El Hombre en Busca de Sentido-1

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EL HOMBRE EN BUSCA DE SENTIDO

PRIMERA PARTE
UN PSICÒLOGO EN UN CAMPO DE CONCENTRACION
Esta historia cuenta sobre los hechos y sucesos, sobre la atroz vida que llevaban las personas en los
campos de concentración, esta triste realidad es contada por VIKTOR FRANKL de las cosas que el
mismo vivió en carne propia, la crueldad con la que actuaban los guardias que eran miembros de la
SS.
Comienza con el relato de experiencias propias de un psicólogo en un campo de concentración, es
una historia contada por unos supervivientes sobre los pequeños sufrimientos diarios que esas
personas tenían.
Los kapos eran prisioneros especiales que gozaban de la confianza de los guardias de la SS, mientras
que los reclusos no tenían nada que llevarse a la boca los kapos nunca pasaban hambre, a menudo
trataban a los prisioneros con mayor crueldad que los guardianes, los kapos eran elegidos entre los
reclusos de mayor carácter y actitud que eran aptos para estos procedimientos y si no cumplían se les
destituía de su cargo.
Las personas reclutadas llegaban en vagones de los trenes donde les hacían una clasificación
específica, les seleccionaba a los enfermos, débiles, a los que no podían trabajar para enviarlos a uno
de los campos grandes centrales equipados de cámara de gas y crematorios, a las autoridades del
Lager solo les importaba que se cubriera cada traslado con el número previsto de prisioneros, les
daba igual quienes estaban incluidos en la lista si eran niños, mujeres, ancianos o enfermos. Al entrar
a Lager los prisioneros se les despojaba de todas sus partencias incluido sus documentos de
identificación, a cada prisionero se les tatuaban un numero en la piel que era como una identificación
para ellos.
EL INFORME DEL PRISIONERO N.º 119.104
UN ENSAYO PSICOLÒGICO
El informe del prisionero N.º 119.104 no se pretende contar las vivencias en el campo de
concentración sino la intención es describir las experiencias desde la perspectiva psiquiátrica de
como vivían los prisioneros es lo que decía VIKTOR FRANKL, por cierto tiempo lo enviaron e
internaron cavando y tendiendo traviesas para el ferrocarril, luego lo asignaron para que haga un
túnel de bajo de la carretera para la instalación de unas tuberías por este trabajo tubo una recompensa
de “ unos cupos” eso lo podían canjear por cigarrillos ya que cada cupo valía 6 cigarrillos y esos
valioso cigarrillos lo podían canjear por doce raciones de sopa ya que ellos no eran muy bien
alimentados, los presos nunca fumaban ya que lo cambiaban por comida.
Las experiencias en el campo de concentración se distinguían por tres fases psicológicas en la
reacción de los reclusos a la vida del campo era la fase inmediata al internamiento, la fase de
adaptación y la fase de la liberación.
PRIMERA FASE
INTERNAMIENTO EN EL CAMPO
Empezare por la primera fase de shock, Mil quinientas personas fueron transportadas en un tren
durante varios días y noches, todos creían que se les iba a llevar a una fabrica de munición como
empleados para trabajos forzados de pronto se escucho un grito angustiado que decía ¡Hay un letrero
que dice “¡Auschwitz! A todos se les paralizo el corazón por el nombre porque sabían que en ahí se
vivían atrocidades, la claridad de la mañana dejaba ver los inmensos campos con extensiones de
alambre de espino, las torres altas de vigilancia, los potentes focos y la cantidad de personas andando
todos andrajosos, se oían voces aisladas y silbatos de mando una inmensa y terrible barbarie.
Cuando el tren se detuvo se abrieron las puertas del vagón y empezamos a bajar y vimos a personas
