Quiero Conocerte Mas Los Sullivan 07 - Bella Andr
Quiero Conocerte Mas Los Sullivan 07 - Bella Andr
Quiero Conocerte Mas Los Sullivan 07 - Bella Andr
Bella Andre
Índice
Titulo de la Página
Derechos de Autor
Sobre el libro
Un mensaje de Bella
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Capítulo Treinta Y Uno
Epílogo
Feliz lectura,
Bella Andre
CAPÍTULO UNO
Smith Sullivan adoraba a sus fans. Desde el principio de su trayectoria en el
mundo del cine había contado con el apoyo del público, lo cual contribuyó
a que sus películas llegaran a recaudar casi dos mil millones de dólares en
todo el mundo. Y no estaría ese día en San Francisco a punto de empezar el
rodaje de la película más importante de su carrera si no fuera por ellos.
Y por ese mismo motivo, por más que tenía una docena de cosas
importantes de las que ocuparse antes de dar inicio a la grabación, Smith se
dirigió primero hacia el gran grupo de hermosas mujeres que se aglomeraba
al otro lado de las barreras que su equipo de producción había levantado
alrededor de Union Square, donde rodarían ese día. Algunas habían llevado
a sus hijos pequeños, pero la mayoría estaban solas y claramente
disponibles.
Se acercó y dijo “Buenos días” con una sonrisa, incluso cuando la
multitud se le quiso echar encima.
Una sonrisa y dos simples palabras bastaron para que una mujer le
estrechara la mano. Le puso en la palma un papel con su nombre y número
de teléfono. Llevaba un top ajustado con escote en V y una falda corta, a
pesar de la fresca niebla que flotaba sobre la plaza.
—Qué emocionada estoy por tu nueva película, Smith —susurró como
ronroneando. Le pasó la mano por el brazo como si se conocieran lo
suficiente como para que él quisiera que lo tocasen.
—Gracias… —Hizo una pausa para que le dijera su nombre, ya que
nunca la había visto antes.
—Brittany.
—Estoy deseando que la veas, Brittany —dijo con una sonrisa.
—Oh, me muero de ganas —dijo con voz provocativa—. Y que sepas
que estaré disponible todo el tiempo mientras estés rodando, por si quieres
hablar de ella. O… —se lamió los labios— para cualquier otra cosa que
necesites durante tu estancia en San Francisco.
Al igual que Brittany las demás mujeres, una tras otra, le estrecharon la
mano y le pasaron sus números mientras le decían que era su actor favorito
y que habían visto todas sus películas. La misma escena se había repetido
cientos de veces en los últimos quince años y lo cierto era que, si aún
tuviese veintitantos, Smith habría estado encantado de escoger a una de esas
bellezas para llevarla a su casa y pasar una noche, una semana o incluso
más, si su compañía era lo bastante agradable.
Pero aquellos primeros y salvajes años le resultaban muy distantes a sus
treinta y seis actuales… y estaba cansado de despertarse junto a mujeres
desnudas cuyos nombres no recordaba, que no le hacían reír, y cuyas
familias nunca conocería. Todo lo contrario a lo que le estaba ocurriendo a
la mayoría de sus hermanos: habían encontrado el amor recientemente, se
estaban casando y teniendo hijos. Cada semana actualizaba el fondo de
pantalla del teléfono con una nueva foto de su sobrinita Emma. Pronto su
hermana Sophie tendría gemelos y se moría de ganas de poner una foto de
los tres bebés Sullivan.
Aun así, incluso después de haber sido testigo del poder del amor
verdadero y de las cosas asombrosas que pueden surgir de ese amor, le era
difícil abandonar esa dinámica. Porque sin esas desconocidas en la cama, lo
cierto es que estaba solo.
Solo en otro hotel. Solo en otra ciudad. Solo en otro país. Lejos de su
familia y amigos. Rodeado de gente que, o bien quería algo de él, o bien lo
trataba como a un dios más que como a un simple mortal.
Sí, podía elegir entre todas esas mujeres, pero sabía lo que querían: salir
con Smith Sullivan. Y a medida que pasaban los años, empezaba a
preguntarse si alguna vez encontraría a una mujer con quien, más allá de
compartir unas horas de desenfreno bajo las sábanas, lo quisiera por algo
más que por la fama.
Claro que Smith era un hombre de carne y hueso. Y un hombre muy
sexual que adoraba a las mujeres de todas las formas y tamaños. Lo que
significaba que, aunque sabía que unas cuantas noches de sexo apasionado
no aportaban mucho a largo plazo, nunca sería inmune a las mujeres
hermosas.
Más concretamente, pensó mientras Valentina Landon pasaba con un
grueso y largo abrigo de lana para combatir el frío de primera hora de la
mañana, alzando las cejas desdeñosa mientras observaba a las mujeres que
reían congregadas a su alrededor, se sentía atraído por una mujer en
particular.
—Valentina —le dijo, con la intención de que se detuviera en seco.
Ella se volvió para mirarle sin el menor atisbo de esa coquetería que las
dos docenas de mujeres con las que acababa de hablar habían derramado
sobre él.
—¿Sí?
—Quería saber si Tatiana o tú necesitáis ayuda esta mañana.
—Todo está en orden, gracias —dijo con voz clara—. ¿Necesitas algo
de nosotras antes de que empiece el rodaje en… —Miró el delgado reloj
que llevaba en la muñeca— … una hora?
—Si tenéis algún problema o necesitáis algo de mí, no dudéis en
decírmelo.
Ella asintió, y su bonita boca se suavizó ligeramente al decir:
—Gracias. Lo haremos. —Por desgracia, justo en ese momento su
mirada se fijó en el montón de números de teléfono que tenía en las manos
y entrecerró los ojos molesta.
Y sin embargo, incluso mientras se alejaba con los labios apretados en
un gesto de clara desaprobación, era hermosa.
Smith se volvió hacia sus fans y les agradeció su apoyo una vez más
antes de volver a la caravana que hacía las veces de oficina durante el
rodaje. Dejó los números de las mujeres sobre el escritorio sin darle mucha
importancia, cogió el guión y el portátil y volvió a salir. Acababa de
sentarse en el remolque de maquillaje cuando sonó una notificación en el
teléfono, alertando de un problema de iluminación que había que solucionar
antes de empezar a rodar.
Y ese era solo el principio de lo que sería un día increíblemente
ajetreado, en un plató que esa vez era solo responsabilidad suya. Y mientras
Smith lidiaba con el primer problema de los que con seguridad serían
muchos antes de que acabara el día, supo que no cambiaría su profesión por
ninguna otra. Ni por la belleza de la bodega de su hermano Marcus en el
valle de Napa, ni por la emoción de los torneos mundiales de béisbol que
Ryan había ganado como lanzador de los Hawks, ni por la velocidad de los
coches de carreras de Zach.
Smith estaba impaciente por empezar a rodar Gravity.
La joven en mitad de la acera era de una belleza sobrecogedora,
aunque su manera de moverse y vestir, su pelo con mechas rosas y el
maquillaje diestramente emborronado la delataban enseguida como una
veinteañera que estaba sola por primera vez en una gran ciudad. Con los
ojos muy abiertos, contemplaba San Francisco: los edificios, el tráfico, la
gente pululando a su alrededor, la niebla proveniente de la bahía. Por un
momento su boca estuvo a punto de esbozar una sonrisa, pero un destello
de algo muy parecido al miedo la alejó de sus carnosos labios.
Un perro callejero pasó por encima de sus ordinarias botas rojas de
plástico, y la añoranza que se reflejó en la cara de la chica cuando se puso
en cuclillas para acariciar al sarnoso animal resultaba dolorosa. En vez de
acercarse a su mano, el sucio perrito se dio la vuelta y corrió en dirección
contraria tan rápido como pudo.
Los grandes ojos verdes se llenaron de repente con un ligero brillo de
lágrimas, que se disipó con la misma rapidez. Era imposible no desear que
encontrara la felicidad, el amor y todo lo que había ido a buscar a San
Francisco.
Una calle más abajo, un hombre de negocios vestido con un traje
oscuro, de corte impecable y muy, muy caro, hablaba por teléfono y se
movía más deprisa que nadie en la acera. Estaba ensimismado en la
llamada, y mientras emitía una orden tras otra con voz autoritaria, su
expresión era intimidante. Todo en él rezumaba poder… y ausencia de
emociones.
La furia atravesó el rostro del hombre un instante antes de que
empezara a elevar la voz al teléfono, con toda su atención puesta en la
conversación y sin reparar en nadie a su alrededor. No alteró en lo más
mínimo su ritmo cuando pateó a la chica, que seguía en cuclillas con la
mirada fija en el perro que no se había atrevido a confiar en ella.
Unos zapatos italianos de mil dólares se le clavaron con fuerza en el
estómago y, mientras gritaba de dolor, por fin dejó de maldecir por
teléfono, miró a la sucia acera y se percató de su existencia.
Era la imagen más ilustrativa de lo bajo que había caído la chica. Y, sin
embargo, en ese momento en el que debería sentir vergüenza, fueron el
miedo y la tristeza los que la abandonaron.
Entonces fue ella la que estaba enfadada, y aunque el hombre le había
dado una patada tan fuerte como para sacarle el aire de los pulmones era
lo bastante joven y ágil como para unos segundos más tarde volver a
ponerse en pie y encararse con él.
No importaba que fuese mucho más pequeña que él. No importaba que
su traje costara más que lo que ella había conseguido ahorrar durante el
último año trabajando doble turno en la heladería de su ciudad natal.
Ni tampoco le importó la gente congregada en la acera para
contemplar la escena.
—¿Quién te crees que eres? —le gritó—. ¿Hablando por teléfono,
ignorando a todo el mundo, pateando a cualquiera que se interponga en tu
camino?
Antes de que pudiera responder, ella se acercó más y le clavó un dedo
en el pecho.
—¡Yo también soy importante! —La boca le empezó a temblar un poco,
pero logró controlarla mientras repetía—: Yo también soy importante.
Durante toda su perorata, el hombre la miraba fijamente con el teléfono
pegado a la oreja con sus insondables ojos oscuros. Era evidente que
estaba sorprendido por lo ocurrido. No solo por haber tropezado con ella,
sino por cómo se había levantado para gritarle. Sin embargo, en sus ojos
había algo más que sorpresa.
Había una conciencia que no tenía nada que ver con la ira… y todo que
ver con su increíble belleza, resaltada por el rubor de sus mejillas y el
fuego de sus ojos.
Todo lo que les rodeaba se desvaneció mientras ella buscaba una
reacción en el rostro del hombre de negocios, pero le fue imposible leerlo y
con un sonido de asco se apartó de él y empezó a retroceder por la acera.
Pero antes de que pudiera perderse entre la multitud, una mano grande
y fuerte le rodeó el brazo, impidiéndole escapar. Se dio la vuelta para
quitárselo de encima.
—Vete a la…
—Lo siento.
Su voz resonó con auténtico pesar, más profundo y sincero de lo que
cualquiera de sus empleados creería posible en él. Incluso él mismo.
Su actitud arrogante había sido lo único que hacía que la chica no se
quebrara. Y en ese momento, cuando un hombre que nunca se había
disculpado por nada lo hizo, perdió el hilo de fuerza al que se aferraba
desesperadamente.
Apenas había comenzado a caer la primera lágrima cuando al fin se
liberó y comenzó a correr entre la multitud, decidida a alejarse del hombre
cuya disculpa la había conmovido, muy a su pesar.
Con voz grave, el hombre llamó a la chica con mechas rosas mientras
se abría paso a empujones entre la multitud, pero era pequeña y rápida y le
perdió el rastro en el concurrido cruce de Union Square.
Mientras el resto del mundo era una vorágine a su alrededor, la
mayoría hablando o enviando mensajes en sus teléfonos, con la atención
puesta en todo menos en las personas que les rodeaban, el hombre
permaneció inmóvil.
Y completamente solo.
***
Una y otra vez volvía a esa esquina de Union Square para buscarla y
ver si la encontraba. En más de una ocasión, mientras esperaba en medio
de la ajetreada multitud, había recibido una llamada de un hermano. De
una hermana. De su madre. Pero nunca la cogía.
Al igual que la joven no había vuelto nunca más por allí.
Con el paso de los meses, sus hombros seguían siendo igual de anchos,
su rostro igual de apuesto y su empresa más rentable que nunca. Pero
sentía su vida más y más vacía, con incontables rollos de una noche y
fiestas salvajes con conocidos y colegas que no le aportaban nada. En esas
horas que le quedaban entre las mujeres que no le importaban y el trabajo
que parecía importarle igual de poco, se machacaba aún más saliendo a
correr a las cinco de la mañana y nadando a medianoche.
Y ni aun así podía olvidar los ojos de la chica.
O lo que le había gritado antes de huir.
Hasta que al fin la encontró trabajando en una cafetería. Primero vio
las mechas rosa de su pelo, más oscuras tantos meses después, y luego su
cara, aún más bonita de lo que recordaba.
Una montaña rusa de emociones recorrió el rostro del empresario.
Alivio. Esperanza. Junto con una resolución inamovible e imparable.
Estaba atendiendo a un cliente y, a diferencia del día en que chocó con
ella en la calle, que estaba tan pálida, ahora su piel resplandecía y su pelo
brillaba. Por un momento, la boca del hombre empezó a esbozar una
sonrisa. La primera de verdad en mucho, mucho tiempo.
Fue entonces cuando la chica se movió, apartándose de la caja
registradora… y pudo ver su vientre.
Un abultadísimo vientre de embarazada.
Ahora era él quien estaba pálido, ya que su bronceada piel había
perdido todo el color. Tuvo que aferrarse al respaldo de una silla para
mantener el equilibrio, y más de un cliente lo miró preocupado cuando se
detuvo en seco en medio de la cafetería.
Enseguida calculó que ya estaría embarazada cuando la arrolló… y
que su pie había aterrizado con fuerza sobre su estómago.
Le subió la bilis a la garganta por lo que podría haberle pasado aquel
día, a ella y a la vida que albergaba en su interior.
Se llevó las manos a su vientre y cerró los ojos durante una fracción de
segundo. Podría haber perdido al bebé por su culpa.
Había muchísimas cosas que tenía que compensarle a un montón de
gente. Pero por el momento, ella sería su único objetivo.
La compensaría.
La protegería a ella y al bebé.
Y se aseguraría de que nadie volviera a hacerle daño.
Estaba avanzando hacia ella cuando se rió de algo que dijo un
compañero. Volvió a sentir un golpe, pero esta vez más arriba del
estómago.
Directo al corazón.
Justo en ese momento ella también lo vio y, cuando sus miradas se
encontraron, su piel resplandeciente palideció. Se olvidó del vaso que tenía
en la mano y se alejó de él mientras el cartón se le escurría de los dedos y
la leche humeante caía al suelo y salpicaba sus zapatos y pantalones.
Fue como si el cálido chorro de líquido la devolviera a la vida. Con una
sonrisa enérgica que no se reflejó en sus ojos tranquilizó a sus compañeros,
que se acercaron a comprobar que no se hubiera quemado, y cogió una
fregona cercana para limpiar el desastre.
El hombre de negocios se acercó y se quedó en silencio detrás de la
barra, observando cómo terminaba de fregar con calma y guardaba los
productos de limpieza. Sus manos eran firmes mientras se las lavaba en el
fregadero.
Por fin se volvió hacia él, con la barbilla levantada y sus hermosos ojos
entornados.:
—¿Qué va a tomar hoy el señor?
Durante meses la había considerado frágil. Pero en ese momento
percibió toda su fuerza: en parte por el gesto de su boca mientras esperaba
una respuesta, en parte por lo bien que llevaba al niño en su vientre.
Los ayudaría a ambos. Pasara lo que pasara.
—Me gustaría hablar contigo.
Su boca se tensó, y ese destello de furia que tan bien recordaba volvió a
sus ojos cuando respondió:
—Este mes tenemos un tueste especial de Jamaica, por si quiere
probarlo.
Asintió con la cabeza.
—Vale. —Pero aunque el alivio empezaba a aflojar sus hombros,
añadió—: Esperaré aquí hasta tu próximo descanso.
Una poco disimulada irritación dominó sus movimientos los siguientes
treinta minutos. Suspiró mientras se desataba el delantal. Su larga blusa de
algodón flotaba sobre su vientre, haciéndola parecer aún más joven.
Sabía que ese hombre la estaba esperando, pero no tenía intención de
tratar con él. Aunque tenía que reconocer que sentía curiosidad por saber
de qué querría hablar con ella. Y sobre todo porque ahora le resultaba
incluso más guapo que aquel aciago día en que la empujó en la acera y la
pisó.
Ella no le debía nada.
Se dio la vuelta y desapareció en la estrecha zona trasera donde
estaban las taquillas de los empleados. Lo último que esperaba era que el
hombre entrara por la puerta un momento después.
Tratando de ignorar los latidos de su acelerado corazón, dijo:
—Aquí solo pueden estar los empleados.
—Seguro que Joe no tendría problema en hacer una excepción
conmigo. —Ante su mirada confusa, explicó—: Mi empresa financió la
expansión de la cadena.
—Vale —dijo ella, imitando el tono que había empleado antes, cuando
pidió un café que no quería. Como no quería alargar la situación, preguntó
a bocajarro—: ¿Qué quieres?
En lugar de darle una respuesta directa, dirigió la mirada a su vientre.
Ella apenas pudo resistir el impulso de cubrírselo con ambas manos.
—Estás embarazada.
—Obviamente —respondió con un resoplido.
La mueca de dolor del hombre vino y se fue tan rápido que casi pensó
que se la había imaginado.
—¿Estás…? —Se sorprendió al verlo vacilar, aunque fuera una
fracción de segundo—. ¿Va todo bien con el bebé?
—Sí, el bebé está perfecto.
—¿Dónde vives?
Ella le lanzó una mirada que decía claramente que pensaba que estaba
loco.
—Ni siquiera sabes mi nombre. ¿De verdad crees que voy a decirte
dónde vivo?
—Jo. —Sus ojos se abrieron de par en par antes de que él le recordara
—: Había una placa con tu nombre en el delantal. —Y luego añadió—: Yo
soy Graham.
Miró el reloj barato que llevaba en la muñeca:
—Mi descanso está a punto de terminar y el bebé está sentado en mi
vejiga, así que tengo unos treinta segundos para ir al baño antes de volver
a la caja.
Si esperaba que le incomodara oírla hablar de funciones fisiológicas, o
que iba a darse por vencido y marcharse, se llevó una decepción. Pero
tenía que ir al baño de todos modos. Después de haber hecho sus
necesidades y lavarse las manos se miró en el espejo, repasando con la
mente lo que tenía que decirle a aquel hombre. A Graham.
Respiró hondo para prepararse y entró en la trastienda, donde sabía
que la estaría esperando.
Era demasiado grande para un sitio tan pequeño.
Y puñeteramente guapo para su tranquilidad.
—Estoy bien. —Separó las manos de su cuerpo para que pudiera verla
bien a ella y a su enorme barriga—. Ese día en la calle, lo que pasó fue un
accidente. —Uno que la había enfurecido hasta el punto de gritarle a un
extraño—. No debí perder los papeles contigo. —Él la observaba en
silencio—. Ahora, si hemos terminado de revivir todo eso, tengo que volver
al trabajo.
Pero cuando intentó pasar a su lado, él le dijo:
—Tengo un piso de dos dormitorios que no he podido alquilar. Está en
un buen barrio y una de las mujeres del edificio tiene una pequeña
guardería en la planta baja.
No tenía ni idea de lo que el hombre le diría, pero eso no se lo esperaba
para nada.
—Ya tengo un apartamento.
En un barrio de mala muerte, donde sinceramente no le gustaba la idea
de tener un recién nacido.
—Por favor, Jo, déjame hacer esto por ti.
Se lo había pedido por favor, pero aún así pudo oír la firmeza en sus
palabras indicándole que no aceptaría un no por respuesta.
Pero ella tenía tanta firmeza como él.
—Gracias por la oferta, pero tendrás que encontrar otro inquilino.
Salió y volvió al trabajo, sabiendo que su victoria era solo temporal…
porque las probabilidades de que un hombre tan decidido como Graham
aceptara un no por respuesta eran casi nulas.
Valentina,
El color del plato y la taza me han hecho pensar en el verde de tus
ojos avellana. Ayer eché de menos verlos —y verte— en el plató.
Disfruta el desayuno.
Smith
***
Cuando Valentina salió por fin de su despacho para dar las gracias a Smith
por la flor y el desayuno, se sintió frustrada —y más que aliviada— al
recordar que estaría en una reunión fuera del estudio con los inversores. No
tenía por qué compartir ese tipo de detalles con ella y con Tatiana, pero era
evidente que creía que un equipo bien informado funcionaba mejor que uno
que no se enteraba de nada. Era otro factor que lo diferenciaba de los
demás.
—¡Cariño! —Valentina se giró sorprendida y vio a su hermosa madre
caminando hacia ella con los brazos extendidos. Aunque era unos quince
centímetros más alta que Ava Landon y hacía mucho tiempo que no era una
niña, cuando Valentina se sumergió en ese abrazo materno y el aire se cargó
de su caro perfume, de repente se sintió veinte años más joven—. Qué
contenta estoy de haber podido venir. Sabes cuánto me gusta venir al set.
Quería tanto a su madre que por un momento se olvidó de que debía
desconfiar de los motivos detrás de su repentina visita a San Francisco.
—Estás estupenda, mamá.
Ava Landon se iluminó, como siempre hacía ante un cumplido, antes de
volver la mirada hacia su hija.
—Has adelgazado. Te sacas más partido con la figura más llena.
Valentina ahogó un suspiro.
—Creo que Tatiana tiene un pequeño descanso antes de que vuelvan a
llamarla al plató. Te llevaré a su caravana.
Pero su madre miraba por encima de su hombro:
—¡Estoy aquí, cariño! —Un hombre apuesto, no mucho mayor que
Valentina, caminaba hacia ellas. Su madre se acercó y le dijo al oído—: ¿A
que es guapísimo? Estoy loquita de amor por él.
Esquivando la vergüenza ajena por el uso indiscriminado que su madre
hacía de la palabra amor, y contenta de que la pregunta fuese claramente
retórica, Valentina estrechó la mano del hombre mientras su madre hacía las
presentaciones:
—David, esta es mi hija mayor, Val.
Valentina vio un atisbo de sorpresa en sus ojos por lo diferente que
parecía de su madre y su hermana.
—Val, David es el actor con más talento del mundo.
Valentina sintió que sus labios se apretaban cuando la desconfianza que
había olvidado por unos momentos la asaltó con una fuerte sacudida.
¿Acaso su madre no recordaba el “profundo amor” que había sentido por la
última docena de actores que habían precedido a David?
¿Y cómo era capaz de enamorarse tan fácilmente de alguien… o de
engañarse a sí misma confundiendo la desesperación y el doloroso anhelo
de tener algo real y duradero con el amor?
—Estupendo —dijo Valentina con una sonrisa para David.
Se le rompería el corazón cuando él se lo rompiera a su madre, como
siempre le había pasado con todos esos guapos actores, pero había
aprendido tiempo atrás que era inútil intentar protegerla de los hombres con
los que salía. Al menos David no parecía ser de los que intentaría tocarle el
culo en cuanto su madre se diera la vuelta.
Valentina quería sentir gratitud por esas pequeñas bendiciones.
Tenía un día muy ajetreado por delante, y con esa visita sorpresa, se le
sumaba el tener que asegurarse de que los planes de su madre para impulsar
la carrera de actor de David no molestaran a nadie en el plató. Gracias a
Dios, Smith estaría fuera toda la tarde. Habría sido un desastre si no…
—Buenas tardes, Valentina.
Se habría quejado de su terrible suerte, de no ser por la forma en que la
voz grave y cálida de Smith siempre le afectaba. En menos de un
milisegundo, la expectación —y una oleada de deseo que la invadió a pesar
de que nunca podría actuar en consecuencia— acabaron con su cautela.
Se sorprendió al comprobar que su cabeza no podía lidiar con Smith y
cualquier otra cosa a la vez.
—Smith. —Le gustaba demasiado pronunciar su nombre, y la sensación
que le provocaba en los labios—. Me gustaría presentarte a mi madre.
Él sonrió al coger la mano de su madre y estamparle un beso en el
dorso. Y cuando le dijo “Tiene usted dos hijas extraordinarias, señora
Landon” su madre casi chilló de alegría.
—Llámeme Ava —dijo con esa voz susurrante que siempre usaba con
los hombres guapos. Con todos los hombres, en realidad—. Su madre
tampoco lo hizo nada mal, señor Sullivan.
