Selección de Poemas de Antonio Machado-1

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ANTONIO MACHADO

Del libro Soledades, galerías y otros poemas


II. He andado muchos caminos IV. En el entierro de un amigo
He andado muchos caminos, Tierra le dieron una tarde horrible
he abierto muchas veredas; del mes de julio, bajo el sol de fuego.
he navegado en cien mares,
A un paso de la abierta sepultura,
y atracado en cien riberas.
había rosas de podridos pétalos,
En todas partes he visto entre geranios de áspera fragancia
caravanas de tristeza, y roja flor. El cielo
soberbios y melancólicos puro y azul. Corría
borrachos de sombra negra, un aire fuerte y seco.
y pedantones al paño De los gruesos cordeles suspendido,
que miran, callan, y piensan pesadamente, descender hicieron
que saben, porque no beben el ataúd al fondo de la fosa
el vino de las tabernas. los dos sepultureros…
Mala gente que camina Y al resonar sonó con recio golpe,
y va apestando la tierra… solemne, en el silencio.
Y en todas partes he visto Un golpe de ataúd en tierra es algo
gentes que danzan o juegan, perfectamente serio.
cuando pueden, y laboran
Sobre la negra caja se rompían
sus cuatro palmos de tierra.
los pesados terrones polvorientos…
Nunca, si llegan a un sitio,
El aire se llevaba
preguntan adónde llegan.
de la honda fosa el blanquecino aliento.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja, —Y tú, sin sombra ya, duerme y reposa,
larga paz a tus huesos…
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta. Definitivamente,
Donde hay vino, beben vino; duerme un sueño tranquilo y verdadero.
donde no hay vino, agua fresca.
V. Recuerdo infantil
Son buenas gentes que viven,
Una tarde parda y fría
laboran, pasan y sueñan, de invierno. Los colegiales
y en un día como tantos, estudian. Monotonía
descansan bajo la tierra. de lluvia tras los cristales.
III. La plaza y los naranjos encendidos Es la clase. En un cartel
se representa a Caín
La plaza y los naranjos encendidos
fugitivo, y muerto Abel,
con sus frutas redondas y risueñas.
junto a una mancha carmín.
Tumulto de pequeños colegiales
Con timbre sonoro y hueco
que, al salir en desorden de la escuela,
truena el maestro, un anciano
llenan el aire de la plaza en sombra
mal vestido, enjuto y seco,
con la algazara de sus voces nuevas.
que lleva un libro en la mano.
¡Alegría infantil en los rincones
Y todo un coro infantil
de las ciudades muertas!…
va cantando la lección;
¡Y algo nuestro de ayer, que todavía
mil veces ciento, cien mil,
vemos vagar por estas calles viejas!
mil veces mil, un millón.
Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales Pasados los verdes pinos,
estudian. Monotonía casi azules, primavera
de la lluvia en los cristales. se ve brotar en los finos
chopos de la carretera
VIII. Yo escucho los cantos y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.
Yo escucho los cantos El campo parece, más que joven, adolescente.
de viejas cadencias, Entre las hierbas alguna humilde flor ha nacido,
que los niños cantan azul o blanca. ¡Belleza del campo apenas florido,
cuando en coro juegan, y mística primavera!
y vierten en coro
sus almas que sueñan, ¡Chopos del camino blanco, álamos de la ribera,
cual vierten sus aguas espuma de la montaña
las fuentes de piedra: ante la azul lejanía
con monotonías sol del día, claro día!
de risas eternas, ¡Hermosa tierra de España!
que no son alegres,
XI. Yo voy soñando caminos
con lágrimas viejas,
que no son amargas Yo voy soñando caminos
y dicen tristezas, de la tarde. ¡Las colinas
tristezas de amores doradas, los verdes pinos,
de antiguas leyendas. las polvorientas encinas!…
¿Adónde el camino irá?
En los labios niños,
Yo voy cantando, viajero
las canciones llevan
a lo largo del sendero…
confusa la historia
—La tarde cayendo está—,
y clara la pena;
«En el corazón tenía
como clara el agua
la espina de una pasión;
lleva su conseja
logré arrancármela un día:
de viejos amores,
ya no siento el corazón».
que nunca se cuentan.
Y todo el campo un momento
Jugando a la sombra
se queda, mudo y sombrío,
de una plaza vieja,
meditando. Suena el viento
los niños cantaban…
en los álamos del río.
La fuente de piedra
La tarde más se oscurece;
vertía su eterno
y el camino que serpea
cristal de leyenda.
y débilmente blanquea,
Cantaban los niños se enturbia y desaparece.
canciones ingenuas,
Mi cantar vuelve a plañir:
de un algo que pasa
«Aguda espina dorada,
y que nunca llega:
quién te pudiera sentir
la historia confusa
en el corazón clavada».
y clara la pena.
Seguía su cuento XXIV. El sol es un globo de fuego
la fuente serena; El sol es un globo de fuego,
borrada la historia, la luna es un disco morado.
contaba la pena.
Una blanca paloma se posa
IX. Orillas del Duero en el alto ciprés centenario.
Se ha asomado una cigüeña a lo alto del campanario. Los cuadros de mirtos parecen
Girando en torno a la torre y al caserón solitario, de marchito velludo empolvado.
y las golondrinas chillan. Pasaron del blanco invierno,
de nevascas y ventiscas los crudos soplos de infierno. ¡El jardín y la tarde tranquila!…
Suena el agua en la fuente de mármol.
Es una tibia mañana.
El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.
XXVIII. Crear fiestas de amores una luz de pesadilla.
Está el sol en el ocaso.
Crear fiestas de amores
Suena el eco de mi paso.
en nuestro amor pensamos,
quemar nuevos aromas —¿Eres tú? Ya te esperaba…
en montes no pisados, —No eras tú a quien yo buscaba.
y guardar el secreto LV. Hastío
de nuestros rostros pálidos,
porque en las bacanales de la vida Pasan las horas de hastío
vacías nuestras copas conservamos, por la estancia familiar,
el amplio cuarto sombrío
mientras con eco de cristal y espuma donde yo empecé a soñar.
ríen los zumos de la vid dorados.
Del reloj arrinconado,
*** que en la penumbra clarea,
Un pájaro escondido entre las ramas el tic-tac acompasado
del parque solitario, odiosamente golpea.
silba burlón…
Dice la monotonía
Nosotros exprimimos del agua clara al caer:
la penumbra de un sueño en nuestro vaso… un día es como otro día;
Y algo, que es tierra en nuestra carne, siente hoy es lo mismo que ayer.
la humedad del jardín como un halago.
Cae la tarde. El viento agita
XXXV. Al borde del sendero un día nos sentamos. el parque mustio y dorado…
¡Qué largamente ha llorado
Al borde del sendero un día nos sentamos.
toda la fronda marchita!
Ya nuestra vida es tiempo, y nuestra sola cuita
son las desesperantes posturas que tomamos LVII. Consejos
para aguardar… Mas Ella no faltará a la cita.
I
XXXVI. Es una forma juvenil que un día
Este amor que quiere ser
Es una forma juvenil que un día acaso pronto será;
a nuestra casa llega. pero ¿cuándo ha de volver
Nosotros le decimos: ¿por qué tornas lo que acaba de pasar?
a la morada vieja? Hoy dista mucho de ayer.
Ella abre la ventana, y todo el campo ¡Ayer es Nunca jamás!
en luz y aroma entra.
En el blanco sendero, II
los troncos de los árboles negrean; Moneda que está en la mano
las hojas de sus copas quizá se deba guardar;
son humo verde que a lo lejos sueña. la monedita del alma
Parece una laguna se pierde si no se da.
el ancho río entre la blanca niebla
de la mañana. Por los montes cárdenos LVIII. Glosa
camina otra quimera.
Nuestros vidas son los ríos,
LIV. Los sueños malos que van a dar a la mar,
que es el morir. ¡Gran cantar!
Está la plaza sombría;
muere el día. Entre los poetas míos
Suenan lejos las campanas. tiene Manrique un altar.