que estaban vestidos de trajes de rayas tenían las cabezas rapadas, pero parecían bien alimentadas
hablaban en todas las lenguas europeas al ver esos aspectos en los prisioneros nos aferramos a la idea
que todo estaría bien.
Auschwitz era un lugar insólito en la Europa de los últimos años en la guerra debido a que allí había
un verdadero tesoro en sus almacenes acumulaban oro, plata, platino y diamantes.
Después de bajar del tren nos ordenaron que dejemos nuestras cosas en el vagón y formemos dos
filas las mujeres a un lado y al otro los varones por que iba a pasar el oficial delante de cada uno
ellos nos indicaban de qué lado deberíamos ir ya que nos dividían de un lado derecho e izquierdo
pero alguien me paso la voz que del lado derecho implicaba trabajos forzosos y a lado izquierdo
enviaban a los enfermos y débiles que les trasladaban a otro campo, después de pasar esa
clasificación nos llevaron a unos cuartos, a cada prisionero se le daba un jabón y se les llevaba a un
cuarto para q se puedan bañar, después de pasar todo eso a uno que conocí ahí le pregunte que a
donde le llevaron a mi amigo ya que el paso a la lado izquierdo y me contesto que lo llevaron a unos
cientos de metros donde habían chimeneas y entendí que es lo que había pasado.
Nos llevaron a un cobertizo que parecía antesala de cámara de desinfección entraron los hombres de
la SS y extendieron unas mantas en el suelo para poder depositar allí los objetos de valor: relojes y
joyas, en ese momento intente ganarme la confianza de uno de los prisioneros veteranos me acerque
hacia el y le enseñe los fajos de papel del bolsillo de mi abrigo y le dije mira este manuscrito de un
libro científico le dije que necesitaba conservarlo porque era el trabajo de toda mi vida.
Nos quitaba toda la ropa con una increíble rapidez y los que se demoraban eran castigados con sus
látigos, después de eso nos metieron a un cuarto y ahí nos rasuraron toda la cabeza sin dejarnos ni un
pelo decían que podíamos conservar nuestros zapatos, pero no fue así, los que tenían su zapato en
buen estado les quitaba y les daban unos viejos y acabados y de otro numero.
La primera noche en Auschwitz dormíamos en literas de tres pisos, en cada litera de 2x2,5 metros
dormía nueve personas sobre tablones y a nueve personas solo les correspondían dos mantas, solo
podías dormir de costado y muy apretados más el frio era muy fuerte que dolían hasta los huesos.
SEGUNDA FASE
LA VIDA EN EL CAMPO
APATÍA
La indiferencia puede conducir a una especie de muerte emocional en el corto tiempo que le toma a
un prisionero entrar en la etapa dos.
Ahora el prisionero intenta calmar su dolor interior y siente más dolor. Incluso en sus aspectos más
superficiales, "El Ermitaño" está a veces lleno de nostalgia y disgusto.
Hasta el uniforme estaba hecho tipo andrajoso y hasta el espantapájaros luce impecable. Para los
recién llegados, limpiar los baños y eliminar los excrementos es algo común. Los que expresaron su
descontento fueron azotados por la policía porque los "conocimientos" del recién llegado los
ofendían. Al cabo de unos días, el carácter del prisionero cambió: tuvo que formar fila en el
destacamento y escuchar los gritos de sus compañeros mientras eran derribados al suelo. ¿por qué?
Tuvo fiebre y a las pocas horas fue a la enfermería. Si el prisionero que observa la escena entra en la
segunda etapa, ya no mira hacia otro lado y puede mirar fijamente la escena. Por la tarde, el preso
hizo cola frente a la enfermería, con la esperanza de conseguir dos días de trabajo fácil debido a su
estado. Mientras esperaba, observé sin miedo cómo arrastraban a un niño descalzo porque no había
zapatos para él en el almacén. El médico utilizó unos alicates para retirar los muñones gangrenosos
