Sicilia Bizantina-La Amenaza Arabe
Sicilia Bizantina-La Amenaza Arabe
Sicilia Bizantina-La Amenaza Arabe
NOTA PRELIMINAR:
El origen de este trabajo está en las páginas que tuve que dedicar a la situación de
Italia en la biografía de Jorge Maniaces para explicar su aventura occidental en el
contexto apropiado. Después de haber reflejado los acontecimientos de un
momento tan destacado como fue el de la segunda invasión normanda de 1041 me
pareció que sería una continuación lógica explorar el antes y el después de aquellos
sucesos para obtener así una síntesis de la segunda dominación bizantina en el sur
de Italia. Como el periodo ya tratado abarcaba los hechos del periodo 1030-1043,
el objetivo inicial fue realizar dos trabajos por separado, uno que comenzase con el
reinado de Basilio I y cubriese hasta el final de la gobernación de Basilio Boioannes
y un segundo a modo de epílogo que resumiese los acontecimientos y la rápida
decadencia de la dominación bizantina desde la rebelión de Maniaces en 1043 hasta
la toma de Bari en 1071. Finalmente he optado por presentar el conjunto como un
todo y para evitar el salto en la narración he reutilizado (ligeramente modificados)
algunos pasajes y mapas que en el trabajo de Maniaces cubrían la historia general,
lo que me ha permitido además incluir algunas hermosas ilustraciones del Skylitzés
Matritensis a las que no tuve acceso en diciembre de 2003 cuando esa biografía
estaba siendo redactada. El atento lector de aquel trabajo queda advertido pues del
previsible déjà vu.
En segundo lugar un apunte referido a la transcripción de los nombres propios. He
experimentado dudas con los correspondientes a los personajes lombardos, habida
cuenta de la escasa presencia de éstos en textos en castellano que pudiesen servir
de referencia. ¿Es preferible Landulfo o Landolfo? ¿Pandolfo o Pandulfo? ¿Ariquis,
Arichis, Aricis, Arequis? Sinceramente en muchos casos es difícil optar por una de
las opciones ya que todas ellas parecen aceptables, así que he intentado ser
consistente en el uso confiando en la bondad de mi elección. Asimismo respecto a
los nombres griegos también he intentado, en la medida de mis escasos
conocimientos, realizar una transcripción siguiendo las sabias recomendaciones de
Eva Latorre Broto, mi guía para estas ocasiones. Mi más sincero agradecimiento
para Eva y desde este momento reclamo, estoica y enteramente para mi persona,
la autoría y responsabilidad de cualquier despropósito en el trabajo que a
continuación se desarrolla.
Índice
· Introducción
· Italia bizantina: 867-983
· La reconquista de la Italia Meridional (880-886)
· El asentamiento de la dominación bizantina
· La amenaza árabe
· La organización administrativa
· Años de inestabilidad
· La lucha por Sicilia
· Siracusa capta
· La expedición a Sicilia de 964
· El regreso del Imperio Germánico
· La campaña de Otón II
· Reformas administrativas: la instauración del catepanato
· Italia bizantina: 983-1030
· El hostigamiento de los piratas musulmanes
· Años turbulentos
· La aparición de los normandos
· La primera invasión normanda
· La época del catepán Basilio Boioannes
· Italia bizantina: 1030-1043
· La expedición a Sicilia
· La segunda invasión normanda
· Maniaces en Italia
· El fin de la Italia bizantina: 1043-1071
· Las actividades del príncipe de Salerno
· El gobierno de Argyros y la batalla de Civitate
· La última resistencia
· Bari 1071
· Apéndice: Economía y Sociedad en la Italia bizantina
· La estructura poblacional
· La configuración de la ciudad
· La estructura social
· Bibliografía
Introducción
Cuando en 867 la flota del drongario del plöimon imperial Nicetas Ooryfas echaba el
ancla ante las costas de Ragusa, hoy en día Dubrovnik, Bizancio estaba preparado
de nuevo para reclamar su derecho a decidir en los asuntos de Italia tras la
desaparición del exarcado un siglo atrás. En estos momentos los territorios
controlados por el Imperio se reducían a algunos reductos en la región de Otranto y
muy lejos quedaban ya los días en que en las tierras italianas se escuchaba con
acatamiento la voluntad de Constantinopla. De entre los antiguos territorios
dependientes el ducado de Nápoles había derivado insensiblemente hacia un estado
de autonomía tácita que le llevó a seguir una línea política independiente alejada ya
de la colaboración con Bizancio, como se puso de manifiesto en 812 cuando el
duque Antemio contestó negativamente a la petición del patricio de Sicilia para que
hostigase a los piratas que acababan de saquear Ischia ese mismo año. La ruptura
de lazos de los napolitanos con su antigua metrópoli se reflejaba también en planos
más simbólicos con la ausencia de consultas con el Imperio a la hora de decidir el
relevo de sus líderes o la omisión del nombre del emperador en las monedas
acuñadas por el ducado. Más al norte, Venecia seguía respondiendo
afirmativamente a las solicitudes de Constantinopla pero ya como una entidad
política que seguía su propio camino e intereses.
A mediados del siglo IX el principal actor de la política peninsular era Luis II, rey de
Italia desde 844 y emperador de los francos en 850. Luis asumió como una de las
principales tareas de su reinado, obligación heredada de su cargo como rey de los
lombardos, el liderar la lucha contra los piratas árabes que asolaban
sistemáticamente el litoral italiano. Ya en 812 tenemos noticias de incursiones
piráticas en la región pero su presencia se hace mucho más sentida desde 836
cuando acuden al reclamo del duque Andrés de Nápoles para protegerse de las
agresiones lombardas. Empleados como mercenarios a sueldo de todos los estados
italianos en el sur pero también sirviendo a sus propios intereses y los de los
Aglábidas de Sicilia y norte de África su presencia pasó a ser una amenaza
demasiado clara, especialmente a partir de 839 cuando estalló la guerra civil en el
principado de Benevento entre Radelquis y Sikenulfo que provocó diez años
después la segregación de Salerno sancionada por la famosa Divisio de 849. Los
árabes se mostraron infatigables en sus correrías: en 838 Brindisi fue saqueada y
en 840 y 841 Tarento y Bari sufrieron la misma suerte. En 846 tuvo lugar la famosa
incursión aguas arriba del Tíber y el saqueo de los suburbios de Roma, incluida la
basílica de San Pedro que tanta conmoción provocó en la Cristiandad. Ese mismo
año otra fuerza árabe volvió a ocupar Tarento y la convirtió en un emirato
autónomo dedicado al comercio, fundamentalmente de esclavos, y al pirateo. Al
año siguiente Bari sufrió la misma suerte. La propia Roma fue salvada de nuevo en
849 cuando una flota de napolitanos unida a barcos de Amalfi y Gaeta derrotó ante
Ostia a una armada árabe. El victorioso Cesario, hijo del duque Sergio de Nápoles,
fue honrado como salvador de Roma por el jubiloso pontífice.
En la década de 850 los recién llegados aprovecharon esas bases y el desorden
político en las tierras italianas para recorrer el país en profundidad saqueando y
sometiendo las poblaciones locales a su voluntad. Los señores lombardos
habitualmente no corrían peligro resguardados en sus ciudades, pero carecían de
los medios para defender su territorio adecuadamente, sin olvidar el hecho de que
casi todos utilizaban los servicios de los mercenarios árabes para saquear las tierras
de sus vecinos. Expulsar a los musulmanes de Italia requería de una fuerza mayor
que sólo podía estar en manos del emperador carolingio. Desgraciadamente incluso
para Luis II la tarea resultó ser mucho más dura de lo esperada, comenzando por la
ciudad de Bari contra la que realizó sucesivas campañas en 847, 852, 866-67, 869
hasta tomarla finalmente dos años después.
En esos años la mirada de Bizancio volvió a posarse sobre Italia. La pugna
sostenida con el Papado sobre el control religioso de la recién convertida Bulgaria
había demostrado a Constantinopla que valía la pena presionar en Italia para
persuadir al pontífice a inclinarse ante los intereses de Constantinopla. Por ello
cuando a finales de la década la flota griega comenzó a mostrar su pabellón en
aguas del Adriático, posiblemente poco después del establecimiento del thema
naval de Dalmacia, muchas novedades se estaban gestando en el panorama político
de la región.
Las depredaciones de los piratas sarracenos en las costas dálmatas hicieron por fin
inevitable la llamada de socorro a Constantinopla en 867. Una escuadra de casi 400
chelandia, al decir de los fantasiosos historiadores francos y 140 según otras
fuentes, se apostó frente a la ciudad de Ragusa y forzó la apresurada huida de los
sitiadores que optaron por atravesar el Adriático y dedicarse a saquear las costas
de Apulia en lugar de enfrentarse a los poderosos navíos imperiales. Pronto los
jefes serbios de la región se apresuraron a acogerse a la protección de la remozada
autoridad bizantina, lo cual fue aprovechado por parte del jefe de la expedición para
reafirmar la influencia imperial sobre la zona. Al año siguiente, mientras Luis II se
preparaba para una nueva tentativa contra Bari, se acordó el envío de apoyo naval
bizantino para la empresa, aunque no está claro si la iniciativa partió del monarca
franco o fue una sugerencia del emperador Basilio. En marcha estaba por aquel
entonces el proyecto de alianza entre los dos Imperios mediante el compromiso
entre el primogénito de Basilio, Constantino, y Ermengarda, la hija de Luis.
Lamentablemente la empresa conjunta y la nonata alianza acabaron
desastrosamente cuando la flota que había arribado ante las costas de Bari con la
misión de ayudar en la campaña y recoger a la joven princesa se encontró con que
Luis había hecho regresar a buena parte de sus tropas y sólo mantenía el sitio con
algunos centenares de hombres. El propio Luis no estaba ya presente, pues se
había retirado a Venosa a conferenciar con su hermano Lotario y no parecía muy
dispuesto ahora a concluir el tratado. Furioso, el drongario Nicetas se alejó de la
ciudad y llevó a la flota al golfo de Corinto no sin haber mostrado antes su cólera
por la conducta de Luis, lo que estuvo a punto de provocar un enfrentamiento
armado con los francos. Posteriormente el monarca intentó excusar su conducta y
arreglar la situación aunque el proyectado matrimonio finalmente nunca tuvo lugar.
La colaboración volvió a establecerse a partir del año siguiente en un período en el
que la flota bizantina se mostró muy activa, realizando también incursiones contra
los piratas eslavos apostados en la desembocadura del Narenta y contra sus bases
en territorio dálmata.
Por fin, tras varias campañas infructuosas, las tropas de Luis II hicieron su entrada
en Bari el 2 de febrero de 871. De inmediato el monarca se propuso extender su
ofensiva a la ciudad de Tarento considerando que Apulia no se podría asegurar en
tanto esta plaza continuase en manos musulmanas. Las dificultades para la
empresa eran muchas debido a la fácil comunicación de los tarentinos con Sicilia.
En esos momentos una pequeña escuadra bizantina al mando del patricio Jorge
prestó su colaboración en las tareas del bloqueo, pero a sus escasos chelandia les
resultó imposible establecer un cierre total del puerto. La desesperada necesidad de
una fuerza naval de la que carecía el Imperio franco, unido a la nueva amenaza que
suponía la alianza del Duque Sergio de Nápoles con los musulmanes, animó a Luis
II a proponer a Basilio una alianza en firme en la que la tierra quedaría para los
francos y el mar para los griegos. Como premio último Sicilia regresaría a las
manos de sus antiguos dueños y Luis ofreció su ayuda para hacer avanzar la
empresa bizantina en la isla.
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Tan buenos propósitos se vieron frustrados por un nuevo fracaso diplomático. Peor
todavía, la embajada franca que se encontraba en Constantinopla a principios de
870 se enredó en disputas sobre la cuestión de Focio y la jurisdicción sobre la
iglesia búlgara, dejando a un lado su misión original. El emperador acusó a los
enviados de su mala disposición al tiempo que rehusó ratificar el título imperial al
monarca franco que Focio había prometido hacer reconocer. La cuestión de fondo
que yacía tras este enfrentamiento era la pretensión de Luis II de considerarse
Emperador de los Romanos y no de los Francos, entrando así en conflicto directo
con la posición del soberano de Constantinopla. Alejados, pues, por sus intereses
divergentes ambos se decidieron a continuar la guerra en Italia contra los
musulmanes por separado. La flota imperial abandonó en esos momentos las costas
italianas para actuar sobre las bases piratas de Creta, persiguiendo a sus enemigos
a lo largo de las costas del Peloponeso hasta dispersarlos. Por su parte Luis
tampoco pudo continuar su campaña sobre el siguiente objetivo, Tarento. Una
conspiración urdida por el duque Adelquis de Benevento en agosto de 871 le
convirtió en prisionero de éste durante unos meses. Sólo la promesa de no buscar
venganza sobre los conjurados y no amenazar el territorio de Benevento le permitió
volver a recuperar la libertad. Muy afectado por este suceso no emprendería ya
grandes acciones en Italia y su muerte en 875 marcó el fin de la intervención de la
monarquía carolingia en el sur. Sólo entonces tras la desaparición del animoso y
desafortunado Luis volvieron los barcos de Bizancio a luchar de nuevo contra los
sarracenos en Italia.
El fracaso de los francos fue la señal para la reanudación de una vigorosa
contraofensiva musulmana especialmente desde la colonia radicada en Tarento.
Pronto sus algaradas recorrieron toda la Italia del sur llegando en sus incursiones a
las cercanías de Benevento, mientras que por mar los corsarios árabes
aprovecharon la falta de vigilancia en el Adriático para llegar hasta el fondo del
golfo de Venecia y saquear Comacchio. Para entonces el gobierno bizantino estaba
convencido de que el Adriático y las posesiones imperiales en Iliria estarían siempre
a merced de los piratas en tanto que éstos encontrasen refugio y apoyo en el litoral
italiano, Se hizo pues necesaria la intervención en tierra firme y la ocasión vino
dada muy pronto por la petición de socorro que los lombardos de Apulia dirigieron
al gobernador bizantino de Otranto, que acababa de recibir las promesas y
juramento del príncipe Adelquis II de Benevento en 873. En obediencia a esos
acuerdos se abrieron las puertas de Bari a las tropas encabezadas por el baiulos
Gregorio, primicerio y protospatharios imperial, que se hizo dueño de la ciudad en
nombre de Basilio el 25 de diciembre de 876 enviando luego a Constantinopla como
rehenes a algunos de los principales ciudadanos junto con el gastaldo encargado de
su gobierno hasta la llegada de las tropas bizantinas.
El rápido asentamiento de las fuerzas imperiales en Bari no fue muy del agrado de
Adelquis, que no esperaba una presencia demasiado visible de los recién llegados,
lo que le llevó a intentar tratar directamente con los musulmanes pero para
entonces ya se había establecido en Bari una fuerte guarnición que aseguraba el
dominio de la ciudad para los bizantinos. Constantinopla ganó así una posición
privilegiada para controlar ambas costas del Adriático y afirmó su intención de
reclamar protagonismo transformando la nueva posesión en la sede del strategos
como una base firme desde la que empezar a desempeñar de nuevo un papel
relevante en la política italiana. Basilio concedió plenos poderes a su representante
para llevar adelante el juego diplomático con los estados lombardos y las dotes de
gobierno y habilidades de Gregorio le permitieron desempeñar con eficacia las
funciones de su cargo hasta 885.
Como representante del emperador Gregorio no tardó en establecer contacto con
los actores relevantes en la escena italiana, particularmente con el papa Juan VIII,
que en estos años buscaba ayuda desesperadamente para hacer frente a la
amenaza de las flotas piratas sarracenas que a finales de 876 volvían a asomarse a
la desembocadura del Tíber. El basileo respondió afirmativamente a la petición del
pontífice y ordenó a Gregorio que enviase algunos barcos hacia el litoral de
Campania. Sabemos que a finales de 879 un pequeño destacamento naval, al
mando del espatario Gregorio, el turmarca Teofilacto y el conde Diógenes se apostó
ante Nápoles y derrotó a los musulmanes. Aliviado, el papa felicitó calurosamente a
sus salvadores pero insistió en que debían llegar hasta Roma y defenderla por tierra
y mar de nuevas amenazas. Al año siguiente los barcos regresaron y colaboraron
en la protección de las tierras de la Santa Sede. Durante ese periodo las relaciones
entre Roma y Constantinopla alcanzaron una armonía que rara vez se volvió a
disfrutar posteriormente.
El éxito de Bari, aunque valioso, no pudo compensar la calamitosa fortuna de las
armas imperiales en otros frentes, particularmente en Sicilia. Mientras la flota de
Nicetas Ooryfas se ocupaba de recorrer las costas griegas en busca de piratas el
litoral siciliano quedaba a merced de los ataques de los musulmanes de Palermo.
Siracusa estaba siendo sometida a un duro asedio en esos momentos y durante
semanas esperó en vano el socorro de una flota que al mando del navarca Adriano
debía llegar en su auxilio. Demorado en las costas del Peloponeso Adriano conoció
la noticia de la toma de la ciudad en mayo de 878 sin tiempo ya para poder
prestarle el socorro tan desesperadamente implorado. La conquista de Siracusa
ofreció a los musulmanes una base ideal para emprender la conquista definitiva de
Calabria por lo que, animado con el reciente triunfo, el emir de África envió de
inmediato una flota de 60 galeras de buen porte hacia el Jónico para saquear las
costas griegas.
Escarmentado Basilio por el fracaso en la empresa de Siracusa quiso atajar de raíz
las nuevas incursiones y dirigió contra la flota sarracena al plöimon imperial al
mando del sirio Nasar, que había sustituido entretanto en el cargo a Nicetas
Ooryfas. La flota imperial, compuesta por 45 navíos, consiguió expulsar de las
aguas del Jónico a los incursores, tras sorprender y aniquilar una escuadra árabe de
16 galeras en el puerto de Metona, y se dirigió después a toda vela hacia las costas
de Sicilia. Las primeras velas de la armada se dejaron ver ante Nápoles en octubre
de 879 y probablemente fue entonces cuando de la flota se separó el contingente
destinado a proteger las costas de Campania a petición del papa. Tras reagrupar la
escuadra Nasar inició su ataque en la costa septentrional de la isla, al este de
Palermo. En Milazzo, en las cercanías de las islas Lípari, se libró un gran combate
que resultó victorioso para los bizantinos, y tras el encuentro Nasar pudo dedicarse
a perseguir el rico tráfico mercantil organizado entre Sicilia y el continente. De la
riqueza del botín obtenido dieron cuenta los cronistas afirmando que el precio del
aceite en Constantinopla cayó en aquellos días hasta alcanzar valores irrisorios.
Animado por el éxito de la empresa la flota se aprestó a llevar adelante la segunda
y más importante fase de la operación que tenía como objetivo desembarcar en
tierra italiana los primeros ejércitos imperiales que esas costas veían en más de un
siglo. Bizancio regresaba con fuerza a sus antiguos dominios y lo hacía reclamando
su derecho de propiedad.
La amenaza árabe
Con el comienzo del siglo X la amenaza árabe volvió a hacerse omnipresente en
Calabria y Campania. El foco principal del peligro estaba en la colonia musulmana
en el Garellano, establecida alrededor de 880 en un enclave permanente
solidamente protegido en las alturas de la orilla derecha del río y desde el que
salían con regularidad bandas para saquear y pillar las ciudades lombardas. A la
amenaza permanente de los piratas del Garellano se unió desde 900 la amenaza
sobre Calabria de los árabes africanos liderados por el emir de Cairuán Ibrahim Ibn
Ahmed. Tras haber consolidado su posición en África envió a su hijo Abdallah para
someter a sus súbditos sicilianos en rebeldía. El desembarco del ejército africano en
Mazara el 1 de agosto de 900 provocó un aluvión de refugiados que buscaron
socorro entre los griegos de Taormina, todavía en posesión del Imperio, mientras
otros optaron por la mayor seguridad del continente.
Dueño ya de Palermo Abdallah se dirigió contra los cristianos de Taormina y Catania
mientras un ejército se concentraba en Reggio para apoyar a los cristianos de la isla
y entrar en negociaciones con los musulmanes rebeldes. En 901 Abdallah pasó al
continente, dispersó las tropas bizantinas que allí estaban apostadas y sometió
Reggio a pillaje. El botín obtenido fue inmenso, acrecentado por las contribuciones
que las ciudades de la región se apresuraron a ofrecer para ahorrarse la suerte de
sus vecinos. Durante este tiempo hizo su aparición una escuadra bizantina a la
altura de Messina pero fue derrotada por Abdallah que, tras una nueva incursión en
Calabria, regresó a Palermo para poner en orden su administración. Al año
siguiente su padre renunció al poder y reclamó a su hijo a África para que ocupase
su puesto. Él antiguo emir proclamó entonces su voluntad de llevar la guerra santa
a sangre y fuego a Sicilia y ese mismo año puso sitio a Taormina que sucumbió tras
una heroica resistencia. El terror entre la población cristiana ante la crueldad
demostrada por el antiguo emir provocó una oleada de refugiados que afluyó a
Calabria, pero tras ellos llegaba el propio Ibrahim. El 3 de septiembre de 902 el
sanguinario caudillo musulmán atravesó el estrecho con todo su ejército y avanzó
arrasando todo ante si hasta el valle del Crati. Su avance fue tan rápido que
imposibilitó la llegada a tiempo de los refuerzos bizantinos desde Constantinopla.