De balcones y ventanas Dulce goce de vivir:


se iluminan las vidrieras, mala ciencia del pasar,
con reflejos mortecinos, ciego huir a la mar.
como huesos blanquecinos Tras el pavor del morir
y borrosas calaveras. está el placer de llegar.
En toda la tarde brilla ¡Gran placer!
Mas ¿y el horror de volver? te llevarán un día.
¡Gran pesar!
LXXV. Yo, como Anacreonte
LIX. Anoche cuando dormía
Yo, como Anacreonte,
Anoche cuando dormía quiero cantar, reír y echar al viento
soñé, ¡bendita ilusión! las sabias amarguras
que una fontana fluía y los graves consejos.
dentro de mi corazón.
Y quiero, sobre todo, emborracharme,
Di, ¿por qué acequia escondida,
ya lo sabéis… ¡Grotesco!
agua, vienes hasta mí,
Pura fe en el morir, pobre alegría
manantial de nueva vida
y macabro danzar antes de tiempo.
de donde nunca bebí?
Anoche cuando dormía LXXVII. Es una tarde cenicienta y mustia
soñé, ¡bendita ilusión! Es una tarde cenicienta y mustia,
que una colmena tenía destartalada, como el alma mía;
dentro de mi corazón; y es esta vieja angustia
y las doradas abejas que habita mi usual hipocondría.
iban fabricando en él,
con las amarguras viejas, La causa de esta angustia no consigo
blanca cera y dulce miel. ni vagamente comprender siquiera;
pero recuerdo y, recordando, digo:
Anoche cuando dormía —Sí, yo era niño, y tú, mi compañera.
soñé, ¡bendita ilusión!
que un ardiente sol lucía ***
dentro de mi corazón. Y no es verdad, dolor, yo te conozco,
Era ardiente porque daba tú eres nostalgia de la vida buena
calores de rojo hogar, y soledad de corazón sombrío,
y era sol porque alumbraba de barco sin naufragio y sin estrella.
y porque hacía llorar. Como perro olvidado que no tiene
Anoche cuando dormía huella ni olfato y yerra
soñé, ¡bendita ilusión! por los caminos, sin camino, como
que era Dios lo que tenía el niño que en la noche de una fiesta
dentro de mi corazón. se pierde entre el gentío
y el aire polvoriento y las candelas
LXIX. Hoy buscarás en vano chispeantes, atónito, y asombra
su corazón de música y de pena,
Hoy buscarás en vano
a tu dolor consuelo. así voy yo, borracho melancólico,
guitarrista lunático, poeta,
Lleváronse tus hadas
y pobre hombre en sueños,
el lino de tus sueños.
siempre buscando a Dios entre la niebla.
Está la fuente muda,
y está marchito el huerto. LXXXVI. Eran ayer mis dolores
Hoy sólo quedan lágrimas
para llorar. No hay que llorar, ¡silencio! Eran ayer mis dolores
como gusanos de seda
LXX. Y nada importa ya que el vino de oro que iban labrando capullos;
Y nada importa ya que el vino de oro hoy son mariposas negras.
rebose de tu copa cristalina,
o el agrio zumo enturbie el puro vaso… ¡De cuántas flores amargas
ha sacado blanca cera!
Tú sabes, las secretas galerías ¡Oh tiempo en que mis pesares
del alma, los caminos de los sueños, trabajaban como abejas!
y la tarde tranquila
donde van a morir… Allí te aguardan Hoy son como avenas locas,
o cizaña en sementera,
las hadas silenciosas de la vida,
y hacia un jardín de eterna primavera como tizón en espiga,
como carcoma en madera. ***
Yo conocí, siendo niño,
¡Oh tiempo en que mis dolores
la alegría de dar vueltas
tenían lágrimas buenas,
sobre un corcel colorado,
y eran como agua de noria
en una noche de fiesta.
que va regando una huerta!
Hoy son agua de torrente En el aire polvoriento
que arranca el limo a la tierra. chispeaban las candelas,
y la noche azul ardía
Dolores que ayer hicieron
toda sembrada de estrellas.
de mi corazón colmena,
hoy tratan mi corazón ¡Alegrías infantiles
como a una muralla vieja: que cuestan una moneda
quieren derribarlo, y pronto, de cobre, lindos pegasos,
al golpe de la piqueta. caballitos de madera!

