Abraham - Tarzanes Argentinos

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Los Tarzanes apócrifos argentinos


Sat, 15/08/2009 - 7:38pm - Redaccion

por Carlos Abraham

El enorme éxito de la saga de Tarzán de Edgar Rice Burroughs, obligó a la


argentina Editorial Tor a continuar editando novelas sobre el rey de los monos,
aunque su autor nunca llegara a escribirlas.
Aqui presentamos una apasionante investigación arqueológico-literaria dedicada a
la época de oro de la literatura popular.

La literatura de masas argentina es, para el investigador, un terreno enorme y


virgen. Enorme, porque en el período 1900-1960 llegó a ser la primera de
Latinoamérica, con tasas de edición que solían superar a las de la propia España.
Virgen, porque casi nada de ese riquísimo venero ha sido analizado, o siquiera
historiado.

La Editorial Tor.

Una pieza clave de este amplio y difuso


rompecabezas es la Editorial Tor, creada y dirigida por el empresario catalán Juan
Carlos Torrendell (Palma de Mallorca, 1895 – Buenos Aires, 1961). Tras alternar
los primeros años del siglo XX entre Palma de Mallorca, Barcelona y Montevideo,
se radicó en 1905 en Buenos Aires. Su hermano permaneció en Montevideo,
donde fundó una empresa de importación de automóviles y electrodomésticos.
En ocasiones se lo ha confundido con su padre, Juan Torrendell i Escalas (Palma
de Mallorca, 1869 - Buenos Aires, 1937), quien sin duda fue determinante en su
vínculo con el mundo de las letras. Prolífico escritor, su labor más conspicua
estuvo constituida por sus numerosas colaboraciones como crítico literario en el
diario La Nación y en las revistas Nosotros y Atlántida. Sus primeros trabajos
aparecieron en revistas como Semanario Católico y La Almudaina, ambas de
Palma de Mallorca. A finales del siglo XIX viajó a Montevideo, donde publicó la
novela El picaflor (1891) y la obra teatral La ley y el amor (1894). Ese mismo año
regresó a su país, donde aparecerían el contario Pimpollos (Barcelona, 1895), el
estudio crítico Clarín y su ensayo (1900) y las comedias Currita
Albornoz (circa 1896, inspirada en la novela Pequeñeces de Luis Coloma) y La
familia Roldán (Barcelona, 1898). También escribió dos dramas en catalán: Els
encarrilat (estrenado en el teatro Novedades de Barcelona, 1901) y Els dos
esperits (estrenado en el teatro Español de Barcelona, 1902). Publicó también
numerosos artículos en La Ilustración Ibérica, dirigió las revistas Fígaro y La
Última Hora, y fundó y dirigió La Nova Palma, La Veu de Mallorca y La Cataluña.
En 1910 retornó a Montevideo, donde fundó El Correu de Catalunya, y en 1912
arribó a Buenos Aires, donde fue redactor de El Diario Español. Sus últimos libros
fueron El año literario[1], Los concursos literarios y otros ensayos
críticos[2] y Crítica menor.[3]
Luego de trabajar algunos años en la librería La Facultad (importadora de libros
españoles, además de editorial, y cuyo local estaba situado en Florida 359), Juan
Carlos Torrendell funda la Editorial Tor el 16 de junio de 1916. El nombre, como
resulta obvio, es un apócope de su apellido. De esta época data su primer
logotipo: un círculo enmarcando el nombre manuscrito de la editorial y la frase
“Todo negocio referente a papel impreso”. Años después sería sustituido por el
famoso emblema que aparecerá en casi todas las portadas y contratapas de sus
libros: una chalupa bogando en un mar tempestuoso, tripulada por un solo
hombre, coronada por la frase “Contra viento y marea”. Un recordatorio de sus
modestos inicios y del culto por el trabajo.
Tor publicaba libros dirigidos a un público masivo y de escasos recursos
económicos. El papel era de mínima calidad, para abaratar el precio final, y las
portadas eran sumamente coloridas, para llamar la atención de un lectorado
ansioso de emociones simples y fuertes.
Había dos vertientes en la editorial. Una estaba constituida por las publicaciones
destinadas a la entretención del público masivo, y constaba de revistas de
historietas como Pif-Paf y Fenómeno, así como de extensas colecciones de libros
de literatura popular. La otra estaba constituida por los clásicos de la literatura
universal, como Virgilio, Víctor Hugo o Cervantes, y hasta obras ensayísticas
como las de Sweig o Freud. Esta doble vertiente de Tor no encierra una
contradicción. Es simple reflejo de un intento de captación integral de un mercado
-los lectores de bajos recursos-, realizado en varios frentes. Por un lado, literatura
clásica y ensayos de divulgación. Esta área de las publicaciones estaba orientada
a satisfacer el ansia de cultura, instrucción y elevación socio-cultural de los
sectores populares. Por el otro, la literatura policial, aventurera, de vaqueros y de
ciencia ficción, así como la historieta. Esta área estaba orientada a satisfacer
gustos más primarios y cotidianos de esos mismos sectores.
En ocasiones, el interés del mercado por un autor específico continuaba aunque
no quedaran obras de éste por publicar. Es decir, la demanda superaba la oferta.
En ese caso se recurría a los ghost writers para que redactaran textos apócrifos.
He localizado once series de textos apócrifos: 1- Novelas de Tarzán (“Colección
Misterio”). 2- Novelas de aventuras firmadas como Walter Morrow (“Colección
Misterio”). 3- Libros de historietas basados en personajes de Walt Disney (“Libros
de Disney”). 4- Novelas de vaqueros (“Colección Cow-Boys” y “Nevada Kid”). 5-
Novelas policiales y de espionaje firmadas como Oscar Montgomery (“Colección
Amarilla”). 6- Novelas de piratas (“Biblioteca Sandokán”). 7- Novelas basadas en
el personaje de Mr. Reeder (“Colección Misterio”). 8- Novelas de la saga de los
Hombres Justos (“Colección Misterio”). 9- Novelas de ciencia ficción (“Colección
Ultra”). 10- Novelas de misterio (“Colección Demon Brat”). 11- Novelas
sentimentales (“Biblioteca Mi Novela”).
Ese sentido comercial llegaba hasta astucias tan extravagantes como la siguiente,
citada por Fernando Sorrentino:

Más de una vez he oído -con las inevitables variantes de toda transmisión oral de
un mito- un cuentecillo que ilustra sobre cómo procedía don Juan [Torrendell] para
obtener la versión española de una novela extranjera. Según estas imaginaciones,
la editorial publicaba en los diarios un aviso en que solicitaba traductores de la
lengua que fuese. Cuando acudían los trujamanes en cuestión, don Juan le
entregaba a cada uno -en privado- dos o tres capítulos distintos de un mismo libro,
para que, a modo de examen, los vertiese al español. Al cabo de unas semanas,
le comunicaba a cada uno -también en privado- que, lamentablemente, su
traducción no había sido aprobada por la editorial. Cada traductor se retiraba,
supongo que cabizbajo, y don Juan quedaba, sin haber pagado un centavo, en
posesión de la traducción completa de un libro, realizada por un equipo de
traductores cuyos miembros, paradójicamente, no se conocían entre sí.[4]

