Quiero Conocerte Mas Los Sullivan 07 - Bella Andr

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Quiero conocerte más

~ Los Sullivan de San Francisco ~


Smith y Valentina

Bella Andre
Índice
Titulo de la Página
Derechos de Autor
Sobre el libro
Un mensaje de Bella
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta Y Uno
Epílogo

Extracto de No dejo de pensar en ti


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Sobre la autora
Quiero conocerte más
© 2023 Bella Andre
Traducido por María José Mautone Tarigo & Well Read Translations

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La estrella de cine Smith Sullivan no puede permitirse ninguna distracción.
Todo su prestigio depende de la nueva película que está filmando… pero no
puede dejar de pensar en Valentina Landon y en el fuego que vislumbra
ardiendo bajo su fría apariencia.
Valentina no es reacia al placer sensual, ni se opone a la idea de
encontrar el amor verdadero, pero como mujer de negocios y representante
de Hollywood ha visto a demasiadas mujeres inteligentes enamorarse de
actores… solo para quedar destrozadas cuando el cuento de hadas llega a su
inevitable final.
Pero tras pasar unas intensas semanas trabajando juntos en el plató, su
candente pasión se convierte en llamas de ardiente pasión, y Smith está
determinado a acercarse a Valentina para que le permita conocerla mejor.
Lo suficiente como para robarle el corazón por completo… de la misma
manera que ella le ha robado el suyo desde el primer día.
Un mensaje de Bella
Desde que empecé a escribir sobre los Sullivan, he estado esperando la
oportunidad de escribir sobre Smith. Es una estrella de cine de proporciones
épicas, pero también es un hermano y un hijo increíblemente cariñoso.
Mientras se asomaba en cada libro y robaba todas las escenas en las que
aparecía, me preguntaba cómo sería cuando por fin se enamorara. ¿Y cómo
se las arreglaría para tener una relación “normal” siendo alguien a quien las
cámaras y los periodistas asedian todo el tiempo?
He adorado cada minuto pasado con Smith y Valentina mientras escribía
QUIERO CONOCERTE MÁS. Un hombre tan fuerte como Smith necesita
una mujer con la misma fuerza… y estoy deseando que leas su emotiva y
muy sensual historia de amor.
También me gustaría dedicar un momento a daros las gracias una vez
más a todos y cada uno de vosotros por leer mis libros. No tengo palabras
para expresar lo mucho que significa para mí que os hayáis enamorado de
mis Sullivan tanto como yo, y que os hayáis tomado la molestia de correr la
voz entre amigos y familiares. Vuestros correos electrónicos, tuits,
publicaciones en Facebook y Goodreads hacen que mis ajetreados días
trabajando en el próximo libro de la saga Sullivan sean aún mejores.
Estoy deseando saber tu opinión cuando termines de leer el libro de
Smith. Especialmente la escena en la que… bueno, mejor dejo que lo leas
por ti mismo, ¿no?

Feliz lectura,
Bella Andre
CAPÍTULO UNO
Smith Sullivan adoraba a sus fans. Desde el principio de su trayectoria en el
mundo del cine había contado con el apoyo del público, lo cual contribuyó
a que sus películas llegaran a recaudar casi dos mil millones de dólares en
todo el mundo. Y no estaría ese día en San Francisco a punto de empezar el
rodaje de la película más importante de su carrera si no fuera por ellos.
Y por ese mismo motivo, por más que tenía una docena de cosas
importantes de las que ocuparse antes de dar inicio a la grabación, Smith se
dirigió primero hacia el gran grupo de hermosas mujeres que se aglomeraba
al otro lado de las barreras que su equipo de producción había levantado
alrededor de Union Square, donde rodarían ese día. Algunas habían llevado
a sus hijos pequeños, pero la mayoría estaban solas y claramente
disponibles.
Se acercó y dijo “Buenos días” con una sonrisa, incluso cuando la
multitud se le quiso echar encima.
Una sonrisa y dos simples palabras bastaron para que una mujer le
estrechara la mano. Le puso en la palma un papel con su nombre y número
de teléfono. Llevaba un top ajustado con escote en V y una falda corta, a
pesar de la fresca niebla que flotaba sobre la plaza.
—Qué emocionada estoy por tu nueva película, Smith —susurró como
ronroneando. Le pasó la mano por el brazo como si se conocieran lo
suficiente como para que él quisiera que lo tocasen.
—Gracias… —Hizo una pausa para que le dijera su nombre, ya que
nunca la había visto antes.
—Brittany.
—Estoy deseando que la veas, Brittany —dijo con una sonrisa.
—Oh, me muero de ganas —dijo con voz provocativa—. Y que sepas
que estaré disponible todo el tiempo mientras estés rodando, por si quieres
hablar de ella. O… —se lamió los labios— para cualquier otra cosa que
necesites durante tu estancia en San Francisco.
Al igual que Brittany las demás mujeres, una tras otra, le estrecharon la
mano y le pasaron sus números mientras le decían que era su actor favorito
y que habían visto todas sus películas. La misma escena se había repetido
cientos de veces en los últimos quince años y lo cierto era que, si aún
tuviese veintitantos, Smith habría estado encantado de escoger a una de esas
bellezas para llevarla a su casa y pasar una noche, una semana o incluso
más, si su compañía era lo bastante agradable.
Pero aquellos primeros y salvajes años le resultaban muy distantes a sus
treinta y seis actuales… y estaba cansado de despertarse junto a mujeres
desnudas cuyos nombres no recordaba, que no le hacían reír, y cuyas
familias nunca conocería. Todo lo contrario a lo que le estaba ocurriendo a
la mayoría de sus hermanos: habían encontrado el amor recientemente, se
estaban casando y teniendo hijos. Cada semana actualizaba el fondo de
pantalla del teléfono con una nueva foto de su sobrinita Emma. Pronto su
hermana Sophie tendría gemelos y se moría de ganas de poner una foto de
los tres bebés Sullivan.
Aun así, incluso después de haber sido testigo del poder del amor
verdadero y de las cosas asombrosas que pueden surgir de ese amor, le era
difícil abandonar esa dinámica. Porque sin esas desconocidas en la cama, lo
cierto es que estaba solo.
Solo en otro hotel. Solo en otra ciudad. Solo en otro país. Lejos de su
familia y amigos. Rodeado de gente que, o bien quería algo de él, o bien lo
trataba como a un dios más que como a un simple mortal.
Sí, podía elegir entre todas esas mujeres, pero sabía lo que querían: salir
con Smith Sullivan. Y a medida que pasaban los años, empezaba a
preguntarse si alguna vez encontraría a una mujer con quien, más allá de
compartir unas horas de desenfreno bajo las sábanas, lo quisiera por algo
más que por la fama.
Claro que Smith era un hombre de carne y hueso. Y un hombre muy
sexual que adoraba a las mujeres de todas las formas y tamaños. Lo que
significaba que, aunque sabía que unas cuantas noches de sexo apasionado
no aportaban mucho a largo plazo, nunca sería inmune a las mujeres
hermosas.
Más concretamente, pensó mientras Valentina Landon pasaba con un
grueso y largo abrigo de lana para combatir el frío de primera hora de la
mañana, alzando las cejas desdeñosa mientras observaba a las mujeres que
reían congregadas a su alrededor, se sentía atraído por una mujer en
particular.
—Valentina —le dijo, con la intención de que se detuviera en seco.
Ella se volvió para mirarle sin el menor atisbo de esa coquetería que las
dos docenas de mujeres con las que acababa de hablar habían derramado
sobre él.
—¿Sí?
—Quería saber si Tatiana o tú necesitáis ayuda esta mañana.
—Todo está en orden, gracias —dijo con voz clara—. ¿Necesitas algo
de nosotras antes de que empiece el rodaje en… —Miró el delgado reloj
que llevaba en la muñeca— … una hora?
—Si tenéis algún problema o necesitáis algo de mí, no dudéis en
decírmelo.
Ella asintió, y su bonita boca se suavizó ligeramente al decir:
—Gracias. Lo haremos. —Por desgracia, justo en ese momento su
mirada se fijó en el montón de números de teléfono que tenía en las manos
y entrecerró los ojos molesta.
Y sin embargo, incluso mientras se alejaba con los labios apretados en
un gesto de clara desaprobación, era hermosa.
Smith se volvió hacia sus fans y les agradeció su apoyo una vez más
antes de volver a la caravana que hacía las veces de oficina durante el
rodaje. Dejó los números de las mujeres sobre el escritorio sin darle mucha
importancia, cogió el guión y el portátil y volvió a salir. Acababa de
sentarse en el remolque de maquillaje cuando sonó una notificación en el
teléfono, alertando de un problema de iluminación que había que solucionar
antes de empezar a rodar.
Y ese era solo el principio de lo que sería un día increíblemente
ajetreado, en un plató que esa vez era solo responsabilidad suya. Y mientras
Smith lidiaba con el primer problema de los que con seguridad serían
muchos antes de que acabara el día, supo que no cambiaría su profesión por
ninguna otra. Ni por la belleza de la bodega de su hermano Marcus en el
valle de Napa, ni por la emoción de los torneos mundiales de béisbol que
Ryan había ganado como lanzador de los Hawks, ni por la velocidad de los
coches de carreras de Zach.
Smith estaba impaciente por empezar a rodar Gravity.
La joven en mitad de la acera era de una belleza sobrecogedora,
aunque su manera de moverse y vestir, su pelo con mechas rosas y el
maquillaje diestramente emborronado la delataban enseguida como una
veinteañera que estaba sola por primera vez en una gran ciudad. Con los
ojos muy abiertos, contemplaba San Francisco: los edificios, el tráfico, la
gente pululando a su alrededor, la niebla proveniente de la bahía. Por un
momento su boca estuvo a punto de esbozar una sonrisa, pero un destello
de algo muy parecido al miedo la alejó de sus carnosos labios.
Un perro callejero pasó por encima de sus ordinarias botas rojas de
plástico, y la añoranza que se reflejó en la cara de la chica cuando se puso
en cuclillas para acariciar al sarnoso animal resultaba dolorosa. En vez de
acercarse a su mano, el sucio perrito se dio la vuelta y corrió en dirección
contraria tan rápido como pudo.
Los grandes ojos verdes se llenaron de repente con un ligero brillo de
lágrimas, que se disipó con la misma rapidez. Era imposible no desear que
encontrara la felicidad, el amor y todo lo que había ido a buscar a San
Francisco.
Una calle más abajo, un hombre de negocios vestido con un traje
oscuro, de corte impecable y muy, muy caro, hablaba por teléfono y se
movía más deprisa que nadie en la acera. Estaba ensimismado en la
llamada, y mientras emitía una orden tras otra con voz autoritaria, su
expresión era intimidante. Todo en él rezumaba poder… y ausencia de
emociones.
La furia atravesó el rostro del hombre un instante antes de que
empezara a elevar la voz al teléfono, con toda su atención puesta en la
conversación y sin reparar en nadie a su alrededor. No alteró en lo más
mínimo su ritmo cuando pateó a la chica, que seguía en cuclillas con la
mirada fija en el perro que no se había atrevido a confiar en ella.
Unos zapatos italianos de mil dólares se le clavaron con fuerza en el
estómago y, mientras gritaba de dolor, por fin dejó de maldecir por
teléfono, miró a la sucia acera y se percató de su existencia.
Era la imagen más ilustrativa de lo bajo que había caído la chica. Y, sin
embargo, en ese momento en el que debería sentir vergüenza, fueron el
miedo y la tristeza los que la abandonaron.
Entonces fue ella la que estaba enfadada, y aunque el hombre le había
dado una patada tan fuerte como para sacarle el aire de los pulmones era
lo bastante joven y ágil como para unos segundos más tarde volver a
ponerse en pie y encararse con él.
No importaba que fuese mucho más pequeña que él. No importaba que
su traje costara más que lo que ella había conseguido ahorrar durante el
último año trabajando doble turno en la heladería de su ciudad natal.
Ni tampoco le importó la gente congregada en la acera para
contemplar la escena.
—¿Quién te crees que eres? —le gritó—. ¿Hablando por teléfono,
ignorando a todo el mundo, pateando a cualquiera que se interponga en tu
camino?
Antes de que pudiera responder, ella se acercó más y le clavó un dedo
en el pecho.
—¡Yo también soy importante! —La boca le empezó a temblar un poco,
pero logró controlarla mientras repetía—: Yo también soy importante.
Durante toda su perorata, el hombre la miraba fijamente con el teléfono
pegado a la oreja con sus insondables ojos oscuros. Era evidente que
estaba sorprendido por lo ocurrido. No solo por haber tropezado con ella,
sino por cómo se había levantado para gritarle. Sin embargo, en sus ojos
había algo más que sorpresa.
Había una conciencia que no tenía nada que ver con la ira… y todo que
ver con su increíble belleza, resaltada por el rubor de sus mejillas y el
fuego de sus ojos.
Todo lo que les rodeaba se desvaneció mientras ella buscaba una
reacción en el rostro del hombre de negocios, pero le fue imposible leerlo y
con un sonido de asco se apartó de él y empezó a retroceder por la acera.
Pero antes de que pudiera perderse entre la multitud, una mano grande
y fuerte le rodeó el brazo, impidiéndole escapar. Se dio la vuelta para
quitárselo de encima.
—Vete a la…
—Lo siento.
Su voz resonó con auténtico pesar, más profundo y sincero de lo que
cualquiera de sus empleados creería posible en él. Incluso él mismo.
Su actitud arrogante había sido lo único que hacía que la chica no se
quebrara. Y en ese momento, cuando un hombre que nunca se había
disculpado por nada lo hizo, perdió el hilo de fuerza al que se aferraba
desesperadamente.
Apenas había comenzado a caer la primera lágrima cuando al fin se
liberó y comenzó a correr entre la multitud, decidida a alejarse del hombre
cuya disculpa la había conmovido, muy a su pesar.
Con voz grave, el hombre llamó a la chica con mechas rosas mientras
se abría paso a empujones entre la multitud, pero era pequeña y rápida y le
perdió el rastro en el concurrido cruce de Union Square.
Mientras el resto del mundo era una vorágine a su alrededor, la
mayoría hablando o enviando mensajes en sus teléfonos, con la atención
puesta en todo menos en las personas que les rodeaban, el hombre
permaneció inmóvil.
Y completamente solo.

Valentina Landon contuvo la respiración hasta que sonó “¡Corten!”.


Momentos después resonaron los aplausos y vítores del equipo de
producción, que se había quedado embelesado con la escena.
Al fin logró que las manos le respondieran, que se unieran en una
especie de aplauso, pero estaba demasiado conmovida por lo que había
visto como para que el resultado fuera bueno. Era la primera escena del
primer día de rodaje de Gravity, pero la historia le había calado hondo y
removido las entrañas de inmediato. Tanto que estaba casi haciendo muecas
de dolor mientras esperaba a saber qué ocurriría a continuación. Smith
Sullivan no solo había escrito el guión, también dirigía, producía y
protagonizaba la película.
Tatiana Landon, la hermana pequeña de Valentina, era una actriz de
increíble talento con diez años de experiencia a sus espaldas. Había
participado en docenas de episodios de televisión, rodado un par de pilotos
para series y, más recientemente, personajes secundarios de gran relevancia
en dos largometrajes. Pero Gravity era su primer papel protagonista en una
gran película.
Valentina siempre había estado orgullosa de su hermana, pero lo que
acababa de presenciar había sido tan impresionante que aún le costaba
recuperar el aliento. Y sabía por qué.
Smith Sullivan había exprimido hasta la última gota de la magia que su
talento como actriz le otorgaba.
En ese momento, Tatiana se dirigió hacia Smith. Valentina sabía leer a
su hermana como un libro abierto y, aunque sonreía ante los aplausos del
resto del reparto y del equipo, estaba claro que el veredicto que más le
importaba era el de él.
Como pasaba con el personaje que interpretaba, por un momento fue
difícil descifrar su expresión hasta que estiró las manos para ponerlas en los
hombros de Tatiana y dijo en voz lo bastante alta como para que todos le
oyeran: “Eres. La. Caña”. Lucía una amplia sonrisa mientras le plantaba un
beso en la frente.
Tatiana parpadeó mirando a Smith con una mezcla de satisfacción,
orgullo y chiribitas en los ojos un instante antes de que brotara su propia
sonrisa cegadora.
En el lapso de un interminable latido de su corazón, a Valentina se le
cayó el mundo encima al ver la interacción entre su hermana y la estrella de
cine… y los temores acerca del bienestar de Tatiana cobraron vida en su
interior.
No podía olvidar cómo había coqueteado y seducido a las fans que se
agolpaban para verlo a la entrada del plató aquella mañana. Era el
estereotipo de estrella de cine hecho realidad. Las mujeres lo habían
adulado y ella no dudaba de que él disfrutaba de cada segundo de atención,
por no mencionar la docena de números de teléfono que tenía en la mano. A
Valentina no le costaba imaginar la expectación de las mujeres por saber a
quién elegiría para calentarle la cama esa noche.
«Desde luego, no será con mi propia hermana ¡Por encima de mi
cadáver!».
Así que cuando Smith fue a ver el resultado de la toma Valentina no se
lo pensó, no se paró a valorar si sus acciones eran acertadas mientras se
abría paso entre los asistentes para llegar hasta él.
—Tenemos que hablar. En privado. Ahora.
Mantuvo un tono de voz bajo y uniforme, aunque sabía que sería
probable que todos empezaran a cotillear sobre su descaro a los pocos
segundos de salir del plató, preguntándose qué polémica podría tener con el
gran Smith Sullivan.
Valentina se dirigió hacia la caravana de Smith, que se había trasladado
al emplazamiento de Union Square para el primer día de rodaje y, aunque se
había dado media vuelta antes de saber si la seguiría, podía sentir su
presencia arrolladora tras ella en cada paso que daba.
CAPÍTULO DOS
Smith llevaba toda su carrera esperando para contar una historia como
Gravity. No era una superproducción de acción de gran presupuesto.
Tampoco era una película de época con trajes elaborados y diálogos
arcaicos. Se trataba de una historia pura y sincera acerca del amor, la
familia y las cosas que de verdad importan.
Y estaba poniendo toda su reputación en juego por esa historia
engañosamente simple.
Si había algún momento en su vida que le exigiera una concentración
total y absoluta, eran esas ocho semanas de rodaje. No podía permitir que
nada —ni nadie— le distrajera de hacer la mejor película de su carrera.
Pero mientras seguía a Valentina a la caravana con su falda lápiz
ajustada que acentuaba su cintura, caderas y piernas preciosas, sabía que no
le iba a ser nada fácil mantener esa profunda concentración.
Valentina Landon le había atraído desde el primer día por su aspecto
exótico, que ella disfrazaba bajo un manto de profesional recato. Pero no
podía pasar por alto el tono ligeramente seductor de su voz ni el hecho de
que su aroma era sensualidad pura. Si creía que con sus trajes, su suave pelo
dorado recogido en una sencilla coleta y las gafas de montura gruesa que se
ponía para leer los contratos iba a ahuyentar a algún hombre, estaba muy
equivocada.
¿No se daba cuenta de que para un tipo como él todos esos elementos
tan conservadores y planificados lo único que lograban era incitarlo a
descubrir hasta dónde podían llegar sus bajos instintos? Más aún cuando se
empeñaba tanto en ocultarlos. Y por supuesto, no estaba dispuesta a dejar ni
que se acercara a descubrir la respuesta a esa pregunta.
En los ensayos, siempre estaba o con su hermana o saliendo de las
habitaciones en las que Smith entraba. En las últimas semanas le había
impresionado su perspicacia para gestionar la carrera de Tatiana, así como
lo bien que la cuidaba a nivel personal. Valentina no estaba todo el tiempo
encima de ella, pero al mismo tiempo estaba allí siempre que su hermana la
necesitaba.
Al ser el segundo hermano de una familia de ocho, Smith sabía lo difícil
que era mantener el equilibrio entre velar por sus hermanos y hermanas y, al
mismo tiempo, dejar que desplegaran sus alas y vivieran sus vidas sin
interferir constantemente. La familia lo era todo para él, pero también
adoraba su profesión y ser independiente. Conservar ese equilibrio era una
lucha constante, pero a la que no habría renunciado por toda la paz,
tranquilidad y tiempo libre del mundo.
Desde el principio de su carrera, justo después de graduarse de la
universidad, había empezado haciendo cualquier papelucho que pudiera
conseguir para hacerse un hueco en la industria. La gente daba por hecho
que su carrera como actor le había caído del cielo, que su físico le había
abierto un camino de ladrillos de oro y estrellas de Hollywood. En realidad,
su aspecto le había dificultado tanto que lo tomaran en serio que, tras dos
años de hacer un casting tras otro, había estado a punto de aceptar uno de
las docenas de anuncios de ropa interior que le ofrecían. Hasta que un día
un actor de edad avanzada le dio la oportunidad de demostrar que era algo
más que una cara bonita. Smith la había exprimido al máximo y, como la
película se convirtió en un éxito de taquilla, por fin empezaron a abrírsele
otras puertas.
Y esa era una de las razones por las que había estado tan interesado en
incluir a Tatiana Landon en el reparto. Sí, la hermana menor de Valentina
era hermosa. No había duda de que sería una estrella tarde o temprano. Pero
al verla trabajar, vio varias cualidades en ella que reconocía y admiraba.
Determinación. Concentración. Y alegría.
«Sí», pensaba mientras Valentina abría la puerta de su caravana sin
esperar a que le diera permiso para entrar, «las mujeres Landon son
admirables». Sobre todo la hermana mayor, a la que no podía quitarse de la
cabeza desde que la conoció en aquella reunión inicial de reparto dos meses
atrás.
Y hablando de determinación y concentración, estaba claro que
Valentina le había enseñado a su hermana todo lo que sabía. Y cuando
estaba con Tatiana, cuando ambas reían juntas como hacen las hermanas
cuando su vínculo es íntimo, su propia alegría resonaba alta y clara.
Smith acababa de entrar y cerrar la puerta tras de sí cuando Valentina se
volvió y lo confrontó:
—Mi hermana no se convertirá en otro de tus caprichitos.
Desconcertado en un primer momento, Smith se limitó a repetir:
—¿Caprichito?
Valentina no tenía la belleza evidente y convencional de su hermana
menor, pero para Smith eso hacía su rostro aún más seductor. Con Valentina
había que mirar más allá de la superficie porque, una vez que se hacía, se
recibía como recompensa los contornos de unos pómulos altos, unas
pestañas increíblemente largas sin necesidad de maquillaje, unos ojos cuyas
comisuras se inclinaban una pizca hacia arriba y un definido arco de cupido
en unos labios carnosos que no podían evitar susurrar sobre sexo y pasión,
daba igual lo fruncidos que estuvieran.
Y en ese momento, de hecho, lo estaban. Y mucho.
—Tatiana y yo llevamos diez años en este negocio —dijo con voz
gélida—. Conozco cómo funciona este mundo a la perfección, señor
Sullivan.
Tuvo que interrumpirla, aunque fuese solo porque no soportaba que le
hablara de usted como método para poner distancia entre ellos. Ni una sola
persona en el puñetero plató lo llamaba “señor Sullivan”. Y a ella tampoco
se lo permitiría, fueran cuales fueran sus motivos para mantener las
distancias.
—Llámame Smith. Por favor.
Su boca se frunció aún más y sus ojos brillaron de nuevo, incluso
cuando asintió y dijo, con voz muy suave:
—Smith. —Retorcía sus largos y delgados dedos mientras lo miraba
fijamente—. Eres mayor que ella. Tienes éxito. Eres guapísi…
Se detuvo justo antes de terminar la palabra, y a Smith le resultó
imposible no sonreír un poco. Y decir:
—Gracias, Valentina. Me alegra que pienses eso de mí.
Sus ojos se abrieron de par en par cuando pronunció su nombre con un
tono bastante pícaro. Cualquier mujer que buscara su atención ya habría
notado que hacía varias semanas que la tenía. Pero claro, ella no intentaba
llamarle la atención sino más bien todo lo contrario.
Valentina era lo opuesto a todas las mujeres que conocía en Hollywood.
En vez de buscar ser el centro de atención, mantenía un perfil bajo. Smith
se había transformado en tantos personajes diferentes a lo largo de su
carrera que sabía a la perfección que le bastarían unos pequeños retoques en
el pelo, la ropa, el maquillaje y la postura corporal para que el mensaje que
transmitía a los demás pasara de retrocede a acércate.
Su inteligencia le había asombrado. Y a pesar de ello, no creía que ella
se diera cuenta de hasta qué punto su misterio lo estaba atrayendo, haciendo
que quisiera descubrir quién era en realidad. Y por qué estaba tan empeñada
en desviar la atención masculina que merecía. En especial la de él.
Tampoco se daba cuenta de lo reconfortante que era conocer por fin a
una mujer que no estuviera ansiosa y dispuesta a arrojarse a los pies del
mismísimo Smith Sullivan. Y más teniendo en cuenta cuánto le preocupaba
que no existiera mujer capaz de ver más allá de su fama y de todo el oropel
que la acompañaba.
En ese momento, mientras observaba sus esfuerzos por contener la ira,
pensó en la excelente actriz que podría haber sido. Los sentimientos se
cocían a fuego lento bajo la superficie de sus ojos, su boca, su piel, todo
envuelto por una calma exterior que engañaría incluso al observador más
avispado. Era un rasgo familiar, uno que Valentina había perfeccionado en
la vida real mientras que su hermana se limitaba a interpretarlo delante de la
cámara.
Una hermana muy contenida, la otra muy lanzada.
Smith no pudo evitar preguntarse: ¿habría sacrificado Valentina sus
propios impulsos para que su hermana fuera libre de expresarlos?
Señaló la pila de números de teléfono sobre su mesa, con el labio
superior esbozando una mueca.
—Tienes miles de mujeres a tus pies. Más que suficientes para toda una
vida.
Si esa mañana no hubiera tenido tanta prisa, habría tirado los números a
la basura en vez de dejarlos sobre la mesa. Y esa sería la explicación que le
hubiese ofrecido a cualquier otra persona. Pero no quería tener que
defenderse delante de Valentina, y menos cuando no había hecho nada
malo.
—Cuando te dije que si necesitabas algo acudieras a mí, lo dije en serio
—dijo con voz neutra—. Me alegro de que esta mañana sientas la confianza
para hablar conmigo en privado, pero me temo que aún no entiendo qué es
lo que te preocupa.
—Te diré exactamente lo que me preocupa: tú y yo sabemos cuánto
poder tienes. También ambos sabemos que mi hermana es perfecta para esta
película.
Smith asintió con la cabeza:
—Se lo acabo de decir delante de todos.
—Y significa mucho para ella. —Pero en lugar de mostrarse feliz por
ello, un destello de profunda preocupación cruzó el rostro de Valentina—.
Tatiana te admira. Nunca ha estado tan comprometida con una producción.
Lo único que quiere es hacerlo lo mejor posible para ti, y sé que va a dar el
mil por cien para conseguirlo. —Su mirada era directa, sin pestañear,
cuando agregó—: Y a cambio, quiero que me des tu palabra de que no
cruzarás ninguna línea profesional con ella.
Maldita sea, no había fichado a Tatiana para protagonizar su película
con perversos planes de seducción en la mente. Lo hizo porque era una gran
actriz que mejoraba día a día.
De no haber sido por las dos acusaciones infundadas recibidas en el
lapso de unos minutos, se habría tomado el tiempo necesario para responder
a Valentina con más detenimiento. Pero se daba cuenta de que había estado
cuestionando su honor desde el primer segundo en que conoció a su
hermana. En silencio tal vez, pero lo había hecho.
El honor lo era todo para él, y en ese momento se sentía como un oso al
que han golpeado demasiadas veces con un gran palo, y que sale de su
guarida malhumorado y enseñando los dientes en señal de advertencia. Por
eso le dio una respuesta que la cabrearía aún más en vez de calmarla:
—Tu hermana ya ha firmado los contratos.
En lugar de retroceder ante lo que mucha gente habría interpretado
como una amenaza, Valentina se acercó más a él, tanto que pudo percibir el
aroma a lavanda de su champú.
—Antes de firmar para hacer esta película, estuvo pidiendo referencias
tuyas. Todo el mundo dijo que eras diferente. —Sus ojos se deslizaron de
nuevo a los números de teléfono de su escritorio, y luego de nuevo a él—.
Pero eres igual que los demás, ¿verdad? —El fuego en sus ojos alcanzó
cotas más altas cuando dijo—: Me importa un bledo lo que haya firmado. Si
haces algo que pueda herir a mi hermana, si te atreves a jugar con sus
sentimientos o su cuerpo, te…
—¡Maldita sea, Valentina! —dijo con voz lo suficientemente alta como
para llegar hasta ella—. ¡No voy a seducir a Tatiana! —Tuvo que esforzarse
para suavizar la voz mientras añadía—: Es joven y guapa, y voy a trabajar
como un loco para asegurarme de que se lleva un Óscar por su actuación en
mi película. Pero no deseo a tu hermana.
Y, sin embargo, incluso mientras la tranquilizaba acerca de sus
intenciones hacia su hermana, no había forma de evitar que las palabras Te
deseo a ti flotaran silenciosas en el aire.
Estaba seguro de que eso fue lo que hizo que ella se alejara un paso
atrás cuando agregó:
—He visto cómo la agarraste y la besaste después de la escena. Y
también cómo te miraba, como si tuvieras la clave de los secretos del
universo.
Gracias a que tenía dos hermanas y una madre a las que adoraba, se dio
cuenta de lo mal que había llevado la situación con Valentina. En lugar de
ponerse a la defensiva y echarle en cara los contratos firmados, como haría
una estrella de cine arrogante que con un simple chasquido de sus dedos
tenía el mundo a sus pies, debería haber hecho todo lo posible para
tranquilizarla y asegurarle que Tatiana estaba en buenas manos.
—Tu hermana hizo un trabajo tan bueno en la primera escena que me
conmovió, y quería que supiera lo encantado que estoy de trabajar con ella.
Pero a decir verdad, no pienso que se tomara mi entusiasmo de la forma en
que tú crees.
Pudo ver que Valentina seguía recelosa, pero respiró hondo y finalmente
se echó atrás lo suficiente como para decir:
—Espero que no.
Había pensado que sus ojos eran de un verde más tenue que los de su
hermana, pero en ese momento pudo ver que eran de un hermoso color
avellana, verde claro por dentro y marrón intenso por fuera. A Smith nunca
le había interesado demasiado la perfección, y menos después de tantos
años en Hollywood, donde la gente recurre a los cirujanos para que los
desmonten y los vuelvan a montar hasta parecerse a las muñecas con las
que sus hermanas jugaban de pequeñas.
También estaba por fin lo bastante cerca para ver las tenues ojeras bajo
la delicada piel de sus ojos.
—Debe ser agotador ser todo el rato el perro guardián de tu hermana.
—No soy su perro guardián. Soy su hermana y la quiero. Yo… —
suspiró, dejando que su agotamiento se manifestara por un momento—.
Solo quiero asegurarme de que está a salvo. Siempre.
—Tu hermana tiene mucha suerte de que la cuides, Valentina. Pero,
¿quién te cuida a ti?
Sus ojos volvieron a encontrarse con los de él, muy abiertos por la
sorpresa… y por un deseo que ya no podía disimular eficazmente cuando
sus ojos de avellana se dilataron hasta que el verde alrededor de la pupila
dejó atrás todo el marrón del borde.
Maldita sea, qué ansia sintió por besar su hermosa boca cuando ella
levantó la barbilla y sus ojos lo miraron una vez más.
—No necesito que nadie me cuide.
Salió de su caravana sin mirar atrás.

***

—¡Val, ahí estás!


Valentina se dio cuenta de que Tatiana aún estaba radiante por su
excelente actuación y por los elogios de Smith, pero también preocupada
porque su hermana y mánager había metido al productor ejecutivo, director
y estrella de la película en su remolque después de la primera toma
importante.
—Estuviste fabulosa —dijo Valentina abrazando a su hermana pequeña.
Las dos eran muy diferentes: mientras que ella era delgada, Tatiana
tenía curvas. Ella era alta, su hermana bajita. No tenía la belleza de su
hermana, pero nunca había querido tenerla. Era consciente del peso que
conllevaba su atractivo y cuánta presión tenía que soportar expuesta a los
focos.
—¿Necesitas algo antes de hacer los primeros planos?
—No, me encuentro perfectamente —dijo Tatiana, antes de añadir—:
¿Va todo bien?
—Sí. —Valentina sonrió—. Mejor que bien.
Y así era, al menos en lo que refería a los designios de Smith sobre su
hermana. Lo último que quería era que Tatiana acabara en una típica
relación hollywoodiense. De milagro, hasta ese momento no había tenido
ningún problema con los hombres con los que su hermana había trabajado,
pero Smith era al menos mil veces más carismático que cualquiera de sus
otros compañeros de reparto.
A pesar de su encanto, belleza y poder, Valentina le creyó cuando dijo
que no seduciría a su hermana. Sí, era un actor increíble, pero todos sus
instintos le decían que no estaba actuando cuando lo dijo.
Por desgracia, esos instintos también le decían otras cosas.
Como que el mero hecho de estar en la misma habitación hacía que su
corazón le diera saltos en el pecho como a una adolescente enamorada.
Y cómo el simple sonido de su nombre completo en sus labios —todos
los demás la llamaban Val, ¿por qué tenía que ser él la única persona en la
tierra en llamarla Valentina?— le hacía desear oírle susurrarlo contra la
curva de su cuello justo antes de que la besara en esa zona tan sensible.
No estaba enfadada con él por esas cosas. ¿Cómo estarlo? Pero sí
enfadada consigo misma por ser mucho más débil de lo que había creído.
Porque cuando se acercó a él en la caravana y cometió el error de mirarlo a
los ojos, sintió una oleada de deseo tan fuerte que la dejó sin aliento.
Smith Sullivan tenía un aspecto estupendo en pantalla, pero en persona
era aún más arrebatador. Podría tener los ojos vendados y saber que él
estaba en la habitación. Así de fuerte era su presencia.
Poseía una sensualidad inherente en cada mirada, en cada movimiento.
Smith no intentaba atraer a la gente. Simplemente lo hacía. Todo, desde la
forma masculina de su mandíbula hasta la manera en que los tendones del
cuello se le movían al girar la cabeza, lo convertían, sin lugar a dudas, en un
hombre espectacular.
Al mismo tiempo, no era tan tonta como para considerarlo una cara
bonita que había tenido suerte. Sin duda era un actor nato. Sin embargo,
había visto una y otra vez en los ensayos lo mucho que se esforzaba por
reflejar todos los matices de una escena.
Claramente aliviada por su respuesta, Tatiana enhebró un brazo en el
suyo mientras caminaban de vuelta al plató. Smith ya estaba allí, hablando
con el director de fotografía.
—¿Sabías que antes de empezar a rodar esta mañana me ha vuelto a
decir lo emocionado que está de trabajar conmigo? —preguntó Tatiana—.
Y que si hay algo con lo que me sienta incómoda, se lo diga enseguida.
—Eso es genial. —Y mucho más amable de lo que hiciera cualquier
otro actor o director con el que su hermana hubiera trabajado hasta el
momento.
A lo largo de los años, Valentina le había pedido más de una vez a su
hermana que le explicara por qué quería ser actriz. Las razones que Tatiana
argüía en cada oportunidad —como el encanto de entretener, hacer feliz a la
gente y que se olviden de sus vidas durante un rato— tenían sentido desde
una perspectiva intelectual, pero Valentina seguía sin entender por qué
alguien elegiría vivir su vida bajo la cegadora luz de los focos. Porque
cuando Tatiana se convirtiera en una gran estrella como Smith, así sería su
vida: sería el centro de atención, y cada uno de sus movimientos sería
captado por miles de cámaras y detallado en periódicos, revistas y blogs.
A Valentina se le ponía la piel de gallina solo de pensar en ese tipo de
vida.
Tatiana lanzó un suspiro que rozó la idolatría:
—Es increíble, ¿verdad? Aún no me creo que pueda trabajar con él.
Valentina trató de leer si había algo más que admiración profesional
bajo la simple afirmación de su hermana. Porque, en realidad, ¿cómo no iba
a haberlo? Smith era guapo, talentoso, buena persona…
Se paró en seco en buena persona. Una cosa era reconocer su aspecto y
sus dotes interpretativas. Otra muy distinta era ponerse a cantar las
alabanzas sobre lo fantástico que era cuando apenas lo conocía.
Por suerte, su hermana no tuvo tiempo de esperar su respuesta sobre lo
increíble que era o dejaba de ser Smith, porque la volvieron a llamar para
rodar.
Durante las horas siguientes observó a su hermana hacer su trabajo con
un profundo sentimiento de orgullo. Valentina no solo no se limitaba a
impedir que nadie jugase con su hermana, sino que también se había
propuesto no dejar que la tratasen como a una cabeza hueca en un envase
bonito. Era en gran parte la razón por la que elegían sus papeles con tanto
cuidado, en lugar de aceptar siempre las propuestas económicas más
lucrativas.
Valentina sabía que causar una buena impresión lo era todo en
Hollywood. Y nadie tendría nunca la oportunidad de ir cotilleando de que
las mujeres Landon eran chicas fáciles ni cabezas huecas.
«Al menos, nuestra generación no», pensó mientras el móvil le
zumbaba en el bolsillo y miraba la pantalla para ver que la llamaba su
madre. Se preguntaba cuándo Ava Landon les pediría visitar el plató.
O, hablando claro, conocer a Smith Sullivan.
Valentina suspiró mientras se guardaba el teléfono en el bolsillo de la
chaqueta entallada. Su madre no era mala persona, solo tenía debilidad por
los hombres guapos y famosos que se ganaban la vida delante de las
cámaras.
Puede que Valentina compartiera con su madre el amor por los helados
de chocolate, las puestas de sol en la playa y los cantantes de los años
cincuenta… pero se negaba rotundamente a que la genética la arrastrara por
el mismo camino con los hombres.
Un día, cuando la carrera de Tatiana estuviera un poco más encaminada,
Valentina planeaba conocer a un buen hombre y enamorarse. Sería guapo,
inteligente, de manos fuertes y sonrisa fácil.
Y no tendría ni el más mínimo vínculo con el mundo del espectáculo.
Un sábado por la noche de palomitas y gominolas sería lo más cercano al
cine que tendría con su futuro marido.
CAPÍTULO TRES
Una semana más tarde, Valentina se detuvo frente a las escaleras de la casa
de Smith y respiró profundamente el aroma de las flores. Hermosas matas
de lirio del valle, no siempre fácil de cultivar, estaban esparcidas a lo largo
de la amplia entrada. Era un toque inesperado y delicado para un hombre de
una masculinidad tan potente.
Se había pasado los últimos diez años asistiendo a reuniones de ese tipo
—a las estrellas a menudo les gustaba presumir de sus casas—, de modo
que no había razón para sentirse tan fuera de lugar. Su hermana tampoco
tardaría en llegar, así que Valentina no estaría mucho rato sola con el
compañero de reparto de Tatiana.
En los últimos días de rodaje había decidido que lo mejor sería ver a
Smith como el compañero de reparto de Tatiana. De ese modo lo
despersonificaba, y casi lo reducía a parte del decorado.
Dios no permitiera que se le olvidara y lo considerase como todo un
hombre, tal como se había descubierto haciendo un par de veces durante la
última semana. Si lo hubiese tenido presente dos días atrás, cuando rodaron
la escena en la que hacía ejercicio sin camiseta, ni se habría acercado al
plató. Se quedó boquiabierta al ver esos hombros bronceados y musculosos,
sus bíceps, tríceps y esa tableta de chocolate tan definida. Le fue muy difícil
apartar la mirada de toda aquella increíble belleza masculina. Tan difícil que
no lo había conseguido.
Por desgracia, estaba segura de que Smith la había pillado babeando por
él, a juzgar por la mirada cómplice que le dirigió cuando pasó de las pesas a
los monitores para ver el resultado.
Agarrando con fuerza su bolso de cuero, Valentina llamó por fin al
timbre. Se sorprendió cuando una mujer guapa y de sonrisa radiante le abrió
la puerta.
—Hola. Soy Nicola. Tú debes ser Valentina. Smith ha dicho que
llegarías en cualquier momento. Pasa. —Valentina estrechó
automáticamente la mano de la mujer mientras decía—: Los chicos están en
la cocina preparando unos margaritas para celebrar.
Confundida, tardó unos segundos en darse cuenta de que Nicola era en
realidad Nico, la estrella del pop cuyas canciones se escuchaban en todas
las radios.
¿Qué hacía Nico allí?
¿Quiénes eran los chicos?
¿Y qué estaban celebrando?
¿Habría mezclado Smith sus planes y se había metido por error en una
especie de orgía de famosos?
Pero mientras caminaba detrás de Nico —o Nicola, como se había
presentado— por el vestíbulo de la casa de Smith hasta la cocina, no
parecía que la otra mujer estuviera vestida para una orgía, pues llevaba unos
vaqueros ajustados y un jersey largo hasta la cadera.
Smith levantó la vista de detrás de la batidora con una sonrisa que le
aceleró aún más el corazón.
—Valentina —dijo, saboreando su nombre un poco en exceso para su
comodidad—. Justo a tiempo. Veo que ya has conocido a Nicola. Este es mi
hermano Marcus.
Si no fuera porque tenía ojos solo para Smith, se habría fijado en el
hombre que estaba a su lado. Muy agradable a la vista también, aunque un
poco mayor que su hermano. Nicola buscó cobijo bajo el brazo de Marcus y
se apoyó contra su pecho, mientras él le acariciaba la cara con los nudillos
como si nunca tuviera suficiente de ella.
A Valentina se le apretó el pecho por algo que se negaba a admitir que
era anhelo. Intentaba no mirar fijamente, pero era difícil apartar la vista de
un afecto tan profundo y puro.
—Encantada de conocerte —dijo, sintiéndose incómoda y fuera de
lugar en esa pequeña reunión familiar con el traje sastre que había llevado
todo el día en el plató, mientras los demás iban informales con vaqueros y
jerseys. Smith se había quitado los zapatos, y le indignó que hasta sus pies
descalzos le parecieran sexys. Y cuando encendió la batidora y estiró la
mano para sujetar la parte superior, la pura sensualidad de ver los músculos
y tendones de sus brazos flexionarse ligeramente la dejó embelesada.
Le bastaban unos cuantos centímetros de brazo al descubierto para que
el corazón se le acelerara y el calor se agolpara en su vientre.
De verdad, era ridículo que los brazos de un hombre fueran tan
sugerentes.
Y estaba haciendo el ridículo siendo tan patética, como si hubiera
crecido en uno de esos extraños hogares puritanos en el que nunca hubiera
visto los brazos desnudos de un hombre.
—Encantado de conocerte, Valentina —dijo Marcus con una cálida
sonrisa.
Consciente de que aún tenía las mejillas sonrojadas, se alegró de que
Smith desviara la atención sirviendo margaritas. No había planeado beber
nada esa noche, quería mantener la cabeza despejada, pero no quería ser la
única aguafiestas de lo que fuera que estuvieran celebrando.
Smith permaneció a su lado mientras volvía a centrarse en su hermano y
Nicola:
—Me gustaría brindar por vuestro compromiso. Estoy muy feliz por
vosotros.
Los ojos de Valentina se abrieron de par en par al darse cuenta de en qué
se había metido. No era una orgía, sino una celebración familiar. Y
acomprendía por qué Marcus y Nicola estaban tan acaramelados y radiantes
de felicidad.
—Gracias —dijo Nicola con una bonita sonrisa—. Al fin y al cabo,
Smith, fuiste tú quien nos dio a Marcus y a mí un lugar donde pasar nuestra
primera noche juntos. Aunque —dijo con una mirada pícara a su nuevo
prometido— tu hermano no hizo nada más que darme un besito pequeñito,
por mucho que le rogara.
Valentina sintió a su pesar que sus ojos se abrían aún más. ¿Nicola le
había suplicado a Marcus que hiciera algo más que besarla en su primera
noche juntos? ¿Y él se había resistido?
—¿En serio? —dijo Smith, sin poder ocultar su curiosidad mientras se
inclinaba hacia delante para sonsacarle a Nicola más datos truculentos sobre
su hermano—. Cuéntanos más.
Pero antes de que pudiera, Marcus le tapó la boca con un beso. Cuando
por fin se separaron, murmuró:
—Menos mal que sé cómo callarte con mis besitos bonitos.
«Desde luego que sí», pensó Valentina, «ese beso le ha hecho perder el
hilo de sus pensamientos». Las chispas entre ellos casi la chamuscaban
desde el otro lado de la isla de la cocina. Estaba claro lo enamorados que
estaban.
Esperaba que supieran lo afortunados que eran de haberse encontrado.
—Felicidades —dijo ella—. Me alegro mucho por los dos.
Los ojos de Nicola estaban un poco vidriosos cuando los cuatro
levantaron sus copas y brindaron. Valentina se sorprendió de lo bien que se
sentía compartiendo ese momento con ellos. Y lo natural que le resultaba,
teniendo en cuenta que dos de las personas de la sala eran auténticas
estrellas de clase mundial.
Tan natural, de hecho, que mientras todos bebían un sorbo y la mano de
Nicola destellaba con joyas de colores brillantes, Valentina no pudo
resistirse a decir:
—Tu anillo es precioso.
Nicola casi atraviesa de un salto la isla de la cocina para enseñarle su
anillo de compromiso. No era un simple solitario de diamantes, sino una
impresionante alianza de oro hecha a mano cubierta de exclusivas gemas de
todos los colores.
«Está claro que los hombres Sullivan no se andan con chiquitas», pensó
Valentina mientras admiraba el anillo.
Se encontró preguntándose cómo sería pertenecer a uno de ellos. Y
contar con el apoyo incondicional y eterno de un Sullivan fuerte y hermoso.
Le resultó muy difícil quitarse esas tontas preguntas de la cabeza
cuando Nicola y ella finalmente volvieron a unirse a los hermanos.
Mientras volvía a coger su copa, pensó que un par de sorbos más tampoco
le harían perder la cabeza.
Pero cuando se dio cuenta de que los intensos ojos de Smith la miraban
al darle un trago, supo de repente que si algo le hacía perder la cabeza, no
sería la bebida.
Sería él.
Su instinto de supervivencia estaba a punto de hacerle dejar la copa y
excusarse de la inesperada celebración familiar cuando Nicola le preguntó:
—¿Qué te parece San Francisco?
Era una pregunta sencilla y fácil de responder. Pero con Smith a escasos
centímetros, con sus ojos fijos en ella mientras esperaba su respuesta, lo
sencillo se tornó casi imposible.
Valentina podía sentir los latidos de su corazón agitándose a lo largo del
interior de su muñeca y en el lateral del cuello, y seguro que su piel había
empezado a ruborizarse con ese calor que siempre sentía cuando Smith
estaba cerca.
Se había negado a aceptar su interés, se había dicho a sí misma que no
quería que él se fijara en ella, pero después de la conversación que habían
mantenido en su caravana la semana anterior y por cómo lo había
sorprendido en más de una ocasión mirándola en el plató, con unos ojos
intensos y hambrientos, ya no podía negarlo. Como tampoco podía negar la
sensación de que él trataba de ver más allá de su ropa conservadora y su
pelo recogido, que quería asomarse a su interior más de lo que ella hubiese
querido.
—Me encanta San Francisco. Aunque hace más calor del que esperaba.
—El sol acababa de ponerse, pero de repente se sintió tan acalorada en la
cocina de Smith que tuvo que desabrocharse la chaqueta del traje y
quitársela de los hombros.
—Tu hermana y tú debéis de haberos traído el sol, porque el mes pasado
teníamos que ponernos la ropa de nieve para ir a buscar el correo en medio
de una niebla que ni en Londres —dijo Nicola con una carcajada que
iluminó su rostro, ya de por sí impresionantemente bonito.
No era de extrañar que el hermano de Smith quedase prendado de ella.
Nicola no solo tenía talento, sino que además era buena persona.
—Pues yo voy a tope con la niebla —dijo Marcus mientras le
estampaba un beso en la mejilla a su flamante prometida—, sobre todo si
eso significa que tengo que mantenerte caliente.
Valentina no sabía mucho sobre la industria de la música, pero supuso
que el estatus de Nicola como estrella del pop no sería muy diferente al de
una estrella de cine. Y, sin embargo, de alguna manera se las había
arreglado para encontrar el amor en un hombre que era evidente que la
quería por quien era en realidad.
«¿Por qué mi madre no ha tenido esa suerte con ninguno de los actores
con los que ha salido?», se encontró pensando Valentina. Con que al menos
uno hubiese tenido un corazón de oro, todo habría sido diferente. Mejor.
Por desgracia, el único oro era el de los anillos del novio de turno, cuyas
manos no siempre sabían comportarse cuando su madre no miraba.
Valentina tuvo que aprender con veintipocos años algunas estrategias para
buscarse la vida. Cuanto menos, había aprendido a cuidar de sí misma y de
su hermana.
—¿Qué partes de la ciudad has podido ver hasta ahora? —preguntó
Marcus.
Valentina se sacudió sus pensamientos mientras sonreía y decía:
—Solo el mejor plató de cine del mundo.
—Smith es el que mejor conoce la ciudad de todos nosotros —dijo
Marcus—. Sería un gran guía turístico.
—Dime, Valentina —dijo Smith con tanta sutileza que hasta llegó a
preguntarse si no tendrían un guión preparado y ensayado antes de que
llegara—, ¿cuál es el monumento de San Francisco que más te gustaría ver?
Durante los últimos minutos, Valentina se había dado cuenta de que el
problema de ver a Smith tan natural y a gusto con su familia fue que casi
olvidó mantener los muros de protección bien firmes. Le recordó a cómo
era ella con su hermana.
Menos mal que, en lo que se refería a los actores, hacía mucho, mucho
tiempo que su corazón estaba encerrado en el calabozo más profundo de
una prisión de máxima seguridad. Y fue pensando en calabozos y prisiones
de máxima seguridad lo que le hizo dar con su respuesta:
—Alcatraz.
Pero en vez de captar el claro mensaje y retroceder, los ojos de Smith se
llenaron de risas. Ni Nicola ni Marcus consiguieron ocultar las suyas con un
híbrido entre tos y un ahogamiento.
Al final, ni siquiera Valentina pudo contener su propia sonrisa.
Fue entonces cuando supo que tenía que marcharse de inmediato.
Porque se estaba sintiendo demasiado a gusto con Smith y su familia,
demasiado arropada y bien con ellos.
—Muchas gracias por incluirme en vuestra celebración —dijo con una
cálida sonrisa para Marcus y Nicola—, pero tengo que irme. Le diré a
Tatiana que tenemos que establecer otra fecha para nuestra reunión, Smith.
Pero antes de que pudiera colgarse el bolso al hombro, Marcus estaba
diciendo:
—En realidad, nosotros solo pasábamos por aquí unos minutos para
compartir la buena noticia con Smith. Mi madre nos está esperando para
cenar esta noche.
Lo siguiente que Valentina supo fue que estaba estrechando la mano de
la feliz pareja, que ambos abrazaban a Smith para darle las buenas noches y
que ella estaba sola en la cocina mientras él los acompañaba a la salida. El
sonido de la puerta al cerrarse hizo que su corazón volviera a acelerarse tras
las costillas.
No había razón para asustarse por el hecho de que estuvieran solos. Y
sí, que él estuviera tan unido a su familia y tan feliz por su hermano la había
ablandado un poco, pero bueno, no pasaba nada por ablandarse solo un
poco.
«¿A que no?».
CAPÍTULO CUATRO
Después de aquel primer día en el plató en que Valentina arrastró a Smith a
su oficina y le advirtió que no se metiera con su hermana había procurado
mantenerse alejada de él, y se mostraba muy educada cuando se reunían en
grupo para discutir algún problema con el guión, el vestuario o el horario de
Tatiana. Incluso cuando observaba cómo rodaban una escena, mantenía su
plena atención en Tatiana.
Quizás demasiado.
Porque si su plan era hacerse invisible para él, no lo había conseguido.
No importaba cuántas veces se recordara a sí mismo que no tenía tiempo
para centrarse en otra cosa que no fuera su película.
No podía quitarse a Valentina de la cabeza.
No solo por sus increíbles piernas o su belleza exótica. En Hollywood,
un cuerpo atractivo y una cara bonita eran el pan de cada día. Pero después
de verla con Nicola, y el sincero entusiasmo por el impresionante anillo de
compromiso y el “fueron felices y comieron perdices” de la pareja, Smith se
dio cuenta de cuánto significaba la familia para ella. En el plató era toda
una mujer de negocios —con él también—, pero en cuanto su hermana la
necesitaba para algo que tuviera un mínimo tinte emocional, dejaba de
inmediato de ser su representante para transformarse de nuevo en una
hermana. Una cuyo amor era tan profundo que no se guardaba nada.
—Mi hermano está muy feliz —comentó al volver a la cocina y
encontrarla de pie con la copa en la mano, mirando por la ventana las luces
de la ciudad.
—Los dos lo están —dijo mientras volvía a dirigirle su hermosa mirada
—. Ha sido muy bonito verlos.
—Al principio no daba un duro por ellos —admitió, sabiendo que no
había sido precisamente alentador al inicio de la relación de su hermano—,
pero han logrado sacar la relación adelante a pesar de la diferencia de edad
y los compromisos laborales de ambos.
—¿Marcus también está en la industria del espectáculo?
—No —Para nada—. Es el propietario de la Bodega Sullivan.
—Vaya, ojalá hubiera sabido que él está detrás de algunos de mis
cabernets favoritos. Me habría gustado darle las gracias por todas las horas
de placer que me ha dado.
Era evidente que estaba sorprendida por la ocupación de Marcus y, una
vez más, a Smith le encantó el hecho de que no supiera casi nada de su
vida, cuando cualquier fan podría haber recitado de memoria los nombres y
las profesiones de sus hermanos. También le encantaba que hablara de
placer… aunque el mérito fuera para Marcus.
—Ahora entiendo lo que quieres decir sobre los compromisos laborales
de ambos —dijo—. Son dos mundos muy diferentes, ¿no?
Smith rellenó las copas y las llevó al salón.
—No creo que siempre sea fácil compaginar las giras de ella y las
temporadas que requieren más trabajo en los viñedos, pero está claro que el
amor que se tienen hace que la relación funcione.
Cuando dejó las bebidas sobre la mesa baja, pudo ver la sorpresa de ella
al encontrar un puzle a medio terminar.
—Me encantan los puzles —exclamó—. Antes de que estuvieramos tan
ocupadas, Tatiana y yo pasábamos horas enfrascadas.
Sin pensarlo se sentó en el acogedor sofá, cogió una pieza y la encajó en
su sitio. Smith se puso a su lado y deslizó una pieza en la esquina de la
oreja de un perro mientras ella rellenaba la nariz de otro. Se alegró de que
se olvidara de mantener esa distancia que Valentina creía tan necesaria.
Esa familiaridad era precisamente la razón por la que la había acercado
a la mesa baja, donde el puzle de tres graciosos perros estaba a medio
hacer… y era otra razón más por la que quería tanto a Summer, la hija de la
futura esposa de su hermano Gabe. La niña de ocho años había hecho la
foto de los tres perros sentados y despatarrados con las orejas al viento y la
había convertido en un puzle para él. Cuando sus hermanas gemelas tenían
ocho años también habían sido la caña. Qué demonios, eran la caña desde el
día en que nacieron, a pesar de que su hermana Lori —alias “Pilla” en
contraposición a Sophie, “Buena”— se empeñara en ser cada año más
fastidiosa. Renunciaría a todo por ellas.
—Vaya foto, ¿verdad?
Le encantaba el sonido de la risa de Valentina.
—Es buenísima. ¿De dónde la has sacado?
—Dos de esos perros son las mascotas de mi hermano Zach y su
prometida, Heather. Grandullón —dijo señalando al gran danés—, y
pequeñaja… —Colocó una pieza que formaba parte del hombro del yorkie
en su sitio— … se enamoraron primero. Aunque Zach y Heather no
tardaron mucho en seguirles.
—¿Y el cachorro de caniche?
—El caniche pertenece a mi futura sobrina. Con solo ocho años ha
tramado y confabulado hasta lograr que su madre y mi hermano Gabe
estuvieran juntos. Se casarán en Nochevieja en el lago Tahoe. Es donde se
enamoraron el año pasado.
—Oh —dijo con un pequeño suspiro—, eso es precioso. —Sus ojos y
su boca rebosaban ternura.
Smith había encendido la chimenea antes de que llegara, y en ese
mismo instante, mientras hacían juntos el rompecabezas, se dio cuenta de
que era la primera vez en su vida que experimentaba algo tan cálido y dulce
con una mujer. Pensándolo bien, era la segunda vez que intentaba montar el
puzle. La última vez quedó inacabado porque la mujer que había llevado a
casa pensó por error que sería seductor tirarlo al suelo para tener sexo
encima de la mesa. Un rato después, en cuanto la mujer fue al baño a
arreglarse el pelo y la ropa, y antes de que la enviara de vuelta a su casa, él
había recogido y guardado las piezas de inmediato.
Tener sexo en la mesa del salón con una chica que se había ligado en un
evento de Hollywood era el tipo de cosas que hacen las estrellas de cine.
Hacer un puzle frente a la chimenea era más propio de una pareja.
—Tu familia parece increíble —dijo Valentina, y sus palabras estaban
teñidas de nostalgia mientras cogía otra pieza y la colocaba en su sitio—. El
matrimonio de tus padres debe haber sido perfecto para que todos salierais
tan bien.
—Parecía un matrimonio bastante bueno aunque, por lo que cuenta mi
madre, mi padre tenía lo suyo. —Smith hizo un leve gesto de dolor. Cada
vez que hablaba de Jack Sullivan le daba una punzada de dolor en el pecho.
Smith no lo echaba de menos todos los días, pero cuando lo hacía la
sensación de pérdida podía ser abrumadora—. Murió cuando yo tenía trece
años.
Valentina abrió los ojos de par en par ante la información,
confirmándole una vez más que no había pasado ni un segundo leyendo
sobre él en una revista o buscando en Internet.
—Lo siento —dijo—, no lo sabía.
Le sorprendió que de pronto significara tanto para él la posibilidad de
construir una relación partiendo en igualdad de condiciones, para así poder
ir descubriendo la historia del otro al tiempo que escribían la de los dos
como pareja.
—Mi padre —dijo ella en voz tan baja que tuvo que concentrarse en sus
labios para oír las palabras, mientras cerraba los ojos y contenía un suspiro
—, también murió.
Smith le cogió la mano por instinto sobre las piezas sueltas del puzle.
—¿Cuántos años tenías?
Su respiración se agitó un poco al responder:
—Veintidós. Sé que ya debería haberlo superado, pero…
No le bastaba con cogerle la mano, necesitaba rodearla con sus brazos.
No le sorprendió que sus largas y delgadas extremidades encajaran contra
las suyas como un guante.
—Yo pensaba lo mismo, que un día me despertaría y lo habría superado.
Que sería capaz de pensar en él sin sentir dolor —dijo Smith quitándole una
mano de la espalda para ponérsela sobre el corazón, como para calmar el
dolor—. Aún no ha sucedido.
Sin pensárselo, ella le cogió la mano para intentar reconfortarlo, y se le
encogió el pecho por la bonita sensación de su innata dulzura.
—Echo mucho de menos a mi padre —admitió ella—. Todo cambió
después de su muerte.
—Entiendo perfectamente cómo te sientes. —Y vaya si lo sabía. Porque
a pesar de que su madre había hecho un trabajo increíble cargando sola con
la crianza de sus ocho hijos, y a pesar de que sus hermanos y hermanas se
unieron para cuidarse los unos a los otros, perder a su padre fue horrible.
Una experiencia espantosa—. Ese primer año, los nueve… —Los nueve
que su padre había dejado atrás—… intentábamos con todas nuestras
fuerzas llevar una vida normal. Pero era imposible, ya nada era normal.
—Normal. —Valentina repitió la palabra con voz hueca—. Hubiera
dado cualquier cosa por un poco de normalidad. Especialmente por Tatiana.
—¿Cómo afrontaron tu hermana y tu madre la pérdida?
—Puede que Tatiana sea una mujer muy guapa, pero también muy
resiliente —dijo—. Se parece mucho al personaje de tu película. Parece
frágil y delicada, pero en realidad es más dura que la mayoría de nosotros.
Impresionado por su profunda comprensión del personaje que había
escrito, dijo:
—Mi hermana Sophie es una adorable bibliotecaria de tono apacible. —
Sacudió la cabeza al pensar en todas las veces que la gente había
subestimado a su tranquila hermana. Especialmente el hombre que acababa
de convertirse en su marido. Jake debería haber sabido que no tenía ninguna
oportunidad de resistirse—. También tiene una fortaleza que cualquier
guerrero envidiaría. Pensé mucho en ella cuando escribí el personaje de
Tatiana. Me ayudó que Soph estuviera embarazada en ese momento, así
podía imaginármela con facilidad en el papel si lo necesitaba.
Valentina se había relajado contra él poco a poco mientras hablaba de su
hermana. Smith dejó la mano sobre la suya, aunque sabía que no era justo
aprovecharse de su momentánea vulnerabilidad.
—¿Tienes más hermanos aparte de Tatiana?
—No. —Hizo una pausa antes de añadir—: Siempre hemos estado solo
ella y yo.
Sin duda, había algo más detrás de esa afirmación. Tanto más que tuvo
que preguntar:
—¿Y tu madre? ¿Cómo afrontó la pérdida de tu padre?
Valentina se apartó de él como si la hubiera quemado. Parpadeó desde el
otro lado del sofá, como si hubiera salido bruscamente de un sueño. Un
sueño que la había sorprendido y asustado a partes iguales.
Estuvo a punto de acercarse de nuevo, pero se dio cuenta de que era lo
último que debía hacer. A menos que quisiera hacerla huir. Pero que lo
supiera no hacía más fácil volver a centrar su atención en el rompecabezas y
coger una de las piezas.
Durante toda su vida adulta, cuando Smith veía algo que quería, lo
cogía. En muchos casos se lo daban incluso antes de cogerlo. Pero sin lugar
a dudas Valentina no era como esas otras cosas que había querido: si quería
que confiara en él, tendría que ganarse esa confianza poco a poco, sonrisa a
sonrisa y con la verdad por bandera.
—Siempre me han dicho lo bien que mi madre llevó la pérdida de mi
padre —dijo Smith con lentitud—. Y es cierto. Lo ha hecho. —Encajó otra
pieza en su sitio aunque no estaba mirando el cuadro que tenía delante—.
Pero nunca se ha permitido volver a amar a nadie. Ni siquiera ha estado con
otro hombre en todos estos años, al menos que yo sepa.
Valentina cogió su copa y la vació de un largo trago antes de enarcar las
cejas con sorpresa.
—Es curioso, mi madre es todo lo contrario. Se ha acostado con cada
hombre, con cada actor que la ha mirado y le ha dicho un par de cumplidos.
—Sus palabras eran punzantes, con un dolor que no se molestaba en ocultar
—. ¿Pero sabes qué es lo más gracioso? —Lo miró fijamente y añadió—:
No creo que de verdad haya amado a ninguno de ellos.
Cuando vio dolor en sus ojos claros y hermosos, nada podría haberle
impedido abrazarla de nuevo.
Nada excepto el timbre de la puerta, que hizo que Valentina diera un
respingo que la levantó del sofá. Su rostro enrojeció de culpabilidad
mientras alternaba la mirada entre él y la copa de margarita vacía.
—Lo siento, no debí haberte hablado de nada de eso. Y menos lo de mi
madre. Por favor, no le digas nada a Tatiana sobre…
Aprovechó su última oportunidad de la noche para deslizar su mano
sobre la de ella.
—Te prometí que no le haría daño a tu hermana, y tampoco te lo haré a
ti.
Ella lo miró con las pupilas dilatadas de nuevo, de modo que sus ojos
quedaron completamente verdes por un momento, y él no estaba seguro de
si le creía. Y tal vez fuera lo más sensato, porque aunque ya podía intuir por
qué desconfiaba de los actores, le seguía resultando muy tentador imaginar
que la llevaba a la cama, la desnudaba capa por capa, le enredaba el pelo
con la yema de los dedos y se tomaba el resto de la noche para explorarla.
Para conocer sus curvas y huecos más sensibles, para experimentar
tocándola y saboreándola hasta que supiera exactamente qué le hacía
suplicar para pedirle más. Suplicar por él.
Volvió a sonar el timbre y tuvo que alejarse a la fuerza para abrirle a su
hermana. Pero durante el resto de la noche, mientras los tres trabajaban en
el calendario de promoción y las solicitudes de entrevistas, con Valentina
sentada lo más lejos posible de él sin que su hermana sospechara, Smith no
pudo apartar el deseo que sentía por ella… ni el recuerdo de cuánto le había
gustado estrecharla entre sus brazos frente a la chimenea, con el corazón
latiendo bajo sus manos enlazadas.
CAPÍTULO CINCO
Con el móvil pegado a la oreja mientras llamaba al agente de su hermana,
Valentina miraba por el ventanuco del tráiler que le hacía las veces de
oficina en el plató de Gravity. Esperaba que el invierno en San Francisco
fuera frío, pero por cómo el calor del sol estaba engullendo la niebla
matinal, tenía toda la pinta de que sería otro día perfecto.
Le entraron ganas de dejar el trabajo de lado durante unas horas y salir
al mar en un kayak, o subir a pie una montaña para disfrutar de las vistas de
la preciosa ciudad en la que estaban trabajando. Durante los últimos años,
Tatiana había trabajado como actriz en diversas y espectaculares ciudades
de todo el mundo, pero Valentina nunca se había planteado mudarse a
ningún sitio. Hasta ese momento. Que la casa de alquiler temporal en Noe
Valley fuese increíblemente bonita sumaba puntos a favor, claro está. Sin
importar lo temprano que tuviese que dirigirse al plató, o lo tarde que
regresara a casa, siempre había alguien paseando a un perro o montando en
bicicleta. Para ser una gran ciudad, San Francisco era una combinación
perfecta entre lo cosmopolita y el encanto de un pueblo.
George Kauffman contestó la llamada:
—Val, cuánto me alegro de saber de ti. Ponme al corriente de todo.
Especialmente del sin par Smith Sullivan. Porque si está tan guapo como la
última vez que lo vi, no sé cómo os lo montáis para lograr trabajar en ese
estudio.
A Valentina le gustaba mucho el agente de Tatiana. Era muy hábil
cuando la situación lo requería, y un maestro de la negociación, pero no se
sentía obligado a interpretar el papel de profesional competente todo el
tiempo. Más de una vez se habían emborrachado celebrando un éxito de
Tatiana. El hecho de que fuera gay también ayudaba, Valentina nunca
tendría que preocuparse de si su hermana estaba a salvo con George. En
gran parte por eso ella misma bajó la guardia con él varios años atrás.
«Todo lo contrario que con Smith», pensó apretando los labios, «que
cada vez que se acerca tengo que reforzar más y más los muros».
Valentina tenía los mismos impulsos sensuales que cualquier otra mujer,
y sin duda disfrutaba del sexo cuando encontraba el momento y el hombre
adecuado para hacerlo, pero nunca lo había mezclado con lo profesional.
Jamás. Pero cuando Smith y ella estaban en la misma habitación, por
mucho que intentara centrarse en lo laboral, no podía evitar el nerviosismo
que se apoderaba de ella célula a célula, desde el corazón que le latía
demasiado rápido hasta las puntas de los dedos de los pies cada vez que él
pronunciaba su nombre.
—El rodaje va muy bien —contestó—. Y para Tatiana es un sueño
trabajar con Smith.
George emitió un sonido de aprobación a través de la línea.
—Por supuesto que sí. Ese hombre es un sueño y punto. ¿Sabes? —
añadió George con voz pensativa—, no sería un mal candidato.
—¿Para qué?
—Para romper con tu desoladora sequía.
El teléfono casi se le cae de la mano.
—Estás loco.
Pero lo había dicho demasiado rápido, con demasiada vehemencia. El
que se pica, ajos come. Casi podía ver la sonrisa de George cuando replicó:
—Siempre ha tenido buen gusto para las mujeres. Lo cual es malo para
mí —dijo con un gruñido juguetón sobre la orientación sexual de Smith—,
pero bueno para ti. Y por lo que recuerdo de nuestro encuentro en el
casting, no dejaba de mirarte a ti.
—No seas ridículo —dijo con la voz más despreocupada que pudo,
como si estuvieran bromeando sobre algo que nunca, ni en un millón de
años, ocurriría.
—Bueno —dijo George tras una pausa demasiado larga para su
comodidad—, ambos sabemos que si el guapo, talentoso y multimillonario
Smith Sullivan es lo bastante espabilado como para intentar meterse en tus
bragas, estás perdida.
Odiaba saber que su amigo y colega tenía razón, lo odiaba tanto que,
mientras cogía una pila de notas que tenía sobre la mesa, intentó poner fin a
todas sus tonterías diciéndole en su tono más severo y serio de mujer de
negocios:
—Si has terminado de especular sobre si Smith Sullivan quiere o no
meterse en mis bragas, o meter lo que sea donde sea, o si mis superpoderes
son tan fuertes como para resistirme a él, quizá podamos discutir los
detalles de la reciente propuesta comercial de Tatiana.
Un crujido procedente de la puerta de su despacho le hizo levantar por
fin la mirada de sus papeles… para clavarla directamente en los divertidos
ojos de Smith.
«Oh, Dios».
«Oh, no».
¿Habría oído lo que acababa de decir? Sobre sus bragas, y meterse
dentro, y…
«Sí», se dio cuenta con un fuerte golpe en el corazón, que bajó hasta el
fondo de su estómago. Por supuesto que había oído hasta la última palabra.
¿Por qué parecía tan divertido si no… e incluso complacido?
—George, te llamo en unos minutos.
—Ohhh, pareces muy tensa y te has quedado sin aliento. Una estrella de
cine debe haber entrado en la habitación. —Estaba claro que George se lo
estaba pasando en grande con el sainete—. ¿Por qué no dejas el teléfono en
altavoz para que pueda oír su voz, por si acaso dice todas esas cosas
traviesas que ambos esperamos que diga?
Colgó al agente de Tatiana y de inmediato se levantó para que ambos
estuvieran en igualdad de condiciones. Bueno, lo más parejos posible,
dados los quince centímetros que él le sacaba a pesar de los tacones.
—No tenías que colgar tan rápido por mí —dijo con una voz que no
pretendía ser sexy. Simplemente lo era.
—Sé que estás muy ocupado —respondió. Y era cierto. Como
protagonista, director, productor y guionista de Gravity, puede que no
hubiese dormido más que un puñado de horas por noche desde que empezó
la producción. Sin embargo, no parecía cansado. Al contrario, parecía
incluso más guapo de lo normal.
Estaba claro que le sentaba bien la arrogancia. Sabía muy bien lo
engreído que tenía que sentirse después de lo que le había oído decir a
George.
Peor que estar mortificada por el rubor que aún no abandonaba sus
mejillas era el tener que apretar las manos con fuerza delante del pecho
mientras preguntaba:
—Bueno, ¿qué puedo hacer hoy por ti?—. O apretaba los dedos lo
suficiente como para dejarse marcas en las palmas o cedía al impulso de
lanzarse sobre él… y averiguar si esa sombra oscura de su barbilla era tan
irresistible y sexy contra la yema de sus dedos como parecía.
Atravesó la puerta de la caravana, que de repente parecía diminuta con
ellos dos dentro. Se le vino a la cabeza la imagen de Smith tumbándola
sobre el escritorio y metiendo una pierna entre las suyas para abrirla antes
de subirle la falda y…
—… ha pedido tu número para poder darte las gracias en persona.
Su voz penetró por fin en su ensoñación demasiado vívida y se encontró
parpadeando hacia él.
«¿En qué momento se ha acercado tanto?».
El corazón se le aceleró ante su proximidad y, al inhalar profundamente
para intentar llevar oxígeno a los pulmones, sin querer aspiró su aroma.
Puro, limpio y tan masculino que los latidos del corazón se le aceleraron
tanto que Smith sería capaz de sentir cómo palpitaba bajo la piel si prestara
atención.
Y cuando de repente se fijó en la dirección de su mirada, se dio cuenta
de que era exactamente lo que estaba haciendo.
Sentía como si la niebla del exterior hubiera entrado por la ventana de la
caravana para envolverle el cerebro. No recordaba de qué estaban hablando,
apenas escuchaba lo que le había dicho. Pero aún tenía suficiente sentido
común para darse cuenta de que si no decía algo pronto, ya no quedaría
mucho espacio para hablar. No siendo él tan atractivo y menos con su
irresistible aroma.
—¿Alguien te ha pedido mi número? —le preguntó con la voz más
impecable que pudo, dadas las circunstancias.
Había sido maldecida —aunque algunas mujeres se habrían sentido
bendecidas— con una voz que hacía a los hombres pensar en sexo, aunque
su recatada apariencia externa solía contrarrestarlo. Había necesitado años
de práctica para eliminar ese matiz provocativo de su voz, del mismo modo
que los actores británicos solían borrar su acento para interpretar papeles de
americano. Pero cuando estaba nerviosa o exaltada, volvía a aparecer.
—Nicola me ha llamado. Marcus y ella acaban de recibir en su bodega
el ramo de tulipanes morados que les has enviado como regalo de
compromiso. Quiere darte las gracias directamente y no a través de mí.
¿Podría darle tu número?
—Claro que sí.
No pudo leer su expresión mientras él seguía mirándola:
—Amor eterno… —Sus ojos se oscurecieron con ese calor que formaba
parte de él, y le sorprendió que la caravana no hubiera ardido ya en llamas
—. Ese es el significado de esa flor.
Valentina intentó ignorar los rápidos latidos de su corazón.
—Me pareció apropiado para ellos.
—Lo es. —Smith apoyó un hombro en la pared y cruzó los pies como si
tuviera todo el tiempo del mundo para charlar con ella—. Me sorprende que
les hayas enviado un regalo de compromiso.
—Cuando encuentras el amor verdadero e incondicional, hay que
celebrarlo.
«¿De dónde ha salido eso?». No tenía la menor necesidad de hablar de
amor con Smith Sullivan. Menos aún cuando algo le decía que, si le daba el
más mínimo indicio de cómo era ella en realidad, encontraría la forma de
aprovecharse.
—Estoy de acuerdo contigo —dijo—, sobre todo teniendo en cuenta
que en este sector la gente no da puntada sin hilo. Es una de las razones por
las que quise hacer esta película, aun sabiendo que la gente intentará
tacharla como una simple historia de amor.
Se quedó sorprendida al comprobar cuánto coincidían en ese punto.
Sorprendida, y asustada ante la perspectiva de en cuántas cosas más podrían
estar de acuerdo si tuvieran la oportunidad…
Y sin embargo, pensó como si se estuviese observándose a sí misma
desde la distancia, parecía que una vez arrancó a expresar sus opiniones
sobre el amor no había quien la parara:
—Siempre me he preguntado por qué tiene que haber tanta lucha y
conflicto en el amor. ¿Por qué no puede ser más sencillo? Al final no es más
que dos personas que se dan cuenta de que su vida juntos es mejor y más
feliz que por separado.
Los ojos de Smith se volvían aún más intensos con cada palabra que
pronunciaba. Cuando por fin ella consiguió cerrar la boca, este respondió:
—Me pasé meses luchando con el guión de Gravity para poder plasmar
lo que acabas de decir con tanta elocuencia. Que el amor no tiene por qué
ser complicado. Y la pasión puede existir sin el contrapunto de las
discusiones. Lo veo con cada uno de mis hermanos que se ha enamorado,
que la estabilidad y el deseo pueden convivir a la perfección.
Sus palabras fueron tan suaves y cálidas que Valentina se sintió como si
entrara en sus fuertes brazos, a pesar de que aún les separaban varios
metros.
—Marcus y Nicola son parte del motivo por el que tengo que hacer esta
película. Porque, como acabas de decir, el amor incondicional debe
celebrarse. —Cuando su boca se curvó hacia arriba, su hermosa sonrisa
funcionó casi como la gravedad para atraerla hacia él—. Nicola también
llamó para hablarme de lo maravillosa que le pareciste, por si acaso soy tan
tonto como para no haberme dado cuenta. —Su sonrisa se volvió
descaradamente sensual—. Le he dicho que, a pesar de mis defectos, de
tonto no tengo un pelo. Ten una cita conmigo, Valentina.
El pánico se apoderó de ella en un instante, y las escenas clave de
cualquier “relación” que pudieran tener se repitieron en su cabeza con la
misma claridad que cualquiera de los planos que habían repasado esa
misma mañana. Si se dejaba arrastrar a una cita y luego a su cama (porque,
¿podría alguien salir con Smith y no rogarle que le hiciera el amor?), no le
cabía duda de que, a pesar de odiar todo lo relacionado con los focos, los
medios de comunicación y la fama que conllevaba esa vida, se enamoraría
perdidamente… instantes antes de que él pasara a la siguiente película, al
siguiente plató, a la siguiente mujer que supusiera un reto.
Por eso se aseguró de que su respuesta fuera tan directa como su
pregunta lo había sido:
—No.
Cualquier otro hombre habría tomado su rechazo como lo que era: una
respuesta negativa que no tenía intención de cambiar. Nunca.
Pero claro, Smith no era como los demás hombres que había conocido.
Así que, en lugar de mirarla mal y salir de la caravana con el rabo entre las
piernas, se acercó de nuevo y casi la inmovilizó contra la ventana.
—Desde el momento en que nos conocimos, ha habido algo entre
nosotros.
No sería tan estúpida como para rebatirlo. Menos cuando su argumento
había dado en el clavo… y tampoco sería tan estúpida como para actuar en
consecuencia y avivar esas chispas, dejando que se convirtieran en llamas
que reducirían su corazón a cenizas.
—Creo que no hace falta decir que eres un hombre muy atractivo —
admitió—, y que tienes diez millones de mujeres a tus pies.
—¿Solo diez millones? —se burló.
Valentina no sabía si reírse o sacarle la arrogancia a bofetadas. Tampoco
quiso tomar la tercera —y más obvia— opción de derretirse a sus pies,
como haría cualquier mujer en ese preciso momento.
¿Por qué no podía enfadarse cuando lo rechazaban, como cualquier
hombre normal? Lo único que conseguía con sus provocaciones era que ella
quisiera devolvérselas.
—Bueno, cien millones. Pero el resultado final es el mismo. —Hizo una
pausa para asegurarse de que esta vez la entendía con claridad—. Sigo sin
estar interesada en tener una cita contigo.
—¿Por qué no?
—No salgo con actores.
Asintió como si fuera una decisión muy sabia:
—Yo tampoco.
El intento de ocultarle su sorpresa fue un fracaso absoluto. En realidad
era más asombro que sorpresa, dada la cantidad de notas que se publicaban
sobre él a cada momento en las revistas de la prensa rosa.
Por otra parte, ¿no llevaba lo bastante en el negocio como para saber
que casi todo lo que publicaban las revistas del corazón eran patrañas?
—¿Qué te parece esto? —dijo con una voz demasiado razonable para su
comodidad—. Cuando esté contigo, seré director. O productor. Incluso un
humilde guionista, si eso te hace feliz.
No debería haberse reído de la lista de títulos, pero ¿cómo no hacerlo?
Y era cierto, Smith Sullivan era mucho más que un actor.
Aun así, eso no cambiaba nada.
—¿Qué tal si aclaro mi posición? —Valentina calcó a la perfección el
tono razonable que Smith acababa de emplear con ella—. No salgo con
nadie de la industria.
«Bien, con eso bastará». No había forma de rebatir su argumento.
Pero como él no pareció inmutarse lo más mínimo, se le revolvió el
estómago. Se dijo a sí misma que no se debía ni al ansia, ni al deseo, ni a las
chispas que saltaban y aumentaban entre ellos.
—También soy hermano. —Se acercó más—. Hijo. —Más cerca aún,
tan cerca que casi podía sentir su aliento en la cara, que había levantado
para mirarlo—. Amigo. —Quedó hipnotizada por el color de sus ojos, tan
llenos de intensidad en ese momento que el azul se había tornado casi negro
—. Y espero ser padre algún día.
No pudo evitar que el aliento se le escapara de los pulmones cuando le
dio justo donde le dolía. Podría haberle hecho frente a la arrogancia, la
sensualidad o la vanidad.
Pero, ¿cómo hacerle frente a su lado familiar?
—¿Por qué yo? —No preguntaba para pescar cumplidos. Estaba
realmente confundida—. Puedes tener a cualquier mujer del equipo.
Cualquier mujer de la calle. Cualquier mujer de cualquier lugar.
—Eres inteligente. Guapa. Eficiente en tu trabajo. Dedicada a tu
hermana. Tienes un don para hacer puzles y me gustas, Valentina. —Hizo
una pausa antes de añadir—: Y también te deseo. Muchísimo.
Su sinceridad la impresionó. Como también recordar que al menos una
docena de actores le había dicho cosas parecidas a su madre desde que su
padre murió. Y cada vez que ella había cedido, ¿qué le quedaba al final,
además de un alma y un corazón cada vez más rotos?
Valentina se dijo a sí misma que estaba siendo sincera cuando añadió:
—No puedes tenerme.
Porque si era tan estúpida como para salir con Smith, si era aún más
estúpida y se permitía enamorarse de él, eso solo sería la antesala para una
destrucción emocional total y absoluta.
Un ejemplo: en unas semanas Smith y Tatiana rodarían una escena de
sexo. Ya sería bastante duro ver a su hermana desnudarse ante las cámaras.
Y si era tan tonta como para permitir a Smith meterse en su cama y en su
corazón durante el rodaje, ni se imaginaba lo difícil —lo imposible— que
sería estar sentada tranquilamente entre bambalinas y ver cómo Smith
besaba, tocaba y acariciaba a otra mujer. Y menos cuando aún no había
podido olvidar cómo fue estar en sus brazos durante aquellos pocos minutos
en los que hablaban de sus familias frente a la chimenea del salón de su
casa.
Un escalofrío la recorrió mientras se alejaba un paso de la ventana y de
Smith. Cuando sintió que había suficiente distancia entre ellos como para
que su cabeza permaneciera despejada, dijo:
—Tenemos que trabajar juntos durante los próximos meses. No quiero
ponerle las cosas difíciles a nadie en el plató, y menos a mi hermana, si
piensa que tú y yo tenemos algún problema. —Ni lo estaba provocando ni
se estaba haciendo la difícil para que le insistiera cuando preguntó—: ¿No
podemos ser solo amigos?
Por fin pudo sentir su frustración retumbando en la caravana. Ya no
parecía el hombre que lo tenía todo bajo control, como solía ser.
Oh, ¿por qué presenciar esa breve pérdida de control lo hacía aún más
atractivo? ¿Por qué quería volver a verlo, la próxima vez con menos
charla… y más besos?
—Claro que seremos amigos —dijo con una voz suave que la acarició
tan bien como lo hubiera hecho cualquier roce de su mano—. Ya lo somos.
El placer que le produjo aquella afirmación le recorrió, rápido y cálido,
las venas. Por desgracia también lo hizo la decepción instantánea de que se
hubiera rendido a las primeras de cambio. Claro que era lo que ella quería.
Pero era evidente que una parte de ella esperaba algo más.
Pero resultó que tanto su placer como su decepción iban a durar poco,
ya que él la tenía prisionera con su intensa mirada.
—Pero que sea tu amigo no significa que haya dejado de desearte.
Y lo que es peor, pensó mientras él se despedía como si hubiera ganado
un Óscar, eso no hizo que ella dejara de desearlo.
Y cuando Valentina se hundió en la silla del despacho, se dio cuenta
demasiado tarde de la magnitud de su error.
Debería haber cogido a la seducción y al deseo por los cuernos.
La seducción era algo físico, corporal. El deseo habría llevado a dos
personas a pasarlo bien en la cama. Podría haber zanjado el asunto con un
revolcón.
Pero la amistad implicaba poner el corazón.
Mientras enterraba la cabeza entre las manos, lo único que podía pensar
era:
«Tendría que haber sido más lista y haberme acostado directamente con
él».
CAPÍTULO SEIS
A medida que el rodaje iba cogiendo inercia, cada vez tenían que pasar más
horas en el plató. No había escenas de acción que coreografiar y memorizar.
No había efectos digitales que procesar. Tampoco horas de maquillaje o
vestuario.
Pero había emoción.
Smith y Tatiana interpretaban a dos personajes que amaban, perdían y
aprendían a volver a amar, con tanta emoción que solo de verlos actuar
durante una semana Valentina acababa agotada y vacía al final del día.
«¿Cómo lo hacen?», se preguntó por enésima vez.
Y, sin embargo, una parte de ella envidiaba esa libertad de gritar, reír,
llorar y amar, en un mismo día de trabajo. Porque a pesar de su duro trabajo
en el plató, Tatiana siempre se quitaba de encima las duras emociones a los
pocos minutos de que el director dijera “¡Corten!”, como si el trabajo fuera
una sesión de terapia de la que saliera renovada.
En las últimas semanas, Valentina había tenido que recurrir cada vez
más a su propio proyecto secreto como forma de lidiar con esos
sentimientos que la agitaban por dentro. Tatiana era la única que sabía
acerca del guión que escribía, sobre una escritora que un día se despierta y
se encuentra viviendo la historia que estaba escribiendo… incluso
enamorándose del protagonista ficticio que había creado.
Tatiana llevaba meses intentando convencerla de que lo enviara a
algunos de sus contactos. Pero aunque Valentina sabía que era el paso
lógico en la carrera de Hollywood para alguien a quien le gustaban las
historias pero no el protagonismo, también sabía que su guión no estaba
listo del todo. Curiosamente, fue después de repasar de cabo a rabo el guión
de Smith con Tatiana al menos unas doce veces cuando se dio cuenta por fin
de dónde su propio trabajo hacía aguas. Y sabía que los cambios que estaba
haciendo eran buenos. Muy buenos. Porque había tenido la suerte de
aprender de Smith qué era importante para hacer una película emotiva e
impactante de verdad.
Y mientras estaba sentada con el equipo de producción y veía a Smith
interpretar su papel de hombre de negocios duro y poderoso, aunque
perturbado y culpable, se le hizo un nudo en el pecho. Cuando la película se
estrenara en los cines, el público vería cada una de sus emociones en los
ojos, la posición de la boca y las arrugas en la frente. Y sabrían sin lugar a
dudas que la imagen de esa chica de la calle a la que empujó y pisoteó lo
atormentaba cada día más y más.

