Badeni - Manual de Derecho Constitucional

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MANUAL DE DERECHO CONSTITUCIONAL

Gregorio Badeni
LA LEY
2011
La Ley S.A.E. e I., 2011
Tucumán 1471 (C1050AAC) Buenos Aires
Impreso en la Argentina
Indice General
CAPÍTULO I
DERECHO CONSTITUCIONAL

1. Concepto del Derecho Constitucional

2. Concepto tradicional

3. Concepto moderno

4. Fuentes del Derecho Constitucional

5. La Constitución

6. Las leyes institucionales

7. La costumbre

8. Clasificación de las costumbres

9. Jurisprudencia

10. Doctrina

11. Derecho comparado

12. Finalidad del Derecho Constitucional

13. Relaciones con otras disciplinas

14. Metodología del Derecho Constitucional

15. Técnica metodológica de investigación

16. Enfoque metodológico

17. El método

18. Constitucionalismo y estado de derecho

19. Técnicas del constitucionalismo

20. Ciclos políticos

21. Educación para la libertad

CAPÍTULO II
LA CONSTITUCIÓN
22. Concepto de constitución

23. Clasificación de las constituciones

24. Constituciones escritas y no escritas

25. Constituciones codificadas y dispersas

26. Constituciones rígidas, flexibles y pétreas

27. Cláusulas pétreas

28. Constituciones monárquicas y republicanas

29. Constituciones originarias y derivadas

30. Constituciones personalistas, transpersonalistas y neutras

31. Constituciones normativas, nominales y semánticas

32. Formulación e interpretación de las normas constitucionales

33. Reglas para la formulación de las normas constitucionales

34. Finalidad

35. Prudencia

36. Realismo

37. Tradiciones y costumbres

38. Estabilidad

39. Flexibilidad

40. Generalidad

41. Lenguaje común

42. Claridad

43. Concisión

44. Reglas para la interpretación de las normas constitucionales

45. Interpretación, integración y construcción

46. Interpretación literal, extensiva y restrictiva


47. Interpretación auténtica, judicial y doctrinaria

48. Reglas de interpretación constitucional

49. Interpretación teleológica o finalista

50. Interpretación semántica

51. Interpretación sistemática

52. Interpretación dinámica

53. Reglas complementarias de interpretación constitucional

54. Razonabilidad

55. Interpretación restrictiva de las excepciones y privilegios

56. Presunción de constitucionalidad de los actos públicos

57. In dubio pro libertate

58. El Preámbulo de la Constitución

59. El proceso constitucional argentino

60. El Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810

61. Acta capitular del 25 de mayo de 1810

62. Reglamento orgánico y estatuto provisional de 1811

63. Asamblea de 1813

64. El Congreso de Tucumán

65. Constitución de 1819

66. Constitución de 1826

67. Constitución de 1853/60

68. Reforma constitucional de 1866

69. Reforma constitucional de 1898

70. Reforma constitucional de 1949

71. Reforma constitucional de 1957


72. Reforma de facto de 1972

73. Reforma constitucional de 1994

CAPÍTULO III
DINÁMICA DEL PODER CONSTITUYENTE

74. Poder constituyente

75. Poder constituyente originario y poder constituyente derivado

76. Poder constituyente y poderes constituidos

77. Límites del poder constituyente

78. Titularidad del poder constituyente

79. Legitimidad y legalidad del poder constituyente

80. Reforma constitucional

81. Procedimiento para la reforma de la Constitución Nacional

82. Manifestación de la necesidad de reforma. Función constituyente y función


preconstituyente

83. Declaración o ley del Congreso

84. Actuación separada de las cámaras del Congreso

85. Quórum y mayoría para declarar la necesidad de la reforma constitucional

86. Alcances de la declaración de necesidad de la reforma constitucional

87. El Congreso no puede imponer el texto de la reforma

88. Convención Constituyente

89. Requisitos para ser convencional

90. Constitucionalidad de la reforma constitucional

91. Nulidad de la reforma constitucional

CAPÍTULO IV
SUPREMACÍA CONSTITUCIONAL Y CONTROL
DE CONSTITUCIONALIDAD

92. Supremacía de la Constitución


93. El artículo 31 de la Constitución Nacional

94. Supremacía de las leyes

95. Supremacía de los tratados

96. Jerarquía de los tratados internacionales

97. Relación de los tratados internacionales con la Constitución Nacional

98. Interpretación y aplicación de los tratados internacionales

99. Efectos de la interpretación de los tratados internacionales por la Comisión y la


Corte Interamericana de Derechos Humanos

100. La Corte Interamericana de Derechos Humanos como instancia jurisdiccional


superior a la Corte Suprema de Justicia

101. Control de constitucionalidad

102. Sistemas de control de constitucionalidad

103. Control político

104. Control judicial

105. Control de constitucionalidad en la Argentina

106. Causa judicial

107. Petición de parte

108. Control de oficio

109. Interés legítimo

110. Las cuestiones políticas no son justiciables

111. Efectos de la declaración de inconstitucionalidad

CAPÍTULO V
ESTADO Y GOBIERNO

112. Organización política global

113. Población

114. Territorio

115. Poder político


116. Poder institucionalizado

117. Comunidad nacional

118. Centralización y descentralización política

119. Alianza o liga de Estados

120. Unión personal de Estados

121. Confederación

122. Estado

123. Estado federal

124. Estado unitario

125. Regionalismo

126. El regionalismo en la Constitución Nacional

127. Organizaciones supraestatales

128. La integración en la Constitución Nacional

129. Soberanía

130. Autonomía

131. Autarquía

132. Regulación constitucional

133. El federalismo argentino

134. Pactos preexistentes y especiales

135. Relaciones entre el Estado federal y las provincias

136. Facultades del Estado federal y de las provincias

137. Constituciones provinciales

138. La garantía del principio federal

139. Integridad territorial

140. Autonomía política


141. Desarrollo económico y bienestar local

142. Régimen de los hidrocarburos

143. Igualdad entre las provincias

144. Unión nacional y paz interior

145. El régimen municipal

146. Régimen constitucional de la Ciudad de Buenos Aires

147. Estructura del gobierno

148. Estructura del gobierno nacional

149. Gobierno representativo

150. Formas semidirectas de democracia

151. Derecho de iniciativa

152. Reglamentación del derecho de iniciativa

153. Consulta popular

154. Reglamentación de la consulta popular

155. Las formas semidirectas y la reforma constitucional

156. Gobierno republicano

157. Separación y control de las funciones del poder

CAPÍTULO VI
LA LIBERTAD CONSTITUCIONAL

158. Concepto y valoración de la libertad

159. Libertad y democracia

160. Las libertades en la Constitución Nacional

161. Relatividad de las libertades constitucionales

162. Poder de policía

163. Concepto del poder de policía

164. Características del poder de policía


165. Sistemas del poder de policía

166. Límites del poder de policía

167. Competencia de la Nación y las provincias en materia de poder de policía

168. Legalidad

169. Igualdad

170. Prerrogativas de sangre y nacimiento

171. Discriminación arbitraria

172. Fueros personales y fueros reales

173. Igualdad fiscal

174. Los cargos públicos y la idoneidad

175. Derechos de los pueblos indígenas

CAPÍTULO VII
LAS LIBERTADES CIVILES

176. Libertad de vivir

177. Fecundación asistida y clonación

178. Pena de muerte

179. Aborto

180. Regulación legal y jurisprudencia

181. Eutanasia

182. Libertad ambulatoria

183. Libertad de tránsito

184. Libertad de domicilio

185. La libertad de religión

186. Libertad de enseñanza

187. Libertad de petición

188. Libertad de reunión y de asociación


189. Libertad de reunión

190. Libertad de asociación

191. El matrimonio y las uniones homosexuales

192. Derechos personalísimos

193. Derecho al honor

194. Libertad de intimidad y vida privada

195. Límites de la libertad de intimidad y vida privada

196. Intimidad y vida privada de los funcionarios públicos

197. Derecho a la propia imagen

198. Cámara oculta

199. El derecho ambiental

200. Contenido del derecho

201. Preservación del ambiente y sujetos obligados

202. Sujeto activo

203. Regulación legal del medio ambiente

204. Residuos peligrosos y radioactivos

205. El uso pacifico de la energía nuclear

206. Defensa del consumidor

207. Ley de Defensa del Consumidor

CAPÍTULO VIII
LIBERTAD DE EXPRESIÓN

208. El pensamiento

209. Expresión del pensamiento

210. Libertad de prensa y libertad de imprenta

211. Extensión de la libertad de prensa

212. Internet
213. Regulación constitucional de la libertad de prensa: artículo 14

214. Regulación constitucional de la libertad de prensa: artículo 32

215. Regulación constitucional de la libertad de prensa: artículo 1º

216. Regulación constitucional de la libertad de prensa: artículo 33

217. Regulación constitucional de la libertad de prensa: artículo 43

218. Regulación constitucional de la libertad de prensa: artículo 68

219. Regulación constitucional de la libertad de prensa: artículo 83

220. La libertad de prensa en los tratados internacionales

221. Doctrina de la Corte Interamericana de Derechos Humanos

222. Dimensiones individual, institucional y estratégica de la libertad de prensa

223. Competencia para legislar sobre prensa

224. Jurisdicción para juzgar en materia de prensa

225. Límites de la libertad de prensa

226. El delito de opinión

227. Publicación de información reservada

228. Publicidad oficial

229. Censura

230. La censura periodística y los comicios

231. Derecho de rectificación o respuesta: antecedentes

232. Concepto

233. Regulación legislativa

234. Valoración constitucional

235. Jurisprudencia

236. Secreto profesional y acceso a las fuentes de información

237. Aspectos legales


238. Límites

239. Jurisprudencia

240. Restricciones a la libertad de prensa

241. Inhabilitación para ejercer el periodismo

242. Doctrina "Campillay"

243. Doctrina de la "real malicia". Formulación de la doctrina

244. Aplicación en el sistema jurídico argentino

245. La real malicia en la jurisprudencia nacional

246. Publicidad comercial

CAPÍTULO IX
LAS LIBERTADES PATRIMONIALES

247. Libertad de propiedad

248. Antecedentes constitucionales y convenciones internacionales

249. Concepto constitucional

250. Propiedad intelectual

251. Propiedad industrial y comercial

252. Límites de la propiedad

253. Emergencia económica y derecho de propiedad

254. Expropiación

255. Competencia para expropiar

256. Utilidad pública

257. Calificación legal

258. Indemnización previa

259. Retrocesión

260. Ocupación temporánea

261. Requisición
262. Decomiso

263. Servicios personales

264. Confiscación

265. Ley de Abastecimiento

266. Libertad económica

267. Defensa de la competencia

CAPÍTULO X
LIBERTAD DE TRABAJO Y SEGURIDAD SOCIAL

268. Libertad de trabajo

269. Constitucionalismo social

270. Regulación constitucional

271. Garantías del trabajo

272. Condiciones de trabajo

273. Duración del trabajo

274. Retribución

275. Retribución del sector público

276. Control, participación y colaboración en aspectos empresarios

277. Protección contra el despido y estabilidad

278. Organización sindical

279. Convenios colectivos de trabajo

280. Representación gremial

281. La huelga

282. Seguridad social

283. Regulación constitucional

284. Seguro social

285. Asistencia médica y derecho a la salud


286. Células madre

287. Trasplante de órganos

288. Régimen jubilatorio

289. Entidades de seguridad social, superposición de aportes y competencia

290. Defensa de la familia

CAPÍTULO XI
LIBERTAD FISCAL Y PODER IMPOSITIVO
291. Concepto

292. La relación jurídica fiscal

293. Legalidad

294. Igualdad

295. No confiscatoriedad

296. Ajuste por inflación

297. La regla del empobrecimiento

298. Libertad de circulación

299. El peaje

300. Clasificación de las contribuciones

301. Impuestos

302. Tasas

303. Contribuciones especiales

304. El ahorro obligatorio

305. Derecho o impuesto de aduana

306. Interpretación de las leyes fiscales

307. Distribución del poder impositivo

CAPÍTULO XII
LAS LIBERTADES POLÍTICAS
308. Concepto y extensión de la libertad política
309. Nacionalidad y ciudadanía

310. Regulación constitucional de la nacionalidad

311. Derecho electoral y sistema electoral

312. Concepto de sistema electoral

313. Técnica electoral

314. Cuerpo electoral

315. Representación política y representación funcional

316. El cuerpo electoral en la legislación argentina

317. Situación de los detenidos y no condenados

318. Sufragio

319. Voto

320. Universalidad del voto

321. Igualdad del voto

322. Secreto del voto

323. Voto obligatorio

324. El voto en la legislación argentina

325. Igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres

326. Clasificación de los sistemas electorales

327. Sistema de mayoría relativa

328. Sistema de circunscripciones y voto uninominal

329. Sistema de mayoría absoluta

330. Sistema de mayoría absoluta con voto alternativo

331. Sistema de voto limitado o restringido

332. Sistema de la Ley Sáenz Peña

333. Sistemas mixtos


334. Sistema de representación proporcional

335. La representación proporcional en el sistema electoral argentino

336. Sistema de lemas

337. Partidos políticos. Concepto

338. Características y funciones

339. El rol de la oposición

340. Clasificación de los partidos políticos

341. Partidos de opinión y partidos de masa

342. Partidos oficialistas y partidos opositores

343. Partidos de derecha, centro e izquierda

344. Partidos constitucionalistas y autocráticos

345. Sistemas de partidos políticos

346. Regulación constitucional de los partidos políticos

347. Financiamiento de los partidos políticos

348. Caducidad y extinción de los partidos políticos

349. Selección de candidatos y elecciones internas

350. Poderes de hecho y pluralismo

351. Factores de poder y factores de presión

352. Institucionalización de los poderes de hecho

CAPÍTULO XIII
LAS GARANTÍAS CONSTITUCIONALES

353. Concepto y clasificación de las garantías constitucionales

354. Seguridad jurídica

355. Irretroactividad de la ley

356. Irretroactividad de la ley penal


357. Irretroactividad de la ley civil

358. Irretroactividad de la ley administrativa

359. Irretroactividad de la ley laboral

360. Irretroactividad de la ley fiscal

361. Irretroactividad de la ley previsional

362. Irretroactividad de la ley procesal

363. Irretroactividad de las leyes interpretativas

364. Garantía del debido proceso legal

365. Juicio previo

366. Legalidad

367. Publicidad del proceso judicial

368. Tipificación de las conductas delictivas

369. Delitos de derecho internacional

370. El debido proceso legal y los delitos de lesa humanidad

371. "Non bis in idem "

