Gregorio Urbano Gilbert-Junto A Sandino-Fragmentos

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Junto a Sandino

Gregorio Urbano Gilbert

Santo Domingo, República Dominicana


2016
Junto a Sandino

Foto en portada: Augusto César Sandino y su estado mayor,


junto a Gregorio Urbano Gilbert

© Gregorio Urbano Gilbert


© Fundación Juan Bosch

Edición y diagramación: Daniel García Santos

Ediciones Fundación Juan Bosch


Fundación Juan Bosch
Calle Nicolás Ureña de Mendoza No. 54
Esq. Font Bernard, Local 2a, Los Prados
Santo Domingo, República Dominicana
Teléfono: 809 472 1920
www.juanbosch.org
ÍNDICE

Palabras de presentación a la edición de 1979 / 13

CAPÍTULO I. En camino / 15
Carta a La Opinión / 16
Fue un pretexto / 18
En Santiago de Cuba / 20
En tierras de Honduras / 22
Tegucigalpa / 23
A través de las montañas-Malos compañeros tropezando
con la plata / 28
Un alcalde amigo de Sandino / 31
En Nicaragua / 34
Muestra del modo de civilizar al estilo de los yanquis-
Las ruinas de Murra / 36
Ante el Héroe / 46

CAPÍTULO II. El asalto a El Chupón / 49


La pauta / 50
El Chupón / 56
Elecciones generales. Ideas de los comandos
combatientes / 57
En acción / 59

7
8 Gregorio Urbano Gilbert

CAPÍTULO III. En El Refugio / 71


El Refugio / 71
Constantino Tenorio / 74
Rubén Ardila Gómez / 76
Urbano, teniente, ayudante de la Secretaría General / 77
Conversaciones / 78
La traición del general José María Moncada / 79
El Chipote / 80
Batalla de El Bramadero / 81
Combate de Telpaneca / 82
Combate de Las Cruces / 83
¡Salgan los muchachos del machete! / 84
El ataque al Ocotal / 85
La voladura de la mina de oro La Luz y los Ángeles / 87
La Chula / 92
El combate de río Coco / 93

CAPÍTULO IV. Ataque en El Refugio / 97


¡El avión! / 97
El enemigo solicita la paz / 100
La respuesta del Libertador / 101
Ataque aéreo / 103
El teniente Urbano ascendido a capitán, nombrado
Cuarto Ayudante del Comando Supremo / 106
Nuevo ataque aéreo. Evacuación de El Refugio,
El Naranjal / 107
Revista general / 111
El capitán José de Paredes, envuelto en un bombardeo aéreo,
asciende a El Refugio portando la bandera que la benemérita
dama santiaguesa, señorita Ercilia Pepín, de la República
Dominicana, enviara al Libertador general Augusto César
Sandino / 111
Junto a Sandino 9

Carta que acompañaba a la bandera y contestación


del Libertador / 113
Ataque general a El Refugio, el que se evacua
definitivamente / 117

CAPÍTULO V. Sucesos importantes / 123


Celebración de un consejo / 123
Nuevos ideales / 131
Desacuerdo entre Sandino y Turcios. Ruptura entre estos / 134
Traición de Mairena / 138
El traidor Domingo A. Mairena / 139
Sandino solicita hospitalidad al gobierno mexicano / 140
El fin de un europeo / 142

CAPÍTULO VI. La sorpresa de Juana


Castilla / 145
Escaramuzas / 145
Aspecto del nuevo campamento / 145
El espía / 147
La sorpresa / 149

CPÍTULO VII. ¡Mujeres! / 155


Una coralillo / 157
De los peligros de Teresa Villatoro / 161
Teresa en camino de Honduras / 164
El capitán Urbano de regreso en Tegucigalpa / 180
Propuesta de conferencia en Buenos Aires, República
Argentina. Confianza y honor para Rubén Ardila Gómez / 183
Teresa Villatoro en Tegucigalpa / 187
Arriba a Tegucigalpa el capitán José de Paredes / 187
Tres jóvenes mejicanos / 187
10 Gregorio Urbano Gilbert

CAPÍTULO VIII. ¡Viva el cura! / 189


Felonía del clero nicaragüense. Nobleza del papa Pío XI / 192
El Renco / 194
¡Viva el cura! / 195
El arder de los pinos. Un jaguar hambriento y cobarde / 196
Cómo se ganan los honores / 197
Por si acaso… / 199
El capitán José de Paredes en el campamento general / 199

CAPÍTULO IX. En la cúspide de El Malacate.


