Tema 12 HMedE
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En 1118 regresó al Magreb predicando por las ciudades y llamando a la guerra santa
contra los Almorávides. Su grupo de seguidores fue creciendo y se denominaron Al –
muwahhidun (confesores de la unidad de Dios). Fue expulsado de Túnez y Bugía. Tuvo
que buscar refugio en el Alto Atlas y allí organizó una comunidad religiosa y político –
militar.
Al encontrarse con Abd Al – Mumin, Ibn Tumart le convenció para que se uniera a sus
discípulos y se dirigió hacia el Oeste, hacia los territorios Almorávides con la intención de
reformar las prácticas religiosas a su paso. Las acusaciones de Ibn Tumart contra los
almorávides a su llegada a Marrakech eran el haber descuidado la aplicación de la Sharia
y su ignorancia, que les hacía depender de los juristas malikíes, además de llevar un velo
que consideraba femenino e indicio de la corrupción de las costumbres.
Ibn Tumart huyó a Aghmat y desde allí a su región en el Valle del Sus, a Tinmal, donde se
dedicó a reunir a sus seguidores de las tribus Masmuda, antagonistas de los Sinhaya,
consiguiendo el apoyo de la confederación.
Tinmal se convirtió en su rábita principal, donde realizó una purga de todos los que no
eran sus partidarios y se dedicó a la educación de sus seguidores, tanto en su forma de
entender el Islam como mediante libros en beréber que debían memorizar, como su
credo. La jerarquía que estableció dependía de la aceptación de sus preceptos: se rodeó
de un Consejo de 10 dirigentes de tribus Zanata, Sinhaya y Masmuda.
Los jefes o jeques de las tribus Masmuda formaban el siguiente escalón, el “Consejo de
los 50”. Fueron los que formaron el ejército y los que comenzaron a denominarse
Almohades, los seguidores del mahdi. Un grupo de predicadores nómadas se encargó de
la difusión de sus doctrinas a la vez que se encargaba a censores y recitadores del Corán
de vigilar la moral.
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Abd Al – Mumin le sucede convenciendo a los jefes de las otras tribus de que Ibn Tumart
le había designado antes de morir. Se le unieron las tribus de todo el Atlas y el Rif.
Cuando bajó a la planicie atlántica prosiguió la lucha contra los almorávides hasta que su
poder se vino abajo a pesar de la resistencia de Tashufin Ibn Ali (1143 – 1145). Se
evitaron las confrontaciones directas, evitando las llanuras y se asedió Marrakech en la
“Campaña de los 7 años) (1140 – 1147). La desbandada comenzó en 1144 – 1145
cuando las tribus Zanata de Argelia se unieron al movimiento Almohade y algunos Emires
Almorávides de los Masufa se pasaron a su bando, permitiendo la captura de Orán y
Tremecén donde murió el Emir Tashufin Ibn Ali junto a su capitán Reverter.
Perseguido por los Almohades, el último Emir Yahya Ibn Abi Bakr Ibn Al – Sahrawiyya fue
sitiado en Fez a la vez que se ponía asedio a Mequíndez. Cuando cayeron las fuerzas
Almohades se concentraron frente a Marrakech defendida por un hermano de Tashufin.
La ciudad fue tomada en 1147, sus defensores ejecutados y sus familias vendidas como
esclavos.
La última resistencia se concentró en torno a otro predicador que unió a varias tribus, Al –
Massi, al que siguieron en rebelión las ciudades de Salé, Sijilmasa y Ceuta que pidió
ayuda a los Almorávides de Al – Andalus. Cuando los Almohades redujeron a las tribus
que habían apoyado a Al – Massi, Ceuta y Salé se sometieron, pero Yahya Ibn Al –
Sahrawiyya cruzaba el Estrecho a Tánger y Ceuta hostigándoles.
Varias tribus árabes poblaron Marruecos gracias a los incentivos económicos que les
ofreció Abd Al – Mumin.
Se produjo un relevo generacional en los miembros de los Consejos de los 10 y los 50,
donde los líderes almohades tradicionales tuvieron que compartir el poder y la toma de
decisiones con andalusíes, almorávides desertores y jeques tribales de las nuevas zonas
del Imperio.
El desplazamiento de los hermanos Ibn Tumart de los puestos de gobernador causó una
revuelta de tribus Masmuda descontentos lideradas por ellos en el propio Marrakech, pero
fueron reprimidos y los líderes fueron decapitados.