Despreciando a los emisarios de las ciudades que corrían a someterse ante él
Ibrahim llegó ante Cosenza a finales de septiembre. La noticia de esta repentina
invasión provocó el terror en toda Italia meridional acrecentada por las amenazas
del caudillo africano de llegar hasta Roma para destruir “la ciudad de ese ridículo
viejo Pedro”. Las ciudades no se hacían ilusiones sobre la amenaza que se cernía
sobre ellas. En Nápoles, por ejemplo, el cónsul Gregorio, tras consultar con el
obispo Esteban y otros principales decidió destruir el Castellum Luculli, la fortaleza
que se erigía en el cabo Miseno por temor a que los árabes lo utilizaran como base
permanente. Toda la población tomó parte en el proceso de derribo del bastión y de
él luego se trasladaron los restos de San Severino, que allí se custodiaban, para ser
solemnemente transferidos a Nápoles en octubre.
Entretanto los habitantes de Cosenza, tras intentar en vano parlamentar con sus
atacantes se prepararon para un asedio largo que comenzó con el asalto del 1 de
octubre que consiguieron rechazar. Pero la muerte repentina de Ibrahim el 23 de
ese mismo mes a causa de la disentería puso fin al bloqueo. El desmoralizado
ejército árabe renunció al asedio y el sucesor de Ibrahim, su nieto, se contentó con
cobrar un rescate de guerra y ordenó la retirada, lo que supuso un respiro para las
atormentadas poblaciones de la región.
Tras este episodio no se registraron nuevos ataques en Calabria hasta 914. La
atención musulmana estaba en esos momentos centrada en otras prioridades, en
Sicilia donde la guerra civil había estallado y en África donde los Aglabíes fueron
desplazados en 909 por los Fatimíes, lo que fue aprovechado por los sicilianos para
romper sus lazos con África y pasar a depender directamente de Bagdad. El ataque
de 914 tuvo escasas consecuencias por la disposición del gobierno bizantino a tratar
con los sicilianos que se comprometieron a cesar en sus agresiones a cambio del
pago de una contribución regular.
Pero si la situación en Calabria era más pacífica no ocurría lo mismo en Campania,
donde continuaban los combates contra los árabes del Garellano. Entre 880 y 915
las bandas de saqueadores recorrieron libremente los valles del Volturno, el Liri y
los afluentes del Tíber partiendo no sólo desde su base principal sino también desde
otros enclaves en Sepino y Boiano. En 903 derrotaron a los cristianos en las orillas
del río y dos años más tarde, en 905, se unieron a sus tradicionales aliados
napolitanos para derrotar a las tropas de la ciudad de Capua. Poco después sin
embargo Atenulfo, el señor de Capua, consiguió atraer a los napolitanos a una liga
de la que también formó parte la ciudad de Amalfi. Los aliados pretendieron
construir un puente sobre pontones para atravesar el río pero los sarracenos,
ayudados por la gente de Gaeta, se arrojaron sobre los aliados y acabaron con
buena parte de ellos.
Por esa misma época las bandas musulmanas hicieron de nuevo su aparición en las
cercanías de Roma y ocuparon la región de la Sabina y las villas de Narni y Nepi. En
su avance llegaron a controlar el valle del Tíber al norte de Roma y tras atravesar el
río se adentraron en Tuscia y convirtieron en su base el monasterio abandonado de
Farfa. Los efectos en la región se hicieron notar. Las crónicas de esos años nos
hablan de un panorama desolador. En 905 las villas aparecían desiertas, las iglesias
abandonadas se desmoronaban y en palabras del monje del Monte Soracto “desde
hace treinta años los sarracenos reinan en el estado romano”. Los peregrinos que
se dirigían a Roma experimentaban grandes dificultades para alcanzar la ciudad y
con frecuencia se veían detenidos por bandas árabes que les obligaban a pagar
fuertes cantidades para permitirles continuar su camino. Tal y como narra
Gregorovius:
“Tan pronto como los peregrinos del Norte en ruta hacia Roma atravesaban los
Alpes se encontraban con su camino cerrado por los moros de España que estaban
fortificados desde 891 en Fraxinetum en el sur de Galia. Tras haberse rescatado a
sí mismos allá los peregrinos caían luego en manos de los sarracenos en tierras de
Narni, Rieti y Nepi. Ningún peregrino llegaba a Roma con ofrendas, y esta situación
se prolongó durante treinta años. Cualquier traza de gobierno central en la región
había desaparecido y cada villa, cada fortaleza y abadía estaban reducidas a sus
propios recursos.”
Impotentes en su debilidad los señores lombardos sólo pudieron mirar hacia Oriente
en busca de su salvación. Llegaba la hora de acudir de nuevo al basileo de
Constantinopla.
En estos primeros años del siglo el gobierno bizantino, ocupado en otros frentes, no
había prestado mucha atención a los asuntos de Campania, más allá de la
concesión de algunos subsidios a los príncipes de la región. Por ello el señor de
Capua y Benevento, Atenulfo, se decidió por la apelación directa al basileo enviando
en 909 a su hijo Landulfo para solicitar el envío de un ejército imperial. León acogió
favorablemente la embajada y prometió su apoyo a condición que el príncipe
reconociese expresamente su condición de vasallo del Imperio. Durante estas
negociaciones murió Atenulfo y su hijo regresó a Capua con el permiso del
emperador e investido con el título de patricio imperial. Con él gobernaba su
hermano Atenulfo II pero era Landulfo con su nueva dignidad quien se podía codear
en la jerarquía oficial con su par el príncipe de Salerno o el gobernador del thema.
Para resolver el problema que planteaba la colonia árabe del Garellano era
indispensable separar a Nápoles de la alianza con los sarracenos, lo que se
consiguió en 911 tras la firma de un tratado con el duque Gregorio que tuvo como
punto principal la constitución de una alianza ofensiva entre Nápoles y Capua-
Benevento contra los árabes, aunque este acuerdo demostró tener tan poca vida
como el que se firmó en tiempos de Atanasio pues cuando lleguen las tropas
bizantinas poco tiempo después Nápoles y Gaeta seguirán estando de nuevo en paz
con los musulmanes.
La muerte de León VI en 912 y los tiempos de inestabilidad que se sucedieron
retrasaron el envío de las tropas prometidas. Mientras tanto el papa Juan X, en la
sede pontificia desde marzo de 914, buscó el concurso del margrave Alberico de
Espoleto para expulsar a las bandas sarracenas del valle del Tíber. Tras contactar
también con Landulfo y aconsejado por éste envió una embajada a Constantinopla
para pedir como sus antecesores Juan VIII y Esteban V la ayuda de la corte
imperial. En tanto se intensificaban las acciones diplomáticas la defensa se fue
organizando alrededor de Espoleto y Salerno. Un notable de Rieti encabezó un
pequeño ejército que consiguió expulsar a los musulmanes del valle alto del Anio.
Poco después los habitantes de Nepi y Sutri consiguieron otra victoria cerca del
Tíber lo que obligó a las bandas árabes a un repliegue táctico a través de la llanura
del Lacio para fortificarse en el campamento del Garellano, mientras tras ellas
llegaban las tropas de Roma y Espoleto acaudilladas por el Papa y el margrave
Alberico.
Pronto llegaron refuerzos de importancia al campamento cristiano: el nuevo
estratego de Longobardia, Nicolás Picingli, acudió a Campania con las tropas a su
mando reforzadas por destacamentos enviados directamente desde Constantinopla.
En su marcha hizo un alto ante Nápoles para obligar al duque Gregorio a abandonar
la alianza con los árabes. La demostración de fuerza unida a la seducción del oro y
la promesa de un título oficial convencieron al duque y a su socio el hypatos de
Gaeta para reconocer la autoridad bizantina y romper su alianza con los
musulmanes. Por su parte el señor de Gaeta obtuvo la confirmación de la donación
papal de la villa de Fondi que ya le había sido concedida por Juan VIII en 882.
Tras solucionar esta cuestión en 915 la liga cristiana se reunió por fin a orillas del
Garellano. La flota bizantina comenzó a entrar en la desembocadura del río en el
mes de junio mientras las tropas terrestres maniobraron para formar un cerco
sobre el campamento fortificado. En la acción estaban presentes todos los señores
principales de la Italia Meridional: el duque Gregorio, Atenulfo de Capua y Guaimar
de Salerno acompañados del conde Berenguer de Friuli y del margrave de Espoleto
que combatían al frente de sus tropas al igual que el Papa. Al mando de la coalición
se situó el estratego Picingli que comenzó a dirigir las operaciones al pie de la colina
principal donde se concentraba la defensa sarracena. Durante tres meses se
bloqueó concienzudamente el recinto hasta que, acuciados por la necesidad, los
asediados se decidieron a intentar la salida en agosto siguiendo el consejo en
secreto de los señores de Nápoles y Gaeta. Tras incendiar el campamento los
árabes intentaron la huida en grupos reducidos a través de los montes vecinos por
donde fueron perseguidos por los cristianos de modo que pocos pudieron escapar
con vida.
La victoria del Garellano hizo desaparecer de la península la última colonia
musulmana y liberó la Campania y la Italia central de sus incursiones. El beneficio
para Bizancio fue ver su autoridad reconocida en toda la Italia meridional desde
Gaeta hasta el monte Gargano, con los señores de Nápoles y Gaeta portando
orgullosamente las dignidades conferidas por el emperador. En recuerdo de la gran
victoria el hypatos Juan I hizo construir en la orilla del río una torre fortificada sobre
la tierra en la que ahora Gaeta volvía a señorear.
La organización administrativa
Tras la caída de Taormina en 902 nada quedaba ya del antiguo thema de Sicilia del
que Calabria había sido en tiempos un ducado. Desde el siglo VIII su estratego
tenía a su cargo, además de la propia isla, los ducados de Calabria y Otranto junto
con Nápoles, que desde 755 empezó a desarrollar una política independiente del
Imperio liderada por el duque Esteban, miembro de la aristocracia militar local y
elegido por vez primera por sus conciudadanos en lugar de serlo por su superior en
Sicilia. Estos ducados sufrieron desde mediados del IX la transformación
administrativa que los convirtió en turmas igualándolos así con la tipología
organizativa vigente en el resto del estado bizantino.
Ahora un estratego pasó a residir en Reggio, prueba quizás de la relación estrecha
que todavía debía existir con las comunidades cristianas que mantenían un cierto
grado de independencia en algunas comarcas al oeste y al sur de Messina. En la
propia Calabria el territorio comprendido por la demarcación administrativa era
mayor que el existente a principios del VIII al extenderse también al valle del Crati
con las villas de Cosenza y Bisignano. Por contra la tierra de Otranto que antes
había formado parte de la región calabresa pasó a depender del nuevo thema de
Longobardia. En esta época se produjeron algunas actuaciones de repoblación.
Basilio I reconstruyó Galipoli y la repobló con griegos de Heraclea del Ponto. En
Calabria se asentaron parte de las tropas auxiliares armenias que llegaron a Italia
con Nicéforo Focas, así como 1.000 esclavos liberados de la viuda Danielis, la
famosa terrateniente del Peloponeso. Otros 3.000 libertos de la misma procedencia
fueron enviados a Apulia más tarde, ya durante el reinado de León VI. En el terreno
eclesiástico sin embargo las circunscripciones fijadas en la época de León VI
reprodujeron la antigua distribución, y así por ejemplo el obispado de Galipoli en la
tierra de Otranto siguió dependiendo de la sede calabresa de Santa Severina. Desde
el reinado de Basilio I la villa de Otranto fue residencia de altos funcionarios
bizantinos, pero fue la ciudad de Bari, tras la ocupación por el baiulos Gregorio la
que desde el principio se constituyó en capital del nuevo thema de Longobardia y
residencia por tanto del gobernador bizantino en la península.
El estratego radicado en Bari estaba encargado de una doble misión militar y
diplomática: como político debía entrar en contacto con los príncipes lombardos y
coordinar su participación en las luchas contra los sarracenos. Y debido a que
Bizancio consideraba que todos los estados de Italia meridional seguían estando
bajo su soberanía el gobernador era el encargado de hacer llegar a los señores de
Benevento, Capua, Salerno, Nápoles, Amalfi y Gaeta los despachos que la
cancillería imperial enviaba significativamente en forma de órdenes (keleusis),
procedimiento administrativo utilizado con los súbditos del Imperio en
contraposición a grammata, las cartas imperiales dirigidas a aliados independientes.
Durante todo el período las relaciones con los pequeños estados pasaron por fases
alternantes de paz y tensión que pueden ser seguidas e interpretadas fácilmente
por el estudio de la datación de la documentación de la época que utilizaba los años
de gobierno del Imperio cuando estaba en buenas relaciones con Constantinopla o
los de la autoridad local en momentos de desencuentro. De la misma forma en el
primer caso eran citados los títulos otorgados por Bizancio o bien silenciados si las
relaciones no eran buenas en el momento de la redacción del documento.
El estratego debía también intervenir en Campania para influir sobre la política local
en defensa de los intereses del Imperio. Pero también tenía que guerrear en
colaboración con los estrategos de otros themata que acudieron a Italia
sucesivamente enviados por el emperador para afirmar el dominio de Bizancio en la
península. Probablemente el primer gobernador de Longobardia fue Gregorio,
sucedido por Teofilacto en 886 y en el desempeño de su cargo no deben ser
confundidos con hombres como Esteban Majencio o Nicéforo Focas, militares
investidos con poderes extraordinarios para una campaña específica a cuyo término
debían regresar a Constantinopla. Sabemos también del patricio Jorge, que residía
en Tarento hacia 887-888, donde quiso obligar a sus habitantes a escoger un
obispo griego que reconociese la jurisdicción de Constantinopla, pero no podemos
conocer con absoluta certeza si este oficial era o no gobernador de Longobardia.
El primer oficial que se declara expresamente estratego de Longobardia es
Simbaticio, el conquistador de Siponto y Benevento en 891. Resulta significativo en
estos años que los oficiales al mando lo son también de Cefalonia en las islas del
Jónico, que parecen haber compartido durante unos años al mismo gobernador
posiblemente hasta que las necesidades organizativas en Italia exigieron de nuevo
la división en dos circunscripciones. Por estos mismos años, perdida prácticamente
Sicilia salvo las plazas de Taormina, Aci y Rametta que cayeron en 902, se fue
afirmando en las fuentes la denominación de Calabria como thema aunque en la
nomenclatura oficial el cargo de estratego de Sicilia siguió apareciendo
regularmente. Sólo entre 938 y 956, según Falkenhausen, puede datarse la
creación oficial del thema de Calabria, pues ya en esa última fecha Mariano Argiro
utilizó esa titulación aunque probablemente la reorganización administrativa llevaba
ya algunos años en funcionamiento. En ocasiones puntuales los themata de
Calabria y Longobardia fueron reunidos temporalmente en un único mando, como
fue el caso durante los gobiernos de Basilio Cladon en 938, de Mariano Argiro en
956 o de Nicéforo Hexacionites en 965, debido posiblemente a la necesidad de
reemplazar a un general caído en combate o reclamado a Constantinopla. En otros
casos el motivo fue agrupar más eficazmente las fuerzas de ambas
circunscripciones, pero en cualquier caso la administración de ambos themata
volvió luego a recibir sus gobernadores independientes.
Aunque en estos años no se advierte una delimitación clara de los límites de la
provincia se pueden distinguir tres zonas reconocibles en la Italia meridional. En
primer lugar la región del litoral del Adriático alrededor de Bari y Siponto, Tarento y
el valle del Crati en donde la autoridad bizantina estaba solidamente establecida. En
segundo lugar las tierras del antiguo condado de Capua, alrededores de Benevento
y Salerno donde los príncipes lombardos seguían ejerciendo el control. Y en tercer
lugar una zona intermedia en la que la autoridad no estaba claramente definida y
se inclinaba sucesivamente a favor de unos u otros en medio de una lucha sorda de
influencias en la que se pueden apreciar los intentos por parte de la administración
bizantina de ir sustituyendo pacientemente el protectorado vago por un control más
directo. Los medios empleados para atraer a los indecisos incluían el soborno, el
otorgamiento de títulos y dignidades y la promesa de ingresos regulares en
metálico por parte de la administración imperial. La generalización de tales
prácticas derivó en excesos que fueron ya denunciados por León VI en sus obras,
en las que se queja de las malas costumbres adoptadas por los oficiales que
permanecían durante un tiempo prolongado en Italia contagiados, según sus
palabras, “por la avidez de los lombardos y su deseo de lucro”. Una práctica política
de estas características costaba cara y debía ser financiada mediante contribuciones
siempre en alza, pero los gobernadores italianos no recibían ingresos de Bizancio
con regularidad, tal y como nos informa Constantino VII en el Libro de las
Ceremonias, por lo que en muchas ocasiones debía ser el propio thema el que
subviniese a sus necesidades. El peligro de sublevaciones y descontento ante las
cargas económicas impuestas por ello a las poblaciones locales era pues un peligro
real del que se dieron alguna muestra las rebeliones de 887 en Bari y 894 en
Benevento. Sin embargo durante los primeros años del siglo X la situación se
mantuvo tranquila y sólo sería a partir de la década de 920 cuando comience a
reproducirse un ciclo constante de revueltas e inestabilidad política en la región.
Años de inestabilidad
La paz de que gozaba Calabria se interrumpió bruscamente en 917 con la
reanudación de los ataques piráticos, esta vez encabezados por los gobernantes
fatimíes que en ese año habían derribado el emirato independiente de Palermo.
Desde Mahdia se enviaron nuevas expediciones que asolaron las costas calabresas
sin otro objetivo que saquear y tomar prisioneros y descartando objetivos más
ambiciosos a excepción del incidente aislado que fue la toma temporal de Reggio en
918. La respuesta de las autoridades bizantinas ante la reanudación de los ataques
fue tratar de llegar a un acuerdo económico. El estratego de Calabria Eustacio, uno
de los chambelanes del emperador, ofreció a los musulmanes el pago de un tributo
de veintidós mil piezas de oro, posiblemente a finales de ese mismo año, lo que
puede explicar el cese de las incursiones en el período siguiente.
Poco tiempo después Eustacio fue sustituido en el cargo por Juan Muzalon (también
llamado en las fuentes Bizalon). El nuevo estratego tomó una decisión impopular al
elevar los impuestos para poder hacer frente al tributo y su actuación dió lugar a
una revuelta en la que pereció asesinado, poco tiempo después de la llegada al
poder de Romano I Lecapeno, posiblemente entre 921 y 922. En su ayuda los
sublevados pidieron auxilio a Landulfo de Capua. En abril de 921 se produjo
también la muerte en Ascoli Satriano del estratego de Longobardia Ursileon durante
un enfrentamiento contra los príncipes lombardos venidos en ayuda de los
habitantes de Apulia en rebeldía. Tras hacerse dueños de Ascoli, Landulfo de Capua
y su hermano Atenulfo extendieron su dominio a toda la región en un acto de
declarada rebeldía a la autoridad imperial. Una fuente alternativa para estos hechos
está disponible en las cartas del patriarca Nicolás Mstikos que en esos años
mantuvo una activa correspondencia con diversos personajes de relevancia en
Italia, entre ellos el propio Landulfo. Por ellas se conoce que los sublevados se
apresuraron a enviar cartas a Constantinopla responsabilizando de los hechos al
fallecido estratego y reafirmaban su voluntad de mantenerse leales a Bizancio a
condición de que no se castigase a los culpables y se nombrase como nuevo
gobernante de Longobardia al propio Landulfo. La corte bizantina respondió con
cautela ante esas propuestas sabedora del peligro que encerraban. Aunque no se
conocen los detalles exactos de las negociaciones se documenta a partir de 925 en
los documentos oficiales de Capua la desaparición de los títulos de patricio y
anthypatos que antes portaba el príncipe, signo inequívoco de la ruptura de
relaciones. Sabemos también que Landulfo se retiró finalmente de Apulia porque
volvió a invadirla pocos años después.
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En el año 922 se registró en tierras de Campania la aparición de las temidas bandas
húngaras que por esos años saqueaban toda la Europa Central. Simultáneamente a
esta amenaza los piratas árabes volvieron a la actividad en el mismo año en las
costas de Calabria donde ocuparon la villa de Santa Agata. A partir de 924 le tocó
el turno a Apulia donde los piratas eslavos hicieron su aparición actuando desde sus
bases en las islas del Adriático o al servicio de los jefes árabes. En 925 un ejército
árabe llegado de África desembarcó cerca de Tarento al mando de Abu Ahmed
Jaffar Ibn Obeid y avanzó en dirección a Oria. En esta ciudad rica y populosa, que
contaba con una abundante colonia judía, se había refugiado el estratego de
Calabria. Su resistencia duró poco y tras una breve lucha la ciudad cayó en manos
de los atacantes el 1 de julio librando un enorme botín. El oficial bizantino debió
pagar por su libertad un fuerte rescate y la entrega de un tributo aseguró a la
región la paz durante algunos meses. De estos hechos tenemos cumplidas noticias
por las crónicas de un miembro de la numerosa comunidad judía de Oria, el juez
Sabbatai Donnolo, entonces un niño de 12, hecho prisionero en la villa. Donnolo fue
liberado en breve y en su carrera posterior, famosa por sus conocimientos de
medicina y astrología fue médico personal del gobernador de Calabria Eupraxio,
emprendió viajes en busca de conocimiento que le llevaron hasta Bagdad y
mantuvo correspondencia con importantes personajes de la época como Nilo el
Menor, abad de Grotta-Ferrata.
