TEMA 4-Teoria Juridica Del Delito
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La teoría jurídica del delito es una teoría de la imputación, esto es, un instrumento
conceptual que nos permite determinar jurídicamente si un determinado hecho tiene la
consideración de delito y merece, en consecuencia, la imposición de una sanción penal. Se
trata de una elaboración de la dogmática jurídico penal, con base en el Derecho positivo, que
permite una aplicación racional de la ley penal a través de un sistema o esquema conceptual
unitario. Con ello, el ciudadano gana en seguridad jurídica en la medida que posibilita una
jurisprudencia más racional, predecible y unitaria en la interpretación y aplicación práctica
de la ley penal.
Con este propósito se acude a un método analítico de carácter secuencial, es decir, que
separa los distintos problemas en diversos niveles para ofrecer un tratamiento jurídico
diferenciado y apropiado a cada uno, de tal modo que la solución de uno es presupuesto
lógico y necesario del siguiente y la de éste operaría a su vez como filtro del nivel posterior.
La representación gráfica de la teoría del delito sería, por tanto, la de una imagen con
estructura piramidal o cónica. Con ello, el peso de la imputación penal va cerrando su
círculo en espiral y haciéndose más firme conforme se va pasando de un nivel a otro,
derivándose de ello distintas consecuencias jurídicas, por lo que es muy importante tratar en
cada categoría los problemas que son propios de cada una.
Debe subrayarse la importancia de analizar en cada categoría o nivel los problemas que le
son propios. Por ejemplo, aunque se está exento de responsabilidad tanto cuando concurre la
eximente 1ª del art. 20 CP como cuando concurre la eximente 4ª del mismo precepto, estar
exento de responsabilidad criminal por una u otra vía, como veremos, tiene efectos jurídicos
radicalmente distintos en el ámbito del error, las causas de justificación, la participación, la
responsabilidad civil y las medidas de seguridad
Para determinar los elementos esenciales y comunes a cualquier infracción penal, esto es,
para establecer el concepto general de delito, hay que tener en cuenta, al menos, dos
presupuestos metodológicos básicos.
En primer lugar, el principio de legalidad en materia penal (nullum crimen sine lege) exige
que el concepto de delito se deduzca de la ley o, al menos, que sea compatible con ella, por
lo que hay que partir del Derecho Penal positivo. En particular, hay que tener muy presente
la definición de infracción penal que ofrece el art. 10 CP al declarar que “son delitos o
faltas las acciones u omisiones dolosas o imprudentes penadas por la Ley”. Esta definición
legal no es meramente formal, pues, además de plasmar la garantía criminal y penal del
principio de legalidad, señala que el objeto de las prohibiciones o mandatos de las normas
penales son las acciones u omisiones que pueden ser evitadas o evitables por sus
destinatarios, en la medida que sólo serán penadas las conductas antinormativas dolosas o
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El texto del epígrafe 1 se corresponde, con adaptaciones, con el Tema 11 (autor: Esteban J. Pérez
Alonso), de la obra: Zugaldía Espinar (Dir.), Fundamentos de Derecho Penal. Parte General, Tirant
lo Blanch, Valencia, 2010.
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imprudentes. Pero esta definición tampoco es completa desde una perspectiva material, ya
que si bien ha querido destacar algunos caracteres básicos del delito, no ha recogido todos
los elementos configuradores del concepto de delito, que podrán derivarse, no obstante, de
otros preceptos legales.
En segundo lugar, el concepto de delito ha de ajustarse a los fines del Derecho Penal del
Estado, en particular a las exigencias que se derivan de la consideración del Estado español
como un Estado social y democrático de derecho (art. 1 CE). En la actualidad se afirma que
la finalidad principal del Derecho Penal en un Estado social y democrático de Derecho es
evitar la realización de conductas lesivas o peligrosas para los bienes e intereses
fundamentales para la convivencia social mediante el recurso a la amenaza e imposición de
la pena. Por ello, parece razonable que la pena sólo pueda imponerse tras la verificación de
que el destinatario de la norma ha llevado a cabo una acción u omisión típicamente
imputable desde una perspectiva objetiva y subjetiva, sin estar autorizado para ello, es decir,
de que ha realizado un hecho ilícito. Pero este hecho ilícito sólo puede atribuirse a su autor
si, además, es culpable del mismo, es decir, si ha podido conocer su significado antijurídico
y actuar conforme a esa comprensión.