uno por uno. Nuestros prisioneros ya no sienten asco, lástima o indignación.
Observé impasible cómo los prisioneros se acercaban al cuerpo. Algunos recogieron los restos de un
plato de patatas apestosas, algunos se cambiaron los zapatos de madera al ver que eran mejores que
los suyos, algunos también se cambiaron de abrigo y algunos se alegraron. Encontré una buena
cuerda en mi bolsillo. Para salir hay que subir dos escalones, cada escalón mide unos 15 centímetros,
lo que requiere mucha fuerza. Después de meses de encierro, no podíamos subir las escaleras sin
coger fuerzas agarrándonos de la puerta. Inmediatamente después nos dieron nuestra ración diaria de
sopa. Me paré frente al campamento militar, sosteniendo un plato de sopa caliente en mis manos frías
y mirando por la ventana, el cadáver parecía estar mirándome.
LO QUE HIERE
La sensación de que a la gente ya no le importa nada de lo que contiene la cerveza se ve muy
afectada por cualquier motivo y, a veces, sin motivo alguno. Por ejemplo: en el trabajo se reparte pan
y tenemos que hacer una fila perfecta para recibirlo. Detrás de mí, a unos centímetros de la cola, esa
pequeña asimetría, de repente recibí dos fuertes golpes en la cabeza. En este caso, lo más doloroso no
es el dolor físico, sino la humillación y la indignación ante la injusticia y el sinsentido de todo ello.
En algunos casos, un golpe fallido puede causar más daño que un golpe pensado.
EL INSULTO
En un momento dado tuvimos que transportar a algunas personas dormidas por una carretera helada.
Pero todos los que apoyan el mismo camino. Como estaba cojeando, estaba listo para ayudar a mi
amigo mientras él se balanceaba por la pista sosteniendo un pesado durmiente que parecía estar a
punto de caerse y arrastrar a todos los demás con él. Noté con envidia que llevaba guantes calientes
mientras trabajábamos sin ninguna protección. “Tenía envidia de su chaqueta de cuero forrada de
piel y ver el delgado montón de arena frente a mí demostraba lo poco que cavaba”, me gritó.
Las calumnias no me impresionaron, pero sus amenazas de muerte eran graves. Me senté y lo miré
directamente a los ojos.
——Es médico especialista.
- Y luego está el médico.
Y les vas a cobrar mucho a los pacientes. –
De hecho, la mayoría de las consultas son gratuitas.
Se abalanzó sobre mí, tirándome al suelo y gritando como un loco. Cuento esta historia para mostrar
que incluso los prisioneros de corazón duro pueden sentirse enojados. Mi sangre hirvió en ese
momento porque me encontré siendo juzgada por alguien que no sabía nada de mí. No todos se
comportan de la misma manera. Afortunadamente, le agrado al jefe de nuestra empresa. Quedó
impresionado por mi diagnóstico de su personalidad y mis recomendaciones de psicoterapia. Se
mostró agradecido conmigo e impresionado con mis recomendaciones diagnósticas y
psicoterapéuticas para su carácter. Me admiraba y me dio un lugar con él. Nunca me han elegido por
mi arduo trabajo. A su alrededor recibió honores.
Entonces esto significa que la apatía es el síntoma principal de la etapa dos.
LOS SUEÑOS DE LOS PRISIONEROS
¿Con qué sueñan más a menudo los presos? Soñaban con pan, pasteles, cigarrillos y un buen baño
caliente. Su incapacidad para afrontar estos deseos básicos en la realidad los llevó a satisfacerlos en
sus sueños. Que sea útil o no es otra cuestión. Nunca olvidaré la noche en que desperté de una
terrible pesadilla excitado por los fuertes gemidos de mi colega, quería despertarlo, estaba a punto de
hacerlo cuando aparté mi mano varias veces, aunque en ese momento me comprendió. Con toda
seriedad no es un sueño, no importa lo horrible que parezca, cierto, podría ser peor como la realidad.