Él se limitó a contestar:
—Por favor, llámame Smith.
Pero su madre no dejaba de mirar en dirección a David con ojos
expectantes, y al fin le dijo:
—Este es David. —Y Valentina sabía que reventaría si no añadía—: Es
actor.
La expresión de Smith era tan amistosa como lo había sido desde el
momento en que se acercó a ellos:
—Encantado de conocerte —le dijo al otro hombre con un apretón de
manos.
—Soy un gran admirador tuyo —respondió David, y Valentina tuvo que
reconocer que parecía sincero, que no lo decía para adular a la gran estrella
de cine con la esperanza de que su enchufe le consiguiera un trabajo.
—Gracias —dijo Smith con genuina gratitud antes de volver a centrarse
en Valentina—. Espero que no te importe que os acompañe si vais a saludar
a Tatiana.
Lo dijo como si a alguien se le ocurriera rechazar su compañía, y por
supuesto su madre le enhebró un brazo, y su manicura perfecta y cuidada
hacía un contraste de femineidad absoluta con la piel bronceada de él.
—Con mucho gusto, Smith. Siempre es un placer conocer a los
compañeros de reparto de mi hija. Háblame de ti.
Y mientras su madre se lo llevaba a rastras, Valentina se sintió a la vez
mortificada y agradecida de que él estuviese allí para ayudarla a lidiar con
la única persona que siempre lograba enredarla y buscarle las vueltas para
salirse con la suya, por mucho que se esforzara por mantenerse firme.
***
—Lo siento —le dijo Valentina a Smith cuando Ava Landon y su novio se
hubieron marchado—. Mi madre no tiene malas intenciones. Pero cuando
está con uno de esos tipos, a veces se le olvida pensar en los demás. Es
como si no pudiese ver más allá.
Al escuchar “a veces”, “se le olvida”, “como si no pudiese”, supo que
esos calificativos eran muy amables por parte de Valentina. Su madre era
una buena mujer y estaba claro que quería a sus hijas. Pero se daba cuenta
de que también les había hecho daño. Sobre todo a Valentina.
La necesidad de reconfortarla le hizo estirar la mano para acariciarle la
mejilla, deslizar los dedos bajo la barbilla e inclinar la cara hacia la suya.
Su piel era suave. Increíblemente suave. Una vez más, Smith se
sorprendió de lo mucho que la deseaba.
Nunca había dejado que una mujer lo distrajera del trabajo, y nunca
había tenido problemas para manejarse con una mujer dentro de los límites
que él mismo establecía. Y le convenía menos que nunca en ese momento
en el que estaba al mando de su propia película, era demasiado importante
como para permitirse perder la concentración por una mujer. Sin embargo, a
pesar de los sensatos recordatorios que resonaban en su cabeza —“No
tienes tiempo para esto. Para ella. Para nada que no sea hacer esta
película”—, bastaba solo una mirada, una sonrisa o sentir la suavidad de su
piel contra la yema de los dedos para desearla.
—Tu madre te adora. Y tú a ella. Es evidente, aunque vuestra relación
no sea perfecta. —Siguió acariciándole con el pulgar la suave piel de la
mandíbula mientras sus labios se abrían, ligeramente sorprendida por sus
palabras—. Tenías razón cuando dijiste que el amor no debería ser un
campo de batalla. Pero he visto que cuando llega la persona adecuada el
amor se vuelve fácil. Dulce. Y perfecto.
Nunca había deseado tanto besar a nadie como en aquel momento. Con
un beso ardiente le bastaría para hacerle olvidar la visita de su madre, y casi
le sirvió de excusa para hacerlo.
Pero nunca la había visto tan vulnerable, como si esa armadura que con
tanto cuidado se ponía cada mañana antes de ir al plató se hubiera roto en
pedazos de un plumazo con la inesperada visita.
Aprovecharse de esa vulnerabilidad sería lo más fácil del mundo.
Fácil… pero deshonesto.
Por suerte, Smith ya conocía a Valentina lo suficiente como para saber
que, del mismo modo que un beso la habría ayudado a olvidar sus agitados
sentimientos por la relación con su madre, el trabajo también provocaría ese
efecto.
—¿Tienes unos minutos para hablar de una propuesta que acaba de
llegar para una sesión de fotos con Tatiana y conmigo?
Parpadeó confundida durante unos segundos, claramente sorprendida
por el brusco cambio de conversación. Pero cuando volvió a parpadear ya
era esa mujer profesional, fría y serena que vio en su primer encuentro
meses atrás y que no había podido olvidar.
—Por supuesto. Cuéntame los detalles.
Estaba tan centrado en distraerla de los pensamientos acerca de su
madre que, demasiado tarde, se dio cuenta de que quizás no había elegido el
mejor tema para hablar con ella. Por otra parte, tal vez su reacción acabara
diciéndole más sobre sus verdaderos sentimientos de lo que estaba
dispuesta a admitirle a la cara.
—Quieren que interpretemos a nuestros personajes, con la misma ropa,
maquillaje e incluso los accesorios de la película.
—Me parece bien —dijo ella, y era evidente que se preguntaba por qué
sentía la necesidad urgente de hablar del tema justo en ese momento—.
¿Algún otro detalle?
Intentó mantener un tono de voz tranquilo mientras le explicaba:
—El editor quiere profundizar en el enfoque de los personajes como
pareja.
Estuvo seguro de haber percibido un titubeo por su parte justo antes de
que preguntara:
—¿Y cómo de profundo sería ese enfoque?
—Quieren captar la conexión íntima de la pareja.
Se detuvo en medio del plató, de nuevo esa feroz protectora de mejillas
encendidas apareció en escena y dijo:
—No estoy de acuerdo con que disfracen a Tatiana de Lolita para
hacerle fotos.
Smith quiso suavizar las líneas duras de las comisuras de sus labios. No
con los dedos, sino con la boca. Con un beso sanador y excitante a la vez.
«Y pronto, maldita sea». Necesitaba que ocurriera o perdería
completamente la cabeza de deseo.
—Yo tampoco lo estoy pero, por la conversación que mantuve con el
editor, creo que su objetivo es resaltar los elementos románticos, no los
sexuales. Y esa es la dirección en la que yo también les estoy insistiendo:
centrarse en el romance, no en el sexo. Ya vemos suficiente erotismo a
diario en las revistas y la televisión. Darle un enfoque romántico sería más
original.
Smith observó cómo se movía su larga y suave garganta al tragar.
—Romance. —La palabra salió de sus labios con incredulidad y anhelo
a partes iguales—. Eso suena…
Sus palabras volvieron a titubear como un momento antes, no porque le
preocupara que fotografiaran a su hermana ligera de ropa sino, o al menos
eso esperaba, porque no le gustaba la imagen de su hermana en plan
romántico con él. Y solo había un motivo por el que podría molestarle: que
lo quisiera solo para ella.
Al fin logró enunciar una respuesta:
—Vais a salir muy bien juntos en la revista.
Por desgracia, aunque se alegraba de comprobar que no era tan inmune
a él como intentaba aparentar, odiaba hacerle daño.
—Valentina, si tienes reservas al respecto, tienes que decírmelo.
Pero ya había dejado de lado a la mujer emocional que había en ella y
había vuelto al modo profesional.
—Creo que la sesión de fotos es una idea estupenda. Cuando la gente la
vea correrá a los cines para veros a los dos en la pantalla. Y no saldrán
decepcionados. —Se dio la vuelta para volver a su caravana. Pero entonces
se detuvo y volvió a mirarle—. Gracias por ser tan amable con mi madre y
su novio.
La frustración lo carcomía mientras la dejaba volver a su despacho,
subir las escaleras y cerrar la puerta tras de sí. Hacía mucho, mucho tiempo
que Smith conseguía todo lo que quería, justo cuando lo quería. No solo por
ser una estrella de cine. No solo por estar forrado y poder comprar lo que
quisiera.
Sino por ser quien siempre había sido.
Smith sabía cómo centrarse, cómo canalizar hasta la última pizca de su
energía en su trabajo. Por primera vez, aunque el momento no podía ser
peor, se planteaba centrarse en una mujer.
Maldita sea, ¿a quién quería engañar? Lo que le impulsaba era una
necesidad primaria, no una decisión lógica. Porque la verdad era que
deseaba tanto a Valentina que el deseo y la necesidad lo desgarraba por
dentro. Y esa necesidad solo empeoraba por la certeza de que ya podría
haberla tomado, podría haberla desnudado con facilidad y bajado al
pequeño sofá de cuero bajo la ventana de su despacho para darle placer.
En otro momento de su vida su hermoso cuerpo le habría bastado. Y
cuando era más joven, habría creído que la forma más fácil de hacer frente a
esa necesidad sería utilizar su encanto y apariencia para convencerla de
tener una aventura ardiente que durara tanto como el rodaje.
Pero algo le decía que no le bastaría con destapar esa sensualidad. No
solo porque alimentaría su necesidad de saber más acerca de ella… sino
también porque sabía que si se arriesgaba a tocar solo su cuerpo, ella le
negaría su corazón por completo.
«¿Qué diablos me está pasando?».
Se pasó una mano por el pelo mientras sacaba el móvil del bolsillo con
la otra. Pulsó la marcación rápida en el número que encabezaba su lista. Al
oír la voz de su madre volvió a sonreír:
—Hola, mamá.
—Smith, cariño, ¿cómo estás?
—La película va bien.
—Me alegro de escucharlo. —Hizo una breve pausa, y supo que no se
había dejado engañar por la respuesta sobre la película pero no sobre sí
mismo—. ¿Y cómo va todo lo demás?
Desde que tenía uso de razón, Mary Sullivan había tenido un radar muy
preciso cuando algo le pasaba a alguno de sus hijos. Nunca les sonsacaba ni
les insistía, pero siempre estaba ahí cuando al fin estaban preparados para
pedir ayuda y consejo. Smith sabía que la estaba llamando porque ya era
hora de que admitiera que sabía exactamente lo que le estaba pasando.
—Hay una mujer.
—Algo me han dicho —dijo su madre en un tono tierno—. Marcus y
Nicola me han contado que Valentina es muy bonita. Y muy dulce, también.
La mente de Smith rememoró las lágrimas en las mejillas de Valentina
durante el rodaje del día anterior. Había estado tan conmovida por la
historia de amor que él había escrito que la dulzura de su respuesta le llegó
al corazón. Por eso le había regalado la flor y el bollo de canela, porque
ambos eran dulces y le recordaban a ella.
—Es dulce —le confirmó a su madre—. Y guapa, inteligente y fuerte.
—Exhaló un fuerte suspiro—. Pero no quiere salir conmigo.
Por Dios, era como volver a tener quince años y abrirle su corazón
mientras comía las galletas de chocolate de su madre en la cocina. Smith
adoraba a sus hermanos y hermanas, pero solo con su madre había logrado
admitir alguna vez lo difícil que le resultaba a veces el peso de la fama,
sobre todo cuando llegó a un punto en el que ya no podía ir donde quería
sin que sus movimientos fuesen observados con lupa. Había tardado años
en aprender a lidiar con ello, y en encontrar la manera de vivir su vida
según sus propios términos al mismo tiempo que tenía en cuenta las
exigencias de los fans y de los medios de comunicación. Igual que ese día:
cuando necesitaba hablar con alguien, Mary Sullivan era la única persona a
la que se le ocurría llamar.
—¿Te ha dicho por qué?
—No se fía de los actores. —Tuvo que admitir—: Y no la culpo. Hay
mucha escoria en el gremio.
—Lleváis trabajando juntos en la película el tiempo suficiente como
para que sepa que no eres uno de esos —dijo su madre con total seguridad
—. Pero a veces resulta más fácil excusarnos y decir que no necesitamos
amor en nuestras vidas que admitir cuánto lo anhelamos.
De repente, Smith se dio cuenta de lo parecida que era la situación entre
Valentina y él a la relación entre Jo y Graham en la película. En Gravity,
ambos protagonistas estaban convencidos de que el amor era complicado,
cuando la verdad era que el amor debería ser lo más fácil del mundo.
Él había escrito la puñetera película, y sin embargo necesitó que su
madre le señalara lo obvio: si no podía luchar contra la fuerza de la
gravedad —y contra una atracción que le dejaba sin aliento—, entonces
había llegado el momento de dejarse llevar por ella.
—¿Te he dicho últimamente lo brillante que eres? —preguntó Smith.
—Tú también —respondió, y pudo oír entonces una sonrisa en su voz
—. Eres uno de los hombres más inteligentes que conozco. Tan listo como
para reconocer algo bueno cuando lo ves y hacer lo que haga falta para no
dejarlo escapar. —Y agregó con una seriedad poco habitual en su madre—:
Y si resulta que es ella, pase lo que pase, recuerda por qué luchas, aunque a
veces parezca que eres el único que lo hace.
Durante siete décadas su madre había adquirido sabiduría: dos de ellas
con un marido al que había amado con locura, y cuatro como la sólida base
de la vida de sus ocho hijos. Smith había aprendido de ella todo lo
importante y, más aún después de ver a Valentina y Tatiana con su madre, ni
por un segundo dejaría de admirar a Mary Sullivan.
—Sabes cuánto te quiero, ¿verdad, mamá?
—Claro que sí, cariño —dijo con una voz un poco más emocionada—,
lo sé. Pero siempre es bonito escucharlo.
CAPÍTULO OCHO
Valentina se despertó con el mismo nudo en el estómago con el que se había
acostado. La idea de que Smith y su hermana se hicieran unas fotos
“románticas” para una revista —a pesar de que estarían interpretando sus
papeles, con vestuario y todo— le había afectado tanto que se marchó sin
darle las gracias por la flor y el desayuno. Y eso sin contar con el nada
profesional miniataque de pánico por la visita de su madre.
Apoyó la cabeza en las manos sentada a un lado de la cama. Siempre
había sido capaz de alejar ese tipo de sentimientos. ¿Por qué le costaba
tanto hacerlo en esa ocasión?
¿Y por qué tenía la sensación de que la respuesta llevaba escrito el
nombre de Smith?
Peor aún, ¿por qué empezaba a sentir que él podría ser también la cura
para sus emociones contradictorias?
Con precisión milimétrica se duchó, cepilló los dientes, secó el pelo,
maquilló y puso uno de sus trajes. Pasara lo que pasara ese día, sería toda
una profesional. Y mantendría sus emociones fuera del plató y lejos de
Smith Sullivan.
Una vez en el set de filmación se dirigió a su despacho para dejar el
bolso, y pensaba darse la vuelta para por fin dar las gracias a Smith por la
flor y el desayuno cuando encontró algo nuevo en su mesa.
Tal vez debería haber estado preparada. Al fin y al cabo, era la tercera
mañana consecutiva que Smith le dejaba algo especial para que lo
encontrase al llegar.
Pero nada podría haberla preparado para lo que había en la mesa.
Con mano temblorosa dejó la cartera de cuero y cogió el marco de
madera. La foto en blanco y negro no era grande, pero sí preciosa.
Tatiana y ella reían juntas en el plató. Su hermana la abrazaba por la
cintura mientras ella le pasaba una mano por el hombro. Siempre habían
sido muy cariñosas y se acurrucaban juntas bajo una manta para ver
películas, reírse y consolarse desde que su hermana era un bebé. Valentina
nunca se había parado a pensar en lo natural que le resultaba esa cercanía, o
poder abrazarla y reír con ella.
No era algo que diera por sentado, pero verla plasmada con tanta belleza
le hizo volver a pensar en lo afortunadas que eran.
Una vez más, Smith se había asegurado de que viera primero el regalo y
después la nota. No soltó el marco mientras cogía la hoja de papel con la
mano libre.
Valentina,
Esta imagen es una de las fotos espontáneas que Larry ha hecho del
reparto y el equipo. Tatiana y tú sois muy naturales. Dulces.
Perfectas.
Ver lo feliz que estás en esta foto me hace sonreír.
Smith
***
***
Al día siguiente, mucho más relajada tras una noche en la que se atiborraron
de comida basura y recitaron todos los diálogos de Pretty Woman, Valentina
se sentó con el resto del equipo de producción y observó a Smith y Tatiana
con las cabezas inclinadas sobre el guión, repasando los matices de la
escena por última vez antes de empezar a rodar.
Hasta el momento, la mayor parte de la película se había rodado en
orden cronológico. No siempre era así, pero a Valentina le gustaba cuando
el arco argumental tenía sentido. Maldita sea, le gustaba cuando las cosas
tenían sentido y punto.
El día anterior habían rodado un puñado de escenas de montaje del
personaje de Smith, Graham, cortejando lentamente a Jo, el personaje de
Tatiana.
Primero le regaló unos suaves patucos rosa de bebé, tan bonitos que no
había podido rechazarlos. A lo que Jo respondió:
—Les he pedido que no me digan el sexo. Podría ser un niño.
—Es una niña —dijo Graham con los ojos nublados de cariño. Tras lo
cual se marchó, dejando a Jo con el ceño fruncido y los patucos en la
mano.
La siguiente vez que fue a la cafetería llevaba una pequeña bolsa
plateada con más cosas de color rosa. Pero esa vez no se quedó a ver cómo
sacaba la ropita de bebé y unos bonitos vestidos que todos admiraron. Jo
salió corriendo de la cafetería y lo alcanzó a mitad de la acera. Primero le
dio las gracias, y luego le echó la bronca y le dijo que no siguiera
llevándole regalos. Su única respuesta fue que en su estado tuviera más
cuidado al correr por una acera abarrotada.
Jo encontró el flamante cochecito y la silla para recién nacido en el
interior de su apartamento a la tarde siguiente, después de trabajar en el
turno de la mañana. Los recorrió con la mano, maravillada, y decidió que
Graham había ido demasiado lejos. No solo porque el regalo era
demasiado caro y tardaría una eternidad en devolverle el dinero, o porque
a su pesar estuviese conmovida porque hubiera investigado cuáles eran los
más seguros, sino porque había averiguado dónde vivía y encontrado la
manera de meter el cochecito en su casa sin pedirle permiso.
Era fácil buscar a Graham en Internet y enterarse de dónde trabajaba.
O, mejor dicho, el nombre del edificio que poseía en el distrito financiero.
Jo era consciente de lo fuera de lugar que estaba con su enorme
barriga de embarazada, la llamativa ropa de premamá y el pelo teñido de
rosa en la concurrida calle llena de gente estresada con trajes oscuros que
andaba a toda velocidad mientras hablaba por los auriculares. Cinco
meses atrás le habría molestado que la gente se detuviera y se la quedara
mirando, preguntándose qué diablos hacía en un lugar al que era evidente
que no pertenecía, pero con toda su atención puesta en cantarle las
cuarenta al hombre de negocios —o, como acababa de enterarse, al
multimillonario—, eso sencillamente la tenía sin cuidado.
El cristal de la fachada estaba tan limpio e inmaculado que imaginó
que la gente se daría de bruces contra él a diario. Al empujar la pesada
puerta de entrada tuvo que detenerse para contemplar los altos techos, el
suelo de granito pulido, la oda casi silenciosa al dinero que entonaban el
edificio y todos los ocupantes que pudo ver en la amplia entrada.
Irritada consigo misma por quedar tan impresionada, se dirigió al
mostrador de seguridad:
—Necesito ver a Graham.
Valoró mucho que el hombre no hiciera ningún gesto. Ni ante su
juventud. O su ropa. O su barriga.
—Su nombre, por favor.
—Jo. No tengo cita. —Levantó la barbilla—. Pero sé que me atenderá.
El guardia la estudió durante un largo rato y ella le devolvió la mirada
con toda la calma que pudo. Finalmente, cogió el teléfono.
—Angie, tengo a Jo aquí para ver al señor Hughes. —Lo que fuera que
dijo la recepcionista hizo que un parpadeo de sorpresa cruzara por fin la
cara del hombre.
Colgó el teléfono y se levantó:
—Le acompañaré personalmente hasta arriba, Jo.
Se esforzó por mantener la calma mientras subían más y más alto en el
ascensor. Y cuando él dijo “Enhorabuena”, esa vez fue ella la que levantó
la cabeza sorprendida.
Se llevó las manos al vientre por inercia. Estaba tan enfadada con
Graham por lo del cochecito —y porque se hubiera metido en su piso— que
empezaba a sentirse un poco descompuesta. Bueno, no se encontraba mal,
pero las punzadas en la espalda habían empeorado.
Era otra razón más por la que necesitaba marcarle un límite. No quería
que nada la distrajera del bebé.
Y Graham era sin duda una distracción.
—Gracias —dijo, y llegó el momento de salir del ascensor y pisar la
alfombra más limpia y lujosa que jamás había visto. «Parece más nueva
que las de las tiendas», pensó.
Le entraron unas ganas irrefrenables de quitarse los zapatos y enterrar
los dedos en las suaves fibras, pero se quedó atónita al ver unos zapatos
negros relucientes justo delante de sus manoletinas plateadas.
—Jo.
Cada vez que pronunciaba su nombre la recorría un escalofrío. Ese día,
la mentira que se decía a sí misma era que ese temblor se debía a la furia
que sentía.
No le importó decir en voz alta ni que los demás escucharan:
—Te pedí que dejaras de regalarme cosas.
Esperaba que la condujera a su despacho, cerrase la puerta y se
asegurara de que lo que se dijeran quedaba entre ellos.
Pero él no se movió ni un centímetro:
—Las necesitas.
Quería gritarle. Pero bajó la voz y siseó:
—Has entrado en mi piso.
—Habrían robado el carrito y la silla si los hubiese dejado fuera. Y
tampoco quería que tuvieras que llevarlos desde el trabajo a tu casa.
El hecho de que tuviera razón en ambas cosas no contribuyó a mitigar
su furia.
—Mira —empezó a decirle, con la voz más paciente que pudo reunir—,
sé que aún sientes culpa…
Un dolor agudo en el abdomen convirtió sus palabras en un grito.
Por primera vez desde aquel primer día en la acera de Union Square se
tocaron. La mano de ella voló hacia el brazo de él para sostenerse contra
el brutal dolor.
Jo tenía los ojos demasiado cerrados para ver el pánico que invadió la
cara de Graham.
—Dile a Ellis que esté fuera con el coche dentro de sesenta segundos —
le dijo a uno de sus ayudantes sin apartar la vista de Jo. Al otro le indicó
—: Llama al Centro Médico California Pacific y dile al doctor que nos
tenga preparada la sala de partos en quince minutos.
Cuando el dolor hubo remitido, Jo por fin se dio cuenta de que Graham
tenía la mano en la parte baja de su espalda mientras la conducía hacia el
ascensor.
—¿Qué estás haciendo?
—Llevándote a tener a tu hija.
Abrió la boca para protestar, para decirle que podía cuidar de sí
misma, cuando otra punzada de dolor la golpeó, aún peor que la anterior.
La voz de Graham fue baja, tranquilizadora e increíblemente amable.
—Respira, Jo. Inspira primero, despacio. —Consiguió inspirar, aunque
sentía como si su pequeño cuerpo se partiera en dos—. Bien. Ahora suelta
el aire, igual de despacio. —Hizo lo que le indicó, y la elogió de nuevo—.
Lo estás haciendo muy bien.
Cuando el ascensor se abrió en la planta baja, incluso se alegraba de
que la rodeara con sus fuertes brazos.
—En nada podrás recostarte en el asiento trasero de mi coche.
Sus ojos se abrieron de par en par, alarmada por la idea de ir a
cualquier parte con él, pero aún estaba débil por la última contracción y
tenía la sensación de que la siguiente sería aún peor.
Apretó sus manos contra las de él mientras la ayudaba a sentarse, y
apenas se inmutó cuando la oleada de dolor de la siguiente contracción le
hizo apretarle la mano con tanta fuerza que sus dedos crujieron.
Sus alentadores murmullos la ayudaron hasta que se desplomó de nuevo
contra el mullido cuero de su sedán de lujo, con la lucidez justa para
preguntar:
—¿Cómo es que sabes tanto de esto?
Su boca fuerte y dura tembló al decir: “Por mi hermana”. Tan rápido
como el dolor había llegado, se fue.
Quiso preguntarle algo más, pero antes de que pudiera sacar la
pregunta de sus labios una nueva descarga de dolor la desgarró. Mientras
su lamento resonaba en las paredes del coche, Graham la acercó y la
estrechó contra sí mismo como si así pudiera pasarle su dolor.
El sudor le empapó la ropa mientras gritaba una dura orden a su
conductor.:
—Más rápido. Tenemos que llegar al hospital más rápido.
—Sí, señor.
Cuando por fin llegaron al viejo edificio de piedra, la sacó del asiento
trasero como si no pesara nada y atravesaron con cuidado la puerta
principal del hospital. No se detuvo en la recepción, sino que la acompañó
hasta la habitación que él había insistido en que le tuvieran preparada.
