Gregorio Urbano Gilbert-Junto A Sandino-Fragmentos
Gregorio Urbano Gilbert-Junto A Sandino-Fragmentos
Gregorio Urbano Gilbert-Junto A Sandino-Fragmentos
CAPÍTULO I. En camino / 15
Carta a La Opinión / 16
Fue un pretexto / 18
En Santiago de Cuba / 20
En tierras de Honduras / 22
Tegucigalpa / 23
A través de las montañas-Malos compañeros tropezando
con la plata / 28
Un alcalde amigo de Sandino / 31
En Nicaragua / 34
Muestra del modo de civilizar al estilo de los yanquis-
Las ruinas de Murra / 36
Ante el Héroe / 46
7
8 Gregorio Urbano Gilbert
APÉNDICE
Cartas inéditas / 295
Con Sandino en el corazón de la montaña / 309
La hora de asesinar a Sandino / 328
Aterrizando / 348
Lección de Sandino / 349
En el aniversario de un muchacho / 351
Sandino / 354
Cuadro / 359
Junto a Sandino 131
NUEVOS IDEALES
EL ESPÍA
LA SORPRESA
tados. Ante los últimos, con las manos puestas en la parte delan-
tera de su cintura, perdidas dentro de los pantalones, sujetas por
el cinturón, el general Sandino, con su camisa desabrochada,
abierta, luciendo a manera de bufanda un pañuelo de seda con
los colores rojo y negro, se paseaba y meditaba. Tan frecuente
en él era el ejercicio del paseo, que en los pocos días que lleva-
ba de practicarlo, era notorio el desnivel causado al suelo en lo
largo de su recorrido, el que se adornaba con las impresiones de
las suelas de sus botas claveteadas. A poca distancia, por entre
una hondonada cubierta de matorrales, se oía el perenne y mo-
nótono lloro de la quebrada al caer de la altura y estrellarse su
chorro contra el rocoso suelo.
Teresa Villatoro, la amada de Sandino, había logrado de un
visitante dos mazorcas de maíz y se entretenía en convertirlas en
pinol4 para ofrecérselo a su hijo Santiaguito.
En tal día, con tal hora de frío, hambre y obscuridad, con
murmullo de quebrada llorosa, con olores húmedos de tierra
y matorrales y selva, momento triste de escasez de aves y de
sus cantos, se notó un movimiento por la dirección del punto
de uno de los centinelas y al poco rato llegó al campamento
un hombre que vino tan cansado que al llegar donde Sandino
se arrojó a tierra sin poder pronunciar una sola palabra. Era un
espía y por lo tan a prisa con que llegó, dejaba comprender
que algo de importancia lo movía. El general Sandino, sentado
en el banco, pacientemente esperó a que se repusiera el hom-
bre, el que cuando pudo hablar, balbuceando, dijo que a poca
distancia, como a unas pocas leguas, marchaba una columna
enemiga compuesta de treinta y cinco hombres, que por la di-
rección que llevaba bien podríase esperar que pasara por el
lugar más cercano todavía de Juana Castilla y que en dado caso
4
Pinol: Maíz tostado y molido. Se come en polvo o con agua caliente, y en
lugares de menos escasez que en los campos de las libertades de Nicaragua.
Se cuece también con leche, azúcar y especies, agregándosele al maíz una
porción de cacao.
Junto a Sandino 151
EL RENCO
Hay apodos que se pegan tanto en las personas que los llevan
que les arropan por completos sus verdaderos nombres, siendo
difícil conocerlas por ellos. Hay apodos que se adueñan tanto
del sujeto como hay árboles parásitos que se adueñan de los ár-
boles en que se protegen, los ahogan y matan tan completos que
solo quedan ellos luciéndose en los aires como si hubieran sido
los originarios del suelo que ocupan. Así ocurrió al general que
en estas notas se señala con el mote de El Renco, que por mucho
que hemos hecho para recortar su verdadero nombre porque en
las filas de la libertad solamente se le mencionaba por el apode
de El Renco. La pérdida de su nombre le provino de tener que
renguear o cojear de manera muy señalada. La pérdida de su an-
dar le vino en la batalla de Las Cruces, en que siendo ayudante
del general Sandino este jefe necesitó enviarle un mensaje al en-
tonces coronel Francisco Estrada, que operaba en el lado opues-
to al del héroe y lanzó al ayudante a que atravesara el campo