372. Cosa juzgada

373. Prescripción

374. Celeridad y denegación de justicia

375. Intervención del juez natural

376. Juicio por jurados

377. Acusación o demanda

378. Inviolabilidad de la defensa en juicio

379. Ofrecimiento y producción de prueba

380. Declaración contra sí mismo

381. Extracción compulsiva de sangre y ADN 714


382. Prueba obtenida ilegalmente

383. Detención preventiva

384. Presunción de inocencia

385. Sentencia conforme a derecho

386. Sanciones aplicables en materia penal

387. Derecho a la segunda instancia

388. Indemnización por error judicial

389. Tribunales administrativos

390. Condiciones de privación de la libertad ambulatoria

CAPÍTULO XIV
LAS GARANTÍAS JURISDICCIONALES
391. Concepto

392. Amparo

393. Amparo contra actos de autoridad pública

394. Concepto de autoridad pública

395. Lesión a los derechos y garantías constitucionales

396. Inexistencia de vías administrativas y judiciales idóneas

397. El control de constitucionalidad en el amparo

398. Legitimación para promover la acción de amparo

399. Regulación procesal de la acción de amparo

400. Amparo contra actos de particulares

401. Amparo por mora de la Administración

402. Hábeas data

403. Objeto

404. Tipos de hábeas data

405. Legitimación para promover la acción de hábeas data


406. Categorías de datos

407. El consentimiento

408. Ámbito de aplicación

409. Hábeas corpus

410. Regulación legislativa del hábeas corpus

411. Orden de arresto y autoridad competente

412. Tipología del hábeas corpus

413. Hábeas corpus y estado de sitio

414. Legitimación para promover la acción de hábeas corpus

415. Declaración de inconstitucionalidad y actuación de oficio

416. Recurso extraordinario

417. Regulación legislativa del recurso extraordinario

418. Requisitos del recurso extraordinario

419. Requisitos comunes

420. Cuestión federal

421. Relación directa de la cuestión federal

422. Resolución contraria al derecho federal invocado

423. Sentencia definitiva

424. Tribunal superior de la causa

425. Sentencia arbitraria

426. Gravedad institucional

427. Acción de inconstitucionalidad

428. Certiorari

429. Per saltum

430. Amicus curiae


CAPÍTULO XV
LAS GARANTÍAS INSTITUCIONALES
431. Estado de sitio

432. Causales del estado de sitio

433. Competencia para declarar el estado de sitio

434. Duración del estado de sitio

435. Efectos de la declaración del estado de sitio

436. Derechos y garantías que no se suspenden

437. Control de razonabilidad

438. Arresto y traslado de personas

439. Derecho de opción

440. Intervención federal

441. Regulación constitucional

442. Causales de intervención federal

443. Autoridad provincial habilitada para requerir la intervención

444. Órgano competente para declarar la intervención

445. Alcances y efectos de la intervención federal

446. Emergencia y orden constitucional

447. Estado de asamblea

448. Ley marcial

449. Régimen de emergencia y facultades extraordinarias

450. Emergencia económica

451. El orden constitucional

452. Los actos de fuerza

453. Consecuencias de los actos de fuerza

454. El derecho de resistencia


455. Delitos contra el Estado

456. Ética pública

457. Ley Nacional de Ética Pública

CAPÍTULO XVI
PODER LEGISLATIVO

458. Funciones del Congreso

459. Organización del Congreso

460. Actuación de las Cámaras del Congreso

461. Atribuciones de la Cámara de Diputados

462. Atribuciones de la Cámara de Senadores

463. Composición de la Cámara de Diputados

464. Sistema electoral

465. Diputados suplentes

466. Número de miembros de la Cámara de Diputados

467. Condiciones para ser elegido diputado

468. Duración del mandato y renovación de la Cámara de Diputados

469. Composición de la Cámara de Senadores

470. Sistema electoral

471. Senadores suplentes

472. Número de miembros de la Cámara de Senadores

473. Condiciones para ser elegido senador

474. Duración del mandato y renovación de la Cámara de Senadores

475. Presidencia del Senado

476. Condiciones, inhabilidades e incompatibilidades congresuales

477. Condiciones para ser legislador

478. Inhabilidades
479. Incompatibilidades constitucionales

480. Incompatibilidades legales y éticas

481. Prerrogativas congresuales

482. Juicio de las elecciones

483. Reglamento interno

484. Comisiones internas

485. Potestades disciplinarias

486. Potestad disciplinaria sobre los legisladores

487. Desacato congresual

488. Pedido de informes al Poder Ejecutivo

489. Remuneración de los legisladores

490. Inmunidad por las expresiones

491. Inmunidad de arresto

492. Suspensión parcial del proceso penal

493. El desafuero

494. La Ley de Fueros

495. Las sesiones del Congreso

496. Sesiones preparatorias

497. Sesiones ordinarias

498. Sesiones de prórroga

499. Sesiones extraordinarias

500. Publicidad de las sesiones

501. Quórum y régimen de mayorías

502. Mayorías especiales sobre la totalidad de los presentes

503. Mayoría absoluta sobre la totalidad de los miembros existentes


504. Mayoría especial sobre la totalidad de los miembros existentes

CAPÍTULO XVII
LA ACTIVIDAD DEL CONGRESO

505. Sanción de las leyes

506. Promulgación y publicación de las leyes

507. Leyes secretas

508. El veto del Poder Ejecutivo

509. El veto y la promulgación parcial de las leyes

510. Nulidad de las leyes

511. Delegación de facultades legislativas

512. Límites de la delegación de facultades legislativas

513. Comisión Bicameral Permanente

514. Atribuciones del Congreso

515. Atribuciones jurídicas

516. Leyes federales y de derecho común

517. Igualdad y privilegios

518. Establecimientos de utilidad nacional

519. Poderes implícitos

520. Atribuciones económicas y financieras

521. Integración del Tesoro nacional

522. Aduana y libertad de circulación

523. Navegación y habilitación de puertos

524. Poder impositivo y coparticipación

525. Empréstitos y deuda pública

526. Bienes de propiedad nacional

527. Moneda y régimen bancario


528. Ley de presupuesto

529. Subsidios a las provincias

530. Regulación del comercio

531. Regulación del correo

532. Atribuciones de política internacional

533. Atribuciones de seguridad nacional

534. Derechos de los pueblos indígenas

535. Cláusula del progreso

536. Educación

537. Autonomía universitaria

538. Protección de la cultura y el pluralismo

539. Atribuciones de organización

540. Amnistías generales

541. Renuncia del presidente o vicepresidente

542. Función preconstituyente

543. Comisiones investigadoras

544. Límites del poder de investigación

545. Atribuciones de control

546. Auditoría General de la Nación

547. El defensor del Pueblo

548. El juicio político

549. El eslabón perdido

CAPÍTULO XVIII
PODER EJECUTIVO

550. La función ejecutiva

551. Sistemas de organización del Poder Ejecutivo


552. Presidencialismo

553. Parlamentarismo

554. Gobierno de asamblea

555. El sistema presidencialista argentino

556. Elección presidencial

557. Elección presidencial en la Constitución

558. Condiciones de elegibilidad

559. Remuneración e incompatibilidades

560. Duración del mandato y reelección presidencial

561. Acefalía del Poder Ejecutivo

562. El vicepresidente de la Nación

563. La institución ministerial

564. Integración de los ministros en el órgano ejecutivo

565. Divisiones ministeriales

566. Designación y remoción de los ministros

567. Incompatibilidades

568. Funciones ministeriales

569. Control del presidente

570. Colaboración y asesoramiento

571. Resoluciones administrativas

572. Representación ante el Congreso

573. El jefe de gabinete

574. Atribuciones del Poder Ejecutivo

575. Atribuciones administrativas

576. Atribuciones reglamentarias


577. Atribuciones colegislativas

578. Veto y promulgación parcial de las leyes

579. Decretos de necesidad y urgencia

580. Delegación de facultades legislativas

581. Nombramiento de funcionarios

582. Atribuciones en materia de garantías institucionales

583. Indulto y conmutación de penas

584. Relaciones internacionales

585. Atribuciones militares

CAPÍTULO XIX
PODER JUDICIAL

586. Función judicial

587. Tribunales administrativos

588. Arbitraje

589. Estructura del Poder Judicial

590. Competencia de la justicia federal

591. Competencia de la Corte Suprema de Justicia

592. Competencia originaria

593. Inmunidad de jurisdicción del Estado extranjero

594. Competencia apelada

595. Conflictos interprovinciales

596. Titularidad del Poder Judicial

597. La Corte Suprema de Justicia

598. Condiciones e incompatibilidades

599. Nombramiento y remoción de los jueces

600. Jueces de la Corte Suprema de Justicia


601. Número de jueces de la Corte Suprema de Justicia

602. División de la Corte Suprema de Justicia en salas

603. Presidencia de la Corte Suprema de Justicia

604. Conjueces de la Corte Suprema de Justicia

605. Jueces de los tribunales inferiores de la Nación

606. Independencia del Poder Judicial

607. Inamovilidad de los jueces

608. Compensación económica

609. Los jueces y el impuesto a las ganancias

610. Otras garantías

611. Publicidad de los actos judiciales

612. Potestades disciplinarias

613. El juicio por jurados

614. Consejo de la Magistratura

615. Composición del Consejo de la Magistratura

616. Atribuciones del Consejo de la Magistratura

617. Atribuciones administrativas

618. Selección de candidatos para cargos judiciales

619. Sanciones disciplinarias

620. Remoción de los jueces

621. Jurado de enjuiciamiento

622. Ministerio Público


Presentación
El Manual de Derecho Constitucional es un compendio que tiene por objeto
facilitar el acceso al conocimiento de los aspectos sustanciales
correspondientes a la materia que abarca. Su desarrollo profundizado, las
opiniones emitidas por los autores que analizaron dichos temas y la bibliografía
de consulta están expuestos en el Tratado de Derecho Constitucional cuya
tercera edición fue realizada por La Ley en abril de 2010.
CAPÍTULO I
Derecho Constitucional
SUMARIO
1. Concepto del Derecho Constitucional.
2. Concepto tradicional.—
3. Concepto moderno.—
4. Fuentes del Derecho Constitucional.—
5. La Constitución.
6. Las leyes institucionales.—
7. La costumbre.—
8. Clasificación de las costumbres.
9. Jurisprudencia.
10. Doctrina.
11. Derecho comparado.
12. Finalidad del Derecho Constitucional.
13. Relaciones con otras disciplinas.
14. Metodología del Derecho Constitucional.
15. Técnica metodológica de investigación.
16. Enfoque metodológico.
17. El método.
18. Constitucionalismo y estado de derecho.
19. Técnicas del constitucionalismo.
20. Ciclos políticos.
21. Educación para la libertad.
1. Concepto del Derecho Constitucional
Son innumerables las definiciones formuladas sobre el concepto de Derecho
Constitucional. Algunas, particularmente a partir del siglo XIX, lo presentan como
sinónimo de constitución. Otras aluden a la noción de norma jurídica fundamental que
organiza la estructura estatal y el ejercicio del poder de la organización política global.
Existen las definiciones que, en el marco de un enfoque jurídico con matices
sociológicos, le atribuyen un contenido doctrinario traducido en el reconocimiento de
los derechos subjetivos y en la formulación de técnicas gubernamentales destinadas a
evitar la concentración del poder. También se hace referencia al Derecho Constitucional
como sistema basado sobre los valores asignados a la "democracia liberal" o la
"democracia social", que excluye —erróneamente— la presencia de nuestra disciplina
en los sistemas políticos, absolutistas o totalitarios.
Para aproximarnos a un concepto preciso del Derecho Constitucional, podemos destacar
que es una disciplina científica que, como parte integrante de la Ciencia Política, tiene
por objeto el estudio y la sistematización en un ordenamiento jurídico de las relaciones
de poder y convivencia social, que se expresan en el ámbito de una organización
política global.
El análisis científico se efectúa con un criterio esencialmente dinámico y realista. En él
se conjugan, tanto los aspectos reguladores de la conducta humana que surgen de las
normas jurídicas positivas calificadas como fundamentales, y que condicionan la
validez del ordenamiento jurídico, como los aspectos provenientes de la realidad social
que son generados por el funcionamiento efectivo de las instituciones políticas y
sociales, aunque no estén incorporadas a un texto normativo llamado "constitución".
El Derecho Constitucional no es propiamente una ciencia, sino una disciplina autónoma
que es parte orgánica de la Ciencia Política. El objeto de esta última es el poder político,
concebido como una energía que produce la suprema relación de mando y obediencia en
el seno de una sociedad, y a la cual quedan subordinados los restantes poderes sociales,
tales como los poderes militar, religioso, familiar, gremial, empresarial o económico.
Se trata de una definición que no disfruta de una aceptación unánime, aunque
consideramos que es la que más se aproxima para la determinación de su contenido y
objetivos. En efecto, se traduce en una teoría empírica gestada por la experiencia
política de la humanidad que nos presenta la historia para su entendimiento y
sistematización.
Su contenido son las relaciones políticas, tanto de carácter agonal como arquitectónico;
tanto aquellas orientadas a la conquista del poder como las destinadas a modelar las
instituciones.
Su finalidad reside en ofrecer un conocimiento objetivo sobre tales relaciones,
desprovisto de toda connotación subjetiva que pudiera estar forjada por una idea
preconcebida. Conocimiento objetivo que debe ser esencialmente práctico, y no teórico
desconectado de la realidad o basado sobre la emisión de juicios de valor encubiertos
por una fachada científica.
Ese poder político también determina el contenido del Derecho Constitucional, aunque
sin extenderse a toda la amplia gama de sus manifestaciones. Se limita al análisis de
ciertos fenómenos del poder político en sus proyecciones institucionales, jurídicas y
sociales.
Así, en parte, su objeto consiste en el estudio, descripción, análisis y sistematización de
los fenómenos del poder sujetos a una regulación normativa suprema que gravitan
decisivamente sobre el funcionamiento de un sistema político.
Pero su ámbito no se agota con el análisis normativo. Además de ocuparse del orden
constitucional, se extiende a su análisis comparativo con el orden político, aunque
prescinde de la consideración científica de los factores que determinan el
comportamiento político cuando ellos están sujetos al estudio de otras disciplinas de la
Ciencia Política de cuyos resultados, de todas maneras, se nutre el Derecho
Constitucional como consecuencia de la interdependencia científica.
La unidad de análisis del Derecho Constitucional supera el contenido asignado a un
documento jurídico básico conocido con el nombre de "constitución" y que, por obra de
un enfoque normativo positivo, permite calificar la validez formal y sustancial de las
normas reglamentarias del texto constitucional.
Ese contenido del Derecho Constitucional excede el marco puramente jurídico y de este
modo abarca tres aspectos resultantes de la manifestación del poder político:
1) La regulación normativa del comportamiento social de los destinatarios del poder y
de los límites del poder ordenador.
2) La estructura del poder de la organización política global que posibilita su
tipificación formal.
3) La organización del poder en la sociedad política global, particularmente el Estado,
mediante la distribución de su ejercicio entre los organismos gubernamentales y las
fuerzas políticas.
La inserción de ese contenido en la realidad política presupone el conocimiento
necesario de la idea política dominante y de las bases doctrinarias del sistema, así como
del funcionamiento de los poderes de hecho y de la relación de concordancia o
discordancia existente entre el orden político y el orden constitucional normativo.
El concepto y el contenido que le asignamos al Derecho Constitucional estuvieron
presentes en los orígenes de nuestra disciplina con prescindencia de la gravitación que,
sobre su desenvolvimiento, ejerció el movimiento constitucionalista. Así, la
denominación "Derecho Constitucional", su desarrollo como disciplina autónoma y su
contenido axiológico determinado por la libertad y dignidad del hombre tuvieron, como
punto de partida, la difusión experimentada por el movimiento constitucionalista
durante la segunda mitad del siglo XVIII. Pero el concepto de Derecho Constitucional
no debe estar sujeto a una concepción ideológica determinada si pretende preservar su
carácter científico.
2. Concepto tradicional
El desenvolvimiento del Derecho Constitucional como disciplina estrictamente jurídica,
desprovista de toda consideración filosófica, política, histórica y sociológica, tuvo su
expresión más significativa en Alemania, a partir de mediados del siglo XIX y ejerció
una influencia decisiva sobre la evolución de los estudios constitucionales operada en
otros países, particularmente en España e Italia, hasta bien avanzado el siglo XX. Su
gravitación no se limitó al continente europeo sino que se proyectó también sobre los
analistas del Derecho Constitucional en los países de América latina.
Bajo los auspicios de figuras relevantes del pensamiento, tales como Gerber, Laband y
Jellinek, la enseñanza del Derecho Constitucional comenzó a ser sistematizada sobre la
base de la aplicación excluyente de un enfoque jurídico positivista, que consideraba sólo
al Estado como única unidad válida para el análisis científico. El Derecho
Constitucional fue entendido como una disciplina que se agotaba con el estudio y la
descripción de la constitución jurídica, y el ámbito para el análisis de los fenómenos
constitucionales fue limitado al Estado.
Por obra de la escuela alemana, cuya gravitación científica se proyectó hasta mediados
del siglo XX, fueron elaboradas las definiciones clásicas del Derecho Constitucional.
Éste se nos presentaba como la disciplina autónoma que se ocupaba de estudiar el
conjunto de las normas fundamentales positivas expuestas en una constitución, de las
cuales dependía la validez formal y sustancial de las restantes normas incorporadas al
ordenamiento jurídico estatal, o como la disciplina que estudiaba las relaciones del
poder político y de las facultades normativas de los órganos del gobierno y que
establecía las normas positivas fundamentales que regulaban la convivencia social.
En definitiva, el Derecho Constitucional aparecía forjado como una disciplina
exclusivamente jurídica que estudiaba los fenómenos normativos de manera abstracta y
con referencia al deber ser jurídico del derecho positivo vigente en un Estado.
El Derecho Constitucional se definía como el derecho de la constitución jurídica de un
país. Como disciplina que estudiaba la constitución jurídica de un Estado, dejaba al
margen los factores no jurídicos que gravitan sobre el comportamiento social y sobre el
contenido que se le asigne a las normas.
Siguiendo los lineamientos clásicos del enfoque jurídico que presidió los estudios de
nuestra disciplina hasta bien avanzado el siglo XX, el Derecho Constitucional fue
definido como el conjunto de normas jurídicas fundamentales debidamente
sistematizadas y expuestas en un documento constitucional, de las cuales depende la
validez de todo el ordenamiento jurídico regulador del comportamiento humano en una
sociedad estatal.
El Derecho Constitucional nos era presentado como una disciplina esencialmente
jurídica, cuyo objeto se limitaba a la consideración de las normas positivas básicas,
constitutivas y reguladoras del Estado y el gobierno. En algunos casos se llegaba al
extremo de identificar el concepto de Derecho Constitucional con el concepto de
constitución.
Limitar el contenido del Derecho Constitucional al texto de la constitución formal,
mediante la identificación de ambos conceptos, no configura un enfoque totalmente
incorrecto. Sin embargo, su aplicación excluyente trae aparejado un conocimiento
incompleto al asignar a nuestra disciplina una connotación meramente teórica,
desconectada de la realidad política y de las instituciones que conforman el sistema po
lítico.
El concepto clásico del Derecho Constitucional, además de ceñirse rigurosament e al
enfoque jurídico, presentaba al Estado como unidad exclusiva de análisis para los
fenómenos constitucionales. Esta nueva limitación, al excluir otros modelos de
organización política global, restringía considerablemente la proyección histórica e
internacional de los estudios y de este modo ofrecía una visión parcializada de la
materia constitucional. El proceso de integración o globalización, que comenzó a
desarrollarse en el siglo XX, mal podía ser abarcado mediante un enfoque jurídico del
Derecho Constitucional circunscripto a las fronteras de un Estado. El concepto absoluto
del poder soberano del siglo XIX colisionaba con el concepto relativo que comenzó a
ser esbozado a mediados del siglo XX.
El Estado, como modelo de organización política global, es un tipo histórico surgido a
fines del siglo XV que, a las tres condiciones o presupuestos comunes para la existencia
de toda organización política —poder, territorio y población—, agrega dos requisitos
específicos que son la comunidad nacional y la institucionalización del poder.
Concentrar el estudio de los fenómenos constitucionales solamente sobre el ámbito
estatal importa desconocer su proyección sobre las organizaciones políticas globales que
no son Estados. Especialmente, respecto de algunas que están en vías de gestación en el
marco internacional y cuyo desarrollo supera las conclusiones elaboradas por la teoría
del Estado y ofrece nuevos modelos de organización para la convivencia social y
política.
3. Concepto moderno
La intensa evolución operada en el campo de la Ciencia Política y del Derecho
Constitucional pone de manifiesto que la aplicación exclusiva del enfoque tradicional
reduce sensiblemente el acceso a un conocimiento pleno del fenómeno constitucional, y
que su carácter estático impide el análisis de múltiples facetas que son planteadas por el
dinamismo de la vida política.
Sin embargo, la insuficiencia que presenta el enfoque clásico del Derecho
Constitucional no significa que deba ser desestimado, ni que el estudio de los
fenómenos constitucionales pueda desenvolverse científicamente con prescindencia del
derecho positivo.
Como el fenómeno constitucional trasciende el marco puramente jurídico debido a la
compleja interacción de individuos, grupos sociales e instituciones, el Derecho
Constitucional moderno abarca, no solamente las normas positivas que determinan la
estructura formal de un sistema político en orden a las conductas y la organización, sino
también las instituciones políticas que pueden o no estar previstas en el documento
jurídico fundamental que es la constitución.
Sobre tal base, el contenido del Derecho Constitucional puede ser agrupado en tres
unidades de análisis inseparables para la formulación de conclusiones realistas:
1) Las normas jurídicas que conforman el orden constitucional y que, en su detalle,
pueden o no estar orgánicamente comprendidas en el texto de la constitución.
2) La realidad u orden político resultante del comportamiento social determinado por la
acción de los individuos, fuerzas políticas e instituciones.
3) El análisis comparativo entre el orden constitucional previsto por la norma jurídica y
el orden político generado por normas y conductas que tipifican a un sistema político,
que permite formular conclusiones científicas.
Es indudable que la constitución y las leyes constitucionales ocupan un espacio
relevante en el Derecho Constitucional. Pero no siempre la realidad política presenta las
características y modalidades que impone el ordenamiento jurídico, sino que puede
apartarse, total o parcialmente, del modelo establecido por el orden constitucional. No
por ello estaremos al margen de un fenómeno constitucional que, como tal, merece ser
estudiado por nuestra disciplina.
Circunscribir los estudios constitucionales al marco jurídico puede conducir a la
formulación de conclusiones teóricamente válidas pero carentes de sustento y utilidad
práctica. La ruptura del orden constitucional, los gobiernos y funcionarios de facto, los
grupos de presión, los grupos de opinión, los poderes de hecho, los partidos políticos,
los sistemas electorales, la regulación de ciertos derechos o bajo determinadas
condiciones, son solamente algunos de los fenómenos políticos que gravitan sobre el
proceso constitucional, sin estar necesariamente previstos por la norma jurídica
fundamental o sin estar contemplados por la ley con las características bajo las cuales se
manifiestan.
Sin embargo, como el Derecho Constitucional engloba las normas constitucionales y las
instituciones políticas, estén o no formuladas en el texto de la constitución, las
conclusiones que puedan resultar del estudio de nuestra disciplina no serán extrañas
para el sistema político caracterizado por una idea política dominante y permitirán
efectuar una interpretación realista del ordenamiento constitucional que haga posible la
precisión científica de su significado y alcance.
Conforme a este enfoque, podemos definir el Derecho Constitucional como aquella
disciplina, integrante de la Ciencia Política, que aborda el análisis del orden político y
del orden normativo fundamental con el objeto de forjar, sobre la base de la idea política
dominante, una organización global estable, perdurable y acorde con los axiomas
imperantes en una sociedad.
4. Fuentes del Derecho Constitucional
Se denominan "fuentes del Derecho Constitucional" a los diversos modos, formas o
factores que determinan los contenidos de esa disciplina. Contenidos cuyo análisis
científico permite forjar leyes de igual naturaleza como conclusión de una labor
intelectual pragmática y no especulativa.
Las fuentes del Derecho Constitucional abarcan tanto los procedimientos que permiten
la manifestación o exteriorización de tales contenidos, como los factores sociales,
políticos, económicos e históricos que perfilan la conformación de estos últimos.
Las primeras son las fuentes formales del Derecho Constitucional, en tanto que las
segundas son las fuentes materiales.
Las fuentes del Derecho Constitucional, tanto en su aspecto formal como material, se
dividen en fuentes directas o indirectas. En las primeras, se advierte una relación
inmediata con los contenidos de la disciplina. En las segundas, la relación se concreta
por su conexión con las fuentes directas, que se nutren de su esencia a través de la
investigación e interpretación.
Son fuentes directas o inmediatas la constitución, las leyes institucionales y la
costumbre. Son fuentes indirectas o mediatas la jurisprudencia, la doctrina y el derecho
comparado.
5. La Constitución
La constitución, como documento jurídico en el cual son expuestos de manera orgánica
los principios fundamentales del ordenamiento normativo de una organización política
global, es la más importante de las fuentes del Derecho Constitucional.
Si bien se trata de un documento jurídico, su comprensión no puede prescindir de los
valores institucionales y simbólicos o sociológicos que conforman el concepto de
constitución.
Ella es un documento jurídico, pero también un instrumento de gobierno para alcanzar
los grandes fines que determinaron la concreción de cierta unidad nacional y el destino
que fue bosquejado para el desarrollo de la comunidad.
En ella, solamente son sistematizados de manera genérica los preceptos básicos que
prescriben las normas reguladoras de la conducta social y las referentes a la
organización del poder.
Considerando el dinamismo de la vida social, resulta imposible que las normas jurídicas
prevean, en detalle, todos los aspectos de aquélla.
Asimismo, en el caso de las constituciones, para preservar su perdurabilidad, es
inconveniente la inserción de normas específicas sobre las diversas áreas de la
convivencia social o de la estructuración del poder.
El incumplimiento de esa regla determina que una constitución, al poco tiempo de ser
sancionada, se torne inaplicable por haber quedado a la zaga de la realidad social. Tal
circunstancia aconseja incorporar a las constituciones solamente los lineamientos
generales que reflejen su carácter de instrumento de gobierno y símbolo de la unidad
nacional.
Las normas constitucionales, en atención a su redacción genérica y flexible, deben ser
desarrolladas por la legislación reglamentaria, con el propósito de prever las soluciones
y satisfacer las necesidades esencialmente variables de la sociedad.
Estas últimas, que complementan la constitución y se adecuan a ella, no necesariamente
son fuentes del Derecho Constitucional. Las que sí revisten esa calidad son las leyes
institucionales y ciertos tratados internacionales aprobados por ellas.
6. Las leyes institucionales
La eficacia de una constitución está condicionada, entre otros presupuestos, a que sus
normas sean breves, claras, concisas, genéricas y flexibles para permitir su adecuación a
los casos particulares mediante la sanción de las leyes reglamentarias.
Pero existen ciertas materias que son esenciales para la configuración del sistema
político y cuya concreción el constituyente ha delegado en el legislador. De modo que la
materia constitucional no está contenida solamente en la constitución, sino también en
aquellas leyes reglamentarias que desarrollan aspectos sustantivos de la organización
constitucional genérica y por imposición del propio texto constitucional.
La legislación electoral, la regulación normativa de los partidos políticos; las
disposiciones referentes a la acefalía del Poder Ejecutivo; los reglamentos internos de
las Cámaras del Congreso; la ley de organización del Poder Judicial; la ley de
ministerios; las leyes reglamentarias de la iniciativa y consulta popular; de las acciones
de hábeas corpus, amparo y hábeas data; de la Auditoría General de la Nación; de la
Defensoría del Pueblo; del Consejo de la Magistratura; y muchas más, reglamentan
principios y declaraciones contenidas en el texto constitucional, y así abarcan aspectos
fundamentales referentes a la organización de la sociedad política y de sus instituciones
básicas.
Estas disposiciones legales, que pueden merecer el calificativo de "normas
constitucionales de segundo grado", son fuentes directas del Derecho Constitucional,
siempre que sean concordantes con el texto constitucional y que, con respeto del
principio de la supremacía constitucional, no se aparten de la constitución sino que se
limiten a desarrollar o reglamentar los principios contenidos en ella.
En esta categoría genérica cabe incorporar a los tratados y convenciones
internacionales, siempre que revistan esa cualidad institucional. Conforme al art. 75,
inc. 22, de la Constitución Nacional, todos los tratados tienen jerarquía superior a las
leyes. Pero, a igual que las leyes, no todos los tratados son fuentes del Derecho
Constitucional. Solamente presentan esa característica los tratados de integración del
art. 75, inc. 24, de la Ley Fundamental y algunas de las cláusulas de los tratados
internacionales sobre derechos humanos previstos en el inc. 22.
7. La costumbre
La costumbre consiste en una conducta generalizada, constante y uniforme que adoptan
los miembros de una sociedad con el convencimiento de que ella responde a una
necesidad u obligación que es jurídicamente exigible.
Las conductas que conforman una costumbre son generalizadas cuando su práctica es
realizada por el conjunto de los individuos, como acción o reacción racional destinada a
satisfacer una necesidad específica. No debe tratarse de un comportamiento reservado a
determinados grupos sociales o resistido por otros, sino aceptado por la totalidad de esos
grupos sociales inorgánicos.
Tales conductas son constantes cuando se reiteran ininterrumpidamente en el tiempo
con igual contenido, efectos y motivaciones. La suspensión o cesación transitoria de los
factores determinantes de un comportamiento no es suficiente para justificar el
desconocimiento de una costumbre.
La uniformidad de las conductas significa que sus contenidos deben ser iguales o
similares en todos los casos. Ante la producción de una serie de hechos iguales o
similares, el contenido de la acción o reacción que despliegan los grupos sociales
también deberá ser igual o similar. La diversidad en el contenido de las conductas revela
la inexistencia de una práctica común que se reitera genéricamente en el curso de la vida
social.
Para que una práctica común asuma el rol de una costumbre, además de ser
generalizada, constante y uniforme, deberá ser considerada como necesaria o inevitable
para el logro de un objetivo determinado. Debe responder al imperativo de satisfacer
una necesidad que se traduzca en la imposición de la conducta con el carácter de una
obligación jurídica.
La convicción colectiva sobre la obligatoriedad de una costumbre no es suficiente para
que ella se torne efectiva jurídicamente. Los derechos u obligaciones que genera la
costumbre tienen fuerza social pero no jurídica. Solamente la adquieren cuando son
receptadas por una sentencia judicial o una ley emitida por el Congreso.
8. Clasificación de las costumbres
Teniendo en cuenta sus efectos, las costumbres se dividen en: costumbre interpretativa o
secundum legem , costumbre supletoria o praeter legem y costumbre modificatoria o
contra legem .
La costumbre constitucional secundum legem tiene como fundamento una disposición
constitucional a la cual procura aclarar o complementar, sin apartarse del significado
que a esa disposición le acuerda una interpretación teleológica, sistemática o dinámica
del texto constitucional. Ella siempre presupone la existencia de una norma
constitucional oscura o de dudosa hermenéutica, cuya interpretación se verifica por obra
del comportamiento de los grupos sociales. Se trata de la interpretación gestada por esas
conductas generalizadas, constantes, uniformes y necesarias, y que está dotada de un
grado elevado de legitimidad debido al sujeto del cual proviene.
La costumbre supletoria o praeter legem es aquella cuyo contenido subsana el silencio o
la omisión de la constitución, al crear nuevas normas constitucionales o proyectar las
existentes, que son aplicables al caso carente de previsión en la ley fundamental.
No integra esta categoría la costumbre supletoria de una ley reglamentaria del texto
constitucional que no fue sancionada. En este caso, la costumbre no suple a la
Constitución sino a la ley.
En materia constitucional, la costumbre praeter legem es improbable cuando la
formulación de las normas constitucionales está precedida por una correcta aplicación
de las reglas técnicas para la elaboración de las constituciones. En tales casos, los
eventuales silencios u omisiones de la constitución se subsanan con la interpretación
constitucional o con la costumbre secundum legem.
De todos modos, frente a una hipótesis real de silencio u omisión constitucional, será
aceptable la costumbre supletoria, siempre y cuando su contenido no se oponga al
espíritu ni a la letra del texto constitucional.
La costumbre contra legem es aquella que modifica o deroga una disposición
constitucional. Ella resulta inaceptable en el ámbito de un sistema constitucional de
carácter rígido que atribuye el ejercicio de la función constituyente a un órgano
determinado. Si la función constituyente y la consecuente reforma constitucional están
previstas en la constitución, toda modificación que se introduzca a ella carecerá de
validez si se aparta de tales previsiones.
En tal caso no habrá reforma de la constitución, sino ruptura del orden constitucional,
producida por su incumplimiento a través del comportamiento social.
La Corte Suprema de Justicia, por decisión mayoritaria(1) , tiene resuelto que el
principio de legalidad establecido por el art. 18 de la Constitución cede frente a la
costumbre internacional aunque, en el caso concreto, se trate de una costumbre contra
legem.
No compartimos semejante conclusión. Aceptar que la costumbre internacional contra
legem sea fuente del Derecho Constitucional y modificatoria de la Constitución importa
avalar la perversión constitucional. Perversión motivada a menudo por el deseo de
imponer una ideología política o la alteración de los valores constitucionales, debido al
fracaso experimentado por una propuesta de reforma constitucional en tal sentido.
Importa subordinar el texto de una constitución a las vías de hecho.
Esto no se debe a que las violaciones sean resultado de una interpretación incorrecta o
de una mala interpretación, sino a que tanto la perversión como la violación de una
norma constituyen un desafío a su pretendida universalidad. Constituyen excepciones, y
todas las excepciones debilitan la fuerza de una norma. En un orden político altamente
desarrollado es muy importante que todo cambio de las normas constitucionales sea
llevado a cabo por la autoridad concreta que hace las normas según el sistema que, en el
caso de ellas, no es el juez ni la costumbre internacional.
Si bien la costumbre, en sus tres variantes, constituye una fuente importante del
derecho, su ámbito de gravitación se reduce sensiblemente en materia constitucional.
La presencia de una constitución rígida, como lo son la inmensa mayoría de las
constituciones modernas, que reservan el ejercicio de la función constituyente a un
órgano representativo de la sociedad y que desconocen la validez de toda reforma
constitucional efectuada al margen del procedimiento que ella estatuye, descalifica a la
costumbre contra legem y también a la praeter legem cuando su contenido no se
compadece con el espíritu de la constitución.
9. Jurisprudencia
La jurisprudencia, como fuente indirecta del Derecho Constitucional, está representada
por las decisiones uniformes y constantes emanadas de los tribunales y, en particular, de
la Corte Suprema de Justicia de la Nación, sobre materias de naturaleza constitucional.
Los principios asentados en un pronunciamiento judicial aislado no son suficientes para
constituir jurisprudencia hasta tanto sean receptados de manera uniforme por los
tribunales para resolver casos análogos o similares.
En realidad, mediante la jurisprudencia no se crean normas constitucionales ni se
aportan nuevos contenidos a la constitución, sino que son precisados los alcances y
significados atribuidos a las cláusulas contenidas en el texto constitucional, lo que
otorga uniformidad y estabilidad a la interpretación constitucional. Ello en modo alguno
resiente el valor inapreciable que tiene la labor de los jueces en la custodia del sistema
constitucional al preservar su vigencia y consolidación mediante la hermenéutica.
Esta función trascendental de la jurisprudencia, que afianza la seguridad jurídica, tuvo
importantes y numerosas manifestaciones en nuestro país.
En varias oportunidades, la Corte Suprema destacó que los jueces inferiores tienen el
deber de conformar sus decisiones a lo decidido por ella, y que carecen de
fundamentación las sentencias de esos tribunales inferiores que se apartan de los
precedentes de la Corte, sin aportar nuevos elementos que justifiquen modificar la
posición adoptada por el Alto Tribunal(2) . Las sentencias de los jueces inferiores deben
receptar las decisiones de la Corte Suprema de Justicia, sin mengua de la facultad de
expresar su disconformidad con el contenido de ellas.
Pero medien o no esos nuevos elementos, solamente la Corte Suprema de Justicia puede
alterar la doctrina jurisprudencial vigente y establecida por ella. Doctrina que, con
frecuencia, es receptada por el legislador o el constituyente mediante su inserción en las
normas jurídicas que emite.
Si bien entendemos que la doctrina jurisprudencial de la Corte Suprema de Justicia
solamente puede ser modificada por ella, de manera indirecta la alteración puede ser
provocada por ciertos tribunales internacionales, particularmente la Corte
Interamericana de Derechos Humanos, por aplicación de la Convención Interamericana
sobre Derechos Humanos (art. 75, inc. 22, CN).
En varias oportunidades la Corte Suprema de Justicia sostuvo que corresponde la
adecuación de la jurisprudencia nacional a la emanada de la Corte Interamericana de
Derechos Humanos cuando, mediante ella, se interpreta la Convención Americana sobre
Derechos Humanos(3) . Iguales consideraciones fueron expuestas respecto de la
doctrina jurisprudencial del Tribunal Europeo de Derechos Humanos al aplicar la
Convención Europea de Derechos Humanos, aunque con la salvedad de que ella no es
vinculante para los tribunales nacionales(4) . Es que, en materia de derechos humanos,
