C2 - Tedesco y Cardini. Educación y Sociedad en La Argentina
C2 - Tedesco y Cardini. Educación y Sociedad en La Argentina
C2 - Tedesco y Cardini. Educación y Sociedad en La Argentina
1. Introducción
Para analizar la evolución de la educación argentina en los últimos cien años es importante tomar la
actualidad como término de referencia. Numerosos testimonios indican que existe una fuerte
representación social según la cual teníamos una educación de muy buena calidad y la hemos perdido. El
origen de esa decadencia tiene fechas y explicaciones diferentes: la crisis del modelo económico agro-
exportador y el primer golpe de Estado en 1930; el desprecio por la actividad intelectual expresada en la
consigna de “alpargatas sí-libros no” en los años ’50; el golpe de Estado de 1966 y su expresión
emblemática en educación, conocida como “la noche de los bastones largos”; las reformas y las políticas
de los años ’90, tanto a partir de las transferencias de las escuelas a las provincias y la implementación de
la reforma educativa como por la crisis social que produjo la caída de vastos sectores de población por
debajo de la línea de pobreza.
Nadie parece dudar, sin embargo, que el sistema educativo argentino diseñado a fines del siglo
XIX está atravesando una crisis profunda, para muchos de carácter terminal. Paradójicamente, la crisis del
sistema ha aumentado la visión nostálgica y positiva de su funcionamiento. Ahora que la hemos perdido,
todos tienden a elogiar las virtudes de la educación argentina tradicional y a reconocer sus valores no sólo
en términos específicamente pedagógicos sino también en su papel con respecto a la movilidad y la
cohesión social.
Esa visión de la educación argentina surge de una articulación compleja entre discurso y realidad.
La representación social de la educación no se fundamenta sólo en datos objetivos sino en los discursos
que otorgan legitimidad a determinadas políticas. Desde este punto de vista, es posible sostener que varios
proyectos discursivos han hegemonizado el campo de las políticas educativas en el último siglo. En este
texto intentaremos ofrecer un análisis socio-histórico de la educación en nuestro país a partir de tres
proyectos dominantes. En primer lugar, abordaremos el paradigma vigente a fines del siglo XIX, donde la
educación se caracterizó fundamentalmente por su función política en el contexto del proceso de
construcción del Estado-Nación. En segundo lugar, analizaremos las ideas y los cambios producidos
durante las décadas de los años ‘50 y ’60, basados en las teorías desarrollistas según las cuales existe (o
debe existir) una articulación directa entre educación, recursos humanos y desarrollo económico y social.
En tercer lugar, indagaremos los discursos y las políticas que caracterizaron la década de los años noventa
donde -en el marco de los procesos de globalización y de diseño de un nuevo tipo de capitalismo- se
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elaboró un discurso educativo caracterizado por la centralidad del conocimiento en la sociedad. Por
último, a modo de conclusión, se presentan algunos ejes de análisis para pensar las perspectivas futuras
del sistema educativo argentino.
El diseño original del sistema educativo argentino, situado en las dos últimas décadas del siglo XIX, está
estrechamente asociado al paradigma según el cual la educación tiene una función predominantemente
política en la sociedad. Este sentido político de la educación tiene al menos dos dimensiones. La primera
de ellas se relaciona con la expansión de la enseñanza ligada a la necesidad de construir la identidad
nacional para garantizar la cohesión social y la estabilidad política, en el marco de una activa estrategia de
atracción de inmigrantes. La segunda dimensión se refiere a la formación de la clase política. Si la
enseñanza primaria estaba destinada a socializar al conjunto de la población en los valores propios del
proceso de modernización y unidad nacional, la escuela secundaria y la universidad fueron concebidas
como las herramientas privilegiadas para formar a la elite dirigente.
La visión popular señala a Sarmiento como el principal responsable de la difusión de este modelo
educativo. Sin embargo, el pensamiento sarmientino no fue el único y ni siquiera se puede decir que haya
sido el dominante en términos de las decisiones y de las políticas específicas que se adoptaron en ese
período2.
Al respecto, es importante recordar que para Sarmiento era absolutamente prioritario expandir en
forma universal la escuela primaria. Esta prioridad se apoyaba en el papel de la educación en el proceso
de construcción de la identidad nacional y en la incorporación de la población a los códigos de la
modernidad: lectura, escritura, cálculo, valores de orden y disciplina. Las variables más importantes para
socializar en dichos códigos al conjunto de la población, tanto nativa como inmigrante, eran la escuela
primaria y el maestro. No obstante, la prioridad del nivel primario no fue aceptada con el mismo
entusiasmo por todos los miembros de la clase política de entonces. Alberdi, por ejemplo, no creía en la
escuela sino en la “educación de las cosas” y pensaba que era mejor invertir en obras públicas e
infraestructura más que en la educación formal. Mitre, por su lado, confiaba más en la necesidad de
formar a la clase política antes que a la población en su conjunto y fue por su iniciativa que nacieron los
Colegios Nacionales. Mitre justificó esa creación sosteniendo que estas instituciones debían habilitar “...al
hombre para la vida social, desenvolviendo en más alta escala sus facultades, elevando así el nivel
intelectual, de modo que el saber condensado en determinado número de individuos obre en la masa de la
ignorancia, difunda en ella una luz viva y sostenga con armas mejor templadas las posiciones desde las
cuales se gobierna a los pueblos” (Mitre en Solari, 1949;204). Entre estas visiones, la de Sarmiento
representaba la versión más “progresista” dentro de los miembros de su generación, y fue su perspectiva
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la que quedó plasmada fundamentalmente en la Ley 1.420, que en 1884 estableció la obligatoriedad, la
gratuidad y la laicicidad de la escuela primaria.