Si bien Sorrentino aborda la anécdota con ciertas dudas en cuanto a su veracidad,


el hecho mismo de que ésta circulara por el ambiente literario porteño es
significativo en cuanto al carácter proverbial de la astucia de Torrendell.
La editorial fue muy criticada por las élites culturales. Hubo una conocida polémica
al respecto durante los años cincuenta en el ámbito universitario. El profesor José
Luis Romero cuestionó públicamente a su colega Américo Ghioldi debido a que en
sus ensayos citaba las ediciones de Tor, cuyas traducciones eran poco exactas y
sus textos a menudo incompletos. Ghioldi replicó que los trabajadores socialistas
sólo podían acceder a la lectura gracias a tales libros.
Otro episodio de este choque entre ámbitos culturales se produjo durante una de
las tantas crisis financieras de nuestro país. Torrendell colocó en su librería una
balanza y puso a la venta sus libros por kilogramo (1 kg. por 1 peso, 2 kgs. por 1,
50 pesos), lo que fue muy criticado por la Academia Argentina de Letras, opuesta
a que la literatura se vendiera como producto de almacén.
Uno de los comentarios más duros sobre Tor proviene del también editor Arturo
Peña Lillo:

Pésimas ediciones, mal traducidas, terminadas donde el pliego concluía por


razones técnicas y no por designio del autor, denuncian ya los vicios de la
desaprensiva y gran industrialización del libro. A esta editorial no la tiene en
cuenta ningún cronista, por constituir una página negra en la historia editorial, pero
su existencia, no por esa omisión, ha sido menos real.[5]

Debido a este desdén no existe bibliografía crítica (o aún trabajos de catalogación)


sobre una de las editoriales argentinas más importantes del período 1920-1960,
quizá la más importante si tenemos en cuenta la cantidad de títulos publicados y el
nivel de sus tiradas. Sencillamente, así como ningún análisis del periodismo
argentino de principios de siglo sería válido sin considerar a Caras y Caretas, no
es posible comprender la literatura de masas nacional sin tener en cuenta a Tor.

Las colecciones de J.C. Rovira.

A principios de los años treinta, Tor decidió incursionar en el ámbito de las


colecciones de literatura popular (o, para ser más precisos, de literatura de
masas). El motivo: las grandes ventas registradas por revistas como Tit-
Bits (1909), John Bull (1919), Pucky (1921), Tipperary (1928) y Aventuras (1929),
que combinaban relatos policiales, fantásticos, de misterio, de aventuras y de
ciencia ficción. Hasta entonces, la editorial había estado dedicada principalmente
a publicar ensayos, clásicos de la literatura y “ediciones de autor” (es decir, libros
autofinanciados de poetas y narradores locales). El mercado puesto en evidencia
por las revistas folletinescas resultaba, por contraste, muy atractivo.
Este mercado constituido por los sectores medios y proletarios argentinos había
estado en desarrollo gradual desde el período de la Generación del Ochenta, que
estableció las condiciones propicias para su formación, expansión y consolidación.
La primera fue el estímulo a la inmigración, que junto con el crecimiento
demográfico interno generó un importante aumento numérico de la población. El
censo nacional de 1895 registró casi cuatro millones de habitantes; el de 1914
registró 7 885 000. La segunda fue la sanción de la ley 1420, que impuso la
obligatoriedad de la enseñanza primaria. Una consecuencia natural de esta
alfabetización general fue el incremento de la lectura de libros, periódicos, folletos
y revistas. La tercera fue una prosperidad económica que redujo el desempleo y
aumentó el poder adquisitivo, posibilitando la compra de textos. La cuarta fue la
acción de los primeros sindicatos, que lograron conquistas sociales como el
descanso dominical, que proporcionaba un lapso de ocio susceptible de ser
ocupado en la lectura. La quinta fue la ausencia de un proyecto demográfico
nacional, que causó una migración descontrolada del campo hacia la ciudad: este
incremento del porcentaje de población urbana generó una mayor proximidad de
las masas con medios de difusión de textos como las librerías y los kioscos.
Tor, a fin de publicar novelas recientes y de autores consagrados, sin tener que
responsabilizarse por el pago de derechos de autor, fundó un sello editorial
fantasma llamado “J.C. Rovira”. Las iniciales “J.C.” son por Juan Carlos, primer y
segundo nombre de Torrendell. Rovira es un apellido tomado al azar. El domicilio
de esta editorial fantasma no era un edificio u oficina, sino una discreta casilla de
correo (la 1451 de Capital Federal). Recurso orientado, por supuesto, a eludir
posibles reclamos.
La fraguada editorial publicaba, todas las semanas, cinco colecciones populares
en un formato típico de pocket-book: 17, 5 cm. de alto y 12 cm. de ancho. Cada
una de ellas tenía una identidad bien definida y apuntaba a un público específico.
Con portadas vistosas, una extensión máxima de 200 páginas y venta en kioscos,
buscaban tanto llamar la atención del transeúnte como ser de fácil lectura a bordo
del tranvía o del colectivo. Invariablemente incluían en la contratapa un catálogo
con los titulos ya aparecidos, a fin de incitar al comprador a proseguir la lectura.
Una de ellas era “Revista Mi Novela”, que aparecía los lunes con narraciones
sentimentales orientadas al público femenino. Difundió entre otros textos Primer
amor de Turgueniev, La dama de las camelias de Dumas hijo, Amor que todo lo
vence de Brete y Una chica romántica de Floran. De cien páginas de extensión, se
vendía a 20 centavos.
La “Colección Misterio”, como su título lo indica, estaba consagrada a novelas
policiales y de espionaje. De extensión variable entre las 130 y 160 páginas, se
vendía a 30 centavos. Su autor principal, al menos en su primera etapa, fue Edgar
Wallace.
Los miércoles era el turno de “Biblioteca Mi Novela”. Al igual que “Revista Mi
Novela”, estaba dedicada al público femenino. La diferencia residía en la
extensión: 200 páginas que aumentaban su precio a 30 centavos. Por ello, a la
primera colección se la denominaba revista y a ésta libro.
Los jueves aparecía la “Biblioteca Sexton Blake”, que al contar con sólo cien
páginas valía 20 centavos. Estaba compuesta en su totalidad por novelas
policiales que tenían como protagonista a Sexton Blake, detective inglés creado en
1893 por Harry Blyth. A principios del siglo XX el personaje llegó a ser tan famoso
como Sherlock Holmes. Alrededor de doscientos escritores, generalmente de
forma anónima, compusieron más de tres mil novelas relatando sus pesquisas. Al
igual que ocurría en las ediciones anglosajonas, ninguno de los volúmenes de
Rovira portaba indicación de autor.
“La Tradición Argentina”, por último, era adsequible los viernes al precio de 30
centavos. Contenía obras clásicas de escritores nacionales como Fray Mocho,
José Mármol, César Duayen, Vicente Fidel López y, principalmente, Eduardo
Gutiérrez, cuyas novelas de matreros resultaban aún atractivas.
Debido a su longevidad (la “Colección Misterio”, por ejemplo, se extendió a lo largo
de 37 años), atravesaron muchos cambios de contenido. Hubo oportunidades en
que alguna de cuño sentimental se dedicó a publicar textos de la “alta literatura” y
por lo tanto su nombre cambiaba, para retomar posteriormente la tesitura original.
También ocurrió que alguna de cuño policial se dedicó a las novelas de aventuras.
Y lo mismo con las otras.
Tampoco aparecieron de forma simultánea. La primera fue la “Biblioteca Sexton
Blake”, a mediados de 1930, seguida algunos meses después por la “Colección
Misterio”. En 1931 se inicia “Revista Mi Novela” y poco después “Biblioteca Mi
Novela”. Por último, “La Tradición Argentina” data de 1932. Para dar una idea de
correlatividad cronológica, al número 100 de la “Colección Misterio” corresponde el
65 de “Revista Mi Novela”, el 55 de “Biblioteca Mi Novela”, el 1 de “La Tradición
Argentina” y el 124 de “Biblioteca Sexton Blake”.
El disfraz de Rovira perduró hasta el año 1936, cuando las diversas colecciones
pasan a ostentar el sello de Tor. Las razones de este cambio no están bien
determinadas. Es posible que el ardid haya sido descubierto, y por lo tanto su
continuación resultara superflua. Es posible que Tor haya llegado a un acuerdo
con los autores (Edgar Rice Burroughs, los herederos de Edgar Wallace, etcétera).
Es posible, finalmente, que el creciente empleo de textos apócrifos en vez de
textos auténticos haya hecho innecesario el ocultamiento.
El desenmascaramiento fue progresivo. En un principio, Tor figuraba sólo como
distribuidor del catálogo de Rovira en el interior del país, a excepción de Rosario
(a cargo de Taleti & Cía).[6] Esta exposición era inevitable, debido a que hubiera
resultado muy difícil ocultar su participación en un procedimiento tan físico como la
distribución de libros. A principios de 1934, aparece en algunos volúmenes el
anuncio de que la por entonces llamada Ediciones Argentinas Tor se haría cargo
de la distribución de los títulos de Rovira también en Capital Federal.[7] La causa
era que Tor había abierto su primera librería, situada en Florida 281. Por último,
durante la segunda mitad de 1936 los libros pasan a estar firmados por la Editorial
Tor, sin ninguna huella de Rovira.
El éxito de las colecciones de Rovira generó varias imitaciones. La principal se
debió a la editorial Rubio & Cía. Su “Colección Intriga” estaba especializada en
literatura de misterio y aventuras, y difundió entre 1932 y 1933 novelas de Edgar
Wallace (La mano poderosa, Los buitres humanos), de Sidney Horler (La casa de
los secretos), de Samuel Spewack (Asesinada) y de Ponson du Terrail (La
herencia misteriosa, El conde de Artoff), estas últimas pertenecientes al ciclo de
Rocambole. Rubio & Cía también publicaba la “Biblioteca Sentimental”, orientada
al público femenino, con obras de Eleanor Glyn (Amor y sacrificio), de Concordia
Merrel (El amor y Diana) y, curiosamente, de Henry Rider Haggard (El precioso
testamento). He registrado 45 títulos en la primera colección y 44 en la segunda.
Los últimos aparecen bajo el logo González Maseda Editor.
Otra imitación fue hecha por Sarmiento Casa Editora. Su “Colección Sensacional”,
sin fecha de publicación pero datable hacia 1932-1935, estaba dedicada a novelas
fantásticas y de misterio. Incluyó El fantasma de la ópera de Gastón Leroux, La
isla de los treinta sepulcros de Maurice Leblanc y Crímenes por hipnotismo, de
autor anónimo. Otra de sus colecciones fue “Biblioteca Sarmiento”, con obras
como Las meditaciones de un loco de Mario Mariani, El hombre y la bestia de
Robert Louis Stevenson y La Atlántida de Pierre Benoit.
Por último, cabe mencionar al editor Alfredo Angulo, quien entre 1934 y 1936
publicó varias colecciones populares. La “Biblioteca Emilio Salgari”, compuesta en
su totalidad por novelas del autor italiano, se extendió a lo largo de 62 tomos, con
vistosas tapas a cargo de Ángel Bonelli. La “Biblioteca Sentimental”, de la que he
hallado sólo los dos primeros ejemplares, constaba de novelas de M. Delly.
“Colecciones Gauchas” incluía textos como El viejo Pancho de Paja Brava, La
Pochamana de Pedro Heredia y varias antologías de payadas. Pero su principal
autor era Bartolomé Rodolfo Aprile, especializado en versificar novelas de
Gutiérrez y Güiraldes; he localizado 28 títulos, entre ellos Juan Cuello, Santos
Vega, Juan Moreira, El último payador, El ahijado de don Segundo Sombra,
etcétera. La editorial también publicaba textos eróticos (Rameras de Álvaro
Retana, Pecadoras de Mario Mariani), fantásticos (El nuevo Adán de Noelle
Roger, El mono de Mauricio Renard) y hasta clásicos (Ana Karenina de
Tolstoi, Facundo de Sarmiento).