LXXXVII. Renacimiento XCV. Coplas mundanas

Galería del alma… ¡El alma niña! Poeta ayer, hoy triste y pobre
Su clara luz risueña; filósofo trasnochado,
y la pequeña historia, tengo en monedas de cobre
y la alegría de la vida nueva… el oro de ayer cambiado.

¡Ah, volver a nacer, y andar camino, Sin placer y sin fortuna,


ya recobrada la perdida senda! pasó como una quimera
mi juventud, la primera…
Y volver a sentir en nuestra mano la sola, no hay más que una:
aquel latido de la mano buena la de dentro es la de fuera.
de nuestra madre… Y caminar en sueños
por amor de la mano que nos lleva. Pasó como un torbellino,
*** bohemia y aborrascada,
En nuestras almas todo harta de coplas y vino,
por misteriosa mano se gobierna. mi juventud bien amada.
Incomprensibles, mudas, Y hoy miro a las galerías
nada sabemos de las almas nuestras. del recuerdo, para hacer
Las más hondas palabras aleluyas de elegías
del sabio nos enseñan, desconsoladas de ayer.
lo que el silbar del viento cuando sopla, ¡Adiós, lágrimas cantoras,
o el sonar de las aguas cuando ruedan. lágrimas que alegremente
brotabais, como en la fuente
LXXXIX. Y podrás conocerte, recordando
las limpias aguas sonoras!
Y podrás conocerte, recordando
¡Buenas lágrimas vertidas
del pasado soñar los turbios lienzos,
por un amor juvenil,
en este día triste en que caminas
cual frescas lluvias caídas
con los ojos abiertos.
sobre los campos de abril!
De toda la memoria, sólo vale
No canta ya el ruiseñor
el don preclaro de evocar los sueños.
de cierta noche serena;
XCII. Pegasos, lindos pegasos sanamos del mal de amor
«Tournez, tournez, chevaux de bois». que sabe llorar sin pena.
VERLAINE. Poeta ayer, hoy triste y pobre
Pegasos, lindos pegasos, filósofo trasnochado,
caballitos de madera. tengo en monedas de cobre
el oro de ayer cambiado.
Del libro Campos de Castilla
I. Retrato. por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero; Es hijo de una estirpe de rudos caminantes,
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla; pastores que conducen sus hordas de merinos
mi historia, algunos casos que recordar no quiero. a Extremadura fértil, rebaños trashumantes
que mancha el polvo y dora el sol de los caminos.
Ni un seductor Mañara ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—; Pequeño, ágil, sufrido, los ojos de hombre astuto,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido hundidos, recelosos, movibles; y trazadas
y amé cuanto ellas pueden tener de hospitalario. cual arco de ballesta, en el semblante enjuto
de pómulos salientes, las cejas muy pobladas.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno; Abunda el hombre malo del campo y de la aldea,
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, capaz de insanos vicios y crímenes bestiales,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. que bajo el pardo sayo esconde un alma fea,
esclava de los siete pecados capitales.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard; Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza,
mas no amo los afeites de la actual cosmética guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna. El numen de estos campos es sanguinario y fiero:
A distinguir me paro las voces de los ecos, al declinar la tarde, sobre el remoto alcor,
y escucho solamente, entre las voces, una. veréis agigantarse la forma de un arquero,
la forma de un inmenso centauro flechador.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso como deja el capitán su espada: Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
famosa por la mano viril que la blandiera, —no fue por estos campos el bíblico jardín—;
no por el docto oficio del forjador preciada. son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—; V. El dios ibero.
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía. Igual que el ballestero
tahúr de la cantiga,
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito. tuviera una saeta el hombre ibero
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago para el Señor que apedreó la espiga
el traje que me cubre y la mansión que habito, y malogró los frutos otoñales,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. y un «gloria a ti» para el Señor que grana
Y cuando llegue el día del último viaje centenos y trigales
y esté a partir la nave que nunca ha de tornar, que el pan bendito le darán mañana.
me encontraréis a bordo ligero de equipaje, «Señor de la ruina
casi desnudo, como los hijos de la mar. adoro porque aguardo y porque temo:
con mi oración se inclina
III. Por tierras de España.
hacia la tierra un corazón blasfemo.
El hombre de estos campos que incendia los pinares
»¡Señor, por quien arranco el pan con pena,
y su despojo aguarda como botín de guerra,
sé tu poder, conozco mi cadena!
antaño hubo raído los negros encinares,
¡Oh dueño de la nube del estío
talado los robustos robledos de la sierra.
que la campiña arrasa,
Hoy ve sus pobres hijos huyendo de sus lares; del seco otoño, del helar tardío
la tempestad llevarse los limos de la tierra y del bochorno que la mies abrasa!
»¡Señor del iris, sobre el campo verde que tallará en el roble castellano
donde la oveja pace; el Dios adusto de la tierra parda.
Señor del fruto que el gusano muerde
y de la choza que el turbión deshace, VI. Orillas del Duero.