Ordenó a su hijo Abu Said Uthman que construyera una ciudad palatina en Gibraltar
donde en 1160 se reunieron los sayyids y jeques Almohades para celebrar la victoria.
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La proclamación de Ibn Tumart como mahdi, verdadero guía y guardián del Islam
implicaba un esfuerzo por parte de los almohades en restaurar la verdadera fe mediante
el yihad y tuvo como resultado el rechazo a los demás Califatos árabes contemporáneos
que no habían sido capaces de preservar la pureza de lo predicado por Mahoma. Los
avances de los cruzados en Tierra Santa, la pérdida de la Sicilia fatimí a manos de los
Anjou y los avances de estos contra los Ziríes en Ifriqiya, donde confluían con las tribus
hilalíes que atacaban desde Egipto confirmaban el estado de corrupción del Islam que
postulaban los Almohades. Los beréberes se consideraban llamados a volver a conseguir
la unidad e las tierras del Islam.
El otro pilar de su propaganda era el yihad, entendido como la misión de derrocar a los
impíos Almorávides, luego como una conquista de aquéllos musulmanes que no
aceptaron los principios religiosos del mahdi y el monoteismo unitario y finalmente como
una lucha con los enemigos cristianos del Islam en sus fronteras.
Abd Al Mumin insiste en la obligación personal del creyente y colectiva de todos los
musulmanes de emprender la yihad como ejercicio para poner fin a todas las prácticas
paganas y a la relajación de la moral pública. Esta insistencia en los ideales de la yihad
redundó en la celebración de todas las victorias de los Almohades, que eran comunicadas
a los gobernadores y proclamadas en las ciudades del imperio.
El título de Emir de los Creyentes fue adoptado en contraposición directa al utilizado por
los Almorávides y tomado del Califa ortodoxo Umar que fue el primero en utilizarlo. Abd Al
– Mumin se lo adjudicaría durante su proclamación en Tinmal. También se utiliza el título
de Califa sin necesidad de reconocer a otro líder religioso.
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A partir de las campañas de 1154 Abd Al – Mumin comenzó a compartir el poder con su
sucesor directo, garantizando la herencia almohade.
Los enfrentamientos entre los Sayyids nacidos de varias madres diferentes por la
sucesión del Califato complicó el gobierno del Imperio Almohade. Con cada Sayyid se
desplazaban jeques miembros del Consejo de los 10 o de los 50 como asesores
experimentados, delegados en su caso y jefes militares, lo que era importante cuando los
hijos del Emir eran demasiado jóvenes para ejercer el gobierno, y a la vez ofrecía a los
jeques una posición de poder para no soliviantarlos.
- Los Zanata. Se extendían por el Magreb extremo y central en los principales oasis
y en la isla de Yerba. Parte de estos habitantes de los oasis practicaban la
agricultura sedentaria y otros eran nómadas o seminómadas. Entre los clanes más
conocidos están los Magharawa y los Meriníes.
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Ibn Hamdin se había proclamado independiente en Córdoba. Fue derrotado por Yahya Ibn
Ganiya que no pudo frenar a Ibn Hud, miembro de la dinastía que había gobernado
Zaragoza y que se estableció en toda la zona entre Valencia y Murcia.
En la zona portuguesa, entre Silves y Mértola estaba el predicador místico Ibn Qasi de
Silves, que firmó alianzas con los señores de Beja y Niebla. Esta disgregación se conoce
como la época de las “segundas taifas”.
Alfonso VII de León unió Aragón, Navarra y la flota genovesa y amenazó Córdoba
conquistando brevemente Almería (1147).
Cuando Yahya Ibn Ganiya estaba a punto de derrotar a Ibn Qasi, este cruzó el Estrecho y
prestó fidelidad a Abd Al – Mumin, reconociendo a Ibn Tumart y sus sucesores. Los
Almohades se expandieron por toda la zona Sur de Portugal.
Se volvieron contra Sevilla que cayó en 1147. Los notables de la ciudad viajaron a
Marrakech para prestar fidelidad al Califa y muchos se quedaron allí.
Otros señores almorávides permitieron que Yahya Ibn Ganiya tomara el puerto de
Algeciras y sitiara Sevilla. El Cadí Iyad Yahya Ibn Al – Sahrawiyya permanecían en Ceuta,
manteniendo la circulación abierta en el Estrecho para los almorávides.
