Lecturas de Apoyo 3
Lecturas de Apoyo 3
Lecturas de Apoyo 3
Erase una vez una vieja cabra que tenía siete cabritas, a las que quería tan
tiernamente como una madre puede querer a sus hijos. Un día quiso salir al
bosque a buscar comida y llamó a sus pequeñuelas.
"Hijas mías," les dijo, "me voy al bosque; mucho ojo con el lobo, pues si entra
en la casa os devorará a todas sin dejar ni un pelo. El muy bribón suele
disfrazarse, pero lo reconocerán enseguida por su bronca voz y sus negras
patas."
Pero las cabritas comprendieron, por lo rudo de la voz, que era el lobo.
"No te abriremos," exclamaron, "no eres nuestra madre. Ella tiene una voz
suave y cariñosa, y la tuya es bronca: eres el lobo."
Pero el lobo había puesto una negra pata en la ventana, y al verla las cabritas,
exclamaron:
"No, no te abriremos; nuestra madre no tiene las patas negras como tú. ¡Eres
el lobo!"
La fiera puso la pata en la ventana, y, al ver ellas que era blanca, creyeron
que eran verdad sus palabras y se apresuraron a abrir. Pero fue el lobo quien
entró. ¡Qué sobresalto, Dios mío! ¡Y qué prisas por esconderse todas! Una de
ellas se metió debajo de la mesa; la otra, en la cama; la tercera, en el horno;
la cuarta, en la cocina; la quinta, en el armario; la sexta, debajo de la
fregadera, y la más pequeña, en la caja del reloj.
Pero el lobo fue descubriéndolas una tras otra y, sin gastar cumplidos, se las
engulló a todas menos a la más pequeñita que, oculta en la caja del reloj,
pudo escapar a sus pesquisas.
Al cabo de poco regresó a casa la vieja cabra. ¡Santo Dios, lo que vio! La
puerta, abierta de par en par; la mesa, las sillas y bancos, todo volcado y
revuelto; el lavabo, roto en mil pedazos; las mantas y almohadas, por el
suelo. Buscó a sus hijitas, pero no aparecieron por ninguna parte; las llamó a
todas por sus nombres, pero ninguna contestó. Hasta que nombró a la
última, la cual, con vocecita suave, dijo:
"Madre querida, estoy en la caja del reloj."
Envió a la pequeña a casa, a toda prisa, en busca de tijeras, aguja e hilo. Abrió
la panza al monstruo, y apenas había empezado a cortar cuando una de las
cabritas asomó la cabeza. Al seguir cortando saltaron las seis afuera, una tras
otra, todas vivitas y sin daño alguno, pues la bestia, en su glotonería, las
había engullido enteras.
¡Allí era de ver su regocijo! ¡Con cuánto cariño abrazaron a su mamita!, pero
la cabra dijo:
"Tráiganme piedras; llenaremos con ellas la panza de esta condenada bestia,
aprovechando que duerme."
La madre cosió la piel con tanta presteza y suavidad, que la fiera no se dio
cuenta de nada ni hizo el menor movimiento. Terminada ya su siesta, el lobo
se levantó, y, como los guijarros que le llenaban el estómago le dieron mucha
sed, se acercó a un pozo para beber.
FIN
La hilandera
Autor: Hermanos Grimm
Erase una vez un molinero muy pobre que no tenía en el mundo más que a
su hija. Ella era una muchacha muy hermosa.
Cierto día, el rey mandó llamar al molinero, pues hacía mucho tiempo no le
pagaba impuestos. El pobre hombre no tenía dinero, así es que se le ocurrió
decirle al rey:
-Tengo una hija que puede hacer hilos de oro con la paja.
-¡Tráela! -ordenó el rey.
Esa noche, el rey llevó a la hija del molinero a una habitación llena de paja y
le dijo:
-Cuando amanezca, debes haber terminado de fabricar hilos de oro con toda
esta paja. De lo contrario, castigaré a tu padre y también a ti.
La pobre muchacha ni sabía hilar, ni tenía la menor idea de cómo hacer hilos
de oro con la paja. Sin embargo, se sentó frente a la rueca a intentarlo. Como
su esfuerzo fue en vano, desconsolada, se echó a llorar.
De repente, la puerta se abrió y entró un hombrecillo extraño.
-Buenas noches, dulce niña. ¿Por qué lloras?
-Tengo que fabricar hilos de oro con esta paja -dijo sollozando-, y no sé cómo
hacerlo.
-¿Qué me das a cambio si la hilo yo? -preguntó el hombrecillo.
-Podría darte mi collar -dijo la muchacha.
-Bueno, creo que eso bastará -dijo el hombrecillo, y se sentó frente a la rueca.
Al otro día, toda la paja se había transformado en hilos de oro. Cuando el rey
vio la habitación llena de oro, se dejó llevar por la codicia y quiso tener
todavía más. Entonces condujo a la muchacha a una habitación aún más
grande, llena de paja, y le ordenó convertirla en hilos de oro.
Al día siguiente, el rey vio con gran satisfacción que la torre estaba llena de
hilos de oro. Tal como lo había prometido, se casó con la hija del molinero.
Un año después de la boda, la nueva reina tuvo una hija. La reina había
olvidado por completo el trato que había hecho con el hombrecillo, hasta
que un día apareció.
-Debes darme lo que me prometiste -dijo el hombrecillo.
La reina le ofreció toda clase de tesoros para poder quedarse con su hija,
pero el hombrecillo no los aceptó.
-Un ser vivo es más precioso que todas las riquezas del mundo -dijo.
