4 Únicamente Contigo Layla Hagen
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Únicamente contigo
Copyright ©2023 Layla Hagen
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro de
cualquier forma o medio electrónico o mecánico, incluyendo sistemas de almacenamiento y
recuperación de información, sin permiso escrito y expreso del autor, excepto para el uso de citas
breves en evaluaciones del libro. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, negocios,
lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación de la autora o se usan de manera
ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, o hechos reales es pura
coincidencia.
Traducido por Well Read Translations
Tabla de Contenido
Derechos de Autor
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo Veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo Veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Epílogo
Capítulo Uno
Carter
—Carter, lo estás haciendo mal. Tienes que hacer lazos, no nudos —dijo mi
sobrina de cinco años.
Peyton estaba sentada en la mesa del comedor, con los pies colgando,
mirándome con firmeza mientras yo me ocupaba de los lazos de las mangas
de su vestido.
—Chicos, vamos. No me gustaría llegar tarde el primer día. Es un
colegio nuevo. Tengo que causar una buena impresión —dijo April desde el
pasillo.
—Voy a pedirle a April que lo haga —dijo Peyton con impaciencia.
—Vale, ve.
Le di un beso en la cabeza antes de ayudarla a bajar y luego corrió hacia
su hermana mayor. Miré a mis dos chicas y sonreí mientras April ponía los
ojos en blanco. Tenía casi quince años, ese tipo de gestos eran normales a su
edad. Peyton normalmente me tenía en un pedestal, excepto cuando no
podía conseguir el estilo que ella quería... algo que ocurría a menudo.
Una vez que ambas estuvieron listas, nos dirigimos al aparcamiento
subterráneo del edificio.
—¿Y esa sonrisita presumida? —pregunté a April mientras nos
alejábamos.
—Me encanta este coche. Todos se fijarán en él. Pensarán que tengo un
tío guay.
Esa mañana conducía el Porsche negro. Tenía otros dos coches. ¿Qué
podía decir? Tenía debilidad por los automóviles.
—April, soy guay. —Intenté parecer serio.
—Umm... estar en el top de la lista Forbes significa que eres rico y que
tienes éxito, no que moles. Además, ninguno de mis amigos lee Forbes. En
cambio, si aparecieras en TMZo en Hollywood Reporter...
Durante tres años seguidos, Forbes había incluido mi bufete de
abogados entre los más recomendados de la zona de Los Ángeles. El
negocio iba viento en popa y por eso al final nos íbamos a mudar a una
oficina más grande.
Aquel día iba a recibir las llaves del lugar. Había sido una semana de
cambios para todos.
—TMZ y Hollywood Reporter pasan de los abogados.
—Bueno, es verdad, pero podrías salir con una actriz o una modelo.
Alguien guay. Eres muy guapo. Las madres se quedan mirándote todo el
tiempo. No entiendo por qué estás soltero. Estar soltero es una mierda.
—Esa boca, April.
Miré a Peyton, que estaba en el asiento trasero. Tarareaba una canción
para sí misma, ajena a nuestra conversación.
Oculté mi sonrisa, centrándome en la carretera. Me gustaba que las
chicas no supieran lo activa que era mi vida amorosa.
Pero entonces repetí su frase en mi mente, fijándome en un detalle en
concreto. Había dicho, estar soltero es una mierda. ¿Cómo iba ella a
saberlo? Aún no había traído chicos a casa. April era una joven estupenda,
pero yo intuía que mi estilo de crianza relajado y despreocupado no iba a
funcionar tan bien en su adolescencia, ya no era una niña.
—¿Tienes novio? —pregunté de manera casual, intentando parecer más
un tío guay que uno controlador. April era una niña preciosa. Las dos se
parecían mucho a mi difunta hermana, pero sobre todo ella. Había heredado
el pelo y los ojos castaños oscuros de Hannah. Peyton tenía el pelo de su
madre pero los ojos de su padre.
—Me lo estoy pensando —dijo April con aire despreocupado—. Tengo
muchas ganas de invitar a mis nuevos amigos a nuestro piso. Les va a flipar.
A todo el mundo le encanta nuestro llamativo apartamento.
—¿Amigas?
April entrecerró los ojos, colocando un dedo en mi pecho, como si
quisiera apuñalarme con él.
—¡Por ahí no paso! No vas a controlarme. Puedo tener cualquier tipo de
amigos.
—Claro que sí, puedes tener los amigos que quieras. Pero me gustaría
saber a quién traes. Si son chicos, tendremos que poner algunas reglas.
Levantó una ceja.
—¿En serio? ¿Y crees que te haré caso solo porque eres un buen
abogado?
—April, sabes que no me gusta controlarte. Pero aquí el adulto soy yo y,
aunque ya tienes la edad suficiente para tomar decisiones, sigo siendo
responsable de ti. Las normas no son para invadir tu espacio, sino para
protegerte. Tendremos que llegar a un acuerdo.
Era una forma muy diplomática de decir que quién estaba al mando era
yo. Había
cosas en las que tenía que ponerme firme. ¿Quería llevar un vestido
corto al instituto? No. ¿Piercings y tatuajes? No y no. ¿Quedarse fuera
después de las diez? Negociable. ¿Invitar a un chico cuando yo no estaba en
casa? Ni de coña. Pero tenía que encontrar una manera inteligente de
establecer mis reglas. Era uno de los mejores abogados en el área de Los
Ángeles. Se sabía que los abogados de la contraparte se retiraban de los
casos cuando se enteraban de que iban a enfrentarse a mí. Pero no quería
criar a las niñas como un déspota.
April suspiró.
—Carter, te estás volviendo más plasta con cada minuto que pasa, solo
para que lo sepas.
En ese momento, estaba seguro de que Hannah nos estaba mirando
desde arriba, riéndose a carcajadas. Antes de que ella y mi cuñado
fallecieran, yo no había hecho más que saltarme todas las reglas,
poniéndome siempre del lado de April. Cada vez que estaba de visita, la
llevaba de compras, le daba todo lo que sus padres no le daban. Habían
pasado cinco años, pero seguía echando de menos a mi hermana todos los
días.
Cuando aparqué frente al instituto, me di la vuelta y sonreí a las chicas.
—¿Listas para empezar? —pregunté.
April me devolvió la sonrisa y Peyton chilló desde el asiento trasero.
Era un gran día para mis niñas. Había planeado salir a dar un paseo para
darles un capricho esa noche y así mimarlas un poco.
Una hora más tarde tenía las llaves de la nueva oficina de Sloane &
Partners en la mano. La encargada del edificio, Kate, me había enseñado el
espacio y, cuando estábamos terminando, dijo:
—Estoy organizando un acto benéfico para niños sordos y con
dificultades auditivas. ¿Le gustaría participar? Es dentro de un mes.
—Envíeme todos los detalles por email. Le enviaré un cheque si no
pudiera asistir.
—Vale. Pero me encantaría tenerle allí. Gestiono unos cuantos edificios
en la zona y todos mis clientes participan. Incluso la dueña del pez gordo,
como me gusta decir, Valentina’s Laboratories. El enorme edificio gris que
está a la vuelta de la esquina. Es un gran nombre en el mundo de los
cosméticos y perfumes.
El nombre no me sonaba, pero tampoco me dedicaba a esa industria.
—Ha invitado a algunos de sus contactos de Hollywood, así que el local
estará repleto de famosos. Podría ser bueno para tu negocio —dijo Kate.
—Bueno, envíeme todos los detalles.
—Vale, sin problema. Eso es todo por mi parte. Si necesita algo,
llámeme. ¿Cuándo traerán los muebles los de la mudanza?
—Esta tarde. Abriremos mañana.
—Vaya, qué rápido, pero imagino que no se puede construir una
reputación como la suya si uno no es eficiente.
—Es necesario. A nuestros clientes no les gusta esperar.
—Le dejaré a lo suyo entonces. Bienvenido a su nueva oficina. Puede
que sea parcial, pero creo que le gustará mucho estar aquí.
Capítulo Dos
Val
Llamé a mi hermana Hailey mientras pedía un taxi, dando gracias de que la
terrible cita que acababa de tener hubiera terminado.
—¡Hola, hermanita! ¿Dónde estás? —pregunté cuando contestó. Sabía
que había salido con nuestra hermana Lori.
—Vaya. ¿Tan pronto se ha acabado la cita?
—Sip. ¿Aún estáis fuera? Puedo unirme a vosotras.
—Vale. —Hailey me confirmó rápidamente la dirección mientras un
taxi se detenía frente a mí. No estaban lejos, lo cual era un alivio. El tráfico
en Los Ángeles podía ser una locura. Intenté olvidarme de la pésima cita
mientras el taxista atravesaba la ciudad a toda velocidad.
Media hora más tarde, entré en uno de los muchos chiringuitos de Santa
Mónica, mientras recogía mi larga melena oscura en un moño bajo.
Mis hermanas estaban sentadas en una mesa alta en una esquina de la
terraza. Hailey me saludó con entusiasmo. Al acercarme a ellas, noté que
había tres cócteles.
—¿Y esto? —señalé la tercera copa.
—Parecía que lo necesitabas —dijo Hailey.
—Así que decidimos tomar precauciones —añadió Lori.
Me senté y le dí un trago al cóctel. Mmm; estaba delicioso.
—Suéltalo todo —dijo Hailey—. El truco para superar una mala cita es
que la describas hasta el mínimo detalle para que te podamos comprender.
—Chad parecía un buen chico —empecé—. Ya sabes, a primera vista.
Tiene un trabajo decente, es guapetón. No tiene sentido del humor, pero
oye, no se puede tener todo, ¿verdad?
—Sí que se puede —dijo Lori sonriendo de forma soñadora. Estaba
casada con un hombre maravilloso.
—¿Y qué pasó? —preguntó Hailey.
—Pues resulta que es un gilipollas. Se estaba fijando en la camarera que
estaba justo delante de mí.
Hailey arrugó la nariz.
—Vaya. Sí que tienes mala suerte, hermana.
Durante los últimos dos meses había estado quedando con un chico
llamado Ethan. Hacía dos semanas había descubierto que no era la única
mujer con la que se veía. Aún me dolía la humillación que sentí al
enterarme. Una de las razones por las que había salido con Chad esa noche
era para superarlo. Me salió el tiro por la culata.
—¿Y si es algo más que mala suerte? Quizá soy yo la que esté dando
señales equivocadas.
Normalmente era una persona confiada y optimista, pero mis
experiencias recientes me habían hecho mella.
—Valentina Connor —dijo Hailey de forma cautelosa—. Eres una de
las mujeres más inteligentes y buenas que conozco, y tienes un estilazo. No
dudes de ti misma.
Señaló mi conjunto: un vestido veraniego verde oscuro que me llegaba a
las rodillas y resaltaba el verde de mis ojos. Lo había combinado con unas
bailarinas negras. Ya era bastante alta incluso sin tacones. Hailey casi
siempre llevaba tacones altísimos.
Bebí un poco más.
—¿Y qué otra cosa vas a decir? Somos hermanas. No puedes ser mala
conmigo.
Lori se rió entre dientes.
—No, pero no te mentiríamos.
Bueno, eso era cierto. Mi familia rara vez tenía pelos en la lengua.
Podía contar con que fueran sinceras. Las miré de forma afectuosa, contenta
de poder pasar el final de la tarde con ellas. Algunos necesitaban comer
chocolate después de una mala cita; yo necesitaba a Hailey y a Lori. No
solo eran mis hermanas, sino también mis mejores amigas. Éramos un
equipo, tanto si estábamos de compras como si vacilábamos sin piedad a
mis hermanos durante nuestras cenas de los viernes. Sí, teníamos el tipo de
dinámica familiar que a menudo hacía que la gente se preguntara si
realmente éramos adultos, pero a nosotros nos funcionaba.
—Val, ¿qué pasa? —preguntó Lori, pasándose una mano por su melena
rubia—. Sueles ser optimista. ¿Es por el tema de Beauty SkinEssence?
Se me revolvió el estómago. La segunda razón por la que había
aceptado una cita con Chad era porque estaba desesperada por olvidarme de
aquello.
Asentí.
—Tengo una reunión con un intermediario mañana.
—Val, no tienes nada de qué preocuparte. —Hailey puso una mano en
mi hombro para reconfortarme.
Yo tenía un negocio de cosméticos y fragancias, Valentina’s
Laboratories. Mi equipo había desarrollado una fórmula para una crema
antiedad y en ese momento un grupo multinacional estaba alegando haberla
creado primero. No había patente y no la habían anunciado en ninguna
parte. La única mención había sido en una revista comercial francesa tres
meses antes, pero nosotros ya llevábamos nueve trabajando en la fórmula.
Estaba bastante segura de que lo que Beauty SkinEssence quería era que
renunciara a la línea, porque si lanzábamos productos similares al mismo
tiempo, los beneficios se reducirían para ambas partes.
La empresa era como mi bebé. Me había llevado doce años convertirla
en el exitoso negocio que era entonces. No iba a permitir que nadie pusiera
en peligro lo que había construido ni que desprestigiaran el gran esfuerzo de
mi equipo llamándonos imitadores. Levanté la vista de mi cóctel y noté que
mis hermanas intercambiaban una mirada. Reprimí una sonrisa, intuyendo
lo que vendría después.
—Así que parece que tenemos que planear una intervención —le dijo
Hailey a Lori, confirmando mis sospechas.
Me reí, echando la cabeza hacia atrás. Dios, en serio amaba a esas
chicas. Las intervenciones eran algo común en la casa de los Connor. Cada
vez que pensábamos que uno de nosotros necesitaba que le levantaran los
ánimos, planeábamos una. Eran necesarias cuando las cosas se ponían feas.
Yo había introducido el concepto de las intervenciones a los veintiún
años. Tras el fallecimiento de nuestros padres en un accidente de coche, mi
mellizo Landon y yo nos hicimos cargo de nuestras hermanas y de mis dos
hermanos. En aquella época tan difícil, necesitábamos esa dosis de tonterías
y bromas que nos daban las intervenciones. Pero la tradición perduró. A los
treinta y seis años, me gustaban tanto como cuando tenía veintitantos.
—¿Qué tal si os propongo un trato? Esperáis hasta después de mi
reunión con el mediador. Si no, es probable que tengáis que trabajar en otra
intervención mañana.
—No nos importa —me aseguró Lori. Hailey la respaldó asintiendo
vigorosamente.
—Nah, no tenemos tiempo. Debería irme. Mañana tengo que madrugar.
La reunión es a las ocho.
Había insistido en que el mediador viniera a verme para que pudiéramos
tener una primera conversación en mi territorio.
A pesar de haberme marchado después de haber tomado apenas una
copa, era casi medianoche cuando llegué a casa. Al encontrarme sola,
empecé a preocuparme de nuevo por la reunión. Mi empresa no era solo
una forma de ganar dinero. Lo era todo para mí.
Como de costumbre, dejé preparada la ropa para el día siguiente para
ganar tiempo por la mañana, cuando podría considerar vender mi alma por
unos minutos más de sueño. Había escogido una falda lápiz de color rojo
pasión y una blusa negra de una única manga. No era exactamente el típico
atuendo de oficina, pero me encantaba y era apropiado para mediados de
septiembre. Además, era mi conjunto de la suerte, y estaba decidida a
cambiarla.
Capítulo Tres
Val
A la mañana siguiente, vestida con mi conjunto de la suerte, me pasé por
Walter’s, la cafetería situada enfrente de mi oficina. Era la más cercana y
me gustaba empezar la mañana con un café antes de dirigirme al trabajo.
Normalmente me cruzaba con algunos clientes que conocía, gente que
trabajaba en alguna de las otras oficinas cercanas. Saludé al jefe del
Departamento de Recursos Humanos de una empresa de bebidas, con quien
había almorzado varias veces.
Luego eché un vistazo a mi alrededor en busca de alguien más a quien
pudiera conocer. Mi mirada se posó en el desconocido que estaba en la cola
junto a mí y me enderecé un poco, poniendo especial atención en él. Era
más alto que yo (y eso que mi traje me obligaba a llevar tacones). Su
camisa se extendía sobre un ancho pecho y se ceñía a una estrecha cintura.
Sus robustas manos terminaban en largos dedos que me hicieron
preguntarme si tocaba el piano. Pude incluso ver fugazmente su cara
cuando se giró para estudiar la carta. Su pelo era muy oscuro y estaba
segura de que sus ojos eran color avellana, lo que ofrecía un precioso
contraste.
No me percaté de que le estaba mirando fijamente hasta que apartó la
vista de la pizarra que mostraba el menú y se giró para mirarme. Era
guapísimo. Me había equivocado; además de ser de color avellana, sus ojos
también tenían reflejos dorados. Rompí el contacto visual cuando llegó mi
turno. Pedí lo de siempre: un capuchino con nata montada y sirope de
caramelo.
Mientras esperaba mi bebida, me empeñé en observar al desconocido
por el rabillo del ojo, estudiando cada detalle. Se unió a mí en la cola de
espera. En ese momento estaba tan cerca que no podía mirarle sin que fuera
demasiado evidente, pero podía oler su aroma. Reconocí la colonia al
instante. No era una de las mías, pero era de mis favoritas. Me centré en el
expositor de dulces y casi se me hizo la boca agua al ver las tortitas de
arándanos. Nop. Hoy seré fuerte. Nada de tortitas.
Colocaron nuestras bebidas en el mostrador al mismo tiempo. El
desconocido fue a coger la suya primero, pero el camarero debió de
colocarlas demasiado cerca del borde, porque se cayó... volcando también
mi café. Di un salto hacia atrás mientras el líquido caliente se derramaba
por todas partes.
—Lo siento —dijo el desconocido. Vaya, su voz. Otro elemento más
para hacerlo más irresistible a las pobres almas como yo.
—Te compraré otro.
—No es necesario.
—Insisto. Lo he tirado yo.
Un hombre con modales. ¿Os lo podéis creer?
—Bueno, si insistes, no te voy a decir que no.
Volvimos a la caja.
—Un capuchino con nata montada y sirope de caramelo para la
señorita. Y una tortita de arándanos —dijo.
Le miré de manera inquisitiva.
—¿Por qué has pedido eso?
Me dedicó una media sonrisa y un guiño.
—He visto cómo las mirabas antes.
Sonreí, sorprendida. No había tenido ganas de sonreír en toda la
mañana. Me había despertado como un torbellino, con el corazón en la
garganta. Esperaba que seguir mi rutina habitual mantuviera a raya los
nervios por la posible demanda. Pero hasta que aquel guapísimo
desconocido me hizo reír, mi estómago se había hecho un nudo.
—Bueno, ahí me has pillado. Y ya que lo has comprado, no puedo dejar
que se desperdicie, ¿verdad?
El desconocido me dedicó una media sonrisa. Señaló con la cabeza una
de las mesas vacías.
—¿Nos sentamos?
Miré la hora en mi smartphone.
—Solo tengo veinte minutos.
—Tiempo de sobra para tomarnos el café y para que disfrutes de la
tortita. De todas formas, por la manera en que la mirabas, no durará más de
cinco minutos.
¿Se estaba burlando de mí? Sí, sí, lo había hecho. Pero como había dado
en el clavo, no podía decir nada. Walter’s era acogedor, con mesas y sillas
estilo vintage y cómodos sofás. Nos sentamos junto a la ventana. Cuando
colocó la chaqueta de su traje azul marino sobre el respaldo de la silla, tuve
una vista privilegiada de su trasero. Vaya. Ese sí que era un detalle que no
iba a olvidar.
—¿Trabajas en alguna de las empresas de la zona? ¿O has venido a una
reunión? —pregunté.
—Acabo de trasladar mi negocio aquí. ¿Y tú?
—Mi oficina está cerca. —No me apetecía darle detalles, porque
mencionar a mi empresa me haría pensar de nuevo en la maldita reunión. —
Paro aquí todas las mañanas a tomar café.
Apoyó un codo en la mesa, inclinándose ligeramente.
—¿Con una tortita?
—De vez en cuando.
—Vamos, puedes ser sincera conmigo.
Me guiñó un ojo y no pude evitar reírme. ¿Cómo podía saber que ‘‘con
de vez en cuando’’ me refería a día sí, día también?
—Bueno, puede que me de el gusto más que de vez en cuando. Puede
ser.
—Ya veo. ¿Demasiado temprano para confesiones?
Me estaba tomando el pelo y yo lo estaba disfrutando inmensamente.
—Demasiado —confirmé, entonces él se rió. No hablamos de nada en
particular mientras tomábamos el café. No me dio ningún detalle sobre sí
mismo. Ni siquiera habíamos intercambiado nuestros nombres.
Me pregunté si, como yo, no quería pensar en el día que le esperaba. A
la gente normalmente le gustaba alardear de su trabajo y, a juzgar por su
caro traje y su reloj, tenía uno digno de presumir. Me gustó que habláramos
desde el anonimato. Era liberador. Ese enigmático desconocido era sin duda
lo mejor que me podía haber pasado aquella mañana.
Cuando llegó la hora de irme, se levantó de la silla al mismo tiempo que
yo. Me gustaban mucho sus modales. Nuestros brazos se tocaron mientras
nos movíamos. Solo duró un segundo, pero todo mi cuerpo reaccionó. ¿Qué
me pasaba? ¿Estaba tan necesitada de afecto que el más mínimo roce podía
causar semejante efecto en mí? Vale, era el contacto con un hombre alto y
guapo, pero aun así...
—¿Tienes alguna recomendación de lugares para almorzar?
—En Mrs. Seguin se come de maravilla —respondí con el primer
nombre que se me vino a la cabeza, porque pensaba ir a comer allí. —
También es genial para reuniones de negocios. Tienen un amplio menú.
—Gracias.
—Tengo que darme prisa —dije con pesar. Sin darme cuenta, había
hecho un gesto con la cabeza hacia la calle en dirección a mi oficina.
—¿Trabajas en Valentina’s Laboratories?
—Sí. Soy la dueña, Valentina. ¿Conoces la empresa?
El nombre estaba escrito junto a la entrada, pero el cartel no era lo
bastante grande para que se viera desde el otro lado de la calle.
—Tenemos la misma administradora. Me habló de ti.
Kate era un encanto. Presumía de mí a todo el mundo.
—Soy Carter.
Mmm, un nombre sexy para un hombre sexy.
—Me encantaría quedarme y charlar un poco más, pero tengo que
prepararme para la reunión.
—Que tengas un buen día, Valentina.
***
Carter
Llegó nuestro pedido y comimos en silencio. Aproveché la oportunidad
para observar a Val como había hecho en la cafetería. Había captado mi
atención cuando se puso en la cola delante de mí, desde donde tenía una
vista privilegiada. Era despampanante y divertidísima. Los quince minutos
que había pasado con Valentina esa mañana habían sido lo mejor de mi
semana.
Cuando entré en el restaurante, lo primero en que me fijé fue en su pelo,
una larga y densa melena que le caía en cascada por la espalda. Imaginé lo
que sentiría al hundir mis manos en ella, tirando mientras la acercaba hacia
mí.
Incluso en ese momento, no podía apartar la mirada de ella. Estaba
preciosa, con aquel top negro con el hombro descubierto. Yo era más alto
que ella, así que había tenido una excelente vista de su escote cuando
estábamos en la cola. Se me hizo la boca agua solo de recordarlo.
A mitad de nuestro almuerzo, mi teléfono vibró con una notificación.
—Perdona, tengo que comprobar si es algo urgente.
April: Voy a ir al cine con algunos compañeros de mi clase de inglés.
Llegaré tarde a casa.
Gruñí, pero luego recordé que no estaba solo. Val me observaba con
curiosidad.
—¿Problemas en el trabajo?
—No... es mi sobrina —admití a regañadientes—. Me acaba de mandar
un mensaje para decirme que llegará tarde a casa. Me ha informado sin
preguntarme. Esto va a sentar un mal precedente. Tiene catorce años.
No tenía ni idea de por qué le estaba contando eso.
Val apoyó los codos en la mesa, observándome atentamente.
—Déjame adivinar... ¿Quieres ser firme con ella, pero tampoco quieres
que te odie?
—Sí. Exacto. ¿Cómo lo sabes?
Me dedicó una pequeña sonrisa. No, un momento. No era una pequeña
sonrisa. Más bien parecía que estaba luchando contra las ganas de reír.
—¿Quieres un consejo?
—Sí, por favor.
Ya tenía el consejo de mis padres al respecto, pero quería conocer la
opinión de un tercero. Desde que las niñas habían venido a vivir conmigo,
mamá dividía su tiempo entre Los Ángeles y Montana. Mi padre aún poseía
el vivero de abetos que había tenido mientras yo crecía. Después de la
muerte de Hannah, mi madre quería estar más cerca de sus nietas. Acababa
de jubilarse de su trabajo como profesora y se había dedicado a la edición
por cuenta propia, así que tenía flexibilidad. Yo le había alquilado un
apartamento y me había ofrecido a trasladarlos permanentemente a Los
Ángeles, asegurándoles que podría cubrir sus necesidades económicas, pero
mi padre era demasiado orgulloso para aceptar. El vivero era su vida,
aunque en ese momento tenía que tomarse las cosas con más calma. Estaba
a punto de operarse de la cadera. Mamá había volado a Montana la semana
antes de que las niñas empezaran el colegio y esa vez se quedaría allí unos
meses.
—Tienes que ser firme. Te odiará durante un tiempo, pero luego se le
pasará. Es necesario hacerle entender que no quieres controlarla. Es
importante que sepas elegir tus luchas.
—La teoría parece fácil. Ahora solo tengo que encontrar la forma
correcta de formularlo.
Esa vez sí que se rió. Y como aquella mañana me había reído con ella,
me di cuenta de la diferencia: ahora se estaba riendo de mí.
—Eres abogado. Seguro que sabes cómo transmitir tu opinión —señaló.
—Me temo que son habilidades muy diferentes.
—Ya veo.
—¿Y tú?
Normalmente no hablaba de mis sobrinas. A la gente no le importaba,
pero Val parecía interesada. Eso me gustaba mucho.
Pasó un camarero preguntando si queríamos la cuenta. Asentí, aunque
quería alargar nuestra cita porque no había pasado suficiente tiempo con
ella, pero tenía una reunión al otro lado de la ciudad.
Cuando el camarero trajo la cuenta, la cogí automáticamente, pero Val
puso la mano en una esquina.
—No, señor. Compartiremos la cuenta. Es lo que hemos acordado.
—No he dicho que estuviera de acuerdo.
Se quedó boquiabierta y sus ojos verdes estaban tan llenos de fervor que
quise besarla hasta que me rodease con sus largas piernas y me suplicara
más placer.
—No es así como lo recuerdo. Asentiste en señal de aprobación.
Levanté ambas manos en señal de rendición.
—Es verdad, es verdad. Soy un hombre de palabra.
—Mmm. No sé si creerte.
Me miró con suspicacia hasta que cada uno pagó lo suyo y luego
añadió:
—Antes de que se me olvide, ¿has confirmado con Kate que acudirás al
evento?
—Aún no, pero le enviaré un email.
—Tengo acceso a la lista de invitados ya que conozco a algunos de
ellos. Te incluiré en ella. Va a ser genial, aunque para mí va a ser agotador.
Tendré que relacionarme con todos.
Pero la tertulia no duraría toda la noche. Después de que todos se
tomaran un par de cócteles, ya no tendría sentido. Al día siguiente ni
siquiera recordarían sus conversaciones. El recinto donde se celebraba la
gala estaba rodeado por un gran jardín. Podría llevar a Val a dar un paseo
después de que terminara de conversar, tal vez compartir una copa de vino
en privado, llegar a conocerla mejor. Y catar esos exuberantes labios.
Llevaba fantaseando con probarlos desde esa mañana. Apenas había
podido mantener mis pensamientos a raya, lo cual era nuevo para mí.
Siempre había sido capaz de mantener la cabeza despejada en el trabajo.
Pero volvía una y otra vez a su escote. Si le lamía un pezón, ¿se contonearía
contra mí? ¿Cómo respondería a mis caricias?
Sacó su enorme teléfono del bolso y lo dejó sobre la mesa.
—Veamos, aquí está la lista de invitados.
Abrió una hoja de cálculo. Tenía cuatro columnas. Nombre,
Acompañante, Correo electrónico, Número de teléfono.
Mi imaginación se había disparado, pero se detuvo en seco cuando vi
que había un nombre en la columna “Acompañante” junto al nombre de
Val. Iba al evento con alguien. ¿Era solo una cita o tenía novio?
Luchaba por aclarar mis ideas cuando Val preguntó:
¿Vas a traer acompañante?
—No.
—¿Me puedes dar tu apellido, correo electrónico y número de teléfono?
—Sloane.
Dí el resto de la información, tratando de digerir mi decepción.
—Listo.
Me levanté primero de la silla y retiré la suya. Ella levantó la vista,
sorprendida.
—Los modales son muy importantes para mí.
—Ya veo.
—Gracias por hacerme compañía, Val.
No pude contenerme y me incliné más de lo debido cuando se levantó.
El pequeño suspiro de sorpresa que soltó fue encantador.
Capítulo Cinco
Val
Las cenas de los viernes eran una religión en la familia Connor. A mí me
gustaba llamarlo hora de la reagrupación. Por muy mierda o agotadora que
fuera la semana, esas pocas horas que pasaba rodeada de mis hermanos me
llenaban de energía. Me gustaba saber en qué andaba cada uno.
Mientras cocinaba, me llamó Ethan. Lo había borrado de mi lista de
contactos y, al ver que llamaba un número desconocido, contesté pensando
que podría estar relacionado con el acto benéfico.
—Hola, Val.
Me enderecé como si alguien me hubiera electrocutado.
—Ethan. ¿Por qué me llamas?
—Escucha, sé que hemos tenido nuestras diferencias...
—Me ponías los cuernos —dije apretando los dientes, apoyándome en
el mostrador.
—Nunca dijimos que tuviéramos exclusividad.
Parpadeé varias veces mientras se me retorcían las entrañas. Era cierto,
nunca había dicho específicamente que fuéramos exclusivos, pero yo
siempre había pensado que estaba implícito. ¿Cómo pude ser tan crédula?
Dios, era una idiota... siempre soñando, siempre esperando. Que me
engañara me había dolido mucho.
—¿Qué quieres?
—Empecemos de cero.
—No me interesa.
—No seas así. Podríamos hablar de ello. Hagamos una cosa. Podemos
salir a cenar antes de la gala benéfica.
—No vas a venir.
Es verdad que en principio le había añadido como mi acompañante,
¿pero, acaso pensaba que seguía invitado?
—Val, vamos. Prometiste que me presentarías a ese productor.
¿Por eso había llamado? ¿Porque aún esperaba esa presentación? Me
sentí tan insignificante. Tan insignificante. No iba a permitir que nadie me
hiciera sentir así.
—Ethan, por si no te ha quedado claro, te estoy retirando la invitación.
No me vuelvas a llamar.
Pulsé el botón de fin de llamada, inspirando por la nariz. Me sentía
perdida, pero tenía que serenarme. Mis hermanos no tardarían en llegar para
cenar. Se darían cuenta al instante si tenía la cara larga y no quería que
nuestra cena se convirtiera en algo lúgubre.
Landon y yo hablamos brevemente de mi problema con Beauty
SkinEssence cuando llegó. No tenía ninguna novedad, ya que no sabía nada
de ellos desde la reunión de mediación de hacía tres días. Mi mellizo había
fundado la empresa conmigo antes de independizarse y convertirse en un
exitoso hombre de negocios.
Cuando Hailey llegó, me esforcé por poner mi mejor cara de póquer.
Fue en vano.
Tardó exactamente siete minutos en señalarme con el dedo y decirme:
—Espera un minuto. ¿Por qué parece que necesitas una botella entera
de Pinot Noir para ti? No te estás riendo con los ojos.
—¿Qué? —pregunté.
—Cuando te ríes, o sonríes, tus ojos parecen algo tristes.
Mierda, bueno, me había pillado. No tenía sentido negarlo. Cedí y le
conté lo de la llamada con Ethan.
—Maldito sea ese gilipollas —soltó Hailey—. Sabes qué, voy a cantarle
las cuarenta.
—No, no lo hagas. No merece la pena.
—Ya, pero ¿de qué otra forma aprenderá la lección?
—Cambiemos de tema, o los chicos se darán cuenta.
Hailey y yo llevábamos la comida mientras mis hermanos ponían la
mesa, junto con sus parejas. Bueno, excepto Jace. Mi hermano, la estrella
del fútbol, era el raro, seguía soltero. Mi mellizo, Landon, estaba felizmente
casado con Maddie, el cerebro que había diseñado el jardín exterior de mi
casa, así como el de la oficina. También tenían una hija, Willow. Will estaba
prometido con Paige.
Lori, su marido y su hijo eran los únicos que faltaban esa noche. Una
pena, porque tenía muchas ganas de abrazar a mi sobrino Milo.
Lori había sido madre soltera durante siete años antes de enamorarse de
Graham y yo estaba acostumbrada a que ella y Milo pasaran mucho tiempo
en mi casa. Echaba de menos pasar tiempo con ese pequeño.
Hailey sonrió.
—No sería mala idea. Porque a ellos no habría forma de detenerlos.
También abrí una botella de Pinot, por si las moscas. El alcohol amargo
combinaba perfectamente con mi estado de ánimo y mi corazón. Un poco
después, también me percaté de que estaba enviando una clara señal.
Nuestro sistema de vinos no era un secreto: Pinot para la tristeza,
Chardonnay para las celebraciones.
Jace se hizo presente a nuestro lado.
—¿Qué pasa con el Pinot? —cuando Hailey no respondió, dirigió sus
ojos hacia mí.
—Nada serio.
—Si es lo suficientemente grave para Pinot, entonces es algo que
debería saber.
Mi mente trabajaba a toda velocidad, mientras alternaba la mirada entre
Jace y Hailey. Sabía que si insistía en guardarme las cosas para mí, Jace se
lo sonsacaría todo a Hailey, que nunca había aprendido a guardar secretos
familiares. Lo mejor que podía hacer era contárselo yo misma. Así podría
omitir algunos detalles para que mis hermanos no hicieran uso de sus
músculos.
—He cortado con el chico que estaba viendo. Ethan.
—¿Qué ha hecho? —preguntó Jace de inmediato.
—Resultó que también estaba viendo a otras personas —le informó
Hailey—. Y ahora ha llamado para preguntar si todavía podía ir con ella al
acto benéfico para poder hacerle la pelota a algún productor.
Gruñí. Hasta ahí pude guardarme los detalles.
—¿Qué? —preguntó Hailey a la defensiva.
Jace entrecerró los ojos.
—¿Dónde vive el tío?
¿Cómo pude haber pensado que había alguna forma de evitar que fueran
sobreprotectores? Estaba muy equivocada.
—En la luna, Jace. Olvídate de él. Eso es lo que yo haré.
Pero Jace mantuvo los ojos entrecerrados.
—Puedo averiguarlo aunque no me lo digas.
Miró brevemente a Hailey, pero eso no me preocupaba. Hailey no sabía
dónde vivía Ethan.
Pero entonces Jace hizo un gesto a Will, que se unió a nosotros en un
instante.
—Ese tal Ethan ha jugado con nuestra hermana y ella no nos quiere
decir dónde vive.
Jace no tenía pelos en la lengua. La mirada de Will se volvió asesina.
Mierda. En ese momento sí que estaba preocupada.
—Puedo averiguar dónde vive —le aseguró Will.
Antes era inspector. Seguro que aún tenía suficientes contactos en la
policía como para averiguarlo. Estaba perdiendo la batalla. Siendo honesta,
ni siquiera sabía cómo actuar en estas situaciones. Además, a decir verdad,
una pequeña parte de mí esperaba que mis hermanos se toparan
accidentalmente con Ethan. Ni siquiera sabían cómo era, porque nunca lo
había presentado a la familia, pero podía imaginármelo.
¿Acaso eso me convertía en una mala persona?
Jace se volvió hacia mí y me preguntó con voz suave:
—Hermanita, ¿estás bien?
Asentí con convicción.
—No estuvimos saliendo mucho tiempo.
—Sí, pero te conozco. Pones mucho de ti en todo.
—Creo que poco a poco estoy aprendiendo la lección.
La preocupación de mi hermano me reconfortó. Aunque les diera
mucho el coñazo, estaba más que feliz y agradecida de que mi familia me
respaldara incondicionalmente: desde tener que lidiar con una demanda
hasta apoyarme por haber tenido una mala cita.
Y realmente no podía culparlos.
Siempre estaba metiendo las narices en sus asuntos y ofreciéndoles mi
ayuda, la necesitaran o no. Poco a poco intentaba refrenar mis instintos,
pero ¿a quién quería engañar? Formaban parte de mí.
Esos instintos se formaron en cierta manera después de que mis padres
fallecieran y Landon y yo nos viéramos obligados a hacernos cargo. Pero
esa indiscreción siempre había estado arraigada en mi personalidad. Mi
naturaleza también me había costado algunas relaciones, con novios que me
decían que era demasiado entrometida.
—¿Necesitas un acompañante para la gala benéfica? Puedo ir yo —
ofreció Will.
Jace sonrió.
—Yo también me ofrezco como posible acompañante, hermana. Puedes
elegir.
—No necesito escolta. Puedo ir sola.
Fue una pena que Hailey no pudiera venir: trabajaba en una agencia de
relaciones públicas en Hollywood y fue ella quien me puso en contacto con
los famosos a los que había invitado.
De repente recordé que Carter estaría allí y mi humor mejoró
notablemente. Me había caído bien desde el principio cuando me habló de
su sobrina. Evidentemente, también estaba muy unido a su familia. Por lo
general, tendía a ver lo mejor de cada persona, pero no creía estar tan
equivocada con Carter.
De todas formas, mi juicio podría estar nublado por esos penetrantes
ojos color avellana y por él en su totalidad.
Sonreí mientras nos sentábamos a la mesa, listos para almorzar. Mi casa
de estilo ranchero siempre me parecía demasiado grande, excepto los
viernes.
Quizá fui demasiado optimista sobre mi vida amorosa cuando compré el
terreno y construí la casa. Y ese optimismo me había jugado unas cuantas
malas pasadas.
No renunciaba al amor, pero pensaba tomarme las cosas con más calma.
Con mucha más calma.
Capítulo Seis
Carter
—Vamos, tío. Es viernes por la noche —dijo Anthony—. Quédate para una
ronda más de bebidas.