A diez mil pies sobre el nivel del mar / 201
Encuentro en El Malacate. Derrota del capitán Urbano / 205
El ataque del puma / 207
Hallazgo de compañeros en la montaña / 212

CAPÍTULO X. La salida del héroe / 217


La salida del Héroe / 217
El Héroe en Honduras / 219
En El Salvador / 222
En Guatemala / 226
En México. Malos tratamientos de las autoridades
fronterizas / 227
Sandino se devuelve. Actitud del capitán De Paredes / 229
En Tapachula / 230
De Paredes convence a Sandino, quien retorna a México / 232
La apoteosis de Veracruz / 234
Mérida / 238
Nuevos disgustos sufridos por Sandino / 242
El doctor Cepeda en Mérida. Zanjadas las dificultades / 244
Retorna a su patria el capitán Urbano / 245
Apuntes biográficos y anecdóticos
del Libertador general Augusto César Sandino / 272
Junto a Sandino 11

APÉNDICE
Cartas inéditas / 295
Con Sandino en el corazón de la montaña / 309
La hora de asesinar a Sandino / 328
Aterrizando / 348
Lección de Sandino / 349
En el aniversario de un muchacho / 351
Sandino / 354
Cuadro / 359
Junto a Sandino 131

que presentó, por lo que esperaba recibir instrucciones para las


actuaciones del grupo capitaleño.
Sandino acogió con un poco de calor el negocio traído por Le-
desma al campamento, quien después de unos cuantos días en él
fue despachado juntamente con el doctor Mairena.
Como el héroe era un hombre sumamente desprendido de las
cosas materiales, tanto que casi nunca tenía un centavo de qué
disponer, esa fue la causa por la que Urbano tuvo que desprender-
se de su morocota, la que tenía inactiva, perdida entre uno de sus
bolsillos, para que Sandino, comprendiendo que los dos coroneles
despachados necesitarían para satisfacer sus primeras necesida-
des en el trayecto de algún recurso, se la diera.
Según se supo después, por el camino peleaban los dos
hombres porque Ledesma, queriendo su parte de la moneda y
no habiendo por el trayecto recorrido cómo cambiarla, llegó
hasta proponerle al doctor que la partieran en dos partes igua-
les con un machete para posesionarse de lo que le pertenecía
del dinero.
Después, Mairena llegó felizmente a Tegucigalpa, y de Ledes-
ma y de su comisión no se supo nada más de ellos.

NUEVOS IDEALES

Pasado el tiempo empleado en la celebración del consejo referido


y sosegados sus hombres, Sandino llamó a su presencia al capitán
ayudante Urbano y hablándole sobre la frase que le dirigió, la
de los ideales, que mucho lo lastimó, con el propósito de curarle
ese mal, le hace público reconocimiento, delante de sus principa-
les hombres, de sus méritos en términos tan encomiásticos, que
equivalían a más de una satisfacción. Seguía Sandino hablándole
al capitán, le dice que en el acaloramiento de la discusión que se
suscitó lo que le quiso decir fue que se encontraba ignorante de
los ideales que se perseguían.
132 Gregorio Urbano Gilbert

