La leyenda cuenta la historia de María del Rosario, una joven noble que se enamora de un hombre de baja posición. Su hermano los descubre teniendo relaciones sexuales y mata a María para defender el honor familiar. Esto lleva al padre a la ruina y la muerte. Desde entonces, se dice que el alma de María vaga por el puente pidiendo limosna a los transeúntes y arrastrando a los que no le dan dinero.
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La leyenda cuenta la historia de María del Rosario, una joven noble que se enamora de un hombre de baja posición. Su hermano los descubre teniendo relaciones sexuales y mata a María para defender el honor familiar. Esto lleva al padre a la ruina y la muerte. Desde entonces, se dice que el alma de María vaga por el puente pidiendo limosna a los transeúntes y arrastrando a los que no le dan dinero.
La leyenda cuenta la historia de María del Rosario, una joven noble que se enamora de un hombre de baja posición. Su hermano los descubre teniendo relaciones sexuales y mata a María para defender el honor familiar. Esto lleva al padre a la ruina y la muerte. Desde entonces, se dice que el alma de María vaga por el puente pidiendo limosna a los transeúntes y arrastrando a los que no le dan dinero.
La leyenda cuenta la historia de María del Rosario, una joven noble que se enamora de un hombre de baja posición. Su hermano los descubre teniendo relaciones sexuales y mata a María para defender el honor familiar. Esto lleva al padre a la ruina y la muerte. Desde entonces, se dice que el alma de María vaga por el puente pidiendo limosna a los transeúntes y arrastrando a los que no le dan dinero.
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El Puente de Ovando
En el siglo XVIII, Agustín de Ovando Villavicencio, era el regidor perpetuo de la
ciudad, un personaje importante que tenía casa de los dos lados del río, una de ellas sobre la 3 oriente y la otra, su casa de campo, del lado del Barrio de Analco. Los Pérez Ovando eran una de las familias más ricas y poderosas de la ciudad y, a pesar de que siempre se ha dicho que el regidor construyó el puente para poder pasar del otro lado, no fue así. La realidad es que, en 1770, los vecinos del barrio de Analco decidieron edificarlo. Cuenta la leyenda que la acaudalada familia tuvo dos hijos, un hombre conocido por su fuerza y valentía y una mujer de gran belleza llamada María del Rosario. Al llegar a los 16 años de edad, la joven noble, se dejó guiar por sus sentimientos y con la ingenuidad de su edad, se enamoró de un hombre de mediana posición, contraviniendo su linaje y desacatando las órdenes del viejo patriarca: - “Pero padre, yo lo amo”, decía la doncella suplicante. - “¿Qué tiene que ver el amor con el matrimonio?”, respondió el patriarca, quien sentenció: “sólo te casarás con alguien de tu alcurnia. ¿Quieres casarte con un pobretón? Primero muerto que viéndote pedir limosna en un puente”. Embargada de tristeza y frustración, María del Rosario ideo una solución descabellada para no perder a su amado: sólo le quedaba perder su virginidad para que su padre no tuviera más remedio que aceptar la unión y no se enfrentara a la deshonra. Así, los enamorados aprovecharon la oportunidad que se les presentó cuando el señor Ovando partió en un viaje de negocios. Y, en la misma cama donde dieciséis años atrás había nacido, se unieron de una forma dulce como sólo lo hacen los verdaderamente enamorados. Sin embargo, en medio de su pasión, no pudieron percibir como se abría lentamente el armario, ni vieron la súbita aparición de un joven que, con un fuerte grito y una pistola en mano, los señaló: - ¡Tú!, gritó el aparecido con una voz que resonó hasta el otro lado del río. - ¡Hermano!, gritó a su voz la noble Ovando. Al instante se oyó un disparo que hirió de muerte a la doncella al tratar de proteger a su amado. Este último quiso tomar su espada, pero no fue lo suficientemente rápido para evitar que el joven Ovando le cortara el cuello con una daga de cinto que llevaba siempre consigo. Aunque el crimen quedó impune con la justificación de que el acto había sido para defender el honor de la familia Pérez Ovando, el hijo apareció muerto en un callejón tiempo después; ni todo su dinero fue capaz de librarlo de la venganza de la familia del pretendiente, porque cuatro