—Sí, la próxima ronda la pago yo —añadió Zachary.
Eran mis socios en Sloane & Partners. Habíamos invitado a todo el
equipo, compuesto de doce personas, a tomar unas copas para celebrar el
traslado a la nueva oficina.
—Que os divirtáis. Necesito llegar a casa con las niñas.
Hubo varios abucheos, pero negué con la cabeza, sonriendo.
—Deberías traerlas también —dijo alguien.
—¿A un bar?
—Podríamos ir a un restaurante.
—Prometí que vería una película con ellas.
—Oooh... qué mono. —Era Ashley, una de nuestras becarias.
Zachary se estremeció.
—¡Ashley! No digas eso en público. Imagínate que se corriera la voz de
que los empleados del gran Carter Sloane le llaman mono. Su reputación
quedaría arruinada. Todo nuestro negocio se vendría abajo.
Los clientes acudían a nosotros porque teníamos un buen historial.
Confiaban en mi capacidad y mi ética de trabajo, y apreciaban mi actitud
sensata.
—Oye, ¿quién sabe? Podría ser una estrategia de marketing única. La
mayoría de la gente cree que los abogados son robots sin alma —replicó
Ashley.
—Puede que sea verdad —dije.
—Nah, jefe. No engañas a nadie —dijo Ashley.
Me gustaba pensar que era el tipo de jefe que agradaba a todo el mundo.
Era implacable cuando tenía que serlo, pero me gustaba el ambiente
informal. El negocio de la abogacía ya era agotador de por sí. Podíamos
prescindir de la presión extra que supone un entorno de oficina estresante.
Mientras me despedía de todos, pillé a Zachary mirando de forma
sugerente a Ashley. Levanté una ceja, indicándole que me siguiera. Una vez
que estuvimos lo bastante lejos del grupo, fui directamente al grano.
—Nada de tonterías en la oficina.
Zachary apretó la mandíbula.
—Conozco las reglas.
—No mirabas a Ashley como si pensaras seguirlas. Nada de rollos entre
empleados.
Mi tono era firme, pero quería dejar claro mi punto de vista. Aunque
éramos amigos desde la facultad de Derecho, las reglas estaban para
cumplirse.
—Entendido.
—Bien. Diviértete.
No parecía muy contento conmigo cuando me fui, pero no podía hacer
nada al respecto. Los líos entre compañeros de oficina no eran raros en las
grandes empresas. Comprendía que era una idea tentadora, las horas se
hacían largas y la presión siempre era alta. Era una forma de aliviar
tensiones, pero en un bufete pequeño como el nuestro, era demasiado
arriesgado, demasiado complicado.
A decir verdad, el número de solteros o divorciados en la industria era
alarmante. Las largas horas de trabajo no favorecían precisamente a la
familia o las relaciones. Zachary no tenía nada de qué quejarse. Iba de flor
en flor y ni siquiera intentaba ser discreto al respecto.
Yo había salido con muchas mujeres, pero hacía tiempo que no tenía
una relación de verdad. No era reacio a ellas, pero después de que las niñas
se mudaran conmigo, las cosas cambiaron. Algunas se echaron atrás cuando
descubrieron que tenía sobrinas a mi cargo o se alejaron después de que las
presentara. Después de probar y fracasar varias veces, dejé de intentarlo.
Era lo mejor para las pequeñas y para mí.
Las chicas y yo acabamos viendo películas hasta bien entrada la noche y
durmiendo la mayor parte del sábado. El domingo las llevé a tomar un
helado y les pregunté por su semana, intentando averiguar si les gustaba el
nuevo colegio y si se estaban adaptando bien. Como siempre, el fin de
semana pasó demasiado rápido.
El lunes por la mañana salí antes de lo habitual porque quería pasarme
por la cafetería antes. El café estaba buenísimo y los bocadillos también.
¿Y, quién sabía? Hasta podría encontrar a Valentina. No está soltera, me
recordé a mí mismo, pero entonces otra voz en el fondo de mi mente aplacó
mi sentimiento de culpa. Podríamos simplemente disfrutar de la compañía
del otro o ser amigos.
Sí... excepto porque cada vez que pensaba en ella, las imágenes que
pasaban por mi cabeza no eran precisamente amistosas. Quería saborearla.
No solo sus labios. A ella entera.
Al entrar, recorrí la cafetería con la mirada y encontré a Val en una de
las mesas de la esquina. Después de recibir mi pedido, me dirigí hacia ella.
No me vio hasta que estuve justo delante.
—Veo que vas camino de convertirte en fan de Walter’s —dijo.
—Es un buen lugar para empezar la mañana.
—¿Verdad que sí?
—¿Te importa si te hago compañía? —señalé la silla junto a ella.
—Adelante.
Estar tan cerca de ella me impedía mantener la compostura. No solo
quería besarla, sino enredar la mano en su espesa y cautivadora melena,
recorrer su cuello con la punta de la nariz y luego seguir el mismo rastro
con la boca.
—Tienes algo en el pelo. Creo que es una... ¿flor de plástico? —
preguntó Val, en tono divertido.
—¿Qué?
Me pasé la mano por el cabello. Efectivamente, tenía puesta una
pequeña flor. Muy masculino de mi parte.
—Supongo que se soltó del vestido de Peyton cuando la abracé esta
mañana
Abrazar era un término suave. Se había subido a mis brazos y se había
negado a soltarme hasta que le prometiera que las llevaría a tomar otro
helado esa noche. Cedí, por supuesto.
—¿Tu sobrina de catorce años?
—No, esa es April. Peyton tiene cinco años.
Ante su mirada interrogante, añadí:
—Viven conmigo. Mi hermana y su marido fallecieron hace unos años
y yo soy su tutor legal.
—Siento mucho tu pérdida.
Algo parpadeó en esos hermosos ojos verdes cuando añadió:
—Te mantienen ocupado, ¿verdad?
—Se puede decir que sí. Mis padres ayudan todo lo que pueden, pero
viven en Montana. Tienen un vivero de abetos allí.
—¿Cómo acabaste siendo abogado en Los Ángeles?
—Estudié la licenciatura en la UCLA y me gustó la ciudad. Y en cuanto
a por qué me hice abogado, digamos que siempre me ha gustado debatir.
Podía librarme de cualquier cosa con mi labia.
—Ya, me lo imagino.
Como mi padre trabajaba mucho al aire libre, se burlaba de mí por hacer
exactamente lo contrario e ir a diario al gimnasio.
‘‘Ahora tienes que oler el sudor de los demás para compensar el hecho
de estar todo el día con el culo pegado a la silla’’, se reía con regocijo. Yo
me partía de risa cada vez que lo decía. Era cierto, aunque entrenar me
ayudaba a despejar la mente. El subidón de endorfinas mejoraba mi
concentración. Me gustaba mi carrera y era muy lucrativa. Podía
asegurarme de que Peyton y April asistieran a los mejores colegios y no
tuvieran que tener trabajos temporales para pagarse la universidad, como
había hecho yo.
—¿Cómo acabaste creando una empresa de cosméticos y fragancias
desde cero? Tu historia es fascinante.
—Me has buscado en internet.
Se quedó boquiabierta, como si no pudiera imaginar por qué yo haría
algo así.
—Pues sí.
—Bueno, hay mucho más de lo que aparece en la web.
—Cuéntamelo todo.
—Lo siento, pero ahora no puedo. Hoy voy con el tiempo justo y
debería irme. Tengo miles de cosas que hacer.
—¿Te hace ilusión ir al evento benéfico?
—Claro que sí.
—¿Tu acompañante también trabaja en la industria cosmética? ¿O del
cine?
Bajó los ojos hacia su taza de café.
—En la industria del cine. Pero iré sola.
—¿Tiene que trabajar?
—No, simplemente ya no estamos saliendo.
No debería alegrarme por su evidente desilusión, pero no pude evitar
que me invadieran las ganas de apretar el puño. Quería conocer mejor a esa
mujer.
—¿Qué ha pasado?
Se encogió de hombros como si no importara, pero me di cuenta de que
sí le importaba. Sin embargo, no insistí. Estaba claro que le incomodaba y,
después de todo, ¿por qué iba a compartir algo tan personal conmigo?
Apenas nos conocíamos. En lugar de eso, me propuse distraerla, mientras
intentaba ignorar la idea de que a fin de cuentas sí estaba soltera.
—¿No desayunas tortitas hoy? —pregunté.
—Nop.
Me incliné un poco más y le toqué el antebrazo, ansiaba el contacto. Su
mirada se desvió hacia mi mano y se relamió los labios.
—¿Y si te las compro yo? ¿Eso cuenta?
—Por supuesto que sí.
—Pero no te sentirías culpable.
—Eres incluso mejor que yo encontrando excusas. —Me sonrió.
—¿Y si compro dos para mí y luego decido que ya estoy lleno después
de la primera? Sería una pena desperdiciar la otra.
—Nunca te quedas sin argumentos, ¿verdad?
—No cuando pretendo conseguir algo —admití.
—¿Y lo que pretendes ahora es que me coma una tortita?
Se me pasó por la cabeza poner mis cartas sobre la mesa y decirle
exactamente lo que pretendía, pero no podía ser tan directo. Todavía.
—Quiero alegrarte la mañana. No dejes que ese imbécil te haga perder
más tiempo de lo que ya ha hecho.
Le mantuve la mirada un largo instante. Me di cuenta de que al
principio no quería apartar la vista, pero al final lo hizo, meneando la
cabeza y riendo entre dientes.
—¿Siempre empleas tácticas tan peligrosas para levantar el ánimo de
alguien?
—Yo lo catalogaría de valiente, pero también estoy encantado de
mostrarte mi lado peligroso.
Val tragó saliva.
—Bueno, me encantaría saber exactamente cómo distingues valiente de
peligroso. Tengo la corazonada de que nuestras definiciones difieren, pero
el deber me llama. También tengo que hacer algunas cosas para el acto
benéfico. Tal como voy, parece más trabajo que diversión.
—También lo vamos a disfrutar.
—Define disfrutar. —Desafió con una sonrisa mientras se recogía el
pelo en una coleta. El movimiento de sus manos hizo que su pecho se
elevara y empujara hacia delante. Dejó el cuello al descubierto. Su piel era
tan besable, tan susceptible al contacto, que a duras penas conseguía
contener el impulso de encontrar cualquier excusa para tocarla. La miré a la
boca el tiempo suficiente para que se diera cuenta. Sus ojos se abrieron de
par en par. Ella también sintió la química entre nosotros.
—Nah, eso solo estropearía toda la incertidumbre. Te lo enseñaré
cuando estemos allí.
Me levanté de la silla al mismo tiempo que ella.
—He estado en suficientes eventos para saber que no me resultan para
nada entretenidos.
—Pero no me tenías a mí para hacerte compañía.
Sus labios se abrieron ligeramente. Luego entrecerró los ojos.
—Bueno, entonces... me vendría bien algo de diversión. No veo la hora
de verte en acción. Espero que estés a la altura.
—Hecho.
Capítulo Siete
Val
Estaba un poco aturdida cuando me senté en mi escritorio. Lo primero que
hice al abrir el portátil fue buscar a Carter en Internet. Me sentí
entusiasmada, como si estuviera haciendo algo que no debía. Su bufete
llevaba solo tres años funcionando, pero no dejaba de ser impresionante,
teniendo en cuenta que tenía treinta y cinco años. Los abogados que conocía
que habían montado su propio bufete lo habían hecho más tarde en su
carrera.
Busqué algo de información en Google y vi que era un abogado
procesalista de mucho éxito.
Me moría de ganas de saber más sobre él, pero volví de mala gana a la
lista de tareas pendientes que había escrito la tarde anterior, cotejándola con
algunos de los correos electrónicos más urgentes de mi bandeja de entrada.
Por lo general, no me costaba concentrarme por las mañanas, pero más de
una vez me sorprendí divagando y tuve que hacer un esfuerzo consciente
para volver a centrarme. Normalmente evitaba contestar mensajes durante
el día porque me distraía de mi trabajo, sin embargo, cuando la pantalla de
mi teléfono se iluminó con una notificación, lo cogí.
Carter: ¿Estás libre para comer juntos?
Le había dado mi número de teléfono durante nuestro primer almuerzo,
justo antes de partir.
Val: Nop. Tenemos que cumplir unos plazos de entrega y comeré en
mi despacho.
Carter: ¿Alguna recomendación de restaurantes?
Sonreí mientras tecleaba los nombres de algunos sitios.
Intenté apartarlo de mis pensamientos durante el resto del día, pero fue
todo un reto. Aquella tentadora sonrisa y sus hipnotizadores ojos seguían
apareciendo en mi mente.
Por la tarde, volvió a enviar un mensaje.
Carter: ¿Quieres tomar un café?
Val: ¿Trabajas alguna vez?
Carter: ;-) entre descanso y descanso.
Carter: ¿Puedo tentarte con un café?
Mi ritmo cardíaco aumentó. Intenté ignorarlo.
Val: No puedo. Además, no puedes seguir robándome mi tiempo de
trabajo. Mi política es no enviar mensajes y solo suelo mirar el móvil
durante los descansos breves (que me tomo aquí).
Carter: ¿Cuándo son tus descansos exactamente?
Val: A las 11 y a las 16.
Eran las 3:09 de la tarde. No esperaba que Carter fuera a dejar de enviar
mensajes, pero tampoco esperaba su respuesta.
Carter: Perfecto. Me muero de ganas por robarte tu tiempo
durante el descanso.
Me reí. En ese momento me costaba aún más concentrarme, estaba
contando los minutos que faltaban para las cuatro, preguntándome si
empezaría su plan de robo ese día o el siguiente.
Sacudiendo la cabeza, puse mi atención en el correo electrónico que
estaba redactando. Quería organizar tres grupos de debate para la próxima
campaña Goddess de una de nuestras líneas de fragancias. Ya habíamos
organizado uno, pero yo no lo había supervisado. Resultó ser un error
delegar. El moderador no había explorado todas las dimensiones, no había
hecho las preguntas adecuadas. Yo podía hacerlo mejor y además quería
hacerlo. No era fácil organizar grupos de debate sobre fragancias. Eran un
lujo, una aspiración, pero como no tenían una finalidad específica como las
cremas antiedad, era difícil crear una estrategia de venta que marcara la
diferencia. Por eso la mayoría de la industria apostaba por anuncios sexys y
sensuales para venderlas. Pero para mí las fragancias significaban algo más
que hacerme sentir sexy. Eran recuerdos en un frasco y también sueños, y
de algún modo solo podía transmitirlo a los grupos si estaba allí en persona.
Después de enviar las instrucciones a mi director de marketing,
encontré un email de Hailey. Mi hermana respetaba mi política de no
enviar mensajes... pero solo porque había encontrado el resquicio del correo
electrónico.
Puse una sonrisita. Hailey era muy parecida a Carter en este sentido.
Asunto: URGENTE
He descubierto que el hermano de un compañero de trabajo es un
GRAN CANDIDATO. Puede que incluso tenga potencial para ser ‘‘el
elegido’’. ¿Quieres que te lo presente?
Suspiré, negando con la cabeza. ¿Y eso era urgente? Podría castigar a
Hailey con mi silencio, pero conociendo a mi hermana, se vendría arriba y
pondría las cosas en marcha sin esperar mi respuesta.
Val: Nop. Para el carro.
El elegido. Me estaba soltando una de mis frases favoritas. A veces me
sentía tonta por usar esa expresión. A lo largo de los años, había tenido
muchas citas y algunas relaciones. Unas habían sido más largas, otras solo
por diversión, sobre todo justo después de que Jace y Hailey se marcharan
de casa. Pero tenía tendencia a idealizar las relaciones. No podía negarlo.
Era uno de mis defectos.
Negué con la cabeza mientras releía su email. Estaba decidida a cumplir
mi nuevo propósito de tomármelo con calma.
Apagué la pantalla del ordenador y tomé notas en un papel.
Recuerdos alegres y favoritos de la infancia.
Lo mismo para las vacaciones. Pedir detalles específicos (sobre todo de
lugares) e inferir notas de fragancias asociadas.
Pedir aromas específicos rara vez funcionaba porque la gente no podía
identificar los toques individuales. Para cualquiera que mirara desde fuera,
mis notas no tendrían mucho sentido, pero el proceso funcionó para mí.
Empecé con palabras clave y medias frases y, con el tiempo, desarrollé
preguntas.
Casi me había olvidado de Carter, pero a las cuatro en punto, vibró mi
teléfono. Me sobresalté en mi asiento. Todos y cada uno de los
pensamientos sobre el grupo volaron.
Carter: Cuéntame algo sobre ti.
Parpadeé ante la pantalla. Aunque no entendía el propósito de la
pregunta, tamborileé con los dedos en la parte trasera del teléfono
entusiasmada, y luego respondí.
Val: ¿Como qué?
Carter: Lo que quieras. Algo que no sea obvio.
Val: Me gusta cantar cuando estoy sola.
Apenas después de enviarlo me pregunté si era algo extraño de admitir.
Carter: ¿También cantas en la ducha?
Sí, claro. No iba a responder a eso ni de coña.
Val: Tu turno.
Carter: ¿De dónde sacas eso?
Val: ¿Una pregunta por una pregunta?
Carter: Nop, yo hago todas las preguntas.
Me quité los zapatos y acomodé las piernas en el enorme sillón de
cuero.
Val: ¿Y qué gano yo?
Carter: Tus descansos serán mucho más agradables.
Me reí, tomándome unos segundos para ordenar mis pensamientos.
Val: No asumas que antes no lo eran. Ya sabes lo que dicen de los
que asumen. Una respuesta por una respuesta. Mi primera y última
oferta.
Su respuesta no llegó de inmediato, pero cuando lo hizo, el calor se
irradió justo entre mis muslos.
Carter: Si eso te place.
Aparecieron los puntitos que indicaban que estaba redactando un
mensaje y esperé las siguientes palabras con la respiración contenida.
Carter: En ese caso, necesitaremos más de diez minutos por
descanso.
Incliné la cabeza hacia atrás, sonriendo al techo. ¿Estaba negociando?
Pues se iba a llevar una sorpresa, porque ese era uno de mis puntos fuertes.
Val: Eso no va a poder ser. Diez minutos es todo lo que puedo darte.
No me contestó y miré la hora en la pantalla. Las 16:11. Maldita sea.
¿Me iba a dejar colgada? Dos minutos más tarde, cuando aún no tenía
respuesta, sacudí la cabeza y volví a mi lista de tareas pendientes, aunque
de vez en cuando echaba un vistazo al teléfono.
Durante las dos semanas siguientes, Carter me envió mensajes a las
once de la mañana y a las cuatro de la tarde, puntualmente. Me había salido
con la mía, insistiendo con mis propias preguntas cuando él intentaba
engañarme (cosa que hacía siempre). Incluso le pedí su opinión profesional
sobre mi problema con Beauty SkinEssence. Su respuesta me dejó
rascándome la cabeza. Como abogado, me aconsejó evitar una demanda. A
título personal, me dijo que él también lucharía por lo que creía justo.
Aun así, esperaba sus mensajes con más ganas de las que hubiera
querido tener. Me decía a mí misma que solo era una forma divertida de
pasar el rato. Éramos dos adultos atrapados en carreras vertiginosas y
necesitábamos desahogarnos. Algunas personas apostaban o hacían cosas
peores con ese fin. En comparación, intercambiar mensajes divertidos y
juguetones parecía inocente. Pero cuando me encontré con él en la cafetería
una mañana y me saludó con su voz profunda, me di cuenta de que no era
para nada inocente.
—Buenos días.
—¡Eh!
—Sabía que te encontraría aquí.
—¿En serio? ¿Por qué?
Estábamos en la cola uno al lado del otro y no pude evitar acercarme un
poco más. Olía increíble. Él en su totalidad era increíble, la verdad sea
dicha. Carter era un hombre clásico, con unos ojos y unos labios
impresionantes y un cuerpo de portada de revista. Cuando quise darme
cuenta nuestras mejillas estaban casi tocándose. Él también se había
inclinado hacia mí.
—¿A qué hora empiezas a trabajar? ¿Y a qué hora terminas? —
preguntó.
—De ocho a seis.
No tenía ni idea de por qué lo había preguntado, pero entonces las
comisuras de sus labios se inclinaron hacia arriba en una sonrisa cómplice.
—¿Por qué?
—Ya te he dicho que necesitaba más de diez minutos. Como no cedes
con tus tiempos de descanso, he encontrado una alternativa.
Estar a escasos centímetros de él estaba dejando en ridículo mi
capacidad de negociación. El tío era demasiado convincente.
—Estás asumiendo cosas otra vez.
—¿Ah, sí? —Se había inclinado aún más hacia mí y a duras penas
contuve el impulso de tocar aquella mandíbula recién afeitada. Asentí, pero
agradecí que llegara mi turno. Hice mi pedido rápidamente, pidiendo a la
cajera que me lo pusiera todo para llevar.
—Todavía son las siete y media, Val —me susurró al oído—. Tienes
tiempo de desayunar conmigo.
—Tengo que revisar unas notas para una reunión.
No presionó en absoluto, lo cual me sorprendió.
Lo que le había dicho era cierto, pero no era la única razón por la que no
me quedaba. Tal vez era hora de dejar los mensajes juguetones. Acababa de
trasladar su oficina enfrente de la mía. Si el flirteo se iba al traste, las cosas
podrían volverse incómodas.
La verdad es que me estaba divirtiendo demasiado como para parar.
Así que cuando Carter me mandó un mensaje a las once en punto, le
contesté.
Capítulo Ocho
Val
—Vaya, estos son preciosos.
Estaba de compras buscando un conjunto para el acto benéfico y, al más
puro estilo Valentina Connor, tenía demasiados favoritos como para
decidirme. Di vueltas, admirando un vestido azul claro desde todos los
ángulos. Puse otros tres más en la pila de los ‘‘quizás’’. Estaba a punto de
pedirle a la dependienta que me trajera también unos zapatos cuando sonó
mi teléfono. Carter. Después del encuentro del día anterior en la cafetería, el
corazón me daba un vuelco cada vez que veía su nombre.
Carter: Gracias por el consejo que me diste con respecto a April. Al
final hablé con ella y aceptó mis condiciones (algunas) y me sigue
considerando su tío.
Val: Por ahora. No la subestimes.
Carter: Déjame saborear la victoria un poco más.
Val: No querría que te confiaras demasiado.
Oh, Carter. Era un hombre cautivador, eso estaba claro. Y de todas las
cosas, era su voz la que no podía sacarme de la cabeza. Cada vez que
hablaba con su vibrante voz, la sentía como una caricia en mis partes
íntimas. El mero hecho de recordarlo me provocaba el mismo efecto. No
poder ignorar esa atracción magnética hacia él me hacía sentir vulnerable.
Examiné de nuevo el vestido azul. Asistir a ese tipo de eventos requería
vestirse de gala y era una buena excusa para darme un gusto con un
precioso vestido de diseño. Mi teléfono seguía distrayéndome. Tenía un
nuevo mensaje.
Carter: ¿Lista para mañana?
Se me revolvió el estómago.
Val: Estoy de compras ahora mismo. Comprando un conjunto. Hay
que ir de punta en blanco para impresionar.
Carter: Te esperaré en la entrada. Voy a ser el del esmoquin ;)
Sonreí. Todos los hombres llevarían esmoquin. Me probé todos los
vestidos y me decidí por uno amarillo claro, con un fino cinturón de
terciopelo negro alrededor de la cintura. El vestido apenas me llegaba a las
rodillas y tenía tirantes anchos sobre los hombros. El corpiño era más bien
un corsé que me oprimía los pechos. Sexy, pero no exagerado. Justo lo que
necesitaba. Miré la etiqueta e intenté no sentirme culpable. Era un veinte
por ciento más caro de lo que había pensado gastarme, pero ¿qué más daba?
Había trabajado mucho, me merecía esa preciosidad. Siempre que
derrochaba dinero, libraba esa batalla interior. Supongo que los
sentimientos de culpa eran la mochila que arrastraba de la época en la que
andábamos escasos de dinero, después de hacernos cargo del bar de papá.
Me hice una foto con el vestido amarillo y se la envié a Hailey.
Normalmente íbamos juntas de compras, porque compartir la experiencia y
comentar los modelitos de la otra suponía gran parte de la diversión, pero
esa vez no pudo venir.
Carter: Estoy impresionado.
DIOS. NO. ¿POR QUÉ?
¿Cómo había podido confundir los remitentes? Me puse roja. La pose
era un poco tonta pero muy sexy. El vestido tenía una abertura en un lado,
que no era visible a menos que enseñara una pierna. Y la enseñé. También
me levantaba una teta con la mano y guiñaba un ojo de forma exagerada.
Era el tipo de foto que nunca enviaría a nadie más que a mis hermanas.
Val: Eso era para mi hermana. Para que pudiera votar a su
favorito.
Carter: No he visto las otras opciones, pero... ¡JODER, SÍ!
Madre mía, qué vergüenza. Me planteé si debía responder, pero decidí
fingir que no había pasado nada.
La noche siguiente, me sudaban un poco las palmas de las manos al
bajar del taxi frente al local donde se celebraba la gala. Me sentía cómoda
con un amplio abanico de personas, desde vendedores hasta científicos.
Estos últimos eran mis favoritos, ya que me había especializado en química.
Pero gracias a Hailey, había aparecido un buen grupo de estrellas y el
público de Hollywood era otra historia. Me sentí aliviada cuando vi a Carter
al pie de la escalera que conducía a la entrada principal de la villa. Se me
revolvió el estómago como si estuviera intentando ganar una medalla de oro
en los Juegos Olímpicos. Me estaba esperando, como me había prometido,
y llevaba esmoquin.
Sus ojos se arrugaron en las esquinas cuando me sonrió. No sabía dónde
fijarme primero. Si en esos hipnotizantes ojos oscuros o la exquisita manera
en la que el esmoquin se le ceñía al cuerpo.
—Tan espectacular como te recordaba. —Me miró de los pies a la
cabeza antes de subir la escalera—. El amarillo te sienta bien.
Me sonrojé. Bueno, ahí era donde mi plan fallaba. No podía fingir que
el incidente de la foto no había ocurrido a menos que él me siguiera el
juego.
—¿Podemos olvidarnos de la foto?
Las comisuras de sus labios se contrajeron. Vaya. No iba a dejarlo pasar.
—Solo si prometes mostrarme las otras también.
Tardé un segundo en darme cuenta de que se refería a las fotos de los
otros vestidos que me había probado.
—Ni de coña —dije acaloradamente mientras entrábamos.
—¿Por qué? ¿Eran aún más sugerentes? Cuéntame.
Inclinó la cabeza, como haciéndome señas para que le susurrara al oído.
Le aparté con firmeza por el hombro y le señalé con el índice.
—No tenía intención de enviártela.
Ladeó la cabeza, sonriendo aún más.
—Bueno, el efecto que tuvo en mí fue duradero aunque haya sido...
involuntario.
No tenía respuesta para eso, así que fingí echar un vistazo a nuestros
alrededores. Giré la cabeza en la dirección opuesta cuando sentí que Carter
se acercaba.
—Eres la mujer más guapa aquí esta noche, Valentina.
Hice un gesto con la mano tratando de quitarle importancia. Ya no me
tragaba esas frases, sobre todo después de que mi último fiasco amoroso me
recordara que Los Ángeles era la ciudad donde se reunían las mujeres más
guapas para probar suerte como actrices, cantantes o modelos. Pero cuando
me volví para mirar directamente a Carter, algo en su expresión me dijo que
no eran solo palabras.
O tal vez yo era demasiado ingenua.
Una de las organizadoras notó mi presencia y me indicó que quería
hablar conmigo. Carter también la vio.
—Iré a ver qué necesita —le dije—. Luego voy a hacer la ronda. Tengo
una lista de unas veinte personas con las que tengo que hablar.
—Adelante. Tendremos mucho tiempo para hablar más tarde.
El evento fue tal como lo esperaba. A las tres horas ya casi me había
acostumbrado a la charla constante como ruido de fondo. Ya había hablado
con muchos de los famosos a los que quería acercarme para una campaña
que estaba preparando para los lanzamientos de primavera.
Tras una conversación especialmente productiva con una joven estrella
emergente del pop a la que quería presentar en nuestra campaña de
primavera, miré a mi alrededor en busca de un banco o una silla. Necesitaba
sentarme cinco minutos para que las plantas de los pies dejaran de estar en
carne viva. Si bien no tenía la resistencia de Hailey, caminar en tacones no
suponía un problema. Pero estar de pie sin moverme de un sitio estaba
siendo problemático.
No vi ninguna silla vacía y, justo cuando estaba a punto de dirigirme a
una de las salas más pequeñas para comprobar si los sofás de allí estaban
ocupados, un hombre enorme me acorraló.
—Oye, tú —dijo.
—¡Hola, Gus!
Habíamos hablado antes esa noche. Era uno de los modelos que estaba
fichando para una campaña de marketing. Había ganado popularidad en el
último año y podría llegar lejos. Quería hacerme con él antes de que
estuviera fuera de mi alcance.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó.
—Te lo agradezco, pero aún tengo que terminar mis rondas.
—Venga ya. No seas aguafiestas.
Parecía haber bebido ya unas cuantas copas, su paso no era muy firme.
Me miraba como si fuera a devorarme y a mí no me hacía ninguna gracia.
Normalmente salía de ese tipo de situaciones complicadas mostrando lo que
a Hailey le gustaba llamar mi mirada intimidante, pero éste no cedía.
—No quiero ser aguafiestas, pero el deber me llama.
El tío levantó una ceja y, en lugar de retroceder, se acercó aún más.
Joder, no. No quería montar una escena, pero si el chaval no captaba la
indirecta, no tendría elección.
Fue entonces cuando un movimiento detrás del hombro del tío llamó mi
atención. Carter estaba de pie a unos metros, observándonos. Cuando hice
contacto visual, balbuceó ‘‘¿Te está molestando?’’. Asentí
imperceptiblemente y Carter se dirigió hacia nosotros. Pensé que
simplemente diría que necesitaba hablar conmigo, pero antes de que abriera
la boca, me rodeó la cintura con un brazo. Me acercó tanto que un lado de
mi pecho se aplastó contra el suyo.
—Aquí estás. Pensé que te había perdido. —Le tendió la otra mano a
Gus—. Carter Sloane.
Gus la estrechó de mala gana. Carter me apretó aún más contra él. Mi
nariz casi tocaba su mandíbula. La piel suave de su mejilla y el ligero olor a
aftershave indicaban que se había afeitado justo antes de venir.
Gus alternó su mirada entre nosotros y se fue sin decir nada más. Aun
así, Carter no me soltó. Mi cuerpo se estremecía por el contacto —sentir su
extenso brazo contra mi espalda, el dorso de mi seno contra su pecho—
como si fuera piel con piel. La forma en que me sujetaba la cintura era casi
posesiva. Y me encantaba.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí. Me estaba planteando cómo deshacerme de él antes de que
aparecieras. Suerte que me viste.
—No he podido quitarte los ojos de encima en toda la noche.
Como si acabara de darse cuenta de que ya no había razón para
abrazarme, me soltó. Deseé que no lo hubiera hecho.
—¿Todavía tienes que hacer la ronda? —preguntó.
—Sí. Aún tengo que hablar con algunas personas. ¿Te lo estás pasando
bien?
—Ya he hecho algunos contactos. Es un gran evento. —Mantuvo su
mirada firmemente en mi cara. De hecho, con tanta firmeza que me hizo
preguntarme si estaba haciendo un esfuerzo extra para no mirar hacia abajo.
O tal vez eso era solo idea mía—. ¿Nos vemos luego?
Asentí y, después de separarnos, volví a mezclarme con la gente. Pasé
rápidamente por el resto de personas de mi lista. Dos de las conversaciones
fueron una pérdida de tiempo y las otras dos fueron más o menos
productivas.
Estaba deseando que llegara la parte divertida de la velada. ¿Qué tenía
Carter en mente exactamente?
Una vez que terminé, me dirigí al bar, lista para mi primera bebida
alcohólica de la noche. Una copa de Chardonnay me sentaría bien. Hasta
entonces solo había bebido agua, para mantener la concentración.
El bar se había instalado en una de las estancias que daban directamente
a la terraza trasera. Estaba abarrotado y me abrí paso entre dos hombres,
esperando mi turno. La parte trasera de la barra tenía espejos y observé el
movimiento de la sala. Mi cuerpo empezaba a relajarse, ya que había
hablado con todos los que necesitaba.
Pero entonces noté una cara familiar entre la multitud y cada centímetro
de mi cuerpo volvió a ponerse en alerta. Carter se dirigía hacia mí. Nuestras
miradas se encontraron en el espejo.
Se detuvo justo detrás de mí y me susurró al oído:
—¿Lista para salir de aquí?
Nuestras miradas seguían clavadas en el espejo. Me había llevado una
mano a la parte baja de la espalda, apoyándola allí, como si el hecho de
haberme tocado una vez hubiera roto alguna barrera entre nosotros.
—Tengo que estar presente para la rifa final.
Todos habían pujado por objetos donados, desde arte hasta viajes
alrededor del mundo, y los ganadores se anunciarían al terminar la velada.
En ese momento me frotaba la mano por la espalda. Mantuve la
compostura porque solo me tocaba el vestido, pero cuando sentí tres de sus
ásperos dedos sobre mis omóplatos descubiertos, no pude evitar
estremecerme.
—¿No confías en que te traiga de vuelta al final de la noche?
Su voz era juguetona y conspiradora, pero sus ojos tenían un brillo
deliciosamente oscuro y tenso.
Tragué saliva y me lamí los labios. Sin que me diera cuenta, se había
acercado tanto que mi brazo estaba presionado contra su pecho. Al menos
esta vez no eran mis tetas. La gente nos aplastaba por todas partes. ¿Estaba
tan cerca porque quería o porque no tenía otra opción?
—Desapareceremos por unas horas y tomaremos un muy necesario
respiro.
—Prometiste que nos divertiríamos, ¿recuerdas? Tomarse un respiro
suena... aburrido.
Su expresión cambió a una sonrisa francamente... feroz.
—No he dicho que eso vaya a ser lo único que hagamos. ¿Bueno,
confías en mí?
Asentí y finalmente me giré para mirarle directamente a él y no a través
del espejo.
—¿Qué quieres beber?
—Chardonnay.
—Una botella de chardonnay y dos copas, por favor —ordenó Carter.
—No necesitamos una botella entera —susurré.
—Lo sé, pero es más fácil que llevar dos copas llenas.
Mientras esperábamos, más gente se agolpaba alrededor de la barra,
apretándonos unos contra otros. Carter estaba justo detrás de mí y tuve que
hacer un gran esfuerzo para evitar que mi culo presionara contra su
entrepierna.
—Me encanta como hueles —murmuró contra mi piel.
Cuando sentí la punta de su nariz en un lado de mi cuello, me recorrió
un chisporroteo, haciendo que todos los músculos de mi cuerpo se agitaran.
Dios mío... ¿Cómo podía ese pequeño contacto ponerme así de nerviosa?
Cuando el camarero por fin colocó los artículos sobre la barra, agarré
las copas por el tallo mientras Carter cogía la cubitera con la botella de
vino. Luego entrelazó nuestras manos libres y me condujo a través de la
multitud. Me sujetaba como si le perteneciera. El pulso me latía en los
oídos mientras nos abríamos paso por la abarrotada sala y luego por la
terraza. Bajamos los escalones de mármol y entramos en el jardín. La
multitud disminuía a medida que nos alejábamos del local.
—Este jardín es enorme —comenté.
—¿Nunca habías estado aquí?
—No. ¿Tú?
—Varias veces.
Redujimos el paso en cuanto escapamos de la multitud. Carter me soltó
la mano y señaló un estrecho callejón bordeado de árboles de hoja perenne
a ambos lados.
—Por aquí.
Caminé a su lado, disfrutando de la repentina tranquilidad. También
parecía que había bajado la temperatura. Caminamos hasta que
encontramos una abertura a la derecha del seto.
—Guau. —Entramos en un jardín privado más pequeño con una fuente
en el centro. Tenía un borde circular de piedra lo suficientemente ancho
para sentarse—. ¿Podemos sentarnos ahí?
—Claro.
—Uf. Me he estado muriendo de ganas por sentarme toda la noche.
—Después de ti.
Se rió entre dientes, manteniendo una mano en la parte baja de mi
espalda mientras nos dirigíamos hacia ella. En ese momento, al estar los dos
solos, el contacto era diferente. Íntimo.
Cuando nos sentamos, descorchó la botella y sirvió vino en cada una de
las copas, que luego chocamos.
—¿Cómo sabes siquiera de este lugar?
—Está abierto a los visitantes durante el día. El año pasado traje aquí a
April y Peyton, y nos hicieron un recorrido por los jardines. Siempre que
estoy aquí para un evento, doy un paseo cuando necesito despejar la mente.
¿Solo? quería preguntarle. ¿O se ligaba a alguien en cada evento? Alejé
ese pensamiento de mi mente. ¿Cómo podía ser tan guapo? Llevaba su
oscuro pelo despeinado, como si esa noche se hubiera pasado la mano
varias veces por él. El desorden de su cabello le sentaba bien, sobre todo
porque contrastaba con el esmoquin. En algún momento se había quitado la
chaqueta, por lo que solo llevaba una camisa blanca que le cubría los
abdominales y el pecho, mostrando sus esculpidos músculos.
—¿Dónde están las chicas esta noche?
—En casa. Tienen una niñera que las cuida por la tarde y cuando tengo
compromisos por la noche. April casi me suplicó que la trajera. El hecho de
que fuera a codearme con famosos me hizo ganar puntos en la escala de los
“guays”. Aunque luego los perdí todos cuando le dije que no podía venir.
Pero he estado en bastantes como para saber que no es lugar para una niña
de catorce años, sobre todo porque no podría vigilarla.
Qué mono.
—Gracias por intervenir antes cuando me acorraló ese tío. No te había
tomado por un caballero blanco.
—¿Por qué no?
—Simplemente no me dio esa sensación.
En realidad era porque él daba la impresión de ser el típico tío alto,
guapo y peligroso, pero no podía admitirlo. Me miró como si supiera
exactamente lo que estaba pensando.
