El Silencio y La Palabra - Sanchez Avila
El Silencio y La Palabra - Sanchez Avila
El Silencio y La Palabra - Sanchez Avila
Universitat de València
Griselda Gambaro,
"La ética de la confrontación"
Alberto Ure,
"Dejar hablar al texto sus propias voces"
Interrelación, pues, entre teatro y sociedad, tal como apuntó Miguel Ángel Giella
en De dramaturgos: teatro latinoamericano actual (2), y corroboró Adam
Verseny, quien, en El teatro en América Latina (3), aporta una detallada
explicación de cómo los elementos teatrales, políticos e ideológicos se han
mezclado consistentemente en la historia de América Latina.
Por su parte, Gerardo Fernández, en "1949-1983: Del peronismo a la dictadura
militar" (4), incluye La malasangre dentro del apartado que denomina "Dictadura
y dramaturgia", como ejemplo de texto dramático de una de las principales
exponentes de la llamada "generación del sesenta". Asimismo, señala en su
estudio algunas de las constantes existentes en la producción teatral que va de
1976 a 1983, año - este último - en que oficialmente se reinicia la vida
democrática en Argentina.
Por todo lo cual La malasangre se escribe y se estrena, aunque todavía dentro del
período de la dictadura, en un momento de decadencia del régimen del terror. Por
otra parte, y teniendo en cuenta que Griselda Gambaro se fue haciendo
progresivamente menos "hermética", un texto como el que nos ocupa
evidenciaría, en palabras de Osvaldo Pellettieri, el paso "de la neo-vanguardia al
realismo crítico o teatro de la transparencia".
Kive Staiff,
"Una profecía perturbadora".
Griselda Gambaro es, como todo escritor dramático que se precie, portadora de
un estilo. Un estilo en que muchos quisieron escuchar el eco de Samuel Beckett,
Eugène Ionesco y la vanguardia europea coetánea, pero en el que la propia autora
reivindica el magisterio de Armando Discépolo, "nuestro dramaturgo necesario".
Un estilo que, sea como fuere, se fue haciendo paulatinamente menos abstruso y
tornándose más "realista". Inteligente y sagaz como pocos a la hora de
desentrañar las zonas más ocultas de la historia argentina, ha sido un ejemplo de
coherencia, de rigor y de compromiso tanto ético como estético en el tratamiento
de ciertos temas recurrentes, como el abuso arbitrario del poder, los trasvases en
las relaciones entre víctimas y victimarios, el miedo, la fragilidad de la vida o la
asunción de la responsabilidad.
Por otra parte, la inquietante fascinación que ejerce la violencia, como algo que
no nos es totalmente ajeno - tampoco lo es a la obra de Gambaro, ni a sus
meditaciones, colindantes con la metafísica, sobre la crueldad humana - ha sido
puesta de relieve por Kirsten Nigro. La misma Griselda Gambaro, en su ensayo
¿Es posible y deseable una dramaturgia específicamente femenina?, ha
comentado: "Escribo como mujer, no sólo porque no soy un hombre, sino porque
para hablar de las mujeres no hay nada mejor que hablar de las relaciones entre
los hombres."
Se podría pensar que el espanto del sexo lo arrasa todo, como si a su paso hay
hubiera que ir zurciendo los destrozos para tejer una red que lo excluya, pero eso
no es femenino ni masculino... Una mujer moderna y sutil - sugiere - puede ser
un reo visto al revés y muchas otras personas. La cuestión reside en hacer hablar
entre sí a sus palabras, con el coro, polifónico, de todas las voces que las
distorsionan y las contestan. Así, palabras como "masculino" o "femenino"
remiten a una construcción lingüística que asume las connotaciones que los
"dueños" de la palabra le quieran atribuir. Y es que tener derecho a la palabra es
tenerlo, asimismo, al poder.
El simbolismo de los colores es, por otra parte, muy significativo: el progresivo
paso del rojo al blanco no es gratuito. El mismo espacio, la misma vestimenta de
los personajes remite al título de la obra: rojo, sangre, muerte... Y la asociación,
trágicamente inevitable, con la figura de Rosas. En cuanto al espacio externo, no
se muestra directamente, sino que es referido. Las acciones suceden en dos
espacios "domésticos", "privados": el salón y el dormitorio de Dolores.
Rafael evita mirar directamente a los ojos a Dolores, pero ésta no deja de retarle,
de hostigarle. En un principio, será Rafael quien juegue, mediatizado por su
mirada, con su accionar primeramente oblicuo, con lo no dicho o con lo dicho a
medias. Pero, progresivamente, se irá produciendo un acercamiento entre ambos
personajes, aunque a ella le moleste la debilidad de carácter de él, circunstancia
que provoca silencios tensos. Para ella, él tiene "Lindos ojos...Tiernos y
sedientos". Quiere que él la mire, pero él oculta sus ojos, evita los de ella. Se ha
enamorado... y va a ser correspondido. Planearán huir.