Con arreglo a estas premisas, la doctrina viene definiendo el delito, con carácter general,
como un hecho ilícito (típico y antijurídico) realizado por un autor culpable.
Para la subsunción del hecho en el tipo penal debe distinguirse entre el aspecto objetivo o
externo del comportamiento (tipo objetivo) y el aspecto sujetivo o interno (tipo subjetivo).
A. El tipo objetivo
El tipo objetivo consiste en la descripción objetiva de un suceso (v. gr. matar a otro, causar
un menoscabo de la salud psíquica o física, emplear a extranjeros sin permiso de trabajo en
condiciones de explotación laboral, etc.). Los elementos esenciales del tipo objetivo varían
de unos tipos a otros. En los delitos de simple actividad (ej. la injuria —art. 208 CP - o la
conducción bajo el efecto de bebidas alcohólicas — art. 379 CP), sólo se exige un autor y
una acción que revista peligrosidad objetiva ex ante. Por el contrario, en los delitos de
resultado (v. gr. el homicidio —art. 138 CP) se exige, aparte del autor y la acción, un
resultado de lesión y la imputación de ese resultado a la acción; o en los delitos de peligro
concreto se exige la creación de un peligro concreto para el bien jurídico ( ejemplo: el delito
contra la seguridad en el trabajo del art. 316 CP). De este modo, puede decirse que la
tipicidad es un indicio de antijuricidad de la conducta, que será confirmada en el siguiente
nivel de imputación mediante la comprobación de si concurren o no causas de justificación.
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La forma de llevar a cabo la violación de la norma penal, es decir, el nexo subjetivo que
podemos establecer entre el sujeto y el hecho realizado nos permite realizar una segunda
clasificación delictiva entre delitos dolosos y delitos imprudentes. En efecto, si la norma
penal tiene por misión motivar a los ciudadanos para que no realicen comportamientos
(activos u omisivos) que pongan en peligro o lesionen los bienes jurídicos, es claro que tiene
que haber un nexo subjetivo entre el destinatario de la norma y el hecho descrito en la
misma para que se pueda evitar lo que es evitable. Dicho nexo sujetivo se establece sobre la
base del conocimiento o la posibilidad de conocer el riesgo que acompaña al
comportamiento voluntario del sujeto y que se muestra con capacidad objetiva para lesionar
o poner en peligro el bien jurídico.
a) Los delitos dolosos constituyen la mayor parte de delitos que contiene nuestro Código
Penal y, además, son los más graves, en cuanto que se trata de comportamientos
voluntariamente realizados con conocimiento de estar lesionando un bien jurídico o del
peligro concreto de su lesión. En este caso, el sujeto sabe lo que hace, es decir, conoce todos
los elementos del tipo objetivo y, además, como todo comportamiento punible, lo realiza de
forma voluntaria. Por ello, los delitos dolosos se castigan con más pena que los imprudentes.
Por ejemplo, realiza un delito doloso de homicidio (art. 138 CP) aquél que, a sabiendas,
apunta con un arma a la víctima, que se encuentra a tres metros de distancia, y le dispara en
la cabeza, causándole la muerte de forma inmediata. También realiza un delito doloso de
omisión del deber de socorro (art. 195 CP) aquél que va conduciendo por la carretera, ve
como una motocicleta que le precede se sale de la vía y su conductor se golpea en la cabeza
con una roca, y no se detiene para prestar ayuda al accidentado.
b) Los delitos imprudentes tienen un menor desvalor de la conducta en cuanto que, si bien es
voluntaria, el autor no es consciente de la lesión o puesta en peligro del bien jurídico. En
este caso, el sujeto no sabe lo que hace, es decir, no conoce los elementos del tipo objetivo
que ha realizado voluntariamente, pero los ha podido conocer; no hay conocimiento pero sí
cognoscibilidad, por lo que ha debido evitar la acción realizada.