Dos enfermeras y un obstetra entraron en la sala de partos privada y
empezaron a tomarle la tensión arterial y otras constantes vitales mientras
el médico le preguntaba a Jo con voz suave y muy tranquila si podía
examinarla para ver si había empezado con la dilatación.
Durante todo el proceso, Graham le estuvo cogiendo de la mano.
Y se negó a soltársela.
***
***
Un funcionario del Parque Nacional los estaba esperando en el muelle de la
isla cuando atracaron.
—Bienvenidos a Alcatraz.
El señor canoso, que se presentó como Sam Maines, tenía una voz
profunda y autoritaria que aportaba un toque extra de dramatismo a la
histórica prisión de máxima seguridad. Parecía tan cómodo sobre las rocas
como un guardia de seguridad de la cárcel de más de medio siglo atrás.
Mientras ayudaba a Valentina a desembarcar del yate, Smith hizo una
nota mental para conseguir el contacto de Sam para la próxima vez que
necesitara un hombre fuerte, firme y canoso para una película. Por no
mencionar el hecho de que no había reaccionado cuando reconoció a Smith.
Mientras el viento soplaba sobre ellos y Valentina se inclinaba
instintivamente hacia él para entrar en calor, pensaba que la noche iba cada
vez mejor. Le encantó que no hiciera el menor ademán de apartar la mano
de la suya mientras seguían al guía más allá del Club de Oficiales hacia la
entrada sur.
—Alcatraz era un lugar frío —les dijo Sam—. Duro. Implacable. Y
también el hogar de las familias de los guardias que la mantenían en
funcionamiento.
A Smith siempre le había interesado la historia, en especial una tan
pintoresca como esa. Pero esa noche le interesaba mucho más el modo en
que Valentina se bebía las historias que Sam les contaba sobre cómo Al
Capone hizo varios intentos de embaucar al director para que le concediera
los privilegios especiales que había tenido en otras prisiones… pero que le
negaron en Alcatraz.
Smith no sabía si se daba cuenta, pero cada vez que oía algo interesante
le apretaba la mano.
Al cabo de unos treinta minutos, Sam los condujo a las celdas. Cuando
llegaron al bloque principal, conocido como Broadway, los tres se quedaron
en silencio mientras contemplaban los imponentes barrotes y las celdas de
cemento.
—Os dejaré explorar unos minutos.
En cuanto se quedaron solos y empezaron a caminar juntos por el centro
del módulo, Valentina dijo:
—¿Puedes escucharlos?
Sí, podía escuchar los mismos ecos en el silencio que ella obviamente
oía.
—Es como si esos hombres hubiesen estado aquí ayer, y no hace
cincuenta años.
Leyó la placa en la pared donde se habían detenido.
—Tres hombres tramaron su fuga aquí mismo. —Valentina le soltó la
mano y entró en la celda para ver más de cerca el agujero en el cemento—.
Piénsalo, pasaron meses punzando el cemento. Todo el mundo les dijo que
era imposible. —Smith se colocó detrás y ella se giró para preguntarle—:
¿Crees que lo lograron al final?
—El mar que rodea la prisión es muy frío. ¿Qué piensas que pasó?
—No dudo de que tendrían que estar presos, y que debieron de haber
cometido delitos graves, pero aún así no puedo evitar desear que
sobrevivieran a la fuga. —Le dedicó una sonrisa canalla—. Y que
aprovecharan al máximo los años que pudieron rescatar para sí mismos.
A la mayoría de la gente le sorprendería saber que Valentina tenía en
secreto un lado soñador. Pero él lo sabía casi desde el principio. Desde el
primer día en el plató, cuando después de rodar una escena con Tatiana y
que ambos se desprendieran inmediatamente del personaje, mucho después
de que las cámaras hubiesen dejado de grabar, Valentina aún tenía los ojos
brillantes y nublados por la emoción.
Sin previo aviso, las puertas de las celdas se cerraron tras ellos.
Valentina saltó a sus brazos sin pensarlo y soltó una carcajada de sorpresa y
un poco de pánico.
—¿Sabías que Sam haría eso?
—No. —Pero le daría a Sam la propina de su vida por haber ideado ese
brillante plan. Smith miró a Valentina—. Se ven las cosas muy diferentes
con las puertas cerradas, ¿no?
Tenía los ojos brillantes y muy bonitos mientras lo miraba con atención.
—Sí —respiró—. Diferente.
No rompería su promesa ni en un millón de años, pero eso no
significaba que no pudiera acercar su rostro al de ella. Qué suave era su
mejilla. Apenas pudo reprimir un gemido cuando Valentina le rodeó el
cuello con los brazos.
—¿Cuánto tiempo crees que nos tendrá encerrados?
Su susurro en el oído lo puso más duro que nunca. Le deslizó las manos
lentamente por la espalda hasta posarse justo encima de la curva de sus
caderas.
—No lo suficiente —respondió con total honestidad.
Ella se arrebujó contra su cuerpo para poder mirarlo fijamente, y Smith
contuvo la respiración al percibir el claro deseo en su rostro.
Dios, quería besarla. La sentía como un fuego entre sus brazos,
calentando la fría celda con la presión de sus curvas contra él. Sus labios se
abrieron, y habría jurado que estaba a punto de pedirle un segundo beso
cuando el sonido de unos pesados pasos rompió el embriagador silencio.
Antes de que Valentina pudiera zafarse de sus brazos, acercó su boca a
la de ella todo lo que pudo sin tocarla y susurró:
—No ha sido suficiente ni por asomo.
CAPÍTULO ONCE
Poco después salieron al exterior y Valentina se quedó sin aliento al
contemplar la romántica e inesperada escena bajo la luna llena. El agua
chocaba contra las rocas justo debajo de una mesa puesta para dos, con
cuatro calefactores portátiles circundando el blanco mantel.
Un jarrón en el centro albergaba una solitaria rosa roja.
El significado de la flor que había escogido estaba muy claro: deseo y
pasión.
Smith le tendió la mano:
—¿Tienes hambre?
Ella asintió, sabiendo que la luz de la luna permitía que, si la miraba de
cerca, notara que tenía hambre de mucho más que de comida. Le acercó la
silla, tomaron asiento y sus rodillas chocaron por debajo de la pequeña
mesa, haciéndola sonreír a pesar de los nervios que la atracción le
provocaba. Le sirvió una copa de cabernet de la bodega de Marcus y se la
entregó.
Levantó las tapas de los platos y su estómago gruñó de agradecimiento
ante la langosta y el cangrejo que tenía delante. No sabía cómo se las habría
ingeniado para que le llevaran una comida tan deliciosa a la isla. El guía los
había vuelto a dejar solos y no podía ver a ningún cocinero ni camarero.
—Coincido con tu estómago —bromeó, y cogió el tenedor para
empezar a comer.
Valentina dio el primer bocado y se le escapó un pequeño gemido de
placer:
—Qué rico.
No vio que Smith se había detenido con el tenedor a medio camino de la
boca y la mirada intensa, hambrienta, mientras la observaba.
Pero no le pasó desapercibido lo ronca que se le puso la voz de repente
cuando añadió:
—Me alegro de que te guste.
¿Cuándo fue la última vez que había comido bien? Lo cierto es que no
lo recordaba, con la carga de trabajo que tenía desde que había empezado el
rodaje.
Valentina dio otro bocado y se le cerraron los ojos.
—Había olvidado lo mucho que me gusta la buena comida. —Trató de
contener la gula que corría por sus venas mientras volvía a centrarse en él
—. Esto es increíble. El barco. El tour privado. La cena. —Le cogió la
mano sin pensárselo—. Gracias.
Smith deslizó sus dedos entre los de ella.
—Me alegro de que me invitaras a venir contigo.
No podía evitar sonreír porque se hubiera tomado tantas molestias por
ella. Estaba siendo una velada maravillosa.
—Bueno —bromeó—, es que parecía que tenías muchas ganas de
volver a visitar Alcatraz. ¿Tienes acaso alguna historia rondándote la cabeza
para escribirla?
—Tal vez. ¿Y tú?
Le sorprendió su pregunta. Tanto como para decir:
—Tengo curiosidad por las mujeres que han habitado esta isla.
—Lo más lógico es que todas estuviesen casadas.
Ella asintió:
—Así es, pero ¿estarían felizmente casadas? —Ante la ceja levantada
de Smith, desarrolló su idea—: ¿Y si una de ellas estuviera enamorada…
pero no de su marido?
A Smith se le iluminaron los ojos:
—¿Quieres decir que quizás alguna se enamorara de un prisionero?
—Sí —dijo mientras la emoción por su nueva idea se apoderaba aún
más de ella—. ¿Y si él la correspondiera, a pesar de que fuese imposible
que estuvieran juntos?
Smith no dijo nada durante un largo rato, y deseó no haber abierto la
boca.
—Me encanta la idea, Valentina. —Deslizó el pulgar por la piel sensible
de la palma de su mano y agregó—: Tatiana me habló del guión en el que
has estado trabajando.
—Voy a matarla. —Una cosa era decírselo a George, al que
prácticamente conocía de toda la vida. Y otra era revelar su proyecto
secreto al hombre al que tanto se esforzaba por mantener como un simple
conocido. Aunque día a día lo sintiera más cercano.
—Ya sabes cómo son las hermanas pequeñas —coincidió, aunque
estaba claro que le encantaba que Tatiana le contara los secretos de
Valentina—. Me gustaría verlo.
—¿Mi guión?
—Sí. Tatiana me contó de qué iba y tengo la sensación de que me va a
gustar. Mucho.
Ella negó con la cabeza, retirando su mano de la de él.
—No.
—Te encanta decirme que no, ¿verdad? —bromeó, pero tras el tono
jocoso percibió frustración—. ¿Crees que estoy haciendo un buen trabajo
con Gravity?
—Por supuesto que sí. Le está dando un impulso mayor a la carrera de
Tatiana que las otras películas en las que ha trabajado.
—¿Entonces por qué no me dejas ver tu guión?
—Porque no quiero que pienses que ese es el motivo por el que he
venido esta noche.
Smith le pasó su cálida mano por la mejilla:
—Nunca pensaría eso, Valentina. Jamás.
Dios, qué tentada estuvo de inclinarse y acercarse más a él.
«No».
«¡No voy a pedirle que me vuelva a besar!».
Intentando desviar su atención a cualquier cosa que no fuera esa boca
escandalosamente seductora y lo mucho que deseaba sentirla presionando la
suya, preguntó:
—¿Qué más te ha contado mi querida hermanita?
—¿Seguro que quieres saberlo?
Se le aceleró el corazón. Ni en sus momentos de mayor debilidad le
había contado a su hermana lo que sentía por Smith ni cómo él la volvía del
revés.
—Te preocupas en exceso —murmuró—. Sabes que Tatiana te quiere
demasiado como para hacerte daño.
Por supuesto que Valentina lo sabía. Pero ya había sufrido antes por la
familia: una madre cariñosa que casi desapareció tras la muerte de su padre
cuando sus hijas más la necesitaban, y que había vuelto a casa siendo otra
mujer.
—Además, no es culpa de Tatiana que se haya ido de la lengua. La
estaba interrogando para que me dijera cualquier cosa sobre ti.
—¿Qué más te soltó?
—Que de adolescente eras una fan consumada de Bon Jovi.
Valentina tuvo que reírse de sí misma:
—Si le prestas atención a las letras resulta que sus canciones son muy
perspicaces y poéticas.
—Estoy de acuerdo —dijo con una sonrisa—. Me aseguraré de contarle
a Jon que tiene una admiradora tan hermosa.
—¿Lo conoces? —preguntó antes de murmurar—: Claro que lo
conoces. Que conste que tendré que asfixiar a mi hermana con una
almohada mañana por la noche. Lamento que tengas que buscar una nueva
compañera de reparto a estas alturas del rodaje.
Smith fue el que se rió esa vez, pero luego su expresión cambió a una
más seria.
—También me contó que dejaste la universidad para gestionar su
carrera.
Valentina no soportaba que Smith pensara que llevaba diez años
sacrificándose.
—Lo he disfrutado muchísimo.
—Lo sé. Por eso formáis un gran equipo. Ambas amáis lo que hacéis:
Tatiana delante de la cámara, tú detrás del portátil.
Cogió el tenedor, decidida a disfrutar del resto de la increíble comida.
—Ahora que sabes algunas cosas realmente incómodas sobre mí, es tu
turno de compartir las tuyas. —Le señaló con el tenedor—. Y no hagas
trampas contándome algo que podría leer en una entrevista.
Le dirigió una mirada llena de pura inocencia:
—Lo haría —dijo mientras cogía también su tenedor—, si hubiera algo
escabroso que compartir.
—Así que eres perfecto, ¿eh?
Levantó las cejas como si estuviera dolido:
—¿Crees que no lo soy?
Valentina no pudo contener la risa:
—No. —Hizo un gesto de negación con la cabeza mientras tomaba un
bocado de patatas gratinadas, regado con un sorbo del suave cabernet —.
Por supuesto que no.
Como no se rió con ella, por un momento pensó que lo había insultado.
Pero entonces se dio cuenta de que no parecía mosqueado.
Parecía satisfecho.
—Es que para ti no soy una estrella de cine, ¿verdad?
Se dio cuenta de la seriedad de su pregunta. Y lo mucho que su
respuesta significaba para él. Una semana atrás, incluso el día anterior,
podría haberle dado una respuesta mordaz para dejarlo fuera de juego. Pero
lo cierto es que había llegado a respetarlo —y apreciarlo— demasiado
como para hacerlo.
—La primera vez que nos vimos me sorprendiste. —Hacía girar el tallo
de su copa en la mano mientras trataba de encontrar las palabras adecuadas
para explicarse—. Con el paso de los años he conocido a muchos actores,
entre los que han trabajado con mi hermana… y los que han salido con mi
madre. —Apartó la punzada que siempre le producía pensar en su madre
para centrarse en el hombre sentado frente a ella—. Creía que sabía a qué
me enfrentaría al tener que trabajar contigo. Al fin y al cabo, eres más
famoso y tienes más éxito que todos los que he conocido antes.
Sacudió la cabeza, recordando el día en que se conocieron en su oficina
de producción de San Francisco. Se había calentado de la cabeza a los pies
con solo mirarlo, en especial cuando él le clavó una intensa mirada y pudo
percibir cómo la atracción crepitaba entre ellos, a pesar de que George y
Tatiana estuviesen presentes en la habitación.
—Sonó tu teléfono y, cuando viste quién llamaba, esbozaste la mayor de
las sonrisas antes de excusarte para contestar. Quería pensar que eras un
maleducado y un egocéntrico por atender una llamada en mitad de una
reunión. —Alzó la vista y se encontró con su cálida mirada—. Pero estabas
hablando con una de tus hermanas, preguntándole cómo se encontraba, si el
médico le había dicho algo del tamaño de los bebés.
Y Valentina había empezado a enamorarse en ese mismo instante.
No obstante, tenía que hacer un último intento por mantenerse a flote
antes de ahogarse del todo, ¿no?
Por suerte sabía exactamente cómo hacerlo: con un agudo comentario
acerca de cómo se ganaba la vida.
—Tienes razón en que no pienso en ti como una estrella de cine desde el
primer día que nos conocimos, pero esto… —Señaló la mesa, el yate
amarrado al muelle— … no es el tipo de cosas mágicas que un hombre
común y corriente pueda sacarse de la chistera. Gracias por una velada de
cuento de hadas —dijo en voz baja—. Nunca la olvidaré.
—Yo tampoco —dijo él, y cuando sus ojos se posaron en su boca
durante una fracción de segundo, pensó por un momento que había
olvidado su promesa. Pero entonces, en lugar de besarla, dijo—: ¿Lista para
el postre?
Su cerebro desesperado convirtió la palabra postre en beso y asintió con
entusiasmo:
—Sí, por favor.
Extendió la mano hacia una caja rosa y las manos de Valentina
temblaban al coger la caja y destaparla, pero no por los nervios sino por una
lujuria casi desenfrenada.
El deseo se mezcló con regocijo al ver las dos enormes magdalenas en
el plato. Uno de los pastelitos tenía un dibujo de Smith tras las rejas de la
cárcel, sujetándolas con fuerza con una mirada tierna pero suplicante.
La otra tenía una versión animada de Valentina hecha de fondant, con
una llave colgando de un dedo y una mirada malvada brillando en los ojos.
Valentina no le pidió un beso, no podía desperdiciar ni un segundo más
con palabras: alargó la mano, la deslizó tras la nuca de Smith… y lo besó.
CAPÍTULO DOCE
El beso de Valentina hizo que Smith se olvidara de ir despacio. No podía
pensar más allá del ansia de sentir su boca contra la suya, y de la
oportunidad de descubrir esa dulzura secreta de sus curvas, siempre ocultas
bajo sus trajes a medida. Que Sam y Billy los estuviesen esperando fue lo
único que le impidió arrojar su abrigo sobre las rocas y hacerle el amor allí
mismo.
—Te quiero en mi cama —dijo—. Esta noche.
Y cuando ella respondió “Yo también lo quiero”, Smith supo que todas
las buenas acciones de su vida acababan de ser recompensadas.
Cogiéndole la mano con firmeza, quiso levantarla de la mesa de un tirón
para subir al barco y regresar a su casa lo antes posible, pero ella se echó
para atrás.
—Espera. —Cogió la caja con las magdalenas—. Me has prometido un
postre.
Madre mía, esa sensual mirada cuando dijo postre lo convirtió en un
cabrón codicioso mientras volvía a tomar su boca bajo el aire frío que
azotaba la bahía y soplaba sobre ellos. La sintió tiritar entre sus brazos y se
obligó a apartarse. El guía los esperaba mientras cruzaban las rocas y se
dirigían al muelle.
—Gracias por el maravilloso recorrido, señor Maines —dijo Valentina,
con una sonrisa amplia y genuina—. Nunca olvidaré mi visita a Alcatraz.
—Ha sido un placer. —Era evidente que Sam estaba encantado, su tez
ruborizada no era solo a causa del viento sino también del placer de ser
halagado por una mujer hermosa.
Se dieron la mano y Smith ayudó a Valentina a subir de nuevo al yate,
pero en vez de sacarla a la cubierta la llevó al cálido salón. Su barco tenía
una suite principal y, Dios, qué tentador era llevarla allí. Si hubiese estado
al mando del barco esa noche, habría anclado en el agua oscura y lo habría
hecho.
Pero aunque Billy era muy discreto, cuando por fin hicieran el amor
Smith no quería la presencia de otro hombre en al menos un kilómetro a la
redonda. Quería poseerla entera, al completo, ser el único en oír sus dulces
jadeos cuando besara cada centímetro de su piel de arriba abajo, de atrás
hacia delante, para volver a empezar por su hermosa boca.
Se acomodaron en el lujoso sofá de piel mientras el motor arrancaba y
el barco volvía a surcar las aguas. Sabía que si empezaba a besarla de nuevo
estaría perdido, así que se obligó a tener paciencia y limitarse a estrechar a
Valentina entre sus brazos.
Pero ella no se lo puso fácil, por supuesto. Le resultaba casi imposible
apartar las manos cuando ella se acurrucaba cada vez más cerca de él.
Sentía su cálido aliento contra el cuello, y sus suaves labios recorriéndole
con delicadeza la piel. Smith le recorrió la cara con la yema de sus dedos,
para luego bajar por el cuello hasta la abertura de la camisa y rozarle la
clavícula. Sintió el jadeo de placer de ella contra su piel por el delicado
contacto.
Desde la primera vez que se besaron supo lo receptiva que era, pero
volvió a sorprenderse por cómo reaccionaba a sus caricias, como si fuera el
primer hombre que acariciaba su hermosa piel.
Y aunque solo le estuviese tocando el hombro, le costaba demasiado
recordar que Billy estaba al timón a unos escasos metros arriba. Smith se
obligó a quitar sus dedos de la piel de Valentina y se limitó a cogerla de la
mano.
Pero se equivocaba al pensar que eso enfriaría el fuego que ardía en su
interior. Porque el simple hecho de cogerle la mano y girar la palma hacia
arriba para poder acariciarla con el pulgar fue el juego erótico más excitante
de su vida.
Ella levantó los ojos para mirarlo, y el deseo que vio en su rostro casi
anuló todas sus buenas intenciones de esperar hasta llegar a casa. No se
atrevía a besarla, pero tuvo que rozarle el labio inferior con el otro pulgar.
Sus ojos se cerraron en un suave gemido de placer, similar al de cuando
probó la comida, pero esa vez ya no se esforzaba por mantenerlo a raya.
No, lo que tenía delante era una mujer sensual y sin máscaras.
Y cuando ella sacó la punta de la lengua para lamerle la yema del
pulgar, fue él quien gimió y la acercó aún más, hasta que quedó casi sentada
en su regazo.
Sus dedos descendieron bajo la manta que los cubría hasta las caderas
de Valentina y, tal y como ya sabía que sería, Valentina encajaba
perfectamente en sus manos. Le encantaba tener una agarrando la suya y la
otra extendida sobre su pecho, sobre ese corazón que latía fuerte y rápido
por ella.
—Pronto atracaremos —dijo para intentar recordarse a sí mismo que
podía lograrlo. Nunca había tenido tantas ganas de que terminara una
travesía. Contenía la respiración esperando el momento en que se acercaran
al muelle.
—Bien —dijo ella con voz igualmente entrecortada—. Mientras tanto
podemos charlar.
Smith asintió con la cabeza:
—Charlar… buena idea. —Pero su mente estaba vacía de todo menos
de ella.
—Háblame del resto de tu familia —sugirió—. Ya conozco a Marcus y
a Nicola. Y me has hablado un poco de Sophie y su embarazo. Pero no sé
mucho sobre los demás.
Los nombres y las caras de sus hermanos se mezclaron en su cabeza
durante varios segundos. Al fin logró sacar un nombre de la nada.
—Chase. —Smith se obligó a centrarse—. Es fotógrafo. Está casado
con Chloe. Tienen un bebé. Emma.
Era consciente de que las palabras le salían entrecortadas, que no le
estaba poniendo color alguno a su descripción pero, maldita sea, era lo
único que podía hacer para no tumbarla en el sofá y arrancarle la ropa.
—¿Qué edad tiene el bebé?
—Tres meses.
Los ojos de Valentina se iluminaron y se ablandaron al mismo tiempo.
—Debe de ser muy guapa.
Dios, por suerte ya estaba enamorado de ella, de lo contrario habría
caído rendido en ese mismo instante ante su noble alma, al ver la emoción
que un bebé de tres meses le generaba.
—Lo es. Estamos locos con ella.
Los ojos de Valentina se dirigieron a su boca y luego volvieron a
encontrarse con su mirada, y casi pudo saborear sus labios antes de que ella
dijera rápidamente:
—Háblame de los demás.
Maldita sea, tenía razón. Necesitaban hablar o hacer cualquier cosa
menos besarse otra vez. Porque si empezaban, ninguno de los dos podría
parar.
—Sophie es bibliotecaria y su contribución ha sido inestimable no solo
con esta película, sino que me ha ayudado a investigar los papeles que he
interpretado durante los últimos diez años.
—Seguro que le encanta ayudarte —murmuró.
—A Zach le gustan los coches. Acaba de comprometerse con Heather,
una adiestradora canina.
—Los perros del puzle, ¿verdad?
Asintió con la cabeza:
—Además del caniche de Summer. Mi hermano Gabe se convertirá en
su padrastro cuando se case con Megan en Nochevieja. Es bombero.
—Me encanta que tus hermanos y tú os dediquéis a cosas tan diversas
—dice, y añade—: He charlado con Vicki varias veces cuando ha ido a
dejar alguna escultura. Está prometida con tu hermano el jugador de
béisbol, ¿verdad?
—Ryan y Vicki son el compromiso más reciente de la familia. —Tuvo
que alargar la mano y apartarle un mechón de pelo de la frente, sin otra
razón que la de no poder resistirse a tocarla.
—¿Tú eres el único que está libre?
¿Libre? No era libre ni de lejos, y en ese momento se daba cuenta de
que no lo había sido desde el primer día en que la vio, la primera vez que
habló con ella, la primera vez que probó sus labios y la tuvo en sus brazos.
—Solo Lori. Es la gemela de Sophie. Una gran coreógrafa. La
apodamos Pilla en contraposición a Sophie, Buena.
Valentina sonrió:
—Pilla, ¿eh? ¿Qué piensa ella de eso?
Él le devolvió la sonrisa:
—Le encanta causar problemas y hacer honor a su apodo todos los días
de su vida.
