Entrega 1. Ética y Moral. Legal y Legítimo. Bioética

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Ética y Pensamiento Crítico Grupo A1

CLARIFICACIÓN CONCEPTUAL
Sesión: 1 Fecha: 7/ 02/ 23
JUSTEZA Y AJUSTAMIENTO
La realidad moral es constitutivamente humana. No se trata de un ideal, sino de una necesidad, de una forzosidad
exigida por nuestra propia naturaleza, por las propias estructuras psicobiológicas. Aunque los seres humanos tenemos
instintos y podemos fácilmente pensar en comportamientos humanos que responden a las características que la
etología define como propias de los animales, nosotros estamos “condenados a ser libres” (en los términos en los que J.
P. Sartre definió), pues nuestro instinto no nos da una unicidad de respuestas ante los mismos estímulos. En esta línea,
Zubiri y Aranguren defienden que los animales tienen justeza frente a la necesidad de ajustamiento de los seres
humanos.

El animal vive sintiendo estímulos que determinan unívocamente una respuesta, por esto el animal está ajustado
(justeza) a su medio natural, hay un “ajustamiento perfecto”, entre el animal y su medio natural. En el animal, la
motivación procede de un estímulo que provoca en él una respuesta perfectamente ajustada al medio, gracias a su
dotación biológica. A este ajustamiento se denomina «justeza» y se produce de forma automática.

Sin embargo, el ser humano, por la formación de su cerebro, pone en suspenso la fuerza determinante de los estímulos
y los actualiza en su inteligencia de un nuevo e inédito modo: como realidad. Y no sólo porque la respuesta no viene
ya biológicamente dada, sino también porque, precisamente por esta razón, se ve obligado a justificarla. El hombre,
por inteligir lo que siente como realidad, ha quedado ya libre-de la fuerza determinante de esos estímulos y, por ello
mismo, se le abre el ingente campo de las preferencias, opciones y posibilidades (libertad-para, es decir, libertad para
elegir), y esa apertura a las muchas opciones en sus actos y acciones le exige que tenga que justificar lo que hace. Este
es el carácter estructural de la moral: tenemos que justificar lo que hacemos. Para elegir una posibilidad, el ser humano
ha de renunciar a las demás y por eso su elección ha de ser justificada; es decir, ha de hacer su ajustamiento a la
realidad, porque no le viene dado naturalmente, justificándose.

En resumen, al animal le está dado el ajustamiento, en cambio, el ser humano tiene que hacer ese ajustamiento. Lo que
en el animal era justeza automática, en el ser humano es justificación activa, y esta necesidad de justificarse le hace
necesariamente moral. La justificación es la estructura interna del acto humano. Por lo tanto, en vez de decir que las
acciones humanas tienen justificación debe decirse que tienen que tenerla, que necesitan tenerla para ser
verdaderamente humanas, que han de ser realizadas por algo, con vistas a algo. En base a esta distinción podemos
afirmar que los seres humanos no podemos ser amorales, pero sí podemos ser inmorales.

a) Amoral: aquello que está fuera o al margen de toda consideración moral. Son realidades, hechos o acciones que son
indiferentes desde el punto de vista moral. Por ejemplo, las leyes de la naturaleza son hechos amorales. A diferencia de
las personas adultas en plenas capacidades, un bebé o una persona con las capacidades afectadas o un animal puede
llevar a cabo una acción amoral, de la cual diríamos que no es responsable.

b) Inmoral: aquella acción que trasgrede el conjunto de principios morales de una comunidad. Dado que la acción
moral es libre y racional, somos responsables de nuestros actos, y en consecuencia . En base a esta responsabilidad
podemos atribuir a los actos los conceptos de bondad y maldad. Si la acción es coherente con nuestros principios
morales, la calificaremos de «buena», o moral; si va contra nuestros principios, la calificaremos de «mala», merecerá
nuestra reprobación y censura, y la calificaremos de inmoral.

