La Diosa Blanca
La Diosa Blanca
La Diosa Blanca
La Diosa Blanca
Una gramática histórica del mito poético
Alianza Editorial
Título original: The White Goddess
ISBN: 978-84-206-9178-7
Depósito legal: M. 20.947-2014
Printed in Spain
La Diosa Blanca
Dedicación .................................................................. 35
Prólogo ....................................................................... 37
Poetas y juglares .......................................................... 45
La Batalla de los Árboles ............................................. 58
Perro, Corzo y Avefría ................................................. 86
La Diosa Blanca .......................................................... 101
El acertijo de Gwion ................................................... 117
Una visita al Castillo Espiral ........................................ 145
La solución del acertijo de Gwion ............................... 164
Hércules en el loto ...................................................... 176
La herejía de Gwion .................................................... 197
El alfabeto de los árboles (primera parte) ..................... 229
El alfabeto de los árboles (segunda parte) .................... 260
La Canción de Amergin .............................................. 281
Palamedes y las grullas ................................................. 304
El Corzo en el soto ...................................................... 331
Los Siete Pilares .......................................................... 348
El sagrado e innombrable Nombre de Dios ................. 365
El León de mano firme ............................................... 402
El dios con la pata de toro ........................................... 416
El número de la bestia ................................................. 451
Una conversación en Pafos, 43 d. de C. ....................... 461
Las aguas del Estigia .................................................... 480
La Triple Musa ............................................................ 504
Bestias fabulosas .......................................................... 538
El Tema poético único ................................................ 555
La guerra en el Cielo ................................................... 581
El retorno de la Diosa ................................................. 622
Posdata de 1960 .......................................................... 640
L a Diosa Blanca es uno de los libros más extraordinarios del siglo xx. Sub-
titulado Una gramática histórica del mito poético, también es (entre otras
cosas) una aventura de investigación histórica, una búsqueda a rienda suelta a
través de los bosques de las mitologías de medio mundo, una introducción a la
poesía para poetas, una crítica a la civilización occidental, una polémica sobre
las relaciones entre hombre y mujer, y (en algunos aspectos por lo menos) una
velada autobiografía.
Esto último puede parecer una pretensión inverosímil; pero desde su de-
claración de principios inicial («Desde que tenía quince años la poesía ha sido
mi pasión dominante») hasta la sonora afirmación final («¡Nadie es más
grande en el universo que la Triple Diosa!»), este es un libro intensamente
personal. El lector cuidadoso muchas veces vislumbrará brevemente a Ro-
bert Graves —como niño, cogiendo zarzamoras en Gales del Norte; como es-
tudiante, hablando con su preceptor de ética1 en Oxford; como catedrático,
dando clases de inglés en la Universidad de El Cairo; cortando muérdago en
Bretaña; siendo mordido por una víbora en los Pirineos; ejercitando esa habi-
lidad suya para viajar en el tiempo que le ayudó a escribir las novelas de Clau-
dio, y hasta (en varias páginas) escribiendo el primer borrador de La Diosa
Blanca. Incluso en el entorno de la vida poco corriente de Graves, la composi-
ción del libro fue en sí misma un episodio extraordinario —una irrupción de
inspiración creadora que generó una teoría que no solo descifró gran parte
de la prehistoria europea sino que además interpretó las experiencias más fuer-
tes de su propia vida anterior y que determinó el curso de su futuro. Ciertamen-
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te, nadie puede entender a Graves, o su poesía, sin leer La Diosa Blanca. Resulta
tentador aventurarse más y sugerir que nadie que por lo menos no haya consi-
derado sus argumentos puede comprender plenamente el mundo moderno.
La manera en que el propio Graves da cuenta de cómo escribió el libro (véase
el capítulo XXVII, «Posdata de 1960») es uno de los grandes relatos sobre la inspi-
ración literaria —una poderosa narración digna de codearse con las anotaciones
de Coleridge sobre su Kubla Khan y con el relato de Mary Shelley sobre el naci-
miento de Frankenstein. Pero deja muchas preguntas (entre ellas las que concier-
nen a la datación) sin contestar. Partes de este relato pueden resumirse aquí.