La “Colección Misterio”.

La “Colección Misterio”, como sugiere su nombre, publicaba novelas policiales, de


suspenso y de espionaje. Es decir, estaba dirigida a un público masculino. Era
más extensa que la colección de los lunes, oscilando entre las 130 y las 160
páginas. Su costo también era superior: 30 centavos en Capital Federal y 40 en el
interior. Eran raras las secciones misceláneas, lo que la diferencia tanto de
“Revista Mi Novela” como de “Biblioteca Sexton Blake”. Apareció un total de 896
números entre 1930 y 1956, lo que la convierte en la colección más prolífica y
duradera de Rovira.
Al estar dirigida a un público juvenil o al menos no demasiado culto, al ser barata,
al poseer llamativas tapas coloridas y al estar dedicada a géneros populares,
suscitó rechazo por parte de las élites culturales del período. Rechazo que en
ocasiones estaba reñido con una fuerte atracción, reprimida a duras penas. Es el
caso de Horacio Quiroga (precisamente, un autor de relatos selváticos y de
aventuras), para quien la lectura de la “Colección Misterio” constituía una suerte
de placer culpable. Citamos el testimonio de Ezequiel Martínez Estrada:

En sus días postreros de hospital, Quiroga devoraba libros de aventuras, Tarzán,


historias salvajes y policiales. “Me interesan todos los estudios biológicos. Siendo
ciencia, cualquier cosa. Tampoco leo mucha literatura, si no es relatos de interés
punzante, tipo Wallace. Leo a éste cuanto pesco de él”. (...) “Vea eso”, me dijo un
día, sonriendo y señalándome sobre una silla una pila de novelas de la industria
de la piratería editorial: “trago ese alcohol desnaturalizado como un néctar”. Pero
entonces estaba refugiándose en los últimos reductos de su existencia atribulada,
y necesitaba enervarse, morir. Literatura analgésica que además le complacía por
no sé qué placer de saborear frutos agrestes y acaso por el gozo de la herejía.[8]

Es llamativa en Quiroga esta postura de despreciar una fuente de placer que dio
solaz a sus últimos años, y que no era demasiado distante de su propia literatura.
En el caso de Martínez Estrada, sin embargo, es comprensible debido a su
postura adorniana, para la cual la literatura de aventuras era escapista y carente
de compromiso social.
Un fenómeno frecuente en la “Colección
Misterio” y, como veremos, en otras colecciones de Rovira y de Tor, son las
novelas apócrifas. Se trata de libros policiales, de aventuras, fantásticos y de
ciencia ficción escritos por autores argentinos y firmados con pseudónimos
anglosajones. Esa práctica se debía a diversas razones. Una era el
aprovechamiento comercial de algún personaje exitoso (como el Tarzán de
Burroughs o el Mr. Reeder de Wallace): en este caso, la labor del escriba
vernáculo consistía en redactar nuevas aventuras de dicho personaje, basándose
en las pautas desarrolladas por el autor original, y tratando de pasar
desapercibido. Otra, era el hecho de que los editores consideraban que firmar con
un nombre anglosajón “vendía más”.[9] La tercera, el hecho de que los autores
argentinos posiblemente no desearan que su verdadero nombre quedara
relacionado con esos textos a menudo desprolijos y apresurados, escritos con el
único propósito de ganar el pan del día.
Una colección tan extensa y longeva debía, necesariamente, no ser homogénea
en su contenido. Pueden reconocerse en ella ocho etapas: 1- Misterio (autores
predominantes: Edgar Wallace, S.S. Van Dine, J.S. Fletcher). 2- Aventuras (Edgar
Rice Burroughs, Sax Rohmer, Walter Morrow, Julio Verne, Gastón Leroux,
Maurice Leblanc, Marcel Allain y Pierre Souvestre). 3- Segunda etapa de misterio
(John Traben, William Crane, S.S. Van Dine, Leslie Charteris, E. Phillips
Oppenheim). 4- Misterio misceláneo (un gran número de autores menores,
generalmente con sólo una novela cada uno). 5- Segunda etapa de aventuras
(Robert Hogan, Grant Stockbridge). 6- Mister Reeder (John Traben). 7- Reedición
de la segunda etapa de aventuras. 8- Reedición de Mister Reeder.
Los tarzanes de Burroughs y los tarzanes apócrifos.