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Abd Al – Mumin no se prodigó en la Península. Dependió de sus hijos para las campañas
andalusíes mientras él se dedicaba a fortalecer su papel en el Magreb y extenderse hacia
Ifriqiya. Esto no le impidió tratar directamente con los representantes andalusíes en sus
capitales.
Una vez consideró que la sumisión de Al – Andalus era un hecho, Abd Al – Mumin
convocó a los notables andalusíes en Salé, mientras construía la alcazaba de Rabat y les
tomó juramento en 1151.
No se tomaron grandes represalias para poder contar con apoyo en la nueva provincia.
Sus pacientes se hicieron fuertes en las ciudades del Emirato como Valencia, Segorbe o
Játiva. Su yerno Ibn Hamushk se pasó al campo almohade y con el fallecimiento de Ibn
Mardanish (1172), hostigado por el Califa Abu Yaqub Yusuf, sus hijos entregaron Murcia.
Los grupos más desfavorecidos, como los judíos de Granada, obligados a convertirse al
Islam, aprovechaban para entablar diálogo con Ibn Hamushk y abrirle las puertas de la
ciudad, obligando a los sayyids y los jeques a huir y conseguir grandes refuerzos para
volver a tomar la ciudad (1162).
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Abu Hafs Umar aprovechó el triunfo de Abu Yaqub Yusuf en Granada (1162) para
proclamarle, quedando él a cargo personalmente de todos los asuntos del Magreb.
Abu Hafs Umar se ocupó de las campañas militares contra los enemigos de los
almohades conduciendo las tropas enviadas a Murcia en 1171 contra Ibn Mardanish,
abandonado por Ibn Hamushk cuando se divorció de su hija.
En la frontera portuguesa, Giraldo Sem Pavor ponía las cosas difíciles a las tropas
almohades en torno a la zona de Beja.
Abu Yaqub Yusuf permaneció en Sevilla 3 años continuando con sus proyectos urbanos.
Abu Yaqub Yusuf decidió volver a Marrakech en 1176 en pleno brote de peste que causó
la muerte de buena parte de la élite y la población de la ciudad, librándose el Califa y su
hermano.
Se realizó la designación del heredero. Abu Yusuf Yaqub como Emir al frente de las
milicias de Marrakech, la sustitución de varios jeques en los consejos y el nombramiento
de varios sayyids en Al – Andalus culminado con la muerte de Abu Hasfi Umr en 1179. El
siguiente objetivo fue recuperar el poder en Gafsa y la zona de Ifriqiya.
La situación en Al – Andalus era peor debido a las incursiones de Alfonso VIII en el Valle
del Guadalquivir y a los ataques navales portugueses en la costa.
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Abu Yaqub Yusuf prefirió pasar por las minas del Sus qué le estaban negando los tributos
y recabar sus ingresos antes de entrar en campaña. Las fuerzas califales se reunieron en
Marrakech donde 4 hijos del Califa recibieron sus nombramientos:
Averroes fue designado juez supremo (cadí) de Córdoba y el erudito Ibn Tufayl, Visir en
Marrakech.
Llegó a Sevilla en 1184 con el objetivo de asediar Santarém donde falleció en la retirada
de las tropas almohades.
Su hijo Abu Yusuf Yaqub (1184 – 1199) fue proclamado en Sevilla. Tuvo que volver al
Magreb donde recibió la adhesión de los Jeques de Fez y Mequinez en Rabat, luego
prosiguió hasta Marrakech, donde le juraron fidelidad los jeques de la capital y desde allí
visitó Tinmal donde enterrarían a su padre.
Este Califa fue un gran constructor convirtiendo Rabat en una ciudad Califal, completó el
desarrollo de Sevilla y una gran expansión al Sur de Marrakech.
Abu Yusuf Yaqub se vio forzado a pelear en varios frentes, empezando por la expedición
del almorávide Ali Ibn Ganiya desde Mallorca a Bugia (1184), desde donde él y su
hermano establecieron alianzas con varias tribus, con turcos de Egipto enviados por
Saladino (ghuzz9 y bereberes que se oponían a los almohades.
Abu Yusuf Yaqub los venció en la batalla de Hamma (1187), desde donde pudo retomar
Gabes, Túnez y Gafsa.
Los otros sayyids aprovecharon para rebelarse en Tremecén, Tadla y Murcia y fueron
ejecutados. Proclamó la yihad en Al – Andalus y solicitó voluntarios para cruzar el
Estrecho, consiguiendo un gran número de subsaharianos. En 1190, cruzó la Península.
