Libro - El Hombre en Busca de Sentido
Libro - El Hombre en Busca de Sentido
Libro - El Hombre en Busca de Sentido
un libro que fue escrito por Viktor Frankl, quien tuvo que vivir como prisionero en los
campos de concentración de la ya extinta Alemania Nazi.
Este autor nos narra los hechos sobre los maltratos recibidos por los prisioneros de parte
de los soldados de la SS y del cómo estos campos influían en la mente de los prisioneros,
información esta que encontraremos en el Resumen de El hombre en busca de sentido.
Estación Auschwitz
El síntoma que caracteriza la primera fase es el shock. Bajo ciertas condiciones el shock
puede incluso preceder a la admisión formal del prisionero en el campo. La sola vista de las
mejillas sonrosadas y los rostros redondos de aquellos prisioneros resultaba un gran
estímulo. Poco sabíamos entonces que componían un grupo especialmente seleccionado
que durante años habían sido el comité de recepción de las nuevas expediciones de
prisioneros que llegaban a la estación un día tras otro.
La primera selección
Al entrar, a cada prisionero se le entregaba una pastilla de jabón y después..., pero gracias a
Dios no necesito relatar lo que sucedía después. Pregunté a los prisioneros que llevaban allí
algún tiempo a dónde podrían haber enviado a mi amigo y colega.
Desinfección
Intenté ganarme la confianza de uno de los prisioneros de más edad. Allí nos agrupamos en
torno a un hombre de las SS que esperó hasta que todos hubimos llegado.
Y orgullosamente explicó que, como veterano que era, las leyes del campo le daban derecho
a hacerlo. Pero los que estaban en verdadera dificultad eran los prisioneros que habían
seguido el consejo aparentemente bien intencionado que les dieron los prisioneros
veteranos y habían cortado las botas altas y untado después jabón en los bordes para ocultar
el sabotaje. Los hombres de las SS parecían estar esperándolo. Al cabo de un rato volvimos
a oír los azotes del látigo y los gritos de los hombres torturados.
Ni tampoco tenía objeto alguno el suicidarse, ya que, para el término medio de los
prisioneros, las expectativas de vida, consideradas objetivamente y aplicando el cálculo de
probabilidades, eran muy escasas. En la primera fase del shock, el prisionero de Auschwitz
no temía la muerte. «Ante una situación anormal, la reacción anormal constituye una
conducta normal.» Aún nosotros, los psiquiatras, esperamos que los recursos de un hombre
ante una situación anormal, como la de estar. La reacción de un hombre tras su
internamiento en un campo de concentración representa igualmente un estado de ánimo
anormal, pero juzgada objetivamente es normal y, como más tarde demostraré, una reacción
típica dadas las circunstancias.
Apatía
El prisionero pasaba de la primera a la segunda fase, una fase de apatía relativa en la que
llegaba a una especie de muerte emocional. Aparte de las emociones ya descritas, el
prisionero recién llegado experimentaba las torturas de otras emociones más dolorosas,
todas las cuales intentaba amortiguar. La primera de todas era la añoranza sin límites de su
casa y de su familia. Entre los barracones del campo no había nada más que barro y cuanto
más se trabajaba para eliminarlo más se hundía uno en él.
Tras unos cuantos meses de estancia en el campo, éramos incapaces de subir las escaleras
sin agarrarnos a la puerta para darnos impulso. El hombre que arrastraba el cadáver se
acercaba a los escalones.
El insulto
Si un hombre resbalaba, no sólo corría peligro él, sino todos los que cargaban la misma
traviesa. Podía estar contento de trabajar a pesar del defecto, ya que los que padecían algún
defecto físico era casi seguro que los enviaban a morir en la primera selección.
«" Si se necesitaban hombres para hacer un trabajo desagradable, el jefe de los» capo "solía
reclutar a los hombres que necesitaba de entre los de las últimas filas. Estos hombres tenían
que marchar lejos a otro tipo de trabajo, especialmente temido, a las órdenes de guardias
desconocidos. De vez en cuando, el» capo «elegía a los hombres de las primeras cinco filas
para sorprender a los que se pasaban de listos. Como casi todos los que estaban internados
en el campo, yo padecía edema de hambre.