El oficial le replica a su jefe que creía que se combatía por la


libertad de Nicaragua de conformidad con la pauta del ejército, lo
cual hacía y observaba cabalmente.
En contrarréplica el general le dice a su subordinado que en
eso tiene razón, pero que además se tiene el propósito de llevar
la paz después de triunfada en Nicaragua, bien sea cívica o beli-
cosamente, a todos los países de la América Latina con el fin de
hacer de todos ellos una sola nación sin fronteras que la dividan,
con una sola bandera, fuerte y respetada.
Es decir, Sandino soñaba con una unión latinoamericana,
más estrecha que la ideada por el libertador Bolívar, planeada
por este héroe en Panamá en su célebre Congreso efectuado en
la tierra ístmica en el tiempo de veintidós del mes de junio de
1826, proyecto el de Sandino, que denominaríase indohispano-
americanismo.
En acabando de hablar Sandino, el oficial contradictor arguyó
que para quienes le guste la idea estará todo lo buena que se quiera
esté, pero que para él no estaba buena y que para los que la consi-
deraban buena, estimaba que no pasaba de ser para ellos más que
una de las tantas utopías que engendran los cerebros de algunos
soñadores, ya que la consideraba irrealizable bajo todos los pun-
tos, y mucho más por los hombres segovianos en armas rebeldes,
los que se encuentran tan escasos de recursos que ni siquiera po-
drán realizar el punto básico a que se aspira como es de expulsar al
yanqui del país. Y que si todavía se consiguiera este justo y bello
propósito no conocía de ninguna nación latinoamericana que aún
teniendo la ínfima población de un millón o menos de habitantes,
esa, como las otras mayores, se pueda organizar para guiarse por
la ruta del orden o del bien, por lo que mucho menos se podría
realizar ese milagro entre las veinte repúblicas latinas de América,
con sus ochenta o cien millones de humanos que las pueblan, ex-
tendidos desde el río Grande del Norte, hasta el Cabo de Hornos,
compuestos de naturales y negros salvajes, y de esa inmigración
aventurera europea sin más sentimientos que la guíe que el de
Junto a Sandino 133

enriquecerse a toda costa o sin ningún escrúpulo, por lo que se ha


formado en tan extenso territorio la amalgama humana más sin
principios que habita continente alguno. Y en apoyo a lo que dice,
Urbano le señala a Sandino la obra del libertador Bolívar, quien
tuvo la pena de ver derrumbársele en sus mismas narices sin más
espera a su Gran Colombia, que aspiraba fuera en potencia pareja
a la de los Estados Unidos, derrumbamiento que fue a los pocos
años después de haberla hecho, y le señala también la Unión Cen-
troamericana, modelo de democracia regida por Francisco Mora-
zán, desbaratada por el bárbaro Rafael Cabrera, tipo perfecto del
repulsivo tirano.
Y para terminar, Urbano le dice a Sandino que no consideraría
buena la idea de la unión indohispanoamericana de la manera so-
ñada por él, Sandino; es porque considera que cada cual tiene sus
ideales a su sentir y, por lo mismo, todos hermosos, y por lo tanto,
no puede ser ideal aquel pensar o hecho que trate de eliminarlo y
mucho menos por medio de la fuerza. Si un individuo, si una aglo-
meración de individuos, si un estado soberano considera que la
independencia nacional de que goza es su ideal en el orden político
mundial, estado sin aglutinante con ningún otro, eso es respetable,
y quien por la fuerza se lo estorbe e imponga su parecer porque
eso es lo que considera ideal, está en el error y no en el idealismo,
sino en el materialismo, o lo que es lo mismo, la contraposición
al idealismo. Que se unan los que quieran, si es que hay quienes
quieran unirse, y de unirse, que sea la espontaneidad y nunca por
la fuerza, porque el idealismo es bello, por eso solo se asienta en la
mente de los que piensan bien. Es más bello que el arte mismo, es
sublimidad, por lo que son los idealistas superiores a los artistas.
El idealismo linda con lo divino, por lo que no puede ser idealista
quien incendiando campos, viviendas, ciudades, matando, si no es
por defensa sino por ofensas, realiza un deseo. Es un criminal de
la peor especie como lo han sido todos, sin excepción, los conquis-
tadores y los colonizadores, aunque sus efigies luzcan en plazas
y salones y aparezcan en millones de escrituras con admiración
134 Gregorio Urbano Gilbert

para los carentes de conciencia, la mayoría de la humanidad,


así es de pobre su sindéresis. La fuerza en el ideal solamente
débese admitir cuando sea para defensa del ideal, a lo que el
caso equivale a la razón, al derecho, a la conciencia y nunca
a lo contrario como es el sojuzgamiento. Y que de sostenerse
ese deseo funesto, unir naciones por el civismo o por la fuerza,
a todas las americanas desde el río Grande al Cabo de Hor-
nos, tendríasele que modificar la denominación, ya que hay
repúblicas americanas latinas que nada tienen que ver con el
hispanismo.
Y a este decir del capitán, se siguió prolongadamente la dis-
cusión sobre la misma tesis, no cediendo en nada el persistente
oficial.