Se instaló en Sevilla y recibió al Embajador de Saladino que solicitaba la ayuda de su
flota, que actuaba desde Algeciras y Alicante, para enfrentarse a los cruzados. Esta flota,
necesaria para el tráfico entre las dos partes del Estrecho se estaba enfrentando a las
ciudades italianas por el comercio mediterráneo.
Inició la ofensiva contra Portugal donde ocupó Silves. Volvió a Marrakech donde nombró
heredero a su hijo Abu Abd Allah Muhammad.
Su gran triunfo militar contra los cristianos se produce en la batalla de Alarcos (1195) que
le permitió llegar a las puertas de Toledo. Tomó el sobrenombre de El Victorioso (Al –
Mansur).
Entre las campañas, Al – Mansur continuó con las construcciones en Sevilla, persiguió a
los funcionarios corruptos y aligeró los impuestos de sus súbditos andalusíes.
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Al integrar a las grandes familias almorávides y a las tribus, sus territorios venían con
ellos. En Al – Andalus se conservaron las provincias almorávides modificándose fronteras.
Los gobernadores y otros cargos circulaban cada 2 ó 3 años con lo que la autonomía local
quedaba reducida y los tributos no se concentraban en las provincias en manos de unos
pocos.
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La cancillería conoció un gran desarrollo, era el vínculo principal entre el soberano y sus
funcionarios de las provincias, que le informaban de lo ocurrido en ellas, del estado de las
fronteras, etc. La lectura de sus cartas a todo el imperio ayudaba a difundir la propaganda
dinástica y a crear una idea de Estado a ambos lados del Estrecho, utilizando un sistema
de correos rápido y eficaz. El Califato era el único que podía encabezar la guerra justa por
lo que toda esa información era vital para planificar la guerra contra los cristianos. La
aplicación de la justicia se hizo mediante cadíes de todas las regiones del imperio
predominando los andalusíes y magrebíes. Los andalusíes estaban encabezados por los
cordobeses, los más numerosos. Sus competencias podían variar a voluntad del Califa y
los casos castigados con pena de muerte debían ser supervisados por él mismo. Los
lugares donde se impartía justicia solían ser las grandes ciudades, donde estaban las
oficinas administrativas del Califato y en ellas se decidían los casos de las regiones
circundantes.
Las tropas de caballería incluyen a los esclavos de la dinastía que formaban la guardia
personal del Califa. A los alcaides y tropas andalusíes enrolados bajo los Almohades, a
los ghuzz, apreciados como arqueros y caballería ligera y los árabes hilalíes, también a
caballo, que se incorporaron a partir de la conquista de Ifriqiya.
Los voluntarios de la yihad, característicos de las rábitas almohades, a menudo iban como
infantería en primera línea de combate.
Los almohades contrataron a mercenarios cristianos especialmente para luchar contra las
disensiones que se daban dentro de su propio imperio y para pacificar la revuelta de Al –
Massi. Algunos caudillos cristianos como el portugués Geraldo Sem Pavor se pasaron a
lado almohade y muchos caballeros desaforados de Castilla y Aragón actuaron como
refuerzo para las tropas califales siempre que no fuera en contra de sus correligionarios.
Estas tropas se alojaban en rábidas o ciudadelas. En ellas tenían sus propias mezquitas y
lo necesario para aprovisionarse como silos y cisternas.
La administración militar dependía de las oficinas y los secretarios del ejército, ocupados
del censo de las tropas y del pago de sus salarios. Los Almohades utilizaron maquinaria
de sitio que a veces trasladaban por mar.
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A la cabeza de la jerarquía estaban los Diez, luego los Setenta, seguidos de los doctos
(Talaba), los Guardianes (huffaz), la gente “de la casa” de Ibn Tumart (Ahl Al – Dar), los
Masmuda, los Hintata, las gentes de las demás tribus, el ejército (yund) y los
combatientes de la fe (guzat).
Se puede incluir a varios grupos profesionales como los servidores del Estado, (los
burócratas), los almotacenes, los empleados de la ceca, los almuédanos que llamaban a
la oración, los combatientes de la fe, los guardianes y los partidarios del mahdi.
Los principios de asabiyya o lealtad tribal fueron sustituidos por Abd Al – Mumin por la
lealtad al Emir de los creyentes. Se intentó conseguir un balance de las tribus en los
consejos, para evitar la supremacía absoluta de los Masmuda. En un principio la lengua
beréber sirvió para designar al pueblo elegido, finalmente quedó relegada al ámbito rural y
el dominio doméstico y el árabe recuperó su primacía como lengua cultural.