El hambre
Fácilmente se comprende que un estado tal de tensión junto con la constante necesidad de
concentrarse en la tarea de estar vivos, forzaba la vida íntima del prisionero a descender a
un nivel primitivo. Observemos a la mayoría de los prisioneros que trabajan uno junto a otro
y a quienes, por una vez, no vigilan de cerca. Un prisionero le pregunta al que trabaja junto
a él en la zanja cuál es su plato preferido.
Sexualidad
Incluso en sueños, el prisionero se ocupaba muy poco del sexo, aun cuando según el
psicoanálisis» los instintos inhibidos «, es decir, el deseo sexual del prisionero junto con otras
emociones debería manifestarse de forma muy especial en los sueños. Vivido tantos años,
en realidad hasta que caí prisionero. «.
Me invitó el médico jefe del campo, quien sabía que yo era psiquiatra. Un prisionero
extranjero comenzó a invocar a los espíritus con una especie de oración. El administrativo
del campo estaba sentado ante una hoja de papel en blanco, sin ninguna intención
consciente de escribir.
Meditaciones en la zanja
Monólogo al amanecer
En una última y violenta protesta contra lo inexorable de mi muerte inminente, sentí como
si mi espíritu traspasara la melancolía que nos envolvía, me sentí trascender aquel mundo
desesperado, insensato, y desde alguna parte escuché un victorioso «sí» como contestación
a mi pregunta sobre la existencia de una intencionalidad última.
Arte en el campo
Antes, he hablado del arte. Depende más bien de lo que uno llame arte. Se cantaba, se
recitaban poemas, se contaban chistes que contenían alguna referencia satírica sobre el
campo. Las reuniones eran tan eficaces que algunos prisioneros asistían a las funciones a
pesar de su agotador cansancio y aun cuando, por ello, perdieran su rancho de aquel día.
En el campo se concedían premios no sólo por entretener, sino también por aplaudir. El
«capo asesino» entró allí por casualidad y le pidieron que recitara uno de sus poemas que se
habían hecho famosos en el campo. No necesitaba que se lo repitieran dos veces, de modo
que rápidamente sacó una especie de diario del que empezó a leer unas cuantas muestras
de su arte. La obsesión por buscar el arte dentro del campo adquiría, en general, matices
grotescos.
¡Quién fuera un preso común!
Por ejemplo, en los destacamentos que trabajaban fuera del campo había unas cuantas
unidades que se consideraban peores que las demás. Se envidiaba al que no tenía que
chapotear en la húmeda y fangosa arcilla de un declive escarpado, vaciando los artesones de
un pequeño ferrocarril durante doce horas diarias. Si tras dos horas de trabajo no nos hubiera
interrumpido una alarma aérea, obligándonos a reagruparnos después, creo que hubiera
tenido que regresar al campo en alguna de las camillas que trasportaban a los hombres que
habían muerto o estaban a punto de morir por la extrema fatiga.
Recuerdo haber llevado una especie de contabilidad de los placeres diarios y comprobar que
en el lapso de muchas semanas solamente había experimentado dos momentos placenteros.
Uno había ocurrido cuando, al regreso del trabajo y tras una larga espera, me admitieron en
el barracón de cocina asignándome a la cola que se alineaba ante el cocinero-prisionero F.
Pero no me incumbe a mí juzgar a los prisioneros que preferían a su propia gente. Yo estaba
echado sobre un duro tablón en el suelo de tierra del barracón donde» se cuidaba «a unos
setenta de nosotros. La ventisca abrió la puerta de par en par y la nieve entró en nuestro
barracón.
Pensé que tenía más sentido intentar ayudar a mis camaradas como médico que vegetar o
perder la vida trabajando de forma improductiva como hacía entonces. «"Pero el suboficial
del equipo sanitario había ordenado, en secreto, que se» cuidara "de forma especial a los
dos médicos voluntarios para ir al campo de infecciosos hasta que fueran trasladados al
mismo. Influido por un entorno que no reconocía el valor de la vida y la dignidad humanas,
que había desposeído al hombre de su voluntad y le había convertido en objeto de
exterminio el yo personal acababa perdiendo sus principios morales. Si, en un último
esfuerzo por mantener la propia estima, el prisionero de un campo de concentración no
luchaba contra ello, terminaba por perder el sentimiento de su propia individualidad, de ser
pensante, con una libertad interior y un valor personal.