Parece ser que en este año 925 tuvo lugar el curioso episodio de la detención de
unos embajadores búlgaros y árabes de regreso de África a la altura de las costas
calabresas. El rey Siméon, que en estos momentos se encontraba en guerra con
Bizancio, había iniciado contactos con los fatimíes para establecer una alianza
contra su enemigo común. Los barcos bizantinos que apresaron a los diplomáticos
regresaron con sus valiosos prisioneros a Constantinopla donde haciendo gala de
prudencia Romano Lecapeno ordenó la retención de los búlgaros y la devolución de
los árabes a su hogar con la promesa de la renovación del tributo regular acordado
en 918/19 que volvería a ser pagado por el estratego de Calabria aunque esta vez
reducido a la mitad del montante original, unos 11.000 nomismata en total.
+
El Mahdi aceptó la ratificación de la tregua que se había firmado en Oria poco antes
aunque la paz demostró ser poco duradera ya que al año siguiente se produjo un
nuevo ataque, esta vez a cargo del emir de Sicilia acompañado por el jefe eslavo
Sabir al mando de una armada de más de cincuenta galeras que llegaron para
asediar Tarento. El 15 de agosto de 928 la ciudad cayó por asalto y según las
fuentes árabes más de 6.000 cristianos perecieron y los supervivientes fueron
deportados como esclavos a África. Ese mismo año otro jefe eslavo, Miguel Vysevic
de Zaclumia, atacó y saqueó Siponto. Por su parte Sabir, tras la toma de Tarento
remontó las costas del Tirreno e impuso cuantiosos rescates a las ciudades de
Salerno y Nápoles. Tras volver sobre sus pasos Sabir entró en el Adriático y
superando el promontorio del Gargano entró en Térmoli tras haber dispersado a
unos cuantos navíos bizantinos que intentaron ofrecerle resistencia.
Tras la muerte del Mahdi en 934 las ciudades y villas de Calabria dejaron de pagar
el tributo anual y la revuelta en Sicilia de los habitantes de Agrigento de 937 a 941
que arrastró a buena parte de la isla distrajo la atención de los musulmanes que
dejaron tranquilas las costas italianas por algunos años. Los bizantinos, muy
interesados en la prolongación de ese conflicto, sostuvieron la causa de los
rebeldes enviándoles entre 937 y 939 barcos cargados de trigo para asegurar su
sustento.
La delicada situación ante los repetidos ataques musulmanes fue aprovechado a su
vez por los príncipes lombardos para liberarse de un protectorado no deseado ya.
En 926 Landulfo de Capua, esta vez aliado con Guaimar de Salerno, invadió
nuevamente Apulia. La ruptura simbólica con Bizancio había tenido lugar ese año ya
con el cese de las menciones a títulos bizantinos en las cartas y privilegios
otorgados por esos príncipes pero ahora la rebeldía abierta se tradujo en el recurso
a las armas. Las tropas aliadas de ambos principados atacaron a los bizantinos pero
fueron vencidas en un primer encuentro. En socorro de los coaligados acudió
Teobaldo, margrave de Espoleto, y con su ayuda los aliados consiguieron derrotar a
su vez a los imperiales. La rebelión afirmada con estos apoyos externos se prolongó
hasta 934.
Mientras estos acontecimientos tenían lugar el príncipe de Salerno por su parte
había invadido Lucania y el norte de Calabria. Sólo se tienen noticias confusas de
los combates en la región aunque hay registros de un enfrentamiento en
Basentello, entre Acerenza y Venosa, contra las tropas del estratego Anastasio.
Según un testimonio posterior de Liutprando de Cremona Landulfo permaneció en
Apulia durante cinco años antes de ser desalojado por un contraataque bizantino.
La respuesta de la corte imperial llegó en 934 cuando el patricio Cosmas fue
despachado rumbo a Italia con una pequeña escuadra compuesta por once
chelandia a la que acompañaba un contingente de 415 rusos en siete barcos largos.
Excepcionalmente para esta expedición contamos con cifras precisas que se nos
han conservado en el Libro de las Ceremonias. Los soldados escogidos que la
componían eran sobre todo de caballería: 200 hombres de los themata de los
Tracesios y de Macedonia, y una representación de la guardia imperial compuesta
por 98 scholarioi, 608 neoi scholarioi, 31 soldados de la gran Heteria y 46 de la
Heteria media, 71 basilikoi, 35 hombres del Arithmos y un grupo de federados
entre los que aparecían turcos, armenios y jázaros hasta un total de 1.453
soldados. Una fuerza tan pequeña no desembarcaba para combatir sino para
ofrecer una escolta rutilante a su jefe, llegado como embajador en nombre del
emperador para negociar con los príncipes lombardos.
Pronto tuvo lugar una entrevista entre Cosmas y Landulfo en la que el primero, que
había conocido tiempo atrás a su interlocutor, razón por la cual había sido elegido
por el emperador para esta misión, invitó al lombardo a abandonar las tierras
ocupadas y a volver a la gracia de su favor exponiéndole los peligros a los que se
enfrentaba por su rebeldía ante su señor. A pesar de sus esfuerzos la cuestión
quedó indecisa, aunque Landulfo posteriormente accedió a retirarse de Apulia.
Para convencer con argumentos persuasivos al renuente Landulfo en 935 una
nueva misión llegó de Constantinopla, también formada por once barcos de la flota
imperial, que trasladaba a Italia al protoespatario Epifanio encargado de transportar
los presentes que sellaban la alianza del Imperio con Hugo de Provenza, rey de
Italia desde su coronación en Pavía en 926, contra los señores lombardos. Epifanio
traía un rico cargamento de telas de seda, mantos finamente bordados, perfumes,
incienso y joyas destinados a sus nuevos aliados entre los que descollaba el
margrave de Espoleto, vecino de sus rivales lombardos y que ahora cambiaba de
bando. Una alianza de estas características era demasiado para Salerno y Capua.
Atenulfo en nombre de Capua y Benevento, y Guaimar y Guaifer, como señores de
Salerno aceptaron a regañadientes firmar la paz y acabar con la revuelta aunque su
mala disposición al entendimiento se puso de manifiesto al año siguiente cuando
Atenulfo volvió a atacar territorio bizantino, esta vez en Siponto pese a la oposición
del estratego Basilio Cladon. Los enfrentamientos se reproducirían años después,
pues hay noticia de un combate en Matera alrededor del año 940 contra el nuevo
estratego de Longobardia, probablemente Teognosto Limnogalacto.
Es en estos años de frecuentes contactos con el rey Hugo cuando la flota bizantina,
aprovechando la paz momentánea con los árabes sicilianos, hizo aparición con
frecuencia en el Mediterráneo occidental dejándose ver por las costas de Córcega y
Cerdeña y persiguiendo a los piratas árabes hasta las costas francesas. La
operación más significativa tuvo lugar en Fraxinetum (actual La Garde-Freinet, al
norte de Saint-Tropez) en la costa provenzal en 941 y a petición del monarca
franco que deseaba la colaboración de los barcos imperiales provistos de fuego
griego para desalojar a los piratas árabes allí establecidos. Romano Lecapeno
contestó afirmativamente a la petición de ayuda al tiempo que solicitó el envío de
una hija del rey para su nieto Romano, el hijo de Constantino VII y futuro
emperador. Hugo se apresuró a contestar atemorizado que sólo tenía una hija,
ilegítima pero muy hermosa. Tras considerar la cuestión Romano consideró
finalmente aceptable a la joven Berta y aprobó el ofrecimiento. En 944 el estratego
de Longobardia Pascual acudió a la corte para recoger a la muchacha que marchó
hacia el este acompañada por el antiguo obispo de Parma y un suntuoso cortejo. A
su llegada a Constantinopla Berta fue rebautizada como Eudocia y en septiembre de
ese año contrajo matrimonio con el joven Romano, aunque la joven princesa no
llegó a ver consumado su matrimonio al morir prematuramente en 949. Si la
alianza matrimonial fracasó en último término tampoco fueron satisfactorias las
operaciones militares pues, si bien la flota bizantina consiguió dispersar a los barcos
árabes establecidos en la costa provenzal, la colonia musulmana resistió todavía
medio siglo más antes de ser eliminada.
En estos últimos años del reinado de Romano I Bizancio también reestableció
relaciones con Cerdeña, que desde la caída del exarcado de África había quedado
abandonada a sus propios medios al igual que Córcega que probablemente carecía
entonces de cualquier estructura política estable. Por la sigilografía se conocen los
nombres de algunos hypatoi y duques sardos durante los siglos VII y VIII lo que
permite suponer que la estructura administrativa imperial se mantuvo en cierta
medida. Sabemos también que en 935 la isla fue saqueada por los piratas árabes lo
cual nos informa indirectamente de la ausencia de una administración musulmana
en Cerdeña. Precisamente de mediados del X se conservan referencias en el Libro
de las Ceremonias a los arcontes sardos que, según se explica, recibían órdenes
directas (keleusis) del gobierno de Constantinopla. Han sobrevivido de esta época
algunas inscripciones en varias iglesias en las villas de Villasor y Sulcis datadas
entre 930 y 1000, en las que se hace referencia al arconte denominándolo
Torquitorio como portador en un caso del título de protoespatario imperial y en otro
de espatario lo cual ha llevado a Runciman a sugerir que se tratase de un cargo
local más que de un nombre propio.
En enero de 945 comenzó la etapa de gobierno personal de Constantino VII tras la
exitosa conspiración contra su suegro en diciembre anterior. Constantino quiso
mantener el papel de Bizancio como actor principal en los asuntos italianos e
intercambió embajadas con Berenguer, el sucesor de Hugo. Precisamente en una de
ellas en 949 figuró ya Liutprando, el obispo de Cremona que nos ha dejado un
testimonio de su primer viaje a Constantinopla en su Antapodosis.
Italia meridional gozó de un tiempo de paz en sus relaciones con los sarracenos de
Sicilia y África, todavía ocupados en sus contiendas civiles. A pesar de todo, las
autoridades bizantinas mantuvieron una prudente vigilancia en prevención de
posibles sorpresas especialmente en momentos delicados como la preparación de la
expedición a Creta de 949. En los meses previos la flota imperial se mostró muy
activa en los apostaderos occidentales para supervisar los movimientos de los
árabes de Sicilia y África. En Dirraquio se estacionaron siete navíos ousiai y en
Calabria otros tres para prevenir posibles incursiones en Grecia y Dalmacia. Tres de
estos barcos al mando del ostiario y nipsistiario Esteban llegaron incluso hasta las
costas españolas en sus misiones de vigilancia mientras que ante África se apostó
el protoespatario y asekretis Juan con tres chelandia y cuatro dromones. Similares
precauciones se tomaron en el resto de las costas del Imperio.
La agitación política en Sicilia redundó en beneficio de Bizancio y no sólo por la
tregua en las incursiones sino también por las oportunidades comerciales que
surgieron entonces al tratar con los sublevados sicilianos que necesitaban
urgentemente grano del continente. El tráfico de trigo en dirección a los mercados
árabes proporcionó enormes ganancias al entonces estratego de Calabria Crinités
Caldos al obtener el grano de los calabreses a muy bajo precio y revenderlo luego a
sus clientes más allá del mar. El escándalo provocado por estos manejos provocó
una investigación imperial que supuso el cese de Crinités y la pérdida de todos sus
bienes.
En 947 la guerra civil concluyó por fin en Sicilia y el nuevo emir Al Hassan se
apresuró a reclamar al estratego de Calabria el pago del tributo que desde hacía
años había sido descuidado. Ante la amenaza de nuevas incursiones los calabreses
pidieron auxilio a Constantinopla que contestó preparando una nueva expedición a
occidente. La flota al mando de Macroioannes transportaba un ejército a las
órdenes del patricio Malaceno y desembarcó en Otranto en 951 para unir sus
fuerzas a las tropas del estratego Pascual. Por su parte Al Hassan, después de
recibir un refuerzo de 7.000 jinetes y 3.500 infantes desde África, comenzó en julio
el asedio de Reggio que al poco se rindió tras la huida de sus habitantes a las
montañas. Remontando hacia el norte atacó la plaza fuerte de Gerace pero la
noticia de la llegada inminente del ejército bizantino obligó al emir a pactar una
tregua con los lugareños a cambio del cobro de un tributo. Tras arreglar este asunto
Al Hassan condujo a su ejército en busca del enemigo. En su avance barrió la débil
resistencia de las avanzadas imperiales y sin oposición atravesó el Crati y puso sitio
a Cassano donde también recibió tributo. Tras comprobar que el ejército rival no
aparecía por ningún lado Al Hassan dio media vuelta y regresó a Messina.
En la primavera de 952 el ejército árabe volvió a atravesar el estrecho y chocó con
el ejército imperial cerca de Gerace el 7 de mayo. En el combate encontró la muerte
Malaceno y Pascual logró escapar a duras penas. Tras la victoria se reinició el asedio
a Gerace interrumpido el año anterior pero de nuevo no llegó a su término por la
llegada en verano del asekretis Juan Pilato venido de Constantinopla para tratar de
la paz. En el acuerdo posterior los bizantinos debieron aceptar la construcción de
una mezquita en Reggio obligándose a respetar sus actividades y reconociendo el
derecho de asilo en ella para los refugiados musulmanes que pudiera haber en la
región. De cualquier modo esta tregua no detuvo los ataques de los piratas que
siguieron azotando la región y en algunos casos obligando a las poblaciones de
algunas villas a huir hacia el norte en busca de condiciones de subsistencia más
seguras.
En estos años el thema de Longobardia había sido atacado repetidas veces por los
húngaros. Hacia 938 habían sometido a tributo al monasterio de Montecassino y
sembrado el terror en la región de Salerno. En 947 volvieron a hacer su aparición
en Apulia llegando en sus incursiones hasta Otranto. Posiblemente la acción
combinada de sus ataques y la miseria provocada en las poblaciones locales supuso
un acicate para la renovación de las contiendas civiles en la región con el estallido
de nuevos conflictos entre las autoridades bizantinas y la población lombarda.
Tenemos noticias de una sangrienta revuelta en Bari en 946 y entre ese año y 950
Ascoli y Conversano se declararon en rebeldía y cerraron sus puertas a los
funcionarios imperiales. La respuesta fue la organización de una nueva expedición.
En 955 llegó a la península el anthypatos y patricio Mariano Argiro con tropas
tracias y macedónicas. Su misión, además de vengar la derrota ante los árabes en
Calabria, era la de someter de nuevo a la autoridad imperial a Nápoles, cuyo duque
Juan había establecido una alianza con Capua y Benevento. El patricio, investido de
la autoridad absoluta en Italia como lo atestigua su título de estratego de Calabria y
Longobardia, se dirigió desde Otranto al encuentro de los napolitanos mientras una
flota al mando de Crambeas y Moroleon avanzaba a lo largo del Tirreno sirviéndole
de apoyo. A su paso por Campania Mariano Argiro entabló contacto con Gisulfo,
príncipe de Salerno, que en 956 retomó nuevamente el título de patricio y una vez
ante Nápoles la sometió por la fuerza imponiendo la renovación de los antiguos
juramentos de fidelidad al Imperio. Tras restablecer la situación en el norte Argiro
regresó para enfrentarse a los árabes. Un nuevo ejército sarraceno al mando de
Ammar, un hermano de Al Hassan, acantonado en Palermo desde el invierno de
956, se preparó para pasar en la primavera del año siguiente a Calabria pero su
acción fue retrasada por las operaciones del protokarabos Basilio que al mando de
una pequeña fuerza naval destruyó la mezquita de Reggio y hostigó las costas
sicilianas llegando a tomar Termini. En 958 por fin los dos hermanos reunieron sus
tropas y se dispusieron a pasar al continente. Sin embargo no se conoce bien cómo
terminó la campaña pues las fuentes griegas hablan del retorno apresurado de los
árabes a Sicilia y las crónicas musulmanas celebran una victoria sobre Mariano
Argyro y el envío de numerosos prisioneros a Sicilia. Durante su regreso la flota
árabe se vio sorprendida por un temporal en el que perdió la vida Ammar. Pronto se
acordó una nueva tregua que duraría hasta la época de la desastrosa expedición a
Sicilia ya durante el reinado de Nicéforo Focas pero la paz llegaba tarde para
Calabria. Los testimonios de los contemporáneos hablan de un país despoblado por
las invasiones y arrasado por la depredación que obligó incluso a la marcha de
muchos de los ascetas y monjes moradores de las cavernas que allí estaban
asentados.
Tras la llegada de la paz a Italia meridional llegó la hora de que Bizancio volviese su
mirada sobre Sicilia. La isla había sido teatro de continuos combates desde
principios del siglo IX y su control por parte de los árabes condicionó siempre la
vida de las provincias italianas del continente. Con la llegada de un gobierno
decidido a pasar a la ofensiva quizá el Imperio podría recobrar las posesiones tanto
tiempo perdidas y afirmar así su dominio en el Mediterráneo occidental.
Siracusa capta
Durante los primeros años de la década de 870 la inestabilidad política en la Sicilia
musulmana había impedido la realización de acciones de relieve. Sin embargo las
continuas campañas durante decenios habían reducido las posesiones bizantinas en
Sicilia a Siracusa y Taormina, siendo especialmente importante la primera por su
tamaño, la calidad de sus fortificaciones y su excelente puerto. Los árabes sicilianos
eran conocedores de ello y desde los primeros años del reinado de Basilio centraron
sus ataques en la gran ciudad portuaria. Las intentonas de 868, 869 y 873
acabaron en fracaso debido a la carencia de los medios adecuados para tan gran
empresa, a la discordia política interna que trababa cualquier acción de relieve y al
escaso apoyo prestado por los gobernadores aglabíes de África del Norte.
Esta situación cambió con el nombramiento de Ibrahim b. Ahmed como nuevo
soberano africano. Decidido a solucionar definitivamente el problema que Siracusa
planteaba ordenó el envío de la flota africana a la isla para actuar de común
acuerdo con las tropas sicilianas. Las operaciones militares fueron dirigidas por el
nuevo gobernador Ga’far b. Mohamed, que comenzó su mandato en 877 con una
expedición para saquear las cosechas en los alrededores de Siracusa, Catania,
Taormina y Rametta. Tras estos movimientos preliminares sus tropas avanzaron
hasta ocupar los suburbios exteriores de Siracusa y desde agosto de ese año se
estableció el asedio de la ciudad por mar y tierra. Los defensores estaban bien
pertrechados para resistir, pero esta vez sus atacantes llegaban decididos y
preparados para vencer. Entre sus armamentos destacaban gran número de
máquinas de asedio, alguna de las cuales por su tamaño y terribles efectos
destructores causó gran pavor entre los defensores. Una vez completado el cerco
los atacantes comenzaron a bombardear la ciudad día y noche sin dejar respiro a
los siracusanos.
Frente a esta amenaza manifiesta sorprende comprobar que el gobierno imperial
reaccionó de un modo muy ineficaz. Sólo unos cuantos barcos de guerra se
acercaron hasta el puerto pero la flota árabe apostada allí los pudo rechazar sin
esfuerzo. En aquellos momentos las galeras que hubieran debido acudir a toda vela
al socorro de la ciudad estaban siendo empleadas en la capital en el transporte de
materiales para la construcción de la Nea, la nueva iglesia dedicada al Salvador, a
los Archiestrategas y a San Elías. El retraso en disponer de estos barcos para su
envío a occidente fue fundamental para provocar la pérdida de Siracusa, aunque
algunos autores como Vogt achacan el retraso de la flota a la desidia de su
comandante. Otros autores aducen también que la necesidad de vigilar Chipre,
recuperada recientemente, distrajo medios navales que hubieran podido ser
empleados en Sicilia.
Por fin parte de la flota imperial al mando de Adriano fue enviada en auxilio de
Siracusa pero aquel, una vez llegado a Monemvasia se detuvo durante largo tiempo
en su puerto de Hierax a la espera de vientos favorables para cruzar a Sicilia. La
noticia de la caída de la ciudad sorprendió a la flota todavía en aguas de Grecia.
Mientras tanto en el interior de la ciudad sitiada los efectos del sitio se estaban
haciendo notar en la disminución paulatina de las reservas de víveres. Como relata
Vasiliev siguiendo las noticias transmitidas por el monje Teodosio, presente en la
ciudad en la época del sitio:
“Los precios de los alimentos subieron: el celemín de trigo cuando se podía
encontrar, costaba 150 sous de oro, el celemín de harina más de 200; había que
pagar un nomisma por dos onzas de pan; un buey destinado a la carnicería costaba
300 sous de oro y se pagaba de 15 a 20 nomismas por una cabeza de caballo o de
asno. No quedaban aves de corral ni aceite ni frutos secos, tampoco había queso,
legumbres o pescado. La gente comenzó a comer hierba, pellejos de animales,
huesos pelados que encontraban en la fuente de Aretusa e incluso, de creer a
Teodosio, se comían los cadáveres de los muertos y de los niños. El hambre, a
causa del recurso a tales extremos para calmarla, provocó una epidemia que hizo
morir a los siracusanos a millares.”
Ante tal situación la defensa comenzó a debilitarse. Los árabes, dueños de los
accesos por mar, destruyeron las fortificaciones que defendían la entrada a los dos
puertos de Siracusa, las llamadas braquiolia. En medio de continuos bombardeos
una de las grandes torres en el puerto grande se derrumbó y al cabo de cinco días
buena parte del lienzo de muralla que la rodeaba se vino abajo provocando una
gran brecha en el sistema defensivo. A partir de entonces los ataques se
concentraron en ese punto frente a unos defensores que combatieron con heroísmo
durante veinte días y sus noches en medio de un campo de batallas sembrado de
muertos.