Me concentraré únicamente en la segunda etapa de la “Colección Misterio”,


debido a que es la que contiene los tarzanes apócrifos. Abarca desde el número
85 al 254. Consta principalmente de novelas de aventuras, tanto de ambientación
exótica (Edgar Rice Burroughs, Julio Verne) como urbana (Sax Rohmer, Marcel
Allain, Pierre Souvestre, Bernhard Kellerman). También aparecen, en menor
cantidad, autores acordes al tono de la primera época: Maurice Leblanc, Arthur
Conan Doyle y Edgar Wallace.
El 3 de mayo de 1932, Rovira sacó a la luz la novela Tarzán de los monos (Tarzan
of the apes, 1912) de Edgar Rice Burroughs, sin indicación de traductor, en el
número 85 de la colección. Fue uno de sus mayores éxitos de venta. Le siguieron
inmediatamente las continuaciones escritas por el prolífico norteamericano: El
regreso de Tarzán (nº 86), Las fieras de Tarzán (nº 87), El hijo de Tarzán (nº
88), El tesoro de Tarzán (nº 89), Tarzán en la selva (nº 90), Tarzán el indómito (nº
91), Tarzán el terrible (nº 92, traducido por Natal A. Rufino), Tarzán y el león
dorado (nº 93), Tarzán y los hormigas[10] (nº 94) y Tarzán, señor de la jungla (nº
95). El último fue el número 96, constituido por Tarzán y el imperio perdido,
traducido por José M. González.
Debe aclararse que la primera aparición de las historias de Tarzán en el mercado
editorial argentino no se debe a Rovira, sino a la revista Pucky. Ésta se
especializaba en material orientado al público juvenil, como historietas y relatos de
aventuras y ciencia ficción (entre ellos “El navío sideral”, sin indicación de autor,
entre julio y agosto de 1930). En su ejemplar del 25 de mayo de 1928 comienza a
publicar Tarzán de los monos en forma seriada. Indudablemente se trató de una
iniciativa exitosa, pues el mismo año aparecen en sus páginas El regreso de
Tarzán y Las fieras de Tarzán.[11]
También precedió a Rovira la revista Aventuras, de Editorial Femenil (la cual,
como indica su nombre, estaba dedicada esencialmente a publicaciones para la
mujer; Aventuras fue una suerte de excentricidad en su línea de productos). En el
número 35, correspondiente al 5 de noviembre de 1929, aparece la primera
entrega de Tarzán, el explorador (Tarzan at the earth’s core). Esta edición
argentina es casi simultánea con la norteamericana de Blue Book Magazine,
donde la primera entrega de la novela data de septiembre de 1929. Incluso
conserva las ilustraciones originales de Frank Hoban, aunque no a todo color sino
en dos colores.
En la última página de El tesoro de
Tarzán se anuncia que todos los números de la selvática serie debieron ser
reimpresos, a causa de estar agotados. En la consideración de este éxito debe
tenerse en cuenta el estreno en Buenos Aires del film Tarzan the ape man (1932),
protagonizado por John Weissmuller y dirigido por W.S. Van Dyke. Sin embargo,
había un inconveniente: ya no quedaban más novelas de Tarzán escritas por
Burroughs. Para continuar con el filón descubierto, Rovira publica entre el número
97 (julio de 1932) y el 100 (agosto de 1932) otros pintorescos trabajos de
Burroughs, las cuatro primeras novelas del ciclo marciano: Una princesa de
Marte (A princess of Mars, 1917), Los dioses de Marte (The gods of Mars,
1918), El señor de la guerra de Marte (The warlord of Mars, 1919) y Thuvia, la
novia de Marte (Thuvia, maid of Mars, 1920).
Estos textos no tuvieron el suceso del ciclo del hombre mono.[12] Lo cual generó
un ardid editorial. Tras publicar Tarzán triunfante de Edgar Rice Burroughs en el
número 119, en cuya cubierta podía leerse “Últimas aventuras del famoso Tarzán
de los monos”, en el 120 Rovira lanzó Tarzán en el valle de la muerte, primer
Tarzán apócrifo, que figuraba como “traducido” por Alfonso Quintana Solé, pero en
realidad estaba escrito por él.
A éste seguirían Tarzán el vengador (nº 121), Tarzán en el bosque siniestro (nº
122), Las huestes de Tarzán (nº 123), Tarzán y la diosa del mar (nº 124), Tarzán y
los piratas (nº 125), Tarzán el magnánimo (nº 126) y La muerte de Tarzán (nº
127). En las portadas, como hemos dicho, figuraba el rótulo “Últimas aventuras...”,
pero más adelante los textos mencionados aparecerán, en un alarde clasificatorio
de la editorial, bajo el rótulo “Segunda serie extraordinaria de aventuras del rey de
los monos”.[13]
Es posible que Quintana Solé, como Conan Doyle con Sherlock Holmes, terminara
por odiar a su personaje más famoso. Pero al igual que Conan Doyle, debió
revivirlo por razones comerciales. La novela fue La resurrección de Tarzán (nº
128), a la que seguirían Tarzán el justiciero (nº 129), Tarzán y la esfinge (nº
130), La lealtad de Tarzán (nº 131), El secreto de Tarzán (nº 132), Tarzán y el
Buda de plata (nº 133) y Las huellas de Tarzán (nº 134), que finalizó la “Segunda
serie extraordinaria de aventuras del rey de los monos”.
Puede llamar la atención el hecho de que Rovira no publicara Tarzan at the
earth’s core, una de las novelas más populares del autor norteamericano. La razón
fue, simplemente, que Editorial Femenil había comprado los derechos para la
publicación en español de dicha obra. Rovira quizá podía especular que los
lejanos apoderados de Burroughs jamás descubrirían su continuación de la
franquicia, pero sin duda no quería arriesgarse a tener problemas con una
empresa coterránea.
La tercera serie comenzó en el 139: Tarzán y el profeta negro. Lo siguieron La
odisea de Tarzán (nº 140), Tarzán y el elefante blanco (nº 141), La justicia de
Tarzán (nº 142), Tarzán y el lago de fuego (nº 143), El nieto de Tarzán (nº
144), Tarzán el implacable (nº 145), El rescate de Tarzán (nº 146), Tarzán y la
luna roja (nº 147), El secuestro de Tarzán (nº 148), La venganza de Tarzán (nº
149) y Tarzán en el reino de las tinieblas (nº 150). Mientras la segunda serie
estaba firmada aún por Edgar Rice Burroughs, apareciendo debajo como traductor
Quintana Solé, la tercera serie omite toda mención del autor norteamericano,
apareciendo en cambio la frase “Versión de Alfonso Quintana”.
Alfonso Quintana Solé fue una presencia usual en nuestra literatura de masas
durante los años 1930-1970. Lamentablemente, no he podido determinar sus
fechas de nacimiento y de muerte. De origen español, sólo dos veces probó suerte
como autor bajo su propio nombre, con Escuela de patriotismo[14] y Carlos de
Foucauld. Sembrador de luz eterna.[15] También guionó historietas para la
colección “A la conquista del mundo”, publicada entre 1966 y 1968 por Editorial
Esquiú.[16] La colección, de la que aparecieron 25 números, difundía doctrinas
religiosas y morales bajo el disfraz de tramas de aventuras o de ciencia ficción.
[17] Entre las contribuciones de Quintana Solé figuran los guiones de Delito
imperdonable[18], que narra de modo pro-estadounidense la odisea de unos niños
cubanos para impedir la profanación de unos objetos dedicados al ceremonial de
la misa, y de Perdidos en el espacio[19], donde unos monjes del año 2500 luchan
contra “un orgulloso sabio que cometió el error de olvidar que la ciencia no puede
ser nunca superior a la voluntad de Dios”.
Otra labor importante fue haber dirigido a principios de los años cincuenta la
revista Ping-Pong, de Editorial Difusión. Como Rataplán (Editorial Manuel Láinez,
1930) y la primera etapa de Billiken, combinaba en proporciones casi iguales
historietas e información escolar como geografía, historia argentina y nociones de
civismo. Dos de los dibujantes que colaboraron en ella fueron los célebres José
María Taggino y Leandro Sesarego.
La calidad de las novelas apócrifas de Quintana Solé era con frecuencia superior a
las del propio Burroughs: tenían tramas mejor armadas, estilo más cuidadoso y
pulido, y personajes con un fondo psicológico más elaborado y plausible. Lo que
no deja de sorprender teniendo en cuenta el escaso tiempo disponible para la
redacción. Siempre estaba presente el sense of wonder, y en algunos volúmenes
incluso puede advertirse un sentido de lo extraño y de lo maravilloso que en cierto
modo prefigura al realismo mágico, como ocurre en la historia de la tribu africana
cuyo caudillo prohibió la risa (La ley de Tarzán). En otros casos sus tramas entran
en el terreno de la más pura ciencia ficción, como en Tarzán en el bosque
siniestro, donde se describe un ejército de árboles devoradores de hombres,
en Tarzán el vengador, con su mundo subterráneo poblado por una raza de
hormigas gigantes, y en Las huestes de Tarzán, donde un científico loco crea un
ejército de hombres artificiales con los que pretende conquistar el planeta. Ese
ejército está formado por dos subespecies: los soldados, con gran fuerza física
pero con un cerebro diminuto, y los oficiales, con un cuerpo enclenque pero con
un gran cerebro, mediante el cual dirigen telepáticamente a los primeros.