La meta de una escolaridad básica universal se logró, sin embargo, un siglo después de sancionada
la norma legal. En efecto, como indica el Cuadro 4 del Anexo Estadístico, si bien es cierto que la tasa de
asistencia escolar de niños en edad de asistir a la primaria se duplica entre 1869 y 1914 (pasando de 26%
a 56%), recién en 1980 comienza a superar el 93% y en 1991 alcanza el 97%. En este proceso, el papel
del Estado fue fundamental. La educación pública fue la responsable tanto de la expansión cuantitativa
como de los altos niveles de calidad alcanzados hasta mediados del siglo XX. Durante las primeras
décadas de este siglo, nadie dudaba del papel activo que debía jugar el Estado en la provisión de un
servicio educativo de calidad. El debate con los sectores privados se reducía fundamentalmente a la
Iglesia Católica y se refería más a los contenidos de la enseñanza que al control de los establecimientos.
Más que en montar su propio sistema educativo, la Iglesia buscaba influir sobre la escuela pública. Por
otra parte, las comunidades inmigrantes mayoritarias eran pobres y sólo se desarrollaron escuelas
privadas vinculadas a sectores de la elite y a comunidades extranjeras.
El debate sobre el papel de Estado se concentró fundamentalmente en la distribución de
responsabilidades entre el nivel nacional, el provincial y el municipal. En estos puntos, el pensamiento de
Sarmiento también es más polémico y complejo de lo que la imagen posterior ha recogido. En su viaje
por Francia y por Estados Unidos descubrió la existencia de tradiciones administrativas muy diferentes, y
si bien admiró la visión curricular francesa de construcción de la homogeneidad cultural a partir de los
valores del racionalismo positivista, desde el punto de vista administrativo asumió el enfoque sajón,
según el cual las escuelas debían estar gobernadas por los poderes locales y la participación de los padres
debía ser fuertemente incentivada. No olvidemos que fue por su iniciativa que se crearon los consejos
escolares municipales en la Provincia de Buenos Aires. En este punto se confrontó con la visión más
centralista de la elite porteña gobernante, que prefirió concentrar el poder en el gobierno central. En este
esquema, las normas constitucionales y legales asignaban a las provincias la responsabilidad de garantizar
la escolaridad básica mientras que a la Nación les correspondían los niveles secundario y superior. Sin
embargo, ante la dificultad de algunas provincias para garantizar el cumplimiento de la escolaridad básica
obligatoria, la Ley Lainez de 1905 autorizó al gobierno central a crear y administrar escuelas primarias en
aquellos lugares donde las provincias no pudieran hacerlo.
La prioridad por una escuela básica, pública y obligatoria, estuvo acompañada por una oferta
curricular –contenidos y métodos de enseñanza– fuertemente influida por el positivismo racionalista que
dominó en las Escuelas Normales formadoras de maestros. En este esquema, el laicismo y los métodos
pedagógicos basados en la autoridad del maestro y su control estricto del proceso de enseñanza-
aprendizaje ocuparon un lugar importante. Si bien el debate pedagógico fue bastante intenso y desde muy
temprano aparecieron versiones que hoy llamaríamos anti-autoritarias, lo cierto es que la imagen sobre la
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cual hoy se evoca a la escuela pública argentina de las primeras décadas del siglo XX es una imagen
centrada en una oferta curricular homogénea para toda la población, racionalista, con fuerte concentración
de la autoridad en el maestro, cuyo oficio se definía a partir del dominio de un conjunto de reglas
didácticas para enseñar a todos de la misma manera. La escuela estaba revestida de cierto carácter sagrado
y los rituales escolares eran muy fuertes: izar la bandera, cantar canciones patrias, vestir guardapolvo
blanco, honrar a los próceres nacionales, respetar la disciplina, y aceptar que el progreso o el fracaso en la
jerarquía escolar era los factores que definían el lugar de cada uno en la escala social.
La escuela primaria se continuaba en un nivel secundario de escolaridad que ofrecía varias
posibilidades: el bachillerato, el comercial, el industrial y la Escuela Normal. Si bien el bachillerato era la
“vía real” hacia la universidad, el resto de las modalidades –que fueron pensadas como alternativas para
evitar un exceso de demanda sobre la universidad- terminaron por cumplir esa misma función. Los rasgos
de homogeneidad curricular fueron también muy fuertes en el nivel medio, donde existió siempre mucho
más participación del Estado nacional que en la escuela primaria. La universidad, por su parte, era la
culminación de la carrera educativa pero en ella el conflicto con el Estado se expresó desde muy
temprano y la Reforma de 1918 permitió que la historia de la universidad se escribiera alrededor del tema
del gobierno institucional y de la autonomía con respecto al Estado.