ÉTICA Y MORAL
Aunque en numerosos contextos no especializados se utiliza indistintamente las palabras “ética” y “moral” como
homónimas, lo cierto es que se refieren a dos planos distintos del estudio de la conducta correcta humana, la bondad y
la maldad para con el prójimo y cómo alcanzar la felicidad. En primer lugar, etimológicamente ambos vocablos
comparten el mismo significado de 'costumbre'; sin embargo, la palabra "moral" procede del latín mos y "ética" viene
del griego ethos.

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Podemos definir “moral” como el conjunto de normas, valores y preceptos con los que nos guiamos cuando nos
relacionamos el otro y con uno mismo. Para establecer esa guía, la moral fija una serie de jerarquías de valores o
normas que son los que rigen nuestro comportamiento determinando nuestras actuaciones e indicándonos cómo
tenemos que actuar. En ese sentido, podemos afirmar que la moral es un conocimiento práctico, nutrida de costumbres
y hábitos sedimentados, de virtudes y vicios consolidados. Tener una moral nos ayuda a automatizar muchas
decisiones, a hacer frente a situaciones y contextos concretos que requieren una toma de partido más o menos urgente.
La moral, por lo tanto, forma parte del ámbito de lo inmediato, pues sirve como un heurístico o regla de aplicación en
el día a día (por ello se la denomina “moral vivida”).
Desde una perspectiva sociológica, la moral se define como el conjunto de normas que rigen el comportamiento de las
personas que forman parte de una sociedad determinada, de modo que puedan contribuir al mantenimiento de la
estabilidad y de la estructura social. En ese sentido, la moral suele ser un reflejo de las leyes implícitas y explícitas de
un grupo social, y se transmite a los individuos dentro del proceso de socialización y endoculturación al que se
someten a lo largo de su educación. En este sentido, la moral parte de las tradiciones, y debemos reconocer que las
religiones ha tenido un gran peso en el establecimiento de códigos morales. En cuanto a su génesis, la moral
seguramente nació como una consecuencia natural de la organización de los seres humanos en grupos con el fin de
responder a la progresiva complejización de las sociedades humanas.
Pero la moral no agota la posibilidad de la reflexión sobre la acción humana. Junto a, sobre, y por encima de la moral
se erige la ética como filosofía moral o reflexión teórica acerca de la moral. Por ello, podemos definir “ética” como la
reflexión racional en torno a los diferentes sistemas morales. En ese sentido, podemos afirmar que se trata de un meta-
saber que tiene como objeto la propia moral. En tanto que saber de segundo nivel o meta-saber, no puede tomar
partido, a priori, por ninguna concepción moral concreta. En consecuencia, la ética no atiende a una imagen de ser
humano determinada o aceptada como ideal por un grupo concreto, es decir, la ética debe ocuparse de lo moral sin
limitarse a una moral determinada. Es por esto que muchas veces la ética ha sido definida como “moral pensada” pues
es una reflexión afincada el plano teórico. Esta aproximación teórica nos permitirá fijar los principios que formarán
luego nuestra moral. En conclusión, la ética es el pensamiento previo, la parte reflexiva que conforman nuestros actos.
Frente a la inmediatez y la urgencia de la toma de decisiones vitales (propia de la moral), la ética es el ámbito de lo
mediato, la reflexión calmada que nos permita fijar un norte para habérnosla con la incertidumbre de la vida.
M. Walzer (2004) ha trazado el contraste entre los dos tipos de discurso moral que nos pueden servir para profundizar
en la distinción entre moral y ética. Por un lado, Walzer habla de una teoría moral «thin» (delgada, fina, y por ello
universal, abstracta, referida a la humanidad en general) y, por el otro, de una teoría moral «thick» (espesa, densa, y
por ello local, específica, vinculada a la cultura particular y a la historia de un pueblo o un grupo). Dado su carácter
universalizable, la moral “thin” nos remite a la ética; dado su carácter idiosincrasico y particularista, la moral “thick”
se asocia con la moral.
Asimismo, A. Cortina (1986) traza una analogía entre la función de guía de la ética y la moral: la moral serían para
esta autora “mapas” para dirigir la acción, mientras que la ética nos sirve como una “brújula” para guiarnos en nuestro
deambular.
Finalmente, Aranguren (1987) sostiene que la moral tiene un carácter más normativo (nos dice qué hacer) por lo que la
denomina “moral como contenido” (es el decálogo o lista concreta de preceptos), mientras que la ética tiene un
carácter más descriptivo y teórico (no prescribe sino que analiza), por lo que la denomina “moral como estructura” (es
el marco donde se inserta la moral). Ahora bien, esta separación entre ética y moral es ciertamente artificial. Pues
como el mismo Aranguren señala, toda teoría envuelve una toma de posición y está sustentada en una práxis y,
recíprocamente, a través de la ocupación teorética se define y se traza una práctica. Incluso aquellas personas que
jamás se han parado a reflexionar sobre su moral, tienen implícita una teoría ética, a saber: la teoría del “hombre de
acción”. Pero igualmente, el eremita, el pensador apartado del mundanal ruido también tiene una práxis: la
contemplación. Es decir, la ética no prescribe una moral, pero marca los límites racionales de las distintas morales,
dirime y establece un horizonte de acción válido para todo aquel que pretenda que su acción sea plenamente humana.