Capítulo Nueve
Carter
Tenía un constante debate interno entre querer hablar con aquella mujer,
averiguar más cosas sobre ella y besarla como si no hubiera un mañana. Le
dio un sorbo a su bebida, emitiendo un pequeño sonido de placer en el
fondo de su garganta. Val me consumía demasiado como para querer beber.
Cuando levantó la mirada y se dio cuenta de que la estaba observando, se
lamió los labios y apartó la vista. Con el movimiento de su cabeza, sentí el
aroma de su perfume.
—Háblame de tu perfume. Huele increíblemente bien.
Se iluminó.
—Fresia y lavanda. Una de las combinaciones favoritas de mi madre.
Por ella fue que me entró el gusanillo por las fragancias. Solíamos hacer
jabones y perfumes cuando era pequeña.
Eso no aparecía en ninguna parte de la página web de su empresa ni en
los artículos de prensa que había encontrado cuando la busqué en Internet.
Me estaba confiando algo íntimo. Había una expresión de nostalgia en sus
ojos.
—Debe de estar muy orgullosa de ti.
—Creo que lo estaría. Ellos... perdimos a mis padres hace más de
quince años.
La voz le tembló un segundo y le apreté la mano.
Saqué algunas conclusiones en mi mente. De repente, me di cuenta de
por qué era tan buena dándome consejos sobre April. Me había sentido
inexplicablemente atraído por Val desde que compartimos aquel primer café
y me pregunté si eso era parte del porqué. Me sentí conectado a ella de una
forma que me pilló completamente por sorpresa.
—¿Y tú criaste a tus hermanos?
—Sí. Junto con mi hermano mellizo, Landon.
—Tienes otros cuatro hermanos, ¿verdad?
Recordaba haberlo leído en alguna parte.
—Así es. Y no fue fácil, pero todos crecieron y se convirtieron en
adultos responsables de éxito. Jace juega al fútbol en los LA Lords. Will era
inspector, pero ahora dirige una fundación con su prometida. Hailey trabaja
en una agencia de relaciones públicas. Lori es organizadora de bodas. Estoy
muy orgullosa de todos ellos.
—Tienes toda la razón para estarlo.
—Gracias.
Me gustaba la mezcla de fuerza y sensualidad de Valentina, y también
me encantaba ese lado encantador que había mostrado en aquel mensaje que
me había enviado por error. Una imagen valía más que mil palabras y esa
iba a ser mi perdición. De hecho, ya lo había sido. Después de intercambiar
mensajes, me metí en la ducha. Bajo el cálido chorro de agua, solo podía
pensar en lo que sentiría al quitarle el vestido y descubrir cada centímetro
de su exquisito cuerpo. Acabé masturbándome con esa fantasía, gritando su
nombre. Mi polla se estremeció al recordarlo.
—Parece que, después de todo, hemos necesitado toda la botella —
comenté cuando rellené nuestras copas por tercera vez.
Val soltó una risita.
—Bueno, era pequeña.
Me preguntaba por qué una mujer como ella estaba soltera. Cuando la vi
con ese tío, se me apretaron las tripas. Estaban tan cerca que primero pensé
que eran pareja o que estaban a punto de serlo. Luego, cuando vi su
expresión incómoda, me puse furioso. Me sentí orgulloso de no haber
apartado al tío a la fuerza.
—Me duele la espalda de estar tanto tiempo de pie.
—Presiona con los pulgares el músculo cuadrado lumbar. Alivia parte
de la presión.
—¿El qué?
Sin pensarlo, me acerqué a su espalda y presioné con tres dedos el
músculo en cuestión. Val se enderezó y se inclinó hacia mí.
—Justo aquí.
Cuando retiré la mano, presionó con los pulgares a ambos lados de la
columna vertebral.
—Uf, qué bueno es esto... ¿Dónde lo has aprendido?
—De mi entrenador de fitness.
—Tiene sentido —murmuró, más para sí misma.
—¿Qué tiene sentido?
—Que te guste hacer ejercicio.
Me señaló el pecho y bajó la mano, como si se hubiera dado cuenta de
lo que había hecho.
Puse una sonrisita.
—¿Ah, sí? ¿Te gusta... lo que ves, Val?
—Estoy intentando decidir si mi sinceridad se te subirá a la cabeza o no.
Me reí y Val me dio una palmada juguetona en el hombro.
—Bueno, probablemente tengas un espejo y veas lo mismo que yo, así
que no hay razón para que yo no diga la verdad.
A pesar de saber que no era lo más inteligente, me incliné más cerca.
—Quiero oírte decirlo, Valentina.
Entrecerró los ojos, como si sopesara los pros y los contras.
—No, no creo que lo haga. Tener demasiada estima en uno mismo es
tan malo como no tener estima en absoluto. Es lo que solía decir mi padre.
Era irlandés e intentaba hacer pasar todo tipo de dichos raros por viejos
proverbios irlandeses, pero mi amigo Google no está de acuerdo. Creo que
papá se los inventó, pero me gustan.
Se relajó, hasta que me acerqué aún más.
—No creas que te vas a librar de lo otro.
Val se relamió los labios y se encogió de hombros.
—Como quieras. No puedes obligarme.
Moví las cejas.
—No, pero apuesto a que se te puede... persuadir.
—¿Vas a intentarlo?
—Obviamente.
—Mmmm... No lo creo, Sr. Sloane. Usted carece de las herramientas de
persuasión adecuadas.
Eso era un dulce desafío.
—¿Y cuáles son?
—¿Crees que te lo voy a poner fácil?
—Dame una pista.
Val pronunció las siguientes palabras con suma seriedad.
—Bueno, siendo sincera, el soborno funciona mejor que la persuasión.
Si he de creerle a mis hermanas, se me puede convencer de hacer locuras
siempre que haya helado de por medio. Yo, en cambio, puedo convencerlas
de cualquier cosa con mi famosa tarta de queso.
Tomé nota.
—Tengo otras herramientas de persuasión.
—¿Como cuáles?
Bajé la mirada a su boca y la mantuve allí hasta que ella sacó la punta
de la lengua y se humedeció los labios.
Flexionó la espalda y se tambaleó un poco hacia atrás. Llevé una mano
a su brazo para estabilizarla, temiendo que cayera en la fuente. Me miró
desde debajo de sus largas pestañas y ni siquiera me di cuenta de que había
movido la mano desde su brazo hasta su cara, apoyando el pulgar justo
debajo de su boca. Separó los labios y exhaló temblorosamente, y yo ya no
pude mantenerme alejado. Acorté la distancia que nos separaba y murmuré
contra sus labios.
—Voy a besarte, Valentina.
Cuando me dio un leve gemido como respuesta, me lancé a sus labios.
Deslicé la mano hasta detrás de su cabeza. Cuando lamí un poco su lengua,
gimió dentro de mi boca.
Con la mano libre, la acerqué más. Necesitaba algo más que sus labios.
Quería sentir el calor de su cuerpo, sus dulces curvas. No, eso había sido un
error... porque entonces al estar apretada contra mí, me volví aún más
codicioso, deseando sentir su piel. Perdí la noción del espacio y del tiempo,
hasta que me di cuenta de que estaba susurrando mi nombre. Entonces la
atraje a mi regazo, subiendo mis manos por sus piernas.
Se le puso la piel de gallina. Cuando pasé por sus rodillas, sus caderas
se deslizaron unos centímetros hacia delante. Luego, cuando le toqué el
culo, mis dedos no encontraron tela y, por un instante, pensé que no llevaba
bragas. Al pensar en ella desnuda, casi me vuelvo loco.
Me puse duro como una piedra y Val lo notó porque la había apretado
contra mí. Mi mano pasó de la piel desnuda al encaje mientras recorría con
el dedo el trozo de tela entre sus nalgas. Quería probarla y arrodillarme para
quitarle aquellas diminutas bragas, abrirla de par en par y acariciarla con la
boca hasta que explotara.
Bajé mis labios por su mandíbula, hasta el lóbulo de su oreja.
—No puedo dejar de besarte —confesé—. O de tocarte.
—Carter —susurró, dando la impresión de que quisiera ser besada de
nuevo pero insegura de si era una buena idea.
La estreché contra mí, apoyando la nariz en el pliegue de su cuello,
hasta que sonó un fuerte gong en la villa.
—Ah, ya nos están llamando.
Val parecía tan abatida como yo. No me importaba la gala, ni los
premios. Solo quería pasar más tiempo con ella. Algo había cambiado entre
nosotros durante la hora que habíamos pasado allí y quería consolidarlo
antes de que terminara la noche.
La cogí de la mano y la ayudé a levantarse del borde de la fuente.
—Siempre tan caballero.
—Nunca olvido mis modales.
De camino a la villa, nos encontramos con uno de los organizadores.
—Val, siento mucho no haber tenido tiempo de saludarte. Y tú eres
Ethan, supongo —dijo.
Apreté la mandíbula, estirando la mano hacia delante.
—Carter Sloane. Encantado de conocerle.
—¡Ah!
Nos miró a los dos, confusa.
—¿Podríamos repasar rápidamente los premios que habéis donado antes
de entrar? —preguntó a Val.
—Claro.
—Estaré en la villa —dije. Val asintió sin mirarme a los ojos.
Se me apretaron las tripas al entrar. Había olvidado que se suponía que
debía estar allí con otro hombre. ¿Seguía sintiendo algo por él? ¿Estaba
buscando un segundo plato? No sabía qué había entre nosotros ni en qué
podría convertirse, pero estaba seguro de que no quería ser el segundo plato
de Valentina.
Fui a devolver la botella vacía y las copas al bar, sin perder de vista la
puerta de entrada. Cuando Val entró, me puse a su paso mientras todos se
dirigían al salón principal.
Me dedicó una pequeña sonrisa, pero seguía sin mirarme a los ojos.
Tragué saliva, tratando de descifrar lo que se le pasaba por la cabeza.
Iba a anunciar a los ganadores junto con uno de los presentadores, así que
no me quedaba mucho tiempo con ella.
Una vez que estuvimos dentro del vestíbulo, la aparte hasta un lugar
semisoleado.
—Val, si quieres, podemos olvidar lo que ha pasado esta noche. Es tu
elección.
—¿La mía? ¿Y tú qué?
—Yo ya lo he decidido. No quiero olvidarlo. Haría un esfuerzo si
quisieras, pero no creo que lo hagas. A juzgar por la forma en que te has
abierto a mí... Joder, se me pone dura solo de recordarlo.
—Carter —susurró en tono de reprimenda, bajando la mirada.
—No tienes que responder ahora. Solo disfruta de la noche.
No volvimos a estar solos durante el resto de la velada, pero me
mantuve cerca. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, sonreía antes de
apartar la vista rápidamente. Cuando le ponía la mano en la espalda o en el
brazo, se inclinaba unos segundos hacia mí antes de enderezarse y respirar
hondo. Observar su batalla interior era exquisito.
Al final de la noche, sabía que no descansaría hasta que Val fuera mía.
Capítulo Diez
Val
Cuando llegué el lunes por la mañana a Walter’s, apenas encontré sitio para
sentarme. Me senté en una de las sillas de una pequeña mesa redonda en
una esquina de la sala, sorbiendo mi capuchino y observando a la gente. Mi
cuello estaba rígido, porque había renunciado a mi sesión de yoga matutina
para dormir un poco más, aunque engañarse a uno mismo de vez en cuando
era bueno para el alma. Sin embargo, no había pedido ni una tortita. La
naturaleza castigaba el exceso de autoengaños con kilos de más.
Estaba a mitad de mi café cuando sentí el ya familiar aroma de la menta
y el océano. Al principio pensé que lo estaba imaginando, porque Carter
había estado en mi mente casi constantemente desde el sábado. Pero
entonces también me llegó su voz.
Esa voz sexy que combinaba tan bien con el resto del paquete, de la
misma forma que el sirope de caramelo complementaba mi capuchino.
—Veo que has encontrado asiento. —Llevaba una taza para llevar.
—Al que madruga Dios le ayuda —dije guiñando un ojo—. O en este
caso, le da una mesa. Los lunes es una locura aquí, así que siempre vengo
antes.
Llevaba la chaqueta de su traje sobre el brazo, y la camisa se ceñía
sobre su tersa piel y sus exquisitos músculos, casi como si desafiara a todas
las mujeres de alrededor a mirarle... y así lo hicieron.
—No te has pedido tortitas.
—No. Esta mañana no.
—Ya veo. ¿Así que los lunes son para negarte las cosas que te gustan?
Su tono era juguetón, y me pregunté si se incluía a sí mismo entre esas
cosas.
—Es sano tener autocontrol de vez en cuando.
—Puede que sea saludable, pero no es divertido.
Miró a su alrededor en busca de una silla libre, pero no había ninguna a
la vista.
—Parece que hoy no tienes suerte —dije.
Volvió a centrar su atención en mí, posando su mirada en mis hombros y
mi cuello un poco más de lo apropiado. Me iluminé allá donde miró.
—Parece que te divierte mi mala suerte.
—En absoluto.
Entonces, ¿por qué me estaba burlando de él? Eeeh... bueno, porque
parecía fácil hacerlo con su impecable traje y el pelo alborotado. Además,
no sabía qué más hacer. Todavía podía sentir sus labios en los míos. Incluso
su sabor estaba fresco en mi mente. Pero mi último fiasco amoroso seguía
rondando mi cabeza y no estaba preparada para dar el siguiente paso.
Su móvil me salvó de la necesidad de seguir conversando. Sonó y miró
la pantalla con el ceño fruncido.
—Tengo que contestar. Que tengas un buen día.
Para ser un lunes, resultó excelente. Había descubierto una nueva
fórmula de perfume con la jefa de laboratorio químico, lo que siempre me
llenaba de satisfacción. Confiaba mucho en mis compañeros, porque
aunque yo era muy buena con las fórmulas y las mezclas, no era una
‘‘nariz’’, como se suele llamar a los perfumistas. Mi olfato no era lo
bastante fino como para hacer un perfume por mi cuenta, aunque una vez
que decidíamos las notas de fondo, me encantaba jugar con las notas medias
y altas. También me alegré de no haber tenido noticias de Beauty
SkinEssence. Es cierto que solo habían pasado unas semanas, pero por
experiencia sabía que cuanto más tiempo pasara, más posibilidades había de
que abandonaran el asunto.
—¿Ya has terminado, jefa? —me preguntó Anne cuando pasé por
delante de su mesa a última hora de la tarde.
—Sí. Nos vemos mañana.
Me estaba volviendo muy buena en eso de equilibrar la vida laboral y
personal. Incluso tenía tiempo de hacer la rutina de yoga que me había
saltado por la mañana... pero sin embargo, decidí ir de compras.
A la mañana siguiente, mientras tomaba un café en Walter’s, me
encontraba absorta en mi Kindle. Me senté en la misma mesa que el día
anterior, que tenía tres asientos vacíos a su alrededor. Sostenía mi Kindle
para que todos lo vieran, lo que esperaba que diera la impresión de que
estaba ocupada. Pronto me perdí en las páginas y deseé estar bebiendo agua
helada en lugar de un café caliente. Vale, puede que leer una novela erótica
a primera hora de la mañana no fuera la mejor idea, pero para cuando me di
cuenta ya estaba cachonda. Pero la noche anterior había llegado a una parte
muy buena y estaba deseando retomarla aquella mañana.
—¿Esta silla está libre?
Miré hacia mi izquierda. Carter estaba a mi lado, con la mano en el
respaldo de la silla en cuestión.
—Claro.
—Solo tengo unos minutos. Mi socio, Zachary y yo nos vamos a reunir
con un nuevo cliente esta mañana.
Hizo un gesto a un hombre en traje que estaba haciendo cola. Cometí el
error de dejar mi Kindle sobre la mesa. El movimiento llamó la atención de
Carter y su mirada se clavó en la pequeña pantalla. Ya tarde, recordé que
había puesto una fuente extragrande y que no había apagado el dispositivo.
Rectifiqué mi error al segundo siguiente. Carter seguía inmóvil, como si
hubiera olvidado lo que estaba a punto de hacer.
—¿Qué estás leyendo?
—Un libro.
—He alcanzado a ver la palabra ‘‘clítoris’’. Es lo que me ha llamado la
atención.
—Cómo no —murmuré, sintiendo cómo se me calentaban las mejillas.
Uf. Una cosa que me encantaba de un Kindle era que nadie podía saber lo
que estaba leyendo. No es que estuviera avergonzada, pero nunca me
habían importado las miradas prejuiciosas que recibían las cubiertas de los
libros que leía. Me gustaban mucho las que tenían tíos buenos en ellas.
Cuanta menos ropa llevaran, mejor.
Carter finalmente se sentó, mirándome como si fuera la primera vez que
me veía.
—Bueno, ¿de qué trata el libro?
—Es una novela romántica. Un romance erótico.
Su labio se curvó en una media sonrisa.
—He podido comprobar lo de la parte erótica. ¿Así es como pasas las
mañanas?
—No, suelo leer antes de dormir, pero había llegado a una parte buena y
no pude evitarlo.
—Ya veo. ¿Qué otros géneros lees?
—¿De verdad quieres hablar de mis hábitos de lectura?
—Sí. Me gusta hablar contigo. Me pareces una mujer fascinante. Es un
dato inesperado, eso es todo.
Dato inesperado. Ajá. Apuesto a que pensó que yo era una especie de
ninfómana.
—Leo casi de todo, desde thrillers hasta novelas de misterio. Incluso de
terror de vez en cuando. Pero el romance es mi favorito. No hay nada como
la dulzura y la sensualidad para hacerme animarme. Soñar con un príncipe
azul es una forma estupenda de pasar el tiempo.
—Eso sube el listón de las citas en la vida real, ¿no?
—La verdad es que no. Sé que es una fantasía.
Carter apoyó un antebrazo en la mesa, observándome con un ceño
indescifrable.
—¿Todavía sientes algo por ese tal Ethan?
Parpadeé, completamente sorprendida.
—¿Ethan? La verdad es que no. Solo llevábamos saliendo dos meses.
Es solo que... bueno, todavía estoy un poco recelosa. No he tenido la mejor
suerte en el mundo de las citas, así que me lo estoy tomando con calma. —
Me encogí de hombros, esperando que lo dejara pasar. Pero evidentemente
tenía otras intenciones.
—Resulta que tengo la misma mala suerte.
Entrecerré los ojos, porque, bueno... eso parecía poco probable.
—¿No me crees?
Parecía que se estaba divirtiendo.
—No me lo imagino, no.
—Bueno, esa es la pura verdad.
Acercó su silla a la mía, susurrando de nuevo.
—Busco a alguien inteligente y con sentido del humor.
Justo en ese momento nos interrumpió Zachary, que volvió para
informarle a Carter de que tenían que irse y presentándose a mí.
Carter se levantó mientras yo estrechaba la mano a Zachary. Seguía
mirándome.
—¿Conoces a alguien que pueda estar interesado?
El calor de su mirada había alcanzado niveles letales. Me guiñó un ojo
cuando Zachary lo alejó y respiré entrecortadamente.
Intuía que nuestras reuniones matinales iban a convertirse en algo
habitual y Carter me dio la razón a la mañana siguiente.
Cuando llegué a la cafetería, él ya estaba allí, sentado en la mesa de
siempre. Había dos tazas de café sobre la mesa y una tortita. Cuando me
indicó que me uniera a él, mis pies me llevaron en esa dirección casi por
voluntad propia.
—Llegué pronto y conseguí nuestros dos favoritos —dijo.
Me senté a su lado. Una esquina de mi Kindle asomó por mi bolso.
—¿Otra vez interrumpiendo tu tiempo de lectura? —preguntó con un
brillo en los ojos.
—Bueno, ahora que lo mencionas... iba a leer.
Le di un mordisco a la tortita y un sorbo a mi capuchino. La taza de
Carter estaba medio llena, pero no parecía interesarle en ese momento. Su
atención estaba puesta en mí.
—Déjame adivinar, ¿anoche llegaste otra vez a una parte muy buena y
no podías esperar a leerla esta mañana?
—Culpable.
—¿Qué decía la parte buena? Por favor, no omitas ningún detalle.
Apreté los muslos.
—¿Quieres que... qué? ¿Que te hable de los personajes?
Carter estaba aún más cerca en ese momento. Si se acercaba más,
prácticamente podría besarme.
—Está claro que tienen más acción que nosotros, así que... ¿por qué no
oírlo todo? Vivir a través de ellos. Soy todo oídos. Lo que vi fue bastante
caliente. ¿Eso fue todo o se vuelve más ardiente?
Mierda, la que estaba ardiendo era yo. ¿Iba en serio? ¿Cómo se me
había ido la conversación de las manos tan pronto?
—Te estás sonrojando, así que supongo que la respuesta es mucho más
ardiente.
Me aclaré la garganta.
—Te daré el título. Así podrás leerlo tú mismo. ¿Qué te parece?
Se lo pensó un momento y me dedicó una sonrisa de gato de Cheshire.
Vaya. Eso no puede ser bueno.
—Solo si podemos intercambiar notas e impresiones. Criticar detalles,
cosas así.
En ese momento los dos nos reímos, pero había algo de desafío en su
tono. Me estaba provocando. Yo quería seguirle el juego porque era muy
divertido.
—Con mucho gusto.
Estaba coqueteando. Lo sabía. Aún así, no podía parar. Me sentía bien.
Cuando le dije cómo se llamaba el libro, abrió tanto los ojos que parecía
que se iban a salir de las órbitas.
—¿Se ha quedado perplejo verdad, Sr. Lector? Si te cuesta digerir el
título, espera a leer el libro.
—¿Me arrepentiré de esto?
—Probablemente. ¿Cómo están las chicas? —pregunté, ansiosa por
cambiar de tema.
—Se acerca el cumpleaños de April. He alquilado un yate. No estoy
seguro de que haya sido la idea más inteligente. Se me ocurren una o dos
cosas que pueden salir mal. Pero April acaba de empezar en un nuevo
colegio y sé que está ansiosa por hacer amigos. Las fiestas siempre ayudan.
—Quieres hacerla feliz —afirmé.
—¿Por qué te sorprende?
—No me sorprende, solo que... supongo que no esperaba que fueras tan
comprensivo.
—Me mudé cuando tenía catorce años para ir al instituto. Sé lo difícil
que puede ser. Los chicos de ciudad también suelen ser malos con los que
vienen de pueblos pequeños, los acosan. Si puedo facilitarle las cosas, lo
haré.
No podía imaginar a nadie intimidando a Carter. Su imponente
presencia exigía respeto, pero quizá las cosas no siempre habían sido así.
En cualquier caso, el hombre era entrañable. Me compadecía de él. Una
fiesta de adolescentes no era para los débiles de corazón.
—¿Cuántos de tus amigos van a estar allí?
—Cero.
—Estás de broma.
—Pensé en aprovechar la oportunidad para conocer a los compañeros
de April, mezclarme con ellos...
Pobrecillo. No tenía ni idea de dónde se metía. Sentí que era mi deber
facilitarle las cosas.
—Aviso: puede que no quieran mezclarse contigo. También puede que
oigas la palabra viejo. No te lo tomes como algo personal.
—Empiezo a pensar que tienes razón. April ya dejó caer que espera que
no me quede mucho tiempo.
Me sentí completamente expuesta porque estaba bastante segura de que
no muchos llegaban a ver esta faceta suya: un poco inseguro, fuera de su
zona de confort. Como si supiera que era el momento adecuado para atacar
(probablemente lo sabía; después de todo, era un gran abogado), dijo:
—Únete a mí.
—¿Qué?
—Ven conmigo.
—¿A una fiesta llena de quinceañeros? Suena aterrador.
—Lo será, por eso espero que no seas tan despiadada como para
rechazarme.
¿Un día en el mar? ¿Por qué iba a negarme? Vale, se me ocurrían una o
dos razones, pero prefería ignorarlas.
—¿Qué dirían los demás si supieran que le tienes tanto miedo a un
grupo de adolescentes? —bromeé.
—Probablemente lo mismo que dirían de ti si conocieran tus
preferencias de lectura.
El aire entre nosotros pareció espesarse. Estábamos tan cerca que podía
sentir el calor de su cuerpo. No quería apartarme, aunque su proximidad me
ponía aún más cachonda que cualquier escena caliente de los últimos días.
Al diablo con todo. Quería divertirme, tener una aventura. Y enfrente
tenía un hombre que parecía un dios griego ofreciéndome exactamente eso.
—Vale.
—¿Eso es un sí?
—Sí. Nunca está de más tener compañía.
—No haremos de vigilantes, Val. El barco tiene una bonita cubierta
separada donde podemos tumbarnos al sol.
Su mensaje era claro: estaríamos solos. Le brillaban los ojos.
—¿Debo llevar algo?
—Un bikini y una toalla. Todo lo demás está bajo control. Cuidaré muy
bien de ti, Val.
Capítulo Once
Carter
El sábado me vino un recuerdo del primer día de colegio de April. Ya había
crecido, pero seguía mostrando los mismos signos de nerviosismo: se
mordía las uñas, jugaba con su pelo.
—April, es tu fiesta. Tienes que disfrutar —le dije mientras
esperábamos a que todos llegaran al barco.
—Y hacer amigos.
—No puedes forzar eso. Con el tiempo tendrás tu propia pandilla.
La mitad de la fiesta estaría formada por amigos de su antiguo colegio y
la otra mitad por compañeros del nuevo.
Puso los ojos en blanco.
—Estás hablando como un adulto.
Intenté recordar cómo era tener quince años, cuando los amigos eran lo
más importante en la vida.
—No, hablo como tu tío. Tú eres guay. No cambies quién eres solo para
encajar con gente nueva.
—Ayy, ya basta —dijo con buen humor.
Le revolví el pelo. Se apartó de un salto.
—Oye, para. No tengo cinco años.
—Ojalá los tuvieras.
—Carter, por favor, sé amable con ellos. La mitad ya te tiene miedo.
—¿Por qué?
—Te han buscado en Google. Eres un hombre respetado y pareces
intimidante. —Me dio un golpecito en el brazo—. ¿Para qué necesitas todos
estos músculos? Eres abogado. Las palabras son tus armas. Gracias a Dios
que no pasarás mucho tiempo con nosotros.
April se había mostrado sospechosamente entusiasmada cuando le hablé
de Val. Sus amigos empezaron a llegar poco después y los escruté con ojos
de tío y abogado. Nadie tenía tatuajes, ni piercings, ni aspecto de pertenecer
a una banda. Me esforcé por mirar a todos a los ojos al estrecharles la mano.
Comprobaba si sus pupilas estaban dilatadas, lo que normalmente era señal
de que consumían drogas. Todos pasaron la prueba.
Empecé a relajarme, lo que resultó ser un gran error. Quince minutos
más tarde, ya estaba de los nervios. Había pillado a dos chavales intentando
subir vodka a bordo y se lo había confiscado. Uno de ellos quería ser algo
más que amigo de April. Estaba a punto de abalanzarme sobre el muchacho
cuando vi a Val en el muelle, haciéndome señas con la mano.
Tenía una gran sonrisa en la cara cuando me acerqué. Detrás de mis
gafas de sol, me tomé un tiempo para admirarla. Llevaba un vestido de
playa hasta la rodilla con un escote pronunciado. También se le veía el
bikini y la parte de arriba le levantaba los pechos.
—¿No ha ido muy bien hasta ahora, ¿no? —preguntó en lugar de
saludar.
—¿Qué me ha delatado?
—Antes de que me vieras, parecía que ibas a tirar a ese chico por la
borda.
—Ha intentado meter alcohol a hurtadillas y estaba mirando a mi
sobrina de forma lasciva.
Sonrió.
—¿Qué esperabas?
—Otra vez te burlas de mi suerte de mierda —señalé mientras me
inclinaba para besar su mejilla, llevando también mi mano a su cintura. No
me limité a darle un beso rápido. Me entretuve acercando una comisura de
mis labios a los suyos. Hoy iba a conquistar su hermosa boca. Pero sabía
que no me conformaría con un simple beso. Quería más de Val, y por la
forma dulce en que se apretó a mi contacto, su aguda inhalación de aire
cuando me devolvió el beso en la mejilla, supe que se rendiría a mí.
Me moría de ganas de estar a solas con ella, de besarla hasta que
estuviera húmeda para mí. La excitaría hasta que jadeara por mi nombre,
suplicando más.
—¿Lista para pasártelo bien? —murmuré en su oído.
Olía de maravilla, a alguna flor que no podía nombrar, pero también a
especias. El temblor que la recorrió me dijo todo lo que necesitaba saber.
—Sí. ¿Está Peyton aquí también?
—No, se quedará jugando con amigos todo el día. Todavía no sabe
nadar muy bien y estar en el barco todo el día habría sido demasiado
peligroso para ella.
Me miró con ojos cálidos mientras nos dirigíamos juntos a bordo.
April estaba ensimismada cuando le presenté a Val.
—He oído hablar mucho de ti, April.
—¿En serio? Bueno, mi tío te mantuvo en secreto hasta hace unos días.
—No te preocupes. Lo mantendré alejado para que no te avergüence.
Espera un momento, ¿qué había dicho?
—¿De verdad?
April parecía que iba a abrazar a Val.
—Resulta que soy una experta domando los genes sobreprotectores.
Mi sobrina sonreía como si fuera la mejor noticia que hubiera oído en
todo el día. Cuando volvió con su grupo, que estaba apiñado en el otro
extremo de la cubierta, miré a Val con una ceja levantada. Se sonrojó y
apartó la mirada, luego me miró de reojo. Me acerqué. Ella se volvió hacia
mí.
—Así que te estás aliando con April y estáis contra mí.
—Bueno, es mejor si piensa que alguien está de su lado.
—¿Estás jugando a ser el policía bueno?
—No del todo. Vayámonos antes de que arruines la fiesta de la pobre
chica.
—¿Estás insinuando que soy un ogro?
Ladeó la cabeza de forma juguetona.
—Todavía no estoy muy segura.
—Creo que solo quieres estar a solas conmigo. Para... ¿cuál era la
palabra? Domarme. ¿Cómo piensas hacerlo exactamente, Valentina? —Sus
mejillas se sonrojaron y me acerqué aún más. Se lamió el labio inferior. Por
poco me abalanzo sobre su boca—. Si me voy a someter a tí, al menos me
gustaría saber cómo.
—¿No deberías ir poniendo en marcha este barco?
—Sí. ¿Quieres un tour antes?
Dudó.
—No tendrás tiempo para domarme durante el tour. Pero no te
preocupes. Te daré muchas oportunidades más tarde. Vamos.
Ella asintió, aunque sus ojos brillaron de sorpresa.
—Esta es la cubierta principal, obviamente. Un poco pequeña para
quince personas, pero servirá.
Entonces le mostré el nivel inferior, que era una especie de sala de estar
y comedor.
—¿Así que nos esconderemos aquí abajo durante todo el día?
—Qué va. La parte delantera es toda nuestra.
Delante del camarote del capitán había una cubierta más pequeña que
nos daría intimidad. Había dispuesto que llevaran allí dos tumbonas y
sombrillas, que abriría después de echar anclas.
—Estaré en la cabina del capitán hasta que lleguemos a aguas más
profundas.
—Yo me dedicaré a mi bronceado.
Resultó ser una mala idea.
Ver a Val quitarse el vestido fue como tener un espectaculo erótico
privado. Su cuerpo era aún más increíble de lo que había imaginado. Esa
figura alta y esbelta iba a ser mi perdición. No sabía dónde mirar primero.
Si a su culo redondo y respingón o sus pechos increíblemente sexys, que
casi se salían de su bikini. Sus largas piernas eran musculosas pero
delgadas. Quería envolverme en esos muslos, chupar sus pezones y adorar
cada centímetro de ella.
Recorrería con mi boca su delicada piel, separaría sus piernas y me
daría un festín hasta que se estremeciera de placer.
Se acomodó en una de las dos tumbonas. Gracias a Dios que no se
estaba poniendo crema solar, porque no creo que hubiera podido evitar
mirarla y seguir prestando atención a lo que estaba haciendo. Se puso los
cascos y se tumbó boca arriba.
Cuando el barco llegó a aguas claras y profundas, eché el ancla y salí a
avisar al grupo de que íbamos a pasar el día allí. Teníamos algunos trajes de
neopreno, pero no creía que nadie quisiera nadar. Era mediados de octubre
y, aunque el tiempo era soleado, el agua no estaba como para zambullirse.
Luego fui al frente con Val. Seguía tumbada boca arriba. Me senté en la
otra tumbona y le pasé los dedos por el muslo izquierdo. Abrió los ojos y se
apoyó en un codo para quitarse los auriculares.
—¿Qué estás escuchando?
—Uno de los libros de Richard Branson.
—¿Cuál? Mi favorito es Los negocios al desnudo.
—Ah, ese también me gusta. Este es el más reciente. Me encanta su
enfoque de los negocios y de la vida en general. Cómo a pesar de tener
tanto éxito siempre se ha mantenido con los pies en la tierra.
—Exacto. Y por sus consejos se nota que tiene los pies en la tierra. Sus
estrategias son inteligentes.
—Y poco convencionales.
También me atraía a nivel intelectual. Nunca había dado tanta
importancia al credo de que ser inteligente es sexy como en ese momento.
Me gustaba que fuera inteligente, avispada y que siguiera dispuesta a
aprender a pesar de haber conseguido tanto. Había conocido a muchos que
pensaban que una vez alcanzado cierto nivel de éxito, no tenían nada más
que aprender.
—¿Quieres algo de beber? —pregunté.
—Sí.
—¿Algo en particular?
—Sorpréndeme.
Apenas pude disimular mi sonrisa mientras bajaba a la cubierta inferior
para coger la botella de champán que había comprado especialmente para
nosotros, así como helado en tarrinas.
Se rió encantada cuando lo llevé.
—Bueno, has sacado la artillería pesada.
Me senté a su lado.
—Tú pretendes domarme, lo menos que puedo hacer es algo para
persuadirte.
Ahora se reía aún más, y me daba un inmenso placer que yo lo hubiera
provocado, que se divirtiera tanto conmigo. Hacía poco que conocía a esa
mujer y, sin embargo, quería pasar más tiempo con ella que haciendo
cualquier otra cosa. Estaba decidido a que ese día se divirtiera. Por
supuesto, hacerla reír no era lo único que tenía en mis planes.
—Entonces, ¿te importaría compartir tus técnicas de domesticación? —
bromeé.
—No estaba insinuando nada... inapropiado.
¿Inapropiado? ¿Quién usaba esa palabra en nuestros tiempos? No pude
evitarlo. Me acerqué más, de modo que cuando hablé, mi boca estaba casi
sobre su hombro.
—Bueno, pues eso es lo que parecía. Muy inapropiado.
Tragó saliva, pero no dijo nada. Continué.
—Tengo algunas ideas. ¿Quieres oírlas?
Val ladeó la cabeza, mirándome directamente.
—Hoy estás más descarado que nunca.
—He guardado todo mi descaro solo para ti.
Apartó la mirada, pero no me perdí la reacción de su cuerpo. Sus
pezones se habían erizado y empujaban contra la tela del sujetador,
suplicando que los liberara. Abrí la botella y serví el champán. Después de
chocar las copas, disfrutamos del sol. Nunca la había visto tan relajada.
—Qué día tan perfecto —murmuró—. ¿Puedes mostrarme la cabina del
capitán?
—Claro.
La conduje hacia la cabina y, en cuanto estuvimos dentro, algo cambió
entre nosotros. Era aún más consciente que antes de su cuerpo casi desnudo.
Fuera, al sol, el bikini era solo eso, un bikini, pero ahí dentro, era como si se
hubiera desnudado solo para mí. Le enseñé las funciones más importantes y
algunos artilugios chulos.
—Siempre he querido un barco —confesó, poniendo las manos en el
volante.
—Estaré encantado de traerte al mar cuando quieras.
Estaba justo detrás de ella y le había dicho las palabras en el pelo. Val
dejó escapar un largo suspiro.
—¿En serio? —susurró.
—Sí. Me gusta pasar tiempo contigo.
Pasé las manos por la parte exterior de sus muslos, hasta donde la tela le
cubría las caderas. Luego seguí subiendo hasta su cintura y los laterales de
sus pechos. Soltó un pequeño gemido y apretó el volante con más fuerza.
Todo a nuestro alrededor se desvaneció. Olvidé dónde estábamos y
hasta cómo me llamaba mientras le apartaba el pelo hacia un lado y le
besaba el cuello. Cuando me respondió con un leve gemido, le di la vuelta y
pegué mi boca a la suya. Pasé el pulgar por el nudo que mantenía unido su
sujetador. Val se quedó completamente inmóvil.
—Te voy a quitar esto —dije. Val no respondió con palabras. En lugar
de eso, arqueó las caderas. Casi pierdo el control cuando presionó su pelvis
contra mi erección—. Date la vuelta.
Hizo lo que le pedí y el lazo se deshizo de un simple tirón. Besé su piel
desnuda y luego abrí el nudo de su espalda. La parte superior del bikini
cayó al suelo. El ambiente estaba en silencio, cargado de expectación.
Quería darme un festín, pero estaba tan ávido de ella que no sabía por
dónde empezar.
Llevé mis manos a la parte delantera, envolviendo sus pechos.
—Aaaaaah. —Su voz tembló con la exclamación.
Bajé los dedos hasta su ombligo y luego descendí aún más, hasta el
borde del bikini, trazando la línea. Me moría por tocarle el coño, pero todo
a su debido tiempo. Iba a dejarlo para el final. Luego besé su espalda hasta
llegar a la parte inferior del bikini. Le cubría demasiado las nalgas, por lo
que moví un poco la tela a cada lado, besando la piel que dejaba al
descubierto e incluso dándole un pequeño mordisco.
—Carter, yo... uf.
La di la vuelta y verla mirarme con los ojos entrecerrados y las mejillas
sonrosadas fue casi suficiente para que me corriese en el bañador. Separó
las piernas y la colmé de besos en cada muslo. A medida que me acercaba
al vértice, sentí cómo contraía los músculos de su vientre con anticipación.
Temblaba de deseo por ella y se me tensaron las pelotas cuando pasé la
punta de la nariz por la parte del bikini que le cubría el coño, aparté la tela y
probé por primera vez.
Val casi se desploma sobre mí, pero yo la sujetaba por el culo. Le di un
lametón en el clítoris, continué chupando y ella intentó reprimir un gemido.
Quería comérmela, pero también quería ver su preciosa cara cuando se
corriera, así que le besé el vientre, tomándome mi tiempo para adorarla.