»tu soplo el fuego del hogar aviva, ¡Primavera soriana, primavera


tu lumbre da sazón al rubio grano, humilde, como el sueño de un bendito,
y cuaja el hueso de la verde oliva, de un pobre caminante que durmiera
la noche de San Juan, tu santa mano! de cansancio en un páramo infinito!

»¡Oh dueño de fortuna y de pobreza, ¡Campillo amarillento,


ventura y malandanza, como tosco sayal de campesina,
que al rico das favores y pereza pradera de velludo polvoriento
y al pobre su fatiga y su esperanza! donde pace la escuálida merina!

»¡Señor, Señor: en la voltaria rueda ¡Aquellos diminutos pegujales


del año he visto mi simiente echada, de tierra dura y fría,
corriendo igual albur que la moneda donde apuntan centenos y trigales
del jugador en el azar sembrada! que el pan moreno nos darán un día!

»¡Señor, hoy paternal, ayer cruento, Y otra vez roca y roca, pedregales
con doble faz de amor y de venganza, desnudos y pelados serrijones,
a Ti, en un dado de tahúr al viento, la tierra de las águilas caudales,
va mi oración, blasfemia y alabanza!» malezas y jarales,
hierbas monteses, zarzas y cambrones.
Este que insulta a Dios en los altares,
no más atento al ceño del Destino, ¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!
también soñó caminos en los mares ¡Castilla, tus decrépitas ciudades!
y dijo: «Es Dios sobre la mar camino». ¡La agria melancolía
que puebla tus sombrías soledades!
¿No es él quien puso a Dios sobre la guerra
más allá de la suerte, ¡Castilla varonil, adusta tierra;
más allá de la tierra, Castilla del desdén contra la suerte,
más allá de la mar y de la muerte? Castilla del dolor y de la guerra,
tierra inmortal, Castilla de la muerte!
¿No dio la encina ibera
para el fuego de Dios la buena rama, Era una tarde, cuando el campo huía
que fue en la santa hoguera del sol, y en el asombro del planeta,
de amor una con Dios en pura llama? como un globo morado aparecía
la hermosa luna, amada del poeta.
Mas hoy… ¡Qué importa un día!
Para los nuevos lares En el cárdeno cielo vïoleta
estepas hay en la floresta umbría, alguna clara estrella fulguraba.
leña verde en los viejos encinares. El aire ensombrecido
oreaba mis sienes y acercaba
Aún larga patria espera el murmullo del agua hasta mi oído.
abrir al corvo arado sus besanas;
para el grano de Dios hay sementera Entre cerros de plomo y de ceniza
bajo cardos y abrojos y bardanas. manchados de roídos encanares,
y entre calvas roquedas de caliza,
¡Qué importa un día! Está el ayer alerto iba a embestir los ocho tajamares
al mañana, mañana al infinito; del puente el padre río,
¡hombres de España, ni el pasado ha muerto, que surca de Castilla el yermo frío.
ni está el mañana —ni el ayer— escrito!
¡Oh Duero, tu agua corre
¿Quién ha visto la faz al Dios hispano? y correrá mientras las nieves blancas
Mi corazón aguarda de enero el sol de mayo
al hombre ibero de la recia mano, haga fluir por hoces y barrancas;
mientras tengan las sierras su turbante No fue por una trágica amargura
de nieve y de tormenta, esta alma errante desgajada y rota;
y brille el olifante purga un pecado ajeno: la cordura,
del sol, tras de la nube cenicienta!… la terrible cordura del idiota.
¿Y el viejo romancero XII. Un criminal.
fue el sueño de un juglar junto a tu orilla?
El acusado es pálido y lampiño.
¿Acaso como tú y por siempre, Duero,
Arde en sus ojos una fosca lumbre
irá corriendo hacia la mar Castilla?
que repugna a su máscara de niño
y ademán de piadosa mansedumbre.
VIII. Caminos
Conserva del oscuro seminario
¿Eres tú, Guadarrama, viejo amigo,
el talante modesto y la costumbre
la sierra gris y blanca,
de mirar a la tierra o al breviario.
la sierra de mis tardes madrileñas
que yo veía en el azul pintada? Devoto de María,
Por tus barrancos hondos madre de pecadores,
y por tus cumbres agrias, por Burgos bachiller en teología,
mil Guadarramas y mil soles vienen, presto a tomar las órdenes menores.
cabalgando conmigo, a tus entrañas.
Camino de Balsaín, 1911. Fue su crimen atroz. Hartóse un día
de los textos profanos y divinos,
XI. Un loco. sintió pesar del tiempo que perdía
enderezando hipérbatons latinos.
Es una tarde mustia y desabrida
de un otoño sin frutos, en la tierra Enamoróse de una hermosa niña;
estéril y raída subiósele el amor a la cabeza
donde la sombra de un centauro yerra. como el zumo dorado de la viña,
y despertó su natural fiereza.
Por un camino en la árida llanura,
entre álamos marchitos, En sueños vio a sus padres —labradores
a solas con su sombra y su locura de mediano caudal —iluminados
va el loco, hablando a gritos. del hogar por los rojos resplandores,
los campesinos rostros atezados,
Lejos se ven sombríos estepares,
colinas con malezas y cambrones, Quiso heredar. ¡Oh guindos y nogales
y ruinas de viejos encinares, del huerto familiar verde y sombrío,
coronando los agrios serrijones. y doradas espigas candeales
que colmarán las trojes del estío!
El loco vocifera
a solas con su sombra y su quimera. Y se acordó del hacha que pendía
Es horrible y grotesca su figura; en el muro, luciente y afilada;
flaco, sucio, maltrecho y mal rapado, el hacha fuerte que la leña hacía
ojos de calentura de la rama de roble cercenada.
iluminan su rostro demacrado. .................................................
Frente al reo, los jueces en sus viejos
Huye de la ciudad… Pobres maldades, ropones enlutados
misérrimas virtudes y quehaceres y una hilera de oscuros entrecejos
de chulos aburridos, y ruindades y de plebeyos rostros: los jurados.
de ociosos mercaderes.
El abogado defensor perora,
Por los campos de Dios el loco avanza. golpeando el pupitre con la mano;
Tras la tierra esquelética y sequiza emborrona papel un escribano,
—rojo de herrumbre y pardo de ceniza— mientras oye el fiscal, indiferente,
hay un sueño de lirio en lontananza. el alegato enfático y sonoro,
Huye de la ciudad. ¡El tedio urbano! y repasa los autos judiciales
—¡carne triste y espíritu villano!—. o, entre sus dedos, de las gafas de oro
acaricia los límpidos cristales. Y la niña que yo quiero,
¡ay!, preferirá casarse
Dice un ujier: «Va sin remedio al palo».
con un mocito barbero!
El joven cuervo la clemencia espera.
El tren camina y camina,
Un pueblo carne de horca, la severa
y la máquina resuella,
justicia aguarda que castiga al malo.
y tose con tos ferina.
XIV. El tren. ¡Vamos en una centella!