Los Jeques, miembros de los Consejos de los Diez y de los Cincuenta, ejercían los cargos
más altos tanto militares como de gobierno.
Durante la época de Abd Al Mumin, los gobernadores les enviaban a ellos las noticias
sobre la situación en las provincias y eran ellos los que asesoraban al Califa sobre
cualquier cuestión de defensa, administración o economía. No todos los Jeques tenían la
misma importancia.
Los doctos (telaba) fueron, primero, los discípulos del mahdi, a quienes él mismo se
preocupó de formar para propagar su dogma, pero pasaron a convertirse en un grupo
institucionalizado de inspectores doctrinales, encargados de marcar la doctrina del
régimen. Más adelante se les atribuyeron también responsabilidades en la dirección de
operaciones militares y de la flota.
Los más importantes eran los de la Corte, que seguían al Califa en sus desplazamientos,
luego el de la capital y después los “de los Almohades”, responsables de las provincias
hasta que se hacen con los cargos los hijos del Califa en 1156.
La composición de la élite judicial mantiene la misma estructura desde juristas del Magreb
e Ifriqiya a los andalusíes, que prestaban más o menos fidelidad al régimen almohade en
lo religioso, según el lugar que ocupaban en el escalafón y sus preferencias personales.
Muchos de ellos sirvieron fuera de sus lugares de origen, y sus nombramientos por
términos cortos de años servían para que no establecieran demasiados contactos locales
que los llevaran a la insurrección. A la llegada de los Almohades muchos juristas actuaron
como delegados de sus ciudades en el cambio de fidelidades.
Otro grupo vinculado al Califa y que formaba parte de la élite eran los ghuzz, caballeros
de procedencias diversas. Dentro de la Corte se movían numerosos esclavos y eunucos
de la casa del Califa que gozaban de grandes privilegios, entre ellos el de garantizar el
acceso a la presencia del soberano. Eran técnicamente esclavos, pero su absoluta
fidelidad al Califa y las capacidades de las que disfrutaban en la Corte hacen de ellos
personajes mucho más poderosos que muchos ciudadanos libres.
La población urbana estaba organizada por barrios en los que los grupos de vecinos
podían llevar a cabo labores de vigilancia. Las fondas y las mezquitas proveían de
albergue para los transeúntes. La epidemia de 1176 afectó a la población urbana magrebí
y brotes sucesivos afectaron a otras ciudades de Ifriqiya. Las mujeres disfrutaban de
muchas menos libertades y salían menos al espacio público que en la época almorávide.
Ibn Tumart había prohibido la mezcla de sexos en entretenimientos conjuntos y la
propaganda Almohade era contraria a la actividad política de las mujeres.
La mayoría de los habitantes del campo eran miembros de las tribus, que mantenían los
rasgos del campesinado Almorávide incluida la dualidad entre el mundo rural magrebí y el
andalusí.
Durante la conquista del Magreb, las gentes del libro y los Almorávides recibieron una
consideración semejante y en ciudades como Fez, Tremecén y Marrakech fueron objeto
de ataques violentos, además de ser catequizados forzosamente para intentar su
conversión, como en Siyilmasa.
Las tropas de otra religión o los comerciantes gozaban de inmunidad dentro de los
dominios Almohades.
Las comunidades judías de Al – Andalus, más urbanizadas en muchos casos que las
cristianas, emigraron primero al Magreb y desde allí a Egipto donde se les permitía
practicar su religión.
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Esta unicidad era el punto principal de todas las predicaciones hechas por los profetas
hasta Mahoma y debía ser conocida por todos los musulmanes a través del conocimiento
del Corán y del hadiz.
Los viajes de Ibn Tumart y sus discípulos contribuyeron a una verdadera islamización del
Magreb proporcionando a los creyentes de los lugares más apartados las estructuras en
las que pudieran practicar su fe, como nuevas mezquitas, la reparación de las antiguas
que habían caído en desuso, la reparación de canales de agua para proporcionar con qué
hacer las abluciones, etc.