la Corte Interamericana de Derechos Humanos acude, con frecuencia, a los precedentes
emitidos por la Corte Europea de Derechos Humanos.
10. Doctrina
La doctrina, como fuente indirecta del derecho, está compuesta por las opiniones
formuladas por los juristas desde la cátedra universitaria, el libro y cualquier medio
técnico de comunicación social, con el objeto de determinar el significado de las normas
jurídicas existentes y de proyectar nuevas disposiciones legales destinadas a regular, con
mayor eficacia, razonabilidad y justicia, las relaciones sociales. En materia
constitucional, su ámbito se extiende tanto a la interpretación constitucional como a la
construcción teórica de nuevas instituciones.
La importancia y gravitación de la doctrina se basan, fundamentalmente, sobre la
jerarquía intelectual de los autores, cuya labor está precedida por una sólida
investigación que enriquece los conocimientos jurídicos de quienes son llamados a
adoptar una decisión política o judicial.
Por otra parte, es frecuente que los estudios realizados por los juristas no estén
motivados por intereses sectoriales o presiones políticas, sino por sus vocaciones
científicas que los impulsan a investigar objetivamente y a formular conclusiones
integradas por juicios de conocimiento y no de valor.
11. Derecho comparado
El derecho comparado, como fuente mediata o indirecta del derecho constitucional,
consiste en la descripción y análisis de los ordenamientos jurídicos fundamentales de los
países extranjeros y de las organizaciones supranacionales, con el propósito de
determinar sus bondades y defectos, y de establecer las concordancias o divergencias
que presenten en su análisis comparativo con el derecho local.
Mediante la comparación positiva de las normas constitucionales, se aplica un enfoque
científico de investigación que amplía los conocimientos sobre los diversos
ordenamientos jurídicos y pone de relieve las tendencias políticas y jurídicas que se
advierten en ellos. Sin embargo, la importancia de esa labor y la eficaz gravitación del
derecho comparado como fuente indirecta del derecho constitucional están
condicionadas a que la comparación no se limite al texto de las normas sino que se
extienda al real funcionamiento de las instituciones, así como también a su
interpretación jurisprudencial y doctrinaria.
A ello se añade la necesidad de conocer profundamente la realidad social y política de
los países cuyos ordenamientos se comparan, ya que con frecuencia las bondades que
presenta un texto jurídico se deterioran en la práctica por no responder a las
características y necesidades de la sociedad a la cual se aplican, o a la cual se pretenden
aplicar.
El desconocimiento de esas realidades conduce, con lamentable frecuencia, a la
adopción formal de las instituciones jurídicas extranjeras que, si bien pueden adecuarse
a las modalidades sociales y políticas de sus países de origen, resultan incompatibles
con la forma de ser de la sociedad adoptante. Esta previsión, si bien es válida para todas
las áreas del derecho, tiene particular relevancia en materia constitucional, donde el
fracaso de una constitución está acompañado por el caos, la inseguridad jurídica y el
deterioro del sistema político imperante.
12. Finalidad del Derecho Constitucional
La finalidad del Derecho Constitucional consiste en insertar en el plano institucional la
idea política dominante en una sociedad, mediante la instrumentación de los
mecanismos y factores que se consideren apropiados para forjar las bases de un sistema
político acor de con esa idea.
Las diversas clasificaciones de los sistemas políticos pueden ser sintetizadas en función
de las ideas políticas dominantes en ellos.
Entendemos por idea política dominante aquella concepción o axioma aceptado por la
sociedad global que nos permite conocer, en cada caso concreto, las causas que
condujeron a la creación de la organización social, las metas comunes a sus integrantes
que ella aspira a alcanzar y los instrumentos aceptados para la concreción institucional
de ese ideal. No se trata de una simple costumbre, moda o estereotipo social.
A la luz de la idea política dominante, los sistemas políticos pueden ser clasificados en
personalistas o humanistas y transpersonalistas o transhumanistas.
En los primeros, la meta de toda actividad gubernamental o humana, tanto individual
como social, reside en alcanzar y preservar la plena vigencia de la libertad y dignidad
del hombre. Todas las técnicas e instrumentos legales y políticos que se establezcan en
ese sistema tendrán como único objetivo hacer posible el logro de aquella finalidad.
En un sistema personalista, la libertad y la dignidad del ser humano son,
simultáneamente, objeto e instrumento del régimen. Objeto, porque la constitución y
organización del sistema se hacen efectivas para materializar la libertad y la dignidad
del hombre. Instrumento, porque su vigencia permite la subsistencia del sistema, con la
consecuente elevación del ser humano y el desarrollo de su vida espiritual y material.
En los sistemas transpersonalistas, la libertad y la dignidad del ser humano dejan de ser
metas inmediatas, y en su lugar quedan subordinadas a valores que, por imposición de la
idea política dominante, son considerados superiores. En esta escala axiológica, la
grandeza del Estado, la comunidad nacional, la superioridad consolidada de un grupo
social, de una clase, raza, religión, o de cualquier otra institución, se encuentran por
encima de la consideración que puedan merecer la dignidad y la libertad del hombre
como objetivos supremos de toda acción social. La persona, con todos sus atributos
naturales, no es la finalidad del sistema, sino un simple medio para la concreción de
otros valores.
A pesar de las finalidades diferentes que tienen los sistemas políticos humanistas y
transhumanistas, el Derecho Constitucional se encuentra presente en ambos. Por tal
razón, si bien la libertad y la dignidad del ser humano son valores trascendentes y casi
unánimemente aceptados, al menos en la teoría, no configuran la finalidad abstracta del
Derecho Constitucional, sino el objetivo de un sistema político determinado.
En un sistema humanista, el Derecho Constitucional apuntará a la estructuración de la
idea política dominante y procurará reflejarla en el texto constitucional y en el orden
político. Otro tanto acontecerá en un sistema transpersonalista, aunque el contenido de
la idea política dominante difiera sustancialmente de la anterior.
En ambos casos, nos hallaremos en presencia de un Derecho Constitucional.
En un sistema personalista será el derecho de la libertad. De una libertad integral, no
solamente limitada al campo de la política o de la economía.
En un sistema transpersonalista, el Derecho Constitucional no será el derecho de la
libertad sino del autoritarismo. Podrán manifestarse parcialmente expresiones de la
libertad, pero la convivencia social estará signada por la intolerancia, el resentimiento y
el odio hacia todo aquello que no concuerde con el criterio axiológico supremo del
régimen transpersonalista.
Si bien participamos de la concepción que relaciona la finalidad del Derecho
Constitucional con la consagración práctica de la libertad y dignidad del hombre, y
también compartimos la afirmación según la cual el origen de los estudios
constitucionales estuvo relacionado con la problemática del control del poder como
recurso eficaz para evitar su ejercicio abusivo, entendemos que aquélla no es la
finalidad científica del Derecho Constitucional.
Al analizar el contenido del Derecho Constitucional, advertimos que éste está integrado
por un elemento sustancial y por diversos elementos formales. El elemento sustancial
apunta a la reproducción jurídica de la idea política dominante en la sociedad, mientras
que los elementos formales están compuestos por la infinidad de técnicas
constitucionales con cuya aplicación se aspira a institucionalizar, en la realidad política,
la idea dominante en la sociedad.
De ello se desprende que, mientras que la esencia del Derecho Constitucional es única,
cualquiera sea la naturaleza del sistema político, su forma será sustancialmente variable
en la medida que pretenda materializar esa esencia, es decir, la institucionalización de la
idea política dominante con prescindencia de toda consideración axiológica.
13. Relaciones con otras disciplinas
Existe una estrecha relación entre el Derecho Constitucional y la Ciencia Política, a
punto tal que, como consecuencia de la integración de ambas disciplinas operada en el
curso del siglo XX, ellas constituyen una unidad o, si se quiere, cabe afirmar que el
Derecho Constitucional integra la Ciencia Política.
Si el objeto de la Ciencia Política es el poder político, el Derecho Constitucional se
limita a estudiar la estructuración de ese poder en una sociedad global políticamente
organizada. Tanto la Ciencia Política como el Derecho Constitucional se proyectan
sobre un objeto común, pero mientras que para la primera el poder se presenta en forma
general, para el segundo se limita al aspecto constitutivo de la sociedad global.
La realidad política y jurídica nos revela que una gran cantidad de criterios políticos se
ha introducido en el ámbito del derecho y que un número no menor de criterios jurídicos
ha penetrado en la órbita política. Así como el derecho es la institucionalización de una
idea política dominante en la sociedad, la política necesita imperiosamente del derecho
para poder ser expresada en una realidad social dotada de organización.
En este orden de ideas, desconocer al Derecho Constitucional el carácter de parte
integrante de la Ciencia Política equivale a negar la real naturaleza de su objeto, ya que
es indiscutiblemente político el ordenamiento de un Estado y de cualquier organización
política global. La concreción de las leyes fundamentales, que integra la esfera del
Derecho Constitucional, debe necesariamente considerar los efectos políticos que se
derivarán de ellas, ya que la lógica jurídica abstracta es insuficiente para comprender y
valorar la eficacia política de las instituciones.
Los estudios del Derecho Constitucional o de cualquiera de las leyes constitucionales,
desarrollados al margen de la política, generan construcciones teóricas que
probablemente no guarden relación alguna con la realidad cotidiana. Son construcciones
formales sumamente peligrosas para una sociedad que, en definitiva, será una unidad de
experimentación. La eficacia de los estudios del Derecho Constitucional impone el
deber de superar el marco estrictamente jurídico, al tener en cuenta que gran parte de la
actividad política debe ser encauzada, a los fines de su manifestación, mediante formas
jurídicas. Como corolario, la solidez intelectual de los investigadores y científicos
constitucionales debe estar precedida por un conocimiento amplio de la Ciencia Política,
sin caer en la simple especulación que no puede ser sometida a una comprobación
empírica.
La manifestación del factor económico en el curso de la vida social es permanente y
gravita decisivamente sobre las instituciones políticas. Tanto el Derecho Constitucional
como la economía procuran satisfacer las necesidades del hombre en ámbitos de la
convivencia social donde lo político se relaciona con lo económico.
Muchos problemas políticos tienen una profunda raíz económica y, viceversa, conflictos
de orden económico aparecen frecuentemente determinados por los lineamientos
políticos. Asimismo, no podemos desconocer la influencia decisiva que han tenido sobre
la organización política mundial los fenómenos económicos gestados por las relaciones
comerciales de índole internacional.
Sin embargo, es un error creer que la política está inexorablemente determinada por la
economía. Prueba de ello son los numerosos planes y concepciones económicas cuyo
fracaso no obedeció a sus defectos teóricos, sino a su desconocimiento e inaplicabilidad
frente a una realidad política determinada.
En las normas del Derecho Constitucional se encuentran establecidos los principios
básicos de todas las ramas de la ciencia jurídica. En ellos encontramos expresados los
grandes lineamientos a los cuales deberán adecuarse las legislaciones civil, comercial,
penal, administrativa, laboral, procesal, impositiva, militar, aeronáutica y las restantes
ramas del derecho. La función de todas ellas, en el marco de una relación de
subordinación, es la de desarrollar los principios genéricos del Derecho Constitucional.
La relación que media entre el Derecho Constitucional y las diversas ramas del derecho
reviste particular importancia con respecto al Derecho Administrativo. Éste tiene por
objeto la organización y el funcionamiento de la administración pública y la regulación
de las relaciones generadas por la actividad administrativa del Estado.
Sin embargo, la gran importancia de las normas del Derecho Administrativo en atención
a su objeto no significa que el Derecho Constitucional resulte privado de su condición
de derecho básico del cual se desprende la validez de las otras ramas de la ciencia
jurídica. Es así que, como la administración se desenvuelve dentro del marco
establecido por la constitución y las leyes que se dictan en su consecuencia, los
productos del Derecho Constitucional se imponen frente al Derecho Administrativo, el
cual queda en una relación de subordinación.
Las características de esa relación determinan que constituya un grave error en un
sistema personalista la tendencia existente en el Derecho Administrativo que restringe y
subordina la libertad individual al propósito de concretar una administración eficaz del
Estado.
Se ha observado, con acierto, que conforme a ciertos enfoques, el Derecho
Administrativo tiende a ordenar al Estado burocrática y jerárquicamente, y que reduce
al mínimo los efectos del Derecho Constitucional destinados a multiplicar los órganos
de control, aumentar las garantías constitucionales y desarrollar la libertad del hombre.
Frente a estos excesos, cabe concebir el Derecho Administrativo como el derecho del
orden y del autoritarismo, y el Derecho Constitucional como el derecho de la libertad
con responsabilidad. Sin embargo, los excesos de tales enfoques no llegaron a
transformarse en una regla general.
Bien se ha dicho que un presupuesto ineludible del Estado de Derecho es el
sometimiento de la administración al ordenamiento jurídico y que aquél se transforma
en Estado de Policía cuando los administrados están desprovistos de recursos
jurisdiccionales, ante un órgano independiente, para impugnar los actos ilícitos de la
administración que les acarrean un daño en sus derechos.
El Derecho Internacional, como técnica destinada a concretar la paz entre las naciones y
la vigencia de los derechos humanos, no puede ser concebido en conflicto con el
Derecho Constitucional de las sociedades democráticas, donde desempeña el rol de una
técnica para la libertad.
La paz, mediante la organización internacional, y la libertad, mediante la vigencia del
Derecho Constitucional personalista, son objetivos inseparables. Ello a pesar de que el
Derecho Internacional siempre ha estado a la zaga del Derecho Constitucional, ya que la
concreción de los grandes objetivos del primero está condicionada a la efectiva vigencia
de los sistemas políticos personalistas. En efecto, la tutela dispensada a los derechos
humanos se concretó al amparo de normas constitucionales que inspiraron a los sistemas
personalistas, en procura de ampliar su vigencia en los sistemas autoritarios bajo la
modalidad de una suerte de derecho internacional.
De ello se desprende el error de considerar los problemas de la paz y de los derechos
humanos con total despreocupación del marco de la necesaria libertad que ellos
requieren para perdurar. Ello importa olvidar que la estructura jurídica de un sistema
personalista democrático tutela el cumplimiento de las reglas del Derecho Internacional,
al tiempo que es la mejor garantía para su vigencia y difusión. Sin embargo, en los
sistemas donde está firmemente arraigado el totalitarismo, el fracaso de sus
constituciones impulsó a subordinarlas al Derecho Internacional mediante legítimas
declaraciones teóricas que, lamentablemente, no responden a la idea política dominante.
Pero en el orden interno, las reglas del Derecho Internacional que no son incorporados a
él están subordinadas a las normas del Derecho Constitucional de un Estado con poder
soberano, que originan el funcionamiento de la entidad que es sujeto de las relaciones
internacionales. Si no existe esa subordinación, es porque así lo establece el derecho
interno.
En el sistema constitucional argentino, las normas del Derecho Internacional contenidas
en los tratados o convenciones internacionales celebrados por el órgano ejecutivo,
sancionados por ley del Congreso Nacional y ratificados por el Presidente de la
República son parte integrante del derecho interno. Sus normas podrán ser
programáticas u operativas, pero en ambos casos integran el derecho local con los
efectos previstos en el art. 31 de la Constitución Nacional.
Sin embargo, y aunque se cumplan los recaudos formales para la inserción de la norma
internacional en el derecho interno, su validez no está determinada por un acto
internacional sino por su adecuación a la Ley Fundamental.
De ello se deriva que si la cláusula de un tratado se opone a la Constitución, si no
respeta el principio expuesto en su art. 27, carecerá de validez y deberá ser declarada
inconstitucional por los tribunales judiciales en el ejercicio de su función de controlar la
constitucionalidad de las normas jurídicas mediante aplicación del principio de la
supremacía constitucional.
Constituye un grave error equiparar en abstracto las normas internacionales a las
cláusulas de la Constitución o, inclusive, subordinar estas últimas a aquéllas. Ello
importa desconocer el carácter soberano del poder estatal, la división entre el poder
constituyente y los poderes constituidos y el principio de la supremacía constitucional
que afirman la existencia internacional de un Estado como organización política global
independiente.
La libre circulación de los productos y servicios siempre ha sido el factor
desencadenante de la formación de mercados que superan los límites geográficos de los
Estados y provocan la aproximación de ellos. Esa especie de comunidad económica
procura expandirse y, simultáneamente, busca su consolidación en nuevas formas de
organización política global. Formas novedosas que, a su vez, gravitan sobre los
contenidos dinámicos del Derecho Constitucional y permiten, inclusive, que en algún
momento de la historia de la humanidad podamos hacer referencia a un Derecho
Constitucional de la integración o globalización.
Con frecuencia, la intensidad de las conductas sociales que dan nacimiento, o son
consecuencia de las modalidades que presentan la convivencia civil, laboral o mercantil,
se proyecta sobre el Derecho Constitucional y modifica o introduce variantes en los
principios gestados por este último.
Esa razonable flexibilidad del Derecho Constitucional permite que se impregne su
estudio con una modalidad dinámica y realista.
A título de ejemplo, el desarrollo efectuado en el seno del Derecho Civil sobre los
derechos personalísimos y en el Derecho Comercial acerca de las alternativas
electorales para la integración de los órganos societarios ha sido incorporado a los datos
que, sobre el particular, integran los estudios del Derecho Constitucional. Se trata de
una de las tantas muestras que presenta la interdependencia científica.
14. Metodología del Derecho Constitucional
El Derecho Constitucional, como disciplina científica que integra la Ciencia Política,
aborda el conocimiento de los fenómenos constitucionales a través de su descripción y
análisis que conducen, en una etapa posterior, a la formulación de conclusiones
mediante la emisión de juicios de conocimiento.
Los juicios de valor, con los cuales se atribuyen cualidades a dichos fenómenos y que
no están precedidos por un estudio analítico, no son expresiones propias de un
conocimiento científico. Son simples estimaciones u opiniones no verificables que, por
no ser resultantes de un estudio científico, no llegan a adquirir la categoría de juicios de
conocimiento.
El empleo riguroso e intensivo de la metodología en el Derecho Constitucional está
dirigido a la obtención de un conocimiento amplio y certero sobre la realidad política e
institucional, mediante la aplicación de diversas técnicas, enfoques y métodos.
Conocimiento que, muchas veces, puede no coincidir con los valores o aspiraciones del
investigador.
En forma genérica, recibe el nombre de proceso metodológico el camino o conjunto de
procedimientos a que se debe ajustar estrictamente el investigador para aprehender el
objeto de su estudio por medio del razonamiento. En su carácter de proceso, de conjunto
de tareas intelectuales, está compuesto por tres etapas que son: la técnica metodológica
de investigación, el enfoque metodológico y el método propiamente dicho.
En el curso de la investigación no resulta necesario ni conveniente agotar alguna de esas
etapas para introducirse en la siguiente. Muchas veces el investigador debe desandar el
camino recorrido para completar los datos obtenidos o para verificar su selección. Lo
importante es no prescindir de esas etapas y ordenar el acceso al conocimiento
científico.
15. Técnica metodológica de investigación
La técnica de investigación es el procedimiento metodológico que se utiliza para
obtener los datos de la realidad sobre los cuales, previa selección de ellos en función del
objeto de análisis, se aplicará el razonamiento.
El primer paso que debe dar el investigador reside en la obtención de la mayor cantidad
de datos posibles referentes al tema que aborda. Los estudios desprovistos de la
necesaria búsqueda y observación de los datos y hechos de la realidad reducen el
análisis sistemático a un razonamiento filosófico y abstracto basado solamente en las
experiencias subjetivas del pensador. En tales casos, los estudios y conclusiones que se
formulen carecerán de utilidad práctica, serán difícilmente verificables y su carácter
científico será sumamente relativo.
Claro está que la búsqueda y observación de datos no agotan la investigación. La
recopilación de datos que no está acompañada por la selección resultante de un enfoque
y el razonamiento metodológico conduce a resultados meramente empíricos de tipo
cuantitativo, que son insuficientes para dar sustento a los juicios de conocimiento.
Entre las técnicas de investigación, que pueden ser cualitativas o cuantitativas, podemos
mencionar las encuestas, las estadísticas, la observación directa o indirecta de los
hechos, los documentos, las entrevistas, las técnicas matemáticas y cualquier otro
procedimiento útil para conocer y acumular los datos y hechos relacionados con el
objeto de la investigación.
De las técnicas cualitativas, la observación de los hechos de la realidad es la que
usualmente aplican los investigadores, aunque no necesariamente de manera excluyente.
La observación puede ser directa o indirecta y, en ambos casos, extensiva o intensiva.
Las técnicas cuantitativas, que se basan en las matemáticas, consisten en la obtención de
datos o hechos que son susceptibles de ser agrupados y cuantificados para efectuar la
comparación de las cifras resultantes. En tal sentido, resulta aceptable concebir la
matemática como el estudio racional y lógico de las relaciones simbólicas, que
considera los sistemas integrados por la combinación lógica y armónica de los símbolos
cualitativos y cuantitativos.
La cuantificación es sumamente útil siempre que no conduzca a los excesos de la
"cuantofrenia". Muchas veces nos encontramos con obras aparentemente científicas que
en rigor no son tales, ya que constituyen una simple acumulación de gran cantidad de
datos y hechos traducidos a cifras, pero carentes de toda sistematización y ordenación
lógica.
16. Enfoque metodológico
Una vez que el investigador obtuvo todos los datos y hechos posibles sobre el tema
objeto de su estudio, corresponde que aplique sobre ellos un enfoque metodológico. El
enfoque consiste en el procedimiento empleado por el investigador para seleccionar los
datos y hechos obtenidos mediante el uso de las diversas técnicas de investigación.
El fenómeno político se exterioriza en una variedad infinita de matices y cualidades que
son reflejadas por los datos obtenidos. De esa amplia variedad, al investigador
solamente le interesa una parte de ella, cuya selección será realizada mediante la
aplicación de un criterio particular de acercamiento al tema de estudio que se denomina
"enfoque metodológico".
Los enfoques son procedimientos aplicados para seleccionar los datos de la realidad
que, usualmente, reciben el nombre de "métodos". Sin embargo, esta última
denominación resulta incorrecta, porque los enfoques son criterios adoptados por el
investigador para encarar el estudio de los fenómenos políticos desde un punto de vista
determinado, aunque no para formular conclusiones. Ellos son las vías de acceso al
conocimiento, independientes del propósito de articularlas en un proceso intelectual
lógico.
Los enfoques conducen a la selección de los problemas y datos, mientras que los
métodos aluden al proceso racional que se aplica sobre ellos para arribar a las
conclusiones de la investigación.
Los enfoques, a diferencia de los métodos, son numerosos. Pero son escasos los
empleados usualmente para el estudio de los problemas constitucionales.
Entre ellos cabe mencionar el enfoque iusnaturalista, que aborda la selección de los
datos de la realidad con un criterio valorativo basado sobre los principios del derecho
natural. El ser humano tiene evidentemente fines que responden a su constitución
natural y que son los mismos para todos, así como también disposiciones que conoce
mediante la razón y que lo inducen a cumplirlas para la concreción de aquéllos. Esto
desemboca en la convicción colectiva de que existen principios superiores al derecho
positivo y que las leyes humanas deben adecuarse a la naturaleza de las personas para
ser razonables y justas.
El enfoque iusnaturalista, cuyos antecedentes sistemáticos más remotos se encuentran
en el pensamiento griego, presupone la existencia de ciertos principios superiores que
no han sido forjados por un acto volitivo del ser humano y que se deben imponer al
derecho positivo. Platón y, más específicamente, Aristóteles distinguieron la existencia
de dos órdenes normativos. Un derecho natural que es universal y al cual, a veces, se le
atribuye carácter divino, y un derecho positivo local creado por el ser humano. La
legitimidad de este último está condicionada por su adecuación al derecho natural.
El enfoque histórico, basado en el empirismo y la causalidad determinista que excluyen
lo racional como factor desencadenante del comportamiento social, es otro de los
enfoques utilizados en el proceso metodológico del Derecho Constitucional.
Considerando que la historia es la gran maestra de la sabiduría, se concluye que la
acumulación de las experiencias otorga cierta seguridad contra la reiteración de los
errores del pasado, debido a su previsibilidad. En este sentido, la historia es testimonio
de la experiencia humana.
El enfoque jurídico se concentra en la selección de todos los fenómenos de la vida
jurídica y de los hechos positivos que los representan. Está compuesto por el análisis
jurídico de los elementos lógicos de la relación tales como las constituciones, leyes y
sentencias judiciales, y por la construcción jurídica que ordena aquellos elementos para
inferir principios y conclusiones.
El enfoque sociológico concentra la investigación del Derecho Constitucional en la
investigación sociológica, al considerar que el derecho es simplemente una
manifestación de la vida social. Consiste en la observación, análisis y comparación de
los datos de la vida social en su conjunto, para luego poder determinar las leyes a que
responden las relaciones sociales.
El enfoque político parte de la idea de que el Derecho Constitucional resulta del efectivo
funcionamiento de las instituciones estatales y sólo en mínima parte del texto de una
constitución. Es una reacción contra el formalismo jurídico, que propicia la inserción de
elementos sociológicos, históricos y valorativos para la caracterización del bien común
como objetivo fundamental de toda sociedad política global. En el marco del dinamismo
institucional, conduce a la selección de los hechos políticos con prescindencia de su
regulación legal.
También podemos mencionar al enfoque económico, que selecciona los datos políticos
provenientes de las relaciones de producción. El enfoque positivista, que aspira a la
comprensión de los fenómenos constitucionales tal como se presentan en la realidad y
con exclusión de todo criterio valorativo. El enfoque del comportamiento político que, a
través de la aplicación conjunta de los enfoques sociológico, psicológico y
antropológico, procura encontrar uniformidades en las conductas de los grupos sociales
que producen las estructuras sociales, las instituciones, las ideologías y las leyes.
El enfoque del comportamiento político tuvo y tiene particular gravitación en el
desenvolvimiento de las investigaciones políticas y constitucionales con un criterio
esencialmente científico y desprovisto de matices especulativos.
El objeto del análisis empírico y teórico de este enfoque reside en la conducta de los
grupos sociales y de las personas, en tanto quedan relegados a un plano secundario los
hechos, las ideologías y las instituciones. Sus partidarios consideran que los hechos,
ideologías e instituciones no generan comportamientos humanos originarios y creativos,
sino que son precisamente consecuencias producidas por tales conductas. Como la
teoría y la investigación políticas se nutren en el comportamiento político,
necesariamente el enfoque importa una consideración conjunta de la psicología social,
la sociología y la antropología cultural.
El carácter complejo del enfoque determina una intensa interdependencia de la teoría y
la investigación y , conduce a un empirismo científico que se distingue del meramente
descriptivo de los hechos. Precisamente, ese empirismo científico permite identificar
uniformidades en el proceso político y la expresión de reglas generales sobre la acción
política.
Entre los enfoques metodológicos cabe incluir a la teoría de los juegos, aunque su
carácter de tal suele ser cuestionado. Más que de un enfoque, se trataría de un
procedimiento metodológico a través del cual se podrían formular leyes científicas
merced a la aplicación de alguno de los enfoques.
La teoría de los juegos integra la categoría de los juegos de estrategia, en oposición a los
juegos de azar, pues el factor determinante en su desarrollo reside en le habilidad de los
protagonistas que participan del juego. El marco de la teoría de los juegos está integrado
por tres elementos: la información que cada jugador posee sobre su adversario, las
alternativas que puedan presentarse en el curso del juego y cuya consideración se
impone el momento de adoptar una decisión y la formulación de una estrategia con
cierto grado de flexibilidad; el conocimiento de las reglas del juego que, incluso, pueden
traducirse en la ausencia de reglas, donde la regla será la inexistencia de límites para el
accionar de los jugadores; y la determinación de la conducta a seguir para obtener un
resultado satisfactorio, que inclusive se puede reflejar en la derrota que le ocasione la
menor cantidad de perjuicios posibles al jugador.
Mediante la teoría de los juegos se puede ofrecer una explicación para ciertos
comportamientos sociales o un mecanismo para el análisis de tales conductas. Sin
embargo, su aplicación no es sencilla. El dinamismo de la vida social y política impide,
con frecuencia, la manifestación de una relativa estabilidad y uniformidad en las reglas
de juego. Por otra parte, como las reglas de juego se pueden modificar durante el curso
del proceso político sometido al análisis, la posibilidad de predecir razonablemente el
resultado del juego se reduce sensiblemente.
Otro enfoque sumamente importante aunque, lamentablemente, de escasa aplicación en
el ámbito de los científicos políticos latinoamericanos, consiste en la psicopatología
política. Se concentra en el estudio de las manifestaciones políticas de la personalidad
humana, para lo cual acude a las técnicas del psicoanálisis. Mediante la técnica de la
entrevista prolongada a protagonistas políticos activos, se procura determinar los
factores que influyen sobre sus actitudes, para luego relacionarlas con las biografías de
personas determinadas y poder prever cuáles serán los contenidos de las conductas
políticas por la gravitación de tales factores. Se aspira a presentar una tipología de los
individuos en función de sus patologías, que permita predecir sus reacciones conforme a
los estímulos que en ellos puedan generar determin ados fenómenos políticos.
Una de las variantes de la psicopatología política consiste en la tipificación de los
desórdenes mentales que se puedan detectar en los protagonistas políticos, aunque en
modo alguno ello significa que se los pretenda presentar como insanos o seres
disminuidos en sus facultades mentales. Pero sí constatar que todos ellos, en mayor o
menor medida, presentan anomalías o deficiencias determinantes de sus
comportamientos. Anormalidades físicas o mentales, adquiridas en la vida social o
hereditarias, como pueden ser la paranoia, la disfunción sexual, la atrofia total o parcial
producida por ciertas enfermedades, el consumo de alcohol o de estupefacientes, son
factores que acarrean alteraciones en la personalidad de los individuos que son
descriptas por la psiquiatría, con inclusión de ciertos fenómenos de relevantes
consecuencias en la actuación política, como pueden ser la frustración, un arbitrario
nivel de autoestima, la depresión o los arrebatos que trae aparejada la euforia.
La aplicación rigurosa de este enfoque puede ser de gran utilidad para ofrecer respuestas
científicas a innumerables episodios o situaciones políticos. Permite, tal como se ha
hecho sobre la base de entrevistas personales y los testimonios resultantes de los juicios
sustanciados ante el Tribunal de Nuremberg, desentrañar con cierta certeza las razones
del surgimiento y desarrollo del nazismo en Alemania. Permitiría conocer y tipificar las
personalidades de Stalin en Rusia, de Castro en Cuba, de Chávez en Venezuela, de
Yrigoyen y Perón en la Argentina —e incluso de una personalidad tan sugestiva como la
de Néstor Kirchner— y de tantos personajes que gravitaron sobre el desarrollo político
de los pueblos. También permitiría conocer los factores desencadenantes de los
llamados crímenes de lesa humanidad mediante el análisis de sus autores, así como
también de otros fenómenos como el populismo, la xenofobia, la discriminación racial,
y en definitiva, los innumerables y aparentemente irracionales conflictos y
enfrentamientos armados que se producen entre diversos grupos sociales.
Finalmente, cabe citar el llamado enfoque integral, que importa analizar un fenómeno
político mediante la aplicación simultánea de todos los restantes enfoques. Como
conjunto de enfoques, procura otorgar una visión completa del fenómeno constitucional
capaz de abarcar sus matices jurídicos, políticos, sociales, económicos, históricos. Es,
indudablemente, el más perfecto, complejo y difícil de aplicar de todos los enfoques
metodológicos, por lo cual su eficacia depende de las dimensiones reducidas de su
unidad de análisis y de la integración armónica de un grupo interdisciplinario de
investigación.
17. El método
Una vez efectuada la selección de los datos y hechos obtenidos mediante la aplicación
de uno o varios enfoques metodológicos, el investigador procura sistematizar tales
elementos para formular conclusiones. Para ello, acude al razonamiento lógico mediante
el procedimiento de la deducción o de la inducción. Se trata de la tercera etapa del
proceso metodológico, que es la aplicación del método propiamente dicho.
El método deductivo consiste en considerar los elementos generales para formular
conclusiones particulares sobre la base de la especulación.
El método inductivo consiste en considerar los elementos particulares seleccionados con
el enfoque para formular conclusiones generales sobre la base de la observación.
Tradicionalmente, y con acierto, Platón ha sido presentado como el precursor del
método deductivo, y Aristóteles del método inductivo. El primero, a partir de principios
generales y de la abstracción, formuló su esquema de la polis ideal enLa república. La
razonabilidad de sus conclusiones fue obra de su talento singular, aunque la concreción
práctica de ellas impone una elevada cuota de autoritarismo. El segundo, sobre la base
de hechos históricos y sociológicos, y de la observación de las experiencias resultantes,
arriba a conclusiones generales que, en una etapa posterior, permitirán establecer su
viabil idad práctica en cada caso concreto sin aspirar a imponer coactivamente una
solución predeterminada.
Si bien la generalidad de los investigadores de los fenómenos constitucionales utiliza
ambos métodos, aunque otorgando preferencia a alguno de ellos, el método inductivo es
el que mejor se adecua a los requerimientos provenientes de una investigación social
que aspira a no ser separada del conocimiento de la realidad.
En algunas oportunidades, se hace referencia a un método mixto, consistente en la
aplicación sucesiva de la deducción y la inducción, o en un orden inverso.
En realidad, no se trata de un método propiamente dicho, sino de un proceso de
verificación. Reside en someter las conclusiones obtenidas con uno de los métodos a la
aplicación del restante. Así, a los resultados logrados mediante la inducción, es
conveniente acudir a la deducción para constatar la razonabilidad de los primeros. Pero
no nos enfrentamos con un nuevo método sino, eventualmente, con un análisis
comparativo de las conclusiones producidas por la deducción y la inducción; de un
análisis comparativo entre dos formas de razonar que pueden, o no, conducir a iguales
resultados.
18. Constitucionalismo y estado de derecho
La concepción del Estado de Derecho, como forma de manifestación del poder estatal
opuesta al llamado Estado de Policía, es una creación doctrinaria formulada por la
escuela alemana del Derecho Constitucional.
Esta construcción doctrinaria y jurídica fue desarrollada en 1832 por Robert von Mohl
y, según ella, toda la actividad estatal se debe adecuar a las normas jurídicas dictadas
por el propio Estado. La obligatoriedad de tales normas no se limita a los particulares,
sino que se extiende al Estado, cuyo desenvolvimiento debe concretarse en el marco de
la ley y nunca fuera de ella.
El propósito perseguido por este enfoque jurídico fue el de dotar de seguridad a los
derechos para que ellos no fueran desnaturalizados a través de un ejercicio abusivo del
poder que, como tal, se opone a la ley.
Sin embargo, esta concepción resultó incompleta en cuanto al contenido personalista de
los valores que se pretendían preservar con la creación del Estado de Derecho. En
efecto, esa estructura formal, desprovista de una idea política dominante personalista,
podía transformar en Estado de Derecho a cualquier régimen cuyo accionar se adecuara
a la ley.
Ese vacío fue cubierto por el movimiento constitucionalista, mediante la revitalización
de los ideales personalistas que habían sido cuestionados o condenados con motivo de
una aplicación esquemática de la doctrina del Estado de Derecho.
La democracia constitucional como sistema político que surgió en el curso del siglo
XIX, y que tiende a adquirir vigencia mundial en el siglo XXI, no es solamente forma,
sino también esencia.
Es un sistema revestido con las propiedades necesarias para garantizar la vigencia de los
derechos fundamentales del ser humano. Además, su presencia requiere, en forma
ineludible, que en mayor o menor grado los gobernados intervengan en el gobierno y
que los roles gubernamentales estén integrados por personas idóneas.
Si bien es cierto que el primero de los recaudos se cumple a través del proceso electoral,
también es cierto que la simple vigencia de los actos electorales no asegura la existencia
de la democracia. Es necesario también que exista una fluida y constante comunicación
entre gobernantes y gobernados, basada en la libertad y la igualdad, y una idea política
dominante en la sociedad que le asigne al ser humano, a su libertad y dignidad, el