Yo, para todo viaje XIX. A un olmo seco.


—siempre sobre la madera
de mi vagón de tercera—, Al olmo viejo, hendido por el rayo
voy ligero de equipaje. y en su mitad podrido,
Si es de noche, porque no con las lluvias de abril y el sol de mayo
acostumbro a dormir yo, algunas hojas verdes le han salido.
y de día, por mirar ¡El olmo centenario en la colina
los arbolitos pasar, que lame el Duero! Un musgo amarillento
yo nunca duermo en el tren, le mancha la corteza blanquecina
y, sin embargo, voy bien. al tronco carcomido y polvoriento.
¡Este placer de alejarse!
Londres, Madrid, Ponferrada, No será, cual los álamos cantores
tan lindos… para marcharse. que guardan el camino y la ribera,
Lo molesto es la llegada. habitado de pardos ruiseñores.
Luego, el tren, al caminar, Ejército de hormigas en hilera
siempre nos hace soñar; va trepando por él, y en sus entrañas
y casi, casi olvidamos urden sus telas grises las arañas.
el jamelgo que montamos.
¡Oh el pollino Antes que te derribe, olmo del Duero,
que sabe bien el camino! con su hacha el leñador, y el carpintero
¿Dónde estamos? te convierta en melena de campana,
¿Dónde todos nos bajamos? lanza de carro o yugo de carreta;
¡Frente a mí va una monjita antes que rojo en el hogar, mañana,
tan bonita! ardas, de alguna mísera caseta,
Tiene esa expresión serena al borde de un camino;
que a la pena antes que te descuaje un torbellino
da una esperanza infinita. y tronche el soplo de las sierras blancas;
Y yo pienso: Tú eres buena; antes que el río hasta la mar te empuje
porque diste tus amores por valles y barrancas,
a Jesús; porque no quieres olmo, quiero anotar en mi cartera
ser madre de pecadores. la gracia de tu rama verdecida.
Mas tú eres Mi corazón espera
maternal, también, hacia la luz y hacia la vida,
bendita entre las mujeres, otro milagro de la primavera.
madrecita virginal. Soria, 1912
Algo en tu rostro es divino
bajo tus cofias de lino. XXII. Caminos
Tus mejillas
De la ciudad moruna
—esas rosas amarillas—
tras las murallas viejas,
fueron rosadas, y, luego,
yo contemplo la tarde silenciosa,
ardió en tus entrañas fuego;
a solas con mi sombra y con mi pena.
y hoy, esposa de la Cruz,
ya eres luz, y sólo luz… El río va corriendo,
¡Todas las mujeres bellas entre sombrías huertas
fueran, como tú, doncellas y grises olivares,
en un convento a encerrarse!… por los alegres campos de Baeza.
voy caminando solo,
Tienen las vides pámpanos dorados
triste, cansado, pensativo y viejo.
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto XXVI
y disperso, reluce y espejea.
Soñé que tú me llevabas
Lejos, los montes duermen por una blanca vereda,
envueltos en la niebla, en medio del campo verde,
niebla de otoño, maternal; descansan hacia el azul de las sierras,
las rudas moles de su ser de piedra hacia los montes azules,
en esta tibia tarde de noviembre, una mañana serena.
tarde piadosa, cárdena y violeta.
Sentí tu mano en la mía,
El viento ha sacudido tu mano de compañera,
los mustios olmos de la carretera, tu voz de niña en mi oído
levantando en rosados torbellinos como una campana nueva,
el polvo de la tierra. como una campana virgen
La luna está subiendo de un alba de primavera.
amoratada, jadeante y llena. ¡Eran tu voz y tu mano,
Los caminitos blancos en sueños, tan verdaderas!…
se cruzan y se alejan, Vive, esperanza, ¡quién sabe
buscando los dispersos caseríos lo que se traga la tierra!
del valle y de la sierra. XXVII
Caminos de los campos… Una noche de verano
¡Ay, ya no puedo caminar con ella! —estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa—
XXIII
la muerte en mi casa entró.
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Se fue acercando a su lecho
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
—ni siquiera me miró—,
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
con unos dedos muy finos,
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
algo muy tenue rompió.
XXIV Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
Dice la esperanza: Un día delante de mí. ¿Qué has hecho?
la verás, si bien esperas. La muerte no respondió.
Dice la desesperanza: Mi niña quedó tranquila,
Sólo tu amargura es ella. dolido mi corazón.
Late, corazón… No todo ¡Ay, lo que la muerte ha roto
se lo ha tragado la tierra. era un hilo entre los dos!
XXV XXXI. Otro viaje.
Allá, en las tierras altas, Ya en los campos de Jaén
por donde traza el Duero amanece. Corre el tren
su curva de ballesta por los brillantes rieles,