Es evidente que este somero panorama no hace justicia a la complejidad del proceso de diseño del
sistema educativo argentino que tuvo lugar a finales del siglo XIX. En términos generales, sin embargo,
es posible sostener que la escuela fue el factor más importante en el proceso de construcción de una
identidad nacional, por encima de los particularismos locales. Pero también es cierto que en este proceso
la escuela actuó en forma relativamente aislada. La construcción de la identidad nacional no fue
acompañada por otras experiencias que permitieran fortalecer la unidad de sentido de todos los habitantes
del territorio nacional. Desde el ámbito económico y político las experiencias no tuvieron la misma
potencialidad inclusiva que la escuela. La concentración de la propiedad de la tierra en pocas manos
impidió que tanto los habitantes nativos como los inmigrantes asumieran la integración del territorio
nacional como un proceso propio. La “Campaña al Desierto”, por ejemplo, no sirvió como una épica para
fomentar el sentimiento de identidad nacional. La incorporación a la ciudadanía política también fue un
proceso conflictivo y precario, donde los golpes militares recurrentes impedían que el ejercicio de la
soberanía popular verificara los principios que pretendía transmitir la escuela. En todo momento, el
discurso “nacional” estuvo asociado a un determinado grupo, que excluía a los otros. La opción
“civilización o barbarie” siempre estuvo presente en el proceso de construcción de la identidad nacional y
la escuela sólo pudo operar sobre dicha construcción en forma aislada y a través de dimensiones
puramente simbólicas.
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Aun en este contexto de acción aislada –o quizás debido precisamente a ese relativo aislamiento- el
diseño del sistema educativo tradicional mostró una gran capacidad de desarrollo y de adaptación a
situaciones cambiantes durante el siglo XX. Este proceso, sin embargo, mostró síntomas muy claros de
agotamiento, particularmente a mediados del siglo pasado. Los sucesivos golpes militares mostraron la
precariedad del proyecto, tanto desde el punto de vista de su capacidad para respetar las consecuencias de
la inclusión social de los sectores populares, como para lograr que su mensaje socializador fuera
efectivamente asumido por el conjunto de los actores del proceso pedagógico, particularmente por
aquellos tradicionalmente excluidos de la acción escolar.
En este sentido, el desarrollo de la educación durante la primera mitad del siglo XX pone de
manifiesto el carácter parcial del proyecto educativo representado por la Ley 1.420. De hecho, es
importante recordar que dicha Ley no fue “nacional” desde el punto de vista territorial. Su aplicación sólo
tenía vigencia en las escuelas que dependían de las autoridades nacionales (establecimientos de la Ciudad
de Buenos Aires, de los Territorios Nacionales y aquellos creados bajo el régimen de la Ley Láinez). En
el resto de las instituciones escolares gobernaban, en cambio, los principios establecidos por leyes
provinciales. En varios casos, estas normativas se distinguían y hasta se contraponían a la Ley 1.420
estipulando, por ejemplo, la enseñanza religiosa obligatoria en las escuelas de la jurisdicción.
Los múltiples mensajes socializadores que caracterizaron la conformación del sistema educativo
argentino, sumados al hecho de que la universalización de la escuela primaria fue un proceso lento,
heterogéneo y desigual, son dos elementos claves que tienden a subestimarse tanto por la literatura
académica como por las visiones populares de la educación argentina. En este sentido, el surgimiento a
mediados del siglo XX de una postura ideológica con fuerte contenido anti-intelectual, antagónica a la
que inspiró el desarrollo de la educación en nuestro país, no parece casual. El lema “alpargatas sí-libros
no” es una expresión de ese fenómeno, que refleja no sólo la percepción “libresca” que algunos sectores
populares tenían de la cultura, sino también la incapacidad del proyecto “culto” para incorporar a los
sectores populares3.
Estas ideas, que en primera instancia fueron impulsadas fundamentalmente por agencias
internacionales como la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y
la Tecnología) y por organismos regionales como la OEA (Organización de los Estados Americanos) y la
CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), pronto encontraron eco en instituciones
nacionales. De hecho, en la Argentina, la creación del CONADE (Consejo Nacional de Desarrollo) en
1961 expresó la combinación de esta racionalidad planificadora con las ideas desarrollistas, en el seno
del aparato estatal. El documento “Educación, Recursos Humanos y Desarrollo económico-social”
(CONADE, 1968), donde se realizan proyecciones estadísticas para la definición de las necesidades y
propuestas educativas del país, es un claro ejemplo de estas tendencias.