Una y otra vez volvía a esa esquina de Union Square para buscarla y
ver si la encontraba. En más de una ocasión, mientras esperaba en medio
de la ajetreada multitud, había recibido una llamada de un hermano. De
una hermana. De su madre. Pero nunca la cogía.
Al igual que la joven no había vuelto nunca más por allí.
Con el paso de los meses, sus hombros seguían siendo igual de anchos,
su rostro igual de apuesto y su empresa más rentable que nunca. Pero
sentía su vida más y más vacía, con incontables rollos de una noche y
fiestas salvajes con conocidos y colegas que no le aportaban nada. En esas
horas que le quedaban entre las mujeres que no le importaban y el trabajo
que parecía importarle igual de poco, se machacaba aún más saliendo a
correr a las cinco de la mañana y nadando a medianoche.
Y ni aun así podía olvidar los ojos de la chica.
O lo que le había gritado antes de huir.
Hasta que al fin la encontró trabajando en una cafetería. Primero vio
las mechas rosa de su pelo, más oscuras tantos meses después, y luego su
cara, aún más bonita de lo que recordaba.
Una montaña rusa de emociones recorrió el rostro del empresario.
Alivio. Esperanza. Junto con una resolución inamovible e imparable.
Estaba atendiendo a un cliente y, a diferencia del día en que chocó con
ella en la calle, que estaba tan pálida, ahora su piel resplandecía y su pelo
brillaba. Por un momento, la boca del hombre empezó a esbozar una
sonrisa. La primera de verdad en mucho, mucho tiempo.
Fue entonces cuando la chica se movió, apartándose de la caja
registradora… y pudo ver su vientre.
Un abultadísimo vientre de embarazada.
Ahora era él quien estaba pálido, ya que su bronceada piel había
perdido todo el color. Tuvo que aferrarse al respaldo de una silla para
mantener el equilibrio, y más de un cliente lo miró preocupado cuando se
detuvo en seco en medio de la cafetería.
Enseguida calculó que ya estaría embarazada cuando la arrolló… y
que su pie había aterrizado con fuerza sobre su estómago.
Le subió la bilis a la garganta por lo que podría haberle pasado aquel
día, a ella y a la vida que albergaba en su interior.
Se llevó las manos a su vientre y cerró los ojos durante una fracción de
segundo. Podría haber perdido al bebé por su culpa.
Había muchísimas cosas que tenía que compensarle a un montón de
gente. Pero por el momento, ella sería su único objetivo.
La compensaría.
La protegería a ella y al bebé.
Y se aseguraría de que nadie volviera a hacerle daño.
Estaba avanzando hacia ella cuando se rió de algo que dijo un
compañero. Volvió a sentir un golpe, pero esta vez más arriba del
estómago.
Directo al corazón.
Justo en ese momento ella también lo vio y, cuando sus miradas se
encontraron, su piel resplandeciente palideció. Se olvidó del vaso que tenía
en la mano y se alejó de él mientras el cartón se le escurría de los dedos y
la leche humeante caía al suelo y salpicaba sus zapatos y pantalones.
Fue como si el cálido chorro de líquido la devolviera a la vida. Con una
sonrisa enérgica que no se reflejó en sus ojos tranquilizó a sus compañeros,
que se acercaron a comprobar que no se hubiera quemado, y cogió una
fregona cercana para limpiar el desastre.
El hombre de negocios se acercó y se quedó en silencio detrás de la
barra, observando cómo terminaba de fregar con calma y guardaba los
productos de limpieza. Sus manos eran firmes mientras se las lavaba en el
fregadero.
Por fin se volvió hacia él, con la barbilla levantada y sus hermosos ojos
entornados.:
—¿Qué va a tomar hoy el señor?
Durante meses la había considerado frágil. Pero en ese momento
percibió toda su fuerza: en parte por el gesto de su boca mientras esperaba
una respuesta, en parte por lo bien que llevaba al niño en su vientre.
Los ayudaría a ambos. Pasara lo que pasara.
—Me gustaría hablar contigo.
Su boca se tensó, y ese destello de furia que tan bien recordaba volvió a
sus ojos cuando respondió:
—Este mes tenemos un tueste especial de Jamaica, por si quiere
probarlo.
Asintió con la cabeza.
—Vale. —Pero aunque el alivio empezaba a aflojar sus hombros,
añadió—: Esperaré aquí hasta tu próximo descanso.
Una poco disimulada irritación dominó sus movimientos los siguientes
treinta minutos. Suspiró mientras se desataba el delantal. Su larga blusa de
algodón flotaba sobre su vientre, haciéndola parecer aún más joven.
Sabía que ese hombre la estaba esperando, pero no tenía intención de
tratar con él. Aunque tenía que reconocer que sentía curiosidad por saber
de qué querría hablar con ella. Y sobre todo porque ahora le resultaba
incluso más guapo que aquel aciago día en que la empujó en la acera y la
pisó.
Ella no le debía nada.
Se dio la vuelta y desapareció en la estrecha zona trasera donde
estaban las taquillas de los empleados. Lo último que esperaba era que el
hombre entrara por la puerta un momento después.
Tratando de ignorar los latidos de su acelerado corazón, dijo:
—Aquí solo pueden estar los empleados.
—Seguro que Joe no tendría problema en hacer una excepción
conmigo. —Ante su mirada confusa, explicó—: Mi empresa financió la
expansión de la cadena.
—Vale —dijo ella, imitando el tono que había empleado antes, cuando
pidió un café que no quería. Como no quería alargar la situación, preguntó
a bocajarro—: ¿Qué quieres?
En lugar de darle una respuesta directa, dirigió la mirada a su vientre.
Ella apenas pudo resistir el impulso de cubrírselo con ambas manos.
—Estás embarazada.
—Obviamente —respondió con un resoplido.
La mueca de dolor del hombre vino y se fue tan rápido que casi pensó
que se la había imaginado.
—¿Estás…? —Se sorprendió al verlo vacilar, aunque fuera una
fracción de segundo—. ¿Va todo bien con el bebé?
—Sí, el bebé está perfecto.
—¿Dónde vives?
Ella le lanzó una mirada que decía claramente que pensaba que estaba
loco.
—Ni siquiera sabes mi nombre. ¿De verdad crees que voy a decirte
dónde vivo?
—Jo. —Sus ojos se abrieron de par en par antes de que él le recordara
—: Había una placa con tu nombre en el delantal. —Y luego añadió—: Yo
soy Graham.
Miró el reloj barato que llevaba en la muñeca:
—Mi descanso está a punto de terminar y el bebé está sentado en mi
vejiga, así que tengo unos treinta segundos para ir al baño antes de volver
a la caja.
Si esperaba que le incomodara oírla hablar de funciones fisiológicas, o
que iba a darse por vencido y marcharse, se llevó una decepción. Pero
tenía que ir al baño de todos modos. Después de haber hecho sus
necesidades y lavarse las manos se miró en el espejo, repasando con la
mente lo que tenía que decirle a aquel hombre. A Graham.
Respiró hondo para prepararse y entró en la trastienda, donde sabía
que la estaría esperando.
Era demasiado grande para un sitio tan pequeño.
Y puñeteramente guapo para su tranquilidad.
—Estoy bien. —Separó las manos de su cuerpo para que pudiera verla
bien a ella y a su enorme barriga—. Ese día en la calle, lo que pasó fue un
accidente. —Uno que la había enfurecido hasta el punto de gritarle a un
extraño—. No debí perder los papeles contigo. —Él la observaba en
silencio—. Ahora, si hemos terminado de revivir todo eso, tengo que volver
al trabajo.
Pero cuando intentó pasar a su lado, él le dijo:
—Tengo un piso de dos dormitorios que no he podido alquilar. Está en
un buen barrio y una de las mujeres del edificio tiene una pequeña
guardería en la planta baja.
No tenía ni idea de lo que el hombre le diría, pero eso no se lo esperaba
para nada.
—Ya tengo un apartamento.
En un barrio de mala muerte, donde sinceramente no le gustaba la idea
de tener un recién nacido.
—Por favor, Jo, déjame hacer esto por ti.
Se lo había pedido por favor, pero aún así pudo oír la firmeza en sus
palabras indicándole que no aceptaría un no por respuesta.
Pero ella tenía tanta firmeza como él.
—Gracias por la oferta, pero tendrás que encontrar otro inquilino.
Salió y volvió al trabajo, sabiendo que su victoria era solo temporal…
porque las probabilidades de que un hombre tan decidido como Graham
aceptara un no por respuesta eran casi nulas.

Cuando las cámaras dejaron de rodar, Valentina se dio cuenta de que


tenía la cara húmeda. Lo que estaba viendo no era real, pero incluso
rodeada de luces y cámaras era casi imposible no dejarse llevar.
Subrepticiamente, inclinó la cabeza y se secó las lágrimas con la punta
de dos dedos, recordándose a sí misma que no debía sentirse como una
tonta por dejarse llevar por la emoción de la escena. Al fin y al cabo, nadie
le prestaba atención y estaban filmando una historia preciosa.
Pero cuando levantó la cabeza, vio que estaba equivocada.
Smith estaba prestando atención… y sus ojos estaban llenos de algo tan
dulce que no pudo contener la respuesta de su cuerpo ante nada más que
una simple mirada.
Había pasado más de una semana desde que él fuera a buscarla a su
despacho y la sorprendiera diciéndole a George por teléfono cosas
embarazosas sobre meterse en sus bragas o quitárselas. Durante los
primeros días después de la conversación, había estado nerviosa
anticipando cuál sería el siguiente movimiento de Smith.
Pero a medida que pasaban los días, estaba cada vez más segura de que,
a pesar de que le había dicho que no se rendiría, parecía que al final había
decidido respetar su negativa a salir con él.
Y estaba satisfecha por ello. Al menos intentaba estarlo, aunque fuera
por el simple hecho de que debía alegrarse de que su interés hubiera llegado
y desaparecido tan rápido. Eso quería decir que podía relajarse y enfocarse
en lo importante, su hermana, y no en un hombre demasiado seductor y
atractivo.
Una hora más tarde, después de comprobar que su hermana tenía todo lo
necesario para la sesión fotográfica de la mañana siguiente para la revista
Elle, Valentina bostezó y se dirigió a su despacho para coger el portátil.
Tatiana no era la única que tenía que estar en la playa al amanecer del día
siguiente para la sesión. Por suerte nadie iba a fotografiarla a ella, por lo
que esa noche podría pasar unas cuantas horas más detrás del ordenador en
casa sin que nadie le echara en cara por la mañana que tenía ojeras.
Abrió la puerta de su oficina y un aroma fresco y delicado fue lo
primero que percibió.
Había un perfecto lirio del valle sobre su portátil. Las florecillas blancas
que recorrían el tallo eran tan hermosas que se le cortó la respiración.
No había ninguna nota adjunta… pero eso no le impidió comprender
que no había sido olvidada en absoluto, pues estaba casi segura de que la
flor venía del jardín de Smith.
Y a juzgar por el tallo arrancado, no cortado, y porque un par de flores
de abajo hubieran sido levemente dañadas por unas manos grandes, él
mismo las había cogido para ella.
Jo, la protagonista de Gravity, soñaba con tener una floristería, y en la
película de Smith había suficiente lenguaje floral como para que Valentina
conociera el significado de esa flor en particular.
Dulzura.
No se molestó en intentar convencerse de que Smith le había regalado
una flor cualquiera. No, ya se había mentido demasiado a sí misma
últimamente, y estaba demasiado cansada para seguir haciéndolo.
Smith sabía muy bien lo que se hacía, y esa certeza le hizo sentir un
frágil calor en el pecho. Podría haberle enviado cualquier mensaje en ese
idioma, podría haberle regalado una rosa amarilla de amistad o una rosa
roja de deseo. Incluso, tal vez, una impatiens de pétalos rojos para darle a
entender que él también estaba perdiendo la paciencia.
En cambio, le había regalado una flor con un significado muy diferente
acerca de esperanzas y sueños que ella nunca había pensado dejar que se
hicieran realidad.
Sin duda, lo mejor y más seguro a largo plazo sería tirar la flor a la
basura y dejar que el equipo nocturno de limpieza se la llevara.
Con cuidado, Valentina la levantó e inhaló profundamente. Nadie le
había regalado nunca una flor.
Y no podía tirar algo tan hermoso.
CAPÍTULO SIETE
Al día siguiente, tras la sesión de fotos de Tatiana, Valentina cogió un avión
a Los Ángeles para reunirse con George y la empresa japonesa de perfumes
para ultimar los detalles del próximo viaje de su hermana a Asia.
George no cejaba en su empeño de meter cuña con Smith pero, al ver
que ella estaba demasiado reacia como para morder el anzuelo, lo dejó y se
centró en los negocios. De pronto habían pasado cuatro horas y, cuando ella
se levantó para recoger sus papeles y regresar al aeropuerto, George le puso
un brazo encima mientras caminaban hacia la berlina de lujo que la llevaría
al aeropuerto.
—Me han llegado unas noticias fantásticas desde el set de grabación.
—Tatiana lo está bordando en la película, George. Sin duda, será el gran
papel que impulsará su carrera —Con una sonrisa, añadió—: Prepárate para
tener aún más trabajo.
—Pues me da la impresión de que tú ya estás trabajando demasiado.
—Es que anoche no dormí lo suficiente —replicó ella.
Él levantó las cejas:
—¿Acaso está pasando algo entre cierto actor guaperas… y mi mánager
favorita?
—¡Para nada! —saltó Valentina, con demasiada pasión.
—Mientes fatal, Val.
—He andado con pies de plomo para no incitarlo, pero él…
Cerró la boca al darse cuenta, tarde, de que acababa de confirmar las
sospechas de George.
—Si me preguntas, tengo claro que tendrías que incitarle. Yo ni me lo
plantearía.
Tenía miedo de volver a abrir la boca, quién sabe qué más sería capaz
de confesar.
—Has hecho un gran trabajo educando a Tatiana —dijo con ternura—.
Tanto que se ha convertido en una estrella de cine extraordinaria, bondadosa
y perseverante. —George era de las pocas personas que conocía su
situación familiar—. Pero ahora es momento de cuidar de ti misma.
No podía admitir lo descolocada que le hacían sentir sus palabras.
Gestionar la carrera de su hermana no le suponía un sacrificio, ni mucho
menos. Además, últimamente su cerebro estaba cogiendo la fea costumbre
de buscarle un significado oculto a los sutiles mensajes de Smith, como su
risa, esa mirada intensa que siempre parecía fijarse en ella en medio de la
multitud o la cordialidad con que trataba a todo el mundo en el plató, desde
el operador de cámara hasta el personal de limpieza.
—A decir verdad —dijo con lentitud—, he estado dedicándome algo de
tiempo. —Respiró hondo antes de agregar—: He escrito un guión. Y… —
Oh, iba a ser más difícil de lo que creía. Pensaba que no le temía al rechazo,
pero quizás no era así. O quizás solo un poco.
—¿Y? —Podía oír la emoción apenas reprimida en la voz de George.
Le sonrió a su amigo:
—Me gustaría que lo leyeras.
—¡Por fin! —Aplaudió como un niño feliz.
—¿Cómo que por fin? —preguntó ella enarcando una ceja.
—Tatiana me ha hecho guardar el secreto, y me matará si se entera de
que te he dicho que me lo contó. —La miró con ojos de cachorrito—. Por
favor, no le digas que la he cagado. Además, me lo dijo porque te quiere.
Dice que es espectacular. —No perdió el tiempo y preguntó—: ¿Lo tienes
aquí?
Valentina se dio cuenta de que en cuanto le diera el guión a George la
bola empezaría a rodar, estuviera preparada o no.
Recordándose a sí misma que si se lo había contado era porque por fin
creía que estaba listo, dijo:
—Te lo enviaré en cuanto vuelva a casa. —Cerró el bolso de piel con un
chasquido y estampó un beso en la mejilla de George antes de deslizarse en
el asiento trasero del coche que la llevaría al aeropuerto—. Y gracias por
ser siempre tan buen amigo.
Por suerte, estaba demasiado cansada durante el vuelo de vuelta a San
Francisco como para preocuparse demasiado por sus sentimientos
encontrados por Smith o por lanzar su guión al mundo. Estaba al límite de
sus fuerzas cuando por fin llegó a casa, se desnudó y se obligó a enviar el
guión a George antes de acostarse.
A la mañana siguiente, se permitió dormir hasta el último segundo y se
sentía mucho mejor cuando entró en el plató. Le gruñía el estómago, y sabía
que estaría de mal humor sin su dosis matutina de azúcar, pero al haber
perdido medio día viajando tenía que ponerse manos a la obra con los
asuntos prioritarios antes de pasar por el catering para comer algo.
Cada vez le pasaba con más frecuencia eso de que treinta minutos con el
correo y el teléfono acabaran convirtiéndose en tres horas, por lo que tenía
que saltarse el desayuno. Con el proyecto de la fragancia japonesa en la
exigente fase final de planificación, tenía la sensación de que sería una de
esas mañanas extenuantes. Estaba tan concentrada en los asuntos de su lista
mental de tareas pendientes que ya llevaba un rato detrás del ordenador
cuando se dio cuenta de que había un plato y una taza en su mesa.
Su estómago rugió en respuesta inmediata al esponjoso bollo de canela
glaseado que reposaba sobre un hermoso plato verde hecho a mano. Se dijo
a sí misma que nadie sería capaz de resistirse a aquel desayuno, sobre todo
cuando estaba tan bien presentado, de modo que arrancó un trozo y se lo
metió en la boca.
Sus ojos se cerraron cuando el efecto del azúcar, combinado a la
perfección con la canela, le llegó a la lengua, y un leve gemido de placer
escapó de sus labios. Era excesivo. Rebosante de calorías vacías.
Y justo lo que necesitaba.
No entendía cómo había pasado por alto el aroma del café recién hecho,
pero cuando cogió la taza aún estaba caliente y se lo bebió con avidez.
Admiró la belleza del lirio del valle que había puesto en un jarrón de cristal
soplado que encontró en la cocina la noche anterior.
Cuando soltó la taza, al fin vio la nota:

Valentina,
El color del plato y la taza me han hecho pensar en el verde de tus
ojos avellana. Ayer eché de menos verlos —y verte— en el plató.
Disfruta el desayuno.
Smith

Valentina se quedó mirando la nota un buen rato antes de doblarla con


cuidado y guardarla en el bolso. Y luego se comió hasta la última miga del
bollo de canela con más placer del que se había permitido desde que tenía
memoria.

***

Cuando Valentina salió por fin de su despacho para dar las gracias a Smith
por la flor y el desayuno, se sintió frustrada —y más que aliviada— al
recordar que estaría en una reunión fuera del estudio con los inversores. No
tenía por qué compartir ese tipo de detalles con ella y con Tatiana, pero era
evidente que creía que un equipo bien informado funcionaba mejor que uno
que no se enteraba de nada. Era otro factor que lo diferenciaba de los
demás.
—¡Cariño! —Valentina se giró sorprendida y vio a su hermosa madre
caminando hacia ella con los brazos extendidos. Aunque era unos quince
centímetros más alta que Ava Landon y hacía mucho tiempo que no era una
niña, cuando Valentina se sumergió en ese abrazo materno y el aire se cargó
de su caro perfume, de repente se sintió veinte años más joven—. Qué
contenta estoy de haber podido venir. Sabes cuánto me gusta venir al set.
Quería tanto a su madre que por un momento se olvidó de que debía
desconfiar de los motivos detrás de su repentina visita a San Francisco.
—Estás estupenda, mamá.
Ava Landon se iluminó, como siempre hacía ante un cumplido, antes de
volver la mirada hacia su hija.
—Has adelgazado. Te sacas más partido con la figura más llena.
Valentina ahogó un suspiro.
—Creo que Tatiana tiene un pequeño descanso antes de que vuelvan a
llamarla al plató. Te llevaré a su caravana.
Pero su madre miraba por encima de su hombro:
—¡Estoy aquí, cariño! —Un hombre apuesto, no mucho mayor que
Valentina, caminaba hacia ellas. Su madre se acercó y le dijo al oído—: ¿A
que es guapísimo? Estoy loquita de amor por él.
Esquivando la vergüenza ajena por el uso indiscriminado que su madre
hacía de la palabra amor, y contenta de que la pregunta fuese claramente
retórica, Valentina estrechó la mano del hombre mientras su madre hacía las
presentaciones:
—David, esta es mi hija mayor, Val.
Valentina vio un atisbo de sorpresa en sus ojos por lo diferente que
parecía de su madre y su hermana.
—Val, David es el actor con más talento del mundo.
Valentina sintió que sus labios se apretaban cuando la desconfianza que
había olvidado por unos momentos la asaltó con una fuerte sacudida.
¿Acaso su madre no recordaba el “profundo amor” que había sentido por la
última docena de actores que habían precedido a David?
¿Y cómo era capaz de enamorarse tan fácilmente de alguien… o de
engañarse a sí misma confundiendo la desesperación y el doloroso anhelo
de tener algo real y duradero con el amor?
—Estupendo —dijo Valentina con una sonrisa para David.
Se le rompería el corazón cuando él se lo rompiera a su madre, como
siempre le había pasado con todos esos guapos actores, pero había
aprendido tiempo atrás que era inútil intentar protegerla de los hombres con
los que salía. Al menos David no parecía ser de los que intentaría tocarle el
culo en cuanto su madre se diera la vuelta.
Valentina quería sentir gratitud por esas pequeñas bendiciones.
Tenía un día muy ajetreado por delante, y con esa visita sorpresa, se le
sumaba el tener que asegurarse de que los planes de su madre para impulsar
la carrera de actor de David no molestaran a nadie en el plató. Gracias a
Dios, Smith estaría fuera toda la tarde. Habría sido un desastre si no…
—Buenas tardes, Valentina.
Se habría quejado de su terrible suerte, de no ser por la forma en que la
voz grave y cálida de Smith siempre le afectaba. En menos de un
milisegundo, la expectación —y una oleada de deseo que la invadió a pesar
de que nunca podría actuar en consecuencia— acabaron con su cautela.
Se sorprendió al comprobar que su cabeza no podía lidiar con Smith y
cualquier otra cosa a la vez.
—Smith. —Le gustaba demasiado pronunciar su nombre, y la sensación
que le provocaba en los labios—. Me gustaría presentarte a mi madre.
Él sonrió al coger la mano de su madre y estamparle un beso en el
dorso. Y cuando le dijo “Tiene usted dos hijas extraordinarias, señora
Landon” su madre casi chilló de alegría.
—Llámeme Ava —dijo con esa voz susurrante que siempre usaba con
los hombres guapos. Con todos los hombres, en realidad—. Su madre
tampoco lo hizo nada mal, señor Sullivan.
Él se limitó a contestar:
—Por favor, llámame Smith.
Pero su madre no dejaba de mirar en dirección a David con ojos
expectantes, y al fin le dijo:
—Este es David. —Y Valentina sabía que reventaría si no añadía—: Es
actor.
La expresión de Smith era tan amistosa como lo había sido desde el
momento en que se acercó a ellos:
—Encantado de conocerte —le dijo al otro hombre con un apretón de
manos.
—Soy un gran admirador tuyo —respondió David, y Valentina tuvo que
reconocer que parecía sincero, que no lo decía para adular a la gran estrella
de cine con la esperanza de que su enchufe le consiguiera un trabajo.
—Gracias —dijo Smith con genuina gratitud antes de volver a centrarse
en Valentina—. Espero que no te importe que os acompañe si vais a saludar
a Tatiana.
Lo dijo como si a alguien se le ocurriera rechazar su compañía, y por
supuesto su madre le enhebró un brazo, y su manicura perfecta y cuidada
hacía un contraste de femineidad absoluta con la piel bronceada de él.
—Con mucho gusto, Smith. Siempre es un placer conocer a los
compañeros de reparto de mi hija. Háblame de ti.
Y mientras su madre se lo llevaba a rastras, Valentina se sintió a la vez
mortificada y agradecida de que él estuviese allí para ayudarla a lidiar con
la única persona que siempre lograba enredarla y buscarle las vueltas para
salirse con la suya, por mucho que se esforzara por mantenerse firme.

***

—Lo siento —le dijo Valentina a Smith cuando Ava Landon y su novio se
hubieron marchado—. Mi madre no tiene malas intenciones. Pero cuando
está con uno de esos tipos, a veces se le olvida pensar en los demás. Es
como si no pudiese ver más allá.
Al escuchar “a veces”, “se le olvida”, “como si no pudiese”, supo que
esos calificativos eran muy amables por parte de Valentina. Su madre era
una buena mujer y estaba claro que quería a sus hijas. Pero se daba cuenta
de que también les había hecho daño. Sobre todo a Valentina.
La necesidad de reconfortarla le hizo estirar la mano para acariciarle la
mejilla, deslizar los dedos bajo la barbilla e inclinar la cara hacia la suya.
Su piel era suave. Increíblemente suave. Una vez más, Smith se
sorprendió de lo mucho que la deseaba.
Nunca había dejado que una mujer lo distrajera del trabajo, y nunca
había tenido problemas para manejarse con una mujer dentro de los límites
que él mismo establecía. Y le convenía menos que nunca en ese momento
en el que estaba al mando de su propia película, era demasiado importante
como para permitirse perder la concentración por una mujer. Sin embargo, a
pesar de los sensatos recordatorios que resonaban en su cabeza —“No
tienes tiempo para esto. Para ella. Para nada que no sea hacer esta
película”—, bastaba solo una mirada, una sonrisa o sentir la suavidad de su
piel contra la yema de los dedos para desearla.
—Tu madre te adora. Y tú a ella. Es evidente, aunque vuestra relación
no sea perfecta. —Siguió acariciándole con el pulgar la suave piel de la
mandíbula mientras sus labios se abrían, ligeramente sorprendida por sus
palabras—. Tenías razón cuando dijiste que el amor no debería ser un
campo de batalla. Pero he visto que cuando llega la persona adecuada el
amor se vuelve fácil. Dulce. Y perfecto.
Nunca había deseado tanto besar a nadie como en aquel momento. Con
un beso ardiente le bastaría para hacerle olvidar la visita de su madre, y casi
le sirvió de excusa para hacerlo.
Pero nunca la había visto tan vulnerable, como si esa armadura que con
tanto cuidado se ponía cada mañana antes de ir al plató se hubiera roto en
pedazos de un plumazo con la inesperada visita.
Aprovecharse de esa vulnerabilidad sería lo más fácil del mundo.
Fácil… pero deshonesto.
Por suerte, Smith ya conocía a Valentina lo suficiente como para saber
que, del mismo modo que un beso la habría ayudado a olvidar sus agitados
sentimientos por la relación con su madre, el trabajo también provocaría ese
efecto.
—¿Tienes unos minutos para hablar de una propuesta que acaba de
llegar para una sesión de fotos con Tatiana y conmigo?
Parpadeó confundida durante unos segundos, claramente sorprendida
por el brusco cambio de conversación. Pero cuando volvió a parpadear ya
era esa mujer profesional, fría y serena que vio en su primer encuentro
meses atrás y que no había podido olvidar.
—Por supuesto. Cuéntame los detalles.
Estaba tan centrado en distraerla de los pensamientos acerca de su
madre que, demasiado tarde, se dio cuenta de que quizás no había elegido el
mejor tema para hablar con ella. Por otra parte, tal vez su reacción acabara
diciéndole más sobre sus verdaderos sentimientos de lo que estaba
dispuesta a admitirle a la cara.
—Quieren que interpretemos a nuestros personajes, con la misma ropa,
maquillaje e incluso los accesorios de la película.
—Me parece bien —dijo ella, y era evidente que se preguntaba por qué
sentía la necesidad urgente de hablar del tema justo en ese momento—.
¿Algún otro detalle?
Intentó mantener un tono de voz tranquilo mientras le explicaba:
—El editor quiere profundizar en el enfoque de los personajes como
pareja.
Estuvo seguro de haber percibido un titubeo por su parte justo antes de
que preguntara:
—¿Y cómo de profundo sería ese enfoque?
—Quieren captar la conexión íntima de la pareja.
Se detuvo en medio del plató, de nuevo esa feroz protectora de mejillas
encendidas apareció en escena y dijo:
—No estoy de acuerdo con que disfracen a Tatiana de Lolita para
hacerle fotos.
Smith quiso suavizar las líneas duras de las comisuras de sus labios. No
con los dedos, sino con la boca. Con un beso sanador y excitante a la vez.
«Y pronto, maldita sea». Necesitaba que ocurriera o perdería
completamente la cabeza de deseo.
—Yo tampoco lo estoy pero, por la conversación que mantuve con el
editor, creo que su objetivo es resaltar los elementos románticos, no los
sexuales. Y esa es la dirección en la que yo también les estoy insistiendo:
centrarse en el romance, no en el sexo. Ya vemos suficiente erotismo a
diario en las revistas y la televisión. Darle un enfoque romántico sería más
original.
Smith observó cómo se movía su larga y suave garganta al tragar.
—Romance. —La palabra salió de sus labios con incredulidad y anhelo
a partes iguales—. Eso suena…
Sus palabras volvieron a titubear como un momento antes, no porque le
preocupara que fotografiaran a su hermana ligera de ropa sino, o al menos
eso esperaba, porque no le gustaba la imagen de su hermana en plan
romántico con él. Y solo había un motivo por el que podría molestarle: que
lo quisiera solo para ella.
Al fin logró enunciar una respuesta:
—Vais a salir muy bien juntos en la revista.
Por desgracia, aunque se alegraba de comprobar que no era tan inmune
a él como intentaba aparentar, odiaba hacerle daño.
—Valentina, si tienes reservas al respecto, tienes que decírmelo.
Pero ya había dejado de lado a la mujer emocional que había en ella y
había vuelto al modo profesional.
—Creo que la sesión de fotos es una idea estupenda. Cuando la gente la
vea correrá a los cines para veros a los dos en la pantalla. Y no saldrán
decepcionados. —Se dio la vuelta para volver a su caravana. Pero entonces
se detuvo y volvió a mirarle—. Gracias por ser tan amable con mi madre y
su novio.
La frustración lo carcomía mientras la dejaba volver a su despacho,
subir las escaleras y cerrar la puerta tras de sí. Hacía mucho, mucho tiempo
que Smith conseguía todo lo que quería, justo cuando lo quería. No solo por
ser una estrella de cine. No solo por estar forrado y poder comprar lo que
quisiera.
Sino por ser quien siempre había sido.
Smith sabía cómo centrarse, cómo canalizar hasta la última pizca de su
energía en su trabajo. Por primera vez, aunque el momento no podía ser
peor, se planteaba centrarse en una mujer.
Maldita sea, ¿a quién quería engañar? Lo que le impulsaba era una
necesidad primaria, no una decisión lógica. Porque la verdad era que
deseaba tanto a Valentina que el deseo y la necesidad lo desgarraba por
dentro. Y esa necesidad solo empeoraba por la certeza de que ya podría
haberla tomado, podría haberla desnudado con facilidad y bajado al
pequeño sofá de cuero bajo la ventana de su despacho para darle placer.
En otro momento de su vida su hermoso cuerpo le habría bastado. Y
cuando era más joven, habría creído que la forma más fácil de hacer frente a
esa necesidad sería utilizar su encanto y apariencia para convencerla de
tener una aventura ardiente que durara tanto como el rodaje.
Pero algo le decía que no le bastaría con destapar esa sensualidad. No
solo porque alimentaría su necesidad de saber más acerca de ella… sino
también porque sabía que si se arriesgaba a tocar solo su cuerpo, ella le
negaría su corazón por completo.
«¿Qué diablos me está pasando?».
Se pasó una mano por el pelo mientras sacaba el móvil del bolsillo con
la otra. Pulsó la marcación rápida en el número que encabezaba su lista. Al
oír la voz de su madre volvió a sonreír:
—Hola, mamá.
—Smith, cariño, ¿cómo estás?
—La película va bien.
—Me alegro de escucharlo. —Hizo una breve pausa, y supo que no se
había dejado engañar por la respuesta sobre la película pero no sobre sí
mismo—. ¿Y cómo va todo lo demás?
Desde que tenía uso de razón, Mary Sullivan había tenido un radar muy
preciso cuando algo le pasaba a alguno de sus hijos. Nunca les sonsacaba ni
les insistía, pero siempre estaba ahí cuando al fin estaban preparados para
pedir ayuda y consejo. Smith sabía que la estaba llamando porque ya era
hora de que admitiera que sabía exactamente lo que le estaba pasando.
—Hay una mujer.
—Algo me han dicho —dijo su madre en un tono tierno—. Marcus y
Nicola me han contado que Valentina es muy bonita. Y muy dulce, también.
La mente de Smith rememoró las lágrimas en las mejillas de Valentina
durante el rodaje del día anterior. Había estado tan conmovida por la
historia de amor que él había escrito que la dulzura de su respuesta le llegó
al corazón. Por eso le había regalado la flor y el bollo de canela, porque
ambos eran dulces y le recordaban a ella.
—Es dulce —le confirmó a su madre—. Y guapa, inteligente y fuerte.
—Exhaló un fuerte suspiro—. Pero no quiere salir conmigo.
Por Dios, era como volver a tener quince años y abrirle su corazón
mientras comía las galletas de chocolate de su madre en la cocina. Smith
adoraba a sus hermanos y hermanas, pero solo con su madre había logrado
admitir alguna vez lo difícil que le resultaba a veces el peso de la fama,
sobre todo cuando llegó a un punto en el que ya no podía ir donde quería
sin que sus movimientos fuesen observados con lupa. Había tardado años
en aprender a lidiar con ello, y en encontrar la manera de vivir su vida
según sus propios términos al mismo tiempo que tenía en cuenta las
exigencias de los fans y de los medios de comunicación. Igual que ese día:
cuando necesitaba hablar con alguien, Mary Sullivan era la única persona a
la que se le ocurría llamar.
—¿Te ha dicho por qué?
—No se fía de los actores. —Tuvo que admitir—: Y no la culpo. Hay
mucha escoria en el gremio.
—Lleváis trabajando juntos en la película el tiempo suficiente como
para que sepa que no eres uno de esos —dijo su madre con total seguridad
—. Pero a veces resulta más fácil excusarnos y decir que no necesitamos
amor en nuestras vidas que admitir cuánto lo anhelamos.
De repente, Smith se dio cuenta de lo parecida que era la situación entre
Valentina y él a la relación entre Jo y Graham en la película. En Gravity,
ambos protagonistas estaban convencidos de que el amor era complicado,
cuando la verdad era que el amor debería ser lo más fácil del mundo.
Él había escrito la puñetera película, y sin embargo necesitó que su
madre le señalara lo obvio: si no podía luchar contra la fuerza de la
gravedad —y contra una atracción que le dejaba sin aliento—, entonces
había llegado el momento de dejarse llevar por ella.
—¿Te he dicho últimamente lo brillante que eres? —preguntó Smith.
—Tú también —respondió, y pudo oír entonces una sonrisa en su voz
—. Eres uno de los hombres más inteligentes que conozco. Tan listo como
para reconocer algo bueno cuando lo ves y hacer lo que haga falta para no
dejarlo escapar. —Y agregó con una seriedad poco habitual en su madre—:
Y si resulta que es ella, pase lo que pase, recuerda por qué luchas, aunque a
veces parezca que eres el único que lo hace.
Durante siete décadas su madre había adquirido sabiduría: dos de ellas
con un marido al que había amado con locura, y cuatro como la sólida base
de la vida de sus ocho hijos. Smith había aprendido de ella todo lo
importante y, más aún después de ver a Valentina y Tatiana con su madre, ni
por un segundo dejaría de admirar a Mary Sullivan.
—Sabes cuánto te quiero, ¿verdad, mamá?
—Claro que sí, cariño —dijo con una voz un poco más emocionada—,
lo sé. Pero siempre es bonito escucharlo.
CAPÍTULO OCHO
Valentina se despertó con el mismo nudo en el estómago con el que se había
acostado. La idea de que Smith y su hermana se hicieran unas fotos
“románticas” para una revista —a pesar de que estarían interpretando sus
papeles, con vestuario y todo— le había afectado tanto que se marchó sin
darle las gracias por la flor y el desayuno. Y eso sin contar con el nada
profesional miniataque de pánico por la visita de su madre.
Apoyó la cabeza en las manos sentada a un lado de la cama. Siempre
había sido capaz de alejar ese tipo de sentimientos. ¿Por qué le costaba
tanto hacerlo en esa ocasión?
¿Y por qué tenía la sensación de que la respuesta llevaba escrito el
nombre de Smith?
Peor aún, ¿por qué empezaba a sentir que él podría ser también la cura
para sus emociones contradictorias?
Con precisión milimétrica se duchó, cepilló los dientes, secó el pelo,
maquilló y puso uno de sus trajes. Pasara lo que pasara ese día, sería toda
una profesional. Y mantendría sus emociones fuera del plató y lejos de
Smith Sullivan.
Una vez en el set de filmación se dirigió a su despacho para dejar el
bolso, y pensaba darse la vuelta para por fin dar las gracias a Smith por la
flor y el desayuno cuando encontró algo nuevo en su mesa.
Tal vez debería haber estado preparada. Al fin y al cabo, era la tercera
mañana consecutiva que Smith le dejaba algo especial para que lo
encontrase al llegar.
Pero nada podría haberla preparado para lo que había en la mesa.
Con mano temblorosa dejó la cartera de cuero y cogió el marco de
madera. La foto en blanco y negro no era grande, pero sí preciosa.
Tatiana y ella reían juntas en el plató. Su hermana la abrazaba por la
cintura mientras ella le pasaba una mano por el hombro. Siempre habían
sido muy cariñosas y se acurrucaban juntas bajo una manta para ver
películas, reírse y consolarse desde que su hermana era un bebé. Valentina
nunca se había parado a pensar en lo natural que le resultaba esa cercanía, o
poder abrazarla y reír con ella.
No era algo que diera por sentado, pero verla plasmada con tanta belleza
le hizo volver a pensar en lo afortunadas que eran.
Una vez más, Smith se había asegurado de que viera primero el regalo y
después la nota. No soltó el marco mientras cogía la hoja de papel con la
mano libre.

Valentina,
Esta imagen es una de las fotos espontáneas que Larry ha hecho del
reparto y el equipo. Tatiana y tú sois muy naturales. Dulces.
Perfectas.
Ver lo feliz que estás en esta foto me hace sonreír.
Smith

Al igual que había hecho la mañana anterior, cuando él le envió el


desayuno, releyó la nota varias veces hasta que sus palabras se le quedaron
tatuadas en la memoria.
No era de extrañar que hubiera sido capaz de escribir un guión tan bello
si podía decir tanto en tan pocas pero muy acertadas palabras. Tan acertadas
que todas esas cosas que le dijo que el amor podía ser estaban en esa
imagen. Ni su hermana ni ella estaban forzando nada, ni temía que ese amor
les fuese arrebatado.
El amor entre ellas simplemente era. Y ese conocimiento profundo e
intrínseco de que nada podría separarlas lo hacía aún más valioso.
Un instante después, no fue la foto lo que se llevó a los labios con
respiración entrecortada y ojos empañados. No sabía cómo era posible, pero
la breve y hermosa nota olía a Smith: a hombre limpio y sexy.
Sabía cómo solían comportarse los actores influyentes. Había visto
cómo muchos le regalaban a su madre pulseras de diamantes y viajes caros,
en una ocasión incluso un coche. Les bastaba con llamar a su asistente y los
regalos eran enviados al instante, para alegría de su madre.
Sin embargo la flor, el desayuno y esa foto en blanco y negro que
atesoraría para siempre significaban mucho más que una resplandeciente
alhaja o cualquier otro juguete caro.
Smith tenía que hacer malabares con una docena de responsabilidades
en esa película entre la actuación, la producción y la dirección. Le había
oído hablar por teléfono con más de un miembro de su familia durante los
descansos, en especial con su hermana Sophie, embarazada, a la que
llamaba todos los días para comprobar cómo estaba.
Y sin embargo, bajo más presión de la que cualquier persona soportaría,
tenía esos detalles con ella. Las jornadas de Valentina eran interminables y
llegaba más temprano que la mayoría del equipo, pero las horas que
trabajaba Smith casi le hacían parecer una holgazana.
No podía permitirse el lujo de desperdiciar tiempo con ella. Porque al
final eso es lo que era, ¿no?
Un desperdicio.
Sí, si cedía a su cortejo era probable que acabaran teniendo sexo
ardiente. Un cosquilleo le recorrió todo el cuerpo al pensar en lo ardiente
que sería el sexo con Smith.
Pero incluso mientras se esforzaba por superar la loca fantasía de pasar
una noche con él, una voz en su cabeza le obligó a escuchar mientras le
susurraba que estar con Smith no solo sería sexy… también sería natural.
Dulce.
Y perfecto.