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LEGAL Y LEGÍTIMO
Una confusión recurrente dentro del ámbito de la ética consiste en aplicar los términos legal y legítimo como si ambos
fuesen homónimos. Recordemos, sin embargo, que, quitado que nos hayamos adherido a la corriente positivista del
derecho (que justifica que todo hecho legal es legítimo, y todo lo legítimo es legal y, fundamenta y justifica la
legitimidad de las leyes en la propia aprobación por parte de un Estado), lo cierto es que no siempre lo legal es
legítimo ni todo lo que es injusto es ilegal. Baste recordar, en este sentido, que las leyes fundamentales del régimen
nazi estuvieron vigentes en Alemania durante varios años, y, salvo que uno sea un nacionalsocialista convencido,
parecen a todas luces un conjunto de leyes ilegítimas.
Por lo tanto, la legitimidad entronca directamente con nuestros principios morales y éticos, mientras que la legalidad
remite al conjunto de normas y articulaciones propia del derecho positivo. Una de las principales diferencias entre
legal y legítimo se encuentra en su procedencia. Las diferentes leyes existentes son aprobadas, promulgadas,
modificadas y suprimidas por el poder legislativo a iniciativa, normalmente, del poder ejecutivo. El poder judicial, por
su parte, se encarga de que se cumplan estas leyes. Por el contrario, lo legítimo se fundamenta en la moral y ética de
cada uno, lo que nos abre a la multiplicidad de pareceres.
Esta multiplicidad no es atendida por la ley, pues esta establece un marco común para todos los ciudadanos
independientemente de sus opiniones al respecto. Sin embargo, cada persona tiene su propia idiosincrasia y sus
propias ideas de lo que es o no es válido, por lo que, si algo es legítimo o no dependerá pues de la subjetividad de la
persona que lo observe. Ahora bien, si las leyes resultan legítimas para el conjunto de la sociedad, por norma general
van a ser bien aceptadas y seguidas. Sin embargo, si una ley se percibe como injusta, será considerada ilegítima. En
esos casos, la ley en cuestión generá reactancia. Esto abre la puerta a la desobediencia civil.
Finalmente, debemos tener en cuenta el contexto de aplicación de los términos legal y legítimo. Cada territorio y cada
país posee diferentes leyes dependiendo de las circunstancias socioculturales. De este modo, lo que es legal en un país
puede ser ilegal en otro. Sin embargo, la legitimidad tiene un contexto de aplicación más expandido, pues tu concepto
de qué es justo no cambia, y por lo tanto, es de aplicación universal.