carácter de único objetivo del sistema.
Históricamente, la esencia de la democracia pudo ser concretada por el movimiento
constitucionalista, que implementó las técnicas destinadas a limitar el ejercicio del
poder mediante diversas instituciones afectadas a la defensa de la personalidad
individual y de los derechos naturales que son atributos inalienables del ser humano.
El constitucionalismo es un movimiento social y político que tiende a lograr una
finalidad personalista mediante la vigencia de una especie particular de constitución
jurídica.
Es un movimiento socio-político porque sus antecedentes se remontan a la existencia de
las primeras organizaciones políticas, cuando en sus ámbitos se vislumbró la lucha del
hombre por la libertad. En este sentido, el constitucionalismo es la corporización
doctrinaria de la lucha permanente del hombre por la libertad.
Ese movimiento tiene una finalidad esencialmente personalista, ya que concibe al
hombre como artífice de la vida política y a la libertad y dignidad como supremas y
únicas finalidades de esa actividad.
Para alcanzar sus objetivos, el constitucionalismo propicia el empleo de un instrumento
llamado constitución. No se trata de una constitución natural histórica o de una
constitución real sociológica. Tampoco se trata de cualquier constitución jurídica, sino
de una especie de ella en la cual se reconozcan los principios que conforman aquella
dignidad y libertad humana, y se consagren las técnicas destinadas a que no se tornen
ilusorios esos postulados.
Si bien los antecedentes del constitucionalismo son remotos y su existencia se vislumbra
en la permanente lucha del ser humano por su libertad, los ideales de ese movimiento
recién fueron concretados en forma estable a partir de mediados del siglo XVIII. Hasta
ese momento las manifestaciones del constitucionalismo fueron simples inquietudes,
reconocimientos o concesiones parciales de derechos que no reflejaban una idea
dominante dentro de la sociedad.
Se trataba, en el mejor de los casos, de muestras de un constitucionalismo imperfecto
donde la concesión de libertades políticas no estaba acompañada de libertades civiles o
viceversa. No se advertía que la libertad civil, si no es acompañada por la libertad
política, no puede ser duradera, ya que su permanencia depende de la voluntad del
gobernante de turno, y que la libertad política, si no es acompañada por la libertad civil,
carece de razón de ser, ya que es sólo un medio para alcanzar esta última.
De tal modo, el constitucionalismo se estructuró en el siglo XVIII, cuando: 1) Comenzó
a transformarse en idea política dominante aquella que concibe la libertad y la dignidad
del hombre como objetivos fundamentales de la vida política; 2) comenzó a tener
vigencia una especie particular de constitución jurídica; 3) surgieron técnicas jurídicas
destinadas a evitar la concentración y el ejercicio abusivo del poder; 4) se reconocieron
jurídicamente los derechos y libertades resultantes de la naturaleza humana.
Si bien originariamente en el seno del constitucionalismo prevaleció una tendencia
individualista, a mediados del siglo XIX comenzó a operarse una ligera variación en esa
línea por obra del liberalismo católico y del socialismo. Esa variación, que es
consecuencia del carácter dinámico del constitucionalismo, quedó consolidada a
comienzos del siglo XX en el fenómeno que Segundo V. Linares Quintana designó con
el nombre de constitucionalismo social .
Fue en ese momento cuando los textos constitucionales comenzaron a reconocer al ser
humano no en abstracto, sino inmerso en la convivencia social, y los derechos
individuales fueron reglamentados con base en el interés social o bien común. Se
entendió que la organización política no debía limitarse al reconocimiento de la
independencia jurídica del individuo, sino que además debía crear un mínimo de
condiciones necesarias para asegurar su independencia social.
Ya no se concebía solamente al individuo como titular de derechos y objeto de la
función protectora del poder, sino que fueron agregados los grupos sociales coordinando
una relación armónica entre el hombre y la sociedad, sin que el amparo de los derechos
sociales condujera al extremo de allanar las libertades individuales. A esta expresión del
constitucionalismo respondieron, entre otras, las constituciones de México (1917),
Weimar (1919), Finlandia (1919), Austria (1920), Estonia (1920) y Polonia (1921).
Al concluir la Primera Guerra Mundial, en 1918, se tuvo la fundada impresión de que la
doctrina personalista del constitucionalismo se había consolidado definitivamente. Esa
impresión no sólo estaba avalada por la sanción, en casi todos los países europeos y
americanos, de textos constitucionales democráticos, sino también por el deterioro y
desprestigio manifiestos de las concepciones totalitarias y absolutistas que se habían
desenvuelto hasta ese momento.
Sin embargo, en forma casi simultánea y bajo nuevas modalidades y características,
renacieron con singular energía las doctrinas totalitarias transpersonalistas, que
consideran al hombre no como objeto final de la actividad política, sino simplemente
como una herramienta o instrumento para alcanzar otros fines que son presentados
como valores superiores a la dignidad humana.
Así se inició un proceso de desconstitucionalización con el surgimiento de diversos
sistemas autocráticos, cuyos máximos exponentes se asentaron en Rusia (1918), Italia
(1922) y Alemania (1933), y cuya secuela se extendió al resto de Europa y al continente
americano con la aparición de los regímenes neopresidencialistas.
Recogiendo la moda política de ese momento, el comunismo, el fascismo, el
nacionalismo y sus variantes vernáculas se proyectaron doctrinariamente como
manifestaciones de un paternalismo irracional que desembocaba en el culto a la
intolerancia, la violencia, la fuerza y la supresión de una convivencia democrática. La
paulatina absorción de la sociedad por el Estado, la sobreestimación de la política del
bienestar con su secuela materialista, la búsqueda de personalidades dominantes y la
relación mística con el líder fueron claras manifestaciones de la profunda conmoción
ideológica producida por la difusión de las nuevas ideas totalitarias.
En el curso de esta evolución, la búsqueda de protección y seguridad, practicada en
forma sectorial, se tradujo en una despersonalización de la vida y en una actitud de
desdén hacia los valores humanistas. Todo ello como consecuencia de una concepción
materialista que conduce, necesariamente, a una sobrevaloración de la seguridad con su
secuela inevitable: la cada vez mayor restricción a las libertades públicas y privadas.
Esta sobrevaloración de la seguridad, así como los excesos resultantes del colectivismo,
del corporativismo y de la planificación, en orden a la supresión, desnaturalización o
limitación arbitraria de los derechos y libertades, todo ello realizado con el aparente y
loable propósito de proteger a las personas, se reflejaron en el notable crecimiento de las
actividades estatales. Crecimiento cuyo objetivo residió en acelerar la satisfacción de las
demandas sociales, con prescindencia de una línea política arquitectónica basada sobre
el bien común y con un costo significativo: el deterioro de la personalidad individual y
de la dignidad del hombre como valores básicos del constitucionalismo.
Asimismo, como corolario de esta expansión totalitaria, se estableció un amplio
espectro de normas jurídicas destinadas a fortalecer las prerrogativas del Estado en su
relación con la sociedad y con las libertades de las personas, lo cual desembocó en una
situación de privilegio y abuso del poder que es, precisamente, el núcleo cuya
destrucción persigue el movimiento constitucionalista.
En cierto modo, la confusión ideológica entre el bien común y el bien del Estado
condujo a una paulatina sustitución de los fines personalistas del constitucionalismo por
objetivos transpersonalistas que no se compadecen con su esencia.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el movimiento constitucionalista prosiguió su
expansión que, en muchos casos, fue frustrada por la intolerancia y el vigor de las
doctrinas totalitarias impuestas a las naciones del centro y este de Europa, a varias de
África y Asia y a alguna de América. Pero ese enfrentamiento entre el
constitucionalismo y las doctrinas totalitarias es simplemente la demostración de una
constante en la historia de la vida del hombre que es la lucha por la libertad.
Así, en la culminación del siglo XX, y como consecuencia de esa lucha, pudimos
presenciar un fenómeno que no era racionalmente previsible a comienzos de su segunda
mitad. Se trató de la caída estrepitosa del régimen totalitario imperante en la Unión
Soviética y en aquellas naciones europeas y asiáticas que estaban sujetas a su dominio.
La aparente solidez de ese régimen fue paulatinamente carcomida por diversos factores,
entre los cuales se destacó el desarrollo del pluralismo gestado por las novedosas
técnicas de comunicación social, que demostraron ser mucho más eficientes que la
fuerza de las armas.
Sin embargo, y considerando al mundo como unidad de análisis, no se trata de un
proceso lineal sino de una evolución carente de uniformidad en todas las naciones. La
creciente interdependencia de éstas, la creación de entidades internacionales y los
proyectos para concretar organismos supranacionales conforme a los valores del
movimiento constitucionalista no fueron impedimentos para la recreación de ciertos
gérmenes neoautoritarios que tipifican a las autocracias subsistentes a comienzos del
siglo XXI, ni para la proliferación institucionalizada de grupos terroristas basados sobre
el nacionalismo y las concepciones teocráticas.
De todas maneras, las organizaciones políticas autoritarias y neoautoritarias tienden,
progresivamente, a ser sustituidas por conformaciones democrático-constitucionales en
un marco de transición cuya celeridad depende de la evolución cultural encaminada
hacia la adaptación y comprensión de los valores democráticos, tanto en la esfera
pública como en la vida privada. Precisamente, esa formidable expansión del
movimiento constitucionalista permite vislumbrar su proyección, a corto plazo, sobre
otras áreas donde perduran, con relativa firmeza, regímenes basados sobre concepciones
transpersonalistas que desconocen la libertad y dignidad de los individuos.
19. Técnicas del constitucionalismo
El movimiento constitucionalista, que supo dar al sistema democrático su contenido
esencial, se asienta sobre dos pilares.
Uno de ellos es el imperio de la ley, principio resultante de la doctrina del Estado de
Derecho que subordina a gobernantes y gobernados a una misma norma jurídica por
encima de toda voluntad personal. Pero esa subordinación no se concreta frente a
cualquier ley, sino respecto de aquella que refleja los fines humanistas del
constitucionalismo.
El segundo pilar concentra la titularidad del poder en la comunidad, lo cual significa
negar a una persona o a un grupo de personas toda posibilidad de regir los destinos de
una nación sin su consentimiento expreso y permanente colaboración.
A estos dos pilares se añade la firme integración de los Estados en el orden internacional
para preservar las libertades individuales y sociales, consolidar la paz y concretar una
convivencia armónica bajo la directriz del movimiento constitucionalista.
Para afianzar esos fundamentos, para que sean una realidad, el constitucionalismo se
vale de una serie de técnicas que pueden ser sintetizadas en cuatro:
1) La supremacía de la constitución, que significa concebir ésta como un conjunto
fundamental de normas, en el cual encuentran su origen y validez las restantes
disposiciones normativas destinadas a reglamentar sus preceptos. Principio este último
que tiende a extenderse a los ordenamientos jurídicos internacionales.
2) La distinción entre la función constituyente y las funciones ordinarias del gobierno, a
fin de brindar rigidez a las normas superiores que contribuyen a dotar de seguridad a los
derechos individuales y sociales frente a la acción gubernamental ordinaria.
3) Separación y control de los órganos del poder para evitar su ejercicio abusivo a través
de la concentración del ejercicio en un solo órgano gubernamental. Es el esquema
desarrollado a partir del principio de la separación de los poderes propuesto por John
Locke sobre la base de un iusnaturalismo que presenta una raíz tomista y neoescolástica.
4) Designación de los gobernantes por elección a través de un cuerpo electoral fundado
sobre la universalidad y la igualdad del voto, para dar así una respuesta a los dos
interrogantes fundamentales que presenta toda sociedad política: ¿quién designa a los
gobernantes?, y ¿cómo son designados los gobernantes?
La aplicación de tales técnicas determina la tipificación de un sistema democrático
constitucional cuya vigencia, en cada caso concreto, se verifica a través de:
1) El reconocimiento de los derechos fundamentales del ser humano como finalidad
suprema y última de la organización política.
2) La aceptación de una idea política dominante por la comunidad que le atribuye el
carácter de efectivo y real titular del poder.
3) La limitación y el control del poder estatal.
4) La juridicidad, que impone a gobernantes y gobernados el deber de actuar dentro del
cauce de la ley.
5) El principio de legalidad, conforme al cual todo acto estatal que interfiera con la
libertad del individuo debe fundarse sobre una norma legal que jamás podrá tener un
alcance tal que importe la desnaturalización de aquélla.
Históricamente ha quedado demostrado que la democracia constitucional es el menos
imperfecto de los sistemas políticos que conoció la humanidad, y que todos los intentos
practicados para sustituirla han conducido a la degradación espiritual de los pueblos
obligados a soportar las elucubraciones de sus teóricos.
Es cierto que la democracia, como todo sistema creado por el ser humano, es
esencialmente imperfecta y jamás alcanzará la perfección. Frente a este hecho, es
inmenso el daño que le ocasionan al sistema constitucionalista aquellos idealistas que
nos lo presentan como un sistema carente de defectos, como también aquellos teóricos
que pretenden perfeccionarlo al idear técnicas e instituciones desconectadas de la
realidad.
Sin embargo, la imperfección de la democracia no justifica un tipo pasivo de conducta y
así el hombre, impulsado por una fuerza natural inagotable, procura aferrarse a un estilo
de vida donde imperen la tolerancia y el respeto, la libertad y la dignidad, la
responsabilidad y la eficiencia.
El establecimiento o la consolidación de un sistema constitucionalista no es una tarea
sencilla ni depende de la voluntad del legislador. Mediante una ley o una reforma
constitucional jamás se conseguirá instaurar una auténtica democracia. Para ello,
deberán cumplirse ciertas condiciones por parte de los ciudadanos.
Sobre todo, se requiere cierta cultura política, una adecuada visión de conjunto de la
política, del bien común y un elevado sentido de responsabilidad que se traducirán en el
surgimiento de dirigentes idóneos, ya que éstos, en definitiva, no pueden ser mejores ni
peores que la comunidad de la cual provienen. Es que cuando el pueblo y sus dirigentes
carecen de una firme convicción arraigada en el humanismo, la debilidad de la
democracia es manifiesta y su instauración o fortalecimiento no se conseguirán
mediante la fuerza ni con simples reformas legislativas.
20. Ciclos políticos
La estabilidad de la que disfrutan —en algunos casos desde hace siglos— ciertos
sistemas constitucionalistas es un ideal cuyo logro puede concretarse por los medios
adecuados. Tales medios deben apuntar a los ideales permanentes de la existencia
humana, dotando a la comunidad de la cultura democrática necesaria que le haga
comprender y valorar la trascendencia que reviste el vivir en libertad y con dignidad.
Caso contrario, se presentará el campo propicio para el desarrollo del germen de la
indiferencia, de la insensibilidad política y del miedo a convivir libremente con
responsabilidad.
La inexistencia de una apropiada cultura cívica es, precisamente, lo que permite la
producción de ciertos fenómenos políticos que atrofian todo intento por instaurar un
sistema democrático constitucional.
Tales fenómenos son los siguientes:
1) Inexistencia de elecciones generales o parciales durante lapsos prolongados, lo que
impide a los ciudadanos expresar su voluntad mediante su participación activa en la
vida política y con la continuidad necesaria.
2) Las rupturas del orden constitucional, que generan una sensación de impotencia e
inseguridad en los ciudadanos que los aparta de la política y rodea a quienes aspiran a
gobernar de valores negativos que se reflejan en la burla y la falta de respeto al principio
de autoridad.
3) El temor que siente la persona por asumir responsabilidades pues, precisamente, uno
de los mayores riesgos que enfrenta el sistema democrático constitucional reside en que
el ser humano carente de cultura cívica procura desligarse de responsabilidades sociales
para lo cual transfiere la solución de sus problemas a personalidades dominantes,
conducta que caracteriza a los componentes de una sociedad de masas.
4) Ausencia de notas representativas en las fuerzas políticas y, en particular, en los
partidos políticos debido a la estratificación social de su dirigencia.
5) Ausencia de libertad en el proceso político e imposición de trabas para el acceso de
los ciudadanos a él.
6) Escasa, incompleta o falsa información sobre los problemas políticos y sociales.
7) Carencia de idoneidad en los gobernantes y dirigentes de los grupos sociales para
implementar la libertad y dignidad en la convivencia cotidiana.
Algunos de estos factores ejercen mayor gravitación que otros, pero en conjunto reflejan
un estado de incultura cívica que genera el riesgo de que los gobernados seleccionen o
acepten como gobernantes a las figuras ofrecidas por los audaces sin verificar su aptitud
para gobernar y sin exigir que acrediten tal aptitud.
El estado de incultura política permite verificar y comprender, en el seno de las
sociedades modernas en transición, la presencia de dos especies de ciclos políticos cuya
brevedad y antagonismo impiden la formación de gobiernos estables, la expresión de
políticas uniformes y la consolidación del constitucionalismo. Precisamente, la
inestabilidad es propia de aquellos pueblos que carecen de una personalidad política
definida y oscilan entre la democracia y el autoritarismo o el neoautoritarismo.
El primero de estos ciclos, de carácter formal, se expresa de manera pueril. Es el fervor
por la democracia concebida, no como forma de relación humana, sino como una lucha
abierta por el poder. El hombre se conforma con el aparente funcionamiento de las
instituciones políticas sin verificar las fallas que presenta su estructura si se la aísla de
su contenido sustancial. Este ciclo expresa simplemente una aspiración, un deseo por
ver cristalizadas dichas instituciones, y en él no se hace referencia a la finalidad
perseguida con la institucionalización. Es que la institucionalización no es una meta
para la democracia constitucional, sino solamente un medio para alcanzar un fin
superior: consolidar la dignidad de las personas en el marco de una vida en libertad.
Este ciclo es generado por una especie de pensamiento para el cual el conocimiento, la
educación, la vida, la libertad y todos los valores morales no son fines últimos, sino
instrumentos de dominio. Son simples técnicas destinadas a saciar la vasta fantasía y la
ambición de poder que tienen sus protagonistas. El contenido de este ciclo puede ser
positivo si sus valores se aplican en forma total. Es positivo si no se limita a consagrar
la vigencia de las instituciones políticas democráticas, sino también a consolidar la
democracia como forma de vida. En cambio, si queda limitado al primer aspecto, se ve
acompañado por el caos, germen que desencadena necesariamente el ciclo opuesto.
El segundo ciclo está personificado por el hombre autoritario. Mientras que en el
primero se expresa el hombre formalista, en el segundo se desenvuelve aquel que, con
invocación de una especie singular de realismo, reniega de los valores
constitucionalistas y procura ordenar la vida social conforme a reglas ideales del deber
ser como si fuera un juego de laboratorio. Se trata de una etapa dirigida por individuos
intolerantes, que tienen un concepto elevado sobre sus propios dones, que se apartan de
lo concretado políticamente y aspiran a aplicar autoritariamente una serie de principios
ideales desconectados de la realidad, con el total convencimiento de que ellos responden
a los anhelos del pueblo. Son conductores de masas y no de un conjunto de personas
libres.
La experiencia resultante de esta inestabilidad política, de esta permanente sucesión de
ciclos opuestos y contradictorios, tan frecuentes en muchos países americanos y a fines
del siglo XX en aquellos que estuvieron sujetos al yugo de la Unión Soviética en
Europa y Asia, revela la conveniencia de aplicar dos remedios.
Uno de ellos es la participación política, la necesidad de mantener en vigencia los
canales apropiados para que exista una comunicación eficiente entre gobernantes y
gobernados, para que el aislamiento de unos no impulse la arbitrariedad de los otros.
Aquí se destaca el papel primordial que desempeñan los partidos políticos como
instrumentos útiles para el funcionamiento del mecanismo democrático. Ello no importa
asignarles el carácter de panacea democrática: la democracia no comienza ni termina
con los partidos políticos, ya que éstos simplemente constituyen una solución técnica
para el funcionamiento del sistema democrático constitucional. Por eso, si bien es un
grave error prohibir el funcionamiento de los partidos políticos, tampoco es conveniente
ubicarse en el polo opuesto, que propicia la partidocracia y les asigna a aquéllos el
monopolio de la vida política, particularmente en el proceso de selección y formulación
de las candidaturas para los cargos públicos.
El segundo remedio es la idoneidad de los dirigentes, debido a los riesgos que genera
para la sociedad la desjerarquización de la actividad política por una errónea selección
de aquéllos.
La carencia de idoneidad en los dirigentes favorece el surgimiento, en los grupos de
opinión, de una idea negativa que se extiende a todos los interesados en participar
activamente en la política. La incapacidad o la inmoralidad de ciertos dirigentes
determinan, frecuentemente, la generalización del concepto, con desprestigio de la
función pública.
Como históricamente la sustitución de los sistemas autocráticos por los democráticos
obedeció a la necesidad de guiar a la sociedad por imperio del mérito, este
requerimiento crea una constante en la democracia, traducida en el deber de seleccionar
a los más aptos para gobernar.
La adecuada selección de los dirigentes y la negación del monopolio de los partidos
políticos en las relaciones del poder no son suficientes para asegurar la vigencia de una
democracia constitucional. Como en definitiva es el ser humano, y no los sistemas ni las
instituciones ni las leyes, el artífice de la vida política, de él dependerá que se cumpla
aquel objetivo.
21. Educación para la libertad
Tal circunstancia revela la trascendencia que tiene la educación en general, y en
particular la educación cívica, como presupuesto cultural para contrarrestar uno de los
peligros decisivos para la democracia, que es la ignorancia.
Juan Bautista Alberdi describió con agudeza que "el sufragio de la multitud, donde la
multitud es incapaz de sufragar porque ha mamado la obediencia inerte, no puede
producir otro resultado práctico que poner el gobierno del país en manos de los menos
dignos, de los más audaces y más hábiles para arrancarle su voto, por coacciones y
artificios finos, que le dan aire de un sufragio libre, pero que en realidad son votos
arrebatados por el fraude. Todo país gobernado por la multitud ignorante en las prácticas
de la libertad, lejos de tener a su cabeza los mejores hombres del país, tiene
infaliblemente los mayores intrigantes y bribones".
Cuando una década después de haber concluido la Primera Guerra Mundial se
experimentó el fracaso estrepitoso de los intentos por establecer el sistema
constitucionalista en varios países europeos, con el consiguiente surgimiento de los
sistemas autocráticos, muchos pensaron que la fuerza avasalladora de estos últimos
pondría punto final al ideal democrático, y la secuela de tal pensamiento llegó a cobrar
cuerpo en nuestro hemisferio a partir de 1930.
Sin embargo, esa luz que abriga la democracia constitucional y la racionalidad de sus
principios, acordes con la naturaleza humana, hicieron fracasar tales presagios. Las
nuevas circunstancias históricas contribuyeron en casi toda Europa a un cabal
funcionamiento de la democracia, incluso en aquellos países donde se había
experimentado su fracaso, tales como Alemania, Italia, Portugal y España. Otro tanto
aconteció en los Estados europeos y en las naciones que, durante varias décadas, fueron
esclavizadas por el totalitarismo irracional de la Unión Soviética.
Tal resultado, más que a las reformas constitucionales o legislativas, se debió al
profundo cambio operado en la mentalidad de la población, con motivo de la difusión
de las ideas democráticas por los novedosos medios técnicos de comunicación social. Es
que las características culturales de la sociedad son determinantes del grado de
efectividad del sistema democrático. La más perfecta armazón constitucionalista puede
fracasar en la práctica si desconoce las modalidades culturales de la comunidad para la
cual fue creada.
La educación en general y la educación cívica en particular suscitaron una intensa
preocupación en los constituyentes de 1853/60. Comprendían que la concreción del
ambicioso plan de convivencia democrática que habían volcado en el texto de la Ley
Fundamental estaba supeditada a la educación. A una educación para la libertad
responsable, con todos los derechos y deberes que acarrea.
El auge del materialismo desprovisto de una finalidad espiritual, el logro de los
objetivos personales al margen de la ley, la ambición desmedida alejada del bien común,
la cultura burguesa post-napoleónica, el imperio de la fuerza bruta sobre la razón y el
diálogo inteligente, son todos ellos factores que conspiran y corroen la formación cívica,
de modo que conduce al empobrecimiento espiritual de la sociedad y a la
desarticulación de una auténtica democracia. El hombre debe comprender que, para
vivir en democracia, hay que asumir la carga de ciudadano y dejar la comodidad del
mero habitante propia del hombre mediocre descripto por José Ingenieros.
Las técnicas aplicables en los sistemas democráticos están diseñadas para sociedades
cuyo nivel cultural y educacional tiende a aumentar. De aquí se desprende la necesidad
de fomentarlas, procurando despertar un interés racional y no meramente emotivo en los
hombres por los fenómenos políticos. Esa necesidad de educar para la libertad, se
manifiesta desde la niñez y su intensidad no debe decrecer con el transcurso del tiempo
sino, por el contrario, debe incrementarse para que los educandos puedan percibir el rol
decisivo que desempeñan en una sociedad democrática, para que tengan responsabilidad
cívica, para que conozcan y comprendan la importancia de una constitución y de los
valores fundamentales que la nutren. Sólo así, a través de la educación, el conjunto de
ciudadanos dejará de ser una masa para alcanzar la dignidad de un pueblo.
Segundo V. Linares Quintana enseña que "la ignorancia de un pueblo, o la
semiignorancia quizás más temible que aquélla, genera el clima propicio para el
desarrollo del virulento y funesto germen del despotismo. Si los ciudadanos no son
educados para la libertad serán siempre masa y nunca pueblo; rebaño que seguirá
ciegamente a cualquier mal pastor; serán espectadores pasivos y no protagonistas de la
gesta cívica".
La tarea educadora corresponde tanto a las entidades intermedias como a los medios
técnicos de comunicación social, a los partidos políticos, a la escuela, a la universidad, e
incluso a todos los ciudadanos. Pero, en particular, incumbe al Estado, quien por
disponer de los recursos necesarios podrá realizar una campaña eficaz, capaz de
informar e instruir a la comunidad sobre las razones históricas, políticas y jurídicas que
determinan la necesidad de preservar y consolidar un sistema democrático
constitucional.
La educación cívica del pueblo y el conocimiento de su razón de ser, de sus problemas y
soluciones, de sus metas y recursos, integran la esencia del sistema constitucionalista,
que requiere la capacitación de la comunidad para que ésta pueda asumir su defensa y
evitar así su vejación por obra de las doctrinas mesiánicas.
(1) Casos "Arancíbia Clavel" (LA LEY, 2004-F, 296 y Fallos CS 327:3312), "Espósito"
(LA LEY, 2005-C, 1 y Fallos CS 327:5668) y "Simón" (LA LEY, 2005-E, 320 y Fallos
CS 328:2056).
(2) Fallos CS 307:1094; 316:221; 321:2294 y 323:555.
(3) Fallos CS 310:1476; 312:2490; 315:1492; 318: 514 y 1943; 319:1840; 321:3630;
323:4130; 327:3294 y 3312; 328:2056.
(4) Fallos CS 318:2348; 319:2557; 322:1941; 327:5668; 328:1491.
CAPÍTULO II
La Constitución
SUMARIO
22. Concepto de constitución.
23. Clasificación de las constituciones.
24. Constituciones escritas y no escritas.
25. Constituciones codificadas y dispersas.
26. Constituciones rígidas, flexibles y pétreas.
27. Cláusulas pétreas.
28. Constituciones monárquicas y republicanas.
29. Constituciones originarias y derivadas.
30. Constituciones personalistas, transpersonalistas y neutras.
31. Constituciones normativas, nominales y semánticas.
32. Formulación e interpretación de las normas constitucionales.
33. Reglas para la formulación de las normas constitucionales.
34. Finalidad.
35. Prudencia.
36. Realismo.
37. Tradiciones y costumbres.
38. Estabilidad.
39. Flexibilidad.
40. Generalidad.
41. Lenguaje común.
42. Claridad.
43. Concisión.
44. Reglas para la interpretación de las normas constitucionales.
45. Interpretación, integración y construcción.
46. Interpretación literal, extensiva y restrictiva.
47. Interpretación auténtica, judicial y doctrinaria.
48. Reglas de interpretación constitucional.
49. Interpretación teleológica o finalista.
50. Interpretación semántica.
51. Interpretación sistemática.
52. Interpretación dinámica.
53. Reglas complementarias de interpretación constitucional.
54. Razonabilidad.
55. Interpretación restrictiva de las excepciones y privilegios.
56. Presunción de constitucionalidad de los actos públicos.
57. In dubio pro libertate .
58. El Preámbulo de la Constitución.
59. El proceso constitucional argentino.
60. El Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810.
61. Acta capitular del 25 de mayo de 1810.
62. Reglamento orgánico y estatuto provisional de 1811.
63. Asamblea de 1813.
64. El Congreso de Tucumán.
65. Constitución de 1819.
66. Constitución de 1826.
67. Constitución de 1853/60.
68. Reforma constitucional de 1866.
69. Reforma constitucional de 1898.
70. Reforma constitucional de 1949.
71. Reforma constitucional de 1957.
72. Reforma de facto de 1972.
73. Reforma constitucional de 1994.
22. Concepto de constitución
El concepto de constitución no es sinónimo de Derecho Constitucional . Generalmente,
y debido a la aplicación excluyente del enfoque jurídico, el concepto de constitución
suele ser identificado con el concepto de Derecho Constitucional. Sin embargo, y a
pesar de tratarse de vocablos que están estrechamente vinculados entre sí, ellos definen
universos diferentes.
El Derecho Constitucional es una disciplina científica que tiene por objeto el estudio de
la constitución y de las instituciones políticas, estén o no previstas en un texto
constitucional. Abarca los contenidos del orden constitucional y del orden político.
Ese objeto del Derecho Constitucional incluye el estudio de la constitución, pero no se
agota con ella, porque se proyecta sobre las instituciones políticas extraconstitucionales
y sobre la realidad política, cuya composición no siempre coincide con la que debería
resultar de la estricta aplicación del orden jurídico previsto en la constitución.
En sentido genérico, una constitución es el acto formativo o fundacional de una
organización política global, que define las reglas de juego bajo cuya vigencia se
desarrollarán las relaciones del poder político y la convivencia social. La constitución es
la unidad orgánica de la organización política global y el modo en que se operará su
funcionamiento.
En cambio, en sentido específico, la constitución es el fundamento axiológico de la
organización política global, plasmado en los grandes fines asignados a ella.
Tanto el sentido genérico como el sentido específico son abarcativos de varios
significados que cabe asignar al concepto de constitución y que, a pesar de su
pluralidad, resultan indisolubles para su tipificación en el marco de la realidad política.
Así, el vocablo "constitución" puede definir el conjunto de las normas jurídicas
fundamentales que regulan la sociedad política global, la organización del poder para la
concreción de los fines de esa sociedad y los elementos de interrelación que determinan
la creación, la subsistencia y el desarrollo de una comunidad política.
Estos tres conceptos, que en la realidad política son inseparables, permiten, en forma
simultánea, que la constitución sea concebida como un documento jurídico
fundamental, como un instrumento de gobierno y como un símbolo de la unión social o
de la comunidad nacional. De tal manera, la fusión de estos conceptos hace posible
determinar, en la realidad política, la presencia efectiva de una constitución con el
sentido y la fuerza que le asigna la ciencia política. Y esa manifestación se hace efectiva
tanto en un sistema político democrático como en uno autoritario, aunque sus
contenidos varíen.
Como documento jurídico fundamental, la constitución consiste en la regulación
normativa básica de la cual emana la validez de todo el ordenamiento jurídico de una
sociedad política. Esa regulación normativa no es todo el ordenamiento jurídico, sino
solamente el que prescribe los lineamientos para la organización y el ejercicio del poder,
así como las instrucciones sobre la forma en que deberán ser encauzadas las relaciones
sociales. Es la unidad orgánica que determina las modalidades con que deberá ser
estructurada la sociedad política y la forma bajo la cual deberá desenvolverse la
convivencia social. El desarrollo de esos lineamientos está a cargo de normas jurídicas
de jerarquía inferior que no integran el concepto de constitución.
Pero la constitución no es solamente un documento jurídico básico, sino también un
instrumento de gobierno que prescribe de manera concreta cuál es la finalidad de la
organización política y cuáles son los caminos que se deberán seguir para alcanzarla.
Con este significado, en la constitución están expresados jurídicamente los grandes fines
políticos de la sociedad y los procedimientos articulados para su concreción.
En este sentido político, la constitución es un auténtico plan o programa de gobierno, al
cual deberá ceñirse el comportamiento social para realizar los objetivos determinantes
de la creación de una organización política global. La constitución refleja el cómo y el
para qué fue establecida esa organización, al tiempo que indica el curso de acción que
deberán seguir los detentadores del poder y los mecanismos que habrán de aplicar para
el logro de la finalidad constitutiva de la sociedad.
Una constitución, además de ser un documento jurídico fundamental y un instrumento
de gobierno, es también un símbolo de la unión nacional. En este sentido, el concepto de
constitución está integrado por un elemento que no se presenta en otros ordenamientos
normativos: es un símbolo de la nacionalidad que refleja el sentimiento del elemento
humano de la organización política global y que interpreta en forma concreta su manera
de ser y de sentir.
La aceptación de ese carácter simbólico le asigna legitimidad a una constitución. Esto
último, generalmente, acontece cuando se sanciona una nueva constitución para
satisfacer una intensa demanda social en tal sentido, o cuando con motivo de su
perdurabilidad es conocida y respetada por el hombre común, quien acepta su vigencia
con todas sus ventajas y desventajas. Con mayor razón, cuando el texto constitucional
se dicta con motivo del nacimiento de un Estado y fue fielmente acatado por varias
generaciones que vieron colmados sus anhelos por la aplicación de las cláusulas de esa
ley fundamental.
En ciertas oportunidades, la legitimidad de origen se diluye con el transcurso del tiempo
afectando el prestigio de una constitución y, por añadidura, su carácter simbólico. Tal
situación puede ser provocada por diversos factores.
Uno de ellos consiste en el excesivo tecnicismo o la injustificada extensión de las
constituciones. En tales casos, el ciudadano se desentiende de su comprensión, de modo
que ella queda reservada a juristas especializados que no siempre son idóneos en el arte
de la comunicación popular. La constitución se transforma en una especie de misterio,
en algo intangible e ininteligible para el ciudadano y su despreocupación desemboca en
una actitud de indiferencia frente a los eventuales incumplimientos de los preceptos
constitucionales.
Otro factor reside en la manipulación del texto constitucional que suele efectuar la
dirigencia política. A fin de satisfacer sus intereses de política agonal, no tiene reparos
en exigir un cumplimiento ortodoxo de la constitución para, poco tiempo después,
incurrir en interpretaciones arbitrarias de sus cláusulas o propiciar su suspensión
mediante la invocación de situaciones de emergencia o gravedad institucional.
También advertimos la existencia de constituciones plagadas de expresiones de deseos,
que conforman un catálogo inagotable en el cual se aseguran los más variados derechos
de manera explícita. La constitución es presentada como una panacea que, por sí sola,
cubre las necesidades laborales, alimentarias, educativas, habitacionales, de salud y de
progreso de todos los ciudadanos. Pero, en la práctica, ya sea por la impericia de los
gobernantes o por la imposibilidad fáctica de concretar tales objetivos, la promesa se
transforma en una quimera. En tales casos, la ingenuidad de los constituyentes hace de
la constitución un simple pedazo de papel con la consiguiente frustración para los
gobernados.
Por más perfecta que sea técnicamente una constitución, estará destinada al fracaso si no
responde a los valores históricos y políticos de las personas cuyas conductas aspira a
encauzar. Cuando una constitución no se integra cabalmente, en forma expresa o
implícita, con los principios de los cuales resulta la unidad espiritual y política de un
pueblo, que determinan la legitimidad del sistema constitucional, podrá tener validez
jurídica, pero estará desprovista de validez axiológica al no representar a la comunidad
nacional.
El concepto de constitución está integrado por esos tres significados, y la conjunción de
ellos se sintetiza en una organización simultánea de las formas normativas del poder
(concepto jurídico), de su ejercicio y programa (concepto institucional) y de su origen y
finalidad (concepto simbólico).
23. Clasificación de las constituciones
Las diversas clasificaciones que se realizan de los textos constitucionales responden al
propósito de agruparlas en categorías determinadas para así facilitar su tipificación y
estudio. Se trata de una labor doctrinaria que simplifica considerablemente la
introducción al análisis empírico de las constituciones y sus estudios comparativos.
24. Constituciones escritas y no escritas
De tales clasificaciones, la más tradicional y difundida es aquella que distingue las
constituciones escritas de las no escritas.
Constituciones escritas son aquellas cuyas disposiciones están contenidas en una o
varias leyes que cumplen con las formalidades impuestas a ellas, y cuyo carácter
fundamental deriva, entre otras circunstancias, de haber sido formuladas con el carácter
de normas rectoras que condicionan la validez y vigencia de las restantes disposiciones
normativas desprovistas de aquella fundamentalidad.
En cambio, las constituciones no escritas son aquellas cuyos contenidos resultan de la
costumbre y de actos de poder, sin que su carácter fundamental esté condicionado por la
formulación escrita. Es posible que sus disposiciones, en algún momento, sean volcadas