En la mañana del 21 de mayo de 878, en un momento de tranquilidad durante el
cual el patricio y buena parte de la guarnición se había retirado de las murallas para
un breve reposo, los árabes comenzaron un violento bombardeo con sus máquinas
de asedio. En ese instante sólo estaba en la brecha un pequeño destacamento al
mando de un oficial llamado Juan Patriano. Un impacto afortunado tronzó la escala
de madera que comunicaba la zona de la brecha con la torre derruida y dejó
aislados a los defensores. Ante el tumulto el patricio, que en esos momentos estaba
tomando un bocado se levantó apresuradamente y corrió a toda prisa hacia las
murallas pero llegó tarde para evitar el daño. Los asaltantes habían llegado ya a la
brecha y aniquilaron a los hombres de Patriano, que murió combatiendo allí mismo.
Tras eliminar esa resistencia inicial los árabes se desplegaron en el interior de la
ciudad. Un pequeño grupo de defensores intentó organizar la resistencia creando
una barrera cerca de la iglesia de San Salvador pero pronto fueron aniquilados. Tras
derribar las puertas del edificio los atacantes se precipitaron sobre una multitud de
refugiados que en su interior había y los mataron a todos. El patricio, que se había
encerrado en una torre con 70 soldados, intentó resistir durante algún tiempo más
pero al día siguiente tuvo que rendirse y al cabo de una semana fue ejecutado. La
dignidad con la que se comportó en sus últimos momentos impresionó incluso al
comandante árabe Abu Ishaq, chambelán del emir aglabí. Los soldados que habían
sido hechos capturados con el patricio junto con otros prisioneros fueron llevados a
las afueras para ser muertos a pedradas y a lanzazos. Uno de los defensores
llamado Nicetas de Tarso, que había llegado a ser muy conocido de los musulmanes
durante el sitio por sus insultos al Profeta fue torturado hasta la muerte con gran
crueldad por sus captores.
El propio Teodosio, autor de una carta sobre la toma de Siracusa, sufrió la suerte
del cautiverio. Él mismo nos hace saber en su obra que se encontraba con el obispo
Sofronio en la iglesia en el momento en que se produjo el ataque. Cuando llegó la
noticia de la caída de la ciudad el pánico se apoderó de los presentes. Mientras los
asaltantes saqueaban los barrios cercanos el obispo, Teodosio y otros dos
eclesiásticos se deshicieron de sus ropajes y se refugiaron en el altar donde se
pidieron perdón de sus pecados temiendo llegada su última hora. Por fin los
soldados árabes hicieron su entrada en la iglesia con las espadas desenvainadas.
Uno de ellos se acercó al altar y vio a los religiosos orando. Reconociendo entre
ellos al obispo se abstuvo de atacarles y preguntó dónde se encontraba la sacristía
en la que sabía se guardarían los ornamentos sagrados de mayor valor. Sin sufrir
otro mal que el pillaje de los vasos sagrados y demás objetos preciosos los cautivos
fueron conducidos a través de la ciudad hasta ser conducidos ante el emir que se
había establecido en una iglesia y fueron luego encerrados en una cámara pequeña
y sucia.
La ciudad padeció terriblemente el saqueo tras los nueve meses de sitio. Se calcula
un total de 4.000 muertos en las ejecuciones inmediatamente posteriores a la
conquista además de un enorme botín que pasó a manos de los vencedores. Sin
embargo no todos los defensores sufrieron la triste suerte de su comandante en
jefe. Algunos mardaítas del Peloponeso y otros soldados que estaban en la ciudad
en esos momentos consiguieron escapar y alcanzar las costas griegas hasta llegar a
Monemvasia, donde encontraron a Adriano y le informaron de las tristes noticias de
las que eran portadores. Adriano decidió regresar a Constantinopla y temeroso de
la ira del emperador se refugió en el altar de Hagia Sofía. Basilio se conformó con
enviarlo al exilio.
Los árabes permanecieron en Siracusa durante dos meses tras la victoria. A finales
de julio regresaron con el botín y los prisioneros a Palermo, donde fueron
triunfalmente recibidos por el pueblo.
El monje Teodosio, todavía prisionero, fue llevado ante el gobernador de Sicilia ante
el cual tomó la palabra para defender la religión ortodoxa. Fue conducido a una
lóbrega prisión en la que se hacinaban africanos, tarsiotas, judíos, lombardos y
griegos entre los que se encontraba el obispo de Malta, capturado unos años antes
durante la conquista de la isla.
La flota de socorro tan desesperadamente necesitada hizo su aparición ante el
puerto de Siracusa cuando ya todo había concluido. Los barcos musulmanes se
enfrentaron en combate con ella y les tomaron cuatro galeras cuyas tripulaciones
fueron ejecutadas.
Los desgraciados cautivos tuvieron que esperar siete años a su rescate, que tuvo
lugar durante un intercambio realizado en 885, posiblemente el momento en el que
Teodosio recobró la libertad. Para Bizancio la caída de Siracusa fue un duro golpe.
Incluso el propio León VI escribió dos poemas sobre el tema y el Patriarca Nicolas el
Místico en sus cartas echó toda la culpa a la negligencia de Adriano. En el plano
político este fracaso obligó a Basilio a renunciar a sus planes para la isla, falto de
medios para intervenir decisivamente en Sicilia, y a prestar su atención preferente
a la entrada de sus ejércitos de regreso a la península italiana en los últimos años
de su reinado.
En el mismo año de la caída de Siracusa el gobernador de Sicilia fue asesinado en
Palermo por sus propios servidores. En el verano de 879 su sucesor, Husayn b.
Rabah realizó una expedición contra Taormina, ahora la fortaleza más importante
en poder de los bizantinos en la isla. En los combates que tuvieron lugar los griegos
perdieron a su jefe, un patricio llamado Crisafios.
Tras tomar Siracusa los musulmanes sicilianos comenzaron a realizar expediciones
con Italia meridional y las islas del Jónico como objetivo. En algunos casos el éxito
no acompañó la empresa, como en 880 cuando una flota de 16 naves que
saqueaba el Peloponeso fue sorprendida en Metona por los barcos de Nasar que,
operando en conjunción con el estratego del Peloponeso Juan de Creta,
sorprendieron en un ataque nocturno a sus enemigos y aniquilaron la flotilla
hundiendo algunos barcos y capturando otros, que fueron entregados como ofrenda
a la iglesia del lugar. De allí Nasar zarpó en dirección a Sicilia y saqueó las costas de
Palermo capturando gran número de barcos mercantes y haciéndose con una gran
provisión de aceite. Luego la flota tomó rumbo a Reggio, donde se preparaba la
expedición de Procopio y León Apostypos. Posiblemente entonces, tras un
encuentro afortunado con la flota árabe en Punta Stilo, se separó de la armada un
destacamento con destino a la desembocadura del Tíber donde se apostó para
impedir las acciones de las bandas piráticas que hostigaban en esos años los
territorios de la Santa Sede.
Un nuevo gobernador, al Hasan b. al Abbas, deseoso de borrar el recuerdo de la
derrota del año anterior emprendió en 881 una nueva campaña contra Taormina y
Catania en el transcurso de la cual derrotó al estratego Barsacio. La situación
mejoró ligeramente para Bizancio a finales de ese año y en 882 cuando
consiguieron vencer en dos encuentros, siendo especialmente notable la segunda
victoria en Caltavuturo conducidos por el estratopedarca Musilices. Este fracaso
determinó la caída del gobernador al Abbas y su sustitución por Mohamed b. al Fadl
que reemprendió las incursiones por todo el territorio griego y fue capaz de
rechazar los chelandia que en esos momentos se dedicaban a saquear la costa
norte de la isla. En una nueva batalla los imperiales perdieron 3.000 hombres y
vieron reducidas sus posesiones a los territorios en la costa oriental de la isla, en la
llanura comprendida entre los montes Peloritanos y el Etna. No obstante, la división
entre los musulmanes sicilianos, la inestabilidad y poca duración de sus
gobernadores y el frágil equilibrio de las relaciones con África impidieron en esos
años la unificación de todas las fuerzas para aplicar el golpe definitivo a la
debilitada posición de Bizancio en la isla.
Con el comienzo del reinado de León VI la situación en Sicilia fue empeorando. El
nuevo soberano no albergaba esperanzas de una reconquista e intentó desde el
principio conservar lo que quedaba ofreciendo treguas a sus adversarios a la vista
del infortunio de sus armas. En 888 la flota imperial se enfrentó a los barcos árabes
en aguas de Milazzo. La batalla terminó en un auténtico desastre para los griegos
que perdieron más de 10.000 hombres. La mala suerte de las armas bizantinas
provocaba el pánico también en Italia meridional, donde las tradiciones nos
muestran a los ascetas Elías el Joven, Elías el Espeleota y Arsenio recibiendo
premoniciones del desastre y abandonando Italia para establecerse temporalmente
en Patrás por sus problemas con el estratego de Calabria Nicetas Boterites.
Durante la década de 890 las relaciones entre árabes y bizantinos en Sicilia fueron
pacíficas debido a los enfrentamientos continuos entre sicilianos y aglabíes de
África. La situación cambió cuando el despótico emir Abu Ishaq Ibrahim (875-902),
tras aplastar una rebelión en tierras africanas y deseoso de acabar con la
resistencia a su autoridad en la isla, hizo zarpar en 900 a su hijo Abu’l Abbas
Abdala hacia Sicilia con una gran flota. Abu’l Abbas aplastó con enorme crueldad la
revuelta y tras la caída de Palermo en septiembre de ese año provocó la huida de
millares de ciudadanos con sus familias que buscaron refugio entre los cristianos de
Taormina. Queriendo aprovechar la circunstancia un patricio fue enviado a la ciudad
con un ejército y más tropas se concentraron en Reggio al tiempo que llegaba a
Messina una flota desde Constantinopla. Por su parte Abu’l Abbas no había
permanecido inactivo y tras sojuzgar Palermo, estando ya avanzado el otoño
marchó contra Taormina y Catania que hostigó sin mayores resultados. Tras
preparar una nueva expedición durante el invierno, el 25 de marzo de 901 envió
una flota al mar mientras él mismo conducía a sus hombres al asedio de la villa de
Demona que bombardeó durante unos días con sus balistas. En esos momentos
Abu’l Abbas recibió la noticia de los grandes preparativos que los bizantinos estaban
realizando en Reggio, por lo que decidió levantar el asedio y dirigirse a Messina
desde donde se embarcó con dirección al punto de concentración del enemigo. Tras
una breve resistencia Reggio cayó el 10 de julio y en la ciudad los vencedores se
entregaron a una auténtica masacre. Tras reunir 15.000 cautivos y un enorme botín
Abu’l Abbas recibió la sumisión de las poblaciones vecinas que pagaron tributo para
no sufrir la misma suerte que Reggio. De regreso a Messina los árabes tuvieron
tiempo de enfrentarse a la flota bizantina y hundirle 30 embarcaciones.
Tras esta expedición triunfal Abu’l Abbas pudo regresar a Palermo de donde partió
en 902 rumbo a África, en la que se necesitaba su presencia. Hartos del gobierno
cruel de Ibrahim los musulmanes de Túnez pidieron a su señor supremo en Bagdad
Mutadid que pusiera fin a su gobierno. El jalifa ordenó a Ibrahim que abandonara el
mando en favor de su hijo y el destronado emir, tras obedecer a su señor, anunció
su deseo de llevar la yihad a tierras cristianas. En el verano de 902 Ibrahim
desembarcó con un ejército en Trapani e hizo su entrada en Palermo el 8 de julio.
De inmediato envió una expedición en dirección a Taormina, la última plaza fuerte
importante en poder de los bizantinos y en la que éstos tenían en estos momentos
concentradas todas sus tropas. Conocemos el nombre de los jefes militares al
mando en Taormina durante el verano de 902, el drongarios ton plöimon Eustacio,
el patricio y estratego de Sicilia Constantino Caramalo y un comandante de la flota
llamado Miguel Caracto.
Los bizantinos no se encerraron tras los muros de Taormina esperando el ataque del
enemigo, sino que salieron a su encuentro con decisión. Tuvo lugar una batalla
encarnizada en la que la suerte del encuentro estuvo durante mucho tiempo en
duda. Finalmente los árabes de Ibrahim fueron capaces de sobreponerse de su
derrota inicial y consiguieron arrollar a sus enemigos parte de los cuales
consiguieron reembarcarse mientras el resto se acogía al refugio de la fortaleza a la
que pronto se le puso sitio. Las noticias del peligro que acechaba a Taormina
llegaron pronto al emperador pero por fatalidad, al igual que sucediera durante el
reinado de Basilio, la flota que hubiera podido acudir de inmediato en socorro de la
ciudad estaba nuevamente ocupada en la construcción de dos iglesias en la capital,
una en recuerdo de Teófano, la primera mujer del emperador, y la segunda la de
San Lázaro.
Privada de auxilio Taormina cayó el 1 de agosto de 902. Los defensores fueron
ejecutados y las mujeres y niños llevados como esclavos. Fiel a su carácter Ibrahim
se comportó con crueldad con los enemigos de la fe y no dudó en matar al obispo
de la ciudad Procopio cuando se negó a abjurar de sus creencias.
+
Al igual que sucediera en 878 la caída de Taormina fue muy sentida en Bizancio,
donde no faltaron los reproches hacia la negligencia del gobierno tal y como se
refleja en las cartas del Patriarca Nicolás. Los éxitos de Ibrahim provocaron el
pánico en la misma capital, pues se creía que pretendía avanzar contra la propia
Constantinopla. Asustado el emperador reforzó la guarnición y envió a Sicilia
refuerzos insuficientes que fueron de nula utilidad para mejorar la situación. Los
jefes al mando en Taormina consiguieron escapar al cautiverio y regresar a
Constantinopla. A su llegada Miguel Caracto acusó a su colega Caramalo de traición
y éste fue condenado a muerte en un primer momento, aunque la mediación del
Patriarca transformó luego la pena capital en el castigo de la tonsura. Caracto fue
nombrado a continuación estratego de Sicilia.
El infatigable Ibrahim no se contentó con este éxito y de inmediato envió
destacamentos en diversas direcciones para atacar los territorios todavía en poder
de los griegos. Así cayó Demona mientras que Rametta ofrecía pagar tributo. Los
vencedores exigían a las poblaciones locales la rendición sin condiciones y la
conversión al Islam; tras hacer abandonar las plazas a sus ocupantes se dedicaron
a destruir las fortificaciones convirtiéndolas en inservibles para futuras rebeliones.
+
La expedición a Sicilia de 964
Tras la muerte de Constantino VII la atención del Imperio se centró en los asuntos
asiáticos y sólo en 964, durante el reinado de Nicéforo Focas, Constantinopla volvió
a intentar desequilibrar la balanza en Occidente con una campaña dirigida
directamente contra Sicilia, la base principal del enemigo musulmán. En el año
anterior el emir de Sicilia había emprendido la batalla final para someter a las
comunidades cristianas semi independientes de la región montañosa al sur de
Messina. El objetivo era someter definitivamente la región e islamizar a todos sus
habitantes. Taormina, que tras ser arrebatada a Bizancio en 902 había conseguido
recuperar su independencia en 912/13, volvió ahora a ser asediada de nuevo y sólo
capituló el 21 de diciembre de 962 tras un sitio que se prolongó durante siete
meses. Para castigar a los vencidos por su obstinada resistencia se les arrebataron
todos sus bienes y el nombre mismo de la villa fue suprimido para ser denominada
a partir de entonces Muizzia honrando así el nombre del jalifa fatimí. En esos
momentos el último bastión cristiano en la isla era la plaza fuerte de Rametta
adonde muchos habitantes de Messina acudieron para buscar refugio. Esta plaza
fuerte había sido desde la toma de Messina en 843 el refugio habitual de sus
ciudadanos por lo agreste de su emplazamiento y su cercanía a la ciudad. El 23 de
agosto de 963 el general Hassan Ibn Ammar puso sitio a la fortaleza con la
intención de acabar cuanto antes con ese núcleo de pertinaz resistencia. Los
asediados se apresuraron a enviar al basileo una petición desesperada de auxilio y
esta vez Nicéforo estuvo dispuesto a actuar. Tras ordenar el cese del pago del
tributo acordado con los sicilianos ordenó aprestar un poderoso ejército de más de
40.000 hombres entre contingentes armenios, rusos, paulicianos y tracios. Al
mando de la expedición figuraba el drongario del plöimon Nicetas, eunuco y
hermano del patricio, prepósito y vestes Miguel que había servido de intermediario
entre Nicéforo y Teófano a la muerte de Romano II. A su lado, con el rango de
comandante de la caballería, aparecía Manuel Focas, hijo ilegítimo de León, el rival
de Romano Lecapeno en 919, y primo hermano del emperador. Sobre los méritos
de Manuel el parecer de los cronistas bizantinos es dispar pero parece predominar
en sus escritos la idea de que era demasiado joven para la tarea encomendada y su
fogosidad e imprudencia rayana en la temeridad le hacían “más apto para obedecer
que para mandar”. Acompañaba también a la expedición como consejero religioso
otro personaje de alto rango, Nicéforo, que luego habría de ser obispo de Mileto. En
conjunto la impresión que queda es que la elección de los altos mandos fue muy
deficiente aunque se desconocen las razones que impulsaron al emperador para
decidir estos nombramientos. En cualquier caso poner al mando de una campaña
tan importante a hombres inadecuados era dar el primer paso hacia el desastre tal
y como se corroboró después.
+
Los preparativos para una expedición de esta magnitud duraron meses y sólo al año
siguiente estuvo el ejército dispuesto para levar anclas rumbo a occidente. Las
tropas griegas partieron de sus bases a finales del verano de 964 y desembarcaron
en Messina. El espectáculo del ejército en campaña debió ser abrumador para los
contemporáneos: según confesión de testigos contemporáneos los barcos de
transporte eran los mayores que habían salido de los astilleros del Imperio y
estaban acompañados de numerosos navíos dotados con fuego griego. Los soldados
se contaban entre los mejores y más escogidos y ofrecían una elocuente estampa
de los nuevos ejércitos bizantinos preparados para grandes campañas ofensivas.
Acompañaba al ejército un numeroso tren de máquinas de asedio transportadas en
navíos especiales.
+
Las cosas parecieron ir bien al principio de la expedición. En el otoño de 964
Rametta llevaba resistiendo desde hacía más de un año el sitio de las tropas de
Hassan Ibn Ammar. Éste, tras los repetidos fracasos en sus asaltos a la plaza optó
por rendirla por hambre y procedió a rodearla con una poderosa muralla para
impedir cualquier intento de la guarnición de buscar auxilio o intentar una salida. La
noticia de la llegada del ejército bizantino provocó una gran agitación entre los
árabes, que se apresuraron a poner en estado de defensa las costas y reunieron
refuerzos llegados desde todos los rincones de la isla a los que se unieron
contingentes bereberes enviados a toda prisa desde el norte de África. Las tropas
musulmanas desembarcaron en la isla en los primeros días de octubre y Hassan
envió rápidamente algunos destacamentos a reforzar la posición de Rametta y se
mantuvo con el resto en observación en las cercanías de Palermo. Entre tanto la
flota bizantina se había reagrupado en la punta de Calabria y el 13 de octubre puso
rumbo a Messina con el propósito de acudir rápidamente al auxilio de Rametta que
estaba situada a sólo algunos kilómetros de la ciudad. El ejército empleó nueve días
en atravesar el estrecho y desembarcar el cuerpo expedicionario tras lo cual se
procedió a ocupar la propia Messina, posiblemente sin mucha resistencia, y a
ponerla otra vez en buen estado de defensa. Mientras tanto diversos
destacamentos navales empezaron a explorar la costa para preparar nuevos
asaltos. Al norte Termini fue tomada ante los propios ojos de Hassan que no pudo
hacer nada por evitarlo y en el sur Taormina y Leontinos se rindieron también sin
ofrecer combate. La siguiente plaza en caer fue Siracusa aunque esta vez tuvo que
ser tomada al asalto.
Mientras la flota se desperdigaba atacando simultáneamente diferentes objetivos
Manuel Focas se dirigió de inmediato con el grueso de sus tropas al socorro de
Rametta en lo que parece haber sido una marcha apresurada en la que no se
guardaron las debidas normas de precaución cuando se avanza por territorio
enemigo. Los escuadrones de caballería pesada se abrieron paso entre los
serpenteantes senderos que conducían a Rametta y se vieron obligados a un largo
desvío para contornear el monte Dinamare que se interponía en su ruta. El camino
que se vieron obligados a seguir desembocaba en una llanura rodeada de montañas
en medio de la cual se levantaba un farallón donde estaba enclavado el reducto de
Rametta. Al pie de ésta les esperaba todo el ejército enemigo. El emplazamiento del
lugar semejaba un circo rodeado de elevados muros que sólo se interrumpían en
tres pasajes: al norte el camino de Spadafora, al sur la ruta que llevaba al kastron
de Mikos y a occidente un sendero hacia la fortaleza de Demona. Al este una
garganta muy profunda que se extendía durante varios kilómetros ofrecía el
aspecto de un foso natural de bordes muy arriscados. Tal era el lugar en el que se
produjo el enfrentamiento decisivo entre ambos ejércitos.