en torno a Soria, entre plomizos cerros devorando matorrales,
y manchas de raídos encinares, alcaceles,
mi corazón está vagando, en sueños… terraplenes, pedregales,
¿No ves, Leonor, los álamos del río olivares, caseríos,
con sus ramajes yertos? praderas y cardizales,
Mira el Moncayo azul y blanco; dame montes y valles sombríos.
tu mano y paseemos. Tras la turbia ventanilla,
Por estos campos de la tierra mía, pasa la devanadera
bordados de olivares polvorientos, del campo de primavera.
La luz en el techo brilla
de mi vagón de tercera. para subir a la cruz!
Entre nubarrones blancos, ¡Cantar de la tierra mía,
oro y grana; que echa flores
la niebla de la mañana al Jesús de la agonía,
huyendo por los barrancos. y es la fe de mis mayores!
¡Este insomne sueño mío! ¡Oh, no eres tú mi cantar!
¡Este frío ¡No puedo cantar, ni quiero,
de un amanecer en vela!… a ese Jesús del madero,
Resonante, sino al que anduvo en el mar!
jadeante,
XXXV. Del pasado efímero.
marcha el tren. El campo vuela.
Enfrente de mí, un señor Este hombre del casino provinciano
sobre su manta dormido; que vio a Carancha recibir un día,
un fraile y un cazador tiene mustia la tez, el pelo cano,
—el perro a sus pies tendido—. ojos velados de melancolía;
Yo contemplo mi equipaje, bajo el bigote gris, labios de hastío,
mi viejo saco de cuero; y una triste expresión que no es tristeza,
y recuerdo otro viaje sino algo más o menos: el vacío
hacia las tierras del Duero. del mundo en la oquedad de su cabeza.
Otro viaje de ayer Aun luce de corinto terciopelo
por la tierra castellana, chaqueta y pantalón abotinado,
¡pinos del amanecer y un cordobés color de caramelo,
entre Almazán y Quintana! pulido y torneado.
¡Y alegría Tres veces heredó; tres ha perdido
de un viajar en compañía! al monte su caudal; dos ha enviudado.
¡Y la unión Sólo se anima ante el azar prohibido,
que ha roto la muerte un día! sobre el verde tapete reclinado,
¡Mano fría o al evocar la tarde un torero,
que aprietas mi corazón! o la suerte un tahúr, o si alguna cuenta
Tren: camina, silba, humea, la hazaña de un gallardo bandolero,
acarrea o la proeza de un matón, sangrienta.
tu ejército de vagones, Bosteza de política banales
ajetrea dicterios al Gobierno reaccionario,
maletas y corazones. y augura que vendrán los liberales,
Soledad, cual torna la cigüeña al campanario.
sequedad. Un poco labrador, del cielo aguarda
Tan pobre me estoy quedando, y al cielo teme; alguna vez suspira,
que ya ni siquiera estoy pensando en su olivar, y al cielo mira
conmigo, ni sé si voy con ojo inquieto, si la lluvia tarda.
conmigo a solas viajando. Lo demás, taciturno, hipocondríaco,
prisionero en la Arcadia del presente,
XXXIV. La saeta.
le aburre; sólo el humo del tabaco
¿Quién me presta una escalera, simula algunas sombras en su frente.
para subir al madero Este hombre no es de ayer ni es de mañana,
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno? sino de nunca; de la cepa hispana
SAETA POPULAR no es el fruto maduro ni podrido,
es una fruta vana
¡Oh la saeta, el cantar de aquella España que pasó y no ha sido,
al Cristo de los gitanos, esa que hoy tiene la cabeza cana.
siempre con sangre en las manos
siempre por desenclavar! XXXIX. El mañana efímero.
¡Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras La España de charanga y pandereta,
anda pidiendo escaleras cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María, II
de espíritu burlón y de alma quieta, ¿Para qué llamar caminos
ha de tener su mármol y su día, a los surcos del azar?…
su inefable mañana y su poeta. Todo el que camina anda,
El vano ayer engendrará un mañana como Jesús, sobre el mar.
vacío y ¡por ventura! pasajero.
III
Serán un joven lechuzo y tarambana,
A quien nos justifica nuestra desconfianza
un sayón con hechuras de bolero:
llamamos enemigo, ladrón de una esperanza.
a la moda de Francia, realista,
jamás perdona el necio si ve la nuez vacía
un poco al uso de París, pagano,
que dio a cascar al diente de la sabiduría.
y al estilo de España, especialista
en el vicio al alcance de la mano. IV
Esa España inferior que ora y bosteza, Nuestras horas son minutos
vieja y tahúr, zaragatera y triste; cuando esperamos saber,
esa España inferior que ora y embiste y siglos cuando sabemos
cuando se digna usar de la cabeza, lo que se puede aprender.
aun tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones V
y de sagradas formas y maneras; Ni vale nada el fruto
florecerán las barbas apostólicas, cogido sin sazón…