DESACUERDO ENTRE SANDINO


Y TURCIOS. RUPTURA ENTRE ESTOS

Otro producto cáncer de los hombres directores es el intrigante,


pero el intrigante es más peligroso todavía que esta úlcera ma-
ligna. Solo destruye a quien la padece sucumbiendo al cabo con
él. El intrigante acaba con todos los que lo rodean y con el cuer-
po del director a quien cree servirle, creyéndose este servido a la
vez, continuando luego con su obra maldita al quedar indemne
en su lucha.
Bien sucedido le está al hombre director ser víctima de tan
feo actuar como es el intrigante. ¡Porque los cultivan! Si des-
de que advirtiera en los hombres que lo rodean los primeros
síntomas de sus males como son los de indisponer a los fieles
servidores, calumniándolos gratuitamente con inquina, apo-
cándolos en sus meritorias obras, si desde ese primer momento
los desarraigaran y aventaran al estiércol, su merecido lugar,
con buenos aciertos, airosamente podrían dirigir los asuntos a
su cargo.
Junto a Sandino 147

EL ESPÍA

Si bien es verdad que la fuerza de los libertadores de Nicaragua


por este tiempo se componía de escaso número de hombres y
por añadidura se encontraban mal equipados y mal alimentados
y medicados y peor en la indumentaria, se encontraba al menos
bastante resguardada, ventaja que le ofrecían el terreno salvaje
de montañas y bosques en que operaba, y el crecido cuerpo de
espionaje que le servía.
El individuo más apropiado para esa tarea de espiar es el in-
dio o el mestizo de buen porcentaje de sangre india. El indio es
paciente como un burro o tal vez más. El jumento no le gana en
sufrir malos tratos, largas caminatas, bichos, parásitos, cargas pe-
sadas y hambre, contentándose con alimentarse con solo pocas y
malas tortillas de maíz. El indio es corto en el hablar y la mayor
parte del tiempo lo pasa en una aparente larga y profunda medi-
tación. Los indios varían de físico y costumbres, conforme sean
variadas las tribus a que pertenezcan.
Entre los indios que prestaban sus servicios a la causa noble de
su patria, figuraba un buen número de zambos, tribu que puebla
las márgenes del Coco Segovia, por los lados de El Chipotón; es
bajo, regordete, patizambo o patojo, de pómulos salientes, con
unos cuantos pelos por barba y bozo de abundante, negra y lacia
cabellera.
El espía libertador de Nicaragua vestía por regla general al
estilo indio, con un manto que se envolvía de la cintura a las
rodillas y nada más, y los que no eran indios, se cubrían con un
pantalón en que su color primitivo había desaparecido, por la
suciedad que lo cubría y por el número de remedios aplicados,
pantalón que arrollado hasta la rodilla también constituía todo
su atuendo, mostrando el espía en el resto de su cuerpo desnudo
los rasguños que le causaban las plantas espinosas y las que no
lo eran, los piojos, las garrapatas, los colorados y los mosquitos
y sus uñas al rascarse. Cuando andaba el espía en su misión
148 Gregorio Urbano Gilbert

se armaba de un chopo3 o de un machete y, a manera de alforja,


cargaba una funda al hombro tan sucia y remendada como sucio
y remendado estaba el pantalón o manto que mal lo cubría, funda
en la que guardaba su alimento cuando lo encontraba y si le so-
braba después de haber comido.
En su misión, el espía andaba errante por los campos cercanos
a los campamentos de los alzados cuando no tenía un objetivo
especial.
Por los días de este caso que referimos, los patriotas de Nica-
ragua tenían instrucciones de no resistirle en combate al yanqui si
este lograba reponerse de la sorpresa de una emboscada que se le
tendiera y se formaba en línea de batalla, por razón de la pobreza
que sufría de elementos de guerra, teniéndolo el contrario en tan
grande abundancia.
Los lugares más apropiados para la preparación de una embos-
cada son las laderas de las montañas, cuanto más ondulantes, más
mejores, los pasos de los ríos de altas márgenes, en los cañones o
desfiladeros, las hondonadas formadas por las quebradas y ríos,
por las cuales es necesario marchar.
La emboscada en la campaña que narramos la abría un grana-
dero que tenía que ir contando a los soldados enemigos conforme
iban entrando en la trampa tendida y cuando de conformidad al
número dado por el espía todos habían entrado, anunciarlo por
medio de una granada que hacía estallar en la cabeza del yanqui
que más a su alcance se encontrara.
Cerraban la emboscada los artilleros servidores de una ametra-
lladora. Al anunciar el de la granada que todos los enemigos de
la columna habían entrado en la trampa, cada uno de los soldados
rifleros a tiro apuntando trataba de causarles el mayor número
posible de bajas.
Sorprendida así la columna enemiga, sintiéndose fusilar sin sa-
ber de dónde le disparaban, trata de forzar la marcha hacia ade-
lante donde le cierran el paso los de la ametralladora. Entonces,
3
Chopo: Escopeta.
Junto a Sandino 149

