Un Tiesto Lleno de Lápices
Un Tiesto Lleno de Lápices
Un Tiesto Lleno de Lápices
«La luz se reflejaba siniestra en los ojos del enorme cocodrilo que
acechaba a nuestro héroe y ... »
Arranqué la hoja.
Empecé de nuevo:
Arranqué la hoja.
Hacía sol.
Me fui a jugar.
Decidí que hasta la noche no volvería a ser escritor; que ser escritor
es un juego de invierno, de estarse quieto y no meter ruido.
Mamá decía que era un sitio horrible, sólo bueno para mancharse las
botas.
Para mí era un montón de sitios magníficos, la ciénaga de los
caimanes, el mar de lava viva del planeta Mogol, o una bonita charca
llena de ranitas verdes que saltaban entre los juncos.
Pasó muchísimo tiempo, dos o tres días por lo menos, antes de que
volviese a pensar en escribir un libro.
—Dáselo a Golo.
Golo era un pato negro y enorme que vivía en la casa de al lado.
Me quedé en casa.
Esto sería el tema del primer capítulo y lo iba a ilustrar con un retrato
de familia.
Se lo conté a papá.
Sonríe.
—Inolvidable —dice.
Casi todas las familias tienen una historia parecida, unas empiezan
entre cerezos, otras al ir a sacar unas entradas para escuchar un
concierto de flauta, o en clase de latín, a medio declinar el rosa, rose, o
escapando de la lluvia un día de lluvia.
Todo esto era para el abuelo que estaba a dieta por goloso.
Papá, que era un muchacho más bien flacucho, con bigote, las orejas
enormes, casi pelirrojo y lleno de pecas, vio venir a mamá, la vio por
primera vez en su vida, nunca había visto nada
semejante, le costaba trabajo creer en lo que estaba viendo, la vio
venir y no pudo contenerse, lo dejó todo y corrió hacia ella:
Papá y mamá tienen cuatro hijos, dos niñas regordetas y dos niños
pecosos, casi pelirrojos, un poco orejones, que de mayores quizá se
dejen crecer el bigote.
EL BUZO
Papá dijo:
Pensé:
Arranqué la hoja.
baja al fondo del mar, encuentra tesoros, juega con las merluzas, se
escapa de los tiburones y respira por un tubo.
Al fin decidió dibujarse otra vez, pero ahora en el fondo del mar.
Eran las doce de la mañana y a esa hora los tiburones suelen tener
hambre.
(Al llegar a este punto de mi relato pensé hacer lo mismo que don
Julio Verne y contar que el tiburón es un elasmobranquio,
escualiforme, de cuerpo esbelto y morro puntiagudo, poderosas
mandíbulas y afilados dientes.Se dice, escribiría yo en plan
conocedor, que ataca con ferocidad y que marinero que cae al agua
estando él cerca, marinero que se merienda, pero lo cierto es que sólo
ataca cuando se le molesta o tiene hambre. De todas formas es
aconsejable no tutearlo.)
MAMÁ
Ahí viene Golo, pato patoso, a mendigar debajo de la ventana de la
cocina.
Golo es un pato raro, capaz de dar vueltas sobre una sola pata si te ve
comer palomitas de maíz, o de llevar una croqueta caliente en el pico,
ponerla en la mano de Nuria y esperar a que Nuria sople y la enfríe.
Mamá trabaja todo el día y aún pide tiempo para leer, tocar el piano
o bailar un vals con papá.
Mamá, hace años, quería ser mamá y otra cosa, jefe de estación en
una estación con muchos trenes, capitán de bailarinas y hacer que
todas volasen sobre un vals de Chopin, astronauta, tripular una nave
y llegar hasta la última estrella o maestra de escuela para que todas
las mañanas un niño le regalase una manzana.
NURIA
Podría llenar tres o cuatro libretas con las aventuras de una noche en
un castillo tétrico, puertas chirriantes, gemidos lastimeros,
apariciones y todo eso.
Quiero ser cronista. Es una forma de ser escritor que me parece bien.
Para ser cronista hay que escribir sobre cosas que uno ha visto y decir
la verdad.
Ayer papá me la dibujó bajita y graciosa, con todas sus pecas y los
ojos grandes y tristes.
A veces canta una canción de cuna para un niño que cree tener en los
brazos.
Duérmete niño
—Papá.
—Pablo.
Y así hasta que llega al suyo. Entonces se ríe.
—Zapato.
—Agua.
Cuando ella está triste viene Golo y le picotea la mano hasta hacerla
reír.
—Nuria —insiste mamá.