y otras calvas en otras calaveras Ni aunque te elogie un bruto
brillarán, venerables y católicas. ha de tener razón.
El vano ayer engendrará un mañana VI
vacío y ¡por ventura! pasajero, De lo que llaman los hombres
la sombra de un lechuzo tarambana, virtud, justicia y bondad,
de un sayón con hechuras de bolero. una mitad es envidia,
El vacuo ayer dará un mañana huero. y la otra no es caridad.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona VIII
de heces turbias las cumbres de granito; En preguntar lo que sabes
hay un mañana estomagante escrito el tiempo no has de perder…
en la tarde pragmática y dulzona. Y a preguntas sin respuesta,
Mas otra España nace, ¿quién te podrá responder?
la España del cincel y de la maza, X
con esa eterna juventud que se hace La envidia de la virtud
del pasado macizo de la raza. hizo a Caín criminal.
Una España implacable y redentora, ¡Gloria a Caín! Hoy el vicio
España que alborea es lo que se envidia más.
con un hacha en la mano vengadora,
España de la rabia y de la idea. XIII
Es el mejor de los buenos
XL. Proverbios y cantares. quien sabe que en esta vida
todo es cuestión de medida:
I
un poco más, algo menos…
Nunca perseguí la gloria
ni dejar en la memoria XVI
de los hombres mi canción; El hombre es por natura la bestia paradójica,
yo amo los mundos sutiles, un animal absurdo que necesita lógica.
ingrávidos y gentiles Creó de nada un mundo y, su obra terminada,
como pompas de jabón. «Ya estoy en el secreto —se dijo—, todo es nada».
Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar XVII
bajo el cielo azul, temblar El hombre sólo es rico en hipocresía.
súbitamente y quebrarse. En sus diez mil disfraces para engañar confía;
y con la doble llave que guarda su mansión caminante, no hay camino:
para la ajena hace ganzúa de ladrón. se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
XX y al volver la vista atrás
¡Teresa, alma de fuego; se ve la senda que nunca
Juan de la Cruz, espíritu de llama; se ha de volver a pisar.
por aquí hay mucho frío, padres; nuestros Caminante, no hay camino,
corazoncitos de Jesús se apagan! sino estelas en la mar.
XXI XXX
Ayer soñé que veía «El que espera desespera»,
a Dios y que a Dios hablaba; dice la voz popular.
y soñé que Dios me oía… ¡Qué verdad tan verdadera!
Después soñé que soñaba. La verdad es lo que es,
y sigue siendo verdad
XXII
aunque se piense al revés.
Cosas de hombres y mujeres:
los amoríos de ayer XXXIV
casi los tengo olvidados, Yo amo a Jesús que nos dijo:
si fueron alguna vez. Cielo y Tierra pasarán.
Cuando Cielo y Tierra pasen,
XXIII
mi palabra quedará.
No extrañéis, dulces amigos,
¿Cuál fue, Jesús, tu palabra?
que esté mi frente arrugada;
¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad?
yo vivo en paz con los hombres
Todas tus palabras fueron
y en guerra con mis entrañas.
una palabra: Velad.
XXIV
XXXVI
De diez cabezas, nueve
Fe empirista. Ni somos ni seremos.
embisten y una piensa.
Todo nuestro vivir es emprestado.
Nunca extrañéis que un bruto
Nada trajimos; nada llevaremos.
se descuerne luchando por la idea.
XXXVII
XXVI
¿Dices que nada se crea?
Poned sobre los campos
No te importe; con el barro
un carbonero, un sabio y un poeta.
de la tierra, haz una copa
Veréis cómo el poeta admira y calla,
para que beba tu hermano.
el sabio mira y piensa…
Seguramente, el carbonero busca XXXVIII
las moras o las setas. ¿Dices que nada se crea?
Llevadlos al teatro Alfarero, a tus cacharros.
y sólo el carbonero no bosteza. Haz tu copa, y no te importe
Quien prefiere lo vivo a lo pintado si no puedes hacer barro.
es el hombre que piensa, canta o sueña.
El carbonero tiene XLI
llena de fantasías la cabeza. Bueno es saber que los vasos
nos sirven para beber;
XXVII lo malo es que no sabemos
¿Dónde está la utilidad para qué sirve la sed.
de nuestras utilidades?
Volvamos a la verdad: XLII
vanidad de vanidades. ¿Dices que nada se pierde?
Si esta copa de cristal
XXIX se me rompe, nunca en ella
Caminante, son tus huellas beberé, nunca jamás.
el camino, y nada más;
XLIV la verdad!
Todo pasa y todo queda; El corazón: Vanidad.
pero lo nuestro es pasar, La verdad es la esperanza.
pasar haciendo caminos, Dice la razón: Tú mientes.
caminos sobre la mar. Y contesta el corazón:
Quien miente eres tú, razón,
XLVI que dices lo que no sientes.
Anoche soñé que oía La razón: Jamás podremos
a Dios gritándome: ¡Alerta! entendernos, corazón.
Luego era Dios quien dormía, El corazón: Lo veremos.
y yo gritaba: ¡Despierta!
