Se Acabo El Juego (Spanish Edit - Tamara Marin
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Se Acabo El Juego (Spanish Edit - Tamara Marin
Tamara Marín
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Se acabó el juego
Mayo 2022
© de la obra Tamara Marín
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Twitter:@tamaramarin04
Facebook: Tamara Marín
Edita: Rubric
www.rubric.es
C/ María Díaz de Haro, 13 1ºa
48920 Portugalete
944 06 37 46
Corrección: Rubric.
Diseño de cubierta y diseño interior y maquetación:
Nerea Pérez Expósito de www.imagina-designs.com
ISBN: 978-84-125300-8-7
Cuando empecé en el mundo de las letras iba más perdida que un pulpo en un garaje.
Detrás de todo este trabajo hay un equipo maravilloso que me aguanta, cuando no lo hago ni yo
misma.
De Taira todo lo que diga es poco, hace bastante que se convirtió en mucho más que mi editora.
José Manuel fue la persona que me ayudó a decidirme y a tirarme a la piscina cuando era un mar
de dudas. Siempre le estaré agradecida por ello.
Rocío es bastante más que mi correctora. Gracias por aclarar mis dudas, por enviarme enlaces,
por enseñarme y no limitarte solo a corregir mis textos.
Ramón, además de ser una bellísima persona, es un profesor impresionante con una paciencia
infinita.
Durante este tiempo ha habido momentos malos, aunque sin lugar a dudas los superan con creces
los buenos. La decisión de dejar mi trabajo de «siempre» para dedicarme en exclusiva a escribir no
fue fácil, pero me alegro muchísimo de haberla tomado.
Tengo lectoras estupendas y compañeras de letras increíbles que me acompañan en mi día a día.
Solo puedo dar las gracias por tener a personas tan maravillosas a mi alrededor.
Índice
Prólogo
1. Nueva York
2. ¿Qué es ese ruido?
3. Un día de perros
4. Mi paz mental
5. Pesadillas con una pantera y una ratoncita
6. Huele el miedo
7. El vestido
8. La fiesta
9. ¿Qué haces aquí?
10. El beso
11. Un fin de semana surrealista
12. Contaba con ello
13. ¿Qué tipo de mujer se supone que soy?
14. En todas las revistas
15. ¿Qué hay entre Jake y tú?
16. ¿Qué mierda es eso?
17. No es sexo lo que necesito
18. Aquiles
19. Mi amiga
20. Anhelo
21. Los labios de Jake
22. Celos
23. Lo estaba interpretando mal
24. Físico y mente
25. Las ganas
26. No me importaría acostarme con él
27. Es Tom
28. No es asunto tuyo
29. Desnudar mi alma a besos
30. Mentir
31. Miedo
32. Voy a dejarme llevar
33. La respuesta sigue siendo no
34. La entrevista
35. Nueva situación
36. La amante
37. Hacer las cosas bien
38. Mis sentimientos
39. Los cuatro
40. Marcharme
41. Por mi propio bien
42. Se acabó el juego
43. La esperada noticia
44. Mi nuevo trabajo
45. El artículo
46. Me dejé llevar
47. ¿Enfadado?
Epílogo
Nota de la autora
Agradecimientos
Música
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Prólogo
Jake
Hacía más de tres horas que me había despedido de mis padres y continuaba
sentada en el incómodo asiento del aeropuerto. Me levanté a estirar las
piernas, pero no caminé mucho por no alejarme de mi maleta. No me
apetecía cargar con ella, aunque no pesara demasiado, y es que, por muy
increíble que pareciera, había conseguido meter todo lo que necesitaba para
esos días en una maleta de mano, pensando que así todo iría más rápido.
Ingenua de mí.
Di un par de vueltas a la ristra de asientos y volví a sentarme. Miré el
móvil por millonésima vez y, al ver que no tenía ninguna notificación de
redes ni mensajes, lo guardé. Observé a las personas que estaban sentadas
frente a mí y volví a perderme en mis pensamientos, recordando el motivo
que me había llevado a estar allí.
Decidí que, después de unos meses sin ver a mis padres, ese sería un
buen momento para hacerles una visita. Sin embargo (tal y como me pasaba
siempre), a las pocas horas de estar allí ya tenía ganas de marcharme.
Papá y mamá continuaban viviendo en un pequeño pueblo de
Wisconsin, un lugar del que yo salí por patas en cuanto se me presentó la
oportunidad, que fue en el mismo momento en el que me matriculé en la
universidad. Y busqué la más apartada que pude de ellos. Entendedme; mis
padres son majísimos, muy protectores y absorbentes, pero bellísimas
personas. Yo llegué al mundo cuando eran muy mayores y ya no esperaban
tener descendencia. Así que se volcaron en su única hija de una manera
desmedida.
Por eso, en el mismo instante en el que puse un pie en su casa, me
hicieron un acoso y derribo para intentar que me quedara allí con ellos. No
paraban de repetirme que, total, para qué iba a regresar si llevaba meses sin
trabajar y nadie me esperaba en Nueva York.
En parte tenían razón, pero yo, solo de pensar en instalarme en mi
antiguo hogar, sentía ganas de echarme a llorar. Me encantaba vivir en la
Gran Manzana, era como un sueño hecho realidad. La niña de pueblo que
vive en la capital del mundo.
Debo reconocer que, cuando llegué allí, me costó bastante adaptarme.
Pensad que yo no había salido jamás de mi pueblo y me resultó difícil
defenderme en una urbe tan grande. No es que sea tonta, aunque sí
demasiado ingenua para mi gusto, y Nueva York no es precisamente una
ciudad benevolente con las personas ilusas.
Y ese era precisamente el motivo por el que me había quedado sin
empleo. Trabajé durante unos meses, cubriendo una suplencia, en un
importante periódico. Me gustaba el personal que trabajaba en él y me
fascinó todo lo que hacía allí. Incluso me encargaron unos cuantos artículos
que tuvieron cierta repercusión. Sin embargo, cuando volvió la chica para la
que hacía la sustitución no encontraron otro puesto para mí, así que tuve
que marcharme. Después de eso, y por mucho que busqué, lo único que
conseguí fue un puesto en una de esas revistas de cotilleos que yo odiaba.
Supongo que la prisa no ayudó mucho, y es que, si quería pagar el alquiler,
debía encontrar trabajo rápidamente, así que cogí lo primero que encontré.
No me llevó mucho tiempo darme cuenta de que odiaba ese trabajo,
pero tenía facturas que pagar… Por si todo eso fuera poco, mi nuevo jefe
me presionó hasta la saciedad para que escribiera un artículo con el que yo
no estaba para nada de acuerdo. Tuve que reescribirlo infinidad de veces
hasta que quedó a su gusto. El artículo era un sinsentido plagado de
mentiras que supe que haría daño a personas que no se lo merecían. No me
equivoqué.
Me despedí el mismo día que se publicó. Sé que tendría que haberlo
hecho antes de que saliera a la luz, pero no lo hice y en esos momentos
estaba pagando las consecuencias. Porque a una de las personas a las que
hice daño fue a un famoso jugador de la NBA y su representante, Jake, me
citó en su despacho casi antes de que la revista llegara a los quioscos.
Decir que Jake era una persona que me intimidaba sería el eufemismo
del año. Imaginad que metéis en una habitación a una pantera hambrienta y
a una ratoncita asustada; pues esa era la mejor comparación para definirnos
a Jake y a mí.
Después de hablar con él —más bien yo me limité a escuchar y él a dar
órdenes— me dejó claro que, si quería volver a trabajar en Nueva York,
tendría que hacerlo en cualquier restaurante de comida rápida, porque no
habría ni un solo periódico o revista que volviera a contratarme. Pensé que
exageraba. No lo hizo.
Todas las puertas a las que llamé a partir de ese momento, todas las
entrevistas que hice, acababan igual. Yo no podía creer cómo una sola
persona tenía tanto poder.
Me recorrió un escalofrío al pensar en él. Llevaba muchos días dándole
vueltas a que tarde o temprano tendría que llamar a su puerta y suplicar
clemencia, y el simple hecho de volver a meterme en su despacho me
causaba pavor.
Sacudí la cabeza y me percaté de que acababan de nombrar mi vuelo.
Me levanté de un salto y casi corrí hasta la cola que ya se había formado en
la puerta de embarque. Nunca entenderé por qué la gente hace cola cuanto
tiene los asientos asignados. No obstante, esa vez tenía tantas ganas de
llegar a casa que yo también me puse en la fila. Y es que hacía muchas
horas que ese avión debería haber salido.
Una tormenta retrasó todos los vuelos con destino a Nueva York, aunque
por lo visto ya estaba arreglado.
Al tomar asiento suspiré aliviada. Por fin volvía a casa.
2. ¿Qué es ese ruido?
Liz
Había tanto tráfico que el taxi tuvo que dejarme un par de calles más abajo
de mi apartamento. Si bien la tormenta había pasado, continuaba
chispeando, así que abrí el paraguas y apreté el paso. Cuando apenas me
faltaban cien metros para llegar, oí un sonido peculiar que no supe
identificar. No le di mucha importancia porque, con el ruido de los coches y
de la lluvia, probablemente no fuera nada. Pero no había dado dos pasos
más cuando volví a oírlo. Me paré y miré a mi alrededor. Otra vez. Tuvo
que sonar un par de veces más para percatarme de que provenía de uno de
los contenedores de basura que había a mi izquierda. Me acerqué con
mucho sigilo y temor. Al asomarme vi una minúscula cabecita con dos
enormes orejas que me miraba con adoración. Solté una maldición; no era
yo de decir muchos tacos, pero no pude evitarlo porque tuve claro lo que
pasaría a partir de ese momento.
Saqué al cachorro del cubo de basura y lo acomodé dentro de mi
chaqueta. Me puso chorreando el suéter, aunque no me importó. El
diminuto perrito tiritaba tanto que me asusté, por lo que aceleré el paso para
llegar cuanto antes a mi casa.
No lo pensé, no lo medité, no barajé ni lo complicado ni los
inconvenientes que supondrían para mí tener un perro. Y, por supuesto, no
se me pasó por la cabeza llevarlo a ninguna protectora; en cuanto ese
cachorro posó los ojos en mí, yo supe que estaba perdida.
Lo primero que hice al llegar a casa fue coger un par de toallas y secarme
mientras me dirigía a la ducha. Bañé con agua caliente al pobre animal, que
olía fatal. Para enjabonarlo usé mi propio gel del cuerpo, esperaba no
dejarlo sin pelo por eso. La verdad era que nunca había tenido un perro y no
entendía mucho de sus cuidados. Cuando estuvo bien seco me quité yo la
ropa húmeda, me puse un pijama calentito y fui directa a la cocina.
No sabía cuánto tiempo llevaría el perro allí, pero estaba convencida de
que tendría hambre, así que me preparé algo para mí y para él (al subir las
escaleras descubrí que era macho).
En cuanto se acabó de comer lo que le había puesto, el minúsculo
animal se hizo una bolita en mi sofá. Me acerqué a él y lo tapé con una
manta, por lo menos había dejado de temblar.
—Tendré que buscarte un nombre —hablé en voz alta y él alzó la
cabeza y las orejas—. Siempre he querido tener un perro, aunque, si te soy
sincera, en mi imaginación eras mucho más grande y el nombre que yo
pensé no te pega nada. Aquiles suena demasiado fuerte para un perrito tan
chiquito como tú.
El cachorro meneó la cola y me miró con curiosidad.
—¿No me digas que te gusta? —pregunté como si él pudiera
entenderme, y para mi sorpresa soltó un pequeño ladrido—. Pues
adjudicado, Aquiles será tu nombre.
Habían pasado tres días desde que volví de casa de mis padres y en esos
momentos acababa de salir de otra entrevista.
Me sentía contenta porque la chica que me la hizo dio la impresión de
estar encantada con mi currículo, incluso me comentó que le parecía la
persona idónea para el puesto. Así que no pude evitar caminar de vuelta a
casa con una enorme sonrisa en la cara. Tenía algo ahorrado y mi casera me
había ajustado el precio del alquiler (un gesto que la honraba, si teníamos en
cuenta que el maldito artículo que publiqué en aquella revista iba sobre
ella). Sin embargo, el dinero se me estaba escurriendo con demasiada
rapidez y no sabía cuánto tiempo más podría aguantar así. Debería pensar
seriamente en ponerme a trabajar de camarera en algún local. Pero todo mi
cuerpo se rebelaba ante esa idea, no porque pensara que aquel trabajo fuera
malo —estuve años haciéndolo mientras me sacaba la carrera—, sino
porque me negaba a no poder ejercer mi profesión porque un idi… un
desalmado (no me gustaba decir tacos ni siquiera en mis pensamientos, lo
mío era para hacérmelo mirar) me estuviera haciendo la vida imposible.
Casi había llegado a mi apartamento cuando me sonó el teléfono. Salía
un número desconocido, pero lo cogí de todas maneras.
—Hola —saludé.
—¿Es usted Liz Scott?
—Sí, soy yo.
—Mire, la llamo del periódico en el que acaba de hacer la entrevista.
Sintiéndolo mucho hemos encontrado a otra candidata que encaja mejor en
el puesto. —Cerré los ojos y suspiré.
—Ya, claro. No tendrá nada que ver en esa decisión Jake Harris,
¿verdad? —Me arrepentí de hablar en cuanto las palabras salieron de mi
boca. La persona que me hizo la entrevista no tenía la culpa de nada y
posiblemente no sabía de qué le estaba contando —. Perdón, no debí
preguntar, simplemente es que me he hecho ilusiones y pensé seriamente
que el puesto iba a ser mío —me lamenté.
—Verás, Liz, no debería decirte esto, pero si fuera por mí el empleo
sería tuyo. Sin embargo, he recibido órdenes de arriba y ahí tengo las manos
atadas.
—Lo entiendo, no te preocupes.
—Tampoco puedo contarte más porque no me han dado mucha
información.
—Muchas gracias por todo. —Por más ganas que tuviera de romper
algo, debía ser educada, aquella chica no era la responsable de nada.
—A ti.
Cuando colgué el teléfono estuve a punto de soltar un sollozo. Mi vida
profesional parecía acabada cuando apenas había empezado a despegar.
¡Con los esfuerzos que tuve que hacer para sacarme la carrera! Recordé
las noches sin dormir, los trabajos de fin de semana. No poder hacer nada
porque tenía que ahorrar hasta el último dólar…
Suspiré abatida tomando conciencia de que, por más que la hubiera
pospuesto durante semanas y por mucho que me desagradara la idea, e
incluso de que mi piel se erizara con solo imaginarlo, no me quedaba más
remedio que hacerle una visita a Jake Harris.
Temblé solo de pensarlo.
3. Un día de perros
Jake
Menudo día llevaba. Últimamente todos eran de infarto, pero ese estaba
resultando realmente horrible.
Me recosté en el sillón de mi despacho e intenté calmarme. Miré a mi
alrededor y dejé escapar el aire. Eso siempre conseguía tranquilizarme; el
control que tenía sobre aquel lugar, darme cuenta de todo lo que había
conseguido, de hasta dónde había llegado, hacía que me sintiera bien.
Ser el mejor representante de la NBA de Nueva York no estaba nada mal
para un tío que se había criado en uno de los peores barrios de la ciudad,
con una madre drogadicta y alcohólica que era capaz de hacer cualquier
cosa por conseguir un poco de lo que fuera que la hiciera desconectar.
Lo único bueno, y que hoy por hoy aún me cuesta entender, fue que,
milagrosamente, mi madre nunca vendió mi cuerpo a ningún camello ni a
ningún cliente suyo, como hacían la mayoría de las madres con sus vástagos
en ese entorno.
Siendo todavía casi un niño, me puse a trabajar descargando camiones o
en empleos que requerían esfuerzo físico, pero que estaban muy mal
remunerados. La mayoría de las veces ni siquiera me pagaban, yo era un
crío de diez años que nada podía hacer si un adulto decidía no darme el
dinero que habíamos pactado cuando terminaba el trabajo.
Sin embargo, encontré un camionero que debió apiadarse de mí, porque,
aunque me pagaba una miseria, siempre cumplía con lo acordado.
Conseguí engañar a mi madre y pasarle solo una parte de lo que ganaba,
el resto lo fui guardando durante años y con eso pude pagarme el ingreso en
la universidad y largarme de mi barrio en cuanto reuní lo necesario para
alquilar una habitación en un piso.
A medida que crecía resultaba más fácil, porque, a pesar de la mala
alimentación, el ejercicio físico hizo que mi cuerpo cambiara y al ir
cumpliendo años dejaban de engañarme con tanta facilidad. Hasta que un
día, cuando acababa de cumplir los dieciséis, me peleé con un tío que no
quiso pagarme y, aunque pesaba dos veces lo que yo, conseguí darle una
paliza. La voz se corrió y a partir de ese momento todos me pagaron
rigurosamente por lo que trabajaba.
Cuando terminé de estudiar, me costó hacerme un hueco en el mundo de
la NBA. Sin embargo, y contra todo pronóstico, fui subiendo posiciones
hasta hacerme con mis primeros clientes importantes. Fue entonces cuando
empecé a ganar dinero de verdad y decidí pasarle a mi madre una especie de
mensualidad. Sabía que no estaba obligado a ello, menos aún por la manera
en la que ella me había tratado, y tenía claro que eso casi le haría más mal
que bien porque se lo gastaría en alcohol y drogas. No obstante, a mí me
hacía tener la conciencia más tranquila; sí, suena feo, pero hacía mucho
tiempo que no albergaba ningún buen sentimiento hacia la mujer que me
trajo al mundo.
Tampoco lo hice durante demasiado tiempo porque mi madre falleció,
de una sobredosis, siendo aún bastante joven. Puede parecer una tontería
porque hacía años que ni siquiera la veía, pero cuando murió me sentí más
solo que nunca. Como si ya no tuviera a nadie; ya ves, como si hubiera
podido contar con ella en algún momento de mi vida.
Lo peor, desde luego, siempre fue la falta de cariño, el desarraigo que
sentía. Por mucho que me empeñara en intentar cubrirlo teniendo sexo con
diferentes mujeres. Sexo frío e impersonal, eso sí, pero para mí era la única
manera de acercarme a alguien o, mejor dicho, de mantenerme cuerdo. No
soy tonto, era muy consciente de que con eso intentaba llenar el hueco que
sentía por no haber tenido nunca relaciones afectivas normales. El no haber
sentido apego hacia nadie, en ningún momento de mi vida, me pasaba
factura cada puto día.