HAMBRE
Era natural que el instinto básico, giraba la vida psíquica fuera el afán de conseguir comida. Si no se
sentían vigilados, los prisioneros empezaban a hablar enseguida de comida. La última época de
nuestro cautiverio, la dieta diaria se reducía a una ración de sopa aguada y un minúsculo pedazo de
pan. Cuando desparecían las últimas capas de grasa subcutánea y parecíamos esqueletos disfrazados
con pellejos, podíamos ver que nuestros cuerpos se devoraban a sí mismos, los miembros de nuestra
pequeña comunidad del barracón iban muriendo.

SEXUALIDAD
La desnutrición, además de provocar la obsesión por la comida, explica quizás también la falta de
deseo sexual en el Lager. El deseo sexual ni siquiera aparecía en los sueños de los prisioneros.
AUSENCIA DE SENTIMIENTOS
Los reclusos, la reducción a los instintos más básicos y el continuo esfuerzo concentrado en «salvar
el pellejo» llevaba a despreciar todo lo que lo apartara de ese único objetivo.
POLITICA Y RELIGION
Este vacío emocional de los reclusos veteranos es uno de los fenómenos que mejor expresa la
desvalorización de todo lo que no favorezca la conservación de la propia vida. Lo demás se
consideraba superfluo. En el Lager sufríamos una «hibernación cultural», con dos excepciones: la
política y la religión. Las discusiones surgían de rumores que se filtraban en el campo y se
propagaban rápidamente Y Los prisioneros sentían inquietudes religiosas, estas brotaban de lo más
profundo que cabe imaginar. El recién llegado se sorprendía, con frecuencia, de la admirable
convicción de las creencias religiosas de los reclusos y entonces el año 1945 se desató una epidemia
de tifus que contagió a muchos reclusos. La mortalidad aumentó. El caso más doloroso de delirio lo
sufrió un amigo mío que, creyéndose a punto de morir, no conseguía recordar ninguna oración.
UNA SESIÓN DE ESPIRITISMO
En una ocasión presencié algo que jamás había visto en mi vida anterior, una sesión de espiritismo.
Formábamos un círculo reducido al que se agregaba, de forma antirreglamentaria, el suboficial de
seguridad del equipo sanitario.
En el curso de la sesión
el lápiz del administrativo se dibujó, lentamente, unas líneas sobre el papel que decía Vae victis,
«¡Ay de los vencidos!
Pese a la bajeza física y mental imperantes en el campo de concentración, podía cultivarse una
profunda vida espiritual. Contaré la serie de rutinas que se repetían cada mañana, antes del alba,
cuando nos dirigíamos al lugar de trabajo
Y el que no marchaba con marcialidad recibía una patada, pero corría peor suerte el que, para
protegerse del frío, osaba calarse la gorra hasta las orejas antes de tener permiso de hacerlo.
LA HUIDA HACIA EL INTERIOR
Para aclarar esta cuestión tengo que recurrir de nuevo a la experiencia personal. Contaré la serie de
rutinas que se repetían cada mañana, antes del alba, cuando nos dirigíamos al lugar de trabajo. El que
no marchaba con marcialidad recibía una patada, pero corría peor suerte el que, para protegerse del
frío, osaba calarse la gorra hasta las orejas antes de tener permiso de hacerlo.
Los guardias nos conducían a culatazos, gritándonos constantemente. Los que tenían los pies
llagados se apoyaban en el brazo de su vecino. Apenas se oía una palabra; el viento helado no
estimulaba la conversación, el hombre que marchaba a mi lado me susurró de repente: —¡Si nuestras
mujeres nos vieran ahora! Espero que ellas estén mejor en sus campos e ignoren nuestra situación. —
Sus palabras avivaron el recuerdo de mi esposa.
CUANDO SE HA PERDIDO TODO
Caminábamos kilómetros a trompicones, resbalando en el hielo y sosteniéndonos mutuamente, sin
decir nada. Pero mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer, a quien imaginaba con asombrosa
nitidez. La vi contestándome, sonriéndome con su mirada franca y alentadora. Real o imaginaria, su
mirada iluminaba más que el sol del amanecer.
En ese estado de embriaguez un pensamiento vino a mi mente: el amor es la meta última y más alta a
la que puede aspirar el hombre. Percibí entonces, en toda su profundidad, el significado del mayor
secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias intentan comunicar: la salvación del hombre
consiste en el amor y pasa por el amor. Comprendí que un hombre despojado de todo todavía puede
conocer la felicidad —aunque sea solo por un instante— si contempla al ser amado. Por vez primera
entendí el significado de las palabras: «Los ángeles se abandonan en la eterna contemplación
