Leyendas de Puebla

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El Puente de Ovando

En el siglo XVIII, Agustín de Ovando Villavicencio, era el regidor perpetuo de la


ciudad, un personaje importante que tenía casa de los dos lados del río, una de
ellas sobre la 3 oriente y la otra, su casa de campo, del lado del Barrio de Analco.
Los Pérez Ovando eran una de las familias más ricas y poderosas de la ciudad y,
a pesar de que siempre se ha dicho que el regidor construyó el puente para poder
pasar del otro lado, no fue así. La realidad es que, en 1770, los vecinos del barrio
de Analco decidieron edificarlo.
Cuenta la leyenda que la acaudalada familia tuvo dos hijos, un hombre conocido
por su fuerza y valentía y una mujer de gran belleza llamada María del Rosario.
Al llegar a los 16 años de edad, la joven noble, se dejó guiar por sus sentimientos
y con la ingenuidad de su edad, se enamoró de un hombre de mediana posición,
contraviniendo su linaje y desacatando las órdenes del viejo patriarca:
- “Pero padre, yo lo amo”, decía la doncella suplicante.
- “¿Qué tiene que ver el amor con el matrimonio?”, respondió el patriarca, quien
sentenció: “sólo te casarás con alguien de tu alcurnia. ¿Quieres casarte con un
pobretón? Primero muerto que viéndote pedir limosna en un puente”.
Embargada de tristeza y frustración, María del Rosario ideo una solución
descabellada para no perder a su amado: sólo le quedaba perder su virginidad
para que su padre no tuviera más remedio que aceptar la unión y no se enfrentara
a la deshonra.
Así, los enamorados aprovecharon la oportunidad que se les presentó cuando el
señor Ovando partió en un viaje de negocios. Y, en la misma cama donde
dieciséis años atrás había nacido, se unieron de una forma dulce como sólo lo
hacen los verdaderamente enamorados. Sin embargo, en medio de su pasión, no
pudieron percibir como se abría lentamente el armario, ni vieron la súbita aparición
de un joven que, con un fuerte grito y una pistola en mano, los señaló:
- ¡Tú!, gritó el aparecido con una voz que resonó hasta el otro lado del río.
- ¡Hermano!, gritó a su voz la noble Ovando.
Al instante se oyó un disparo que hirió de muerte a la doncella al tratar de proteger
a su amado. Este último quiso tomar su espada, pero no fue lo suficientemente
rápido para evitar que el joven Ovando le cortara el cuello con una daga de cinto
que llevaba siempre consigo.
Aunque el crimen quedó impune con la justificación de que el acto había sido para
defender el honor de la familia Pérez Ovando, el hijo apareció muerto en un
callejón tiempo después; ni todo su dinero fue capaz de librarlo de la venganza de
la familia del pretendiente, porque cuatro hombres lo liquidaron.
Ante la pérdida irreparable de sus dos hijos, el señor Ovando cayó en el
alcoholismo y se cuenta que, en un día lluvioso, mientras cruzaba el puente,
observó a una mujer pidiendo limosna:
- “Por la sangre de Cristo señor, una moneda, por favor”, dijo la figura.
- “Mujer necia, ¿Qué hora es ésta de pedir a la entrada de mi puente?”, señaló
Ovando.
De repente, una voz de ultratumba dijo:
- “¿No me reconoces padre?, pido limosna aquí y seguiré pidiendo a toda tu
descendencia hasta el fin del mundo por haber sido muerta a manos de mi propia
familia.”
El anciano horrorizado replicó:
- “¿Quién eres…ser del mal?”
En el momento, un relámpago iluminó la figura que dijo: “¡Míreme!, soy yo.”
- “¡No! esto no es verdad”, dijo el hombre completamente angustiado.
- “Míreme de nuevo”, repitió la aparición, era la imagen de su hija fallecida.
Desesperado, Ovando gritó ¡no!, al tiempo que tambaleante, trataba de cruzar el
puente que lo acercaba a su casa. No llegó lejos, porque el agua del río se elevó
cubriéndolo y arrastrándolo al fondo sin posibilidad de salvación. Dos días
después, lejos de la ciudad, su cuerpo fue descubierto.
Desde entonces, de acuerdo con la leyenda, todo aquel que cruce el Puente de
Ovando a la medianoche se encontrará con una mujer pidiendo limosna. Sólo
aquellos que le regalen una moneda a María del Rosario tendrán la fortuna de
cruzar el puente con seguridad, y si no, desaparecerán en manos de la joven.
La Fuente de los “Muñecos”
En el corazón del Barrio de Xonaca, en la ciudad de Puebla, se encuentra la
Fuente de los Muñecos, en torno a la cual circula una de las leyendas más
famosas de la capital poblana.
Entre la calle 22 Oriente y 18 Norte de esta zona se levanta esta pequeña fuente
que es reinada por un par de niños, de rostro pálido y sin expresión.
Una niña peinada con dos trenzas, que lleva puesto un vestido amarillo con
adornos rojos, rodea con su brazo a su compañero, quien viste un overol azul y
camisa verde. Ella sujeta un libro bajo su brazo y, su hermano extiende el puño
como si sujetara un paraguas, mientras los chorros de agua los empapan a cada
momento.
La historia de esta singular pareja se remonta a mediados del siglo pasado. El
Barrio de Xonaca anteriormente era conocido como Barrio de los Catrines, debido
a que las familias adineradas del centro de México construían ahí fincas y casas
de descanso, donde acostumbraban pasar largas temporadas.
Precisamente, Maximino Ávila Camacho, quien fue gobernador de Puebla de 1937
a 1941, construyó en esta zona su casa de verano. Justo frente a la iglesia de La
Candelaria, en una casona que alguna vez fue ocupada por la emperatriz Carlota,
quien fue esposa de Maximiliano de Habsburgo
Uno de los caballerangos de Maximino Ávila Camacho tenía dos hijos, una niña y
un niño, de seis y siete años, respectivamente. Los niños eran conocidos como
“los muñecos”, ya que sus padres ponían un verdadero esmero en vestirlos de
forma impecable a pesar de que todos los días, al regresar de la escuela, los niños
llegaban con las rodillas raspadas y los zapatos sucios de tanto jugar. Ambos eran
muy amados por su familia y los pobladores.
La historia cuenta que un día una tormenta azotó esta zona de la ciudad de
Puebla, justo cuando los niños se dirigían hacia la escuela. Sin embargo, los
menores nunca llegaron.
Al paso de las horas y al ver que los niños no regresaron a casa, sus padres y
vecinos de Xonaca salieron a buscarlos. La búsqueda duró días, pero no se
encontró rastro alguno de los pequeños. Con pena y dolor, todos dedujeron que,
debido a la fuerte lluvia, los niños cayeron en un pozo de agua aledaño a la casa
del general Ávila Camacho.
Al enterarse de lo ocurrido, el general, quien tenía en muy alta estima a su
caballerango, ordenó que se construyera una fuente con azulejos de talavera y un
pedestal con dos figuras de niños, justo en la zona donde se cree que cayeron sus
cuerpos.
Se dice que, por las noches, las figuras inanimadas de la Fuente de los Muñecos
cobran vida para jugar, correr por las calles empedradas de Xonaca; algunos
vecinos incluso aseguran que se les ven los zapatos sucios y las rodillas raspadas
a las estatuas, y que su risa se escucha por todo el barrio hasta al amanecer,
cuando de nuevo regresan al pedestal de talavera para petrificarse.

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