Texo Pablo Pineau
Texo Pablo Pineau
Texo Pablo Pineau
Pineau
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En 1845, Sarmiento comenzó un viaje de casi dos años por Europa y Estados Unidos de
América, enviado por el gobierno chileno para observar la organización y los métodos
adoptados para la educación primaria en esos lugares. Allí conoció y analizó los sistemas de
educación de, entre otros, Francia, Suiza, Prusia, España e Inglaterra.
En este último país, leyó un Informe del viaje educacional que Horace Mann, secretario de
educación del Estado de Massachusetts. Admirado por los supuestos político-ideológicos y
la organicidad del informe, Sarmiento decidió conocer las instituciones de la educación
pública de Estados Unidos. Durante dos meses, recorrió con admiración la Norteamérica
sajona: encontró allí una sociedad civil organizada, y vio el crecimiento de su sistema de
instrucción pública, fascinado por el sistema concebido por quien él recordaría por siempre
como el “padre de la educación norteamericana”.
Producto de ese largo viaje, en 1849 aparece Educación popular, donde Sarmiento realiza
un balance detallado de lo visto y formula un conjunto de propuestas. Si bien se trata de un
texto elaborado para el gobierno chileno, puede ser pensado para su
futura implementación, cuando los tiempos políticos lo dispusieran, en la Argentina.
Sea como fuere, Sarmiento presenta allí su modelo ideal de educación en una sociedad
basada en el capitalismo de libre concurrencia con pequeños propietarios, cuyo
funcionamiento en los Estados Unidos lo había entusiasmado.
Sarmiento se debatía entre dos grandes referencias para organizar la educación popular en
América Latina: el modelo prusiano y el estadounidense. En el primer caso, Humboldt le
había confiado su organización a las autoridades estatales prusianas, centralizando la
prestación del servicio educativo. Este modelo garantizaba la implementación de ciertos
niveles de cohesión curricular sobre el conjunto de las escuelas. Esta experiencia fue
imitada por otras naciones europeas, en buena medida, porque a través de esa modalidad se
habían alcanzado los índices de escolarización más altos del continente.
Sarmiento admiraba los Estados Unidos, y justificaba su rápido desarrollo tanto por su
“carencia de historia” y de resabios del pasado como por su tendencia a la participación
popular. Era, según él, una sociedad totalmente nueva, que no debía oponerse a
elementos previos retrógrados y que, por lo tanto, incentivaba el desarrollo democrático de
la comunidad. Esto había permitido la generación
De Europa, Sarmiento tomó las estrategias para combatir al enemigo. La privilegiada fue
concebir un Estado centralizado. Reorientó sus esfuerzos en la formación de un Estado
educador moderno vertical y centralista. Es posible suponer que esa era una
estrategia temporaria que debería dar lugar al sistema descentralizado y participativo
estadounidense una vez que se hubiera logrado civilizar a los sectores bárbaros. Como un
ejercicio de esto, Sarmiento planteó a nivel nacional, al igual que ya lo había hecho a nivel
provincial en la citada ley, algunas instancias participativas de la sociedad civil en el
Sistema de Instrucción Pública, como el Consejo Nacional de Educación, los Consejos
Escolares y las Bibliotecas Populares. Para el sanjuanino, la responsabilidad principal del
Estado como garante de la educación no significaba el desentendimiento de la
sociedad civil, sino una redistribución de los antiguos roles expresada en una triple
interpelación del padre de familia, como contribuyente, como vecino y como patriota.
Sobre las ideas de Sarmiento, y por medio de las leyes provinciales y nacionales, hacia 1880,
fue establecido en la Argentina el sistema educativo oficial, que tuvo en sus orígenes como
finalidades principales integrar disciplinadamente a los sectores populares, y funcionar
como una instancia de legitimación política para las élites gobernantes. El potencial
democrático de este modelo radica en que, al menos a nivel retórico, todos los sujetos
posibles de ser “civilizados” debían concurrir a la escuela en, siempre desde la proclama,
igualdad de condiciones. Esta política explica la rápida difusión de la escuela, así como la
acelerada elevación de la tasa de alfabetización a partir de dicho momento.
Pero esta propuesta se asienta en una contradicción básica. Para Sarmiento, “civilizar al
bárbaro” y “educar al soberano” constituían el mismo proceso social, por lo que el triunfo
de los procesos democratizadores tenía como contracara la erradicación de los
sujetos sociales previos. El sistema educativo construyó en su sujeto pedagógico a la
“población”, compuesta solo cuantitativamente por la totalidad de los sujetos –los
“individuos”– y no cualitativamente los gauchos.
Este fue su rasgo más paradojal: Sarmiento forjó las condiciones para que la educación
fuera un bien común, un derecho básico para todos, pero no titubeó en dejar a cientos de
miles fuera de su alcance; talló el contorno de un pueblo al que buscó extirpar
sus elementos identitarios; insistió como nadie en que las puertas de las escuelas eran la
entrada a mejores futuros, aunque sus aulas no resultarían hospitalarias con todos. Muchos
de los pedagogos y maestros que lo sucedieron retomaron ese mandato. Los educadores
latinoamericanos de fines del siglo XIX y comienzos del XX fueron, en buena medida,
herederos y seguidores del discurso sarmientino porque, tras los límites del discurso
pedagógico elaborado por el sanjuanino y su concepción de pueblo, sólo podían imaginar el
caos de la barbarie o el retorno de la colonia ultramontana.