Llevé mi mano a su clítoris, rodeándolo suavemente, provocándole
temblores.
Cuando llegué a la boca de Val, mordí ligeramente su labio inferior
antes de besarla.
Me dediqué a estimularla frenéticamente con mis dedos. Se agarraba
fuerte a mi hombro con una mano. Metió la otra mano en mi bañador.
—Val —gemí—. Cariño. Tócame. Así.
Me rodeó la polla con la palma de la mano, moviéndola a ritmo. ¿Cómo
podía sentirme tan increíblemente bien? Le acaricié el clítoris más deprisa y
acerqué mi boca a uno de sus pezones. Lo recorrí con la lengua y luego me
lo metí en la boca. Estaba casi al límite, a punto de explotar. Respiraba de
manera rápida y entrecortada. Le metí dos dedos. Estaba tan excitada que lo
único que deseaba era hundirme en todo aquel húmedo calor, reclamarla
como si fuera mía. Cuando se corrió, cabalgó maravillosamente sobre mi
mano, con mi nombre en sus labios y su mano enroscada alrededor de mi
erección. No iba a durar mucho más. Iba a...
—Carter, tenemos una emergencia. ¿Estás en la cabina o abajo? —La
voz de April venía de lejos, pero sentí como si alguien me hubiera tirado un
cubo de hielo. Dios, ¿en qué había estado pensando? ¿Cómo pude olvidar
que no estábamos solos en el barco? Nadie podía ver lo que pasaba en el
camarote a menos que entraran, pero aun así... se suponía que yo debía dar
ejemplo.
Val se quedó paralizada. Echó la cabeza hacia atrás con los ojos muy
abiertos, y luego sonrió cuando me incliné para cogerle el top para ayudarla
a ponérselo.
—Enseguida salgo —dije en voz alta. A Val le susurré: “Lo siento”.
Sacudió la cabeza.
—Vete, vete. Antes de que venga y... ya sabes, no hay que ser un genio
para darse cuenta.
Capítulo Doce
Val
Tardé unos minutos en calmarme. Estaba tan excitada que el simple roce de
mis bragas con la piel desnuda era una tortura. Después de recuperarme, me
dirigí a la parte trasera del barco para ayudar. Alguien se estaba bañando y
le había picado una medusa. Carter lo tenía todo bajo control. La crisis ya
había terminado, pero podía ver otra avecinándose en el horizonte. El
muchacho al que Carter había estado mirando de forma intimidante cuando
yo había llegado esa mañana, estaba en ese momento sonriéndole a April de
forma coqueta. Carter le miraba de reojo.
—Venga, volvamos a la parte delantera del barco. El mundo está lleno
de hermanos y tíos sobreprotectores —murmuré, tirando del brazo de
Carter.
—Y sobrinas y hermanas que creen que no nos necesitan —contraatacó,
pero se contuvo.
Cuando volvimos a la parte frontal, me puse nerviosa de repente. Para
intentar distraerme, me senté en la tumbona, saqué la crema solar del bolso
y empecé a esparcirla en los muslos. Siempre me gustaba pasar veinte
minutos al sol sin protección para empaparme de vitamina D, pero en ese
momento el sol era demasiado fuerte.
Carter se sentó en el borde de mi tumbona.
—Siento la interrupción.
—No pasa nada.
—Val, mírame —dijo suavemente—. ¿Te arrepientes de lo que ha
pasado ahí dentro?
—No, pero no puedo creer que olvidara por completo que no estábamos
solos. Qué avergonzada estoy.
—No lo estés. Ha sido mi culpa. La verdad es que me olvidé totalmente
de... todos los demás. Nunca me dejo llevar de esta manera.
En ese momento me estaba esparciendo crema solar en los brazos y los
hombros.
—Te la aplicaré en la espalda —me ofreció, pero dudé—. No voy a
intentar nada, Val. Hoy no. No estamos solos. Hemos aprendido la lección.
Entrecerré los ojos.
—Bueno, yo desde luego que sí. Pero no estoy tan segura de ti.
—¿Estás dudando de mí?
—Sí. —Con descaro, añadí—: Mucho.
Se rió, incrédulo.
—Ponme a prueba.
Me tendió la palma de la mano para que le echara crema y, después de
analizarlo un rato, vertí una cantidad generosa y le di la espalda. Hizo
trampa, por supuesto, y no se limitó a esparcirla por la espalda. En lugar de
eso, deslizó los dedos por debajo del lazo de mi cuello y luego por los
laterales de mis tetas.
—¿Crees que pondré esta parte al sol? —Bromeé. Mi voz estaba tensa y
yo me excitaba cada vez más. Sobre todo porque, al tener sus manos sobre
mí, me resultaba imposible no pensar en todo lo que había sentido mientras
tenía sus dedos entre mis piernas. Me había hecho arder con su boca, pero
aquellos dedos... habían sido mi perdición.
—Toda precaución es poca. —Después de unos segundos, confesó—:
No puedo dejar de tocarte. Pero eso es exactamente lo que nos metió en
problemas antes.
Me volví hacia él, temiendo que se sintiera demasiado tentado de
seducirme de otro modo. Volvía a estar excitadísima. Lo sabía, y por la
respiración agitada que hizo cuando miró mis pezones erectos, él también lo
sabía.
—Tenías razón. —Su voz era un poco ronca, como si luchara contra
dejar escapar sonidos más sensuales, como un gruñido o un gemido.
—¿Sobre qué?
—Cuando estoy cerca de ti, parece que se me olvida que no estamos
solos. Pero haré lo que pueda. ¿Quieres beber algo más? Puedo prepararte
un cóctel.
—Estaría bien.
—¿Alguna petición en particular?
—No, beberé cualquier cosa.
Volvió unos minutos después con un Mai Tai. Nos tumbamos uno al
lado del otro, tomando el sol.
—Mmm... estaba buenísimo. Y eso que no es fácil de hacer.
—Trabajé de camarero durante la universidad.
—No lo sabía.
—También trabajé como monitor de fitness. Hacía cualquier cosa para
pagar las facturas. Tenía una beca, pero solo cubría una parte de los gastos.
—Guau. Qué bueno está. Era uno de esos cócteles que siempre le pedía
a Landon que preparara. —Ante su mirada interrogante, añadí—: Mis
padres tenían un pub. Landon y yo lo regentamos después de su accidente
de coche.
—Debe haber sido muy duro.
—Pues sí. Pero ya lo sabes.
—Para mí fue un poco más fácil. Cuando las niñas vinieron a vivir
conmigo, yo era mayor que tú y ya tenía una carrera de éxito, así que al
menos ese aspecto era estable. Y mi madre pasaba la mitad del tiempo en
Los Ángeles.
—Bueno, Landon y yo íbamos de un lado para otro como locos,
intentando mantener el pub y a los niños a flote. A veces parecía que un
paso en falso provocaría el desastre.
—Pero seguías soñando con tu negocio de fragancias, ¿no?
—Sí. ¿Cómo lo has adivinado?
—Dijiste que tu madre te transmitió esa pasión, así que supuse que
habías tenido este sueño desde pequeña.
—Bueno, sí que es verdad. Solía tomar notas por la noche: ideas para
fragancias, formas de promocionarlas.
Me incliné hacia él, observándolo con curiosidad. Tenía una vista
directa de su bíceps y de aquel torso que me hacía la boca agua. El cóctel
me puso cachonda. Me imaginaba lamiendo esos abdominales, apreciando
cada uno de sus músculos. Mierda, y yo que le acusaba a él de olvidar que
no estábamos solos.
—¿Qué fue lo que finalmente te hizo empezar?
Volví a poner en orden mis pensamientos.
—Después de que Landon y yo nos graduáramos en un instituto
comunitario local en el que estudiamos nuestra formación profesional,
vendimos el pub y conseguimos trabajo. Estábamos mejor
económicamente. Seguí trabajando en mi plan de negocio y una noche le
dije a Landon que me gustaría intentarlo, que empezaría poco a poco, con
una página web barata y la producción en nuestro garaje. Me apoyó en todo.
—Parece un gran hombre.
—Lo es. No podría haber hecho nada de esto sin él. Al principio
trabajamos juntos y luego él montó su propio negocio en el sector del
software. Al final vendió la empresa y abrió un fondo de inversión. Estuvo
en San José unos años, pero ahora ha vuelto.
—Y eso te hace feliz.
—Mucho. —Sonreí, inclinando la cabeza torpemente para beber un
sorbo de mi vaso—. La vida siempre es mejor cuando tu mellizo está cerca
para burlarse de ti y chincharte.
No estaba segura de por qué le estaba contando todas esas cosas.
Probablemente porque me escuchaba de verdad. Con Carter, podía ser yo
misma y eso me encantaba. Lo había sentido aquella primera mañana,
cuando ni siquiera sabía su nombre. Además, no me juzgaba, lo cual era
una ventaja. Algunos de nuestros amigos de entonces habían insistido en
que era una egoísta por pensar en abrir un negocio con todo lo que estaba
pasando.
—Tu turno —dije.
—¿Qué quieres saber?
—Información confidencial, por supuesto.
Lo había dicho en broma, pero Carter se inclinó tal y como yo había
hecho antes, fijando su ardiente mirada en mí.
—Eso no sería justo, ¿no? Tú no has compartido ningún secreto.
—Sí —le aseguré—. No suelo hablar tanto, al menos no con gente con
la que no tengo relación familiar. Así que puedes considerarlo todo
información confidencial.
Sin dejar de clavarme la mirada, se acercó al borde de su tumbona. Yo
estaba en el borde de la mía, así que nuestros pechos casi se tocaban, y
también nuestras caderas. Podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo.
—Quiero saber algo que no has compartido con nadie, nunca —susurró.
Me aparté, porque estar tan cerca de él era arriesgado. Su aroma era
exquisito y el Mai Tai había causado estragos. Una combinación peligrosa.
¿Quién sabía lo que podría acabar diciéndole?
—Usted, señor, es muy exigente. Y aún no se ha ganado el derecho a
conocer información confidencial real.
—Vaya, pero me lo ganaré. Sabes que lo haré.
Sus ojos brillaban de forma juguetona. No me había apartado lo
suficiente como para estar fuera de su alcance y mi lengua se pegó al
paladar mientras él tamborileaba con los dedos sobre mi muslo como si
fuera lo más natural del mundo. Sentí como si me prometiera que algún día
terminaríamos lo que habíamos empezado en el camarote del capitán. No
necesitaba palabras. El calor de sus ojos y la contención apenas perceptible
de sus caricias eran más que suficientes.
—Lo dudo —bromeé. Sus ojos se desorbitaron y se levantó apoyándose
sobre un codo. Sus pectorales estaban casi a la altura de mi boca. No
pasaría nada por darle un lametón, ¿verdad? Madre mía... mi mente estaba
fuera de control. No iba a volver a tocar mi cóctel.
Me aclaré la garganta, intentando parecer seria.
—Sip. Bueno, háblame de ti.
—Tú también eres exigente.
—Es culpa del cóctel así que, por tanto, culpa tuya, ya que tú lo has
hecho. Pero para demostrar que no soy tan mala, he cambiado mi petición
de información altamente confidencial a sencillamente... cualquier cosa
sobre ti.
Me dedicó una sonrisa encantadora que no hizo nada por templar mi
imaginación. Empezaba a pensar que no era culpa del cóctel. El hombre era
irresistible.
Siguió hablándome de su infancia, de su hermana Hannah y de sus
sobrinas. Cuanto más hablaba, más me daba cuenta de que teníamos mucho
en común. Estaba conociendo al verdadero Carter, pero no podía evitar
dudar de mí misma. ¿Y si lo estaba viendo todo de color de rosa? Tendía a
hacer eso, a confiar demasiado fácilmente, a idealizarlo todo. Estaba
pendiente de cada una de sus palabras. Le había acompañado allí ese día
para pasar unas horas de relax y diversión (y tal vez algo de flirteo), pero
estaba recibiendo más de lo que esperaba.
A última hora de la tarde, había llegado el momento de sacar la tarta de
April. Se había negado a que le pusieran velas, argumentando que eso era
para niños, pero al parecer, nadie era demasiado mayor para una pelea de
comida. Yo la provoqué, por supuesto, aunque debo decir en mi defensa,
que fue por accidente. O algo por el estilo. Carter se había burlado de mí y
yo le manché la mejilla de nata. Las cosas se desmadraron rápidamente. La
niña de siete años que llevaba en mi interior había salido a jugar un rato.
—No puedo creer que me hayas metido en esto —exclamó.
—El alma nunca envejece. Solamente nos olvidamos de ser niños. Otro
dicho de mi padre.
Me sorprendió lo bien que se lo estaba pasando Carter, como si hubiera
estado esperando una oportunidad para dar rienda suelta a su niño interior.
Regresamos al muelle por la tarde y yo no estaba en absoluto preparada
para que terminara el día.
—Os acompaño al coche —se ofreció Carter una vez en tierra. El grupo
de April estaba a unos metros, esperando a que sus padres los recogieran.
—No, no te preocupes. He aparcado cerca.
Carter me observó detenidamente y, cuando di el primer paso atrás, me
dijo:
—Val, cena conmigo.
—¡Vaya!
—Pareces sorprendida. Por si no es obvio, me siento increíblemente
atraído por ti.
Sonreí.
—Bueno, esa parte es obvia. —Mi ritmo cardíaco aumentó, y los latidos
frenéticos no me permitían pensar con claridad.
—¿Cuándo estás libre la semana que viene?
—Ni idea, pero miraré mi agenda y te avisaré.
—¿Desayunamos el lunes? —insistió, con la mirada firme y decidida.
Asentí. Se acercó un poco más y me pasó un mechón de pelo por detrás de
la oreja. Sentir el roce de sus dedos en el lóbulo me pareció íntimo. Todo mi
cuerpo se estremeció. Carter no pasó por alto mi reacción y sus labios se
curvaron en una sonrisa seductora.
—Que tengas una buena noche, Valentina.
Capítulo Trece
Val
El lunes por la mañana me levanté tan tarde que no tuve más remedio que
renunciar al yoga y a la cafetería. Le envié un mensaje rápido a Carter para
informarle de que no podría ir antes de meterme directamente en mi
despacho. Tenía que responder a unos cuantos correos electrónicos previo a
dirigirme a la sala de muestreo.
Me rugía el estómago y necesitaba desayunar. Si no, acabaría vetando
todas las muestras.
Estaba a punto de pedirle a mi ayudante que me comprara un bocadillo
y un café cuando alguien llamó a mi puerta entreabierta. Era una de las
chicas que trabajaban en Walter’s. Marcy a veces hacía las entregas. Yo
había pedido algunas veces, por eso conocía bien la oficina. Llevaba una
bolsa de comida.
—Marcy, ¿qué estás haciendo aquí?
¿Acaso había hecho un pedido y me había olvidado?
—Cierto caballero con el que has estado saliendo te ha enviado esto.
—Vaya. Gracias.
Intenté no sonreír demasiado mientras Marcy colocaba la bolsa sobre
mi escritorio.
—Estaba sentado en tu mesa de siempre, luego se acercó al mostrador,
siempre tan sexy y guapo, preguntando si podíamos entregarte tus favoritos.
—¿Sexy y guapo? —Repetí.
—Sí. Nos ha estado alegrando las mañanas. No hay muchos hombres
como él por aquí. Todos están al otro lado de la ciudad.
Me reí entre dientes, dándole la razón al cien por cien. Carter se parecía
a las estrellas que embellecían la zona de Beverly Hills. Le di propina y, en
cuanto se fue, abrí la bolsa. Mi estómago rugió con más fuerza cuando el
olor a tortitas recién hechas salió de la bolsa. Le di un mordisco y luego un
sorbo al café. Era mi favorito.
Le envié un mensaje.
Val: Gracias por el desayuno. Ha llegado en el momento justo.
No sabía qué más escribir, así que lo envié así sin más, sin esperar
respuesta. Pero recibí una en cuestión de segundos.
Carter: Te vi ir a toda velocidad por la calle y directamente a tu
oficina. Imaginé que podrías necesitar algo de comida antes de que te
llevaras a alguien por delante.
El chico tenía buenos instintos. Casi me había llevado por delante a una
anciana esa mañana. Mi percepción sensorial no era muy buena a esas horas
del día.
Carter: Me perdí nuestra habitual charla matutina.
Val: Lo siento. Me quedé dormida y no tuve tiempo.
Carter: ¿Estás segura de que esa es la única razón?
Le di un bocado a la tortita y miré el móvil con el ceño fruncido.
Val: Claro. ¿Qué otra cosa podría ser?
Carter: Yo.
Entonces apareció un segundo mensaje.
Carter: Evitándome.
Val: ¿Tengo alguna razón para evitarte?
Carter: Dímelo tú :-)
Val: No, para nada.
La verdad es que me había perdido el desayuno por su culpa, pero no
como él pensaba. Me había quedado dormida hasta muy tarde. Había dado
vueltas en la cama, primero pensando en él y luego soñando con él. Y
fueron unos sueños muy calientes. Nuestro encuentro en el barco había
servido de catalizador y mi imaginación había hecho el resto.
Carter: ¿Cuándo tendrás tiempo para ir a cenar?
Val: He comprobado mi calendario y está movidito. Estaré
encerrada aquí con mi equipo la mayoría de las tardes. Solo tengo
tiempo el miércoles.
Carter: April tiene un concierto esa noche.
Val: ¿Almorzamos?
Carter: Zachary y yo estaremos atendiendo clientes todos los
mediodías de esta semana.
Val: Entonces pasémoslo a la semana que viene.
Carter: No es lo que tenía en mente, pero está bien. ¿Te veré
mañana por la mañana?
Val: No estoy segura. Esta semana estamos eligiendo las muestras
finales, así que empezamos a las siete. No soy buena compañía a esas
horas de la mañana, créeme. Probablemente pediré algo para llevar.
Sentí una punzada de arrepentimiento al enviar el mensaje. Era como si
el universo conspirara contra nosotros... bueno, al menos contra nuestros
horarios.
Carter: No tienes por qué hacerlo. Yo me ocuparé de eso :-) Es otra
promesa.
Bueno, joder. Desde luego sabía cómo dejarme perpleja. No tenía ni
idea de qué contestar, así que le envié un simple gracias y terminé de
desayunar, decidida a apartar todos los pensamientos sobre Carter de mi
mente. Aunque, a decir verdad, lo único que quería en ese momento era
llamar a mis hermanas, abrir una botella de vino y contarles todo con
detalle, diseccionar cada cosa.
Cogí mi bloc de notas y bajé a la sala de pruebas, dispuesta a centrarme
en la tarea que tenía entre manos. Me salió el tiro por la culata. Las más
mínimas conexiones bastaban para que mis pensamientos volaran de vuelta
a Carter: un olorcillo a menta, una mención a la masculinidad.
—¿Val? —preguntó Nicole, la jefa de laboratorio químico.
—Lo siento, no lo he pillado bien.
Me reprendí mentalmente. No iba a defraudar a mi equipo. Todos nos
habíamos esforzado mucho en esa línea de fragancias. Se iba a lanzar en
tres continentes al mismo tiempo, una línea exclusiva para Sephora, uno de
nuestros mayores clientes.
Era una de mis favoritas: el concepto de aromas alegres para
recordarnos el verano durante todo el año. Hemos tenido una buena serie de
fragancias seductoras y atractivas, pero las nuevas estaban pensadas para la
niña que se esconde en cada mujer. La princesita que llevamos dentro.
Sephora me propuso una línea exclusiva después de que yo colaborara
con una cadena de grandes almacenes similar. Cuando les presenté mi idea,
se mostraron intrigados, pero me advirtieron de que lo sexy funcionaba
mejor que lo alegre. Les dije que ambas cosas no eran mutuamente
excluyentes y aceptaron la idea.
La semana resultó ser una de las más intensas que había tenido en
meses. Beauty SkinEssence no había vuelto a ponerse en contacto con mi
abogado. Deseaba cerrar el caso. No tener noticias era una buena noticia,
pero no tener conocimiento alguno me agobiaba.
Los desayunos diarios de Walter’s fueron justo el impulso que
necesitaba para seguir adelante.
Cuando recibí café y otras tortitas la segunda mañana, reprendí a Carter.
Val: No puedes enviarme tortitas todas las mañanas.
Carter: ¿Por qué no? Te gustan.
Val: Sí, pero es bueno variar.
Sí, era bueno para mis caderas. Si por mí fuera, habría comido tortitas
todo el día y dos veces los domingos, pero también quería mantenerme en
forma. A la mañana siguiente, recibí un yogur con muesli y miel con mi
café. Me lo zampé, saboreando cada cucharada.
Val: Que bueno está esto. Nunca antes lo había pedido.
Carter: Yo he pedido lo mismo.
A pesar de que no estábamos en el mismo lugar, sentí como si
estuviéramos compartiendo el desayuno. Apareció otro mensaje.
Carter: Mi plan para descubrir tus secretos más profundos y
oscuros no está resultando nada fácil.
Val: Vaya, ¿pensabas que te lo iba a poner fácil?
Su respuesta llegó enseguida.
Carter: No. Pero no te preocupes, estoy progresando por mi cuenta.
Val: ¿A qué te refieres?
El siguiente mensaje contenía una foto. Tardé un segundo en darme
cuenta de que era una captura de pantalla de la aplicación Kindle de su
teléfono. Estaba leyendo un libro. Dios... estaba leyendo mi libro. El que me
había puesto cachonda en medio de la cafetería la semana anterior.
Y, joder, el pasaje que me había enviado... Lo había subrayado, porque
era de lo más picante que había leído nunca. Mi cara estaba ardiendo y
también mi pecho. Maldita sea, tampoco me avergonzaba admitir (ante mí
misma) que incluso la zona entre mis muslos estaba en llamas.
¿Qué se suponía que debía responder? ¿Esperaba siquiera una
respuesta? Quiero decir... seguramente la estuviera esperando. ¿Por qué
entonces me habría enviado la foto?
Val: Veo que lo estás disfrutando.
Carter: Puedo entender por qué te gusta. Es diferente de mi lectura
habitual antes de dormir.
No me cabía duda. No sabía cómo continuar la conversación, pero al
parecer él tenía muchas ideas.
Carter: Solo por curiosidad. ¿Es que simplemente te gusta leer o te
va todo este rollo?
Joder, si antes pensaba que estaba en llamas... pues ahora el hombre
había desatado el mismísimo infierno dentro de mí. Hasta las yemas de mis
dedos ardían mientras escribía.
Val: No puedo creer que preguntes esto.
Carter: Prometiste que intercambiaríamos información.
Carter: Pensándolo mejor, prefiero oír la respuesta en persona. Me
muero de ganas.
Me quedé mirando su mensaje un buen rato antes de que se me escapara
una carcajada. Me iba a matar. No sabía si debía tener miedo o ansiarlo.
El jueves por la tarde me fui a casa un poco antes, ya que se canceló mi
compromiso de esa noche. Fue lo mejor, porque estaba agotada. Pude
ponerme al día con las tareas domésticas y relajarme un poco. Llené la
bañera con agua y una loción de burbujas sin perfume. Después de estar
toda la semana metida hasta las narices en muestras, necesitaba un descanso
de cualquier tipo de fragancia.
Apoyé una bandeja de madera sobre la bañera y coloqué mi Kindle, el
móvil y un vaso de agua. Después encendí tres velas y apagué la luz.
Suspiré mientras me deslizaba en el agua caliente, con cuidado de no mover
la tabla de madera. Estaba simplemente en mi bañera, pero me sentía como
si estuviera en el paraíso. Si había una forma mejor de relajarse, aún no la
había encontrado. Sinceramente, ni siquiera quería leer. Lo único que quería
era cerrar los ojos y que el cansancio abandonara mi cuerpo. Ni siquiera
quería pensar en el día siguiente. Iba a ser uno muy largo, pero esperaba con
impaciencia la cena con mi familia... y el envío del desayuno.
Como si intuyera que estaba pensando en él, Carter me envió un
mensaje.
Carter: ¿Sigues en la oficina?
Val: Ya en casa.
Eran casi las ocho y me sorprendió que aún estuviera en el trabajo.
Normalmente me mandaba mensajes cuando se iba y siempre salía antes
que yo.
Carter: Jo. Quería hacerte una visita sorpresa. Sabes, todavía no
hemos fijado una fecha. ¿Cuándo estás libre para ir a cenar?
Tragué saliva. Ah... eso. Antes de que pudiera responder, aparecieron
unos puntos en la pantalla. Carter estaba escribiendo. Quería esperar a ver
qué más tenía que decir primero.
Carter: Me muero por probarte otra vez. Me siento atraído por ti,
Val. No solo a nivel físico. Me gusta cómo piensas. Quería sorprenderte
llevándote a cenar esta noche, sin expectativas. Pero ya que estás en
casa... ¿qué tal mañana?
Val: Mañana tengo una cena con mi familia. Pero estoy libre todas
las tardes de la semana que viene excepto miércoles y viernes.
Esperé su respuesta con la respiración contenida.
Carter: ¿Tienes planes para esta noche?
Val: Máxima relajación. No existe soborno capaz de sacarme de mi
casa.
Ni cinco segundos después, sonó mi teléfono. No lo cogí de la bandeja,
solo activé el altavoz.
—No pensaste que me iba a rendir tan fácilmente, ¿verdad?
Era la primera vez que oía su voz esa semana y era aún más sexy de lo
que recordaba.
—Estás en tu derecho de intentarlo, pero te lo advierto. Me estoy dando
un baño caliente. Nada puede superar eso.
—¿Estás en una bañera?
—Sí.
Después de una pausa dijo:
—¿Por qué llevas el teléfono contigo?
—Tengo una elegante bandeja de madera que uso como soporte para las
cosas. Móvil, Kindle, bebida. Suelo escuchar música y todo está en mi
teléfono.
—¿Estás desnuda ahora mismo?
—No tengo por costumbre bañarme con ropa, así que sí.
Ahora que lo había mencionado, me parecía un poco... erótico. Escuchar
su voz mientras estaba completamente desnuda, rodeada de la romántica luz
de las velas. Estaba en mi propio paraíso. Normalmente ponía el móvil en
modo avión y solo lo usaba para escuchar música. Pero me alegraba de no
haberlo cambiado esta noche.
—Val...
Dios, la forma en que dijo mi nombre. Casi había gemido, como si fuera
una reacción primaria al imaginarme desnuda. El sonido de su voz envió
una fuente de calor en espiral hasta mi clítoris.
—Si no te conociera, diría que quieres castigarme por algo. —Su voz
era más grave.
—No quiero hacer tal cosa. Solo me estoy relajando. —Mierda, mi voz
también estaba entrecortada.
—Te mereces descansar.
—Gracias. Me encanta esto. Es como mi spa privado.
—¿No te gustaría ir a un spa de verdad? ¿Con tus hermanas o con tus
amigas?
—Sí, pero soy más de hacer las cosas por mi cuenta, incluso para las
manicuras y demás. No me gusta sentir las manos de extraños sobre mí.
Una vez fui a que me dieran un masaje. Fue raro. No lo disfruté en
absoluto.
Soltó una carcajada que, sospeché, intentaba disimular un gemido.
—Te daría un masaje si estuviera contigo. Créeme, disfrutarías con el
mío. Te tocaría tan bien. Justo donde lo necesitas.
Mi cuerpo ya estaba al límite, la expectación iba creciendo como si él
estuviera justo detrás de la puerta.
—Quizá no quiera uno —respondí juguetonamente.
—Te convencería. Te agotaría hasta que aceptaras.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo harías?
—Guardaré mis secretos por ahora. Pero creo que tu imaginación puede
llenar los espacios en blanco. Que pases buena noche, Val.
—Tú también.
Madre mía, cómo se me disparó la imaginación cuando se cortó la línea.
Puse música y luego me hundí en la bañera hasta la barbilla, sonriendo para
mis adentros, aunque la preocupación me asediaba. Me gustó que dijera que
no tenía expectativas. Me quitaba presión.
Pero ya sentía una conexión con Carter y me daba un poco de miedo.
Movía ligeramente las caderas al ritmo de la música lenta, pero quería
un sonido más enérgico. No había seleccionado una lista de reproducción,
simplemente la había dejado en modo aleatorio y algunas canciones lentas
se habían apoderado de mi velada. Rectifiqué inmediatamente. Después de
secarme las manos con una toalla que tenía cerca, cambié a mi lista de
reproducción favorita y mi estado de ánimo cambió de inmediato. Así, sí.
De un sobresalto, me di cuenta de que Carter me había enviado otro
mensaje.
Carter: ¿Qué tal el próximo martes? No me rendiré hasta que
fijemos una fecha esta noche.
Acababa de enfriarme de nuestro intercambio anterior, pero en ese
momento me sentía como si alguien hubiera echado agua caliente en la
bañera.
Val: El martes que viene me viene bien.
Aparecieron puntos en mi pantalla y todo mi cuerpo palpitaba mientras
esperaba su respuesta.
Carter: Perfecto. Te llamaré mañana para confirmar los detalles.
No te robaré más tiempo de desnudez... al menos esta noche.
Capítulo Catorce
Val
La noche siguiente, el caos reinó durante la cena del viernes.
Había cocinado fajitas de pollo con ensalada de lechuga iceberg como
guarnición y había monopolizado a mi sobrina Willow, manteniéndola en
mi regazo durante toda la cena. Me encantaba su olor a bebé y la forma en
que agarraba la tela de mi vestido con sus pequeños puños.
—Usted, querida, tiene un gusto excelente para la moda —dije, y luego
pregunté en voz alta:
—¿Es demasiado pronto para comprarle pañuelos?
Mis hermanas eran amantes de los zapatos, pero los pañuelos eran mi
kryptonita.
—Landon, vigila a tu hija —le advirtió Jace— o Val la convertirá en
una adicta a las compras.
—¿Qué tiene de malo? —preguntó Maddie, mirando feliz a su hija.
Mi mellizo era viudo cuando la conoció. No había imaginado que
volvería a enamorarse. Estaba muy agradecida de que Landon hubiera
encontrado a Maddie.
—Es una chica Connor —dijo Landon con indolencia—. Apuesto a que
nació con el gusanillo de las compras.
—Ese es mi mellizo.
Tenía el objetivo de descubrir si Jace estaba en problemas. Él y Hailey
volvían a estar hablando en voz baja, apartados del resto del grupo. ¿Qué
estaba pasando? Jace incluso tenía el ceño fruncido.
Como eran los más jóvenes, siempre estaban juntos. Si se suponía que
era un secreto, la llevaba clara, porque Hailey tenía el peor historial como
guardiana de secretos de la familia.
Después de cenar, nos relajamos en el jardín, aprovechando los últimos
rayos de sol. La velada fue espléndida. Con la excusa de traer vasos de
limonada para todos, convencí a mis hermanas para que me ayudaran.
—¿Qué pasa con Jace? —Le pregunté a Hailey directamente—. Habéis
estado cuchicheando toda la noche. El viernes pasado también.
Hailey negó con la cabeza, haciendo un gesto como para indicar que sus
labios estaban sellados.
—No tengo nada que decir.
Intercambié una mirada con Lori y me di cuenta de que estaba pensando
lo mismo. ¿Desde cuándo Hailey guardaba secretos familiares? Parecía que
iba a tener que esforzarme un poco. Eso era algo nuevo.
—Pero hablando de secretos, nos has estado ocultando cosas, hermana.
—Hailey habló mientras exprimía limones.
—¿Yo? —pregunté inocentemente.
Lori sonrió.
—Te hemos estado observando. Te hemos pillado dos veces soñando
despierta, lo que solo haces cuando has tenido una cita magnífica o cuando
estás planeando tenerla.
Como organizadora de bodas, Lori se daba cuenta de estas cosas
rápidamente.
Cambié la mirada de Lori a Hailey, y entonces las palabras brotaron de
mí mientras me afanaba en preparar una mezcla de miel y jengibre. Y como
no hacía nada a medias, me explayé en los detalles sobre el momento
picante en el yate, lo que hizo que las mejillas de Lori se enrojecieran.
Hailey lo estaba disfrutando en grande.
—Joder, así se hace, hermanita. Te mereces un hombre que sepa lo que
quiere —dijo Hailey.
—¿Verdad que sí? —dije con suficiencia—. Cenaremos juntos la
semana que viene.
—¿Por qué no el fin de semana? —preguntó Hailey.
—Está ocupado con sus sobrinas.
Cuando regresamos al exterior, pasé a la segunda parte del plan:
acorralar a Jace.
Solo esperaba que no me hubiera pillado soñando despierta como Lori.
Después del fiasco con Ethan, Jace era aún más protector.
Aquellos instintos protectores habían asomado la cabeza por primera
vez cuando tenía trece años. Había interrogado sin tregua a un chico que
había ido a recoger a Lori para una cita. Cuando le había preguntado al
respecto, se había limitado a decir: ‘‘Cuando un chico de mi colegio va a
recoger chicas para una cita, el padre de la chica siempre les echa la bronca.
Papá no está aquí, así que lo haré yo’’.
Me había quedado tan atónita que hasta me había olvidado de regañarle
por decir gilipolleces. Mi hermano de trece años estaba creciendo
demasiado rápido y yo no había sabido cómo lidiar con ello. Ahora era un
hombre adulto del que me sentía orgullosa. Pero si tenía problemas, quería
saberlo. No quería ser entrometida, pero sí ayudarle
Había dispuesto tumbonas por todo el patio. Graham, el marido de Lori,
estaba sentado con su hijo Milo, a la izquierda de Jace. Era el dueño del
club de fútbol donde jugaba Jace y, aunque los chicos procuraban no hablar
de negocios durante las cenas familiares, a veces se enzarzaban en
acaloradas discusiones sobre los partidos.
Tomé asiento a la derecha de Jace.
—Hermano querido, ha llegado a mi conocimiento que estás guardando
secretos con Hailey.
Jace miró alarmado a Hailey, pero nuestra hermana negó con la cabeza.
Jace me sonrió.
—Si Hailey se las ha arreglado para no decir nada, ¿en serio crees que
me voy a ir de la lengua?
—¿Y si prometo cocinar tu plato favorito la semana que viene? Como
prueba de afecto. Y tú podrías mostrar algo de gratitud por adelantado.
Batí las pestañas, intentando poner la mirada de cachorrito que Lori
conseguía tan bien y que funcionaba a las mil maravillas con Jace. Por
desgracia, lo hice fatal. Lo único que conseguí fue hacer reír a Jace.
—Buen intento, Val. Buen intento.
***
***
Carter
Hice un gran esfuerzo para no tocar a Val de camino a casa. Una vez allí,
me miró y preguntó:
—¿Te tengo toda la noche para mí?
—Sí. La niñera pasará la noche con las chicas.
—¿Cuánto tiempo lleva con las chicas?
—Dos años. Pero empieza el máster el próximo otoño, así que voy a
tener que buscar a otra persona. Es la prima de Zachary.
—¿El socio de Sloane & Partners?
—Uno de ellos, sí. Anthony es el otro. Fuimos a la facultad de derecho
juntos.
—¿Eran unos cerebritos como tú?
—Alguien me ha estado buscando por internet.
Me dedicó una bonita sonrisa mientras caminábamos por el salón en
penumbra. No avanzamos mucho porque la mantenía pegada a mí,
besándole el cuello y los hombros, y de vez en cuando también los labios.
—Lo hice después de que tú me buscaras. Finalizaste tus estudios antes
que los demás, mientras currabas en trabajos temporales, ¿verdad?
—¿Qué puedo decir? Cinco horas de sueño eran más que suficientes.
—Yo me pongo de mal humor si no duermo al menos ocho.
—Tomo nota de eso.
—También me pongo de mal humor si haces ruido por la mañana.
—También anotado. Volvía locos a mis compañeros de piso en Harvard
con mis horarios.
Se rió entre dientes.
—Me lo imagino. Estudiaste derecho allí, ¿no?
—Sí. Me licencié en la UCLA y estudié Derecho en Harvard.
—Podríamos habernos conocido en Harvard. Landon y yo teníamos
becas, pero renunciamos a ellas cuando tuvimos que volver a Los Ángeles
para cuidar de los pequeños.
—No lo sabía.
—Al final todo salió bien, pero tuvimos que ser... flexibles, ¿sabes?
—Sí, lo entiendo. Por eso decidí abrir mi propio bufete. Quería llevar la
voz cantante.
—Triunfa quien está al mando. ¿Qué te hizo volver a Los Ángeles
después de terminar la carrera?
—Tuve la mejor oferta de trabajo aquí, y me gusta la ciudad.
Sentí su sonrisa contra mi mejilla cuando llegamos a la escalera y la
besé contra la barandilla. Tenía tantas ganas de devorar a esa mujer que
sabía que no llegaríamos al dormitorio. Val separó sus labios para mí, lo que
me volvió loco. Mis manos estaban posadas en su cintura y presionó
ligeramente sus codos sobre mis dedos, como diciéndome que no la soltara.
Como si fuera a hacerlo. Empezaba a pensar que nunca sería capaz de
dejarla ir.
Había pasado tanto tiempo sin recibir afecto, aparte del cariño que me
daba mi familia que, siendo honesto, se me había dado bien ignorar esa
profunda soledad. Pero al estar Val en mi vida, tenía la sensación de esa
ausencia como un vacío físico que me causaba dolor. Y sabía que solo Val
podía llenarlo.
Pero ella había pasado por unos años difíciles. Se merecía una relación
sin complicaciones, en la que la otra persona no cargara una mochila a sus
hombros ni responsabilidades como yo.
Jadeó cuando le mordí ligeramente el hombro.
—Llevo días imaginando tocarte así —murmuré.
Encontré la cremallera de su falda y la bajé. Luego empujé la tela hacia
abajo y la falda cayó a sus pies. Llevaba un tanga que solo cubría las partes
fundamentales, y contuve el aliento.
—Joder, eres demasiado guapa.
Le acaricié cada nalga, manoseándolas, y luego me agaché, bajándole
las bragas lentamente. A continuación pasé la lengua aún más despacio por
las partes que habían estado cubiertas. El placer me invadió. Ella jadeó,
inclinándose hacia delante.
—Siéntate en la escalera —dije—. No vamos a llegar arriba. Quiero
comerte ahora.