Lo malo fue que cuando llegué a los diecisiete años; confundí ese
sentimiento con amor y terminé enamorándome de todas las mujeres que
me rodeaban y que me dedicaban las migajas de su cariño: profesoras,
compañeras, madres o hermanas de amigos… Una lista interminable de la
que nunca recibía lo que esperaba. Porque ¿quién iba a querer a un niño
larguirucho, que iba siempre sucio y que no tenía dónde caerse muerto?
Tuve que digerir un montón de rechazos para volverme más y más
hermético. Hasta que terminé convirtiéndome en lo que era: un tipo frío que
jamás se dejaba llevar por los sentimientos.
Por eso cuando venía a mi despacho alguno de esos jugadores que creían
ser tipos duros porque se habían criado en un barrio regular, pero rodeados
de su familia y con carreras universitarias becadas, me hacían hasta gracia.
Yo tuve que pagar cada centavo de la mía y me endeudé tanto que tardé
años en poder liquidar el préstamo desorbitado que me tocó pedir. A mí
iban a venir a decirme que su vida había sido difícil… ¡A mí!
Acababa de hablar con uno de esos tíos, un tipo que iba de chungo, pero
que se había criado en uno de los mejores barrios de Nueva York y al que
nunca le faltó de nada. En parte, esos no eran los peores porque estaban
acostumbrados al dinero. Lo malo era ser joven y empezar a ingresar sumas
desorbitas de pasta. Muchos de ellos habían arruinado sus carreras antes de
triunfar por ese motivo.
En aquellos momentos tenía un contrato sobre la mesa de otro jugador.
Estuve hablando con él la semana anterior. Se crio en un pueblecito y
parecía buena persona; sin embargo, detecté algo en todo lo que me explicó
que no me cuadraba.
Tom estuvo trabajando con otro representante hasta hacía unas semanas,
pero los dos (y unos cuantos jugadores más) se habían visto salpicados por
un escándalo de fraude fiscal. Había hablado conmigo para que yo fuera su
nuevo agente y, aunque el muchacho me caía bien, no estaba convencido de
que no tuviera nada que ver con todo eso, como él mismo aseguraba. Él era
uno de los mejores jugadores del momento y sería estupendo representarlo,
pero no podía hacerlo sin antes cerciorarme de que no estaba implicado.
Jamás me habían relacionado con ningún escándalo y si algo me definía era
mi manera intachable de hacer las cosas. Y no estaba dispuesto a que eso
cambiara, por muy buen jugador que fuera Tom.
4. Mi paz mental
Jake
Ni siquiera sabía qué hora era ni cuánto tiempo llevaba allí. Debía
solucionar un tema que tenía pendiente y, si eso pasaba, las horas se me
escurrían. Me encontraba absorto en mi trabajo cuando el teléfono de mi
despacho sonó.
—Dime, Emily.
—Aquí fuera hay una joven que insiste mucho en verte. —No pude
evitar soltar un gruñido.
Emily era una mujer de mediana edad que llevaba trabajando conmigo
unos cuantos años. Sabía muy bien que no podía dejar pasar a nadie sin cita
previa, pero es que, además, conocía lo estricto que era con que ninguna
mujer se colara en mi despacho. La mayoría de ellas eran fans de algunos
de mis clientes y venían buscando autógrafos o cosas parecidas.
Normalmente Emily sabía deshacerse de ellas de una manera muy
diplomática, por eso me extrañó tanto su petición.
—Ha dicho que se llama…
—Es igual, no importa, que entre —cedí. Porque sabía que si no la
dejaba pasar no dejaría de molestar a Emily, y prefería terminar cuanto
antes con aquello.
Eso sí, esperaba que no fuera Madison. Por mucho que le dejé las cosas
claras desde el principio, se había vuelto muy insistente en que volviéramos
a quedar.
Sin embargo, mi sorpresa fue mayúscula cuando Liz Scott apareció por
la puerta. No pude evitar sonreír, casi me había olvidado de ella, y eso que
cuando se marchó de mi despacho (hacía ya unas cuantas semanas) tuve la
certeza de que volvería.
Liz era todo lo que no soportaba en una persona: tímida, ingenua,
incauta, inocente… Y no me gustaba porque me hacía recordar épocas de
mi vida que tenía muy bien enterradas. Era justo el tipo de mujer de la que
me hubiera enamorado hacía mucho, tanto que me daba la sensación de que
pertenecía a otra vida. Pero al contemplarla frente a mí no podía sentir otra
cosa por ella que menosprecio, no me agradaba la gente que se dejaba
pisotear y que era demasiado débil para vivir en este mundo.
La vida y mi experiencia personal me habían enseñado a mantenerme
apartado de ese tipo de personas. Quizá tuviera mucho que ver el miedo que
sentía por sucumbir a su dulzura, más que el hecho de que no me gustara.
La observé allí, de pie, con la cabeza gacha y tan frágil que Nueva York
podría comérsela de un solo bocado. Al pensar en morderla no pude evitar
mirarla con atención. Una cosa sí tenía: era bonita. Una belleza demasiado
dulce para mi gusto, pero guapa, al fin y al cabo.
—Vaya, vaya… Liz Scott, no esperaba verte por aquí. Por lo menos, no
tan pronto. —Me fui acercando hacia donde ella estaba con la única
intención de incomodarla.
—Sí…, bueno…, yo… —tartamudeó, y yo silbé.
—Menudo don de palabra tienes —me burlé.
Liz parecía una preescolar en su primer día de colegio, una de esas a las
que les costaba muchísimo separarse de su mamá, solo le faltaba llorar. Si
hacía eso la echaría de mi despacho sin paños calientes.
—Vamos, Liz. Siéntate, a ver si así consigues relajarte un poco y decir
dos palabras seguidas.
Era un cabrón, lo sabía, pero no había llegado donde estaba
comportándome como un alma cándida. Y esa chica tarde o temprano
tendría que espabilar, por su propio bien.
Se dirigió hacia la silla que había frente a mi mesa y no pude evitar
fijarme en su trasero. Era una pánfila, pero eso no quitaba que tuviera un
buen culo.
—Jake, no puedes continuar haciéndome esto, necesito trabajar —
susurró. Lo dijo todo seguido y antes de que yo me sentara, para no tener
que mirarme a los ojos.
—Liz, levanta la cara y mírame. —Suspiré porque me estaba poniendo
de los nervios—. ¿Qué quieres que deje de hacer?
—Ya sabes a lo que me refiero —murmuró.
—Mira, cuando saliste de aquí, hace unas semanas, ya te avisé de que no
volverías a trabajar de lo tuyo, no en esta ciudad por lo menos.
—¿Y cómo se supone que voy a pagar el alquiler o a comer? —Sabía
que estaba enfadada; aun así, ni siquiera había alzado la voz.
—Bonita, eso no es asunto mío.
—¡Lo es cuando eres tú quien no me permite trabajar! —Entonces sí
levantó la voz y yo la miré con sorpresa. Lástima que con sus siguientes
palabras la fastidiara—. Lo siento, no debí gritar.
Suspiré exasperado.
—Aún no entiendo cómo has podido sobrevivir en esta ciudad durante
años. Porque estoy seguro de que no naciste aquí, ¿me equivoco?
—No, tienes razón, me crie en un pueblo de Wisconsin.
—Lo imaginaba. Tienes pinta de pueblerina.
—Me lo tomaré como un cumplido —respondió con una sonrisa.
—No lo era —sentencié borrando de golpe su expresión. Mucho mejor
así, no me gustaba nada cuando sonreía, era como si necesitara que lo
hiciera más a menudo, y a mí no debía importarme si reía o lloraba—.
Siento no poder ayudarte, tengo un día muy ajetreado, así que será mejor
que te marches.
—Jake, por favor…
Tres putas palabras. Mi nombre en su boca pronunciado como una
súplica. No le hizo falta nada más. Y yo me cagué en todo por ceder con
tanta facilidad. ¿Desde cuándo hacía lo que otros me pedían? ¿Cuándo
había sido yo un ser manipulable?
Respiré profundamente, la observé con atención y de pronto se me
ocurrió algo.
—Vamos a hacer una cosa, Liz. Te dije que no volverías a trabajar en un
periódico o revista de esta ciudad y soy de los pocos que mantienen su
palabra. Así que, si aceptas, a partir de hoy vas a hacer un encargo para mí.
—No voy a trabajar para ti. —Intentó sonar firme. No lo consiguió.
—Y no lo vas a hacer, solo me hace falta que te encargues de algo.
Necesito que investigues a un jugador… —No me dejó terminar.
—Pero yo soy periodista.
—Precisamente por eso. En el periódico donde trabajaste hace tiempo
hiciste unos artículos de investigación muy buenos. —La sorpresa se dibujó
en sus ojos. No esperaba que yo poseyera ese dato. Pobrecita mía, si supiera
que conocía hasta el número de pie que calzaba y que todas las preguntas
que le hice hasta el momento fueron por mera educación...—. Ya verás que
no se trata de nada complicado, hasta tú serás capaz de hacerlo. —Levantó
la cabeza y me miró con intensidad, tuve que aguantarme para no sonreír.
Liz era una persona demasiado transparente—. De momento lo único que
quiero es que lo sigas y que me digas qué hace y dónde está en todo
momento. Te pasaré un informe con sus datos para que sepas de quién se
trata. Vendrás cada dos días a informarme y yo te daré nuevas instrucciones.
¿Te ha quedado claro?
—Sí, creo que sí.
—Estupendo. Otra cosita… —añadí con cierto retintín.
—Dime —susurró.
—Intenta que no se percate de que lo persigues.
—Aunque no lo creas, sé seguir a alguien sin que se dé cuenta. —Había
conseguido cabrearla, aunque solo fuera un poquitín, por lo que decidí
continuar.
—Déjame que lo dude. Tus intenciones se ven antes siquiera de que las
pienses, me da que seguir a alguien va a resultar igual de evidente.
—Pues mándale el encargo a otra. —Me sorprendió que Liz fuera capaz
de desafiarme.
—Pero es que eres tú la que necesitas un trabajo, ¿o no? —Me crucé de
brazos y la observé alzando una ceja.
—Sí —respondió de manera escueta.
Decidí que ya había sido suficiente por ese día y que le daría una tregua,
así que la agarré con suavidad el brazo para hacer que se levantara y
acompañarla a la puerta.
Con lo que le había propuesto a Liz ya había realizado la obra de caridad
del día, tenía más que suficiente.
Cuando se marchó y me volví a sentar en mi sillón, arrugué la boca.
Todo a mi alrededor olía a ella y mi paz mental se había esfumado en el
mismo instante en el que Liz entró en mi despacho.
5. Pesadillas con una pantera y una ratoncita
Liz
Iba de camino a casa más enfadada conmigo misma que con él. Vale que no
me había dejado muchas más opciones, pero ¿de verdad era buena idea
hacer ese encargo para Jake? Si me veía incapaz de respirar con normalidad
cuando él estaba presente, ¿cómo iba a presentarme cada dos días en su
despacho para hablar con él?
No había llegado ni siquiera al metro cuando sonó mi móvil. Al sacarlo
del bolso vi que era un wasap de él. Cuando pasó todo aquel follón con la
revista, fue el mismo Jake quien se puso en contacto conmigo (de cómo
consiguió mi número teléfono no tengo ni idea). Decidí grabar su número
para estar preparada. Aunque hacía mucho tiempo que no recibía ni una
llamada ni un mensaje de él, me puse nerviosa solo con leer su nombre.
Jake: Acabo de enviarte un e-mail con toda la información. Te quiero en
mi despacho el jueves a las cuatro.
Claro que sí, sin un «por favor» ni un «gracias». Pero ¿qué esperaba? Se
trataba de Jake y estaba segura de que mi vida iba a convertirse en un
infierno a partir de ese momento. A pesar de todo, le respondí.
Liz: De acuerdo. Allí estaré.
Jake: Por si no te has dado cuenta, no se trataba de una pregunta.
Me dio aún más rabia porque tenía pensado contestarle con un simple
ok, pero me pareció una falta de respeto. Qué sí, que él me lo había faltado
prácticamente desde que lo vi la primera vez; sin embargo, yo no era así.
Pero va y me responde eso… Me guardé el móvil en el bolso y no volví a
escribirle.
Ni siquiera me planteé rechazar el trabajo, por muy mal que fuera a
pasarlo teniendo que verlo cada dos días. Necesitaba tener algún ingreso y,
por lo visto, él era la única persona que podía ayudarme con eso.
Vale, Liz, tú puedes con esto, respira y tranquilízate. Entras, expones lo que
tienes y te vas. Ya está.
Subí por el mismo ascensor que las otras veces y me planté delante de la
secretaria de Jake, que de manera muy amable me pidió que esperara hasta
informar a su jefe de mi visita.
Cuando terminó de hablar con él se dirigió a mí:
—Vamos, chiquilla, entra. E intenta calmarte, porque Jake es como un
perro, huele el miedo, así que por lo menos no titubees delante de él para
que no se dé cuenta del pavor que te inspira.
La secretaria de Jake tenía razón. No obstante, al poner la mano en el
pomo, fui consciente de lo que me temblaba. Pero no lo pensé, lo giré y di
dos pasos hacia delante.
—Hola —saludé, quedándome en la puerta y cerrándola tras de mí.
—Siéntate, Liz, no tengo todo el día —bramó Jake.
Un encanto, sí señor. Así era supersencillo tranquilizarse.
—¿Qué tienes? —preguntó sin levantar la cabeza de los papeles que
cubrían toda su mesa.
—No mucho. Tom no ha hecho otra cosa que entrenar y dormir. Ni una
cena, ni una salida. Nada.
—¡Mierda! —Alzó la voz y yo me encogí—. Cómprate un vestido de
fiesta, mañana vas a acompañarme a una.
—¡¿Yo?! —Mi voz sonó estridente.
—No veo a nadie más por aquí. Sí, tú. Y no se te vaya a ocurrir hacerte
ninguna ilusión conmigo, estás muy lejos de ser mi tipo de mujer. Sin
embargo, sé que Tom asistirá a esa fiesta y quiero que hables con él. Si
consigues ganarte su confianza, todo será más fácil.
—No saldría contigo ni aunque fueras el último hombre sobre la faz de
la tierra —murmuré, pero al acabar de decirlo di un respingo. ¿Desde
cuándo yo decía ese tipo de cosas? Por lo visto solo sirvió para que me
viniera arriba y la lengua se me soltó sola—. Y no puedes obligarme a que
me haga amiga de alguien para que le sonsaque información, no soy una
espía. —Madre mía, ¡Liz, cierra la boca de una vez!
Pese a aquel arranque, lo que hice fue bajar la cabeza, aunque volví a
levantarla al momento cuando oí la sonora carcajada que Jake soltó.
—Ay, Liz, no llegarás muy lejos con esa maldita ingenuidad. No quiero
que te hagas su amiga, en realidad estamos hablando de un famoso jugador
de la NBA y estos no son amigas precisamente lo que buscan. En cuanto a
lo de salir juntos, me alegra que nos entendamos en ese término. —Una
sonrisa lobuna se dibujó en su cara.
Me llevó unos segundos, pero al entender sus palabras me levanté del
asiento de golpe.
—¡¡¡No pienso acostarme con nadie!!! —Me encontraba entre perpleja e
indignada.
—Haz el favor de sentarte, Liz. No te pido eso, puedo asegurarte que no
estoy para nada interesado en el trabajo de proxeneta. —La mirada de Jake
transmitía dureza y yo me volví a sentar con cautela—. Tom es un tío más
bien chapado a la antigua y no se le ha relacionado con ninguna mujer
desde que empezó a jugar, cosa que me deja alucinado, ya que es el único
jugador que conozco con semejante historial.
Igual que tú, que eres diferente a las mujeres con las que estamos
acostumbrados a tratar. Por ese motivo, espero que logres captar su
atención. No te estoy pidiendo nada, solo que te acerques a él y mantengas
una interesante conversación. No sé si podrás porque conmigo apenas eres
capaz de pronunciar dos frases seguidas.
«Eso es porque eres un ególatra, egocéntrico, borde y frío». Me callé
mis pensamientos y dije otra cosa que nada tenía que ver con ellos.
—Pero yo no soy nada interesante, no voy a saber coquetear con una
estrella de la NBA. —Tenía claro que me había sonrojado al decir eso. Pero
¿cómo iba a hacer algo así? Si ya me costaba tener citas con hombres
anodinos, no quería ni imaginarme tener que tontear con uno famoso.
La sonrisa de Jake se amplió y yo no tuve la menor idea de a qué era
debido.
—Yo no me preocuparía por eso —dijo esbozando algo parecido a una
media sonrisa.
—¿Que no me preocupe con qué? —No lo entendí.
—Ya puedes irte, pasaré a buscarte mañana a las seis. —Qué borde y
tajante era cuando quería, es decir, siempre.
Todas las peticiones de Jake me parecían órdenes, supongo que eran
exactamente así como él quería que sonaran.
Me levanté de la silla y preferí callarme lo que pensaba. Caminé hasta la
puerta y salí de allí sin volver a abrir la boca.
La mayoría de las veces me daba rabia no soltar un comentario mordaz
que dejara a la otra persona parada. O mandarla directamente a la mierda.
Con todo, era una tontería plantearme aquello. Jamás podría enzarzarme en
ese tipo de contestaciones con Jake, me cortaría a la primera de cambio.
Además, yo no era del tipo de persona que hace algo así y, sobre todo,
siempre intentaba ver el lado bueno de la gente (aunque con Jake me
costara bastante). Mi parte más sensible no me permitía desearle nada malo
a nadie. ¡Pero si era de las que lloraban hasta con las noticias! Y,
francamente, dudaba mucho que Jake hubiera llorado alguna vez en su vida.
7. El vestido
Liz
Esa mañana salí a correr. Intentaba hacerlo a diario, aunque muchas veces,
y debido a mi extenuante horario laboral, me resultaba imposible.
Estuve todo el fin de semana sin moverme de mi apartamento. Me
centré en resolver unas cuantas cosas del trabajo que me tuvieron absorbido
bastantes horas.
Fue el domingo, mientras cenaba un bocadillo sentado frente a la tele,
cuando recibí un wasap de ella.
Liz: Dejo el trabajo.
¡Y una mierda!
Yo: No vas a hacerlo, y menos comportándote como una cobarde. Te
quiero mañana a primera hora en mi despacho.
