Asignacion #4
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PNF EN AGROALIMENTACIÓN
GEOPOLÍTICA AGRARIA DE
Venezuela está localizada el norte de América del Sur. Limita al norte con el mar
Caribe, al este con el océano Atlántico y Guyana, al sur con Brasil y al suroeste y
oeste con Colombia. El país tiene una superficie continental e insular de 916 455
Km² y cuenta con una amplia línea de costa que alcanza los 2 183 Km. cuenta
con una gran diversidad geográfica y agroecológica, debido a su condición de país
caribe, andino, llanero y amazónico. Desde el punto de vista geográfico se pueden
distinguir un conjunto de regiones naturales claramente diferenciadas, lo que hace
que sea uno de los diez países más diversos del mundo, lo que le añade un
considerable potencial turístico.
A lo largo de la década de los 90, La disputa por la tierra ha tomado una notoria
especificidad en América Latina en las últimas dos décadas, pues de reivindicar la
tierra como parcela para trabajarla, los movimientos campesinos e indígenas han
pasado a reivindicar un territorio, con todas las implicaciones conceptuales y
políticas que este tránsito discursivo impone. Por ejemplo, para el caso de Brasil,
Oliveira caracteriza la lucha contemporánea por la tierra como una lucha contra la
apropiación privada de la misma, en la perspectiva de un paso hacia la posesión
colectiva de los medios de producción, y cuya práctica demuestra que “no basta
apenas la propiedad colectiva, es preciso el control, pose y administración
colectiva de esos medios de producción; en una palabra: toda la soberanía a las
asambleas de los trabajadores” (OLIVEIRA, 1991:15). Esta parece ser una
diferenciación conceptual entre tierra y territorio. Sin embargo, si bien aparenta ser
una novedad de estos tiempos, no lo es, ya que el reclamo de un espacio territorial
es una reivindicación tan antigua como el proceso de conquista y colonización del
continente americano, pero que en el transcurso de la historia de formación de los
actuales países latinoamericanos este hecho se oculta detrás de la consolidación
del Estado-nación moderno, naturalizando así la destrucción y negación de la
diversidad identitaria y territorial que es intrínseca a la población, y las
necesidades de expresión política de estas estructuras identitarias diferenciadas
que se fueron ocultando bajo mecanismos modernos y liberales de adscripción al
Estado, es decir, a partir de la ciudadanía individual y de la propiedad privada,
desprovistas de cualquier connotación política que significase un desafío a la
concepción dominante de organización política y territorial de la sociedad
moderna.
En la formación de los movimientos viene arraigado del proceso colonial de
formación del campesinado, y a lo que hoy llamamos campesino es fruto de un
largo y penosos transitar histórico de transformación de pueblos a indios, de
pueblos a esclavos, de indio a campesino, o de esclavo a campesino, de
campesino a indígena y originario, o a agricultor familiar, pequeño productor, etc.
en un permanente juego de nuevas designaciones desde el discurso dominante
para ocultar una y otra vez la potencia política de las masas dominadas . Con el
paso del tiempo estos trabajadores de la tierra, indios y esclavos, y posteriormente
migrantes pobres de Europa y Asia, se convirtieron en los campesinos de la
modernidad, pero manteniendo sus formas de vida como pueblos, o bien
reconstituyendo identidades colectivas comunitarias y sus experiencias de lucha a
pesar de los esfuerzos de homogenización cultural y desarticulación de la
identidad étnica el proyecto ciudadanizador del Estado-nación. Por eso la lucha
campesina reivindicó siempre la noción del territorio, pues se trata del territorio
indio usurpado por el invasor o la posibilidad de erigir un territorio libre del régimen
colonial esclavista. Este reclamo fue siempre re-interpretado por la clase
dominante bajo la más conveniente noción de tierra como parcela de producción
agropecuaria, nada más, ya que al excluir la posibilidad política que implica el
territorio, se mantienen las condiciones que permiten la dominación colonial de las
clases señoriales
Apenas en las primeras décadas del siglo pasado, los fundadores de los primeros
partidos políticos, antecesores de los actuales, generalmente provenientes del
movimiento estudiantil, se dieron a la tarea de crear los primeros sindicatos y
organizar a los campesinos, entre otros sectores de la sociedad.
Es por esto que la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
(ALBA), el Mercado Común del Sur (Mercosur), la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (Celac), la Unión de Naciones Suramericanas
(Unasur) y la Alianza Petrolera entre países del Caribe y Venezuela (Petrocaribe)
plantearon la posibilidad de crear un mercado común para fomentar la producción
sostenible en los países ubicados en estas dos regiones.
Para los miembros de estas alianzas se trata de una etapa decisiva y madura, ya
que para ellos, durante la última década, la mayoría de las naciones están
capitalizadas. La meta de este proyecto es que haya mayor igualdad y que se
acorte la brecha entre ricos y pobres.
La Celac sustenta que ningún país tiene viabilidad política por sí solo, en el mundo
del mañana, ni siquiera los más poderosos ya que habrá que enfrentar retos
propios de naciones gobernadas por líderes diferentes al espectro político y sólo
así, los ciudadanos de Latinoamérica tendrán un mejor futuro y podrán superar la
profunda “crisis civilizatoria que tiene en el capitalismo y el imperialismo” según los
mandatarios de los estados caribeños.
Frente a estos análisis y afirmaciones, no cabe duda que Venezuela tiene un gran
interés por lograr que esta alianza se lleve a cabo, sin embargo, es de vital
importancia analizar hasta dónde quieren llegar y si es viable la unificación de
estos países.