Se movió hacia atrás como si sintiera la intensidad de mi deseo como
una fuerza física. Le temblaban las piernas. Se sentó en un escalón,
apoyando los codos en el de arriba. Le separé los muslos y le besé la cara
interna del muslo derecho, luego pasé las manos por debajo de su culo,
levantándolo ligeramente. Quería facilitar el acceso. Debió de darse cuenta
porque se estremeció por completo. Estaba tan excitado que ya no
aguantaba más. Llevé los pulgares hasta su entrada y la abrí de par en par.
—Carter. —Su respiración se aceleró cuando bajé mi boca. Tenía
planeado hacerla estallar de placer, estimulándola, lamiendo y acariciando
donde más lo necesitaba.
Su orgasmo fue tan rápido y potente que gritó y cerró los muslos, casi
atrapándome entre ellos. Con la respiración entrecortada, bajé su culo para
apoyarlo en el escalón y le besé la parte superior de los muslos.
Se lamió los labios mientras la ayudaba a levantarse. Se dio la vuelta y
me llevó escaleras arriba.
—¡Oye! Hasta que lleguemos al dormitorio nada. —Me apartó la mano
cuando le toqué el culo.
—¿Por qué?¿Temes que no lleguemos al final de la escalera?
—Tú me entiendes.
Capítulo Diecinueve
Val
Para mí, catar muestras era uno de los mayores placeres de la vida. Había
rociado tres fragancias en mi antebrazo izquierdo y tres en el derecho.
Mis colegas químicos ponían el grito en el cielo, en primer lugar porque
la química de la piel alteraba el olor y, en segundo lugar, porque después de
oler tres fragancias, el olfato estaba demasiado abrumado para distinguir las
diferencias más sutiles.
Esa era la teoría. En la práctica, sabía que la mayoría de la gente se
dirigía a una tienda y probaba todas las fragancias posibles, incluso sobre la
piel. Nadie tenía tiempo para probar solo tres y luego volver a por más en
otra ocasión.
En cualquier caso, había detectado la mayoría de nuestras fragancias
más famosas rompiendo las reglas, así que pensaba seguir haciéndolo.
Me encontraba sola en la pequeña sala porque pedí que no me
molestaran mientras tomaba las muestras. Necesitaba centrarme, detectar
las notas más sutiles, tratar de imaginar qué tipo de emoción o reacción
podían provocar en un cliente. A veces incluso redactaba informes de
estrategias de venta mientras lo hacía. La conversación que había tenido
con Davis hacía entonces dos semanas me rondaba por la cabeza. Me
preguntaba subconscientemente qué tipo de fragancias podríamos crear para
la posible línea exclusiva. Sacudiendo la cabeza, decidí mentalizarme en la
tarea que tenía entre manos antes de volver a mi despacho para redactar un
correo electrónico dirigido a nuestros agentes de ventas. Estábamos a
finales de noviembre y se acercaba la Navidad.
A mitad del proceso, oí alboroto en el pasillo, a pesar de que la puerta
estaba cerrada.
Escuché con atención y fruncí el ceño cuando dos de mis nuevos
empleados gritaron con tono de asombro. Entonces escuché una voz
familiar.
—Claro que podemos hacernos una foto, señoritas.
Jace estaba de visita, algo inusual en él. Me preocupé aún más cuando
oí la voz de Hailey. ¿Había pasado algo? Siempre que nos reuníamos entre
semana, lo hacíamos en otro sitio porque mi oficina pillaba lejos de todo.
Cuando entraron en el despacho, los analicé con la mirada. Parecían
estar contentos y tranquilos, así que me relajé.
—¡Vaya sorpresa!
Una sorpresa muy bienvenida. Puede que no me gustase que me
interrumpieran mientras testeaba muestras, pero hacía excepciones con mis
hermanos.
—Queríamos hacerte una visita —dijo Hailey—. También te hemos
traído el almuerzo.
Levantó una bolsa de comida para llevar y mi estómago rugió.
—Subamos. No quiero que el olor de la comida se quede impregnado
aquí, hará que las pruebas sean más difíciles de hacer.
Subimos las escaleras y entramos en la sala de descanso más pequeña
de las dos que había. Estaba vacía. La mayoría de los empleados salían a
almorzar fuera, y los que no, preferían la otra porque daba a un balcón.
Mis hermanos me habían traído una ensalada de quinoa y aguacate y,
mientras comíamos, los analicé. No era una visita al azar. Hailey tenía los
hombros ligeramente levantados, lo que significaba que estaba en modo
trabajo, no de relax, y Jace la miraba de vez en cuando.
—Bueno, siendo sinceros, no estamos aquí solo para almorzar contigo
—dijo Hailey finalmente—. He tenido una idea.
—Te escucho.
—Sabes que nuestro hermano es bastante famoso.
Fingí tener que pensármelo.
—¿En serio? No me lo hubiera imaginado. Creo que dos de mis chicas
casi se matan por hacerse una foto contigo.
Su fama era atípica, porque el fútbol no solía recibir tanta atención en
los Estados Unidos en comparación con el baloncesto o el hockey.
Pero mi hermano era más famoso por ser atractivo que por jugar al
fútbol. Todo había empezado unos años antes, cuando hizo una aparición en
un anuncio de gran repercusión. Internet explotó.
Después, GQ publicó una lista de los futbolistas más sexys, y su fama
pasó de Internet al mundo real. En una ciudad llena de celebridades, que
Jace fuera tan popular ya era mucho decir.
—Tres, en realidad. —Jace esbozó una sonrisa tímida.
—Y sé que necesitas un modelo para tu línea de fragancias masculinas
—continuó Hailey.
—Sí —dije paulatinamente.
—Quiere ofrecerme como cebo —dijo Jace guiñando un ojo—. Ahora
que soy famoso y todo eso. Antes ni siquiera me daba la hora.
—No me provoques antes de que haya terminado de comer. Es una
práctica peligrosa —advirtió Hailey.
—Guau —Miré a Jace directamente—. ¿Estarías interesado? Nunca me
lo habías dicho.
—Nunca me lo habías preguntado. Pensé que quizá buscabas otra cosa.
Levanté una ceja.
—¿Alto, guapo y elegido la estrella de fútbol más sexy por segundo año
consecutivo? Estás que te sales, hermano. Me encantaría, si estás dispuesto.
—Lo estoy.
Hailey aplaudió.
—Sabía que sería buena idea.
Alterné la mirada entre ellos, intentando atar cabos.
—¿Cómo habéis acabado hablando de esto? ¿Os habéis reunido en la
oficina de Hailey para hablar de oportunidades de publicidad? ¿No te
especializas en escándalos de relaciones públicas, hermana?
—Siempre nos pilla —murmuró Jace en tono de derrota.
Hailey suspiró.
—Necesitaba mi consejo para otro asunto, pero acabamos hablando de
esto también.
Las alarmas sonaron en mi mente. Si necesitaba del asesoramiento de
Hailey, es que algo fuerte había pasado.
—Jace... ¿qué ha pasado?
Mi hermano vaciló y luego dijo:
—Una mujer escribió al club afirmando que está embarazada de mi hijo
y que si no le daban mis datos de contacto, se comunicaría con la prensa.
Me quedé inmóvil como una estatua.
—¿Es verdad lo que dice? —pregunté finalmente.
Jace se llevó la barbilla al pecho.
—Eso ha sido un golpe bajo, hermana. Pensé que te pondrías de mi lado
al instante.
—Siempre estoy de tu lado —aclaré—. Solo quiero saber la verdad.
—No, claro que no es cierto. Ni siquiera conozco a esa mujer. El
Departamento de Relaciones Públicas del club suele ocuparse de estos
temas sin decirnos nada. Aparentemente la gente inventa todo tipo de cosas
para conseguir nuestra información personal.
—No lo entiendo. ¿Entonces, por qué es un problema?
—Hizo un relato muy detallado de lo que hice mientras estaba en un bar
celebrando una victoria. La historia parecía real, y dio que pensar a nuestro
equipo de relaciones públicas. Fue entonces cuando pedí consejo a nuestra
querida hermana.
—Los empleados del Departamento de Relaciones Públicas de los
Lords y yo revisamos las grabaciones de todas las cámaras de seguridad del
bar. Hemos podido averiguar qué aspecto tiene buscando su nombre en
Facebook —explicó Hailey—. Había estado en el bar esa noche,
observándole, y por eso podía dar todos esos detalles. Pero ni siquiera
hablaron, y ella se fue antes que él.
Recordé cómo estuvieron cuchicheando juntos durante las dos últimas
cenas de los viernes. Quería preguntarles por qué no lo habían compartido
con todos nosotros tal como yo les había contado mis problemas con
Beauty SkinEssence, pero conocía el modus operandi de Hailey: solo
compartía un problema después de haberlo resuelto. Lo que no sabía es que
Jace también operaba de la misma manera.
—Nos costó un tiempo conseguir la grabación y revisarla, pero cuando
se la confrontó con las pruebas, abandonó el tema —explicó Hailey—.
Entonces Jace y yo pasamos a cuestiones más alegres, que incluían que él
se desnudara para tus anuncios.
Jace gruñó.
—Solo accedí a plantearme hacer anuncios sin camiseta.
—Ganaremos por cansancio —me susurró falsamente mi hermana.
—Haremos lo que te parezca bien —le aseguré a Jace.
—Pero me intentarás convencer para que me sienta cómodo quitándome
la ropa... —supuso.
Sonreí.
—Prometo no hacerlo.
—Qué aburrida estás hoy. —Hailey hizo pucheros y luego comprobó la
hora en su teléfono—. Tengo que irme ya.
Se levantó y nos besó a los dos en las mejillas. Jace no hizo ademán de
irse.
—Hemos venido por separado —dijo Jace ante mi mirada interrogante.
—¿Estás bien?—pregunté después de que Hailey se fuera.
—Sí. Es solo que no merecía pasar por este follón, pero supongo que
nadie lo merece.
Jace era el tipo de persona despreocupada. Siempre había sido así, como
si nada pudiera perturbarle o molestarle. Pero en las últimas ocasiones había
notado que le pasaba algo. No le había dicho lo que pensaba porque estaba
intentando ser menos ‘‘madre osa’’ con todos ellos, pero no quería seguir
callada.
—Hay algo más que te preocupa —dije de forma suave.
—Cuando decidí jugar al fútbol profesional, quería hacerlo porque me
encantaba. Pero últimamente tengo la sensación de que jugar está en
segundo plano. Las cosas se fueron de madre desde que GQ me otorgó el
título. No me puedo quejar, la fama también me ha traído muchas ventajas,
y las he disfrutado, es solo que...
—¿Qué?
—Estoy un poco saturado. La presión, las expectativas. Toda esa gente
que sale de la nada y quiere hacerse amiga mía. Te envidio. Tú has
construido todo esto, pero mantienes tu privacidad.
—¿Estás seguro de que quieres seguir con lo de la publicidad? No
ayudará a la causa.
—Creo que es hora de que me acostumbre a todo esto, de que lo
aproveche. Fíjate de lo que me quejo... divagando sobre problemas del
primer mundo. —Negó con la cabeza.
—Oye, todos los problemas son importantes, y creo que lidiar con el
cambio es natural. Es un proceso, como todo.
—¿Y si simplemente no sirvo para esto? —dijo bajando la voz. Me di
cuenta de que le pesaba la idea.
Por regla general, cuando daba consejos o tranquilizaba a alguien,
intentaba ponerme en el lugar de la otra persona, pero en ese caso, estaba
fuera de mi alcance. Mi marca se había construido en torno a los productos,
no a mí, así que siempre había estado en el anonimato.
—Jace, eres el jugador más valioso de los Lords. Tu juego es excelente.
Eso es lo importante. El resto es secundario, pero te estás agobiando, estoy
segura de que puedes tomar medidas para evitar ser el protagonista.
—Lo sé, pero también me parece estúpido no aprovechar mi suerte. Sé
que esta carrera no es para siempre. Si tengo mala suerte, una lesión puede
acabar conmigo en cualquier momento. Estos contratos para anuncios
suponen un buen ingreso que seguramente necesitaré más adelante. Como
decía papá, solo necesito ser fuerte. De cualquier manera, no durará para
siempre. Quizás me queden diez años de carrera, y luego la gente olvidará
quién soy. Perdón por echarte todo esto encima. Evidentemente necesitaba
desahogarme.
—No tienes que disculparte. Siempre puedes hablar conmigo.
—Gracias, hermanita. ¿Cómo te va con el tema de Beauty SkinEssence?
—Parece como si estuviéramos jugando al ajedrez. Su abogado hace un
movimiento, luego el mío, luego el suyo otra vez. Mientras tanto, los
honorarios de los abogados se acumulan, no quiero ni pensar en ello. Así
que, ya que estás aquí...
—Vaya. Sé lo que vas a preguntar.
—¿Cómo lo sabes?
—Estabas en la sala de catas. Y quieres arrastrarme allí contigo.
—La perspectiva de un hombre siempre ayuda.
Jace sonrió. Yo le devolví la sonrisa.
—Vale, te acompañaré. Pero solo porque me siento culpable por echarte
todo esto encima.
—Oooh. Yo también te quiero.
Capítulo Veinte
Val
Torturé a mi hermano durante una hora antes de acabar la jornada. No
pretendía darle la lata, pero requería mucho esfuerzo sacarle a Jace algo
más que ‘‘Me gusta’’ y ‘‘Esta también está bien’’. Necesitaba ir al grano. Si
formara parte de un grupo de debate, sería un hueso duro de roer.
—¿Tienes tiempo para tomar un té? —pregunté mientras nos dirigíamos
a la sala de descanso—. Leta me acaba de mandar un mensaje diciendo que
está por la zona y que se pasará.
Leta era una buena amiga mía. La había conocido hace unos años en
una conferencia y congeniamos de inmediato.
—Claro.
Entrecerré los ojos y miré a Jace. Parecía demasiado entusiasmado. Le
pellizqué el brazo.
—Leta es mi amiga. No intentes ligar con ella y me pongas en una
situación incómoda.
—¿Estás insinuando que le rompería el corazón? Qué poca fe tienes en
mí.
—Tienes razón. Cuando se trata de esos temas, tengo cero fe. —
Entrecerré los ojos—. A menos que me estés diciendo que quieres sentar
cabeza...
Jace parecía sorprendido.
—Hermanas. Siempre dispuestas a apuñalarte por la espalda.
—Nunca. —Le acaricié la mejilla.
Hubo un tiempo en que disfrutaba con toda la atención mediática y los
interminables amoríos. Pero ahora parecía que estaba listo para hacer
algunos cambios.
—No has respondido a mi pregunta, así que lo tomaré como un sí.
—Val —dijo en tono de advertencia.
—Vamos, dame algunos detalles. Descríbeme a la mujer de tus sueños.
Entrecerró los ojos.
—Por favor, dime que no vas a intentar emparejarme.
—¿Estás de broma? Para eso tenemos a Pippa. Ella es la experta en la
materia. Es solo pura curiosidad fraternal.
Y quizás estaba sonsacando información para pasársela a Pippa. Tal vez.
Nuestra prima Pippa Bennett-Callahan era una excelente casamentera y,
aunque vivía en San Francisco, no dudaba de que utilizaría sus artimañas
con Jace cada vez que viniera de visita.
Leta nos esperaba en el pasillo de la sala de descanso. Me saludó y le
regaló a Jace una brillante sonrisa. Vaya. Como de costumbre, el encanto de
mi hermano estaba haciendo de las suyas. La cuestión era que ni siquiera
tenía que esforzarse. Su sonrisa había sido cautivadora desde que tenía trece
años. El resto de su atractivo aspecto no era de mucha ayuda, tampoco la
fama que le precedía.
Como la sala de descanso estaba abarrotada, cogimos tres tazas y nos
dirigimos hacia mi despacho, donde también tenía una tetera y una
selección de tés.
Hablamos durante media hora antes de que Jace recibiera una llamada
de su entrenador y tuviera que irse a una reunión de última hora del equipo.
—Chica, tu hermano cada año está más bueno —comentó Leta cuando
Jace se fue—. Y yo he tenido un año de sequía... Está soltero, ¿verdad?
—Humm... sí.
Leta sonrió de forma pícara y me di cuenta de que estaba a punto de
bombardearme con más preguntas, pero Carter nos interrumpió.
—Anne no me dijo que tuvieras compañía. —Alternó la mirada entre
Leta y yo.
—Probablemente pensó que Leta se había ido con Jace. Carter, esta es
mi amiga Leta. Leta, Carter se mudó aquí hace ya algún tiempo. Somos
prácticamente vecinos. Es un excelente abogado.
Carter me miró expectante, y apartó la mirada cuando Leta le tendió la
mano. Me fijé en su mirada descarada, en la pícara sonrisa que le dedicaba.
Bajé la mirada hacia mi taza, mientras inspiraba y espiraba varias veces. Se
me hizo un nudo en el estómago. Leta era una ligona, además de muy
guapa. Decidí levantar la vista para analizar la expresión de Carter mientras
le estrechaba la mano. Detecté cortesía, y volví a mirar a mi taza. Temía
mirar demasiado y descubrir que había algo más.
—Me vendría bien un buen abogado —comentó Leta—. ¿Tienes una
tarjeta de contacto?
—No la llevo encima, pero Val puede pasarte mi información.
—Genial. Me gustaría conocer tu experiencia. Deberíamos ir a cenar
algún día. Yo invito, por supuesto.
En ese momento tenía el corazón en la garganta. A mi pesar, levanté la
vista. Leta no miraba a Carter como si apreciara su intelecto. Le miraba
como si quisiera quitarle la ropa. ¿Pero, qué demonios? ¿Había estado
ligando con Jace y ahora se le insinuaba a Carter?
Y hablando de Carter... su mirada estaba puesta en mí. Su expresión era
firme e intensa.
El momento era muy incómodo, Leta miraba a Carter, esperando
claramente una respuesta, pero él mantenía sus ojos fijos en mí.
Finalmente, Leta dijo:
—Necesito retocar mi maquillaje antes de irme. El baño está en la
tercera puerta al final del pasillo, ¿verdad?
—Sí.
Después de que Leta saliera de la habitación, me dirigí a la pequeña
mesa contra la pared donde guardaba el té.
—¿Quieres? Acabo de comprar una deliciosa mezcla de hierbas.
—No, no puedo quedarme mucho tiempo. Solo quería pasar a verte.
—¡Vaya! —Me sentí confundida por dentro.
—Sí.
Percibí una ligera rigidez en su voz que no me gustó.
—Carter, ¿pasa algo? Pareces desconcertado.
Serví más agua caliente en mi taza. Ni siquiera había oído a Carter
moverse por la habitación, pero en ese momento parecía que estaba justo
detrás de mí. Apoyó sus manos a ambos lados de mis caderas. Me di cuenta
de que no me había contestado, lo que significaba que algo iba mal. Mi
corazón se aceleró y nos quedamos completamente quietos. Sentí su cálida
respiración haciéndome cosquillas en la piel.
—Me has presentado a Leta como abogado y vecino. Solo como un
mero vecino.
—Vaya. No me he dado cuenta...
Cuando pronunció las siguientes palabras, sus labios estaban en mi
nuca. Susurrando con su grave y seductora voz que hacía que mis piernas
flaquearan.
—He besado cada centímetro de ti. Puedo hacer que te corras de mil
maneras. Quizás debería recordarte todas las formas en las que no soy
simplemente un vecino.
Deslizó su mano desde mi cadera hasta mi vientre.
Solo tocaba mi barriga en pequeños círculos, pero ese movimiento era
el que utilizaba para acariciarme íntimamente cuando estaba al límite.
Respiré hondo. No podía creer que estuviera tan excitada.
—¿Le has hablado a tu familia de mí, Valentina?
—Se lo dije a mis hermanas y a Landon. Todavía no se lo he
mencionado a Will y Jace porque tienden a ser un poco sobreprotectores.
—¿Pero se lo dirás?
—Sí.
Me dio la vuelta hasta que quedamos frente a frente y luego sostuvo mi
cara. Quedé sorprendida por su intensa mirada, las facciones marcadas de
su rostro y la tensión de su mandíbula.
—¿Estás segura?
—Estoy segura.
Sus ojos me examinaban como si intentaran leer cada pensamiento y
emoción que pudiera tener. Aparté la mirada de él y me centré en su
hombro. Esperaba que no percibiera mi confusión. Todo aquello era
abrumador incluso para mí: la esperanza de que lo nuestro pudiera
convertirse en algo más que una aventura, luchaba contra mi miedo a que
me volvieran a destrozar el corazón.
Quería que mi familia supiera de él, pero ni siquiera me había pedido
que pasara tiempo con él y las chicas. Hacía un mes que habíamos
empezado a acostarnos. Había dicho que era un vecino porque no sabía
cómo presentarlo. No quería ponerle una etiqueta con la que él no se
sintiera cómodo.
No podía explicar con palabras cuál era mi situación y, cuando
aproximó su boca a mi cuello, besándome desde el mentón hasta el punto
más sensible debajo de la oreja, ni siquiera era capaz de pensar.
—¡Dios mío, Carter!
—Me encanta oírte decir mi nombre.
Apartándose, pasó su pulgar por mis labios y yo los separé, sacando la
punta de la lengua. Tragó saliva, fijando su mirada en mi boca. No se lo
esperaba. Entonces me cogió por sorpresa y empujó mis caderas contra el
borde de la mesa. Tomó una de mis manos entre las suyas y, a continuación,
deslizó la suya hacia abajo alrededor de mi muñeca, con dos dedos
presionando sobre mi pulso, antes de aproximarse y plantarme un beso
donde previamente me había tocado. Dios, estaba tan excitada...
Acercó su boca, hablando contra mis labios.
—¿Estás excitada?
Era consciente de que mi respiración era cada vez más acelerada. Todo
mi cuerpo estaba en tensión, pero aun así, negué con la cabeza de manera
despreocupada. Carter frunció una ceja. Eché un vistazo entre nosotros
cuando sentí que su mano ascendía por debajo de mi blusa, mientras
estrujaba uno de mis pechos. Luego la quitó y puso ambas manos en mi
cintura. Una sonrisa arrogante se dibujó en sus labios.
—¿Qué estás haciendo? —susurré.
—Dándote una idea de lo que vendrá esta noche.
—¿Ah, sí? ¿Y qué será?
—Lo dejaré a tu imaginación.
—Se me ocurren algunas ideas.
—No me cabe duda. Bajo tus faldas de tubo y tus blusas se esconde una
chica traviesa.
Hice pucheros.
—¿Me estás llamando fácil?
—No, cariño. Solo estoy diciendo lo sexy que eres.
—¿Estás tratando de convencerme de hacer cosas sensuales contigo en
mi oficina?
—Tal vez. ¿Estás cediendo?
—Jamás. —Intenté apartarle antes de que se le ocurriera alguna otra
idea descabellada, pero no cedió—. ¿Y si alguien nos hubiera visto? —
señalé la puerta que se encontraba abierta. Carter se rió, pero sus ojos eran
oscuros y brillantes. Le di un manotazo en el hombro—. Lo digo en serio.
—Sigue así y cerraré la puerta haciendo que te corras contra ella.
Joder. Me di cuenta de que hablaba en serio. Una parte de mí quería
seguir incitándolo para que cumpliera su promesa, pero... maldita sea.
Estaba en mi despacho, y Leta volvería en cualquier momento.
Hablando del rey de Roma... Carter finalmente se hizo hacia un lado al
oír pasos que se acercaban.
No fui consciente de lo posesiva que era la forma en la que me agarraba
hasta que noté cómo a Leta se le estaban por salir los ojos de las órbitas.
Estábamos apoyados en la mesa de las golosinas, uno al lado del otro.
Carter me había rodeado la parte baja de la espalda con un brazo y tenía su
mano en el hueso de mi cadera.
—Val —dijo tímidamente—. No me has dicho que erais pareja.
De reojo, vi a Carter sonreír. No movió la mano ni un centímetro
mientras respondía:
—Lo somos.
Capítulo Veintiuno
Carter
—Ya casi está listo el zumo de naranja —les dije a Peyton y April. Ambas
estaban resfriadas desde hacía dos días. Se encontraban mejor, pero aún no
estaban sanas al cien por cien, así que dije en la oficina que ese día también
trabajaría desde casa. Mientras esperaba a que el exprimidor llenara el vaso,
tomé mi segunda taza de café. Aquel día me sentía más zombie que
abogado. Había estado despierto con Peyton toda la noche. Apenas podía
conciliar el sueño cuando estaba enferma y yo me había acostumbrado a
dormir en el pequeño sofá de su habitación esas noches. A veces se tendía a
mi lado, acurrucando su cuerpecito contra mí, pidiéndome que le contara
cuentos porque evitaban que los monstruos salieran de debajo de la cama.
Las había instalado en el salón, porque April había dicho que no quería
quedarse encerrada en su habitación también durante el día, y Peyton estaba
en la edad en la que hacía todo lo que decía su hermana. Las dos seguían
dormidas cuando les llevé el zumo de naranja. El programa favorito de
Netflix de April seguía reproduciéndose en su portátil, posicionado de
forma inestable en su regazo. Se lo quité, con cuidado de no despertarlas.
Necesitaban dormir. Yo también, pero un millón de correos electrónicos de
trabajo se interponían entre el sueño y yo.
Mi apartamento era una mezcla de estilo ultramoderno y clásico, pero la
esencia de las chicas era visiblemente notable. Eran desordenadas, pero no
me molestaba. Mi despacho era la única zona que estaba en orden. Sentado
en mi escritorio, comencé simultáneamente a redactar la documentación
para tres casos diferentes. Hacia el mediodía, las chicas se despertaron y
pedimos comida a domicilio. Cuando terminamos, supe que tenía que
llamar a Val. Lo había intentado alargar todo lo posible, pero no podía dejar
a las niñas con la niñera esa noche. No me gustaba salir cuando no se
encontraban bien.
Había quedado con Val y tenía muchas ganas de verla. Me fui a otra
habitación para hacer la llamada.
—Hola —saludé cuando descolgó.
—¡Buenas!
—Escucha, sé que teníamos planes para esta noche y siento mucho
tener que cancelarlos. Hoy tengo que quedarme en casa.
—¿Qué ha pasado?
—Las niñas están resfriadas y estoy trabajando desde casa.
—Vaya, lo siento mucho.
—Ahora están mejor, pero no quiero dejarlas aquí así.
—Claro, lo entiendo. —Tras una pausa, añadió—: Puedo pasarme, si
quieres.
No me lo esperaba.
—Me encantaría.
—¿Necesitas algo?
—No, estamos bien. Pediré la cena.
—Puedo cocinar algo.
—No tienes por qué.
—Pero soy una gran chef.
—Muy humilde también.
—No cuando se trata de mi cocina.
—No te preocupes, no necesitamos nada.
—¿Te parece bien si me paso a las siete y media?
—Sí, claro.
Tras colgar me pregunté si había sido una buena idea. Hasta entonces,
nuestros encuentros siempre habían sido despreocupados y juguetones, y
había mantenido lo que tenía con Val separado de todo lo demás.
Pasábamos esos momentos aislados en nuestra propia burbuja. ¿Y si la
realidad de nuestras vidas hiciera que la burbuja explotara?
La verdad era que tenía demasiadas ganas de ver a Val como para
preocuparme por cualquier otra cosa. No habíamos pasado juntos la cena de
Acción de Gracias la semana anterior, porque había cogido un vuelo con las
niñas para visitar a mis padres.
Llegó puntual. Peyton la esperaba en la puerta. Cada vez que estaba a
punto de conocer a alguien nuevo, se emocionaba muchísimo, pero cuando
se encontraba cara a cara con esa persona, se escondía.
Como era de esperar, en cuanto abrí la puerta, Peyton se puso detrás de
mis piernas.
Val me sonrió antes de agacharse a su altura.
—Hola, Peyton. Soy Valentina. Puedes llamarme Val. Como todos mis
amigos.
Peyton inclinó tímidamente la cabeza hacia un lado, pero cuando Val le
tendió los brazos, dio un paso hacia adelante.
—¿Soy tu amiga? —preguntó con suspicacia.
—Si tú quieres sí, a mí me encantaría.
Peyton se acercó y se arrojó a los brazos abiertos de Val, besándole la
mejilla. Le llenó la cara de baba, pero a Val no pareció importarle. Sentí
calidez en el pecho al observarlas.
Val había hecho trampa. Les había traído caramelos a las chicas, y tanto
April como Peyton los devoraron encantadas.
—Val, eres mi heroína —exclamó April—. Carter, toma nota.
Fruncí el ceño, mirando a mi sobrina. Cuando April estuvo fuera del
alcance de mi voz, me volví hacia Val.
—¿Dulces, en serio?
—Comida reconfortante. —Se encogió de hombros como si fuera lo
más natural del mundo.
—Suelo prepararles algo sano cuando están resfriadas.
Val parecía estar esforzándose por mantenerse seria, a continuación
susurró:
—Te contaré un secreto. En realidad, a nadie le apetece comer sano
cuando está enfermo. Solo te recuerda lo mal que te encuentras. En mi
opinión, no es la mejor forma de levantar el ánimo.
—Buen razonamiento.
Sonrió.
—Puede que sea un poco... diferente, pero oye, peor que estar enfermo
es estar enfermo y malhumorado. Y te puedo asegurar que el mal humor era
tan contagioso en la casa de los Connor como un resfriado. Por lo que tuve
que inventar mis propias reglas para evitar que eso sucediera. Pero bueno,
al final todos crecieron y se convirtieron en adultos sanos y responsables,
así que no me siento tan culpable.
Era adorable. Me aproximé para besarla, con la única intención de darle
un pico, pero al sentir el sabor de su boca me quedé con ganas de más.
Quería perderme en esa mujer, explorarla durante días. Me volví aún más
codicioso cuando ella me recompensó con un pequeño gemido. Pero no
podía tocarla en ese momento, así que di un paso atrás.
—Mujer, haces que pierda la cabeza.
—Mmm... Me pregunto por qué será.
—Podría ser por lo suave que es tu piel. —Besé su hombro—. O este
precioso culo. —Lo apreté una vez antes de mover mi mano lentamente por
la zona frontal—. O tu apretado, apetecible...
—Carter —dijo, casi como un susurro. Sonreí—. No puedes decir cosas
así cuando están las niñas alrededor.
—No pueden oírnos. Me cuesta controlarme cuando estoy contigo.
—Lo dices como si fuera una diosa del sexo o algo así.
—Lo eres.
Entrecerró los ojos, tamborileando los dedos en su mejilla.
—No sé si lo dices en serio o es que intentas hacerme la pelota para
conseguir lo que quieres.
—Siempre digo lo que pienso. Pero eso no significa que no te esté
haciendo un poco la pelota. —Mi voz parecía seria, pero nos reímos juntos
de camino a reunirnos con las chicas en el salón. Sugerí una película, pero
April no estaba de humor para ver nada.
—Llevo todo el día sentada viendo cosas. Estoy aburrida —dijo April.
Val se mordió el labio inferior.
—¿Qué te gustaría hacer?
—No sé. Oye, ¿dónde te has comprado este cinturón? Está muy chulo.
—En una de mis tiendas online favoritas. Ya te la enseñaré. —Tras un
momento, añadió—: ¿Te gustan las fiestas de armario?
—No sé lo que es, pero tiene dos de mis palabras favoritas, así que me
apunto —dijo April.
—Básicamente consiste en echar un vistazo a tu ropa y ver cómo
podemos mezclarla y combinarla para conseguir conjuntos diferentes a los
que sueles llevar.
Por primera vez en todo el día, April parecía estar animada. Peyton
estaba colgada de mi cuello como un monito, entusiasmada, alternando la
mirada entre su hermana y Val.
—Me encanta el plan.
—Y a mí me asusta —añadí, solo por hacer de abogado del diablo.
Val se acercó más a April, susurrando lo suficientemente alto como para
que yo lo oyera:
—¿Deberíamos castigarlo y pedirle que se una a nosotras?
—Nah, va a darnos la lata. Además, me muero de ganas por un rato solo
de chicas.
Se me encogió un poco el corazón. Entonces decidí pillarlas por
sorpresa.
—¿Sabéis qué? Me uniré a vosotras.
Val guiñó un ojo. April hizo una mueca.
—Vale, pero promete que no vas a ponerte a dar tu opinión... a menos
que sea positiva —dijo April.
—Me encanta tu idea de la democracia. Me llevaré el portátil. Necesito
ultimar unas cosas.
April la condujo hasta su habitación. Peyton, que nunca se perdía nada,
salió corriendo a su lado. Val caminaba unos metros detrás de ellas. Tenía
una vista perfecta de su precioso trasero. Madre mía, la forma en que se
movía y el sensual contoneo de sus caderas me estaba haciendo la boca
agua. ¿Lo estaba haciendo a propósito para excitarme?
Obtuve mi respuesta cuando echó la vista hacia atrás, esbozando una
pícara sonrisa. Como venganza, me acerqué a ella y le di un pellizco en el
culo.
Val no consiguió disimular su expresión de sorpresa, lo que llamó la
atención de April. Cuando se dio la vuelta, retiré la mano de inmediato.
Sentí como si nuestros papeles se hubieran invertido y yo fuera el
adolescente que intentaba salirse con la suya metiéndole mano a la chica
que le gustaba.
Mientras Val y April sacaban prácticamente todo el armario fuera y
extendían la ropa sobre la cama, yo me senté en su escritorio, intentando
trabajar un poco, pero me costaba concentrarme. Las chicas se lo estaban
tomando en serio. Incluso Peyton estaba pendiente de cada palabra que Val
decía.
—¿Cómo se te ocurren estas ideas? Yo no las hubiera puesto juntas,
pero queda genial —exclamó April.
—Asistí a un curso privado con una asesora de moda una vez.
—Eres oficialmente la persona más guay que conozco.
Val se rió.
—No creo. Pero cuando abrí mi propio negocio no tenía un código de
vestimenta como en mi antiguo trabajo, y sabía que se me podía ir la pinza.
Mi sentido de la moda siempre ha sido un poco raro, pero hay una delgada
línea entre marcar la diferencia y hacer el ridículo.
—Pues yo creo que eres la caña.
En algún momento de esa conversación, los latidos de mi corazón se
habían vuelto erráticos. Me di cuenta de que se estaban divirtiendo de
verdad. Val no era condescendiente con las chicas ni las consideraba un
inconveniente. Se alejaba tanto de mis experiencias pasadas que ya ni
siquiera me lo esperaba. En parte era por eso que me gustaba separar esa
faceta de mi vida personal.
Cuando April se recogió el pelo en una coleta, probándose un conjunto
que se le había ocurrido a Val, tuve un déjà vu.
—Te pareces mucho a Hannah —dije. Echaba tanto de menos a mi
hermana que a veces el dolor era insoportable.
—¿A que sí? —sonrió April antes de explicarle a Val—: En todas sus
fotos, mamá parece una modelo. Era una fashionista.
—¿Y yo también soy una fashionista? —preguntó Peyton, frunciendo el
ceño ante el espejo como si buscara aprobación.
Me reí, pero Val replicó con suavidad:
—Vas en camino a serlo.
Cuando April salió de la habitación para traer su pañuelo favorito del
vestíbulo, con Peyton siguiéndola, mantuve la vista fija en Val. Se dio
cuenta y se sonrojó, pero no le quité los ojos de encima. Aunque estaba
sentada en la esquina opuesta de la habitación, la tensión sexual que llenaba
el ambiente era palpable. Posteriormente, Val se centró en colocar algunos
conjuntos sobre la cama. Me encantaba cuando intentaba no mirarme
porque temía que no pudiera resistirse a mí.
Salí de la habitación poco después de que las chicas regresaran, en parte
porque no soportaba estar tan cerca de Val sin poder tocarla o imaginando
cómo sería nuestra vida si formara parte de ella y, por otro lado, porque la
actividad era demasiado femenina para mí. Cuando terminé de redactar el
último documento, eran las diez de la noche. Apreté la base de las palmas
de las manos contra mis ojos, que habían empezado a dolerme. Me
encontraba en el despacho que tenía en mi casa y, cuando acababa de abrir
un documento con unos decretos que quería repasar, Val se unió a mí.
Se acercó y se apoyó en el escritorio.
—¿Cómo están las chicas?
—Se han quedado fritas en la cama de April. Nos lo hemos pasado muy
bien. April tiene muy buen gusto para la moda, y nos hemos dado cuenta de
que tenemos la misma talla de zapatos, así que podría prestárselos alguna
vez.
La fulminé con la mirada.
—¿Qué pasa?
—No creo que tus zapatos sean muy apropiados.
—¿Cómo? Pero si a ti te encantan.
—Puestos en ti. No en mi sobrina adolescente.
—Vaya doble moral...
Solté un leve gruñido. Val sonrió.
—¿Sabes qué? Me habías convencido de que eras el tío guay... pero
parece que no. Voy a cambiar de bando. El otro equipo me necesita más.
—Ya veo.
—Me encanta que mantengas viva la memoria de sus padres —dijo de
forma inesperada.
—No quiero que las niñas se olviden de ellos, sobre todo Peyton. Era un
bebé cuando fallecieron, y creo que traer el recuerdo de pequeños detalles
de vez en cuando hace que las niñas sientan que conocían a su madre y a su
padre sin que resulte triste. Los echan de menos.
—Y tú echas de menos a tu hermana.
—Pues sí. Sinceramente, al principio era un poco doloroso mirar a
April, porque se parece mucho a Hannah. Espero que mi hermana esté
contenta con la manera en la que estoy criando a sus hijas.
—No me cabe duda de que lo está. —Me regaló una cálida mirada—.
¿Cómo sucedió?
—Fueron a esquiar y los sorprendió una avalancha. Fue insoportable,
sobre todo mientras duró la búsqueda. Todos esperábamos que estuvieran
vivos, y entonces... Fue muy duro.
—Me lo imagino.
—No tengo ni idea de cómo conseguí salir adelante.
—Eres un hombre fuerte, Carter.
—Mis padres estaban devastados. Especialmente papá.
—¿Cómo está? Creo que mencionaste que lo operaron de la cadera.
—Hoy he hablado con mi madre. Su recuperación está siendo lenta.
Menos mal que está con él, aunque las niñas la echan de menos.
Val miró de reojo a mi portátil.
—¿Has terminado por hoy?
En respuesta, lo apagué, e inmediatamente puse a Val sobre mi regazo.
—Gracias por haber venido hoy.