A pesar de que llevaba todo el fin de semana esperando algo así por su
parte, no iba a consentir que un simple beso la hiciera actuar de esa manera.
Otra cosa que podría hacer era volver a mover hilos y que la aceptaran
en algún periódico o revista en los que yo mismo intervine para que no la
contrataran. No obstante, y por mucho que ese pensamiento me
sorprendiera, no me apetecía dejar de ver a Liz.
Tardó más de quince minutos en responderme.
Liz: Vale. Mañana hablamos.
Y tanto que lo haríamos, no pensaba dejar que un puñetero beso hiciera
que se aparatara de mí.
Hacía un buen rato que había abandonado el despacho de Jake, pero las
piernas continuaban temblándome. Debía reconocer que estaba orgullosa de
mí misma, hice lo que me proponía y había salido viva de sus garras.
Me metí en el metro pensando en lo que me había pasado ese fin de
semana y en lo surrealista que resultó todo. Aún me costaba creerlo.
El domingo me levanté temprano para acercarme a la casa de Tom y así
poder hacer guardia hasta la hora de comer, que era cuando realmente
habíamos quedado.
Me acerqué a su vivienda todo lo que las medidas de seguridad me
permitían, y, aunque me hubiera gustado estar más cerca, podía ver la
entrada de su casa, por lo que sabía si alguien entraba o salía de ella.
Tom no hizo acto de presencia en ningún momento y entendí que era
normal, ya que la noche anterior nos acostamos bastante tarde, porque
habíamos salido a cenar y nos quedamos hablando hasta bien entrada la
madrugada. Así que lo más probable era que estuviera durmiendo —algo
que me hubiera encantado estar haciendo a mí en esos momentos—.
Tom y yo comimos juntos el sábado, tal y como habíamos quedado la
noche del viernes, y como nos encontramos tan a gusto también nos vimos
para cenar e incluso quedamos ese mismo día para volver a comer. Iba a ser
un fin de semana completito.
Yo continuaba con los ojos cerrados, pero, en cuanto la puerta se cerró y los
agentes se marcharon, noté que Tom se movía a mi lado. Los abrí poco a
poco y vi cómo se levantaba del sillón y se ponía de cuclillas frente a mí.
—Liz, quiero que sepas que yo no tengo nada que ver con todo esto y
que siento que te hayas visto arrastrada así.
—Aún lo estoy asimilando. —Mi respiración era entrecortada y debía
hacer todo lo posible por serenarme o me acabaría dando un ataque de
ansiedad.
—Debes tranquilizarte, se te está acelerando la respiración. —Claro que
sí. Si fuera tan fácil, ya lo habría hecho desde hacía rato—. Espera un
momento aquí —me pidió.
No pude evitar sonreír, lo decía como si fuera capaz de ir a algún sitio;
aún no había podido ni moverme de la postura en la que me había quedado.
Minutos después, Tom regresó con un vaso que contenía una infusión.
—Es tila, a veces me va bien para relajarme. No es la panacea, pero
puede que te ayude. —Tom era tan mono.
—Gracias —susurré mientras me llevaba el vaso a la boca y daba un
pequeño sorbo.
—No hay de qué. Pero debes bebértela toda. —Pronunció las últimas
palabras como lo haría una madre con su hijo pequeño. Me enterneció.
Así que no me quedó más remedio que hacerle caso y apurar el vaso.
Cuando terminé, lo dejé sobre la mesita que había junto al sofá y me dirigí
al que a partir de ese momento sería mi pareja ficticia. Mi vida no hacía más
que complicarse.
—Tom, siento haberte espiado, pero es que Jake quería saber si tenías
algo que ver con los tejemanejes de tu representante y yo me encontraba sin
trabajo, así que no me quedó más remedio que aceptar lo que me ofrecía.
De verdad que lamento…
—No te preocupes, Liz, lo entiendo. Me han estado investigando y he
pasado una temporada muy mala, hasta que el FBI se dio cuenta de que yo
no estaba implicado. Y ahora sigo ahí, intentando sacar información para
ellos cuando lo único que quiero es que me dejen en paz de una vez.
—Un asco —aseveré arrugando el entrecejo.
—Sí, lo es. Y de verdad que siento que te veas inmersa tú también en
esto. Bastante habrás tenido ya con aguantar a Jake.
—Bueno, no ha estado tan mal —mentí.
—Ya, todos conocemos a Jake y la reputación que lo precede. Lo que
me lleva a preguntarte: ¿qué le vas a decir para dejar de espiarme? Los dos
sabemos que le cuesta aceptar una negativa y que no es precisamente una
persona fácil.
—Sí, ese es Jake. Me parece que voy a optar por contarle una verdad a
medias. Si tú y yo hacemos ver que empezamos a salir juntos, no tiene
sentido que te espíe. Creo que me conoce lo suficiente como para saber que
yo no haría una cosa así.
—No, supongo que no. —Tom se levantó—. Aún nos queda un buen
rato para salir a comer, será mejor que aprovechemos para hablar de lo que
haremos a partir de ahora. Tendremos que dejarnos ver juntos para que la
noticia parezca más real, ¿estás preparada para el circo que se va a montar?
Lo digo porque no se me ha relacionado con nadie desde que empecé a
jugar, tú ya sabes por qué. Pero los periodistas van a volverse locos por
conseguir una foto de los dos.
—Estupendo. Esto va a ser maravilloso —ironicé.
Ese fue el motivo por el que acababa de decirle a Jake que salía con Tom,
aunque debo reconocer que el beso del viernes resultó muy adecuado
porque parecía que me había acobardado y que estaba huyendo de él. Cosa
que tampoco habría sido tan descabellada, pues ese beso aún me tenía
desconcertada.
Me disponía a salir del metro cuando sonó mi móvil.
Jake: No pienses, ni por un momento, que esto va a quedar así.
A pesar de todo sonreí. Contaba con ello.
13. ¿Qué tipo de mujer se supone que soy?
Liz
En cuanto metí el teléfono en el bolso, Tom me hizo una perdida, así que
bajé a la calle para ir a cenar con él.
Llevábamos un rato en el restaurante, ya nos habían servido el primer
plato —que, por cierto, estaba delicioso— cuando Tom habló.
—Liz, ahora que estamos un poco tranquilos me gustaría hacerte una
pregunta. Es un tanto personal y entendería que no quisieras responderme.
—El pobre parecía apurado.
—Adelante, Tom. Yo sé casi todo lo que sientes y lo que pasa con Daisy,
así que…
—¿Qué hay entre Jake y tú?
Nunca hubiera esperado que me preguntara algo así. No sé qué tipo de
pregunta me imaginaba que me haría, pero desde luego no una en la que se
pronunciara el nombre de Jake. Y era la segunda vez, en la misma noche,
que me preguntaban por él.
No entendí qué clase de impulso me llevó a besar a Jake de esa manera.
Yo no era precisamente una persona espontánea ni atrevida, por ese motivo
cada vez que lo recordaba acababa ruborizándome. Aunque, tal vez, el
sonrojo no se debía solo a la vergüenza y también tenía algo que ver con
todo lo que me hizo sentir ese momento de intimidad con él.
Por primera vez en mi vida me dejé llevar por lo que me apetecía y
sentía en ese momento y la sensación que experimenté me gustó casi tanto
como el beso en sí.
Volví a centrarme en la pregunta de Tom y me dispuse a responderle.
—No sé por qué lo dices, ¿has notado algo? —Me había dejado un poco
descolocada.
—Algo en concreto no, es un compendio de actitudes. Normalmente soy
bastante observador y se me da bien detectar ese tipo de cosas.
—Emmm… —Esa era yo intentando dar una explicación cuando me
quedaba sin palabras.
—Liz, no quiero que me cuentes nada si no te apetece. Entiendo que la
pregunta ha estado fuera de lugar.
—En realidad hay poco que contar. —Un beso no era nada destacable
para tener en cuenta, y menos para alguien como Jake, por lo que yo
tampoco iba a darle mayor importancia. Claro que eso pasaría cuando
lograra sacarlo de mi cabeza.
—Me alegra oír tu aclaración. Yo solo te lo preguntaba porque quería
advertirte de que fueras con cuidado con él. Jake es uno de los tíos más
duros y fríos con los que me he cruzado a lo largo de mi vida, y tú eres tan
dulce y tan…
—Ingenua; puedes decirlo, no va a sentarme mal. —Aunque debía
reconocer que empezaba a molestarme.
—Te repito que ser ingenua no es nada malo.
—No, no lo es, pero todo mi alrededor actúa como si tuviera que
protegerme de algo, como si en cualquier momento fuera a romperme…
Empiezo a cansarme.
En realidad, me había dado cuenta de que llevaba tiempo agobiada por
que la gente de mi alrededor actuara de esa manera conmigo.
—Yo no deseo protegerte, es tu vida y puedes hacer con ella lo que te
plazca, solo intento advertirte de que vayas con cuidado con él.
—Gracias.
Los últimos días habíamos pasado muchas horas juntos y empezaba a
conocer bien a Tom, por eso sus palabras no me sentaron mal. Sabía que las
decía desde el cariño y también tenía claro que no eran ciertas y que, en
cuanto se presentara la más mínima oportunidad, él no haría otra cosa que
protegerme; era así y no podía evitarlo, y encima me veía a mí como a
alguien frágil.
Terminamos de cenar hablando un poco de todo, con Tom me resultaba
fácil mantener una conversación normal sin atrabancarme al hablar y sin
parecer tonta.
Salimos del restaurante cogidos de la mano. Por la hora que era
pensamos que podríamos ir hasta mi casa dando un paseo. No había
periodistas a la vista, pero si quedaba alguno tampoco sería un problema, ya
que eso era precisamente lo que andábamos buscando: fotos de nosotros
juntos para hacer más creíble nuestra coartada.
Al llegar al portal, tal y como habíamos acordado, me dio un suave beso
en la boca y después subimos en silencio hasta mi casa.
Aquiles se abalanzó sobre él en cuanto abrí la puerta y empezó a
morderle el pantalón. Nos costó un rato poder apartarlo. Mi mascota era
muy pequeñita, pero matona. Completamente diferente a su dueña.
En cuanto pudimos sentarnos en el sillón, Tom me habló.
—Perdóname, Liz —susurró agarrando mi mano. Empezaba a conocerlo
tan bien que sabía el motivo exacto por el que me pedía disculpas.
—Tom, en serio, no le des más vueltas, sabíamos que deberíamos
besarnos si queríamos que nos creyeran. Y ha sido un besito sin
importancia. —Que, por cierto, me había dejado absolutamente igual, no
como el que le di a Jake… Era incapaz de sacarme ese beso de la cabeza.
Algo absurdo, porque tenía claro que para él no había significado nada.
—Ya, pero me sabe tan mal... —volvió a lamentarse.
—Jolín, Tom, ni que fuera una virgen del siglo pasado.
—No, no es eso…
—Pues deja de tratarme como si lo fuera —repliqué un poco a la
defensiva.
—De acuerdo, pero es que no me gusta que tengas que aguantar todo
esto y que debas besarme sin que tú quieras hacerlo —contestó angustiado.
—Tampoco creo que a ti te entusiasme la idea. Además, te aseguro que
no es tan malo. —Sonreí intentando quitarle hierro al asunto, para que Tom
se quedara tranquilo y porque la realidad era que a mí no me molestaba; no
sentía nada, pero no era desagradable.
—Gracias, Liz.
—No tienes que dármelas. Anda, sírvete algo, quítate la corbata y
despéinate un poco. Si queremos que crean que entre nosotros hay pasión,
debemos ponérselo fácil.
Tom se marchó un par de horas después. Nos pusimos a ver una
película, pero él se quedó dormido casi al principio. No era para menos,
resultó ser aburridísima; a mí me costó mantenerme despierta hasta el final.
Una hora después de que saliéramos, el taxi paraba frente al portal de Liz.
Los dos bajamos y yo le di una buena propina al taxista, ya que nos había
esperado hasta que terminamos en casa de Ava y nos había llevado a un
sitio donde comprar las medicinas del perro.
Al final, el chucho parecía que no tenía nada roto y lo único que Liz
debería hacer era darle unas pastillas e intentar que no moviera mucho la
pata.
—Muchas gracias, Jake. Si no llegas a venir, no hubiera sabido qué
hacer.
—Ya me has dado las gracias por lo menos siete veces, creo que es
suficiente. —Mis palabras salieron algo secas, pero es que no quería que
Liz me lo agradeciera más. Me había conformado con la cara que puso
cuando le dijeron que Aquiles no tenía nada.
—Jake, por la manera en la que Ava nos ha recibido… me ha hecho
pensar que… ¿ella y tú…? —Supe lo que quería preguntar antes de que
terminara de hablar.
—Nos acostamos hace tiempo, sí. —Tenía claro que Liz quería saber si
entre Ava y yo había algún tipo de relación sentimental. Esa chica aún no
había entendido que yo no salía con mujeres; solo me acostaba con ellas.
—Bueno, tampoco necesitaba tanto detalle.
Solté una carcajada, porque si a eso le llamaba entrar en detalle…
—Ay, Liz, sigo sin entender cómo has sobrevivido en esta ciudad tantos
años.
Esa noche Tom y yo teníamos que volver a asistir a una fiesta en casa de su
antiguo representante. Iba a ser un poco diferente y mucho más íntima,
apenas dos docenas de invitados. El FBI esperaba que después de un par de
copas, y con lo reducido de las personas que estaríamos allí, Michael soltara
algo que les sirviera para pillarlo.
Nos habían invitado a Tom y a mí porque este debía hablar de su nuevo
contrato. El FBI había querido ir un paso más allá e intentar que Tom
firmara con él para ver si de esa manera conseguíamos sonsacarle algo. Y
por lo visto Michael prefería hacerlo en mitad de una fiesta que a solas en
su despacho.
Sabía que Jake iba a acudir, sobre todo porque me lo había dicho él
mismo hacía dos noches. No estaba segura de que me entusiasmara mucho
verlo allí, y menos cuando yo iría con Tom.
Aún estaba asimilando la manera en la que se comportó cuando me llevó
a que curaran a Aquiles. No fue solo el hecho de que me ayudara, fue su
forma de tratarme: tan atento, tan tierno… Era verdad que las últimas veces
que nos habíamos visto no parecía el tipo frío del principio, pero nunca
imaginé que podría llegar a ser así.
Sonreí al acordarme de cómo lo miraba Ava aquella noche. Cuando le
pregunté a Jake si había tenido algo con ella fue por puro trámite, estaba
más que claro, sobre todo por la forma en la que lo recibió y la cara que se
le quedó cuando me vio con él. Era un hecho que Jake iba dejando mujeres
enfadadas a su paso. Intentaría recordarlo por si alguna vez mi cabeza me
jugaba malas pasadas y barajaba cosas que no podían ser.
Aunque la realidad era que continuaba sin entender el motivo por el cual
Jake venía a mi casa todas las noches que yo no salía con Tom. Imaginaba
que mi compañía le resultaba cómoda, y no lo digo por ser pedante,
simplemente era que yo no le suponía una amenaza ni un desafío ni nada
con lo que él tuviera que mantenerse alerta, así que, en mi presencia, podía
relajarse.
Por lo poquísimo que habíamos hablado de su infancia, deduje que no
debió de tener una vida precisamente fácil. Era bastante reacio a hablar de
ella y, cuando el tema salía, cortaba la conversación rápidamente.
Comprendí que para Jake me había convertido en algo así como en una
amiga, y estaba bien, pero es que yo no podía evitar sentirme atraída por él.
No era un sentimiento profundo, no. Era una atracción física sin más. Yo
jamás me había acostado con un hombre sin antes haber salido con él.
Bueno…, solo me había acostado con dos y fueron mis parejas durante
bastante tiempo. Con esto no quiero decir que no esté a favor del sexo sin
sentimientos o de acostarse con un tío de una noche, es simplemente que a
mí los hombres no me ven así y nunca se me había presentado la ocasión.
Yo era más el tipo de chica a la que se acercan a hablar, quieren proteger o
prefieren como amiga. Jamás he despertado pasiones allá por donde pasaba.
Y por lo visto seguiría siendo así, porque Jake no mostraba el más
mínimo interés hacia mí más allá de pasar alguna noche conmigo cenando y
viendo la tele.
Durante aquella semana quedé cada noche con Tom, exceptuando la del
jueves, día que, como venía siendo habitual cuando me encontraba sola,
Jake vino a verme.
Me había mandado wasaps cada día para saber si Tom vendría o no a mi
casa, y se había quejado encarecidamente cada vez que le contestaba de
manera afirmativa, como si mi pareja fuera él.
Acababa de meter una pizza en el horno cuando llamaron al timbre. Me
hubiera gustado cambiarme; ponerme un pantalón largo y de paso peinarme
un poco, pero abrí sin hacer nada de eso. Total, Jake ya me había visto con
mis mejores galas (ironía total).
Lo esperé en el umbral de la puerta y lo observé mientras avanzaba
hacia mí. Llevaba una botella de vino en la mano y parecía cansado.
—¿Un día duro? —pregunté.
—No lo sabes bien. No sé cuándo llegará el día en el que los niñatos a
los que represento dejen de meterse en líos.
—No llegará —afirmé.
—Vaya, muchas gracias.
—Es verdad; cuando por fin se reforman un poco, se retiran. Además,
no te quejes, que tú sabías muy bien dónde te metías y los dos tenemos muy
claro que te encanta.
—En eso llevas razón. Me encanta mi trabajo, pero odio tener que hacer
de niñera de un puñado de tíos hechos y derechos.
—Siempre la tengo. Y no intentes engañarme, que eso tampoco te
disgusta tanto, te encanta que dependan de ti y tener el control sobre ellos.
—Me había percatado en más de una ocasión de que a Jake le
entusiasmaban todas las partes de su trabajo.
—Lo que eres es una listilla —contestó dándome un pequeño toque con
el dedo en la nariz.
—Eso también —dije sonriendo y cerrando la puerta tras él.
Jake se agachó para acariciar a Aquiles. Era curioso, pero Tom jamás
hacía caso a mi mascota. Sin embargo, el frío y distante de Jake siempre se
tomaba unos segundos para saludar a mi perro y, cuando nos sentábamos a
ver una peli, este se acurrucaba a su lado, porque sabía que él lo acariciaría
casi hasta que acabara.
—Por cierto, ya era hora de que la lapa de Tom te dejara una noche libre
—alegó frunciendo el ceño.