***

Valentina llamó a la puerta de la caravana de Smith aunque estuviera


abierta. Valoraba tanto su intimidad como la ajena. Y más la de un hombre
que rara vez la tenía.
—Adelante.
Con su voz profunda e intrínsecamente sensual recorriéndole la espina
dorsal, la primera palabra que le vino a la mente fue la misma de siempre
que lo veía.
«Guapísimo».
Seguido por «sexy».
Y luego «deseo».
Pero otro pensamiento le pisaba los talones.
«Cansado».
Durante las últimas semanas la energía de Smith no había decaído, no
había mermado, ni ella le había oído quejarse ni una vez. Pero por primera
vez se le notaba el cansancio.
Sus impulsos protectores se pusieron en alerta máxima.
—¿Va todo bien?
Se levantó de su escritorio para servirle una taza de café.
—Mucho mejor ahora que estás aquí.
Dios, qué difícil era seguir luchando contra sus sentimientos por él.
Porque le gustaba. También lo deseaba con una desesperación que la estaba
destrozando, sin prisa pero sin pausa, a cada segundo que estaba a su lado.
Y también cuando no lo estaba.
—Sé lo ocupado que estás —empezó, pero estaba harta de andarse con
rodeos. Siempre se había enorgullecido de ser directa. Franca. Y agradecida
cuando alguien era amable. Era precisamente lo que le había enseñado a
Tatiana. Y lo que su madre le había enseñado a ella. Valentina se acercó a él
esa vez, en lugar de alejarse—. Ayer olvidé darte las gracias por la flor. Por
el desayuno. Y, en especial, por la foto. No tenías por qué hacerlo. —Le
sonrió mientras decía—: Pero no puedo negar que ha sido todo un detalle.
La resplandeciente sonrisa que acompañó a su respuesta borró parte del
cansancio estampado en sus facciones casi perfectas.
—Ha sido un placer, Valentina.
Le pasó la taza, y la yema de sus dedos se rozaron al cogerla.
Pero no era café lo que quería. La palabra placer tintineaba dentro de su
cabeza y su cuerpo como un pinball.
—¿Cómo lo haces? —preguntó sin poder contenerse—. ¿Cómo es que
haces tantos malabares y das todo de ti sin volverte loco?
—¿Sin volverme loco? —Soltó una carcajada un poco áspera—. Madre
mía, Valentina, ¿es que no te das cuenta de que me estoy volviendo loco?
—Dirigir, producir y actuar al mismo tiempo es una tarea muy difícil —
admitió.
—Puedo con todo eso —dijo con los ojos oscuros.
Podía sentir las arenas movedizas que la arrastraban más profundo con
cada palabra que intercambiaban, con cada momento que pasaba con Smith
en su despacho. Esas arenas movedizas tenían que ser la razón por la que no
podía irse. La razón por la que ni siquiera podía considerar la posibilidad de
irse.
Sentía los labios secos, demasiado secos, y tuvo que humedecerlos antes
de preguntar:
—Entonces, ¿qué es lo que te está volviendo loco?
Un gemido le salió de los labios cuando sus ojos lanzaron una fugaz
mirada a su boca antes de volver a sus ojos.
—No hacer esto.
En menos de lo que dura un latido su boca estuvo sobre la de ella y,
aunque estaba allí para darle las gracias por su atento regalo, ¡no para
besarle!, de repente estuvo en sus brazos y se besaban como si él acabase
de volver de una guerra.
Nunca la habían besado así. Con tanta calidez. Con tanta ansia.
Y con una pasión tan perfecta y dulce.
Todas las cosas que había oído acerca de sentirse como si volara, la
sangre acelerándose y los miembros entumeciéndose… estaban
sucediéndole. El beso se tornó más ardiente, más profundo, más y más
intenso a cada segundo de sus labios y lenguas chocaban.
«Nunca». Nunca había sentido tanto deseo por parte de un hombre… ni
tampoco por un hombre. Y, sin embargo, aunque sus bocas se adentraban en
terrenos cada vez más peligrosos, Valentina sabía que no era más que una
pieza del puzle que estaban construyendo juntos. Porque incluso en ese
único beso, junto a la necesidad y el deseo, estaba todo lo demás que los
unía: la familia, la risa y una compatibilidad natural que no recordaba haber
tenido con nadie más que con su hermana.
Por primera vez en su vida Valentina se entregó por completo a un
hombre. No solo porque el beso de Smith lo exigía, sino porque solo
deseaba sentir.
«Todo».
Todo lo que llevaba tanto tiempo deseando.
Todo lo que anhelaba en esas secretas horas nocturnas en que bajaba sus
defensas.
La boca de Smith se movió sobre la de ella, y sus manos le abarcaron
las caderas para atraerla con más fuerza antes de iniciar un lento recorrido
que subió por su espalda hasta los hombros y el pelo. Valentina se permitió
por fin la libertad de sentir, de desear y ser deseada… y, sobre todo, de
fingir por unos instantes que aquel beso no tendría consecuencias.
***

Smith había pensado tantas veces en besar a Valentina, se había acercado a


su boca en tantas ocasiones, que ya había decidido a qué sabría.
Dulce como el algodón de azúcar y con un ligerísimo toque de especias
exóticas.
Era experto en mujeres, y se le daban muy bien. Tanto como para que
cuando sus labios al fin encontraron los de ella y deslizó la lengua contra la
suya con un gemido de profunda ansia, descubrió que se había quedado
muy cerca.
Pero no había acertado del todo, porque Valentina sabía mejor que la
golosina más dulce y suculenta que hubiese probado.
«Mucho mejor», pensó mientras le sujetaba la nuca para rozar sus labios
una y otra vez. Le estaban encantando todos y cada uno de los pequeños
jadeos y gemidos que emitía cuando la punta de su lengua encontraba las
sensibles comisuras de los labios, y luego su carnoso labio inferior, con la
punta de los dientes.
Desde que tenía memoria, siempre tenía el control absoluto. Con las
mujeres. Y los papeles. Incluso con la prensa y los fans, una vez que se
adaptó a las exigencias de la fama.
Pero en lo que duró ese beso con Valentina la pasión, el deseo, la forma
en que se desmandó en cuanto sus bocas se rozaron y sus manos
encontraron unas curvas mucho más suaves de lo que jamás hubiera
imaginado… sintió que no tuvo el control ni por un segundo.
Un beso le había bastado para confirmar no solo la intensidad de su
pasión, también que no tenían la menor posibilidad de luchar contra la
gravedad, aunque él fuera el único en aceptar esa verdad.
Cuando por fin se separaron para llevar el tan necesario oxígeno a sus
pulmones, Smith se permitió saborear esos escasos y preciados segundos
que le quedaban de una Valentina tierna entre sus brazos y con los ojos
nublados de desquiciante placer.
Smith no pretendía entender siempre a las mujeres, pero lo hacía mejor
que la mayoría. Valentina deseaba ese beso… tanto como no lo deseaba.
No dejaría que se arrepintiera. Pero tampoco podía dejar que pensara
demasiado.
Su mano seguía apoyada en el pecho de él, casi como si se preparara
para el impacto, mientras sus ojos se aclaraban poco a poco. Pero entonces
volvieron a nublarse, esa vez de alarma.
Usó la mano en su pecho para apartarlo, diciendo:
—Smith, yo no…
Pero él la cortó suavemente:
—Tengo algo más para ti.
Se obligó a soltarla a pesar de que el cavernícola que llevaba dentro le
decía que terminara de reclamar a su mujer antes de que pudiera escapar.
Durante las dos últimas décadas, le había sido fácil dejar de lado las
relaciones y el amor. Ni sus relaciones más largas y serias habían sido con
alguien por quien lo sacrificaría todo, no se parecían en nada a las de sus
padres, hermanos y hermanas.
Pero Smith sabía de química. Al fin y al cabo, su trabajo consistía en
crearla con todas y cada una de sus coprotagonistas. Sin embargo, incluso
para él, la química entre ambos era extraordinaria. E inevitable, aunque
Valentina no quisiera aceptar la realidad.
Nunca había querido interpretar un papel con ella, y nunca lo había
hecho hasta ese momento, por lo que no podía forzar la sonrisa relajada que
sabía que ayudaría mientras decía:
—Iba a darte esto mañana por la mañana, pero creo que es mejor ahora.
Smith podía ver cómo funcionaban los engranajes de su cerebro. Seguro
que se preguntaba por qué había eludido por completo hablar del beso… y
casi seguro por qué no le pedía otro. O que llevaran las cosas más allá.
—No puedo aceptar más regalos de ti —dijo, con esa sensualidad en la
voz que normalmente contenía y que le mostraba en todo su esplendor tras
el beso.
No pudo evitar preguntarse cómo sería escucharla explotar en sus
brazos con su ordenado pelo revuelto entre sus manos y esparcido por la
almohada, a pesar de que ello aumentara de forma exponencial el deseo
frustrado que sentía por ella.
Toda la sangre que aún no había corrido hacia el sur fluyó en tropel en
esa dirección al imaginar el calor de su piel, la sensualidad de su voz un
poco áspera, tumbada saciada y dulce bajo él en los pocos momentos que le
daría para recuperarse antes de volver a tomarla.
Cogió un sobre blanco de su escritorio:
—Déjame darte uno más, Valentina.
Inspiró agitada, como si le hubiera pedido otro beso en lugar de abrir un
sobre para averiguar qué contenía. Y tal vez por eso le quitó el sobre de una
vez por todas, porque era el mal menor: el regalo o unir de nuevo sus labios.
Abrió la solapa y sacó dos entradas. Smith pudo ver en ella primero la
sorpresa, y luego una satisfacción que no podía ocultar.
—¿Alcatraz? Cuando llamé me dijeron que había dos meses de espera.
—Volvió a mirar hacia abajo y leyó la letra pequeña—. Estas entradas son
para mañana por la noche.
—La última vez que estuve en Alcatraz fue con una excursión del
colegio.
Agarró las entradas con fuerza. De nuevo pudo ver cómo daban vueltas
sus engranajes.
Al fin respondió:
—Hace mucho tiempo de eso.
—Muchísimo. Tanto que ya ni me acuerdo de cómo era.
No quería obligarla a tener que invitarlo, pero ni de coña lo rechazaría si
los buenos modales la obligaban a proponérselo.
Con esa gracia y aplomo que irradiaba en todas partes, desde la sala de
juntas hasta el plató, al fin le preguntó:
—¿Te gustaría volver a ir?
—Por supuesto.
Pensó haberle oído un pequeño suspiro de resignación antes de
responder:
—De acuerdo, entonces. ¿Por qué no me acompañas?
Esa vez no tuvo que forzar la sonrisa.
—Me encantaría.
—Tengo que volver a mi despacho. —Pero en lugar de moverse hacia la
puerta, dijo—: Y sobre el beso…
—Ha sido un gran beso, ¿no?
Se sonrojó, pero no le llevó la contraria.
—Sí —dijo con esa voz tan innatamente sexy, que lo tuvo de nuevo a
punto de agarrarla y darle otro—, ha sido un gran beso. Pero…
—Yo también quiero volver a besarte, Valentina.
Ella hizo un sonido de frustración, e incluso eso hizo que su cuerpo
reaccionara.
—Que hayamos disfrutado del beso es irrelevante. No puedo volver a
hacerlo. —Antes de que él pudiera hacer nada más que enarcar las cejas
ante su rotunda afirmación, que ambos sabían que no servía para borrar la
pasión entre ellos, añadió—: Y sabes por qué. Ya lo hemos hablado.
—Es cierto —concedió—, pero por qué no me dices otra vez por qué no
quieres tener una cita conmigo.
—Eres actor.
Smith llevaba suficiente tiempo contando historias como para saber
manejar los tiempos. Antes era el momento oportuno para darle ese beso
que ambos necesitaban y, después de todo ese calor, presionarla para que lo
invitara a visitar Alcatraz. Decidió que le quedaba un poco más de margen
de maniobra.
—Después de ese beso, creo que estarás de acuerdo en que merezco
otro motivo, uno que no me meta en el mismo saco que un montón de
escoria narcisista.
—Eres una de las mayores estrellas del cine del mundo y la gente se
muere por saber todo sobre ti, incluyendo con quién sales. —Sacudió la
cabeza—. Ser el centro de atención es mi peor pesadilla. Y si tuviera una
cita contigo, eso es justo lo que sucedería.
De todos los problemas que Smith había tenido para encontrar a la
mujer adecuada durante los últimos años, ese no había sido uno. A las
mujeres de su entorno les encantaba ser el centro de atención, tanto que se
había preguntado si alguna vez encontraría una que lo quisiera por otra
razón.
Pero no dudó ni un segundo de que Valentina estaba diciendo la verdad.
Y menos cuando dijo con tanta vehemencia: “Ser el centro de atención es
mi peor pesadilla”.
—Mira —dijo ella en un tono mucho más suave—, tenemos que
trabajar juntos las próximas semanas. Si vamos a Alcatraz mañana, no creo
que sea buena idea que tengas la falsa impresión de que esto —dijo
señalándolos a los dos—, va a volver a ocurrir.
A los treinta y seis años, Smith tenía fama, había amasado una fortuna,
viajado, salido de fiesta, y llevaba dos décadas volcado en su trabajo.
Estaba preparado para lo que vendría después: estar con una mujer a la que
no solo deseara, sino con la que poder compartir su vida y sus sueños. Una
mujer junto a la que envejecer. También estaba listo para tener hijos para
jugar en la playa, hacer unos lanzamientos en el parque o que se divirtieran
con sus primos en las fiestas familiares.
Así que, aunque había escuchado las razones de Valentina alto y claro, y
a pesar de que no podía negar que su vida estaba repleta de focos, Smith se
negaba a rendirse. Porque algo le decía que ella podría ser la elegida… y
que si no luchaba con uñas y dientes nunca se lo perdonaría.
—Qué te parece esto: no volveré a besarte hasta que me lo pidas.
Apenas dudó antes de decir:
—No voy a pedirte que vuelvas a besarme.
—Sí —dijo con dulzura—, lo harás.
Ella parpadeó. Una. Dos. Tres veces, antes de decir:
—Sigo sin entender por qué te empeñas tanto, cuando te he dado todos
los motivos por los que no quiero estar contigo.
No la besaría hasta que ella se lo pidiera, pero no había dicho nada de
poner límites a las caricias. Volvió a acercarse, lo suficiente para alcanzar la
punta de su coleta y pasar los dedos por su pelo largo y sedoso.
—Si me pides que te bese otra vez, te recordaré uno de esos motivos.
Le dirigió una mirada en plan “Buen intento”, incluso dijo:
—Vaya, como si nunca te hubieses dado un beso ardiente con una
mujer.
—No tan ardiente. Ni de lejos. —Hizo una pausa lo bastante larga como
para dejar que sus dedos se deslizaran desde su pelo hasta la piel expuesta
por encima del cuello de su chaqueta entallada de lana. Ella se estremeció
ante el exiguo contacto—. Y tú tampoco.
CAPÍTULO NUEVE
Valentina nunca había agradecido tanto la apretada agenda de Smith ni la
popularidad de su hermana. Porque los interrumpieron en su despacho antes
de que un beso se convirtiera en otro, y pudo volver rápidamente al suyo a
enfrascarse en su trabajo… lo que logró que Smith rondara su mente cada
dos segundos, en vez de uno.
Porque aunque su beso se adentró en aguas cada vez más profundas y
peligrosas, pudo sentir su paciencia y cuánto había luchado por no perder el
control.
Con un embriagador escalofrío de anticipación que no debería sentir,
Valentina ya no podía negar la verdad indiscutible de que la paciencia de
Smith pronto se agotaría.
Y la suya también.
Aunque había intentado una y otra vez mantener las distancias, no podía
evitar acercarse.
Con cada palabra que pronunciaba, sentía que sus defensas se
derrumbaban un poco más. Si en ese instante antes de que llamaran a la
puerta del despacho la hubiese atraído a él, no habría podido oponer
resistencia, sin importarle para nada todas esas férreas razones para
mantenerse alejada de él.
Justo cuando intentaba llevar a cabo la imposible tarea de apartar su
atención del beso de Smith y ponerla en el correo electrónico, Tatiana
asomó la cabeza:
—¿Tienes un segundo?
Valentina se levantó como un resorte del ordenador:
—Para ti, siempre. —Rodeó a su hermana con los brazos y la saludó
con un abrazo—. ¿Qué pasa?
La mirada de su hermana se clavó en ella:
—A decir verdad, quería saber cómo estabas.
—¿Yo?
—¿Va todo bien?
Decenas de respuestas volaron a la punta de la lengua de Valentina:
«Smith me ha besado. O yo lo he besado a él. La verdad, no sé qué pasó.
Pero ha sido increíble. Tanto que no puedo volver a centrarme».
Pero aunque tenía muchas ganas de hablar con su mejor amiga del
mundo sobre sus confusos pensamientos y sentimientos, no se atrevía.
Porque Tatiana trabajaba codo a codo con Smith. Su trabajo como
protagonista en una superproducción ya era lo bastante duro para ella. Lo
último que necesitaba era preocuparse de si su hermana se llevaba bien o no
con su todopoderoso compañero de reparto.
—George me ha preguntado lo mismo —dijo Valentina con una sonrisa
—. Creo que es oficial, estoy demasiado vieja para dormir poco sin pagar
las consecuencias.
Tatiana puso los ojos en blanco:
—No eres vieja, es solo que trabajas demasiado. Y como eso es culpa
mía, el sábado te invito a un día de spa.
Valentina casi gime en voz alta ante la idea de recibir un masaje y luego
sumergirse en un spa.
—Sabes que me encanta trabajar y darlo todo. Pero desde luego no voy
a decir que no a un día de spa con mi persona favorita del mundo. —Justo
entonces le llegó al teléfono un mensaje de George—. Tu estimado agente
acaba de preguntarme cuándo estarás disponible para una teleconferencia
por lo del anuncio en Japón.
—¿Podría ser mañana? Pensaba volver ya a casa para repasar el guión
unas cuantas veces más.
—De acuerdo, se lo diré —dijo Valentina, y luego—: ¿Quieres que lo
repasemos juntas?
Su hermana negó con la cabeza:
—No. Quiero decir, me lo sé al dedillo. Ese no es realmente el
problema.
«No me sorprende», pensó Valentina. Su hermana nunca se había
saltado una frase ni de pequeña. Lo hacían los adultos, menos preparados.
—Supongo que estoy un poco nerviosa por rodar la escena de mañana.
A ver, sé fingir cómo es estar enamorada, o asustada, o feliz… pero nunca
antes he estado de parto.
—Gracias a Dios —se burló Valentina, contenta cuando su hermana
sonrió—. No hace falta que te lo pienses demasiado.
—Lo sé —aceptó Tatiana—, pero cuando grabe esa escena quiero estar
a la altura para honrar a todas las madres que tanto han sufrido por sus
hijos. —Con una clara vacilación, añadió—: Hasta he hablado con mamá
sobre ello.
Valentina sintió una punzada aguda en el centro del pecho mientras se
forzaba a decir:
—Mira qué lista. ¿Y qué te ha dicho?
—A decir verdad, me ha sido de gran ayuda.
Valentina se mordió un sarcástico «¿En serio?».
—Me contó todo sobre el parto de cada una de nosotras, cuánto le dolió
y que papá no le soltó la mano ni un segundo. Dieciocho horas —dijo
Tatiana en voz baja—. Todo el tiempo cogiéndole la mano. Hasta que por
fin pudo tenernos en brazos.
Valentina exhaló un suspiro tembloroso mientras buscaba los dedos de
su hermana y los agarraba con fuerza:
—A veces lo echo muchísimo de menos.
—Yo también —dijo Tatiana, y aunque su madre no estaba allí con
ellas, bien podría haberlo estado. Porque era la que más tenía que echarle de
menos.
Su hermana se estaba levantando para irse cuando Tatiana vio la foto en
blanco y negro.
—Me encanta esta foto. ¿Desde cuándo la tienes?
—Desde esta mañana. Smith la encontró entre las fotos que Larry ha
estado haciendo en el plató y me la dio.
Los ojos de su hermana parpadearon hacia los suyos.
—Ha sido un detallazo de su parte.
Valentina asintió y dijo con cuidado:
—Sin duda está poniendo el listón muy alto para tu próximo compañero
de reparto.
Tatiana se quedó mirando la foto unos segundos más antes de dejarla.
—Estaba pensando en pedir pizza y helado para conectar con los
antojos de una embarazada. ¿Te apetece hacerme compañía?
—¿Estás de broma? —El trabajo podía esperar. Una noche con su
hermana era algo muy preciado. Cogió su bolso y su teléfono, pero por una
vez dejó el portátil en la mesa a propósito—. Pizza y helado es casi como
un día de spa. Es más, si además vemos Pretty Woman ya no me haría falta
ni el spa.
—¿Cómo puede ser que —preguntó su hermana mientras se dirigían al
aparcamiento— una puñetera historia de amor entre una prostituta y un
multimillonario dé como resultado una película tan perfecta?
Valentina se encogió de hombros:
—¿Quién sabe? —Al fin y al cabo, no tenía ni idea del amor, ficticio…
o no—. Algunas cosas son simplemente perfectas —dijo al encontrarse
pensando de nuevo en Smith—, aunque no tengan ningún sentido.
Y algunas cosas, como la relación con su madre, nunca serían perfectas
por mucho que ella lo deseara.

***

Al día siguiente, mucho más relajada tras una noche en la que se atiborraron
de comida basura y recitaron todos los diálogos de Pretty Woman, Valentina
se sentó con el resto del equipo de producción y observó a Smith y Tatiana
con las cabezas inclinadas sobre el guión, repasando los matices de la
escena por última vez antes de empezar a rodar.
Hasta el momento, la mayor parte de la película se había rodado en
orden cronológico. No siempre era así, pero a Valentina le gustaba cuando
el arco argumental tenía sentido. Maldita sea, le gustaba cuando las cosas
tenían sentido y punto.
El día anterior habían rodado un puñado de escenas de montaje del
personaje de Smith, Graham, cortejando lentamente a Jo, el personaje de
Tatiana.

Primero le regaló unos suaves patucos rosa de bebé, tan bonitos que no
había podido rechazarlos. A lo que Jo respondió:
—Les he pedido que no me digan el sexo. Podría ser un niño.
—Es una niña —dijo Graham con los ojos nublados de cariño. Tras lo
cual se marchó, dejando a Jo con el ceño fruncido y los patucos en la
mano.
La siguiente vez que fue a la cafetería llevaba una pequeña bolsa
plateada con más cosas de color rosa. Pero esa vez no se quedó a ver cómo
sacaba la ropita de bebé y unos bonitos vestidos que todos admiraron. Jo
salió corriendo de la cafetería y lo alcanzó a mitad de la acera. Primero le
dio las gracias, y luego le echó la bronca y le dijo que no siguiera
llevándole regalos. Su única respuesta fue que en su estado tuviera más
cuidado al correr por una acera abarrotada.
Jo encontró el flamante cochecito y la silla para recién nacido en el
interior de su apartamento a la tarde siguiente, después de trabajar en el
turno de la mañana. Los recorrió con la mano, maravillada, y decidió que
Graham había ido demasiado lejos. No solo porque el regalo era
demasiado caro y tardaría una eternidad en devolverle el dinero, o porque
a su pesar estuviese conmovida porque hubiera investigado cuáles eran los
más seguros, sino porque había averiguado dónde vivía y encontrado la
manera de meter el cochecito en su casa sin pedirle permiso.
Era fácil buscar a Graham en Internet y enterarse de dónde trabajaba.
O, mejor dicho, el nombre del edificio que poseía en el distrito financiero.
Jo era consciente de lo fuera de lugar que estaba con su enorme
barriga de embarazada, la llamativa ropa de premamá y el pelo teñido de
rosa en la concurrida calle llena de gente estresada con trajes oscuros que
andaba a toda velocidad mientras hablaba por los auriculares. Cinco
meses atrás le habría molestado que la gente se detuviera y se la quedara
mirando, preguntándose qué diablos hacía en un lugar al que era evidente
que no pertenecía, pero con toda su atención puesta en cantarle las
cuarenta al hombre de negocios —o, como acababa de enterarse, al
multimillonario—, eso sencillamente la tenía sin cuidado.
El cristal de la fachada estaba tan limpio e inmaculado que imaginó
que la gente se daría de bruces contra él a diario. Al empujar la pesada
puerta de entrada tuvo que detenerse para contemplar los altos techos, el
suelo de granito pulido, la oda casi silenciosa al dinero que entonaban el
edificio y todos los ocupantes que pudo ver en la amplia entrada.
Irritada consigo misma por quedar tan impresionada, se dirigió al
mostrador de seguridad:
—Necesito ver a Graham.
Valoró mucho que el hombre no hiciera ningún gesto. Ni ante su
juventud. O su ropa. O su barriga.
—Su nombre, por favor.
—Jo. No tengo cita. —Levantó la barbilla—. Pero sé que me atenderá.
El guardia la estudió durante un largo rato y ella le devolvió la mirada
con toda la calma que pudo. Finalmente, cogió el teléfono.
—Angie, tengo a Jo aquí para ver al señor Hughes. —Lo que fuera que
dijo la recepcionista hizo que un parpadeo de sorpresa cruzara por fin la
cara del hombre.
Colgó el teléfono y se levantó:
—Le acompañaré personalmente hasta arriba, Jo.
Se esforzó por mantener la calma mientras subían más y más alto en el
ascensor. Y cuando él dijo “Enhorabuena”, esa vez fue ella la que levantó
la cabeza sorprendida.
Se llevó las manos al vientre por inercia. Estaba tan enfadada con
Graham por lo del cochecito —y porque se hubiera metido en su piso— que
empezaba a sentirse un poco descompuesta. Bueno, no se encontraba mal,
pero las punzadas en la espalda habían empeorado.
Era otra razón más por la que necesitaba marcarle un límite. No quería
que nada la distrajera del bebé.
Y Graham era sin duda una distracción.
—Gracias —dijo, y llegó el momento de salir del ascensor y pisar la
alfombra más limpia y lujosa que jamás había visto. «Parece más nueva
que las de las tiendas», pensó.
Le entraron unas ganas irrefrenables de quitarse los zapatos y enterrar
los dedos en las suaves fibras, pero se quedó atónita al ver unos zapatos
negros relucientes justo delante de sus manoletinas plateadas.
—Jo.
Cada vez que pronunciaba su nombre la recorría un escalofrío. Ese día,
la mentira que se decía a sí misma era que ese temblor se debía a la furia
que sentía.
No le importó decir en voz alta ni que los demás escucharan:
—Te pedí que dejaras de regalarme cosas.
Esperaba que la condujera a su despacho, cerrase la puerta y se
asegurara de que lo que se dijeran quedaba entre ellos.
Pero él no se movió ni un centímetro:
—Las necesitas.
Quería gritarle. Pero bajó la voz y siseó:
—Has entrado en mi piso.
—Habrían robado el carrito y la silla si los hubiese dejado fuera. Y
tampoco quería que tuvieras que llevarlos desde el trabajo a tu casa.
El hecho de que tuviera razón en ambas cosas no contribuyó a mitigar
su furia.
—Mira —empezó a decirle, con la voz más paciente que pudo reunir—,
sé que aún sientes culpa…
Un dolor agudo en el abdomen convirtió sus palabras en un grito.
Por primera vez desde aquel primer día en la acera de Union Square se
tocaron. La mano de ella voló hacia el brazo de él para sostenerse contra
el brutal dolor.
Jo tenía los ojos demasiado cerrados para ver el pánico que invadió la
cara de Graham.
—Dile a Ellis que esté fuera con el coche dentro de sesenta segundos —
le dijo a uno de sus ayudantes sin apartar la vista de Jo. Al otro le indicó
—: Llama al Centro Médico California Pacific y dile al doctor que nos
tenga preparada la sala de partos en quince minutos.
Cuando el dolor hubo remitido, Jo por fin se dio cuenta de que Graham
tenía la mano en la parte baja de su espalda mientras la conducía hacia el
ascensor.
—¿Qué estás haciendo?
—Llevándote a tener a tu hija.
Abrió la boca para protestar, para decirle que podía cuidar de sí
misma, cuando otra punzada de dolor la golpeó, aún peor que la anterior.
La voz de Graham fue baja, tranquilizadora e increíblemente amable.
—Respira, Jo. Inspira primero, despacio. —Consiguió inspirar, aunque
sentía como si su pequeño cuerpo se partiera en dos—. Bien. Ahora suelta
el aire, igual de despacio. —Hizo lo que le indicó, y la elogió de nuevo—.
Lo estás haciendo muy bien.
Cuando el ascensor se abrió en la planta baja, incluso se alegraba de
que la rodeara con sus fuertes brazos.
—En nada podrás recostarte en el asiento trasero de mi coche.
Sus ojos se abrieron de par en par, alarmada por la idea de ir a
cualquier parte con él, pero aún estaba débil por la última contracción y
tenía la sensación de que la siguiente sería aún peor.
Apretó sus manos contra las de él mientras la ayudaba a sentarse, y
apenas se inmutó cuando la oleada de dolor de la siguiente contracción le
hizo apretarle la mano con tanta fuerza que sus dedos crujieron.
Sus alentadores murmullos la ayudaron hasta que se desplomó de nuevo
contra el mullido cuero de su sedán de lujo, con la lucidez justa para
preguntar:
—¿Cómo es que sabes tanto de esto?
Su boca fuerte y dura tembló al decir: “Por mi hermana”. Tan rápido
como el dolor había llegado, se fue.
Quiso preguntarle algo más, pero antes de que pudiera sacar la
pregunta de sus labios una nueva descarga de dolor la desgarró. Mientras
su lamento resonaba en las paredes del coche, Graham la acercó y la
estrechó contra sí mismo como si así pudiera pasarle su dolor.
El sudor le empapó la ropa mientras gritaba una dura orden a su
conductor.:
—Más rápido. Tenemos que llegar al hospital más rápido.
—Sí, señor.
Cuando por fin llegaron al viejo edificio de piedra, la sacó del asiento
trasero como si no pesara nada y atravesaron con cuidado la puerta
principal del hospital. No se detuvo en la recepción, sino que la acompañó
hasta la habitación que él había insistido en que le tuvieran preparada.
Dos enfermeras y un obstetra entraron en la sala de partos privada y
empezaron a tomarle la tensión arterial y otras constantes vitales mientras
el médico le preguntaba a Jo con voz suave y muy tranquila si podía
examinarla para ver si había empezado con la dilatación.
Durante todo el proceso, Graham le estuvo cogiendo de la mano.
Y se negó a soltársela.

Mientras hacían varias tomas de la escena del hospital desde distintos


ángulos, Valentina no podía apartar la mirada de las manos entrelazadas de
Smith y Tatiana. Porque solo veía las manos de su madre y de su padre,
ambos jóvenes y esperanzados por el futuro de la familia que habían
formado juntos.
Sintió un nudo en la garganta cuando Tatiana y Smith salieron por fin
del personaje, muchas horas después, y las luces se apagaron. Su hermana
sacudió las extremidades y se rió al liberar la tensión, mientras Smith salía
inmediatamente del plató en dirección al vestuario. Al cabo de un rato,
Valentina se levantó por fin de su asiento e inspiró hondo para intentar
liberar la tensión de su cuerpo también.
Cuando volvió a abrir los ojos, Smith estaba de pie frente a ella, ya de
nuevo con ropa de calle.
—¿Lista para ir a Alcatraz?
CAPÍTULO DIEZ
Smith parecía tan fresco que no parecía llevar ocho horas dándolo todo ante
las cámaras, mientras que Valentina se sentía como un fideo flácido por la
simple experiencia indirecta de presenciar toda esa emoción. Se había
olvidado por completo de Alcatraz durante el rodaje, pero los nervios y la
reserva por estar a solas con Smith durante tantas horas volvieron a
apoderarse de ella.
—Antes necesito ver a Tatiana.
Pero cuando se volvió para buscar a su hermana, la encontró riéndose
con uno de los miembros del equipo, Jayden, de efectos especiales. Estaba
claro que se encontraba bien, y ya sabía que Valentina y Smith irían a
Alcatraz. Como esa misma noche Tatiana tenía que ir a un evento en Los
Ángeles, Valentina se limitó a darle a su hermana un beso rápido en la
mejilla y decirle que la vería por la mañana cuando volviera del aeropuerto.
Lo que significaba que no quedaban excusas para alargar la partida.
—¿Necesitas algo de tu oficina?
—Solo mi chaqueta. —Se había puesto unos pantalones largos y un
jersey para ir al plató, sabiendo que esa tarde estaría en un barco y en una
isla en medio de la bahía.
Caminaron en silencio para recoger su abrigo y, por suerte, todo el
mundo estaba tan acostumbrado a verlos juntos por un motivo u otro que a
nadie le pareció extraño que se marcharan juntos en el coche de Smith. Él
no le puso la mano en la espalda mientras caminaban ni se acercó
demasiado, y ella agradeció su discreción.
Al fin y al cabo, no era una cita. Se limitaría a oficiar de amable guía
turístico en su San Francisco natal durante unas horas. El hecho de que
fuera una estrella de cine de escala mundial y que hubiera podido contratar
a un séquito de personas para que le enseñaran la ciudad era irrelevante. Por
supuesto, podía imaginarse el entusiasmo en la empresa de visitas guiadas
por recibir una llamada de Smith Sullivan. Seguro que se desvivieron por
hacerle llegar las entradas lo antes posible.
Hasta que no se sentó en el asiento del copiloto de su Jaguar cayó en la
cuenta de que nunca antes habían estado juntos en un espacio tan pequeño.
El rugido del motor le aceleró el corazón. O tal vez fue la forma en que se
giró y le dedicó una sonrisa sexy justo antes de salir del aparcamiento y
adentrarse en las transitadas calles de San Francisco.
Con cada kilómetro que recorrían, el recuerdo del beso que se habían
dado se hacía más y más grande, hasta el punto de que sus labios
empezaron a hormiguearle como si hubiera pasado un minuto desde que sus
bocas se unieran, en lugar de un día.
—Valentina. —Su nombre en sus labios le provocó una oleada de calor
mientras volvía lentamente la mirada hacia él—. Mira qué luna.
Llevaba tanto tiempo mirándose las manos apretadas que se sorprendió
al mirar por la ventana y darse cuenta de que la luna llena se alzaba sobre el
agua, tornando el azul de la bahía en un púrpura intenso.
—Qué escena más bella.
Tan bella que de repente no tenía sentido estar nerviosa. Nunca se
perdonaría a sí misma si se olvidaba de empaparse de la maravillosa
experiencia por estar preocupada de lo que Smith quería de ella.
Había prometido que no la besaría hasta que se lo pidiera, ¿no? Y como
ella no se lo pediría, eso significaba que solo podían ser amigos.
Al menos eso esperaba, ya que se volvió hacia él y le dijo:
—Hoy has estado genial.
Mantuvo la vista en la carretera mientras sonreía ante su cumplido.
—Gracias, he estado muy a gusto. Además tu hermana me lo pone fácil.
—Tendrías que haberla visto cuando tenía diez años. Grabó un anuncio
con un montón de profesionales y, al final, todos tuvieron que reconocer
que si habían brillado fue gracias a ella.
Se detuvo en un aparcamiento cerrado junto al mar y, cuando ella salió
del coche, el viento soplaba tan fuerte que tuvo que ponerse el abrigo.
—Permíteme —le dijo él mientras se lo pasaba por los hombros.
Sintió calor, y no solo por la lana. No había tocado nada más que su
abrigo, pero incluso desde donde estaba, detrás de ella, irradiaba calor.
Se preguntó qué pasaría si se acercara a su calor, a su fuerza, solo un
instante.
Le costó más de lo debido sacudirse esa absurda pregunta de la cabeza.
Dando gracias a las frías ráfagas de aire que soplaban —con la esperanza de
que también disiparan el deseo prohibido—, buscó sus guantes en los
bolsillos, pero estaban vacíos.
Cuando Smith terminó de ponerse la chaqueta vio a Valentina tiritar, por
lo que le preguntó:
—¿Estás lo bastante abrigada?
—Sí, salvo en las manos. He olvidado los guantes.
Deslizó sus dedos entre los de ella.
—¿Esto ayuda?
Sabía que debía apartar las manos. Pero, oh, qué calentito estaba. Y ella
tenía siempre las manos heladas.
Bajó la mirada hacia sus manos enlazadas, pero cuando volvió a
levantarla, el “Sí” que estaba a punto de decir se perdió en el ansia de sus
ojos. La misma que seguro que reflejaban los suyos. No le quedó otra
opción que asentir con la cabeza.
Su corazón dejó de latir unos segundos cuando él le miró fugazmente la
boca. El recuerdo de la dulce presión de sus labios le hicieron desearlo tanto
que en ese momento no logró que le importara que él estuviese a punto de
romper la promesa que le había hecho. Pero en lugar de besarla, se limitó a
llevarse las manos de ella a los labios.
No le estampó ningún beso, sino que se limitó a mantenerlas contra su
boca durante unos segundos antes de decir:
—¿Por qué no vemos la luna desde el barco?

***

Valentina se quedó mirando el yate confundida.


—Creía que había que coger un ferry para ir a Alcatraz.
—Normalmente sí —dijo—, pero han hecho una excepción por ti.
—No por mí —dijo ella sacudiendo la cabeza—. Por ti. —De repente se
volvió hacia él con el ceño fruncido—. Tampoco vamos a hacer la típica
visita guiada en grupo, ¿verdad?
El viento le llevó un mechón de pelo a la boca y él alargó la mano para
apartárselo, dejando que sus dedos se detuvieran un momento en su mejilla.
—Pues no.
El capitán salió al muelle a saludarlos, y cuando presentó a Billy a
Valentina, Smith no pasó por alto la aprobación en los ojos del hombre. La
ayudó a subir a bordo y, aunque sus ojos se abrieron un poco al ver el lujoso
interior, no dijo nada al respecto. Probablemente porque su dinero y
posesiones le importaban un bledo. En todo caso, era factible que Tatiana y
ella hubiesen asistido a eventos de Hollywood en barcos aún más grandes
que ese.
Una vez más se sorprendió de lo agradable que era no tener que
explicarle su vida. Por eso tantas personas del mundo del espectáculo
acababan juntas. Nadie podía entenderlo de verdad si no lo había vivido en
carne propia. Sí, había dicho que no le gustaba ser el centro de atención,
pero que hubiera ayudado a Tatiana a lidiar con ello durante tantos años
significaba que Valentina sería experta en evitarlo. Sabría dónde estarían los
fotógrafos, cómo burlarlos y, cuando no hubiera más remedio, cómo ceder
con elegancia durante una o dos horas.
—¿Qué quieres beber? —Smith señaló el bar, completamente
abastecido.
—Un agua con gas, gracias.
Sirvió dos vasos y se unió a ella junto a la barandilla, mirando el mar
oscuro. Justo entonces Billy se puso en marcha y el repentino movimiento
los sacudió lo suficiente como para que ella cayera de nuevo sobre su
pecho. Por fin pudo abrazarla, y le chocó una vez más lo sorprendentemente
suave y curvilínea que la sentía contra él.
—¿Más firme ahora?
Tardó un rato en contestar. Al final asintió:
—Creo que sí.
—¿Y has entrado ya en calor?
—Ahora sí.
Quiso hundir la cara en su pelo para respirarla, bajar la boca hasta la
dulce curva de su cuello, saborear su suave piel. En lugar de eso, se recordó
a sí mismo que de momento tendría que conformarse con tener una mano en
la parte baja de su espalda, y la otra sujetando las de ella para mantenerlas
calientes. Hasta que ella le pidiera más.
En silencio, la abrazó mientras el barco atravesaba la bahía en dirección
a la tristemente célebre prisión.

***
Un funcionario del Parque Nacional los estaba esperando en el muelle de la
isla cuando atracaron.
—Bienvenidos a Alcatraz.
El señor canoso, que se presentó como Sam Maines, tenía una voz
profunda y autoritaria que aportaba un toque extra de dramatismo a la
histórica prisión de máxima seguridad. Parecía tan cómodo sobre las rocas
como un guardia de seguridad de la cárcel de más de medio siglo atrás.
Mientras ayudaba a Valentina a desembarcar del yate, Smith hizo una
nota mental para conseguir el contacto de Sam para la próxima vez que
necesitara un hombre fuerte, firme y canoso para una película. Por no
mencionar el hecho de que no había reaccionado cuando reconoció a Smith.
Mientras el viento soplaba sobre ellos y Valentina se inclinaba
instintivamente hacia él para entrar en calor, pensaba que la noche iba cada
vez mejor. Le encantó que no hiciera el menor ademán de apartar la mano
de la suya mientras seguían al guía más allá del Club de Oficiales hacia la
entrada sur.
—Alcatraz era un lugar frío —les dijo Sam—. Duro. Implacable. Y
también el hogar de las familias de los guardias que la mantenían en
funcionamiento.
A Smith siempre le había interesado la historia, en especial una tan
pintoresca como esa. Pero esa noche le interesaba mucho más el modo en
que Valentina se bebía las historias que Sam les contaba sobre cómo Al
Capone hizo varios intentos de embaucar al director para que le concediera
los privilegios especiales que había tenido en otras prisiones… pero que le
negaron en Alcatraz.
Smith no sabía si se daba cuenta, pero cada vez que oía algo interesante
le apretaba la mano.
Al cabo de unos treinta minutos, Sam los condujo a las celdas. Cuando
llegaron al bloque principal, conocido como Broadway, los tres se quedaron
en silencio mientras contemplaban los imponentes barrotes y las celdas de
cemento.
—Os dejaré explorar unos minutos.
En cuanto se quedaron solos y empezaron a caminar juntos por el centro
del módulo, Valentina dijo:
—¿Puedes escucharlos?
Sí, podía escuchar los mismos ecos en el silencio que ella obviamente
oía.
—Es como si esos hombres hubiesen estado aquí ayer, y no hace
cincuenta años.
Leyó la placa en la pared donde se habían detenido.
—Tres hombres tramaron su fuga aquí mismo. —Valentina le soltó la
mano y entró en la celda para ver más de cerca el agujero en el cemento—.
Piénsalo, pasaron meses punzando el cemento. Todo el mundo les dijo que
era imposible. —Smith se colocó detrás y ella se giró para preguntarle—:
¿Crees que lo lograron al final?
—El mar que rodea la prisión es muy frío. ¿Qué piensas que pasó?
—No dudo de que tendrían que estar presos, y que debieron de haber
cometido delitos graves, pero aún así no puedo evitar desear que
sobrevivieran a la fuga. —Le dedicó una sonrisa canalla—. Y que
aprovecharan al máximo los años que pudieron rescatar para sí mismos.
A la mayoría de la gente le sorprendería saber que Valentina tenía en
secreto un lado soñador. Pero él lo sabía casi desde el principio. Desde el
primer día en el plató, cuando después de rodar una escena con Tatiana y
que ambos se desprendieran inmediatamente del personaje, mucho después
de que las cámaras hubiesen dejado de grabar, Valentina aún tenía los ojos
brillantes y nublados por la emoción.
Sin previo aviso, las puertas de las celdas se cerraron tras ellos.
Valentina saltó a sus brazos sin pensarlo y soltó una carcajada de sorpresa y
un poco de pánico.
—¿Sabías que Sam haría eso?
—No. —Pero le daría a Sam la propina de su vida por haber ideado ese
brillante plan. Smith miró a Valentina—. Se ven las cosas muy diferentes
con las puertas cerradas, ¿no?
Tenía los ojos brillantes y muy bonitos mientras lo miraba con atención.
—Sí —respiró—. Diferente.
No rompería su promesa ni en un millón de años, pero eso no
significaba que no pudiera acercar su rostro al de ella. Qué suave era su
mejilla. Apenas pudo reprimir un gemido cuando Valentina le rodeó el
cuello con los brazos.
—¿Cuánto tiempo crees que nos tendrá encerrados?
Su susurro en el oído lo puso más duro que nunca. Le deslizó las manos
lentamente por la espalda hasta posarse justo encima de la curva de sus
caderas.
—No lo suficiente —respondió con total honestidad.
Ella se arrebujó contra su cuerpo para poder mirarlo fijamente, y Smith
contuvo la respiración al percibir el claro deseo en su rostro.
Dios, quería besarla. La sentía como un fuego entre sus brazos,
calentando la fría celda con la presión de sus curvas contra él. Sus labios se
abrieron, y habría jurado que estaba a punto de pedirle un segundo beso
cuando el sonido de unos pesados pasos rompió el embriagador silencio.
Antes de que Valentina pudiera zafarse de sus brazos, acercó su boca a
la de ella todo lo que pudo sin tocarla y susurró:
—No ha sido suficiente ni por asomo.
CAPÍTULO ONCE
Poco después salieron al exterior y Valentina se quedó sin aliento al
contemplar la romántica e inesperada escena bajo la luna llena. El agua
chocaba contra las rocas justo debajo de una mesa puesta para dos, con
cuatro calefactores portátiles circundando el blanco mantel.
Un jarrón en el centro albergaba una solitaria rosa roja.
El significado de la flor que había escogido estaba muy claro: deseo y
pasión.
Smith le tendió la mano:
—¿Tienes hambre?
Ella asintió, sabiendo que la luz de la luna permitía que, si la miraba de
cerca, notara que tenía hambre de mucho más que de comida. Le acercó la
silla, tomaron asiento y sus rodillas chocaron por debajo de la pequeña
mesa, haciéndola sonreír a pesar de los nervios que la atracción le
provocaba. Le sirvió una copa de cabernet de la bodega de Marcus y se la
entregó.
Levantó las tapas de los platos y su estómago gruñó de agradecimiento
ante la langosta y el cangrejo que tenía delante. No sabía cómo se las habría
ingeniado para que le llevaran una comida tan deliciosa a la isla. El guía los
había vuelto a dejar solos y no podía ver a ningún cocinero ni camarero.
—Coincido con tu estómago —bromeó, y cogió el tenedor para
empezar a comer.
Valentina dio el primer bocado y se le escapó un pequeño gemido de
placer:
—Qué rico.
No vio que Smith se había detenido con el tenedor a medio camino de la
boca y la mirada intensa, hambrienta, mientras la observaba.
Pero no le pasó desapercibido lo ronca que se le puso la voz de repente
cuando añadió:
—Me alegro de que te guste.
¿Cuándo fue la última vez que había comido bien? Lo cierto es que no
lo recordaba, con la carga de trabajo que tenía desde que había empezado el
rodaje.
Valentina dio otro bocado y se le cerraron los ojos.
—Había olvidado lo mucho que me gusta la buena comida. —Trató de
contener la gula que corría por sus venas mientras volvía a centrarse en él
—. Esto es increíble. El barco. El tour privado. La cena. —Le cogió la
mano sin pensárselo—. Gracias.
Smith deslizó sus dedos entre los de ella.
—Me alegro de que me invitaras a venir contigo.
No podía evitar sonreír porque se hubiera tomado tantas molestias por
ella. Estaba siendo una velada maravillosa.
—Bueno —bromeó—, es que parecía que tenías muchas ganas de
volver a visitar Alcatraz. ¿Tienes acaso alguna historia rondándote la cabeza
para escribirla?
—Tal vez. ¿Y tú?
Le sorprendió su pregunta. Tanto como para decir:
—Tengo curiosidad por las mujeres que han habitado esta isla.
—Lo más lógico es que todas estuviesen casadas.
Ella asintió:
—Así es, pero ¿estarían felizmente casadas? —Ante la ceja levantada
de Smith, desarrolló su idea—: ¿Y si una de ellas estuviera enamorada…
pero no de su marido?
A Smith se le iluminaron los ojos:
—¿Quieres decir que quizás alguna se enamorara de un prisionero?
—Sí —dijo mientras la emoción por su nueva idea se apoderaba aún
más de ella—. ¿Y si él la correspondiera, a pesar de que fuese imposible
que estuvieran juntos?
Smith no dijo nada durante un largo rato, y deseó no haber abierto la
boca.
—Me encanta la idea, Valentina. —Deslizó el pulgar por la piel sensible
de la palma de su mano y agregó—: Tatiana me habló del guión en el que
has estado trabajando.
—Voy a matarla. —Una cosa era decírselo a George, al que
prácticamente conocía de toda la vida. Y otra era revelar su proyecto
secreto al hombre al que tanto se esforzaba por mantener como un simple
conocido. Aunque día a día lo sintiera más cercano.
—Ya sabes cómo son las hermanas pequeñas —coincidió, aunque
estaba claro que le encantaba que Tatiana le contara los secretos de
Valentina—. Me gustaría verlo.
—¿Mi guión?
—Sí. Tatiana me contó de qué iba y tengo la sensación de que me va a
gustar. Mucho.
Ella negó con la cabeza, retirando su mano de la de él.
—No.
—Te encanta decirme que no, ¿verdad? —bromeó, pero tras el tono
jocoso percibió frustración—. ¿Crees que estoy haciendo un buen trabajo
con Gravity?
—Por supuesto que sí. Le está dando un impulso mayor a la carrera de
Tatiana que las otras películas en las que ha trabajado.
—¿Entonces por qué no me dejas ver tu guión?
—Porque no quiero que pienses que ese es el motivo por el que he
venido esta noche.
Smith le pasó su cálida mano por la mejilla:
—Nunca pensaría eso, Valentina. Jamás.
Dios, qué tentada estuvo de inclinarse y acercarse más a él.
«No».
«¡No voy a pedirle que me vuelva a besar!».
Intentando desviar su atención a cualquier cosa que no fuera esa boca
escandalosamente seductora y lo mucho que deseaba sentirla presionando la
suya, preguntó:
—¿Qué más te ha contado mi querida hermanita?
—¿Seguro que quieres saberlo?
Se le aceleró el corazón. Ni en sus momentos de mayor debilidad le
había contado a su hermana lo que sentía por Smith ni cómo él la volvía del
revés.
—Te preocupas en exceso —murmuró—. Sabes que Tatiana te quiere
demasiado como para hacerte daño.
Por supuesto que Valentina lo sabía. Pero ya había sufrido antes por la
familia: una madre cariñosa que casi desapareció tras la muerte de su padre
cuando sus hijas más la necesitaban, y que había vuelto a casa siendo otra
mujer.
—Además, no es culpa de Tatiana que se haya ido de la lengua. La
estaba interrogando para que me dijera cualquier cosa sobre ti.
—¿Qué más te soltó?
—Que de adolescente eras una fan consumada de Bon Jovi.
Valentina tuvo que reírse de sí misma:
—Si le prestas atención a las letras resulta que sus canciones son muy
perspicaces y poéticas.
—Estoy de acuerdo —dijo con una sonrisa—. Me aseguraré de contarle
a Jon que tiene una admiradora tan hermosa.
—¿Lo conoces? —preguntó antes de murmurar—: Claro que lo
conoces. Que conste que tendré que asfixiar a mi hermana con una
almohada mañana por la noche. Lamento que tengas que buscar una nueva
compañera de reparto a estas alturas del rodaje.
Smith fue el que se rió esa vez, pero luego su expresión cambió a una
más seria.
—También me contó que dejaste la universidad para gestionar su
carrera.
Valentina no soportaba que Smith pensara que llevaba diez años
sacrificándose.
—Lo he disfrutado muchísimo.
—Lo sé. Por eso formáis un gran equipo. Ambas amáis lo que hacéis:
Tatiana delante de la cámara, tú detrás del portátil.
Cogió el tenedor, decidida a disfrutar del resto de la increíble comida.
—Ahora que sabes algunas cosas realmente incómodas sobre mí, es tu
turno de compartir las tuyas. —Le señaló con el tenedor—. Y no hagas
trampas contándome algo que podría leer en una entrevista.
Le dirigió una mirada llena de pura inocencia:
—Lo haría —dijo mientras cogía también su tenedor—, si hubiera algo
escabroso que compartir.
—Así que eres perfecto, ¿eh?
Levantó las cejas como si estuviera dolido:
—¿Crees que no lo soy?
Valentina no pudo contener la risa:
—No. —Hizo un gesto de negación con la cabeza mientras tomaba un
bocado de patatas gratinadas, regado con un sorbo del suave cabernet —.
Por supuesto que no.
Como no se rió con ella, por un momento pensó que lo había insultado.
Pero entonces se dio cuenta de que no parecía mosqueado.
Parecía satisfecho.
—Es que para ti no soy una estrella de cine, ¿verdad?
Se dio cuenta de la seriedad de su pregunta. Y lo mucho que su
respuesta significaba para él. Una semana atrás, incluso el día anterior,
podría haberle dado una respuesta mordaz para dejarlo fuera de juego. Pero
lo cierto es que había llegado a respetarlo —y apreciarlo— demasiado
como para hacerlo.
—La primera vez que nos vimos me sorprendiste. —Hacía girar el tallo
de su copa en la mano mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas
para explicarse—. Con el paso de los años he conocido a muchos actores,
entre los que han trabajado con mi hermana… y los que han salido con mi
madre. —Apartó la punzada que siempre le producía pensar en su madre
para centrarse en el hombre sentado frente a ella—. Creía que sabía a qué
me enfrentaría al tener que trabajar contigo. Al fin y al cabo, eres más
famoso y tienes más éxito que todos los que he conocido antes.
Sacudió la cabeza, recordando el día en que se conocieron en su oficina
de producción de San Francisco. Se había calentado de la cabeza a los pies
con solo mirarlo, en especial cuando él le clavó una intensa mirada y pudo
percibir cómo la atracción crepitaba entre ellos, a pesar de que George y
Tatiana estuviesen presentes en la habitación.
—Sonó tu teléfono y, cuando viste quién llamaba, esbozaste la mayor de
las sonrisas antes de excusarte para contestar. Quería pensar que eras un
maleducado y un egocéntrico por atender una llamada en mitad de una
reunión. —Alzó la vista y se encontró con su cálida mirada—. Pero estabas
hablando con una de tus hermanas, preguntándole cómo se encontraba, si el
médico le había dicho algo del tamaño de los bebés.
Y Valentina había empezado a enamorarse en ese mismo instante.
No obstante, tenía que hacer un último intento por mantenerse a flote
antes de ahogarse del todo, ¿no?
Por suerte sabía exactamente cómo hacerlo: con un agudo comentario
acerca de cómo se ganaba la vida.
—Tienes razón en que no pienso en ti como una estrella de cine desde el
primer día que nos conocimos, pero esto… —Señaló la mesa, el yate
amarrado al muelle— … no es el tipo de cosas mágicas que un hombre
común y corriente pueda sacarse de la chistera. Gracias por una velada de
cuento de hadas —dijo en voz baja—. Nunca la olvidaré.
—Yo tampoco —dijo él, y cuando sus ojos se posaron en su boca
durante una fracción de segundo, pensó por un momento que había
olvidado su promesa. Pero entonces, en lugar de besarla, dijo—: ¿Lista para
el postre?
Su cerebro desesperado convirtió la palabra postre en beso y asintió con
entusiasmo:
—Sí, por favor.
Extendió la mano hacia una caja rosa y las manos de Valentina
temblaban al coger la caja y destaparla, pero no por los nervios sino por una
lujuria casi desenfrenada.
El deseo se mezcló con regocijo al ver las dos enormes magdalenas en
el plato. Uno de los pastelitos tenía un dibujo de Smith tras las rejas de la
cárcel, sujetándolas con fuerza con una mirada tierna pero suplicante.
La otra tenía una versión animada de Valentina hecha de fondant, con
una llave colgando de un dedo y una mirada malvada brillando en los ojos.
Valentina no le pidió un beso, no podía desperdiciar ni un segundo más
con palabras: alargó la mano, la deslizó tras la nuca de Smith… y lo besó.
CAPÍTULO DOCE
El beso de Valentina hizo que Smith se olvidara de ir despacio. No podía
pensar más allá del ansia de sentir su boca contra la suya, y de la
oportunidad de descubrir esa dulzura secreta de sus curvas, siempre ocultas
bajo sus trajes a medida. Que Sam y Billy los estuviesen esperando fue lo
único que le impidió arrojar su abrigo sobre las rocas y hacerle el amor allí
mismo.
—Te quiero en mi cama —dijo—. Esta noche.
Y cuando ella respondió “Yo también lo quiero”, Smith supo que todas
las buenas acciones de su vida acababan de ser recompensadas.
Cogiéndole la mano con firmeza, quiso levantarla de la mesa de un tirón
para subir al barco y regresar a su casa lo antes posible, pero ella se echó
para atrás.
—Espera. —Cogió la caja con las magdalenas—. Me has prometido un
postre.
Madre mía, esa sensual mirada cuando dijo postre lo convirtió en un
cabrón codicioso mientras volvía a tomar su boca bajo el aire frío que
azotaba la bahía y soplaba sobre ellos. La sintió tiritar entre sus brazos y se
obligó a apartarse. El guía los esperaba mientras cruzaban las rocas y se
dirigían al muelle.
—Gracias por el maravilloso recorrido, señor Maines —dijo Valentina,
con una sonrisa amplia y genuina—. Nunca olvidaré mi visita a Alcatraz.
—Ha sido un placer. —Era evidente que Sam estaba encantado, su tez
ruborizada no era solo a causa del viento sino también del placer de ser
halagado por una mujer hermosa.
Se dieron la mano y Smith ayudó a Valentina a subir de nuevo al yate,
pero en vez de sacarla a la cubierta la llevó al cálido salón. Su barco tenía
una suite principal y, Dios, qué tentador era llevarla allí. Si hubiese estado
al mando del barco esa noche, habría anclado en el agua oscura y lo habría
hecho.
Pero aunque Billy era muy discreto, cuando por fin hicieran el amor
Smith no quería la presencia de otro hombre en al menos un kilómetro a la
redonda. Quería poseerla entera, al completo, ser el único en oír sus dulces
jadeos cuando besara cada centímetro de su piel de arriba abajo, de atrás
hacia delante, para volver a empezar por su hermosa boca.
Se acomodaron en el lujoso sofá de piel mientras el motor arrancaba y
el barco volvía a surcar las aguas. Sabía que si empezaba a besarla de nuevo
estaría perdido, así que se obligó a tener paciencia y limitarse a estrechar a
Valentina entre sus brazos.
Pero ella no se lo puso fácil, por supuesto. Le resultaba casi imposible
apartar las manos cuando ella se acurrucaba cada vez más cerca de él.
Sentía su cálido aliento contra el cuello, y sus suaves labios recorriéndole
con delicadeza la piel. Smith le recorrió la cara con la yema de sus dedos,
para luego bajar por el cuello hasta la abertura de la camisa y rozarle la
clavícula. Sintió el jadeo de placer de ella contra su piel por el delicado
contacto.
Desde la primera vez que se besaron supo lo receptiva que era, pero
volvió a sorprenderse por cómo reaccionaba a sus caricias, como si fuera el
primer hombre que acariciaba su hermosa piel.
Y aunque solo le estuviese tocando el hombro, le costaba demasiado
recordar que Billy estaba al timón a unos escasos metros arriba. Smith se
obligó a quitar sus dedos de la piel de Valentina y se limitó a cogerla de la
mano.
Pero se equivocaba al pensar que eso enfriaría el fuego que ardía en su
interior. Porque el simple hecho de cogerle la mano y girar la palma hacia
arriba para poder acariciarla con el pulgar fue el juego erótico más excitante
de su vida.
Ella levantó los ojos para mirarlo, y el deseo que vio en su rostro casi
anuló todas sus buenas intenciones de esperar hasta llegar a casa. No se
atrevía a besarla, pero tuvo que rozarle el labio inferior con el otro pulgar.
Sus ojos se cerraron en un suave gemido de placer, similar al de cuando
probó la comida, pero esa vez ya no se esforzaba por mantenerlo a raya.
No, lo que tenía delante era una mujer sensual y sin máscaras.
Y cuando ella sacó la punta de la lengua para lamerle la yema del
pulgar, fue él quien gimió y la acercó aún más, hasta que quedó casi sentada
en su regazo.
Sus dedos descendieron bajo la manta que los cubría hasta las caderas
de Valentina y, tal y como ya sabía que sería, Valentina encajaba
perfectamente en sus manos. Le encantaba tener una agarrando la suya y la
otra extendida sobre su pecho, sobre ese corazón que latía fuerte y rápido
por ella.
—Pronto atracaremos —dijo para intentar recordarse a sí mismo que
podía lograrlo. Nunca había tenido tantas ganas de que terminara una
travesía. Contenía la respiración esperando el momento en que se acercaran
al muelle.
—Bien —dijo ella con voz igualmente entrecortada—. Mientras tanto
podemos charlar.
Smith asintió con la cabeza:
—Charlar… buena idea. —Pero su mente estaba vacía de todo menos
de ella.
—Háblame del resto de tu familia —sugirió—. Ya conozco a Marcus y
a Nicola. Y me has hablado un poco de Sophie y su embarazo. Pero no sé
mucho sobre los demás.
Los nombres y las caras de sus hermanos se mezclaron en su cabeza
durante varios segundos. Al fin logró sacar un nombre de la nada.
—Chase. —Smith se obligó a centrarse—. Es fotógrafo. Está casado
con Chloe. Tienen un bebé. Emma.
Era consciente de que las palabras le salían entrecortadas, que no le
estaba poniendo color alguno a su descripción pero, maldita sea, era lo
único que podía hacer para no tumbarla en el sofá y arrancarle la ropa.
—¿Qué edad tiene el bebé?
—Tres meses.
Los ojos de Valentina se iluminaron y se ablandaron al mismo tiempo.
—Debe de ser muy guapa.
Dios, por suerte ya estaba enamorado de ella, de lo contrario habría
caído rendido en ese mismo instante ante su noble alma, al ver la emoción
que un bebé de tres meses le generaba.
—Lo es. Estamos locos con ella.
Los ojos de Valentina se dirigieron a su boca y luego volvieron a
encontrarse con su mirada, y casi pudo saborear sus labios antes de que ella
dijera rápidamente:
—Háblame de los demás.
Maldita sea, tenía razón. Necesitaban hablar o hacer cualquier cosa
menos besarse otra vez. Porque si empezaban, ninguno de los dos podría
parar.
—Sophie es bibliotecaria y su contribución ha sido inestimable no solo
con esta película, sino que me ha ayudado a investigar los papeles que he
interpretado durante los últimos diez años.
—Seguro que le encanta ayudarte —murmuró.
—A Zach le gustan los coches. Acaba de comprometerse con Heather,
una adiestradora canina.
—Los perros del puzle, ¿verdad?
Asintió con la cabeza:
—Además del caniche de Summer. Mi hermano Gabe se convertirá en
su padrastro cuando se case con Megan en Nochevieja. Es bombero.
—Me encanta que tus hermanos y tú os dediquéis a cosas tan diversas
—dice, y añade—: He charlado con Vicki varias veces cuando ha ido a
dejar alguna escultura. Está prometida con tu hermano el jugador de
béisbol, ¿verdad?
—Ryan y Vicki son el compromiso más reciente de la familia. —Tuvo
que alargar la mano y apartarle un mechón de pelo de la frente, sin otra
razón que la de no poder resistirse a tocarla.
—¿Tú eres el único que está libre?
¿Libre? No era libre ni de lejos, y en ese momento se daba cuenta de
que no lo había sido desde el primer día en que la vio, la primera vez que
habló con ella, la primera vez que probó sus labios y la tuvo en sus brazos.
—Solo Lori. Es la gemela de Sophie. Una gran coreógrafa. La
apodamos Pilla en contraposición a Sophie, Buena.
Valentina sonrió:
—Pilla, ¿eh? ¿Qué piensa ella de eso?
Él le devolvió la sonrisa:
—Le encanta causar problemas y hacer honor a su apodo todos los días
de su vida.
—De todos tus hermanos, creo que de ella es de la que estoy celosa. —
Valentina miró hacia abajo, donde su mano seguía extendida sobre el pecho
de él, antes de volver a levantar la mirada—. Debe ser maravilloso ser pilla
y dejarse llevar por los impulsos.
«Oh, diablos». Sabía que había pasión cociéndose a fuego lento bajo la
fría y serena superficie de Valentina, pero oírla decirlo en voz alta puso su
autocontrol a prueba.
La suave sacudida del yate al apagarse el motor lo detuvo a menos de
un centímetro de su boca:
—Tengo que ayudar a Billy a atracar —dijo con la voz enronquecida
por la pasión que intentaba evitar desatar durante un rato más, pero, Dios,
apenas podía apartar los brazos de Valentina para ir a hacerlo.
Sus ojos rebosaban sensualidad cuando dijo:
—Yo también ayudaré. Dime qué necesitas que haga.
Su cuerpo respondió inmediatamente a la idea de que Valentina le dejara
tomar las riendas, y no pudo resistirse a acercar su boca a la de ella para
darle un beso rápido y fuerte en los pocos segundos que faltaban para llegar
al muelle.
—Nunca te he visto recibir órdenes de nadie.
Ella le mordisqueó el labio inferior antes de murmurar:
—Eso es porque nadie ha tenido el valor de dármelas.
Todo su cuerpo respondió a ese desafío demasiado tentador cuando ella
pasó junto a él y salió a cubierta.
Trabajando con rapidez y eficacia —o con toda la eficacia de que Smith
fue capaz, dado que ver a Valentina hacer un perfecto nudo marinero hizo
que se le zafara la cuerda de los dedos más de una vez—, entre los tres
atracaron el barco y lo aseguraron al muelle. Y entonces, por fin, se
despidieron de Billy y volvieron al coche de Smith.
Salía a toda velocidad del aparcamiento cuando Valentina dijo:
—Creo que tendríamos que establecer algunas reglas básicas antes de
llegar a tu casa.
Sus palabras seguían conteniendo esa nota de sensualidad que estaba
presente desde su beso de antes, pero se dio cuenta de que hablaba en serio.
A Smith nunca le habían gustado las reglas. Sabía cuándo respetarlas, lo
quisiera o no… y también sabía cuándo era absolutamente imperativo
romperlas.
Así que, aunque estaba desesperado por llevarla a su cama, se detuvo en
una calle oscura y apagó el motor.
—Lo único que quiero es darte placer, Valentina. Más placer del que
jamás hayas imaginado. —Pero sabía que eso no bastaba. Tenía que ofrecer
algo más que placer—. Te prometo que esta noche no haré nada, ni una sola
cosa, que tú no quieras.
Ella parpadeó, con una mirada llena de una mezcla de nostalgia y
preocupación que le encogió el corazón.
—Sé que no lo harás —contestó ella, con una voz tan baja que le apretó
aún más el pecho.
—Pase lo que pase cuando lleguemos a mi casa… —Hizo una pausa,
sabiendo que no podía dejar que ninguno de los dos se escondiera de lo que
estaba a punto de ocurrir—… y a mi cama, no quiero que ni tú ni yo nos
arrepintamos de pasar juntos esta noche. —«Ni de ninguna de las noches
que estoy seguro de que vendrán después».
Su pausa fue más larga esa vez antes de que le respondiera:
—No me arrepentiré. —Deslizó su mano sobre la suya—. Deseo esta
noche tanto como tú. —Hizo otra pausa antes de añadir—: Pero será solo
una noche.
Valentina le acarició la palma con el pulgar, igual que hizo él en el
barco, como si el suave contacto de la piel pudiera suavizar de algún modo
el hecho de que acabara de dejar perfectamente clara su intención de pasar
con él una noche y nada más.
Se llevó la mano a los labios. Eso era lo más cerca que podía estar de
volver a besarla hasta que estuvieran detrás de las puertas cerradas de su
casa, a menos que no les importara que los arrestaran por exhibicionismo en
el coche.
Igual de segura que estaba Valentina de que sería una sola noche, él
estaba aún más seguro de que terminarían teniendo algo duradero. Al igual
que sus hermanos con sus parejas. Igual que su madre y su padre.
CAPÍTULO TRECE
En cuanto aparcaron en el garaje, Smith saltó del coche para abrirle la
puerta de un tirón y coger a Valentina en brazos.
—No olvides las magdalenas. —Apenas le llegaba sangre al cerebro
para asimilar que de verdad quería el postre hasta que susurró—: En cuanto
las vi no he dejado de pensar en comérnoslas desnudos en la cama.
«Dios mío», pensó mientras se detenía el tiempo justo para que ella se
agachara y cogiera la caja de magdalenas. Estaba más cerca de perder la
cabeza que nunca en su vida, a pesar de que tenían la ropa puesta y estaban
a unos treinta metros del dormitorio.
Pero por mucho que deseara tenerla desnuda en la cama bajo su cuerpo
y hacerle el amor como había soñado durante tanto tiempo, no podía tener
la boca separada de la suya ni un segundo más. No cuando por fin la tenía
en sus brazos, ella lo miraba con tanto deseo en sus hermosos ojos y un
sensual rubor de anticipación le teñía los pómulos y le coloreaba los labios
de un rosa oscuro sin necesidad de maquillaje.
De pie, abrazándola en medio del salón, Smith acercó su boca a la de
Valentina en un beso tan suave y dulce que fue más un suspiro que un
encuentro de sus labios. En lo más hondo, se le retorcieron las tripas al
sentir su sabor a exóticas especias cuando deslizó su lengua larga y
pausadamente sobre el labio inferior. El suave gemido de placer que emitió
ante el sensual contacto hizo que la sujetara con más fuerza y presionara
más sus labios. Cuando su lengua encontró la de él y la acarició, fue el
gemido de Smith el que resonó en la habitación.
Por fin podía besarla, abrazarla. Y mientras ella le acariciaba la
mandíbula con una mano y se abría aún más a sus besos, que le devolvía
con desbordante pasión, fue mucho más sexy y dulce de lo que Smith había
soñado.
Una y otra vez saboreó cada centímetro de su boca, las sensibles
comisuras, las curvas y contornos del arco de cupido en el labio superior, y
volvió a mordisquear su jugoso labio inferior antes de lamerlo.
Con la respiración entrecortada, susurró su nombre:
—Smith. Me estás volviendo loca.
—Bien —respondió antes de volver a besarla. No podía saciarse de su
boca, pero se apartó lo imprescindible para decirle—: Porque es lo que tú
me has hecho desde el momento en que te vi.
Y mientras esas palabras sonaban contra sus labios y ella se relamía,
aumentando su ansia por tenerla, cuando volvieron a besarse la dulzura dio
paso a la avidez, a la necesidad de concretar ese deseo y poseerla.
—Por favor —suplicó ella con la respiración entrecortada cuando se
apartó lo justo para intentar recuperar el aliento.
—Dime —la instó incluso mientras robaba otro bocado de sus labios—.
¿Qué necesitas, Valentina?
—Más.
Su confesión, tras nada más que unos simples besos, lo llevaron casi al
límite. Y aún así quería seguir disfrutando y no detener esa expectación, esa
sensual danza en la que se provocaban placer mutuo con sencillos besos y
suaves caricias.
—Sí —coincidió mientras acercaba de nuevo su boca a la de ella y
bebía la dulzura pura de su respuesta—, podría seguir besándote toda la
vida.
Mientras se entregaban al placer de sus bocas, sus ojos color avellana se
habían dilatado hasta que el marrón había quedado arrinconado casi al
completo por el verde.
—Por todas partes. —Esas pocas palabras que salieron de sus labios
contenían tanta ansia y deseo que la poca sangre que le quedaba en el
cerebro se estrelló en una gran ola contra la erección que palpitaba tras la
cremallera de sus vaqueros—. Quiero que me beses por todas partes.
Inmediatamente la recompensó con besos a lo largo de la mandíbula, y
luego contra el lóbulo de la oreja, mientras tiraba de la sensible carne con
los dientes y ella se estremecía de placer. Smith no dejaba de sorprenderse
de lo bien que ocultaba su sensualidad en el día a día. Sobre todo siendo
dueña de un erotismo tan profundo que su respuesta a cada beso y caricia lo
dejaba sin palabras… y le hacía desearla con más intensidad.
Con su ansia sugiriéndole que la tomara en la alfombra del salón, Smith
se obligó a subir las escaleras hasta el dormitorio. Valentina se aferró a él
con un brazo alrededor del cuello y el otro sosteniendo la caja del postre.
Siempre que fantaseaba con hacerle el amor, se imaginaba haciéndole
perder el control. Pero cuando por fin estuvo a los pies de su cama con la
única mujer que deseaba en brazos, Smith comprendió de una vez por todas
que era al revés. Que con solo un puñado de besos Valentina ya era dueña
absoluta de su cuerpo y de su deseo.
Aun así, cuando bajó la boca hacia la suya en otro suave beso y ella
tembló entre sus brazos, le encantó saber que tal vez, solo tal vez, no era el
único que estaba perdiendo todo atisbo de control.
La bajó a la cama y, cuando la caja de magdalenas cayó de su mano
sobre las sábanas, él deslizó sus dedos entre los de ella. Se miraron
fijamente durante unos largos segundos, y Smith juró haber oído los latidos
de su corazón y el suyo propio, echando carreras.
Frenéticos.
Expuestos.
Y disfrutando.
Y al fin apoyó su peso sobre el de ella y la mantuvo firme bajo su
cuerpo mientras la besaba una y otra vez. Su sabor era cada vez más
adictivo. Tan generosa en sus besos como con todo lo demás, no se contuvo
ni se guardó nada… se apretó contra él y le rodeó las caderas con las
piernas, aún constreñidas por los vaqueros, para sentirlo más cerca.
Más excitante.
Más dulce.
«Más», pensó cuando no pudo saciarse de su boca, o de las curvas
elegantes y sensuales que se desplegaban bajo él.
—Demasiada ropa —murmuró Smith contra su cuello mientras le
agarraba el bajo del jersey y sentía su vientre cálido y sensible, incluso bajo
la camisa de algodón que aún lo separaba de la piel desnuda.
Mientras alargaba el brazo, ella le pasaba la mano por debajo de la
camisa y por los músculos del abdomen, que sintió ondulados al tacto.
—Sí —coincidió ella con un mordisquito en el lóbulo de la oreja—,
demasiada.
Tuvo que tomar su boca de nuevo, y sus lenguas se arremolinaron hasta
que necesitó apartarse una fracción de segundo para quitarle el jersey y la
camisa. Sus pechos subían y bajaban con cada respiración y, cuando volvió
a mirarla, vio que su sencillo sujetador negro le quedaba mejor que a
cualquier supermodelo.
—Gracias a Dios —dijo mientras alargaba la mano y pasaba un dedo
por la turgencia primero de un pecho y luego del otro—, por fin estás aquí
conmigo.
Una vez más, ella tembló ante el sutil contacto, y le encantó verla perder
el control. Y aunque se moría de ganas por volver a paladearla, se limitó a
rozar una vez más con los dedos la piel increíblemente suave de la turgencia
de sus pechos.
Apenas a un suspiro de arrancarle la ropa y tomarla sin la delicadeza o
la caballerosidad con la que solía tratar a sus amantes, Smith trató de forzar
algo de pensamiento racional en su cerebro. Bastante desesperado, pensó
que tal vez colocarla sobre su cuerpo les ayudaría a ir más despacio esa
primera vez.
Un momento después la puso a horcajadas sobre él, y Valentina tuvo
que apoyarle las manos en los hombros para sostenerse. Su pelo lo
acariciaba como una cortina de seda color miel, y sus preciosos pechos casi
se le escapaban del sujetador.
«Ahora sí», pensó, «es la posición perfecta para recostarme, admirarla
en toda su plenitud, y tomarme mi tiempo para empaparme de la belleza de
Valentina».
Pero cuando ella le sonrió, con un sensual movimiento de sus preciosos
labios que le cortó la respiración y lo calentó unos diez grados más, se dio
cuenta de cuán equivocado estaba.
Haría falta que lo encerraran en una celda con barrotes de acero
reforzados y tirar la llave para evitar que fuese demasiado rápido. Porque
con su torso desnudo en las manos, ¿cómo evitar acariciarla, tocarla, frotar
su erección bajo los calzoncillos contra sus muslos aún protegidos por el
pantalón vaquero?
Pero no fue consciente de hasta qué punto era inútil ir despacio hasta
que ella levantó las manos de su pecho y se las llevó a la espalda para
desabrocharse el sujetador y echarlo a un lado.
«Madre mía».
Qué preciosa era.
En su vida había visto unos pechos tan bonitos, con el volumen justo
para abarcarlos con las manos, y tan sensibles que, cuando acarició con los
pulgares los duros picos, sus pezones se endurecieron y se acercaron a su
boca.
—Dios —jadeó Valentina mientras su lengua rodeaba la punta de un
pecho antes de que sus dientes le rozaran la húmeda piel—, cuánto me
gusta esto. —Cuando él cambió al otro pecho para repetir el movimiento,
ella solo pudo gemir—: Mucho, mucho.
—¿Tienes idea de cuánto tiempo llevo queriendo saborearte?
Ella no hizo más que sacudir la cabeza, pero él no esperaba que
respondiera, no con sus labios, lengua y dientes provocándola hasta que su
exótico sabor lo mareó.
—Me encanta el sabor de tu piel, Valentina. Eres deliciosa.
Cada palabra que pronunciaba era más visceral y tenía más ansia que la
anterior, a medida que veinte años de experiencia sexual con infinidad de
mujeres se desvanecían por completo. Lo único que quedó fue la suavidad
de la piel de Valentina contra la yema de sus dedos y su sabor en la lengua.
—Todos creen que estoy obsesionado con la película, pero solo pienso
en ti. —Apoyó la cara contra la curva de su cuello e inhaló—. En cómo
huele tu piel. —Le pasó las manos por el pelo—. Cómo sería acariciar tu
pelo. —Balanceó sus caderas contra las de ella—. Y qué sonidos harás al
explotar.
—Oh, sí. —Ella le enredó las manos en el pelo para llevar su boca de
nuevo a los pechos—. Hazme explotar.
Dios, sabía que se había enamorado de esa mujer por una razón. Era tan
audaz en la cama como en la sala de reuniones. Lo tenía cautivado.
Hipnotizado.
Smith tuvo que hacer uso de todo el control que poseía para que no le
temblaran las manos mientras le desabrochaba el botón de los vaqueros y le
bajaba la cremallera. Pero continuó siendo presa de un ansia irrefrenable
cuando ella levantó las caderas para que pudiera deslizar los vaqueros y las
bragas de encaje por sus suaves muslos. Después de que se quitara los
zapatos y utilizara los pies descalzos para desprenderse de los vaqueros y
las bragas, Smith volvió a acomodarla en su regazo, de nuevo a horcajadas
sobre él.
—No creo —dijo él mientras bajaba la mano desde la espalda desnuda
hasta la suave carne de sus caderas y se rendía al espectáculo más hermoso
que hubiese tenido el placer de ver— que haya sido tan feliz en toda mi
vida.
Le encantaba cómo se movía bajo sus manos con un suave ronroneo; le
encantaba que no tuviera la menor timidez por estar desnuda; le encantaba
que, una vez tomada la decisión de pasar esa noche con él, se estuviera
entregando por completo.
Y le encantó aún más que dijera:
—Tú también me haces feliz. —Luego le puso las manos a ambos lados
de la cara y se inclinó para besarlo a su manera innatamente seductora y
dulce.
Así de rápido, la dulzura dio paso a la sensualidad mientras se movían y
sus cuerpos hambrientos se enredaban aún más en las sábanas. Smith la
tumbó desnuda sobre las almohadas y, apoyándose en sus manos, se inclinó
sobre ella para volver a mirarla.
Su piel estaba bañada en oro, con un ligero toque rosado. Tenía los
pechos duros, del tamaño perfecto no solo para sus manos, sino también
para su esbelta figura, al igual que sus caderas suavemente redondeadas.
—Yo… —Smith apenas podía hablar, apenas podía pensar—… necesito
un segundo. —Se esforzó por respirar, y con el poco oxígeno que le
quedaba, añadió—: Eres muy hermosa.
Gracias a Dios, no necesitaba que su cerebro funcionara para recorrerle
con besos calientes y húmedos la boca, la barbilla, la curva del cuello, los
hombros, el dulce nacimiento de los pechos, y luego más abajo, donde su
piel resultaba aún más sensible. Hizo que sus manos siguieran el compás
que marcaba su boca, que no se aventuraran demasiado lejos, demasiado
rápido. Quería tocar, saborear, respirar, todo a la vez, en cada nuevo lugar
de su cuerpo que descubría.
Su vientre era plano, pero también suave, y los músculos bajo su piel se
ondulaban bajo la presión de sus labios. Embriagado por ella, el deseo lo
envolvía con tal fuerza que no pensó en aminorar la marcha mientras bajaba
hasta los suaves rizos que cubrían su sexo.
Smith la respiró mientras la acariciaba poco a poco con la mano y la
sentía húmeda y caliente contra su palma. Había probado el sabor de su
boca, de sus pechos, de la piel tensa de su vientre.
Pero necesitaba probar más.
Con un sonido de intensa y desesperada ansia cubrió su sexo con la
boca, deslizando lentamente la lengua una, dos, tres veces. Sintió que
Valentía lo cogía del pelo para que presionara más su boca contra ella, y
hasta se arqueó para que su lengua la penetrara con más profundidad. Y
cuando sus músculos internos se contrajeron en torno a él y sus gritos de
éxtasis empezaron a resonar en las paredes de la habitación, el placer que le
produjo tener su boca en ella, y sus manos bajo esas suaves caderas, casi le
hizo perder la cabeza.
Tras el clímax, Smith no se atrevía a mover la boca ni apartar la lengua
de su piel suave y resbaladiza. Durante varios minutos, mientras Valentina
yacía relajada y jadeante sobre las sábanas de la cama y él besaba, lamía y
mordisqueaba suavemente la cara interna de sus muslos, y luego los huesos
de la cadera hasta subir al ombligo, se dio cuenta de que nunca se saciaría
de ella.
De algún modo, de alguna manera, tendría que averiguar cómo
convertir esa noche que ella le había concedido en muchas, muchísimas
más. Pero en ese momento apenas podía pensar más allá del ansia de
tenerla.
Y seguir haciéndola suya, como fuera…
CAPÍTULO CATORCE
Valentina bajó la vista y encontró a Smith mirándola fijamente, con unos
ojos aún más intensos de lo normal, tanto que el corazón le dio un vuelco.
Podía ver el deseo en su rostro, sabía que el de ella lo reflejaría en igual
medida y, sin embargo, más allá del deseo había algo que le desgarraba el
alma… un anhelo, un ansia que siempre se había esforzado por mantener a
raya en sí misma. Algo que iba mucho más allá de hacer el amor.
Y que incluía noches invernales envueltos juntos en una manta en el
sofá.
El consuelo de alguien a quien confiar los secretos más profundos y
oscuros.
Tardes en una mecedora cogidos de la mano, con los nietos jugando en
el suelo.
La ternura se apoderó de ella tan rápido como hizo el placer y tiró de él
hacia arriba para darle un beso aún más dulce que los anteriores. Igual de
dulce que la cálida oleada de placer que le siguió cuando las manos de
Smith recorrieron su piel desnuda curva a curva mientras su lengua
provocaba su boca. Podía saborearse a sí misma en sus labios y se
estremeció al recordar la potente visión de tenerlo entre sus piernas,
lamiéndola como si fuera el manjar más dulce que jamás hubiese probado.
Que lo deseara no era algo extraño, Smith era increíblemente atractivo y
sexy. Pero sí le sorprendió la intensidad de su ansia por él… y el hecho de
que ya quisiera más, a pesar de haberlo tenido todo.
Quería muchísimo más.
Por eso, aunque apenas se había recuperado del primer orgasmo, cuando
él deslizó una mano sobre sus pechos y bajó hasta el pliegue entre sus
piernas, abrir los muslos para él y dejarse llevar por las maravillosas y
profundas caricias de esos dedos en su interior le resultó lo más natural del
mundo.
—Dios, Valentina. —Le lamió el cuello, antes de succionar la piel con
sus dientes y labios—. Qué mojada estás. Qué húmeda y caliente para mí.
Cada toque de su mano y de su palma meciéndose sobre su carne
sensible la llevaba más y más alto. Tan arriba que se agarró antes de que
todo se derrumbara a su alrededor. ¿Cómo era posible que pudiese volar tan
alto sin ninguna certeza de volver a tierra entera?
—Smith.
No sabía qué intentaba decirle. No sabía si le estaba suplicando más o
rogándole que se apiadara de ella. Abrió los ojos y supo que lo que veía en
su mirada —el hambre, la emoción, la desesperación— también lo veía él
en la suya.
—Estoy aquí —dijo cuando la sintió tensa, calmándola con su tacto
mientras la hacía volar más y más alto hacia territorios desconocidos—. Ten
un orgasmo para mí, Valentina. Entrégate a mí de nuevo.
Y cuánto deseaba ser completamente suya, aunque solo fuera durante
una noche perfecta.
Así de rápido las defensas de Valentina se disolvieron bajo su roce, su
boca sobre la de ella, sus lenguas resbalando. Y cuando las oleadas de
placer la invadieron de nuevo, se sorprendió al no sentir ni vacío ni la más
mínima vergüenza por cómo se retorcía contra él, más sexual que nunca.
Al igual que había hecho después del primer orgasmo, Smith la acarició
mientras alcanzaba el delicioso clímax y más allá. Una calidez segura pero
a la vez embriagadora la envolvía mientras él comenzaba una lluvia de
besos por los pechos, y luego por las costillas, el vientre y, más allá de su
sexo, le plantó delicados besos en el interior de cada pierna. Al mismo
tiempo que su boca la recorría, sus grandes manos le acariciaban los
músculos, la longitud de los brazos, la espalda y luego ambas piernas,
provocándole una relajación indescriptible.
Le había resultado divertido, sexy y excitante estar desnuda debajo y
encima de su cuerpo mientras Smith seguía totalmente vestido. Pero un
ansia cada vez mayor de tenerlo todo de él también la impacientó y pronto
le estuvo quitando la camisa, sin importarle que saltaran los botones o se le
rompiera una manga.
Mientras la ayudaba a desabrocharle los vaqueros, le encantó el
contraste de las grandes y bronceadas manos de Smith con las suyas,
esbeltas y pálidas. Siempre que estaba a su lado se permitía ser más
femenina y sensual que con cualquier otra persona.
Aunque claro, no es que ella se hubiese permitido ser ese tipo de mujer
con él, ni siquiera esa noche. Smith había exigido esa sensualidad desde el
momento en que se conocieron.
Valentina no era promiscua, pero tampoco había sido ninguna monja la
última década. Sin embargo, estar con Smith era como hacer el amor por
primera vez. Eran más que un hombre y una mujer que no podían resistirse
a estar juntos… era una experiencia milagrosa.
«O, como mínimo», pensó mientras Smith arrojaba la camisa al suelo,
se quitaba los vaqueros y cogía un condón de la mesilla de noche, «él es un
milagro».
Porque nunca había visto un hombre tan bello en toda su vida.
Ya conocía la perfección de su rostro, pero la anchura de sus hombros,
los músculos que ondulaban sobre sus brazos y su estómago sin una pizca
de grasa, sus fuertes caderas y muslos, todo envuelto en una piel
bronceada… era irresistible.
—Ahora necesito un segundo para empaparme yo de ti —dijo Valentina,
mientras él volvía a colocarse sobre ella.
Levantó una mano que temblaba de ansia y excitación para acariciar con
la punta de un dedo la profunda línea del centro de los abdominales.
Levantó la cara para darle un beso en la piel y, con los labios y la lengua,
repasó cada centímetro de esa perfección que acababa de tocar.
—Puede que necesite dos —susurró, al tiempo que los músculos de
Smith se flexionaban y contraían bajo la mano y la boca de Valentina.
—Tómate el tiempo que haga falta.
Su voz sonaba desgarrada por el deseo, y le encantaba saber que era la
responsable de esa excitación. Nunca estaría a su altura a nivel físico —
nadie lo estaría jamás—, pero podía igualar su pasión, su deseo y sus besos.
Aunque su necesidad de él era aún más intensa y profunda, tanto que le
temblaban las manos mientras se las pasaba por el torso. No pudo aguantar
más y tuvo que tirar de la cinturilla de los calzoncillos para arrastrarlos por
toda su erección. Gracias a Dios, un momento después Smith tenía un
condón puesto y estaba de nuevo sobre ella, con las manos a ambos lados
de su cabeza.
No se movió, no empujó dentro de ella, ni siquiera volvió a besarla. Se
limitó a mirarla a los ojos como si buscase una respuesta en ellos que solo
encontraría si buscaba con ahínco y paciencia.
—Valentina.
La forma en que susurró su nombre, con tanta ansia, hizo que cerrara los
dedos con fuerza en los de él y levantase la cabeza para que sus bocas se
encontraran en un beso brutalmente hermoso en el que ambos se mordieron,
se chuparon, tomaron del otro lo que necesitaban y brindaron todo de sí.
No salía de su asombro al sentir por fin el calor de su piel, el vello
oscuro de su pecho, sus músculos moviéndose contra los de ella… y saber
que todas esas fantasías secretas que tenía desde el día en que se conocieron
por fin se estaban haciendo realidad.
Y nunca se había sentido tan viva como cuando se abrió para él y por
fin penetró en su interior. La dilatación de los músculos internos que
envolvían su gruesa y dura longitud intensificó tanto el placer que se le
cerraron los ojos y las caderas se elevaron, como con vida propia para
recibirlo con más profundidad.
Ya completamente conectados, podía sentir los latidos de su corazón
dentro de ella mientras él volvía a pronunciar su nombre, y con eso ya casi
le bastó para explotar. Pero antes de que pudiera emitir el más mínimo
sonido para hacerle saber lo cerca que estaba del límite, su boca cubrió la de
ella en un beso increíblemente dulce y suave, a pesar de la desbordante
pasión que la impulsaba a rodearlo más fuerte con sus piernas.
Y un momento después, cuando por fin separó su boca de la de ella,
todo en su interior se rebeló por haberlo dejado marchar.
Durante semanas había ocultado sus sentimientos por Smith. Había sido
un secreto que intentaba esconder al mundo, en especial a sí misma.
Pero esos secretos guardados con tanto esmero no eran rival para el
deseo.
Valentina le enredó las manos en el pelo y atrajo su boca hacia la de
ella. Ya no le estaba ofreciendo su cuerpo una noche… le exigía que lo
tomase todo de ella. Nunca le había ocurrido algo así. Nunca había sido tan
voraz e insaciable.
Se mecieron juntos en perfecta sincronía, las caderas de ella chocando
con las de él, el cuerpo de ella suplicando cada embestida profunda y dura.
La dulzura se convirtió en la indecencia más hermosa mientras ambos
perdían el control en los brazos del otro.