—Ha sido un placer. Aunque creo que algunas de las ideas que le he
dado a April pueden resultar un poco peligrosas para tu tarjeta de crédito.
Quizá debería haberte advertido de que tengo fama de influir en las
elecciones de compras de los demás. Mis hermanas no paran de decírmelo.
—¿Ah, sí?
—Totalmente. Les contagié el gusanillo de las compras cuando éramos
niñas. Sobre todo en tiendas de segunda mano, la gente las subestima.
Puedes encontrar joyas allí. Tenía incluso una máquina de coser para
arreglos y retoques. Pasaba muchas tardes cosiendo cuando volvía del pub.
—Me da la impresión de que tus días eran bastante largos.
—Pues sí.
—¿Alguna vez sentiste que estabas fracasando?
—Muy a menudo.
Eso me sorprendió.
—Yo me siento así casi todas las semanas.
Val me dio un beso en la mandíbula y luego pasó al cuello, lo que me
distrajo.
—Desde un punto de vista externo puedo confirmarte que no lo estás.
—O puede que seas parcial porque te gusto mucho.
Se enderezó, mirándome directamente a los ojos.
—Nop, soy objetiva al cien por cien.
—¿Así que cosías después de volver del pub? ¿A la vez que planeabas
cómo abrir tu negocio?
—Bueno, no lo hice al mismo tiempo. Empecé a planearlo una vez que
todos tuvieron edad suficiente para coser su propia ropa sin perder ningún
dedo.
—Lo de tener tiempo libre era inimaginable, supongo.
Se rió.
—Se podría decir que sí. Pero cuando abrí el negocio, todos eran
mayores ya. No me necesitaban tanto y yo no sabía qué hacer con tanto
tiempo libre. Así que básicamente hice el trabajo de tres personas durante
años.
—Sé a lo que te refieres. Te centras y te condicionas en la misma rutina
durante tanto tiempo que al final es lo único que conoces. Se convierte en tu
normalidad.
—Exactamente. Todo el mundo me decía que tenía que bajar el ritmo,
pero yo pensaba ‘‘¿de qué estáis hablando? Esto ya es bajar el ritmo’’.
Pero ahora estoy mejor. Tengo un equilibrio saludable, disfruto de
momentos de relax y de mi tiempo libre.
Me quedé callado, esperando que mi rutina poco ‘‘relajada’’ no la
ahuyentara, porque necesitaba a esa mujer en mi vida. Val y yo habíamos
recibido golpes similares a lo largo de los años, solo que estábamos en
etapas diferentes. Ella había dejado atrás aquellos años de ajetreo y
disfrutaba de su libertad, mientras que yo seguiría en plena faena durante
los próximos diez años.
Besé el contorno de su mandíbula y luego descendí por su garganta. Se
estremeció y pasé los labios por la clavícula hasta llegar a su hombro,
apartando un tirante.
—¿Qué debería hacer con este vestido? Te cubre demasiado.
—¿Quitármelo?
Sonreí contra su piel, busqué el dobladillo y lo desplacé hasta sus
rodillas, que estaban apoyadas a mis lados. Luego lo subí por sus muslos
hasta que sus piernas quedaron completamente a la vista.
Pero entonces la voz de Peyton se escuchó por todo el apartamento,
llamándome.
Respiré hondo, tratando de recobrar la compostura.
—Voy a llevar a Peyton a su habitación. Puede que tarde un poco en
dormirse. ¿Quieres pasar la noche aquí?
Los músculos que rodeaban mi estómago se tensaron. No había
planeado pedírselo aún. Quería ir poco a poco, pero en ese momento cada
fibra de mi ser estaba tensa esperando su respuesta.
—¿Estás seguro?
—Si no quieres...
—Sí que quiero.
La miré directamente a los ojos, tratando de interpretar lo que
significaba para ella. ¿Se quedaba porque podía hacerle pasar un buen rato
en la cama, o también sentía que la conexión entre nosotros se estaba
haciendo más profunda? ¿Acaso ella quería que la relación creciera y se
profundizara? ¿O estaba contenta con las cosas tal y como estaban?
Peyton volvió a llamarme, interrumpiendo el momento. Besé la frente
de Val.
—Ven. Te enseñaré dónde puedes ducharte.
Capítulo Veintidós
Val
Me tomé mi tiempo para ducharme y, cuando salí, oí a Carter hablando por
teléfono en su despacho. Después de todo, no había tardado tanto tiempo en
acostar a Peyton. Aquella niña me recordaba tanto a Hailey. Tan dulce y
curiosa, aunque Hailey nunca había sido así de tímida.
Moví las caderas al ritmo de una canción imaginaria en el dormitorio de
Carter, con la oreja puesta en su voz para comprobar si seguía hablando y
así saber cuándo irrumpir para acaparar todo el protagonismo. Cuando pasé
por su despacho, oí las palabras declaración y testigo, así que deduje que se
trataba de una conversación de trabajo. No quería tentarle mientras estaba
ocupado, por mucho que lo deseara.
Cuando dejé de oírle hablar, me ajusté el albornoz y empecé a recorrer
el pasillo de puntillas antes de recordar que las habitaciones de las chicas
estaban al otro lado del apartamento.
Cuando entré en su despacho, su silla de cuero estaba girada hacia la
ventana, pero yo sabía que estaba allí sentado. Su presencia invadía toda la
habitación. Quise sorprenderle, pero debió de oírme, porque giró la silla.
Incluso en la penumbra, vislumbré su sonrisa.
—Siento haber tardado tanto. Pensé que te habrías quedado dormida.
—Nop.
—Cierra la puerta, Val. Cierra con llave.
Tragué saliva, y el exquisito tono barítono de su voz me hizo sentir un
hormigueo a lo largo de mi espalda. En cuanto oyó girar la llave, añadió
otra orden.
—Ven aquí.
Cuando me detuve frente a él, se enderezó en su silla y llevó una mano
al dorso de mi rodilla, rozándola por la parte exterior de mi muslo.
—Dime qué llevas puesto debajo del albornoz.
—Nada.
—Justo lo que quería oír.
Tiró del cinturón del albornoz hasta que se abrió. Besó la parte inferior
de uno de mis pechos. Cuando introdujo mi pezón en su boca, apreté los
muslos por reflejo. Carter se levantó de la silla, capturó mis labios y me
besó profundamente. Me sostuvo la nuca, inclinándola en el ángulo que él
quería, tomando el control. Me besaba con pasión. Mis piernas flaqueaban
con cada pasada de su lengua.
—¿Has venido para tentarme? —dijo contra mis labios.
—Sin duda. Pienso desplegar todas mis habilidades de seducción para
llevarte a la cama.
—Quiero follarte aquí mismo en esta oficina, Valentina. Quiero crear
recuerdos contigo aquí dentro, para que cuando esté solo pueda recordar
cómo era tenerte abierta de piernas sobre mi escritorio y cómo era hundirme
dentro de ti.
Me humedecí solo con oír sus palabras. Como si lo sospechara, pasó el
dedo corazón por mi orificio, haciéndome gemir.
—Estás tan mojada.
Me quitó el albornoz, apartó la silla y me llevó de la mano hasta que
estuve de pie frente a su escritorio. Estaba colocado detrás de mí,
besándome la nuca y los omóplatos, antes de lanzarme una lluvia de besos
por la espalda.
—Inclínate hacia delante y abre bien las piernas para mí.
Me apoyé sobre los codos, separando las piernas. Carter dejó de
tocarme durante unos segundos, pero antes de que tuviera tiempo de echar
de menos su calor, puso su boca en mi resbaladizo centro, y su lengua salía
y entraba en mi interior. Apenas podía soportar el repentino asalto a mis
sentidos y, cuando presionó mi clítoris con dos dedos, mis muslos
temblaron.
Ya no podía sostenerme sobre los codos, así que me incliné
completamente hasta que mis pechos quedaron presionados contra la fría
mesa. Mis manos no aguantaban las ganas de agarrar o aferrarse a algo, así
que estiré los brazos hasta alcanzar el borde del escritorio. Lo agarré con
fuerza, empujándome contra su boca.
Un orgasmo se apoderó de mí, provocado por sus labios y sus dedos.
Tardé un rato en superar la oleada de placer y, al incorporarme, me
tambaleé un poco.
Carter me abrazó y apoyó la nariz en el pliegue de mi cuello. Respiraba
entrecortadamente. Su erección presionaba contra mi culo. La noche
acababa de empezar. Moví un poco el culo, arrancándole un gemido, antes
de darme la vuelta.
Sonrió antes de besarme y, tras oír cómo se desabrochaba el cinturón,
supe que no podía soportar no estar dentro de mí ni un minuto más. Tiré de
la cremallera y le bajé los pantalones por las piernas. Se quitó también los
bóxers antes de apartar ambas prendas de una patada. Después de quitarse
la camisa, se dejó caer en la silla de cuero.
—Ponte encima de mí.
Con el corazón palpitante, me acerqué a él, pero no me subí encima.
Tenía planeado algo antes, así que me coloqué en cuclillas entre sus muslos.
—¿Qué estás haciendo?
—Darte algo que recordar.
Quería que pensara en ello cada vez que se sentara en esa silla. Pasé la
palma de mi mano desde la suave punta hasta los huevos, apretando un
poco mientras me la metía en la boca.
—¡Val!
Moví la cabeza arriba y abajo, apoyando un brazo en su muslo para
sostenerme. Gimió mi nombre una y otra vez, pero no me dejó permanecer
allí todo el tiempo que yo hubiera querido.
—Quiero estar dentro de ti.
Me levantó y me ayudó a montarme encima de él. La silla era lo
bastante ancha para que pudiera apoyar cómodamente las pantorrillas junto
a sus muslos. Descendí sobre él centímetro a centímetro. Inclinó la cabeza
hacia atrás, cerrando los ojos. Moví el tren inferior de mi cuerpo a ritmo
lento. Me encantaba estar encima de él. Podía tocarle y besarle donde
quisiera: sus bíceps, sus hombros, su cuello. Me encantaba besarle el cuello.
La piel de sus brazos se puso de gallina cuando le mordí ligeramente la
nuez.
—Dame tu boca —me ordenó. Seguí atormentando la sensible piel de
su garganta, pero entonces tomó el control, agarrando mi culo con ambas
manos y tirando de mí hacia arriba y hacia abajo, sobre él—. Val, bésame.
Me enderecé y él atrapó mi boca, enredando nuestras lenguas. Los dos
nos movíamos sin parar. Él empujaba desde abajo y yo deslizaba las caderas
a un ritmo frenético. Cuando introdujo una mano entre nosotros, rodeando
mi clítoris, mi vientre se tensó tanto que sentí que iba a partirme en dos.
—Más fuerte, por favor —susurré.
Me penetraba con más ferocidad que antes, pero yo deseaba hasta la
última gota de pasión. No sabía cómo expresarlo con palabras, pero mi
cuerpo hablaba por mí. Le arañé los hombros, la espalda, moviéndome tan
rápido como podía. Como si hubiera percibido que necesitaba más, me
levantó, y mi culo quedó apoyado sobre la superficie de madera.
Carter enganchó un brazo bajo cada rodilla, tirando de mí hasta el borde
del escritorio. Cuando me penetró, el placer me inundó como anillos de
fuego, acercándose cada vez más y más a mi centro. Tenía acceso ilimitado
a mi clítoris y estaba sacando provecho de esa ventaja. Joder, sí que la
estaba aprovechando.
Su pulgar apenas lo acariciaba, pero me estaba volviendo loca.
—Esto es... ah, joder.
—Así, Val. Quiero sentir cómo te corres. Quiero escucharte.
No supe si fue la presión sobre mi clítoris o sus obscenas palabras lo
que me hizo llegar al límite, pero me apreté con fuerza, aferrándome a sus
hombros. Carter continuó penetrándome durante mi orgasmo, hasta que
gritó al llegar a su propia liberación, inclinándose sobre mí y apoyando las
manos en el escritorio a ambos lados de mis brazos. Gimió mi nombre,
penetrándome hasta quedar exhausto. Apoyó la cabeza en mi pecho, respiró
de forma larga y profunda y se retiró unos minutos después, ayudándome a
levantarme. Me temblaban un poco las piernas. A juzgar por su sonrisa
burlona, se había dado cuenta.
Apoyó una mano de forma posesiva en mi espalda.
—No voy a poder volver a trabajar aquí.
Me encogí de hombros de manera juguetona y él me pellizcó el culo.
—Ese ha sido mi plan todo el tiempo.
Capítulo Veintitrés
Val
—Venga, a cortar. Vamos, no aflojéis. Los demás llegarán en cualquier
momento —les ordené una semana más tarde mientras preparaba la cena
del viernes. Jace y Hailey habían llegado temprano y los había convencido
para que me ayudaran a cocinar. Normalmente no me gustaba tener más de
un chef en la cocina (a no ser que fuera Carter cantando y con el torso
desnudo; me comería una tostada quemada con tal de tener esas vistas),
pero aquel día estaba probando una nueva receta y resultó ser más compleja
de lo que había imaginado.
—Oye, me estoy esforzando —se quejó Jace—. Solo que no es lo mío.
A Hailey no le iba mucho mejor. En realidad había llegado antes porque
quería hablar de la última cita que había tenido, pero con Jace cerca, eso iba
a tener que esperar. Aunque por la alegría en los movimientos de mi
hermana, deduje que había ido mejor que bien.
Había sido una semana ajetreada, en la que por fin había conseguido
probar la técnica de la ‘‘cata en la oscuridad’’, y me había gustado tanto que
iba a incorporarla a mi rutina a partir de entonces. Cada vez que tenía un
rato libre, echaba un vistazo a mis tiendas online favoritas y le había
enviado tantos enlaces a April que podría renovar todo su armario. Le había
dicho además que me echara la culpa a mí por cualquier conjunto que
Carter pudiera considerar... inapropiado. Esperaba que no le diera un ataque
de pánico cuando le enseñara la selección.
—Teniendo en cuenta que tenías a dos casos perdidos como ayudantes
de cocina, yo diría que esto ha salido bastante bien —dijo Jace un rato
después mientras probaba el plato final.
—Oye, no te subestimes —respondí después de probar una cucharada
—. Está delicioso. Cuando te quieras dar cuenta, serás ya todo un cocinero.
Una cualidad muy atractiva en un chico, debo decir.
—Ya ves, ¿qué está pasando contigo, Jace? Val me ha dicho que vas
camino de sentar la cabeza —bromeó Hailey.
—¿Ya se lo has contado a toda la familia?
—Pues claro.
Jace entrecerró los ojos.
—Pensé que habías dicho que no te entrometerías.
Abrí los ojos de forma burlona.
—¿Yo? Nunca. Pero se lo conté a Hailey y, si ella quiere inmiscuirse, no
puedo hacerme responsable, ¿a que no?
—No tienes que preocuparte por mí, hermanito. No pienso hacer nada.
—Se había puesto a preparar el aliño para la ensalada.
—Aaaaay, hermanita. Estoy hundido en la mierda. Estás usando tu tono
de “relaciones públicas”. El que significa que solo voy a decirle a este
pobre tonto lo que quiere escuchar pero haré lo que yo quiera de todos
modos.
Hailey dejó de echar sal en la ensalada.
—¿Desde cuándo te has vuelto tan perspicaz?
Jace guiñó un ojo y dijo:—Desde hace ya bastante. Así que confiesa.
—Bueno... tienes un gran club de fans entre mis amigas.
—¿Y tú no vas a advertirme de que me aleje de nadie, como nuestra
hermana mayor?
—Confío mucho más en ti —dijo Hailey seriamente.
—Esa es mi Hailey.
Cuando ya habían llegado todos y se sentaron a la mesa, me di cuenta
de que no tenía hierbas aromáticas para la ensalada, así que salí al jardín a
coger tomillo y cilantro frescos. Estaba agachada, arrancando las hierbas,
cuando oí una voz.
—Joder, vaya regalo para la vista.
Me enderecé y casi pierdo el equilibrio al girar para mirar a Carter.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Me dijiste que estabas en casa y pensé en darte una sorpresa.
Echó un vistazo a las hierbas y luego a la casa, mientras las risas se
filtraban por las ventanas abiertas.
—¿Tienes compañía?
—Sí. Toda mi familia está aquí. La cena de los viernes por la noche,
¿recuerdas?
Le había invitado dos veces anteriormente, pero siempre tenía planes
con las chicas los viernes por la noche, así que no había insistido más.
Después de que me pidiera que durmiera en su casa la semana anterior,
había querido volver a sacar el tema, pero no había sido posible. Esa era la
oportunidad perfecta.
—No sabía que era una tradición.
—Las convertí en rutina desde que Will cumplió dieciocho años y se
mudó. Creo que es más posible que un meteorito choque contra la Tierra a
que yo cancele una cena de los viernes.
Carter se rió mientras su mirada me recorría lentamente, encendiendo
todo mi cuerpo. Estaba segura de que podría hacerlo un millón de veces y
aún así me seguiría afectando.
—¿Quieres unirte a nosotros? —pregunté, aunque intentaba imaginar
qué pasaría cuando le presentara a mis hermanos. Debió de confundir mi
preocupación con reticencia, porque frunció el ceño.
—Si prefieres que sea solo familiar, lo entiendo.
—Qué va. Me encantaría tenerte a ti y a las niñas aquí, pero sé que
siempre tienes planes los viernes. ¿Dónde están ahora?
—Con sus amigos.
—Venga, entremos. Pero te advierto que cuando estamos todos juntos
puede llegar a ser una locura, y mis hermanos pueden ser un poco
sobreprotectores.
Carter me dedicó una pícara sonrisa.
—Para eso están los hermanos. Todavía tengo que hablar contigo sobre
todos esos enlaces de tiendas online que le has enviado a April.
Analicé el brillo de sus ojos. Era tan peligroso como seductor. Me
contoneé un poco mientras subíamos las escaleras de la casa. Carter me
rodeó la parte baja de la espalda con un brazo y me presionó la cintura con
la palma de la mano. Una chispa de expectación viajó desde la punta de sus
dedos hasta mi ombligo, e incluso más abajo.
Vaya... Le debería haber robado un par de besos cuando tuve la
oportunidad.
En cuanto entramos al comedor, todo el mundo se quedó callado.
—Chicos, este es Carter. —Señalé con una mano, sosteniendo las
hierbas en la otra.
Carter estrechó la mano a todos y pude ver los motores encenderse en
las mentes de mis hermanos. Sabían que habíamos estado quedando. Se lo
conté después de que él y yo habláramos en mi oficina, pero no me habían
preguntado por los detalles. Sin embargo, al ver las expresiones de Will y
Jace, sabía que estaban a punto de hacerlo. Landon parecía estar tranquilo,
como siempre.
—Yo me encargo de las hierbas —ofreció Hailey. Le dirigí una mirada
de agradecimiento mientras le entregaba el tomillo y el cilantro. No estaba
segura de que dejar a Carter solo para defenderse de Jace y Will cuando
estaban en modo protector fuera una buena idea.
Will comenzó con el interrogatorio, cómo no. Puede que ya no llevara la
placa, pero seguía poniendo en práctica sus habilidades de inspector. Miré a
Paige, su prometida, que le observaba atentamente. Sabía que me cubriría
las espaldas si Will se ponía demasiado duro.
Para mi sorpresa, el ambiente fue agradable. No tendría que estrangular
ni a Jace ni a Will. Íbamos progresando.
A mitad de la cena, mientras charlábamos sobre un momento
especialmente divertido de la boda de Lori y Graham, ya me había relajado
por completo.
En ese momento Milo intervino para decirle a Carter:
—Papá me pidió permiso antes de casarse con mamá. Si quieres, tú
también puedes pedirme permiso.
Sentí como si me ardiera la cara. Mi sobrino tenía buenas intenciones y
simplemente era tan adorable como de costumbre, pero no pude evitar mirar
a Carter de reojo. A los niños les gustaba repetir lo que escuchaban de los
adultos, y no quería que Carter pensara que le había dicho a mi familia que
tenía expectativas sobre lo nuestro. No quería espantarlo.
—Lo tendré en cuenta —respondió Carter jovialmente.
Después de cenar, nos habíamos dispuesto a jugar al bádminton.
—¿Te apetece quedarte a jugar? —pregunté a Carter.
—Claro. Las chicas pasarán la noche en casa de sus amigos.
—Tenías grandes planes, ¿eh?
—Ya ves.
Sonreí, tratando de ignorar sin éxito la forma en la que mi cuerpo
reaccionaba ante sus palabras. Ese hombre era un peligro andante para mí.
Tenía planeado servir helado de postre, pero a mi pesar, me di cuenta de que
no había suficiente.
—Cambio de planes —dije en voz alta—. Voy a ir a comprar una tarta
rápidamente.
Había una panadería cerca de casa, y sus tartas estaban para morirse.
Antes de salir, aparté a Carter a un lado, susurrando:
—Siento lo del interrogatorio.
—No te preocupes. No han dicho nada que yo no vaya a preguntar a las
futuras citas de April y Peyton—. Me guiñó un ojo.
—Bueno, tú ignora cualquier frase en la que incluyan palabras como
serio o futuro, ¿vale?
Carter no contestó. Se limitó a asentir, pero su mandíbula parecía estar
tensa.
***
Carter
Una vez que estuvimos en el jardín de Val, me dirigí directamente a la
funda que contenía las raquetas de bádminton. No le di mucha importancia
cuando vi que Will se unió a mí, sin embargo, cuando Jace apareció al otro
lado, sospeché que estaba a punto de verme acorralado.
—Val nos ha contado que tienes dos sobrinas —dijo Jace.
—April y Peyton. Son unas niñas fantásticas. Ambas van en camino de
convertirse en unas alborotadoras.
—Ah, pues nosotros hemos tenido unos cuantos de esos en nuestra
familia.
—No es así, ¿Hailey?
—No, yo era el alborotador por excelencia —corrigió Jace—. Aunque
Hailey siempre tratará de atribuirse ese título. No le hagas caso.
Will levantó una ceja.
—Yo os pillaba en todo lo que hacíais y os cubría a los dos por igual.
Jace sonrió satisfecho.
—Ya, pero nunca supiste quién era la mala influencia, ¿a que no?
Me reí, imaginando a Val teniendo que aguantar a todos los Connor bajo
el mismo techo.
Jace se giró hacia Will y le señaló con el pulgar.
—No dejes que te engañe con su pasado de inspector. Él también era
bastante alborotador.
—Val me ha dicho lo mismo.
—¿Eso te ha dicho? —Will parecía cabizbajo—. ¿Qué más ha soltado?
Levanté las manos en señal de rendición.
—Pregúntale a ella. Me da la impresión de que os vais a poner en mi
contra solo porque estoy transmitiendo la información. No matéis al
mensajero.
—No hombre, no haríamos eso —dijo Jace con humor, aunque luego
añadió como ocurrencia tardía—: A menos que le rompas el corazón a
nuestra hermana.
—No entra en mis planes.
Se me tensaron los músculos del cuello al recordar lo que Val había
dicho antes de salir a comprar. Ignora cualquier frase en la que incluyan
palabras como serio o futuro, ¿vale? ¿Era solo una inocente advertencia
porque sabía que existía la posibilidad de que me acorralaran? ¿O lo único
que quería conmigo era pasar un buen rato?
Se me desencajó la mandíbula. Desde luego, no pensaba dejarla ir.
De repente, Hailey apareció a mi lado.
—Te están atosigando, ¿verdad?
—Estaban empezando a hacerlo.
Cuando miró a sus hermanos, Jace levantó las manos en señal de
rendición.
—Somos tus hermanos. Es nuestro deber.
—Ahí lleva razón —añadió Will.
Hailey apoyó las manos en las caderas.
—Will, esperaba algo mejor de ti. Pensé que habías dejado de ser tan
amenazante ahora que tienes una relación feliz. En vez de eso, se lo estás
pegando a Jace.
—Hermana, solo hacemos nuestra parte —replicó Jace con suavidad.
Hailey hizo un gesto con la mano y se volvió hacia mí.
—No le hagas caso a Jace estos días. Creo que está susceptible porque
sigue soltero.
Jace le dio un codazo juguetón a Hailey.
—Tú también.
—O tal vez no. Tal vez no haga que todos mis amantes secretos se
pongan a desfilar delante de ti.
Tanto Will como Jace parecían demasiado aturdidos como para
contestar. Hailey aprovechó la oportunidad y enlazó su brazo con el mío.
Mientras nos alejábamos, echó la vista hacia atrás.
—Vaya hombre, solo intentaba quitarle peso a Val, pero creo que acabo
de entregarme en bandeja para futuros meses de interrogatorios mientras
ellos vacilan de músculos fraternales.
Me reí entre dientes.
—Eres una gran hermana.
—Bueno, sí, lo soy, muchas gracias. Aunque la verdad es que Val y Lori
me allanaron el camino en casi todos los aspectos. Lori sobre todo. Val era
más como una madre para mí mientras crecía. Siempre me he sentido un
poco culpable.
—¿Por qué?
—Por el hecho de que Val y Landon tuvieran que posponer su vida por
nosotros. En vez de disfrutar de la libertad como cualquier otro
universitario, estaban estancados con... bueno, nosotros.
—Hailey, Val nunca te vio como una carga. Siempre habla con cariño de
todos vosotros.
—Lo sé. Ella es así. Pero sé que se ha perdido muchas cosas. Tiende a
olvidarse de sí misma, aunque últimamente lo está haciendo mucho mejor.
En caso de que no puedas deducir qué le pasa... solo asegúrate de mimarla,
¿vale?
—Sí, señora.
Hailey sonrió.
—Me caes genial, pero me siento obligada a decirte que, si le rompes el
corazón, no serán mis hermanos de los que tendrás que preocuparte. Sé que
no parezco muy intimidante comparado con ellos, pero puedo llegar a hacer
mucho daño.
—Tomo nota.
—Oh, Val ha vuelto con la tarta. Justo a tiempo.
Val estaba colocando la tarta en la pequeña mesa de madera cerca de la
puerta trasera, pero sus ojos se clavaron en Hailey y en mí, y luego se
desviaron hacia Jace y Will, que cuchicheaban.
Todos queríamos un trozo de tarta antes del partido de bádminton y,
mientras los demás comían, Val me pidió que la ayudara a coger unos
vasos.
—¿Te han dado la chapa? —preguntó con la respiración entrecortada en
cuanto nos quedamos solos dentro de la casa.
—Sip.
Parecía fuera de sí, y estaba jodidamente guapa.
—Mierda, me los voy a cargar a todos.
—No hace falta.
—¿Jace ha sido parte de eso?
—Sí.
—¿Y Will?
—Obviamente.
—Pero Hailey no, ¿verdad?
Me di cuenta de que esperaba que dijera que no, pero no le iba a mentir.
—Me dio algunos datos interesantes sobre ti, pero me advirtió que si
jugaba contigo entonces no tendría que preocuparme por tus hermanos. Que
ella puede hacer suficiente daño por sí sola.
Agachó la cabeza, con los ojos cerrados, como un cachorro triste.
—No tienes ni idea de cuántos puntos te llevas solo por seguir aquí.
—No sabía que llevabas la cuenta.
—Tengo mis listas de pros y contras.
—Ya veo. ¿Los pros superan a los contras?
Cuando asintió, añadí:
—Quizá deberías compartir esa lista con ellos.
—Sí, bueno... Mejor no.
Sus mejillas se sonrojaron.
—¿Por qué, qué hay en esa lista?
—Humm... ¿cosas que no deberían saber?
—Quiero detalles.
Me dio un golpecito en el brazo.
—No te los voy a dar.
—Yo creo que sí.
Abrió la boca, sin duda para seguir discutiendo, pero la besé antes de
que tuviera tiempo de emitir sonido alguno. Me fulminó con la mirada
cuando me aparté, lo que me dio más ganas de empujarla contra la pared y
hundirme dentro de ella.
—¿Y?
—¿Vas a besarme así cada vez que no estemos de acuerdo en algo?
—Si es necesario...
—En ese caso quizá deberíamos discrepar más a menudo.
Me quedé sin palabras durante un momento, pero recobré la compostura
y la aparté hasta la esquina, luego la apreté contra mí.
—Meterme mano en público no te hará ganar puntos con ellos.
Acerqué mi boca a su oído.
—No pueden vernos. Y de todos modos, contigo sí que me hará ganar
puntos, ¿verdad?
A juzgar por la forma en que intentó esconder la cara en mi hombro,
había dado en el clavo.
—Apuesto a que tu lista de pros incluye...
—Actividades del tipo X, sí. Gracias por obligarme a decirlo en voz
alta.
—¿Qué dirían si lo supieran?
Ella gruñó.
—No tienen porqué saberlo todo.
—No te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo.
Recorrí su cuello con la punta de la nariz, aspirando su dulce aroma.
—¿Perfume nuevo?
—Sí. ¿Te gusta?
—Me encanta. Me dan ganas de comerte.
Apreté mis caderas contra las suyas y un gemido sustituyó su risa. Se
aferró a mis costados con ambas manos.
—Joder, mujer. Me dan ganas de cogerte en brazos y llevarte a la
habitación. Distráeme con lo que sea.
—El perfume forma parte de una nueva colección. Estamos probando
un concepto nuevo en el que entregamos la esencia básica en las tiendas, y
luego el cliente elige las notas finales a su gusto para rematarlo. Estaba
pensando que a April y Peyton les encantaría jugar con eso en nuestro
laboratorio de mezclas.
Me enderecé, con el pulso retumbando de repente en mis oídos.
—Solo si a ti te parece bien —añadió rápidamente.
—Sin problema. Creo que les encantará.
—Estoy segura que sí. Incluso he imaginado la selección de cada una.
—Levantó la mirada y se dio cuenta de la expresión en mi rostro—. ¿Qué?
—Nada.
No sabía cómo expresar en palabras todo lo que estaba pasando por mi
mente, cómo decirle lo mucho que significaba para mí que hubiera tenido
tan en cuenta a April y a Peyton. Yo no podía ser el único que estaba metido
en lo nuestro más de lo que habíamos previsto. Mis sentimientos no podían
ser unilaterales. De ninguna manera.
—Deberíamos salir —dije—. O empezarán a sospechar que estamos
haciendo alguna travesura.
—Bueno, han estado sospechando desde que has entrado a la casa. Pero
no les demos la oportunidad de pillarnos in fraganti.
Me reí entre dientes, acercándola una vez más hacia mí, antes de
reunirnos de nuevo con los demás.
Iba a ir a por todas con esa mujer.
Capítulo Veinticuatro
Carter
—April, dime que estoy viendo un cero de más.
Estaba atónito mirando el precio total de su carrito. Había cincuenta y
seis artículos.
—Nop. De hecho, al principio eran ciento ocho.
Miré a mi sobrina con resignación. Hacía ya tiempo que me había
enseñado la lista de compra, pero desde entonces había crecido
considerablemente.
—¿Cómo has encontrado todas estas cosas?
—Val me las recomendó. Me dijo también que podías hablar con ella si
tenías alguna queja —dijo con aire de suficiencia, como si eso fuera una
excusa irrefutable. Fue lo mismo que me dijo la última vez que me había
puesto la lista delante de las narices.
—¿En serio te ha dicho eso? —pregunté.
—Sip. Y por cierto, vas a llegar tarde a tu cita.
—¿Y no se te ocurre un mejor momento para enseñarme esto que justo
antes de que me vaya?
Me dedicó una sonrisa tímida.
—¿Esa es otra de las tácticas de Val?
—Sip.
—Hablaremos del tema otro día.
—¿Pero puedo al menos pedir algo?
—No. Sé lo que estás tramando y no va a funcionar conmigo.
April hizo pucheros. Madre mía. Ya se me hacía difícil no ceder ante las
peticiones de April, pero si encima ella y Val se aliaban, sería hombre
muerto. Angela, la niñera, estaba jugando con Peyton en el salón. La
pequeña corrió directamente hacia mí en cuanto me vio, dándome un tierno
beso en la mejilla. La abracé con fuerza, le di un beso en la frente y le
recordé que hiciera caso a Angela mientras yo estuviera fuera. A
continuación, salí de la casa para dirigirme hacia mi cita con Val.
Tenía un buen plan para esa noche e incluso tuve el valor de admitir que
había necesitado ayuda para organizarlo. Hailey me había ayudado, se había
quedado de piedra cuando la llamé la mañana siguiente de la cena.
—Voy a llevarla a una cita, pero quiero que sea especial. ¿Algún
consejo?
—Joder, ¿por dónde empiezo?
Aunque estaba desayunando con Jace cuando la llamé, enseguida me
empezó a dar ideas. Me dio suficiente munición para diez años de citas.
Había tardado dos semanas en prepararlo todo para esa noche. Su
entusiasmo me hizo sonreír, sobre todo cuando murmuró en voz baja:
—Jace, tú también podrías tomar notas. A las mujeres les gustan estas
cosas.
Escuché cómo Jace había gruñido antes de decir:
—Carter, acabas de echarme a los perros.
Val había trabajado desde casa ese día, así que la recogería allí. La
puerta principal estaba abierta y, cuando la llamé, respondió desde la planta
superior.
—Ya bajo.
Cuando bajó las escaleras, me quedé boquiabierto. Llevaba un vestido
rojo sin tirantes. Era ajustado y bastante corto. Lo había combinado con
unos tacónes negros de aguja. No les podría quitar el ojo en toda la noche.
Se acercó para darme un beso y la agarré por la cintura con las dos
manos.
—Val, no puedes salir de casa tan guapa.
—¿Por qué no? Dijiste que íbamos a dar un paseo en helicóptero y
luego a cenar. ¿Acaso ha cambiado el plan?
—No, no es eso. Solo que... —Respiré hondo—. Cualquier hombre que
te vea se le caerá la baba.
Puso los ojos en blanco. La agarré con más fuerza por la cintura.
—Quiero ser el único que vea lo sexy que son estas piernas. —Llevé
una mano hacia el interior de sus muslos. Se le cortó la respiración y añadí:
—Y lo bonito que son tus pechos. —Bajé la cabeza para besar la curva
superior de cada uno de sus senos. Al enderezarme, noté que sus pezones se
habían endurecido.
—Dios, ni siquiera llevas sujetador.
—No puedes decirme cómo tengo que vestirme, Carter.
Echaba fuego con la mirada y me lancé a sus labios antes de que dijera
una palabra más. Froté mi miembro contra ella, conteniéndome a duras
penas para no llevármela a la cama cuando escuché su gemido.
—¡Carter! —Me apartó de un empujón y rodeó su cuello con un
pañuelo. Era lo suficientemente largo como para que los bordes cayeran
sobre su pecho, cubriendo sus pezones. Gruñí. Tenía la ligera sospecha de
que Val no se consideraba tan atractiva como era.
—No me puedo creer que por fin vaya a dar un paseo en helicóptero.
—La voz de Val estaba llena de emoción al salir hacia la zona de aterrizaje,
mientras esperábamos a que llegase.
—Pensé que sería una gran oportunidad para ver Los Ángeles desde el
cielo.
—Siempre he querido hacerlo.
—Lo sé.
—Has estado hablando con Hailey.
—Culpable.
—¿Señor, es que acaso está tratando de impresionarme?
Ni se imaginaba cuánto...
—¿Iremos solo nosotros dos?
—Claro, quería estar solamente contigo en esta experiencia.
Había una pequeña tripulación, y uno de los chicos no paraba de mirar a
Val. La arrimé hacia mí y la besé para que todos lo vieran. No me importaba
quiénes estuvieran mirando. Quería dejarles claro que estaba conmigo.
—Carter... —Parecía haberse quedado sin aliento cuando le cogí de la
mano y la conduje hasta el helicóptero. El piloto nos explicó cómo
procederíamos y a continuación despegamos.
Ambos recibimos cascos para que el piloto pudiera comunicarse con
nosotros fácilmente y para bloquear parte del ensordecedor sonido que nos
envolvía. Los Ángeles era una ciudad impresionante desde arriba. Era la
semana anterior a Navidad y la ciudad estaba más iluminada de lo habitual.
—Ha sido increíble —exclamó Val cuando bajamos del helicóptero—.
¿Te ha gustado?
—Sí. Aunque me lo había imaginado algo diferente.
—¿En qué sentido?
—Bueno, pensé que podríamos hablar durante el viaje.
Sonrió.
—Yo también lo pensé. No había caído en la cuenta de que sería tan
ruidoso. Pero al menos hemos podido centrarnos en las vistas.
—¿Estás insinuando que te habría distraído de otra manera? —Moví
mis cejas arriba y abajo.
—Exactamente. Es usted un gran factor de distracción, señor.
—Vamos, cariño. La noche es joven.
Nuestra siguiente parada fue el restaurante donde íbamos a cenar. Había
pedido una mesa lo más privada posible.
—Te has lucido esta noche —murmuró mientras nos sentábamos.
—Solo quiero lo mejor para mi chica.
Val se sonrojó.
—Por cierto, sé lo que habéis estado tramando April y tú. Me acorraló
antes de irme.
Sonrió tímidamente, encogiéndose de hombros.
—Hay cosas que una debe hacer. Creo que April y yo somos almas
gemelas. Como mínimo, somos compañeras de zapatos. Tiene muy buen
gusto.
—Me vais a volver loco entre las dos.
—Sin duda lo vamos a intentar.
Mientras cenábamos, charlamos sobre el viaje en helicóptero y sobre la
excursión de las chicas al laboratorio de Val la semana anterior. No sabía
quién se lo había pasado mejor: Val, o April y Peyton.
—¿Quieres bailar? —pregunté una vez que ambos habíamos terminado
nuestros platos.
—Nunca consigo decirte que no.
—Contaba con ello.
La llevé hasta la pista de baile y deslicé mi mano sobre su cintura
mientras sonaba una canción lenta. Entonces, le acaricié la zona baja de la
espalda con el pulgar.
—Carter, esa mano está un poco baja. No me gusta.
Podía oír la sonrisa en su voz.
—Yo diría que sí.
—Yo diría que eres un engreído.
—Pero te gusta.
Suspiró.
—Sí. ¿Qué puedo decir? Me gustan los hombres altos, guapos,
inteligentes y engreídos.
El corazón me latía a mil por hora mientras apretaba mi mejilla contra la
suya en un gesto íntimo. Podía sentir las palpitaciones en mis oídos. ¿En
qué punto de la relación consideraba que estábamos? Habíamos acordado
que éramos exclusivos y todo el mundo sabía que éramos pareja, pero yo
quería saber si ella veía un futuro para nosotros, si sentía... lo mismo que
yo.