—No empieces, Jake…
—Es la verdad, no te imaginas lo larguísima que se me ha hecho la
semana sin poder verte ni un solo día. —Creo que fue en ese preciso
instante cuando Jake se percató de lo que acababa de decir, quizá tuvo algo
que ver la manera en que lo miré—. Ver películas en soledad es un
aburrimiento —se excusó.
—Sí, lo sé —afirmé, y decidí cambiar de tema porque sus últimas
palabras me habían inquietado—. Anda, acompáñame a la cocina y pon la
mesa.
—Sí, señora —dijo mientras se cuadraba.
Nos sentamos a comer mientras comentábamos una de las escenas de la
última película que vimos juntos. Cuando el tema no dio para más, no
puede evitar soltar una pregunta que no venía a cuento y de la que me
arrepentí en cuanto salió de mi boca.
—¿Qué tal te fue con Barbie Malibú?
—¿Perdona? —A él le faltó poco para escupir el vino.
—Con tu acompañante de la fiesta del otro día.
Jake soltó una enorme carcajada en cuanto se percató de quién le
hablaba.
—Ay, Liz, lo que me río contigo —declaró en cuanto se le pasó.
Fenomenal, me había convertido en un puñetero bufón.
—No querrás que te explique los detalles de lo que hicimos esa noche,
¿verdad? —preguntó, socarrón.
—¡Claro que no! Solo te preguntaba para saber qué tal te iba la relación
con ella.
—¿Qué relación, Liz? Yo no quedo con mujeres más de dos veces. Así
que, como comprenderás, no tengo novias, ni parejas, ni relaciones... —Las
últimas palabras pareció escupirlas.
—Conmigo sí lo haces; quedar, quiero decir —afirmé, levantando la
cabeza y mirándolo a los ojos.
—Contigo es diferente. Básicamente porque no nos acostamos, ya que
tú has decidido hacerlo con otra persona.
Mi estómago se contrajo, no por lo que Jake había dicho, sino por lo que
insinuó. ¿Quería decir con eso que, si yo no estuviera con Tom, él querría
acostarse conmigo? ¡Joder! Es que yo no estaba saliendo con Tom, solo que
eso no podía decírselo a él.
—Lo que me lleva a preguntar, ¿qué tal te va con él?
Jake apoyó los codos en la mesa y se acercó a mí. Me intimidó tanto su
mirada que tuve que contenerme para no apartarme. Intenté ordenar mis
pensamientos, debía responder pareciendo convencida de lo que decía.
—Bien.
—¿Bien a secas? ¿Eso qué quiere decir?
—Que nos va bien; este fin de semana me marcho con él, a su pueblo, a
conocer a su familia.
—Vaya… ¿Así que vais en serio?
—Eso parece —mentí.
—Y dime, Liz, ¿ya te has acostado con él? Porque no pareces el tipo de
persona que salta de cama en cama.
—Ya estamos otra vez con el tipo de mujer que parezco, estoy tan
cansada de eso…
—No me malinterpretes. No estoy descalificando ninguna de las dos
cosas, yo mismo salto de cama en cama con asiduidad, así que no se me
ocurriría juzgarlo. Pero, corrígeme si me equivoco, tú no pareces de ese tipo
de personas.
—Eso no te importa. —Me sorprendió lo firmes que sonaron mis
palabras—. Y Tom es mi pareja, así que, en teoría, solo salto en su cama. —
Pero ¿por qué me liaba dando explicaciones?
—Tienes razón, perdona. —Se calló hasta que analizó mis palabras—.
¿Qué quieres decir con «en teoría»?
Me reprendí mentalmente por haber elegido esas palabras.
—Que no lo he hecho. —¡¿Qué?! Pero ¿por qué le contestaba?
—Ya me parecía a mí. La mayoría del tiempo estás tan tensa…
Esta vez sí fui capaz de callarme y no le respondí que era él quien me
hacía estar tensa.
—¿Esperas un momento especial o algo así? —preguntó alzando una
ceja y con una sonrisa de lo más enigmática.
—No, aunque supongo que este fin de semana en su casa… —Dios mío,
que alguien me tapara con un esparadrapo la boca, por favor.
—Estupendo —dijo mientras se ponía de pie.
—¿A dónde vas? —pregunté desconcertada.
—Voy a marcharme a mi casa.
—Pero si no hemos visto la película…
—Estoy cansado y prefiero dormir. Gracias por la cena, Liz.
Lo acompañé a la puerta en silencio. Parecía como si algo se hubiera
enrarecido entre nosotros, y no lograba comprender el qué.
—Nos vemos la próxima semana —susurró Jake acercándose a mí.
Pasó su mano por mi nuca en una sutil caricia que hizo que me
estremeciera. Con la otra me agarró por la cintura y me pegó a él. Cuando
sus labios casi habían llegado a mi mejilla se desvió y los posó justo debajo
de mi oreja. Fue bajando hasta mi clavícula, dejando un reguero de besos y
fuego a su paso. No pude controlarme y un suave jadeo salió de mi garganta
haciendo que Jake se apartara violentamente de mí. Me tambaleé cuando
me soltó, y al mirarlo a los ojos me percaté de que estaba tan sorprendido
como yo.
Se dio la vuelta sin decir nada. Al cerrar la puerta me dejé caer en ella
buscando apoyo. Las piernas me temblaban tanto que acabé sentada en el
suelo.
Intenté respirar con normalidad y reorganizar todo lo que pasaba por mi
cabeza. No lograba comprender qué le había pasado a Jake para hacer algo
así. Estaba claro que yo no le atraía.
Pasados unos minutos me levanté y decidí dejar de darle vueltas al
asunto. Lo más probable era que Jake hiciera eso con frecuencia y que yo le
estuviera dando una importancia de la que carecía. Así que me dirigí a mi
habitación y, como aún no era demasiado tarde, me puse a sacar algunas de
las cosas que metería en la maleta al día siguiente. Lo hice más que nada
por mantener la cabeza ocupada y dejar de pensar en Jake y en su boca
recorriendo mi cuello.
22. Celos
Jake
La casa de Tom resultó ser una preciosa granja reformada, mucho más
bonita y grande que la original. El propio Tom me había contado que
cuando empezó a ganar dinero les propuso a sus padres compararles una
casa mejor, pero que estos se negaron, ya que la suya había pertenecido a su
familia desde hacía varias generaciones. Así que lo que hizo Tom fue
reformarla y ampliarla, y el resultado era maravilloso.
Antes de cenar, Tom y yo decidimos salir a dar una vuelta. Él decía que
en su pueblo, como lo conocían desde siempre, continuaban tratándolo
como a una persona normal y podía pasear sin que lo molestaran
demasiado.
El pueblo de Tom era bastante parecido al mío, o por lo menos a mí me
dio esa sensación mientras recorríamos sus calles. Aunque debo reconocer
que el mío era aún más pequeño.
Lo hacíamos de manera mecánica, pero cuando Tom y yo estábamos
cerca, nuestras manos se unían casi por inercia. Por eso no me costó notar el
momento exacto en el que él se tensaba. Me giré a mirarlo para preguntarle
qué le pasaba, pero tenía la vista clavada al frente, así que yo también
desvié la mía en esa dirección para encontrarme con una muchacha menuda
con unos rasgos tan anodinos que jamás hubieran llamado mi atención.
—Hola, Daisy —susurró Tom cuando estuvo frente a ella, y yo tuve que
cerrar la boca porque no podía creerme que esa chica fuera Daisy.
Entendedme, que yo no soy nada del otro mundo, pero cada vez que
Tom hablaba de ella lo hacía de una manera…, casi con reverencia y con
tanta admiración que yo me había formado una imagen que nada tenía que
ver con la realidad.
Mi amigo siempre se mostraba tan inseguro al nombrarla que la
imaginé… diferente. No quiero sonar superficial (y sé que lo haré), pero es
que Tom era un hombre muy muy atractivo y un famoso jugador de la
NBA, y al hablar de Daisy parecía inseguro y poca cosa. Aunque también
debía reconocer que él siempre se sintió inferior a ella por su inteligencia y
no por su aspecto físico. Me entraron ganas de golpearme a mí misma por
tener esa mierda de pensamientos. En lugar de hacer eso, me centré en
Daisy y le sonreí con cordialidad.
—Hola, Tom. ¿Qué tal? —preguntó ella mirando a Tom y sonrojándose
ligeramente.
—Bien, Daisy. ¿Y tú?
Madre mía, o esos dos espabilaban o lo tenían difícil, porque parecían
dos conocidos que se encontraban por la calle después de un tiempo, y yo
sabía por Tom que tenían un trato muy cercano entre ellos.
—También bien, he venido a comprar unas cosas y a airearme un poco
—respondió Daisy mirando a su alrededor como si quisiera escapar.
—Genial, me alegro mucho de verte.
De verdad, menuda conversación de besugos. Estaba convencida de que
les apetecía estar juntos porque ninguno de los dos se había movido del
sitio, a pesar de que las últimas frases sonaron a despedida. Sin embargo, ni
uno ni otro proponía nada. Apreté ligeramente la mano de Tom para que
reaccionara.
—Mira, Daisy, ella es Liz, mi… mi novia. —A nadie se nos pasó por
alto cómo Tom titubeó al decir quién era yo. No me extrañó, la situación era
bastante violenta.
—Encantada —saludé.
—Igualmente. Ya os había visto en la prensa. Parece que los periodistas
os adoran, porque estáis en todos sitios. —Y lo dijo con tanto retintín… que
no pude evitar sonreír para mis adentros.
Pensé con rapidez. Tom no vería a Daisy hasta que volviera al pueblo y,
aunque lo hacía con bastante asiduidad, esa era una buena oportunidad para
que pasaran un rato juntos.
—Tom, voy a ir un momento a comprar unas cosas que necesito, ¿por
qué no invitas a Daisy a un café? Yo tardaré un rato y si vienes conmigo
tendré que oírte protestar todo el tiempo —manifesté mientras me separaba
de él.
—Qué raro. Tom siempre ha sido muy paciente —alegó Daisy
defendiéndolo, y yo sonreí abiertamente.
—Sí, tienes razón, pero voy mucho más tranquila yo sola —rebatí
dándome la vuelta y continuando con mi mentira, porque las veces que Tom
me había acompañado a comprarme un vestido tuvo mucho más aguante él
que yo.
Me marché de allí antes de que ninguno de los dos volviera a abrir la
boca. Caminé en dirección a una tienda, pero en cuanto los vi entrar en una
cafetería me desvié y anduve un rato por los alrededores hasta que encontré
un pequeño parque con césped y un precioso árbol. Decidí sentarme un rato
allí.
Saqué el móvil y volví a leer el último mensaje que Jake me había
escrito. Suspiré. No sé qué leches esperaba, ya sabía que para él unos pocos
besos, en una parte del cuerpo tan intrascendente como el cuello, no
representarían nada. Pero es que el mensaje tenía tela…
Decidí contestarle, puesto que no lo había hecho hasta el momento y
estaba tremendamente aburrida.
Yo: Hola, Jake. ¿Sabes qué?, continúo estando tensa…
Jamás le habría enviado un mensaje así a nadie que no hubiera sido
Jake. Con él era diferente, no me sentía cohibida; es decir, al principio Jake
me intimidaba, sin embargo, había dejado de hacerlo y lo que me sorprendía
era que no me daba vergüenza hablar de según qué temas con él, como
normalmente me pasaba con el resto de los hombres. Tal vez se trataba de
que sabía que Jake no sentía por mí la más mínima atracción y me veía libre
de decir y de hacer lo que me viniera en gana.
Tardó unos instantes en contestar.
Jake: No entiendo en qué demonios está pensando Tom. Yo no te dejaría
ni deshacer la maleta, te encerraría en mi habitación nada más llegar y no te
habría dejado salir de ella en todo el fin de semana.
Se me cayó el móvil de las manos. Cuando lo recogí volví a leer el
mensaje. Quizá Jake me había escrito, de manera mecánica, lo que les ponía
a todas. No pensaba dejar que eso me alterara. Respiré hondo e intenté
serenarme.
Yo: Pues ahora mismo está tomando café con otra.
De eso sí me arrepentí, porque Tom y yo debíamos dar la imagen de
pareja estable y no dejar que nadie, ni siquiera Jake, sospechara de nuestra
coartada.
Jake: Menudo idiota. No tenías que haberte ido. Podríamos haber visto
esa película que tanto te apetecía… y continuar donde lo dejamos el último
día.
No, no podía estar hablando de los besos en el cuello, seguro que lo
estaba interpretando mal. Jake no decía esas cosas y mucho menos sentía
ese tipo de interés hacia mí.
Levanté la cabeza y vi a Tom mirando para todos lados. Seguramente
me estaba buscando, así que me puse en pie y me despedí de Jake.
Yo: Jake, tengo que dejarte. Hablamos.
Jake: Ok.
Me dirigí hacia Tom a paso ligero. Sentía curiosidad por saber qué había
pasado con Daisy. Aunque solo tuve que llegar hasta donde él estaba y
contemplar la enorme sonrisa que lucía para saber que había ido bien.
—¿Qué tal? —pregunté igualmente.
—¿Sabes? Creo que tienes razón, me parece que Daisy está celosa.
—Eso está clarísimo. Solo hay que percibir el tono con el que habla
cuando se refiere a nosotros.
—Sí, me he dado cuenta. Lo malo es que yo también lo estoy. —Y lo
dijo con tal cara de pena que no pude evitar sonreír.
—¿De veras? Pues sí que ha dado de sí un café. Anda, cuéntamelo todo
mientras volvemos a tu casa.
24. Físico y mente
Daisy
Tierra, trágame. De todos los sitios donde podía salir a pasear, decido
hacerlo donde están ellos. No se trataba de que mi pueblo fuera enorme,
pero ya era casualidad…
Llevaba semanas durmiendo poco y mal. Ver la imagen de Tom con ella
por todos lados estaba minando mi salud mental. Y por si eso no fuera
suficiente, voy y me los encuentro como la parejita feliz, agarraditos de la
mano y sonriéndose como si no existiera nadie más que ellos dos. A ver
cómo conseguía borrar esa imagen de mi cabeza.
Tom y yo nos conocíamos desde siempre y llevaba enamorada de él
tantos años que ya ni me acordaba de cómo ni de cuándo sucedió. En la
parte romántica de mi cerebro (esa que no funcionaba demasiado bien),
siempre imaginé que acabaríamos juntos. Sin embargo, cuando Tom se
marchó a jugar en la NBA empecé a darme cuenta de que eso no sería
posible.
No era precisamente tonta y sabía todo lo que rodeaba a un famoso.
Pensé que rápidamente empezarían a relacionarlo con modelos o actrices
tan conocidas como él, pero hasta ese momento Tom se mostró muy
discreto con su vida privada y no salió ni una foto de él con nadie. Aunque,
por mucho que a mí me tranquilizara, eso no quería decir que no mantuviera
relaciones con diferentes mujeres.
Me sentía como una completa ingenua porque siempre tuve la sensación
de que Tom estaba, de alguna manera, interesado en mí. Venía al pueblo con
bastante asiduidad y siempre quedábamos para vernos y nos llamábamos a
menudo. Sin embargo, él jamás me insinuó nada y en esos momentos tenía
una novia que era una muñequita rubia, muy parecida al prototipo de mujer
con la que se relacionaba a todos los jugadores, porque, desde luego, no
había visto a ninguno salir con alguien como yo.
Nunca me preocupó mi aspecto físico, era una mujer práctica que
intentaba ir cómoda y a la que le inquietaba más formarse intelectualmente
que ir a la última moda. Hubo un tiempo en el que pensé que a Tom
también le gustaba esa parte de mí, pero estaba claro que me equivoqué,
porque había elegido a la rubia guapa.
Me paré frente a ellos y no despegué los ojos de Tom. Siempre había
sido muy atractivo, pero lo que a mí más me gustaba de él era lo empático
que se mostraba. Más de una vez, cuando íbamos al colegio, me defendió de
los matones de turno, porque yo parecía la típica empollona y él era el chico
popular, si bien nunca se lo creyó, jamás se le subió a la cabeza. Me
atrevería a asegurar que incluso en esos momentos, siendo como era una
estrella de la NBA, continuaba manteniendo los pies en el suelo.
Tom, además de todo eso, también era una de las personas más íntegras
y buenas que conocía.
En fin…, que podéis haceros una idea de lo jodida que me encontraba
cuando no me quedó más remedio que pararme ante ellos. Porque ese día el
karma no estaba de mi parte y tuve que encontrármelos de frente, sin tener
opción a huir hacia ningún sitio sin ser vista.
Aparté un instante la mirada de Tom para posarla en su pareja, me fijé
detenidamente en ella. Era verdad que no se trataba, como me había
parecido a simple vista, de la típica modelo que solía acompañar a los
jugadores. No era tan alta ni delgada —en realidad era más bien bajita—,
pero tenía una cara preciosa; una mezcla de ingenuidad y picardía. Podía
entender muy bien lo que Tom había visto en ella.
Después de intercambiar unas cuantas frases de cortesía, pensaba irme
de allí lo más rápido posible, pero me resultó imposible porque Liz me dejó
a solas con él. Me sorprendió que se marchara así, debía de estar muy
segura de sí misma para dejar a su novio, tomando café, con otra mujer.
Eso, o que yo no suponía la más mínima amenaza para ella, que sería lo
más probable.
—¿Qué tal estás, Daisy?
Tom fue el primero en romper el silencio. Lo hizo justo cuando llegaron
nuestros cafés. Nunca me había sentido incómoda con él. La ausencia de
palabras la cubríamos con miradas y gestos de dos personas que se conocen
bien y que se entienden mejor.
—Bien, Tom, pero claramente tú lo estás más —manifesté, quizá
demasiado seca.
—Supongo que no puedo quejarme —respondió él alzando los hombros,
pero sin mirarme a la cara.
—No, no puedes. Liz parece agradable y, además, es muy guapa.
Siempre te imaginé con alguien así.
—¿Así cómo? —indagó.
—Liz es bonita sin resultar despampanante —aclaré.
—¿Me estás diciendo que no me pega salir con modelos?
—No es eso exactamente, no voy a subir más aún tu ego diciéndote lo
guapo que eres…; sin embargo, no te imagino saliendo con una modelo, no
sé por qué.
—¿Así que soy guapo? —La sonrisa que acompañó a esa pregunta casi
me deja sin palabras, pero reaccioné rápido, antes de que Tom notara nada.