La doctrina Almohade se elaboró durante el reinado de los dos primeros Califas. De los
shiíes tomaron los conceptos del madhi como Salvador al final de los tiempos, su
impecabilidad y el de imán, nombre dado por ellos a los sucesores de Mahoma,
considerados inspirados por Dios y los mejores entre los creyentes, además de ser
descendientes de la tribu de Quarysh, como otros Califas. Se crearon genealogías tanto
para Ibn Tumart como para Abd Al – Mumin que los hacían descender de Ali, yerno de
Profeta.
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Aun así, los grandes juristas siguieron adhiriéndose a la escuela malikí, especialmente los
andalusíes. La obra de Averroes, una compilación de las diversas posturas de las
escuelas jurídicas sobre distintas cuestiones de derecho es tanto una obra malikí como de
derecho almohade.
Los Almohades combatieron cualquier agitación mesiánica alentada por los sufíes que
fuera en contra de su mahdi. Durante el período almohade el número de místicos sufíes
se incrementó en zonas rurales de lengua beréber, donde hombres y mujeres se retiraban
a realizar prácticas ascéticas en pequeños oratorios, atrayendo a discípulos y ocupándose
de la población circundante. Dio lugar a una forma de piedad popular que se manifestaría
en la veneración de estos místicos como santones a su muerte y a veces incluso en vida.
Había que añadir una serie de intelectuales sufíes que institucionalizaron esta vía mística
en los centros urbanos como Abu Madyan, místico sevillano. Sus ideas se difundieron por
el Magreb y fueron seguidas por Al – Shadili que se proclamó descendiente del Profeta,
emprendió la peregrinación y se instaló en Alejandría.
Otra figura del sufismo fue el murciano Muhyi Al – Din Ibn Al – Arabi (Ibn Arabi), se formó
en el Magreb y viajó por El Cairo, Jerusalén, La Meca, Bagdad y Anatolia. Tuvo un gran
grupo de seguidores. Escribió unas 300 obras basadas en el Corán y el hadiz y también
en las ideas neoplatónicas. Muchos ulemas le acusaban de heterodoxia. Sus doctrinas
hablaban de un mesianismo alejado del mahdismo.
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La lucha entre varias facciones de los Zairies condujo a la pérdida de control sobre Ifriqiya
y sus producciones y la ocupación de la costa por los normandos que distorsionaron las
formas de producción anteriores.
Las algaradas de los Banu Ganiya desde Baleares y la destrucción que causaron
ocasionaron problemas.
El abastecimiento de todas estas tribus y ejércitos pasando por el territorio magrebí debió
suponer una merma en sus recursos agrícolas por consumo o por destrucción.
Aspecto destacado del período almohade fue la creación de jardines botánicos donde se
experimentaba con la adaptación de nuevas especies, que posibilitaban la mejora de la
agricultura. Estos jardines ya existieron en períodos anteriores en Al – Andalus pero con
los Almohades conocieron un gran desarrollo. También en el Magreb. Se introdujo la
buhayra, la gran piscina o estanque que permitía planificar jardines de irrigación en torno
a ella. Estas propiedades califales se explotaron en las afueras de todas las grandes
capitales califales, como Marrakech, Fez, Mequínez o Sevilla.
Podían proveer alimentos para las tropas, para la Corte, tenían lujosas residencias para el
solaz de los Califas y proveían espacio para congregar a las tropas antes de una
campaña, con agua para el consumo. Desde el punto de vista agrícola fueron los
principales centros de innovación.
La explotación de las minas del Sahara y el pago del quinto al Califa continuó como en el
período Almorávide, excepto el oro, cuyas minas dejaron de controlarse y esto tuvo un
reflejo inmediato en la moneda Almohade.
Los territorios del Sur y el Gran Atlas eran ricos en minas de plata, posibilitando la
acuñación desde el origen del movimiento. Inicialmente los talleres de acuñación viajaban
con los Califas lo que explica el elevado número de cecas que aparecen en las monedas
y corresponden con las principales ciudades de residencia de la Corte.
Su primer centro fue Tinmal que fortificaron y la casa de Ibn Tumart y la primitiva mezquita
que él construyó en el mismo complejo. Se asemejaban a la casa del Profeta Mahoma en
Medina.
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A la muerte del mahdi el complejo fue ampliado de acuerdo con su nuevo papel como
centro de peregrinación y lugar fundacional de los Almohades. Abd Al Mumin edificó una
gran portada de entrada con expolios de sus conquistas a las que seguiría una gran
mezquita que sustituiría a la antigua. El minarete insertado en su muro se repetiría en
Argel y Salé.