en un texto escrito, pero su calidad de normas constitucionales no dependerá de esa
formalidad sino de su aceptación social consolidada por la legitimidad histórica y ética.
La distinción entre constituciones escritas y no escritas fue gestada por el movimiento
constitucionalista cuando, a fines del siglo XVIII, fueron redactadas las primeras
constituciones modernas. Se consideró, bajo la influencia del contractualismo y del
iusnaturalismo, que era necesario documentar orgánicamente los mecanismos de
limitación y control del poder para preservar la libertad y dignidad del ser humano.
Solamente mediante la forma escrita se podía afianzar la estabilidad del sistema y tornar
perdurable la seguridad jurídica.
Por otra parte, la concepción de la constitución escrita también fue importante para
expresar doctrinariamente una de las técnicas elementales forjadas por el movimiento
constitucionalista. Se trata de la distinción científica entre el poder constituyente y los
poderes constituidos, como mecanismo indispensable para dotar de estabilidad formal al
orden constitucional.
25. Constituciones codificadas y dispersas
Resulta mucho más práctica y realista la distinción entre constituciones codificadas y
dispersas que, hasta cierto punto, es un desarrollo de la clasificación anterior.
La constitución codificada es una especie de constitución escrita cuyos contenidos están
sistematizados y consignados de manera orgánica en un documento jurídico único.
Responde a una concepción mecanicista que contribuye a la seguridad jurídica y a la
eficiencia del sistema constitucional, bajo la condición de que sus normas sean
generales y flexibles.
En cambio, las constituciones dispersas son aquellas cuyos contenidos aparecen
expuestos en una pluralidad de documentos jurídicos y costumbres carentes de
organicidad, y que responden a una concepción evolutiva del sistema constitucional.
El ejemplo más relevante de una constitución dispersa es la Constitución inglesa que,
erróneamente, es a veces calificada como constitución no escrita. En realidad, la
Constitución de Inglaterra es parcialmente no escrita y parcialmente escrita.
Son varias las razones que condujeron a la mayoría de las organizaciones políticas
globales a sancionar constituciones codificadas. Una de ellas, de raíz histórica, fue la
necesidad de asegurar la exteriorización jurídica de una nueva idea política dominante
en la sociedad, y ponerla de este modo a resguardo de sus adversarios.
Asimismo, cuando el surgimiento de aquellas organizaciones fue consecuencia de la
unión operada entre sociedades políticamente independientes, se consideró que su
perdurabilidad requería de un documento estable y fundamental a cuya luz pudieran ser
fácilmente resueltas las controversias que se presentaran. Es así que en los Estados
federales, como por ejemplo los Estados Unidos, Suiza, Argentina, Canadá y Australia,
el nacimiento de la federación fue documentado en constituciones codificadas.
26. Constituciones rígidas, flexibles y pétreas
Otra clasificación de los textos constitucionales es la que distingue entre las
constituciones rígidas, flexibles y pétreas. La diferencia entre ellas reside en el mayor o
menor grado de dificultad para proceder a su reforma.
Constituciones rígidas son aquellas en las cuales está claramente expresada la distinción
entre el poder constituyente y los poderes constituidos. Su reforma solamente puede
concretarse por obra de un órgano extraordinario y diferente al que tiene a su cargo el
ejercicio de la función legislativa ordinaria, o mediante un procedimiento distinto y más
complejo que el empleado por el órgano legislativo para la sanción de la legislación
ordinaria. La casi totalidad de las constituciones modernas está incluida en esta
categoría, como acontece con la Argentina.
Constituciones flexibles son aquellas donde no aparece expresada la distinción entre el
poder constituyente y los poderes constituidos. Los poderes se confunden en la práctica
jurídica. La reforma de las constituciones flexibles es realizada por el órgano legislativo
ordinario, para lo que se aplican los mismos procedimientos y formalidades que para la
sanción de las leyes ordinarias. Esto no significa que todas las normas tengan carácter
constitucional y supremo, sino solamente aquellas que reciban esa calidad del órgano
legislador.
Junto a las constituciones rígidas y flexibles, existe una tercera categoría: las
constituciones pétreas. Una constitución pétrea es aquella cuyas disposiciones no
pueden ser reformadas jurídicamente, en cuyo caso la petrificación puede ser absoluta,
relativa o temporal.
La petrificación es absoluta cuando está prohibida la reforma de la constitución en todas
y cada una de sus partes. Se trata de una especie inexistente en la práctica y, de
manifestarse, estaría destinada a sucumbir frente al dinamismo de la vida social. Su
manifestación sólo sería viable en sociedades teocráticas donde el origen divino
atribuido a las normas constitucionales tornara inaceptable su modificación por la
acción humana.
27. Cláusulas pétreas
La petrificación es relativa cuando está prohibida la reforma de alguna o algunas
cláusulas de la constitución. En tal sentido, el art. V de la Constitución de los Estados
Unidos dispone que ningún Estado, sin su consentimiento, podrá ser privado de la
igualdad de voto en el Senado. Por su parte, la Constitución de Francia de 1958
establece que la forma republicana de gobierno no podrá ser objeto de reforma
constitucional (art. 89), en tanto la Constitución de Italia de 1947 prescribe que la forma
republicana no puede ser revisada constitucionalmente (art. 139).
Cuando la petrificación es relativa, se suele hacer referencia a las cláusulas
constitucionales pétreas, que pueden, a su vez, ser absolutas o relativas.
Cláusulas pétreas absolutas son aquellos contenidos constitucionales cuya reforma está
prohibida. Toda modificación que se pretenda introducir a ellas será manifiestamente
nula, por alterar el compromiso político que otorga legalidad y legitimidad de origen al
sistema político que estructura la constitución.
Cláusulas pétreas relativas, por su parte, son aquellas que prohíben su modificación total
o parcial durante un lapso determinado, o hasta que se cumplan determinadas
condiciones de carácter suspensivo a los fines de la reforma.
Las cláusulas pétreas, ya sean absolutas o relativas, son clasificadas en expresas y
tácitas. Las primeras son aquellas en las que la prohibición de la reforma emana
explícitamente del texto constitucional, en tanto las segundas están integradas por los
principios y bases esenciales de la estructuración política, cuya modificación importará
alterar los fundamentos históricos que motivaron su establecimiento.
La petrificación es temporal cuando está prohibida la reforma de la constitución durante
un lapso determinado o hasta que se cumplan determinadas condiciones.
28. Constituciones monárquicas y republicanas
Se trata de una clasificación forjada en el siglo XIX que se basa sobre la forma de
gobierno impuesta por la constitución. La distinción respondió a una motivación
política fruto de un proceso de transición de los sistemas transpersonalistas a los
personalistas.
La paulatina sustitución de las monarquías por las repúblicas estaba acompañada por
textos constitucionales en los cuales, y respecto de estas últimas, se hallaban más
acentuadas las características del movimiento constitucionalista. Sin embargo, la
desaparición de las monarquías absolutas y el surgimiento de monarquías
constitucionales en las cuales se restringía sensiblemente la autoridad de la corona
disiparon la utilidad que podía presentar esta clasificación.
En la actualidad, el carácter distintivo no reside en la forma de gobierno sino en el
sistema político imperante. Entre las constituciones monárquicas europeas no existen
diferencias sustanciales en orden a sus objetivos teleológicos con las constituciones
republicanas vigentes en Francia, Italia o Alemania. En cambio, sí se presentan
diferencias sustanciales entre aquellas constituciones monárquicas propias de los
sistemas políticos democráticos y las de igual tipo que regulan el funcionamiento de
ciertos regímenes monárquicos en África y Asia.
29. Constituciones originarias y derivadas
Constitución originaria es aquella cuyos contenidos son novedosos, sin que aparezcan
expuestos en otros textos constitucionales. Constituciones derivadas son las que se
nutren de las cláusulas contenidas en otros documentos similares.
No conocemos constituciones que, en su totalidad, puedan ser calificadas como
novedosas u originarias. Sí algunas de sus cláusulas, como las referentes al
presidencialismo y a la forma federal para organizar la estructura estatal que contiene la
Constitución de los Estados Unidos; o el gobierno de asamblea que consagraba la
Constitución francesa de 1793.
Las constituciones son derivadas generalidad. Todas ellas han incorporado instituciones
propias de otras formas constitucionales o de procesos políticos ajenos, aunque
procuraron adecuarlas a las modalidades y realidad política locales.
También se suele denominar constitución originaria a la constitución fundacional. Es
aquella que organiza a una nueva entidad política global y cuya perdurabilidad permite
asignarle el carácter de constitución histórica. En esta categoría quedan incluidas, a
título de ejemplo, la Constitución de los Estados Unidos de América de 1787, la
Constitución Argentina de 1853/60 y la Constitución del Reino de España de 1978.
30. Constituciones personalistas, transpersonalistas y neutras
La diferencia entre las constituciones personalistas y las transpersonalistas reside en la
finalidad de la norma fundamental al reflejar el propósito asignado a la organización
política global.
Constituciones personalistas son aquellas que, en función de la idea política dominante,
crean una estructura que, en última instancia, procura concretar la plena vigencia de la
libertad y dignidad de las personas. Son aquellas que incorporan los principios
generados por el movimiento constitucionalista.
Constituciones transpersonalistas son aquellas que, también en función de la idea
política local dominante, imponen una organización para la cual, en la cúspide de la
escala axiológica, no se encuentran la libertad y la dignidad de las personas, sino otros
valores que se consideran superiores, tales como la grandeza de la nación o el Estado, la
superioridad de una raza o clase social, la vigencia de una concepción religiosa, o la
subordinación a una personalidad carismática. Son constituciones propias de los
sistemas políticos autoritarios o autocráticos.
Las constituciones neutras son las que están desprovistas de un contenido ideológico. Se
limitan a describir la conformación de la organización política global, al tiempo que
carecen de toda referencia axiológica a los derechos fundamentales, tanto de índole
individual o social como a la finalidad que tiene aquélla.
31. Constituciones normativas, nominales y semánticas
A través de un análisis ontológico constitucional, que en vez de estudiar la esencia y
contenido de las constituciones concentra la investigación en verificar la concordancia
entre las normas constitucionales y la realidad política, entre el orden constitucional y el
orden político, a la luz de los grandes principios forjados por el movimiento
constitucionalista, se arriba a la conclusión de que un texto constitucional no funciona
necesariamente de la manera en que él mismo lo prescribe, sino de la forma en que los
gobernantes y gobernados lo ponen en funcionamiento. La práctica constitucional puede
o no coincidir con las disposiciones del texto constitucional.
Siguiendo este enfoque ontológico, las constituciones se clasifican en normativas,
nominales y semánticas.
Una constitución normativa es aquella que refleja la finalidad del movimiento
constitucionalista respecto de la concreción de la libertad y dignidad de las personas,
mediante la instrumentación de los mecanismos de distribución y control del poder.
Pero, además de semejante estructuración formal, ella está integrada por un contenido
sustancial que permite verificar que es efectivamente observada por gobernantes y
gobernados, quienes adecuan sus comportamientos a los imperativos de las normas
constitucionales.
Una constitución normativa no es aquella que simplemente tiene validez en un sentido
jurídico, sino que además es cumplida lealmente, al forjar una unidad conceptual entre
la norma y las conductas acordes con la vigencia de la libertad y dignidad del ser
humano.
Una constitución nominal es aquella que, si bien su texto responde formalmente a los
fines del movimiento constitucionalista, dista de ser cumplida fielmente en la práctica.
Se trata de una constitución propia de aquellos sistemas políticos en transición entre la
democracia y el autoritarismo.
Una constitución semántica es aquella cuya estructura y finalidad no responden a los
requerimientos del movimiento constitucionalista, sino a una visión transpersonalista en
la cual la libertad y dignidad del ser humano no son fines, sino medios para alcanzar
objetivos considerados axiológicamente más trascendentes.
No es una constitución que se preocupe por controlar el ejercicio del poder y evitar sus
abusos, sino que apunta a organizar la relación del poder político en la forma necesaria
para consolidar a los detentadores del poder y a la idea transpersonalista que le sirve de
guía.
Sus normas, al igual que las de una constitución normativa, se adecuan a la realidad y
son plenamente aplicadas. Pero ontológicamente responden a motivaciones
diametralmente opuestas.
32. Formulación e interpretación de las normas constitucionales
La técnica constitucional es el procedimiento racional que se utiliza para aplicar los
principios resultantes del Derecho Constitucional con motivo de la redacción o
interpretación de una ley fundamental. A pesar de tener su método e instrumentación, la
técnica no constituye un fin, sino solamente un medio a través del cual el Derecho
Constitucional es sustraído del ámbito de las abstracciones para proyectarse en la acción
política y jurídica.
En tal sentido, la técnica constitucional, concebida como el manejo correcto de los
medios que permiten alcanzar los fines resultantes de los estudios del Derecho
Constitucional, es simultáneamente un arte político y un arte jurídico.
La técnica constitucional abarca dos procesos. Uno de ellos es la técnica para la
formulación de las normas constitucionales. El otro es la técnica para su interpretación.
La primera se refiere a los mecanismos aplicables para la correcta elaboración y
redacción de una constitución. La segunda alude a las reglas que deberán ser cumplidas
con motivo de la aplicación de ese texto constitucional a un caso determinado, para
precisar su alcance y significado.
Ambas técnicas revisten significativa importancia, la que lamentablemente no siempre
ha sido debidamente comprendida. Una interpretación constitucional deficiente puede
conducir al fracaso de la mejor de las constituciones.
De igual modo, la redacción incorrecta de un texto constitucional puede tornar
inoperantes los más elevados propósitos que pudieron haber inspirado a los
constituyentes.
33. Reglas para la formulación de las normas constitucionales
La formulación de la norma constitucional es el procedimiento intelectual por el cual el
autor de una idea la exterioriza públicamente al insertarla en un texto normativo.
La conformación de una idea en materia constitucional es un proceso complejo basado
en la experiencia, los conocimientos políticos y la proyección de sus contenidos sobre la
vida social y política. Se desenvuelve en el ámbito cognoscitivo del autor hasta alcanzar
cierta solidez que justifica su exteriorización.
Sin embargo, por más acertada que resulte la conformación de esa idea, su eficiencia
práctica está condicionada a su correcta, clara y precisa formulación.
Las reglas para la formulación de las normas constitucionales pueden ser sistematizadas
en las siguientes:
1) Finalidad.
2) Prudencia política.
3) Realismo.
4) Tradiciones y costumbres.
5) Estabilidad.
6) Flexibilidad.
7) Generalidad.
8) Lenguaje común.
9) Claridad.
10) Concisión.
34. Finalidad
Una constitución, además de ser un documento jurídico fundamental, es también un
instrumento de gobierno y una carta que expresa los sentimientos, anhelos y valores de
un pueblo, como símbolo de la unidad nacional política.
Toda constitución responde a una finalidad, en la medida en que toda sociedad se
integra para alcanzar un objetivo determinado. La constitución se dicta para organizar
jurídicamente a una sociedad política sobre la base de los elementos materiales y
espirituales que determinan su nacimiento y desarrollo.
La polémica acerca de si una constitución debe recoger y garantizar todos los intereses
puntuales de la sociedad o si, por el contrario, debe contener solamente los principios
básicos y remitir a la legislación ordinaria la regulación de sus detalles, es resuelta a
favor de la segunda de estas posturas. Si una constitución carece de finalidad, si ella no
coincide con la finalidad de la sociedad, si no está expresada con claridad o si resulta
difícil de entender debido a la complejidad y extensión del texto constitucional, será un
documento carente de idoneidad para asumir el rol de instrumento de gobierno y
símbolo de unidad nacional.
Sin mengua de la libertad y dignidad de las personas, expuestas como finalidad de la
Constitución federal en su Preámbulo, una muestra de cómo se debe alcanzar ese
objetivo está desarrollada en el art. 75, inc. 18, de la Ley Fundamental.
35. Prudencia
La prudencia es quizás la virtud que resume todas las condiciones que debe reunir el
constituyente para abordar eficazmente su delicada misión. Es, en efecto, la virtud
política que le permite observar, conocer y decidir en función del bien común de la
sociedad.
La prudencia está integrada por tres elementos: la capacidad para obtener información,
la aptitud de reflexionar formulando juicios de conocimiento y el don de distinguir las
características y proyecciones de una solución antes de decidir.
La prudencia política, que importa descartar las conductas precipitadas, inconstantes y
carentes de consideración, revela que no es suficiente que el constituyente esté
impregnado de profundos conocimientos doctrinarios y científicos. También es
necesario que posea la virtud de la prudencia, que le permitirá depurar esos
conocimientos con relación a las necesidades y posibilidades de la sociedad, y hacer
efectivo en el caso concreto el arte de lo posible sin claudicar ante la fascinación que a
veces ejercen las utopías, las modas y el esnobismo.
La prudencia, como el arte de lo posible, impulsó a los constituyentes a redactar el art.
1° de la Constitución sin añadir definiciones o descripciones que pudieran colisionar
con algunos matices de la idea política dominante en la sociedad. Dispone que "La
Nación Argentina adopta para su gobierno la forma representativa republicana federal,
según la establece la presente Constitución".
También fueron prudentes los autores de la Constitución cuando, al redactar su art. 45,
se abstuvieron de establecer un sistema electoral determinado y se limitaron a imponer
la elección directa y por simple pluralidad de votos a los diputados, y la división del
territorio nacional en distritos electorales.
Otro tanto cuando, tras enunciar una serie de derechos y garantías en los arts. 14, 14
nuevo, 15, 16, 17, 18, 19 y 20, destacaron que el reconocimiento constitucional se
extendía a los derechos y garantías en estado embrionario conforme a una interpretación
dinámica del art. 33.
36. Realismo
La subsistencia y eficacia de una constitución están condicionadas a que ella responda
lo más fielmente posible a la realidad política, social, económica, cultural e histórica del
pueblo. Debe ser expresión, lo más exacta posible, de la situación real del país, tanto de
la proyección vigente de su pasado como de su presente y futuro.
Las constituciones, en un sistema democrático constitucional, y como consecuencia del
pluralismo imperante, son siempre el resultado de compromisos que integran
armónicamente las distintas necesidades e intereses de sus habitantes, procurando no
contrariar el espíritu del pueblo ni sus legítimas tradiciones. Las constituciones deben
ser hechas de conformidad a los pueblos y no pretender que éstos se amolden a aquéllas.
En carta que le escribiera San Martín a O'Higgins en 1833, aquél destacaba: "Yo estoy
firmemente convencido de que los males que afligen a los nuevos Estados de América
no dependen tanto de sus habitantes como de las constituciones que los rigen. Si los que
se llaman legisladores de América hubieran tenido presente que a los pueblos no se les
debe dar las mejores leyes pero sí las mejores que sean apropiadas a su carácter, la
situación de nuestro país sería bien diferente".
El ideal en esta materia no consiste en dotar a un pueblo de una constitución
teóricamente perfecta, sino de una constitución realmente posible. Ello requiere que el
constituyente tenga las aptitudes de un verdadero estadista más que las de un científico,
aunque la investigación y los conocimientos teóricos son elementos sumamente útiles
para perfeccionar su labor.
Si una constitución no es la manifestación de los factores reales del poder, se opera una
tajante separación entre el deber ser normativo y la práctica institucional, lo que
conduce indefectiblemente al desconocimiento y a la inaplicabilidad de la constitución,
así como a su falta de vigencia real por carecer de legitimidad.
Esto no significa que necesariamente el texto constitucional deba estar a la zaga de los
hechos. El realismo constitucional no reside simplemente en el afán de traducir los
hechos en normas, ya que las constituciones también deben receptar los ideales que
apuntalan el comportamiento social en busca de una síntesis realista entre los hechos del
presente y los ideales de la sociedad que, como tales, muchas veces no se concretan
aunque sigan teniendo vigencia axiológica como idea política dominante.
Una cláusula realista, forjada por la experiencia y la sangre derramada en el curso de los
cruentos enfrentamientos internos que cubrieron varias décadas de nuestra historia
política, es la contenida en el art. 22 de la Constitución. Establece que "El pueblo no
delibera ni gobierna, sino por medio de sus representantes y autoridades creadas por esta
Constitución. Toda fuerza armada o reunión de personas que se atribuya los derechos
del pueblo y peticione a nombre de éste, comete delito de sedición".
A una visión realista también responde la cláusula residual del art. 33 cuando establece
que "Las declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitución no serán
entendidos como negación de otros derechos y garantías no enumerados; pero que nacen
del principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno".
El realismo constitucional es incompatible con el cientificismo constitucional que,
cuando no conduce a un proceso de desconstitucionalización, es el manto que
maliciosamente encubre maniobras políticas destinadas a satisfacer las ambiciones de
algún individuo o sector social.
37. Tradiciones y costumbres
En la tarea constituyente es necesario conocer los intereses de la comunidad, el
concepto de bien común a la luz de la idea política dominante y la interpretación de los
sentimientos que congregan a una nación, así como saber proyectarlos, con palabras
fácilmente entendibles, en un texto constitucional.
La eficacia de una constitución determina que ella no pueda oponerse al espíritu, forma
de ser, tradiciones y costumbres de un país que, en conjunto, conforman su tipificación
cultural. Tales valores deben estar equilibrados con los intereses legítimos de los más
diversos grupos sociales de manera tal que, armónicamente, se puedan alcanzar los
grandes objetivos que motivaron la sanción de la constitución sin alterar el estilo de vida
de un pueblo.
Pretender establecer un sistema constitucional basado exclusivamente sobre los dictados
de la razón y la experiencia es un camino que puede conducir al fracaso constitucional
si no se atiende debidamente la naturaleza y particular disposición del pueblo. El
enfoque racional normativo, en su versión más pura, no es recomendable.
El análisis, conocimiento y aceptación de la constitución histórica le permiten al
constituyente distinguir las circunstancias excepcionales del presente, que como tales
son esencialmente transitorias, de aquellas que subsisten permanentemente en una
sociedad y caracterizan sociológicamente al pueblo con cualidades propias que lo
diferencian de otras unidades humanas.
38. Estabilidad
A diferencia de las leyes ordinarias, que están normalmente destinadas, en sus
contenidos, a satisfacer las necesidades transitorias del momento, las constituciones son
programas de gobierno y de vida para una sociedad, que se sancionan con el propósito
de tener una duración ilimitada. En ellas, el constituyente debe volcar los aspectos
fundamentales de la sociedad y procurar garantizar su perdurabilidad.
Por tratarse, precisamente, de conceptos básicos y elementales que reflejen una idea
política dominante, el constituyente deberá procurar que su perdurabilidad fáctica se
traduzca en la estabilidad jurídica.
Es cierto que no existe una obra humana perfecta y que ella podrá ser siempre mejorada;
pero, sin desconocer esa realidad, el constituyente debe volcar todo su esfuerzo para que
su labor sea de una calidad tal que, al menos teóricamente, quepa la posibilidad de
afirmar su condición de inmutable.
La permanencia o estabilidad de una constitución es un atributo fundamental de ella, ya
que su falta de perdurabilidad le restará idoneidad para cumplir con su misión
ordenadora, la privará de legitimidad y, consecuentemente, de su carácter de símbolo de
la unidad nacional.
Uno de los errores más frecuentes, quizás consecuencia de la ansiedad o de la soberbia
política que descalifica toda obra de las generaciones anteriores, reside en creer que una
constitución debe ser objeto de permanentes reformas para reflejar las transitorias
realidades del momento. Ello importa establecer una constitución sociológica que, como
tal, está desprovista de una meta a mediano y largo plazo.
En muchas oportunidades escuchamos voces que, con una cuota significativa de
puerilidad, propiciaron y propician la reforma de nuestra Ley Fundamental debido a
que, como no preveía expresamente ciertas instituciones insertadas en las constituciones
europeas, merecía ser calificada como una constitución de la "época de las carretas". Es
una norma antigua, y como tal, su reemplazo se impone para estar en la avanzada del
esnobismo constitucional. No interesa si el texto constitucional es bueno o malo, no
interesa si la interpretación del texto constitucional permite regular legislativamente
aquellas instituciones novedosas. Lo importante es estar integrado a la moda política y
constitucional como si se tratara de un traje, una corbata, un peinado o un estilo de
comunicación.
Una constitución no puede ser inmutable o pétrea pero, para poseer la estabilidad que
acarrea seguridad jurídica, solamente debe ser reformada cuando los hechos revelan que
ello es absolutamente indispensable para satisfacer las intensas necesidades sociales en
función del bien común.
Mitre explicaba que "una Constitución no es un juego de niños, no es cosa que se pueda
andar variando todos los días, sin dar tiempo a las instituciones a que echen raíces
profundas en la sociedad. Por el contrario, debe dejarse que el tiempo las consagre, las
radique y que les dé toda la solidez y respetabilidad que desde el primer día no pueden
tener, y que sólo el tiempo y la educación constitucional pueden darles".
La estabilidad de las constituciones es una idea estrechamente asociada con la
concepción moderna del constitucionalismo y con sus formas escritas y codificadas de
expresión. Una constitución como acto fundacional de la organización política global,
así como toda reforma a su contenido, debe ser redactada con el convencimiento de que
estará permanentemente vigente, lo cual dota de esta bilidad al sistema político.
Los más activos reformistas una vez alcanzados sus objetivos eran los más activos
partidarios de la inmutabilidad jurídica o institucional. Así, Platón arribó a la conclusión
de que la polis representaba la perfección en la organización política bajo el gobierno de
los sabios; para Hegel el proceso dialéctico histórico concluía con la monarquía
prusiana; para Marx, ese proceso dialéctico desembocaba en una sociedad definitiva sin
clases; para Cromwell, su Instrument of government era tan inalterable como la Carta
Magna. No compartimos la visión de la inmutabilidad, pero sí la necesidad de producir
la estabilidad que no llega al extremo de la anterior.
Juan Bautista Alberdi escribía que "El gran arte del gobierno, como decía Platón, es el
arte de hacer amar a los pueblos la Constitución y las leyes. Para que los pueblos la
amen es menester que la vean rodeada de prestigio y esplendor. El principal medio de
afianzar el respeto de la Constitución es evitar en todo lo posible sus reformas. Ellas
pueden ser necesarias a veces, pero constituyen siempre una crisis pública más o menos
grave. Ellas son lo que las amputaciones al cuerpo humano: necesarias a veces, pero
terribles siempre. Deben evitarse todo lo posible o retardarse lo más. La verdadera
sanción de las leyes reside en su duración. Remediemos sus defectos, no por la
abrogación, sino por la interpretación". Y agregaba: "Conservar la Constitución es el
secreto de tener Constitución".
39. Flexibilidad
Toda constitución es, esencialmente, un instrumento perdurable dictado para regir
durante un lapso indeterminado. Su redacción debe permitir que en el curso del tiempo
pueda desarrollarse y adecuarse a los requerimientos fundamentales de la sociedad,
merced a un contenido flexible que no se oponga al razonable dinamismo político y
social.
A tal efecto, las normas constitucionales tienen que ser flexibles para que sus contenidos
genéricos puedan albergar las necesidades imprevisibles del futuro. Si las normas son
rígidas e inflexibles en aspectos que no están encaminados a concretar los grandes
principios de la organización política, el texto constitucional carecerá de la ductilidad
indispensable para adecuarse, mediante la interpretación, a las nuevas e intensas
necesidades sociales.
La flexibilidad se opone a la petrificación. Pero ella tampoco equivale a la mutabilidad
constitucional. Es, simplemente, la condición indispensable para que una ley
fundamental pueda perdurar y, simultáneamente, cubrir las necesidades gestadas por el
dinamismo social, con garantía de la seguridad jurídica.
La constitución flexible en su redacción es aquella que puede ser adecuada a las nuevas
condiciones y requerimientos sin experimentar modificaciones. De modo que, en rigor,
cuanto más acertadamente flexible sea una constitución, más innecesaria y superflua
será su reforma.
Un ejemplo de flexibilidad se encuentra en el art. 45 de la Constitución. Dispone que
"La Cámara de Diputados se compondrá de representantes elegidos directamente por el
pueblo de las provincias, de la ciudad de Buenos Aires, y de la Capital en caso de
traslado, que se considerarán a este fin como distritos electorales de un solo Estado y a
simple pluralidad de sufragios...". Los constituyentes no incurrieron en el error de
establecer un determinado sistema electoral, sino que se limitaron a fijar ciertos
presupuestos básicos que debe presentar el régimen que, a tal efecto, disponga el
Congreso.
40. Generalidad
Estrechamente relacionado con la regla anterior se presenta el principio de la
generalidad de las normas constitucionales.
Las normas constitucionales deben ser genéricas y el constituyente debe procurar
englobar en ellas la mayor cantidad de hipótesis fácticas posibles. Una constitución no
puede ocuparse de los detalles, sino de los grandes principios en los cuales se
desarrollan aquéllos. Caso contrario, la norma fundamental será superada por los hechos
sociales y políticos, lo cual desembocará en la necesidad de su reforma, con la
consiguiente lesión a la regla de la perdurabilidad y de la seguridad jurídica.
Una constitución solamente debe establecer los fines de la sociedad y los instrumentos
para alcanzarlos. Tiene que limitarse a contener los grandes principios generales, cuya
proyección y adecuación a los datos de la realidad incumbe al legislador a través de las
leyes reglamentarias.
La aceptación de semejante realidad permite constatar que configura un grave error de
técnica constitucional el pretender incorporar a las constituciones, revistiéndolas de
carácter fundamental, todas aquellas materias esencialmente mutables y secundarias que
deben ser precisadas por el legislador común.
A esa técnica constitucional se suele acudir como consecuencia de los procesos
parciales o totales de desconstitucionalización gestados por ciertos gobiernos. Pero no
se advierte que, cuando no existe una voluntad auténtica de resguardar el sistema
constitucional, las normas jurídicas serán ineficientes para preservarlo.
Los arts. 14, 17, 18 y 19 de la Constitución, entre otros, reflejan la técnica de la
generalidad. La Ley Fundamental enuncia una serie de derechos y garantías, sin
precisarlos en detalle. Tal función se otorga al Congreso con el límite impuesto por el
art. 28, y sin perjuicio de la cláusula residual del art. 33 que concede jerarquía
constitucional a una cantidad indeterminada de derechos y garantías relacionados con la
libertad y dignidad del ser humano.
41. Lenguaje común
Al redactar una constitución, el constituyente debe recordar que el lenguaje posibilita la
comunicación y el entendimiento entre los hombres. No solamente entre los hombres
especializados en el Derecho Constitucional, sino también entre todos aquellos que
carecen de capacidad científica en esta materia. La constitución rige para todos los
habitantes de un país, de manera que su texto debe ser comprensible para ellos.
Esto impone la redacción de las constituciones con empleo del lenguaje común. Las
constituciones no se dictan sólo para los especialistas, sino para todo el pueblo. Por tal
razón, es necesario utilizar el lenguaje de ese pueblo y evitar, en la medida de lo posible,
el empleo de vocablos técnicos y científicos.
Tanto en la ciencia política como en el Derecho Constitucional se ha desarrollado un
lenguaje técnico que incluye una terminología especializada y fácilmente comprensible
para los especialistas. Sin embargo, no es ese el lenguaje que debe presidir la redacción
de un texto constitucional. Si ese lenguaje carece de aceptación general, deberá ser
sustituido por aquel que utiliza el ciudadano común y que el constituyente no puede
desconocer.
En el lenguaje constitucional, por otra parte, al considerar la generalidad y flexibilidad
que deben caracterizar a las normas fundamentales, no solamente tienen relevancia las
palabras, sino también los silencios. Así como las palabras tienen un sentido que deberá
ser el que les atribuye el hombre común, otro tanto acontece con los silencios que, a
través de una interpretación sistemática, deben expresar soluciones y caminos a seguir
para la cabal comprensión del texto constitucional.
El lenguaje común impera en casi todo el texto constitucional formulado en 1853/60. Su
lectura y comprensión no ofrecen dificultades, pese a que fue sancionada ya hace más
de ciento cincuenta años.
Por otra parte, y tal como lo advierte Linares Quintana, en las reformas parciales de una
constitución se debe mantener la uniformidad de estilo. De lo contrario, las
modificaciones o innovaciones "aparecerán a simple vista como verdaderos remiendos,
cuya inconveniencia surge no sólo desde el punto de vista de la estilística constitucional,
sino también como defecto de fondo susceptible de oscurecer la interpretación del texto
supremo".
42. Claridad
El texto de la ley fundamental y las palabras empleadas en su redacción deben ser
sencillos, tomados en su sentido popular y fácilmente entendibles. Pero ese texto y esas
palabras también deberán ser muy claros, de manera de informar sobre sus contenidos y
finalidades sin ningún ocultamiento, y sin generar dudas en el receptor.
La claridad expositiva presupone la claridad de las ideas que se desean transmitir por
medio del lenguaje. Cuando las ideas del legislador no son claras, difícilmente podrá
transmitir su mensaje evitando las expresiones confusas, incoherentes, declamatorias o
ambiguas. Esa claridad importa desechar la fraseología, e inclusive la prosa literaria
cuando ella no es conducente para facilitar la comprensión del texto constitucional.
Una constitución no es una obra teórica o de valor literario, sino esencialmente práctica,
y esa practicidad está condicionada a la claridad de las ideas del constituyente y a su
habilidad para expresarse en un lenguaje llano y claro que disipe toda posibilidad de
duda razonable en la determinación del significado del mensaje.
La rigurosa aplicación de esta regla evita las tan frecuentes explicaciones contenidas en
las leyes y la cita de ejemplos en los textos normativos, las cláusulas oscuras y las
palabras intrascendentes, todo lo cual resiente sensiblemente la eficacia práctica de una
constitución. La regla indica que el constituyente debe evitar el empleo incorrecto de las
palabras, el uso de las palabras superfluas y el uso deficiente o la omisión de los signos
de puntuación que correspondan, porque todo ello contribuye a oscurecer el significado
de una constitución y a generar conflictos innecesarios con motivo de su aplicación.
43. Concisión
La concisión de una constitución significa que ella debe ser precisa y breve. En su
redacción se debe emplear la menor cantidad de palabras posible para expresar una idea,
aunque la aplicación de esta técnica resienta la calidad literaria del texto constitucional.
La concisión es el arte de expresar las ideas con las palabras justas y adecuadas. En
materia constitucional, y en general en materia legislativa, la concisión es enemiga del
preciosismo literario y de la moda. Una constitución no se sanciona para ser sometida a
un examen de estilo literario, sino para que pueda ser conocida y comprendida por el
pueblo a los fines de su cumplimiento práctico. Tal circunstancia impone la concisión,
porque una constitución extensa, además de tornar compleja su comprensión para el
hombre común, es pasible de generar mayores inconvenientes interpretativos y
necesidades de reforma que afecten su estabilidad.
Linares Quintana dice que "La concisión en el lenguaje constitucional resulta una
consecuencia necesaria e inevitable de la propia naturaleza de la Ley Suprema.
Corresponde señalar en la historia constitucional latinoamericana numerosos ejemplos
de falta de concisión en el lenguaje de las constituciones. Pareciera que los
constituyentes generalmente confiaran más en la extensión y prolijidad del texto
constitucional que en su claridad, brevedad y concisión".
La concisión que se advierte en la Constitución Nacional determina que sea una de las
constituciones más precisas y breves vigentes en el mundo contemporáneo. Técnica que
lamentablemente ha sido desconocida por los constituyentes provinciales, que forjaron
extensos y engorrosos textos constitucionales difíciles de comprender y de conocer por
los pueblos a los cuales se destinan.
44. Reglas para la interpretación de las normas constitucionales
La interpretación constitucional es el arte de aplicar los principios que formula la
hermenéutica constitucional, para desentrañar el significado de una cláusula
constitucional o los alcances que cabe atribuir a una norma jurídica reglamentaria de la
Ley Fundamental.
Se trata de dos conceptos que definen realidades diferentes. La hermenéutica es la
disciplina científica que tiene por objeto el estudio y la sistematización de los principios
y métodos interpretativos, mientras que la interpretación es la aplicación técnica de los
principios que emanan de la teoría científica. La interpretación es el arte de la ciencia
hermenéutica.
Como técnica, la interpretación es una actividad intelectual encaminada a determinar el
significado de una norma jurídica y, en nuestro caso, de una norma constitucional, o de
una norma reglamentaria de ella para verificar su constitucionalidad.
Por tratarse de una técnica mediante la cual se establece el alcance de una norma dentro