Ahora bien, si estas ideas dominaron la agenda y la reflexión educativa, particularmente en las
décadas de los años ’50 y ’60, la realidad fue mucho más compleja y dinámica que las teorías. En primer
lugar, quedó de manifiesto que las consecuencias económicas, sociales y políticas de los procesos de
reconstrucción de posguerra en los países centrales fueron muy diferentes en los países periféricos como
la Argentina. La articulación entre educación, productividad, puestos de trabajo y salarios asume
significados distintos según los contextos sociales. La teoría del capital humano mostraba significativas
limitaciones para explicar el particular desarrollo industrial argentino, a lo cual se añadía el alto grado de
inestabilidad política y los profundos conflictos ideológicos que caracterizaron la vida social en esos años.
Desde este punto de vista, fue paradójico constatar que la expansión de los enfoques que ponían el
acento en la función económica de la educación y en su racionalidad planificadora tuvo lugar en un
contexto de agudización de los conflictos ideológicos. La Revolución Cubana a nivel regional y la disputa
con el peronismo a nivel nacional, convirtieron al sistema educativo en un espacio de fuertes
controversias ideológicas. La universidad fue el lugar más cargado por este debate pero, como veremos
más adelante, no por ello el único4. A su vez, la inestabilidad política de este período y la sucesión entre
gobiernos civiles y miliares provocaron un fenómeno singular en Argentina: los proyectos educativos
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modernizadores inspirados en la teoría del capital humano carecieron de legitimidad política al estar
asociados a gobiernos militares.
Pero no fue ésta la única limitación de estos enfoques. En un plano más estructural, es preciso
recordar que las teorías de planificación de los recursos humanos tampoco se articulaban estrechamente
con el tipo de desarrollo industrial argentino. La manufactura nacional basada en la sustitución de
importaciones y en la presencia de fuertes aparatos sindicales, estuvo vinculada con mecanismos de
satisfacción de las demandas de calificación de la mano de obra más complejos que la simple cantidad de
años de estudio. Los estudios al respecto mostraban que –salvo en los extremos de las pirámides
educacional y ocupacional- la articulación entre años de estudio y puestos de trabajo era
significativamente baja (Tedesco, 1978).
En este contexto, las tendencias educativas de estos años respondieron tanto o más a demandas
sociales relativamente desarticuladas que a los requerimientos de un proyecto educativo coherente. El
ejemplo más elocuente de esta dinámica es el que se refiere a la expansión de la educación privada. Tal
como indica el Cuadro 3 del Anexo Estadístico, entre la década del cincuenta y la del sesenta, la matrícula
de educación privada en el nivel primario se triplicó (pasando de representar el 8% al 15% del total) y en
el nivel secundario se duplicó (pasando del 21% al 33% de los alumnos de la enseñanza media). Dicha
expansión fue de tal magnitud que no es posible explicarla sin aludir a una fuerte demanda social por
parte de los sectores medios, que buscaban señales de diferenciación ante la progresiva universalización
de la cobertura educativa.
La segmentación del sistema educativo estuvo acompañada a su vez por un complejo proceso
vinculado a las transformaciones culturales e ideológicas producidas en la sociedad. El autoritarismo
político y la interrupción de los procesos democráticos se expresaron con particular virulencia en el
sistema educativo, conceptualizado y utilizado como “aparato ideológico”. Paradójicamente, sectores
políticamente antagónicos coincidieron en este enfoque. Así, mientras los enfoques críticos sostenían el
carácter reproductor e ideológicamente conservador de las prácticas educativas, los sectores
conservadores percibían al sistema educativo como una agencia subversiva. En esta pugna, se perdió
buena parte de la capacidad del sistema educativo para transmitir conocimientos y formar en el dominio
de los principales códigos de la modernidad. Mientras los proyectos educativos autoritarios buscaron
definir aquellos contenidos que no había que enseñar y aquello que era preciso destruir, los enfoques
críticos concibieron la relación maestro-alumno bajo la metáfora del vínculo entre el amo y el esclavo,
donde la enseñanza aparecía directamente asociada a la dominación. Como ejemplo de esta pugna,
pueden evocarse los procesos sufridos por la Universidad, particularmente la Universidad de Buenos
Aires. La UBA vivió un momento de significativo desarrollo científico entre los años 1955-1966, que fue
destruido tanto por las visiones autoritarias expresadas en el golpe de 1966 como por las visiones críticas
que consideraban ese proyecto como una expresión del cientificismo reformista, incompatible con el
proyecto revolucionario (Tedesco, 1983).
Una doble demanda estimuló las reformas en el sistema educativo. Desde el sector productivo, los
cambios en la organización del trabajo asociados al desarrollo de las nuevas tecnologías de la información
provocaron demandas nuevas en la formación de los trabajadores. Desde la dimensión política, el retorno
a la democracia y al Estado de Derecho acentuó la preocupación por formar ciudadanos reflexivos,
capaces de enfrentar los nuevos desafíos del proceso de fortalecimiento de la democracia. Esta doble
demanda, sin embargo, tenía un significado muy diferente al tradicional. En el modelo de producción
industrial clásico –el modelo fordista- formar para el trabajo y formar para la ciudadanía exigían el
desarrollo de competencias diferentes o antagónicas. El trabajo requería disciplina, obediencia y
adecuación al ritmo de la cadena de producción, mientras la ciudadanía exigía participación, reflexión y
espíritu crítico. En contraste, los nuevos modelos de organización del trabajo, al menos teóricamente,
eliminaban esta contradicción ya que concebían que las competencias para la producción y para la
ciudadanía tenían un núcleo común. Sobre esta base, fue posible que desde diferentes perspectivas
teóricas y políticas se reconociera la importancia central de la educación y del conocimiento, tanto en el
desarrollo económico como en el comportamiento ciudadano.