Elogios
L
—Nuestro español bosteza. XLIV. Al joven meditador José Ortega y Gasset
¿Es hambre? ¿Sueño? ¿Hastío? A ti laurel y yedra
Doctor, ¿tendrá el estómago vacío? corónente, dilecto
—El vacío es más bien en la cabeza. de Sofía, arquitecto.
Cincel, martillo y piedra
LIII y masones te sirvan; las montañas
Ya hay un español que quiere de Guadarrama frío
vivir y a vivir empieza, te brinden el azul de sus entrañas,
entre una España que muere meditador de otro Escorial sombrío,
y otra España que bosteza. y que Felipe austero,
Españolito que vienes al borde de su regia sepultura,
al mundo, te guarde Dios. asome a ver la nueva arquitectura
Una de las dos Españas y bendiga la prole de Lutero.
ha de helarte el corazón. LVI. Mariposa de la sierra
XLI. Parábolas. A Juan Ramón Jiménez,
por su libro Platero y yo.
IV. Consejos
Sabe esperar, aguarda que la marea fluya ¿No eres tú, mariposa,
—así en la costa un barco—, sin que el partir te el alma de estas sierras solitarias,
[inquiete. de sus barrancos hondos
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya; y de sus cumbres agrias?
porque la vida es larga y el arte es un juguete. Para que tú nacieras,
Y si la vida es corta con su varita mágica
y no llega la mar a tu galera, a las tormentas de la piedra, un día,
aguarda sin partir y siempre espera, mandó callar un hada,
que el arte es largo y, además, no importa. y encadenó los montes
para que tú volaras.
VI Anaranjada y negra,
El Dios que todos llevamos, morenita y dorada,
el Dios que todos hacemos, mariposa montés, sobre el romero
el Dios que todos buscamos plegadas las alillas o, voltarias,
y que nunca encontraremos. jugando con el sol, o sobre un rayo
Tres dioses o tres personas de sol crucificadas.
del solo Dios verdadero. ¡Mariposa montés y campesina,
mariposa serrana,
nadie ha pintado tu color; tú vives
tu color y tus alas
en el aire, en el sol, sobre el romero,
VII tan libre, tan salada! …
Dice la razón: Busquemos Que Juan Ramón Jiménez
la verdad pulse por ti su lira franciscana.
Y el corazón: Vanidad.
La verdad ya la tenemos. Sierra de Cazorla, 28 de mayo de 1915.
La razón: ¡Ay, quién alcanza
LXI. Al maestro Rubén Darío LX. A don Miguel de Unamuno
Este noble poeta que ha escuchado Por su libro Vida de
los ecos de la tarde y los violines Don Quijote y Sancho
del otoño en Verlaine, y que ha cortado Este donquijotesco
las rosas de Ronsard en los jardines don Miguel de Unamuno, fuerte vasco,
de Francia, hoy, peregrino lleva el arnés grotesco
de un ultramar de Sol, nos trae el oro y el irrisorio casco
de su verbo divino. del buen manchego. Don Miguel camina,
¡Salterios del loor vibran en coro! jinete de quimérica montura,
La nave bien guarnida, metiendo espuela de oro a su locura,
con fuerte casco y acerada prora, sin miedo de la lengua que malsina.
de viento y luz la blanca vela henchida,
surca, pronta a arribar, la mar sonora; A un pueblo de arrieros,
y yo le grito ¡Salve! a la bandera lechuzos y tahúres y logreros
flamígera que tiene dicta lecciones de caballería.
esta hermosa galera, Y el alma desalmada de su raza,
que de una Nueva España a España viene. que bajo el golpe de su férrea maza
aun duerme, puede que despierte un día.
LVII. A la muerte de Rubén Darío
Quiere enseñar el ceño de la duda,
Si era toda en tu verso la armonía del mundo, antes de que cabalgue, al caballero;
¿dónde fuiste, Darío, la armonía a buscar? cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda
Jardinero de Hesperia, ruiseñor de los mares, cerca del corazón la hoja de acero.
corazón asombrado de la música astral,
Tiene el aliento de una estirpe fuerte
¿te ha llevado Dionysos de su mano al infierno
que soñó más allá de sus hogares,
y con las nuevas rosas triunfantes volverás?
y que el oro buscó tras de los mares.
¿Te han herido buscando la soñada Florida,
El señala la gloria tras la muerte.
la fuente de la eterna juventud, capitán?
Quiere ser fundador y dice: Creo;
Que en esta lengua madre la clara historia quede;
Dios y adelante el ánima española…
corazones de todas las Españas, llorad.
Y es tan bueno y mejor que fue Loyola:
Rubén Darío ha muerto en sus tierras de Oro,
sabe a Jesús y escupe al fariseo.
esta nueva nos vino atravesando el mar.
Pongamos, españoles, en un severo mármol
su nombre, flauta y lira, y una inscripción no más:
Nadie esta lira pulse, si no es el mismo Apolo;
nadie esta flauta suene, si no es el mismo Pan.
1916.

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