amorosa de la gloria infinita».
Delante de mí un hombre tropezó y se desplomó, y sobre él cayeron los que iban detrás. Furioso, el
guardia se acercó y sacudió el látigo sobre los cuerpos esparcidos por el suelo —¡Alto! Habíamos
llegado al lugar de trabajo. Cada prisionero se hizo con una piqueta o una pala.
—¿No podéis daros más prisa, cerdos?, reanudamos el trabajo en la zanja, allí donde lo habíamos
dejado el día anterior. El suelo helado crujía con los golpes de las piquetas y saltaban chispas. Mi
mente se aferraba aún a la imagen de mi mujer. De pronto me asaltó una inquietud: no sabía siquiera
si seguía viva. Pero estaba convencido de algo: el amor trasciende la persona física del ser amado y
halla su sentido más profundo en el ser espiritual, el yo íntimo. Que esté o no presente esa persona,
que siga viva o no, en cierto modo carece de importancia.
Ignoraba si mi mujer vivía y no tenía medios para averiguarlo, pero en aquel momento esa cuestión
había dejado de inquietarme. No sentía necesidad de comprobarlo; nada afectaba a la fuerza de mi
amor, a mis pensamientos y a la imagen de mi amada, «Ponme de sello sobre tu corazón [...] pues
fuerte es el amor como la muerte»
MEDITACIONES EN LA ZANJA
A medida que se intensificaba la vida interior de algunos reclusos, apreciábamos también la belleza
del arte y de la naturaleza con una emoción desconocida. A pesar de ello —o tal vez precisamente
por ello— nos maravillaba la belleza de la naturaleza, de la que nos privó tanto tiempo el cautiverio.
Una tarde, de vuelta en los barracones, ya tumbados en el suelo por el cansancio, con el cuenco de
sopa entre las manos, entró de pronto un compañero que nos urgía a salir a contemplar una
maravillosa puesta de sol. Allí, de pie, vimos hacia el oeste un cielo plagado de nubes que variaban
de forma y color, del azul acero al rojo bermellón. Luego, tras unos minutos de silenciosa emoción,
un prisionero dijo: «¡Qué hermoso podría ser el mundo!».
MONÓLOGO AL AMANECER
En otra ocasión, mientras cavábamos una zanja, el amanecer proyectaba una luz grisácea. Gris el
cielo y gris la nieve, bañada por la luz del alba; grises los harapos, que malamente cubrían los
cuerpos de los prisioneros, y grises sus rostros. Mientras trabajaba, mi imaginación hablaba con mi
mujer, La sentía a mi lado cada vez con mayor intensidad. Tenía la sensación de que podía tocarla,
que si extendía la mano alcanzaría la suya. Una sensación extraordinariamente viva: ella estaba
realmente ahí. En ese preciso instante, un pájaro se posó justo delante de mí, sobre el montón de
tierra extraído de la zanja, y me miró fijamente.
ARTE EN EL CAMPO
De vez en cuando se improvisaba algo parecido a un espectáculo de cabaret. Allí iban por la noche
los privilegiados, los kapos y los que no tenían que realizar largas marchas fuera del campo. Se reían,
lloraban, alborotaban un poco, cantaban, recitaban poemas, contaban chistes que satirizaban la vida
del campo, con la exclusiva finalidad de ayudar a olvidar, y lo conseguían. En el campo se premiaba
no solo el entretenimiento, sino también el aplauso. A mí, por ejemplo, podría haberme protegido el
kapo más temido del Lager, conocido con razón con el sobrenombre de «el kapo asesino».
Entró por casualidad «el kapo asesino» y le pidieron que nos recitara alguno de sus poemas,
tristemente célebres en el campo. No se hizo rogar. Sacó de inmediato una libreta y leyó algunos
fragmentos de su arte literario. Me mordía los labios hasta sangrar para no reírme Posiblemente ese
esfuerzo me salvó la vida. Aplaudí con adulador entusiasmo; esto podía suponer un trato de favor si
era asignado a su cuadrilla. El vigilante del barracón celebraba una especie de fiestecilla en su cuarto,
de pronto se hizo el silencio y un violín tocó en la noche un tango desesperadamente triste, una
melodía desconocida y quizá por eso más atractiva. Aquel día alguien cumplía veinticuatro años,
alguien que dormía en algún lugar de Auschwitz, Ese alguien era mi mujer.
EL HUMOR EN EL CAMPO
El descubrimiento de algo parecido al arte en un campo de concentración sin duda sorprenderá, pero
aún más sorprendente es que allí también hubiera sentido del humor; claro que un humor apagado y
de escasa duración. El humor es otra de las armas del alma en su lucha por la supervivencia. Es
sabido que el humor, más que cualquier otra cosa en la existencia humana, proporciona el
distanciamiento necesario para sobreponerse a cualquier situación, aunque sea un instante.