***
Valentina no recordaba haberse sentido nunca tan bien, tan relajada, tan
satisfecha, a pesar del gran peso de Smith presionándola contra el colchón y
las sábanas enmarañadas amontonadas bajo la pantorrilla.
—Vaya lío hemos hecho con las sábanas —murmuró contra su cuello,
lamiendo el sudor salado justo debajo de su oreja—. Están todas enredadas.
—Bien.
No podía pasar por alto la profunda satisfacción en su voz, ni que la
vibración de su pecho a través del de ella bastó para que su cuerpo saciado
volviera a la vida bajo él.
Sabiéndose a salvo mientras la noche aún les rodeara, y queriendo
aprovechar al máximo cada una de las horas robadas, dijo:
—Ya estoy lista para el postre.
Smith levantó la cabeza y le sonrió.
—Pensaba que eso era el postre.
Presionó su boca contra la de él, y le encantó perderse en su beso.
—No, eso ha sido solo para asegurarnos de que se nos abría el apetito
para las magdalenas.
Le encantaba el sonido de su risa, y aún más saber que lo había
complacido. Porque, Dios, ¡vaya si él la había complacido! Una y otra vez,
con cada caricia, cada beso, cada roce de su cuerpo sobre —y dentro de—
el suyo.
—Las magdalenas están aquí —le recordó ella mientras él cruzaba la
habitación bellamente desnudo hasta su cómoda. Abrió un cajón y sacó
algo.
Tan satisfecha como se había sentido hacía unos segundos, el corazón
de Valentina latía entonces con fuerza y rapidez mientras se preguntaba qué
habría planeado Smith para ella. Y aún más cuando dijo:
—Cierra los ojos.
—¿Por qué?
—Confía en mí, te va a gustar —dijo con una sonrisa.
Que dijera “confía en mí” tan a la ligera hizo que se sentara
rápidamente en la cama y se le apretaran las tripas. Podía entregar su cuerpo
a un hombre con cierta facilidad, pero la confianza era otra cosa.
Pero cuando miró a Smith a los ojos y vio lo que estos le decían, le
sorprendió —de hecho, le impresionó— darse cuenta de que confiaba en él.
Al menos esa noche, en la que podía estar segura de que nada ni nadie se
interpondría entre ellos.
Con una larga exhalación dejó que se le cerraran los ojos y, un momento
después, sintió que algo suave la envolvía. Antes de que pudiera preguntarle
por qué le vendaba los ojos, Valentina olió a azúcar y chocolate.
—Toma un bocado.
Mordisqueó la magdalena que le rozaba los labios y cada una de sus
papilas gustativas entró en ebullición. “Hummm”. Empezó a lamer el
glaseado que se le había pegado a la comisura del labio superior, pero la
lengua de Smith le ganó la partida.
—Delicioso.
Volvió a acercarle el chocolate a los labios y le dio otro mordisco. El
dulce nunca le había sabido tan bien, y estaba deseosa de volver a sentir la
boca de Smith sobre la suya cuando él la sorprendió con la sensación de
algo frío en la punta de un pecho, y un instante después en el otro.
—¿Sabías que la magdalena tenía relleno?
Estaba tan perdida en la embriagadora anticipación de lo que haría que
apenas pudo pronunciar la palabra “No”.
—No puedo decir de qué sabor es. ¿Puedes ayudarme?
—Smith. Por favor.
Otra vez le estaba suplicando pero no le importaba, podía sentir su
cálido aliento sobre la piel y su lengua recorriéndola y lamiendo con avidez
sus sensibles pezones. Se aferró a ciegas a sus hombros cuando le lamió el
otro pecho con la misma fuerza, seducción y perfección.
No acercó su boca a la de ella para volver a besarla hasta que no hubo
limpiado hasta la última gota. La dejó sin aliento y le dijo:
—Dime, Valentina. ¿De qué sabor es?
«De amor».
«Sabe a amor».
Esa palabra prohibida de cuatro letras le vino a la cabeza de improviso,
y no una vez, sino dos, sobresaltándola y poniéndola rígida entre sus brazos.
Notando al instante su angustia, Smith le quitó de los ojos la corbata
que había utilizado como venda improvisada y le pasó las manos
lentamente por los brazos.
—Te prometí que esta noche no haría nada que no quisieras —dijo con
voz tranquilizadora—. ¿Ha sido por la venda?
No, claro que no. Le había gustado mucho esa parte.
Se acercó a él y le rodeó el cuello con los brazos.:
—No has hecho nada mal.
Y así era. A la mañana siguiente, sería ella quien tendría que esforzarse
como una loca para salvarse. Por eso debía alegrarse del pequeño desliz.
Era el recordatorio perfecto de que, aunque le entregara su cuerpo, debía
resguardar su corazón.
Intentando recuperar la jovialidad de unos segundos antes, añadió:
—Pero ahora estoy un poco pegajosa.
Sus ojos intensos la miraron un largo rato, como comprobando que
estaba bien, hasta que sus plegarias para que pasara por alto su extraño
comportamiento fueron escuchadas. La cogió en brazos y la llevó al cuarto
de baño.
Cuando empezó a correr el agua, sus manos le recorrieron la piel y su
boca jugueteó con la curva donde el cuello se unía al hombro. Ella se
arqueó hacia él, y la bañera tenía apenas veinte centímetros de agua cuando
le dijo:
—Te necesito otra vez, Valentina.
—Sí —contestó ella, mientras se introducía con él en el agua poco
profunda—. Otra vez.
Encontró un preservativo, no sabía dónde, y se lo puso justo a tiempo…
en cuanto la penetró, ella explotó en sus brazos. Creyó que esa segunda vez
sería maravillosa, pero no tan especial como la primera.
Y sin embargo, cuando se replegó antes de volver a embestirla con
profundidad y rapidez tuvo que aferrarse a él con más fuerza, y mientras
gritaba de placer por los suaves mordiscos y los dulces tirones de sus labios
en los pechos, unidos al fuerte agarre que sus grandes manos ejercían sobre
las caderas, Valentina supo que su forma de hacer el amor nunca sería
común ni sencilla.
Ni aunque pasaran mil años juntos.
Después, cuando ambos estuvieron limpios y secos y ella se sentía más
agotada que nunca, Smith la llevó con delicadeza de vuelta a las sábanas
enredadas de su cama, la arropó y la estrechó contra él.
Valentina no era de las que podía dormir a gusto si tenía que compartir
la cama con alguien. Ni siquiera con su hermana cuando era pequeña, tenía
pesadillas infantiles y se acurrucaba con ella. Y la decisión de pasar la
noche con Smith no incluía dormir con él. Se suponía que sería solo sexo.
Pero con sus fuertes y cálidos brazos agarrándola, y una de sus manos
rodeando la suya para que reposaran ambas sobre su corazón, no tuvo
fuerzas para luchar contra la intensidad del sueño… ni contra la dulzura de
estar así con Smith.
CAPÍTULO QUINCE
A la mañana siguiente, más dormida que despierta, Valentina se acurrucó
contra el cálido cuerpo que tenía a su lado y suspiró de placer. No fue hasta
que sintió una mano acariciándole el pelo y unos besos suaves presionando
sus párpados cerrados que por fin despertó del todo.
«Oh, Dios», pensó mientras intentaba evitar que su cuerpo se tensara
instantáneamente contra el de Smith, «¿qué he hecho?».
Por supuesto que era consciente de que se había acostado con él. Había
tomado aquella decisión con la mente clara y no se arrepentía, jamás se
permitiría lamentarse por la mejor noche de sexo de su vida. Pero mientras
la luz de la mañana entraba por la ventana de la habitación, en la segunda
planta, se arrepintió de haber roto una regla muy importante: no quedarse a
dormir.
Era una mujer de carne y hueso, llena de hormonas y deseos. Estaba
bien tener una noche de sexo desenfrenado. Mejor que bien, sobre todo si le
servía para no gastar más tiempo y energía pensando en cómo sería hacer el
amor con Smith y volver a centrarse en su vida real.
Pero despertarse en su cama, desayunar, compartir esa parte del día en
la que era más vulnerable… eso ya no estaba tan bien.
Tenía que encontrar la manera de salir de su cama y de su casa sin darle
demasiada importancia a esa única noche juntos.
Pero cuando él le besó suavemente las cejas, los pómulos, la punta de la
nariz y después la barbilla, lo último que quería era abandonar su cama. El
anhelo surgió de nuevo, rápido y ardiente, y deseó con todas sus fuerzas
enredar las manos en su suave cabello y arrastrar su boca hacia uno de los
lugares donde de verdad lo necesitaba.
Cuántas reglas había roto ya por ese hombre… Y cuántas más rompería
si en vez de alejarse de él comenzaba a sumergirse más en sus brazos o a
deslizar una pierna contra él y arquearse contra sus caricias, rogándole más
sin palabras. Que era justo lo que estaba haciendo.
Hasta que el cruel sonido del teléfono la sacó de la neblina de
sensualidad en la que estaba envuelta.
Abrió los ojos de golpe y posó las manos en su pecho:
—Tu teléfono…
—… puede seguir sonando.
Pero estaba demasiado acostumbrada a controlar el horario de su
hermana para perder de vista un evento importante del calendario, incluso
inmersa en la neblina sensual. Le sorprendió haber estado a punto de
olvidarlo. Estaba claro que hacer el amor con Smith le había confundido el
cerebro.
—Tatiana y tú tenéis esta mañana una entrevista telefónica con la
revista Entertainment.
Apenas hubo terminado de pronunciar esas palabras cuando su teléfono
empezó a sonar con el tono de llamada de su hermana. Tatiana había
acudido a un evento para jóvenes actrices revelación en Los Ángeles, de
modo que no solo no sabía que Smith había pasado la noche con Valentina,
menos aún adivinaría que estaba con ella en ese mismo momento. Pero era
lógico que intentara contactar con Valentina para ver si podía localizarlo
porque no había cogido el teléfono para la entrevista.
Quizás Smith pudiera ignorar el teléfono, pero ella no. Y menos una
llamada de su hermana. Se escurrió de debajo de él y trató de no sentirse
avergonzada por su desnudez mientras se apresuraba a coger su bolso al
otro lado de la habitación.
—Hola, Tati. —«Por favor», imploró Valentina en silencio, «no me
hagas preguntas para cuyas respuestas tenga que mentir».
Casi se zambulló bajo las sábanas con el teléfono pegado a la oreja,
mientras Smith la observaba con ojos todavía hambrientos.
—Tengo a Beth de la revista Entertainment en espera —le dijo su
hermana—. No deja de preguntarme cuándo va a llamar Smith. Anoche
cuando fuisteis a Alcatraz, ¿te dijo algo de cancelarla?
—No, no dijo nada de no poder hacer la entrevista. Tal vez vaya con un
poco de retraso. Estoy segura de que nunca te pondría en una situación
incómoda con una periodista cabreada porque no ha aparecido.
Pero en vez de inclinarse para coger el teléfono, Smith le rodeó la
cintura con un brazo y la atrajo contra su cuerpo desnudo —su cuerpo
desnudo, muy duro y excitado—, sorprendiéndola aún más con un suave
beso en la boca.
Un medio grito, medio gruñido salió de sus labios y su hermana
preguntó:
—¿Val? ¿Va todo bien?
—Veré si puedo localizarlo —prometió Valentina a su hermana, antes
de colgarle por primera vez en su vida.
Contenta por la ráfaga de frustración que estaba sustituyendo
rápidamente al deseo, estaba a punto de arremeter contra Smith cuando este
por fin cogió el teléfono de la mesita de noche y empezó a marcar.
—Beth, siento llamar tan tarde.
Pero en vez de soltar a Valentina para poder centrarse en la entrevista, la
atrajo aún más hacia él. Sus brazos la sujetaban por la cintura con firmeza,
y con una de sus piernas ejercía un gran peso sobre las dos de ella.
—¿Cómo está tu hijo? ¿Lo sigue petando en el fútbol?
Lo bastante cerca como para oír las alegres respuestas de la mujer,
Valentina trató de no hacer ruido. Dios no permitiera que ni la periodista ni
su hermana se dieran cuenta de que Smith estaba en la cama con una mujer.
Con ella.
Por supuesto, él no se lo puso fácil para que guardara silencio cuando su
mano acarició lentamente sus costillas, su cintura y la curva de sus caderas.
Temblaba por el esfuerzo de no poder expresar el placer que le producía su
contacto. Sobre todo después de una noche en la que había sido capaz de
dejarse llevar por completo.
A decir verdad, no tuvo más remedio que dejarse llevar.
Pensaba que olvidaría las reglas y preocupaciones solo durante esa
única noche especial. Pero en ese momento, la dulzura de sus caricias no
bastaba para combatir el brutal recordatorio de quién era.
Smith Sullivan, estrella de cine.
«¿Cómo he podido olvidarlo?».
De nada servía en ese momento evaluar los cómos y los porqués. La
cuestión era que lo había olvidado. Y, lo que era aún más importante, no
podía volver a olvidarlo nunca más.
Al menos en el plató lo veía siempre en su rol de productor, director o
actor. En cambio, con su familia, en Alcatraz, en el barco y, sobre todo, en
la cama, Smith era sencillamente un hombre maravilloso.
Por no hablar del hombre más sensual y persistente, hasta un poco
exasperante, que había conocido.
Por supuesto, a pesar de todas las severas advertencias y recordatorios
que acababa de darse a sí misma, durante esos largos minutos que
parecieron horas en que charlaba con su hermana y la periodista el cuerpo
de Valentina siguió calentándose unos cuantos grados. Smith ni se acercó a
sus pechos ni entre las piernas, pero era casi peor porque las partes que
omitió le palpitaban, se hinchaban de anhelo, mientras rezaba para que
terminara la entrevista.
Aunque en el fondo de su corazón no quería que acabara nunca. Porque
entonces tendría que apartarse de los brazos de Smith.
Por fin, cuando podría jurar que había recorrido con sus manos cada
centímetro de su piel menos los que ella estaba desesperada por que tocara,
dejó por fin el teléfono… y volvió a centrarse en ella.
—Lo siento. Bueno —dijo mientras la yema de sus dedos dibujaban un
rastro de piel de gallina sobre la delicada cara interna de su antebrazo—,
¿en qué estábamos?
Respiró hondo, demasiado agitada:
—Me estaba yendo.
La mayoría de los hombres habrían estado más que felices de liberarse
de su aventura de una noche. Maldita sea, cualquier hombre del planeta se
habría limitado a decirle que cerrase la puerta al salir… y cualquier mujer
del planeta le habría suplicado a Smith que la dejara quedarse más rato.
Cuando se le ocurrió que tal vez por eso encajaban tan bien, porque
ninguno de los dos se comportaba como se esperaba de ellos, luchó por
apartarlo.
La mano de Smith no se quedaba quieta sobre su piel. Las continuas
caricias lentas y apasionadas la calentaban más con cada recorrido por sus
curvas mientras le decía “No quiero que te vayas” en una voz baja que le
recorrió la espina dorsal y la piel.
—Ya sabes lo que acordamos anoche —le recordó ella.
—Sé lo que acordamos —dijo— pero eso fue antes.
Esa única palabra —antes— y todos los recuerdos del después que
incluían su boca, sus manos, o su cuerpo sobre el de ella, le obligaron a
reconocer en silencio su propia estupidez.
¿De verdad había creído que podría obtener de él en una corta noche lo
que necesitaba para saciarse, sacarse las ganas y purgar el deseo de su
organismo? ¿Es que no sabía desde el primer momento que sentir sus besos,
sus manos acariciando su piel, y su cuerpo apretándose duro y perfecto
contra el de ella sería como una trampa?
Una de la que nunca jamás querría salir.
No negaría que entre el trabajo en el plató y la cena a la luz de la luna
en las rocas de Alcatraz, se habían hecho amigos. Y ser la amante de Smith
era algo extraordinario.
Concederle su cuerpo, su risa y su compañía era una cosa. Entregarle su
corazón era otra totalmente distinta.
Porque por mucho que le gustara estar con él, por muy maravilloso que
hubiera sido hasta entonces, al fin y al cabo, seguía ejerciendo la única
profesión en la que el amor eterno no existía. La madre de Valentina había
querido creer demasiadas veces en esa falsa ilusión del amor eterno. Pero
querer creer en el cuento de hadas no bastaba para hacerlo realidad.
Y lo que era peor, todo terminaría siendo grabado y fotografiado por
paparazzis y periodistas que alimentaban a un público que no podía vivir
sin conocer la vida privada de los famosos.
—Lo de anoche fue increíble. —No tenía sentido fingir que no lo había
sido—. Pero eso no cambia quién eres. O quién soy yo. —Pero cuando su
aplastante lógica no lo convenció para que levantara sus extremidades de
donde todavía la tenía apretada en la cama junto a él, la frustración por lo
mucho que quería quedarse le hizo decir—: Tendrías que haberme dejado ir
durante la entrevista. No es justo que me retuvieses aquí.
Smith la puso boca arriba, y le sujetó las manos por encima de la cabeza
tan rápido que se le escapó el aire de los pulmones.
—¿Justo? ¿Crees que algo de esto es justo? —Sus ojos se volvieron casi
negros un instante antes de tomarla con su boca en un beso rudo, uno que
había perdido cualquier barniz de dulzura—. ¿Crees que es justo que me
esté enamorando de una mujer que no quiere nada conmigo solo por mi
trabajo?
Esa vez le mordisqueó el labio inferior antes de volver a besarla, lo que
hizo que su boca respondiera a la embriagadora mezcla de placer y dolor. Y
cuando él le acarició el pecho con la mano que tenía libre, a pesar de la
alerta que resonaba en el fondo de su cabeza de que debería estar asustada
de ese hombre que acababa de perder el control y estaba pagando su
frustración con ella, Valentina se arqueó ante el contacto.
¿Cómo podría tenerle miedo? Había sido muy amable y dulce desde el
principio. La abrazó cuando habló de su padre. Había tratado a su hermana
como la preciosa joya que era. Y lo que habían compartido esa noche nunca
podría malinterpretarse como algo únicamente sexual… porque habían
hecho el amor, desde el primer beso hasta el último suspiro de placer.
La lengua de ella se enredaba con la suya mientras él bajaba la mano
por su vientre y más abajo antes de separar la boca, con los ojos ardientes
de calor, frustración y un deseo sin límites mientras la miraba con
intensidad.
—¿Es justo que no pueda dejar de pensar en ti ni un segundo cuando
estoy trabajando en la película más importante de mi vida y no debería estar
pensando en otra maldita cosa?
Si no le estuviera sujetando las manos con tanta fuerza por encima de la
cabeza, habría buscado su rostro para consolarlo. En lugar de eso, lo único
que pudo hacer fue un gesto de negación con la cabeza:
—No. —Tragó saliva ante la fuerte emoción que se reflejaba en el
rostro de él, de una belleza impactante, y también ante los poderosos
sentimientos que se agolpaban en su interior—. No es justo.
No podía hacer que las cosas fueran justas para él, no podía darle lo que
parecía querer, no podía prometerle un futuro en el que no importara su
fama ni lo complicadas que fueran su vida y su carrera.
Lo único que podía entregarle era su cuerpo, para que le diera placer
una vez más.
Smith era mucho más grande y fuerte que ella, pero la pasión —junto al
dolor de saber lo mucho que lo había herido esa mañana al querer
marcharse en cuanto se despertó— le dieron fuerzas para tumbarlo de modo
que él quedara boca arriba y ella a horcajadas. Sus manos aún le aferraban
las muñecas, pero las palmas de Valentina descansaban sobre el pecho de
Smith, justo donde su corazón latía a toda velocidad.
Con los muslos abiertos por encima de su cuerpo, encontró su dura
longitud y empezó a frotarse contra él, sin acogerlo dentro sino
deslizándose arriba y abajo por su grueso mástil una y otra vez hasta que
ambos estuvieron jadeando. Al mismo tiempo, Smith le sujetaba las manos
en su pecho mientras su vientre se contraía y se mecía con más fuerza sobre
él. Con la otra mano le agarró las caderas con fuerza para ayudarla a llegar
a un clímax que sorprendió a Valentina, pues no lo vio venir. Gritó su
nombre cuando atravesó el límite del placer, con el firme cuerpo de Smith
bajo el suyo mientras disfrutaba de una oleada tras otra de dulces
sensaciones.
Hasta que no volvió por fin a la tierra no se dio cuenta de que él había
invertido de nuevo sus posiciones, y estaba tumbada de espaldas en la
cama. Su cuerpo aún vibraba por la increíble fuerza de su inesperada
liberación cuando sintió que él se movía ligeramente hacia un lado, oyó un
cajón que se abría y un envoltorio que se rasgaba. Todo su cuerpo se apretó
con fuerza y volvió a abrirse para él, en espera de un placer aún más intenso
y embriagador.

***

Smith estaba a un suspiro de irrumpir a la fuerza en Valentina cuando de


repente tuvo un momento de lucidez, que lo golpeó como un gancho a la
mandíbula.
«¿Qué acabo de hacer? ¿Y qué demonios estoy a punto de hacerle?».
—Valentina, perdóname.
—¿Perdonarte? —Las palabras, salidas de unos labios hinchados por
sus broncos besos, fueron tiernas y puñeteramente sexys—. ¿Qué has
hecho?
¿De verdad no se había dado cuenta de que se había sobrepasado unos
minutos atrás, cuando la frustración —y una impotencia que no sabía
manejar— habían podido con él?
Le levantó una de las muñecas e hizo una mueca de dolor al ver las
marcas rojas. No sabía si merecía la oportunidad de enmendar su error, pero
no pudo evitar intentarlo.
—Te he hecho daño —dijo justo antes de inclinarse para presionar con
su boca la sensible piel del interior de su muñeca—. Y jamás querría
hacerte algo malo.
Lo último que esperaba fue que ella deslizara la mano desde la suya y la
pusiera contra su mejilla.
—No —dijo con dulzura—, no me has hecho nada. Soy yo quien te ha
herido. Y lo siento. —Acercó su boca a la de él y le dio un tierno beso en la
comisura de un labio—. Siento mucho haberte hecho daño. —Le dio
entonces un beso en la otra, antes de ponerle ambas manos en la cara—. Por
eso intenté marcharme esta mañana, porque no quiero que ninguno de los
dos salga herido. Pero —confesó antes de que su boca encontrara la de él
con un beso que le robó otro trozo de corazón—, no quería irme. —Su
lengua recorrió los labios de él—. Sigo sin querer hacerlo. —Ella se apartó
lo suficiente para mirarle—. Por favor, Smith, bésame.
Nunca había llegado a pedirle un beso en Alcatraz. Se lo había
arrebatado sin más, y a él le había encantado.
Pero cuando por fin se lo pidió, él rezaba para que fuera su forma de
decirle que no le había hecho daño… y que no le echaría en cara nada de lo
que había hecho esa mañana.
Deseándola más de lo que jamás había creído posible desear a alguien,
le cogió la cara entre las palmas de las manos y convirtió sus delicados
besos en la oscura y peligrosa maraña de labios, lenguas y dientes que
ambos ansiaban. Y sin embargo, incluso en aquella oscuridad arremolinada
había una enorme dulzura, una luz resplandeciente que se elevaba sobre
ambos.
—Tómame —suplicó mientras se abría a él y lo rodeaba con brazos y
piernas—. Por favor, Smith —susurró con un dulce gemido cuando él bajó
la boca hasta el hueco de su cuello para saborear su piel, para intentar
convencerse de que era verdad, de que aún lo deseaba a pesar de haber
estado a punto de pasarse de la raya—. Hazme el amor una vez más.
«Dios», pensó mientras volvía a besarla, «nunca me cansaría de su
boca». Ni cuando por fin la penetró y ella acomodó sus caderas para acoger
toda su longitud, ni tampoco cuando perdió la consciencia de todo excepto
de lo suave, ardiente y perfecta que la sentía debajo de él, envolviéndolo.
En ningún momento separó los labios de su boca.
El sexo siempre le había resultado muy placentero, pero hacer el amor
con Valentina fue mucho más allá del gozo mientras le suplicaba entre
besos que la embistiera con más fuerza y profundidad, hasta que sus
palabras se convirtieron en un largo y grave gemido que se fusionó con el
de él, que apenas podía contener sus propias súplicas.
No solo para obtener más placer del que jamás había soñado, sino para
que le diera una oportunidad de seducir algo más que su cuerpo.
Para conquistar también su corazón.
Después se tumbaron juntos, frente con frente, nariz con nariz, boca con
boca. Quería quedarse así con ella para siempre, quería hacer todo lo
posible para que no se fuera, pero pesaba tanto que no quería aplastarla. Se
puso de lado, sin dejar de sostenerla contra él, y le acarició el pelo húmedo
de sudor con una mano.
Por desgracia, demasiado pronto ella dijo:
—Le prometí a Tatiana un día de chicas. No nos hemos visto mucho
fuera del plató.
Se lo explicó como si tratara de calmarlo, y Smith se alegró de saber
que, a pesar de lo clara que había sido acerca de no querer salir con él, sus
sentimientos obviamente le importaban.
—De hecho —añadió—, tengo que volver a casa antes de que regrese
del aeropuerto. Si supiera que no pasé la noche en casa, se preguntará por
qué.
Un pesado bloque de cemento cayó sobre su pecho:
—No vas a contarle lo nuestro.
Se zafó de sus brazos y se incorporó en la cama, usando las sábanas
arrugadas para cubrir su hermosa piel desnuda.
—No —dijo con delicadeza—, no lo haré. —Se lamió los labios—. No
me arrepiento de lo que pasó anoche. Ni de lo de esta mañana. —Sus ojos
color avellana se encontraron con los de él, tan firmes y hermosos que se le
apretó más el pecho—. Pero creo que tú mejor que nadie sabe cómo se
supone que tenemos que llevar esto.
Se esforzó por mantener su expresión impasible:
—Dime, Valentina, ¿cómo se supone que tenemos que llevarlo?
Frustrada, tomó asiento en la cama con las piernas cruzadas, de modo
que las sábanas se deslizaron para revelar un delicioso tramo de cadera y
muslo.
—Ahora es cuando tú pasas a la siguiente conquista. Se supone que por
fin todo vuelve a la normalidad. —Su voz se iba elevando con cada frase,
hasta que prácticamente le gritó—: ¡Ahora que nos hemos acostado, se
supone que has terminado conmigo!
Smith la dejó salir de la cama, cerrar la puerta del baño y tener unos
minutos de privacidad.
«Ahora que la he tenido», pensó mientras se ponía unos vaqueros, «esto
no ha hecho más que empezar».
Smith estaba en la cocina sirviendo dos tazas de café cuando Valentina
salió diez minutos más tarde vestida, con el pelo aún húmedo alrededor de
los hombros, los zapatos puestos y el bolso en la mano.
—Quédate a comer un bollo de canela, Valentina.
Miró sorprendida el plato que había en el centro de la mesa junto a la
ventana. Su estómago gruñó mientras decía:
—¿Por qué haces esto mucho más difícil de lo que debería ser?
—No tiene por qué ser difícil.
Él quería demostrarle precisamente eso, aquello que sabía que ella creía
en el fondo de su corazón: que el amor no tenía por qué ser difícil. Volvió a
pensar en lo que su madre le había dicho por teléfono: “A veces resulta más
fácil excusarnos y decir que no necesitamos amor en nuestras vidas que
admitir cuánto lo anhelamos. No te rindas con ella”.
Con aquel sabio recordatorio resonando en su cabeza, Smith cogió el
bolso de Valentina de sus manos apretadas y lo dejó en el suelo antes de
acercarle una silla. Por un momento pareció que iba a amotinarse, aunque
tras un inesperado suspiro se sentó.
—No te gusta jugar limpio, ¿verdad? —Arrancó un trozo del bollo de
canela y se lo metió en la boca con un sonido goloso de placer—. Estos
dulces son de lo mejor que he probado. Chorreando azúcar, justo como me
gustan.
No podía dejar de sonreírle mientras arrancaba un trozo para él. Ni él
pudo evitar inclinarse para lamer una pizca de azúcar que brillaba en la
comisura de sus labios.
—A mí también me gusta.
Abrió los ojos y lo miró fijamente:
—Smith.
—Valentina —dijo, devolviéndole la sonrisa.
Ella intentó ocultar los nervios de su sonrisa dándose la vuelta y
dejando que el pelo le cayera sobre la cara.
Pero él lo vio.
Cuando terminó de desayunar, lavó el plato en el fregadero y se dio la
vuelta para decir lo que él sabía que sería una despedida muy educada.
Smith la cogió en brazos:
—Gracias por dejarme hacerte el amor anoche.
Un instante después le comió la boca, devorando los restos de azúcar y
canela que quedaban en sus ya de por sí dulces labios. Cuando por fin se
obligó a retirarse, los grandes ojos de Valentina ya se habían vuelto a nublar
por el deseo y su piel estaba enrojecida por el calor. Y, sin embargo, pudo
ver lo mucho que se esforzaba por luchar contra lo que sentía.
Ya no tenía veintiún años y su vida no giraba en torno al sexo, por
fantástico que fuera. Lo que significaba que también entendía que la razón
por la que el sexo con Valentina había sido tan alucinante no era porque
representara una conquista. Tampoco porque ella hubiese sido un misterio
que se moría por descifrar.
No, era porque ella le importaba. A un nivel mucho más profundo que
cualquier otra mujer.
Quería saber si era la elegida.
Esa mañana estaba bastante seguro de que tenía su respuesta.
—No podemos volver a hacer esto de nuevo, Smith. Las cosas podrían
complicarse demasiado, muy rápido. Incluso ahora, si Tatiana descubre
dónde estuve anoche…
—Se alegraría por ti. Y por mí.
Valentina levantó la barbilla:
—Sí, ella sería feliz mientras nosotros lo fuéramos. Hasta que llegara el
día en que tuviera que tomar partido. Le caes muy bien, Smith, y le mataría
perder tu amistad solo porque somos hermanas y estaremos juntas pase lo
que pase. No quiero hacerle eso, y sé que tú tampoco.
—Si no fuera actor, si no trabajáramos juntos, ¿querrías pasar conmigo
más de una noche?
Pudo ver lo sorprendida que estaba por su pregunta, tanto como para
que admitiera:
—Sí.
Y, sin embargo, un momento después se zafó de sus brazos, recogió su
bolso y su abrigo y se dirigió a la puerta antes de añadir:
—Pero como no se me da bien fingir, ¿qué sentido tiene desear que las
cosas sean diferentes?
Durante el resto del día no pudo quitarse de la cabeza la expresión de
Valentina. Parecía decidida, fuerte y hermosa como siempre, pero en el
fondo no había podido ocultar a esa mujer que lo único que quería era creer
—y comprobar por sí misma— que el cuento de hadas era real.
Smith se moría de ganas de demostrarle que sí… y que su “fueron
felices y comieron perdices” podría ser aún mejor que cualquier película
romántica de Hollywood.
CAPÍTULO DIECISÉIS
Valentina acababa de llegar a su casa, quitarse la ropa de la noche anterior y
puesto unas mallas y un jersey cuando oyó abrirse la puerta principal.
Si bien no era la actriz de la familia, y aunque no había ninguna razón
para que su hermana sospechara que había pasado algo entre Smith y ella
más allá de una visita amistosa a Alcatraz, se encontró forzando una sonrisa
de oreja a oreja cuando Tatiana asomó la cabeza por la puerta.
—Lo siento Val, el avión se retrasó. Llamé al spa y les dije que
llegaríamos unos minutos tarde.
La boca de Valentina se agrandó aún más sobre la parte delantera de sus
dientes.
—¡Genial, lo estoy deseando!
Cuando su hermana se metió en su habitación para guardar la maleta,
Valentina sintió como si llevara al cuello un cartel de neón con la palabra
MENTIROSA. Porque aunque no le había mentido abiertamente a su hermana,
no podía evitar equiparar esa omisión con una mentira.
Unos minutos más tarde, cuando se dirigían al balneario en el coqueto
Mini Cooper de Tatiana, Valentina preguntó:
—¿Qué tal el evento de Los Ángeles?
—Bien. —Su hermana sonrió—. A decir verdad, no tenía ni idea de que
trabajar con Smith cambiaría tanto las cosas. No paraban de decirme el gran
privilegio que es que me eligiera personalmente para Gravity. Ya sabes,
porque la escribió, la produce y dirige. Nadie ha visto aún la película pero
ya hay rumores de Óscar.
—Sí que es un privilegio —aceptó Valentina—. Y como me ha dicho
varias veces lo mucho que le gusta trabajar contigo, me consta que está muy
contento con la elección.
Su hermana sonrió:
—Teniendo en cuenta que todo el mundo lo adora, y sabiendo de
primera mano lo bonito que es trabajar con él, no pude evitar que aflorara
un poco de nerviosismo. O puede que se deba a ciertos rumores…
Tatiana le lanzó una rápida mirada a su hermana antes de cerrar los
labios de golpe.
Valentina se esforzó por mantener su voz ligera y despreocupada
mientras preguntaba:
—¿Qué rumores?
—Tonterías. —Tatiana puso los ojos en blanco—. Los típicos prejuicios
de Hollywood de que los coprotagonistas de una película se acuestan. Pero
les juré a todos que él y yo solo somos amigos.
Las manos de Valentina se apretaron sobre su regazo mientras decía:
—Siento que tengas que lidiar con eso, Tati, y más sabiendo cuántas
horas trabajas en el plató.
—Las dos sabíamos desde el principio que los rumores de romance
entre compañeros de reparto eran inevitables —dijo su hermana con voz
suave—. Puedo lidiar con ello porque sé la verdad. El problema es que si
Smith está saliendo con alguien, no quiero que esa persona piense que le
está siendo infiel, porque no es para nada el caso.
Valentina deseaba que pudieran hablar de otra cosa. De cualquier otra
cosa. Pero se daba cuenta de que su hermana estaba esperando a que dijera
algo.
Dios, deseaba desesperadamente confiar en Tatiana. ¿Pero qué podría
decir? «Anoche me acosté con Smith. Y cuando esta mañana me entró el
pánico y quise huir, me inmovilizó en su cama… y me encantó».
No. No podía decir eso. No podía decirle a Tatiana que había estado con
Smith. Sería un riesgo demasiado grande para todos los componentes de la
ecuación. Además, ¿qué había para contar? No había sido más que una
noche hermosa, perfecta y pecaminosa, ¿no?
Una que nunca jamás permitiría que se repitiera.
Al fin respondió:
—Supongo que cualquier mujer que decida salir con un actor como
Smith tiene que confiar en él pase lo que pase… de lo contrario, acabaría
volviéndose loca. —Eso, si los medios de comunicación no la mandan antes
al manicomio.
—Oye —dijo de repente su hermana—, casi lo olvido. ¿Qué tal
Alcatraz?
—¡Estupendo! —respondió Valentina con una voz demasiado
entusiasta. Y entonces, antes de que su hermana pudiera hacer alguna
pregunta sobre su compañero de velada, empezó a recitar la historia de
Alcatraz que había aprendido de Sam, el guía.

***

—Tatiana, ¡muchas gracias por invitarnos!