—No te hagas el tonto conmigo, que nos conocemos desde hace
demasiado. Tú sabes que eres guapo de la misma manera que yo tengo claro
que soy inteligente. —Algo en el semblante de Tom se ensombreció ante
esa aclaración.
—Sí, supongo que sí. —Su voz sonó demasiado abatida para mi gusto,
así que continué hablando.
—¿Ya se la has presentado a tus padres? —Quise sonar indiferente,
aunque tuve claro que no lo conseguí.
—Hemos pasado un momento por allí para dejar las maletas.
—Tu madre tenía muchas ganas de que tuvieras pareja, así que estará
contenta.
—En realidad, mi madre lo que quería era que tú fueras mi pareja. —
Supuse que no lo había dicho con esa intención, pero me dolió. Aquel
comentario me hizo daño porque era algo que no iba a suceder, Tom había
ido allí con su novia y yo debía empezar a sacármelo de la cabeza y del
corazón.
—Está claro que no se puede tener todo en la vida —dije pensando en él
y en mí.
—Hay algunas cosas que no son tan difíciles, por mucho que nos
empeñemos en ello. —Tom clavó su mirada en mí y yo la bajé para darle un
trago a mi café, que ya estaba frío.
No entendí a qué se refería, pero quería irme ya. Liz lo estaría esperando
y yo tenía ganas de estar sola.
—Tengo que marcharme, Tom. He quedado con un compañero de
trabajo —me excusé.
—¿Qué compañero? —preguntó alzando la vista de su taza de café.
—No lo conoces, lo han fichado de otro pueblo. El tío es un genio —
aseguré con admiración.
—Pues como tú —me halagó—. Entonces, te llevarás de maravilla con
él.
—Sí —mentí, porque la mayoría de mis compañeros de profesión me
parecían pedantes y presuntuosos.
Me levanté cogiendo mi bolso y me acerqué a Tom para despedirme.
—Hablamos esta semana —anunció, aunque me sonó, casi, como una
orden.
Hablar con tanta asiduidad no me parecía buena idea, él tenía novia y lo
único que conseguía con eso era hacerme más daño. Por ese motivo cuando
me enteré de la noticia dejé de responder a sus llamadas, si bien con los días
acabé por cogerle el teléfono, me negaba a alejarme tanto de él.
—De acuerdo —asentí.
Tom me dio dos besos demasiado cerca de la comisura de los labios y yo
no pude dejar de sonreír en mucho rato.
25. Las ganas
Liz
Esa noche, cuando salí a cenar con Tom, estuve totalmente dispersa, y eso
que fuimos a un local precioso que había en un pueblo cercano. Se trataba
de una granja rehabilitada —algo bastante común, por lo que había podido
ver—, pero lo habían hecho con tanto gusto que el resultado era
espectacular.
En cuanto nos sirvieron el vino le di un trago enorme a mi copa.
—Vaya, ¿no tienes un buen día? —Y lo dijo con una preocupación tan
sincera que me enterneció—. Ya sé que mis padres pueden resultar algo
absorbentes, pero no los visito todo lo que quisiera. Aunque, si te has
sentido incomoda con algo, solo tienes que…
—No, no, Tom. Tus padres son encantadores, no se trata de eso.
—Entonces, ¿qué es lo que te hace sentir mal?
—En realidad, no me siento mal.
Volví a darle otro trago a mi copa y seguidamente le expliqué todo lo
que Jake me había dicho esa misma tarde.
—Es muy extraño su comportamiento. Jake no es precisamente de los
que coquetean. Ni le hace falta ni quiere nada tan serio como para tener, ni
siquiera, que tontear. Es tan insensible que no le pega nada.
Me piqué ante sus palabras, así que intenté calmarme un poco antes de
contestarle en un tono que no fuera el apropiado, ya que lo único que Tom
estaba haciendo era preocuparse por mí.
—No es tan frío como parece —lo defendí.
—Vamos, Liz… En mi mundo es un mito, no hay representante que se
le asemeje. ¡Pero si lo llaman el Depredador! Hay jugadores que cuando
hablan de él tiemblan, y te hablo de tíos grandes como torres.
—A mí no me da el menor miedo —respondí con presunción.
—Le has perdido el miedo, y te aseguro que no es bueno, porque lo que
está haciendo Jake contigo es lo que hace un león con un ratón antes de
comérselo. Además, reconocerás que al principio te daba pavor.
—Sí, pero dejó de dármelo en cuanto lo conocí mejor. —Sabía que me
estaba poniendo a la defensiva, pero es que cada vez me gustaban menos las
palabras de Tom. Eso sin contar que lo que hacía un león con un ratón antes
de comérselo era jugar con él, y no podía dejar de imaginarme a Jake
haciendo algo así antes de comerme. Carraspeé para intentar serenarme. Me
daba la sensación de que me había pasado con el vino, me lo había tomado
demasiado rápido.
—Ya, y es precisamente eso lo que no me gusta nada —soltó Tom con
seriedad.
—¿El qué? —Se me fue el hilo de la conversación en cuanto pensé en
Jake.
—Que le hayas perdido el miedo. Y que te muestres así con él. La
verdad es que lo que no me hace ni puñetera gracia es que Jake vaya detrás
de ti —confesó.
—¿Por qué? —pregunté un poco desconcertada.
—Primero, porque debemos hacer creer que somos pareja y no nos
ayuda que él entre y salga de tu casa. Y segundo, porque, y no quiero que te
ofendas, Jake es el típico tío que podría dejarte destrozada.
—No voy a enamorarme de Jake, no soy tan estúpida, pero…
—Pero ¿qué?
—No me importaría acostarme con él —susurré muy muy bajito.
—¿Tú te estás oyendo? Liz, él no te conviene, no es el tipo de hombre
con el que tú estás acostumbrada a salir…
—¿Y qué sabrás tú cómo son los hombres con los que salgo? —En ese
punto ya estaba mosqueada.
—Sé que no se parecen en nada a Jake. —Ahí tuve que callar porque lo
había clavado, aunque me negaba a pensar que yo estaba predestinada a
mantener relaciones solo con un tipo de hombre, además de que nadie
estaba hablando de mantener una relación con él.
—En realidad, no he dicho en ningún momento que quiera salir con
Jake, solo he asegurado que quería acostarme con él. —Verbalicé mis
pensamientos porque me estaba dando rabia que Tom diera por sentado que
yo era tan ingenua como para creer que Jake querría salir conmigo.
—Es que tampoco veo clara esa parte —alegó Tom tocándose el pelo
con incomodidad.
—La cuestión aquí es que me da exactamente igual lo que tú creas. Es
mi vida y no te incumbe.
—Tienes razón. —Tom bajó la voz y a mí me supo mal haberle hablado
así.
—Yo te he apoyado desde el principio con Daisy… —murmuré.
—Sabes que no es lo mismo, Liz. Me gustaría estar equivocado, pero
esto no va a salir bien, lo veo venir. Si fuera cualquier otro tío, pero es que
Jake…
—Tom, soy lo bastante mayorcita como para saber lo que hago —zanjé.
—Si tú lo dices…
¿Lo era? ¿Sabía lo que hacía y dónde me estaba metiendo? Y otro
asunto al que no paraba de darle vueltas era a que quizá Jake no hablara en
serio, tal vez solo estaba bromeando conmigo y yo había dado por supuesto
cosas que no iban a pasar.
27. Es Tom
Liz
Tenía unas ganas inmensas de ver a Aquiles. Había dejado a una vecina
encargada de sacarlo a pasear, despacito y con mucho cuidado, porque,
aunque ya casi estaba curado, aún cojeaba un poco. En un principio pensé
en llevármelo a casa de Tom, pero no sabía si a sus padres les iba a hacer
mucha gracia, así que decidí que para él también sería mejor ahorrarle el
viaje, dejarlo descansar en casa y que terminara de recuperarse.
Sin embargo, y a pesar de querer ver a mi mascota cuanto antes, el
camino de vuelta se hizo mucho más corto de lo que me hubiera gustado,
suponía que porque sentía tanto pánico de llegar y cenar con Jake que el
tiempo voló.
Daisy se había pasado esa mañana por la casa de Tom para llevar no sé qué.
A mí me sonó a excusa para verlo y despedirse de él. ¡Vaya dos! Estaba
convencida de que estaban locos el uno por el otro. Tenía la esperanza de
que, cuando Tom y yo dejáramos atrás nuestra farsa, se declararían de una
vez. Pero tampoco pondría la mano en el fuego, porque ¿cuántos años
llevaban así y no habían dado el paso ninguno de los dos?
Cuando Tom paró el coche en la puerta de mi casa me agarré a la
maneta con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos.
—Liz, si no quieres quedar con él, díselo —sugirió Tom con dulzura y
firmeza.
—Pero es que sí quiero. Creo. —Dudé en el último momento no porque
no quisiera verlo, sino porque estaba tan inquieta que los nervios me
jugaron una mala pasada y expresé mal lo que sentía.
—No tienes que hacer nada que no quieras. Llámalo y dile que no
puedes quedar, puedes venirte a mi casa a dormir —comentó Tom
agarrando mi mano.
Sabía que su propuesta simplemente era para ayudarme y darme otra
opción si no deseaba quedar con Jake. Pero es que yo me moría de ganas de
verlo, aunque estuviera muerta de miedo.
—No, voy a ir. Quiero ir. —Rectifiqué para que no pensara que lo hacía
por obligación y le quedara claro que lo deseaba de verdad.
—De acuerdo, pero si me necesitas, llámame.
—Gracias, Tom.
—Te lo digo en serio; si en algún momento te agobias o decides que
quieres venir a mi casa, solo tienes que llamarme.
—Lo sé.
Me acerqué y lo besé en la mejilla para poco después salir de allí y subir
a toda prisa a mi casa. Quería vaciar la maleta y ducharme antes de que Jake
llegara.
Justo me estaba peinando cuando sonó el timbre, haciendo que el cepillo
se me escurriera de las manos. Estaba mucho más nerviosa de lo que le
había dado a entender a Tom y tampoco entendía bien el motivo; Jake y yo
habíamos cenado a solas un montón de veces, ¿por qué iba a ser esta
diferente? «Por el mensaje de las ganas», me respondí a mí misma mientras
me dirigía hacia la puerta.
Al abrirla, Jake pasó saludándome con un escueto «hola». Pensé en lo
idiota que había sido al imaginar que él podía sentir algún tipo de atracción
por mí.
Entré en el salón mientras él dejaba encima de la mesa todas las bolsas y
la caja que traía. Mi perro había levantado las orejas en cuanto lo oyó entrar.
—Hola, chucho. Te veo mucho mejor —dijo mirando a Aquiles, que
movía la cola como un loco. Después se volvió hacia mí—. Prefería dejar
todo esto primero —susurró con voz ronca.
Se acercó a mí y me cogió exactamente igual que lo hizo la última vez.
Al poner sus labios en mi cuello cerré los ojos. Esta vez fue más abajo de
mi clavícula, llegando casi a mi escote. Cuando estaba muy cerca, volvió a
subir y se apartó poco a poco.
—Vamos a comer primero —murmuró.
Yo mantuve la boca cerrada, más que nada porque era incapaz de soltar
palabra. Me recompuse como buenamente pude y, mientras yo sacaba las
copas, Jake cortó la pizza. Aunque dudaba mucho que fuera capaz de ingerir
nada. Tenía los nervios a flor de piel.
—¿Qué tal te ha ido el día? —pregunté, porque el silencio estaba
resultando incómodo.
—Bien, sin nada destacado que contar. He aprovechado para trabajar un
poco.
—Si hoy es domingo...
—Ya, pero se me había atrasado una cosa que prefería solventar.
Además de que mantenerme ocupado trabajando me ayuda a no pensar en
otras cosas. —No supe a qué cosas se refería y tampoco pregunté—. No
pienso preguntarte a ti qué tal te ha ido el fin de semana porque no quiero
saber nada de lo que has hecho con él, así que mejor hablamos de otra cosa.
Me quedé cortada ante su contestación y no se me ocurrió nada más que
decir.
La cena fue rara, nada que ver con las otras veces que habíamos comido
juntos. Era como si los dos estuviéramos deseando acabar cuanto antes. Por
mi parte, puedo asegurar que era una verdad como un templo.
Jake fue el primero en levantarse. Se acercó a mí y cogió mi mano con
suavidad, entrelazando mis dedos con los suyos. Parecía una tontería, pero
me dio la sensación de que encajaban a la perfección.
—Ven —me pidió, sentándose en el sofá y colocándome encima de él a
horcajadas.
Me acerqué con mil dudas. Todas se disiparon en cuanto nuestros labios
se juntaron. Con Jake era como si mi cuerpo tuviera un lenguaje propio.
Él metió la mano por debajo de mi camiseta y la subió por mi cintura, en
una delicada caricia, hasta llegar al sujetador. Lo desabrochó, lo apartó y
pellizcó mi pezón con suavidad. Jadeé y Jake soltó un gruñido en respuesta.
El beso se fue convirtiendo en algo rudo y salvaje, como si quisiéramos
meternos el uno en la boca del otro, como si deseáramos comernos.
Jake me quitó la camiseta, yo bajé las manos hasta su pantalón y cuando
estaba a punto de desabrocharlo sonó el timbre. Me aparté de él como en
trance. ¿Quién demonios llamaba a esas horas?
Me levanté como una autómata y me dirigí al telefonillo. Volví en el
mismo estado catatónico.
—Es Tom —informé.
—¿Qué? ¡Mierda!
28. No es asunto tuyo
Liz
Jake se levantó de un salto del sofá y se colocó la camisa por dentro del
pantalón, se peinó con los dedos y a mí me dieron ganas de reír y de llorar a
la vez. Una cosa tenía clara: iba a matar a mi amigo.
—Liz, ven —susurró Jake acercándome a él y con sus ojos devorando
mi cuerpo.
Yo continuaba un poco embobada, no entendía qué leches hacía Tom
allí.
Jake me dio la vuelta y yo me dejé hacer sin entender nada, pronto me
percaté de que lo que pretendía era abrocharme el sujetador. Una vez que lo
consiguió —le costó un poco y maldijo un par de veces— volvió a darme la
vuelta para ponerme la camiseta que acababa de quitarme.
Estaba creciendo un enfado tan grande dentro de mí que era incapaz de
moverme. Eso y que me daba exactamente igual lo que pensara Tom; claro
que eso Jake no lo sabía.
Llamaron al timbre justo cuando los dos estábamos más o menos
decentes, y digo «más o menos» porque tenía claro que yo debía de estar
ruborizada al máximo.
—Estás bien. Ve a abrir —me ordenó Jake, y yo puse rumbo a la puerta.
Cuando la abrí, lo primero que hice fue mirar a Tom con enfado. Este
pareció no percatarse de nada, porque se plantó frente a mí con una enorme
sonrisa en la cara y, por si toda esa situación no fuera suficiente, me besó en
los labios, haciendo que un extraño sonido saliera de la boca de Jake.
—Hola, ¿ya habéis terminado de cenar? —preguntó mientras se
acomodaba en el sofá.
—Sí —contesté apretando tanto los dientes que creí que me los
rompería.
—Estupendo, porque te echaba de menos y quería pasar la noche
contigo.
¡Ostras! Ya no solo quería matar a Tom, sino que, en esos momentos, me
apetecía hacerlo con mis propias manos.
—Yo mejor me voy. —Aunque Jake intentó sonar indiferente, su voz
resultó tan tirante… A continuación cogió su chaqueta, que estaba colgada
en el respaldo de una silla, y se giró hasta clavar sus ojos en los míos—.
Nos vemos, Liz.
—Sí, mañana te llamo.
Me entraron ganas de ir hasta donde él estaba y abrazarlo. Era la primera
vez que veía vulnerabilidad en su expresión, me enterneció y apenó a partes
iguales. Pero, antes de que pudiera moverme, se había marchado. En cuanto
la puerta se cerró, me giré hacia Tom con tanta brusquedad que me hice
daño en el cuello.
—Pero ¿tú eres tonto o qué te pasa? —Pese a que no lo dije gritando, mi
tono de voz dejaba claro lo enfadada que estaba.
—Lo siento, Liz, es que no me parece buena idea que te acuestes con él.
Te va a hacer daño, y no quiero.
—¡Me importa una mierda lo que tú quieras! —entonces sí grité y ni
siquiera titubeé a la hora de soltar tacos, eso dejaba claro mi cabreo—.
Llevo toda la puñetera vida aguantando que otros tomen decisiones por mí,
que me protejan, que me cuiden… ¡Estoy harta! No soy una niña indefensa,
puedo cuidar de mí misma y también tengo derecho a tomar mis propias
decisiones, aunque me equivoque. ¿Te imaginas cómo te hubieras sentido si
te hiciera yo esto con Daisy?
—No es lo mismo, Daisy no es Jake.
—Lo sé, pero eso no es asunto tuyo. ¡Joder!
—Tienes razón, pero…
—No quiero oír ni un «pero». Nada, no quiero que digas nada. No te
haces una idea de lo mosqueada que estoy.
—Lo siento —murmuró bajando la cabeza.
—No me sirve. Me voy a la cama.
Salí del salón con paso firme, dejándolo sentado en el sofá y sin
importarme lo más mínimo lo que hiciera a continuación. Al llegar a mi
habitación lo primero que hice fue enviarle un mensaje a Jake.
Yo: Lo siento.
No se me ocurría otra cosa que poner.
Jake: No hay nada que sentir. Tom es tu pareja, no yo.
Preferí dejar esa conversación para cuando estuviéramos más tranquilos
y hacerlo cara a cara. Le deseé buenas noches, pero Jake no contestó.
Me llevó unas cuantas horas lograr conciliar el sueño.
29. Desnudar mi alma a besos
Jake
Nada más salir a la calle dejé escapar el aire que llevaba rato conteniendo.
Me pasé las manos por el pelo en un intento de tranquilizarme. No sirvió de
nada.
No sé qué esperaba, Liz era una mujer increíble que no iba a elegirme a
mí teniendo a alguien como Tom. Ella merecía algo mucho mejor que yo. Y
lo más triste de todo: no quería que me eligiera. No podía darle lo que ella
buscaba, como mucho tendríamos sexo, a todas horas si ella quería, pero
después de eso estaba seguro de que acabaría alejándome de Liz. Yo era
incapaz de amar. Hacía años que no tenía ese tipo de sentimiento hacia
nadie. Para ser exactos, desde que me hice adulto y dejé de enamorarme de
todas las mujeres de mi alrededor.