del conjunto que representa el sistema jurídico, la interpretación requiere que quien
acuda a ella tenga la suficiente habilidad y prudencia para evitar la desnaturalización de
los principios expuestos por la hermenéutica constitucional. El arte de interpretar, si
bien impone cierta cuota de inteligencia en el intérprete, exige un grado aun mayor de
habilidad y prudencia.
La importancia que reviste la interpretación se refleja en varias cláusulas
constitucionales que establecen principios hermenéuticos. Así, el art. 28 de la
Constitución Nacional, cuando prescribe que "Los principios, garantías y derechos
reconocidos en los anteriores artículos, no podrán ser alterados por las leyes que
reglamenten su ejercicio", establece un límite a los fines de la interpretación que
corresponde asignar a esas normas reglamentarias.
Igual significado tiene el art. 33 de la Ley Fundamental al disponer que "Las
declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitución, no serán entendidos
como negación de otros derechos y garantías no enumerados, pero que nacen del
principio de la soberanía del pueblo y de la forma republicana de gobierno".
Finalmente, cabe mencionar al art. 75, inc. 22, que tras atribuir jerarquía constitucional
a ciertos tratados internacionales sobre derechos humanos, la condiciona a que "no
derogan artículo alguno de la primera parte de esta Constitución y deben entenderse
complementarios de los derechos y garantías por ella reconocidos".
Las particularidades de la interpretación constitucional han conducido a sistematizar
algunos de los procedimientos y reglas aplicables en este ámbito.
Así, algunos autores distinguen la interpretación de la integración y la construcción, que
son presentados como mecanismos independientes.
Con respecto a los procedimientos de interpretación, se suele distinguir a las formas
interpretativas en literal, extensiva y restrictiva, y, en función de la fuente de donde
provienen, en auténtica, judicial y doctrinaria.
A su vez, en la interpretación jurisprudencial se distinguen la interpretación mecánica o
automática, la libre decisión legal y la interpretación realista o experimental.
45. Interpretación, integración y construcción
En el ámbito del derecho público, y especialmente en el Derecho Constitucional, el arte
de la interpretación engloba tres mecanismos: la interpretación sujeta a un enfoque
restrictivo, la integración y la construcción.
La interpretación, con un alcance limitado, es el procedimiento consistente en
determinar el significado de una norma en la cual está comprendida una situación de
hecho o de derecho. En tal caso, la labor del intérprete se circunscribe a precisar ese
significado mediante el análisis del lenguaje empleado para la redacción de la norma.
En la norma constitucional está prevista la hipótesis jurídica o fáctica cuyo alcance o
validez se procura definir en función de un enfoque gramatical de aquélla.
La integración, como mecanismo independiente de la interpretación restringida,
presupone la inexistencia de una norma que regule, de manera específica, la situación de
hecho o de derecho que se plantea, y la consecuente necesidad de crear una norma que
cubra ese vacío o laguna constitucional, en virtud de recurrir a un enfoque histórico,
pragmático o axiológico.
Consideramos que la integración no es un mecanismo independiente de la interpretación
concebida en un sentido amplio. Si se tienen en cuenta las limitaciones que presenta la
creatividad humana, es prácticamente imposible que una Ley Fundamental pueda prever
explícitamente todas las situaciones de hecho y derecho que se presentan en la
convivencia social. Pero eso no significa que ellas queden al margen de la Constitución.
Ya sea por vía analógica, o mediante una interpretación sistemática, o dinámica, o
teleológica de las cláusulas constitucionales, siempre el intérprete podrá hallar una
solución sin apartarse de la Ley Fundamental. En su momento, la aeronavegación y el
ejercicio de la libertad de expresión por medios distintos a los gráficos, fueron
situaciones que encontraron una acabada cobertura en el marco de la Constitución, sin
acudir a un proceso de integración.
Otro tanto acontece con las lagunas axiológicas. Su determinación solamente puede ser
efectuada en función de los valores dominantes en la sociedad donde rige una
constitución. Para una visión personalista, imperante en las democracias
constitucionales, pueden resultar injustas las cláusulas fundamentales contenidas en una
constitución autoritaria que disfruta de legitimidad en un régimen transpersonalista.
Pero, para la concepción vigente en ese régimen, tales cláusulas no serán injustas y no
se producirá la laguna axiológica. Y, si llegaran a ser consideradas injustas con su
consecuente incumplimiento, no habrá un proceso de integración sino de
desconstitucionalización de un régimen autocrático, en un curso de transición hacia un
sistema democrático constitucional o de una nueva autocracia.
La construcción, como categoría independiente de la interpretación, fue forjada en el
derecho angloamericano. La interpretación consistiría en descubrir el significado
empleado para redactar una norma. En cambio, la construcción sería el arte de explicar
cuál fue la intención de los autores de la norma, cuando su aplicación a un caso
determinado resulta dudosa. La interpretación es el arte de desentrañar el significado
atribuido al lenguaje por los autores de una norma, mientras que la construcción es el
arte de explicar el sentido y la intención de los autores de la norma con referencia a su
aplicación a un caso concreto cuando esa intención resulta dudosa debido a la existencia
de disposiciones aparentemente contradictorias, o porque el caso no está explícitamente
previsto en esa norma.
Entendemos que los mecanismos de integración y de construcción forman parte del arte
de la interpretación. No son categorías independientes, pues los contenidos que les
fueron atribuidos doctrinariamente conforman el concepto amplio de la interpretación
forjado por la ciencia hermenéutica, tal como resulta de las reglas principales y
complementarias del arte de la interpretación.
46. Interpretación literal, extensiva y restrictiva
La interpretación literal consiste en desentrañar de manera uniforme el significado
gramatical de las palabras empleadas en el texto de la norma y en respetar ese
significado sin restringir ni ampliar su alcance.
La interpretación literal o gramatical, que no debe ser confundida con la regla semántica
de interpretación constitucional, puede ser objeto de dos enfoques diferentes. Uno de
ellos consiste en asignar a las palabras el sentido que tenían al tiempo de ser
incorporadas al texto constitucional. El restante le atribuye el significado que tienen al
momento de la interpretación. Asimismo, en ambos casos, se puede hacer referencia al
significado técnico o vulgar de los vocablos.
La interpretación literal es la menos recomendable en materia constitucional. Los
excesos a que conduce su aplicación pueden desembocar en soluciones manifiestamente
irrazonables, y hasta contradictorias con el texto constitucional.
La interpretación extensiva consiste en proyectar las disposiciones de una norma
constitucional a casos que, aparentemente, no están previstos por ella, pero que pueden
razonablemente quedar incorporados a la norma. Su empleo es frecuente cuando se
acude a la regla dinámica o progresista de interpretación.
Los principios constitucionales que emergen de una interpretación extensiva, tales como
in dubio pro constitutio e in dubio pro libertate , son generalmente consecuencia de la
flexibilidad y amplitud de las leyes fundamentales. De todas maneras, la interpretación
extensiva no puede conducir al desconocimiento de las palabras constitucionales ni a la
desnaturalización de los principios expuestos en la norma fundamental.
La interpretación restrictiva consiste en reducir el alcance de una norma, cuando su
significado literal no permite razonablemente extenderlo a determinadas hipótesis ni,
frente a otras, mantener siquiera el significado atribuido para los casos específicos que
prevé. Tal es lo que acontece con las excepciones, privilegios y prerrogativas
establecidos expresamente en el texto constitucional que, por tratarse de limitaciones
circunstanciales impuestas al principio de igualdad del art. 16 de la Constitución
Nacional, deben ser objeto de una interpretación restrictiva.
El carácter circunstancial y restrictivo de las excepciones y privilegios surge claramente
del art. 75, inc. 18, de la Constitución. Esta disposición, que refleja la naturaleza
progresista del mensaje constitucional, establece que las concesiones de privilegios y
recompensas de estímulo para fomentar el desarrollo material y espiritual de la
población deben ser temporales.
47. Interpretación auténtica, judicial y doctrinaria
Recibe el nombre de interpretación auténtica la que es realizada por el mismo órgano
que sancionó la norma jurídica, mediante un nuevo acto que aclara con efecto
retroactivo el significado de aquel que se interpreta.
La norma interpretativa no regula de manera diferente las situaciones contempladas por
la norma interpretada, sino que se limita a precisar el significado de esta última a partir
del mismo momento en que fue sancionada. No altera las relaciones jurídicas
preexistentes y consolidadas a la luz de una errónea interpretación, sino que se limita a
destacar el sentido que deberá tener la norma originaria.
El autor de una norma no es una persona física, sino el órgano que ésta integra, de modo
que la interpretación auténtica es la que proviene de ese órgano, sin que interesen las
personas físicas que lo conforman, o aunque no exista identidad entre las personas que
lo integraban al ser sancionada la norma originaria y las que lo constituyen al dictar la
norma interpretativa.
La interpretación auténtica debe emanar del mismo órgano que emitió la norma
interpretada y debe ser realizada por un acto de igual naturaleza. Así, el Congreso puede
reconsiderar sus propias leyes para interpretarlas mediante otra ley sancionada a fin de
determinar o precisar el alcance, sentido o propósito de aquéllas. En tal caso no ejerce
una función jurisdiccional de carácter general, sino una función legislativa de índole
interpretativa. La nueva norma no es creativa sino meramente aclarativa y se integra a la
que motivó su sanción.
En tal sentido y desde lejana data, la Corte Suprema de Justicia destacó que no
corresponde acudir a los antecedentes congresuales del debate sobre una ley para fijar el
alcance de sus disposiciones cuando éstas son claras, así como tampoco las palabras
vertidas para darle fundamento porque son simples manifestaciones individuales que tr
aducen opiniones no necesariamente receptadas en el espíritu de la norma legal(1) .
Aunque también tiene dicho que las opiniones expuestas en las Cámaras legislativas por
los miembros informantes durante la consideración de los proyectos de leyes pueden ser
fuentes de interpretación auténtica(2) .
La interpretación jurisprudencial es la que efectúan los jueces cuando, con motivo del
ejercicio específico de sus funciones, determinan el significado que corresponde asignar
a una norma en su aplicación a un caso determinado.
La polémica acerca de la potestad creadora del derecho que tendrían los jueces en el
acto de juzgar debe ser resuelta en forma negativa dentro de un sistema constitucional
que prevé la división de las funciones del poder y establece límites al accionar de cada
uno de sus órganos. Los jueces no crean derecho, sino que lo aplican a los casos
funcionalmente sometidos a su consideración. Tal es el rol de los magistrados judiciales
en un Estado de Derecho. Interpretar la ley, determinando su significado y alcance.
Cuando los jueces interpretan una ley con el propósito de relacionarla al caso concreto
en que será aplicada, no crean una norma legal, sino que se limitan a desentrañar el
significado de la norma interpretada y preexistente.
La Corte Suprema de Justicia forjó una doctrina jurisprudencial sobre los alcances de la
interpretación judicial y sus límites. Así, destacó que la interpretación judicial, junto con
la ley, integra una realidad jurídica. No se trata de una nueva ley, sino de la ley
interpretada conforme a sus fines y a los emanados de la Constitución y que, aunque las
leyes se consideren subjetivamente desactualizadas en su comparación con las normas
vigentes en otros países, los jueces no pueden soslayar las normas locales si ellas tienen
validez constitucional, porque la invocación sobre las materias regladas por las leyes es
una función que incumbe a los órganos legislativo y ejecutivo del gobierno(3) .
La Corte Suprema sostuvo que existe un especial deber de acatamiento cuando se trata
de pronunciamientos emanados de ella, porque es suprema en el ejercicio de su
competencia, al tiempo que sus decisiones son de cumplimiento inexcusable; que la
interpretación de la Constitución Nacional por parte de la Corte Suprema tiene autoridad
definitiva para todo el país y que esa interpretación tiene supremacía tanto moral como
institucional(4) .
Dentro de la interpretación jurisprudencial, se distinguen tres tendencias: la
interpretación mecánica o automática, la libre decisión legal o interpretación libre y la
interpretación realista o experimental.
La interpretación mecánica atribuye a los jueces una función automática, consistente en
expresar en sus sentencias la letra de la ley. A través de un proceso lógico y desprovisto
de factores subjetivos, forjados por las ideas sociales, políticas, económicas y éticas, el
juez debe precisar los hechos del caso concreto, clasificarlos conforme a categorías
legales predeterminadas, elegir la regla aplicable al caso y adoptar una decisión
consecuente.
La libre decisión legal o interpretación libre se basa en la actividad creadora de los
jueces para afianzar el ideal de justicia. La interpretación de las leyes no debe ser
efectuada en consideración a la intención que pudo haber tenido el legislador, sino a
través del sentimiento de justicia del juez y de su adecuación al caso concreto. Los
jueces no deben limitar su actividad a la simple aplicación del texto objetivo de la ley,
sino fundamentalmente a imponer las soluciones justas que emanan de una
interpretación racional de la norma jurídica para dirimir las controversias que les son
sometidas.
La interpretación realista experimental es similar a la anterior, aunque mucho más
amplia. Al concebir el derecho como resultado de las fuerzas sociales, sus partidarios
sostienen que las variaciones sociales son mucho más rápidas que las legales y que es
misión del juez adecuarse a aquéllas al emitir las decisiones judiciales. Al sentenciar, los
jueces deben determinar la solución que mejor se compadece con las necesidades y
requerimientos de la sociedad, y luego buscar los fundamentos normativos para su
decisión.
Pero tanto en la interpretación libre, como en la realista, el juez no puede llegar al
extremo de atribuir a la ley un significado que no tiene. Debe adecuarla al caso, pero sin
desconocerla, a menos que la considere inconstitucional.
La interpretación doctrinaria o científica es la que proviene sustancialmente de los
juristas. A pesar de su gravitación indirecta, ella reviste particular importancia por la
autoridad y capacidad científica de sus autores, que les permiten desarrollar su labor
interpretativa al margen de las presiones resultantes de los intereses individuales o
sociales que, en cambio, sí pueden condicionar a una interpretación auténtica o
jurisprudencial.
48. Reglas de interpretación constitucional
La complejidad e importancia que presenta la interpretación constitucional imponen la
necesidad de sistematizar los procedimientos o reglas que se deben seguir para abordar
exitosamente semejante tarea.
Las reglas aplicables en materia de interpretación constitucional pueden ser clasificadas
de la siguiente manera:
1) Interpretación teleológica o finalista.
2) Interpretación semántica.
3) Interpretación sistemática.
4) Interpretación dinámica o progresista.
5) Reglas complementarias de interpretación.
A su vez, entre estas últimas, es posible distinguir:
A) La razonabilidad.
B) Interpretación restrictiva de las excepciones y privilegios.
C) Presunción de constitucionalidad de los actos públicos.
D) In dubio pro libertate .
Si nos ajustamos a un criterio científico, en cada caso concreto el intérprete deberá
aplicar las cuatro primeras reglas. Si, como consecuencia de ello, se arriba a un
resultado uniforme, no habrá dudas sobre que ese resultado refleja la fiel interpretación
de la norma.
Sin embargo, es posible que no se presente esa uniformidad en las conclusiones. En tal
caso, el intérprete deberá tener la habilidad intelectual suficiente como para, con la
ayuda de las reglas complementarias de interpretación, decidir cuál es el criterio que
mejor se adecua a los hechos, y cuál o cuáles son las reglas idóneas para arribar a esa
interpretación fiel de la norma.
Esta línea de pensamiento se adecua a la doctrina expuesta por la Corte Suprema de
Justicia cuando destacó que "el control de constitucionalidad de las leyes que compete a
los jueces, y especialmente a la Corte Suprema, en los casos concretos sometidos a su
conocimiento en causa judicial, no se limita a la función en cierta manera negativa de
descalificar una norma por lesionar principios de la Ley Fundamental, sino que se
extiende positivamente a la tarea de interpretar las leyes con fecundo y auténtico sentido
constitucional, en tanto la letra y el espíritu de aquéllas lo permita"(5) .
Entre las reglas de interpretación no incluimos el enfoque histórico, que se traduce en la
determinación de la constitución histórica.
Entendemos que el enfoque histórico no puede ser considerado en forma aislada sino
que debe estar presente en cada una de las reglas principales y complementarias de
interpretación constitucional.
La aplicación de cualquiera de ellas se debe nutrir con el enfoque histórico, tal como lo
expresó la Corte Suprema de Justicia al decidir el célebre caso "Bressani": "el mayor
valor de la Constitución no está en los textos escritos que adoptó y que antes de ella
habían adoptado los ensayos constitucionales que se sucedieron en el país durante
cuarenta años, sin lograr realidad, sino en la obra práctica, realista, que significó
encontrar la fórmula que armonizaba intereses, tradiciones, pasiones contradictorias y
belicosas. Su interpretación auténtica no puede olvidar los antecedentes que hicieron de
ella una creación viva, impregnada de realidad argentina, a fin de que dentro de su
elasticidad y generalidad que le impide envejecer con el cambio de ideas, crecimiento o
redistribución de intereses, siga siendo el instrumento de la ordenación política y moral
de la Nación"(6).
49. Interpretación teleológica o finalista
Toda constitución consagra jurídicamente una finalidad que es, en definitiva, la idea
política dominante en la sociedad que determina su creación y funcionamiento. Así
como no es concebible una sociedad desprovista de fines, tampoco lo es un texto
constitucional carente de objetivos que reflejen a aquéllos.
Como la constitución no es simplemente un documento jurídico, sino también un
instrumento de gobierno y un símbolo de la unidad nacional, la labor del intérprete
estará destinada al fracaso si no es precedida por un cabal conocimiento de los motivos
políticos y sociales que la inspiran que, en definitiva, están integrados en la constitución
histórica.
La función del intérprete de la ley fundamental no es la de opinar sobre la bondad,
conveniencia u oportunidad de los preceptos constitucionales. Esa es una función propia
del comentarista de una constitución. La función del intérprete es la de desentrañar el
significado de la norma constitucional, con prescindencia de todo juicio acerca de sus
virtudes o defectos. Asimismo, y al margen de los juicios subjetivos que le pueda
merecer la norma constitucional, su intérprete debe conocer y respetar lealmente los
fines que la motivan, recordando que la constitución está asentada sobre una idea
política motriz que caracteriza a la organización política y a la estructuración social.
La finalidad de toda constitución democrática generada por el movimiento
constitucionalista reside en limitar y controlar el poder en salvaguarda de la libertad, la
dignidad y el progreso del ser humano. Todas las instituciones constitucionales
responden a esa finalidad, de modo que su interpretación debe ser realizada de la
manera más eficiente posible para garantizar la plena vigencia de la libertad, la dignidad
y el progreso de las personas, tanto en un marco individual c omo en un plano social.
El análisis de la Constitución Nacional, y particularmente de su Preámbulo, permite
conocer su contenido teleológico. El Preámbulo es una introducción al texto
constitucional que no forma parte de él, y por tal razón no es fuente de poder ni
instrumento jurídicamente regulador de la convivencia social. Pero es un elemento
fundamental para la interpretación teleológica, al expresar con meridiana claridad los
fines que inspiraron la sanción del texto constitucional y los grandes objetivos de la
sociedad que éste organiza políticamente.
Así, la Corte Suprema de Justicia destacó que la expresión "constituir la unión nacional"
contenida en el Preámbulo no puede tener un alcance contrario a la forma federal de
Estado prevista en el art. 1º de la Ley Fundamental, ni privar a las provincias de las
potestades que conservan con arreglo al art. 121 y que son inherentes al concepto
jurídico de autonomía(7) . Es que, al no integrar el Preámbulo el texto normativo de la
Constitución, sus palabras no pueden imponerse a la letra de la ley constitucional, sino
que deben ser utilizadas para su interpretación.
La regla teleológica de interpretación constitucional fue aplicada en numerosas
oportunidades por la Corte Suprema de Justicia. Una de las más relevantes fue el caso
"Siri"(8) , donde por vía jurisprudencial y a través de una interpretación finalista, fue
establecida la acción de amparo, que careció de previsión legal hasta que, en 1966, fue
sancionada la ley 16.986, y con la reforma de 1994, se le atribuyó jerarquía
constitucional en el art. 43.
Señaló la Corte que las garantías individuales existen y protegen a los individuos por el
solo hecho de estar consagradas por la Constitución e independientemente de las leyes
reglamentarias, por lo que los jueces deben adoptar las soluciones que mejor aseguren
los grandes objetivos para los que fue dictada la Constitución, de los cuales el primero
de todos es el asegurar los beneficios de la libertad, tal como lo establece el Preámbulo.
50. Interpretación semántica
La eficacia de la interpretación semántica está condicionada por la aplicación correcta
de las reglas de formulación constitucional, particularmente las referentes al empleo del
lenguaje común, la claridad y la concisión.
Todo vocablo constitucional tiene un significado que responde a una idea determinada.
Un término constitucional no puede ser desconocido por el intérprete por considerarlo
inconveniente o superfluo. Asimismo, en caso de aparente contradicción entre las
palabras utilizadas en la ley fundamental, es incorrecto prescindir de alguna de ellas sin
antes agotar los procedimientos que permitan armonizarlas en un significado común.
La interpretación semántica es recomendable en aquellos casos en que las palabras
empleadas por el constituyente tienen un significado indeterminado, ambiguo, carente
de claridad o cuando se incurre en errores de redacción o cuando el significado atribuido
a la palabra priva de coherencia a la norma objeto de análisis. En tales casos, y antes de
acudir a la mecánica interpretativa, corresponde verificar fehacientemente que el
lenguaje constitucional presenta tales defectos, porque si las palabras son claras y las
ideas fluyen nítidamente es incorrecto apartarse de ellas.
Para aplicar la interpretación semántica, el intérprete debe conocer perfectamente el
idioma utilizado en la constitución, el significado que tenían las palabras al ser
redactada la ley fundamental y el sentido que en ese momento le atribuían los
constituyentes. También deberá disponer de una información detallada acerca de los
hábitos intelectuales y el estilo de redacción que tuvieran los autores de la norma, y un
pleno conocimiento sobre el tema tratado por las palabras que se interpretan, sus
antecedentes históricos y su razón de ser. Es decir, en definitiva, que para la
interpretación semántica el conocimiento gramatical no es suficiente.
En tal sentido, la Corte Suprema de Justicia destacó que "la interpretación de las leyes
debe practicarse teniendo en cuenta el contexto general y los fines que las informan
(Fallos 285:322) y a ese objeto la labor del intérprete debe ajustarse a un examen atento
y profundo de sus términos que consulte la racionalidad del precepto y la voluntad del
legislador, extremos que no deben ser obviados por las posibles imperfecciones técnicas
de la instrumentación legal, precisamente para evitar la frustración de los objetivos de la
norma"(9) . Asimismo, que "la interpretación de las disposiciones citadas, cuestión
sobre la que se centra el litigio, exige reiterar que no es siempre método recomendable
para ese cometido, el atenerse estrictamente a sus palabras, ya que el espíritu que las
informa es lo que debe determinarse en procura de su aplicación racional, que a la vez
que elimine el riesgo de un formalismo paralizante, permita a los jueces superar las
posibles imperfecciones técnicas de la instrumentación legal y dar pleno efecto a la
intención del legislador"(10) .
Conforme a esta doctrina jurisprudencial, la interpretación semántica debe ser realizada
con lógica y razonabilidad, evitando una aplicación rigurosa del significado de las
palabras que excluya el sentido y el espíritu que determinaron su utilización en un caso
concreto.
51. Interpretación sistemática
Las normas constitucionales que integran un documento jurídico orgánico llamado
constitución no son disposiciones aisladas carentes de relación entre ellas. Una
constitución, especialmente si es codificada, configura fundamentalmente un sistema
que abarca un conjunto de normas y principios relacionados entre sí en función de una
idea política dominante que determina sus contenidos axiológicos.
Como todo sistema, presupone la existencia de una armonía interna, de coherencia y
homogeneidad entre todas sus partes, que imponen al intérprete el deber de respetar esa
estructura. Todas las instituciones contenidas en la constitución y los objetivos políticos
especificados en ella deben ser interpretados como partes de un conjunto y en función
del sistema que integran, en procura de preservar la armonía de sus disposiciones.
En caso de ambigüedad y aparente conflicto entre las cláusulas constitucionales, la
interpretación correcta no es la que conduzca al desconocimiento de alguna de ellas
como solución del conflicto, sino la que permite establecer un equilibrio armónico entre
esas cláusulas y las restantes contenidas en la constitución.
En tal sentido, la Corte Suprema de Justicia ha decidido que no es válida la
interpretación que conduce a la anulación de una norma constitucional por aplicación de
otras, ya que todas ellas deben ser analizadas en conjunto como un todo armónico,
dentro del cual cada disposición debe ser entendida de acuerdo con el contenido de las
restantes. Añadió que, "atento a que la Constitución es una estructura coherente y, por lo
tanto, ha de cuidarse en la inteligencia de sus cláusulas, de no alterar en este caso el
delicado equilibrio entre la libertad y la seguridad. La interpretación del instrumento
político que nos rige no debe, pues, efectuarse de tal modo que queden frente a frente
los derechos y deberes por él enumerados, para que se destruyan recíprocamente. Antes
bien, ha de procurarse su armonía dentro del espíritu que les dio vida; cada una de sus
partes ha de entenderse a la luz de las disposiciones de todas las demás, de tal modo de
respetar la unidad sistemática de la Carta Fundamental... De ahí que, si es posible que el
significado de un texto constitucional sea en sí mismo de interpretación controvertida, la
solución se aclare cuando se lo considere en relación con otras disposiciones
constitucionales"(11) .
La Corte Suprema de Justicia destacó que la Constitución, como instrumento de
gobierno, se debe analizar como un conjunto armónico y que sus normas deben
interpretarse de manera tal que armonicen entre ellas; que la Constitución, a igual que
cualquier ley, debe analizarse como un conjunto armónico dentro del cual cada parte ha
de interpretarse a la luz de las disposiciones de todas las demás; la interpretación de la
Ley Fundamental no debe hacerse poniendo frente a frente las facultades que ella
enuncia para que se destruyan recíprocamente, sino armonizándolas dentro del espíritu
que le dio vida; la Constitución es una estructura sistemática, donde sus distintas partes
forman un todo coherente, y en la interpretación de una de sus cláusulas ha de cuidarse
de no alterar el equilibrio del conjunto(12) .
Si bien las disposiciones constitucionales no deben ser consideradas en forma aislada, y
así debe preferirse la solución que las relacione de manera armónica y no la que
desemboque en una manifiesta oposición de sus significados, la interpretación
sistemática tampoco puede llevar al extremo de desvirtuar el claro significado de los
preceptos constitucionales y la finalidad resultante del sistema.
52. Interpretación dinámica
La interpretación dinámica o progresista considera que la ley, como manifestación de la
vida humana, está sujeta a una constante e ininterrumpida evolución por obra de la
interpretación de sus contenidos de la manera más razonable y conveniente para
satisfacer las necesidades sociales del presente.
Un texto constitucional, dotado de la suficiente flexibilidad y generalidad, es un
instrumento de gobierno destinado a satisfacer de manera permanente la idea política
dominante que determinó la formación de la organización política global y las
cambiantes necesidades sociales que se operan en el ámbito de aquella idea.
Esa función del texto constitucional requiere que la interpretación constitucional no se
limite a valorar las condiciones y necesidades existentes en el momento en que fue
sancionada la constitución, sino también las condiciones y necesidades existentes en el
momento en que ella es aplicada, sin apartarse de los fines genéricos que motivaron su
elaboración.
Cuando a la luz de una interpretación tradicional, la constitución no ofrece una solución
eficiente para las nuevas modalidades y demandas sociales, corresponde acudir a la
interpretación dinámica de sus cláusulas para adecuarlas a los cambios que se operan en
la comunidad. Frente a tales situaciones, debe ser desechada toda interpretación literal y
restrictiva del texto constitucional, en procura de adaptar ese texto a las nuevas
necesidades.
En igual sentido, en numerosas oportunidades, la Corte Suprema de Justicia destacó que
"las leyes no pueden ser interpretadas sólo históricamente, sin consideración a las
nuevas condiciones y necesidades de la comunidad, porque toda ley, por naturaleza,
tiene una visión de futuro, está predestinada a recoger y regir hechos posteriores a su
sanción"(13) .
La interpretación dinámica no es sinónimo de mutación constitucional en cuanto a su
letra y espíritu. Es la proyección de las cláusulas constitucionales sobre situaciones
concretas no previstas en ella, que permite resolver los problemas y necesidades que
éstas traen aparejadas, sin alterar la esencia ni la letra de la Constitución.
Mediante la interpretación dinámica o progresista, fue posible adecuar el mensaje
constitucional a situaciones que no fueron previstas explícitamente por los
constituyentes. Así, las garantías del hábeas corpus, el amparo y el hábeas data, fueron
forjadas parcialmente merced a esa interpretación, mucho antes de haber sido insertadas
en la Constitución Nacional con motivo de la reforma de 1994. Otro tanto acontece con
la paulatina reducción de las llamadas cuestiones políticas, cuya judiciabilidad fue
aceptada por el órgano judicial. También con la regulación legal de nuevos derechos y
garantías constitucionales previstos en el art. 33 de la Constitución.
Asimismo, y quizás el caso más relevante, residió en aplicar los arts. 14 y 32 de la Ley
Fundamental, referentes a la prensa gráfica, a los nuevos medios técnicos de
comunicación social, como son el cinematógrafo, la radio, la televisión y la internet. Al
considerar que el bien jurídico protegido por la Constitución es la libre expresión del
pensamiento a través de cualquier medio, no se encontraron reparos para que tales
cláusulas se extendieran a las manifestaciones vertidas por dichos canales que, al tiempo
de ser sancionada la Constitución de 1853/60, eran difícilmente previsibles.
53. Reglas complementarias de interpretación constitucional
Las reglas de interpretación teleológica o finalista, semántica, sistemática y dinámica o
progresista, constituyen las reglas básicas de interpretación constitucional a las cuales
debe acudir el intérprete para desentrañar el significado correcto de una cláusula
constitucional en su relación con un fenómeno jurídico determinado.
La aplicación de tales reglas por el intérprete no es excluyente. Corresponde, en el caso
concreto, aplicar todas ellas en forma complementaria y armónica, a menos que alguna
de ellas resulte manifiestamente inviable por las características fácticas de ese caso.
Pero, antes de que acontezca esto último, se debe efectuar un esfuerzo intelectual
creativo en busca de armonizar tales reglas y evitar la aplicación unilateral de alguna de
ellas sin verificar, previamente, el aporte que pueda emanar de las restantes.
Sin embargo, la complejidad de las situaciones sometidas a su consideración impone
frecuentemente la necesidad de recurrir a ciertos procedimientos complementarios de
aquellas reglas que, sin importar la exclusión de su aplicabilidad, facilitan la
comprensión del texto constitucional.
Tales principios son: a) la razonabilidad; b) interpretación restrictiva de las excepciones
y privilegios; c) presunción de constitucionalidad de los actos públicos; d) in dubio pro
libertate .
54. Razonabilidad
El texto constitucional, como sistema armónico, establece las características generales
que deben tener los actos gubernamentales para satisfacer el bien común. Esas
características generales configuran el concepto constitucional de razonabilidad que
aparece expuesto en el art. 28 de la Ley Fundamental. Es razonable todo acto que no se
traduzca en la violación de la Constitución, o en la desnaturalización de sus preceptos.
La razonabilidad de un acto está condicionada a su adecuación a los principios del
sentido común constitucional en orden a la justicia, moderación y prudencia que ella
establece. Es así que un acto puede ser formalmente constitucional, pero esencialmente
inconstitucional cuando su contenido no guarde la debida proporción con las
circunstancias que lo motivan, o cuando no responda a una finalidad constitucional de
bien común.
Si bien resulta difícil precisar el concepto de razonabilidad, las dificultades se reducen
considerablemente, así como también su relativismo, cuando advertimos que dicho
concepto no responde a una concepción individual, sino a la que es impuesta por la idea
política dominante aceptada en el texto constitucional. Así, la razonabilidad no es el
sentido común individual o el de un grupo de individuos, sino el sentido común que
prescribe la constitución.
Describiendo el principio de razonabilidad, Miguel S. Marienhoff escribía que " Ésta
consiste en la adecuación de los medios utilizados por el legislador a la obtención de los
fines que determina la medida, a efectos de que tales medios no aparezcan como
infundados o arbitrarios, es decir, no proporcionados a las circunstancias que los motiva
y a los fines que se procuran alcanzar con ellos... Trátase, pues, de una correspondencia
entre los medios propuestos y los fines que a través de ellos deben alcanzarse.
Establecer, pues, si en un caso dado se observó o no el principio de razonabilidad
constituye una cuestión de hecho, para cuya solución puede ser decisiva la dignidad del
razonamiento utilizado, la ecuanimidad de quien emita el fallo valorativo. Todo ello
envuelve una cuestión de sensatez, de acertada visión de la vida".
Esta definición fue la expuesta por la Corte Suprema de Justicia. Conforme a ella, la
constitucionalidad de las leyes reglamentarias de los derechos impone la previa
consideración de la razonabilidad de las normas cuestionadas ya que, si son arbitrarias,
importan la alteración de los términos del art. 28 de la Constitución(14) . Asimismo,
estableció que una reglamentación es razonable si se justifica por los hechos y las
circunstancias que la motivan, como también por la necesidad de salvaguardar el interés
público comprometido. Pero la norma debe ser proporcionada a los fines que se
pretendan alcanzar, de modo lógico para coordinar el interés privado con el público y
los derechos individuales con el derecho de la sociedad(15) .
Esta fundamentación, expuesta en el caso "Portillo"(16) , determinó que la Corte
Suprema reconociera la objeción de conciencia basada en creencias religiosas. En virtud
de ello, eximió del cumplimiento de ciertas obligaciones militares a una persona que
estaba prestando el servicio militar que, en ese entonces, era obligatorio.
55. Interpretación restrictiva de las excepciones y privilegios
Las excepciones consisten en soluciones especiales que se aplican a una especie
determinada en un apartamiento de la regla general que rige a las restantes. Los
privilegios son prerrogativas concedidas a una especie por las cuales se exime a ésta de
dar cumplimiento a ciertas obligaciones o condiciones impuestas a las restantes. La
expresión "prerrogativa" es mucho más feliz que la mención del "privilegio" porque se
compadece mejor con la esencia republicana.
El principio genérico de la igualdad establecido por el art. 16 de la Constitución
determina que las excepciones y los privilegios deben estar expresamente previstos en la
norma jurídica, y que su interpretación no puede ser extensiva sino restrictiva en
salvaguarda de la igualdad republicana.
Ha resuelto la Corte Suprema de Justicia que los privilegios cuyo uso puede afectar los
intereses o derechos de otros deben recibir una interpretación restrictiva y que las
excepciones a los principios generales establecidos por la ley no pueden extenderse a
casos no expresados por el legislador. Cuando un texto es poco claro, es inadmisible una
interpretación literal de él que conduce a otorgar un privilegio que no resulta de un texto
explícito; sin un texto legal categórico no puede atribuirse al legislador el propósito de
crear una situación de privilegio excepcional(17) .
Las excepciones y los privilegios pueden provenir de la Constitución o, de manera
directa o indirecta, de una ley que debe encontrar explícitamente su fuente en la Ley
Fundamental.
Entre las primeras, cabe citar las prerrogativas congresuales previstas en los arts. 68 a
70 de la Constitución que revisten carácter operativo. Entre los segundos, se incluyen
los contempladas en el art. 75, incs. 17, 18 y 23 párrafo final, que requieren de leyes
reglamentarias para su concreción. Otro tanto acontece con la iniciativa popular (art. 39)
y la consulta popular (art. 40), por tratarse de formas de democracia directa que se
traducen en una excepción al principio general del art. 22, según el cual el pueblo no
delibera ni gobierna sino a través de sus representantes y autoridades creadas por la
Constitución.
El principio de la interpretación restrictiva de las excepciones y privilegios no se
compadece con una interpretación extensiva de ellos a hipótesis que no fueron
expresamente previstas en la Ley Fundamental.
Tal es lo que acontece con la prerrogativa del art. 69 que suspende la sustanciación de
causas penales contra los legisladores. Ella, por vía jurisprudencial, fue extendida al
titular del órgano ejecutivo y a los magistrados judiciales. Sobre el particular,
consideramos que no existen reparos para que tales funcionarios queden sujetos a una
causa penal e, inclusive, a una condena. Sin embargo, y hasta tanto no sean removidos
de sus cargos conforme a los mecanismos constitucionales, no será viable su privación
de libertad como medida preventiva, ni la ejecución de la condena si produce igual