Los ilustradores.

Las tapas se realizaban invariablemente a dos colores: verde y rojo, azul y verde,
o azul y rojo; sólo a partir de 1934 serían a todo color. Estaban firmadas, en los
volúmenes pertenecientes a Burroughs, por un tradicional artista de la casa: Luis
Macaya (1888-1953). Macaya fue autor de numerosas portadas para Tor: la mayor
cantidad de las mismas puede hallarse en la colección “Clásicos Universales”.
Nacido en España, fue uno de los pioneros a nivel mundial de la industria del cine,
ya que en 1906 cofundó en Barcelona la productora Hispano Films, junto a Alberto
Marro y Segundo de Chomón. En ella dirigió, entre otros films, Don Pedro el
cruel (1911, junto a Alberto Marro) y Diego Corrientes (1914, junto a Alberto
Marro), tras lo cual se especializó en la realización de seriales, como Barcelona y
sus misterios (1916). Arribó a la Argentina en 1917. Trabajó en Caras y Caretas,
como casi todos los artistas e intelectuales del período, haciendo entre 1918 y
1920 la tira cómica “El L.C. Timoteo y el pesquisa Doroteo”, que relataba el
constante enfrentamiento entre un ladrón y un policía. En 1944 realizó, junto al
escultor Jorge Casals, una exposición mixta (ilustraciones / tallas en madera)
sobre escenas del Martín Fierro, que a la fecha es exhibida de forma permanente
en el Museo Histórico de Luján. Con posterioridad publicó el volumen de
acuarelas Hospitales porteños.[20] Su trazo, expresionista y pródigo en
claroscuros, fue elogiado en diversas ocasiones por el historietista Alberto Breccia,
a quien influyó notoriamente.
El último trabajo de Macaya para la “Colección Misterio” fue una obra maestra: la
espléndida portada de Thuvia, la novia de Marte, que muestra una poco vestida
muchacha terrestre a merced de un lascivo marciano multípodo, en la mejor
tradición pulp. Su sucesor fue Mendía, quien ilustró todos los textos de la primera
y la segunda series. A partir de la tercera serie las portadas no están firmadas,
excepto en algunos casos donde aparece la firma de un ignoto Morales Gorleri,
que a veces firmaba también como Rilegor.
En ciertas ocasiones es fácil apreciar que el ilustrador no había leído la novela que
le tocaba ilustrar, guiándose sólo por el título. El ejemplo más sensacional
es Tarzán y el hurón, donde la portada muestra al hombre mono enfrentándose a
un gigantesco y peludo hurón, siendo que en el libro se trata simplemente del
apodo afectuoso que las tribus africanas dan a un apacible minero blanco,
empeñado en buscar oro en el corazón de África.

La segunda etapa de los tarzanes apócrifos.

En agosto de 1933, aparecen Tarzán y el velo de Tanit (nº 151) y La ley de


Tarzán (nº 152), últimas “traducciones” de Quintana Solé, y primeros volúmenes
de la “Cuarta serie de aventuras extraordinarias del rey de los monos”. A partir de
entonces, el exhausto Quintana Solé es reemplazado por otro autor apócrifo, el
argentino Rodolfo Bellani (1904-1984), que firmaba con el pseudónimo J.A. Brau
Santillana.
Bellani fue uno de los principales autores argentinos de literatura de masas.
También, uno de los más desconocidos. Eso puede ser atribuido a diversas
razones: a- Se consagró a géneros poco prestigiosos (novelas de vaqueros, de
aventuras y de piratas). b- El uso continuo de pseudónimos disminuyó su
visibilidad autorial. c- Fue un hombre poco gregario, que no mantenía un contacto
demasiado intenso con otros escritores.
Nacido en Buenos Aires el 9 de enero de 1904, murió el 4 de julio de 1984 en
Bolivia. Tuvo una vida agitada: se casó tres veces y tuvo tres hijas (una con cada
matrimonio), viajó por toda Latinoamérica, se radicó tanto en sitios agrestes y
solitarios como en populosas metrópolis, y mantuvo numerosos amoríos. Quizá su
mayor aventura fue haber logrado vivir exclusivamente de su pluma.
Buena parte de la inspiración para sus novelas apócrifas sobre el personaje de
Tarzán proviene de sus profusas lecturas juveniles de clásicos del género de
aventuras como Julio Verne y Emilio Salgari, por quienes sentía gran afinidad. En
los años cincuenta escribió para Tor una extensa serie de novelas de vaqueros,
así como una de piratas. Bellani fue una presencia frecuente en las oficinas de
Tor: al principio en persona, y luego por vía postal, dado que se radicó en Santa
Cruz de la Sierra, desde donde enviaba los textos. Pese al largo vínculo, la
relación entre el editor y el autor no siempre fue buena. Según el testimonio de su
hija Leonor:

Mi papá y Torrendell se peleaban muchísimo, porque Torrendell era muy


mezquino para pagar. Siempre lo envolvía para pagarle menos, y mi madre lloraba
de fastidio, ya que cuando ella iba a negociar los contratos siempre obtenía mucho
más dinero. Papá decía que aunque su nombre era Torrendell, la editorial se
llamaba Tor para ahorrar la tinta del resto de las letras.[21]

Utilizó infinidad de pseudónimos. Menciono sólo algunos: Ramiro Dexter[22],


Ralph Bell, Rudy Limbale, Leo Ross (por su segunda esposa, apellidada Ross), Nil
Reblan, London Riolleba, etcétera. Esto no se debió a que sintiera pudor de
ganarse la vida con géneros populares, dado que él mismo consumía ese tipo de
literatura, sino a que sus editores consideraban que firmar con un nombre
anglosajón “vendía más”, especialmente en lo que respecta a la novela de
vaqueros. Otra causa no desdeñable es que Bellani firmó contratos de
exclusividad con algunas editoriales (por ejemplo, Tor), y por lo tanto usaba un
pseudónimo para una editorial, y otro pseudónimo para otra.
Sus textos para Tor y para otras editoriales alcanzan a más de cuatrocientos
volúmenes. Esa gigantesca producción se debió a su profesionalismo a la hora de
escribir. No esperaba que lo asaltara la inspiración, sino que aporreaba el teclado
de su Remington de ocho a doce y de catorce a dieciocho horas, como si
estuviera en una oficina. Tampoco vivió la bohemia cultural tan frecuente en los
literatos: era muy disciplinado con sus horarios de labor, por lo que apenas se
reunía con otros escritores. Su ausencia en los cenáculos y en las mesas de café
hizo, sin duda, que muchos más barcos de papel fueran abordados y que muchos
más cuatreros de tinta fueran apresados.
Un sector importante de la obra de nuestro autor está constituido por los ensayos
y tratados escritos por encargo. El primero se originó en un requerimiento del
general Higinio Morínigo, presidente de Paraguay entre 1940 y 1948. Morínigo,
preocupado por la ausencia de archivos y de documentación sobre la historia de
los sellos postales de su país, contrató a Bellani porque éste reunía tres
condiciones imprescindibles para el trabajo: era filatelista, investigador (periodista)
y escritor. Vivió en Paraguay entre 1943 y 1946, escribiendo un libro sobre el
tema. Hace también crónicas breves sobre el Paraguay, que fueron publicadas en
diarios argentinos; al ser una propaganda positiva para el país guaraní (por
ejemplo, en cuanto al turismo), le valieron una condecoración oficial. Otro extenso
ensayo fue “Faustino G. Piaggio, creador de la industria petrolera peruana”[23],
que cimentó su prestigio como cultivador del género. Por esos años fue llamado a
Nicaragua para redactar como ghost writer la autobiografía del presidente
Somoza, pero terminó negándose al advertir que era una dictadura muy dura y
sangrienta. He hallado otros dos trabajos no narrativos: Semblanzas de
América[24], compuesto por descripciones geográficas y semblanzas históricas de
varios países latinoamericanos, y La tumba del Che.[25] En esta sucinta
enumeración puede advertirse una amplitud temática típica del escritor por
encargo.
Publicó tres libros en la colección “Robin Hood” de Editorial Acme, dedicada a
novelas de aventuras para un público juvenil. Rayo dorado (1957) es la historia de
un niño criador de palomas mensajeras. Era su texto preferido de entre toda su
obra, ya que era altamente educativo (incluía todos los datos necesarios para
llevar adelante un palomar, y contenía numerosas enseñanzas morales). El
capitán rebelde (1958) y El hijo del corsario (1959) son entretenidas novelas de
piratas. Las tres obras fueron firmadas con su propio nombre. Dentro de la misma
editorial, participó en la colección “Suplemento de Rastros”, dedicada a novelas de
vaqueros, con Un argentino en Texas.[26] En la colección “Clipper” publicó la
novela Treinta mil rifles, que trata sobre el contrabando de armas en el Alto Perú
hacia 1810, y motivó una larga investigación histórica. Su vínculo con Acme
finaliza en la colección “Centauros del Oeste”, un efímero desgajamiento de la
colección “Centauro” (apenas ocho volúmenes), en la que publicó varias novelas
breves.
Hacia 1976, Bellani trabajó en Editorial Paidós como supervisor de redacción y
evaluador de libros a publicar (es decir, leía los originales y determinaba su
importancia). En su última época, ya a una edad muy avanzada, se dedicó a
escribir novelas pornográficas, que no llegó a publicar.
Los siguientes títulos de Tarzán en la
“Colección Misterio”, escritos en su totalidad por Bellani, son: Tarzán y el búfalo de
barro (nº 153), La misión de Tarzán (nº 154), Tarzán y el buitre maldito (nº
155), La salvación de Tarzán (nº 156), Tarzán y el diablo de la selva (nº 157), La
gratitud de Tarzán (nº 158), Tarzán y la diabólica Ofelia (nº 159), El rey de la selva
y el judío errante (nº 160), Tarzán y el “Angus Circus” (nº 161) y La sombra de
Lord Greystoke (nº 162).
La quinta serie está compuesta por Tarzán y el hurón (nº 163), La clave de
Tarzán (nº 164), Tarzán y el monstruo (nº 165), La furia de Tarzán[27] (nº
166), Tarzán, dueño del sol (nº 167), La maldición de Tarzán (nº 168), El refugio
de Tarzán (nº 169) y El castigo de Tarzán (nº 170), última novela del hombre mono
aparecida en la colección “Misterio”. El casi industrial apresuramiento con que
estos libros eran puestos en la calle motivaba ciertos errores. Por ejemplo, Tarzán
y el hurón ostenta en su portada la leyenda “Quinta serie de aventuras
extraordinarias”, mientras que en su primera página se lee “Cuarta serie”.

Los textos finales.