Valentina estaba recibiendo las instrucciones del spa por parte de la
recepcionista cuando se dio la vuelta y vio a Vicki Bennett, la chica que
hacía las esculturas para la película y que estaba prometida con uno de los
hermanos de Smith, entrar con dos mujeres que se parecían mucho, salvo
por el hecho de que una estaba muy embarazada. Además las gemelas
también tenían un asombroso parecido con…
—Hola, soy Lori Sullivan. —La gemela no embarazada estrechó la
mano de Valentina. Se movía con tanta gracia que obviamente tenía que ser
la bailarina de la familia—. Esta es mi hermana, Sophie.
Valentina se esforzó por no entrar en pánico. Ya era bastante malo tener
que ocultarle a su propia hermana lo que había ocurrido la noche anterior. A
eso tenía que sumarle que las dos hermanas de Smith estaban en el
balneario, junto a su cuñada Vicki.
—Encantada de conoceros a las dos, y de volver a verte, Vicki. —No
habían pasado mucho tiempo juntas, más allá de que Valentina elogiara sus
impresionantes esculturas el día que las presentaron.
Veinticuatro horas antes a Valentina le habría encantado tener la
oportunidad de conocer a más miembros de la familia de Smith. Por
desgracia, ese día estaría todo el tiempo preocupada por irse de la lengua y
delatar por accidente que se habían acercado más de lo que nadie podría
imaginar.
—Venga —dijo Lori—, vamos primero a remojarnos en los baños
minerales. Soph, tú solo sumerge los pies para no hervir a los bebés.
Sophie puso los ojos en blanco en dirección a Valentina:
—Encantadora, ¿verdad?
Valentina sonrió al percibir lo unidas que estaban las hermanas. No era
de extrañar que Smith quisiera tanto a los suyos. Claro que tendrían sus
luces y sombras, como todas las familias, pero el amor que los rodeaba era
evidente.
Acababan de ponerse los trajes de baño y se estaban acomodando en el
agua caliente cuando una de las esteticistas se llevó a Tatiana para un
tratamiento facial, dejando a Valentina sola con el equipo Sullivan. Todas
parecían muy simpáticas, pero seguía sin poder controlar del todo los
nervios. Por supuesto, no tenían ningún motivo para preguntarle por Smith,
no había forma de que sospecharan que unas horas antes había estado en su
cama.
Solo de pensar lo que él le había hecho en aquella cama —y lo que ella
le había hecho a él— le subía la temperatura corporal por encima de la del
agua caliente del spa.
Valentina se alegró de haberle pedido a Smith que le hablara de sus
hermanos la noche anterior, porque gracias a eso pudo entablar una
conversación:
—Tu hermano dice que eres una coreógrafa y una bailarina increíble,
Lori. Me encantaría ver tu trabajo. —Se dirigió a Sophie—: También me
dijo que no podría hacer ni la mitad de su investigación sobre los personajes
de las películas sin tu ayuda. Tengo ganas de ir a la biblioteca municipal,
pero el trabajo ha sido una locura últimamente. No hay nada que me guste
más que pasar horas y horas con los libros.
—Acabo de empezar la baja por maternidad y estoy dejando todo atado
antes de dar a luz —dijo Sophie con dulzura, apoyando ambas manos en su
vientre—, pero me encantaría ir contigo un día de estos, si consigues
escaparte un rato del trabajo.
Valentina se preguntó de repente cómo mantendría las distancias con
Smith cuando su familia la enganchaba con tanta facilidad. Era verdad que
quería ver bailar a Lori y pasar una tarde con Sophie en la biblioteca.
—¿Qué tal llevas lo de trabajar en la película de Smith? —preguntó
Vicki.
Valentina intentó detectar si había algo detrás de la pregunta, o si habría
detectado las chispas entre Smith y ella cuando estuvo en el plató
entregando sus esculturas. Pero por lo que veía en la cara de la otra mujer,
la cuñada de Smith, Valentina se dio cuenta de que solo estaba siendo
paranoica.
Y no era algo propio de ella.
—Tatiana y yo lo estamos disfrutando mucho. Se trabaja muy duro,
pero al mismo tiempo hay un ambiente muy cordial. No siempre hemos
tenido esa suerte en varias de las películas en las que mi hermana ha
trabajado en los últimos años.
—Smith es increíble —dijo Lori, como si eso lo explicara todo.
Lo cual, pensó Valentina con un pequeño suspiro de resignación, era
totalmente cierto.
Era muy agradable tratar con Smith, simpático y capaz de lidiar con mil
cosas a la vez, lo que inspiraba lealtad a todos de forma automática. Por no
mencionar el hecho de que le daba mil vueltas a otros actores.
—Él y yo somos los únicos solteros que quedamos en la familia —dijo
Lori—. Los demás —señaló con la cabeza a Vicki y Sophie—, son tan
felices que dan asco.
—Vaya —se burló Sophie—, ¿ya estás enseñando tu faceta de vieja
solterona y amargada?
Lori le echó agua a su gemela antes de decirle a Valentina:
—¿Tienes idea de lo que es estar rodeada de parejas todo el tiempo? En
especial cuando mi vida sentimental es como esa canción de Taylor Swift,
We are never ever getting back together, que le dedica al chico con el que
sale: “nunca jamás volveremos a estar juntos” —suspiró—. Y al final
volvemos.
Sophie frunció el ceño:
—Espera. Pensé que estábais…
Lori se apresuró a interrumpir a su hermana y le preguntó a Valentina:
—¿Y tú? ¿Hay alguien especial en tu vida de quien te estés enamorando
loca y perdidamente hasta el punto de no poder vivir sin él, como le está
pasando a casi todos los Sullivan del planeta?
A Valentina le pareció que todo a su alrededor iba a cámara lenta. Fue
como si el agua de la fuente se detuviera y casi podía ver las gotas caer, una
tras otra, en la piscina de abajo.
Iba a tener que mentir. Tenía que apañárselas para decir una mentira
convincente, maldita sea.
Pero lo que le salió fue:
—Bueno, puede que haya un chico interesado, pero como sé que no va a
funcionar, intento no darle esperanzas.
Se dio cuenta de lo que había dicho cuando sus palabras resonaron en
sus oídos unos segundos después. Menos mal que Tatiana estaba fuera
haciéndose un tratamiento facial, o seguramente la habría acribillado a
preguntas. Como quién era aquel tipo… y por qué Valentina no le había
hablado de nadie en las semanas que llevaban en San Francisco.
Por no mencionar que tenía que redefinir su concepto de “intentar no
dar esperanzas” después de la noche —y la mañana— que había pasado con
Smith haciendo el amor una y otra vez.
—Oooh —dijo Lori mientras se inclinaba hacia delante en el agua, con
los ojos brillantes de curiosidad—. ¿Y es mono ese muchacho?
Valentina no pudo evitar ruborizarse. Ni tampoco responder con un
“Sí”, aunque “mono” no era la palabra adecuada para los ojos intensos y la
cincelada belleza masculina de Smith.
Devastadoramente guapo se acercaba mejor a describirlo.
—Pero… —Valentina comenzó.
—Te estás acostando con él, ¿verdad? —Lori terminó por ella.
Los ojos de Valentina se abrieron de par en par ante la contundente
pregunta de Lori, mientras Sophie echaba agua sobre su hermana:
—No tienes que contestar —le dijo a Valentina.
—Es verdad, no hace falta —añadió Lori, sonriéndole mientras se
limpiaba el agua de la cara y se apartaba el pelo húmedo de la frente—.
Porque se te ve en la cara que el sexo con ese chico al que “intentas no dar
esperanzas” es increíble. —Sophie estaba a punto de volver a salpicar a
Lori cuando esta levantó las manos en señal de rendición—. Vale, pararé.
Lo prometo.
Pero su promesa llegó demasiado tarde, porque pronto se inició una
encarnizada guerra de agua, con Vicki y Sophie enfrentándose a Lori hasta
que Valentina tuvo que unirse a su equipo para equilibrar los bandos.
Cuando Tatiana volvió de su tratamiento facial, las encontró a las cuatro
completamente empapadas y riendo juntas como viejas amigas. Se deslizó
en el agua con ellas y se unió a la diversión sin perder un segundo.
CAPÍTULO DIECISIETE
El lunes por la tarde Smith encontró a Valentina en el aparcamiento del
plató justo cuando estaba a punto de entrar en su coche.
—Me alegro de haberte pillado. —Se deslizó en el asiento del copiloto
de su Lexus antes de que ella pudiera protestar—. Tatiana me ha dicho que
vas a Union Square, donde están todas las tiendas. Me vendría genial que
me ayudaras a elegir los regalos para la fiesta de navidad de esta semana, si
tienes un poco de tiempo libre.
«Dios, qué guapa es», pensó cuando se volvió hacia él con una
expresión claramente recelosa por la excusa que acababa de darle. Había
pasado demasiado tiempo desde ese sábado por la mañana en que la tuvo en
su cama, y no pudo evitar acercarse para tocarla, aunque fuese pasando las
manos por los extremos de su coleta.
—Estaré encantada de ayudarte a elegir los regalos —dijo con un tono
que sonaba a cualquier cosa menos encantado—, pero tú y yo ya sabemos
que esto… —puntualizó, señalándolos a los dos—… no es una buena idea.
—La única señal de que su cercanía la estaba afectando era el tono
ligeramente jadeante de su voz, por lo demás muy bien modulada.
Y tenía razón. Estar juntos no era una buena idea.
Era una idea fantástica. Y cuando le deslizó la mano desde el pelo hasta
el brazo, y luego por el suave cuero de su chaqueta hasta las manos, pudo
sentir cuánta razón tenía por cómo la sintió temblar bajo la yema de sus
dedos, que entrelazó en los de ella.
—Te he echado de menos estas dos últimas noches. Mucho.
No soportaba dormir cada noche sin ella, igual que no poder cogerla de
la mano en el plató. La familia Sullivan era muy cariñosa, y Smith no
estaba acostumbrado a reprimir sus sentimientos. Menos aún cuando eran
tan fuertes.
Valentina suspiró, pero por suerte su deseo resultó ser más fuerte que la
voluntad de resistirse a él. Así que, en lugar de echarlo, se limitó a soltarle
la mano, giró la llave en el contacto y arrancó el coche.
Smith se acomodó en el asiento de cuero con las largas piernas estiradas
hacia delante, disfrutando de la compañía de Valentina: su olor, cómo sentía
su pulso acelerado en el cuello, el fuego que le saltaba en la piel incluso
aunque intentara mantenerlo —como a él— a raya… no había parte de ella
que no le interesara y le atrajese.
Poco después salían andando de un aparcamiento y entraban en el
corazón de Union Square. La mirada de Valentina brilló con la ilusión de
una niña contemplando las luces navideñas en los árboles y los edificios
que rodeaban la plaza, que tenían un aspecto muy diferente a cuando
rodaron allí la escena inicial de la película, semanas atrás. En el centro de la
plaza había una pista de patinaje sobre hielo.
—Es como un paraíso invernal.
Miraba a una pareja de patinadores, que giraba abrazada por la pista,
con tanto anhelo que no habría podido resistir el impulso de agarrarla y
besar su hermosa boca de no ser por unos adolescentes que lo vieron y
corrieron hacia él.
—¡Dios mío, es Smith Sullivan!
Sus chillidos llamaron la atención de decenas de personas que de
repente sacaron sus teléfonos para hacer fotos y enviar mensajes de texto a
sus amigos. No le sorprendió que Valentina se resguardara de las cámaras,
pero cuando cogió un bolígrafo para empezar a firmar autógrafos, agradeció
enormemente que se ofreciera a hacerle fotos con sus fans para que todos
pudieran salir a la vez. Estaba claro que había pasado por lo mismo varias
veces con su hermana y, una vez más, se alegró de saber que su mundo no
le era tan ajeno.
¿Es que no se daba cuenta de que si alguien podía soportar la presión de
salir con una estrella de cine era ella? En su opinión, era la prueba perfecta
para comprobar lo bien que les iría si en lugar de pasar una simple tarde de
compras accediera a ser su novia.
Diez minutos después, cuando los últimos admiradores parecían haberse
saciado, Smith le preguntó:
—¿Has estado alguna vez en Gumps1?
—¿Qué es un Gump? —preguntó de forma tan inocente que no pudo
resistirse y le acarició la mejilla sonrojada por el aire frío, y por los nervios
de estar con él, o al menos eso esperaba.
—Es por allí —dijo con una sonrisa que ella, por suerte, no pudo evitar
devolverle—. Veamos si podemos salir de aquí antes de que venga el
siguiente grupo.
—Tendría que haber reconsiderado el plan de venir al centro contigo —
dijo con un leve tono pesaroso, como culpándose de que la fama de Smith
acabara de ralentizar las compras—. Aunque —añadió torciendo
irónicamente los labios— no creo que exista ningún sitio tan apartado como
para que pases desapercibido.
—Es en las ciudades donde están los fans más entusiastas. Hace meses
estuve en un pueblecito de Kansas y nadie dijo nada.
Valentina hizo un sonido de descreimiento:
—Eres muy dulce con tus fans. Espero que Tatiana aprenda a lidiar con
su público tan bien como tú.
Sabía lo que ella trataba de hacer: recalcar su fama como recordatorio
de que debía mantener las distancias con él. Un artista callejero hacía
malabares con seis mazas subido a un rulo de equilibrista, y como todos los
ojos estaban puestos en el malabarista y no en ellos, Smith le dijo en voz
baja:
—Pequeñas dosis. Es la clave para que la fama no se te suba a la
cabeza. El resto del tiempo, cuando estoy en el plató o en casa, soy como
todo el mundo.
—Te equivocas —dijo ella también, en una voz tan baja que solo él
podía oírla mientras lo miraba fijamente con esos hermosos ojos color
avellana, llenos de tanto deseo como arrepentimiento—. Nunca podrías ser
como todo el mundo.
Le pareció oír a alguien decir su nombre, así que arrastró con rapidez a
Valentina al interior de la tienda. La jefa de planta que les recibió era una
vieja amiga del instituto, y una de las razones por las que le encantaba ir a
Gump’s era porque Judy y el resto del personal se desvivían por facilitarle
la experiencia de compra. Y lo mejor era la falta absoluta de sentido común
y lógica que dominaba la tienda.
Disfrutó viendo cómo Valentina alzaba el cuello para contemplar las
esculturas de cristal, las figuras chinas y las sillas ornamentadas que
compartían espacio con comederos de perro hechos a mano y adornos
navideños baratos.
—Este sitio debe tener mucha historia.
—El resultado de la fiebre del oro —explicó—. Los hermanos Gump
tuvieron suerte en los ríos y decidieron invertir sus ganancias en esto.
—Ningún artículo tiene nada que ver con el de al lado, pero de alguna
manera todo encaja. ¿Hay algo que esta tienda no tenga?
—Vamos a averiguarlo.
Empezaron por la planta baja y fueron subiendo. Valentina tenía un
talento asombroso para encontrar el regalo perfecto para cada miembro del
reparto y del equipo. Smith siempre se había enorgullecido de conocer a las
personas con las que trabajaba en cada película, a pesar del efímero tiempo
compartido. Pero se dio cuenta de que Valentina conocía a los miembros de
su equipo incluso mejor que él.
Ella hablaba de cuando todo terminara, actuaba como si estuviera
preparada para que cada cosa que empezaba se cerrara tarde o temprano…
pero Smith pudo ver cómo se esforzaba por que no sucediera.
Los paquetes envueltos para regalo se estaban amontonando detrás de la
caja cuando por fin llegaron a la planta que había estado esperando con
impaciencia. La música era más tranquila en la quinta planta, los
expositores aún más elegantes, los colores más suaves para complementar
la carísima lencería expuesta.
El sonrojo de Valentina lo decía todo, incluso antes de decir:
—No creo que en esta sección encontremos un regalo para nadie.
Dejó que su mirada recorriera sus mejillas sonrojadas, sus labios
carnosos, sus ojos demasiado brillantes:
—Yo sí. —Se acercó lo suficiente como para deslizar la punta de los
dedos por su mano con un mínimo roce—. La próxima vez que te vea con
ropa interior de seda y encaje, Valentina, necesito saber que soy el único
que te la ha quitado.

***

Un golpe del más puro deseo sexual abatió a Valentina ante el leve roce de
los dedos de Smith… y de sus muy sensuales palabras.
Aún sentía el placer de la noche del viernes y la mañana del sábado
fresco en la piel, un cosquilleo que le recordaba lo hermoso que fue cada
momento en brazos de Smith. Su cara la delataba y lo sabía, y también el
rubor de su piel o cómo se estremecía de pasión cada vez que se le
acercaba. Ningún hombre le había hecho sentir tan femenina y consciente
de sus curvas, de su suavidad, de su calor.
Sin embargo, no era solamente el deseo lo que hacía que le flaquearan
las rodillas. Ojalá fuese solo eso, porque entonces podría atribuirlo a la
atracción física que cualquier mujer tendría por Smith Sullivan.
No, era la dulce promesa en sus ojos, que siempre la tocara con tanta
delicadeza y la emoción en su rostro cada vez que la miraba lo que la tenía
balbuceando y a su corazón desbocado.
A Valentina no le gustaba verse como una cobarde, aunque el corazón le
latía más deprisa que nunca y apenas podía contener las ganas de darse la
vuelta y bajar corriendo cinco tramos de escaleras. Se juró a sí misma que
esa era la única razón por la que dejaría que Smith se saliera con la suya en
la sección de lencería de los grandes almacenes más extraños y
maravillosos en los que jamás había estado.
Y no el secreto y maravilloso pensamiento de que, de todas las mujeres
del mundo que podría haber tenido —supermodelos, famosas de
deslumbrante belleza— la había elegido a ella.
Aunque a decir verdad, la resolución de permanecer a su lado mientras
él cogía lo que le parecieron casi todos los sujetadores y bragas de la quinta
planta, cada prenda más exquisita que la anterior y todas exactamente de su
talla, puede que también tuviera algo que ver con su debilidad por la
lencería.
Una debilidad que solo rivalizaba con la necesidad de tomar algo dulce
a primera hora de la mañana… y su creciente y casi desesperada debilidad
por el hombre que tenía a su lado.
Por suerte, en vez de decirle más cosas sensuales, que bien podrían
haberla tentado a perder todo su autocontrol y arrastrarlo a un probador, la
acribilló a preguntas:
—¿Tuviste perro de niña?
—No, pero nuestro gato era tan grande como un perro e intimidaba a
cualquiera que se acercara a la puerta de casa.
—¿Cuál era tu asignatura favorita en el colegio?
—Física.
—Me encanta que siempre me sorprendas —dijo con una sonrisa—.
Ahora dime por qué física, y no lengua, historia o matemáticas.
Se encogió de hombros, sintiéndose un poco tonta:
—Al principio no le encontraba la lógica a eso de las trayectorias y
aceleraciones, hasta que un día, de repente, lo entendí. Creo que me sentí
invencible después de sacar un sobresaliente, en plan “si me esfuerzo y no
bajo los brazos no hay nada que no pueda descifrar”. —Tenía muchas ganas
de saber más de él, de modo que aprovechó la oportunidad para preguntarle
—: ¿Y tú?
—Me gustaba cualquier cosa en la que pudiera ponerme delante de la
clase y hacer el ridículo. Actuar. Bailar. Improvisar. El coro del colegio. El
resto del tiempo me lo pasaba en un campo de fútbol, de béisbol o jugando
al baloncesto. Pero si hubiera sabido que había una chica como tú en el
laboratorio, física habría pasado a encabezar mi lista.
Estaban en medio de una tienda donde cualquiera podía verlos o
hacerles una foto, pero a pesar de todos los temores que tenía sobre Smith,
y de lo que le enseñaron en clase de física, no encontraba la forma de
detener la gravedad.
Porque, oh, cómo deseaba sentir sus manos en la cintura, su boca en la
de él; y se estaba inclinando más cerca para hacer justo eso cuando su
teléfono sonó de repente, un tono de llamada muy estridente que indicaba
una emergencia en el set de grabación.
Con una maldición, Smith se apartó y contestó. Cuando colgó un
minuto más tarde, había deducido de su mitad de la conversación que uno
de los equipos de iluminación, que les había dado problemas desde el
primer día, se había sobrecalentado y llevado por delante la mitad de la
electricidad del plató.
—Te llevaré al estudio —ofreció ella inmediatamente.
—Quiero que termines tus compras —respondió—. Cogeré un taxi. —
En ese momento no la agarró, pero habría sido más fácil si lo hubiera hecho
en lugar de decirle en ese tono de voz tan bajo que le hacía sentir
escalofríos por toda la piel—: Me ha encantado pasar la tarde contigo,
Valentina. Tanto que esta noche te echaré aún más de menos que de
costumbre.
—No me eches de menos, Smith. Por favor, no —le suplicó, en parte
porque no soportaba hacerle daño, pero también porque el hecho de que él
deseara estar con ella hacía a sus propios deseos imposibles más difíciles de
ignorar.
—¿Mejor si te digo que estaré esperando a que vengas a mí?
—«¿Esperándola? ¿A ella?». Oh Dios, no sabía qué responder, menos aún
después de que añadiera—: Debo advertirte que no se me da bien esperar. Y
menos cuando todas las voces dentro de mi cabeza me dicen que tome lo
que ya es mío.
Antes de que pudiera contestar, él se había ido en otro de sus
perfectamente calculados mutis, que la dejó sintiendo como si su corazón
pendiera de un hilo.
Uno muy, muy fino.
La cabeza le daba vueltas, y sintió la tentación de volver a enterrarse en
trabajo o en un baño caliente. Pero como era su única oportunidad de hacer
el resto de las compras navideñas, se obligó a echar un vistazo al resto de
las maravillas que albergaba Gump’s.
Valentina estaba a punto de pagar los regalos que había comprado
cuando vio algo junto a la caja registradora: un puzle de Alcatraz.
Aún no había decidido qué regalarle a Smith para la fiesta de Navidad
del reparto y el equipo de producción. El puzle sería perfecto. Y mientras le
pedía a la mujer que estaba detrás del mostrador que se lo envolviera
también, de repente se preguntó si la gravedad estaría tan relacionada con lo
eterno como con el primer arrebato de estar enamorado.
Cuando llegó a casa un rato más tarde y sacó los regalos que había
comprado, volvió a sorprenderse… esa vez quitando una capa tras otra del
bonito papel de seda para descubrir la lujosa lencería de encaje que Smith
había conseguido que el personal de Gump’s metiera en sus bolsas de la
compra sin que se diera cuenta.

***

Valentina podría haberse escondido de Smith al día siguiente. Podría


haberse quedado cerca de Tatiana, que estaba rodando unas escenas con los
trillizos recién nacidos que se alternaban en el set de filmación. Podría
haberse dedicado a contestar correos electrónicos e incluso haberse llevado
el ordenador para trabajar en la tranquilidad de la casa que habían alquilado.
Pero no era ninguna cobarde, maldita sea… y no podía dejar que Smith
siguiera aparcando su vida mientras esperaba a que ella entrara en razón.
Lo encontró en la sala de proyección, sentado en la oscuridad. Estaba
tan absorto en la pantalla que no estaba segura de que se hubiera percatado
de su presencia hasta que le tendió la mano y Valentina la cogió sin
pensarlo.
Vieron la escena del primer día de rodaje en silencio. Se sorprendió al
constatar que Smith y ella eran unos completos desconocidos en ese
entonces, al menos hasta que ella lo arrastró a su despacho para advertirle
que no se acercara a su hermana.
Se preguntaba cómo era posible que existiera un tiempo en el que no lo
conociera. Se había vuelto tan importante y vital en cada uno de sus días…
además de una noche tan perfecta que nunca jamás olvidaría.
Pero las preguntas se desvanecieron al perderse de nuevo en la escena,
olvidando todo excepto el drama que se desplegaba ante sus ojos. Cuando la
escena terminó y la pantalla se quedó en negro, tuvo que decirle:
—Ha quedado mejor de lo que recordaba. Hacéis una pareja perfecta.
—Nuestros personajes hacen una pareja perfecta. Pero no son reales —
le recordó mientras la acercaba a él en la silla giratoria de la habitación en
penumbra—. Tú. Yo. Nosotros sí lo somos, Valentina. ¿Cuánto tiempo más
vas a hacerme esperar?
Apenas habían pasado tres días desde que hicieran el amor. Y sin
embargo, Valentina sabía exactamente por qué Smith estaba tan frustrado
por esas setenta y dos horas.
Cada centímetro de su piel ansiaba también su contacto. Cuando
despertó de un sueño en el que estaba segura y caliente entre sus brazos, se
le rompió el corazón al buscarlo y darse cuenta de que estaba sola.
—Por eso he venido a buscarte —le dijo, y no le gustó nada lo trémula
y jadeante que fue su voz.
Cada vez le resultaba más y más difícil hacer que su cerebro y su boca
cooperaran cuando el deseo —y el anhelo— se arremolinaban como una
tormenta a su alrededor.
—La lencería es preciosa. No te lo voy a negar, ni a mentirte diciendo
que voy a devolverla. —Podía sentir cómo su piel se sonrojaba más con
cada palabra—. Pero que no pueda resistirme a llevar esas cosas tan bonitas
que me has comprado no cambia nada.
Por un momento pareció que a Smith le costaba respirar. La tormenta se
hizo inminente al tiempo que él se ahogaba:
—¿La llevas puesta?
«Dios, ¿por qué le habré dicho eso? He venido para alejarlo, no
atraerlo».
«¿O sí?».

1. Nota de la Traductora: Gump’s es una legendaria tienda de San Francisco que vende artículos
para el hogar, regalos exclusivos, joyas y ropa, muy popular en navidades por su elaborada
decoración.
CAPÍTULO DIECIOCHO
Ninguno de los dos podía apartar la mirada del otro. El vínculo y la
atracción entre ellos era ya demasiado fuerte. Y mayor que las buenas
intenciones de ambos: la de ella de mantener las distancias y la de él de ser
paciente.
Al final, Smith no supo quién dio el primer paso, si fue él quien rodeó
su cintura con las manos para atraerla o ella quien deslizó las manos por su
pelo. Eso ya era irrelevante.
Lo único que importaba era que volvía a tenerla en sus brazos.
Su boca era suave, sus labios dulces por el caramelo que se habría
comido aquella mañana, su sabor aún más seductor de lo que recordaba. La
necesitaba con demasiada urgencia como para pensar en sutilezas, y por
suerte cuando la cogió en sus brazos Valentina se sentó en su regazo
mientras se le subía la falda por esos hermosos muslos.
Aun así, podría haber sido capaz de mantener la compostura al menos
un poco si no hubiera tocado el borde de encaje de una liga, que luego se
inclinó para ver. Maldijo por lo bajo, al borde del dolor, mientras recorría la
delicada prenda del muslo con la yema de los dedos. Qué suave y cálida era
su piel, y el volver a tener las manos sobre ella le arrancó unos pequeños
jadeos de placer.
La poca paciencia que le quedaba desapareció, y con un rápido tirón le
subió la falda a la cintura y la cogió por las caderas.
«Madre mía», no solo se había puesto la lencería que le había
comprado… se había puesto las medias y las bragas más sexys de todas las
que le había elegido. Si no fuera por los duros entrenamientos a los que se
sometía cada mañana, su corazón se habría parado en ese mismo instante.
—Dios, eres impresionante.
Sus dedos se movieron desde el borde de encaje de la liga, subiendo por
la suave piel de la cara interna del muslo hasta rozar el borde interior de las
bragas. Ya podía sentir lo mojada y preparada que estaba cuando ella gimió
suavemente y se meció contra su mano.
—Enséñame más. —Le dio un mordisco en la parte inferior del cuello
mientras le rogaba que acabara con su sufrimiento—. Por favor, Valentina,
necesito ver más de ti.
Lo miró fijamente con sus grandes y hermosos ojos:
—Esto es una locura —susurró—. Una auténtica locura —volvió a decir
—, pero no puedo dejar de desearte.
Con dedos temblorosos empezó a desabrocharse la blusa, y Smith no
solo se deleitó con cómo le revelaba centímetro a centímetro su piel sedosa,
sino que también disfrutó de que admitiera lo mucho que lo deseaba a pesar
de todas sus razones para no hacerlo. Sabía lo cautelosa que era con los
actores, con estar bajo los focos, y sin embargo allí estaba una vez más.
Tenía que hacerle ver que no podía vivir sin él… y que estar juntos bien
merecía pasar por todas las molestias e inconvenientes que conllevaba su
vida.
Se moría de ganas de saborearla, de oír sus sonidos de placer cuando
alcanzara el éxtasis en sus brazos, pero de alguna manera se las arregló para
aguantar hasta que su blusa estuvo abierta casi hasta la cintura.
—Valentina.
Con una mano deslizándose por el calor resbaladizo entre sus muslos,
levantó la otra para cubrir la turgencia de sus pechos, tan magníficamente
expuestos en un sujetador que apenas le cubría los pezones. Se inclinó para
llevarse uno de esos deliciosos picos a la boca, ciñendo un pecho en una
mano mientras su lengua se deslizaba bajo el encaje para deslizarse sobre la
hermosa y excitada carne.
Pero en vez de saciarlo, saborearla lo puso aún más hambriento y
desesperado, tanto que no pudo mantener la mano quieta en su centro ni
pudo evitar que sus dedos jugaran sobre su excitación y se deslizaran firmes
y rápidos dentro de ella.
E igual de rápido, con los dedos en su interior y su boca en la de ella,
Valentina explotó rodeándole con fuerza los hombros, arqueando cuello y
espalda para acercar los pechos a su boca y meciendo las caderas contra las
de él.
Quería paladearla, tomarse horas para complacerla una y otra vez, para
disfrutar cada centímetro de su belleza y su dulzura. Pero a los tres días —y
noches— que le había hecho esperar para volver a tenerla le habían sobrado
tres y, tal como le dijo en la tienda el día anterior, no tenía mucha
experiencia esperando.
Mantuvo la cabeza fría el tiempo suficiente para sacar del bolsillo
trasero un preservativo, que había estado rezando por tener la oportunidad
de usar pronto, bajarse la cremallera de los pantalones y ponérselo. La boca
de Valentina encontró la suya justo cuando él volvía a subir las manos a la
cintura para montarla sobre su ingle. En menos de lo que dura un suspiro,
ella estuvo acogiendo su erección.
Sus bocas chocaron con la misma ferocidad que el resto de sus cuerpos,
y la fuerza de las embestidas eran un reflejo de lo que ocurría con las
lenguas dentro de sus bocas. Cuando ella se apoderó del ritmo, aferrándose
a los hombros de Smith con fuerza, sus muslos fuertes y tensos se movían
sin descanso. Smith le soltó la cintura para acariciarle los pechos, pero el
encaje no era ni de lejos tan suave como su carne. Con un gruñido apartó la
tela para cubrirlos con la boca y las manos.
Justo en el momento en que su lengua y sus dientes alcanzaron un
pezón, ella se arqueó hacia atrás y hacia abajo, acogiéndolo tan
profundamente que cuando empezó a explotar de nuevo entre sus brazos, él
no tuvo más remedio que perderse por completo dentro de ella.

***

A Valentina le temblaban las piernas mientras volvía a su despacho a


recoger sus cosas. Aún le temblaban cuando se subió al coche para volver a
casa.
Una cosa era decir que no quería estar con Smith.
Y otra distinta decirlo y acto seguido derretirse en sus brazos y rogarle
más besos.
Y otra completamente diferente era entregarse a él como nunca lo había
hecho con otro hombre.
Sí, el plató estaba bastante desierto cuando fue a buscarlo a la sala de
proyección, pero no cayó en cerrar la puerta. Cualquiera podría haber
entrado y verla a horcajadas sobre Smith, con la falda subida hasta la
cintura y la blusa desabrochada y abierta para que nada se interpusiera entre
su cuerpo y su boca, sus manos o su…
«Dios mío», pensó mientras el coche accedía a la casa de alquiler y
apoyaba la cabeza contra el volante, «¿qué estoy haciendo?».
Se suponía que aquella noche del viernes, que se extendió a la mañana
del sábado, sería su única concesión. Incluso ese día, antes de abordarlo, se
había justificado diciéndose a sí misma que sería la última vez.
Durante largos años había pensado que los actores no eran de fiar.
Pero resultaba que era ella quien decía una cosa… y luego hacía otra.

***

Los días siguientes transcurrieron en una nebulosa de reuniones, rodaje de


escenas importantes y ensayar los diálogos con Tatiana… y sexo secreto,
frenético e insaciable con Smith.
De alguna manera, hacer el amor con él se había convertido en una
parte inevitable y totalmente necesaria del día. Cada vez que lo veía se
sentía más tentada de ir en contra de lo que creía —lo que sabía— que era
cierto sobre los hombres de la industria. Por primera vez se preguntó si las
mujeres como su madre no es que fueran débiles, sino que la atracción de
esos hombres era demasiado fuerte para resistirse.
Porque cada vez que las manos y la boca de Smith la tocaban todas sus
convincentes razones, cada una de sus cuidadosas consideraciones, hasta el
último juramento y promesa que se había hecho a sí misma, desaparecían
como si nunca hubieran existido.
Cuando Tatiana le pidió a Valentina que opinara sobre el vestuario para
algunas escenas que iba a rodar con el bebé, no debería haberse sorprendido
de que Smith también estuviese presente. Pero cuando Tatiana y Kayla, la
directora de vestuario, necesitaron quince minutos para rebuscar en la
montaña de telas que había en el almacén, Valentina se sorprendió no solo
de la naturalidad con la que Smith cerró la puerta con llave antes de cogerla
en brazos, sino también que ella lo abrazara, lo rodeara con sus piernas y
juntaran sus bocas mientras llegaban a otra increíble cúspide.
Al día siguiente se aseguró de llegar temprano para compensar el
trabajo que no había podido terminar después del rapidito con Smith pero,
aunque pensó que sería la única persona en el plató, lo encontró en la cocina
preparando café. Lo siguiente que supo fue que la puerta había vuelto a
cerrarse, las persianas se bajaron y estaban haciendo el amor contra la
encimera, ella apoyando las manos en el mármol e impulsando sus caderas
hacia atrás para acogerlo con mayor profundidad, mientras él le daba todo,
absolutamente todo lo que ella no podía evitar desear. Podría haber dicho
que no, pero conocer sus caricias y besos la había convertido en una esclava
por voluntad propia del deseo cada vez que él se le acercaba.
En ningún momento hablaron, ni antes ni después. Quizá porque él
sabía que ella no querría oír lo que él tenía que decir… y ella tenía miedo
de lo que pudiera decirle a él. Pero Valentina sabía que no podían seguir así
mucho más, comunicándose solo con el lenguaje de sus cuerpos.
Pronto, muy pronto, habría que hablar de lo que ocurría entre ellos.
Y zanjar el asunto.
El viernes amaneció oscuro y con niebla, un reflejo perfecto de cómo se
sentía por dentro tras una larga noche adoctrinándose para poner fin a esa
locura. No podía soportar el subidón de esos momentos robados en los
brazos de Smith, y luego el bajón de verle en el plató una hora más tarde y
tener que actuar como si fueran extraños. Sí, sabía que él no quería que las
cosas fueran de ese modo, que con mucho gusto le habría comunicado a
todo el reparto y al equipo su incipiente relación, pero sabía que cualquier
dolor que estuviera sufriendo en el presente no sería nada comparado con el
que sentiría a largo plazo. No podía ser tan tonta como para creerse su
novia, en lugar del ligue de ese rodaje. Valentina había visto a muchas
mujeres, no solo a su madre, pasar por ese infierno en los últimos diez años,
y había jurado no exponerse nunca a esa situación. Y que Dios no
permitiera que nadie con una cámara los pillara juntos. No podía imaginarse
saliendo en la portada de una revista.
Así que mientras se dirigía al plató con los regalos para la fiesta, se
recordó a sí misma con firmeza: «Pase lo que pase, no volveré a hacer el
amor con Smith».

***

Smith era conocido en Hollywood por ser un trabajador incansable,


mantenerse centrado y dar siempre lo mejor de sí mismo. Pero nunca antes
le había dedicado tantas horas al trabajo, ni sabía que podía hacerlo. Dejaba
que todos pensaran que era porque estaba apostando mucho por el éxito de
Gravity.
Pero solo él conocía la verdad.
Diez minutos en brazos de Valentina le daban energía para diez horas y,
cuando por fin bajaba del subidón que le producía, la echaba tanto de
menos —y la deseaba tanto de nuevo— que intentar descansar o relajarse
era inútil. Para paliar esa situación trabajaba durante todas esas horas de
frustración y ansia, durmiendo solo cuando su olor y la sensación de ella en
sus labios y sus manos comenzaba a desvanecerse.
Cuando llegó Valentina, la mayoría del reparto y el equipo ya estaba en
la sala decorada con motivos navideños de la gran nave que habían
alquilado en San Francisco para rodar la mayor parte de las escenas de
interior, bebiendo unas copas y comiendo unos aperitivos. Aun estando
inmerso en una acalorada discusión con dos cámaras sobre la posibilidad de
que los San Francisco Outlaws volvieran a ganar la Super Bowl ese año,
sintió su presencia en la abarrotada sala.
Excusándose, avanzó por la habitación hacia ella:
—Me alegro de que hayas venido.
Su hermosa piel ya estaba enrojecida cuando Tatiana se puso a su lado
y, deslizando el brazo alrededor de la cintura de su hermana, le decía:
—Hasta he llegado a pensar en secuestrarte el ordenador si así podía
sacarte de la oficina para que vinieras a la fiesta. Últimamente trabajas tanto
que empiezo a preguntarme si no estarás trabajando en secreto con otro
actor.
Smith percibió cómo Valentina le estaba dando vueltas al inocente
comentario de su hermana, ya que se sonrojó con intensidad antes de
intentar reír y decir:
—Imagínate que intentara ocultarte un secreto así.
A propósito, no miró a Smith mientras lo decía. Nunca había sido el
amante secreto de nadie. Casi desde el momento en que había aprendido a
andar y hablar, las chicas primero, las mujeres después, se desvivían por
presumir de él.
No le gustaba ser el amante secreto de Valentina, de hecho le disgustaba
con tal vehemencia que, si no tenía cuidado, le haría perder por completo el
tenue control sobre su paciencia. Los momentos de satisfacción habían sido
escasos durante la última semana, pero se esforzaba al máximo por seguir
creyendo que estaban llegando a algo… y que pronto Valentina no podría
seguir negando su conexión.
Así que en lugar de atraerla hacia sí y besarla apasionadamente delante
de todo el equipo, se obligó a darse la vuelta y alejarse para hacer el amigo
invisible. Dejó que las risas, la alegría y la felicidad de la gente que le
rodeaba lo llenaran durante las siguientes horas. Era una de las mejores
partes de trabajar en una película, que un grupo de desconocidos se
convirtiese en familia en el transcurso de semanas o meses. Cuando se
acabó la fiesta y llamaron a los taxis, todos llevaban una buena curda. Sin
duda a la mañana siguiente empezarían a trabajar más tarde de lo habitual.
Y sin embargo, mientras Smith reía con sus colegas y felicitaba al
equipo por el gran trabajo que estaban haciendo, deseaba a Valentina con
una ferocidad que le sorprendía incluso a él. Ninguna mujer le había hecho
sentir así, ni le había hecho arder, desgarrado, ni puesto su paciencia al
límite.
La gente bailaba a su alrededor cuando Valentina se acercó a él con una
caja envuelta en las manos:
—Tengo un regalo para ti.
Aunque solo la quería a ella, se obligó a aceptarlo. Era la primera vez
que le ponía de mala leche recibir un regalo, pero disfrutó con el áspero
sonido del papel al romperse bajo sus manos.
Aunque cuando vio el rompecabezas, pensó —no, supo— lo que ella
intentaba decirle.
Porque todo había cambiado para ellos en Alcatraz.
—Me encanta, Valentina.
Una letra. Solo tendría que agregar una letra. Me encantas.
No se sorprendió cuando ella se dejó arrastrar por la multitud que
bailaba y que se la tragó antes de que pudiera decirlo. Pero sabía sin lugar a
dudas que ella había oído lo que él no había dicho… y que no esperaría
mucho más para susurrar esas dos simples palabras contra sus labios.
CAPÍTULO DIECINUEVE
—¡Valentina!
Estaba sentada en el plató esperando a que empezara el rodaje cuando
Lori, la hermana de Smith, la llamó por su nombre y fue a sentarse a su
lado.
—Me alegro mucho de volver a verte —dijo Valentina, y lo decía en
serio. Había pasado un día estupendo una semana atrás en el balneario con
las hermanas de Smith.
—Yo también —dijo Lori, cuyos ojos brillaban con picardía—. Me
muero porque me pongas al día acerca de ese maromo con el que te
acuestas para no darle esperanzas. ¿Se lo sigue currando para conquistar tu
corazón? ¿O ya se ha rendido?
Antes de que Valentina pudiera responder —o taparle la boca a Lori con
una mano—, Smith estaba de pie frente a ellas… con cara de haber oído
todo lo que había dicho su hermana.
—Hola Pilla, me alegro de que hayas venido —dijo mientras abrazaba a
Lori. Pero sus ojos oscuros estaban fijos en Valentina, negándose a dejar
que ella apartara la mirada.
—Yo también —dijo Lori sonriendo al hermano que claramente
adoraba.
Valentina estaba casi cegada por la belleza que ambos compartían. Si no
fuera por la bondad de sus ojos y las sonrisas que se dibujaban en sus bocas,
los Sullivan habrían sido un clan muy intimidante.
Tatiana se acercó en ese momento para saludar a Lori, lo que hizo que
Smith se centrara demasiado en Valentina. Intentó decirle con la mirada:
«Luego te explico lo que acaba de decir Lori, ¿vale? Pero no hagas ni
digas nada de lo que nos podamos arrepentir. ¿Podemos dejar esto para
cuando estemos solos, por favor?».
Pero podía ver la frustración en sus ojos, la misma oscuridad que
después de su primera noche juntos cuando por la mañana él la inmovilizó
en la cama y se negó a dejarla marchar, la misma paciencia agotada de
cuando le dio el puzle de Alcatraz en la fiesta de navidad.
Dios, el solo recuerdo de esos momentos de pasión que habían
compartido le ponía las entrañas al rojo vivo. Habría jurado por lo más
sagrado que no huía para que él la persiguiera… pero su cuerpo refutaba esa
mentira una y otra vez.
—Valentina. —Su voz baja retumbó sobre sus tensos nervios—. Tengo
los documentos que me pediste en mi oficina.
—Genial —logró decir con lo que esperaba que fuera una voz tranquila
y monótona—. Iré a buscarlos…
—Ahora.
No existían tales documentos. Y si existieran, podrían haber esperado
hasta que Tatiana y él terminaran de rodar la siguiente escena. Pero algo le
decía que si no seguía a Smith a su despacho en ese momento… se
arriesgaba a que más tarde hiciera algo delante de todo el mundo que daría
que hablar y llamaría la atención.
Se dio cuenta de que no estaba de humor para esperar demasiado a que
tomara una decisión, así que se apresuró a decirle a ambas hermanas
“Enseguida volvemos” y se dirigieron a su despacho. Sentía sus ojos
clavados en ella, y el sutil contoneo de sus caderas se acentuó con el calor
de su mirada; cada zona sensible de su cuerpo ya reaccionaba a él, sin
siquiera tocarla.
Apenas hubo entrado en su oficina oyó que la puerta se cerraba tras
ellos, y justo después el pestillo.
—Smith. —Se giró lentamente para mirarle—. Lori nunca habría dicho
eso si supiera que eres tú con quien he estado…
Él esperó, con una ceja levantada… y a ella le retorció el estómago la
certeza de que, dijera lo que dijera, solo lograría hacerle más daño.
Decir que solo tenían sexo era faltarle a la verdad, era innegable que lo
que había entre ellos iba más allá. Mucho más allá. Por mucho que intentara
convencerse a sí misma de que no era así.
—No sé cómo llamar a lo que hay entre nosotros —dijo ella en voz baja
—. De hecho te estuve buscando esta mañana en tu oficina para que
pudiéramos hablar. —Dios, odiaba tener que admitirlo, pero tenía que
saberlo—. Todo está pasando tan rápido que no sé cómo manejarlo. Y
aunque cada día me digo a mí misma que es la última vez, lo cierto es que
lo nuestro se está poniendo…
—Desnúdate.
La palabra peor —¿o era mejor?— se le quedó en la punta de la lengua
ante su orden.
Día tras día, lo veía dar órdenes a sus compañeros de reparto y al equipo
de producción. Por muy suave que fuese, Smith siempre estaba al mando de
todo lo que le rodeaba. Sin embargo, con ella había sido muy amable.
Incluso aquella mañana en su cama tuvo cuidado de no presionarla
demasiado ni llegar demasiado lejos.
Hasta ese momento.
—Desnúdate.
Valentina tendría que estar enfadada porque le diera semejante orden.
Amén de frustrada porque siempre la disuadiera de tomar medidas para
poner fin a su aventura.
Debería sentirse de muchas formas, pero sin duda no cálida y desatada
de inmediato, ni presa del deseo solo por el tono posesivo que desprendía su
voz y porque estuviera tan seguro de que no solo obedecería sus sensuales
órdenes… sino que además disfrutaría cada segundo.
Tan seguro, de hecho, que no esperó a que ella empezara a quitarse la
ropa antes de hacerlo con la suya. Por desgracia él tenía razón, porque el
deseo se hizo cada vez más ineludible al verlo quitarse la chaqueta y
desabrocharse uno tras otro los botones de la camisa.
Valentina apenas podía ya tragar saliva para cuando Smith se llevó la
mano a la hebilla del cinturón, pero de algún modo consiguió balbucear:
—Pronto te estarán buscando en el plató.
—Entonces tendremos que hacerlo rápido, ¿no?
Un momento después se quitó los zapatos, los calcetines, y luego los
pantalones, hasta quedarse con un bóxer que no disimulaba en absoluto su
estado de excitación.
—Nuestras hermanas se preguntarán por qué se te ha arrugado la ropa
—murmuró mientras avanzaba hacia ella.
Tenía razón. Si no tenía la fuerza suficiente para salir de su despacho,
tendría que quitarse el traje, y rápido. Comenzó a desabotonarse la chaqueta
con dedos temblorosos, arrollada por un deseo tan intenso que ninguna
fuerza de la naturaleza podría apartarla de allí. Smith ya estaba lo bastante
cerca como para deslizar las manos por su pelo y besarla.
Sus manos revolotearon desde la chaqueta hasta los anchos hombros de
Smith. Justo en el momento en que debería haber dicho “No” y apartarlo, lo
único que podía era decir “Sí” una y otra vez mientras lo atraía hacia su
cuerpo. Y entonces sus manos le quitaron la chaqueta y él le desabrochó los
botones de la blusa, y le bajó la cremallera de la falda con la misma
destreza y eficacia con la que se había quitado la ropa.
Cuando estuvo de pie frente a él sin nada más que los tacones y otro
conjunto de la hermosa lencería que le había regalado, la respiración salió
de su pecho en un acalorado arrebato.
—Ojalá pudiera pasarme las próximas diez horas empapándome de ti —
murmuró Smith mientras sus labios y sus dientes descendían sobre el
tendón que unía el hombro y el cuello—, pero como solo tenemos diez
minutos…
Antes de que ella se diera cuenta de lo que pretendía la puso sobre el
escritorio, sin pestañear siquiera cuando sus caderas esparcieron un montón
de papeles y una grapadora por el suelo.
—Nunca he deseado a nadie ni a nada como a ti. Me haces cruzar líneas
rojas y romper mis propias reglas para tenerte. Te necesito, Valentina. Tanto
que me está destrozando.
Cuando estaban así, cuando le acariciaba la piel y la abrasaba con su
calor, cuando sentía cuánto la deseaba, no podía ocultarle nada. Además,
estaba claro que estaba tan loca como él, y lo que la impusaba a estar con
Smith una y otra vez no era solo el sexo.
Era el ansia de estar a su lado.
De dejarse abrazar.
De tener intimidad.
De sentirse deseada.
Eran las mismas cosas que sus padres compartieron… y que habían
dejado a su madre destrozada tras la muerte de su padre.
Pero del mismo modo en que ella no podía rechazar el ansia de Smith,
tampoco podía negar la propia.
—Yo también te necesito.
Su confesión hizo que él volviera a tomar su boca con un gruñido
posesivo mientras se metía entre sus piernas. Se apartó lo justo para decirle
“Levanta las caderas” y quitarle las bragas. Un segundo después sus
calzoncillos habían desaparecido y había enrollado un preservativo sobre su
gruesa erección.
Lo último que deberían estar haciendo era tener sexo en el escritorio de
Smith mientras su hermana, la de ella y el equipo esperaban en el plató para
rodar una escena importante. Sin embargo, cuando él la cogió por los
tobillos y se los colocó alrededor de las caderas para que lo rodeara con las
piernas mientras ella lo abrazaba y se aferraba con fuerza a su cuello, o
cuando la penetró con un gemido desesperado, no había nada en el mundo
que ella deseara —o necesitara— más.
Puede que solo tuvieran diez minutos, pero fue un sexto de hora
glorioso en que Smith se apoderó de ella en cuerpo y alma, con sus caderas
moviéndose al compás y su boca presionando y chupándole la parte
superior de los pechos.
No importaba cuántas veces hicieran el amor, nunca se saciaba de la
calidez de Smith, de su pasión, de cómo abrazaba no solo la vida, sino
también a ella: sus erectos picos, sus suaves curvas y todo su cuerpo
mientras la hacía volar una y otra vez de placer. Un momento después y con
otra fuerte embestida, el escritorio se movió sobre el suelo con un sonoro
chirrido cuando él alcanzó el éxtasis.
Aún intentaba recuperar el aliento mientras se preguntaba cómo había
podido pasar todo tan rápido, de la inocente pregunta de su hermana a la
invitación de Smith para entrar en su guarida, y de ahí a ser raptada tan
maravillosamente y sin miramientos en su despacho. Él le dio un beso más
en los labios y se apartó para volver a vestirse.
Valentina se preguntó, incapaz de hacer otra cosa que contemplar su
hermoso rostro y su cuerpo con impotente anhelo, cómo lo haría para hacer
el amor con tanta pasión y unos segundos después meterse en el personaje.
Era una de las razones por las que nunca había querido estar con un actor.
No podía soportar la idea de ser una escena más que él interpretaba lo mejor
que podía.
Pero cuando la miró a los ojos se dio cuenta con asombrosa claridad de
que, aunque volvía a llevar la ropa de su personaje, Smith no estaba en
absoluto metido en él. Porque quien la miraba fijamente no era el
multimillonario de la película, ni Smith Sullivan la estrella de cine, ni
siquiera el hermano de Lori: el hombre que estaba ante ella era su amante al
cien por cien.
«Su amante».
El darse cuenta de que su entrega había sido total le hizo tambalearse,
incluso cuando él dijo:
—Como sé que mi hermana no parará hasta obtener una respuesta,
puedes hacerle saber que tu chico sigue esforzándose al máximo por
conquistar tu corazón.
Con un beso posesivo más, la dejó semidesnuda en el borde del torcido
escritorio todavía temblando, no solo de lujuria sino también de una dulce
emoción que no podía mantener a raya por mucho que lo intentara.
Porque, al fin y al cabo, lo que más le sorprendió, mucho más que el
sexo ardiente y trepidante que acababan de tener, fue que le había dado a
Smith motivos de sobra para que pasara de ella.
Pero no lo había hecho.
Valentina seguía con el corazón acelerado y las piernas temblorosas
mientras se ponía la ropa y hacía lo posible por arreglarse el maquillaje. Sin
cepillo ni secador a mano, su pelo no estaba ni de lejos tan cuidado como
antes, lo que significó que, cuando regresó al plató justo cuando estaba a
punto de empezar el rodaje, podría jurar que Lori la miró con una expresión
de escrutinio en el rostro.
Valentina se esforzó por centrarse al máximo en la escena que empezaba
a desarrollarse ante ella. Por suerte, no tardó en perderse por completo en la
historia.

Jo estaba sentada amamantando a su hija Leah en una lujosa


habitación infantil. Las paredes eran de un vívido amarillo, los cuadros
tiernos pero sin ser empalagosos. Seis meses atrás se habría enfurecido con
cualquier hombre que pretendiera tomar el control de su vida de ese
modo… pero el orgullo, lo había aprendido rápido, tenía muy poca cabida
en la vida de una madre.
Graham les había hecho un regalo que ella no podría haberse
permitido. Las sacó de su cutre apartamento en una zona insegura de la
ciudad y las había trasladado a uno precioso, frente a un parque donde los
niños jugaban felices cada mañana y cada tarde. Aunque Jo tuviera que
trabajar el resto de su vida para devolvérselo, lo haría. Feliz. Y sin sentirse
mal por ello.
Bueno, pensó al oír el timbre de la puerta y se ajustó la blusa, sin
sentirse demasiado mal por cómo Graham parecía estar siempre ahí para
ella, anticipándose a sus necesidades casi antes de que ella misma las
viera.
Cada noche le llevaba la cena más deliciosa y nutritiva que cualquier
madre primeriza pudiera desear, y estaba demasiado cansada —y
agradecida por no tener que gastar lo que le quedaba de energía— como
para rechazarlo a él ni a la deliciosa comida. También era demasiado
educada como para repudiarlo después de haber tenido la amabilidad de
dedicar tanto tiempo de su apretada agenda al bebé y a ella.
En realidad, no era el apartamento ni la comida lo que le hacía sentirse
un poco mal.
No. Era algo mucho más traicionero y potencialmente peligroso lo que
la tenía dando vueltas en la cama por las noches cuando debería
aprovechar esos ratitos en que su hija al fin caía dormida para recuperar el
sueño atrasado.
Odiarle habría sido más fácil, y mucho más seguro. Incluso temerle.
Pero todo había cambiado con el nacimiento de su hija. Y ya no podía
negarse que en ese extraño impasse entre que intentara apartarlo de su
vida cuando iba a la cafetería a diario hasta esas comidas nocturnas juntos
en su acogedor apartamento se habían hecho amigos.
Y nunca olvidaría cuando dio a luz a Leah. Estuvo a su lado cada
segundo, sin soltarle la mano, y le salió solo dejar que cogiera a la recién
nacida.
La amabilidad de Graham había sido muy evidente. Muy dulce y pura.
Y todo aquello que había dado por hecho acerca de él, lo que había
intentado decirse a sí misma que era cierto, se había vuelto en su contra
hasta el punto de que ya no podía estar segura de nada.
De nada, excepto de lo a salvo que se sentía con él… y que era la única
persona en la tierra a la que podía confiar la vida de su hija.
En esas últimas semanas no se molestaba siquiera en disimular que no
esperaba con ilusión sus visitas, en especial porque él no se metía en su
pasado ni ella en el suyo. Todo podría haber seguido bien —la comida, la
amistad, el hecho de que adorara a su bebé— si no fuera por otra cuestión.
Una aún más aterradora que la amistad.
Se sentía atraída por él. Más y más con cada día que pasaba. Y no era
tan joven ni tan ciega como para no ver que él también se sentía atraído
por ella.
Ninguno de los dos era el tipo del otro. Y sin embargo, no parecía
importar que ella siempre hubiera tenido una desafortunada predilección
por los rockeros, o que fuera el polo opuesto de las rubias despampanantes
que había visto fotografiadas con él el par de veces que no pudo evitar
buscarlo en el ordenador.
Abrió la puerta principal, y el rostro de Graham se iluminó de
inmediato al ver que el bebé estaba despierto. Y no fue el único en
alegrarse, porque Leah le tendió los bracitos con un pequeño gorjeo de
alegría. Graham nunca cogía al bebé sin el permiso de su madre, y después
de dejar la comida en la isla de la cocina Jo le puso a la pequeña en los
brazos. Que tanto su hija como él parecieran disfrutar de estar juntos le
generaba una sensación agridulce.
Su corazón se ablandaba con cada monería con que el poderoso
hombre del traje caro hacía feliz al bebé mientras Jo disponía la cena en la
pequeña mesa del comedor. Para cuando hubo abierto una botella de
cerveza para él y servido un vaso de leche para ella, Leah se había
quedado dormida en sus brazos.
Jo cogió al bebé, pero Graham dijo:
—Come mientras esté caliente. Yo iré a acostarla.
Sabía que debería poner más límites entre su hija y él. Pero no podía
hacerlo, no cuando estaba clara la adoración que sentía por ella. Nunca
había tenido un hombre así en su vida, uno que la amara
incondicionalmente. No podía quitarle eso a Leah.
Durante la cena ella le preguntó por su día, y él la hizo reír con
historias sobre personajes de su oficina y los inversores con los que
trataba. Luego él le preguntó por su día, y le habló de su excursión al
parque para que Leah se sentara y se revolcara por la arena y observara a
los niños más grandes jugar con los ojos llenos de asombro. A continuación
le preguntó por las clases de horticultura que estaba tomando pero, aunque
había conseguido que le contara un poco más sobre ella misma, parecía
haber un acuerdo tácito por el que no hablaban nunca de madres, padres,
hermanos o hermanas.
Al final de la cena, a Jo se le cerraban los párpados y, aunque insistió
en ayudar a Graham a recoger la mesa, cuando él le dio una flamante
Enciclopedia de las Flores estuvo encantada de volver a hundirse en el sofá
para devorar las fotos y las descripciones de las flores y soñar con la
tienda de jardinería que abriría algún día. Poco después, el cansancio
pudo con ella.
El amor se desenmascaró en el rostro de Graham cuando miró a Jo,
profundamente dormida en el sofá, con las piernas recogidas bajo su
pequeño y curvilíneo cuerpo y su hermoso rostro apoyado en las manos. Y
cuando el bebé empezó a llorar, fue a la nevera de inmediato para sacar un
biberón de leche materna y puso agua a calentar antes de volver a la
habitación de esa niña por la que había perdido la cabeza.
Susurrando contra la suave piel del bebé y acariciando esa cabellera
oscura que tanto se parecía a la de su madre, excepto por las mechas rosas,
llegaron a la cocina justo cuando el biberón estuvo tibio.
Mientras la niña bebía con avidez hasta saciarse, lo miraba fijamente
con sus grandes ojos azules. Le dijo a Leah lo que tanto temía decirle a su
madre.:
—Te quiero. —La manita del bebé se alzó para envolver uno de sus
dedos y él la abrazó más fuerte, susurrando—: Nunca dejaré que nadie te
haga daño. Jamás.
Cuando el bebé terminó de comer, la meció en sus brazos, y la nana que
cantaba con tanta delicadeza enseguida la calmó y la durmió de nuevo.
Jo se despertó cuando Graham llevó de nuevo a su hija al salón, pero
que agradable fue, aunque fuese por una vez, permanecer en aquel medio
sueño tranquilo y sereno mientras él daba de comer a Leah. Los había
estado observando con los ojos entrecerrados y, aunque sabía lo mucho que
adoraba a su hijita, le impactó oír esas dulces palabras de amor de sus
labios, y luego la nana.
Más aún le sorprendió lo mucho que deseó que le dijera esas dos
palabras a ella.
En el fondo de su corazón, sabía que llevaba mucho más tiempo
enamorada de él que odiándolo. Pero esa noche, al verle entregar su
corazón a la única persona que lo era todo para ella, no solo terminó de
enamorarse del todo… sino que se dio cuenta de que le sería imposible
mantener su corazón a salvo de él.
Por primera vez, en lugar de intentar ocultar sus sentimientos decidió
que ya era hora de actuar. Graham la había ayudado de una docena de
maneras especiales tanto con su embarazo como con el bebé. Ahora haría
todo lo posible por ayudarlo a él.
Ella tenía las cicatrices suficientes como para reconocer lo profundas
que eran las de él. No solo nunca había podido olvidar su expresión cuando
habló de su hermana aquella vez sino que, cuando buscó su nombre en
Internet, supo más acerca de su dolorosa pérdida.
Hacía dos años que su hermana había muerto. Las historias que leyó
decían que fue una muerte accidental. Pero en los ojos de Graham había
algo más que un duelo persistente.
Jo se incorporó y se acercó a él lenta pero inexorablemente. Él intentó
entregarle al bebé dormido, pero ella negó con la cabeza y lo detuvo
poniendo una mano sobre la suya.
Su mirada se volvió intensa cuando ella se acercó un poco, y luego un
poco más, hasta que su boca estuvo apenas a un suspiro de la de él. La
silenciosa noche los envolvía, protegiendo las tres almas, cuando sus labios
por fin se tocaron en un beso suave y dulce que fue una declaración de
amor tan grande como si lo hubiese expresado con palabras.
CAPÍTULO VEINTE
Después de terminar de rodar una escena, a Valentina siempre le costaba
unos minutos volver al mundo real, pero a medida que las emociones iban
calando más hondo con cada secuencia que grababan Smith y Tatiana
volver a la realidad se le hacía cada vez más difícil. Sobre todo desde que le
envió su guión a George, pues no había empezado aún uno nuevo en el que
volcar sus emociones. Aunque a decir verdad no había podido sacarse de la
cabeza esa historia de amor prohibido en Alcatraz que Smith y ella habían
imaginado, y sabía que pronto volcaría esas ideas en papel.
Por suerte, no era la única que necesitaba respirar hondo y sacudirse el
mundo ficticio, porque la parlanchina hermana de Smith parecía igual de
aturdida por lo que había experimentado en el plató.
—Dios mío —exclamó Lori—, siento que mi corazón se acaba de
romper en mil pedazos y se ha vuelto a pegar, todo al mismo tiempo.
—Ha sido así desde el primer día de rodaje —dijo Valentina.
Lori se volvió hacia ella:
—¿Tatiana está lista para convertirse en superestrella? Porque sin duda
lo será cuando la película se estrene.
—Eso espero. Aunque lo único que quiero es que sea feliz.
Lori asintió:
—Me pasa lo mismo con Smith. Muchas de las cosas que los hombres
normales dan por sentadas, como ir a tomar un café o tener una primera
cita, son muy difíciles para él porque la gente flipa cuando lo reconoce.
Pero nunca le he oído quejarse de ello, aunque a veces tiene que ser un
agobio. La gente cree que ser una estrella es muy glamuroso, pero eso es
solo una pequeña parte. Cuando pienso en la vida de Smith lo que veo son
interminables horas de trabajo, un esfuerzo descomunal y una horrible
pérdida de intimidad.
Valentina no podría estar más de acuerdo. Algunos actores elegían la
profesión por la fama. Otros daban lo mejor de sí mismos a pesar de ella.
Smith estaba definitivamente en el último bando, ya que nunca lo había
visto hacer nada para que su nombre apareciera en la prensa. Y por las
últimas semanas que había pasado con él, sabía que su hermana tenía razón:
estaba haciendo un trabajo increíble enfrentándose a una situación a
menudo imposible.
La culpa se agitó en su interior por haberle hecho aún más difícil llevar
una vida normal. Smith había querido tener una cita y ella se negó sin darle
la más mínima oportunidad. Había querido que pasara más de una noche
con él después de Alcatraz; ella temía que su hermana, y todos los demás en
el plató, se enteraran. Él había intentado demostrarle de mil formas
diferentes cuánto le importaba; ella había intentado fingir mil veces lo
contrario, cuando lo cierto era que cada vez le importaba más, a cada
segundo que pasaba. Sí, tenía sus razones, y sabía que él las entendía hasta
cierto punto, pero aun así la situación no era justa para ninguno de los dos.
Lori sostuvo la mirada de Valentina, con una expresión inusitadamente
seria.
—Smith ha sido el mejor hermano mayor del mundo, y nos quiere a mí,
mis hermanos y mi madre con todo su ser. —Su mirada reflejó ternura—.
No sabe amar de otra manera. Ninguno de nosotros sabe.
Lori no la estaba acusando de nada, pero Valentina de repente quiso
rogar que la perdonara, quiso decirle a Lori que no era su intención jugar
con los sentimientos de Smith, que había hecho todo lo posible por
mantenerlo como amigo, a pesar de la atracción —y el deseo desenfrenado
— que surgía entre ellos como un incendio.
Pero antes de que pudiera soltar nada de eso, los brazos de Lori la
rodearon en un cálido abrazo.
—Cuánto me alegro de volver a verte, Val. —Sonrió, con esa chispa
traviesa de nuevo en sus bonitos ojos, mientras decía—: Ahora vamos a
chinchar a mi hermano mayor.
Cuando Lori se echó a un lado se encontró de repente con la mirada de
Smith, y el destello de calor y emoción que la recorrió le dijo que por
mucho que se enfrascara en el trabajo el resto de la tarde no podría olvidar
lo que había ocurrido en su despacho esa mañana.
O cuánto deseaba poder darle todo lo que se merecía. Pero eso
significaría cambiar lo que ambos eran… y sabía que ninguno de los dos
querría hacerle eso al otro.
***

Lori y Smith se dirigían a su despacho cuando ella lo cogió del brazo con
una enorme sonrisa y le dijo:
—Eres el misterioso chico que Valentina no puede quitarse de encima,
¿verdad?
Sabiendo que Lori estaba claramente rebosante de alegría al darse
cuenta de que era el no-novio de Valentina, Smith murmuró:
—Esto te está alegrando el día, ¿verdad, Pilla?
—¿Estás de broma? Acaba de alegrarme el año —bromeó antes de
añadir—: Valentina es guapa, pero no es para nada el tipo de mujer con la
que sueles salir.
Lori tenía razón. Por lo general, se inclinaba por mujeres que se
parecían más a la hermana menor de Valentina. Pequeñas y con curvas, no
altas y estilizadas.
—Valentina es difícil de encasillar —le dijo a Lori, tan atraído como
frustrado por ese hecho—. Nunca había conocido a nadie como ella.
Cuando entraron en su despacho, Lori se percató inmediatamente del
desorden que había en el escritorio y el suelo, donde aún estaban los
papeles y la grapadora de aquella mañana, así como del hecho de que la
mesa estaba colocada en un ángulo extraño. Quedaba muy claro lo que
Valentina y él habían estado haciendo.
—¿La primera mujer que de verdad te importa, y lo mejor que puedes
hacer es arrastrarla aquí para echar uno rapidito en tu escritorio? —Lori
sacudió la cabeza, decepcionada—. No es de extrañar que aún no lo tenga
claro.
Maldita sea, no soportaba tener que estar de acuerdo con el molesto
análisis de la situación que hacía su hermana.
Ganarse a Valentina estaba resultando muy, muy difícil. Al menos fuera
del dormitorio. Le tentaba mucho, más allá de lo razonable, mantenerla
desnuda y jadeando hasta que por fin aceptara que lo que tenían era más
que un simple rollo de rodaje.
Pero como el sexo no era el problema, estaba claro que más sexo
tampoco iba a solucionarlo.
Sabía que Valentina confiaba en él con respecto a su hermana… pero
aún quedaban las preguntas más importantes: no solo cómo lograr que le
abriese su corazón, sino también cómo hacerle creer que juntos podrían
encontrar una forma de eludir los focos.
—Me gusta Val —dijo Lori—. Me gusta mucho. Tanto, de hecho, que
no me importaría que me hiciera compañía en las reuniones familiares de
los próximos cuarenta o cincuenta años. —Su hermana le clavó una mirada
afilada—. Por eso espero de corazón que tengas un plan mejor que eso. —
Volvió a señalar su escritorio con otro movimiento defraudado de cabeza.
Se quitó la corbata que siempre llevaba su personaje, Graham, y se miró
al espejo con el ceño fruncido. No le gustaba que lo que Lori decía fuera tan
sensato: que mantuviese las manos alejadas de Valentina hasta convencerla
de poder mostrarle al mundo que estaban saliendo en vez de ocultar por el
plató un romance clandestino.
Pero mientras arrojaba la chaqueta del traje de su personaje sobre la
silla de su despacho, se negaba rotundamente a renunciar a esos valiosos
momentos en los que Valentina bajaba sus muros, se abría y conectaba con
él. Tal y como le había dicho aquella tarde, no iba a renunciar a encontrar
ese camino aún oculto hacia su corazón.
Lori se colocó detrás de él y le rodeó la cintura con los brazos:
—Créeme —dijo con un suspiro de conmiseración—, si alguien sabe
cómo te sientes, soy yo. El amor es lo peor, ¿verdad?
—No —le dijo a la hermana pequeña a la que tanto quería—, el amor es
lo mejor.
Y ya encontraría la forma de lidiar con el resto.