Hassan había tenido tiempo para avisar a su hijo Ahmed del desembarco de las
tropas bizantinas aunque éste no pudo llegar a tiempo para impedir a los imperiales
la llegada hasta la llanura de Rametta. En la noche del 24 al 25 de octubre Manuel
atacó. Varios destacamentos de caballería intentaron forzar el paso
simultáneamente por los desfiladeros de Mikos y Demona mientras un tercero fue
enviado hacia el camino que llevaba a Palermo para impedir el paso a las tropas de
Ahmed que desde allí se esperaban inminentemente. El propio Manuel Focas
condujo el grueso de sus tropas divididas en seis banda a toda marcha por el
camino de Spadafora con la intención de llegar cuanto antes a Rametta.
Sus enemigos estaban advertidos de lo que estaba pasando. Dos cuerpos de
ejército estaban apostados en los desfiladeros del sur y occidente esperando la
llegada de los bizantinos mientras un tercero se mantenía en guardia en el
campamento preparado para mantener en jaque a la guarnición e impedir cualquier
tentativa de salida por su parte. Hassan mismo, con las tropas que le quedaban,
marchó directamente al encuentro del enemigo y el combate comenzó así al alba
del 25 de octubre.
Seguramente advertidos por los preparativos de los árabes de la llegada del socorro
los asediados intentaron una salida pero débiles por sus padecimientos no fueron
rival para las tropas que se les enfrentaban y debieron ampararse otra vez detrás
de sus murallas. Por su parte los defensores de los desfiladeros de Mikos y Demona
consiguieron rechazar a sus asaltantes que posiblemente llegaron en pequeño
número. Pero donde verdaderamente se ponía en juego el éxito de la jornada era
en Spadafora donde en esos momentos se produjo con gran violencia el choque del
grueso de los ejércitos en un sangriento cuerpo a cuerpo que provocó enorme
número de bajas en ambos bandos. Las tropas africanas, compuestas casi en su
totalidad por infantería sufrió terriblemente el impacto de las cargas de la caballería
bizantina auxiliada en su ataque por las máquinas de guerra que lanzaban
continuamente dardos y piedras desde las laderas cercanas. Incapaces de resistir
comenzaron a ceder terreno y a desmoronarse en algunos puntos. Ibn Ammar,
sabedor de que el combate estaba llegando a un punto de ruptura y que sería
imposible reagrupar a sus tropas en la llanura donde serían masacradas a placer
por la caballería, prefirió morir combatiendo en su puesto y reuniendo algunos miles
de soldados se lanzó a un ataque desesperado. Para entonces buena parte del
ejército musulmán se batía desordenadamente en retirada en dirección a su
campamento fortificado y muchos soldados bizantinos desembocaban ya en la
llanura preparándose para rodear a los vencidos. Tanta prisa llevó a la
desorganización de las filas griegas y con ello a la perdición del ejército. Ibn Ammar
cargó sobre el centro del ejército imperial y consiguió provocar el pánico entre los
soldados que ya se creían victoriosos. Manuel, seguido de sus más selectos
hombres, acudió a la zona de mayor peligro para intentar reagrupar a sus soldados
mientras les exhortaba a grandes voces para que se mantuviesen firmes, tal y
como lo ha relatado León Diácono:
“Vosotros que a las órdenes de Nicéforo habéis vencido tantas veces, gritaba a sus
soldados, ¡huís hoy ante un puñado de bárbaros africanos! ¿Dónde están los
resonantes juramentos que tan pronto prestasteis a vuestro emperador? ¿Dónde
están las proezas que le prometisteis cuando pasaba revista ante vosotros?”
Sus frenéticas palabras no sirvieron de nada en ese momento de pánico irracional.
Desesperado, optó por cargar sobre los atacantes. Consiguió derribar al primero
que se le echó encima pero pronto fue rodeado por una gran multitud de africanos.
Decenas de lanzas se abatieron sobre Manuel pero ninguna consiguió horadar su
espesa armadura escamada así que sus enemigos se arrojaron sobre él y e
intentaron derribarlo de su montura haciendo inútiles los esfuerzos de su séquito
por protegerle. Un soldado se deslizó bajo su caballo y lo desjarretó provocando la
caída de Manuel al suelo. Alrededor del desgraciado comandante se produjo
entonces un combate salvaje en el que todos los defensores de Manuel lucharon
hasta ser abatidos. Finalmente el propio general murió acribillado por múltiples
heridas. A su lado cayó también degollado su escudero. En el frenesí del combate
los vencedores se apresuraron a despojar el cadáver y llevar su cabeza como
presente a Ibn Ammar.
Al conocerse la noticia de la muerte de su jefe el ejército bizantino emprendió la
huida. Era media tarde y la persecución de los vencidos no acabó hasta la noche.
Para agravar sus males en esa noche terrible una tormenta se abatió sobre la
región dificultando todavía más la marcha en la oscuridad a través de esos
senderos escabrosos y desconocidos lo que dio lugar a más y más pérdidas. Un
escuadrón entero de jinetes acorazados se precipitó a todo galope por el barranco
que se extendía en la zona este de la planicie de Rametta. El amontonamiento de
cuerpos de hombres y animales en la hondonada fue tal que los últimos fugitivos y
sus perseguidores pudieron franquear el paso al galope sobre los muertos. Los
combates desesperados en retaguardia continuaron durante horas hasta que la
fatiga puso fin a la lucha. El balance para el ejército bizantino fue desolador: más
de diez mil muertos, muchos prisioneros de rango en poder de los vencedores y un
enorme botín compuesto por caballos, bagajes, armas y corazas enriquecieron a los
hombres de Ibn Ammar. Entre los prisioneros estaban doscientos bárbaros, rusos o
armenios, escogidos entre los de mejor presencia. Este botín, de inusitada novedad
para los árabes sicilianos fue destinado a la guardia personal del jalifa de Mahdia en
África.
+
El emir Hassan tuvo poco tiempo para disfrutar de su victoria. El espectáculo del
botín de Rametta llegando a Palermo en ruta hacia África fue demasiado para su
corazón. Cayó enfermo y a comienzos de noviembre fallecía llorado por todos sus
súbditos.
Quedaba por consumar el último acto en Rametta con los desesperados defensores
de la ciudad. Agotadas sus esperanzas resistieron todavía algún tiempo más,
desesperados por el hambre hicieron salir primero a un millar de ancianos, mujeres,
enfermos y niños que, en contra de lo que se esperaban, encontraron una piadosa
recepción a manos de Ibn Ammar que los envió a Palermo sin causarles daño
aunque estrechó el cerco sobre los restantes defensores. En los primeros días de
enero de 965 se lanzó el ataque final. Los famélicos cristianos se defendieron
heroicamente hasta la noche pero al final terminaron todos por sucumbir. Por orden
de Ibn Ammar todos los hombres fueron muertos y las mujeres reducidas a
esclavitud. En el lugar se estableció una fuerte guarnición y con ello finalizó un
asedio que había durado año y medio.
En el momento en que los ejércitos combatían en Rametta el wali Ahmed se estaba
dirigiendo hacia el lugar a marchas forzadas. En el camino se le comunicó el
desenlace del combate por lo que tuvo lugar un cambio de planes. Cambiando
bruscamente de dirección Ahmed se apresuró a retomar Messina que ya en esos
momentos había sido evacuada por los imperiales, retirados a Reggio. Desde la
ciudad el wali se dedicó a vigilar los movimientos de los bizantinos para impedir
nuevas intentonas sobre la isla.
De este modo terminó la desventurada expedición a Sicilia aunque todavía se
sucedieron algunos combates en los meses siguientes. Los musulmanes tomaron
posesión rapidamente de las plazas que habían perdido, como Siracusa, Termini y
Taormina. Durante bastante tiempo la flota imperial comandada por Nicetas no se
atrevió a salir de Reggio y dio tiempo con ello a reunir refuerzos navales a Ahmed.
Cuando la escuadra largó velas para regresar a Constantinopla se encontró con
toda la flota africana que estaba al acecho. Tuvo lugar un combate de gran violencia
en el que se vió a los marinos bereberes arrojarse al agua con vasijas de fuego
griego para dirigirse a nado hacia los dromones y chelandia e incendiarlos. En las
cubiertas de los barcos enlazados por grandes garfios se sucedían batallas
encarnizadas por el control de los navíos. Al final la victoria fue para los árabes y
resultó un triunfo completo. Casi todos los navíos bizantinos fueron capturados o
incendiados y se hicieron miles de prisioneros, entre ellos el incapaz Nicetas que fue
enviado cargado de cadenas al Jalifa en Mahdia. Allí permaneció cautivo durante
dos años, tiempo que empleó en copiar las homilías de San Basilio y textos
piadosos de San Gregorio Nacianzeno y San Juan Crisóstomo en un manuscrito que
se ha conservado hasta nuestros días y en el que dejó escrito el testimonio de su
infortunado cautiverio.
Animadas por esta victoria las partidas piratas comenzaron de nuevo a atacar las
costas de Calabria forzando a las poblaciones locales a pagar de nuevo rescates por
sus vidas y propiedades. Sin duda el eco de esta derrota fue muy grande en toda
Italia meridional como lo muestran algunos testimonios contemporáneos. Cuando el
magistros Nicéforo Hexacionites quiso en 965 obligar a los habitantes de Rossano a
proveer los medios para equipar nuevos barcos que reemplazasen a los perdidos el
año anterior se encontró ante una revuelta declarada de la población local que no
dudó en quemar los barcos en puerto y matar a sus capitanes. Sólo la mediación de
San Nilo, tal y como se nos cuenta en su Vida, evitó un sangriento castigo para los
amotinados. De la lectura de su vivaz relato de los hechos se puede deducir, tal y
como hizo Amari, que en realidad Nicéforo no disponía de los medios suficientes
para castigar a los rebeldes tan severamente como hubiese deseado y por ello
estuvo más dispuesto a mostrar benevolencia. En el vivo diálogo mantenido con el
venerado monje el magistros accedió primero a perdonar la vida a los rosanitas y
luego a permitir que el propio Nilo fijase la multa por el asesinato de los
protokaraboi. Su cólera recayó entonces en el recaudador de impuestos de la zona,
Gregorio Maleinos, seguramente responsable en buena parte de la revuelta por sus
exacciones. El aterrorizado recaudador se había escondido para evitar la ira de su
superior y sólo la persuasión de Nilo consiguió llevarlo ante Nicéforo:
Éste, sin atreverse a ajusticiarlo allí mismo por respeto al monje, lo colmó de
injurias “maldiciéndole a él y a todas sus pertenencias, comenzando por sus
caballos y sus bueyes y acabando por sus gallinas y su perro.” Maleinos,
aterrorizado, no se atrevió a decir nada y se mantenía sentado ante su señor en
razón de su rango de protoespatario. “Miserable, le gritó Nicéforo, ve a reunirte con
tus iguales. Te perdono.” Y luego añadió dirigiéndose a la multitud “Deberíais hacer
pintar el retrato de San Nilo y no dejar jamás de adorarlo y de darle gracias. En
verdad, por la cabeza de nuestro santo soberano Basilio, deberíais esforzaros en
rendirle el mayor honor”.
Debilitado por la derrota y absorto en otros frentes en los próximos años el Imperio
debió limitarse a mantener la situación a un coste económico muy alto, sancionada
la paz con el acuerdo firmado en 967 mientras continuaba la guerra en Asia contra
los Hamdánidas de Alepo. Entretanto en occidente acababa de hacer su aparición
un rival que regresaba para disputarle a Bizancio el derecho a decidir sobre los
asuntos de Italia.
Años turbulentos
Aunque Bari había sorteado el peligro todavía siguieron menudeando los ataques
árabes en otras zonas, principalmente en Calabria: en julio de 1006 llegó a Italia un
nuevo catepán llamado Alejo Jifias, muy posiblemente el Alejo Caronte padre de
Ana Dalasena citado por Ana Comneno en su Alexíada, y el 6 de agosto tuvo lugar
cerca de Reggio otra gran batalla naval, aunque esta vez fue la marina de Pisa la
que sirvió bien a los intereses de Bizancio. A pesar de todo el peligro y las
incursiones no cesaron inmediatamente pues en 1009 las bandas musulmanas
volvieron a invadir el valle del Crati y ocuparon de nuevo Cosenza.
A partir de estos momentos la amenaza en las costas se alejó gracias a la
colaboración de las flotas de las ciudades estado del norte. A ello contribuyó
también la recuperación de Dirraquio desde 1005, evento reconocido por la
aristocracia de Apulia como un hecho remarcable al permitir la reapertura del
tráfico y el comercio con Bizancio. Sin embargo las dificultades para las autoridades
bizantinas no se acabaron porque en los primeros años del siglo XI se asistió a un
recrudecimiento de la agitación en las comunidades locales, presas de continuas
luchas intestinas. Fue durante el mandato del nuevo catepán y anterior estratego
de Samos, Juan Curcuas, llegado en mayo de 1008 para reemplazar a Alejo Jifias,
fallecido en algún momento entre marzo y agosto de 1007, cuando estalló una
grave revuelta merecedora de ser recogida en la crónica de Skylitzés, más seria
que todas las producidas a lo largo del medio siglo anterior y que habría de tener
repercursiones de gran trascendencia en las décadas posteriores.
El 9 de mayo de 1009, poco después de la llegada a Bari de Curcuas, se inició en la
ciudad una revuelta encabezada por el adinerado ciudadano Meles o Melo. Éste,
quizá de origen armenio, fue lo suficientemente hábil para arrastrar a los habitantes
a un desafío abierto a la autoridad griega, lo que no era un hecho nuevo pues con
relativa regularidad se habían sucedido en los dominios bizantinos motines y
asonadas en los cuales no es necesario vislumbrar un deseo de desligarse del
destino de Bizancio. Tales revueltas frecuentemente estallaban por causas e
individuos concretos: no contra el Imperio sino contra un determinado funcionario,
por el odio hacia algún magnate (que portaba títulos y dignidades bizantinos) en
una secuencia que se repitió una y otra vez en las principales villas de Apulia.
Posiblemente también el factor económico debe ser tenido muy en cuenta, al no
estar limitados los catepanes por un monto fijo en la fijación de los impuestos
imperiales, lo que podía llevar a situaciones de abuso y sobrecarga fiscal que eran
muy mal recibidos por las poblaciónes locales, especialmente en momentos como el
invierno de 1009 que fue recordado en las crónicas por su excepcional crudeza. Tras
la eliminación de la amenaza musulmana seguramente las actividades comerciales
en la ciudad de Bari recibieron un nuevo impulso y es posible que los comerciantes
y gentes adineradas de la villa recibieran de muy mal grado las cargas financieras
que el nuevo catepán fijase a su llegada. Precisamente se nos dice que Meles era el
ciudadano más rico de Bari, aquel que tenía más que perder con el aumento de la
carga fiscal y el más interesado en que la situación no progresase en esa dirección.
No es descartable que el objetivo político de Meles fuese el de crear una estructura
política similar a los ducados de Amalfi o Venecia, ciudades con intereses marítimos
como los de Bari, y quizá lo confirma el hecho de que posteriormente fuese
premiado con el título de Dux Apuliae por el emperador germánico.
La insurrección en Bari se extendió con rapidez a Trani, y pronto se llegó al combate
entre ambos bandos, con una sangrienta lucha en las cercanías de Bitonto. La
milicia barense fue derrotada en el encuentro con las tropas del catepán, pero pudo
conservar el control de la ciudad para los sublevados. Es posible que por aquella
época hubiese otro choque, esta vez en Montepeloso y que los rebeldes contasen
con la ayuda de bandas de sarracenos que permanecían en la región.
En enero o febrero de 1010 murió también Juan Curcuas y en su sustitución llegó
en marzo el protoespatario Basilio Argiro, llamado Mesardonites, estratego de
Samos acompañado en calidad de lugarteniente por el estratego de Cefalonia León
Tornicio, apodado por su baja estatura Contoleón. Los dos oficiales pusieron sitio a
Bari desde el 11 de abril. Tras un asedio de dos meses los barenses capitularon
permitiendo al catepán la ocupación de la ciudadela en junio. Mesardonites exigió a
los vencidos la entrega de su cabecilla Meles pero éste huyó en el último momento
acompañado por su cuñado Datón. No tuvieron la misma suerte su mujer Maralda y
su hijo Argyros, que fueron enviados a Constantinopla como rehenes. Décadas
después su hijo volvería a Italia para tener un destacado papel en la escena
política, aunque en un contexto totalmente diferente. Para prevenir la amenaza de
futuras revueltas Mesardonites ordenó la construcción en la cercanía del puerto del
Praitorion, de la residencia fortificada del gobernador en el lugar donde luego a
finales del siglo se erigiría la iglesia de San Nicolás.
Mientras tanto el huido Meles llegó en su escapada hasta Ascoli, que también se
había manifestado a favor de la revuelta, pero los éxitos de Basilio Mesardonites
habían entibiado los entusiasmos revolucionarios de los amotinados y Meles no se
consideró todavía a salvo, por lo que optó por buscar asilo entre los principados
lombardos, primero en Benevento, luego en Salerno que le denegaron su apoyo y
finalmente en Capua, donde estableció su residencia.
Tras someter Bari y convertirla de nuevo en sede del gobierno del thema Basilio
Mesardonites emprendió un viaje a Campania para afirmar la soberanía del basileo
en la zona, forzando a los príncipes lombardos a mantener al menos una apariencia
de sumisión a Constantinopla, devolviendo así el prestigio a la causa imperial y
desanimando con ello a los rebeldes de Apulia. En octubre de 1011 se encontró en
Salerno con monjes de Montecassino a los que extendió un diploma confirmando la
protección de sus dominios en Apulia. Es posible que el catepán hubiese
emprendido también este viaje para intentar prender al fugitivo Meles, pero éste
consiguió finalmente sustraerse a su vigilancia en la corte de Pandolfo II de Capua,
con lo que el príncipe lombardo afirmó frente a Bizancio su deseo de mantener una
total independencia del Imperio.
La expedición a Sicilia
Las consecuencias de la marcha de Boioannes se pusieron de manifiesto muy
pronto en el reinado de Romano III con la vuelta de las incursiones árabes en las
costas italianas, principalmente en Apulia y el norte de Calabria. Los breves
mandatos de los sucesores de Boioannes, Cristóforo Burgaris y Pothos Argiro se
vieron envueltos en continuas luchas contra los piratas a partir de 1029. El
emperador, deseoso de reemprender las grandes empresas de Basilio II, fijó sus
ojos también en la desvalida Italia y envió refuerzos con el protoespatario Miguel y
posteriormente con el nuevo catepán Constantino Opos, llegado en mayo de 1033.
Fueron éstos años de guerra naval en los que las naves del estratego de Nauplia
Nicéforo Caranteno y la flota del chambelán Juan barrieron los mares y eliminaron
la amenaza pirata. Una vez dominado el mar el emperador pudo negociar en
mejores condiciones con los árabes de Sicilia y su emir Akhal. En agosto de 1035 el
diplomático Jorge Probatas firmó la paz en nombre del basileo, que concedió al emir
el título y los honores de magistros. Un comportamiento tan amistoso por parte del
emir sólo pudo estar justificado por la guerra civil que estalló por aquel entonces en
Sicilia y la necesidad que aquél tenía del apoyo de Bizancio.
Pero esta situación favorable duró poco. El emir de África envió a su hijo Abdallah
en apoyo de los rebeldes sicilianos. Vencido Akhal tuvo que buscar el refugio del
catepán. Éste, decidido a actuar, reunió sus tropas poco numerosas y pasó el
estrecho para combatir contra el ejército africano en 1037.
Por aquel entonces en Constantinopla se había decidido dar un empuje decisivo a la
cuestión siciliana. Consciente el emperador de la debilidad de las fuerzas locales
preparó una flota para asestar un golpe decisivo. Esta armada transportaba a las
mejores tropas del Imperio entre las que destacaban las fuerzas armenias al mando
de Catacalon Cecaumeno, contingentes rusos y los varegos del luego célebre Harald
Hardrada. Y al frente se colocó al hombre del momento, célebre por sus éxitos en
Asia frente a los árabes, Jorge Maniaces. Su misión como “estratego autokrator de
las fuerzas del thema de Longobardia”, como lo llama Skylitzés, consistía en apoyar
al bando opuesto al emir africano. Rápidamente los árabes entendieron que era
mejor llegar a un acuerdo entre ellos que permitir la entrada de las tropas
imperiales en la isla y se prepararon en secreto para expulsar de la isla a los
cristianos. Ante la falta de medios Constantino Opos tuvo que retirarse al
continente, llevándose con él a 15.000 cristianos sicilianos rescatados del
cautiverio. El emir Akhal murió asesinado en la ciudadela de Palermo y Abdallah
estableció su autoridad sobre toda la isla.