La editorial Tor hizo todo lo posible para explotar los beneficios económicos
proporcionados por lord Greystoke. Como dije, El castigo de Tarzán es
definitivamente la última novela apócrifa de Tarzán en la “Colección Misterio”. Pero
aún existe una novela, Tarzán en Etiopía, con una fuerte crítica a la intervención
italiana en dicho país, que apareció en 1936 en la “Biblioteca Sexton Blake”.
Rovira trató de hacer rendir al máximo este texto postrero: lo publicó por entregas,
comenzando en el número 329 (23 de julio de 1936) y concluyendo en el número
334 (27 de agosto de 1936). Las tapas de cada volumen estaban enteramente
dedicadas a Tarzán (sin indicación de ilustrador ni de “traductor”), pero en el
interior el texto sólo contaba entre 15 y 24 páginas, según los casos. El resto,
hasta completar las 128 páginas estándares, estaba ocupado por historias del
detective Sexton Blake.[28]
En la “Colección Misterio” aparecieron otras dos novelas que, si bien no
continuaban el personaje de Tarzán, fueron promocionadas como relacionadas
con él.
La primera fue Balaoo (nºs 217-8) del francés Gastón Leroux. Se trata de la
extravagante historia de un mono que, mediante una larga serie de operaciones,
logra convertirse en un hombre. Siempre atenta a las franquicias redituables, la
editorial lo publicitó como una variante de Tarzán.[29]
La segunda fue obra de un autor nacional, Pedro Randall, de quien no he logrado
recabar datos biográficos. Utilizando el pseudónimo Walter Morrow (de quien
figuraba como “traductor”), escribió catorce novelas de horror y aventuras,
publicitadas por la editorial como “la serie de novelas completas más sensacional
que se ha publicado hasta la fecha”. Ellas son: El halcón de la muerte (nº 173), El
rey del volante (nº 174), La casa embrujada (nº 175), La isla endemoniada (nº
176), Los piratas del aire (nº 177), La pista del rubí negro (nº 178), Azar el
poderoso (nº 179), El speedman de hierro (nº 180), La muerte enmascarada (nº
183), El número cero (nº 184), La isla del monstruo (nº 185), El terror del Tibet (nº
186), El secreto del pantano (nº 187) y El tirano sangriento (nº 188).
Pese a que no continuaban programáticamente un personaje ajeno, como ocurría
en el caso de los tarzanes apócrifos, las novelas de Morrow solían depredar
conceptos que se habían probado exitosos. Es el caso de Azar el poderoso, una
narración de aventuras selváticas con un hombre mono como protagonista, en una
clara continuación del héroe de Burroughs. De hecho, la tapa del libro está
atravesada por la frase “El sucesor de Tarzán”.
En los años cuarenta Tor lanzó la colección “Historia de Tarzán de los monos”.
Eran volúmenes de idénticas dimensiones que los de “Colección Misterio”: 12 cm.
de ancho y 17, 5 cm. de alto. Sin embargo, el arte de tapa era muy similar al de la
colección “Las Obras Famosas”, editada simultáneamente. Eso se debe a que las
portadas originales de Macaya y Mendía fueron reemplazadas por otras más
coloridas de Palau (responsable de la mayor parte de las tapas de “Las obras
famosas”). Podemos, por lo tanto, considerarla una serie de transición. Hemos
registrado los siguientes títulos: Tarzán de los monos (1945), El regreso de
Tarzán (1945), Las fieras de Tarzán (1945), El hijo de Tarzán (1945), El tesoro de
Tarzán (1945), Tarzán en la selva (1945), Tarzán el indómito (1945), Tarzán el
terrible (1945), Tarzán y el león dorado (1946), Tarzán y los
hormigas (1946), Tarzán, señor de la jungla (1946), Tarzán y el imperio
perdido (1946), Tarzán triunfante (1947), Tarzán y los hombres
leopardo (1948), Tarzán invencible (1948) y el hasta entonces elusivo Tarzán en
el centro de la Tierra (1948).
Como podemos apreciar, la serie es idéntica a la original hasta llegar a Tarzán
triunfante. A partir de allí se prosigue con las auténticas novelas de Burroughs, sin
recurrir a los apócrifos. Disponemos sólo de los dieciséis primeros títulos de esta
colección; ignoramos si continuó hasta cubrir la obra completa del autor
norteamericano en relación a este personaje. De ser así, los volúmenes siguientes
hubieran sido traducciones de Tarzan and the city of gold (1932), Tarzan and the
lion-man (1934), Tarzan’s quest (1935), Tarzan and the magic men (1936), Tarzan
and the elephant men (1938), Tarzan and the forbidden city (1938), Tarzan and
the madman (1940) y, quizá, la póstuma Tarzan and the foreign legion (1947).
[30]< /o:p>
También en los años cuarenta, aunque sin indicación precisa de fecha, es
publicada Tarzán de los monos en el volumen 21 de la colección “Las Obras
Famosas”, compuesta tanto por obras clásicas (como El paraíso perdido o Don
Quijote) como por otras orientadas a un público juvenil (incluía textos de Dumas,
Kipling, Swift, Zévaco, Collodi y Rafael Sabatini).
La última incursión de Tor con el personaje de Burroughs se produjo con la
“Colección Tarzán Gigante”, de la que aparecieron ocho números a lo largo de
1959: Tarzán el magnánimo (nº 1), Tarzán el vengador (nº 2), Las huestes de
Tarzán (nº 3), Tarzán en el valle de la muerte (nº 4), Tarzán y los piratas (nº
5), Tarzán y la diosa del mar (nº 6), La muerte de Tarzán (nº 7) y La resurrección
de Tarzán (nº 8). Como puede apreciarse, estaba compuesta en su totalidad por
textos apócrifos, con un orden de aparición ligeramente distinto al de la edición
original de 1932-1933. El calificativo “gigante” estaba motivado en el mayor
tamaño físico de los volúmenes, con 22 cm. de alto y 15 cm. de ancho. Las tapas
no tenían indicación de dibujante. De modo previsible, omitían el nombre de
Burroughs, y sólo figuraba en la primera página la escueta leyenda “versión de
J.A. Brau Santillana”, ya bien conocida de épocas anteriores. Sin embargo, en la
edición de “Colección Misterio” algunos de estos textos aparecían firmados por
Quintana Solé, lo que evidencia un descuido clasificatorio por parte de la editorial.
Aún es posible mencionar otros dos avatares tarzanescos en Argentina, si bien
ajenos tanto a Rovira como a Tor. El primero está constituido por una novela de
José P. Garramone titulada Aventuras de Piel Blanca[31] que narra las peripecias
de un hombre que ha sido criado por los monos en una selva. Abundan las luchas
con fieras, las cabalgatas sobre elefantes, y para que el parentesco con la
creación de Burroughs quede sin lugar a dudas, Piel Blanca resulta coronado
como Rey de los Monos. El segundo es una novela de Carlos Vall
titulada Invasión marciana[32] donde aparece un híbrido de hombre y gorila
llamado Karka el poderoso, que habita en Africa y experimenta numerosas
aventuras. Citamos un fragmento para mostrar el parentesco, tan patente que
hasta hay acotaciones donde se intenta explícitamente desligarlo de la creación de
Burroughs:

Tropezamos involuntariamente con Karka, el poderoso señor de los grandes


monos. (...) Fornido y admirablemente proporcionado en su salvaje belleza, pero
sin ninguno de los vulgares artificios propios de los tarzanes cinematográficos,
Karka ofrecía un aspecto sencillamente asombroso. Con su despejada frente y la
inteligente mirada de sus negrísimas pupilas, denunciaba un ser pasible de
educación.[33]
REFERENCIAS

[1] Buenos Aires, Tor, 1918. Incluye artículos sobre Lugones, Storni, Gerchunoff,
Lynch, Rodó, Nervo y Ghiraldo.

[2] Buenos Aires, Tor, 1926.

[3] Buenos Aires, Tor, 2 vol., 1933-34. Remito, para más datos, a: Pérez Petit,
Víctor; “Juan Torrendell”, en: Nosotros, Buenos Aires, 1926.

[4] Sorrentino, Fernando; “El equipo de traductores de don Juan”, en: El Trujamán,
14 de enero de 2004. Revista electrónica del Centro Virtual Cervantes.

[5] Los encantadores de serpientes (mundo y submundo del libro). Buenos Aires,
Arturo Peña Lillo Editor, 1965, pág. 25.

[6] Por ejemplo, en la portada de El túnel de Bernhard Kellermann (“Colección


Misterio”, nº 135, 18 de abril de 1933).

[7] Por ejemplo, en la segunda página de Un chantajista elegante (“Biblioteca


Sexton Blake”, nº 198, 30 de enero de 1934).

[8] El hermano Quiroga. Montevideo, ARCA, 1966.