***

El cielo estaba oscuro y había tormenta en la ciudad cuando Smith salió de


su última reunión. La batería de su teléfono se agotó un par de horas atrás y,
aunque supuso que tendría varias docenas de mensajes y correos
electrónicos esperándolo, no se dirigió ni a su despacho ni a su casa para
cargar el móvil.
En cambio, condujo unas doce manzanas hasta la casa que Tatiana y
Valentina habían alquilado.
La charla que tuvo con Lori lo había dejado perturbado toda la tarde.
Tenía razón… estaba haciendo las cosas mal con Valentina. A medida que
los días se convertían en semanas, su frustración aumentaba cada vez más.
«Idiota».
Eso es lo que era, por no haberse dado cuenta de que era tan fuerte
como para resistir a sus intentos de impresionarla. Al fin y al cabo, su
fortaleza era una de las cosas que lo habían enamorado, desde aquel día en
que le cantó las cuarenta y le dijo que más le valía no intentar seducir a
Tatiana.
Cada encuentro sexual que tenían era muy satisfactorio físicamente,
pero no lo acercaban a despojarla de sus otras capas íntimas. Y lo que
anhelaba para los dos iba mucho más allá del simple deseo.
Vale, era cierto que podía tener a cualquier mujer a sus pies. Pero él la
quería a ella.
Y merecían la pena todos los esfuerzos que tuviera que hacer por
conseguirla.
Llamó al timbre mientras la fuerte lluvia le salpicaba la ropa y los
zapatos. Cuando Tatiana abrió la puerta en vez de su hermana mayor, una
oleada de decepción lo invadió.
—Genial, veo que has visto mi mensaje —dijo Tatiana con una amplia
sonrisa mientras se apartaba para dejarle pasar—. Creo que Valentina está a
punto de enrollar el guión para pegarme en la cabeza con él.
Miró por encima del hombro de Tatiana y captó un rápido destello de
placer —y deseo— en los ojos de Valentina al verle en su casa, antes de que
lo disimulara rápidamente con un cortés “Hola”.
—¿Quieres beber algo? —le preguntó Valentina.
—Agua, por favor.
Cuando pasó junto a él de camino a la cocina, necesitó todo el control
del que disponía para no atraerla y embriagarse de su aroma. Olía igual que
cuando la tomó en su escritorio: a champú de lavanda, a sexo y a su propio
aroma seductor, que siempre lo volvía loco. No había ido hasta allí para
tomar una copa con dos compañeras de trabajo ni para ultimar detalles de la
película con su hermana, pero enseguida Valentina cortó cualquier avance
que pudiera haber hecho.
—Gracias por venir a trabajar con Tatiana esta noche. Lo valora mucho.
Y más teniendo en cuenta —dijo en una voz tan baja que solo él pudo oírla
— que mañana vais a rodar una escena complicada.
Maldita sea, no podía creerse que hubiera olvidado lo que le tocaba al
día siguiente. La escena de sexo entre Graham y Jo. Más que nunca tenía
que quedarse esa noche y asegurarse de que Valentina entendía que al día
siguiente, cuando se besaran y tocaran delante de las cámaras, estaría
viendo solo a dos actores haciendo su trabajo.
—Valentina…
Ella le tiró una botella de agua de la nevera:
—Me voy a acostar pronto —añadió para cortarle el rollo.
Pero antes de que pudiera esquivarlo una vez más, él bloqueó la vista de
su hermana con su cuerpo y tomó la mano de Valentina entre las suyas. Ella
ahogó un grito de sorpresa justo antes de que saliera de sus labios, con los
ojos muy abiertos y llenos de esa pasión que nunca lograba ocultar cuando
lo miraba.
Le acarició la muñeca con el pulgar y sintió su respiración entrecortada.
—A decir verdad —dijo lo bastante alto como para que Tatiana lo oyera
también—, como Nicola y Marcus se quedan en mi casa esta noche en vez
de regresar a Napa por la tormenta, ¿os importaría que pasara aquí la noche
para dejar que los dos tortolitos tengan un poco de intimidad?
El destello de fuego en los ojos de Valentina ante la facilidad con que la
había atrapado lo hizo sonreír, incluso cuando Tatiana dijo:
—Puedes quedarte las veces que quieras, ¿verdad, Val?
—Por supuesto —dijo con los dientes apretados al mismo tiempo que
retiraba la mano de la de él con un jalón.
—Que descanses, Valentina.

***

Valentina estaba tan enfadada que quiso echar el pestillo de su habitación.


Pero se negaba a darle a Smith la satisfacción de escuchar cómo intentaba
evitar que se metiera en su cama. Qué triste sería necesitar un cerrojo para
mantener las piernas cerradas.
Si se atrevía a acercarse a ella esa noche, se encontraría con que era lo
bastante fuerte como para rechazarlo, para decirle que no era apropiado que
dieran rienda suelta a su idilio secreto con su hermana al otro lado del
pasillo.
Decidió combatir el frío de la lluvia que caía fuera dándose un baño.
Oh, sí, disfrutaría mucho con que Smith tuviera que oír el sonido del agua
correr mientras la imaginaba desnuda y mojada —con la única compañía de
un patito de goma— mientras él sudaba la gota gorda esforzándose por
pulir los últimos detalles de la escena del día siguiente con su hermana.
Se le cerró el estómago al pensar en lo que le depararía ese día. No eran
solo un par de besos suaves entre Jo y Graham, como los que habían
grabado ese día, no solo miradas de adoración inmersos en el personaje
durante la sesión de fotos de principios de semana, sino…
«No».
No debía dejar que le afectara. Sabía desde el principio que llegaría el
día en que Smith y Tatiana rodaran una escena de amor muy íntima y
sensual, y esa era una de las razones por las que había tenido tanto cuidado
de no dejar que Smith se acercara demasiado… para que lo que ocurriera
durante el rodaje no acabara destrozándola.
Valentina metió la punta de los dedos en el agua para comprobar la
temperatura, y respiró hondo cuando se dio cuenta de que estaba demasiado
caliente. Abrió el grifo durante unos segundos, pero cuando volvió a probar
el agua estaba demasiado fría.
Murmuró una maldición, y la grosera palabra resonó en las paredes de
azulejo mientras tiraba del tapón para que saliera un poco de agua y tratar
otra vez de arreglarlo. Pero mientras observaba cómo el agua se
arremolinaba y salía de la bañera, de pronto se vio a sí misma reflejada y
siendo arrastrada más profundo, más rápido, más abajo, más abajo, por la
fuerza ineludible de la gravedad.
No importaba lo mucho que intentara luchar contra la atracción que
sentía por Smith, ni cuánto se alejara del borde del precipicio… solo había
logrado caer directamente en sus brazos abiertos de par en par.
De pronto se encontró cuestionándose: «¿Qué pasaría si dejara de
resistirme?».
¿Y si enamorarse de él al final resultaba tan ineludible como la
gravedad?
¿Y si le permitía que la amase como ella siempre había soñado?
¿Existía la posibilidad de superar todos los posibles problemas derivados de
la profesión de Smith y su miedo a ser descubierta por los flashes y las
cámaras?
Arrodillada junto a la bañera, con esas preguntas dándole vueltas y
vueltas en la cabeza, miraba ciegamente el agua. Solo cuando las últimas
gotas que caían por el desagüe emitieron un fuerte sonido de succión se
levantó y terminó de prepararse para ir a la cama.
Mientras se deslizaba desnuda entre las sábanas, con el reconfortante
sonido de Smith y Tatiana hablando en el salón arrullándola hacia un sueño
exhausto, soñó, no con corazones rotos y crudas decepciones… sino con
brazos fuertes y cálidos que la estrechaban hasta que la tormenta dejaba de
arreciar fuera.

***

Después de que Smith le diera las buenas noches a Tatiana, los segundos
que esperó a oír cómo se cerraba la puerta de su habitación le parecieron
horas. Finalmente cruzó el pasillo en dirección a Valentina, abriendo y
cerrando la puerta en silencio.
En la oscuridad apenas pudo ubicarla, enroscada bajo las sábanas. El
corazón le dio un vuelco al verla dormir. Qué hermosa era, y cuánta paz
emanaba de su respiración profunda y regular. Su largo pelo estaba
esparcido por la almohada, y la pequeña sonrisa en su cara le hizo esperar
que estuviera soñando con él.
Se deslizó detrás de ella, sintiendo su aroma dulce y embriagador. No
quería despertarla, sabía lo mucho que ambos necesitaban descansar, pero
tenía que abrazarla.
—Has venido.
La voz de Valentina fue somnolienta, y tan puñeteramente seductora que
hizo arder las pocas células de su cuerpo que aún no estaban en llamas.
Dando gracias a Dios porque no estuviera enfadada con él por haberse
colado sin invitación en su cama, no pudo evitar pasar una mano despacio y
con suavidad por sus elegantes curvas. La deseaba con desesperación, pero
esa oportunidad de tumbarse con ella era tan valiosa que renunciaría
encantado a hacer el amor con tal de poder abrazarla.
Smith siempre había pensado que tenía a las mujeres bajo control, que
eran una necesidad que podía activar o desactivar a voluntad, que ninguna
mujer podría causarle dolor.
Valentina le había demostrado que estaba equivocado. De cabo a rabo.
Así fue como supo con certeza que estaba enamorado de ella. Y el amor,
como había visto primero con sus padres y luego con sus hermanos y sus
parejas, bien valía la pena y el dolor, valía absolutamente todo.
Le dio un beso en el hombro y luego en la sensible piel de la curva del
cuello. Ella se estremeció y se giró para rodearlo con los brazos, de modo
que sus pechos se apretaron contra el pecho de Smith y sus piernas se
deslizaron contra las de él. Susurró su nombre, pero sabía que estaba más
dormida que despierta.
—Shhh —murmuró contra sus labios antes de estamparle un tierno beso
y sentir cómo volvía a dormirse con la misma rapidez—. Estoy contigo.
Para siempre, si ella lo permitía.
CAPÍTULO VEINTIUNO
Cuando Valentina se dirigía a su oficina en el plató la tormenta ya se había
desvanecido y un cielo azul claro y un aire fresco y limpio envolvían San
Francisco. Sacó el portátil del bolso y lo dejó sobre la mesa, con la piel
todavía irritada por el sexo lento y dulce que Smith le había hecho un rato
antes.
Cuando se metió en su cama en la oscuridad no la despertó, solo la
estrechó en sus fuertes brazos. No recordaba haber dormido nunca así de
bien y profundo. Tampoco recordaba haberse despertado nunca así de
ansiosa, hambrienta, tan preparada para ser tocada, besada, acariciada,
amada por un hombre.
En la primera noche que pasaron juntos —y en todos los rapiditos que
se sucedieron después— había habido tentación, descubrimiento y un placer
ineludible. Pero esa mañana, el ansia que sentían el uno por el otro era tan
imperiosa que ninguno de los dos podía o quería negarla.
Incluso en ese momento, echando la vista atrás, ese encuentro amoroso
parecía más un sueño que algo que hubiera ocurrido en realidad. En
perfecto silencio, sin apenas moverse, habían unido sus cuerpos natural y
perfectamente. Se ajustaban el uno al otro como si hubiesen nacido para
ello.
Se llevó la mano al hueco en la garganta donde Smith le había dado
incontables besos mientras ella se arqueaba, y sintió que su corazón latía al
mismo ritmo que cuando él la besaba. No con rapidez, sino con un calor
lánguido que aumentaba con cada lenta incursión de su cuerpo en el de ella.
No podía recordar cómo eran sus mañanas antes de él, apenas podía
concebir un tiempo en el que Smith no era suyo.
Los primeros rayos de sol habían atravesado la oscuridad mientras se
entregaba a él. Su boca había aplacado sus sonidos de placer, su lengua
contra la de ella la había llevado aún más alto antes de que Smith también
se entregara completamente.
Lo único que quería era permanecer abrazada a él para siempre, y
olvidar el resto del mundo en su paraíso privado.
Pero no podía olvidar que tenía que atender una llamada temprano.
Además de llegar pronto al plató para apoyar a Tatiana en lo que
seguramente fuera un día difícil. Puede que el más difícil de todo el rodaje.
Además, si Tatiana había visto a Smith saliendo de su dormitorio, se
desvelaría su secreto… y Valentina tendría que darle muchas explicaciones
a la única persona a la que había jurado no guardar secretos.
Cuando Smith se presentó en su casa la noche anterior, estaba segura de
que era para exigirle una explicación acerca de sus contradictorios
sentimientos. Sin embargo, por la mañana se limitó a decir:
—Hoy, cuando Tatiana y yo grabemos…
Le tapó la boca con un beso para evitar que siguiera hablando. Rodar
escenas de sexo era parte de su trabajo. Y como ella no había logrado
mantener la guardia alta durante las últimas semanas, tendría que encontrar
una manera de lidiar con eso, ¿no?
Cuando por fin se apartó de su irresistible boca, Smith se limitó a
dedicarle una de esas sonrisas que le robaban el aliento y añadió:
—Me haces muy, muy feliz, Valentina.
La besó una vez más, y un momento después regresó a la habitación de
invitados, que no había utilizado, para darse una ducha rápida y salir por la
puerta principal.
Solo Dios sabe cuánto tiempo estuvo Valentina soñando despierta con
las manos sobre el teclado del ordenador antes de que, haciendo acopio de
su gran fortaleza mental, cruzara a paso ligero el aparcamiento hasta la
caravana de su hermana. Se detuvo frente a la puerta, tomó aire y esbozó
una sonrisa antes de llamar.
Cuando su hermana le abrió, notó que llevaba una bata de seda azul. A
Valentina se le cortó la respiración. Nunca había visto a Tatiana más bella,
resplandeciente e inocente, a la vez que su sensualidad había sido realzada
con maquillaje, ropa y un peinado profesional.
—Estás preciosa, Tati.
Su hermana se mordió el labio:
—Dime que la grabación irá bien, ¿vale?
Dios, no podía hacer otra cosa que abrazarla, sonreír como si no fuera
para tanto y decir:
—Claro que sí. Sois dos profesionales haciendo vuestro trabajo. Ya
sabes, se dice que grabar una escena de sexo no es tan distinto a rodar una
pelea. Un brazo aquí, una pierna allá…
—Vas a estar conmigo todo el tiempo, ¿verdad?
El plató era el último lugar del mundo en el que Valentina quería estar
ese día. Solo de pensar en la boca y las manos de Smith sobre su hermana,
su estómago estuvo a punto de vaciar la nada que había comido. Era un
estudio cerrado, y solo los integrantes más esenciales del elenco y del
equipo de producción estarían presentes.
—Por supuesto que sí —prometió—. Y no me moveré ni un centímetro
hasta que termines. —Pero como vio que su hermana seguía intranquila,
añadió—: Estoy segura de que será tal y como dijo Smith: os parecerá una
partida de Twister. —Valentina se obligó a ponerle un toque de humor—:
Pero él no sabe cómo de en serio nos tomamos las Landon el Twister.
Cuando Tatiana se rió y cogió el guión para releerlo unos minutos más,
Valentina exhaló un silencioso suspiro de alivio.
Lo siguiente era encontrar una forma de convencerse a sí misma de que
todo eso que había dicho del Twister era verdad. Valentina había intentado
fingir que ese día no llegaría. Pero ignorarlo no había hecho que
desapareciera.
Cuando Tatiana comenzó su carrera como actriz, Valentina la obligó a
cumplir una regla muy estricta: daba igual lo que le prometiera un estudio o
un productor, nunca rodaría escenas de sexo siendo menor de edad. Si la ley
no le permitía beber alcohol, tampoco podía quitarse la ropa en un plató
delante de desconocidos y revolcarse desnuda para que millones de
espectadores salivaran delante de una pantalla gigante.
Valentina no esperaba —ni quería— que su hermana fuera siempre una
niña. Al contrario, celebraba que se hubiera convertido en una joven
encantadora, a pesar de las presiones de Hollywood para convertirla en un
calco de cualquier otra actriz.
Pero una vez que Tatiana podía beberse una copa de vino en un
restaurante, las escenas de sexo podían estar sobre la mesa.
También reconocía que no se podía calificar de gratuita la escena de
sexo. Por el contrario, era una parte crucial de la trama y del desarrollo de
los personajes de Jo y Graham, que pasaban de ser amigos a amantes.
Sin embargo, no sabía cómo soportaría verlo hacerle el amor a su
hermana. Y peor aún, teniendo en cuenta que tenía que ser uno de los
momentos más aterradores de la carrera de Tatiana hasta el momento,
¿cómo podría perdonarse a sí misma por preocuparse más por sus propios
sentimientos que por los de ella?
Cuando el ayudante de producción fue a buscar a su hermana, por
suerte, parecía tan relajada como si estuviera a punto de rodar un anuncio
de dentífrico.
Mientras que Valentina parecía que se dirigía a una endodoncia… sin
anestesia.

***

Smith aún recordaba la primera escena de sexo que grabó. Le tocó


interpretar a un hijo resentido que seducía a la nueva esposa de su padre por
venganza. La actriz era diez años mayor que él y estaba nervioso, pero
desesperado por no parecerlo. Por suerte su compañera de reparto era tan
amable como hermosa. Por no mencionar que estaba felizmente casada.
Le había facilitado tanto la experiencia que él se había esforzado por
ponérselo fácil también a sus compañeras de reparto a lo largo de los años.
No todas querían mantener las cosas en un ámbito estrictamente
profesional, y él tampoco se había quejado de esas veces en que había
compartido la cama tanto en la ficción como en la vida real con la actriz con
la que estuviese trabajando, y lo veía como un devenir natural.
Pero con Tatiana era diferente. A pesar de la intensa atracción que
ambos construían para darle credibilidad a sus interpretaciones, no podía
imaginarse haciendo el amor con ella en la vida real. Era más que imposible
que algo de lo que representaran delante de las cámaras llegara a suceder.
Era pura fantasía para darle solvencia a la escena.
Desde el punto de vista del guión y la dirección, la escena de sexo era
una parte más de la historia que se estaba contando. Aun así, comprendía lo
difícil que podía llegar a ser para los actores de ambos sexos abrirse de
forma tan íntima delante de una docena de personas del equipo de
producción y cámaras que captaban hasta el más mínimo movimiento.
Durante las últimas semanas se había asegurado de descomponer la
escena y mirarla desde todos los ángulos. Había creado una lista de tomas
que era, con diferencia, la más técnica de todas las realizadas hasta el
momento. Sabía exactamente cómo se desarrollaría, que la profunda
conexión sexual entre Jo y Graham no solo llegaría a su punto álgido, sino
que suponía un nuevo comienzo para ambos personajes, que se percatarían
de lo mucho que se necesitaban el uno al otro para rehacer sus vidas.
Aunque a decir verdad, lo cierto era que no estaba convirtiendo la
escena en un ejercicio técnico solo pensando en Tatiana.
También por él mismo.
Las escenas de sexo nunca le habían supuesto antes un problema. Hasta
ese momento… cuando por fin había aprendido el verdadero poder de hacer
el amor en la vida real.
Porque cuando tocaba a Valentina, cuando le besaba la piel de la curva
del hombro, cuando se introducía en ella y sentía sus jadeos de placer en lo
más profundo de su alma, el sexo se convertía en algo mucho más grande e
importante que simple placer y orgasmos.
Levantó la vista de las notas que había tomado en los márgenes del
guión justo cuando Tatiana entraba en el plató, con Valentina flanqueándola
por detrás. Le resultaba difícil mantener la concentración en su compañera
de reparto cuando cada uno de sus sentidos cobraba vida en torno a la mujer
que había empezado a significar tanto para él, pero si había un momento en
el que necesitaba estar completamente en sintonía con la menor de las
hermanas Landon era ese.
—¿Preparada para jugar al Twister?
Se alegró cuando ella le sonrió:
—Ya lo creo. Vamos al lío.
Cuando Tatiana fue a ocupar su lugar en el plató, Smith sintió que
Valentina le tocaba el brazo.
—Soy consciente de que hoy no puedes ser suave con ella —dijo—, y
que necesitas rodar la escena tal como la escribiste, pero…
—Voy a hacer que esto sea lo menos doloroso posible —juró con voz
suave—. Para todos nosotros.
Pero Valentina no lo miraba. En lugar de eso, miraba la espalda de su
hermana con una expresión tan sombría en los ojos que deseó
desesperadamente agarrarla, estrecharla entre sus brazos y jurarle que nada
de lo que ocurriría ese día en el set tenía que ver con lo que ellos dos
estaban construyendo juntos.
Smith estaba a punto de hacerlo, al margen de sus protestas y de las
normas para mantener su aventura en secreto, cuando por fin los ojos de
Valentina se encontraron con los suyos.
—Confío en ti para que hagas esto con ella. —Asintió como si tratara
de convencerse a sí misma de que lo que decía era cierto—. De verdad que
sí.
Teniendo en cuenta que su hermana lo era todo para ella, su confianza
en que no le haría daño a Tatiana significaba mucho para él.
Pero no tanto como hubiera significado tener la certeza de que Valentina
confiaba en que tampoco le haría daño a ella.

***

A los pocos minutos de que Smith y Tatiana ocuparan sus puestos en el


plató, Valentina tenía las manos tan apretadas que se estaba desgarrando la
piel de las palmas con las uñas. Pero no sentía dolor físico alguno ya que
apenas podía respirar por la opresión que tenía en el pecho.
Smith dijo algo que hizo reír a su hermana y, antes de que se diera
cuenta, las cámaras estaban en marcha y Tatiana estaba en sus brazos, la
boca de él sobre la de ella. En ese momento en que sus labios se tocaron
apasionadamente por primera vez, la bilis subió tan alto y rápido por la
garganta de Valentina que tuvo que taparse la boca con ambas manos y
tragar con fuerza para no vomitar delante de todos.
Una y otra vez, el beso era captado desde distintos ángulos, pero a ella
no le resultaba más fácil verlo, ni le dolía menos ver a su hermana actuar
como si se derritiera en brazos del amante de Valentina en la vida real. No
importaba cuántas veces se recordara a sí misma que era ficción, que era
una mera actuación, y que ese beso que no parecía terminar nunca estaba
incluido en el contrato.
Pero ese beso interminable fue mejor, mucho mejor, que lo que ocurrió
conforme la escena iba avanzando y Smith y Tatiana empezaron a
desprenderse de la ropa mientras se acercaban juntos a la cama.
Si no fuera por la promesa que le había hecho a su hermana de no
moverse ni un centímetro, Valentina habría huido tan lejos y rápido como
hubiera podido. Pero no podía. Tenía que quedarse donde estaba,
presenciando en un asiento de primera fila una escena íntima de lo más
creíble.
Casi se olvidó de respirar al ver cómo Smith —Graham— tumbaba
suavemente a Tatiana —Jo— sobre la cama. Sus grandes manos la
despojaron de la bata y la miró con veneración como si percibiera su belleza
por primera vez.
Se sentía como si le hubieran clavado mil cuchillos en cada centímetro
de su piel. No entendía cómo no se estaba desangrando por todo el plató. La
escena parecía no tener fin, mientras su hermana se arqueaba ante sus
caricias, la boca de Smith recorría su piel y sus manos la seguían allá donde
besaba.
Unos puntos negros empezaban ya a bailar delante de los ojos de
Valentina cuando Smith levantó bruscamente la cabeza del estómago de su
hermana y dijo: “¡Corten!”. Fue el jarro de agua fría que necesitaba,
imprescindible para no resbalar de la silla y caer al suelo.
Un momento después, ambos actores estaban fuera de la cama y
observando la reproducción de la toma a unos metros de donde estaba
sentada Valentina.
Incluso antes del montaje o los efectos, fue una de las escenas de amor
mejor filmadas que había visto nunca. Su corazón estaba casi partido en dos
al darse cuenta de que Smith era tan bueno en la cama con su hermana
como con ella, cuando por fin sintonizó con la conversación que estaban
teniendo las dos personas más importantes de su vida.
—Tengo que acordarme de mantener los ojos abiertos en esa parte, ¿no?
—dijo Tatiana—. Si no parecerá que estoy haciendo muecas en vez de
pasármelo bien.
Smith asintió:
—Aquí nuestras manos están fuera de lugar. ¿Qué tal si probamos esto?
—Le llevó las manos a los hombros y luego le rodeó la cintura con los
brazos.
Valentina acababa de recuperar el aliento cuando su hermana dijo:
—¿Y las piernas? Es como si se me hubiesen desplomado.
El director de fotografía sugirió el mejor ángulo para captar las
extremidades inferiores y Valentina tuvo un momento de lucidez. Estaba
presenciando la coreografía de dos cuerpos interpretando una escena en
tiempo real. Lo había visto cientos de veces a lo largo de los años, sabía que
incluso en las tomas sin sexo las posturas estaban estrictamente marcadas,
pero nunca había pensado en ello. Porque entonces no lo veía como algo
personal.
Ni tampoco quería quedarse a uno de los actores para ella sola.
CAPÍTULO VEINTIDÓS
Por desgracia, un puñado de momentos de lucidez no servía de mucho para
todo un interminable día viendo a Smith y Tatiana revolcándose en la cama.
Hora tras hora, Valentina intentaba luchar contra los susurros de sus
traicioneros pensamientos, cada uno más convincente que el anterior, de
que a partir de ese momento Smith empezaría a sentir por su hermana lo
mismo que sentía por ella cuando se acostaban.
¿Y cómo olvidar el hecho de que era actor? Uno de los mejores que
había visto. Smith podía convencer a cualquier mujer del mundo de que
sentía algo por ella. Podría tener sin hacer el más mínimo esfuerzo a la
mitad de la población mundial a sus pies, rogándole unas migajas de su
amor mientras gritaban lastimeras a los cuatro vientos cuánto lo amaban.
Le había jurado que no estaba actuando con ella, y que nunca lo había
hecho… pero, ¿podía confiar en su palabra?
Solo una tonta se fiaría de un actor de fama mundial.
Una tonta desesperada por ser deseada. Por ser anhelada. Pero
especialmente, por ser amada.
Cuando por fin terminó el día de rodaje, a Valentina le dolían todos los
músculos. No podía fingir una sonrisa, no podía levantarse del asiento sin
caerse y tenía los miembros entumecidos, sin vida.
Tan entumecidos y sin vida como su corazón.
Desde lo que parecía una larga distancia, a través de una lente
oscurecida por los celos y el rechazo a sí misma, observó cómo Smith hacía
reír a su hermana y se abrazaban antes de ponerse la ropa. Y mientras los
veía bromeando, se dio cuenta de lo bien que combinaban: la pareja
perfecta definitiva, dos actores que se complementaban tanto dentro como
fuera de la pantalla.
Smith no la había mirado ni una sola vez durante el rodaje, y Valentina
lo agradeció. Habría sido el colmo que intentara conectar con ella mientras
seducía a su hermana en su presencia.
Había sido mejor y mucho más fácil que se olvidara de ella.
Al menos, eso se había dicho a sí misma una y otra vez mientras el
dolor de cada beso, de cada caricia, le clavaba otro cuchillo tan hondo que
ya ni siquiera era capaz de sangrar.
Cuando por fin Smith se volvió y la miró, su expresión se transformó de
inmediato en una profunda preocupación. Lo único que pudo hacer fue
mirarlo fijamente mientras se acercaba a ella con determinación.
No sabía qué decirle. Sus instintos le gritaban que le hiciera daño tal
como él se lo había hecho tantas veces ese día. Peor aún, esa vez no tendría
la fuerza suficiente para reprimir sus emociones y todo el equipo la
escucharía. Si intentaba hablar con ella allí, si intentaba tocarla, explotaría.
Incluso sabiendo el dolor adicional que le traería en el futuro que la
gente hablara de lo tonta que había sido como para creer que Smith Sullivan
querría con ella algo más que un par de revolcones, no habría podido evitar
que sus emociones burbujearan hasta desbordarse.
Todo ese tiempo había pensado que si evitaba que él se acercara
demasiado, estaría protegida del inevitable dolor de perderlo más tarde.
Pero cada segundo que lo vio representar la escena de sexo con su hermana
le dejaba más claro que no solo no se había protegido absolutamente de
nada… sino que además no tenía ni idea de cómo apartarse de su lado.
Porque él ya había derribado todas y cada una de las barreras que había
intentado levantar a su alrededor.
Cuanto más se acercaba, más le bombeaba la sangre por los oídos. Se
acabó, era el final de algo que nunca debería haber ocurrido en primer lugar.
Y, en realidad, era lo mejor, ¿no? No solo porque él estaba tan fuera de su
alcance que ni siquiera tenía gracia, sino que además, ¿cómo podría
soportar toda una vida de escenas como esa, en la que besaba y tocaba a
mujeres hermosas en diferentes platós?
El hielo se asentó sobre las llamas que la habían estado quemando por
dentro mientras se preparaba para cortar todos y cada uno de los lazos
emocionales que la unían al único hombre que había logrado traspasar los
muros que rodeaban su corazón.
—¡Tío Smith! —Summer, su sobrina de ocho años, se abalanzó sobre él
—. Quería venir antes al plató, pero no me dejaron porque estabas grabando
cosas inapropiadas. Nadie quiere decirme qué estabas haciendo, pero tú sí
lo harás, ¿verdad?
Valentina no fue consciente de cuánto aire había estado conteniendo
hasta que sus pulmones estallaron, dejándola tan mareada que tuvo que
apoyar ambas manos en los reposabrazos de la silla.
—¿Val? —Su hermana estaba de repente delante de ella con un vaso de
agua fría—. No tienes buen aspecto.
Valentina bebió del vaso de plástico como si hubiera pasado una semana
en el desierto.
—Creo que necesitas recostarte. —Con un fuerte brazo alrededor de su
cintura, Tatiana la hizo levantarse de la silla y dirigirse hacia su propia
caravana mientras se ponía el sol.
Tatiana la acomodó en el sofá de cuero con una manta encima, y fue la
primera vez que Valentina veía a su hermana cuidando de ella y no al revés.
Claro que había cogido un par de gripes o resfriados a lo largo de los años,
pero hasta en esos momentos se había asegurado de no ser una carga si su
hermana tenía que estar centrada en el trabajo que estuviera realizando en
ese momento.
Tatiana se sentó a su lado, con sus hermosos ojos azules llenos de
preocupación:
—No estás durmiendo bien, ¿verdad?
Dios, ¿cómo podía confesarle que por fin había dormido bien, pero solo
porque Smith le había hecho compañía?
Pero ya le estaba mintiendo a su hermana con sus omisiones, así que en
lugar de contarle más mentiras, negó con la cabeza:
—Anoche sí pude dormir bien, pero las últimas semanas no.
Cuánto había deseado permanecer en sus brazos esa mañana. Nunca
había deseado algo con esa intensidad.
Se estaba viniendo abajo en un día en el que debería estar al cien por
cien con su hermana, así que se centró lo suficiente en el bienestar de
Tatiana como para preguntarle:
—¿Cómo te encuentras? Sé que hoy ha sido duro para ti.
—Estoy bien —dijo su hermana con voz suave, y con un tono que hizo
volver a Valentina en sí y salir de ese oscuro estado irracional de celos—.
Eres tú quién me preocupa, Val.
Valentina intentó sonreír y levantar una mano para desdeñar la
preocupación de su hermana. Pero sus labios no lograron esbozar esa
sonrisa. Y cuando levantó la mano vio docenas de pequeñas marcas en su
piel en forma de media luna, por tener los puños tan apretados durante todo
el día.
Tatiana le cogió la mano y jadeó:
—Oh Val, hoy he estado tan ensimismada que no me he parado a pensar
cómo te impactaría la escena. —Su hermana la miró con profunda
preocupación mientras enroscaba sus manos alrededor de las de Valentina
—. Smith es maravilloso, pero es como un hermano para mí. Lo que has
visto hoy no ha sido nada más que actuación, te lo juro.
Valentina sintió que la boca se le abría y luego se le cerraba con
palabras que no sabía cómo expresar. Lo único que pudo hacer fue sacudir
la cabeza e intentar negar esas emociones que se hacían más intensas a cada
segundo que pasaba con Smith.
—No puedo… —Volvió a intentarlo—: Él no debería…
Pero cuando Tatiana le apretó las manos y le sonrió con una enorme
dulzura, supo que no tenía sentido intentarlo. Y menos aún cuando su
hermana dijo con ternura:
—Sé lo que sientes por él. —Valentina abrió los ojos sorprendida, y
Tatiana añadió—: No me lo has dicho, pero soy tu hermana y te conozco
mejor que nadie. Nunca antes has mirado a un hombre como lo miras a él.
Aun sabiendo lo inútil que era esa reacción instintiva, semanas
mintiéndose a sí misma le hicieron replicar:
—Todo el mundo lo mira así.
—No. Todos lo miran con chiribitas en los ojos. Lo desean por la
fantasía, por ser una estrella de cine, por todo menos por el hombre que
realmente es. En cambio tú nunca has visto en él más que al hombre.
Dios, era verdad. Y aún peor que tener que enfrentarse a ello era que no
podía ocultarle ni el menor de sus sentimientos a su hermana. ¿Quién más
lo había notado? Mejor dicho, ¿alguien no lo había notado?
De repente, todas sus excusas desaparecieron. Lo único que le quedaba
era admitirlo:
—Intenté resistirme. Aún lo sigo intentando.
—Pero Val —dijo su hermana con voz apremiante—, ¿no te das cuenta
de que él te mira de la misma manera? La mitad del tiempo, cuando se
supone que estamos trabajando en una escena, si estás en la sala él está
distraído mirándote.
—No seas ridícula. Esta película lo es todo para él.
—Significa mucho para él —convino su hermana—, pero no lo es todo
ni por asomo.
Una de esas lágrimas que Valentina tanto se había esforzado por
contener durante todo el día resbaló finalmente por su mejilla y, mientras se
la enjugaba, dijo:
—Todos estos años te he estado advirtiendo de que no te enamorases de
un compañero de reparto, y resulta que soy yo quien lo ha hecho. Siento
haberme derrumbado así.
Tatiana emitió un sonido que era en parte frustración y en parte
determinación:
—Ya no tengo diez años. Siempre has estado ahí para mí, y yo también
quiero estar ahí para ti.
Por segunda vez en un mismo día, Valentina se sorprendió al ver que se
invertían sus roles. Después de tantos años cuidando de su hermana,
¿alguna vez había dejado que Tatiana cuidara de ella? De repente recordó la
conversación en la caravana de Smith aquel primer día de rodaje: “Tu
hermana tiene mucha suerte de que la cuides. Pero, ¿quién te cuida a ti?”.
Se había tratado de convencer de que aceptaba que su hermana hubiera
crecido, que ya tenía edad para beber alcohol y podía rodar una escena de
sexo. Sin embargo, ¿de verdad quería tratar a Tatiana como a una adulta?
¿Había pensado alguna vez que podía cargar a su hermana con sus propios
miedos, su propio dolor?
Y si no, ¿por qué temía tanto considerar a Tatiana como la mitad de su
red mutua de apoyo?
Sabía que tenía mucho terreno que recuperar, así que se esforzó por
admitir:
—No sé lo que estoy haciendo. Debería alejarme de él, pero no puedo.
—¿Por qué tendrías que alejarte de él? —preguntó Tatiana con el ceño
fruncido.
Era tan dolorosamente obvio para Valentina que no podía creer que
tuviera que explicarlo en voz alta.
—Él es una de las mayores estrellas de cine del mundo. Yo soy yo. Una
relación con él nunca llegaría a ninguna parte.
—¿Bromeas? Hacéis una pareja preciosa.
El pánico se apoderó de ella:
—¿Nos has visto?
—Nadie más os ha visto —se apresuró a asegurarle su hermana—, pero
he pasado más tiempo con vosotros dos que cualquier otra persona. Siempre
te está tocando cuando cree que no estoy mirando. —Los ojos de Tatiana se
iluminaron con picardía—. Y una vez os pillé besándoos.
—¿Cuándo? —preguntó Valentina con las mejillas encendidas.
Tatiana sonrió:
—Aquella noche que estabais en la sala de proyección, me di cuenta de
que me había dejado el guión con mis anotaciones. La puerta estaba abierta,
así que entré sin llamar. —Se abanicó—. Qué decir… ¡Guau! Me quedé
muy impresionada. Con los dos. —Tatiana se acercó más y bajó la voz
mientras sonreía—. Conque en la silla, ¿eh?
Haciendo un esfuerzo titánico por disimular la enorme ola de vergüenza
que arreciaba en ella ante la idea de que su hermanita la hubiese visto
totalmente fuera de control en brazos de Smith, Valentina preguntó:
—¿Por qué no me has dicho nada?
—Me pareció que no estabas del todo cómoda con la situación. Estaba
esperando a que me lo contaras tú. —Los ojos de Tatiana tenían un leve
destello de dolor.
—Siento no haber confiado en ti —dijo Valentina, y de verdad lo sentía.
¿Por qué no había hablado con su hermana? Y más teniendo en cuenta
lo atormentada que estaba por emociones y sentimientos que no
comprendía. Había intentado decirse a sí misma que era porque no quería
poner en riesgo el éxito de la película metiéndola en medio de lo que
ocurría entre ella y su poderoso compañero de reparto. Pero aunque había
parte de verdad en esa preocupación, el auténtico motivo era que no quería
aceptar que su hermana había crecido… y que la trataba como a una niña en
vez de como la increíble mujer que era.
Intentando explicarse, Valentina dijo:
—Lo juro, pensé que no habría nada que contar, que una vez que él
superara el reto de conseguirme, perdería el interés en mí. —Valentina
todavía estaba esperando que eso ocurriese, y no se explicaba por qué no
había sucedido aún.
—Está claro que no ha perdido el interés, Val. Ni lo perderá. ¿Por qué
iba a pasar eso? —Miró a Valentina con todo el amor que sentía por ella—.
Eres increíble. Hermosa. Inteligente. Divertida. Y la mejor hermana del
mundo. Él ve todo eso. Puede ver todo lo bueno en ti.
No podía compensar el tiempo que había pasado ocultando sus
sentimientos a su hermana, pero podía cambiar las cosas compartiéndolos a
partir de ese momento. Hizo una respiración profunda y nerviosa antes de
tratar de expresar con palabras las emociones que habían estado
revoloteando en su interior durante las últimas semanas.
—El problema es que a veces siento que no soy yo misma cuando estoy
con él. —Aprovechó que ya estaba confesando para seguir—. Y eso me
asusta. Mucho. —Sobre todo cuando Smith le hacía perder el control, como
había ocurrido una y otra vez con solo una mirada, el roce de sus dedos
sobre su piel, su boca reclamando la de ella.
—No lo entiendo —dijo Tatiana, y a Valentina no le sorprendió oírlo.
Su hermana pequeña rara vez sentía miedo. Y en tal caso no dejaba que se
interpusiera en su camino—. ¿Pero tú quién te crees que eres?
Valentina abrió la boca para contestar, empezando por “Yo…” pero no
pudo esgrimir nada más.
Estaba contenta con su carrera profesional, lo más seguro es que habría
estudiado empresariales independientemente de si hubiese acabado
gestionando los asuntos de su hermana o no, y había disfrutado mucho
escribiendo su guión durante esos dos últimos años.
Pero ese “¿Tú quién te crees que eres?” no estaba relacionado con lo
laboral… sino con el tipo de vida que, como mujer, quería llevar.
Durante muchos años había reprimido a la mujer emocional que llevaba
dentro, junto a la sensual. Claro que había tenido un sexo bastante decente
con hombres agradables, y no había reprimido sus emociones por completo
ni mucho menos, pero al mismo tiempo lo había mantenido en un segundo
plano por si su hermana la necesitaba por cualquier motivo. Toda su
existencia había girado durante tanto tiempo sobre Tatiana, y había estado
tan convencida de que necesitaba evitar ese dolor por el que había pasado
su madre con todos sus novios, que en algún momento había perdido de
vista quién era ella en realidad.
Y sin embargo, a pesar de lo que había reprimido durante tanto tiempo,
su hermana era lo bastante perspicaz como para no perderse ni una de sus
reflexiones.
—Te quiero mucho, Val, y deseo que el cuento de hadas se haga
realidad para ti. —Tatiana le dedicó una sonrisa, esa hermosa sonrisa que
iluminaba pantallas en todo el mundo—. ¿Y si le dieras a Smith la
oportunidad de amarte tal como mereces? ¿No crees que existe la
posibilidad de que esté a la altura del reto? ¿Y no crees que tú también
podrías estar a la altura de cualquier reto que se te presente?
«¿Amor?
Oh.
Oh, vaya».
Aunque Valentina al fin aceptaba la atracción palpitante e inevitable
entre Smith y ella, había tenido el cuidado de no permitirse soñar con nada
más que el placer. No importaba lo dulce, sincero, gentil o cariñoso que
fuera cada vez que la besaba.
—¿Y si no está a la altura? ¿Y si soy yo quien no lo está? —susurró
Valentina sin poder contenerse.
Podía sentir los ojos azules de Tatiana sobre ella, todavía preocupados y
llenos de amor, mientras decía:
—¿Conoces a Jayden?
Valentina intentó no mostrar su sorpresa por el brusco cambio de
conversación:
—Claro. Es muy simpático.
—A mí también me lo parece. De hecho, llevo un par de semanas
esperando que me invite a salir —dijo ruborizándose.
Valentina no tardó ni un segundo en visualizar que Jayden era perfecto
para su hermana. Tranquilo y centrado, guapo, joven y dulce. No le
interesaban los focos pero, como trabajaba en la industria cinematográfica,
tendría alguna idea de cómo era la vida de Tatiana al estar siempre
trabajando con estrellas.
¿Cómo se le había pasado por alto el incipiente romance entre su
hermana y el técnico de plató? Siempre decía que haría cualquier cosa por
ser una buena hermana y, sin embargo, se le había escapado algo
importante.
—El problema—dijo Tatiana—, es que no creo que me invite a salir
nunca.
Entonces fue el turno de que Valentina preguntara:
—¿Por qué no?
La mirada de su hermana fue tan punzante que tuvo que reclinarse más
sobre los cojines del sofá.
—Porque cree que soy una gran estrella de cine y él es él —explicó,
entrecomillando con los dedos.
Si veía la situación desde el punto de vista de su hermana, podía ver lo
frustrante que debía ser que la pusieran en un pedestal. Y sin embargo, ¿no
era justo eso lo que estaba haciéndole a Smith, a pesar de las veces en que
le había demostrado que era tan humano como el resto de los mortales?
Pero había estado tan ocupada intentando protegerse de un futuro que no
podía definir ni ver con claridad que utilizaba su fama como la excusa
perfecta para mantener las distancias.
Estaba claro que su habilidad para cagarla había llegado a límites
insospechados.
Especialmente porque, a pesar de todo lo que acababan de decirse, las
imágenes de su hermana en brazos de Smith no dejaban de bombardearla.
Esa vez fue ella la que sostuvo las manos de su hermana y dijo:
—¿Adónde irás con Jayden cuando diga que sí?
—Quiero una cena romántica para dos en un restaurante. —Su hermana
se relamió—. Y luego voy a seducirlo.
Si Valentina había estado tratando de convencerse de que Tatiana seguía
siendo una niña, había llegado el momento de rendirse. Su hermana era una
mujer, y tenía necesidades de mujer. Y un corazón de mujer que anhelaba el
amor, y que además era lo bastante inteligente como para ir tras él en el
momento oportuno.
—Te quiero, Tati —dijo con un abrazo.
—Yo también te quiero —respondió Tatiana y, cuando un segundo
después alguien llamó a la puerta, añadió—: Tanto como para decirte que
deberías darle una oportunidad a Smith. Una de verdad esta vez, para que
pueda demostrarte de lo que es capaz. Y para que tú también puedas
demostrarle de lo que eres capaz.
Tatiana no esperó a que Valentina respondiera antes de saltar del sofá y
abrirle la puerta de la caravana a Smith.
—Está dentro —dijo Tatiana, y luego, en voz más baja para que
Valentina no pudiera oírla, antes de dejarlos solos añadió—: Como le hagas
daño, tendrás que vértelas conmigo.
CAPÍTULO VEINTITRÉS
Valentina estaba de pie en medio de la caravana cuando Smith entró. Dios,
ni siquiera en ese preciso instante, lejos de las luces, las cámaras y el
equipo, podía quitarse de la cabeza la expresión de ella cuando terminaron
de rodar.
Sabiendo lo fino que tenía que hilar con Valentina, en cuanto empezaron
a rodar la escena de sexo se armó de valor para no mirarla y mantener toda
su atención en Tatiana. Pero le había sido imposible bloquear a Valentina de
su mente ya que, por primera vez mientras trabajaba, se sintió
completamente partido por la mitad.
Le habría bastado una mirada a sus ojos devastados para tomar la
decisión en una fracción de segundo, no solo de cortar una escena tan
necesaria de su película, sino también de suspender por completo el día de
rodaje. Si no fuera por el reparto, el equipo de producción, los estudios y los
inversores que confiaban en él para que hiciera un buen trabajo, habría
abandonado el plató, cogido la mano de Valentina y desaparecido con ella
en un lugar donde Hollywood y la ficción no existieran.
Y sin embargo, después de que Tatiana y él por fin terminaran de rodar
la que había sido la escena más difícil de su carrera, y se permitiera pensar
de nuevo en Valentina, Smith aún no estaba preparado para ver la palidez de
su piel, el horror en sus ojos… o la máscara de traición y tristeza que
llevaba.
«¿Habré tomado la decisión equivocada?».
«¿Acabo de perder lo único que de verdad me importa?».
Summer y su hermano Gabe se habían pasado por el plató sin avisar y,
aunque quería a la niña con locura, cada segundo lejos de Valentina le había
resultado insoportable. Necesitaba verla para intentar arreglar las cosas. Por
suerte, su hermano se dio cuenta de que algo iba mal. Con la promesa de
volver a llevar pronto a Summer al plató, Gabe la distrajo con la mesa de
dulces para el personal.
En cuanto se fueron, Smith salió corriendo en busca de Valentina. Todo
el mundo le abría paso, pero habría arrollado a quien se interpusiese en su
camino. Cuando por fin estuvo con ella no podía pensar, apenas podía
hilvanar los pensamientos. Se limitó a estrecharla entre sus brazos… y rezar
por que no se apartara.
—Lo siento. No era mi intención hacerte daño. No quiero hacerte daño.
No volveré a hacerte daño, lo prometo. —Le dijo todo eso mientras le
acariciaba la espalda y ella tenía atrapadas sus manos contra el pecho.
Seguro que sentía lo fuerte y rápido que le latía el corazón.
—Sí que ha dolido —dijo con delicadeza contra el cuello, y sintió esa
frase tan corta como si le metiera la mano en el pecho y le arrancara el
corazón—. Pero… —El aire que tomó le sacudió el pecho— No has sido tú
quien me ha hecho daño. He sido yo misma.
Smith se echó hacia atrás para poder mirarla a los ojos. No comprendía
del todo lo que acababa de decir y necesitaba entenderlo:
—He metido la pata tan hasta el fondo que me cuesta creerlo. Preparé a
Tatiana para hoy, pero yo… —Maldita sea, debería haberse esforzado más
por hablar con Valentina sobre lo que ocurriría ese día, pero tuvo miedo.
Miedo de que ella huyera ante la simple mención del asunto—. Nunca tuve
un problema a la hora de rodar escenas de sexo durante toda mi carrera.
Pero lo de hoy me ha dolido. Por favor, dime que no es demasiado tarde
para decirte cuánto me duele tocar a alguien que no seas tú.
—Es parte de tu trabajo, Smith, y no quiero ser un estorbo haciendo que
te preocupes por lo que yo pueda pensar o sentir al interpretar un papel
determinado.
Pero, ¿es que no se daba cuenta? Había estado tan preocupado por los
inversores, el estudio y su reputación que no se había dado cuenta de lo
verdaderamente importante hasta que fue casi demasiado tarde.
Ella.
—No pensé que hoy me resultaría tan difícil. Después de haber
interpretado tantas veces que hacía el amor con actrices casadas, con
mujeres que no me gustan, con completas desconocidas, e incluso con
amigas. —Quitó las manos de sus hombros y se apartó con cara de
resignación, llevándose las manos al pelo y atusando sus oscuros mechones
—. Rodar la escena de hoy con tu hermana ha sido lo más difícil que he
hecho en mi vida.
Podía ver en los ojos de Valentina la misma tristeza que él sentía en el
fondo de su alma. No la había engañado, pero ya nada le parecía bien.
Quería ofrecerle una historia de amor simple y pura, sin peleas ni
complicaciones. Pero ese día le había dado todo lo contrario.
Y, aun así, aunque no era justo pedírselo, quería más de ella.
Mucho más de lo que había querido antes de otra mujer.
—No voy a mentirte —dijo con suavidad—, ha sido un mal día. Uno
malísimo.
Cuando Smith hizo un gesto de dolor por la terrible responsabilidad que
había desempeñado en causarle tanto dolor, ella se acercó. Miró sus
estilizados dedos sobre los músculos de su antebrazo y se encontró
conteniendo la respiración mientras ella los deslizaba lentamente hasta su
mano.
Entrelazó sus dedos con los de él y Smith tuvo que llevarse la mano a la
boca para darle un beso, lo quisiera ella o no.
—No sabía que fuera capaz de sentir tantos celos —admitió Valentina,
con una mueca de pesar en los labios que tampoco podría considerarse una
sonrisa—. Sé que entre vosotros dos no hay nada. Y que nunca lo habría
porque sois como hermanos, pero… —Lanzó un tembloroso suspiro que
fue como un puñetazo en el pecho de Smith—. Pero me fue muy difícil
recordarlo cuando estábais… —Hizo un gesto de negación con la cabeza—.
No. No quiero revivirlo más, y quiero deshacerme de esa desquiciada
letanía en mi cabeza. —Se acercó más, lo suficiente como para que él
pudiera sentir el calor de su cuerpo—. Ayúdame a salir de ese bucle, Smith.
Lo único que quería era besarla, amarla, pero no solo por esas razones.
—Nunca he deseado a una mujer tanto como a ti, pero no quiero que
hacerte el amor sea solo un medio para hacerte olvidar lo que ha pasado
hoy. Quiero que sea mucho más que eso, Valentina.
Smith vio el efecto de sus palabras reflejado en su rostro. No iba a
contenerse más. No podía. Había estado al borde de perderla ese día.
—¿Qué…?
Cuando ella hizo esa pausa, a Smith le resultó tremendamente difícil
permitir que una de las mujeres más extraordinarias que había conocido
trastabillara con la pregunta, pero por mucho que quisiera avasallarla para
que lo amara como él lo hacía, se obligó a esperar.
—¿Qué quieres? ¿Qué necesitas? —preguntó ella por fin.
—A ti.
Así de sencillo. Sospechaba que siempre lo sería. Desde el primer
momento en que la conoció se sintió atraído por ella. Hacer el amor había
disparado esa chispa repentina y la había magnificado hasta verse
consumido completamente por ella. No solo por su cuerpo, ni su pasión
desenfrenada, sino por todo lo que ella era, por dentro y por fuera.
—Yo también te necesito.
Sus palabras fueron tan leves que no habría podido percibirlas si no
fuese porque estaba rezando por escucharlas con cada fibra de su alma.
A pesar de todo el sufrimiento que les había causado el rodaje de ese
día, quizá era el punto de inflexión que ambos necesitaban.
Le deslizó la yema del pulgar por el labio inferior, y esa mujer fuerte y
maravillosa que siempre temblaba en sus brazos se estremeció ante su
contacto.
—Ya me tienes, Valentina. Y lo sabes. Así que dime… —Hizo una
pausa para controlarse y no ceder al impulso casi irrefrenable de tomar
antes de que ella tuviera la oportunidad de dar—. ¿Qué más quieres?
—Quiero…
Ella volvió a hacer una pausa, pero esa vez cuando la miró a los ojos
pudo ver su fuerza, clara y presente en su bello rostro. Y esa determinación
que tanto la caracterizaba.
—Quiero intentarlo. No te he dado, no nos he dado ninguna
oportunidad. Sé que me he arriesgado acostándome contigo —dijo con un
acalorado rubor que le hizo desear tumbarla en el suelo y hacerla suya allí
mismo—, pero no me he permitido pensar que algo más pudiera ser posible.
—Parecía increíblemente arrepentida al decir—: He sido injusta contigo. Y
creo —añadió con lentitud— que conmigo misma también.
Seguía sosteniéndole la mirada y, maldita sea, eso le atraía tanto como
hizo su momentáneo lapsus de ternura. Oh, sí, todos los contornos y formas,
las aristas afiladas y las curvas redondeadas, el fuego y el hielo… hasta la
última célula que conformaba a Valentina Landon lo volvía loco.
—¿Te gustaría tener una cita conmigo? —preguntó ella.
La alegría de Smith fue tan intensa y dulce que casi pudo saborearla
mientras le sonreía:
—Nada me gustaría más.
—¿Nada? —en vez de devolverle la sonrisa, Valentina lo interpeló con
una voz seductora que provocó que hasta la última gota de sangre le bajara
hacia la zona sur.
—Bueno, ya que lo mencionas —contestó Smith mientras acortaba la
última distancia entre ellos y la estrechaba contra él—, puede que haya un
par de cosas.
Sus bocas se encontraron y, aunque trató de dejar que ella dirigiera su
sensual danza, se perdió en su ansia. No existía nada en el mundo aparte de
Valentina, y los retazos que quedaban en su conciencia de más de veinte
años de mujeres se borraron por completo cuando la lengua de ella se
deslizó por su labio inferior para imitar la forma en que él la había estado
tocando minutos antes. Smith succionó su lengua para que se enredara con
la de él mientras sus manos le tiraban de la camisa.
Los botones volaron cuando ella abrió con un tirón la tela y se la bajó
por los hombros para arrojarla al suelo. A Smith le encantaba pensar que ni
sus amigos íntimos la reconocerían así de desatada. Valentina era tan
apasionada que lo dejaba boquiabierto cada vez que intimaban.
Y toda esa pasión era suya.
—Hoy debería haber estado yo delante de las cámaras. —Ella
acompañó sus palabras estampando un beso en el hueco justo debajo de su
nuez—. Quiero mucho a mi hermana y, a pesar de que estábais haciendo
ficción, quería empujarla de la cama y tomar su lugar debajo de ti.
Valentina recorrió con sus labios todos los rincones que la boca de su
hermana había besado durante el rodaje, pasando por los hombros y luego
la clavícula. Emitió pequeños sonidos hambrientos mientras lo reclamaba
para sí y cada jadeo reverberó en él, desde el pecho hasta la ingle.
Dios, si quería mantenerse en pie, necesitaba algo a lo que aferrarse. Por
suerte sus caderas estaban allí, y no dejaba de sorprenderle lo llenas y
redondeadas que las sentía bajo sus palmas.
Valentina era una sorpresa y un placer continuos, desde su pasión y su
inesperada ternura hasta su increíble inteligencia y un ilimitado caudal de
amor por su hermana. La vida con ella nunca sería aburrida. Jamás le
bailaría el agua, nunca pasaría un segundo alimentando su ego por ser una
superestrella adinerada. Le incomodaba que tanta gente besara sus pasos,
pero Valentina no lo había hecho y nunca lo haría.
A Smith le bastaba con pasar cada segundo a su lado, ya fuera con ella
robándole piezas de un puzle… o robándole el corazón con cada mirada,
beso, caricia, o haciendo el amor.
Lo siguiente que supo fue que lo estaba empujando hacia el sofá. Sus
ojos se iluminaron de satisfacción al mirarlo. Estaba tumbado sobre los
cojines de cuero, desnudo de cintura para arriba y con las piernas abiertas
por el empujón que ella le había dado, por lo que su candente excitación se
reflejaba claramente en los pantalones de traje que aún llevaba puestos.
Un segundo después Valentina se apartó para echar el pestillo a la
caravana, y mientras se volvía hacia él se quitó la cinta que sujetaba su
elegante coleta. A continuación se sacó la chaqueta negra entallada, seguida
de una camisola de seda. La visión de sus pechos emergiendo de un
sujetador de encaje transparente le nubló la vista hasta tal punto que,
cuando volvió a aclararse, estaba delante de él en lencería y tacones, con
otro de los conjuntos que le había regalado.
Una visceral maldición salió de sus labios ante el espectáculo más
hermoso que había tenido el placer de presenciar.
La boca de Valentina esbozó una sonrisa ante su grosero lenguaje:
—¿Cómo has sabido que eso era precisamente lo que esperaba que
dijeras cuando me vieras con otro de tus regalos?
—Tú eres el regalo —dijo con tanta intención que apenas le salían las
palabras.
Ella pareció tambalearse sobre sus tacones por un momento ante la
emoción en su voz. Pero entonces se acercó y, como a cámara lenta, se
arrodilló entre sus piernas. No buscó la hebilla de su cinturón, se limitó a
apretar su boca contra la de él en un suave beso que le robó el aliento, aun
cuando la simple consciencia de saber lo que se avecinaba casi le hizo
perder el control.
Dios mío, no sobreviviría a eso. Tendrían que encontrar a alguien que le
sustituyera en la película porque esa noche iba a morir de placer.
Y no renunciaría a ello por nada del mundo.
—Sé que tendrás que besar a otras actrices —dijo cuando apartó la boca
de la suya y apoyó las palmas de las manos sobre sus pectorales—, pero la
única mujer en la que quiero que pienses es en mí. —Dejó un ligero rastro
en el pecho con sus uñas, bajando por esos abdominales que ondulaban bajo
su tacto, mientras lo marcaba como suyo.
—Eres la única mujer en la que pienso —juró.
Desde el primer momento en que la tocó, Valentina se había convertido
en una obsesión, era lo único que deseaba y quería en la vida. No podía
negar la verdad, no tenía sentido gastar energía habiendo tantos lugares
mejores donde volcarla.
Y menos cuando lo único que le importaba era conquistar su corazón.
En vez de darle a entender que lo había oído, ella bajó la cabeza y le
lamió el pecho. Las puntas de su suave pelo le hicieron cosquillas,
provocándolo con la misma ansia insostenible que sentir su lengua y dientes
sobre su sensible piel. No pudo contener un gemido de placer mezclado con
frustración.
Smith era más grande y fuerte. Podría tumbarla boca arriba y estar
dentro de ella en cuestión de segundos. Qué bueno sería… más que bueno.
Pero ese día le había hecho daño, y para que recuperara su poder ella
tendría que estar al mando del encuentro sexual de principio a fin. Y,
maldita sea, ya que no podía concederle el no rodar esa escena de sexo, lo
menos que podía hacer era entregarle el control. Aun así, no pudo evitar
enredar las manos en su sedoso cabello mientras ella recorría su piel con los
labios, la lengua y los dientes.
¿Tenía idea de la sensualidad que desprendía arrodillada entre sus
piernas en sujetador, tanga y tacones? ¿Cuán sensual era en la oscuridad de
su ámbito privado, en contrapartida a su imagen mojigata a la luz del día,
frente al resto del mundo? Finalmente, levantó la cabeza del abdomen de
Smith y se lamió los labios.
—Mucho mejor —murmuró ella, más para sí misma que para él,
mientras le desabrochaba los zapatos y se los quitaba junto con los
calcetines. Él habría sonreído ante la dulzura de su comentario si ella no
hubiera llevado la mano a la hebilla del cinturón.
Smith inspiró con fuerza cuando le acarició el vientre con la yema de
los dedos y abrió la hebilla de metal con delicadeza para desabrochar el
cinturón. No parecía importar cuántas veces hubiesen estado juntos, cada
una era un nuevo comienzo, un viaje de descubrimientos que le hacía perder
la cabeza una y otra vez.
Ella le sostuvo la mirada mientras le bajaba la cremallera con lentitud.
Estaba seguro de que se había olvidado de respirar mientras miraba
fijamente sus hermosos ojos color avellana, con un marcado tinte verde, un
color que siempre asociaría con la pasión. Y entonces Valentina tiró de sus
pantalones y él arqueó de forma instintiva las caderas para que ella pudiera
bajárselos. Los calzoncillos acompañaron al pantalón, y quedó frente a ella
desnudo y más empalmado que nunca.
Un profundo placer iluminó los ojos de Valentina, y su boca esbozó una
sensual sonrisa al ver cómo su dura carne cabeceaba y palpitaba en una
silenciosa súplica de atención.
—Mío —dijo con voz suave, y tan cerca como para que Smith sintiera
la cálida ráfaga de aire sobre su piel mientras hablaba.
Otro gemido abandonó su pecho cuando ella volvió a lamerse los labios
y entonces —oh, madre mía— se inclinó y posó su lengua sobre él, creando
un húmedo camino devastador sobre su duro miembro. Le enredó los dedos
con más fuerza en el pelo mientras jalaba inconscientemente de ella para
que lo acogiera con mayor profundidad.
Smith creyó oír el dulce sonido de su risa, pero entonces ella abrió la
boca y se lo llevó dentro, y él se olvidó de todo menos del ardiente placer
que le estaba proporcionando.
—Valentina.
Su nombre fue una plegaria. Una súplica. Una bendición.
Y un juramento de que le daría tanto placer como ella le estaba dando
de modo tan desinteresado. Pronto.
Si fuera un hombre mejor, más fuerte, la habría detenido en varias
ocasiones para asegurarse de que estaba satisfecha en vez de pensar en sí
mismo. Pero que Valentina lo saboreara con tanta apertura, que no se
estuviese reservando nada mientras gemía de placer al verle perder el
control, lo desnudó por completo.
Durante toda su vida se había visto en el compromiso de tener el
control. Por su familia, por su madre, por sus hermanos, en los platós de
cine y con la prensa. Pero con ella podía soltarlo del todo.
Y simplemente ser.
En un rugido de placer que resonó por toda la caravana, se entregó por
completo a la boca de Valentina, a sus manos y a los pequeños sonidos
codiciosos que hacía mientras se valía de sus manos y su boca para llevarlo
al límite y más allá.
Cuando se sentó sobre sus talones, relamiéndose los labios como una
gatita satisfecha, Smith no pudo hacer más que mirarla fijamente. Tenía el
pelo anudado en sus manos, la piel un poco húmeda, las mejillas
sonrojadas, y hacía rato que el pintalabios había desaparecido.
Tenía las palabras “te quiero” en la punta de la lengua, pero incluso tan
ido como estaba después de lo que acababa de hacerle, sabía que no debía
decírselo todavía. Cuando por fin le dijera lo que sentía, estaría seguro de
que ella no interpretara sus sentimientos como ligados al placer que le
provocaba en la cama.
O en el sofá, en esa ocasión.
Pero aunque no podía decírselo esa noche, podía demostrárselo. Y a
pesar de que sabía que ella tenía miedo de oír lo que podía decirle con la
boca, las manos y el cuerpo, la haría escuchar.
De la misma manera que ella acababa de hacerlo.
CAPÍTULO VEINTICUATRO
Nunca en su vida Valentina había hecho algo así de alocado, salvaje… y
maravilloso.
Aún podía sentir la euforia en sus venas al ver a Smith perdiendo el
control bajo el embrujo de sus manos y su boca. Había sido perfecto. Y
muy dulce.
Impactante.
—Ahora te toca a ti. —Smith recalcó sus palabras rodeándole la cintura
con sus grandes manos y tirándola al sofá. Antes de que Valentina se diera
cuenta, había invertido sus posiciones y era él quien se arrodillaba entre sus
piernas.
Sintiéndose de pronto vulnerable, lo mejor que podía hacer era decir
una broma o algo indecente. Pero lo único que atinó a decir fue:
—Pero si me acaba de tocar a mí.
Los ojos de Smith, ya oscuros de pasión, se volvieron aún más negros
cuando le puso las manos a ambos lados de la cara y la besó. Su lengua se
deslizó y resbaló contra la de ella a un ritmo tremendamente sensual, muy
parecido a lo que acababan de hacer cuando era ella la que estaba de
rodillas.
—En ese caso —dijo Smith en voz baja, con un eco que le recorrió la
columna vertebral—, ahora me toca a mí, ¿no?
Lo único que cabía hacer era tragar saliva. Y tal vez asentir con
suavidad para que él supiera lo buena que le parecía su idea.
Pero no hizo otra cosa que mirarla, recorriendo con su mirada oscura,
hambrienta y posesiva cada centímetro de su piel expuesta en la sexy
lencería que le había regalado.
Era tan alto que incluso de rodillas, si se enderezaba, Valentina tenía
que levantar la mirada. A pesar del clímax, su erección apenas había
disminuido y en ese momento, mientras ella utilizaba las piernas para
acercarlo hasta que su sujetador de seda pura le rozó el pecho desnudo, su
erección la presionaba en el sitio preciso donde ella ansiaba más de él.
—Smith, no puedo esperar. Hoy no. Te deseo. Te necesito. Ahora.
Una vez más, admitió sin reservas cuánto lo deseaba.
Cuánto lo necesitaba.
Sus ojos oscuros refulgían de placer, y tanto calor que Valentina perdió
el aliento cuando la boca de Smith chocó contra la suya. Y entonces sus
manos le acariciaron las caderas y las movió de modo que quedó tumbada
debajo de él sobre el sofá de su hermana, aún en tanga, sujetador y tacones.
Mientras empezaba a besarle el cuello y ella se arqueaba al sentir sus
dientes en la sensible piel justo debajo de la oreja; cuando los dedos de él
deslizaron la seda de su cuerpo; cuando se puso el preservativo y se adentró
con un fuerte empujón, y el grito de placer de ella se unió al gemido
desesperado de él; cuando ella le clavó las uñas en los hombros y cruzó los
tobillos con fuerza sobre la parte baja de su espalda mientras lo incitaba aún
más, Valentina se dio cuenta de que sus temores se estaban desintegrando.
Porque cuando se amaban así, sin límites y aún menos control, él ya no
era una estrella de cine, ya no tenía nada del famoso Smith Sullivan con el
que fantaseaban millones de mujeres.
No era más que un hombre del que no podía dejar de enamorarse con
cada risa, cada abrazo, cada beso. Y cada una de las miradas intensas y
acaloradas que le dirigía, cada caricia de su mano sobre su piel estaba llena
de algo que había tenido miedo de permitirse reconocer.
—Valentina.
Abrió los ojos y se encontró a Smith mirándola fijamente, con su
hermoso rostro inundado de placer y anhelo, y de algo que ella se había
esforzado tanto en fingir que no existía entre ambos.
Amor.
Y fue con esa palabra resonando en su cabeza y las manos de Smith
deslizándose para sujetar las suyas a ambos lados de su cabeza cuando los
primeros temblores de liberación la desgarraron.
—Eres mía.
Y lo era.
Completamente suya.
Mientras él quisiera sería suya, porque Smith había llegado a significar
más —mucho más— para ella de lo que jamás habría pensado.
Y entonces no hubo más pensamientos, ni miedos, ni palabras. Solo el
potente y delicioso placer de Smith abrazándola fuerte y penetrándola con
tanta profundidad que, cuando el clímax llegó con la fuerza suficiente para
deshacerla por completo, se dejó llevar, confiando por fin a Smith no solo
su cuerpo… sino también, por primera vez, una parte de su corazón.