Acompañado por el almirante Esteban, cuñado del emperador, cuya flota debía
navegar a lo largo de la costa oriental de la isla y estar dispuesta a colaborar con
las necesidades del ejército. Maniaces desembarcó en Italia con sus combatientes y
se apresuró a unir sus tropas con los contingentes que debían ser proporcionados
por los themata italianos. El plan estratégico de la campaña permitía a Maniaces
plena independencia de movimiento sin depender en modo alguno del catepán de
Longobardia. Entretanto acababa de llegar a Bari el patricio y duque Miguel
Spondyles, antiguo gobernador de Antioquía, para unirse a la expedición. Quizá
también entre sus obligaciones estuviese la de reemplazar a Opos, que desaparece
de la narración histórica en estos momentos, aunque al año siguiente ya
encontramos a Nicéforo Dociano como catepán en activo. En cualquier caso
Spondyles fue el encargado de realizar las levas de las milicias de Apulia y Calabria,
una acción que provocó un vivo resentimiento en las poblaciones italianas. A estas
fuerzas se unió un cuerpo de entre 300 y 500 caballeros normandos de élite
proporcionados por Guaimar de Salerno, al que el emperador Miguel había
solicitado ayuda para combatir al enemigo común. Al frente de estos brillantes
guerreros estaban Guillermo Brazo de Hierro y Drogón, hijos de Tancredo de
Hauteville, que acababan de llegar de Normandía. Guaimar estuvo más que gustoso
de poder desembarazarse de sus turbulentos huéspedes los cuales, ansiosos de
botín y tierras, acudieron prestamente a unirse a Maniaces a Reggio en una
aventura que prometía grandes beneficios.
Junto a ellos se alistó también el lombardo Arduino, un antiguo hombre de armas
de la iglesia de San Ambrosio en Milán, que había acudido con un grupo de sus
compatriotas a sumarse a la aventura italiana sirviendo además de intérprete
gracias a su conocimiento del griego. La falta de oportunidades en su patria le
habían llevado a probar fortuna en otras empresas y su astucia pronto le permitió
convertirse en tácito portavoz de todos los auxiliares latinos y francos en el ejército.
Esa preeminencia le animaría a jugar bazas más ambiciosas en un momento
posterior de la historia.
Por fin, a mediados de 1038 y tras dos largos años de preparativos el ejército de
Jorge Maniaces abandonó Reggio y atravesando el estrecho de Faro desembarcó en
Sicilia y avanzó sobre Messina. Ante los muros de la ciudad tuvo lugar un combate
en el que los normandos se cubrieron de gloria y rechazaron una tumultuosa salida
de los defensores. Luego atravesaron las puertas pisándoles los talones y ganaron
la ciudad al primer combate. Este primer éxito, aunque importante, carecía de gran
valor estratégico. En cambio la plaza de Rametta, escenario de tantos combates en
el pasado y que estaba situada al sudeste de Messina, dominaba la ruta que
conducía por el litoral norte a Palermo, y hacia allí se dirigió de inmediato el
ejército.
La llegada del cuerpo expedicionario bizantino puso fin a las discordias internas de
los musulmanes sicilianos que acordaron unir esfuerzos para hacer frente a la
invasión. Cerca de Rametta salieron al paso de las tropas imperiales con una fuerza
estimada en 50.000 hombres. La batalla que tuvo lugar de inmediato fue
encarnizada y tras una dura pugna finalmente los bizantinos lograron imponerse.
Este éxito abrió las puertas de Sicilia al ejército de Maniaces que pudo así proseguir
su marcha bordeando la costa oeste. A finales de 1038 habían sido conquistadas ya
trece poblaciones pero estos éxitos no lograban ocultar la dificultad de la campaña
por la naturaleza agreste de las tierras sicilianas. Sólo tras muchos padecimientos
pudo llegar el ejército ante los muros de Siracusa en el comienzo de 1040. De
inmediato se puso sitio a la ciudad y los imperiales se vieron envueltos en continuas
escaramuzas y choques en las frecuentes salidas que intentaban los defensores. En
estos enfrentamientos destacó especialmente Guillermo Brazo de Hierro, que
alcanzó fama por matar en combate singular a un caid que había sembrado el
terror entre los sitiadores por sus proezas en la lucha. Las poderosas defensas de
Siracusa provocaron que el sitio se prolongase dando tiempo al emir Abdallah para
reunir fuerzas llegadas de toda Sicilia y de África y agruparlas en la región
montañosa de la isla. A la cabeza de más de 60.000 soldados intentó un
movimiento audaz atacando por retaguardia al ejército acampado ante Siracusa.
Ante esta maniobra Maniaces se vió obligado a levantar el sitio y retroceder con su
ejército para hacer frente a la nueva amenaza. Avanzando por las laderas
occidentales del Etna el ejército imperial hizo alto en la llanura de Troina, al
noroeste del volcán, en una localidad donde tiempo después se construiría un
castillo que llevó el nombre del general bizantino.
En Troina le estaba esperando Abdallah con todo su ejército atrincherado en un
campamento fortificado. Los árabes habían tenido tiempo para preparar
cuidadosamente su posición y sembraron la llanura circundante con abrojos
metálicos para estorbar el ataque de la caballería imperial. Lamentablemente para
sus intereses no tuvieron en cuenta la costumbre bizantina de herrar sus
cabalgaduras, lo que convirtió en inútil esta estrategia.
Con el enemigo a la vista Maniaces dispuso sus tropas según la acostumbrada
formación en tres cuerpos que deberían entrar sucesivamente en combate. Cuando
se entabló el combate cuerpo a cuerpo la fortuna acompañó a los bizantinos al
descargar una fuerte tormenta que levantó grandes nubes de polvo que cegaron a
los árabes. Desorganizadas las filas el ejército de Abdallah fue incapaz de resistir el
ímpetu incontenible de la primera carga de caballería pesada. Pronto la batalla se
convirtió en una masacre en la que perecieron a millares los soldados musulmanes
y en la que nuevamente los normandos encontraron ocasión para sobresalir por la
fuerza de su brazo.
El derrotado emir huyó con muchas dificultades y sólo a duras penas consiguió
llegar hasta la costa desde donde se dirigió a Palermo. Mal recibido por la población
local, se vió obligado a abandonar la isla y refugiarse en África. Su lugar fue
ocupado por Hassan Ad Daula, hermano del fallecido Akhal. Fue una gran victoria
que tuvo un gran éxito en toda la isla y que ha dejado para el recuerdo en Troina el
nombre de “Fondaco dei Maniaci” dado a la llanura en la que tuvo lugar.
La batalla, que tuvo lugar en la primavera o el verano de 1040, proporcionó a
Maniaces el control de la zona oriental de la isla y abrió las puertas de Siracusa al
ejército imperial que hizo en ella una entrada triunfal en medio del entusiasmo de la
población cristiana local. El descubrimiento por esas fechas de los restos de la
vírgen y mártir Santa Lucía en la ciudad contribuyó a un clima de exaltación general
que ponía en boca de todos el nombre del artífice de tantos éxitos. En la memoria
local ha sobrevidido este recuerdo con la denominación de “castillo de Maniaces”
que se le dió a la fortaleza bizantina que se erige en la ciudad.
Fiel a su temperamento el general no se relajó en el momento de la victoria. Antes
de Troina había encargado al almirante Esteban la tarea de vigilar cuidadosamente
las costas de la isla para impedir la huida del emir en caso de derrota. Pero la
ineptitud de Esteban le hizo incapaz de cumplir con su misión. Abdallah escapó y
sobre el almirante cayó de inmediato la ira implacable de Maniaces. Haciendo acudir
a su presencia al inepto oficial lo cubrió de injurias y le acusó ante el emperador de
traición y cobardía. Tan grande fue su cólera que llegó a maltratarlo físicamente
acusándole de cobarde, afeminado y “proveedor de los placeres del emperador”.
Este acceso de cólera provocaría muy pronto funestas consecuencias para la carrera
del general.
Maniaces en Italia
Miguel IV, el emperador que había enviado a prisión a Maniaces, falleció en
diciembre de 1041. Su sucesor Miguel V y su esposa Zoé, deseosos de enderezar la
suerte de los asuntos occidentales, liberaron al general y lo reenviaron a Italia con
el título de magistros, catepán de Italia y strategos autokrator de los tagmata de
Italia tras hacer llamar de vuelta a Sinodiano. Maniaces desembarcó en Tarento a
finales de abril de 1042 con un nuevo ejército reforzado con contingentes
albaneses, los arvanitai que pasaron luego a constituir uno de los cuerpos
extranjeros permanentes en el ejército imperial. En el momento de su llegada sólo
seguían en poder de Bizancio las plazas de Brindisi, Otranto, Tarento, Trani y Oria.
Entre tanto sus adversarios no habían permanecido ociosos, habían tenido cinco
meses de desgobierno bizantino para maniobrar y establecer alianzas con las
ciudades de Apulia. Tras haberse malquistado con el principado de Benevento
negociaron con los principales de Bari y propusieron a Argyros reconocerlo como su
señor. Éste, seducido por la propuesta, repitió el comportamiento de Arduino e hizo
entrar de noche a los normandos en la ciudad y allí concluyó un acuerdo definitivo
con ellos recibiendo en febrero de 1042 el título de duque y príncipe de Italia con
los guerreros normandos como vasallos. Éstos seguían el mismo procedimiento
utilizado con éxito en otras ocasiones: imponer su participación, hacerse temer,
reconocer en teoría la soberanía de los antiguos amos del país para luego
desequilibrar la situación en su propio provecho. Es posible que en lo tocante a
Argyros su proyecto fuese llegar a una futura reconciliación con Bizancio previa
aceptación de los hechos consumados y con la secreta esperanza del catepanato
por entonces vacante.
La llegada de Maniaces trastornó todos esos cálculos y dejó a Argyros como un
simple rebelde, tal y como su padre lo había sido en tiempos, por lo que se vio
obligado a vincular su destino más estrechamente a los recién llegados del norte.
Avanzando en su propósito reclamó la ayuda de los normandos de Aversa y reunió
varios miles de soldados que se aprestaron a combatir al ejército imperial
acampado bajos los muros de Tarento. Pero Maniaces rehuyó el combate y optó por
refugiarse tras los muros de la ciudad a la espera de una oportunidad favorable. Los
normandos intentaron en vano provocar a los bizantinos a un encuentro en campo
abierto y se contentaron con saquear la región de Oria. Tras reconocer la
imposibilidad de asediar una plaza poderosa como Tarento se replegaron pronto
hacia el norte en mayo de ese año.
En el litoral adriático Trani, la plaza más importante después de Bari, mantuvo la
fidelidad al emperador y rehusó negociar con Argyros. Su ejemplo fue imitado por
Giovinazzo con peor suerte pues Argyros apostó su ejército ante la plaza y la tomó
el 3 de julio de 1042 después de tres días de sitio sometiéndola a pillaje y
asesinando a los funcionarios bizantinos en ella refugiados. De allí pasó a Trani, a la
que sometió a asedio durante más de un mes hasta que los acontecimientos de
Constantinopla provocaron un vuelco en la situación.
Entretanto Maniaces había salido en junio de Tarento con su ejército barriendo
delante de sí las bandas de normandos que encontraba a su paso. Castigó
cruelmente a los habitantes de Matera acusándoles de trato con el enemigo y
demostró ser tan despiadado como sus enemigos normandos, arrasando los
campos, quemando las cosechas y asesinando a centenares de campesinos. Desde
Matera Maniaces se dirigió hacia el este y sometió a Monopoli al mismo castigo y a
la misma demostración de crueldad y ensañamiento: muchos ciudadanos fueron
ahorcados y otros enterrados vivos, pero las ciudades no le abrieron sus puertas
por ello. Con todos estos hechos Maniaces se ganó una reputación de tirano
abominable en la región y perjudicó muy gravemente la suerte de la causa
bizantina en Italia. Mientras tanto en Constantinopla se sentaba en el trono un
nuevo emperador y la llegada al poder de Constantino Monómaco en julio supuso
malas noticias para la fortuna de Maniaces.
Durante la época de sus mandatos en Asia Menor el general había adquirido
grandes propiedades en el thema de los Anatólicos. Algunas de esas tierras eran
vecinas de las de un poderoso señor, Romano Esclero, nieto del famoso Bardas.
Pronto las relaciones entre ambos se deterioraron y Maniaces, que debió ser un
hombre de genio pronto, amenazó de muerte a Esclero. Éste, amedrentado,
abandonó sus tierras y desde entonces experimentó un odio feroz por su antiguo
vecino. La situación era delicada para Maniaces por cuanto Romano tenía muy
buenas conexiones en la corte, al ser su hermana la amante del emperador. El
momento para la venganza llegó cuando su rival tuvo que ausentarse para guerrear
en Italia. Romano, seguro del apoyo de Monómaco, saqueó las propiedades de
Maniaces y yendo más allá en la ofensa, ultrajó a su mujer. Cuando el general fue
informado de estos penosos acontecimientos experimentó una cólera indecible,
cólera que se convirtió en exasperación al saber que el emperador, a instancias de
su rival, había decidido finalmente destituirlo de su puesto. En ese momento
Maniaces, considerando muy peligroso regresar a Constantinopla como un simple
particular, optó por la única solución que veía a su alcance, la revuelta.
En esos momentos las noticias llegadas de Constantinopla le decidieron a rebelarse,
sabedor de que la pérdida de favor de la corte y la llamada a la capital suponían de
nuevo la prisión. La llegada al poder de Constantino Monómaco y el favor que éste
propiciaba a su mortal enemigo Romano Esclero no auguraban más que desgracias
para su carrera. Puesto al corriente de todos los detalles comenzó a incitar en
secreto a sus soldados contra Monómaco.
En septiembre de 1042 desembarcó en Otranto una representación del basileo. El
patricio Pardos, el protoespatario Tubaces y el arzobispo Nicolás llegaron portadores
de un crisóbulo dirigido a Maniaces con el que el emperador pretendía reconciliarse
con su exasperado general. Pardos además debía sucederle en el cargo de catepán.
Maniaces, conocedor en secreto del contenido del documento, al principio les
dispensó una favorable acogida pero la torpeza del enviado muy pronto empeoró
las cosas. El comportamiento arrogante de Pardos fue demasiado para el genio del
general que dió órdenes de inmediato a sus hombres para detener al patricio al que
al cabo de pocos días hizo asesinar en unas caballerizas tras someterlo a muchas
vejaciones. El protoespatario Tubaces sufrió la misma suerte pocos días después. El
secreto se había desvelado y tras la favorable reacción de sus hombres Maniaces se
decidió por fin en octubre de 1042 a asumir las insignias imperiales del poder
supremo y se hizo proclamar emperador por sus tropas, decidido a emprender la
lucha a vida o muerte por el poder. Su empresa requería oro y Maniaces lo encontró
apropiándose de los fondos de la embajada, unas fuertes sumas destinadas a
comprar la retirada de los normandos.
Anteriormente, en julio, otra delegación imperial se había encontrado con Argyros,
que estaba asediando Trani en esas fechas, y le presentaron un crisóbulo en el que
se le comunicaba el perdón del emperador y se le conferían los títulos de patricio y
vestes si demostraba su fidelidad al Imperio y atraía a los normandos al servicio de
Bizancio. Ello suponía aceptar definitivamente la presencia de éstos en los
territorios bizantinos intentando obtener a cambio un provecho para los intereses
del Imperio. Argyros aceptó el trato y obligó a los normandos a levantar el sitio de
Trani, quemó las máquinas de asedio y se dirigió de nuevo a Bari hacia donde
también se encaminaba su rival.
La última resistencia
Tras sellar su alianza con el Papado Roberto Guiscardo emprendió de nuevo las
operaciones en los territorios para él destinados. En 1060 sometió Troia y en la
primavera de ese mismo año recibió el homenaje de las poblaciones de Brindisi y
Tarento al tiempo que sus hombres expulsaban a la guarnición bizantina de Oria.
Pero en estos momentos el principal asunto era el control de Calabria. Desde 1056
había comenzado a realizar incursiones partiendo de sus posiciones en el valle del
Crati acompañado por su hermano menor Roger. Sus tropas llegaron hasta la
inmediación de Reggio saqueando y obteniendo rehenes, aunque las principales
poblaciones como Crotona, Gerace, Santa Severina, Rossano o la propia Reggio
mantuvieron su independencia.
De vuelta en Apulia Guiscardo encomendó a su hermano Roger la prosecución de la
conquista. Éste se asentó en las cercanías de Vibona, donde luego se construiría la
gran fortaleza de Mileto, y desde allí comenzó sus algaradas. Por medio de
depredaciones y ataques constantes sembró el terror en toda la región del
Aspromonte. Frente a él las autoridades bizantinas estaban divididas. Por razones
desconocidas el estratego de Calabria León Trymbos hizo ejecutar en 1058 a
algunos magistrados civiles (scribones) de Crotona y la población enardecida se
rebeló y le obligó a huir. A los males de la guerra se unieron también los estragos
causados por la terrible sequía de la primavera de 1058 y sus secuelas en forma de
hambre y disentería que diezmaron a la población.
Entretanto en el bando normando se produjo un enfriamiento en las relaciones
entre Roberto y Roger. Siendo ambos hombres ambiciosos colisionaron entre sí a
causa del reparto del botín, lo que fue aprovechado por los calabreses para retomar
Nicastro y aniquilar su guarnición normanda. Por fin Roberto y Roger arreglaron sus
diferencias y reemprendieron las operaciones sobre la región. Reggio, donde habían
hallado refugio los altos funcionarios bizantinos que todavía se mantenían en la
zona, era la única ciudad que no se avino a parlamentar.
En el otoño de 1060, tras someter a Brindisi y Tarento, los normandos pusieron sitio
por fin a Reggio. Tras una encarnizada resistencia la ciudad capituló y los dos
funcionarios bizantinos (probablemente el estratego de Calabria y el krités) se
encerraron en la vecina Scilla con parte de la guarnición bizantina, aunque al poco
tiempo fueron obligados a embarcarse para Constantinopla mientras la población
concluía un tratado con los normandos. Roberto Guiscardo en esa época residía ya
en Reggio, donde se hizo reconocer como duque de Calabria. En estos momentos
los funcionarios bizantinos de alto rango habían sido ya obligados a abandonar la
región, y sólo quedaban los jefes de la aristocracia local, ellos mismos funcionarios
de bajo nivel. Abandonados a su suerte entraron en tratos con los normandos.
Éstos, una vez asegurada su posición, ofrecieron condiciones aceptables a las
poblaciones locales imponiendo un tributo no más oneroso que el cobrado por las
autoridades bizantinas y permitiendo que se mantuviese la autonomía local, con lo
que pudieron establecer su dominio, al menos de forma aparente. A pesar de todo
seguía viva la llama de la resistencia que aprovechaba cualquier coyuntura
favorable para manifestarse. En el valle del Crati los indígenas se beneficiaron del
alejamiento de los jefes normandos para alzarse en armas, como en Agello, cerca
de Cosenza. Por la misma época diputados de varias ciudades calabresas llegaron a
Amalfi y Roma buscando una alianza contra los nuevos ocupantes.
La reacción normanda ante la resistencia local fue la creación de colonias militares
usando los mismos procedimientos que los bizantinos en Asia. Trasladaron a
poblaciones enteras reduciendo a cenizas sus enclaves, como en el caso de
Policastro que fue destruida y su población transportada a Nicotera. Con prisioneros
sicilianos se pobló Scribla, tras el comienzo de las operaciones en Sicilia en 1061
luego de la toma de Messina.
El gobierno bizantino no volvió a enviar tropas a Calabria tras los sucesos de 1060,
pero ello no supuso el fin de sus esfuerzos por recuperar sus posesiones en las
tierras italianas porque a finales de ese año desembarcaron nuevas tropas
comandadas por un miriarca, como es llamado en las fuentes y que quizá deba ser
interpretado como un merarca, obedeciendo las órdenes del nuevo emperador
Constantino Ducas. En rápida sucesión los bizantinos reconquistaron Tarento,
Brindisi, Oria y Otranto, a la vez que se internaban en Apulia hasta llegar ante los
muros de Melfi. Ante las desconcertantes noticias Roberto Guiscardo regresó a toda
prisa de Sicilia y acometio a los bizantinos. Tras someter Acerenza obligó a los
imperiales a abandonar el sitio de Melfi. En 1062 volvió a tomar Brindisi y Oria
haciendo prisionero al miriarca bizantino. Ante estos fracasos los bizantinos se
desmoralizaron y adoptaron en adelante una actitud mucho más pasiva, debido
posiblemente también a la falta de medios. Por ello los dos catepanos que se
sucedieron en Bari, Marulés en 1061 y Siriano en 1062 se vieron obligados a
mantenerse a la defensiva.
Ante el fracaso en las operaciones militares se recurrió la vía diplomática. El
emperador participó muy activamente entre 1061 y 1064 en la lucha por la
sucesión del Papa Nicolás II. La derrota final de su candidato puso bien en claro la
imposibilidad de formar una coalición antinormanda y que la única posibilidad para
detener el avance de Guiscardo era apoyar a las poblaciones que todavía resistían y
sembrar la división entre los caudillos normandos, celosos del poder de Roberto y
descontentos con su primacía.
Bari 1071
Mientras Roberto Guiscardo preparaba en colaboración con Roger un ataque sobre
los musulmanes de Palermo, los barones normandos en Apulia se dedicaron
metódicamente a reconquistar las poblaciones tomadas por los bizantinos durante
su intervención. Un tal Godofredo tomó en 1063 Tarento y Móttola, y pronto
cayeron también Matera y Otranto. En 1064 desembarcó en Bari el catepán
Abulcaré y pudo enviar algunos refuerzos a las ciudades que aún resistían. En esos
momentos Bizancio controlaba todavía parte del litoral, desde la península de
Gargano hasta las cercanías de Brindisi, aunque el catepán no pudo impedir que las
gentes de Bari llegaran a una tregua con Guiscardo debido a la escasez de sus
reservas. A la resistencia se unió el duque de Dirraquio Pereno, también encargado
de la defensa de las costas italianas, que se puso en contacto con normandos
descontentos como Jocelin de Molfetta, Roberto de Montescaglioso, Roger Touboeuf,
Abelardo (hijo de Umfredo de Hauteville y por tanto sobrino de Guiscardo), y Amigo
el hijo de Gautier. Estos nobles se dirigieron a Dirraquio para parlamentar con el
representante del emperador y allí fueron espléndidamente recibidos. Tras
asegurarse sus servicios se les envió de nuevo a Italia donde entre 1063 y 1064 es
probable que ocuparan las ciudades antes mencionadas en nombre del basileo.