Otros imaginaban escenas divertidas en el ansiado futuro en libertad. Por ejemplo, en una cena de
cierto relumbre social, olvidarían la buena educación y le rogarían a la anfitriona que les sirviera de
la sopa una cucharada «del fondo», como pedían cada noche al kapo de turno. En el recuento de los
recién llegados faltaba un prisionero. Tuvimos que esperar, bajo la lluvia y el viento helado, a que
apareciera. Lo encontraron finalmente dormido en un barracón, abatido por el cansancio. En
represalia, ese recuento se convirtió en castigo: estuvimos de pie, a la intemperie, toda la noche hasta
la mañana siguiente, helados y calados hasta los huesos, después de un viaje agotador. ¡Y aun así nos
sentíamos todos muy contentos!
SUERTE ES LO QUE UNO NO PADECE
Uno sucedió a la vuelta del trabajo, cuando fui admitido en el barracón de cocina, tras una larga
espera, y asignado a la fila que atendía F., el cocinero, detrás de las enormes cacerolas, F. servía la
sopa con endiablada rapidez en los cuencos que le presentaban los prisioneros. Era el único cocinero
que repartía la sopa a todos por igual, sin discriminar entre los hombres, sin reparar en la persona y
sin favoritismos con sus amigos o paisanos, como hacían otros cocineros que reservaban las patatas
del fondo a sus amigos, y los demás debíamos conformarnos con la sopa aguada de la superficie.
Pero no me incumbe juzgar a los prisioneros que favorecían a su propia gente. Nadie puede juzgar, a
menos que pudiera asegurar, con absoluta certeza, que no habría hecho lo mismo en una situación
semejante.
Años más tarde, ya integrado a la vida normal, me enseñaron una revista ilustrada con fotografías de
prisioneros hacinados en sus catres, mirando, insensibles e inexpresivos, al visitante: «¿No hay algo
terrible en la mirada de esos rostros? «¿Por qué?», pregunté, pues realmente no lo comprendía. De
pronto reviví todo aquello: las cinco de la mañana y la grisácea oscuridad en el patio. Estábamos
enfermos, no teníamos que formar al amanecer ni ir a trabajar. Podíamos permanecer tumbados todo
el día en nuestro rincón del barracón y amodorrarnos a la espera del reparto del pan diario.
Las fotografías de la revista despertaron este recuerdo. Al contar mi experiencia, los que me
escuchaban comprendieron por qué no me resultaban tan horribles aquellas escenas: con todo, esos
hombres inexpresivos tal vez no se habían sentido tan desgraciados como ellos imaginaban.
¿AL CAMPO DE INFECCIOSOS?
Al cuarto día de mi estancia en la enfermería, a punto de ser destinado al turno de noche —lo que
supondría una muerte segura, el médico jefe entró apresuradamente en el barracón y me instó a que
me presentara como voluntario para tareas médicas en un campo con enfermos de tifus, decidí acudir
como médico. Sabía que, dada mi debilidad física, en una cuadrilla moriría en poco tiempo, pero ya
que tenía que morir, al menos que mi muerte tuviera algún sentido.
Ya he dicho que para nosotros carecía de interés cuanto no se relacionara con la preocupación
inmediata por la supervivencia personal y la de los amigos.
AÑORANZA DE SOLEDAD
Por supuesto, había momentos en que era necesario alejarse de la aglomeración. El prisionero
anhelaba estar a solas consigo mismo y con sus pensamientos. Añoraba intimidad y soledad. Después
de mi traslado a uno de los llamados «campos de reposo», tuve la increíble fortuna de encontrar, de
vez en cuando, cinco minutos de soledad, una tienda improvisada con unos postes y ramas de árbol
servía de cobertizo para guarecer a unos seis cadáveres.
No me perturbaban los cadáveres tendidos a mi lado, hormigueantes de piojos. Lo único que me
despertaba de mis ensueños eran las inquietantes pisadas de los guardias, o el aviso de la enfermería
para recoger un suministro de medicinas para mi barracón — cinco o quizá diez tabletas de aspirina
para varios días y cincuenta pacientes. Terminada la ronda, volvía a sentarme sobre la tapadera del
pozo, mi lugar solitario. Por cierto, ese pozo salvó en una ocasión la vida de tres compañeros,
Sensatamente, tres compañeros procuraron evitar el viaje. Se metieron en el pozo y se escondieron
de los guardias. Yo me senté tranquilamente sobre la tapa; con aire inocente, tiraba piedrecitas a la
alambrada como en un juego infantil. Un guardia reparó en mí y desconfió un momento, pero mi
actitud ingenua lo tranquilizó y siguió adelante. Más tarde avisé a los escondidos de que lo peor ya
había pasado.