Por ejemplo, responde por homicidio imprudente el policía que se pone a limpiar su arma
reglamentaria delante de varios compañeros y, tras realizar una manipulación defectuosa de
la misma, sin haber comprobado previamente si estaba descargada, realiza un disparo que
causa la muerte de uno de ellos; o el padre que está vistiendo a su hijo recién nacido y lo
deja encima de la mesa para atender una importante llamada telefónica que esperaba,
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No obstante, la imprudencia admite ser graduada y con ello la pena a imponer. Por ello,
nuestro Código Penal distingue entre imprudencia grave y menos grave: la imprudencia
grave, con carácter general, tiene la consideración de delito y se castiga con más pena que la
imprudencia menos grave. Esta clasificación se establece en función de la gravedad de la
imprudencia y no del resultado producido que puede, incluso, llegar a ser el mismo.
En todo caso, debe evitarse relacionar la gravedad de la imprudencia con la gravedad del
resultado. Una imprudencia menos grave puede dar lugar a un resultado muy grave, incluso
a una muerte y, a la inversa, puede que de una imprudencia grave derive un resultado leve.
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La tipicidad tiene un efecto indiciario sobre la antijuricidad del hecho, en el sentido de que
el comportamiento que encaja en un tipo penal, en principio, será contrario a Derecho al
suponer la violación de una norma. Pero este indicio no es suficiente para afirmar la ilicitud
del hecho, sino que es necesario confirmarlo mediante el juicio de antijuricidad. Así, puede
decirse que todo hecho típico es antijurídico salvo que concurra una causa de justificación
que autorice la violación de esa norma (la realización de la conducta típica). Esto es lo que
se conoce como el principio de regla-excepción de la antijuricidad, por lo que la
antijuricidad se determinará mediante un procedimiento de carácter negativo o excluyente.
Así, por ejemplo, el hecho de matar a otro está prohibido con carácter general en el art. 138
CP, es decir, es un hecho típico; pero excepcionalmente la muerte de una persona puede
estar autorizada por la concurrencia de la causa de justificación de legítima defensa que se
prevé en el art. 20, 4º CP.
Con la antijuricidad se trata, por tanto, de comprobar si en el caso concreto concurre una
causa de justificación que convierta en lícita y aprobada jurídico penalmente la conducta
contraria a la norma. Las causas de justificación que reconoce el Código Penal son la
legítima defensa, el estado de necesidad y el cumplimiento de un deber o ejercicio legítimo
de un derecho, oficio o cargo (art.20.4º, 5º, 7º CP). Por tanto, las normas permisivas
contenidas en las causas de justificación vienen a autorizar excepcionalmente la violación de
la norma, es decir, vienen a neutralizar el desvalor de la conducta activa u omisiva prevista
en el tipo penal. De lo contrario, si no concurre ninguna causa de justificación se confirmará
el indicio de antijuricidad que suponía la tipicidad y se afirmará, en consecuencia, la ilicitud
del hecho, es decir, que el sujeto ha realizado un injusto penal.
4. La culpabilidad
Una vez que se ha podido constatar la ilicitud del hecho, es decir, que se ha producido la
violación de una norma penal de forma no autorizada mediante la realización de una
conducta típica y antijurídica, corresponde ahora preguntar por la culpabilidad de su autor.
La culpabilidad es el elemento del delito referido a la persona del autor, cuya finalidad
consiste en establecer y analizar las condiciones personales que son necesarias para poder
atribuir el hecho realizado a su autor y hacerlo responsable penal del mismo. Se trata de
determinar si ha habido comunicación entre el sujeto y la norma, de tal modo que el sujeto
haya podido motivarse por la norma. Desde esta perspectiva, sería culpable aquél que ha
podido comportarse con arreglo al Derecho y no lo ha hecho a pesar de haber sido accesible
al mensaje normativo.
