrativa latinoamericana, cuando Ana María Matute - a la que sin
duda en otro tiempo alguien consideró peligrosamente fuera del realismo
actual, calificándola de subjetiva-, y cuando Torrente Ballester daba un
giro brusco y nos salía con inventos y aventuras extraordinarias -las
de ]. B.-, y cuando Fernández Santos insistía en su decir con buen
pulso y escasa transcendencia, y cuando algunos pocos insistían en lo de
la novela intelectual -Manuel García-Viñó, apoyándose en Vintila Horia,
Carlos Rojas, Andrés Bosch y Antonio Prieto-, y cuando, al mismo tiem-
po, Alfonso Grosso se iba de su viejo realismo social a una novela barroca
y colorista (Guarnición de silla y Florido mayo), y cuando, ya, se habla-
ba con insistencia de Juan Benet y sus novelas de apretada y abstracta
prosa, y cuando la aparición de J. Leyva y sus novelas experimentales
podrían dar la razón a unos comentaristas cansados de leer realismo, te-
nemos que reconocerlo, pero un tanto asombrados al ponerse delante
libros como Cien años de soledad, de García Márquez ~ Paradiso, de Leza-
ma Lima; El siglo de las luces, de Alejo Carpentier, y todo el complicado
mundo imaginativo de Borges y Cortázar.
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bién, que no ha tenido que dar giros bruscos para venir de un amanera-
miento narrativo, aunque se le viera algo en Encerrados con un solo ju-
guete, tan de moda todo lo referente a la náusea y al existencialismo en-
tonces, para llegar, con mucha fuerza, a sus últimas novelas, realistas, pero
poderosas, como Ultimas tardes con Teresa, La oscura historia de la prima
M ontse y la que ahora -algo disparatada- ha publicado en Méjico, Si te
dicen que caí). Otros escritores de esa editorial, dado que se imponía ya
el realismo mágico, la novela más subjetiva (por el impulso de los his-
panoamericanos, tan barrocos muchos de ellos), se han apresurado a dar
ese cambio brusco. Lo hemos visto en Juan García Hortelano, en Grosso,
en Caballero Bonald. Otros escritores, que publican sus libros en editoria-
les menos vanguardistas, han seguido en su línea, realista y honrada, y
aproximándose, como Tomás Salvador en sus últimas novelas, al mundo
futurista, un tanto frío y científico, aunque muy eficaz.
Por los primeros años sesenta, cuando yo aparecí como escritor, el rea-
lismo era ya -al menos para mí- un cansancio, pero todavía una ne-
cesidad. Ahora bien, confieso que no estaba conforme con las técnicas
expositivas del realismo objetivista. Presentía que esa tendencia, como
todo lo importado, tendría que debilitarse. A mí no me atraía en absolu-
to, y digo esto a modo de ilustrar mis ideas generales sobre la novela
y sobre el realismo en particular. Valía el realismo, pero en más profun-
didad; valía lo social - a mi juicio-, pero no rebuscando los temas en
suburbios, en escenal"Íos exclusivamente pobres. La novela, cualquier no-
vela, podría ser - y de hecho debía ser- un todo, un mundo, en el que
cupiera lo bueno y lo malo. Y en cuanto a formas, me agotaban los diá-
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UN RECUENTO APRESURADO
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PuNTo FINAL
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Y digo, para esto, uniéndome a la voz de García Pavón (uno de los es-
critores que sin duda se hubiera merecido un buen párrafo), que la gene-
ración de postguerra -años cuarenta y cincuenta- fue, sin lugar a
dudas, una «generación de robinsones». Escribía esto García Pavón a la
muerte de Ignacio Aldecoa, glosando la obra de este buen narrador. Ro-
binsones en una isla literaria árida y desierta. Robinsones en un mundo
áspero y que prefería, para leer, los libros traducidos de Stephan Zweig,
de Pearl S. Buck, de Somerset Maugham, de Daphne Du Maurier, de
Chalotte Bronte, de Louis Bromfield y otros autores por entonces de moda.
Estos escritores nuestros se propusieron hacer crónica de su tiempo, es-
cribir como jóvenes y nuevos que eran, dejando a un lado los moldes
decimonónicos. Y como hemos visto -y podemos ver aproximándonos a
sus obras-, algunos han alcanzado categoría y son reconocidos más allá
de nuestras fronteras, pues si bien es cierto que nunca se tradujeron de-
masiado a los escritores españoles, es ahora, por fortuna para nosotros,
cuando más interés demuestran en otros países -y especialmente en los
del Este- por conocer nuestra obra.
Cierto que todo pudo ser diferente y tener ahora una novela mejor,
más profunda, más lograda; pero no olvidemos en las circunstancias que
nos hemos movido, y que factores extraliterarios, de orden administrativo,
han influído, pesando como plomo sobre la pluma y el cerebro de todo
creador.
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