El Padre actúa motivado por el odio, al cual él llama amor. La madre actúa
llevada por la envidia y el miedo. El novio - en el horizonte de expectativas del
matrimonio concertado -, se expresa a través de la relación cruda, brutal con el
cuerpo de Dolores, al tiempo que aparece retratado en rasgos tales como la
carencia de desarrollo intelectual o la riqueza ostentosa. La pareja protagonista se
libera de la represión, sí, pero ¿a qué precio? Ella es condenada a permanecer en
silencio y él a morir. Esta doble figura que componen ambos personajes encarna
la debilidad frente a la fuerza, la integridad frente a la corrupción, el valor frente
al miedo y el amor frente al odio.
A través de su análisis, Marta Contreras (18) expone las bases en las cuales se
funda el proyecto estilístico de la autora, su lenguaje, proponiendo -para leer a
Griselda Gambaro- metamorfosearla, identificarla con una figura dramática que
contiene en sí misma los polos complementarios de la crueldad y cuyo estilo
dominante es el grotesco y el humor negro, y cómo a través de esos lenguajes -
verbales o no verbales-, de esas voces se provoca la risa y el horror. Ambigüedad
que se traslada, que se desplaza al plano del discurso y sobre la que hacen
interesantes aportaciones, entre otros, Fernando de Toro y Stella Maris Martini.
Más especificamente, en "Griselda Gambaro o la desarticulación semiótica del
lenguaje", De Toro contempla la ambigüedad del discurso "como impuesta por el
contexto social que determina una práctica de escritura" y considera que tales
ambigüedades o rupturas "son el producto de una búsqueda estética que nace y se
nutre de una realidad que no solamente es argentina". En otro artículo suyo - "La
referencia especular del discurso en Griselda Gambaro" - se subraya, además, el
procedimiento de la intertextualidad metonímica en La malasangre: "que es
aquella donde la situación general de una sociedad es vista en sus distintos
componentes (opresión, arresto arbitrario, tortura, rebelión), es decir, es posible
proyectar el texto en el sintagma político-social del contexto; frente a una
intertextualidad metafórica, donde el equivalente se realiza por
transposición." (19) Ambigüedad, en definitiva, que roza lo trágico y lo cómico,
que da lugar al equívoco: "desambiguación por la sentencia", concretará Stella
Maris Martini a propósito de La malasangre (20).
Otros rasgos a destacar -a modo de mero apunte- del texto dramático serían: la
estructuración del conflicto dramático a partir del esquema tradicional que consta
de presentación, nudo y desenlace, las referencias a una "prehistoria" de los
hechos que se escenifican, la práctica de la elpisis temporal y de los mecanismos
de la causalidad o linealidad de los hechos (en beneficio del efecto de realidad),
la gradación de conflictos, la invasión de la acción por la extraescena, la sagaz
dosificación de la información, la antítesis en la presentación de los personajes, la
relaciones paralelísticas que se articulan entre ellos, el sentido simbólico de los
nombres de los personajes, así como la presencia de figuras retóricas como la
sinestesia, el oxímoron, el eufemismo, la ironía o la paradoja en el trazo de los
mismos, sin olvidar la estratégica contradicción entre la frase y el sentimiento,
producto, en este caso, del ejercicio de la violencia - el Padre, investido de una
omnipotencia demiúrgica, cree poder "saber" hasta lo que otros piensan o sienten
-, como referencia solapada a la violencia política imperante durante el régimen
rosista.
La misma autora explica: "El hecho escénico nos tiene que despertar, nos tiene
que desanestesiar de todo eso que es la falsa información, la deformación de los
sentimientos y las ideas que es base de nuestra sociedad". Y añade: "El mundo
nunca ha sido enteramente blanco ni enteramente negro; el mundo ha sido
siempre una gran confusión, en todo sentido, incluso en el ético..." (22). La
posición adoptada por Gambaro es, pues, la de "decir no" a la sujeción y el
autoritarismo. El lenguaje de la rebelión se hace sentencia, porque nunca se
perdieron las palabras. Algunos pueden modificar su situación, o al menos
intentan conscientemente hacerlo. Son ellos los que alcanzan su redención en la
escena, en el texto y sobreviven como personajes al conquistar, simbólicamente,
la zona de luz en el universo que se perfila en el espacio escénico.
(6) A raíz del cuestionario propuesto a Griselda Gambaro y que aparece recogido
en el volumen (o antología, más propiamente) coordinado por Elba Andrade y
Hilde F. Cramsie, Dramaturgas latinoamericanas contemporáneas, Madrid,
Verbum, 1991.
(11) Maris Martini, Stella, "El ambiguo protagonismo de las palabras en el teatro
de Griselda Gambaro".
(22) Gambaro, Griselda, Teatro. Nada que ver; Sucede lo que pasa (ed. de
Miguel Ángel Giella y Peter Roster), Ottawa, Girol Books, 1983, Introducción:
"Griselda Gambaro: La difícil perfección", pp. 16 y 31.
(23) Sobre este particular ha escrito Malena Lasala en un sugerente ensayo sobre
los márgenes: El desandar de una ilusión: el decir filosófico en el margen,
Buenos Aires, Editorial Biblos, 1988, Colección Filosofía (prólogo de Gisela
Iovine). En los márgenes de la vida, del ser, del deseo, del otro.