hombres lo liquidaron. Ante la pérdida irreparable de sus dos hijos, el señor Ovando cayó en el alcoholismo y se cuenta que, en un día lluvioso, mientras cruzaba el puente, observó a una mujer pidiendo limosna: - “Por la sangre de Cristo señor, una moneda, por favor”, dijo la figura. - “Mujer necia, ¿Qué hora es ésta de pedir a la entrada de mi puente?”, señaló Ovando. De repente, una voz de ultratumba dijo: - “¿No me reconoces padre?, pido limosna aquí y seguiré pidiendo a toda tu descendencia hasta el fin del mundo por haber sido muerta a manos de mi propia familia.” El anciano horrorizado replicó: - “¿Quién eres…ser del mal?” En el momento, un relámpago iluminó la figura que dijo: “¡Míreme!, soy yo.” - “¡No! esto no es verdad”, dijo el hombre completamente angustiado. - “Míreme de nuevo”, repitió la aparición, era la imagen de su hija fallecida. Desesperado, Ovando gritó ¡no!, al tiempo que tambaleante, trataba de cruzar el puente que lo acercaba a su casa. No llegó lejos, porque el agua del río se elevó cubriéndolo y arrastrándolo al fondo sin posibilidad de salvación. Dos días después, lejos de la ciudad, su cuerpo fue descubierto. Desde entonces, de acuerdo con la leyenda, todo aquel que cruce el Puente de Ovando a la medianoche se encontrará con una mujer pidiendo limosna. Sólo aquellos que le regalen una moneda a María del Rosario tendrán la fortuna de cruzar el puente con seguridad, y si no, desaparecerán en manos de la joven. La Fuente de los “Muñecos” En el corazón del Barrio de Xonaca, en la ciudad de Puebla, se encuentra la Fuente de los Muñecos, en torno a la cual circula una de las leyendas más famosas de la capital poblana. Entre la calle 22 Oriente y 18 Norte de esta zona se levanta esta pequeña fuente que es reinada por un par de niños, de rostro pálido y sin expresión. Una niña peinada con dos trenzas, que lleva puesto un vestido amarillo con adornos rojos, rodea con su brazo a su compañero, quien viste un overol azul y camisa verde. Ella sujeta un libro bajo su brazo y, su hermano extiende el puño como si sujetara un paraguas, mientras los chorros de agua los empapan a cada momento. La historia de esta singular pareja se remonta a mediados del siglo pasado. El Barrio de Xonaca anteriormente era conocido como Barrio de los Catrines, debido a que las familias adineradas del centro de México construían ahí fincas y casas de descanso, donde acostumbraban pasar largas temporadas. Precisamente, Maximino Ávila Camacho, quien fue gobernador de Puebla de 1937 a 1941, construyó en esta zona su casa de verano. Justo frente a la iglesia de La Candelaria, en una casona que alguna vez fue ocupada por la emperatriz Carlota, quien fue esposa de Maximiliano de Habsburgo Uno de los caballerangos de Maximino Ávila Camacho tenía dos hijos, una niña y un niño, de seis y siete años, respectivamente. Los niños eran conocidos como “los muñecos”, ya que sus padres ponían un verdadero esmero en vestirlos de forma impecable a pesar de que todos los días, al regresar de la escuela, los niños llegaban con las rodillas raspadas y los zapatos sucios de tanto jugar. Ambos eran muy amados por su familia y los pobladores. La historia cuenta que un día una tormenta azotó esta zona de la ciudad de Puebla, justo cuando los niños se dirigían hacia la escuela. Sin embargo, los menores nunca llegaron. Al paso de las horas y al ver que los niños no regresaron a casa, sus padres y vecinos de Xonaca salieron a buscarlos. La búsqueda duró días, pero no se encontró rastro alguno de los pequeños. Con pena y dolor, todos dedujeron que, debido a la fuerte lluvia, los niños cayeron en un pozo de agua aledaño a la casa del general Ávila Camacho. Al enterarse de lo ocurrido, el general, quien tenía en muy alta estima a su caballerango, ordenó que se construyera una fuente con azulejos de talavera y un pedestal con dos figuras de niños, justo en la zona donde se cree que cayeron sus cuerpos. Se dice que, por las noches, las figuras inanimadas de la Fuente de los Muñecos cobran vida para jugar, correr por las calles empedradas de Xonaca; algunos vecinos incluso aseguran que se les ven los zapatos sucios y las rodillas raspadas a las estatuas, y que su risa se escucha por todo el barrio hasta al amanecer, cuando de nuevo regresan al pedestal de talavera para petrificarse.