LA ÚLTIMA VOLUNTAD APRENDIDA DE MEMORIA


Era la segunda vez que se organizaba un trasporte a un campo de reposo. No nos
fiábamos, y no podíamos saber si se trataba de una estratagema para explotar a los enfermos hasta el
último aliento —aunque duraran solo catorce días—, o si terminarían en la cámara de gas o en un
verdadero campo de reposo. Todo resultaba insidiosamente intrigante. El médico jefe, que me había
tomado afecto, me comentó cautelosamente una noche, a las diez menos cuarto:
—He dicho en la oficina que aún se puede borrar tu nombre de la lista. Tienes hasta las diez para
solicitarlo.
Le contesté amistosamente que ese proceder no iba conmigo. Había aprendido a dejar que el destino
siguiera su curso.
—Prefiero quedarme con mis amigos enfermos —le contesté.
Asomó en sus ojos un brillo de piedad, como si supiera... Me estrechó la mano en silencio, a modo
de adiós, no para la vida, sino desde la vida. Volví despacio a mi barracón, donde un buen amigo me
estaba esperando.
—¿Quieres de verdad irte con ellos? —me preguntó, compungido.
—Sí, voy a ir.
Se le saltaron las lágrimas. Intenté consolarlo, y le expresé mi última voluntad:
—Escucha, Otto, si no regreso a casa con mi mujer y tú la vuelves a ver, dile, en primer lugar, que
hablábamos de ella todos los días, a todas horas. Recuérdalo. En segundo lugar, dile que la he amado
más que a nadie en el mundo. Y en tercer lugar, que el breve tiempo de felicidad de nuestro
matrimonio me ha compensado de todo, incluso del sufrimiento que aquí hemos tenido que soportar.
¿Dónde estás ahora, Otto? ¿Estás vivo? ¿Qué ha sido de ti desde esa última hora que lloramos
juntos? ¿Has encontrado a tu mujer? ¿Recuerdas que te hice memorizar, palabra por palabra, mi
testamento, a pesar de tus lágrimas de niño?
A la mañana siguiente partí con el transporte. En esta ocasión no era ningún truco.
Llegamos a un campo de reposo, no a una cámara de gas. Los que me habían compadecido se
quedaron en un campo donde el hambre se ensañaría con ellos con una fiereza mayor que en el
nuevo campo. Habían querido salvarse, pero firmaron su sentencia de muerte. Meses después, tras la
liberación, encontré a un amigo, vigilante de aquel campo. Me contó que, a los pocos días de mi
marcha, le ordenaron buscar un trozo de carne humana «robada» de un montón de cadáveres. Lo
encontró cociéndose en un puchero. En aquel campo, de cuyo ulterior infierno me había escapado a
tiempo, había hecho su aparición el canibalismo.
LA PREGUNTA POR EL SENTIDO DE LA VIDA

Hablando en términos filosóficos podríamos decir que se trata de una especie de giro copernicano,
tenemos que dejar de preguntar por el sentido de la vida y en su lugar percatarnos de que es la vida la
que nos plantea preguntas, cada día y a cada hora.
Esas obligaciones y tareas, y en consecuencia el sentido de la vida, difieren en cada hombre, en un
momento u otro, de manera que resulta imposible concebir el sentido de la vida en términos
abstractos.
Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptarlo porque el
sufrimiento se convierte en su única y singular tarea. Es más, tendrá que llegar a la conciencia de que
ese destino doloroso le otorga el valor de persona única e irrepetible. Nadie puede redimirlo de su
sufrimiento ni sufrir por él. Sin embargo, es en su actitud frente al dolor donde reside la posibilidad
de conseguir un logro excepcional. Nuestro sentido abarcaba los amplios círculos de la vida y la
muerte, del sufrir y del morir. Ahí se entablaba nuestra lucha.

EL SUFRIMIENTO COMO LOGRO


Cuando se nos reveló el significado del sufrimiento, rehusamos aliviar las torturas del campo a
fuerza de reprimirlas en nuestras mentes o de engañarnos abrigando falsas ilusiones o alimentando
un optimismo simulado. Asumimos el sufrimiento como una tarea a la que no queríamos dar ya la
espalda.

ALGO NOS ESPERA


Los intentos de psicoterapia individual a menudo constituían una especie de «tratamiento» para
salvar la vida. Las acciones terapéuticas se reducían, en general, a evitar los suicidios. Una de las
leyes más estrictas del campo prohibía cualquier acción que pudiera impedir que un hombre se
suicidara. Por ejemplo, no se permitía cortar la soga de un hombre que quería ahorcarse. Por
consiguiente, era de suma importancia anticiparse a cualquier asomo de tentativa de suicidio

UNA PALABRA A TIEMPO


Las posibilidades de aplicar la psicoterapia colectiva eran, lógicamente, muy limitadas. Un ejemplo o
modelo adecuado era mucho más convincente que las palabras. Los jefes de barracón de buen
proceder, por ejemplo, disponían de mil oportunidades para, a través de su comportamiento justo y
alentador, ejercer una influencia decisiva en los reclusos bajo su mando.
La influencia inmediata de una determinada conducta siempre es más eficaz que las palabras.
Aunque a veces las palabras también son eficaces, especialmente si la receptividad de la otra persona
se ve incrementada por las circunstancias.