En 1940 Robert y Beryl Graves se habían instalado en el pueblo de Galmpton, en
el sur de Devon; su primer hijo, William, nacería allí más tarde aquel año. No
mucho después empezaron a ocurrir cosas que, en retrospectiva, parecen ser re-
levantes en la gestación de La Diosa Blanca. A finales de 1941 Graves comenzó
una correspondencia con el poeta galés Alun Lewis. Se escribían sobre la natu-
raleza de la poesía y de los poetas; pronto salió a relucir el nombre del poeta me-
dieval galés Taliesin*. Luego, en julio de 1942, cuando Graves estaba terminan-
do The Reader Over Your Shoulder, un manual para escritores de prosa inglesa,
él y su coautor Alan Hodge hablaron de escribir un «libro sobre poesía». Los te-
mas propuestos por Graves para ser tratados incluían la psicología de la inspi-
ración poética y las razones del «aura o halo, o como se llame, que se aferra al
nombre de “poeta” a pesar del lamentable historial de mal comportamiento de
los poetas»**. Acordaron «poner el libro a cocer muy, muy lentamente», pero ya
en julio de 1943 Graves estaba escribiendo a Hodge sobre los vínculos entre la
poesía y el «primitivo culto a la Luna» y sugiriendo que: «La historia de la poe-
sía inglesa viene a ser la modificación de la poesía lunar original, que es tónica,
por la poesía solar (intelectual, poesía de Apolo), que se mide con ritmos y me-
tros regulares»***. Evidentemente, la investigación sobre «poesía lunar» pronto
tomó un giro celta porque en septiembre Graves estaba diciendo a la poeta Ly-
nette Roberts que las influencias «gaélicas y britanas» serían importantes para
el libro, y ella se ofrecía a ayudar en su investigación.
* Paul O’Prey, ed., In Broken Images: Selected Letters of Robert Graves, 1914-1946, Hutchin-
son, Londres, 1982, pp. 305 y 309. Cuando no se cita la fuente de las cartas, estas están en pose-
sión de los herederos.
** In Broken Images, p. 313.
*** In Broken Images, p. 316.
INTRODUCCIÓN DEL EDITOR 11
Los ingredientes para esta poción mágica estaban ahora listos en la caldera;
pero todavía faltaba algo para producir su síntesis. Esto llegó en marzo o prin-
cipios de abril de 1944, cuando los proyectos poéticos y de documentación de
Graves fueron interrumpidos súbitamente***. Los editores que estaban a punto
de publicar su recién terminada novela histórica, El vellocino de oro, que trata-
ba de las aventuras de Jasón y los argonautas, le pidieron que volviera a trazar
la ruta que siguió el Argo en los mapas que acompañarían al texto. Fue duran-
te esta tarea (significantemente no verbal) cuando la mente de Graves empezó
a ocuparse irresistiblemente en la gran cantidad de material que había absor-
bido en las últimas fechas. He aquí su propio relato:
* Richard Perceval Graves, Robert Graves and the White Goddess, Weindenfeld, Londres,
1995, p. 74.
** In Broken Images, p. 320.
*** Robert Graves and the White Goddess, p. 79.
12 LA DIOSA BLANCA
Hacia la mitad del mes de mayo ya había escrito una obra equivalente a todo
un libro que era, esencialmente, el primer borrador de La Diosa Blanca. Titu-
lado El corzo en el soto, fue enviado a Keidrych Rhys (el marido de Lynette Ro-
berts), que publicó una parte por entregas, en su revista Wales, mientras que
A. P. Watt, el agente literario de Graves, empezó a mostrarlo a las editoriales.
Graves continuó trabajando en el libro, consultando a expertos en disciplinas
muy variadas. A Margaret Murray (autora de El culto de la brujería en Europa
occidental) le consultó sobre nombres de brujas y el uso de las hierbas; Christo-
pher Hawkes le informó sobre New Grange y Stonehenge; Max Mallowan (que
vivía cerca de Galmpton con su esposa, Agatha Christie) estaba a mano para
hablar sobre arqueología de Oriente Medio.