La culpabilidad del autor depende, en primer término, de que haya tenido la posibilidad de
conocer la desaprobación jurídico-penal del hecho, es decir, de que el sujeto haya podido
conocer el significado ilícito del hecho realizado, pues mal puede motivarse por el Derecho
quien no ha podido saber que su conducta estaba desvalorada jurídico-penalmente (error de
prohibición invencible; art.14, 3 CP). En segundo lugar, la culpabilidad del autor depende de
su capacidad de culpabilidad en sentido estricto (imputabilidad), es decir, de si el sujeto
pudo o no comprender la antijuricidad de su conducta y comportarse conforme a dicha
comprensión (causas de inimputabilidad: anomalías o alteraciones psíquicas, intoxicación
plena y alteración grave de la conciencia de la realidad -art. 20, 1º, 2º, 3º CP).
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El Derecho Penal en su misión de prevenir conductas peligrosas o lesivas para los bienes
jurídicos generalmente prohíbe acciones de riesgo que suponen la lesión o la puesta en
peligro de dichos bienes, amenazando con pena la realización de la acción prohibida por la
norma.
Un ejemplo de delito de acción sería el delito de hurto del art. 234 CP, donde se
prohíbe la acción de tomar las cosas muebles ajenas con ánimo de lucro y sin la
voluntad de su dueño; o el delito de conducción temeraria del art. 380, 1 CP, donde
se prohíbe la acción de conducir un vehículo a motor o un ciclomotor con temeridad
manifiesta, poniendo en concreto peligro la vida o la integridad de las personas.
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6. La tentativa de delito:
- Clases de autoría: art. 28. 1. párrafo: autoría individual/ coautoría/ autoría mediata
- Partícipes: arts. 28.2. párrafo y art. 29: inductor/ cooperador necesario/cómplice.
- Pena: sólo la del cómplice se rebaja respecto del autor. Art. 63 CP
“En los supuestos previstos en este Código, las personas jurídicas serán
penalmente responsables de los delitos cometidos en nombre o por cuenta de
las mismas, y en su provecho, por sus representantes legales y
administradores de hecho o de derecho. En los mismos supuestos, las
personas jurídicas serán también penalmente responsables de los delitos
cometidos, en el ejercicio de actividades sociales y por cuenta y en provecho
de las mismas, por quienes, estando sometidos a la autoridad de las
personas físicas mencionadas en el párrafo anterior, han podido realizar los
hechos por no haberse ejercido sobre ellos el debido control atendidas las
concretas circunstancias del caso”.
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4. Se trata de un sistema que cuenta con su propio catálogo de penas. Se opta en este punto
por el sistema claramente predominante en el Derecho comparado y en los textos
comunitarios objeto de transposición, según el cual la multa es la pena común y general para
todos los supuestos de responsabilidad, reservándose la imposición adicional de otras medidas
más severas sólo para los supuestos cualificados que se ajusten a las reglas fijadas en el nuevo
artículo 66 bis.
En particular, el art. 33, 7 CP establece que las penas aplicables a las personas jurídicas son
las siguientes:
c) Suspensión de sus actividades por un plazo que no podrá exceder de cinco años.
d) Clausura de sus locales y establecimientos por un plazo que no podrá exceder de cinco
años.
f) Inhabilitación para obtener subvenciones y ayudas públicas, para contratar con el sector
público y para gozar de beneficios e incentivos fiscales o de la Seguridad Social, por un plazo
que no podrá exceder de quince años.
g) Intervención judicial para salvaguardar los derechos de los trabajadores o de los acreedores
por el tiempo que se estime necesario, que no podrá exceder de cinco años. La intervención
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5. Al objeto de evitar que la responsabilidad penal de las personas jurídicas pueda ser
burlada por una disolución encubierta o aparente o por su transformación, fusión, absorción
o escisión, se contienen previsiones especificas donde se presume que existe la referida
disolución aparente o encubierta cuando aquélla continúe con su actividad económica y se
mantenga la identidad sustancial de clientes, proveedores y empleados, trasladándose en
aquellos casos la responsabilidad penal a la entidad o entidades en que se transforme, quede
fusionada o absorbida y extendiéndose a la entidad o entidades a que dé lugar la escisión
(art. 130, 2 CP).