Sin embargo, a pesar del amplio consenso acerca de la necesidad de reformar la educación, los
acuerdos comenzaron a desvanecerse a la hora de discutir los sentidos y las estrategias concretas de la
reforma. Desde el comienzo, se distinguieron dos orientaciones diferentes. La primera perspectiva
consideraba prioritarios aquellos aspectos vinculados con el logro de mayores niveles de eficiencia en la
gestión educativa, como por ejemplo, la descentralización, la autonomía, la evaluación de los resultados y
los incentivos al rendimiento. El segundo enfoque ponía el acento en la necesidad de llevar adelante
políticas destinadas a lograr niveles adecuados de equidad para garantizar el carácter sostenido del
proceso de desarrollo educativo y social. Desde el punto de vista político, mientras los primeros confiaban
más en el mercado como mecanismo de distribución de los recursos educativos, los segundos sostenían la
necesidad de concebir a la educación como política de Estado. A nivel regional, estas disímiles posiciones
quedaron cristalizadas en los informes “Prioridades y estrategias para la educación” (Banco Mundial,
1996) y "Educación y conocimiento: Eje de la transformación productiva con Equidad
(CEPAL/UNESCO, 1996), respectivamente.
En el ámbito nacional, luego del período inicial de retorno a la democracia, donde tuvo lugar un
amplio proceso de discusión sobre las transformaciones educativas en el marco del Congreso Pedagógico
realizado en 1986, en los noventa se inició una reforma del sistema educativo estructural y profunda. La
Ley Federal de Educación, sancionada en 1993, planteó, entre otras cuestiones, la extensión de la
obligatoriedad escolar -que pasó de siete años a nueve; el cambio de la estructura del sistema educativo,
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al reemplazarse la tradicional primaria y secundaria por la educación general básica y el polimodal con
diferentes orientaciones; la renovación de los contenidos curriculares de todos los niveles de la educación
básica y la formación docente; reformas de modernización institucional; la creación de un sistema
nacional de evaluación de la calidad; la implementación de políticas compensatorias a partir de la
ejecución del Plan Social Educativo; el desarrollo del programa de capacitación y perfeccionamiento
docente a partir de la creación de la Red Federal de Formación Docente Continua; y, por último, el
incremento del presupuesto educativo (aunque este último aspecto no alcanzó los niveles que se habían
previsto y regulado en la Ley).
A su vez, y adentrándonos ahora en el análisis de los resultados de la reforma, podemos advertir que
su implementación trajo aparejada una nueva división del trabajo entre el Estado Nacional y las
provincias. A partir de la transferencia de los servicios educativos de la Nación a las jurisdicciones
provinciales (Ley 24.049 de 1991) y de las funciones definidas para cada ámbito en la Ley Federal de
Educación, el Estado Nacional se reservó la facultad de la orientación técnico pedagógica, la producción
de la información y las políticas de compensación de las desigualdades. Por su parte, el Consejo Federal
de Educación quedó definido como la instancia de negociación y articulación de políticas, y las
provincias asumieron la mayor parte de la responsabilidad en el financiamiento así como en la definición
de políticas para la educación básica. En términos prácticos, sin embargo, la descentralización educativa
no estuvo acompañada de mecanismos de cohesión que permitieran mantener la unidad de un sistema
federal. La división de roles propuesta no parece haber compensado la fuerza centrífuga de la
descentralización. Al terminar la década, la fragmentación del sistema educativo argentino era visible en
casi todas sus dimensiones.
Estas transformaciones tuvieron lugar en un contexto regional donde el cambio educativo seguía
tendencias comunes (ver, por ejemplo, Navarro y otros (2001) y Gajardo (1999)). No obstante, una de las
peculiaridades del caso argentino fue que la reforma provocó interpretaciones y críticas a partir de las
cuales puede apreciarse que fue percibida simultáneamente como una estrategia destinada a mantener los
estilos burocráticos tradicionales de la gestión de servicios públicos y como la operacionalización a nivel
educativo de las políticas neoliberales. Los representantes teóricos y políticos del neoliberalismo
criticaron las transformaciones por su carácter tradicional y postularon propuestas alternativas basadas en
el financiamiento a la demanda, la desregulación de la actividad privada y de los regímenes laborales
docentes (ver, por ejemplo, FIEL-CEP, 2000a y 2000b). En contraposición, la literatura de orientación
crítica consideró a la transformación educativa como la cristalización del neoliberalismo económico en el
plano educativo y tendió a subestimar la importancia de aquellas medidas orientadas a reforzar la equidad
social y el papel del Estado (ver, por ejemplo, Balduzzi (2000) y Feldfeber, (1997)). Si bien es cierto que
esta ambigüedad estuvo presente en la mayor parte de las reformas de América Latina, el grado de
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conflicto que asumieron en el caso argentino fue significativamente más alto y se evidenció no sólo entre
los analistas de la reforma sino también entre los funcionarios gubernamentales del área económica y de
la cartera educativa.