—De todos tus hermanos, creo que de ella es de la que estoy celosa. —
Valentina miró hacia abajo, donde su mano seguía extendida sobre el pecho
de él, antes de volver a levantar la mirada—. Debe ser maravilloso ser pilla
y dejarse llevar por los impulsos.
«Oh, diablos». Sabía que había pasión cociéndose a fuego lento bajo la
fría y serena superficie de Valentina, pero oírla decirlo en voz alta puso su
autocontrol a prueba.
La suave sacudida del yate al apagarse el motor lo detuvo a menos de
un centímetro de su boca:
—Tengo que ayudar a Billy a atracar —dijo con la voz enronquecida
por la pasión que intentaba evitar desatar durante un rato más, pero, Dios,
apenas podía apartar los brazos de Valentina para ir a hacerlo.
Sus ojos rebosaban sensualidad cuando dijo:
—Yo también ayudaré. Dime qué necesitas que haga.
Su cuerpo respondió inmediatamente a la idea de que Valentina le dejara
tomar las riendas, y no pudo resistirse a acercar su boca a la de ella para
darle un beso rápido y fuerte en los pocos segundos que faltaban para llegar
al muelle.
—Nunca te he visto recibir órdenes de nadie.
Ella le mordisqueó el labio inferior antes de murmurar:
—Eso es porque nadie ha tenido el valor de dármelas.
Todo su cuerpo respondió a ese desafío demasiado tentador cuando ella
pasó junto a él y salió a cubierta.
Trabajando con rapidez y eficacia —o con toda la eficacia de que Smith
fue capaz, dado que ver a Valentina hacer un perfecto nudo marinero hizo
que se le zafara la cuerda de los dedos más de una vez—, entre los tres
atracaron el barco y lo aseguraron al muelle. Y entonces, por fin, se
despidieron de Billy y volvieron al coche de Smith.
Salía a toda velocidad del aparcamiento cuando Valentina dijo:
—Creo que tendríamos que establecer algunas reglas básicas antes de
llegar a tu casa.
Sus palabras seguían conteniendo esa nota de sensualidad que estaba
presente desde su beso de antes, pero se dio cuenta de que hablaba en serio.
A Smith nunca le habían gustado las reglas. Sabía cuándo respetarlas, lo
quisiera o no… y también sabía cuándo era absolutamente imperativo
romperlas.
Así que, aunque estaba desesperado por llevarla a su cama, se detuvo en
una calle oscura y apagó el motor.
—Lo único que quiero es darte placer, Valentina. Más placer del que
jamás hayas imaginado. —Pero sabía que eso no bastaba. Tenía que ofrecer
algo más que placer—. Te prometo que esta noche no haré nada, ni una sola
cosa, que tú no quieras.
Ella parpadeó, con una mirada llena de una mezcla de nostalgia y
preocupación que le encogió el corazón.
—Sé que no lo harás —contestó ella, con una voz tan baja que le apretó
aún más el pecho.
—Pase lo que pase cuando lleguemos a mi casa… —Hizo una pausa,
sabiendo que no podía dejar que ninguno de los dos se escondiera de lo que
estaba a punto de ocurrir—… y a mi cama, no quiero que ni tú ni yo nos
arrepintamos de pasar juntos esta noche. —«Ni de ninguna de las noches
que estoy seguro de que vendrán después».
Su pausa fue más larga esa vez antes de que le respondiera:
—No me arrepentiré. —Deslizó su mano sobre la suya—. Deseo esta
noche tanto como tú. —Hizo otra pausa antes de añadir—: Pero será solo
una noche.
Valentina le acarició la palma con el pulgar, igual que hizo él en el
barco, como si el suave contacto de la piel pudiera suavizar de algún modo
el hecho de que acabara de dejar perfectamente clara su intención de pasar
con él una noche y nada más.
Se llevó la mano a los labios. Eso era lo más cerca que podía estar de
volver a besarla hasta que estuvieran detrás de las puertas cerradas de su
casa, a menos que no les importara que los arrestaran por exhibicionismo en
el coche.
Igual de segura que estaba Valentina de que sería una sola noche, él
estaba aún más seguro de que terminarían teniendo algo duradero. Al igual
que sus hermanos con sus parejas. Igual que su madre y su padre.
CAPÍTULO TRECE
En cuanto aparcaron en el garaje, Smith saltó del coche para abrirle la
puerta de un tirón y coger a Valentina en brazos.
—No olvides las magdalenas. —Apenas le llegaba sangre al cerebro
para asimilar que de verdad quería el postre hasta que susurró—: En cuanto
las vi no he dejado de pensar en comérnoslas desnudos en la cama.
«Dios mío», pensó mientras se detenía el tiempo justo para que ella se
agachara y cogiera la caja de magdalenas. Estaba más cerca de perder la
cabeza que nunca en su vida, a pesar de que tenían la ropa puesta y estaban
a unos treinta metros del dormitorio.
Pero por mucho que deseara tenerla desnuda en la cama bajo su cuerpo
y hacerle el amor como había soñado durante tanto tiempo, no podía tener
la boca separada de la suya ni un segundo más. No cuando por fin la tenía
en sus brazos, ella lo miraba con tanto deseo en sus hermosos ojos y un
sensual rubor de anticipación le teñía los pómulos y le coloreaba los labios
de un rosa oscuro sin necesidad de maquillaje.
De pie, abrazándola en medio del salón, Smith acercó su boca a la de
Valentina en un beso tan suave y dulce que fue más un suspiro que un
encuentro de sus labios. En lo más hondo, se le retorcieron las tripas al
sentir su sabor a exóticas especias cuando deslizó su lengua larga y
pausadamente sobre el labio inferior. El suave gemido de placer que emitió
ante el sensual contacto hizo que la sujetara con más fuerza y presionara
más sus labios. Cuando su lengua encontró la de él y la acarició, fue el
gemido de Smith el que resonó en la habitación.
Por fin podía besarla, abrazarla. Y mientras ella le acariciaba la
mandíbula con una mano y se abría aún más a sus besos, que le devolvía
con desbordante pasión, fue mucho más sexy y dulce de lo que Smith había
soñado.
Una y otra vez saboreó cada centímetro de su boca, las sensibles
comisuras, las curvas y contornos del arco de cupido en el labio superior, y
volvió a mordisquear su jugoso labio inferior antes de lamerlo.
Con la respiración entrecortada, susurró su nombre:
—Smith. Me estás volviendo loca.
—Bien —respondió antes de volver a besarla. No podía saciarse de su
boca, pero se apartó lo imprescindible para decirle—: Porque es lo que tú
me has hecho desde el momento en que te vi.
Y mientras esas palabras sonaban contra sus labios y ella se relamía,
aumentando su ansia por tenerla, cuando volvieron a besarse la dulzura dio
paso a la avidez, a la necesidad de concretar ese deseo y poseerla.
—Por favor —suplicó ella con la respiración entrecortada cuando se
apartó lo justo para intentar recuperar el aliento.
—Dime —la instó incluso mientras robaba otro bocado de sus labios—.
¿Qué necesitas, Valentina?
—Más.
Su confesión, tras nada más que unos simples besos, lo llevaron casi al
límite. Y aún así quería seguir disfrutando y no detener esa expectación, esa
sensual danza en la que se provocaban placer mutuo con sencillos besos y
suaves caricias.
—Sí —coincidió mientras acercaba de nuevo su boca a la de ella y
bebía la dulzura pura de su respuesta—, podría seguir besándote toda la
vida.
Mientras se entregaban al placer de sus bocas, sus ojos color avellana se
habían dilatado hasta que el marrón había quedado arrinconado casi al
completo por el verde.
—Por todas partes. —Esas pocas palabras que salieron de sus labios
contenían tanta ansia y deseo que la poca sangre que le quedaba en el
cerebro se estrelló en una gran ola contra la erección que palpitaba tras la
cremallera de sus vaqueros—. Quiero que me beses por todas partes.
Inmediatamente la recompensó con besos a lo largo de la mandíbula, y
luego contra el lóbulo de la oreja, mientras tiraba de la sensible carne con
los dientes y ella se estremecía de placer. Smith no dejaba de sorprenderse
de lo bien que ocultaba su sensualidad en el día a día. Sobre todo siendo
dueña de un erotismo tan profundo que su respuesta a cada beso y caricia lo
dejaba sin palabras… y le hacía desearla con más intensidad.
Con su ansia sugiriéndole que la tomara en la alfombra del salón, Smith
se obligó a subir las escaleras hasta el dormitorio. Valentina se aferró a él
con un brazo alrededor del cuello y el otro sosteniendo la caja del postre.
Siempre que fantaseaba con hacerle el amor, se imaginaba haciéndole
perder el control. Pero cuando por fin estuvo a los pies de su cama con la
única mujer que deseaba en brazos, Smith comprendió de una vez por todas
que era al revés. Que con solo un puñado de besos Valentina ya era dueña
absoluta de su cuerpo y de su deseo.
Aun así, cuando bajó la boca hacia la suya en otro suave beso y ella
tembló entre sus brazos, le encantó saber que tal vez, solo tal vez, no era el
único que estaba perdiendo todo atisbo de control.
La bajó a la cama y, cuando la caja de magdalenas cayó de su mano
sobre las sábanas, él deslizó sus dedos entre los de ella. Se miraron
fijamente durante unos largos segundos, y Smith juró haber oído los latidos
de su corazón y el suyo propio, echando carreras.
Frenéticos.
Expuestos.
Y disfrutando.
Y al fin apoyó su peso sobre el de ella y la mantuvo firme bajo su
cuerpo mientras la besaba una y otra vez. Su sabor era cada vez más
adictivo. Tan generosa en sus besos como con todo lo demás, no se contuvo
ni se guardó nada… se apretó contra él y le rodeó las caderas con las
piernas, aún constreñidas por los vaqueros, para sentirlo más cerca.
Más excitante.
Más dulce.
«Más», pensó cuando no pudo saciarse de su boca, o de las curvas
elegantes y sensuales que se desplegaban bajo él.
—Demasiada ropa —murmuró Smith contra su cuello mientras le
agarraba el bajo del jersey y sentía su vientre cálido y sensible, incluso bajo
la camisa de algodón que aún lo separaba de la piel desnuda.
Mientras alargaba el brazo, ella le pasaba la mano por debajo de la
camisa y por los músculos del abdomen, que sintió ondulados al tacto.
—Sí —coincidió ella con un mordisquito en el lóbulo de la oreja—,
demasiada.
Tuvo que tomar su boca de nuevo, y sus lenguas se arremolinaron hasta
que necesitó apartarse una fracción de segundo para quitarle el jersey y la
camisa. Sus pechos subían y bajaban con cada respiración y, cuando volvió
a mirarla, vio que su sencillo sujetador negro le quedaba mejor que a
cualquier supermodelo.
—Gracias a Dios —dijo mientras alargaba la mano y pasaba un dedo
por la turgencia primero de un pecho y luego del otro—, por fin estás aquí
conmigo.
Una vez más, ella tembló ante el sutil contacto, y le encantó verla perder
el control. Y aunque se moría de ganas por volver a paladearla, se limitó a
rozar una vez más con los dedos la piel increíblemente suave de la turgencia
de sus pechos.
Apenas a un suspiro de arrancarle la ropa y tomarla sin la delicadeza o
la caballerosidad con la que solía tratar a sus amantes, Smith trató de forzar
algo de pensamiento racional en su cerebro. Bastante desesperado, pensó
que tal vez colocarla sobre su cuerpo les ayudaría a ir más despacio esa
primera vez.
Un momento después la puso a horcajadas sobre él, y Valentina tuvo
que apoyarle las manos en los hombros para sostenerse. Su pelo lo
acariciaba como una cortina de seda color miel, y sus preciosos pechos casi
se le escapaban del sujetador.
«Ahora sí», pensó, «es la posición perfecta para recostarme, admirarla
en toda su plenitud, y tomarme mi tiempo para empaparme de la belleza de
Valentina».
Pero cuando ella le sonrió, con un sensual movimiento de sus preciosos
labios que le cortó la respiración y lo calentó unos diez grados más, se dio
cuenta de cuán equivocado estaba.
Haría falta que lo encerraran en una celda con barrotes de acero
reforzados y tirar la llave para evitar que fuese demasiado rápido. Porque
con su torso desnudo en las manos, ¿cómo evitar acariciarla, tocarla, frotar
su erección bajo los calzoncillos contra sus muslos aún protegidos por el
pantalón vaquero?
Pero no fue consciente de hasta qué punto era inútil ir despacio hasta
que ella levantó las manos de su pecho y se las llevó a la espalda para
desabrocharse el sujetador y echarlo a un lado.
«Madre mía».
Qué preciosa era.
En su vida había visto unos pechos tan bonitos, con el volumen justo
para abarcarlos con las manos, y tan sensibles que, cuando acarició con los
pulgares los duros picos, sus pezones se endurecieron y se acercaron a su
boca.
—Dios —jadeó Valentina mientras su lengua rodeaba la punta de un
pecho antes de que sus dientes le rozaran la húmeda piel—, cuánto me
gusta esto. —Cuando él cambió al otro pecho para repetir el movimiento,
ella solo pudo gemir—: Mucho, mucho.
—¿Tienes idea de cuánto tiempo llevo queriendo saborearte?
Ella no hizo más que sacudir la cabeza, pero él no esperaba que
respondiera, no con sus labios, lengua y dientes provocándola hasta que su
exótico sabor lo mareó.
—Me encanta el sabor de tu piel, Valentina. Eres deliciosa.
Cada palabra que pronunciaba era más visceral y tenía más ansia que la
anterior, a medida que veinte años de experiencia sexual con infinidad de
mujeres se desvanecían por completo. Lo único que quedó fue la suavidad
de la piel de Valentina contra la yema de sus dedos y su sabor en la lengua.
—Todos creen que estoy obsesionado con la película, pero solo pienso
en ti. —Apoyó la cara contra la curva de su cuello e inhaló—. En cómo
huele tu piel. —Le pasó las manos por el pelo—. Cómo sería acariciar tu
pelo. —Balanceó sus caderas contra las de ella—. Y qué sonidos harás al
explotar.
—Oh, sí. —Ella le enredó las manos en el pelo para llevar su boca de
nuevo a los pechos—. Hazme explotar.
Dios, sabía que se había enamorado de esa mujer por una razón. Era tan
audaz en la cama como en la sala de reuniones. Lo tenía cautivado.
Hipnotizado.
Smith tuvo que hacer uso de todo el control que poseía para que no le
temblaran las manos mientras le desabrochaba el botón de los vaqueros y le
bajaba la cremallera. Pero continuó siendo presa de un ansia irrefrenable
cuando ella levantó las caderas para que pudiera deslizar los vaqueros y las
bragas de encaje por sus suaves muslos. Después de que se quitara los
zapatos y utilizara los pies descalzos para desprenderse de los vaqueros y
las bragas, Smith volvió a acomodarla en su regazo, de nuevo a horcajadas
sobre él.
—No creo —dijo él mientras bajaba la mano desde la espalda desnuda
hasta la suave carne de sus caderas y se rendía al espectáculo más hermoso
que hubiese tenido el placer de ver— que haya sido tan feliz en toda mi
vida.
Le encantaba cómo se movía bajo sus manos con un suave ronroneo; le
encantaba que no tuviera la menor timidez por estar desnuda; le encantaba
que, una vez tomada la decisión de pasar esa noche con él, se estuviera
entregando por completo.
Y le encantó aún más que dijera:
—Tú también me haces feliz. —Luego le puso las manos a ambos lados
de la cara y se inclinó para besarlo a su manera innatamente seductora y
dulce.
Así de rápido, la dulzura dio paso a la sensualidad mientras se movían y
sus cuerpos hambrientos se enredaban aún más en las sábanas. Smith la
tumbó desnuda sobre las almohadas y, apoyándose en sus manos, se inclinó
sobre ella para volver a mirarla.
Su piel estaba bañada en oro, con un ligero toque rosado. Tenía los
pechos duros, del tamaño perfecto no solo para sus manos, sino también
para su esbelta figura, al igual que sus caderas suavemente redondeadas.
—Yo… —Smith apenas podía hablar, apenas podía pensar—… necesito
un segundo. —Se esforzó por respirar, y con el poco oxígeno que le
quedaba, añadió—: Eres muy hermosa.
Gracias a Dios, no necesitaba que su cerebro funcionara para recorrerle
con besos calientes y húmedos la boca, la barbilla, la curva del cuello, los
hombros, el dulce nacimiento de los pechos, y luego más abajo, donde su
piel resultaba aún más sensible. Hizo que sus manos siguieran el compás
que marcaba su boca, que no se aventuraran demasiado lejos, demasiado
rápido. Quería tocar, saborear, respirar, todo a la vez, en cada nuevo lugar
de su cuerpo que descubría.
Su vientre era plano, pero también suave, y los músculos bajo su piel se
ondulaban bajo la presión de sus labios. Embriagado por ella, el deseo lo
envolvía con tal fuerza que no pensó en aminorar la marcha mientras bajaba
hasta los suaves rizos que cubrían su sexo.
Smith la respiró mientras la acariciaba poco a poco con la mano y la
sentía húmeda y caliente contra su palma. Había probado el sabor de su
boca, de sus pechos, de la piel tensa de su vientre.
Pero necesitaba probar más.
Con un sonido de intensa y desesperada ansia cubrió su sexo con la
boca, deslizando lentamente la lengua una, dos, tres veces. Sintió que
Valentía lo cogía del pelo para que presionara más su boca contra ella, y
hasta se arqueó para que su lengua la penetrara con más profundidad. Y
cuando sus músculos internos se contrajeron en torno a él y sus gritos de
éxtasis empezaron a resonar en las paredes de la habitación, el placer que le
produjo tener su boca en ella, y sus manos bajo esas suaves caderas, casi le
hizo perder la cabeza.
Tras el clímax, Smith no se atrevía a mover la boca ni apartar la lengua
de su piel suave y resbaladiza. Durante varios minutos, mientras Valentina
yacía relajada y jadeante sobre las sábanas de la cama y él besaba, lamía y
mordisqueaba suavemente la cara interna de sus muslos, y luego los huesos
de la cadera hasta subir al ombligo, se dio cuenta de que nunca se saciaría
de ella.
De algún modo, de alguna manera, tendría que averiguar cómo
convertir esa noche que ella le había concedido en muchas, muchísimas
más. Pero en ese momento apenas podía pensar más allá del ansia de
tenerla.
Y seguir haciéndola suya, como fuera…
CAPÍTULO CATORCE
Valentina bajó la vista y encontró a Smith mirándola fijamente, con unos
ojos aún más intensos de lo normal, tanto que el corazón le dio un vuelco.
Podía ver el deseo en su rostro, sabía que el de ella lo reflejaría en igual
medida y, sin embargo, más allá del deseo había algo que le desgarraba el
alma… un anhelo, un ansia que siempre se había esforzado por mantener a
raya en sí misma. Algo que iba mucho más allá de hacer el amor.
Y que incluía noches invernales envueltos juntos en una manta en el
sofá.
El consuelo de alguien a quien confiar los secretos más profundos y
oscuros.
Tardes en una mecedora cogidos de la mano, con los nietos jugando en
el suelo.
La ternura se apoderó de ella tan rápido como hizo el placer y tiró de él
hacia arriba para darle un beso aún más dulce que los anteriores. Igual de
dulce que la cálida oleada de placer que le siguió cuando las manos de
Smith recorrieron su piel desnuda curva a curva mientras su lengua
provocaba su boca. Podía saborearse a sí misma en sus labios y se
estremeció al recordar la potente visión de tenerlo entre sus piernas,
lamiéndola como si fuera el manjar más dulce que jamás hubiese probado.
Que lo deseara no era algo extraño, Smith era increíblemente atractivo y
sexy. Pero sí le sorprendió la intensidad de su ansia por él… y el hecho de
que ya quisiera más, a pesar de haberlo tenido todo.
Quería muchísimo más.
Por eso, aunque apenas se había recuperado del primer orgasmo, cuando
él deslizó una mano sobre sus pechos y bajó hasta el pliegue entre sus
piernas, abrir los muslos para él y dejarse llevar por las maravillosas y
profundas caricias de esos dedos en su interior le resultó lo más natural del
mundo.
—Dios, Valentina. —Le lamió el cuello, antes de succionar la piel con
sus dientes y labios—. Qué mojada estás. Qué húmeda y caliente para mí.
Cada toque de su mano y de su palma meciéndose sobre su carne
sensible la llevaba más y más alto. Tan arriba que se agarró antes de que
todo se derrumbara a su alrededor. ¿Cómo era posible que pudiese volar tan
alto sin ninguna certeza de volver a tierra entera?
—Smith.
No sabía qué intentaba decirle. No sabía si le estaba suplicando más o
rogándole que se apiadara de ella. Abrió los ojos y supo que lo que veía en
su mirada —el hambre, la emoción, la desesperación— también lo veía él
en la suya.
—Estoy aquí —dijo cuando la sintió tensa, calmándola con su tacto
mientras la hacía volar más y más alto hacia territorios desconocidos—. Ten
un orgasmo para mí, Valentina. Entrégate a mí de nuevo.
Y cuánto deseaba ser completamente suya, aunque solo fuera durante
una noche perfecta.
Así de rápido las defensas de Valentina se disolvieron bajo su roce, su
boca sobre la de ella, sus lenguas resbalando. Y cuando las oleadas de
placer la invadieron de nuevo, se sorprendió al no sentir ni vacío ni la más
mínima vergüenza por cómo se retorcía contra él, más sexual que nunca.
Al igual que había hecho después del primer orgasmo, Smith la acarició
mientras alcanzaba el delicioso clímax y más allá. Una calidez segura pero
a la vez embriagadora la envolvía mientras él comenzaba una lluvia de
besos por los pechos, y luego por las costillas, el vientre y, más allá de su
sexo, le plantó delicados besos en el interior de cada pierna. Al mismo
tiempo que su boca la recorría, sus grandes manos le acariciaban los
músculos, la longitud de los brazos, la espalda y luego ambas piernas,
provocándole una relajación indescriptible.
Le había resultado divertido, sexy y excitante estar desnuda debajo y
encima de su cuerpo mientras Smith seguía totalmente vestido. Pero un
ansia cada vez mayor de tenerlo todo de él también la impacientó y pronto
le estuvo quitando la camisa, sin importarle que saltaran los botones o se le
rompiera una manga.
Mientras la ayudaba a desabrocharle los vaqueros, le encantó el
contraste de las grandes y bronceadas manos de Smith con las suyas,
esbeltas y pálidas. Siempre que estaba a su lado se permitía ser más
femenina y sensual que con cualquier otra persona.
Aunque claro, no es que ella se hubiese permitido ser ese tipo de mujer
con él, ni siquiera esa noche. Smith había exigido esa sensualidad desde el
momento en que se conocieron.
Valentina no era promiscua, pero tampoco había sido ninguna monja la
última década. Sin embargo, estar con Smith era como hacer el amor por
primera vez. Eran más que un hombre y una mujer que no podían resistirse
a estar juntos… era una experiencia milagrosa.
«O, como mínimo», pensó mientras Smith arrojaba la camisa al suelo,
se quitaba los vaqueros y cogía un condón de la mesilla de noche, «él es un
milagro».
Porque nunca había visto un hombre tan bello en toda su vida.
Ya conocía la perfección de su rostro, pero la anchura de sus hombros,
los músculos que ondulaban sobre sus brazos y su estómago sin una pizca
de grasa, sus fuertes caderas y muslos, todo envuelto en una piel
bronceada… era irresistible.
—Ahora necesito un segundo para empaparme yo de ti —dijo Valentina,
mientras él volvía a colocarse sobre ella.
Levantó una mano que temblaba de ansia y excitación para acariciar con
la punta de un dedo la profunda línea del centro de los abdominales.
Levantó la cara para darle un beso en la piel y, con los labios y la lengua,
repasó cada centímetro de esa perfección que acababa de tocar.
—Puede que necesite dos —susurró, al tiempo que los músculos de
Smith se flexionaban y contraían bajo la mano y la boca de Valentina.
—Tómate el tiempo que haga falta.
Su voz sonaba desgarrada por el deseo, y le encantaba saber que era la
responsable de esa excitación. Nunca estaría a su altura a nivel físico —
nadie lo estaría jamás—, pero podía igualar su pasión, su deseo y sus besos.
Aunque su necesidad de él era aún más intensa y profunda, tanto que le
temblaban las manos mientras se las pasaba por el torso. No pudo aguantar
más y tuvo que tirar de la cinturilla de los calzoncillos para arrastrarlos por
toda su erección. Gracias a Dios, un momento después Smith tenía un
condón puesto y estaba de nuevo sobre ella, con las manos a ambos lados
de su cabeza.