Que sintiera celos cada vez que veía a Tom con ella no quería decir
nada. Liz se había convertido en alguien especial para mí. No solo porque
deseara llevármela a la cama y no dejarla salir en una semana, como poco,
sino porque era lo más parecido a una amiga que había tenido nunca.
No podía seguir así, yo no me comportaba jamás de esa manera. Debía
poner distancia entre Liz y yo, y volver a salir con otras mujeres hasta
conseguir sacarla de mi cabeza.
Justo en ese instante sonó mi móvil; supe que era ella antes de mirarlo y,
como si me hubieran echado un jarro de agua fría por encima, me percaté
de que, por mucho que intentara convencerme a mí mismo si Liz insistía, yo
no podría aguantar demasiado sin contestar y acudiría donde ella me dijera
sin dudarlo ni un minuto.
Estaba jodido.
Antes de abrir los ojos me quedé unos instantes pensando en todo lo que
había pasado la noche anterior entre Jake y yo.
No sabría decir qué fue, porque desde luego no fue la delicadeza de él.
Quizá se trataba de la manera en la que me miraba y la vulnerabilidad que
transmitían sus ojos y sus gestos.
Jamás había pasado una noche así con nadie. En esa cama hubo mucho
más que sexo y los dos lo sabíamos, por ese motivo, cuando abrí los ojos y
me percaté de que Jake ya no estaba allí, no me sorprendió. No soy
psicóloga, pero debía de estar muerto de miedo. Me daba la sensación de
que Jake no era precisamente de los que se entregaban de esa manera a una
mujer. Parecía como si el sexo fuera la única vía que tenía o conocía para
estar cerca de alguien. Pero, por muy contradictorio que pareciera, también
daba la sensación de que le gustaba tan poco aproximarse a otra persona
que acabó utilizándolo como escudo.
Supe, asimismo, que no contestaría al wasap de buenos días que le envié
y tuve claro que a partir de ese momento Jake se alejaría de mí todo lo que
pudiera.
No iba a hacer nada. Lo dejaría ir porque no soy de las que van detrás de
un tío, pero sobre todo porque Jake no era el tipo de hombre que acabaría
con alguien como yo. Él era una persona complicada, mucho más de lo que
pensé en un principio. Y yo tenía una visión de la pareja muy alejada de lo
que buscaba él. Me lo imaginaba con veinte años más, con una mujer
distante y fría (más que él). Era como pensar en un matrimonio de otra
época en el que solo están juntos por conveniencia. Él necesitaría a alguien
que lo acompañara a todos los sitios (porque llegaría un momento que a la
gente dejaría de hacerle gracia su fama de frío mujeriego). Y ella estaría
junto a él solo por interés propio.
Alargué las manos y cogí el móvil. Decidí llamar a Rose y sin pensarlo
mucho marqué su número. Ella contestó al tercer tono.
—Me he acostado con Jake —solté a bocajarro antes siquiera de saludar.
—¿¡Qué!? A ver, déjame levantarme de la cama. Voy a la cocina a
prepararme un café y continuamos hablando, porque yo así no puedo.
Esperé unos instantes sin abrir la boca con el móvil pegado a la oreja.
Mi amiga, a veces, hacía esas cosas. No era capaz de asimilar información
recién levantada, y mucho menos sin un café.
—Vale, estoy sentada, con un café entre las manos y ya le he dado un
par de sorbos. Ahora sí, te escucho.
—Si ya te lo he soltado todo en cuanto te he llamado... No tengo nada
más que añadir.
—Ya, pero en esa frase caben un buen puñado de explicaciones. Como,
por ejemplo: ¿qué haces acostándote con Jake, si sales con Tom? ¿Vas a
dejar a Tom? ¿Vas a salir con Jake? ¿Te vas a acostar con los dos? ¿Has
pensado en hacer un trío? ¿Qué tal se lo monta?… Ay, no sé, chica, se me
acumulan las preguntas.
—¿Tú estás loca? ¿Qué dices de un trío? ¿Cómo voy a salir con Jake? Él
no sale con nadie y no pienso dejar a Tom.
Sabía cómo estaba sonando mi discurso, pero es que no podía contarle
toda la verdad a Rose. Me arrepentí de haberla llamado porque ella me
conocía muy bien y sabría que esa manera de actuar no resultaba muy
normal en mí.
—Ah, o sea, ¿que vas a continuar jugando a dos bandas? Conste que no
lo critico, pero reconocerás que no es propio de ti.
Rose tenía razón y yo debería haber pensado las cosas antes de llamarla,
porque iba a ser difícil explicarle la situación sin desvelar la verdad.
—Rose, solo me he acostado con él. Jake no quiere nada serio con nadie
y estoy convencida de que para él no tendrá mayor importancia. Además,
esta mañana, cuando me he levantado, ya no estaba. —No quise decirlo con
resquemor, pero fue justo como sonó.
—Sí, señor, así da gusto. Hombres hechos y derechos enfrentándose a la
situación. Menos mal que salí del mercado de citas hace años.
—Suenas como una abuela. —Intenté bromear para ver si de esa manera
conseguía desviar la conversación, porque, si me ponía a defender a Jake,
mi amiga se me tiraría a la yugular y tendría que explicarle muchas cosas
que no podía contar.
—Es que me siento como si lo fuera.
—¡Pero si tenemos la misma edad!
—Sí, ya. Haz el favor de no cambiar de tema, que nos conocemos. —
Me había pillado—. En realidad, yo no te he preguntado lo que quiere Jake.
Me interesa saber qué deseas tú. Y el motivo por el cual sigues con Tom, si
está claro que no sientes nada por él.
Tener amigas era maravilloso, pero estaba claro que Rose me conocía
demasiado bien como para tragarse ninguna mentira sobre mí.
—Rose, es que no quiero darle más vueltas.
—Pues no te va a quedar más remedio que dárselas. —Me la imaginé en
su cocina, con la cara de sabionda que ponía cuando sabía que tenía razón, y
casi sonreí.
—No, no voy a hacerlo porque voy a seguir con Tom y a olvidarme de
Jake. No puedo hacer otra cosa. —Me arrepentí de mis últimas palabras, no
debería haberlas dicho en voz alta.
—Poder puedes hacer lo que te dé la gana, pero tú sabrás… Aunque es
mi obligación moral decirte que es muy feo salir con un hombre estando
interesada en otro.
—Yo no… —No me dejó terminar.
—De todas maneras, quiero que me mantengas informada. Ahora tengo
que dejarte, mis pequeños monstruos se han llevado los cereales a la cama y
no quiero saber hasta qué día estaré encontrándomelos por todas partes. Te
quiero.
—Yo también te quiero.
Lo de mantener secretos y mentir era agotador.
31. Miedo
Liz
Era lunes y a pesar de ser el peor día de la semana, o uno de los peores,
porque el martes también tenía tela, llevaba toda la mañana con una enorme
sonrisa pintada en la cara.
—Por lo que puedo comprobar, jefe, el fin de semana ha ido bien —
apuntó mi secretaria con mucho retintín.
—La verdad es que ha ido muy bien —enfaticé la palabra «muy» para
no dejar margen de dudas.
—Se nota, se nota. Bueno, a lo que iba, está aquí Dan Anderson —
anunció, Emily.
—Seguro que viene a pedirme dinero para alguna de sus causas. Déjalo
pasar.
Dan era un famoso jugador de la NBA y uno de mis primeros clientes,
llevábamos un montón de años trabajando juntos y era lo más parecido a un
amigo que tenía. Aunque, desde que se casó, estaba más pendiente de sus
obras benéficas y de su mujer que de nada relacionado con su trabajo, por
eso me extrañó verlo por allí.
—Pensaba que no recordarías dónde encontrarme —lo pinché nada más
entrar.
—Hace semanas que no te dignas ni siquiera a llamarme, así que no me
vengas con esas.
—¿Qué haces aquí, Dan? —Decidí ir directo al grano. Entre Dan y yo
solía ser algo muy normal, a ninguno de los dos nos gustaba dar muchas
vueltas a las cosas.
—Me ha obligado Brooke a venir, ya sabes cómo es —intentó
excusarse.
—Ahora sí que me has acojonado; dime, ¿qué he hecho para que tu
preciosa mujercita te mande a echarme la bronca?
—Brooke quiere saber qué demonios hacías pasando el fin de semana en
casa de Liz cuando ella está saliendo con Tom. Y, para qué negarlo, yo
también siento curiosidad, pero por diferentes motivos, ya que tú no sueles
dormir en casa de nadie.
Dan se acomodó en un sillón que tenía cerca de mi mesa. Yo no era
precisamente bajito, pero Dan era enorme y ocupaba casi la mitad del sofá.
—¿Ha salido algo en la prensa? —Me alarmé.
—No. Traga con fuerza a ver si te bajan las pelotas, que se te han subido
a la garganta. Por si no lo recuerdas, Brooke continúa siendo la casera de
Liz y este fin de semana ha ido a visitar a su abuelo, que sigue viviendo en
el mismo edificio que ella. Te vio saliendo de su casa despeinado y con la
ropa a medio poner. Pensó que huías, pero después se asomó al balcón y
volvió a verte regresando con un vaso de café.
Nada más terminar de hablar me observó alzando una ceja, esperando
una explicación que no tenía ni idea de cómo dar.
—Verás, Dan… Yo… Liz es… —Jamás había titubeado así a la hora de
responder algo.
—Vale, para, que te va a dar un derrame. Vamos por partes. ¿Te gusta
Liz?
—Sí —respondí sin vacilar, y pude ver el asombro en los ojos de Dan.
—¿Se lo has dicho a ella?
—Sí —volví a afirmar.
—Pero ella está saliendo con Tom.
—Lo sé, y preferiría no tocar ese tema. —Mi voz sonó tensa.
—¡Es que ese es el tema! Jamás pensé que diría algo así, pero creo que
esa mujer está jugando contigo. Se está acostando con los dos. No sé, Jake,
no me gusta…
No era nada nuevo, yo sabía que Liz salía con Tom y que se acostaba
con él (aunque ella no me lo hubiera confirmado), pero oírlo de la boca de
mi amigo fue como una hostia de realidad, quizá no ayudó la manera de
plantearlo. Sin embargo, no estaba dispuesto a renunciar a ella; por más
inverosímil que fuera la situación, no quería dejar de ver a Liz.
—¿Sabes qué, Dan?
—Sorpréndeme.
—Por primera vez en mi vida voy a dejarme llevar, o por lo menos lo
voy a intentar. No sé qué tiene Liz, pero siento por ella cosas que hacía
mucho que creía enterradas.
—¡La hostia puta! —exclamó mi amigo poniéndose de pie—. Pero si
estás hablando de sentimientos y todo. Joder, Jake, no te reconozco. Y no es
que me disguste, solo que me has dejado alucinado. Lo único que deseo es
que no salgas herido de esto, porque con lo que te ha costado abrirte eso te
destrozaría.
En esas ocasiones me impresionaba la sinceridad de Dan, y aún me
sorprendí más de que pudiera hablar de esos temas con él. Yo era un tío
acostumbrado a resolver problemas ajenos y a escuchar a los demás, no a
que otros lo hicieran conmigo. Con todo, me sentí bien de poder contar con
él.
—Creo que voy a salir a tomar el aire —anuncié.
—¿Vas donde siempre? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta.
—Lo necesito.
Dan era la única persona que conocía dónde me escondía cuando me
sentía perdido.
—Cuídate, amigo, y si no haces acto de presencia por casa en unos días,
no descarto que Brooke se presente aquí.
—Iré, iré. —Los dos sonreímos porque Brooke enfadada me acojonaba
hasta a mí.
Cuando Dan se marchó, acabé unas cuantas cosas que tenía pendientes y
recogí mi mesa antes de irme.
—Emily, voy a salir.
—¿Todo bien? —se interesó mi secretaria.
—Sí, solo necesito tomar el aire.
Mi secretaria asintió y yo salí sin demasiada prisa.
Lo primero que hice fue pasarme por casa y cambiarme de ropa.
Después me dirigí hacia allí en metro, básicamente porque mi coche no
hubiera durado ni cinco minutos en aquel lugar.
Caminé hasta llegar al sitio exacto donde me gustaba pensar. Por muy
ilógico que pareciera, cuando me sentía perdido me agradaba volver a mi
antiguo barrio y sentarme en un callejón, el mismo en el que lo hacía desde
crío. Me recordaba todo lo que había conseguido y de dónde venía.
Aunque era difícil pensar allí con los gritos de los vecinos y las
prostitutas vendiéndome su cuerpo. Antes solían dejarme en paz porque me
conocían, pero en esos momentos había mucha gente nueva que no sabía
quién era yo.
Aparté con el pie la suciedad del suelo y me senté en él. Solo entonces
me permití pensar en ella. Y fue en ese instante cuando supe que me había
enamorado de Liz, como lo había hecho un buen puñado de veces cuando
era un adolescente. Me cubrí la cara con las manos y respiré hondo.
Al levantarla miré a mi alrededor y recordé mi niñez, mi adolescencia…
Me acordé de mi madre, de sus adicciones, de todo lo que había hecho para
conseguirlas, y fui más consciente que nunca del lugar de donde provenía.
Hacía algunos años que ella había muerto. Si era sincero conmigo
mismo, no sentí absolutamente nada cuando me enteré; sin embargo, en ese
instante me hallaba más perdido que nunca porque no pertenecía a ningún
sitio. No era el niño de uno de los barrios más conflictivos de Nueva York y
tampoco el hombre de negocios frío y calculador que aparentaba ser.
¿Quién era Jake Harris en realidad?
Estuve más de dos horas sentado en el suelo. Me dio frío y me acordé de
todos los días que pasé allí con el helor calándome los huesos.
Al levantarme fui consciente de dos cosas: la primera, que Liz merecía
algo mejor que yo. Y la segunda, que yo no era digno del amor de nadie.
33. La respuesta sigue siendo no
Liz
Iba a casa de Tom porque ese día teníamos otra reunión con el FBI.
Esperaba que, de una vez por todas, pudiéramos poner fin a esa farsa. Tom
empezaba a desesperarse porque notaba a Daisy más distante cada día. Y
yo… yo tenía un cacao mental que no sabía ni por dónde empezar a ordenar
todo lo que me pasaba.
Mi amigo me abrió la puerta y me cubrió en un abrazo, al que respondí
con fuerza. A los dos nos ponían nerviosos esas reuniones.
—¿Quieres un café, preciosa? —preguntó.
—Sí, pero si es descafeinado mejor. —Solo me faltaba meterme cafeína
en el cuerpo con lo alterada que ya me encontraba.
—Marchando —dijo Tom guiñándome un ojo.
Desapareció tras la cocina y yo saludé a los agentes que estaban
sentados en el salón. Un silencio denso se apoderó de la sala. Sabía que los
dos hombres no tenían la culpa de mi situación, pero mi subconsciente no
podía evitar echársela.
Tom no se entretuvo mucho, pero ese rato se me hizo eterno. Cuando
regresó con un café para mí y otro para él (no tenía claro si los agentes
habían rechazado tomar uno o si él no les había ofrecido nada) y todos
estuvimos acomodados, uno de ellos empezó a hablar.
—Sé que esto está resultando más largo de lo que creímos en un
principio; aun así, os pedimos un último esfuerzo.
—¿Otro más? —La voz de mi amigo fue una mezcla de hastío y enfado.
—Estamos a punto de dar con algo, pero necesitamos que vayáis por
última vez a una de las cenas que organiza Michael. —El agente ignoró por
completo el comentario de Tom.
—Estoy harta de esas cenas. —Mi tono salió lúgubre, pero es que por
unos instantes tuve la ilusión de que nos habían reunido para decirnos que
todo había terminado y que por fin mi vida volvía a ser normal, bueno, todo
lo normal que era antes de esa locura en la que me vi envuelta.
—Señora Scott, entiendo que se sienta cansada. De verdad que lamento
que esto se esté alargando, pero necesitamos que vuelvan a acudir a una
fiesta. —Después de contestarme posó la mirada en mi amigo—. Tom,
invéntate una excusa de que quieres repasar alguna cláusula del contrato e
intenta sonsacarle las fechas exactas en las que estuvo en las Islas Caimán.
Sabemos que fue en el mes de noviembre, pero al viajar con su avión
privado desconocemos los días concretos y en aquel país son tan
herméticos… Podríamos acabar descubriéndolo, pero creemos que será más
rápido si logras sacárselo tú.
—Por el contrato no hay problema, algo se me ocurrirá —respondió
alzando los hombros con abatimiento.
—Estamos seguros de que así será. —La condescendencia de los
agentes me ponía de los nervios.
—Sin embargo, lo que sí quería comentar con vosotros es que estoy
cansado de esto. Y, aunque Liz es encantadora y no tengo ningún problema
en compartir tiempo con ella, esta situación está afectando a mi vida
personal.
—Tom tiene razón, yo estoy empezando algo con alguien y es imposible
hacerlo si cree que él y yo estamos juntos —dije señalando a mi amigo con
la cabeza.
Me sentí tan ridícula al terminar de decir eso que bajé la vista al suelo.
Jake y yo no conversábamos sobre nuestra relación, es más, no teníamos
relación de la que hablar. Nos habíamos acostado juntos, lo cual no quería
decir que fuéramos pareja. Por mucho que me hubiera dicho que empezaba
a sentir algo por mí, eso no significaba que quisiera empezar una relación
conmigo. Debía dejar de pensar en Jake como lo hacía con el resto de los
hombres con los que había estado, él no era así.
—Os entiendo —por la sonrisita que acompañó a esas palabras supe que
estuvo más cerca de decir que nuestra vida privada le importaba más bien
poco que de entendernos—; no obstante, los dos sabíais dónde os metíais
cuando aceptasteis colaborar, así que…
—¿No podemos decírselo a nuestras parejas? —preguntó, o más bien
rogó, Tom.
—Ya sabéis que no. Cuantas menos personas lo sepan, mejor. Justo
ahora debemos ir con más cuidado que nunca porque estamos muy cerca, y
si algo llegara a los oídos de Michael no tendríamos nada que hacer. Así
que lo mejor es continuar manteniéndolo en secreto.
—Ya, pero estoy seguro de que no dirán nada a nadie… —insistió mi
amigo.
—La respuesta sigue siendo no —respondió con rotundidad el agente.
Ante esas palabras poco más pudimos alegar. Cuando me marché de
casa de Tom lo hice con un molesto dolor de cabeza.