efecto. Esta solución se impone porque, caso contrario, no podrían desempeñar sus
mandatos constitucionales.
También fue extendida a los ministros del Poder Ejecutivo. La Corte Suprema de
Justicia tiene resuelto que corresponde desestimar la indemnidad de los ministros con
sustento en lo dispuesto en el art. 68 de la Constitución como patrón constitucional
común para la institución ministerial. Sin embargo, corresponde admitir la garantía
cuando las expresiones del ministro se concretan con motivo del cumplimiento de la
obligación de informar y brindar explicaciones a las cámaras del Congreso (art. 71 CN),
o con motivo del ejercicio de la facultad de concurrir a las sesiones del Congreso y
tomar parte en sus debates (art. 106 CN). Por vía analógica se extendió una prerrogativa
concedida constitucionalmente a los legisladores, cuando los ministros del Poder
Ejecutivo formulan expresiones agraviantes en el Congreso y con motivo del ejercicio
de la obligación o potestad que regulan los arts. 71 y 106 de la Ley Fundamental(18) .
56. Presunción de constitucionalidad de los actos públicos
Uno de los principios elementales que acarrea el Estado de Derecho reside en considerar
que todos los actos emanados de los órganos gubernamentales se presumen
constitucionales, hasta tanto no se pruebe fehacientemente lo contrario.
Una ley, decreto, sentencia, ordenanza o un simple acto administrativo, cuya validez
formal sea incuestionable, no pueden ser calificados de inconstitucionales aunque, en el
intérprete, se suscite una duda razonable sobre el particular. Tampoco si el intérprete
está convencido sobre la injusticia o inconveniencia de la norma, pero no encuentra un
reparo constitucional claramente definido para disponer su invalidez.
Solamente si se manifiesta una discordancia sustancial con el texto de la Ley
Fundamental que no pueda ser soslayada mediante una interpretación razonable y
armónica, cabe afirmar la inconstitucionalidad de la norma jurídica.
Este criterio, que sigue los lineamientos de la jurisprudencia norteamericana, fue
aceptado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación como doctrina oficial. Dispuso
la constitucionalidad de los actos dictados por los órganos de gobierno si no hay una
demostración concluyente en contrario; que la invalidez de una ley presupone una
discordancia sustancial con los preceptos constitucionales; y que la injusticia o
inoportunidad de una norma jurídica no es objeción suficiente para su validez
constitucional(19) .
Sin embargo, una aplicación rígida de esta regla que le asigna carácter absoluto se
enfrenta con aquellas concepciones que le otorgan a ciertas libertades el carácter de
preferentes. Tal es lo que acontece con los derechos personalísimos, las libertades de
religión, de prensa, de petición, de enseñanza, de propiedad privada, entre otras. En
tales casos, cuando una norma jurídica lesiona, restringe o desconoce los derechos
resultantes de tales libertades, se debería presumir inconstitucional, salvo prueba en
contrario.
Esta postura fue adoptada por los ministros Bacqué y Petracchi de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación, cuando ella resolvió el caso "Repetto"(20) . Destacaron que toda
distinción efectuada entre nacionales y extranjeros, respecto al goce de los derechos
fundamentales reconocidos en la Ley Fundamental, se halla afectada de una presunción
de inconstitucionalidad. De manera que, si una norma sostiene la validez de esa
distinción, debe acreditar la presencia de un interés estatal urgente y que la medida
adoptada sea razonable para satisfacerlo.
Por otra parte, resulta incoherente entender que la acción de los órganos
gubernamentales esté deliberadamente encaminada hacia el desconocimiento de los
principios constitucionales sobre los cuales se basan su autoridad y funciones. En un
Estado de Derecho, la misión de los gobernantes es la de cumplir y hacer cumplir las
leyes, con respeto de las normas fundamentales del ordenamiento jurídico que están
plasmadas en la constitución, c omportamiento cuya validez debe ser presumida.
Estas dos circunstancias conducen a aceptar la efectividad constitucional de los actos
legislativos, ejecutivos y judiciales del gobierno, a menos que, por vía del control de
constitucionalidad, se demuestre acabadamente que el acto está en pugna con una norma
constitucional. Conclusión a la que se arriba luego de verificar que, mediante la
interpretación, resulta imposible armonizar y concordar su contenido con los principios,
derechos y garantías establecidos en la Constitución. Solamente ante una hipótesis de
semejante envergadura cede el principio "in dubio pro constitutio ".
La regla que establece la presunción de constitucionalidad de los actos públicos no es
absoluta. En aquellos casos en que el juez está persuadido de que la ley aplicable al caso
vulnera de manera flagrante la Ley Fundamental y así lesiona el orden público, tiene el
deber, en resguardo del principio de supremacía constitucional, de declarar de oficio su
invalidez. El eventual consentimiento de las partes en modo alguno autoriza al juez a
violar la Constitución en materias de orden público.
57.In dubio pro libertate
Así como en el Derecho Penal tiene raigambre constitucional la aplicación del principio
"in dubio pro reo" , y en el Derecho del Trabajo la regla "in dubio pro operario" , en
materia constitucional la interpretación de las cláusulas de la Ley Fundamental y de sus
normas reglamentarias siempre debe ser realizada propiciando la plena vigencia de la
libertad y no de sus restricciones.
La finalidad personalista que nutre el texto constitucional revela que todas sus
declaraciones, principios e instrumentos apuntan a consagrar y consolidar la libertad de
las personas. De modo que todo límite que se pretenda establecer para la libertad debe
resultar de una disposición expresa que sea concordante con la Constitución.
Asimismo, en caso de duda, cuando agotada la aplicación de todas las reglas de
interpretación no resulta posible arribar a una solución precisa y clara, la determinación
que se adopte para el caso concreto debe ser en salvaguarda de la libertad comprometida
por aplicación del principio "in dubio pro libertate" .
La regla "in dubio pro libertate" puede colisionar, en abstracto, con la regla que impone
la presunción de constitucionalidad de los actos gubernamentales. Una ley que restringe
las libertades constitucionales puede suscitar dudas serias sobre su validez, la cual se
presume. Pero, simultáneamente, por aplicación del principio "in dubio pro libertate" ,
podría ser descalificada constitucionalmente. En tales casos, la solución del aparente
conflicto debería provenir del principio de razonabilidad contenido en el art. 28 de la
Ley Fundamental. Si la validez de la norma suscita dudas, pero es un medio
proporcional y apropiado para el logro de un objeto legítimo de interés general, a éste
debe quedar subordinado el interés particular expuesto en el caso concreto.
58. El Preámbulo de la Constitución
El Preámbulo de la Constitución es la introducción al texto constitucional, en la cual se
proclaman los grandes principios, propósitos y fines de la Ley Fundamental.
Las fuentes a las que acudieron los constituyentes para redactar el Preámbulo no se
limitaron al que procede de la Constitución de los Estados Unidos y al propuesto por
Alberdi. Fueron modelos adecuados a las circunstancias históricas y políticas que
determinaron el nacimiento y la organización de la Nación Argentina.
Como exposición de motivos, el Preámbulo comprende cuatro partes. En la primera,
destaca la fuente de donde proviene la Constitución y su autoridad: "los representantes
del pueblo de la Nación Argentina, reunidos en Congreso General Constituyente por
voluntad y elección de las provinc ias que la componen, en cumplimiento de pactos
preexistentes".
También establece los objetivos de la Constitución y los fines a que debe responder la
acción del gobierno: "con el objeto de constituir la unión nacional, afianzar la justicia,
consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general, y
asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad y para todos
los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino".
Añade que sus autores acudieron a la protección divina: "invocando la protección de
Dios, fuente de toda razón y justicia".
Finalmente, impone el cumplimiento de la Ley Fundamental: "ordenamos, decretamos y
establecemos esta Constitución para la Nación Argentina".
El Preámbulo carece de valor jurídico positivo, pero ello no significa que se trate de una
simple formulación teórica, porque revela la intención del constituyente y los fines que
tiene el instrumento jurídico fundamental. En este aspecto, resalta la importancia que
tiene el Preámbulo en materia de interpretación constitucional, al aportar al intérprete
los elementos causales que le permitirán desentrañar el significado y el alcance de las
cláusulas de la Constitución. Pero esa interpretación no puede, como así tampoco las
palabras empleadas en el Preámbulo, ser invocada para conferir un sentido distinto al
que resulta de manera clara y precisa de la letra del articulado constitucional.
Tal ha sido el criterio adoptado por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, al
destacar que el Preámbulo, como expresión de las metas consignadas en la Ley
Fundamental, es una herramienta de particular importancia para su interpretación, pero
la invocación de su contenido no puede alterar las cláusulas positivas de la Constitución
porque ellas son la proyección que le asignaron los constituyentes(21) .
59. El proceso constitucional argentino
Los orígenes del proceso constitucional argentino se remontan a la Revolución de Mayo
de 1810. Desde un primer momento, se exteriorizó claramente el propósito de forjar un
Estado independiente, sobre la base de una comunidad nacional preexistente a aquella
gesta, y articulado mediante una constitución personalista o humanista.
Sin embargo, mientras que el acto y el contenido de la independencia disfrutaban de un
sólido consenso, no aconteció lo propio con la forma bajo la cual debía ser organizada
políticamente la sociedad global. El disenso sobre este último aspecto desencadenó las
estériles y cruentas luchas internas registradas en el país, con su secuela inevitable de
dolor, odio y resentimiento. Fue necesario que transcurrieran cuarenta y tres años para
que, disipada la intensidad del temperamento intolerante de dos generaciones, se
acordara enmendar las diferencias en función del bien común.
Si bien es cierto que el origen formal del proceso constitucional argentino se remonta a
la Revolución de Mayo de 1810, también es cierto que su contenido estuvo determinado
por infinidad de ideas, doctrinas y documentos jurídicos que se integraron en el
movimiento constitucionalista con mucha anterioridad. Y, como nuestro proceso
constitucional respondió plenamente a ese movimiento, tales antecedentes influyeron
decisivamente sobre la conformación de nuestro sistema constitucional.
En la comunicación efectuada por Juan A. Aguirre Lanari en la sesión privada de la
Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires del 14/8/2008, el
autor sistematizó con agudeza algunas de tales ideas, doctrinas y documentos mediante
un análisis detallado que enriqueció con los aportes brindados por algunos autores.
Particularmente, los ofrecidos por Segundo V. Linares Quintana respecto de las raíces
hispanas del constitucionalismo y de Alberto Rodríguez Varela sobre las raíces
neoescolásticas.
A tales aportes, el autor añadió los antecedentes patrios, el pensamiento constitucional
de Mariano Moreno, la Constitución de Cádiz de 1812, los pactos interprovinciales, el
pensamiento de la generación de 1837 y la originalidad de Juan Bautista Alberdi.
Por otra parte, y de modo que no comparte ciertos cuestionamientos que se emiten sobre
el particular, no podemos desconocer la gravitación decisiva que tuvo la Constitución de
los Estados Unidos de América, no solamente sobre el contenido asignado a la
Constitución de 1853/60, sino también sobre su interpretación —al menos hasta
mediados del siglo XX— conforme a los criterios adoptados por la Corte Suprema de
Justicia de aquel país.
El proceso constitucional argentino se inició con la Gesta de Mayo, como corolario del
Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810. Sin embargo, a la luz de un enfoque jurídico,
cabe sostener que estuvo precedido por dos acontecimientos relevantes que fijaron el
rumbo que se debía seguir institucionalmente para concretar la independencia y la
conformación de un nuevo Estado con poder soberano.
El primero de ellos fue el Cabildo Abierto del 14 de agosto de 1806. Pocos días después
de la rendición del ejército inglés comandado por el general Guillermo Beresford, se
reunieron los integrantes del Cabildo de Buenos Aires quienes, debido a la ausencia del
virrey Sobremonte, resolvieron delegar la conducción política del Virreinato del Río de
la Plata en la Real Audiencia y otorgar el mando de las tropas locales a Santiago de
Liniers. Fue la primera vez que los vecinos de Buenos Aires adoptaron una decisión
política significativa con prescindencia de las directivas que podían emanar de las
autoridades españolas.
En esa oportunidad, no se dispuso la remoción del virrey, pero sí al año siguiente. Poco
antes de la frustrada segunda invasión inglesa, el Cabildo Abierto celebrado el 10 de
febrero de 1807 resolvió suspender al virrey Sobremonte en todos sus cargos
gubernamentales. Una vez derrotadas las tropas inglesas bajo el mando del brigadier
Whitelocke el 5 de junio de 1807, el rey español Carlos IV, convalidando
implícitamente la actuación del Cabildo, designó virrey a Santiago de Liniers.
Con motivo de los crecientes conflictos que se suscitaron entre Liniers y el Cabildo, y
con conocimiento de que, el 25 de septiembre de 1808, se había constituido en Aranjuez
la Suprema Junta Central Gubernativa debido a la renuncia del rey Carlos IV a la corona
de España en favor de Napoleón I y a la detención de Fernando VII, fue convocado el
Cabildo abierto del 1 de enero de 1809.
Ese Cabildo dispuso la constitución de una Junta de Gobierno presidida por Ruiz
Huidobro, y uno de cuyos secretarios fue Mariano Moreno, que sin remover al virrey
Liniers asumió el ejercicio de sus funciones. Tal decisión fue avalada por la Junta
Central Gubernativa el 11 de febrero de 1809, que dispuso el reemplazo de Liniers por
Baltasar Hidalgo de Cisneros.
Se trató de actos políticos revolucionarios en su esencia, aunque quizás no en las
formas, que precipitaron otro, de envergadura mayor, el 25 de mayo de 1810.
El Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810 fue la consecuencia inevitable de la crisis
político-institucional producida en España a fines del siglo XVIII, que culminó en enero
de 1810 con la disolución de la Junta Central Gubernativa asentada en Sevilla.
Tal hecho se conoció en Buenos Aires el 14 de mayo y determinó que, cuatro días
después, Manuel Belgrano y Cornelio Saavedra se presentaran ante el alcalde de primer
voto, Juan José Lezica, para requerir la celebración de un cabildo abierto con el fin de
decidir si el virrey debía cesar en su cargo, y en su caso, si correspondía conformar una
junta superior de gobierno. Asimismo, el 20 de mayo, Saavedra, en representación de
los jefes militares locales, demandó al virrey Cisneros la celebración del cabildo abierto.
A su vez, el propio virrey, que el 17 de mayo ordenó la publicación oficial de los hechos
ocurrido en la península, emitió el 21 de mayo una proclama en la cual, implícitamente,
admitió que su mandato, otorgado por la Junta Central Gubernativa, había concluido
con motivo de la disolución de ella, y en este contexto correspondía decidir quién debía
ejercer el poder en representación de Fernando VII. A tal fin se resolvió convocar el
Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810.
60. El Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810
En el Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810, convocado con motivo de la intensa
presión ejercida por los vecinos de Buenos Aires, fue dispuesta su apertura y se exhortó
a los asistentes a hablar con toda libertad para alcanzar un consentimiento general.
El primer expositor fue el obispo Benito Lué y Riega, para quien el mando correspondía
a España y mientras existiera un espacio territorial en España libre de dominación
extranjera, la autoridad de ese territorio era la autoridad del Virreinato. Asimismo,
mientras existiese un español en las Américas, él debía mandar a los americanos.
Solamente el mando podía recaer en los nativos del país cuando ya no hubiese un
español en él.
La argumentación autoritaria del obispo Lué mereció la réplica de Juan José Castelli
basada sobre un enfoque jurídico. América no dependía de España sino de la corona a la
cual había jurado obediencia y por haber caducado la autoridad del monarca, caducaban
todas sus delegaciones en la metrópoli. Esa caducidad se extendía a las autoridades en
América, y así correspondía al pueblo reasumir la soberanía del rey e instituirla, en
representación suya, a un gobierno que debía dete rminarse.
El secretario de la Real Audiencia, Manuel Genaro Villota, aceptó hipotéticamente la
conclusión de Castelli. Si bien la soberanía retrovertía a los pueblos, su representación
no podía ser ejercida solamente por Buenos Aires sino por todas las provincias
representadas por sus diputados reunidos en un congreso. Su argumento fue sólido y
convincente.
Castelli no encontró un argumento válido para contestar a Villota, pero sí lo hizo Juan
José Paso. Destacó que ante la grave emergencia que se afrontaba, Buenos Aires, en su
condición de hermana mayor de los pueblos del virreinato, y asumiendo una suerte de
gestión de negocios, debía proceder a constituir una junta de gobierno provisoria a
nombre de Fernando VII hasta tanto, convocados y reunidos los representantes del
interior, decidieran sobre la formación de un gobierno permanente.
Sometidas a votación las diversas propuestas presentadas, el escrutinio se realizó el 23
de mayo. Se resolvió que había cesado el mandato del virrey y que el Cabildo debía
constituir una junta de gobierno. A continuación los regidores constituyeron esa junta
con una especie de gobierno de coalición integrado por Juan Sola y José Incháurregui
como representantes de los partidarios del Cabildo, Juan José Castelli y Cornelio
Saavedra como representantes de los criollos, y cuyo presidente era Cisneros, que
encarnaba el grupo españolista.
Los integrantes de la Junta, cuyo gobierno debía regir hasta que se erigiera una Junta
General del Virreinato, prestaron juramento y asumieron sus cargos el 24 de mayo.
La conformación de la Junta y, particularmente, la permanencia de Cisneros en la
dirección política del organismo generaron un inmediato e intenso malestar. Tanto en el
ámbito de la generalidad de los pobladores, como entre los militares cuyos jefes
expresaron no estar dispuestos a sostener un gobierno que merecía la vehemente
protesta de la voluntad popular.
La firmeza del reclamo provocó la inmediata renuncia de los integrantes de la Junta,
incluido Cisneros.
La presión ejercida para que se respetaran las posturas mayoritarias expuestas el 22 de
mayo condujo a que el Cabildo aceptara integrar una nueva junta con personas que las
representaban. Así, el 25 de mayo, el Cabildo integró la Junta de Gobierno con Cornelio
Saavedra como presidente; Mariano Moreno y Juan José Paso, como secretarios; y
Manuel Belgrano, Miguel de Azcuénaga, Juan José Castelli, Manuel Alberti, Domingo
Matheu y Juan Larrea como vocales.
61. Acta capitular del 25 de mayo de 1810
Simultáneamente con la conformación de la Primera Junta, el 25 de mayo el Cabildo
dictó el acta capitular, o reglamento de la Primera Junta, que es el primer documento
constitucional argentino.
Establecía que, en el ejercicio del gobierno, la Junta debía "conservar la integridad de
esta parte de los dominios de América a nuestro amado soberano el señor don Fernando
VII y sus legítimos sucesores, y observar puntualmente las leyes del reino".
La misión política asignada a la Primera Junta consistía en preservar los dominios
americanos del rey Fernando VII y convocar a los representantes de las ciudades del
interior a un congreso. La función prevista para ese congreso radicaba en decidir la
forma de gobierno que se debía implementar para regir el Virreinato del Río de la Plata.
El 27 de mayo, la Junta provisoria emitió una circular en la que cursó aquella
convocatoria a los representantes del interior. Pero esa circular se apartaba de los
lineamientos establecidos en el acta capitular del 25 de mayo porque invitaba a esos
representantes a incorporarse a la Junta provisoria.
Como consecuencia de la convocatoria, el 18 de diciembre de 1810, los representantes
del interior que habían arribado a Buenos Aires pasaron a formar parte de la Junta
provisoria en ejercicio de la función ejecutiva, que recibió el nombre de Junta Grande.
Tal hecho determinó que, ese mismo día, Mariano Moreno presentara su renuncia al
cargo de secretario de la Junta, tras considerar que la circular del 27 de mayo no se
ajustaba al acta capitular del 25 de mayo. Según ésta, los representantes del interior
habían sido convocados para conformar un congreso que debía decidir sobre la forma de
gobierno y no para ejercer el gobierno mediante su incorporación a la Junta.
Cabe destacar que Mariano Moreno, que falleció el 4 de marzo de 1811, había esbozado
un anteproyecto de constitución que no tuvo difusión pública como de su autoría y que
estaba basado sobre el texto de la Constitución de los Estados Unidos.
Debido a los inconvenientes que presentaba el ejercicio de la función ejecutiva por un
organismo colegiado tan numeroso, y a los riesgos que acarreaban las derrotas militares
sufridas por las tropas nacionales ante el ejército español en el norte del país, se resolvió
modificar la composición del órgano ejecutivo. El 23 de septiembre de 1811, sobre la
base del modelo francés post revolucionario, la Junta Grande decidió encomendar esa
potestad a un organismo denominado "triunvirato". Los vocales del Primer Triunvirato
fueron Feliciano Chiclana, Manuel de Sarratea y Juan José Paso, y sus secretarios José
Julián Pérez, Bernardino Rivadavia y Vicente Fidel López.
62. Reglamento orgánico y estatuto provisional de 1811
El 22 de octubre de 1811, la Junta Grande dictó el primer Reglamento orgánico de
carácter constitucional. Disponía que ella pasaba a denominarse Junta Conservadora de
los derechos de Fernando VII y de las leyes, siempre que ellas no se opusieran al
"derecho supremo de la libertad civil de los pueblos americanos".
La Junta Conservadora tenía a su cargo la función legislativa. Estaba facultada para
declarar la guerra, la paz, celebrar tratados, establecer impuestos, crear tribunales y dar
nuevos empleos en la Administración.
La Junta estaba integrada por los diputados de las Provincias Unidas, quienes debían
cesar en sus cargos cuando se constituyera el Congreso Nacional que debía establecer la
forma definitiva de gobierno.
La función ejecutiva era ejercida por el Triunvirato, quien debía convocar al Congreso
Nacional a la mayor brevedad. Sus funciones, entre otras, consistían en adoptar las
medidas necesarias para la defensa del Estado y la organización del ejército, así como
proteger la seguridad pública y la libertad civil, recaudar los fondos públicos y hacer
cumplir las leyes.
Como antecedente de las garantías que emanan del art. 18 de la Constitución, el
Reglamento disponía que el Poder Ejecutivo no podía detener a ningún individuo por un
lapso mayor de cuarenta y ocho horas, dentro de cuyo término debía remitirlo al juez
competente.
La tercera y última sección del Reglamento disponía que el Poder Judicial era
independiente y que era el único órgano competente para juzgar a las personas.
Casi simultáneamente, y sin tomar como punto de referencia el Reglamento dictado por
la Junta Conservadora, el 26 de octubre de 1811, el Triunvirato dictó el decreto de
libertad de imprenta. Establecía que "todo hombre puede publicar sus ideas libremente y
sin previa censura", redacción similar a la expuesta en el art. 14 de la Constitución de
1853/60 y en la Enmienda I de la Constitución de los Estados Unidos. Sin embargo, y
con el propósito declarado de condenar el ejercicio abusivo de la libertad de prensa,
imponía una serie de restricciones que desnaturalizaban su esencia y dejaban la vigencia
de tan preciada libertad al arbitrio del gobierno de turno.
El Reglamento Provisional de 1811 no tuvo vigencia. El Primer Triunvirato, tras
someter el Reglamento a la consideración del Cabildo procedió, con la conformidad
implícita de este último, a rechazar el documento y disolver la Junta Conservadora por
decreto del 7 de noviembre de 1811.
Disuelta la Junta Grande, el Triunvirato dictó, el 22 de noviembre de 1811, un Estatuto
Provisional y convocó a la formación de una Asamblea General que, al margen de
ejercer la función legislativa debía sancionar una constitución definitiva para la nación.
El 23 de noviembre, el Triunvirato dictó el decreto sobre seguridad individual.
Establecía que "todo ciudadano tiene un derecho sagrado a la protección de su vida, de
su honor, de su libertad y de sus propiedades; la posesión de este derecho, centro de la
libertad civil y principio de todas las instituciones sociales, es lo que se llama seguridad
individual".
Nadie podía ser penado sin previo proceso y sentencia legal, ni arrestado sin prueba
fehaciente o indicios vehementes de su participación en un delito. El decreto añadía que
las cárceles son para seguridad y no para castigo de los reos y que toda medida que, con
el pretexto de precaución, sólo sirva para mortificarlos, será castigada rigurosamente.
También proclamaba la libertad de tránsito.
La Asamblea General prevista en el Estatuto Provisional de 1811 se instaló el 4 de abril
de 1812. Su decisión de declararse soberana y de modificar la composición del
Triunvirato generó un conflicto político que culminó con la disolución de esa Asamblea,
dispuesta por el propio Triunvirato.
La concentración del poder en el Primer Triunvirato provocó un creciente malestar en la
ciudadanía, que no llegó a ser atenuado con la convocatoria a una segunda Asamblea
General. La forma autoritaria con que ejerció el poder desencadenó el golpe de estado
del 8 de octubre de 1812, que contó con la activa participación de los cuerpos militares
comandados por Francisco Ortiz de Ocampo, Román Fernández, José de San Martín y
Carlos María de Alvear y se tradujo en la remoción de los triunviros.
Tras el golpe de estado, el Cabildo reasumió la conducción gubernamental y procedió a
designar al segundo Triunvirato, que estuvo integrado por Juan José Paso, Antonio
Álvarez Jonte y Nicolás Rodríguez Peña.
El 24 de octubre se convocó a una nueva asamblea general constituyente, la cual
comenzó a funcionar el 31 de enero de 1813. Se trató de la célebre Asamblea del año
XIII.
63. Asamblea de 1813
La Asamblea constituida el 31 de enero de 1813 debía dar cumplimiento a dos objetivos
anhelados intensamente: declarar la independencia y dictar una constitución. Si bien no
alcanzó a concretar tales objetivos, sus actos conformaron una especie de constitución
no codificada que, en gran medida, fueron respetados por los sucesivos proyectos que se
presentaron hasta 1853.
En cuanto al objetivo de proclamar la independencia, por razones políticas no fue
posible concretarlo formalmente, pero una serie de actos de la Asamblea demostraron
categóricamente que, de hecho, la independencia había sido dispuesta.
En el seno de la Asamblea se trataron cuatro proyectos de constitución. Tres de ellos
propiciaban la organización de un Estado unitario, ,mientras que el restante impulsaba
uno de carácter federal.
La Asamblea General, si bien no dictó una constitución, emitió diversas normas legales
que conformaron, parcialmente, la constitución histórica del país.
El 2 de febrero de 1813 estableció la "libertad de vientres", al disponer que todos los
hijos de esclavos nacidos a partir del 31 de enero de 1813 "sean considerados y tenidos
por libres". El 6 de marzo emitió un reglamento para la educación de los libertos, el 21
de mayo abolió el uso de tormentos "para el esclarecimiento de la verdad e
investigación de los crímenes" y el 13 de agosto prohibió los mayorazgos, en tanto que
el 18 de octubre prohibió la exhibición en las fachadas de los edificios de todo signo o
distintivo de nobleza.
También suprimió, con respecto a los indios, la mita y el yanaconazgo, y así concluyó
con la servidumbre a que eran sometidos aquéllos. Finalmente, como hemos visto, y a la
manera de actos demostrativos del ejercicio de un poder soberano, la Asamblea creó el
escudo nacional, adoptó el himno oficial y dispuso la acuñación de moneda nacional.
Con el propósito de dotar de mayor eficiencia a la función ejecutiva, el 22 de enero de
1814 la Asamblea sustituyó al Triunvirato por el Directorio, siguiendo el proceso que,
en tal sentido, se había desarrollado en Francia. El primer titular de este nuevo órgano
ejecutivo fue Gervasio Posadas quien, el 9 de enero de 1815, fue sucedido por Carlos
María de Alvear.
Disuelta la Asamblea General, el ejercicio de la función legislativa fue reasumido por el
Cabildo de Buenos Aires, quien dispuso integrar la Junta de Observaciones, con
potestades legislativas, para que sancionara un estatuto provisional. Ese Estatuto,
dictado el 5 de mayo de 1815, al margen de la organización transitoria que preveía,
dispuso que se debía invitar a los representantes que designaran las provincias para
integrar un congreso que, reunido en la ciudad de Tucumán, iba a sancionar una
constitución. Tal disposición determinó el funcionamiento del Congreso de Tucumán.
Si bien la vigencia del Estatuto de 1815 fue efímera pues no llegó a ser aprobado por las
provincias tal como él mismo lo exigía, contiene una serie de disposiciones sumamente
novedosas para la época que reflejan un ideal de progreso y realismo.
Merecen destacarse las normas que importan un antecedente fundamental del
constitucionalismo social, y que luego fueron reproducidas por el Reglamento
Provisorio de 1817 que sancionó el Congreso de Tucumán.
El capítulo 7, titulado "Deberes del cuerpo social", imponía: "El cuerpo social debe
garantir y afianzar el goce de los derechos del hombre" (art. 1º); "Aliviar la miseria y
desgracia de los ciudadanos, proporcionándoles los medios de prosperar e instruirse"
(art. 2º); "Toda disposición o estatuto contrario a los principios establecidos en los
artículos anteriores, será de ningún efecto".
64. El Congreso de Tucumán
El Congreso de Tucumán, que comenzó a funcionar el 24 de marzo de 1816, tenía como
objetivos fundamentales determinar la forma de gobierno, declarar la independencia y
sancionar una constitución que rigiera en todo el país.
El 9 de julio el Congreso declaró la independencia, proclamando: "Nos, los
representantes de las Provincias Unidas del Río de la Plata, reunidos en congreso
general, invocando al Eterno que preside el universo, en el nombre y por la autoridad de
los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del
globo la justicia, que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la
tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos
vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron
despojados, e investirse del alto carácter de Nación libre e independiente del rey
Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y de
derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia e impere el
cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas, y cada una de ellas, así lo publican,
declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de
ésta su voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama".
El 3 de diciembre de 1817, el Congreso sancionó el Reglamento Provisorio que
ordenaba el funcionamiento gubernamental hasta tanto se dictara la tan anhelada
constitución. A pesar de la raíz federal sobre la cual se apoyó la Declaración de
Independencia, el Reglamento presentaba claras características unitarias.
En efecto, disponía que los gobernadores eran elegidos por el director de una lista de
candidatos que debían remitir los cabildos.
El Reglamento reproducía cláusulas contenidas en varios precedentes constitucionales,
pero también contenía algunas disposiciones novedosas que sirvieron de sustento al
texto constitucional de 1853/60.
El capítulo 7º de la sección I, al establecer los "deberes del cuerpo social", que ya había
previsto el Estatuto de 1815, contiene cláusulas que bien pueden ser calificadas como
antecedentes del constitucionalismo social: "El Cuerpo social debe garantir, y afianzar
el goce de los derechos del hombre. Aliviar la miseria y desgracia de los ciudadanos,
proporcionándoles los medios de prosperar e instruirse. Toda disposición o estatuto,
contrario a los principios establecidos en los artículos anteriores será de ningún efecto".
Esta cláusula, al igual que otras contenidas en el Reglamento, revelan la inexactitud en
que se incurre al sostener que el constitucionalismo del siglo XIX era individualista. La
preocupación por la cuestión social estuvo ya presente en los albores del
constitucionalismo argentino.
El Congreso se reservaba el ejercicio de la función legislativa, mientras que la función
ejecutiva era asignada al director, cuyo nombramiento correspondía al Congreso. Entre
otras facultades, tenía a su cargo la ejecución de las leyes; ser comandante en jefe de las
fuerzas armadas del Estado; ejercer la representación exterior de las Provincias Unidas;
iniciar, concluir y firmar tratados internacionales que debían ser aprobados por el
Congreso a los fines de su ratificación externa; ejercía el patronato; nombraba a los tres
secretarios, o ministros, que eran de gobierno, hacienda y guerra.
De manera similar al art. 18 de la Constitución de 1853/60, establecía que "Siendo las
cárceles para la seguridad y no para el castigo de los reos, toda medida que a pretexto de
precaución sólo sirva para mortificarlos maliciosamente, será corregida por los
tribunales superiores, indemnizando a los agraviados por el orden de justicia" (secc. 4,
cap. 3, art. 18).
Como antecedente del actual art. 19 de la Constitución, ordenaba que "Las acciones
privadas de los hombres, que de ningún modo ofendan el orden público, ni perjudiquen
a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados"
(secc. 7, cap. 1, art. 1). "Ningún habitante del Estado estará obligado a hacer lo que no
manda la ley clara y expresamente, ni privado de lo que ella del mismo modo no
prohíbe" (secc. 7, cap. 1, art. 2).
El Congreso concluyó su labor dando cumplimiento a otro de los grandes objetivos que
le fueron asignados. El 22 de abril de 1819 sancionó el primer texto constitucional
orgánico para el Estado.
65. Constitución de 1819
La Constitución de 1819, jurada solemnemente el 25 de mayo de ese año, en el marco
de un conflictivo proceso político interno cuya intensidad se incrementó hasta culminar
en la anarquía nacional, desde sus comienzos estuvo destinada al fracaso. Este hecho
quedó manifestado claramente cuando la Constitución no fue aceptada por la Banda
Oriental y las provincias de Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe.
Hubo tres factores que condujeron al fracaso de la Constitución de 1819. En primer
lugar, el hecho de no precisar debidamente la forma republicana de gobierno que
acarreaba suspicacias sobre una eventual inserción de la monarquía constitucional,
forma de gobierno que, si bien había sido aceptada de manera coyuntural por algunas
figuras políticas destacadas como Manuel Belgrano, Acevedo, Castro Barros, Sánchez
de Loria y Pacheco de Melo, no contaba con la adhesión de la ciudadanía.
El segundo factor fue la organización unitaria del Estado, con apartamiento de los
precedentes del Cabildo abierto del 22 de mayo de 1810 y del sentimiento imperante en
el interior del país.
El tercer factor fue la paulatina pérdida de autoridad registrada en el gobierno central y
el consecuente surgimiento del caudillismo con su bandera de preservación de la
independencia originaria de las provincias.
En ese contexto político, se podría afirmar que los autores de la Constitución de 1819 se
prodigaron en forjar una obra teórica, plena de virtudes, aunque carente del realismo
indispensable. Pecaron ingenuamente en creer que la sanción de una norma jurídica
fundamental determinaría la automática sumisión a ella de los intereses y pasiones
políticas.
66. Constitución de 1826
Sancionada la Constitución de 1819, Juan Martín de Pueyrredón renunció al cargo de
director, para que se procediera a su cobertura conforme a las normas contenidas en
aquélla. El Congreso nombró director al general José Rondeau, cuya autoridad fue
desconocida por Gervasio Artigas, Francisco Ramírez y Estanislao López.
El enfrentamiento entre el Gobierno nacional y algunos gobiernos provinciales, culminó
el 1 de febrero de 1820 con la derrota de las fuerzas nacionales en la batalla de Cañada
de Cepeda. Tal hecho determinó la disolución del Congreso, la renuncia de Rondeau y
que el Cabildo de Buenos Aires resolviera crear una Junta de Representantes para el
gobierno local, la cual nombró gobernador a Manuel de Sarratea.
Para concretar la paz entre las provincias beligerantes y establecer ciertas bases que
permitieran revertir la anarquía existente, y así retornar al cauce de la unidad nacional,
se suscribieron entre ellas diversos tratados. Entre tales cabe citar el Pacto de Pilar del
23 de febrero de 1820 entre Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe; el tratado de Benegas
del 24 de noviembre de 1820 entre Buenos Aires y Santa Fe, con la mediación de la
provincia de Córdoba; y el tratado del Cuadrilátero del 25 de enero de 1822 entre
Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos y Corrientes que, ante el fracaso del Congreso que
debía ser realizado en Córdoba, acordó que, de darse las condiciones convenientes, las
partes procederían a convocar un nuevo congreso constituyente.
Restablecido el orden interno, y considerando que estaban dadas las condiciones a tal
fin, el 6 de diciembre de 1824 Buenos Aires decidió invitar a las provincias para
constituir un nuevo congreso constituyente, el cual quedó instalado el 16 de diciembre
de ese año.
El 6 de febrero de 1826, el Congreso sancionó una ley que establecía un Poder
Ejecutivo permanente para ejercer las funciones que habían sido transferidas al gobierno
de Buenos Aires. El titular del órgano ejecutivo recibió la denominación de
"presidente". El 7 de febrero de 1826 el Congreso designó presidente de las Provincias
Unidas del Río de la Plata a Bernardino Rivadavia. El 4 de marzo el Congreso declaró a
la ciudad de Buenos Aires como capital del Estado y el 7 de marzo dispuso el cese del
gobierno de Buenos Aires.
En la sesión del Congreso Constituyente correspondiente al 14 de julio de 1826, la
comisión de negocios constitucionales informó que se habían pronunciado por la forma
federal las provincias de Córdoba, Mendoza, San Juan y Santiago del Estero. Por la
forma unitaria, las provincias de Salta, Tucumán y La Rioja. Por lo que decidiera el
Congreso, las provincias de Catamarca, San Luis y Corrientes. No habían emitido
expresamente su opinión las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Misiones
y la Banda Oriental.
La comisión de negocios constitucionales, en su informe, proponía la adopción de la
forma unitaria por tres razones. La escasa población que había en algunas provincias
que no superaban los quince mil habitantes "esparcidos en distancias enormes"; la
inexistencia de recursos, en muchas de ellas, que les impedían "subvenir a las primeras
necesidades de la comunidad"; y la falta de una adecuada ilustración en la mayoría de
sus ciudadanos que los tornaban ineptos para conducir su propio gobierno autónomo
conforme a los principios republicanos.
Manuel Dorrego, en el seno del Congreso, apoyó firmemente la forma federal, y ofreció
soluciones transitorias para remediar temporalmente las razones expuestas por la
comisión. Entendía que reunían todas las condiciones para funcionar de manera
autónoma la Banda Oriental, Córdoba, Salta y Cuyo. Asimismo, se podían conformar
uniones transitorias entre Santa Fe y Buenos Aires; Entre Ríos, Corrientes y Misiones;
Buenos Aires y Santa Fe; La Rioja y Catamarca; Santiago del Estero y Tucumán.