No se movió, no empujó dentro de ella, ni siquiera volvió a besarla. Se
limitó a mirarla a los ojos como si buscase una respuesta en ellos que solo
encontraría si buscaba con ahínco y paciencia.
—Valentina.
La forma en que susurró su nombre, con tanta ansia, hizo que cerrara los
dedos con fuerza en los de él y levantase la cabeza para que sus bocas se
encontraran en un beso brutalmente hermoso en el que ambos se mordieron,
se chuparon, tomaron del otro lo que necesitaban y brindaron todo de sí.
No salía de su asombro al sentir por fin el calor de su piel, el vello
oscuro de su pecho, sus músculos moviéndose contra los de ella… y saber
que todas esas fantasías secretas que tenía desde el día en que se conocieron
por fin se estaban haciendo realidad.
Y nunca se había sentido tan viva como cuando se abrió para él y por
fin penetró en su interior. La dilatación de los músculos internos que
envolvían su gruesa y dura longitud intensificó tanto el placer que se le
cerraron los ojos y las caderas se elevaron, como con vida propia para
recibirlo con más profundidad.
Ya completamente conectados, podía sentir los latidos de su corazón
dentro de ella mientras él volvía a pronunciar su nombre, y con eso ya casi
le bastó para explotar. Pero antes de que pudiera emitir el más mínimo
sonido para hacerle saber lo cerca que estaba del límite, su boca cubrió la de
ella en un beso increíblemente dulce y suave, a pesar de la desbordante
pasión que la impulsaba a rodearlo más fuerte con sus piernas.
Y un momento después, cuando por fin separó su boca de la de ella,
todo en su interior se rebeló por haberlo dejado marchar.
Durante semanas había ocultado sus sentimientos por Smith. Había sido
un secreto que intentaba esconder al mundo, en especial a sí misma.
Pero esos secretos guardados con tanto esmero no eran rival para el
deseo.
Valentina le enredó las manos en el pelo y atrajo su boca hacia la de
ella. Ya no le estaba ofreciendo su cuerpo una noche… le exigía que lo
tomase todo de ella. Nunca le había ocurrido algo así. Nunca había sido tan
voraz e insaciable.
Se mecieron juntos en perfecta sincronía, las caderas de ella chocando
con las de él, el cuerpo de ella suplicando cada embestida profunda y dura.
La dulzura se convirtió en la indecencia más hermosa mientras ambos
perdían el control en los brazos del otro.
***
Valentina no recordaba haberse sentido nunca tan bien, tan relajada, tan
satisfecha, a pesar del gran peso de Smith presionándola contra el colchón y
las sábanas enmarañadas amontonadas bajo la pantorrilla.
—Vaya lío hemos hecho con las sábanas —murmuró contra su cuello,
lamiendo el sudor salado justo debajo de su oreja—. Están todas enredadas.
—Bien.
No podía pasar por alto la profunda satisfacción en su voz, ni que la
vibración de su pecho a través del de ella bastó para que su cuerpo saciado
volviera a la vida bajo él.
Sabiéndose a salvo mientras la noche aún les rodeara, y queriendo
aprovechar al máximo cada una de las horas robadas, dijo:
—Ya estoy lista para el postre.
Smith levantó la cabeza y le sonrió.
—Pensaba que eso era el postre.
Presionó su boca contra la de él, y le encantó perderse en su beso.
—No, eso ha sido solo para asegurarnos de que se nos abría el apetito
para las magdalenas.
Le encantaba el sonido de su risa, y aún más saber que lo había
complacido. Porque, Dios, ¡vaya si él la había complacido! Una y otra vez,
con cada caricia, cada beso, cada roce de su cuerpo sobre —y dentro de—
el suyo.
—Las magdalenas están aquí —le recordó ella mientras él cruzaba la
habitación bellamente desnudo hasta su cómoda. Abrió un cajón y sacó
algo.
Tan satisfecha como se había sentido hacía unos segundos, el corazón
de Valentina latía entonces con fuerza y rapidez mientras se preguntaba qué
habría planeado Smith para ella. Y aún más cuando dijo:
—Cierra los ojos.
—¿Por qué?
—Confía en mí, te va a gustar —dijo con una sonrisa.
Que dijera “confía en mí” tan a la ligera hizo que se sentara
rápidamente en la cama y se le apretaran las tripas. Podía entregar su cuerpo
a un hombre con cierta facilidad, pero la confianza era otra cosa.
Pero cuando miró a Smith a los ojos y vio lo que estos le decían, le
sorprendió —de hecho, le impresionó— darse cuenta de que confiaba en él.
Al menos esa noche, en la que podía estar segura de que nada ni nadie se
interpondría entre ellos.
Con una larga exhalación dejó que se le cerraran los ojos y, un momento
después, sintió que algo suave la envolvía. Antes de que pudiera preguntarle
por qué le vendaba los ojos, Valentina olió a azúcar y chocolate.
—Toma un bocado.
Mordisqueó la magdalena que le rozaba los labios y cada una de sus
papilas gustativas entró en ebullición. “Hummm”. Empezó a lamer el
glaseado que se le había pegado a la comisura del labio superior, pero la
lengua de Smith le ganó la partida.
—Delicioso.
Volvió a acercarle el chocolate a los labios y le dio otro mordisco. El
dulce nunca le había sabido tan bien, y estaba deseosa de volver a sentir la
boca de Smith sobre la suya cuando él la sorprendió con la sensación de
algo frío en la punta de un pecho, y un instante después en el otro.
—¿Sabías que la magdalena tenía relleno?
Estaba tan perdida en la embriagadora anticipación de lo que haría que
apenas pudo pronunciar la palabra “No”.
—No puedo decir de qué sabor es. ¿Puedes ayudarme?
—Smith. Por favor.
Otra vez le estaba suplicando pero no le importaba, podía sentir su
cálido aliento sobre la piel y su lengua recorriéndola y lamiendo con avidez
sus sensibles pezones. Se aferró a ciegas a sus hombros cuando le lamió el
otro pecho con la misma fuerza, seducción y perfección.
No acercó su boca a la de ella para volver a besarla hasta que no hubo
limpiado hasta la última gota. La dejó sin aliento y le dijo:
—Dime, Valentina. ¿De qué sabor es?
«De amor».
«Sabe a amor».
Esa palabra prohibida de cuatro letras le vino a la cabeza de improviso,
y no una vez, sino dos, sobresaltándola y poniéndola rígida entre sus brazos.
Notando al instante su angustia, Smith le quitó de los ojos la corbata
que había utilizado como venda improvisada y le pasó las manos
lentamente por los brazos.
—Te prometí que esta noche no haría nada que no quisieras —dijo con
voz tranquilizadora—. ¿Ha sido por la venda?
No, claro que no. Le había gustado mucho esa parte.
Se acercó a él y le rodeó el cuello con los brazos.:
—No has hecho nada mal.
Y así era. A la mañana siguiente, sería ella quien tendría que esforzarse
como una loca para salvarse. Por eso debía alegrarse del pequeño desliz.
Era el recordatorio perfecto de que, aunque le entregara su cuerpo, debía
resguardar su corazón.
Intentando recuperar la jovialidad de unos segundos antes, añadió:
—Pero ahora estoy un poco pegajosa.
Sus ojos intensos la miraron un largo rato, como comprobando que
estaba bien, hasta que sus plegarias para que pasara por alto su extraño
comportamiento fueron escuchadas. La cogió en brazos y la llevó al cuarto
de baño.
Cuando empezó a correr el agua, sus manos le recorrieron la piel y su
boca jugueteó con la curva donde el cuello se unía al hombro. Ella se
arqueó hacia él, y la bañera tenía apenas veinte centímetros de agua cuando
le dijo:
—Te necesito otra vez, Valentina.
—Sí —contestó ella, mientras se introducía con él en el agua poco
profunda—. Otra vez.
Encontró un preservativo, no sabía dónde, y se lo puso justo a tiempo…
en cuanto la penetró, ella explotó en sus brazos. Creyó que esa segunda vez
sería maravillosa, pero no tan especial como la primera.
Y sin embargo, cuando se replegó antes de volver a embestirla con
profundidad y rapidez tuvo que aferrarse a él con más fuerza, y mientras
gritaba de placer por los suaves mordiscos y los dulces tirones de sus labios
en los pechos, unidos al fuerte agarre que sus grandes manos ejercían sobre
las caderas, Valentina supo que su forma de hacer el amor nunca sería
común ni sencilla.
Ni aunque pasaran mil años juntos.
Después, cuando ambos estuvieron limpios y secos y ella se sentía más
agotada que nunca, Smith la llevó con delicadeza de vuelta a las sábanas
enredadas de su cama, la arropó y la estrechó contra él.
Valentina no era de las que podía dormir a gusto si tenía que compartir
la cama con alguien. Ni siquiera con su hermana cuando era pequeña, tenía
pesadillas infantiles y se acurrucaba con ella. Y la decisión de pasar la
noche con Smith no incluía dormir con él. Se suponía que sería solo sexo.
Pero con sus fuertes y cálidos brazos agarrándola, y una de sus manos
rodeando la suya para que reposaran ambas sobre su corazón, no tuvo
fuerzas para luchar contra la intensidad del sueño… ni contra la dulzura de
estar así con Smith.
CAPÍTULO QUINCE
A la mañana siguiente, más dormida que despierta, Valentina se acurrucó
contra el cálido cuerpo que tenía a su lado y suspiró de placer. No fue hasta
que sintió una mano acariciándole el pelo y unos besos suaves presionando
sus párpados cerrados que por fin despertó del todo.
«Oh, Dios», pensó mientras intentaba evitar que su cuerpo se tensara
instantáneamente contra el de Smith, «¿qué he hecho?».
Por supuesto que era consciente de que se había acostado con él. Había
tomado aquella decisión con la mente clara y no se arrepentía, jamás se
permitiría lamentarse por la mejor noche de sexo de su vida. Pero mientras
la luz de la mañana entraba por la ventana de la habitación, en la segunda
planta, se arrepintió de haber roto una regla muy importante: no quedarse a
dormir.
Era una mujer de carne y hueso, llena de hormonas y deseos. Estaba
bien tener una noche de sexo desenfrenado. Mejor que bien, sobre todo si le
servía para no gastar más tiempo y energía pensando en cómo sería hacer el
amor con Smith y volver a centrarse en su vida real.
Pero despertarse en su cama, desayunar, compartir esa parte del día en
la que era más vulnerable… eso ya no estaba tan bien.
Tenía que encontrar la manera de salir de su cama y de su casa sin darle
demasiada importancia a esa única noche juntos.
Pero cuando él le besó suavemente las cejas, los pómulos, la punta de la
nariz y después la barbilla, lo último que quería era abandonar su cama. El
anhelo surgió de nuevo, rápido y ardiente, y deseó con todas sus fuerzas
enredar las manos en su suave cabello y arrastrar su boca hacia uno de los
lugares donde de verdad lo necesitaba.
Cuántas reglas había roto ya por ese hombre… Y cuántas más rompería
si en vez de alejarse de él comenzaba a sumergirse más en sus brazos o a
deslizar una pierna contra él y arquearse contra sus caricias, rogándole más
sin palabras. Que era justo lo que estaba haciendo.
Hasta que el cruel sonido del teléfono la sacó de la neblina de
sensualidad en la que estaba envuelta.
Abrió los ojos de golpe y posó las manos en su pecho:
—Tu teléfono…
—… puede seguir sonando.
Pero estaba demasiado acostumbrada a controlar el horario de su
hermana para perder de vista un evento importante del calendario, incluso
inmersa en la neblina sensual. Le sorprendió haber estado a punto de
olvidarlo. Estaba claro que hacer el amor con Smith le había confundido el
cerebro.
—Tatiana y tú tenéis esta mañana una entrevista telefónica con la
revista Entertainment.
Apenas hubo terminado de pronunciar esas palabras cuando su teléfono
empezó a sonar con el tono de llamada de su hermana. Tatiana había
acudido a un evento para jóvenes actrices revelación en Los Ángeles, de
modo que no solo no sabía que Smith había pasado la noche con Valentina,
menos aún adivinaría que estaba con ella en ese mismo momento. Pero era
lógico que intentara contactar con Valentina para ver si podía localizarlo
porque no había cogido el teléfono para la entrevista.
Quizás Smith pudiera ignorar el teléfono, pero ella no. Y menos una
llamada de su hermana. Se escurrió de debajo de él y trató de no sentirse
avergonzada por su desnudez mientras se apresuraba a coger su bolso al
otro lado de la habitación.
—Hola, Tati. —«Por favor», imploró Valentina en silencio, «no me
hagas preguntas para cuyas respuestas tenga que mentir».
Casi se zambulló bajo las sábanas con el teléfono pegado a la oreja,
mientras Smith la observaba con ojos todavía hambrientos.
—Tengo a Beth de la revista Entertainment en espera —le dijo su
hermana—. No deja de preguntarme cuándo va a llamar Smith. Anoche
cuando fuisteis a Alcatraz, ¿te dijo algo de cancelarla?
—No, no dijo nada de no poder hacer la entrevista. Tal vez vaya con un
poco de retraso. Estoy segura de que nunca te pondría en una situación
incómoda con una periodista cabreada porque no ha aparecido.
Pero en vez de inclinarse para coger el teléfono, Smith le rodeó la
cintura con un brazo y la atrajo contra su cuerpo desnudo —su cuerpo
desnudo, muy duro y excitado—, sorprendiéndola aún más con un suave
beso en la boca.
Un medio grito, medio gruñido salió de sus labios y su hermana
preguntó:
—¿Val? ¿Va todo bien?
—Veré si puedo localizarlo —prometió Valentina a su hermana, antes
de colgarle por primera vez en su vida.
Contenta por la ráfaga de frustración que estaba sustituyendo
rápidamente al deseo, estaba a punto de arremeter contra Smith cuando este
por fin cogió el teléfono de la mesita de noche y empezó a marcar.
—Beth, siento llamar tan tarde.
Pero en vez de soltar a Valentina para poder centrarse en la entrevista, la
atrajo aún más hacia él. Sus brazos la sujetaban por la cintura con firmeza,
y con una de sus piernas ejercía un gran peso sobre las dos de ella.
—¿Cómo está tu hijo? ¿Lo sigue petando en el fútbol?
Lo bastante cerca como para oír las alegres respuestas de la mujer,
Valentina trató de no hacer ruido. Dios no permitiera que ni la periodista ni
su hermana se dieran cuenta de que Smith estaba en la cama con una mujer.
Con ella.
Por supuesto, él no se lo puso fácil para que guardara silencio cuando su
mano acarició lentamente sus costillas, su cintura y la curva de sus caderas.
Temblaba por el esfuerzo de no poder expresar el placer que le producía su
contacto. Sobre todo después de una noche en la que había sido capaz de
dejarse llevar por completo.
A decir verdad, no tuvo más remedio que dejarse llevar.
Pensaba que olvidaría las reglas y preocupaciones solo durante esa
única noche especial. Pero en ese momento, la dulzura de sus caricias no
bastaba para combatir el brutal recordatorio de quién era.
Smith Sullivan, estrella de cine.
«¿Cómo he podido olvidarlo?».
De nada servía en ese momento evaluar los cómos y los porqués. La
cuestión era que lo había olvidado. Y, lo que era aún más importante, no
podía volver a olvidarlo nunca más.
Al menos en el plató lo veía siempre en su rol de productor, director o
actor. En cambio, con su familia, en Alcatraz, en el barco y, sobre todo, en
la cama, Smith era sencillamente un hombre maravilloso.
Por no hablar del hombre más sensual y persistente, hasta un poco
exasperante, que había conocido.
Por supuesto, a pesar de todas las severas advertencias y recordatorios
que acababa de darse a sí misma, durante esos largos minutos que
parecieron horas en que charlaba con su hermana y la periodista el cuerpo
de Valentina siguió calentándose unos cuantos grados. Smith ni se acercó a
sus pechos ni entre las piernas, pero era casi peor porque las partes que
omitió le palpitaban, se hinchaban de anhelo, mientras rezaba para que
terminara la entrevista.
Aunque en el fondo de su corazón no quería que acabara nunca. Porque
entonces tendría que apartarse de los brazos de Smith.
Por fin, cuando podría jurar que había recorrido con sus manos cada
centímetro de su piel menos los que ella estaba desesperada por que tocara,
dejó por fin el teléfono… y volvió a centrarse en ella.
—Lo siento. Bueno —dijo mientras la yema de sus dedos dibujaban un
rastro de piel de gallina sobre la delicada cara interna de su antebrazo—,
¿en qué estábamos?
Respiró hondo, demasiado agitada:
—Me estaba yendo.
La mayoría de los hombres habrían estado más que felices de liberarse
de su aventura de una noche. Maldita sea, cualquier hombre del planeta se
habría limitado a decirle que cerrase la puerta al salir… y cualquier mujer
del planeta le habría suplicado a Smith que la dejara quedarse más rato.
Cuando se le ocurrió que tal vez por eso encajaban tan bien, porque
ninguno de los dos se comportaba como se esperaba de ellos, luchó por
apartarlo.
La mano de Smith no se quedaba quieta sobre su piel. Las continuas
caricias lentas y apasionadas la calentaban más con cada recorrido por sus
curvas mientras le decía “No quiero que te vayas” en una voz baja que le
recorrió la espina dorsal y la piel.
—Ya sabes lo que acordamos anoche —le recordó ella.
—Sé lo que acordamos —dijo— pero eso fue antes.
Esa única palabra —antes— y todos los recuerdos del después que
incluían su boca, sus manos, o su cuerpo sobre el de ella, le obligaron a
reconocer en silencio su propia estupidez.
¿De verdad había creído que podría obtener de él en una corta noche lo
que necesitaba para saciarse, sacarse las ganas y purgar el deseo de su
organismo? ¿Es que no sabía desde el primer momento que sentir sus besos,
sus manos acariciando su piel, y su cuerpo apretándose duro y perfecto
contra el de ella sería como una trampa?
Una de la que nunca jamás querría salir.
No negaría que entre el trabajo en el plató y la cena a la luz de la luna
en las rocas de Alcatraz, se habían hecho amigos. Y ser la amante de Smith
era algo extraordinario.
Concederle su cuerpo, su risa y su compañía era una cosa. Entregarle su
corazón era otra totalmente distinta.
Porque por mucho que le gustara estar con él, por muy maravilloso que
hubiera sido hasta entonces, al fin y al cabo, seguía ejerciendo la única
profesión en la que el amor eterno no existía. La madre de Valentina había
querido creer demasiadas veces en esa falsa ilusión del amor eterno. Pero
querer creer en el cuento de hadas no bastaba para hacerlo realidad.
Y lo que era peor, todo terminaría siendo grabado y fotografiado por
paparazzis y periodistas que alimentaban a un público que no podía vivir
sin conocer la vida privada de los famosos.
—Lo de anoche fue increíble. —No tenía sentido fingir que no lo había
sido—. Pero eso no cambia quién eres. O quién soy yo. —Pero cuando su
aplastante lógica no lo convenció para que levantara sus extremidades de
donde todavía la tenía apretada en la cama junto a él, la frustración por lo
mucho que quería quedarse le hizo decir—: Tendrías que haberme dejado ir
durante la entrevista. No es justo que me retuvieses aquí.
Smith la puso boca arriba, y le sujetó las manos por encima de la cabeza
tan rápido que se le escapó el aire de los pulmones.
—¿Justo? ¿Crees que algo de esto es justo? —Sus ojos se volvieron casi
negros un instante antes de tomarla con su boca en un beso rudo, uno que
había perdido cualquier barniz de dulzura—. ¿Crees que es justo que me
esté enamorando de una mujer que no quiere nada conmigo solo por mi
trabajo?
Esa vez le mordisqueó el labio inferior antes de volver a besarla, lo que
hizo que su boca respondiera a la embriagadora mezcla de placer y dolor. Y
cuando él le acarició el pecho con la mano que tenía libre, a pesar de la
alerta que resonaba en el fondo de su cabeza de que debería estar asustada
de ese hombre que acababa de perder el control y estaba pagando su
frustración con ella, Valentina se arqueó ante el contacto.
¿Cómo podría tenerle miedo? Había sido muy amable y dulce desde el
principio. La abrazó cuando habló de su padre. Había tratado a su hermana
como la preciosa joya que era. Y lo que habían compartido esa noche nunca
podría malinterpretarse como algo únicamente sexual… porque habían
hecho el amor, desde el primer beso hasta el último suspiro de placer.
La lengua de ella se enredaba con la suya mientras él bajaba la mano
por su vientre y más abajo antes de separar la boca, con los ojos ardientes
de calor, frustración y un deseo sin límites mientras la miraba con
intensidad.
—¿Es justo que no pueda dejar de pensar en ti ni un segundo cuando
estoy trabajando en la película más importante de mi vida y no debería estar
pensando en otra maldita cosa?
Si no le estuviera sujetando las manos con tanta fuerza por encima de la
cabeza, habría buscado su rostro para consolarlo. En lugar de eso, lo único
que pudo hacer fue un gesto de negación con la cabeza:
—No. —Tragó saliva ante la fuerte emoción que se reflejaba en el
rostro de él, de una belleza impactante, y también ante los poderosos
sentimientos que se agolpaban en su interior—. No es justo.
No podía hacer que las cosas fueran justas para él, no podía darle lo que
parecía querer, no podía prometerle un futuro en el que no importara su
fama ni lo complicadas que fueran su vida y su carrera.
Lo único que podía entregarle era su cuerpo, para que le diera placer
una vez más.
Smith era mucho más grande y fuerte que ella, pero la pasión —junto al
dolor de saber lo mucho que lo había herido esa mañana al querer
marcharse en cuanto se despertó— le dieron fuerzas para tumbarlo de modo
que él quedara boca arriba y ella a horcajadas. Sus manos aún le aferraban
las muñecas, pero las palmas de Valentina descansaban sobre el pecho de
Smith, justo donde su corazón latía a toda velocidad.
Con los muslos abiertos por encima de su cuerpo, encontró su dura
longitud y empezó a frotarse contra él, sin acogerlo dentro sino
deslizándose arriba y abajo por su grueso mástil una y otra vez hasta que
ambos estuvieron jadeando. Al mismo tiempo, Smith le sujetaba las manos
en su pecho mientras su vientre se contraía y se mecía con más fuerza sobre
él. Con la otra mano le agarró las caderas con fuerza para ayudarla a llegar
a un clímax que sorprendió a Valentina, pues no lo vio venir. Gritó su
nombre cuando atravesó el límite del placer, con el firme cuerpo de Smith
bajo el suyo mientras disfrutaba de una oleada tras otra de dulces
sensaciones.
Hasta que no volvió por fin a la tierra no se dio cuenta de que él había
invertido de nuevo sus posiciones, y estaba tumbada de espaldas en la
cama. Su cuerpo aún vibraba por la increíble fuerza de su inesperada
liberación cuando sintió que él se movía ligeramente hacia un lado, oyó un
cajón que se abría y un envoltorio que se rasgaba. Todo su cuerpo se apretó
con fuerza y volvió a abrirse para él, en espera de un placer aún más intenso
y embriagador.
***
***
***
Un golpe del más puro deseo sexual abatió a Valentina ante el leve roce de
los dedos de Smith… y de sus muy sensuales palabras.
Aún sentía el placer de la noche del viernes y la mañana del sábado
fresco en la piel, un cosquilleo que le recordaba lo hermoso que fue cada
momento en brazos de Smith. Su cara la delataba y lo sabía, y también el
rubor de su piel o cómo se estremecía de pasión cada vez que se le
acercaba. Ningún hombre le había hecho sentir tan femenina y consciente
de sus curvas, de su suavidad, de su calor.
Sin embargo, no era solamente el deseo lo que hacía que le flaquearan
las rodillas. Ojalá fuese solo eso, porque entonces podría atribuirlo a la
atracción física que cualquier mujer tendría por Smith Sullivan.
No, era la dulce promesa en sus ojos, que siempre la tocara con tanta
delicadeza y la emoción en su rostro cada vez que la miraba lo que la tenía
balbuceando y a su corazón desbocado.
A Valentina no le gustaba verse como una cobarde, aunque el corazón le
latía más deprisa que nunca y apenas podía contener las ganas de darse la
vuelta y bajar corriendo cinco tramos de escaleras. Se juró a sí misma que
esa era la única razón por la que dejaría que Smith se saliera con la suya en
la sección de lencería de los grandes almacenes más extraños y
maravillosos en los que jamás había estado.