Pero nadie creía que el lugar de destino fuera de verdad un campo de reposo. Cuando se
anunció que quien se presentara voluntario para el temido turno de noche sería borrado de
la lista, de inmediato se ofrecieron voluntarios 28 prisioneros. Un cuarto de hora más tarde
se canceló el transporte, pero aquellos 2 8 prisioneros quedaron en la lista del turno de
noche.
Planes de fuga
El prisionero de un campo de concentración temía tener que tomar una decisión o cualquier
otra iniciativa. Esto era resultado de un sentimiento muy fuerte que consideraba al destino
dueño de uno y creía que, bajo ningún concepto, se debía influir en él. El prisionero hubiera
preferido dejar que el destino eligiera por él. Este querer zafarse del compromiso se hacía
más patente cuando el prisionero debía decidir entre escaparse o no escaparse del campo.
El último día que pasamos en el campo fue como un anticipo de la libertad. Los últimos
prisioneros que quedaban serían enviados a un campo central desde donde se les remitiría
a Suiza en 48 horas para canjearlos por prisioneros de guerra.
Nos sentamos impacientes, con nuestras mochilas a la espalda, y esperamos con el resto de
los prisioneros a que viniera un último camión. Los fogonazos de las bengalas y los disparos
de fusil iluminaban el barracón. Allá afuera, en el mástil junto a la verja del campo, una
bandera blanca flotaba al viento. Hasta muchas semanas después no nos enteramos de que,
durante aquellas horas, el destino había jugado con los pocos prisioneros que quedábamos
en el campo.
Ante mí tenía las fotografías que se habían tomado en un pequeño campo cercano al nuestro.
Irritabilidad
Aparte de su función como mecanismo de defensa, la apatía de los prisioneros era también
el resultado de otros factores. El hambre y la falta de sueño contribuían a ella , así como la
irritabilidad en general, que era otra de las características del estado mental de los
prisioneros. La mayoría de los prisioneros sufrían de algún tipo de complejo de inferioridad.
Esto se hacía obvio al observar el contraste que ofrecía la singular estructura sociológica del
campo.
La libertad interior
Es esta libertad espiritual, que no se nos puede arrebatar, lo que hace que la vida tenga
sentido y propósito. Una vida activa sirve a la intencionalidad de dar al hombre una
oportunidad para comprender sus méritos en la labor creativa, mientras que una vida pasiva
de simple goce le ofrece la oportunidad de obtener la plenitud experimentando la belleza, el
arte o la naturaleza. El sufrimiento es un aspecto de la vida que no puede erradicarse, como
no pueden apartarse el destino o la muerte. Sin todos ellos la vida no es completa.
Una vida cuyo último y único sentido consistiera en superarla o sucumbir, una vida, por tanto,
cuyo sentido dependiera, en última instancia, de la casualidad no merecería en absoluto la
pena de ser vivida. O bien, en la dura lucha por la supervivencia, puede olvidar su dignidad
humana y ser poco más que un animal, tal como nos ha recordado la psicología del prisionero
en un campo de concentración. No piensen que estas consideraciones son vanas o están muy
alejadas de la vida real.
En una ocasión, de haber visto una película sobre un hombre que esperaba su muerte con
valor y dignidad. «En mi vida anterior yo era una niña malcriada y no cumplía en serio con
mis deberes espirituales».
El destino, un regalo
Le parecía que su vida no tenía ya futuro y contemplaba todo como algo que ya había pasado,
como si ya estuviera muerto. Este sentimiento de falta de vida, de un «cadáver viviente» se
intensificaba por otras causas. Lo que sucedía afuera, la gente de allá, todo lo que era vida
normal, adquiría para el prisionero un aspecto fantasmal. La vida afuera, al menos árbol le
contestaba.
En vez de aceptar las dificultades del campo como una manera de probar su fuerza interior,
no toman su vida en serio y la desdeñan como algo inconsecuente. Para estas personas la
vida no tiene ningún sentido.
Una vez que nos fue revelado el significado del sufrimiento, nos negamos a minimizar o aliviar
las torturas del campo a base de ignorarlas o de abrigar falsas ilusiones o de alimentar un
optimismo artificial. Ambos prisioneros habían comentado sus intenciones de suicidarse
basando su decisión en el argumento típico de que ya no esperaban nada de la vida. En
ambos casos se trataba por lo tanto de hacerles comprender que la vida todavía esperaba
algo de ellos. Cuando se acepta la imposibilidad de reemplazar a una persona, se da paso
para que se manifieste en toda su magnitud la responsabilidad que el hombre asume ante
su existencia.