BIOÉTICA
De acuerdo con la Enciclopedia de Bioética, coordinada por W. Reich (1995), la bioética es "estudio sistemático de la
conducta humana en el área de las ciencias de la vida y la salud, examinado a la luz de los valores y principios
morales". El nacimiento de la bioética responde al vaío moral entre las posibilidades tecnológicas adquiridas y el deber,
ya que el derecho positivo no había previsto los casos que la bioética afronta. Para salvar ese vacío, la bioética lanza
puentes entre el saber y el poder, entre la naturaleza y la cultura, entre la eticización de la biología y la biologización
de la ética. Esta disciplina tiene una naturaleza problemática desde sus orígenes, pues, ante un problema en bioética,
no hay una única solución, sino múltiples, e incluso cuando tengamos una solución teórica, muchas veces no existe la
posibilidad de llevarla a la práctica.
Los principales ámbitos de aplicación de la bioética son el aborto, la clonación, el desarrollo sostenible, la donación de
órganos, la eutanasia, los trasplantes, la reproducción asistida, la ética medioambiental, la ingeniería genética, y la
investigación y ensayos clínicos.
Los distintos filósofos y filósofas han alcanzado cierto consenso al establecer los siguientes cuatro principios básicos
de la bioética:
Autonomía: capacidad de la persona para tomar decisiones de manera libre e independiente, es decir, para
autodeterminarse. Requiere que se den dos condiciones: libertad frente a influencias externas y libertad interna para
obrar intencionalmente. El respeto por la autonomía implica que los profesionales deben mantener una actitud no
paternalista y deben promocionar acciones positivas que amplíen la información del paciente. Este principio debe
respetarse siempre, salvo en casos excepcionales en que entre en conflicto con otros valores esenciales.

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Beneficencia: maximizar los beneficios posibles y disminuir los posibles daños, siempre contando con el parecer de la
persona en su valoración. Este principio se subdivide en benevolencia (buena intencionalidad), benedicencia (decir lo
correcto), beneficiencia (obrar correctamente) y benefidencia (no aprovecharse de la situación privilegiada o de poder
del profesional). El principio de beneficencia está fuertemente vinculado al utilitarismo, pues antes de actuar debemos
ponderar la cantidad de beneficios que se podrían seguir de nuestra acción y los posibles males que causaríamos. Se
debe tener en cuenta que el exceso de beneficencia puede violentar el principio de autonomía del paciente y que, la
obligatoriedad de la beneficencia solo se da para con aquellas personas que estamos vinculados, pero no es exigible
hasta el grado de supererogación (la acción heroica y desinteresada con el desconocido).
No maleficencia: no hacer el daño intencionadamente o no incrementar con nuestra actuación el daño que ya sufre la
persona. El principio de no maleficencia es el fundamento de toda ética médica y, quizás, de todo sistema moral. Este
principio obliga con más fuerza que el principio de beneficencia, y ante una situación de conflicto, debe primar la no
maleficencia. Se debe tener en cuenta que faltar a este principio (es decir, provocar el daño) sí que es penable, en
cambio, faltar al principio de beneficencia (es decir, no prevenir el daño, no eliminar el daño, o directamente promover
el bien) no es penable legalmente.
Justicia: tratar casos iguales de forma igual para evitar al máximo las situaciones de desigualdad. Incluye la
distribución equitativa de los derechos, beneficios y responsabilidades o cargas en la sociedad. Los problemas de
distribución de bienes y recursos se plantean cuando dicho bien es escaso.
Los criterios formales de aplicación de la justicia suponen que:
a) los casos iguales deben ser tratados igualmente
b) los desiguales deben ser tratados desigualmente.
Los criterios materiales de la aplicación de justicia especifican propiedades relevantes para tener derecho a los
beneficios:
- A cada cual según su esfuerzo
- A cada cual según sus necesidades
- A cada cual según su éxito.

BIBLIOGRAFÍA
Aranguren, J. L.: Ética, Alianza Editorial, Madrid, 1987.
Cortina, A.: Ética mínima. Introducción a la filosofía práctica, Tecnos, Madrid, 1986.
Reich, W.T. (editor principal): Encyclopedia of Bioethics (2ª edición). MacMillan, Nueva York, 1995.
Walzer, M.: Thick and thin, Notre Dame University of Notre Dame, Notre Dame (Indiana), 2004.

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