El hecho de que la reforma educativa se diera en nuestro país de manera simultánea con
transformaciones de otros ámbitos de la vida nacional, suscitó que algunos sectores la interpretaran como
un componente más del programa de gobierno menemista. En el plano económico, los noventa fueron
testigo de reformas como la apertura económica, las privatizaciones de empresas y servicios públicos, el
achicamiento del Estado y la política de convertibilidad. Sin embargo, es difícil afirmar que las
transformaciones del sistema educativo fueron absolutamente coherentes con las orientaciones y
decisiones tomadas en el campo de la economía y de la reforma del Estado. Por el contrario, todo
pareciera indicar que la política educativa fue relativamente independiente en relación con lo que sucedía
en otros frentes del gobierno. De hecho, las diferencias se pusieron de manifiesto en el seno del propio
partido y gabinete gobernante, donde existían posiciones diferentes acerca del papel del Estado en la
educación. Estas contradicciones mantuvieron su vigencia durante todo el período de gobierno de Carlos
Menem y culminaron con un conflicto abierto entre el Ministerio de Educación y el Ministerio de
Economía, que provocó la renuncia de la Ministra de Educación y gran parte de su equipo político y
técnico.
Esta relativa independencia de la transformación educativa la convirtió en una política sectorial con
cierta autonomía. Sin embargo, sus efectos no pueden disociarse de las consecuencias sociales y
económicas más generales producidas por del resto de las estrategias del gobierno. La reforma educativa
se dio en el marco de un progresivo empobrecimiento de las condiciones de vida de un sector importante
de la población. Las profundas transformaciones económicas introducidas en la Argentina a partir de la
sanción de la Ley de Convertibilidad tuvieron dos tipos de efectos. En un primer momento, la estabilidad
monetaria significó una mejora en el poder adquisitivo de los ingresos de una capa significativa de
hogares de nivel socioeconómico medio bajo, los que durante la etapa de la hiperinflación habían caído
debajo de la línea de la pobreza. Sin embargo, pasado este efecto benéfico sobre los ingresos y el empleo,
comenzaron a manifestarse signos regresivos tanto en materia de distribución del ingreso como de
ampliación de las oportunidades laborales. Tasas de desempleo de dos dígitos y un significativo
crecimiento de la población en condiciones de pobreza definen el escenario que caracteriza los últimos
años de la década de los noventa.
En un contexto cada vez más empobrecido, esta fragmentación estuvo acompañada por fuertes
desigualdades. Esta segmentación se pudo apreciar en múltiples terrenos. En primer lugar, en relación con
la estructura del sistema educativo, la implementación del tercer ciclo de la Educación General Básica y
el Polimodal adquirió diferentes modalidades: mientras algunas jurisdicciones optaron por mantener la
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primaria y la secundaria (Ciudad de Buenos Aires y Neuquén), en el resto de las provincias se
desarrollaron diversos modelos institucionales6. En cuanto a indicadores como la cobertura del nivel
secundario, en el año 2001 algunas jurisdicciones, como Tierra del Fuego o la Ciudad de Buenos Aires,
presentaban tasas de cobertura del 85% mientras otras, como Santiago del Estero y Misiones, apenas
superaban el 50% (ver Cuadro 5 del Anexo Estadístico). Por último, otro indicador de las desigualdades
podría ser el salario docente. Hacia comienzos de la nueva década, los salarios promedio mensuales de los
maestros variaban de alrededor de $450-- en provincias como Misiones, Chaco y Formosa hasta superar
los $1.000-- en Tierra del Fuego y Santa Cruz (Programa de Costos, MECyT, 2001). Así, hacia fines de
los noventa, el sistema educativo argentino contaba con un esquema institucional altamente diversificado,
con fuertes diferencias en torno al financiamiento educativo, al salario de los docentes y a los indicadores
cuantitativos del sistema.
Por otra parte, es importante subrayar el impacto de la reforma sobre el trabajo de los docentes. Tanto
en el discurso como en la práctica, existió una subestimación del rol de los educadores. Como señala Inés
Dussel (2001) el carácter profundo y radical de la reforma produjo un movimiento de desautorización de
los saberes que tenían los docentes hasta el momento, contribuyendo a un generalizado sentimiento de
amenaza de sus puestos de trabajo como maestros y profesores. A la desvalorización de los saberes y la
cultura de los docentes se le sumó la depreciación de su salario. Esta reducción se pone de manifiesto al
analizar, por ejemplo, la evolución del salario docente entre 1980 y 2000. Tal como indica el Cuadro 6 del
Anexo Estadístico, el mismo se depreció de forma relativamente constante durante los años ochenta para
mantenerse en niveles muy bajos durante toda la década del noventa. Por otra parte, un estudio realizado
en el año 2000, mostró que un promedio del 11,6% de los maestros de primaria y del 4,2% de los
profesores de secundaria del país tenían ingresos que se ubicaban por debajo de la línea de la pobreza.