[9] El mismo concepto aparecería en ciertas editoriales argentinas que durante los
años cincuenta y sesenta se especializaron en el género policial, como Acme y
Malinca. En ellas, Alfredo Grassi debió firmar como Fred Seymour, y Eduardo
Goligorsky como James Allastair.

[10] La tapa, quizá para mayor inteligibilidad, llevaba como título Tarzán entre
pigmeos - Los hormigas. En la primera página figuraba el título que he colocado
previamente, mas fiel al original anglosajón (Tarzan and the ant men).

[11] Pucky fue una revista pionera en la introducción de la ciencia ficción


norteamericana en nuestro país. Además de El navío sideral, he localizado otros
cinco textos, aunque probablemente sólo sean una fracción del total: 1- La novela
corta El embajador de Marte, de Harl Vincent, cuya publicación comenzó en el
número 269 (23 de noviembre de 1928) y concluyó en el 271. Describe un Marte
moribundo, muy a la manera del señalado por Wells en War of the worlds; ante su
pedido de ayuda los humanos actúan con tanta desidia que los marcianos se
extinguen. Harl Vincent, seudónimo de Harold Vincent Schoepflin (Buffalo, 1893-
1968) fue autor también de las novelas Rex (1934) y The doomsday
planet (1966). The ambassadors of Mars fue publicada originalmente en Amazing
Stories, nº 30, septiembre de 1928. 2- El relato “Los monstruos del pozo” de W.
Branda, aparecido también en el número 269, sobre un científico que incrementa
el tamaño de los gérmenes. 3- El relato “La burbuja invisible” de Kirk Meadowcroft,
aparecido en el número 270 (30 de noviembre de 1928). Originalmente “The
invisible bubble”, apareció en Amazing Stories, nº 30, septiembre de 1928. 4- El
relato “La glándula de Ananías” de W. Alexander (nº 273, 21 de diciembre de
1928). Originalmente “The Ananias gland”, apareció en Amazing Stories nº 32,
noviembre de 1928. 5- El relato “El asesinato del androide” de F. Boutet, aparecido
también en el número 273, donde un científico asesina a su androide para que el
escándalo del crimen dé a conocer su obra; se descubre su engaño (es decir, que
se trata de un hombre artificial) durante la autopsia. La escueta firma “F. Boutet”
esconde al escritor francés Frederic Boutet (1874-1941), autor de más de cuarenta
volúmenes de cuentos y ensayos, muchos de los primeros pertenecientes al
género fantástico. Uno de sus principales contarios es Histoires
vraisemblables (1908), que le valió el mote de “el nuevo Edgar Poe”.

[12] Muchos años después, la editorial seguiría ofreciéndolos como disponibles en


su catálogo. Por ejemplo, en la contratapa de El vendedor del infierno (“Colección
Misterio”, nº 730), correspondiente al 18 de octubre de 1947.

[13] La “Primera serie”, por lo tanto, cubre los números 85-96 de la colección
“Misterio”. Era frecuente que estas largas colecciones se subdividieran en series,
para su mejor clasificación. Por ejemplo, “Biblioteca Mi Novela” tenía sus 260
números divididos en: “Serie de romanticismo”, “Serie de pasión”, “Serie de
abnegación”, “Serie Delly”, “Serie Pimpinela Escarlata” y “Obras completas de
Emilio Zola”.

[14] Buenos Aires, Marcos Sastre, 1950. Se trata de episodios sanmartinianos


teatralizados para niños.

[15] Buenos Aires, Difusión, 1943, 208 pp.

[16] Editorial Esquiú no era más que un disfraz de Editorial Difusión. Sus oficinas
estaban situadas en Sarandí 1067, Buenos Aires, mientras que las de Difusión
estaban en Sarandí 1065. Esquiú aparecía efectivamente como el editor de la
colección “A la conquista del mundo”, mientras que Difusión era el encargado de la
distribución “para toda América”, como rezaba en las contratapas. Quizá el motivo
de ese artificial desdoblamiento (similar al que hemos observado en Tor) era el
acceso a alguna reducción impositiva reservada a las pequeñas y medianas
empresas, algo a lo que la editorial posiblemente no podía acceder si aparecía
ante el fisco de forma unificada.
Editorial Difusión fue fundada en 1937 y se
especializó en la publicación de libros y revistas de orientación católica; todavía
existe. Una de sus principales colecciones fue “Narraciones recreativas”, donde
aparecieron más de 110 títulos; estaba compuesta íntegramente por relatos de
aventuras, especialmente de Salgari (15 títulos) y Verne (40 títulos). Otras,
marginales, fueron las colecciones “Sed hombres”, “Biblioteca del joven de
carácter” (orientadas a la moral y la autoayuda; un pintoresco título de la primera
es Cartas de un cura canoso a un muchacho enamorado, de Agustín B. Elizalde) y
“Popular” (con novelas de cuño criollista).

[17] Apareció un total de siete títulos de ciencia ficción: Perdidos en el espacio (nº
4), Robinson del espacio (nº 10), Ladrones de cerebros (nº 12), El día que se
apagó el sol (nº 14), Espías en Saturno (nº 17), Superbus ataca (nº 20) y Coraza
radioactiva (nº 23). Esta colección de historietas no debe ser confundida con otra
homónima, de la misma editorial, que consistía en crónicas de misioneros,
adecuadamente novelizadas, y de la que aparecieron al menos 40 volúmenes.
Entre sus títulos podemos citar La fiesta del corpus de los indios chiquitos y Los
mártires de Uganga, del padre J. Spillmann, El hijo de un mandarín y otras
narraciones misionales, de M. de Maryknoll, y El ángel de los esclavos, de A.
Schupp.

[18] Nº 2, 9 de mayo de 1966, sin indicación de dibujante.

[19] Nº 3, 16 de mayo de 1966, dibujado por A. Carovini.

[20] Buenos Aires, Laboratorios Dupont & Cía., 1949.


[21] Entrevista de Carlos Abraham, realizada en Buenos Aires el 27 de junio de
2007. Leonor Bellani fue la segunda hija de nuestro autor.

[22] Quizá inspirado en Martin Dexter, uno de los pseudónimos de Frederick


Faust.

[23] En: VV.AA.; Forjadores de América. Lima, La Inmediata, 1949.

[24] Buenos Aires, s/e, 1940.

[25] Buenos Aires, Imprenta López, 1968.

[26] Nº 72, 3 de junio de 1954. Firmada como Ralph Bell.

[27] Firmada, ya fuera por un lapsus editorial o un breve retorno a la escritura, por
Alfonso Quintana.

[28] Por ejemplo, en el número 332 la novela que acompaña a Tarzán en


Etiopía es El misterio del hijo del rajah. La omisión del nombre del “traductor”
probablemente se debió a que los textos de la “Biblioteca Sexton Blake” omitían
toda mención autorial, a diferencia de la “Colección Misterio”.

[29] “Balaoo. Reverso de Tarzán, el famoso mono-hombre. Fascinadora”. En la


contratapa de El misterio nº 1 (“Colección Misterio”, nº 470).

[30] Otra novela póstuma apareció en una fecha tan tardía como 1995. Se trata
de Tarzan: the lost adventure. Inconclusa, fue completada por Joe R. Lansdale y
publicada por Dark Horse.

[31] Buenos Aires, Editorial Zulú, 1955.

[32] Buenos Aires, Editorial Acanto, 1956.

[33] Pp. 166-167.

El presente artículo corresponde a un capítulo de un libro en prensa. Prohibida


toda reproducción sin autorización del autor. Copyright 2007 por Carlos Abraham.


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Otro texto:

http://tarzan.marianobayona.com/tapocri3.html

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