PSICOLOGÍA DE LOS GUARDIAS DEL CAMPO


Entramos en la tercera fase de las reacciones psicológicas del prisionero: la fase tras la liberación.
Pero antes conviene considerar la pregunta que con frecuencia se le formula al psicólogo,
especialmente si conoce el tema por experiencia propia.
En primer lugar, había sádicos entre los guardias, sádicos en el sentido clínico más stricto. En
segundo lugar, siempre se elegía a esos sádicos cuando se necesitaba una patrulla realmente
implacable.
Una de las grandes alegrías en los grupos de trabajo, tras duras horas de bregar helados, consistía en
calentarnos unos minutos, si lo permitían, ante una pequeña estufa alimentada con ramitas y virutas
de madera. Pero siempre aparecía algún capataz que disfrutaba privándonos de ese pequeño
consuelo. En su rostro se reflejaba un placer macabro.
En tercer lugar, la mayoría de los guardias tenían el corazón embotado por haber sido testigos en el
campo, durante largos años, a un ritmo creciente, de los métodos más brutales. Estos hombres,
endurecidos moral y mentalmente, al menos se negaban a participar activamente en las acciones
sádicas.
En cuarto lugar, se afirma que algunos guardias sentían compasión por las personas.
Al finalizar la guerra, liberados por las tropas norteamericanas, tres jóvenes judíos húngaros
escondieron al comandante nazi en los bosques bávaros. Luego se presentaron ante el comandante de
las fuerzas norteamericanas, ansioso por capturar a ese oficial de las SS, para decirle que revelarían
su escondite si les garantizaban ciertas condiciones: el comandante norteamericano debía prometer
que no se le haría ningún daño. Tras pensarlo un rato, prometió a los jóvenes judíos su protección al
oficial alemán. No solo cumplió su promesa, sino que, además, restituyó al oficial a su antiguo
puesto en el campo, encargándole la supervisión de la recogida de ropa en las aldeas
cercanas para distribuirlas entre los que aún llevábamos los harapos heredados de los desafortunados
compañeros de Auschwitz que habían sido mandados directamente a las cámaras de gas.
La vida en un campo de concentración desgarraba el alma humana y exponía a la luz los abismos
interiores. ¿Sorprende que en esa profundidad las cualidades humanas estén compuestas, en su
íntima naturaleza, de bien y de mal? El límite que separa el bien del mal, y que imaginariamente
atraviesa todo el ser humano, llega hasta las más hondas profundidades del alma y aparece incluso en
el fondo del abismo que se pone de manifiesto en el campo de concentración.
La historia nos brindó la oportunidad de conocer la naturaleza humana quizá como ninguna otra
generación. ¿Qué es, en realidad, el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es. Es quien ha
inventado las cámaras de gas, pero también el que ha entrado en ellas con paso firme, musitando una
oración.

TERCERA FASE DESPUES DE LA LIBERACIÓN


Con pasos torpes, los prisioneros nos agolpamos en la puerta del campo, observábamos con recelo a
nuestro alrededor y nos interrogábamos unos a otros con la mirada. Luego nos aventuramos a dar
unos pasos fuera del campo, y en esta ocasión nadie impartía órdenes a gritos, ni debíamos
agacharnos o escabullirnos rápidamente para esquivar un golpe o un puntapié.
Se llego a unos prados cubiertos de flores. Las contemplamos, pero no nos despertaban ninguna
emoción. El primer destello de alegría se produjo al divisar un gallo con su cola de plumas
multicolores. Pero no fue más que un leve destello; aún no pertenecíamos a ese mundo.
Durante años el sueño de libertad se había desvanecido una y otra vez con el estridente silbato, la
señal para levantarnos. Y ahora el sueño se había hecho realidad.
El cuerpo desarrolla menos inhibiciones que la mente; desde el primer momento se adaptó a la
libertad recién adquirida y empezó a comer con voracidad durante horas y días enteros, incluso en la
mitad de la noche. La presión que durante años había oprimido su mente al fin desaparecía.
Escuchándolo se tenía la impresión de que necesitaba hablar, empujado por una fuerza irresistible.
Las alondras se elevaban al cielo y se oían sus alegres cantos; no se veía a nadie en varias millas a la
redonda, no había nada más que el cielo y la tierra y el júbilo de las alondras, la libertad del espacio.
Me detuve, miré a mi alrededor, después al cielo, y caí de rodillas. En la angustia clamé al Señor y Él
me contestó desde el espacio en libertad. No recuerdo cuánto tiempo permanecí allí, de rodillas,
repitiendo mi jaculatoria. Pero estoy seguro de que aquel día, en aquel instante, mi vida comenzó de
nuevo. Fui avanzando, poco a poco, hasta volverme otra vez un ser humano

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