Guiscardo reaccionó con rapidez y volvió para castigar a los rebeldes. Algunos,
como Jocelin, huyeron a Constantinopla y entraron al servicio del Imperio, otros
obtuvieron el perdón y recuperaron el favor del duque de Apulia. Había sido la de
los bizantinos una iniciativa condenada a fracasar ante la falta de tropas para
sostener una acción más decidida que no podía ser ganada sólo a base de
sobornos.
En 1066 el arzobispo de Bari pidió otra vez ayuda a Constantinopla. La respuesta
fue el envío de una flota al mando del duque de Dirraquio Miguel Mauricas que
transportaba contigentes varegos. En 1067 las tropas de Mauricas consiguieron
ocupar Brindisi y Tarento. En la primera se instaló una fuerte guarnición al mando
del experimentado oficial Nicéforo Caranteno que se mostró muy activo
organizando salidas contra las bandas de saqueadores normandos que se movían
libremente por las cercanías.
Así pues a la muerte de Constantino Ducas en mayo de 1067 la situación en Italia
no era peor que en 1060 y los normandos no habían logrado avances permanentes
de importancia desde entonces. La ocupación de Calabria era inestable y en Apulia,
en la zona de Bari, Otranto y Tarento, se concentraba la resistencia más tenaz,
sostenida en todos los casos principalmente por la población local pues no se
detectan en esta época guarniciones bizantinas de gran importancia numérica.
Consciente de ello Roberto Guiscardo renunció a la conquista de Sicilia y concentró
sus energías en la toma de Brindisi y Bari no dudando en reunir a todos sus
vasallos para intentar un esfuerzo supremo. Fruto de ello fue la caída de Otranto,
en la que de creer lo narrado en el Strategikon de Cecaumenos estaba acantonada
una guarnición de rusos y varegos al mando de uno de los Malapetzes o Malapezzi,
y por fin entabló el asedio de Bari en agosto de 1068.
La noticia llegó a Constantinopla en circunstancias muy delicadas para el Imperio
ante el continuo hostigamiento de los turcos en las fronteras orientales. En el
momento en que Romano II Diógenes comenzaba sus campañas en Asia el
llamamiento desesperado de la población de Bari en demanda de ayuda no pudo
ser atendido inicialmente y la ciudad tuvo que hacer frente en solitario a los
normandos.
Como maniobra previa Guiscardo declaró ante las autoridades locales su deseo de
reclamar el poder que hasta su muerte había detentado Argyros, fallecido ese
mismo año. Al ser rehusado su derecho se convirtió en su pretexto para iniciar el
ataque. Cuando una pequeña fuerza de reconocimiento se adelantó hasta los muros
de la ciudad el intento fue visto con burla por los bariotas, acostumbrados a
incursiones similares durante muchos años. Pero pronto la llegada del ejército
principal mostró a las claras que esta vez el intento iba en serio y estaba
acompañado por el contundente argumento de poderosas máquinas de asedio y
una flota desplegada ante el puerto en una línea contínua unida por gruesas
cadenas de hierro.
Conscientes los asediados de la gravedad de la situación pidieron socorro de nuevo
a Constantinopla. El emperador estaba ocupado en esos momentos en los
preparativos de una nueva campaña contra los turcos, pero el gobierno no podía
ignorar la petición de auxilio de su mayor bastión en Italia. Por ello se aprestó
apresuradamente una flota con armas y provisiones al mando de Esteban Paterano.
La flota llegó a Bari en enero de 1069 y fue interceptada a la entrada del puerto por
los normandos. En el combate que siguió doce barcos griegos fueron apresados
pero el resto consiguió abrirse paso y reforzar con su cargamento las defensas de la
ciudad. Estos refuerzos fueron acogidos con entusiasmo por la población y les dió
ánimos para prolongar una resistencia que se fue extendiendo durante ese año y el
siguiente de 1070 con pocos avances por una y otra parte. Los combates se
sucedieron ante los muros de la ciudad. Los normandos, en su deseo de asegurar
más el cerco, obstruyeron el puerto con grandes bloques de piedra, un puente y
una torre fortificada, aunque estas obras fueron pronto destruidas por los
asediados. El grave deterioro de la moral que la duración del sitio estaba causando
entre los sitiadores quiso ser superado con una intentona sobre Brindisi, la única
otra plaza restante en poder todavía de Bizancio, pero la expedición fue sorprendida
en una emboscada por los griegos y permitió un breve alivio a los asediados,
aunque finalmente Brindisi acabó cayendo en manos de los normandos.
La perspectiva de otro invierno de asedió decidió a Guiscardo a solicitar la ayuda de
su hermano Roger, que llegó desde Sicilia con una flota. Eso hizo mejorar la
situación, combinado con sus esfuerzos para minar la resistencia interior mediante
el apoyo a la facción local pronormanda.
En Bari la situación había mejorado tras la arribada de una flota mercante con
víveres, pero la discordia estalló finalmente en el interior ante la pugna entre dos
bandos. Uno de ellos, liderado por Argyrizo, uno de los ciudadanos más ricos de la
población y apoyado por el dinero normando, era partidario de negociar con
Guiscardo, mientras que el otro, comandado por Bizantios Guirdelicos, defendía la
resistencia a ultranza. Un intento de asesinato de Guiscardo fracasó y finalmente
Bizantios cayó asesinado por los hombres de Argyrizo. La crítica situación en la
ciudad había provocado una nueva llamada de auxilio a Constantinopla. Ante el
éxito de misiones de aprovisionamiento anteriores el gobierno bizantino aprestó en
Dirraquio una flota de veinte barcos cargados con alimentos, armas y refuerzos al
mando de Jocelin, uno de los normandos que se había pasado al servicio del
emperador tras rebelarse contra Guiscardo. Su flota atravesó el Adriático sin
incidentes y llegó a la vista de Bari donde le esperaban los ansiosos ciudadanos.
Desgraciadamente para su causa la inusual actividad en el puerto esa noche alertó
a los normandos que tuvieron tiempo de aprestar sus barcos y dirigirlos contra el
convoy entrante. En un confuso combate nocturno los normandos de Roger fueron
capaces de concentrar su ataque en la nave capitana y hacer prisionero al jefe de la
expedición. Los bizantinos perdieron además nueve barcos aunque los normandos
no escaparon sin pérdidas incluido uno de sus navíos que se fue al fondo con ciento
cincuenta caballeros acorazados al volcar por un desplazamiento brusco de estos a
una de las bordas.
Este combate fue un durísimo golpe para las esperanzas de los asediados.
Fracasaba así el último intento de ayuda desde el exterior y sin abastecimientos no
podían sostenerse por más tiempo, ya que durante el invierno habían agotado las
provisiones en los almacenes y la moral era ahora muy baja. Las voces que
clamaban por un acuerdo con los sitiadores fueron cada vez más fuertes y dieron
poder al bando de Argyrizo. Cuando en definitiva sus partidarios se hicieron con el
control de una de las torres de la muralla Paterano se decidió por fin a parlamentar
ante el temor de ser traicionado desde dentro y mientras aún estaba en condiciones
de obtener un buen trato. La buena disposición de Guiscardo facilitó un acuerdo
rápido. El 15 de abril de 1071 Roberto y Roger hicieron su entrada en Bari poniendo
fin a treinta años de lucha por el dominio de la Italia del Sur. Basándose en los
acuerdos que se habían establecido a lo largo de los años con las autoridades de la
ciudad se mantuvo en gran medida la administración local, aunque el beneficiario
de la recaudación de sus impuestos pasó a ser su nuevo señor normando y no
Constantinopla. De acuerdo con la costumbre normanda la comunidad juró
obediencia a su nuevo duque y se vió cargada con nuevas obligaciones militares,
incluidas la de aportar fuerzas navales cuando se requiriese. Los bariotas
mantuvieron la posesión de sus propiedades incluidas aquellas que habían sido
saqueadas por los normandos durante el asedio. En muchos aspectos el acuerdo se
trataba más de un tratado que una pura rendición, pero la causa de ello no radicaba
en la bondad de Guiscardo sino en el reconocimiento de que llegaba el momento de
modificar los métodos y gobernar un país como un estadista y no como un caudillo
de bandoleros.
Los vencidos fueron tratados también con clemencia: se concedió permiso a
Esteban Paterano para regresar a Constantinopla y muchos oficiales bizantinos
fueron liberados tras una breve estancia en prisión. Sólo el rebelde Jocelin tuvo que
pagar con la prisión de por vida el alzamiento ante su antiguo señor. Guiscardo
devolvió a los aristócratas locales las tierras y dominios de los que se había
apoderado y protegió a la ciudad de los abusos a manos de otros señores
normandos. A cambio pidió su ayuda en forma de hombres y barcos para la
empresa de Sicilia, que tendría como fruto la caída de Palermo en enero de 1072
tras cinco meses de sitio. El hecho simbólico es todavía más significativo, pues con
la toma de Bari la autoridad del duque de Apulia tomaba una base definitiva frente
a sus connacionales normandos, le reafirmaba como el señor de Italia del sur así
como el sucesor del basileo en el dominio de las tierras que durante siglos
pertenecieron al Imperio bizantino.
APÉNDICE:
ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN LA ITALIA BIZANTINA
La estructura poblacional
Desde la antiguedad Italia meridional se singularizó por una densidad de población
relativamente alta con una red de núcleos urbanos que superaron las vicisitudes de
las guerras del siglo VI y el asentamiento de lombardos y árabes de modo que
cuando los bizantinos volvieron a establecerse en la región se encontraron con una
tierra en la que el poblamiento seguía siendo mayoritariamente urbano. La
actuación inicial de las autoridades fue remediar los daños causados por la guerra y
promover el asentamiento de nuevos ciudadanos que pudiese compensar las
pérdidas sufridas, pero poco a poco se inició el proceso de creación de nuevos
asentamientos (kastra). Especialistas como Martin y Noyé distinguen dos oleadas
de fundaciones impulsadas por la administración bizantina. La primera puede
situarse a finales del IX y la segunda en la primera mitad del XI. En el primer caso
los esfuerzos de fortificación se detectan en villas como Nicastro, Montescaglioso,
Cosenza, Santa Ágata, la construcción de la ciudad portuaria de Monopoli y los
enclaves de Giovinazzo y Molfetta, ya activos durante el X. Paralelamente los
esfuerzos de colonización en zonas poco pobladas en estos años hicieron aparecer
los enclaves de Umbriatico, Cerenzia, o Isola Capo Rizzuto.
La configuración de la ciudad
El territorio ciudadano contaba con un sector densamente poblado intra muros y
una zona fuera de las murallas con características más rurales como las que
podemos encontrar ejemplificadas en el caso del chôrion de Boutzanon situado en
la turma de las Salinas, cerca de Reggio y que ha sido estudiado por Guillou. Los
chôria, a la vez comunidades rurales y circunscripciones fiscales basadas en la
responsabilidad colectiva de sus miembros frente a la administración, pagaban las
tasas a la administración en una suma global, como lo registra el pago de 36
nomismata al catepán Mesardonites en 1016 por parte del pequeño burgo
fortificado de Palagiano. El representante de la comunidad, un calígrafo llamado
Cinamo, recibió del catepán un recibo justificatorio del pago que Palagiano debería
conservar. Los habitantes del chôrion tenían la posibilidad de asegurar la
permanencia de la propiedad de las tierras dentro de la comunidad ejerciendo el
derecho de adquisición preferencial (preempción o protimesis) de los vecinos en
caso de la venta de una propiedad. Cuando en la primera mitad del XI Juan Casifis
compra una tierra con olivares al judío Manasses en Buterito, cerca de Bari, se
encuentra con la oposición del clérigo Romualdo, vecino del judío, que aduce el
derecho de protimesis y accede a vendérsela a éste por el precio de compra. Al
reprocharle Romualdo que haya querido comprar indebidamente una propiedad que
por proximidad le correspondía con más derecho a él Juan le contestó “que sería
mejor que un vecino la hubiese adquirido antes que entrase un extranjero”. El
concepto de estabilidad de la propiedad comunal estaba firmemente establecido.
La estructura típica de una población presentaba un núcleo habitado rodeado de
pequeñas huertas tras las cuales estaban situados los proasteia, propiedades de
gente acomodada residentes en la ciudad trabajadas por sus siervos allí instalados
y los agridia donde vivían y laboraban los campesinos propietarios. Las ciudades
más desarrolladas presentaron habitualmente un modelo de triple corona en torno
al núcleo habitado a partir del cual se extendían huertos para el consumo
doméstico, tierras arables con viñedos, moreras y árboles frutales y finalmente
zona de pastos y bosque de aprovechamiento comunal. Las dimensiones del
territorio urbano variaban de un caso a otro: en el caso de Troia con distancias
desde el centro urbano que oscilaban entre los 7 y los 22 Km., mientras que en el
caso de Tricarico, conocido por un diploma de Gregorio Tarcaniotes de 1001 o 1002,
el área de influencia tenía un radio de 5-7 Km.
La siempre inestable situación política obligó a las ciudades y villas a protegerse
con murallas. Generalmente las ciudades contaban sólo con un recinto aunque Bari
constituye la excepción con una doble muralla en la parte de tierra aunque la ribera
carecía de defensas. También está documentada la existencia de torres defendiendo
las puertas y poternas. Era muy frecuente la edificación en la parte interna de los
muros de defensa, lo que en algunos casos suponía un peligro para la defensa de la
plaza como lo atestigua el testimonio de Cecaumeno en su Strategikon en relación
con la toma de Otranto por los normandos. El autor recomienda a los comandantes
que destruyan todos los edificios adosados a las murallas para reducir el peligro de
un asalto por traición desde esos puntos débiles. En algunos casos la fortificación
tenía lugar dentro de la propia ciudad al ser erigido un recinto amurallado interior
como en los casos de Tarento, donde Romano I construyó un frourion tras una
revuelta o los diversos ejemplos de praitoria o residencias fortificadas de los
gobernadores imperiales, la más famosa de las cuales fue la construida en Bari en
1011 por Basilio Mesardonites tras la primera revuelta de Meles. La autoría se
conoce por una inscripción en verso encastrada en un muro de la basílica de San
Nicolás en la que Mesardonites se atribuye el levantamiento de la muralla con
ladrillos “duros como la piedra” y la construcción de una arcada fortificada y un
vestíbulo “para librar de sus temores a los soldados del campamento” así como una
pequeña iglesia dedicada a San Demetrio. Se trataba de un conjunto residencial
amplio que cumplía además las funciones de centro militar, judicial y fiscal del
thema además de servir como morada para el catepán. En el complejo había
viviendas, oficinas, acuartelamientos para las tropas, una prisión y también tierras
de cultivo tanto en el interior como en el exterior. El cuidado de la salud espiritual
de sus moradores quedaba bien cubierta con cuatro iglesias o capillas dedicadas a
San Basilio, Santa Sofía, San Eustracio y San Demetrio y sobre la que después fue
edificada la basílica de San Nicolás. El conjunto no parece haber sobrevivido más
allá de la década de 1080, ya que sabemos que en 1087 la iglesia de San Eustracio
y los otros santuarios fueron derribados para dejar sitio a la nueva construcción que
albergaría los restos de San Nicolás de Myra. Otro praitorion está documentado en
Reggio en su calidad de capital del thema de Calabria.
Poco se sabe de las construcciones domésticas. Desde el siglo X parece ser que
gran parte de las moradas eran construidas con piedra conviviendo con otras de
madera. Las coberturas eran de teja, tablas o paja. En Calabria en esta época se
data una tipología de vivienda troglodítica excavada en roca con ejemplos como los
de Gerace o Santa Severina en los que se han encontrado moradas con una
estructura muy simple: sala de estar, alcoba y depósitos para el agua y los
alimentos. En las viviendas urbanas era frecuente la existencia de pequeñas
cámaras-almacen abovedadas en el bajo y un primer piso con una estancia común
(triclinum), una o varias cámaras (cubicula) y en ocasiones una galería. Los
edificios solían rematar en una terraza y disponen en ocasiones de patio privado
aunque generalmente varias viviendas se agrupaban en torno a un patio común y
se empleaban escalas de piedra o madera para acceder a las estancias. En el caso
de la Capitanata está documentada además la presencia de silos en el exterior de
las casas.
Las ciudades más antiguas presentaban un desarrollo urbanístico más avanzado
con calles a las que daban las viviendas mientras que en las ciudades de nueva
creación del XI se advierte una organización mucho más cerrada con casas
separadas sólo por muy estrechas callejuelas destinadas a permitir el paso y
evacuar las aguas. La catedral se encuentra en el centro de la población y desde
ella se suceden los círculos cerrados habitacionales. En las poblaciones de nueva
planta anteriores al XI no se advierte un plan urbanístico y los edificios se
amontonan en capas sucesivas mientras que los núcleos urbanos surgidos de la
oleada fundacional de la época de Boioannes se caracterizan por la presencia de
una larga calle longitudinal llamada platea que articulaba el conjunto urbano como
se puede atestiguar en las ruinas de Catanzaro, Troia, Fiorentino u Oppido mientras
que las calles perpendiculares aparecen desiguales, estrechas e irregularmente
repartidas.
Mucho más numerosas son las alusiones en las fuentes a las abundantes
construcciones religiosas (iglesias públicas y privadas, monasterios y hospicios) que
salpicaban las ciudades y que estaban atendidas por un personal muy numeroso:
sólo en el caso de Bari durante el siglo XI conocemos al menos 23 iglesias,
monasterios y capillas dentro del recinto urbano además de la iglesia episcopal de
Santa María. Pero también se encuentran documentados otro tipo de edificación con
funciones eminentemente ciudadanas como son los baños públicos (balneum,
loutron) que en muchos casos eran administrados por las autoridades monásticas
como los conocidos en Reggio o Stilo en Calabria y Melfi o Bari en Basilicata y
Apulia respectivamente.
La estructura social
En las fuentes griegas la población italiana aparece dividida estereotipadamente en
tres clases: arcontes, hiereis y laos, esto es magnates, clero regular y secular y
pueblo llano. La aristocracia estaba formada por los señores dueños de latifundios,
frecuentemente ostentando títulos de la escala administrativa bizantina y ejerciendo
en muchos casos funciones oficiales. Junto a ellos estaban los oficiales bizantinos de
alto rango, militares (estrategos, catepanes) y civiles así como algunos miembros
de las familias lombardas de los principados vecinos. Algunas familias de origen
local desempeñaron durante generaciones cargos de importancia y mantuvieron su
preeminencia incluso durante la dominación normanda como fue el caso de los
Maleinos de Stilo (sobre los que en principio no tenemos fundamento para
relacionar con la poderosa familia homónima y coetánea del Asia Menor). El primer
Maleinos calabrés aparece a mediados del X y es el Gregorio exactor de impuestos
mencionado en la Vida de San Nilo en relación con los motines en Rossano de 965.
Otros miembros de la familia aparecen en las fuentes hasta finales del siglo XII
siempre desempeñando cargos de cierta relevancia. Otro caso es el de los
Mesimerios de Catanzaro entre los que encontramos obispos y monjes en diversos
momentos o los Ankinareses de Rossano, algunos de cuyos miembros como León y
Eufemio detentaron el cargo de turmarca a mediados del XI. Los Malapezzi de Bari,
probablemente uno de los cuales era el Malapetzes mencionado por Cecaumeno,
poseían una torre fortificada cerca de la iglesia de San Nicolás y en 1051 estuvieron
implicados en las revueltas que tuvieron lugar en Bari. Uno de ellos, Nicolás, fue
juez bajo Bohemundo así que podemos asegurar que la familia siguió prosperando
bajo los nuevos amos de la ciudad.
En muchos casos el mayor problema para seguir la evolución de una familia es la
ausencia de apellidos, salvo en el caso de Calabria como se ha visto en los ejemplos
anteriormente citados. A pesar de ello es posible seguir hasta cierto punto la
sucesión de padres e hijos en posesión de los mismos cargos: el topotereta Faraco
era hijo de Maraldo, a su vez protoespatario y topotereta de Polignano en 1019. En
1035 había en Trani dos turmarcas llamados Maraldo, tío y sobrino
respectivamente. En 1028 un privilegio firmado en Tarento tuvo como testigos a
Adralestos, hijo del protoespatario Pedro y nieto del protoespatario Juan, Teofilacto,
hijo del turmarca León y nieto del citado Juan, el turmarca Constantino, hijo del
espatarocandidato León y finalmente el turmarca Juan. La tendencia en cualquier
caso es a un aumento de la presencia en la documentación de nombres bizantinos
en detrimento de los lombardos.
Como norma los altos funcionarios bizantinos al mando de las provincias no podían
ser originarios de las mismas y su mandato, salvo excepciones, no duraba más allá
de tres o cuatro años pero durante éste ejercían el poder absoluto en la región. Sus
idas y venidas eran escrupulosamente registradas en las crónicas locales, otorgaban
privilegios y confiscaban propiedades a los rebeldes. Significativamente la figura del
strategos como personaje hostil o amistoso con respecto al santo es una constante
en las Vidas de monjes santos compuestas en esta época y que constituyen una
preciosa fuente de información para el período.