Con la conquista de Marrakech se procedió a reorientar todas las alquiblas de todas las
mezquitas de la ciudad basándose en la presunta ignorancia de los Almorávides sobre las
cuestiones de culto, y se derruyó uno de los palacios para edificar la gran mezquita
Kutubiyya, que se conectó con los nuevos edificios mediante un pasadizo, a imitación de
los alcázares Omeyas de Córdoba.
Este esquema de gran mezquita y residencia del Califa construida junto al centro urbano,
separado por una gran plaza que servía a la vez para funciones representativas y para
proteger a los Almohades de los ciudadanos en caso de revuelta se convirtió en un
distintivo de la arquitectura almohade en sus dominios.
Una segunda Kutubyya se inició en 1158 con materiales del expolio de Córdoba y Medina
Azahara. Su minarete exento se convirtió en otra marca de la arquitectura Almohade
copiado en la Giralda de Sevilla (1184 – 1188).
Las rábidas (ribats) se extendieron por la geografía Almohade. Frente a la ciudad de Salé
se construyó Rabat.
Las ciudadelas exteriores son otra forma del urbanismo Almohade. Se construyeron fuera
de las ciudades conquistadas de Al – Andalus para albergar a las tropas Almohades y
evitar la superpoblación y destrucción en otros barrios de la ciudad, donde el gran número
de soldados chocaban con los habitantes, sobre todo andalusíes.
Tenían forma rectangular en sus recintos de muralla y solían situarse a pequeña distancia
del antiguo centro urbano, a veces separadas por un arrollo o algún otro accidente
geográfico como una quebrada o similar.
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Los edificios se coronaban con bóvedas de arcos entrecruzados que sirven para
identificarlos, y se adornaban con arcos polilobulados con yeserías, técnicas que servían
para arquitectura civil, religiosa o militar. Las grandes puertas monumentales marcaban
los recintos de muralla y los palacios de la Corte como forma de representación política,
imitando la entrada triunfal de Medina Azahara y vinculándolos con los Omeyas.
El mayor cambio durante la segunda mitad del S.XII fue la incorporación de importantes
colonias de mercaderes cristianos en Al – Andalus y el Norte de África favorecidas por los
Almohades.
Estaban los catalanes y las ciudades mercantiles italianas, en especial, Pisa y Génova
con las que existieron tratados a partir de 1161. Los fondacos y casas de las distintas
nacionalidades se establecieron en Bugía, Túnez, Al – Mahdiyya, Almería, Sevilla, Málaga
y otros puertos dando lugar a importantes barrios comerciales. El Papado y los reyes
cristianos se preocuparon de asegurar los pactos y la atención espiritual necesaria para
estos cristianos durante los S.XII y S.XIII, incluso en períodos de teórica cruzada.
Los Almohades acuñaron menos moneda de oro que los Almorávides. Quizá utilizaron
también el dinar como moneda de cuenta. No tuvieron un acceso fácil al oro sudanés.
Las cerámicas de este período son cada vez más especializadas. Sus formas
corresponden a usos determinados: las piezas usadas como contenedores de agua se
hicieron con pastas blancas porosas que garantizaban el frescor, los braseros utilizaron
elementos plásticos para resistir el calor, los tinteros se hicieron con forma de cilindro
macizo y 7 huecos, para contener los cálamos. Como técnicas de decoración se utilizaron
el estampillado, la incisión y los vidriados monocromáticos en todos los talleres
regionales, el esgrafiado y la loza dorada se realizaron en talleres levantinos. Hay una
técnica de engobe rojo llamada “cerámica escarlata” que se utilizaba para pequeñas
jarritas de paredes muy finas.
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Las cuestiones internas que preocupaban al Califa eran la unidad de los señores (sayyids)
Almohades, el respeto a las tribus árabes, instaladas en el Magreb mediante soldadas del
Califa y a los mercenarios kurdos y turcos, ya que no se les habían hecho concesiones
territoriales, y el estado de las fronteras en Al – Andalus, amenazadas permanentemente.
El último Califa Almohade importante fue Abu Abd Allah Muhammad Al Nasir (1199 –
1213).
En 1201 una inundación del Guadalquivir que afectó a todo el valle entre Córdoba y Cádiz
provocó víctimas y destrucciones.
Los sayyids andalusíes dividieron su apoyo entre los diferentes candidatos e incluso
buscaron apoyo en los reinos cristianos.