Y no el secreto y maravilloso pensamiento de que, de todas las mujeres
del mundo que podría haber tenido —supermodelos, famosas de
deslumbrante belleza— la había elegido a ella.
Aunque a decir verdad, la resolución de permanecer a su lado mientras
él cogía lo que le parecieron casi todos los sujetadores y bragas de la quinta
planta, cada prenda más exquisita que la anterior y todas exactamente de su
talla, puede que también tuviera algo que ver con su debilidad por la
lencería.
Una debilidad que solo rivalizaba con la necesidad de tomar algo dulce
a primera hora de la mañana… y su creciente y casi desesperada debilidad
por el hombre que tenía a su lado.
Por suerte, en vez de decirle más cosas sensuales, que bien podrían
haberla tentado a perder todo su autocontrol y arrastrarlo a un probador, la
acribilló a preguntas:
—¿Tuviste perro de niña?
—No, pero nuestro gato era tan grande como un perro e intimidaba a
cualquiera que se acercara a la puerta de casa.
—¿Cuál era tu asignatura favorita en el colegio?
—Física.
—Me encanta que siempre me sorprendas —dijo con una sonrisa—.
Ahora dime por qué física, y no lengua, historia o matemáticas.
Se encogió de hombros, sintiéndose un poco tonta:
—Al principio no le encontraba la lógica a eso de las trayectorias y
aceleraciones, hasta que un día, de repente, lo entendí. Creo que me sentí
invencible después de sacar un sobresaliente, en plan “si me esfuerzo y no
bajo los brazos no hay nada que no pueda descifrar”. —Tenía muchas ganas
de saber más de él, de modo que aprovechó la oportunidad para preguntarle
—: ¿Y tú?
—Me gustaba cualquier cosa en la que pudiera ponerme delante de la
clase y hacer el ridículo. Actuar. Bailar. Improvisar. El coro del colegio. El
resto del tiempo me lo pasaba en un campo de fútbol, de béisbol o jugando
al baloncesto. Pero si hubiera sabido que había una chica como tú en el
laboratorio, física habría pasado a encabezar mi lista.
Estaban en medio de una tienda donde cualquiera podía verlos o
hacerles una foto, pero a pesar de todos los temores que tenía sobre Smith,
y de lo que le enseñaron en clase de física, no encontraba la forma de
detener la gravedad.
Porque, oh, cómo deseaba sentir sus manos en la cintura, su boca en la
de él; y se estaba inclinando más cerca para hacer justo eso cuando su
teléfono sonó de repente, un tono de llamada muy estridente que indicaba
una emergencia en el set de grabación.
Con una maldición, Smith se apartó y contestó. Cuando colgó un
minuto más tarde, había deducido de su mitad de la conversación que uno
de los equipos de iluminación, que les había dado problemas desde el
primer día, se había sobrecalentado y llevado por delante la mitad de la
electricidad del plató.
—Te llevaré al estudio —ofreció ella inmediatamente.
—Quiero que termines tus compras —respondió—. Cogeré un taxi. —
En ese momento no la agarró, pero habría sido más fácil si lo hubiera hecho
en lugar de decirle en ese tono de voz tan bajo que le hacía sentir
escalofríos por toda la piel—: Me ha encantado pasar la tarde contigo,
Valentina. Tanto que esta noche te echaré aún más de menos que de
costumbre.
—No me eches de menos, Smith. Por favor, no —le suplicó, en parte
porque no soportaba hacerle daño, pero también porque el hecho de que él
deseara estar con ella hacía a sus propios deseos imposibles más difíciles de
ignorar.
—¿Mejor si te digo que estaré esperando a que vengas a mí?
—«¿Esperándola? ¿A ella?». Oh Dios, no sabía qué responder, menos aún
después de que añadiera—: Debo advertirte que no se me da bien esperar. Y
menos cuando todas las voces dentro de mi cabeza me dicen que tome lo
que ya es mío.
Antes de que pudiera contestar, él se había ido en otro de sus
perfectamente calculados mutis, que la dejó sintiendo como si su corazón
pendiera de un hilo.
Uno muy, muy fino.
La cabeza le daba vueltas, y sintió la tentación de volver a enterrarse en
trabajo o en un baño caliente. Pero como era su única oportunidad de hacer
el resto de las compras navideñas, se obligó a echar un vistazo al resto de
las maravillas que albergaba Gump’s.
Valentina estaba a punto de pagar los regalos que había comprado
cuando vio algo junto a la caja registradora: un puzle de Alcatraz.
Aún no había decidido qué regalarle a Smith para la fiesta de Navidad
del reparto y el equipo de producción. El puzle sería perfecto. Y mientras le
pedía a la mujer que estaba detrás del mostrador que se lo envolviera
también, de repente se preguntó si la gravedad estaría tan relacionada con lo
eterno como con el primer arrebato de estar enamorado.
Cuando llegó a casa un rato más tarde y sacó los regalos que había
comprado, volvió a sorprenderse… esa vez quitando una capa tras otra del
bonito papel de seda para descubrir la lujosa lencería de encaje que Smith
había conseguido que el personal de Gump’s metiera en sus bolsas de la
compra sin que se diera cuenta.
***
1. Nota de la Traductora: Gump’s es una legendaria tienda de San Francisco que vende artículos
para el hogar, regalos exclusivos, joyas y ropa, muy popular en navidades por su elaborada
decoración.
CAPÍTULO DIECIOCHO
Ninguno de los dos podía apartar la mirada del otro. El vínculo y la
atracción entre ellos era ya demasiado fuerte. Y mayor que las buenas
intenciones de ambos: la de ella de mantener las distancias y la de él de ser
paciente.
Al final, Smith no supo quién dio el primer paso, si fue él quien rodeó
su cintura con las manos para atraerla o ella quien deslizó las manos por su
pelo. Eso ya era irrelevante.
Lo único que importaba era que volvía a tenerla en sus brazos.
Su boca era suave, sus labios dulces por el caramelo que se habría
comido aquella mañana, su sabor aún más seductor de lo que recordaba. La
necesitaba con demasiada urgencia como para pensar en sutilezas, y por
suerte cuando la cogió en sus brazos Valentina se sentó en su regazo
mientras se le subía la falda por esos hermosos muslos.
Aun así, podría haber sido capaz de mantener la compostura al menos
un poco si no hubiera tocado el borde de encaje de una liga, que luego se
inclinó para ver. Maldijo por lo bajo, al borde del dolor, mientras recorría la
delicada prenda del muslo con la yema de los dedos. Qué suave y cálida era
su piel, y el volver a tener las manos sobre ella le arrancó unos pequeños
jadeos de placer.
La poca paciencia que le quedaba desapareció, y con un rápido tirón le
subió la falda a la cintura y la cogió por las caderas.
«Madre mía», no solo se había puesto la lencería que le había
comprado… se había puesto las medias y las bragas más sexys de todas las
que le había elegido. Si no fuera por los duros entrenamientos a los que se
sometía cada mañana, su corazón se habría parado en ese mismo instante.
—Dios, eres impresionante.
Sus dedos se movieron desde el borde de encaje de la liga, subiendo por
la suave piel de la cara interna del muslo hasta rozar el borde interior de las
bragas. Ya podía sentir lo mojada y preparada que estaba cuando ella gimió
suavemente y se meció contra su mano.
—Enséñame más. —Le dio un mordisco en la parte inferior del cuello
mientras le rogaba que acabara con su sufrimiento—. Por favor, Valentina,
necesito ver más de ti.
Lo miró fijamente con sus grandes y hermosos ojos:
—Esto es una locura —susurró—. Una auténtica locura —volvió a decir
—, pero no puedo dejar de desearte.
Con dedos temblorosos empezó a desabrocharse la blusa, y Smith no
solo se deleitó con cómo le revelaba centímetro a centímetro su piel sedosa,
sino que también disfrutó de que admitiera lo mucho que lo deseaba a pesar
de todas sus razones para no hacerlo. Sabía lo cautelosa que era con los
actores, con estar bajo los focos, y sin embargo allí estaba una vez más.
Tenía que hacerle ver que no podía vivir sin él… y que estar juntos bien
merecía pasar por todas las molestias e inconvenientes que conllevaba su
vida.
Se moría de ganas de saborearla, de oír sus sonidos de placer cuando
alcanzara el éxtasis en sus brazos, pero de alguna manera se las arregló para
aguantar hasta que su blusa estuvo abierta casi hasta la cintura.
—Valentina.
Con una mano deslizándose por el calor resbaladizo entre sus muslos,
levantó la otra para cubrir la turgencia de sus pechos, tan magníficamente
expuestos en un sujetador que apenas le cubría los pezones. Se inclinó para
llevarse uno de esos deliciosos picos a la boca, ciñendo un pecho en una
mano mientras su lengua se deslizaba bajo el encaje para deslizarse sobre la
hermosa y excitada carne.
Pero en vez de saciarlo, saborearla lo puso aún más hambriento y
desesperado, tanto que no pudo mantener la mano quieta en su centro ni
pudo evitar que sus dedos jugaran sobre su excitación y se deslizaran firmes
y rápidos dentro de ella.
E igual de rápido, con los dedos en su interior y su boca en la de ella,
Valentina explotó rodeándole con fuerza los hombros, arqueando cuello y
espalda para acercar los pechos a su boca y meciendo las caderas contra las
de él.
Quería paladearla, tomarse horas para complacerla una y otra vez, para
disfrutar cada centímetro de su belleza y su dulzura. Pero a los tres días —y
noches— que le había hecho esperar para volver a tenerla le habían sobrado
tres y, tal como le dijo en la tienda el día anterior, no tenía mucha
experiencia esperando.
Mantuvo la cabeza fría el tiempo suficiente para sacar del bolsillo
trasero un preservativo, que había estado rezando por tener la oportunidad
de usar pronto, bajarse la cremallera de los pantalones y ponérselo. La boca
de Valentina encontró la suya justo cuando él volvía a subir las manos a la
cintura para montarla sobre su ingle. En menos de lo que dura un suspiro,
ella estuvo acogiendo su erección.
Sus bocas chocaron con la misma ferocidad que el resto de sus cuerpos,
y la fuerza de las embestidas eran un reflejo de lo que ocurría con las
lenguas dentro de sus bocas. Cuando ella se apoderó del ritmo, aferrándose
a los hombros de Smith con fuerza, sus muslos fuertes y tensos se movían
sin descanso. Smith le soltó la cintura para acariciarle los pechos, pero el
encaje no era ni de lejos tan suave como su carne. Con un gruñido apartó la
tela para cubrirlos con la boca y las manos.
Justo en el momento en que su lengua y sus dientes alcanzaron un
pezón, ella se arqueó hacia atrás y hacia abajo, acogiéndolo tan
profundamente que cuando empezó a explotar de nuevo entre sus brazos, él
no tuvo más remedio que perderse por completo dentro de ella.
***
***
***
Lori y Smith se dirigían a su despacho cuando ella lo cogió del brazo con
una enorme sonrisa y le dijo:
—Eres el misterioso chico que Valentina no puede quitarse de encima,
¿verdad?
Sabiendo que Lori estaba claramente rebosante de alegría al darse
cuenta de que era el no-novio de Valentina, Smith murmuró:
—Esto te está alegrando el día, ¿verdad, Pilla?
—¿Estás de broma? Acaba de alegrarme el año —bromeó antes de
añadir—: Valentina es guapa, pero no es para nada el tipo de mujer con la
que sueles salir.
Lori tenía razón. Por lo general, se inclinaba por mujeres que se
parecían más a la hermana menor de Valentina. Pequeñas y con curvas, no
altas y estilizadas.
—Valentina es difícil de encasillar —le dijo a Lori, tan atraído como
frustrado por ese hecho—. Nunca había conocido a nadie como ella.
Cuando entraron en su despacho, Lori se percató inmediatamente del
desorden que había en el escritorio y el suelo, donde aún estaban los
papeles y la grapadora de aquella mañana, así como del hecho de que la
mesa estaba colocada en un ángulo extraño. Quedaba muy claro lo que
Valentina y él habían estado haciendo.
—¿La primera mujer que de verdad te importa, y lo mejor que puedes
hacer es arrastrarla aquí para echar uno rapidito en tu escritorio? —Lori
sacudió la cabeza, decepcionada—. No es de extrañar que aún no lo tenga
claro.
Maldita sea, no soportaba tener que estar de acuerdo con el molesto
análisis de la situación que hacía su hermana.
Ganarse a Valentina estaba resultando muy, muy difícil. Al menos fuera
del dormitorio. Le tentaba mucho, más allá de lo razonable, mantenerla
desnuda y jadeando hasta que por fin aceptara que lo que tenían era más
que un simple rollo de rodaje.
Pero como el sexo no era el problema, estaba claro que más sexo
tampoco iba a solucionarlo.
Sabía que Valentina confiaba en él con respecto a su hermana… pero
aún quedaban las preguntas más importantes: no solo cómo lograr que le
abriese su corazón, sino también cómo hacerle creer que juntos podrían
encontrar una forma de eludir los focos.
—Me gusta Val —dijo Lori—. Me gusta mucho. Tanto, de hecho, que
no me importaría que me hiciera compañía en las reuniones familiares de
los próximos cuarenta o cincuenta años. —Su hermana le clavó una mirada
afilada—. Por eso espero de corazón que tengas un plan mejor que eso. —
Volvió a señalar su escritorio con otro movimiento defraudado de cabeza.
Se quitó la corbata que siempre llevaba su personaje, Graham, y se miró
al espejo con el ceño fruncido. No le gustaba que lo que Lori decía fuera tan
sensato: que mantuviese las manos alejadas de Valentina hasta convencerla
de poder mostrarle al mundo que estaban saliendo en vez de ocultar por el
plató un romance clandestino.
Pero mientras arrojaba la chaqueta del traje de su personaje sobre la
silla de su despacho, se negaba rotundamente a renunciar a esos valiosos
momentos en los que Valentina bajaba sus muros, se abría y conectaba con
él. Tal y como le había dicho aquella tarde, no iba a renunciar a encontrar
ese camino aún oculto hacia su corazón.
Lori se colocó detrás de él y le rodeó la cintura con los brazos:
—Créeme —dijo con un suspiro de conmiseración—, si alguien sabe
cómo te sientes, soy yo. El amor es lo peor, ¿verdad?
—No —le dijo a la hermana pequeña a la que tanto quería—, el amor es
lo mejor.
Y ya encontraría la forma de lidiar con el resto.
***
***
***
Después de que Smith le diera las buenas noches a Tatiana, los segundos
que esperó a oír cómo se cerraba la puerta de su habitación le parecieron
horas. Finalmente cruzó el pasillo en dirección a Valentina, abriendo y
cerrando la puerta en silencio.
En la oscuridad apenas pudo ubicarla, enroscada bajo las sábanas. El
corazón le dio un vuelco al verla dormir. Qué hermosa era, y cuánta paz
emanaba de su respiración profunda y regular. Su largo pelo estaba
esparcido por la almohada, y la pequeña sonrisa en su cara le hizo esperar
que estuviera soñando con él.
Se deslizó detrás de ella, sintiendo su aroma dulce y embriagador. No
quería despertarla, sabía lo mucho que ambos necesitaban descansar, pero
tenía que abrazarla.
—Has venido.
La voz de Valentina fue somnolienta, y tan puñeteramente seductora que
hizo arder las pocas células de su cuerpo que aún no estaban en llamas.
Dando gracias a Dios porque no estuviera enfadada con él por haberse
colado sin invitación en su cama, no pudo evitar pasar una mano despacio y
con suavidad por sus elegantes curvas. La deseaba con desesperación, pero
esa oportunidad de tumbarse con ella era tan valiosa que renunciaría
encantado a hacer el amor con tal de poder abrazarla.
Smith siempre había pensado que tenía a las mujeres bajo control, que
eran una necesidad que podía activar o desactivar a voluntad, que ninguna
mujer podría causarle dolor.
Valentina le había demostrado que estaba equivocado. De cabo a rabo.
Así fue como supo con certeza que estaba enamorado de ella. Y el amor,
como había visto primero con sus padres y luego con sus hermanos y sus
parejas, bien valía la pena y el dolor, valía absolutamente todo.
Le dio un beso en el hombro y luego en la sensible piel de la curva del
cuello. Ella se estremeció y se giró para rodearlo con los brazos, de modo
que sus pechos se apretaron contra el pecho de Smith y sus piernas se
deslizaron contra las de él. Susurró su nombre, pero sabía que estaba más
dormida que despierta.
—Shhh —murmuró contra sus labios antes de estamparle un tierno beso
y sentir cómo volvía a dormirse con la misma rapidez—. Estoy contigo.
Para siempre, si ella lo permitía.
CAPÍTULO VEINTIUNO
Cuando Valentina se dirigía a su oficina en el plató la tormenta ya se había
desvanecido y un cielo azul claro y un aire fresco y limpio envolvían San
Francisco. Sacó el portátil del bolso y lo dejó sobre la mesa, con la piel
todavía irritada por el sexo lento y dulce que Smith le había hecho un rato
antes.
Cuando se metió en su cama en la oscuridad no la despertó, solo la
estrechó en sus fuertes brazos. No recordaba haber dormido nunca así de
bien y profundo. Tampoco recordaba haberse despertado nunca así de
ansiosa, hambrienta, tan preparada para ser tocada, besada, acariciada,
amada por un hombre.
En la primera noche que pasaron juntos —y en todos los rapiditos que
se sucedieron después— había habido tentación, descubrimiento y un placer
ineludible. Pero esa mañana, el ansia que sentían el uno por el otro era tan
imperiosa que ninguno de los dos podía o quería negarla.
Incluso en ese momento, echando la vista atrás, ese encuentro amoroso
parecía más un sueño que algo que hubiera ocurrido en realidad. En
perfecto silencio, sin apenas moverse, habían unido sus cuerpos natural y
perfectamente. Se ajustaban el uno al otro como si hubiesen nacido para
ello.
Se llevó la mano al hueco en la garganta donde Smith le había dado
incontables besos mientras ella se arqueaba, y sintió que su corazón latía al
mismo ritmo que cuando él la besaba. No con rapidez, sino con un calor
lánguido que aumentaba con cada lenta incursión de su cuerpo en el de ella.
No podía recordar cómo eran sus mañanas antes de él, apenas podía
concebir un tiempo en el que Smith no era suyo.
Los primeros rayos de sol habían atravesado la oscuridad mientras se
entregaba a él. Su boca había aplacado sus sonidos de placer, su lengua
contra la de ella la había llevado aún más alto antes de que Smith también
se entregara completamente.
Lo único que quería era permanecer abrazada a él para siempre, y
olvidar el resto del mundo en su paraíso privado.
Pero no podía olvidar que tenía que atender una llamada temprano.
Además de llegar pronto al plató para apoyar a Tatiana en lo que
seguramente fuera un día difícil. Puede que el más difícil de todo el rodaje.
Además, si Tatiana había visto a Smith saliendo de su dormitorio, se
desvelaría su secreto… y Valentina tendría que darle muchas explicaciones
a la única persona a la que había jurado no guardar secretos.
Cuando Smith se presentó en su casa la noche anterior, estaba segura de
que era para exigirle una explicación acerca de sus contradictorios
sentimientos. Sin embargo, por la mañana se limitó a decir:
—Hoy, cuando Tatiana y yo grabemos…
Le tapó la boca con un beso para evitar que siguiera hablando. Rodar
escenas de sexo era parte de su trabajo. Y como ella no había logrado
mantener la guardia alta durante las últimas semanas, tendría que encontrar
una manera de lidiar con eso, ¿no?
Cuando por fin se apartó de su irresistible boca, Smith se limitó a
dedicarle una de esas sonrisas que le robaban el aliento y añadió:
—Me haces muy, muy feliz, Valentina.
La besó una vez más, y un momento después regresó a la habitación de
invitados, que no había utilizado, para darse una ducha rápida y salir por la
puerta principal.
Solo Dios sabe cuánto tiempo estuvo Valentina soñando despierta con
las manos sobre el teclado del ordenador antes de que, haciendo acopio de
su gran fortaleza mental, cruzara a paso ligero el aparcamiento hasta la
caravana de su hermana. Se detuvo frente a la puerta, tomó aire y esbozó
una sonrisa antes de llamar.
Cuando su hermana le abrió, notó que llevaba una bata de seda azul. A
Valentina se le cortó la respiración. Nunca había visto a Tatiana más bella,
resplandeciente e inocente, a la vez que su sensualidad había sido realzada
con maquillaje, ropa y un peinado profesional.
—Estás preciosa, Tati.
Su hermana se mordió el labio:
—Dime que la grabación irá bien, ¿vale?
Dios, no podía hacer otra cosa que abrazarla, sonreír como si no fuera
para tanto y decir:
—Claro que sí. Sois dos profesionales haciendo vuestro trabajo. Ya
sabes, se dice que grabar una escena de sexo no es tan distinto a rodar una
pelea. Un brazo aquí, una pierna allá…
—Vas a estar conmigo todo el tiempo, ¿verdad?
El plató era el último lugar del mundo en el que Valentina quería estar
ese día. Solo de pensar en la boca y las manos de Smith sobre su hermana,
su estómago estuvo a punto de vaciar la nada que había comido. Era un
estudio cerrado, y solo los integrantes más esenciales del elenco y del
equipo de producción estarían presentes.
—Por supuesto que sí —prometió—. Y no me moveré ni un centímetro
hasta que termines. —Pero como vio que su hermana seguía intranquila,
añadió—: Estoy segura de que será tal y como dijo Smith: os parecerá una
partida de Twister. —Valentina se obligó a ponerle un toque de humor—:
Pero él no sabe cómo de en serio nos tomamos las Landon el Twister.
Cuando Tatiana se rió y cogió el guión para releerlo unos minutos más,
Valentina exhaló un silencioso suspiro de alivio.
Lo siguiente era encontrar una forma de convencerse a sí misma de que
todo eso que había dicho del Twister era verdad. Valentina había intentado
fingir que ese día no llegaría. Pero ignorarlo no había hecho que
desapareciera.
Cuando Tatiana comenzó su carrera como actriz, Valentina la obligó a
cumplir una regla muy estricta: daba igual lo que le prometiera un estudio o
un productor, nunca rodaría escenas de sexo siendo menor de edad. Si la ley
no le permitía beber alcohol, tampoco podía quitarse la ropa en un plató
delante de desconocidos y revolcarse desnuda para que millones de
espectadores salivaran delante de una pantalla gigante.
Valentina no esperaba —ni quería— que su hermana fuera siempre una
niña. Al contrario, celebraba que se hubiera convertido en una joven
encantadora, a pesar de las presiones de Hollywood para convertirla en un
calco de cualquier otra actriz.
Pero una vez que Tatiana podía beberse una copa de vino en un
restaurante, las escenas de sexo podían estar sobre la mesa.
También reconocía que no se podía calificar de gratuita la escena de
sexo. Por el contrario, era una parte crucial de la trama y del desarrollo de
los personajes de Jo y Graham, que pasaban de ser amigos a amantes.
Sin embargo, no sabía cómo soportaría verlo hacerle el amor a su
hermana. Y peor aún, teniendo en cuenta que tenía que ser uno de los
momentos más aterradores de la carrera de Tatiana hasta el momento,
¿cómo podría perdonarse a sí misma por preocuparse más por sus propios
sentimientos que por los de ella?
Cuando el ayudante de producción fue a buscar a su hermana, por
suerte, parecía tan relajada como si estuviera a punto de rodar un anuncio
de dentífrico.
Mientras que Valentina parecía que se dirigía a una endodoncia… sin
anestesia.
***
***
***
Media hora más tarde, cuando ya tenían la ropa puesta y les rugía la barriga,
Smith la miró con clara incredulidad en los ojos:
—¿Aquí es donde me traes a nuestra primera cita oficial?
Los niños entraban y salían a toda prisa del ruinoso edificio seguidos
por padres demasiado atareados como para percatarse de la presencia de la
estrella de Hollywood.
Valentina se sonrojó:
—A Tatiana y a mí nos vuelve loca el minigolf. Empezó cuando éramos
niñas y nunca lo dejamos. Además, cuando venimos aquí a nadie parece
importarle quién es ella, así que pensé…
No tuvo la oportunidad de terminar su extraña explicación porque la
sonrisa de Smith era kilométrica:
—Pensaste muy bien.
Y entonces tiró de ella hacia el interior con la misma emoción que los
niños de ocho años con tremendos subidones de azúcar por los granizados y
las piruletas. El olor de los perritos calientes y las patatas fritas le hizo rugir
el estómago, y se alegró mucho cuando Smith pidió comida para los dos.
Después del largo día que habían tenido, comida basura era justo lo que les
había recetado el médico.