cual una ola que al encontrar el acantilado retrocede en preci-


pitado desorden, igual a la columna en su apuro contramarcha,
volviendo a sonar sobre ella la granada, mientras prosigue el
graneado y certero tiroteo de fusiles y pistolas. Si la victoria
está de parte de los de la emboscada, termina el combate con
el exterminio o desbande del enemigo, ocupándole los otros el
botín abandonado.
Si por el contrario, la suerte se coloca de parte del enemigo,
fuere porque los de la emboscada fallaran en el cálculo de su pre-
paración o porque el oficial comandante enemigo lograra por su
moral y valor imponerse y organizar a su gente formándola en
línea de batalla, entonces los de la emboscada por fuerza tendrían
que dar el grito consigna de retirarse e irse al sitio previamente
seleccionado.

LA SORPRESA

Era un atardecer triste, triste, por lo obscuro del día y por el


hambre reinante en el campamento, por el intenso frío. El in-
vierno estaba en todo su rigor. Era el día 9 de enero del año 1929
y se estaba a una altura de más de 5.000 pies sobre el nivel del
mar. Las espesas nubes amontonadas sobre el campamento y las
lomas que lo rodeaban le proyectaban una sombra semejante a
la de la noche a pesar de lo temprano del día: las tres. Los pá-
jaros habían cesado en sus cantos y pocos eran los que se veían
posados en las ramas, siendo de los principales el solfeador y el
sargento, el primero con su canto de las siete notas de la escala
musical y el segundo, el sargento, o mejor, el turpial, de sonoro
canto, gratamente apreciado por los soldados de la libertad, por
su plumaje rojo y negro, idénticos matices que los de su bandera
de combate.
En ese día estaban los soldados poco dispuestos para la char-
la, pasándolo la mayoría envueltos en sus frazadas y otros sen-
150 Gregorio Urbano Gilbert

tados. Ante los últimos, con las manos puestas en la parte delan-
tera de su cintura, perdidas dentro de los pantalones, sujetas por
el cinturón, el general Sandino, con su camisa desabrochada,
abierta, luciendo a manera de bufanda un pañuelo de seda con
los colores rojo y negro, se paseaba y meditaba. Tan frecuente
en él era el ejercicio del paseo, que en los pocos días que lleva-
ba de practicarlo, era notorio el desnivel causado al suelo en lo
largo de su recorrido, el que se adornaba con las impresiones de
las suelas de sus botas claveteadas. A poca distancia, por entre
una hondonada cubierta de matorrales, se oía el perenne y mo-
nótono lloro de la quebrada al caer de la altura y estrellarse su
chorro contra el rocoso suelo.
Teresa Villatoro, la amada de Sandino, había logrado de un
visitante dos mazorcas de maíz y se entretenía en convertirlas en
pinol4 para ofrecérselo a su hijo Santiaguito.
En tal día, con tal hora de frío, hambre y obscuridad, con
murmullo de quebrada llorosa, con olores húmedos de tierra
y matorrales y selva, momento triste de escasez de aves y de
sus cantos, se notó un movimiento por la dirección del punto
de uno de los centinelas y al poco rato llegó al campamento
un hombre que vino tan cansado que al llegar donde Sandino
se arrojó a tierra sin poder pronunciar una sola palabra. Era un
espía y por lo tan a prisa con que llegó, dejaba comprender
que algo de importancia lo movía. El general Sandino, sentado
en el banco, pacientemente esperó a que se repusiera el hom-
bre, el que cuando pudo hablar, balbuceando, dijo que a poca
distancia, como a unas pocas leguas, marchaba una columna
enemiga compuesta de treinta y cinco hombres, que por la di-
rección que llevaba bien podríase esperar que pasara por el
lugar más cercano todavía de Juana Castilla y que en dado caso
4
Pinol: Maíz tostado y molido. Se come en polvo o con agua caliente, y en
lugares de menos escasez que en los campos de las libertades de Nicaragua.
Se cuece también con leche, azúcar y especies, agregándosele al maíz una
porción de cacao.
Junto a Sandino 151