El libro se amplió y adquirió profundidad hasta su publicación en 1948 con
el título de La Diosa Blanca y, de hecho, continuó desarrollándose hasta 1960:
uno de los propósitos de la presente edición es el de ofrecer el texto como Gra-
ves finalmente lo dejó aquel año. Pero ¿qué clase de libro es y cuál fue la «ilumi-
nación» que se apoderó de Graves durante aquellas semanas de 1943? Para re-
sumirlo de forma somera, el argumento del libro es que hacia el final de la
época prehistórica, y a través de toda Europa y Oriente Medio, existían culturas
matriarcales que adoraban a una Diosa Suprema y que reconocían a los dioses
masculinos solo como sus hijos, consortes o víctimas para el sacrificio. Estas
culturas fueron subordinadas por unos agresivos defensores del patriarcado
que destronaron a las mujeres de su posición de autoridad; luego elevaron a los
consortes de la Diosa a una posición de supremacía divina y reconstruyeron
mitos y rituales para ocultar lo que había ocurrido. Esta conquista patriarcal
ocurrió varias veces a partir del segundo milenio a. de C. y llegó a Britania al-
rededor del 400 a. de C. La verdadera poesía (inspirada por la Musa y su sím-
bolo principal, la Luna) aún sobrevive, o bien es una recreación intuitiva, de la
INTRODUCCIÓN DEL EDITOR 13
y se tarda toda una vida en comprenderlos, aunque se puedan leer por prime-
ra vez con una intensa emoción.
Es bien cierto que, además de todas sus cualidades literarias, La Diosa
Blanca es un trabajo de enorme erudición. Si se lo considera un estudio de an-
tropología, deriva directamente de La rama dorada de sir James Frazer (publi-
cada por primera vez en 1890), y los que hayan leído a Frazer seguramente en-
contrarán la lectura de La Diosa Blanca más accesible. En un cierto sentido, el
trabajo de Graves se apoya en una brillante y sencilla transformación de la teo-
ría de Frazer. La rama dorada había demostrado que un amplio espectro de
religiones primitivas se centraba en un rey divino, un hombre que representa-
ba a un dios mortal de la fertilidad y que o bien mataba a su predecesor, rei-
nando hasta que le mataran a él, o bien era sacrificado al cabo de su año de
reinado. La contribución de Graves fue aportar la parte femenina que faltaba
en este drama: sugerir que originalmente el dios rey no era importante por sí
mismo, sino porque se había casado con la diosa reina, y que, mientras que los
reyes podían aparecer y desaparecer, la reina o diosa permanecía.
Sin embargo, la noción más amplia de que la sociedad humana fue inicial-
mente matriarcal era algo en lo que Graves había tenido muchos predecesores,
notablemente el arqueólogo suizo J. J. Bachofen, en cuya Das Mutterrechtt (El
derecho materno, 1861) había propuesto que el matriarcado era un vestigio de
una época primitiva antes de la domesticación de los animales, cuando aún no
se sabía qué parte correspondía al macho en la procreación. La hembra era vis-
ta como única fuente de vida; el dominio de las diosas y las mujeres imperan-
tes era consecuencia natural. (Es muy posible que Graves se haya enterado por
primera vez de estas teorías por W. H. R. Rivers, el psiquiatra y especialista en
el shock postraumático de las trincheras y que se convirtió en buen amigo
suyo después de la Primera Guerra Mundial. Rivers, que había sido un antro-
pólogo muy interesado en el «derecho materno» como un fenómeno social,
tenía que haber conocido la obra de Bachofen y la de sus seguidores.) Estas
teorías, aunque controvertidas, todavía están muy vigentes. Una reciente vale-
dora ha sido la arqueóloga estadounidense Marija Gimbutas, cuyos libros Dio-
ses y diosas de la vieja Europa (1982) y El lenguaje de la diosa (1989) están en
completa armonía con las ideas de Graves.