Era consciente de que mi vida era complicada, pero también sabía que
podía hacerla feliz. No solo en la cama, sino también en otros aspectos. No
podía creer que estuviera tan inseguro de mí mismo, yo nunca había sido
así, ni siquiera en los momentos más complicados de mi vida, pero tampoco
había estado nunca delante de una mujer a punto de exponer mis
sentimientos. Sinceramente, nunca pensé que lo haría.
—Lo que tenemos me hace muy feliz, Val —susurré contra su mejilla
—. Me importas mucho, y no quiero que veamos esto como un simple rato
de diversión. Te tengo en mente haga lo que haga o esté donde esté. Quiero
compartir cada momento importante contigo. Normalmente no me gustan
las etiquetas, pero me gustaría que consideremos dar el siguiente paso en
nuestra relación. ¿Qué me dices?
Sentí su respiración agitada y todo en mi interior se paralizó. Nuestras
mejillas seguían tocándose. Solo podía pensar «Di que sí. Por Dios, di que
sí».
La espera se me hizo eterna, cuando en realidad no pudieron pasar más
que unos segundos.
—Me encantaría.
Nunca había sentido tanta tensión abandonar mi cuerpo de golpe.
—¿Sí?
Asintió, se apartó y me miró con los ojos abiertos e inseguros.
—Todo lo que acabas de decir era de verdad, ¿no?
—¿Por qué lo diría si no lo dijera en serio?
—Porque quizá crees que eso es lo que me gustaría oír.
Se tensó al decirlo en mis brazos.
—¿De qué tienes miedo, Val?
—De tener esperanzas —contestó en voz baja—. Siempre he sido una
persona muy optimista y con esperanza. Lo que pasa es que las cosas que
más espero o con las que más sueño no suelen ocurrir... a menos que yo
haga que ocurran. Pero obviamente hay cosas que no puedo controlar... —
Bajó la mirada—. Digamos que he intentado abrir mi corazón unas cuantas
veces, pero nadie lo ha querido.
Lo había dicho muy deprisa, como si quisiera desahogarse. Nunca la
había escuchado hablar con tanta sinceridad. Le acaricié la mejilla y le pasé
el pulgar por el labio inferior. Valentina Connor lo era todo para mí, pero
sabía que teníamos que ir despacio. Eso era nuevo para los dos y estábamos
sobre arenas movedizas. Si avanzábamos demasiado rápido, nos
hundiríamos.
—No tienes que tener miedo conmigo. De verdad.
La besé y me recibió como nunca lo había hecho antes. Joder, quería
hacerla mía allí mismo, en la pista de baile. La abracé hasta que terminó la
canción y luego le susurré:
—Vámonos a casa, Val. Quiero estar dentro de ti.
Sus ojos se abrieron de par en par y su mirada se posó en mis labios.
Luego se lamió los suyos y asintió. En solo un par de minutos estuvimos
fuera.
En cuanto llegamos a su dormitorio, rocé su hombro al desnudo con el
pulgar y le di un beso en el mismo lugar. Quería recorrer cada parte de su
cuerpo con mi boca y mis manos, descubrir lo que la hacía enloquecer de
placer, y entonces yo sería el único que tendría la llave de su goce.
Me lancé a sus labios al mismo tiempo que recogía la tela de su vestido
con la mano, agarrando más y más hasta que sentí la suave piel de sus
piernas con mis dedos. Subí una mano entre sus muslos hasta que mi pulgar
alcanzó sus bragas. Gimió mientras apartaba el trozo de tela, tocando la piel
desnuda. Estaba tan excitada que perdí el control al instante. Casi la llevo
contra la puerta. Dejé de besarla solo para quitarle el vestido por encima de
su cabeza. Luego me ocupé de mi camisa mientras me desabrochaba
frenéticamente el cinturón. El resto de mi ropa desapareció en cuestión de
segundos.
—¡Carter!
—Te deseo tanto.
Di un paso atrás para admirarla, recorriendo lentamente su cuerpo con
la mirada, apreciando cada curva, lo exquisito que resultaba aquel encaje
negro sobre su piel de porcelana.
Quería tocarla, besarla y acariciarla, pero... ¿por dónde empezar?
Cogiéndola de la mano, la dirigí hacia la cama.
—Acuéstate en la cama, Val.
Sus ojos se abrieron de par en par, y entonces se sentó en el centro de la
cama, apoyándose sobre los codos. Tenía las rodillas juntas, pero cuando
subí a la cama, le rodeé cada tobillo con las mano y las separé. Toqué y besé
sus piernas, mordisqueando el interior de sus muslos hasta que ahogó un
grito.
—Carter, por favor.
Sonreí contra su piel, acercándome lentamente a su centro.
Cuando llegué a la cúspide, me dirigí hacia su vientre, continuando mi
exploración hacia sus pechos. Dibujé círculos con la lengua alrededor de
sus pezones, succionándolos de forma intermitente. Ella se estremecía cada
vez que lo hacía.
Sus manos no paraban de tocarme: en el pecho, en los brazos, en la
espalda. Y entonces, Val rodeó mi erección con la palma de la mano y
presionó el glande con el pulgar.
—¡Val, cariño!
Observé cómo nos acariciábamos mutuamente. Deslicé una mano entre
sus muslos, en sus bragas, introduciendo un dedo dentro de ella, y luego
otro.
Gritó mi nombre y, cuando presioné su clítoris con el pulgar, sus
músculos internos se tensaron alrededor de mis dedos. La miré fijamente a
los ojos, no quería perderme ningún cambio en su expresión.
—Eso es. Estás tan sexy. Tan receptiva.
—Carter, vas a...
—Sí, voy a hacer que te corras.
Ella apretó con más fuerza y sus caderas se sacudieron contra la cama.
Utilicé la otra mano para presionar de nuevo su pelvis contra el colchón,
aumentando la presión. Cerró los ojos con fuerza.
—Ah, joder, joder, joder.
Dejó de mover la mano sobre mi erección, como si el placer que le
estaba proporcionando fuera tan intenso que no pudiera hacer otra cosa que
rendirse ante él.
—Carter, no puedo...
—Sí, puedes. Déjate llevar.
Mi control estaba al límite y se quebró cuando Val alcanzó el clímax
con un sonido primitivo, mientras una de sus piernas se estremecía y
cerraba los ojos con fuerza. Necesitaba estar dentro de ella en ese preciso
momento.
***
Val
Tenía la respiración agitada y aún no había abierto los ojos, pero cuando oí
a Carter susurrar mi nombre, me recorrió un escalofrío que hizo que se me
pusiera la piel de gallina en todo el cuerpo.
La expectación volvió a crecer en mi interior. Pero si apenas acababa de
llegar al clímax, por el amor de Dios. La tela de mis bragas era una tortura
contra mi sensible piel.
Abrí los ojos mientras el colchón se hundía entre mis piernas. Carter se
acercó y enganchó los pulgares a los lados de mis bragas. Levanté el culo lo
suficiente para que pudiera bajarlas.
Separó aún más mis muslos y se acomodó entre ellos. Levantó un
tobillo y se lo puso sobre el hombro. Hizo lo mismo con el otro. Sentí su
erección presionando la nalga derecha antes de que se agarrara a la base.
Pensé que se deslizaría dentro, pero se limitó a frotar su erección a lo largo
de mi entrada, enloqueciéndome con su suave movimiento. Mi centro latía
desesperadamente, y ese pulso reverberaba en mi piel, encendiéndome.
Nuestras miradas se cruzaron y se me cortó la respiración. Sentí que
desnudaba algo más que mi cuerpo, que entregaba algo más que mi placer.
Él me miraba como si sintiera esa increíble conexión tan intensamente
como yo.
Jadeé cuando se deslizó dentro de mí, llenándome tanto que mis
entrañas se tensaron. Se movía deprisa y parecía penetrar más
profundamente con cada embestida, ensanchándose todavía más. Cada
movimiento me acercaba más a otro orgasmo... o tal vez aún estaba sobre la
ola de placer del primero.
Los músculos de mi vientre se contrajeron y, cuando rozó mi clítoris
con el pulgar, arañé las sábanas con las uñas. Necesitaba desesperadamente
mi liberación, pero Carter tenía otros planes.
Retirándose, me puso a cuatro patas. Me quejé, echando de menos el
contacto, la sensación de estar llena de él. Sin embargo, no me penetró y me
moví hacia atrás.
Se rió suavemente, y entonces sentí sus labios en mi espalda.
—¿Ya echas de menos mi polla dentro de ti?
Volví a quejarme.
—Sí.
No estaba segura de que me hubiera oído, porque la confirmación había
sido tan leve como un susurro.
Descendió con sus labios a la base de mi columna, y más abajo aún, al
cachete de mi culo. Alternó besos y mordiscos. Pasó a la otra nalga y aplicó
la misma dulce tortura. Carter frotó dos dedos en amplios círculos alrededor
de mi clítoris sin llegar a tocar el punto más sensible. Encendía mis
terminaciones nerviosas, sin llegar a hacerlas arder. Su lengua lamía la parte
más sensible de mí. Fue suficiente para dejarme con ganas de más.
Cuando por fin volvió a penetrarme, sentí cada centímetro de él con más
intensidad.
—Joder, estás preciosa.
Había apoyado una mejilla en el colchón y él podía ver la mitad de mi
rostro. Me ardía la cara. Cuando llevé una mano a mi clítoris, me encontré
con los dedos de Carter.
Retiré la mano y la utilicé como palanca, apretando las palmas contra el
colchón mientras me movía en contra de su erección, necesitando hasta la
última gota de placer. Carter se dedicaba a mi clítoris sin descanso mientras
bombeaba dentro y fuera de mí. Nunca había experimentado un placer tan
puro y desbordante. Mis músculos ardían mientras me movía a un ritmo
febril. Los espasmos recorrían mi interior a medida que la tensión se
acercaba a mi centro y el orgasmo aumentaba sin piedad.
Me eché hacia atrás con ambas manos para tocar los muslos de Carter,
incitándole a ir aún más rápido.
Exploté, y mi visión se desvaneció. Cuando sentí cómo crecía dentro de
mí unos segundos después, pensé por un momento que no podría soportar
tanto placer.
Después de asearnos, nos tumbamos uno junto al otro mientras Carter
me acunaba entre sus brazos. Sonreí contra la piel de su torso.
—¿A qué viene esa sonrisa? —Su voz era un mero susurro, como si aún
estuviera recuperando fuerzas.
—Me gusta que estés sudado y que me abraces.
Y que me hubiera seducido con aquella espectacular cita antes de hablar
tan abiertamente de sus sentimientos. Una parte de mí seguía pensando que
todo había sido un sueño. Estaba un poco avergonzada de haber expuesto
mis inseguridades, pero cuando me preguntó qué era lo que me daba miedo,
no pude fingir.
Le pellizqué el hombro de manera juguetona, y lo siguiente que pude
recordar fue que Carter se había vuelto a tumbar encima de mí,
inmovilizándome las manos por encima de la cabeza.
Después de todo, aún le quedaban fuerzas.
—¿Cómo eres capaz de hacerme todo esto? —dijo contra mi pezón.
Estaba a punto de preguntarle a qué se refería, pero entonces sentí su
erección presionando uno de mis muslos. Respiré hondo.
—Eres de lo que no hay.
Levantó la cabeza y me miró fijamente. Se lo había tomado como un
desafío.
Supliqué a Dios que me ayudara.
Capítulo Veinticinco
Val
La temporada navideña siempre era un caos en la familia Connor. Carter y
las niñas pasaron las Navidades con nosotros, y presentar a April y Peyton a
mi familia fue sencillamente precioso. Peyton había permanecido tímida y
callada al principio, pero se abrió cuando se dio cuenta de que todos le
habían comprado un regalo. April estaba fascinada por Jace. No era
aficionada al fútbol, pero había empezado a seguirlo en las redes sociales
después de su última portada en GQ. Más tarde, por la noche, la escuché
decirle a Carter que era oficialmente un ‘‘tío guay’’ porque conocía a Jace.
En la cena del viernes siguiente, April le pidió un autógrafo a mi
hermano. Tuvo que pasar otra semana para que se armara de valor y le
pidiera que se hiciera una foto con ella, pero ya podía decir con confianza
que las niñas estaban cómodas en el clan Connor... y por eso estaba segura
de que no se sentirían abrumadas cuando les presentara a dos de mis primos
Bennett.
Mis primos Pippa y Sebastian estaban en Los Ángeles. Como volaban
de vuelta a San Francisco al día siguiente, no podían acudir a nuestra
tradicional cena de los viernes, así que los invité ese mismo jueves.
Iba a recoger a Peyton y April del colegio y luego me reuniría con ellos.
Por desgracia, ninguno de mis hermanos podía pasarse, pero eso me dio
la oportunidad de presumir de mi chico y de las niñas.
Después de recogerlas de la escuela, me dirigí directamente a casa.
Carter nos esperaba allí.
Por el camino, las chicas no pararon de hablar.
—Así qué, no sé qué hacer —dijo April pensativa—. ¿Debería
responder su mensaje? ¿O no?
—Anímate.
April me sonrió.
—Vale.
Peyton tenía otros asuntos en mente.
—Val... necesito un disfraz para el festival. ¿Puedes venir de compras
con nosotras? Por favoooor.
—El festival es el próximo martes, ¿verdad?
Como Carter y yo estábamos intentando ajustar nuestros horarios para
tener tiempo para los dos, yo también tenía una copia del itinerario de las
chicas.
—Sip.
—Iremos de compras el sábado, ¿vale?
Peyton dio palmadas y asintió entusiasmada. Carter ya estaba en mi
casa cuando llegamos. Yo me había ofrecido a recoger a las niñas porque su
colegio me quedaba de paso tras terminar una reunión. Me encantaba pasar
tiempo con ellas y hacer tonterías. Nos habíamos acercado más desde
aquella maravillosa noche que pasamos todos juntos.
Las chicas y yo también conspirábamos a espaldas de Carter con
bastante frecuencia, y probablemente por eso nos examinaba como si
estuviéramos en el banquillo de los testigos cuando nos veía juntas.
—¿Qué secretos me ocultas esta vez? —preguntó.
—Ninguno. El sábado iremos de compras para comprarle un disfraz a
Peyton —respondí con suavidad.
Hizo una mueca.
—Entendido. Me esperan unas horas de tortura.
April puso los ojos en blanco y se dirigió al interior de la casa con
Peyton. Aproveché que estábamos solos y le susurré:
—Prometo recompensarte muy generosamente después del día de
compras.
Vaya, ese brillo en sus ojos era encantador.
Mis primos Bennett llegaron poco después y pedimos la cena.
Estaban en la ciudad en viaje de negocios para su compañía, Bennett
Enterprises. Las joyas que hacían eran espléndidas y estaban teniendo
conversaciones de negociación con Blair, una de las actrices más atractivas
de Hollywood, para que fuera la imagen de la empresa.
Sebastian era el director general y Pippa la jefa de diseño. De los nueve
hermanos, cinco trabajaban en Bennett Enterprises. Me encantaba ponerme
al día con ellos. En los últimos años, la mayoría de las reuniones habían
sido en bodas (los nueve estaban casados), o cuando tenían viajes de
negocios en Los Ángeles.
—Es una pena que nadie más haya podido venir —comenté.
Pippa agitó la mano.
—Ha surgido todo con muy poca antelación, pero queríamos conocer a
Blair en persona antes de contratarla.
—Nunca habíamos tenido a alguien que representara a la empresa de
esta manera. Supone un gran riesgo, pero tiene reconocimiento
internacional, sobre todo en Europa —prosiguió Sebastian.
—Conquistando el mundo, ¿eh? Siempre admiraré lo inteligente que
eres —le dije a Sebastian de forma sincera.
—No podría hacerlo solo. Todos se esfuerzan mucho.
—De vez en cuando es modesto —se burló Pippa.
—Mi mujer no estaría de acuerdo contigo.
—No puedo creer que Ava aceptara a compartir oficina contigo.
Sebastian sonrió de forma feroz.
—¿Qué? Soy el director general. Si quiero compartir despacho con mi
directora de marketing, que además es mi mujer, ¿por qué no puedo
hacerlo? Tiene mucho sentido. Se unen las sinergias en nuestro trabajo.
—Ajá. Por eso tardaste años en convencer a Ava. Porque esas sinergias
serían muy productivas.
Pippa se rió entre dientes, pero sus ojos volaron hacia April y Peyton, y
supe que si no hubiera habido niñas en la mesa, hubiera sido más específica.
Imaginé que esas sinergias incluían algunas sesiones de morreos... como
mínimo.
—Por cierto, he visto que Jace está en una de vuestras campañas en
redes sociales —dijo Pippa.
Sonreí.
—Así es. Y lo está petando.
—Una pena que no esté aquí. —Pippa esbozó una de sus características
sonrisas que decían ‘‘estoy tramando algo’’. Le encantaba molestar a Jace.
Seguí acribillando a preguntas sobre sus proyectos internacionales a
Sebastian y Pippa. Tenía curiosidad, pero hablar de negocios me ponía
nerviosa. Esperaba que la demanda interpuesta por Beauty SkinEssence se
resolviera antes de ir a juicio, pero no hubo caso. La fecha del juicio sería
dentro de seis semanas. Cuanto más se acercaba la fecha, más me
carcomían los nervios.
Sin embargo, decidí apartar el tema de mi mente por esa noche y
disfrutar de mis primos y mi chico.
***
***
Val
La mañana del juicio me pareció surrealista. Me vestí, desayuné y, antes de
darme cuenta, Carter ya estaba aparcando el coche a unas manzanas del
juzgado. Yo estaba sudando a mares. Tenía las palmas de las manos
húmedas, al igual que los pelos de la nuca. Hice todo lo posible por
escuchar todo lo que Carter decía, pero el pánico me invadía de forma tan
frenética que causaba que mi pulso martilleara mis oídos, bloqueando gran
parte de sus palabras. De todas maneras, ya me sabía de memoria todo lo
que estaba diciendo. Habíamos repasado todo el plan infinitas veces.
—Val —dijo Carter suavemente una vez que estuvimos fuera del coche
—. Escúchame. Todo va a salir bien.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? Tú también te juegas mucho con
esto. Tus socios están descontentos contigo.
—Ahora mismo me importa una mierda lo que piensen.
—¿Por qué? ¿Cómo puede no importarte?
—Porque me centro en lo que es importante y, ahora mismo, lo único
importante es ganar el caso por ti. Tú eres importante para mí, Val... El resto
es secundario. Soy un excelente abogado. Buscaré la manera de ganar. Tú
solo trata de centrarte en el lado positivo. Tienes a tu familia apoyándote. Y
me tienes a mí, Val.
Mi corazón se derritió. Lo pensaba todo de forma lógica. Intenté hacer
lo mismo, pero sinceramente, siempre había sido bastante emocional en ese
tipo de situaciones. Solo podía pensar en que si las cosas se complicaban, la
reputación de la compañía se vería afectada. Podría perder contratos y
pedidos, y defraudaría a mis empleados.
Por no hablar de que recibiría un enorme golpe financiero si tuviera que
abandonar la línea de cuidado de la piel y el juez decidiera que tendría que
pagar daños y perjuicios a Beauty SkinEssence como resultado de ello.
Carter también perdería mucho. No podía creer que pudiera estar
poniendo la mano en el fuego por mí de esa manera.
—No está funcionando, ¿verdad? —preguntó.
Negué con la cabeza. Sin apenas darme cuenta, Carter se lanzó a mis
labios, presionando mi espalda contra uno de los muros de hormigón del
parking. Madre mía, no era el típico beso que te dan para comenzar el día.
Era tan sensual y ardiente que me costó no subirme encima de él.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté cuando hicimos una pausa para
respirar.
—Intentando que te olvides de todo mientras aún tengamos tiempo.
Me reí.
—Me temo que ni siquiera tus excelentes habilidades para besar pueden
lograrlo.
Entrecerró los ojos y deslizó una mano bajo mi camisa, sosteniéndola
por encima de mi sujetador de seda.
—¿Acabas de meterme mano?
—Pues sí, y si sigues en el mismo plan, haré cosas peores.
Dios mío... A juzgar por ese brillo juguetón en sus ojos, me pude hacer
una idea clara de lo que quería decir con ‘‘peores’’.
—Eres perverso, ¿lo sabías? —le aparté la mano a medias, aunque
inmediatamente me arrepentí de haberlo hecho, porque todas mis
preocupaciones volvieron a asaltarme. Pero era hora de coger el toro por los
cuernos y afrontar la situación tal cual era.
Carter mantuvo una mano de forma protectora en mi espalda durante
todo el trayecto hasta la sala del tribunal. Mi familia me esperaba fuera y les
dediqué una sonrisa.
—No puedo creer que estéis todos aquí —murmuré, abriendo mis
brazos para ellos. Landon me achuchó especialmente fuerte.
—Todo saldrá bien, pitufa —susurró. Le pellizque con picardía. Ese era
el apodo que me había puesto papá.
—Seguro que sí —dije con toda la fuerza que pude reunir. No quería
decepcionar a mi mellizo.
Una vez más, repasé el plan durante la siguiente media hora. Dentro de
la sala, apenas miré al representante de Beauty SkinEssence y a su abogado.
Me sentí lo más firme posible, con la barbilla alta. Había pasado por
cosas mucho peores. No iba a dejar que percibieran mi miedo. No me
dejaría intimidar.
El abogado de la contraparte habló primero. Como era de esperar, fue
despiadado en la presentación de las ‘‘pruebas’’ y en la descripción de mis
intenciones. De repente, Carter se levantó de su asiento. Estaba bien
afeitado y con aquellos ojos penetrantes que observaban al jurado y al juez,
dominaba la sala sin esfuerzo.
Mientras el abogado demandante me interrogaba, me esforcé por
mirarle directamente a los ojos y mantener mi tono de voz lo más neutro
posible.
—Como ya se ha dicho en innumerables ocasiones, todos seguimos las
tendencias y demandas del mercado y nos esforzamos por satisfacerlas. El
desarrollo simultáneo de productos no es inusual. Esto ha sido una campaña
para intimidarme de principio a fin —concluí. Carter me miró desde el otro
lado de la sala.
Nunca me había sentido tan querida como en aquel momento. Sentí que
su mirada me envolvía como un abrazo tranquilizador y, por primera vez en
el día, mi ansiedad pareció estar bajo control.
Carter pasó a presentar una prueba tras otra para demostrar la integridad
de mi empresa, así como la cronología de los hechos. Esa fue la
culminación de semanas de trabajo por su parte, además de lo que mi
anterior abogado había dejado preparado. Tras innumerables audiencias, ese
fue el acto final.
Nuestras pruebas eran circunstanciales, igual que las de la oposición. El
producto no era patentable. En definitiva, la decisión final estaba en manos
del juez.
Capítulo Veintinueve
Val
Pasaron diez días hasta que tomaron una decisión. Estaba en mi despacho
cuando Carter irrumpió con los documentos en la mano.
—El juez ha fallado a tu favor. Tienen que pagar todos tus gastos de
representación, además de una multa enorme por difamarte con ese artículo.
Leí cada palabra por lo menos cinco veces hasta que lo asimilé, y
entonces salté a los brazos de Carter. Se rió, abrazándome con fuerza.
—Gracias, gracias, gracias —murmuré, y me sorprendió que siguiera
abrazándome al retroceder.
—¿Qué estás haciendo? —susurré. Cuando me miró con su típica
mirada ardiente, obtuve mi respuesta. Un estremecimiento recorrió todo mi
cuerpo. Continuó con un chisporroteo cuando Carter cerró la puerta y
acercó su boca a la mía. Dios, ese beso.
Tras retirarse un poco, me pasó el pulgar por los labios. Sus ojos tenían
la misma calidez y emoción que habían tenido en la sala del tribunal diez
días antes.
—Has sido toda una campeona por pasar por todo esto —dijo.
—¿Yo? Tú fuiste el que lo hizo todo. —No habíamos vuelto a hablar del
juicio una vez terminado, porque no quería volver a perder la cabeza
intentando deducir qué decidiría el juez finalmente. Carter me acercó más a
él, puso la mano en mi espalda y la deslizó hasta casi llegar a mi trasero—.
Parecías dispuesto a cargarte al abogado de la contraparte. Pero... como yo
cuento con información privilegiada, sé que hay algo más que un
despiadado abogado en ti.
—¿Cómo quieres que celebremos la victoria?
—Bueno... voy a invitar a toda la plantilla a un almuerzo mañana. Quizá
también pueda reunir hoy a los Connor para cenar temprano.
—Me parece genial.
Sabía que todo el mundo esperaba con impaciencia noticias mías, así
que empecé a hacer llamadas de inmediato.
Veinte minutos después ya teníamos plan. Carter fue a recoger a las
niñas al colegio y se reunió conmigo en el restaurante, que estaba medio
vacío cuando llegué. Dos camareros juntaron varias mesas para formar una
más larga. Mis hermanas llegaron primero y me abrazaron con el típico
‘‘sándwich Connor’’ en cuanto me vieron. Mis hermanos llegaron poco
después.
Mis hermanos acudieron con sus parejas y niños, así que éramos un
grupo enorme, pero a mí me gustaba celebrar por todo lo alto. Carter llegó
el último con Peyton y April.
April me sonrió, haciéndome un gesto con el pulgar hacia arriba, y
Peyton corrió directamente a mis brazos.
—Carter me ha contado que los malos no han ganado. ¿Así que ya vas a
dejar de estar preocupada? —preguntó.
—Así es, bichito.
Me plantó un beso baboso en la mejilla y le despeiné los rizos con la
mano.
—La Srta. Dodger nos ha dicho que haremos una venta de pasteles la
semana que viene. ¿Puedes ayudarme a hacer galletas? —En voz más baja,
añadió—: Carter siempre las compra en el súper.
Me reí, bajándola a un asiento.
—Cocinaremos galletas, no te preocupes.
Mientras todos estaban ocupados eligiendo asientos y echándole un
vistazo al menú, aparté a Carter a un pequeño pasillo en la parte trasera del
restaurante.
—¿Qué pasa Val?
—Tenía que advertirte de que, aunque te hayas jugado el pellejo por mí,
puede que mis hermanos te hagan un par de preguntas incómodas. Ellos son
así, no te lo tomes como algo personal.
—Ya te he dicho que no hay ningún problema. Y si me acribillan a
preguntas, creo que les gustarán mis respuestas. —Se rió suavemente,
sosteniendo mi cabeza con ambas manos—. Eres una mujer increíble, Val, y
te quiero.
Había esperado ese te quiero, por supuesto, aunque no me había
atrevido a tener expectativas sobre ello, por si acaso me estaba montando
películas en mi cabeza.
—No hace falta que me lo digas también, pero quería que lo supieras.
Enterré la cara en su cuello, sonriendo contra su piel.
—Yo también te quiero. Muchísimo.
Me envolvió en sus brazos, abrazándome con fuerza.
—Me quedaré contigo siempre, Val. Soy completamente tuyo.
Respiré su aroma masculino, derritiéndome entre sus brazos. A
continuación, Carter llevó una mano a mi nuca, inclinándola para tener
acceso a mi boca, y me besó hasta que mi centro palpitó. Apreté los muslos,
pero era imposible ignorar el placer que se estaba formando.
—No puedo esperar a tenerte solo para mí.
Me estremecí ante la seductora promesa.
—La fiesta durará unas tres horas.
Su mirada echó fuego.
—Tres horas. Y entonces serás toda mía.
***
Carter
Nos unimos de nuevo al grupo. No podía dejar de mirarla. Me gustaba verla
así: despreocupada y feliz. Sabía que había llevado un gran peso sobre los
hombros durante semanas, y me alegré de que eso hubiera terminado.
Val era una mujer de éxito. Muchos querrían acabar con ella. Yo me
interpondría entre ella y cualquiera que lo intentara: verían lo despiadado
que podría llegar ser. No podrían superarme.
Ella me quería. No tenía ni idea de lo que había hecho para merecerlo...
para merecerla.
Todos estaban charlando animadamente cuando Val y yo nos sentamos.
Ella miró con disimulo alrededor de la mesa, como si intentara averiguar si
alguien se había dado cuenta de nuestra ausencia.
Jace sonrió, dándose cuenta enseguida.
—No te preocupes, hermanita. Todos te hemos visto desaparecer por
aquella esquina del fondo. Will y yo hemos apostado cuánto tardarías en
volver. Te digo más, él pensaba que no volverías.
Will gruñó y Jace le guiñó un ojo a su hermana.
—Pero yo tenía un poco más de fe en ti. Sabía que no nos abandonarías.
—Pues claro que no. —Las mejillas de Val se sonrojaron. Era adorable.
Hailey levantó una ceja, alternando la mirada entre Will y Jace.
—Vosotros dos estáis llevando las bromitas completamente a otro nivel.
—Aprendimos de los maestros —replicó Jace.
Landon, que estaba a unos asientos de distancia, se aclaró la garganta.
—Jace, estoy cambiando de opinión sobre lo de dejarte dar el discurso.
—Qué poco confías en mí.
Val parpadeó.
—¿Un discurso?
Jace se levantó de la silla, sosteniendo una copa de champán en la
mano. El bullicio que se podía escuchar segundos antes alrededor de la
mesa se calmó.
—Sé que Landon es el maestro de los discursos de la familia, pero
quiero decir unas palabras. Todos estamos orgullosos de ti, Val, y siempre te
apoyaremos, pase lo que pase. Ya lo sabes, pero no me cansaré de repetirlo.
Nos alegramos muchísimo de que las cosas salieran bien al final. Muchas
gracias a Carter por coger las riendas del asunto y cuidar de Val. Por Val y
Carter.
Mientras los demás brindábamos, la sonrisa de Val temblaba
ligeramente. Le apreté la mano por debajo de la mesa.
En el transcurso de la cena, Hailey captó la atención de Val.
—Vamos a hacer planes para una noche de chicas. Hace mucho que no
salimos —dijo Hailey.
—Lo sé. Últimamente todo ha sido una locura.
—Bueno, pero no voy a aceptar un no por respuesta.
Val asintió y dijo:
—Vale. Carter, ¿puedes abrir la aplicación del calendario en mi
teléfono, por favor? Tengo las manos pegajosas de por las alitas de pollo.
Cogí su móvil de la mesa y abrí el calendario. Algo no me cuadraba. La
mayoría de los planes por la tarde estaban tachados. Retrocedí a las
semanas anteriores y vi que la mayoría de sus actividades por la tarde tenían
una línea roja sobre ellas. ¿Los planes pasados se tachaban
automáticamente? No, no era eso, porque todas las actividades que estaban
escritas por las mañanas aparecían correctamente.
Aún no habíamos encontrado a nadie que se quedara por las tardes con
Peyton y April, lo que significaba que Val y yo nos alternábamos las tardes
trabajando desde casa. Yo había insistido en que podía trabajar desde casa
todas las tardes o April podía cuidar sola de Peyton hasta que
encontráramos a alguien, pero Val no quería ni oír hablar de ello.
Había estado tan perdido en mi ajetreada agenda que no me había dado
cuenta de que había cancelado todos sus planes.
—Esta noche de aquí la tengo libre —comentó Val.
Hailey aplaudió, preguntó al resto de las chicas de la mesa si se unían y
dio por zanjado el asunto. Al mismo tiempo, April me miraba mal porque
quería pedirle a Val que la dejara salir con las chicas, pero yo le dije que eso
solo podía hacerlo cuando cumpliera los dieciocho.
No había querido sacar el tema de sus planes cancelados mientras
estábamos de celebración, pero de camino al coche, mencioné el asunto.
—Val, he echado un vistazo a tu agenda. No me has dicho nada de que
has cancelado muchas de tus reuniones y planes por la tarde durante
semanas.
—Pues claro. Ya te dije que sacaría tiempo de donde fuese.
—Ya, pero no tienes por qué dejar de hacer las cosas que te gustan.
—Las reprogramaré para otro momento.
Se desentendió del asunto, pero yo sentí que todavía no estaba resuelto.
Capítulo Treinta
Carter
Durante la semana siguiente, puse más atención a todo. Hice lo posible para
asegurarme de que Val no se relegara a un segundo plano. Había acudido a
su noche de chicas, pero seguía cancelando no solo eventos sociales, sino
también reuniones.
—Ya iré el año que viene —me dijo una noche mientras nos metíamos
en la cama, cuando le pregunté si había comprado entradas para un festival
de cata de vinos en Florida del que me había estado hablado. Mantuvo la
sonrisa al decirlo, pero yo seguía preocupado.
—Ve este año. Quiero que te diviertas.
—Pero contigo me lo paso bien también —respondió ella—. Parece que
sabes cómo entretenerme. —Bajando la voz hasta un susurro, añadió—: Y
confieso que se te da muy bien.
Me reí, tirando de ella para acercarla a mí.
—¿Qué haría yo sin ti, eh?
—Me echarías mucho de menos.
—¿Tú crees?
—Estoy convencida al cien por cien.
—Tienes razón.
La mantuve cerca de mí mientras su respiración se aplacaba, aunque yo
no conseguía conciliar el sueño.
Unos días después, regresé a casa especialmente tarde. Estaba
convencido de que encontraría a Val dormida, pero en su lugar, estaba en el
sofá, inclinada sobre una pila de papeles, escribiendo frenéticamente.
—¿Por qué estás levantada tan tarde, guapa? —Le besé la coronilla,
pero me levantó un dedo en señal de que estaba ocupada.
—Dame media hora. Estoy inspirada tomando notas para otra potencial
línea con Sephora. Me han dicho que podrían convertir nuestra
colaboración en algo anual, y tengo muchísimas ideas. Quiero ponerlas por
escrito antes de que se me olviden. Esta tarde no he podido ponerme a ello.
Me senté en el sillón frente al sofá, observándola. Estaba magnífica,
seria y concentrada. Tenía una energía desbordante. Sonreí, pero sentí una
punzada en el estómago al recordar algo que Hailey había dicho en la
primera cena de los viernes a la que había asistido: que Val solo solía tener
tiempo para trabajar en sus ideas por la noche.
Tragué saliva, sintiendo un nudo en la garganta.
Sabía que no debía sacar el tema. No había hecho más que transmitirme
calma cada vez que yo lo hacía. Me propuse cambiar de táctica.
Fue por eso que, la noche siguiente, la sorprendí en la cocina después de
acostar a Peyton. Me detuve en la puerta, observándola. Llevaba pantalones
de chándal, un top ajustado y el pelo recogido en una trenza. Estaba
bailando, sujetando la espátula como si fuera un micrófono. Me eché a reír.
Se giró hacia mí en un sobresalto.
—No te he oído subir. ¿Por qué te ríes? —Colocó ambas manos en sus
caderas—. Espero que no sea de mi bailecito. Y si resulta que sí, más te
vale que sepas mentir. Que sepas que yo estoy muy orgullosa de cómo me
muevo.
—Tranquila, mujer. No me estoy riendo de nada en particular. Solo
disfruto de la vista.
Me sonrió y volvió a centrarse en la tarta que se estaba cocinando en el
horno. Me acerqué por detrás, le puse las manos en las caderas y la giré
hacia mí.
—Quiero hablar contigo.
—Vaya, eso me suena mal.
—No es nada malo.
Saqué el vale del bolsillo y lo agité frente a ella.
—¿Y eso qué es?
—Una sorpresa.
Sus ojos brillaron de emoción. Se lamió los labios, moviendo las cejas.
—A ver, dámelo. Me encantan las sorpresas.
Saqué el vale del sobre, meneándolo un poco más. Estaba muy mona
intentando leer lo que ponía. A continuación me lo quitó de las manos.
—Entradas para el festival de la cata de vinos. Y un vale para una
estancia de tres noches en un hotel —dije.
—Guau, estoy flipando. ¿Cuándo nos vamos? ¿Después de que dejes a
las niñas en casa de tus padres?
Peyton y April tenían una semana de vacaciones y mis padres habían
insistido en que las llevara con ellos.
—No, esto es solo para ti y quien quieras llevar.
—¿Tú no vienes?
—No.
—No entiendo por qué.
—Me quedaré con Peyton y April en casa de mis padres mientras estés
fuera. Luego tendremos unos días para nosotros cuando vuelvas, antes de
que recoja a las niñas. Ve al festival y llévate a quien quieras. Ve con Hailey
y Lori, o con tus amigas. Organiza un fin de semana de chicas.
Echó un vistazo al vale y luego volvió a posar su mirada en mí.
—¿Por qué te empeñas en que vaya sin ti?
—Quiero que te vayas y te relajes. Seguro que tienes que ponerte al
corriente con las chicas y creo que tomarte unos días para ti te vendrá bien.
Su sonrisa se desvaneció.
—¿Qué quieres decir?
—Sé que te gusta tener tu propio espacio y hacer tus cosas con tus
hermanas.
Bajó la mirada hacia el vale y se quedó examinándolo durante tanto
tiempo que me hizo preguntarme si realmente estaba leyendo los detalles o
si solo evitaba mirarme.
—¿Por qué haces esto, Carter?
—Has estado haciendo de todo por mí y por las niñas durante semanas.
No es justo para ti. Necesitas tomarte un tiempo para relajarte.
Se zafó de mi agarre, se dirigió hacia la ventana de la cocina y se apoyó
en el alféizar.
—Ya veo. Entonces, ¿te pareció bien aceptar mi caso aunque fuera una
jugada arriesgada para tu negocio, y también te pareció bien trabajar
dieciséis horas al día porque se sumaba a tus otros casos, pero lo que estoy
haciendo yo no te parece bien?
—Lo del caso fue algo temporal —señalé.
Se cruzó de brazos.
—Quieres decir que de haberse alargado el asunto, ¿hubieras
abandonado el barco?
—No, claro que no. A ver, no es lo mismo.
—Sí que lo es. Me has apoyado cuando te he necesitado y yo estoy
haciendo lo mismo.
Me pasé una mano por el pelo, frustrado por no poder hacerle entender
mi punto de vista.
—Me dijiste que mientras tus hermanos crecían no tenías tiempo para ti,
y que apenas hace unos años empezaste a disfrutar de la conciliación de tu
vida laboral y familiar. No quiero que sientas que tienes que renunciar a
ello.