34. La entrevista
Liz
Me sorprendió una vez más la seguridad que debía poseer Liz para irse a
dormir y dejarnos a Tom y a mí solos en el salón.
Desconocía que ellos dos vivieran juntos, o tal vez Liz solo pasara
algunas noches con él, no lo sabía y tampoco tenía pensado preguntar.
Había cosas que era mejor no saber.
—¿Te apetece tomar algo? —preguntó Tom mientras dejaba mi maleta
en un lado del salón.
—¿Un whisky doble? —dije intentando bromear.
Tom lo sabía y se fue a la cocina para volver poco después con una de
mis infusiones favoritas. Continuaba encantándome que me conociera tan
bien.
Nos sentamos en el sofá, quizá demasiado cerca, pero no iba a ser yo
quien se quejara.
Di un sorbo a mi bebida y me giré hacia él.
—Tom, intentaré buscar lo antes posible algo donde poder vivir. Siento
mucho haberme presentado así e invadir tu espacio de esta manera. —La
verdad era que estaba arrepentida, pocas veces hacía las cosas sin pensar y
en esos momentos era más que obvio por qué actuaba siempre así. No era
normal presentarse en casa de alguien sin tan siquiera avisar. En qué estaría
pensando…
Tom giró su rostro hacia mí y posó sus ojos en los míos, estaba tan serio
que me dio miedo su respuesta.
—Daisy, si en algún momento te ha dado la sensación de que me
molesta o me incomoda tenerte aquí, el que debe disculparse soy yo.
Tom acarició mi mejilla con delicadeza, tan suave que cerré los ojos. Al
abrirlos, él se encontraba demasiado cerca de mí, así que me lancé a su boca
como la insensata en la que me había convertido en los últimos días.
Tom respondió al beso con ganas. No pude evitar sonreír para mis
adentros, pues por un momento barajé la posibilidad de que me rechazara.
La sonrisa se esfumó de golpe cuando me percaté de que acababa de
convertirme en la amante del hombre al que quería.
¡¡Yuhuu!!
37. Hacer las cosas bien
Jake
¿Conocéis esa sensación que se tiene cuando te das cuenta de que vas a
perder a alguien y no quieres, porque justo en ese instante valoras mucho
más todo lo bueno que hay en ella? Pues así me sentí en cuanto tuve a Liz
frente a mí.
—Gracias por venir, Jake. Vamos a tomar algo. Ya sé que te dije de no ir
a mi piso, pero si prefieres que lo tomemos allí…, estaremos más
tranquilos… Lo que no podré hacer es quedarme a dormir.
Liz parecía tan azorada que quise abrazarla. ¡Qué cosas! Iba a dejarme,
me destrozaría y yo solo pensaba en que ella no lo pasara mal.
Llegamos a su casa sin intercambiar palabra y, por primera vez desde
que la conocí, ese silencio me resultó incómodo.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó desde la cocina sin mirarme. No
había cruzado sus ojos con los míos desde que nos habíamos visto.
—Un vaso de agua —respondí mientras me sentaba en una silla. Decidí
ponérselo fácil, aunque eso me matara a mí.
Cuando salió de la cocina esperé a que se acomodara frente a mí y bebí
un trago de agua antes de empezar a hablar.
—Liz, no quiero que lo pases mal. Esta mañana he visto la noticia de
que Tom y tú os habéis ido a vivir juntos, no te preocupes, lo entiendo.
»Entiendo que no me elijas a mí, de verdad que sí. Tú te mereces algo
mejor que alguien a quien nadie ha querido nunca. Por lo visto no soy
merecedor de amor, porque cuando ni la propia persona que te ha traído al
mundo te quiere y encima, para joderte más, decide no renunciar a ti, ¿quién
va a hacerlo?
»Liz, yo me he enamorado muchas veces, cuando era muy joven, casi
me parece que en otra vida. Sin embargo, jamás lo había hecho siendo un
adulto. Nunca, hasta que te conocí. Pero de verdad que entiendo que te
quedes con él. Yo no soy como mi madre y no quiero comportarme de
manera egoísta contigo. Por eso voy a retirarme y a desearte lo mejor. Lo
que más quiero, por encima de lo que siento yo, es que tú seas feliz.
El rostro de Liz estaba cubierto de lágrimas y yo no podía continuar allí,
contemplándola, sin rodearla con mis brazos, por lo que me levanté, besé su
frente y salí de su piso con la sensación de haber hecho lo correcto, pero
roto por dentro.
38. Mis sentimientos
Liz
Me levanté despacio y me dirigí a la cocina para lavar los dos vasos que
habíamos utilizado. No tenía ganas de ir a casa de Tom, pero tampoco de
quedarme sola en mi piso, así que me cambié de ropa y salí. Paseé sin
rumbo fijo por las calles de Nueva York hasta que estuve tan cansada que
finalmente fui a casa de Tom.
Cuando llegué, abrí con la llave que él me había dado —decía que no
tenía sentido fingir que vivíamos juntos y que yo no tuviera una llave de su
casa—. Al entrar, me encontré a Tom y a Daisy viendo una película en el
sofá. Estaban bastante pegados y ella, al verme, se apartó de él.
Sentí pena por los cuatro, porque esa situación lo único que nos estaba
haciendo era daño.
—Buenas noches, me voy a dormir —les informé mientras me dirigía
hacia las escaleras. No quise que se percataran, pero mi voz sonó algo rota y
Tom se dio cuenta.
Se levantó del sofá y se acercó hasta donde yo me hallaba.
—Liz, ¿has llorado? —preguntó preocupado.
—No, qué va, será la alergia —alegué.
—Pero si tú no tienes alergia…
—Pues ahora parece que sí, ¿vale? —contesté alzando un poco el tono
de voz.
—Te acompaño al cuarto.
Quise negar con la cabeza, pero Tom ya había agarrado mi brazo y casi
me arrastraba hasta la habitación que compartíamos.
Cuando llegamos, cerró la puerta con suavidad.
—¿Por qué has estado llorando?
—No es nada.
—¿Te ha hecho algo Jake? Porque puedo matarlo.
Sonreí sin ganas.
—Lo único que me ha hecho es decirme que está enamorado de mí —
expliqué mientras cubría mi rostro con las manos.
Pasados unos segundos me sorprendí del silencio que imperaba en la
estancia.
—¿No piensas decir nada? —inquirí mirándolo con seriedad.
—Es que no sé qué decir. Ni siquiera tenía claro que Jake fuera humano,
imagínate lo de tener sentimientos.
—No digas tonterías —lo increpé, porque me fastidiaba muchísimo que
hablaran mal de Jake.
—No lo es, lo decía muy en serio. —Lo reprendí con la mirada y él
decidió darle un giro a la conversación—. ¿Tú qué le has dicho?
—¿Qué querías que le dijera? Acababa de leer la noticia en la que se
informa de que tú y yo vivimos juntos. No puedo ni aclararle ni explicarle
nada, simplemente me quedé callada, como si fuera idiota.
—Te entiendo.
—No puedo hacer nada hasta que todo esto termine, no es justo pedirle
que salgamos juntos y piense que también lo hago contigo.
—En realidad, esto no es justo para ninguno —murmuró Tom
poniéndose de pie y dando vueltas por la habitación.
—No, no lo es.
—Yo he besado a Daisy y como esto tarde mucho en solucionarse sé que
la voy a perder para siempre. Porque creerá que estoy jugando a dos bandas
y no puedo decirle que llevo casi toda mi vida queriendo jugar solo con ella.
Por si todo eso fuera poco, está trabajando aquí. Es lo que llevo esperando
desde que me fui del pueblo.
—Esto es una mierda, Tom. Al final acabaremos mal los cuatro.
—No te engañes, Liz, ya estamos mal.
—Sí, pero no olvides que podemos ir a peor.
—Te aseguro que lo tengo presente cada puñetero minuto del día.
Esa noche apenas pegué ojo. No dejaba de ver la imagen de Jake, abatido
frente a mí, rogándome que lo eligiera… Que lo quisiera…
40. Marcharme
Daisy
No podía continuar así. Siempre me tuve por una mujer inteligente, pero
mis acciones, en esos momentos, no decían lo mismo.
Yo amaba mucho a Tom, desde hacía tanto tiempo que casi ni lo
recordaba. Aun así, no iba a permitir que jugara ni conmigo ni con mis
sentimientos. De manera que, a pesar de estar viviendo los días más
maravillosos de mi vida —empañados, todo hay que decirlo, por el pequeño
detalle de que los compartía con la novia del hombre al que quería—, no
podía continuar con aquello.
Cuando Tom y Liz desaparecieron rumbo a la habitación que los dos
compartían, yo me fui directa a la mía, recogí las pocas cosas que había
colocado y me largué de esa casa lo más rápido que pude. No me permití
mirar atrás ni una sola vez, sabía que si lo hacía flaquearía.
Era bastante tarde, pero después de dar unas cuantas vueltas conseguí
encontrar una habitación de hotel con bastante facilidad.
Desde que puse un pie en Nueva York, no había buscado nada donde
vivir, por lo menos no en serio, si bien a partir de ese momento debería
ponerme las pilas. No podía permitirme vivir en un hotel. Tenía un buen
sueldo, pero no daba para tanto.
Abrí la maleta, saqué un pijama y un cepillo del pelo y me fui directa a
la ducha. A ver si el agua tibia lograba despejarme un poco. Cuando salí de
ella me observé en el espejo. No solía hacerlo casi nunca, yo era una mujer
más práctica que presumida. Sin embargo, ese día me miré con más
detenimiento. Cuando llevaba unos cinco minutos frente al espejo llegué a
una clara conclusión: no poseía un cuerpo espectacular, pero era el mío,
hacía su función y me gustaba, por lo que iba a dejar de flagelarme con el
hecho de que Tom pudiera salir con cualquier modelo con un cuerpo muy
diferente al mío.
Aún no había abandonado el baño cuando mi móvil empezó a sonar y no
tuve que mirarlo para saber de quién se trataba. Tom había tardado bastante
en darse cuenta de mi ausencia. Deseché de mi cabeza que el motivo fuera
lo que habría estado haciendo con Liz en la habitación de ambos.
Decidí no cogerlo, no sabría qué decirle sin exponer mis sentimientos, y
desde luego no estaba preparada para abrirme de esa manera a Tom, no
cuando él tenía pareja. No cuando él no había comentado en ningún
momento la posibilidad de dejar a Liz. No cuando me daba la sensación de
que Tom estaba jugando conmigo.
Sin embargo, al continuar sonando durante los siguientes diez minutos
solo encontré dos opciones: o lo desconectaba o respondía. Opté por la
segunda.
—¿Sí? —respondí con cautela.
—¿¡Se puede saber dónde te has metido!? —dijo Tom alzando la voz.
—A mí no me grites —le advertí con una calma que estaba lejos de
sentir.
—Perdona, Daisy, pero estaba preocupado. Dime dónde estás y paso a
buscarte. —Que sonara como si fuera una orden me mosqueó bastante.
—No quiero que me pases a buscar, no quiero volver a tu casa. Liz y tú
necesitáis intimidad y yo no estoy segura de haber hecho bien aceptando
este trabajo. —Me había puesto a la defensiva y lo sabía, pero me daba
exactamente igual.
—Daisy, por favor, vamos a tranquilizarnos. —Me abstuve de decirle
que él parecía mucho más nervioso que yo—. Dime dónde estás y voy a
verte, necesito comprobar que estás bien.
—Tom, de verdad, lo que a mí me hace falta es tomar distancia y
meditar qué quiero o necesito. Te pido que me respetes en eso.
—De acuerdo, Daisy. Voy a llamar a un par de contactos para buscarte
algún lugar en el que vivir lo antes posible, no puedes hacerlo en un hotel
—¿Cómo sabes que…?
—Por la hora que es, solo habrás encontrado habitación en un hotel o en
un motel, y espero que haya sido en la primera opción o no me quedará más
remedio que salir a recogerte y buscar otro lugar donde alojarte.
—Estoy en un hotel —aclaré.
—Perfecto. Mañana te llamaré para comentarte si he encontrado algo.
—Me parece bien. Buenas noches, Tom.
—Buenas noches, Daisy.
¿Eran cosas mías o la voz de Tom transmitía una profunda tristeza?
41. Por mi propio bien
Liz
Habían pasado dos días desde que Jake me dijera que me quería. Dos días
en los que no supe nada de él. Dos días en los que creí que me volvería
loca.
Lo echaba de menos, pero es que no solo me di cuenta de eso. Al no
guardarme ningún sentimiento para mí y dejarlos salir, pude comprobar que
yo también quería a Jake. Lo intuía desde hacía mucho, pero no lo supe con
certeza hasta que dejé libre lo que sentía.
Le debía a Jake muchas explicaciones, podía hacerme una idea de cómo
se sentía (yo en su lugar no hubiera llevado nada bien que se acostara
conmigo pensando que también lo hacía con otra). Aunque si no me había
puesto en contacto con él era porque no sabía cómo aclararle la situación
sin decirle la verdad, y ese era el cuento de nunca acabar.
Tom no estaba mucho mejor que yo. Daisy se había marchado de casa y,
a pesar de que el día anterior por fin le había encontrado un apartamento
para que se fuera del hotel donde se alojaba, estaba entre enojado y triste
por no tenerla viviendo en su casa. También porque, según él, Daisy no
tardaría mucho en volver al pueblo y abandonarlo.
Dejé pasar otro día para tranquilizarme y porque iba un poco como pollo sin
cabeza. No sabía qué hacer o con quién hablar. Era duro pasar por todo eso,
pero si encima no podía compartirlo con nadie, ni siquiera con mi mejor
amiga, la cosa se hacía insoportable.
Tom y yo habíamos mantenido muchas conversaciones sin llegar a
ninguna solución, poco podíamos hacer hasta que el FBI no resolviera el
caso y nosotros consiguiéramos continuar con nuestras vidas.
Esa misma tarde los dos habíamos tomado una decisión y nos apoyamos
y animamos mutuamente, aunque ninguno lo viera demasiado claro.
Tom había quedado para tomar un café con Daisy y poder hablar. Y yo,
como Jake no me cogía el teléfono, decidí presentarme, sin cita, en su
despacho. Un plan bastante arriesgado, pero estaba tan desesperada que no
sabía qué otra cosa hacer.
Llevaba casi dos horas sentada en la sala de espera del despacho de Jake. La
secretaria de este empezaba a mirarme con pena y yo estaba a punto de
marcharme cuando su teléfono sonó y esta me dio paso. Ella parecía casi
más aliviada que yo.
Imaginaba encontrarme a un Jake demacrado por el desamor y la
desesperanza. Con ojeras y mala cara, pero nada más lejos de la realidad.
En aquel despacho, la única que daba pena era yo. Jake lucía el traje con el
mismo estilazo de siempre y en su cara no había el menor signo de estar
pasándolo ni siquiera un poquito mal.
—Liz, no puedes presentarme en mi despacho sin pedir cita. Soy un
hombre muy ocupado.
Vale, nadie dijo que sería fácil. Sabía que Jake se había blindado, pero
no me imaginaba encontrarlo en el mismo punto de la primera vez que lo vi:
frío, distante, inaccesible…
—Si no vas a decir nada es mejor que te vayas, de verdad, Liz. No
puedo perder el tiempo.
—¿En qué momento me he convertido en una pérdida de tiempo, Jake?
—pregunté abatida.
—¡En el mismo instante en que lo elegiste a él! —respondió, Jake
alzando la voz—. Se acabó el juego, Liz.
Ahí estaba; por mucho que quisiera ocultarlo, se le había escapado, por
una fisura, un sentimiento, aunque se tratara de uno tan primitivo como los
celos. Sin embargo, el Jake que conocí, hacía ya bastante, no se hubiera
permitido ni siquiera eso.
Me levanté porque fui consciente de que no conseguiría nada y de que
realmente permanecer allí era una pérdida de tiempo. Y de pronto tuve una
idea. No sabía si funcionaría, si me dejarían llevarla a cabo, pero jamás
había sentido una corazonada como aquella.
—El lunes empiezo a trabajar en el periódico. No sé cuándo saldrá, pero
lee el primer artículo que escriba. Hasta otra, Jake.
Él ni siquiera me respondió y, cuando salí, me encontré a una preciosa
chica sentada esperando para entrar. Estaba segura de que a ella no la
tendría dos horas esperando y un desasosiego se apoderó de mí.
¿Sería demasiado tarde para nosotros?
43. La esperada noticia
Liz
La noche siguiente apenas dormí una hora, no recordaba haber sentido tanta
ansiedad en mi vida.
A las seis de la mañana el amanecer me pillaba despierta. Ese día salía
mi artículo en el periódico, y yo de lo único que tenía ganas era de vomitar.
Aunque, antes de eso, me incorporé en la cama y cogí el móvil para
mandarle un mensaje a Jake, la persona por la que había escrito las palabas
que saldrían en el rotativo de ese día.
Escribí ese mensaje por lo menos cinco veces. Al final dejé de borrarlo y
reescribirlo, si no lo hacía podía pasarme toda la mañana intentando que
quedara perfecto.
Yo: Me hice pasar por la novia de Tom porque nos lo pidió el FBI. Un
asunto relacionado con Michael, ya te lo contaré. Lo que quiero decir es que
Tom y yo nunca hemos estado juntos, jamás hemos sido pareja. Por favor,
lee mi artículo de hoy.
Después de darle al botón de enviar apagué el móvil y me fui directa al
baño. Menudo día largo me esperaba.
45. El artículo
Jake
Amor es una palabra que abarca demasiado. Hay muchos tipos de amor.
Yo siento amor por mi familia, mis amigos, incluso por mi mascota; sin
embargo, hoy voy a hablaros del amor romántico. Sí, ya sé que es un tema
controvertido y bastante trillado, pero lo intentaré hacer lo mejor que
pueda.
Puedes hacer muchas cosas ante este tipo de amor: cerrarte con todas
tus fuerzas a él o estar permanentemente abierto a encontrarlo. Pero
¿sabéis qué es lo más curioso de todo? El momento exacto en el que te das
cuenta de que tú no decides sobre eso. Más bien es al contrario. Si el amor
te encuentra, poco puedes hacer tú para esquivarlo.
No obstante, nadie tendría que mendigarlo. Ninguna persona debería
haber sufrido tanto como para no creerse merecedora de ese amor, como
para pensar que no es digna de amar o de sentirse amada. Nadie.