Nos conocemos hace años y nunca fue capaz de dejarse quitar las
cuatro o cinco plumas que nos hacen falta a Pablo y a mí para ser
Toro Sentado y Mapache Rojo.
Pablo y yo tenemos ganas de desplumar a Golo, pero no lo hemos
hecho nunca porque es amigo de Nuria, deja que Nuria lo coja en
brazos, lo acune y le cante:
Duérmete niño
Por algo así soy capaz de darle mi cebo a un pato y hasta desear que
le siente bien.
Las personas casi siempre desean otro coche, ser jefe, tener un barco,
dinero, mucho dinero, más dinero aún.
Una vez le pregunté a papá qué era lo que más deseaba en este
mundo.
Unas veces dibuja lo que quiere y otras lo que le encargan. Cobra los
dibujos que hace y con eso nos da de comer y compra jabón de
lavarse las orejas, los gorros de lana para los días de frío, el periódico,
el jarabe para la tos, la pasta de dientes y todo lo que hace falta.
Algunas personas dicen que papá está un poco loco.
—¡Maldita sea!
Le preguntas:
Es posible que papá esté un poco loco, que a veces tenga mal genio y
que no lo sepa todo, pero es mágico.
El maestro dijo:
«Papá es un señor no muy alto, con bigote, orejón, casi pelirrojo, que
puede dibujar el aire entre las palabras o mariposas en el mes de
enero de cualquier año.
Pensé:
—Nunca tienen que venir los bomberos. Los ladrones no nos hacen
maldito el caso y en el desván no vive el fantasma de alguien sin
cabeza.
Sonrió.
Era una vaca rubia que se paseaba entre las letras enormes de un
enorme letrero.
Todas las mamás, cuando van a tener un hijo, parece que se han
tragado un melón o algo así, pero luego se desinflan.
Es sorprendente.
Llueve despacio.
Marta dijo:
—Voy.
Y no fue.
Yo quería ir de pesca.
Pensó que podía tapar el desconchón con un bonito dibujo sujeto con
cuatro chinchetas de cabeza verde.
Tuvo que borrar el abrigo, las botas y los calcetines para dibujarse
con ropa más fresca, una camisa a cuadros, un pantalón corto y un
salakof.
También dibujó un botijo lleno de agua fresca.
—¡Papá, dice mamá que bajes a comer que se enfrían las croquetas!
Ella protesta:
Mamá no se enfada.
Le gusta entablillar.
—¡A mí!
Lamentándose:
—¡Desdichada de mí!
Heroica:
Y de pronto la voz del Capitán del Rey, una voz valiente, rubia, con
bigote, a dejarse oír cuando ya parece perdida toda esperanza:
Marta sale de puntillas y yo me quedo con los ojos muy abiertos, una
espada de plata en. la mano, Barba Negra a mis pies y mi barco listo
para zarpar cuando la princesita se aburra de pedirme que me case
con ella.
Mamá le dijo:
—¡Delicioso olor!
Lo hace todos los días. Todos los días llega a la mesa como a un
festín.
Y sonríe.
—¿Nené? —preguntó.
Miré a papá.
LA SIESTA DE NURIA
Pienso que para que uno le pasen cosas así tiene que haber nacido
dentro de un libro, ser un personaje inventado y no el hijo de un
dibujante.
No pasa nada.
A ninguno nos gusta este trabajo pero hay que hacerlo. Lo hacemos
entre todos menos Nuria y papá.
Y las dos manos de papá son un pajarito de diez plumas que vuela a
posarse sobre la mano de Nuria.
Papá ronca.
Por lo menos hace dos días que dejé las libretas encima del piano.
Tenemos piano.
Mamá y Marta lo tocan casi bien, papá sólo con dos dedos, Nuria se
divierte haciendo sonar los agudos y a Pablo no lo dejan desarmarlo.
Para hacer las cosas bien hay que empezar por ir a la playa, en la
marea baja, a recoger un buen puñado de esos gusanitos verdes que
se esconden debajo del limo.
No niego que algunos días me gustarla cebar los anzuelos con Golo,
entero y sin desplumar.
Escribiré:
O:
Sí, escribiré lo que vea y lo que oiga, del color del aire, de mis
hermanos, de las ranitas verdes, de lo que quiero ser, de mamá, de
todo lo que es capaz de dibujar papá.
Sólo a papá se le pudo ocurrir convertir esa «J» en la mitad del chorro
de una ballena que vuela panza arriba por encima de un campo de
setas.
Ahora la mar está de buen color y creo que picará algo que merezca
la pena.