El 24 de diciembre de 1826, el Congreso sancionó la Constitución imponiendo una
forma unitaria para la organización del Estado. Fueron pocos los integrantes de ese
cuerpo que expresaron su oposición a esa forma. Además de Dorrego, cabe citar a José
María Rojas, Pedro Cavia y Caviedes, Francisco Igarzábal, Evaristo Carriego, Mateo
Vidal, José Francisco de Ugarteche y Santiago Funes, entre otros.
La vigencia de la Constitución estaba condicionada a su aceptación por las dos terceras
partes de la provincias, incluida la Capital de la República.
Precisamente, este último requisito no tuvo cumplimiento. Ninguna provincia aceptó la
Constitución, de manera que no tuvo vigencia. Tal circunstancia determinó la renuncia
de Rivadavia el 30 de junio de 1827 y la posterior disolución del Congreso
constituyente. Antes de operarse la disolución, el Congreso ratificó la vigencia de la Ley
Fundamental del 23 de enero de 1825 y eligió presidente provisorio a Vicente López y
Planes.
Al restaurarse el poder soberano en las provincias, Buenos Aires constituyó su Junta de
Representantes y se procedió, el 12 de agosto de 1827, a designar gobernador a Manuel
Dorrego.
67. Constitución de 1853/60
La fase final del proceso preconstitucional se inició el 3 de febrero de 1852 con la
batalla de Caseros. La deposición del gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de
Rosas, por las fuerzas comandadas por Justo José de Urquiza, posibilitó la suscripción,
el 31 de mayo de 1852, del Acuerdo de San Nicolás. En virtud de él, y ratificando el
objetivo expuesto en el Pacto Federal de 1831, las provincias acordaron en convocar a
un congreso general constituyente para que sancionara la Constitución bajo la cual
quedarían políticamente unidas.
El 8 de noviembre de 1852, dando cumplimiento al acuerdo, el director provisorio de la
Confederación Argentina —Justo José de Urquiza— convocó al Congreso General
Constituyente que comenzó a funcionar el 15 de noviembre en la ciudad de Santa Fe.
El Congreso designó una comisión para que presentara un proyecto de Constitución.
Esa comisión, que estuvo integrada por Leiva, Gutiérrez, Gorostiaga, Díaz Colodrero,
Ferré, Zapata, Derqui y Del Campillo, concluyó su labor el 20 de abril de 1853. Tras
debatir el contenido del proyecto e introducir diversas modificaciones, el Congreso
General sancionó la Constitución el 1º de mayo de 1853, que fue promulgada el 25 de
mayo de ese año.
Posteriormente, el 9 de julio de 1853, la Constitución fue jurada solemnemente en la
Iglesia Matriz de Catamarca, oportunidad en la cual fray Mamerto Esquiú pronunció su
célebre sermón, en cuya parte final expresó: "Obedeced, señores, sin sumisión no hay
ley; sin leyes no hay Patria, no hay verdadera libertad: existen sólo pasiones, desorden,
anarquía, disolución, guerra y males de que Dios libre eternamente a la República
Argentina".
Los factores que habían impedido concretar la unidad nacional en 1816 y 1826 se
habían diluido. Con el correr de los años y el surgimiento de una nueva dirigencia
política, la división entre unitarios y federales había sido superada y sustituida por la
colisión entre el régimen autocrático de Juan Manuel de Rosas, merced al cual
sobrevivió la unidad nacional, y quienes aspiraban a instaurar los valores democráticos
del movimiento constitucionalista como fundamento de la organización nacional.
La Constitución sancionada en 1853 estableció la forma republicana de gobierno y la
forma federal del Estado. Regía para la Confederación Argentina de la cual no formaba
parte la provincia de Buenos Aires. Con motivo del levantamiento del 11 de septiembre
de 1852, Buenos Aires se había retirado de la Confederación Argentina y no envió sus
representantes al Congreso General Constituyente. Tal situación se mantuvo hasta 1859.
Tras la batalla de Cepeda, donde las fuerzas del Estado de Buenos Aires fueron
derrotadas por los ejércitos de la Confederación, se suscribió entre ambas partes el Pacto
de San José de Flores el 11 de noviembre de 1859. Por él se acordó la incorporación de
Buenos Aires a la Confederación y el reconocimiento de potestades de gobierno y
legislación a Buenos Aires sobre todas sus propiedades y establecimientos públicos, con
la salvedad de las aduanas exteriores que quedaban sujetas a la Nación. También se
convino que Buenos Aires debía convocar a una convención provincial para revisar la
Constitución Nacional de 1853 y formular las observaciones que su contenido pudiera
merecerle. Esas observaciones serían sometidas a la consideración de una convención
ad hoc convocada por el gobierno nacional y a la cual Buenos Aires enviaría sus
representantes.
El 5 de enero de 1860 se reunió la convención de Buenos Aires, en cuyo seno se integró
la comisión revisora con Bartolomé Mitre, Dalmacio Vélez Sarsfield, José Mármol,
Antonio Cruz Obligado y Domingo F. Sarmiento.
Finalmente, el 23 de septiembre de 1860 concluyeron las sesiones de la convención y
fue sancionado el texto constitucional definitivo.
Si bien el texto constitucional de 1853 establecía que ella no podía ser objeto de
modificaciones antes del transcurso de diez años, mal puede ser calificada de
inconstitucional la reforma realizada en 1860. La Ley Fundamental sancionada en 1853
tenía plena vigencia en las provincias que habían formado la Confederación Argentina,
pero no en la de Buenos Aires que no se había incorporado a ella y cuyas autoridades se
negaron a aceptar esa Constitución.
Como decíamos, Buenos Aires prosiguió siendo un Estado independiente que, recién
con motivo del Pacto de San José de Flores, acordó su fusión para conformar la Nación
Argentina. Al quedar constituido, al menos formalmente, un nuevo Estado con todas las
provincias, su organización definitiva recién concluyó en 1860. Este hecho determinó
que el proceso constituyente abierto en 1853 recién quedara concluido en 1860 y, por tal
razón, se hace referencia a la Constitución de 1853/60.
El contenido de esa Constitución reflejó cabalmente el pensamiento imperante entre sus
redactores que, a su vez, era fruto del ideal de Mayo y de los principios expuestos por la
generación de 1837, entre cuyos integrantes cabe destacar a Esteban Echeverría, Juan
Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, José Mármol, Miguel Estévez Saguí, José
Barros Pazos y Pastor Obligado. Precisamente, y como bien lo destaca Alberto
Rodríguez Varela, en las palabras simbólicas del Dogma Socialista de Echeverría
encontramos varias referencias que permiten conocer aquel pensamiento: progreso,
fraternidad, igualdad, libertad, honor y sacrificio como móviles y normas de la conducta
social; así como confraternidad de principios y voluntad de erradicar los
enfrentamientos de las facciones.
Esas palabras simbólicas se pueden sintetizar en tres conceptos: libertad responsable,
dignidad y progreso. Conceptos que conforman la esencia de un sistema personalista y
que se proyectan sobre el ámbito político, económico y social.
Así, el ideal personalista de nuestra Constitución imponía la libertad política traducida
en la participación del pueblo en la designación de los gobernantes; en la distribución de
las funciones del poder entre órganos gubernamentales independientes y, a la vez,
interdependientes para evitar su concentración y su secuela inevitable que es el
despotismo. Esa libertad política fue plasmada en el articulado de la Constitución
referente a la organización y el funcionamiento del gobierno.
Ese ideal personalista imponía la libertad económica que, como enseñaba Alberdi,
acarrea el progreso económico y, por añadidura, el progreso espiritual y cultural. No se
trataba de una libertad individualista o materialista basada en el egoísmo, sino de una
libertad económica personalista que confluía en el bien común. La particular protección
dispensada a la propiedad privada en el art. 17 de la Constitución y el plan de acción
descripto en la cláusula del progreso (art. 75, inc. 18 CN) estaban encaminados a
concretar la promoción del bienestar general mencionado en el Preámbulo de nuestra
Ley Fundamental.
Las libertades política y económica debían, ineludiblemente, ser acompañadas por la
libertad en el ámbito social. Recordemos que una de las palabras simbólicas del Dogma
Socialista era la organización de la patria sobre la base democrática y que, para
Echeverría, la democracia no era una simple forma de gobierno sino un estilo de vida, la
esencia de un gobierno conformado para el logro del bien común. Una estructura que
permitiera a todos la más amplia y libre posibilidad de disfrutar de sus derechos
naturales. Esa libertad no equivalía al libertinaje porque el ejercicio de los derechos
debía adecuarse a la ley natural, reflejada en la ley positiva, para satisfacer el bien
común.
En síntesis, la libertad social importaba un estilo de vida basado sobre el cumplimiento
de la ley, la tolerancia, el respeto recíproco, el pluralismo, la educación y sin mengua de
la debida consideración que merecía la cuestión social. Cuestión social que Segundo V.
Linares Quintana bautizó con el nombre de "constitucionalismo social", y que estuvo
presente en nuestros más remotos antecedentes constitucionales.
Es evidente que la Constitución de 1853/60 respondió a la concepción personalista
propiciada por sus autores y la dirigencia social y política. Era una idea política
dominante en tales sectores, aunque no podemos sostener con certeza que ella imperaba
en la sociedad. Podríamos afirmar que era una idea dominante en la sociedad si
aceptamos que la Constitución de 1853/60 fue consecuencia del legado criollo en la
conformación de la identidad argentina.
Pero, incluso aceptando que la idea personalista tenía carácter dominante en la
dirigencia social y política, aunque no en la sociedad, el prestigio y representatividad
que tenía esa dirigencia gravitó para que su idea dominante fuera aceptada por el
pueblo.
Si bien es cierto que, al tiempo de ser sancionada la Constitución existía una amplia
brecha entre el orden político y el orden constitucional, también es cierto que, en los
siguientes sesenta años, ella se redujo sensiblemente. Bajo la inspiración del ideal
personalista se registró una intensa evolución progresista en el país. Se estaba
concretando el vaticinio de fray Mamerto Esquiú cuando decía: "La acción de la carta
constitucional es vastísima y se halla en oposición casi a toda la actualidad de la
República; es una savia que tiene que penetrar enmarañadas y multiplicadas fibras, que
necesita mucho tiempo para vivificar to talmente el sistema".
Durante ese lapso se incrementó la libertad en el ámbito político. Mitre organizó al
Poder Judicial e integró la Corte Suprema de Justicia cuya composición fue
rigurosamente respetada hasta 1947. Comenzaron a surgir fuerzas políticas organizadas
en torno de principios y figuras carismáticas que distaban de ejercer un liderazgo similar
al de los caudillos populistas del pasado. Durante sesenta años el país fue gobernado por
una elite política abierta a la movilidad social y reacia a la estratificación, y si bien la
libertad política presentaba importantes falencias destacadas por los propios integrantes
de esa elite, como Carlos Pellegrini, existía una firme voluntad política para erradicarla.
Una muestra elocuente fue la sanción, en 1912, de la ley Sáenz Peña para garantizar la
libertad del sufragio y asegurar la representación política de las minorías. La riqueza de
los debates en las cámaras del Congreso que precedieron a la sanción de la ley puso de
manifiesto la firme decisión de la dirigencia política en ese sentido, y a pesar de los
reparos expuestos por Julio Argentino Roca (h.), para quien el país no estaba
culturalmente preparado para asimilar los efectos de aquella ley. Ese incremento de las
libertades políticas fue uno de los factores que trabó el desarrollo de las corrientes
transpersonalistas representadas por el anarquismo y el marxismo.
También fue significativo el crecimiento de la libertad económica, con el consiguiente
desarrollo y progreso del país. La instalación de redes ferroviarias, la construcción de
puentes y caminos, las líneas telegráficas, la colonización agraria, la exportación de
productos agropecuarios, la promoción de ciertas industrias como la azucarera y textil,
la instalación de fábricas, la regulación legal de la actividad comercial, el aporte de los
hábitos económicos y capitales de la inmigración europea, la política del libre cambio
sin perjuicio de la desprotección que representó para las economías regionales,
impulsaron al país a alturas inimaginables sesenta años antes y permitieron superar los
efectos de la crisis de 1888. Existían asignaturas pendientes, pero el proceso evolutivo
basado sobre la libertad permitía presagiar su cumplimiento.
La libertad social no quedó a la zaga. Sarmiento había impulsado, como nadie lo había
hecho hasta ese entonces, la educación popular para que "la montonera no se levante" y
"para que no haya vagos". Fundó colegios nacionales en varias localidades del país, el
Colegio Militar de la Nación, la Escuela Naval Militar, y otorgó primacía al progreso
intelectual y moral como instrumento para concretar un progreso económico global y
justo. Su obra fue continuada por los sucesivos gobiernos nacionales y provinciales. En
el ámbito universitario, Joaquín V. González se esmeró por difundir la cultura
democrática.
El aporte inmigratorio fomentado por la generación de 1837, y a pesar de los reparos
expuestos por ciertos sectores estratificados de la generación de 1880, fue concretado
bajo el manto protector del art. 20 de la Constitución. La inmigración fue espontánea,
atraída por la libertad y el progreso que no podía disfrutar en su tierra natal. La cuestión
social no fue dejada de lado, como lo demuestra el proyecto de Código del Trabajo que
elaboró Joaquín V. González durante la segunda presidencia de Roca. Sus disposiciones
fueron incorporadas a las leyes laborales sancionadas durante este período, en algunas
de las cuales se inspiró Alfredo Palacios.
68. Reforma constitucional de 1866
El texto constitucional de 1853 establecía, en su art. 4º, que entre otros recursos, los
fondos del tesoro nacional se integraban con los "derechos de importación y
exportación". En el texto definitivo de 1860, se agregó que la titularidad de esos
derechos se extendía hasta el año 1866.
Asimismo, en el texto de 1853, el actual art. 75, inc. 1º, entonces art. 67, inc. 1º,
disponía que el Congreso podía establecer los derechos de importación y exportación.
En 1860 se acordó mantener la referencia a los derechos de importación y se agregó que
también podía "Establecer igualmente los derechos de exportación hasta 1866, en cuya
fecha cesarán como impuesto nacional, no pudiendo serlo provincial". Esta prohibición
de gravar las exportaciones registra su fuente en el art. 1º, Sección IX, apartado 5º de la
Constitución de los Estados Unidos de América.
En 1866, los partidarios de la reforma constitucional consideraban que la caducidad que
preveía la Constitución iba a reducir considerablemente los recursos que la Nación
necesitaba para afrontar la guerra con el Paraguay, cuya finalización era incierta.
Se oponían a la reforma las provincias del litoral, particularmente Entre Ríos y los
autonomistas de Buenos Aires, porque la caducidad del gravamen beneficiaba el flujo
de sus productos al exterior preservando el federalismo como consecuencia de la
riqueza y progreso de las provincias productoras de bienes exportables.
El 12 de septiembre de 1866 la Convención Reformadora convocada para suprimir del
texto constitucional la referencia a la caducidad que se iba a operar ese año respecto de
los derechos de exportación así lo dispuso.
El art. 4º de la Constitución recibió el contenido que tiene en la actualidad. En cuanto al
entonces art. 67, inc. 1º, se suprimió la cláusula incorporada en 1860 que imponía la
caducidad de los derechos de exportación.
En definitiva, y sin límite temporal, el Congreso quedaba facultado para establecer
derechos de exportación, cuyos fondos ingresaban al tesoro nacional, sin que ese
gravamen pudiera ser fijado por las provincias ni coparticipable con ellas.
Como hemos visto, el art. 1º, Sección IX, apartado 5º, de la Constitución de los Estados
Unidos de América establece que es inviable aplicar derechos o impuestos sobre las
exportaciones de bienes, sin que interese que el monto del gravamen sea ínfimo. Los
bienes destinados a la exportación están sujetos a todas las tributaciones impuestas a
bienes similares que no se producen con ese destino, pero no puede ser gravado el acto
de la exportación. En tal sentido, la Corte Suprema de ese país tuvo oportunidad de
declarar la invalidez de los impuestos federales establecidos sobre los conocimientos de
embarque extranjeros, las pólizas que aseguran la carga durante el trayecto de la e
xportación y sobre los contratos de flete para el transporte de mercaderías hacia el
exterior(22) .
El objetivo es fomentar la producción de esos bienes cuya exportación acarrea un
incremento en la comercialización local, con el consecuente incremento de la
recaudación fiscal local.
69. Reforma constitucional de 1898
La Convención Reformadora constituida en Buenos Aires el 24 de febrero de 1898
resolvió modificar los actuales arts. 45 y 100 de la Constitución.
El art. 45, antes de la reforma establecía que correspondía elegir un diputado "por cada
veinte mil habitantes, o de una fracción que no baje del número de diez mil".
Considerando que la rigidez de la cláusula conducía a un desmesurado incremento del
número de diputados nacionales, los convencionales decidieron que el número de
diputados era de uno por cada treinta y tres mil habitantes o fracción que no baje de diez
mil quinientos. Asimismo, para dotar de mayor flexibilidad al texto constitucional y
evitar que la causa de la reforma se presentara nuevamente, resolvieron que "Después
de la realización de cada censo, el congreso fijará la representación con arreglo al
mismo, pudiendo aumentar pero no disminuir la base expresada para cada diputado".
Es la actual redacción del art. 45, que no ha sido respetada desde 1983. No solamente
porque el Congreso no adecuó la representación al incremento de habitantes resultante
de los censos nacionales, sino también por otorgar, a los habitantes de algunas
provincias, la facultad de nombrar un número de diputados mayor al que le
correspondería por la cantidad de personas que residen en sus territorios.
El actual art. 100 de la Ley Fundamental prescribía la existencia de cinco ministerios y
el ámbito de la competencia de cada uno de ellos: interior; relaciones exteriores;
hacienda; justicia, culto e instrucción pública; guerra y marina.
Sin cambiar el "ministerio constitucional" por el "ministerio legal", los convencionales
de 1898 decidieron elevar a ocho el número de ministerios y facultaron al Congreso
para deslindar "los ramos del respectivo despacho de los ministros".
La reforma constitucional de 1994, al suprimir el número de ministerios y facultar al
Congreso para establecer la cantidad que considere conveniente, sustituyó el "ministerio
constitucional" por el "ministerio legal".
70. Reforma constitucional de 1949
La reforma de 1949 introdujo amplísimas e importantes modificaciones en el texto
constitucional, en función de la ideología política que inspiró la actuación del régimen
autoritario imperante en ese momento. Tales reformas configuraron un cambio
sustancial en el sistema constitucional argentino que abarcó no solamente la
estructuración de los órganos gubernamentales, sino también la fisonomía filosófica del
concepto de libertad. La trascendencia institucional de esa reforma permite afirmar que
se trató de la sustitución de la Constitución de 1853/60 por una nueva Ley Fundamental.
La concepción autocrática que inspiró la reforma, la alteración del régimen democrático
constitucional y el incumplimiento de ciertos requisitos establecidos por el art. 30 de la
Constitución motivaron que algunos autores tacharan de inconstitucional la labor de los
convencionales de 1949.
La ley 13.233, promulgada el 3/9/1948, disponía que se declaraba la necesidad de
reformar totalmente la Constitución, en tanto que la Convención quedaba facultada para
"la revisión y reforma de la Constitución Nacional, a los efectos de corregir sus
disposiciones para la mejor defensa de los derechos del pueblo y del bienestar de la
Nación" (art. 1º). Si al Congreso le corresponde declarar la necesidad de la reforma,
debe explicitar cuáles cláusulas deben ser modificadas para satisfacer aquella necesidad,
la cual debe ser enunciada por el legislador y no por el convencional. Tal había sido el
criterio adoptado con motivo de las reformas constitucionales de 1866 y 1898.
Además de estos obstáculos constitucionales, existían serios reparos democráticos para
convalidar la reforma. El primero de ellos consistía en que el objetivo real de la reforma
residía en permitir la reelección del entonces presidente Juan D. Perón, tal como lo
proclamaron públicamente varios de sus subordinados. A ello se añadía el autoritarismo
gubernamental que se tradujo en una serie de hechos concretos. La promoción de un
proceso de remoción contra los jueces de la Corte Suprema que habían descalificado la
validez de una serie de normas forjadas por Perón cuando fue ministro y vicepresidente
del gobierno de facto que provocó la ruptura del orden constitucional en 1943. También
la clausura de numerosos medios de prensa por las críticas que emitían en perjuicio de
Perón. Otro tanto, la intervención autoritaria en las universidades y la corrupción
gestada en la administración pública con los privilegios económicos concedidos a
ciertos personajes del régimen. La campaña de odio y resentimiento que se reflejaba en
la publicidad oficial. Todos estos factores, y muchos más, decidieron a los
convencionales radicales a retirarse del órgano reformador el 8/3/1949, cuando Moisés
Lebensohn proclamó que "La representación radical desiste de seguir permaneciendo en
este debate, que constituye una farsa".
La Convención Reformadora se constituyó el 24 de enero de 1949 y concluyó con su
cometido el 11 de marzo de ese año. Su producto fue generado por dos factores: el
creciente nacionalismo desarrollado desde 1920 y sujeto a la influencia del fascismo
italiano y cierta cuota de resentimiento social propia del nacional-socialismo alemán,
unido todo ello al rechazo irracional de las ideas liberales políticas, económicas y
sociales adoptadas fervorosamente por los gestores de la Constitución de 1853/60.
71. Reforma constitucional de 1957
El 16 de septiembre de 1955 se inició, en todo el país, un movimiento cívico militar
que, bajo el nombre de Revolución Libertadora, se desarrolló con el objeto de deponer
al entonces presidente de la República y desarticular el régimen autocrático que había
impuesto. Concluyó tres días después con la renuncia de Perón.
El 27 de abril de 1956, bajo la presidencia de facto de Pedro E. Aramburu, el gobierno
dispuso mediante una proclama declarar vigente la Constitución Nacional "sancionada
en 1853, con las reformas de 1860, 1866 y 1898, y exclusión de la de 1949". Tal acto
fue ratificado por decreto del 1º de mayo de 1956.
El 12 de abril de 1957, mediante el decreto-ley 3838/1957, el Gobierno declaró la
necesidad de la reforma constitucional, detalló el temario de la eventual reforma y
convocó a la elección de una convención reformadora. Fue la primera vez que un
gobierno de facto se arrogó la potestad preconstituyente, aunque no la constituyente.
Para legitimar la convocatoria, el gobierno invocó su carácter revolucionario, que lo
diferenciaba de un simple gobierno de facto. Asimismo, en la convocatoria se declaró la
necesidad de considerar la reforma parcial de la Constitución de 1853/60, con las
reformas introducidas en 1860 y 1898.
La amplitud del articulado que la Convención quedaba habilitada a reformar revelaba
que la finalidad de la convocatoria no se circunscribía al simple restablecimiento del
texto anterior a la reforma de 1949. Diversos factores gravitaron sobre semejante
decisión. Quizás el más importante residía en la división operada en el seno de la Unión
Cívica Radical que condujo, a ambos sectores, a introducir cláusulas afines a las
contenidas en el texto de 1949 para buscar una aproximación al peronismo que
decidiera el triunfo electoral de alguno de aquéllos en los comicios generales previstos
para 1958. A ello se añadía el esnobismo constitucional que dominaba en casi todas las
fuerzas políticas como consecuencia del renacimiento de las libertades conculcadas a
partir de 1946. Ese renacimiento estuvo desprovisto de todo límite, sensatez y
autocrítica. Todos se proclamaban más demócratas que el más auténtico de los
demócratas, lo que desembocó en una competencia para determinar quién era el más
audaz e innovador para abordar la reforma constitucional.
El 30 de agosto de 1957 se inició la primera sesión de la Convención Reformadora de
carácter preparatorio. Los representantes de la Unión Cívica Radical Intransigente, cuyo
titular era Oscar Alende, decidieron retirarse del recinto. Basaron su decisión en que el
gobierno carecía de facultades para abordar una reforma constitucional al margen de su
art. 30, porque la Convención solamente podía ser convocada por el Congreso.
Entendían que primero se debía normalizar el funcionamiento de las instituciones, para
luego decidir sus integrantes si iban, o no, a ejercer la función preconstituyente que les
asigna la Ley Fundamental. Asimismo, reiteraron su plena adhesión al Programa de
Avellaneda del 4 de abril de 1945, uno de cuyos redactores había sido Arturo Frondizi.
El Programa de Avellaneda, al margen de apuntar a la preservación de las instituciones y
libertades políticas, propiciaba una reforma social, la intervención estatal en la
economía y educación, el laicismo y un sesgo social-demócrata sin renegar de los
valores básicos del liberalismo. En rigor, el programa se aproximaba a los principios
que con posterioridad esbozó el peronismo. En ambos casos había un sustento populista,
aunque en el Programa Avellaneda no había relación alguna con el sistema fascista que
propició y aplicó el peronismo entre 1946 y 1955.
El retiro de los 77 convencionales de la Unión Cívica Radical Intransigente, a los cuales
acompañaron los dos convencionales del Partido Demócrata Autonomista Conservador
Popular de Corrientes y el único convencional de la Unión Federal, desarticuló la
legitimidad de la Convención. De los 208 convencionales elegidos, sólo permanecieron
128, a los cuales en forma inmediata se añadieron otros representantes de grupos por
cierto minoritarios, dos por el Partido Laborista y uno por Partido de los Trabajadores.
La labor de la Convención fue tortuosa y breve. Dispuso incorporar, dentro del marco
del constitucionalismo social ya esbozado en los documentos constitucionales del
Estatuto de 1815 y Reglamento de 1817, el actual art. 14 nuevo o bis. También modificó
con la ampliación del actual art. 75, inc. 12, al facultar al Congreso para sancionar los
códigos del trabajo y seguridad social.
El 25 de octubre se retiraron de la Convención los radicales sabattinistas del
Movimiento de Intransigencia Nacional dirigidos por Mario Roberto y once
convencionales del Bloque de Centro. Fue un golpe de gracia para la Convención que,
al no contar con el quórum necesario para funcionar, dispuso clausurar sus sesiones el
14 de noviembre de 1957.
72. Reforma de facto de 1972
El 24 de agosto de 1972, el gobierno de facto de la Revolución Argentina dictó un
estatuto que reformaba la Constitución. Este Estatuto preveía su vigencia hasta el 24 de
mayo de 1977, pero si una convención constituyente no decidía su incorporación
definitiva al texto constitucional o su derogación total o parcial antes del 25 de agosto
de 1976, su vigencia quedaba prorrogada hasta el 24 de mayo de 1981.
Previamente, el gobierno de facto designó una comisión asesora para el estudio de la
reforma institucional. Estuvo integrada por prestigiosos juristas y politólogos: Germán
Bidart Campos, Carlos Bidegain, Natalio Botana, Carlos Fayt, Mario Justo López, Julio
Oyhanarte, Roberto Peña, Pablo Ramella, Adolfo Rouzaut, Alberto Spota y Jorge
Vanossi. A su vez, la Fundación Rizzuto, organizó un ciclo de conferencias en la cual
otros distinguidos juristas, como Segundo V. Linares Quintana, César Romero, Carlos
Sánchez Viamonte y Sebastián Soler manifestaron su abierta oposición a toda reforma
constitucional que se concretara al margen del art. 30 de la Ley Fundamental, sin
perjuicio de resaltar que ella era absolutamente innecesaria.
La Comisión Asesora para el Estudio de la Reforma Institucional emitió opiniones sobre
la viabilidad de la reforma constitucional y sobre el procedimiento de reforma, así como
sobre sus fundamentos y contenido. Las opiniones de sus integrantes no fueron
unánimes. Algunas de ellas, respondiendo a los objetivos del gobierno, procuraban
encontrar una solución política a la gravísima crisis global que afrontaba el país como
consecuencia de la presión ejercida por el peronismo —cuya proscripción fue abortada
— y por el amplío desenvolvimiento de los grupos terroristas unido al desprestigio de
los sucesivos gobiernos cívico-militares. Una vez más, se incurría en el error de creer
que mediante la reforma de la Ley Fundamental por cualquier medio y al margen de la
voluntad popular se podía encontrar una solución razonable para aquella crisis. La
reforma era la panacea y no el estricto cumplimiento de la Constitución.
Fue la primera vez que un gobierno de facto procedió a reformar directamente la Ley
Fundamental, usurpando la función constituyente sin dar intervención alguna al pueblo
a través de sus representantes reunidos en una convención reformadora. De todos
modos, cabe recordar que esa reforma, manifiestamente inconstitucional, fue aceptada y
convalidada por los partidos políticos mayoritarios.
Las enmiendas introducidas en 1972 se limitaron a la parte orgánica de la Constitución.
Se unificaron los mandatos de diputados y senadores en cuatro años; se elevó a tres el
número de senadores por cada provincia y la Capital Federal, elegidos en forma directa;
el mandato presidencial se redujo a cuatro años, al tiempo que se permitió su reelección
por un período; la elección era directa y por mayoría absoluta de votos; el juicio político
para los jueces de los tribunales inferiores debía desarrollarse ante un jurado integrado
por miembros de los poderes Legislativo y Ejecutivo y por abogados; la duración de los
mandatos de los legisladores y gobernadores provinciales debía ser igual al de los
cargos correlativos nacionales y su elección, simultánea con la de éstos. Además, se
preveían importantes modificaciones destinadas a brindar mayor agilidad a la actuación
del Congreso.
Estas reformas, con la salvedad de las electorales, aplicadas en los comicios de 1973, en
la práctica no tuvieron vigencia y caducaron formalmente en 1981. Muchas de ellas
fueron reincorporadas con la reforma constitucional de 1994, a través de la propuesta
concretada por el radicalismo en el Pacto de Olivos celebrado entre Carlos Menem y
Raúl Alfonsín.
73. Reforma constitucional de 1994
Dejando al margen la reforma de 1972 por su manifiesta inconstitucionalidad, a pesar de
haber sido avalada por algunos dirigentes políticos que, en 1994, se esmeraron por
incorporar el actual art. 36 de la Ley Fundamental, lo cierto es que a partir del año 1957
permanentemente se expresaron voces que propiciaban la reforma de la Constitución
Nacional. En ciertos casos, respondían a transitorias pasiones políticas y, en otros, a
concepciones ideológicas transpersonalistas totalmente extrañas a la doctrina humanista
o personalista que nutre la Constitución vigente.
El proceso propiciando la reforma constitucional adquirió carácter oficial cuando el
presidente Raúl Alfonsín decidió crear el Consejo para la Consolidación de la
Democracia, mediante el decreto 2446/1985 del 24/12/1985.
En 1987 el Consejo presentó un informe destacando la conveniencia de una reforma
parcial de la Constitución.
La obra proyectada por la Comisión se frustró cuando, después de los comicios de 1987,
el partido político gobernante quedó desprovisto de las mayorías necesarias para
impulsarlo. De todas maneras, gran parte de las propuestas de ese Consejo fue
incorporada por la Convención Reformadora de 1994.
Ninguno de esos proyectos llegó a la etapa previa de convocatoria a una convención
reformadora. La sanción de la ley 24.309, el 29/12/1993, revirtió dicha situación aunque
estuvo precedida y seguida por un proceso político cuyas anomalías resintieron
seriamente la legitimidad de la reforma que, solamente con el transcurso del tiempo y el
acatamiento de la ciudadanía, será posible revertir.
Dos importantes figuras de la política argentina, Raúl Alfonsín y Carlos Menem,
arribaron sorpresivamente a un acuerdo el 14 de noviembre de 1993 sobre el contenido
que debía tener la reforma de la Constitución. En el llamado "Pacto de Olivos",
concertado sin debate previo, sin publicidad, sin conocimiento de la ciudadanía y a
espaldas de los partidos políticos que aquéllos representaban, quedaron especificados
los temas para la reforma.
Ese acuerdo, que posteriormente mereció la aprobación impuesta coercitivamente por
las estructuras partidarias de aquellas figuras políticas, fue sometido a la Cámara de
Diputados que, tras un breve y superficial debate, procedió a su aprobación. Otro tanto
hizo el Senado, aunque con una ligera modificación respecto de la duración del mandato
de quienes integran ese cuerpo. Finalmente, fue promulgada la ley 24.309.
En virtud de ella, y tal como constitucionalmente corresponde, la ciudadanía fue
convocada a un acto comicial. En ese acto, según las opiniones vertidas por prestigiosos
analistas del comportamiento electoral, la votación estuvo más encaminada a premiar o
castigar a ciertos dirigentes y partidos políticos que a emitir un juicio sobre la eventual
reforma constitucional y su contenido.
A ello se añadió un total desconocimiento, por parte de la ciudadanía, no solamente
sobre el contenido de la reforma propuesta, sino inclusive sobre los alcances y valores
de la Constitución. Todo parecía circunscribirse al problema de la reelección
presidencial con explícita referencia a la persona que ejercía la presidencia de la Nación
y a la necesidad de preservar el protagonismo político por parte de un ex presidente de
la República.
Esa situación resintió la legitimidad del proceso reformador con los alcances asignados
por la ley 24.309, porque el concepto de legitimidad es de carácter político y no
aritmético. Refleja un consenso manifiesto del pueblo sobre la oportunidad y necesidad
de introducir ciertas modificaciones en la Constitución para suprimir los obstáculos que
impiden alcanzar los fines perseguidos por una comunidad nacional. Pero mal puede
existir ese consenso cuando no se conoce debidamente la Constitución ni el contenido y
efectos de la reforma propiciada.
La Convención Reformadora comenzó a funcionar el 25 de mayo de 1994 y concluyó su
labor con la sanción de las reformas y la redacción del texto constitucional ordenado,
que fue publicado en el Boletín Oficial del día 23 de agosto de 1994, entrando en
vigencia al día siguiente de su publicación.
Con la reforma de 1994, la Constitución está integrada por 129 artículos, o si se quiere
130 con la inclusión del art. 14 nuevo, al tiempo que está complementada por 17
disposiciones transitorias de vigencia limitada.
Es una reforma importante por su extensión, con la salvedad de la de 1860 y la breve
vigencia de la Constitución neo-fascista de 1949. Pero no es una reforma
necesariamente importante por su contenido, ni tampoco puede ser presentada como
generadora de una nueva constitución.
Ella no altera la finalidad de la Constitución de 1853/60, de modo que es incorrecto
hablar de una nueva constitución y sí de un texto reformado con el cual el país afrontará
la problemática del siglo XXI. Prosigue siendo una Constitución personalista, cuyo
único objetivo es concretar la libertad y la dignidad del ser humano como máximos
valores en una escala axiológica a los cuales se subordinan la grandeza del Estado, la
superioridad de una clase social y cualquier otro valor transpersonalista autoritario.
La inclusión de presuntos nuevos derechos y garantías en realidad no es tal. Todos ellos
ya estaban previstos con amplia generosidad, explícita o implícitamente, en el texto
anterior. Pero la inserción constitucional de algunas modalidades de esos derechos
preexistentes obliga a efectuar un intenso y honesto esfuerzo interpretativo para evitar el
absurdo de que se otorgue a ciertos derechos, en el ámbito individual o social, mayor
jerarquía que a los restantes. Todos ellos son, en definitiva, la institucionalización de
diversas manifestaciones de una especie única: la libertad y la dignidad del ser humano,
que imponen el deber de armonizarlos mediante leyes reglamentarias.
En la organización del gobierno, la reforma fundamental reside en ampliar los poderes
del presidente de la República y permitir su reelección inmediata, al tiempo que se
reduce el mandato a cuatro años. Podrá dictar decretos de necesidad y urgencia sobre
materias legislativas y, con autorización del Congreso, sancionar leyes como acontece
en algunos sistemas parlamentarios europeos. Ese incremento de poderes conlleva
asignar al Congreso una importante responsabilidad de control que, si no claudica de sus
atribuciones por lealtades partidarias, permitirá preservar el equilibrio de los poderes
como garantía eficaz para evitar la concentración del poder en el presidente, con su
secuela inevitable de ejercicio abusivo y autoritario.
Se mantiene la forma federal de Estado, con reformas impositivas y económicas cuyas
bondades dependerán de una prudente y eficaz legislación reglamentaria. Asimismo, se
asigna autonomía a la ciudad de Buenos Aires, que tendrá su propio gobierno político
aunque, mientras siga siendo capital de la República, su poder será limitado por la ley
del Congreso que se sancione para garantizar los intereses del Gobierno nacional.
Superada la euforia constituyente y el esnobismo constitucional que inspiraron la
reforma, es necesario que se imponga el equilibrio merced a una prudente y correcta
interpretación de sus cláusulas, objetivo no concretado hasta el presente. Una vez más,
ello será posible a través de la educación del ciudadano y del ejemplo ético de los
gobernantes. Porque una Constitución no es solamente una ley fundamental sino, antes
que ello, un símbolo nacional que explicita los fines de la sociedad argentina y un
instrumento de gobierno que debe ser cumplido fielmente para la plena vigencia de un
Estado de Derecho.
Nada mejor, a tales fines, que tener presentes las sabias palabras pronunciadas por fray
Mamerto Esquiú al ser jurada la Constitución en 1853 en la Iglesia Matriz de
Catamarca: "Los hombres se dignifican postrándose ante la ley, porque así se libran de
arrodillarse ante los tiranos". Plausible recomendación que apunta a la vigencia del
Estado de Derecho, con su secuela de seguridad jurídica, mediante el estricto
cumplimiento de las leyes, por el cual deben bregar, sin claudicaciones, tanto los
gobernantes como los gobernados.
(1) Fallos CS 77:327; 120:393 y 402.
(2) Fallos CS 111:330; 114:298; 115:174 y 210:540.
(3) Fallos CS 21:130 y 200:490.
(4) Entre otros, Fallos CS 212:51 y 249:17; ED del 24/5/2005.
(5) Fallos CS 313:1533.
(6) Fallos CS 178:128.
(7) Fallos CS 242:498.
(8) Fallos CS 239:459.
(9) Fallos CS 310:1393.
(10) Fallos CS 312:805.
(11) Fallos CS 312:496.
(12) Fallos CS 326:1781 y 4816.
(13) Fallos CS 241:296; 247:654.
(14) Fallos CS 249:255.
(15) Fallos CS 312:496.
(16) Fallos CS 312:496.
(17) Fallos CS 75:402; 105:30; 202:373; 206:184.
(18) Fallo del 19/10/2004 en el caso "Cavallo, Domingo F." (Fallos CS 327:4376; LA
LEY, 2005-B, 63), cuya doctrina se relaciona con el voto del juez Fayt en Fallos CS
321:2617.
(19) Casos "The River Plate Fresh Meat Co." (Fallos CS 100:323), "Sardi"(Fallos CS
171:87) y "Degó"(Fallos CS 242:84).
(20) Fallos CS 311:2272. Fue declarada la inconstitucionalidad de normas vigentes en la
provincia de Buenos Aires que prohibían a los extranjeros ejercer la docencia en los
establecimientos educativos privados.
(21) Fallos CS 242:498; 307:326; 310:2478 y 314:595.
(22) "Fairbank v. United States" (181 US 283); "Thames && Mersey v. United States"
(237 US 19); "United States v. Hvoslef (237 US 1).

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