Hace unos días, uno de los hombres más especiales con los que he
tenido la suerte de cruzarme en la vida me dijo no creerse digno de mi
amor. Imaginaos mi cara cuando el tío más impresionante que he conocido
jamás me suelta algo así. Y no hablo solo del físico, que también. Hablo de
una persona que superó una infancia de mierda, una adolescencia no
mucho mejor y que fue capaz de hacerse a sí mismo, de llegar a lo más alto
sin ayuda de nadie. Hablo de alguien frío, pero que cuando encuentra a la
persona adecuada se deshace. Alguien que cree ser distante, pero que
llegado el momento habla de sentimientos con una sinceridad aplastante.
Una persona que me ha demostrado que, si hay alguien en este mundo
que es merecedor de mi amor, es él.
Tal y como he dicho al principio de este artículo, es imposible elegir de
quién te enamoras y, por muy descabellado que parezca, la ratoncita lo ha
hecho de la pantera. En realidad, llevo enamorada de él bastante tiempo,
solo que me he comportado como una cobarde y no he sido capaz de
enfrentarme a esos sentimientos. Por ese motivo voy a decir bien alto que lo
quiero. Por eso y porque posiblemente sea la persona que más «te quieros»
necesita que le digan.
Te quiero, Jake Harris.
Una parte de mí quería sonreír ampliamente, pero otra sentía tal nudo en
la garganta que sabía que si lo hacía se le hubiera escapado algún sollozo.
Años de contención evitaron que hiciera ninguna de las dos cosas.
Nadie en toda mi vida había hecho algo así por mí. Y eso era quedarse
muy corto, porque ni siquiera recordaba que otra persona me hubiera dicho
«te quiero» alguna vez.
No lo pensé. Me levanté del sillón, cogí la chaqueta y salí de mi
despacho casi a la carrera.
—Emily, si llama alguien dile que he tenido que salir. No me pases
ninguna llamada a mi teléfono personal. Ninguna, aunque metan en la
cárcel a alguno de los chicos.
—Entendido, jefe. Que sepas que esa chica me encanta —dijo mi
secretaria sonriendo con dulzura.
—A mí también, Emily, a mí también.
Llegué a casa de Liz en tiempo récord.
46. Me dejé llevar
Daisy
Llevaba horas liada con una cosa del trabajo. Ese día me tocaba hacerlo
desde casa y, a pesar de que la gente hablaba maravillas del teletrabajo, a mí
me gustaba más ir presencialmente. En casa me daba la sensación de que
siempre me faltaba algo: un papel, algún archivo… Acababa de enviar un e-
mail cuando alguien llamó a la puerta. Al abrirla me encontré a un Tom más
guapo de lo que recordaba. No me dio tiempo ni siquiera a saludarlo porque
él se abalanzó sobre mí y me besó. Esta vez no le respondí al beso y lo
aparté para soltarle una fuerte bofetada. Jamás había golpeado a nadie y me
sorprendí hasta yo misma, pero no pensaba dejar que Tom continuara
jugando conmigo.
—¡Joder, Daisy! —exclamó sin parecer demasiado enfadado.
—Lo siento, pero no voy a seguir con esto. En una semana me vuelvo al
pueblo. No puedo continuar así. —Lo solté todo de carrerilla para no
flaquear, porque sabía que si me paraba a pensarlo era capaz de volver a
convertirme en la idiota que había sido esos días atrás.
Tom entró y se sentó en uno de los sillones dando un suspiro. Pero no
dijo palabra, en lugar de eso se movió hasta coger la cartera que tenía en el
bolsillo trasero. Tras abrirla extendió un papel antiguo y arrugado. Lo
desdobló y algo cayó al suelo. Fue en ese instante cuando me percaté de que
no se trataba de un papel, sino de una fotografía. Me agaché a recoger lo
que se había caído al suelo y al levantarme comprobé que eran unas
entradas de cine. Del único cine que había en mi pueblo. Las desplegué y
sonreí al comprobar que eran de una película que Tom y yo fuimos a ver
cuando éramos unos adolescentes. Él me entregó la foto que sujetaba y que
estaba desgastada del tiempo y seguramente de tanto tocarla.
La miré con curiosidad y descubrí que se trataba de una foto de nosotros
dos. Debía de tener bastantes años, porque éramos apenas dos niños. Me
emocioné al ver una imagen tan tierna. Los dos mirábamos a la cámara con
atención y entre nosotros había más de un palmo de distancia. Yo llevaba un
vestidito blanco y unos zapatos que eran mis preferidos, él llevaba una
americana con una camisa y unos pantalones cortos. Recuerdo que ese día
íbamos a una de las fiestas anuales de mi pueblo, por eso llevábamos la
ropa de los domingos. Tendríamos unos once o doce años.
Alcé la mirada hacia Tom porque no entendía qué hacía él con una foto
nuestra y unas entradas de cine en su cartera. Él entendió a la perfección lo
que le preguntaba con la mirada.
—Era mi manera de tenerte cerca.
—¿Me estás diciendo que has llevado esa foto en la cartera desde hace
tantos años? —pregunté incrédula.
—La cartera la he ido cambiando —bromeó—, pero la foto siempre
vino conmigo.
—¿Por qué?
—Porque te quiero, Daisy. Llevo enamorado de ti desde que era un crío
y no he dejado de estarlo en todos estos años.
—Nunca me ha parecido que lo estuvieras, jamás me has dicho nada. —
Yo a él tampoco, pero quería oír su versión.
—Verás, Daisy. Cuando era joven no estaba seguro de lo que sentía y
cuando empezamos a crecer tú te convertiste en una persona que destacaba
tanto, tan inteligente…
—¿¡Que yo me convertí en una persona destacada!? Tom, por el amor
de Dios, que eres una puta estrella de la NBA. —Sus palabras me habían
sonado a chiste malo.
—¿Y eso qué es? Cuando deje de jugar, ¿qué seré?
—¡Lo que quieras! Podrás hacer lo que te apetezca, tienes dinero para
vivir diez vidas. —No lograba comprender lo que Tom quería decir.
—No estoy hablando de dinero, Daisy. Estoy hablando de que cuando
pasen unos años ya no serviré para jugar al baloncesto y me veré sin trabajo
y sin nada que hacer.
—Eso no pasará, eres una de las personas menos perezosas que
conozco, no sabrás estar parado.
—¿Y qué haré, Daisy? —Tom alzó los hombros y en sus ojos podía
verse lo perdido que estaba.
—Eso tendrás que averiguarlo tú. Pero te conozco muy bien y tengo una
idea bastante clara. Y si tú lo piensas un poco sé que llegarás a la misma
conclusión que yo.
—Te aseguro que le he dado un montón de vueltas, y no se me ocurre
nada.
—Eso es porque te has obcecado con el tema y no eres capaz de ver más
allá. —No lograba entender cómo no era capaz de verlo, yo lo tenía muy
claro.
—Supongo que sí. —Al responder, agachó la mirada y lo noté tan
abatido que me apiadé de él.
—Vamos, Tom, tú siempre has querido ser veterinario. Recuerdo que
nos pasábamos horas jugando con los animales de tu padre cuando éramos
niños.
—Eso fue hace mucho tiempo.
—Sí, es verdad; cuando sientes tanta pasión por algo, no se borra
fácilmente.
—No, no se borra. —Y tras decir esto me miró con tanta intensidad que
tuve que tragar saliva—. Daisy, llevo enamorado de ti tal cantidad de años
que ya ni me acuerdo de cuándo sucedió.
—Pues tienes una forma muy peculiar de demostrarlo —ironicé—. No
logro comprender cómo tienes la cara de venir aquí a decirme esto mientras
tu novia está esperándote en tu casa. —Sabía que mi comentario destilaba
rabia, pero me dio igual.
—Liz y yo no hemos salido juntos nunca, nos hacíamos pasar por pareja
porque el FBI estaba investigando a mi antiguo representante.
Entonces, la que tuvo que sentarse fui yo.
—Daisy, no he sido capaz de salir con nadie en todo este tiempo porque
no puedo sacarte de mi cabeza. Te quiero tanto…
—¡Y cómo hemos sido tan idiotas de perder así los años!
—¿Qué quieres decir?
—Tú me quieres y yo te quiero; siendo así, ¿por qué no estamos juntos?
—Espera, ¿tú me quieres? —Tom parecía perplejo.
—¡Te he querido siempre! —Sabía que no era la mejor manera de
decírselo porque parecía más enfadada que enamorada, pero es que me daba
rabia que los dos hubiéramos estado separados tanto tiempo por no haber
hablado antes de nuestros sentimientos.
—¡Joder!
Tom se levantó, me agarró de la mano y me alzó junto a él. Esta vez sí
que le devolví el beso. Por primera vez con él, me dejé llevar; por mis
sentimientos, por mi cuerpo y por lo que realmente me apetecía.
Y fue maravilloso.
47. ¿Enfadado?
Liz
Llevaba un rato dando vueltas por mi piso y mi estado de ansiedad era cada
vez peor, así que decidí desahogarme con la única persona a la que le había
explicado todo. Cogí el móvil y marqué su número deseando que hablar con
ella lograra relajarme un poco.
—Hola, señora enamorada hasta las trancas.
—Rose, no estoy para mucha broma, creo que me va a dar algo. —
Aunque pudiera sonar en broma, lo decía muy en serio.
—Y yo, como siempre te he dicho, creo que a dramática no te gana
nadie.
—¿Y si la he fastidiado? —Lloriqueé.
—A ver, Liz. Jake está enamorado de ti, cuando lea ese artículo en lo
único que va a pensar es en todas las posiciones en las que te la va a…
—¡Suficiente! —Sabía que si no la paraba mi amiga se vendría arriba—.
A mí lo que me parece es que tiendo a complicarme la vida. Con lo fácil
que hubiera sido explicárselo cara a cara en cuanto tuve la oportunidad.
—Ya, eso sí, pero no hubiera sido ni tan dramático ni tan bonito. Liz,
haz el favor de tranquilizarte, el motivo por el que Jake y tú no estáis juntos
se ha eliminado de la ecuación en cuanto el FBI os ha dado permiso para
explicar lo que teníais montado. —A mi amiga le costó asimilar que el
motivo por el que le había estado mintiendo era que estuve colaborando con
el FBI. La verdad es que no me extrañaba, era de película—. Liz, hazme
caso, todo va a salir bien.
—Eso espero.
—Tengo que dejarte; los niños, por llamarlos de alguna manera, están
haciendo guerra de piedras en el jardín. Van a abrirse la cabeza, ya palpo la
catástrofe. Te quiero.
Me colgó antes de que pudiera responderle.
.
Olivia es una doctora que no ha tenido una vida fácil. Lo ha pasado muy
mal en el amor y tiene el corazón blindado.
Ella no es ninguna princesa y no necesita que nadie la salve. Puede con
todo.
Hugo es un policía paciente y cabezota, con un sentido de la protección
demasiado arraigado.
¿Será Hugo capaz de llegar al corazón de Olivia?
¿Encontrará Olivia la capacidad de amar?
¿Conseguirán Hugo y Olivia dejar atrás sus miedos?
.
María tiene una familia que la quiere, una pareja y un buen trabajo. Es la
chica perfecta, con la vida perfecta, pero algo en ella se rebela ante tanta
perfección. Tendrá que aprender que para querer a alguien primero tiene
que quererse a ella misma.
Álex es una persona paciente, que tiene muy claro lo que quiere y no
duda en luchar por conseguirlo.
¿Podrá María deshacerse de esa sensación de vacío?
¿Por qué los dos tienen la impresión de que les falta algo?
¿Serán capaces de enamorarse, o tal vez nunca han dejado de estarlo?
.
Alba ha tenido una infancia muy dura que le ha hecho no creer en el amor y
no querer comprometerse con nadie, bajo ningún concepto. Ella no es de
nadie. Tiene suficiente con su floristería, sus amigas y algún ligue de vez en
cuando.
Mario es un hombre con un carácter fuerte y seguro de sí mismo. Solo
hay una persona que consigue sacar lo peor de él. Una pelirroja llamada
Alba.
¿Serán capaces de dejar a un lado la aversión que sienten el uno por el
otro?
¿Podrá Alba superar su alergia al compromiso?
¿Qué pasará entre ellos para que no tengan más remedio que seguir
viéndose?
.
Eli es una educadora infantil de veintitrés años, joven e impulsiva. Le
encantan los tatuajes, los piercings y la velocidad, no necesariamente en ese
orden.
Ella vive «despeinada» y le importa bien poco lo que la gente opine.
Max es un bombero de treinta y cuatro años; serio, organizado,
meticuloso y le gustan las mujeres parecidas a él.
¿Conseguirá Max apartar a un lado sus prejuicios?
¿Podrá Eli estar con un hombre tan opuesto a ella?
¿Serán capaces de dejar atrás sus diferencias?
.
Lo que más le gusta en el mundo a Julia son los dulces, por ese motivo se
dedica a hacerlos.
Es una mujer independiente y con carácter, hasta que algo hace que eso
cambie.
Tocará fondo con su última pareja, por lo que no querrá depender nunca
más de nadie, y mucho menos enamorarse.
Marcos es un hombre seguro de sí mismo y algo gruñón. Después de
vivir una dura experiencia, se prometió no volver a entregar su corazón a
nadie. Tiene suficiente con su restaurante y sus relaciones esporádicas.
¿Logrará averiguar Marcos quién es esa chica que guarda tantos
secretos?
¿Podrá Julia salir del bache en el que se encuentra?
¿Conseguirá Marcos reconciliarse con su pasado?
¿Serán capaces de sanar sus corazones rotos?
.
La vida de Nix es como la de cualquier otra persona hasta que, después de
un accidente de coche, todo cambia.
Diego es el jefe de una de las casas de El Círculo, una organización que
la adentrará en un mundo totalmente nuevo para ella. Allí convivirá con
Áurea, Tyr y Eros, entre otros.
Junto a ellos penetrará en el oscuro mundo de los lùth y verá por primera
vez a Ares, quien cambiará su vida para siempre.
Pero lo más importante es que gracias a sus compañeros y a El Círculo
conseguirá conocerse a ella misma, sabrá cuáles son sus límites y hasta
dónde pueden llegar sus «capacidades».
¿Quiénes son los lùth?
¿Podrá Nix derrotarlos?
¿Serán capaces Nix y Ares de compartir su amor sin salir heridos? ¿O
preferirá Nix el amor de Eros?
.
Anjana proviene de una familia adinerada y tiene un coeficiente intelectual
muy superior a la media. Sin embargo, hay algo que siempre le ha
preocupado: su necesidad de energía.
Tyr es miembro de El Círculo y está deseando conocerla, aunque la
primera impresión no es demasiado buena.
Ella llegará a la casa sin estar conforme, pero no podrá resistirse a lo que
Diego le ofrece.
¿Qué se trae Anjana entre manos?
¿Encontrará Tyr en ella a la pareja que tanto anhela?
¿Serán capaces de acabar con la amenaza que los acecha?
El esperado desenlace de la saga Los lùth ya está aquí. ¿Te lo vas a
perder?
.
Taira tiene veintiocho años, es taxista y le encanta su trabajo. Lleva media
vida con Pablo, pero ya no aguanta más.
Después de tantos años sin tener una cita, la palabra Tinder le suena a
chino. Aunque contará con la ayuda de su nuevo compañero de piso.
A Nico le encanta viajar y se ha pasado los últimos doce años de ciudad
en ciudad. Pero, ante una inesperada llamada, deberá regresar al que era su
pueblo y hacerse cargo del taller de su padre. Y es justo allí donde se
reencontrará con quien lo hacía suspirar de adolescente.
¿Será Taira capaz de recuperar el tiempo perdido?
¿Podrá Nico asentarse en su antiguo barrio y dejar de huir?
¿Lograrán superar todos los obstáculos?
.
Alma ha tenido mellizos y está sobrepasada, así que cree que lo mejor es
separarse de Víctor, su marido y padre de sus hijos. Pero se percata
rápidamente de que esa no es la mejor solución y se arrepiente casi en el
mismo instante de tomarla.
Víctor acata la decisión de Alma sin inmutarse. Y concluye que lo mejor
es rehacer su vida junto a otra persona. No cuenta con que los sentimientos
que aún alberga por Alma lo asaltarán a cada instante.
Carlota trabaja para Manu y lo último que quiere y necesita es empezar
una relación con un hombre como su jefe.
Manu dirige un local de copas y es un mujeriego empedernido. No
entiende qué tiene Carlota para que se sienta tan atraído por ella.
.
Emma tiene veintisiete años, es optimista, alegre y siempre intenta ver la
parte buena de las cosas. Pero está pasando por el peor momento de su vida,
por lo que decide huir de todo e irse a casa de su abuela, en un lugar
perdido.
Gabriel dejó un trabajo que le entusiasmaba para hacerse cargo del
negocio familiar, una pequeña casa rural, en un remoto pueblo de escasos
habitantes.
¿Será capaz Emma de vivir allí o preferirá la ciudad?
¿Logrará Gabriel acercarse a ella sin salir herido?
¿Qué harán para cambiar sus vidas?
.
Nani y Toni se reencuentran después de unos cuantos años separados.
¿Será suficiente el amor que se profesan para que lo suyo funcione?
¿Lograrán perdonarse y empezar de cero?
¿Podrá la magia de la Navidad volver a unirlos?
Este no es un típico cuento de Navidad. A su protagonista no le
entusiasma en exceso esta época del año y por eso decide marcharse a
Londres. ¡Grave error! Cómo acaba vestida de elfo y entregándole una carta
a Santa Claus son cosas que ni ella misma entiende.
¿Quieres averiguarlo? Pues no te quedará más remedio que leer este
relato.
.
Brooke vive en un pequeño estudio situado en un bonito barrio de Nueva
York. Tiene un buen empleo y una vida bastante tranquila.
Sin embargo, esa calma se ve interrumpida cuando la despiden. Brooke
deberá encontrar un trabajo con urgencia, aunque lo último que imagina es
que acabará haciéndolo de cocinera, para un famoso jugador de la NBA.
Dan necesita con premura alguien que se haga cargo de su cocina si
quiere continuar manteniéndose en forma. El único problema es que pide un
montón de requisitos para ese puesto, como que la persona elegida sepa
cocinar tortilla de patata y que él no sienta por ella ningún tipo de atracción
sexual.
¿Conseguirá Brooke hacer frente a sus inseguridades?
¿Podrá Dan confiar en Brooke?
¿Serán capaces de superar las diferencias que los separan?