Estas cifras son aún más alarmantes en el noroeste argentino, donde un 36,2% de los maestros y un 11,6%
de los profesores se encontraban en esta situación (IIPE, 2000). La desvalorización subjetiva y material de
los docentes impactó en un cambio en el reclutamiento de los futuros educadores. La profesión docente
perdió la capacidad de atraer a los jóvenes más talentosos (en términos de sus cualidades intelectuales y
personales para el trabajo) y empezó a constituir, en muchos casos, una actividad transitoria en el proceso
de búsqueda de otros empleos más prestigiosos y económicamente más rentables.
Así como cambió el rol de los docentes, también se transformó el papel de las instituciones escolares.
La crisis económica tuvo un fuerte impacto sobre las condiciones de educabilidad de los alumnos y sobre
las características de muchas escuelas, que comenzaron a desarrollar nuevas funciones vinculadas a la
contención social. La educabilidad es un concepto relacional que se refiere a aquellos aspectos de la vida
de los alumnos que se consideran como pre-requisitos para el éxito escolar (alimentación, vivienda, salud,
ingresos económicos del hogar, composición familiar, presencia de adultos significativos y capital
13
cultural, entre otras cuestiones). En otras palabras, se trata de aquellos elementos esenciales para que los
niños lleguen a la escuela en condiciones de aprender. En la medida en que la concentración de la riqueza
y la fragmentación social construyeron escenarios en los cuales se deterioraron las condiciones mínimas
que hacen posible el proceso educativo, muchas escuelas dejaron de funcionar como espacios dedicados
prioritariamente a la enseñanza y al aprendizaje para convertirse en agencias de contención social.
En este contexto, la paradoja de este período fue que, a pesar de la profunda crisis económica y social,
la cobertura escolar básica se mantuvo y en el nivel medio se evidenció incluso una expansión
significativa. La tasa de escolarización secundaria (es decir, la población entre 13 y 17 años de edad que
asiste a la escuela media) se incrementó en un 21%, pasando de 59,3% en el año 1991 a 69,4% en 2001
(ver Cuadro 5 del Anexo Estadístico). Posiblemente, este aumento respondió a que la crisis alcanzó tal
magnitud que redujo el costo de oportunidad de educarse y, entre la escuela o “la calle”, muchas familias
y hasta los propios adolescentes, optaron por asistir a la escuela.
Notas:
1
Las ideas que se resumen en este apartado están ampliamente expuestas en Tedesco (2003) y Tedesco (2005).
2
Una fuente insustituible para entender los fundamentos del sistema diseñado en el siglo XIX es Domingo Faustino Sarmiento,
Educación Popular, Buenos Aires, Lautaro, 1948.
3
Este tema ha sido poco estudiado en la historia de la educación argentina y sería muy interesante profundizar su análisis.
4
El texto de Suasnábar (2004) presenta un interesante análisis de los conflictos universitarios en este período, centrándose
particularmente en el campo pedagógico.
5
Algunas de las ideas que se sintetizan en este apartado se encuentran más desarrolladas en Tedesco y Tenti (2001) y en
Tedesco (2005)
6
Un análisis general de la situación de las diferentes provincias permitiría distinguir los siguientes modelos: a) EGB integrada
(los 9 años concentrados en las viejas escuelas primarias, como fue el caso de la Provincia de Buenos Aires); b) el modelo
“articulado” (el 7mo. año en las ex primarias y el 8vo. y 9no. En las ex secundarias, es decir, junto con el nivel Polimodal); c)
todo el tercer ciclo en las instituciones donde se ofrece el Nivel Polimodal (modelo vigente en la Provincia de Córdoba); y d) el
tercer ciclo en un establecimiento autónomo (modelo desarrollado únicamente en la Provincia de la Pampa). Para mayor
detalle sobre la situación en cada una de las jurisdicciones nacionales se puede ver el informe de la DiNIECE (2005).