Quizá sea más fácil encontrar a los precursores de la perspectiva de La Dio-
sa Blanca en los campos de la poesía y el esteticismo. Es evidente que la idea de
Graves de un poder divino femenino, que se manifiesta bajo muchos nombres
INTRODUCCIÓN DEL EDITOR 15
y muchas formas en las diosas del mundo antiguo, y que aparece en los tiempos
históricos tomando posesión de las mujeres que han inspirado a los poetas, tie-
ne mucho en común con la idea del «eterno femenino» que fascinó a tantos es-
critores al final del siglo xix. La «Gioconda» de Walter Pater en El renacimiento
(1873), que «ha muerto muchas veces y ha aprendido los secretos de la tum-
ba […] y que, como Leda, fue madre de Helena de Troya y, como santa Ana, fue
madre de María; y todo esto ha sido para ella tan solo como el sonido de liras y
flautas»; la «Proserpina» de Swinburne («diosa y doncella y reina…»); la «Rosa
del Mundo» de Yeats, e incluso la tres veces heroína de la última novela de Har-
dy, La bien amada, todas son la encarnación de la misma visión. Resulta signi-
ficativo que cuando Graves estaba preparando sus clases magistrales para la
Universidad de Oxford en 1964, se mostró algo inquieto al descubrir que su
concepto de la musa poética como una determinada mujer poseída por una
diosa no estaba atestiguado por ninguna cita en el Oxford English Dictionary.
«Me encontraría más tranquilo —admitió— si supiera que algún otro poeta
—Raleigh o Coleridge o Keats, por ejemplo— … se me hubiera anticipado en
este uso.»* Como sugiere este descubrimiento, mientras que las relaciones poé-
ticas que Graves describe son ciertamente antiguas, puede que su particular vi-
sión de ellas solo llegara a ser expresada al final del siglo xix.
Esto no sería sorprendente; porque, en muchos aspectos, La Diosa Blanca
tiene sus orígenes en los movimientos literarios «celtas» del fin de siècle. El
abuelo de Graves, Charles Graves, obispo anglicano de Limerick (1812-1899),
había sido un eminente estudioso de la antigüedad irlandesa y un pionero en
descifrar las inscripciones Ogham; y su padre, el poeta Alfred Perceval Graves
(1846-1931), había sido una importante figura del resurgir literario irlandés:
Robert había pasado su infancia en un hogar sumido en el ajetreo literario de
un comprometido poeta y educador «pancelta». Graves pronto rechazó la ma-
yor parte de los ideales de su padre; pero cuando en los años cuarenta Taliesin
y la Batalla de los Árboles se apoderan de su imaginación, inmediatamente
pudo recurrir a una «estantería repleta de libros especializados en literatura
celta que encontré en la biblioteca de mi padre (la mayor parte heredados de
mi abuelo…)»**. Graves estaba reanudando, aunque con tardanza, una tradi-
* Robert Graves, Mammon and the Black Goddess, Cassell, Londres, 1965, p. 151.
** «La Diosa Blanca: una charla», conferencia pronunciada por Graves en la Young Men’s
Hebrew Association (Y.M.H.A. Center, Nueva York) el 9 de febrero de 1957. El texto de la con-
16 LA DIOSA BLANCA
ferencia se encuentra en Robert Graves, Five Pens in Hand, Doubleday, Nueva York, 1958, y, en
parte, constituye el capítulo XXVII, «Posdata de 1960».
INTRODUCCIÓN DEL EDITOR 17
mas de sus autores y que marcarían su trabajo futuro; ambos deben mucho a las
mujeres. Pero los contrastes son igualmente importantes. Yeats reivindicaba un
origen sobrenatural de su libro —sus contenidos eran dictados por los espíri-
tus— a pesar de lo cual se negaba a comprometerse sobre su validez final, citan-
do la propia confesión de los espíritus: «Nosotros vinimos para darte metáforas
para la poesía». Por el contrario, el libro de Graves muestra una curiosa disyun-
ción entre párrafos de inspirado fervor y una explicación que se desarrolla
«científicamente» recurriendo a la evidencia de la arqueología, la lingüística, la
antropología e incluso la química. Adopta un tono respecto a lo científico y lo
factual nunca contemplado por Yeats. Esto ha contribuido a hacer más acepta-
ble el argumento de Graves para aquellos lectores de finales del siglo xx que si-
guen encontrándose incómodos con ocultistas y confesos creadores de mitos.