se podría preparar una emboscada por las ventajas que ofrece


el terreno, siempre que se procediera con rapidez para ocuparlo
antes que el enemigo lo pasara, y que el armamento a llevarse
debía consistir en machetes, por lo concentrada que sería la pelea,
como también serían buenos los revólveres y los cuchillos, dadas
las condiciones del terreno.
Seguidamente en el campamento se seleccionaron veinticin-
co voluntarios armados convenientemente, los que arengados
por Sandino fueron despachados al mando del general Ramón
Ortiz, nicaragüense, joven guerrero de unos veinticinco años de
edad que a fuerza de pericia y bravura ganó tan alta graduación.
Los muchachos partieron del campamento como si fueran ti-
gres hambrientos en busca del ciervo y rodándose lomas abajo,
trepándose lomas arriba en su precipitada marcha, cayéndose
y parándose, llegaron entrada la noche al sitio indicado con el
temor del fracaso por si el enemigo ya lo había pasado. Aunque
ningún rastro así lo verificaba, se despachó a un espía a que lo
verificara y regresara. Informó que a una distancia de poco más
de un kilómetro el enemigo había hecho un campamento por lo
que quedaron contentos los muchachos al saber que sus esfuer-
zos habían sido satisfechos en su primer evento, a la vez que
esperanzados del resultado final.
Momentos después fue servido a la tropa libertadora por dos
mujeres vividoras de los alrededores un brebaje hecho de maíz, a
guisa de café, mientras se organizaba la emboscada, en la que se
pasó el resto de la noche en la mayor atención y mojados y fríos
por el rigor de la estación y por la lluvia que caía.
Un accidente desagradable sucedió esa noche y fue que mien-
tras el teniente Adán González, salvadoreño, estiraba una pierna
para tratar de desentumirla molestó a una barbamarilla que cerca
se encontraba y lo mordió. El teniente hubiera muerto a los pocos
minutos al no haber tenido uno de los soldados en su cartuchera
un trozo de palo llamado arú, gran antídoto contra las ponzoñas
que inoculan estas serpientes al morder e igualmente contra las
152 Gregorio Urbano Gilbert

de las tantas variedades de víboras y demás culebras venenosas


que se arrastran por los campos del continente centroamericano.
Hay muchos otros buenos preservativos contra los venenos de
las serpientes, pero el más eficaz de los que usan los indios y
campesinos nicaragüenses es el propio veneno del reptil, al que
se le arranca la cabeza con la precaución de que la ampolla con-
teniente del veneno venga con ella, la que se calienta a fuego
lento y hecho lo cual, se pulveriza y se echa adentro de una bote-
lla con aguardiente, y, listo: a cambio de una mordida de víbora
se toma del preparado, quedando la cosa como si nada hubiera
pasado. A los indios no les agrada el tratamiento de quemarse
la herida o de abrírsela, sino el de los medicamentos farmacéu-
ticos.
Cuando amaneció se envió a un hombre a espiar los movi-
mientos del enemigo, y regresando el hombre rato después infor-
mó favorablemente de sus movimientos a punto de reanudar su
marcha con probabilidades de entrar en la emboscada que se le
tenía preparada.
Sería la hora de algo menos que las nueve cuando ya se oían
claramente sus movimientos en la marcha, entrando después to-
dos en la trampa. Al anuncio del granadero con el estallido de su
bomba, señal para que el resto de los emboscados, con cuchillos,
revólveres y machetes en sus manos se lanzaran al ataque de sus
enemigos, lo que hicieron como si hubieran sido demonios in-
contenibles. Tan inesperada fue la carga para el yanqui, rápida
y sañuda, que este quedó paralizado, estupefacto, no atinando a
defenderse ni dándosele lugar para ello.
Refiere el capitán Urbano que toda la furia con que entró al
ataque se le disipó casi al instante después de haberle disparado
con su revólver en el pecho al primer yanqui que encontró a su
paso, al no sentir en ellos resistencia alguna, y se limitó a cruzar-
se de brazos sosteniendo en la diestra el arma y a presenciar la
matanza al igual que si hubiera sido un simple espectador de un
inofensivo acto.
Junto a Sandino 153