16
Bibliografía
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ANEXO ESTADÍSTICO
19
Cuadro 1
Tasa de analfabetismo. Por jurisdicción y total país, 1869 - 2001
Jurisdicción 1869* 1895 1914 1947*** 1960** 1970** 1980** 1991** 2001*
TOTAL PAIS 71,4 56.8 48.5 13,6 8,6 7,4 6,1 4,0 2.6
Ciudad de Bs. As. - 20.3 23.0 5,7 - - 1,5 0,7 0.5
Buenos Aires - 48.7 44.3 9,8 - - 4,0 2,5 1.6
Catamarca - 67.9 58.9 18,2 - - 8,6 4,9 2.9
Córdoba - 68.6 56.5 13,3 - - 5,6 3,5 2.1
Corrientes - 78.0 62.1 31,1 - - 15,9 10,3 6.5
Chaco - 61.4 64.1 29,5 - - 17,7 12,3 8.0
Chubut - 49.2 58.5 25,1 - - 8,2 5,0 3.1
Entre Ríos - 63.6 55.1 19,7 - - 8,3 5,4 3.1
Formosa - 70.6 65.4 24,3 - - 13,7 9,2 6.0
Jujuy - 72.4 66.2 35,1 - - 13,4 7,8 4.7
La Pampa - 83.4 60.1 14,6 - - 6,7 4,5 2.7
La Rioja - 78.0 63.9 18,0 - - 6,9 4,3 2.5
Mendoza - 58.3 58.2 17,3 - - 7,8 5,0 3.2
Misiones - 76.1 55.6 22,6 - - 12,9 9,1 6.2
Neuquén - 86.8 75.1 25,3 - - 10,5 6,0 3.4
Río Negro - 70.5 68.9 24,0 - - 10,2 6,2 3.8
Salta - 73.0 61.7 29,8 - - 12,4 7,6 4.7
San Juan - 42.2 54.5 19,3 - - 7,8 4,7 3.0
San Luis - 68.2 52.3 17,0 - - 8,2 4,7 2.9
Santa Cruz - 65.4 43.0 8,2 - - 4,1 2,4 1.4
Santa Fe - 56.2 49.3 13,4 - - 6,1 3,9 2.5
Santiago del Estero - 83.3 66.5 31,1 - - 13,9 9,5 6.0
Tierra del Fuego - 41.5 63.2 5,9 - - 2,4 1,2 0.7
Tucumán - 69.9 58.2 21,1 - - 9,1 5,5 3.6
Cuadro 2
Tasa de analfabetismo según género. Total país, 1869 - 2001
Jurisdicción 1869* 1895 1914 1947** 1960** 1970** 1980** 1991** 2001*
TOTAL PAIS 71,4 56.8 48.5 13,6 8,6 7,4 6,1 4,0 2.6
Varones 64,6 39,6 12,1 7,4 6,4 2,6
Mujeres 78,1 50,2 15,2 9,6 8,1 2,6
Cuadro 4
Tasas de Asistencia escolar para la población de 6 a 14 años.
Por jurisdicción y total del país, 1869-2001
Jurisdicción 1869 1895 1914 1947** 1960 1970* 1980* 1991* 2001*
TOTAL PAIS 26,2 29.6 55.8 - 79.4 87.7 93,4 96.9 96,8
Ciudad de Buenos Aires 46.5 57.7 77.3 - 86.6 - 96,3 98,4 98,4
Buenos Aires 20.0 31.0 51.9 - 82.7 - 93,9 97,6 98,1
Catamarca 13.4 27.3 59.6 - 84.8 - 94,9 96,7 97,7
Córdoba 17.0 20.8 52.8 - 81.1 - 95,1 98,0 96,5
Corrientes 20.0 16.1 50.0 - 71.4 - 90,9 95,2 94,7
Chaco - 28.8 40.2 - 63.7 - 83,3 89,4 93,7
Chubut - 32.6 45.9 - 72.1 - 91,5 97,6 98,1
Entre Ríos 21.8 24.5 57.0 - 76.0 - 93,7 97,2 96,5
Formosa - 21.1 38.5 - 69.0 - 89,0 95,3 95,9
Jujuy 23.0 22.1 47.8 - 76.6 - 94,7 97,2 97,2
La Pampa - 6.2 43.0 - 78.0 - 94,3 97,6 97,4
La Rioja 24.0 16.7 54.6 - 82.9 - 94,6 97,3 96,9
Mendoza 12.3 31.7 50.6 - 79.1 - 93,0 97,5 97,1
Misiones - 18.8 55.9 - 71.5 - 90,5 93,3 91,6
Neuquén - 7.7 34.9 - 68.5 - 91,9 97,8 98,4
Río Negro - 20.9 37.0 - 70.2 - 91,1 97,4 97,7
Salta 14.0 20.3 48.5 - 75.2 - 93,0 96,1 96,4
San Juan 34.0 50.0 54.7 - 81.1 - 93,9 97,4 96,6
San Luis 15.0 24.8 61.9 - 80.6 - 93,8 96,7 96,7
Santa Cruz - 4.8 57.1 - 78.5 - 95,5 98,9 99,1
Santa Fe 21.5 26.9 52.2 - 80.6 - 94,0 97,5 97,6
Santiago del Estero 11.0 13.5 43.6 - 76.4 - 92,9 94,2 92,3
Tierra del Fuego - 34.1 51.0 - 86.5 - 95,1 99,3 93,8
Tucumán 12.0 24.5 53.7 - 75.8 - 94,1 96,6 99,4
Cuadro 5
Tasa neta de escolarización para el Nivel Medio en la población de 13 a 17 años,
según jurisdicción y total del país -1980-1991-2001
Fuentes: Elaboración propia sobre la base del Censo Nacional de Población y Vivienda 1980 - Serie D - INDEC;
del Censo Nacional de Población y Vivienda 1991 - Serie C - INDEC; del Censo Nacional de Población, Hogares
y Viviendas 2001 - INDEC - 2001.
Nota: No se puede reconstruir la tasa neta del año 1970 en función del modo en que están publicados los datos
24
Cuadro 6
Salario real (1) de los maestros en el inicio
de su carrera (2) (3) (4).
Total del país, 1981-2006
Fuente: CGECSE/SsPE/SE/MECyT.