Pero las palabras más explícitas expresadas en público por Graves sobre la na-
turaleza de la Diosa siguen siendo sorprendentemente cercanas a la terminolo-
gía utilizada por los espíritus de Yeats. «El que Dios sea una metáfora o un he-
cho no puede ser discutido con la razón —le dijo a su audiencia de Nueva York
en 1957—; seamos pues igualmente discretos en el tema de la Diosa.»4
El énfasis en la metáfora es un recordatorio útil sobre lo que es, entre otras
cosas, La Diosa Blanca, una obra de crítica literaria que propugna una teoría
específica sobre la poesía inglesa. Como tal, muestra que Graves no solamente
está basándose en la erudición y la antropología célticas, sino también en gran-
des obras de erudición literaria que habían aparecido durante los años veinte y
treinta. The Road to Xanadu (1927) de John Livingston Lowes había sentado
un precedente involucrando al lector en un proceso de deducción que guiaba a
través de los mundos de los mitos, sueños y leyendas en pos de la imaginación
poética; y es posible que A Song for David d (1939), el innovador libro de W. F.
Stead sobre el Jubilate Agno de Christopher Smart (un poema que tiene mucho
en común con la canción de Taliesin), haya sugerido a Graves la técnica para
desenredar el Hanes Taliesin. Cambiando de orden los versos, Stead había sido
capaz de demostrar que un largo poema, que antes se había considerado una
«locura» o «sinsentido», era de hecho una obra coherente cuyos acertijos y jue-
gos de palabras religiosos seguían un patrón comprensible. Si Graves no cono-
cía estos libros antes, es posible que los leyera en 1942, cuando estaba recopi-
lando material para el libro sobre el pensamiento poético que había planeado
escribir con Alan Hodge. También hay influencias de ficción. Por ejemplo, la
extraordinaria visión de los nidos de la Diosa vistos en sueños en el capítulo I,
18 LA DIOSA BLANCA
* Sydney Musgrove, The Ancestry of «The White Goddess», University of Auckland (Eng-
lish Series n.º 11), 1962.
INTRODUCCIÓN DEL EDITOR 19
* Paul O’Prey, ed., Between Moon and Moon: Selected Letters of Robert Graves, 1946-1972,
Hutchinson, Londres, 1984, p. 40 [Entre luna y luna, Alianza Editorial, Madrid, 1992].
INTRODUCCIÓN DEL EDITOR 21
semanas. En Gran Bretaña el libro llegó a manos de críticos con más conoci-
mientos que tendían a estar firmemente en pro o en contra. Quizás la reseña más
aguda fuera la del poeta John Heath-Stubbs, en The New English Weeklyy (el 8 de
julio de 1948). Heath-Stubbs señaló que el libro poseía «en realidad una impor-
tancia completamente independiente de las teorías poco probables sobre el alfa-
beto irlandés u otros alfabetos» y que era «un alegato a favor del retorno a lo
imaginativo, la creación de mitos o las formas poéticas del pensamiento». Vin-
culaba a Graves con Yeats y con Williams, por ser quizá los únicos poetas mo-
dernos que habían «hecho aquel uso intelectualmente consciente de los sím-
bolos mitológicos tradicionales que constituye… la poesía “bárdica”». Por otro
lado, los arqueólogos profesionales, como era de esperar, se mostraron morda-
ces. Glyn Daniel, por aquel entonces el arqueólogo más conocido en Gran Bre-
taña, tildó las teorías de Graves de «fantasías», y a su libro, de «escandaloso»
(The Listener, 4 de junio de 1948). Graves replicó en la prensa a esta y a otra re-
seña hostil aparecida en The Spectator. Sus réplicas se recogen en el Apéndice I.