La reina pasó la noche en vela haciendo una lista de todos los nombres que
había escuchado en su vida. Al día siguiente, la reina le leyó la lista al
hombrecillo, pero la respuesta de éste a cada uno de ellos fue siempre igual:
-No, así no me llamo yo.
La reina resolvió entonces mandar a sus emisarios por toda la ciudad a buscar
todo tipo de nombres. Los emisarios regresaron con unos nombres muy
extraños como Piedra blanda y Aguadura, pero ninguno sirvió. El hombrecillo
repetía siempre: -No, así no me llamo yo.
Al tercer día, la desesperada reina envió a sus emisarios a los rincones más
alejados del reino. Ya entrada la noche, el último emisario en llegar relató
una historia muy particular.
-Iba caminando por el bosque cuando de repente vi a un hombrecillo extraño
bailando en torno a una hoguera. Al tiempo que bailaba iba cantando: "¡La
reina perderá, pues mi nombre nunca sabrá. Soy el gran Rumpelstiltskin!"
Esa misma noche, la reina le preguntó al hombrecillo:
-¿Te llamas Alfalfa?
-No, así no me llamo yo.
-¿Te llamas Zebulón?
-No, así no me llamo yo.
-¿Será posible, entonces, que te llames Rumpelstilstkin? -preguntó por fin la
reina.
Al escuchar esto, el hombrecillo sintió tanta rabia que la cara se le puso azul y
después marrón. Luego pateó tan fuerte el suelo que le abrió un gran hueco.
Rumpelstiltskin desapareció por el hueco que abrió en el suelo y nadie lo
volvió a ver jamás. La reina, por su parte, vivió feliz para siempre con el rey y
su preciosa hijita.
FIN
Los duendes y el zapatero
Autor: Hermanos Grimm
Estaban cosidos con tanto esmero y con puntadas tan perfectas, que el pobre
hombre no podía dar crédito a sus ojos. Tan bonitos eran, que apenas entró
un cliente, al verlos, pagó más de su precio real por comprarlos.
La historia se repitió otra noche y otra más y siempre ocurría lo mismo. Pasó
el tiempo, la calidad de los zapatos del zapatero se hizo famosa, y nunca le
faltaban clientes en su tienda, ni monedas en su caja, ni comida en su mesa y
comenzó a tener un buen pasar.
FIN
Teseo y el Minotauro
Autor: Leyenda Griega
Hace miles de años, la isla de Creta era gobernada por un famoso rey llamado
Minos. Eran tiempos de prosperidad y riqueza. El poder del soberano se
extendía sobre muchas islas del mar Egeo y los demás pueblos sentían un
gran respeto por los cretenses.
Minos los recibió y les dijo que aceptaba no destruir Atenas pero que ellos
debían cumplir con una condición: enviar a catorce jóvenes, siete varones y
siete mujeres, a la isla de Creta, para ser arrojados al Minotauro.
Mientras todos se lamentaban, el hijo del rey, el valiente Teseo, dio un paso
adelante y se ofreció para ser uno de los jóvenes que viajarían a Creta.
El barco que llevaba a los jóvenes atenienses tenía velas negras en señal de
luto por el destino oscuro que les esperaba a sus tripulantes. Teseo acordó
con su padre, el rey Egeo de Atenas, que, si lograba vencer al Minotauro,
izaría velas blancas. De este modo el rey sabría qué suerte había corrido su
hijo.
En Creta, los jóvenes estaban alojados en una casa a la espera del día en que
el primero de ellos fuera arrojado al Minotauro.
Durante esos días, Teseo conoció a Ariadna, la hija mayor de Minos. Ariadna
se enamoró de él y decidió ayudarlo a Matar al monstruo y salir del laberinto.
Por eso le dio una espada mágica y un ovillo de hilo que debía atar a la
entrada y desenrollar por el camino para encontrar luego la salida.
Allí estaba el Minotauro. Era tan terrible y aterrador como jamás lo había
imaginado. Sus mugidos llenos de ira eran ensordecedores. Cuando el
monstruo se abalanzó sobre Teseo, éste pudo clavarle la espada. El
Minotauro se desplomó en el suelo. Teseo lo había vencido.
Cuando Teseo logró reponerse, tomó el ovillo y se dirigió hacia la entrada. Allí
lo esperaba Ariadna, quien lo recibió con un abrazo. Al enterarse de la
muerte del Minotauro, el rey Minos permitió a los jóvenes atenienses volver
a su patria.
El viaje de regreso fue complicado. Una tormenta los arrojó a una isla. En ella
se extravió Ariadna y, a pesar de todos los esfuerzos, no pudieron
encontrarla. Los atenienses, junto a Fedra, continuaron viaje hacia su ciudad.
Teseo, contrariado y triste por lo ocurrido con Ariadna, olvidó izar las velas
blancas.
El rey Egeo iba todos los días a la orilla del mar a ver si ya regresaba la nave.
Cuando vio las velas negras pensó que su hijo había muerto. De la tristeza no
quiso ya seguir viviendo y se arrojó desde una altura al mar.
FIN
El mago Merlín
Autor: Robert de Boron
Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un
yunque de hierro, con una leyenda que decía: "Esta es la espada Excalibur.
Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra."
Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad
para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar. Cuando ya se
aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta de que había olvidado la espada de
Kay en la posada. Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la
puerta estaba cerrada. Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría
participar en el torneo.
Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía
llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad.
Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey
legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron
derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín.
Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda,
que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la
princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto
para Inglaterra como para Arturo.
"Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a
Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de ti”.
FIN