El chico que trabajaba en la caja estaba haciendo su trabajo hasta que
finalmente se dio cuenta de a quién tenía enfrente:
—Oh tío, eres Smith Sullivan.
—Encantado de conocerte, Mark —dijo Smith, fijándose en la etiqueta
con el nombre en su camisa azul claro.
—¡Mis amigos van a flipar cuando se enteren de que estás aquí! La
mejor película que vimos el año pasado fue Fuerzas de destrucción.
Mark estaba cogiendo su teléfono cuando Smith dijo:
—¿Puedo pedirte un favor especial?
—Claro. Lo que sea, amigo —respondió el chico asintiendo.
Smith bajó la voz y actuó como si ella no pudiera oírlo:
—Es mi primera cita con alguien muy importante y tengo mucho miedo
de fastidiarla. Me encantaría tener un poco de discreción esta noche para
causarle una buena impresión.
Los ojos del chico se agrandaron cuando por fin vio a Valentina de pie
junto a Smith en el mostrador. Tras unos segundos en los que la estudió
como si fuera un insecto bajo un microscopio, se inclinó hacia Smith y le
dijo en un susurro escénico:
—Tío, está buena.
Con el mismo tono, Smith dijo:
—Lo sé. Muy buena. —Una vez que se hizo su colega, añadió—:
Entonces, ¿cuento contigo?
—Claro —dijo el chico—. No hay problema.
—Gracias. Y si quieres pasarte por el plató algún día, ¿por qué no me
das tu número y te llamo para quedar?
—¿En serio? —El chico garabateó su número en una servilleta y añadió
—: Me aseguraré de que nadie os moleste esta tarde.
Después de que les trajera la comida y se sentaran, a pesar de lo
hambrienta que estaba, Valentina sabía que no podría comer nada. Todavía
no.
—No te preocupes, nada podrá arruinar nuestra primera cita.
Smith tampoco cogió su comida:
—¿Estás segura?
La mirada en sus ojos le recordó de repente la forma en que la había
mirado cuando hicieron el amor, como si no pudiera imaginarse la vida sin
ella.
Quizá antes de esa tarde le habría mentido, le habría dicho que estaba
bien. Pero después de lo que habían compartido, de lo unida que se había
sentido a él, tenía que decirle la verdad.
—No, no estoy cien por cien segura, pero… —Hizo una pausa y le miró
fijamente a los ojos— …quiero estarlo. De verdad, quiero estarlo.
Sabía que no era lo que él quería, que ni se acercaba. Tampoco era lo
que quería ella. Pero Smith se limitó a coger la mostaza y el ketchup y trazó
sendas líneas, una amarilla y otra roja, a cada lado de la salchicha, justo
como a ella le gustaba hacer en las raras ocasiones en que el servicio de
catering servía perritos calientes en el plató.
Mientras lo cogía de su mano, se preguntó cómo era posible que se
fijara en cómo le gustaban los perritos calientes. Pero, pensándolo mejor, lo
realmente raro es que se fijara en ella y punto.
Empezaba a darse cuenta que a la gravedad no le importaba si uno era
una estrella de cine hecha para estar delante de los focos, o si el otro solo se
encontraba a gusto en las sombras.
Smith cogió una de sus patatas y se la metió en la boca:
—Entonces, ¿qué nos vamos a jugar?
Valentina enarcó una ceja:
—¿Quieres convertir una partida amistosa de minigolf en una apuesta?
—Soy un tío. Es lo que hacemos —dijo, con sus oscuros ojos
chisporroteando con una perversa intención.
—Al menos reconoces lo ridículo que eres, haciendo que algo divertido
se torne competitivo —dijo ella poniendo los ojos en blanco.
—¿De verdad quieres decirme que Tatiana y tú no sois ni un poco
competitivas entre vosotras? ¿O que no habéis intentado al menos una vez
hacer alguna triquiñuela para que no entre la bola contraria?
Ella se rió de su perspicaz pregunta:
—Bueno, puede que ella alguna vez “por accidente” se resbalara con mi
bola, entorpeciendo lo que iba a ser un hoyo en uno que me daría la partida.
Smith hizo un gesto de negación con la cabeza:
—Es que las hermanas pequeñas son un coñazo, ¿no? Apuesto a que te
vengaste de eso.
Ella le dirigió su mirada más inocente, antes de decir:
—¿Quién iba a saber que si le pones vaselina a una pelota de golf es
casi imposible lograr un tiro recto?
—Ahora que sé lo mucho que significa para ti ganar —dijo Smith entre
risas—, antes de que empecemos a jugar puede que tenga que cachearte
para ver si tienes algún bote de vaselina escondido.
Valentina se dio cuenta una vez más de que no importaba dónde
estuvieran: en el plató, en una sala de conferencias, en el salón de su casa
haciendo un puzle o sentados en medio de un minigolf cutre que no había
cambiado —ni se había limpiado— desde principios de los setenta. Lo
deseaba.
Y le gustaba mucho, mucho.
—Si gano —dijo Smith en una voz baja que le provocó escalofríos en
su piel ya demasiado sensible—, tendrás que cogerme de la mano el resto
de la noche.
El consejo de Tatiana la golpeó con furia: ¿Y si le dieras a Smith la
oportunidad de amarte tal como mereces? ¿No crees que existe la
posibilidad de que esté a la altura del reto? ¿Y no crees que tú también
podrías estar a la altura de cualquier reto que se te presente?
De modo que, aunque a Valentina empezara a temblarle la mano bajo la
pegajosa mesa de formica, se obligó a levantarla. Con el corazón latiéndole
con tanta fuerza que no le habría sorprendido que se le saliera por entre las
costillas y la piel, le cogió la mano por encima de la mesa.
Valentina creyó oír la respiración entrecortada de Smith al deslizar
lentamente la palma de la mano contra la suya antes de entrelazar los dedos.
El calor de su tacto derritió de inmediato el hielo que intentaba cerrar de
nuevo su corazón.
—No tienes que ganar una apuesta para conseguir eso.
***
***
Poco tardó en darse cuenta de cuán equivocado estaba. Los paparazzi que
los acechaban a los tres en la acera frente a la casa de Valentina y Tatiana
eran cualquier cosa menos una bendición.
Tras haber ignorado los últimos cinco mensajes de texto del ayudante de
dirección, ya llegaban tarde al estudio cuando al salir tuvieron en la cara
una oleada de flashes mientras los fotógrafos se ganaban un buen sueldo, y
media docena de imágenes pasaron por la mente de Smith.
Valentina con furia en los ojos, enfrentándose a él como pocas personas
lo habían hecho advirtiéndole que se alejara de su hermana.
La dulce alegría —y anhelo— de su rostro cuando felicitó a Marcus y
Nicola por su compromiso.
Arropándola en sus brazos frente a la chimenea mientras hablaban de
sus familias y del dolor de perder a un padre.
El apasionado primer beso en su despacho, y otra vez en Alcatraz,
sobre las rocas y bajo la luna llena.
Sus lágrimas cayendo mientras rodaban otra emotiva escena de la
película.
Y por último, que afrontase la situación con valentía y dijera que quería
intentarlo, que estaba dispuesta a tratar de que las cosas funcionaran, a
pesar de que fuese actor y de su aversión a tener que ser el centro de
atención.
Smith tenía quince años de experiencia en enfrentarse con calma a este
tipo de situaciones. Una semana antes, hasta podría haber dado una clase
magistral al respecto a nuevos actores. Maldita sea, unos minutos atrás le
estaba diciendo a Valentina que deberían verlo como la ficción que
contaban en sus películas e historias.
Pero mientras intentaba proteger a Valentina de los paparazzi, que
hacían caso omiso a sus insistencias de que pararan, y mientras oía a uno de
los fotógrafos decir a otro: “Debe estar en la gloria tirándose a dos
hermanas tan buenorras”, solo pensaba «Va a dejarme. Va a dejarme. Va a
dejarme», hasta que las palabras se engurruñaron dentro de su cabeza en
algo que se asemejaba a la forma dura de un puño.
El puño de Smith chocó primero con fuerza contra una de las cámaras,
antes de estrellarse aún con más fuerza contra la mandíbula del hombre que
sostenía la cámara.
CAPÍTULO VEINTISÉIS
«Oh, Dios», pensaba Valentina sentada en el asiento del copiloto del coche
de Smith, con Tatiana en el asiento de atrás, «No quiero esta vida. Es lo
último que quiero».
Smith pisó a fondo y aceleró calle abajo lejos de los paparazzi, que
seguían haciendo fotos. La mente de Valentina estaba en blanco y a punto
de explotar a la vez. No sabía qué pensar, ni cómo lidiar con la extraña
sensación de satisfacción que le producía por un lado que las hubiese
defendido a su hermana y a ella, y por el otro el miedo a que él resultara
herido en la trifulca. Por no hablar de las consecuencias que seguro que le
traía el haber perdido el control de esa manera.
En el asiento trasero, Tatiana llamó inmediatamente al jefe de
publicidad de la película para que empezaran a controlar los daños. Pero
Valentina era incapaz de centrarse en lo que decía su hermana.
No podía apartar la mirada de Smith, de sus nudillos magullados y
ensangrentados por el golpe contra la cámara… seguido por el hueso del
mentón de un hombre. Tenía apretada la mandíbula, y podía percibir la furia
y la frustración que emanaba de él.
—¿Estás bien?
Su voz le resultó extraña incluso a sus propios oídos, tan extraña que
como Smith no contestó, pensó que tal vez no lo había dicho en voz alta.
Volvió a intentarlo:
—Te sangra la mano. ¿Estás bien? —Y esa vez, aunque estaba segura
de que lo había dicho en voz alta, tampoco contestó—. ¿Smith?
Frenó en seco en un semáforo en rojo y, cuando se giró hacia ella, lo
que vio en sus ojos le cortó la respiración.
—Tienes razón —dijo con voz aún más grave que de costumbre. Y
vehemente. Muy vehemente. No estaba segura de a qué se refería, pero
Valentina no quería que lo dijera. Solo quería que todo…—. No te conviene
estar conmigo. Mi vida no te conviene.
«Ay, Dios». Sabía que las cosas iban mal, pero eso era mil veces peor.
Smith nunca había mostrado el menor atisbo de duda. No dudaba de que
la quería. Tampoco de que ella lo quería a él. Y no había titubeado ante el
desafío de intentar estar juntos contra viento y marea.
Estaba tan aturdida y profundamente herida por su afirmación que se
quedó helada. La mano de su hermana sobre su hombro era lo único que
descongelaba una pequeña parte de su ser.
Se moría por decirle cuán equivocado estaba, y que podía lidiar con esa
vida. Pero al verse atrapada en esa red implacable, no sabía cómo hacerlo.
Una red tejida por su convicción de que era incapaz de enfrentarse a los
focos, sumado a unos despiadados y voraces paparazzi siempre dispuestos a
acosar a quienquiera que saliera con Smith.
Pero si no llegaba a expresarlo, si no le salían las palabras para arreglar
las cosas, ¿entonces qué ocurriría?
«¿Significa que hemos terminado?».
Solo de pensarlo se le retorcía el estómago, se le oprimía el pecho y le
faltaba el aire. Ni el disgusto por la horrible noticia publicada que los
involucraba a los tres ni haber sido objetivo de los fotógrafos esa mañana
podía compararse con perderlo.
Aparcaron en el estacionamiento del plató, y Tatiana le tocó el hombro
una vez, y antes de bajarse del coche dijo:
—Avisaré a todos de que ya estáis de camino.
Valentina volvió a mirar la mano de Smith, vio la sangre seca y deseó
saber qué decir. Qué hacer. Nunca antes había dudado tanto respecto a qué
debía hacer o no. Hasta ese momento. Hasta que Smith entró en su vida y
todas sus convicciones, junto a sus puñeteros principios, descarrilaron y
empezaron a dar tantas vueltas de campana que la única certeza que le
quedaba era cuánto lo deseaba, cuánto disfrutaba estando con él, y cuánto lo
necesitaba.
Pero aunque ya no sabía qué decir, hacer o sentir, sí tenía una cosa clara:
no podían bajarse así del coche. No podían seguir como si nada con el día
de rodaje con ese “Tienes razón, no te conviene estar conmigo” resonando
en sus oídos una y otra vez.
Pero justo cuando estaba a punto de contestar, vio flashes provenientes
de la acera, a unos metros del plató. Por supuesto que los paparazzi les iban
a seguir. Estaba demasiado conmocionada por lo ocurrido esa mañana como
para adelantarse a esa jugada.
Smith los vio en el mismo momento y estaba ya agarrando el pomo de
la puerta para salir del coche y alejarse de las cámaras cuando Valentina le
puso la mano en el brazo.
—Smith —dijo con la voz quebrada.
Cuando se giró hacia ella con una expresión sombría, probablemente tan
sombría como la suya propia, supo que tenía que decir algo. Cualquier cosa.
Al menos para hacerle entender que aún no quería rendirse, y que quería
seguir luchando por su “final feliz”.
Abrió la boca para intentar encontrar las palabras, pero el miedo las
atascaba en la garganta.
La débil esperanza que había brillado en los ojos de Smith durante un
breve instante se apagó.
Al final fue él quien habló:
—Tenemos que alejarnos de las cámaras.
Sabía que tenía razón, así que lo acompañó en silencio desde el coche
hasta el plató, reforzado con seguridad adicional. Cualquier cosa que
hubiera podido decirle fue eclipsada por la preocupación del reparto y el
equipo de producción, que se había convertido en una familia para ambos.
Nadie le dio importancia a que Smith y Valentina estuvieran juntos, solo
mostraron su indignación porque la prensa se entrometiera en su vida
privada.
Vida que, debido al exorbitante gasto que suponía rodar una película en
exteriores, tenía que seguir adelante como si nada hubiese ocurrido.
***
***
La sala de espera parecía una fiesta familiar de los Sullivan. Todos los
hermanos y hermanas de Smith estaban allí, preparados y emocionados por
conocer, con suerte esa noche, a dos nuevas incorporaciones.
Lo único que podía empañar la felicidad era la preocupación grabada en
sus rostros. Estaban preocupados por él porque nunca antes le había pegado
a un fotógrafo, ni se le había pasado por la cabeza.
Marcus y Nicola los saludaron primero con un abrazo. Smith no daba un
duro por la pareja la primera vez que los vio juntos. De hecho, le había
advertido a su hermano que no se acercara demasiado a una estrella del pop
porque no creía que su estilo de vida encajara con el perfil bajo del más
serio de todos sus hermanos. Pero se había equivocado. Hacían una pareja
perfecta. Igual que Sophie y Jake, a pesar de sus reservas cuando se enteró
de que la había dejado embarazada tras una aventura de una noche.
Había pensado que Valentina y él también hacían una pareja perfecta.
Hasta que su deslumbrante mundo se derrumbó sobre ellos e hizo añicos su
incipiente y frágil relación.
Cuando Nicola se dispuso a abrazar a Valentina, Marcus le lanzó a
Smith una mirada fácil de leer:
«¿Qué diablos te está pasando?».
Smith negó con la cabeza. No quería hablar de ello en ese momento, no
quería que toda esa porquería que conllevaba su fama eclipsara uno de los
momentos más importantes de su familia. A sus hermanos les habría
encantado ir tras los paparazzi y darles su merecido, pues no soportaban el
no poder proteger y defender a uno de los suyos. Pero también respetarían
su deseo de no involucrarse ni meterse en problemas por su culpa. Era él
quien había elegido esa profesión, no ellos.
Maldita sea, era justo la razón por la que necesitaba dejar a Valentina.
Se esforzaba mucho por hacer lo mejor para ella… aunque al final le estaba
haciendo daño.
La prometida de Ryan, Vicki, y su hermana Lori saludaron a Valentina
como si fuera una vieja amiga, y estuvo muy agradecido de que la hiciesen
reír, sobre todo después de cómo se le había quebrado la voz en el coche
aquella mañana al decir su nombre.
Pero entonces otra mujer a punto de parir pasó junto a ellos en una silla
de ruedas, gimiendo de dolor mientras se agarraba el abdomen y, de
repente, Smith no pudo quitarse a Sophie de la cabeza.
Trataba de no engañar a los demás ni engañarse a sí mismo, pero hasta
ese momento no había querido pensar demasiado en los riesgos que suponía
dar a luz a gemelos. Y a pesar de que ella le había insistido cientos de
veces, en esas llamadas que le hacía al menos dos veces al día, en que era la
embarazada más saludable del planeta, se encontraba sumido en
preocupaciones que ya no podía controlar.
Maldita sea, ¿cómo no había visto que Jake quería conquistar a su
hermana? Tal vez podría haber evitado que todo eso sucediera, y ella no
estaría en ese momento en el hospital donde cualquier cosa podría salir…
—Smith. —No había visto a Valentina ponerse delante de él, y lo
sorprendió cuando dijo—: Creo que es el momento oportuno para echar
mano de tu ínclito encanto de estrella de cine, convencer a una enfermera
de que te deje ver a Sophie y que compruebes por ti mismo que todo va
bien.
Su calma atravesaba la niebla que le obstruía el cerebro como el haz de
luz de un faro. Era otra de las razones por las que hacían una pareja
perfecta. Si alguna vez empezaba a desconectar del mundo real —lo cual
era bastante probable por su trabajo—, podía contar con Valentina para que
lo encauzara con cariño pero con firmeza. Le había visto hacerlo unas
cuantas veces con su hermana durante el rodaje, tan en sintonía con Tatiana
que siempre estaba atenta al momento en que más la necesitaba.
¿Cómo podía dejarla? ¿Aunque fuera lo mejor para ella? ¿Aunque su
vida fuera mejor sin él?
El flash de una cámara atravesó la puerta de cristal de la sala de espera.
Una fracción de segundo después, Valentina dijo con la voz cargada de
furia:
—Tenéis que quedaros aquí por Sophie. Yo me encargo de esto.
***
***
***
***
Quince minutos más tarde, Smith sacaba a Valentina del coche, y menos de
un segundo más tarde posaba su boca en la de ella, la tenía en sus brazos,
cerraba la puerta del coche de una patada y la llevaba en brazos a su casa,
como hizo la primera noche juntos después de la visita a Alcatraz.
El beso estaba lleno de pasión, pero también de algo tan tierno y dulce
que ella se derritió en sus brazos mientras le rodeaba el cuello y le devolvía
el beso con la misma pasión. Siempre lo había deseado con desenfreno,
pero nunca tanto como en ese momento.
Con ansia. Urgencia. Deseo.
Ninguna de esas palabras ni ninguna de esas emociones podían abarcar
lo que sentía por Smith.
Por su familia.
Por cómo la habían incluido en un momento tan especial.
Y, sobre todo, por la oportunidad de tener un milagro en sus brazos.
Smith la tumbó en la cama, sin dejar de besarla ni un segundo, mientras
buscaba la cremallera de la falda y se la bajaba para quitársela. Cuando solo
le quedaban las bragas y el liguero que él le había regalado cubriéndole la
parte inferior del cuerpo, lo rodeó por la cintura con las piernas y lo atrapó
con fuerza. Instantes después, Smith le abría los botones de la blusa y le
quitaba la sedosa tela. El broche delantero del sujetador fue lo siguiente, y
entonces pudo acariciar su sensible carne mientras ella se arqueaba ante el
cálido roce de sus palmas y dedos con un jadeo de placer.
Poco a poco su piel se iba calentando, sus huesos parecían derretirse con
cada beso, cada caricia, y con la fricción de sus caderas aún con el pantalón
puesto. Sin embargo, en lugar de que el beso se volviera más incontrolable,
la boca de Smith se apaciguó en la suya.
Inesperadamente el susurro de sus labios sobre ella no hizo más que
intensificar sus emociones, sus necesidades, sus pasiones, hasta tal punto
que cuando por fin levantó la cabeza para mirarla, ella ya no podría
ocultarle nada, aunque hubiera querido.
—Los bebés, Smith. —Sentía la boca hinchada y caliente por sus besos,
y suspiró por el extremo placer que le producían—. ¿No son la cosa más
hermosa que hayas visto?
—Son preciosos —coincidió con esa grave voz que retumbaba sobre su
piel y le provocaba escalofríos en cada centímetro de su cuerpo. Llevó una
mano a su mejilla y le rozó el labio inferior, que tembló al contacto—. Y tú
también lo eres.
Tener a los bebés en brazos había borrado por completo esa horrible
mañana de fotógrafos y peleas, de la que estaba segura de que Smith y ella
nunca podrían recuperarse.
Pero, para su sorpresa, lo habían hecho.
Más tarde se ocuparían de todo lo demás. De momento celebrarían los
nacimientos… y su amor mutuo.
Esa vez fue ella la que presionó la boca contra su piel, primero contra la
corta y oscura barba que le cubría la mitad inferior de la mandíbula, y luego
contra el fuerte y constante latido de su corazón a un lado del cuello. Nunca
antes se había permitido estar segura de un hombre, y Smith era el último
hombre en la tierra con el que debería haber tenido esa certeza.
Pero, ¿cómo buscarla en otro sitio si no podía ver más allá de él?
A pesar de haber visto a Sophie solo un par de veces, estaba tan feliz
por Smith que parecía que era su propia hermana la que había dado a luz.
Incluso en ese momento, con el cuerpo casi desnudo de Valentina envuelto
a su alrededor, excitada y preparada para darle cualquier cosa que quisiera,
no hizo ningún movimiento para quitarse la ropa. Solo se quedó mirándola.
Lo único que oía era el sonido de su corazón —y el de él— latiendo al
unísono.
Y lo único que sabía era que estaba profunda, verdadera y locamente
enamorada de él.
No porque fuese el hombre más bello que había conocido. Ni porque
fuera famoso o rico. Ni por lo que sentía cuando la besaba, la tocaba, o la
hacía gritar de placer.
Sino por ese amor incondicional hacia su familia, su madre, su hermana,
y su nuevo amor por los bebés.
El calor y el deseo salvaje siempre los habían unido, a pesar de sus
desesperados intentos por mantenerse alejada. Quería decirle muchas cosas
pero, sin embargo, lo único que conseguía era susurrar su nombre.
—Smith.
—Yo también te amo.
Compartieron un beso lleno de alegría y pasión, felicidad y deseo, todo
eso que ella siempre deseó pero que nunca creyó que llegaría a tener.
Sueños, realidad, pasión, afecto, todo se fundió en una perfecta
combinación sensual cuando empezó a quitarle la camisa, y luego los
pantalones y los calzoncillos. No tardaron en deshacerse del resto de la ropa
hasta que estuvieron desnudos, abalanzándose el uno sobre el otro en
cuanto Smith se puso protección.
Con fuerza y suavidad, con desenfreno y serenidad, se enredaron el uno
en el otro y Smith la penetró con una hermosa embestida. Apoyando la
cabeza en la almohada, ella se arqueaba para acogerlo con mayor
profundidad mientras él le sujetaba las caderas para acercarla más a su
cuerpo. Ella tomaba todo lo que él le daba, y todo lo que Valentina anhelaba
él se lo ofrecía, disfrutando de no tener al fin ninguna reserva.
En el momento exacto en que ella empezaba a cabalgar la ola de placer,
Smith la besó con tanta suavidad, dulzura y amor que las lágrimas que
nunca se había permitido derramar empezaron a deslizarse por sus mejillas
una tras otra, más deprisa a medida que el temblor de la liberación los
sacudía a los dos. Las lágrimas seguían cayendo cuando Smith le estampó
unos suaves besos en todas las zonas humedecidas por las lágrimas: los
párpados, las mejillas, la barbilla…
Y cuando las olas de placer por fin amainaron, Valentina constató que
nunca se había sentido así de satisfecha y amada en toda su vida… ni tan
conmocionada por lo que le había sucedido mientras estaba en brazos de
Smith.
Una parte de ella pareció renacer, como si hubiese sido bautizada por
sus propias lágrimas. Precisamente esas lágrimas habían sido su última
defensa contra el dolor que se había negado a reconocer. Ni su propia
hermana la había visto llorar.
Solo Smith.
Cuando por fin hubo eliminado con besos hasta el último rastro de sus
lágrimas, levantó la cabeza para mirarla. No dijo nada, pero no era
necesario porque podía leerlo todo en sus ojos: el amor, junto con un deseo
persistente alimentado de nuevo por los suaves besos que no dejaba de
darle.
—Te quiero —dijo Valentina por vez primera directamente a él.
Mientras la alegría inundaba cada centímetro de la cara de Smith, y ella
lo repetía una y otra vez entre besos, se dio cuenta de que, por increíble que
fuera que Smith le dijese “Te quiero”, era mil veces mejor decírselo a él… y
qué fácil le había resultado. Y tierno.
Y sublime.