Relacionado con el hecho de que el catepanato de Italia desde mediados del X era
uno de los puestos de más alto rango de la administración provincial bizantina
muchos de los altos oficiales al mando durante este período de los que conocemos
el apellido provenían de los primeros niveles de la aristocracia bizantina: Argyros,
Docianos, Curcuas, Cecaumeno, Crinités, Tarcaniotes, Jifias, etc. mientras que otros
pertenecían a un segundo nivel como los Cladon, Skepides, Amiropulo o eran
hombres hechos a sí mismos como el famoso Maniaces. Sólo en un par de
ejemplos, Ursoleón (posiblemente un italiano, muerto en una sedición en 921) y el
duque Argyros a partir de 1051 se puede testimoniar un origen local para los
gobernantes que en cualquier caso no supuso un mayor apoyo por parte de la
población italiana.
La tarea de un gobernador no era sólo defender la provincia contra la amenaza
exterior sino también proteger los intereses del emperador, en ocasiones si era
necesario contra los propios lugareños, y evitar la tentación de adquirir propiedades
para sí aunque conocemos casos que indican lo contrario a través del arriendo y la
práctica de la enfiteusis. Sabemos que el baiulos Gregorio adquirió monasterios e
iglesias de por vida y alquiló por un período de 29 años las propiedades del
monasterio de Montecassino en Apulia aunque devolvió todo a su marcha en 885. O
que la katepanissa Teoctista disfrutaba de una proasteia dedicada al gusano de
seda que era propiedad de una iglesia de Reggio. Y también conocemos otros
modos ilegales de enriquecimiento como el de Crinités con el comercio de grano
con Sicilia. En este caso hubo sanción pero es muy probable que otros hayan salido
impunes.
Otra de las obligaciones del gobernador era la construcción de edificios públicos. Ya
conocemos la actividad fundacional de Basilio Boioannes en Capitanata o el pretorio
edificado por su predecesor Mesardonites en la propia Bari. Otros oficiales como
Constantino Caramalo, uno de los últimos defensores de Taormina en 902,
construyó en sus cercanías la fortaleza de Castro Mola. Por lo que respecta a
construcciones privadas o fundaciones eclesiásticas probablemente los catepanes y
strategoi prefirieron invertir en sus hogares sabedores de la limitación de su
estancia en tierras italianas. Sabemos por ejemplo que el sucesor de Boioannes,
Cristóforo Burgaris, fundó con su mujer e hijos la iglesia de Panagia de Calceon en
Tesalónica, posiblemente su hogar. Otro caso conocido es el de Eustacio Skepides
que está en activo en Italia en 1042 como estratego de Lucania. Eustacio debía ser
capadocio ya que se han encontrado en las cercanías de la villa anatólica de Soganli
algunas construcciones que parecen guardar relación con él. La iglesia de Karabas
Kilise construida en 1060/61 por el protoespatario Miguel Skepides y la de Gök
Kilise con el nombre del protoespatario del crisotriclio, hypatos y estratego Juan
Skepides. Significativamente en ésta última se encuentra una representación de
San Eustacio, prueba posiblemente de la estrecha relación entre ellos.
La condición de foráneo del gobernador impulsó a muchos a mantener amistosas
relaciones con la jerarquía eclesiástica de la provincia y con los monjes locales
famosos por su santidad como medio de establecer un lazo con las poblaciones
locales y ganarse su bendición en sus empresas militares y también para la
salvación de su alma. Un medio para ganarse ese favor era la concesión de
donaciones a iglesias y monasterios como hizo el praipositos Basilio Pediadites,
comandante en Sicilia en 1041, entregando su manto oficial (skaramangion) a la
iglesia de San Nicolás de Calamizzi en Reggio. El admirador de San Nilo y estratego
de Calabria Basilio ofreció al santo 500 nomismata que había ganado durante la
campaña de Creta en 961. Nilo declinó la oferta y le sugirió que se los ofreciera al
obispo. Ejemplos de conductas similares aparecen con frecuencia en las fuentes.
No hay constancia de que la familia de los gobernadores les acompañase a Italia
durante el periodo de su mandato, pues posiblemente considerasen preferible la
comodidad de su residencia o fuesen retenidos en el hogar familiar por el
emperador como garantía de la lealtad del oficial. En algunos casos se sabe que los
hijos del catepán o estratego acompañaron a su padre como inicio de su
aprendizaje del servicio oficial. Por otra parte resulta significativa la conexión entre
algunas poblaciones y diversos oficiales incluso tiempo después de su estancia en
Italia. El nombre de familia de algunos de ellos aparece con frecuencia en
determinadas ciudades: Argyros es usado reiteradamente en Bari y Curcuas en
Tarento. Hay Tarcaniotes en Monteverde y Malaceno en Gerace, Crinités en
Mercurion e incluso un Jorge Maniaces en el Tarento del siglo XII. Posiblemente en
todos estos casos no se trata de descendientes de estos oficiales sino de clientes o
descendientes de sirvientes liberados.
El pueblo llano (laos) estaba formado por los artesanos y pobladores de la ciudad,
los campesinos y pequeños propietarios. Entre ellos están documentadas diversas
profesiones: médicos, fabricantes de zapatos, tejedores, panaderos, carniceros,
artesanos del cuero, obreros, herreros, bodegueros, cambistas, etc. aunque no se
ha documentado la existencia de asociaciones o corporaciones.
En las fuentes latinas la terminología usada es maiores/nobiles, mediani y
minores/cunctus populus, derivada de las leyes lombardas según las cuales la
población era dividida en tres clases en función de su capacidad económica para la
guerra. Según esta los maiores et potentes eran aquellos que podían disponer de
caballos, coraza, yelmo y lanza y disfrutaban de los beneficios de al menos siete
propiedades mientras que los mediani poseían caballo, yelmo y lanza y al menos 40
yugadas de tierra dejando en último lugar a los minores a los que sólo se les exigía
arco y flechas. En los años cuarenta del siglo XI las milicias urbanas armadas a la
ligera (contaratoi o conterati) pasaron a tener un papel destacado en la política
urbana, destacando por su actuación en los momentos de crisis y revuelta.
En ocasiones el conjunto de la población tomaba parte en ciertos actos jurídicos: en
992 en Polignano un topotereta de las scholae, un turmarca, el obispo, tres
gastaldos, un juez y otros treinta personajes ofrecieron al monasterio de San Benito
los bienes de un donante en nombre de todo el pueblo. En mayo de 1054 los
habitantes de Monopoli garantizaron al abad de San Nicolás que el monasterio no
tendría que hacer frente a ninguna carga achacable a la ciudad. Por otra parte toda
la población participaba en el proceso de elección del abad. Y en otras ocasiones era
la comunidad colectivamente la receptora de algunos derechos como el nomistron
que compartían Troia y Vacarizza por los rebaños que pacían en los campos
comunes. De todas formas en los momentos de peligro los textos dejan entrever
que los notables tenían la potestad de constituirse en tribunales para decidir las
cuestiones colectivas.
La vida no debió ser fácil en la Italia meridional a juzgar por los testimonios escritos
y dejando aparte las rebeliones y estallidos más espectaculares como la rebelión de
Meles hay muchas indicaciones de la violencia política que imperaba. Tomando sólo
como ejemplo las crónicas de la ciudad de Bari, de las que se han conservado tres
redacciones distintas, las entradas para cada año registran regularmente los
asesinatos y luchas entre miembros de la aristocracia local. En 960 Adralestos e
Ismael combaten. El mismo Ismael muere en 975. Asesinato del obispo de Oria a
manos del protoespatario Porfirio en 979. Muerte del protoespatario Sergio por el
pueblo de Bari en 987. Quema de las casas del hikanatos Juan en 1036 y 1047. En
1035 muere el obispo Bizantios en Bari, conocido por su oposición al partido griego.
Su sucesor, el protoespatario Romualdo no place al gobierno imperial y de
inmediato es enviado al exilio a Constantinopla en compañía de su hermano
obligando a los bariotas a realizar una nueva elección.
En muchas ocasiones no podemos conocer las causas de tales brotes de violencia
pero sería una equivocación identificarla solamente en términos de una actitud pro
o anti bizantina. Probablemente se trataba de luchas por el poder local entre las
familias más importantes de la ciudad en las que se buscaba al aliado del momento
que en unos casos podía ser la autoridad bizantina y en otros los señores
lombardos o el emperador germánico. En cualquier caso la fidelidad a cualquier
bando era de corta duración y las alianzas cambiaban rapidamente en función de
los intereses del momento. Sería también un error identificar a los portadores de
nombres griegos o de títulos oficiales como probizantinos y a los lombardos como
contrarios ya que los cargos y funciones de la administración bizantina siguieron
largo tiempo en ejercicio tras el final de la presencia griega en Italia. Muchos
aristócratas que habían servido a Bizancio entraron al servicio de los nuevos
señores normandos como los Maleinos calabreses, que aparecen en las crónicas
durante todo el siglo XII ejerciendo diversos cargos. También las mismas familias
que detentaron el poder en las ciudades con Bizancio siguieron al frente después,
incluso conservando sus dignidades y títulos imperiales y los de sus padres. El caso
de la familia Alferanites es típico: procedentes de un barrio de Bari del que
retuvieron el nombre, Juan tes Alferanas y su hermano el topotereta Bizantios
sirvieron a las órdenes de Basilio Boioannes y estuvieron presentes en la fundación
de Troia en 1019. Años después otros miembros de la familia siguieron ostentando
títulos bizantinos y participando en la vida política de la ciudad y ya en época
normanda un Grimoaldo Alferanites fue capaz de erigir a Bari en un principado
independiente por breve tiempo antes de ser aplastado por Roger II en 1132.
Al referirse al estudio de otros grupos sociales más desfavorecidos no parece que
los esclavos hayan constituido una parte importante de la población italiana aunque
siguieron existiendo y apareciendo en la documentación jurídica no obstante con
una presencia bastante minoritaria. Por su parte los extranjeros y foráneos son
citados con cierta frecuencia en las fuentes aunque no parecen haber sufrido
especiales desventajas con respecto a los naturales de la población. Parece haber
existido una activa movilidad residencial dentro de las regiones administradas por
Bizancio sin que ello haya supuesto un problema especial para las autoridades
ciudadanas. Sin duda también era un factor a favor la presencia constante de
guarniciones imperiales cuyos integrantes llegaban de otras partes del Imperio y
que tendieron a forjar lazos con la población local. Hombres de la región póntica,
eslavos del Peloponeso asentados mayoritariamente en colonias en la región del
Gargano y norte de Calabria y de los que hay numerosos testimonios en la primera
mitad del XI, prisioneros paulicianos y sobre todo armenios que llegaron en
cantidades notables hasta formar comunidades como la que existió en Celia en la
Via Trajana, cerca de Bari. Los recién llegados pronto emparentaron con los
lugareños y en la segunda generación se servían ya del derecho lombardo para la
vida diaria como el resto de la población italiana. Nombres de raigambre armenia
como Kurtikés, Krikorikios (Gregorio) o Meles (Mleh/Ismael) se hicieron muy
familiares en la región de Bari. Tan notoria era su presencia ya en los primeros
tiempos de la presencia bizantina que en un privilegio emitido por Simbaticio en
892 a favor del monasterio de Montecassino se prometía proteger al monasterio de
las interferencias de oficiales y funcionarios griegos, armenios y lombardos.
Otra comunidad presente en la península fue la hebrea. A finales del IX había ya
importantes enclaves en Apulia y Lucania que están documentadas al menos desde
el siglo V en plazas como Venosa, Lavello o Brindisi. Una de las más celebres fue la
de Oria, famosa por la crónica del Rabí Ajimaz, pero en cualquier caso encontramos
judíos indistintamente en tierras lombardas y bizantinas donde no encontraban
oposición para moverse libremente y adquirir propiedades a condición de que en
éstas no estuviera edificada una iglesia cristiana. El florecimiento de estas
comunidades motivó la creación de barrios enteros hebreos en ciudades como Bari
o Salerno.
Cuando los bizantinos comenzaron su reconquista en el tercer cuarto del IX las
grandes ciudades estaban al mando de gastaldos lombardos enviados desde
Salerno o Benevento con atribuciones civiles y militares. Bajo su mando no es
probable que pudiese subsistir una administración municipal autónoma, como
tampoco lo fue con la administración bizantina que ya con León VI había hecho
promulgar la abolición de aquella y de los privilegios de los bouletai.
Las evidencias existentes parecen dar como seguro que la mayor parte de los
cargos en la Italia bizantina eran desempeñados por indígenas a excepción del
puesto de gobernador y un reducido número de altos cargos militares y civiles.
Incluso el puesto de lugarteniente (ek prosopou tou thematos) fue adjudicado a
miembros de la aristocracia local. Los niveles medios de la administración siguieron
estando en manos de la gente que conocía el idioma, pues el latín siguió siendo el
idioma empleado en Apulia incluso durante la dominación bizantina, y los usos y
leyes locales, que siguieron basándose en la tradición legal lombarda.
La ciudad poseía terrenos comunales de aprovechamiento compartido y que podían
ser alienados con el consentimiento de todos los ciudadanos, frecuentemente en
forma de dotaciones o donaciones en favor de monasterios o iglesias en cuyo caso
la ciudadanía tenía la opción compartida con los monjes de elegir al abad. En
ocasiones dos o más ciudades acordaban el disfrute conjunto de prados y bosques
en los respectivos territorios comunales sin pago de tributo (derecho de pasto
conocido como nomistron o herbaticum), como fue el caso del pacto entre Troia y
Vacarizza.
La economía de la región estaba basada en la agricultura (trigo candeal y cebada
de invierno) y la tierra era la base de la riqueza individual en forma de viñedos en
el centro y sur de Apulia y cereales en el norte de la provincia. Parece ser que los
olivos no se cultivaban en masa sino como ejemplares aislados en los campos,
jardines y viñedos en el modelo llamado por los especialistas de coltura promiscua
en el que se mezclaban árboles, viñedos y cereales y la expansión de aquellos no se
produjo más que a partir de mediados del XI, al igual que con el castaño y el nogal,
que eran cultivados para obtener una harina de sustitución. En Calabria, además
del vino y la aceituna se cultivó con intensidad la morera cuyas hojas eran
indispensables para la industria de la seda. La sericultura conoció un gran esplendor
en estos años. En 1050 el brebion o inventario de la metrópolis de Reggio
contabilizaba cerca de 24.000 moreras en la parte sur del thema de Calabria y
éstas eran cultivadas por sus hojas, no por su fruto. La producción reportaba a la
metrópolis unos ingresos de 2.085 taria de oro o sus equivalentes 521 nomismata
cada año. Los vestidos de seda eran considerados objetos de lujo y frecuentemente
utilizados como moneda de cambio por su valor en oro. En ocasiones los sueldos,
subsidios y tributos eran pagados directamente en tejidos de seda, práctica seguida
también con los pagos efectuados a extranjeros: a mediados del X los pechenegos
fueron recompensados con tejidos de seda (chareria) y brocados de oro por impedir
las incursiones rusas en el Quersoneso y en 922 se pagó con vestiduras de seda a
los húngaros para que devolviesen a los prisioneros capturados durante sus
correrías por Italia. También la producción de la miel calabresa fue lo
suficientemente importante como para acompañar a la seda en las exportaciones a
Egipto.
No hay evidencia de prácticas ganaderas a gran escala en Italia en esta época, sólo
se documentan bovinos, ovejas y cerdos y siempre en poca cantidad. En el norte de
Apulia sin embargo sí se mencionan rebaños y prácticas trashumantes pero no
tenemos datos sobre su tamaño o a quién pertenecían.
En los primeros años del siglo X se desarrollaron intensos trabajos de preparación
de tierras cultivables (chôraphia) a partir de bosques y landas como se documenta
a partir de los testimonios de las actividades de numerosas fundaciones monásticas
en todo el sur de Italia. Comenzando con un pequeño núcleo cultivado pronto se
fueron desarrollando pequeñas células económicas que contaban con molinos de
agua y salinas como complementos más habituales. En un periodo de quince años
una fundación podía crecer lo suficiente como para atraer la atención del catastro y
la administración imperial y ser reconocida como chôrion, circunscripción a efectos
fiscales, e inscrita en los correspondientes registros. En ocasiones el favor de las
autoridades suponía la exención de impuestos: en mayo de 1054 el duque Argyros
otorgó al higúmeno Ambrosio para su monasterio de San Nicolás la liberación del
pago del mitaton, angareia, kastroktisia, chreia kai chortasmata (tasas de origen
militar), de la provisión de barcas (kontourai) y de reclutas (kontaratoi) que serían
pagadas en su lugar por los habitantes de Monopoli.
Otra fuente de ingresos era el servicio a la administración bizantina y se esperaba
ver recompensada la fidelidad a la causa imperial en tiempos de disturbios. El
gobierno gratificó generosamente a los súbditos que se destacaban por su lealtad.
El juez Bizantios de Bari, que permaneció fiel al emperador durante la rebelión de
Maniaces fue recompensado por el catepán Eustacio Palatino en diciembre de 1045
con la villa de Fulianon, cerca de Bari, cuyos habitantes a partir de entonces
debieron pagar tasas e impuestos a su nuevo señor que además tendría la potestad
de poder atraer nuevos pobladores a sus tierras y a las de una aldea cercana
deshabitada. Aún más, Bizantios fue investido con el poder jurídico sobre su gente
con excepción de los cargos capitales. En otro ejemplo Basilio, un
constantinopolitano del barrio de Krommidou que había servido en Italia durante
diez años como lorikatos kai protomandator epi tou basilikou armamentou, un oficio
asignado al arsenal de Bari, fue recompensado por sus servicios en 1032 con una
pequeña vivienda en la ciudad que pudo vender por 24 nomismata antes de
regresar a casa. Otra forma de concesión imperial fue la entrega de un monasterio
en kharistiké. El emperador o su representante entregaba una fundación imperial a
un laico, habitualmente por tres generaciones, para que lo protegiese y patrocinase
aunque en realidad suponía el total usufructo de la propiedad y de sus rentas. Tal
fue el caso de la concesión por un sigillion fechado en noviembre de 999 de la
administración del monasterio imperial de San Pedro en Tarento con sus
campesinos exkoussatoi (exentos de pagar al fisco), tres barcos y varios viveros de
peces a favor del espatarocandidato Cristóforo Bocomaqués y de su hijo Teófilo por
los servicios del primero en la lucha contra los árabes. La concesión tendría validez
durante la vida de ambos tras lo cual el Estado volvería a recuperar sus bienes.
Otro medio de incrementar la riqueza individual era la práctica de alquilar tierra a
un interés bajo a instituciones eclesiásticas o monásticas, pero la obligación de
pagar una fuerte suma inicial para establecer el alquiler impidió el acceso a esta
modalidad salvo a una minoría de propietarios adinerados. Hay indicios de que
entre los miembros de la aristocracia local también se practicaba el comercio. El
Anonimus Barensis informa esporádicamente de la actividad de mercantes y
navieros que comerciaban con los territorios orientales del Imperio y en las crónicas
se mencionan regularmente los naufragios de barcos mercantes señal de un tráfico
intenso en la capital de Apulia.
La moneda bizantina volvió a circular en Italia tras la reconquista pero tanta o
mayor presencia tuvo el tari arabe, con el valor de un cuarto de nomisma y
utilizado como moneda divisionaria. La difusión del tari alcanzó también a ciudades
como Nápoles, Salerno o Amalfi donde su uso era habitual e incluso eran acuñados.
Desde principios del siglo XI los solidi fueron relegados a un papel de moneda de
cuenta frente al empleo real de los solidi skiphati y los taria. El tari continuó en uso
durante la época normanda como única moneda real hasta la reforma de Federico
II ya en el siglo XIII.
Al contrario que los funcionarios llegados desde fuera de Italia la aristocracia local
se apresuró a reinvertir sus ganancias en la fundación de iglesias privadas y
monasterios en las que frecuentemente deseaban ser enterrados. Para la salvación
de su alma las nuevas iglesias eran dotadas con generosidad para poder ofrecer
servicios litúrgicos a perpetuidad. En algunos casos se trataba de instituciones
modestas pero en ocasiones estos proyectos encerraban objetivos más ambiciosos.
En 1015 el monje Nikón y su hijo el turmarca Ursoleón entregaron al abad de San
Ananías unas tierras en Oriolo, en el norte de Calabria. El abad fue requerido para
que construyese un castillo para proteger a la población de la zona de la amenaza
árabe. Dentro de las murallas tendría que erigirse un monasterio en el que Nikón
deseaba vivir el resto de sus días. La carta fundacional fue firmada ocho miembros
de la aristocracia local, prueba del interés despertado por el proyecto entre la
población de Oriolo. Siguiendo la costumbre bizantina era habitual en estos casos
que el fundador retuviese la potestad para controlar la elección del abad y del
administrador y en muchos casos se documentan sustituciones por el descontento
ante la gestión de los encargados para el puesto. Fundaciones de este estilo fueron
San Menas, construida por la familia Ankinareses en Rossano, San León de Catania
fundada en Gerace por el taxiarca León Maurutzico y su mujer o las iglesias de
Todos los Santos o San Pedro en Bari por obra del domestico Teudelmano y el
protoespatario Sergio.
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