Como si se sintieran unos cuantos conejos acorralados por


otros tantos perros, así se sentían en su pánico los soldados ene-
migos. Unos no acertaban a otra cosa más que a exclamar por sus
madres y por Jesucristo (¡My mother!, ¡Jesuschrist!), otros a
blasfemar (¡Goddamnit!).
La obra era cruel, repugnante, pero de necesidad. Se veía
como de un solo golpe de machete volaba una cabeza ene-
miga la que caía en tierra haciendo gestos y mordisqueando
la yerba mientras que el resto del cuerpo permanecía en pie,
dando algunos pasos con apariencia de que nada le hubiera
pasado, desprendiéndosele del cuello un algo como tenue va-
por, figura de gas condensado por concomitancia con el frío
reinante en el campo, hasta que al segundo más de tiempo
después, al venir la afluencia de sangre, ese resto perdía el
equilibrio y se iba de hombros contra la tierra semejando en
su movimiento a un cohete volador después de estallar en
el espacio y en el suelo eran las contorsiones. Otros, en ac-
titud de defender la cabeza con el ejercicio del rifle cogido
con ambas manos y a través de la altura conveniente de los
tajos con que los agredían, les eran cercenadas unas o las
dos manos y al caérseles el arma, creían que se le caía por
otra razón, por lo que se inclinaban y trataban de recogerla
ignorando que lo que tenían por mano o manos era el o los
muñones, e inclinados, aprovechaban el momento los alza-
dos para asegurarlos con los golpes finales y dejarlos tendi-
dos en tierra hasta que los zopilotes5 dispusieran de ellos en
sus banquetes de las más costosas de las carnes. Y otros que
no sucumbieron prontamente a los repetidos golpes del arma
blanca, imitaban los balidos de los carneros.
Y así entre gritos, lamentos, gemidos, voces maldicientes, vo-
ces y vivas, rojos chorros de materia viscosa y olor a pólvora

Zopilote: Fea y repugnante ave de las consideradas rapaces. Solo se alimen-


5

ta de cadáveres putrefactos. Abunda en Cuba con el nombre de aura tiñosa;


en Colombia, con el de gallinazo y en Venezuela con el de zamuro.
154 Gregorio Urbano Gilbert

quemada en unión con el de cueros humanos descuartizados, nau-


seabundo, en pocos minutos terminó la lucha.
Unos soldados de los rebeldes hacen montones de carnes de
los cuerpos palpitantes enemigos y los cuentan. Eran treinta y
cinco soldados de ellos, de los que hay treinta y tres cuerpos des-
cuartizados en el campo ensangrentado.
¿Los otros dos cuerpos? ¡Misterio!
192 Gregorio Urbano Gilbert

ban, la rompió y ordenó poner en lugar seguro la correspondencia


bajo el cuidado de los hombres que acompañaban al capitán y
dejó a este a su lado con otro hombre.

FELONÍA DEL CLERO NICARAGUENSE


NOBLEZA DEL PAPA PÍO XI

El clero de Nicaragua que a la par con el resto del pueblo político


de esa nación se mostraba tan servil para con los yanquis, traidor
y degenerado, que los escándalos de la iglesia repercutieron hasta
en los propios oídos del Papa Pío XI.
Los púlpitos ya no eran las tribunas sagradas para inculcar en
los feligreses las palabras santas sino que los habían convertido
los sacerdotes en centros de propaganda a favor de la causa inter-
ventora, dándole al pueblo ideas tan execrables, como era la de
admitir con gratitud la intervención de los norteamericanos en los
asuntos nacionales, porque al decir de los sacerdotes, era un favor
de Dios recibido por Nicaragua para su salvación.
La Iglesia de Nicaragua le tenía tan grande encono a la causa
al no «acogerse a los propósitos salvadores de los soldados nor-
teamericanos» que monseñor Tigerín, obispo de León, ciudad la
más grande de todas las de Nicaragua, solicitó y obtuvo la «gra-
cia» de bendecir las armas de los interventores cuando estos sa-
lían a campaña para que atacaran a los «bandidos, obtuvieran el
triunfo sobre sus enemigos y limpiaran la república de tan fea
mácula como son esos degenerados que la infestan».
Y no satisfecho el clero de tanta deslealtad para con la patria,
abusaba de la confianza y respeto que se le guarda al sacerdote,
principalmente por el elemento campesino. Prestábanse muchas
veces estos a salir con las columnas de los yanquis cuando tan
odiados militares iban de campaña, para persuadir a los parientes
de los patriotas a que sedujeran a estos a deponer todo encono
contra las fuerzas intrusas y contra los viles de Moncada que los
Junto a Sandino 193