La familia Almohade se dividió en dos ramas diferentes que apelaron al apoyo de las dos
partes del imperio, el Magreb y Al – Andalus, contribuyendo a su mayor debilidad.
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Idris Al – Mamun (1226 – 1232), uno de los hermanos de Al – Nasir y nieto de Ibn
Mardanish de Murcia, rechazó la ideología oficial del Islam Almohade, en concreto, que
Ibn Tumart fuera el mahdi, eliminando las referencias a él. Dejaba al Califato desprovisto
de su ideología fundacional y los gobernadores de Ifriqiya se sintieron autorizados a
desmembrarse, creando el Túnez Hafsí. Los Zayyaníes de Argelia se dividieron en torno a
Tremecén, fundando el Emirato del mismo nombre, con la fidelidad de las tribus Zanata.
En el extremo occidental, los Banu Marin o meriníes, también de origen Zanata, se
expandieron hacia el Atlántico y fueron cubriendo los vacíos de población dejados por las
bajas Almohades. A partir de 1230 fueron subyugando a las tribus en torno a Fez y
Mequinez hasta hacerse con estas ciudades. Los últimos 3 Califas no pudieron unir a los
Almohades y se fueron perdiendo Rabat, Salé, Siyilmasa… hasta que el Califato
Almohade se desintegró en 1269 cuando no pudieron mantenerse en Marrakech. El resto
del país estaba controlado por los Banu Marín que lo gobernaban desde Fez.
Estos Emires o Sayyids se vieron obligados a negociar con Fernando III o Jaime I en
busca de su apoyo a cambio de pagarles parias y cederles fortalezas cuya tenencia luego
disfrutaron, llegando algunos a convertirse al cristianismo. La utilización de las
disensiones internas a favor de la política de los cristianos facilitó la conquista de muchos
territorios.
Muhammad Ibn Hud, soldado del yund de Murcia que se decía descendiente de los
soberanos Hudíes de la Taifa de Zaragoza, se enemistó con el gobernador de la ciudad y
abandonó la capital para refugiarse en un castillo de la zona de Ricote donde se le
unieron partidarios y se rebeló contra los Almohades en 1228. Aprisionó al gobernador,
proclamó la soberanía de los Abbasíes sobre Murcia y tomó el título Almorávide de Amir
Al – Muslimin y el sobrenombre de Al – Mutawakkil. La reivindicación de la pertenencia al
Califato Abbasí fue fundamental para su éxito y perduró hasta la toma de Bagdad por los
mongoles (1258).
Toda la simbología del poder, estandarte negro, monedas con el nombre del Califa,
mención documental e incluso su nombramiento como lugarteniente del Califa de Bagdad,
así como la visita de sus embajadores en Murcia, hicieron de Ibn Hud un líder al que
siguieron en otros territorios. Su mensaje seguía las enseñanzas de la corriente mística
sufí de Ibn Sabin de Murcia. Combatió a Abu Zayd de Valencia al que venció. Los
habitantes de Almería se rebelaron, los de Sevilla se unieron a él en Octubre de 1229 y a
principios de 1230 había sido reconocido en varias ciudades aunque le abandonaron
pocos años después. Sufrió una derrota ante los leoneses cerca de Mérida (1231) y
aceptó pagar tributo a los cristianos lo que supuso una grave pérdida de su prestigio y una
presión fiscal creciente para sus seguidores.
Ibn Hud fue asesinado en Almería por orden del Visir y gobernador de la ciudad (1238).
Tras un breve período de obediencia a Ibn Mardanish, los murcianos restauraron a los
Hudíes pero bajo la égida castellana.
Valencia fue la única ciudad de Levante donde no se reconoció la autoridad de Ibn Hud.
El Sayyid Abu Zayd, su gobernador Almohade, consiguió mantenerse en el poder a pesar
de que Aleira, Denia y Játiva sí se aliaron con Ibn Hud.
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Abu Zayid consiguió mantener sus fortalezas y negociar con los cristianos la pervivencia
de su poder.
Zayyan nunca se avino a reconocer a Ibn Hud como representante legítimo del Califa y
Valencia fue asediada por los murcianos.
Zayyan tuvo que pedir ayuda a los Hafsíes de Túnez ofreciéndoles a cambio su
reconocimiento y tuvo que proponer la paz a Jaime I en el Invierno de 1237 – 1238,
retirándose a Cullera y Denia, donde los murcianos le propusieron que les gobernase al
año siguiente sin éxito. Zayyan emigró a Túnez.
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