***

Media hora más tarde, cuando ya tenían la ropa puesta y les rugía la barriga,
Smith la miró con clara incredulidad en los ojos:
—¿Aquí es donde me traes a nuestra primera cita oficial?
Los niños entraban y salían a toda prisa del ruinoso edificio seguidos
por padres demasiado atareados como para percatarse de la presencia de la
estrella de Hollywood.
Valentina se sonrojó:
—A Tatiana y a mí nos vuelve loca el minigolf. Empezó cuando éramos
niñas y nunca lo dejamos. Además, cuando venimos aquí a nadie parece
importarle quién es ella, así que pensé…
No tuvo la oportunidad de terminar su extraña explicación porque la
sonrisa de Smith era kilométrica:
—Pensaste muy bien.
Y entonces tiró de ella hacia el interior con la misma emoción que los
niños de ocho años con tremendos subidones de azúcar por los granizados y
las piruletas. El olor de los perritos calientes y las patatas fritas le hizo rugir
el estómago, y se alegró mucho cuando Smith pidió comida para los dos.
Después del largo día que habían tenido, comida basura era justo lo que les
había recetado el médico.
El chico que trabajaba en la caja estaba haciendo su trabajo hasta que
finalmente se dio cuenta de a quién tenía enfrente:
—Oh tío, eres Smith Sullivan.
—Encantado de conocerte, Mark —dijo Smith, fijándose en la etiqueta
con el nombre en su camisa azul claro.
—¡Mis amigos van a flipar cuando se enteren de que estás aquí! La
mejor película que vimos el año pasado fue Fuerzas de destrucción.
Mark estaba cogiendo su teléfono cuando Smith dijo:
—¿Puedo pedirte un favor especial?
—Claro. Lo que sea, amigo —respondió el chico asintiendo.
Smith bajó la voz y actuó como si ella no pudiera oírlo:
—Es mi primera cita con alguien muy importante y tengo mucho miedo
de fastidiarla. Me encantaría tener un poco de discreción esta noche para
causarle una buena impresión.
Los ojos del chico se agrandaron cuando por fin vio a Valentina de pie
junto a Smith en el mostrador. Tras unos segundos en los que la estudió
como si fuera un insecto bajo un microscopio, se inclinó hacia Smith y le
dijo en un susurro escénico:
—Tío, está buena.
Con el mismo tono, Smith dijo:
—Lo sé. Muy buena. —Una vez que se hizo su colega, añadió—:
Entonces, ¿cuento contigo?
—Claro —dijo el chico—. No hay problema.
—Gracias. Y si quieres pasarte por el plató algún día, ¿por qué no me
das tu número y te llamo para quedar?
—¿En serio? —El chico garabateó su número en una servilleta y añadió
—: Me aseguraré de que nadie os moleste esta tarde.
Después de que les trajera la comida y se sentaran, a pesar de lo
hambrienta que estaba, Valentina sabía que no podría comer nada. Todavía
no.
—No te preocupes, nada podrá arruinar nuestra primera cita.
Smith tampoco cogió su comida:
—¿Estás segura?
La mirada en sus ojos le recordó de repente la forma en que la había
mirado cuando hicieron el amor, como si no pudiera imaginarse la vida sin
ella.
Quizá antes de esa tarde le habría mentido, le habría dicho que estaba
bien. Pero después de lo que habían compartido, de lo unida que se había
sentido a él, tenía que decirle la verdad.
—No, no estoy cien por cien segura, pero… —Hizo una pausa y le miró
fijamente a los ojos— …quiero estarlo. De verdad, quiero estarlo.
Sabía que no era lo que él quería, que ni se acercaba. Tampoco era lo
que quería ella. Pero Smith se limitó a coger la mostaza y el ketchup y trazó
sendas líneas, una amarilla y otra roja, a cada lado de la salchicha, justo
como a ella le gustaba hacer en las raras ocasiones en que el servicio de
catering servía perritos calientes en el plató.
Mientras lo cogía de su mano, se preguntó cómo era posible que se
fijara en cómo le gustaban los perritos calientes. Pero, pensándolo mejor, lo
realmente raro es que se fijara en ella y punto.
Empezaba a darse cuenta que a la gravedad no le importaba si uno era
una estrella de cine hecha para estar delante de los focos, o si el otro solo se
encontraba a gusto en las sombras.
Smith cogió una de sus patatas y se la metió en la boca:
—Entonces, ¿qué nos vamos a jugar?
Valentina enarcó una ceja:
—¿Quieres convertir una partida amistosa de minigolf en una apuesta?
—Soy un tío. Es lo que hacemos —dijo, con sus oscuros ojos
chisporroteando con una perversa intención.
—Al menos reconoces lo ridículo que eres, haciendo que algo divertido
se torne competitivo —dijo ella poniendo los ojos en blanco.
—¿De verdad quieres decirme que Tatiana y tú no sois ni un poco
competitivas entre vosotras? ¿O que no habéis intentado al menos una vez
hacer alguna triquiñuela para que no entre la bola contraria?
Ella se rió de su perspicaz pregunta:
—Bueno, puede que ella alguna vez “por accidente” se resbalara con mi
bola, entorpeciendo lo que iba a ser un hoyo en uno que me daría la partida.
Smith hizo un gesto de negación con la cabeza:
—Es que las hermanas pequeñas son un coñazo, ¿no? Apuesto a que te
vengaste de eso.
Ella le dirigió su mirada más inocente, antes de decir:
—¿Quién iba a saber que si le pones vaselina a una pelota de golf es
casi imposible lograr un tiro recto?
—Ahora que sé lo mucho que significa para ti ganar —dijo Smith entre
risas—, antes de que empecemos a jugar puede que tenga que cachearte
para ver si tienes algún bote de vaselina escondido.
Valentina se dio cuenta una vez más de que no importaba dónde
estuvieran: en el plató, en una sala de conferencias, en el salón de su casa
haciendo un puzle o sentados en medio de un minigolf cutre que no había
cambiado —ni se había limpiado— desde principios de los setenta. Lo
deseaba.
Y le gustaba mucho, mucho.
—Si gano —dijo Smith en una voz baja que le provocó escalofríos en
su piel ya demasiado sensible—, tendrás que cogerme de la mano el resto
de la noche.
El consejo de Tatiana la golpeó con furia: ¿Y si le dieras a Smith la
oportunidad de amarte tal como mereces? ¿No crees que existe la
posibilidad de que esté a la altura del reto? ¿Y no crees que tú también
podrías estar a la altura de cualquier reto que se te presente?
De modo que, aunque a Valentina empezara a temblarle la mano bajo la
pegajosa mesa de formica, se obligó a levantarla. Con el corazón latiéndole
con tanta fuerza que no le habría sorprendido que se le saliera por entre las
costillas y la piel, le cogió la mano por encima de la mesa.
Valentina creyó oír la respiración entrecortada de Smith al deslizar
lentamente la palma de la mano contra la suya antes de entrelazar los dedos.
El calor de su tacto derritió de inmediato el hielo que intentaba cerrar de
nuevo su corazón.
—No tienes que ganar una apuesta para conseguir eso.

***

Después de que su partida de minigolf terminara en un empate perfecto, y


Valentina y Smith entraran en la casa de ella cogidos de la mano,
encontraron a Tatiana tumbada en el sofá leyendo un libro.
Les sonrió por encima del libro:
—¿Marcus y Nicola van a pasar la noche en tu casa otra vez, Smith?
—Qué va —respondió, devolviéndole la sonrisa.
Valentina nunca había llevado a un hombre a dormir a su casa. Se había
dicho a sí misma que era porque no quería que su hermana se sintiera
incómoda. Pero la verdad era que nunca había querido compartir con un
hombre la intimidad de despertarse juntos.
Pero por primera vez quería experimentarla con Smith.
—No te importa si mi novio se queda a dormir, ¿verdad, Tati?
Al oír la palabra novio, Tatiana sonrió ampliamente y contestó:
—Para nada, me aseguraré de tener a mano tapones para los oídos.
Sonriendo ante la descarada respuesta de su hermana, Valentina estaba
enchufando el teléfono al cargador cuando se dio cuenta de que tenía un
mensaje de George esperando, uno que debía llevar ahí toda la tarde.
Aunque nada le apetecía más que meterse en la cama con Smith, una
década de impecable ética laboral le hizo escucharlo.
Cuando soltó el teléfono, le temblaban las manos. Miró a las dos
personas más importantes de su vida y se alegró de que estuvieran allí para
escuchar las noticias.
—George dice que se está armando una gorda por mi guión. —Se
preguntó cómo su voz podía sonar tan tranquila, cuando su interior estaba
dando volteretas—. Cada cual hace una oferta mayor que el anterior. Y dice
que cree que voy a estar muy contenta con el estudio que lleva la delantera.
—¡Dios mío! —Tatiana saltó del sofá y la abrazó.
Smith le puso la mano en la barbilla y le acercó su cara para poder
decirle:
—Enhorabuena, Valentina —y luego besarla, antes de sonreír aún más y
bromear—: Ojalá hubiera tenido la oportunidad de ver tu guión…
Valentina reía mientras bailaba por la habitación con su hermana,
tirando de él para que formaran un trío animado y feliz.
—Te prometo que serás el primero en ver el próximo.
Tatiana encontró una botella de champán y, después de brindar y
tomarse una copa, como si fuese lo más natural del mundo, Valentina se
lavó los dientes junto a Smith, se quitaron la ropa el uno al otro y se
deslizaron juntos bajo las sábanas.
Valentina no dudaba de que su hermana necesitaría los tapones en otras
ocasiones, pero esa noche Smith simplemente la rodeó con sus brazos y la
abrazó con fuerza.
Y ella le correspondió el abrazo.
CAPÍTULO VEINTICINCO
A la mañana siguiente, cuando Smith y Valentina llegaron a la cocina para
desayunar, Tatiana ya estaba levantada y bebiendo una taza de café, con un
bol de avena a medio comer sobre la mesa. Les sonrió cuando Smith dijo
“Buenos días”, pero tan pronto como Valentina abrió el armario para coger
dos tazas, Tatiana le dijo con una mueca “Tenemos que hablar”.
—Oye, Val —dijo—, ¿recuerdas los pendientes que te presté la semana
pasada? ¿Los de rubíes? Los he buscado por todas partes y no los
encuentro. ¿Te importaría comprobar si están en tu habitación?
En cuanto Valentina salió de la cocina, Tatiana metió la mano bajo la
mesa y le enseñó a Smith una página impresa sacada de Internet.
—Mira esto.
La página mostraba una de las fotos “románticas” que Tatiana y él se
habían hecho la semana anterior para promocionar la película interpretando
a Graham y Jo… y luego otra imagen un poco borrosa de Smith y Valentina
cogidos de la mano en el minigolf la noche anterior. El titular rezaba:
¡Smith Sullivan se lo pasa pipa iniciando en el placer a su guapísima
compañera de reparto mientras tiene una aventura secreta con su hermana
mayor! No te pierdas todos los detalles sobre el tórrido triángulo amoroso
de la estrella de cine.
Smith arrugó el papel en su mano mientras Tatiana decía:
—No quiero que Valentina vea esto. Se volverá loca. —Ambos sabían
hasta qué punto esa afirmación se quedaba corta—. Pero que ya esté en esta
revista significa que esta tarde los principales programas de entretenimiento
y blogs están obligados a hacerse eco de la historia. No sé cómo podemos
evitar que lo vea.
«Veinticuatro horas», pensó Smith. «¿Acaso es pedir mucho?»
Sí, desde la noche anterior parecía que habían recorrido un largo camino
desde el punto en que Tatiana y él terminaron de rodar la escena de sexo.
Pero, ¿tanto camino como para que Valentina confiara en que podrían
superar ese tipo de chorradas? Aún le resonaba en los oídos lo que ella
había dicho: “Ser el centro de atención es mi peor pesadilla”.
¿O ese titular, junto con una foto de la primera vez que se cogieron de la
mano en público, solo serviría para confirmar cada uno de sus temores
sobre lo dura que sería su vida con él?
—Sé lo mucho que Val se preocupa por ti —dijo Tatiana mientras le
ponía la mano en el brazo, en lo que él sabía que era un gesto tranquilizador
—. Quiero decir, ella odia este tipo de cosas, pero vosotros estáis muy bien
juntos.
Valentina volvía a la cocina con los pendientes en la mano, diciendo:
—Perdona, creía que te los había devuelto… —Alternó la mirada entre
los dos y frunció el ceño—. ¿Qué pasa?
No tenía sentido fingir que no pasaba nada, ni tratar de ocultar la verdad
por más tiempo. Smith le tendió el papel.
—Esto.
Deslizó su mano por la de Valentina mientras esta leía el artículo, hasta
la parte en que “fuentes confidenciales” afirmaban que no solo no podía
mantener las manos alejadas de Tatiana, sino que además se estaba
divirtiendo por partida doble con la hermana mayor que se encargaba de la
parte comercial de su carrera.
La voz de Tatiana tembló al decir:
—Sé que no podemos controlar este tipo de cosas, pero no es justo que
te hagan daño, Val. Tú no has elegido este tipo de vida como nosotros.
Justo. Smith sabía que había poca justicia en Hollywood, y en el mundo
que lo rodeaba.
—Pero —añadió Tatiana— una vez que la gente se dé cuenta de que
estáis juntos de verdad, y que Smith y yo solo estamos trabajando en esta
película, estoy segura de que esto se olvidará y todo irá bien.
Tal vez Tatiana tenía razón, pensó Smith, pero aún así, significaba que
el foco de atención se centraría por completo en Valentina.
Ella aún no había dicho ni una palabra, y eso era lo que más le
preocupaba. Porque si hubiera sido una foto de Tatiana y él, aunque no le
habría hecho ninguna gracia la falsa historia, tenía la sensación de que
habría intentado apoyar a su hermana como hacía normalmente.
Smith había pasado tanto tiempo tratando de convencerse de que tenía
el control sobre el circo que era su vida que, aunque podía sentir que todo
se desmoronaba a su alrededor, fue capaz de decirle a Valentina:
—En las películas, programas de televisión, obras de teatro y libros nos
inventamos historias para entretener a la gente. Esta gente hace lo mismo.
La gran diferencia, por supuesto, era que los personajes de sus películas
eran ficticios, mientras que los paparazzi y los blogs jugaban con vidas
reales. Hacía tiempo que Tatiana y él eran un blanco para la prensa rosa.
A partir de ese momento, Valentina también. Gracias a él.
Smith sabía que una vez que aceptara estar con él, en algún momento la
prensa querría saber más sobre ella. Pero no pensó que ocurriría tan pronto.
Ni que el enfoque sería tan desagradable.
Al fin Valentina habló, con la voz ronca por esa furia apenas contenida
que los ahogaba a todos:
—Sabía que sería duro. Sabía que esto pasaría, aunque todo parecía que
iba sobre ruedas, y estaba siendo tan sencillo y agradable desayunar esta
mañana los tres juntos. Lo sabía, sabía que no quería…
Se detuvo bruscamente en mitad de la frase y tanto Smith como Tatiana
contuvieron la respiración mientras ella dejaba el papel. Cuando por fin
alzó la vista hacia él, quedó impresionado por la forma en que el verde y el
marrón de sus ojos contrastaban con la palidez de su rostro.
Y entonces se acercó a él, con las manos aún más frías que aquella
noche en que subieron a su yate para ir a Alcatraz. El corazón se le paró en
el pecho mientras esperaba a que ella le dijera que habían terminado. Que
no podía hacerlo. Que se había acabado.
Valentina respiró hondo una vez. Y luego otra. Finalmente, dijo:
—Cuando te dije que quería intentarlo, iba en serio. No me gusta que
ocurra nada de esto, pero una cosa es decir que quiero intentarlo y otra cosa
es saber que puedo seguir intentándolo cuando no todo sea color de rosa.
Smith sintió un gran alivio y la abrazó tan fuerte que más tarde se dio
cuenta de que podía haberle magullado las costillas. Sus palabras cobraban
aún más importancia por decirlas con Tatiana presente. Porque, por fin, ya
no intentaba ocultarlas.
Al final, se preguntó si sería posible que el bulo acabara siendo una
bendición en vez de una maldición.

***
Poco tardó en darse cuenta de cuán equivocado estaba. Los paparazzi que
los acechaban a los tres en la acera frente a la casa de Valentina y Tatiana
eran cualquier cosa menos una bendición.
Tras haber ignorado los últimos cinco mensajes de texto del ayudante de
dirección, ya llegaban tarde al estudio cuando al salir tuvieron en la cara
una oleada de flashes mientras los fotógrafos se ganaban un buen sueldo, y
media docena de imágenes pasaron por la mente de Smith.
Valentina con furia en los ojos, enfrentándose a él como pocas personas
lo habían hecho advirtiéndole que se alejara de su hermana.
La dulce alegría —y anhelo— de su rostro cuando felicitó a Marcus y
Nicola por su compromiso.
Arropándola en sus brazos frente a la chimenea mientras hablaban de
sus familias y del dolor de perder a un padre.
El apasionado primer beso en su despacho, y otra vez en Alcatraz,
sobre las rocas y bajo la luna llena.
Sus lágrimas cayendo mientras rodaban otra emotiva escena de la
película.
Y por último, que afrontase la situación con valentía y dijera que quería
intentarlo, que estaba dispuesta a tratar de que las cosas funcionaran, a
pesar de que fuese actor y de su aversión a tener que ser el centro de
atención.
Smith tenía quince años de experiencia en enfrentarse con calma a este
tipo de situaciones. Una semana antes, hasta podría haber dado una clase
magistral al respecto a nuevos actores. Maldita sea, unos minutos atrás le
estaba diciendo a Valentina que deberían verlo como la ficción que
contaban en sus películas e historias.
Pero mientras intentaba proteger a Valentina de los paparazzi, que
hacían caso omiso a sus insistencias de que pararan, y mientras oía a uno de
los fotógrafos decir a otro: “Debe estar en la gloria tirándose a dos
hermanas tan buenorras”, solo pensaba «Va a dejarme. Va a dejarme. Va a
dejarme», hasta que las palabras se engurruñaron dentro de su cabeza en
algo que se asemejaba a la forma dura de un puño.
El puño de Smith chocó primero con fuerza contra una de las cámaras,
antes de estrellarse aún con más fuerza contra la mandíbula del hombre que
sostenía la cámara.
CAPÍTULO VEINTISÉIS
«Oh, Dios», pensaba Valentina sentada en el asiento del copiloto del coche
de Smith, con Tatiana en el asiento de atrás, «No quiero esta vida. Es lo
último que quiero».
Smith pisó a fondo y aceleró calle abajo lejos de los paparazzi, que
seguían haciendo fotos. La mente de Valentina estaba en blanco y a punto
de explotar a la vez. No sabía qué pensar, ni cómo lidiar con la extraña
sensación de satisfacción que le producía por un lado que las hubiese
defendido a su hermana y a ella, y por el otro el miedo a que él resultara
herido en la trifulca. Por no hablar de las consecuencias que seguro que le
traía el haber perdido el control de esa manera.
En el asiento trasero, Tatiana llamó inmediatamente al jefe de
publicidad de la película para que empezaran a controlar los daños. Pero
Valentina era incapaz de centrarse en lo que decía su hermana.
No podía apartar la mirada de Smith, de sus nudillos magullados y
ensangrentados por el golpe contra la cámara… seguido por el hueso del
mentón de un hombre. Tenía apretada la mandíbula, y podía percibir la furia
y la frustración que emanaba de él.
—¿Estás bien?
Su voz le resultó extraña incluso a sus propios oídos, tan extraña que
como Smith no contestó, pensó que tal vez no lo había dicho en voz alta.
Volvió a intentarlo:
—Te sangra la mano. ¿Estás bien? —Y esa vez, aunque estaba segura
de que lo había dicho en voz alta, tampoco contestó—. ¿Smith?
Frenó en seco en un semáforo en rojo y, cuando se giró hacia ella, lo
que vio en sus ojos le cortó la respiración.
—Tienes razón —dijo con voz aún más grave que de costumbre. Y
vehemente. Muy vehemente. No estaba segura de a qué se refería, pero
Valentina no quería que lo dijera. Solo quería que todo…—. No te conviene
estar conmigo. Mi vida no te conviene.
«Ay, Dios». Sabía que las cosas iban mal, pero eso era mil veces peor.
Smith nunca había mostrado el menor atisbo de duda. No dudaba de que
la quería. Tampoco de que ella lo quería a él. Y no había titubeado ante el
desafío de intentar estar juntos contra viento y marea.
Estaba tan aturdida y profundamente herida por su afirmación que se
quedó helada. La mano de su hermana sobre su hombro era lo único que
descongelaba una pequeña parte de su ser.
Se moría por decirle cuán equivocado estaba, y que podía lidiar con esa
vida. Pero al verse atrapada en esa red implacable, no sabía cómo hacerlo.
Una red tejida por su convicción de que era incapaz de enfrentarse a los
focos, sumado a unos despiadados y voraces paparazzi siempre dispuestos a
acosar a quienquiera que saliera con Smith.
Pero si no llegaba a expresarlo, si no le salían las palabras para arreglar
las cosas, ¿entonces qué ocurriría?
«¿Significa que hemos terminado?».
Solo de pensarlo se le retorcía el estómago, se le oprimía el pecho y le
faltaba el aire. Ni el disgusto por la horrible noticia publicada que los
involucraba a los tres ni haber sido objetivo de los fotógrafos esa mañana
podía compararse con perderlo.
Aparcaron en el estacionamiento del plató, y Tatiana le tocó el hombro
una vez, y antes de bajarse del coche dijo:
—Avisaré a todos de que ya estáis de camino.
Valentina volvió a mirar la mano de Smith, vio la sangre seca y deseó
saber qué decir. Qué hacer. Nunca antes había dudado tanto respecto a qué
debía hacer o no. Hasta ese momento. Hasta que Smith entró en su vida y
todas sus convicciones, junto a sus puñeteros principios, descarrilaron y
empezaron a dar tantas vueltas de campana que la única certeza que le
quedaba era cuánto lo deseaba, cuánto disfrutaba estando con él, y cuánto lo
necesitaba.
Pero aunque ya no sabía qué decir, hacer o sentir, sí tenía una cosa clara:
no podían bajarse así del coche. No podían seguir como si nada con el día
de rodaje con ese “Tienes razón, no te conviene estar conmigo” resonando
en sus oídos una y otra vez.
Pero justo cuando estaba a punto de contestar, vio flashes provenientes
de la acera, a unos metros del plató. Por supuesto que los paparazzi les iban
a seguir. Estaba demasiado conmocionada por lo ocurrido esa mañana como
para adelantarse a esa jugada.
Smith los vio en el mismo momento y estaba ya agarrando el pomo de
la puerta para salir del coche y alejarse de las cámaras cuando Valentina le
puso la mano en el brazo.
—Smith —dijo con la voz quebrada.
Cuando se giró hacia ella con una expresión sombría, probablemente tan
sombría como la suya propia, supo que tenía que decir algo. Cualquier cosa.
Al menos para hacerle entender que aún no quería rendirse, y que quería
seguir luchando por su “final feliz”.
Abrió la boca para intentar encontrar las palabras, pero el miedo las
atascaba en la garganta.
La débil esperanza que había brillado en los ojos de Smith durante un
breve instante se apagó.
Al final fue él quien habló:
—Tenemos que alejarnos de las cámaras.
Sabía que tenía razón, así que lo acompañó en silencio desde el coche
hasta el plató, reforzado con seguridad adicional. Cualquier cosa que
hubiera podido decirle fue eclipsada por la preocupación del reparto y el
equipo de producción, que se había convertido en una familia para ambos.
Nadie le dio importancia a que Smith y Valentina estuvieran juntos, solo
mostraron su indignación porque la prensa se entrometiera en su vida
privada.
Vida que, debido al exorbitante gasto que suponía rodar una película en
exteriores, tenía que seguir adelante como si nada hubiese ocurrido.

***

Seis horas terriblemente tensas después, durante las cuales todos se


esforzaron al máximo por hacer bien su trabajo a pesar de lo sucedido
aquella mañana, Valentina vio cómo el operador de cámara y la diseñadora
de iluminación, que eran un matrimonio, se daban un rápido beso entre
toma y toma. Se le encogió el pecho al ver la normalidad con que
expresaban su amor.
¿Cómo sería poder besar a Smith sin preocuparse por el qué dirán?
Pero cuando las cámaras empezaron a rodar de nuevo, Valentina supo
que ese no era en realidad el problema. Al fin y al cabo, nunca le había
importado lo que pensaran de ella.
Había sido una cobarde al no confiar en que la relación pudiera seguir
avanzando después del rodaje, cuando ambos pasaran a otros proyectos.
Había intentado justificar esa cobardía diciéndose que la relación con Smith
había surgido de la nada y había ido demasiado deprisa, que no se había
metido en ese proyecto para enamorarse de un hombre…
—¡Corten!
Cuando Valentina miró sorprendida a Smith y se dio cuenta de que tenía
el teléfono en la oreja volvió a quedarse helada, pensando que tendría que
ver con las consecuencias de su encuentro con los fotógrafos. Pero eso no
cuadraba con el súbito destello de alegría que apareció en su rostro. Y
entonces leyó un nombre en sus labios —Sophie— y lo supo.
Los gemelos estaban en camino.
Ya se había levantado de su asiento cuando él se dirigió hacia ella:
—Sé que no soy de la familia pero…
—Quiero compartir esta felicidad contigo, Valentina.
«Dios, sí, por favor». Se moría de ganas por compartir su alegría. Pidió
a todo el mundo que se tomara el resto del día libre y se dirigieron a toda
velocidad hacia su coche. En cuanto los vieron, los fotógrafos comenzaron
el asedio, y aunque a Valentina se le volvieron a retorcer las tripas y vio
cómo a Smith le tintineaba un músculo en la mandíbula, hizo todo lo
posible por ignorarlos.
Le encantaban los bebés. Su olor. Su inocencia. Su piel suave. Hasta sus
caritas de enfado cuando tenían hambre, sueño o necesitaban un cambio de
pañal.
Aún recordaba el día en que nació Tatiana, y el amor inmediato que
sintió por su hermanita. Su madre le permitió coger a la recién nacida a los
pocos minutos de llegar al mundo y, cuando el bebé la miró con sus grandes
ojos azules, Valentina se derritió por un amor tan fuerte que marcó toda su
vida.
—Mi madre me ha dicho que lleva casi toda la mañana con
contracciones, que falta poco y que vayamos todos al hospital.
«Dios», pensó mientras la desesperación la invadía, «me encanta el
timbre de su voz». Qué difícil le resultaría no oírla todos los días… en
especial la pasión con que susurraba su nombre al oído al explotar dentro de
ella.
Aun así, Valentina tenía que intentar mantener la compostura por el
momento. Al menos hasta que nacieran los bebés.
—¿Te ha dicho Mary cómo lo está llevando Sophie? —No podía evitar
preocuparse por que la suave y dulce Sullivan estuviera sufriendo como una
condenada. Y más teniendo en cuenta ese vínculo especial que tenían Smith
y Sophie—. ¿Tiene muchos dolores?
—Sophie es mucho más dura de lo que parece —respondió, pero
Valentina se dio cuenta de lo preocupado que estaba por su hermana
pequeña—. Al contrario de lo que parece, Lori es la blandengue. Sophie
puede con todo.
Podía oír la tensión en su voz, tensión que solo en parte se debía a la
preocupación por su hermana.
Habían estado muy unidos esa mañana… ¿pero qué ocurriría después?
Valentina soltó un suspiro estremecedor, lo bastante fuerte como para
que Smith volviera su intensa mirada hacia ella por un momento. Le dolía
demasiado pensar en cuánto había cambiado entre la noche anterior y esa
tarde.
De algún modo consiguió pensar con la suficiente claridad como para
preguntarle:
—Háblame de Sophie y su marido. ¿Cómo se conocieron?
Smith hizo una larga pausa antes de contestar:
—Jake es amigo de la familia. Desde que tengo uso de razón, siempre
estaba en casa. Sophie moría de amor por él cuando era solo una niña. —
Cuando dijo la palabra amor, Valentina sintió que iba a hacerse añicos.
Sobre todo cuando añadió—: Eran muy diferentes, Valentina. En apariencia
demasiado diferentes. —Y se le borró la sonrisa—. Ella es bibliotecaria. Él,
propietario de bares. Ella tranquila, serena. Él es jaranero, viene de un
entorno complicado y tiene tatuajes por todo el cuerpo.
Valentina tenía la garganta tan cerrada que apenas le salían las palabras:
—Pero han hecho que funcione.
Smith entró en el aparcamiento del hospital y le dirigió una intensa
mirada:
—Los dos se quieren con locura. Así que sí, han logrado que funcione.

***
La sala de espera parecía una fiesta familiar de los Sullivan. Todos los
hermanos y hermanas de Smith estaban allí, preparados y emocionados por
conocer, con suerte esa noche, a dos nuevas incorporaciones.
Lo único que podía empañar la felicidad era la preocupación grabada en
sus rostros. Estaban preocupados por él porque nunca antes le había pegado
a un fotógrafo, ni se le había pasado por la cabeza.
Marcus y Nicola los saludaron primero con un abrazo. Smith no daba un
duro por la pareja la primera vez que los vio juntos. De hecho, le había
advertido a su hermano que no se acercara demasiado a una estrella del pop
porque no creía que su estilo de vida encajara con el perfil bajo del más
serio de todos sus hermanos. Pero se había equivocado. Hacían una pareja
perfecta. Igual que Sophie y Jake, a pesar de sus reservas cuando se enteró
de que la había dejado embarazada tras una aventura de una noche.
Había pensado que Valentina y él también hacían una pareja perfecta.
Hasta que su deslumbrante mundo se derrumbó sobre ellos e hizo añicos su
incipiente y frágil relación.
Cuando Nicola se dispuso a abrazar a Valentina, Marcus le lanzó a
Smith una mirada fácil de leer:
«¿Qué diablos te está pasando?».
Smith negó con la cabeza. No quería hablar de ello en ese momento, no
quería que toda esa porquería que conllevaba su fama eclipsara uno de los
momentos más importantes de su familia. A sus hermanos les habría
encantado ir tras los paparazzi y darles su merecido, pues no soportaban el
no poder proteger y defender a uno de los suyos. Pero también respetarían
su deseo de no involucrarse ni meterse en problemas por su culpa. Era él
quien había elegido esa profesión, no ellos.
Maldita sea, era justo la razón por la que necesitaba dejar a Valentina.
Se esforzaba mucho por hacer lo mejor para ella… aunque al final le estaba
haciendo daño.
La prometida de Ryan, Vicki, y su hermana Lori saludaron a Valentina
como si fuera una vieja amiga, y estuvo muy agradecido de que la hiciesen
reír, sobre todo después de cómo se le había quebrado la voz en el coche
aquella mañana al decir su nombre.
Pero entonces otra mujer a punto de parir pasó junto a ellos en una silla
de ruedas, gimiendo de dolor mientras se agarraba el abdomen y, de
repente, Smith no pudo quitarse a Sophie de la cabeza.
Trataba de no engañar a los demás ni engañarse a sí mismo, pero hasta
ese momento no había querido pensar demasiado en los riesgos que suponía
dar a luz a gemelos. Y a pesar de que ella le había insistido cientos de
veces, en esas llamadas que le hacía al menos dos veces al día, en que era la
embarazada más saludable del planeta, se encontraba sumido en
preocupaciones que ya no podía controlar.
Maldita sea, ¿cómo no había visto que Jake quería conquistar a su
hermana? Tal vez podría haber evitado que todo eso sucediera, y ella no
estaría en ese momento en el hospital donde cualquier cosa podría salir…
—Smith. —No había visto a Valentina ponerse delante de él, y lo
sorprendió cuando dijo—: Creo que es el momento oportuno para echar
mano de tu ínclito encanto de estrella de cine, convencer a una enfermera
de que te deje ver a Sophie y que compruebes por ti mismo que todo va
bien.
Su calma atravesaba la niebla que le obstruía el cerebro como el haz de
luz de un faro. Era otra de las razones por las que hacían una pareja
perfecta. Si alguna vez empezaba a desconectar del mundo real —lo cual
era bastante probable por su trabajo—, podía contar con Valentina para que
lo encauzara con cariño pero con firmeza. Le había visto hacerlo unas
cuantas veces con su hermana durante el rodaje, tan en sintonía con Tatiana
que siempre estaba atenta al momento en que más la necesitaba.
¿Cómo podía dejarla? ¿Aunque fuera lo mejor para ella? ¿Aunque su
vida fuera mejor sin él?
El flash de una cámara atravesó la puerta de cristal de la sala de espera.
Una fracción de segundo después, Valentina dijo con la voz cargada de
furia:
—Tenéis que quedaros aquí por Sophie. Yo me encargo de esto.

***

—Esto no está bien.


Valentina se acercó a los hombres y mujeres con cámaras entre las
manos. Era obvio que habían sido avisados del paradero de Smith y ella
cuando se marcharon del plató. O tal vez habían llegado antes y estaban
esperando la oportunidad perfecta para fotografiar a la familia al completo
cuando finalmente salieran a la zona más pública del hospital. Pero en ese
momento ya no importaban los motivos ni cómo había sucedido. Lo que
importaba era que se fueran.
—Sabemos que Smith es una estrella y que sus fotos disparan la venta
de periódicos y revistas pero, ¿podéis darle una tregua? ¿Unas horas para
estar a solas con su familia?
Siguieron haciendo fotos mientras hablaba, y supo cómo se sintió Smith
esa mañana en la puerta de su casa. Era capaz de hacer cualquier cosa para
que se fueran.
—Por favor. —No pudo encontrar las palabras cuando él la necesitó, no
sabía si por no ser capaz de renunciar a su intimidad o porque no quería
formar parte del circo que probablemente sería siempre la vida de Smith.
Pero en ese momento, aunque era demasiado poco y demasiado tarde, nada
le impediría decir—: ¿Qué queréis a cambio de dejar en paz a la familia
Sullivan? Decídmelo y haré todo lo posible para que lo tengáis.
No tuvo tiempo ni de respirar antes de que llegara la primera pregunta:
—¿Es cierto que Smith ha estado saliendo contigo y con tu hermana en
secreto?
—No.
—Entonces, ¿con quién está en realidad?
—Conmigo. Solo conmigo.
—¿Cuánto tiempo llevas saliendo con Smith?
—Cuatro semanas.
—¿Os veíais en secreto?
—Sí.
—¿Tu hermana estaba al tanto?
—No.
—¿Está Smith enamorado de ti?
—No lo sé —dijo negando con la cabeza, consciente de que las
lágrimas pronto empezarían a caer.
—¿Estás enamorada de él?
Las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas, una tras otra:
—Sí, le quiero.
Y con eso, supo que les había dado exactamente lo que querían. Una
imagen clara del amor infinito que sentía por Smith… y del miedo y la
incertidumbre que lo acompañaban.
—Ahora, por favor —les pidió—, marchaos.
Y se fueron, para su sorpresa, pero Valentina se quedó donde estaba
para asegurarse de que no cambiaban de opinión en el último segundo.
Cuando por fin se dio la vuelta, se topó contra un duro pecho.
—Smith.
—No te merezco.
Le cogió la cara con las manos y la miró con los ojos ardientes
flameando con un calor oscuro e intenso, y se dio cuenta de que debía de
haberlo visto y oído todo.
—Sé que te mereces más que esto. Te mereces algo mejor que verte
arrastrada a mi delirante vida, pero soy tan hijo de perra y egoísta que no
puedo dejarte ir.
Posó su boca sobre la de ella, estampándole un beso que no se reservaba
nada. Y al igual que en cada uno de los anteriores besos, ella tampoco se
contuvo.
—Te quiero, Valentina. Me encanta que estés aquí con mi familia. Y me
muero de ganas de recordarte en el futuro la cara de asombro que tenías
cuando te dije que yo también te quería en la sala de espera de un hospital,
bajo la fría luz de los fluorescentes y rodeados por unas cutres sillas azules
de plástico.
—¿Smith Sullivan? —llamó una enfermera de mediana edad—. Venga
conmigo para ver a su hermana.
Le dio otro beso que le robó el aliento y se dirigió al paritorio para ver
cómo estaba Sophie.

***

En cuanto las puertas batientes se cerraron tras Smith y la enfermera, Lori


se puso al lado de Valentina:
—Lo sabía.
Aún estaba tan aturdida y desbordada por lo que Smith le había dicho,
no una sino dos veces seguidas, y por lo que ella había declarado ante los
fotógrafos —“Sí, le quiero”—, que no podía ni esbozar una respuesta para
Lori. Los hermanos de Smith y sus parejas no eran tan descarados, aunque
notaba que estaban muy pendientes a cómo se sucederían los
acontecimientos.
Pero a pesar de toda la energía y el entusiasmo de Lori, estaba claro que
no carecía de empatía, porque enlazó su brazo con el de Valentina y dijo:
—No importa dónde me encuentre, si estoy esperando algo importante y
hay una máquina de café, tengo que beber una taza. Creo que ya es una
superstición. ¿Quieres una?
Un minuto más tarde Valentina sostenía una repugnante taza de café.
Miró lo que parecía lodo rebajado con agua, se volvió hacia Lori y le dio las
gracias.
La hermana de Smith le sonrió. Era hermosa, y cada miembro de la
familia poseía un matiz diferente de esa belleza. Sin embargo, la de Lori era
tan deslumbrante a primera vista que de pronto le recordó a su hermana y a
su madre, y se preguntó si le costaría que los demás pudieran ver lo que
había detrás de su belleza.
Al darse cuenta de repente de lo cansada que parecía Lori y de que
llevaba mallas, una falda con brillos y zapatos de baile, Valentina preguntó:
—¿Te importa que nos sentemos unos minutos?
Cuando Lori se hundió agradecida en una silla, Valentina creyó ver algo
más que cansancio en su bonita cara. Por unos momentos abandonó su
alegre fachada, y a Valentina le llegaron oleadas de tristeza. A pesar de estar
conmocionada porque Smith se le hubiese declarado unos minutos antes, se
encontró con ganas de acercarse a Lori:
—¿Va todo bien?
Abrió los ojos sorprendida, y por un momento pareció que arrugaría la
cara de dolor. Pero hizo un gesto de negación con la cabeza y respondió:
—No puedo dejar de pensar en Sophie, ya sabes, ese rollo de la
conexión entre gemelas, que su dolor es mi dolor y todo eso.
Valentina no dudaba de que Lori estuviera muy preocupada por el
bienestar de Sophie… pero tampoco creía del todo lo que acababa de decir.
Pero antes de que pudiera manifestarle que si necesitaba hablar con
alguien, de lo que fuera, en cualquier momento, ella estaría encantada de
hacerlo, Lori dio un sorbo a su café e hizo una mueca:
—Dios mío, creo que es el peor café de máquina que he tomado en mi
vida. —Un momento después, volvió a prestarle atención a Valentina—:
Smith es el más centrado de todos nosotros. —Y Valentina supo cuán
extraordinaria era esa afirmación, teniendo en cuenta el éxito que tenían
todos y cada uno de los Sullivan—. Pensaba que estaba esperando a llegar a
cierta etapa de su carrera profesional antes de priorizar su vida personal.
Pero ahora sé que no era por eso.
Lori le sonrió con un afecto tan abierto que Valentina sintió que la
opresión de su pecho empezaba a desaparecer:
—Solo estaba esperando a la mujer adecuada. —Le apretó la mano—.
Me alegro de que la haya encontrado.

***

Cuando Smith entró en la habitación con la bata que le había dado la


enfermera, se encontró con Sophie y Jake al borde de una contracción. Se le
paró un instante el corazón al ver a su refinada y dulce hermana apretando
los dientes y lanzando largos y profundos gruñidos de dolor. Su marido
tenía una mano entre las suyas y con la otra le apartaba el húmedo pelo de
la frente al tiempo que le susurraba palabras de aliento al oído.
Su madre lo rodeó con el brazo y dijo en voz baja:
—Acaba de llegar el anestesista. Pronto el dolor disminuirá.
Smith apenas podía tragar, tenía un nudo en la garganta. No soportaba
ver a su hermanita sufriendo, aunque se suponía que dar a luz era lo más
natural del mundo. Sí, Tatiana y él lo habían representado en la pantalla,
pero fingir estar de parto era muy, pero que muy distinto a pasar por ello.
Cuando por fin la contracción remitió, Sophie lo miró con ojos
empañados por el dolor y le dedicó una débil sonrisa:
—Smith. Has venido.
Rápidamente se trasladó al asiento libre a su otro lado:
—Claro que sí, cariño. —Le dio un beso en la mejilla y le cogió la
mano.
Siete meses atrás, los cuatro —Sophie, Jake, su madre y Smith— habían
estado juntos en otra habitación de hospital. Había cogido un vuelo desde
Australia no solo para comprobar que su hermana había salido bien de una
operación de urgencia, sino también para cantarle las cuarenta al hombre al
que consideraba su amigo. El hombre que, según Smith, los había
traicionado a todos seduciendo a su hermana.
Por suerte no le llevó mucho tiempo aceptar el amor entre Sophie y
Jake, y comprender cuánto les había costado hacerlo realidad. Como
siempre, su madre había sido consciente de todo desde el primer momento.
¿Alguna vez se le escaparía algo de alguno de sus hijos? Y, por supuesto,
Mary Sullivan fue la primera a la que Smith confesó sus sentimientos. Sabía
que lo entendería y apoyaría, sin importar de quién se tratara o lo difícil que
fuera convencer a esa extraordinaria mujer de que correspondiera su amor.
“Sí, le quiero”, había dicho Valentina. Eran las palabras más dulces que
había escuchado en su vida y le habían llegado muy profundo al corazón.
Daba igual que la primera vez que escuchara esas palabras se las estuviese
diciendo a un grupo de paparazzi en lugar de directamente a él, no quería
que se retractara nunca.
—¿Cómo está Valentina? —preguntó Sophie como si pudiera leerle la
mente. Con una sonrisa y antes de que pudiera responder añadió—: Estaba
claro que Lori me contaría lo vuestro.
—Genial —le dijo a su hermana mientras pensaba en cómo Valentina se
había enfrentado a la prensa y se sacrificó delante de los focos por él y por
su familia, sin miedo, sin vacilar—. Ella es genial.
—Oh Smith, estoy tan fe…
Otra contracción interrumpió sus palabras. Con sus pequeños y fuertes
dedos, Sophie apretó su gran mano con tanta fuerza que le crujieron los
nudillos.
Jake estaba dedicado completamente a sostener y calmar el dolor de su
mujer, aunque Smith tenía claro que apenas podía controlarse a sí mismo. Si
aún tenía alguna reserva acerca del amor que su amigo le tenía a su
hermana, se disipó al ver la devoción absoluta con que Jake trataba a
Sophie.
Cuando por fin pasó la contracción y su agarre aflojó un poco, les
dedicó a ambos una sonrisa con lágrimas en los ojos:
—Creo que esa no ha sido tan mala.
—Lo estás haciendo muy bien, cariño —dijo Smith con la voz cargada
de emoción—. Estoy muy orgulloso de ti.
Ella le sonrió, una sonrisa dulce y llena de amor, y en ese momento
volvió a ser esa niña tranquila a la que siempre había cuidado con especial
mimo, asegurándose de que sus hermanos y hermana, más liantes, no
pasaran por encima de ella.
Y tal como le había dicho a Valentina, Sophie era mucho más fuerte de
lo que la gente creía. Tanto como para soportar el dolor de otra contracción
que la golpeaba como un camión enorme.
Smith se volvió para encontrarse con los ojos de su madre y, aunque
sabía que no le gustaba ver a su hija ni a ninguno de sus otros hijos sufrir,
estaba claro de dónde había sacado Sophie su fortaleza. Mary Sullivan
parecía delicada, y era tan guapa en el presente como en sus días de
modelo… pero todos habían obtenido su fortaleza de ella.
Al volver la vista hacia su hermana, Smith vio que tenía la cabeza
apoyada en el hombro de Jake mientras intentaba recuperar el aliento entre
contracción y contracción. Smith siempre estaría ahí para ella, pero por fin
se daba cuenta de que ya no necesitaba que la protegiera del mundo.
Tenía a Jake. Y tenía la total certeza de que su marido nunca los
defraudaría, a ninguno de ellos. Y mucho menos a la mujer que lo era todo
para él.
Con otro beso en la mejilla, Smith dijo:
—Te quiero, Soph. Y estoy deseando conocer a los bebés. —En
silencio, transmitió su confianza y su fe a Jake, que las agradeció con un
movimiento de cabeza.
Smith le soltó la mano y dejó a su hermana con las dos personas a las
que confiaba su vida. Sophie había encontrado el amor eterno que buscaba.
Y él también.
CAPÍTULO VEINTISIETE
Valentina estaba sentada con Lori en la sala de espera cuando Smith salió de
la habitación. Ambas se levantaron de un salto y Lori preguntó:
—¡¿Cómo está?!
—Muy bien. Requetebién. Las contracciones son bastante fuertes —dijo
con una sonrisa, mientras flexionaba la mano para intentar devolver los
huesos a la posición correcta—, y no creo que tarden mucho más en nacer.
Chloe, la mujer de Chase, abrazaba a su hija en la sala de espera,
claramente conmovida por su reciente experiencia de parto:
—Dios, es como si pudiera sentir su dolor desde aquí.
La pequeña Emma eligió ese momento para estirar la mano y coger la
trenza de Heather con una sonrisa. Todos rieron con la niña, que miró a su
gran familia con alegría.
La bebé levantó sus bracitos en dirección a la prometida de Zach, que la
cogió y junto a él le llenaron de besos sus suaves mejillas, y ella se partía de
risa aferrándose fuerte a la trenza.
Y aunque Smith adoraba a su sobrinita, no podía apartar los ojos de
Valentina. Cada momento acompañando a Sophie y Jake había estado
pensando en ella. Incluso en ese momento, rodeados por toda su familia, era
como si fueran las únicas dos personas en la sala.
Por primera vez en su vida se sintió tan abrumado de amor que no le
funcionaba ninguna parte del cuerpo salvo su corazón, que solo latía por
ella.
—¿Te sientes mejor ahora?
—Sí —dijo, tanto por saber que Sophie estaba en buenas manos…
como por la contundente y dulce certeza de saber que Valentina le quería.
La conversación fluía a su alrededor, pero Smith estaba feliz abrazando
a Valentina, tranquila y amorosa. Poco después, su madre irrumpió por las
puertas batientes con la mayor sonrisa que jamás había visto en su rostro.
—¡Han nacido! —Sus ojos se llenaron de lágrimas de felicidad—. Oh,
qué hermosos son. Sophie y Jake están deseando que conozcáis a su niña y
su niño.
Mary Sullivan era una de las mujeres más serenas del planeta. Había
tenido que lidiar con ocho niños revoltosos, pero por primera vez casi
parecía incapaz de contenerse.
Marcus y Lori eran los que estaban ubicados más cerca y la abrazaron
por ambos lados mientras añadía:
—Han llamado a la niña Jackie, por su abuelo Jack.
Smith sintió que se le humedecían los ojos por el homenaje a su padre, y
se alegró de que Valentina se acercara aún más a él. Ese momento no sería
ni por asomo tan feliz —ni tan completo— si ella no estuviese presente para
compartirlo con él.
—Y al niño… —Mary miró a Smith y sonrió a través de sus lágrimas
de felicidad—. Le han puesto tu nombre, Smith.
Dios. Nunca se había parado a pensar en lo importante que algo así
podría ser, pero en ese momento lo supo.
Significaba todo para él.
—Oh, Smith —dijo Valentina mientras lo miraba con los ojos húmedos
y una calidez que lo dejó sin aliento tanto como oír que su hermana le había
puesto su nombre a su hijo—. Qué tierno.
Su madre no era la única que moqueaba y cuando salió Marnie, la
obstetra que también había asistido a principios de año en el parto de Chloe
y Chase, recibió con amabilidad los agradecimientos por otro parto que
había salido bien.
—Sophie y Jake son quienes han hecho todo el trabajo, aunque no
rechazaría una botella de champán —dijo con un guiño en dirección a
Marcus. Mientras todos reían, añadió—: Ya están aseados y listos para
conocer a sus tíos y tías, aunque para no sembrar el caos en la enfermería
organizaos en grupos de dos o tres como máximo.
Marcus, el mayor de los Sullivan, recibió el voto silencioso de sus
hermanos antes de volverse hacia Smith y decirle:
—Ve a conocer al pequeño Smith y Jackie. Pero recuerda que los demás
estamos esperando.
Smith arrastró a Valentina hacia las puertas batientes antes de que
pudiera objetar que no era de la familia. Contaba con aprovechar lo mucho
que sabía que le gustaban los bebés.
Tuvieron que ponerse unas batas y desinfectarse las manos antes de
ingresar a la habitación de Sophie. No pudo contenerse y le estampó un
beso en la nuca cuando Valentina se giró para que le atara las tiras de
algodón de la espalda. Le encantó que unos pequeños escalofríos la
recorrieran y que se apoyara un momento en sus brazos.
Pero ninguno de los dos podía esperar un segundo más para conocer a
los dos nuevos miembros de la familia, así que se separaron con rapidez y
entraron en la habitación.
Valentina emitió un suave sonido de asombro al ver por primera vez a
los bebés. Normalmente no era fácil distinguir una niña y un niño recién
nacidos, pero sin duda había algo masculino en Smith, y dulce y femenino
en Jackie.
Smith ya tenía los brazos extendidos cuando cruzó la habitación hasta
llegar al lado de su hermana, que no dudó en ponerle a su hijo en los brazos.
—Es maravilloso, Sophie.
Valentina seguía de pie junto a la puerta cuando Jake le preguntó:
—¿Te gustaría coger a Jackie, Valentina?
Estaba claramente abrumada por su ofrecimiento:
—Me encantaría —dijo en voz baja, antes de decir por fin—:
Enhorabuena, son preciosos. Me alegro mucho por vosotros.
Smith apenas podía apartar los ojos de su sobrinito pero, cuando Jake le
entregó a Jackie a Valentina, le encantó presenciar el momento en que ella
le sonrió al bebé. Parecía tan receptiva y alegre como siempre que estaba en
sus brazos.
Un momento después, levantó la vista y sus miradas se cruzaron. Esa
vez fue Smith quien sintió escalofríos.
Podría decirse que como estrella de cine ya lo había logrado todo en la
vida. Pero no era así. No hasta que conoció a Valentina. Y desde entonces lo
quería todo. No solo su amor, no solo la promesa de una vida entera en sus
brazos y con ella a su lado, sino una familia, bebés, risas y lágrimas. Quería
compartir todos y cada uno de los momentos valiosos y verdaderamente
importantes con ella.
Ninguno de los dos se percató de la mirada que Sophie y Jake se
dirigieron, ni del regocijo que se dibujó en el rostro de la reciente madre al
darse cuenta de que estaba presenciando cómo su querido hermano mayor
entregaba por fin su corazón por completo.
Valentina volvió a centrar rápidamente su atención en el delicado bebé
que tenía en brazos y Smith hizo lo mismo, ambos murmurando lo monos,
preciosos y fuertes que eran.
La obstetra llamó a la puerta y asomó la cabeza con una sonrisa:
—Es mi deber informaros de que vuestros otros hermanos están a punto
de amotinarse ahí fuera si no conocen a los bebés pronto.
Con muy mala gana, Smith le devolvió el bebé a su hermana:
—Eres increíble, Soph. —Y dirigiéndose también a Jake añadió—:
Llamadme si necesitáis cualquier cosa, no importa a qué hora.
—Adiós, preciosa. —Era evidente que a Valentina le estaba costando
mucho soltar al dulce bebé en sus brazos, pero enseguida se la devolvió a su
padre y abrazó tanto a Jake como a Sophie.
Cuando él la rodeó con el brazo y se dirigieron fuera de la habitación
para avisar a sus hermanos de que Sophie, Jake, Smith y Jackie estaban
listos para recibir más visitas, ella aún conservaba toda esa ternura en la
mirada. Lori fue la siguiente, junto con Marcus y Nicola, y aunque a Smith
le encantaba pasar tiempo con su familia, también sabía que en ese
momento tenía necesidades más perentorias.
Así que arrastró a Valentina hacia la salida.