El hombre que se hace consciente de su responsabilidad ante el ser humano que le espera
con todo su afecto o ante una obra inconclusa no podrá nunca tirar su vida por la borda.
Siempre que era posible, en el campo se aplicaba algo que podría definirse como los
fundamentos de la psicoterapia o de la psicohigiene, tanto individual como colectivamente.
Los esbozos de psicoterapia individual solían ser del tipo del «procedimiento para salvar la
vida». Una regla del campo muy estricta prohibía que se tomara ninguna iniciativa tendente
a salvar a un hombre que tratara de suicidarse. Sufrimiento como prestación de las
circunstancias externas.
Recuerdo un incidente en que hubo lugar para realizar una labor terapéutica sobre todos los
prisioneros de un barracón, como consecuencia de la intensificación de su receptividad
provocada por una determinada situación externa. «El robo se descubrió y algunos
prisioneros reconocieron al» ladrón «. Pero el jefe de nuestro barracón era un hombre sabio
e improvisó una pequeña charla sobre todo lo que bullía en nuestra mente en aquellos
momentos.
Asistencia psicológica
Para él, tanto el sufrimiento como la muerte y, especialmente, aquel sacrificio, eran
significativos. Mis palabras tenían como objetivo dotar a nuestra vida de un significado, allí y
entonces, precisamente en aquel barracón y aquella situación, prácticamente desesperada.
En tercer lugar, los sentimientos de la mayoría de los guardias se hallaban embotados por
todos aquellos años en que, a ritmo siempre creciente, habían sido testigos de los brutales
métodos del campo. Mencionaré únicamente al comandante del campo del que fui liberado.
Por lo que se refiere a este comandante de las SS, ocurrió un incidente interesante relativo
a la actitud que tomaron hacia él algunos de los prisioneros judíos. Tras pensarlo un rato, el
comandante prometió a los jóvenes judíos que cuando capturara al prisionero se ocuparía
de que no le causaran la más mínima lesión y no sólo cumplió su promesa, sino que, como
prueba de ello, el antiguo comandante del campo de concentración fue, de algún modo,
repuesto en su cargo, encargándose de supervisar la recogida de ropas entre las aldeas
bávaras más próximas y de distribuirlas entre nosotros.
Caminábamos despacio por la carretera que partía del campo. Pronto sentimos dolor en las
piernas y temimos caernos, pero nos repusimos, queríamos ver los alrededores del campo
con los ojos de los hombres libres, por vez primera. Desde el punto de vista psicológico, lo
que les sucedía a los prisioneros liberados podría denominarse» despersonalización «. Y
cuando a uno de los prisioneros le invitaba algún granjero de la vecindad, comía y comía y
bebía café, lo cual le soltaba la lengua y entonces hablaba y hablaba horas enteras.
El desahogo
El camino que partía de la aguda tensión espiritual de los últimos días pasados en el campo
no estaba exento de obstáculos. Durante esta fase psicológica se observaba que las personas
de naturaleza más primitiva no podían escapar a las influencias de la brutalidad que les había
rodeado mientras vivieron en el campo. En una ocasión paseaba yo con un amigo camino del
campo de concentración, cuando de pronto llegamos a un sembrado de espigas verdes.
PARTE SEGUNDA
Voluntad de sentido
La voluntad de sentido del hombre puede también frustrarse, en cuyo caso la logoterapia
habla de la frustración existencial.
Neurosis noógena
Resulta obvio que, en los casos noógenos, la terapia apropiada e idónea no es la psicoterapia
en general, sino la logoterapia, es decir, una terapia que se atreva a penetrar en la dimensión
espiritual de la existencia humana. La logoterapia considera en términos espirituales temas
asimismo espirituales, como pueden ser la aspiración humana por una existencia significativa
y la frustración de este anhelo.