Cuando susurró contra su boca esas dos palabritas que tanto había
temido sentir en su vida, Smith se las devolvió antes de acurrucarla entre
sus brazos, con la cabeza sobre el pecho y las piernas entrelazadas con las
de él.
Lo único que quería era cerrar los ojos y descansar un rato, sabiendo
que Smith estaría allí para abrazarla durante toda la noche. No sabría decir
cuántas horas habían pasado desde que abandonaron el plató de forma
intempestiva, y durante todo el rato que habían pasado en el hospital
esperando el nacimiento de los bebés. Había dejado las responsabilidades
de lado. Pero una vez que solo tenía que ocuparse de ella misma, ¿no era
hora de volver al mundo real? Aunque era lo último que quería, no le
importaba otra cosa que no fuera Smith, y lo feliz que había sido en cada
momento pasado a su lado.
Como si pudiera leerle la mente, Smith la acurrucó y dijo:
—El mundo puede seguir girando sin nosotros durante un tiempo.
Antes de que el sueño la reclamara, Valentina sintió su boca contra la
frente y por fin se relajó completamente… y dejó caer hasta la última
defensa de su corazón cuando él le susurró “Te amo muchísimo” una vez
más.
CAPÍTULO VEINTIOCHO
Valentina se despertó con un rugido en el estómago gracias al maravilloso
olor a pizza de pepperoni. Cuando se apartó el pelo de la cara y se recostó
sobre las almohadas, vio que el cielo estaba negro.
Las luces de la habitación estaban encendidas, pero eran lo bastante
tenues como para que tuviera que escudriñar con atención el amplio
dormitorio en busca de Smith, que la miraba desde la mesita donde acababa
de servir la comida para los dos.
Llevaba trabajando a su lado el tiempo suficiente como para reconocer
cuando se ponía en modo director, casi como si estuviera encuadrando la
escena en la cama con la intención de coger una cámara y capturarla.
Empezó a apartarse de las sábanas para ir en su dirección, pero su nombre
en sus labios la mantuvo cautiva donde estaba. Una oleada de calor se
extendió por su piel, primero despacio, luego más rápido, mientras él la
paladeaba con la mirada desde el otro lado de la habitación, hasta que ella
lo llamó con la voz ligeramente ronca, tanto por acabar de despertarse como
por haber gritado su nombre un rato antes.
—Me encanta verte en mi cama.
—Me encanta estar aquí.
Un instante después estaba de pie frente a ella, alzándola para que
quedara de rodillas, y mientras las mantas se deslizaban revelando su
cuerpo desnudo ella le rodeó el cuello con los brazos para besarlo con una
pasión que nunca parecía disminuir, sino que se tornaba más desenfrenada,
intensa y profunda con cada beso.
En el fondo de su mente, notó lo fácil que era —y lo fácil que siempre
había sido— dar rienda suelta a su innata sensualidad con Smith. Durante
mucho tiempo se había empeñado en reprimir esa faceta de sí misma para
que ningún hombre se “aprovechara” de su ansia de ser tocada, besada,
abrazada. Pero siempre se había sentido segura con Smith, a pesar del
peligroso apetito que a menudo se reflejaba en sus ojos cuando la miraba.
¿Acaso era que ella también sintiera ese apetito por lo que no solo no le
importaba el peligro… sino que, para su sorpresa, le parecía una deliciosa
ventaja?
Smith le acercó la camisa que había llevado la noche anterior. Pasó los
brazos por las mangas pero no se la abrochó, se limitó a remangarse y
envolverse en ella mientras se sentaban juntos en el sofá.
Smith no probó bocado, y ella tampoco. En cambio, Valentina cogió sus
manos entre las suyas al tiempo que lo buscaba.
—¿Tienes hambre? —preguntó él con su voz, grave y a la vez
tranquilizadora y excitante.
Valentina asintió, pero sabía que no podría comer nada hasta que
hablaran. Hasta las más reconocidas estrellas mundiales tenían que comer y
dormir como cualquier otra persona. Pero cuando se trataba de sus seres
queridos y del daño que la fama podía causar a sus relaciones, la
“normalidad” desaparecía por completo.
Y, sin embargo, Smith le había dado ganas de creer. No solo en el amor
—ya sabía que era auténtico, y no solo el resultado de una bonita amistad y
buen sexo—, sino en que su amor podía sortear los avatares de la vida y las
presiones de la fama.
Durante mucho tiempo había pensado que para ser fuerte debía evitar
ser vulnerable. Pero, ¿era posible que lo hubiese entendido al revés? ¿Que
en vez de ser una debilidad, arriesgarlo todo por amor era en realidad lo
más valiente que podría hacer en su vida?
Miró sus manos entrelazadas, y supo que él ya le había dado mucho más
de lo ella creía ser capaz de darle.
Por fin había llegado el momento de abrirse a él.
Lo miró a esos ojos oscuros, hermosos y colmados de amor. Por ella.
—Ya no quiero ser un misterio. No para ti.
Smith no le apretó las manos. En cambio le acarició las palmas con los
pulgares, provocándole calor y escalofríos al mismo tiempo.
—Estoy aquí, Valentina. Ahora y siempre. —Siguió acariciando su piel
despacio, con seguridad, con constancia—. Solo tienes que dejarme entrar.
Qué simple era, dicho así.
Y entonces, de repente, se dio cuenta de que efectivamente lo era:
—Mi madre cambió cuando mi padre murió. —En cuanto Valentina
empezó a hablar la acercó más hacia él, colocándole las piernas sobre las de
él. Smith le sujetaba las manos contra su propio pecho, y ella podía sentir
los latidos de su corazón—. Siempre fue una mujer hermosa y cariñosa.
Pero cuando papá murió me di cuenta de que mucho de ese cariño existía a
través de él. —Se obligó a recordar esos primeros meses después de su
partida—. Y cuando falleció, ella se fue desmoronando poco a poco hasta
desaparecer también.
—Fue como perderlos a los dos.
Las suaves palabras de Smith la sorprendieron y resonaron en su
cabeza, incluso cuando añadió:
—Ella seguía ahí, pero… —Respiraba con dificultad—. El primer actor
con el que salió era apenas unos años mayor que yo. Eso ya era un poco
raro, pero en una ocasión en que mi madre estaba tardando mucho en
arreglarse, él…
Se detuvo y se estremeció cuando Smith frunció el ceño:
—¿Qué hizo? ¿Quién es?
Ella negó con la cabeza:
—Nada. Y nadie. Todo eran insinuaciones. Pero si yo hubiera estado
dispuesta creo que… —El rechazo la invadió con la misma fuerza y rapidez
con que lo había hecho aquellas veces en que los jovencísimos actores con
los que su madre salía se le habían insinuado.
—¿Le contaste a tu madre lo que te dijo? ¿Lo que pretendía hacer?
—No —dijo en voz baja—, no sabía cómo abordarla. Y no quería
hacerla sentir mal en su intento por salir adelante y superar su propio dolor.
Era más fácil… —Hizo una pausa. Odiaba tener que usar esa palabra, pero
ya no le ocultaría la verdad a Smith, ni siquiera por orgullo—… Más fácil
ignorarlo. Y centrarme en Tatiana. Me preocupaba lo que podía pasarle a
ella con todos esos hombres extraños con los que mi madre entraba y salía
de casa. Mi hermana era muy guapa incluso entonces, y tan inocente que
fue un alivio para mí dejar la universidad y la residencia para volver a vivir
con ellas, y encargarme de gestionar su carrera para llevarla a todas sus
audiciones y trabajos. —Y tranquilizó a Smith—: Nadie ha intentado nada
con Tatiana. A decir verdad, la única razón por la que creo que alguna vez
se me insinuaron fue porque era de su misma edad.
—Esa no es la única razón, Valentina, y lo sabes. Una vez me dijiste que
podía tener a cualquier mujer del mundo. —La miró fijamente a los ojos
con tal intensidad que ella no pudo apartar la mirada—. Pero yo te quiero a
ti.
Valentina no pudo contener las palabras:
—Yo también te quiero. Es solo que ojalá…
Una vez más, sabía que sería más fácil no contarle nada de eso a Smith,
pero la dolorosa experiencia con su madre le había enseñado que lo más
fácil no siempre era lo mejor. Evitar el dolor a corto plazo solo empeoraba
las cosas en el futuro… hasta hacerlas prácticamente imposibles de
solucionar.
Pero mientras su madre había pasado de puntillas por las vidas de su
hermana y ella, Smith estaba allí, cogiéndole la mano, dejando que lo
soltara todo.
—Nunca te pediría que cambiaras de profesión o dejaras de ser quien
eres —dijo—. Te quiero demasiado, y no se me pasa por la cabeza exigirte
que dejes de compartir tu increíble talento con el mundo. Pero he estado en
muchos sets de filmación durante los últimos diez años. Y he visto lo que
ocurre, parece inevitable que tanto hombres como mujeres con parejas
sólidas y ejemplares terminen liándose con sus compañeros de reparto, y
que los matrimonios terminan tan rápido como empiezan en cuanto surge
un nuevo proyecto en otra parte del mundo.
—Tienes razón, mi trabajo es importante para mí —respondió—. Pero
tú también lo eres. Tan importante que ya no quiero tomar solo las grandes
decisiones con respecto a mi vida y mi carrera. A partir de ahora, quiero
tomarlas contigo.
Y a pesar de la calidez que irradiaban sus palabras, que la reconfortaron
de la cabeza a los pies, tuvo que decirle:
—Tengo que admitir que me asusta que nos conociéramos en un plató
de cine, y que todo haya sucedido tan rápido. No será fácil tener una
relación normal entre nosotros. No sé cuántas relaciones nacidas en
Hollywood han llegado a funcionar, aparte de la de Paul Newman y Joanne
Woodward.
No es que no se creyera cuánto la deseaba. Ya no podía negar ese deseo
mutuo que existía entre ellos. No, Valentina quería asegurarse de que ambos
iniciaban su relación con los ojos bien abiertos.
—Los dos años que siguieron al estreno de la película que me hizo dar
el salto a la fama fueron difíciles de asumir —dijo Smith—.
Extremadamente difíciles. Me encantaba actuar, y era consciente de que si
lo hacía bien me haría famoso, pero no había sopesado lo que supondría
perder mi intimidad ni que la prensa llamara a mi familia y amigos para
hacerles preguntas sobre mí. No voy a mentirte y decirte que no tendremos
que superar más obstáculos, que ya no habrá cientos de periodistas y
fotógrafos intentando sacar tajada metiendo las narices en nuestra relación.
—Su rostro reflejaba determinación y amor, y sus palabras eran tan firmes
como temblorosa había sido la de ella—. Pero llevo toda mi vida esperando
a alguien como tú, a una mujer con la que quiero estar para siempre, y me
niego a renunciar a ti. Tenía miedo de que nunca llegaras, de que no
existiese esa mujer que me quisiera por quien soy, más allá de la fama y el
dinero. Hasta que llegaste tú. —Smith se llevó las manos de ella a la boca y
las besó con ternura antes de añadir—: Dime qué es el amor para ti,
Valentina.
No le hizo falta pensar:
—Tú.
Su boca encontró entonces la de ella, suave y firme a la vez, dulce y
apasionada. Si antes de conocer a Smith alguien le hubiera preguntado si
esos contrastes eran posibles, ella habría sabido la respuesta. Habría estado
segura de que cuando por fin se permitiera amar todo cobraría sentido… y
de que sería completamente capaz de controlar su corazón, del primer latido
al último.
Pero con cada momento que compartían juntos, Smith confundía sus
expectativas… y superaba lo que ella creía que eran los límites de su
corazón.
—Sé que podemos llegar a amarnos tanto como para priorizar nuestra
relación por encima de todo. —dijo Smith—. Sí, Hollywood es una locura,
pero aunque hoy acabo de romper la regla número uno dándole un puñetazo
a un fotógrafo —dijo con una media sonrisa ligeramente apenada—, estoy
convencido de que podremos sortear las vicisitudes de ahí en adelante.
Se arrodilló ante ella:
—Te quiero a mi lado no solo en la alfombra roja, sino en esas noches
en las que estemos agotados tras un largo día en el plató y caigamos en la
cama tan cansados que no haremos otra cosa que cogernos de la mano y
quedarnos dormidos. Quiero besar el dulzor de tus labios cuando desayunas
algo dulce. Y quiero arrastrarte a la ducha conmigo y compensar el no
haber tenido energía para hacerte el amor la noche anterior.
La declaración de Smith no fue apoteósica. No incluía diamantes que la
encandilaran, exorbitantes promesas ni vistas panorámicas. No era como
ningún otro hombre que hubiera conocido, y había roto definitivamente el
estereotipo de las estrellas de cine siendo hermoso tanto por dentro como
por fuera. Nunca le haría daño a ella ni a su familia, como tampoco se lo
haría a la suya propia.
Semanas atrás le había preguntado por qué el amor no podía ser algo
sencillo si en el fondo no era más que dos personas que se dan cuenta de
que su vida juntos es mejor y más feliz que por separado.
Pero ya sabía que era posible.
Cuando por fin Valentina encontró la voz, le puso las manos a ambos
lados de la cara y dijo:
—Vamos a hacerlo, Smith. Todo eso. Yo también te quiero a mi lado,
para interrogar juntos al nuevo novio de Tatiana. Para leer el periódico un
domingo por la mañana. Para sentarme contigo en el sofá, taparnos con una
manta frente a la chimenea y hacer el puzle de todos los perros y gatos de la
familia.
Y mientras él la levantaba y la llevaba a la cama, sin haber probado un
bocado de la comida, colmaron el hambre más importante de todas.
La de amor.
CAPÍTULO VEINTINUEVE
Tres semanas después…
Valentina salió por última vez de su despacho del plató de Gravity y se
tomó unos instantes para contemplar toda esa actividad y los edificios que
habían terminado siendo más un hogar que un plató de cine provisional. A
la mañana siguiente se quitarían todas las luces, paredes temporales y
muebles, dejando el espacio vacío para el próximo ocupante.
Todo volvería a cambiar para el reparto y el equipo de producción que
había trabajado en la película. Algunos, como Smith, pasarían a trabajar en
la posproducción. Otros se tomarían unas muy merecidas vacaciones. La
mayoría de los actores volverían a Hollywood, harían castings para el
próximo papel, o ya tendrían un proyecto asignado. Tatiana acababa de
comprometerse para protagonizar un importante drama histórico
ambientado en Boston… pero, por primera vez en una década, Valentina no
iría con ella.
Se le apretaba el pecho solo de pensar en que no vería a su hermana
todos los días, aunque sabía que era lo mejor para las dos.
Tenía que darle alas. Y al ver a Smith caminando hacia ella con esa
sonrisa devastadoramente sexy de la que nunca se cansaba, Valentina por
fin admitió que ella también necesitaba darse espacio para desplegar sus
alas por completo.
Lo que no se esperaba era que un momento después vería a su madre
sonriéndole junto a Smith. Tampoco se esperaba ver a Dave, su novio, con
ellos. Ya había sobrepasado en algunas semanas la fecha de caducidad
habitual de los novios de su madre.
—Oh, cariño, qué detalle por parte de Smith invitarnos al último día de
rodaje.
Tenía razón. Era un gesto tan bonito que Valentina se sintió avergonzada
por no haberlo pensado ella misma. Smith la cogió de la mano y la atrajo
hacia él para darle un beso, uno contrario a lo que dictaban las anteriores
reglas de decoro y buenas costumbres de Valentina. Y a pesar de que era
digno de ser captado por una cámara y vendido a la prensa rosa, ese beso le
resultó totalmente irresistible.
Sin embargo, y por muy extraño que pareciera, lo cierto es que se
alegraba de que hubieran tenido que pasar por el calvario de los paparazzi y
la prensa cuando estaban iniciando la relación. Porque aunque no le había
hecho ninguna gracia que se publicaran fotos de ellos, o que hubiesen
intentado —sin éxito— pintar a Smith como un mal tipo, había sobrevivido.
Que la prensa publicara una foto de ellos besándose la tenía sin cuidado, ya
tenía la certeza de que podía volver a enfrentarse a una situación de esas
características.
Cuando Smith por fin separó su boca de la de ella sabía que estaba
ruborizada, pero no de vergüenza sino de placer.
—¿Queréis que os traiga algo?
Se lo había preguntado tanto a ella como a su madre, pero dedujo por
cómo le apretó la mano que se estaba asegurando de que estaría bien si la
dejaba a solas con su madre. Cuando le dijeron que estaban bien, se llevó la
mano a la boca para darle otro beso antes de retirarse con Dave.
Valentina y su madre observaron a los dos hombres hasta que doblaron
una esquina y se perdieron de vista.
—Mis amigos no paran de comentar cómo una de mis hijas ha
enganchado a una estrella de cine —dijo Ava Landon con un pequeño
suspiro de felicidad—. Aún no me puedo creer que estés saliendo con Smith
Sullivan.
Por lo normal, Valentina trataba de no sentirse herida por la
incredulidad de su madre. Se decía a sí misma que era mejor dejarlo pasar.
Pero sabía por qué Smith la había invitado ese día al plató. No solo para que
Ava acompañara a Tatiana en el último día de rodaje, sino por lo mucho que
la familia significaba para él.
Y la amaba tanto que quería que su familia volviera a estar unida.
—¿Por qué? —La voz de Valentina era tranquila, pero su pregunta
seguía siendo firme. Y plagada de un dolor que ya no podía ocultar—. ¿Por
qué no puedes creerlo?
Su madre la miró con esos grandes ojos azules que habían cautivado a
jóvenes actores de Hollywood durante los últimos diez años… y a su
marido los veinte anteriores.
—No porque no seas guapa, Val —dijo tocándole el brazo—. Tienes un
atractivo mucho más exótico que tu hermana o yo. No me sorprende que no
pueda apartar los ojos de ti. Es porque sé cuánto rechazo te provocaban los
actores, y el hecho de que a mí me gusten tanto.
—¿Lo sabías?
—Tienes una cara muy expresiva, cariño —contestó su madre.
—No lo entiendo. —Ya que se había abierto esa puerta, tenía que hablar
con ella. Antes estaban muy unidas, y además de madre e hija habían sido
amigas—. Después de la muerte de papá, ¿por qué…? —Dejó de lado la
imagen de su padre para hacer la pregunta—. ¿Por qué solo has salido con
actores desde que él murió?
—Tu padre es irremplazable, y tampoco me he propuesto suplantarlo.
—Su voz estaba llena de la misma tristeza que Valentina sentía cada vez
que hablaba de él—. No tardé en darme cuenta de que lo bueno de salir con
actores es que te hacen creer que eres joven, guapa y atractiva, aunque de
verdad no lo crean. Lo hacen tan bien que resulta creíble durante un tiempo.
—No necesitas que nadie te haga creer que eres hermosa, mamá. Lo
eres —dijo Valentina, esa vez tocándole el brazo a ella.
Los ojos de su madre brillaron con lágrimas:
—Sé que no te lo digo a menudo, pero estoy muy orgullosa de ti, cariño.
Lo más sencillo habría sido quedarse con el cumplido de su madre y que
este suavizara años de dolor. Pero así como Smith le había enseñado que
una vez que se encuentra el amor todo es sencillo, también había aprendido
cuánto hay que trabajar en ocasiones para conseguirlo.
Smith no se había dado por vencido con ella. No había subestimado su
fuerza, sus convicciones… ni el amor que tenía para dar. Valentina se
encontró pensando que tal vez era hora de dejar de darse por vencida con su
madre. Lo que significaba dejar de evitarla y de tener conversaciones
superfluas.
—Antes de que papá falleciera estábamos muy unidas. —Había
comenzado la relación con Smith con un “¿Por qué?”, necesitaba entender
por qué se había fijado en ella. Lo siguiente era restablecer la relación con
su madre con esa misma pregunta. Y después de todos esos años, Valentina
no podía soportar no preguntar—: ¿Por qué nos dejaste tú también? —
Sintió que una lágrima resbalaba por su mejilla, y se la enjugó con el dorso
de la mano—. Te necesitábamos. —Otra lágrima cayó, demasiado rápida
para atraparla antes de que cayera sobre el cemento—. Yo te necesitaba.
La madre la abrazó sin pensárselo dos veces con sus delgados pero
sorprendentemente fuertes brazos.
—Oh cariño, cuánto lo siento.
Pero en vez de desmoronarse, por una vez su madre era la fuerte, otra
inversión de papeles que Valentina no había visto venir.
—Tú y tu hermana estabais siempre muy unidas. Me encantaba que
estuvierais así de cercanas, y que estarías allí incondicionalmente para
cuidarla si alguna vez nos pasaba algo a tu padre y a mí. Y entonces,
cuando murió de forma tan inesperada… —Ava Landon negó con la cabeza
—. A decir verdad, no recuerdo mucho de aquellos primeros meses. Pero
cuando por fin volví a la vida, vi que estabais más unidas que nunca. Al
igual que ahora. Tanto que a veces me daba la impresión de que no me
necesitabais para nada. Que os bastabais la una a la otra. —Su madre se
secó las lágrimas—. ¿Serás capaz de perdonarme?
Valentina nunca había pensado en cómo el vínculo con su hermana
podría haber afectado a su madre.
—Claro que sí. —Y esa vez fue ella la que abrazó a su madre, y el
aroma familiar de su perfume y su suavidad la reconfortaron tanto en ese
momento como cuando era pequeña.
Tenían mucho sobre lo que ponerse al día, y no podrían abordarlo en los
cinco minutos que faltaban hasta que empezara el rodaje. Pero tenía una
pregunta más antes de dirigirse al set:
—¿Dave y tú vais en serio?
Su madre respondió con otra pregunta:
—¿Te parecería bien si te digo que sí? Sé cuánto significaba tu padre
para ti, y cuánto sigue significando.
Valentina se puso instintivamente la mano en el corazón. Se detuvo a
pensar y a sentir antes de contestar:
—Sí, me encantaría.
Entraron en el plató aún abrazadas y sonriendo. Cuando Smith levantó
la vista y la miró, vio no solo el amor que sentía por ella en sus ojos, sino
también su alegría por la evidente reconciliación entre ambas.
Y entonces las luces se atenuaron y Smith y Tatiana ocuparon su sitio
sobre la cama, uno al lado del otro, mientras las cámaras empezaban a
rodar. Ava le apretó la mano a Valentina y ella le dio un beso inesperado en
su suave mejilla antes de volver la atención a la escena que empezaba a
desarrollarse delante de todos.
***
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LOS SULLIVAN
Los Sullivan de San Francisco
“Los ojos del amor” (Los Sullivan, Libro 1)
“A partir de este momento” (Los Sullivan, Libro 2)
“Imposible no enamorarme de ti” (Los Sullivan, Libro 3)
“Eres la única que importa” (Los Sullivan, Libro 4)
“Si fueras mía” (Los Sullivan, Libro 5)
“Déjame ser el elegido” (Los Sullivan, Libro 6)
“Quiero conocerte más” (Los Sullivan, Libro 7)
“No dejo de pensar en ti” (Los Sullivan, Libro 8)
“Un beso navideño” (Los Sullivan, Libro 9)
Sobre la autora
Tras haber vendido más de 10 millones de libros, las novelas de Bella
Andre han sido número uno en todo el mundo y han aparecido 93 veces en
las listas de los más vendidos del New York Times y del USA Today. Ha
estado en el primer puesto de Ranked Author en la lista de los 10 más
vendidos que incluía a escritores como Nora Roberts, JK Rowling, James
Patterson y Steven King.
Conocida por sus “historias sensuales y empoderadas envueltas en
encantadores romances” (Publishers Weekly), sus libros han figurado dos
veces en la sección “Red Hot Reads” de la Revista Cosmopolitan y se han
traducido a más de 10 idiomas. Es licenciada por la Universidad de
Stanford y ha ganado el Premio a la Excelencia en ficción romántica. El
Washington Post la calificó como “una de las mejores escritoras de Estados
Unidos” y ha aparecido en Entertainment Weekly, NPR, USA Today,
Forbes, The Wall Street Journal y TIME Magazine.
Bella también escribe la serie “Four Weddings and a Fiasco”,
superventas del New York Times, bajo el seudónimo Lucy Kevin. Sus dulces
novelas contemporáneas también incluyen las series “Walker Island” y
“Married in Malibu”, superventas del USA Today.
Si no está detrás del ordenador, se la puede encontrar leyendo a sus
autores favoritos, haciendo senderismo, nadando o riendo. Casada y con dos
hijos, Bella reparte su tiempo entre la región vinícola del norte de
California, una cabaña de madera en las montañas Adirondack del norte de
Nueva York y un piso en Londres con vistas al Támesis.