acompañaban, así como también para que los mismos alzados,


por respeto a ellos, los sacerdotes, no se atrevieran a disparar con-
tra los yanquis.
Pero de esa manera, bendiciendo a los enemigos de la patria
y ensalzándolos, y maldiciendo a los que la defendían y preten-
diendo denigrarlos, llorando por los norteamericanos caídos en
la campaña y apenados por sus viudas y huérfanos, pidiéndoles
a Dios acoja a los difuntos salvadores en lo mejor de su Gloria
como premio a sus sacrificios por luchar y morir por la «paz y la
libertad de Nicaragua», mientras vociferan clamando para que
Satanás se comiera crudos a los muertos rebeldes no sea que
se les escaparan de la sartén al perder tiempo friéndolos, y que
Dios exterminara pronto a los vivos, no tomaban en cuenta los
sacerdotes de los tantos sacrilegios que cometían sus bendeci-
dos y defendidos militares rubios invasores, sacrilegios no solo
cometidos en las aldeas y en los campos sin o hasta en las misma
Managua, en donde los cementerios eran sus centros favoritos
para celebrar sus bacanales y cuando el espíritu de Baco se les
encendía rompían panteones, rompían imágenes sagradas y cru-
ces, disparaban sus armas de fuego, derramaban el aguardiente
por las tumbas y las utilizaban de lechos al satisfacer sus más
groseros apetitos amorosos con las más depravadas de las muje-
res, llegándose a tomar para lo mismo al propio panteón de San
Pedro en el mismo cementerio que lleva el sagrado nombre del
apóstol que fue la piedra sobre la cual Jesús de Galilea edificó
su iglesia, iglesia tan poderosa que las puertas del infierno no
pueden prevalecer contra ella. De ese Simón Pedro a quien Je-
sús confió las llaves del reino de los cielos y le otorgó el poder
de atar y desatar en la tierra siendo lo atado y lo desatado en la
tierra, atado y desatado en los cielos, o lo que es lo mismo que lo
que hiciere y deshiciere el apóstol Pedro es aprobado por Dios
en el reino de los cielos.
Todas las iglesias en las ciudades y ermitas en las aldeas y
campos que incendiaron los soldados norteamericanos, todas las
194 Gregorio Urbano Gilbert

familias católicas, apostólicas y romanas de los campos norteños


nicaragüenses que fueron ultimadas inmisericordemente por las
espaldas a tiros de ametralladoras por los soldados rubios del nor-
te, sin que cometieran esas familias ninguna falta a no ser falta
que vivieran en lugares declarados zonas rebeldes por los intrusos
de su patria, todas esas cosas no tomaban en cuenta los levitas de
Nicaragua, porque así era la ceguera que sufrían delante de los
tantos hechos criminosos que cometían los políticos nativos y los
soldados interventores, a favor de los cuales estaban incondicio-
nalmente parcializados.
Por lo que tanto indignó el sumo pontífice al enterarse de tan
grave falta del Clero de Nicaragua que hubo de dirigirle una epís-
tola en la que le reprendió con severidad semejante proceder, pro-
hibiéndole lo siguiera practicando.

EL RENCO

Hay apodos que se pegan tanto en las personas que los llevan
que les arropan por completos sus verdaderos nombres, siendo
difícil conocerlas por ellos. Hay apodos que se adueñan tanto
del sujeto como hay árboles parásitos que se adueñan de los ár-
boles en que se protegen, los ahogan y matan tan completos que
solo quedan ellos luciéndose en los aires como si hubieran sido
los originarios del suelo que ocupan. Así ocurrió al general que
en estas notas se señala con el mote de El Renco, que por mucho
que hemos hecho para recortar su verdadero nombre porque en
las filas de la libertad solamente se le mencionaba por el apode
de El Renco. La pérdida de su nombre le provino de tener que
renguear o cojear de manera muy señalada. La pérdida de su an-
dar le vino en la batalla de Las Cruces, en que siendo ayudante
del general Sandino este jefe necesitó enviarle un mensaje al en-
tonces coronel Francisco Estrada, que operaba en el lado opues-
to al del héroe y lanzó al ayudante a que atravesara el campo

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