El interés del hombre, incluso su desesperación por lo que la vida tenga de valiosa es una
angustia espiritual, pero no es en modo alguno una enfermedad mental. La logoterapia
considera que es su cometido ayudar al paciente a encontrar el sentido de su vida. La
logoterapia difiere del psicoanálisis en cuanto considera al hombre como un ser cuyo
principal interés consiste en cumplir un sentido y realizar sus principios morales, y no en la
mera gratificación y satisfacción de sus impulsos e instintos ni en poco más que la conciliación
de las conflictivas exigencias del ello, del yo y del super yo, o en la simple adaptación y ajuste
a la sociedad y al entorno.
Noodinámica
No hay nada en el mundo capaz de ayudarnos a sobrevivir, aun en las peores condiciones,
como el hecho de saber que la vida tiene un sentido. No debemos, pues, dudar en desafiar
al hombre a que cumpla su sentido potencial. Lo que el hombre realmente necesita no es
vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta que le merezca la pena. Lo que el
hombre necesita no es la «homeostasis», sino lo que yo llamo la
El vacío existencial
En otras palabras, más de la mitad de ellos habían experimentado la pérdida del sentimiento
de que la vida es significativa. Ahora bien, nunca conseguiremos que el paciente se
sobreponga a su condición si no complementamos el tratamiento psicoterapéutico con la
logoterapia, ya que al llenar su vacío existencial se previene al paciente de ulteriores
recaídas.
el sentido de la vida siempre está cambiando, pero nunca cesa. Claro está que en este caso
no hubo terapia en el verdadero sentido de la palabra, puesto que, para empezar, su
sufrimiento no era una enfermedad y, además, yo no podía dar vida a su esposa. Uno de los
postulados, básicos de la logoterapia estriba en que el interés principal del hombre no es
encontrar el placer, o evitar el dolor, sino encontrarle un sentido a la vida, razón por la cual
el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que ese sufrimiento tenga un
sentido.
Hay situaciones en las que a uno se le priva de la oportunidad de ejecutar su propio trabajo
y de disfrutar de la vida, pero lo que nunca podrá desecharse es la inevitabilidad del
sufrimiento. Al aceptar el reto de sufrir valientemente, la vida tiene hasta el último momento
un sentido y lo conserva hasta el fin, literalmente hablando. En otras palabras, el sentido de
la vida es de tipo incondicional, ya que comprende incluso el sentido del posible sufrimiento.
De modo que tuve que enfrentarme a la pregunta de si en tales circunstancias mi vida no
estaba huérfana de cualquier.
La transitoriedad de la vida
Ahora bien, la logoterapia también ha ideado una técnica que trata estos casos. Es
característico de ese temor el producir precisamente aquello que el paciente teme.
El lector advertirá que este procedimiento consiste en darle la vuelta a la actitud del paciente
en la medida en que su temor se ve reemplazado por un deseo paradójico.
Al mismo tiempo se capacita al paciente para apartarse de su propia neurosis. El paciente
pudo, de este modo, liberarse de su calambre de escribiente y así continuó durante el
período de observación después del tratamiento.
La neurosis colectiva
La psicoterapia no sólo será reflejo de una filosofía nihilista, sino que asimismo, aun cuando
sea involuntariamente y sin quererlo, transmitirá al paciente una caricatura del hombre y no
su verdadera representación.
«Esta concepción del hombre hace de él un robot, no un ser humano. El fatalismo neurótico
se ve alentado y reforzado por una psicoterapia que niega al hombre su libertad.
Crítica al pandeterminismo
Con lo cual quiero significar el punto de vista de un hombre que desdeña su capacidad para
asumir una postura ante las situaciones, cualesquiera que éstas sean. En otras palabras, el
hombre en última instancia se determina a sí mismo. El hombre no se limita a existir, sino
que siempre decide cuál será su existencia y lo que será al minuto siguiente. Es el único
hombre que he encontrado en toda mi vida a quien me atrevería a calificar de mefistofélico,
un ser diabólico.
Porque, o bien se reconoce la libertad decisoria del hombre a favor o contra Dios, o a favor
o contra los hombres, o toda religión es un espejismo y toda educación una ilusión.
La psiquiatría rehumanizada
De hecho, la psicosis no roza siquiera el núcleo central de la personalidad del paciente. Sin
embargo, el médico que todavía quiera desempeñar su papel principal como técnico se verá
obligado a confesar que él no ve en su paciente otra cosa que una máquina y no al ser
humano que hay detrás de la enfermedad.