Respiré profundamente, sabiendo que mis palabras la disgustarían...
pero necesitaba decirlo, solo por esa vez, de lo contrario, ese miedo me
carcomería poco a poco. En aquel momento estaba atrapada en la rutina
diaria, pero ¿y si un día se levantara y pensara que ya no era capaz hacerlo?
Algunas relaciones que había tenido se habían torcido porque mis
sobrinas eran parte de mi vida, pero ninguna de ellas me habían importado
tanto como me importaba Val.
Ella era la mujer de mi vida.
Tal vez no fuera justo echárselo en cara, pero necesitaba saber con
absoluta certeza que no iba a renunciar a nosotros.
—Utiliza el tiempo en el viñedo para pensar en lo nuestro, considera si
es lo que de verdad quieres. ¿Eres feliz?
Echó la cabeza hacia atrás, parpadeando rápidamente.
—Claro que es lo que quiero. ¿Por qué dices eso?
—Porque te está pasando factura...
—Tengo que reorganizar un par de cosas, no es para tanto. Siempre he
sabido que algún día tendré que tomarme las cosas con más calma si quiero
tener hijos, que es lo que realmente quiero. —Se detuvo de forma brusca,
dejando caer su mirada al suelo—. ¿Tú no?
—Pues claro que sí.
—Entonces deja de decir tonterías. No necesito reconsiderar nada. Te
quiero, y también quiero a Peyton y a April.
—Val...
—Nada de Val.
Avancé hacia ella con la intención de acercarme, pero se apartó a un
lado. Captaba el mensaje.
—Gracias por las entradas y el vale. Los aprovecharé solo porque no
quiero que se desperdicien. Pero no vuelvas a hacer esto. No decidas por
mí, no me gusta nada de nada que lo hagas. Ahora mismo, tengo que
esperar unos quince minutos a que la tarta esté lista, y me gustaría estar
sola, por favor.
Capítulo Treinta y Uno
Val
Durante los siguientes días, Carter y yo nos tratamos con cortesía, como se
hace después de una pelea cuando aún quedan asuntos sin resolver y sabes
que la otra persona sigue insistiendo en su punto de vista, pero no quieres
volver a discutir. Nuestras interacciones rozaban la frialdad y supuse que las
chicas se estaban dando cuenta, lo que me llenaba de una inmensa culpa.
Había llamado a Hailey y Lori a la mañana siguiente. Estaban
entusiasmadas con el viaje. El festival duraba dos semanas y las entradas
eran flexibles.
Como Lori tenía que acudir a las bodas por su trabajo todos los fines de
semana, tuvimos que ir entre semana. Hailey tuvo que pedirle a su jefe unos
días libres. Dos horas más tarde, confirmó que se unía al plan. Sin embargo,
ninguna de las dos podía faltar al trabajo más de dos días, así que yo iba a
volar antes para aprovechar la estancia de tres noches.
Mi vuelo a Florida estaba programado por la tarde, el mismo día en que
Carter viajaba con las niñas a Montana.
—Pasadlo genial con vuestros abuelos —les deseé a las niñas mientras
los dejaba a los tres en el aeropuerto.
—Gracias, Val.
Las estreché a las dos en un fuerte abrazo hasta que April soltó una
risita y Peyton chilló de forma adorable.
—Diviértete tú también, ¿vale? —murmuró Carter, besando mi frente.
—Claro.
Parecía querer decir algo más, pero se limitó a negar con la cabeza y se
marcharon. Sentí una creciente presión en el pecho mientras me despedía
agitando la mano. A continuación, me apresuré para ir al apartamento de
Carter a hacer las maletas para mi viaje. También tenía que pasar por mi
casa, pero como había llevado algunas cosas esenciales a la suya, las
recogería primero.
Odiaba tener que hacer la maleta. Así que lo primero que hice al entrar
en el apartamento fue poner música en mi móvil. Mis canciones favoritas
siempre hacían que todo fuera mejor. Sin embargo, en ese momento no
podían calmar el dolor que sentía por debajo de mi clavícula. Me masajeé el
pecho para intentar calmarme. Estaba deseando que las cosas entre Carter y
yo volvieran a la normalidad. Incluso la despedida en el aeropuerto había
sido un poco fría.
Sabía que, aunque lamentaba haberme hecho daño, seguía pensando que
él tenía razón. Al menos no había repetido la tontería que dijo. Me estaba
empezando a cabrear solo de recordar nuestra pelea y sacudí la cabeza para
intentar apartar ese pensamiento. No podía volver a enfadarme o empezaría
a discutir yo sola en mi mente.
Como la música no ayudaba, decidí probar una nueva táctica y, mientras
barría un poco la casa llamé a mi asistente.
—Anne, recuérdame la lista de tareas pendientes para los próximos tres
días.
—¿Otra vez estás haciendo varias cosas al mismo tiempo?
—Ya sabes como soy.
Enumeró una lista kilométrica de tareas y concluyó con:
—Acabamos de recibir el contrato. Sería estupendo que pudieras
firmarlo antes de marcharte.
—Claro, me pasaré. No sé por qué no podemos aceptar que estamos en
la era de las firmas electrónicas de una buena vez —murmuré—. Ahorraría
tiempo, espacio y árboles.
No hice ningún progreso haciendo las maletas mientras estuve al
teléfono, así que terminé la llamada. Sinceramente, esperaba que hablar con
ella interrumpiera la incesante corriente de pensamientos negativos que me
invadía.
Era evidente que había traído mucho más que unos pocos artículos de
primera necesidad a la casa de Carter.
Madre mía, mis cosas estaban por todas partes. Tenía ropa en casi todas
las superficies del dormitorio, e incluso el sillón del salón. Mis productos de
maquillaje y de cuidado de la piel ocupaban dos estantes de los tres que
había detrás del espejo del cuarto de baño. Los exfoliantes y mascarillas
para el pelo estaban esparcidos por la ducha. El gel de ducha y el champú
de Carter estaban apiñados en una esquina. Incluso encontré algo de ropa en
la habitación de Peyton.
¿En qué momento había ocupado su apartamento?
¿Me había tomado demasiadas confianzas? ¿Había sido demasiado
invasiva?
Joder, parecía ser que sí. Haciéndome cargo del horario de las niñas,
incluso involucrándome en la elección de una nueva niñera. Él me había
dicho repetidamente que no tenía que asumir tantas tareas... En mi mente
parecía que estaba haciendo algo bueno, que estaba siendo de utilidad. Si a
alguien le diera por buscar la palabra invasivo en el diccionario, mi foto
estaría justo al lado de ella. De niña ya era así y, tras la muerte de mis
padres, ese rasgo se había intensificado. Por un lado, porque había
necesitado hacerme cargo de la vida de todos, y por otro, porque
simplemente formaba parte de mi naturaleza.
Era la única forma de amar que conocía. Involucrándome en los
aspectos de la vida de todos.
Me entraron sudores fríos cuando, por primera vez desde nuestra pelea,
me planteé las cosas desde otra perspectiva. El vale ardía en mi bolsillo.
Intenté calmarme. Había sido un regalo muy considerado. Me prohibí
diseccionar el detalle y convertirlo en algo que no era. Pero también me
había dicho que aprovechara el tiempo para pensar si realmente me parecía
bien, si era lo que quería. ¿Y si me había pedido que reconsiderara si estaba
feliz porque él también estaba reconsiderando las cosas?
¿Era una forma gentil de indicarme que se estaba replanteando nuestra
relación? Casi se me paró el corazón. No podía ser. Carter no tenía un
carácter precisamente tranquilo. Era decidido y apasionado. Cuando tenía
algo que decir, no se andaba con rodeos. Pero quizá había hecho una
excepción por esa vez...
No dudaba de que Carter me quisiera, pero quizás no había contado con
mi naturaleza invasiva. Puede que una vez que ese lado de mí se hizo
demasiado obvio, se diese cuenta de que eclipsaba la felicidad que yo le
proporcionaba. ¿Había sido demasiado sofocante?
Me hundí en la cama de Peyton, abrazando su osito de peluche. Olía a
cerezas, igual que Peyton, y me hizo sonreír. Por otro lado, tenía el corazón
en un puño y la mente llena de preguntas e inseguridades.
Todo lo que alcanzaba a ver era mi montón de cosas esparcidas por
todas partes. Me pesaban incluso a mí. Cuando me levanté de la cama, me
tambaleé un poco, sintiéndome de repente aturdida.
Ni siquiera sabía por dónde empezar a empacar. Empecé por nuestro
dormitorio, antes de recordar algunas de las cosas que había dejado tiradas
en el salón. Y todos esos zapatos en el recibidor... me había olvidado de
ellos. Hice un inventario mental de lo que tendría que meter en la maleta
para el viaje.
Cuando volví a echar un vistazo al dormitorio, el corazón me latía tan
deprisa que temí que se me fuera a salir del pecho.
En ese momento decidí que iba a recoger todas mis cosas, por si acaso
Carter hubiera querido recuperar su espacio y simplemente no había
querido herir mis sentimientos haciéndomelo saber.
Mis extremidades me pesaban mientras daba vueltas por la casa,
recogiendo mi ropa y pertenencias. Me ardían los ojos y sentía como un
apretado corsé me estuviera oprimiendo.
Pasé por la oficina para firmar los papeles y, antes de salir, bajé al
laboratorio. La jefa de laboratorio químico seguía allí.
—Nicole, si necesitas ayuda, no dudes en llamarme.
Nicole negó con la cabeza.
—Me las apañaré sola por tres días. Pero, antes de que te vayas, tengo
unos regalitos para ti.
Me mostró dos pequeños viales y roció un poco del líquido en un par de
papeles de muestras.
—Elaboraciones nuevas de hoy.
Me los llevé a la nariz e inmediatamente quise abrazarla.
—Te mereces un aumento. Me encantan.
—¿Ves? Puedo ocuparme del trabajo por aquí sin ti. Ahora vete y
diviértete.
Nicole me entregó los viales y los guardé en el bolsillo antes de
marcharme. Probar muestras era una de las cosas que más me gustaba hacer
en el mundo, pero ni siquiera eso fue suficiente para evitar que mi
preocupación se convirtiera de nuevo en pánico mientras me dirigía a casa.
Tenía que dejar allí las cosas que había metido en la maleta y que no me iba
a llevar al viaje.
Tomé un taxi hasta el aeropuerto de Los Ángeles, deseando que mis
hermanas pudieran acompañarme esa noche, aunque por el momento no era
lo bastante valiente para compartir mis miedos con ellas.
Me avergonzaba dejar que mis inseguridades me dominaran.
Dirigía un negocio de éxito y había superado muchas adversidades en
mi vida. Se podía decir que mi autoestima se mantenía a niveles saludables
la mayor parte del tiempo. Sin embargo, ¿qué me pasaba en ese momento?
Mi mente operaba de manera peligrosa. Lo sabía, pero no podía evitar que
funcionara de esa manera.
Me preocupé mucho, preguntándome si mi naturaleza entrometida había
alejado al hombre que amaba; si había sofocado lo que sentía por mí.
Capítulo Treinta y Dos
Carter
Aterricé en el aeropuerto de Los Ángeles a las tres de la madrugada. Las
niñas se quedarían con mis padres hasta que finalizara la semana, lo que
significaba que Val y yo tendríamos cuatro días enteros para nosotros solos
una vez que estuviera de vuelta. La había echado mucho de menos. Quería
compartirlo todo con ella: los chistes de Peyton, una tarta que pensé que le
gustaría.
Me contuve a duras penas de mandarle mensajes para que pudiera
relajarse como era debido. Me había enviado algunas fotos del viñedo y del
hotel, y me alegré de que lo estuviera disfrutando. Se lo merecía.
Y una vez que volviera, la tendría toda para mí.
Una vez en mi apartamento, me dirigí directamente al dormitorio, con la
intención de echarme a dormir de inmediato. Pero me detuve en la puerta,
observando la habitación. Algo no encajaba. Eché un vistazo a mi
alrededor. El piso estaba demasiado ordenado. A Val le gustaba dejar sus
cosas por todas partes, lo cual no me molestaba. Las chicas hacían lo
mismo. Le daba vida al lugar. ¿Había ordenado antes de irse? ¿O la empresa
de limpieza se había pasado por casa?
Pero nunca movían la ropa de donde estaba, a menos que estuviera en el
suelo, y de ser así, lo colocaban todo sobre la cama. No, eso debía haber
sido obra de Val.
Revisé dentro de la cómoda. Su ropa no estaba. ¿Había necesitado
llevarse todas sus cosas para el viaje? Era poco probable. Val había traído
ropa suficiente para tres personas. Se me aceleró el pulso cuando miré en el
baño. Antes tenía lo que parecía un millón de botellas de todas las formas y
tamaños posibles esparcidas por todas partes, y ya no estaban. Me
desabroché el botón superior de la camisa, sintiendo de repente como si me
faltara el aire.
¿Por qué se lo había llevado todo? Era imposible que lo necesitara todo
en su viaje.
Un pensamiento improbable se abrió paso en mi mente mientras el
miedo invadía mi cuerpo. ¿Me había abandonado?
Agarré el lavabo con las dos manos hasta que los nudillos se me
pusieron blancos.
No podía ser verdad. Habíamos hablado todos los días. Nuestras
conversaciones habían sido breves, y Val había tratado más con las chicas
que conmigo, pero no le había dado mucha importancia. ¿Debería haberlo
hecho?
Desde nuestra pelea, ella había estado un poco más fría, pero para ser
sincero, me lo había ganado a pulso. Había planeado mimarla como a una
princesa en cuanto volviera del viñedo y pudiéramos estar a solas, para
demostrarle lo importante que era para mí.
No había cambiado de opinión, ¿verdad? Me dirigí al salón y me serví
una copa de bourbon. Es verdad que le había dicho que se tomara su tiempo
y pensara si le parecía bien que mis sobrinas fueran gran parte de mi vida, si
eso era lo que ella quería.
¿Se había dado cuenta de que no era feliz después de todo? ¿Había
decidido que realmente no nos quería ni a las niñas ni a mí?
Me costaba creerlo. Recordé cómo se enfadó la noche que se lo sugerí,
la indignación en su voz cuando me dijo que quería mucho a las chicas.
Pero podría ser que sus ideas se hubieran aclarado después de alejarse de la
rutina diaria y de haber reflexionado sobre ello.
Seguía de pie en el pequeño bar, de espaldas al salón, sin querer aceptar
lo vacío que estaba el apartamento. No quería ni pensar lo que podía
significar, porque no podría soportarlo.
Si Val quería poner fin a lo nuestro, había mejores formas de hacerlo
que simplemente coger sus cosas e irse. ¿Qué les iba a decir a las chicas?
¿O iba a tener la cortesía de sentarse con nosotros y darnos una
explicación? No sabía qué era peor. Si oír salir de su boca que quería
dejarme, o vivir con la incertidumbre.
Las chicas querían a Val. Contaban con ella. Joder, yo amaba a Val.
Después de haber renunciado al amor, la encontré. Y se había
convertido en una parte tan esencial de mi vida, de mí, que ya ni siquiera
estaba seguro de quién era yo sin ella.
—Carter Sloane ha vuelto al ataque —exclamó Zachary a la mañana
siguiente. No estaba de humor para mantener ningún tipo de conversación
con él. Había estado despierto toda la noche y había sido incapaz de
apaciguar mis temores.
Estábamos en una teleconferencia porque les había dicho que trabajaría
desde casa.
—Debería haber confiado en tu instinto. El caso Connor nos ha
beneficiado.
Zachary estaba leyendo las últimas noticias que la prensa había
publicado sobre la empresa. Ni siquiera me molesté en fingir interés. Quería
finalizar la llamada lo antes posible. Mi cabeza no estaba puesta en el
trabajo ese día.
—Por cierto, hemos recibido una solicitud para representar a... ¿adivina
quién? —Con orgullo en la voz, nombró una empresa de Fortune 500.
En ese momento me importaba un comino, lo cual era mucho decir, ya
que había querido tener ese tipo de reconocimiento desde que abrimos el
bufete.
—Me alegro —dije finalmente.
—¿Qué te pasa?
—Nada, simplemente no tengo un buen día.
Sentía un malestar general, como si estuviera cogiendo la gripe. Oír el
nombre de Val no había hecho más que intensificarlo. Al terminar la
conferencia, hice un intento de abrir el portátil y luego lo volví a cerrar. No
tenía ganas de trabajar, maldita sea.
Me quedé observando mi vacío apartamento, volviéndome loco
intentando encontrar una explicación. Me invadía un sentimiento de
desesperación que no podía quitarme de encima. No saber qué pasaba era
insoportable. Al final, me derrumbé y le envié un mensaje a Val.
Carter: Llegué a casa anoche y vi que todas tus cosas habían
desaparecido. ¿Día de hacer la colada?
Agarré el teléfono con fuerza cuando en la pantalla aparecieron las
palabras ‘‘Val está escribiendo’’.
Val: No exactamente.
Un dolor abrasador se apoderó de mí, como si alguien me hubiera
clavado una aguja ardiente en el pecho, empujándola hasta llegar a la
espalda.
Carter: ¿Qué quieres decir?
Val: Mis cosas estaban por todas partes... Prácticamente me había
mudado a tu apartamento, y nunca habíamos hablado de eso. También
he estado metiendo mucho las narices en los asuntos de las chicas...
Imaginé que quizá no te parecía bien que fuera tan invasiva.
Me quedé atónito mirando la pantalla. ¿Qué había pensado qué?
‘‘Invasiva’’, y una mierda.
Apreté y abrí la mano antes de pasarme los dedos por el pelo. Parecía
que había acertado al suponer que no se había llevado toda la ropa sin
motivo aparente. ¿Era solo una excusa para ignorarme en vez de decírmelo
directamente?
Cerré los ojos e incliné la cabeza hacia atrás, inspirando profundamente.
¿Cabía la posibilidad de que ya la hubiera perdido?
No, era imposible...
Me obligué a pensar con la mente en frío, aunque el pánico me oprimía
todo el cuerpo. Conocía a Val desde hacía ya meses y podía asegurar que no
era de las que se andaban con jueguecitos. Si hubiera querido poner fin a las
cosas, no se habría marchado sin más.
A menos que pensara que sería más fácil no hacerlo cara a cara.
Dios mío, ¿por qué estaba sacando las peores conclusiones? Quizás
porque ya había pasado por reiteradas decepciones. Pero Val también, ¿no?
Revisé el mensaje. Parecía que se lo había pensado mucho antes de
enviarlo. Conocía a Val lo suficiente como para entender lo que pasaba por
su cabeza.
Carter: Hablaremos seriamente cuando vuelvas. Te recogeré en el
aeropuerto.
Val: No es necesario.
Carter: No era una pregunta.
Ya me había ofrecido a recogerla previamente, pero ella había insistido
en que no era necesario que tuviera que lidiar con el tráfico. No quería estar
separado de ella ni un minuto más.
Conté las horas que faltaban para su aterrizaje y llegué temprano al
aeropuerto.
Cuando Val por fin salió, dejé escapar un largo suspiro. Estaba sola,
porque sus hermanas volvían en un vuelo posterior.
Joder, estaba preciosa con ese vestido amarillo claro. No podía esperar a
llevarla conmigo a casa. Quería saborear su boca y su piel. Quería hundirme
dentro de ella hasta que gritara mi nombre y comprendiera que era mía. Le
demostraría lo perfectos que éramos el uno para el otro.
***
Val
Sin mediar palabra, Carter agarró mi equipaje y mi mano, entrelazando
nuestros dedos.
—Yo también me alegro de verte —dije—. ¿A dónde vamos?
—Al coche, y luego a mi apartamento. Tenemos que hablar.
Tenía el corazón en un puño desde nuestro intercambio de mensajes. Ni
siquiera había hecho el amago de besarme, pero me había cogido la mano.
Eso tenía que ser una buena señal, ¿verdad?
Contemplé lo alto y apuesto que era, y cómo caminaba con paso
decidido. Dios, cómo amaba a ese hombre.
El trayecto en coche fue angustioso e incómodo. Había dicho que quería
hablar, pero no dijo ni una sola palabra. Estaba tan cerca y a la vez tan lejos.
Para disimular mi creciente inquietud, comencé a hablar de mi viaje.
Cuando entramos al apartamento, estaba con el alma en vilo.
Cuando cerró la puerta, dije:
—Carter, ¿estás enfadado conmigo?
Colocó el equipaje junto a la puerta antes de girarse hacia mí. Su
mandíbula estaba tensa.
—¿Tú qué crees?
Tragué saliva y me apoyé en la pared, echando la vista hacia mis manos.
Parpadeé al oír que se acercaba. Apoyó ambas palmas en la pared, junto a
mis hombros. Estaba tan cerca que nuestros labios casi se tocaban.
—Pensé que me ibas a dejar, Val. ¿Sabes cómo me he sentido?
Mis ojos se abrieron de par en par.
—Vaya, no había pensado en eso. Lo siento, Carter. Nunca fue mi
intención. Solo creí...
—¿Qué?
En voz baja, admití:
—Temía que me hubieras pedido que pensara bien las cosas porque tú
también las estabas reconsiderando. Sé que puedo ser controladora y meter
las narices en todo, y... quiero decir, prácticamente me mudé aquí. Nunca lo
habíamos hablado, pero mis trastos estaban tirados por todas partes.
Retiró las manos de la pared y me sostuvo la cara. Atrapó mi boca con
la suya y el contacto me electrizó. El beso fue apasionado y exigente, su
lengua acariciaba la mía mientras mis manos tanteaban el dobladillo de su
camiseta, en un desesperado intento por sentir su piel. Antes de darme
cuenta, Carter me había levantado y me había echado por encima de su
hombro.
—Carter, ¿estás loco? —dije, mitad riendo y mitad chillando.
—Tú me estás volviendo loco.
Se dirigió hasta el dormitorio, me tendió directamente sobre la cama y
luego se subió encima de mí, inmovilizándome contra el colchón. Sus
rodillas estaban a los lados de mis muslos, sus antebrazos acorralaban mi
torso.
—Confía en que amaré absolutamente todo de ti, Val, porque te juro que
lo haré. Para siempre.
Me fundí con él, rodeándole el cuello con los brazos, estrechándolo
contra mí.
—Prometo confiar en ti, pero quiero que a cambio, tú me prometas lo
mismo.
—Lo prometo.
—¿De verdad pensabas que me había largado?
Cerró los ojos.
—Fue un momento de debilidad. No volverá a ocurrir.
Me besó de nuevo, con la misma urgencia que antes, y luego deslizó sus
labios por mi garganta, descendiendo hasta mi pecho. Se las había arreglado
para subirme el vestido hasta la cintura y lo sacó por encima de mi cabeza.
Me miró y luego me besó la clavícula, se detuvo en lazo que anudaba las
copas de mi sujetador y lo desenlazó. Me acarició un pezón con su lengua y
el otro con los dedos. Moví las caderas, pero Carter las empujó contra el
colchón con una mano, tomando el control.
—En cuanto a lo que habías dicho, tienes razón. Nunca hemos hablado
realmente de que vivas aquí. Pongámosle solución ahora mismo.
—¿Ahora mismo? —chillé.
—Tengo la sartén por el mango en este momento, así que, sí.
—Eso no es verdad —desafié, a pesar de que todo mi cuerpo echaba
fuego.
Me miró con una pícara sonrisa y se acercó para besarme entre los
pechos. Mantuve la compostura y levanté una ceja para demostrar que yo
llevaba razón. En respuesta, Carter me separó los muslos y se acomodó
entre ellos.
—Volviendo al asunto, hagamos oficial lo de irnos a vivir juntos. No me
importa si vivimos aquí, en tu casa, o si compramos algo nuevo.
—A mí tampoco me importa. Solo quiero que estemos juntos.
—Pondría un pie ahora mismo en el Registro Civil sin pensarlo y me
casaría contigo.
—¿De verdad?
—Sí.
Tranquilo corazón, tranquilo.
—Me encantaría —susurré—. Pero creo que Lori nos mataría a los dos.
Ha estado imaginando mi boda y la de Hailey durante años.
Se rió contra mi piel y bajó la boca a lo largo de mi cuerpo hasta que su
mandíbula presionó mi pubis, y luego más abajo aún, quitándome las
bragas. En el momento en el que ayudé a Carter a quitarse la ropa nos
convertimos en una maraña de extremidades. Me dediqué a recorrer su
cuerpo. Conseguí dibujar una línea de besos desde su torso hasta su
ombligo antes de que me empujara sobre mi espalda, alineando nuestros
cuerpos.
La punta de su erección empujaba mi entrada, y lo necesitaba tanto
dentro de mí que estaba a punto de suplicar. Moví las caderas, pero Carter
se apartó, sonriendo como buen diablillo que era.
—Eres demasiado impaciente. Quiero explorarte primero. Te he echado
de menos.
Antes de que pudiera objetar, llevó su boca a mi seno, y puso sus dedos
entre mis piernas. Me agarré con ambas manos al cabecero de la cama al
sentir las primeras caricias de su lengua contra mi pezón. Cuando presionó
su pulgar sobre mi clítoris, un espasmo de placer me sacudió. Mis músculos
internos palpitaron sin parar.
Cuando por fin, por fin, se deslizó dentro de mí, lo hizo tan despacio
que mis muslos temblaron por la expectación, por la intensidad de todo el
acto.
No iba a dejarlo ir. Era mío. Él quería ser mío, amarme y recibir mi
amor correspondido.
Grité cuando introdujo los últimos centímetros. Me iba deshaciendo
más y más a medida que me embestía. Cada sensación se magnificaba. Lo
sentía todo tan intensamente que apenas podía respirar de lo placentero que
era. Mis músculos internos se tensaron cuando sentí que empezaba a crecer
dentro de mí. Llegué al clímax con tanta fuerza que mis sentidos perdieron
el equilibrio y le besé, moviéndome en sincronía con él hasta que le llevé
conmigo al límite.
Pasaron unos minutos antes de que pronunciáramos palabra alguna. Los
dos estábamos acurrucados. Carter me rodeaba con un brazo.
—He echado de menos abrazarte así. Verte dormir, despertarte y espiar
cómo te vistes en la oscuridad —dijo.
—¿Me espías?
—Sí.
—¿Todas las mañanas? —pregunté.
—Y todas las noches. Y si te cambias entre medias, también te espío.
—¿Eso no es ilegal?
—Eres tan jodidamente atractiva y encantadora que sería ilegal no
espiarte.
Me acomodé contra él, sobresaltándome al sentir su dura erección
contra mi espalda.
—¿Otra vez?
—Te dije que te había echado mucho de menos. Voy a pasarme los
próximos días demostrándote cuánto.
—Eres tan zalamero. Todo sea por mantenerme en la cama.
—¿Me lo vas a echar en cara?
Me di la vuelta para mirarle, abrazando mi almohada.
—Mmm, no. ¿Acaso que esté aquí desnuda no es prueba suficiente de
que me has conquistado con tus perversos planes?
Me giró hasta que estuve posicionada debajo de él, apretando cada
centímetro de su exquisito torso contra mi pecho.
—Nah, te voy a exigir más pruebas.
—Estaré más que encantada de proporcionártelas.
Epílogo
Val
—¡Oye, deja de espiarme! —dije un viernes por la tarde unas semanas más
tarde, sonriendo mientras le miraba de reojo. Sip, Carter estaba en la
entrada de mi dormitorio. Yo estaba sentada en la cama, con el iPad en el
regazo, escribiendo un correo electrónico.
—No te estoy espiando, mi amor. Solo estaba... observándote.
—¿Así que no has venido para convencerme de que nos encerremos en
la habitación y nos olvidemos de todo?
—Lo haría si los de la mudanza no llegaran en diez minutos.
Todavía no podía creer que todo aquello estuviera pasando. Carter y las
niñas se mudarían a mi casa. Ese mismo día. Mi casa tenía tres dormitorios,
y el terreno circundante era lo suficientemente grande como para que
pudiéramos ampliarla si era necesario. Habíamos elegido el viernes como
día para la mudanza porque la casa estaría llena de Connors que se habían
ofrecido a ayudarnos.
Volví a centrarme en redactar el email, notando la mirada de Carter
sobre mí. Cuando oí cerrarse la puerta, me giré hacia él.
—¿Qué estás tramando?
—Ahora que lo pienso, hay muchas cosas que puedo hacerte en diez
minutos.
Sonreí.
—Lo veía venir.
—¿De verdad?
—Ajá. A un kilómetro de distancia. ¿Por qué crees que me he
escondido aquí para enviar el email?
—¿A quién le escribes?
—Al sobrino de Davis. Ha estado fuera del país, pero ahora que ha
vuelto quiere que nos reunamos en persona.
Davis había quedado tan impresionado por las muestras que le
habíamos presentado que nos pidió que aceleráramos la línea que
estábamos desarrollando para él, de modo que pudiera tenerla en las tiendas
medio año antes de lo que habíamos planeado en un principio.
Carter se sentó a mi lado en la cama rápido como una liebre.
—Ya veo. Más vale que ese viejo deje de intentar emparejaros.
—Ya lo ha hecho. Le conté que estoy saliendo con un hombre increíble
que no está muy entusiasmado con su plan.
—Bien.
Lo había dicho con un tono de advertencia, como si hubiera planeado
añadir ‘‘porque sino’’... Me reí entre dientes.
—¿Qué?
—Nada.
Carter entrecerró los ojos y, sin apenas darme cuenta, había conseguido
apartar el iPad y me había estrechado entre sus brazos.
—Te quiero, Val. Soy muy afortunado por haberte conocido. Será un
honor y una alegría poder amarte durante el resto de mi vida. Mi corazón es
tuyo. Todo de mí lo es.
—Y yo soy toda para ti —susurré, con la voz llena de emoción,
mientras le rodeaba el cuello con los brazos.
Diez minutos después, tuvimos que bajar las escaleras a toda prisa.
Intenté disimular mientras me alisaba el pelo. Will y Paige llegaron al
mismo tiempo que los de la mudanza, y Jace unos minutos después.
Era primera hora de la tarde, así que tuvimos el tiempo justo para
ordenar las cajas y algunos muebles antes de cenar, para que la casa no
pareciera un trastero.
April y Peyton llegarían en una hora. Por fin habíamos contratado a una
nueva niñera. Las recogía del colegio y pasaba tiempo con ellas cuando
Carter y yo estábamos ocupados con reuniones. Aunque, a decir verdad, me
gustaba bajar el ritmo por las tardes para disfrutar de mi tiempo con las
niñas. A mi equipo no le importaba que trabajara a distancia de vez en
cuando, y los socios de Carter le apoyaban también. Las cosas entre los
compañeros de Carter y yo habían sido un poco incómodas, ya que sabía
que no les había gustado demasiado que tomara mi caso, pero les aseguré
que no les guardaba rencor. A todo el mundo le gusta ganar. Así funciona la
vida. A mí me gustaba especialmente estar en el bando ganador en ese
preciso momento, ya que la revista que había publicado la campaña de
desprestigio de Beauty SkinEssence había publicado un artículo cantando
mis alabanzas. La línea se había lanzado al mercado la semana anterior y
había obtenido críticas muy favorables. Como la línea de la competencia
había salido al mismo tiempo, mis beneficios iban a ser escasos, pero no me
quitaba el sueño. Así eran las reglas del juego en el mundo de los negocios.
Después de unas horas, conseguimos que la casa tuviera un aspecto casi
decente. Ya había llegado el resto de la familia, por lo que me escabullí a la
cocina para preparar la cena. Estaba preparando pollo frito, el plato favorito
de Jace. Por lo general, era muy estricto en cuanto a respetar su plan de
comidas, pero le apetecía el típico plato casero porque su equipo había
perdido un partido y necesitaba reconfortarse.
April y Peyton estaban ‘‘ayudando’’. La realidad era que, mientras le
echábamos un vistazo a Peyton, April y yo maquinábamos cómo podría
comprar unos botines que luego Carter seguramente consideraría
‘‘inapropiados’’ para su edad. No lo eran. Aún estaba tratando de mejorar
mis habilidades de persuasión, así que pensé en jugármela por el bien del
equipo esa vez y simplemente contarle que las había pedido para darle una
sorpresa a April.
Carter iba a notar que le estábamos tendiendo una emboscada, pero ya
era hora de que les enseñase a April y Peyton las estrategias de emboscadas
e intervenciones de los Connor. Peyton era pequeña todavía, pero tenía
plena confianza en que April pudiera lograrlo. Las chicas tenían que
permanecer unidas. Como yo siempre había estado rodeada de hermanos
sobreprotectores, sabía que necesitaban a alguien que defendiera sus causas.
Me ofrecí voluntaria para esa tarea.
April apretó los labios cuando Carter vino a ver cómo estábamos.
Primero me miró a mí y luego desplazó la mirada hacia April.
—¿Qué estáis tramando?
¿Qué? ¿Cómo podía saberlo? ¿Sería capaz de leer el sentimiento de
culpa en nuestras caras? Mierda, me había olvidado de que era abogado.
Estaría probablemente más que entrenado para captar nuestras intenciones a
un kilómetro de distancia. Por lo que me vi obligada a recurrir a una de mis
mejores técnicas para distraerle: hablar hasta por los codos.
—¿Quieres probar un poco de pollo? Está buenisimo.
—Vale.
—Es el favorito de Jace. Acaban de perder un partido y he cocinado lo
que más le gusta para que se le quite el mal humor. Eso es contagioso en
esta familia.
—Ahora que vivimos aquí, ¿también somos tu familia? —preguntó
Peyton.
Me detuve en el acto de pinchar un trozo de pollo con el tenedor,
girándome para mirar a Peyton. Tenía los ojos muy abiertos y alternaba su
expectante mirada entre Carter y yo. April permanecía inmóvil. Carter
apretó mi cuerpo contra el suyo.
—¿Se lo dices tú?
Asentí y me puse de cuclillas. Peyton corrió a mis brazos.
—Claro que sois mi familia.
—¿Y los abuelos también?
—Sí.
Los había conocido el fin de semana anterior, cuando volaron para ver a
las niñas y conocerme de manera oficial. Ambos eran encantadores. La Sra.
Sloane parecía querer mudarse a Los Ángeles de forma permanente. Por el
contrario, el Sr. Sloane insistía en que tenía que estar presente en el vivero,
pero pude comprobar cómo se ablandaba cada vez que sus nietas le decían
que querían pasar más tiempo con él.
Se me conocía como la reina de las emboscadas e intervenciones, así
que tenía en mente planear alguna en un futuro próximo en lo que a los
Sloane se refería.
Peyton se acurrucó más cerca de mí, rodeándome el cuello con sus
bracitos. La semana pasada le había contado a Hailey que Carter y yo
estábamos planeando casarnos, así que, obviamente, todo el clan Connor
supo la noticia al día siguiente. Pero aún no se lo habíamos dicho a las
niñas.
—Carter y yo nos vamos a casar.
Peyton chilló de alegría. April alternó la mirada entre Carter y yo, y
esbozó una sonrisa de suficiencia antes de decir:
—Ya lo sabía. Me lo ha contado Hailey.
—Has cocinado mi comida favorita —exclamó Jace una vez que todos
estuvimos sentados a la mesa—. Siempre sabes cómo ponerme de buen
humor.
—Puede que solo esté intentando sobornarte. —Levanté una ceja, me
aproximé hacia él y le di un codazo en el hombro.
—Ooh, Val. Sabes que siempre estoy a tu servicio, como el obediente
hermano que soy. —Simuló un saludo militar—. Aunque nunca diré que no
al pollo frito.
La verdad es que mi intención era únicamente levantarle el ánimo, pero
como acababa de ofrecerme su apoyo incondicional, no podía
desaprovechar la oportunidad.
—¿Estarías dispuesto a hacer otra campaña con nosotros? La campaña
actual está arrasando.
Jace sonrió como el gato de Cheshire.
—Lo sé. La persona encargada del Departamento de Relaciones
Públicas dice que me llaman el rostro del éxito.
—Madre mía. —Hailey negó con la cabeza de forma burlona—. Hay un
riesgo real de que esto se te suba a la cabeza. Como tu hermana, creo que es
mi deber mantenerte con los pies en la tierra.
—No antes de que acepte esta campaña —la amonesté.
—Val, cuenta conmigo. ¿Es verdad que también me llaman el
robacorazones?
—Sip. Que es una forma más bonita de decir rompecorazones —
bromeé.
Jace agitó el dedo índice y dijo:
—No, no. Hay una gran diferencia. Me gusta mucho más
robacorazones, no es tan prejuicioso.
Después de que Jace y yo concretáramos algunos detalles, Lori se aclaró
la garganta.
—Oye... no es por ser una entrometida, pero, ¿tenéis algo nuevo que
contar?
Dejó de mirarnos a Carter y a mí, para desplazar la mirada hacia Will y
Paige.
—No, Lori, todavía no hemos fijado la fecha —dije, luchando contra
una sonrisa.
—Deberíamos darnos a la fuga los cuatro —dijo Will de manera
conversacional. Lori se quedó boquiabierta.
Toda la mesa se echó a reír.
—Hermano, ni siquiera yo me atrevería a darme a la fuga —dijo Jace
—. Por el bien de la familia, tienes que dejar que Lori te organice una boda
enorme.
Vaya... no tenía ni idea de dónde se había metido. Lori una vez me
confesó que creía que Jace se iba a quedar soltero de por vida. Y en ese
momento prácticamente pude oír lo que estaba pensando. Me ví en la
obligación de advertirle a mi hermanito.
—Jace, yo que tú tendría cuidado con lo que digo, o Lori empezará a
planear tu boda incluso antes de que tengas novia.
Jace echó una mirada a Lori y soltó un gruñido. Milo, presumiblemente
cansado de tanta charla adulta, dijo en ese momento:
—Tío Jace, ¿podemos jugar un rato al fútbol?
—Claro que sí, amigo. Vámonos, porque presiento que se avecina una
emboscada. Prefiero pasar tiempo con la generación más joven en estos
días, y así nadie me llamará rompecorazones ni planeará mi boda.
—Todavía no, pero yo aprendo rápido —contestó April de forma pícara,
sentándose más recta. Estaba tan orgullosa de esa chica. Ya estaba
siguiendo mis pasos. Suspiré, echando un vistazo a lo largo de la mesa con
el corazón lleno. Mis personas favoritas del mundo estaban reunidas a mi
alrededor. ¿Qué más podía pedir?
—Carter, por lo que parece, vas a tener mucho trabajo —comentó
Landon.
Carter me guiñó un ojo.
—Me las apañaré.