***

Quince minutos más tarde, Smith sacaba a Valentina del coche, y menos de
un segundo más tarde posaba su boca en la de ella, la tenía en sus brazos,
cerraba la puerta del coche de una patada y la llevaba en brazos a su casa,
como hizo la primera noche juntos después de la visita a Alcatraz.
El beso estaba lleno de pasión, pero también de algo tan tierno y dulce
que ella se derritió en sus brazos mientras le rodeaba el cuello y le devolvía
el beso con la misma pasión. Siempre lo había deseado con desenfreno,
pero nunca tanto como en ese momento.
Con ansia. Urgencia. Deseo.
Ninguna de esas palabras ni ninguna de esas emociones podían abarcar
lo que sentía por Smith.
Por su familia.
Por cómo la habían incluido en un momento tan especial.
Y, sobre todo, por la oportunidad de tener un milagro en sus brazos.
Smith la tumbó en la cama, sin dejar de besarla ni un segundo, mientras
buscaba la cremallera de la falda y se la bajaba para quitársela. Cuando solo
le quedaban las bragas y el liguero que él le había regalado cubriéndole la
parte inferior del cuerpo, lo rodeó por la cintura con las piernas y lo atrapó
con fuerza. Instantes después, Smith le abría los botones de la blusa y le
quitaba la sedosa tela. El broche delantero del sujetador fue lo siguiente, y
entonces pudo acariciar su sensible carne mientras ella se arqueaba ante el
cálido roce de sus palmas y dedos con un jadeo de placer.
Poco a poco su piel se iba calentando, sus huesos parecían derretirse con
cada beso, cada caricia, y con la fricción de sus caderas aún con el pantalón
puesto. Sin embargo, en lugar de que el beso se volviera más incontrolable,
la boca de Smith se apaciguó en la suya.
Inesperadamente el susurro de sus labios sobre ella no hizo más que
intensificar sus emociones, sus necesidades, sus pasiones, hasta tal punto
que cuando por fin levantó la cabeza para mirarla, ella ya no podría
ocultarle nada, aunque hubiera querido.
—Los bebés, Smith. —Sentía la boca hinchada y caliente por sus besos,
y suspiró por el extremo placer que le producían—. ¿No son la cosa más
hermosa que hayas visto?
—Son preciosos —coincidió con esa grave voz que retumbaba sobre su
piel y le provocaba escalofríos en cada centímetro de su cuerpo. Llevó una
mano a su mejilla y le rozó el labio inferior, que tembló al contacto—. Y tú
también lo eres.
Tener a los bebés en brazos había borrado por completo esa horrible
mañana de fotógrafos y peleas, de la que estaba segura de que Smith y ella
nunca podrían recuperarse.
Pero, para su sorpresa, lo habían hecho.
Más tarde se ocuparían de todo lo demás. De momento celebrarían los
nacimientos… y su amor mutuo.
Esa vez fue ella la que presionó la boca contra su piel, primero contra la
corta y oscura barba que le cubría la mitad inferior de la mandíbula, y luego
contra el fuerte y constante latido de su corazón a un lado del cuello. Nunca
antes se había permitido estar segura de un hombre, y Smith era el último
hombre en la tierra con el que debería haber tenido esa certeza.
Pero, ¿cómo buscarla en otro sitio si no podía ver más allá de él?
A pesar de haber visto a Sophie solo un par de veces, estaba tan feliz
por Smith que parecía que era su propia hermana la que había dado a luz.
Incluso en ese momento, con el cuerpo casi desnudo de Valentina envuelto
a su alrededor, excitada y preparada para darle cualquier cosa que quisiera,
no hizo ningún movimiento para quitarse la ropa. Solo se quedó mirándola.
Lo único que oía era el sonido de su corazón —y el de él— latiendo al
unísono.
Y lo único que sabía era que estaba profunda, verdadera y locamente
enamorada de él.
No porque fuese el hombre más bello que había conocido. Ni porque
fuera famoso o rico. Ni por lo que sentía cuando la besaba, la tocaba, o la
hacía gritar de placer.
Sino por ese amor incondicional hacia su familia, su madre, su hermana,
y su nuevo amor por los bebés.
El calor y el deseo salvaje siempre los habían unido, a pesar de sus
desesperados intentos por mantenerse alejada. Quería decirle muchas cosas
pero, sin embargo, lo único que conseguía era susurrar su nombre.
—Smith.
—Yo también te amo.
Compartieron un beso lleno de alegría y pasión, felicidad y deseo, todo
eso que ella siempre deseó pero que nunca creyó que llegaría a tener.
Sueños, realidad, pasión, afecto, todo se fundió en una perfecta
combinación sensual cuando empezó a quitarle la camisa, y luego los
pantalones y los calzoncillos. No tardaron en deshacerse del resto de la ropa
hasta que estuvieron desnudos, abalanzándose el uno sobre el otro en
cuanto Smith se puso protección.
Con fuerza y suavidad, con desenfreno y serenidad, se enredaron el uno
en el otro y Smith la penetró con una hermosa embestida. Apoyando la
cabeza en la almohada, ella se arqueaba para acogerlo con mayor
profundidad mientras él le sujetaba las caderas para acercarla más a su
cuerpo. Ella tomaba todo lo que él le daba, y todo lo que Valentina anhelaba
él se lo ofrecía, disfrutando de no tener al fin ninguna reserva.
En el momento exacto en que ella empezaba a cabalgar la ola de placer,
Smith la besó con tanta suavidad, dulzura y amor que las lágrimas que
nunca se había permitido derramar empezaron a deslizarse por sus mejillas
una tras otra, más deprisa a medida que el temblor de la liberación los
sacudía a los dos. Las lágrimas seguían cayendo cuando Smith le estampó
unos suaves besos en todas las zonas humedecidas por las lágrimas: los
párpados, las mejillas, la barbilla…
Y cuando las olas de placer por fin amainaron, Valentina constató que
nunca se había sentido así de satisfecha y amada en toda su vida… ni tan
conmocionada por lo que le había sucedido mientras estaba en brazos de
Smith.
Una parte de ella pareció renacer, como si hubiese sido bautizada por
sus propias lágrimas. Precisamente esas lágrimas habían sido su última
defensa contra el dolor que se había negado a reconocer. Ni su propia
hermana la había visto llorar.
Solo Smith.
Cuando por fin hubo eliminado con besos hasta el último rastro de sus
lágrimas, levantó la cabeza para mirarla. No dijo nada, pero no era
necesario porque podía leerlo todo en sus ojos: el amor, junto con un deseo
persistente alimentado de nuevo por los suaves besos que no dejaba de
darle.
—Te quiero —dijo Valentina por vez primera directamente a él.
Mientras la alegría inundaba cada centímetro de la cara de Smith, y ella
lo repetía una y otra vez entre besos, se dio cuenta de que, por increíble que
fuera que Smith le dijese “Te quiero”, era mil veces mejor decírselo a él… y
qué fácil le había resultado. Y tierno.
Y sublime.
Cuando susurró contra su boca esas dos palabritas que tanto había
temido sentir en su vida, Smith se las devolvió antes de acurrucarla entre
sus brazos, con la cabeza sobre el pecho y las piernas entrelazadas con las
de él.
Lo único que quería era cerrar los ojos y descansar un rato, sabiendo
que Smith estaría allí para abrazarla durante toda la noche. No sabría decir
cuántas horas habían pasado desde que abandonaron el plató de forma
intempestiva, y durante todo el rato que habían pasado en el hospital
esperando el nacimiento de los bebés. Había dejado las responsabilidades
de lado. Pero una vez que solo tenía que ocuparse de ella misma, ¿no era
hora de volver al mundo real? Aunque era lo último que quería, no le
importaba otra cosa que no fuera Smith, y lo feliz que había sido en cada
momento pasado a su lado.
Como si pudiera leerle la mente, Smith la acurrucó y dijo:
—El mundo puede seguir girando sin nosotros durante un tiempo.
Antes de que el sueño la reclamara, Valentina sintió su boca contra la
frente y por fin se relajó completamente… y dejó caer hasta la última
defensa de su corazón cuando él le susurró “Te amo muchísimo” una vez
más.
CAPÍTULO VEINTIOCHO
Valentina se despertó con un rugido en el estómago gracias al maravilloso
olor a pizza de pepperoni. Cuando se apartó el pelo de la cara y se recostó
sobre las almohadas, vio que el cielo estaba negro.
Las luces de la habitación estaban encendidas, pero eran lo bastante
tenues como para que tuviera que escudriñar con atención el amplio
dormitorio en busca de Smith, que la miraba desde la mesita donde acababa
de servir la comida para los dos.
Llevaba trabajando a su lado el tiempo suficiente como para reconocer
cuando se ponía en modo director, casi como si estuviera encuadrando la
escena en la cama con la intención de coger una cámara y capturarla.
Empezó a apartarse de las sábanas para ir en su dirección, pero su nombre
en sus labios la mantuvo cautiva donde estaba. Una oleada de calor se
extendió por su piel, primero despacio, luego más rápido, mientras él la
paladeaba con la mirada desde el otro lado de la habitación, hasta que ella
lo llamó con la voz ligeramente ronca, tanto por acabar de despertarse como
por haber gritado su nombre un rato antes.
—Me encanta verte en mi cama.
—Me encanta estar aquí.
Un instante después estaba de pie frente a ella, alzándola para que
quedara de rodillas, y mientras las mantas se deslizaban revelando su
cuerpo desnudo ella le rodeó el cuello con los brazos para besarlo con una
pasión que nunca parecía disminuir, sino que se tornaba más desenfrenada,
intensa y profunda con cada beso.
En el fondo de su mente, notó lo fácil que era —y lo fácil que siempre
había sido— dar rienda suelta a su innata sensualidad con Smith. Durante
mucho tiempo se había empeñado en reprimir esa faceta de sí misma para
que ningún hombre se “aprovechara” de su ansia de ser tocada, besada,
abrazada. Pero siempre se había sentido segura con Smith, a pesar del
peligroso apetito que a menudo se reflejaba en sus ojos cuando la miraba.
¿Acaso era que ella también sintiera ese apetito por lo que no solo no le
importaba el peligro… sino que, para su sorpresa, le parecía una deliciosa
ventaja?
Smith le acercó la camisa que había llevado la noche anterior. Pasó los
brazos por las mangas pero no se la abrochó, se limitó a remangarse y
envolverse en ella mientras se sentaban juntos en el sofá.
Smith no probó bocado, y ella tampoco. En cambio, Valentina cogió sus
manos entre las suyas al tiempo que lo buscaba.
—¿Tienes hambre? —preguntó él con su voz, grave y a la vez
tranquilizadora y excitante.
Valentina asintió, pero sabía que no podría comer nada hasta que
hablaran. Hasta las más reconocidas estrellas mundiales tenían que comer y
dormir como cualquier otra persona. Pero cuando se trataba de sus seres
queridos y del daño que la fama podía causar a sus relaciones, la
“normalidad” desaparecía por completo.
Y, sin embargo, Smith le había dado ganas de creer. No solo en el amor
—ya sabía que era auténtico, y no solo el resultado de una bonita amistad y
buen sexo—, sino en que su amor podía sortear los avatares de la vida y las
presiones de la fama.
Durante mucho tiempo había pensado que para ser fuerte debía evitar
ser vulnerable. Pero, ¿era posible que lo hubiese entendido al revés? ¿Que
en vez de ser una debilidad, arriesgarlo todo por amor era en realidad lo
más valiente que podría hacer en su vida?
Miró sus manos entrelazadas, y supo que él ya le había dado mucho más
de lo ella creía ser capaz de darle.
Por fin había llegado el momento de abrirse a él.
Lo miró a esos ojos oscuros, hermosos y colmados de amor. Por ella.
—Ya no quiero ser un misterio. No para ti.
Smith no le apretó las manos. En cambio le acarició las palmas con los
pulgares, provocándole calor y escalofríos al mismo tiempo.
—Estoy aquí, Valentina. Ahora y siempre. —Siguió acariciando su piel
despacio, con seguridad, con constancia—. Solo tienes que dejarme entrar.
Qué simple era, dicho así.
Y entonces, de repente, se dio cuenta de que efectivamente lo era:
—Mi madre cambió cuando mi padre murió. —En cuanto Valentina
empezó a hablar la acercó más hacia él, colocándole las piernas sobre las de
él. Smith le sujetaba las manos contra su propio pecho, y ella podía sentir
los latidos de su corazón—. Siempre fue una mujer hermosa y cariñosa.
Pero cuando papá murió me di cuenta de que mucho de ese cariño existía a
través de él. —Se obligó a recordar esos primeros meses después de su
partida—. Y cuando falleció, ella se fue desmoronando poco a poco hasta
desaparecer también.
—Fue como perderlos a los dos.
Las suaves palabras de Smith la sorprendieron y resonaron en su
cabeza, incluso cuando añadió:
—Ella seguía ahí, pero… —Respiraba con dificultad—. El primer actor
con el que salió era apenas unos años mayor que yo. Eso ya era un poco
raro, pero en una ocasión en que mi madre estaba tardando mucho en
arreglarse, él…
Se detuvo y se estremeció cuando Smith frunció el ceño:
—¿Qué hizo? ¿Quién es?
Ella negó con la cabeza:
—Nada. Y nadie. Todo eran insinuaciones. Pero si yo hubiera estado
dispuesta creo que… —El rechazo la invadió con la misma fuerza y rapidez
con que lo había hecho aquellas veces en que los jovencísimos actores con
los que su madre salía se le habían insinuado.
—¿Le contaste a tu madre lo que te dijo? ¿Lo que pretendía hacer?
—No —dijo en voz baja—, no sabía cómo abordarla. Y no quería
hacerla sentir mal en su intento por salir adelante y superar su propio dolor.
Era más fácil… —Hizo una pausa. Odiaba tener que usar esa palabra, pero
ya no le ocultaría la verdad a Smith, ni siquiera por orgullo—… Más fácil
ignorarlo. Y centrarme en Tatiana. Me preocupaba lo que podía pasarle a
ella con todos esos hombres extraños con los que mi madre entraba y salía
de casa. Mi hermana era muy guapa incluso entonces, y tan inocente que
fue un alivio para mí dejar la universidad y la residencia para volver a vivir
con ellas, y encargarme de gestionar su carrera para llevarla a todas sus
audiciones y trabajos. —Y tranquilizó a Smith—: Nadie ha intentado nada
con Tatiana. A decir verdad, la única razón por la que creo que alguna vez
se me insinuaron fue porque era de su misma edad.
—Esa no es la única razón, Valentina, y lo sabes. Una vez me dijiste que
podía tener a cualquier mujer del mundo. —La miró fijamente a los ojos
con tal intensidad que ella no pudo apartar la mirada—. Pero yo te quiero a
ti.
Valentina no pudo contener las palabras:
—Yo también te quiero. Es solo que ojalá…
Una vez más, sabía que sería más fácil no contarle nada de eso a Smith,
pero la dolorosa experiencia con su madre le había enseñado que lo más
fácil no siempre era lo mejor. Evitar el dolor a corto plazo solo empeoraba
las cosas en el futuro… hasta hacerlas prácticamente imposibles de
solucionar.
Pero mientras su madre había pasado de puntillas por las vidas de su
hermana y ella, Smith estaba allí, cogiéndole la mano, dejando que lo
soltara todo.
—Nunca te pediría que cambiaras de profesión o dejaras de ser quien
eres —dijo—. Te quiero demasiado, y no se me pasa por la cabeza exigirte
que dejes de compartir tu increíble talento con el mundo. Pero he estado en
muchos sets de filmación durante los últimos diez años. Y he visto lo que
ocurre, parece inevitable que tanto hombres como mujeres con parejas
sólidas y ejemplares terminen liándose con sus compañeros de reparto, y
que los matrimonios terminan tan rápido como empiezan en cuanto surge
un nuevo proyecto en otra parte del mundo.
—Tienes razón, mi trabajo es importante para mí —respondió—. Pero
tú también lo eres. Tan importante que ya no quiero tomar solo las grandes
decisiones con respecto a mi vida y mi carrera. A partir de ahora, quiero
tomarlas contigo.
Y a pesar de la calidez que irradiaban sus palabras, que la reconfortaron
de la cabeza a los pies, tuvo que decirle:
—Tengo que admitir que me asusta que nos conociéramos en un plató
de cine, y que todo haya sucedido tan rápido. No será fácil tener una
relación normal entre nosotros. No sé cuántas relaciones nacidas en
Hollywood han llegado a funcionar, aparte de la de Paul Newman y Joanne
Woodward.
No es que no se creyera cuánto la deseaba. Ya no podía negar ese deseo
mutuo que existía entre ellos. No, Valentina quería asegurarse de que ambos
iniciaban su relación con los ojos bien abiertos.
—Los dos años que siguieron al estreno de la película que me hizo dar
el salto a la fama fueron difíciles de asumir —dijo Smith—.
Extremadamente difíciles. Me encantaba actuar, y era consciente de que si
lo hacía bien me haría famoso, pero no había sopesado lo que supondría
perder mi intimidad ni que la prensa llamara a mi familia y amigos para
hacerles preguntas sobre mí. No voy a mentirte y decirte que no tendremos
que superar más obstáculos, que ya no habrá cientos de periodistas y
fotógrafos intentando sacar tajada metiendo las narices en nuestra relación.
—Su rostro reflejaba determinación y amor, y sus palabras eran tan firmes
como temblorosa había sido la de ella—. Pero llevo toda mi vida esperando
a alguien como tú, a una mujer con la que quiero estar para siempre, y me
niego a renunciar a ti. Tenía miedo de que nunca llegaras, de que no
existiese esa mujer que me quisiera por quien soy, más allá de la fama y el
dinero. Hasta que llegaste tú. —Smith se llevó las manos de ella a la boca y
las besó con ternura antes de añadir—: Dime qué es el amor para ti,
Valentina.
No le hizo falta pensar:
—Tú.
Su boca encontró entonces la de ella, suave y firme a la vez, dulce y
apasionada. Si antes de conocer a Smith alguien le hubiera preguntado si
esos contrastes eran posibles, ella habría sabido la respuesta. Habría estado
segura de que cuando por fin se permitiera amar todo cobraría sentido… y
de que sería completamente capaz de controlar su corazón, del primer latido
al último.
Pero con cada momento que compartían juntos, Smith confundía sus
expectativas… y superaba lo que ella creía que eran los límites de su
corazón.
—Sé que podemos llegar a amarnos tanto como para priorizar nuestra
relación por encima de todo. —dijo Smith—. Sí, Hollywood es una locura,
pero aunque hoy acabo de romper la regla número uno dándole un puñetazo
a un fotógrafo —dijo con una media sonrisa ligeramente apenada—, estoy
convencido de que podremos sortear las vicisitudes de ahí en adelante.
Se arrodilló ante ella:
—Te quiero a mi lado no solo en la alfombra roja, sino en esas noches
en las que estemos agotados tras un largo día en el plató y caigamos en la
cama tan cansados que no haremos otra cosa que cogernos de la mano y
quedarnos dormidos. Quiero besar el dulzor de tus labios cuando desayunas
algo dulce. Y quiero arrastrarte a la ducha conmigo y compensar el no
haber tenido energía para hacerte el amor la noche anterior.
La declaración de Smith no fue apoteósica. No incluía diamantes que la
encandilaran, exorbitantes promesas ni vistas panorámicas. No era como
ningún otro hombre que hubiera conocido, y había roto definitivamente el
estereotipo de las estrellas de cine siendo hermoso tanto por dentro como
por fuera. Nunca le haría daño a ella ni a su familia, como tampoco se lo
haría a la suya propia.
Semanas atrás le había preguntado por qué el amor no podía ser algo
sencillo si en el fondo no era más que dos personas que se dan cuenta de
que su vida juntos es mejor y más feliz que por separado.
Pero ya sabía que era posible.
Cuando por fin Valentina encontró la voz, le puso las manos a ambos
lados de la cara y dijo:
—Vamos a hacerlo, Smith. Todo eso. Yo también te quiero a mi lado,
para interrogar juntos al nuevo novio de Tatiana. Para leer el periódico un
domingo por la mañana. Para sentarme contigo en el sofá, taparnos con una
manta frente a la chimenea y hacer el puzle de todos los perros y gatos de la
familia.
Y mientras él la levantaba y la llevaba a la cama, sin haber probado un
bocado de la comida, colmaron el hambre más importante de todas.
La de amor.
CAPÍTULO VEINTINUEVE
Tres semanas después…
Valentina salió por última vez de su despacho del plató de Gravity y se
tomó unos instantes para contemplar toda esa actividad y los edificios que
habían terminado siendo más un hogar que un plató de cine provisional. A
la mañana siguiente se quitarían todas las luces, paredes temporales y
muebles, dejando el espacio vacío para el próximo ocupante.
Todo volvería a cambiar para el reparto y el equipo de producción que
había trabajado en la película. Algunos, como Smith, pasarían a trabajar en
la posproducción. Otros se tomarían unas muy merecidas vacaciones. La
mayoría de los actores volverían a Hollywood, harían castings para el
próximo papel, o ya tendrían un proyecto asignado. Tatiana acababa de
comprometerse para protagonizar un importante drama histórico
ambientado en Boston… pero, por primera vez en una década, Valentina no
iría con ella.
Se le apretaba el pecho solo de pensar en que no vería a su hermana
todos los días, aunque sabía que era lo mejor para las dos.
Tenía que darle alas. Y al ver a Smith caminando hacia ella con esa
sonrisa devastadoramente sexy de la que nunca se cansaba, Valentina por
fin admitió que ella también necesitaba darse espacio para desplegar sus
alas por completo.
Lo que no se esperaba era que un momento después vería a su madre
sonriéndole junto a Smith. Tampoco se esperaba ver a Dave, su novio, con
ellos. Ya había sobrepasado en algunas semanas la fecha de caducidad
habitual de los novios de su madre.
—Oh, cariño, qué detalle por parte de Smith invitarnos al último día de
rodaje.
Tenía razón. Era un gesto tan bonito que Valentina se sintió avergonzada
por no haberlo pensado ella misma. Smith la cogió de la mano y la atrajo
hacia él para darle un beso, uno contrario a lo que dictaban las anteriores
reglas de decoro y buenas costumbres de Valentina. Y a pesar de que era
digno de ser captado por una cámara y vendido a la prensa rosa, ese beso le
resultó totalmente irresistible.
Sin embargo, y por muy extraño que pareciera, lo cierto es que se
alegraba de que hubieran tenido que pasar por el calvario de los paparazzi y
la prensa cuando estaban iniciando la relación. Porque aunque no le había
hecho ninguna gracia que se publicaran fotos de ellos, o que hubiesen
intentado —sin éxito— pintar a Smith como un mal tipo, había sobrevivido.
Que la prensa publicara una foto de ellos besándose la tenía sin cuidado, ya
tenía la certeza de que podía volver a enfrentarse a una situación de esas
características.
Cuando Smith por fin separó su boca de la de ella sabía que estaba
ruborizada, pero no de vergüenza sino de placer.
—¿Queréis que os traiga algo?
Se lo había preguntado tanto a ella como a su madre, pero dedujo por
cómo le apretó la mano que se estaba asegurando de que estaría bien si la
dejaba a solas con su madre. Cuando le dijeron que estaban bien, se llevó la
mano a la boca para darle otro beso antes de retirarse con Dave.
Valentina y su madre observaron a los dos hombres hasta que doblaron
una esquina y se perdieron de vista.
—Mis amigos no paran de comentar cómo una de mis hijas ha
enganchado a una estrella de cine —dijo Ava Landon con un pequeño
suspiro de felicidad—. Aún no me puedo creer que estés saliendo con Smith
Sullivan.
Por lo normal, Valentina trataba de no sentirse herida por la
incredulidad de su madre. Se decía a sí misma que era mejor dejarlo pasar.
Pero sabía por qué Smith la había invitado ese día al plató. No solo para que
Ava acompañara a Tatiana en el último día de rodaje, sino por lo mucho que
la familia significaba para él.
Y la amaba tanto que quería que su familia volviera a estar unida.
—¿Por qué? —La voz de Valentina era tranquila, pero su pregunta
seguía siendo firme. Y plagada de un dolor que ya no podía ocultar—. ¿Por
qué no puedes creerlo?
Su madre la miró con esos grandes ojos azules que habían cautivado a
jóvenes actores de Hollywood durante los últimos diez años… y a su
marido los veinte anteriores.
—No porque no seas guapa, Val —dijo tocándole el brazo—. Tienes un
atractivo mucho más exótico que tu hermana o yo. No me sorprende que no
pueda apartar los ojos de ti. Es porque sé cuánto rechazo te provocaban los
actores, y el hecho de que a mí me gusten tanto.
—¿Lo sabías?
—Tienes una cara muy expresiva, cariño —contestó su madre.
—No lo entiendo. —Ya que se había abierto esa puerta, tenía que hablar
con ella. Antes estaban muy unidas, y además de madre e hija habían sido
amigas—. Después de la muerte de papá, ¿por qué…? —Dejó de lado la
imagen de su padre para hacer la pregunta—. ¿Por qué solo has salido con
actores desde que él murió?
—Tu padre es irremplazable, y tampoco me he propuesto suplantarlo.
—Su voz estaba llena de la misma tristeza que Valentina sentía cada vez
que hablaba de él—. No tardé en darme cuenta de que lo bueno de salir con
actores es que te hacen creer que eres joven, guapa y atractiva, aunque de
verdad no lo crean. Lo hacen tan bien que resulta creíble durante un tiempo.
—No necesitas que nadie te haga creer que eres hermosa, mamá. Lo
eres —dijo Valentina, esa vez tocándole el brazo a ella.
Los ojos de su madre brillaron con lágrimas:
—Sé que no te lo digo a menudo, pero estoy muy orgullosa de ti, cariño.
Lo más sencillo habría sido quedarse con el cumplido de su madre y que
este suavizara años de dolor. Pero así como Smith le había enseñado que
una vez que se encuentra el amor todo es sencillo, también había aprendido
cuánto hay que trabajar en ocasiones para conseguirlo.
Smith no se había dado por vencido con ella. No había subestimado su
fuerza, sus convicciones… ni el amor que tenía para dar. Valentina se
encontró pensando que tal vez era hora de dejar de darse por vencida con su
madre. Lo que significaba dejar de evitarla y de tener conversaciones
superfluas.
—Antes de que papá falleciera estábamos muy unidas. —Había
comenzado la relación con Smith con un “¿Por qué?”, necesitaba entender
por qué se había fijado en ella. Lo siguiente era restablecer la relación con
su madre con esa misma pregunta. Y después de todos esos años, Valentina
no podía soportar no preguntar—: ¿Por qué nos dejaste tú también? —
Sintió que una lágrima resbalaba por su mejilla, y se la enjugó con el dorso
de la mano—. Te necesitábamos. —Otra lágrima cayó, demasiado rápida
para atraparla antes de que cayera sobre el cemento—. Yo te necesitaba.
La madre la abrazó sin pensárselo dos veces con sus delgados pero
sorprendentemente fuertes brazos.
—Oh cariño, cuánto lo siento.
Pero en vez de desmoronarse, por una vez su madre era la fuerte, otra
inversión de papeles que Valentina no había visto venir.
—Tú y tu hermana estabais siempre muy unidas. Me encantaba que
estuvierais así de cercanas, y que estarías allí incondicionalmente para
cuidarla si alguna vez nos pasaba algo a tu padre y a mí. Y entonces,
cuando murió de forma tan inesperada… —Ava Landon negó con la cabeza
—. A decir verdad, no recuerdo mucho de aquellos primeros meses. Pero
cuando por fin volví a la vida, vi que estabais más unidas que nunca. Al
igual que ahora. Tanto que a veces me daba la impresión de que no me
necesitabais para nada. Que os bastabais la una a la otra. —Su madre se
secó las lágrimas—. ¿Serás capaz de perdonarme?
Valentina nunca había pensado en cómo el vínculo con su hermana
podría haber afectado a su madre.
—Claro que sí. —Y esa vez fue ella la que abrazó a su madre, y el
aroma familiar de su perfume y su suavidad la reconfortaron tanto en ese
momento como cuando era pequeña.
Tenían mucho sobre lo que ponerse al día, y no podrían abordarlo en los
cinco minutos que faltaban hasta que empezara el rodaje. Pero tenía una
pregunta más antes de dirigirse al set:
—¿Dave y tú vais en serio?
Su madre respondió con otra pregunta:
—¿Te parecería bien si te digo que sí? Sé cuánto significaba tu padre
para ti, y cuánto sigue significando.
Valentina se puso instintivamente la mano en el corazón. Se detuvo a
pensar y a sentir antes de contestar:
—Sí, me encantaría.
Entraron en el plató aún abrazadas y sonriendo. Cuando Smith levantó
la vista y la miró, vio no solo el amor que sentía por ella en sus ojos, sino
también su alegría por la evidente reconciliación entre ambas.
Y entonces las luces se atenuaron y Smith y Tatiana ocuparon su sitio
sobre la cama, uno al lado del otro, mientras las cámaras empezaban a
rodar. Ava le apretó la mano a Valentina y ella le dio un beso inesperado en
su suave mejilla antes de volver la atención a la escena que empezaba a
desarrollarse delante de todos.

Jo y Graham habían hecho el amor incontables veces en las últimas


semanas. Y desde aquel primer encontronazo en la calle hasta las noches
que habían compartido juntos cuidando del bebé, se habían enamorado
perdidamente el uno del otro.
Pero a pesar de todo, Jo sabía que en ningún momento habían
compartido ese amor.
Desde el momento en que chocó contra él en la calle, lo había visto
como un hombre expeditivo que era pura determinación e intensidad. Y aun
así, después de la primera vez que hicieron el amor, y al ver el cariño
incondicional que tenía por su hija, había creído que por fin se relajaría.
No creía posible vivir con tal grado de intensidad sin explotar. Pero al verlo
dormir, las líneas de su bello rostro no se suavizaban, sino que seguía
teniendo esa rigidez desgarradora que la destrozaba cada día.
Mientras le apartaba un mechón de pelo de la frente, Jo se preguntaba
cuándo dejaría ir a esos fantasmas que lo asediaban para encontrar la paz.
Graham murmuró su nombre y la atrajo hacia sí, de espaldas a él. Le
encantaba sentir sus fuertes brazos en torno a ella, tumbarse a su lado y
dormitar.
A salvo. Dijo que siempre mantendría a salvo a su hija y a ella.
Y fue justo por eso que, durante esos frágiles minutos entre la noche y
el día, y confiando en él como nunca se había permitido confiar en nadie
más, empezó a hablar:
—Nunca conocí a mi padre. Solo a hombres que entraban y salían de la
vida de mi madre.
Por cómo se le tensaron ligeramente los músculos contra ella, se dio
cuenta de que acababa de despertarse del todo. Quizá debería tener miedo.
Quizá era el único riesgo que no debía correr: confiarle una historia que
solo ella conocía, y que podría llevarse a la tumba.
Pero en algún momento se dio cuenta de que podía vivir con ese riesgo.
Porque con lo que no podía vivir era sin amor.
—Algunos tíos eran simpáticos. Otros daban miedo. Unos querían
cosas de mí que yo no quería dar. —Él presionó su mano sobre su pecho, y
ella intentó calmarlo diciendo—: Yo era pequeña. Y rápida. Sabía cuándo
tenía que esconderme. También cuándo era necesario salir corriendo antes
de que me encontraran.
Graham tenía su nombre en los labios. Jo era consciente de que lo más
fácil sería darse la vuelta y dejar que le besara para borrar sus horribles
recuerdos. Y lo haría. Pero no todavía.
No hasta que se desnudara ante él. En cuerpo y alma. Completamente.
Y una vez que se abriese a él puede que Graham se abriera con ella.
—Se llamaba Bryan. Pensaba que ya estaba de vuelta de todo, y que
estaba siendo muy lista a la hora de elegir un novio a quien entregarle por
fin mi virginidad. Tenía un buen trabajo como informático. No era un
canalla ni me daba miedo. Era simpático y no me trataba como a una
estúpida ni me ninguneaba por mi origen. —Suspiró recordando lo ingenua
que había sido—. No me quedé embarazada a propósito. A decir verdad, no
sé qué pasó, si se rompió el condón o qué. Pero cuando fui a decírselo, no
pude. No porque no quisiera atraparlo para que se quedara conmigo. —
Tragó saliva—. No se lo dije porque no quería quedarme atrapada yo
misma.
Jo no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que saboreó las
lágrimas, ni se dio cuenta de que Graham le había dado la vuelta entre sus
brazos para poder borrarlas a besos, una a una.
—Tenía que haber más. Sabía que había más.
Ya entraba la suficiente luz del sol en la habitación como para que
Graham pudiera ver en sus ojos todo lo que ella sentía por él. Y ella quería
que lo viera.
—Te quiero. Y no lo digo para atraparte y que te quedes conmigo si no
es lo que deseas.
Entonces fue él quien le apartó el pelo de la frente:
—Cásate conmigo.
A Jo le costó respirar. La única razón por la que podía mantenerse a
flote era porque él la sostenía. No había nada que deseara más en el mundo
que pertenecer a ese hombre.
Nada excepto que le confiara su dolor, para que ella pudiera ayudarle
como él la había ayudado mil veces.
Primero aceptaría su proposición, no podía dejarlo inmerso en la duda
de si quería compartir su vida con él para siempre. Era lo que más deseaba
en el mundo:
—Sí.
Se besaron con ternura, y qué bonito habría sido seguir besándose
apasionadamente, pero si había tenido el coraje de mudarse a San
Francisco con quinientos dólares en el bolsillo y un bebé creciendo en su
interior… también tendría coraje en ese momento.
—No me interesa tu dinero.
—Lo sé. —Y lo sabía, podría perder hasta el último centavo de sus
miles de millones de dólares ella y seguiría a su lado sin pestañear.
—Ni siquiera pretendo que seas menos autoritario o mandón —dijo con
una sonrisita que él le devolvió mientras la miraba fijamente—. Lo único
que quiero y siempre he querido es una familia.
—Quiero ser el padre de Leah. Darle mi apellido.
Jo levantó la mano para acariciarle la cara. La luz del sol empezaba a
iluminarlos como un foco, y sabía que él la había entendido a la perfección
pero había intentado aposta desviar su petición.
—Las dos somos tuyas. Para siempre. Quiero que seas mi marido y el
padre de Leah. —Estaba acortando la distancia para besarla de nuevo
cuando añadió—: Pero también queremos una abuela. Un abuelo.
Queremos tíos. Y tías.
Se quedó quieto sobre ella con los ojos entrecerrados, pero ella era
joven y fuerte.
Y no sentía el más mínimo temor respecto al poderoso hombre que
estaba apalancado sobre ella.
—Era mi responsabilidad proteger a mi hermana. —Cada palabra de
esa confesión que Jo finalmente esperaba que le confiara estaba cargada
de emoción. Y de un dolor insoportable—. Leanora era la pequeña de la
familia. Me decía que yo era su héroe, y hasta llegué a creerme que era
invencible y que nada malo podría pasarme. Ni a ella. — Miraba
directamente a Jo, pero sabía que no la estaba viendo—. Estaba ocupado
enrollándome con una mujer cuyo nombre ni siquiera recuerdo cuando
entró la llamada. No la cogí hasta la mañana siguiente, y fue ahí cuando
me enteré de que la habían encontrado con un yonki, los dos con
sobredosis. A él aún le latía el corazón. Pero a ella…
Esa vez fue Jo la que le secaba las lágrimas, la que lo abrazaba y
calmaba con palabras que significaban todo y nada a la vez.
Se sorprendió cuando se llevó una mano al vientre:
—Estaba embarazada. Yo fui el único de mi familia al que se lo contó.
Le dije que me parecía buena idea que no se fuesen a casar y que cuidaría
de ella. Leí todos los libros habidos y por haber sobre embarazos y ser
madre soltera. Le prometí que estaría a su lado cuando se lo contara al
resto de la familia. Di por hecho que sabría cuánto la queríamos y que no
tenía por qué mantener su embarazo en secreto. Creía que yo seguía siendo
su héroe, con quien podía contar para cualquier cosa.
Esa vez miró a Jo como a la mujer que amaba con toda su alma y hasta
el último pedazo de su corazón.
—Nunca me habló acerca de las drogas, y ni me lo imaginé. Supongo
que no me atrevía a hacerlo. Pero debería haberlo hecho.
Jo no iba a fingir que no conocía la historia —al menos hasta la parte
en la que resultaba que su hermana estaba embarazada— ni que no había
leído al respecto en Internet una vez que se dio cuenta de quién era él.
Durante todo ese tiempo había pensado que cargaba con una pena
inmensa. Pero finalmente comprendió que lo que lo destrozaba cada hora
de cada día no era solo pena.
Era culpa. Se sentía responsable.
—No ha sido culpa tuya.
Tenía la cabeza apoyada en su pecho y lo abrazaba con la misma
firmeza con la que él la había abrazado momentos antes.
—Debería haber estado a su lado cuando me necesitaba. Debería
haberla protegido.
—No —insistió ella—. Deberías haberla querido. Y eso fue justo lo que
hiciste. —Lo acunó como acunaba a su niña día y noche, al bebé que había
pedido llamar como a esa hermana a la que tanto había querido—. La
quisiste.
CAPÍTULO TREINTA
El equipo al completo vió cómo se rodaban las últimas escenas en un
silencio sepulcral. En la toma final, Smith —en el rol de Graham—
presenta a Tatiana —interpretando a Jo— a su familia, de la que llevaba dos
años distanciado. Todos los miembros del reparto y del equipo de
producción tuvieron que coger pañuelos, en especial cuando la matriarca de
la familia de Graham coge a Leah en su regazo, besa el suave cabello de la
niña y le dice suavemente a Jo, que aún tenía mechones rosa en el pelo:
—Gracias por reunir a mi familia y por formar parte de ella.
Incluso horas después, en su casa de alquiler, lo único que evitó que
Valentina lloriquease como una tonta por el final de la película era por no
estropear el rímel de sus pestañas. Por suerte esa tarde no había tenido que
despedirse de los amigos que había hecho en el plató. En la fiesta de esa
noche tendrían todo el tiempo del mundo para abrazarse, reír, recordar y
beberse juntos unas copas de más.
En las últimas semanas había empezado a adaptarse a estar bajo la lupa
mediática, al menos un poco. Se había acostumbrado a coger a Smith de la
mano en público, le había encantado pasar el día de Acción de Gracias en
casa de su madre con Tatiana y el resto de su familia, e incluso aceptaba
aparecer en blogs de cotilleos y revistas, por fotos captadas por
desconocidos.
Pero esa noche era diferente.
El Grupo Maverick, una multinacional formada por poderosos
multimillonarios que convertían en oro todo lo que tocaban, y principal
inversor de la película, organizaba la fiesta de cierre de Gravity.
Cualquier mujer estaría deseando ponerse un impresionante vestido de
alta costura confeccionado por uno de los mejores diseñadores del mundo, y
de subirse a unos tacones que costaran el equivalente a un mes de alquiler
en cualquier parte del país. Pero Valentina no era como las demás. Incluso
de niña había sido un poco más seria, y más propensa a emocionarse por un
libro que por una estrella del pop.
Por suerte, Tatiana la conocía muy bien. Y se lo había currado para que
los preparativos pareciesen más un divertido día de maquillaje juntas que
otra cosa. En lugar de ir a una exclusiva peluquería para que las
maquillaran, les hicieran la manicura y el peinado, Tatiana les había
sugerido que se arreglaran entre ellas.
Claro que su hermana no necesitaba la ayuda de Valentina. Después de
todo lo que había aprendido en los últimos años, Tatiana lo hacía tan bien
que si alguna vez decidía abandonar su profesión no tendría problema en
lanzar su propia línea de productos capilares, manicura y maquillaje.
Valentina intentaba no ver el pánico en sus propios ojos mientras se
miraba en el espejo. Tatiana tenía el secador en una mano y con la otra le
alisaba el pelo.
—Ya está —dijo su hermana cuando por fin apagó el secador—.
Perfecto. —No le dio mucho tiempo para verse antes de levantarla de su
asiento y entregarle un vestido de escándalo.
—Es hora del toque final. —Tatiana sonrió mientras miraba el vestido
que Valentina aún no había cogido—. Smith tiene muy buen gusto. Estoy
deseando ver cómo te queda.
La gran caja que contenía el vestido había sido otro regalo más que le
había dejado sobre su escritorio esa semana. Le encantaba que no dejara de
sorprenderla, y sabía que nunca lo haría.
Su hermana tenía razón, Smith tenía buen gusto. El suave y elegante
tejido amarillo se ajustaba a todas sus curvas, y el brillo del corsé le daba un
toque especial. De hecho, habría sido el vestido perfecto si no fuera por la
larga abertura en el lateral de una pierna.
Respiró hondo para tranquilizarse mientras su hermana le ponía el
vestido en la mano. Diciéndose a sí misma que dejara de comportarse como
una niña, rápidamente Valentina se desabrochó los botones de la camisa de
Smith que llevaba puesta mientras Tatiana la peinaba y maquillaba y se
puso el vestido, pasando los brazos por los tirantes. Después de que Tatiana
le subiera el cierre, Valentina se calzó los impresionantes tacones.
Cerró los ojos un momento antes de volverse hacia su hermana.
Tatiana no pudo evitar quedar impresionada:
—¡Val! —Su bonita boca se curvó en una enorme sonrisa—. ¡Estás
impresionante! —Su hermana la cogió de la mano y la llevó al espejo de
cuerpo entero—. ¡Mira!
Valentina se miró al espejo sorprendida. Creía que no se reconocería
pero, aunque nunca se había arreglado así, la mujer que la miraba al otro
lado del reflejo era la misma que veía cada mañana y cada noche en el
espejo del baño cuando se lavaba los dientes con Smith a su lado.
Aunque claro, nunca había tenido el pelo así de brillante y peinado, ni
un maquillaje ahumado que le realzara los ojos con esa enigmática aura, ni
la boca así de roja y carnosa.
Llamaron a la puerta y Smith preguntó con voz grave si podía entrar.
Tatiana lo invitó a pasar, lo cual fue bueno porque a Valentina se le acababa
de secar la garganta.
Se quedó inmóvil mientras él entraba:
—Valentina.
Tatiana se escabulló sin que nadie se diera cuenta mientras Smith
permanecía de pie en el centro de la habitación sin apartar la mirada:
—Dios mío, estás impresionante. Creo que nunca me acostumbraré a ti.
A pesar de sus propias preocupaciones sobre cómo transcurriría la
velada, no dudó ni por un segundo de que lo decía en serio. Ni el mejor
actor del mundo podría haber parecido tan genuino si no hubiera sentido de
verdad cada palabra.
—Gracias.
Intentó sonreír, pero le costaba mover las comisuras de los labios.
No era en absoluto la primera vez que acudía a una fiesta de
Hollywood. Había asistido a unas cuantas con Tatiana a lo largo de los
años. La diferencia era que siempre había estado en un segundo plano,
como parte del personal de apoyo de su resplandeciente y hermosa
hermana. Nadie se había fijado en ella. Había sido tan invisible como las
esculturas de hielo que se derretían en medio del bufé vegano.
Esa noche no sería invisible. Y no solo por el vestido, los zapatos, el
peinado y el maquillaje.
Estaría con Smith. De su brazo. Tan susceptible de escrutinio como
aquellos actores y actrices que por voluntad propia aceptan esa presión de la
prensa. Sí, ya habían aparecido en muchos blogs y revistas del corazón,
pero ese acontecimiento era otro nivel.
Antes de conocerlo, estaba completamente convencida de que ese tipo
de vida era una locura, y de que si una mujer se metía motu proprio en una
relación con un hombre como él era una insensata. Sin embargo, Valentina
tenía ya la certeza de que valía la pena estar loca y ser una insensata por
Smith, y que hasta valía la pena el terror que la dominaba en ese momento.
Y aún así, se le aceleró el corazón y sus palmas se humedecieron solo
de pensar en todos esos…
Smith la sacó de sus frenéticos pensamientos echando el pestillo de la
puerta. Para cuando consiguió que su cerebro funcionara al menos a medio
gas, él ya se estaba acercando y le había cogido las manos. Se las llevó a su
irresistible boca, le dio un beso en cada yema de los dedos y le dio la vuelta
con delicadeza para que quedara mirando a la pared, levantándole las
manos y apoyándolas sobre el frío yeso.
Se quedó quieta, girando la cara hacia atrás para mirarlo por encima del
hombro.
—Smith, ¿qué estás…?
Su pregunta se desvaneció en un jadeo cuando él encontró con facilidad
la abertura a lo largo del lado derecho del vestido, que iba desde el tobillo
hasta la mitad del muslo. Era la única parte del vestido que le había hecho
dudar, era una pizca de sensualidad en una prenda por lo demás muy
elegante. Le encantaba lo sexy que se sentía cada vez que la besaba, la
tocaba, le susurraba lo bien que se sentía entre sus brazos o disfrutaba de lo
natural que le resultaba dejarse llevar cada vez que hacían el amor. Pero una
cosa era dar rienda suelta a su sensualidad interior en la intimidad del
dormitorio… y otra muy distinta que la viera el resto del mundo.
Pero mientras los cálidos dedos de Smith recorrían un camino
devastador por su sensible piel, daba gracias en silencio por el corte del
vestido. Despojado de toda prisa, le acarició con suavidad el muslo, primero
por fuera y luego por dentro.
Su excitación ya se había disparado ante el primer contacto de sus
labios en los dedos. Y cuando le pasó la mano por el delicado encaje del
tanga y acarició la carne sensible entre sus piernas no pudo pensar, ni
preocuparse, ni recordar cómo había llegado hasta allí. Solo podía inclinar
las caderas hacia él en una súplica silenciosa por obtener más.
Smith le susurraba su nombre en la nuca con ardiente pasión, y
respondió a su ruego deslizando los dedos por debajo del encaje de seda.
Mientras le recorría el cuello con la lengua, y ella se frotaba contra su
mano, esa irresistible —e inesperada— caricia la llevó rápidamente a un
clímax embriagador.
Todavía con las manos apoyadas contra la pared giró el cuello en
dirección a él a la vez que un espectáculo de fuegos artificiales de brillantes
colores se disparaba en su interior.
—Hermosa. —Los dientes de Smith encontraron el lóbulo de una oreja
mientras Valentina se deshacía con la espalda presionada por su pecho y su
mano seguía acariciándola con una cadencia perfecta entre los muslos,
impidiendo que la ola del clímax remitiera—. Qué hermosa.
Cuando Valentina se acordó de volver a respirar, fue con una sucesión
de rápidos jadeos. Todo en su interior daba vueltas, se retorcía, vibraba.
Sus grandes manos le agarraron con delicadeza los hombros desnudos
para darle la vuelta y ponerla mirando hacia él. Valentina se lamió el labio
inferior, que ella misma se había mordido cuando la hizo estallar, y Smith
miró su boca con hambre.
—Estabas preocupada —dijo en respuesta a la pregunta que ella no
había podido formular. Levantó la mano y le pasó la yema del pulgar por el
labio inferior—. He decidido que cada vez que te vea dándole demasiadas
vueltas a las cosas, o si empiezas a asustarte por el circo mediático de
Hollywood, esto es lo que haré. —Su mirada se intensificó con aún más
deseo—. Da igual dónde estemos, ni lo que estemos haciendo. Tú eres mi
prioridad, Valentina. Siempre.
Ella le creía, él nunca diría nada que no sintiera. Pero también sabía que
pasaría mucho tiempo antes de que aprendiera a lidiar con ser junto a él el
centro de atención de Hollywood sin entrar en pánico. Si es que alguna vez
lo lograba.
Pero en lugar del pavor que sentía cada vez que pensaba en eso, un
escalofrío de excitación la estremeció por la indecente y sensual promesa de
cómo Smith la ayudaría a sobrellevar la presión de los periodistas.
Pero no fue hasta que le dio un suave beso en la boca y empezó a
alejarse de ella que Valentina se dio cuenta de que su única preocupación
era ayudarla sin obtener él mismo placer a cambio.
Gracias a Dios, para entonces su cerebro había empezado a funcionar lo
bastante bien como para tomarle las manos entre las suyas y preguntarle:
—¿Y si sigo preocupada? —Cuando una renovada preocupación
recorrió el bello rostro de Smith, ella le cogió las manos y las colocó
rápidamente en sus caderas, acercando su boca a la de él para susurrarle—:
¿Qué puedes hacer para que deje de estarlo?
Sintió su sonrisa justo antes de que él respondiera “Esto” y tomara su
boca con un posesivo beso.
Le bajó la cremallera trasera del vestido con destreza, y le ayudó a
quitárselo antes de dejarla con cuidado sobre la cama. Se quedó de pie con
la prenda de seda amarilla entre las manos, y su mirada se llenó de asombro
al contemplar su cuerpo desnudo, provisto únicamente de un tanga de seda,
liguero, medias de encaje y tacones.
Y entonces Smith enredó las manos en su pelo, y bajó la boca para
devorar la suya en un beso apasionado. Le llenó la cara de besos, y bajó por
el cuello y los hombros hasta llegar primero a un pecho, y después al otro.
Le encantaba el áspero roce de su chaqueta contra sus pechos desnudos,
y tiró de él para atraerlo cerca de ella, utilizando las pantorrillas para
acercarlo aún más mientras le quitaba las bragas. Y entonces fue ella la que
lo besaba con una pasión e intensidad que igualaba a la de Smith cada vez
que hacían el amor. Si hubieran tenido más tiempo, se habrían besado
durante horas antes de ir a por el premio mayor.
De muy mala gana, Smith apartó la boca y las manos de su piel para
desabrocharse la corbata y los botones de la camisa. Valentina sabía que era
mejor no ayudarle —lo ansiaba tanto que corría el riesgo de arrancársela—
y cerró las manos en puños, agarrando el mullido edredón para no
estropearle la ropa de fiesta. Por suerte, se desvistió tan rápido que parecía
que acababa de salir de entre sus muslos para quitarse los pantalones
cuando estuvo de nuevo con ella, con un condón enrollado en su grueso y
duro mástil.
Un instante después las manos de Smith volvían a enredarse en el pelo
de Valentina, antes peinado a la perfección, mientras su boca arruinaba su
esmerado maquillaje y se introducía en ella con un gemido de placer. Su
suave piel se deslizaba contra la de él mientras se mecían juntos, Smith
profundizando sus embestidas y Valentina abriéndose completamente.
Mientras la penetraba una y otra vez, y su placer iba en aumento con
más contundencia, Valentina se olvidó por completo de Hollywood, los
multimillonarios, las cámaras y las revistas de cotilleos.
Sentía cómo todo su cuerpo se contraía rodeada por el de Smith cuando
él levantó la cabeza de su boca y la miró a los ojos.
—Te quiero.
Esa simple declaración fue el detonante que llevó a Valentina hasta la
cima y, al caer del precipicio, Smith estuvo allí con ella un segundo más
tarde, no solo para atraparla cuando cayera… sino también para mostrarle
lo maravilloso de poder saltar con la certeza de que sus fuertes y cálidos
brazos siempre la sujetarían.
Minutos después, mientras ambos se esforzaban por recuperar el aliento,
con Smith recostado entre sus pechos y Valentina acariciándole el pelo
apenas húmedo, se sintió maravillosamente liberada de los nervios.
Smith le dio un beso rápido en los labios antes de levantarla de la cama,
quitarle las medias y los tacones y arrastrarla al baño para darse la ducha
más rápida del mundo. Mantuvo su pelo alejado del chorro de agua
mientras los enjabonaba a los dos, y su cuerpo volvió a responderle como si
no acabara de hacerla suya.
Pero aunque Valentina se dio cuenta de que a él también le habría
gustado hacerlo, cerró el grifo y le ofreció una toalla antes de coger otra
para ella.
Smith nunca había utilizado su fama como excusa para escaquearse, y
Valentina no le obligaría a hacerlo por ella.
—Vamos, remolón —se burló mientras dejaba caer la toalla al suelo de
baldosas y salía del baño para volver a ponerse el vestido—. Te echo una
carrera hasta la limusina.
Casi había alcanzado su vestido cuando sus fuertes brazos la rodearon:
—Te quiero —le susurró contra el cuello.
Esas dos palabras nunca dejaban de asombrarla. No porque no creyera
que fuera posible que una estrella de cine se hubiese fijado en ella. Lo que
no creía posible era encontrar el amor.
Se giró en sus brazos, olvidando la distracción de su desnudez al poner
las manos a ambos lados de su cara.
—Yo también te quiero.
Unos minutos más tarde, él le había vuelto a subir el cierre del vestido y
ella le había arreglado la pajarita del esmoquin. Su peinado era una causa
perdida y había tenido que conformarse con una capa de rímel y repasarse
el pintalabios, pero cuando bajaron por fin a reunirse con su hermana, que
los esperaba paciente en el salón, los ojos de Tatiana se abrieron de par en
par:
—Antes estabas increíble, Val, pero ahora estás perfecta. —Tatiana
sonrió a Smith, que después de las largas semanas trabajando juntos se
había convertido en un buen amigo—. Buen trabajo, señor Sullivan.
Él le devolvió la sonrisa, y mientras los tres se dirigían a la limusina y
Valentina tomaba asiento entre las dos estrellas de cine que eran su mundo
entero, en lugar de aterrorizada por la noche que tenía por delante,
Valentina se sintió feliz.
Satisfecha.
Y total y completamente amada.
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
Nochevieja
Boda de Gabe y Megan
La nieve caía tras los grandes ventanales de la inmensa construcción de
madera. Los pinos del exterior estaban cubiertos de suaves y fríos copos, y
el suelo del bosque cubierto de una espesa capa blanca, convirtiendo el lago
Tahoe en un paraíso invernal.
Gabe Sullivan y Megan Harris se habían enamorado en ese mismo sitio
el invierno pasado con un poco de ayuda de Summer, la hija de Megan, que
tenía un talento especial para hacer de celestina. Ese día, Gabe, Megan y
Summer estaban arropados por el calor de doscientos familiares y amigos
reunidos para celebrar su boda.
Smith cogió con fuerza la mano de Valentina mientras veía a otro de sus
hermanos dar el “Sí, quiero” al amor de su vida. Mientras Gabe deslizaba el
anillo en el dedo de Megan, y Summer los observaba muy de cerca con una
enorme sonrisa, Smith jugueteaba con la alianza de oro blanco en la mano
izquierda de Valentina.
Elegir un regalo de Navidad para ella le había resultado lo más fácil del
mundo. Aun así, se le había acelerado el corazón como un loco mientras
ella abría una caja grande, luego otra más pequeña, y así sucesivamente
hasta llegar a una diminuta cajita de terciopelo.
Valentina se la quedó mirando un largo momento, tan largo que los
latidos de su corazón habían pasado de acelerarse a apenas sentirse. Sabía
cuánto le estaba pidiendo, que por ser un actor reconocido los periodistas se
entrometerían en su privacidad sin miramientos, y que ser su esposa nunca
sería fácil.
—Soy tuyo —dijo desbordado por la emoción—. Y quiero que seas
mía, Valentina.
Y entonces ella le sonrió, y la alegría y el amor en su hermoso rostro ya
le habían dicho lo que necesitaba saber antes de que contestara:
—Siempre he sido tuya.
Hicieron el amor bajo las luces centelleantes del árbol de Navidad, y
estaban tumbados y abrazados desnudos cuando ella le colocó su regalo
sobre el estómago. Parecía un crío sacudiendo el paquete, y la risa que sus
payasadas provocaron en ella lo envolvió y calentó como una manta.
Finalmente rasgó el papel, y vio que le había regalado un álbum de fotos del
plató de Gravity. Había docenas de instantáneas en blanco y negro y a color
de Smith, el reparto y el equipo de producción, con los que acababa de
pasar las mejores siete semanas de su vida. Riendo, trabajando, comiendo,
haciendo el tonto… todo estaba allí. Incluida una última foto que atesoraría
para siempre.
Valentina le rodeaba el cuello con los brazos y él le rodeaba la cintura.
No se besaban, ni siquiera sonreían. Solo se abrazaban. No tenía pie de foto,
pero no lo necesitaba. Cualquiera podía apreciar lo unidos que estaban el
hombre y la mujer de la foto… tan unidos que nada podría separarlos.
Dejó el álbum a un lado con cuidado, la volvió a poner encima de él y
otra vez le hizo el amor.
Más tarde ese día se reunieron con el resto de los hermanos en casa de
su madre para abrir los regalos y volvieron a preparar margaritas, en esa
ocasión para celebrar su compromiso. Las navidades con su familia siempre
habían sido especiales y llenas de amor. Con Valentina a su lado, ese amor
era más profundo de lo que nunca había imaginado.
En Nochevieja en el lago Tahoe, todo el mundo se puso en pie para
aplaudir a los novios mientras se daban un beso entre ellos primero, y luego
un besito en cada mejilla de Summer, que les devolvió los besos a cada uno
por separado. Summer saltó a los brazos de Gabe, él la abrazó con fuerza y
los tres recorrieron de vuelta el pasillo nupcial cogidos de la mano.
Valentina miraba a Smith con ojos empañados y risueños, mientras él
estrechaba sus cálidas y sensuales curvas entre sus brazos:
—Qué hermosa boda.
Ella tenía una mano sobre el corazón, y él la cubrió con la suya al
inclinarse para darle un beso en los labios.
Ya habían hablado de que su boda sería pequeña y privada, pero después
de ver cómo había reaccionado ante la de su hermano, tuvo que preguntarle:
—¿Quieres una boda como esta? Podemos organizarla, Valentina, si es
lo que quieres. —No sería fácil planificar una gran boda dado su nivel de
notoriedad, pero movería montañas por ella.
—Lo único que quiero es a ti —dijo Valentina con una sonrisa.
Si hubieran estado en cualquier otro sitio, Smith se habría obligado a
mantener el control. Pero estaban rodeados de amigos. De familia. No
necesitaba contenerse delante de ellos.
Todos sabían que Valentina no solo le había robado el corazón, sino su
alma entera.
Sentía su boca tan cálida y suave como sus ojos y, en silencio, le hizo
cada uno de los votos que Gabe acababa de hacerle a Megan… consciente
al mismo tiempo de que Valentina se los estaba haciendo a él.
—Te amo.
Se susurraron las palabras en voz alta y Smith supo que no importaba si
celebraban una gran boda o si estaban solos delante de un sacerdote. Cada
vez que reían, besaban o pasaban tiempo con la familia del otro, el amor
aumentaba más y más.
Cogidos de la mano se dirigieron al gran salón de fiestas. Los niños,
incluida Summer, habían rogado a sus padres que les dejaran salir a jugar
con la nieve antes de que llegara la hora del banquete, y el sonido de los
gritos y las carcajadas calentaba el ya de por sí acogedor espacio.
Smith había presentado a Valentina a sus primos Rafe, Adam y Dylan,
que habían cogido un vuelo desde Seattle. Su hermana, Mia, estaba
flirteando con uno de los compañeros del parque de bomberos de Gabe. Por
desgracia, al mayor de los Sullivan de Seattle, Ian, le habían cancelado el
vuelo desde Inglaterra y no llegaría hasta esa noche.
Smith le quitó una bandeja con copas de champán a una joven y guapa
camarera que se sonrojó profusamente cuando él le dijo “Gracias”, y las
pasó para brindar por los novios.
—Por el amor —dijo Smith, sonriendo al ver que sus primos solteros a
duras penas se contenían para no poner los ojos en blanco.
—Y a lo que parece ser una tremenda guerra de bolas de nieve fuera —
añadió Rafe.
A Smith no le sorprendió en absoluto ver a Summer dándole caña a
algunos de los chicos mayores. El día anterior había pasado un buen rato
enseñándole sus conocimientos sobre guerras de bolas de nieve.
Valentina le apretó la mano mientras atraía su mirada hacia la pista de
baile:
—Mira qué mona es.
La hija de Chase y Chloe, Emma, había gateado hasta la pista de baile
vacía, y otro bebé que parecía haber empezado a andar hacía poco se le
había acercado a acariciarle el pelo. Los pequeños cayeron de culo uno
frente al otro e iniciaron una conversación en plan “gugu gaga” que hizo
sonreír a todo el mundo.
Hasta que, de repente, el chico alargó una manita regordeta y le dio un
empujón a Emma.
Los ojos de la niña se abrieron de par en par por un momento antes de
caer lentamente de espaldas. Empezó a llorar al tiempo que Chase la cogía
en brazos.
—Pobrecita —murmuró Valentina—. Con lo bien que se lo estaba
pasando coqueteando. A partir de ahora, cada vez que lo vea, tendrá miedo
de que vuelva a hacerle eso.
—¿Y tú? —preguntó en voz baja—. ¿Estás preocupada por algo?
Podía sentir el pulso de Valentina acelerarse contra la yema de su
pulgar, donde acariciaba su piel sensible. Se mordió el labio y él la vio
canalizar a la actriz que llevaba dentro:
—Un poco.
—Disculpadnos, chicos.
Sus primos lo miraron con picardía, pues no tenían duda de lo que
estaba a punto de hacer con su hermosa prometida, y Smith sabía que
probablemente estuviesen bastante celosos. Algunos habían llevado
acompañantes, pero era evidente el poco interés que tenían por esas chicas.
El amor marcaba la diferencia… y era mucho más importante que el
dinero, el éxito o la fama. Pero no perdería el tiempo explicándoselo a sus
primos. Sería mucho más divertido que lo descubrieran por sí mismos a
base de palos.
Por suerte, después de todo el sexo clandestino que habían tenido en el
plató, tenía el don de descubrir los lugares perfectos para sus encuentros.
Por no mencionar lo mucho que a ella le gustaba en secreto ese punto de
adrenalina de ser descubierta, de tener que hacerlo en silencio para que
nadie los oyera y, sobre todo, la complicidad de haber hecho una travesura
rodeados de gente que no tenía ni idea.
Por supuesto, no permitiría que nadie los encontrara, nunca dejaría que
otro hombre o mujer pusiera los ojos en el cuerpo desnudo de Valentina,
pero eso no significaba que no se excitara satisfaciendo sus fantasías
secretas.
Habían asistido juntos a varios eventos cinematográficos durante el
último mes y, poco a poco, los nervios de Valentina se iban disipando.
Aunque a Smith le gustaba pensar que esa confianza se debía sobre todo a
su brillante técnica de distracción, que consistía en hacerle el amor con
dulzura justo antes de vestirse —y a menudo también después—, sabía que
en realidad se debía a su fuerza interior y a su empeño en hacer todo lo
necesario para que su relación funcionara.
La lavandería olía a detergente, y aún estaba caliente por las secadoras
que hasta hacía poco habían estado encendidas. Y lo que es mejor, tenía
cerradura y estaba lo bastante alejada de la sala principal como para que
solo él pudiese escuchar los gemidos de placer de Valentina.
Mientras se abrazaban, se despojaban de sus ropas, sus manos y sus
bocas vagaban por donde la carne desnuda quedaba al descubierto, e
incluso cuando la pasión de Smith lo alejaba a años luz de la perfección de
una estrella de cine, o de cualquier atisbo de control, él sabía que ella estaba
a su lado.
Y siempre lo estaría.
EPÍLOGO
Lori Sullivan vio cómo sus hermanos y primos inundaban la pista de baile.
Hasta Sophie y Jake bailaban con los pequeños gemelos envueltos en
mantas rosas y azules. Lori había estado tan ocupada últimamente que no
había podido verlos tanto como quería, y sabía que debería estar en la pista
con ellos.
Pero, por primera vez en su vida, no tenía ganas de bailar.
No le sorprendió en absoluto que un momento después su madre se
acercara y le pasara un brazo por la cintura para mirar juntas a los invitados
que bailaban felices. Mary Sullivan tenía un sexto sentido para saber
cuándo sus hijos estaban bien… y cuándo estaban tristes.
El amor incondicional de su madre —la certeza de que Mary estaría
siempre disponible para ellos— era algo con lo que Lori podía contar. Sin
embargo cuando se giró para contemplar el impresionante perfil de su
madre, que había vendido muchas portadas de revistas antes de retirarse de
su carrera de modelaje, Lori tuvo la sensación de que las cosas estaban
cambiando.
No solo porque todos y cada uno de sus hermanos hubiesen encontrado
el amor, sino porque incluso su madre parecía de repente distinta. Como
resplandeciente.
¿Podría haber un hombre en su vida?
Lori se sacudió la ridícula pregunta. Por supuesto que no. En todos los
años transcurridos desde la muerte de su padre nunca había estado con
nadie. Si no fuera porque Lori se encontraba tan desorientada, jamás se le
habría ocurrido una idea tan descabellada.
En ese momento, Smith y Valentina salieron por una puerta trasera de la
que Lori no se había percatado sonrojados, riendo y cogidos de la mano a la
vez que Smith la atraía para darle un largo beso.
—¿A que hacen una pareja preciosa?
Su madre dio un pequeño suspiro de felicidad:
—Oh, sí. Son preciosos.
Todos estaban encantados con la noticia de que Smith y Valentina no
solo se habían comprometido, sino que además el año siguiente trabajarían
juntos en la producción de una película ambientada en Alcatraz.
—¿No te apetece bailar? —preguntó Mary en voz baja.
—No, todavía no. —Era probable que su madre notara las oscuras
ojeras que con esmero había intentado disimular con maquillaje.
—Cuando eras pequeña —dijo mientras le masajeaba, trazándole
pequeños círculos en la espalda—, eras de las que no paraba de hablar ni un
segundo. Eras tan dicharachera que las otras madres me miraban con
compasión. —Mary sonrió y se inclinó hacia Lori, lo bastante como para
que sus frentes se rozaran por un momento—. Pero a mí me encantaba, me
encantaba que quisieras compartirlo todo conmigo.
Lori sentía que se le saltaban las lágrimas, sabía que podría contarle
cualquier cosa a su madre —lo que fuera— y Mary no la juzgaría.
Pero no podía. Todavía no. No si todavía había una posibilidad de que…
—Te quiero, mamá.
—Yo también te quiero, cariño.
Y de pronto Lori tenía un precioso bebé en brazos. Miró la cara de la
pequeña Jackie, y luego los ojos de su hermana gemela.
—Quería bailar con su tía favorita —dijo Sophie, como si la bebé fuese
capaz de decir algo así. Pero su hermana la adoraba, y quería que se sintiera
incluida.
Y mientras su madre y ella eran arrastradas a la pista de baile, cada una
con un bebé en brazos, y bailaban al ritmo de la música de la banda, con sus
hermanos rondando para hacerle cosquillas en un piececito o agarrarle una
manita, Lori se permitió simular que su vida amorosa también tendría un
final feliz.

***

¡Muchas gracias por haber leído QUIERO CONOCERTE MÁS!


Espero que te hayas enamorado de Smith y Valentina.

¡Ya puedes leer la historia de Lori y Grayson! En NO DEJO DE


PENSAR EN TI, tres años atrás, tras una trágica pérdida, Grayson
Tyler dejó atrás su vida en Nueva York para comenzar desde cero en
las onduladas colinas de la costa de California. Se ha convencido de que
lo único que necesita de aquí en adelante será el cielo azul,
cuatrocientas hectáreas de pasto y el romper de las olas en el océano.
Hasta que un día Lori Sullivan irrumpe en su vida y de inmediato
reduce a cenizas su frío y solitario mundo, volviéndolo loco como solo
una mujer apodada Pilla podría. Pero, ¿será Lori capaz de convencerlo
de que no corre peligro enamorándose de ella… y de que lograr un
“para siempre” no es tan imposible como le parece?

¡Lee NO DEJO DE PENSAR EN TI (Los Sullivan 8) ahora!


“¡Espectacular! Lo he leído en menos de un día. ¡No podía parar!
He reído, llorado, vitoreado y enamorado”.
~ 5 estrellas para NO DEJO DE PENSAR EN TI

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Pasa la página para ver un extracto de NO DEJO DE PENSAR EN TI


(Los Sullivan 8)…
Extracto de NO DEJO DE PENSAR EN TI (Los
Sullivan 8)
© 2023 Bella Andre / Oak Press, LLC

Grayson podría haberse pasado perfectamente el resto del día centrado en el


nuevo tejado que estaba poniendo en la casita, pero tenía que ver cómo se
las estaba apañando Lori. No porque la echara de menos desde que acabó el
desayuno, se dijo, sino porque dejarla trabajar en la granja era como tener
una caja de petardos al lado de una hoguera. No se podía saber cuándo una
pequeña chispa armaría un escándalo de narices.
Por eso le dijo que trabajara en la pocilga. ¿Qué podría salir mal allí?
Mientras se acercaba a la porqueriza no se le escapó el detalle de que
estaba cubierta de barro. Y aunque pensó que esa sería la gota que colmaría
su vaso, la escuchaba cantar como un gato pisado mientras acariciaba a uno
de los cerdos y meneaba el trasero, casi bailando en el barro.
Jamás había conocido a nadie como ella: una chica de ciudad que
cantara y bailara en el barro con los cerdos en lugar de lamentarse por el
duro y sucio trabajo. Con cada segundo que pasaba en su granja sentía
cómo su aprecio por ella no solo crecía, sino que se volvía más profundo.
Como había pasado la noche anterior, cuando la escuchó llorando en la
cama.
Rogó a Dios que no llorara esa noche. Porque si lo hacía, no estaba
seguro de tener la fortaleza para contenerse y no ir a abrazarla y alejar su
tristeza con besos.
Estaba a unos treinta metros de la pocilga cuando vio por el rabillo del
ojo una cosa grande y rosa entre las fresas.
«Oh, no, ¿se ha dejado la puerta abierta?». Le había dado una orden,
solo una. Que se asegurara de echar bien el pestillo. ¿Y qué había hecho?
Corrió hacia la enorme mamá cerda, gritándole que se alejara de sus
fresas, pero estaba demasiado ocupada hozando entre las cuidadas hileras
repletas de fruta como para hacerle caso. Era como si hubiese pasado un
motocultor por sus fresas, las mismas que pensaba cosechar y repartir esa
misma semana entre sus clientes. Acorralar a la cerda fue un trabajo duro
que le hizo sudar, pero diez minutos más tarde había vuelto a su sitio.
Lori, mientras tanto, limpiaba las cochiqueras con la manguera, y el
sonido del agua y de su canción le impidieron escuchar nada de lo que
pasaba hasta que metió a empujones a la cerda de vuelta a la pocilga.
Cuando al fin lo vio, se llevó tal sorpresa que un chorro de agua helada
aterrizó justo en el pecho de Grayson. La furia en su mirada hizo que de
inmediato tratase de apagarla, pero tenía tanto barro en las manos que le
costó varios intentos. Para cuando lo logró, Grayson no estaba solo furioso,
sino también mojado.
—¡Lo siento mucho! No esperaba verte aquí. —Lori miró hacia abajo, y
vio su ropa y su piel con una generosa capa de barro—. Si quieres darme tú
con la manguera para que estemos en paz, creo que me vendría hasta bien.
Le puso la manguera en la mano, y Grayson la arrojó al suelo con un
sonoro chapoteo.
—Sabía que me traerías problemas desde que apareciste en mi finca
conduciendo como una loca. —Señaló al fresal destruido—. Te dije que
cerraras la maldita puerta. Mira lo que ha pasado por no ser capaz de seguir
ni una simple indicación.
Una voz en el fondo de su cabeza le decía que estaba siendo demasiado
duro con ella, pero Lori ni se inmutó.
En su lugar, se le encaró y le espetó:
—¡Sí que la cerré! —Se movió por la pocilga con sorprendente
gracilidad y se puso tras él para cerrar la puerta con gesto de enfado—. Lo
hice justo así.
Se deslizó por el barro lo justo para cerrar la puerta con la cadera, y
cuando la agarró para recuperar el equilibrio esta empezó a cimbrear.
Empujó un poco más fuerte, y el cimbreo fue tan fuerte que la puerta se
abrió sola.
—¿Ves? —dijo mientras giraba para mirarlo, con el rostro lleno de justa
indignación—. Te dije que la había cerrado.
Grayson se sintió como un capullo total, y esperó a que ella le exigiera
una disculpa. Pero no lo hizo, y eso le sentó aún peor. Porque puede que
pensara que no era capaz de disculparse.
Y era verdad. Era incapaz de encontrar las palabras que debería decirle.
En su lugar, le dijo:
—Necesito unas cosas de la ferretería. Ve a lavarte, te llevaré al pueblo
para comprar unas botas.
—¿Zapatos nuevos?
Sus ojos se abrieron, sorprendidos, y cuando él asintió ella le respondió
con una sonrisa. Aun cubierta de barro de la cabeza a los pies, seguía siendo
la mujer más hermosa que jamás hubiese visto.
Su sonrisa se ensanchó aún más, y le contestó:
—Te perdono.
Y fue en ese momento en el que Grayson supo que estaba perdido.
Porque si no tenía mucho, mucho cuidado, Lori Sullivan le robaría el
corazón frase a frase, comida a comida, sonrisa a sonrisa.
—Hay una ducha al aire libre al otro lado del granero. Ve a lavarte.
Dicho eso, centró toda su atención en arreglar la puerta de la pocilga…
y en no pensar en Lori desnuda y enjabonada en la ducha al aire libre al otro
lado del granero.

“¡Me ha encantado el libro! ‘No dejo de pensar en ti’ es


ingenioso, divertido, excitante y emocionante, a la vez que tierno y
romántico”.
~ 5 estrellas para NO DEJO DE PENSAR EN TI

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LOS SULLIVAN
Los Sullivan de San Francisco
“Los ojos del amor” (Los Sullivan, Libro 1)
“A partir de este momento” (Los Sullivan, Libro 2)
“Imposible no enamorarme de ti” (Los Sullivan, Libro 3)
“Eres la única que importa” (Los Sullivan, Libro 4)
“Si fueras mía” (Los Sullivan, Libro 5)
“Déjame ser el elegido” (Los Sullivan, Libro 6)
“Quiero conocerte más” (Los Sullivan, Libro 7)
“No dejo de pensar en ti” (Los Sullivan, Libro 8)
“Un beso navideño” (Los Sullivan, Libro 9)
Sobre la autora
Tras haber vendido más de 10 millones de libros, las novelas de Bella
Andre han sido número uno en todo el mundo y han aparecido 93 veces en
las listas de los más vendidos del New York Times y del USA Today. Ha
estado en el primer puesto de Ranked Author en la lista de los 10 más
vendidos que incluía a escritores como Nora Roberts, JK Rowling, James
Patterson y Steven King.
Conocida por sus “historias sensuales y empoderadas envueltas en
encantadores romances” (Publishers Weekly), sus libros han figurado dos
veces en la sección “Red Hot Reads” de la Revista Cosmopolitan y se han
traducido a más de 10 idiomas. Es licenciada por la Universidad de
Stanford y ha ganado el Premio a la Excelencia en ficción romántica. El
Washington Post la calificó como “una de las mejores escritoras de Estados
Unidos” y ha aparecido en Entertainment Weekly, NPR, USA Today,
Forbes, The Wall Street Journal y TIME Magazine.
Bella también escribe la serie “Four Weddings and a Fiasco”,
superventas del New York Times, bajo el seudónimo Lucy Kevin. Sus dulces
novelas contemporáneas también incluyen las series “Walker Island” y
“Married in Malibu”, superventas del USA Today.
Si no está detrás del ordenador, se la puede encontrar leyendo a sus
autores favoritos, haciendo senderismo, nadando o riendo. Casada y con dos
hijos, Bella reparte su tiempo entre la región vinícola del norte de
California, una cabaña de madera en las montañas Adirondack del norte de
Nueva York y un piso en Londres con vistas al Támesis.

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