Señores Jueces, Nunca Mas

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Señores jueces:

La comunidad argentina en particular, pero también la conciencia jurídica


universal, me han encomendado la augusta misión de presentarme ante
ustedes para reclamar justicia.

Razones técnicas y fácticas tales como la ausencia de un tipo penal específico


en nuestro derecho interno que describa acabadamente esta forma de
delincuencia que hoy se enjuicia aquí y la imposibilidad de considerar uno por
uno los miles de casos individuales, me han determinado a exhibir, a lo largo
de diecisiete dramáticas semanas de audiencia, tan solo 709 casos que no
agotan, por cierto, el escalofriante número de víctimas que ocasionó lo que
podríamos calificar como el mayor genocidio que registra la joven historia de
nuestro país.

El cuadro de violencia era imperante en el país cuando tres de los hoy


procesados decidieron, una vez más en nombre de las Fuerzas Armadas,
tomar por asalto el poder despreciando la voluntad popular.

Y, ¿cuál fue la respuesta, luego de este golpe, que se dio desde el Estado a la
guerrilla subversiva?
Para calificarla, señores jueces, me bastan tres palabras. Feroz, clandestina y
cobarde.

Los guerrilleros secuestraban y mataban. Y, ¿qué hizo el Estado para


combatirlos? Secuestrar, torturar y matar en una escala infinitamente mayor
y, lo que es más grave, al margen de todo orden jurídico.

Y de aquí, señores jueces, se derivaron consecuencias mucho más graves.


Porque, ¿cuántas de las víctimas de la represión eran culpables de
actividades ilegales? ¿Cuántas inocentes? Jamás lo sabremos y no por culpa
de las víctimas.
Al suprimirse el juicio, se produjo una verdadera subversión jurídica; se
sustituyó la denuncia por la delación, el interrogatorio por la tortura y la
sentencia razonada por el gesto neroniano del pulgar hacia abajo.

Entre las muchas deudas que los responsables de este cobarde sistema de
represión han contraído con la sociedad argentina, existe una que ya no
podrá ser saldada.

Quisiera repetirlo: la falta de condena judicial no es la omisión de una


formalidad. Es una cuestión vital de respeto a la dignidad del hombre.

Su abandono llevó, por ejemplo, a lo siguiente: una persona fue secuestrada


por pertenecer a las F.A.P. (Fuerzas Armadas Peronistas) y resultó que
pertenecía a la F.A.P. (Federación Argentina de Psiquiatras).

¿Alguien tiene derecho a permitir que Adriana Calvo de Laborde tenga a su


hija recién nacida esposada y con los ojos vendados en el asiento de un
patrullero, tirada en el suelo y sin poder abrazarla?

“No vamos a tolerar que la muerte ande suelta en la Argentina.”


“Lentamente, como para que no nos diéramos cuenta, una máquina de
horror fue desatando su iniquidad sobre los desprevenidos y los inocentes.”

Estas frases las dijo el almirante Emilio Eduardo Massera el 2 de noviembre


de 1976 en la Escuela de Mecánica de la Armada.

En ese mismo momento, en la casa de oficiales de la Esma, sobre una


colchoneta estaba Cecilia Inés Cacabellos. Tenía 16 años, la habían
encapuchado y sus manos estaban esposadas y engrilladas.

La habían capturado gracias a los datos suministrados por su hermana, a


quien le dieron garantías de que sólo la iban a interrogar; creía que así le
estaba salvando la vida. Cecilia Inés Cacabellos permanece hoy en situación
de desaparecida.
Pero aceptemos ahora, por vía de hipótesis, la teoría de la guerra que tanto
repiten los acusados. ¿Se puede considerar acción de guerra el secuestro en
horas de la madrugada, por bandas anónimas, a ciudadanos inermes? ¿Es
una acción de guerra torturarlos y matarlos cuando no podían oponer
resistencia? ¿Es una acción de guerra ocupar las casas y mantener a los
parientes como rehenes? ¿Son objetivos militares los niños recién nacidos?

Este proceso ha significado para quienes hemos tenido el doloroso privilegio


de conocerlo íntimamente, una suerte de descenso a zonas tenebrosas del
alma humana. Donde la miseria, la abyección y el horror registran
profundidades difíciles de imaginar antes, y de comprender después…

Dante Alighieri –en la Divina Comedia– reservaba el séptimo círculo del


infierno para los violentos: para todos aquellos que hicieran un daño a los
demás mediante la fuerza. Y dentro de ese mismo recinto, sumergía en un
río de sangre hirviente y nauseabunda a cierto género de condenados, así
descriptos por el poeta: 'Estos son los tiranos que vivieron de sangre y de
rapiña. Aquí se lloran sus despiadadas faltas'.

Por todo ello, señor presidente, este juicio y esta condena son importantes y
necesarios para la nación argentina, que ha sido ofendida por crímenes
atroces. Su propia atrocidad torna monstruosa la mera hipótesis de la
impunidad. Salvo que la conciencia moral de los argentinos haya descendido
a niveles tribales, nadie puede admitir que el secuestro, la tortura o el
asesinato constituyan hechos políticos o contingencias del combate.

Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el gobierno y el control de sus


instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su nombre que el
sadismo no es una ideología política, ni una estrategia bélica, sino una
perversión moral. A partir de este juicio y de la condena que propugno, nos
cabe la responsabilidad de fundar una paz basada, no en el olvido, sino en la
memoria. No en la violencia, sino en la justicia. Esta es nuestra oportunidad.
Quizás sea la última.
Señores jueces, quiero renunciar expresamente a toda pretensión de
originalidad para cerrar esta requisitoria. Quiero utilizar una frase que no me
pertenece porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores Jueces:
“Nunca más”

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