Más sorprendente fue la reacción de los lectores. Evidentemente, La Diosa
Blanca había encontrado un manantial oculto en la mente del público y la de-
manda de este libro difícil y erudito se mantuvo fuerte y constante: la edición
británica se agotó y fue reimpresa al cabo de cinco meses, y en 1952 salió una
nueva edición. Las cartas de los lectores sobre el libro le llegaban a Graves en
cantidades que aumentaban continuamente, algunas confesando una venera-
ción a la Diosa en lugares inesperados. El biólogo y escritor de ciencia popular
Lancelot Hogben (autor de Mathematics for the Million y Science for the Citi-
zen), por ejemplo, escribió sobre su admiración por el libro, concluyendo: «No
puede haber muchos de nosotros. Así pues yo me inscribo en la asociación de
Ella, a quien veneramos en sus tres fases: creciente, llena y menguante…».
Por aquel entonces Graves había regresado con su familia al pueblo de
Deià, en Mallorca, para vivir en Ca n’Alluny, la casa que él y Laura Riding ha-
bían construido juntos en 1931 y habían ocupado hasta que la Guerra Civil es-
pañola les obligó a partir de la isla en 1936. Graves había regresado a Mallorca
en 1946, cuando La Diosa Blanca estaba en proceso de publicación, y en Deià
corrigió las galeradas. Allí fue donde tuvieron lugar los últimos actos de este
drama singular de La Diosa Blanca. Porque, habiendo sacado a relucir el pa-
trón mítico subyacente en su vida y su obra, Graves fue convirtiéndose paula-
tinamente en su prisionero, al mismo tiempo que en su beneficiario. Crecien-
temente, una inquietud sobre la idea de la Musa vino a dar forma a la visión
22 LA DIOSA BLANCA
que tenían tanto Graves como sus lectores sobre su poesía. En La Diosa Blanca
se puede percibir que el mito original de la Diosa y sus efímeros consortes
masculinos empieza a sufrir una sutil inversión, de la que surge un patrón bas-
tante diferente —el del hombre poeta y la sucesión de mujeres que (como es-
cribió Graves sobre las amantes de Wyatt) «eran iluminadas a su vez para [él]
por el rayo lunar que regía su amor». Esta manera de ver las cosas tuvo conse-
cuencias para la vida personal de Graves y condujo a la serie de relaciones in-
tensamente emocionales con mujeres jóvenes —las llamadas Musas— que es-
timulaban a Graves para escribir los poemas de amor de sus últimos años,
pero que a veces también le causaban dolor y humillación. Las historias de las
cuatro «Musas» y su impacto en las vidas del ya envejecido poeta y su familia
no necesitan ser contadas de nuevo: se pueden encontrar en Robert Graves and
the White Goddess, 1940-85, libro de Richard Perceval Graves, y (una visión
desde dentro de un miembro de la familia) en Bajo la sombra del olivo: la Ma-
llorca de Robert Graves, de William Graves. Pero es difícil creer que estas rela-
ciones hubieran podido desarrollarse como lo hicieron si La Diosa Blanca
nunca se hubiera escrito. Para bien o para mal, fue el libro que fijó la imagen
popular de Graves, y con el paso del tiempo la que él tenía de sí mismo.
Una etapa decisiva en el proceso, y que convirtió a Graves en una suerte
de figura de culto en las últimas décadas de su vida, fue la aparición de la ter-
cera edición británica de La Diosa Blanca en 1961. Era la primera vez que el
libro se publicaba en Gran Bretaña en edición de bolsillo, y el momento era
propicio. Comenzaban los años sesenta, con todos los cambios culturales ra-
dicales que trajeron; nuevas religiones, nuevas psicoterapias, nuevas liberta-
des sexuales y nuevas drogas psicodélicas empezaban a difundirse en el mun-
do occidental. El ocultismo, el paganismo y un protofeminismo flotaban en
el ambiente. La Diosa Blanca estaba en armonía con muchos de estos nuevos
acontecimientos, y más aún con los cambios que Graves introdujo en el libro
en 1960. El libro ya se había ampliado para la segunda edición británica (1952),
a la que Graves había añadido el capítulo XXVI, «Retorno de la Diosa». Ahora,
entre el 24 de marzo y el 17 de junio de 1960*, Graves hizo una completa revi-
sión, reforzando sus argumentos, eliminando algunas referencias que se ha-
bían quedado desfasadas sobre el comunismo ruso y la Segunda Guerra Mun-
dial (su interés en la política había decrecido con el paso de los años), y añadió
Y hasta aquí el recorte más largo en la edición de 1961. Pero Graves también
añadió algunas cosas, y entre ellas toda una serie de inserciones sobre el tema
de los hongos alucinógenos —cada inserción es breve, pero el conjunto cam-
bia sutilmente el sabor del libro. La razón era que, desde 1949, Graves mante-
24 LA DIOSA BLANCA
nía una amistad creciente con R. Gordon Wasson y su esposa, la doctora Va-
lentina Wasson, ambos expertos micólogos. Gordon tenía un interés especial
en los hongos alucinógenos. Su interés era más que teórico y, a finales de ene-
ro de 1960, había iniciado a Graves, acompañado de un grupo de amigos, en
los misterios del Psilocybe heimsii mexicano, que juntos tomaron en el aparta-
mento de Wasson en Nueva York. Graves describió sus extraordinarias y her-
mosas visiones en una conferencia de 1961, «El paraíso del poeta». Cuatro me-
ses más tarde, en mayo (en pleno período en que Graves estaba revisando La
Diosa Blanca), repitieron el experimento; esta vez, a falta de la sustancia origi-
nal, tomaron «psilocibina sintética» (quizá el recientemente descubierto LSD).
Los resultados fueron decepcionantes, pero Wasson y el mundo de los hongos
continuaron siendo cuestiones importantes en el pensamiento de Graves hasta
pasados muchos años. Los Wasson (quienes merecen y sin duda algún día ten-
drán una biografía) están entre los inspiradores no reconocidos de la cultura de
los años sesenta, ya que su trabajo influyó no solo en Graves sino también en
Carlos Castañeda; además, Wasson era amigo del doctor Albert Hoffmann, el
descubridor del LSD. Entre sus legados menos obvios está el rosario de referen-
cias a un culto de los hongos dionisíaco que añadió un cierto atractivo a La Dio-
sa Blanca cuando entraba en la era de la «revolución psicodélica».
Y ahora no había duda de que este atractivo existía. Después de 1961, el con-
tinuo goteo de cartas que Graves recibía sobre el libro se convirtió en un torren-
te. Ya no necesitaba quejarse de la falta de ayuda para «refinar» su argumento.
Expertos —reales y autoproclamados— en arqueología y galés antiguo, en ru-
nas y estudios clásicos, en brujería y farmacología escribieron ofreciendo «co-
rrecciones» (algunas de ellas de dudosa veracidad) y extensiones a sus teorías.
Los lectores menos eruditos le escribían contándole sus sueños, sus experien-
cias con drogas, sus migrañas, sus faltas de inspiración como escritores o sus
experimentos con la magia. Cuando Graves dijo, en su conferencia de 1957,
que él «concienzudamente evitaba la brujería, el espiritismo, el yoga, la futuro-
logía… y cosas así», es posible que entonces fuera cierto. Cinco años más tarde
ciertamente no lo era. Sus escritos le habían llevado a entablar una amistad con
el ocultista sufí Idries Shah; y en su estela llegó Gerald Gardner, un importante
teórico del culto moderno a la brujería. A Graves no le gustó Gardner, pero, a
principios de los sesenta, magos y brujas de todo pelaje escribían a Graves, y la
correspondencia no siempre era unilateral: parecía que él estaba dispuesto a dar
consejos sobre temas de ritual, así como del uso de alucinógenos.
INTRODUCCIÓN DEL EDITOR 25